The heart of betrayal (The Remnant chronicles 2) - Mary E. Pearson

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Este libro llega a ustedes por la traducción y corrección, de una fan loca, que leyó el primer libro, se enamoró de la historia, y quiso terminar la serie. Contiene errores. Pero lo hice con mucho cariño. Y es la primera vez que hago esto. Espero no me juzguen muy duramente por los errores. Gracias a mis hijos por la ayuda prestada, (no tan voluntariamente), y las personas a las que molesté, para que me dijeran si lo estaba haciendo bien. A mi grupo de “Club de Fans Locas”, que más que un grupo, ya es una hermandad. Sin más, para no aburrir. Isther.

Sus lágrimas corren por el viento. Ella me llama, Y todo lo que puedo hacer es susurrar, Tú eres fuerte, Más fuerte que el dolor, Más fuerte que el dolor, Más fuerte que ellos. -El último Testamento de Gaudrel

Capítulo 1 Un acto rápido. Pensé que eso sería todo lo que haría falta. Un cuchillo en el estómago. Un giro firme por si acaso. Cuando Venda me tragó, cuando las paredes deformes y cientos de caras curiosas se cerraron al escuchar el ruido de las cadenas y el puente bajando detrás de mí, separándome del resto del mundo, sabía que mis pasos tenían que ser seguros. Sin fallos. Iba a tomar muchos actos, no solo uno, cada paso renegociado. Tendría que contar mentiras. Ganar confianzas. Cruzar líneas feas. Todo ello entrelazado pacientemente, y la paciencia no era mi fuerte. Pero primero, más que nada, tenía que encontrar una manera de hacer que mi corazón dejara de golpear en mi pecho. Encontrar mi aliento. Aparentar calma. El miedo era el olor a sangre para los lobos. Los curiosos se acercaron, mirándome con la boca entreabierta, revelando dientes podridos. ¿Se divertían o se burlaban? Estaban entretenidos o despreciativos? Y hubo un tintineo de calaveras. El traqueteo de huesos secos ondulando a través de la multitud, mientras competían por ver mejor, cadenas de pequeñas cabezas blanqueadas por el sol, fémures y dientes ondeando de sus cinturones, mientras presionaban para verme. Y a ver a Rafe. Sabía que caminaba encadenado en algún lugar detrás de mí, al final de la caravana, prisioneros los dos, y Venda no tomaba prisioneros. Al menos ellos no lo habían hecho nunca antes. Éramos más que una curiosidad. Nosotros éramos el enemigo que ellos nunca habían visto. Y eso es exactamente lo que eran para mí. Pasamos por interminables torretas, capas de muros de piedra retorcidos, ennegrecidos por el hollín y la edad, deslizándose como una bestia viva y sucia, una ciudad construida de ruina y

capricho. El rugido del río se desvaneció detrás de mí. Nos sacaré a los dos de esto. Rafe tenía que estarse cuestionando su promesa a mí ahora.. Pasamos a través de otro conjunto de puertas masivas e irregulares, barras de hierro con dientes, abriéndose misteriosamente para nosotros como si anticiparan nuestra llegada. Nuestra caravana se hizo más pequeña, a medida que grupos de soldados se desviaban en diferentes direcciones ahora que estaban en casa. Desaparecieron por caminos serpenteantes a la sombra de altas paredes. El Chievdar lideró lo que quedaba de nosotros, y los vagones del botín tintinearon delante de mí cuando entramos en el vientre de la ciudad. ¿Rafe seguía en algún lugar detrás de mí, o lo habían tirado en uno de esos miserables callejones? Kaden se bajó de su caballo y caminó a mi lado. —Estamos casi allí. Una ola de náuseas me golpeó. Walther está muerto, me recordé. Mi hermano está muerto. No había nada más que pudieran quitarme. Excepto a Rafe. Tenía más que a mí en quien pensar ahora. Esto lo cambiaba todo. —¿Dónde es allí? —traté de preguntar con calma, pero mis palabras salieron roncas y desiguales. —Vamos al Santuario. Nuestra versión de la corte. Donde los lideres se reúnen. —Y el Komizar. —Déjame hablar, Lia. Solo esta vez. Por favor, no digas una palabra. Miré a Kaden. Tenía la mandíbula apretada y las cejas arqueadas, como si le doliera la cabeza. ¿Estaba nervioso de saludar a su propio líder? ¿Miedo de lo que pudiera decir?. ¿O de lo qué haría el Komizar? ¿Sería considerado un acto de traición que no me haya matado, como se le ordenó? Su cabello rubio colgaba en grasientas, cansadas hebras, ahora más allá de sus hombros. Su cara estaba manchada de aceite y mugre. Había pasado mucho

tiempo desde que ninguno de nosotros hubiese visto un jabón, pero ese era el menor de nuestros problemas. Nos acercamos a otra puerta, esta una alta pared plana de hierro golpeada con remaches y hendiduras. Ojos nos miraron. Escuché gritos detrás de ella, y el fuerte sonido de una campana se estremeció a través de mí, cada timbre haciendo temblar mis dientes. Zsu viktara. Mantente firme. Forcé mi mentón más alto, casi sintiendo las yemas de los dedos de Reena levantándolo. Lentamente, el muro se abrió en dos y las puertas se abrieron, permitiendo nuestra entrada en una enorme área abierta, tan deforme y sombría como el resto de la ciudad. Estaba bordeada en todos lados por paredes, torres, y principios de calles estrechas, que desaparecían en las sombras. Tortuosas pasarelas almenadas se alzaban sobre nosotros, cada una adelantándose y fundiéndose en la siguiente. El Chievdar avanzó y los carros se amontonaron detrás de él. Los guardias en el patio interior gritaron su bienvenida, luego bramaron una feliz aprobación al alijo de espadas y sillas de montar, y la brillante maraña de saqueo apilado en los carros, todo lo que quedaba de mi hermano y sus camaradas. Mi garganta se apretó, porque sabía que pronto uno de ellos estaría usando el cinturón de Walther, y llevando su espada. Mis dedos se curvaron en mi palma, pero ni siquiera tenía uñas en las manos, para apuñalar mi propia piel. Todas ellas estaban destrozadas. Me froté las puntas de los dedos y un dolor feroz sacudió mi pecho. Me tomó por sorpresa, esta pequeña pérdida de mis uñas en comparación con la enormidad de todo lo demás. Era casi un susurro burlón de que no tenía nada, ni siquiera una uña para defenderme a mí misma. Todo lo que tenía era un nombre secreto, que me parecía tan inútil en este momento, como el título con el que nací. Hazlo realidad, Lia, me dije. Pero incluso cuando dije las palabras en mi cabeza, sentí que mi confianza disminuía. Tenía mucho más en juego ahora, que lo que había tenido hace unas pocas horas. Ahora mis acciones también podían lastimar a Rafe. Se dieron órdenes de descargar el tesoro maltratado y llevarlo dentro, y muchachos más jóvenes que Eben, corrieron con pequeños carros de dos ruedas a los lados, y ayudaron a los guardias a llenarlos. El Chievdar y su guardia personal, desmontaron y caminaron a los escalones que conducían a un largo corredor. Los chicos siguieron detrás, empujando los

carros desbordados por una rampa cercana, sus delgados brazos estirándose bajo el peso. Algunos de los botines en sus cargas, todavía estaban manchados de sangre. —Es el camino a Sanctum Hall —dijo Kaden, señalando a los muchachos. Sí, nervioso. Podía escucharlo en su tono. Si incluso él, tenía miedo del Komizar, ¿Qué oportunidad tenía yo? Me detuve y gire, tratando de ver a Rafe, en algún lugar de vuelta en la línea de soldados todavía entrando por la puerta, pero todo lo que pude ver fue a Malich liderando su caballo, siguiéndonos de cerca. Él sonrió, su rostro aún con las marcas de las cortadas de mi ataque. —Bienvenida a Venda, princesa —se burló. —Te prometo, las cosas serán muy diferentes ahora. Kaden me atrajo, manteniéndome a su lado. —Quédate cerca —me susurró. —Por tu propio bien. Malich se rió, deleitándose con su amenaza, pero por una vez, supe que lo que dijo era verdad. Todo era diferente ahora. Más de lo que Malich podía adivinar.

Capítulo 2 Sanctum Hall era poco más que una taberna triste, aunque cavernosa. Cuatro como la taberna de Berdi, podrían haber encajado dentro de sus paredes. Olía a cerveza derramada, paja húmeda e indulgencia excesiva. Columnas se alineaban en los cuatro lados, iluminadas con antorchas y linternas. El alto techo estaba cubierto de hollín, y una enorme mesa de pesada madera, rugosa y maltratada, estaba en el centro. Jarras de estaño descansaban sobre la mesa o se balanceaban de puños carnosos. Los líderes. Kaden y yo nos quedamos atrás en la sombra de la pasarela, detrás de las columnas, pero los líderes saludaron al Chievdar y su guardia personal con gritos bulliciosos, y palmadas en la espalda. Se ofrecieron y elevaron jarras por el regreso de los soldados, con llamadas para traer más cerveza. Vi a Eben, más bajo que algunos de los muchachos de servicio, levantando una copa de peltre a sus labios, como un soldado que regresa lo mismo que el resto. Kaden me empujó un poco detrás de él, de manera protectora, pero yo todavía escaneaba la habitación, tratando de detectar al Komizar, tratando de estar lista, preparada para lo que estaba por venir. Varios de los hombres eran enormes, como Griz, algunos incluso más grandes, y yo me pregunté, qué tipo de criaturas, tanto humanas como bestias, esta extraña tierra producía. Mantuve mis ojos en uno de ellos. El gruñó cada palabra, y los niños se escurrían corriendo respetuosamente ampliando la distancia alrededor de él. Pensé que tenía que ser el Komizar, pero vi los ojos de Kaden recorriendo la habitación también, y pasaron sobre el corpulento bruto. —Estos son la Legión de Gobernadores —dijo, como si hubiera leído mi mente. —Gobiernan las provincias. ¿Venda tenía provincias? ¿Y una jerarquía también, más allá de asesinos, merodeadores, y un Komizar con puño de hierro? Los Gobernadores se distinguían de los sirvientes y soldados por charreteras de piel negra sobre sus hombros. El

pelo coronado con cierres de bronce en forma de dientes desnudos de animales. Haciendo su físico parecer el doble de ancho y formidable. El alboroto se elevó a un rugido ensordecedor, haciendo eco en los muros de piedra y desnudos pisos. Solo había un montón de paja en una esquina de la habitación para absorber cualquier ruido. Los muchachos estacionaron los carros del botín a lo largo de una fila de pilares, y los Gobernadores examinaron el alijo, levantando espadas, probando la carga, y frotando antebrazos en petos de cuero, para pulir la sangre seca. Examinaron los bienes como si estuvieran en un mercado. Vi a uno de ellos levantar una espada con incrustaciones de jaspe rojo en la empuñadura. La espada de Walther. Mi pie automáticamente se movió adelante, pero me contuve y lo forcé a volver a su lugar. Aún no. —Espera aquí —Kaden susurró, y dio un paso fuera de las sombras. Me moví más cerca de un pilar, tratando de orientarme. Vi tres pasillos oscuros conduciendo dentro de Sanctum Hall, además del que habíamos entrado. ¿Adónde iban, y si estaban guardados como el que estaba detrás de mí? Y lo más importante, ¿A alguno de ellos condujeron a Rafe? —¿Dónde está el Komizar? —Kaden preguntó en Vendan, hablando con nadie en particular, su voz apenas cortando el estruendo. Un Gobernador se volvió, y luego otro. La sala se volvió repentinamente silenciosa. —El asesino está aquí —dijo una voz anónima, en algún lugar al otro lado. Hubo una pausa incómoda, y luego uno de los Gobernadores más bajos, un hombre corpulento con múltiples trenzas rojas sobre sus hombros, corrió hacia adelante, y arrojó sus brazos alrededor de Kaden, dándole la bienvenida a casa. El ruido se reanudo, pero a un nivel notablemente inferior, y me pregunté por qué el efecto que la presencia del asesino tenía sobre ellos. Me recordó a Malich, y cómo reaccionó a Kaden en la larga caminata a través del Cam Lanteux. Tenía sangre en el ojo y estaban igualados, pero aun así, retrocedió cuando Kaden se mantuvo firme. —Se ha llamado al Komizar —el Gobernador le dijo a Kaden. —Es decir, si él viene. Está ocupado con... —Un visitante —Kaden terminó.

El Gobernador se echó a reír. —Es una ella. El tipo de visitante que me gustaría tener. Más Gobernadores se acercaron, y uno con una nariz larga y torcida empujó una jarra de cerveza en la mano de Kaden. Le dio la bienvenida a casa y lo reprendió por haberse ido tanto tiempo de vacaciones. Otro Gobernador lo reprendió, diciendo que estaba lejos de Venda más de lo que estaba aquí. —Voy a Donde me envía el Komizar —respondió Kaden. Uno de los otros Gobernadores, tan grande como un toro y con un pecho más ancho aún, levantó su bebida en un brindis. —Como todos nosotros —respondió y echó la cabeza hacia atrás, tomando un largo trago descuidado. La cerveza salió a los lados de su taza y goteó bajando de la barba al suelo. Incluso este gigante taurino, saltaba cuando el Komizar chasqueaba los dedos, y no tenía miedo de admitirlo. Aunque solo hablaron en Vendan, pude entender casi todo lo que dijeron. Sabía mucho más que solo algunas las palabras selectas de Venda. Semanas de inmersión en su idioma a través del Cam Lanteux, habían curado mi ignorancia. Cuando Kaden respondió sus preguntas sobre su viaje, mi mirada se fijó en otro Gobernador sacando un cinturón finamente labrado del carro y tratando de forzarlo alrededor de su generosa tripa. Me sentí mareada, enferma y luego furiosa, mi sangre burbujeó por mis venas. Cerré los ojos. Aún no. Que no te maten en los primeros diez minutos. Eso puede venir después. Respiré hondo y cuando abrí los ojos nuevamente, vi una cara en las sombras. Alguien al otro lado del pasillo me estaba mirando. No pude mirar a otro lado. Solo un rayo de luz iluminaba su rostro. Sus ojos oscuros eran inexpresivos, pero al mismo tiempo convincentes y fijos, como un lobo al acecho de una presa, que no tiene prisa por saltar, confiado. Se inclinó casualmente contra un pilar. Un hombre más joven que los Gobernadores, de cara lisa, excepto por una precisa línea de barba en la barbilla y un delgado bigote cuidadosamente recortado. Su cabello oscuro estaba despeinado, viéndose rizado justo por encima de sus hombros. No llevaba las charreteras peludas de Gobernador sobre sus hombros, ni las vestimentas de cuero de soldado, solo pantalones marrones simples y una camisa blanca suelta, y ciertamente no tenía prisa por atender a nadie, así que tampoco era un sirviente.

Sus ojos pasaron junto a mí como aburridos, viendo el resto de la escena, los Gobernadores manoseando a través de carros y cervezas. Y luego a Kaden. Lo vi mirando a Kaden. El calor atravesó mi estómago. Él. Salió del pilar hacia el centro de la habitación, y con sus primeros pasos, lo supe. Este era el Komizar. —¡Bienvenidos a casa, Camaradas! —gritó. La sala quedó instantáneamente en silencio. Todos se volvieron hacia la voz, incluido Kaden. El Komizar caminó lentamente a través de la extensa sala y cualquiera en su camino, retrocedió. Salí de las sombras para estar al lado de Kaden, y un ruido sordo atravesó la habitación. El Komizar se detuvo a unos metros de nosotros, ignorándome y mirando a Kaden, luego finalmente se adelantó para abrazarlo con una genuina bienvenida. Cuando soltó a Kaden y dio un paso atrás, me miró con expresión fría, mirada en blanco. No podía creer que este fuera el Komizar. Su rostro era suave y sin arrugas, un hombre unos años mayor que Walther, más como un hermano mayor para Kaden, que como un líder temible. No era exactamente el formidable Dragón de la Canción de Venda, el que bebía sangre y robaba sueños. Su estatura era solo promedio, nada desalentador sobre él, a excepción de su mirada inquebrantable. —¿Qué es esto? —preguntó en Morrighese, casi tan perfecto como el de Kaden, asintiendo con la cabeza hacia mí. Un jugador de juegos. Sabía exactamente quién era yo y quería estar seguro de que entendía cada palabra. —Princesa Arabella, Primera Hija de la Casa de Morrighan —respondió Kaden. Otro silencio contenido corrió por la habitación. El Komizar se echó a reír. —¿Ella? ¿Una princesa? —lentamente me rodeó, viendo mis trapos y suciedad como si no lo creyera. Se detuvo a mi lado. Donde la tela se rompió en mi hombro y la kavah quedó expuesta. Él pronunció un hmm tranquilo, como si estuviera ligeramente divertido, luego corrió la parte posterior de su dedo a lo largo de mi brazo. Mi piel se erizó, pero levanté la barbilla, como si fuera simplemente una mosca molesta zumbando por la habitación. Completó su círculo hasta que volvió a enfrentarme. Él gruñó. —No es muy impresionante, ¿verdad? Pero la mayoría de los miembros de la realeza no lo son. Tan fascinante como el tazón de papilla de una semana.

Hace solo un mes, habría saltado ante el comentario cebado, destrozándolo con unas pocas palabras calientes, pero ahora quería hacer mucho más que insultarlo. Le devolví la mirada con una de los mías, haciendo coincidir su expresión vacía, parpadeo por parpadeo. Frotó el dorso de su mano a lo largo de la línea de su delgada barba cuidadosamente esculpida, estudiándome. —Ha sido un largo viaje —explicó Kaden. —Uno difícil para ella. El Komizar levantó las cejas, fingiendo sorpresa. —No tenía por qué haberlo sido —él dijo. Levantó la voz para que todo el salón se asegurara de escuchar, aunque sus palabras aún estaban dirigidas a Kaden. —Me parece recordar que te ordené cortarle el cuello, no traerla de vuelta como mascota. La tensión surgió en el aire. Nadie se llevó una jarra a los labios. Nadie se movió. Quizás esperaban a que el Komizar caminara hacia los carros, sacara una espada, y enviara mi cabeza rodando por el medio de la habitación, que sin duda a sus ojos era su derecho. Kaden lo había desafiado. Pero había algo entre Kaden y el Komizar, algo que todavía no entendía. —Ella tiene el Don —explicó Kaden. —Pensé que ella sería más útil para Venda viva que muerta —ante la mención de la palabra Don, vi miradas intercambiadas entre los sirvientes y los Gobernadores, pero aún así, nadie dijo una palabra. El Komizar sonrió, a la vez frío y magnético. Mi cuello se erizó. Este era un hombre que sabía cómo controlar una habitación con el toque más ligero. Estaba mostrando su mano. Una vez que conociera sus fortalezas, también podría descubrir sus debilidades. Todos las tenían. Incluso el temido Komizar. —¡El Don! —él se rió y se volvió hacia todos los demás, esperando que se rieran de una manera similar. Lo hicieron. Él me miró, la sonrisa desapareció, luego extendió la mano y tomó mi mano entre las suyas. Examinó mis heridas, su pulgar rozó suavemente el dorso de mi mano. —¿Ella tiene una lengua?. Esta vez fue Malich quien se echó a reír, acercándose a la mesa en el centro de la habitación y golpeando su jarra. —Como una hiena carcajeante. Y su mordisco es igual de desagradable. El Chievdar habló, coincidiendo. Murmullos se levantaron de los soldados.

—Y aún así —dijo el Komizar, volviéndose hacia mí, —Ella permanece en silencio. —Lia —susurró Kaden, empujándome con su brazo, —puedes hablar. Miré a Kaden. ¿Pensó que no lo sabía? ¿Realmente lo pensaba? ¿Qué era su advertencia la que me había silenciado? Me habían silenciado demasiadas veces aquellos que ejercieron poder sobre mí. Aquí no. Mi voz se escucharía, pero hablaría cuando sirviera a mis propósitos. No traicioné ni palabra ni expresión. El Komizar y sus Gobernadores no eran diferentes de las multitudes que había pasado en mi camino hacia aquí. Tenían curiosidad. Una verdadera princesa de Morrighan. Estaba en exhibición. El Komizar quería que actuara antes que él y su Legión de Gobernadores. ¿Esperaban que se derramaran joyas de mi boca? Lo más probable es que lo que sea que dijera, resultaría ridículo, tal como ya lo había hecho mi apariencia. O el dorso de su mano. Solo había dos cosas que un hombre en la posición de Komizar esperaba: Desafío o arrastrarse, y estaba segura que ninguna de los dos mejoraría mi suerte. Aunque mi pulso se aceleró, no rompí su mirada. Parpadeé lentamente, como si estuviera aburrida. Sí, Komizar, ya aprendí tus tics. —No se preocupen, mis amigos —dijo, agitando la mano en el aire y descartando mi silencio —hay mucho más de qué hablar. ¡Como de todo esto! — su mano barrió la habitación de un extremo al otro en la exhibición de carros. Se rió como si estuviera encantado con el recorrido. —¿Qué tenemos? —comenzó en un extremo, yendo de carro en carro, hurgando en el saqueo. Me di cuenta que, aunque los Gobernadores habían buscado, no parecían haber tomado nada todavía. Quizás supieron esperar hasta que Komizar eligiera primero. Levantó un hacha, pasó un dedo por la hoja y asintió como si estuviera impresionado. Luego pasó al siguiente carro, extrajo un sable y lo balanceó frente a él. Su aguijón cortó el aire y atrajo comentarios de aprobación. Él sonrió. —Lo hiciste bien, Chievdar. ¿Bien? ¿Masacrando a toda una compañía de hombres jóvenes? Arrojó la cuchilla curva al carro y pasó al siguiente.

—¿Y qué es esto? —metió la mano y sacó una larga correa de cuero. El cinturón de Walther. No él. Cualquiera menos él. Sentí mis rodillas debilitarse, y un pequeño ruido escapó de mi garganta. Se giró en mi dirección, sosteniéndola. —Las herramientas son excepcionales, ¿no te parece? Mira estas viñas — deslizó lentamente la correa a través de sus dedos. —Y el cuero, tan mantecoso. Algo apropiado para un príncipe de la corona ¿no?. Lo levantó sobre su cabeza y lo ajustó sobre su pecho mientras caminaba hacia mí, deteniéndose a un brazo de distancia. —¿Qué piensas, Princesa? Las lágrimas brotaron de mis ojos. Yo también jugué tontamente mi mano. Todavía estaba demasiado cerca la pérdida de Walther para pensar. Miré hacia otro lado, pero él me agarró la mandíbula, sus dedos clavándose en mi piel. Me obligó a mirarlo de nuevo. —Ves, princesa, este es mi reino, no el tuyo, y tengo maneras de hacerte hablar, que ni siquiera puedes comenzar a comprender. Cantarás como un canario cortado, si te lo mando. —Komizar —la voz de Kaden era baja y seria. Me soltó y sonrió, acariciando suavemente mi mejilla. —Creo que la princesa está cansada de su largo viaje. Ulrix, lleva a la princesa a la sala de espera para que pueda descansar un momento, y que Kaden y yo podamos hablar, tenemos mucho que discutir. Miró a Kaden, la primera señal de ira cruzó por sus ojos. Kaden me miró vacilante, pero no había nada que pudiera hacer. —Ve —él dijo. —Estará todo bien. *** Una vez que estuvimos fuera de la vista de Kaden, los guardias casi me arrastraron por el pasillo, sus muñequeras me apuñalaban en los brazos. Todavía sentía la presión de los dedos del Komizar contra mi cara. Mi mandíbula palpitaba donde sus dedos se habían clavado.

En solo unos breves minutos, había percibido algo que me importaba profundamente, y lo usó para lastimarme y, en última instancia, debilitarme. Me había preparado para ser golpeada o azotada, pero no para eso. La visión aún quemaba mis ojos, el cinturón de mi hermano se extendía orgullosamente sobre el pecho del enemigo en la burla más cruel, esperando que me desmoronara. Y me tenía. Ronda uno al Komizar. Me había alcanzado, no con una rápida condena o fuerza bruta, sino con sigilo y observación cuidadosa. Tendría que aprender a hacer lo mismo. Mi indignación aumentó cuando los guardias me empujaron bruscamente por el oscuro pasillo, pareciendo disfrutar el tener un miembro real a su merced. Cuando se detuvieron en una puerta, mis brazos estaban entumecidos bajo su agarre. La abrieron y me arrojaron a una habitación negra. Me caí, el áspero piso de piedra me cortó las rodillas. Me quedé allí, aturdida y encorvada en el suelo, respirando el aire rancio y sucio. Solo tres delgados rayos de luz se filtraban a través de los respiraderos en la pared superior enfrente de mí. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, vi una estera llena de paja, el relleno se derramaba sobre el piso, un taburete de ordeñar corto y un balde. Su sala de espera tenía todas las comodidades de una celda bárbara. Entrecerré los ojos, tratando de ver más en la tenue luz, pero luego escuché un ruido. Un revoltijo en la esquina. No estaba sola. Alguien o algo más estaba en la habitación conmigo.

Que se escuchen las historias Entonces todas las generaciones sabrán, Las estrellas se inclinan ante el susurro de los dioses, Caen a su voluntad, Y solo el Remanente elegido, Encontrará gracia ante sus ojos. —Morrighan Libro de Texto Sagrado, vol. V

Capítulo 3 Kaden —Entonces, pensaste que sería útil. Él sabía la verdadera razón. Sabía que desdeñaba el Don tanto como él, pero su desprecio por el Don surgió de la falta de creencia. Yo tenía razones más convincentes. Nos sentamos solos en su cámara de reunión privada. Se recostó en la silla, sus dientes tocando sus labios. Sus ojos negros se posaron en mí, fríos, como ónice pulido, sin traicionar sus emociones. Raramente lo hacían, pero si no era ira, sabía que al menos la curiosidad acechaba detrás de ellos. Miré hacia otro lado, admirando la exuberante alfombra con flecos debajo de nosotros. Una nueva adición. —Un obsequio de buena voluntad del primer ministro de Reux Lau —él explicó. —¿Buena voluntad? Se ve caro. ¿Desde cuándo los de Reux Lau nos traen regalos? —pregunté. —Pensaste. Volvamos a eso. ¿Es ella tan buena en...? —No —dije, levantándome. Me acerqué a la ventana. El viento siseó a través de los huecos. —No es así. Él rió. —Entonces dime cómo es. Volví a mirar su mesa, repleta de mapas, cuadros, libros y notas. Yo fui quien le enseñó a leer Morrighese, que era la escritura de la mayoría de estos documentos. Dime como es. No estaba seguro de mí mismo. Regresé a mi silla

frente a él y le expliqué el efecto de Lia sobre los Vendans tan endurecidos como Griz y Finch. —Sabes cómo son los clanes, y hay muchos de las Colinas que todavía creen. No puedes caminar por el jehendra sin ver una docena de puestos que venden talismanes. Todos los demás sirvientes aquí en el Sanctum usan uno u otro debajo de su camisa y probablemente también la mitad de los soldados. Si piensan que los Vendans han sido bendecidos de alguna manera con uno de los Dones de antaño, incluso uno de sangre real, podrías... Se inclinó hacia adelante, barriendo papeles y mapas al piso con un amplio golpe enojado de su brazo. —¿Me tomas por tonto?. Traicionaste una orden porque unos pocos atrasados de Venda podrían considerarla una señal? ¿Te has nombrado Komizar para hacer lo que crees que es el movimiento más sabio? —Solo pensé... —cerré los ojos brevemente. Ya había desobedecido su orden, y ahora estaba poniendo excusas, tal como si fuese Morrighese. —Dudé cuando fui a matarla. Yo… —Ella atrapó tu fantasía, tal como dije. Asentí. —Sí. Se recostó en la silla y sacudió la cabeza, agitando la mano como si fuera poco importante. —Entonces sucumbiste a los encantos de una mujer. Mejor que creer en ti mismo para tomar mejores decisiones en mi lugar —echó la silla hacia atrás y se puso de pie, caminando hacia una lámpara de aceite de patas altas en la esquina de la habitación, cristales irregulares lo bordeaban como una corona. Cuando giró la rueda para aumentar la llama, astillas de luz le atravesaron la cara. Fue un regalo del cuartel general de Tomack y no se ajustaba a la gravedad de la habitación. Se tiró del pelo corto de la barba, perdido en sus pensamientos, y luego sus ojos se posaron en mí una vez más. —No ha hecho daño traerla aquí. Ella está fuera de las manos de Morrighan y Dalbreck, que es todo lo que importa. Y sí, ahora que ella está aquí... decidiré la mejor manera de usarla. No me perdí la silenciosa sorpresa de los Gobernadores, ante la realeza en medio de ellos, ni el susurro de los sirvientes cuando ella se fue.

Una media sonrisa jugó en sus labios, y frotó una mancha en la linterna con la manga. —Sí, ella podría ser útil —susurró, más para sí mismo, que para mí, como si calentará una idea. Se giró, recordando que todavía estaba en la habitación. —Disfruta de tu mascota por ahora, pero no te apegues demasiado. Los hermanos del Santuario no son como los habitantes de las montañas. No nos conformamos con vidas domésticas plácidas. Recuerda eso. Nuestra hermandad y Venda siempre son lo primero. Así es como sobrevivimos. Nuestros compatriotas cuentan con nosotros. Somos su esperanza. —Por supuesto —respondí. Y era la verdad. Sin el Komizar, incluso sin Malich, ya estaría muerto. ¿Pero no te apegarse demasiado? Era muy tarde para eso. Regresó a su escritorio, revolviendo papeles, luego se detuvo para mirar un mapa y sonrió. Conocía la sonrisa. Él tenía muchas. Cuando le había sonreído a Lia, había temido lo peor. La de su rostro ahora era genuina, una sonrisa satisfecha, destinada a que nadie la viera. —¿Tus planes van bien? —Nuestros planes —me corrigió. —Mejor de lo que esperaba. Tengo grandes cosas para mostrarte, pero tendrá que esperar. Regresaste justo a tiempo. Salgo mañana. Los Gobernadores de Balwood y Arleston no se presentaron. —¿Muertos? —Muy probablemente para Balwood. O la enfermedad del país del norte finalmente lo atrapó, o perdió la cabeza ante un joven usurpador, demasiado asustado para venir al Santuario en persona. Supuse que Hedwin de Balwood había sucumbido a una espada en la espalda. Como siempre se jactaba, era demasiado malo para que la enfermedad fulminante de los bosques del norte lo alcanzara. —¿Y Arleston? Ambos sabíamos que el Gobernador Tierny de la provincia más austral, probablemente estaba ebrio en algún burdel en el camino al Santuario y llegaría con disculpas de caballos cojos y malos climas. Pero su diezmo de suministros a la ciudad nunca flaqueó. El Komizar se encogió de hombros.

—Los jóvenes de sangre caliente pueden cansarse de los Gobernadores llenos de grasa —como el Komizar había hecho once años atrás. Lo miré, todavía el joven que había matado tres Gobernadores, justo antes de matar al Komizar anterior de Venda. Pero ya no era tan apasionado. No, ahora su sangre corría fría y constante. —Ha pasado mucho tiempo desde que hubo desafíos —reflexioné. —Nadie quiere un objetivo en su espalda, pero los desafíos siempre vienen, mi hermano, por eso nunca debemos ser perezosos —empujó el mapa a un lado. —Viaja conmigo mañana. Me vendría bien compañía nueva. No hemos montado juntos en demasiado tiempo. No dije nada, pero mi expresión debe haber revelado mi reticencia. Sacudió la cabeza, retrayendo su invitación. —Por supuesto, acabas de regresar de un largo viaje, y además le has traído a Venda un premio muy interesante. Te mereces un respiro. Descansa unos días y luego tendré trabajo para ti. Estaba agradecido de que no mencionara a Lia como la razón. Estaba siendo más amable de lo que merecía, pero tomé nota de su énfasis en Venda, un recordatorio deliberado de dónde pertenecían mis lealtades. Me puse de pie para irme. Un borrador se revolvió en los papeles sobre su escritorio. —Se avecina una tormenta —dije. —La primera de muchas —respondió. —Llega una nueva temporada.

Capítulo 4 Me puse de pie de un salto y busqué en las sombras de la habitación, tratando de ver qué hacía el ruido. —Aquí. Me di la vuelta. Un delgado rayo de luz tomó una nueva forma cuando alguien dio un paso adelante en su haz suave. Un mechón de cabello oscuro. Un pómulo. Sus labios. No pude moverme. Lo miré, todo lo que siempre quise, y todo de lo que siempre tuve que huir, encerrado en la misma habitación que yo. —Príncipe Rafferty —finalmente susurré. Era solo un nombre, pero su sonido era duro, extraño y desagradable en mi boca. Príncipe Jaxon Tyrus Rafferty. Sacudió la cabeza. —Lia... Su voz tembló a través de mi piel. Todo a lo que me había aferrado a través de miles de millas, cambió dentro de mí. Todas las semanas. Los días. Él. Un granjero, ahora convertido en príncipe, y un mentiroso muy inteligente. No pude entenderlo todo. Mis pensamientos eran agua deslizándose entre mis dedos. Dio un paso adelante, el haz de luz se movió hacia sus hombros, pero ya había visto en su rostro, la culpa. —Lia, sé lo que estás pensando. —No, Príncipe Rafferty. No tienes idea de lo que estoy pensando. Ni siquiera estoy segura de lo que estoy pensando. Todo lo que sabía era, que incluso ahora, cuando temblaba de duda, mi sangre se calentaba, aumentando con cada palabra y mirada de él. Los mismos sentimientos que se arremolinaban en mi vientre cuando estábamos en Terravin, como si nada hubiera cambiado. Lo quería desesperada y completamente.

Dio un paso adelante, y el espacio entre nosotros de repente se desvaneció, el calor de su pecho encontrándose con el mío, sus brazos fuertes a mi alrededor, sus labios cálidos y suaves, tan dulces como los recordaba. Me empapé de él, aliviada, agradecida, enojada. Los labios de un granjero, los labios de un príncipe, los labios de un extraño. La única cosa verdadera que pensé que tenía se había ido. Me presioné más cerca de él, diciéndome que algunas mentiras comparadas con todo lo demás no importaban. Había arriesgado su vida viniendo aquí por mí. Él estaba en un riesgo terrible. Podríamos no sobrevivir a la noche. Pero la mentira estaba allí, dura y fea entre nosotros. Él había mentido. Me había manipulado. ¿Con que propósito?. ¿A qué juego estaba jugando? ¿Estaba aquí por mí o por la Princesa Arabella?. Me aparté. Lo miré. Oscilando. La dura bofetada de mi mano en su rostro sonó a través de la habitación. Levantó la mano, frotándose la mejilla, girando su cabeza hacia un lado. —Tengo que admitir que ese no fue exactamente el saludo que imaginé, después de todas esas millas persiguiéndote por todo el continente. ¿Podemos volver a la parte del beso? —Me mentiste. Vi su espalda ponerse rígida en la postura, el príncipe, la persona que realmente era. —Creo recordar que fue un esfuerzo mutuo. —Pero siempre supiste quién era yo. —Lia… —Rafe, esto puede no parecer importante para ti, pero es terriblemente importante para mí. Hui de Civica porque por una vez en mi vida, quería ser amada por quien era, no por lo que era, y no porque lo mandara un trozo de papel. Podría estar muerta al final del día, pero con mi último aliento moribundo, necesito saberlo. —¿Por quién viniste realmente aquí?. Su expresión desconcertada se convirtió en una de irritación. —¿No es obvio?

—¡No! —le dije. —Si realmente hubiera sido una criada de la taberna, ¿aún habrías venido?. ¿Cuál es mi verdadero valor para ti? Me hubieras dado una segunda mirada si no hubieras sabido que yo era la Princesa Arabella?. —Lia, esa es una pregunta imposible. Solo fui a Terravin porque... —¿Era una vergüenza política? ¿Un reto? ¿Una curiosidad? —¡Sí! —espetó. ¡Eras todas esas cosas! Un desafío y una ¡vergüenza!. Al principio. Pero entonces.. —¿Y si no hubieras encontrado a la Princesa Arabella? ¿Y si solo hubieras encontrado una doncella de la taberna, llamada Lia? —Entonces no estaría aquí ahora mismo. Estaría en Terravin besando a la chica más irritante que jamás haya visto, y ni siquiera dos reinos podrían arrancármela —se acercó y vacilante, acunó mi rostro en sus manos. —Pero el hecho es que vine por ti, Lia, no importa quién o qué eres, y no me importa qué errores cometí, o qué errores cometiste. Volvería a hacer cada cosa, si esa fuera la única forma de estar contigo. Sus ojos brillaron con frustración. —Quiero explicar todo. Quiero pasar toda una vida contigo compensando las mentiras que dije, pero en este momento no tenemos tiempo. Podrían regresar por cualquiera de nosotros en cualquier momento. Tenemos que aclarar nuestras historias y hacer nuestros planes. Toda una vida. Mis pensamientos se volvieron líquidos, el calor de la palabra vida me inundó. Las esperanzas y sueños que dolorosamente alejé, surgieron una vez más. Por supuesto él estaba en lo cierto. Lo más importante era averiguar qué íbamos a hacer. No podía soportar verlo morir también. Las muertes de Walther y Greta y toda una compañía de hombres ya eran demasiado para soportar. —Tengo ayuda viniendo —dijo, ya avanzando. —Solo tenemos que aguantar hasta que lleguen aquí —estaba confiado, seguro de sí mismo como solo un príncipe podría estar. O un soldado bien entrenado. ¿Cómo no había visto este lado de él antes? Se acercaban sus tropas. —¿Cuántos? —le pregunté. —Cuatro. Sentí que aumentaban mis esperanzas.

—¿Cuatro mil? Su expresión se puso seria. —No. Cuatro. —¿Quieres decir cuatrocientos? Sacudió la cabeza. —¿Cuatro?. ¿Total? —repetí. —Lia, sé cómo suena, pero créeme, estos cuatro son los mejores. Mi esperanza cayó tan rápido como había surgido. Cuatrocientos soldados no podrían sacarnos de aquí, mucho menos cuatro. No pude ocultar mi escepticismo, y una risa débil escapó de mis labios. Rodeé la pequeña habitación, sacudiendo mi cabeza. —Estamos atrapados aquí en este lado de un río furioso, con miles de personas que nos odian. ¿Qué pueden hacer cuatro personas?. —Seis —corrigió. —Contigo y conmigo, hay seis. Su voz era quejumbrosa, y cuando dio un paso hacia mí, hizo una mueca, sosteniéndose las costillas. —¿Qué pasó? —le pregunte —Te han lastimado. —Solo un pequeño regalo de los guardias. No les gustan los cerdos de Dalbreck. Se aseguraron de que entendiera eso. Varias veces —se sostuvo el costado, respirando lentamente y con dificultad. —Solo son contusiones. Estoy bien. —No —le dije. —Obviamente no lo estás —aparté su mano y le subí la camisa. Incluso en la tenue luz, pude ver los moretones morados que cubrían sus costillas. Recalculé las probabilidades. Cinco contra miles. Arrastré el taburete y lo hice sentar, luego arranqué tiras de mi falda ya destrozada. Cuidadosamente comencé a envolver su cintura para estabilizar sus movimientos. Recordando las cicatrices en la espalda de Kaden. Estas personas eran salvajes. —No deberías haber venido, Rafe. Este es mi problema. Lo traje cuando yo...

—Estoy bien —dijo. —Deja de preocuparte. He caído peor de mi caballo, y esto no es nada comparado con lo que has pasado —extendió la mano y apretó la mía. —Lo siento, Lia. Me contaron sobre tu hermano. La amargura rodó en mi garganta nuevamente. Había cosas que nunca pensé que sucederían. Mucho menos tener que presenciarlas. Ver a mi hermano ser asesinado, justo delante de mis ojos, fue la peor de ellas. Aparté la mano, limpiándola en mi falda hecha jirones. Se sintió mal tener el calor de las manos de Rafe en la punta de mis dedos, cuando habló de Walther, que yacía frío en el suelo. —Quieres decir que se rieron de mi hermano. Los escuché en el camino durante cinco días, regodeándose, en la facilidad con la que caían. —Dijeron que los enterraste. A todos ellos. Observé los débiles rayos de luz que se filtraban a través de las rendijas, tratando de ver cualquier cosa excepto los ojos ciegos de Walther, que miraban al cielo, y a mis dedos cerrándolos por última vez. —Desearía que pudieras haberlo conocido —le dije. —Mi hermano iba a ser un gran rey algún día. Era amable y paciente en todos los sentidos, y creía en mí como nadie más lo hizo. Él... Me volví para mirar a Rafe. —Cabalgaba con una compañía de treinta y dos, los soldados más fuertes y valientes de Morrighan. Vi a cada uno de ellos morir. Eran superados en número en cinco a uno. Fue una masacre. La cortina protectora que había corrido a mi alrededor fue arrancada y un calor repugnante se arrastró sobre mi piel. Olí el sudor de sus cuerpos. Piezas de cuerpos. Los había reunido a todos para que no quedara nada para los animales, luego caí de rodillas treinta y tres veces, para rezar. Mis palabras se derramaron sangrando por dentro, treinta y tres gritos de piedad, treinta y tres despedidas. Y luego la tierra, empapada con su sangre se los tragó, prácticamente, y se fueron. Esta no sería la primera vez. No sería la última. —¿Lia?.

Miré a Rafe. Alto y fuerte como mi hermano. Confiado como mi hermano. Solo le quedaban cuatro. ¿Cuánto más podría enfrentar perder? —Sí —respondí. —Los enterré a todos. Extendió la mano y me llevó a su lado. Me senté en la paja junto a él. —Podemos hacer esto —dijo. —Solo tenemos que ganar tiempo hasta que mis hombres lleguen aquí. —¿Cuánto tiempo antes de que vengan tus soldados? —pregunté. —Unos pocos días. Quizás más. Depende de qué tan al sur tengan que viajar para cruzar el río. Pero sé que estarán aquí tan pronto como puedan. Son los mejores, Lia. Lo mejor de los soldados de Dalbreck. Dos de ellos hablan el idioma Vendan con fluidez. Encontrarán su camino. Quería decirle, que entrar no era el problema. Habíamos encontrado nuestro camino. El problema era salir de nuevo. Pero contuve la lengua y asentí, tratando de parecer animada. Si su plan no funcionaba, el mío sí. Había matado a un caballo esta mañana. Tal vez esta noche mataría a otra bestia. —Podría haber otra forma —dije. —Tienen armas en el santuario. Nunca notarían si perdieran una. Tal vez pueda deslizar un cuchillo debajo de mi falda. —No —dijo con firmeza. —Es muy peligroso. Si ellos… —Rafe, su líder es responsable de matar a mi hermano, su esposa y toda una compañía de hombres. Es solo cuestión de tiempo antes de que regrese por más. Él tiene que ser… —Sus soldados los mataron, Lia. ¿De qué serviría matar a un hombre? No puedes enfrentarte a todo un ejército con un solo cuchillo, especialmente en nuestras posiciones. En este momento nuestro único objetivo es salir de aquí con vida. Estábamos en desacuerdo. En mi cabeza, sabía que tenía razón, pero una parte más profunda y oscura de mí todavía tenía hambre de algo más que escapar. Me agarró del brazo, exigiendo una respuesta. —¿Me escuchas? No puedes hacer ningún bien a nadie si estás muerta. Se paciente. Mis soldados vendrán y luego saldremos juntos de esto. Yo, paciente, cuatro soldados. Las palabras juntas eran una locura.

Pero admití, que incluso sin los cuatro, Rafe y yo nos necesitábamos, y eso era lo que importaba en este momento. Nos sentamos en el colchón de paja e hicimos nuestros planes, lo que les diríamos, lo que no haríamos, y los engaños que tendríamos que construir hasta que llegara la ayuda. Una alianza por fin, la que nuestros padres habían tratado de conseguir todo el tiempo. Le conté todo lo que ya sabía sobre el Komizar, el Santuario, y los pasillos por los que me habían arrastrado. Cada detalle podía ser importante. —Ten cuidado. Cuida tus palabras —le dije. —Incluso tus movimientos. No se pierde nada. Tiene los ojos agudos incluso cuando parece lo contrario. Hubo algunas cosas que contuve. Los planes de Rafe eran metal y carne, piso y puño, todo sólido. Los míos eran cosas invisibles, fiebre y frío, sangre y justicia, las cosas que se agazapaban en mis entrañas. A mitad de susurrar nuestros planes, se detuvo de repente y extendió la mano, su pulgar trazó suavemente una línea a través de la cresta de mi mejilla. —Tenía miedo —tragó saliva y miró hacia abajo, aclarándose la garganta. Su mandíbula se torció, y pensé que me rompería mirándolo. Cuando volvió a mirarme, sus ojos crepitaron de ira. —Sé lo que arde en ti, Lia. Pagarán por esto. Todos ellos. Lo prometo. Algún día, pagarán. Pero sabía lo que quería decir. Que Kaden pagaría. Escuchamos pasos acercándose y rápidamente nos separamos. Me miró, el hielo azul profundo de sus ojos atravesando las sombras. —Lia, sé que tus sentimientos sobre mí pueden haber cambiado. Te engañe. No soy el granjero que decía ser, pero espero poder hacer que te enamores de mí otra vez, esta vez como príncipe, un día a la vez. Hemos tenido un comienzo terrible, pero no significa que no podamos tener un mejor final. Lo miré fijamente, su mirada me tragó por completo, y abrí la boca para hablar, pero cada palabra aún nadaba en mi cabeza. Enamórate de mí otra vez... esta vez como príncipe. La puerta se abrió de golpe y entraron dos guardias. —Tú —dijeron, señalándome, y apenas tuve tiempo de ponerme de pie antes de que me arrastraran lejos.

Capítulo 5 —Abajo te vas, niña. Me sumergieron en una tina de agua helada, mi cabeza sostenida debajo de la superficie mientras unas manos poderosas me frotaban el cuero cabelludo. Subí farfullando para respirar, ahogándome con agua jabonosa. Al parecer, el Komizar había encontrado mi apariencia repugnante y especialmente ofensiva para su delicada nariz, y ordenó una limpieza rápida. Me sacaron de la bañera y me ordenaron que me secara con un paño no más grande que un pañuelo. Una joven a quien los otros llamaron Calantha supervisó mi humillante baño. Ella me arrojó algo. —Ponte esto. Miré el montón de tela a mis pies. Era un saco áspero y sin forma, que parecía más adecuado rellenar con paja, que con un cuerpo. —No lo haré. —Lo harás si quieres vivir. No había indicio de ira en su tono. Solo un hecho. Su mirada era desconcertante. Llevaba un parche sobre un ojo. La cinta negra que lo sostenía en su lugar contrastaba con su extraño e incoloro cabello blanco, muerto. El parche en sí era sorprendente, casi imposible de mirar. Estaba cosido con pequeñas cuentas pulidas para dar la apariencia de un ojo azul brillante, mirando al frente. Líneas decorativas tatuadas se arremolinaban debajo del parche, haciendo que un lado de su cara fuera una obra de arte. Me preguntaba por qué llamaba la atención sobre lo que otros podrían ver como una debilidad. —Ahora —dijo. Aparté mi mirada de su inquietante mirada, y tomé la tela áspera del piso, sosteniéndola para una mejor vista. —¿Quiere que me ponga esto?

—Esto no es Morrighan. —Tampoco soy un saco de papas. Su único ojo se entrecerró y se echó a reír. —Serías mucho más valiosa si lo fueras. Si el Komizar pensaba que esto me degradaría, estaba equivocado. Estaba mucho más allá de alimentar cualquier tipo de orgullo ahora. Tiré la tela sobre mi cabeza. Estaba suelto y difícil de mantener sobre mis hombros, y tuve que aguantar el exceso de longitud para evitar tropezar. La tela gruesa me raspó la piel. Calantha me arrojó un trozo de cuerda. —Esto podría ayudar a mantener las cosas en su lugar. —Encantador —le dije, devolviéndole su sonrisa, y procedí a doblar y doblar la tela suelta lo mejor que pude, luego asegurarla con la cuerda alrededor de mi cintura. Mis pies descalzos se congelaban en el piso de piedra, pero me habían quitado las botas y no esperaba volver a verlas. Traté de reprimir un escalofrío y asentí para indicar que estaba lista. —Sé agradecida, princesa —dijo, extrañamente pasando un dedo sobre su ojo sin joyas. —Lo he visto hacer cosas mucho peores a los que lo desafían.

Capítulo 6 Pauline La última etapa del viaje a Civica había sido agotadora. Una lluvia torrencial nos había alcanzado cerca de Derryvale, y nos vimos obligadas a refugiarnos en un granero abandonado durante tres días, compartiendo nuestros cuartos con un búho y un gato salvaje. Entre los dos, al menos no había roedores. Todos los días que pasaron inactivos hicieron crecer mi ansiedad. Lia seguramente ya estaría en Venda, si era allí donde Kaden la estaba llevando. Intenté no pensar en la otra posibilidad: Que ella ya estuviera muerta. Todo había sucedido tan rápido que no lo había entendido en ese momento. Kaden la tomó. Kaden era uno de ellos. Kaden, a quien yo había favorecido sobre Rafe. De hecho, cometí el error de empujarla en su dirección. Me había gustado su comportamiento tranquilo. Le había dicho que sus ojos eran amables. Todo sobre él me había parecido amable. ¿Cómo pude haber estado tan equivocada? Me sacudí en algún lugar profundo. Siempre me había considerado un buen juez de carácter, pero Kaden era todo lo contrario. Él era un asesino. Eso fue lo que afirmó Gwyneth. Cómo lo sabría, no estaba segura, pero Gwyneth tenía muchos talentos y obtener información ilícita de los clientes de la taberna seguramente estaba entre ellos. Habíamos decidido que era más seguro hospedarse en la posada de una de las varias aldeas a las afueras de las murallas de la ciudad. Si bien nadie conocería a Gwyneth, sí me conocerían, y necesitaba mantener mi presencia oculta hasta que al menos hubiera organizado una reunión con el Lord Viceregente. Era una figura muy visible de la corte de la Reina, y probablemente enfrentaba cargos de traición por ayudar a Lia a escapar. De todo el gabinete, el Viceregente siempre había sido el más amable con Lia, solícito, incluso.

Parecía entender su difícil lugar en la corte. Si yo le explicaba su situación, seguramente él podría darle la noticia al rey de la manera más ventajosa. ¿Qué padre al menos no intentaría salvar a su hija? ¿Sin importar cómo ella lo había desafiado?. Me pegué en las sombras, con la capucha puesta sobre mi cabeza, mientras Gwyneth nos aseguraba una habitación. La vi conversar con el posadero, aunque no pude escuchar lo que se dijo. Pareció llevar mucho más tiempo del necesario. Sentí un temblor en mi vientre. Era un recordatorio constante de cuánto habían cambiado las cosas, cuánto tiempo había pasado, un recordatorio de la promesa de Lia, lo superaremos juntas. Un recordatorio que el tiempo se acababa. Besé mis dedos y los alcé a los dioses. Por favor tráiganla de vuelta. Se pasó un papel entre Gwyneth y el posadero. Me miró brevemente, tal vez preguntándose por qué la capucha de mi capa todavía estaba puesta dentro de la posada, pero no dijo nada y finalmente empujó una llave en el mostrador hacia Gwyneth. La habitación estaba al final del pasillo, pequeña, pero con comodidades mucho mayores que el granero Nove y Dieci estaban en el establo y parecían apreciar tener sus propios cuartos, y cebada fresca para comer. El dinero no fue problema. Había cambiado las joyas que Lia me dio, por monedas en Luiseveque. Incluso Gwyneth estaba impresionada de lo fácil que era tratar con comerciantes sombríos en cuartos traseros, pero había aprendido todo de Lia. Cuando cerré la puerta detrás de nosotros, le pregunté a Gwyneth porqué había tardado tanto. Alquilar una habitación en la posada de Berdi era cuestión de acordar un precio y señalar al huésped la habitación. Gwyneth arrojó su bolso sobre la cama. —Envié una nota al Canciller solicitando una reunión. Contuve el aliento, incapaz de hablar por un momento. —¿Tu qué? ¿Contra mis deseos? Ya te lo dije, odia a Lia. Ella comenzó a desempacar, no se molestó por mi alarma. —Creo que podría ser más sabio husmear… por canales más discretos, antes de ir directamente al segundo en el poder. Si el Viceregente no sirve de nada, estamos en un callejón sin salida.

La miré, un escalofrío me recorrió los hombros. Era la segunda vez que había sugerido al Canciller, y ahora había seguido adelante y había actuado sin mi consentimiento. Parecía decidida a meter al canciller dentro de esto. —¿Conoces al canciller, Gwyneth? Ella se encogió de hombros. —Hmm, tal vez un poco. Nuestros caminos se cruzaron hace un tiempo. —¿Y nunca pensaste decirme antes de ahora? —Pensé que no te lo tomarías bien, y parece que tenía razón. Dejé mi bolso en la cama y revolví la pila, buscando mi cepillo. Me cepillé el pelo enérgicamente, tratando de desenredar mis pensamientos, tratando de parecer controlada, cuando me sentía cualquier cosa, menos eso. ¿Ella lo conocía un poco? No me gustaba ni confiaba en el Canciller, más de lo que lo hacía Lia. Nada de esto me gustaba. —He decidido. Voy a ir directamente al rey —le dije. —Tu puedes quedarte quieta. Ella agarró mi mano, deteniendo mis golpes. —¿Y cómo lo lograrías? ¿Marchando a través de la ciudadela y golpeando su puerta con el cepillo? ¿Hasta dónde crees que llegarías?. ¿O enviarías una nota? Todo pasa por la oficina del Canciller primero, de todos modos. ¿Por qué no ir directamente a él en primer lugar?. —Estoy segura de que puedo conseguir una audiencia con el rey de una forma u otra. —Por supuesto que puedes. Pero no olvides que fuiste cómplice en el escape de Lia. Es muy probable que le estés hablando desde una celda en la prisión. Sabía que tenía razón. —Si eso es lo que se necesita. Gwyneth suspiró. —Noble, pero tratemos de evitar eso. Vamos a curiosear alrededor primero. —¿Al hablar con el canciller? Se sentó en la cama y frunció el ceño. —Lia no te habló de mí, ¿verdad?

Tragué saliva, preparándome para algo que no quería saber, sobre el pasado de Gwyneth. —¿Dime qué? —Solía estar al servicio del reino. Fui una proveedora de noticias. —¿Qué significa? —pregunté con cautela. —Yo era una espía. Cerré mis ojos. Era peor de lo que pensaba. —Ahora, no te vayas a enredar toda. No es bueno para el bebé. Ser una espía, una ex espía, no es el fin del mundo. Incluso podría ser útil. Venga esa mano. ¿Ser útil? Abrí los ojos y la vi sonriéndome. Ella me habló de los Ojos del Reino, espías de Civica dispersos por las ciudades y mansiones en Morrighan, que transmitían la información de vuelta a la sede del poder. Hubo un momento en que ella necesitaba dinero, y era buena para extraer información de los clientes en una posada en Graceport Donde limpiaba las habitaciones. —¿Entonces espiaste para el rey? —pregunté. Ella se encogió de hombros. —Tal vez. Solo traté con el canciller. Él... —su expresión se oscureció. —Era persuasivo, y yo era joven y estúpida. Gwyneth todavía era joven. Solo era unos años mayor que yo. ¿Pero estúpida? Nunca. Era astuta, calculadora e irreverente, cosas que yo no. En mi instinto, sabía que sus habilidades podrían ser útiles para encontrar un oído comprensivo, pero aun así dudé. Tenía miedo de ser arrastrada a alguna red de espías, incluso si ella afirmaba que ya no era parte de eso. ¿Y si ella todavía lo fuese?. Era casi como si pudiera ver los pensamientos desfilando por mi mente. —Pauline —dijo con firmeza, —probablemente eres la persona más santa y leal que he conocido, lo que puede ser admirable, pero a veces también bastante molesto. Es hora de tronar nudillos. No más jugar a chica linda. ¿Quieres ayudar a Lia o no?. La única respuesta a eso fue sí. No importaba lo que tuviera que hacer.

Capítulo 7 Las paredes se cerraban, el camino parecía estrecharse con cada paso. Fui conducida a través de un pasillo oscuro, subí dos tramos de escaleras húmedas, a lo largo de otro pasillo no más ancho, que el ancho de los brazos. Dimos tres vueltas, luego bajamos varios escalones. El interior de esta fortaleza era tan laberinto como parecía ser desde el exterior, siglos de arquitectura mezclados. Este no era el camino de regreso a Sanctum Hall. Sentí que mi corazón se aceleraba. ¿A dónde me llevaban ahora?. Mi cabello todavía estaba húmedo sobre mis hombros, y mis pies descalzos, frígidos en el suelo frío. Memoricé el camino, segura que importaría en algún momento. Todo importaba. Cada detalle. Cada aleteo de una pestaña. De todas las personas en este momento, ansiaba a Gwyneth, tan suave en todos sus movimientos, y tan buena para ocultar sus secretos con una sonrisa, excepto cuando se trataba de cosas que le importaban, como Simone. Fue entonces cuando aparecieron mentiras en la cara de Gwyneth. Incluso ahora, estaba aprendiendo de ella. Todo lo que aún me importaba tenía que dejar de mostrarse en mi cara. En nuestro último giro, caminamos por un pasillo con corrientes de aire que se dirigió hacia una gran puerta doble. Sus gruesas bisagras negras se ramificaban en espinas enredadas. Los guardias llamaron, y escuché el fuerte deslizamiento de un cerrojo abriéndose dentro. Me arrojaron hacia delante, porque los guardias parecían no conocer otra forma de liberar prisioneros, pero esta vez estaba lista y solo tropecé. Entré en una habitación silenciosa. Mi mirada se posó primero en Kaden, su mandíbula apretada, la vena reveladora en su cuello mientras observaba mi nuevo atuendo tosco. ¿Fue vergüenza o ira lo que vi brillar en sus ojos?. Pero también noté que se había bañado y cambiado.

Con su disfraz Morrighese descartado, ahora se parecía a uno de ellos, un animal de una franja diferente. Llevaba una camisa suelta cortada a su estilo, y un rastro de huesos colgaba de su cinturón de armas. Este había sido el verdadero Kaden todo el tiempo. Y luego vi a Rafe. Estaba de espaldas a mí, y sus manos estaban encadenadas detrás de él, con un guardia a su lado. Aparté la vista rápidamente y puse mi mirada en el Komizar. —El momento perfecto, princesa —dijo. —Tu granjero también acaba de llegar. Me hizo un gesto hacia adelante hasta que estuve de pie cerca de Rafe. El Komizar todavía usaban el cinturón, y ahora la espada de Walther colgaba también de él. Sonrió cuando lo asimilé. Moldeé mi mirada en acero. A partir de este momento, convertiría los bienes saqueados de mi hermano en mi fortaleza y no en mi debilidad. Dio un paso hacia el centro de la habitación y extendió las manos a los costados. —Es un día histórico en Venda, mis hermanos. No uno, sino dos prisioneros — todavía hablaba en Morrighese, supuse para nuestro beneficio. No sabía si Rafe entendía Vendan o no. Me maldije por no haberle preguntado cuándo estábamos juntos en la sala de espera. Detalles como este podrían importar más adelante. El Komizar volvió su atención hacia nosotros. —Espero que ambos aprecien su buena fortuna, de ser incluso prisioneros. Es un privilegio raro, aunque puede ser fugaz. Su voz era juguetona, su expresión casi alegre. Él se acercó a mí, levantó un mechón de cabello húmedo de mi hombro y luego lo dejó caer con desagrado. —Ya sé por qué estás aquí. Un miembro de la realeza con un supuesto Don que mi Asesino cree que será útil para Venda —se encogió de hombros. —El tiempo lo dirá —se giró hacia Rafe. —Pero tú... dime por qué no debería cortarte de molleja a intestino en este momento y castigar a los soldados que no te mataron al verte. —Porque tengo noticias para ti que beneficiarán a Venda —la respuesta de Rafe fue rápida y segura.

El Komizar se rió de una manera que hizo que la habitación se oscureciera. —Eso he oído. Se acercó a la mesa en el centro de la habitación y se incorporó, sentándose en el borde con las piernas colgando. Parecía más un rufián fanfarrón sentado en un pub, que un gobernante. —El Chievdar Stavik me habló de tu reclamo —dijo. —Pero los soldados me dicen lo contrario. Un granjero herido, te llaman, y la princesa parecía pensar que apareciste solo por ella. Entiendo que hubo un abrazo entretenido. —Era una cara familiar en un país extranjero —respondió Rafe. —No puedo evitar que la chica se haya aferrado a mí. Pero no soy tonto cuando se trata de mujeres. El placer es una cosa; el negocio es otro. No aparecería en una puerta hostil por una simple distracción de verano. Los ojos del Komizar parpadearon hacia mí. Eché un vistazo a Rafe. —Una distracción —repitió el Komizar, asintiendo. —¿Entonces ser un granjero era solo una artimaña? —El príncipe me envió a averiguar si la chica realmente huyó de la boda, o si fue una venganza planeada todo el tiempo, por agravios pasados. En caso de que no lo sepa, Dalbreck ha tenido una relación larga y difícil con nuestros vecinos más cercanos. ¿Debo recitar toda la historia de las pequeñas acciones perpetradas por Morrighan?. Sin embargo, la oferta de matrimonio del rey fue un esfuerzo genuino para enterrar las quejas pasadas. —Y para crear una alianza. —Sí. —Para ejercer más poder sobre nosotros. —¿No es de eso de lo que se trata cada movimiento político?. ¿Poder y obtener más? —el tono de Rafe era frío, dominante y sin complejos. Pareció darle una pausa al Komizar. Sus ojos se entrecerraron, y luego una esquina de su boca se alzó en una sonrisa divertida. —Te pareces mucho más a un granjero que al gran Emisario de un príncipe. Se dio la vuelta, escaneando la habitación.

—¡Griz! —gritó. —¿Donde esta él?. Uno de los Gobernadores le informó que Griz todavía estaba en Sanctum Hall, y se envió un guardia para traerlo. El Komizar explicó que Griz había visto al príncipe y su corte cuando estaba en Dalbreck, en una ceremonia pública el año pasado. Él podría identificar a Rafe como genuino o falso. —¿Deseas cambiar tu historia ahora? La verdad significaría que podría llegar a mi cena antes, y estaría dispuesto a hacer que tu muerte sea rápida y relativamente indolora. —Mi historia sigue en pie —respondió Rafe sin dudarlo. Respira, Lia. Respira. Miré a Kaden e intenté no traicionar mi pánico, esperando ayuda. Me debía esto. Me devolvió la mirada, su cabeza apenas en movimiento. No. Olvídalo. Venda siempre viene primero. El miedo aumentó en mi pecho, y miré los cinturones con armas en todos lados, los Gobernadores, los guardias, los hermanos no identificados de Venda. Más de una docena de ellos llenaban la habitación. Incluso si pudiera desarmar a uno de ellos y matar a otro, ¿qué posibilidades teníamos Rafe y yo, contra todos ellos?. Especialmente con las manos de Rafe encadenadas a la espalda. Me acerqué y luego vi a Rafe flexionar una mano. Una señal tranquila. Me detuve. La sala permaneció en silencio, los segundos pasaron tortuosamente, el Komizar parecía disfrutar cada uno. Entonces oímos los pasos, el pesado sonido de un gigante que venía por el pasillo. La puerta se abrió y Griz entró. —Bedage akki —llamó el Komizar y pasó el brazo por los hombros de Griz. Lo acompañó para pararse frente a Rafe, hablando en Vendan mientras explicaba el reclamo de Rafe. —Estuviste en la ceremonia y viste al príncipe y su corte personal. ¿Reconoces a este hombre? —Griz entrecerró los ojos y estudió a Rafe. Cambió de posición, mirando con recelo y pareciendo incómodo con todos los ojos fijos en él. —Difícil de decir. Había una gran multitud en la plaza. Estaba muy lejos, pero… —se rascó la cabeza y miró más de cerca. Vi el reconocimiento en sus ojos y el estómago me saltó a la garganta. —¿Y bien? —preguntó el Komizar.

Griz me lanzó una mirada de reojo. Lo miré sin respirar, congelada. Volvió a mirar a Rafe, asintiendo con la cabeza. —Sí, recuerdo a este. Estaba de pie justo al lado del príncipe, todo envuelto en uno de sus abrigos con volantes. Eran familiares. Él y el príncipe se rieron varias veces —él asintió como si estuviera satisfecho con su recuerdo y luego su ceja cicatrizada se torció en un ceño fruncido. —¿Algo más? —Eso es todo —respondió el Komizar. Griz me miró brevemente una vez más antes de darse la vuelta y marcharse. Traté de dejar salir el aire atrapado en mi pecho, en una respiración uniforme. ¿Griz acababa de mentir por mí? ¿O mintió por Rafe? Hay espías por todas partes, Lia. Una palma cruza a otra, a cambio de ojos vigilantes. Pero no Griz. Eso fue imposible. Era tan completamente Vendan. Aún así, recordé que se había escondido su fluidez en Morrighese de los demás. —Entonces, muchacho Emisario con volantes —dijo el Komizar, —¿Cuál es este importante mensaje de tu príncipe? —Como dije antes, esto es solo para tus oídos. Los ojos del Komizar se volvieron hacia el fuego. —No insultes a mis hermanos. Los Gobernadores se quejaron con amenazas. Rafe concedió. —El rey de Dalbreck se está muriendo. Es cuestión de semanas, si no de días. Hasta entonces, las manos del príncipe están atadas. No puede hacer nada, pero pronto la mano del poder pasará a él. Cuando lo haga, las cosas serán diferentes. Él quiere estar listo. El príncipe y su padre tienen ideas muy diferentes sobre las alianzas y el poder. —¿Qué tipo de ideas? —Está mirando hacia el futuro. Él piensa que las alianzas matrimoniales son primitivas, y considera que una alianza con Venda es mucho más beneficiosa para Dalbreck que una con Morrighan. —¿Y el beneficio para Venda? —Hay un puerto que queremos en Morrighan y unas pocas millas de colinas. El resto es tuyo.

—El príncipe tiene grandes sueños. —¿Vale la pena tener otro tipo? —¿Y cómo podríamos saber que este no es otro de los trucos de Dalbreck? —Una vez que su padre haya muerto, el príncipe mismo vendrá a negociar con usted como un signo de buena fe, pero, por supuesto, para entonces él sería el rey. —¿Aquí? —Kaden intervino. Su tono era de frágil escepticismo. Rafe lo miró, manteniendo su expresión uniforme, pero en un segundo, vi la tensión en su rostro. Si sus manos estuvieran libres, no estoy segura que pudiera haberse contenido. ¿Cómo pude imaginar que eran amigos? —En un área neutral por determinar, en el Cam Lanteux —Rafe respondió, y volvió a mirar al Komizar. —Él enviará un mensajero con detalles. Pero quiere que estés listo. La alianza tendrá que ser rápidamente formada antes de que Morrighan la huela. El Komizar estudió a Rafe, extrayendo en silencio. Finalmente sacudió la cabeza. —No tengo ninguna razón para confiar en ti o creer que el príncipe es diferente de su padre traidor, o cualquiera de sus padres conspiradores antes que ellos. Todo Dalbreck, es un cerdo enemigo —se puso de pie y caminó por la habitación, con la cabeza inclinada en sus pensamientos. —Aún así... es un juego interesante el que tu príncipe juega, o el que tú juegas —miró los rostros de los Gobernadores, a Kaden y otros presentes, como si se estuvieran reuniendo opiniones, pero no se intercambiaron palabras, solo unos pocos asentimientos sutiles. Se volvió y miró a Rafe otra vez. —Unas pocas semanas son suficientes para jugar su juego. Incluso podría ser divertido. Si el padre del príncipe no está muerto y un mensajero no llega dentro de un mes, entonces su Emisario supremamente tonto, será enviado de regreso al príncipe, un dedo y un pie a la vez. Mientras tanto, enviaré a mis propios jinetes a Dalbreck a confirmar la mala salud del rey. —No esperaría menos —respondió Rafe. El Komizar se acercó, casi pecho con pecho a Rafe, con la mano apoyada en la empuñadura de la espada de Walther. —¿Cuál es tu interés en esto, muchacho Emisario?

—¿Qué más? —respondió Rafe. —Poder. El príncipe también me ha hecho promesas. El Komizar sonrió y vi un destello de admiración en sus ojos. Había escuchado a Rafe decir mentira tras mentira, con tanta gracia y facilidad que casi le creí yo misma, y me maravillé de lo fácil que las conjuraba, pero luego recordé cuán suavemente me había mentido en Terravin. Este no era un nuevo esfuerzo para él. El Komizar les dijo a todos que nuestro negocio estaba terminado y que debían regresar a Sanctum Hall. Los seguiría en breve. Unas pocas palabras más fueron intercambiadas con este Gobernador, o ese guardia, sin ayuda de un gabinete. Todo cronometrado como un reloj, y todo hecho con un aire casual, en desacuerdo con la conversación anterior. Rafe sería enviado de vuelta, una pieza a la vez, si estaba mintiendo. Los guardias sacaron a Rafe y los Gobernadores salieron detrás de él. Kaden extendió la mano para agarrarme del brazo. El Komizar extendió la mano. —Voy a escoltar a la princesa —dijo, deteniéndolo. —Llegaremos pronto. Necesito unos minutos con ella. Para hablar. —Puedo esperar —dijo Kaden. —A solas —un despido, firme y definitivo. Se me heló la sangre. Sola con el Komizar. Kaden miró de él a mí y luego otra vez, aún sin moverse, pero sabía que se iría, de una forma u otra. Sería mejor si fuera a mi tiempo. En mis términos Ahora. Mi estómago se hizo un nudo de miedo. Ahora. —Está bien, Kaden —dije, forzando mis palabras clara y firmemente, ignorando al Komizar como si no estuviera allí. —Puedes seguir adelante... Una cuña perfectamente dirigida. Si Kaden se fuera ahora, estaría a mis órdenes, no a las del Komizar. El silencio se hizo, pesado e inesperado. Kaden me miró, sabiendo lo que había hecho. El límite de la lealtad había sido empujado. Sacudió su cabeza a la izquierda, el daño hecho, la pesada puerta traqueteando a su paso. Fue una victoria de corta duración. Ahora estaba sola en la habitación con el Komizar. —Entonces... tienes una lengua después de todo.

Mantuve mis ojos fijos en la puerta. —Para aquellos que merecen mis palabras. Me dio la vuelta para enfrentarlo. —Para alguien en tu precaria posición, no los eliges sabiamente. —Así me han dicho muchas veces antes. Una de sus cejas se levantó ligeramente mientras me estudiaba. —Es curioso que no hayas reaccionado cuando el Emisario reveló la traición de Dalbreck a Morrighan. ¿Quizás no te importa lo que le pase a tu propio reino? ¿O tal vez no viste la verdad en la historia del Emisario? —Por el contrario, Komizar, creí cada palabra. Simplemente no me pareció sorprendente. En caso de que no lo sepas, mi padre puso una recompensa por mí, porque hui de la alianza matrimonial. He sido traicionada por mi propio padre, ¿por qué no por un reino? Estoy cansada de la traición de todos los hombres. Me acercó más, su pecho aún decorado con el mejor trabajo de los artesanos morrigheses, un regalo de Greta a Walther el día de su boda. Gruesas pestañas oscuras cubrían sus fríos ojos negros. Un brillo arrogante los llenó. Quería arañarlos, pero no tenía uñas. Quería sacar mi daga, pero también se la habían llevado. Miré la espada a su lado incrustada con el jaspe rojo de Morrighan, casi a mi alcance. —¿Tan cansada que serías tonta? —preguntó. —Es más difícil matar a un hombre que a un caballo, princesa —su agarre en mi brazo se apretó. —¿Sabes lo que sucede cuando matas al Komizar? —¿Todos celebran? Una leve sonrisa iluminó su rostro. —El trabajo recae en ti —soltó mi brazo y caminó hacia la mesa, su mano descansando cerca de un profundo hueco. —Aquí es Donde maté al último Komizar. Tenía dieciocho años en ese momento. Eso fue hace once años. Kaden era solo un niño. Apenas llegaba a mi ombligo. Pequeño para su edad. Casi había muerto de hambre, pero logró ponerse al día bajo mi cuidado. Un Komizar debe levantar su propio Rahtan, y ha estado conmigo desde el principio. Tenemos una larga historia entre nosotros. Sus lealtades hacia mí son profundas —su pulgar

frotó la ranura, como si recordara el momento en que se hizo. Su escrutinio se volvió hacia mí, afilado. —No trates de abrirte camino entre nosotros. Le estoy permitiendo a Kaden esta diversión por ahora. Mi lealtad a él también es profunda, y podrías ser una diversión interesante para todos nosotros. Pero no te confundas, tú y tu supuesto Don valen menos que nada para mí. El Emisario tiene más posibilidades de estar vivo a fin de mes que tú. Así que no orquestes juegos que perderás. Su irritación me alimentó. Mi cuña bien dirigida había dado en el blanco. Me estás haciendo aficionada a los juegos por minutos, quería decirle. Era como si pudiera leer mi mente. Sus ojos ardían brillantes, fundidos peligrosamente. —Repito, en caso de que tus débiles oídos reales no entendieran la primera vez, tu posición es precaria. Le devolví la mirada, sabiendo que pronto vería a todo su ejército de carniceros, usaría las espadas de Morrighan en sus caderas, que por el resto de mi vida, escucharía los gritos moribundos de mi hermano y sus camaradas, lanzados en un acantilado azotado por el viento, en mi cara, todo por él y su desprecio por las fronteras y los antiguos tratados. —En realidad no hay nada precario en mi posición —dije. —Soy buscada por traición a mi tierra natal, y aquí has tomado mi libertad, mis sueños, y la vida de mi hermano. Todo lo que me importa se ha ido, y te pones el cinturón de mi hermano muerto como prueba. ¿Qué más podrías quitarme? Levantó la mano, y la envolvió alrededor de mi cuello, su pulgar trazó suavemente una línea a lo largo del hueco de mi garganta. Presionó más fuerte, y sentí el aleteo de mi pulso bajo su toque. —Confía en mí, princesa —susurró. —Siempre hay más para tomar.

Lloro por ustedes, mis hermanos y hermanas, Lloro por todos nosotros, Porque aunque mis días aquí pueden contarse, Sus años de lucha acaban de comenzar. Canción de Venda

Capítulo 8 Rafe Me senté a la mesa directamente frente a Kaden. Curioso. Cortándolo en pequeños pedazos con mis ojos. ¿Por qué me trajeron aquí?, no estaba seguro. Quizás tenían la intención de alimentarme. O quizás dejarme verlos comer. Mis manos todavía estaban atadas a la espalda. Kaden sorbía una cerveza y me miraba periódicamente, casi tanto como yo a él. Había visto a Lia besarme. Eso comía a través de él, como un gusano estomacal. Varios de los Gobernadores dieron vueltas, algunos me empujaron el hombro y me animaron a beber, luego se rieron de su chiste. Una taza llena descansaba sobre la mesa frente a mí. La única forma en que podía beber era chupar la espuma como un cerdo en un comedero. Ese era un espectáculo que tendrían que esperar mucho tiempo para ver... no tenía tanta sed. —¿Dónde está ella? —le pregunté de nuevo. Pensé que Kaden iba a responder con más silencio, pero luego se burló. —¿Que te importa? Pensé que era solo una distracción de verano. —No soy desalmado. No quiero que la lastimen. —Yo tampoco —miró hacia otro lado, atrayendo a un Gobernador que se encontraba justo a su derecha. Una mera distracción de verano. Contemplé el charco de espuma derramado alrededor de la taza, pensando en la mirada de Lia nuevamente, cuando dije las palabras, su labio se levantó con disgusto. Seguramente ella estaba jugando sola. El reflejo era solo para fortalecer nuestra posición. Tenía que saber por qué lo dije. Pero si estaba jugando, ella jugó su parte demasiado bien. Algo más me comió

también, algo que había visto en sus ojos, sus movimientos, la inclinación de su barbilla, algo que había escuchado en la dureza de su voz cuando estábamos en la celda. Era una Lia que no conocía, una que habló de cuchillos y muerte. ¿Qué le habían hecho pasar estos animales? Kaden me fulminó con la mirada, su atención volviendo nuevamente hacia mí. El gusano cavó más profundo. —¿Siempre te interesas tanto por los asuntos de tu príncipe?. —Solo cuando me conviene. ¿Siempre bailas con la chica que planeas asesinar?. Su mandíbula se apretó. —Nunca me gustaste. —Estoy herido. Un Gobernador tropezó con la mesa y luego se enderezó. Se dio cuenta que había chocado con Kaden y se rió. —¿El Komizar todavía está escondido con esa visitante real? Una sangre azul tiene que ser la primera vez, incluso para él? —le guiñó un ojo y se alejó tambaleándose. Me incliné hacia delante. —¿La dejaste sola con él?. —Cállate, Emisario. No sabes nada. Me recosté. Tenso contra los grilletes que cortaban mis muñecas. Sentí la quemadura en mi sien. Me pregunté sobre todas esas semanas en el Cam Lanteux y todo lo que Lia había tenido que soportar. —Sé lo suficiente —le dije. Sé que cuando saquen estas cadenas, te voy a matar.

Capítulo 9 Calantha me escoltó de regreso al Sanctum Hall. Hubo focos de risa cuando tropecé con mi vestido de saco. El Komizar se llevó el cinturón de cuerda, diciendo que era un lujo que tendría que ganar. Sí, siempre había más para quitar, y no tenía dudas que encontraría cosas que ni siquiera sabía que valoraba, y se las llevaría pieza por pieza. Tendría que interpretar el papel que estaba pintando para mí por ahora, la patética realeza recibiendo su merecido. Vi el objetivo del Komizar alcanzado, reflejado en las caras boquiabiertas que se cerraban a mi alrededor. Me había hecho completamente ordinaria a sus ojos. Kaden atravesó un círculo de Gobernadores que se agolparon. Nuestros ojos se encontraron y algo se apretó en mi pecho. ¿Cómo pudo hacer esto? ¿Sabía que iba a desfilar como un objeto de desprecio, y aún así me trajo aquí? ¿Vale la pena la lealtad a algún reino, el degradar a alguien a quien profesas amar? Tiré del vestido de saco, tratando de cubrir mis hombros. Él me sacó del sostén de Calantha y lejos de los ojos de los Gobernadores ocultándome en las sombras detrás de un pilar. Me presioné contra él, agradecida por algo sólido en lo que apoyarme. Me miró a los ojos, sus labios entreabiertos como si buscara algo que decir. La preocupación se grabó su rostro. Vi que había querido cualquier cosa menos esto y, sin embargo, aquí estábamos, gracias a él. No iba a hacérselo más fácil. No lo haría. —¿Entonces esta era la vida que prometiste para mí? Qué maravillosamente encantadora, Kaden. Las líneas se profundizaron alrededor de sus ojos, su contención siempre presente probándose. —Mañana será mejor —susurró. —Lo prometo. Los sirvientes se apresuraron a pasar junto a nosotros llevando platos llenos de carnes oscuras y calientes. Escuché a los hermanos y Gobernadores murmurando de su hambre, y el gruñido bajo de las pesadas sillas, siendo arrastradas a través de la piedra mientras avanzaban hacia la mesa, en el centro de

la habitación. Kaden y yo seguimos plantados detrás del pilar. Vi un tipo de tristeza en sus ojos y sentí otro tipo en mi corazón. Él pagaría por esto como todos los demás, simplemente no lo sabía todavía. —La comida está aquí —finalmente murmuró. —Dame un momento, Kaden. Solo. Yo solo necesito… Sacudió la cabeza. —No, Lia, no puedo. —Por favor —mi voz se quebró. Me mordí el labio inferior, tratando de reunir un poco de calma. —Solo para que pueda ajustarme el vestido. Dame un poco de dignidad. Tiré de la tela sobre mi hombro. Lanzó una mirada incómoda a mi mano agarrando un puñado de tela en el pecho. —No hagas nada tonto, Lia —dijo. —Ven a la mesa cuando hayas terminado. Asentí y él se fue de mala gana. Me agaché y rasgué el dobladillo, fabricando una rotura hasta las rodillas, luego até el exceso de tela en un nudo. Hice lo mismo en el cuello, atando un nudo más pequeño en mi pecho, para que mis hombros permanecieran cubiertos. Con suerte, Komizar no consideraría los nudos como un lujo también. Dignidad. Mi piel se irritaba bajo la tela gruesa. Me dolían los dedos de los pies. Estaba mareada de hambre. No me importaba un ápice la dignidad. Esa me la habían quitado hace mucho tiempo. Pero sí necesitaba un momento claro y sin restricciones. Eso no era mentira. ¿Era posible tal cosa aquí?. El Don es una forma delicada de saber. Así sobrevivieron los pocos Antiguos restantes. Aprende a estar quieta y saber. Las palabras de Dihara me recorrieron. Tenía que encontrar ese lugar de quietud de alguna manera. Me recosté contra el pilar, buscando el silencio que había encontrado en el prado. Cerré mis ojos. Pero la paz era imposible de conseguir. ¿De qué servía un Don si no podía convocarlo a voluntad? No necesitaba un conocimiento tranquilo. Necesitaba algo afilado y letal. Mis pensamientos cayeron, enojados y amargos, una avalancha de recuerdos pasados y presentes. tratando de encontrar la culpa, de repartirla entre todos los culpables.

Conjuré un sorbo de veneno por cada uno de los que me habían empujado aquí, el Canciller, el Erudito, incluso mi propia madre, que a sabiendas había reprimido mi Don. Debido a ellos había sufrido años de culpa, por no ser nunca suficiente. Abrí los ojos, temblando, mirando la pared de piedra manchada frente a mí, incapaz de moverme. Estaba a miles de millas de quién era y quién quería ser. Mi espalda se presionó más cerca del pilar, y pensé que tal vez era todo lo que me sostenía, y luego sentí algo. Un zumbido. Un pulso. Algo corriendo por la piedra, delicado y distante. Metió la mano en mi columna, calentándola, rasgueando, repetitiva. Como una canción. Presioné mis manos, planas contra la piedra, tratando de absorber el débil latido, y el calor se extendió a mi pecho, hasta mis brazos, mis pies. La canción se desvaneció lentamente, pero el calor se mantuvo. Salí de detrás del pilar, vagamente consciente de que las cabezas giraban, susurraban, alguien gritaba, pero me hipnotizó una delgada figura nebulosa al otro lado del pasillo, escondida en las sombras, esperando. Esperándome. Entrecerré los ojos, tratando de ver la cara, pero ninguna se materializó. Un fuerte tirón que me llevó hacia un lado me llamó la atención, y cuando miré hacia atrás, la figura del otro lado del pasillo había desaparecido. Parpadeé. Ulrix me empujó hacia la mesa. —¡El Komizar dijo que se sentara!. Gobernadores y sirvientes por igual me observaban. Algunos fruncía el ceño, algunos susurraron el uno al otro, y vi a algunos alcanzar y frotar amuletos colgados de sus cuellos. Mis ojos recorrieron toda la mesa hasta que se detuvieron en el Komizar. No era sorprendente que me mirara con una grave advertencia en el rostro. No me pruebes. ¿Había captado su atención con una simple mirada desenfocada? ¿O cuando entrecerré los ojos para ver a alguien escondido en las sombras? Lo que sea que hice, no tomó mucho. Puede que el Komizar no haya tenido ningún respeto por el Don, pero al menos algunos de ellos estaban hambrientos de él, buscando alguna pequeña señal. El respeto de unos pocos me fortaleció. Seguí adelante, sin prisa, como si mi vestido de saco roto fuera un vestido regio, levantando la barbilla e imaginando a Reena y Natiya a mi lado.

Mis ojos recorrieron un lado de la mesa y luego el otro, tratando de mirar directamente a los ojos de tantos de los presentes como pude. Buscándolos. Trayéndolos a mi lado. El Dragón no era el único que podía robar cosas. Por el momento, tuve la audiencia que él tanto atesoraba, pero cuando pasé junto a él para tomar mi asiento, sentí que mi frío regresaba. Él era el ladrón de calor y de sueños, y sentí un aguijón helado en el cuello como si supiera el propósito de cada movimiento que hice y ya hubiera calculado un movimiento contrario. La fuerza de su presencia era algo sólido y antiguo, algo retorcido y determinado, más antiguo que los muros del Santuario que nos rodeaban. No había llegado a ser el Komizar sin razón. Tomé el único asiento vacío que quedaba, uno al lado de Kaden, e instantáneamente supe que era el peor lugar para sentarse. Rafe se sentó directamente frente a mí. Sus ojos estuvieron inmediatamente sobre mí, cortantes cobaltos brillando contra lo sombrío, llenos de preocupación y enojo buscándome, cuando todo lo que debería haber hecho era mirar hacia otro lado. Le di una mirada suplicante, esperando que entendiera, y aparté la mirada, rezando a los dioses que los del Komizar no hubieran visto. Calantha se sentó al lado de Rafe, con su ojo azul chirriante mirándome, su otro ojo azul lechoso escaneando la mesa. Levantó el plato de huesos, cráneos y dientes que habían colocado delante de ella y cantó en Vendan. Algunas de las palabras nunca las había escuchado antes. —E cristav unter quiannad —un zumbido. Una pausa. —Meunter ijotande. Ella levantó los huesos sobre su cabeza. —Yaveen hal an ziadre —volvió a poner la bandeja sobre la mesa y añadió suavemente: —Paviamma —y luego, sorprendentemente, todos los hermanos respondieron de la misma manera, y un solemne Paviamma se hizo eco de ella. Meunter. Nunca. Ziadre. Vivir. No estaba segura de lo que acababa de pasar, pero el tono se había vuelto grave. Un canto de algún tipo. Parecía decirlo de memoria. ¿Era el comienzo de un oscuro ritual bárbaro? Todas las historias aterradoras que había oído hablar sobre los bárbaros cuando era niña vinieron a mí inundándome. ¿Qué iban a hacer a continuación? Me acerqué a Kaden y le susurré: —¿Qué es esto?

Calantha pasó la bandeja por la mesa, y los hermanos la alcanzaron para tomar un hueso o una calavera. —Solo un reconocimiento del sacrificio —susurró Kaden. —Los huesos son un recordatorio de que cada comida es un regalo, que tuvo un costo para alguna criatura. No se toma sin gratitud. ¿Un recordatorio? Vi cómo se pasaba el plato y temibles guerreros metían la mano en la pila y unían fragmentos blanqueados a las ataduras en sus costados. Cada comida es un regalo. Sacudí la cabeza, tratando de disipar la discordia, para borrar una explicación que no encajaba, en el espacio que ya había creado para ella. Recordé las caras demacradas que habían mirado las mías al pasar por las puertas de la ciudad y el miedo que había sentido al oír el ruido de los huesos a sus costados. Mis primeras impresiones habían plantado pensamientos oscuros de bárbaros sedientos de sangre mostrando su salvajismo. No me di cuenta de que estaba frunciendo el ceño hasta que vi al Komizar mirándome con una sonrisa presumida torciendo su boca. Mi ignorancia fue expuesta, al menos a él, pero también había captado su sutil observancia de Kaden. Una lectura lenta, casual, todavía comiéndolo. Kaden había seguido mis órdenes y no las del Komizar. Cuando el plato de huesos me pasó a un Gobernador, extendí la mano y agarré un hueso. Era un trozo de mandíbula con un diente todavía anclado, limpio de carne. Sentí que Rafe me miraba, pero tuve cuidado de no mirarlo. Me puse de pie y saqué una cuerda desgarrada de mi dobladillo, luego até el hueso y el diente alrededor de mi cuello. —¿Puedes recitar las palabras también, Princesa Arabella —dijo el Komizar, — ¿O solo eres buena para crear un espectáculo? ¿Una invitación para hablarles en su propia lengua? Él sin darse cuenta había jugado con mi fuerza. Puede que no supiera lo que significaba cada palabra, pero podría repetir cada una. Como pocos lo harían. —Meunter ijotande. Enade nay, sher Komizar, te mias wei etor azen urato chokabre. Lo hablé perfectamente y, estaba seguro, sin ningún indicio de acento. La sala quedó en silencio.

Rafe me miró con la boca ligeramente abierta. No estaba segura si él entendía o no, pero luego Calantha se inclinó hacia él susurrando la esencia de las palabras: —No eres, querido Komizar, el único que conoce el hambre. El Komizar le lanzó una mirada condenatoria para silenciarla. Miré la larga fila de hermanos que incluía a Griz, Eben, Finch y Malich. Sus bocas, como las de Rafe, estaban abiertas. Me volví hacia el Komizar. —Y si vas a dirigirte a mí ridículamente —añadí —Te pediré que al menos te dirijas a mí correctamente, Jezelia. Me llamo Jezelia —esperé… Esperando una reacción a mi nombre, pero no hubo ninguna, ni del Komizar ni de nadie más. Mi valentía se desplomó. Ninguno de ellos lo había reconocido. Bajé la mirada y me senté. —Ah, lo olvidé, ustedes los miembros de la realeza son lo suficientemente ricos como para tener muchos nombres, igual que abrigos de invierno. ¡Jezelia! Bueno, Jezelia es —dijo el Komizar, y levanto un brindis burlón para mí. La risa salió de lenguas que solo unos segundos atrás había silenciado. Bromas y más brindis burlones siguieron. Lo logró en momentos difíciles para su propósito. Dejó a todos pensando en los excesos de la realeza, incluidos sus muchos nombres. Comenzó la comida y Kaden me animó a comer. Forcé algunas picaduras, sabiendo que en algún lugar en el fondo, me estaba muriendo de hambre, pero ya había mucho remolino en mi vientre, y era difícil sentir el hambre. El Komizar ordenó desencadenar las manos de Rafe para que pudiera comer, y luego se puso elocuente sobre cómo los otros reinos finalmente estaban tomando nota de Venda, incluso enviando a la realeza y su estimado gabinete a cenar con ellos. Aunque su tono era frívolo y provocó la risa que buscaba, lo vi inclinarse hacia Rafe más de una vez, y preguntar por la corte de Dalbreck. Rafe elegía sus palabras con cuidado. Me encontré mirándolo, hipnotizada, notando cómo él podía ir, de prisionero encadenado a brillante Emisario, en un instante. Entonces noté que Calantha se inclinaba, sirviéndole más cerveza, a pesar de que no pidió más. ¿Estaba tratando de aflojar sus labios? ¿O estaba atenta por otras razones? Ella era hermosa, de una manera inquietante. Una forma de otro mundo. Su cabello incoloro caía en largas ondas más allá de sus hombros desnudos. Nada en ella parecía natural, incluyendo sus dedos largos y delgados de uñas pintadas. Me preguntaba qué posición ocupaba aquí en el

Santuario. Había otras mujeres en el pasillo, unas pocas sentadas al lado de los soldados, muchas sirvientes... y la leve figura que había visto en las sombras, es decir, si era mujer. Pero Calantha poseía una audacia, desde su parche brillante hasta las delicadas cadenas que le rodeaban la cintura. Me sorprendió ver a Rafe sonriendo y jugando el papel de hastiado Emisario que solo busca el mejor trato para él. El Komizar lo absorbió, incluso si intentaba mantener la distancia. Rafe sabía exactamente qué palabras soltar y cuándo contenerse con un poco de vaguedad, manteniendo la curiosidad del Komizar picada. Me preguntaba cómo el granjero del que me había enamorado, podía tener tantos lados que no conocía. Observé sus labios moverse, las líneas tenues que se desplegaban de sus ojos cuando sonreía, la anchura de sus hombros. Un príncipe. ¿Cómo no había sospechado?. Recordé el ceño fruncido en su rostro, esa primera noche que le había servido en la taberna, la mordida de cada palabra con que me habló. Lo había dejado en el altar. Qué enojado debe haber estado al rastrearme hasta la taberna, lo que significaba que él también era experto. Había tanto que aún no sabía sobre él. Miré al Komizar, que se había quedado callado, y encontré sus ojos fijos en mí. Tragué. ¿Cuánto tiempo me había estado observando?. ¿Me había visto mirando a Rafe? De repente bostezó, luego deslizó su mano por la correa de cuero en su pecho. —Estoy seguro de que nuestros invitados están cansados, pero ¿dónde debo ponerlos? —explicó largamente que, dado que nunca tomaban prisioneros en Venda, no tenían cárceles reales, su justicia era rápida, incluso para sus propios ciudadanos. Sopesó sus diversas opciones, pero sentí que nos estaba guiando por un camino que ya había trazado. Dijo que podía dejarnos a los dos en la sala de espera por la noche, pero estaba húmeda y lúgubre, y solo había un pequeño colchón de paja para compartir. Miró a Kaden mientras lo decía. —Pero hay una habitación vacía, no muy lejos de mis habitaciones, que es segura —se recostó en su silla. —Sí —dijo lentamente, como si lo pensara detenidamente. —Voy a poner al Emisario allí. Pero, ¿dónde debería poner a la princesa que también estuviese segura? Malich llamó desde el otro extremo de la mesa.

—Ella puede quedarse conmigo. Ella no irá a ningún lado, y todavía tenemos algunas cosas que discutir. Los soldados cerca de él se rieron. Kaden empujó su silla hacia atrás y se puso de pie, mirando a Malich. —Ella se quedará en mis habitaciones —dijo con firmeza. El Komizar sonrió. No me gustaba hacia dónde conducía este juego. Se frotó la barbilla. —¿O podría simplemente encerrarla con el Emisario? Quizás eso sería lo mejor. ¿Mantener a los prisioneros juntos? Dime, Jezelia, ¿qué preferirías?. Te lo dejaré a ti. Sus ojos se posaron en mí, fríos y desafiantes. ¿Mis miradas al Emisario habían sido reales o artificiales? Siempre hay más que se puede tomar. Estaba buscando algo más que yo valorara. Además de una soga alrededor de mi cintura. Mis manos temblaban en mi regazo debajo de la mesa. Las apreté en puños y las enderece nuevamente, obligándolas a cumplir, a ser convincentes. Aparté mi silla y me paré al lado de Kaden. Levanté la palma de la mano hacia su mejilla. Luego acerque su rostro al mío y lo bese larga y apasionadamente. Sus manos se deslizaron hasta mi cintura, acercándome más. La sala estalló en gritos y silbidos. Lentamente me alejé, mirando a los ojos sorprendidos de Kaden. —Me he sentido cómoda con el Asesino después del largo viaje a través del Cam Lanteux —le dije al Komizar. —Me quedaré con él, en lugar de ese parásito traicionero —le disparé a Rafe una última mirada. La devolvió con una mirada de furia fría. Pero él estaba vivo. Por ahora era algo que no valía la pena quitarme.

Capítulo 10 La habitación de Kaden estaba al final de un pasillo largo y oscuro. Tenía una puerta pequeña con bisagras anchas, esmeriladas en óxido y una cerradura en forma de boca de jabalí. No se movió cuando intentó abrirla, como si la madera estuviera hinchada por la humedad, así que metió el hombro en ella. Se rindió y se abrió, golpeando la pared. Extendió su mano para que yo entrara primero. Entré, apenas viendo los alrededores, solo oyendo el pesado golpe de la puerta cerrarse detrás de nosotros. Escuché a Kaden acercarse y sentí el calor de su cuerpo cerca de mí. El sabor de su boca todavía estaba fresco en mis labios. —Esto es todo —dijo simplemente, y estaba agradecida por la distracción. Miré a mi alrededor, finalmente observando la extensión de la habitación. —Es más grande de lo que esperaba —dije. —Una habitación de la torre —él respondió, como si eso lo explicara, pero la habitación era grande, y la pared exterior curvada, entonces tal vez lo era. Caminé más adentro, pisando una alfombra de piel negra. Mis pies descalzos finalmente se aliviaban del frío suelo. Moví los dedos de los pies profundamente en el suave vellón y luego mis ojos aterrizaron en una cama. Una muy pequeña metida contra la pared. Noté que todo, de hecho, estaba metido contra la pared, en una aburrida procesión ordenada al modo de un soldado, quien solo se preocupaba por la practicidad, sin arreglar las cosas. Al lado de la cama había un barril de madera lleno de mantas dobladas, un baúl grande, un hogar frío, un depósito de combustible vacío, un cofre y un depósito de agua, seguido de una línea de adornos que no coincidían apoyados contra la pared uno al lado del otro: Una escoba, espadas de práctica de madera, tres varillas de hierro, un candelabro alto, y las botas muy peladas que había usado en el Cam Lanteux, todavía cubiertas de barro. Colgando sobre el techo había una lámpara de araña, de madera tosca, el aceite en sus linternas envejecía dando un

color amarillo-rojizo intenso. Pero luego vi detalles que no encajaban en las habitaciones de un soldado, su pequeñez repentinamente más grande que la habitación misma. Varios libros estaban apilados debajo de su cama. Más pruebas de que había mentido sobre no saber leer. Pero fueron las baratijas las que me hincharon la garganta. Al otro lado de la habitación, de una viga colgaban trozos de vidrio de color azul y verde, colgados de cuero trenzado. Escondida en la esquina había una silla, y acostada delante una alfombra gruesa tejida con trozos coloridos y lana sin cardar. Los Dones del mundo vienen en muchos colores y fortalezas. La alfombra de Dihara. Y luego, acostadas en una canasta poco profunda en el piso, había cintas, una docena al menos de todos los colores, pintadas con soles, estrellas y lunas crecientes. Me acerqué y levanté una, dejando que la seda púrpura me recorriera la palma. Parpadeé, el aguijón del llanto en mis ojos. —Siempre me enviaban con algo cuando me iba —explicó Kaden. Pero no esta última vez. Solo una maldición de la dulce y gentil Natiya, esperando que mi caballo pateara piedras en sus dientes. Nunca sería bienvenido en el campamento de los vagabundos de nuevo. El miedo me invadió. Algo se cernía, incluso para los vagabundos. Lo había visto en los ojos de Dihara y lo sentí en el temblor de su mano en mi mejilla cuando se despidió. Gira tu oído al viento. Mantente firme. ¿Escuchó algo susurrar por el valle? Lo sentí ahora, algo arrastrándose por los pisos y las paredes, llegando a través de pilares. Un final. O tal vez estaba sintiendo mi propia mortalidad acercándose. Escuché los pasos de Kaden detrás de mí y luego sentí sus manos en mi cintura. Lentamente me dieron la vuelta, atrayéndome hacia él. Respiré hondo. Sus labios rozaron mi hombro. —Lia, finalmente podemos... Cerré mis ojos. No podía hacer esto. Me alejé y me di la vuelta para mirarlo. Él estaba sonriendo. Sus cejas se alzaron. Una sonrisa plena e indulgente. Él sabía. La culpa y la ira me apuñalaron al mismo tiempo. Me di la vuelta y caminé hacia el baúl, abriéndolo. Lo más parecido a un camisón que pude encontrar fue una de sus camisas de gran tamaño. La saqué y me di la vuelta.

—¡Y voy a tomar la cama! —Le arrojé una de las mantas dobladas. La atrapó, riendo. —No te enfades conmigo, Lia. Recuerda, sé la diferencia entre un beso real tuyo, y uno solo para beneficio del Komizar. Un beso de verdad. No podía negar cuál había sido nuestro primer beso. Dejó caer la manta sobre la alfombra. —Nuestro beso en el prado puso el listón alto, aunque admito que siempre atesoraré este ingenioso también —levantó la mano y tocó la comisura de su boca. Bromeando, como si estuviera saboreando el recuerdo. Lo miré, sus ojos aún estaban iluminados por la travesura, y algo tiró dentro de mí. Vi a alguien que, por un momento, olvidó que él era el Asesino, el que me había arrastrado hasta aquí. —¿Por qué juegas? —le pregunté. Su sonrisa se desvaneció. —Ha sido un largo día. Un día difícil. Quería darte tiempo. Y tal vez esperaba, no ser solo el mal menor de tus opciones. Era perceptivo, pero no lo suficientemente perceptivo. Señaló el baúl. —Si profundizas un poco más, también encontrarás algunos calcetines de lana. Busque hasta el fondo y encontré tres pares de medias grises largas. Se giró por mí y me quité el vestido del infierno, que estaba forrado con mil espinas. Su camisa era cálida y suave y cayó sobre mis rodillas, y sus calcetines se acercaron a ellas. —Se ven mucho mejor en ti —dijo cuando se dio la vuelta. El arrastró la alfombra de piel cerca de la cama y tomó otra manta del barril, tirándola sobre la alfombra, al lado de la otra. Usé el lavabo en la esquina mientras él se preparaba para la cama, quitándose los cinturones y las botas, y encendiendo una vela. Me dijo que la puerta de la esquina daba a un armario de la cámara. Era una habitación pequeña y lejos de ser lujosa, pero comparada con mis últimas noches de acampada, en medio de cientos de soldados con apenas una pizca de privacidad, fue la perfección.

Tenía ganchos para toallas, e incluso otra de las alfombras trenzadas de Dihara que ofrecían calidez desde el suelo desnudo. Cuando salí, bajó el candelabro y apagó las linternas. La habitación parpadeó con la única vela dorada, y me metí en la cama angosta, mirando al techo sobre mí, bailando con largas sombras. El viento aullaba afuera y golpeaba las persianas de madera. Tiré la colcha más arriba alrededor de mi barbilla. El Emisario tiene una mejor oportunidad de estar vivo a fin de mes que tú. Me di la vuelta y me hice un ovillo. Kaden yacía de espaldas sobre la alfombra con los brazos cruzados detrás de la cabeza y miraba al techo. Sus hombros estaban desnudos, la manta solo cubría la mitad de su pecho. Pude ver las cicatrices que dijo que ya no importaban, pero de las que se negó a hablar. Me acerqué más al borde de la cama. —Cuéntame sobre el Santuario, Kaden. Ayúdame a entender tu mundo. —¿Que quieres saber? —Todo. Los Gobernadores, los hermanos, los otros que viven aquí. Se dio la vuelta para mirarme, levantando un codo. Me dijo que el Santuario era la parte más interior de la ciudad, una fortaleza protegida, reservada para el Consejo, que gobernaba el reino de Venda. El Consejo estaba compuesto por la Legión de Gobernadores de las catorce provincias de Venda, los diez Rahtan que eran la guardia de élite del Komizar, los cinco Chievdars que supervisaban el ejército y el propio Komizar. Treinta en total. —¿Eres parte del Rahtan? El asintió. —Yo, Griz, Malich y otros siete. —¿Qué pasa con Eben y Finch? —Eben está siendo preparado y será Rahtan algún día. Finch es uno de los primeros guardias que ayudan a los Rahtan, pero cuando no está de servicio, vive fuera del Santuario con su esposa. —¿Y los otro Rahtan? —Cuatro de ellos estuvieron allí esta noche, Jorik, Theron, Darius y Gurtan. Los demás están fuera cumpliendo con sus deberes asignados. Rahtan significa,

“Nunca fallar”. De eso es de lo que se nos acusa, que nunca fallamos en nuestro deber y nunca lo hacemos. Excepto yo. Fui su fracaso, a menos que demostrara ser valiosa para Venda, y parecía que eso solo lo determinaría el Komizar. —¿Pero el Consejo realmente tiene algún poder? —pregunté. —¿Acaso el Komizar no decide todo? Rodó sobre su espalda, sus manos cruzadas detrás de su cabeza nuevamente. —Piensa en el gabinete de tu propio padre. Le aconsejan, presentan opciones, pero ¿no tiene él la última palabra?. Lo pensé, pero no estaba tan segura. Había escuchado a escondidas las reuniones del gabinete, asuntos aburridos. Donde las decisiones ya parecían hechas, miembros del gabinete arrojando figuras y hechos de manera rutinaria. Raramente un discurso terminaba en una pregunta para que mi padre respondiera: Y si él mismo formulaba una pregunta, el Viceregente, el Canciller, o algún otro miembro del gabinete intervenía, y decía que investigarían más, y la reunión continuaría. —¿El Komizar tiene esposa? ¿Un heredero?. Él gruñó. —Sin esposa, y si tiene hijos, no llevan su nombre. En Venda, el poder pasa a través de la sangre derramada, no del tipo heredado. Lo que el Komizar me había dicho era cierto. Era muy extraño a los caminos de Morrighan, y a todos los otros reinos también. —Eso no tiene sentido —dije. —¿Quieres decir que el puesto de Komizar está abierto a cualquiera que lo mate? ¿Qué es lo que impide que alguien en el Consejo lo mate y tome el poder él mismo? —Es una posición peligrosa de mantener. En el momento en que lo haces, hay un objetivo en tu espalda. A menos que otros lo vean más valioso vivo que muerto, sus posibilidades de sobrevivir hasta su próxima comida son escasas. Pocos están dispuestos a arriesgarse. —Parece una forma brutal de gobernar.

—Lo es. Pero también significa que si eliges liderar, debes trabajar muy duro para Venda. Y el Komizar lo hace. Durante años, en Venda hubo baños de sangre. Se necesita un hombre fuerte para navegar esa línea y mantenerse con vida. —¿Cómo lo maneja? —Mejor que el pasado Komizar. Eso es todo lo que importa. Luego me contó sobre las distintas provincias, algunas grandes, otras pequeñas, cada una con sus propias características y personas. La gobernatura se transmitía de la misma manera, a través de desafíos, cuando los Gobernadores reinantes se debilitaban o se volvían flojos. La mayoría de los Gobernadores le gustaban, despreciaba a unos pocos, y unos pocos estaban entre los débiles y perezosos que no tardarían mucho en este mundo. Se suponía que los Gobernadores debían pasar meses alternos en sus provincias y en la ciudad, aunque la mayoría prefería el Santuario a sus propias fortalezas y extendían sus estadías. Si esta ciudad sombría era preferible a sus hogares, solo podría preguntarme cuánto más deprimentes debían ser esos lugares. Le pregunté sobre la extraña arquitectura que había visto hasta ahora. Dijo que Venda era una ciudad construida, encima de una caída, reutilizando los recursos disponibles de las ruinas. —Fue una gran ciudad una vez. Solo estamos aprendiendo lo asombrosa que era. Algunos piensan que contenía todo el conocimiento de los Antiguos. Esa fue una afirmación bastante elevada para una ciudad tan miserable. —¿Qué te hace pensar eso? —pregunté. Me dijo que los Antiguos tenían templos vastos y elaborados construidos muy por debajo del suelo, aunque no estaba seguro de que todos hubieran estado siempre debajo de la superficie, y que tal vez habían sido enterrados por la devastación. Dijo que de vez en cuando, partes de la ciudad colapsaban, literalmente cayendo sobre sí mismas, cuando las ruinas enterradas debajo, cedieron. A veces eso condujo a descubrimientos. Me contó más sobre las muchas alas del Santuario y los caminos que las conectaban a Sanctum Hall, los cuartos de la Torre y otras salas de reuniones, formaban parte del edificio principal. Y el Ala del Consejo estaba conectada por túneles o pasarelas elevadas. —Pero por más grande que parezca el Santuario —dijo, —es solo una pequeña parte de la ciudad. El resto se extiende por millas y continúa creciendo.

Recordé mi primer vistazo, elevándose en la distancia como un monstruo negro sin ojos. Incluso entonces, sentí la oscura desesperación de su construcción, como si no hubiera un mañana. —¿Hay alguna otra forma de entrar además del puente que cruzamos? — pregunté. Hizo una pausa, mirando las vigas sobre él. Él sabía que, lo que realmente quería aprender, era si había otra salida. —No —finalmente respondió en voz baja. —No hay otro camino hasta el río que se ensancha cientos de millas al sur de nosotros y la calma actual. Pero hay criaturas en esas aguas que pocos se arriesgarían a encontrar, incluso en una balsa. Se dio la vuelta y me miró, levantando un brazo. —Solo el puente, Lia. Un puente que requería al menos cien hombres para subir y bajar. Nuestras miradas estaban fijas y la pregunta no establecida: ¿Cómo salgo de aquí?, flotaba entre nosotros. Finalmente seguí adelante, preguntando más sobre la construcción del puente. Parecía una maravilla cuidadosamente forjada, considerando la desafortunada construcción del resto de la ciudad. Dijo que el nuevo puente fue terminado hacía dos años. Antes de eso solo había habido una pequeña y peligrosa pasarela. Los recursos eran limitados en Venda, pero lo único que no les faltaba era roca, y dentro de la roca, había metales. Habían aprendido formas de mezclarlos que hacían que el metal fuera más fuerte e impermeable a la constante neblina del río. No era una tarea pequeña, extraer metales de la roca, y me sorprendió que parecieran haber logrado esto. Había notado el extraño brillo en las pulseras que llevaba Calantha, como nada que hubiese visto antes, un hermoso metal negro azulado, que brillaba contra sus pálidas muñecas. Los círculos de metal tintinearon por sus brazos cuando levantó el plato de huesos, como campanas sonando en la Sacristía de Terravin. Escucha. Los dioses se acercan. Para un pueblo que descontó las bendiciones de los dioses. El silencio que cayó cuando Calantha habló había sido sorprendentemente devoto.

—Kaden —susurré, —cuando estábamos cenando, y Calantha dio la bendición, dijiste que era un reconocimiento de sacrificio. ¿Cuáles fueron las palabras? Entendí algunas, pero algunas eran nuevos para mí. —Entiendes más de lo que pensaba. Sorprendiste a todos cuando hablaste esta noche. —No debería haber sido una sorpresa después de mi diatriba de esta mañana. Él sonrió. —Hablar las palabras selectas de Venda no es lo mismo que dominar el idioma. —Pero todavía hay palabras que me son extrañas. Ninguno de ustedes dijo esa bendición durante ninguna comida, en todo nuestro camino a través del Cam Lanteux. —Nos hemos acostumbrado a vivir muchas vidas diferentes. Algunas de nuestras formas tenemos que dejarlas una vez que pasamos las fronteras de Venda. —Dime la oración de Calantha. Se sentó y me enfrentó. El resplandor de la vela iluminó un lado de su rostro. —Ecristav unter quiannad —dijo con reverencia. —Un sacrificio jamás recordado. Meunter ijotande. Nunca olvidado. Yaveen hal an ziadre. Otro día para nosotros vivir. Las palabras, y todas las formas en que había malinterpretado el uso de los huesos, me abrumaron. —La comida puede ser escasa en Venda —explicó. —Especialmente en invierno. Los huesos son un símbolo de gratitud y un recordatorio de que vivimos solo por el sacrificio del animal más pequeño y por los sacrificios combinados de muchos. Meunter ijotande. Me avergonzaba la belleza de cada sílaba, de lo que una vez había llamado, gruñidos bárbaros. Fue una emoción extraña sentirse uno al lado del otro con la amargura de mi cautiverio. Había tantas veces que había mirado a Kaden en Terravin, y me preguntaba qué tormenta estaba pasando por sus ojos. Sabía al menos parte de esa tormenta ahora. —Lo siento —susurré.

—¿Por qué? —Por no entenderte. —Hasta que hayas vivido aquí, ¿cómo puedes saberlo? Venda es un mundo diferente. —Había una palabra más. Todos lo dijeron juntos al final. Paviamma. Su expresión cambió, sus ojos buscaron los míos y el calor los iluminó. —Significa... —sacudió la cabeza. —No hay traducción directa en Morrighese para Paviamma. Es una palabra de ternura y tiene muchos significados, dependiendo de cómo se use, cambia su significado. Pavia, paviamma, paviamad, paviamande. Amistad, agradecimiento, cuidado, misericordia, perdón, amor. —Es una palabra hermosa —susurré. —Sí —estuvo de acuerdo. Vi su pecho levantarse en una respiración profunda. Él dudó, como si quisiera decir algo más, pero luego se recostó y miró a las vigas. —Deberíamos dormir un poco. El Komizar espera vernos temprano en la mañana. ¿Hay algo más que quisieras saber?. El Komizar espera. La calidez que había llenado la habitación fue barrida lejos con una sola oración, y me acerqué la colcha. —No —susurré. Extendió la mano y apagó la vela con los dedos. Pero todavía había una pregunta que me apuñalaba, y que tenía miedo de hacer. ¿El Komizar realmente enviaría a Rafe a casa pieza por pieza?. En el fondo, conocía la respuesta. Los Vendans habían hecho pedazos a toda una compañía de hombres, mi propio hermano entre ellos, una masacre, y el Komizar los había elogiado por ello. Lo hiciste bien, Chievdar. ¿Qué era un Emisario más para él? Todo lo que pude hacer fue asegurarme, que no lo percibiera como algo valioso que tomar de mí. Me volví hacia la pared, incapaz de dormir, escuchando la respiración de Kaden y sus inquietos giros. Me preguntaba acerca de su arrepentimiento por las elecciones que había hecho y todas las gargantas que no se había retenido de cortar. Cuán más fácil sería su vida ahora si hubiera cortado la mía como se le ordenó.

El viento se levantó, silbando a través de las grietas, y me acurruqué más profundamente debajo de las mantas, preguntándome acerca de mis propios remordimientos por las cosas que aún tenía que hacer. La habitación estaba cerrada, oscura y negra, y lejos de todo lo que había conocido. Me sentí como una niña otra vez, deseando poder acurrucarme en los brazos de mi madre en una noche de tormenta y poder susurrar mis miedos. El viento golpeaba y golpeaba las persianas, implacable, y sentí que algo húmedo goteaba por un lado de mi cara. Alcé la mano y aparté la humedad salada. Que pintoresco. Muy pintoresco. Como creer que algunas cosas duran para siempre. Una lágrima. Como si eso pudiera hacer la diferencia.

Capítulo 11 Kaden Disfruta tu mascota por ahora. Todos los aspectos de las palabras me comieron. Disfrutar. Ver el miedo de Lia, hizo imposible disfrutar algo. Verla desfilar por el pasillo en un saco me enfermó, de una manera que no había estado desde que era un niño. ¿Por qué no lo había pensado? ¿Era tan espeso como Malich? Por supuesto, el Komizar no podía tratarla como una invitada de honor. No esperaba eso, pero verla agarrar la tela para cubrirse... Cerré un armario y rebusqué en otro en la despensa, bajo la mirada escrutadora de la cocinera. Ella no aprobó que yo saqueara su cocina. —¡Aquí! —espetó ella, apartando mi mano cuando alcancé una rueda de queso. —¡Lo haré! —agarró un cuchillo para cortarme un trozo, y la observe moverse por la cocina, recogiendo más comida. Tu mascota… Sabía cómo el Komizar percibía a la realeza. No podía culparlo. Era cómo los había percibido también, pero ella no era egoísta como los que llevaban corona. Cuando ella nos desafió a todos y mató al caballo de Eben, eso no fue pelusa. Por ahora. Temporal. Fugaz. Provisional. Pero traer a Lia a Venda fue un movimiento de para siempre para mí. Un final y un comienzo. O tal vez fue un regreso a una parte de mí que no quería morir. No lo hagas. Las palabras me habían golpeado en Terravin, mientras la veía caminar sola por el bosque. Habían golpeado mi cráneo

nuevamente cuando me había sentado en el desván del granero, atravesando con mi cuchillo la piedra de afilar. Nunca antes había desafiado una orden, pero no había ignorado su orden solo porque me enamoré de los encantos de una chica. Lia no era encantadora. Al menos no de la manera habitual. Había algo más que me atrajo hacia ella. Pensé que traerla aquí sería suficiente, y que una vez que ella estuviera aquí, no habría razón para matarla. Ella estaría a salvo. Ella podría ser olvidada, y el Komizar podría continuar con sus otros planes. Decidiré la mejor manera de usarla. Y ahora ella podría convertirse en parte de esos planes. Las palabras de Lia en el campo de batalla habían hecho eco en mi cabeza desde el día en que ella las dijo, para siempre, y por primera vez, estaba empezando a entender cuánto tiempo era eso. Tenía solo diecinueve años, y parecía que había vivido dos vidas ya. Ahora estaba comenzando una tercera. Una vida donde tendría que aprender nuevas reglas. Viviendo en Venda y manteniendo viva a Lia. Si acabara de hacer mi trabajo como siempre lo hice antes, no tendría que preocuparme por nada de esto. Lia sería otra muesca olvidada en mi cinturón. Pero ahora ella era otra cosa. Algo que no encajaba en ninguna de las reglas de Venda.

Ella me pide otra historia, una para pasar el tiempo y llenarlo. Busca la verdad, los detalles de un mundo de hace tanto tiempo, que no estoy segura de que alguna vez haya sido. Érase una vez, hace mucho tiempo, En una época antes de que monstruos y demonios vagaran por la tierra, Un tiempo cuando los niños corrían libres en los prados, Y la fruta pesada colgaba de los árboles, Había ciudades, grandes y hermosas, con torres brillantes que tocaban el cielo. ¿Estaban hechos de magia? Yo solo era una niña.

Pensé que podrían sostener un mundo entero. Para mí estaban hechos de... Sí, estaban hechos de magia, luz y sueños de dioses. ¿Y había una princesa? Yo sonrío. Sí, hija mía, una princesa preciosa como tú. Ella tenía un jardín lleno con árboles en los que colgaban frutas tan grandes como el puño de un hombre. La niña me mira dudosa. Ella nunca ha visto una manzana pero ha visto los puños de los hombres… ¿Realmente hay tales jardines, Ama?. Ya no. Sí, hija mía, en alguna parte. Y un día los encontrarás. —Los últimos testamentos de Gaudrel.

Capítulo 12 Me sobresalté despertando, sin aliento, y miré a mi alrededor, observando los muros de piedra, el piso de madera, el pesado edredón que aún me cubría, y la camisa de hombre que usaba como camisón. No fue un sueño. Realmente estaba aquí. Miré la alfombra en el piso a mi lado, vacía, las mantas de la noche anterior dobladas cuidadosamente y devueltas a la parte superior del barril. Kaden se había ido. Había habido una tormenta anoche, vientos como nunca antes había escuchado, pedazos sueltos de la ciudad golpeando contra las paredes. Pensé que nunca dormiría, pero cuando lo hice, debo haber dormido mucho, sumida en sueños de viajes sin fin, a través de una sabana, perdida en la hierba ondeando sobre mi cabeza, y tropezando con Pauline de rodillas, rezando por mí. Luego volví a Terravin otra vez, Berdi trayéndome cuencos de caldo tibio, frotando mi frente, susurrando. Mira los problemas en los que te metes, pero luego su rostro se transformó en mi madre y ella se acercó, su aliento ardía en mi mejilla Ahora eres un soldado, Lia, un soldado en el ejército de tu padre. Pensé que estaba despierta, pero luego la hermosa y dulce Greta, con su corona dorada de trenzas dando vueltas sobre su cabeza, caminó hacia mí. Tenía los ojos en blanco, sin ver, y la sangre goteaba de su nariz. Estaba tratando de hablar con Walther, pero no salió ningún sonido porque una flecha atravesaba su garganta. Pero fue el último sueño, el que realmente me despertó. Apenas era un sueño todo, solo un destello de color, un toque de movimiento, una sensación que no pude captar del todo. Había un cielo frío y ancho, un caballo y Rafe. Vi un lado de su cara, un pómulo, su cabello ondeando al viento, pero sabía que se iba. Rafe se iba a casa. Debería haber sido un consuelo, en cambio se sintió como una pérdida terrible. Yo no estaba con él. Se iba sin mí. Me quedé boquiabierta, preguntándome si solo era la predicción del Komizar persiguiéndome. El Emisario tiene más posibilidades de estar vivo a fin de mes que tú.

Tiré la colcha y salté de la cama, inhalando profundamente, tratando de levantar el peso sobre mi pecho. Miré alrededor del cuarto. No había escuchado a Kaden salir, pero tampoco lo había escuchado la noche que vino a matarme a mi cabaña, mientras dormía. El silencio era su fuerza, mientras que era mi debilidad. Crucé la habitación hacia la puerta e intenté abrirla, pero estaba cerrada. Fui a la ventana y empuje la persiana. Una ráfaga de aire frío me golpeó, y la piel de gallina me estremeció los brazos. Una ciudad reluciente y goteante se extendió ante mí, con un color rosado crudo y ahumado a la luz de la madrugada. Esta era Venda. El monstruo estaba despertando, el vientre suave comenzó a retumbar y agitarse. Un caballo enganchado a un carro y conducido por una figura encapuchada, deambulaba por una calle estrecha debajo de mí. Al otro lado del camino, una mujer daba un paseo, rociando agua hacia el suelo. Figuras oscuras y acurrucadas se agitaban en las sombras. La tenue luz sangraba en los bordes de los parapetos, sumergida en almenas, derramada a través de paredes encaladas y carriles fangosos surcados, reticentes a su lento arrastre. Escuché un suave golpe y me di vuelta. Era tan débil que no estaba segura de dónde venía. ¿La puerta o algún lugar fuera, o debajo de mí? Otro toque suave. Y entonces escuché el roce de una llave en la cerradura. La puerta se abrió unos centímetros y las bisagras oxidadas gimieron. Otro toque suave. Agarré una de las espadas de madera de prácticas, que se apoyaban contra la pared y la levanté lista para golpear si fuera necesario. —Adelante —llamé. La puerta se abrió. Era uno de los muchachos que había visto anoche empujando los carros hacia Sanctum Hall. Su cabello rubio estaba cortado en desiguales trozos cerca de su cabeza, y sus grandes ojos marrones se ensancharon cuando vio la espada de madera en mi mano. —¿Miz? Solo traje tus botas. Las levantó con cautela como si tuviera miedo de asustarme. Bajé la espada. —Lo siento. No quise...

—No tienes que explicar, Miz. Es bueno estar preparada. Podría haber sido uno de esos hombres monstruosos que entraba por la puerta —se rio. —Pero esa pequeña espada, no podía golpearles el culo una pulgada. Sonreí. —No, supongo que no. Eres uno de los chicos de anoche. ¿No eres tú de los que trajeron los carros?. Miró hacia abajo y el rojo se filtró por sus mejillas. —No soy un niño, Miz. Soy un... Contuve el aliento al darme cuenta de mi error. —Una chica. Por supuesto —dije, tratando de encontrar una manera de quitarle la vergüenza. —Me acabo de despertar. Todavía no me he quitado el sueño de los ojos. Levantó la mano y se frotó el pelo corto y desigual. —No, es el corte de pelo. No puedes trabajar en el Santuario si tienes alimañas, y no soy muy buena con un cuchillo. Era delgada como un sauce, ciertamente no más de doce años, sin florecimiento femenino todavía. Su camisa y sus pantalones eran del mismo color pardo que el resto de los chicos. —Pero un día, voy a cuidarlo mucho como el tuyo, todo bonito y trenzado — ella se movió de un pie a otro, frotando sus brazos flacos. —¿Cómo te llamas? —le pregunté. —Aster. —Aster —repetí. El mismo nombre que el poderoso ángel de la destrucción. Pero ella se parecía más a un ángel triste, con alas mal cortadas. Escuché su distorsionada evaluación del ángel Aster, claramente no lo que revelaba el Texto Santo Morrighese. —Mi bapa dice que mamá me nombró como un ángel, justo antes de que ella diera su último aliento. Dijo que ella sonrió llena de su último resplandor, luego me llamó Aster. Ese es el ángel que le mostró el camino a Venda a través de las puertas de la ciudad. El ángel salvador, se le llama. Eso es lo que... De repente se enderezó, apretando los labios en una línea firme.

—Me advirtieron que no parloteara. Lo siento, Miz. Aquí están tus botas. Dio un paso adelante formalmente, las colocó frente a mí, luego dio un paso atrás rígida nuevamente. —De dónde soy, Aster, compartir algunas palabras no es parloteo. Es lo más amable y cortés que se hace. Espero que vengas a charlar conmigo todos los días. Ella sonrió y volvió a pasar la cabeza tímidamente. Miré las botas limpias y bien atadas. —¿Cómo llegaste a ellas? —le pregunté. Me complació saber que el silencio tampoco era la fuerza de Aster. Teníamos algo en común. Ella me dijo que las obtuvo de Eben. Él las agarró justo antes de que las enviaran al mercado. Mi ropa ya se había ido, pero él quitó las botas del montón y me las limpió. Sería azotado si alguien se enterara, pero Eben era bueno para ser astuto, y ella prometió que no tenía que preocuparme. —En lo que respecta a esas botas, se levantaron y se marcharon solas. —¿Te azotarán por traérmelas? —le pregunté. Miró hacia abajo, el rosa teñía sus mejillas de nuevo. —No soy tan valiente, Miz. Lo siento. Los traje por orden del Asesino. Me arrodillé para estar cara a cara con ella. —Si insistes en que te llama Aster, entonces insisto en que me llames Lia. Esa es la abreviatura de Jezelia. ¿Puedes hacer eso, Aster? Ella asintió. Y luego, por primera vez, noté el anillo en su pulgar, tan flojo que tuvo que sostener su mano en un puño para evitar perderlo. Era el anillo de un guardia de boato Morrighese. Había tomado un anillo de los carros. Ella me vio mirándolo y su boca se abrió. —Fue mi elección —explicó. —No lo guardaré. Lo venderé en el mercado, pero solo de la noche a la mañana quería sentir su dorado en mi piel. Froté esa piedra roja toda la noche, pidiendo deseos. —¿Qué quieres decir, Aster, tu elección? —El Komizar siempre les da a los corredores la primera elección del botín. —¿Los Gobernadores eligen después de ti? Ella asintió.

—Todo el Consejo elige. El Komizar se asegura de eso. Mi bapa estará feliz por mi elección. Los señores de los barrios aman los anillos. Esto podría traernos un saco entero de granos, y Bapa puede estirar un saco por un mes. Escuché la forma en que hablaba del Komizar, más como un benefactor que como un tirano. —Dijiste siempre. ¿Hay muchos carros traídos al Santuario? —No —dijo ella. —Solían ser solo productos de las caravanas comerciales cada pocos meses, pero ahora hay una recompensa de guerra. Hemos tenido seis cargas este mes, pero esta fue la más grande. Los otros solo eran tres o cuatro carretillas. Recompensa de guerra. Las patrullas estaban siendo sacrificadas. Pequeñas compañías de hombres cabalgaban hacia su muerte sin saber que el juego había cambiado. Ya no perseguían a unos bárbaros detrás de las fronteras. Estaban siendo acosados por brigadas organizadas. ¿Para qué? ¿Anillos para regalar a los sirvientes? No, había algo más en eso. Algo lo suficientemente importante como para enviar a un asesino a matarme. —¿Dije algo mal, Miz? Volví a mirar a Aster, todavía sintiéndome aturdida. Se mordió el labio, atenta a mi respuesta. Una voz repentina nos sobresaltó. —La puerta está abierta de par en par. ¿Cuánto tiempo lleva dejar un par de botas? —ninguna de nosotras había escuchado a Kaden acercarse. Se paró en la puerta mirando severamente a Aster. —No mucho —jadeó. —Acabo de llegar. Realmente lo hice. No estaba parloteando. Ella pasó a su lado, preocupada como un ratón con un gato en la cola, y escuchamos el eco de sus pasos corriendo por el pasillo. Kaden sonrió. —La asustaste. ¿Tuviste que ser tan severo? —le pregunté. Sus cejas se alzaron y miró mi mano. —No soy yo quien sostiene una espada.

Cerró la puerta detrás de él y cruzó la habitación, colocando una petaca y una canasta en uno de los baúles. —Te traje algo de comida para que no tengas que desayunar en el Hall. Come y vístete, y nos iremos. El Komizar nos espera. —¿Vestirme? ¿Con que? Miró el vestido de saco, enrollado en el suelo. —No —dije. —Usaré la camisa que tengo puesta y un par de tus pantalones. —Hablaré con él, Lia, lo prometo, pero por ahora solo haz lo que yo... —Dijo que tenía que ganar lujos como la ropa, pero no dijo cómo. Lucharé por ellas —agité la espada en círculos en el suelo, burlándome de él. Sacudió la cabeza. —No, Lia. Eso no es un juguete. Solo terminarías lastimada. Guárdala. Me habló como si fuera Aster, una niña que no tenía comprensión de las consecuencias. No, peor, como un miembro de la realeza que no entendía nada. Su tono era superior, despectivo y más vengativo que nunca. El calor se erizó en mis sienes. —He balanceado un palo antes —dije. —¿Qué más hay que saber? —apreté los labios y miré la espada con los ojos muy abiertos. —Y esta es la empuñadura, ¿verdad? —pregunté, tocando la cruz de madera. —Jugué con estas con mis hermanos cuando era niña —lo miré con la mandíbula apretada. —¿Temeroso?. Él sonrió. —Te lo advertí —cogió la otra espada que se inclinaba contra la pared, y me lancé, golpeándole la espinilla. —¿Qué estás haciendo? —gritó, haciendo una mueca. Saltó sobre una pierna mientras se agarraba la golpeada. —¡Todavía no hemos comenzado! —¡Sí empezamos! ¡Empezaste esto hace meses! —dije y volví a girar, golpeando la misma pierna desde un lado. Tomó la otra espada y la extendió para salir a defenderse, cojeando de evidente dolor. —No puedes simplemente... —¡Déjame explicarte algo, Kaden! —dije dando vueltas a su alrededor.

Cojeó, tratando de mantenerme a la vista. —Si esto fuera una espada real, ya estarías desangrándote. Te sentirías débil si pudieras pararte, porque mi segundo golpe habría cortado los músculos y tendones de la pantorrilla y las venas vitales abiertas. Todo lo que tendría que hacer es mantenerte en movimiento, y tu corazón haría el resto, bombeando tu sangre hasta que colapses, lo cual sería justo ahora. Hizo una mueca, sosteniendo su espinilla y al mismo tiempo manteniendo su espada lista para bloquear otras estocadas. —¡Maldición, Lia! —Ya ves, Kaden, tal vez mentí. Tal vez no era solo una niña, la última vez que usé una de estas, y tal vez no fue un juego. Quizás mis hermanos me enseñaron a pelear sucio para obtener la ventaja. Tal vez me enseñaron a comprender mis debilidades y fortalezas. Sé que puede que no tenga el alcance, o el poder puro de alguien como tú, pero puedo vencerte fácilmente de otras maneras. Y parece que ya lo tengo. —Todavía no —se lanzó hacia adelante, avanzando con golpes rápidos que logré bloquear hasta que me apoyó contra la pared. Él agarró mi brazo que sostenía la espada y la inmovilizó, luego se apoyó contra mí, sin aliento. —Y ahora tengo la ventaja —me miró, sus respiraciones eran cada vez más lentas y profundas. —No —le dije. —Ya te has desangrado. Ya estás muerto. Sus ojos rozaron mi rostro, mis labios, su aliento caliente en mi mejilla. —No del todo —susurró. —¿Me pongo la camisa y los pantalones o no? Un silbido se escapó entre sus dientes. Soltó mi brazo y cojeó hacia la silla en la esquina. —No te golpeé tan fuerte —le dije. —¿No? —se sentó y se subió la pierna del pantalón. Justo encima de su bota, un nudo del tamaño de un huevo, ya estaba hinchado. Me arrodillé y lo miré. Era desagradable. Había golpeado más fuerte de lo que pensaba. —Kaden, yo... —sacudí la cabeza y lo miré, buscando palabras para explicar.

Él suspiró. —Tu punto está hecho. Todavía no estaba segura que entendiera por qué estaba enojada, o por qué lo ataqué. No se trataba solo de ropa. —Kaden, estoy atrapada en una ciudad con miles de personas que odian todo lo que soy. El komizar me denigró frente a todo su consejo anoche. Lo único que no puedo soportar es esa misma burla de ti. ¿Todavía no has aprendido nada sobre mí?. Sí, la realeza sabe cómo hacer cosas, más allá de contar nuestros doce dedos. Eres todo lo que tengo aquí. Eres mi único aliado. Sus ojos se entrecerraron ante la palabra aliado. —¿Qué pasa con Rafe? —¿Qué hay de él? Es un cómplice intrigante de un príncipe a quien probablemente le gustaría verme muerta más que nadie: un príncipe que traiciona mi reino al proponerle acuerdos a los suyos, y Rafe está negociando el trato para su propio beneficio. Lo que pensé que podría haber pasado entre nosotros es exactamente eso. Pasado. También fue una desafortunada distracción para mí y ciertamente no un aliado. Para mí no es más que una verruga fea en mi buen juicio. Estudió mi rostro y finalmente sonrió. —Y tu juicio tenía un objetivo decididamente agudo. Volví a mirar su creciente nudo. —¿Hay una casa de hielo en el Santuario? Él resopló. —Esta no es la taberna de Berdi, Lia —cojeó hasta el baúl y rebuscó en él, sacando unos pantalones y un ancho cinturón de cuero. —Esto debería funcionar por ahora —dijo, y los arrojó sobre la cama. Como precaución, recogí el saco del piso, abrí la ventana cerrada y lo tiré. —Jabavé —me quejé después. Me limpié las manos con firmeza y me volví hacia él. Al menos un asunto se resolvió: Nunca más volvería a usar el vestido de espinas. Eché un vistazo al cesto que había traído.

—¿Qué es tan importante para que el Komizar nos vea tan temprano? — pregunté, cuando comencé a comer los rollos duros, y el queso. El recuerdo de las ejecuciones públicas en Morrighan surgió en mi mente. Siempre habían tenido lugar justo después del amanecer. ¿Qué pasaría si el Komizar no hubiera creído la historia de Rafe después de todo?. —Se va a ver la provincia de Balwood en el norte. El Gobernador no vino, lo que probablemente significa que está muerto —respondió Kaden. —Pero el Komizar tiene algunos asuntos que resolver antes de irse. Irse. La palabra era como música: la mejor noticia que había escuchado en meses. Aunque me preocupaba cuáles eran los asuntos que necesitaban solución. Terminé de comer, y Kaden salió mientras yo terminaba de vestirme. Noté de nuevo el grito astillado de las bisagras cuando abrió la puerta y me pregunté cómo había dormido a través del ruido, cuando se fue antes. Se sintió bien volver a ponerme las botas limpias. Con calcetines limpios para usar también. Bendeciría a Eben por eso esta noche, cuando contara mis bendiciones. Las decía todas las noches ahora, casi como si las dijera en lugar de Pauline, como si ella estuviera aquí conmigo y nos dirigiéramos a Terravin, a punto de comenzar una gran aventura, en lugar de que yo estuviera aquí sola, al final de esta. *** Caminamos hacia la Plaza del Ala del Consejo. De nuevo pasamos por un laberinto de pasillos, patios abiertos y senderos estrechos sin ventanas, con linternas que apenas iluminaban el camino hacia la siguiente. Kaden me dijo que el Santuario estaba acribillado con pasillos abandonados y olvidados después de siglos de ser construidos y reconstruidos, algunos con callejones sin salida y goteos mortales, así que debían estar cerca de caerse. Muchos de los muros contaban historias de su ruina. Los escombros apilados a veces ofrecían vistas macabras, como un brazo esculpido o una cabeza de piedra parcialmente visible, mirando fijamente desde la pared, como un prisionero sin edad, o un pedazo de bloque de mármol, grabado con una nota de otro tiempo, las letras goteando como lágrimas. Pero eran solo piedra, igual que cualquier otra, reutilizada para construir la ciudad, recursos disponibles, como los llamó Kaden. Aún así, cuando entramos en

otro pasillo oscuro, sentí algo más y me detuve, pretendiendo ajustar el cordón de mi bota. Presioné mi espalda contra la pared. Un ritmo. Una advertencia. Un susurro. ¿Estaba simplemente asustada por un pasillo macabro?. Jezelia, estás aquí… Me paré abruptamente, casi perdiendo el equilibrio. —¿Vienes? —preguntó Kaden. El zumbido desapareció, pero el aire estaba frío a su paso. Miré alrededor. Solo la evidencia de nuestros movimientos llenó el pasaje. Sí, asustada, eso fue todo. Kaden avanzó nuevamente por el pasillo y lo seguí. Estaba en su elemento, eso era seguro, tan cómodo caminando por esta extraña ciudad como yo estaba desorientada. Qué extraño debe haber sido Terravin para él. Y sin embargo no fue así. Había encajado fácilmente. Su Morrighese era perfecto, y se había sentado en la taberna pidiendo una cerveza, como si fuera su segundo hogar. ¿Era por eso que pensaba que podía entrar en esta vida, como si mi antigua vida nunca hubiera existido? No era un camaleón como Kaden, que podía convertirse en una nueva persona, simplemente cruzando una frontera. Subimos un sinuoso tramo de escaleras y salimos a una plaza similar a la que habíamos llegado ayer, por supuesto, no era cuadrada, nada en Venda era así. Al otro lado, pude ver establos con caballos conducidos por soldados. Las gallinas sueltas se pavoneaban y se rascaban, las plumas se agitaban mientras saltaban para evitar a los caballos. Dos cerdos manchados enraizados en un corral cerca de nosotros, y cuervos del doble del tamaño de cualquiera en Morrighan chillaban desde su percha, en lo alto de una torre con vistas a la plaza. Vi al Komizar en la distancia, dirigiendo algunos vagones, que atravesaban las puertas, como si fuera un centinela. Para ser el líder de un reino, parecía tener sus manos en todo. No vi a Rafe, lo que me dio un poco de alivio. Al menos no estaba aquí con una soga alrededor del cuello, pero eso no significaba que estuviera a salvo. ¿Dónde lo habían puesto? Todo lo que sabía era que él estaba en algún lugar cerca de las habitaciones del Komizar, en una habitación segura. Puede que no fuera más que una celda bárbara. Cuando nos acercamos, los guardias, los

Gobernadores y Rahtans vieron al Komizar detenerse y volverse hacia nosotros, ellos se volvieron también. Sentí el peso del escrutinio del Komizar. Sus ojos giraron sobre mí y mi nuevo atuendo. Cuando nos detuvimos al borde de la multitud, él se acercó para hacerme una inspección más crítica. —Tal vez no fui claro anoche. Ciertos lujos, como la ropa y los zapatos, deben ganarse. —Se los ganó —dijo Kaden, casi cortando las palabras de Komizar. Hubo un momento de silencio prolongado, y luego el Komizar echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. Los otros también lo hicieron, carcajadas bulliciosas, un Gobernador golpeó a Kaden en el hombro. Me ardieron las mejillas. Quería patear la otra espinilla de Kaden, pero su explicación mantuvo las botas en mis pies.... Al igual que soldados en una taberna, los Gobernadores disfrutaron de su grosero entretenimiento. —Sorprendente —dijo el Komizar en voz baja, lanzándome una mirada inquisitiva. —Tal vez los miembros de la realeza tienen algún uso, después de todo. Calantha se acercó, seguida por cuatro soldados que conducían caballos. Reconocí a los Ravians Morrigheses. Más botín de la masacre. —¿Son estos? —preguntó el Komizar. —Lo peor del lote —respondió Calantha. —Vivos pero heridos. Sus heridas están supurando. —Llévalos al señor de los barrios Velte para que los carnicen —ordenó. — Asegúrate de que distribuya la carne de manera justa, y asegúrense que sepan que es un regalo del Santuario. Vi que los caballos estaban heridos, pero las heridas eran cortes que un cirujano podía limpiar y coser, no heridas mortales. Él la despidió y caminó hacia los carros, saludando al Consejo para que lo siguiera, pero vi el único ojo pálido de Calantha, quedarse fijo en él, la vacilación cuando se dio la vuelta. ¿Nostalgia?. ¿Por él?. Miré al Komizar. Como diría Gwyneth: Era bastante agradable a la vista. Y había algo indudablemente magnético en su presencia. Exudaba poder. Su actitud era calculadora y exigía asombro. ¿Pero anhelo?. No. Quizás fue algo más lo que vi en su mirada.

Los conductores de los carros estaban ocupados aflojando las lonas, y el Komizar habló con un hombre que llevaba un libro de contabilidad. Era un tipo delgado y desaliñado, y parecía extrañamente familiar. Habló suavemente con el Komizar, manteniendo sus susurros lejos de los oídos de los Gobernadores. Me detuve detrás de los demás, mirando a través de las espaldas de los hermanos del Santuario, estudiándolo. —¿Qué es? —susurró Kaden. —Nada —respondí, y probablemente lo era. Los conductores arrojaron las lonas hacia atrás y un ruido sordo golpeó mi pecho. Cajas. Antes de que el Komizar incluso abriera una, sabía lo que había dentro. Apartó la paja, sacó botellas y se las entregó a los Gobernadores. Se acercó a Kaden. —Y no puedo olvidar al Asesino, ¿verdad?. Disfruta, hermano mío. Se giró para mirarme. —¿Por qué tan pálida, princesa? ¿No disfrutas la cosecha de tus propios viñedos? Te puedo asegurar que a los Gobernadores les encanta. Era el venerado Canjovese de los viñedos Morrigheses. Aparentemente, atacar caravanas comerciales estaba entre los muchos talentos del Komizar. Así fue como aseguró su posición. Procurando lujos para su Consejo que solo él parecía capaz de obtener: Botellas de vino caro para sus Gobernadores, que los reinos menores pagaban grandes sumas por ellas, regalos de botín de guerra para los sirvientes, carne fresca donada a los hambrientos. Pero un estómago lleno era un estómago lleno. ¿Cómo podría discutir con eso?. Y mi propio padre daba regalos a su gabinete, aunque no atacó caravanas para obtenerlos. ¿Cuántos conductores Morrigheses habían muerto a manos de los asaltantes para que el Komizar pudiera consentir a sus Gobernadores?. ¿Qué más robaron y a quiénes mataron para conseguirlo?. La lista de muertos parecía crecer y crecer… Dio rienda suelta al Consejo para rebuscar en las otras cajas de los vagones restantes, y lo dividió entre ellos, luego regresó a nosotros. Lanzó una pequeña bolsa a Kaden que tintineó cuando aterrizó en su palma. —Llévala al jehendra y tráele ropa adecuada. Miré al Komizar con suspicacia.

Sus cejas se alzaron inocentemente, y se quitó los largos mechones oscuros de la cara. Parecía un niño de diecisiete años en lugar de un hombre de casi treinta. Un dragón de muchas caras. Y bien qué las llevaba. —No se preocupe, princesa —dijo. —Solo un regalo de mi parte para ti. Entonces, ¿por qué me creó un hueco que me dejó sin aliento, en el estómago? ¿Por qué el cambio de un vestido de saco, a un regalo de ropa nueva?. Siempre parecía estar un paso por delante de mí, sabiendo cómo sacarme de quicio. Los regalos siempre tienen un precio. Un soldado le trajo su caballo mientras un escuadrón entero lo esperaba en la puerta. Tomó las riendas, se despidió y luego agregó: —Kaden, eres el guardián de la Fortaleza en mi ausencia. Camina conmigo hasta la puerta. Tengo algunas cosas que decirte. Los vi alejarse, con el brazo del Komizar colgando sobre el hombro de Kaden, sus cabezas asintiendo, conspirando. Un escalofrío aterrador me atravesó como si estuviera viendo fantasmas. Podrían ser mis propios hermanos, Regan y Bryn, caminando por los pasillos de Civica confiándose un secreto. La pequeña cuña que había plantado ya estaba desapareciendo. Tenían una historia juntos. Lealtad. El Komizar lo llamó hermano, como si realmente lo fueran. Sabía, incluso minutos antes, cuando llamé a Kaden aliado, que no lo era, no siempre y cuando Venda viniera primero.

Capítulo 13 Kaden —Ella habla bien el idioma. ¿Cómo es eso posible? No había mostrado su sorpresa la noche anterior cuando ella habló. Él no lo haría. La sorpresa frente al Consejo no era lo suyo. En verdad, creo que rara vez se sorprendía por algo, pero lo escuché en su voz ahora. Era extraño que sintiera orgullo. Tal como había subestimado a Lia cuando comencé a seguirla, él también la había subestimado. La mayoría de los miembros de la realeza apenas sabían dónde estaba Venda, y mucho menos hablaban la lengua. —Ella tiene talento para los idiomas —le expliqué, —Y el tiempo que pasamos cruzando el Cam Lanteux, le dio muchas oportunidades de estudiar el nuestro. Él suspiró dramáticamente. —¿Otro Don? La princesa está llena de ellos, aunque todavía no he visto evidencia del que reclamas. No llamaría a esa actuación de ojos mareados de anoche, nada más que una farsa. Aunque tal vez sea útil. Dejó su último pensamiento colgando en el aire. Una farsa, su preferencia, porque podía controlarla. —Me iré unas semanas. No más. Pero si Tierny todavía no ha aparecido para cuando regrese, no es un buen augurio para él. Será tu turno de montar con una demostración de fuerza, y ver si tenemos un retador que necesita ser llevado al redil. No podemos tener Gobernadores renegados cuando hay tanto en juego. Especialmente con los suministros críticos que necesitamos de Arleston. —Tierny siempre llega tarde.

—Tarde o no, cuando regrese, te vas. Y sin ella Recuerda lo que te dije. No somos gallos cuidando gallinas. Somos el Rahtan. El Rahtan. Tenía once años la primera vez que le repetí esas palabras. Más joven incluso que Eben. Para entonces, había estado bajo su protección por un año. Se había asegurado de que obtuviera el doble de porciones de comida. En ese momento, mis ojos ya no estaban hundidos, los huecos en mis mejillas se habían llenado y la carne estaba de vuelta en mis costillas cicatrizadas. Había dicho las palabras con todo el orgullo que escuché en su voz ahora. Somos los Rahtan, los hermanos unidos, intrépidos y endurecidos. Desde ese momento, comenzó a prepararme para convertirme en el próximo Asesino. Estaba impresionado y agradecido por la confianza que me dio. Mi lealtad hacia él probablemente era mayor que la de cualquiera. Había matado a muchos para salvar mis huesos flacos. Le debía todo. Él era el Asesino en aquel entonces. Tres asesinos habían ido y venido desde entonces, ninguno de ellos sobrevivió más de unos pocos años. A la edad de quince años, fui el más joven en reclamar el puesto. Eso fue hace cuatro años. ¿Cuánta sangre tienes en tus manos, Kaden? ¿A cuántas personas has matado?. No pude responder a Lia, porque no sabía el número. Solo conocía respiraciones gorgoteadas. Los medio jadeos que llegaban demasiado tarde. Las manos que eran demasiado lentas para desenvainar el arma a su lado. Conocí los ojos sobresaltados que se llevaron un pedazo de mí antes de que se cerraran. Se habían convertido en un borrón sin rostro. Todo lo que sabía era, que eran traidores que se habían infiltrado en otros reinos para escapar de la justicia, u oficiales en puestos de avanzada, cuyos ataques eran implacables y brutales. Y que perseguían a familias, como la de Eben que intentaban establecerse en Cam Lanteux. Pero el trabajo de un Asesino solo podía infundir miedo en el enemigo, y tal vez ralentizar los ataques. Un ejército en marcha podía detenerlos para siempre. El Komizar se detuvo a varios metros de la puerta. —No podemos dejar que la debilidad se arraigue, y eso me lleva a mi próximo asunto —dijo. —Tres soldados desertaron. Los encontramos escondidos en un campamento de vagabundos. Los vagabundos fueron exterminados por refugiarlos, pero los soldados fueron traídos de vuelta. —¿Vagabundos? ¿Cuáles? —En los bosques al norte de Reux Lau.

Tomé un respiro más fácil. No debería estar aliviado que cualquier vagabundo hubiera perecido, pero sentía un cariño especial por Dihara y su clan. Sabía que Dihara era demasiado inteligente para albergar traidores. La mayoría de los vagabundos lo eran. La noticia de las duras consecuencias se transmitía a unos pocos, que viajaban como el viento, a través de otros campamentos de vagabundos. Me dijo que la ejecución sería en la tercera campana frente a los camaradas soldados, y que debía llamar a cuentas. Aunque un Chievdar llevaba a cabo las ejecuciones y estacas, el Komizar, o la Fortaleza siempre daban el último interrogatorio, llamaban a las tropas, que presenciaban, por un sí o no, y siempre daban las instrucciones finales, para que apoyaran la cabeza en el bloque. Siempre daba el asentimiento final. Las cuentas, se llamaban los pasos finales para repartir justicia. —Pero recuerda, no los mates demasiado rápido. Recorre un largo camino para desalentar acciones similares. Asegúrate de que sufran. Te encargarás de eso, ¿verdad, hermano? Lo miré. Asentí con la cabeza. —Siempre cumplí con mi deber. Me dio un fuerte abrazo y se alejó, pero después de unos pocos pasos, se detuvo nuevamente y se volvió. —Oh, y asegúrate de alimentar al Emisario. Creo que Ulrix lo olvidará convenientemente, y no quiero volver a un cadáver. No he terminado con nuestro embajador real. Todavía.

Capítulo 14 Vi a Griz sacando un caballo del establo. Con Kaden y el Komizar todavía a mis espaldas, me apresuré a interceptarlo. Me vio venir y se detuvo, su ceño, siempre presente retrocedió. —¿Puedo hablar contigo?. En privado. Miró a cada lado. —Estamos tan solos como nunca conseguiremos estar. No tenía tiempo para la diplomacia. —¿Eres un espía? —pregunté sin rodeos. Dio un paso adelante, con la barbilla pegada al pecho. —No más hablar de eso —se quejó bajo. Sus ojos se dirigieron a los Gobernadores cercanos que hablaban en grupos de tres o cuatro. —Te hice un favor, niña. Salvaste mi vida y la de mis camaradas. Pago mis deudas. Incluso ahora. —No creo que eso sea todo, Griz. Yo ví tu cara. Te importó. —No hagas que sea más de lo que era. —Pero todavía necesito tu ayuda. —Hemos terminado, princesa. ¿Entiendes eso? Pero no podíamos terminar. Todavía necesitaba más ayuda. —Podría revelarles que hablas con fluidez en Morrighese —amenacé. Estaba desesperada por su ayuda, incluso si tuviera que chantajearlo para conseguirlo. —Y si hicieras eso, estarías condenando a muerte a toda mi familia. Treinta y seis de ellos. Hermanos, hermanas, primos, sus hijos. Más que toda esa compañía de hombres que viste morir. ¿Es eso lo que quieres?

Treinta y seis. Busqué en su cara llena de cicatrices y vi miedo, verdadero y real. Sacudí mi cabeza. —No —susurré. —Eso no es lo que quiero —sentí que mis esperanzas se desplomaban con otra puerta cerrada. —Tu secreto está a salvo. —Y el tuyo también. Al menos tenía la confirmación de que él conocía la verdadera identidad de Rafe. Estaba agradecida que Griz lo hubiera cubierto, pero necesitábamos mucho más. Abrí la boca para pedir una última información, pero él se volvió bruscamente, su codo deliberadamente me atrapó las costillas. Me doblé, cayendo sobre una rodilla. Se inclinó, con un gruñido en la cara, pero su voz era baja y uniforme. —Estamos siendo vigilados —susurró. —Vuelve a atacarme. —¡Estúpido patán! —grité. —¡Mira hacia dónde vas! —Así es —susurró. —Un pequeño consejo que puedo darte. Deberías ser amiga de Aster. El erizo conoce todas las grietas del Santuario como cualquier ratón —se enderezó y me miró. —¡Entonces mantente fuera de mi camino! — bramó mientras se alejaba. Un grupo de Gobernadores cercanos, se echó a reír. Miré por el patio y vi que era Kaden quien nos estaba mirando. Se acercó y preguntó qué había querido Griz. —Nada —respondí. —Solo gruñía y babeaba por el transporte de mercancías como todos los demás. —Con buena razón —respondió Kaden. —Podría ser el último por mucho tiempo. Se acerca el invierno. Lo hizo sonar como una puerta que se cierra de golpe. En Civica nunca hubo una gran diferencia entre invierno y verano, algunos grados, vientos más fuertes, mantos más pesado y lluvia. Pero no era suficiente para detener el comercio o el tráfico. Y según mis cálculos, el invierno todavía tenía al menos dos meses para llegar. Recién estábamos entrando en otoño, la última floración del verano. Seguramente el invierno no podría llegar antes a Venda que a Civica. Pero sentí el frío en el aire, el cansado destello del sol, ya diferente al de ayer. Se acercaba el invierno. Ya

había suficientes puertas cerradas para mí, no podía dejar que esta también se cerrara. *** Seguí a Kaden a través de la plaza hasta una puerta que daba al Santuario. Me estaba llevando al jehendra para conseguir ropa adecuada, como había ordenado el Komizar. Me quedé cerca de él, temiendo tanto a las personas fuera de las puertas como a las que estaban dentro. Fue una bendición mixta que el Komizar se fuera. Me dio espacio para respirar; poco escapaba a su atención, pero también significaba que estaba fuera de mi alcance. Quería preguntarle a Kaden sobre Rafe, dónde estaba y cómo le había ido toda la noche. Pero sabía que eso, solo lo haría dudar de mi declaración que no quería tener nada que ver con el Emisario, y si Kaden sospechaba, el Komizar también lo haría. Recé para que los guardias no le hubieran mostrado más a Rafe, su disgusto por los cerdos Dalbreck. Tal vez después de la cena de anoche y las frecuentes atenciones del Komizar hacia él, mostrarían más moderación. Caminamos uno al lado del otro, pero noté una cojera ocasional en la marcha de Kaden. —Lamento lo de la pierna —le dije. —Como dijiste, no hay reglas cuando se trata de supervivencia. Tus hermanos te enseñaron bien. Me tragué el tierno nudo en la garganta. —Sí, lo hicieron. —¿Te enseñaron a tirar el cuchillo también? Casi me había olvidado de Finch y de mi casi blanco en su pecho. Kaden obviamente no lo había hecho. —Mis hermanos me enseñaron muchas cosas. Sobre todo solo por estar con ellos, observando y absorbiendo. —¿Qué más absorbiste? —Supongo que tendrás que averiguarlo. —No estoy seguro de que mis espinillas quieran saber.

Yo sonreí. —Creo que tus espinillas están a salvo por ahora. Se aclaró la garganta. —Me disculpo por mi tono contigo esta mañana. Sé que estaba siendo... —¿Arrogante?, Condescendiente?, Desdeñoso? El asintió. —Pero sabes que no me siento así por ti. Es un lenguaje que se ha convertido en parte de mí después de tantos años. Especialmente ahora que estoy de vuelta aquí. Yo… —¿Por qué? ¿Alguna vez me vas a decir por qué odias tanto a la realeza? ¿Cuándo nunca has conocido a nadie más que a mí? —He conocido a la nobleza, no a la realeza. No hay mucha diferencia. —Por supuesto que sí —me burlé. —Un asesino en la corte codeándose con señores y señoras todos los días. Nombra, nombres. Solo un noble que has conocido. —Por aquí —dijo, agarrando mi brazo para guiarme por un callejón, usando nuestro giro repentino como una forma de evitar mi pregunta. Sospeché que su respuesta fue que no sabía nada, pero no quería admitirlo. Odiaba a la realeza porque todos los Vendans lo hacían. Se esperaba que lo hicieran. Especialmente cierto poderoso Vendan. —Para que lo sepas, Kaden, tu venerado líder planea matarme. Me lo dijo así. Kaden sacudió la cabeza y levantó la bolsa de monedas que el Komizar le había arrojado como si fuera evidencia de lo contrario. —No te va a matar. —Quizás solo me quiere bien vestida cuando este colgando del extremo de una cuerda. —El Komizar no ahorca a la gente. Él los decapita. —Oh bien. Eso es un alivio. Gracias por aclarármelo. —Él no te va a matar, Lia —repitió. —A menos que hagas algo estúpido —se detuvo y agarró mi brazo. —No vas a hacer algo estúpido, ¿verdad?

Los transeúntes se detuvieron y nos observaron. Me di cuenta de que todos reconocían al Asesino. Sabían quién era y le daban una distancia respetuosa. Estudié a Kaden. Estúpido era todo cuestión de perspectiva. —Solo estoy haciendo lo que me pediste. Seguir tu ejemplo y tratar de convencer a otros de mi Don. Se inclinó cerca, bajando la voz. —Usa tus muestras con moderación, Lia, y nunca lo sostengas sobre la cabeza del Komizar como hiciste con Griz y Finch. Sentirás la reacción si lo haces. Deja que use tu Don como lo considere conveniente. —¿Ayudarlo a perpetrar una farsa, quieres decir? —Y repetiré tus propias palabras: No hay reglas cuando se trata de supervivencia. —¿Qué pasa si no es una farsa? Su expresión se oscureció. Me di cuenta de que en todo nuestro tiempo a través de Cam Lanteux. Nunca había admitido que realmente podría tener un Don, ni siquiera cuando le advertí sobre la estampida de bisontes. Extrañamente, utilizó el rumor de mi Don como excusa para mantenerme viva, sin admitir ninguna creencia en el mismo. —Simplemente haz lo que te pida —dijo Kaden finalmente. Le ofrecí un asentimiento de mala gana y seguimos caminando. Era casi como si tuviera un respeto más profundo por el Don, que Griz y Finch. ¿Era el poder potencial que tenía, que ni él, ni el Komizar podían controlar? Dihara se reiría de la idea de usar el Don como el Komizar lo creyera conveniente. Ella se había resistido cuando lo sugerí. El Don no puede ser convocado, es solo eso, un Don, una forma delicada de conocer, una forma tan antigua como el universo mismo. Un pequeño suspiro cubrió mis labios. Delicado. Oh, cómo desearía que fuera una maza de púas pesadas que pudiera empuñar en su lugar. Kaden continuó explicando que las amenazas del Komizar eran solo su forma de establecer límites y poder conmigo. Un poco de respeto de mi parte podría ser muy útil. —¿Y su bolsa de monedas es un soborno? ¿Como el vino robado que les da a los Gobernadores? ¿Está tratando de comprar mi respeto?

Kaden me miró de reojo. —El Komizar no tiene necesidad de comprar nada. Ya deberías saber eso. —La ropa que llevo está bien. Prefiero tu camisa y tus pantalones. —Como yo, y mi guardarropa no es ilimitado. Además, nada es sobre ti, y si el Komizar quiere que tengas ropa nueva, tendrás ropa nueva. No quieres insultar su generosidad. Dijiste que querías entender mi mundo. El jehendra te abrirá los ojos a más de eso. ¿Generosidad? Traté de no ahogarme. Pero Kaden tenía cierta ceguera cuando se trataba del Komizar. O tal vez simplemente tenía la misma esperanza poco realista, que Rafe tenía en su ejército de cuatro: Que juntos, contra viento y marea, podrían corregir todo lo que estaba mal en su mundo. Caminé junto a él, tragándome mi escepticismo sobre la generosidad del Komizar porque entendiendo el mundo de Kaden, que incluía el jehendra, podría ayudarme a salir de este lugar olvidado de Dios. Investigué sobre otras cosas. —Dijo que eras la Fortaleza en su ausencia. ¿Qué significa eso? —No mucho. Si se debe tomar una decisión mientras él no está, me corresponde a mí. —Eso suena como un trabajo importante. —No usualmente. El Komizar mantiene un estricto control sobre los asuntos que conciernen a Venda. Pero a veces un caudillo no puede resolver una disputa, o se debe enviar una patrulla. —¿Puedes dar órdenes para levantar el puente? —Solo si es necesario. Y no será necesario —la lealtad a Venda era gruesa en su tono. Caminamos en silencio, y vi su ciudad, el zumbido llenando mis oídos. Era el sonido de miles de personas aprisionadas demasiado cerca, un creciente estruendo de tareas hechas con urgencia. Los ojos nos recorrieron desde las puertas y las casuchas remendadas. Sentí las miradas en nuestras espaldas, mucho después de que pasáramos. Estaba segura de que de alguna manera sabían que era un extraña. Cuando el callejón se estrechó, los vendans que viajaban en la dirección opuesta tuvieron que pasar a nuestro lado y los huesos de sus cinturones

golpearon contra las paredes de piedra. La gente parecía abarrotar cada centímetro de esta ciudad interminable. Las historias de que se criaban como conejos, no parecían descabelladas. El callejón finalmente se abrió a una calle más ancha que zumbaba con más gente. Las altas estructuras circundantes bloqueaban el sol, y las destartaladas cabañas se balanceaban precariamente sobre sus repisas. La ciudad estaba tejida con una trama y urdimbre que desafiaba la razón. A veces, solo una pared de lona que temblando en el viento definía un espacio vital. La gente vivía donde podía, desbordando calles oscuras y llenas de humo, cortando un espacio para llamar hogar. Los niños nos siguieron, ofreciendo tortas de excremento de caballos para hacer fuegos, amuletos colgados de cuero, o ratones que se retorcían en los bolsillos. ¿Ratones como mascotas? ¿Alguien pagaría realmente por tal cosa? Pero cuando un niño pequeño lo describió como gordo y carnoso, me di cuenta de que no se vendían para mascotas. Caminamos por al menos una milla antes de llegar a un gran mercado abierto. Este era el jehendra. Era el espacio abierto más amplio, que había visto en la ciudad hasta ahora, tan grande como tres campos de torneos. Solo unas pocas estructuras permanentes lo llenaban. El resto estaban cosidos juntos, como una colorida colcha. Algunos puestos no eran más que una caja volcada para vender las baratijas más pequeñas. Las campanas, los tambores y las cuerdas de una zitara rasgueaban el aire en un ritmo estruendoso, que combinaba con la ciudad. Pasamos por un puesto con corderos desollados que colgaban de anzuelos, y que las moscas saboreaban primero. Un poco más abajo, se colocaban en mantas, ollas de barro poco profundas, llenas de hierbas en polvo, y las mujeres ofrecían un pellizco gratis para atraernos. Cruzando el pasillo, las carpas de tres lados mostraban montones de ropa, algunas de ellas, raídas y rotas. Otros puestos tenían telas recién tejidas que parecían rivalizar con las traídas en los vagones de Previzi. Las jaulas de palomas calvas escuálidas, arrullaban a través de caminos sucios, hasta corrales de lechones rosados frescos. Vi hileras de hileras tras hileras, desde comida hasta cerámica, y tiendas más oscuras en las estructuras permanentes, que ofrecían placeres invisibles detrás de las cortinas. En contraste con esta ciudad pintada de hollín y cansancio, el jehendra estaba lleno de color y vida. Aunque no dijo nada, sentí a Kaden estudiándome cuando me detuve en los puestos y examiné los productos.

¿Temía que usara la palabra bárbaro con el mismo disgusto que había cruzado el Cam Lanteux?. Algunas de las ofrendas eran los esfuerzos más humildes, trapos retorcidos en muñecas o bolas de grasa retenida atadas con las entrañas de los animales. Estuve tentada de gastar las monedas del Komizar en todo tipo de cosas, además de la ropa, y era difícil alejarse cuando las caras serias tenían la esperanza de que compraría sus productos. Atravesé un puesto de talismanes. Las piedras azules planas con incrustaciones de estrellas blancas parecían ser el diseño favorito, a veces con una salpicadura de piedra roja, sangrando desde el centro, y me preguntaba si volvía a la historia del ángel Aster. Recordé lo que Kaden había dicho, que lo único que a Venda no le faltaba era roca y metal. Al menos algunos Vendans tampoco parecían ser cortos de memoria. Puede que sus historias de la historia, no fueran exactas, pero al menos las tenían, y algunos, como estos artesanos, las veneraban lo suficiente, como para convertir las joyas de moda en recuerdos. Esa era una cosa que no había escuchado esta mañana en Venda, el canto de recuerdos que siempre saludaban a las mañanas en todo Morrighan. Nunca pensé que los extrañaría, pero tal vez solo extrañé a quienes los cantaron: Pauline, Berdi, mis hermanos. Incluso mi padre nunca se perdía los recuerdos matutinos, cantando las bravuconadas de Morrighan y la firmeza del Remanente elegido. Pasé el pulgar por el amuleto, la estrella incrustada era un recuerdo tan cuidadosamente forjado, como cualquier nota musical. —Aquí —dijo Kaden, y le lanzó una moneda al comerciante. —Ella tomará ese. El comerciante me puso el talismán alrededor del cuello. —Sabía que lo tomarías —me susurró al oído. Dio un paso atrás, su mirada fija en la mía. Su forma me puso nerviosa, pero tal vez era la manera de ser familiares de los comerciantes de Venda. —Úselo con buena salud —dijo. —Lo haré. Gracias. Continuamos por el camino, Kaden liderando la ruta, hasta que llegamos a varias carpas seguidas, con ropa y telas colgando de los postes. —Uno de esos debería tener algo para ti —dijo. —Voy a esperar aquí.

Se sentó en el extremo de un carro vacío y cruzó los brazos, señalando hacia las tiendas. Pasé junto a ellas con indiferencia, sin saber a cuál entrar, especialmente porque no tenía interés en encontrar algo “Adecuado” para usar. Los examiné a distancia, sin comprometerme a entrar en ninguno de ellos, pero luego escuché una pequeña voz. —¡Miz! ¡Miz! Desde la oscuridad de una tienda una mano se extendió y agarró la mía, empujándome hacia adentro. Contuve el aliento, pero vi que era Aster. Le pregunté qué estaba haciendo aquí, y dijo que esta era la tienda de su bapa. —No es su tienda propiamente dicha, pero a veces trabaja aquí. Levanta cosas demasiado pesadas para Effiera. Sin embargo, hoy no, porque está enfermo, así que me envió, pero Effiera no cree que alguien de mi tamaño... Aster se tapó la boca con la mano. —Lo siento, Miz. Ahí voy de nuevo. No importa por qué estoy aquí. ¿Por qué estás aquí? Debido a que me metieron en tu tienda, quise provocar, pero sabía que Aster era cohibida y no quería aumentar su inseguridad. —El Komizar dice que necesito ropa adecuada. Sus ojos se agrandaron, como si el propio Komizar estuviera parado allí, y en el mismo instante, una mujer rechoncha se metió en el centro de la tienda desde detrás de una cortina que se extendía a su espalda. —Viniste al lugar correcto, entonces. Sé exactamente lo que le gusta. Yo tengo… Me enderecé de inmediato. Yo no era una de las “visitantes especiales” del Komizar. Aster ofreció con entusiasmo más detalles sobre quién era yo. —¡Ella acaba de llegar!. Es una princesa. Ella vino de una tierra lejana, y se llama Jezelia, pero... —¡Silencio, niña! —la mujer me miró, masticando algo metido dentro de su mejilla, y me preguntaba si me lo iba a escupir, ahora que ella sabía que venía del otro lado. Me estudió por un largo rato. —Creo que tengo justo lo que necesitas. Juzgó mis medidas con ojo experto y dijo que regresaría en breve.

Mientras tanto, le ordenó a Aster que me hiciera compañía. Tan pronto como Effiera se fue, Aster apretó su cabeza a través de una ranura en el costado de la tienda y dejó escapar un silbido ensordecedor. En segundos, dos niños delgados como un hueso más pequeños que Aster se deslizaron a través de la aleta. Al igual que Aster, tenían el pelo corto hasta el cuero cabelludo, y no estaba segura de si eran niños o niñas, pero sus ojos estaban muy abiertos y hambrientos. Aster presentó al más pequeño como Yvet, y el otro era un niño, llamado Zekiah. Noté que le faltaba la punta del dedo índice en su mano izquierda. El muñón estaba rojo e hinchado, como si la lesión hubiera ocurrido recientemente, y se lo frotó inconscientemente con la otra mano. Al principio eran demasiado tímidos para hablar, pero luego Yvet preguntó con voz temblorosa si realmente había estado en otras tierras, como afirmaba Aster. Aster me miró con ojos expectantes como si su reputación estuviera en juego. —Sí, lo que dice Aster es cierto —dije. —¿Te gustaría saber de ellos? Asintieron ansiosamente, y todos nos sentamos en la alfombra, en el medio de la tienda. Les conté sobre ciudades olvidadas en medio de la nada, sabanas de hierba de cobre que se extendían tan anchas como un mar, ruinas relucientes que brillaban por millas, prados altos en las montañas donde las estrellas estaban tan cerca, que podrías tocar sus colas brillantes, y una anciana que hacía girar las estrellas en el hilo de una gran rueca. Les hablé de animales barbudos con cabezas como yunques que cabalgaban juntos en grupos más numerosos que los guijarros en un río, y de una misteriosa ciudad en ruinas, donde manantiales fluían con agua tan dulce como el néctar, las calles relucían de oro y los Antiguos aún lanzaban su magia. —¿Es de allí de dónde eres? —preguntó Yvet. La miré, sin saber cómo responder. De donde era. Curiosamente, no fue Civica lo que me vino a la mente. —No —finalmente susurré. Y luego les conté sobre Terravin. —Érase una vez —dije, convirtiéndolo en una historia tan distante y remota como se sentía ahora, —Había una princesa que se llamaba Arabella. Tuvo que huir de un terrible dragón que la perseguía, con la intención de hacerla su desayuno. Corrió a un pueblo que le ofreció protección —les conté de la bahía tan brillante como zafiros, del pez plateado que saltó a mis redes, de una mujer que revolvía ollas de estofado sin fondo y cabañas tejidas con arcoíris y flores, una tierra tan mágica como cualquier

princesa podría soñar. Pero entonces el dragón la encontró de nuevo y ella tuvo que irse. —¿Volverá la princesa alguna vez? —preguntó una nueva voz. Miré a mi izquierda, sorprendida. Cuatro niños más se habían deslizado, y se arrodillaban a la entrada de la tienda. —Creo que lo intentará —respondí. Effiera entró por la espalda, aplaudió y los espantó. —Aquí vamos —dijo, y me volví para ver a tres mujeres más de pie en la parte trasera de la tienda, sus brazos apilados con telas. Entre ellos había cueros suaves de todos los tonos: Bronceados, marrones y leonados, y algunos teñidos de morados, verdes y rojos. Otra mujer sostenía accesorios como cinturones, bufandas y vainas en sus brazos. Mi corazón latía con fuerza y no estaba segura de por qué, pero entonces lo supe, incluso antes de que los desplegaran. Ropa bárbara. Estos no eran como los que usaba Calantha, hechos de telas ligeras y delicadas, traídas en caravanas de Previzi. Miré a Effiera con incertidumbre. Su expresión era resuelta. Estaba segura de que no era lo que el Komizar tenía en mente, pero de alguna manera estas telas parecían correctas. Era la misma sensación extraña que había sentido la primera vez que doblé la curva, y vi Terravin. Un sentimiento de rectitud. La ropa, por supuesto, no era lo mismo que un hogar, me recordé. —Todo lo que necesito es algo simple, pantalones y camisas. Ropa con la que pueda estar —dije. —Y eso que tendrás, y un simple cambio de ropa también —respondió Effiera, y con un rápido movimiento de su mano, las mujeres se movieron, un torbellino de movimiento, y comenzaron a medir y fijar un atuendo básico para montar. *** Kaden y yo caminamos de regreso al Santuario. Effiera prometió enviar los dos conjuntos que había ordenado, con Aster más tarde, después de algunas modificaciones. El miedo que había tenido desde que crucé el puente hacia Venda se fue momentáneamente. Mi breve tiempo en la tienda, primero con los niños, y

luego con las mujeres, mientras sostenían telas, chalecos, camisas y pantalones, fue un bálsamo relajante. Me sentía menos como un extraña, y esperaba poder aferrarme a ese sentimiento. —Parece una tontería gastar dinero en ropa cuando hay tanta necesidad en otros lugares —dije, todavía cuestionando la bolsa suelta del Komizar. —¿Cómo crees que los Vendans siguen su vida cotidiana? Tienen trabajos, profesiones y bocas que alimentar. Le di a Effiera el doble de lo que obtendría de cualquier otra persona. Hacer ropa es como ella sobrevive. —¿Effiera? ¿Conoces el nombre de cada comerciante en Venda? —No. Solo el de ella. —¿Así que le has traído a otras señoritas? —De hecho, lo he hecho. No dio más detalles, y su silencio me hizo preguntarme quiénes eran. ¿Más visitantes del Komizar o señoritas de su propia colección? —¿Por qué volvemos ya? —pregunté. —Todavía es temprano. Pensé que querías que viera tu ciudad. Solo he visto una pequeña parte. —El Komizar tiene algunos asuntos que debo atender en el barrio de Tomack. —¿No es para eso para lo que están los señores de los barrios? —No en este asunto. Tiene que ver con los soldados. —Podría ir contigo. —No —su respuesta llegó caliente y cortada y no como de Kaden en absoluto. Me di vuelta y le di una larga mirada de disección. —Te llevaré de regreso de otra manera —ofreció. —Pasando algunas de las ruinas más interesantes. Un compromiso, porque lo que sea que haya en este barrio de Tomack, no quería que lo viera. De nuevo viajamos por calles estrechas, callejones y algunos caminos que parecían poco más que senderos de conejos, saltando sobre barrancos bañados por la lluvia, y resbalando sobre la hierba pisoteada y muerta. Finalmente llegamos a una calle ancha y transitada, y Kaden me acompañó hasta un gran caldero que burbujeaba sobre un fuego. Había unos toscos bancos

de madera esparcidos en círculo a su alrededor, y un anciano ofrecía tazas de cerveza por un precio modesto. —Es Thannis —dijo Kaden. —Un té preparado a partir de una hierba — compró uno para cada uno, y nos sentamos en uno de los bancos. —Thannis es otra cosa que Venda tiene en abundancia —él explicó. —Crece en casi cualquier lugar. Repisas, grietas, el más rocoso de los campos. A veces los granjeros lo maldicen. Una vez que se afianza, es difícil evitar que se propague. Thannis es un sobreviviente, tanto como un Vendan —dijo que las hojas eran de color púrpura, que brotaban brillantes sobre las nieves del invierno, pero a fines del otoño, solo unos días antes de la siembra, cambiaban a oro brillante. Era entonces cuando se volvía dulce, pero también venenosa. —Un trago del dorado Thannis será tu último trago. Me alegré de ver que la nuestra era una extraña cerveza púrpura y no dorada. Tomé un sorbo y lo escupí. Sabía a tierra. Tierra agria, horrible, mohosa. Kaden se echó a reír. —Es un gusto adquirido, pero una tradición en Venda, como los huesos usados en nuestros cinturones. Se dice que Thannis fue todo lo que mantuvo a Lady Venda y a los primeros clanes, vivos durante esos primeros inviernos. En verdad, es probablemente todo lo que me mantuvo vivo más de un invierno. Cuando se agotan otros suministros, siempre hay Thannis. Desafié otro sorbo y forcé un trago, luego inmediatamente traté de convocar saliva a mi boca para eliminar el sabor. Estaba segura de que no era un sabor que quisiera adquirir, ni siquiera en los inviernos más sombríos. Eché un vistazo al anciano que agitaba el caldero y cantaba un canto a los transeúntes: Thannis por el corazón, Thannis por la mente, Thannis por el alma, Thannis por larga vida a los hijos de Venda. Lo repitió una y otra vez, una canción serpenteante sin principio o fin. Flotando sobre el vapor del caldero, vi a alguien parado en una repisa distante y alta mirándome. Una mujer. Su figura parecía ondular a través del vapor, brumosa, desvaneciéndose, y luego desapareció. Ella simplemente se había ido. Parpadeé y miré mi humeante taza de cerveza. —¿Qué hay en esto? —pregunté. Kaden sonrió.

—Solo una hierba inofensiva, lo prometo —llamó al anciano y le preguntó si tenía alguna crema para endulzar mi bebida. Aceptó felizmente, porque aunque casi regalaba el thannis, la crema, la miel, o los espíritus para darle sabor, tenían un costo mayor. Incluso con una fuerte dosis de crema, el Thannis solo era marginalmente pasable. Los espíritus de sabor podrían haber ayudado más. Tomamos un sorbo de nuestras bebidas y vimos a los niños persiguiendo a los que pasaban, rogando que hicieran cualquier cosa que pudiera traerles algo a cambio. —Parecen muy jóvenes. ¿Dónde están sus padres? —pregunté. —La mayoría no tiene ninguno, o sus padres están en otra esquina haciendo lo mismo. —¿No puedes hacer algo por ellos? —Estoy intentando, Lia. Así es el Komizar. Pero solo puede matar algunos caballos. —Y atacar algunas caravanas. Hay otras formas de administrar un reino. Me miró con una sonrisa en los labios. —¿Hay otras? —su mirada se volvió hacia la calle. —Cuando se trazaron los antiguos tratados y se establecieron las fronteras, Venda no formó parte de esas negociaciones. Las tierras fértiles de Venda siempre fueron pocas, y cada año más campos han caído en barbecho. La mayor parte del campo de Venda es mucho más pobre de lo que se ve aquí, razón por la cual la ciudad crece. Vienen en busca de esperanza y una vida mejor. —¿Así es como creciste? ¿En las calles de Venda?. Bajó lo último de su Thannis y se levantó para devolverle la taza al viejo. —No, habría tenido suerte si lo hubiera hecho. —¿Suerte? ¿Tus padres son tan malos? Se detuvo a medio paso. —Mi madre fue una santa. Fue. Lo miré, una vena levantada serpenteaba en su sien. Esto era. Su debilidad. La parte enterrada de él, que se negó a compartir. Sus padres. —Tenemos que irnos —extendió la mano, esperando mi taza vacía.

Quería más respuestas, pero sabía lo que era sufrir con los recuerdos de una madre y un padre. Mi propia madre me había engañado, tratando de frustrar mi Don, y mi padre... Mi estomago se apretó. Fue solo un pequeño cartel en la plaza del pueblo. Walther me había dicho eso como si pudiera consolarme, pero el cartel seguía siendo un llamado para mi arresto y regreso por traición, publicado por mi propio padre. Algunas líneas nunca deben cruzarse, y lo demostró cuando ahorcó a su propio sobrino. Todavía no sabía qué papel había jugado mi padre en el atentado del cazarrecompensas en mi vida. Tal vez lo había visto como una forma conveniente de eliminar una audiencia judicial desordenada por completo. Sabía que mis hermanos nunca lo perdonarían si me ejecutaba. —Lia, ¿tu taza? Sacudí el recuerdo, entregándole la taza, y continuamos nuestro camino. Aquí, como en la sabana, la ruina y la renovación yacían juntas, y a veces era imposible distinguir una de la otra. Una cúpula masiva que una vez debió haber coronado un gran templo estaba hundida en escombros, y solo un destello de piedra tallada se asomó por la tierra, para revelar que era más que un montículo en el paisaje. Junto a ella, se apilaba piedra sobre piedra, creando un corral para cabras. Los animales están cuidadosamente vigilados aquí, me dijo Kaden. Ellos tienden a desaparecer. Caminamos un largo camino, hasta que Kaden finalmente se detuvo en una ruina sin pretensiones, apoyando su mano en un árbol que envolvía una pared como dedos nudosos. —Esta solía ser más alta, que cualquier torre en Venda. —¿Cómo podría saberlo nadie? —miré a las paredes parciales que formaban un enorme cuadrado. Los árboles crecían sobre los restos como centinelas retorcidos. Ninguno de los restos reales tenía más de una docena de pies de altura, y una pared había desaparecido casi por completo. Parecía una idea fantasiosa suponer que alguna vez se hubiese alzado sobre toda la ciudad. —Pueden haber sido solo los muros de una mansión —dije. —No fue así —dijo Kaden con firmeza. —Se elevó casi seiscientos pies hacía el cielo. ¿Seiscientos pies? Gruñí mi incredulidad.

—Se encontraron documentos que lo confirman. Los que mejor se pueden descifrar, dicen que este fue un monumento a uno de sus líderes. Realmente no sabía mucho sobre la historia de los Antiguos antes de la devastación. Poco se registró en el texto sagrado de Morrighan, principalmente solo las secuelas. Solo sabíamos de su desaparición, y los eruditos habían recogido las pocas reliquias que sobrevivieron a los siglos. Los documentos en papel eran raros. El papel fue lo primero que se desmoronó, y según el Texto Sagrado, cuando los Antiguos intentaban sobrevivir, era lo primero que usaban como combustible. La supervivencia triunfó sobre las palabras. Los documentos antiguos que habían sido interpretados eran aún más raros. Los eruditos de Morrighan tuvieron años de educación en tales cosas. Los Vendans parecían apenas capaces de mantener a su gente alimentada, sin importarles educarlos en otras lenguas. ¿Cómo lograrían una tarea tan enorme? Volví a mirar el monumento que supuestamente había alcanzado el cielo, ahora casi totalmente irreconocible como algo hecho por el hombre. Las malas hierbas taparon todas las superficies. ¿Un monumento a un líder? ¿A quién querían inmortalizar los Antiguos? Quienquiera que fuera, el ángel Aster, por orden de los dioses, lo había borrado de la memoria. Pensé en los textos antiguos que había robado del Erudito real, todavía en mi alforja, que probablemente ya estaba a la venta en el jehendra. Probablemente nunca volvería a ver los preciosos textos, y tuve tiempo de traducir solo un pasaje de los Últimos Testamentos de Gaudrel. ¿El resto de las palabras se perdieron ahora? Tal vez ya no importaba. Pero mientras miraba el monumento, las pocas palabras que había traducido sonaron tan claras como si Gaudrel me las susurrara ahora: Las cosas que duran. Las cosas que quedan. Este gran monumento no fue una de esas cosas. —Hay otro por aquí y luego volveremos —dijo Kaden. Miré hacia donde señalaba. Grandes losas blancas brillaban en la distancia. Cuando las alcanzamos, dijo que los túneles debajo de la ciudad habían revelado que la ruina estaba mayormente enterrada. Solo la porción superior estaba expuesta. Estas ruinas no eran de una torre, sino de un templo de tipo diferente. En su centro estaba la enorme cabeza esculpida y los hombros parciales de un hombre. La cara no era la cara perfecta de un dios, ni la de un soldado idealizado.

Era extrañamente proporcionado; frente demasiado ancha, nariz demasiado grande, protuberantes pómulos que lo hacían parecer hambriento. Tal vez fue por eso que no pude dar la vuelta, él estaba como un tributo a un pueblo que nunca conocería, alguien de otro tiempo cincelado con la misma hambre y deseo que aquellos que vivían aquí ahora. Alcé la mano y pasé los dedos sobre su pómulo roto, preguntándome quién era, y por qué los Antiguos querían que lo recordaran. Las losas rotas del templo circundante, yacían en el suelo cerca de él. Una pieza grande estaba grabada, pero la mayoría de las palabras habían sido derretidas por el tiempo. Las débiles hendiduras de algunas letras sobrevivieron. No pude leerlas, pero mi dedo trazó las ranuras, recorriendo las líneas olvidadas. F REV R Me sorprendió la tristeza, mirando la figura abandonada, y las palabras perdidas. Por primera vez, sentí una pequeña gratitud por las horas que pasé estudiando el Texto Sagrado de Morrighan, para que la verdad y la historia no se volvieran a perder. —Deberíamos irnos —dijo Kaden. —Tomaremos otro camino, un camino más rápido de regreso. Me alejé del monumento y miré a mi alrededor, esperando su guía. Habíamos dado tantos giros, que no estaba segura de en qué dirección teníamos que ir, y luego me di cuenta, como manos abiertas golpeando contra mis hombros, despertándome. Miré a Kaden, dándome cuenta de lo que estaba haciendo. No solo me estaba amablemente complaciendo, y mostrándome más de Venda. Esto había sido parte de su plan todo el tiempo. Me estaba confundiendo deliberadamente, y estaba funcionando. No tenía idea de dónde estaba el Santuario desde aquí. No quería que me familiarizara con la maraña de calles, por lo que estaba tomando otra ruta de regreso. Los giros y vueltas y callejones que seguimos no eran atajos: eran obstáculos para encontrar mi propio camino en este laberinto de ciudad. Me di la vuelta, mirando en diferentes direcciones, tratando de orientarme. Fue imposible. —Todavía no confías en mí —le dije. Su mandíbula estaba apretada, sus ojos, piedras oscuras.

—Mi problema es, Lia, que te conozco muy bien. Como el día que usaste la estampida de bisontes para separarnos. Siempre estás buscando oportunidades. Apenas lo lograste ese día. Si intentaras algo así aquí, no lo lograrías en absoluto. Créeme. —¿Nadar al otro lado del río? No soy tan estúpida. ¿Qué más probaría?. Me miró como si estuviera realmente perplejo. —No lo sé. No hay reglas cuando se trata de supervivencia, recordé mientras me acercaba a él. Cada paso era de acero afilado que me atravesaba, pero tomé su mano en la mía y la apreté con ternura. Sentí su calidez y su fuerza. Su extraño saber. —¿Has considerado que tal vez estoy tratando de ver las oportunidades justo delante de mí? —dije suavemente, —¿y que no estoy buscando nada más?. Me miró durante lo que pareció toda una vida y luego su mano se apretó en mis dedos y me acercó. Su otra mano presionó mi espalda, sosteniéndome apretadamente contra él, solo nuestro aliento, tiempo y secretos entre nosotros. —Eso espero —finalmente susurró, y luego, con su cara a solo centímetros de la mía, me soltó y dijo que era hora de volver.

Capítulo 15 Rafe El agua en el cuenco se puso roja. Exprimí el trapo y lo llevé a mi boca de nuevo. Parecía que Ulrix era el que más me odiaba. Hice una mueca cuando me limpié el labio donde él lo había dividido, luego presioné con fuerza tratando de detener el sangrado. El dolor irradió a través de mi cara. Después que el Komizar se despidió de mí esta mañana, envió a su bruto de gran tamaño con algo de comida, pero Ulrix y sus secuaces me dieron un plato adicional. Si cada comida venía con una bonificación como esa, estaba en problemas. Al menos no habían apuntado a mis costillas otra vez. Estaba seguro de que al menos una estaba rota. No podría permitirme más. Era irónico que todo lo que quería era la oportunidad de probarme a mí mismo como soldado, y ahora me veía obligado a jugar al Emisario inepto e inexperto, cuando me enfrentaron a patanes brutales. El combate de manos no era mi punto fuerte, pero podría haberlos derribado en unos pocos movimientos sin que nadie se enterara. Sin embargo, no valía la pena arriesgar el labio. Hace dos años, cuando Tavish y yo desobedecimos las órdenes y rescatamos a su hermano, de un campamento enemigo, habíamos jugado a borrachos, sin armas. Ese engaño tenía que funcionar solo unos minutos, antes de revelar nuestro verdadero propósito. Este tendría que durar mucho más. Esta vez no había caballos esperando. No habría escape rápido. Mi historia nos había dado tiempo, y tenía que seguir haciendo que me creyeran. El Komizar lo había comprado por ahora. Mi propuesta había alimentado su ego. Quería creer que un reino poderoso por fin lo reconocía como un aliado digno. Que el príncipe realmente venía a él para negociar una alianza. Creía que

finalmente estaba obteniendo el tembloroso respeto que merecía, y ¿de quién mejor para obtenerlo que el futuro rey de Dalbreck?. Puede haber fingido sospecha, pero vi el hambre en sus ojos cuando lo expuse. Solo había una cosa que alguien con gran poder quería. Más de eso. Lo supe de primera mano. La alianza matrimonial con Morrighan no había sido solo por protección y fuerza. Eso puede haber sido lo de menos. Mi padre y sus generales tenían poco respeto por el ejército Morrighese. Los consideraban débiles y favorecidos solo por algunas posiciones y recursos estratégicos. La alianza también había sido una apuesta por el dominio. Mi padre y su gabinete creían que una vez que tuviéramos a la querida Primera Hija de Morrighan dentro de nuestras fronteras, los límites podrían ser empujados. Después de adquirir a la Princesa Arabella, el puerto sur de Piadro en Morrighan, era el siguiente en su punto de mira, aunque el gabinete prefirió usar la palabra dote. Solo un pequeño puerto y unas pocas colinas. Pero para Dalbreck, tener un puerto occidental de aguas profundas aumentaría su poder diez veces. También era una cuestión de orgullo. En otro tiempo, el puerto y las tierras circundantes habían pertenecido a Break, el príncipe exiliado de Morrighan, desterrado del reino por desafiar a su hermano gobernante. Aunque habían pasado innumerables siglos desde entonces, Dalbreck aún lo quería de regreso, algunas heridas nunca se curaban. Vieron a Lia como un camino diplomático para obtener lo que creían que era legítimamente suyo, sin organizar una invasión directa. Cuando le mencioné el deseo del puerto al Komizar, sonó cierto para él, no solo porque conocía el valor del puerto, sino porque la búsqueda de más poder era un hambre que entendía. Anoche había buscado detalles de la corte de Dalbreck como si ya estuviera planeando su reunión con el príncipe. Sin embargo, no lo tomé por tonto. Él no sería engañado por siempre. Sabía lo suficiente de la reputación de los jinetes de Venda, su vuelo rápido y la forma en que se deslizaban a través de las fronteras con facilidad. No pasaría mucho tiempo antes que regresaran con la noticia de la buena salud de mi padre.

Lia y yo teníamos que irnos antes de eso. Sin embargo, el tipo bruto que me había identificado era una preocupación. Griz, lo había llamado el Komizar. ¿Había mentido por mí o estaba realmente confundido?. Tal vez me había visto en el estrado en una ceremonia, y me confundió con uno de los muchos dignatarios allí. Era un cabo suelto con el que no me sentía bien, y era una montaña de cabo suelto. Dejé caer el trapo en el lavabo y agarré uno seco. Solo una fina mancha de sangre tiñó la tela blanca, cuando me limpié la boca. El flujo se detuvo, pero todavía me latía el labio. Me acerqué a la rendija alta de una ventana, vergonzoso de ser demasiado ancho, como para deslizarme a través de ella, y abrí el postigo. Las palomas revoloteaban desde el saliente mojado. Muy por debajo, Venda se arrastraba despierta como un gigante torpe. Las paredes y las torres me impidieron ver mucho más allá de algunos tejados, pero la ciudad parecía extenderse por millas. Era mucho más grande de lo que esperaba. Me incliné tanto como la ventana estrecha me lo permitió. ¿Sven y los demás ya estaban escabulléndose por una de esas calles oscuras? El plan de Rafe nos va a matar a todos. Orrin pudo haber expresado sus pensamientos, pero ninguno de ellos dudó en hacer lo que les pedí. Tavish incluso susurró antes de irme, Ya lo hemos hecho antes. Lo podemos hacer de nuevo… Pero esa vez nos habíamos enfrentado solo a una docena, no a miles, y ninguno había sido el Komizar. Me di la vuelta y paseé por la habitación, tratando de pensar en otra cosa que no fuera Lia. Miré los cortes en mis nudillos, y recordé mi propia estupidez. Tan pronto como me llevaron a mi habitación anoche y cerraron la puerta, golpeé la pared sin pensar. Acciones imprudentes como esa, tampoco formaban parte del plan. Sven me habría reprendido por actuar con el corazón en lugar de la cabeza y poner un arma potencial, mi mano, en riesgo, pero había sido todo lo que pude hacer, al sentarme allí y actuar como si no me importara cuando Lia besó a Kaden. Lo único que retrasó mi reacción fue el mensaje que recibí fuerte y claro de Lia, El Komizar mira todo. Sabía que nos estaba juzgando para ver cómo reaccionábamos. La actuación de Lia había sido increíblemente creíble. El Komizar asintió con aprobación. ¿Pero hasta dónde tenía que ir para convencer a Kaden también?. Esta mañana, uno de los guardias se complació al decirme que Lia ya no llevaba puesto el vestido de arpillera, y que Kaden le había dicho al Komizar que se había ganado un guardarropa entero la noche anterior.

—La pequeña perra Morrighese ya se ha olvidado de su Emisario con volantes, ahora que ha probado un Vendan. No golpeé la pared después que se fue. Me levanté del piso donde me había tirado, saboreando la sangre que se acumulaba en mi boca, e intenté recordar que Lia no había pedido nada de esto, Recordé la mirada en sus ojos cuando me vio por primera vez, antes de cruzar el puente, su mirada que me desgarró del esternón al alma, la que decía que éramos lo único que importaba, y me prometí a mí mismo mientras escupía sangre al suelo, que algún día volvería a ver esa mirada en sus ojos.

Capítulo 16 Las cerraduras de casa, habían sido un juego de niños en comparación con estas. Había luchado con ella, durante la mayor parte de una hora. ¿Cuántas veces había elegido las puertas del Erudito o del Canciller, o, especialmente divertido para mí, la del Cronometrador, reiniciando su reloj y todos los relojes?. Eso había enojado especialmente a mi padre, pero solo lo había hecho esperando que creara una hora extra en su día para mí. Pensaba que incluso podría apreciar mi ingenio. No lo hizo, pero mis hermanos sonreían en secreto, cada vez que me castigaba. Solo el orgullo en sus caras había hecho que valiera la pena. Pero este candado estaba oxidado y terco, y una simple horquilla no lo movería, y mucho menos la astilla de yesca, que era la única herramienta que pude encontrar. La volví a meter en el ojo de la cerradura, esta vez con demasiado entusiasmo, y se rompió. —¡Maldición! —tiré el trozo roto al suelo. Entonces la puerta no era una opción. Había otras formas de salir de una habitación, quizás un poco más arriesgadas, pero no imposibles. Fui a la ventana otra vez. La repisa exterior era transitable, de unos diez centímetros de ancho. Sería una caída desgarradora al suelo, pero solo un par de metros más allá, se conectaba a la parte superior de una pared ancha, que se bifurcaba en dos caminos diferentes, que podían conducir a cualquier parte. Desafortunadamente, mis tres ventanas estaban a la vista de los soldados en el patio de abajo, y parecían tener un interés inusual en mirar hacia arriba. Los había saludado dos veces. Antes de irse, Kaden me había dicho: —Será más seguro que te quedes aquí. Había tratado de hacerlo sonar como si solo estuviera tratando de mantener a otros alejados, pero estaba claro que aún no confiaba en que me quedaría allí.

Me dejé caer en la cama. Me dejó con comida y agua, y la promesa de regresar al anochecer. Eso estaba a horas de distancia, y todavía no tenía información sobre Rafe. ¿Dónde estaba el? Pensé en cómo los guardias lo habían golpeado antes, seguramente ellos no lo golpearían ahora, que había llegado a un acuerdo con el Komizar. Tenía esa esperanza. Debía haberme arriesgado a preguntarle a Kaden. Podría haberlo hecho de manera informal y desinteresada. —No —suspiré y me di la vuelta, acurrucada en el calor de la cama. Había tantas cosas que podía disfrazar con seguridad en mi cara y en mi voz. Pero Rafe no era uno de ellas. Era más seguro no hablar de él en absoluto. Solo despertaría las sospechas de Kaden. Miré fijamente al otro lado de la habitación, preguntándome qué tipo de materia podría ocupar tanto de su tiempo, pero luego noté algo escondido junto a uno de los baúles... No había estado allí antes. Me senté, curiosa. ¿Un saco de dormir polvoriento? Me levanté y caminé más cerca. Era mío. Mi saco de dormir! ¡Y debajo, mi alforja! ¿Cómo llegaron aquí? ¿Eben también los había escondido antes de que se vendieran en el mercado?. Agarré mi alforja y la tiré sobre la cama, el contenidos voló. La bufanda con cuentas que Reena me dio, mi cepillo, mi yesca, los restos desmenuzados de la hierba chiga, todo, incluso los antiguos textos que había robado, todavía metidos en sus mangas de cuero. Mi estado de ánimo se transformó de frustrado a jubiloso en un instante. Incluso el artículo más simple, como la cuerda de cuero para atar mi cabello, me trajo alegría, cosas que eran mías y que no eran prestadas ni compradas con la moneda del Komizar. Pero especialmente los libros. Rápidamente los metí debajo del colchón de la cama en caso de que alguien pensara en llevárselos de vuelta. Sacudí mi saco de dormir y levanté la capa, todavía atada con una cuerda, que las mujeres vagabundas me habían dado en caso de que el clima cambiara. Los días y las noches habían sido tan cálidos en toda la sabana que no la necesitaba, excepto como almohada ocasional. Solté la cuerda y tiré la capa alrededor de mis hombros, saboreando su calor, pero especialmente apreciando a quienes me la dieron, recordando las bendiciones que enviaron conmigo, incluso el enojado deseo de la pequeña Natiya de que el daño llegara a los dientes de Kaden. Sonreí.

La capa se sintió como si sus brazos me rodearan una vez más. Agarré un puñado de tela y lo sostuve contra mi mejilla, suave y del color de un bosque a medianoche... Y del color de la piedra oscura erosionada. Había una ventana más, la del armario de la cámara. Corrí hacia ella. Tal vez con la cubierta oscura de la capa, estaría lo suficientemente lejos de la vista de los guardias, para que pudiera pasar desapercibida. En mi apuro, me deslicé sobre la alfombra trenzada en la pequeña habitación y caí contra la pared de piedra áspera. Me froté el hombro magullado, maldiciendo la rotura que había hecho en la camisa de Kaden. Fuí a la ventana y me asomé. Un guardia levantó la vista y asintió, como si esperara mis apariciones recurrentes. Kaden debió advertirles que vigilaran de cerca todas las ventanas de su habitación. Gruñí un juramento bajo y enojado, mientras sonreía y le devolvía el saludo. Me agaché para alisar la alfombra sesgada y noté un espacio un poco más ancho entre las tablas del piso. El aire frío se filtró a través de la grieta. Empujé la alfombra a un lado y vi que la línea continuaba en un cuadrado perfecto. En un extremo había un anillo de hierro incrustado. El Santuario está plagado de pasillos abandonados. Así fue como lo hizo. Yo no había dormido a través del ruido de las bisagras chirriantes de la puerta. Él había hecho una salida silenciosa de esta manera. Mi corazón latía con fuerza cuando alcancé el anillo. Tiré y el piso se levantó. Las palancas de hierro se desplegaron suavemente debajo de las tablas, para revelar un agujero negro y los inicios apenas visibles de una escalera. El aire espeso, polvoriento y antiguo, se arrastró hacia arriba, enfriando la pequeña habitación. Era un escape. Pero ¿a que?... Me incliné, mirando por el agujero negro, más las escaleras desaparecían en el olvido. Algunas con caídas mortales. Sacudí la cabeza y comencé a cerrar la trampilla, luego me detuve. Si Kaden podía bajar y salir del otro lado, yo también podía. Me subí la capa y bajé los pies hasta la primera escalera. Coloqué la alfombra pesada sobre la trampilla para que volviera a su lugar cuando la cerrara, aunque encontrar la voluntad de cerrarla detrás de mí, me tomó algo de tiempo. Finalmente respiré hondo y la dejé caer. Las escaleras eran empinadas y estrechas. Mis manos se deslizaron a lo largo de las paredes de piedra, a cada lado para

ayudarme a sentir mi camino hacia abajo, a veces pasando por lo que solo podía imaginar, eran enormes telarañas. Reprimí un escalofrío y me acordé todas las que había barrido en la posada. Inofensivas, Lia. Pequeñas, Lia. En comparación con el Komizar, pequeñas criaturas inocentes. Sigue adelante. Paso a paso, no vi nada más que un negro sofocante. Parpadeé, casi insegura de si mis ojos estaban abiertos. Sentí la curva de la escalera, mi pie izquierdo encontró un mayor apoyo en el escalón, que el derecho, y luego, después de una docena de escalones, apareció una bendita luz. Tenue al principio, luego ardiendo en la oscuridad, brillando como una linterna bendecida. Era solo una brecha delgada como un dedo en los bloques, iluminando el camino debajo de mí, y pude moverme a un ritmo más rápido. Algunos de los escalones de piedra se habían derrumbado, y tuve que bajar cuidadosamente, a un tercer, o incluso un cuarto escalón de piedra de la pared exterior. Finalmente llegué a un rellano que conducía a un pasadizo oscuro, y de mala gana volví a la oscuridad. Después de solo unos pocos pasos, me topé con una pared sólida. Un callejón sin salida. Pensé que tenía que conducir a algún lado, pero luego recordé la construcción fortuita de toda la ciudad. Regresé a la escalera, bajé más escalones hacia otro rellano, y pasillo oscuro, y otro callejón sin salida. Mi garganta se apretó. El aire a humedad me estaba asfixiando de repente, y mis dedos estaban rígidos por el frío. ¿Y si Kaden no hubiera venido por aquí?. ¿Qué pasaría si este era uno de esos pasillos olvidados, y cerrados de los que nunca volvería a salir? Cerré los ojos, aunque hizo poca diferencia en la oscuridad. Respira, Lia. No has llegado tan lejos por nada. Mis dedos se curvaron en puños. Había una salida, y la encontraría. Escuché un ruido y me di la vuelta. Una mujer estaba parada al otro lado del pasillo. Estaba tan sorprendida que tuve la sensación de no tener miedo al principio. Su cara estaba borrosa en las sombras, y su largo cabello caía en mechones retorcidos hasta el suelo. Y entonces lo supe. En el fondo, sabía quién era ella, aunque todas las reglas de la razón me decían que era imposible. Esta era la mujer que había visto en las sombras de Sanctum Hall. La mujer que me había visto desde la repisa. La misma

mujer que había cantado mi nombre desde un muro hace miles de años. La que fue empujada a su muerte, y la homónima de un reino decidido a aplastar el mío. Esta era Venda.

Le había advertido a Venda que no se alejara demasiado de la tribu. Cien veces, le había advertido. Yo era más su madre que su hermana. Ella vino años después de la tormenta. Ella nunca sintió temblar el suelo, Nunca vio al sol ponerse rojo. Nunca vio el cielo ponerse negro. Nunca vio el fuego estallar en el horizonte y ahogar el aire. Ella ni siquiera vio a nuestra madre. Esto era todo lo que ella había conocido. Los carroñeros la esperaban, y vi que Harik se la llevaba en su caballo. Ella nunca miró hacia atrás, incluso cuando la llamé. No creas sus mentiras, lloré, pero ya era demasiado tarde. Ella se fue. —Los últimos testamentos de Gaudrel.

Capítulo 17 Me miró con la cabeza inclinada hacia un lado y su expresión ilegible: ¿tristeza, ira, alivio? No estaba segura, y luego asintió. El hielo se deslizó por mis venas. Ella me reconoció. Sus labios se movieron en silencio, pronunciando mi nombre. Luego se dio la vuelta y las sombras se la tragaron. —¡Espera! —llamé y corrí tras ella. Busqué, girando en todas direcciones, pero el hueco de la escalera y el rellano estaban vacíos. El viento, el tiempo, dan vueltas, se repiten, algunas franjas cortan más profundo que otras. Me apoyé contra la pared, con la cabeza palpitante, las palmas de las manos húmedas, tratando de explicarme, buscando las reglas de la razón. Pero se asentó en mí tan verdadero y real como el coro de gritos que había escuchado en el cielo el día que enterré a mi hermano. Los siglos y las lágrimas se habían arremolinado con voces que no podían borrarse, ni siquiera con la muerte, y Venda, era una canción que no podía silenciarse, incluso al ser empujada desde una pared. Todo era tan cierto y real como el Komizar, que se aferró a mi cuello y prometió llevarse todo lo que me importara. —Las reglas de la razón —susurré, un canto sin sentido que todavía caía de mis labios. Ya ni siquiera sabía lo que significaba. Di un paso tembloroso hacia adelante en la oscuridad, y mi bota golpeó algo, exactamente donde ella había desaparecido. Hizo un extraño sonido hueco. Mis dedos se deslizaron a lo largo de la pared, y en lugar de más piedra, encontré un panel de madera bajo. Con un suave empujón, lo abrí y me encontré debajo de un oscuro tramo de escaleras en medio del Santuario. Una luz brillante salpicaba el pasillo frente a mí, y estaba agradecida por un mundo de bordes duros, pasos pesados y carne cálida. Todas las cosas sólidas. Volví a mirar el panel de madera detrás de mí,

cuestionando mi breve descenso por la escalera oculta, y me pregunté qué había visto realmente. ¿Era real y verdadero o solo terror por estar atrapada?. Pero el nombre que ella había pronunciado, Jezelia, todavía vibraba a través de mí. Pasaron guardias, y me escabullí, escondiéndome en las sombras. Había escapado de una trampa y caído en otra. Este era el pasillo ocupado que conducía a la torre donde el Komizar dijo que tenía una habitación segura para Rafe. Estaba a punto de salir, cuando tres Gobernadores se acercaron, y tuve que retroceder. Todo lo que necesitaba era un momento libre para salir corriendo y subir las escaleras, estaba segura de que podría encontrar la habitación de Rafe, pero el pasillo parecía ser una vía principal. Pasaron los Gobernadores, luego varios sirvientes que llevaban canastas, y finalmente se hizo silencio. Me puse la capucha sobre la cabeza y salí, justo cuando dos guardias doblaron la esquina. Se detuvieron sorprendidos cuando me vieron. —¡Ahí están! —espeté. —¿Ustedes fueron los que recibieron la orden de dejar leña fuera de la habitación del Asesino? —les disparé a los dos una mirada acusadora. El más alto de los dos me devolvió la mirada. —¿Nos vemos como corredores de carretillas? —No somos patanes sucios —gruñó el otro. —¿En serio? —dije —¿Ni siquiera para el Asesino? —puse mi mano en mi barbilla como si estuviera memorizando sus caras. Uno miró al otro y luego a mí. —Enviaremos un niño. —¡Hazlo! El clima se ha vuelto frío y el Asesino quería un fuego rugiente cuando regresara —me di la vuelta y me alejé furiosa, subiendo las escaleras. Mis sienes palpitaban, Esperando que entraran en razón, pero todo lo que escuché detrás de mí fue sus quejas y gritos a un pobre sirviente desafortunado al final del pasillo. Después de un callejón sin salida, dos llamadas en las habitaciones equivocadas, y una rápida salida por una ventana del pasillo, caminé a lo largo de una repisa que estaba suficientemente oculta a la vista de los que estaban debajo. Mirar a través de las ventanas en lugar de abrir puertas resultó ser una forma más segura de explorar, y solo unas pocas ventanas más tarde, lo encontré.

Su quietud me golpeó primero. Su perfil recostado en una silla, mirando por la ventana opuesta. La mirada ardiente y calculadora que me había inquietado la primera vez que lo vi me hizo sentir aprensión de nuevo. Respiraba amenaza y una reserva espantosa, un arco estirado, cargado, apuntado, esperando. Fue la mirada que hizo temblar los platos en mi mano, cuando los puse delante de él, en la taberna. Incluso con mi ligera vista lateral, el hielo de sus ojos azules cortó como una espada. Ni granjero ni príncipe. Eran los ojos de un guerrero. Ojos criados con poder. Y, sin embargo, anoche los había calentado para Calantha cuando ella se sentó cerca y le susurró algo, los hizo chispear de Intriga, cuando el Komizar le hizo preguntas. Los hizo encapuchar con desinterés cuando besé a Kaden. Pensé en la primera vez que lo había hecho reír mientras recogíamos moras en el Cañón del Diablo, lo temeroso que había estado, luego, cómo su risa había transformado su rostro. Cómo me había transformado. Yo quería hacerlo reír ahora, pero aquí no tenía nada que darle que fuera lo más divertido o alegre. Debería haberme revelado de inmediato, pero una vez que supe que estaba vivo y que tenía comida y agua, me sorprendió la necesidad de algo más: unos segundos para verlo sin ser vista. para verlo con los nuevos ojos que acababa de ganar. ¿Qué otros lados tenía este príncipe tan inteligente?. Sus dedos dieron un golpeteo en el brazo de la silla, lento y constante, como si estuviera contando algo: Horas, días o tal vez las personas que pagarían. Tal vez incluso estaba pensando en mí. ¡Sí!. fuí un desafío y una vergüenza. Pensé en todas las veces que nos habíamos besado en Terravin. Cada vez, él sabía que yo era quien había roto el contrato entre los dos reinos. Y antes de besarnos hubo todas las veces que lo miré con ojos de luna, esperando que me besara. ¿Se había sentido un justiciero presumido, mirándome colgada de cada palabra suya?. Melones. Me dijo que había cultivado melones. Las historias que fabricó, al igual que las que había creado la noche anterior para el Komizar, fluían con demasiada suavidad. Sé que tus sentimientos sobre mí pueden haber cambiado. Mis sentimientos habían cambiado, sin duda, pero no estaba segura de cómo. Ya ni siquiera estaba segura de cómo llamarlo. El nombre de Rafe estaba tan estrechamente entrelazado con el joven que pensé que era un granjero. ¿Cómo debería llamarlo

ahora? ¿Rafferty? ¿Jaxon? ¿Su Alteza?. Luego se volvió. Eso fue todo lo que hizo falta. Era Rafe otra vez, y mi corazón dio un vuelco. Vi su labio ensangrentado y me abrí paso por la estrecha abertura, descuidando el sonido. Se puso de pie de un salto cuando me escuchó, sorprendido y listo para la batalla, sin esperar que alguien entrara a su habitación por una ventana, y aún más sorprendido que fuera yo. —¿Qué te hicieron? —pregunté. Me apartó la mano y las preguntas, y se apresuró a pasarme por la ventana. Se asomó para comprobar si alguien me había visto, luego se volvió, aplastándome en sus brazos, sosteniéndome como si nunca me fuera a dejar ir, hasta que de repente dio un paso atrás como si no estuviera seguro que su abrazo aún era bienvenido. Si era prudente o no, no me importaba, me quemé con su toque. —Supongo que si nos vamos a enamorar de nuevo, besar será parte de eso. Gentilmente acerqué su rostro al mío nuevamente, evitando su labio partido, y mi boca revoloteó sobre su piel. besando la cresta de su pómulo, hasta la mandíbula, a través de la esquina de su boca. Cada sabor de él, de repente era nuevo. Sus manos se apretaron alrededor de mi cintura, acercándome, y ríos de calor se extendieron por mi pecho. —¿Estás muy loca? —preguntó entre respiraciones agitadas. —¿Cómo has llegado hasta aquí?. Sabía que esto iba a suceder. Esto no era parte de nuestro plan. Me alejé, vertiéndome un poco de agua, del matraz sobre una mesa. —No fue difícil —mentí. —Un paseo fácil. —¿A través de una ventana? —sacudió la cabeza, sus párpados se cerraron brevemente. —Lia, no puedes ir a bailar en las repisas como un... —Apenas estoy bailando. Me estoy escabullendo, y tengo mucha práctica en eso. Algunos podrían llamarme, consumada.. Su mandíbula se torció. —Aprecio tus habilidades, pero preferiría que te quedes tranquila — argumentó. —No quiero quitarte de los adoquines. Mis hombres vendrán. Existen

estrategias militares para este tipo de situación cuando las probabilidades no están a su favor, y luego todos saldremos juntos de aquí. —¿Estrategias? ¿Están sus soldados aquí, Rafe? —pregunté, mirando alrededor de la habitación. —No parece ser así. Pero estamos aquí. Tienes que aceptar que tal vez no vengan. Esta es una tierra peligrosa, y podrían haber... —No —dijo. —No llevaría a mis amigos más confiables a algo que piense que no podrían sobrevivir. Te dije que podían pasar unos días. Pero vi la duda en sus ojos. La realidad se estaba estableciendo. Cuatro hombres en una tierra extranjera. Cuatro hombres entre miles de enemigos. Había una buena posibilidad de que ya estuvieran muertos si se habían tropezado con un regimiento, como lo habían hecho Walther y su compañía. Ni siquiera mencioné los peligros del río más abajo, del que Kaden me había advertido, y las mortales criaturas que lo habitaban. Había una buena razón por la cual Venda siempre había estado tan aislada. —¿Los guardias otra vez? —pregunté, volviendo al tema de su labio. Él asintió, pero sus pensamientos aún estaban en otra parte. Su mirada recorrió mi nuevo atuendo. —Alguien trajo mi capa. Estaba envuelta en mi saco de dormir —le expliqué. Extendió la mano, soltando el lazo de mi garganta, y lentamente apartó la capa de mis hombros. Cayó al suelo. —¿Y estos? —Son de Kaden. Su pecho se elevó en una respiración profunda y medida, y se alejó, pasando sus dedos por su cabello. —Mejor su ropa que aquel vestido, supongo. Sin duda los guardias habían perdido poco tiempo en difundir sórdidas historias. —Sí, Rafe —suspiré. —Me los gané. En una pelea de espadas, y eso es todo. Kaden tiene un huevo de ganso en la espinilla para demostrarlo. Se volvió hacia mí, con alivio visible en su rostro. —¿Y el beso de anoche?

Mi ira estalló. ¿Por qué no lo dejaba ir? Pero me di cuenta de que todavía habían muchas burbujas cerca de la superficie. Las heridas y los engaños que no habíamos tenido hora de abordar, todavía estaban allí. —No vine a ser interrogada —espeté. —¿Qué hay de todas tus atenciones hacia Calantha? Sus hombros se apartaron. —Supongo que los dos estamos presentando las actuaciones de nuestras vidas. Su tono acusatorio hizo que mi ira se convirtiera en fuego. —¿Actuación? ¿Es así como lo llamas? Me mentiste. Tu vida es complicada. Eso es lo que me dijiste. ¿Complicada? —¿Qué estás desenterrando? ¿Anoche o Terravin? —¡Actúas como si hubiera sucedido hace diez años! Tienes una forma tan interesante de expresarte. Tu vida no es complicada. Eres el ardiente príncipe heredero de Dalbreck! ¿Llamas a eso una complicación? Pero seguiste hablando de cultivar melones y cuidar caballos y de cómo tus padres estaban muertos. ¡Sinvergüenza, me dijiste que eras un granjero!. —¡Dijiste que eras una criada de la taberna! —¡Y lo era! ¡Serví mesas y lavé platos!. ¿Alguna vez has cultivado un melón en tu vida?. Sin embargo, acumulaste mentira tras mentira, y nunca se te ocurrió decirme la verdad. —¿Qué elección tuve? ¡Escuché que me llamaste un niño principesco a mis espaldas!. ¡Uno que nunca podrías respetar! Mi boca se abrió. —¿Me espiaste? —me di la vuelta, sacudiendo la cabeza con incredulidad, crucé la habitación y luego volví a mirarlo. —¿Me espiaste?. Tus duplicidades nunca terminan, ¿verdad? Dio un paso intimidante más cerca. —Tal vez si cierta sirvienta de la taberna se hubiera molestado en decirme la verdad primero, ¡no habría sentido que debía ocultar quién era!. Lo emparejé paso enojado, por paso enojado.

—Tal vez si un príncipe importante se hubiera molestado en venir a verme antes de la boda como le había pedido, ¡no estaríamos aquí ahora en absoluto!. —¿Es eso así? Bueno, tal vez si alguien hubiera preguntado con una pizca de diplomacia, en lugar de mandar como una perra real malcriada. ¡Habría ido!. Me estremecí de rabia. —¡Tal vez alguien estaba demasiado asustada de tu ingenio, para elegir correctamente las palabras, a tu real culo pomposo!. Ambos estábamos parados allí, nuestros pechos se agitaban con furia, convirtiéndose en algo que ninguno de nosotros había usado con el otro antes. El hijo, y la hija real de dos reinos, que solo confiaban cautelosamente el uno en el otro. De repente me enfermé con mis palabras. Las odiaba todas y quería recuperarlas. Sentí mi sangre acumularse a mis pies. —Tenía miedo, Rafe —susurré. —Te pedí que vinieras porque nunca tuve tanto miedo en mi vida. Vi cómo su rubor enfadado se desvanecía también. Tragó saliva y suavemente me atrajo a sus brazos, luego con ternura, sus labios rozaron mi frente. —Lo siento, Lia —susurró otra vez. —Lo siento mucho.. No estaba segura de si lamentaba sus palabras de enojo, o que no había acudido a mí hace tantos meses, cuando recibió mi nota. Tal vez ambas. Su pulgar rasgueó las crestas de mi columna. Todo lo que quería era memorizar la sensación de su cuerpo presionado contra el mío y borrar cada palabra que acabábamos de decir. Tomó mi mano y lentamente besó mis nudillos uno a la vez, tal como lo había hecho en Terravin, pero ahora pensé: Este es el Príncipe Jaxon Tyrus Rafferty besándome la mano, y me di cuenta de que no me importaba nada. Él seguía siendo la persona de la que me había enamorado, príncipe heredero o granjero. Él era Rafe, y yo era Lia, y todo lo que éramos para otras personas no nos importaba. No necesitaba enamorarme de él otra vez. Nunca había dejado de estarlo. Deslicé mis manos debajo de su chaleco, sintiendo los músculos de su espalda. —Ellos vendrán —susurré contra su pecho.— Tus soldados vendrán, y saldremos de esto. Juntos, tal como dijiste.

Recordé que había dicho que dos de ellos hablaban el idioma. Me recosté para poder ver su rostro. —¿Hablas Vendan también? —pregunté. —Olvidé averiguarlo anoche. —Solo unas pocas palabras, pero estoy captando otras rápidamente. Fikatande idaro, tabanych, dakachan wrukash. Asenti. —Las palabras selectas, siempre son lo primero. Él se rió entre dientes y su sonrisa transformó su rostro. Me picaron los ojos. Quería que esa sonrisa permaneciera allí para siempre, pero tuve que pasar a detalles más urgentes, y sombríos que necesitaba compartir. Le dije que había cosas que había aprendido, que él y sus hombres necesitarían saber. Nos sentamos uno frente al otro en la mesa que sostenía el lavabo, y le conté todo, de las amenazas del Komizar para mí, después de que todos los demás habían salido de la habitación, de la carga robada por el consejo a Wing Square, a mi conversación con Aster, y mi sospecha de que las patrullas estaban siendo sistemáticamente asesinadas por el ejército de Venda. Estaban escondiendo algo, algo importante. Rafe sacudió la cabeza. —Siempre hemos tenido escaramuzas con bandas de Vendans, pero esto parece diferente. Nunca he visto tropas organizadas como las que encontramos, pero incluso seiscientos soldados armados es algo que cualquiera de nuestros reinos puede anular fácilmente una vez que sepan a qué se enfrentan. —¿Qué pasa si hay más de seiscientos? Se recostó en la silla y se frotó el cabello de la barbilla. —No hemos visto ninguna evidencia de eso, y se necesita cierto nivel de prosperidad para entrenar y apoyar a un gran ejército. Esto era verdad. Apoyar al ejército Morrighese era una pérdida constante del tesoro. Más, a pesar que me alivió pensar que el ejército con el que nos encontramos podía vencerse, aún sentía dudas en mis entrañas. Seguí adelante, contándole sobre el jehendra, del hombre que me puso el talismán alrededor del cuello y las mujeres que me midieron para la ropa.

—Estaban inusualmente atentos, Rafe. Amables, incluso. Era extraño en comparación con todos los demás. Me pregunto si tal vez ellos son... —¿Como tú? —No. Es más que eso —dije, sacudiendo mi cabeza. —Creo que tal vez quisieron ayudarme. ¿Quizás ayudarnos? —me mordí la comisura de los labios. — Rafe, hay algo más que no te he dicho. Se inclinó hacia delante, su mirada fija en mí. Me recordó todas las veces que barrí los porches de la posada en Terravin, y él escuchó con mucha atención lo que decía, no importaba cuán grande o pequeño fuera. —¿Qué es? —preguntó. —Cuando escapé de Civica, robé algo. Estaba enojada, y era mi manera de vengarme de algunos miembros del gabinete, que habían presionado el matrimonio. —¿Joyas?. ¿Oro?. No creo que nadie en Venda vaya a arrestarte por robar algo de su enemigo jurado. —No creo que el valor fuera monetario. Creo que era algo que simplemente no querían que nadie viera, especialmente yo. Robé algunos documentos de la biblioteca del Erudito real. Uno de ellos era un antiguo texto de Venda, Llamado la Canción de Venda. Sacudió la cabeza. —Nunca antes lo había escuchado. —Yo tampoco. Le dije que Venda era la esposa del primer gobernante y que el reino se llamaba así por ella. Le expliqué que ella había contado historias, y cantado canciones desde las paredes del Santuario, a la gente de abajo, pero se decía que se había vuelto loca. Cuando sus palabras se convirtieron en balbuceos, el gobernante la había empujado, pared abajo, a su muerte. —¿Mató a su propia esposa? Parece que eran tan bárbaros como lo son ahora, pero ¿cómo nos importa esto?. Dudé, casi temerosa de decir las palabras en voz alta.

—En mi camino aquí a través del Cam Lanteux, lo traduje. Decía que se levantaría un dragón, uno que se alimentaba de las lágrimas de las madres. Pero también decía que vendría alguien más para desafiarlo. Alguien llamado Jezelia. Su cabeza se movió ligeramente hacia un lado. —¿Qué estás tratando de decir?. —Quizás no sea casualidad que esté aquí. —¿Por un nombre mencionado en una vieja canción, por una mujer loca, muerta hace mucho tiempo? —Es más que eso, Rafe. La vi —espeté. Su expresión cambió casi instantáneamente, de curiosa a cautelosa, como si yo también me hubiera vuelto loca. —Crees que viste una muerta… Lo interrumpí, contándole sobre la mujer que vi en el pasillo, en la repisa, y finalmente en el pasaje. Extendió la mano, sus dedos gentilmente metieron un mechón de cabello detrás de mi oreja. —Lia —dijo, —has pasado por un viaje horrible, y este lugar... —sacudió la cabeza. —Cualquiera podría ver cosas aquí. Nuestras vidas están en peligro cada minuto. Nunca sabemos cuándo vendrá alguien y... —me apretó la mano. —¿El nombre Jezelia podría ser tan común como el aire aquí, y un dragón?. Ese podría ser cualquiera. Puede que incluso haya querido decir un dragón literal. ¿Has pensado en eso? Es solo una historia. Todo reino las tiene. Y es comprensible que creas ver cosas en un pasadizo oscuro. Incluso podría haber sido un sirviente de paso. Gracias a los dioses que no te expuso a los guardias. Pero no estás destinada a ser prisionera en este lugar olvidado de Dios, de eso estoy seguro. —Pero hay algo sucediendo aquí, Rafe. Lo siento. Algo se avecina. Algo que vi en los ojos de una anciana en el Cam Lanteux. Algo que escuché. —¿Estás diciendo que este es tu Don, hablando contigo?. Había un tono extraño en su tono, un toque de escepticismo, y me di cuenta que tal vez él, ni siquiera creía que yo tuviera el Don. Nunca habíamos hablado de eso. Tal vez los rumores en Morrighan sobre mis defectos se habían extendido hasta Dalbreck.

Su duda dolió, pero no podía culparlo. Hablado en voz alta, sonaba ridículo incluso para mí. —No estoy segura —cerré los ojos brevemente, enojada conmigo misma porque no entendía mi propio Don lo suficiente como para darle más respuestas a Rafe. Se puso de pie y me tomó en sus brazos. —Hay algo que se avecina, pero esa es una razón más por la que tenemos que irnos de aquí. Descansé mi cabeza sobre su pecho, queriendo abrazarlo hasta... ¿Crees que él te dirá cuándo en realidad nos vamos?. Mis pensamientos se congelaron ante la burla de Finch. Kaden tampoco me dijo cuándo volvería realmente. No confío en ti, Lia. Y nunca lo hizo, con buenas razones. Este era un juego que detestaba jugar con Kaden. —Me tengo que ir —le dije, alejándome, —antes de que regrese y descubra que me fui —agarré mi capa y corrí hacia la ventana. Rafe trató de detenerme. —Dijiste que se iría todo el día. No podía arriesgarme y no tuve tiempo de explicarlo. Solo estaba subiendo al borde de la ventana, cuando escuché el golpeteo de la llave en la cerradura y la puerta de Rafe se abrió. Me presioné cerca de la pared exterior, pero En lugar de huir, me quedé, tratando de escuchar quién era. Escuché la voz de Calantha, mucho más complaciente en su tono con él, que conmigo. Y luego escuché a Rafe felicitándola por su vestido, transformándose en un solo suspiro de príncipe, a Emisario solícito.

Capítulo 18 Kaden Me abrí paso entre las tropas, que estaban tranquilas riéndose al final de Corpse Call, felices de ser relevadas de las tareas del mediodía. Algunos de los soldados me llamaron y me dieron la bienvenida a casa. A la mayoría de ellos no los conocía, porque me había ido más, de lo que estaba aquí, pero todos me conocían. Todos querían saber, o conocer, al Asesino. —Escuché que trajiste un premio a casa —dijo uno. La generosidad de la guerra. Recordé haber llamado a Lia el premio del Komizar, cuando Eben intentó cortarle el cuello. Lo dije sin pensar, porque era verdad. Toda la recompensa pertenecía al Komizar para distribuir o usar por el mayor beneficio para Venda. No era mi lugar interrogarlo cuando dijo: Decidiré la mejor manera de usarla. Sin duda, no era solo yo quien le debía una gran deuda, sino toda Venda. Nos dio a todos algo, que no habíamos tenido antes de él. Esperanza. Seguí caminando, asintiendo; Estos eran mis camaradas después de todo. Teníamos una causa común, una hermandad. Lealtad por encima de todo. Algunos de los hombres con los que me crucé, habían sufrido mucho de una forma u otra, algunos incluso más que yo, aunque llevaba la prueba cicatrizada en el pecho y la espalda. Algunos comentarios groseros de soldados podía ignorarlos. Mira aquí. Otra llamada de algún lugar de la multitud. El asesino. Sin duda débil por luchar con su pequeña paloma por todo el Cam Lanteux. Me detuve y contemplé a un grupo de tres soldados, aún con una sonrisa en sus caras. Los miré hasta que sus pies se movieron, y sus sonrisas se desvanecieron.

—Tres de sus camaradas están a punto de morir. Ahora no es momento de reír por los prisioneros. Se miraron el uno al otro, sus rostros pálidos, luego se fundieron con la multitud detrás de ellos. Me alejé, mis botas rechinando en el suelo húmedo. El Corpse Call era una loma al final del barrio de Tomack. Los campos de entrenamiento se extendían en un valle bajo, más allá, escondidos por la espesura de los bosques. Hace once años, cuando el Komizar llegó al poder, no había soldados preparados, ni campos de entrenamiento, ni silos para almacenar los diezmos de grano, ni armerías para forjar armas, ni establos de cría. Solo había guerreros que aprendían su oficio de un padre, si tenían uno, y si no lo tenían, la pasión bruta los guiaba. Solo los herreros del barrio local hacían espadas y hachas, para las pocas familias que podían pagarlas. El Komizar había hecho lo que nadie antes había hecho: Obligar a los Gobernadores a dar diezmos más grandes, quienes a su vez cobraban mayores diezmos a los señores de los barrios en sus propias provincias. Si bien Venda era pobre en campos y juegos, era rica en hambre. Golpeó su poderoso mensaje como un tambor de guerra, calculando los días, meses y años hasta que Venda fuera más fuerte que el enemigo. Lo suficientemente fuerte como para que cada barriga estuviese llena, y nada, especialmente tres soldados cobardes, que habían traicionado su juramento, y huyeron de su deber, se les permitiera socavar por lo que todos los Vendans habían trabajado, y sacrificado. Recorrí el corto sendero que conducía a la cima de la colina, de ida y vuelta hasta llegar a los Chievdars que me esperaban. Asintieron a un centinela, que tocó la bocina de carnero, tres largos balidos que se oyeron en el aire húmedo. Las tropas de abajo se callaron. Escuché los sollozos de un prisionero. Los tres estaban de rodillas en los bloques de madera delante de ellos, sus manos atadas detrás, capuchas negras cubriendo sus cabezas como si fueran demasiado repulsivas, para mirarlas por mucho tiempo. Estaban alineados en la cima de la colina, a la vista de todos los que observaban desde abajo. Un verdugo estaba de pie cerca de cada uno, y las hachas curvas y pulidas, apretadas en sus manos, brillaban al sol. —Quiten sus capuchas —ordené.

El prisionero sollozante, gritó cuando le quitaron la capucha. Los otros dos parpadearon como si no entendieran por qué estaban allí. Sus expresiones se torcieron con confusión. Asegúrate que sufran. Los miré fijamente. Sus narices no se ajustaban del todo a sus rostros y sus delgados y temblorosos pechos, aún no se habían ensanchado. —¿Seguimos? —preguntó el Chievdar más cercano. Era mi trabajo como la Fortaleza, hacer avanzar la ejecución. Me acerqué y me paré frente a ellos. Levantaron la barbilla, lo suficientemente sabios como para tener miedo, más sabios aún, para no pedir piedad. —Se le acusa de desertar, de abandonar su deber, sus postas, y traicionar su juramento de proteger a sus camaradas. Los cinco que dejaron atrás murieron. Les pregunto a cada uno de ustedes, ¿cometieron estos crímenes? El que había sollozado, estalló en angustiados lamentos. Los otros dos asintieron, con la boca entreabierta. Ninguno de los tres tenía más de quince años. —Sí —cada uno dijo obedientemente, incluso a través de su terror. Me volví hacia los soldados de abajo. —¿Qué dicen ustedes, camaradas?. ¿Sí o no?. Un estruendo unánime tan espeso como la noche rodó en el aire. El peso de la sola palabra presionó mis hombros, pesado y final. Ninguno de estos tres había visto una navaja en su rostro. —Sí. Todos los hombres que esperaban abajo necesitaban creer que sus camaradas estarían allí para él, que ningún miedo o impulso lo disuadiría de cumplir con su deber. Uno de los cinco que murieron pudo haber sido su hermano, su padre, su amigo. Era en este punto que el Komizar, o la Fortaleza, podría haber cortado una línea, no demasiado profunda, en la garganta de ellos. Lo suficiente para ahogarse con su propia sangre, extraer su miseria y hacer que los otros prisioneros se estremecieran de miedo, lo suficientemente profunda como para registrarla en la memoria de todos los testigos a continuación. Los traidores no reciben piedad.

El Chievdar sacó su cuchillo y me lo ofreció. Miré el cuchillo, miré a los soldados de abajo. Si no habían visto suficiente miseria hasta ahora, tendrían que encontrarla en otro lado. Me volví hacia los soldados condenados. —Que los dioses les muestren misericordia. Y con un simple asentimiento, antes de que el Chievdar pudiera protestar por el final rápido, las cuchillas cayeron y sus sollozos cesaron.

Capítulo 19 El pasillo estaba oscuro, y la linterna que había sacado de un gancho apenas iluminaba mi camino. No podía volver por donde había venido. Cada turno había sido obstruido por Gobernadores o centinelas, y tuve que hacer giros rápidos e inesperados para evitarlos, deslizándome por estrechas escaleras, lanzándome por caminos que eran poco más que túneles. Ahora deambulaba por esta sala achaparrada que mostraba pocas promesas de llevar a cualquier parte. Estaba vacía y sombría, y parecía estar en desuso. Las paredes se cerraban a medida que avanzaba, y el aire era rancio. Podía saborear su edad en mi lengua. Contemplé regresar, pero finalmente llegué a un portal y más escaleras que bajaban. Se sentía como si ya estuviera en el vientre de una criatura fallecida. Lo último que quería hacer era aventurarme más profundamente en sus entrañas, pero de todos modos bajé. Me preocupaba que Kaden volviera antes del anochecer y no quería que supiera de mis andanzas. Seguramente sellaría la trampilla. Los escalones de piedra se curvaron, conduciéndome a más oscuridad, algo a lo que me estaba acostumbrando en esta ciudad infernal, y de repente escuché un retumbar y la escalera debajo de mí cedió. Me caí, derrumbándome en la oscuridad, perdiendo la linterna, la capa envolviéndome, mis manos raspando paredes, escaleras, cualquier cosa para tratar de detener la caída. Finalmente aterricé con un glorioso golpe duro en el piso. Me quedé allí, momentáneamente aturdida, preguntándome si me había roto algo. Una ráfaga fría de aire subió desde abajo, llevando los aromas de humo y aceite. Una tenue luz reveló una inmensa raíz que se arrastraba por la pared a mi lado como una criatura de pies pesados. Sobre mí, colgaban finos zarcillos de otras raíces debajo, como serpientes deslizantes.

Si no fuera por la luz y el aroma del aceite de la linterna, habría estado segura que había caído en el jardín infernal de un demonio. Me senté, la capa todavía se enroscaba alrededor de mis hombros y mi pecho, luego me froté la rodilla, que no había tenido el beneficio del acolchado. Había una rotura sangrienta en los pantalones. Pieza por pieza, estaba destrozando la ropa de Kaden. ¿Cómo podría explicarlo? Me puse de pie, liberando la capa y algo duro golpeó mi pierna. Había algo rígido cosido en el dobladillo. Lo abrí y una fina capa de cuero cayó en mi mano. Un pequeño cuchillo estaba metido en él. ¡Natiya! Tenía que ser. Dihara nunca se arriesgaría tanto. Tampoco Reena. Pero recordé el mentón desafiante de Natiya cuando me trajo la capa. Estaba cuidadosamente enrollado, con una cuerda alrededor para asegurarlo. Kaden se lo había quitado, diciendo que no tendría que ir en mi saco de dormir. Le di la vuelta al cuchillo en mis manos. Era más pequeño que mi propia daga, una hoja de tres pulgadas como máximo, y delgado. Perfecto para las pequeñas manos de Natiya, y perfecto para esconderlo. No podría hacer mucho daño si se lanzara, pero a corta distancia sería lo suficientemente letal. Sacudí la cabeza, agradecida por su astucia, imaginándome cuán nerviosa y rápidamente habría tenido que trabajar para coserlo en el dobladillo sin que nadie más lo supiera. Me lo puse en la bota y continué cautelosamente por la escalera de caracol. Luego, como un regalo, con unos pocos pasos más, las escaleras terminaron y una suave luz dorada se apresuró a recibirme. Salí a una habitación y contuve un jadeo. Era una vasta caverna de piedra blanca, brillando con la cálida luz mantecosa de las linternas. Docenas de columnas se levantaban, brotando en arcos a través del gran paso. Las raíces gigantes, como la que vi en la escalera habían perforado a través del techo y serpenteaban abajo a lo largo de pilares y paredes. Pequeñas enredaderas colgaban entre ellas: Toda la habitación parecía misteriosamente viva, las raíces, como serpientes amarillas cremosas. El piso era en parte mármol pulido, en parte piedra tosca y, en algunos lugares, escombros apilados. Las sombras parpadeaban entre los arcos, y en la distancia, vi figuras vestidas con túnicas, que se alejaban. Traté de mirarlos, pero rápidamente desaparecieron en la oscuridad. ¿Quiénes eran y qué estaban haciendo aquí abajo?. Me abracé en

la capa y me lancé, escondiéndome detrás de un pilar. Escaneé la caverna. ¿Qué era este lugar?. Tenían elaborados templos, construidos muy por debajo del suelo. Una ruina. Estaba en una ruina excavada por los Antiguos. Tres figuras vestidas con túnicas, pasaron justo al otro lado del pilar, y yo me presioné más cerca de la piedra, conteniendo la respiración. Escuché sus pies revoloteando en el piso pulido, una extraña suavidad en sus pasos. El sonido de la reverencia y la moderación. Salí a la luz, olvidando la precaución, y observé el balanceo de sus simples túnicas marrones cuando partieron. —¡Alto! —grité, mi voz resonando a través de la caverna. Los tres se detuvieron y se volvieron. No sacaron armas, o tal vez simplemente no podían porque sus brazos estaban llenos de libros. Sus rasgos estaban ocultos en las sombras de sus capuchas, y no hablaron. Simplemente me miraron, esperando. Me acerqué a ellos, manteniendo mis pasos firmes y seguros. —Me gustaría ver con quién hablo —dije. —Como nos gustaría a nosotros —respondió el del medio. Mi pecho se apretó fuertemente. Habló en perfecto Vendan, pero incluso en esas pocas palabras, escuché la diferencia, la forma en que formó sus palabras, el aire erudito. La extrañeza. Él no era Vendan. Mantuve el mentón bajo para mantener mi rostro a la sombra de mi capucha. —Solo soy un visitante del Komizar, y he perdido mi camino. Uno de ellos resopló. —En efecto. —No es de extrañar que mantengas la cara cubierta —dijo otro, y se echó hacia atrás la capucha. Su cabello se arremolinaba en intrincadas trenzas sobre su cabeza, y una línea profunda se cortaba entre sus cejas. —¿Es este un calabozo de algún tipo? —pregunté. —¿Están prisioneros aquí abajo? Se rieron de mi ignorancia, pero me dieron información que pesqué. —Somos proveedores de conocimiento ampliamente recompensados, y el instinto de esta bestia tiene mucho para mantenernos ocupados. Ahora sigue tu camino. Señaló detrás de mí y me dijo que subiera la segunda escalera.

¿Hombres eruditos en Venda?. Los miré, mis pensamientos seguían corriendo, con quién y por qué. —¡Vete! —dijo, como si estuviera espantando a un gato de una sola oreja. Me di la vuelta y me alejé rápidamente, y cuando supe que ya no podían verme, me agaché detrás de un pilar y me eché hacia atrás, las preguntas golpeándome con fuerza la cabeza. ¿Proveedores de qué conocimiento?. Escuché pasos y me congelé. Más de ellos pasaron, un grupo de cinco esta vez, murmurando sobre la comida del mediodía. La tripa de esta bestia tiene mucho para mantenernos ocupados. Todo un ejército de ellos rondaba por estas cavernas. Un escalofrío me recorrió el cuello. Todo sobre ellos estaba fuera de lugar aquí. ¿Por qué estaban siendo ampliamente recompensados?. Salí corriendo y encontré la segunda escalera, dando dos pasos a la vez, el hedor dulce y ahumado de la caverna, de repente me revolvió el estómago.

Capítulo 20 Me senté en la pared mirando las delgadas nubes grises, extrañas para mí, como todo lo demás en esta ciudad oscura. Rayaron los cielos como garras gigantes dibujadas sobre la carne, y el rosa del crepúsculo sangraba entre ellas. Los guardias debajo de mí, ya se habían acostumbrado, a donde estaba sentada en la pared. No había podido volver a la trampilla en el armario de la cámara, y tuve que arriesgarme a volver a entrar por la ventana ya que la puerta estaba cerrada. Casi había llegado a la cornisa cuando los guardias me vieron. Inmediatamente me senté en la pared, haciendo que pareciera que era mi destino y que acababa de salir por mi ventana. Sus gritos no me habían disuadido, y una vez que se aseguraron que escapar no era parte de mi plan, toleraron mi tambaleante lugar de refugio. En verdad, no quería volver a entrar. Me dije que necesitaba aire para limpiar el humo y el azufre de mis fosas nasales. Parecía aferrarse a cada poro de mi cuerpo, enfermizo y picante. Había algo en los hombres extraños en las cavernas, que me dejaba mareada y débil. Recordé a Walther diciendo que yo era la más fuerte de nosotros. No me sentía fuerte, y si lo era, ya no quería seguir siéndolo. Yo quería irme. Ya había sido suficiente. Yo quería a Terravin. Quería Pauline y Berdi y estofado de pescado. Quería cualquier cosa menos esto. Quería recuperar mis sueños. Quería que Rafe fuera un granjero y que Walther estuviera... Mi pecho dio un salto, y me atraganté con lo que estaba tratando de soltar. Algo se avecina. Y ahora, con estos extraños hombres eruditos en la caverna, estaba segura. Sentí las piezas sueltas flotando fuera de mi alcance: la Canción de Venda. El Canciller y el Erudito real escondiendo libros, y enviando a un cazarrecompensas a matarme sin el beneficio de un juicio. Y luego estaba la kavah en mi hombro que se negaba a desvanecerse.

Algo se había estado agitando, mucho antes que corriera el día de mi boda. Recordé el viento ese día que me preparé para la boda. Ráfagas frías golpeando contra la ciudadela, susurrando advertencias en los pasillos con corrientes de aire. Estaba en el aire incluso entonces. Las verdades del mundo deseaban ser conocidas. Pero fue mucho más de lo que había creído. El antes y después de mi vida, se dividieron en dos ese día, en formas que nunca podía haber imaginado. Me dolía la cabeza con preguntas. Cerré los ojos, buscando el Don que acababa de recibir. La sensación cuando crucé el Cam Lanteux. Dihara me había advertido que los Dones que no habían sido alimentados, se marchitaban y morían, pero era difícil alimentar algo aquí. Aun así, mantuve los ojos cerrados y busqué ese lugar de conocimiento. Forcé mis manos a relajarse en mis costados, forcé la tensión de mis hombros, me concentré en la luz detrás de mis párpados y escuché a Dihara nuevamente. Es el lenguaje del saber, niña. Confía en la fuerza dentro de ti. Me sentí a la deriva hacia algo familiar, escuché el roce de la hierba en el prado, el gorgoteo de un río, percibí el aroma del trébol en una pradera, sentí que el viento levantaba mi cabello, y luego escuché una canción, tranquila y distante, tan delicada como una brisa de medianoche. Una voz que necesitaba desesperadamente escuchar. Pauline. Escuché a Pauline decir los recuerdos. Levanté mi voz con la de ella y canté las palabras del Texto Sagrado de la niña Morrighan, mientras cruzaba el desierto. Otro paso, hermanas mías. Mis hermanos, Mi amor. El camino es largo, pero nos tenemos el uno al otro. Otra milla, Otro mañana, El camino es cruel, pero somos fuertes. Presioné dos dedos contra mis labios, los sostuve allí para hacer que el momento se extendiera tanto como el universo, y los alcé al cielo.

—Y así será —dije suavemente, —Para siempre. Cuando abrí los ojos, vi un pequeño grupo reunido debajo de mí, escuchando. Dos de ellas eran chicas solo un poco más jóvenes que yo, y buscaron en el cielo donde había liberado mis oraciones, sus expresiones serias. Alcé la vista nuevamente, escaneando los cielos, y me pregunté si mis palabras ya se habían perdido entre las estrellas.

Capítulo 21 Pauline Tres días y dos notas después, Gwyneth aún no había recibido una respuesta del Canciller. Ella me había convencido de que, aunque no me gustara, ni confiara en el Canciller, o en el Erudito real, después de su tratamiento para con Lia, eso también los hacía los perfectos para que Gwyneth los buscara. Serían los más propensos a tener secretos sobre ella y, lo que era más importante, estarían interesados en obtener información sobre ella. Eran los jugadores desconocidos de los que teníamos que preocuparnos, y en el momento actual, eso incluía a casi todos. —¿Qué diferencia hace, en quién podemos confiar o no, además del Rey? — Porque alguien intentó cortarle el cuello a Lia, cuando estaba en Terravin. Me senté allí incrédula cuando Gwyneth me lo dijo. Lia había explicado la herida en su garganta como un tropiezo por las escaleras, mientras ella llevaba una carga de leña. Me entristeció lo mucho que me había protegido Lia, durante esos días, justo después de la muerte de Mikael. Estaba tan envuelta en mi propia miseria, que no había estado allí para ella. Esto arrojó una nueva luz. Siempre traían a los traidores a juicio, y ciertamente la hija del rey, sobre todo, recibiría esa pequeña cantidad de justicia. Alguien la quería muerta sin el beneficio de una audiencia judicial. Miré a toda la corte y el gabinete, ahora con nuevos ojos. La tercera nota de Gwyneth al Canciller, enviada temprano esta mañana, fue respondida de inmediato, con un acuerdo para reunirse a media tarde. En esta nota, ella dijo que tenía noticias de la Princesa Arabella.

Me senté en un rincón oscuro del pub donde nadie me notaría, aunque a esta hora, el pub estaba vacío, excepto por dos clientes al otro lado de la habitación. La capucha ensombrecía mi rostro, y hasta el último mechón de mi cabello rubio estaba cuidadosamente escondido. Me senté frente a la puerta y sorbí lentamente una taza de caldo caliente. Gwyneth se sentó en una mesa bien iluminada en el centro de la habitación. Solo debía revelarme si ella me daba una señal, y teníamos que recurrir a nuestro segundo plan: Enfrentarme al Canciller. Estaba segura de que ella no señalaría. Estaba consternada de que yo hubiera venido, pero no lo habría hecho de otra manera. Ella me acusó de no confiar en ella, y tal vez la revelación de que había sido espía alguna vez, me detuvo, pero sobre todo tenía miedo de dejar pasar un solo momento en que pudiera ayudar a Lia. Vino solo, sin séquito, ni guardia para escoltarlo. Observé que él se acercó por la ventana del pub y asintió con la cabeza a Gwyneth. Parecía no estar ni un poco nerviosa, pero estaba llegando a comprender, que Gwyneth era, en muchos sentidos como Lia. Ella ocultaba sus miedos debajo de una chapa de acero practicada, pero sus miedos estaban allí, tan seguros e inestables, como mis manos temblorosas en mi regazo. Cruzó la habitación y se sentó frente a Gwyneth. Su capa era simple, y no llevaba nada de la joyería habitual en sus dedos. Por una vez, no quería que lo notaran. Se acomodó en su silla y la miró sin decir una palabra. Ella hizo lo mismo. Tenía una visión clara de los dos. El silencio fue largo e incómodo, y contuve el aliento esperando que uno de ellos hablara, pero ninguno parecía inquieto por el silencio. Finalmente, el Canciller habló en un tono extrañamente familiar, haciendo que mi piel se erizara. —Te ves bien —dijo. —Lo estoy. —¿Y el niño? Los labios de Gwyneth se tensaron en línea recta. —Muerto —respondió ella. Él asintió y se recostó en su silla, exhalando un largo suspiro, como aliviado. —Igual de bien.

Su frescura se volvió gélida, y una sola ceja se arqueó hacia arriba. —Sí. Fue lo mejor. —Han pasado años —dijo. —¿De repente tienes información de nuevo? —Necesito fondos. —Veamos si tu información vale algo. —La Princesa Arabella ha sido secuestrada. Él rió. —Tendrás que hacerlo mejor que eso. Mis fuentes dicen que está muerta. Ella se encontró con un desafortunado accidente. La taza se deslizó en mi mano y el caldo se derramó sobre la mesa. Gwyneth levantó los ojos para ignorarme. —Entonces tus fuentes están equivocadas —dijo. —Fue tomada prisionera por un asesino de Venda. Dijo que la llevaría a su reino, con qué propósito, no lo sé. —Todos saben que Venda no toma prisioneros. Te estás resbalando, Gwyneth. Creo que hemos terminado aquí —se apartó de la mesa y se levantó para irse. —Se esto de primera mano, por su asistente, Pauline —Gwyneth rápidamente añadío. —Ella fue testigo del secuestro. El Canciller se detuvo a medio paso. —¿Pauline? —se sentó de nuevo. —¿Dónde está ella? Tragué saliva, bajando la cabeza. —Está escondida —dijo Gwyneth, —en algún lugar del norte del país. Era un ratoncito asustado, pero me dio hasta su última moneda para que viniera aquí, y suplicara ayuda para la Princesa Arabella. Ella me dijo que fuera al Viceregente, pero en vez de eso, acudí a ti, ya que tenemos un historial. Pensé que podría obtener una recompensa más favorable de ti. Pauline prometió que obtendría una amplia recompensa por mis dificultades. Estoy segura que el Rey y la Reina quieren desesperadamente a la princesa de vuelta, independientemente de su indiscreción.

Él la miró fijamente, la misma expresión severa que lo vi usar deambulando por la ciudadela, pero ahora se intensificó, como si estuviera calculando la veracidad de cada palabra que Gwyneth pronunciaba. Finalmente metió la mano dentro de su capa y arrojó una pequeña bolsa sobre la mesa. —Hablaré con el Rey, y la Reina. No se lo menciones a nadie más. Gwyneth extendió la mano y tomó la bolsa en la mano como si la pesara, luego sonrió. —Tienes mi silencio. —Es bueno trabajar contigo otra vez, Gwyneth. ¿Dónde dijiste que te estabas quedando?. —No lo dije. Se inclinó hacia delante. —Solo pregunto porque podría ayudarte con comodidades más confortables. Como antes. —Muy generoso de tu parte. Déjame saber lo que el rey y la reina tienen que decir, y luego discutiremos mis comodidades. Ella sonrió, agitó las pestañas, inclinó la cabeza como yo la había visto hacer con innumerables clientes de la taberna y luego, cuando él se fue, se recostó y un brillo ceroso de sudor iluminó su rostro. Levantó la mano y se limpió los mechones de cabello húmedo de la frente. Camine hacia ella. —¿Estás bien? Ella asintió, pero claramente estaba conmocionada. Desde el momento en que mencionó al niño, había visto todo acerca de Gwyneth cada vez más claro. —¿Tuviste un bebé con el Canciller? —le pregunté. La furia barrió sus ojos. —Nació muerto —dijo bruscamente. —Pero, Gwyneth… —¡Muerto, dije!. Déjalo, Pauline.

Podía decir y fingir lo que quisiera, pero aún sabía la verdad. Desconfiaba tanto del Canciller que ni siquiera le contaría sobre su propio hijo. *** Un paquete llegó a la posada al día siguiente. No estaba dirigido al servicio de mensajería, sino directamente a Gwyneth en la posada. Contenía una bolsa de monedas más grande que la del día anterior y una nota. He preguntado a las partes que mencionaste, y no tienen interés en continuar con el asunto. Ambos consideran mejor dejarlo como está, con el recordatorio de que la ciudad todavía está de luto por la princesa Greta, y sus preocupaciones recaen ahora en el príncipe heredero Walther, cuya compañía de hombres ha desaparecido. Esto es para tus problemas y tu discreción. ¿El rey y la reina le habían dado la espalda a su hija?. ¿Mejor dejarlo como está?. ¿Ser torturada y asesinada a manos de los bárbaros? Sacudí la cabeza con incredulidad. No podía creer que abandonaran a su propia hija, pero entonces la palabra Luto, me golpeó. Me senté en la cama, se me agotaron las fuerzas y la culpa me abrumaba. El luto lo entendí. En mi preocupación por Lia, casi me había olvidado de Greta, y la tragedia que puso a Lia en el camino de regreso a Civica, en primer lugar. La inquietante expresión de Walther apareció de nuevo frente a mí, y la forma en que se veía mientras se acurrucaba en el barro detrás de la casa de hielo. El horror en sus ojos. No había parecido en absoluto el hermano de Lia, sino una concha del hombre que había sido. Al menos no había visto matar a Mikael justo delante de mis ojos. Lia solo me había dicho que murió valientemente en la batalla. Ahora me preguntaba si un bárbaro sin alma como Kaden también había disparado una flecha a su garganta. Acuné mi estómago, sintiendo el dolor otra vez. —Tenemos que irnos —dijo Gwyneth. —Inmediatamente. —No —discutí. —No me iré solo porque... —No de Civica. De esta posada, de esta aldea. El Canciller descubrió dónde me estoy quedando. Debe haber sobornado al mensajero. Ahora esperará que esté en

camino, o me hará una visita para recibir otros favores. Y no pasaría mucho tiempo antes de que él te descubriera. No discutí. Escuché su voz cuando preguntó: ¿Dónde está ella?. No había preguntado por mi bienestar.

Porqué cuando el Dragón ataca, Es sin piedad. Y sus dientes se hunden. Con hambriento deleite. —Canción de Venda.

Capítulo 22 Detrás de mí, Aster, Yvet y Zekiah, presentaron la ropa pieza por pieza. Me dijeron que no mirara hasta que estuvieran listos. Fue fácil para mí no mirar porque mi mente todavía estaba ocupada en otra parte. No podía sacudir la pesadez en el pecho. Parecía que todos y todo lo que encontré estaba mezclado con engaño, desde Rafe y Kaden, hasta el Canciller y el Erudito real, incluso mi propia madre, y en el Santuario había hombres extraños escondidos en las cavernas que claramente no pertenecían aquí. ¿Era algo lo que parecía ser?. Miré por la ventana, observando los pájaros volar a sus nidos, para posarse. La armadura de piedra escamosa de un monstruo se detuvo, y su espalda irregular se recortó contra un horizonte oscuro. La tristeza de la noche cayó sobre una ya sombría ciudad. Hubo un tirón en mis pantalones, e Yvet me dijo que fuera a mirar. Me sequé los ojos y me di vuelta. Yvet se alejó corriendo para ponerse entre Aster y Zekiah, los tres con la espalda recta, como soldados orgullosos. —¿Qué pasa, Miz? Tus mejillas son como manchas rojas. Sus rostros me detuvieron, inocencia y expectativa, manchas y migas de pan, hambre y esperanza. Al menos había encontrado algo real y verdadero en esta ciudad. —¿Miz? Me pellizqué las mejillas y sonreí. —Estoy bien, Aster. Ella levantó las cejas y miró hacia la cama. Mi mirada saltó de la cama, al barril, al baúl, a la silla. Sacudí mi cabeza. —Esto no es lo que compré hoy.

—¡Claro que lo es! Mira allí mismo en la silla. Camisas y pantalones para montar, tal como pediste. —¿Qué hay de todo lo demás? Es demasiado. Las pocas monedas que di... Aster y Zekiah me agarraron de las manos y me arrastraron por la habitación hasta la cama. —Effiera, Maizel, Ursula y un grupo de las otras, trabajaron todo el día para tenerlos listos para ti. Un aleteo atravesó mi pecho, y me agaché para tocar uno de los vestidos. No eran lujosos, y no estaban hecho de telas finas, sino todo lo contrario. Estaban cosidos con retazos, trozos de pieles suaves, teñidas en los verdes apagados, rojos y marrones profundos del bosque, tiras de pelo, bordes irregulares colgando sueltos, algunos hasta el suelo. Tragué. Eran decididamente Vendan, pero también eran otra cosa. Aster rio. —A ella le gustan —dijo a los demás. Asentí, todavía confundida. —Sí, Aster —susurré. —Mucho. Me arrodillé para estar a la altura de Yvet y Zekiah. —¿Pero.. Por qué? Los ojos pálidos de Yvet eran amplios y llorosos. —A Effiera le gustó tu nombre. Dijo que cualquiera con un nombre tan bonito como ese, merecía ropa bonita. Aster y Zekiah lanzaron una mirada preocupada sobre la cabeza de Yvet. Estreché mis ojos, uno, luego el otro. —¿Y? —El viejo Elder Haragru tuvo un sueño hace mucho tiempo cuando todavía tenía un diente aquí —Aster dijo, tirando de su diente frontal. —Y no ha dejado de mencionarlo desde entonces. No tiene mucha razón en la cabeza, con todos sus años acumulados, pero Effiera dice que describió a alguien como tú, que vendría de muy lejos. Alguien que debería llevar puesto... Zekiah reaccionó, metió la mano detrás de Yvet y apretó a Aster, que echó los hombros hacia atrás y se contuvo.

—Es solo una historia —dijo. —Pero al viejo Elder Haragru le gusta contarla una y otra vez. Ya sabes. Aster meneó su cabeza y puso los ojos en blanco... Me puse de pie y me mordí el labio inferior. —No tengo forma de pagarle a Effiera por toda esta ropa. Tendré que enviarlos de vuelta contigo... —Oh no. No, no, no. Estos no pueden regresar —dijo Aster, —trabajaron hasta el cansancio. Effiera dijo que eran un regalo. Eso es todo. No le debes nada más que un beso al viento. Y ella estaría muy lastimada si no te gustaran. Dolorida. Todas trabajaron de verdad... —Aster, detente. No es la ropa. Son hermosos. Pero... —miré sus caras cayendo en picado de la euforia a la decepción, e imaginé las caras de Effiera y las otras costureras haciendo lo mismo, si las rechazaba. Levanté mis manos en señal de rendición. —No te preocupes. La ropa se quedará. Sus sonrisas volvieron. Miré la exhibición que cubría cada superficie libre en la habitación. Una por una levanté las prendas, pasé los dedos por la tela y el pelaje, la cadena y el cinturón, la puntada y el dobladillo. No solo eran hermosas, se sentían bien, y ni siquiera estaba segura de por qué. Volví a la primera que había visto, cosida de retazos de cuero. Tenía una manga larga y el otro hombro y brazo quedaron desnudos. —Usaré este esta noche —dije. *** Aster e Yvet me ayudaron a vestirme. Zekiah se dio la vuelta tímidamente, y jugueteó con las espadas de madera de Kaden en la esquina. Yvet revolvió las delgadas tiras, arrastrando el pelaje con sus pequeñas manos, mientras unudaba mi único hueso, alrededor del cuello. Aster estaba atando la espalda cuando la cerradura se sacudió. Todos nos sobresaltamos, esperando. La puerta se abrió y Calantha entró. La espada en la mano de Zekiah cayó al suelo, y el se apresuró al lado de Aster. El único ojo de Calantha se deslizó sobre mí, desde el hombro hasta el piso. Ella miró a los niños, a continuación. —Váyanse —dijo en voz baja.

Pasaron junto a ella y cerraron la pesada puerta detrás de ellas. Ella explicó que Kaden la había enviado para que me llevara a Sanctum Hall, se acercó, sus manos en las caderas, escudriñando mi atuendo. Levanté la barbilla, llevando con orgullo el vestido que Effiera me había hecho. Se ajustaba perfectamente, pero Calantha lo miró con aire desdeñoso. —El Komizar no estará contento con esto —la indirecta de una sonrisa iluminó su cara. —¿Y eso te agrada?. ¿Te gustaría ver inflamado su odio por mí? —se acercó y tocó el vestido, frotando el cuero suave entre sus dedos. —¿Sabes lo que llevas puesto, princesa? El aleteo regresó a mi pecho. —Un vestido —dije con incertidumbre. —Un vestido bellamente elaborado, incluso si está hecho de retales. —Es el vestido del clan más antiguo de Venda. Miró mi hombro expuesto. —Con algunas modificaciones. Es un gran honor recibir el vestido de muchas manos y hogares —miró alrededor de la habitación a las otras ropas. —Has sido bienvenida por el clan de Meurasi. Eso seguramente provocará la ira de muchos en el Consejo —ella suspiró, la sonrisa apareció en sus ojos nuevamente, y me dio una última mirada larga. —Sí, de muchos —reflexionó, y señaló la puerta. —¿Lista?

Capítulo 23 Rafe —Ponte las botas, Emisario. El Komizar dice que tengo que alimentarte. Los dos, solos en mi habitación por fin, y mis manos estando libres. Era la oportunidad con la que había soñado todas las noches mientras cruzaba el Cam Lanteux. Lo miré sin moverme. Podría estar sobre él, incluso antes de que tuviera la oportunidad de sacar el arma a su lado. Kaden sonrió. —Asumiendo que incluso pudieras desarmarme, ¿valdría la pena?. Piensa cuidadosamente. Soy todo lo que se interpone entre Lia y Malich, y cien más como él. No olvides dónde estás. —Parece que tienes poco respeto por tus compatriotas —me encogí de hombros. —Pues entonces, yo también. Se acercó más. —Malich es un buen soldado, pero tiende a guardar rencor cuando alguien saca lo peor de él. Especialmente alguien de la mitad de su tamaño. Entonces, si te importa... Agarré mis botas y me senté. —No tengo ningún interés en la chica. Una bocanada de aire sacudió su pecho. —Claro que no. Se acercó a la mesa y recogió la copa de la que Lia había bebido antes. Pasó el pulgar por el borde manchado, me miró y luego volvió a colocarlo.

—Si no tienes interés, entonces no tenemos un puntaje que liquidar, ¿verdad?. Solo estás aquí ocupándote de los asuntos de tu príncipe. Tiré de los cordones de cuero de mi bota. Era difícil creer que habíamos compartido el mismo granero durante la mitad del verano. Entonces no sabía cómo habíamos logrado no matarnos, porque siempre había habido tensión entre nosotros, incluso desde nuestro primer apretón de manos en la bomba de agua. Sigue tu instinto. Sven siempre me decía. Cómo deseaba haberlo hecho. En lugar de interrumpir un baile, debería haber cortado su... —Chimentra. Es una palabra que le puede resultar útil —dijo. —No hay nada igual en los idiomas Morrighese o Dalbretch. Sus idiomas son esencialmente los mismos, un reino surgió del otro. Nuestro reino tuvo que luchar por todo lo que tenemos, a veces incluso por nuestras palabras. Proviene de Lady Venda y una historia que contó de una criatura con dos bocas pero sin orejas. Una boca no puede escuchar lo que dice la otra, y pronto se estrangula en el rastro de sus propias mentiras. —Otra palabra para mentiroso. Puedo ver por qué necesitan una palabra así. No todos los reinos lo hacen. Se acercó y miró por la ventana, sin miedo a darme la espalda, pero su mano nunca estuvo lejos de la daga a su lado. Examinó la estrecha ventana como si juzgara su ancho, luego se volvió hacia mí. —Todavía me parece interesante que el mensaje urgente del príncipe para Venda, vino inmediatamente después de la llegada de Lia aquí. Casi como si nos estuvieras siguiendo. Interesante también que viniste solo y no con todo un séquito. ¿No es así como los cortesanos suaves, suelen viajar?. —No cuando no queremos que toda la corte conozca negocios cautelosos. El príncipe ya está armando un nuevo gabinete para reemplazar el de su padre, pero si obtienen de antemano el menor indicio de sus planes, lo anularán. Incluso, ni los príncipes tienen tanto poder. Al menos hasta que se conviertan en reyes. Se encogió de hombros como si no estuviera impresionado con los príncipes o los reyes. Me puse la otra bota y me paré. Indicó con el movimiento de su mano que debía salir primero. Mientras caminábamos por el pasillo, él preguntó:

—¿Encuentras el alojamiento a tu gusto?. La habitación era básicamente un gabinete amueblado con una cama de gran tamaño, un colchón de plumas, dosel de malla, alfombras, tapices en las Paredes, y un armario que contenía gruesas batas suaves. Olía a aceites perfumados, vino derramado y cosas en las que no quería pensar. Kaden gruñó ante mi silencio. —Es una de sus indulgencias, y prefiere no entretener a las visitantes en sus habitaciones. Supongo que el Komizar pensó, que su chico Emisario con volantes, se sentiría cómodo en ella. Y parece que sí. Dejó de caminar y me miró. —Mis propias habitaciones son mucho más simples, pero Lia parece estar contenta allí. Si sabes a lo que me refiero. Nos paramos pecho a pecho. Sabía a qué juego estaba jugando. —¿Crees que puedes incitarme a empujarte, para que puedas cortarme la garganta? —No necesito una razón para cortarte la garganta. Pero quiero decirte esto. Si quieres que Lia viva, aléjate de ella. —¿Y ahora estás amenazando con matarla? —Yo no. Pero si el Komizar, o el Consejo tienen el menor indicio de que ustedes dos están conspirando juntos, ni siquiera yo podré salvar a Lia. Recuerda, tus mentiras aún podrían ser descubiertas. No la traigas abajo contigo. Y no olvides, que ella me eligió a mí anoche. Me lancé, golpeándolo contra la pared de piedra, pero su cuchillo ya estaba en mi garganta. Él sonrió. —Esa era la otra cosa que me preguntaba —él dijo. —Aunque perdiste contra mí en el evento de lucha de troncos, tus movimientos fueron bastante practicados, más como un soldado entrenado, que una bocanada de dulces de la corte. —Entonces, tal vez no hayas encontrado suficientes dulces de la corte. Bajó su cuchillo. —Aparentemente no. Caminamos en silencio el resto del camino hasta Sanctum Hall, pero sus palabras me golpearon en la cabeza. No la traigas abajo contigo... el más leve olor que ustedes dos están conspirando...

Y Kaden ya tenía el olor. ¿Cómo?. No lo sabía, pero tendría que hacer un mejor trabajo convenciéndolo a él y al resto de estos salvajes, que no había nada entre nosotros. Odiaba que su lógica sonara cierta: Si me descubrían, no podría llevarme a Lia conmigo…

Capítulo 24 Bienvenida por el clan Meurasi. Sabía que debía tener miedo. La bienvenida también iba a provocar ira, e inflamar aún más el odio del Consejo hacia mí, era una cosa que no podía permitirme. Pero me dieron la bienvenida. Y lo sentí. Tampoco podría darle la espalda a eso. Lo sentí con cada puntada y trozo de cuero que me cubría. Una totalidad extraña. La pequeña Yvet dijo que a Effiera le había gustado mi nombre. ¿Era posible que fuera de las paredes de Sanctum Hall, hubiera Vendans que habían escuchado el nombre Jezelia antes, no solo de pasada, sino en una canción olvidada, transmitida entre las familias?. Me preguntaba si Calantha estaba exagerando la ira del Consejo para sus propios fines. La había visto anoche, tan concentrada en Rafe como lo había estado el Komizar, pero seguramente por razones muy diferentes. Continúa. Calantha me tocó la espalda y me empujó hacia adelante. Entré en Sanctum Hall. Estaba ruidoso y lleno de gente, y pensé que podría pasar desapercibida, pero luego un Gobernador me vio y se detuvo ahogándose en su cerveza, la espuma salía volando de su boca. Un Chievdar maldijo por lo bajo. Mi llegada corrió por el pasillo como un cerdo chirriante suelto. Un camino irregular se abrió cuando otros me vieron. Entonces, cuando un grupo de soldados se hizo a un lado, Kaden y Rafe me vieron. Estaban en el otro extremo del pasillo, sentados a la mesa, pero lentamente se pararon mientras me acercaba. Ambos parecían confundidos y cautelosos, como si algo salvaje se hubiera desatado entre ellos. Rafe no podía saber qué era este vestido, quise decir, y me preguntaba por qué él también me estaba mirando de esa manera. Seguí avanzando, el suave cuero ajustado contra mi piel. Hubo susurros sobre la kavah en mi hombro, y algunos sonidos vulgares de aprobación. No era la asquerosa bestia real que habían visto la noche anterior. Ahora era algo

reconocible, alguien que se parecía casi a uno de ellos. Era una pieza de su propia historia, que se remontaba al clan más antiguo de Venda. —¡Jabavé! —Malich y otros dos Rahtan se interpusieron en mi camino. — ¿Qué usa la perra Morrighese? —sus cuchillos fueron extraídos con curiosidad como si tuvieran la intención de cortarme el vestido. O simplemente cortarme. Alcé mi mirada. —¿No eres valiente? —dije. —¿Debes acercarte a mí con un cuchillo desenvainado ahora? —dejé que mis ojos rozaran lentamente la cara rayada de Malich, los rastros de mis uñas aún visibles a través de ella. —Pero supongo que tu miedo es comprensible. Considerando… —dio un paso hacia mí, pero Kaden de repente estaba allí, empujándolo a un lado. —Viste lo que el Komizar le ordenó que usara: Ropa adecuada. ¿Cuestionas sus órdenes?. El cuchillo de Malich estaba apretado en sus manos, sus nudillos blancos. Ordenes o no, la venganza estaba tensa en sus ojos. Mientras su rostro estuviera marcado por mi mano, lo estaría. Los otros dos Rahtan a su lado intercambiaron una mirada con Kaden y envainaron sus armas. Malich también lo hizo a regañadientes, y Kaden me alejó hacia la mesa. —Nunca aprenderás, ¿verdad? —susurró entre dientes. —Espero que no —respondí. —¿Qué crees que llevas puesto? —¿No te gusta? —pregunté. —No es lo que compramos hoy. —Pero es lo que envió Effiera. —Por el bien de los dioses, siéntate y cállate. Y él, aparentemente, nunca aprendería tampoco. Me senté a la izquierda de Kaden. Rafe estaba junto a él, a su derecha, lo suficientemente cerca como para que Kaden lo vigilara, pero no lo suficientemente cerca como para que Rafe y yo compartiéramos la más mínima palabra, sin que Kaden escuchara. No parecía importar. Los ojos de Rafe rozaron brevemente mi atuendo Vendan, luego miró hacia otro lado y pareció evitar mi mirada a partir de entonces.

Debería haberme alegrado por su fría despedida. Si Griz podía percibir nuestra conexión al mirarme a los ojos, otros también podrían hacerlo. Era mejor que no nos miráramos en absoluto, pero la atracción seguía allí, y cuanto más lo evitaba, más crecía la quemadura en mí. Todo lo que quería hacer era girarme y mirarlo. Miré a lo largo de la mesa en su lugar. Se sentaron cerca de sesenta, por lo que solo la mitad de los presentes eran del Consejo de Sanctum. Supuse que el resto eran soldados favorecidos u otros invitados del Consejo. Kaden habló con el Gobernador Faiwell, de la provincia de Dorava, que estaba sentado junto a mí, y con el Chievdar Stavik, en el asiento de al lado, que había matado a mi hermano, y a su pelotón en el valle. Justo debajo de ellos estaban Griz y Eben. Yo quería agradecer a Eben por mis botas, pero con el ceñudo Chievdar al alcance del oído, no me atreví. Los sirvientes comenzaron a traer montones de platos salteados; bandejas de hocicos de cerdo salados, orejas y pies; platos de carne oscura que supuse que eran venado; cuencos de gachas espesas; y picheles para rellenar jarras vacías. La energía en el pasillo era diferente esta noche. Tal vez fuera porque el Komizar se había ido, o tal vez era solo yo quien era diferente. Noté que los sirvientes susurraban más entre ellos. Uno de ellos se me acercó, una chica sobria, alta y tenue. Ella dudó, luego ofreció una breve y torpe reverencia. —Princesa, si la cerveza no es de tu agrado…. Stavik rugió y la pobre muchacha retrocedió varios pasos. —¡Cuidado con tu lengua, criada! —gritó. —No hay realeza en Venda, y ella se asegurará de beber lo que el resto de nosotros bebe, o no tomara nada. Un ruido retumbó por la mesa, una creciente discordia que hizo eco del desprecio del Chievdar. La inesperada bienvenida estaba siendo desafiada rápidamente, como un látigo en la espalda. Sentí la mano de Kaden en mi muslo. Una advertencia. Y me di cuenta, incluso como Asesino, que estaba sintiendo el borde de lo que podía controlar. Le devolví la mirada al Chievdar, luego le hablé a la niña, que todavía temblaba a varios pasos de distancia. —Como el Chievdar Stavik dijo tan sabiamente, beberé lo que sea que sirvas y me alégrare por ello.

La mano de Kaden se deslizó de mi muslo. La discordia fue reemplazada por una conversación incómoda. Se llevaron cestas de pan a la mesa. A pesar de todas sus formas miserables y groseras, nadie participó prematuramente. Todos esperaron a que Calantha ofreciera el reconocimiento del sacrificio. La misma chica, que se había encogido ante el furioso Chievdar unos momentos antes, ahora se adelantó, el plato de huesos crujió en sus manos asustadas mientras lo colocaba ante Calantha. Todos esperaron. Calantha me miró, su ojo solitario se entrecerró, y luego asintió. El aire en la habitación cambió. Sabía lo que iba a hacer antes que se moviera. Mis sienes palpitaban. Ahora no. Este podría ser el movimiento que me mataría. El momento estaba mal. Ahora no. Pero todo ya estaba en movimiento. Calantha se levantó y empujó la bandeja sobre la mesa hacia mí. —Nuestra prisionera dará el reconocimiento esta noche. No esperé la disidencia, ni a que sacaran una espada. Me paré. Y antes de que Stavik pudiera pronunciar una palabra, antes de que Kaden pudiera llevarme de vuelta a mi asiento, canté el reconocimiento de sacrificio de Venda y más. —E cristav unter quiannad —las palabras salieron, calientes y urgentes, como si mi pecho hubiera sido abierto. —Meunter ijotande —y luego fluyó más lánguido y lento, un lenguaje sin palabras, como ese día en el valle, recuerdos conocidos solo por los dioses. Levanté la bandeja sobre mi cabeza. —Yaveen hal an ziadre —bajé los huesos a la mesa una vez más y ofrecí el último. —Paviamma. La sala quedó en silencio. Ninguna respuesta volvió a mí. Los segundos pasaron como siglos, y finalmente Eben, hizo el eco de un tenue Paviama. La leve rotura en el silencio se abrió más, y más Paviammas rodaron por la mesa y volvieron, los hermanos mirando sus muslos. Comenzó la comida, pasó la comida, se reanudó la conversación. Kaden dio un suspiro audible y se recostó en su asiento. Finalmente, Rafe también me miró, pero la expresión en sus ojos no era la que quería ver. Me miró como si fuera una extraña. Empujé la bandeja hacia él.

—Toma un hueso, Emisario —le espeté. —¿O no estás agradecido?. Me fulminó con la mirada, su labio se levantó con disgusto. Agarró un largo fémur y se volvió hacia Calantha sin una segunda mirada. —Parece que si el Komizar no los mata, podrían matarse entre ellos —bromeó el Gobernador Fairwell a Stavik. —El peor enemigo es con el que te has acostado —respondió Stavik. Ambos se rieron como si supieran esto por experiencia. Este era nuestro plan, me dije. Una actuación. Eso era todo. El tipo de actuación que podría arrancar un corazón pieza por pieza. Rafe no volvió a mirarme durante el resto de la noche.

Capítulo 25 Kaden guardó silencio mientras se preparaba para acostarse, el tipo de silencio que hacía que cualquier otro sonido rechinara: Su respiración. Por el peso de sus pasos, el sonido del agua vertida en una jarra. Todo estaba mezclado con tensión. Se frotó la cara sobre el lavabo y se pasó los dedos mojados por el pelo. Sus movimientos eran bruscos. Cruzó la habitación y se quitó el cinturón del pantalón con un rápido tirón. —Los soldados me dijeron que te sentaste en la pared afuera de la ventana hoy —dijo sin mirarme. —¿Está prohibido? —No es aconsejable. Es una larga caída. —Necesitaba aire fresco. —Dijeron que cantabas canciones. —Recuerdos. Solo la tradición nocturna de Morrighan. Lo recuerdas, ¿no? —Los soldados dijeron que la gente se reunía para escuchar. —Así lo hicieron, pero solo unos pocos. Soy una curiosidad. Abrió el baúl y echó el cinturón y la funda dentro. Colocó su cuchillo justo debajo de la alfombra de piel donde dormiría; manteniendo su hoja cerca, incluso en su propia habitación cerrada. ¿Era un hábito o un requisito del Rahtan, que siempre tuviera que estar listo? Me recordó que todavía tenía el cuchillo de Natiya en mi bota y que tenía que ser discreta cuando lo sacara. —¿Hay algo mal? ¿Fue así como dije la bendición? —pregunté mientras luchaba con los cordones a mi espalda. Se quitó una bota. —Lo dijiste bien.

—¿Pero? —Nada. Me vio jugueteando con los cordones. —Aquí, déjame mirar. Me di la vuelta. —Aster parece haberlos anudado bien —dije. Sentí sus dedos hurgar en la tarea, finalmente la tela se aflojó. —Ahí —dijo. Gire para mirarlo. Me miró con los ojos cálidos. —Hay algo más. Cuando te vi con ese vestido, estaba... —él sacudió la cabeza. —Tenía miedo. Pensé... No importa. Nunca lo había visto luchar tanto con sus palabras. O admitir tener miedo. Se alejó y se sentó en la cama. —Ten cuidado cuanto empujas, Lia —se quitó la otra bota. —¿Estás preocupado por mí?. —¡Por supuesto que estoy preocupado por ti! —espetó. Me puse rígida, sorprendida por su ira. —Me dieron la bienvenida, Kaden. Eso es todo. ¿No es eso lo que querías?. —Ese tipo de bienvenida también podría traer una sentencia de muerte. —Del Consejo, quieres decir. —Tenemos muy poco aquí, Lia, pero tenemos orgullo. —Y un prisionero ha sido honrado. ¿Ese es el problema? El asintió. —Acabas de llegar aquí y… —Pero, Kaden, las personas que me dieron la bienvenida son Vendans. Sus ojos me taladraron. —Pero ellos no son los que llevan armas letales. No se podía negar que las herramientas del comercio de Effiera no se parecían en nada a las de Malich y su cohorte. Me senté al lado de Kaden.

—¿Cuál es el clan Meurasi? ¿Por qué importan tanto?. Explicó que la ciudad estaba llena de gente de todas las provincias. Solían instalarse en barrios de su propio clan, y cada uno tenía características únicas. Un barrio era bastante diferente de otro, pero el clan Meurasi representaba todas las cosas de Venda. Abundante, duradero, firme. Honraban muchas de las formas de antaño que otros habían olvidado, pero de ellos surgió la promesa de lealtad sobre todo. —Se visten ellos mismos, incluso si tienen que juntar retazos para hacerlo. Todos aportan lo que pueden. Su línea de sangre llega hasta el único hijo que tuvo Lady Venda. El primer Komizar se volvió a casar después que ella murió y tuvo muchos hijos con otras esposas, pero de Venda, solo había uno, Meuras. Así que sí, es un honor para cualquiera ser bienvenido al clan, pero un prisionero... Sacudió la cabeza como si tratara de resolverlo y luego me miró. —Simplemente no se ha hecho. ¿Le dijiste algo a Effiera en la tienda?. Recordé su expresión cuando Aster le dijo mi nombre, y luego los suaves murmullos cuando me quité la camisa, y vieron la kavah en mi hombro. Los caminos de antaño. ¿El Meurasi todavía transmitía el balbuceo de una loca? : Un bonito nombre, lo llamó Yvet. Tal vez era más que eso, pero dada la reacción del Consejo a mi bienvenida, y la aparente desaprobación de Kaden también, decidí mantener esa carta encerrada en mi pecho por ahora. —No —le dije. —Solo hablamos de ropa. Me miró con cautela. —Ten cuidado. No lo presiones, Lia. —Te escuché cuando dijiste eso la primera vez. —No creo que lo hayas hecho. Me puse de pie de un salto. —¿Por qué es mi culpa? —grité. —¡Tú eres quien me llevó al jehendra, incluso cuando dije que no necesitaba ropa! Compré una cosa y me trajeron otra. Si los hubiera insultado al rechazar la ropa, ¡estoy segura de que también me regañarían por eso!. ¿Y esta noche pedí decir el reconocimiento del sacrificio? ¡No!. Calantha empujó el plato de huesos en mi cara. —¿Qué iba a hacer yo?. ¿Hay algo que pueda hacer que esté bien a tus ojos?

Suspiró y empujó las rodillas para ponerse de pie. —Tienes razón. Lo siento. No pediste nada de esto. Solo estoy cansado. Ha sido un largo día. Mi ira se enfrió. Tal vez solo era parte de su entrenamiento como asesino, el no mostrarlo, pero Kaden nunca estaba cansado. Siempre estaba alerta y listo, más su fatiga era evidente ahora. Levanté el pie sobre el marco de la cama para desabrocharme la bota. —¿Dónde estuviste todo el día? —Deberes. Solo atendiendo a mis deberes como la Fortaleza. ¿Qué tipo de deberes le afectarían así? O tal vez él no estaba bien? Tomó mantas de la parte superior del arcón y las dejó caer sobre la alfombra de piel. —Tomaré la alfombra esta noche —le ofrecí. —No. No me importa. Se quitó la camisa. Sus cicatrices siempre me preocupaban, sin importar cuántas veces las hubiera visto. Eran un duro recordatorio de cuán brutal era su mundo. Apagó las linternas, y una vez que me cambié, también apagó la vela. Esta noche ni siquiera bailaban sombras para que me durmiera. Estuvo en silencio durante un buen rato, y pensé que ya se había quedado dormido, pero luego preguntó: —¿Hubo algo más que hiciste hoy? No estaba demasiado cansado para que su mente todavía estuviera agitada con preguntas. ¿Sospechaba algo? —¿Qué quieres decir con otra cosa? —Me pregunto qué hiciste todo el día. Además de salir por la ventana. —Nada —susurré. —También fue un día largo para mí. Al día siguiente, cuando Kaden tuvo que salir, hizo que Eben viniera a hacerme compañía, pero sabía que era una artimaña para vigilarme. Eben me estaba vigilando, tal como lo había hecho en la pradera de vagabundos, excepto que las cosas estaban diferente entre nosotros ahora. Seguía siendo el asesino entrenado, pero ahora había una grieta en su armadura y una suavidad en sus ojos que no había estado allí antes. Tal vez fuera que le había ahorrado la carga de matar a su propio caballo. Quizás mi susurro reconociendo el nombre de Spirit permitió que

floreciera algo, que había escondido dentro, solo un poco. O tal vez fue que compartimos un dolor similar, ver a alguien que amamos ser asesinado ante nuestros ojos. Por órdenes de Kaden, a Eben se le permitió sacarme de mi habitación, pero no fuera del Santuario, ni a esta ala, ni a esa torre, solo a un área estrechamente prescrita. —Por su propia seguridad —dijo Kaden cuando le lancé una mirada inquisitiva. En verdad, sabía que estaba tratando de mantenerme fuera del camino de Malich y de ciertos miembros del Consejo. Al final de la comida de anoche, era evidente que la hostilidad todavía era alta, más aún entre unos pocos, por mi bienvenida, pero el Consejo siempre unido parecía dividido ahora en dos campos, los curiosos y los que odiaban. Eben me llevó por una ruta tortuosa a los potreros, detrás del Ala del Consejo. Un nuevo potro había nacido, mientras él estaba fuera. Vimos al potro de piernas largas retozando en un pequeño corral, saltando por el puro placer de probar sus nuevas piernas. Eben se balanceó sobre el riel del prado tratando de contener una sonrisa. —¿Qué nombre le pondrás? —le pregunté. —No es mío. No lo quiero de todos modos. Da demasiados problemas el entrenarlos. Sus ojos brillaban con cada dolor que aún sentía, y sus tiernos años hicieron que su negación se volviera leñosa. Suspiré. —No te culpo. Es difícil comprometerse con algo después de... —dejé que el pensamiento colgara en el aire. —Aún así, él es hermoso, y alguien tiene que enseñarle. Aunque, probablemente, hay entrenadores que son mejores que tú. —Soy tan bueno como cualquier viejo luchador. Spirit sabía qué hacer, con solo un tic de mi rodilla. —Él... —su barbilla sobresalió y luego, en voz baja, agregó: —Me lo dio mi padre —y ahora sabía la verdadera profundidad del dolor de Eben. Spirit no era un caballo cualquiera. Eben nunca había mencionado a sus padres.

Si Kaden no me hubiera dicho que Eben había presenciado su carnicería, habría pensado que fue engendrado por una bestia traviesa, y cayó a la tierra completamente vestido y armado como un pequeño soldado de Venda. Entendí el agujero que sintió Eben, la profundidad perversa, que no importaba cuánto quisieras fingir que no estaba allí, su boca negra se abría para tragarte una y otra vez. Se sacudió la mención de su padre de una manera práctica, apartándose el cabello de los ojos y saltando de la barandilla. —Deberíamos volver —dijo. Quería decirle algo sabio, algo reconfortante que aliviara su dolor, pero todavía sentía ese agujero en mí. Las únicas palabras que vinieron fueron: —Gracias por mis botas, Eben. Significan más para mí, de lo que puedes imaginar. El asintió. —También las limpié. Me preguntaba si, como Griz, esto era una bondad para borrar una deuda. —No me debías nada, Eben. Cuidé de tu caballo tanto para mí, como para ti. —Eso ya lo sabía —dijo, y se apresuró delante de mí. Caminamos de regreso, a través de otro túnel, pero ahora me estaba volviendo buena memorizándolos, y comenzaba a comprender el patrón del diseño caótico de la arquitectura. Pequeñas avenidas, túneles y edificios, emanaron de los más grandes. Era como si muchas estructuras grandes dentro de esta antigua ciudad se hubieran entrelazado lentamente, un animal sin gracia al que crecieron brazos, piernas y ojos adicionales, sin tener en cuenta la estética, solo la necesidad inmediata. El Santuario era el corazón de la bestia, y las cavernas escondidas debajo, las entrañas. Nadie mencionó lo que se agitaba debajo del Santuario, y nunca vi las figuras vestidas con túnica en las comidas. Se quedaban solos. Mientras caminábamos por el último pasillo a la habitación de Kaden, le pregunté: —Eben, ¿qué son esas cavernas abajo? Aster me las mencionó.

—¿Te refieres a las catacumbas?. Hay esos.. Ghouls, los llama Finch. No bajes allí. Lo único que hay en ellas es aire viciado, libros viejos y espíritus oscuros. Reprimí una sonrisa. Era casi la misma descripción que usaba para los archivos en Civica, solo que allá, los espíritus oscuros eran eruditos de Civica. *** Los siguientes días pasaron como los anteriores, pero cada uno fue más corto que el anterior. Aprendí que el tiempo juega trucos cuando quieres más. Con cada día que pasaba sin signos de los soldados de Rafe, sabía que los jinetes de Venda podrían estar mucho más cerca, con las noticias que el rey de Dalbreck estaba sano y cordial, una sentencia de muerte para Rafe. Al menos el Komizar se había ido por dos semanas más. Eso nos daría más tiempo para que aparecieran los soldados de Rafe. Traté de mantener esa esperanza por el bien de Rafe, pero parecía más seguro que buscáramos un escape solos. El clima se volvió más frío y otra lluvia helada empapó la ciudad. A pesar del frío, cada día salía por la ventana y me sentaba en la pared a decir mis recuerdos, buscándolos como papeles revueltos, tratando de encontrar respuestas, aferrándome a las que tenían un atisbo de verdad. Cada día un grupo más grande se reunía para escuchar, una docena, dos docenas y más. Muchos eran niños. Un día, Aster estaba entre ellos, y pidió una historia. Comencé con la historia de Morrighan, la niña conducida por los dioses a una tierra de abundancia, luego conté la historia del nacimiento de dos de los Reinos Menores, Gastineux y Cortenai. Todas las historias y textos que había estudiado durante años, ahora eran historias que los hipnotizaban. Estaban tan hambrientos de historias como, Eben y Natiya cuando nos sentábamos alrededor de la fogata: historias de otras personas, otros lugares, otros tiempos. Estos momentos al menos me dieron algo que esperar, porque no había oportunidad de hablar con Rafe en privado. Incluso cuando Kaden me dejaba encerrada sola en su habitación y me escabullía, descubrí que ahora también había guardias debajo de la ventana de Rafe, casi como si

supieran que no podía salir por las ventanas estrechas, pero alguien más pequeño podía entrar. La cena no me dio oportunidades de un momento en privado, y mi frustración creció. Aquí en el Santuario, estábamos más separados que por un vasto continente. Atribuí mis inquietos sueños a mis agravantes. Me había llegado otro de Rafe, y tenía más detalles que antes. Estaba vestido con un atuendo que nunca había visto, Rafe, un guerrero de estatura aterradora. Su expresión era ardiente y feroz, y llevaba espadas a ambos lados. *** Las tardes en Sanctum Hall eran largas y aburridas, no muy diferentes de la Corte en Morrighan, pero sus modos eran decididamente más ruidosas, más crudas y siempre parecían al borde del caos. El reconocimiento del sacrificio proporcionaba un curioso momento tranquilo, en marcado contraste con las actividades estridentes. Aprendí los nombres de todo el Consejo: los Gobernadores, los Chievdars y los Rahtan, a pesar de que muchos de sus nombres sonaban iguales. Gorthan, Gurtan, Gunthur. Mekel, Malich, Alick. El nombre de Kaden, era el único que no parecía tener un sonido cercano. El Chievdar que había conocido en el valle, Stavik, era agrio sin medida, pero resultó ser el más civilizado de los cinco comandantes del ejército. Los Gobernadores eran los más fáciles conversando. La mayoría se alegraba de estar en el Santuario en lugar de las desoladas tierras de donde venían, que tal vez aligeraban sus disposiciones. Tres de los Rahtan todavía no volvían, pero los cuatro que estaban presentes además de Kaden, Griz y Malich eran, con mucho, los más hostiles del Consejo. Jorik y Darius eran los que habían estado al lado de Malich con sus cuchillos desenfundados cuando vieron mi vestido del clan, y los otros dos, Theron y Gurtan, parecían usar burlas como pintura de batalla permanente. Los imaginé como los hombres que el Komizar habría enviado, para terminar el trabajo que Kaden no había podido hacer, y no había duda en mi mente, lo habrían terminado sin dudarlo. Eran la definición misma del Rahtan.

Nunca fallar. Me fue difícil conciliar que de alguna manera retorcida Kaden me había salvado la vida al traerme aquí. Todas las noches después de la comida, el Consejo se metía en juegos de piedras o cartas, o simplemente bebían toda la noche. Las preciosas añadas Morrigheses se consumían como cerveza barata. Los juegos de piedras eran extraños para mí, pero reconocí los juegos de cartas. Recordé el primer consejo de Walther para mí: A veces ganar no es solo una cuestión de conocer las reglas, sino de hacer que tu oponente piense que los conoce mejor. Me vi desde lejos, analizando los matices y las similitudes con los juegos que había jugado con mis hermanos y sus amigos. Esta noche crecieron las apuestas para un juego en particular, con la pila más grande amontonándose frente a Malich. Observé que la petulancia se pavoneaba en su rostro como un gallo de corral, la misma sonrisa arrogante que tenía cuando me dijo que matar a Greta fué fácil. Me puse de pie y caminé hacia los jugadores. Decidí que también necesitaba algo de entretenimiento.

Capítulo 26 Kaden La miré pasear. Era algo sobre sus pasos. Sus brazos cruzados delante de ella. Su momento. La casualidad deliberada de todo. Los músculos de mi cuello se tensaron. No tenía un buen presentimiento al respecto. Entonces ella sonrió, y lo supe. No hagas eso, Lia. Aunque realmente no estaba seguro de lo que iba a hacer. Solo sabía que nada bueno saldría de eso. Sabía el idioma de Lia. Traté de desconectarme del Gobernador Carzwil, que tenía la intención de compartir cada desafío de transporte de nabos y bolsas de cal, desde su provincia hasta Venda. —Lia —llamé, pero ella me ignoró. Habló el Gobernador más fuerte, decidido a recuperar mi atención, pero seguí mirando hacia otro lado. —Ella está bien —dijo el Gobernador. —¡Dale un respiro pequeño, muchacho! Mira, está sonriendo. Ese era el problema. Su sonrisa no significaba lo que él pensaba. Yo sabía que significaba problemas. Me excusé de Carzwil, pero cuando llegué a la mesa, ella ya había comprometido a dos de los Gobernadores. A pesar de que eran dos de los que se habían entusiasmado con su presencia, más que los demás, todavía me cerní, sintiendo algo a punto de saltar. —Entonces, ¿el punto es obtener seis cartas con números que coincidan? Eso suena bastante fácil —Lia dijo, su voz ligera e inquisitiva.

Malich escupió en el suelo junto a él, luego sonrió. —Claro que es fácil. —Hay más que eso —dijo el Gobernador Faiwell. —Los símbolos de colores también deben coincidir, si puedes, eso es. Y ciertas combinaciones son mejores que otras. —Interesante. Creo que podría entenderlo —dijo Lia. Ella les repitió lo básico. Reconocí la inclinación de su cabeza, la cadencia de sus palabras, la presión de sus labios. Sabía lo que estaba haciendo, tan seguro como todavía yo sentía el nudo, que hizo en mi espinilla. —Vete, Lia. Déjalos jugar su juego. —¡Déjala mirar! Puede sentarse en mi regazo —el Gobernador Umbrose se echó a reír. Lia me miró por encima del hombro. —Sí, Kaden, me gustaría intentarlo —dijo ella, luego se volvió hacia la mesa. —¿Puedo unirme a ustedes? —No tienes dinero —se quejó Malich, —Y nadie juega gratis. Lia entrecerró los ojos y caminó hacia su lado de la mesa. —Es cierto, no tengo monedas, pero seguramente tengo algo que vale para ti. ¿Tal vez una hora a solas conmigo? —se inclinó hacia adelante sobre la mesa y su voz se volvió dura. —Estoy segura que te encantaría, ¿no, Malich?. Los otros jugadores ulularon, diciendo que era una apuesta lo suficientemente buena para todos ellos, y Malich sonrió. —Estás dentro, princesa. —No —dije. —Tu, No. Es suficiente. Márchate… Lia se dio la vuelta, su boca sonriendo, pero sus ojos se iluminaron con fuego. —¿Yo ni siquiera tengo la libertad de tomar las decisiones más simples?. ¿Soy la más humilde de las prisioneras, asesino?. Era la primera vez que me llamaba así. Nuestras miradas se encontraron. Todos esperaron. Sacudí mi cabeza; no una orden sino una súplica. No hagas esto.

Ella se dio la vuelta. —Estoy dentro —dijo, y se sentó en una silla, que fue arrastrada para ella. Le dieron un montón de fichas de madera y comenzó el juego. Malich sonriendo. Lia sonriendo. Todos sonriendo menos yo. Y Rafe. Dio un paso hacia el perímetro exterior con otros que se habían reunido para mirar. Me di la vuelta, buscando a Calantha y Ulrix, que se suponía que lo estarían vigilando, pero también se habían unido a la multitud. Rafe me lanzó una mirada aguda, acusadora, como si la hubiera dejado entrar en una guarida de lobos. Lia cometió errores estúpidos en la primera mano. Y en la siguiente. Ya había perdido un tercio de sus fichas. Sus cejas se arquearon con concentración. La siguiente mano perdió menos, pero aún más de lo que podía pagar. Ella sacudió la cabeza, reorganizando sus cartas una y otra vez, preguntando en voz alta al Gobernador a su lado cuál era más valiosa: Una garra roja, o un ala negra. Todos en la mesa sonrieron y apostaron más alto, decididos a ganar una hora con Lia. Perdió más fichas y su rostro se oscureció. Se mordió la comisura de los labios. Malich observaba sus expresiones más que sus propias cartas. Miré a Rafe. Un brillo de sudor iluminaba su frente. Otra mano. Lia mantuvo sus cartas cerca, cerrando los ojos por un momento como si estuviera tratando de pensar en ellas, con un orden que no estaba allí. Los Gobernadores hicieron sus apuestas. Lia colocó la suya. Malich los superó a todos y reveló dos de sus cartas. Lia volvió a mirar sus cartas y sacudió la cabeza. Agregó más fichas a la pila y reveló dos de las suyas. Las mismas dos perdedoras, que había estado revelando toda la noche. Los Gobernadores aumentaron su apuesta, su oferta final de la mano. Lo mismo hizo Lia, empujando la última de sus fichas en el centro de la mesa. Malich sonrió, cumplió con la apuesta, y empujó su pila hacia el centro también. Extendió sus cartas. Fortaleza de señores. Los Gobernadores arrojaron sus cartas, incapaces de vencerlo. Todos esperaron, sin aliento, a que Lia extendiera sus cartas. Ella frunció el ceño y sacudió la cabeza. Entonces me miró. Parpadeó. Un parpadeo largo como de miles de millas.

Luego de vuelta a Malich. Un largo suspiro, contrito. Ella extendió sus cartas. Seis alas negras. Una mano perfecta. —Creo que esto supera al tuyo, ¿no es así, Malich? La boca de Malich estaba abierta. Y luego un rugido de risa llenó la habitación. Lia se inclinó hacia delante y recogió las fichas. Los tres Gobernadores asintieron, impresionados. Malich la miró fijamente, aún sin creer lo que había hecho. Finalmente miró a su alrededor, asimilando la multitud y la risa. Se puso de pie, su silla volando detrás de él, su rostro negro de ira, y sacó su daga. La salida de una docena de dagas desenfundadas, incluida la mía, hizo eco a cambio. —Ve a beberlo, Malich. Ella te batió de manera justa —dijo el Gobernador Faiwell. El pecho de Malich se agitó y su mirada cayó sobre mí, luego en mi cuchillo. Él se volvió bruscamente, tropezando con su silla detrás, y salió corriendo del pasillo, cuatro hermanos Rahtan siguiéndole los talones. Las dagas se enfundaron. La risa se reanudó. Rafe extendió la mano y se limpió el sudor del labio superior. Él hizo un rápido movimiento hacia Lia cuando Malich sacó su cuchillo, como si tuviera la intención de bloquearlo. Desarmado. No era exactamente el comportamiento de un pastel desinteresado de la corte. Ulrix tiró de Rafe, recordando al fin sus deberes. Volví a mirar a Lia. Estaba tranquila, con la barbilla doblada y los ojos quietos, contemplando el corredor ahora vacío, por donde Malich había salido. Su mirada era fría y satisfecha. —Reúne tus ganancias —ordené. La acompañé fuera del pasillo y de regreso a mi habitación. Cuando cerré la puerta y la aseguré, me giré hacia ella. Ella ya me estaba enfrentando desafiante, esperando.

—¿Has perdido la cabeza? —le grité. —¿Tuviste que humillarlo delante de sus camaradas?. ¿No es suficiente que ya te odie con el fuego de mil soles?. Su expresión era sombría. Insensible. No tenía prisa por responder, pero cuando lo hizo, su tono no tenía emoción. —Malich se rió la noche que me dijo que había matado a Greta. Se deleitaba con su muerte. Dijo que fue fácil. Su muerte no le costó nada. Lo hará ahora. Cada día que respire, haré que le cueste algo. Cada vez que vea esa misma sonrisa engreída en su rostro, le haré pagar por ello. Arrojó sus ganancias sobre la cama y me miró. —Entonces la respuesta corta a tu pregunta, Kaden, es, No. No es suficiente. Nunca será suficiente.

Capítulo 27 Rafe Ahora entendía por qué Sven prefería ser soldado, al amor. Era más fácil de entender y mucho menos probable que te mataran. Estaba perplejo cuando la vi por primera vez caminar hacia la mesa donde varios de los bárbaros jugaban a las cartas. Entonces vi a Malich en la mesa y un recuerdo volvió a mí. Soy mejor a las cartas, que cosiendo, cualquier día. Mis hermanos son astutos, rozando con los ladrones, cuando se trata de cartas: El mejor tipo de maestros para tener. Anoche había hecho todo lo que pude, para estar allí y no retorcerle el cuello yo mismo, pero aún era más difícil no tener una espada en la mano para protegerla de Malich. Sí, Lia, fuiste y sigues siendo un desafío. Pero maldito sea si no hubiera sentido una oleada de admiración por ella también. La maldije en silencio. Eso no era lo que yo llamaría estar estrictamente sentada. ¿Alguna vez escuchó a alguien?. Tiré mi cinturón sobre el cofre. Esta habitación me estaba poniendo de los nervios. El olor, los muebles, la alfombra floral. Era adecuada para un tonto pomposo de la corte. Abrí una persiana para dejar entrar el aire fresco de la noche. Era nuestro séptimo día aquí, y todavía no había señales de Sven, Tavish, Orrin, o Jeb. Demasiado tiempo. Estaba empezando a temer lo peor. ¿Y si hubiera llevado a mis amigos a la muerte?. Le había prometido a Lia que nos sacaría de esto. ¿Y si no pudiera? No la traigas contigo... Si el Komizar o el Consejo tienen el menor olor...

Había intentado con todo el poder dentro de mí no mirarla. La única vez que habíamos hablado en días, fueron palabras entrecortadas en Sanctum Hall, con demasiados oídos escuchando, para decir algo remotamente útil para cualquiera de nosotros. Sabía que se estaba impacientando con mi persistente desprecio hacia ella, pero no era solo Kaden quien vigilaba de cerca. El Rahtan también lo hacía. Sentí que querían atrapar a uno o los dos en una mentira. Su desconfianza era alta. Y luego estaba Calantha. A menudo la veía parada en las sombras del pasillo antes de que todos se sentaran a comer, escudriñando a Lia y luego volviéndose a mirarme. Había pocas mujeres aquí en el Santuario, y ninguna parecía tener ninguna posición o poder, excepto ella. No estaba seguro de cuál era el poder o cuánto tenía, porque siempre se mantenía vigilante a mis preguntas, y nadie más compartiría nada sobre ella, sin importar cuán informales fueran mis preguntas. Eso no evitó que intentara sacar información de mí, aunque trató de hacer que parecieran bromas ociosas. Ella me preguntó la edad del príncipe y luego me preguntó mi edad. El príncipe tiene diecinueve años, le había dicho, ateniéndome a la verdad en caso de que ella lo supiera, y luego le dije que tenía veinticinco, así no la invitaría a reflexionar, sobre nosotros siendo de la misma edad. En verdad, no tenía Emisarios personales. Era soldado y no necesitaba mensajeros, ni agentes para negociar por mí, así que todas mis respuestas con respecto a un Emisario, fueron extraídas desde un fondo de codicia, un motivo que el Komizar entendería, si Calantha le llevara nuestras conversaciones. Me lavé la cara con agua y me quité el sudor y la sal de la piel tratando de borrar la imagen de Lia, caminando con Kaden a su habitación. Tres días más. Eso es lo que siempre me dijo Sven. Cuando creas que estás al final de tu cuerda, dale tres días más. Y luego otros tres. A veces encontrarás que la cuerda es más larga de lo que pensabas. Sven había estado tratando de enseñarme paciencia en ese entonces. Era un cadete de primer año y me pasaban por alto para los ejercicios de campo. Ningún capitán quería arriesgarse a herir al único hijo del Rey. Que tres días se convirtieron en seis, se convirtieron en nueve. Finalmente fue Sven quien perdió la paciencia y me llevó a un campamento él mismo, arrojándome a la puerta de la tienda de un capitán, diciéndole que no

quería volver a verme la cara, hasta que tuviera algunos moretones. Y a veces encontrarás que la cuerda es más corta de lo que pensabas.

Aquí, digo, presionando el puño contra sus costillas. Y aquí, mi mano a su esternón. Le doy la misma instrucción que me dio mi madre. Es el lenguaje del saber, niña, Un lenguaje tan antiguo como el universo mismo. Es ver sin ojos Y escuchar sin oídos. Fue cómo sobrevivió mi madre en esos primeros años. Cómo sobrevivimos ahora. Confía en la fuerza dentro de ti. Y un día, debes enseñarle a tu hija a hacer lo mismo. —The Last Testaments of Gaudrel.

Capítulo 28 No iban a venir. Desde el principio, supe que sus posibilidades eran escasas, pero cada vez que miraba la cara de Rafe, reunía nuevas esperanzas por su bien. Estos no eran solo soldados que venían a ayudar a liberar a un príncipe y una princesa descarriados. Estos eran sus amigos. La esperanza es un pez resbaladizo, imposible de aferrar por mucho tiempo, diría mi tía Cloris cuando lamentaba algo que ella consideraba infantil e imposible. Entonces tienes que abrazarlo más fuerte, decía mi tía Bernette oponiéndose a su hermana mayor, antes de alejarme enfadada. Pero algunas cosas se te escapaban, no importa cuán duro las hayas agarrado. Estábamos solos. Los amigos de Rafe estaban muertos. No fue un susurro en mi oído o un pinchazo en el cuello lo que me lo dijo. Eran las reglas de la razón las que prevalecían, las reglas de todo lo que podía entender y ver. Lo decían claramente. Esta era una tierra dura sin perdón para los enemigos. Observé a Rafe todas las noches, robando una mirada, cuando estaba segura que nadie estaba mirando. Mientras, mis movimientos dentro del Santuario todavía estaban estrechamente vigilados, los suyos se habían vuelto más libres y tanto Calantha como Ulrix se habían vuelto menos vigilantes. Con calculadora paciencia, estaba cultivando sus confianzas. Ulrix, aunque todavía era una bestia aterradora de hombre, parecía haber renunciado a su puño, y no sufrió más labios partidos, casi como si hubiera considerado aceptable la excusa de Rafe, a pesar de ser un cerdo enemigo. Congratularse con una bestia como Ulrix era realmente un trabajo de habilidad. Rafe bebió con los Chievdars, se rió con los Gobernadores, habló en voz baja con los sirvientes. Las jóvenes doncellas se acercaron, atareadas con sus intentos forzados de hablar Vendan, ansiosas por volver a llenar su taza, sonriéndole por debajo de las pestañas. Pero una nueva identidad, no importa cuán bien jugada estuviera, le haría poco bien una vez que el Komizar descubriera que estaba mintiendo.

Era como si, con el Komizar desaparecido, todos hubieran olvidado la inminente sentencia de muerte de Rafe, o tal vez simplemente pensaran que nunca sucedería. Rafe era convincente. Alguien siempre lo estaba haciendo a un lado, los chequeadores investigaban sobre el ejército de Dalbreck, o Gobernadores curiosos acerca de su poderoso reino lejano, porque aunque gobernaban sus propios feudos pequeños aquí, tenían poco o ningún conocimiento del mundo que se extendía más allá del gran río. Solo lo sabían por medio de Rahtans, que traspasaban las fronteras, o por carros de Previzi que compartían sus tesoros. Los tesoros y su abundancia, eso era lo que más los intrigaba. Las pequeñas cargas infrecuentes, traídas de Previzi no eran suficientes para satisfacer sus apetitos, ni, al parecer, lo fue el botín de las patrullas sacrificadas. Tenían hambre de más. Llevaba mi vestido de retazos de cuero esta noche. Cuando entré en el pasillo noté que Calantha hablaba con una criada, y la niña vino corriendo. —Le agradaría a Calantha si te trenzases el pelo. Levantó una pequeña tira de cuero para atarla. Vi a Calantha mirándonos. Todas las noches, ella insistía en que yo dijera la bendición. Parecía complacer a algunos, pero molestaba mucho a otros, especialmente a los Rahtan, y me preguntaba si estaba tratando de matarme. Cuando cuestioné sus motivos, ella dijo: —Me divierte oírte decir las palabras en tu extraño acento, y no necesito una razón mayor. Recuerda, princesa, todavía estás prisionera. No necesitaba recordarlo. —Puedes decirle a Calantha que no tengo intención de trenzar mi cabello solo para complacerla. Dirigí una sonrisa rígida a Calantha. Cuando volví a mirar a la niña, tenía los ojos muy abiertos de miedo. Era un mensaje que no quería transmitir, tomé la tira de cuero de su mano. —Pero lo haré por ti. Me puse el pelo en el hombro y comencé a trenzarlo. Cuando terminé, la niña sonrió.

—Ahora se verá tu bonita pintura —dijo. —Justo como Calantha quería. ¿Calantha quería que mi kavah se mostrara? La niña comenzó a huir, pero la detuve. —Dime, ¿Calantha es del clan Meurasi? La chica negó con la cabeza. —Oh, eso no puedo contarlo, señora. Se dio la vuelta y salió corriendo. No puedo contarlo. Creo que ya lo había hecho. La comida fue como todas las demás antes. Dije la bendición a las humildes cabezas inclinadas de unos pocos y el ceño fruncido de muchos. El hecho que molestara a Malich, hizo que valiera la pena para mí, y siempre me propuse darle una mirada a él, antes de comenzar. Pero luego las palabras se hicieron cargo, los huesos, la verdad, el pulso de las paredes a mi alrededor, la vida que aún habitaba en piedras y pisos, la parte del Santuario que se estaba haciendo fuerte en mí, y cuando el último Paviamma se repitió, los ceños fruncidos no me importaron. Esta noche, la comida era casi la misma que todas las noches, una espesa papilla de cebada, con sabor a hojas de menta, pan de soda, nabos, cebollas y caza asada: Jabalí y liebre. Hubo poca variación, excepto con la caza. El castor, el pato y el caballo salvaje a veces también se servían, dependiendo de la pieza que se capturaba, pero en comparación con mi dieta frecuente de arena, ardilla, y serpiente a través del Cam Lanteux, era una verdadera fiesta, y estaba agradecida por cada bocado. Estaba sumergiendo mi pan de soda en la papilla, cuando un ruido repentino y agudo, surgió por uno de los pasillos que conducían al Santuario. Todos los hombres se pusieron de pie en un instante, con espadas y cuchillos desenfundados. El alboroto se hizo más fuerte. Rafe y yo intercambiamos una mirada furtiva. ¿Podrían ser estos sus hombres? Con refuerzos?. Surgieron dos docenas de hombres, el Komizar los guiaba. Estaba sucio, salpicado de barro de pies a cabeza, pero parecía deleitarse con su miseria.

Una rara sonrisa descuidada apareció en su rostro. —¡Miren con quién nos encontramos en el camino! —dijo, agitando la espada sobre su cabeza. —¡El nuevo Gobernador de Balwood! ¡Más sillas! ¡Comida! ¡Tenemos hambre! La compañía de hombres acudió a la mesa con toda su inmundicia glorificada, dejando rastros de barro detrás de ellos. Vi al que tenía que ser el nuevo Gobernador, un hombre joven, descarado y asustado. Sus ojos recorrieron la habitación rápidamente tratando de evaluar nuevas amenazas. Sus movimientos eran agudos y su risa densa. Puede que acabara de matar al último Gobernador para obtener este puesto, pero el Santuario no era su tierra natal. Tendría que aprender y navegar con nuevas reglas, y tendría que lograr mantenerse con vida mientras lo hacía. Su posición no era muy diferente a la mía, excepto que no había matado a nadie para ganar este dudoso lugar de honor. Y entonces el Komizar me vio. Dejó caer su equipo al suelo y cruzó la habitación, deteniéndose a un brazo de distancia. Su piel resplandecía con un día de paseo al sol, y sus ojos oscuros brillaban mientras trazaban las líneas de mi vestido. Levantó la mano y acarició la trenza que caía sobre mi hombro. —Con el pelo peinado, solo pareces la mitad de salvaje —la sala estalló en risas leales, pero la mirada que deslizó sobre mí, contó una historia diferente, una que no era chistosa o divertida. —Entonces, mientras el Komizar está fuera, los prisioneros juegan. Finalmente se volvió hacia Kaden. —¿Esto es lo que compró mi moneda? Recé por que Kaden dijera que sí, que la culpa recayera sobre nosotros. De lo contrario, los generosos regalos de Effiera podrían pagarse con represalias. —Sí —respondió Kaden. El Komizar asintió, estudiándolo. —Encontré un Gobernador. Ahora es tu turno de encontrar al otro. Te vas por la mañana. ***

—¿Por qué tú? —pregunté, soltando la correa de mi cintura, estrellándose en el suelo. Kaden continuó hurgando en su baúl, arrojando una larga capa forrada y calcetines de lana. —¿Por qué no yo? Soy un soldado, Lia. Yo… Extendí la mano y agarré su brazo, obligándolo a mirarme a los ojos. La preocupación llenó sus ojos. No quería irse. —¿Por qué eres tan leal con él, Kaden? —trató de volverse hacia el baúl, pero agarré su brazo con más fuerza. —No —le dije. —¡No me estés evadiendo de nuevo! ¡No esta vez! Me miró, su pecho subía en respiraciones controladas. —Él me alimentó cuando estaba muriendo de hambre, por una cosa. —Un acto de caridad no es motivo para vender tu alma a alguien. —Todo es tan simple para ti, ¿no es así? —la ira cruzó por su rostro. —Es más complicado que un acto, como lo llamas. —¿Y qué? ¿Te dio una linda capa? Una habitación en el… Su mano voló por el aire. —¡Me cambiaron, Lia.! Tal como tu fuiste. Miró hacia otro lado como si tratara de recuperar la compostura. Cuando me miró, la furia ardiente aún estaba en sus ojos, pero su tono era lento y cínico. —Excepto que en mi caso, no hubo contratos. Después de la muerte de mi madre, me vendieron a un aro de mendigos que pasaba, por un solo cobre, como si fuera un pedazo de basura, con una sola advertencia, nunca llevarme de vuelta. —¿Tu padre te vendió? —le pregunté, tratando de comprender cómo alguien podía hacer tal cosa. En segundos, el sudor le brotó de la cara. Este era el recuerdo que importaba, el que siempre se había negado a compartir. —Tenía ocho años —dijo. —Le rogué a mi padre que me dejara. Caí sobre sus pies y envolví mis brazos alrededor de sus piernas. Hasta el día de hoy, nunca he olvidado el repugnante aroma del jabón de jazmín en sus pantalones.

Cerró la tapa del baúl, y se sentó, con los ojos desenfocados como si reviviera el recuerdo. —Se sacudió de mí. Dijo que era mejor así. Lo mejor fueron dos años con mendigos consumados que me mataron de hambre, para que trajera más dinero de las esquinas. Si la mendicidad de un día no daba suficiente, me golpeaban, pero siempre donde no se veía. Tenían cuidado de esa manera. Si todavía no traía lo suficiente, amenazaban con llevarme de vuelta con mi padre, que me ahogaría en un balde de agua, como a un gato callejero. Su mirada se volvió aguda, cortándome. —Fue el Komizar quien me encontró mendigando en una calle fangosa. Vio la sangre goteando a través de mi camisa, después de una paliza particularmente mala. Me subió a su caballo y me llevó de regreso a su campamento, me dio de comer y me preguntó quién me había azotado. Cuando se lo dije, se fue por unas horas, prometiendo que nunca volvería a suceder. Cuando regresó, estaba rociado con sangre. Sabía que era la sangre de ellos. Él fue fiel a su palabra. Y me alegré. Se puso de pie y tomó su capa del suelo. Sacudí la cabeza, horrorizada. —Kaden, es una abominación azotar a un niño, e igual de malo vender a uno. Pero, ¿no es esa una razón más para dejar Venda para siempre? Para venir a Morrighan y... —Yo era Morrighese, Lia. Era el hijo bastardo nacido de un señor noble. Ahora sabes por qué odio a la realeza. De eso me salvó el Komizar. Lo miré, incapaz de hablar. No. No era verdad. No podía ser. Se echó la capa sobre los hombros. —Ahora sabes quiénes son los verdaderos bárbaros. allí.

Se dio la vuelta y se fue, la puerta se cerró a sus espaldas y aún así permanecí Su escolarización en las canciones sagradas. Su lectura Su impecable Morrighese. Cierto.

Las cicatrices en su pecho y espalda. Cierto. Pero no fue un Vendan quien le hizo esto, como siempre había supuesto. Fue un señor noble de Morrighan. Imposible. *** La vela se apagó. Las linternas también lo hicieron. Me acurruqué en la cama y miré en la oscuridad, reviviendo cada momento, desde que entró en la taberna, hasta nuestro largo viaje a través del Cam Lanteux. Todas las veces que me maravillé de sus formas tiernas que eran un contraste tan evidente con lo que era, un asesino. Todo el tiempo. La forma en que estaba tan cómodo en el mundo morrighese. Parecía perfectamente obvio ahora. Estaba leyendo el tablero de comidas. Era Vendan lo que no sabía leer, no Morrighese. Pauline y yo habíamos notado lo bien que cantaba las canciones sagradas, mientras que Rafe no sabía ninguna de las palabras. Había sido criado hasta los ocho años como hijo de un señor Morrighese. Los de Kaden, los míos, lo habían traicionado. Excepto por su madre. Ella era una santa, había dicho. ¿Qué le habría pasado?. Debía haber sido de ella que él aprendió sus maneras tiernas. Podría ser que ella fuera la única en toda su vida, que le mostró amor o compasión, hasta que apareció el Komizar. Era media noche cuando regresó. La habitación estaba completamente negra, sin embargo, se movió silenciosamente como si pudiera ver en la oscuridad. Lo escuché soltar algo, con un fuerte golpe, y luego escuché los escasos sonidos de la ropa tendida y el suave suspiro de su respiración mientras se recostaba sobre la alfombra. La habitación estaba cargada de silencio. Largos minutos pasaron. Sabía que no estaba dormido. Podía sentir sus pensamientos en la oscuridad, su mirada perforando las maderas sobre él. —Kaden —susurré. —Háblame de tu madre. —Se llamaba Cataryn. Era muy joven cuando fue contratada como institutriz por un señor y su esposa, pero pronto descubrieron que ella tenía el Don. La

señora la presionó diariamente, para que pensara en sus hijos pequeños, pero pronto el señor la presionó para otras cosas. Kaden nació y no conoció otra forma de vida. Pensaba que era normal vivir en una cabaña en la finca de su padre. Cuando su madre se enfermó y su vida se estaba marchitando rápidamente, le rogó al señor que llevara a Kaden a la mansión. La señora no deseaba eso. No criaría un bastardo con sus hijos de raza noble, y aunque el señor le prometió a Cataryn que llevaría a Kaden, parecía que había estado de acuerdo con su esposa todo el tiempo. Su madre ni siquiera estaba fría, cuando Kaden fue vendido a los mendigos, que se fueron sin mirar atrás. Su madre era hermosa, ojos azules como el cristal, cabello negro que era suave y largo. Suave y lenta para la ira, era una maestra sobre todo. Ella enseñó a Kaden junto con los hijos del señor. Por la noche en la cabaña, miraban por la ventana las estrellas, y ella susurraba las historias de las edades, y Kaden las repetía para ella. Era demasiado joven para entender completamente por qué los hijos del señor recibían un privilegio especial, pero cuando se enojaba por eso, su madre lo tomaba en sus brazos, y le decía, besándolo en la mejilla, que era mucho más rico en lo que importaba, porque tenía una madre que tenía más amor por él, del que podría contener todo el universo. De repente, no la tuvo. No tenía nada. Uno de sus mayores remordimientos era que tenía el cabello rubio blanco y los ojos marrones de su padre. Cuando se miraba en un espejo, al menos quería ver algo de su madre… —La veo, Kaden —le dije. —La veo en ti todos los días. Desde el momento en que te conocí. Vi tu calma, tus formas tiernas. La misma Pauline me dijo que tenías ojos amables. Eso es más importante que su color. Él permaneció en silencio excepto por una respiración baja y temblorosa. Y luego los dos nos dormimos.

Capítulo 29 Se levantó temprano, antes del sol, antes de las agitaciones, antes de los caballos, o relinchos, o las primeras aves de la mañana. Se sentía como si nos acabásemos de dormir. Encendió una vela y rellenó su alforja. Me estiré en la cama y me puse de pie, tirando la colcha sobre mis hombros. —Te dejé algunos suministros en la bolsa junto a la puerta —dijo. —Yo allané la cocina con la comida que pude, para que puedas salir de la habitación lo menos posible. Arreglé que Aster, Eben y Griz vinieran a verte todos los días. Con suerte, nos encontraremos con el Gobernador en el camino y volveremos al anochecer. —¿Y si no lo vuelves? —Su provincia está en el extremo sur de Venda. Serán unas pocas semanas. Tanto podría pasar en unas pocas semanas. En unos días. Pero no lo dije. Pude ver el mismo pensamiento en sus ojos. Solo asentí y él se giró para irse. Solté una pregunta que ardía en mí, cuando llegó a la puerta. —¿Qué señor era, Kaden? ¿Quién te hizo eso? Su mano se detuvo en el pestillo y luego miró por encima del hombro. —¿Realmente importa cuál? ¿No todos los señores tienen bastardos? —Sí, sí importa. No todos los señores son un monstruos depravados como tu padre. No puedes dejar de creer en los buenos. —Pero yo sí —dijo. Su voz estaba vacía de emoción, y su resignación me desgarró. Se volvió hacia la puerta como para irse, pero se quedó allí sin moverse. —Kaden? —susurré. Dejó caer su alforja y caminó hacia mí, tomó mi rostro entre sus manos, sus ojos cálidos y hambrientos, y me besó, sus labios suaves contra los míos, luego más duro, serio, mi boca se encontró con la suya con ternura. Lentamente se apartó y me miró a los ojos.

—Un beso de verdad —dijo. —Eso es lo que necesitaba, solo una vez más. Se dio la vuelta, agarró su alforja y se fue. Y dos veces en el espacio de unas pocas horas, me quedé sin aliento cuando salió de la habitación. Cerré los ojos y me odié. No encontré satisfacción en el hecho de que me había vuelto tan hábil en el engaño como Kaden. Todo lo que probó en mis labios fue mi mentira cuidadosamente calculada.

Capítulo 30 La puerta se sacudió con golpes del otro lado. Sabía que no eran Aster o Eben. Ni siquiera Malich. Kaden había dicho que Malich estaría ocupado con deberes todo el día. Era de noche que tenía que estar atenta. Otro golpe impaciente. Todavía no me había vestido adecuadamente ni me había peinado. ¿Qué tonto no sabía que estaba encerrada y que se requería una llave para abrir la puerta? ¿Griz? Finalmente escuché el sonido de una llave en la cerradura, y la puerta se abrió. Era el Komizar. —La mayoría de las puertas del Santuario no están cerradas. No tengo la costumbre de llamar a alguien por una llave. Pasó junto a mí. —Vístete —ordenó. —¿Tienes algo apropiado para montar? ¿O los Meurasi solo te vistieron con su vestido de harapos? No me había movido y él se dio la vuelta para mirarme. —Tu boca está abierta, princesa. —Sí —dije, mi mente todavía se tambaleaba. —Algo. Por ahí —caminé hacia el arcón donde estaban doblados encima y los agarré del montón. —Tengo ropa de montar. —Entonces póntelos. Lo miré fijamente. ¿Esperaba que me vistiera delante de él? Él sonrió de lado. —Ah. Modestia. Ustedes, miembros de la realeza —él sacudió la cabeza y se dio la vuelta. —Date prisa con eso. Estaba de espaldas a mí, y el cuchillo de Natiya estaba al alcance debajo de mi colchón.

Todavía no. Una voz tan profunda y enterrada que intenté fingir que no estaba allí. Era el momento perfecto. Su guardia estaba baja. No sabía que tenía un arma. Aún no. ¿Era este el Don, o tenía miedo de incurrir en un blanco por mi propia cuenta? Yo sería un objetivo fácil. Un cuchillo de tres pulgadas podría cortar una yugular expuesta, pero no podría enfrentarse a un ejército entero. ¿Qué bien haría a Rafe si estuviera muerto? Pero luego los pensamientos sobre Walther y Greta hicieron a un lado la razón. Hazlo. Mis dedos temblaron. Sin errores esta vez, Lia. La venganza y el escape lucharon dentro de mí. —¿Y bien? —preguntó con impaciencia. Aún no. Un susurro tan fuerte como una puerta de hierro que se cierra de golpe. —Me estoy apurando. Me quité la camisa de dormir y me puse ropa interior fresca, rezando para que no se diera la vuelta. Ser vista desnuda debería haber sido la menor de mis preocupaciones en ese momento, y nunca había sido particularmente modesta, pero corrí velozmente como una gacela para ponérmelas, y mi ropa de montar, temiendo que su paciencia saldría corriendo y ligeramente sorprendida que mostrara alguna moderación. —Ahí —dije, metiendo mi camisa en mis pantalones. Se giró y vi como su mirada resbalaba en mi cinturón, la correa de huesos que se había alargado considerablemente, y finalmente el chaleco largo y cálido de muchas pieles, nuevamente el símbolo venerado de los Meurasi. Se había bañado desde la noche anterior. El barro del camino había desaparecido, y la corta barba esculpida una vez más, meticulosamente arreglada. Se acerco. —Tu cabello —dijo. —Peínalo. Haz algo con eso. No avergüences el chaleco que llevas. Supuse que no me llevaría a decapitarme si le importaba cómo se veía mi cabello, pero parecía extraño que incluso le preocupara cómo me veía en absoluto. No, no extraño, sospechoso. No se trataba de avergonzar el chaleco. Se recostó en la silla de Kaden y observó cada movimiento mientras lo cepillaba y trenzaba.

Estudiándome. No de la manera lasciva con que Malich me había comido con los ojos, innumerables veces, sino de una manera fría y calculadora, que me hizo proteger aún más mis movimientos. Quería algo y estaba ideando cómo conseguirlo. Me até la trenza y él se puso de pie, agarrando mi capa de un gancho. —Necesitarás esto —dijo, y me lo puso alrededor de los hombros, tomándose su tiempo mientras lo sujetaba a mi cuello. Me ericé cuando su nudillo rozó mi mandíbula. —Jezelia —dijo, sacudiendo la cabeza. —Siempre tan sospechosa —levantó mi barbilla así que tuve que mirarlo a los ojos. —Ven. Déjame mostrarte Venda. *** Me sorprendió que se sintiera bien volver a montar a caballo. Aunque nos movíamos lentamente por calles sinuosas, cada balanceo en la parte posterior del caballo tenía la promesa de espacios abiertos, prados y libertad, es decir, si ignoraba quién cabalgaba a mi lado. Mantuvo su caballo cerca del mío, y pude sentir su ojo vigilante, no solo en mí, sino en todos los que pasamos. Sus miradas curiosas eran claras. Habían oído hablar de la princesa prisionera de Morrighan. —Haz a un lado un poco tu capa. Deja que vean tu chaleco. Lo miré con incertidumbre pero hice lo que me pidió. Parecía enojado con Kaden por cómo se habían gastado sus monedas, pero ahora parecía absorto por esto. Estaba siendo desfilada, aunque no estaba segura por qué. Hace poco más de una semana, me había llevado a través del Santuario frente a su Consejo, descalza y medio desnuda en un saco de arpillera, que apenas podría llamarse vestido. Eso lo entendí: degradar a la realeza y quitarle su poder. Ahora era como si me lo estuviera devolviendo, pero sentí en lo más profundo de mi estómago que el Komizar nunca renunciaba ni al más pequeño puñado de poder. Has sido bienvenida por el clan de Meurasi. ¿Era esta bienvenida algo que incluso el Komizar no sabía cómo manejar? O tal vez era simplemente su instinto de controlar. Deambulamos por el barrio de Brightmist, que estaba en la parte más al norte de la ciudad. Parecía estar particularmente de buen humor, cuando

recorrimos las calles, llamando a comerciantes, soldados, o una palmadita al badajo, que recoge estiércol de caballo para convertirlo en combustible, porque había aprendido que incluso la madera no era fácil de encontrar en Venda y estiércol de caballo seco quema calurosamente. Me dijo que nos dirigíamos a una pequeña aldea a una hora de distancia, pero no me dijo con qué propósito. Era una figura imponente en la silla de montar, su cabello oscuro se agitaba en la brisa, sus cueros negros brillaban bajo un cielo brumoso. Había salvado a Kaden. Traté de imaginar la persona que había sido, casi un niño cuando levantó a un niño a su caballo, y lo llevó a un lugar seguro. Luego volvió a masacrar a los torturadores de Kaden. —¿Tienes un nombre? —le pregunté. —¿Un nombre? —Uno con el que naciste. A cargo de tus padres. Además de Komizar —aclaré, aunque pensé que mi pregunta era obvia. Aparentemente no lo fue. Pensó por un momento y respondió con rigidez: —No. Solo Komizar. Pasamos por una puerta sin vigilancia al final del camino. Escasas praderas marrones se extendieron ante nosotros, y dejamos las abarrotadas, llenas de humo, avenidas empapadas de barro, de la ciudad detrás de nosotros. —Tendremos que andar más rápido —dijo. —Me dijeron que montas bien. Pero tal vez, ¿Es sólo cuando los bisontes te persiguen?. Sin duda, Griz y Finch habían compartido su escape estrecho, y el mío. —Me las arreglo —dije. —Para una real. Aunque este caballo era nuevo para mí, le hinque los talones y corrí hacia adelante, rezando para que respondiera a mis órdenes. Escuché al Komizar galopar detrás de mí, y empujé a mi caballo más rápido. El aire era frío y helado, me picaba las mejillas, y estaba agradecida por el chaleco de piel debajo de mi capa. Se encontró con mi ritmo y se colocó delante de mí. Tiré de mis riendas y corrimos cabeza a cabeza. Sentía que mi caballo todavía tenía grandes reservas de energia sin explotar, y estaba tan ansioso como yo por mostrarlo, pero disminuí la velocidad un poco, por lo que el Komizar pensaría que me había vencido, y luego,

cuando se adelantó. Regresé al trote. Dio la vuelta, riendo, su rostro se sonrojó con el frío, sus ojos de pestañas oscuras bailaron ante nuestro pequeño juego. Él tomó su lugar a mi lado, y continuamos trotando con los soldados manteniendo el ritmo a poca distancia detrás de nosotros. Pasamos de vez en cuando por una casucha, la hierba tan escasa, la forma tan poco viajada, que apenas había un camino en absoluto. Las pequeñas casas de piedra tenían jardines desordenados y caballos sin suficiente carne en las costillas, para obtener una segunda mirada de un lobo. El paisaje era áspero, duro: Era una maravilla que alguien pudiera arañar la vida aquí. Pero ocasionalmente había dedos de bosque y astillas de tierra que eran fértiles y verdes. Cuando rompimos un ascenso, yo divisé la aldea que era nuestro destino. Un nido de chozas con techo de paja se acurrucaba en la ladera de una colina, y un pinar se cernía sobre ellas. Un gallo se apartó de las cabañas, y se acercó a una casa larga, el humo se elevaba en círculos perezosos desde sus chimenea. —Sant Cheville —dijo el Komizar. —Los habitantes de las colinas en aldeas como estas, son los más pobres pero más duros de nuestra raza. El Santuario puede ser el corazón, pero esto es la columna vertebral de Venda. Las noticias se propagan rápidamente entre la gente de la colina. Son nuestros ojos y oídos. Observé el pequeño grupo de chozas. Era el tipo de aldea que podría haber pasado cien veces en Morrighan y haberla ignorado, pero mirándola ahora, algo latía dentro de mí, una necesidad desconcertante pero urgente. Mi caballo saltó nerviosamente fuera del paso, como si él también lo sintiera. La brisa se arremolinaba alrededor de mi cuello, pesada y fría, y vi un agujero ensanchándose, profundizándose, tragándome, Sabía que vendrías. Me sorprendió el mismo miedo y frenesí que el día que pasé el cementerio con Pauline. Mis dedos apretaron las riendas. —Todos somos parte de una historia más grande también. Una que trasciende el suelo, el viento, el tiempo… No quería ser parte de esta historia. Quería volver corriendo a Terravin. De vuelta a Civica. De vuelta a cualquier parte pero... Esta es la columna vertebral de Venda. Tiré de las riendas, deteniendo a mi caballo, mi respiración se convirtió en jadeos. —¿Por qué me trajiste aquí? —le pregunté. El Komizar me miró, perturbado por la repentina parada. —Sirve a Venda. Esto es todo lo que necesitas saber.

Hizo clic en las riendas y nos hizo avanzar de nuevo hasta que estuvimos a una docena de metros de la casa larga. Se detuvo y se volvió hacia los soldados. —Manténgala aquí. A plena vista. Cabalgó hasta la aldea con un soldado que lo seguía. Se quedaron atrás y desmontaron, hablando con los que habían salido de sus hogares. No pudimos escuchar lo que se dijo desde donde esperábamos, pero estaba claro que los aldeanos estaban felices de verlo. Se giró y me señaló. Luego habló con ellos de nuevo. La gente me miró, asintiendo, y un hombre fue tan audaz, como para darle una palmada al Komizar en la espalda, una palmada que se parecía demasiado a que el Komizar hubiera encontrado una victoria. Dejó un saco de harina y cebada y regresó a donde esperábamos. —¿Debo saber lo que les dijiste? —pregunté. Hizo un gesto a los soldados para que nos siguieran, y pasamos la aldea. —Los habitantes de las colinas son un grupo supersticioso —dijo. —Puedo despreciar ese pensamiento mágico, pero ellos todavía se aferran a él. Una princesa del enemigo, con el Don nada menos, ellos lo tomaron como una señal que los dioses están favoreciendo a Venda. Los llena de esperanza, y la esperanza puede llenar sus estómagos como el pan. A veces es todo lo que tienen a través de un largo y amargo invierno. Detuve mi caballo, negándome a ir más lejos. —Todavía no has dicho lo que les dijiste sobre mí. —Les dije que huiste de los cerdos enemigos para unirte a nuestras filas, llamada por los propios dioses. —Usted miente… Extendió la mano y me agarró, casi tirándome de la silla. —Cuidado, princesa —siseó, su rostro cerca del mío. —No olvides quién eres cuando hablas, ni quién soy yo. Soy el Komizar y les daré un bocado de lo que necesiten para llenar los gruñidos vientres. ¿Entiendes? —los caballos se movían debajo de nosotros, y temí caer al suelo entre ellos. —Sí —respondí. —Perfectamente. —Bien entonces.

Me soltó y viajamos por varios kilómetros hasta que apareció la siguiente aldea. —¿Así es como va a pasar todo el día? —pregunté. —¿Nunca voy a ver la columna vertebral de Venda, y solo me señalarás con tu dedo largo y huesudo? Bajó la vista brevemente a sus manos enguantadas, y una astilla de satisfacción me calentó. —Tienes mal genio —dijo, —Y no te acuerdas de tu boca. ¿Podría confiar en ti o reducirías su esperanza?. Lo miré, preguntándome por qué un hombre que parecía alimentarse de la siembra del miedo, estaba ahora tan preocupado por sembrar esperanza en la gente de la colina. ¿Realmente era para el invierno que estaba tratando de prepararlos, o los estaba reforzando para otra cosa?. —Sé lo que significa aferrarse a la esperanza, Komizar. Muchas veces cruzando el Cam Lanteux, fue todo lo que me sostuvo. No les robaría su esperanza, incluso si es a mi costa. Me miró con recelo. —Eres una chica extraña, Lia. Astuta y calculadora, me dice Malich, y experta en juegos, que admiro. Pero no admiro la mentira —nuestras miradas estaban bloqueadas, sus ojos negros intentaban leer cada línea de mi cara. —No me decepciones. Hizo clic en sus riendas y siguió adelante. Cuando nos acercamos, se abrió la puerta de la casa larga y salió un anciano cojeando, ayudado por un palo torcido. Había notado en Venda, que había pocos adultos encorvados, con cabello blanco. Parecía que los ancianos eran un tesoro raro. Había más gente detrás de él. El hombre saludó al Komizar como un igual, no como uno de sus miedosos súbditos. —¿Qué te trae? —preguntó. —Unos cuantos regalos para pasar el invierno —el Komizar señaló un guardia, que colocó un gran paquete atado sobre su hombro y lo dejó caer cerca de la puerta de la casa larga. —¿Noticias? —preguntó el Komizar. El viejo sacudió la cabeza. —Los vientos son fuertes. Cortaron tanto al jinete como a la lengua. Y los dioses prometen un invierno duro.

—Pero la primavera es más prometedora —dijo el Komizar. —Y esa esperanza puede evitar las garras del invierno. Hablaron en acertijos que no pude seguir. El viejo me miró. —¿Y ella es?. El Komizar me agarró del brazo y tiró de mí para que el viejo pudiera verme bien. —Una princesa de Morrighan con el Don. Ella huyó de los cerdos enemigos para unirse a nuestras filas, llamada por los propios dioses. Ya el enemigo se dispersa. Y como puedes ver —dijo, mirando mi chaleco. —Ha sido recibida por el clan Meurasi. El viejo me miró con los ojos entrecerrados. —¿Eso es así? El agarre del Komizar en mi brazo se apretó. Miré a los ojos del viejo, esperando transmitir más con la mirada que con mis palabras. —Es como dice tu Komizar. Soy una princesa, primera hija de Morrighan, y he huido de mis compatriotas que son tu enemigo. El Komizar me miró de reojo, una leve sonrisa arrugó sus ojos. —¿Y tu nombre, niña? —preguntó el viejo. Sabía que vendrías. La voz era tan clara como la del viejo. Cerré los ojos, tratando de ahuyentarla, pero solo se hizo más fuerte y fuerte. Jezelia, la marcada con poder, la marcada con esperanza. Abrí los ojos. Todos me miraron en silencio, y esperando, con los ojos muy abiertos por la curiosidad. —Jezelia —le respondí. —Mi nombre es Jezelia. Sus ojos llorosos me estudiaron y luego se volvió hacia los demás que estaban detrás de él. —Jezelia, que ha sido bienvenida por el clan de Meurasi —repitió. Hablaron en voz baja entre ellos. El Komizar se inclinó cerca, susurrando en mi oído. —Bien hecho, princesa. Un toque convincente.

Era solo una farsa inteligente para él, pero claramente más para estos habitantes de las colinas. El viejo se volvió hacia nosotros. —¿Algún agradecimiento para calentarte en tu camino? —ofreció. El Komizar forzó una débil sonrisa. Incluso él pensó que Thannis sabía a tierra agria. —Necesitamos seguir nuestro camino… —Le agradecemos su amabilidad —le interrumpí. —Nos encantaría algo. El Komizar me lanzó una mirada oscura, pero no se resistió frente al viejo, como sabía que no lo haría. Nunca sería bueno que un recién llegado abrazara la tradición de Venda más que su gobernante, no importaba lo desagradable que fuese. Alcé la taza ofrecida, a mis labios. Sí, tierra agria y mohosa, pero no la mitad de malo que las larvas blancas. Bebí con ganas y entregué mi taza a la mujer que lo sirvió, agradeciéndole su amabilidad. El Komizar tardó el doble en terminar el suyo. Me reprendió cuando no ofrecí una “exhibición” del Don en nuestra próxima parada. —Dijiste que la noticia pasa rápidamente entre la gente de la colina. Un toque ligero es mejor que un rendimiento pesado. Déjalos con ganas de más. Él rió. —Sagaz y calculadora. Malich tenía razón. —Y tiene razón en tan pocas cosas. Y así pasó el día, aldea tras aldea, el Komizar ganándose el favor con regalos, sacos de harina, y bocados de esperanza, conmigo como prueba que el enemigo estaba temblando y que los dioses estaban sonriéndole a Venda. A media tarde descansamos en un valle mientras los caballos bebían de un arroyo. El viento se levantó y el cielo se oscureció. Sostuve mi capa cerca de mis hombros, apartándome del Komizar y los soldados, y contemplando la vista, una tierra oscura y árida, bañada en los colores de un río de guijarros oscuros. El día me había demostrado que Venda era un lugar implacable, y que solo los más sinceros sobrevivían aquí. Un remanente pudo haberse salvado, pero solo unos pocos fieles elegidos habían sido guiados por los dioses, y la niña Morrighan a

una tierra de plenitud. Venda no era esa tierra. Se había llevado la peor parte de la devastación. Mientras cabalgábamos, pasamos por bosques de piedra, colinas onduladas con solo ocasionales toques de verde, campos de roca roja quemada, árboles azotados por el viento, retorcidos en formas inquietantes, que los hacían parecer vivos, franjas de tierras de cultivo donde los pequeños brotes fueron sacados del suelo duro, y tierras lejanas donde el Komizar decían que nada vivía ni crecía, tierras tan prohibitivas como Infernaterr. Y sin embargo, había algo convincente en el paisaje. Todo lo que había visto eran gentes tratando de sobrevivir, fieles a sus maneras, añadiendo un hueso a la vez a las ataduras, recordando el sacrificio que lo puso allí. Y los sacrificios aún por hacer, gente vestida de bárbaros, como la ropa que llevaba ahora. Gente que no hablaba con gruñidos, sino con humildes notas de gratitud. Sabía que vendrías. Las palabras que había escuchado todavía me abrumaban. Una fuerte ráfaga rasgó mi ropa y mi cabello se liberó de la trenza. Aparté los mechones salvajes de mi cara y miré el paisaje interminable y las nubes oscuras que aplastaban el horizonte. Con dos caballos. ¿Hasta dónde podríamos correr Rafe y yo?. ¿Podríamos desaparecer en el vacío incluso por unos días?. Porque tres días a solas con él, ahora parecían el regalo de toda una vida. Haría cualquier cosa por eso. Estuvimos separados por mucho tiempo. —Tan absorta en tus pensamientos. Me di la vuelta. —No te escuché caminar. —No es sabio en este desierto estar tan perdida en tus reflexiones que olvides tu espalda. Las hienas merodean tan tarde en el día, especialmente por pequeños bocados como tú. Miró hacia donde yo había estado mirando, un largo horizonte y colinas sin fin. —¿En qué estabas pensando? —preguntó. —¿No soy libre de poseer nada? ¿Ni siquiera mis pensamientos?. —No —respondió. —Ya no. Y sabía que lo decía en serio. Estudió mi cara como si esperara una mentira, esperando algo. Me quedé callada. Los segundos pasaron y pensé que me golpearía. Finalmente sacudió la cabeza.

—Si necesitas ocuparte de asuntos personales, mis hombres y yo te daremos la espalda por unos minutos. Sé cómo son tus amigos con respecto a la privacidad. Sé rápida al respecto. Lo vi alejarse, preguntándome cómo había retrocedido. Preguntándose por todo. Había salvado a Kaden, enviado comida para los hambrientos, era incansable en conocer su reino, desde recuperar personalmente a los Gobernadores hasta reunirse con la gente de las montañas distantes. ¿Podía estar equivocada acerca de él?. Recordé su cruel burla, lo hiciste bien, Chievdar, cuando él tiró el cinturón de Walther del botín capturado. Sabía que me pondría de rodillas. Pero fue más que eso lo que alimentó mis dudas sobre él. Eran sus ojos, hambrientos de todo, incluso de mis propios pensamientos. Ten cuidado hermana. La advertencia de mi hermano ardía debajo de mis costillas. Sin embargo, cuando nos detuvimos en la última aldea y lo vi abrazar a los ancianos y dejar regalos, ví la esperanza que había dejado atrás, y recordé que fue él, quien había salvado a Kaden del salvajismo de su propia especie. Me preguntaba si algo que sentía en mis entrañas, realmente importaba.

Y Morrighan levantó la voz. A los cielos. Besando dos dedos. Uno para los perdidos. Y uno para los que están por venir, Porque las aventuras no habían terminado. —Libro de Texto Sagrado de Morrighan. Vol. IV.

Capítulo 31 Kaden Decidí que los dioses estaban en mi contra. Tal vez siempre lo habían estado. No tuve tanta suerte que el Gobernador viniera en mi dirección, medio perdido, y retrasado, después de cuatro días en el camino, el burdel de la última ciudad no había tenido el placer de su visita todavía, y esa era una parada que nunca se perdía. Todavía estaba en algún lugar del camino de allá para aquí, o no había salido aún. Maldito Gobernador Tierny. Le retorcería el cuello cuando lo encontrara. A menos que alguien más ya haya hecho ese trabajo por mí. El clima era miserable, vientos fríos de día, lluvia fría de noche. Los hombres que viajaban conmigo eran hoscos. El invierno llegaba temprano. Pero no fueron los vientos helados los que me dejaron crudo. Fue mi última noche con Lia. Nunca le había dicho a nadie, ni siquiera al Komizar, cómo se llamaba mi madre. Cataryn. Era como si la hubiera resucitado de la muerte. La volví a ver, escuché su voz nuevamente, cuando le conté a Lia sobre ella. Al decir su nombre en voz alta, algo se rompió dentro de mí, pero no pude dejar de decirle a Lia más, recordando cuánto me había amado mi madre, la única persona que me había amado. Eso no era algo que hubiera querido compartir con Lia, pero en la oscuridad, una vez que dije su nombre, todo se derramó, hasta el color de sus ojos. Y los ojos de mi padre. Ese recuerdo me detuvo. No le había contado todo. Lia. Como un susurro en el viento.

Al principio pensé que eso era todo, el viento y las largas horas cabalgando solo. Cuando Lia me dijo por primera vez su nombre en la taberna, me recordó el silencio que escuché cruzando la sabana. Lia. A través de los cañones en el desierto. Lia, en el grito de un lobo lejano. Lia entró en mi corazón antes de que la viera. Y luego.. Lia, mientras estaba parado sobre ella en la oscuridad de su habitación, con mi cuchillo en la mano. Fue un susurro que finalmente no pude ignorar, aunque había logrado sofocarlo de mi vida, desde el momento en que conocí al Komizar. El saber solo me había traído dolor. Lo había usado como Lia. Le había dicho a la señora de la mansión que iba a morir de una muerte lenta y horrible, aunque no había visto tal cosa. Tenía ocho años y estaba enojado porque era mi propia madre la que estaba muriendo, y no la mezquina madre de mis medio hermanos, una mujer que nunca me había mostrado ninguna amabilidad. Fue entonces cuando llegó mi primera paliza. Fue a manos de mi padre, no de los mendigos. Ellos solo dejaron cicatrices encima de las que ya me habían puesto profundamente. ¿Quién era, Kaden?. Su nombre era uno que nunca pronunciaría, ni siquiera a Lia. Pero será mi nombre en sus labios el que diga, mientras yace moribundo. Mi nombre será el que pronuncié mientras jadee por última vez, sabiendo que ha sido traicionado por su propio hijo. Era un pensamiento que me había calentado durante años. Nuestros planes. Ese momento siempre había estado implícito en ellos. Doblamos el paso y comenzamos a descender hacia el valle, cuando los vimos cabalgar hacia nosotros. Detuve nuestra procesión hasta estar seguro de quiénes eran. Suspiré, e indiqué nuevamente que nos reuniéramos con ellos. Nunca debemos volvernos perezosos. Pero el Gobernador de Arleston sí. No habría cuello para retorcer. Él ya estaba muerto. El escuadrón de hombres que se dirigía hacia nosotros, portaba las banderas de Arleston, y el hombre que los dirigía tenía que ser el nuevo Gobernador. Un hombre robusto, pero no tan joven como solían ser los retadores. No me importaba. Se dirigía en la dirección correcta, conociendo su deber, y eso era todo lo que importaba. Podía volver al Santuario ahora. Podía volver a casa con Lia. El último Gobernador perdido había sido encontrado.

Capítulo 32 Rafe —Esa puerta —gruñó Ulrix, señalando hacia adelante. —Volveré en dos horas. —No me tomará tanto tiempo bañarme. —Pero mis deberes me llevarán tanto tiempo. Siéntate bien hasta que vuelva por ti. Se marchó, todavía enojado porque anoche había ganado un baño caliente, en un juego de cartas. Afirmó que me había dejado ganar porque apestaba, lo que puede haber sido cierto. Por mucho que quisiera un baño real, mi verdadero propósito era ver más del diseño del Santuario, y sabía que la cámara del baño estaba más cerca de la torre donde Lia se quedaba con Kaden. Si bien me habían dado algunas libertades en mis movimientos, viajar solo, a una parte diferente del Santuario no estaba entre ellas. Memoricé el camino que tomamos, haciendo preguntas inocuas a Ulrix, tratando de determinar qué pasillos se recorrían con mayor frecuencia y hacia dónde conducían. Ulrix, incluso con su mal genio, demostró ser útil. Abrí la puerta de la cámara del baño, y allí, como me prometieron, había una bañera llena de agua. Metí mi mano en el interior, tibia en el mejor de los casos, pero más que Atractiva, después de solo poder lavarme en un recipiente con agua fría. También había jabón y una toalla. Ulrix debe haberse sentido generoso. Me quité la ropa y metí la cabeza primero, frotándome la cara y el cuero cabelludo, luego entré y me empapé, pero el agua se estaba enfriando rápidamente, así que me bañé, y salí antes de que se enfriara del todo. Me sequé y solo estaba medio vestido cuando sentí las manos en mi espalda desnuda. Me di la vuelta, y allí estaba Lia, empujándome contra la pared.

—¿Qué haces aquí? —le dije. —No puedes… Acercó mi rostro al de ella y me besó, cálido y largo, sus dedos rastrillando mi cabello mojado. Me alejé. —Tienes que irte. Alguien podría… —pero entonces mi boca volvió a tocar la de ella, dura y hambrienta, enviando un mensaje muy diferente al que estaba tratando de transmitir. Mis manos se deslizaron alrededor de su cintura, recorrieron su espalda, absorbiéndola, por todo el tiempo perdido y los días que había querido abrazarla. —Nadie me vio —dijo entre besos. —Todavía. —Escuché a Ulrix decir que se iría por dos horas, y nadie me controlará, al menos por ese tiempo. Mi cuerpo se moldeo al de ella. Podía saborear la desesperación en sus besos, y susurró sobre las distantes colinas de Venda que había visto, colinas interminables en las que podríamos perdernos. —Durante unos días si tenemos suerte —le dije. —Eso no es suficiente. Quiero toda una vida contigo. Ella vaciló por un momento, regresó a nuestra realidad, luego descansó su mejilla en mi pecho. —¿Qué vamos a hacer, Rafe? —preguntó. —Han pasado doce días. Y solo es cuestión de una docena más, antes de que los jinetes regresen con noticias de la buena salud del rey. —Deja de contar los días, Lia —le dije. —Te volverás loca. —Lo sé —susurró, y dio un paso atrás. Sus ojos rozaron mi pecho desnudo. — Deberías vestirte antes de resfriarte —dijo. Con ella tan cerca, tenía todo menos frío, pero agarré la camisa y me la puse. Ella me ayudó a abotonarla, y cada roce de sus dedos chamuscó mi piel. —¿Cómo saliste de tu habitación? —le pregunté. —Hay un pasadizo abandonado. No conduce a muchos pasillos, en su mayoría ocupados, lo que lo hace inútil la mayor parte del tiempo, pero a veces la oportunidad se presenta.

Ella no parecía preocupada por cómo volvería a su habitación sin ser detectada, aunque yo sí. Puso su dedo en mis labios y me dijo que parara, diciendo que teníamos muy poco tiempo juntos, y que no iba a usarlo preocupándose por eso también. —Ya te dije que soy buena para escabullirme —dijo. —Tengo años de experiencia en eso. Cerré la puerta y moví baldes vacíos de una cama al piso, para que pudiéramos sentarnos. Nos actualizamos en lo poco que sabíamos. Se acurrucó en mis brazos, contándome sobre el viaje por el campo de Venda, y cómo la gente de allí era igual a cualquier otra persona, gente tratando de sobrevivir. Ella dijo que eran amables y curiosos y que no se parecían en nada al Consejo. Le conté lo que había aprendido sobre los caminos de Ulrix, pero me contuve de algunas cosas que había estado haciendo, particularmente las armas que había logrado ocultar. Había visto el fuego en sus ojos cuando habló de escabullirse desde uno de los túmulos del Santuario. Ella había sido testigo de la brutal muerte de su hermano, y no podía culparla por querer venganza, pero no quería que recuperara un cuchillo o espada antes de que fuera el momento adecuado. Empujó sobre mis hombros para hacerme recostar, y la tiré conmigo, mi precaución se desmoronó. La quería más que a la vida misma. Ella me miró y pasó su dedo por mi mandíbula. —Príncipe Rafferty —dijo con curiosidad, como si todavía tratara de comprender quién era realmente. —Jaxon es como me llaman en Dalbreck. —Pero siempre te llamaré Rafe. —¿Estás decepcionada que no sea un granjero? Ella sonrió. —Puedes aprender a cultivar melones todavía. —O tal vez cultivaremos otras cosas —le dije, acercándola, y nos besamos una y otra vez. —Lia —finalmente susurré, tratando de volver a nuestros sentidos. — Tenemos que tener cuidado. Presionó su frente contra la mía, en silencio, luego se recostó contra mi hombro, y hablamos, casi como lo hicimos en nuestra última noche juntos en

Terravin, pero esta vez le dije la verdad. Mis padres no estaban muertos. Le conté cómo eran, y un poco sobre Dalbreck. —¿Estaban enojados cuando huí de la boda? —Mi padre estaba furioso. Mi madre estaba desconsolada tanto por mí, como por ella. Estaba ansiosa por tener una hija. Ella sacudió la cabeza. —Rafe, soy tan … —Shh, no lo digas. No le debes una disculpa a nadie. Y luego le dije el resto, que nunca me lo propusieron como un matrimonio real y que mi padre incluso me sugirió que tomara una amante después de la boda si la novia no se adaptaba a mis gustos. —¿Una amante?. Bueno, ¿no es tan romántico? —ella se inclinó sobre un brazo para mirarme. —¿Qué hay de ti, Rafe? —dijo ella más suavemente. —¿Qué pensaste cuando no me presenté?. Pensé en esa mañana, esperando en el claustro de la abadía junto con todo el gabinete de Dalbreck, tirando de mi abrigo. Habíamos tenido que viajar toda la noche, retrasados debido al clima, y solo quería terminar de una vez. —Cuando llegó la noticia de que te habías ido, me sorprendió —le dije. —Esa fue mi primera reacción. No podía entender cómo pudo suceder. Los gabinetes de dos reinos habían resuelto cada detalle. En mi opinión, bien podrían haber sido cincelado en piedra. No podía entender cómo una chica podía deshacer los planes de los hombres más poderosos del continente. Entonces, cuando finalmente superé mi sorpresa, tuve curiosidad. Acerca de ti. —¿Y no estabas enojado? Yo sonreí. —Sí, lo estaba —admití. —No lo admitiría en ese momento, pero también estaba furioso. Ella puso los ojos en blanco. —¡Ah! Como si no lo supiera. —Supongo que era evidente cuando llegué a Terravin.

—En el momento en que entraste en esa taberna, supe que eras un problema, Príncipe Rafferty. Pasé mis dedos por su cabello y la atraje más cerca. —Como tú misma, Princesa Arabella. Sus labios se presionaron contra los míos, y me pregunté si alguna vez habría un día en que no tuviéramos que acortar nuestro tiempo juntos, pero me estaba preocupando por Ulrix. Supuse que se había ido casi una hora, y no quería arriesgarme en caso de que volviera temprano. Cuando la aparté, ella prometió irse en cinco minutos más. Cinco minutos es apenas tiempo suficiente para tomar una cerveza, pero los llenamos de recuerdos de nuestro tiempo juntos en Terravin. Finalmente le dije que tenía que irse. Primero miró por la puerta para asegurarse que el pasillo estuviera despejado. Me tocó la mejilla antes de irse y dijo: —Algún día volveremos a Terravin, ¿verdad, Rafe?. —Lo haremos —susurré, porque eso era lo que necesitaba escuchar, pero cuando la puerta se cerró detrás de ella, sabía que si alguna vez salíamos de aquí, nunca la llevaría de regreso a ningún lugar de Morrighan, incluido Terravin.

Capítulo 33 Traté de dejar de contar los días como Rafe me había dicho, pero cada día que el Komizar me llevaba a un barrio diferente, sabía que teníamos uno menos. Nuestras salidas eran breves, el tiempo suficiente para presumir ante este anciano, o aquel señor de los barrios, y los que se reunieran, plantando su versión de esperanza entre los supersticiosos. Para un hombre que tenía poca paciencia con la mentira, él sembró el mito de mi llegada libremente, como semillas arrojadas por puñados al viento. Los dioses estaban bendiciendo a Venda. Curiosamente, un equilibrio se estableció entre nosotros. Era como bailar con un extraño hostil. Con cada uno de nuestros pasos, obtuvo lo que quería, la devoción adicional de los clanes y la gente de la colina, y también obtuve algo que quería, aunque no pude ponerle un nombre. Era un tirón extraño, en formas y tiempos inesperados: El destello del sol, una sombra, el cocinero persiguiendo a un pollo suelto por el pasillo, el humo en el aire, una taza endulzada de Thannis, el frío fresco de la mañana, una sonrisa sin dientes, la resonancia del Paviamma devolviendome el canto, las franjas oscuras del cielo mientras cantaba los recuerdos. Todos eran momentos desconectados que no sumaban nada, y aun así me agarraban, como dedos que se entrelazaban con los míos y me empujaban hacia adelante. La ventaja que Kaden se fuera, fue que me dejaban sola por la noche. En su apuro por hacer los arreglos antes de irse, Kaden solo le había dicho a Aster que viniera, y me escoltara a la cámara del baño si lo solicitaba, y me ayudara con mis necesidades personales, pero no había definido cuáles podían ser esas necesidades. Le aseguré que mi pedido nocturno era una de esas necesidades. Resultó que estaba feliz de conspirar conmigo. El Santuario era mucho más cálido que la choza que compartía con su bapa y sus primos. Le pregunté si sabía cómo llegar a las catacumbas sin pasar por el pasillo principal. Sus ojos se agrandaron. —¿Quieres ir a las cuevas del Ghoul?.

Aparentemente, Eben y Finch no eran los únicos que lo llamaban así. Griz tenía razón. El pequeño erizo conocía cada túnel de ratón en el Santuario, y había muchos. En uno de ellos, tuve que ponerme de rodillas para gatear. Mientras caminábamos por otro, escuché un rugido lejano. —¿Qué es eso? —susurré. —No queremos ir por ese camino —dijo. —Ese túnel conduce al fondo de los acantilados. No hay nada más que el río, mucha roca húmeda y engranajes del puente. Ella me condujo por un camino opuesto, pero tomé nota del otro camino. Un camino que conducía al puente, aunque fuera imposible de subir, era algo que quería explorar. Finalmente salimos a un túnel más ancho, como una cueva, y el familiar olor dulce del aceite, y el aire polvoriento nos dio la bienvenida. Pensé que a esta hora estaría vacío, pero escuchamos pasos. Nos escondimos en las sombras, y cuando los hombres con túnica oscura pasaron arrastrando los pies, los seguimos a una distancia segura. Ahora entendí por qué le llamaban cuevas de Ghoul. Las paredes no estaban hechas de ruinas rotas. Huesos y cráneos humanos se alineaban en el camino, miles de Antiguos que sostenían el Santuario, a punto de susurrar sus secretos, algo que Aster no quería escuchar. Cuando los vio, y jadeó, puse mi mano sobre su boca, y asentí tranquilizadora. —No pueden lastimarte —dije, aunque no estaba tan segura de mí misma. Sus miradas vacías siguieron nuestros pasos. El camino estrecho conducía desde una pendiente empinada hacia una enorme habitación, una que tenía el arte y la arquitectura de otra época, y supuse que podría remontarse a los Antiguos. En lo profundo de la tierra, y tal vez sellada durante siglos, se encontraba en muy buenas condiciones, y también su contenido. No era una habitación cualquiera, sino una habitación llena de libros que pondrían pálido al Erudito real; empequeñecería todas sus bibliotecas juntas. Al final, vi a los hombres con túnica que clasificaban libros en montones y de vez en cuando tiraban alguno en una montaña de descartados. Montañas similares se dispersaban por todo la habitación. Parcialmente oculta a la vista, había una amplia abertura curva, a otra habitación más allá de esta. La luz brotaba de ella, brillante y dorada. Pude ver al menos una figura dentro, encorvada sobre una

mesa escribiendo en libros de contabilidad. Este era un gran esfuerzo organizado. Las sombras que pasaban parpadeaban por el suelo. Había otros en esa habitación también. Los que clasificaban los libros en la habitación exterior, ocasionalmente tomaban uno para ellos. Quería desesperadamente ver qué estaban haciendo y qué eran los libros que estudiaban. —¿Quieres uno?— Susurró Aster. —No —dije. —Podrían vernos. —A mí no —respondió ella, mostrando lo bajo que era capaz de agacharse. — Y no es realmente robar, porque queman esas pilas en los hornos de la cocina. ¿Los quemaban?. Pensé en los dos libros que le había robado al Erudito, sus dos cubiertas de cuero, quemadas por el fuego. Antes de que pudiera detenerla, Aster salió corriendo, silenciosa como una sombra, y tomó un pequeño libro de los descartes. Cuando regresó corriendo, su pequeño pecho se agitaba de emoción, y con orgullo me entregó su premio. Estaba encuadernado de manera diferente a cualquier libro que hubiera visto, como navaja recta y apretada, y no reconocí el lenguaje. Si era alguna forma de Vendan, era incluso más antigua que la Canción de Venda, que había traducido. Fue entonces cuando supe lo que estaban haciendo. Traducían lenguas antiguas, lo que explicaba por qué se necesitaban los servicios de académicos expertos. Conocía otros tres reinos además de Morrighan que tenían grupos de eruditos con conocimientos inmensurables: Gastineux, la patria de mi madre; Turquoi Tra, hogar de monjes místicos; y Dalbreck. Como habían descartado este libro, sabía que no era importante para ellos, pero al menos ahora sabía cuál era su propósito aquí: Descifrar una tumba de libros guardada, los libros perdidos de los Antiguos. Para una sociedad donde pocas personas leen, esta era una actividad académica extraña. Mi curiosidad ardía, pero luché contra el impulso de confrontarlos y cuestionarlos, porque revelaría mis andanzas nocturnas, y también pondría a Aster en riesgo. Me puse el libro debajo del brazo, la empujé hacia el camino de los cráneos, y nos apresuramos a regresar a mi habitación. Cuando cerramos la puerta detrás de nosotras, ella se rió nerviosamente de nuestra aventura juntas. Ella me preguntó si podía leerle el libro y le dije que no, estaba en una lengua que no entendía. —¿Qué pasa con esos? Miré hacia donde señalaba. Acostados, uno al lado del otro en mi cama, estaban los libros que le había robado al Erudito real. No los había colocado allí.

Me di la vuelta, buscando un intruso alrededor de la habitación. No había ninguno. ¿Quién entraría a mi habitación y los colocaría así? —Aster —le dije severamente, —¿estás jugando conmigo? ¿Los pusiste allí antes de que nos fuéramos? Pero con una mirada a su expresión ansiosa, supe que no fue ella. Sacudí la cabeza para que no se preocupara. —No importa. Olvidé que los dejé allí. Vamos —dije. mientras recogía los libros y los colocaba en el arcón. —Preparémonos para la cama. No había traído nada más que la ropa que llevaba puesta, así que busqué otra de las cálidas camisas de Kaden. Cayó hasta sus tobillos, y ella abrazó la suave tela contra su piel. Cuando me cepillé el pelo, la vi frotar su peinado corto soñadoramente, como si lo imaginara por mucho tiempo. —Todo ese cabello debe mantener el cuello y los hombros agradables y cálidos —dijo. —Supongo que sí, pero tengo algo mucho más bonito que podría mantenerte caliente. ¿Te gustaría verlo? Ella asintió con entusiasmo y saqué de mi alforja la bufanda azul que Reena me había dado. Sacudí los pliegues, y las cuentas de plata tintinearon. Lo puse sobre su cabeza y envolví los extremos alrededor de su cuello. —Aquí —dije, —una bella princesa vagabunda. Es tuya, Aster. —¿Mía? —levantó la mano y sintió la tela, tocando las cuentas, su boca abierta de asombro, y sentí la puñalada, que un gesto tan pequeño, significara mucho para ella. Se merecía mucho más de lo que podía darle. Nos acurrucamos en mi cama y le conté historias encontradas en el Texto Sagrado de Morrighan, cuentos de cómo los Reinos menores crecieron del elegido, cuentos de amor y sacrificio, honor y verdad, todas las historias que me hacían añorar mi hogar. La vela se consumío, y cuando escuché los suaves ronquidos de Aster, susurré la oración de Reena. —Que los dioses te concedan un corazón quieto, ojos pesados y ángeles que vigilen tu puerta.

Y Harik, verdadero y fiel, Trajo a Aldrid a Morrighan, Un marido digno a la vista de los dioses, Y el Remanente se regocijó. —Morrighan Libro de Texto Sagrado, vol. III.

Capítulo 34 Ya era bastante tarde, pero mientras Aster dormía con su pañuelo en la mano, me senté en la alfombra de pieles en el centro de la habitación y miré los libros que habían aparecido en mi cama. De alguna manera, los habían puestos a la vista para que yo los encontrara, como si los hubiera olvidado escondidos debajo de mi colchón. En verdad, estaba tan consumida con el negocio de seguir con vida que casi los había olvidado. Había traducido toda la Canción de Venda en mi camino a través del Cam Lanteux, pero tuve tiempo de traducir solo un breve pasaje de: Ve Feray Daclara au Gaudrel. Saqué el pequeño libro de su manga y pasé los dedos por el cuero repujado, tocando la esquina quemada. Había sobrevivido los siglos, un viaje desgarrador por el continente y el intento de alguien de destruirlo. Gaudrel. Me preguntaba quién era ella, además de la narradora de un grupo de vagabundos. El primer pasaje parecía una historia fantástica contada a una niña para distraerla del hambre, pero cuando lo traduje, supe que tenía que ser más. El Erudito lo había escondido e incluso envió un cazarrecompensas para recuperarlo. Tomé la cartilla de los vagabundos de mi alforja, para ayudarme a traducir, luego me instalé, descifrándolo palabra por palabra, línea por línea, comenzando con el primer pasaje nuevamente. Había una vez, hija mía, una princesa no más grande que tú. Era la historia de un viaje, una esperanza, y una niña que comandaba el sol, la luna y las estrellas. Cuando pasé al siguiente pasaje, nuevamente era una niña pidiendo una historia, pero esta vez sobre una gran tormenta. Era extrañamente, una reminiscencia del texto sagrado de Morrighan. Era una tormenta, eso es todo lo que recuerdo, Una tormenta que no terminaba. Una gran tormenta, ella le avisa.

Suspiro, sí, y la pongo en mi regazo. Había una vez, niña, Hace mucho, mucho tiempo, Siete estrellas fueron arrojadas desde el cielo. Una para sacudir las montañas, Una para batir los mares, Una para ahogar el aire, Y cuatro para poner a prueba, los corazones de los hombres. Estrellas arrojadas desde el cielo. ¿Era solo una historia, o Gaudrel era realmente una de los antiguos sobrevivientes?. ¿Una simple niña, cuando Aster arrojó una estrella a la tierra?. Eso explicaría por qué su historia tenía errores. El texto sagrado había sido transcrito generación tras generación por los mejores eruditos de Morrighan, y estaba claro que solo una estrella provocó la devastación, no siete. Pero una o siete, apenas importaba, para ella, era una tormenta que no terminaba. Una tormenta que dejó sin sentido los viejos caminos. Ella hablaba de cuchillos afilados y voluntad de hierro, pero me detuve cuando llegué a la parte de los carroñeros. Gaudrel y esta niña siempre huían de bestias que tenían tanta hambre como ellas. ¿Eran los míticos pachegos de Infernater,r que los Vendans temían?. Cada página era un vistazo de otro momento, y juntas eran una crónica de los acontecimientos de hace mucho tiempo. La historia de Gaudrel. Algunos pasajes parecían estar redactados cuidadosamente para los oídos de una niña, pero otros eran brutalmente crudos. Aster se agitó mientras dormía, y rápidamente salté varias páginas. Nunca lo traduciría todo en una noche. El siguiente pasaje era una historia sobre el padre de Gaudrel. Dime otra vez, Ama. Sobre el calor. De antes. El calor vino, niña, no sé de dónde. Mi padre lo ordenó, y estaba allí.

¿Era tu padre un dios? ¿Era él un dios?. Parecía que sí. Parecía un hombre. Pero era fuerte más allá de la razón. Conocedor más allá de lo posible, Sin miedo más allá de lo mortal. Potente como… Déjame contarte la historia, hija, la historia de mi padre. Había una vez un hombre tan grande como los dioses... Pero incluso los grandes pueden temblar de miedo. Hasta los grandes pueden caer… Me recosté mirando la página. Estaba demasiado cerca del texto sagrado que decía: Se creían a sí mismos un paso más abajo que los dioses. Dos historias se arremolinaban ante mis ojos, mezclándose como sangre y agua. ¿Qué historia vino primero?. ¿El texto sagrado de Morrighan o el que tenía en mis manos?. Aster se dio la vuelta, estirándose, murmurando medio dormida y preguntándome si volvería a la cama. —Pronto —susurré. Me apresuré a avanzar de nuevo por las páginas, buscando más respuestas. ¿A dónde fue ella, Ama?. Ella se fue, mi niña. Robada, como tantas otras. ¿Pero dónde? Levanto la barbilla de la niña. Sus ojos hundidos por el hambre. Ven, vamos a buscar comida juntas.

Pero la niña está creciendo, Sus preguntas no son tan fáciles de rechazar. Ella sabía dónde encontrar comida. La necesitamos a ella. Y es por eso que se fué. Por qué la robaron. También tienes el Don dentro de ti, hija mía. Escucha. Mira. Encontraremos comida, algunas hierba, algunos granos. ¿Ella volverá?. Ella está más allá del muro. Está muerta para nosotras ahora. No, ella no volverá. Mi hermana Venda, es una de ellos ahora. ¿Hermanas? Traduje el último pasaje nuevamente, segura que había cometido un error, pero era cierto. Gaudrel y Venda eran hermanas. Venda también era una vagabunda. Y luego leí más. Que se sepa, La robaron Mi pequeña. Ella me buscaba, gritando: Ama. Es una mujer joven ahora. Y esta anciana no pudo detenerlos. Que sea conocido por los dioses y las generaciones. Robaron del remanente. Harik, el ladrón, robó a mi Morrighan. Luego la vendió por un saco de grano, A Aldrid el carroñero.

Cerré el libro, mis palmas húmedas. Miraba mi regazo, tratando de entender. Tratando de explicarlo. Tratando de no creerlo. Gaudrel no contó esta historia a cualquier niño. Fue a Morrighan. Era una niña, no elegida por los dioses, sino robada por un ladrón, y vendida a un carroñero. Harik no era su padre, como decía el Texto Sagrado. Él era su secuestrador y vendedor. Aldrid, el venerado padre fundador de un reino, fue poco más que un carroñero, que compró una novia. Al menos según esta historia. No estaba segura qué creer. Solo una cosa se sentía segura en mi corazón. Tres mujeres fueron destrozadas. Tres mujeres que una vez fueron familia.

Capítulo 35 Rafe Calantha y Ulrix me arrastraron a los establos. Tenía que dar otro paseo por su miserable ciudad, la única ventaja era que podía buscar otra salida, aunque seguramente no había más ninguna. Los jinetes Vendans eran rápidos, y los días perdidos ardieron en mi cabeza. Revisé todas las estrategias militares que Sven había incrustado en mí, pero ninguna de esas estrategias había incluido a Lia y el riesgo para ella. Estos pensamientos me estaban consumiendo, así que no lo reconocí al principio. Arrojó tortas de estiércol secas, en un contenedor cerca de los establos. Su ropa estaba sucia y rasgada. Cuando seguí a Calantha y Ulrix al establo, mis ojos lo pasaron por alto. Enfocándome en mi propio caballo en primer lugar. Uno de los Chievdars lo había reclamado como suyo. Estaba bien cuidado y arreglado, pero me incomodaba que ahora sirviera a Venda. Calantha y Ulrix me estaban llevando por órden del Komizar. Lo vi irse con Lia cuando llegamos al patio del establo. Temía por ella en la compañía del Komizar. —Ella estará bien —dijo Calantha. Aparté la mirada y dije que solo sentía curiosidad por el propósito de estos paseos por la ciudad. —Una especie de campaña —me dijo vagamente. —El Komizar desea compartir nuestra nobleza recién llegada con otros. —Solo soy un humilde Emisario. No un noble. —No —dijo ella. —Serás lo que el Komizar desea que seas. Y hoy eres el gran Lord Emisario del Príncipe de Dalbreck.

—Para una nación que desprecia la realeza, parece ansioso por hacer alarde de ella. —Hay muchas formas de alimentar a las personas. Mientras sacamos a nuestros caballos del establo, un chico con badajo, arrastró una carga de estiércol delante de la puerta, tropezando y derramándolo a su lado. Ulrix lo maldijo por bloquear nuestro camino. ¡Fikatande idaro! ¡Bogeve enar johz vi daka!. El tonto se revolvió en el suelo, tratando de devolver la carga lo más rápido posible al carro. Se detuvo y miró hacia arriba, encogido, derramándo disculpas en Vendan. Entrecerré los ojos cuando lo vi, pensando que tenía que estar equivocado. Era Jeb. Estaba sucio, con el pelo enmarañado, y apestaba. Jeb un chico con badajo. Tomó toda mi fuerza de voluntad no alcanzarlo y abrazarlo. Lo habían logrado, al menos Jeb. Miré alrededor del patio del establo, esperando ver a los demás. Jeb sacudió vigorosamente la cabeza mientras se disculpaba por su torpeza. Brevemente dirigió su mirada hacia mí, sacudiendo su cabeza nuevamente. Los otros no estaban aquí. Todavía. ¿O quiso decir que no vendrían en absoluto?. —Trae algunas de esas a mi habitación cuando hayas terminado. La torre norte del Santuario —dije. Calantha intercambió algunas palabras rápidas con Jeb. —¿Mi ena urat seh lienda?. Jeb sacudió la cabeza e hizo un gesto con los dedos. —Nay. Mias e tayn. —El tonto no entiende tu lengua —gruñó Ulrix. —Y tu cuarto se calienta último, Emisario. Cuando el Consejo sea agradable y cálido, entonces tal vez consigas algo. Jeb asintió, arrojando la última carga al carrito. Torre norte. El tonto entendió perfectamente, y ahora sabía dónde encontrarme. Giró el carro fuera del camino, y Ulrix nos empujó, su paciencia agotada. —Nos vemos allí. —¿Dónde vamos? —le pregunté a Calantha.

Ella suspiró como si estuviera aburrida. Para alguien tan joven, estaba hastiada más allá de sus años. Por mucho que había tratado de obtener información sobre su posición en el Santuario, era una pared helada cuando se trataba de detalles sobre ella. —Vamos al barrio de Stonegate con una parada rápida en Corpse Call —dijo. —El Komizar pensó que podría ser entretenido. *** Había sido soldado en el campo durante casi cuatro años. Había visto mucho. Hombres apuñalados, mutilados, con los cráneos bien abiertos. Incluso había visto hombres destrozados por animales salvajes, medio comidos. En el Cam Lanteux, y en el campo de batalla, no había delicadas consideraciones sobre cómo muere un hombre. Había aprendido a esperar cualquier cosa. Pero la bilis se elevó en mi garganta cuando superamos la cresta de Corpse Call, y reprimí el cierre de mi pecho, cuando comencé a mirar hacia otro lado. Ulrix empujó mi hombro. —Mejor mira bien. El Komizar te preguntará qué piensas de eso. Me volví. Parecía firme y duro. Tres cabezas en estacas. Las moscas zumbaban en las lenguas hinchadas. Gusanos enrollados en las cuencas de los ojos. Un cuervo tiró tercamente de algo sinuoso de una mejilla, como si fuera un gusano. Pero incluso a través de la descomposición, me di cuenta de que eran niños. Fueron una vez niños. —El Asesino se hizo cargo de estos tres. Eran traidores —Ulrix se encogió de hombros y volvió a bajar por la colina. Me volví hacia Calantha. —¿Kaden hizo esto? —Supervisar las ejecuciones es su deber como Fortaleza. El aderezo de arriba en las estacas es hecho por soldados. Se quedarán allí hasta que la última carne se caiga del hueso —ella respondió. —Esas son las órdenes del Komizar. La miré, su único ojo pálido brillaba, una debilidad en sus hombros que generalmente estaban rígidos con cinismo. —No lo apruebas —le dije.

Ella se encogió de hombros. —Lo que pienso no importa. Extendí la mano y toqué su brazo antes de que pudiera darse la vuelta. Se encogió como si pensara que iba a golpearla, y retrocedí. —¿Quién eres, Calantha? —pregunté. Ella sacudió la cabeza, su actitud aburrida volvió. —No he sido nadie por mucho tiempo.

Capítulo 36 Era una rara mañana despejada de cielo azul claro. El aire fresco se calentó con la fragancia del Thannis, porque aunque su sabor era agrio, su aroma era dulce. El brillo del día ayudó a ahuyentar mi agotamiento. Como si no tuviera suficiente en qué pensar, no podía sacar el libro de Gaudrel de mi cabeza. A altas horas de la noche, me despertaba una y otra vez, con el mismo pensamiento: Eran familia. Morrighan fue robada y vendida a un carroñero. Aunque fuera cierto que ella tenía el Don y condujo al pueblo a una nueva tierra, aquellos que ella dirigió no eran un Remanente noble elegido por los dioses, sino carroñeros que se aprovechaban de otros. Se habían aprovechado de Morrighan. —¿Dormiste bien? —gritó el Komizar sobre su hombro. Hice clic en mis riendas para alcanzarlo. Mi farsa continuaría hoy en el barrio del Canal, en los lavaderos frente al jehendra. —Tu atención me reconforta —le dije. —No te importa nada cómo dormí. —Excepto por las ojeras bajo tus ojos. Te hace menos atractiva para la gente. Pellizca tus mejillas. Tal vez eso ayude. Me reí. —Justo cuando creo que no puedo odiarte más, me demuestras que estoy equivocada. —Vamos, Jezelia, ¿después de que te he mostrado toda mi amabilidad?. La mayoría de los prisioneros ya estarían muertos. Si bien no lo llamaría amabilidad, sus comentarios para mí se habían vuelto menos mordaces, y no pude evitar notar que hacía algo que mi padre nunca había hecho en su propio reino. Caminaba entre los que gobernaba, tanto cerca como lejos. No gobernaba desde la distancia, sino de manera íntima y completa. El conocía a su gente. Hasta el punto que ayer me había preguntado cuál era el diseño de la garra y la vid en mi hombro. No mencioné la Canción de Venda, y

esperaba que nadie más lo hiciera, pero estaba segura que al menos algunos de los que la habían mirado, la estaban desenterrando de recuerdos polvorientos, de historias olvidadas hace mucho tiempo. —Un error —le había dicho simplemente. —Una kavah de boda que no fue aplicada correctamente. —Parece haber capturado la fantasía de muchos. Me había encogido de hombros. —Estoy segura que es una curiosidad para ellos, como yo, algo exótico de un reino lejano. —Eso eres. Usa uno de tus vestidos mañana que lo muestre correctamente — había ordenado. —Esa camisa triste, es tediosa. Y también cálida. Solo que eso era de poca preocupación para él, sin mencionar que los vestidos no eran particularmente adecuados para montar, de nuevo, sin importancia a la luz de sus grandes planes. Había asentido, reconociendo su demanda, pero hoy me puse la camisa y los pantalones. No pareció darse cuenta. Cuando no estaba escudriñando cada uno de mis movimientos y palabras, disfrutaba mis interacciones con la gente. Me proporcionaban un tipo diferente de calidez, que probablemente necesitaba más. Esa parte no era una farsa. La bienvenida de los Meurasi se había extendido a muchos clanes. Los momentos de compartir Thannis, o historias, o algunas palabras sinceras, me dieron equilibrio, y unas pocas horas de alivio del Santuario. Mi Don rara vez entraba en juego. Unas pocas veces me invadió la sensación de que algo grande y oscuro descendía. Contenía el aliento y miraba hacia arriba, realmente esperando ver una cosa con garras negras cayendo sobre mí, pero no había nada allí. Solo un sentimiento que sacudía rápidamente cuando veía al Komizar sonriendo. Nunca perdía la oportunidad de cambiarlo en algo corrupto y vergonzoso. Me hacía querer sofocar el Don, en lugar de escucharlo. Parecía imposible nutrir algo en su presencia. Llegamos a un camino estrecho y desmontamos, entregando las riendas a los guardias que nos seguían. —¿Es esto? —preguntó, tirando del cinturón de Walther con el pulgar. — ¿Esto es lo que te sigue haciendo tan irritable?.

Miré la correa de cuero sobre su pecho, que había logrado bloquear de mi visión con un poco de magia de voluntad. ¿Irritable?. Por los dioses, lo habían robado del cadáver de mi hermano después de haber masacrado a todo su compañía. ¿Irritable? Miré desde el cinturón a sus fríos ojos negros. Una sonrisa los recorrió como si viera cada pensamiento ardiente en mi mente. Sacudió la cabeza, satisfecho con mi respuesta silenciosa. —Necesitas aprender a soltar las cosas, Lia. Todas las cosas. Sin embargo... — Quitó su daga de él, luego levantó el cinturón sobre su cabeza y lo colocó sobre la mía. Sus manos se demoraron en mi espalda mientras lo ajustaba. —Tuyo. Como recompensa. Has demostrado ser útil estos últimos días. Respiré con alivio cuando finalmente terminó de ajustar el cinturón, y retiró las manos de mi espalda. —Tu gente ya se inclina ante tu comando. —dije. —¿Para qué me necesitas? Levantó la mano y la deslizó suavemente sobre mi mejilla. —Fervor, Lia. Los suministros de alimentos son más cortos que nunca. Necesitarán fervor para ayudarlos a olvidar su hambre, su frío, su miedo durante este último largo invierno. Eso no es mucho pedir, ¿verdad? Lo miré con incertidumbre. Fervor era una extraña elección de palabras. Implicaba algo más febril que la esperanza o la determinación. —No tengo palabras para provocar fervor, Komizar. —Por ahora solo haz lo que has estado haciendo todo el tiempo. Sonríe, agita tus pestañas como si los espíritus te susurraran. Más tarde te diré las palabras a decir. Su mano se deslizó hasta mi hombro, acariciándolo, luego sentí la tela de mi camisa pellizcarme mientras la recogía en su puño. Tiró bruscamente, de repente, y yo hice una mueca, cuando la tela se desprendió de mi hombro. —Y ahora —dijo. —Tu tediosa camisa está descuidada. Sus dedos rozaron mi hombro donde la kavah yacía expuesta, y se inclinó para que sus labios estuvieran calientes contra mi oreja. —La próxima vez que te diga qué hacer, haz lo que digo. ***

Nos dirigimos hacia los terrenos de lavado sin decir una palabra más. Obtuve miradas tanto para mi kavah, como para mi camisa rota. Fervor. Eso no es mucho pedir, ¿verdad?. Me estaba haciendo un espectáculo de una forma u otra. Estaba segura que, en su opinión, la kavah era solo algo peculiar y exótico, o incluso al revés. No le importaba el significado, solo que podía ayudar a avivar este llamado fervor. Una distracción adicional, eso es todo lo que él quería, y nada de eso parecía correcto. Cuando llegamos a los terrenos de lavado, vi tres cuencas largas, la presión del río hábilmente las atravesaba. Las mujeres se alineaban en los bordes, arrodilladas para restregar la ropa en las piedras, con los nudillos partidos y rojos por las aguas heladas. De una de las muchas tiendas cercanas que rodeaban los terrenos, flotaba humo dulce y enfermizo, y el Komizar dijo que entraría un momento. —Habla con los trabajadores, pero no vayas más allá de las cuencas —dijo con severidad. Recordándome que debía hacer exactamente lo que él decía. —Saldré enseguida. Vi a las mujeres encorvadas y trabajando, tirando sus ropas en cestas, pero luego vi a Aster, Zekiah e Yvet al otro lado del camino, acurrucados en las sombras de un muro de piedra y mirando algo que Yvet sostenía. Parecían inusualmente apagados y tranquilos, lo que ciertamente no era típico de Aster. Crucé la plaza, gritando sus nombres, y cuando se volvieron hacia mí, vi la tela ensangrentada envuelta alrededor de la mano de Yvet. Jadeé y corrí hacia ella. —Yvet, ¿qué pasó? —tomé su mano, pero ella la agarró ferozmente contra su vientre para escondérmela. —Dime, Yvet —dije más suavemente, pensando que la había sorprendido. — ¿Cómo te lastimaste? —Ella no te lo dirá —dijo Aster. —Está avergonzada. El señor de los barrios la cortó. Me volví hacia Aster, mi cara erizada por el calor. —¿Qué quieres decir? ¿La cortó? —La punta de un dedo por robar. Toda una mano si vuelve a suceder. —Fue mi culpa —agregó Zekiah, mirando a sus pies. —Ella sabía que había estado ansioso por probar ese queso marmolado.

Recordé el furioso muñón hinchado del dedo índice de Zekiah la primera vez que lo ví. ¿Por robar queso?. La rabia descendió, tan total y completa que cada parte de mí tembló: Mis manos, mis labios, mis piernas. Mi cuerpo ya no era mío. —¿Dónde? —exigí. —¿Dónde está este señor de barrios? Aster me dijo que él era el orfebre en la entrada del jehendra, luego se tapó la boca con la mano. Ella tiró de mi cinturón, tratando de detenerme mientras me alejaba, rogándome que no fuera. Me sacudí de un tirón.. —Quédate aquí! —grité. —¡Todos ustedes! ¡Quédense aquí! —sabía exactamente dónde estaba la tienda. Al verme volar de rabia, varias de las mujeres del lavadero me siguieron, haciéndose eco de las palabras de Aster. No vayas. Lo encontré parado en el centro de su puesto, puliendo una jarra. —¡Tú! —dije, señalando con el dedo en su cara, obligándolo a mirarme. —Si vuelves a tocar un niño otra vez, personalmente cortaré cada miembro de tu cuerpo inútil y rodaré tu feo muñón por el medio de la calle. ¿Lo entiendes? Me miró incrédulo y se echó a reír. —Soy el señor del barrio. El dorso de su mano carnosa se disparó, y aunque lo desvié con mi brazo, la fuerza de su golpe todavía me hizo retroceder. Me caí contra una mesa, volteando los contenidos al suelo. El dolor explotó en mi cabeza donde me golpeó la mesa, pero mi sangre se aceleró tanto que me puse de pie en segundos, esta vez con el cuchillo de Natiya en la mano. Hubo un silencio, y la multitud que se había reunido dio un paso atrás. En un instante, la pelea que esperaban ver, se transformó en algo mortal. El cuchillo de Natiya era demasiado liviano y pequeño para lanzar, pero ciertamente podía cortar y mutilar. —¿Te llamas a ti mismo señor? —me burlé. —No eres más que un repulsivo cobarde! ¡Adelante! ¡Golpéame de nuevo! Pero en el mismo momento, cortaré la nariz de tu miserable excusa de cara.

Miró el cuchillo, temeroso de moverse, pero luego vi que sus ojos se movían nerviosamente a un lado. Entre sus productos, en una mesa equidistante entre nosotros, había una espada corta. Los dos nos abalanzamos sobre ella, pero la alcancé primero, girando mientras la agarraba, y el aire sonó en su filo agudo. Dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos. —¿Qué mano primero, señor del barrio? —pregunté. —¿Izquierda o derecha? Dio otro paso atrás pero quedó atrapado en una mesa. Balanceé la espada cerca de su vientre. —Ya no es tan gracioso, ¿verdad? Hubo un murmullo de la multitud, y los ojos del señor se movieron a algo detrás de mí. Me di vuelta, pero ya era demasiado tarde. Una mano me sujetó la muñeca y me retorció el otro brazo detrás de la espalda. Era el Komizar. Me arrancó la espada de la mano, la arrojó hacia el señor de los cuartos y me quitó dolorosamente el cuchillo de mi agarre. Cayó al suelo a nuestro lado. Lo vi notando el mango tallado, que era claramente vagabundo. —¿Quién te dio esto? — Comprendí el miedo de Dihara ahora. Vi la furia en los ojos del Komizar, no solo hacia mí sino hacia quien me lo había dado. No podía decirle que Natiya lo había escondido en mi capa. —Lo robé —le dije. —¿Qué te importa a ti? ¿Me cortarás los dedos ahora? Sus fosas nasales se dilataron, y me empujó a los brazos de los guardia. —Llévenla a los caballos y espérenme. Lo escuché gritarle a la multitud que volvieran a sus asuntos, mientras los guardias me arrastraban. Se nos unió solo unos minutos después. Su ira extrañamente templada, lo que me hizo desconfiar. —¿Dónde aprendiste a usar una espada? —preguntó. —Apenas la usé. La agité un par de veces, y tu señor del barrio se mojó. Es un cobarde torpe, que solo es lo suficientemente valiente para cortar los dedos de los niños. Me fulminó con la mirada, todavía esperando una respuesta. —Mis hermanos —le dije. —Se buscará en tus cuartos cuando regresemos, para ver si hay algo más que hayas robado.

—Solo el cuchillo. —Por tu propio bien, espero que estés diciendo la verdad. —¿Eso es todo lo que tienes que decir?. —Perdonaré tu amenaza a mi señor, esta vez. Le dije que ignoras nuestros modos. —¿Yo, ignorante?. ¡El corte de dedos en los niños es bárbaro!. Se acercó, presionándome contra mi caballo. —Morir de hambre es bárbaro, Princesa. Robar de la boca de otro es bárbaro. Las infinitas formas en que tu reino nos ha mantenido a este lado del río, son bárbaras. La yema del dedo es un pequeño precio a pagar, pero un recordatorio de por vida. Notarás que tenemos muy pocas personas con una sola mano en Venda. —Pero Yvet y Zekiah son niños. —No tenemos niños en Venda. *** En nuestro camino de regreso, volvimos por el barrio de Velte. Una vez más, saludó a los que pasamos en la calle y esperaba que asentiera, como si no hubiera visto a un niño mutilado por un ogro. Detuvo nuestra procesión y desmontó para hablar con un hombre corpulento que estaba parado afuera de una carnicería al aire libre. Miré sus manos, todos sus dedos intactos, grandes y rechonchos, con uñas perfectamente cuadradas, y me preguntaba, cómo las cuidadosas observaciones de Gwyneth sobre los carniceros, se extendían hasta Venda. —¿Mataste y distribuiste los caballos que envié con Calantha para los hambrientos? —Sí, Komizar. Estan agradecidos, Komizar. Gracias Komizar. —¿Los cuatro? El hombre palideció, parpadeó y luego tropezó con sus palabras. —Sí. Quiero decir, hubo uno. Solo uno que yo... pero mañana lo haré...

El Komizar sacó su espada larga de la vaina de su montura, y el lento sonido de liberarla hizo que todo lo demás se callara. Lo agarró con ambas manos. —No, mañana no lo harás. En un movimiento rápido y preciso, la espada cortó el aire, la sangre roció la melena de mi caballo y la cabeza del hombre cayó al suelo. Lo que parecieron segundos después, su cuerpo se derrumbó junto a ella. —Tú —dijo el Komizar, señalando a un hombre que miraba boquiabierto en las sombras de la tienda, —Eres el nuevo señor del barrio. No me decepciones. Miró hacia abajo, a la cabeza. Los ojos del carnicero muerto seguían abiertos y expresivos, como si esperaran una segunda oportunidad. —Y ve que su cabeza esté arreglada donde todos puedan verla. ¿Arreglada? ¿Como un cerdo que ha sido sacrificado?.. Volvió a su caballo, golpeó suavemente las riendas y seguimos adelante sin decir una palabra, como si nos hubiéramos detenido a comprar salchichas. Observé las brillantes gotas rojas en la crin de mi caballo. La justicia es rápida en Venda, incluso para nuestros propios ciudadanos. No tenía dudas de que el mensaje sangriento era para mí, tanto como lo había sido para el carnicero. Un recordatorio. La vida en Venda era precaria. Mi posición aún era precaria, y no solo se podía despachar a los señores de los barrios, podía despacharse a cualquiera sin pestañear. —No robamos de la boca de nuestros hermanos —dijo, explicando sus acciones. Pero estaba segura que el engaño del señor del barrio, era el mayor crimen. —¿Y nadie le miente al Komizar? —agregué. —Eso sobre todo. Cuando desmontamos en la Plaza del Ala del Consejo, él me miró, su cara aún salpicada de sangre. —Espero que estés bien descansada mañana. Me entiendes? No más círculos oscuros. —Como mandes, Komizar. Esta noche dormiré bien, aún si debo cortarme la garganta para hacerlo. Él sonrió.

—Creo que por fin estamos empezando a entendernos.

Capítulo 37 Rafe No había señales de Jeb cuando regresamos, pero saber que él estaba aquí, viéndose y sonando más Vendan que nunca, ayudó a tranquilizar mi mente. Algo. Había visto hoy cuál podría ser su destino si lo descubrían. ¿Cuáles podrían ser todos nuestros destinos.? —No tienes que hacer eso —dijo Calantha. —Hábito —le dije. —¿Emisarios en un reino tan grande como Dalbreck, cepillan a sus propios caballos?. No. Pero los soldados sí. Incluso los soldados que son príncipes. —Mi padre cría caballos —le dije como explicación. —Es la forma en que crecí. Dice que los caballos devuelven dos veces a un jinete el buen trato. Siempre he encontrado que es verdad. —Todavía te molesta lo que viste. Las tres cabezas empaladas se agitaron en mis pensamientos. Detuve el cepillado. —No. —Tus movimientos son largos y rápidos. Tus ojos brillan como el frío acero cuando estás enojado. Estoy conociendo bien tu rostro, Emisario. —Fue salvaje —admití, —pero lo que hagas con tus traidores no me preocupa. —¿No ejecutan traidores en tu reino?. Froté el hocico del caballo.

—Hecho, muchacho —dije y cerré el puesto. —No contaminamos los cuerpos. Tu Asesino parece elevarlo a un arte. Comencé a devolver el cepillo al gancho pero me detuve a medio paso. Calantha se volvió para ver lo que estaba mirando. Era Lia. El hombro de su camisa estaba desgarrado y su rostro pálido. Con Calantha allí, tuve que fingir que no me importaba. Lia evitó mi mirada y solo habló con Calantha, diciéndole que el Komizar estaba esperando afuera, y que ella había venido a buscar su capa, que había dejado esta mañana. ¿La había visto Calantha?. Calantha me lanzó una mirada puntiaguda, luego dirigió a Lia hacia la pared trasera del establo y a una hilera de ganchos. —Estaré afuera esperando también —dijo. —No tienes que irte —le dije, pero ella ya se iba. Lia caminó cuidadosamente junto a mí, desvió la mirada y levantó la capa del gancho. —Estamos solos —susurré. —Tu hombro. ¿Estás bien? —Estoy bien —dijo. —Era solo una diferencia de opinión sobre las opciones de ropa. Y luego noté un hematoma en la sien. Alcé la mano y aparté su cabello. —Que te hizo… —Me tropecé con una mesa —dijo ella apresuradamente, quitando mi mano. —Ignóralo —mantuvo su voz baja, su atención fija en la capa en sus manos. — Tenemos que encontrar una manera de salir de aquí. Cuando Kaden regrese, si yo... La llevé al puesto. —No le digas nada. —No es como el resto de ellos, Rafe. Él podría escuchar si... La tiré más cerca. —Escúchame —siseé. —Es tan salvaje como cualquiera de ellos. Vi su obra hoy. No digas... Se soltó y su capa cayó al suelo. —¡Deja de decirme qué hacer o decir!. ¡Estoy cansada que todos intenten controlar cada palabra de mi boca!.

Sus ojos brillaban, con miedo o rabia. No estaba seguro de cuál. ¿Qué había pasado hoy?. —Lia —dije, hablando en voz más baja, —Esta mañana vi uno de... —¿El Emisario te está deteniendo? —el Komizar estaba en la entrada del establo. Ambos retrocedimos un paso incómodo. —Solo estaba recuperando su capa. Ella la dejó caer. —Torpe, ¿no, princesa?. Pero has tenido un día largo y agotador —se acercó más. —¿Qué hay de tí? ¿Disfrutaste tu gira hoy, Emisario?. Trabajé para mantener mi voz uniforme y sin impresionar. —El barrio de Stonegate tenía algunas vías interesantes, supongo —y luego, en beneficio de Lia. —También vi la obra de tu Asesino. Las cabezas empaladas de los muchachos que ejecutó, han madurado bastante en el sol. —Ese es el punto. El hedor de la traición, tiene su propio aroma único, uno que no se olvida fácilmente. Extendió la mano y tomó el brazo de Lia, con una familiaridad que no había visto antes y se la llevó. No podía controlar la quemadura en mi pecho, pero me volví hacia el caballo como si no me importara, cepillando su pelo nuevamente, con largos y rápidos golpes. Esto era algo para lo que nunca había sido entrenado. No hubo estrategias militares ni simulacros que pudieran prepararme, para el tormento diario de no matar a alguien.

Capítulo 38 No eran solo una o dos docenas, sino cientos llenando el cuadrado. Sentí que los ojos del Komizar me miraron desde algún lugar lejos, esperando corromper mis pensamientos. Comencé con dudas, tratando de encontrar ese lugar de confianza que él no podía controlar. Las palabras salieron torpes y cohibidas, una oración básica de la infancia. Lo intenté de nuevo, cerrando los ojos, alcanzando, respirando lenta y profundamente, esperando y esperando, la desesperación se arrastró, y luego escuché algo. El lejano y débil toque de una zitara. Las zitaras de mis tías. Y entonces el zumbido de mi madre se elevó sobre ellas, con su inquietante eco que flotaba por la ciudadela. La música hacía que, incluso mi ocupado padre, se detuviera en sus deberes. Gire mi cabeza, escuchando, dejando que me rasgueara como si fuera la primera vez, y las palabras de memoria desaparecieron. Mis recuerdos comenzaron como expresiones, una melodía sin palabras que seguía la música de las zitaras, cada nota tocando los ritmos de la creación, girando en mi vientre, una canción que no pertenecía a ningún reino u hombre, solo a mí y a los cielos. Y luego llegaron las palabras, un reconocimiento de los sacrificios y el largo viaje de una niña, y besé dos dedos, levantándolos al cielo, uno para los perdidos y otro para los que están por venir. La música distante todavía parecía resonar en los altos muros de piedra que me rodeaban, con la gente abajo. Recordar. Tiempo para irse a casa, pero se quedaron. Gritó una voz. —Cuéntanos una historia, princesa de Morrighan. Cuéntales una historia, Jezelia. Allí estaba ella, a solo un brazo de mí, una aparición sentada en la pared, pero al mismo tiempo sólida. Inquebrantable. Su largo cabello se arrastraba a lo largo de las piedras, todo el camino hasta otro milenio. Cuéntales una historia.

Y así lo hice. Les conté la historia de dos hermanas. Reúnase, mis hermanos y hermanas, Escuchen bien, Porque hay una historia verdadera, Y un verdadero futuro. Érase una vez, Hace mucho, mucho tiempo. Siete estrellas fueron arrojadas desde el cielo. Una para sacudir las montañas, Una para batir los mares, Una para ahogar el aire, Y cuatro para poner a prueba los corazones de los hombres. Me basé en las palabras de Morrighan, Gaudrel y Venda. Saqué de Dihara, del viento, y de mi propio corazón. Saqué de la verdad que temblaba en mi cuello. Mil cuchillos de luz Crecieron en una nube explosiva, Como un monstruo hambriento. Una tormenta que dejó sin sentido los viejos caminos. Un cuchillo afilado, una puntería cuidadosa, una voluntad de hierro, Y un corazón que escucha, Esas eran las únicas cosas que importaban. Solo quedaba un pequeño remanente en toda la tierra, Pero dos hermanas encontraron la gracia... Conté la historia de los mundos que había visto, ciudades enteras segadas, sin importar cuán lejos y a lo ancho se extendieran, y ciudades en alza de inmensa magia, que no pudieron soportar una tormenta furiosa. Les conté sobre los templos exaltados que se derritieron en la tierra y los valles que lloraron con generaciones de sangre. Pero a pesar de todo esto, dos hermanas permanecieron

juntas, fuertes y leales, hasta que una bestia se levantó de las cenizas, y las separó entre sí, porque incluso las estrellas arrojadas a la tierra, no podían destruir hasta la última sombra de oscuridad. —¿Dónde estaban los dioses en esto? —llamó alguien. Los dioses. No tuve respuesta excepto… —Los dioses también lloraron. —¿Cómo se llamaban las hermanas? —gritó otra. Aunque no estaba segura de si podía oírme, vi pasar la sombra del Komizar en la ventana de su torre. —Oscurece —les dije. —Vayan a casa a cenar. Les contaré más mañana. *** La sala se estremeció de vacío. Me puse a enderezar el escaso contenido, todavía disperso de la búsqueda desenfrenada de los guardias por armas ocultas. No miraban dónde arrojaban las cosas. Añoraba la compañía de la gente en la plaza otra vez. Había más cosas que quería decir, y la soledad de la habitación permitió que mis dudas volvieran a mi. Replegué las mantas arrugadas y apoyé las espadas de práctica contra la pared. Cabezas empaladas... la obra del Asesino. El comentario de Rafe fue intencional, una advertencia para mí. ¿Qué había hecho Kaden?. Recordé, que en mi primer día aquí, tenía un deber urgente con respecto a los soldados a los que tenía que atender, y su fuerte rechazo cuando le pedí acompañarlo. ¿Era allí donde había ido?. ¿A ejecutar muchachos?. La diferencia entre niños y adultos no parecía existir en Venda. ¿Había blandido una espada con tan poco remordimiento como el que el Komizar mostró esta tarde?. Simplemente no podía creerlo. Ambos podrían ser Vendan, pero eran tan diferentes como el fuego y el agua. Me preguntaba qué habían hecho los soldados condenados. ¿Comida robada como el carnicero?. Morir de hambre es bárbaro, princesa. Me senté en la cama. Por eso no tenían prisioneros en Venda. Los prisioneros tenían que ser alimentados. Sin embargo, al Consejo no parecía faltarle nada. Me había levantado para verter agua en el lavabo y lavarme cuando escuché pasos en el pasillo. Un solo golpe sacudió la puerta y luego la cerradura traqueteó.

Era Ulrix. Él abrió la puerta solo unos centímetros, lo suficientemente anchos, como para decir: —El Komizar te quiere. Usa el morado. Esperaré aquí afuera. Cerró la puerta para que yo pudiera cambiarme. Era demasiado temprano para la cena en Sanctum Hall, y siempre enviaban a Calantha a buscarme. O el propio Komizar golpeaba la puerta. Nunca Ulrix. Usa el morado. Otro vestido que mostraba la kavah, hecho con trozos de piel suave teñida con Thannis. Tomé el vestido doblado de la pila en la parte superior del cofre y froté el cuero suave entre mis dedos. Algo no estaba bien. Pero nada había estado bien durante tanto tiempo, que no estaba segura que importara una preocupación más. Ulrix no me llevó a la sala de reuniones privadas del Komizar como esperaba, y cuando le pregunté a dónde íbamos, no respondió. Me llevó a una parte remota del Santuario, bajando escaleras estrechas y curvas, en un ala donde nunca había estado. Las escaleras terminaban en un gran vestíbulo redondo, apenas iluminado con una sola antorcha. Había una pequeña puerta empotrada y pasillos a cada lado, que desaparecían en la oscuridad. Antes de llegar a la puerta, se abrió, y un puñado de señores de los barrios, Chievdars, Gobernadores y Rahtan salieron. Este no era el Consejo. Malich estaba entre ellos, y aunque esperaba una sonrisa engreída en su rostro, todos tenían expresiones seguras de sí mismos al pasar junto a mí. Cuando desaparecieron en diferentes direcciones por los pasillos, Ulrix me empujó hacia la habitación. —Entra. Solo un indicio de luz atravesaba la puerta abierta, un tenue parpadeo dorado. Los dioses me ayuden. Besé mis dedos temblorosos, los levanté al aire y avancé. Una pequeña vela iluminaba una mesa en el centro, dejando el resto de la habitación en negro. Vi el tenue contorno del Komizar sentado en una silla, con las botas apoyadas sobre la mesa, mirándome tranquilamente mientras entraba. La puerta se cerró de golpe detrás de mí. —Llevas el morado —dijo. —Bien. —¿Cómo puedes saberlo en la oscuridad? Escuché la suave inhalación de su aliento. —Puedo sentirlo.

—¿Tienes reuniones secretas, en cámaras oscuras ahora?. —Los planes mayores requieren mayor privacidad. —¿Pero no con todo el Consejo? —Soy el Komizar. Me encuentro con quien elijo, donde elijo. —Así lo veo. —Acércate. Di un paso adelante hasta que estuve cerca de él. Casualmente extendió la mano, y tocó uno de los trozos sueltos que caían en cascada de mi vestido. —Tengo buenas noticias para ti, princesa. Algo que te dará muchas más libertades aquí en Venda. Tu estado ha cambiado. Ya no serás prisionera. Él sonrió. La luz de las velas bailaba a lo largo de su pómulo, y sus pestañas proyectaban una sombra aguda alrededor de sus ojos. Mi vestido de repente se sintió demasiado apretado, y la habitación muy cálida. —¿Y cómo llegué a estas buenas noticias? —pregunté. —Parece que a los ancianos del clan les gustaría alguna prueba de tus intenciones. Más que una buena disposición de tu parte. —Eso podría ser difícil de conseguir. —No tan difícil. Y servirá el fervor. Y luego explicó. Sus primeras palabras me congelaron; las siguientes me dejaron entumecida. Palabra por palabra. Observé su boca moverse, admiré la cuidadosa precisión de cada sílaba, recorriendo la línea de sus labios, su vello facial tan bien recortado sobre su mandíbula, el rizo de sus mechones oscuros contra el blanco de su camisa, su piel clara y cálida. Tracé la línea de una pequeña vena en su cuello, escuché el cuidadoso ritmo de su voz, magnética, poderosa, vi la luz parpadeante jugar en su frente. Mucho para distraerme mientras presentaba detalle tras detalle, pero no fue suficiente para bloquearlo por completo. Palabra por palabra. Era lo último que esperaba oir de su lengua. Un giro que no había visto venir. Maestro. Genio.

Devastador. Tú y yo nos casaremos. Me miró, sus ojos hambrientos, no con lujuria, sino con algo que era mucho más frío, midiendo cada contracción y aliento. Estaba segura de que podía ver mi sangre drenándose a mis pies. —Mis asesores han visto cómo te has llevado con los clanes. Los has encantado. Todo un talento, ya que los clanes son muy unidos y pueden ser hostiles para los recién llegados. Mis asesores creen que un matrimonio será útil durante los tiempos difíciles que se avecinan. Demostrará tu compromiso a los ojos de los clanes. Y hay una dulzura innegable para el resto de nosotros, si el enemigo descubre que su primera hija real no solo se ha escapado de ellos, sino directamente a los brazos de su adversario. Un matrimonio de su propia creación, por así decirlo. Sacudió la cabeza. —Nos reímos mucho por la discordia que sembrará. —Y usted, por supuesto, se asegurará de que sepan esto. —La noticia ya está en camino. Ese fue el detalle que más les gustó a los Chievdars. Es una victoria para todos nosotros. Esto también pondrá fin a cualquier idea que puedas haber tenido de volver a casa. Si tus parientes te despreciaron por traición antes, serás la criminal más buscada en tu reino ahora. —¿Y qué hay de Dalbreck cuando se enteren de esto? —¿Qué con de ellos?. El príncipe ya ha expresado su opinión sobre el matrimonio frustrado. Sus tratos están con nosotros ahora. No le importará si te decapitamos o nos casamos contigo. —¿Y si no lo hago? —Eso sería lamentable. Mi asesino, al parecer, ha desarrollado un afecto por ti. Por el bien de Venda, pasaría por alto el nuevo acuerdo, pero a menos que lo perciba como tu decisión, me temo que podría convertirse en un problema. Odiaría perderlo. —¿Matarías a Kaden?

—Una medida de pasión por fin —dijo, sonriendo, y luego sus ojos se apagaron. —Sí. Como él me haría, si hiciera algo tan estúpido, como obstaculizar el bien mayor. Es nuestro camino. —Te refieres a tu manera. Él suspiró. —Si eso no es suficiente para convencerte, creo que he vislumbrado un poco de cariño persistente en tus ojos, por el Emisario. Odiaría romper mi promesa de darle un mes para que su príncipe envíe un mensajero. Sería desafortunado si comenzara a perder los dedos prematuramente. Lo estoy encontrando útil, y tengo que admitir una cierta admiración por su ambición descarada, pero también sería prescindible, al menos parte de él lo sería, a menos que su rendimiento se eleve a proporciones estelares. Es mucho más eficiente prevenir problemas que limpiarlos. Se puso de pie y sus manos se deslizaron por mis brazos. —Convéncelos. Convénceme —abrí la boca para hablar, pero su dedo saltó a mis labios para silenciarme. —Shh. Sus ojos se pusieron oscuros. Me acercó, sus labios ardieron contra los míos, aunque apenas los rozó mientras susurraba: —Piensa, Princesa. Elige tus siguientes palabras con mucho cuidado. Sabes que soy fiel a mi palabra. Piensa cómo quieres proceder a partir de este momento. Mi mente ardía con la elección. Había jugado la carta ganadora en mi primer día aquí. —Siempre hay más para llevar, ¿no es así, Sher Komizar? —Siempre, mi mascota. Cerré los ojos. A veces, todos somos empujados a hacer cosas que pensamos que nunca podríamos hacer. No fueron solo los regalos los que vienen con gran sacrificio. A veces el amor también lo hace. Convencerlo. Me relajé contra su toque y no me di la vuelta cuando su boca se encontró con la mía.

Capítulo 39 Me senté a la cabecera de la mesa al lado del Komizar. Varios de los Gobernadores susurraron entre ellos. Habían notado mi nueva posición pero no dijeron nada abiertamente. Cuando entró con Calantha, Rafe también lo notó, haciendo una pausa, para un latido extra, mientras retiraba su silla. El salón estaba lleno esta noche, no solo el Consejo y los soldados habituales, también los ancianos de los clanes. El Meurasi los superaba en número a todos, sentados en mesas adicionales que habían sido traídas para ellos. Vi a Effiera entre los otros, mirándome. Inclinó la cabeza con aprobación ante mi vestido morado de retazos. También estaban los señores de los barrios, los que había visto salir de la cámara oculta. Sus miradas no eran de aprobación, sino de una victoria punzante. Aparté la vista de Rafe, cuya mirada aún descansaba en mí. No te equivoques, Lia, no como... Vi los ojos ciegos de mi hermano, los cuerpos dispersos en el suelo del valle, la cabeza del carnicero rodando hacia el suelo. ¿Qué me hizo pensar, que alguna vez, podría superar a alguien como el Komizar?. Mi cabeza todavía daba vueltas con este giro, que no había visto venir. Mientras el Komizar estaba ocupado con el Chievdar a su izquierda, le pregunté a Calantha si entregaría el reconocimiento de sacrificio esta noche. Mi lengua se sentía como arena. Me latía la cabeza. Ni siquiera estaba segura de poder conjurar las palabras en mi memoria. —No. Te toca a ti, princesa —dijo. —Tú lo harás. Había una extraña urgencia en su tono que me hizo parar y mirar más de cerca su rostro. Su pálido ojo brillaba, sujetándome a la silla. Insistente. La bandeja de huesos estaba puesta frente a mí, y simplemente la miré. La sala quedó en silencio, hambrienta, esperando. El Komizar pateó mi pie debajo de la mesa. Me puse de pie y levanté el plato de huesos y dije la bendición en dos idiomas como Kaden había hecho por mí.

E cristav unter quiannad. Un sacrificio jamás recordado. Meunter ijotande. Nunca olvidado. Yaveen hal an ziadre. Otro día que vivimos. Me detuve, el plato temblando en mis manos. Hubo agitación, esperando que terminara, pero agregué más. E cristav ba ena. Mias ba ena. Un sacrificio por tí. Solo por tí. Y así será, Por siempre. Paviamma. Un retumbar de Paviammas volvió a mí. El hambre del Consejo y los invitados rápidamente superó cualquier aviso de las palabras agregadas, pero sabía que Rafe lo había notado. Él fue el último en hacerse eco del Paviamma mientras miraba la mesa. La comida pasaba rápidamente. Apenas había dado un mordisco cuando el Komizar empujó su asiento hacia atrás, satisfecho. —Tengo algunas noticias para compartir con usted, Emisario. El ruido de la comida se detuvo. Todos querían escuchar las noticias. Mi estómago se revolvió con el pequeño bocado que había comido. Pero no era la noticia que cualquiera de nosotros esperaba. —Los jinetes de Dalbreck llegaron hoy —anunció. —¿Tan pronto? —preguntó Rafe, limpiando casualmente la grasa de la esquina de su boca. —No los jinetes que envié. Eran Rahtan que ya estaban en Dalbreck. Rahtan con noticias. Mi mano se deslizó a mi lado, avanzando lentamente hacia el cuchillo de Natiya en mi bota, antes de recordar que se había ido. Miré la daga envainada al lado de Calantha.

—Parece que puede haber algo de verdad en tu historia. Trajeron noticias de la muerte de la Reina, por una fiebre generalizada, y el Rey, no ha sido visto en semanas, ya sea por luto, o también en su lecho de muerte. Asumiré esto último hasta que escuche más. Me recosté y miré a Rafe. La Reina. Su madre. Él parpadeó. Sus labios entreabiertos. —Te ves sorprendido —dijo el Komizar. Rafe finalmente encontró su voz. —¿Está seguro? La reina tenía buena salud cuando me fui. —Sabes cómo son esos flagelos. Devastan más rápido que otros. Pero mis jinetes presenciaron una pira funeraria bastante impresionante. Esos miembros de la realeza son bastante extravagantes con esas cosas. Rafe asintió distraídamente, en silencio durante otro largo rato. —Sí, lo sé. El dolor de mi total impotencia surgió a través de mí. No podía ir hacia él, no podía sostenerlo en mis brazos, ni siquiera podía ofrecerle las palabras más simples de consuelo. El Komizar se inclinó hacia delante, aparentemente notando la reacción de Rafe. —¿Te preocupas por la reina? Rafe lo miró con los ojos tan frágiles como el cristal. —Era una mujer tranquila —él respondió. —No como... —su pecho se alzó profundamente, y tomó un trago de su cerveza. —¿No como ese bastardo seco con el que estába casada?. Esos son los más difíciles de matar. Vi el acero volver a los ojos de Rafe. —Sí —dijo, con una sonrisa aterradora en sus labios. —Pero incluso los más duros mueren eventualmente. —Esperemos que más temprano, que tarde, para que tu príncipe y yo podamos llegar a un acuerdo. —No será largo —le aseguró Rafe. —Puedes contar con ello. El príncipe puede incluso ayudar en esos asuntos si es necesario.

—¿Un hijo despiadado? —dijo el Komizar, sus palabras goteando admiración. —Uno determinado. El Komizar asintió con la cabeza su aprobación del parricidio pendiente del príncipe, y luego agregó: —Por tu bien, espero que muy decidido. Los días pasan, y mi disgusto por los planes reales no ha disminuido. Acojo gentilmente a su Emisario, pero no sin un precio que deba pagarse. De una manera u otra. Rafe esbozó una sonrisa helada. —No me preocuparía. Se te pagará diez veces por tus esfuerzos. —Muy bien, entonces —respondió el Komizar, como satisfecho con la recompensa prometida, e hizo un gesto para que limpiaran los platos. Casi al mismo tiempo, ordenó que se vertieran más bebidas. Los sirvientes se adelantaron con la costosa cosecha de los viñedos Morrigheses, nunca se compartió más allá de los regalos personales a los Gobernadores. Me mordí el labio. Sabía lo que esto significaba. No, no ahora. ¿No había compartido suficientes noticias por un día?. ¿No había escuchado Rafe lo suficiente por una noche?. Pero luego lo convirtió en algo aún peor: me hizo decirles. —A nuestra princesa también le gustaría compartir algunas noticias. Me miró con los ojos cincelados en piedra, esperando. Mis músculos estaban flojos, temblorosos, sin fuerza. Me sentía como si ya hubiera caminado mil millas, y ahora me pidieran que caminara una más. No podía hacerlo. Quería dejar de intentarlo y dejar de preocuparme. Cerré los ojos, pero una llama terca que no podía apagarse aún ardía. Convéncelos. Convénceme… Cuando abrí los ojos, sus ojos todavía estaban fijos en mí, y me encontré con su mirada de mármol. Él ordenó un matrimonio, que en sus propias palabras significaba muchas más libertades, pero más libertad también significaba más poder, algo que odiaba compartir. Sus ojos se agudizaron ante mi retraso. Exigentes. Y tal vez ese fue el pinchazo decisivo en mis costillas, como siempre había sido. Otra milla. Para ti, Komizar. Sonreí, una sonrisa que seguramente pensó que era por su orden. Le daría su matrimonio, pero eso no significaba que no podía

aprovechar una fracción de este momento para mi ventaja, y fracciones de momentos después de eso, hasta que sumaran algo completo y temible, porque con mi último aliento moribundo, haría que se arrepintiera del día en que me vio. Extendí la mano, y acaricié su mejilla, escuché los murmullos ante la inesperada muestra de afecto, luego aparté mi silla, y me puse de pie sobre ella. Las mesas que se habían agregado para acomodar a los ancianos y a los señores de barrio, adicionales en la comida, llegaban al final del pasillo. Al pararme en la silla, me aseguré de que todos pudieran verme y oírme. Mantener mi lengua, de hecho. —Mis hermanos —grité, mi voz alta y desbordante con todas las grandes florituras que complacerían al Komizar. —Hoy es un gran día para mí, y espero que cuando comparta mis noticias, estén de acuerdo en que es un gran día para todos nosotros. Les debo mucho a todos. Me han dado un hogar. Fui recibida por ustedes, compartieron sus tazas de Thannis, me calentó su fuego, sus apretones de manos y sus esperanzas. La ropa que adorna mi cuerpo también ha venido de ustedes. He recibido más de lo que he dado, ahora espero devolverles su amabilidad. Hoy el Komizar me ha pedido que... Hice una pausa deliberada, aprovechando el momento, y los observé inclinarse hacia adelante, sentarse más alto, con la boca abierta, la respiración contenida, las bebidas preparadas, los ojos clavados. Me detuve el tiempo suficiente para que el Komizar viera y entendiera que él no era el único que sabía cómo comandar una habitación, y finalmente, cuando incluso él, se adelantó un poco en su asiento, volví a hablar. —Hoy su Komizar me ha pedido que esté a su lado, que sea su esposa y reina, pero primero me dirijo a ustedes, porque antes de responderle, debo saber que creen que mi lugar aquí, servirá a Venda. Entonces pregunto. ¿Qué dicen ustedes, ancianos, señores, hermanos y hermanas? ¿Debo aceptar la propuesta de Komizar? ¿Sí o no?. Un silencio sin aliento llenó el pasillo, ¡Y luego un ensordecedor. Sí!. ¡Sí! Los puños se alzaron en el aire; las manos golpearon en las mesas; los pies pisotearon en el piso; las jarras de cerveza salpicadas y derramadas en tostadas. Salté de la silla y me incliné sobre el Komizar, besándolo completamente y con entusiasmo, lo que hizo que el salón estallara en más aplausos. Me aparté un poco, pero mis labios rozaron los suyos como si fuéramos amantes que no podían separarse.

—Querías una actuación convincente —susurré. —Tienes una. —Un poco excesivo, ¿no te parece? —Escucha. ¿No estás obteniendo los resultados que querías? Fervor, ¿creo que lo llamaste? —la sala aún rugía de emoción. —Bien hecho —reconoció. Y luego una pregunta fue gritada por un anciano en la parte de atrás. —¿Cuándo tendrá lugar el matrimonio? La ventaja aún era mía. Antes que el Komizar pudiera responder, respondí al anciano: —Al surgir la Luna del Cazador, para honrar al clan Meurasi. A seis días de distancia. Los vítores estallaron de nuevo. Sabía que el Komizar había imaginado una ejecución inmediata de la boda, pero ahora no solo se anunció públicamente, era una fecha que honraría a los clanes. El niño Meuras nació bajo una Luna de Cazador. Si cambiaba el día de la boda ahora, sería un insulto. El Komizar se puso de pie para aceptar las felicitaciones. Los señores de los barrios, y soldados se apretaron, y lo perdí de vista, pero vi que al menos algunos de los Gobernadores, lucían sonrisas de madera, desprevenidos por este nuevo desarrollo. Quizás estaban inquietos porque, como Consejo, no habían sido consultados, o tal vez era otra cosa: Que yo sería la Reina. El Komizar ni siquiera había parpadeado cuando lo dije. Si se hubiera resistido a algo, pensé que sería a eso. Los vendans no tienen realeza. Pero vi en nuestros paseos en las laderas cómo parecía alardear de ello, una princesa del enemigo. Me metieron una jarra en la mano y me volví para agradecer a quien me la había entregado. Fue Rafe. —Felicitaciones, princesa —dijo. Estábamos rodeados, nuestros codos y espaldas tocaban a otros que se mezclaban en la habitación llena de gente, empujándonos juntos. —Gracias, Emisario. —Sin resentimientos, ¿verdad? —intervino un Gobernador cercano.

—Una mera distracción de verano, Gobernador. Estoy segura de que has tenido algunos de esas —dije intencionadamente. Él se rió y se dirigió a otra conversación. —Solo unos días —dijo Rafe. —No es mucho tiempo para preparar tanto. —Las bodas de Vendan son simples, me han dicho. Un pastel festivo y testigos son todo lo que se requiere. —Qué suerte para los dos. El aire era frágil entre nosotros. —Lamento lo de tu reina —le dije. Él tragó saliva, desmintiendo su ardiente mirada. —Gracias. Pude ver la ira crepitar dentro de él. Era una tormenta lista para soltarse, un guerrero más allá del punto de contención, cansado de ser un Emisario obediente. —Tu vestido es bastante llamativo —dijo. Forzó una sonrisa en sus labios. El Komizar estaba de repente a mi lado. —Sí lo es. Se está volviendo más Vendan todos los días, ¿no es así, Emisario? —me arrastró lejos antes que Rafe pudiera responder. La noche fue larga, todos los ancianos y señores de la habitación le ofrecieron saludos al Komizar, pero recibió un asentimiento silencioso, y más tortuoso de quienes se habían reunido con él en sus cámaras clandestinas. Era un movimiento estratégico y no un verdadero matrimonio, ni siquiera una verdadera asociación, como los clanes esperarían. Lo vi irritarse lentamente con el clan hablador que estaba en el pasillo. Estos no eran realmente su pueblo. Hablaban de la cosecha, el clima y los pasteles festivos, no de armas, guerras y poder. Sus caminos eran débiles, aunque él rapiñó el ejército, de sus jóvenes. Su único objetivo común era más. Para los clanes, más comida, más futuro. Para el Komizar, más poder. Por las promesas que colgaba ante ellos, le dieron su lealtad. Era evidente lo mucho que realmente me necesitaba, cuando se alejaba de un anciano a mitad de la oración, con la paciencia gastada. Se detuvo en seco delante de mí, sus ojos nublados por el vino y me empujó detrás de un pilar.

—Debes estar cansada. Es hora de que nos vayamos. Le dijo a Ulrix que nos íbamos a retirar. Atrajo risas de aquellos que estaban cerca para oirlo. Vi a Rafe observando desde la distancia como si fuera a saltar. Agarré un puñado de la camisa del Komizar, lo jalé cerca y susurré con una sonrisa ceñida, sabiendo que nos estaban observando. —Dormiré en mis habitaciones esta noche. Si se trata de un matrimonio, es real, y esperarás como lo hacen todos los buenos novios. La neblina del vino fue expulsada por su ira. Sus ojos me atravesaron. —Ambos sabemos que no hay nada real sobre este matrimonio. Harás igual que.. —Ahora es tu turno de pensar cuidadosamente —le dije, devolviéndole la mirada. —Mira a tu alrededor. Mira quién te mira. ¿Qué deseas más? ¿A mi o el fervor de tu gente? Elige ahora, porque te lo prometo, no puedes tener ambos. Su expresión se volvió fría, y luego sonrió, soltando mi muñeca. —Hasta la boda. Le gritó a Calantha que me escoltara a mi habitación y desapareció en un círculo de soldados borrachos.

Capítulo 40 Kaden Ya estaba cansado de este Gobernador. Nunca dejaba de hablar. Al menos el pequeño escuadrón de hombres que lo acompañaba, estaba en su mayoría en silencio. Estaba claro que le temían. Si no fuera por la importancia crucial de su provincia como proveedor de mineral negro para el Santuario, le habría dejado arrastrarse detrás de nosotros en el camino, para ahogarlo con el polvo. Era solo otro día de viaje antes de que pudiera deshacerme de él. Sin embargo, encajaría bien con los Chievdars. Su tema favorito era la dominación sobre los cerdos enemigos y todas las formas en que deberían ser cortados y ensartados. Espera, hasta que sepas que tenemos dos cerdos enemigos durmiendo en el Santuario. Ni yo, ni los hombres que viajaban conmigo, le habíamos dicho, con la esperanza de evitar otra diatriba. La mayoría de las veces cuando hablaba, intentaba no escuchar de todos modos. En cambio, pensaba en Lia, preguntándome qué había pasado en los últimos ocho días. Había encargado a Eben y Aster, asegurarse de que ella tenía todo lo que necesitaba, y le pedí a Griz que también la cuidara. Le había gustado mucho, lo que no estaba en su naturaleza, pero Griz era fuerte en las viejas costumbres de los habitantes de las montañas, y el Don había influido en él. Con los tres vigilándola, ella estaría bien, me decía. Pensé en el sabor de nuestro último beso, la preocupación en sus ojos, la suavidad de su voz cuando preguntó por mi madre. Pensé que tal vez la situación estaba cambiando para nosotros. Pensé que no podía esperar para volver con ella, y escucharla cantar el reconocimiento del sacrificio. Paviamma Cada palabra que… —Y luego le dije....

—¡Cállate, Gobernador! —espeté. —¡Por tres benditas horas, hasta que acampemos, cállate! Mis soldados sonrieron. Incluso el escuadrón del Gobernador sonrió. El Gobernador hinchó el pecho y frunció el ceño. —Solo estaba tratando de romper la monotonía del viaje. —Entonces perdónanos. La monotonía nos queda bien. Volví a mis pensamientos sobre Lia. ¿Cómo podría decirle, que supe casi desde el principio, que estábamos destinados a estar juntos?. Que me había visto envejecer con ella. Que un Don, que ni siquiera estaba seguro que ella realmente poseyera, me había dicho su nombre mucho antes de que la viera.

Capítulo 41 Pauline Bryn se inclinó hacia delante y miró su sidra. Era el más joven de los hermanos mayores de Lia, siempre el alegre y de boca fresca, que se metió en tantas travesuras como Lia. Los últimos meses lo habían tranquilizado. No había ahora sonrisas en su rostro, no había bromas en su lengua. —Regan y yo aplaudimos en secreto cuando ella salió corriendo. Nunca pensamos que se llegaría a esto. —¿Walther también? El asintió. —Quizás lo más importante de todo. Él fué quien dejó pistas falsas hacia el norte, para los rastreadores. Regan se reclinó en su silla y suspiró. —Todos habíamos expresado nuestra oposición a enviarla a una tierra lejana y extraña. Sabíamos que sería miserable, y había otras formas de crear una alianza, con una pequeña diplomacia persistente... —Aparentemente, mi madre no se enteró —interrumpió Bryn, el primer indicio de amargura en su tono. ¿La reina? —¿Estás seguro? —Ella y el Erudito fueron los primeros en sugerir que aceptaran la propuesta de Dalbreck. Eso era imposible. Yo conocía a la reina. Amaba a Lia, estaba segura de eso. —¿Cómo sabes esto?

Regan explicó que después que Lia desapareció, hubo una gran disputa entre su madre y su padre. Estaban tan indignados que no se habían retirado a sus cámaras privadas para desahogar la ira. —Padre la acusó de socavarlo y hacerlo parecer un tonto. Dijo que ella nunca debería haber empujado el asunto, si ella no podía controlar a su propia hija. Se dispararon los sórdidos detalles como si fueran flechas venenosas. Lia.

—Tiene que haber una explicación para todo esto —dije. —Tu madre ama a Regan se encogió de hombros.

—Ella se niega a discutir el asunto con ninguno de nosotros, incluido el rey. Incluso Walther no pudo entrometerse en nada, y siempre es capaz de sacarle cosas. Bryn dijo que la mayor parte del tiempo se quedaba en su habitación, incluso para las comidas, y que solo la veía caminando por los pasillos cuando estaba en camino para ver al Erudito. —Pero el Erudito odia a Lia —le dije. Regan asintió con la cabeza. La animosidad entre Lia y el Erudito no era un secreto. —Suponemos que está buscando consuelo y asesoramiento en el Texto Sagrado. Él es el experto en tales cosas. ¿Consuelo?. Posiblemente. Pero podía escuchar la duda en la voz de Regan. Bryn se bebió el resto de su sidra. —¿Estás segura que fue secuestrada? —preguntó de nuevo. Su tono estaba lleno de desesperación. Sabía cuánto amaba a su hermana, y el pensamiento de ella en manos de los bárbaros le traía una tristeza desgarradora. —Sí —susurré. —Nos enfrentaremos a madre y padre —dijo Regan. —Los haremos escuchar. La recuperaremos. Se fueron y mi ánimo se levantó. La resolución de Regan me dio un poco de esperanza por fin. Me recordaba mucho a su hermano. Si tan solo Walther estuviera aquí para estar con ellos también. Besé mis dedos y recé por la rapidez del regreso de Walther. Me levanté de la mesa para volver a nuestra habitación.

Pude ver el cansancio también, en la cara de Gwyneth cuando se levantó. Había sido un largo día de espera y anticipación. —Bueno, ahí están! —Gwyneth y yo nos dimos la vuelta. Berdi estaba parada en la puerta, con las manos en las caderas. —¡Ardientes bolas, he estado en la mitad de las posadas desde aquí hasta las tierras bajas en busca de ustedes dos! No pensé que estarían cómodas en el medio de la ciudad. La miré, sin creer lo que estaba viendo. Gwyneth encontró su lengua antes que yo. —¿Qué estás haciendo aquí? —No podía sazonar una olla de estofado, ni para salvar mi vida, preocupándome por ustedes dos, y por lo que le pasó a Lia. Pensé que sería más útil aquí. —Pero, ¿quién está mirando la taberna? —chillé. Berdi sacudió la cabeza. —No quieres saberlo —se limpió las manos en el vestido como si llevara un delantal y olisqueó el aire. —No hay mucho en la forma de cocinar aquí, ya veo. Puede que tenga que meter la cabeza en la cocina —nos miró y levantó las cejas. —¿No recibo ningún tipo de bienvenida? Gwyneth y yo nos precipitamos en sus brazos abiertos, y Berdi se llenó de lágrimas, de las que culpó al viaje polvoriento. Lo único que faltaba en ese momento era Lia. La detengo. Quédate quieta, niña. Deja que la tomen. Ella tiembla a mi lado, Feroz de rabia. Vemos a los carroñeros tomar las canastas de comida que hemos reunido. Si compasión. Sin piedad.

Esta noche pasaremos hambre. Veo a Harik, su líder, entre ellos. Él mira a Morrighan, y la empujo detrás de mí. Cuchillos de plata brillan a su lado, Y estaré agradecida cuando se vayan. Qué no haya tomado más. —Los últimos testamentos de Gaudrel.

Capítulo 42 Calantha me acompañó a la cámara del baño. Si bien mi puerta ya no estaba cerrada como si fuera un prisionero, mis nuevas libertades aparentemente todavía requerían guardias colocados al final de mi pasillo como medida de precaución. El Komizar afirmó, y no tenía dudas de que le informaban cada vez que asomaba la cabeza por la puerta. También tenía escoltas, que también eran esencialmente guardias, donde quiera que iba. Anoche cuando Calantha me acompañó de regreso a mi habitación, ella no había dicho una palabra. Esta mañana parecía traer más del mismo tratamiento. Entramos en la triste cámara de baño sin ventanas, iluminada solo con unas pocas velas, pero esta vez en lugar de un barril de madera, había una gran bañera de cobre. Estaba medio lleno de agua, y olas de vapor brillaban sobre la superficie. Un baño caliente. No había pensado que tal cosa existiera aquí. El dulce aroma de las rosas llenó el aire. Y aceites de baño. Ella debe haber notado mis pasos vacilar. —Un regalo de compromiso del clan —explicó rotundamente, y se sentó en un taburete, indicándome, con la mano hacia la bañera. Me desnudé y me metí en el agua hirviendo. Era el primer baño caliente que tuve desde que salí del campamento de los vagabundos. Casi podría haber olvidado dónde estaba, si no fuera por el ojo azul de Calantha, que me miraba fijamente, y el lechoso que miraba sin mirar a las sombras. —¿A qué clan perteneces? —pregunté. Eso llamó su atención. Ambos ojos estaban centrados en mí ahora. —Ninguno —respondió ella. —Nunca he vivido fuera del Santuario. Esta revelación me dejó perpleja. —Entonces, ¿por qué hiciste que me trenzara el cabello para mostrar la kavah?

Se encogió de hombros. Me hundí en la bañera. —Así es como resuelves todos tus problemas, ¿no? Con indiferencia. —No tengo problemas, princesa. —Soy tu problema, eso es seguro, pero incluso eso es un misterio para mí. Ambos me presionan y me frustran como si no pudieran decidirse. —Yo tampoco. Sigo las órdenes. —Creo que no —respondí y pasé una esponja jabonosa por mi pierna. —Creo que estás incursionando con un poco de poder, pero no estás muy segura de qué hacer con él. Pruebas tu fuerza, de vez en cuando la sacas de su escondite, pero luego la alejas de nuevo. Toda tu audacia está en el exterior. Dentro de ti, te encoges. —Creo que puedes bañarte sola —ella se levantó para irse. Tomé un puñado de agua y se la arrojé, salpicando su cara. Ella se erizó, y su mano voló hacia la daga en su cadera. Su pecho se elevó en respiraciones profundas y enojadas. —Estoy armada. ¿Eso no te preocupa?. —Estoy desnuda y desarmada. Sería una tonta si no me preocupara. Pero lo hice de todos modos, ¿no?. Su ojo ardió. No había indiferencia en su rostro ahora. Su labio se levantó en una condescendiente burla. —Una vez fui como tú, princesa. Las respuestas eran simples. El mundo estaba a mi alcance. Yo era joven y estaba enamorada, y era la hija del hombre más poderoso de la tierra. —Pero el hombre más poderoso de... —Así es. Era hija del último Komizar. Me incliné hacia adelante en la bañera. —El que… —Sí, el que tu prometido mató hace once años. Lo ayudé a hacerlo. Ahora ya sabes, soy bastante capaz de ser audaz. Organizar la muerte de alguien no es tan difícil.

Se giró y se fue, y la pesada puerta se cerró tras ella. Me quedé atónita, sin saber qué pensar. ¿Acababa de amenazarme con orquestar mi muerte? Yo era joven y estaba enamorada… ¿Del Komizar?. ¿Qué pensó ella cuando se enteró de nuestro matrimonio? ¿Por eso había estado tan callada? Seguramente ahora tenía más razones para matarme. Terminé mi baño, el lujo ya no estaba. Froté la esponja sobre mis brazos, tratando de pensar solo en los baños donde Pauline me frotaba la espalda y yo la suya, derramábamos cántaros de agua de rosas tibias, unos sobre otros, los baños donde nos reímos y hablábamos sobre el amor y el futuro y todas las cosas que comparten las amigas, no el asesinato. No podía absorberlo. Calantha había ayudado a Komizar a matar a su propio padre. Sin embargo, no me había apuntado con su daga, a pesar de que vi la furia en su ojo. La había empujado tal como pretendía, pero no obtuve la respuesta que esperaba. Aún así, mucho fue revelado. En un segundo, bajo todo el desprecio que enmascaraba su rostro, vi una niña, una Calantha más joven, sin parche, que estaba aterrorizada. Un pequeño vistazo a la verdad. Ella tenía miedo. El miedo y el Thannis eran dos cosas que parecían crecer fácilmente en este reino. *** Cuando salí de la cámara del baño, Calantha había dejado a dos esbeltos guardias de mejillas suaves como mis acompañantes en su lugar. Aparentemente ella había tenido suficiente de mí por un día. También tuve suficiente de ella. Comencé a girar en una dirección, y ambos guardias dieron un paso adelante para bloquearme. —No necesito su escolta —les dije. —Voy a.. —Nos dijeron que la regresáramos a su habitación —dijo uno de ellos. Su voz era desigual, y cambió de un pie a otro. Los dos intercambiaron una mirada cautelosa, y vi un nudo de cuero en el cuello del más bajo, que se asomaba debajo de su chaleco. Llevaba un amuleto para protegerse. Sin duda el otro guardia tenía uno también. Asentí lentamente,

notando sus expresiones cautelosas, y comenzamos a caminar en la dirección que indicaban, uno a cada lado de mí. Cuando llegamos a la parte más oscura del pasillo, me detuve en seco. Cerré los ojos, mis manos extendidas sobre los muslos. —¿Qué le pasa? —susurró uno. —Un paso atrás —dijo el otro. Hice una mueca. Los escuché a ambos alejarse. Aleteé mis párpados abiertos hasta que mis ojos se abrieron y parecían enloquecidos. Ambos guardias estaban pegados a la pared. Lentamente abrí la boca, más y más, hasta que estuve segura de que parecía un bacalao boquiabierto. Y luego solté un grito espeluznante. Ambos corrieron por el pasillo, desapareciendo tan rápidamente en las sombras que me impresionó su agilidad. Me volví, satisfecha que no volverían a venir por este camino, y me fui en la dirección opuesta. Era la primera vez que torcía el Don en una farsa desde que lo tenía, pero si no me iban a entregar mis libertades recién ganadas, parecía que tendría que aprovecharlo como pudiera. Había secretos a pocos pasos de distancia que tenía derecho a saber. *** Las cavernas profundas debajo del Santuario estaban en silencio. Solo la pequeña luz prestada de una linterna en el corredor exterior, me ayudó a recorrerlas. Entré en una cámara larga y estrecha, que claramente había estado en uso reciente. Una hogaza de pan a medio comer estaba envuelta en tela encerada. Libros abiertos sobre una mesa. Los números y símbolos que no tenían sentido para mí, estaban garabateados en hojas de papel y no daban ni idea de dónde eran los extraños hombres con túnica. Varios pequeños frascos sellados, llenos de líquido transparente se alineaban en la parte posterior de otra mesa. Alcé uno y lo sostuve a la luz. ¿Su propia reserva de espíritu?. Lo reemplacé y busqué en las esquinas oscuras, pero no pude encontrar nada. Esta cámara no había sido mi destino previsto, pero cuando pasé por su estrecho portal, un escalofrío me alcanzó de repente. Allí. Mi carne se puso de

gallina. La palabra presionó contra mi pecho como si una mano me detuviera. Allí. Estaba segura que era el Don, él que hablaba, una corriente de aire dentro de la habitación se extendió hacia mí, pero cuando no pude encontrar nada, dudé de mí misma, preguntándome si era solo una de las corrientes de aire de este mundo subterráneo cavernoso. Eché un último vistazo al contenido de la habitación y seguí adelante. *** Aster había estado en lo cierto. Este túnel conducía solo a rocas y engranajes mojados, el funcionamiento oculto del puente. El río rugió a solo unos pasos de mí, ya estaba cubierto por la niebla. Su poder era asombroso y aterrador, y me preguntaba cuántas vidas se habían perdido, al intentar construir un camino a través de él. Mi espíritu se hundió cuando examiné los engranajes. Formaban parte de un elaborado sistema de poleas con ruedas tan macizas como la que había visto más arriba del acantilado, a la entrada de Venda. —No hay manera —me dije. Y todavía … No me podía obligar a alejarme. La marcha más baja se aseguraba en la roca circundante. Fue un ascenso resbaladizo, y el río agitado, a continuación me hizo verificar, y volver a verificar cada punto de apoyo, pero mi corta subida no reveló nada de ayuda. En todo caso, solo confirmó que no nos iríamos por el puente.

Capítulo 43 Ella no usó la palabra amor. Mi tía Cloris lo llamó “confluencia de destinos”. Pensé que era una palabra hermosa cuando lo dijo, confluencia, y estaba segura que tenía que significar algo hermoso y dulce, como un pastel en polvo. Ella dijo que el rey de Morrighan tenía treinta y cuatro años, y todavía no había encontrado una pareja adecuada, cuando una noble Primera hija de un reino asediado, llamó la atención de un señor en un viaje diplomático a Gastineux. Confluencia: Una unión por casualidad, como arroyos serpenteantes que se unen en un desfiladero distante e invisible. Juntos se convierten en algo más grande, pero no delicado ni dulce. Al igual que un río furioso, una confluencia puede conducir a algo imposible de predecir o controlar. Mi tía Cloris merecía más crédito por su astucia de lo que le habían dado. Sin embargo, a veces la unión, la confluencia de destinos, parecía no ser casual. Hoy, el Komizar tenía asuntos que necesitaban su atención en el barrio de Tomack, pero había aprendido de Calantha que la familia de Rafe había criado caballos que abastecían al ejército de Dalbreck. Le pidió a Eben y al Gobernador Yanos, que llevaran a Rafe al potro oriental, y a los establos en las afueras de la ciudad, para evaluar algunos de sus sementales y yeguas. Había insistido en ejercer algunas de mis libertades recién ganadas, incluso si venía con la escolta de dos guardias bien armados, y fui al barrio de Capswam para buscar al bapa de Yvet. Le di la mitad de las ganancias de mi juego de cartas con Malich y le pedí tres cosas: que buscara un sanador para Yvet, que se asegurarara que su mano no se ennegreciera por la infección, que usara las monedas restantes para comprar el queso que ya había pagado tan caro, y nunca avergonzarla por los actos atroces de otra persona. Trató de rechazar el dinero, pero lo hice tomarlo. Y luego lloró, y pensé que mi corazón se saldría de mi pecho. Los guardias, dos jóvenes que no tenían más de veinte años, presenciaron el intercambio, y después de que nos fuimos les advertí que no le dijeran a Malich dónde habían ido mis ganancias.

—Somos Meurasi —dijo uno de ellos. —Yvet es nuestra prima. Y aunque no me hicieron promesas, sabía que no lo dirían. Era mediodía, y acababa de entrar en el patio del establo, por la puerta sur del Santuario, y Rafe desde la puerta occidental. Mi corazón se aceleró como siempre cuando lo vi, por un breve momento, olvidando el peligro que enfrentaba, y las mentiras que tenía que proteger. Solo vi el desaliño de su rostro sin afeitar, su cabello atado, la confianza de su postura en la silla, la misma seguridad que cuando había entrado en la taberna la primera vez. Había un poder atractivo sobre él, y me preguntaba cómo nadie más lo veía. No era un lacayo intrigante para un príncipe. El era el príncipe. Quizás todos vemos lo que queremos ver. Me había enamorado de la idea de un granjero, y no me había costado mucho darme cuenta de que era así. Estaba comiendo una manzana, y su piel roja brillaba contra el patio del establo. Había visto llegar la preciada fruta esta mañana, con una caravana de Previzi y vi a Calantha lanzarle dos de los dulces premios. No había comido ninguna fruta desde que salí del campamento de los vagabundos. Lo más parecido a esto eran las verduras de raíz, (zanahorias y nabos), que a veces se servían con los pollos del Santuario, o el jugo salvaje. Sabía que una manzana era otro lujo reservado, entregado a las dependencias del Consejo, y me pregunté por la generosidad de Calantha con Rafe. Se balanceaba fácilmente en su silla de montar mientras se acercaba, mordiendo otro trozo de manzana, y nuestros caminos se encontraron en medio del patio. Intercambiamos una rápida mirada y desmontamos, esperando que los equipos de caballos que estaban siendo enganchados a los carros, se apartaran. A pesar de que tuvimos un momento de inactividad juntos y los guardias que nos rodeaban hablaron en voz alta, bromeando, diciéndoles a los conductores de Previzi que se apuraran en su trabajo, todavía había demasiados oídos a la vista. No podía arriesgarme tratando de explicarle de anoche, y cómo rechazar al Komizar podría acelerar su sentencia de muerte. Se quedó preguntándose qué estaba haciendo. Sabía que despreciaba al Komizar. Él masticó su manzana, sus ojos inspeccionando mi vestido y los largos rastros de huesos que traquetearon a mi lado. Podía ver cada sílaba en sus ojos: Se está volviendo más Vendan cada día. —Si mi amigo Jeb estuviera aquí —dijo, —recomendaría tus accesorios, princesa. Sus gustos corren del lado salvaje.

—Al igual que los del Komizar —intervino un guardia, un recordatorio que siempre estaban escuchando. Estudié a Rafe. No estaba segura si era un cumplido, o un insulto. Su tono era extraño, pero luego algo más llamó su atención. Seguí su mirada. Una confluencia de destinos. Ahora no. Aqui no. Sabía que no podía ir bien. Era Kaden. Cabalgaba hacia nosotros con el Gobernador que había buscado a su lado, y lo que parecía un escuadrón desaliñado de hombres ,con él. Rafe comenzó a ahogarse, la manzana volando de su boca. Sus ojos se humedecieron. —Mastica, Emisario —le dije, —antes de tragar. Tosió unas pocas veces más, pero sus ojos permanecieron fijos en el escuadrón que se acercaba. Vi el alivio visible en la cara de Kaden cuando me vio. Bajó de su caballo y los hombres que estaban con él hicieron lo mismo. Kaden ignoró a Rafe como si no estuviera allí, de hecho como si no hubiera nadie allí. —¿Tu estas bien? —preguntó, sin notar el silencio repentino de los soldados que nos rodeaban. El Asesino había vuelto, el Asesino, que aún no había escuchado las noticias. El Gobernador dio un paso adelante y se aclaró la garganta. Kaden asintió a regañadientes hacia él. —Este es el nuevo Gobernador de Arleston y sus —se detuvo, como si buscara la palabra correcta, —soldados. Comprendí por qué le daba pausa. “Soldados” era un término generoso. No eran un lote impresionante. Sin uniformes, sus ropas harapientas, los más pobres de los pobres. Pero el Gobernador era un bruto aterrador, alto, con un amplio pecho y una vistosa cicatriz, que rayaba su rostro, desde el pómulo hasta el mentón. Tenía una línea ceñuda entre sus cejas para que coincidiera. —¿Y tú eres? —dijo. La repentina sonrisa forzada que torcía sus labios era más miserable que su ceño fruncido.

—No es importante —dijo Kaden. —Vámonos …. —Princesa Arabella —le respondí. —Primera hija de Morrighan, y este es Rafe, el Emisario del príncipe Jaxon de Dalbreck. La sonrisa del Gobernador desapareció. —¿Enemigos porcinos en el Santuario? —dijo con incredulidad. Miró a Rafe y escupió, golpeando las botas de Rafe. Rafe comenzó a avanzar, pero me interpuse entre ellos. —Para alguien tan nuevo en esta posición, tiene una lengua excepcionalmente imprudente, Gobernador —le dije. —Tenga cuidado, o puede perderla. Él farfulló de asombro y miró a Kaden. —¿Permites que tus prisioneros te hablen de esta manera?. —Ya no es una prisionera —reprendió uno de los soldados cercanos. Y fue entonces, cuando Rafe le contó a Kaden sobre mi nuevo papel en el Santuario.

Capítulo 44 Kaden Abrí la puerta de la sala de reuniones de Komizar y la estrellé contra la pared. Tres hermanos parados cerca de él sacaron sus armas. El Komizar permaneció sentado, detrás de una mesa llena de mapas y gráficos, y nuestras miradas se encontraron. Mi pecho se agitaba, de mi vuelo a través del establo, del patio y el Santuario. Mis hermanos Rahtan mantuvieron sus puñales apretadas en sus puños. —Váyanse —ordenó el Komizar. Con razón dudaron. —¡Váyanse! —gritó de nuevo. A regañadientes envainaron sus cuchillos. Cuando cerraron la puerta detrás de ellos, se puso de pie y caminó hacia un lado de la mesa y me miró. —¿Entonces escuchaste las noticias? Asumiré que estás aquí para felicitarme. Me lancé. Lo tiré al suelo y los muebles se derrumbaron a nuestro alrededor. Sacó mi cuchillo de su funda, pero golpeé su mano contra el piso, y el cuchillo voló a través de la habitación. Su otro puño atrapó mi mandíbula y caí hacia atrás, pero mi rodilla se encontró con sus costillas cuando volvió a atacarme. El cristal se hizo añicos, llovieron papeles y mapas a nuestro alrededor, pero mi ira finalmente prevaleció, y lo inmovilicé, sosteniendo un fragmento de la linterna rota en su cuello. La sangre se filtró de mi mano mientras el filo cortaba mi propia carne. —¡Tu Sabías! ¡Sabías lo que sentía por ella!. ¡Pero todo lo que ya tenías no era suficiente!. ¡Tenías que tenerla también! Tan pronto como me di la espalda... —Entonces, ¿qué estás esperando? —sus ojos eran ferozmente fríos. — Córtame la garganta. Acabemos con eso.

El cristal se sacudía en mi puño. Un corte y yo sería el próximo Komizar. Se había esperado durante años, un Asesino tras otro ascendiendo al poder. Sellamos nuestros propios destinos, capacitando a nuestros sucesores demasiado bien en sus deberes. Mi mano sangró sobre su cuello. Sus ojos no vacilaron. —Así es —dijo. —Piensa cuidadosamente. Siempre lo haces. Esa es una de las cosas por la que siempre he podido contar contigo. Piensa en todos nuestros años juntos. Dónde estabas cuando te encontré. Piensa en todas las cosas para las que hemos trabajado. Todas las cosas que aún quieres. Es una mujer ¿Realmente vale la pena?. —¿Y aún así te casas con ella? ¿Hacerla reina? ¡Ella debe valerlo para ti! ¿Qué pasó con todas tus conversaciones sobre vidas domésticas flácidas?. ¿Y la realeza?. ¡Venda no tiene realeza! —Tu ira nubla tu juicio. ¿Es eso lo que te ha hecho?. ¿Te ha envenenado?. Mis decisiones se basan únicamente en lo que beneficiará a mis compatriotas. ¿De dónde vienen la tuyas?. Solo Lia. Para mí, Venda no había existido cuando volé a esta habitación. Me miró con calma, incluso con un vidrio irregular en la garganta. —Podría haberte matado en el momento en que entraste por mi puerta. Eso no es lo que quiero, Kaden. Tenemos demasiada historia entre nosotros. Hablemos. Lo fulminé con la mirada, con los pulmones ardiendo, los segundos ardientes pasando, el pulso de su cuello estable bajo mi mano. Solo una pequeña vena me separaba de Lia. Pero era cierto: Podía haber puesto los Rahtan sobre mí en el momento en que crucé la puerta. Incluso cuando entré por las puertas. Él podría haber estado listo con su propia daga. Tenemos demasiada historia entre nosotros. Lo dejé levantar. Me lanzó un trapo para que envolviera la mano. Inspeccionó la carnicería rota de su estudio y sacudió la cabeza. —Tú fuiste quien la trajo aquí. Tú quien dijo que sería útil para Venda. Y tenías razón. Y ahora los clanes la han acogido. Para ellos es una señal que los dioses han favorecido a Venda. Ella es un símbolo de viejas formas y promesas. Obtuvimos más de lo que esperábamos, y ahora debemos usarlo. Tenemos un largo invierno por delante y la mayoría de los suministros deben ser para alimentar a nuestro ejército. Pero el fervor de las masas no flaqueará si ella alimenta sus supersticiones. —¿Por qué un matrimonio? —dije con amargura. —Hay otras formas.

—Fue una solicitud del clan, hermano, no mía. Piensa. ¿He mostrado algún interés en ella antes de ahora?. Los clanes le dieron la bienvenida, pero algunos fueron cautelosos, pensando que podía ser otro truco del enemigo. Querían evidencia de un verdadero compromiso de su parte. El matrimonio con su líder tiene la permanencia que deseaban. Consulté con el Consejo. Ellos lo aprobaron. ¿Cuestionas no solo mi juicio sino el de todo el Consejo?. No sabía que pensar. No podía creer que el Consejo aprobaría esto, pero sin mí aquí, ¿por qué no?. Malich fue probablemente el primero en llamar a un Sí. Y desde el día en que el Meurasi la recibió, debería haber sabido que esto podía convertirse en una posibilidad. El Meurasi no daba la bienvenida a los forasteros. —No te preocupes, las cosas no cambiarán mucho. No me interesa la chica, más allá de lo que ella hará por nuestros compatriotas. Incluso puedes mantener tu mascota en tus habitaciones por ahora, si eres discreto con los clanes. Deben pensar que el matrimonio es real. Hizo una pausa mientras enderezaba la lámpara de aceite. —Pero debo advertirte —dijo, volviéndose hacia mí. —Ella ha desarrollado un genuino parentesco con los clanes. Cuando le propuse matrimonio, ella lo aceptó. Estaba ansiosa incluso. Ella también vio su valor. —¿Ansiosa? ¿Bajo amenaza de muerte? —dije sarcásticamente. —Pregúntale tú mismo. Ella vio que le brindaba dos ventajas: Mayores libertades y dulce venganza contra su padre. Ciertamente, tú entre todas las personas puedes entender eso. La traición de la propia especie, es una herida que nunca sana. Usa tu lógica, te golpea el culo y te recompones. Lo miré, mi calma regresó. —Le preguntaré a ella. Puedes estar seguro de eso. Hizo una pausa como si algo se le hubiera ocurrido. —El diablo del infierno, ella no lleva tu mocoso, ¿verdad? Espero que no hayas sido tan estúpido. Asumió, como le había hecho creer, que Lia y yo estábamos durmiendo juntos. Pero se esperaba que los Rahtan tomaran precauciones, para no cargar con esas vidas domésticas flácidas, que tanto despreciaba. —No. No hay mocoso —me di la vuelta y salí corriendo.

—Kaden —llamó cuando llegué a la puerta, —no me empujes demasiado. Malich también sería un buen asesino. *** Se inclinó sobre el lavabo salpicando su rostro, sus hombros se tensaron ante el sonido de mis pasos detrás de ella. —¿Te forzó la mano? —le pregunté. —Sé que lo hizo. Ni siquiera sé por qué pregunto. Ella no respondió y metió las manos en el agua, lavándose hasta los codos. La agarré del brazo, girándola, y el lavabo se volcó. Se partió en dos cuando golpeó el suelo. —¡Contéstame! —grité. Miró las mitades rotas y el agua que se acumulaba a nuestros pies. —Pensé que ya tenías la respuesta a tu pregunta y que no necesitabas la mía. —Dime, Lia. Sus ojos brillaron. —Kaden, lo siento. No voy a mentir y decir que no quiero esto. Lo hago. Sabes que no amo al Komizar, pero tampoco soy una niña tonta de ojos soñadores. La verdad es que me he resignado al hecho de que nunca saldré de aquí. Necesito hacer una vida por mí misma, la mejor que pueda. Tal como me lo pediste. Y si vamos a ser honestos… —su voz se tambaleó y tragó saliva: —El Komizar tiene algo que ofrecer que tú no tienes. Poder. Hay personas aquí, como Aster, los clanes y otros, que realmente me preocupan. Quiero ayudarlos. Con un poco de poder, podría. Recuerdo que dijiste, que no tenías las opciones que pensé que tenías. Entiendo eso ahora. Entonces, como tú, estoy aprovechando las opciones que tengo. El matrimonio con el Komizar ofrece beneficios que no puedes darme. Entrecerró los ojos. —Y como una ventaja adicional, la noticia del matrimonio cortará al menos a mi padre hasta la médula, sino a todo Morrighan. Hay algo de dulzura en eso. Créeme cuando te digo que mi mano no ha sido forzada. —¿En solo una semana, decidiste todo eso?

El brillo en sus ojos retrocedió como si fuera una señal. —Una semana es toda una vida, Kaden. Puede borrar a un mundo entero de personas de la faz de la tierra con la caída de una sola estrella. Puede transportar a una criada de taberna que vive en un pueblo costero, a un desierto abrasador, con despiadados asesinos como compañeros. Entonces, en comparación, ¿realmente, mi pequeña decisión de casarme con un hombre por su poder requiere más de una semana de pensamiento?. Sacudí la cabeza. —Esa no eres tú, Lia. Su labio se levantó con disgusto como si de repente se hubiera cansado de ser simpática. —Estás herido, Kaden. Lo siento. Verdaderamente. Pero la vida es dura. Saca tu cabeza Vendan de tu trasero, y acostúmbrate. ¿No me escupiste palabras muy similares en la caravana de Reena?. Bueno, lo entiendo ahora. Por lo que tú también deberías. Su voz era fría, indiferente, y lo que dijo era cierto. Se hundió dentro de mí, cayendo como si me hubiera cortado el aliento y los músculos. La miré, incluso las palabras en mi lengua se perdieron en algún lugar de la caída, y me di la vuelta. Salí por la puerta del pasillo, sin ver nada mientras iba, preguntándome cómo se había vuelto tan... perfectamente real.

Capítulo 45 Rafe Me apoyé en el parapeto mirando a Lia. Estaba solo, sin el beneficio de la guardia, de Ulrix o Calantha. Aunque ellos me hacían saber a menudo, que me vigilaban de cerca, ya no estaban constantemente a mi lado. Parecía que todas las reglas se habían relajado ahora que se anunció el matrimonio y ahora que... Descansé mi cabeza contra mis brazos. Mi madre estaba muerta. Me enfermaba que su muerte me ganara más credibilidad. Debería estar en casa. Todos en Dalbreck probablemente estaban buscandome y preguntándose: ¿Dónde está el Príncipe Jaxon? ¿Por qué no está él aquí? ¿Por qué ha eludido sus deberes?. Sí, mi padre tendría la cabeza de Sven y la mía si alguna vez regresábamos. Es decir, si mi padre todavía estaba vivo. Esos son los más difíciles de matar. Mi padre era un bastardo duro, tal como había dicho el Komizar. Pero uno viejo. Fatigado. Y él amaba a mi madre, la amaba más que a su reino, o su propia vida. Perderla lo debilitaría, lo convertiría en presa rápida de los azotes, que habría combatido en tiempos mejores. Yo debería estar ahí. Volví a eso otra vez. Levanté la cabeza y miré a Lia sentada en la pared del fondo sobre la plaza de abajo. Mi deber estaba en Dalbreck, pero no podía imaginarme en otro lado que no fuera con ella. —Solo había pequeñas reuniones cuando me fui.

Giré. Kaden me había encontrado en silencio. Estaba oculto a la sombra de una columna, observándola también. La suya era la última compañía que quería. —Los números se han duplicado todas las noches —le dije. —La aman. —Ni siquiera la conocen, solo lo que el Komizar desfila por las calles. Se giró para mirarme, sus ojos llenos de desprecio. —Tal vez eres tú quien no la conoce. Miré a Lia, encaramada precariamente en una pared alta. No me gustó nada al respecto. No quería compartirla con Venda. No quería nada sobre esta tierra miserable que ella amara. Era como si unas garras cavaran y la empujaran a su guarida oscura. Pero día a día, lo vi. Lo vi en la forma en que los huesos se balanceaban de su cadera mientras caminaba, la forma en que vestía sus ropas, la forma en que les hablaba. Para ella ya no eran el mismo enemigo que habían sido cuando caminábamos por ese puente. —No son solo los recuerdos o las historias —dije. —Le preguntan cosas. Ella les cuenta sobre el mundo más allá del Gran Río, un mundo que nunca volverá a ver si se casa con tu Komizar. —Ella lo ha aceptado. Ella me lo dijo. Resoplé. —Entonces debe ser así. Ambos sabemos que Lia siempre dice la verdad. Me miró, con los ojos aún muertos, revolviendo sus pensamientos en la cabeza, como si estuviera recorriendo en la memoria, sus mentiras pasadas. Noté el moretón en su mandíbula y su mano vendada. Esas eran buenas señales. Disensión en los rangos. Tal vez el Komizar lo mataría antes que yo. Levanté la mirada y Kaden también. Los vimos al mismo tiempo. Al otro lado del camino en las terrazas altas, los Gobernadores y guardias habían salido a observar a Lia, y en la torre norte, enmarcado en su ventana. El propio Komizar lo vigilaba todo. Estaba demasiado lejos para que pudiéramos ver su expresión, pero lo vi en su postura, la propiedad, el orgullo, las cuerdas que seguramente pensó que tiraba de su pequeña marioneta. Sus palabras se extendieron por la plaza, luego se hicieron eco desde las paredes, sonando claras, y una extraña quietud se arrastró por el aire.

Todo estaba inquietantemente silencioso, excepto ella. —Así fue en el valle cuando enterró a su hermano —dijo Kaden. —Detuvo a todos los soldados. Porque los reinos se levantaron de las cenizas de hombres y mujeres. y están construidos sobre los huesos de los perdidos, y por eso volveremos si el Cielo lo quiere. Y así será para siempre. Cada vez más. La última palabra me invadió: La inminente permanencia si no la sacaba de aquí pronto. Vi a Kaden estudiándola. —Pero él será amable con ella, ¿verdad? —dije. —La boda será un día para que los dos celebremos. Podemos lavarnos las manos de ella por fin. Un montón de problemas, ¿no es así?. Observé su mandíbula apretarse, el imperceptible estremecimiento de su hombro. Quería saltar sobre mí, por arrojarle la verdad a la cara. Casi deseé que lo hiciera. Me gustaría terminar con él de una vez por todas, pero tenía mayores preocupaciones que resolver y poco tiempo para hacerlo. La boda había acortado mi plazo de una semana, y ahora los otros estaban aquí. —¿Ahora caminas libremente por el Santuario, Emisario? —Mucho ha cambiado en una semana, Asesino, para los dos. Bienvenido a casa.

Capítulo 46 Había estado aquí tan poco tiempo, pero ya parecía una vida. Cada hora estaba llena de miedo, y tenía que contenerme de lo que quería hacer más que cualquier otra cosa. La tarea parecía legítimamente mía, tanto como el amor, que me había parecido encontrar todos esos meses atrás, cuando huí de Civica. Mi destino ahora parecía tan claro como las palabras en papel. Hasta que llegue uno que sea más poderoso. Unas pocas palabras con tantas promesas. O tal vez solo unas pocas palabras de locura. Tomé otra cinta de la canasta y la até a una barra transversal, en el candelabro del techo. Lo había bajado con la cuerda para que estuviera a mi alcance, con la esperanza de ocupar mi mente con algo más por unos minutos bendecidos. Algo que me llevara a un mundo fuera del Santuario. Pero mis pensamientos seguían volviendo a una cosa. Es más difícil matar a un hombre que a un caballo. ¿Era que?. No lo sabia. Pero había cientos de maneras, y todas ardieron dentro de mí. Una pesada olla metida en el cráneo. Un cuchillo de tres pulgadas hundido en la tráquea. Un empujón desde un muro alto. Cada vez que pasaba una oportunidad, el fuego ardía más caliente, pero el deseo ardía lado a lado con una necesidad abrasadora diferente, salvar a alguien que amaba cuando había decepcionado a otro tan miserablemente. Si matara al Komizar, habría un baño de sangre. No tenía nada que ofrecer a los Gobernadores, Rahtan o Chievdars; sin alianzas, ni siquiera por un barril de vino, valdría la pena mantenerme con vida. Mi único aliado seguro en el Consejo era Kaden, y él solo no podía borrar el objetivo que heredaría en mi espalda. Por ahora, no solo quería seguir con vida para Rafe, necesitaba seguir con vida por él. Es posible que este matrimonio no lo liberara, pero al menos no acortaría su vida. Siempre tendría eso para aferrarme al Komizar; el fervor se acabaría si

lastimaba a Rafe, un matrimonio nos daría a los dos más tiempo. Eso era todo. No había garantías más allá de eso. Recordé mi conversación con Berdi después de que Greta fue asesinada, sin preocuparme por las garantías, y pensando que me casaría con el mismo diablo si ofreciera la más mínima oportunidad de salvar a Greta y al bebé. Ahora parecía que era justo con quien me casaría. Me apoyé en el alféizar de la ventana, mirando al cielo. Los dioses tenían un sentido del humor perverso. Até la última cinta y tiré de la cuerda para volver a levantar el candelabro. Un arcoíris de color revoloteó sobre mi cabeza, y me pregunté qué pensaría Kaden cuando lo viera. La culpa me apuñaló por engañarlo. Ya había estado agraviado tan completamente por la nobleza como yo. La lealtad lo era todo para él. Lo entendía ahora. ¿Qué más se puede esperar de un niño que fue arrojado por su propio padre, como un pedazo de basura?. Suspiré y sacudí la cabeza. Un señor Morrighese. Ahora, al igual que su padre, yo también había traicionado a Kaden. En muchos niveles sabía lo que sentía por mí, y curiosamente, me preocupaba por él, incluso cuando estaba enojada por su lealtad al Komizar. Había una conexión entre nosotros que no entendía del todo. No era el mismo sentimiento que tenía por Rafe, pero sabía que con nuestro último beso, había llevado a Kaden a creer que había más. No hay reglas cuando se trata de supervivencia, me recordé. Pero deseé que las hubiera. Las traiciones parecían no terminar nunca. Pronto el Komizar me pediría que traicionara a los que me habían recibido, que pusiera los ojos en blanco y los llenara de la esperanza que había conjurado, y estaba segura de que le serviría más que a la gente. Te callarás y hablarás las palabras que te dé. Me senté en la cama y cerré los ojos, bloqueando el silbido y el estampido de los caballos muy por debajo de mi ventana, el ruido de las puertas cerrándose, los gritos del cocinero persiguiendo a otro pollo suelto, que deseaba mantener la cabeza. En cambio, estaba en un prado con brisas que soplaban de los árboles, las montañas encima de mí, teñidas de púrpura, el aceite de rosas frotandose en mi espalda, respirando el dulce aroma a mil millas de aquí. Este mundo, te inspira... te comparte. Por favor compártelo conmigo Rafe. Hago esto por ti. Solo por ti…

Hubo un repentino golpe seco en mi puerta. Kaden se había ido con tanta repugnancia pintada en su rostro, que sabía que no volvería tan pronto, si es que volvía alguna vez. ¿Era Ulrix con otra orden del Komizar? ¿Qué sería esta noche?. ¡Ponte el verde! ¡El cafe! Lo que sea que yo mande! Un destello feo de la corte Morrighese me atravesó. Un entorno diferente, pero años de los mismos pedidos. Ponte eso. Silencio. Firma aquí. Ve a tu cámara. Aguanta la lengua. Por el amor de los dioses, Princesa Arabella, su opinión no es necesaria. No queremos volver a escuchar su voz sobre este asunto. Agarré el frasco en el arcón y lo arrojé al otro lado de la habitación. Llovieron pedazos de cerámica en el piso, y yo temblé con la verdad: Un reino no era muy diferente de otro. Otro golpe, este suave e incierto. Me limpié los ojos y fui a la puerta. Los ojos de Aster estaban muy abiertos. —¿Estás bien aquí, Miz? Porque puedo irme con este porteador, y volver en otro momento, pero Calantha me dijo que lo trajera a él y a su carrito aquí, y está muy cargado, pero eso no significa que tengas que dejarlo entrar en tu habitación ahora mismo, porque estás muy caliente, con las mejillas sonrojadas y... —Aster, ¿de quién estás hablando?. Ella se hizo a un lado, y un joven apareció tímidamente a la vista. Se quitó el sombrero de la cabeza y se lo apretó contra el estómago. —Estoy aquí para dejar combustible para el hogar. Miré por encima del hombro al contenedor cerca de la chimenea. —Todavía tengo combustible, y carbón. No necesito... —El clima se está volviendo más frío, y recibí mis órdenes —dijo. —El Komizar dice que necesitarás más. ¿El Komizar preocupado por mi calidez?. No era probable. Lo miré: Un badajo arrugado, porteador de estiércol. Pero algo sobre él no parecía del todo correcto. El color marrón pálido de sus ojos era demasiado agudo. Una energía

desenfrenada hervía a fuego lento en ellos, y aunque su ropa estaba sucia y su rostro sin afeitar, sus dientes eran blancos y parejos. —Calantha me dijo que volviera, Miz —dijo Aster.—¿Puedo dejar a este badajo aquí contigo? —Sí, está bien, Aster. Vete. Ella salió corriendo y yo me hice a un lado, señalando al joven la papelera junto al hogar. Entró su carrito en la habitación, pero se detuvo en el medio y se giró para mirarme. Me miró con curiosidad, luego se inclinó profundamente. —Su Alteza. Yo fruncí el ceño. —¿Te estás burlando de mí?. Sacudió la cabeza. —Tal vez quiera cerrar la puerta. Mi boca se abrió. Habló estas últimas palabras en Morrighese y había cambiado de lengua sin perder el ritmo. La mayoría de los vendans fuera del Santuario no hablaban el idioma, y los que estaban dentro, el Consejo y algunos de los sirvientes y guardias, lo hablaban con la lengua quebrada si lo hablaban. —Hablas Morrighese —dije. —Lo llamamos Dalbretch de donde soy, pero sí, los idiomas de nuestros reinos son casi idénticos. ¿La puerta?. Contuve el aliento conmocionada, cerré rápidamente la puerta y me volví hacia él. Las lágrimas brotaron de mis ojos. Los amigos de Rafe no estaban muertos. Se dejó caer sobre una rodilla y tomó mi mano, besándola. —Su Alteza —dijo de nuevo, esta vez con mayor énfasis. —Estamos aquí para llevarte a casa. ***

Nos sentamos en mi cama y hablamos mientras nos atrevimos. Se llamaba Jeb. Me dijo que el viaje a Venda había sido complicado, pero que llevaban unos días en la ciudad. Estaban haciendo preparativos. Me hizo preguntas sobre el ala del Consejo y el diseño del Santuario. Le conté de todos los pasillos y caminos que conocía, especialmente los menos transitados, y los túneles en las cavernas de abajo. Le dije quiénes eran los Vendans más sedientos de sangre del Consejo, y sobre aquellos que podrían ser útiles, como Aster, pero que no podíamos hacer nada que pudiera ponerla en riesgo. También mencioné a Griz y cómo había cubierto a Rafe, pero sospechaba que era solo un pago por salvarle la vida. —¿Le salvaste la vida? —Le advertí sobre una estampida de bisontes. Vi la pregunta en sus ojos. —No puedo controlarlo ni convocarlo, Jeb. Es un Don, algo transmitido a través de los Antiguos sobrevivientes, eso es todo. A veces ni siquiera confío yo misma, pero estoy aprendiendo a hacerlo. El asintió. —Voy a husmear y ver si puedo descubrir algo sobre este tipo Griz. —Los demás —le pregunté, —¿dónde están? Él dudó. —Ocultos en la ciudad. No los verás hasta que sea hora. Rafe o yo te avisaremos. —¿Y hay cuatro de ustedes?. Hice todo lo posible para sonar optimista, pero el número que decía en voz alta tenía su propia gravedad y hablaba por sí mismo. —Sí —dijo simplemente, y siguió adelante como si las probabilidades fueran un abismo que de alguna manera navegarían. No estaba seguro exactamente cuándo estarían listos para moverse, pero esperaban que los detalles se resolvieran pronto. Todavía estaban investigando la mejor manera de lograr su tarea, y había algunos suministros que tenían dificultades para adquirir. —El jehendra, en el barrio de Capswam, tiene casi todos los tipos de tiendas que existen —dije.

—Lo sé, pero no tenemos dinero de Venda, y está demasiado ocupado allí, para robar algo. Me incliné y busqué la bolsa de cuero debajo de mi cama. Tintineó cuando la puse en las manos de Jeb. —Ganancias de un juego de cartas —le expliqué. —Debería comprar casi cualquier cosa que deseen. Si necesitas más, puedo conseguirlo. Nada podría haberme dado una mayor satisfacción, que saber que Malich podría desempeñar un papel en nuestra fuga. Jeb sintió el peso de la bolsa y me aseguró que sería más que suficiente. Dijo que recordaría nunca jugar conmigo a las cartas. A partir de ahí, habló en positivos suaves como lo haría un soldado bien entrenado, diciendo que actuarían lo más rápido posible. Un soldado llamado Tavish era el coordinador de todos los detalles, y daría la señal cuando todo estuviera listo. Jeb restó importancia a los peligros, pero las palabras que evitó se reflejaron por debajo de la superficie: El riesgo, y la posibilidad de que no todos saliéramos. Era joven, solo la edad de Rafe, un soldado no muy diferente a cualquiera de mis hermanos. Debajo de la ropa irregular y la suciedad, vi dulzura. De hecho, me recordó a Bryn, una sonrisa siempre tirando de la esquina de su boca. Tal vez una hermana esperaba en casa a que él regresara. Parpadeé para contener las lágrimas. —Lo siento —dije. —Lo siento muchísimo. Su ceño se arrugó con alarma. —No tienes nada por lo que lamentarte, alteza. —No estarías aquí si no fuera por mí. Puso sus dos manos suavemente sobre mis hombros. —Fuiste secuestrada por una nación hostil, y mi príncipe me llamó al deber. No es un hombre propenso a la locura. Haría cualquier cosa que él pidiera, y veo que su juicio era cierto. Eres todo lo que dijo que eras —su expresión se volvió solemne. —Nunca lo había visto tan motivado como cuando cruzamos el Cam Lanteux. Debes saber, princesa, que no quiso engañarte. Lo desgarraba. Fueron esas palabras las que me deshicieron, frente a Jeb de todas las personas, un perfecto desconocido, y finalmente me quebré. Caí en su hombro,

olvidando que debía estar avergonzado, y empecé a sollozar. Me abrazó, me palmeó la espalda y me susurró: —Está bien. Finalmente me aparté y me limpié los ojos. Lo miré, esperando ver su propia vergüenza, pero en cambio solo vi preocupación en sus ojos. —Tienes una hermana, ¿no? —le pregunté. —Tres —respondió. —Podría decir. Tal vez por eso yo... —negué con la cabeza. —No quiero que pienses que hago esto mucho. —¿Llorar? ¿O ser secuestrada? Sonreí. —Ambos —extendí la mano y apreté la suya. —Tienes que prometerme algo. Cuando llegue el momento, mira la espalda de Rafe antes que la mía. Asegúrate de que él salga, y tus compañeros soldados. Porque no podría soportarlo si... Se llevó el dedo a los labios. —Shh. Todos nos cuidaremos los unos a los otros. Todos saldremos —se puso de pie. —Si me ves de nuevo, finge no conocerme. Los badajos del estiércol, no son memorables. Recogió su carrito, arrojó algunas tortas en la caja de la chimenea, y me lanzó una sonrisa traviesa por encima del hombro cuando se fue, simple y arrogante, haciendo caso omiso de los peligros. Muy parecido a Bryn. Este badajo del estiércol, era uno que yo nunca lo olvidaría. Una terrible grandeza Rodando por la tierra, Una tempestad de polvo, fuego y cálculo, Absoluta en su poder, Devorando hombres y bestias, Campos y flores, Todo lo que se atreve a estar en su camino. Y los gritos de los atrapados,

Llenaron los cielos de lágrimas. —Morrighan.

Libro

de

Texto

Sagrado,

vol.

II.

Capítulo 47 Sanctum Hall estaba decididamente más tranquilo esta noche. Podía sentirlo incluso desde la distancia mientras caminábamos por el pasillo. La juerga generalmente cruzaba el piso de piedra para recibirnos. No esta noche. Quería indagar, y ver si Calantha tenía alguna sospecha de a quién había enviado a mi habitación, pero ella no dijo nada, así que yo tampoco. No quería plantear preguntas y desconfianzas donde no había ninguna. Cuando nos acercamos al pasillo, el silencio era palpable. —Pelearon, ¿no? —pregunté. —Esa es la palabra —respondió Calantha. —Vi un corte en la mano de Kaden. —Y todos esperan ver cómo le fue al Komizar —dijo. Eché un vistazo de reojo hacia ella. Se mordía el labio inferior. —¿Por qué el Komizar no lo mata por eso? —pregunté. —Parece que no tolera ninguna rebelión y tiene amenaza de muerte sobre todos los demás. —Los asesinos son peligrosos. Está a su favor mantener vivo a Kaden. Nadie lo sabe mejor que él. —Pero si Kaden es peligroso... —Podría ser reemplazado por alguien más peligroso. Alguien no tan leal. También hay un fuerte vínculo entre ellos. Tienen una larga historia juntos. —Al igual que tú y el Komizar —dije, cavando y esperando más. Ella solo respondió con un brusco: —Correcto, princesa. Como nosotros. El silencio era incómodo cuando entré en Sanctum Hall. Sin el estruendo habitual, toda la habitación parecía más vacía, o tal vez eso era solo porque esta noche los clanes, los señores de los barrios y otros invitados especiales no estaban

llenando todos las esquinas disponibles. Solo eran el Consejo y los sirvientes. Rafe estaba parado en el otro extremo de la mesa, en el centro de la habitación, hablando con Eben. Era evidente que ni el Komizar ni Kaden habían entrado todavía. Y entonces vi a Venda. Se movía por la habitación, sólida como cualquiera de nosotros, su mano recorría la mesa como si estuviera limpiando migajas, como si siglos y un empujón por la pared, fueran intrascendentes para su propósito. Nadie más pareció notar su presencia, y me pregunté si la confundieron con una sirviente. Me acerqué, incapaz de apartar los ojos, temiendo que se desvaneciera si parpadeaba. Ella sonrió cuando me detuve en el lado opuesto de la mesa. —Jezelia —dijo, como si hubiera dicho mi nombre cien veces, como si me hubiera conocido desde que era un bebé y los sacerdotes me elevaron a los dioses. Me picaron los ojos. —¿Me llamaste? Ella sacudió su cabeza. —El universo me cantó tu nombre. Simplemente lo canté de vuelta —caminó alrededor de la mesa hasta que estuvo a un brazo de mí. —Cada nota me golpeó aquí —dijo, y se llevó el puño al esternón. —¿Cantaste el nombre a mi madre? Ella asintió. —Se lo cantaste a la persona equivocada. No soy… —Es un modo de confianza, Jezelia. ¿Confías en la voz dentro de ti?. Era como si ella pudiera leer mis pensamientos. ¿Por qué yo?. Ella sonrió. —Tenía que ser alguien. ¿Porque no tú?. —Por cien buenas razones. Mil. —Las reglas de la razón construyen torres que llegan más allá de las copas de los árboles. Las reglas de la confianza construyen torres que llegan más allá de las estrellas. Miré a mi alrededor, preguntándome si alguien más estaba escuchando. Todos los ojos en el Santuario estaban clavados en mí, vidriosos con un temor que

bordeaba el miedo, incluso los ojos de Rafe. Me volví hacia Venda, pero ella se había ido. Yo y una locura aterradora. Eso fue todo lo que presenciaron, y cuestioné mi propia cordura. Vi a varios soldados sacar amuletos de debajo sus camisas y frotarlos. Tenía que ser alguien. Me recosté contra la mesa en busca de apoyo, y Rafe dio un paso hacia mí, olvidándose de sí mismo. Rápidamente me recompuse, rígida. Una criada arrastró los pies tímidamente. —¿Qué viste, princesa? Tres Chievdars se pararon justo detrás de ella, mirando a la chica para conocer cualquier poder que tuviera, que ellos no tenían. Sin los clanes aquí, no necesitaban fingir. Formulé mis palabras cuidadosamente, por temor a que la niña sufriera por su seria pregunta. —Solo vi las estrellas del universo, y brillaban sobre todos ustedes. Mi vaga respuesta pareció calmar a los detractores y creyentes, y volvieron a sus conversaciones tranquilas, todavía esperando la aparición del Komizar. Los ojos de Rafe permanecieron en mí, y vi la preocupación en ellos. Mira hacia otro lado, recé, porque no podía liberar mi propia mirada, pero luego miré sus manos, las que me habían acunado la cara suavemente. Sería desafortunado si comenzara a perder los dedos prematuramente. Convéncelos. Con todos mirando, tuve una gran audiencia para convencer. Aparté la vista justo cuando el Komizar entraba al pasillo. —¿Dónde está mi prometida? —llamó, aunque yo estaba claramente a la vista. Un sirviente se apresuró a llenar su mano con una taza, y tanto los Rahtan como los Gobernadores se hicieron a un lado mientras caminaba hacia mí. —Ahí está —dijo, como si sus ojos acabaran de aterrizar en mí. Vi el pequeño corte en su cuello, y sin duda todos los demás también lo hicieron. —No te preocupes, mi amor —dijo. —Solo una muesca por el afeitado. Tal vez fui demasiado serio en mi deseo de estar presentable para ti. Sus ojos bailaron con advertencia incluso mientras me sonreía.

Di algo, fue la orden que vi en ellos. Di lo correcto. —No hay necesidad de arriesgar tu carne. Siempre estas presentable para mí, Sher Komizar. —Mi dulce pajarito —dijo y extendió la mano, colocándola detrás de mi cabeza, atrayéndome hacia él. Susurró contra mis labios. —Haz esto bueno. ¿A quién estaba tratando de engañar? El Consejo ya sabía que el matrimonio era una farsa y yo solo era una herramienta para su beneficio, pero luego me di cuenta de que era para otro propósito. Quería demostrar que no fue tirado por el ataque del Asesino, y que todavía tenía un control firme sobre el poder. Besarlo cuando me sirvió fue una cosa, pero cuando le sirvió, fue otra muy distinta. Me preparé cuando sus labios se encontraron con los míos, sorprendida que fuera gentil, tierno incluso, pero superficial en todos los niveles. Fue una actuación lograda, pero luego, en el último momento, su mano se curvó en mi cabello y sus labios se presionaron con más fuerza, apasionadamente. Escuché la risa ruda a nuestro alrededor y sentí el color elevarse en mis sienes. Finalmente me soltó, y en lugar de frío cálculo, vi un deseo inestable chispear en sus ojos. Era lo último que quería ver allí. Quería ver el color de mi cara. Se dio la vuelta, como emocionado y bramó: —¿Dónde está la comida! Los sirvientes se apresuraron, y nos sentamos, pero la notoria ausencia del Asesino, colgaba en la habitación como una nube venenosa y mantuvo las normales bromas bajo control. Dije la bendición, pero antes de pasar el plato de huesos, tomé uno para mantener mis manos y ojos ocupados, a pesar de que mi correa ya se sacudía con su peso. Era un hueso pequeño, blanqueado y secado al sol como todos, después que los cocineros los enterraran en un barril de comida con escarabajos, para que se comieran cada trozo de carne y médula. Las larvas de los escarabajos se usaban para pescar en la entrada del río, lo que a su vez producía más huesos. Era un interminable ciclo de sacrificio tras sacrificio. Jugueteé con el hueso, deseando poder limpiar el sabor del Komizar de mis labios. Tenía miedo de mirar hacia arriba y encontrar la mirada de Rafe, porque sabía lo que vería, la tensión se extendía como una mancha febril en su rostro.

Si tuviera que verlo día tras día besando a una criada, o ser abrazado, realmente me volvería loca. —No estás comiendo, princesa —dijo el Komizar. Extendí la mano y tomé un trozo de nabo y lo mordisqueé para apaciguarlo. —Come —insistió. —Tenemos un gran día por delante mañana. No quisiera que te desmayaras. Cada día era un gran día para el Komizar. Sin duda para mí significaba más desfilar por la ciudad o el campo. Curiosamente, solo había un barrio al que no me había llevado: El barrio de Tomack en la parte más al sur de la ciudad. El repentino pisoteo de pasos, resonó por el pasillo y, para consternación del Komizar, la comida se detuvo; nadie quería perderse la entrada del Asesino y todos estaban ansiosos por ver si llevaba evidencias de una pelea. Todos los presentes rápidamente notaron que había múltiples pasos viniendo hacia nosotros. Sus manos fueron de los platos a las armas enfundadas a los costados. Protegidos por el infranqueable gran río, seguramente no temían al enemigo externo, pero siempre debían estar preparados para el enemigo interno. Baños de sangre, como los llamó Kaden. Kaden entró por el pasillo del este. Todos vieron lo que querían ver, la evidencia de una pelea, o un desafío. Un moretón azul oscurecía su mandíbula, y la mano estaba envuelta en un vendaje, pero no tenía arma desenvainada, y se relajaron en sus asientos. Al parecer, al Komizar le había ido mejor que a su Asesino. El odioso nuevo Gobernador y su guardia personal caminaban junto a Kaden. Hubo una risa ahogada desde el final de la mesa donde Malich estaba sentado con su presumido círculo de Rahtans. Kaden caminó determinado, directamente hasta el Komizar. —El nuevo Gobernador de Arleston, como usted solicitó —dijo, como si depositara una caja de carga, a los pies del Komizar. Se volvió rápidamente hacia el Gobernador. —Gobernador Obraun, este es tu soberano. Dobla la rodilla y jura lealtad ahora.

El Gobernador hizo lo que le dijeron, y antes de que el Komizar pudiera responder, Kaden se interpuso entre nosotros y se apoyó con un brazo contra la mesa. Sentí su furia, y aunque susurró, seguía siendo lo suficientemente fuerte como para que los que estaban sentados cerca de nosotros pudieran oírlo. —Y tú, realeza, dormirás en mis habitaciones esta noche —siseó. —El Komizar dijo que no hay razón para que no sirvas a los dos, y después de mi largo viaje, deseo que me sirvan. ¿Lo entiendes? No dije nada, pero el fuego corrió por mis mejillas. No lo había visto tan enojado desde la noche en que me arrojó al carvachi por atacar a Malich. No, esta noche estaba mucho más furioso. Lo había traicionado personalmente. Representé a todos los nobles de Morrighan cumpliendo todas sus bajas expectativas, pero ahora, con unas pocas palabras, también había cumplido las mías. No tomo ese tipo de órdenes de nadie. Miré al Komizar y él asintió, indicando que aprobó este acuerdo compartido. Sus ojos ardieron de satisfacción, complacidos cuando la ira de su asesino se dirigió a mí. Kaden se apartó de la mesa y encontró un asiento vacío en el medio, frente a Rafe. La tensión que siempre se encendía entre ellos aumentaba, sus miradas calientes se fijaban entre sí durante demasiado tiempo. Rafe no pudo haber escuchado lo que Kaden me dijo, pero tal vez mi cara sonrojada era todo lo que necesitaba ver. Las sillas se deslizaron a un lado para que el nuevo Gobernador y su guardia pudieran sentarse cerca de su soberano. El Komizar y el Gobernador parecieron conectar de inmediato, pero para mí su conversación se convirtió en un borrón de sonido, palabras desconectadas, risas y el tintineo de las tazas. Vi moverse los labios del Gobernador, pero las palabras de Kaden fueron lo que escuché. Y tú, realeza, dormirás en mis habitaciones esta noche. —¿Y ahora te casarás con los cerdos enemigos? —mi mirada se dirigió a los arrogantes ojos del Gobernador. Me puse de pie y agarré un puñado de su chaqueta, acercando su rostro al mío. —Si dices “cerdos enemigos” una vez más, te arrancaré la carne de la cara con mis propias manos y se las daré de comer a los cerdos en el patio del establo! ¿Me comprende, Gobernador?.

El Komizar me agarró del brazo y me arrastró de vuelta a mi asiento. Tanto el Gobernador como su guardia, con los ojos muy abiertos me miraron sorprendidos. —Disculpa, princesa —ordenó el Komizar. —El Gobernador es un nuevo miembro leal del Consejo y ha tenido poco tiempo para adaptarse a la idea del enemigo caminando en suelo de Venda. Lo fulminé con la mirada. Si mis supuestas libertades recién descubiertas fueran de alguna utilidad para mí, tendría que escabullirme y arrebatarles una pequeña pieza a la vez. —¡Él llama cerda a tu prometida! —argumente. —Es una frase común que usamos para el enemigo. Discúlpate —sus dedos se clavaron en mi muslo por debajo de la mesa. Volví a mirar al Gobernador. —Te ruego que me perdones, su eminencia. Yo realmente no alimentaría a los cerdos con tu cara. Podría enfermarlos. Hubo una respiración audible, y el tiempo pareció detenerse, como si estos fueran mis últimos segundos en la tierra, como si por fin hubiera llegado demasiado lejos. El silencio se hizo más tenso y tenso, pero luego, a mitad de la mesa, Griz resopló. Su risa bulliciosa atravesó el silencio conmocionado, luego Eben y el Gobernador Faiwell también se unieron a la risa, y pronto la fatalidad prevaleciente del momento, fue lavada. Al menos la mitad de los que estaban en la mesa se unieron a mi “broma”. El Gobernador Obraun, como si sintiera que estaba atrapado en medio de una ráfaga rápida e inesperada, también se rió, asumiendo que el insulto era una broma. Sonreí para calmar al Komizar, aunque por dentro todavía estaba furiosa. Durante el resto de la comida, el Gobernador hizo un punto exagerado al llamarme prometida del Komizar, lo que provocó más risas. Su guardia permaneció callado, y supe que estaba mudo, una elección extraña para un guardia que podría necesitar hacer sonar una alarma. Pero quizás también era sordo y era el único, capaz de soportar el parloteo incesante del Gobernador. Mis dedos se apretaron y se abrieron dentro de mis botas, y los fuegos en cada extremo del pasillo parecían arder demasiado. Todo dentro de mí picaba. Tal

vez era saber que en algún lugar de esta ciudad Jeb y sus compañeros soldados estaban trabajando para encontrar una salida para todos nosotros. Cuatro. Era un número del que me había burlado, pero ahora parecía la preciosa oportunidad de una fracción de segundo que había aprovechado frente a una manada de bisontes. Arriesgado, pero valía la pena. Pensé que la noche no podía empeorar, pero estaba equivocada. Cuando ellos comenzaron a aclarar los platos, y esperaba irme, un desfile de corredores de carretillas comenzó a empujar carros dentro de la habitación. —Aquí por fin —dijo el Komizar como si supiera que vendrían. Yo vi a Aster entre los corredores, luchando con un carro cargado de armaduras, armas, y otro botín. Se me cayó el estómago. Otra patrulla había sido masacrada. —Su pérdida, nuestra ganancia —dijo alegremente el Komizar. El pequeño trozo de nabo que había tragado parecía atascado en mi pecho. Me tomó un momento concentrarme realmente en el contenido, pero cuando lo hice, vi los colores azul y negro de Dalbreck estampados en escudos y pancartas, y el León, cuya garra llevaba en la espalda. El recorrido fue casi tan grande como el de la compañía de mi hermano, y aunque estos no eran mis compatriotas, sentí dolor de nuevo. A mi alrededor, la codicia brillaba en los rostros de los Chievdars y Gobernadores. Incluso esta acción del Komizar no se trataba solo de botín, era nuevamente sobre fervor. Otro tipo. Como el olor a sangre que se le da a una jauría de perros. Cuando los últimos corredores dejaron sus mercancías, la silla de Rafe se echó hacia atrás y se desplomó detrás de él mientras se paraba. El repentino choque volvió cada cabeza hacia él. Se acercó a un carro, con el pecho agitado, mirando el contenido. Sacó una espada larga de una pila, y el sonido del acero resonó en el aire. El Komizar se levantó lentamente. —¿Tienes algo que quieras decir, Emisario? Los ojos de Rafe ardieron, su hielo azul atravesó al Komizar. —Estos son mis compatriotas que has matado —dijo, su tono tan frío como su mirada. —Tienes un acuerdo con el príncipe.

—Por el contrario, Emisario. Puedo o no tener un acuerdo con tu príncipe. Su reclamo aún no ha demostrado ser cierto. Por otro lado, definitivamente no tengo un acuerdo con tu rey. Él sigue siendo mi enemigo y él es el que envía patrullas para atacar a mis soldados. Por el momento, todo sigue siendo un statu quo entre nosotros, incluida tu muy tenue posición. Extendió una mano hacia un guardia, y el guardia le lanzó una espada al Komizar. Volvió a mirar a Rafe, probando casualmente la espada que sostenía. —Pero ¿quizás solo deseas un poco de deporte?. Ha pasado mucho tiempo desde que hemos tenido algún entretenimiento dentro de estas paredes —dio un paso hacia Rafe. —Me pregunto qué tan buen espadachín podría ser un Emisario de la corte —risa disimulada rodó por la habitación. Oh, por los dioses, no. Baja la espada, Rafe. Déjalo ahora. —No muy bueno —respondió Rafe, pero no bajó la espada. En cambio, probó el agarre en su mano con tanta amenaza como el Komizar. —En ese caso, te pasaré a mi Asesino. Parece ansioso por deporte también, y no es tan logrado como yo, con esta arma en particular. Lanzó la espada a Kaden, y con reflejos de relámpago, Kaden se levantó y la atrapó. Estaba más que cumplido. —Primera sangre —dijo el Komizar. Me encontré fuera de mi asiento, avanzando hacia ellos, pero fui atrapada en las garras de hierro del Gobernador Obraun. —Siéntate, niña —siseó, y me empujó de vuelta a mi asiento. Kaden dio un paso hacia Rafe, y todos los jóvenes corredores de las carretillas se apresuraron hacia el exterior del pasillo. Rafe me miró y supe que vio la súplica en mis ojos, bájala, pero envolvió ambas manos con seguridad, rodeó la empuñadura y dio un paso adelante de todos modos, encontrando a Kaden en el medio de la habitación. La animosidad reprimida durante mucho tiempo entre ellos era espesa en el aire. Se me secó la boca. Kaden levantó su espada con ambas manos, un momento de pausa mientras cada uno evaluaba al otro, y luego la pelea comenzó.

El feroz sonido metálico de acero sobre acero reverberó por el pasillo, golpe tras golpe. No se parecía en nada un encuentro destinado a extraer sólo una gota de sangre. Las estocadas de Rafe eran poderosas, mortales, más como un ariete implacable. Kaden recibió los golpes, pero después de algunos comenzó a perder terreno. El hábilmente esquivó, giró y giró, casi cortando a Rafe en las costillas, pero Rafe bloqueó expertamente la espada con una velocidad asombrosa y lanzó a Kaden hacia atrás. Podía sentir la furia volando de Rafe, como chispas de fuego. Se balanceó, y la punta de su espada atrapó la camisa de Kaden, abriéndola por un lado, pero sin sangre. Kaden avanzó de nuevo, rápido y furioso, y sus golpes retumbaron entre dientes. Los espectadores ya no estaban callados. El rugido sordo de sus comentarios acompañó cada asalto, pero el Gobernador gritó de repente sobre todos ellos: —¡Cuidado con tu paso, Emisario porcino! —y luego se echó a reír. —¡Cállate! —grité, temiendo que distrajera a Rafe, y luego pareció vacilar, sus golpes no llegaron tan rápido o tan fuerte, hasta que Kaden por fin, lo apoyó contra una pared y, tras una serie de golpes, Rafe perdió el agarre de su espada. Y cayó al suelo. Kaden presionó la punta de su espada justo debajo de la barbilla de Rafe. Sus pechos se agitaban con esfuerzo, y sus miradas estaban bloqueadas. Tenía miedo de decir algo, por miedo a que mi voz sola, hiciera que Kaden hundiera la espada en la garganta de Rafe. —A primera sangre. Granjero —dijo Kaden, y deslizó su espada hacia abajo, golpeando el hombro de Rafe. Una mancha roja brillante se extendió por la camisa de Rafe, y Kaden se alejó. Hubo gritos de victoria entre los camaradas de Kaden, y el Komizar los felicitó a ambos por un partido entretenido. —Buen comienzo, Emisario. Acabado débil. Pero no te sientas tan mal. Es lo que esperaría de un bombo de la corte. La mayoría de sus preocupaciones y batallas son momentáneas y no requieren la resistencia de Venda. Me recosté contra mi silla. Tenía la frente húmeda y me dolían los hombros. Vi al Gobernador y su guardia estudiándome, sin duda pensando que había estado apoyando a los porcinos. Los miré a los dos. El Komizar le dijo a Calantha que cuidara el corte en el hombro de Rafe, no queriendo que su Emisario muriera de

envenenamiento de la sangre, por el momento. Y le levantó una taza a Kaden. Vi que una petulante mirada de complicidad pasó entre ellos. Cualquier disputa que haya pasado recientemente, ahora estaba reparada. Les serviría a los dos. En el infierno lo haría. Una espada de práctica podría golpear su cráneo tan fácilmente como una de acero. Esta vez no estaría apuntando a su espinilla. Me puse de pie y me fui, mis acompañantes asignados, pisándome los talones.

Capítulo 48 Kaden La vi irse. La noche entre nosotros estaba lejos de terminar. Traté de seguirla, pero todos querían regodearse conmigo sobre mi fácil victoria sobre el Emisario. ¿Fácil?. La idea hizo que mi sangre volviera a hervir. En su tercer golpe, sabía que no estaba luchando contra un Emisario. Para su quinto, ya sabía que ni siquiera era un soldado promedio. Para la décima, sabía que iba a perder. Pero de repente su ataque se suavizó y cometió errores estúpidos. No perdió. El me dejo ganar. Preservar su identidad como Emisario era más importante para él, que separar mi cabeza de mis hombros, y sabía que era un premio que deseaba mucho. Bebí un último trago de cerveza y dejé a Chievdar Dietrik a media frase, siguiendo después a Lia. El corredor hizo eco con mis pasos. Llegué a mi habitación y abrí la puerta. Ella estaba parada allí, lista para mí, una espada de practica en su mano y lucha en sus ojos. —¡Bájala! —ordené. La levantó en el aire, lista para atacar. —¡Vete! Me acerqué y dije cada palabra lentamente, para que no hubiera duda de la amenaza en ellas. —Baja la espada. Ahora.

Su postura seguía siendo desafiante. Ella me mataría antes de dejarla a un lado. —¿Entonces puedo servirte? —se burló ella. No iba a dejarla ir tan fácil. Iba a dejar que ella se tambaleara, se calentara y se sintiera tan destrozada como yo. Di otro paso y ella se balanceó. Apenas me sentía la cabeza. Mi ira estalló y me abalancé sobre ella, atrapando la hoja de madera con mi mano mientras ella volvía a girar. Caímos al suelo y rodamos, luchando por la espada. Finalmente le apreté la muñeca, hasta que lloró de dolor y la solté. Tiré la espada de madera, al otro lado de la habitación. Ella se tambaleó para rodar, pero la atrape y la inmovilicé. —¡Basta, Lia! ¡Detenlo ahora! Ella me miró, sus respiraciones pesadas y furiosas. —¡No la lastimes, amo Kaden! Déjala levantarse! ¡Porque sé cómo usar esto!. Lia y yo miramos hacia la puerta. Era Aster, y sus ojos estaban salvajes de miedo. —¡Fuera! —grité. —¡Antes de despellejarte! Aster levantó la espada más alto, manteniéndose firme. Sus brazos temblaron con el peso del arma. —¡Escúchate! —dijo Lia. —Amenazando a una niña. ¿No eres valiente? ¿Asesino? La solté y me puse de pie. —¡Levántate! —le ordené, y una vez se puso de pie, señalé a Aster. —Ahora dile que se vaya, para que no tenga que despellejarla. Lia me fulminó con la mirada, esperando que retrocediera. Alcancé mi daga. De mala gana se volvió hacia Aster, su expresión se suavizó. —Todo está bien. Puedo manejar al asesino. Es todo fanfarronada, sin mordisco. Vete ahora. La niña aún dudaba, sus ojos brillaban. Lia besó dos dedos y los levantó a los cielos en una orden silenciosa a Aster. —Ve —dijo ella en silencio, y la niña se fue a regañadientes, cerrando la puerta detrás de ella.

Pensé que Lia se había calmado, pero tan pronto como se volvió hacia mí, su ira había regresado. —¿Realeza? ¿Dormirás en mi habitación esta noche, realeza? —Sabes que nunca te obligaría a ti. —Entonces, ¿por qué lo dijiste? —Estaba enojado —le dije. —Y herido. Porque sabía todo lo que me había dicho sobre el Komizar y querer poder, era una mentira, y quería llamarla fanfarronada. Porque quería que el Komizar creyera que había un cambio irreparable en nuestra relación. Porque estaba tratando de mantenerla aquí en mi habitación y segura por una noche más. Porque todo volaba fuera de control. Porque ella tenía razón. Quería confiar en ella pero no lo hice. Porque cuando me fui hace una semana, ella me había besado. Porque yo la amaba tan estúpidamente. Vi la tempestad en sus ojos, las olas de cálculo chocando y subiendo, pesando cada palabra de lo que podía y no podía decir. Esta noche no habría honestidad dentro de ella. —Es un juego peligroso el que estás jugando, Lia —le dije. —Y no es un juego que ganarás. —No juego, Kaden. Yo libro guerras. No me hagas apostar una por ti. —Esas son palabras valientes que no significan nada para mí. Sus labios se separaron, listos para un regreso mordaz. —No estoy... —pero se contuvo y se negó a continuar, casi como si no confiara en sí misma para decir más. Se dio la vuelta y agarró una manta del barril y me la arrojó. —Me voy a dormir, Kaden. Tú también deberías. Ya había terminado. Casi podía ver el peso sobre sus hombros. Sus párpados estaban cargados de cansancio, como si no quedara ninguna pelea en ella. No se molestó en cambiarse. Se tumbó en la cama y se echó la colcha sobre los hombros. —Podemos… —Buenas noches.

Nos fuimos a dormir sin decir una palabra más, pero mientras yacía en la oscuridad, repetí en mi cabeza nuestra conversación anterior. Había tocado cada nota, cuando ella explicó su decisión de casarse con Komizar: La resignación, la amargura, tirándome mis propias palabras a la cara, el arrepentimiento, los ojos brillantes, cada nota como si estuviera cantando una canción practicada. Su actuación era casi perfecta, pero no tenía el cansancio genuino que acababa de ver ahora. No voy a mentir, Kaden. Pero ella lo hizo. Estaba seguro. Me acordé de sus amargas palabras cuando salimos del campamento de vagabundos cuando dije que era una mentirosa pobre. No, en realidad, puedo ser muy buena, pero algunas mentiras requieren más tiempo para construirse. Y ahora, al volver sobre los últimos días, su afirmación de tratar de construir una nueva vida aquí, su beso, me preguntaba... ¿cuánto tiempo había estado girando en una?.

Capítulo 49 Rafe —¿Te has despedido de tus sentidos? —siseé. Me senté en un almacén oscuro junto a la cocina que olía a cebolla y grasa de ganso. Calantha me había dejado aquí para esperar mientras la cocinera hervía una cataplasma para mi herida. —Fue una oportunidad que cayó en nuestras vueltas. No todos podemos aparecer como tontos badajos, y Emisarios. ¿Cómo está el hombro? Aparté su mano. —Es una locura. ¿Cuánto tiempo puede Orrin jugar al mudo? ¿Que estabas pensando? ¿Y quiénes son todos esos otros soldados que aparecieron contigo? —Muchachos aterrorizados, en su mayoría. Hasta donde ellos saben, realmente soy el nuevo Gobernador de Arleston. Los emboscamos en el camino. Recolecciones fáciles. El Gobernador estaba empapado como un pez. Borracho. Desagradable compañero. Apenas supo lo que lo golpeó. Sus supuestos guardias nos entregaron sus armas de una vez, y prometieron su nueva lealtad al siguiente legado. Sacudí mi cabeza. —Vamos muchacho. Esta es una posición de ciruela. No tengo que escabullirme, y puedo llevar armas sin levantar una ceja. —Y escupirme en la cara. —En tus botas —corrigió. —No malignes mi puntería —Sven se rió entre dientes. —Pensé que te ibas a ahogar cuando me viste. —Me ahogué. Todavía tengo un trozo de manzana atrapado en la garganta.

—La mayor parte del camino hasta aquí, no estaba seguro de encontrarte vivo. Estuve empujando a ese Asesino por millas, pero es un tipo con los labios cerrados, ¿no? No se suelta con nada, y los soldados con él no eran mucho mejores. Finalmente escuché a uno de ellos hablando alrededor de la fogata sobre el Emisario tonto del príncipe. Orrin, de pie junto a la puerta de la cocina, vigilando a la cocinera, susurró sobre su hombro: —Ese asesino es el primero que eliminaremos. —No —le dije. —Me ocuparé de él. Sven preguntó por los detalles de mi llegada, y les conté mi propuesta al Komizar, y cómo había jugado con su avaricia y ego. —¿Y lo compró? —preguntó Sven. —La codicia es un idioma que él entiende. Cuando le dije que nuestra estaca era un puerto y unas pocas colinas, sonó cierto. La expresión de Sven se oscureció. —¿Sabías sobre eso?. —No soy sordo, Sven. Es lo que han querido durante años. —¿Ella sabe? —No. No importa. Nunca permitiría que sucediera. Sven retiró la rotura empapada de sangre de mi camisa y gruñó. —Fue un movimiento estúpido el que hiciste esta noche. —Me aparté. —Solo gracias a mí. Sabía que lo señalaría. Cuida tu paso. Si sospechaban que yo era otra persona, y que no era quien decía ser, no sería un buen augurio para ninguno de nosotros, especialmente Lia. Terminaríamos muertos, pero ella terminaría casada con un animal y sirviendo a otro a su voluntad. La boda estaba a tres días de distancia. Teníamos que movernos rápido. —¿Dónde está Tavish? —pregunté. —Todavía está trabajando en los detalles de la balsa. Está adquiriendo los barriles para unirlos.

Barriles. Hoy en una fracción de segundo, Jeb había susurrado brevemente que el escape sería en balsa, pero esperaba haberlo escuchado mal. Sacudí mi cabeza. —Tiene que haber otra manera. —Si la hay, dinos cual es —dijo Sven. Me dijo que ya habían analizado otras opciones y confirmó que el puente definitivamente no era una de ellas. Se necesitarían demasiados hombres para levantarlo y llamaría demasiado la atención. Viajar por tierra por cientos de millas al río inferior tampoco era una opción. Seríamos perseguidos antes de llegar a las aguas tranquilas, y había bestias en esa parte del río, que cazaban a su propia forma. Orrin ya había probado eso. Su pantorrilla había sido destrozada antes de que Jeb y Tavish lograran matar al monstruo que se había aferrado a su pierna. Insistieron en que una balsa era la única opción. Tavish estudió el río. Dijo que funcionaría. Aunque la caída y las aguas torrenciales envían una poderosa niebla, esa misma niebla oculta que hay remolinos más lentos en la orilla occidental. La balsa solo tenía que ser convertida en una, en el punto correcto. Era posible. La otra ventaja del río era que nos sacaría del alcance de Venda tan rápidamente que estaríamos a kilómetros de distancia incluso, si levantaban el puente para intentar seguirnos, no tendrían idea por dónde habíamos salido del río. Orrin dijo que habían dejado sus caballos, y algunos caballos de Vendans, que habían capturado, en un pasto escondido a unos treinta kilómetros río abajo. Era el plan perfecto. Eso decían ellos. Si los caballos todavía estaban allí. Si otras cien cosas no salieran mal. Traté de recordar que Tavish siempre había sido el arquitecto de los detalles. Tenía que confiar en él, pero me hubiera sentido mejor si pudiera ver la certeza en sus ojos por mí mismo. No sabía si Lia sabía siquiera nadar. —¿Cómo está tu pierna? —le pregunté a Orrin. —Tavish me cosió. Viviré. —Pero también necesitas un vendaje —dijo Sven con firmeza. Orrin levantó la pierna del pantalón y se encogió de hombros. Las docenas de líneas cosidas que se mostraban sobre la parte superior de su bota eran rojas y supurantes, lo que explicaba su leve cojera. Eso le había dado al Gobernador

Obraun y a su guardia herido, una buena excusa para acompañarme aquí. Sven le había dicho a Calantha que su guardia había sido atacado por una pantera mientras cazaba y que también necesitaba una cataplasma. Mientras susurrábamos, Jeb se coló por otra puerta. —¿Alguien aquí necesita una torta de mierda?. Sonreí, examinándolo de pies a cabeza. Él era el único de nosotros que se preocupaba por la última moda de la temporada y si sus botones estaban pulidos. Ahora estaba vestido con harapos, su pelo sucio, y encajaba completamente en el papel de badajo del estiércol. —¿Cómo quedaste atascado con ese trabajo? —le pregunté. —Todos están felices de abrir la puerta para que el badajo haga una entrega. Felices al menos por unos segundos —hizo un chasquido a un lado de su boca, como el chasquido de un cuello. —Es posible que tengamos que sacar a algunos en el silencio de sus habitaciones antes de hacer nuestro movimiento. —Y él habla Vendan como un nativo —agregó Sven. Jeb era como Lia, dotado con los idiomas. Parecía disfrutar de la sensación exótica en su lengua, tanto como de las telas exóticas en su espalda. Pero Sven aprendió Vendan de la manera difícil: Unos años después de su servicio, fue encarcelado, junto con dos vendans, en un reino menor. Fueron capturados como esclavos de servicio, como él lo llamaba, trabajando durante dos años en sus minas, hasta que él y los Vendans finalmente lograron escapar. —Me di cuenta que ahora también estás familiarizado. —Me las arreglo —dije. —No lo hablo bien, pero puedo entender una justa cantidad. Como viste, el Komizar y algunos miembros del Consejo hablan Morrighese, y Lia me ayuda con algunas frases. Jeb dio un paso adelante, crujiendo los nudillos. —Hablé con ella —dijo. Tenía toda nuestra atención ahora, incluido Orrin, que nos miró por encima del hombro. Jeb dijo que la vio justo antes de la cena en Sanctum Hall. Se las había arreglado para hacer una entrega a su habitación. —Ella sabe que estamos aquí ahora.

dije.

—¿Los cuatro? —dije. —No le impresionaron nuestros números cuando se lo —¿Puedes culparla? Yo tampoco estoy impresionado —respondió Jeb. Orrin resopló. —Solo se necesita una persona para ensartar… —El asesino es mío —le recordé. —No te olvides de eso.

—Ella me dio información útil —continuó Jeb, —especialmente sobre los caminos en el Santuario. El lugar está lleno de ellos, pero algunos son callejones sin salida. Ya he estado atrapado en unos pocos y casi me caigo en uno. También me dio sus ganancias de un juego de cartas, para suministros. —¿Así lo llama ella? ¿Ganancias?. Más bien lo que ella estafo. Perdí cinco libras de sudor esa noche. Sven puso los ojos en blanco. —Así que es buena con las cartas y arrancando caras. —Ciertas caras —volví a mirar a Jeb. —¿Ella dijo algo más? Dudó por un momento, frotándose la nuca. —Ella dijo que tu madre estaba muerta. Las palabras me golpearon de nuevo. Mi madre estaba muerta. Les conté lo que había dicho el Komizar, y su afirmación de que la pira funeraria había sido presenciada por jinetes de Venda. Sven se resistió, diciendo que era imposible, que la reina era fuerte de corazón, y no sucumbiría tan fácil o rápidamente, pero la verdad era que todos habíamos estado fuera tanto tiempo que no teníamos idea de lo que estaba sucediendo en casa, y una nueva ola de culpa me golpeó. Todos refutaron la historia, diciendo que era solo un Vendan mintiendo para atormentarme, y les dejé aferrarse a ese pensamiento, tal vez yo también quería aferrarme a él, pero sabía que el Komizar no tenía motivos para mentir. No sabía que ella era mi madre, solo mi reina, y decirme de su muerte, me había ayudado a fortalecer mi reclamo. —Otra cosa —dijo Jeb, luego sacudió la cabeza como si lo pensara mejor. —Adelante. Dilo —dije. —Me gusta, eso es todo. Y le hice promesas de que todos saldríamos. Es mejor que nos quedemos con ella.

Asentí. No podría considerar ninguna otra opción. Orrin sopló una pelusa y se revolvió el pelo. —Ella me asusta —dijo, —pero a mí también me gusta y cuélgame, ella es... —No lo digas, Orrin —le advertí. Él suspiró. —Ya sé. Ella es mi futura reina —volvió a la puerta para vigilar a la cocinera. Enteramos a Jeb de otros detalles, incluida la pérdida de soldados de Dalbreck, el encuentro entre el Asesino y yo, y cómo la cara de Sven casi alimentaba a los cerdos. —Era una tetera sellada, lista para explotar allí —dijo Sven. —Pero es más seguro que ella realmente nos odie por ahora, más seguro para ella y para nosotros... Especialmente porque Orrin y yo somos tan visibles. Sigamos así por un tiempo —Sven se pasó la mano por la cicatriz de la mejilla. —¿Solo tiene diecisiete años? —asentí. —Lleva mucho sobre sus hombros para alguien tan joven. —¿Tiene alguna otra opción? Sven se encogió de hombros. —Quizás no, pero estuvo a punto de revelar su mano esta noche. Tuve que empujarla hacia atrás en su silla. —¿La empujaste? —dije. —Suavemente —explicó. —Comenzó a cruzar la habitación para interponerse entre ese asesino y tú. Me incliné hacia adelante, pasándome los dedos por el cabello. Ella actuó impulsivamente porque yo lo hice. La tensión nos estaba volviendo descuidados a los dos. —Aquí viene —susurró Orrin y se recostó en el banco junto a mí. La puerta se abrió y la cocinera miró la habitación llena. Murmuró una maldición y dejó caer unas pinzas y un cubo humeante al final del banco. Sacó una pila de trapos de debajo de su brazo, y los dejó caer al lado de las pinzas.

—Cinco capas. Déjalo actuar durante la noche. Traer de vuelta la ropa cuando termines. Limpiar. Ella empujó hacia atrás la puerta, sus encantadoras instrucciones completas, y nos quedamos con los sofocantes vapores de la mezcla amarillo-verde que llenaban la habitación. Jeb notó que el hedor a estiércol de caballo era preferible al veneno que la cocinera había preparado. No estaba seguro de cómo ayudaría a una herida, pero Sven parecía confiado. Aspiró de la pútrida sustancia. —Prefiero tomar una dosis de tus ojos rojos —dije. —Yo también —dijo con nostalgia, —pero los ojos rojos se han ido hace mucho tiempo. Le complació sumergir los trozos de tela en el líquido caliente y colocarlos sobre mi herida y las heridas supurantes de la pierna de Orrin. —Para haberla arrastrado por todo el Cam Lanteux, ese asesino no parecía estar demasiado enamorado de ella esta noche —observó Sven. —Él está más que aficionado a ella. Confía en mí —dije. —Está indignado porque ella acordó casarse con el Komizar mientras él estaba fuera. Sé que no tenía otra opción. El Komizar está sosteniendo algo sobre ella, simplemente no sé qué es. —Lo sé —dijo Jeb. —Ella me dijo. Lo miré, el miedo me inundaba, esperando. —Tú —dijo. —El Komizar dijo que si no convencía a todos de que había abrazado el matrimonio, comenzarías a perder los dedos. O más. Ella se va a casar con él para salvarte. Me recosté contra la pared y cerré los ojos. Por ti. Solo por tí. Debería haberlo sabido cuando añadió esas palabras a la oración. Me habían perseguido desde que ella las dijo. —No te preocupes, muchacho, la sacaremos de aquí antes de la boda. —La boda es en tres días —le dije. —Navegaremos río abajo para entonces. Navegación…

En barriles…

Capítulo 50 El gran día que el Komizar me prometió comenzó con el ajuste para un vestido de novia. Me paré en un bloque de madera en una galería larga y estéril, no lejos de sus habitaciones. Un fuego rugía en la chimenea al final de la habitación, ahuyentando parte del frío. Los días se habían vuelto más fríos, y un charco de agua en la repisa de la ventana, de la lluvia de la noche anterior, se había convertido en hielo. Vi las llamas lamer el aire, hipnotizada. Casi le había dicho a Kaden anoche. Estuve cerca, pero cuando dijo que era un juego que no ganaría, temí que tuviera razón. Todo lo que tomó fue un paso en falso. Una confesión estaba en la punta de mi lengua, pero luego el petulante intercambio entre Kaden y el Komizar al final de la noche había pasado por mi mente. Hay un fuerte vínculo entre ellos. Tienen una larga historia juntos. Casi podía admirar al Komizar por su brillantez. ¿Quién mejor para tener como su Asesino que a Kaden, tan intensamente leal, tan leal que nunca desafiaría al Komizar?. Tan leal que dejaría a un lado un cuchillo incluso en un ataque de ira. Kaden estaría siempre en deuda con él, un asesino que no podía olvidar la traición de su propio padre, y que nunca repetiría su traición, incluso si le costaba la vida. —Gira —instruyó Effiera. —Ahí, eso es suficiente. El ejército de modistas fue una distracción bienvenida. Aunque un vestido especial no era habitual en las bodas de Venda, el Komizar había ordenado uno, y deseaba supervisar la adaptación a medida que progresaba. Emitiría su aprobación antes de comenzar el trabajo final. Debía ser un vestido de muchas manos para honrar al clan Meurasi, pero había especificado que el color fuera rojo. Deseo que Effiera y las otras costureras, habían criticado toda la mañana, tratando de encontrar la combinación correcta de telas, y aparentemente no estaban satisfechas con ninguna. Ellas juntaron trozos de terciopelo, brocados y piel de ante teñida.

Empujaron y pincharon con sus piezas, y finalmente se formó un vestido sobre mí mientras lo sujetaban y lo desabrochaban, con un nerviosismo laborioso en su trabajo. Estaban acostumbradas a confeccionar vestidos desde sus tiendas de campaña en el jehendra, y no bajo la supervisión del Komizar. Cada vez que decía: —Hmm —y sacudía la cabeza, una de las modistas soltaba sus alfileres. Pero sus comentarios no fueron duros ni enojados: en realidad parecía preocupado por otra cosa. Era un lado de él que no había visto. Todas estábamos agradecidas cuando Ulrix lo llamó para atender un asunto, pero prometió regresar pronto. Trabajaron rápidamente mientras él se fue, para terminar las mangas largas y ceñidas, esta vez al menos tenía dos, pero mi hombro todavía estaba cuidadosamente desnudo para mostrar la kavah. —¿Qué saben de la garra y la vid? —les pregunté. Todas las mujeres se callaron. —Solo lo que nos dijeron nuestras madres —dijo finalmente Effiera en voz baja. —Nos dijeron que cuando la viéramos, sería la promesa de un nuevo día para Venda: La garra, rápida y feroz; la vid, lenta y constante; ambas igualmente fuertes. —¿Qué pasa con la Canción de Venda? —¿Cuál? —preguntó Úrsula. Dijeron que había cientos de canciones de Venda, tal como Kaden me había dicho. Las canciones escritas fueron destruidas hacía mucho tiempo, pero eso no impidió que sus palabras vivieran en la memoria y la historia, aunque ahora eran pocos los que las recordaban. Al menos sabían de la garra y la vid, y los clanes que había conocido en los pantanos y las tierras altas, también conocían el nombre Jezelia. Una anticipación me recorrió. Las piezas de las canciones de Venda estaban vivas, en el aire, y arraigadas, en alguna parte profunda de su comprensión. Ellos sabían. Todas las canciones escritas destruidas. Excepto por la que poseía. Y alguien también había tratado de destruirla.

La puerta se abrió y todos se sobresaltaron, esperando ver al Komizar, pero era Calantha. —El Komizar se ha retrasado. Puede ser un rato largo. Desea que las modistas esperen en la cámara contigua hasta que esté listo para ellas nuevamente. Las mujeres no perdieron el tiempo en seguir las instrucciones y salieron corriendo con puñados de tela a la habitación contigua. —¿Qué hay de mí? ¿Se supone que debo esperar, atrapada en un vestido lleno de alfileres, hasta que él decida regresar?. —Sí. Gruñi un aliento ardiente. Calantha sonrió. —Tanta hostilidad. ¿No vale la pena una espera incómoda por tu amado?. La miré, cansada de su sarcasmo, y formé una respuesta mordaz, pero de repente se detuvo en mis labios cuando la miré. Ella siempre había tratado de odiarme. Mis propias palabras volvieron en círculo hacia mí. Creo que estás incursionando con un poco de poder. Un poder que tenía miedo de ejercer. Ella era como un gato montés dando vueltas a un agujero, tratando de encontrar una manera de atrapar el cebo sin caer en la trampa. Se giró bruscamente, como si supiera que había vislumbrado su secreto. —Espera —dije, saltando desde el bloque. Agarré su muñeca, y ella miró mi mano como si mi toque la quemara. Me di cuenta que, aparte de un fuerte golpe en la espalda, nunca la había visto tocar a nadie. —¿Por qué ayudaste al Komizar a matar a tu propio padre? —le pregunté. Tan pálida como Calantha ya era, palideció. —Eso no es para que lo pidas. —Quiero entender, y sé que quieres decirme. Se soltó la muñeca. —Es una historia fea, princesa. Demasiado fea para tus delicados oídos.

—¿Es porque lo amas? —¿Al Komizar?. Una pequeña risa escapó de sus labios. Ella sacudió la cabeza y casi podía ver algo grande y entumecido que se soltaba dentro de ella. —Por favor —dije. —Sé que me has ayudado y obstaculizado. Estás luchando contra algo. No te traicionaré, Calantha. Lo prometo. El aire estaba tenso. Contuve el aliento, temiendo que el más mínimo movimiento la alejara de mí otra vez. —Sí, lo amo —admitió, —pero no en la forma en que piensas. Cruzó la habitación y miró por la ventana durante mucho tiempo, luego finalmente se volvió y me lo dijo. Su voz era indiferente, vacía, como si hablara de alguien más. Ella era la hija de Carmedes, un miembro del Rahtan. Su madre había sido cocinera en el Santuario y murió cuando ella era pequeña. Cuando tenía doce años, Carmedes tomó el poder y se convirtió en el 698ª Komizar de Venda. Era un hombre sospechoso con una mano pesada y mal genio, pero ella se las arregló para evitarlo. —Tenía quince años cuando me enamoré de un chico del clan Meurasi. Me contó historias de clanes, de otros tiempos y otros lugares que me hicieron olvidar mi propia vida miserable. Tuvimos cuidado de mantener nuestra relación en secreto y logramos esa hazaña durante casi un año. Su pecho se levantó en varias respiraciones lentas antes de continuar. —Pero un día, mi padre nos atrapó en el establo de los sirvientes juntos. No tenía motivos para enojarse. Se preocupaba poco por mí, pero se enfureció. Se sentó en uno de los taburetes de corte y confección y me dijo que en aquel entonces nuestro Komizar actual era el Asesino. Era un joven de dieciocho años, y los había encontrado a ambos sangrando en la paja. El chico estaba muerto y ella estaba medio muerta. El Asesino la levantó y llamó a un sanador. —Los moretones se desvanecieron, los huesos se repararon, los mechones de cabello rasgados volvieron a crecer, pero algunas cosas desaparecieron para siempre. El chico y.... —Tu ojo.

—Mi padre vino a verme una vez durante las semanas que estuve en cama. Me miró y dijo que si alguna vez volvía a hacer algo así, me sacaría el otro ojo y también los dientes. No quería más bastardos corriendo por el Santuario. Cuando pude volver a caminar, fui al Asesino, abrí la palma de su mano, le coloqué la llave de la cámara de reunión privada de mi padre, y le prometí mi lealtad. Siempre. A la mañana siguiente, mi padre estaba muerto. Se puso de pie, tirando de sus hombros hacia atrás, luciendo agotada. —Entonces, si me ves alguna vez molesta, princesa, es porque algunos días veo al hombre en el que se ha convertido el Komizar, y algunos días recuerdo al hombre él era. Se volvió y caminó hacia la puerta, pero la llamé justo cuando la abría. —Para siempre es mucho tiempo, dije. ¿Cuándo recordarás quién eres, Calantha?. Se detuvo brevemente sin responder, luego cerró la puerta detrás de ella. *** Había estado esperando tanto tiempo que apenas noté que la puerta se abría. Era el Komizar. Su mirada aterrizó en el vestido primero, luego se levantó hacia mi cara. Él cerró la puerta y echó otro vistazo largo. —Ya era hora —dije. Él ignoró mi comentario, tomándose su tiempo mientras se acercaba. Sus ojos se deslizaron sobre mí, tocándome de una manera que hizo que mis mejillas se calentaran. —Creo que elegí bien —dijo. —El rojo te queda bien. Hice mi mejor esfuerzo para calmarme. —¿Por qué, Komizar, en realidad estás tratando de ser amable? —Puedo ser amable, Lia, si me dejas serlo —dio un paso más cerca, con los ojos fundidos. —¿Debo volver a llamar a las modistas? —pregunté. —Todavía no —dijo, caminando más cerca. —No es fácil moverse con un vestido unido con alfileres.

—No quiero que te muevas. Se detuvo frente a mí y pasó un suave dedo por mi manga. Su pecho se alzó en una respiración profunda y controlada. —Has recorrido un largo camino, desde el vestido de arpillera que llevabas a tu llegada. —Ese no era un vestido. Era un saco. Él sonrió. —Así era —levantó la mano y sacó un alfiler del vestido. La tela del hombro se soltó. —¿Eso está mejor? Me ericé. —Guarda tus encantadoras seducciones para nuestra noche de bodas. —¿Estaba siendo encantador? ¿Debo sacar otro alfiler?. Di un paso atrás, algo que no quería hacer, por temor a que eso lo alentara. Traté de cambiar de tema y me di cuenta de que se había puesto la ropa de montar. —¿No hay algo que deberías estar haciendo ahora? ¿En algún lugar donde necesites estar?. —No. Dio un paso adelante, buscando otro alfiler, pero aparté su mano. —¿Estás tratando de seducirme o forzarme? Dado que hemos acordado ser honestos el uno con el otro, me gustaría saber por adelantado, para poder decidir cómo proceder. Me agarró por los brazos y yo me estremecí al pinchazo de los alfileres en mi carne. Me acercó, y presionó sus labios contra mi oído. —¿Por qué bañas al Asesino con tus afectos, y no a tu prometido? —Porque Kaden no ha exigido mis afectos. Se los ha ganado. —¿No he sido amable contigo, Jezelia? —Una vez fuiste amable —susurré en su mejilla. —Sé que lo eras. Y tenías un nombre. Reginaus.

Se apartó como si le hubiera arrojado agua fría. —Un nombre real —continué, sintiendo una rara ventaja. —Un nombre que te dio tu madre. Dio un paso hacia la chimenea, su ardor desaparecido. —No tengo madre —espetó. Era evidente que había abierto una de las pocas venas de sangre tibia en su cuerpo. —Sería bastante fácil para mí creer que eso es cierto —dije. —Parece más probable que hayas sido engendrado por un demonio, en el primer agujero disponible. Excepto que hablé con la mujer que te sostuvo cuando tu madre te echó en esta tierra. Dijo que tu madre te nombró con su último aliento. —No hay nada especial en eso, princesa. No soy el primer Vendan cuya madre murió en el parto. —Pero es un nombre. Algo que ella te dio. ¿Por qué te niegas a que te llame con la última palabra que salió de los labios de tu madre?. —¡Porque era un nombre que no significaba nada! —arremetió. —¡No me dio nada! Sólo era otro mocoso asqueroso en las calles. No era nada hasta que me convertí en el Asesino. Ese nombre significaba algo. Solo había un nombre mejor. Komizar. ¿Por qué conformarse con Reginaus, tan común como la tierra, e igual de útil, cuando hay un nombre, que solo uno puede soportar?. —¿Es por eso que mataste al último Komizar?. ¿Solo por un nombre?. ¿O para vengar la cruel paliza de Calantha?. Su furia disminuyó y me miró con cautela. —¿Ella te lo dijo? —Sí. Sacudió la cabeza. —Eso no suena como Calantha. Ella nunca habla de ese día. Arrojó otra torta al fuego y miró las llamas. —Solo tenía dieciocho años. Demasiado joven para convertirme en el próximo Komizar. Todavía no había construido suficientes alianzas. Pero lo ansiaba. Todos los días. Yo lo imaginaba. Komizar —se volvió y se sentó en el hogar elevado. —Y

luego sucedió lo de Calantha. La mayor parte del Consejo la apreciaba bastante. Era una pequeña flor bonita entonces, pero no se atrevían a acercarse a ella por miedo al Komizar. Fue mutilada por los golpes, marcada por dentro y por fuera, pero muchos miembros del Consejo me favorecieron después de eso, por salvarle la vida. Cuando Calantha prometió su lealtad hacia mí, muchos del Consejo también lo hicieron. Los que no lo hicieron, los eliminé. Entonces supe que las alianzas no solo se ofrecen, sino que deben diseñarse cuidadosamente. Se puso de pie y se acercó a mí. —Para responder a tu pregunta, un propósito simplemente sirvió a otro. Vengar su paliza también me trajo el nombre que deseaba. Le dio una mirada fría al vestido. —Diles a los modistas que lo hagan así —dijo, ofreciendo su aprobación final. —Y, princesa, para que lo sepas, si vuelves a mencionar el nombre Reginaus, tendré que visitar a la partera con la lengua floja. ¿Lo entiendes?. Bajé la cabeza en un solo asentimiento. —No conozco a nadie con ese nombre. Él sonrió y se fue. Y dije la verdad. Estaba claro que el chico llamado Reginaus había muerto hacía mucho tiempo.

Capítulo 51 —Te trasladaré a una habitación cerca de mis habitaciones mañana. Los sirvientes vendrán a recoger tus cosas. Esto hará que sea más conveniente una vez que la boda haya quedado atrás. Conveniente. Mi piel se erizó. Sabía lo que significaba conveniente. Era extraño que encontrara consuelo en las habitaciones de Kaden, pero lo hice. Sabía que Kaden era al menos, confiable en ciertas cosas, incluso cuando apestaba borracho. Sus habitaciones también tenían un pasaje secreto. Dudaba que mi nueva cámara lo hiciera. Dejamos nuestros caballos con los guardias, en el borde exterior de un matorral de árboles, y el Komizar me guió por el bosque. Los árboles tenían troncos delgados y muy juntos, pero podía ver dónde se había abierto un camino a través de ellos. Este era un destino muy visitado. Lo llamó su propio atajo personal. Después de solo unos minutos de caminar, la línea de árboles se detuvo y salimos a un acantilado que dominaba un vasto valle. Me quedé mirando, no muy segura de lo que estaba viendo. —Es magnífico, ¿no? Lo miré, su rostro resplandeciente. Aquí era donde estaba su pasión. Su mirada flotaba sobre el valle. Era una ciudad, pero nada como la que acabábamos de dejar. Era una ciudad de soldados. Miles. No se dio cuenta de que no le había respondido, o que incluso no había hablado, pero comenzó a señalar sistemáticamente las regiones de su ciudad, de una manera similar a una lista. Allí estaban los criaderos. Las fundiciones. Las forjas. Las armerías.

Los barracones. Las arquerías. Las cooperativas. Los graneros. Los campos de prueba. Él siguió y siguió. Todo era plural. La ciudad se extendía hasta el horizonte. No necesitaba preguntar para qué era. Los ejércitos solo tenían dos propósitos: Defender o atacar. No estaban aquí para defender nada. Nadie quería entrar en Venda. Traté de ver qué estaba pasando en el campo de pruebas, pero estaban demasiado lejos. Entrecerré los ojos y suspiré. —Todo lo que veo desde aquí es una ciudad en expansión. ¿Podemos echar un vistazo más de cerca?. Felizmente me condujo por un sendero sinuoso hasta el fondo del valle. Escuché el alboroto del hierro golpeando los yunques. Muchos yunques. El zumbido de la ciudad me rodeaba, un zumbido de determinación y propósito. Me acompañó entre los soldados, y vi sus caras, chicos y chicas por igual, muchos tan jóvenes como Eben. Caminó enérgicamente, así que no pude parar a hablar con ninguno de ellos, pero se aseguró de que supieran quién, y qué era yo, una señal que los dioses favorecían a Venda. Sus rostros jóvenes se tornaban curiosos, mientras pasábamos. —Hay tantos —dije estúpidamente, más para mí misma que al Komizar. La inmensidad de eso era asombrosa. Las patrullas estaban siendo sacrificadas. Estaban escondiendo algo. Algo importante. Esto. Un ejército dos veces más grande que el de cualquier reino. Me llevó a una loma nivelada que daba a otro tramo de valle. Zanjas y murallas lo rodeaban. Observé a los soldados llevar dispositivos grandes al centro

del campo, pero los artilugios no dieron indicios de su propósito hasta que comenzaron a usarlos. Las flechas volaban a velocidades vertiginosas, un borrón en el aire mientras un soldado giraba una manivela. Un muro de flechas estaba siendo disparado por solo un hombre. No se parecía a nada que hubiera visto nunca. Después de eso vino otro campo de prueba. Y otro. Estas armas tenían una sofisticación que no coincidía con la vida libre y cruda de los Vendans. Me atrajo con su celo, y fue el último campo que me congeló de terror. —¿Qué son? —pregunté. Observé a los caballos con rayas doradas, de dos veces la circunferencia de otros caballos, y al menos veinte manos de altura, sus ojos negros salvajes, y sus fosas nasales respirando vapor feroz en el aire fresco. —Brezalots —respondió. —Tienen disposiciones desagradables y no son buenos para montar, pero corren de manera recta y verdadera cuando se les empuja. Su piel es gruesa. Nada los detendrá. Casi nada. Llamó a un soldado para una demostración. El soldado ató un pequeño paquete a la espalda del caballo y luego golpeó sus cuartos traseros con un agudo pinchazo. La sangre brotó de su grupa, pero el caballo corrió recto y verdadero, tal como el Komizar dijo que lo haría, y aunque los soldados a lo largo del campo le arrojaron flechas, no penetraron en su gruesa piel, y él no se detuvo. Se dirigió al otro lado del campo, directamente entre montículos de heno, y luego hubo un ruido ensordecedor y una bola de fuego cegadora. El heno ardiendo llovió. Astillas de madera junto con pedazos del caballo cayeron al suelo. Era como si una olla de aceite hubiera estallado en un incendio, pero con mil veces más poder. Parpadeé, demasiado sorprendida para moverme. —Son imparables. Un caballo puede derribar a todo un escuadrón de hombres. Es sorprendente lo que puede hacer la combinación correcta de ingredientes. Los llamamos nuestros corceles de la muerte. El hielo se deslizó por mi columna vertebral. —¿Cómo aprendiste la combinación correcta de ingredientes? —pregunté. —Estuvo justo debajo de nuestras narices todo el tiempo.

No necesitaba decir más. Los proveedores del conocimiento. Por eso se escondían en las cavernas y catacumbas. Desvelaban los secretos de los Antiguos y le daban al Komizar la receta para la destrucción de Morrighan. ¿Qué les había prometido a cambio de sus servicios?. ¿Su propio pedazo de Morrighan?. Cualquiera que fuese el premio, grande o pequeño, nunca valdría la pena, por cada vida que se perdería. *** Avanzamos a más campos, pero ahora apenas los veía, tratando de imaginar, Cómo, cualquier ejército podría resistir lo que ya había visto. Finalmente nos paramos en la base de cinco imponentes graneros con paredes de acero pulido que cegaban al sol. Estos eran enormes almacenes de comida, al borde de una ciudad necesitada. —¿Por qué? —le pregunté. —Grandes ejércitos marchan con estómagos llenos. Los hombres y los caballos deben ser alimentados. Aquí hay casi suficiente para marchar cien mil soldados. —¿Marchan dónde? —pregunté, esperando que por la gracia de los dioses, pudiera estar equivocada. —¿Dónde piensas, princesa? —preguntó. —Pronto los Vendans ya no estarán a merced de Morrighan. —La mitad de estos soldados son niños. —Jóvenes, pero no niños. Solo los Morrigheses tienen el lujo de mimar a los bebés de mejillas frescas. Aquí están musculosos y sudan como todos los demás, haciendo su parte para ayudar a alimentar un futuro para todos nosotros. —Pero la pérdida. Todavía perderás gente —dije. —Especialmente los jóvenes. —Probablemente la mitad de ellos. Pero lo único que no le falta a Venda son personas. Cuando mueran, se alegrarán por la causa, y siempre hay más para reemplazarlos. Me quedé allí, aturdida, asimilando la enormidad de sus planes. Supuse que estaban planeando algo. Un ataque a un puesto avanzado. Alguna cosa. Pero no esto.

Busqué algo que decir, pero sabía que mi súplica era inútil antes de que saliera de mi lengua. Aún así, las palabras se derramaron, débiles y ya vencidas. —Podría ser capaz de suplicarle a mi padre y a los otros reinos. He visto cómo lucha Venda. Podría convencerlos. Hay tierra fértil en Cam Lanteux. Sé que podría encontrar una manera de hacer que te permitan resolverlo. Hay buenas tierras para cultivar. Suficiente para que todos ustedes... —¿Tú, suplicar a alguien? Ahora eres una enemiga odiada de dos reinos, e incluso si pudieras convencerlos, tengo muchas más aspiraciones que ser arrastrado por un yugo y un arnés. ¿Qué es un Komizar sin un reino para gobernar? O muchos reinos? No, no pedirás nada. Agarré sus brazos, obligándolo a mirarme. —No tiene por qué ser así entre los reinos. Una leve sonrisa iluminó su rostro. —Sí, mi princesa, lo es. Es como siempre ha sido y siempre será, solo que ahora seremos nosotros ejerciendo poder sobre ellos. Se apartó de mi agarre, y su mirada regresó a su ciudad, su pecho hinchado, su estatura creciendo ante mis ojos. —Ahora es mi turno de sentarme en el trono dorado de Morrighan, y cenar uvas dulces en invierno. Y si algún miembro de la realeza sobrevive a nuestra conquista, será un placer para mí encerrarlos en este lado del infierno, para luchar por las cucarachas y las ratas para llenar sus barrigas. Observé el poder consumidor que brillaba en sus ojos. Bombeaba por sus venas en lugar de sangre, y latía en su pecho en lugar de un corazón. Mi petición de compromiso fue balbucear en sus oídos, un lenguaje borrado por mucho tiempo de su memoria. —¿Y bien? —preguntó. Una terrible grandeza rodó por la tierra. Una nueva grandeza terrible. Dije lo único que podía decir. Lo que sabía que él quería escuchar. —Has pensado en todo, Sher Komizar. Estoy impresionada. Y de una manera oscura y aterradora, lo estaba.

Capítulo 52 Rafe Me detuve cerca de la hoguera en el Pabellón de Hawk, fingiendo calentarme las manos. Ulrix me había dado un cambio de ropa, pero no había incluido guantes. Era igual de bueno. Me dio una excusa para estar aquí con Sven, quien también se había “olvidado” de sus guantes en el pabellón. Vimos al portero entrenar a los halcones. Orrin se paró frente a nosotros en busca de cualquiera que pudiera acercarse. —Tiene ocho barriles en una cueva junto al río —susurró Sven, a pesar de que los guardias más cercanos se encontraban detrás de nosotros al otro lado de la cancha. —Dice que solo necesita cuatro más. —¿Cómo los está recibiendo? —No quieras saberlo. Digamos que la justicia Vendan lo dejaría sin dedos. —Es mejor que su robo sea perfecto, porque necesitará cada dedo para asegurar esa balsa. —Adquirió la cuerda honestamente, gracias a la princesa y el dinero que ella le dio. El tipo de cuerda que necesitaba solo se puede obtener en el jehendra, donde sería mucho más difícil sacar cosas, así que gracias a los dioses, ella es buena en las cartas. Pensé en el juego de cartas y en la sangre que sudé al verla jugar. Sí, gracias a los dioses y sus hermanos, ella es buena. —Jeb usó sus tortas para cubrir la cuerda en el fondo de su carro y se la paso a Tavish.

Sven acercó sus manos a las llamas y me preguntó sobre las rutinas del Santuario. Le conté lo que había aprendido en las últimas semanas: a qué hora cambiaban los guardias en las entradas, cuántos se podían encontrar en los pasillos en un momento dado, cuando era más probable que no se echara de menos a Lia, los Gobernadores que eran más amables que los demás, los que inclinaban fuertemente las tazas. Del Rahtan y los Chievdars, a los que no se atreviera a dar la espalda. Y donde había escondido armas: tres espadas, cuatro dagas y una alabarda.. —¿Robaste armas justo debajo de sus narices?. ¿Una alabarda?. —Solo se necesita paciencia. —¿Tú? ¿Paciencia? —Sven gruñó. No podría culparlo por su cinismo. Yo fui quien se fue, con solo un plan a medias para guiarnos. Pensé en los últimos días y en todas las veces que tuve que contener mis impulsos naturales, la agonizante espera cuando todo lo que quería hacer era actuar, sopesar la satisfacción de un momento victorioso, contra toda una vida con Lia, calculando cada movimiento y palabra para asegurarme de darnos, a ella y a nosotros la mejor oportunidad posible. Si había una tortura en el infierno, diseñada específicamente para mí, era ésta. —Sí, paciencia —le dije. Era una cicatriz tan dolorosamente ganada como cualquiera en la batalla. Le dije que Calantha y Ulrix eran mis guardias principales y que Calantha no se perdía de nada, así que tuve pocas oportunidades cerca de ella, pero después de tumbarme varias veces y descubrir que solo ofrecía una pelea débil, Ulrix se había sentido satisfecho, y, que el Emisario no era para desperdiciar mucha preocupación. Surgieron oportunidades, y lentamente deslicé un arma extraviada tras otra, en rincones oscuros y olvidados, para ser recuperadas y trasladadas a otro rincón oscuro, hasta que las tuve donde estaba seguro que nadie los encontraría. —¿Nadie los echó de menos? ¿Ni siquiera la alabarda? —Siempre hay algunas espadas a un lado durante las noches, y los juegos de cartas en el Santuario. Cuando los perdedores se ponen nerviosos, beben, y cuando beben, olvidan las cosas. Por la mañana, los sirvientes devuelven armas

extraviadas a la armería. La alabarda fue suerte. La vi apoyada contra el corral de cerdos durante la mayor parte del día. Cuando nadie pareció haberla perdido, la tiré detrás de la pila de leña. Sven asintió con aprobación, como si todavía estuviera a su cargo en el entrenamiento. —¿Qué hay de anoche? ¿Han sospechado algo sobre la lucha con la espada?. —Fui a tientas. Perdí. De mi hombro salió la primera sangre. Por ahora eso es todo lo que recuerdan. Cualquier habilidad con la espada se pierde a la sombra de la victoria de Kaden. Vimos a Orrin al otro lado del fuego, señalándonos que alguien se acercaba, y dejamos de hablar. —Buenos días, Gobernador Obraun. ¿Alimentando a los halcones con ratones?. Nos volteamos. Era Griz. Habló en Morrighese, que había afirmado que no sabía. Miré a Sven, pero él no respondió. En cambio, su vieja cicatríz, palideció. Orrin y yo sabíamos que algo andaba mal. Orrin comenzó a sacar su espada, pero le hice señales que no. Griz llevaba dos espadas cortas, y sus manos agarraron las empuñaduras de ambas. Se paró demasiado cerca de Sven para que pudiéramos hacer un movimiento. Griz sonrió, empapándose de la reacción de Sven. —Después de veinticinco años, y ese trofeo cruzando tu cara, no te reconocí de inmediato. Fue tu voz la que te delató. —Falgriz —dijo Sven por fin, como si estuviera mirando a un fantasma. — Parece que también has ganado un trofeo feo en la parte superior. Y una tripa considerable abajo. —La adulación no te sacará de esto. —Lo hizo la última vez. Una sonrisa arrugó los ojos del gigante a pesar del ceño fruncido que cruzó su cicatriz en la frente. —Él fue quien mintió al Komizar por mí —dije. Griz me miró fijamente.

—No mentí por ti, dedos brillantes. Vamos a aclarar eso ahora mismo. Mentí por ella. —¿Eres un espía de su reino? —le pregunté. Sus labios se curvaron hacia atrás con disgusto. —Soy un espía para ti, maldito tonto. Las cejas de Sven se arquearon. Obviamente, este era un nuevo desarrollo para él también. Griz giró la cabeza hacia Sven. —Todos esos años atrapados con este patán me dieron un poco de conocimiento sobre los tribunales, y mucho conocimiento sobre idiomas. No soy un traidor de mi clase, si eso es lo que estás pensando, pero me encuentro con tus exploradores. Llevo información inútil de un reino enemigo, a otro. Si los miembros de la realeza quieren tirar su dinero por el seguimiento de las tropas, estoy feliz de hacerlo. Evita que mi familia se muera de hambre. Miré a Sven. —¿Es con quién estabas atrapado en las minas? —Por dos años muy largos. Griz me salvó la vida —respondió. —Hazlo bien —gruñó Griz. —Me salvaste el cuello, y ambos lo sabemos. Orrin y yo intercambiamos una mirada. Ninguno de los dos parecía contento con su vida perdonada, ni estaba de acuerdo sobre quién salvó a quién. Sven se frotó la cicatriz, y estudió a Griz. —Entonces, Falgriz. ¿Tenemos un problema? —Todavía eres un bastardo denso —respondió Griz. —Sí, tenemos un problema. No quiero que se vaya, y supongo que para eso estás aquí. Sven suspiró. —Bueno, en parte tienes razón —él asintió hacia mí. —Estoy aquí para sacar esta cabeza de tonto, y eso es todo. Puedes quedarte con la chica. —¿Qué? —Dije. —Lo siento, chico. Órdenes del rey. Tenemos una escolta esperando justo al otro lado del río. Me abalancé sobre Sven, agarrándolo por su chaleco. —Estás mintiendo, sucio...

Griz me arrancó de Sven y me tiró al suelo. —No te metas con nuestro nuevo Gobernador, Emisario. Los guardias del Santuario comenzaron a correr, después de verme empujar a Sven. —No eres un gran guardia, ¿verdad? —dijo Griz a Orrin, que no se había movido para proteger a Sven. —Que al menos parezca que sabes lo que estás haciendo, o no durarás mucho por aquí. Orrin desenvainó su espada y la sostuvo amenazadoramente sobre mí. Griz me lanzó otro ceño de advertencia. —Solo para que todos nos entendamos. No me importa si todos se ahogan en el río o se golpean hasta caer sin sentido, pero la chica se queda aquí. Y luego, solo para Sven. —La costura es una mejora. —Como lo es la costura en tu cráneo. Sven y yo nos miramos. Teníamos un problema Griz pisoteó, diciéndole a los guardias que se acercaban, para volver a sus puestos, el asunto se resolvió, pero cuando lo vi alejarse, noté que el Asesino estaba de pie a la sombra de la columnata. Se quedó allí sin aparente destino. Solo mirándonos. E incluso después que había pasado mucho tiempo desde que Griz se fuera, continuó mirando en nuestra dirección.

Capítulo 53 Sucedió cuando me quité las botas. El pesado sonido de los tacones golpeando el suelo. Los zapatos. El susurro. La memoria. El escalofrío que se había asentado sobre mis hombros la primera vez que escuché sus pasos. Reverencia y moderación. Me golpeó repentina y violentamente, y pensé que me iba a enfermar. Me incliné sobre el orinal, con un sudor húmedo en la frente. Habían cambiado todo menos sus zapatos. Me tragué el sabor salado de mi lengua y avivé mi ira. Se encendió de rabia y me impulsó hacia adelante. Pasé por alto a los guardias y usé el pasaje oculto. Adonde iba, no podía tener una escolta. *** Esta vez, cuando atravesé las catacumbas y luego bajé a la caverna, donde las pilas de libros esperaban ser quemados, no me importó nada la sonoridad de mis pasos. Cuando llegué allí, no había nadie en la habitación exterior clasificando libros, pero la habitación del fondo estaba tenuemente iluminada. Vi al menos una figura vestida de túnica dentro, encorvada sobre una mesa. La habitación interior era casi tan grande como la primera, con varias pilas propias esperando ser transportadas y quemadas. Había ocho figuras con túnicas dentro. Me quedé en la entrada observándolos, pero estaban tan concentrados con sus tareas que no me notaron. Sus capuchas dibujadas, como era su práctica, supuestamente un símbolo de humildad y devoción, pero sabía que el propósito era bloquear a otros, para que pudieran concentrarse en su difícil trabajo. Su trabajo mortal. El sacerdote con el que me había encontrado en Terravin había sentido que algo andaba mal, incluso si no hubiera sabido exactamente qué era.

No hablaría con los otros sacerdotes de este asunto. Puede que no todos estuvieran de acuerdo en dónde residen las lealtades. Ahora me di cuenta de que había tratado de advertirme, pero si el Komizar había convencido a estos hombres aquí, con promesas de riquezas, podía influir en sus codiciosos corazones con mayores tesoros. Miré sus zapatos, casi ocultos por sus túnicas marrones. Parecían fuera de lugar aquí, en vez de estar detrás de escritorios pulidos. Había tomado un gran volumen de una de las pilas de descartes, mientras entraba, y lo tiré al suelo. El fuerte golpe resonó por la habitación, y los eruditos sentados y de pie se volvieron para verme. No mostraron alarma, ni siquiera sorpresa, pero los eruditos sentados dejaron sus sillas para pararse con los demás. Me detuve frente a ellos, sus rostros aún ocultos en las sombras de sus capuchas. —Esperaría al menos una reverencia superficial de los sujetos de Morrighan, cuando su princesa se dirige a ellos. El más alto en el medio habló por todos ellos. —Me preguntaba cuánto tiempo te llevaría encontrarnos aquí abajo. Que bien recuerdo tu vagar por Civica —su voz era vagamente familiar. —Muestren sus caras traidoras —ordené. —Como soberano solitario en este miserable reino, lo mando. El alto dio un paso adelante. —No has cambiado ni un poco, ¿verdad?. —Pero ciertamente tú lo has hecho. Tu nuevo atuendo es decididamente más sencillo. Él suspiró. —Sí, extraño nuestras batas de seda bordadas, pero tuvimos que dejarlas atrás. Estos son mucho más prácticos aquí. Echó hacia atrás su capucha y mi estómago se revolvió con náuseas. Era mi tutor de décimo año, Argyris. Uno por uno, los otros empujaron sus capuchas también. Estos no eran solo académicos de regiones remotas. Estos eran el círculo íntimo de élite, entrenado por el mismo Erudito real. El segundo asistente del Erudito, el iluminador principal, mis tutores de quinto y octavo año, el archivero de

la biblioteca, dos de los tutores de mis hermanos, todos los eruditos que habían dejado sus puestos, presumiblemente para otro trabajo en Sacristías de todo Morrighan. Ahora sabía a dónde se habían ido realmente, y quizás peor, sabía desde el principio que no eran confiables. En Civica, sentía agitación en su presencia. Estos eran los eruditos que siempre había odiado, los que me llenaban de miedo, los que luchaban con el Texto Sagrado en nuestras cabezas, con toda la gracia de un toro, y sin la ternura o sinceridad que escuché en la voz de Pauline mientras cantaba los recuerdos. Estos ante mí trituraban el texto, en pedazos rotos de la historia. —¿Qué prometió el Komizar para que valga la pena darle la espalda a tus compatriotas? Argyris sonrió con la misma arrogancia que recordaba, de los días en que miró por encima de mi hombro, reprendiéndome por el espaciado de mi guión. —No somos exactamente traidores, Arabella. Simplemente estamos prestados a Komizar por orden del Reino de Morrighan. —Mentiroso —me burlé. —Mi padre nunca enviaría a este reino nada, y mucho menos estudiosos de la corte, a... Miré las pilas de libros que nos rodeaban. —¿En qué nueva amenaza están trabajando ahora?. —Somos simplemente eruditos, princesa, haciendo lo que hacemos — respondió Argyris. Él y los otros eruditos intercambiaron sonrisas petulantes. —Lo que otros hacen con nuestros hallazgos no es asunto nuestro. Simplemente descubrimos los mundos que contienen estos libros. —No todos los mundos. Quemas pila tras pila en los hornos del Santuario. Él se encogió de hombros. —Algunos textos no son tan útiles como otros. No podemos traducirlos todos. La forma en que pronunció sus palabras y distanció a los eruditos de su traición, me hizo doler por las ganas de arrancarle la lengua, pero me contuve. Todavía necesitaba respuestas. —No fue mi padre quien te prestó a Venda. ¿Quién lo hizo? —demandé.

Solo me miraron como si todavía fuera su impetuosa carga y sonrieron. Pasé junto a ellos, apartándolos del camino, ignorando su indignación, y fui a la mesa donde habían estado trabajando. Rebusqué entre libros y papeles, tratando de encontrar alguna evidencia de quién los había enviado. Abrí uno de los libros de contabilidad, y un brazo ásperamente ataviado pasó a mi lado y cerró la tapa. —Creo que no, Su Alteza —dijo, su aliento caliente en mi oído. Se presionó tan cerca que apenas podía girar para ver quién era. Me inmovilizó contra la mesa y sonrió, esperando que el reconocimiento me cubriera la cara. Lo hizo. No pude respirar. Levantó la mano y me tocó el cuello, frotando la pequeña marca blanca donde el cazarrecompensas me había cortado. —¿Solo una mella? —frunció el ceño. —Sabía que debería haber enviado a alguien más. Tu sensible nariz real probablemente lo olió viniendo, a una milla de distancia. Era el conductor del patio del establo. Ahora estaba segura, el invitado de la taberna que Pauline me había mencionado. ¿No lo viste? Entró en la derecha después de los otros dos. Un tipo delgado y desaliñado. Te disparó muchas miradas de reojo. Y también el desaliñado joven que había visto una noche con el canciller. —Garvin, a tu servicio —dijo, con un gesto burlón y gentil. —Es encantador ver las ruedas girar en tu cabeza. No había nada en él que se destacara. De constitución media, cabello despeinado ceniciento. Podía mezclarse con cualquier multitud. No fue su apariencia lo que me dejó una impresión. Era la expresión de sorpresa del Canciller cuando me topé con él y dos eruditos en un rincón oscuro del pórtico oriental. La culpa había inundado sus rostros, pero no la había registrado entonces. Fué en mitad de la noche, y acababa de colarme de un juego de cartas, y estaba tan preocupada por mi propia detección, que no había cuestionado su extraño comportamiento. Lo fulminé con la mirada. —Debe haber sido una decepción para el Canciller saber que no estoy muerta.

Él sonrió. —No lo he visto en meses. Que yo sepa, él piensa que estás muerta. Nuestro cazador nunca nos había fallado antes, y el Canciller se enteró de que el Asesino también estaba tras tu camino. Había poca duda que uno de ellos te acabaría. Espero que descubra la verdad —se rio entre dientes. —Pero el giro de tu mayor traición a Morrighan, al casarte con el Komizar puede servir aún mejor para sus propósitos. Bien hecho, alteza. ¿Sus propósitos? Pensé en todas las piedras preciosas que adornaban los nudillos del canciller. Regalos, los había llamado. ¿Qué más estaba entrando?. Regalos por entregar carros de vino, y los servicios de los estudiosos al Komizar? Unos pocos adornos brillantes para sus dedos difícilmente podrían valer el costo de la traición. ¿Era una estratagema para obtener más poder?. ¿Qué más le había prometido el Komizar?. —Le diría al Canciller que no gaste sus riquezas antes que estén en su codiciosa palma. Te lo recordaré, todavía no estoy muerta. Garvin se echó a reír y su rostro se acercó al mío. —¿Aquí? —susurró. —Sí, aquí estás tan bien como si estuvieras muerta. Nunca más te irás, al menos no con vida. Traté de empujarlo, pero él me apretó más la mesa. No era un hombre grande, pero era fuerte y duro. Escuché las risitas de los eruditos, pero solo podía ver el rastrojo en la barbilla de Garvin y sentir sus muslos presionándose en los míos. —También te recordaré, que aunque puedo ser prisionera del Komizar, también soy su prometida, y a menos que quieras ver tu delgada y agria piel, servida en una bandeja, te sugiero que muevas tus brazos ahora. Su sonrisa desapareció y se hizo a un lado. —Sigue tu camino, y te aconsejo que no vuelvas por aquí. Estas catacumbas tienen muchos pasajes olvidados y peligrosos. Uno podría perderse fácilmente para siempre... Pasé junto a él y a los eruditos, saboreando la amargura de su traición, pero cuando estaba a unos metros de distancia, me detuve y los examiné lentamente. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Argyris.

—Memorizar cada una de sus caras, y ver cómo te ves en este momento, e imaginar cómo te verás dentro de un año, cuando te enfrentes a la muerte. Porque como todos saben, tengo el Don, y los he visto a todos muertos. Me di vuelta y me fui, y no escuché ni un susurro, ni un suspiro a mi paso. Era la segunda vez en menos de una hora que había cometido una farsa. Tal vez. Porque en un breve segundo frío, los vi a todos colgando de una soga.

Capítulo 54 Me senté en un banco de madera cerca de los establos de los sirvientes, mirando una agitación de plumas en el piso, mis pies y dedos entumecidos, mis pensamientos saltando de rabia a incredulidad. Secretos en casa, secretos en las cavernas. El engaño no conocía límites. Misterios. Eso fue lo que vi en los ojos sorprendidos de Argyris, y sentí presionar mi pecho cuando pasé por la caverna. Un secreto peligroso. El movimiento en la distancia me llamó la atención. Él caminó hacia mí. El traidor definitivo. Se detuvo a varios metros de distancia, notando que algo estaba mal. —¿Dónde están tus acompañantes? —no respondí. —Te he buscado por todas partes —dijo. —¿Qué estás haciendo aquí?. Te estás congelando. Y así era. —¿Podemos hablar? —preguntó. Estudié a Kaden, sus ojos cálidos y penetrantes. Kaden queriendo una tregua. Mejorar todo, como si estuviéramos caminando en un prado después de una de sus diatribas borrachas. Kaden me trajo una canasta de albóndigas de manzana. Kaden abrazándome mientras veía morir a mi hermano, diciéndome cuánto lo sentía. Kaden con sus ojos firmes. Su engañosa calma. Su traición devastadora. Se quedó mirando mis rodilla temblorosas. No fui yo quien lo traicionó. —¿Lia? —dijo. Como si estuviera probando las aguas. Lia, ¿es seguro acercarse? —Lo sabías —le dije. Mi rodilla rebotó. Me temblaron las manos. —Todo el tiempo lo sabías. Dio un paso cauteloso hacia adelante.

— Qué es lo que… Volé hacia él, abofeteándolo, golpeándolo mientras se retiraba, paso a paso, tratando de esquivar mis golpes. —¡No finjas que no lo sabías! Todo el tiempo jugaste juegos, diciéndome que estabas tratando de salvar mi vida mientras planeabas exterminar hasta la última persona que amo!. ¿Walther y Greta no fueron suficientes.? ¿Ahora son mis otros hermanos?. Berdi?. Pauline?. ¿Gwyneth?. —dejé de avanzar hacia él y lo fulminé con la mirada. —Quieres matar hasta la última persona en ¡Morrighan! Sus hombros se apartaron. —Viste el ejército. Le devolví su mirada sin pasión. —Vi el ejército. Estuvo callado por un momento y luego arremetió, su mano barriendo el aire como si eso pudiera descartar mi acusación. —¿Qué hay de eso? Morrighan y Dalbreck también tienen sus ejércitos. El nuestro no va a matar todo el mundo. Solo aquellos que nos reprimen. Lo miré con incredulidad. ¿Realmente creía eso? —Y estoy segura de que eso incluye a tu padre, un señor noble. Probablemente sea el primero en tu lista. No respondió, pero apretó su mandíbula. —Así que de eso se trató todo el tiempo. Venganza. Estás tan consumido con odio por tu padre que quieres matar hasta la última persona que respira en Morrighan. —Estamos marchando hacia Morrighan, Lia. Estamos eliminando a los que están en el poder, y eso incluye a mi padre, y sí, quizás él puede morir. —¿Quizás? —No sé qué pasará. No sé a qué tipo de pelea nos enfrentaremos. Con nuestros números, sería prudente dejar las armas, pero si no, sí, él y muchos otros morirán. —Por tu mano.

—Eres buena para hablar de venganza. Desde la muerte de Walther y Greta, has perseguido la venganza, diciéndome que no importa lo que hagas, nunca sería suficiente. Tus ojos brillan de venganza, cada vez que caen sobre Malich. —Pero no planeo matar a todo un reino para conseguirlo. —No va a suceder de esa manera. El Komizar y yo hemos acordado que… —¿Tienes un acuerdo con el Komizar? —me reí. —Qué maravilloso para ti. Sí, todos tenemos nuestros acuerdos con él. El canciller, el Emisario, yo. Parece muy bueno en acuerdos sorprendentes. Una vez me ridiculizaste por no conocer mis propias fronteras. Me avergonzó esa verdad, pero mi ignorancia palidece en comparación con la tuya. Estoy segura que Berdi, Gwyneth y Pauline se sentirían aliviadas al saber que tienes un acuerdo. Me di la vuelta y me alejé. —Lia —me llamó, —te lo prometo, no dejaré que ningún daño llegue a Berdi, Pauline y Gwyneth. Me detuve. Sin darme la vuelta, acepté su promesa con un simple asentimiento, luego continué mi camino, y aunque no estaba segura que pudiera hacer tal reclamo, me aferré a esa pequeña esperanza. Incluso si Rafe y yo no lo lográramos, tal vez Kaden recordaría su promesa. En camino de regreso a mi habitación, hice un viaje lateral a las cavernas. Allí. A veces lleva un tiempo entender la verdad susurrada a tu espalda. Se sintió como en los viejos tiempos, entrando en el estudio del Erudito. Solo que esta vez cuando tomara algo, no dejaría una nota. Y así Morrighan condujo al Remanente a través del desierto, Escuchando a los dioses por el camino de la seguridad. Y cuando por fin llegaron a un lugar, Donde fruta pesada del tamaño de puños colgaba de los árboles, Morrighan cayó de rodillas, derramando lágrimas. Dando gracias y pronunciando recuerdos, Por todos los que se perdieron en el camino, Y Aldrid cayó a su lado.

Agradeciendo a los dioses por Morrighan. —Morrighan Libro de Texto Sagrado, vol. V.

Capítulo 55 Una vez más, estaba sola y helada, el fuego en la galería se convirtió en cenizas frías. Los escuché llamar afuera, Jezelia. Una historia, Jezelia. La habitación se puso rosa con el anochecer. Lo había expuesto todo con bastante claridad. Ya es hora. Dirás mis palabras. Mira estas cosas. Haz estas cosas. Yo sería su peón. Su ciudad del ejército nadó en mi visión, y luego Civica, destruida, en cenizas, las ruinas de la ciudadela se alzaban como colmillos rotos en el horizonte, columnas de humo nublando el cielo, mi propia madre en un charco, en medio de los escombros, sollozando y tirándose el cabello del cuero cabelludo. Parpadeé una y otra vez, tratando de hacer desaparecer las imágenes. Ella viene. Las palabras se acurrucaban llenas y cálidas debajo de mis costillas. Escuché los pasos de Aster. Tenían un peso que yo conocía, un sonido que bailaba con necesidad y esperanza, un sonido tan antiguo como las ruinas a mi alrededor. Ella viene. Ellos están viniendo. Pero ahora había más pasos, urgentes. Demasiados. Mi pecho se apretó y me senté en el hogar, mirando al piso, tratando de discernir de dónde venían los sonidos. ¿Del salon?. ¿Las pasarelas exteriores?. Parecía como si me rodearan. —¿Miz? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué pasó con el fuego?. Aquí atraparás tu muerte sin capa. Miré hacia arriba y la galería estaba llena. Aster se encontraba a pocos metros de distancia, pero detrás de ella, cien, mil millones, una ciudad de otro tipo se extendía. La galería no tenía paredes, ningún final, un horizonte interminable, miles acercándose, observando, esperando, generaciones, y de pie entre ellos, a solo un brazo de distancia detrás de Aster, estaba Venda.

—Te están esperando, Miz. Afuera. ¿No los escuchas? El cabello se levantó de mis hombros; El viento soplaba a través de la galería, arremolinándose, haciéndome cosquillas en el cuello. Siarrah. Jezelia. Sus voces se alzaron, cortando el viento, los lamentos de madres, hermanas e hijas de generaciones pasadas, las mismas voces que escuché en el valle cuando enterré a mi hermano, recuerdos que desgarran el cielo distante y la tierra sangrante. Oraciones, no entrelazadas solo de sonidos, sino de estrellas y polvo. Cada vez más. Sí, las escucho. —Aster —le susurré, —date la vuelta y dime lo que ves —ella hizo lo que le pedí, luego sacudió la cabeza. —Veo un suelo muy grande que necesita una rígida barrida con escoba —se agachó y recogió un trozo de tela roja que dejaron las modistas. —Y este remanente aquí. Me trajo el desecho y colocó los hilos irregulares en mis manos. Y luego la galería volvió a ser una galería, con las paredes sólidas, y los miles desaparecidos. Sostuve la tela en mi puño. Todos los caminos pertenecen al mundo. ¿Qué es magia sino lo que aún no entendemos?. —¿Estás bien, Miz? Me paré. —Aster, ¿podrías traerme mi capa?. La terraza de la galería me dará una mejor vista de la plaza. —No esa pared, Miz. —¿Por qué no? —Esa es la pared que dicen —su voz se convirtió en un susurro. —Dicen que es de donde se cayó Lady Venda. Miró a su alrededor como si esperara ver su espíritu al acecho.

Esta revelación me hizo dudar, y abrí la puerta de la terraza. Las bisagras chirriaron con su propia advertencia. El muro más allá, estaba grueso y bajo, como cualquier otro en el Santuario. —No me voy a caer, Aster. Lo prometo. Las cuentas en la bufanda de Aster tintinearon cuando ella asintió y luego salió corriendo por la puerta. *** Me envolví con mi capa mientras me acomodaba en la pared. La terraza de la galería era amplia y sobresalía de la plaza. Dije primero mis recuerdos. Para no repetir la historia, las historias serán pasadas, de padre a hijo, de madre a hija, y a todos mis hermanos y hermanas de Venda, porque con solo una generación, La historia y la verdad se pierden para siempre. Escuchen las historias de los fieles, Los susurros del universo, Las verdades que vuelan en el viento. Canten de valentías, tristezas y esperanza, viendo sin ojos, escuchando sin oídos, los caminos de la confianza y un lenguaje de conocimiento, enterrado en lo más profundo de ellos, una forma tan antigua como el universo mismo. Les conté lo que duraba, lo que quedaba, y un dragón que estaba despertando. Porque no solo debemos estar listos, para el enemigo externo, sino también para el enemigo interno. Y así será, Hermanas de mi corazón. Hermanos de mi alma.

Familia de mi carne Para siempre. Un bajo. Para siempre, de la multitud se levantó a mi encuentro, y comenzaron a dispersarse al calor de sus hogares. —Y que los dioses mantengan a los malvados lejos de ti —me susurré a mí misma. Había recogido mi capa para bajar de la pared, cuando de repente la brisa se calmó. El mundo se volvió extrañamente silencioso, amortiguado, y comenzaron a caer copos blancos del cielo. Espolvoreó los parapetos, las calles, y mi regazo, con un destello blanco, mientras flotaba en círculos perezosos, mágicos. Nieve. Era una pluma suave y fría que rozaba mi mejilla, exactamente como la tía Bernette la había descrito. Cuando los suaves copos cayeron en mi palma extendida, un dolor fuerte me creció en el pecho, por mi hogar. El invierno estaba aquí. Se sentía como si una puerta se estuviera cerrando.

Capítulo 56 Kaden Caminé con el Komizar a lo largo del camino de la torre Jagmor. Malich, Griz y dos hermanos, Jorik y Theron, nos siguieron. Ahora que todo el Consejo estaba presente, nuestra primera sesión oficial se reuniría mañana, pero las sesiones no oficiales ya habían comenzado. El Komizar había reunido al Rahtan en privado, para asegurarse que mañana nos sentáramos junto a los Gobernadores que probablemente se resistirían. El Rahtan era su círculo íntimo, los diez que nunca fallabamos en nuestro deber, o vacilabamos en nuestra lealtad, entre nosotros y Venda. No era solo un deber; era una forma de vida que todos abrazamos, una pertenencia que nunca tuvo que ser puesta en duda. Nuestros pasos, nuestros pensamientos, todo sobre nosotros presentaba una fuerza unificada, que hacía que incluso los Chievdars midieran sus palabras. Aún así, el vasto ejército estaba haciendo estragos en las provincias. Un invierno más, dijo el Komizar, solo uno más para asegurar los planes, los suministros, y las armas que las armerías estaban diseñando y almacenando. El Komizar y los Chievdars habían calculado exactamente lo que se necesitaba. Sin embargo, la pérdida de dos Gobernadores en una temporada hablaba de descontento, y varios de los otros Gobernadores murmuraban entre ellos. El Rahtan debía separarlos, calmar sus temores, recordarles las recompensas por venir, y si eso no los influía, recordarles las consecuencias. Pero la pieza decisiva del juego, era Lia. Era una nueva estrategia, una que les llamó la atención, un camino para alentar a la misma población, a la que los Gobernadores tenían que exprimir sangre, para dar un poco más. Si los clanes estaban calmados, también lo estarían los Gobernadores, y verían los objetivos en sus propias espaldas, encogiéndose.

El Komizar me estaba trayendo de vuelta al redil, y las segundas oportunidades no eran lo suyo. Mi loco ataque contra él ya había disminuido, por mi fácil victoria sobre el Emisario, prueba de que era Rahtan hasta la médula y seguía sus órdenes por reflejo. Nadie mencionó mi ataque verbal a Lia, pero sabía, que era tanto responsabilidad, como rechazo, por la desestimación de mi transgresión, no solo por el Komizar, sino también por mis hermanos. Cuando surgieron problemas, el Asesino finalmente supo dónde estaban sus lealtades. El sonido de nuestros pasos combinados en el camino de piedra fue un estruendo reconfortante, decidido y fuerte, y últimamente había tenido muy poco consuelo. Cuando nos acercamos a la Torre del Santuario, el Komizar vio a Lia sentada en la pared de la galería. Él sonrió. —Ahí está mi Siarrah, tal como se lo ordené. Y mira cómo han crecido las multitudes en la plaza. Ya había notado el tamaño. —Los números son dos veces los de ayer —dijo Malich con cautela. —El aire muerde, y aún así vienen —agregó Griz. La cara del Komizar se llenó de satisfacción. —Sin duda debido a la visión de esta noche. —¿Una visión? —pregunté. —¿Crees que la dejaría decir sus tonterías para siempre?. ¿Recordando personas muertas y tormentas olvidadas?. No cuando tenemos nuestra propia magnífica tormenta fermentándose. Esta noche les cuenta una visión de un campo de batalla, donde Venda sale victoriosa. Ella les contará de toda una vida de primavera, y lo mucho que los dioses regalarán a los valientes Vendans, haciendo que todos sus sacrificios valgan la pena. Eso debería aliviar las preocupaciones de los Gobernadores y los Clanes. Levantó su mano a la multitud y les gritó como si se tomara el crédito por este giro de la fortuna, pero ninguno se volvió hacia él. —Están demasiado lejos para escucharte —dijo Jorik. —Y un murmullo está creciendo entre ellos.

La expresión del Komizar se oscureció, y sus ojos examinaron la masa de personas, por primera vez evaluando la gran cantidad. —Sí —dijo. Sus ojos se entrecerrándose. —Eso debe ser. Jorik trató de calmar aún más el ego del Komizar, al agregar que tampoco podía escuchar las palabras de Lia, debido a la distancia. Pero podía escucharla claramente, su voz transmitida en el aire, y no estaba hablando de victorias.

Capítulo 57 No sentí el dolor de inmediato. Miré al suelo, con la vista borrosa de lado, mi mejilla aún presionada contra la piedra, el hedor de cerveza derramada se alzaba hacia mí. Entonces escuché al Komizar gritar para que me levantara. Era media mañana, y había estado tomando un desayuno tardío en Sanctum Hall, debido a los ajustes de última hora de la mañana. Calantha y dos guardias estaban allí conmigo cuando escuchamos pasos agudos que bajaban por el corredor sur. El Komizar irrumpió y ordenó a todos los demás que salieran. Traté de orientarme, de concentrarme en la inclinación de la sala. —¡Levántate! ¡Ahora!. Me levanté del piso, y fue entonces cuando me golpeó el dolor. Mi cráneo palpitaba como si un puño gigante lo estuviera aplastando. Me obligué a ponerme de pie y me apoyé en la mesa. El Komizar estaba sonriendo. Dió un paso hacia adelante, tocó suavemente la mejilla que acababa de golpear, luego me golpeó de nuevo. Esta vez estaba preparada, y solo tropecé, pero sentí que mi cuello se partía en dos. Lo enfrenté, cuadrando los hombros y sentí algo, goteando cálido y húmedo en mi mejilla. —Buenos días a ti también, Sher Komizar. —¿Creías que no lo averiguaría? Sabía exactamente de qué estaba hablando, pero fingí confusión. —Te dije exactamente qué decir, ¿y aún así contaste historias de hermanas muertas, y dragones que se despertaban del sueño?. —Les gusta escuchar historias homónimas de su reino. Es lo que querían escuchar —respondí. Me agarró del brazo y tiró de mí hacia él. Sus ojos bailaban con furia.

—¡No me importa lo que quieran!. ¡Me importa lo que necesitan escuchar! ¡Me importan mis órdenes para ti!. ¡Y no me importa si los dioses mismos te entregaron sus palabras en copas de oro!. Toda tu tontería de escuchar sin oídos, o ver sin ojos no importa. Los guardias se rieron de mí con cada palabra, ¡Y ni una sola mención de las batallas, y la victoria! ¡Eso es lo que importa, princesa! Eso es todo lo que importa. —Te ruego que me perdones, Komizar. En el momento me dejé llevar por la amabilidad de la gente y su sincero deseo por una historia. Me aseguraré de contar la tuya la próxima vez. Me miró con el pecho todavía agitado. Levantó la mano y me limpió el pómulo, luego frotó la sangre entre sus dedos. —Le dirás a Kaden que tropezaste en las escaleras. Dilo. —Me tropecé en las escaleras. —Eso está mejor, mi pajarito. Frotó la sangre en su dedo sobre mi labio inferior, y luego se inclinó para besarme, empujando el sabor salado de mi propia sangre en la lengua. *** Calantha y el guardia no hablaron, mientras me llevaban de regreso a mi habitación, pero antes de darse la vuelta para irse, se detuvo para mirarme a la cara. Poco tiempo después, una criada entregó en mi habitación, una palangana de agua con hierbas flotando encima. La chica también trajo una rodaja de raíz suave y carnosa. —Para tu cara —dijo debajo de las pestañas bajas, y se alejó antes de que pudiera preguntarle quién la envió. Pero podía adivinar que fue Calantha. Esta ofensa había golpeado demasiado cerca de casa. Metí un paño suave en el agua y me froté en la mejilla para limpiar la herida. Me estremecí ante la picadura. No tenía espejo, pero podía sentir el moretón, y el ardor del golpe contra el suelo. Cerré los ojos y sostuve la tela empapada contra mi piel. Valió la pena. Cada palabra que dije valió la pena.

No podría dejarlos sin algún tipo de conocimiento propio. Lo vi en sus caras, sopesando mis palabras y lo que podían significar. Llegué tan lejos como me atreví, porque no todos en la plaza habían venido a escuchar lo que tenía que decir. Algunos estaban allí para denunciarlo. Había visto a los guardias del Santuario, y a los señores de barrio, no solo escrutándome, sino también observando a los que se habían reunido para escuchar. Recogí el pedazo de raíz que la niña había traído y lo olí. Thannis. ¿No había nada que esta humilde hierba no pudiera hacer?. La acerqué a la herida, y sentí que aliviaba el latido. Al otro lado de la habitación, mi mirada aterrizó en el vestido de novia, colocado sobre el baúl de Kaden. Habían terminado con poco tiempo de sobra. La luna del cazador era mañana. La boda comenzaría en el crepúsculo, cuando la luna se elevara sobre las estribaciones. No habría procesiones, ni flores, ni sacerdotes, ni fiestas, ni la fanfarria que acompañaba a una boda en Morrighan. Las tradiciones nupciales de Venda eran simples, y los testigos eran el mayor requisito. Tendría lugar en el paseo de la pared este, con vistas al Pabellón del halcón. Un voluntario elegido por el Komizar nos ataría las muñecas con una cinta roja. Cuando levantáramos nuestras manos atadas ante ellos, mostrando nuestra unión, los testigos dirían una bendición. Unidos por la tierra. Unidos por los cielos. Y eso sería todo. El pastel festivo de frutas secas que seguiría, era el mayor lujo, pero la simplicidad no hizo que la anticipación fuera menos febril. La Luna del Cazador, y mi extravagante vestido rojo del clan, eran adornos que aumentarían el fervor. Me acerqué y toqué el vestido, tan cuidadosamente ensamblado. Un vestido de muchas manos y muchos hogares. Un vestido de bienvenida, no de despedidas. Un vestido de quedarse, no de irse. ¿Sería este mi fin?. ¿Siempre rehén de un reino y despreciado por los demás?. Me preguntaba si los jinetes Vendans ya estarían en Morrighan, difundiendo la noticia de mi traición definitiva a mis compatriotas. Me imaginé a quienes me maldecirían: El gabinete, la guardia real, mi madre y mi padre. Cerré los ojos tratando de contener las lágrimas. Ciertamente, no mis propios hermanos o Pauline. Un sollozo saltó a mi garganta. Esta no era la historia que había escrito para mí. No era la historia de Terravin, las brisas saladas y el amor. Aplasté la tela en mi puño y la sostuve contra mi cara, manchando el dobladillo, con el rojo más

profundo de mi propia sangre. Con la imagen de Pauline todavía asomándose en mis pensamientos, una preocupación más horrible me sobrecogió: Nadie en Morrighan estaría considerando mi acto traidor por mucho tiempo, porque estarían de este lado del infierno, buscando cucarachas y ratas para llenar sus estómagos o estarían muertos. El éxito del Komizar parecía asegurado, a menos que pudiera comunicarles algo. La promesa de Kaden de proteger a Berdi, Gwyneth y Pauline no era suficiente. Todo Terravin no era suficiente. Había muchos más en Morrighan, y ninguno de ellos merecía este fin. El Komizar había mencionado uno invierno más. ¿Cuando?. ¿Primavera?. ¿Verano?. ¿Cuánto tiempo tenía Morrighan? No mucho más que yo. Salté cuando escuché un golpe en mi puerta. No quería más sorpresas, y con cuidado la abrí. Era Calantha. —Tengo otra toalla para ti —ella se hizo a un lado. —Y traje esto. Rafe apareció a la vista. La sangre se acumuló fría a mis pies. ¿Era esto una trampa?. —Puede que solo tenga un ojo —dijo Calantha, —pero percibo mucho más con uno, que la mayoría con dos. He despedido a los guardias al final del pasillo para ocuparme de otro asunto, y el Consejo todavía está en sesión. Tienen quince minutos antes que los guardias regresen a su puesto. No más. Volveré antes de eso. Puso la toalla que había traído sobre mi cama y se fué. Los ojos de Rafe se dirigieron inmediatamente a mi mejilla y vi que la ira helada los atravesaba. —No fue Kaden. No me tocó. Estoy bien —supliqué. —Nosotros sólo tenemos unos minutos. Rafe y yo no habíamos estado solos en privado por días. Se tragó su ira como si pudiera leer mis pensamientos. Comenzó a hablar, pero lo detuve. —Bésame —le dije. —Antes de decir algo más, solo bésame y abrázame y dime que valió la pena, pase lo que pase. Me apartó el pelo de la cara. —Te prometí que nos sacaría de esto, y lo haré. Vamos a tener una larga vida juntos, Lia.

Sus brazos se deslizaron a mi alrededor, atrayéndome hacia él como si nada pudiera interponerse entre nosotros otra vez, y luego su boca cayó sobre la mía, gentil, hambrienta, el sabor más dulce que jamás haya imaginado, todos mis sueños se mantuvieron firmes y vivos nuevamente, en un breve beso. Nos separamos de mala gana, porque el tiempo era muy corto. Rafe habló con rapidez. —Usa tu ropa de montar en la mañana. Di tus recuerdos desde Blackstone Terrace. ¿Sabes donde está? Asentí. Blackstone Terrace era una de los muchas que daban a la plaza, pero rara vez se usaba, porque el acceso era más complicado. —Bien —dijo. —Diles justo después de la primera campanada. Para entonces, el Consejo estará ocupado en sus sesiones. Sigue tu rutina para que los guardias que miran desde la plaza no sean alertados. Cuando salgas, baja la escalera exterior hasta el segundo nivel y pasa por el portal allí. Es un camino desierto que solo unos pocos sirvientes usan. Te estaré esperando allí con Jeb. —Pero cómo… —¿Nadas, Lia?. —¿Nadar? ¿Te refieres al río?. —No te preocupes. Tenemos una balsa. No necesitarás nadar. —Pero el río… Me explicó por qué era la única forma, que el puente era imposible de levantar sin un pequeño ejército, y el río inferior estaba demasiado lejos. —Tavish dice que va a funcionar. Yo confío en él. —Puedo nadar —dije, tratando de calmar mi corazón. Una balsa. Mañana por la mañana. No me importaba si era el plan más loco del mundo. Nos iríamos antes de que tuviera que casarme con el Komizar. Me preguntó si había algo que necesitaba llevar. Se lo daría a Jeb ahora para asegurarlo en la balsa, porque no habría tiempo mañana. Agarré mi alforja y metí algunas cosas en ella, incluidos los libros de los Antiguos. Agarré su brazo.

—Rafe, si las cosas no salen según lo planeado, si tienes que irte sin mí, prométeme que lo harás. Me di cuenta de que estaba a punto de protestar, pero luego se detuvo, mordiéndose el labio. —Lo haré —dijo, —si prometes hacer lo mismo. —Eres un mentiroso terrible. Él frunció el ceño. —Y solía ser muy bueno en eso. Eres mi perdición pero aún tienes que prometérmelo. Nunca me iría sin él. Sin mí como palanca, se iría a casa, a Dalbreck, en pedazos. Probablemente ya podía ver la mentira en mi lengua. —Lo haré —respondí. Suspiró y sus labios rozaron los míos de nuevo, susurrando contra ellos. —Supongo que ambos tendremos que salir, entonces. —Supongo que lo haremos —le susurré. Mi cuerpo se moldeó al suyo, y los segundos pasaron. Todo lo que quería, era pasar más tiempo con él. Sus labios viajaron por mi cuello. —Valió la pena, Lia —dijo. —Cada milla, todos los días. Lo haría todo de nuevo. Te perseguiría por tres continentes, si eso es lo que se necesita para estar contigo —escuché un pequeño suspiro, y él se apartó. —Sin embargo, puede haber un inconveniente en nuestro plan —dijo. —Griz. —¿Griz? Parece la menor de nuestras preocupaciones. Ya nos cubrió una vez. Un pliegue se profundizó entre sus cejas, como si Griz le hiciera doler la cabeza. —Él sabe quién soy, y parece que también conoce bien a uno de mis hombres. Cuando Griz lo vio, pensó que algo estaba en proceso, y dejó en claro que no quiere que te vayas. Es uno de los miembros del clan y espera que te quedes aquí. Mi soldado explicó, que solo estaba aquí para sacarme, y Griz pareció comprarlo, pero nos está vigilando de cerca. Sacudí la cabeza con incredulidad.

—Déjame entender esto correctamente. A el, ¿no le importa que los soldados de Dalbreck estén a este lado del río, o sobre conspiraciones y planes de escape, siempre y cuando él me conserve?. —Asi es. Planeamos sacarlo en silencio de sus habitaciones si es necesario, pero como habrás notado, es un gran bruto, y puede que no sea fácil. Mi sangre hervía a fuego lento. ¿Conservarme?. ¿Como un niño con una rana en el bolsillo?. —No —dije. —Me ocuparé de Griz —Lia, él también... —Estoy confiando en ti, Rafe. Necesitas confiar en mí en esto. Yo me encargaré de Griz. Abrió la boca para argumentar. —Rafe —dije con firmeza. Suspiró y asintió a regañadientes. —Esta noche en Sanctum Hall, asegúrate de hablar sobre planes futuros. Lo que sucederá dentro de una semana y dentro de un mes. Pregunta sobre el clima, cualquier cosa para que parezca que esperas estar aquí. No es solo el Komizar quién no se pierde nada. El Rahtan, los Chievdars, y especialmente Griz, notan cada palabra. Hubo un ligero golpe en la puerta. Nuestro tiempo se acabó. —Tu hombro —le dije. —¿Cómo se está curando?. —Solo una mella. La cocinera me dio una cataplasma asquerosa para tratarla —se inclinó, bajo y beso ligeramente el corte en mi pómulo. —Míranos —dijo. — Somos un buen par, ¿no? —pero luego un beso dio lugar a más, como si hubiera olvidado que tenía que irse. —Nadie nos reconocería —respondí. —Ya casi ni somos un príncipe y una princesa adecuados —se echó a reír a medio beso y se echó hacia atrás para mirarme. —Nunca fuiste una princesa adecuada —sus manos acunaron mi rostro y su sonrisa se desvaneció. —Pero eres todo lo que quiero. Recuerda eso. Te amo Lia. No por un título. Y no porque un pedazo de papel diga que tengo hacerlo. Sino porque lo hago.

No había más tiempo para palabras o besos. Agarró mi alforja y corrió hacia la puerta. —¡Espera! —dije. —Tengo algo más que darte —fui al cofre y saqué un pequeño matraz sellado de líquido transparente. —Es algo pequeño que levanté en mis viajes —dije. —Podría ganarnos más tiempo —le explique exactamente qué hacer con el. Él sonrió. —No eres una princesa adecuada en absoluto. Con

cuidado

metió

el

matraz

en

mi

alforja

y

se

fue.

Capítulo 58 Ráfagas de nieve comenzaron a girar en el viento, pero no fue suficiente para detenerme. Encontré a Griz en el prado con Eben y el potro. Salté sobre la barandilla y bajé al prado. —¿Qué te pasó aquí? —preguntó Griz, señalando torpemente un lugar en su propia mejilla, que reflejaba la mía. Su cabello volaba salvaje en el viento. Miré a Griz pero no respondí, sino que me volví hacia Eben. —¿Cómo va el entrenamiento, Eben? —pregunté. Eben me miró con cautela, sintiendo que algo andaba mal y no solo por mi cara magullada y cortada. —Aprende rápido —respondió. —Sera el líder de la pista ahora —Eben frotó el hocico del caballo, y el potro se calmó ante su toque. Su conexión ya era evidente. El camino de Eben, Dihara lo había llamado. Había un conocimiento entre ellos, una forma de confianza, misteriosa pero no mágica... Una forma que requiere un tipo diferente de ojo y oído. Extendí la mano y acaricié la estrella en la cabeza del potro. Griz se movió impaciente de un pie a otro. —¿Ya lo nombraste? —pregunté. Eben dudó, mirando a Griz. —No escuches el consejo de los tontos, Eben —apreté el puño justo debajo de mis costillas. —Si lo sientes aquí, entonces confía en él. —Spírit —dijo Eben en voz baja. —Le di el mismo nombre. La paciencia de Griz se agotó, y se dirigió hacia la barandilla. —Deberías ir… Me encendí con él, mi voz alta y aguda.

—Me iré cuando esté lista para partir, ¿entiendes? —Eben —dijo Griz, —déjanos solos por un minuto. La princesa y yo... —¡Quédate, Eben! También necesitas escuchar esto, porque quién sabe con qué otras tonterías te han llenado la cabeza estos tontos. Me acerqué a Griz y lo empujé en el pecho. —Déjame aclararte esto perfectamente. Aunque algunos puedan tratar de hacer que parezca lo contrario… No soy una novia para ser intercambiada a otro reino, ni un premio de guerra, ni una portavoz para tu Komizar. No soy una ficha en un juego de cartas, para ser arrojada sin pensar en el centro de la mesa, ni una que se mantenga en el puño apretado de un oponente codicioso. Soy una jugadora sentada en la mesa junto a todos, de lo contrario, y desde este día en adelante, jugaré mi propia mano como mejor me parezca. ¿Me entiendes? Porque las consecuencias podrían ser feas si alguien pensara lo contrario. Eben me miró con la boca abierta, pero Griz se quedó allí, en toda su masa enorme y amenazante, más como un escolar castigado que como un guerrero feroz. Sus labios se torcieron y se volvió hacia Eben. —Vamos a correr algunos círculos con Spirit. Vi la sorpresa en la cara de Eben. Griz había llamado a su caballo por su nombre. Supuse que Griz había recibido mi mensaje. Ahora si solo lo recordara… *** Cuando volví al Santuario, el viento aullaba y las ráfagas se habían convertido en nieve que me cubría la cara. Tía Bernette había descrito el cruel lado ardiente de la nieve. Besé dos dedos y los levanté al cielo por mi tía, mis hermanos e incluso por mis padres. Ya no me era tan difícil creer que la nieve pudiera tener lados tan diferentes. Tantas cosas pasaron. Me acerqué la capa, que intentaba soltarse. El invierno marchaba con venganza. No habría recuerdos en la pared esta noche. A mi regreso, un guardia me estaba esperando con un mensaje. Usa el marrón.

Incluso con todo el ajetreo de sus reuniones del Consejo, el Komizar todavía logró enviar un mensaje. Ningún detalle era demasiado pequeño o grande para que él lo controlara. Sabía por qué eligió el marrón. Era el más sencillo de mis vestidos, ciertamente monótono para sus ojos, pero mucho mejor para contrastar y mostrar el rojo, que me haría usar mañana. No tenía dudas que había ordenado la nieve en sí misma, como el telón de fondo perfecto, y seguramente había ordenado que el sol brillara por la mañana, para no disuadir a las multitudes. Me vestí como él me indicó, pero había más que ponerme además del sencillo vestido marrón. Levanté el cinturón de Walther a mis labios, el cuero suave y cálido contra ellos, el dolor me llenaba tanto, como el día en que cerré sus ojos y le di un beso de despedida. Me lo puse y lo presioné contra mi pecho. Luego vino la atadura de huesos, llena y pesada de gratitudes. Llevaba el pelo suelto y me caía sobre los hombros. No había necesidad de presumir la kavah esta noche. Ahora, todos en el Santuario sabían que estaba allí. Me puse el amuleto comprado en el jehendra, un anillo de cobre batido, que había sido ofrecido por el clan Arakan, un cinto de Thannis seco, tejido por una niña en las altas llanuras de Montpair. La acogida de Venda vino a mí de muchas maneras, en cada pesado regalo de esperanza. No había nada que deseara más que dejar este lugar, y desaparecer con Rafe en un mundo propio y pretender que Venda nunca existió, fingir que estos últimos meses nunca habían sucedido, comenzar nuestro sueño de nuevo; para tener el mejor final que esperaba Rafe. Me dolía por casa de una manera que no creía posible, y sabía que de alguna manera tenía que llegar allí para advertirles. Pero tampoco podía negar que me conmovía. Me sorprendía en momentos inesperados, cuando una sirvienta, avergonzada, agitaba las pestañas hacia abajo, cuando vislumbré a Eben el niño, cuando Effiera se hizo eco de las palabras de su madre: La garra, rápida y feroz; La vid, lenta y constante. Cuando una carpa llena de mujeres me midió, me ajustó y me abrazó con su ropa, y sentí la expectativa cosida en ellas. Se vestirán ellos mismos, incluso si tienen que juntar retazos para hacerlo. Y tal vez las agitaciones me alcanzaron más cuando estaba con Aster. ¿Cómo había llegado a amarla en tan poco tiempo?. Como si fuera una señal, ella llamó a

mi puerta y entró. Tenía un carro y su ejército elegido con ella: Yvet y Zekiah. Eran demasiado pequeños para ser carreteros, pero podían ganarse una comida en la cocina haciendo otras tareas. —Se supone que debemos recoger tus cosas para ti, Miz, y llevarlas a tus nuevas habitaciones. Si eso está bien contigo, eso es. Pero creo que tiene que estar bien, porque el Komizar lo ordenó, así que espero que no te importe si doblamos tu ropa y la ponemos aquí... —su rostro se inundó de preocupación y corrió hacia mí. —¿Qué pasó con tu mejilla?. Estire la mano, tocándome el pómulo. Me resultaba difícil mentirle a Aster, pero ella era demasiado joven para verse atraída a esto. —Fue solo una caída torpe —respondí. Ella frunció el ceño como si no estuviera convencida. —Por favor —dije, —adelante y mueve mis cosas. Gracias. Chasqueó como una anciana, y se dedicaron a su trabajo. Si todo saliera bien, estaría en mis nuevas habitaciones solo por una noche. Recogieron los cinturones y la ropa interior que Effiera me había dado primero, luego pasaron a los vestidos. Aster agarró la toalla sobre la cama que Calantha había traído, pero cuando la levantó, algo pesado salto de ella, y cayó al suelo. Todos respiramos rápidamente. Mi cuchillo con joyas. El que pensé que se había ido para siempre. Calantha lo había tenido todo el tiempo. Aster, Yvet y Zekiah, miraron boquiabiertos el cuchillo, dio un paso atrás y luego me miró. Incluso en toda su inocencia, sabía que no debía poseer armas. —¿Qué debemos hacer con eso? —preguntó Aster. Me arrodillé apresuradamente, levantándolo mientras agarraba la toalla de Aster. —Es un regalo de bodas del Komizar —dije y lo envolví de nuevo. —Él no estaría feliz de que fuera tan descuidada con eso. Por favor, no se lo mencionen a él —miré a los tres caras con los ojos muy abiertos. —O a cualquiera. Todos asintieron, y lo metí en el fondo del carrito. —Cuando tú lleves estas cosas a mi habitación, descarga el cuchillo con cuidado y colócalo debajo de toda mi ropa. ¿Puedes hacer eso? Aster me miró con expresión solemne. Ella no estaba comprando nada de eso.

Ninguno de ellos lo hacía. Su inocencia e infancia habían sido robadas hace mucho tiempo como las de Eben. —No te preocupes, Miz —dijo Aster. —Tendré cuidado y lo pondré en un lugar realmente bueno. Comencé a pararme, pero Yvet me detuvo y se inclinó para besar mi mejilla herida, sus pequeños labios, humedos contra mi piel. —No dolerá por mucho tiempo, Miz. Sé valiente. Tragué saliva, tratando de responder sin convertirme en un tonta chillona. —Lo intentaré, Yvet. Intentaré ser tan valiente como tú. Traicionada por los suyos, Golpeada y despreciada, Ella expondrá a los impíos, Porqué el dragón de muchas caras No conoce límites. —Cancion de Venda

Capítulo 59 Kaden Me senté a la mesa del Consejo, escuchando, asintiendo con la cabeza, tratando de agregar una palabra cuando pude, pero una vez más, Lia se había apoderado de mis pensamientos. Con cada gota de sangre dentro de mí, estaba seguro que la necesitaba aquí. Que ella necesitaba estar aquí. Pero ahora parecía casi imposible. Lo sabía. Sabía lo que estaba planeando, y no dije nada, porque era todo lo que creía que quería. Los pasos hacia la justicia, los llamó, y yo quería justicia. Así lo había llamado yo también. Pero sabía que estábamos retorciendo palabras. Era venganza, pura y simple. Era todo lo que importaba. Estaba seguro que el día que mirara a los ojos de mi padre, y lo dejara sin aliento, mi respiración se volvería más completa. Que las cicatrices que llevo, desaparecerían milagrosamente y serían olvidadas. Cualquier precio parecía valer ese premio. Inocentes mueren en la guerra, Lia. Había dicho esas palabras innumerables veces para mí mismo como justificación, incluso cuando supe de la muerte de Greta. Los inocentes mueren. Pero ahora me imaginaba a Berdi sirviendo porciones adicionales de estofado, bailando en las calles de Terravin con Gwyneth y Simone... Y estaba Pauline, una chica tan amable y gentil, como era posible cualquier ser terrenal. Tenían nombres ahora. Sus rostros eran afilados y claros, mientras que el rostro de la justicia se había oscurecido. Al mismo tiempo, tampoco podía olvidar a la gente de Venda que me había acogido. Me habían adoptado como uno de los suyos. Me alimentaron. Ahora era Vendan, y sabía que su necesidad era grande. Éramos un reino que luchaba todos

los días a manos de aquellos que no mostraban compasión. ¿No merecía esta tierra alguna medida de justicia?. Y la respuesta a eso, era un innegable sí. No dejaré que les haga daño. Le había hecho una promesa a Lia, que no estaba seguro de poder cumplir. Las reuniones duraban mucho. El Gobernador Obraun fue notablemente fácil de influir, y acordó duplicar las cargas de sus minas en Arleston. Casi demasiado agradable. Los otros Gobernadores se negaron, alegando que no podían exprimir sangre de una piedra. El Komizar les aseguraba que podían. ¿Tienes un acuerdo? Que maravilloso para ti. —¿Nada que decir, asesino? —miré hacia arriba, y Malich me sonrió desde el otro lado de la mesa, deleitándose al atraparme en otros pensamientos. —Todos tenemos práctica en exprimir sangre de la piedra. Lo hemos hecho por años. Podemos hacerlo durante un invierno más. Su sonrisa se desvaneció mientras la del Komizar crecía, contento de haber empujado la causa. Él asintió con la cabeza, nuestro entendimiento de larga data se restableció.

Capítulo 60 Pauline Estábamos esperando en la periferia de la plaza de la ciudadela, a Bryn y Regan, escondidas en las sombras de una imponente picea, cuando un soldado galopó salvajemente junto a nosotras. Se cayó de su caballo al pie de las escaleras, pareciendo medio muerto. Un centinela se apresuró a su lado, y el soldado dijo algunas palabras que estábamos demasiado lejos para escuchar, y luego se desmayó. El centinela desapareció en la ciudadela, cuando dos guardias levantaron al soldado, y lo llevaron adentro. Una multitud comenzó a reunirse, cuando se corrió la voz del soldado. Había sido identificado como del pelotón de Walther. Pasaron los minutos y luego una hora, y todavía no había señales de Bryn o Regan. Cuando alguien volvió a salir de la ciudadela, la plaza estaba llena. El Lord Viceregente salió y se paró en la parte superior de los escalones, con la cara afligida. Se alisó el pelo rubio blanco, como si tratara de recobrar la compostura, o tal vez deseando posponer lo que tenía que decir. Su voz se quebró en sus primeras palabras, pero luego reunió fuerzas y anunció que el Príncipe Heredero Walther de Morrighan estaba muerto, junto con su pelotón, asesinado por los bárbaros. Mis rodillas se debilitaron y Berdi me agarró del brazo. El silencio ahogó a la multitud por un momento, y luego madre tras madre, hermana, padre, esposa, hermano, cayeron de rodillas. Sus angustiados gemidos llenaron el aire, y luego la reina apareció en los escalones, más delgada de lo que recordaba, su cara cenicienta. Entró en la multitud y lloró con ellos. El Viceregente trató de ofrecer consuelo, pero no había consuelo para ella, ni para nadie más.

Finalmente vi a los hermanos de Lia, emerger y detenerse en lo alto de los escalones. Sus expresiones eran sombrías, sus ojos huecos. No había señales del rey, pero el Canciller apareció sobre sus talones. Gwyneth y yo nos pusimos las capuchas para asegurarnos de que estábamos completamente cubiertas. La cara del Canciller no estaba afectada, sino severa. Les dijo a todos que había más malas noticias que él tenía que compartir; noticias que harían que su pena fuera dos veces más difícil de soportar. —Tenemos noticias de la Princesa Arabella. Se hizo un silencio y los sollozos se ahogaron mientras todos esperaban escuchar qué había sido de ella. —Cuando eludió su deber como Primera Hija, nos puso a todos en peligro, y vemos el fruto de esa traición, con la muerte del príncipe Walther, y treinta y dos de nuestros mejores soldados. Ahora llega la noticia, que su traición es aún más profunda. Ella está creando una nueva alianza con el enemigo. Era parte de su plan todo el tiempo. Ella nos ha abandonado, y anunció sus planes de casarse con el gobernante bárbaro, para convertirse en la Reina de Venda. Hubo una aspiración colectiva de alientos. Incredulidad. No, no era posible. Pero miré a Bryn y Regan. Parados como estatuas, no intentaron defender a su hermana, ni desacreditar al Canciller. —Se declara —continuó, —que desde este momento en adelante, ella es la enemiga más vilipendiada del Reino de Morrighan. Su nombre será borrado de todos los registros, y si los dioses la entregan en nuestras manos, será ejecutada a la vista de todos, por sus crímenes contra el remanente elegido. No podía respirar. No era posible. Regan finalmente hizo contacto visual conmigo, pero su mirada estaba vacía. Él no hizo ningún esfuerzo por demostrar que no lo creía. Bryn dejó caer la cabeza, se dio la vuelta y regresó a la ciudadela. Regan lo siguió. Estaban llorando por Walther. Tenía que ser eso. Seguramente, en sus corazones, ellos sabían que era una mentira. Ella había sido secuestrada. Les dije yo misma. Sé lo que vi y escuché. Regresamos a nuestra posada en silencio. —Ella no lo haría —dije finalmente. —Lia nunca uniría fuerzas con el enemigo contra Morrighan. Nunca.

—Lo sé —dijo Berdi. Mi abdomen se encogió, y me incliné, agarrándomelo. Berdi y Gwyneth se pusieron inmediatamente a mi lado, sosteniéndome por si me caía. —El bebé solo se está estirando —dije, y respiré hondo y con calma. —Vamos a llevarte de vuelta a la posada —dijo Gwyneth. —Resolveremos esto sobre Lia. Tiene que haber alguna explicación. El calambre disminuyó y me enderecé. Todavía me quedaban dos meses. No vengas más temprano, niño. No estoy lista. —¿Necesitas descansar? —preguntó Berdi. —Podemos parar en esta taberna y conseguirte un bocado. Miré a la taberna cercana. Fue tentador, pero solo quería volver a... Me congelé. —¿Qué pasa? —preguntó Gwyneth. Algo me llamó la atención. Me sacudí de su ayuda y me acerqué a la taberna, tratando de ver mejor por la ventana. Parpadeé, tratando de reenfocar, una y otra vez. Él está muerto. Lia me lo había dicho. Escuché sus palabras tan claramente como si me las estuviera diciendo ahora. Se había mirado los pies, y sus palabras se habían unido, en una secuencia rápida y nerviosa. Su patrulla fue emboscada. El capitán de la guardia lo enterró en un campo lejano. Sus últimas palabras fueron sobre ti: Dile a Pauline que la amo. Está muerto, Pauline. Él está muerto. Él no va a volver. Pero sus ojos se habían alejado de los míos una y otra vez. Lia me había mentido. Porque allí estaba, claro como el día. Mikael estaba sentado en la taberna, con una cerveza en una rodilla, y una chica en la otra. El mundo giró, y me acerqué a una farola para estabilizarme. No estaba segura de qué me golpeó más fuerte, que Mikael estuviera vivo y bien, o que Lia, en quien había confiado como en una hermana, me había engañado tan completamente. Berdi estaba a mi lado agarrándome del brazo.

—¿Quieres entrar? —preguntó ella. Gwyneth también estaba allí, pero miraba por la ventana, al lugar donde todavía yo miraba. —No —dijo ella rápidamente. —Ella no quiere entrar. Ahora no. Y Gwyneth tenía razón. Sabía dónde encontrarlo cuando estuviera lista, pero no estaba lista ahora.

Capítulo 61 Los guardias me estaban escoltando por el pasillo hasta Sanctum Hall cuando escuchamos pasos que se nos acercaban. Pasos apresurados. Kaden dobló la esquina hacia nuestro pasillo y se detuvo. —Espérenla en las escaleras —dijo, despidiendo a los guardias. —Necesito hablar con la princesa. Hicieron lo que se les ordenó, y él me llevó a un estrecho y oscuro pasaje. Sus ojos rozaron mi mejilla. —Fue solo una caída torpe, Kaden. No lo hagas más de lo que es. Levantó la mano y pasó suavemente el pulgar por debajo de mi pómulo. Su mandíbula se apretó. —¿Cuánto tiempo vamos a seguir así, Lia?. ¿Cuándo vas a ser honesta conmigo?. Vi la seriedad en sus ojos, y me sorprendió que me doliera el pecho, con ganas de contarle todo, pero Rafe y yo estábamos demasiado cerca de la libertad ahora, para darme el lujo de la honestidad. Todavía no sabía lo que Kaden podría hacer. Su devoción hacia mí era obvia, pero su lealtad a Venda y al Komizar quedó demostrada. —No te estoy ocultando nada. —¿Y el Emisario?. ¿Quién es él? Fue más una acusación que una pregunta. Levanté el labio con repulsión. —Un mentiroso y un manipulador. Eso es todo lo que sé de él. Lo prometo. —Me das tu palabra. Asentí.

Él estaba apaciguado. Lo vi en sus ojos, y por el aliento aliviado que se elevaba en su pecho. Él creía por ahora que no estaba conspirando con el Emisario. Pero su confianza en mí fue fugaz. Pasó a otras sospechas. —Sé que no amas al Komizar. —Ya te lo admití. ¿Vamos a pasar por esto otra vez?. —Si crees que casarte con él te dará poder, te equivocas. No lo compartirá contigo. —Ya veremos. —¡Maldita sea, Lia! Estás mintiendo. Sé que lo haces. Me dijiste que lo harías y te creo. ¿Qué piensas hacer?. Me quedé callada. Él suspiró. —No lo hagas. No saldrá bien. Créeme. Te vas a quedar aquí. Traté de no mostrar respuesta, pero la forma en que lo dijo, hizo que la sangre se detuviera en mi pecho. No había ira en su tono, o burla. Solo un hecho. Se apartó, se pasó los dedos por el pelo y luego se recostó contra la pared opuesta. Sus ojos ardían de necesidad. —Escuché tu nombre —dijo explicando. —Flotaba en el viento, susurrándome antes de llegar a Terravin. Y luego, ese día en el porche de la taberna cuando me vendaron el hombro, nos vi, Lia. Juntos. Aquí. Se me secó la boca. No necesitaba decir más. Con esas pocas palabras, resultó: Nuestro tiempo a través del Cam Lanteux, cuando parecía sentir las cosas antes de que sucedieran. Las propias palabras de mi madre volvieron a mí cuando le pregunté acerca de los hijos que tenían el Don. Ha sucedido, pero no es de esperar. Kaden tenía el Don. Al menos un pequeño grado de él. —¿Siempre supiste que lo tenías? —Es parte de la razón por la cual mi padre me regaló. Lo usé contra su esposa con ira. He negado el Don desde entonces, pero hay momentos en que... —negó con la cabeza. —Cuando venía por ti. Sabía que era el Don, incluso si no quería admitirlo. Y luego nos vi. Aquí.

Mi corazón dio un vuelco cuando pensé en mis propios sueños que Rafe me dejaba atrás. Parecían confirmar lo que Kaden creía haber visto. Teníamos que estar equivocados. No fue lo que sentí en mi corazón. —Y estamos aquí —dije sin aliento. —Por ahora. Vernos aquí juntos no es una gran revelación. —Ahora no. Nos vi mucho tiempo a partir de ahora. Tenía un bebé en mis brazos. —Y anoche tuve un sueño en el que podía volar. No significa que me vayan a crecer alas. —Los sueños, y el conocimiento, son dos cosas diferentes. —Pero a veces es difícil notar la diferencia. Especialmente cuando no has nutrido el Don. Eres tan inexperto en esto como yo, Kaden. —Cierto —dijo, y se acercó. —Pero sé esto con certeza. Te amo Lia. Siempre te querré. Recuerda eso mañana cuando unas tu vida para siempre al Komizar... Te amo y sé que te preocupas por mí. Se giró y se fue, y cerré los ojos. Mi cabeza golpeaba con mis engaños y mentiras, porque los dioses me ayudaran, sabía que no debía hacerlo, pero también me preocupaba Kaden, solo que no de la forma en que él tan desesperadamente quería que lo hiciera. Nada, ni siquiera el tiempo o un Don, podrían cambiar eso. Nos vi, Lia. Juntos. Tal vez solo quería vernos, y conjuró una imagen en su propia mente, de la misma forma que había soñado con un chico u otro, incontables veces en Civica. Abrí los ojos y miré la pared opuesta. Deseaba que el amor pudiera ser simple, que siempre fuera dado y devuelto en la misma medida, igualmente y al mismo tiempo, que todos los planetas se alinearon de manera perfecta para disipar todas las dudas, que fuera fácil de entender y nunca doloroso. Pensé en todos los chicos que había perseguido en la aldea, anhelando algún indicio de afecto de ellos, los besos robados, los chicos de los que estaba segura que estaba enamorada, de Charles, que me guió, pero que finalmente no sintió nada por mí. Y entonces apareció Rafe. El cambió todo. Me consumió de una manera diferente, la forma que sus ojos hicieron que todo saltara dentro de mí cuando los miré, su risa, su temperamento,

la forma en que a veces luchaba con las palabras, la forma en que su mandíbula temblaba cuando estaba enojado, la forma reflexiva en que me escuchaba, su increíble moderación y resolución frente a las abrumadoras probabilidades. Cuando lo miraba, veía al granjero tolerante que pudo haber sido, pero también veía al soldado y al príncipe que era. Hemos tenido un comienzo terrible, no significa que no podamos tener un mejor final. La forma en que me llenaba de esperanza. Pero tampoco podía ignorar el camino rocoso del amor. Pensé en mis padres, en Pauline, en Walther y Greta, incluso en Calantha, y me preguntaba si el amor alguna vez terminaba bien. Solo sabía una cosa con certeza: No podía terminar como Kaden esperaba que lo hiciera.

Capítulo 62 El viento gimió a través de grietas y puertas y persianas maltratadas como un puño gigante. Déjame entrar. Era el tipo de tormenta que parecía que nunca terminaría. Estoy aquí por ti. Esto es nieve. Esto es invierno. Dos fuegos ardían en Sanctum Hall, uno en cada extremo, pero todavía corrientes de aire frío se arremolinaban a nuestros pies. Miré a Venda, para asegurarme de que no estaba enojada, que el plan de Rafe de cruzar el río no era una locura en sí misma, sino que las sombras eran solo sombras. Rafe se sentaba a pocos lugares de mí, y todos esperábamos que llegaran el Komizar y el Rahtan. Los Chievdars bramaron entre ellos como de costumbre, pero la ausencia del Rahtan pareció poner nerviosos a los Gobernadores. Estaban inusualmente sometidos. Ninguno mencionó mi mejilla, pero los vi mirándola. —Fue en las escaleras —finalmente solté, luego me contuve, repitiendo más calladamente, —me caí en las escaleras —no quería escenas, ni palabras, nada para despertar la ira de los pocos Gobernadores que habían sido amables conmigo. El Gobernador Faiwell me lanzó una breve mirada inquisitiva. Las conversaciones bajas y sofocadas se reanudaron. El Gobernador Umbrose, estaba sentado mirando su taza, luciendo un poco abatido o borracho. ¿Fueron sus reuniones del Consejo de hoy, las que habían frenado su juerga habitual?. Y luego escuchamos el débil eco de pasos. Nunca había escuchado al Rahtan acercarse todos juntos. Había un ritmo siniestro en sus pasos y un arco escalofriante, en las armas a sus lados. No era que caminaran al unísono, sino con un ritmo deliberadamente exigente. Nunca falla. Eso fue lo que oí. —¿Qué es esto? —preguntó el Komizar al entrar. —¿Alguien ha muerto?

Hubo un esfuerzo por llenar la calma silenciosa. En lugar de sentarse en grupos como solían hacerlo, el Rahtan se extendió, arrastrando asientos entre los Gobernadores. Kaden se sentó junto a mí, y el Komizar tomó su lugar a mi izquierda. No se molestó con el pretexto de un beso; otros asuntos parecían ocupar sus pensamientos. Pidió cerveza y comida, y los criados comenzaron a traer platos a la mesa. Calantha se sentó en el otro extremo de la mesa, casi como si quisiera distanciarse de Rafe y de mí. ¿Ya se estaba arrepintiendo de sus actos?. Estaba ella viendo al Komizar con ojos de ayer otra vez?. Y más importante, ¿expondría su transgresión?. Tal vez ya había quitado el cuchillo de mi habitación. Solo cuando fuera hora de irme, me atrevería a llevarlo. El plato de huesos fue puesto delante de mí para la bendición. Casi lo derramo cuando levanté la pesada bandeja. —¿Te inquieta la boda, princesa? —preguntó el Komizar. Pegué mi cara más serena. —Por el contrario, Sher Komizar. Estoy ansiosa por mañana. Mis dedos solo están entumecidos por el frío. Todavía no me he acostumbrado al clima. Sostuve el sacrificio blanqueado sobre mi cabeza por lo que esperaba que fuera la última vez, y miré el techo de hollín de los Antiguos. En un instante, vi el cielo, y las estrellas más allá, un universo que se extendía ampliamente, con un recuerdo largo, y fue entonces cuando escuché los gritos. A través del tiempo, delgado como la sangre arremolinándose en un río, escuché el grito de la muerte, los aullidos de madres que caían de rodillas, el llanto de mi propia madre. Ellos sabían. La noticia había llegado a Morrighan. Sus hijos se habían ido. El dolor me robó la fuerza, y pensé que se me doblarían las rodillas. —Terminemos con eso —espetó el Komizar con impaciencia por lo bajo. — Tengo hambre. El plato se sacudió en mis manos, y quería golpearlo en la cabeza. Rafe se inclinó hacia delante, atrapó mi mirada, y vi la fuerza en sus ojos, la moderación, el mensaje: espera, ya casi llegamos.

Dije el reconocimiento de sacrificio, y cuando puse la bandeja en el suelo, besé dos dedos y los alcé a los dioses. Los gritos de mi madre todavía resonaban en mis oídos. Casi estamos allí. El resto de la comida transcurrió sin incidentes, por lo que estaba agradecida. Cada paso tranquilo nos acercaba al mañana. Pero era casi demasiado tranquilo. Kaden apenas había pronunciado una palabra consecuente durante toda la comida, pero cuando comencé a alejarme de la mesa, él agarró mi mano. —¿Qué viste, Siarrah? Era la primera vez que me llamaba así. El Komizar resopló, pero todos en la mesa esperaron para escuchar mi respuesta. —¿Qué quieres decir? —le pregunté. —Tus pestañas revolotearon antes de la bendición. Jadeaste ¿Qué viste? Las verdades pueden desear ser conocidas, pero ahora no era el momento. En cambio yo retorcería mentiras en algo dorado y glorioso, que sabía que Kaden quería escuchar. Algo que esperaba que lo detuviera de buscar la verdad. Lo miré cálidamente y sonreí. —Me vi a mí misma, Kaden. Aquí. Dentro de muchos años. Dejé que mi mirada permaneciera en la suya por unos momentos más, y aunque no dije las palabras en voz alta, sé que él escuchó, me vi aquí contigo. El alivio brilló en sus ojos. Forcé el calor a permanecer en mi cara por el resto de la noche, incluso cuando mi mentira se convirtió en un nudo oscuro y frío dentro de mí. El Komizar me acompañó a mis nuevas habitaciones. —Creo que la encontrarás más cálida que la habitación con corrientes de aire de Kaden. —Sus habitaciones estaban bien. ¿Por qué no me dejas allí?. —Porque si aún asomas la cabeza por una ventana de la torre sur, después de la boda, en lugar de estar aquí conmigo, los clanes podrían preguntarse por qué. Queremos al menos darles la apariencia de un verdadero compromiso. ¿No, mi paloma?. Pero Kaden puede venir a visitarte aquí en las últimas horas. Soy un hombre generoso.

—Muy considerado de tu parte —le respondí. Había estado en esta torre antes. Era donde se encontraba la cámara de Rafe, pero nunca había estado en este piso. El Komizar me llevó a una puerta frente a la suya y la abrió. La única luz provenía de una pequeña vela que brillaba en una mesa. Lo primero que noté fueron las paredes. Parecían ser sólidas. —No hay ventanas —dije. —Por supuesto que sí. Pero son pequeñas, lo que ayuda a mantenerla más cálida. Y mira, hay una bonita cama grande, con suficiente espacio para dos, cuando surja la necesidad. Se acercó y acarició suavemente mi cara donde la había golpeado. Sus ojos oscuros brillaban con poder. Parecía invencible, y me preguntaba lo difícil que sería matarlo, si fuera posible. Escuché la advertencia de mi madre. Tomar otra vida, incluso una culpable, nunca debe ser fácil. Si así fuera, seríamos poco más que animales. —Mañana es el día de nuestra boda, princesa —dijo y besó mi mejilla. — Hagamos un nuevo comienzo. No había nadie para ver su presentación en este momento, y me pregunté por su suave beso. Tan pronto como se fue, inspeccioné la habitación. Pensé que las sombras conducían a algo, un armario tal vez, pero el pequeño espacio estrecho era todo lo que había. Las cuatro ventanas eran poco más que agujeros escondidos de seis pulgadas de ancho, y toda la habitación era apenas más grande que la celda en la que me había arrojado cuando llegué. El arcón y la cama ocupaban la mayor parte del espacio. ¿Esto mostraba un compromiso y un nuevo comienzo?. Era más como una herramienta arrojada a un cobertizo cercano. Comencé a buscar entre la ropa que Aster, Yvet y Zekiah, habían traído. La vela ofrecía poca luz, pero mientras buscaba en cada pliegue y bolsillo, comencé a desesperarme, pensando que Calantha ya había venido y la había recuperado. No estaba aquí. Revisé todo de nuevo, esperando que en mi apuro, la había perdido, pero no estaba en la ropa, ni en ninguna esquina del cofre. Busqué debajo del colchón y no encontré nada. Tendré cuidado, Miz, y lo pondré en un lugar realmente bueno. Aster conocía todos los mejores lugares secretos. Un lugar del que estaba segura...

Corrí a la esquina opuesta, donde un orinal con tapa se encontraba en un taburete bajo. Levanté la tapa y metí la mano en el agujero oscuro, y mis dedos apretaron algo afilado. Aster entendía muy bien los caminos del Santuario.

Y aunque la espera puede ser larga, La promesa es genial, Para la que se llama Jezelia, Cuya vida será sacrificada, Por la esperanza de salvar las suyas. —Canción de Venda.

Capítulo 63 Tal como sospechaba, la mañana estaba tranquila, ausente de tormenta y viento, y estaba segura de que Komizar había llegado a un acuerdo con un desconocido dios del clima. Sin duda sería el dios quien pagaría caro, en algún momento, por el trato que había alcanzado. Me había sacudido toda la noche, y no estaba segura de haber dormido en absoluto. Deslicé a un lado, una de las persianas, y una ráfaga de aire frío me golpeó. La luz cegadora se vertió a través de la pequeña abertura. Una vez que mis ojos se ajustaron, me sorprendió lo que vi. Cada techo, parapeto y pulgada de tierra en el cuadrado de abajo estaba cubierto por una gruesa capa de blanco. Era a la vez hermoso y aterrador. ¿Cuánto nos demoraría viajar a través de la nieve?. Hubo un golpe en mi puerta, y cuando la abrí, vi una bandeja de queso y pan en el suelo, y escuché los pasos apresurados de quien lo había entregado, aparentemente temeroso de estar en cualquier lugar cerca del Komizar. Comí cada bocado, sabiendo que podría ser el último por un tiempo, y luego comencé a vestirme, poniéndome el pantalón y la camisa como Rafe me había indicado. Además de ser más adecuados para montar que un vestido, mis pantalones eran mucho más cálidos. Mi camisa todavía se soltaba de donde la había arrancado el Komizar. Alisé la tela sobre mi hombro y usé el cinturón de Walther para mantenerlo en su lugar. Escuché los primeros movimientos de la ciudad afuera. Di tus recuerdos desde Blackstone Terrace... justo después de la primera campanada. La terraza estaba cerca de estos cuartos, a la vista desde las ventanas del tamaño de un puño de mi habitación. Juzgué por el sol que la primera campanada, sonaría en una hora o menos. A estas alturas, el Consejo probablemente ya estaba establecido, en las conversaciones que supuse que no iban bien, a juzgar por algunos de las caras de los Gobernadores anoche. ¿Se resistían a la abundancia en los silos del Komizar, mientras sus propios ciudadanos sufrían con vientres gruñidos?. Los sujetos descontentos podrían conducir a más desafíos y vidas más

cortas. Parecía que la promesa de mis visiones era una forma de apagar los fuegos del descontento. La Siarrah, enviada por los dioses, vería una victoria a la mano. Eso llenaría los vientres de aquellos en las lejanas provincias por un tiempo. Me puse el chaleco peludo del Meurasi, armado con sacrificio, y mi estómago se apretó. No todos eran mis enemigos. La palabra bárbaro desapareció de mis labios, excepto para describir unos pocos salvajes, y parecía que al menos, un señor de Morrighan, estaba entre esos pocos. Empecé a recuperar el cuchillo debajo del colchón donde lo escondí cuando escuché el ruido de la puerta. Dejé caer el colchón y me di la vuelta. Era el Komizar. Lo miré, tratando de componer rápidamente mi expresión a una de indiferencia. —¿No tienes reuniones del Consejo esta mañana? Me escudriñó, tomándose su tiempo para responder. —¿Por qué llevas tu ropa de montar? —Son más cálidos, Sher Komizar. Con la nieve en la terraza, pensé que eran una mejor opción para decir mis recuerdos de la mañana. —No habrá más presentaciones a menos que esté contigo —giró la cabeza hacia un lado, burlándose de mí como si fuera una mula tonta. —Creo que necesito estar allí para ayudarte a recordar exactamente, lo que se supone que debes decir. —Lo recordaré —dije severamente. Nos quedamos allí, ambos escuchando los débiles cánticos de Jezelia. —No los abordarás sin mí a tu lado —repitió. Lo vi en sus ojos. Lo escuché en su tono. Se trataba de poder, y él no podía renunciar ni siquiera al puñado más pequeño, que me había pasado inadvertidamente. Los focos de los clanes en toda la ciudad, que se reunían en la plaza habían crecido y me llamaban a mí, no a él, algo que no había previsto, aunque lo había orquestado todo. En comparación con los vastos números de la ciudad, y su asombroso ejército, mis números eran pocos, pero todavía quería controlar a cada uno de ellos y asegurarse de dónde estaban sus lealtades. —Me llaman, Komizar —le dije suavemente, con la esperanza de suavizar su semblante.

—Pueden esperar. Tanto mejor para aumentar su fervor antes de la boda. Tengo una tarea más importante para ti. —¿Qué tarea es más importante que aumentar su fervor con visiones de abundancia? Me miró con recelo. —Reforzar a los Gobernadores que regresarán a sus provincias dentro de una semana. —¿Hay algún problema con los Gobernadores? —pregunté. Agarró el vestido rojo que iba a usar para la boda desde el arcón y lo arrojó sobre la cama. —Póntelo. Volveré para llevarte a la sesión del Consejo más tarde hoy. A mi señal, darás a los Gobernadores su propia actuación privada, donde convenientemente agitarás tus pestañas y arrojarás palabras de victoria. Las palabras correctas esta vez. —Pero el vestido es para nuestra boda esta noche. —Póntelo —ordenó. —Sería un desperdicio guardar un vestido por unas pocas horas. Esperaba calmar rápidamente su creciente agitación para que se fuera. —Como desees, Sher Komizar. Es el día de nuestra boda, después de todo, y deseo complacerte. Estaré vestida para cuando vuelvas —agarré el vestido de la cama y esperé a que se fuera. —Ahora, mi mascota. Llevaré tu ropa de montar conmigo. No las necesitas y sé cómo los nervios de la boda, pueden hacer que algunas novias sean impulsivas, especialmente tú. Se quedó allí esperando. —De prisa. No tengo tiempo para tu modestia fingida. Yo tampoco. Necesitaba que regresara al Ala del Consejo lo antes posible. Rápidamente me quité el chaleco, el cinturón y las botas, luego me di la vuelta para quitarme el resto. Podía sentir sus ojos perforando mi espalda, y rápidamente me metí en mi vestido. Antes de que pudiera darme la vuelta, sus manos se deslizaron alrededor de mi cintura y sus labios trazaron la kavah en mi hombro.

Agarré mi camisa y mis pantalones de la cama y me di vuelta, empujándolos contra su estómago. Él rió. —Ahora, esa es la princesa que conozco y amo. —Nunca has amado nada en tu vida —dije. Su expresión se suavizó por un breve momento. —Qué equivocada estás. Se giró para irse, pero justo antes de cerrar la puerta detrás de él, agregó: —Regresaré en unas pocas horas —su labio se levantó con disgusto y giró su mano en el aire. —Haz algo con tu cabello. Cerró la puerta y me revolví el pelo en un desorden de frustración. Y entonces escuché un gruñido. Corrí hacia la puerta y probé el pestillo. No se movió. Golpeé con mis puños. —¡No puedes encerrarme! ¡Ese no es nuestro acuerdo! Presioné mi oído contra la puerta, pero la única respuesta que obtuve fue el leve sonido de sus pasos retrocediendo. Acuerdo. Casi me reí de la palabra. A diferencia de Kaden, sabía que el Komizar no honraba nada a menos que le sirviera. Miré alrededor de la habitación por algo que pudiera abrir la cerradura. Saqué un hueso de mi correa, usé mi cuchillo para partirlo en una delgada astilla, y pinché en el pequeño ojo de la cerradura en vano. Cada pieza de metal en esta miserable ciudad húmeda estaba rígida por el óxido. Probé otro hueso y otro, y escuché los cantos afuera, cada vez más fuertes. Jezelia. ¿Cuándo sonaría la primera campanada?. Corrí hacia las ventanas, pero eran demasiado pequeñas y profundas para llamar a nadie. Y entonces escuché un ligero golpe. —¿Miz, Lia? Corrí hacia la puerta y caí contra ella. —¡Aster! —dije, el alivio me inundó. —Te están llamando —dijo. —Los escucho. ¿Puedes abrir la puerta por mí?. Escuché sus llaves sonando en la cerradura.

—Ninguna de estas trabaja. Mi mente se aceleró, tratando de pensar qué tomaría el menor tiempo. ¿Que fuera a buscar a Calantha?. Tenía una llave para todo en el Santuario. ¿Pero de qué lado estaría ella hoy? Me arriesgué y le dije a Aster que la trajera. Ella se fue y yo me senté en el suelo, recostándome contra la puerta. El tiempo se deslizó en agonizantes ritmos, marcado por las llamadas a Jezelia, y luego escuché la primera campanada. Mi corazón se hundió, pero luego la avalancha de pasos resonó por el pasillo, y escuché las respiraciones jadeantes de Aster, en la puerta. —Miré a todos lados, Miz. No pude encontrarla. Nadie sabe dónde está ella. Traté de calmar el pánico que crecía en mí. El tiempo se estaba escapando. ¿Estaría esperando?. ¿Seguiría allí?. La habitación del Komizar. Allí. —¡Busca en la habitación del Komizar! —le grité a Aster. Está justo al otro lado del pasillo. —Se ha ido al ala del Consejo. ¡Date prisa, Aster!. Agarré el cinturón de la cama y metí el cuchillo en su funda. Luego agregué mi atadura de huesos, y finalmente mi capa, para ocultar el cuchillo. Si salía de esta habitación, tenía que mirar como siempre lo hacía, a los guardias que podrían verme. Minutos pasaron. Me senté en la cama. Vete sin mí, Rafe. Lo prometiste. —¡Lo tengo! —Aster llamó por la puerta. Escuché el pesado cerrojo deslizarse y la puerta se abrió. Su rostro brillaba con su logro, y besé su frente. —¡Eres mi ángel salvador, Aster! Se frotó las rizos recortados. —¡Date prisa, Miz! —dijo. —Todavía están llamando. —Quédate aquí —le dije. —Puede que no sea seguro. —No hay nada seguro por aquí. ¡Te veré llegar allí! No podría discutir con su lógica. Eso era cierto. El Santuario era cualquier cosa menos un santuario. Lo único que albergaba era una amenaza constante. Corrimos por pasillos, escalones y pasajes poco usados, escalones y escalones de nuevo. La corta distancia de repente parecía millas. No era una terraza fácil de alcanzar. Recé

para que no fuera demasiado tarde, pero al mismo tiempo, esperaba que Rafe se hubiera ido sin mí y que ya estuviera a salvo al otro lado del río. No pasamos a nadie, afortunadamente, y finalmente llegamos al portal que conducía a la terraza. —Esperaré aquí y silbaré si viene alguien. —Aster, no puedes… —Puedo silbar fuerte —dijo, con la barbilla levantada en el aire. Yo la abracé. —Sabré si viene alguien. Ahora ve. Vuelve con el jehendra, y tu bapa y mantente a salvo allí. Ella se dio la vuelta a regañadientes y me apresuré a través del largo portal a la terraza. Estaba cubierto con una gruesa capa de nieve, y caminé hacia la pared norte, sabiendo que ya era tarde. No habría historias esta mañana, solo los recuerdos más cortos para que los guardias de la plaza no sospecharan nada, y luego estaría en camino, pero cuando llegué a la pared, un silencio generalizado se extendió entre la multitud. Se extendió hacia mí, como manos extendiéndose, tomando las mías. Permanece, Jezelia. Quédate para una historia. Yo solo poseía la última copia sobreviviente de la Canción de Venda. No era mi historia para mantener. Ya sea balbuceando o no, tenía que devolvérselas antes de irme. —Reúnase, hermanos y hermanas de Venda —les llamé. —Escuchen las palabras de la madre de su tierra. Escuchen la canción de Venda. *** Y así lo dije, verso tras verso, sin retener nada. Hablé del Dragón alimentándose de la sangre de los jóvenes, bebiendo las lágrimas de sus madres, su lengua astuta y su apretón mortal. Les conté sobre hambres de otro tipo, que nunca fueron saciadas o apagadas. Vi cabezas asintiendo en comprensión, y desconcertados guardias mirándose, tratando de darle sentido. Recordé las palabras de Dihara, Este mundo te respira... te comparte… Pero hay algunos que están más abiertos a compartir que otros.

Para los guardias y muchos de los que estaban debajo, mis palabras eran solo balbuceos, tal como lo había sido las de Venda hace mucho tiempo. Mientras hablaba, una brisa daba vueltas. Podía sentirlo dentro de mí, estirándome, alcanzándome, luego avanzando de nuevo, viajando sobre la multitud, a través de la plaza, y calle abajo, a través de los valles más allá y a través de las colinas. Porque el Dragón conspirará, Llevando sus muchas caras, Engañando a los oprimidos, reuniendo a los malvados, Blandiendo cuanto pudiera como un dios, imparable, Implacable en su juicio, Inquebrantable en su gobierno, Un ladrón de sueños, Un asesino de esperanza. Hasta que llegue una que sea más poderosa, La que surgió de la miseria, La que era débil. La que fue cazada, La marcado con la garra y la vid, La nombrada en secreto, La que se llama Jezelia. Un murmullo atravesó la multitud, y luego Venda estaba allí, parada a mi lado. Ella extendió la mano y tomó mi mano. —El resto de la canción —susurró. Y luego dijo más versos. Traicionada por los suyos, Golpeada y despreciada, Ella expondrá a los impíos,

Porque el dragón de muchas caras, No conoce límites. Y aunque la espera puede ser larga, La promesa es genial, Para la que se llama Jezelia, Cuya vida será sacrificada Por la esperanza de salvar la tuya. Y luego se fue. No estaba segura de si era la único que la había escuchado, o incluso visto, pero me quedé allí aturdida, tratando de comprender la enormidad de lo que ella había dicho. En un instante, supe que esos eran los versos extraídos de la última página del libro. Me apoyé contra la pared, estabilizándome con esta revelación. Sacrificada. El murmullo de la multitud se hizo más fuerte, pero luego el movimiento me llamó la atención, y mi mirada saltó a una pared alta al otro lado del camino. Chievdars, Gobernadores, y Rahtans me miraban. Respiré sorprendida. Su reunión había terminado temprano. —¿Miz? Giré. Aster estaba de pie en medio de la terraza. El Komizar estaba detrás de ella con un cuchillo en el pecho. —Lo siento, Miz. No podría dejarte como me dijiste. Yo… Él presionó la punta del cuchillo contra ella, y ella palideció de dolor. —¡Queridos dioses, no! —grité, fijando mis ojos en los del Komizar. Supliqué con él, delicada, desesperada y lenta, acercándome, intentando volver a centrarlo en mí. Me aferré a él ferozmente con los ojos y sonreí, tratando de disipar de alguna manera esta locura. —Por favor, déjala ir, Sher Komizar. Tú y yo podemos hablar. Podemos… —Te dije que sin mí, no habría más presentaciones. —Entonces castígame. Ella no tiene nada que ver con esto.

—¿Tú, mi pajarito?... En este momento eres demasiado valioso. Ella, por otro lado... —él negó con la cabeza, y antes de que pudiera entender lo que estaba haciendo, hundió el cuchillo en su pecho. Grité y corrí hacia ella, atrapándola mientras se deslizaba de sus brazos. —¡Aster! —caí al suelo con ella, acunándola en mi regazo. —Aster —yo presioné mis manos contra la herida en su pecho, tratando de detener el flujo de sangre. —Dile a mi bapa que lo intenté, Miz. Dile que no soy una traidora. Dile que nosotras... Sus últimas palabras yacían congeladas en sus labios, sus ojos de cristal brillaban, pero su respiración estaba quieta. La acerqué a mi pecho, meciéndola, sosteniéndola como si pudiera desafiar a la muerte. —Aster, quédate conmigo. ¡Quédate! —pero ella se había ido. Escuché una pequeña risita y miré hacia arriba. El Komizar se limpió el cuchillo ensangrentado en la pernera del pantalón y se lo volvió a meter en la funda. Se alzaba sobre mí, con las botas cubiertas de nieve. —Ella obtuvo lo que se merecía. No tenemos habitación en el santuario para traidores. El entumecimiento me recorrió. Lo miré incrédula. —Ella era sólo una niña —le susurré. Sacudió la cabeza, chillando. —¿Cuántas veces necesito decirte, Princesa, no tenemos tales lujos?. Venda no tiene niños. Suavemente deslicé a Aster de mi regazo, hacia la nieve y me puse de pie. Me acerqué a él, y me miró a los ojos, con toda la presunción de un vencedor. —¿Nos entendemos por fin? —preguntó. —Sí —le dije. —Creo que sí. Y en el transcurso de un segundo, la presunción desapareció. Sus ojos se abrieron maravillados. —Y ahora —dije, —Venda tampoco tiene Komizar.

Un acto rápido. Uno que fue fácil. Saqué mi cuchillo de su costado y lo hundí de nuevo, girándolo por si acaso, sintiendo que la cuchilla cortaba su carne, lista para hundirla una y otra vez, pero él retrocedió varios pasos, finalmente comprendiendo lo que había hecho. Cayó contra la pared cerca del portal, mirando la mancha roja extendiéndose sobre su camisa. Ahora él, era el que estaba incrédulo. Sacó su cuchillo de la vaina. Pero estaba demasiado débil para dar un paso adelante, y se derrumbó de su mano. Su espada seguía inútil a su lado. Me miró incrédulo y se deslizó al suelo, con el rostro retorcido de dolor. Me acerqué y me paré sobre él, pateando su cuchillo. —Usted estaba mal, Komizar. Es mucho más fácil matar a un hombre que a un caballo. —Todavía no estoy muerto —dijo entre respiraciones agitadas. —Lo estarás pronto. Sé sobre órganos vitales, y aunque estoy segura que no tienes corazón, tus tripas están en pedazos ahora. —No ha terminado —jadeó. Escuché gritos y me di vuelta. Aunque la gente de abajo no podía ver lo que había hecho, los que estaban en el muro alto al otro lado de la plaza habían visto. Ellos estaban ya corriendo, tratando de encontrar la ruta más rápida a la terraza, pero Kaden y Griz cargaron primero a través del portal. Griz cerró las dos mitades de la pesada puerta del portal detrás de él y atravesó una barra a través de los tiradores de hierro. Kaden miró la sangre en mis manos y mi vestido, y el cuchillo que todavía estaba en mis manos. —Por los dioses, Lia, ¿qué has hecho?. Y luego vio el cuerpo sin vida de Aster tirado en la nieve. —Mátala —gritó el Komizar con renovada energía. —¡Ella no será la próxima Komizar! ¡Mátala ahora! —exigió él, ahogándose en sus respiraciones. Kaden se acercó a él y se agacho sobre una rodilla, mirando su herida. Estiró el brazo y sacó la espada del Komizar de su vaina, y me miró. La mano de Griz fue cautelosamente hacia una de las espadas a su lado. Kaden me tendió el arma.

—Puede que necesites esto. De alguna manera vamos a tener que sacarte de aquí. —¿Qué estás haciendo? —gritó el Komizar. Se dejó caer más al suelo. —Me debes todo. Somos Rahtan. ¡Somos hermanos! La expresión de Kaden era tan triste como la del Komizar. —Ya no —respondió. Incluso mientras yacía moribundo, el Komizar continuó emitiendo demandas, pero Kaden se volvió hacia mí, ignorándolo, y luego escuchamos el pisoteo de las pesadas botas en los escalones. Rafe apareció en lo alto de las escaleras, de donde se suponía que ya había huido. Jeb y otro hombre se pararon detrás de él. Caminaron hacia nosotros, observando la escena, y lentamente Rafe desenvainó su espada. Sus hombres hicieron lo mismo. Kaden miró de Rafe a mí. Sus ojos se llenaron de comprensión. Él sabía. —Me voy, Kaden —le dije, esperando evitar un choque. —No trates de detenerme. Su expresión se endureció. —Con él. Tragué. Podía verlo en cada contracción de su mandíbula. Ya lo había adivinado, pero lo dije de todos modos. —Sí. Con el Príncipe Jaxon de Dalbreck. No había vuelta atrás ahora. —Siempre quisiste hacerlo. Asentí. Su mirada vaciló. No pudo ocultar el dolor de mi traición. —Aléjate de ella —advirtió Rafe, aún avanzando con cautela. De repente, Griz me agarró del brazo y me arrastró hacia la pared donde aún aguardaban las multitudes. Levantó mi mano hacia el cielo delante de ellos. —Su Komizar! ¡Su reina! Jezelia!. La multitud rugió.

Miré a Griz, horrorizada. La cara de Kaden estaba igualmente conmocionada. —¿Estás loco? —le gritó a Griz. —¡Ella nunca sobrevivirá! ¿Sabes lo que le hará el Consejo?. Griz miró a la multitud que vitoreaba. —Esto es más grande que el Consejo —respondió. —¡Morirá igual! —dijo Kaden. Rafe me sacó del agarre de Griz, y luego el mundo pareció explotar. Las puertas del portal se abrieron de golpe, la barra de hierro se soltó, y se inundó de Rahtans, los Gobernadores seguían sus pasos. Los primeros golpes vinieron de Malich, quien enfocó toda su energía en Kaden, brutal y hambriento. Kaden desvió sus primeros golpes y avanzó, el feroz golpeteo de metal sobre metal, retumbó en el aire. Theron y Jorik llegaron a Griz, su asalto implacable y violento, pero Griz era un gigante empuñando dos espadas, y los encontró golpe por golpe, haciéndolos retroceder. Rafe derribó a un guardia tras otro, luchando hombro con hombro con Kaden contra los atacantes. El Gobernador Obraun avanzó hacia mí, y levanté mi espada para atacar cuando de repente, se volvió y le dio un golpe mortal a Darius. ¿El Gobernador luchaba de nuestro lado?. Su propio guardia silencioso peleaba a su lado, pero ahora estaba gritando con una voz que era fuerte y clara, advirtiéndole a Jeb que alguien cargaba desde el costado. El Gobernador Faiwell luchó junto a Jeb, al igual que dos de mis guardias asignados. Nada de esto tenía sentido. ¿Quién luchaba contra quién?. El cuerpo a cuerpo de gritos y ruidos de espadas, era ensordecedor. En un solo golpe, Rafe derribó a Gurtan y Stavik, y pasó a más. Era aterrador en su poder, una fuerza que ni siquiera reconocí. Los gruñidos de la batalla, y el repugnante crujido de los huesos llenaron el aire. Me habían acorralado a sus espaldas. Era claramente el objetivo de aquellos

que avanzaban. Mi propia espada era inútil. Traté de abrirme paso para ayudar, pero Griz me empujó hacia atrás. La expresión de Malich era salvaje cuando atacó a Kaden, impulsado por algo más que el deber. Un grito atravesó el aire cuando Griz finalmente empujó su espada en las costillas de Theron, pero Jorik se balanceó y su espada cortó el costado de Griz. Griz cayó sobre una rodilla agarrándose las costillas, y Jorik levantó su espada para terminar el trabajo. Antes de que pudiera hundirla en Griz, tiré el cuchillo todavía en mi mano. Golpeó a Jorik en el centro de la garganta, y tropezó hacia atrás. Estaba muerto antes de que su cuerpo golpeara el suelo. Griz logró ponerse de pie, aún empuñando una espada mientras sostenía su lado herido. La sangre estaba en todas partes, y la nieve era de un rojo fangoso. Un baño de sangre. La embestida se ralentizó y, por fin, los números parecían a nuestro favor. —¡Sácala de aquí! —gritó Kaden. —¡Antes de que vengan más!. Rafe le gritó al guardia, no tan mudo que despejara las escaleras, y me ordenó que lo siguiera, luego lanzó un golpe mortal al Chievdar Dietrik, que lo había atacado, decidido a no dejarme ir. —¡Por aquí, niña! —el Gobernador Obraun me agarró del brazo y me empujó hacia las escaleras. Otro hombre corrió con nosotros. Escuché a Jeb llamarlo Tavish, y al mudo guardia, Orrin. Rafe siguió detrás, protegiendo nuestras espaldas. Me volví y vi a Kaden, Griz, Faiwell y los dos guardias deteniendo a los restantes en la terraza. Los dioses los ayudan cuando llegaran más. Seguramente todos los barracones de los soldados ya habían sido alertados. Bajamos apresuradamente las escaleras hasta el segundo nivel y giramos hacia el portal, el plan salió terriblemente fuera de curso. Tan pronto como cruzamos la pesada puerta, se cerró de golpe y volví la vista para ver a Calantha cerrándola. —Calantha —dije, aturdida. —¡Date prisa! —gritó ella. —No puedes quedarte ahora. Ven con nosotros. —Estaré bien —respondió ella. —Nadie sabe que estoy aquí. Vete. —Pero..

—Esta es mi casa —dijo con firmeza. Intercambiamos un último asentimiento, y corrí. Rafe ahora lideraba el camino, conmigo justo detrás de él. Era un corredor largo y oscuro, y nuestros pasos resonaban a través de él como un trueno, pero luego el sonido se duplicó, y supimos que había guardias cargando hacia nosotros desde la dirección opuesta. —¡Aquí abajo! —grité, girando hacia un camino que había recorrido con Aster. —Nos llevará a las catacumbas —los conduje por el camino sinuoso, y luego bajé un largo tramo de escalones. Cuando llegamos al fondo, escuché un fuerte arrastre. Me llevé el dedo a los labios y articulé: Alguien viene. Jeb me empujó. Traté de detenerlo, pero Rafe asintió para que lo dejara ir. Salió del rellano hacia la luz, y lo vi transformarse nuevamente en el badajo. Él sonrió y apareció un guardia, preguntando si él si había visto a alguien pasar corriendo. Cuando Jeb señaló en una dirección, el guardia se volvió y, en un movimiento veloz como un rayo, Jeb le rompió el cuello. —Despejado —nos llamó. —Él era el único. Corrimos por las estrechas catacumbas, y por senderos que nos llevaron a través de las cavernas. Estábamos tan profundo en la tierra, que sabía que los eruditos no tenían forma de saber que se había desatado una guerra sobre ellos. Los pocos que nos vieron pasar corriendo, quedaron atónitos en silencio, confundidos sobre lo que estaba pasando. Solo conjuraban guerras; no peleaban en ellas. Me di vuelta en el camino de los cráneos. —Esto nos llevará al río —dije. Cuando escuchamos el rugido de las cataratas, el llamado Tavish empujó al frente para llevarnos a la balsa. Unos cien metros más abajo, salimos del túnel hacia la niebla del río. El suelo estaba resbaladizo y helado. —¡Por aquí! —Tavish llamó, pero cuatro soldados salieron de otro túnel, que desembocaba en el río, y se encendió una nueva batalla. Rafe, Jeb, Obraun y Tavish corrieron hacia adelante para interceptar el asalto. Orrin y yo nos enfrentamos a más guardias, que corrían hacia nosotros, desde el túnel que acabábamos de dejar. Me puse a un lado, oculta a la vista, y cuando apareció el primero, me balanceé y lo atrapé por el cuello. Orrin tomó al siguiente,

y los dos nos tomamos el tercero. Lo atrapé en las costillas, y cuando tropezó hacia adelante, Orrin le dio en la espalda. Rafe nos gritó que llegáramos a la balsa, que nos alcanzarían, y Orrin me arrastró a lo largo de un banco y bajó por un sendero de rocas, con Tavish siguiéndome muy de cerca. Llegamos a un afloramiento de rocas, y el pánico se apoderó de mí. No vi la balsa, pero Tavish saltó. Pensé que se había ido directamente al río, pero luego lo vi en la balsa casi oculto por la niebla y las rocas. —¡Salta! —ordenó. —¡No sin Rafe! —dije. —¡Él estará aquí! ¡Salta! —la balsa se tensó contra las cuerdas que la aseguraban a la orilla. Orrin me dio un codazo y ambos saltamos. —¡Mantente abajo! —dijo Tavish, y me dijo que agarrara una de las cuerdas anudadas para sostenerme. La balsa se sacudió y rodó, incluso en las aguas más tranquilas cerca de la orilla. Me quedé bajo, como Tavish ordenó, agarrando la cuerda para estabilizarme. Incluso a través de la niebla, pude ver los altos acantilados sobre nosotros, guardias y soldados recorriendo los senderos hacia abajo. Parecían multiplicarse como insectos febriles, decididos a pulular sobre nosotros. Dondequiera que mirábamos, veíamos venir más. También nos vieron y las flechas comenzaron a volar, pero se quedaban cortas, y aterrizaban en la orilla. Jeb y Obraun llegaron y saltaron bajo nosotros. —¡Rafe viene! —dijo Jeb. —¡Prepárate para levantar los lazos!. Su hombro estaba sangrando, y la sangre empapó el brazo de Obraun. Orrin y Tavish alcanzaron las cuerdas que aseguraban la balsa. —¡Todavía no! —dije. —¡Espera! ¡Espera hasta que esté aquí!. Los soldados que trepaban por la pared de roca hacia el río, se acercaban, sus flechas caían peligrosamente cerca, pero de repente flechas volaban en la otra dirección, hacia ellos. Me giré para ver a Orrin soltando una tormenta de flechas. Los soldados cayeron de las repisas. Orrin logró frenar su asalto, pero siempre había más para reemplazar a los hombres que derribaba.

Escuchamos un grito aterrador a través de la niebla y cada gota de mi sangre ardía de miedo. Vi a Jeb y Obraun intercambiar una mirada ansiosa. —Libera las cuerdas —ordenó Obraun. —¡No! —grité. Pero justo entonces, Rafe rompió la bruma y corrió hacia nosotros. —¡Vamos! —gritó, y Tavish liberó las cuerdas. Una poderosa explosión desgarró el aire. Rafe saltó a la balsa, que ya se estaba moviendo, desde la orilla, apenas cruzando la extensión, y trozos de roca llovieron a nuestro alrededor. Agarró la cuerda anudada que empujé en su mano. —Eso deberá mantener el puente fuera de servicio, durante al menos un mes —dijo. Era más de lo que esperaba del pequeño matraz de líquido transparente. Fuimos arrastrados rápidamente a la corriente, y la balsa se lanzó y saltó a las aguas violentas. Con Obraun y Jeb heridos, Tavish y Orrin se hicieron cargo del timón y de alguna manera lograron dirigir los barriles que se balanceaban a través de la corriente traicionera, lejos de la costa. Pero aún no estábamos lo suficientemente lejos. Vi a Malich encaramado en una roca, fácilmente dentro del alcance. Queridos dioses. ¿Qué le había pasado a Kaden?. El arco de Malich se cargó y apuntó a la espalda de Rafe. Salté hacia adelante para empujar a Rafe hacia abajo, cuando la balsa giró en un remolino, y fui arrojada a un lado. Un dolor ardiente sacudió mi muslo. Incluso a través del violento balanceo, vi a Malich sonreír. No era a Rafe a lo que apuntaba. Era a mí. —Lia! —Rafe gritó, y se apresuró hacia mí, pero no antes de que otra flecha golpeara mi espalda. Quemaba como un ascua que brillara en mi carne. No podía recuperar el aliento. La mano de Rafe me agarró del brazo, pero aún así, caí hacia atrás cuando la balsa rodó y se lanzó. Me sumergí en el agua helada. La mano de Rafe se mantuvo apretada, hurgando ferozmente en mi brazo, pero la corriente era fuerte y mi vestido pesado rápidamente se cargó con agua, como un ancla que me tiraba

hacia abajo. Traté de patearlo, pero me rodeó las piernas y las ató con tanta fuerza como una cuerda. El río estaba enfurecido y salvaje, el agua me corría por la cara y me asfixiaba, y la corriente era demasiado para el agarre de Rafe. La tela de mi manga comenzó a desprenderse. Traté de levantar mi otro brazo, pero no se movió, como si la flecha lo hubiera clavado a mi lado. Dos pares de manos estaban agarrando mi brazo y mi hombro, tratando de capear mejor el remolino salvaje de agua, luego una rápida succión de chorro de agua me liberó de ellos. Fui arrastrada a las aguas heladas lejos de la balsa. Rafe saltó detrás de mí. Caímos a través de la corriente, sus brazos me alcanzaron una y otra vez, pero nos alejaron otras tantas veces, el agua cubriendo nuestras cabezas, ambos nos quedamos sin aliento, sin la balsa a la vista. Finalmente me alcanzó, su brazo rodeando mi cintura, intentando frenéticamente arrancarme el vestido. —Espera, Lia. —Te amo —grité, incluso cuando me atraganté con el agua. Si fueran las últimas palabras que escucharía de mí, quería que fueran esas. Y luego sentí que nos deslizábamos, que el mundo se volcaba, y lo perdí de vista, perdí de vista todo, el miserable vestido que el Komizar me había hecho llevar, tiraba de mí, como si él mismo me estuviera tirando al agua, teniendo la última palabra, hasta que finalmente, no pude luchar contra su peso por más tiempo, y mi mundo helado se volvió negro.

Capítulo 64 Rafe Había caminado a la orilla del río por millas, buscando por todas partes. No aceptaría que ella se había ido. Estaba entumecido por el frío y no sabía cuánto tiempo había pasado. Nunca volví a ver la balsa y me pregunté si los otros lo habían logrado. Con cada paso, volvía sobre los acontecimientos, tratando de entender cómo todo había salido mal. Vi a la niña, Aster, otra vez, su cuerpo tendido en la nieve y el cuchillo en la mano de Lia. También vi al Komizar, desplomado contra la pared y sangrando. No había tenido tiempo de juntar las piezas entonces, y todavía no había podido. Mis pensamientos seguían volviendo a Lia. La tuve. La tuve en mis brazos y luego estábamos cayendo en las cataratas y ella se escapó de mis manos. La tuve y el río me la arrancó. La corriente fue rápida e implacable. No estaba seguro de cómo había llegado a la orilla. Cuando lo hice, estaba río abajo y tenía las extremidades congeladas. De alguna manera me había arrastrado hasta la orilla y forzado a mover mis piernas, rezando para que ella hubiera hecho lo mismo. No podía aceptar nada más. Me resbalé en una roca helada y caí de rodillas, sintiendo que mi fuerza se desvanecía. Fue entonces cuando vi su cabeza, boca abajo en la orilla, asentándose en la tierra, como si ya fuera parte de ella, sus dedos sin vida en el barro y la nieve. La sangre le manchaba la espalda donde había entrado la flecha. Solo quedaba un trozo roto. Corrí y caí a su lado, girándola suavemente y tirando de ella hacia mis brazos. Sus labios estaban azules, pero un suave gemido se les escapó. —Lia —susurré. Le quité la nieve de las pestañas. Sus párpados se abrieron. Le llevó un momento ver quién era yo.

—¿En qué lado del río estamos? —preguntó ella, con voz tan débil que apenas podía escucharla. —Nuestro lado. Una leve sonrisa arrugó sus ojos. —Entonces lo logramos. Miré hacia arriba, inspeccionando los alrededores. Estábamos a millas de cualquier parte, sin caballos, comida o calor, y ella gravemente herida, y sangrando en mis brazos, su cara del color de la muerte. —Sí, Lia, lo logramos. Mi pecho se sacudió, me incliné y besé su frente. —Entonces, ¿por qué lloras?. —No estoy. Es solo que... —la abracé, tratando de compartir el poco calor que yo tenía. —Deberíamos habernos quedado. Nosotros debíamos tener.. —Me habría matado con el tiempo. Tú lo sabes. Ya estaba cansado del poco poder que compartía conmigo. Y si no el Komizar, su Consejo habría hecho el trabajo. Con cada palabra, su voz se volvía más débil. —No me dejes, Lia. Promete que no me dejarás. Levantó la mano y limpió las lágrimas de mi cara. —Rafe —susurró, —Llegamos hasta aquí. ¿Qué son otras mil millas más, o dos?. Sus ojos se cerraron, y su cabeza cayó a un lado. Puse mis labios en los de ella, buscando desesperadamente su respiración. Estaba baja y débil, pero aún allí. Llegamos hasta aquí. Ni siquiera sabía dónde estábamos. Estábamos perdidos en la orilla de un río, con kilómetros de bosque oscuro rodeándonos, pero le puse un brazo debajo de las rodillas y el otro cuidadosamente detrás de la espalda y me puse de pie. La besé una vez más, mis labios descansaban suavemente sobre los de ella, tratando de recuperar su calor. Y comencé a caminar. Mil millas, o dos, la llevaría hasta Dalbreck si tuviera que hacerlo. Nadie la volvería a quitar de mis brazos. Ya teníamos tres pasos detrás de nosotros.

—Espera, Lia —susurré. Aférrate a mí…

Agradecimientos Guau. Otro libro está hecho? Mi cabeza sigue girando por la publicación del primer libro. Más que nunca sé que el nacimiento de este libro es por algunos milagro y la ayuda y el apoyo de tantos. Primero, bloggers, tweeters, booktubers. Oh mi. ARC para el beso de El engaño salió bastante temprano y tú saltaste sobre él. Blogueaste, tuiteaste, chilló, corrió la voz y me animó enormemente. Y molestado por el siguiente. Ese tipo de rocas molestas. Tu creencia en la historia de Lia fortaleció mi propio. Me mantuviste en marcha. Bibliotecarios y docentes. Gritaste y comenzaste de inmediato haciéndolo a sus clientes y estudiantes. Un bibliotecario incluso contempló obteniendo una garra y vid kavah en su hombro. Tal vez ella tiene! Todo tu. El entusiasmo me ayudó a llegar a la meta. Me siento muy afortunado de ser parte del rey y el reino de Macmillan. Cada una persona soltera en el personal merece una corona, y eso es alrededor de cinco mil coronas No se necesita solo un pueblo para hacer un libro, sino un conjunto dedicado ciudad. Un agradecimiento especial a Jean Feiwel, Laura Godwin, Angus Killick, Elizabeth Fithian, Katie Fee, Caitlin Sweeny, Allison Verost, Ksenia Winnicki, Claire Taylor, Lucy Del Priore, Katie Halata, Ana Deboo y Rachel Murray por tu tremendo apoyo. ¡Levanto una taza de thannis para todos ustedes! Endulzado, por supuesto. La magia de Rich Deas y Anna Booth continúa entrando en mí, desde magníficas portadas para títulos de gráficos para fuentes que la fuente geek en mí puede desmayar terminado. Su talento es asombroso. Además, gracias a Keith Thompson, quien hizo el mundo de las crónicas remanentes cobra vida en un mapa que también es hermoso para las palabras. Ya la mencioné en la dedicación, pero ella merece elogios y más aquí también: mi editora, Kate Farrell. Hemos estado al otro lado del Cam Lanteux y de regreso. Nunca lo habría logrado sin ella. Ella me guía cuando puedo ya no ve el camino, y lo hace con paciencia, sabiduría y una sonrisa.

Ella es realmente un regalo raro. Por su apoyo en innumerables formas, estoy agradecido con los escritores de YA, Marlene Pérez, Melissa Wyatt, Alyson Noel, Robin LaFevers y Cinda Williams Chima. Si me estaba ayudando a encontrar una palabra que escapó de mis garras, una lucha libre coincidir con ideas, consejos sabios, risas muy necesarias o ayudar a difundir la palabra, te lo agradezco profundamente. Karen Beiswenger y Jessica Butler sufrieron a través de borradores iniciales que a veces tenían más espacios en blanco que palabras, y Siempre pedí más. Audaz. Les debo a los dos. Siempre estoy agradecido con mi amigo, sabio consejero, defensor y agente, Rosemary Stimola. Ella nunca para de sorprenderme. Ella es equilibrio, gracia y Un poco de león personificado. (Está bien, a veces mucho león). Mi familia es la mejor, mi roca y mi base, Jess, Dan, Karen, Ben, y Ava y Emily. Me animan y centran en todos los momentos correctos. Soy la mamá y ama más afortunada del mundo. Durante los largos días de escribir este libro, mi esposo, Dennis, alimentó. Literal y figurativamente. Era mi príncipe y asesino, todo en uno, protegiéndome y salvándome de los estragos del hambre, la fatiga y a veces perros babosos que exigen cenar. Levantó la holgura y ofreció abrazos y masajes en la espalda. Continuó ayudando con los besos logística también. Creo que quiere que esta serie nunca termine. Enade ra beto. La fuerza y la determinación de Lia no salieron de la nada. Además de todo las mujeres fuertes con las que trabajo, y aquellas que he admirado desde lejos, soy bendecido con tantos en mi vida personal que me asombran y me inspiran. Kathy Susan, Donna, Jana, Nina, Roberta, Jan y muchos otros, enganchando brazos contigo Hermanas en sangre y espíritu, ustedes son mi ejército.
The heart of betrayal (The Remnant chronicles 2) - Mary E. Pearson

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