Heather Macallister-Proyecto Maternidad 1-Vidas separadas-B-84

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Vidas separadas Heather MacAllister 1º Serie proyecto maternidad

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2 Vidas separadas (2001) Serie: Proyecto: Maternidad Título original: The paternity plan (2000) Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Bianca 1249 Género: Contemporáneo Protagonistas: Gabriel "Gabe" Valera y Emily Valera

Argumento:

Emily ansiaba ser madre. El único problema era que el único hombre que siempre había deseado para padre de su niño es su ex marido, Gabriel Valera. El plan de Emily era elegir a un donante y luego criar al niño ella sola. Pero antes de que llegara a llevar a cabo su plan, Gabe apareció nuevamente en su vida, y con una idea mejor: ¡Él sería el padre del bebé! Emily estaba asombrada: ¿significaría eso que Gabe quería volver a ser su marido?

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3 Prólogo —Si mi recién estrenado marido no vuelve pronto con los cócteles de ron, empezaré a pensar que se acabó la luna de miel. Emily Shaw, o mejor dicho, la ahora Emily Valera, miró por encima de las gafas de sol y echó a una ojeada al camino que llevaba de la hilera de coquetas cabañas con techo de paja al edificio principal del complejo vacacional. —No te preocupes. Enviaré a mi recién estrenado marido a buscarlo —Freddie, la mejor amiga de Emily y compañera de boda, golpeó suavemente el brazo bronceado del hombre que dormía en la silla que había a su lado. Emily negó con la cabeza y se llevó el dedo a los labios. —Holgazanear en nuestra propia playa privada con hombres guapos a nuestra disposición día y noche... ésta es la vida que deseábamos, ¿verdad Emily? —dijo Freddie con una sonrisa. —Mmm —Emily tomó un puñado de fina arena blanca y la dejó caer entre sus dedos sobre la fila de sombrillitas de papel que ella y su amiga, Freddie, habían colocado entre las tumbonas. En realidad, la vida que Emily deseaba implicaba el sonido de piececitos correteando por el suelo, y cuanto antes mejor. Freddie no opinaba lo mismo. Y desde que eran pequeñas, cuando estaban en desacuerdo, solía ganar Freddie. Esa vez no sería así. Freddie podía aplazar el tener niños si eso era lo que quería, pero ella, hija única, anhelaba tenerlos. Un montón de ellos. Y había encontrado al padre perfecto en Gabe Valera. Tendrían su pelo oscuro y rizado y, quizás, también sus ojos marrones. Gabe, biólogo, podría analizar las posibilidades genéticas, y probablemente lo haría. Emily se sonrió. Sabía que según el proyecto de vida que Freddie y ella habían diseñado tenían que consolidar su carrera profesional antes de tener hijos. Luego los tendrían al mismo tiempo, para que los niños crecieran siendo amigos inseparables, como ellas. Pero Emily no quería esperar hasta encaminar su futuro profesional. ¿Qué sentido tendría eso? En ese momento, el único camino que quería recorrer era el de la maternidad. Además, Gabe era tan ambicioso que haría carrera por los dos. Freddie incluso hablaba de estudiar Derecho. ¿Más estudios? No para ella. Si acababan de graduarse y de casarse. El estudiar Derecho no formaba parte del plan. Solo porque Hunter, el marido de Freddie, iba a estudiarlo... Y hablando de maridos... ¿dónde estaba Gabe? Volvió la cabeza para mirar el camino. —En vez de enviar a Gabe, ¿por qué no llamaste a Aldo? —preguntó Freddie estirándose—. Le he dado suficiente propina como para que viniera corriendo cuando lo llamáramos. —A Gabe y a mí no nos gusta que Aldo os mire embobado —gruñó una voz profunda desde la tumbona que había junto a Freddie—. Tuvimos una pequeña charla con él y recordó de repente que tenía cosas urgentes que hacer en otra parte. —¡Oh, Hunter, no habrás hecho eso! —protestó Freddie entre risas.

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4 —No lo hice —Hunter Cole levantó la cabeza y sonrió—. Pero le dimos más propina que tú. Emily sintió una punzada al ver la apasionada y posesiva mirada que Hunter dirigió a su amiga, y simuló recolocar las de sombrillas de papel para no ser testigo del inevitable beso que siguió. «Gabe no te mira así». Claro que no, y Emily no quería que lo hiciera. En su opinión, Hunter era demasiado posesivo con Freddie. A ella no le gustaría, y eso que no era tan independiente como Freddie, pero allá cada una con sus gustos. Por eso, Emily se había casado con el muy inteligente y encantador Gabe Valera, y Freddie con el igualmente inteligente y callado Hunter Cole, en una gloriosa boda doble celebrada cinco días antes. Y, a pesar de que tenía algo de sed, Emily era feliz. Muy feliz. Pero podría serlo aún más. —Ya que nuestros celosos maridos han asustado a Aldo, espero que Gabe se acuerde de pedir doble ración de fruta —dijo con forzada alegría. —Si no fuera por la fruta —rió Freddie apartándose de su marido, que seguía besándola—, creo que estaríamos viviendo solo de amor. —Hablando de lo cual... —insinuó Hunter. Freddie y él intercambiaron una mirada, se pusieron en pie y, agarrados de la cintura, se encaminaron hacia su cabaña de la playa. Emily se acaloró, y no por la temperatura que hacía en la playa de St. Thomas. Tampoco fue por vergüenza. Simplemente, llevaba solo cinco días casada y... ¿dónde estaba su marido? Se levantó de la tumbona y masajeó las marcas redondas que la funda de toalla le había dejado en la parte de atrás de los muslos. Las marcas de toalla siempre tardaban en desaparecer. Se puso el pareo, se quitó la arena de los pies, se calzó las chancletas y subió por el camino bordeado de hierba hacia el edificio principal. Emily no contaba con recorrer todo el trayecto sin encontrarse con Gabe, pero no se le veía por ningún sitio. Entró al recibidor y parpadeó hasta que sus ojos se acostumbraron al cambio de luz. El destartalado autobús del hotel acababa de llegar, y varias parejas arrastraban su equipaje hacia el mostrador de recepción. Emily los sorteó y fue hacia el bar, pero no había rastro de Gabe. Rodeó la fuente decorada con azulejos y vio la tienda de regalos. Sonrió. Gabe estaría alquilando gafas de buceo. Sabía que a ella le encantaba. Apartó la cortina de conchas de la puerta y metió la cabeza en la tienda. Tampoco estaba allí. Quizás se habían cruzado en el camino de vuelta a la cabaña, pero los cuatro habían descubierto bien pronto que salirse del camino implicaba hundirse en las dunas de arena. El único otro sitio que se le ocurrió a Emily fue el restaurante. Cuando iba hacia allí, lo vio en los teléfonos que había cerca de los aseos. Emily sintió un escalofrío en la espalda al verlo. Aunque ya estaban casados, aún no podía creer que alguien tan inteligente y guapo como Gabe la quisiera en su vida. Estaba de espaldas a ella y sujetaba el auricular con la oreja y el hombro mientras tomaba notas, pero Emily hubiera reconocido esa espalda en cualquier sitio, sobre todo ahora que

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5 había explorado cada centímetro de su cuerpo. Aunque no había nadie cerca, se sonrojó. Decidió acercarse de puntillas y taparle los ojos. Era una chiquillada, pero le apetecía hacerlo. Las lunas de miel provocaban ese efecto en las personas. —Sí, ojalá yo también estuviera allí —decía él cuando se acercó. A continuación suspiró con pesar—. Pero ya sabes cómo son las cosas. Emily se paró en seco. —Estoy considerando un par de ofertas... ya sabes, compañías petroleras que quieren mejorar el paisaje de alrededor de las perforadoras para calmar a los ecologistas, ese tipo de cosas. Rió, pero fue una risa plana y sin entusiasmo. Podría engañar a la persona con la que hablaba, pero no a su nueva esposa. Algo lo disgustaba. Y si Gabe estaba disgustado, ella también. —¡Un trabajo de oficina, no! —protestó él—. De ninguna manera. Por mucho dinero que sea. Necesito ensuciarme las manos —miró su reloj—. Oye, se me había olvidado que esto es una conferencia, me costará una fortuna. ¿Te marchas el viernes? —Gabe garabateó en lo que parecía un folleto publicitario del hotel—. Tenme al día. Envíame correos electrónicos y quizás pueda investigar por mi cuenta... ¿no se puede? Estas de broma —con desaliento, se apoyó en la pared—. Bueno... te veré dentro de un par de años, supongo. Sí. A ti también —lentamente colgó el teléfono y lo miró ensimismado. —¿Gabe? —el corazón de Emily latía con tanta fuerza que la sorprendió que él no lo oyera. Él parpadeó un instante antes de reconocerla y animar la cara. Pero Emily vio su expresión desconsolada antes de que lo hiciese. —¡Emily! —hizo una mueca y chasqueó los dedos—. Estás esperando tu bebida, lo siento —Gabe sonrió, extendió las manos hacia ella y la atrajo hacia sí, para besarla—. ¿Me perdonas? Emily podía caer entre sus brazos y simular que no había visto ni oído nada o... O podía girar la cabeza para que el beso le rozara la mejilla. —¿Hablabas con Jasón? —Emily se refería al que fue compañero de habitación de Gabe en la universidad, y también su padrino de boda. Era una suposición, pero obviamente correcta. —Sí —Gabe dejó caer sus manos— ¿Qué te parece si vamos por esas bebidas? «Di que sí», pensó Emily. Pero no pudo hacerlo. —Jasón va al proyecto del Sahara, ¿verdad? —preguntó. Gabe le pasó un brazo por los hombros y apretó suavemente. —Sí. El equipo sale este fin de semana —retiró el brazo, agarró su mano y tiró de ella. Al notar que no se movía, se volvió. Sus ojos se encontraron y se miraron fijamente unos segundos. Quieres ir con ellos. Para Emily fue como si el universo temblara y todos los planetas ajustaran su posición para encajar perfectamente. En los ojos de Gabe vio la verdad pura y cristalina como el agua en la que buceaba todas las mañanas. ¿Cómo había podido estar tan ciega?

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6 —Te gustaría ir con ellos, ¿verdad? Gabe desvió la mirada. «No se atreve a mirarme a los ojos». —Bueno, claro que sí. El entorno hostil es mi especialidad —comentó él con ligereza. —Y no hay nada más hostil que el Sahara —añadió ella. Él consiguió esbozar una sonrisa. —Habría sido una oportunidad excelente, pero no ha podido ser. —¿Por qué no? —insistió ella, sabiendo que la respuesta lo cambiaría todo entre ellos. Él también debía saberlo; en vez de contestar, la besó suavemente en los labios. —Eh, no te preocupes por eso —apoyó la mano en su cintura y presionó en dirección hacia el bar —. Habrá otros proyectos. Pero no como ese. Esa es una oportunidad única. Era como si Emily oyera las palabras que Gabe no llegaba a decir. ¿Acaso porque no lo escuchó cuando sí las dijo? Esas últimas semanas había estado tan ocupada con la graduación y coordinando la doble boda con Freddie, que Gabe y ella apenas habían pasado un momento a solas. ¿Había ignorado algo vitalmente importante para él, o era que no se lo había mencionado? —Si querías participar en el proyecto, ¿por qué no lo dijiste? —preguntó—. Podríamos haber retrasado la boda —a Freddie le hubiera dado un síncope, pero eso era otra historia—. De hecho, aún podemos ir al Sahara —Emily le apretó el brazo—. No salen hasta el viernes, ¿no? Es algo precipitado, pero seguro que no les importará que vayamos algunos días después que ellos —el destello de esperanza que apareció en su rostro animó a Emily a continuar—. Podemos pedir que nos devuelvan la fianza del apartamento. Aún no has deshecho el equipaje y mis cosas siguen en casa de mis padres. O, mejor, ve tú y yo iré después... —Emily —interrumpió él con ternura—, los saudís no permiten que ninguna mujer participe en el proyecto. —Pero yo no participaré. —No quieren extranjeras en el país. Construiremos el Centro Agro en una remota zona tribal de los beduinos, y el gobierno no quiere responsabilizarse de la seguridad de las mujeres. —Pero eso es... —objetó ella. —Así son las cosas —concluyó él con firmeza. Había renunciado a participar en el proyecto de sus sueños para casarse. Emily sintió que su corazón se henchía de amor, como si le fuera a explotar. De pronto, sintió un escalofrío. Había renunciado a participar en el proyecto de sus sueños para casarse. ¿Llegaría a arrepentirse? ¿Se arrepentía ya? —A pesar de todo, deberías habérmelo dicho. —¿Qué había que decir? O participaba en el proyecto o me casaba contigo —rodeó su cintura con un brazo y la atrajo—. No lo dudé —la besó, pero eso no tranquilizó a Emily—. ¿Un cóctel de ron, con doble de fruta?

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7 Emily asintió, ausente. Se había empeñado en celebrar una doble boda con Freddie y, como Hunter iba a estudiar Derecho, tenía que ser en verano, antes de que él empezara las clases. ¿La culpaba Gabe? Con esa nueva perspectiva, Emily se imaginó el futuro; inevitablemente, en los momentos difíciles de su matrimonio las discusiones comenzarían con: «Por tu culpa no pude ir al proyecto del Sahara». Incluso si no volvía a mencionarlo, ella siempre se sentiría culpable. Esa no era forma de iniciar un matrimonio. No debió tomar una decisión tan importante él solo. —Ojalá me lo hubieras dicho. —Emily, ya no importa. Olvídalo —repuso él, dándole su bebida. —No quiero ser la razón por la que dejas de hacer lo que deseas —dio un trago—. Quiero que seas feliz. Si descubrir cómo hacer crecer cultivos en el Sahara significa tanto para ti, entonces ve. —Emily, tuvimos que esperar hasta tu graduación para casarnos. No quería esperar más. Ella lo entendió perfectamente, porque a ella le pasaba lo mismo. Había llegado a creer que el día de su boda no llegaría nunca. Pero... —No deberías haber tenido que elegir entre el matrimonio y la oportunidad de trabajar con el doctor... doctor Shel—no—se—cuantos. —Shelvinstein. —Aún podrías ir, y creo que deberías hacerlo —farfulló ella. «Oh, Gabe», pensó. —¿Dos años? —la miró fijamente. —¿Dos... años? —Emily había pensado en unas semanas. «Bueno... te veré dentro de un par de años, supongo». Eso le había dicho a Jasón. —Necesitamos varias generaciones de plantas —justificó él. Emily captó el «necesitamos». Gabe comenzó a explicar la teoría y práctica de la fertilización cruzada y otra docena de razones por las que el proyecto duraría al menos dos años. Ella no prestó atención a los detalles técnicos. Se dedicó a observar cómo el rostro de Gabe se iluminaba con el fuego de su entusiasmo. Una de las cosas que más amaba de él era su pasión por el trabajo. Comprendía lo que era desear algo tanto; así deseaba ella tener hijos. Emily supo lo que debía hacer: darle a Gabe la oportunidad de unirse al proyecto, o se pasaría el resto de su matrimonio culpándola, lo admitiera o no. Ya había percibido su resentimiento, aunque él intentaba ocultarle sus emociones. Le probaría que podía ser madura y razonable. Tocó su hombro para detener sus explicaciones. —Gabe, si es tan importante para ti... —No es solo para mí. Es algo global —hizo un gesto con las manos—. Hablamos de abrir una brecha para paliar el hambre en el mundo. Si el proyecto tiene éxito, tendrá una repercusión enorme en la vida de muchas personas. —Entonces ve. —¿Al Sahara?

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8 —Es obvio que has pensando en el proyecto y deseas ir. No quiero ser quien te lo impida —sin duda era un ofrecimiento vacuo por parte de Emily. Cuando Gabe lo analizara, no se plantearía seriamente abandonarla dos años. ¿Dejarla en mitad de su luna de miel? No. Imposible. Emily esperaba una respuesta tipo «Te quiero demasiado como para dejarte ahora», pero vio que el rostro de Gabe se iluminaba con una pasión similar a la de Hunter cuando miraba a Freddie. —¿Estás segura? —inquirió él. A Emily se le heló la sangre al ver la esperanza en sus ojos. Gabe se mesó el cabello y se acarició la nuca—. Pero, dos años... ¿qué harás mientras esté fuera? «Está pensando seriamente en irse». —Derecho —acertó a contestar con la boca seca. Se aclaró la garganta—. Esto me dará la oportunidad de estudiar Derecho. «Algo que nunca he considerado hasta ahora. ¡Piensa! ¿Me has oído mencionarlo alguna vez? Freddie hablaba de eso. Yo no. Yo solo quiero tener niños». —¿Es eso lo que quieres? —Gabe la miró fijamente. La pregunta quedó en el aire. Emily no podía hablar, así que se asintió rígidamente—. Entonces es perfecto —murmuró él. Perfectamente horrible. —Quiero decir que tu irás a clase y estarás estudiando todo el tiempo... podría funcionar. —Tú... ¿tú podrías venir de visita? —Emily apenas podía respirar, y menos hablar. —¡Por supuesto! —Gabe la abrazó con fuerza—. Y los dos estaremos tan ocupados, que el tiempo pasará volando. Dos años. Dos años. Dos años. —No me puedo creer que voy después de todo —su voz comenzó como un susurro maravillado y se convirtió en un grito de alegría—. ¡Puedo ir! Emily se esforzó en tragarse las lágrimas pero, en ese momento, Gabe no hubiera percibido ni un huracán. Se apartó de ella y miró su reloj. —El vuelo a Miami sale a las cuatro. ¡Puede que haya plazas! —la agarró por los hombros y volvió a abrazarla—. Emily, nunca te he amado más que ahora. Nunca soñé... —la besó con fuerza en los labios—. Eres la mejor. Emily no sintió nada. Estaba paralizada. Gabe fue hacia los teléfonos. —Te adoro. Cuando vuelva, te compensaré por esto, te lo juro.

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9 Capítulo 1 Diez años después —Puedes devolver al niño, Emily. Su madre ya ha firmado el formulario de consentimiento. —Emily Shaw levantó la cabeza del moreno querubín que tenía en el regazo para mirar a la sonriente administrativa del laboratorio de pruebas de Juguetes EduPlaytion. —Mmm. No sé —dijo dubitativa—. Estoy pensando en quedarme con este —miró la habitación rebosante de alegres juguetes de colores primarios—. Apuesto a que encuentro algo por lo que cambiarlo. —Vuelve a sugerírmelo esta noche, cuando lleve tres horas paseándolo en brazos — suspiró la madre del bebé—. Está echando los dientes. —Pobrecito —Emily murmuró comprensiva, aunque nunca había tenido que ocuparse de un bebé en esas circunstancias. Unas gotas de baba cayeron sobre su falda de seda amarilla. —Oh... espera —la madre buscó en su bolso y le dio un babero a Emily. —Da igual —era cierto que no le importaba. No le molestaba nada relacionado con tener un bebé. O muchos bebés. Utilizó el trapo para limpiarle la barbilla, en vez de limpiarse la falda. El niño la miró con sus enormes ojos marrones, parpadeó y extendió los brazos hacia su madre. Es igual que Gabe, o que el hijo de Gabe. Era por los ojos, el pelo negro y rizado, y quizá la nariz... Emily se apresuró a entregar al niño. Bebé o no, debía evitar cualquier cosa que le recordara a su ex marido después de tanto tiempo. —¿No queda nadie más hoy? —preguntó a Nancy, la auxiliar. —No, gracias a Dios —Nancy terminó de cumplimentar el formulario. El miércoles era el día de pruebas de Primera Infancia. Los días en que las madres podían llevar a sus niños a probar los juguetes nuevos eran tan populares que EduPlaytion tenía que concertar citas. Como abogada de la compañía, una de las funciones de Emily era asegurarse de que los padres entendían que los juguetes eran prototipos y hacer que firmaran un formulario aceptándolo. Aunque decía que quería estar presente para contestar a las posibles preguntas, todos los auxiliares sabían que bajaba ella misma, en vez de enviar a su secretaria, para ver a los niños. —¿Cuándo dejarás de venir aquí para ponerte los hijos de otras mujeres sobre las rodillas y harás algo para tener los tuyos propios? —Nancy añadió el formulario a los demás que tenía sobre la mesa. —Cuando encuentre al hombre adecuado —repuso Emily, levantándose de la silla infantil de plástico verde. «Antes de lo que te imaginas», pensó para sí. —Eso dices —murmuró Nancy—. Desde que mi hija se graduó hace dos años no ha vuelto a tener una cita. Para una mujer que trabaja es difícil conocer a hombres. Es una pena que no se puedan encargar por catálogo, como otras cosas. Emily rió con ella, aunque Nancy no tenía ni idea de lo cerca que estaba de la verdad.

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10 Lo cierto era que Emily había tomado una decisión: quería un hijo y lo quería ya. Bueno, al menos iniciar el proceso de tener uno. Siempre lo deseó, ¿cómo había llegado a la edad de treinta y dos años sin visos de un bebé? Porque hacía falta que un hombre ejerciera una cierta función para tenerlos y, desde que se divorció de Gabe Valera años atrás, Emily no había llegado a ese extremo con ninguno. Después de lo de Gabe, perdió su interés por los hombres y para cuando decidió que, a pesar de todo, formaban parte de la raza humana, trabajaba en el despacho del fiscal del distrito y no tenía tiempo para ellos. Ni siquiera lo tenía para recoger la ropa del tinte. Por eso renunció y actualmente era abogada de una empresa de juguetes. Ahora veía niños todos los días y, en vez de disminuir, su fiebre maternal se acrecentaba. Pero eso se iba a terminar. —Esta tarde me iré temprano —anunció—. Si hay alguna pregunta, pásasela a Toby. —Muy bien —replicó Nancy Dos horas más tarde, Emily aparcó frente a la casa de su amiga Freddie, sacó su bolso de cuero y cerró con cuidado la puerta del primer coche nuevo que compraba desde que estuvo en la universidad. Era un coche familiar, con asiento para niños, y el índice de seguridad más alto del mercado. Emily sabía que la gente iba a preguntarle por qué una abogada soltera, sin pareja estable, se compraba un coche familiar, y había ideado varias respuestas factibles. En breve, ensayaría una de ellas con Freddie. Admiró el brillo del coche a la luz del atardecer, conectó la alarma y subió por el camino empedrado que llevaba a la casa. Freddie y Hunter vivían en un sitio perfecto para criar niños: la elegante zona al oeste de la universidad, en Houston. Próxima al centro comercial Gallería y a los museos, no se parecía a las zonas del extrarradio, tristes y plagadas de cadenas de restaurantes de comida rápida. Las casas tenían jardines amplios y árboles altos, como ellas habían soñado. También era muy cara, pero los ingresos de una pareja que llevaban varios años ejerciendo como abogados anulaban ese problema. Según su plan, Freddie y ella iban a ser vecinas. Freddie parecía haberlo olvidado pero, en cualquier caso, Emily no podía permitirse comprar nada allí. El extrarradio no estaba tan mal. Emily llevaba tres meses viviendo en la zona oeste, en una casa con tres dormitorios y dos cuartos de baño. Tenía no uno, sino dos árboles, y aunque tardarían unos años en soportar el peso de un columpio, todo llegaría. Y ahora que había comprado el coche, estaba lista para afrontar la maternidad. Dio una palmada a su bolso. Bueno, casi. Cuando se acercaba a las enormes jardineras de terracota que había junto a la entrada, la puerta roja se abrió y una nerviosa Freddie le hizo señas para que entrara. —Espera un momento, ¿has venido en eso? —señaló por encima del hombro de Emily. —Sí —Emily se preparó para dar la mejor de sus explicaciones, pero no llegó a utilizarla. —Tienes el coche en el taller, ¿otra vez? ¿Has tenido que alquilar eso? No hago más que decirte que te compres un coche nuevo.

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11 —De hecho... —Entra, se está escapando el aire acondicionado —Freddie tiró de ella hacia el vestíbulo—. Hunter estuvo gruñendo por la exorbitante factura de luz del mes pasado. Y ya sabes cómo es. Emily nunca se había imaginado que el elegante Hunter gruñera. Freddie echó a andar y sus chancletas de madera resonaron sobre la cerámica italiana del suelo, uno de los cientos de dibujos que enseñó a Emily cuando cambió la decoración de la casa. —El cuarto de desayuno es sede oficial de los preparativos de la fiesta —anunció Freddie—. Hay muestras de adornos por todas partes y son monísimas. No sé qué elegir. Eres un encanto por ayudarme. Emily cruzó el oscuro comedor donde había asistido, como única mujer no comprometida, a docenas de cenas de empresa de Freddie, hasta llegar a la cocina. —Esto está muy festivo —levantó unas estridentes guirnaldas verdes, naranjas y amarillas de una silla—. Creo que podemos eliminar éstas. Freddie rió, se pasó los dedos distraídamente por el corto pelo castaño, y tuvo que volver a colocarse el pasador. Tenía cabellos sueltos por todos sitios y recordaba a la Fredericka —no te atrevas a llamarme más que Freddie— que Emily conoció cuando tenía nueve años. —Mi secretaria dice que debo animarme. —Pero no tanto —Emily desechó también un empalagoso dibujo rosa pastel y tuvo serias dudas sobre los girasoles. Freddie no era persona de flores. Ella sí, pero eso no venía al caso. —Bueno, también me dijo que la gente empieza a llamarme «princesa de hielo». —¿Y eso te molesta? —Sí, claro. O «reina de hielo», ¡o nada! Las dos se echaron a reír. —¿Cómo son las tarjetas? —Emily había ido allí a escribir las invitaciones al aniversario de boda de Freddie y Hunter. Intentaba evitar pensar en que también era su aniversario. —Parecen invitaciones —Freddie abrió una de tres cajas. ¿A cuánta gente pensaba invitar? Su amiga le mostró una tarjeta crema grabada en gris oscuro. Podría haber servido para anunciar la inauguración de un despacho de abogados. —Ya veo lo que quieres decir —comentó Emily—. Está claro que es una fiesta formal. Freddie volvió los ojos hacia Emily, consiguiendo controlar a duras penas los hoyuelos de sus mejillas. Emily había visto infinidad de veces esa expresión; como esperaba, en el rostro de Freddie apareció una amplia sonrisa. —Oh, Emily, ¡no puedo soportarlo! Sí, quiero una fiesta que sea el colmo de todas las fiestas porque... porque lo es, supongo. —De acuerdo, cuenta —intrigada, Emily dejó el bolso y se dejó caer en una silla. —Llegó la hora —anunció Freddie dramáticamente. Tiró unos adornos de angelitos al suelo y se sentó en la silla que había frente a ella. —La hora ¿de qué? —incitó Emily.

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12 —De tener un hijo. Como Emily llevaba meses pensando eso mismo, tardó en asimilar sus palabras. —Pareces asombrada —dijo Freddie—. Hunter y yo llevamos diez años casados. Tú eres la única persona que no me ha mirado la cintura a la mañana siguiente de cenar como una burra y preguntado cuando anunciaría el feliz acontecimiento. —Siempre dijiste que querías una carrera profesional —comentó vagamente Emily. De hecho, sí había mirado la cintura de Freddie, simplemente no lo había mencionado. —Y la tengo. Vamos, brindemos. ¡Oh, me olvidaba de las copas! — Freddie soltó una risita estridente, corrió hacia la nevera y sacó dos vasos altos y una jarra de plástico. Emily no vio lo que hacía en la encimera de la cocina hasta que Freddie se dio la vuelta. —¡Tachín! —las bebidas que mostró estaban decoradas con taquitos de fruta y sombrillas de papel. Una de ellas tenía dos trozos de fruta. Emily se sintió como si la golpearan con un saco de arena. Un tornado de emoción la transportó a la escena de su luna de miel destrozada. Incluso después de tanto tiempo, el olor del ron con zumo de piña le daba náuseas. La herida dolía como si fuera del día anterior. Vio claramente el rostro de Gabe cuando se despedía con la mano y le tiraba besos desde el pequeño avión que se lo llevaría de la isla y de su vida. Considerando que entonces Emily tenía los ojos anegados de lágrimas, la sorprendió recordar la escena con tanta vividez. El dolor había quedado grabado a fuego en su mente. Pero nunca había revelado nada a una Freddie estupefacta, incluso tras horas de interrogatorio, y no pensaba hacerlo ahora. Emily se forzó a aceptar el cóctel. Sus dedos se cerraron sobre el vaso y sintió que el frío le subía por la mano, recorría el brazo y le llegaba directo al corazón. —No tengo ni idea de lo que llevaba aquel cóctel además de ron, pero me lo he pasado muy bien probando diferentes combinaciones —sin captar lo que ocurría, Freddie chocó su vaso con el de Emily—. Por el éxito de estos últimos diez años. Emily fue incapaz de probarlo. Tenía la boca seca y los dedos paralizados. No podía doblar el brazo. ¿Qué le ocurría? Habían pasado diez años. Diez. Lo de Gabe Valera estaba superado. —¿Emily? Emily tragó saliva. —¡Oh, Dios! —Freddie le quitó el vaso, corrió hacia el fregadero y tiró ambos cócteles por el desagüe. Abrió el grifo y encendió la trituradora de desperdicios. Siguió un momento de absoluto silencio—. Lo siento, Emily, no lo pensé. Mira que pedirte que me ayudaras con las invitaciones de mi fiesta cuando también es tu aniversario... —se llevó la mano a la boca—. Me he comportado como una egoísta insensible. —Han pasado diez años —por fin Emily recuperó el habla—. Me... me sorprende que me haya molestado. Quizás sea porque hoy vi un niño que se parecía mucho a Gabe y he estado... —se le encogió la garganta, pero prosiguió— ...pensando en tener un niño, como tú.

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13 —Olvidemos las invitaciones y vamos a cenar —Freddie abrió la nevera—. Lupe ha preparado esa ensalada de pollo que tanto te gusta. —Me apetece mucho la ensalada, pero puedo ayudarte a escribir las invitaciones —Emily volvió a tragar saliva. Esa vez fue más fácil. Freddie dudó ante la puerta del frigorífico. —No —sacó una ensaladera grande—. Hunter debería ser el que me ayudara. Hunter odiaba la ensalada de pollo, así que Emily supo que no llegaría a casa a tiempo para cenar. Era algo habitual en un abogado ocupado. —¿Está trabajando en un caso? —preguntó. —Siempre está trabajando en un caso —Freddie dejó la ensaladera sobre la mesa con un golpe. Oh, oh. Era hora de cambiar de tema. —Escribiré las invitaciones. No me importa, de verdad. Y odiaría pensar que he malgastado el viaje hasta aquí; aunque siempre merece la pena enfrentarme a la carretera para verte. —¿Por qué se te ocurrió comprar una casa en el fin del mundo? —Freddie la miró escrutadora. Había llegado el momento de contarle a Freddie sus planes. Freddie debía de ser la primera en saberlo, incluso antes que su madre. De hecho, sería mejor que su madre no supiera nada hasta que naciera el niño. Freddie era su mejor amiga. Su reacción sería índice de lo que Emily podía esperar de otra gente. Se recogió el pelo detrás de las orejas y dejó caer las manos. Freddie le había dicho que siempre hacía eso antes de decir algo que la ponía nerviosa. Era un gesto «revelador» que debía evitarse en un juicio. Aunque Emily ya no asistía a juicios, Freddie sí. —¡Emily! —saltó Freddie—. ¿Qué ocurre? ¿Has conocido a alguien? No te habrás... no te habrás comprometido con alguien sin decírmelo, ¿verdad? —dejó los cubiertos sobre la mesa y le agarró la mano, buscando un anillo. —Claro que no —Emily retiró la mano—. Voy a tener un hijo —anunció. Freddie se dejó caer en la silla con la gracia de un hipopótamo. —¿Cómo, cuándo... quién? Ese «quién» lo decía todo. Estaba claro que nunca habría triunfado si hubiera querido hacer carrera como mujer de vida oscura. —No inmediatamente, claro. —Eso ya lo veo —Freddie señaló su cintura. —¡No estoy embarazada! Bueno, aún no. —Mira que sabes asustar a una persona —Freddie apoyó la cabeza en el puño—. Ojalá tuviera ese cóctel. —¿Quieres que te sirva una copa de vino? —Tengo la impresión de que voy a necesitar mucha concentración —Freddie negó con la cabeza. Se irguió en la silla y clavó en Emily su mirada de abogada—. Empieza por el principio. —¿No vas a tomar notas? —se burló Emily.

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14 —¿Debería hacerlo? —Quiero tener hijos —Emily suspiró—. Siempre lo he deseado. —Y decidimos tenerlos después de establecernos profesionalmente —añadió Freddie. —Tú lo decidiste. Yo nunca quise esperar. Freddie parpadeó. Emily estuvo segura de que, si no se hubiera esforzado por mantener el rostro inexpresivo, se habría notado su lucha para no preguntarle por Gabe. ¿Tanto impacto tenía un matrimonio de cinco días de duración? —Si pensabas así, ¿por qué no has vuelto a casarte? —Puede que no sepas lo difícil que es para una mujer que trabaja conocer a hombres — replicó ella, copiando lo dicho por Nancy esa tarde. —¡Te he presentado a cientos! Cena tras cena, tras cena, te he sentado junto a hombres encantadores, esperando que prendiera la llama. —¡Eran cenas de negocios! —Emily siempre creyó que asistiendo le hacía un favor—. No querías que flirteara con tus colegas y clientes. —¡Claro que sí! —Salí con un par de ellos —se defendió Emily. —Después de que casi te obligara a hacerlo. Mira, nunca te presioné para que me contaras lo que ocurrió entre Gabe y tú... —¡Sí que lo hiciste! —No desde que me convencí de que no querías hablar de ello —miró a Emily a los ojos— . Eres mi mejor amiga y durante todo este tiempo me he preguntado por qué te dejó para irse a ese proyecto y no volvió nunca. —Se marchó porque le dije que lo hiciera. —¿Por qué? —Porque no creí que fuera a hacerlo —Freddie se merecía mejor explicación, así que Emily le expuso su razonamiento de entonces. Cuando acabó, Freddie puso los ojos en blanco. —¿Te das cuenta de que si me lo hubieras contado entonces, habría golpeado vuestras cabezas una contra la otra y seguiríais casados? —¡Pero él me habría culpado! —Entonces habría golpeado su cabeza con más fuerza —Freddie se levantó y puso la mesa. No volvió a hablar hasta que hubo servido dos vasos de té helado y la ensalada—. No creas que has conseguido que me olvidara de tu comentario sobre el niño. ¿Qué planeas? —Inseminación artificial. —¿Lo has pensado bien? —preguntó Freddie. —Sí —repuso Emily con calma—. Me he traído información y también algunos datos de un catálogo de donantes que descargué de Internet. —¿Insinúas que puedes encargar a un donante para tu hijo en Internet? —exclamó Freddie. —Es una especie de hágalo usted misma. —No esperarás que yo... —protestó Freddie.

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15 —¡Claro que no! Dudo que utilice este banco de donantes en concreto —la tranquilizó Emily—. Pero quería leer los perfiles para saber qué esperar cuando vaya al que recomiende mi médico. —No me lo puedo creer. De veras, Emily, todo se hace más y más extraño. Traer un niño a este mundo es para pensárselo dos veces. —Me lo he pensado dos veces. Y más de dos. Llevo planeándolo un año —Freddie debía entender que no hablaban de una simple chiquillada. —Lo sé, lo sé —Freddie se echó más limón en el té helado—. No te preocupes, yo no cambiaré de opinión, pero sí es una decisión muy seria. —Bien —Emily soltó un suspiro de alivio—. Si te digo la verdad, saber que tú tendrás un crío al mismo tiempo significa mucho para mí. —Es lo que siempre planeamos. —Lo sé, pero no contábamos con que yo sería madre soltera... —carraspeó—. Al menos, cuando nuestros hijos jueguen en tu casa, el mío se relacionará con Hunter. Será un gran padre, Freddie. Cuando Freddie agachó los ojos y exprimió la tercera rodaja de limón sobre el té, Emily comprendió que algo iba mal. —¿Qué opina él sobre tu «proyecto maternidad»? —preguntó con cautela. Freddie abrió un sobre de azúcar. Nunca endulzaba el té. —No se lo he dicho. —¿Cuándo vas a decirle que quieres quedarte embarazada? —El día de nuestro aniversario. —Será un gran regalo —Emily suspiró, sin decir en voz alta los«y si él...» que se le ocurrieron. —¡Eso espero! —Freddie alzó los dedos cruzados—. Venga, vamos a echar una ojeada a esos candidatos. Tengo la última palabra, ya lo sabes. —¡De eso nada! —Estamos hablando del padre del mejor amigo o amiga de mi futuro hijo —insistió Freddie. —¿Sabes una cosa? —Emily extendió las hojas—. Odiaría que llegaras a ser mi consuegra. —¡Oh, Emily! ¿No sería eso... —Freddie presionó su mano—. Ahora estos papeles son más importantes que nunca —agarró una hoja—. Podríamos estar eligiendo la configuración genética de mis nietos —señaló uno de los números subrayados por Emily—. ¿Un culturista? No quiero que el abuelo de mis nietos se dedique al culturismo. —¿Qué tienes en contra de los culturistas? —preguntó Emily intentando controlar la risa. —¿Hay algún abogado en la lista? —¿No hay ya bastantes abogados en la familia? —devolvió Emily. —Nunca. Papá espera toda una dinastía —Freddie, cuyo nombre completo era Fredericka Welles Loren Cole, aunque no utilizaba el apellido de Hunter profesionalmente, trabajaba en el despacho de su padre, Frederick Welles Loren. Hunter había preferido trabajar en otro sitio lo que, a veces, provocaba tensiones.

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16 Freddie echó un vistazo a las hojas, las amontonó sin hacer ruido, y miró fijamente a Emily. —¿Qué? —inquirió ella. —Aparte del culturista, todos los que has marcado son médicos, o químicos o científicos. —¿Y? —Escucha: pelo oscuro, ojos marrones, 1,78, químico. Pelo oscuro, ojos marrones, 1,85, médico. Pelo oscuro, ojos marrones, 1,80, profesor de biología. Y este: pelo oscuro rizado, ojos marrones, 1,83, economista —hizo una pausa—. Si leemos la ficha del donante 1143, descubrimos que estudia ciencias naturales y espera llegar a enseñar a otros a emplear mejores métodos de cultivo. ¿Te recuerda a alguien que conozcamos? Emily se concentró en su ensalada. —¡Todos son calcos de Gabe, Emily! Gabe, Gabe, Gabe. ¿Por qué, después de tantos años, ahora surgía en cada conversación, en cada pensamiento? —Hay muchos morenos con ojos marrones. Yo soy morena con ojos marrones. ¿Y por qué no iba a querer un padre inteligente para mi hijo? Freddie solo miró las listas una milésima de segundo antes de leer en voz alta el perfil de dos estudiantes de medicina rubios y con ojos azules. —Debe de haber algo en la ficha completa que no me gustó —interpuso Emily—. Un historial familiar de afecciones cardíacas, quizás. No sé por qué no haces más que sacar a relucir a Gabe. Freddie clavó los ojos en ella y se encogió de hombros con estudiada indiferencia. —De acuerdo. No volveré a mencionarlo —picoteó su ensalada— Cuando elijas a uno de estos... candidatos a papá, ¿qué? —inquirió. Emily le explicó todo lo que sabía del proceso. —¿Qué te parece? —Emily, es tan... —Freddie hizo una mueca—. Creo que deberías conocer a un tipo genial que tenemos en la oficina, sería perfecto para ti. Es algo más joven que tú, pero eso no debería... —Freddie, está decidido. Y no quiero solo un hijo, quiero varios. Tengo que empezar ya. —No será solo porque Hunter y yo estamos listos para formar una familia ¿verdad? Sé que siempre quisimos que nuestros hijos crecieran juntos, pero entonces éramos unas crías. —¿Es que no me has oído? Llevo mucho tiempo pensándolo, tengo mis planes. Estoy lista. Freddie se quedó callada. Emily sabía que estaba pensando y la experiencia le había enseñado que lo mejor era dejarla pensar. Pero mientras lo hacía, Emily comprendió lo mucho que necesitaba su apoyo; y cuánto más pensaba Freddie, más nerviosa se ponía Emily. —¿Estás segura? —preguntó por fin Freddie. —Sí —reiteró ella.

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17 —¡Estoy encantada de no tener que ponerme gorda yo sola! —exclamó Freddie y su rostro se iluminó con una sonrisa.

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18 Capítulo 2 —Háblame de Emily Shaw. Genial. Justo cuando pensaba que había superado sin problemas la semana de sesiones de análisis, como siempre había hecho, tenía que sacar a relucir a Emily. Gabe se removió en la silla de cuero. Se suponía que la maldita cosa tenía que ser cómoda, pero no lo era. No hacía más que deslizarse hacia abajo por el mullido asiento. Quizá era incómoda a propósito, para que los clientes de la doctora Melinda Weber decidieran tumbarse en el diván, como hacían los pacientes de los psiquiatras en las películas. No gracias. Ambos estaban al mismo lado de la mesa, y así quería seguir. Él no era el típico paciente de psiquiatra. Estaba allí por obligación. La doctora Weber lo estaba evaluando, igual que a todos los que iban que pasar los siguientes dos años en una biosfera sellada, en condiciones controladas. Pura rutina. Había pasado por esos análisis antes y volvería a hacerlo. Excepto que era la primera vez que le preguntaban por Emily. También, era la primera vez que se enfrentaba a una doctora, una mujer. Probablemente, había conexión entre ambas cosas. —¿Te incomoda hablar de Emily Shaw? —¿Qué? —volvió a revolverse en la silla y se obligó a quedarse quieto. Gabe conocía el juego; controló su expresión corporal para seguir pareciendo abierto, seguro y relajado, y continuó hablando con estudiada indiferencia—. Oh, Emily. No, hablar de ella no me molesta, pero ocurrió hace mucho tiempo y me sorprendió la pregunta. Estábamos enamorados, o yo lo estaba. Técnicamente, nos casamos, pero no duró. Fin de la historia —Gabe comprendió que no debió decir «técnicamente» y, en efecto, la doctora Weber apuntó algo. Gabe odiaba que hiciera eso. La próxima vez pediría un psiquiatra varón, aunque quizá entonces pensarían que tenía problemas con las mujeres. En fin. Era una pérdida de tiempo. La doctora no iba a encontrar ninguna razón para prohibirle que entrara en la biosfera. Estaba al frente del proyecto y, además, era el mejor en su campo. Y lo diría si tenía oportunidad de hacerlo. No era ninguna exageración y sí más importante que la historia de un primer amor echado a perder. —Dices que estuvisteis «técnicamente» casados. ¿Significa eso que hubo una anulación? —No —imágenes de la lejana luna de miel inundaron la mente de Gabe—. Nos divorciamos. —¿Cuánto duró el matrimonio? Las piernas de Gabe se tensaron, pero se controló justo a tiempo. ¿Qué contestar? —¿No lo recuerdas? —Nos casamos —claro que se acordaba. Perfectamente—. Un gran festejo. De hecho, fue una doble boda —explicó. Eso sí que dio alas al lápiz—. La boda fue justo antes del proyecto del Sahara —comprendió que eso no significaba nada para la doctora. Intentó controlar su impaciencia y siguió—. Era un proyecto para desarrollar cultivos en entornos hostiles, específicamente en zonas áridas. Mi especialidad. Vio que ella no se molestaba en apuntarlo.

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19 —Esas oportunidades, subvencionadas al cien por cien, no son frecuentes, y menos para un recién licenciado —hizo una pausa; ella seguía sin escribir. Inquieto, prosiguió—. No fui por causa de la boda y Emily se enteró durante la luna de miel. Me dijo que debía ir — se inclinó hacia delante—. Insistió en que fuera. Así que lo hice. —¿Cuándo? —Unas horas después. —¿Te fuiste en plena luna de miel? —preguntó ella con tono incrédulo y poco profesional. Gabe arqueó las cejas. Ella insistió—. ¿Cuánto tiempo? —Inicialmente el proyecto era para dos años, Por cierto, Emily lo sabía —aclaró; no quería parecer el malo de la película. —Supongo que al ser un proyecto tan largo ella fue contigo, ¿no? —Era en Arabia Saudí —Gabe negó con la cabeza—. No estaba permitido. —¿También sabía eso? —Sí —afirmó él, percibiendo el velado sarcasmo de su voz. Más garabateos, muchos más. Excesivos. Y, en el proceso, la doctora Weber se echó el pelo detrás de la oreja, justo como solía hacer Emily. Las dos mujeres no se parecían en nada. Bueno, ambas tenían el pelo castaño, pero hacía años que las mujeres de melena castaña no le recordaban automáticamente a Emily. La última vez que la vio, el cabello le llegaba a los hombros. Él lo prefería más largo. —¿Cómo te sentiste cuando te dijo que fueras? —Entusiasmado —replicó honestamente—. Era mi sueño. Además, suponía adquirir la experiencia de diez años en dos —Gabe se revolvió sin poder evitarlo. Ya daba igual—. Emily quería estudiar Derecho. Así podía concentrarse en la carrera en vez de estar años estudiando a tiempo parcial. Parecía la solución perfecta. —Y, ¿qué ocurrió? —No lo sé —aunque era cierto, estaba claro que no era la respuesta adecuada; había bajado la guardia—. Es evidente que cambió de opinión. —¿Hablasteis de ello? —No me dio oportunidad de hacerlo. Melinda Weber parecía estar deseando hacer un comentario pero, en vez de eso, apuntó algo. —¿Estudió Derecho? —Sí. —¿Y estuviste fuera dos años? —Sí —Gabe, pensando que había tocado fondo, añadió—. Bueno, me quedé un año más, pero a Emily también le faltaba un año para acabar, tenía prácticas, y estudiaba de doce a catorce horas diarias. No la habría visto mucho. —¿Con qué frecuencia os visteis durante ese tiempo? —la doctora lo miró fijamente. Más vale que le cuente todo. Quizá pueda decirme qué fue mal. Yo nunca lo supe. —Volví a los dos años y le dije a Emily que teníamos subvención para un tercer año. —¿Esa era la primera vez que os veíais desde que te marchaste?

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20 Gabe asintió, consciente de lo mal que debía sonarle a un desconocido. Aunque Emily tenía que pagarse los estudios, y la beca de él apenas cubría sus gastos, por no hablar de vuelos, nunca creyó que pasarían dos años antes de que volvieran a verse. Pero intervino el destino. —La guerra del Golfo —le recordó a la doctora. Ella lo miró con un destello de algo que podría ser lástima—. Cuando volví, me habría quedado, pero como Emily seguía estudiando, accedió a que me fuera otro año. Yo creí que, después, nuestra vida sería perfecta. Ya tenía varias ofertas de trabajo, y hubiera ido donde ella quisiera. Pocas semanas después, me envió los papeles del divorcio. Parecía ser lo que ella deseaba, y los firmé. —¿Parecía ser? ¿No lo sabes? No, no lo sabía. Había echado mucho de menos a Emily y creía que era recíproco. La demanda de divorcio lo dejó anonadado. La leyó una y otra vez, pidió un todoterreno y se fue al desierto. Por suerte no llegó muy lejos; no llevaba agua, provisiones ni pasaporte, y solo tenía una vaga idea de dónde estaba la ciudad más próxima. Días después, en uno de los viajes oficiales de aprovisionamiento, pasó el día intentando inútilmente poner una conferencia. En el mes siguiente, cada vez que viajaba intentaba ponerse en contacto con ella, e incluso cambió todos sus días libres del trimestre siguiente, pero al final tuvo que rendirse. —Si no quería que me fuera un tercer año, ¿por qué no lo dijo? —le preguntó a la doctora Weber—. Las cartas tardaban semanas en llegar y además las censuraban. ¿Qué se suponía que debía hacer yo? Me imaginé que había conocido a alguien y no había querido decírmelo en persona. —¿Y era así? —preguntó ella. Podían ser imaginaciones de Gabe, pero le pareció menos fría. —No lo sé. Cuando regresé, no estaba casada. —¿Seguís en contacto? —Gabe la miró y negó con la cabeza. —Nos vimos una vez para comer y fue... —fue un desastre—. No teníamos nada de que hablar. La Emily de aquel día no se parecía en nada a la Emily con la que se casó, ni a la que estudió con él. No tenía su dulzura ni lo miraba admirada. Ahora era abogada. Aun así, creyó que quizá podían volver a empezar, siempre y cuando Freddie dejara de llevar la voz cantante. Pidieron un aperitivo y ella le pareció tan fría como el hielo de los vasos. Empezaba a preguntarse cómo podría soportar la comida cuando sonó su teléfono móvil. No era más que un aviso de que la batería estaba baja, pero utilizó la excusa para huir de aquella tensa atmósfera. La doctora escribía a toda velocidad, pero a Gabe le daba igual. —Tú eres una mujer, ¿qué crees que ocurrió? —Mi sexo no viene al caso. —Claro que sí. Ningún otro psiquiatra me preguntó nunca por Emily.

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21 —No puedo especular —replicó ella—. Pero cualquiera entendería que una separación larga crea tensiones en una relación. Vosotros apenas tenías una relación que mantener. —Sí la teníamos. Salimos juntos toda la carrera —Gabe esbozó una sonrisa—. Iba un año por delante de ella; nos conocimos durante su primer curso, cuando yo era asistente del laboratorio de botánica. Nunca salí con otra tras conocerla. —Y nunca volviste a casarte. —No, pero no creo que tenga que ver con ella. No me casé porque no conocí a nadie con quien quisiera hacerlo. No tengo nada en contra del matrimonio. Ni en contra de las mujeres —añadió, para curarse en salud. —No insinuaba que lo tuvieras —ella sonrió levemente—. Me has pedido que especulara sobre lo que le ocurrió a tu relación con Emily; sin hablar con ella, no puedo saberlo con certeza. Ni tú tampoco. Por tanto... A Gabe no le gustó nada ese «Por tanto». —Recomiendo que la veas y le preguntes todo lo que, obviamente, necesitas saber. —No necesito saber nada —aquello era el pasado. Ambos habían cambiado de vida. —Yo opino que sí. Según los resultados de tus pruebas, tienes dificultades con los mensajes subyacentes y formando juicios interpersonales. ¿Qué tonterías eran esas? —Si la gente me dice lo que realmente piensa, no tengo problemas —protestó Gabe. La doctora Weber se recostó en la silla y dejó sus notas. —Mi trabajo es evaluar la personalidad de los que convivirán juntos durante este proyecto. Me preocupa que... —¡Venga ya! —Gabe no daba crédito a sus oídos—. Eso ocurrió hace diez años. No era más que un joven inexperto. —Me preocupa tu capacidad de formular métodos eficaces para suavizar los conflictos interpersonales —continuó ella, sin hacerle caso. —¿Te importaría hablar en cristiano? —Nunca has mantenido una relación larga y has vivido solo desde tu breve matrimonio — se quitó las gafas—. Esa relación fracasó y no tienes ni idea de por qué. Descúbrelo, o no te daré el visto bueno para el proyecto de la biosfera. Había sido muy directa y Gabe decidió serlo también. Se puso en pie. Podía con la silla o con la doctora, pero no con ambas cosas a la vez. —Tenía veintitrés años. Eso es lo que ocurrió. Créeme, ahora soy mayor, más sabio, y estoy más ocupado —le ofreció la sonrisa que había convencido a más de un patrocinador a darle una subvención— ¿No te ocurre a ti lo mismo? Ella no le devolvió la sonrisa, y tuvo que reconocer que no podía manipularla. Pero, por lo menos, no volvería a sentarse en la maldita silla. —Gabriel, no solo tengo que evaluar tu personalidad y cómo encaja con la de tu posible equipo, sino también tu capacidad de hacer lo mismo una vez que te encuentres a solas con ellos. —Según mi experiencia, cuando la gente está muy ocupada, no tiene tiempo para discutir con los demás —afirmó Gabe rotundo.

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22 —Creo que no te estás tomando esto en serio. —Claro que me lo tomo en serio —ya estaba harto—. Esas personas tienen un trabajo que hacer. Esa es su prioridad y lo adecuado es dejarles en paz y permitirles hacerlo. Si tienen problemas de personalidad, tu función es descubrirlo antes de que entren en la biosfera. Encuéntrame un buen equipo. Eso es lo único que pido. —También me pides que ignore mis dudas sobre tu propia persona. —¿Solo porque cometí un error y me casé cuando no debí hacerlo? —Porque no entiendes por qué fracasó tu matrimonio —repuso ella, mirándolo como fuera un caso clínico. —Eso no tiene nada que ver con esto. —Sí que lo tiene —comenzó a enumerar las razones con los dedos—. Vosotros dos teníais un contrato. Estabais iniciando un «proyecto». Invertisteis dinero. Ibais a vivir juntos en un sitio nuevo. Algo fue mal. La única diferencia es que no tuviste que escribir un informe analizándolo. Te pido que lo hagas ahora. Gabe la miró fijamente. Lo que decía tenía sentido. Le daba mucha rabia que lo tuviera. —Eres muy buena —admitió. —Gracias. Se miraron y Gabe fue hacia la puerta. —De acuerdo. Encontraré a Emily y resolveremos esto. Tú encuéntrame un buen equipo. Emily estudiaba absorta el contrato de distribución de un vídeo educativo, en el que los guerreros de las matemáticas cortaban a los números en fracciones. Se preguntaba por qué sería tan violenta la aritmética cuando parpadeó el piloto de aviso de su teléfono, pero no hizo caso. Toby, su asistente, estaba filtrando sus llamadas hasta que revisara el contrato, que debía estar listo a la hora de comer. Algunos días, el teléfono no paraba de sonar, y ese era uno de ellos. Un momento después, la luz dejó de parpadear. Toby dio un toque en la puerta y asomó la cabeza. Emily frunció el ceño, pero Toby entró de todas formas. Cruzó rápidamente la alfombra, dejó un papelito de color rosa en el escritorio, se dio la vuelta y escapó. Preguntándose cuál sería la nueva crisis, Emily leyó la nota. Gabriel Valera. Se quedó sin aire al ver el nombre escrito con la curvilínea caligrafía de Toby. Debía de ser una broma de Freddie. —¡Toby! —llamó, sin molestarse en utilizar el intercomunicador. —Él dijo que querrías saber que llamó —llegó la voz de Toby desde el otro lado de puerta. ¿Él? —Toby... —Emily calló y pulsó el botón del intercomunicador—. Toby... —la puerta se abrió y Emily miró a su ayudante—. Estoy utilizando el teléfono. No hacía falta que te levantaras. —No estaba sentada. Estaba escuchando detrás de la puerta por si llamabas a este tipo. —¿Admites que me espiabas? Eso no se hace. —Cuento con que te impresione mi sinceridad y me digas quién es ese tipo.

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23 —Así que el mensaje lo dejó un hombre. ¿No fue Freddie Loren? —preguntó Emily, sonriendo a su pesar. Toby negó con la cabeza. —Además, ha llamado tres veces. —Gracias, Toby —dijo, ignorando la expresión de desilusión de su ayudante. Gabe en persona la había llamado. Tres veces. Emily pulsó el botón para revisar los mensajes de su buzón de voz. Llamó el día anterior, cuando ella estaba con Freddie. Y dos veces esa mañana. Nerviosa, oyó la profunda voz de Gabe decir su nombre y número de teléfono, después, con una familiaridad que no había disminuido con los años, decía: «Oye, Em, cuando tengas un rato me gustaría hablar contigo. Llámame». Hablar con ella ¿de qué? ¿Por qué la llamaba? ¿Por qué ahora, después de tantos años? ¿Por qué ahora, cuando planeaba tener un hijo? Pero, más importante, ¿debía devolverle la llamada? Sería lo lógico pero, ¿y si quería verla? Se le encogió el estómago. Había visto a Gabe aquel día, un año después de su divorcio, y se había sentido orgullosa de cómo manejó la situación. Poco después de que les sirvieran el aperitivo, él se marchó corriendo a resolver una supuesta crisis en el trabajo, que requería su atención inmediata. ¿Y qué emergencias podían tener unas plantas? ¿Deshidratación? ¿Alergia a la clorofila? No. Hizo bien al romper con él para seguir con su propia vida. Emily echó una ojeada al número de teléfono que había junto al nombre, arrugó la nota y la tiro a la papelera. No quería volver a saber nada de Gabe Valera. No tenía por qué hacerlo. Y no lo haría. Irritado, Gabe apagó el teléfono móvil y siguió catalogando semillas; Emily no había llamado. Aún no tenía la certeza de que Emily lo evitaba, pero empezaba a creerlo. Lo sorprendió descubrir que se había mudado y que no tenía su nuevo número de teléfono; lo molestó no saber dónde vivía. Aunque no se habían hablado ni visto en muchos años, Gabe siempre supo dónde estaba Emily. No sabía por qué. Quizá, en el fondo, tenía la esperanza de que cuando se le pasara el enfado podrían empezar de nuevo, pero nunca llegó el momento oportuno. Afortunadamente, seguía en EduPlaytion y la llamó allí, pero no había servido de nada. —Eh, Gabe. —Vuelves a tener ese tono de voz, Larry —Gabe no se molestó en levantar la cabeza de las plantas—. El tono que me avisa de que me vas a molestar con estúpidos detalles administrativos. —Dame un respiro, Gabe. —Te pago una fortuna para que no tener que ocuparme de estúpidos detalles administrativos. —Me pagas para que capte la diferencia entre lo estúpido y lo interesante. Era verdad. Con desgana, Gabe garabateó unos datos para poder retomar su trabajo después, y dejó la pizarra en la repisa de madera que había bajo los semilleros. —¿De qué se trata? —Publicidad —con traje y corbata, Larry Ciner, presidente de Ingeniería Alimenticia, sudaba a mares en el cálido ambiente del invernadero. Gabe soltó un gruñido—. Aún no sabes lo que voy a decir.

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24 —Me lo puedo imaginar. —Juguetes. —Eso no lo habría adivinado —admitió Gabe. —El departamento de publicidad de la NASA quiere un juguete biosfera que mantenga el interés del público en el proyecto. El año que viene hay elecciones; debemos evitar que nos afecten los recortes de presupuesto del nuevo congreso. —Suena bien —Gabe llevó la mano a la pizarra. —Tienes que dar una conferencia de prensa. —¿Cuándo y dónde? —aunque se le daba bien, Gabe odiaba esa parte de su trabajo. —El jueves, en el hotel Texas Plaza. A lo largo de los años, Gabe había adiestrado a Larry para que le diera solo los datos básicos, pero a veces Larry se excedía. —¿La típica charla habitual? —Eso —Larry, con la cara acalorada, fue por el camino de piedrecillas hasta la puerta. —Recuérdamelo mañana, ¿de acuerdo? —Desde luego —Larry se alejó y, de pronto, Gabe tuvo una idea. —¡Larry! —llamó. Este se dio la vuelta, con cara de asombro—. EduPlaytion —aseveró Gabe. —Buena compañía —asintió Larry—. Pensábamos invitarles a pujar por el contrato del juguete. —Nada de pujas. —Pero... —Larry abrió los ojos con sorpresa. Gabe alzó la mano y detuvo su protesta. —Ofréceles el contrato; siempre y cuando Emily Shaw se ocupe del tema legal. Diles que es una condición insoslayable. —Emily, ¿tienes un segundo? Dado que la pregunta provenía de Bill Stone, uno de los vicepresidentes de EduPlaytion, Emily sabía que era pura retórica. —Claro —se alisó la falda, deseando ir vestida de azul marino y no de verde. Salió de detrás de su escritorio y señaló las sillas que había ante él. El vicepresidente había ido a verla en lugar de convocarla; lo miró intrigada. —He recibido una petición —comenzó él, sentándose—. La NASA y una empresa llamada Ingeniería Alimenticia están desarrollando conjuntamente una biosfera en la que cultivarán variedades de plantas que puedan sobrevivir y fructificar en condiciones climáticas adversas —hizo una pausa y Emily comprendió que esperaba su reacción. Dado que nunca había oído hablar del proyecto, no podía reaccionar en modo alguno, pero parecía típico de Gabe. —¿Y? —preguntó con calma. —Nos han ofrecido un contrato para desarrollar una gama de juguetes científicos que lo acompañen —calló, la miró escrutador, y continuó—. Sería el contrato más importante en la historia de EduPlaytion. Emily se moría de ganas por saber qué tenía eso que ver con ella. Distaba mucho de estar a la altura de los abogados veteranos de la compañía.

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25 —Obviamente, nos interesa mucho. —Sí, está claro —asintió ella. —Emily —dijo él, con un tono de voz completamente distinto—. ¿Conoces a alguien en la NASA o en Ingeniería Alimenticia? —¿Por qué? —Emily hizo un gesto negativo. —Quieren que seas la representante legal. —¿Yo? ¿Estás seguro? —barbotó sin poder contenerse, aunque no era quién para interrogar al vicepresidente. —Del todo —replicó él secamente—. Han dejado claro que tu participación no es negociable —Emily lo miró atónita—. En otras circunstancias, preferiría a alguien con más experiencia, pero te considero capaz de ocuparte de los detalles de un contrato tan importante. Tendrás acceso a todos los recursos de nuestro departamento legal, y el personal administrativo adicional que necesites. Además, redistribuiremos los proyectos en los que trabajas actualmente. —No lo entiendo... ¡ese ni siquiera es mi campo! —acertó a balbucir Emily. —Ahora sí —la miró con fijeza. Se puso en pie y —Emily hizo lo propio—. Quiero que me mantengas informado de todo. A diario, si es preciso. —Por supuesto. —Entonces, daré orden de proceder y haré que mi secretaria te prepare un informe. —¿Bill? Ya en la puerta, él se detuvo y volvió la cabeza. Emily alzó la barbilla, pero le sudaban las palmas de las manos. —Si voy a estar a cargo del proyecto más importante en la historia de EduPlaytion, quiero un cargo y un salario que lo reflejen. Sorpresa y algo que Emily decidió era una atisbo de admiración cruzaron el rostro de Bill. —Lo tendrás, Emily —sonriendo, se marchó. Pensativa, Emily lo miró salir; una oscura sospecha le pasó por la mente.

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26 Capítulo 3 Cuatro horas. La habían avisado con cuatro míseras horas de antelación. Había una conferencia de prensa a la que no podría asistir, y luego una reunión conjunta con representantes de la NASA y de Ingeniería Alimenticia. El famoso informe ni siquiera estaba acabado. Apenas había tenido tiempo de hablar con el jefe del equipo de diseño de EduPlaytion, que la seguiría a la reunión más tarde. Por suerte, estaba familiarizada con los contratos en exclusiva y no pensaba apalabrar nada hasta estudiar bien el tema; pero estaba enfadada. Le habían ofrecido la oportunidad de su vida; Freddie, impresionada, llegó a admitir cierta envidia, y nunca la había envidiado antes. Ni siquiera había empezado a disfrutar de la sensación cuando la convocaron. Emily sospechó que era una maniobra para hacerla fracasar, y no le gustó nada. Nadie podía informarse en tan poco tiempo, no estaba preparada. Si quienes exigían su participación en el proyecto pensaban aprovecharse de su inexperiencia, iban listos. No se dejaría engañar. Emily inspiró profundamente. Todo eso estaba muy bien mientras lo pensaba en su despacho, pero ahora caminaba hacia una sala de conferencias del elegante Hotel Texas Plaza; en concreto, la sala Longhorn, decorada con cabezas de toro, cuero y hierros de marcar. Muy tejano, muy masculino. No le hubiera sorprendido abrir la puerta y notar olor a puros y a whisky. Se había puesto un traje de verano blanco y negro que le daba un cierto aire de importancia, sin que pareciera algo intencionado. Femenina, pero competente. Los hombres tejanos esperaban que las mujeres poderosas conservaran un toque de femineidad. Abrió la puerta y echó una ojeada a los grupos de hombres situados junto a las ventanas, buscando una cara conocida. Comprendió que buscaba a Gabe. Estaba despampanante. Gabe había vuelto directamente de la conferencia de prensa, con la esperanza de que Emily llegara temprano y su primer encuentro en años no fuera tan público. No lo habría sido si ella se hubiera molestado en contestar sus llamadas. Aún no lo había visto. No sabía si contaba con verlo. Ni si eso le importaba. Sintió una curiosa sensación en la boca del estómago que, con sorpresa, identificó como nervios. Le ponía nervioso volver a ver a Emily. A esas alturas de su vida, ella no debía ser más que una vieja amiga. Una buena amiga. O quizá una amiga resentida y enfadada. Tal vez, ni siquiera una amiga, reconoció, observándola recorrer la sala con la vista. —¿Gabe? —dijo uno de los peces gordos de publicidad de la NASA, mirando por encima de su hombro—. Vaya... ¿qué tenemos aquí? —comentó con claro interés masculino. El resto de los tipos con los que Gabe hablaba se volvieron al unísono. Al oír sus murmullos de admiración, lo invadió otra sensación poco habitual: celos. Comprendió de

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27 repente que no quería que todos babearan mirando a Emily. Si alguien iba a babear sería... —Es Emily Shaw, la abogada de EduPlaytion —dijo, sin concluir su pensamiento. Aun sabiendo que no tenía derecho a sentirse así, Gabe abandonó al grupo y se acercó a ella, para hacer saber a todos esos jóvenes al acecho que él tenía prioridad. La luz que entraba por la ventana creaba sombras en el rostro de los hombres, pero Emily percibió que la observaban. Bien. Que miraran. Fue hacia la mesa de conferencias y dejó el maletín. Abrió el cierre y sacó el, por desgracia, brevísimo informe que tenía sobre el proyecto. —Emily —un hombre se apartó del resto. Hacía años que no oía esa voz aterciopelada en persona. Años que no resonaba en sus pensamientos. Aunque casi contaba con verlo allí, eso no disminuyó el impacto de encontrarse cara a cara con Gabe. Seguía estando en forma, y su rostro había madurado, parecía más hombre. Tenía la mandíbula mejor definida, y el pelo espeso y brillante. Siempre fue guapo. Ahora era impresionante. Desde que Gabe empezó a llamarla, Emily había fantaseado sobre cómo actuaría si se encontraban. Quería mantener una actitud fría y profesional, como si lo hubiera olvidado hacía años. Y se quedó fría. Helada, más bien. Solo fue capaz de mirarlo. Cuando se obligó a moverse, vio que la carpeta temblaba en su mano. La depositó en la mesa. Él la miraba fijamente. Percibía su mirada oscura y penetrante. Con una sonrisa forzada en los labios, Emily alzó la cabeza. —Hola, Gabe. —¿Cómo estás, Emily? —con media sonrisa, se acercó. Ella le ofreció la mano al ver que, horror de horrores, hacía ademán de besarla en la mejilla. Por mucha historia que hubiera entre ellos, esto era un asunto de trabajo, y no quería que él socavara su credibilidad a los ojos de los demás. Con una sonrisa irónica, él le estrechó la mano, dándole un apretón cariñoso que ella ignoró. —Me alegro de verte, Gabe. —¿Ah, sí? —murmuró él—. No me has devuelto mis llamadas. —No, no lo hice. Aunque si hubieras explicado que era un tema de negocios, lo habría hecho. —¡Ay! —dijo él, y su sonrisa se borró. Emily creyó ver un destello de dolor en sus ojos, pero no sintió la más mínima lástima. El dolor que él pudiera sentir no era más que una diminuta fracción de lo que ella sufrió cuando la abandonó. —Cuando oí la palabra «biosfera», sospeché que tendrías algo que ver —declaró Emily. Seguramente la había llamado por eso. Debía saber que trabajaba para EduPlaytion y quería enterarse de si estaría en la reunión. Quizás sus llamadas no hubieran sido más que de cortesía, para avisarla de que se encontrarían cara a cara. Esa posibilidad sí le produjo un ligero remordimiento, que se evaporó cuando Gabe habló. —Si sospechabas que iba a estar aquí, me sorprende que vinieras.

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28 Emily comprendió que sí estaba dolido, pero eso no la produjo ningún placer. —Profesionalmente, es una gran oportunidad. Y tú, mejor que nadie, sabes lo importante que es aprovechar una oportunidad única —se arrepintió de la última frase. Emily no solía ser vengativa y, desde luego, no era nada profesional. Comenzó a disculparse, pero un hombre que había junto al proyector de diapositivas llamó a Gabe. El se marchó sin decir una palabra más. «Eso ha ido de perlas», pensó Emily, disgustada consigo mismo. Quería probarle que no significaba nada para ella y había conseguido justo lo contrario. —Si todo el mundo toma asiento, empezaremos —avisó un joven con gafas, que estaba con Gabe junto al proyector. —Martin, me gustaría presentar a Emily antes de empezar —interrumpió Gabe, con una deslumbrante sonrisa—. Emily es la abogada de EduPlaytion. Emily, Martin Rimmer es relaciones públicas de la NASA. Emily asintió con la cabeza y Gabe presentó a otros dos miembros del equipo de relaciones públicas; eso la convenció de que el proyecto era aún más importante de lo que había supuesto. —Este es Larry Ciner, presidente de Ingeniería Alimenticia —siguió Gabe. Presentó al resto de la mesa y Emily les sonrió ciegamente. Si el proyecto era tan importante, ¿por qué no le habían dado más tiempo para prepararse? —Jerry, el director de desarrollo técnico de EduPlaytion viene de camino con los bocetos que hemos podido preparar desde que nos convocaron, esta mañana —Emily quería dejar claro cuánto tiempo les habían dado. El departamento técnico en pleno había trabajado frenéticamente para que EduPlaytion no se presentara a la reunión con las manos vacías. Justo cuando Emily terminó de hablar, llamaron a la puerta, y Jerry, acalorado y cargado con una pizarra y una carpeta se acercó apresuradamente a la mesa. —Tú debes de ser Jerry —dijo Gabe afable, cuando Jerry se sentó junto a Emily—. Justo a tiempo para la presentación. —Creí que yo era el encargado de hacerla —apuntó Jerry sonriente, aunque Emily sabía que llevaba horas trabajando duramente. —No contábamos con que trajerais bocetos preliminares de los juguetes —le dijo Martin, el relaciones públicas—. Antes queremos que veáis la presentación del proyecto. «Y lo dicen ahora». Emily y Jerry intercambiaron una mirada y ella hubiera jurado que le oyó rechinar los dientes. —Esta es la misma presentación que hemos hecho en la conferencia de prensa — anunció Gabe. Tomó el control remoto, apagó las luces y encendió el proyector. Así que los medios de comunicación ya sabían más que ella. Emily decidió averiguar quién estaba a cargo del proyecto y mantener una pequeña charla con él. De momento, concentró su atención en Gabe, recordando las innumerables ocasiones en las que había formado parte de su audiencia cuando él daba una charla. —Yo dirigiré los tres equipos de la biosfera —dijo él, poniendo la primera diapositiva—. Y viviré en Bio con ellos.

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29 Emily pensó, automáticamente, que debía de estar encantado, y eso la irritó. Gabe era agua pasada. Sus sueños y ambiciones no le concernían. Una vez le habrían importado, pero ya no. Siguió hablando y Emily sintió, con desazón, que resurgían viejos sentimientos. Había creído que estaban muertos, pero solo estaban dormidos, como semillas del desierto esperando a que la lluvia las despertara a una vida corta e intensa. «Escúchate. Hasta vuelves a pensar como él». Pero era difícil evitarlo. Las diapositivas mostraban las tres biosferas; la primera en una plataforma petrolera abandonada, en el Golfo de México, que utilizaría recursos marinos como fertilizante y alimento. La segunda en la vertiente norte de Alaska. La de Gabe estaba en el desierto de Arizona. Recordó que le gustaban las condiciones de aridez y temperatura extremas. Percibía el entusiasmo de su voz y descubrió que aún la atraía la pasión que sentía por su trabajo. Hubo un tiempo en que asumió, incorrectamente, que esa pasión la incluía a ella. Pensó que celebrarían su aniversario con Freddie y Hunter. Llegó a pensar que sería una madre feliz. Madre de los hijos de Gabe. Emily se mordió el labio; el dolor físico la ayudó a contrarrestar el emocional. ¿Cómo podía tener hijos sin pensar en Gabe y en lo que pudo haber sido? Aunque no se hubieran visto en años, daba igual. Gabe siempre sería parte de ella. Reconocerlo hizo que se sintiera débil e incapaz de enfrentarse a la reunión. Tampoco se creía capaz de enfrentarse a Gabe, pero lo haría. De hecho, verlo de nuevo en acción, recordar que ponía su trabajo por encima de todo, podría agostar sus sentimientos por él, igual que el sol del desierto agostaba..., oh, ya estaba otra vez. Se olvidaría de él. Lo haría. Si hubieran seguido casados, siempre habría tenido que competir con su trabajo. Y sus hijos... Inesperadamente, las lágrimas le quemaron los ojos al imaginar todos los partidos de fútbol, obras de teatro y conciertos infantiles que él se habría perdido. Había hecho lo correcto al acabar con su breve matrimonio. Sí. Sin duda. Las luces se encendieron cuando el logo del proyecto apareció en pantalla; Emily se frotó los ojos rápidamente y sonrió con determinación cuando los ojos de Gabe la buscaron, como siempre hicieron al final de una conferencia. La sonrisa de él la sobresaltó. Era tierna y sentimental y Emily no deseaba eso. Quería sentirse fuerte, competente y en control de la situación. Apartó la mirada y concentró su atención en el representante de la NASA. —Nos alegra haber llegado a un acuerdo con EduPlaytion para que desarrollen una gama de juguetes educativos y elementos para el aula que servirán para reflejar los experimentos que se realicen en las biosferas. Según nuestras encuestas, los profesores de ciencias están encantados —Martin hizo un gesto con las manos—. Ojalá se nos hubiera ocurrido antes —soltó una risita, pero se detuvo al ver que nadie lo seguía—. Gracias al departamento de relaciones públicas, la gente se interesa por el proyecto biosfera y no hace falta decir que, cuando eso ocurre, las subvenciones no se agotan. Una forma de mantener el interés son estos juguetes. Ese es nuestro objetivo; estamos aquí para planificar cómo conseguirlo. Ahora, Emily, si puedes explicarnos los términos

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30 habituales de una exclusiva comercial con EduPlaytion, y vuestra responsabilidad contractual, podemos hacer una tormenta de ideas sobre, marketing, productos y publicidad. Emily se puso en pie, satisfecha porque dominaba el tema. Contenta de parecer competente a los ojos de Gabe. Consciente de sus ojos oscuros fijos en ella, describió los puntos más importantes del contrato. —Pero eso solo es un proyecto de precontrato —concluyó—. Tendré que reunirme con los representantes legales de NASA y de Ingeniería Alimenticia para concretar los detalles. —Eso no lo dudes —dijo con una sonrisa el abogado de Ingeniería Alimenticia. —Estoy impaciente —replicó Emily, devolviéndole la sonrisa y deseando que no insistiera en celebrar la reunión tras esta. Emily contestó algunas preguntas y después Jerry presentó sus bocetos, que provocaron multitud de sugerencias para juguetes adicionales y modificaciones a los propuestos. Cuando empezaron a hablar de plazos, intervino Gabe. —¿Martin? —su voz interrumpió la discusión—. Aquí hemos acabado, propongo que los abogados se marchen, y vosotros podéis seguir dando ideas. ¡Escapatoria! Emily suspiró con alivio cuando Martin indicó que podían irse. No sabía cuánto tiempo más podía fingir no darse cuenta de que Gabe no dejaba de mirarla. Era sorprendente que los demás no lo notaran. O quizás sí lo notaban. Mientras intercambiaba su tarjeta con los otros abogados, percibió a Gabe detrás de ella. —Vamos a tomar un café —le murmuró él al oído, mientras cerraba el maletín. —Hace demasiado calor para café. —Entonces pide uno de esos granizados de moka. Ya sabes cuáles digo —la agarró del brazo, separándola de los demás. —¿No tienes que quedarte a la reunión? —inquirió ella, no queriendo llamar la atención. —Ya he oído suficiente para saber de qué va el tema. Me da igual lo que hagan, siempre y cuando entiendan que tengo una prioridad: que el proyecto sea un éxito. Lo demás es secundario. —El mismo Gabe de siempre —dijo Emily, notando la amargura de su propia voz. Él no contestó, pero siguió guiándola hacia la puerta—. ¿Tengo posibilidad de elegir? —Puedes pedir el café como te dé la gana. —Me refiero a tomarlo o no tomarlo contigo. —No —Gabe la miró y sus labios se curvaron con una sonrisa. Emily solo protestaba por llevarle la contraria. No esperaba irse de la reunión sin charlar en privado con Gabe. Pero quería ocultar lo que aún sentía por él, tanto lo bueno como lo malo. Incluso ahora, él había dejado claro que su trabajo era lo primero. Apenas hablaron hasta llegar a la cafetería del hotel, y Emily tuvo tiempo de recuperar el equilibrio, en la medida en que era posible estando Gabe presente. Ella pidió el café más grande, dulce y cargado de cafeína de la carta. Gabe pidió un café solo. Llevaron las tazas a una mesa redonda, demasiado pequeña para el gusto de Emily.

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31 Sentada en una incómoda silla de hierro forjado, dio un trago al café y esperó que la cafeína y el azúcar hicieran efecto rápidamente. Con un esbozo de sonrisa, Gabe la observaba. Emily dio otro trago. —¿Cómo te ha ido, Emily? ¿Cómo le había ido? Eso era lo único que se le ocurría decir ¿Cómo le había ido? —¿Hoy en concreto, o estos últimos años? Gabe, tomó un sorbo de café, dejó la taza cuidadosamente y apoyó los codos en la mesa. —Empecemos por hoy. Emily no veía la necesidad de empezar por ningún sitio. Estaba nerviosa, se sentía agotada y confusa; Gabe, ante ella, parecía tranquilo, fresco y lleno de energía. Consciente de que estaba perdiendo la batalla, Emily se obligó a reír con despreocupación, con la esperanza de que no pareciera una risita histérica. —Hoy ha sido... un reto. —Espero que no por culpa mía. —No, a no ser que fueras tú el responsable de convocar esa reunión con solo cuatro horas de antelación. —El proyecto empieza dentro de dos semanas. Tengo mucho que hacer antes. —Tú fuiste responsable de convocar la reunión —Emily dejó la taza sobre la mesa de un golpe. Gabe no se inmutó—. Y supongo que fuiste quien insistió en que representara a EduPlaytion —era la mejor oportunidad de su carrera y Gabe era responsable de... intentar que fracasara—. ¡Cómo te has atrevido! —No me contestabas, y tenía que verte. —Ya me has visto. Adiós —Emily se levantó, pero Gabe agarró su muñeca. Ella lo miró furiosa. —Quédate —la soltó—. Por favor. —Explícame a qué se debe tu poder —inquirió Emily. Curiosidad, se quedaba por curiosidad. —Soy el dueño de Ingeniería Alimenticia. ¿Era el dueño? —Ya entiendo —Emily siempre supo que él tendría éxito—. Le ofreces una gran exclusiva a mi empresa, insistes en que yo los represente y luego no me das tiempo a prepararme, ¿solo para humillarme? —notó que le ardían los ojos—. ¿No fue suficiente con dos veces? —Emily, no. No fue así —la miró con tal expresión de alarma que casi la convenció. —¿Lo saben los demás? —preguntó ella. —Saber, ¿qué? —Que la exclusiva dependía de mi participación. —Mi gente lo sabe —Gabe miró su taza—. No sé si se lo han mencionado a los de la NASA. —Genial —Emily cerró los ojos, recordando las miradas y sonrisas, que ahora le parecieron más bien muecas. Recordó cómo la había mirado Gabe durante toda la reunión. Abrió los ojos—. Me has puesto en una situación insostenible.

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32 —Te he dado una oportunidad fabulosa. —Que todos saben que no me he ganado —Emily comprendió, por la expresión de Gabe, que realmente no había tenido en cuenta lo que podrían pensar los demás. No era nada nuevo. —Supuse que pensarían que te solicitaba a ti porque eres muy buena en tu trabajo —dijo él pausadamente, tras dar un sorbo al café. Ella lo miró directamente a los ojos. —Por suerte para ti, lo soy. Tras pasar treinta segundos con ella, Gabe comprendió que Emily estaba furiosa. Quizá hasta lo odiaba. ¿Qué había hecho él para que se sintiera así? Sabía lo lucrativo que era el contrato de los juguetes biosfera, especialmente si los profesores de ciencias incluían los experimentos en la programación escolar. Creyó que la halagaría su elección. Para él era una muestra de buena fe, un ofrecimiento de paz. Y quizá la posibilidad de... no. Gabe estudió a Emily como si fuera una especie vegetal bella y desconocida, que podría ser venenosa. La doctora Weber estaba equivocada. No debía haber contactado con Emily. El encuentro iba tan mal como aquella comida de años atrás, quizá incluso peor. Emily no quería nada con él. Después del café, le diría adiós y saldría de su vida para siempre. Al menos podía decirle a la doctora que había visto a Emily e inventarse una historia sobre su distanciamiento mientras él estuvo en el Sahara. Seguramente era verdad, aunque nunca lo hubiera creído. Siempre pensó que habían forjado una relación que podría con todo. Ella la había roto, no él. Observó la rigidez con que estaba sentada y la frialdad de sus ojos. ¿Roto? La había destrozado y quemado hasta el último rastrojo. —¿Así que llamaste por esto? —preguntó ella. —Por esto... y por los viejos tiempos. —¿Qué hay de los viejos tiempos? —inquirió Emily con esa sonrisa tensa que él odiaba. —Nuestros caminos vuelven a cruzarse. ¿Esperabas que te ignorase? —se miraron a los ojos. Gabe se descubrió borrando la imagen mental que había tenido de ella durante años, incluso después del divorcio. La imagen de la chica dulce y tímida que lo adoraba se había convertido en la de una mujer profesional con ojos duros y expresión amarga. Pero la verdadera Emily tenía que estar allí dentro. Y quería volver a encontrarla. Sonrió levemente, observándola beber más café. —Aquí estamos. ¿Estás casada? ¿Tienes hijos? Siempre deseaste tenerlos. —No —a Emily le tembló la mano visiblemente al dejar la taza sobre la mesa—. No tengo niños. Eso lo sorprendió. No había dicho si estaba casada, pero no llevaba alianza. Se preguntó si conservaba la que él le dio. Él aún tenía la suya. —¿Y tú? —Emily escondió las manos bajo la mesa y lo miró con ojos brillantes. —No, nunca me casé. Con mi tipo de trabajo, es difícil encontrar tiempo para citas.

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33 —Ya lo supongo. Algo iba muy mal. ¿Sería viuda? O... —¿Emily? ¿Qué ocurre? ¿Qué te ha pasado? —Nada. —Algo hay —insistió él mirándola a los ojos. —¡Nada! —escupió ella y agarró su bebida. Estaba vacía y la dejó sobre la mesa de golpe. —Pero estás dolida. Sé que algo... —¡No ha ocurrido nada! Eso es lo malo, Gabe. ¡Tengo treinta y dos años y no tengo ni marido ni hijos! Y eso es lo que siempre deseé —sus palabras resonaron por la cafetería y Gabe vio de reojo que varias cabezas se volvían hacia ellos. Emily tenía los ojos cerrados y parecía estar haciendo un gran esfuerzo por contenerse. —Lo siento —musitó con dificultad—. Tengo dolor de cabeza... —¿Has comido? —interrumpió Gabe. —No. —Eso explica el dolor de cabeza. Vamos. Tienes que comer algo —dijo, esperando que accediera, no pensaba aceptar un no por respuesta.

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34 Capítulo 4 Nunca había perdido el control en una sala de juicios, ni una vez, y eso que odiaba los juicios. Pero Gabe... preguntarle si tenía niños, cuando debían haberlos tenido juntos, era demasiado. Emily le permitió que la guiara al restaurante del hotel, un italiano. Gabe miró la carta que había en la puerta, le puso un brazo en el hombro y se la llevó de allí. —Gabe —protestó ella, con voz quejumbrosa—. Esto está bien. Tengo que conducir un buen rato. —¿Dónde vives ahora? —Al oeste, en Katy —replicó ella tras un momento de duda. Era una tontería no decírselo. Eso era el extrarradio. Zona de residencias familiares. Gabe la miró con curiosidad y empujó la puerta de cristal. —Sí que está lejos; por eso vamos a ir a un asador que hay cerca. Necesitas proteínas. Si insistes, hay buenas ensaladas y una excelente sopa de patata, pero no quiero que te llenes de hidratos de carbono y te duermas conduciendo. A su pesar, Emily sonrió. Gabe siempre pensó que un buen chuletón era la solución a todos los problemas de la vida. Era curioso, considerando su afinidad por las plantas. —Algunas cosas no cambian nunca —comentó, mirándolo risueña. —Pero otras sí —él la miró irónico—. Vamos. El aire fresco te sentará bien. —¿Desde cuándo es fresco el aire de Houston? Él soltó una carcajada, la tensión entre ellos casi había desaparecido cuando dieron la vuelta a la esquina y vieron el restaurante. El cartel luminoso era un toro con un sombrero adornado con jalapeños verdes. —¿Has oído hablar de la investigación sobre los jalapeños y los virus del catarro? —No, pero me temo que voy a hacerlo —replicó Emily. —Oye, no quiero aburrirte. —Sabes que nunca lo hiciste —admitió ella—. Consigues que las cosas más extrañas suenen fascinantes. —¿Qué tienen de extraño las plantas? —No pienso hablar de ese tema. Cuéntamelo. —Han descubierto que comer pimientos eleva momentáneamente la temperatura corporal, y es posible que llegue a matar los virus del catarro antes de que se asienten. —¿No se conseguiría lo mismo bebiendo café? —Parece que el aceite esencial del pimiento tiene algo especial. No te vendría mal comerte uno por la mañana, con los cereales. —Fantástico —Emily hizo una mueca de asco. En el restaurante, sonaba música country. El local estaba decorado con madera y hierros de marcar. Los camareros llevaban sombreros tejanos, camisas de cuadros y vaqueros. En cada mesa había un vaso con flores silvestres de papel.

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35 Pidieron nachos y salsa para empezar, y el dolor de cabeza de Emily casi había desaparecido cuando llegó la cena. Quizá era cierto que solo necesitaba algo de alimento. Se comió una ensalada gigante y un filete mediano, sintiéndose cada vez mejor. Cuanto mejor se sentía, más guapo le parecía Gabe. Su altura y su tez morena llamaban la atención; Emily notó que algunas miradas femeninas lo escrutaban. Siempre le gustó el hecho de que Gabe parecía no darse cuenta de su efecto en las mujeres. Y prefería cómo llevaba el pelo ahora, más corto. Se le veían las orejas, y eran bonitas. La conversación adquirió un tono familiar, aunque también nuevo. Como hacía años que no se veían, se centraron en el presente: comentaron las películas que habían visto, opinaron sobre los restaurantes de Houston, e incluso hablaron de política. A ratos, Emily olvidaba que estaba con Gabe. Le parecía una primera cita que iba especialmente bien. Llegó a olvidar que estuvieron casados. Gabe fue amigo antes que amante; su marcha había dejado un hueco que ni siquiera su amistad con Freddie lograba llenar. Se descubrió deseando compartir retazos de su vida con él y lo hizo, olvidando los años pasados y el sufrimiento. Incluso le habló de los juguetes que EduPlaytion esperaba que fueran un éxito en la temporada navideña, sin tener en cuenta su nueva conexión laboral. —¿Qué posibilidades crees que tienen los juguetes biosfera? —preguntó Gabe. —Solo te diré que EduPlaytion nunca apoya un proyecto si no lo considera un buen negocio. —Eso espero. Al principio no tenía claro lo de los juguetes, pero la mejor forma de mantener al público informado es a través de colegios e hijos. —Parece que estás repitiendo la conferencia. —Lo siento —hizo una mueca—. Es que esto es muy importante, Emily. Gabe tenía esa mirada de inicio de proyecto que ella ya conocía: excitación al imaginar todo lo que había por descubrir y conocer. La misma mirada que cuando la abandonó en plena luna de miel. Emily tragó saliva, más empeñada que nunca en no revelar sus sentimientos. —Hubiera sido mejor no empezar en un año de elecciones. No queremos que nos quiten la subvención cuando el nuevo congreso se ponga a recortar el presupuesto. Pero la construcción de las biosferas se retrasó. Calcularon los marcos de metal en metros y los paneles de cristal en pies, y hubo desajustes. Tuvimos que desechar... Emily dejó que hablara. Hasta entonces, él había evitado conscientemente hablar de su trabajo, para preguntarle a ella por su vida, así que se merecía una recompensa. Además, le gustaba oírlo hablar. Siempre le había gustado. Lo bueno de Gabe era que siempre miraba al futuro, y hacía que sonara atractivo y excitante. Ella hubiera deseado que sus hijos heredaran esa misma pasión y energía. Que fueran así de guapos, tampoco habría estado nada mal. Gabe hablaba, gesticulando con las manos, cuando llegó la camarera. Sin consultar a Emily, pidió café para los dos y siguió hablando. Ella se recostó en la silla, poniéndose lo más cómoda posible y volvió a rendirse al embrujo de Gabe. Se sintió transportada a las semanas anteriores a su boda, y tuvo la impresión de que ya había oído parte de esa conversación entonces, cuando solo pensaba en los detalles de

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36 la boda y en sus propios planes de futuro. Excepto que aquella vez Gabe había hablado de otro proyecto. ¿Cómo pudo pensar alguna vez que él no iría? ¿Acaso creyó que ella, sin más, podía mantener su interés? Había sido muy ingenua, y estaba muy enamorada. Seguía estando enamorada, admitió para sí, removiendo el café para ocultar a Gabe el amor que brillaba en sus ojos. Sintió cierto alivio al dejar de luchar consigo misma; podía permitirse unos segundos de descanso antes de volver a esconder sus sentimientos. Decidió que amar a Gabe no era motivo para avergonzarse. Simplemente tenían distintas prioridades en la vida. El problema era que él sí estaba haciendo lo que quería, ella no. Pero eso iba a cambiar, se dijo, ocultando su sonrisa tras la taza de café. Esa noche estudiaría a los candidatos seriamente, quizá incluso elegiría a uno. Ya tenía seleccionados a los donantes más prometedores... Y todos se parecían a Gabe. Comprendió que Freddie tenía razón. Siempre creyó que él sería el padre perfecto para sus hijos. Tenía todo lo que a ella le faltaba: era extrovertido, ella tímida; era ambicioso, ella se conformaba con cualquier cosa. ¿Por qué no podía ser él el donante? La idea hizo que se le acelerara el corazón. Según había leído, los donantes directos tenían que pasar las mismas pruebas que los demás, incluyendo seis meses de análisis médicos. Gabe debía de haber pasado un examen muy riguroso para participar en el proyecto biosfera, así que lo aprobarían como donante. Eso si él aceptaba, y si ella se atrevía a sugerírselo. Sería ideal. Estaría fuera dos años, y no era probable que ella se enamorara de otro. Además, prefería un hijo de él a tenerlo de un extraño. Un niño de ojos marrones y pelo rizado. O una niña. —Te encanta tu trabajo, ¿verdad? —preguntó afablemente cuando Gabe hizo una pausa para beberse el café, ya templado. —Sí —la miró y sonrió. —Siempre pensé que habrías sido un buen profesor. —¿En serio? —él se lo planteó—. He trabajado con muchos estudiantes en prácticas, pero me volvería loco si tuviera que pasar todo el tiempo en un aula. Me gusta estar por ahí... —extendió el brazo y estuvo a punto de tirar las flores artificiales—, descubriendo las cosas que acaban en los libros de texto, no explicándolas. Aunque ya no la afectaba lo que él hacía ni lo que deseaba, Emily se sintió atraída por su idea. —Siendo el dueño de Ingeniería Alimenticia, ¿cómo es que puedes encerrarte en una biosfera durante dos años? —De eso se trataba —Gabe se inclinó hacia delante—. Contrato a buenos profesionales, me gusta hacer las cosas a mi manera y me encanta el trabajo de campo. Hace unos años, perdía demasiado tiempo en políticas de empresa y justificando lo que hago y cómo lo hago, así que llegué a un acuerdo y me quedé con la compañía. —¿Y eso solo para poder seguir investigando? —Básicamente —asintió él.

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37 —Estoy impresionada —Emily se echó hacia atrás—. Tienes la vida que siempre deseaste. —Más o menos. Ella, en cambio, no, pero eso iba a cambiar. —Entonces, ¿piensas aguantar en la biosfera durante dos años? —Oh, sí —afirmó Gabe sin dudarlo. —Es lo más importante de tu vida. —Ahora mismo —Gabe rió—, es lo único que hay en mi vida. Ella lo creyó. Cuanto más hablaba con él, más la convencía su compromiso con el proyecto, y más pensaba en pedirle que fuera el padre donante para su hijo. Las circunstancias eran perfectas. Demasiado perfectas. ¿Por qué aparecía en su vida ahora para volver a desaparecer? ¿Era capaz de criar al hijo de Gabe sola, sin él? No sería el hijo de Gabe. Sería de ella, igual que el de cualquier otro donante. —¿Por qué querías verme, Gabe? —preguntó, interrumpiéndolo. —Tiene que ver con el proyecto —explicó él. Estaba claro, pensó Emily, todo lo que hacía Gabe tenía conexión con un proyecto u otro. —Que sea el dueño de la compañía no implica que pueda saltarme las normas. El seguro solo nos cubre si todo el equipo pasa un análisis de evaluación, y eso me incluye a mí. —¿Te refieres a un control de salud? —Sí —Gabe frunció el ceño—. Física y mental. —Entonces... ¿necesitas a alguien que te avale, o algo así? —En cierto modo —dijo Gabe con desazón. Se revolvió en la silla y continuó—. Verás, Emily, la doctora que me está evaluando opina que tengo temas contigo. Temas sin resolver. Emociones múltiples asaltaron a Emily, pero la comprensión no fue una de ellas. Estaba claro que la culpaba por los problemas que tenía con su médico. De alguna manera, ella estaba afectando a su proyecto, y estaba resentido. —¿Y qué temas podrían ser esos, Gabe? —Sobre nuestro matrimonio. —¿A qué matrimonio te refieres, Gabe? —espetó Emily cortante. —¿Emily? —tuvo la audacia de mirarla con sorpresa y dolor. —Estuvimos casados cinco días, Gabe. —¡Estuvimos casados más de dos años! —Tuvimos un vínculo legal más de dos años. Aquello no fue un matrimonio. —Para mí sí —insistió él con sinceridad—. No tenía ni idea de nada. —No me digas —Emily indicó a la camarera que volviera a llenar su taza de café—. ¿Qué idea tienes tú del matrimonio? —Suenas igual que la doctora Weber. —Entonces, me cae bien —se echó azúcar en el café—. ¿También evitas contestar sus preguntas?

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38 El la miró como si fuera una planta mutante. Emily dio un sorbo y esperó. Igual le daba beber mucho o poco café, No iba a poder dormir. —El matrimonio es cuando dos personas deciden construir una vida juntos. —Juntos, Gabe. Estuvimos juntos cinco días. —Construir, Emily. Ambos estábamos construyendo nuestro futuro. —Pero, ¿construíamos el mismo futuro? —preguntó ella en voz baja. Él la miró. —Yo creía que sí. Obviamente, eran campos diferentes, pero estábamos aprovechando la oportunidad para avanzar en nuestra carrera. —No estábamos avanzando en nuestro matrimonio. No compartíamos nada, no había contacto día a día. —Admito que los medios de comunicación no eran los mejores... —Eran casi inexistentes. —...y entonces yo no suponía que no podría regresar... —Dime, Gabe, ¿cuánto esfuerzo le dedicaste a intentar regresar a Estados Unidos? —No era tan fácil como pareces creer... —¿Dos años? —Si me dejaras acabar alguna frase, está conversación podría tener algún fruto —dijo él hosco. —¡Oh, genial! Humor botánico. El rostro de Gabe era un cromo. Parecía asombrarlo que ya no fuera la pequeña y dulce Emily. «Ahora mismo no estás siendo una Emily nada agradable», la recriminó su voz interior, pero le dio igual. Ser agradable no le había servido para nada. —¿Quieres que hablemos de plantas, Gabe? Hablaremos. ¿Qué ocurre cuando plantas una semilla, la riegas, la pones al sol durante unos días y cuando germina la encierras en un armario y no vuelves a regarla? Se seca y muere. —De hecho, Emily, hemos desarrollado plantas que completarían su ciclo vital en esas condiciones —apuntó él. Era de esperar. Emily miró al hombre que había frente a ella. El que hubiera sido el padre ideal para sus hijos, siempre y cuando no volviera a relacionarse con ellos. Se enfadó. Incluso ahora, Gabe no lo entendía. Nunca lo haría. Por su propia paz mental, debía evitar cualquier relación con él. Cuanto antes se marchara, mejor. Terminó el café, miró su reloj, se puso en pie y tendió la mano. —Me ha encantado volver a verte, Gabe. Espero hacer un buen trabajo con el proyecto de los juguetes. Me imagino que recibirás informes de vez en cuando, pero si tienes alguna pregunta, no dudes en llamar a mi ayudante. —Emily, por Dios, siéntate —suplicó él, sin aceptar su mano. Ella la retiró. —Adiós, Gabe. Buena suerte con tu proyecto —comenzó a apartarse de la mesa. —Emily, espera. ¿Esperar? ¿Acaso no había esperado bastante? Siguió andando. Gabe la alcanzó en la puerta. —Emily —llamó. Ella se detuvo para evitar una escena—. Quiero que vengas a mi siguiente sesión con la doctora Weber.

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39 —¿Por qué? —Porque va a hacerme preguntas a las que no puedo responder y creo que tu sí. —¿Qué preguntas? —Preguntas como ¿qué nos ocurrió, Em? Emily lo miró fijamente. Sus ojos marrones brillaban con una sinceridad que no le pareció simulada. Echó una ojeada a su alrededor. El grupo de música volvía a tocar y Gabe y ella hablaban demasiado alto, sobre todo considerando lo personal del tema. —¿Por qué no lo preguntaste hace años? —cuando habría servido para algo. —Porque no lo vi venir, Em. Te lo aseguro. —No viste nada, punto. No estabas aquí —replicó Emily, casi sintiendo lástima por él. Gabe escrutó su rostro de nuevo. —Ven conmigo a ver a la doctora Weber —pidió abruptamente. —¿Por qué iba a hacerlo? —Creo que puede ayudarte —le tocó él brazo, pero al ver su expresión dejó caer la mano. —¿Ayudarme? ¿No es a ti a quien analiza? —Evalúa —corrigió él. —Lo que sea —Emily estaba harta de la discusión. ¿Por qué no la dejaba en paz? ¿De qué iba a servir a esas alturas? —Emily, estás enfadada, y llevas diez años enfadada. Emily puso los ojos en blanco, fue a la puerta y la abrió. El húmedo aire nocturno la envolvió, pegajoso, tras del aire acondicionado. —Gabe, no pretendo ser sarcástica pero, sinceramente, el mundo no gira alrededor de ti y de tus proyectos. Sobrestimas el impacto que nuestro breve matrimonio ha tenido en mi vida. —Mientes. Sé que mientes. Pero no se por qué. —¿Insinúas que el mundo sí gira a tu alrededor? —sonrió secamente y se encaminó hacia el garaje. —Sabes que no es eso. —Pues da esa impresión —dijo ella. Gabe se quedó callado, pensativo. —Verás, Emily, existe la posibilidad real de que la doctora Weber no me apruebe. —¡Venga, ya! Eres el dueño de la compañía. —Te he dicho que eso da igual. Pero, la verdad, si no participo personalmente, tampoco lo hará mi empresa. Si eso ocurre, se acabó el proyecto. No habrá contrato de juguetes biosfera. Eso liberaría gran parte de tu tiempo, ¿no? —¡Eres una rata! ¡Me estás chantajeando! —Emily se detuvo de golpe. —No exactamente, te informo de lo que hay. —¡Por Dios! —exclamó ella, pero tenía que considerar sus palabras. Gabe siempre supo cómo conseguir lo que quería. Si lo ignoraba y, por alguna razón, su empresa perdía el contrato... Dieron la vuelta a la esquina, el hotel apareció ante sus ojos y Emily aceleró el paso.

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40 —Si yo no participo en el proyecto biosferas, supongo que lo hará otra empresa, dado que ya están construidas. Sin embargo, no tendrían por qué subrogar nuestros acuerdos con EduPlaytion y podrían firmar con otra compañía. —Oh, de acuerdo. Déjalo ya —llegaron al garaje del hotel, Emily rebuscó en su bolso y sacó el ticket para dárselo al vigilante—. Iré a ver a tu doctora, aunque no entiendo por qué, ni para qué servirá. —Gracias, Em. Eres la mejor —el rostro de Gabe esbozó una sonrisa triunfal. Después, como si fuera lo más natural del mundo, Gabe la besó. Y no fue un roce en la mejilla, sino un beso con todas las de la ley. Un beso que dio a Emily mucho que pensar cuando recobró el sentido. Al sentir los labios de él sobre los suyos, se derritió. Siempre sintió atracción por él, pero ya no estaban casados. ¿Cómo responder con tanta intensidad a un beso tan público e inesperado? Su sabor, su tacto, su forma de abrazarla y el ángulo que adoptaron sus cabezas eran iguales. Pero nada era igual.

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41 Capítulo 5 —Hola, Emily. Soy la doctora Weber. Gracias por venir. Gabe observó a las mujeres estrecharse la mano. Por fortuna, la doctora Weber los había guiado a un cómodo sofá; Emily no tendría que sufrir la tortura de la odiosa silla de cuero. Emily sonreía. A él no le había sonreído. Pensándolo bien, la doctora tampoco; tuvo la impresión de que iban a aliarse contra él. En fin, quizá fuera bueno que Emily y la doctora Weber se entendieran. Hasta que la doctora Weber no indagó sobre su relación con Emily, Gabe la mantenía oculta en un rincón de su mente. Ahora que, impulsivamente, la había involucrado en el proyecto biosfera, no podía seguir haciéndolo. Si Emily estaba resentida con él, y eso estaba claro, era mejor resolverlo ya, para que él asumiera la parte que le tocaba y ambos pudieran olvidar el pasado. ¿Estaba seguro de querer olvidar el pasado? Emily llevaba un traje amarillo, y estaba guapa. Muy guapa. Aunque eso no lo sorprendía, siempre se sintió atraído por ella. Y, quisiera o no, él tenía que olvidar el pasado. Era obvio que ella lo había hecho. La doctora y Emily charlaban, pero no había prestado atención. Era impropio de él distraerse cuando tenía que concentrarse. Debía de ser el perfume de Emily. Era distinto al que utilizaba antes. El antiguo era floral y Gabe era capaz de discernir las flores que lo componían. Este... inspiró profundamente. No llevaba flores, pero olía bien. —Emily, me gustaría que me contaras cómo os conocisteis Gabe y tú. ¿Cómo se conocieron? ¿Acaso no se lo había contado ya él? Gabe controló su impaciencia. Si empezaba desde el principio, iba a ser una sesión muy larga. —En clase —replicó Emily—. Era ayudante de laboratorio en una de mis asignaturas. —¿Salisteis juntos durante toda la carrera? Emily asintió. —¿Tuviste muchos novios, Emily? —No. Era bastante tímida y después de Gabe... —lo miró— ...en fin. La doctora también lo miró, como si intentara adivinar qué había visto Emily en él. —¿Y tú, Gabe? —Yo no tuve ningún novio. Era broma —añadió cuando ninguna de ellas sonrió. —¿Te tomas esta sesión a risa, Gabe? ¿Por qué mentaba siempre su nombre? —No, pero creo que, si aparcamos el sentido del humor a la puerta, no llegaremos a ningún sitio. Entiendo que preguntes por relaciones anteriores. En realidad no tuve. Es decir, tuve algunas amigas, pero ninguna como Emily. —¿Y ninguno de los dos volvisteis a casaros? Gabe se limitó a mirarla. De eso también habían hablado. Emily negó con la cabeza. —¿Puedo preguntar por qué? —la doctora se dirigió a Emily. —Puedes, pero me reservo el derecho a no responder. —Me parece justo —aceptó ella. —A mí no —intervino él. Ambas lo miraron—. Me gustaría saber por qué no se casó.

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42 No hubo réplica y Gabe se sintió incómodo. Sospechó que lo hacían a propósito y decidió no permitir que lo manipularan emocionalmente. —¿Por qué quieres saberlo? —inquirió la doctora. —Curiosidad. Emily siempre hablaba de tener hijos— Gabe volvió a percibir una expresión extraña en el rostro de Emily y deseó saber qué significaba. Quizá la doctora Weber lo supiera. En ese momento estudiaba atentamente a Emily. —¿Siempre quisiste tener hijos? —le preguntó. —Siempre —replicó Emily. Incluso Gabe percibió la emoción en su voz. Siguió escuchando mientras la doctora hacía que Emily hablara de su deseo de ser madre y de cómo había imaginado su matrimonio y el papel que desempeñaría en él. Cuanto más escuchaba, más se sorprendía. Eso no era lo que ella quería cuando se casaron. Niños algún día, sin duda; pero Emily hablaba como si solo hubiera deseado ser ama de casa y tener un montón de niños. Una vida que no se parecía en nada a la que llevaba. —Nunca me dijiste nada de eso —dijo él al fin. —Sabías que quería tener hijos. —Pero... Em, hay una diferencia abismal. —Estoy de acuerdo —comentó la doctora, para sorpresa de Gabe, y prosiguió—. Gabe, responde a la misma pregunta. ¿Cómo esperabas que sería tu vida después de casarte? Gabe sabía perfectamente que era una pregunta con trampa pero, aun así, decidió ser sincero. —Contaba con encontrar un trabajo en algún sitio y, por supuesto, quería disfrutar con mi forma de ganarme la vida. No esperaba pasar fuera los primeros años de nuestro matrimonio. Emily escuchó cómo Gabe respondía a la pregunta que había conseguido que ella revelara mucho más de lo que pretendía. Quería irse. A esas alturas tenía que ser obvio, incluso para la persona más obtusa, y Gabe estaba demostrando serlo, que nunca habían encajado como pareja. Por mucho que se quisieran. Gabe amaba su trabajo por encima de todo y era incapaz de entender que los demás no lo encontraran tan absorbente como él. No podía evitarlo. Él era así. —¡Me dijo que me fuera! Aunque Emily no había estado escuchando, supo inmediatamente de lo que hablaban. —Pero no creí que fueras a hacerlo —apuntó Emily, ahorrándole la siguiente pregunta a la doctora. —¿Qué? —Gabe la miró como si estuviera loca. Emily se preguntó si no lo estuvo entonces. —Estábamos de luna de miel —apuntó ella. —Entonces, ¿por qué...? —¿Por qué te dije que te fueras? Porque no quería que me culparas por perder la oportunidad.

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43 —¡No te habría culpado! —Lo habrías hecho, antes o después. —¿La oyes? —preguntó Gabe a la doctora—. ¿Qué lógica tiene eso? Estaba enfadada conmigo por algo que ni siquiera había hecho. —Estuviste pensando en el proyecto todo el tiempo que pasamos de luna de miel —Emily recordó esa sensación de que algo se interponía entre ellos, de que faltaba esa chispa, esa conexión que tenían Freddie y Hunter—. Creo que ya estabas resentido conmigo. —Hice un par de llamadas para hablar con mis amigos antes de que se incorporaran a un proyecto que fue el tema de mi tesis, ¿a eso lo llamas resentimiento? —miró a la doctora—. Llevaba un año planificando el Proyecto Sahara con el departamento de Botánica de la universidad; no pienso disculparme por pensar en eso en mi luna de miel. Ella sabía lo que decía. De hecho, si pudiera dar marcha atrás en el tiempo, se habría casado con él a su vuelta. Si hubiera vuelto. Y habría hecho menos caso a Freddie. Emily cerró los ojos. Había prestado más atención a Freddie que a Gabe. —¿Emily? —la animó la doctora. —Sí, sabía que era un proyecto importante para él, pero aceptó los planes de boda. Además, Gabe —suspiró y bajó los ojos—, si hubieras visto tu expresión cuando comprendiste que irías... no podía competir con eso. Me alegro de no haberlo intentado. Te marchaste de inmediato, me dejaste en plena luna de miel. Eras incapaz de esperar una semana o dos. Te fuiste esa misma tarde. ¿Te imaginas lo humillante que fue? Tú..., tú... —se le entrecortó la voz, pero se obligó a seguir—. Ni siquiera me hiciste el amor. Él, paralizado, parecía una estatua de piedra. —¿Cuánto tiempo más tengo que quedarme? —le preguntó Emily a la doctora Weber. Los sentimientos que había suprimido durante años empezaban con aflorar y estaba al borde del llanto. —Estoy dispuesta a seguir todo el tiempo necesario, pero eres libre de marcharte, Emily. La antigua Emily se hubiera quedado hasta el final. Pero, francamente, creyó que ya les había dado suficiente tema de conversación. —Gracias. Entonces me voy —recogió el bolso y se volvió hacia Gabe—. Buena suerte en tu proyecto, Gabe —le dio la mano a la doctora y dijo—. No lo dudes, es la persona más adecuada. En el coche, Emily puso la música a todo volumen y cantó todo el camino. Así evitó echarse a llorar hasta que llegó y se derrumbó sobre la cama de su modesta casa de tres dormitorios. Odiaba a Gabe por hacerle eso. Había odiado descubrir sus deseos, esperanzas y su humillante luna de miel ante la doctora y ante un Gabe que, obviamente, nunca entendió nada. Odiaba la sensación de haberse equivocado. Probablemente era la única responsable del desastre que era su vida. Desastre no era la palabra correcta. Tenía una vida perfecta, pero no era la adecuada para ella. No era la que quería vivir. Tras compadecerse de sí misma durante una hora, Emily decidió que ya había malgastado demasiadas lágrimas por Gabe. Al fin y al cabo, gracias a él su salario casi se

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44 había duplicado. Podía ahorrar para cuando naciera el niño. Mientras solo estuviera a cargo de un proyecto en EduPlaytion, podía organizarse para trabajar desde casa algunos días. Sí, Gabe la había ayudado y debía centrarse en eso y dejar de echarle la culpa por lo que no tenía. Ya había hecho planes para conseguirlo. Para tener un hijo. Sintiéndose mejor, Emily se cambió de ropa, se echó agua fría en la cara y se preparó un sándwich y un vaso de leche; nunca era pronto para empezar a acumular calcio. Encendió la televisión, se sentó en el sofá y hojeó los catálogos de donantes mientras escuchaba las noticias. Llamaron a la puerta. Seguro que un niño del vecindario había colado el balón en el jardín. Abrió y se quedó anonadada al encontrarse a Gabe en el umbral, con las manos en los bolsillos. —Hola, Em. A pesar de todo lo que había pensado, su pulso se aceleró y volvió a sentir lo que siempre sentía al verlo o escuchar su voz. —¿Cómo te has enterado de dónde vivo? —Leí tu dirección cuando rellenabas el formulario en el consultorio de la doctora Weber. Emily recordó que había tenido que rellenar una ficha; la recepcionista le había explicado que era una medida de protección, tanto para la doctora como para ella. Estaba claro que no la había protegido de Gabe. —Estabas al otro lado de la mesa. ¿Insinúas que la leíste del revés? —Sí. Eso implicaba mucho interés por conocer su dirección. Gabe avanzó un paso y, automáticamente, Emily retrocedió; después le pareció estúpido no hacerse a un lado y dejarle entrar. Iba a hacerlo quisiera ella o no. Mientras Gabe echaba una ojeada a su alrededor, Emily fue al sofá, cerró los catálogos de donantes y les dio la vuelta para que no los viera. El fue hacia las puertas correderas que daban al patio de Emily, lleno de plantas. —Esto es muy agradable. —Gracias. —¿Por qué te mudaste aquí, a las afueras? —Hay buenos colegios —dijo Emily sin pensar. Tras ella, estaba la cocina, de colores brillantes y superficies lavables, elegidas para soportar manitas pegajosas. Una cocina que podría haber sido la de ellos. Y entonces habría huellas de manitas, en vez de paredes prístinas. Gabe volvería del trabajo y los niños se abrazarían a sus piernas, contentos de ver a su papá. ¿Por qué se engañaba? Gabe nunca habría tenido un horario normal. —¿Qué haya buenos colegios te parece una buena razón? —preguntó él. Sí —Emily no le dio más explicaciones y él no insistió—. ¿Te apetece un té con hielo? —Claro que sí. Gracias. Emily fue a la cocina y, por encima del mostrador, vio, inquieta, que él se acomodaba en el sofá. ¿Y si le daba por mirar los catálogos?

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45 —He interrumpido tu cena. Lo siento —se disculpó él, al ver el sándwich a medias. —Si quieres, puedo hacerte uno —ofreció ella, arrepintiéndose de inmediato. Quería que se marchara antes de emprender una conversación que no le interesaba en absoluto. —Eso sería genial —aceptó él y, con un gesto de agotamiento, se recostó y se frotó la cara. Emily solo había cocinado para él una vez. Freddie y ella planearon una elaborada comida, que incluía merengues flambeados de postre, porque querían impresionar a Gabe y a Hunter con algo difícil y elegante. No era tan difícil hacer merengues flambeados, pero Emily subió la rejilla del horno para tostar el pan y Freddie metió los postres al horno sin bajarla antes. El merengue se pegó al grill y se carbonizó; la cocina se llenó de humo y el olor a quemado invadió la casa. Nunca le había preparado una comida completa. No tuvo oportunidad. Untó dos trozos de pan integral con mayonesa y preparó el sándwich. Eso no podía llamarse comida. —Gracias— Gabe abrió los ojos cuando ella volvió a la sala—. Sé que lo ofrecías por pura cortesía, pero esta tarde me ha dejado agotado. ¿Él estaba agotado? —¿Por qué has venido aquí? —le preguntó, aunque sabía la respuesta. —Para hablar —dio un bocado al sándwich y se bebió medio vaso de té. Dejó el vaso sobre la mesa y continuó—. Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir, no habría ido al Sahara. —Si lo hubiera sabido yo, no te habría dicho que fueras... no, no es cierto —ya era hora de ser sincera—. De no ser ese proyecto, habría sido otro. Fue mejor enterarme cuanto antes. —Hablas como si fuera un canalla —sus rasgos se endurecieron—. Me casé contigo. Esperaba que viviéramos juntos y crear una vida en común. ¿Creíste que te aparcaría en casa y me iría por ahí a vivir a mi aire? Emily mordisqueó el sándwich, sin contestar. —¡Por Dios santo, Em! Hiciste Derecho. ¿Y si me hubiera quedado? Te habrías sentido culpable por pasar tiempo conmigo en vez de estudiar. —No habría estudiado Derecho —replicó ella. —Ya lo ves —Gabe hizo un gesto con la mano. —Nunca quise estudiar Derecho. —Entonces... no lo entiendo —Gabe la miró estupefacto. —Solo lo dije porque tú querías una excusa para marcharte sin sentirte culpable —admitió Emily. —¿Llevas pensando eso todos estos años? —Es la verdad. —Entonces, ¿por qué estudiaste Derecho? Podrías haber hecho otra cosa. Estamos hablando de tres años, Em. Por algo lo harías. Era una pregunta razonable, que ella misma se había hecho varias veces. —Tenía que estudiar mucho, y eso evitaba que pensara en otras cosas —«que pensara en ti»—. Además, era lo que hacían Freddie y Hunter. No se me ocurrió nada mejor.

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46 —Freddie —Gabe movió la cabeza con disgusto—. ¿Aún sigue dirigiendo tu vida? —No dirige mi vida. —¡Dirigió nuestra boda de principio a fin! —gruñó él con escepticismo. —¿Ese es tu plan? ¿Culpar a Freddie por todo lo que fue mal? —Emily lo miró boquiabierta. —No, pero piénsalo, Em, ¡hasta fuimos de luna de miel juntos! Me sorprende que no te casaras con ella en vez de conmigo. —A Hunter no le molestó celebrar una boda doble —protestó Emily, ofendida. —¿Se lo preguntaste? —Supongo que, si tenía algo que objetar, se lo habría dicho a Freddie. —Creo que... —Gabe inspiró y se lanzó— ...que Freddie y tú hacéis demasiadas suposiciones. —¿Por qué me has seguido hasta aquí, Gabe? —Emily dejó el último pedazo de sandwich—. ¿Esperas que te dé la absolución o algo así? ¿Es eso? ¿Has traído una declaración escrita que te exime de culpa por la ruptura de nuestro matrimonio? Bien, sácala, firmaré lo que quieras. —Emily. —Lo digo en serio. Soy la culpable del divorcio. Tú no hiciste nada mal. Ya está. ¿Contento? —Claro que no. —¿Qué más quieres, Gabe? La miró fijamente, durante tanto tiempo que Emily tuvo miedo de echarse a llorar delante de él, algo que quería evitar. —Quiero que seas feliz, Em. —Entonces, ¡déjame en paz! —estalló ella. —No puedo dejarte así. Maldición, estaba a punto de llorar. Con el pretexto de recoger los platos, Emily se levantó del sofá. Gabe la agarró por la muñeca, con mano firme y cálida. —Déjame —musitó ella. —No. No hasta que no me digas... A Emily se le escapó un sollozo. Se tapó la boca con la mano y dejó caer el plato. Poco importaba el plato roto, lo malo fue que ella rompió a llorar. Sin decir una palabra, Gabe la sentó a su lado en el sofá y la abrazó contra su pecho mientras lloraba. Emily notó que le acariciaba el pelo suavemente y susurraba palabras de consuelo. Si hubiera sido capaz de decirle todo eso antes, entonces... Pensar en lo que podría haber sido la hizo llorar con más fuerza. —Emily... Emily, ¿qué hice? —¡Hiciste que me enamorara de ti! —con un esfuerzo heroico, Emily se apartó de él y agarró una servilleta—. Y ahora... vuelves y lo remueves todo. Justo cuando por fin iba a... y ahora tú... ¡nunca he vuelto a enamorarme! —Ni yo tampoco.

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47 —¡No digas eso! ¿No te das cuenta de lo que has hecho? —apartó los pedazos de plato y las migas, agarró los catálogos de donantes y los dejó caer en la mesa uno a uno—. ¡Mira! Lo único que deseaba era tener hijos, y ahora tengo que recurrir a buscar a un padre por catálogo y criarlos yo sola. Gabe estaba total y absolutamente atónito. Nunca había visto llorar a Emily, al menos no así. Algunas veces se le llenaban los ojos de lágrimas cuando era feliz, o en una película triste, pero no tenía nada que ver con eso. Se quedó anonadado al ver los panfletos que tenía ante sí, incapaz de creerse que Emily estuviera considerando la inseminación artificial. Ella anhelaba tener hijos. Y él era el culpable de que no los tuviera aún. Sentada en el sofá, con los brazos encogidos sobre el pecho, era la tristeza personificada. Gabe se sintió fatal. Casi enfermo. La doctora Weber tenía razón. Tenía temas que resolver con Emily. Su culpabilidad, por ejemplo. —Emily, creo que una parte de mí siempre supo que no debía ir al Sahara. Pero creí de veras que estabas dispuesta a trabajar y vivir lejos de mí durante un tiempo, a saltarnos esa primera etapa de recién casados, en un apartamento diminuto sin apenas muebles. Después, habríamos tenido dinero, y también nuestros hijos. —Hijos —musitó ella y una lágrima se deslizó por su mejilla. —Sí —Gabe tuvo que tragar saliva—. Universidades, colegios privados, zapatillas deportivas de marca, todo eso. Los temblorosos labios de Emily se curvaron con una sonrisa, pero no pudo mantenerla. —Tendrían el pelo rizado y oscuro como tú, estoy segura —lo miró directamente, con ojos velados por la tristeza. A Gabe lo ahogaban la culpa, el remordimiento y el deseo de ayudarla. Miró un catálogo y se imaginó a la dulce y tradicional Emily seleccionando un donante y siguiendo todo el proceso sola. Por no hablar del coste; parpadeó al ver la lista de precios del tratamiento. —Oh, Em. No hagas esto. Ella cerró los ojos y se limpió las lágrimas. —Doy gracias a la medicina moderna por ofrecerme esta opción. No es una chiquillada mía, Gabe. Llevo más de un año preparándome. Estoy lista para tener un hijo —anunció llanamente. —Entonces, deja que sea yo quien te lo dé —se oyó decir Gabe.

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48 Capítulo 6 —¿Qué? No podía haber dicho eso. —Quiero darte un niño, Emily. Déjame que te compense por el dolor que te causé —Gabe le agarró las manos, con servilleta mojada y todo. Emily lo miró. Parecía sincero, y decía las palabras que ella solo había oído en sus sueños. —No puedes simplemente... es algo más complicado de lo que crees, Gabe. —No que yo recuerde —él sonrió de medio lado. —Estos bancos son muy estrictos. Incluso los donantes directos tienen que pasar por un análisis físico y psicológico de más de seis meses. —No hablaba de utilizar un banco de donantes y lo sabes. Pensaba que podíamos hacer un niño de la forma tradicional. Emily se acaloró y se quedó helada a un tiempo. —Pero, para tu tranquilidad —continuó Gabe, sin notar su reacción—, me han hecho todo tipo de pruebas físicas, y conoces a mi psicóloga. —No es mi especialidad, pero estoy segura de que también habrá temas legales —dijo ella. —Firmaré lo que quieras —prometió él rápidamente, igual que hizo ella antes. —No te lo estás pensando bien, Gabe. —Claro que sí. Tenemos todo el fin de semana. Me quedaré aquí. Si tiene que ocurrir, ocurrirá. Si no... —señaló un catálogo—, pruebas eso. Lo decía en serio. Gabe estaba dispuesto a dedicarle todo un fin de semana. No se ofrecía a dejar el proyecto si se quedaba embarazada de él. Pero a la biosfera... a eso sí que podía dedicarle dos años. Seguramente consideraba que hacer un hijo era como plantar una semilla. Emily se echó a reír histéricamente. —¡Emily! —la zarandeó suavemente. —Tú... tú... —Hablo en serio, Emily. ¿No crees que tiene sentido? Lo increíble era que tenía posibilidades de concebir. Llevaba tres meses tomándose la temperatura, y era el momento oportuno. Y era Gabe. Gabe. Podía tener un hijo de Gabe. En medio de la risa, volvió a sollozar. —No... —la abrazó—. Intentaba hacerte feliz. ¿Por qué no hago nada bien? —su voz sonó tan lastimera, que Emily se mordió la lengua para contener el llanto. Se irguió para tranquilizarlo y vio su rostro. Parecía destrozado, y la miraba con ojos dolidos. Él le quitó una lágrima de la mejilla y sus labios repitieron su nombre una y otra vez. —Gabe —con una sonrisa triste, le acarició la cara—. No es tu labor hacerme feliz. Por favor no pienses eso. —¡Pero yo te hice infeliz! —se le quebró la voz de emoción—. Emily, yo... Entonces, la besó y ella respondió. Sus bocas se fundieron con la pasión de años atrás. Emily no sabía cómo había empezado el beso. Estaban separados y un instante después,

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49 juntos. No sabía quién se había movido antes, solo que sus besos eran como maná para un hambre largo tiempo insatisfecha. Hacía mucho que no estaba entre sus brazos. Olvidó que era una abogada de treinta y dos años y volvió a ser la estudiante locamente enamorada del ayudante de laboratorio de chispeantes ojos oscuros, apasionado por la botánica. Había estudiado tanto, que podía responder a todas sus preguntas en clase. Pasaba cada momento libre en el laboratorio, con la esperanza de verlo. Lo conseguía la mayoría de las veces. Una tarde, cuando estaba midiendo el crecimiento de unas semillas, trabajando por una vez y no buscándolo, él la invitó a tomar un café. No la besó entonces, ni en otras muchas citas. Comenzaron a salir los viernes con regularidad. Después, también los miércoles. Pero, aunque ambos eran estudiantes, Gabe quería evitar toda impropiedad, y ser muy formal hasta que acabara el semestre y ella aprobara. Emily no lo sabía, pero cualquiera con más experiencia lo habría adivinado. Durante semanas de cafés y largas conversaciones, pensó que para Gabe solo era una amiga, alguien que compartía su amor por las plantas. Lo cierto era que a Emily, en general, las plantas le importaban bien poco. Después de navidades, volvió con la intención de hacer otro curso de Botánica, y la decepcionó que no encajara en su plan de estudios. ¿Con qué excusa iba a ir al laboratorio? Cuando deshacía las maletas, el día de su vuelta, Gabe la llamó y la invitó a tomar una hamburguesa. Emily nunca olvidaría el martilleo de su corazón mientras esperaba que fuera a recogerla. Hacía seis semanas que no lo veía. Él la tomó de la mano mientras bajaban las escaleras, algo que nunca había hecho antes. Y entonces... antes de abrirle la puerta del coche se volvió hacia ella y dijo «Te he echado de menos». La miró de tal modo que la sangre se le subió a la cabeza. De pie junto a ella, sus ojos oscuros destellaban e inspiraba con fuerza el frío aire de ese mes de enero. Miró a su alrededor y le abrió la puerta. Emily se sentó y Gabe corrió a la otra puerta. En cuanto entró al coche, se lanzaron el uno sobre el otro. La besó con la misma pasión con que la besaba ahora. La felicidad de ese primer beso, de poder acariciarlo como anhelaba hacía tiempo y de saber que él sentía lo mismo por ella, se parecía mucho a lo que Emily sentía en esos momentos, entre sus brazos. Era una felicidad peligrosa, que podía romperle el corazón. Entonces, no lo había sabido, pero ahora sí. Pero eso no le impidió devolverle el beso, ni tampoco dejarse caer en los almohadones, con él encima. Su conversación se limitó a murmurar el nombre del otro, como si tuvieran que convencerse de que por fin volvían a estar juntos. Emily se rindió a sus besos embriagadores, dejando que el dolor quedara en el pasado, permitiéndose el lujo de disfrutar el presente. —Emily, te quiero —murmuró Gabe con fervor.

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50 Ella supo que, en ese momento, era verdad. Eso había sido lo que no había entendido antes, que Gabe la quería, pero que amaba más a su trabajo. Mientras lo recordara, podía aceptar el amor que él tuviera que ofrecerle. Siempre y cuando no pidiera más. Emily se prometió acorazarse contra eso. Tenía mucho que ganar: un hijo nacido del amor, y no de un tubo de ensayo. El hijo de Gabe. «Simplemente, confórmate con el amor que puede darte. Haz que eso sea suficiente». —Por favor, dame un hijo, Gabe —musitó ella. El levantó la cabeza y la miró a los ojos. —No voy a preguntarte si estás segura, sé que lo estás. Vas a ser una madre maravillosa, Emily. Me honra que quieras tener un hijo mío. Las mejillas de Emily se humedecieron. —Estás llorando otra vez —susurró él, limpiándole las lágrimas con los pulgares. —Lágrimas de felicidad, Gabe. —Oh, Emily —apoyó la frente contra la suya, la besó suavemente y preguntó—. ¿Quieres que vayamos al dormitorio o prefieres que nos quedemos en este sofá tan cómodo? —Sigamos aquí —Emily tenía miedo de moverse y despertar de ese sueño maravilloso. Un sueño en el que Gabe decía palabras de amor, nuevas y antiguas, pero deliciosas. Un sueño en el que estaban en casa, juntos. Un sueño que hacía que los últimos diez años no fueran más que una pesadilla de la que ya había despertado. Gabe la puso de costado, frente a él. Le besó suavemente la boca y las mejillas, incluso le besó la nariz, provocando una sonrisa. Pero sobre todo, miraba sus ojos, acariciándola, volviendo a conectarla con él a un profundo nivel emocional. Emily se sintió como si luchara contra corriente, intentando reservarse parte de sí misma. No soportaba volver a entregarle el corazón; pero podía dejarse llevar por el recuerdo de cuando sí se lo entregó y creyó que él a ella. Durante su breve luna de miel, Emily nunca tomó la iniciativa al hacer el amor. Ahora, le desabrochó la camisa y acarició su torso, permitiendo que él viera que disfrutaba al hacerlo. La agitada respiración de Gabe dejó muy claro lo que opinaba él. Sonrió, le besó el cuello y siguió besando hacia abajo. —Emily... —suspiró él. Ella sonrió, se sentó, tiró de él hasta sentarlo y le quitó la camisa. —¡Oh! —lo miró. —¿Qué? —preguntó él, mirándose el pecho. —Tienes músculos. —Sí —flexionó un brazo despreocupadamente. —Antes no tenías esos músculos. —Últimamente he pasado mucho tiempo removiendo tierra con una pala. Teníamos que crear explanadas idénticas para las tres biosferas, y había que formular el medio apropiado para el crecimiento... —Déjame disfrutar de los músculos, Gabe —lo silenció poniendo un dedo en sus labios. —¿Te atrae eso? —preguntó él, volviendo a flexionar el brazo. —Más de lo que creía —admitió ella, deslizando los dedos por sus hombros, sintiendo su fuerza e imaginando lo fácil que le resultaría alzar a un bebé sonriente por el aire.

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51 Después, hizo algo que nunca hubiera hecho diez años atrás; cuando Gabe se inclinó para besarla, negó con la cabeza, sonrió levemente y comenzó a desabrocharse el jersey. Cuando vio la expresión de él, la pasión de sus ojos, movió los dedos más despacio, tardando una eternidad en abrir cada botón. Gabe tragó saliva y se le tensaron los tendones de los brazos; ella comprendió que había abierto y cerrado las manos. Tenía los ojos fijos en sus dedos. Emily se pasó la lengua por los labios, y a él se le aceleró la respiración. Ella disfrutó de esa nueva sensación de poder femenino, y comprendió que ese juego no había existido en su breve matrimonio. Entonces eran jóvenes, inexpertos y formales a la hora de hacer el amor. Ahora que sí era algo muy serio, Emily deseaba provocar a Gabe. —Se ha atrancado —dijo, cuando llegó al último botón. —Déjame —dijo Gabe con voz ronca, y le apartó las manos. Esos mismos dedos que podían transplantar brotes diminutos sin dañar las finas raíces, se movían con torpeza, incluso parecían temblar—. ¡Maldita sea! —exclamó. Abrió el jersey de un tirón y lo arrojó al suelo; el botón salió volando en dirección opuesta. Emily lo oyó estrellarse contra algo y caer al suelo. Poco después, el sujetador siguió el mismo camino. Gabe murmuraba incoherentemente, mientras besaba su boca, cuello y senos. ¿La había deseado alguna vez así? ¿Lo había deseado ella a él con esa desesperación? —Emily, eres preciosa. Siempre lo fuiste. Fue tan duro esperarte... Sin darle tiempo a analizar sus palabras, Gabe le desabrochó los pantalones cortos. Ella le devolvió el favor, se puso en pie y dejó caer al suelo los pantalones y su ropa interior, observando a Gabe hacer lo mismo. Se miraron tan maravillados como en su noche de bodas. —Estás más... exuberante —dijo él, al fin. —Espero que eso no sea sinónimo de gorda. —Más femenina, más sensual... erótica —explicó él. Ella se sentía todo eso y más. —¿Me deseas, Gabe? —preguntó la nueva y sensual Emily. Deslizó las manos por su cuerpo, sin dejar de mirarlo a los ojos, observando como sus párpados se entrecerraban de deseo. —Sí —susurró él. Sonriendo, Emily se tumbó en el sofá y extendió los brazos hacia él. Gabe se tumbó sobre ella y suspiró en su cuello. —Estás deslumbrante, Em —murmuró. Se tomó su tiempo besándola y tocándola con cariño, hasta que Emily soltó un involuntario gemido, sorprendiéndose a sí misma. Eso también era nuevo, antes nunca hacía ruido. Gabe estaba haciéndole el amor, no solo un niño. Emily pensó en decirle que no era necesario, pero se sentía tan bien que no deseaba que parase. Así que calló y se limitó a emitir gemidos de placer y algún que otro «¡Ah, Gabe!». Ella también quería darle placer, y descubrió que, si deslizaba las manos por su espalda y presionaba sus caderas, el placer era mutuo.

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52 —Emily, me asombras —musitó él en un momento dado, antes de besarla intensamente. Ella le devolvió el beso, atrayendo su lengua hacia lo más profundo de su boca, igual que deseaba atraerlo a lo más profundo de su cuerpo. —¡Ahora, Em! —gimió Gabe. —¡Sí! Emily volvió a unirse con Gabe, su único amor. No deseaba que lo fuera, pero decidió aceptar la realidad; ya se enfrentaría con el dolor más tarde, merecía la pena. En ese momento, Gabe estaba totalmente centrado en ella y no en una de sus plantas. Era suyo. Totalmente suyo. Por ahora. En lugar de moverse, Gabe siguió besándola. A Emily le gustó que lo hiciera y la emocionó. Antes, solía apartarse después de hacerle el amor. Sintió que le acariciaba un seno con insistencia y notó que un agradable cosquilleo recorría su cuerpo. El comenzó a moverse de nuevo. Para sorpresa de Emily, su excitación se incrementó más y más, hasta que, sin poder evitarlo, comenzó a moverse con Gabe. La tensión se hizo insostenible y, por fin, se liberó súbitamente, inundando sus venas de fuego líquido. —¡Oh, Gabe! En ese momento, Gabe alcanzó la cima del placer y Emily lo abrazó con fuerza mientras los ecos de su propio orgasmo se espaciaban. No quería que ese instante acabara nunca. Si existía la justicia en el mundo, ese acto de amor y perfecta armonía habría servido para concebir una criatura y Emily reviviría la ocasión cada vez que viera a su hijo o hija. —Oh, por favor —susurró ella. —Por favor, ¿qué?, Emily —alzó la cabeza para mirarla. —Por favor, ¿podemos repetir? —sonrió ella. Emily se concedió el fin de semana de regalo. Hasta después de la cena del domingo, se negó a pensar en el futuro y optó por concentrarse en el aquí y ahora que compartía con Gabe. Dada la facilidad con que asumieron la rutina doméstica, parecía que llevaran diez años casados. Mientras Emily metía los platos y vasos en el lavavajillas, Gabe aspiró los trozos de plato de la alfombra. En la televisión ponían una película que habían visto, pero que les gustaba. Emily preparó palomitas de maíz y las compartieron, sentados en el sofá donde habían hecho el amor. Cuando acabó, se miraron. Sin decir una palabra, apagaron la tele y fueron al dormitorio. Por la mañana no hubo rastro de esa tirantez que Emily temía. Ella se despertó antes, con ganas de preparar un desayuno especial. Decidió hacer torrijas y acompañarlas con fresas. Puso la mesa, hizo el café y dejó el pan en remojo. Aún era temprano y se preguntaba qué hacer cuando unas cálidas manos rodearon su cintura. Gabe apoyó la barbilla en su cabeza. —¿Eso van a ser torrijas? —Sí —asintió Emily, percibiendo el tono insinuante de su voz. —Veo que aún no has empezado a freirías.

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53 —Quería que estuvieran calientes cuando te levantaras —explicó ella, encendiendo el fuego. —Entonces, ¿por qué no esperas? —Gabe apagó la cocina. La tomó de la mano y la llevó de vuelta al dormitorio. El desayuno se convirtió en almuerzo, pero a ninguno de ellos les importó. Después de comer, con una taza de café en la mano, Gabe se acercó a las puertas de cristal y miró el jardín. —No has puesto ninguna planta, ¿no? —Solo llevo en la casa tres meses —dijo ella—. Los veranos aquí son tan calurosos que decidí esperar; plantaré algunas cosas en otoño. —¿Qué cosas? —inquirió él rápidamente. —Ya sabes, cosas verdes. De esas que echan flores —acababa de caer en una trampa. —¿Alguna cosa en particular? —insistió él. —Cosas verdes que sean resistentes. —Sabes, Em —dijo él pensativo—. Hay muchas plantas nuevas, desarrolladas específicamente para soportar los veranos de Houston. Y todas las plantas oriundas de Texas funcionan bien —se acabó el café—. Venga. Vamos a un vivero. Emily aceptó filosóficamente. Tampoco podían pasarse todo el día en la cama. Gabe, en su elemento, inspeccionó cuidadosamente cientos de plantas, explicándole cuáles se complementaban entre sí. Alquiló un arado, y llenó el maletero de plantas; ella adivinó cómo iban a pasar la tarde. Tuvo que ir a casa a descargar mientras Gabe seguía eligiendo ejemplares. El constructor había plantado siete arbustos pequeños y un frágil árbol en el jardín delantero de todas las casas del vecindario. Gabe arrancó los arbustos sin piedad y los transplantó a un lado del camino. —¡Mira esto! —señaló la compacta bola de raíces que salía con toda facilidad al tirar—. Estas pobres plantas no tenían ninguna oportunidad. Dejó a Emily cavando agujeros para las azaleas mientras él abonaba la tierra. Por la tarde, la temperatura alcanzó los treinta y cinco grados y Gabe se quitó la camisa y se puso protección solar. Emily observaba cómo se movían los músculos de su espalda y brazos mientras araba. Poco después, se marchó a la parte de atrás a preparar arriates nuevos; Emily suspiró, plantar azaleas perdió gran parte de su interés. —Voy a devolver el arado —gritó él, horas después. Lo metió en el maletero del coche y volvió por su camisa—. No está nada mal —dijo, admirando el trabajo de ella—. No te olvides de darles hierro para que tengan más color. Emily era tan feliz, que ni siquiera la molestó el comentario. Gabe estuvo mucho tiempo fuera, y empezó a preguntarse si había cambiado de opinión y no pensaba volver. Pero lo hizo poco después, cargado con bolsas de compra. —He traído filetes para cenar. ¿Tienes parrilla? —preguntó. Emily hizo un gesto negativo—. Bien. He comprado una de esas pequeñas y ropa para cambiarme —anunció, entrando en la casa.

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54 Emily se balanceó en los talones. Gabe iba a preparar una barbacoa en su patio, después de pasarse toda la tarde trabajando con ella en el jardín. Más hogareño, imposible. Las lágrimas le quemaron los ojos. No. Disfruta el presente. No lo estropees deseando más. Inhaló con fuerza y olió el carbón que Gabe acababa de encender. Disfrutaría del momento. No resultó nada difícil. Emily limpió las herramientas de jardinería y las guardó en el garaje. Cuando salió, la parrilla estaba encendida, había unos filetes ya sazonados en la encimera de la cocina y se oía el sonido de la ducha. Se estiró, le apetecía darse un baño caliente para relajar su espalda dolorida. Preparó una ensalada y puso la mesa. Terminaba cuando Gabe la encontró. —Aquí estás. Te estaba esperando. —Estabas en la ducha —vio que él solo llevaba una toalla arrollada a la cintura. —¿Dónde creías que te esperaba? —sonrió él. —¡Gabe! Él le ofreció la mano y ella la aceptó. Cuando volvieron, el carbón no era más que ceniza blanca y Gabe tuvo que empezar de nuevo. No les importó el retraso lo más mínimo. Terminaron de colocar las plantas el domingo por la tarde y, esa vez, Emily siguió a Gabe a la ducha. Después, tumbados en un revuelo de sábanas, abrazó a Gabe con fuerza. Sabía que, cuando se apartara, lo haría para siempre. Inhaló profundamente, buscando su aroma masculino por debajo del olor a jabón, deseando grabarlo para siempre en su memoria. Recorrió su espina dorsal con los dedos, tocando cada vértebra, cada músculo. Frotó la mejilla contra su mentón y, finalmente, lo rodeó con los brazos y dejó que su peso la aplastara contra el colchón. —¿Em? —¿Sí? —tragó saliva y lo soltó. Gabe le rozó la frente con los labios, se puso de costado y la apretó contra sí. —Em, me quedan dos semanas antes de entrar en la biosfera, más, si hay retrasos. Y suele haberlos en un proyecto tan grande. ¿Por qué no me mudo aquí? —la besó en el hombro—. Habría más posibilidades de que te quedases embarazada. A Emily se le aceleró el corazón. Seguro que él podía oírlo. Cuando lo soltó, se había despedido mentalmente de él. Ahora Gabe le ofrecía más tiempo. Un mes entero, quizás. Apenas había podido protegerse durante dos días. ¿Cómo iba a hacerlo todo un mes? Cerró los ojos para contener las lágrimas que amenazaban con aflorar. —El viernes dijiste «Si tiene que ocurrir, ocurrirá». Voy a aceptar eso. —¿Es que no quieres que me quede contigo? —preguntó él tras un momento de silencio. Era obvio que no esperaba una negativa. —Eso es. —Pero, ¿y si no estás embarazada? —Elegiré a un donante —dijo, alegrándose de que Gabe no pudiera ver su rostro. Tras un largo silencio, él la soltó abruptamente y empezó a vestirse. Emily se tapó con la sábana.

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55 Si no lo conociera mejor, habría pensado que estaba dolido—. Son casi las siete... ¿quieres que pida una pizza? —ofreció, para romper el silencio. —No. Será mejor que me vaya. Me comeré una hamburguesa por ahí —se puso la camisa. Mientras él recogía sus cosas, Emily se vistió. Un par de minutos después, Gabe estaba en el umbral con una bolsa de papel que contenía su ropa del viernes y que ella había lavado. —Adiós, Em —tras titubear, la besó en la mejilla en vez de en los labios—. Me avisarás, ¿no? —En cuanto sepa algo —asintió Emily con voz tensa. Él la miró como si deseara decir algo más, pero se limitó a esbozar una sonrisa. —Espero que todo te vaya bien, Em. —Gracias, te deseo lo mismo. Y él se marchó.

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56 Capítulo 7 Gabe no asimiló que Emily había rechazado que se quedase con ella hasta un buen rato después. No quería irse. No contaba con irse. Emily y él habían encajado perfectamente. De hecho, esos dos días habían sido de los más felices de su vida. No podía creer que, después de ser tan receptiva, le hubiera dicho adiós cuando estaban en mitad de... una segunda luna de miel. Luna de miel. Luna de miel. Entonces lo comprendió: así debió sentirse Emily cuando él la dejó, en su primera luna de miel. Gabe aparcó el coche junto a su apartamento alquilado, y se quedó sentado, mirando el jardín comunal. Los aspersores estaban funcionando, y se veía el arco iris en la niebla de gotas. En aquel tiempo, pensó que Emily y él sintonizaban tan bien, que todo el lío de la boda era innecesario. Creyó que era idea de Freddie, y no le importó que Emily le siguiera el juego. Ahora entendía que había hecho más que «seguirle el juego». Necesitaba la ceremonia y la luna de miel para realizar la transición a la vida de casada. Él no; una vez decidió que Emily era la mujer de su vida, no necesitó más. Se conocían desde hacía años, pero solo estuvieron casados unos días. Para Emily no había bastado. Eso era lo que la doctora Weber quería hacerle ver. Todas esas sesiones habían tenido su fruto. Ahora lo entendía, demasiado tarde. Se sentía frustrado, inútil y... vacío. Increíblemente vacío. Cuando la abandonó, Emily era una recién casada después de una gran boda..., probablemente se sintió mucho peor. ¿Cómo había sido tan idiota? ¿Por qué tardó tantos años en comprenderlo? Quizá tampoco debería haberse marchado ahora, pero las circunstancias eran distintas. No tenía ningún derecho a quedarse. Despacio, salió del coche, sorteó los aspersores y entró a su estéril apartamento. Todo lo que no iba a llevarse a la biosfera ya estaba almacenado. Echó en falta la caja de fotografías. Le apetecía ver las fotos de Emily cuando salían juntos. Y las de la boda; quería ver fotos de la boda. No eran más que instantáneas que un amigo sacó con una cámara desechable, Emily se había quedado con el álbum. Supuso que aún lo tendría, aunque quizá no. Como no había parado a comer, Gabe abrió la nevera y miró dentro. Nada le llamó la atención, así que se preparó un bol de cereales con leche. Mientras comía, pensó en Emily, en la nueva Emily. Había adquirido una confianza en sí misma que, unida a su belleza, la convertía en una mujer muy atractiva. Una mujer autosuficiente. Cuando salían juntos era más dependiente. ¿Cómo había conseguido mantener su amistad con la dominante Freddie y, al mismo tiempo, madurar con tanta elegancia? Cuando le comentó su decisión de tener un hijo, no mencionó a su amiga, así que pensó que la idea era de Emily. Era bastante radical que la tradicional y tímida Emily quisiera criar a un hijo sola. Dejó de masticar. Quizá también fuera hijo de él.

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57 Y le había dicho que se fuera. Gabe miró los cereales, ya sin hambre. Entre ellos había algo. En eso no podía estar equivocado. No solo habían estado haciendo un niño. Aún la amaba y ella también a él. ¿O ella no? También hay temas legales. Firmaré lo que quieras. Gabe apoyó la cabeza en las manos. ¿Qué había hecho? Al día siguiente por la tarde, Gabe llamó a Emily sin saber lo que iba a decirle, necesitaba oír su voz. Estaba en una reunión y no le dejó mensaje. Llamó a la mañana siguiente. Estaba en una reunión y no le dejó mensaje. La llamó a casa y no contestó. No dejó mensaje. Una hora después volvió a llamar y sí lo hizo: —Hola, Em, soy Gabe. Quería saber cómo te va —dejó pasar unos segundos y continuó—. Llámame si necesitas algo —dejó su número de teléfono. Ella no lo llamó. Emily estaba tan ocupada preparando el marco legal de la exclusiva de los juguetes biosfera para que EduPlaytion pudiera mostrar los prototipos a la prensa, que no tenía tiempo de pensar en Gabe... más que una o dos veces por hora. Estaba orgullosa de haberlo hecho marchar. Había sido muy difícil, pero era mejor así. Después de un mes, el dolor habría sido insoportable. Disfrutaba demasiado de sus recuerdos del fin de semana, quería más; para contrarrestarlos, se sumergió en el trabajo, sin darse cuenta del paso de los días. Una noche llegó muy tarde a casa y descubrió que Gabe había dejado un mensaje en el contestador: «Llámame si necesitas algo». —Necesito un marido y un padre para mi hijo —le dijo Emily a la máquina—. ¿Estás dispuesto a serlo? No —y borró el mensaje. Gabe no volvió a llamar. Casi dos semanas después, el día antes de que los equipos se encerraran en las biosferas, Emily compró dos tests de embarazo distintos y los llevó a casa. Físicamente, no sentía ninguna diferencia, pero los tests eran los mejores del mercado y no aguantaba la incertidumbre, quería saberlo antes de que Gabe entrara en la biosfera, por si acaso cambiaba de opinión. Siguió las instrucciones, dejó los tests en el baño y, nerviosa, fue a la cocina a prepararse una ensalada para cenar. Hacía demasiado calor para guisar, y estaba demasiado nerviosa para comer. Se acercaba el momento. Su sueño dorado podía estar a punto de hacerse realidad. Emily miró su reloj; casi era hora de mirar los resultados. Tomó un sorbo de agua y fue hacia el baño. Un golpe en la puerta la detuvo. Más valía que no fueran los chicos del vecindario buscando su balón. Cuando no tenía plantas, le había dado igual que botara por encima de la verja, pero el último par de veces había roto algunas flores. Abrió la puerta, recordando la vez en que pensó que eran los niños y se encontró con... Gabe.

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58 Según pasaban los días, Gabe pensaba más y más en Emily. ¿Se arrepentía ella del fin de semana? ¿Estaba embarazada? Seguro que se lo diría. Había mencionado documentos legales: si estaba embarazada, querría que los firmara. Pero cuando vio que llegaba el día de volar a Arizona y seguía sin saber nada de ella, se enfadó. Al menos podría haberle devuelto la llamada..., la del mensaje. ¿Es que iba que tener que concertar una cita por medio de su secretaria? Quizá si lo planteaba como una reunión entre Ingeniería Alimenticia y EduPlaytion conseguiría su atención. No, no podía hacer eso. Esperó. Y esperó. El día antes de marcharse, Gabe fue a casa de Emily. Quería despedirse en persona. En privado. Durante largo rato, si era posible. Ella abrió la puerta y todo lo que había pensado decir se le fue de la cabeza. Llevaba pantalones cortos y una blusa blanca sin mangas. Estaba descalza y guapísima. Tanto que Gabe deseó levantarla en brazos y llevarla al dormitorio. Pero tuvo la impresión de que no era aconsejable. Emily no se movió del umbral. Lo miraba recelosa, como si fuera un desconocido que vendiera puerta a puerta. Como si ese fin de semana no hubiera existido. —Hola, Em —dijo—. ¿Puedo entrar? —la expresión de su rostro le indicó que igual podía decir sí que no. Con obvia desgana, Emily se hizo a un lado para que entrara. No dijo nada. El silencio era tenso y embarazoso. Gabe no tenía ni idea de cómo suavizar las cosas, pero sabía que no debía empezar preguntándole si estaba embarazada. Además, se lo habría dicho, ¿o no? Fue hacia el sofá, se preguntó si sentarse y decidió que sería peor no hacerlo. Emily, de brazos cruzados, seguía en el umbral. —¿Cómo has estado? —preguntó él. —Bien —replicó ella. Se miraron. —Mañana temprano vuelo a Arizona —anunció él. Emily asintió con la cabeza, fue hacia el sofá y se sentó en el sillón que había al lado. —Hemos estado preparándonos para presentar los juguetes en la rueda de prensa. Ahora fue Gabe quien asintió. Ambos sabían esas cosas, pero al menos estaban hablando. —¿Cómo van los juguetes? —«no me importan los juguetes. Me importas tú». —Tenemos sobres de semillas y bolsas de tierra, además de las biosferas de plástico que los niños pueden utilizar ellos solos. La Comisión Científica está coordinando una moción para donar biosferas más grandes a determinados centros escolares, para que el próximo curso puedan hacer una réplica del experimento en clase de ciencias. La doctora Marta Elkins será nuestro contacto; cuando plante sus cultivos, los colegios harán lo mismo y compararán resultados —dijo Emily, pensando que empezaba a sonar como él. —Algo había oído. Marta ha elegido una zona que está junto a los rábanos. Me parece muy bien, no me llaman la atención los rábanos. —Lo recuerdo —Emily sonrió. Gabe, al verlo, se relajó un poco. —En cualquier caso, quería verte antes de irme. La sonrisa de Emily se borró, Gabe volvió a tensarse.

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59 —¿Por qué? —le preguntó. Era típico de Gabe aparecer en los momentos más importantes de su vida. Ya se habían despedido. ¿Por qué volvía por allí? Emily se concentró en dejar a un lado sus sentimientos y en ofrecer a Gabe su expresión de abogado ante el tribunal. Siempre le costó hacerlo y Freddie había practicado con ella una y otra vez. Pero la ayuda fue recíproca. Freddie era muy estrecha de miras, y Emily le enseñó a enfrentarse al problema desde otro ángulo. En ese momento, envidió esa estrechez de miras. Soy abogada y Gabe es mi cliente., Concéntrate en eso. —Quería verte antes de irme —dijo él. —¿Por qué? —inquirió ella. —¡Emily! —sus ojos parecían dolidos—. Quería verte —repitió—, para despedirme, supongo. —Ya nos habíamos despedido. —Además... —se le tensó la mandíbula, estaba rechinando los dientes—, mencionaste unos documentos legales ¿no? Documentos legales. Los que pondrían fin a sus derechos como padre. En la mente de Emily, se apagó toda esperanza de que hubiera cambiado de opinión. El fin de semana había significado tan poco para él como su matrimonio. Estuviera o no embarazada, pensaba entrar en la biosfera. —¿Tengo que firmar algo? —insistió él. —En otras palabras, quieres saber si estoy embarazada o no —dijo ella, a las claras. —¿Sabes si lo estás? —Gabe inspiró con fuerza. Emily era abogada. El veredicto final de cualquier caso podía depender de cómo se formulaba una pregunta a un testigo. —No, no lo sé —pudo responder sinceramente. Hubo otro incómodo silencio. Aunque se odiaba por ello, Emily deseaba desesperadamente que Gabe le dijera que, si estaba embarazada, no entraría en la biosfera, que se quedaría con ella para criar a su hijo juntos. ¿Cómo podía abandonar a su propio hijo? ¿Cómo podía ella amar a alguien que abandonaba a su hijo? Por otra parte, si el niño era la única razón para que se quedase con ella, prefería que se fuera. El tenía que aceptar el paquete entero, y ella era parte del paquete. —¿Cuándo lo sabrás? —preguntó Gabe. —Pronto. —Y ¿entonces? —Entonces, si todo va bien, nueve meses después tendré un niño. —Eso ya lo sé. —¿Qué más quieres que diga? Quería que le pidiese que se quedara con ella, comprendió Gabe. Quería oírle decir «Si estoy embarazada de ti, quiero que estés a mi lado». Pero Emily no lo hizo. Gabe miró su rostro inexpresivo y creyó que a Emily le daba igual que entrara o no en la biosfera. No lo consideraba más que un donante para tener un niño. Gabe deseó con desesperación que sí llevara un hijo de él en su interior.

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60 —¿Me lo harás saber? —Gabe se puso en pie. —Si hay algo que debas saber, lo haré. —Adiós, Em —se despidió Gabe, suponiendo que tendría que conformarse con eso. Lo siguió hasta la puerta. Gabe, con la mano en el pomo, se detuvo y se volvió hacia ella. La miró atentamente, memorizando sus rasgos, la besó con fuerza y salió de la casa y de la vida de Emily. Ella había resistido bien hasta que la besó y vio cómo la miraba. Si la hubiera besado así diez años antes, no habría permitido que subiera solo a ese avión. Emily cerró la puerta, parpadeó para evitar las lágrimas y fue hacia el baño. Acabó corriendo. Una vez allí, con el beso de Gabe cálido en los labios, descubrió que iba a tener un hijo suyo. Miró el signo positivo de uno de los tests y todas las rayas correctas del otro. ¡Iba a tener un bebé! Estaba embarazada. No podía ser un error, eran dos pruebas distintas. ¡Un niño! Emily se puso las manos sobre el vientre. No se sentía distinta, y no tenía ninguno de los síntomas que describían los libros que había leído. Pero aún era muy pronto. ¡Iba a tener un hijo! Un hijo de Gabe. Le dio un vuelco el corazón, corrió a la ventana y miró hacia fuera. Tenía que decírselo. El coche ya no estaba y sintió una punzada de desilusión, después comprendió que era mejor así. Ella, feliz y emocionada, habría manifestado su entusiasmo y en cambió él habría dicho algo tipo «Es fantástico, Em», y se habría ido a su estúpida biosfera, en vez de ayudarla a elegir los colores de la habitación, nombres para su hijo y de acompañarla a clases de preparación al parto. No, haría todo eso sola, como había planeado. Freddie la ayudaría, pero cuando llegara la noche, ella tendría a Hunter, ella solo recuerdos. Ahora todo dependía de ella. Siempre supo que sería difícil y que tendría que acostumbrarse a hacer cosas sola. Muchas cosas. Pero eso no implicaba que no pudiera ser feliz. Podía elegir el papel de la pared y decorar el cuarto del niño. Y podía llamar a Freddie. Emily fue a por el teléfono de la cocina, lo llevó a la sala y se arrebujó en el sofá. Lo había estado evitando, tratando el sofá como un símbolo, era ridículo. Gabe había salido de su vida. Ya no estaba. Le gustaba el sofá y pensaba sentarse en él. Marcó el número de Freddie y colgó. ¿Qué iba a decirle? ¿Quería que su amiga supiera que Gabe era el padre? ¿Por qué sí y por qué no? Conociendo a Freddie, querría saber todos los detalles, y Emily pensaba guardárselos. Pero su amiga se preguntaría por qué, pues asumiría que había utilizado a un donante. ¿Sería malo que Freddie supiera que Gabe era el padre? ¿Guardaría el secreto? ¿Era capaz de hacerlo? Emily volvió a llevar el teléfono a la cocina. Tenía que pensárselo y más le valía anticipar las preguntas y preparar sus respuestas antes de anunciar su embarazo a nadie. Sería mejor concertar una cita con su médico, para asegurarse.

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61 Sacó papel y lápiz del cajón de la cocina, llevó la ensalada a la mesa y preparó una lista de preguntas y respuestas mientras comía. Su mayor duda era cuándo decírselo a Gabe. ¿Debía contárselo? Dio la vuelta a la hoja y la dividió en dos columnas. Encabezó una «Decírselo» y la otra «No decírselo». Antes o después tendría que hacerlo. Incluso informaban a los donantes cuando se producía un nacimiento. Dividió la columna «Decírselo» en tres: «Ahora», «Más tarde» y «Cuando nazca». Miró el papel fijamente y tachó el «Ahora». Gabe ya tenía bastante en lo que pensar. A la mañana siguiente, Emily se puso el traje más ajustado que tenía, sabía que sería el primero en desaparecer de su guardarropa habitual. A mediodía, los empleados de EduPlaytion se reunieron en la sala de reuniones para ver por televisión la conferencia de prensa sobre la biosfera. A todos les interesaba la presentación de los juguetes, pero Emily estaba pendiente de la presentación, vía satélite, de los tres equipos biosfera. La pantalla del televisor ofrecía los tres emplazamientos al mismo tiempo. Gabe ya estaba en Arizona. Emily miró el tercio de pantalla que le correspondía, intentando distinguir a los miembros de su equipo. Sabía que estaba formado por mujeres y hombres, y tenía un gran interés por ver a las mujeres con las que viviría durante dos años. Empezaron a sudarle las manos. Nunca se le había ocurrido que Gabe pudiera enamorarse y casarse con otra. Siempre supo que el trabajo era su primera prioridad. ¿Pero qué candidata mejor que una mujer que compartiera su pasión? Gabe, con la sonrisa que utilizaba para deslumbrar al público, contestaba a las preguntas de la prensa y parecía feliz y despreocupado. Probablemente se había olvidado de ella y del niño aunque, en justicia, no sabía nada aún. Pero sí sabía que existía una posibilidad. La cámara lo enfocó en primer plano, y Emily vio esa mirada de entusiasmo que tenía al iniciar un proyecto, esa que ardía con la pasión por su trabajo. Al ver sus ojos, Emily supo que había tomado la decisión adecuada al no decirle nada del niño. Quizá no se lo dijera nunca. Alguien hizo una señal y se abrieron las puertas de las tres biosferas. Los participantes se despidieron con la mano y entraron. Gabe fue el último. Cuando a llegó a la puerta, se volvió e hizo un gesto de despedida directamente a la cámara. Instintivamente, Emily devolvió el saludo. La puerta de la biosfera se cerró, sellando en su interior durante dos años al padre de su hijo.

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62 Capítulo 8 El día después de la primera visita al médico, Emily decidió que estallaría si no le contaba a alguien lo del niño. Freddie fue su primera y única opción. Emily no se atrevía a anunciar a sus tradicionales padres que se convertirían en abuelos de forma nada convencional. Quizá Freddie pudiera darle alguna idea sobre cómo enfocarlo. Y cuándo hacerlo. Además, la gran fiesta de aniversario había sido la semana anterior y Emily estaba deseando enterarse de cómo había reaccionado Hunter a la idea de convertirse en papá. Saber que por fin iba a cumplir su sueño de ser madre, había ayudado a Emily a sobrellevar la fiesta y lo que implicaba en su recuerdo, y había podido felicitar sinceramente a Freddie y a Hunter. Tenía la esperanza de que Freddie no la hubiera llamado porque Hunter y ella estaban demasiado ocupados intentando concebir a un compañero de juegos para su futuro hijo. Por fin, todo iba a ser perfecto. Llegó a su restaurante favorito; quince minutos después, Freddie no había aparecido, así que le pidió un sándwich de beicon y aguacate, que era lo que solía comer. Llevaron la comida y Freddie seguía sin aparecer. Bueno, si le daba plantón, se llevaría el sándwich a casa para cenar. No le gustó la idea. Emily miró el plato que tenía ante ella y se le revolvió el estómago al pensar en comer beicon o aguacate, y menos aún las dos cosas juntas. Tragó saliva. Olía el beicon... y no quería olerlo. Sentía náuseas. De pronto, comprendió... ¡náuseas matutinas! Eso era. Aunque era mediodía. Emily se quedó muy quieta y se prometió que, si conseguía mantener en el estómago lo que ya había dentro, no comería nada más. Y, entonces, llegó Freddie. Tenía un aspecto horroroso, pero no podía achacarse a náuseas matutinas. Parecía que hubiera perdido su bolsa de maquillaje y le hubieran prestado una con todos los colores inadecuados. Emily tragó con dificultad e intentó sonreír. —Siento llegar tarde. Oh, bien, ya has pedido —Freddie dejó el bolso y una bolsa de compra en el suelo y se sentó. Dio un trago de té helado y mordió el sándwich. Emily cerró los ojos y volvió a tragar. —Freddie, ¿vienes de uno de esos mostradores donde maquillan gratuitamente? —¿Por qué? —Freddie miró el sándwich con desgana. Emily deseó que lo apartara de su vista. —Bueno, tu maquillaje es algo... raro. —¿No te parece sexy y atractivo? —Freddie sacó un espejo del bolso y se miró. —No —replicó Emily con la libertad que solo permitía una amistad de años. La reacción de Freddie fue asombrosa. Se le llenaron los ojos de lágrimas. —¡Pero necesito estar sexy y atractiva! —A no ser que ese maquillaje sea resistente al agua, vas a tener problemas serios. —Por cierto, a ti no te vendría mal algo de colorete. Tienes la cara verdosa —dijo Freddie, y se restregó los ojos. No era resistente al agua. —Eso da igual. ¿Qué te pasa?

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63 —Creo que Hunter tiene una aventura —Freddie se mordió el labio. —¡No! ¿Hunter? —Emily se olvidó de su estómago—. No lo creo. No es su estilo. —No... ¡No quiere tener un niño! —Sí quiere. Hace años que intenta convencerte. —Ya no. Freddie le contó a Emily la terrible escena de después de la fiesta de aniversario, cuando Hunter le dijo que no le parecía bien traer hijos a un hogar en el que los padres apenas se conocían. Emily se preguntó, inquieta, qué opinaría Hunter de lo que habían hecho Gabe y ella. Oyó a Freddie relatar lo que parecía una auténtica ruptura matrimonial, pero, egoístamente, no dejaba de preguntarse cómo le afectaría eso a ella. Contar con Hunter como figura paterna para su hijo era muy importante en su proyecto. ¿Qué ocurriría si Freddie y Hunter se separaban? Emily se avergonzó de sí misma. Era muy egoísta. Freddie sentía un dolor que ella conocía muy bien, debía limitarse a pensar en su amiga. —¿Qué vas a hacer? —Lo he estado siguiendo —confesó Freddie con voz queda. —Oh, Freddie. Eso es patético. —No. Intento conocerlo. Dice que no nos conocemos... pero él no intenta conocerme a mí, ¡intenta conocer a otra! Y es... ¡es rubia! —sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas, y Freddie no solía llorar nunca—. Pero voy a recuperarlo. Lo juro. Y quiero que me ayudes. —Por supuesto, lo que quieras —prometió Emily sin pensarlo. —Gracias —Freddie le agarró la mano—. Eres una buena amiga y no quería agobiarte con todo esto —se sonó—. Pero pensé que debía decírtelo porque el «Proyecto Embarazo» tendrá que retrasarse... es decir, si aún quieres que tengamos los niños al mismo tiempo. Emily se quedó callada, sin moverse. —Lo siento, Em. Sé que te entusiasma la idea del donante, pero no debería.. .—la voz de Freddie se apago y entrecerró los ojos manchados de rimel—. No se retrasará mucho. Emily tragó saliva. —No estás comiendo —comentó Freddie, acercándole el plato. Emily se echó hacia atrás. —Acabas de contarme que tu marido tiene una aventura y ¿esperas que coma? —Se acabaron las malas noticias. Ya puedes comer. —Bueno, de acuerdo, lo haré —Emily miró el sándwich vegetal que había pedido. El vinagre olía más fuerte de lo normal. Tomó el sándwich y, abruptamente, lo volvió a dejar—. Quizá después, estoy muy afectada —alzó los ojos. Fredericka Welles Loren Cole, abogada, la escrutaba. —Estás embarazada ¿verdad? —¿Cómo lo sabes? —dijo Emily sobresaltada. —Cuando estás disgustada, comes —explicó Freddie—. Cuando estas contenta, comes. Cuando estás a dieta comes. No estás comiendo, luego es obvio que estás embarazada. Por eso Freddie tenía la reputación de ser una de las mejores abogadas de Houston.

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64 —Es cierto, ¿no? Emily no debía sentirse tan feliz cuando Freddie estaba destrozada, pero asintió, sin poder evitar una sonrisa. —¡Oh, Em! —el rostro de Freddie se suavizó—. Me alegro tanto por ti... —se echó a llorar silenciosamente. —Freddie, lo tuyo también se arreglará —dijo Emily, aunque quizá no como ella deseaba. Freddie se limpió los ojos. —No si sigo llorando de esta manera. ¿Te imaginas que me ocurra esto en pleno juicio? —Eso no sucederá. —Eh, de veras que me alegro por ti —Freddie sonrió débilmente—. Ha sido muy rápido, ¿no? Hace solo unas semanas que miramos los catálogos de donantes. Creí que tenías que ver a los médicos, hacerte un chequeo, rellenar formularios, tomarte la temperatura... Pensé que tardarías meses —dijo Freddie pensativamente. —Hace tiempo que me tomo la temperatura —a Emily se le encogió el corazón, Freddie volvía a mirarla como abogada. —Ya. ¿A qué donante elegiste? ¿No sería el culturista? —No, ese no. Freddie la miró fijamente, esperando. Emily le devolvió la mirada, pero eso nunca se le había dado tan bien como a su amiga. —¿Tenía el pelo castaño y rizado, y ojos marrones? —preguntó Freddie suavemente. —Sí —susurró Emily. Freddie parpadeó y Emily se sonrojó. —Oh, Emily... ¿lo sabe él? —Emily negó con la cabeza—. Tienes que decírselo. —¿Por qué? —preguntó Emily con voz llorosa. —Ya sabes por qué. —No. No lo sé. Es mi bebé. A él no le importa, está en esa estúpida biosfera. —Quizá no estaría en esa estúpida biosfera si supiese que vas a tener un hijo suyo. —¿Tú crees que lo quiero en esas condiciones? —Sí —replicó Freddie—. Claro que lo creo. Todo era perfecto. Gabe, de pie en el centro exacto de la biosfera del desierto, miró a su alrededor. Con ese proyecto había conseguido todo lo que siempre anheló, y a una escala que solo había imaginado en sueños. Estaba a cargo de los experimentos, que se realizaban justo como él quería. Había un gran interés público por el reto de proporcionar suficientes alimentos a una población en continuo crecimiento, y la nueva combinación de soja y col rizada que habían desarrollado, de alto contenido proteínico, crecía sin problemas en las tres biosferas. Había alcanzado la cima de su carrera. Pero en vez de disfrutarlo, se preguntaba continuamente si Emily estaría embarazada. Hacía exactamente un mes desde aquel fin de semana. Ya lo sabría. Le habría avisado. ¿O no? —...y, a los siete meses, puedes apuntarte a las clases de preparación al parto. ¿Tienes a alguien que pueda actuar como ayudante en las clases? —preguntó el doctor a Emily. —Sí, Freddie —era su segunda visita al médico.

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65 —Muy bien. Dile que será bienvenido a todas las consultas antes de... —Freddie es una mujer, Fredericka. —También será bienvenida —replicó el doctor, sin inmutarse. Emily salió de la consulta cargada con folletos de instrucciones, recetas de vitaminas y la impresión de que había cometido un gran error. Estar embarazada de Gabe no era tan maravilloso como esperaba. Lo echaba de menos. Quería compartirlo todo con él. Había oído el latido del corazón del bebé por primera vez, una especie de silbido. En ese instante maravilloso, la enfermera y ella se habían sonreído, y Emily había deseado que Gabe estuviera allí. Eso iba a ocurrir con frecuencia, y empeoraría cuando naciera el bebe. Cada vez que lo mirara, pensaría en Gabe y en su amor imposible. ¿Cómo no lo pensó antes? ¿Estaba loca? ¿Cómo llegó a creer que podía tener un hijo de Gabe sin tenerlo a él también? —Entonces, ¿estamos de acuerdo? —preguntó Marta Elkins. Celebraban su reunión semanal, y todo el equipo de Gabe estaba sentado alrededor de una mesa de madera, en una zona sombreada de la biosfera. Podría parecer que estaban de merienda, pero no era así en absoluto. Las reuniones tenían el objetivo de proporcionar un foro para manifestar quejas y sugerencias. Se debían a una propuesta de la doctora Weber, que Gabe aceptó, pero ahora mismo no le parecían más que una pérdida de tiempo. Cuando hubieran convivido lo suficiente como para tener problemas, las sesiones quizá fueran útiles. Llevaban en la biosfera tres semanas. Emily ya tenía que saber si estaba embarazada. No soportaba la incertidumbre. Tres veces al día, ni una menos, leía su correo electrónico y escuchaba los mensajes telefónicos. ¿Estaría bien? ¿Cómo se sentía? Si no estaba embarazada, ¿cómo soportaba la decepción? —¿Gabe? —Marta arqueó una ceja. —Genial —dijo él. No se sentía capaz de soportar dos años de cejas arqueadas—. Suena bien. Todos se miraron entre ellos. —¿Qué? —No prestabas atención. —Claro que sí. Hablábamos de alterar el nivel de humedad para que se parezca más al del desierto. —Votamos sobre ese punto hace diez minutos. Ahora hablábamos de cómo deshacernos del ácido de las baterías —Marta lo miró impávida—. Acabas de aceptar que lo tiremos sobre las plantas del cuadrante sudoeste. —¿En serio? —dijo Gabe. Marta le dirigió una mirada helada—. Entonces, lo siento —no le gustaba Marta. El título de doctora que siempre aireaba hacía que se creyera superior a él. Obviaba el hecho de que tenía muchos más años de experiencia de campo. Opinaba que, si no tenía el doctorado, no podía ser tan experto como decía.

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66 ¿Cómo se le había escapado eso a la doctora Weber? Gabe iba a tener que enfrentarse con Marta antes de que las cosas se le fueran de las manos. Ella no podía desestimar su autoridad así. Por otro lado, era cierto que no prestaba atención. No podía concentrarse en su trabajo. Pasaba horas enteras sin pensar en él. ¿Cuándo le había ocurrido eso antes? ¿Alguna vez? Todo por Emily; no soportaba la incertidumbre. En cuanto acabó la reunión, Gabe fue a su habitación y encendió el ordenador portátil. Tenía que enviarle un mensaje y no iba a ser fácil. Controlaban todas las comunicaciones de la biosfera. Supuestamente, las cartas eran privadas, pero Gabe creía que también las censuraban. El proyecto era demasiado importante como para correr riesgos de espionaje industrial o fuga de datos. ¿Qué podía escribir que fuese privado? Desconocía las intenciones de Emily con respecto a proclamar su embarazo. Tardó treinta minutos en escribir el mensaje. Era un poco críptico, pero supuso que ella lo entendería, porque todos los mensajes incluían una advertencia de que el correo estaba vigilado. Ahora, solo tenía que esperar su respuesta. Emily se sentía muy embarazada. Nunca le había gustado la siesta, y ahora deseaba acurrucarse por la tarde; llevaba una semana quedándose dormida en cuanto volvía del trabajo, y se despertaba a media noche. Luego, le costaba volverse a dormir. Si eso era lo que su cuerpo le pedía, no iba a oponerse. En cualquier caso, tampoco iba a ganar la partida. Una noche, a las tres de la mañana, se levantó, se preparó un vaso de leche caliente con una cucharada de gelatina de fresa, lo único que su estómago aceptaba a esas horas, y encendió el portátil. Trabajaba cuando tenía ganas, así compensaba los momentos, en los que no le apetecía. Emily echó un vistazo a su bandeja de entrada y paró al ver la dirección de respuesta de uno de ellos: [email protected]. Gabe. Emily pinchó en el mensaje y vio la única palabra que contenía: ¿Entonces? ¿Entonces? ¿Entonces? ¡Cómo se atrevía! Hacía semanas que no tenía noticias suyas y solo era capaz de dedicarle una palabra. Enfadada, contestó: Entonces, ¿qué? El jueves, Gabe hizo algo inimaginable. Cometió un error grave, pero no desastroso. Un error que era un aviso para que dejara de pensar en Emily y se concentrara en su trabajo. No había recibido respuesta a su mensaje, y se preguntaba por qué cuando, sin darse cuenta, regó la hilera equivocada de zanahorias, las delta.3v2. Solo debía regar el grupo de control. Al echarles agua, arruinó el ciclo experimental de esa variedad en concreto. En cualquier caso, sabían a alfalfa. Sin duda, eran zanahorias muy nutritivas, pero ¿y el sabor? Se dejó caer en uno de los taburetes de plástico que había por allí. Quizá hubiera una solución. Por ejemplo, estudiar el efecto de regar dos veces al día al principio del ciclo vital. Quizá eso mejorara el sabor. Se imaginó la expresión de Marta si sugería algo así. Deseó poder ver a Emily. Era insoportable. Dejó todo, volvió a su habitación y encendió el ordenador. Cerró los ojos con alivio al ver que tenía un mensaje de ella.

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67 Entonces, ¿qué? Parpadeó. ¿Nada más? ¿Habría escrito más y lo habían censurado, o eso era todo? ¿Estaba jugando con él? ¿Riéndose de él? ¿Castigándolo? No podía saberlo sin ver su rostro o escuchar el tono de su voz. La norma era disuadirles de hacer llamadas telefónicas y las escuchaban siempre. ¿Pasaste la prueba?, tecleó como respuesta. A Emily no le sorprendió encontrar el mensaje de Gabe la siguiente vez que comprobó el correo. Pero ¿cómo responder? Sabía perfectamente lo que le preguntaba y, dado que había escrito el mensaje muy abajo, sobre una frase que decía: Advertencia: todas las comunicaciones pasan un control de una tercera parte por motivos de seguridad, al fin comprendió por qué era tan breve. Aun así, podía haber escrito algo más. Estaba claro que no quería desperdiciar mucho tiempo. La sorprendió que se hubiera molestado en contestar. Emily se echó atrás en la silla, con las manos sobre el vientre. Si ver de nuevo a Gabe había sido una prueba, la había suspendido. Miserablemente. Se había involucrado emocionalmente, cuando sabía que solo le rompería el corazón. Había decidido olvidarlo y, la primera vez que ponía su resolución a prueba, ocurría lo que había ocurrido. No, escribió, y pulsó el botón de envío antes de poder cambiar de opinión. Ya le diría lo del niño algún día, cuando sus recientes heridas hubieran cicatrizado. Además, ¿qué podía importarle ahora? Él seguiría en la biosfera, y ella criaría al niño sola. De esa manera, él no volvería a ponerse en contacto con ella. Gabe no tenía conciencia del tiempo que pasó en su habitación mirando esa única palabra. «No». Tan terminante. Llevaba varias semanas pensando, demasiado, en lo que podría ser tener un hijo con Emily. En volver con ella. En criar a su hijo juntos. El niño los uniría para siempre. Sería parte de los dos. Con esa única palabra, ella había acabado con cualquier esperanza de volver a entrar en su vida. Emily, ¿sentiría alivio o decepción? ¿No hubiera preferido tener un hijo suyo a tenerlo de un extraño? Gabe no sabía la respuesta. —Lo siento, Em —escribió al fin, en la penumbra de su habitación. Y era cierto, lo sentía por ella, y por él. Por lo que pudo haber sido. ¿No podía al menos preguntarle qué planes tenía? ¿Contarle algo de su vida en la biosfera? ¿Decir algo? Emily no se podía creer que hubiera vuelto del trabajo a toda prisa para llegar a casa a leer ese mensaje. Había comprobado el correo dos veces desde la oficina, aunque no le gustaba leer su correo personal allí, y no había nada. Parecía que Gabe enviaba sus mensajes a última hora de la tarde. Emily se lo imaginó cenando y yendo luego a su habitación para escribirle. Se dio lástima. Toda su comunicación con ella no llegaba a una docena de palabras, y allí estaba, deseando más. Aunque hubiera escrito más. ¿Qué importaba? Incluso si le hubiera dicho que estaba embarazada, ¿habría cambiado algo? No. Gabe seguiría siendo el mismo Gabe, más interesado en su trabajo que en tener una familia.

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68 Era mejor no contestarle. Gabe miró su reloj. No había recibido respuesta de Emily el día anterior, ni tampoco esa mañana. Quizás no leyera el correo todos los días. O estaba devastada por no haberse quedado embarazada. O no iba a contestar. Al tercer día sin respuesta, Gabe comprendió que no iba a contestar. No quería saber nada de él. Lo menos que le debía era respetar su deseo. —¿Se lo has dicho ya? —preguntó Freddie con su desparpajo habitual. —No. Emily y Freddie realizaban la primera incursión a una tienda de ropa premamá. Emily no la necesitaría hasta dentro de unas semanas, pero querían ver modelos. —Oh, Dios, ¡es horrible! —exclamó Freddie. —No lo es. Se lo diré, pero, ¿por qué molestarme ahora? ¿Qué puede hacer al respecto? —No me refería a contárselo a Gabe, pero que no lo hayas hecho también es horrible. Me refería a esa horrible cosa de flores que tienes en la mano. ¿Has visto el cuello? ¿Y esas mangas enormes? ¿Es que creen que las mujeres se quedan embarazadas por los brazos? Emily volvió a colgar el vestido. Realmente, era horrible. —¿Me imaginas en una sala de juicios vestida así? —Freddie hizo una mueca—. Perdería mi credibilidad ante el jurado. —Puede que se apiadaran de ti —rió Emily. —Sabes, Emily, viendo esto, se me ocurre que podríamos montar un buen negocio. —Freddie, no es más que un centro comercial. Estoy segura de que venden ropa premamá para ejecutivas en algún sitio. Aunque... —Emily le mostró una camiseta azul marino que decía «En construcción» y tenía una flecha que apuntaba hacia abajo. —No —dijo Freddie con firmeza. —Supongo que tampoco te gustan los patitos. —Emily, ¿te comprarías algo con patitos si no estuvieras embarazada? —No. —¿Cuándo piensas decírselo? —Freddie era incansable. Su táctica favorita era cambiar de tema y luego soltar la pregunta cuando la otra persona se había relajado. Conseguía muchas respuestas así. Esa vez no funcionó, porque Emily misma ignoraba la respuesta. Durante una semana, había mirado su correo electrónico mañana y noche; Gabe no había vuelto a escribir. Estaba claro que solo le interesaba saber si estaba embarazada, ahora que creía que no, ¿qué ocurría?: no volvía a expresar ningún interés por ella. Menuda sorpresa. No era ella la única que no había pasado la prueba. En el desierto, el otoño significaba que disminuía el calor. Pero el aire acondicionado de las zonas habitables de la biosfera no podía con la temperatura, que era mayor que la calculada por los ingenieros. Todo el equipo estaba de mal humor. Tras reuniones interminables, decidieron realizar algunos de los experimentos por la noche, cuando hacía más fresco. Además, también sería más práctico para los agricultores. Por razones que desconocía, trabajar solo por la noche, hacía que Gabe pensara en Emily. Pensaba mucho en ella. Aunque los demás opinaban que trabajaba bien, él sabía que su rendimiento había caído en picado.

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69 Quería verla. Y como no podía salir, tenía que encontrar la manera de que fuera ella. Sentado ante el ordenador, empezó varios mensajes. Hola, Emily. ¿Cómo te va? Aquí todos estamos bien, parecía un colegial escribiendo una postal a casa desde el campamento de verano. Hola, Emily. He leído los informes sobre la exclusiva de los juguetes, pero me gustaría saber lo que opinas tú, eso tampoco servía. Hola, Emily. ¿Cómo te va? Hemos descubierto una variedad de trigo capaz de crecer si alguien escupe al aire a cuarenta kilómetros de distancia, mejor no. Mientras pensaba, recibió un mensaje de Larry, el presidente de Ingeniería Alimenticia. Gabe. Necesitamos que autorices los contratos finales para los experimentos que realizan los colegios con Marta. Tienen que empezar la segunda semana de septiembre, para acabar antes de navidades. ¿Permito a los abogados que aprueben los juguetes en tu nombre? Claro que los abogados podían dar el visto bueno a los juguetes. Para eso les pagaba. Gabe comenzó a escribir pero se detuvo. Larry, quiero ver los productos antes de que los envíen a los colegios, escribió, sonriéndose. Creo que hace falta otra reunión cara a cara. Como es obvio que yo no puedo salir, reúne a la gente de EduPlaytion y a sus abogados, y tráelos aquí para celebrar una reunión.

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70 Capítulo 9 Si Emily tenía que ver a Gabe, ese era el momento ideal. A finales de verano se libró de las náuseas y aún podía ponerse ropa normal. Además, con un traje de chaqueta, Gabe no se daría cuenta de que estaba embarazada. Mucho antes de llegar, vieron el cristal de la biosfera brillando bajo el sol del desierto. Emily iba con su asistente, un par de miembros de la NASA y con el equipo de desarrollo de EduPlaytion. El presidente de Ingeniería Alimenticia también asistiría a la reunión, pero se había adelantado para prepararlo todo. Tendría que pasar por un proceso de descontaminación, y también los documentos que llevaban consigo. Por si eso fuera poco, Gabe estaría detrás de un panel de cristal. Emily entendía que tenían que mantener una atmósfera estéril, pero el procedimiento le hacía pensar en un viaje al espacio exterior. Tuvieron que ducharse. Emily no se lo podía creer. Ni siquiera iban a estar en contacto con Gabe y sus preciosas plantas. Además, a Emily le molestó que arruinaran su cuidado maquillaje y peinado. Cuando tuvieron que ponerse unos monos blancos, comprendió que, aunque hubiera estado a punto de dar a luz, Gabe no se habría dado cuenta. Se arregló, recogiéndose el pelo húmedo en una cola de caballo, y utilizando el lápiz de labios y el rímel que llevaba en el bolso, después de haber pasado un control, pero sabía que no tenía un aspecto que fuera hacer a Gabe pensar en lo que se había perdido. Él los esperaba cuando entraron en la improvisada sala de conferencias. Se miraron a través del cristal. Él tenía buen aspecto. Estaba más moreno. Emily sabía que broncearse no era necesariamente bueno para la piel pero, ¿por qué era tan atractivo? ¿Y cómo conseguía broncearse una persona dentro de una biosfera? Sin pensarlo, Emily se sentó frente a Gabe, deseando empaparse de esa imagen que no veía desde hacía cuatro meses. Él le dedicó una sonrisa que le llegó al corazón. Le sonrió, no pudo evitarlo. Lo amaba y sabía que, ocurriera lo que ocurriera, siempre lo haría. Alguien se aclaró la garganta y Emily retomó la conciencia de su entorno. De los otros hombres que había en la sala. ¿Habían notado que miraba a Gabe como una adolescente mira a su estrella de cine favorita? Sin levantar los ojos, Emily abrió la bolsa de plástico en la que habían sellado sus papeles. Seguía enamorado de ella. Siempre lo estaría. Había costado una fortuna llevarlos a todos y descontaminarlos. Larry llevaba quejándose de eso toda la mañana. A Gabe le daba igual. Cada centavo había merecido la pena, solo por ver a Emily de nuevo. Sonrió al verla con el voluminoso mono blanco. El cabello, húmedo y recogido, le recordó su aspecto justo después de ducharse con ella. Le recordó cómo se sintió justo después de ducharse con ella.

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71 Llevó la mano hacia el vaso de agua, las manos le temblaban; tal era su esfuerzo por no salir de la habitación esterilizada, abrir la puerta exterior y comprometer todo el proyecto simplemente para abrazarla nuevamente. Se conformó con ver las esferas plásticas que enviarían a los colegios, y hojeó los contratos, simulando leerlos. Aunque hubieran incluido una factura de un millón de dólares, habría firmado. El sistema de sonido daba a la voz de Emily un tono electrónico, y los separaba una pared de cristal; hacía meses que no estaba tan cerca de ella. Pero no era suficiente. Emily se alegró de haber revisado los contratos minuciosamente, porque era incapaz de absorber más información. Gabe, el padre de su hijo, estaba a pocos metros de ella. Igual hubiera dado que estuviera en la luna. No hacía más que mirarlo, mientras cada uno daba su breve informe. Cuando fue el turno de Gabe, Emily se relajó y se permitió mirarlo tanto como deseaba. —La doctora Elkins y yo opinamos que el híbrido de maíz corto sería el más apropiado para las biosferas de los colegios. Solo crece hasta esta altura—Gabe se puso en pie para indicar el tamaño con la mano. Llevaba pantalones cortos de color caqui; los pantalones cortos siempre le sentaron bien. Emily suspiró suavemente; entonces lo sintió: un leve movimiento a un lado del estómago. Apoyó la mano en la zona y, cuando la retiró, volvió a sentirlo. Era casi como cosquillas, pero no exactamente. De pronto, Emily comprendió la verdad. ¡El bebé! Su hijo se había movido por primera vez. Se quedó muy quieta y clavó los ojos en Gabe, parpadeando para detener las lágrimas de felicidad mientras esperaba otro movimiento. Más que nada, hubiera deseado poder tomar la mano de Gabe y ponerla sobre su vientre para que él también sintiera al bebé. Pero no podía. Habría sido imposible aunque lo supiera todo. Las odiosas precauciones de aislamiento lo impedían. ¿Y si tenía que llevar al niño allí? Lo más que podría hacer sería alzarlo hacia el cristal. Gabe no tendría en brazos a su propio hijo, al menos hasta que el niño tuviera quince meses y comenzara a andar. Pensó en lo que sería tener un hijo y no poder tocarlo. Emily no podía hacerle eso a Gabe. En ese momento, se prometió que estaría allí con el niño el día que Gabe saliera de la biosfera, el día en que pudiera abrazar a su hijo por primera vez. —Bien, no se lo que opinaréis los demás, pero a mí me vendría bien un descanso — anunció Larry. Por fin se acababa la reunión. Emily estaba deseándolo. Tenía hambre—. Tenemos comida preparada para todos. Después de comer, podéis recorrer los caminos de observación que hay para el público y ver algunos experimentos, pero si salís de esta habitación, para volver a entrar tendréis que pasar por el proceso de descontaminación otra vez —se oyó un gruñido generalizado. Emily devoró la comida, una ensalada de verduras cultivadas en la biosfera, y pan hecho con el trigo que también crecía allí. Gabe no comió con ellos, y temía no volverlo a ver, cuando apareció y le hizo un gesto. Ella se acercó al cristal.

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72 —Tengo que hacerte algunas preguntas, si no te molesta quedarte un rato —dijo. —Probablemente, Jack pueda contestarlas —ofreció Larry. Gabe no dijo nada, pero la mirada que lanzó al presidente de su empresa ordenó «¡Lárgate!»—. Por otra parte, quizá sea mejor que hables directamente con la fuente de información —miró a su alrededor—. ¿Alguien se apunta a la visita turística? Gabe miró los contratos hasta que todos se marcharon. —¿Qué preguntas quieres hacerme? —inquirió Emily. —¿Cómo has estado? —sonrió Gabe, todo lo bajo que permitía el sistema de sonido. «Acabo de sentir a tu hijo moverse». Era muy difícil no contarle todo, no compartir el milagro de esa nueva vida que crecía dentro de ella. Pero no se atrevió. Ya sería bastante difícil marcharse dentro de una hora. No podía seguir dejándose llevar por sus emociones. No debía de ser bueno para el niño, y a ella le sentaba fatal. —Muy bien —contestó—. Tengo mucho trabajo. Un programa infantil de televisión quiere hacer un reportaje, y hemos tenido que preparar una serie de juguetes a toda velocidad. —Lo sé —sonrió y recorrió el contorno de su cara con los ojos—. Estuvieron aquí filmando hace un par de semanas. Emily asintió. Gabe miró a su alrededor y sonrió tímidamente. —¿Has...? —concluyó con un gesto. —No —replicó Emily. Sabía que le preguntaba si ya había elegido un donante—. Como he dicho, el trabajo me tiene muy ocupada. Ya sabes cómo es eso. —Sí —Gabe no sonrió. —En cuanto a los contratos... —comenzó Emily. —Están bien —interrumpió Gabe—. Solo quería una oportunidad de hablar contigo en privado; al menos todo lo privadamente que es posible aquí. Una llamada en la puerta vino a demostrar lo acertado de sus palabras. Una atractiva morena asomó la cabeza a la habitación. —Gabe, si has terminado aquí, tenemos una fuga de agua en el canal de irrigación del sector diecisiete —lanzó a Emily una mirada despectiva—. Probablemente descontaminar a tanta gente al mismo tiempo, ha sobrecargado el sistema de reciclado de agua. —Tengo que marcharme —Gabe miró a Emily. —Por supuesto. Es lo habitual en ti —dijo Emily, recogiendo sus cosas. —Emily... —Adiós, Gabe. Ya nos veremos. Veinticuatro horas después, Gabe se sentó frente al ordenador. Iba a mandarle un mensaje a Emily, y seguiría haciéndolo hasta que le contestara. No sabía qué escribir, pero le daba igual. Simplemente quería establecer contacto con ella. Al final, le contó lo de la fuga de agua y explicó que las plantas afectadas se unirían a las que él había regado en exceso. No dijo que aquello le ocurrió porque estaba pensando en ella, y tampoco dio muchos detalles, para impedir que los censores cortaran demasiado texto.

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73 Le apetecía hablarle de Marta Elkins. La mujer lo culpaba por poner el proyecto en peligro al convocar la reunión y sobrecargar el sistema de la biosfera. Seguramente tenía razón. Marta no llegó a acusarlo de celebrar una reunión innecesaria, pero se acercó bastante. Quizás la reunión no fuera estrictamente necesaria para el proyecto, pero era imprescindible para él. Tenía que ver a Emily. Ahora que la había visto, tenía que recuperarla. .. .encantado verte, Gabe. Emily había leído el mensaje cuatro veces. Si no fuera por la firma, no habría sabido que era de Gabe. Hablaba del proyecto y de que la fuga había arruinado uno de los experimentos. La primera vez, Emily lo leyó por encima, preguntándose por qué se molestaba en contarle eso. Pero, después, Gabe se reprochaba a sí mismo no haber tenido en cuenta el delicado equilibrio del sistema. Gabe nunca le había hablado así. Emily, leyó el mensaje en casa mientras se comía un yogur de fresas. Había descubierto que, si cenaba algo ligero, dormía mejor. Se sintió en la obligación de contestar, aunque no quería hacerlo. Le contó que ya habían entregado las biosferas en miniatura a los colegios, aunque probablemente lo sabía. También admitió que la impresionaba la magnitud del proyecto y que Gabe fuera responsable de él «Estoy orgullosa de ti, y también me enorgullece ser parte del proyecto». ¿Debía admitir eso? A Emily la sorprendió saber que no era más que la verdad. Por mucho que la molestara su devoción por el trabajo, estaba orgullosa de él. Suspiró, pulsó el botón de envío, apagó el ordenador y se fue a la cama. La noche siguiente, intentó ver las noticias mientras se comía el yogur, esta vez de arándanos, pero no dejaba de preguntarse si Gabe habría contestado. Al fin no pudo contenerse y encendió el ordenador. Había un mensaje, tan largo como el anterior. Cuando Emily acabó de leer, tenía los ojos anegados de lágrimas. Es solo que voy a invertir aquí dos años de mi vida, y no quiero que haya ningún error. Emily sonrió, eso era típico de Gabe. Sabes, Em, hace dos años volví al lugar donde se desarrolló el proyecto del Sahara. Había un niño, Rahim, que siempre estaba por allí, y hacía recados y tareas para nosotros. Tendrías que haberlo visto. Tenía las piernas delgadísimas, y el vientre muy hinchado. Pero empezamos a darle de comer y creció y se puso fuerte. Cuando nos marchamos, parecía un niño normal. Yo creía que tenía doce años, pero resultó que eran diecisiete. Pregunté por él cuando volví y me dijeron que se había ido. Pensé que se referían a que había muerto, pero no, está estudiando. Quiere ser médico, Em. Estudia en Londres y después volverá a establecerse en su pueblo. Piénsalo. Antes se moría de hambre, y ahora va a ser médico. Tener suficiente alimento hizo el milagro. Emily no quería saber nada de las mejoras de muchos pueblos, ni de los cultivos que ahora tenían a su disposición. Ese lugar era el que había destrozado su matrimonio. Por eso trabajo tanto, supongo.

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74 Emily no quería entenderlo. No quería conocer mejor al hombre con el que se casó años atrás. No quería enamorarse aún más. Así que no le contestó. Tras intentar conciliar el sueño durante dos horas, encendió la luz. —¡Oh, está bien! —se rindió. Se puso las zapatillas, fue al despacho y, enfadada, tecleó: Me parece maravilloso influir así en la vida de alguien. Ojalá yo hubiera tenido alguna influencia en la tuya. En cuanto pulsó el botón de envío comprendió que había cometido un error, y no había forma de recuperar el mensaje. Se reclinó en la silla y miró la pantalla. Notó un leve movimiento, sonrió y se puso la mano en el vientre. —Bueno, tu mamá acaba de cometer un error. Lo pregunta es: ¿qué hará tu papá? Gabe leyó el mensaje de Emily, fue al gimnasio y se pasó cuarenta y cinco minutos sudando en uno de los aparatos. Emily nunca le perdonaría por haberla abandonado. La había perdido para siempre. Cuando se duchó y volvió ante el ordenador, estaba enfadado. Ella sacaba a relucir su error constantemente. Ya era hora de dejar eso atrás. Tecleó ¿Me perdonas? y lo envió. Escribió el mismo mensaje todos los días durante una semana. Si era necesario, lo escribiría todos los días durante un año. Pero no hizo falta. El domingo por la noche, por fin recibió una respuesta de Emily. De acuerdo. —¿Se lo has dicho ya? —espetó Freddie, que ayudaba a Emily a decorar la habitación del niño. Estaban poniendo una cenefa de papel. —No —replicó Emily. —¿Por qué no? —Porque los tres últimos meses han sido maravillosos —dijo Emily, tendiéndole una tira encolada a Freddie, que estaba subida en la escalera. —Maravillosos, ¿en qué sentido? —Gabe me presta más atención que cuando éramos novios. —Te manda un par de correos electrónicos... ¿a eso le llamas atención? —Freddie colocó la cenefa con cuidado. —Me escribe todos los días. Hablamos de muchas cosas. Y me presta atención a mí porque quiere, no porque esté embarazada de él. —Pero estás embarazada de él. —Eso no lo sabe. —No me puedo creer que acabaras eligiendo estos patos —Freddie alisó las arrugas de la cenefa, bajó y desplazó la escalera. —Son unos patos muy bonitos. —Es demasiado amarillo para un crío. —También hay azul real y blanco. No es todo amarillo —le dio otra tira a Freddie. —El azul real es lo único que salva a esta habitación de la insulsez. —¿Existe esa palabra? —Sí. Lo digo en serio. Si este diseño llevara azul pastel, no habría sacrificado mi tarde de domingo.

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75 —Gracias, Freddie. —¿Y cuándo se lo vas a decir? Emily sonrió. La táctica de Freddie ya no funcionaba. Hacía rato que esperaba la pregunta. —Después de que nazca el niño. —¿Cuánto después? —No lo sé. Al principio, pensé que sería horrible para él saber lo del niño y no poder abrazarlo, pero ahora... —soltó un suspiro—. No sé. Además, disfruto con los mensajes de Gabe. Me gusta nuestra relación. Cuando se entere de lo del niño, todo cambiará. Se preguntará por qué no se lo he dicho antes y me acusará de querer castigarlo. —Claro. —Mira, Freddie, no estoy orgullosa de eso. Se enfadará... Y no quiero que se acaben los mensajes porque está enfadado. —Deberías haber decorado con gallinas, en vez de patos —Freddie la miró con desdén. —Pero... ¿y si dice «enhorabuena» y se comporta como si nada hubiera cambiado? —¿Lo consideras una posibilidad? —Quizás... no. ¡No lo sé! Nunca me había sentido tan ilógica como ahora. —Es hormonal —apuntó Freddie—. Con una conversación podrías aclararlo todo. —Lo sé —Emily le pasó otra tira de cenefa—. Pero es una conversación que no quiero tener. —Ya te lo dije, hace tiempo que debí haber golpeado vuestras cabezas una contra la otra —Freddie soltó un suspiro. Emily miraba por la ventana del despacho, meditando sobre las palabras de Freddie cuando llamaron abruptamente a la puerta. —Emily, ¿tienes un minuto?—sin esperar respuesta, Bill Stone, el jefe de Emily, entró en la oficina y cerró la puerta. Emily se enderezó, no podía ser nada bueno—. Ha ocurrido algo interesante con tu proyecto —empezó él incluso antes de sentarse—. Tres fabricantes de juguetes han decidido querellarse por nuestro contrato en exclusiva con Ingeniería Alimenticia. —¿Por qué motivo? —no era nada bueno. —Al ser parte del gobierno, la NASA debería haber ofertado el contrato. —Ingeniería Alimenticia no es una empresa gubernamental, nuestro contrato es con ellos. —Se considera un proyecto conjunto entre el gobierno y la industria privada —Bill Temple, se estiró los nudillos y miró al techo. —Entonces, es problema de la sección de relaciones públicas. —Es nuestro problema... más bien tu problema. Realizarán todo tipo de acusaciones, están tanteando el terreno con la esperanza de provocar una respuesta y conseguir el apoyo de la prensa. Ya han empezado a decir que hay alguna conexión entre Ingeniería Alimenticia y EduPlaytion, y que nos trataron con favoritismo. —¡Y lo hicieron! Bill hizo una mueca, se llevó la mano al oído y después se palpó el bolsillo. —Acaba de pitar mi audífono. Ocurre a veces. ¿Qué decías?

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76 —Me preguntaba qué estrategia de contraataque sugieres —dijo ella, aceptando la indirecta. —Siempre podíamos utilizar lo de «hombres machistas que se resienten porque una mujer joven ocupa un puesto de poder». Suele funcionar. Seguramente porque era verdad, pensó Emily, pero no se atrevió a decirlo. —Si insisten en lo del favoritismo, tendrás que convocar una rueda de prensa y decir que eso no sucedería si tú fueras un hombre pero que, al ser mujer, solo se les ocurre que te acuestas con el jefe, o algo así. Ya sabes. Emily sonrió débilmente. —Es un buen plan —Bill se animó—. ¿Por qué no convocamos la conferencia de prensa ya, antes de que el público empiece a considerar otras posibilidades? —llevó la mano al teléfono. —No —dijo ella. Bill la miró con curiosidad, y sonrió. —Estás muy bien —creía que a ella le preocupaba su aspecto—. Es más, al verte embarazada, todos se pondrán de parte tuya —pulsó un botón del teléfono. —No, no lo harán —dijo Emily con firmeza. Se levantó de la silla y tuvo la temeridad de desconectar la llamada. Bill se puso serio. —Me parece que no captas la gravedad de la situación —dijo, con un tono paternal que irritó profundamente a Emily. —A mí me parece que eres tú quien no la captas. ¿Conoces a Gabe Valera, el dueño de Ingeniería Alimenticia? —Sí, sí —dijo Bill con impaciencia, sin retirar la mano del teléfono. —Este es su hijo —Emily puso las manos sobre su abultado vientre. Bill ni siquiera parpadeó. Tras un par de segundos, se dio un golpecito en el oído y se quitó el audífono. —Se acabó la pila. A veces ocurre. Iré por una nueva —se levantó y salió del despacho. La había oído perfectamente. De hecho, se rumoreaba que no necesitaba el audífono para nada. Así que lo dejaba todo en manos de Emily. Ella, en pie, se preguntó si tendría empleo a la mañana siguiente. Se acarició suavemente el vientre; el niño había elegido ese momento para moverse. El niño, tenía que pensar en el niño. Necesitaba el sueldo y el seguro médico. Emily inspiró con fuerza y volvió a su mesa. Si quería conservar su puesto de trabajo, tenía que encontrar una estrategia para refutar la demanda de los envidiosos fabricantes de juguetes. Llevaba una hora trabajando cuando un Bill muy serio regresó a la oficina. —¿Ya has cambiado la pila del audífono, Bill? —Sí, pero a veces se suelta algún cable y el aparato no funciona bien. —Entiendo. Se me ha ocurrido cómo luchar contra la demanda. —Explícate —Bill se sentó. —Admitiremos que nos dieron el contrato porque Gabe y yo nos conocíamos. Bill se llevó la mano al oído. —El audífono funciona perfectamente, Bill.

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77 —Eso me temía. —Pues la cosa es bastante peor —dijo alegremente Emily—. Gabe y yo estuvimos casados. Creo que debes saberlo, por si acaso algún periodista con iniciativa lo descubre. Bill tenía cara de ir a desmayarse de un momento a otro. —Si nos ponemos a la defensiva, sus abogados querrán dar la impresión de que tenemos motivos para hacerlo. ¿Qué importa haber conseguido el contrato por una relación personal? Los hombres lo hacen continuamente. —No suele ser tan personal —dijo Bill, mirándole el vientre. —Él no lo sabe y me gustaría que siguiera sin saberlo, de momento —Emily alzó la barbilla. —Creo que es mejor que no te pregunte quién no sabe qué —dijo Bill recostándose en la silla. —Perfecto. He revisado los documentos. El acuerdo es únicamente con Ingeniería Alimenticia. Aunque la NASA propusiera lo de la exclusiva, no forman parte del acuerdo, y no se les menciona en ninguno de los contratos que tenemos con Ingeniería Alimenticia. Puede que tengan un acuerdo con Ingeniería Alimenticia, pero eso no nos concierne. —Eso sí que lo he oído, alto y claro —Bill sonrió por primera vez desde que había entrado al despacho. Poco después se marchó. Emily convocó una reunión y organizó una tormenta de ideas sobre posibles tácticas a seguir. Salió tarde de la oficina y cuando iba hacia el coche un foco iluminó la acera que había junto al aparcamiento. —¿Señorita Shaw? —se encendió otro foco. —Señorita Shaw, ¿tiene algo que decir sobre la demanda que ha presentado juguetes Hanecker? —una mujer puso un micrófono ante ella. —Estoy preparando un comunicado para emitirlo mañana —dijo Emily, sorprendida por la rapidez de los periodistas. —¿Podría decirle a nuestra audiencia lo que dirá en el comunicado? ¿Audiencia? Detrás del foco, había un hombre con una cámara al hombro. Llevaba el logo de un canal de televisión local. Estaban grabando. Emily se puso el maletín delante de la tripa. —Lo haré mañana —Emily comenzó a ir hacia su coche. Lo último que quería era salir en televisión. Si no decía nada, quizás la dejaran en paz. La reportera la siguió. —¿Son ciertas las alegaciones de amiguismo entre su compañía y Ingeniería Alimenticia? —No he oído esas alegaciones pero, como ya he dicho, estoy preparando un comunicado que se emitirá mañana. —Si no ha oído ninguna alegación, ¿a qué contesta en ese comunicado? —A nada, si no me dejan irme a casa a escribirlo —espetó Emily. No debió perder los nervios. La estaban provocando adrede, y lo sabía, pero no pudo evitarlo. Mientras entraba en el coche, oyó a la reportera hablando excitada ante la cámara. Oh, bueno. Ya se enteraría de lo que decía en las noticias de las diez de la noche.

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78

Capítulo 10 Los periodistas llevaban todo el día esperando una declaración de Gabe, y parecían dispuestos a acampar ante la biosfera hasta conseguirla. Él no tenía suficiente información para preparar una. Larry no pudo ayudarlo, y el teléfono de Emily comunicaba continuamente. Gabe sabía que dejar a los periodistas tostándose al sol conllevaría muy mala publicidad, así que, desde el interior de la biosfera, les explicó que solo estaba a cargo de sus experimentos. Eso no les satisfizo, habían viajado mucho para conseguir una historia, así que tuvo que ir a la zona del recorrido para el público y dejar que le hicieran fotos. Se sintió como un animal enjaulado. Esa noche, alertados de la historia por Larry, Gabe y el resto del equipo se sentaron en la sala de ocio para ver las noticias de las diez. Mientras se veían imágenes de Gabe mirando unas plantas, un comentarista recitó las alegaciones con un tono de voz que hacía que Gabe pareciera un asesino. Eran plantas y juguetes, por Dios santo. ¿No podían concentrarse en temas importantes como la educación y la producción de alimentos? Los demás se burlaban de su nueva categoría de estrella de televisión, cuando la imagen cambió y el rostro de Emily apareció en pantalla. Estaba claro que la prensa la había pillado por sorpresa, y también que no pensaba decir nada. «Vete, Em», pensó Gabe. La cámara enfocó a Emily mientras iba hacia el coche. Gabe, anonadado, vio a una Emily de perfil, obviamente embarazada, subir al coche. Estaba embarazada. —Oh, Dios mío —no podía apartar los ojos de la pantalla. —Eh, Gabe, tranquilo. A Larry no le ha parecido tan mal. —Quizá no lo sea desde vuestro punto de vista, pero vosotros no pagáis a los abogados que nos van a defender —Gabe sonrió débilmente, no estaba dispuesto a contar lo que le ocurría. —En eso tienes razón. Cuando acabaron las noticias y los demás se marcharon, Gabe sacó la cinta de vídeo y la vio una y otra vez, congelando la imagen cuando Emily giraba para subir al coche. Era indudable, estaba embarazada. No le había dicho nada y llevaban meses enviándose mensajes. Quizás pensó que no le interesaría porque el niño no era suyo. De pronto, deseó, más que nada en el mundo, estar con Emily. Le daba igual que el niño no fuera suyo, la amaba y también amaría a su hijo. Ahora ella lo necesitaba, lo creyera o no. Y esa vez no iba a fallarle. Emily salió en las noticias nacionales. Vio, con angustia, su perfil de embarazada silueteado contra el coche. Conservaba la diminuta esperanza de que Gabe no hubiera visto el reportaje. Esa esperanza murió cuando él empezó a llamar por teléfono a la mañana siguiente. Lo había visto. Sabía que estaba embarazada. ¿Qué pensaba? ¿Estaba enfadado? ¿Dolido? ¿Contento?

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79 Emily no podía hablar con él allí, en la oficina. Además, estaba muy ocupada y necesitaba concentrarse. Soportó el largo día como pudo y, cuando llegó a casa, el contestador parpadeaba. Además, tenía un correo electrónico de Gabe: Quiero verte. Bueno, ella no quería verlo a él. Emily escuchó los seis mensajes que le había dejado en el contestador; todos decían básicamente lo mismo, excepto el último: Si tú no vienes, iré yo. Ja. Era una amenaza vacía. No podía ir a verla sin poner en peligro el proyecto. Aun así, supuso que debía escribirle algún tipo de respuesta. Antes de que le diera tiempo a hacerlo, recibió tres mensajes más de él. De una manera u otra, voy a verte, decía el último. Genial, simplemente genial. Tendría que ir a Arizona. La biosfera le recordó a Emily su propia tripa, grande y redonda. Al menos esa vez iba preparada, llevaba un secador de pelo y maquillaje. Tendrían que pasar un control y se preguntó qué colores tendrían sus pinturas cuando se las devolvieran. —Ejem, ¿señora? —se oyó a un hombre joven al otro lado del vestuario. —¿Sí? —Lo siento, señora, pero nos está costando encontrar un traje espacial que le valga. —¿Se refiere a esos monos blancos? La última vez que estuve por aquí eran enormes. —Gabe quiere verla en persona, y para eso tiene que ponerse un traje espacial. —¿Uno auténtico? —iban demasiado lejos. —Bastante auténtico. —Y supongo que no hacen trajes espaciales premamá, ¿verdad? —Aún no, señora —el joven soltó una risa. —Bueno. A ver lo que encuentras —al menos tendría tiempo de arreglarse el pelo y el maquillaje. También lo tuvo para pensar y ponerse nerviosa. Gabe estaría muy enfadado, y tenía motivos para estarlo. Gabe estaba impaciente y el traje espacial daba mucho calor. El control de temperatura interna no funcionaba bien, por eso se los habían dado. Eran perfectos durante un periodo corto de tiempo, la palabra clave era esa: corto. ¿Dónde estaba Emily? Andaba de un lado a otro, y la temperatura del traje subía aún más. Tras media hora, se convenció de que ella había cambiado de opinión. Después de cuarenta y cinco minutos, estaba harto de esperar. No quería hablar con Emily a través de un traje espacial, quería tenerla entre sus brazos. Deseaba abrazarla más que nada en el mundo. Más que nada. El traje que encontraron para Emily pertenecía a un hombre de un metro noventa y cinco de altura, suficientemente corpulento como para que una mujer embarazada de siete meses pudiera ponérselo y, eso sí, pelear con metros de mangas y perneras. ¿Por qué se había molestado en arreglarse el pelo y el maquillaje? ¿Era posible estar menos atractiva? Emily llegó por fin a la sala de visitas. Gabe ya estaba allí, de pie y en silencio, mirando unas fotos de la biosfera en distintos estadios de construcción que había en la pared. Ni siquiera se volvió hacia ella. Iba a ser peor de lo que temía.

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80 —Gabe, sé que estás enfadado pero, por favor, escúchame. La figura no se movió. Maravilloso. Estaba tan enfadado, que ni siquiera iba a mirarla. —Te quiero. Siempre te he querido. No puedo evitarlo. Lo intenté una y otra vez y quería tener algo tuyo. Sé que debí decirte lo del niño, pero tenía miedo, me asustaba que no te importara, o que te importara el niño y no yo. Además, ¿cómo ibas a ver al niño y quedarte con las ganas de tenerlo en brazos? ¡No sabía que hacer! —¡Gabe, di algo! —la figura seguía sin moverse y Emily se echó a llorar. —Hola, Emily —una puerta se abrió. La voz de Gabe sonaba a su espalda. Emily se volvió y lo vio en el umbral. Llevaba pantalones y una camisa, y no había rastro de traje espacial. ¿Con quién había estado hablando? Emily levantó la visera del casco del traje espacial. Dentro había un maniquí. Acaba de confesarle su amor a un muñeco. Miró a Gabe pensativamente. —Un momento, si uno de nosotros puede llevar ropa normal, debería ser yo, no tú. ¿Qué os pasa en este sitio? Gabe se limitó a sonreír, fue hacia ella y puso las manos sobre su vientre. Emily sintió la presión a través de capas de tela y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. —No llores —la ayudó a quitarse el casco. —No puedes hacer esto, ¿verdad? —preguntó ella con la cabeza ya libre. —Puedo hacer lo que me dé la gana. —Pero... —Shh —la besó dulce y lentamente— ¿Qué llevas puesto debajo? —Uno de esos atractivos monos blancos. —Bien, entonces nos desharemos de esto. —Pero, Gabe, ¿qué pasa con...? —Ya no importa —la interrumpió con un beso. —¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? Gabe no me digas que has llegado a un acuerdo con esos buitres oportunistas. Por favor, dime que no has cancelado el proyecto. —No lo he hecho, ni lo haré. No tienen nada que hacer. Contraté a tu compañía y no hay más que hablar —dijo él, desabrochando los prendedores del traje espacial. —Sé lo que dice el contrato, lo escribí yo. Ellos también lo saben, pero intentan que el público se ponga de su parte. —No te preocupes por eso —dijo él, sin saber que ella llevaba cuarenta y ocho horas haciéndolo—. Los hijos del «público» están fascinados con sus plantas. ¿Recuerdas las navidades? Claro que sí. Habían sido las mejores de toda la historia de EduPlaytion. Emily recibió una prima de beneficios considerable, que ya había apartado para iniciar un fondo para estudios universitarios. —Esos juguetes siguen vendiéndose, y han pasado meses desde Navidad —dijo Gabe—. De acuerdo. Vamos a sacarte de esta cosa. No pienso declararme a una mujer vestida de astronauta. ¿Declararse? Emily se quedó paralizada.

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81 —¿Gabe? —él la besó de nuevo—. No haces más que interrumpirme —protestó ella. —Porque no haces más que hablar. Escúchame. Comenzó a sacarle la parte de arriba del traje. —Te quiero. Nunca he dejado de quererte. Y también amaré a tu bebé, Em. Quiero ayudarte a criarlo y ser un padre para él. No importa que no sea su padre biológico. Seré su padre en todo lo demás. —Oh, Gabe —Emily empezó a llorar, desconsolada. Él le quitó el resto del traje y ella se abrazó a él, sollozando. Iba a odiarla. Iba a odiarla muchísimo. Pero tenía que decírselo— . Gabe—consiguió musitar. Puso las manos de Gabe sobre su vientre. Justo entonces el niño dio una patada. La expresión maravillada de Gabe hizo que rompiera a llorar nuevamente. —¿Te ha dolido? —No, no. —Pero, Emily, se supone que deberías estar contenta. —Gabe, ¡es tu hijo! —exclamó por fin. —¿Mío? ¿Quieres decir que nosotros...? Emily asintió y siguió llorando. —¿Es nuestro hijo? ¿Tuyo y mío? —Sí —sollozó Emily. Llevaba dentro un hijo suyo y durante meses de compartir opiniones, sentimientos y sueños, no le había dicho nada. Ni siquiera le había dicho que estaba embarazada. Gabe comenzó a reaccionar. Había llegado a creer que eran almas gemelas y a pensar que el amor que sentían el uno por el otro era un bien precioso y único; antes habían sido demasiado jóvenes para entender una fuerza así. Ahora que eran mayores y tenían más experiencia podían disfrutar ese amor. Y, a pesar de ese amor, no le había dicho que iba a tener un hijo suyo. —¿Por qué no me lo dijiste? —la pregunta, agónica, le salió de lo más profundo. Emily, llorando, movió la cabeza de lado a lado. No hizo falta que contestara, Gabe supo la respuesta un segundo después de hablar. Había sido porque no podía contar con él, por eso no se lo había dicho. Ya la había abandonado una vez. No, lo había hecho dos veces. —Quise decírtelo —murmuró ella—. Y acabo de explicárselo a ese maniquí que hay ahí... pero estabas en la biosfera y tus mensajes eran maravillosos. Me hablabas no porque estuviera embarazada, sino por mí misma. Dejé que pasara demasiado tiempo y... —Da igual. Ahora estoy aquí. Y he cambiado. Te aseguro que es cierto, Em. —No quiero que cambies... solo quiero que estés conmigo. Tu hijo también lo deseará. Así que traeré al niño o a la niña de visita siempre que pueda, pero cuando salgas de esta cosa, quiero que me prometas que, por muy importante que sea el proyecto, solo trabajarás en algo que te permita volver a casa por la noche. —De acuerdo —se le aceleró el corazón; ella hablaba como si tuvieran un futuro en común. —Gabe, hablo completamente en serio.

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82 —Yo también. —Si quieres ser parte de la vida de este niño, tendrás que estar allí para todo: clases de música, obras de teatro, campamentos, cumpleaños, navidades... todo. —Pienso hacerlo —ella lo miró dubitativa. No era de extrañar—. No me crees, ¿verdad? —preguntó Gabe. —Me gustaría creerte. Sonriendo, Gabe le dio la mano y la llevó hacia la puerta de la sala de reuniones y la abrió. —¡Gabe! ¿Qué haces? ¡No puedes salir de la habitación! —exclamó Emily. —Voy a recoger tu ropa a la zona de descontaminación. Ese mono blanco te queda muy bien, pero estoy seguro de que querrás casarte con otra ropa —le sonrió—. Volveré en diez minutos. —Pero... —Se acabó la charla —dijo, volviendo a besarla. Gabe volvió a la sala de visitas, pero esa vez al otro lado del cristal. Marta Elkins irrumpió en la zona de la biosfera dos minutos antes de que lo que Gabe esperaba. —¿Qué haces ahí fuera? He oído... —Quieres decir que has estado espiando. —Has comprometido todo el proyecto —soltó ella sin molestarse en negar la acusación. —No. Solo me he comprometido yo. Felicidades, Marta —Gabe se quitó la tarjeta de identificación y la tiró sobre la mesa—. Ahora estás al frente del proyecto. Que lo pases bien. —Me asombras, aunque debí imaginarlo. Careces de la formación académica y de la disciplina necesaria para un proyecto de esta envergadura. —Olvidas algo. Yo concebí el proyecto —Gabe se puso en pie—. Diseñé los experimentos. Mi compañía consiguió los fondos para financiarlo. Yo soy este proyecto. Sigues estando a mis órdenes —hizo un ademán de saludo y volvió a la zona de descontaminación. Emily lo esperaba. Sin decir una palabra, la tomó de la mano y abrió la puerta que daba al vestíbulo exterior. —¡Gabe! ¿Qué estaba haciendo? Él siguió andando hasta que estuvieron al aire libre. —¿Qué has hecho? —He salido —inspiró profundamente y sonrió. —No puedes hacer eso. —Acabo de hacerlo. Oye, ¿te apetece un chuletón? Hace meses que no como carne. Seguro que al niño le apetece uno. Había dejado el proyecto. Gabe acababa de abandonar un proyecto. —No puedo permitir que comprometas el resultado de todos los experimentos de la biosfera. ¿Y toda esa gente que necesita alimentos?

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83 —No van a cultivar en un entorno controlado. No, la gente tendrá que luchar contra el viento, los bichos, el granizo y la niebla. Quería poner una granja de control en el exterior, junto a cada una de las biosferas, pero me quedé sin dinero y sin tiempo. Ahora tengo el tiempo y, dado que los juguetes han sido un gran éxito, seguro que EduPlaytion tiene el dinero —la tomó entre sus brazos—. Habrá otras oportunidades para investigar, pero sé que contigo no tendré más. Estuve a punto de perder ésta, Em. No pienso volver a arriesgarme. Emily sintió que la felicidad la inundaba, hasta que en su interior no quedó espacio para tanta felicidad y además un bebé. —¿Sin remordimientos? —Mentiría si dijera que no sentiré algún pinchazo de envidia de vez en cuando. —Escucha, amigo. No sabes nada de pinchazos. Deja que te hable de pinchazos. —¿Puedes contármelo delante de un chuletón? Fueron al coche que había alquilado Emily. —¿Mencioné lo de casarnos? —Me pareció oír algo de eso —Emily sonrió. —Volverás a casarte conmigo, ¿verdad, Emily? —Sí —dijo ella—. Cuanto antes, mejor. —Eso mismo creo yo. Gabe le abrió la puerta y Emily estuvo encantada de dejarle conducir. —¿Dónde vamos a comer? —preguntó ella. —A Nevada. —¿Gabe? —Has dicho que cuanto antes nos casemos, mejor. —Sí, pero... —Tienes que aprender a saber cuándo callarte —dijo él inclinándose para besarla. —Ya lo sé —Emily sonrió abiertamente—. Pero me gusta que me besen.

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84 Epílogo —¡Nunca he visto unas flores tan bonitas! —dijo el organista de la Capilla de Bodas Starlite, admirando el ramo de Emily. Gabe visitó tres floristerías antes de quedar satisfecho con las flores. Eran todas blancas, un montón de rosas, gardenias, y orquídeas. Emily llevaba una corona de capullos de rosa blancos en el pelo, y un traje pantalón de seda color turquesa. Estaban solos para la boda, exceptuando al juez de paz y al organista, y Emily decidió que le gustaba más que la vez anterior. —Os declaro marido y mujer, ¿o debería decir familia? —dijo el juez de paz, que sabía que era la segunda vez que Gabe y Emily pasaban por el altar. —Familia. Me gusta cómo suena eso —susurró Gabe, abrazando a Emily para besarla. —A mí también —musitó ella como respuesta.

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Heather Macallister-Proyecto Maternidad 1-Vidas separadas-B-84

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