The Story of Samantha Smith 3. Painless Devon Hartford

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Moderadoras de traducción Niki26 y Mona

Traducción Crys

Mogradh

Magdys83

Kyda

Malu_12

a_mac

Molly Bloom

Mica

Né Farrow

Bluedelacour

Nix

Gerald

Axcia

Kath

Lectora

Any Diaz

Agus901

Vale

Niki26

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Mona

Nelly Vanessa

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Maria Clio88

Corrección Gerald

Kyda

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Osma

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Nix

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Agustina

Bibliotecaria70

Cecilia

Cereziito24

Flopy

caronin84

Malu_12

Crys

Sttefanye

Just Jen

Lau_sp_90

Khira

Recopilación & Revisión Just Jen & Cecilia

Diseño Cecilia

¡Por fin! El emocionante, caliente y ajetreada conclusión a la historia de Samantha Smith. Painless sigue a Samantha durante el resto de su primer año en la soleada Universidad de San Diego. Ah, y ¿qué pasa con ese chico ardiente, Christos Manos? La última vez que lo dejamos, su vida estaba sobre el borde del desastre. ¿Qué va a pasar con él? ¡Vas a tener que leer Painless para averiguarlo! ¡Descubre lo que sucede con Samantha, Christos, Romeo, Kamiko, Madison, Jake, y todos los demás en Painless, el tercer y último volumen de la serie! ¡¡Este libro está lleno de sorpresas!!

Samantha Temor. La oscuridad de la desierta mansión Manos presiona a mi alrededor, sofocándome. Me siento en la cama de Christos en su dormitorio vacío, apretando su libreta de dibujo a mi pecho en mis temblorosas manos. Sus atormentadoras palabras hacían eco en mi mente. Solo Debo enfrentar este día Solo Tengo sellado mi destino Solo Alcanzaré el cielo Solo Debo morir ¡No! ¡Debo haberlas leído mal! Christos nunca… Ni siquiera podía pensarlo. Mi corazón latía sin parar en mi pecho y amenazaba sufrir un ataque mientras releía su desolado poema bajo la tenue luz de su lámpara de noche. Christos estaba seriamente atormentado. Su corazón estaba rompiéndose. Podía sentir su dolor como si fuera mío. Tenía problemas y necesitaba ayuda. Pánico y un sentido de impotencia giraban a través de mí. ¿Cómo podía ayudar a Christos si no sabía dónde estaba? No había respondido alguna de mis llamadas o mensajes por más de una hora. Desesperadamente deseaba hacer algo de otra manera iba a estallar en un millón de pedazos. ¿Pero qué? El pesado silencio apretando a mi alrededor fue roto por el ruido de la puerta de entrada abriéndose abajo. —¡Christos! —grité al mismo tiempo que saltaba de la cama. Salí corriendo de su habitación y bajé por el oscuro pasillo. Alivio me invadía

mientras bajaba la escalera. Iba a lanzar mis brazos alrededor de mi hombre y abrazarme a él y decirle que todo iba a estar bien. Sabía que mi amor curaría el dolor y el auto desprecio que lo había estado comiendo desde el interior durante demasiado tiempo. En el último escalón, giré y resbalé dentro del recibidor. —¡Christos! —¿Samoula1? —Sonrió Spiridon, sus llaves tintineando en sus manos—. ¿Qué estás haciendo aquí? —¿Dónde está Christos? —solté ansiosamente. —¿No está contigo? —No —murmuré, decepción oscureciendo mi voz. —¿No está en el estudio trabajando? —preguntó Spiridon. —No, lo he verificado. No está en ningún lugar de la casa. —Por un momento me sentí nerviosa, preocupada por si tenía que explicarle a Spiridon por qué estaba deambulado por su casa sin ser invitada. Lo cual era extraño, porque Spiridon ya me había invitado a mudarme con él y Christos. Incluso me había dado una llave de la casa. Entonces, ¿por qué me sentía como una delincuente? Ah, sí. Mis padres. La causa de todo esto es el mal. Ellos. Decirles a mis padres al teléfono que me estaba mudando con Christos les había hecho perder los estribos. Lo que me llevo a colgarles y a Christos perder los estribos porque mis padres los habían perdido. Y la peor noticia de todas: el juicio pendiente de Christos para el día de San Valentin, a solo dos días de distancia. ¿Por qué no me lo ha contado Christos hasta ahora? ¿Era mentira la confianza que habíamos construido entre nosotros? ¿Qué más me estaba escondiendo? Un escalofrió me sacudió hasta los huesos. Mi corazón se aceleró al máximo cuando los estresantes acontecimientos de las últimas horas recomenzaron en mi mente. Mi vida se estaba desarrollando en segundos. Sentía un ligero mareo mientras mi pecho se apretaba, haciendo casi imposible respirar. ¿Tenía un ataque de corazón? ¿Era posible eso para alguien de diecinueve años? En este momento, definitivamente se sentía así. Cada célula de mi cuerpo gritaba que Christos estaba en peligro inminente, donde quiera que estuviera. Mis ojos destellaban pánico. Necesitaba protegerlo de cualquier manera que pudiera. —¡Necesito encontrar a Christos! —Tranquilízate, koritsaki mou2 —replicó Spiridon—. Vamos a la cocina, Samoula. Quizás deberías sentarte. No te ves bien. 1 2

Samantha en griego Mi niña

Mis manos temblaban incontroladamente cuando me condujo hacia la cocina, sacó una silla de la mesa para mí y abrió el refrigerador. Agarró una jarra con agua y sirvió un vaso para mí mientras yo me dejaba caer en la silla. —Cuéntamelo todo —dijo mientras colocaba el vaso sobre la mesa y se sentaba. Tomó mis manos en la suyas y acarició el dorso de ellas afectuosamente—. Lo que sea —sonrió—, todo estará bien. Mi garganta se cerró en un agujero cuando me di cuenta de la cruda verdad. Aunque pudiera encontrar de alguna manera a Christos y salvarlo de lo que sea que el destino le esperaba esta noche, se enfrentaba a la posibilidad de ir a la cárcel por quien sabe cuánto tiempo después de su inminente juicio. Divagué: —Christos, está… no lo sé… creo que está… —Estaba dividida entre mi preocupación por Christos y la cálida y cariñosa manera en que Spiridon me estaba reconfortando. Su compasiva mirada me ponía extrañamente nerviosa. No estaba acostumbrada a ningún tipo de cariño por parte de otras personas o la manera que bajaba las paredes alrededor de mis emociones. Aparte de la intimidad que había compartido con Christos en los últimos cinco meses, nunca me había abierto de esta manera delante de nadie. En especial no de un adulto. Y nunca delante de mis padres. Nunca había bajado mi guardia alrededor de ellos. La noche que Damian Wolfram había atropellado a Taylor Lamberth, asustado a más no poder. No había manera que hubiera compartido mis emociones sobre ello con mis padres. Me había asegurado de evitarlos hasta que tuve la oportunidad de recomponerme y meter mis sentimientos de vuelta al interior de la caja que había construido alrededor de mi corazón cuando era pequeña. No sé cuándo había empezado a construir aquella caja. Nunca fue una cosa consciente. Era un mecanismo de defensa. Probablemente uno que todo el mundo tenía. La idea de compartir mis sentimientos al desnudo con mis padres siempre se había sentido como una invasión a mi privacidad. Ellos no entendían de sentimientos. Cuando era pequeña y demostraba mis sentimientos a mi mamá, ella fruncía el ceño y me gruñía y me decía que me aguantara como una niña grande o me iba a enterar. Cuando mi padre vio mis sentimientos, sacó una calculadora e intentó resolverlos como un problema matemático. Si eso no funcionaba, intentaba esterilizarlos con lógica. Ese fue el motivo por el cual nunca compartía nada con mis padres. Nada que importara. Pero mirando en los ojos de Spiridon profundamente compasivos, ame sentía segura. Él no estaba perdiendo los papeles. Estaba tranquilo, confiado y cariñoso. Deseaba que pudiera darles a mis padres

lecciones. En este momento, sentí como si pudiera contarle todo y que él lo entendería. No me daría un sermón o me reñiría y no mediría, calcularía o resolvería. Simplemente escucharía. Y en esa escucha, sanación ocurriría. Christos me había enseñado esto. ¿Lo habría aprendido de Spiridon? Parecía posible, mirándolo ahora. Sentada en la cocina de los Manos, me sentía consolada, envuelta en el cálido abrazo del tangible amor emanando de Spiridon, un amor que circulaba por toda la casa, como si hubiera fluido gentilmente desde su ser por décadas y hubiera empapado la madera. Este hogar, esta cocina, era un espacio sagrado. Mis lágrimas manaban. Estaba a punto de sacarlo todo, contarle a Spiridon las repugnantes cosas que mis padres habían dicho y las amenazas que habían hecho al teléfono. Sabía en mi corazón que Spiridon no juzgaría. Escucharía con entendimiento y cariño. Ansiaba por esa clase de consuelo, el tipo de consuelo que Christos ya me había mostrado muchas veces. Pero más que nada, lo deseaba de Christos. Christos… Enrollada determinación se desato en mi interior. Mis sentimientos por mis padres podrían esperar. Christos estaba en un peligro mortal en este preciso momento. Necesitaba hacer algo para salvarlo. ¿Podía decirle a Spiridon que profundo hasta mis huesos sentía con certeza que la vida de su nieto colgaba en el precipicio del desastre? Sonaría como una lunática. Para mis padres, de todas formas. —¿Qué pasa, Samoula? —pregunto Spiridon tranquilamente—. Puedes contarme lo que sea. Le creía y confiaba en él completamente. Levanté mi pesada cabeza y encontré sus ojos con los míos. —Christos está en terribles problemas. —Me asustaba decirlo, como si vocalizando mis miedos podría mágicamente empeorar las cosas. —Lo sé, koritsáki mou —dijo con pesar mientras su cabeza se inclinaba solemnemente y sus ojos se cerraban. Sus palabras llevaban tanta tristeza, tanta angustia, que sentí a mi corazón empezando a marchitarse y hundirse en la oscuridad… Christos… Oh no…

Christos Me paro en la oscuridad, equilibrándome en un pie desnudo, mis dedos curvados alrededor del frio acero del barandal del balcón de Nyyhmy Hall, a diez pisos sobre el cemento. Frío viento de invierno soplaba alrededor de mí. Lejos debajo, un solitario automóvil se deslizaba silenciosamente por la calle North Torrey Pines. Estaba en otro mundo, distanciado de las personas invisibles en el pequeño auto. Me preguntaba si estaban felices o tristes. No había manera de saber. Pero sabía que estaba al punto de perder mi mierda. Mi juicio era en dos días. Mi juicio previo era en menos de doce horas, después de las cuales mi futuro estaría en manos de la corte y de los doce extraños que serían mi jurado. ¿Me condenarían y enviarían a prisión o me declararían inocente y me dejarían libre? Odiaba no saber. Odiaba no tener ningún control sobre el resultado. ¿Siquiera importaba? Esto estaba a un millón años de ahora. En este momento, en este eterno momento de insensato peligro, tenía control total. Vivir o morir. Luchar o volar. Todo dependía de mí. Si quería, podría relajar la tensión en mi rodilla. Solo relajar. Dejarlo ir. Todo estaría terminado en unos segundos, todo mi estrés se iría. Todas mis preocupaciones se volverían irrelevantes. Caer en la oscuridad y elevarse en la eternidad. Samantha. Puños ataron mis entrañas con agonía. Mi rostro se apretaba y retorcía con frustración y rabia y culpa. ¿Qué le había hecho? Había hecho un gran lio con las cosas. Samantha ahora sabia cuán jodido estaba bajo mi ostentoso exterior. Mientras la había abofeteado con la verdad, la había golpeado con toda la mierda criminal que había hecho en mi pasado, la condena que había visto en sus ojos fue peor que lo que cualquier jurado pudiera darme en mi juicio. ¿Y si los doce extraños decidían que estaba jodido y me enviaban a prisión a sudar mi culpa? Mi corazón ya estaba encarcelado en auto desprecio. Por lo que le había hecho a Samantha. Por mentirle al no decirle quien realmente era, por esconder mi terrible pasado mientras ella inocentemente se enamoraba de mí.

¿Cómo pude haberle hecho esto? ¿Cómo pude haber arriesgado la confianza que voluntariamente me dio al no decirle de frente que yo no era una buena persona? El frío viento enfriaba mi piel, pero mi corazón estaba más frío, temblando en mi pecho. Bajé la mirada hacia el tentador cemento cien metros abajo. Sería tan fácil desaparecieran…

tirarme

y

dejar

que

todos

mis

problemas

Samantha Sujeté mi mano alrededor de la muñeca de Spiridon y declaré: —¡Tenemos que hacer algo! Spiridon alzó sus cejas pensativo. —¿Qué quieres decir? —Christos salió corriendo de mi casa más temprano y salió a toda velocidad en su motocicleta. Me temo que va a... —No podía decirlo. La preocupación y el reconocimiento pesaron en el rostro de Spiridon. —¿Has intentado llamarlo? —¡Cincuenta veces! —Mi voz crepitaba con miedo—. No responderá. Es por eso que estoy tan preocupada. Tenía la esperanza de que tal vez hubiera venido aquí. Spiridon cruzó sus brazos sobre su pecho y resopló un nervioso suspiro. Creo que mi miedo estaba filtrándose en él. —¿Te dijo adónde iba? —preguntó Spiridon. —¡No! ¡No tengo idea! Podría estar en cualquier lugar. —Tal vez lo mejor que podemos hacer es esperar aquí. Está obligado a volver tarde o temprano. —Pero ¿qué pasa si...? —Estaba lista para salir como un cohete de mi asiento a través del techo por la ansiedad. No podía sentarme aquí y esperar. Necesitaba tomar acciones—. Espera, ¡tal vez Christos salió con Jake! —Entonces llama a Jake —dijo Spiridon tranquilamente. No tenía el número de Jake, así que le marqué a Madison. Respondió después de dos repiques. Sonaba soñolienta. —¿Qué pasa, chica?

—¡Mads! —Mi voz sonaba con mucho más pánico de lo que quería, considerando que estaba despertándola en medio de la noche—. ¿Está Jake contigo? —La última vez que revisé —suspiró—. A menos que el chico caliente durmiendo junto a mí sea otra persona. Oye amigo —se rió hacia quien sea que estuviera en la habitación con ella—, ¿tu nombre es Jake? Oí una la débil voz de Jake quejándose por teléfono. —No me digas que ya estás aburrida de mí, nena. —Los hombres tienen egos tan frágiles —me susurró Madison. La oí apartarse de su teléfono de nuevo y decirle a Jake—: Duerme, King Dong. Tu cañón es el único que bombardea mi caja de bebé cada noche. ¡Rápido! ¡Todo el mundo al refugio dong! Mierda. Allí iba mi teoría acerca de Christos y Jake estando fuera en un bar. —Mads, pregúntale a Jake si sabe dónde está Christos. —¿Por qué sabría él dónde está Christos? Ha estado conmigo toda la noche. —¿Puedes por favor simplemente preguntarle? —supliqué. —Jake —dijo Madison—. Sam quiere saber si sabes dónde está Christos. —No he hablado con él desde ayer —murmuró Jake. Genial. Madison transmitió las noticias. —Jake dijo que no ha visto a... —Sí escuché —interrumpí. —¿Pasa algo malo? —preguntó Madison, evidente preocupación en su voz. No tenía tiempo para explicarle todo. Necesitaba ir a buscar a Christos. —Es, ah, no es nada —Traté de sonar como si no fuera gran cosa para que no empezara a preocuparse—. Sólo necesito hablar con Christos. Si por alguna razón llamara a Jake, llámame de inmediato, ¿está bien? —¿Estás segura no hay nada mal, Sam? —Sí. Todo está bien. Vuelve a dormir. Oí el crujido de las mantas. —Mmmm —murmuró Madison—. No creo que Jake me vaya a dejar. Llámame mañana, Sam. Pero si realmente, realmente me

necesitas, llámame de inmediato —Madison hizo un ruido de ronroneo— . Borra eso. No llames por lo menos en veinte minutos. Oí a Jake resoplar. —¿Veinte minutos? —Está bien —le dijo Madison a Jake—, que sean cuarenta. Pero eso es todo lo que tendrás, vaquero. Tengo clase por la mañana. —No te preocupes por eso, Mads —dije—. Hablaremos mañana. —Está bien. Adiós, Sam —Se rió antes de que la línea de teléfono se cortara un segundo después. La envidiaba en ese momento. Estaba acurrucada con su hombre, los dos a salvo de todo el mal en el mundo. Puse el teléfono en la mesa de la cocina y miré a Spiridon. Él puso una mano reconfortante sobre la mía una vez más. —Sé que estás preocupada, koritsáki mou. ¿Por qué no intentas llamar a Christos otra vez? —Está bien. Me guiñó un ojo. —¿No hay un viejo refrán que dice que la quincuagésimo primera vez es la vencida?

Christos Una sombra se tornó borrosa en la esquina de mi visión. Algo enorme y oscuro pasó rápidamente delante de mi cabeza desde el costado y se había ido antes que pudiera registrar lo que era. Seguí el movimiento mientras la cosa hizo una curva a lo largo de la caída de diez pisos hacia abajo. Un solitario búho había agitado sus alas frente a mí, a solo unos pocos centímetros delante de mí. Nunca la escuché venir. Estaba en un sepulcral silencio. Totalmente en su elemento. Observé con asombro mientras desaparecía más allá hacia la distante luna, flotando sobre los cañones entre el océano y yo. Navegó por el aire lánguidamente, buscando presas. Estaba paralizado por el cazador en su entorno natural. Qué sencilla vida la que llevaba. Sin previo aviso, las alas del búho se doblaron y se zambulló en la oscuridad. Seguí su trayectoria de caída, observando con atención mientras sus alas explotaban a meros centímetros sobre la tierra, el búho aterrizando en un charco de ámbar debajo de una farola. Un segundo después, el búho aleteaba furiosamente y se elevaba en el aire, un

ratón colgando de sus garras. Luego el búho desapareció en la negra noche con su presa. Estaba asombrado de la rapidez con que todo eso había ocurrido. Una vida terminó así otra podría florecer. Me di cuenta que tenía que tomar una decisión. Mi vida... o Samantha. Quería que ella prosperara. Mi cara se torció en agonía. Mi pecho se tensó a medida que cuchillos dentados de arrepentimiento me apuñalaban de adentro hacia afuera. ¿Cómo diablos había jodido las cosas tan mal? Aspiré profundamente, listo para gritar a todo pulmón en un intento de liberar parte de la tensión rasgando mi corazón en pedazos. Entonces me di cuenta que gritar llamaría la atención. El ayuntamiento de Nyyhmy tenía la forma de una letra H hecha de bloques, cuando lo mirabas desde arriba. El balcón estaba en la parte superior de la rechoncha barra horizontal de la H. Las gruesas columnas verticales de la H tenían todos los dormitorios, cuyas ventanas daban al balcón de donde yo estaba. Debido a que era San Diego, afuera no estaba más frío de quince grados centígrados, muchas de esas ventanas estaban abiertas. Dado que se trataba de un edificio de residencias universitarias, varias de esas ventanas tenían las luces encendidas y algunas tenían sus cortinas abiertas. Si empezaba a gritar, no tenía duda que cabezas comenzarían a salir de esas ventanas como topos chequeando en busca de águilas por encima. Lo último que quería era un público o alguien llamando a la seguridad del campus y diciéndoles que había otro saltarín en el décimo piso. Estaba disfrutando de mi paz y mi tranquilidad. Respiré profundamente. Mi punzante remordimiento se alivió una fracción. Respiré de nuevo. Fue entonces cuando me di cuenta que había estado viendo mi situación todo mal. Águilas, búhos, tuzas y ratones. En primer lugar, el búho y el ratón. Por lo que sabía, era una búho mamá con búhos bebé de vuelta en su nido que no habían comido en semanas. Nadie quería búhos bebé pasando hambre. Sé que yo no. En segundo lugar, el águila y las tuzas. Todos sabemos cuál animal era yo en ese escenario. No importa cuánta confusión y dolor se retorcieran en mis entrañas, nunca sería una tuza. Era el depredador en mi vida, no la presa. No iba a vivir mi vida encogiéndome lejos del peligro, siempre preguntándome cuando el golpe de la muerte podría venir cayendo desde arriba como lluvia. Iba a dar el paso con valentía en la vida y bailar con peligro.

No iba a renunciar. Al igual que el águila y el búho, iba a desnudar mis garras y dientes y hacer lo que hacía lo mejor. Luchar. Por mí. Por Samantha. Por mi vida. Nadie me haría caer y me rompería en pedazos. Ni siquiera el sistema judicial. Nunca tomé el camino fácil. Así es como había terminado en esta situación en primer lugar. Porque me gustaba vivir peligrosamente. Estaba aquí arriba porque el día que conocí a Samantha, me había tomado menos de medio segundo decidir que Horst Grossman, el puto gordo que estaba en su rostro, estaba muy fuera de lugar y necesitaba dejarla en paz. Lo fácil hubiera sido irme y olvidar todo sobre ella. Pero así no era como hacía las cosas. No ese día, no esta noche y no en mi juicio. Si iba a caer, lo haría peleando. Todavía no le había dicho a mi abogado, Russell Merriweather, si aceptaba o no el acuerdo con el fiscal de Distrito. La oferta era un año de cárcel a cambio de una declaración de culpabilidad. Probablemente sólo serían nueve meses por buen comportamiento. Esa era la cosa segura. Si fuera a juicio, me arriesgaba a tener hasta cuatro años en la prisión estatal si el jurado me encontraba culpable. A la mierda. Me gustaba tomar riesgos y me gustaba pelear. Iba a tirar los dados e ir a juicio. Sonreí y sacudí mi cabeza. No sé por qué había estado tan estresado acerca de todo esto. Como a la mayoría de las mujeres, le gustaba a la diosa Fortuna. No había ninguna razón por la que no me respaldaría en mi juicio. Aun equilibrado sobre un pie con mi rodilla en el aire, bajé mi pie hacia el barandal y me estabilicé. Cuando estaba a punto de brinca del vuelta al balcón, sonó mi teléfono, sobresaltándome. El sonido rompió a través de la silenciosa noche. Siseé y caí hacia delante, estaba muy sorprendido. Mis brazos giraron automáticamente y mis caderas se empujaron violentamente, contra balanceando mi peso. Si sobre compensaba, estaría sobre el borde de este barandal y tres segundos más tarde, acabado de forma permanente. Me esforcé por recuperar mi equilibrio. Agonizantes segundos después, recuperé mi centro de gravedad y brinque dentro del balcón de cemento frío. ¿Estaba llamándome la diosa Fortuna para decirme algo?

Before Your Love de Kelly Clarkson continuó sonando a través de los pequeños altavoces en mi teléfono. No era la diosa Fortuna. Samantha. Rodé mi cabeza hacia atrás y reí. —Joder —murmuré para mí mismo. Casi me había matado. La ironía trágica era algo divertido, mientras no te pasara a ti. Contesté su llamada. —Hola —murmuré. —¿Dónde estás? —suplicó Samantha. —Afuera, consiguiendo un poco de aire fresco —Me senté en el balcón de cemento frío y me puse mis calcetines y botas. —¿Estás bien? —preguntó, preocupada. —Estoy bien, agáp... —Me detuve. Llamarla así en este momento se sentía como una promesa vacía que no podría mantener por mucho tiempo. La mierda se iba a volver real cuando fuera a juicio. No quería que Samantha tuviera esperanzas si las cosas iban mal. Si fuera absuelto, genial. ¿Pero si el jurado me encontraba culpable? Nadie iba a hacer una fiesta. —Por favor, dime dónde estás, agápi mou —dijo Samantha, su voz resonando con un penetrante miedo templado por su valiente amor sin miedo. Su confianza hizo que disminuyera mi temeraria resistencia. Si no decía nada y la mantenía completamente en la oscuridad, me sentiría como un terco idiota. —Estoy en la Universidad de San Diego —suspiré—. Todo está bien. —Necesito verte, Christos. —Ahora no es un buen momento. —Sacudí la cabeza ante lo débil que soné. —¿Qué quieres decir? —pidió—. Estábamos hablando de cosas realmente importantes y que huiste. ¿Por qué? ¿Le diría que hui porque me sentía como un idiota? ¿Qué estaba avergonzado de mi pasado? Mierda, apenas podía admitírmelo a mí mismo. ¿O le contaba sobre como mi vida todavía estaba sobre el filo de un cuchillo aún más delgado que el barandal del balcón en que había estado parado? Si acababa en la cárcel, terminaría de vuelta en mis viejas maneras. No tendría más opción que fortalecerme y luchar mi camino a través de cada día de que estuviera encerrado. Sabía por experiencia que la prisión se metería bajo mi piel y ensuciaría mis uñas sin importar cuan fuerte tratara de aferrarme a la vida que había estado

construyendo durante los últimos dos años. ¿Qué clase de convicto imbécil sería después de cuatro años de prisión? ¿Acaso Samantha quería conocerme en ese entonces? ¿Estaría dispuesto a someterla a cualquiera fuera el daño que estaba seguro que sufriría después de haber vivido como un bárbaro? ¿A quién engañaba? Necesitaba mejores opciones que eso. Contuve una risa loca mientras consideraba cómo sus padres se sentirían al respecto a todo este asunto. Estaba bastante seguro que yo estaría de acuerdo con ellos. Sacudí mi cabeza, negando. —Mira —dije con voz ronca—. Realmente no quiero hablar de esto justo ahora. Necesito tiempo para pensar. —Vuelve a casa Christos. No importa cuán mal creas que están las cosas en este momento, te amo. Tu abuelo te ama. Estamos aquí para ti. ¿Por qué sus palabras me desgarraban las entrañas? ¡Joder! No podía lidiar con esto. —Samantha, me tengo que ir. —¡Christos! ¡Por favor, no cuelgues! Dime dónde estás exactamente e iré a buscarte de inmediato. Su voz sonaba inestable, como si estuviera corriendo con el teléfono en la mano. Oí el bip bip bip de la alarma de su auto y una puerta cerrándose. —¿Estás en tu auto? —pregunté. —Sí. Estoy saliendo de tu casa en este momento. No muevas un músculo, estoy yendo a buscarte. No iba a dejar que me fuera. No es como que fuera a correr hacia mi moto y escaparme antes que llegara. Ya lo había hecho eso más temprano. Negué, moviendo la cabeza y sonreí. Odiaba ser predecible. Además, tenía que hablar con ella tarde o temprano. ¿Y qué demonios iba a hacer esta noche de todas formas? ¿Dormir tranquilo antes de mi audiencia previa al juicio? Sí, seguro. —De acuerdo —dije—. Te encontraré en el estacionamiento de Adams College, donde están las motos. —De acuerdo, estaré ahí dentro de diez minutos. —No te apures —dije irónicamente—. No me gustaría que termines teniendo un accidente. —Hablaba en serio. Aunque mi seguridad era de las ultimas cosas en mi lista de prioridades, la de ella estaba en la

parte superior—. ¿Por qué no colgamos para que puedas concentrarte en conducir? —¡No! —gritó—. ¡No cuelgues el teléfono hasta que esté parada en frente tuyo! Tenía que admitirlo, su insistencia era adorable. —Está bien, me quedaré en el teléfono. Pero al menos pon el tuyo en altavoz y sobre tu regazo o en un soporte de vaso o algo así. —Bueno. El teléfono está en mi regazo. Sigue hablando. —Ah, ¿Te recito poesía ahora? —Si te sabes alguna de memoria. —Asurraba. Los viscovivos toves tadralando en las vaparas ruetaban; —¿En qué idioma está? —se rió. —¿Español? —¿Estás seguro? —sonaba como si estuviera sonriendo. —Sí. Es Jabberwocky de Lewis Carroll. Tuve que memorizar esa mierda en séptimo grado. ¿Quieres oír el resto? —¿Sabes la versión traducida? —No —reí—. Pero se trata de un chico que mata un loco dragón. Es bastante ridículo. —¿Qué? ¿Matar a un dragón? —preguntó. —Sí. —No es ridículo. ¿No es eso lo que haces todo el tiempo? ¿Matar dragones? Sacudí la cabeza, negando. —La última vez que comprobé, no. —¿A qué te refieres? ¿Recuerdas a Pie Grande? ¿Ese motero peludo de la cafetería en Pacific Beach? ¿Xanadu? ¿El chico que intentó secuestrarme para poder aparearse conmigo y hacer bebés del eslabón perdido? —Ah, sí. Ese tipo era como el ciclope de una leyenda o una mierda parecida. Si me acuerdo bien, solo tenía un ojo. ¿No tenía un parche de pirata? —Me reí. —¡No! Sólo tenía un ojo, ¡a mitad de su frente! —Samantha chilló de risa—. ¿Te imaginas un cíclope con un parche pirata? ¡Estaría ciego y viviría corriendo en círculos! —Oí que los piratas cíclopes solo usan parches en el oído — bromeé. —¿Parches en el oído? —Río Samantha.

—¿Christos? —preguntó una voz detrás de mí. Me volví hacia quienquiera que fuese. Qué sorpresa. —Hola, Kamiko. ¿Qué pasa? —¿Qué? —preguntó Sam en el teléfono. Kamiko estaba usando una camiseta de la Universidad de San Diego, pantalones de chándal y su cabello recogido en un sexy moño en la parte de atrás de su cabeza. Una mochila colgaba sobre hombro. Me miró con curiosidad. —¿Qué estás haciendo aquí? —Disfrutando la vista —dije casualmente, mostrándole una sonrisa con hoyuelos. —¿Estás hablando con Kamiko? —preguntó Samantha. —Sí —dije al teléfono. Kamiko preguntó: —Lo lamento, ¿estás al teléfono? No quise interrumpir. —No te preocupes —le dije a Kamiko. A Samantha, le dije—: ¿Oye, puedes esperarme un segundo? De repente recordé a Samantha contándome lo que pasó entre ella y Kamiko cuando fueron a visitar a Brandon a la galería Charboneau para mostrarle el trabajo de Kamiko. Pobre Kamiko. Por lo que me contaron, Brandon había sido demasiado grosero. Sentí que era una oportunidad para poder hacer trabajar algo de mi magia. Ayudar a otras personas siempre me ponía de buen humor. —¿Por qué estás despierta tan tarde? —le pregunté a Kamiko. —Estaba estudiando a O Chem con mi amiga. Acabamos de terminar. —¿Vas a volver a tu cuarto? —Sí —respondió. ―¿Quieres que te acompañe? —Seguro —sonrió. —Bien. Déjame decirle a mi amigo que lo llamaré de nuevo. —A Samantha le dije—: Oye, voy a acompañar a mi amiga a su dormitorio. ¿Te puedo llamar más tarde, hermano? —Christos —dijo Samantha en mi oído—, dile a Kamiko que lamento lo que pasó con Brandon. —Sí, totalmente —le dije a Samantha—, tan pronto como consiga un nuevo traje de neopreno, iremos a surfear juntos. Hasta luego, hermano. —¡Christos! —dijo Samantha en mi oído—. ¡Espera! ¡No cuelgues!

Colgué mi teléfono y le sonreí Kamiko. Caminamos por el pasillo desde el balcón hasta los ascensores. Cuando la puerta del ascensor se abrió, hice un gesto con el brazo. —Después de ti. —Gracias. —Kamiko sonrió y entró. Después del viaje en ascensor, acompañé a Kamiko por el oscuro camino entre Nyyhmy y Paiute Hall. —¿Cómo está yendo la pintura? —pregunté—. ¿Sigues trabajando en las presentaciones para la exposición de artistas contemporáneos de Brandon? Sacó la lengua y gruño. —Uff. Ni siquiera quiero escuchar ese nombre. Branestúpido es tan insignificante. Arqueé una ceja. —¿Branestúpido? —Sí —se estremeció—. Solo decirlo me da ganas de vomitar. Nos detuvimos frente a las puertas dobles hacia Paiute mientras Kamiko sacaba las llaves de su bolso. Alcé una ceja. —¿Qué pasó con esto de ser la gran ninja de la pintura? Ella se iluminó. —Oh, definitivamente aún sigo siendo la ninja de la pintura. —De repente se dio la vuelta y me lanzó una patada, deteniendo su pie a un centímetro de mi pecho. —¡Cuidado! Alerta ninja —bromeé—. ¿Estudiaste artes marciales en algún momento? —Sí, estudié shotokan cuando estuve en la escuela primaria. Era la única manera en que podía evitar que mis hermanos me golpearan. — Sonrió—. Me llamaban Kamiko Kid. —¿Qué, como Karate Kid? ¿Tus hermanos te llamaban así? —Sip. Pero no estudié con el señor Miyagi. El tipo que entrenaba era mexicano. —Bajó la pierna y giró hacia adelante, dándome un puñetazo en el estómago. Apreté mis abdominales automáticamente. Su pequeña mano chocó contra sólido músculo. ―¡Ay! ―gritó. —No te metas con el hombre de acero —bromeé. Podía decir que no estaba tratando de golpearme muy fuerte, pero había puesto algo de poder detrás del golpe—. Buen derechazo. Mucho mejor que tu referencia a Karate Kid —bromeé.

Arrugó la nariz. —¿Tengo que patearlo en la barbilla, señor? Porque lo haré. Me puse encima de ella. —Vas a necesitar un avión. —¡Bien! Iré por tus espinillas. —Lanzó una patada hacia mis espinillas pero salté hacia atrás, fuera de su alcance—. Que te sirva de lección — advirtió. —Tranquila, Bruce Lee. Me disculpo. —Le sonreí. —No trates de ser lindo. —Sonrió. —Oye, estoy usando la única defensa que me queda antes que golpees mi trasero. —Le guiñé un ojo—. Pero en serio, ¿sigues trabajando en alguna pintura? —¡Sí, joder! Incluso si Branestúpido es un completo imbécil, haré que una de mis pinturas entre en su estúpida exposición de artistas contemporáneos, solo para demostrarle que puedo. Asentí, mostrándole aprobación. —¿Supongo que lo superaste? —Qué se joda —gruñó Kamiko—. ¡Soy demasiado buena para ese estúpido encantador de serpientes! Me niego a seguir viviendo como una chica que se deja joder por los hombres. ¡Soy una mujer! ¡Óiganme pintar! Dio un golpe en el suelo con el pie para dar un efecto más dramático. Sonreí y me reí. —Le diré a Brandon que corra para el otro lado cuando te vea venir o que lo vas a ir tras su trasero como su estuvieran en los Juegos del hambre. —¡Es una gran idea! ¡Definitivamente debería usar arco y flecha! —La próxima vez que lo vea, le pondré un blanco en el culo así tendrás algo a dónde apuntar. —¿A quién le vas a poner un blanco? —preguntó Samantha, dando la vuelta en la esquina dirigiéndose hacia Kamiko y yo. Dirigí una sonrisa cómplice hacia Samantha. Kamiko frunció el ceño, mirando entre nosotros dos. —¡Oigan! ¡Me engañaron! —Me miró de reojo, sus ojos saliéndose de sus órbitas—. Era Sam en el teléfono más temprano, ¿cierto, Christos? —me preguntó en un tono acusatorio. —Tal vez. —Sonreí tímidamente.

Samantha —Te atrapamos, Kamiko —le dije con una gran sonrisa en mi rostro—. Ahora tienes que escuchar mi disculpa. Por enésima vez. Kamiko se cruzó de brazos. —No, me rehúso —Le frunció el ceño a Christos—. Traidor. Ahora no puedo confiar en ninguno de los dos. Christos se rió. Curiosamente, todos los miedos que tenía de Christos se evaporaron en el momento en que lo había visto charlando con Kamiko. Por lo que sea que había estado preocupada ahora parecía tonto. Christos parecía estar de buen humor. El Christos de siempre. ¿Por qué había estado tan preocupada? —¿Chicas, necesitan un rato a solas? —preguntó Christos—. ¿Para hacer cosas de chicas traviesas? —¿Quieres mirar? —le solté—. Cobramos entrada. Cien dólares por persona en los asientos de primera fila. Christos agarró la billetera y sacó unos cuantos billetes de veinte. —Tengo efectivo para gastar, señoras. ¿Dónde hay una piscina llena de barro cerca? Me reí. —Yo lo hago si aceptas, Kamiko. —¿Lucha libre en el barro? —Kamiko negó, moviendo la cabeza en mi dirección—. Eres tan mala como él. —Miró entre Christos y yo—. Está bien, no es justo que ustedes me emboscaran de esta manera. —Lo siento, Kamiko —le dije—. Ese día en Charboneau fue todo un gran malentendido. Brand-algo... —Tonto. —¿Qué? —pregunté confundida. —Brandtonto —dijo Kamiko, mirándose las uñas. Sonreí. —Eso suena bien. Es demasiado estúpido como para ver algo bueno cuando lo tiene enfrente.

—Es un idiota total —refunfuñó Kamiko. Christos y yo nos reímos. —Doy fe de eso. —Chirstos Sonrió—. Yo, personalmente, he visto a Brandon ser un idiota en más de una ocasión, cuando pensaba que nadie lo miraba. —¿Tomaste fotos? —le pregunté—. Porque si lo hiciste, tal vez podríamos chantajear a Brandtonto de aceptar el trabajo de Kamiko en la exposición de artistas contemporáneos. —¡No necesito chantajear a ese artista pedorro! —dijo Kamiko con confianza—. Voy a pintar algo tan impresionante que me va a ofrecer favores orales solo para conseguir que mi pintura entré en su estúpida exposición. Confundida, le pregunté como una tonta: —¿Te refieres a que te va a dar unos caramelos, pastillas o algo así? Kamiko frunció el ceño. —¿Eh? —¿No acabas de decir que Brandtonto te iba a dar sabores3 orales? —le pregunté. Kamiko arqueó una ceja. —¿Sabores? Christos comenzó a reír a carcajadas. Kamiko se rió y negó. —Finalmente comprobaste que eres rubia, Sam. Todo ese tiempo que pasaste en la playa con Mads te ha asado el cerebro. Es posible que desees pensarlo dos veces antes de renunciar a tu trabajo en Grabn-Dash. Creo que esta fue la primera vez que Kamiko me había sonreído en semanas. —¿Eso significa que esperanzada.

aceptas

mis

disculpas?

—le pregunté

—Si insistes… —Suspiró. —Insisto. —Me incliné para abrazarla fuerte. —... y si me das cinco dólares —terminó, extendió su palma expectante. Sus cejas se fruncieron en un gesto amenazante y uno de sus ojos se estrechó con desconfianza. —¿Qué? —me burlé—. ¡De ninguna manera te voy a pagar para que me perdones! Favors es favores y flavors, sabores. Palabras un poco similares de ahí la confusión de favores y sabores. 3

—¿Por qué no? Vale diez veces más en el mercado. ¡Declaro una mirada de culpa! —Se abalanzó sobre mí amenazadoramente. Me alejé. —¡Saca tu mirada culposa lejos de mí! ¡Es atroz! ¿Dónde aprendiste a hacer ese gesto? —Di la vuelta detrás de Christos. Kamiko siguió. —De mi mamá. Es una maestra en eso. Siempre le funcionaba. Creo que lo hacía para que le devolviera todo el dinero que me daban por semana. Confundida, me detuve mi circunnavegando alrededor de Christos. —Espera, ¿estás diciendo que cada vez que hacías algo mal en tu casa, tu madre te hacía pagarle? —Sí —dijo Kamiko insegura, mirando entre Christos y yo—. ¿Acaso tus padres no? —Uhh… —tartamudeé. Christos se encogió de hombros. —Bueno —dijo Kamiko despectivamente—, mi mamá es rara y mi dinero no era más que una artimaña cruel diseñada para humillarme. Pero aún así me tienes que pagar. —Alzó la palma expectante otra vez y me miró con esa mirada de culpa. Era preocupantemente eficaz. Me siguió alrededor de Christos. Di la vuelta hacia atrás. Kamiko estaba pisándome los talones. —Ahora son diez dólares. Te sientes mal porque mi madre me robó mis ingresos justos de la infancia. Piensa en todos los platos que lavé y todas las veces que pasé la aspiradora. Gratis. —Culpa, culpa, culpa —canturreó Christos. —No me estás ayudando —le dije con voz monótona. —¿Kamiko te está manipulando con la culpa? —preguntó Romeo, de repente estaba parado detrás de mí. Todos nos volvimos para mirarlo. Parecía que acababa de regresar de estar fuera toda la noche. Llevaba su lujoso abrigo negro de steampunk4. Tenía por lo menos doscientos broches y botones. Botas negras con hebillas asomaban desde la parte inferior de la capa. Su monóculo, marca registrada, estaba en su lugar. —No va a parar hasta que le pagues —dijo Romeo, señalando a Kamiko—. Vas a tener pesadillas con ese rostro hasta que le entregues el Steampunk: Se inspira en las obras de H. Wells y Julio Verne, ambientado en la época victoriana de Londres, donde las máquinas a vapor eran las protagonistas de la época. 4

dinero. Me ha sacado por lo menos doscientos dólares desde que comenzamos la escuela secundaria. Kamiko sonrió, engreída. —Tiene razón. —Todavía se arrastraba hacia mí. No podía mirar su mirada de culpa por más tiempo. Busqué un billete de diez en mi bolso y se los puse de un golpe en su palma. —¡Haz que se vaya! La horrorosa expresión de Kamiko se relajó y transformó en una agradable sonrisa. —Gracias Sam, eres muy amable. —Ya no puedes seguir enojada conmigo —insistí. Romeo se rió. —¿Qué? —dije. —Kamiko ha estado jugando contigo desde hace más de una semana —dijo Romeo—. Le hablé para que disminuyera el odio hacia Sam el otro día comiendo tacos de pescado el martes pasado. La convencí de que ese chico Brandtonto era un imbécil si no podía ver lo buena que es. —Miré acusatoriamente a una Kamiko sonriente, inocente. Ella no era una santa. Era el diablo. Era el momento de dar la vuelta al sentimiento de culpa. Yo puse mi mirada de culpa a la máxima potencia. —¿Qué? —dijo a la defensiva—. He estado ocupada trabajando en nuevas pinturas para la exposición de Brandtonto. No tuve tiempo para decírtelo. Era mi turno de fruncir el ceño. —No es una buena excusa. —¿Mi mamá me robó todas las ganancias de mi infancia? —dijo insegura—. ¿Haciéndome ser nada más que una sirvienta? Negué y profundicé mi ceño. Kamiko comenzó a mirar con culpa otra vez y movió su nariz arrugada hacia mí. —¡No puedes mirarme con culpa! ¡Estudié con la mejor! Agarré el billete de diez dólares de su mano y grité: —¡Devuélveme mi dinero, artista estafadora! —Se alejó y metió el dinero en su mochila. —De acuerdo. Quédatelo. —Puse los ojos en blanco—. En fin, Romeo, ¿Qué estás haciendo tan tarde? —¡¿Yo?! —Romeo saltó—. ¿Qué demonios están haciendo ustedes aquí tan tarde? ¡Espera! ¡Lo sé! ¡Me extrañabas! No tuviste suficiente de

Romeo en tu día, así que esperaste hasta poder regocijarte en más de mi salsa increíble. Hice una mueca mirando a Romeo. —¿Por qué el hecho de que me digas eso me dan ganas de bañarme en lejía? Romeo envolvió sus brazos alrededor de mí y saltó hacia arriba y abajo agresivamente. —¡Vamos, Sam, sabes que quieres mi salsa impresionante sobre ti! —Trató de lamerme el rostro. Aún atrapada en sus garras, moví la cabeza de lado a lado. —¡Detente! ¡Auxilio! —Si sigo saltando —dijo Romeo sugestivamente—, tal vez un poco de salsa impresionante caerá en tu cabeza. Kamiko hizo una mueca. —¿En serio, Romeo? Creo que puedo sentir el gusto a la salsa de vómito en mi boca. —Bueno —dijo Romeo, dejando de saltar—. A nadie le gusta tragar salsa de vómito. —Hizo una pausa, pensativo, con las manos en las caderas—. Pensándolo bien, acabo de conocer esta noche a un chico que dijo que él… —¡Cállate! —grité—. ¡No quiero saber! —Sí, Romeo —rogó Kamiko—. Ya oímos suficiente. —De hecho —dijo Christos—, como que me da curiosidad saber dónde conociste al chico de la salsa de vomito. —Hillcrest —dijo Romeo. —Eso lo explica. —Christos asintió pensativo. —¿Qué hay en Hillcrest? —pregunté. Romeo puso los ojos en blanco. —Homosexuales, querida. —Christos se río. —Exacto. —¿Qué demonios estabas haciendo en Hillcrest? —pregunté. Romeo y Christos intercambiaron una mirada de incredulidad. —Es obvio —se burló Romeo. —¿Qué? —contesté a la defensiva—. ¿Se supone que debo creer que puedes conducir a donde sea que quede Hillcrest y que hombres gay al azar están caminando por las calles buscando sexo con vomito? —¡Sí! —Romeo y Christos estallaron a carcajadas al unísono. De acuerdo, lo admito. Todavía tenía que aprender un par de cosas en la vida.

Los cuatro nos quedamos parados afuera del Paiute Hall un rato, charlando y bromeando. Christos me abrazó por la cintura casualmente durante la mayor parte del tiempo. Creo que nunca había salido con mis amigos a pasar el rato en el medio de la noche así antes y, definitivamente no con un novio súper sexy contra el cual apoyarme. Me sentía como la estrella de mi propia comedia romántica universitaria. Probablemente era más de la una de la mañana y, sin embargo, parecía tan normal, lo que era increíble. Si hubiera salido hasta tan tarde en la escuela secundaria, mis padres probablemente hubieran tratado de enviarme a un reformatorio por andar callejeando y por haber cometido el grave delito de romper el toque de queda. Que se jodan. Tenía diecinueve años. Podría quedarme hasta tan tarde como quisiera. Me estaba divirtiendo tanto con mis amigos, que casi había olvidado que mis padres estaban haciendo todo en su poder para interferir con esta increíble vida que estaba construyendo. —¿Qué pasa con el abrigo, Romeo? —bromeó Kamiko—. ¿Estabas en el plató para el rodaje de Matrix recargado? Romeo le sonrió. —Qué gracioso, cariño. Yo también te amo. Pero te prometo que es solo la capa voluminosa. Debajo estoy tan esbelto y sexy como siempre. —Deberías conseguir un monóculo para completar el atuendo — dije. Romeo pasó sus dedos extendidos sensualmente por su pecho y chasqueó la lengua, mirando a Kamiko. —¡Puaj! ¡Lengua de sapo! —chilló. Cinco chicos musculosos doblaron en la esquina de Paiute Hall y salieron de las sombras, mientras Romeo seguía chasqueando la lengua escandalosamente. Tres de los chicos llevaban camisetas que decían ―SDU5 Rugby‖ Un chico dijo: —Amigo, ¿has visto la forma en que ese tipo se acobardó cuando le lancé mi cerveza en el rostro y le dije que cerrara la boca? —¡Totalmente! —le contestó el amigo—. ¡Estaba a punto de mearse en los pantalones! —¡Marica de mierda! —intervino otro. Los cinco se rieron a carcajadas. 5

SDU: Universidad de San Diego

Genial. Aquí venía el equipo testosterona. A medida que el grupo pasaba al lado nuestro, uno de los chicos, que tenían un corte de cabello estilo militar, echó un vistazo a Romeo y dijo, fingiendo una tos, la palabra ―¡maricón!‖ mientras se cubría la boca. Romeo pestañeó coquetamente mirando al tipo de corte militar y dijo: —Mmm, no eres fantástico. Otro tipo del grupo le dijo al chico corte militar: —Creo que le gustas a ese tipo. El chico de corte militar miro a su amigo frunciéndole el ceño y luego le mostró el dedo medio a Romeo. Romeo respondió chasqueándole la lengua sugestivamente. —Romeo, no —siseó Kamiko. El tipo del corte militar se puso delante de Romeo y dijo: —¿Quieres un pedazo de mí, marica? —Depende de qué pedazo. —Sonrió Romeo, poniéndose las manos en las caderas—. ¿Puedo elegir? Los otros cuatro chicos se detuvieron junto al tipo del corte militar. Los cinco rodearon a Romeo. —Mmm. Gang bang6. Me gusta. —Romeo sonrió con confianza—. ¿Quién va primero? ¿O acaso me quieren tomar todos al mismo tiempo? Tengo suficientes orificios y manos para ir con todos. —¡Romeo, basta! —rogó Kamiko mientras tiraba de su capa. —¿Quién eres tú? —preguntó el tipo del corte militar—: ¿La mejor amiga, vieja, del marica? —¿Eres ciego? —preguntó Romeo, ofendido—. No es vieja. El hombre con barba de leñador parado a su derecha, dijo: —El marica tiene razón. Esta chica asiática es bastante sexy. Ustedes pueden tener al marica mientras yo charlo con su amiga. —Tranquilos chicos —dijo Christos, dando un paso adelante. Corte Militar miró a Christos. —¿Quién diablos eres? ¿El novio marica de este tipo? —Sí —dijo Christos—. ¿Tienes un problema con mi novio?, ¿tienes un problema conmigo? A Romeo le gustaba claramente el sonido de eso. Él le sonrió a Christos. Gangbang: Es un tipo particular de orgía en la que una mujer o un hombre mantiene relaciones sexuales con tres o más hombres por turnos o al mismo tiempo. 6

Los chicos de rugby comenzaron a medir a Christos. Oh no. ¿Qué estaba haciendo Christos? Quiero decir, yo no quería que Romeo saliera lastimado y Christos era impresionante por defender a Romeo y Kamiko de esta forma, pero si Christos ya iba a la corte por pelear, ¿sin duda más peleas no eran una buena idea? Tenía que poner fin a esto. Di un paso hacia la masa de hombres, poniéndome entre Christos y los chicos de rugby. El inconfundible aroma de alcohol e idiota inmediatamente entraron en mis fosas nasales. Levanté mi teléfono y tomé una foto. —Ahora que tengo una foto de ustedes, estoy llamando a la seguridad del campus. Los tengo en el marcado rápido. Ustedes deben salir antes que lleguen. —Mi teléfono ya estaba marcando. Corte Militar arrebató mi teléfono de mi mano y lo arrojó a la oscuridad como un lanzador de campeón de disco. Me quedé realmente sorprendida por lo lejos que voló. Quiero decir, pasó por encima del comedor junto a los dormitorios como si tuviera alas y, literalmente, desapareció en el cielo nocturno. Ni siquiera escuchó la tierra, se fue tan lejos. —A la mierda el teléfono —dijo Corte Militar. Retrocedí un paso y miré a Christos desde la esquina de mi ojo. —Mala idea, amigo —dijo Christos a Corte Militar—. Ahora le debes un teléfono. —Está bien —dije nerviosamente—. No me importa. Necesitaba uno nuevo de todos modos. Tenemos que irnos. —Tiré del brazo de Christos. Romeo y Kamiko estaban encogiéndose juntos, caminando lentamente hacia atrás. —¿A dónde vas, nena? —preguntó Barba de Leñador a Kamiko—. Estaba llegando a conocerte. —No, esto es una mierda —dijo Christos, con los ojos fijos en Corte Militar—. Este individuo le debe un teléfono nuevo. —Está bien —insistí—. Mi contrato termina y estoy segura que puedo conseguir uno nuevo de forma gratuita. —No mencioné que necesitaba el teléfono viejo si quería cambiarlo por uno nuevo. Oh, bueno, no importaba. Sacarnos de aquí ilesos era más importante. Compraría un teléfono de prepago, si tuviera que hacerlo—. Vámonos, Christos. Otro tipo de rugby dio un paso hacia Christos y dijo: —Es mejor hacer lo que esta pequeña perra tonta te dice, si sabes lo que es bueno para ti.

Christos Cinco contra uno no eran nunca buenas probabilidades, incluso para mí. Especialmente no cuando Samantha, Kamiko y Romeo eran propensos a dejarse atrapar por las cosas. La mayoría de los hombres nunca golpean a las mujeres, pero eso no ayudaba a Romeo. Estaba bastante seguro que necesitaría protección. Y si Samantha o Kamiko trataran de ayudar y protegerme, probablemente conseguirían puñetazos en el proceso. Si fuera por mí, hubiera escapado. No necesitaba más problemas con el tribunal de los que ya tenía. Y dudaba que cualquiera de estos idiotas me pudiese agarrar en una carrera a pie, practicando o no rugby. No me importa una mierda si me llamaban marica por huir. Pero si yo corría, no había manera de que Samantha, Kamiko y Romeo fueran capaces de mantener el ritmo. ¿Qué hacía? Samantha estaba en lo cierto. Su teléfono no importaba. Lo mejor era simplemente irse. Di un paso atrás y puse mi brazo alrededor de Samantha. —Muy bien, vamos, chicos. Sentí a Samantha largar un suspiro de alivio. Los cuatro nos dimos la vuelta y comenzamos a caminar hacia la puerta principal de Paiute Hall. Tranquilamente dije: —Kamiko, ten lista tu llave en mano para que podamos caminar directo al edificio. —Está bien —dijo. La llave ya estaba en su mano, junto a su llavero. Algo se estrelló contra mi espalda y me fui a toda velocidad hacia adelante. Samantha tropezó, casi cayendo, pero se contuvo. —¡Regresa terminado!

aquí,

perra!

—gritó

Corte

Militar—.

¡No

hemos

Nos giramos hacia él. Corte Militar estaba parado con orgullo, agrietando los nudillos de sus puños, sus cuatro compañeros a la derecha detrás de él. —Abre las puertas, Kamiko —le susurré—. Entra en este momento. —¡Basta! —Samantha gritó a Corte Militar. —Demasiado tarde para eso, perra. Kamiko tenía una de las puertas abiertas. —¡Vamos, Romeo!

Romeo estaba abrumado por lo que estaba sucediendo. Kamiko extendió la mano y tiró de Romeo en el edificio. —Ve adentro —le dije a Samantha. —¡No sin ti! —suplicó. —¡Ahora! —Retrocedí hacia la puerta. Samantha entró. —¡Vamos, Christos! Corte Militar avanzaba hacia mí. Samantha se acercó a mi brazo. Empujé la puerta a Paiute Hall cerrándola, forzándola a permanecer dentro. —No abras esa puerta —refunfuñé. Corte Militar se abalanzó sobre mí. Me agaché y giré bajo el brazo derecho y lancé un gancho a la izquierda en su hígado. Se dobló como un saco de patatas y golpeó el hombro contra la puerta de Paiute Hall con un sonajero. Cuatro chicos vinieron a mí como rinocerontes de carga. Bailé al lado y cerré mi puño en la sien izquierda de un hombre. Se desmayó. Estaba en el suelo. Pero Corte Militar se levantaba y los otros tres chicos me golpearon con una lluvia de puños. Uno dio en el pecho, otro en la mandíbula, otro en mi ojo izquierdo. Mis propios puños volaban y azotaron un codazo en la nariz del hombre barbudo. La sangre brotó de su rostro. Los otros dos chicos trataron de luchar, pero serpenteé sus manos y corrí como el infierno hacia mi moto en el estacionamiento. Oí pasos pesados golpeando detrás de mí, pero no había forma en que me siguieran. Tenía la llave de la moto cuando llegué a mi Ducati y subí. Encendí la moto y tiré el pie de apoyo mientras presionaba el acelerador. Tuve a la moto dando la vuelta mientras los chicos rodeaban el estacionamiento y yo era como un cohete. En mi retrovisor, los vi correr en pos de mí, pero me di por vencido después de nueve metros. Volé por el extremo más alejado de la zona de estacionamiento, volví a Adams College Drive, lo que me llevó a North Torrey Pines y apreté el acelerador. ¿Qué mierda fue eso? Mi mente corrió sobre la situación. No estaba muy preocupado por esos tipos siguiéndome ahora que estaba en mi motocicleta. Uno, no me podían atrapar a menos que tuvieran motos deportivas y dos, con tres de ellos bastante golpeados, dudaba que estuvieran en condiciones para una persecución.

Quería llamar a Samantha y decirle que estaba bien, pero su teléfono estaba descompuesto. No tenía los números de Kamiko o Romeo, así que no podía llamarlos. Y no quería regresar a la escuela antes de tiempo, porque quería esperar hasta que los chicos se habían largado y porque alguien probablemente habría llamado a la seguridad del campus por ahora. La única cosa que no podía esperar era ponerme mi casco. A medio kilómetro del campus, me detuve en el lado de la carretera y agarré el casco de donde fue atado a un lado de mi moto. No hay necesidad de ser detenido por montar sin casco por encima de todo lo demás. Después de ponerme el casco, manejé hacia La Jolla Village. Terminé en el centro comercial de La Jolla Village Square y estacioné afuera de la tienda de comestibles de Ralph. Levanté mi pierna sobre el asiento y tomé mi casco. Estaba sudando bastante por el esfuerzo de los combates y de la carrera. El forro de mi casco estaba húmedo de sudor. Di un paseo dentro de Ralph. Haciendo una pausa en el pasillo de licor, considerando agarrar una botella de bourbon, pero tenía que conducir a casa en moto. Así que me enganché una enorme botella de agua fuera de la plataforma en el pasillo de la bebida y fui al frente para pagar por ello. Puse el agua en la cinta transportadora en la caja registradora. La empleada, una mujer joven con una expresión soñolienta y demasiado maquillaje en los ojos, me miró e hizo una mueca. Esa no era la reacción que estaba acostumbrado con las damas. —¿Qué le pasó en la rostro? —preguntó. Llegué con una mano y toqué mi mejilla. Ahora que la adrenalina de la pelea se fue disipando, sentí el latido de mi hueso de la mejilla, donde uno de los chicos de rugby me había golpeado. Me golpeó más duro de lo que me di cuenta. Una docena de excusas se agolpaban en mi cerebro. Me encontré con una puerta. Disparado en la acera. Caída por las escaleras. Parado delante de una carretilla elevadora. Luchado con un oso. Tuve doce asaltos con un elefante. Etc., etc., etc. Le guiñé un ojo. —Estuve en una pelea con un equipo de rugby borrachos. —A veces la verdad sonaba demasiado ridícula de creer. Ese era mi plan. Arqueó una ceja. —¿Tú solo? —Sí. Frunció el ceño con escepticismo: —¿En serio?

Me reí. ¿Qué había en mi aspecto físico (músculos, tatuajes, rostro golpeado) que decía: ―este chico no se mete en peleas"? Siempre me hizo gracia cuando la gente no creía la verdad. —En serio —le dije. Esbozó una gran sonrisa y su expresión soñolienta dio paso a un bonito conjunto de dientes. Tenía un poco para mecer el cuerpo y en realidad era lindo cuando ella no estaba a medio camino de Slumberland. —¿Necesitas a alguien para poner hielo en él? Mi turno termina en media hora. Escondí mi sonrisa. Mucho mejor. Este era el tipo de tratamiento que había llegado a esperar de las damas. La vi mirando a los tatuajes en mis brazos y la letra de mi tatuaje Sin Miedo que alcanzó su punto máximo en la muesca en mi cuello V de la camiseta. Le sonreí de vuelta. —Estoy bien. Solo el agua. —Le dediqué una sonrisa con hoyuelos. —¿Estás seguro? —Sus ojos se estrecharon en territorio de dormitorio, pero no del tipo de sueño. Sí, demasiado maquillaje de ojos. No es que me importara. Tenía una novia que iba a vivir conmigo a menos que sus padres la pusieran bajo arresto domiciliario. —Totalmente seguro. El cajero carraspeó de una manera linda, algo así como un gatito con sueño, entonces arrastró mi botella de agua. Pagué en efectivo y salí con mi motocicleta, consumiendo toda la botella antes de subir en mi Ducati y montar de nuevo a SDU.

Samantha Romeo llamó a la seguridad del campus mientras nosotras veíamos con horror a través de las puertas de cristal como Christos luchó a tirones con el Equipo de testosterona fuera de Paiute Hall. —¡Hay cinco chicos con camisetas SDU de rugby golpeando a mi amigo! —Romeo gritó en su teléfono—. ¿Qué? ¡Un tipo! Sí, ¡está luchando solo! ¡Por favor envíe a alguien en este momento! ¡Están en frente de Paiute Hall! —¡Ay dios mío! —Kamiko gritó—. ¡Lo están golpeando! Me estaba volviendo loca porque Christos estaba en peligro con los chicos afuera, pero posiblemente peor sería el peligro si la seguridad

del campus apareciera. SDU tenía policía real en el campus. Eran los mismos que habían detenido a Christos el día que nos conocimos. Tenía que hacer algo para detener esto. Estaba a punto de empujar las puertas para abrirse cuando Corte Militar cayó en ellas, bloqueándolas. Lo siguiente que supe, dos chicos más estaban fuera y Christos se perdió con los dos últimos chicos persiguiéndolo. Todo había sucedido tan rápido, no hubo tiempo de hacer nada. Corte Militar y su amigo, con sangre corriendo por su rostro, estaban tratando de levantar a su amigo que había sido noqueado. —Recógelo —gruñó Corte Militar. Rostro ensangrentado cubrió uno de los hombres inconscientes alrededor de su cuello. Los dos izaron a su amigo y comenzaron a caminar por el césped delante del Paiute. —¡Se van a escapar antes que seguridad llegue! —Kamiko gruñó—. ¡Van a salirse con la suya! ¡Eso no está bien! —Kamiko empujó la barra de pánico en la puerta con un golpe seco en voz alta y se pavoneaba al exterior. —¡Kamiko! —grité detrás de ella—. ¡No lo hagas! ¡Quédate en el interior! Me ignoró. —¡Vuelvan aquí, chicos! ¡Estoy presentando cargos tan pronto como la seguridad aparezca! ¡Ustedes van a ser expulsados! Corte Militar se volteó con torpeza al tratar de mantener a su amigo. —Retrocede, puta. —¡Alto! —Kamiko gritó, caminando hacia ellos. No podía dejarla sola con los chicos, así que troté para reunirme con ella. —No me hagas decírtelo dos veces —dijo Corte Militar. —¡Vamos! —Rostro Ensangrentada le dijo a Corte Militar—. ¡Tenemos que irnos, hombre! Corte Militar insultó a Kamiko. —Puta de mierda. —Vete a la mierda, ¡idiota apestoso! —Kamiko gritó. La agarré por los hombros. —¡Detente! No empeores esto. —¡Pero ellos empezaron esto, Sam! —suplicó.

—Lo sé. —Pero todo en lo que podía pensar era en que los policías aparecerían y harían preguntas y Kamiko o Romeo impulsivamente nombrarían a Christos. Antes que tuviera tiempo para explicarme, dos policías uniformados cruzaron el gran césped en frente de Nyyhmy y Paiute. —¡Son ellos! —Kamiko gritó. Dos linternas se encendieron y bailaron en los tres chicos de rugby restantes. —Deténganse justo ahí señores —ordenó una voz. Mierda. —¡Oh, gracias a Dios! ¡Están aquí! —Romeo dijo a su teléfono, ahora a junto a Kamiko y a mí—. Sí. Dos policías simplemente se acercaron. Gracias. —Bajó su teléfono a su lado. No estaba segura de si Romeo había colgado el teléfono o no. Lo tomé de su mano. —¡Oye! ¿Qué estás haciendo? —preguntó. Terminé la llamada en su teléfono. O no, me preocupaba que el operador pudiera escuchar lo que iba a decir. —Ustedes tres, ¡pongan sus manos en alto! —Uno de los policías gritó. —¡No puedo! inconsciente.

—dijo

Corte

Militar—.

Nuestro

amigo

está

Mierda. Estaba bastante segura de quien fue noqueado en un combate parecería el inocente. —Algunos chicos se metieron con nosotros Ensangrentada a la policía—. Nos dio una paliza.

—dijo

Rostro

¿Qué demonios? ¿Nos estaban culpando de esto? Por lo menos no serían capaces de fijarse en Christos si no sabían quién era. Los policías se estaban acercando a todos nosotros. Tenía solo unos segundos para crear una estrategia con Romeo y Kamiko antes que los policías pudieran escuchar todo lo que tenía que decir. —No mencionen el nombre Christos —le susurré. —¿Qué? —preguntó Kamiko, confundida. —Sam —dijo Romeo—, ¿por qué tomaste mi teléfono? Empujé el teléfono de Romeo de nuevo en su mano. —¡Escucha! Dile a la policía que Christos era un extraño caminando y trató de ayudar. No digas su nombre. Ni siquiera sabes su nombre. Y no menciones sus tatuajes. Solo dique él era un tipo cualquiera.

Kamiko y Romeo todavía se veían confundidos, sus ojos se pusieron grandes. No podía culparlos. No tenían ni idea de lo que estaba pasando con el juicio de Christos. —Confíen en mí —les dije—. Y por favor, hagan lo que les pedí. Por favor. Se los explicaré todo más tarde. ¿Bien? —Sí. —Kamiko asintió. —Está bien —dijo Romeo—. Pero, ¿y si esos idiotas dicen algo diferente? Hablamos con ellos por un tiempo. Romeo tenía razón. —Uh —dije—. No sé. Improvisaremos. Eso sí, ¡no mencionen nombres! Me di cuenta entonces que los dos policías estaban esposando a Corte Militar y a Rostro Ensangrentada, mientras que su amigo se sentaba sobre la hierba, encorvado. Cuando los policías terminaron de esposar a los dos chicos, hicieron que se sentaran en la hierba cerca de tres metros de distancia el uno del otro, cerca de una de las lámparas que iluminaban la pasarela entre Nyyhmy y Paiute. —¿Son las personas que llamaron por la pelea? —preguntó el policía más alto. —Lo hice —dijo Romeo. Me miró con nerviosismo. El otro policía estaba diciendo algo en la radio pegada a su hombro. Era corpulento y tenía un cuello rechoncho y hombros anchos. —Refuerzos y técnicos de emergencias médicas están en camino —dijo al policía alto. El policía más alto se acercó a nosotros mientras el policía fornido se quedó de guardia con los jugadores de rugby. Tenía la esperanza que sus traseros se pusieran fríos de estar sentados en el césped húmedo. Idiotas. —Necesito ver las identificaciones estudiantiles de todo el mundo —dijo el policía alto. Todos las sacamos y se las entregamos. Iluminó con su linterna cada identificación y a su vez, nos miró a cada uno al rostro. Luego nos regresó las identificaciones a cada uno. —¿Puedes decirme qué pasó? —preguntó a Romeo. Romeo me miró para su aprobación. No quería verme como si fuera una especie de genio criminal, así que me encogí de hombros. —Um —dijo Romeo—. Mis amigas y yo estábamos charlando allí — señaló—, y estos chicos venían caminando hacia acá y comenzaron a acosarnos. —¿Alguno de ustedes estuvo involucrado en la lucha? —preguntó el policía.

—No —dijimos a la vez. —Entonces, ¿quién luchó contra ellos? —preguntó a quemarropa a Romeo. —¿Este… chico? —dijo Romeo tímidamente. —¿Qué chico? —preguntó el policía. —¿El... extraño? —dijo Romeo con incertidumbre. Reprimí una tirada de ojo. —Mis dos amigos y yo —dije, señalando Kamiko y Romeo—, estábamos hablando por un rato, entonces este chico guapo se acercó a nosotros y comenzó a charlar con nosotros. —¿Qué lindo chico? —preguntó el policía alto. Luego señaló a Romeo y dijo—: ¿Él? —No —le dije. —¡Hey! —Romeo frunció el ceño—, ¡soy lindo! —Cállate, Romeo —dijo Kamiko. El policía señaló con su pulgar detrás de él, hacia los matones de rugby. —¿Te refieres a uno de esos tipos ahí atrás? —No —le dije—. Él se fue. El chico lindo, quiero decir. —¿Por qué se fue? —preguntó el policía. —¿Supongo que porque era cinco contra uno? —¿Qué quieres decir? —Mis dos amigos aquí y yo corrimos dentro Paiute Hall cuando los chicos comenzaron a pelear. El chico lindo golpeó a un montón de ellos antes de irse corriendo. Por eso es que ese tipo de allá tiene una hemorragia nasal o lo que sea. Entonces los otros dos chicos se fueron persiguiendo al chico lindo. —Déjame entenderlo. ¿El chico lindo luchaba contra esos tres chicos y dos más? —Sí —le dije. —¿Y usted no sabe quién es ese individuo lindo? —No. El policía asintió. —Entonces, ¿cómo empezó la pelea? ¿Tengo que responder? Tenía miedo que lo que iba a decir sonara tan ridículo que me iba a quedar atrapada en una mentira y pondría a Christos en problemas. —Uno de esos chicos me llamó maricón —dijo Romeo—, sucede que soy gay, lo que lo convierte en un crimen de odio.

—¿Hizo algo para provocarlos? —preguntó el policía, mirando el traje steampunk de Romeo. Estaba empezando a odiar a este policía. —¡No! —dijo Romeo—. Mis amigas y yo estábamos hablando entre sí y uno de esos tipos vino y dijo… —Romeo imitaba la tos y la mano que Corte Militar había hecho—: ¡Maricón! El policía asintió. —Suena como un posible crimen de odio para mí. Tal vez este policía no era tan malo. —¿Pero ninguno de ellos te golpeó? —preguntó a Romeo. —No —dijo Romeo. El policía miró a los chicos de rugby de la hierba, luego preguntó a Romeo: —¿Conoce alguno de ellos en lo personal? ¿Son conscientes de su orientación sexual? Romeo negó. —No, no que yo sepa. Quiero decir, pensé que me veía bastante fabuloso cuando me vestí para salir esta noche. ¿Cuenta eso? Algunas personas me dicen que estoy muy de moda para mi propio bien. ¿Es un crimen de la moda considerado un crimen de odio? Creo que debe ser —dijo Romeo seriedad. Kamiko lo fulminó con la mirada. —¿Qué? —Romeo frunció el ceño—. Dijiste que me parecía a The Matrix. —Recargado —lo pinchó Kamiko. El policía estaba haciendo obviamente lo posible por no sonreír a su tontería. Se aclaró la garganta y dijo: —En todo caso, el uso de un término peyorativo es inaceptable. ¿Estuvieron alguna de ustedes dos implicadas en el altercado verbal? — El policía nos preguntó a Kamiko y a mí. —El mismo tipo que llamó a Romeo maricón me llamó una puta de mierda —Kamiko espetó—. Entonces, su amigo, el hombre de la barba, llamó a Romeo maricón también. —¿Romeo? —dijo el policía, confundido—. ¿Quién es Romeo? —Soy yo. —Romeo hizo un gesto a su monóculo en su lugar e hizo una reverencia cortés mientras giraba su mano—. Romeo Fabiano, a su servicio. —Eso no es lo que su identificación del estudiante dice," el policía ceñía su frente. —Romeo es mi segundo nombre —dijo nerviosamente.

Me quedé boquiabierta. Me volví para mirar a Romeo. Una mirada de dolor pesaba sobre las características de Romeo mientras dijo: —Mi nombre es Elmo. Elmo R. Fabiano. Me quedé muy sorprendida. —¿Elmo? —Miré a Kamiko y ella asintió. Me volví hacia Romeo—. ¿Hablas en serio? ¿Es Elmo incluso italiano? —Lo es —dijo Romeo con orgullo—. Mira hacia arriba. Me sentí traicionada. Lo restregó en mi cara. —Hey —Romeo dijo a la defensiva—, ¿Me puedes culpar? Elmo tiene tantas connotaciones negativas en la actualidad. ¿Y esa voz suya? —Romeo se estremeció—. De todos modos, Elmo era el nombre de mi bisabuelo. Él era un miembro de la Resistencia Italiana durante la Segunda Guerra Mundial y luchó contra Mussolini y los nazis. Fue un total malote y él era un Elmo mucho antes que esa estúpida marioneta lo arruinara para el resto de nosotros. Además, Romeo es más romántico, ¿no te parece? No sabía qué decir. —Elmo no es estúpido —Kamiko canturreó—. Es lindo. Romeo puso los ojos en blanco. —Solo lo defiendes porque Elmo era tu novio hasta el sexto grado. —No, ¡no lo era! —protestó. —¡Lo fue también! —No, si lo recuerdas —Kamiko frunció el ceño—, una vez que descubrí a Ash de Pokémon en el segundo grado, me olvidé de Elmo. —¡Eso es! —Romeo sonrió—. ¡Ash fue tu primer gusto de dibujos animados! ¡Estabas siempre tan celosa que no eras Pikachu para pasar tanto tiempo con Ash! —¡Odiaba a esa perra! —Kamiko sonrió. —¿Es Pikachu incluso una chica? —murmuré, sobre todo para mí misma—. Pensé que se suponía que era un niño. —Ejem —el policía interrumpió—. De todos modos, señorita, ¿usted mencionó un tipo con barba? ¿Quién salió corriendo? —Sí —dijo Kamiko, tratando de calmarse. —¿Y ninguno de ustedes golpeo a nadie, o se vieron afectadas por esos tres hombres? —preguntó. —No —dije—, todos corrimos dentro de Paiute y nos aseguramos de que la puerta estuviese cerrada con llave. —¿Y quién era este chico lindo de nuevo?

—No sabemos —le dije un poco demasiado enérgicamente—. Lo he visto en el campus y en la clase, pero realmente no lo conozco. Acababa de decirle hola. —Sí, Sam es demasiado tímida para preguntarle su nombre — Kamiko insistió—. Yo tampoco sé cómo se llama. —Se rió. —¿Quién de ustedes es Sam? —preguntó el policía. Agitando la mano tímidamente, le dije: —Yo soy Sam... soy huevos verdes y jamón ... me refiero a Samantha. Mi nombre es Samanta. Huevos verdes y Samantha. —Mi voz se apagó en una risita débil, entonces hice una mueca, puse mis ojos en blanco, arqueé ambas cejas y me pateé mentalmente por sonar como una esquizofrénica del Dr. Seussette. A este ritmo, estaba bastante segura que los policías iban a pedir hasta camisas de fuerza para los tres de nosotros. Mientras los alejara de Christos, estaba bien con eso. —¿Y ninguno de ustedes saben el nombre del chico guapo? — preguntó con escepticismo el policía alto. Romeo y Kamiko negaron. —No —respondí mansamente. El policía perforó sus ojos en los míos por lo que pareció una hora. Por último, se ajustó el cinturón de la pistola y suspiró audiblemente. —Bueno. Ustedes pueden quedarse. Voy a hablar con mi compañero. —Se acercó al Policía fornido y los dos comenzaron a charlar. Otros dos policías llegaron caminando por la esquina de Paiute desde la dirección opuesta, seguido por dos técnicos de emergencias médicas que llevaban cajas de medicina de plástico. El policía alto asintió ante ellos y les hizo señas. —¿Hice bien? —preguntó Romeo nerviosamente. —Asegúrate de no romper ninguna ley, Romeo —dijo Kamiko—. Eres un terrible mentiroso. Te acabas de ir directamente a la cárcel si se cometió un delito. ¿Y sabes lo que le pasa a los hombres que van a la cárcel? —¡Lo sé! —dijo Romeo con entusiasmo—. ¡Las posibilidades son infinitas! Todos esos hombres desesperados que no tienen nada que hacer más que levantar pesas y dar vueltas durante todo el día. Están todos reprimidos e incluso los hombres heterosexuales se ven obligados a buscar la alternativa satisfacción sexual. ¡Suena como un sueño hecho realidad! Kamiko boquiabierta. —¿Estás tan loco, Romeo? —Nop. Solo gay-gay. —Le guiñó un ojo.

—¡La cárcel no es para cualquiera! —susurré con insistencia. La expresión lúdica de Romeo suavizada en la seriedad. —¿Qué pasa con esos idiotas de allá? Creo que se merecen la cárcel. Y un oxidado fiero en el culo. —Tal vez para ellos —le dije—. Pero no vamos a hablar de ello, ¿de acuerdo? —Me di cuenta que el policía alto estaba cuestionando a Corte Militar—. ¡Ahora silencio para poder escuchar lo que los policías están diciendo! Sus voces eran débiles, pero he oído la mayor parte de su conversación. —¿Cuántos chicos dijiste que te asaltaron? —El policía alto le preguntó a Corte Militar. ¿Asaltaron? Excelente. ¿Esos idiotas empezaron esto y ahora están tratando de culparnos? —Cuatro —dijo Corte Militar. —¿Y dices que ellos empezaron? —Sí. Estaban hablando que el equipo de Rugby de la universidad de San Diego apesta y que somos todos maricas. Tratamos de hacer que se fueran, pero no paraban. Tal vez estaba siendo demasiado precipitada. Quizás el imbécil de Corte Militar iba a hacer el trabajo por mí y haría que la policía comenzara una persecución salvaje a los imbéciles, disminuyendo el calor de Christos. —¿Puedes describir a alguno de ellos? —No realmente. Pasó tan rápido. Incluso mejor. —Pero sí recuerdo a uno de los tipos. Uno grande. Con un montón de tatuajes en los brazos. Cabello oscuro. Mierda. El policía alto estaba notas.

anotando todo en un pequeño bloc de

—¿Habías visto alguna vez a ese hombre? —Sí. Por el campus. Oh, no. —¿Te acuerdas de algo de los otros tres? —No realmente. Sacudí la cabeza. El imbécil del corte militar le estaba echando toda la culpa a Christos.

—Quédate quieto —dijo el policía alto—, mientras hablo con tu amigo. Vi al chico del corte militar mirar a su compañero, que estaba sangrando, siendo atendido por los paramédicos. El policía rechoncho estaba hablando con los dos nuevos policías. El policía alto conversó con los tres oficiales antes de acercarse al tipo del rostro ensangrentado y los paramédicos. El tipo del rostro ensangrentado sostenía una de esas rápidas bolsas de hielo congelado contra su nariz. Me costó escuchar que era lo que estaba diciendo. Pero sí oí claramente, ―él empezó‖ y ―tatuajes en sus brazos‖ y ―creo que va a la escuela‖. Se me hizo un nudo en el estómago. Entonces el tipo del rostro ensangrentado me apuñaló en el corazón. Dijo: —Ella lo llamó Chris. Chris algo. No puedo recordar exactamente. El policía alto se dio vuelta y me miró, tan fijo como si estuviera disparándome. Se me retorció el estómago y me hizo sentir que todos mis órganos eran de plomo, cayéndose a mis pies. Estaba a punto de vomitar, incluyendo los huesos de pies. Pero resistí a la tentación de hablar. Mantuve mi rostro inocente en su lugar y traté de parecer tan tranquila como podía. El policía alto se debió quedar sin balas en sus ojos para dispararme porque se volvió hacia el tipo del rostro ensangrentado. —Esos tipos están mintiendo —susurró Kamiko. —Lo sé —dije de mal humor. Con una claridad dolorosa me di cuenta que la confesión que me hizo Christos hace unas horas, que él era un criminal y que se había metido en un montón de peleas y problemas con la ley era ominosamente exacto. La mala suerte lo encontraba, no importaba lo que hiciera para evitarla. ¿Estaba maldito? ¿Acaso era una idiota por amarlo? ¿Sería siempre así? ¿Él constantemente estaría a punto de ser arrestado, o peor, encerrado durante largos períodos? ¿Qué tipo de vida era esa? Me estremecí y llevé mis codos contra mi pecho. Necesitaba pensar en algo rápido. —¡Oficial! —grité mientras le hacía señas al policía alto. Todavía estaba cuestionando al tipo del rostro ensangrentado. Me di cuenta que los dos paramédicos ahora estaban arrodillados al lado del chico que Christos había noqueado y estaban chequeando si las pupilas se le dilataban con una luz en los ojos. El policía rechoncho me vio haciendo señas y asintió a los otros dos policías antes de caminar hacia mí.

Tenía un rostro ancho, hosco y parecía bastante brusco. Necesitaba ganarlo. El hecho de que se suponía que estos chicos hacían cumplir la ley no significaba que iban a creer nuestra historia por sobre la de los matones de rugby. —¿Sí? —preguntó—. ¿Puedo ayudarla con algo, señorita? —Me olvidé de decirle algo al otro oficial —dije—. Había estado tan concentrada en no decir nada para traicionar a Christos que me he olvidado de lo obvio. —¿Qué? —gruñó, expectante, como si esperara algo sorprendente, como alguna filmación sobre el segundo, tercero o cuarto francotirador del presidente Kennedy. Mi plan de ganarlo no estaba yendo bien. —Cuando los chicos comenzaron a hostigarnos —les dije tentativamente—, tomé una foto de ellos en mi teléfono y les dije que iba a llamar a la seguridad del campus. Antes de que pudiera hacerlo, ese tipo con el corte militar agarró mi teléfono y lo tiró. —¿A dónde? —¿A dónde qué? —A dónde impacientemente.

tiró

tu

teléfono

—dijo

el

policía

fornido

—Oh. Por el comedor. El policía rechoncho se dio la vuelta para mirar. Frunció el ceño. —¿Desde aquí? —No. Estábamos cerca de ahí cuando lo tiro. —Señalé. —¿Estás segura que tiró tu teléfono? —preguntó el policía, como si estuviera sugiriendo que el tipo del corte militar hubiera lanzado mi auto o un elefante sobre el comedor. —Sí, ¡Estoy segura! —¿Quieres revisarme? No tengo mi teléfono. —¿Cómo puedo saber si tenías un teléfono para empezar? Una pregunta mejor era, ¿cómo se me dio vuelta esto? —Lo tenía —dijo Romeo—. Y vi como ese tipo lo tiró. —Yo también —dijo Kamiko. El policía rechoncho miró entre los tres de nosotros, la duda era obvia en la forma de sus labios. Sí, tenía dientes de ogro, o tal vez de un duende podrido. Elige. —Está bien —suspiró pesadamente, como si le estuviera pidiendo que limpiara su habitación por décima vez—. Voy a decirle a mi compañero. —Se acercó a los otros tres policías y comenzó a charlar con ellos. El policía alto me miró de nuevo y asintió mientras el policía

rechoncho le explicó las cosas. Un minuto más tarde, el policía alto regresó. —¿Dices que el tipo de ahí tomó tu teléfono y lo arrojó por el comedor? —me preguntó el policía alto. —Sí —contesté. —¿Eso fue cuando la pelea comenzó? —Sí. —¿Entre esos tipos de ahí y tu amigo, el chico lindo? —Sí. —¿Y cómo es que se llamaba el chico lindo? ¡Frenos! Cerré la boca antes de poder decir algo. Casi caía en el truco del policía. —Ya te contesté, no sé su nombre. Como dije, es más un conocido. Me miró con los ojos entrecerrados. —¿Te acuerdas si tenía tatuajes? —preguntó, sospechando—. ¿Tu conocido? —No creo —dije, poniendo el mejor rostro de Señorita Honesta. —No —añadió Romeo—. No tenía ningún tatuaje. Me hubiera acordado. ¡Los chicos con tatuajes son sexys! El policía alto levantó una ceja divertido. —¿Y dijiste que había cinco chicos peleando contra tu único amigo? —¡Sí! ¡Y tengo una foto de los cinco en mi teléfono! —¿Pero ya no tienes tu teléfono? —¡Sí! Definitivamente puedo ir a buscarlo si quieres. —No, quédate quieta hasta que resolvamos esto. El policía alto se unió a los otros tres oficiales. Los paramédicos habían ayudado a ponerse de pie al tipo que había sido noqueado. El tipo del corte militar y el del rostro ensangrentado todavía estaban sentados en el pasto. El policía rechoncho les sacó las esposas y se pusieron de pie. Les dio alguna reprimenda. El tipo del corte militar y sus amigos asintieron con solemnidad y repetidamente como si fueran ciudadanos respetuosos de la ley que había sido injustamente agredidos sin ninguna razón. Cuando los policías terminaron de regañar al chico de corte militar dejaron que los tres matones de rugby cruzaran el patio y se fueran. Los cuatro policías vinieron hasta nosotros. —Vamos a dejar que los tres se vayan esta noche —dijo el policía alto—. Les sugiero que se vayan todos a la cama.

—¿Y mi teléfono? —le pregunté. Me dio una tarjeta con su teléfono. —Si lo encuentras, llámame. Vaya, qué gran ayuda. —De acuerdo. Entonces, eh, ¿acaso los tipos esos jugadores de rugby están en problemas o algo? —le pregunté. Suspiró. —Obviamente, los tres chicos con los que hablamos estuvieron en una pelea. Pero nos faltan varios de los participantes involucrados. Como su conocido. A menos que podamos reunirlos a todos, no hay mucho que podamos hacer. Excelente. Esos idiotas de rugby se salieron con la suya, comportándose como unos imbéciles de primera, mientras que el hombre que me había protegido una y otra vez iba a ir a la corte en dos días y, posiblemente, a la cárcel. ¿Cómo es que eso era justo?

Christos Vi luces rojas y azules intermitentes de un par de autos de policía a través del pavimento cuando doblé por el extremo sur del campus de SDU y subí por el camino norte de Torrey Pines. Los patrulleros estaban estacionados detrás de Paiute Hall. Los había visto antes de llegar a Adams College Drive, así que decidí seguir manejando derecho. Me pregunté si Samantha había encontrado su teléfono. Si sí, ¿quería llamarla cuando estaba hablando con un montón de policías del campus? Mejor llamarla más tarde. Fui a casa. Todo estaba en silencio cuando entré. Sin querer despertar a mi abuelo, me saqué las botas en el vestíbulo y me arrastré hasta la cama. Necesitaba descansar bien antes de mi encuentro previo al juicio en la mañana. Qué divertido.

Christos La gravedad me tuvo por las pelotas y me precipitaba hacia abajo, hacia el olvido como una roca con un cohete atado a la espalda. Demonios alados sin rostro se arremolinaban a mi alrededor, burlándose de mí, arañando mi carne, cacareando con alegría salvaje. Cada vez que me giraba uno de ellos trataba de agarrarme un brazo o una pierna, desaparecían en una nube de humo negro sólo para reaparecer en mi espalda con sus extremidades escamosas enrolladas alrededor de mi torso en un abrazo malvado. Colmillos se hundieron en mi cuello. Seguí torciendo y girando y lanzando las rodillas, pero había demasiados de ellos. No podía detener el ataque. —¿Christos? Me agité despierto en mi cama. —¡Qué mierda! —Soy yo, agápi mou —susurró Samantha. Sentí una mano tranquilizadora en mi hombro—. Creo que estabas teniendo una pesadilla. ¿Era de esos tipos de rugby? —Peor. —¿Quieres hablar acerca de ello? —En realidad no. No hará ninguna diferencia. Era sólo un sueño estúpido. —Mi habitación estaba todavía oscura. Eché un vistazo al reloj de la mesilla. 04:17 am—. ¿Acabas de llegar? —No. He estado aquí por un tiempo. —¿En la cama conmigo? —Sí —dijo en voz baja. —¿Estás desnuda? —Sí. —Su voz era sensual y prometía cosas agradables. Me giré y deslicé mi brazo alrededor de su cintura, tirando de su cuerpo contra el mío. Nuestros estómagos tensos se besaron, delicioso calor que irradiaba su piel en la mía. Sus pechos suaves se fundieron en mi pecho musculoso y estuve duro al instante. Samantha no tenía idea de cuán completamente femenina era. Incluso en la oscuridad total, era increíble. —¿Por qué no me despertaste cuando entraste? —pregunté.

—Estabas durmiendo tan profundamente, no quería molestarte. —Sí, mi cuerpo debe haber estrellado después de toda la adrenalina de la lucha se había ido. —La besé suavemente en los labios y sentí la punta de su lengua burlándose de la mía—. Mmm, pero definitivamente deberías haberme despertado. —Estás despierto —dijo—. No eché de menos mi ventana de oportunidad, ¿no? —Se rió. —Caramba, no lo sé. Déjame ver. —Me di la vuelta encima de ella, piel con piel, e introduje mis dedos debajo de su culo, levantando sus caderas. Sus rodillas se separaron libremente y se deslizaron entre sus piernas. Mi pene ya estaba latiendo, esforzándose por estar dentro de ella. Lo cogí en mi puño y burlé la punta en su contra—. Maldita sea, mujer, ya estás mojada. —Qué esperabas —bromeó—. He estado echada desnuda junto a ti como dos horas a la espera de que te despiertes. —¿Te tocaste sola? —pregunté sugestivamente. —¡No! —exclamó. —¿Por qué no? Sería muy, muy sexy para mí despertar mientras estabas recibiendo a ti misma a mi lado. —¡Eres un pervertido, Christos! —¿De Verdad? ¿Por qué? ¿Porque me gusta la idea de que estés tan caliente para mí que ni siquiera puedes esperar a la cosa real cuando estoy durmiendo a pulgadas de distancia? Suena muy, muy caliente para mí... —Ven aquí, hombre de las cavernas. —Rió. Planté mis brazos alrededor de sus hombros y bajé mi boca a la suya. Nuestras lenguas serpenteaban juntas mientras desesperación se disparó por mi espalda. —Sí, definitivamente debería haberme despertado antes. —Me deslicé lentamente dentro de su calor en espera—. Joder, agápi mou... Hemos hecho tanto ruido, no podía oír esos demonios hasta mucho tiempo después de haber terminado.

Samantha El olor del sexo hizo cosquillas en mis sentidos mientras suspiraba gratamente después de hacer el amor con Christos. Me acurruqué en los brazos de Christos. No pude acercarme lo suficiente para exprimir sobre su juicio fuera del camino. Quería hablar

de ello. También quería olvidarme de ello y nunca hablar de nuevo. Pero no iba a ninguna parte. El calor de nuestro amor infinito no podría quemar la basura, no importa lo mucho que deseaba que lo hiciera. Consideré los sentimientos de Christos. ¿Podría traer el tema de su juicio hacerlo sentir mejor, así podía conseguir sacarlo de su pecho? ¿O podría disfrutar el resplandor reconfortante de nuestra intimidad calmarlo mejor en un sueño reparador? Yo no sabía. Sin darme cuenta dejé escapar un gran suspiro. No pude evitarlo. Mi indecisión me estaba volviendo loca. Yo era una terrible novia. —¿Qué es, agápi mou? —preguntó. —Nada. Rió entre dientes. —Vamos. Dime. Admito que me fui de tu apartamento un tanto apresuradamente antes esta noche. —¿Es eso una disculpa? —Lo es. Pido disculpas por eso. Pero tengo toda esta mierda sobre mí. Tengo que levantarme e iré a mi pre-juicio en pocas horas. —¿Qué es un pre-juicio, de todos modos? —Una tontería legal más antes del juicio real. El D.A., y mi abogado le dicen al juez lo que va a pasar en el juicio, lo que van a decir en la corte. Pero sobre todo es mi oportunidad de aceptar oficialmente un acuerdo con el fiscal, o rechazarlo. —¿Qué significa eso? —El D.A., me está dando la oportunidad de declararme culpable a cambio de una sentencia más corta. Él estaba hablando de ello como si fuera una noticia que estaba pasando a un total desconocido. Pero esto era real. Christos iba a la corte. Peor aún, yo realmente no sabía nada al respecto. Hasta ahora todo lo que me había dicho en las últimas veinticuatro horas era que él había golpeado a un tipo y el juicio era en el Día de San Valentín. Más allá de eso, estaba totalmente a oscuras. Sin saber algo que de alguna manera lo haga más aterradora. Pregunté: —¿Vas a declararte culpable? Un pesado silencioso llenó la habitación. Miraba programas de televisión acerca de la corte en el pasado, había visto imágenes de noticias de la gente en la corte, pero nada de eso era real para mí. Siempre estaba sucediendo a otra persona. De hecho, la escena de corte más memorable que podía pensar era uno al final de la película Legalmente rubia. De alguna manera, no creo que la experiencia judicial de Christos vaya a ser de caramelo recubierto

con un montón de momentos de risa protagonizada por Reese Witherspoon. —No tenemos que hablar de ello si no quieres —dije. —Está bien. Voy a declararme inocente. —Espera, ¿pensé que me dijiste que golpeaste un chico? —Lo hice. —¿Eso significa que no eres culpable? —No, porque era en autodefensa. —Oh. —No me esperaba eso. La forma en que Christos lo había descrito al principio, yo había pensado tal vez había tenido una pelea en un bar o algo igualmente estúpido—. Ahora estoy confundida. —El fiscal de distrito va a tratar de hacerme quedar como un mal tipo. Al igual que lo empecé sin razón. Mi abogado tiene que convencer al jurado de que en realidad era en autodefensa, que el otro chico lo empezó. —¿Él? —solté. Golpeé mi mano a mi boca. No debería estar dudando de Christos así—. Lo siento, no debería haber dicho eso. Por supuesto, el otro chico empezó. —Lo dije en serio. Cada vez que Christos había luchado con alguien en mi presencia, el otro chico había comenzado. —Está bien, agápi mou. Sí, el otro chico empezó. A pesar de toda la mierda que he hecho en el pasado, no he comenzado una pelea en años. —Entonces dile al jurado eso. Diles que no comienzas peleas. —No es así de simple. —Christos suspiró—. No con todas estas reglas acerca de lo que constituye la defensa personal y lo que no. Es diferente en cada estado, y yo no entiendo la mitad de mí mismo. Para eso está mi abogado. Pero sí sé que tenemos que demostrar que la única opción que tenía en ese segundo momento era defenderme. —¿Lo era? —pregunté. Me miró pensativo. —Sin duda —dijo con confianza—. No tuve elección. —¡Entonces vas a ganar! —Ese es mi plan. —Christos se levantó de la cama—. Necesito un vaso de agua. ¿Quieres algo? —Por supuesto. Oí el grifo abierto en su cuarto de baño y él volvió un momento después con un vaso. —Gracias. —Tomé el vaso y bebió un sorbo de ella.

—Oye —luego preguntó—: ¿Qué pasó después que los dejé en SDU? Me tragué varios tragos de agua. ¿Quería decirle a Christos que, aparte de su juicio, esos idiotas de rugby estaban ahora culpándolo de comenzar la pelea? En realidad no. —Oh, uh, Romeo llamó a seguridad del campus y un grupo de policías se presentó. ¿Qué pasó con los dos chicos que te perseguían? —No tengo idea. Me subí a mi bicicleta y me deshice de ellos. Eso fue lo último que vi de ellos. ¿Recibiste un teléfono nuevo? Intenté llamarte. —Eventualmente. Después de que los policías se fueron, Romeo y Kamiko se mantuvieron llamando a mi teléfono mientras miramos a nuestro alrededor detrás de la sala del comedor. Se tardaba muchísimo, pero lo encontramos en algunos arbustos. —Lamento que fuera una molestia. Esos tarados de rugby eran un montón de Idiotas. Reí. —¿Es el culo superior como un gran cuadrante del ano cerca del colon? ¿O están tomando cursos avanzados en tonterías? —Ambos. —Rió entre dientes—. Oye, si tu teléfono está todo golpeado, y necesitas dinero para uno nuevo, házmelo saber. Siento que te lo debo. —Gracias, Christos. No me lo debes. Esos tipos son los culpables, no tú. De todos modos, si necesito un nuevo teléfono, que no lo hago, voy a pagar por ello —mentí. No tenía dinero de sobra, pero no quiero que se preocupe por otra cosa. —¿Estás segura? ¿Estás recibiendo un bono trimestral de tómalo y déjalo? —Sí. Mi jefe me prometió un ICEE libre. —Sonreí—. Voy a ver si puedo usarlo como un pago inicial de un teléfono. Christos y yo nos metimos en la cama después de que terminé mi vaso de agua. No tenía ni idea de lo que las próximas cuarenta y ocho horas traerían, pero por el momento, Christos estaba en mis brazos, y yo estaba en los suyos.

Christos Pensamientos de mi pre-juicio me tenían atento y me sacudieron despierto antes de Samantha. Me duché y me vestí lo más silenciosamente posible. No creo que había puesto tanto esfuerzo en

salir en citas calientes como yo me alistaba para ir a la corte. Había algo jodido en eso. Después de que me afeité, examiné mi ojo morado en el espejo. Genial. Negro rodeado en rojo. No se podía perder. Me encantó. Me sonreí a mí mismo. Mi labio superior era más rojo y más lleno que de costumbre, pero yo no creo que nadie se diera cuenta. Con mi escarpada buena apariencia, tal vez el juez lo atribuya a una inyección de colágeno reciente. Sí, claro. Mientras que el hematoma no diga: ―Este hombre tuvo doce asaltos con Mike Tyson y perdió. Este chico lucha más que la mayoría de la gente‖. Consideré molestar a Samantha con algún corrector, pero luego recordé que había llevado progresivamente menos y menos maquillaje desde que nos conocimos. Si tenía alguno, era en su apartamento, y no tenía tiempo para un desvío. Lo que sea. Después de abotonarme la camisa, me até mi corbata en el espejo. —Sexy —dijo Samantha, de pie en la puerta del baño—. No creo que jamás te haya visto vestido así antes. O afeitado y limpio. Le dediqué una sonrisa arrogante mientras apretaba el nudo hasta el cuello. —¿Te gusta? —Me encanta. —Sonrió mientras caminaba detrás de mí y deslizó sus manos sobre mi pecho—. ¿Tengo que verte con la chaqueta? —Claro. —Después de darle un beso rápido, entró en el dormitorio, tiró de la chaqueta de la percha y se lo puso. Me abotonó y se alisó hacia abajo—. Ya está. —Wow, Christos, sabía que podías ser sexy como nadie, pero maldita sea, ¡creo que pones a ese tipo de 50 Sombras de Grey en vergüenza! —Creo que mi ojo morado añade un toque de calle peligroso que al chico de 50 Sombras le faltaba. —Definitivamente —ronroneó Samantha—. ¿Tengo tiempo para ducharme? —¿Qué quieres decir? —¿Antes de ir? Arqueé una ceja. —¿Nosotros? Su rostro se hundió. —¿No quieres que vaya contigo? —preguntó tímidamente. Suspiré y me acerqué a ella. Agarré sus brazos y la miré a los ojos.

—Agápi mou, significa mucho que quieras venir conmigo. Pero esto es sólo el pre-juicio. Nada va a suceder hoy. Va a haber un montón de charla aburrida de los abogados sobre los detalles técnicos, y los argumentos que van a utilizar. Mierda como esa. Además, tienes clases, ¿verdad? —Sí, supongo. Pero quiero estar allí para ti. —Tú estás aquí para mí ahora, agápi mou. Te prometo, que no te pierdes de nada. —¿Lo prometes? La besé suavemente en los labios. —Lo prometo. Ahora, tengo que correr. No quiero llegar tarde a la corte. Todavía tiene tu llave, ¿verdad? —Sí. —Suspiró. —Hay comida en la cocina si tienes hambre. Toma lo que quieras. —La besé de nuevo y bajé al garaje y subí en mi Camaro.

Samantha Después de que Christos se fue, me duché, me vestí y bajé las escaleras. Abrí la nevera en la cocina y me quedé mirando el contenido. ¿A quién engañaba? No podía pensar en comer cuando Christos iba a la corte. Suavemente cerré la puerta y casi salté de mi piel. Spiridon estaba de pie allí. —¡Oh! —di un grito ahogado—. No te oí entrar. —Buenos días, koritsákimou —dijo—. Mis disculpas. No me di cuenta que todavía estabas en la casa. Siempre estaba sorprendida por como Spiridon parecía una versión vieja, cabello de plata de su nieto de ojos azules. Los ojos de Spiridon todavía brillaban tan brillantemente como los de Christos. Yo no tenía ninguna duda de que Spiridon había sido bastante hombre para las damas en su día y yo sospechaba que seguía, pero yo aún tenía que cumplir con alguna de las mujeres que con toda seguridad le perseguían. Yo sabía que él salía por las noches todo el tiempo, pero yo no estaba muy segura de adónde se fue o que vio. Christos había insinuado con frecuencia acerca de las mujeres en la vida de su abuelo, pero hasta ahora no era más que insinuaciones jugosas. —¿Te gustaría que te haga algo para desayunar? —preguntó. —Oh, no, gracias. No tengo mucho apetito.

—Tienes que comer algo, Samoula. No se puede pasar por todo un día sin comer. —Spiridon sacó una barra de pan de oliva y la fundió con queso fresco en una rebanada. Me entregó el pan—. Prueba esto. Tomé un bocado. El queso era salado y muy picante. Tenía algo. Iba muy bien con el pan de oliva. —¿Qué tipo de queso es este? —¿Te gusta? —Sonrió. —¡Es delicioso! —Se llama Kopansti. Un amigo mío lo importa de Mykonos. —¡Wow, está bueno! —Tomé otro bocado y lo saboreé. De alguna manera, los hombres Manos siempre lograban ponerme a gusto, como si todo el mundo era justo, y cada momento era una celebración de la vida decadente. No había tenido apetito hace cinco minutos, pero ahora yo estaba hambrienta—. ¿Puedo tener otra rebanada? —Ciertamente, koritsákimou —dijo, extendiendo más queso en una rebanada de pan fresco de oliva—. ¿Asumo que Christos llegó a casa de manera segura? —Sí. Sano y salvo. —Por ahora, pensé. Sabía que su pre-juicio no se supone que es un gran problema, pero sentí un reloj del fin del mundo marcando hasta el Día de San Valentín el viernes, el día de su juicio real. Lamentable. ¿Puedo pedir tener el día de San Valentín pospuesto un día? Probablemente no—. ¿Spiridon? —¿Sí, Samoula? —Spiridon sonrió. —Tú, eh, ah, siento que tal vez no debería preguntarte esto, pero ¿verdad, uh? ¿Sabes sobre el juicio de Christos? —Tenía miedo de que tal vez no sabía y que iba a romper su corazón, pero también sentí como si estuviera atrapada en la oscuridad sobre este tema del juicio en conjunto, y yo necesitaba un poco de ayuda de emergencia. Su sonrisa se desvaneció. No se volvió amarga, como que podía imaginar a mi mamá o papá haciéndolo, después los gritos y condescendencia comenzarían. En cambio, Spiridon parecía triste. —Sí, koritsákimou, lo sé. Uf. Uno de los obstáculos fuera del camino. —¿Estás preocupado? —Sí —dijo en voz baja—. Tantas veces como Christos ha estado en la corte, nunca se hace más fácil. Hay poco que puedo hacer sino rezar por él y esperar que el jurado considere al buen chico que sé que es mi nieto. —Sí —suspiré, pensativa—. ¿Vas a ir al juicio? —Claro. —¿Por qué no fuiste al pre-juicio de hoy?

—Debido a que, según mi experiencia, es en gran medida una cuestión de los abogados. Pero voy a estar en el juicio el viernes. —Oh. En cierto modo me sentí dejada porque Spiridon conocía todos los detalles. Pero tenía sentido. Christos vivió con él, así que estoy segura de que le dijo a su abuelo sobre ello hace un rato. Pero me sentí herida de que Christos no me lo había dicho. Quería ser de apoyo de cualquier manera que pueda, pero eso era imposible si no me incluía en el proceso. Suspiré a mí misma y sacudí la cabeza. Spiridon me dio unas palmaditas en el hombro. —Está bien, Samoula. Christos va a estar bien. Eso esperaba. Pero la mirada torturada en los ojos de Spiridon encendieron la preocupación latente que había sido retorcida en mis tripas las últimas doce horas.

Fui a la escuela a lo largo de la costa del Pacífico, me dejé caer sobre el volante de mi VW. Clasesera la última cosa que quería pensar. Peor aún, hoy tocaba Sociología 2, protagonizada por mi inductor del sueño el Profesor Tutan-bostezo-bostezo, e Historia de América 2, donde siempre me las arreglaba para dibujar caricaturas en mi cuaderno de dibujo, mientras que convenientemente evitaba poner notas en mi portátil. Contemplé el rescate de la clase en su totalidad. Una de las ventajas de ser una estudiante universitaria. Pero, ¿qué iba a hacer si no voy a clase? ¿Dejarlo? ¿Exprimir mis manos? La playa era visible mientras conducía fuera de Del Mar. Lástima que estaba nublado y gris y apenas podía ver el mar. No muy día de playa, de lo contrario, podría muy bien haber estacionado mi auto y dar un paseo con mi toalla para que yo pudiera diseñar y tomar el sol. Curtida bajo el sol de San Diego, siempre me calmaba. Niebla estúpida. La luz en Carmel Valley se puso roja y me detuvo. Esta era la intersección donde me encontré por primera vez con Christos el otoño pasado. Había conducido por aquí cientos de veces desde ese día. La vista de la playa nunca envejecía. Fui muy afortunada de vivir en San Diego. Te lo juro, era un crimen que la gente tenía que vivir en cualquier otro lugar en el país. Me sentí mal por mis padres, que todavía estaban atrapados en el desierto urbano ártico de Washington DC estaba probablemente nevando allí ahora mismo. Todo lo que tenía que hacer frente era un poco de niebla. El termómetro en mi tablero decía sesenta grados. Un poco de niebla no era tan malo.

Tomé mi Americano Venti que había comprado en el Starbucks en Del Mar. Ellos no tienen una unidad, así que me tuve que estacionar y había tomado una eternidad. Pero hoy en día, no importaba si llegaba tarde a clase. No como ese primer día cuando derramé mi café en todas partes. Negué con la cabeza y sonreí. Hubiera sido un desastre como ese día. Me acordé de ese tipo de grasa detrás de mí que había estado gritando a mí. Perra... Él me había llamado todo tipo de nombres locos. Zorra... Y prácticamente había mordido mi cara, estaba tan enojado conmigo por detener el tráfico. Puta... Que idiota era ese tipo. Pensando en todo eso ahora volvía a pensar en Taylor Lamberth y Damián Wolfram, y la montaña rusa que mi vida había sido durante tres largos años. ¿Alguna vez va a parar? Me sentí como hubiera dejado algo loco detrás de mí en DC, pero ahora me dirigía a seis más. Agápi mou... Por lo menos tenía a Christos montado conmigo a través de los giros y vueltas de la vida. Christos... Empecé a romperme. Me limpié los ojos, ya no me preocupaba por manchar la máscara de pestañas que ya no llevaba. Mi vida había cambiado tanto en los últimos seis meses. ¿Pero era eso para mejor? La luz en Carmel Valley Road se puso en verde y conduje el resto del camino a la SDU.

Entré en el estacionamiento en el extremo norte del campus y busqué un espacio. El lote estaba lleno de autos. Bajé a otro pasillo y vi a un espacio abierto. Mientras conducía hacia ella, un Mercedes negro se dio la vuelta en la esquina en el otro extremo del pasillo y corrió hacia el espacio. Yo estaba más cerca y alcancé muy por delante del Mercedes. El auto negro pulido se detuvo con un chirrido mientras estaba cerrando en el espacio, tirando de su nariz en el camino de mi VW. —¡Oye! —grité—. ¡Qué estás haciendo! ¡Este es mi espacio! ¡Mueve tu auto! ¡Estuve aquí primero! El Mercedes aceleró. No podía ver al conductor porque el cielo cubierto pintaba el parabrisas delantero de nuevo con un resplandor de color gris claro.

Sostuve mi agarre en mi VW. Este espacio era mío por derecho. El primer llegado, primer servido y todo eso. El claxon del Mercedes resonó y el auto avanzó poco a poco como una cobra amenazante. —¡Estás loco! ¡Yo estaba aquí primero! —Cambié mi VW en el parque y salí de mi auto. Por un segundo pensé que podría ser Hunter Blakeley, el modelo de la escultura figurativa que me había estado acechando todo el trimestre. Entonces recordé que conducía un Porsche Boxster. Llamé a la ventanilla del Mercedes bruscamente. La ventana fue hacia abajo. —Tú —se entrecerrados.

burló

Tiffany

Kingston-Whitehouse,

con

los

ojos

—Sí, yo. —Sonreí con confianza—. Mueve tu auto. —¿Mover mi auto? Lo tienes mal, MerryMaid. ¿No deberías estar limpiando materia fecal en alguna parte? Como siempre, Tiffany parecía que un equipo de estilistas había hecho su pelo, maquillaje y uñas esta mañana. Estaba vestida a la última moda de invierno de San Diego: una chaqueta de cuero de motocicleta tachonado sexy sobre un cuello redondo camiseta blanca que resaltaba su estante sucedáneo, jeans negros ajustados, y una correa resistente. Un tachonado embrague de cuero negro súper lindo con ribetes blancos se sentaba en el asiento vacío a su lado. Tuve que admitir, la chica sabía cómo vestirse. Pero no la hacía menos zorra. Por lo que estaba considerando seriamente agarrar un puñado de ella por el pelo rubio y darle un buen tirón. ¿Podría dejar a alguien calvo por un tirón en su cuero cabelludo? ¿O necesitas un cuchillo para hacer las cosas bien? —Odio decepcionarte, Tiff, pero yo estaba aquí primero. Quita amablemente tu Mercedes de mi camino. —No voy a mover nada, tú mancha de mierda. Quita tu auto fuera de mi camino antes de que lo empuje. —Aceleró el motor de su Mercedes. Sus rizos rubios estaban a su alcance. Flexioné mis dedos en la anticipación. ¿Dónde estaba ese cuchillo? Al diablo. No iba a necesitarlo. Tenía uñas. Estaba cansada de tomar mierda de Tiffany loca-idiota. —Adelante. —Reí a la ligera—. Raya tu pintura y la mía. Estoy segura de que tu padre paga por el mejor seguro que puede comprar. Ella me miró y aceleró el Mercedes. —Muévete —gruñí con dientes apretados. —No. La recorrí con la mirada.

Ella gritó en mi cara: —¡¡¡Muévete!!! Hice una mueca y me recosté. Wow, esa chica seguro tenía un par de pulmones. Y una voz que podría cortar vidrio. Creo que iba a necesitar un chequeo en mis oídos después de eso. Pero me mantuve firme. Metió la cabeza por la ventana de su auto. —Lo tenía contigo, pequeña perra. Te has estado entrometiendo en mi vida desde que llegaste a la SDU. Estoy harta de tu cara fea. Voy a hacer que te arrepientas del día que saliste de cualquier roca en la que viviste bajo antes de venir a San Diego. —¿Me estás amenazando, Tiff? —pregunté fríamente, una sonrisa divertida en el rostro. —No. Te estoy advirtiendo. Debido a que va a suceder. —Está bien —me burlé y agité una mano desdeñosa hacia ella. No importa cuántas veces Tiffany había tratado de hacer mi vida miserable, nunca sucedió. Ella no era más que una mosca molesta en lo que a mí respecta. Yo no iba a tomar más de sus amenazas dramáticas. Ella era una mocosa malcriada que no sabía lo bueno que tenía. Los ojos de Tiffany se estrecharon y sus cejas se zambulleron en un apretado ceño amenazador. Mirada de halcón. —No me subestimes, Samantha Anna Smith. La sorpresa iluminó mi rostro. —Así es —dijo entre dientes—: Yo sé quién eres. No creas que soy una rubia tonta que puede reírse. Has tomado a la mujer equivocada, coño infectado. ¿Cómo diablos sabía ella que mi segundo nombre era Anna? ¿Christos le había dicho? Eso parecía improbable. —Cuida tu espalda, perra —dijo, y luego echó marcha atrás, retrocediendo de manera espectacular, y pisó el acelerador. Su Mercedes gruñó una amenaza sólo desapareció al final del pasillo de estacionamiento. Excelente. Como si no tuviera suficientes problemas ya.

Christos Media hora después de salir de mi casa, caminé por el fresco interior mármol del salón San Diego de Justicia, viéndome hábil en mi traje oscuro. La gente, en similar atuendo formal y conservador, rondaba sobre el amplio pasillo principal, realizando reuniones improvisadas antes de entrar en las diversas salas de audiencias. Las autoridades uniformadas con camisas marrones, pantalones oliva y cinturones voluminosos de armas, estaban esparcidos por todo el espacio, al igual que algunos miembros de la SDPD con uniformes de color azul oscuro. Todo era muy formal y civilizado. Una mujer en uno de esos trajes de negocios sexy y llevando un maletín, me miró sobre un par de lentes de lectura. Su cabello era un lio ordenado en la parte superior de su cabeza. ¿Bibliotecaria sexy o abogada sexy? La misma diferencia. Le lancé una sonrisa con hoyuelos y su compuesta expresión profesional, se derrumbó en una sonrisa niña de la escuela. Puede así divertirme antes de ir a la batalla. Russell Merriweather, mi abogado, sobresalía muy por encima de la multitud en un traje de color carbón oscuro, charlando en su teléfono móvil. El ébano oscuro de su piel contrasta brillantemente contra su impecable camisa amatista abotonada y corbata a rayas. Cuando él me vio, entrecerró los ojos y hizo un gesto con su cabeza en mi dirección. Como siempre, él era todo negocios, mientras estaba el interior del palacio de justicia. Me acerqué a él cuando terminó su llamada. Deslizó su teléfono dentro de su chaqueta y se volvió hacia mí. —¿Qué demonios le hiciste a tu ojo, hijo? Abrí la boca para contestar. Él levantó una palma interrumpiendo. —Detente. No quiero saber. Compra un poco de corrector antes del juicio. No necesitamos que el jurado salte a conclusiones sobre ti en el juicio del viernes. Sonreí. —En realidad, estaba pensando conseguir que el otro sea golpeado, para que combinen.

Russell reprimió una sonrisa y sacudió la cabeza. —Hazlo —dijo con sarcasmo—. Pero consigue un poco de corrector de cualquier manera. —Puso una mano paternal en mi hombro—. Poniéndonos serios, ¿has tomado una decisión con respecto a la declaración de culpabilidad ofrecida por el Fiscal de Distrito? Aprieto los dientes. —Que se joda la fiscalía del distrito. Yo no soy culpable. Russell asintió. Un destello de aprobación pasó por sus ojos. —No esperaba nada menos de ti, hijo. Pero permíteme recordarte —dijo ominosamente—, que una vez que entras en súplica, está escrito en piedra. No hay vuelta atrás. Si vamos a juicio y el jurado te encuentra culpable, corres el riesgo de hasta cuatro años de prisión. ¿Estás de acuerdo con eso? —Síp. Russell hizo un gesto hacia las puertas de la sala de audiencias. —¿Estás listo? —Otra cosa. Russell enarcó las cejas. —¿Quiero oírlo? La expresión de tu rostro me dice que no. Sonreí. —Voy a declarar. Russell asintió, entrecerrando los ojos mientras sus labios se fruncían, pensativamente. —Como tu abogado, sería negligente si no te recuerdo que nunca es prudente que un acusado declare. Si lo haces, el vicefiscal del distrito tendrá rienda suelta para preguntarte lo que quiera. Incluyendo preguntas sobre tus antecedentes penales. Ellos sacaran a relucir todos los demonios de tu pasado y los desfilaran en frente del jurado como una banda de música. A los ojos del jurado, serás un hombre que le dio un puñetazo a otro en un caso de legítima defensa de la Ola de Crímenes de Christos. Yo sabía que él tenía razón. Pero no había comenzado la pelea con Horst Grossman. No importa lo difícil que la fiscalía de distrito tratase de convencer al jurado de que era un pedazo de mierda, yo sabía la verdad. Iba a defenderme. Iba a mirar a cada uno de los miembros del jurado a los ojos y a contarles mi historia. ¿Si no me creen? Que se vayan a la mierda. Todos ellos podrían pudrirse en el infierno. —¿Qué otras pruebas tenemos de que no empecé la pelea? —le pregunté—. Aparte de mi versión de los hechos. —No tantas como me gustaría —dijo Russell secamente.

—Entonces tengo que declarar —le dije—. No tenemos ninguna otra opción. Russell me miró a los ojos. Duro. El no gritó. Él no perdió los estribos. No trato de discutir. Estoy bastante seguro que podía ver la determinación en mis ojos. Todo lo que dijo fue: —¿Estás seguro? —Sí. —De acuerdo entonces. Voy a hacer que funcione. Vamos a hacer esto —dijo Russell, abriendo la puerta a la sala del tribunal para mí. Hizo un gesto en el interior—. Después de usted, señor.

Samantha El Profesor Tutan-bostezo-bostezo trabajaba la antigua magia del sueño egipcio, en clase de Sociología, mejor que el ser imaginario del sueño en la actualidad. Había agotado mi Venti Americano7 dentro de los primeros cinco minutos de clase. Si iba a hacerlo a través del resto del día, iba a necesitar más café. Le envié un mensaje de texto a Madison. Tengo una emergencia de café. ¿Nos vemos en Toasted Roast después de clase? Su respuesta: No puedo. Tengo Contabilidad de Gestión con Dorquemann y español después de eso. ¿Almuerzo? Le respondí: OK. T veo tonces. Suspiré. Tal vez podría encontrar a Kamiko o Romeo. En serio necesitaba un poco de apoyo moral. No quería cocerme en mis propios pensamientos sobre lo que podría sucederle a Christos por un segundo más. Hice mi mejor esfuerzo para concentrarme en la conferencia de Sociología y tomar notas hasta que se terminó la clase. Aún con necesidad de café, conseguí una taza fresca en Toasted Roastant antes de dirigirme hacia mi conferencia de Historia. Me metí en un asiento y saqué mi computadora portátil. No había suficiente espacio para mi café y la computadora en el pequeño escritorio plegable del apoyabrazos. 7

Venti Americano: café americano grande.

¿La Universidad tiene un buzón de sugerencias en alguna parte? Porque totalmente es necesario que instales portavasos en todas las aulas. —Bueno, si no es Cathy Guisewite —dijo sobre mis hombros con una voz suave y ardiente, un tipo en la fila detrás de mí. Me volví y miré a los ojos de un lindo chico que se sentaba detrás de mí. Él estaba masticando la esquina de una pluma y me sonreía. Se veía como esa banda de chicos bien afeitados. Sin tatuajes y no especialmente musculoso, pero un buen cabello y digno totalmente de un desmayo. Me lo podía imaginar sentado detrás de un piano y cantando mientras que las mujeres arrojaban ropa interior sobre él, en el escenario. Fruncí el ceño, pero le sonreí un poco. —Debe haberme confundido con otra persona. —No. —Yo no soy esa Cathy quien quiera que sea. —Seguro que sí. —Sonrió. Este pobre muchacho tenía un tornillo flojo. Arqueé una ceja. —Uh… ¿no? —¿No me digas que nunca has leído Cathy? —¿Qué? —Me encontraba totalmente confundida. Tal vez yo tenía el tornillo flojo. Estoy segura que si negaba algo iba a sonar en su interior. —¿El cómic? ¿Por Cathy Guisewite? Todavía sin entenderlo, negué con un gesto. —¿Sabes qué es una tira cómica? —Sonrió. —Duh. —No era una idiota. —¿No has leído los cómics en el periódico? Sé que está totalmente fuera de onda que gente de nuestra edad admita una cosa así, pero me puedes decir. —Me guiñó un ojo—. No lo voy a publicar en Facebook o Twitter, o lo que sea. Ahora que lo mencionaba, mis padres todavía reciben el periódico. Mi padre no podía ir a la oficina sin antes leer las tiras de comic en el desayuno. Él las llamaba ―las tiras cómicas‖. Yo solía mirarlas, cuando era una niña y trataba de copiar los dibujos, pero no lo había hecho en mucho tiempo. A continuación, un vago recuerdo viene en su lugar. —¡Oh! ¡Te refieres a Cathy, la tira cómica! Él asintió sonriendo.

—Sí. Quiero decir, sé que la serie terminó hace tres años y medio, pero pensé que pudiste verla una o dos veces antes que todos los periódicos empezaron a ir a la quiebra. ¿Quién era este hombre? Era extraño. Era demasiado lindo para estar en algo tan del siglo pasado, como las tiras cómicas. —Así que, um, ¿por qué me llamas Cathy? —Te he visto dibujar caricaturas durante la clase. ¿Alguna vez tomas notas, o simplemente garabateas? Culpable de los cargos. Me sonrojé. —¿Es tan obvio? —Probablemente no para el profesor y la asistenta técnica, por lo que tu secreto está a salvo conmigo. —Me guiñó un ojo—. Ya sabes, tu trabajo es bastante bueno. ¿Has considerado alguna vez presentar algunos en el periódico de la escuela? Estoy bastante segura que me estaba tomando el pelo. —No, esos tipos son todos muy estirados. —El periódico de la escuela SDU, El Sentinel, tenía una reputación de ser un periódico mayormente elitista para estudiantes de periodismo pijos. Y teniendo en cuenta que había sido expulsada de la alta sociedad de la escuela secundaria en el D.C., no tenía ningún deseo de ir ante un tribunal de la moderna alta sociedad y hacer que me dijesen que no era lo suficientemente buena para unirme a su club. —Los normalitos en el Sentinel son totalmente estirados. —Sonrió—. Yo estaba hablando de El Wombat. El Wombat era un periódico de comedia de SDU a cargo de la Asociación de Estudiantes de la SDU. Estaba lleno de giros divertidos sobre temas de actualidad, humor sobre la vida universitaria, opiniones de fiestas actuales (dentro y fuera del campus), y las siempre famosas tiras cómicas Wombat. Yo había leído los cómics antes. Ellos satirizaban los más sórdidos aspectos sociales de la universidad: la bebida, las drogas y hacerlo con miembros del sexo opuesto, del mismo sexo, o incluso de especies diferentes. Algunos de ellos eran hilarantes y algunas caricaturas era increíble. Levanté las cejas. —¿Crees que debería presentar mis caricaturas para El Wombat? —No creo que mis dibujos fueran lo suficientemente buenos. —Sí. Voy a hablar bien de ti con el editor. —¿Quién es el editor? —le pregunté. —Yo. —Sonrió—. Justin Tomlinson. — Se inclinó y me tendió la mano. Tuve que dar vuelta torpemente en mi asiento para agitarla. —Samantha Smith. ¿No es Tomlinson el nombre de uno de los chicos de One Direction?

Puso los ojos en blanco. —No me lo recuerdes. Si hubiera tenido una elección al nacer, hubiese hecho que la cigüeña me entregase en otra casa. —Sonrió. Seguro que tenía una gran sonrisa. Ahora todo lo que él necesitaba era a cuatro chicos lindos más y un himno para la banda, así las chicas habría salido de la madera como las termitas. Si no las estuvieran ya. Por lo que sabía, Justin tenía una limusina llena de fanáticas esperándolo fuera. —De todos modos —dijo—, un placer conocerte, Samantha. Envíame un correo electrónico con algunas de tus muestras y voy a mostrárselas a mi gente en el trabajo. —Nunca he escrito una tira cómica. Quiero decir, yo solamente garabateo en mi cuaderno de dibujo. —¿Tienes tu cuaderno de dibujo contigo ahora? Te he visto dibujando en él antes. Ah, ¿acosador espeluznante? O bien, ¿había estado dibujando en mi cuaderno de dibujo, tantas veces en historia, que se había vuelto evidente para cualquier persona que se sentó cerca de mí? Eso parecía improbable. Religiosamente tomé notas en clase de historia como si fuera el tema más interesante que se hubiera inventado. No. —Sí, lo tengo en mi mochila. —¿Puedo verlo? Nunca había mostrado mi cuaderno de dibujos a un extraño. Era un poco reacia. Oh bueno, si se burlaba, entonces él era un idiota, con una banda de chicos lindos o no. Saqué mi cuaderno de dibujo y se lo entregué. Pasó a través de él casualmente, sonriendo todo el tiempo. Se detuvo mirando varias páginas, no sé cuáles. Incluso se rió entre dientes un par de veces. —Sí —dijo—, estas son geniales. ¿Tienes algunas tiras? ¿Cómo múltiples bocetos que cuenten una historia coherente? —No realmente. —No te preocupes. ¿Qué te parecería trabajar con un escritor? —¿A qué te refieres? —Algunas de las tiras de The Wombat están escritas por una persona y dibujadas por otra. Podría conseguirte un escritor si necesitaras ayuda. Hasta que aprendas cómo hacerlo. Pero tengo la sensación de que lo descubrirás muy rápido, basado en lo veo aquí. Entonces puedes escribir tus propias cosas si deseas. Dependería de ti. Caray, este tipo era realmente agradable. Y lindo. No es que estuviera interesada en él. Pero, definitivamente, estaba siendo de mucha ayuda y ni siquiera me conocía.

—De acuerdo. ¿Cuándo empezamos? —No estaba segura de cómo se suponía que esto funcionaba. —Primero tengo que mostrar tus cosas por ahí. Pero, como dije, creo que a los otros chicos les encantará tu trabajo. Dame tu número y te voy a llamar después de nuestra próxima reunión. Oh, qué bien lo hizo. Casi caigo. Era un artista y un genio para enganchar mujeres. —O mejor aún —siguió hablando—, ¿por qué no vienes a nuestra próxima reunión de equipo? Es este viernes. Quizás estaba sacando conclusiones apresuradas. Quizás estaba siendo sincero. —¿Este viernes? —Sí. Nos juntamos a las 4:20 en el Toasted Roast. Tuve que procesarlo dos veces. —¿Se reúnen en el Toke Time8? ¿Acaso fuman marihuana durante la reunión? —Sonreí. —Depende de ti. —Sonrió—. Así que trae tus propios porros. Pero nosotros generalmente solo tomamos café. —Suena como mi tipo de gente. —Pero era el Día de San Valentín. El día del juicio Christos. Mierda. Pienso que no iba a poder ir a su reunión—. Pero no creo poder llegar. Tengo… algo muy importante que hacer ese día. —Está bien. Si quieres, le puedo sacar algunas fotos a tu cuaderno de dibujo y mostrarlas el viernes. —Está bien. —Mándame un correo electrónico y te dejaré saber qué dijeron todos. Vaya, retrocedió rápido. Tal vez lo juzgué demasiado precipitadamente. Tal vez realmente solo trataba de ayudar. —¿Cuál es tu correo electrónico? —Mira el correo del sitio web de The Wombat. Puedes encontrarlo ahí. El profesor entró a la sala de conferencias y puso su maletín en el piso, preparándose para empezar. —Bueno —le dije a Justin—. Eso haré. ¿Por qué de repente siento como mi vida estuviera siendo tironeada en demasiadas direcciones a la vez? La única dirección a la que ya se dirigía era lo suficientemente estresante.

8

Toke Time: Se le dice así a las 4:20 horas y además significa que es la hora para fumar.

¿Y por qué de repente estaba pensando en palabras de una banda de chicos9? ¡Ahhh!

En secreto, me pregunté si Justin Tomlinson trataría de charlar después de la clase de Historia, pero se fue ni bien terminé de guardar mi computadora portátil. Yendo hacia el Centro de Estudiantes para almorzar con Madison, le envié un mensaje a Romeo y Kamiko para ver si querían unirse a nosotros. Madison ya estaba esperando en la fila para pedir tacos de pescado, estaba vestida con una sudadera con capucha de SDU, pantalones Hollister y chanclas. Para un par de estudiantes, usar pijamas era un vestuario aceptable para la escuela. No podía culparla. Sabía que estaba desesperada por volver a ponerse camisetas de manga corta y pantalones cortos. —¡Hola, chica! —gritó y me abrazó fuerte. —Hola, Mads. —Sonreí. —¿Encontraste a Christos anoche? —Sí. —¿Y cuál era la emergencia? Hmm. ¿Cómo explicarle que estaba preocupada, en secreto, de que fuera a suicidarse anoche y que todavía no tenía idea de si acaso lo había intentado o no? ¿Y qué iba a juicio en dos días? Sí, no es exactamente un tema relajado. Quería que Madison me distrajera de mis problemas apremiantes, no sacar a relucir mi drama. Me dio un codazo. —Vamos, chica. Escupe. Tengo una noticia. Suspiré. ¿No había otra cosa de la que pudiéramos hablar, como bandas de chicos? No, eso tampoco. Tenía que haber por lo menos un tema que pudiéramos hablar sin que me llenaran de drama. —¿Puedes creer la pelea de anoche? —preguntó Romeo mientras caminaba hacia mí y a Madison, con Kamiko a su lado. Puse los ojos en blanco. —¿Pelea? —preguntó Madison, mirando entre Romeo y yo—. ¿Qué pelea? ¿Entre Christos y tú? —Jadeó—. ¿Y no me dijiste? Los mire sorprendida. Previamente Samantha menciona One Direction, en español, una dirección o única dirección. 9

—¡Dios! ¡Ustedes son peores que una revista de chismes! Christos y yo no peleamos. Y, Romeo, ¡deja de ser un adicto al drama! —¿Puedes culparme? —preguntó—. El equipo de rugby casi me destroza la cara anoche. —Espera —interrumpió Madison. Me miró fijamente—. ¿Qué tiene que ver el equipo de rugby con el que me llamaras a la noche para preguntarme dónde estaba Christos? Romeo, Kamiko, y Madison me alzaron las cejas al mismo tiempo. Me miraron, atónitos. —¡No nos dejes afuera, Sam! —exigió Romeo—. Si tienes secretos, tienes que compartirlos. —Eso es lo que dije —comentó Madison, cruzándose de brazos—. ¡Escúpelo, perra! —¡Tacos de pescado! —grité. Madison frunció el ceño. —Eso no es una respuesta. —¡Mira! —Señalé y todo el mundo dio la vuelta para mirar a la nada. Consideré salir huyendo mientras estaban distraídos, pero por suerte, habíamos llegado al frente de la fila y ya era hora de pedir. Me salvé de más miradas acusadoras de mis amigos. Durante unos preciosos minutos, por lo menos. Después que todos tuvieran su comida, llevamos las bandejas hasta una mesa de afuera. —¿Y bien? —me preguntó Romeo después de sentarnos—. Estamos esperando escuchar sobre tu pelea con Christos. Estaba a punto de comer mi taco de pescado cuando dije: —Cálmate, Romeo chismoso. No hubo ninguna pelea. —¿Entonces qué pasa, Sam? queremos saber de qué nos perdimos.

—preguntó

Romeo—.

Todos

Me burlé. —Tú fuiste quien pasó la noche en Hillcrest con el equipo vómito. ¿Te gustaría contarnos al respecto? —Con mucho gusto. —Romeo sonrió—. Todo empezó cuando conocí a este chico fuera de The Brass Rail, en Hillcrest. —¿Qué es The Brass Rail? —preguntó Kamiko. —Un bar gay en Hillcrest —respondió Romeo—. En fin, el tipo del vómito estaba… Madison se encogió. —¿Podemos posponer esa discusión hasta después que haya terminado de comer y digerido? Tal vez después que el semestre haya terminado o en algún momento el año que viene?

—Yo lo secundo. —Kamiko hizo una mueca—. No necesito saber nada más sobre el estilo de vida alternativo de Romeo. Hubiera soportado felizmente la historia, tan gráfica, de Romeo con tal que no hablaran de mí. Los tres me miraron. Si no podía contarles mis problemas a mis amigos más cercanos, ¿a quién podría? ¿Acaso no era parte del para que estaban los amigos? ¿Para ayudarte a lidiar con los problemas cuando lo necesitas? Pero, ¿cómo se sentiría Christos si le contara a todos los chicos sobre el juicio? No es como si él me lo hubiera contado con ganas a mí. Tuve que sacarle a la fuerza cada palabra. Contemplé esperar hasta que Romeo y Kamiko se fueran y simplemente contarle a Madison. Me daba más seguridad que el chismoso de Romeo. Kamiko no me preocupaba, pero ella y Romeo estaban prácticamente atados a la cadera. En secreto, creía que si nunca encontraban su alma gemela, entonces, eventualmente, se irían a vivir juntos como solterones. —Estamos esperando —dijo Romeo, masticando su taco de pescado. A la mierda. Eran mis amigos. Tenían derecho a saber. —Muy buen, pero tienen que prometer que guardarán el secreto —dije. —¡Oooh! ¡Secretos! ¡Me encantan los secretos! —dijo Romeo. —Lo digo en serio —refunfuñé—. No le pueden decir a nadie. Este es un gran problema. No es broma. Especialmente tú, Romeo. No puedes decírselo a nadie. Madison y Kamiko se voltearon a mirar a Romeo. —¿Qué, chicas? —Lloriqueó—. Nunca hablé de ustedes tres y lo saben, ¡como que me llamo Romeo Fabiano! —¿Querrás decir Elmo? —lo regañé—. ¿Quién es Elmo? —preguntó Madison, confundida. Romeo pareció increíblemente avergonzado. Miré a Romeo, arqueándole una ceja. —¿Tú guardas mi secreto y yo el tuyo? ¿Trato hecho? —Trato hecho. —Asintió. —Christos tiene que ir a juicio el viernes —dije. —¿Juicio? —espetó Romeo. —¿El viernes? —dijo Madison—. ¡Es el día de San Valentín! —Lo sé —refunfuñé. —¿Por qué tiene que ir a juicio? —Porque se metió en una pelea.

—¿Y? —Madison se encogió de hombros—. Los chicos se meten peleas todo el tiempo. —Sí —dijo Romeo—. Apuesto que no les va a pasar nada a esos infelices e imbéciles jugadores de rugby de anoche. —¿Infelices jugadores de rugby? —preguntó Madison. —Te cuento más tarde —dijo Romeo—. En este momento tenemos que escuchar todo sobre la cita de Christos en la corte. —Romeo chupó el sorbete de su refresco como si estuviera en medio de una sala de cine viendo un drama jugoso. Suspiré y dije: —En realidad no me ha dicho mucho. Perra… —Solo sé que golpeó a un tipo… Zorra… —… y creo que pasó el día que lo conocí… Puta… ¡Oh por Dios! ¡Era eso! ¡Christos golpeó al imbécil gordo que me gritó! Era por eso que debía estar yendo a juicio. ¿Por qué no lo vi antes? ¿Y por qué no me lo había contado Christos? ¡Era testigo y podía ayudar! —¿Qué, Sam? —preguntó Madison—. Parece como si acabaras de tragar pescado podrido. —¡Creo que acabo de resolverlo! —grité. —¿Qué? —preguntó Romeo, sentado al borde de su silla, tomando su refresco. —¡Lo vi! —¿Qué viste? —rogó saber Kamiko. —¡Yo estaba allí cuando Christos golpeó ese tipo! ¡Soy la única persona que sabe que él lo empezó! ¡Tengo que llamarlo ahora mismo! —Nos estás mareando —dijo Madison, confundida. Saqué mi teléfono y marqué el número de Christos. Empezó a sonar. Le dije a los chicos: —¡Puedo ayudar a Christos a ganar el juicio! ¡Vi todo! —El teléfono de Christos fue al buzón de voz. Maldita sea. Probablemente todavía estaba en la corte. —Christos, tienes que llamarme ahora. Se trata sobre el juicio. ¡Yo estaba allí! Puedo ayudar. —Colgué y le envié un mensaje de texto con la misma información. Con un poco de suerte, miraría su teléfono y me llamaría.

Solo esperaba que no fuera demasiado tarde como para ser un testigo en el juicio.

Christos —¿Estás diciendo que lo que sea que le digamos al juez hoy es lo que tenemos que decir en el juicio el viernes? —le pregunté a Russell mientras entramos en la sala del tribunal. —Sí —dijo Russell mientras nos sentamos detrás de la mesa de la defensa—. El juez nos dio varios meses para poner toda nuestra mierda en orden de modo que no habrá sorpresas el viernes. Ella está asumiendo que por ahora hemos volteado cada piedra que haya habido que dar vuelta. Todavía había una roca que nadie había volteado. Pero me había decidido a mantener a Samantha a salvo fuera de este lío desde el principio. Era mi problema para lidiar, no de ella. —Entendido —dije. Russell sacó un ordenador portátil y varias carpetas de su maletín mientras miraba alrededor. Todo en la habitación estaba en paneles de madera en tonos oscuros o tapizado en grises apagados. La paleta de colores de un asunto serio. Casi hizo a la corte parece el lugar de moda para estar. Risa. Por lo menos el pre-juicio sería corto. Las cosas se volverían serias en dos días en que el juicio propiamente dicho comenzaba. Por ahora, podía entretenerme mediante el estudio de los detalles intrascendentes como el color de las sillas. El vicefiscal del distrito ya estaba en la mesa del fiscal con dos ayudantes jóvenes, los tres yendo a través de archivos y murmurando en voz baja sobre cómo iban a colgar mi culo para arriba en un pico. La tribuna del jurado estaba vacía, al igual que los bancos de la galería de espectador. No hay equipos de televisión o los periodistas tampoco estaban presentes. Nadie venía a ver ensayos previos a menos que fuera de interés periodístico. Una pelea con golpes entre dos ciudadanos al azar no calificaba. Russell se volvió hacia mí y me dijo en voz baja: —Una vez que el juez entra, el abogado de la fiscalía del distrito va a diseñar el marco básico que tiene la intención de presentar el viernes, entonces voy a poner nuestra defensa propuesta. Le decimos al juez por adelantado sobre todas las pruebas y testigos que planeamos traer al

juicio. Si tenemos suerte, y el Juez Moody siente que la fiscalía del distrito tiene un caso débil, puede despedirlo directamente aquí en el acto. Si eso sucede, eres un hombre libre. Si no es así, entramos al ring el viernes. Hombre, esperaba que todo fuera tan bien como Russell lo hizo sonar. Apretó mi hombro y me miró directamente a los ojos. —No te preocupes, hijo. Te cuidaré. No importa lo que la fiscalía del distrito nos lance, trabajaré alrededor de ello. —Dime que tienes un auto de huida listo por si acaso. Me guiñó un ojo. —Lleno de gasolina y con el motor en marcha —Russell se volvió hacia el vicefiscal del distrito y dijo casualmente—: Buenos días, George. —Russell. —El hombre asintió en respuesta. Reconocí a George Schlosser de mi lectura de cargos. Era un hombre alto, de pelo muy corto con motas de gris en las sienes y un rostro serio aunque de niño. Un lobo con vestimenta de monaguillo. Del tipo civilizado que te ofrece una taza de té después de golpear las estacas de bambú debajo de tus uñas. —¿Cómo están Judy y los chicos? — cuestionó Russell. —Bien —dijo Schlosser con desdén—. ¿Su cliente ha tomado una decisión con respecto a nuestra oferta de un acuerdo? —preguntó, todo negocios. —Después de una cuidadosa consideración, mi cliente ha decidido respetuosamente declinar —respondió Russell. Los labios de George Schlosser curvaron minuciosamente en una sonrisa salvaje. Parecía contento. —Que así sea —dijo. Con una expresión en blanco en su rostro, Russell se inclinó y le susurró al oído: —Se rumorea que el viejo George allá coció y comió a su esposa e hijos, de ahí su renuencia a responder a mi consulta en cuanto a su salud y bienestar. Casi le pregunté si la carne humana iba mejor con vino blanco o rojo, pero no creo que sería de interés de tu caso. Estaba listo para romper a reír de lo que Russell había dicho, por lo que cayó mi barbilla a mi pecho y la contuve Había estado en la corte con Russell muchas veces en el pasado, y siempre me gustó su esfuerzo por mantener las cosas ligeras detrás de la mesa de la defensa, no importa lo que estaba pasando en el resto de la sala. La puerta de atrás del inmenso banco del juez se abrió y Geraldine Moody salió flotando como un fantasma vestido negro.

—La Corte entrará en sesión —dijo el alguacil uniformado—. Todos de pie para la Honorable Geraldine Moody, que está presidiendo. La Jueza Moody era tan duramente hermosa como lo era la última vez que la había visto en mi lectura de cargos. Su cabello era quizás un poco más largo y más rubio que antes. Su maquillaje era sutil, pero eficaz. Una reina tomando su trono. Su silla ejecutiva de cuero estaba flanqueada por dos banderas, los EE.UU. de la izquierda y el Estado de California a la derecha. El sello del estado de California, un disco de bronce, colgaba a su espalda en la pared con paneles de madera. —Por favor, tomen asiento —dijo formalmente desde su silla ejecutiva. Entonces me miró brevemente—. Nos reunimos una vez más, señor Manos —Geraldine Moody dijo detrás de las murallas de su inmenso banco. No podía decidir si era bueno o malo que me recordara. Teniendo en cuenta que había tenido la amabilidad de poner mi fianza en ciento cincuenta mil dólares, aunque la fiscalía del distrito solo había pedido veinticinco mil, estaba adivinando mal. No podía escapar de la molesta sensación de que estaba conteniendo algo personal contra mí. En mi lectura de cargos, había estado usando un uniforme de prisión naranja con mis tatuajes en exhibición. Tal vez pensó que me parecía a cualquier otro criminal que pasa a través de la sala del tribunal en una base diaria. Por lo menos ahora llevaba un traje conservador, con mi tinta oculta. Pero mi ojo morado era incriminatoriamente obvio, incluso a distancia. Estaba empezando a desear haberme puesto ese corrector. El detalle más pequeño puede influir en su opinión, para mí o en mi contra. Si lo peor llegaba y el jurado me hallaba culpable, su opinión podría influir en la sentencia, lo que podría significar la diferencia entre dos años de prisión o cuatro. No es poca cosa. Lo único que podía hacer era verme tan inocente como sea posible. Me gustaría comprar algo de corrector en el segundo que salga de esta sala. No más gilipolleces. De aquí en adelante, era el señor Limpio, era un Boy Scout. Ayudaba a ancianas en la calle. Tal vez podría meter un poco de trabajo de caridad entre hoy y el viernes. Tal vez la señora Elders en la biblioteca podría arreglar una sesión de último minuto de creyones Christos delante de la Jueza Moody durante mi juicio. Joder, ¿a quién estaba engañando? El tiempo para ser un buen samaritano había pasado. Russell susurró: —Creo que Geraldine podría ser dulce contigo, joven. Tal vez podrías deslizar tu número de teléfono y hacer planes para la cena. Endulzarla antes del juicio. Puse los ojos en blanco y reprimí una sonrisa. —Sí, claro.

—Ahora estamos en el expediente para el Estado vs. Manos — entonó la juez gravemente—, número de caso SD-2013-K-071183A. El abogado, por favor anuncie sus apariciones para el registro. —George Schlosser, en nombre del estado de California. —Stanley Whitehead, en nombre del Estado —dijo el ayudante de Schlosser. Stanley me lanzó una mirada burlona como si hubiera robado el dinero de la leche demasiadas veces en la escuela primaria. Me gustaría hacer estallar su cabeza blanca con un alfiler y empujar un galón de peróxido de benzoilo en su garganta. —Natalia Valenzuela, en nombre del Estado —dijo con acento hispano fluido, la otra ayudante de Schlosser. Tenía la esperanza que Natalia tuviera tan buen corazón como parecía. Por lo que sabía, era solo un acto para que la gente se olvide de tomarla en serio. Trabajaba para la oficina del fiscal del distrito, después de todo, no como una monja o una enfermera. —Russell Merriweather, en nombre del señor Manos. La juez barajeó papeles y archivos en el escritorio en frente de ella, poniendo todo en orden. Cuando terminó, cruzó las manos sobre la mesa delante de sí. —Gracias, abogados. Tenemos una serie de mociones por las cuales ir atravesando. Les sugiero que comencemos con el Estado. ¿Señor Schlosser? George Schlosser se acercó al podio entre la mesa de la acusación y de la mesa de la defensa y dijo: —El señor Manos es identificado a través de declaraciones de testigos y descripciones como el autor del asalto y agresión en cuestión. Schlosser procedió a sumergirse en una letanía de las mociones de prueba. En otras palabras, Schlosser dijo al juez todo lo que iba a hacer en mi juicio para demostrar que yo era el malo de la película, que había arrojado un golpe primero al pobre de Horst Grossman por ninguna buena razón. Todo era incómodamente familiar. ¿Cuántas veces me había sentado detrás de la mesa de la defensa por razones similares? Había perdido la cuenta. En el pasado nunca me preocupé. Pero no había tenido mucho de qué preocuparme. Ahora las cosas eran diferentes. Ahora tenía Samantha por la cual preocuparme. Verla florecer y encontrar el éxito en la vida era mi prioridad número uno. Apreté los dientes. No podía esperar para que esta mierda se acabara.

Cuando Schlosser terminó de esbozar lo que el Estado discutiría el viernes en mi juicio, él volvió a su asiento y Russell se hizo cargo del podio. Todo el tiempo que Russell habló, Schlosser lo observaba de cerca, tomando notas y susurrando periódicamente a sus ayudantes. Sabía que Schlosser estaba formulando estrategias, en busca de cualquier debilidad en el caso de Russell que podía explotar durante mi juicio. En su mayor parte, nada estaba afilando el apetito carnívoro de Schlosser. Casi parecía aburrido. Russell Merriweather lideraba un barco fuerte, y sabía que había trabajado un caso sólido para mi reclamo de defensa propia. La acción real no empezaría realmente hasta el viernes. —¿Va a estar llamando a cualquier otro testigo en el juicio, señor Merriweather? —preguntó la jueza Moody, con los ojos en su escritorio mientras anotó una nota sobre unos papeles. Before Your Love de Kelly Clarkson comenzó a tocar de mi chaqueta. No era muy alto, pero en la sala del tribunal tranquila como una cripta, sonaba como un sistema de sonido de primera a todo volumen. Mierda. Pensé que había apagado el timbre antes de venir a la corte. Debo de haberlo hecho mal. Busqué en mi chaqueta, tratando de apagar el teléfono a través del material. Nada bueno. Tuve que sacarlo. La jueza chocó una mirada dura hacia mí. —¿Tenemos un problema, señor Manos? —No, yo, eh… —murmuré mientras pescaba mi teléfono de mi traje. —¿Tal vez podamos convocarlo de nuevo cuando sea más conveniente para usted, señor Manos? —preguntó la jueza sarcásticamente. No estaba anotando puntos con ella hoy. Schlosser y su equipo compartieron una risa a mi costa. Finalmente, saqué el teléfono y lo apagué, pero no antes de darme cuenta de quién había llamado. Samantha. ¿Por qué diablos iba a estar llamándome ahora? Fuera lo que fuera, podría esperar. Me aseguré que el timbre estaba apagado y metí el teléfono en mi traje. —¿Has terminado? —interrogó la jueza Moody. —Sí, lo siento. No volverá a suceder. —Espero que no, señor Manos. Por su bien. Jodidamente maravilloso. No hay nada como una mala primera impresión. En este caso, era más como una mala primera, segunda y tercera impresión. —Como estaba diciendo —la jueza disparó una mirada final a mí— , antes que fuéramos interrumpidos tan groseramente. —Luego se volvió

a Russell—. Mr. Merriweather, ¿tiene intención de llamar a otros testigos en el juicio? Russell me lanzó una mirada afilada. Solo lo suficiente fuerte para que yo escuchara, dijo: —¿Vamos a hacer esto? Mi teléfono saltó en mi bolsillo y vibró una vez. Casi me estremecí, pero me las arreglé para mantener mi mierda junta. Me di cuenta desde el patrón de vibración que se trataba de un mensaje de texto que entró. Lo ignoré. Asentí hacia Russell. Se volvió hacia la juez, y en una voz segura dijo: —Sí, su señoría. También voy a estar llamando al señor Manos a declarar en su propio nombre. Un silencio cayó sobre la sala del tribunal. Los tres abogados de la fiscalía del distrito parecían una manada de hienas cuyos oídos había pinchado y sus narices temblaron en el momento en que habían capturado aroma de un ñu10 herido y cojeando. Schlosser clavó los dedos en los brazos de la silla. Prácticamente estaba saliendo de ella. La sonrisa avara en el rostro de Stanley Whitehead se había convertido en una mueca. Estaba esperando que su lengua saliera como la de una serpiente y con avidez lamiera sus labios. Las mejillas de Natalia Valenzuela de buen corazón se habían enrojecido como si de repente estuviera excitada. Sí, su actitud anterior había sido nada más que una fachada. Se excitaba por la desesperación. Podía sentirlo. Estos tres habían olido mi sangre y estaban sedientos de una bebida. ¿Y qué? Que se vayan a la mierda. No era un ñu herido. Siempre estaba listo para una pelea. Porque sabías que en el segundo en que el león macho rudo venía corriendo desde la zarza con su melena grande en exhibición, esas hienas se dispersaban como hormigas en una tormenta de arena. Lástima que no tenía permitido lanzar golpes y codazos en la corte. No según la ley, de todos modos. Pero Russell podía. En la sala del tribunal, era un león más grande que yo. Él iba a comerse a los hijos de puta de la fiscalía del distrito para el almuerzo. Alguien que me dé un cuchillo y tenedor.

10

Ñu: aspecto desgarbado que recuerda a un extraño cruce entre vaquilla y antílope

Samantha Después del almuerzo, fui a la Biblioteca Central para estudiar. No importa cuántas veces llamé o envié un mensaje a Christos, nunca respondió. Traté de concentrarme en mi lectura de Sociología e Historia, pero era difícil ir. Estaba demasiado preocupado por Christos. Con el tiempo, me di por vencida con la tarea, guardé los libros y el ordenador portátil. Caminando hacia el estacionamiento norte donde había estacionado, envié a Christos un mensaje por última vez. ¿Nos vemos en tu casa para cenar? Cuando llegué a mi Volkswagen, me sorprendió gratamente ver que estaba justo donde lo había dejado, aparentemente intacto. Medio esperaba no encontrarlo, de alguna manera remolcado por Tiffany Rostro de odio manchado de mierda, o tal vez destrozado. No me extrañaría que Tiffany contratara a un tipo para que le pasase una excavadora por encima. Rodeé mi auto, buscando cualquier marca de arañazo o neumáticos pinchados. Nada. De alguna manera, me imaginaba que Tiffany estaba simplemente esperando el momento oportuno. Esperando el momento más oportuno para atacar. Subí a mi auto y lo encendí, haciendo una mueca en previsión de que tuviera una bomba y se activara. No, el motor se inició sin problemas. Un momento después, escuché mi teléfono sonar. Un mensaje de texto de Christos. La cena está esperando en tu nuevo hogar, agápi mou. ¡Hurra! Suspiré de alivio. Realmente necesitaba hablar con él acerca de su juicio. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde para cambiar las cosas. Salí del estacionamiento y fui por el lateral. ¿Quizás Tiffany había cortado mis frenos? ¿Cómo verifica uno los frenos de todos modos? No tenía ni idea. Oh, espera, ¡lo sé! Miré por el espejo retrovisor. Cuando vi que no había nadie detrás de mí, frené duro. Mi auto se detuvo abruptamente. Los frenos parecían estar funcionando. Por ahora. ¿Tal vez tomaba un tiempo?

Que se joda. No tenía tiempo para preocuparme por lo que la perra vengativa de Tiffany podría estar planeando. Tenía cosas más importantes de qué preocuparme que su celos mezquinos. Tenía que llegar a casa, a mi hombre. El tráfico era ligero y llegué a casa de Christos en un tiempo récord. Estacioné en la calzada, junto a su Camaro. Saqué mi llave para entrar. Realmente necesitaba empacar todas mis cosas y mudarme lo antes posible. Ya le había dado al encargado de mi edificio mi aviso de treinta días para desocupar. Lamentablemente, dudaba de que hubiera tiempo para poder mudar todo antes del viernes. Ni siquiera había comenzado a empacar. ¿Entonces qué? ¿Estaría compartiendo esta gran casa con Spiridon mientras esperábamos quién sabe cuánto tiempo que Christos sea liberado de la cárcel? No quería pensar en ello. Metí la llave en la cerradura y entré. Por el momento, iba a disfrutar de nuestro tiempo juntos lo mejor que pudiera. ¡Samoula! Spiridon sonrió mientras caminaba hacia cocina. La cena está casi lista. Me envolvió en un gran abrazo.

la

Christos entró con un enorme plato de brochetas kebab de cordero. Acabo de sacar estos de la parrilla exterior. Espero que tengas hambre, agápi mou. Sonrió. Por supuesto. Sonreí y caminé de puntillas hasta rodear con un brazo alrededor de su cuello y besarlo en la mejilla. Christos era tan alto, que tenía que inclinarse para poder llegar a él. Se torció en el último segundo, sosteniendo los pinchos en una mano mientras que pasó un brazo alrededor de mi cintura y me besó en los labios. Mejor así comentó. He estado esperando por eso todo el día. Tu Spanakopita está casi lista advirtió Spiridon a Christos. Huele delicioso. Impresionante comentó Christos mientras dejaba el plato de pinchos en la parte superior del mostrador. Me di cuenta de trozos de cebolla a la parrilla acuñados en los pinchos entre el cordero. Agarró un guante de cocina y lo utilizó para sacar de molde de hornear del horno. ¡Vaya, se ve muy rico! elogié. ¿Qué es? Spanakopita. Empanada de espinaca.

La corteza tenía un dorado perfecto y se veía hojaldrada. No podía esperar a comerla. Siéntate, los dos mandó Christos mientras cortaba rebanadas de Spanakopita y las repartió con los pinchos de cordero y ensalada de pepino. ¡Mmm, Tzatziki! No puedo esperar. Sonreí mientras Christos colocaba platos delante de mí y Spiridon. Christos se unió a nosotros en la mesa y empezamos a comer. Como de costumbre, la conversación con Christos y su abuelo era divertida y llena de risas. Disfrutaba estos sencillos momentos. La cena con mis padres nunca fue así. Estaba empezando a creer que mis padres no tenían idea de cómo disfrutar de sí mismos, como si conscientemente evitaran la risa y la alegría. Gemí. Quizás Spiridon y Christos les podrían dar lecciones. No. Seguí disfrutando del buen ambiente de la cena, pero el juicio de Christos siguió insistiendo en la parte trasera de mi mente. No podía decidir si Christos estaba evitando el tema. Probablemente había hablado con Spiridon sobre ello largo y tendido cuando no estaba alrededor. Habían pasado cinco meses desde el arresto de Christos, por lo que probablemente estaban hartos de eso. No iba a estropear la cena por sacar el tema por milmillonésima vez. Esperaría hasta después. Cuando terminamos de comer, me levanté para recoger los platos y lavarlos. Déjame a mí, koritsaki mou propuso Spiridon. Ve a pasar algún tiempo con mi nieto. ¿Estás seguro? pregunté. Sí. Sonrió, una tristeza leve arremolinándose en sus ojos. Muy bien acepté con incertidumbre. Ve comentó, disfruten. Lo que el hombre dijo. Christos sonrió. ¿Quieres ayudarme a limpiar la parrilla? Claro respondí. Caminamos hacia la terraza de atrás y Christos agarró un cepillo de acero para fregar abajo de la parrilla. Sus músculos flexionados se resaltaron mientras trabajaba el cepillo, hipnotizándome al instante. No podía concentrarme. ¿Qué es lo que tengo que hablar con Christos que era tan importante? ¿Era el hecho de que sus brazos tatuados me mareaban y mis muslos estaban ahora temblando? No. Algo más. ¿Era la forma en que mi estómago daba volteretas y mis mejillas brillaban rojo cuando sus sensuales labios se curvaron en una sonrisa mientras me miraba

como si mi sola presencia había alegrado su día? No, no podía ser eso tampoco. Admítelo se burló, una vez más, verme limpiar algo te está excitando. Culpable. Puse los ojos en blanco. No estoy para nada excitada. Me dedicó una sonrisa con hoyuelos. Ajá. Veo la forma en que tus ojos están girando en círculos. Apenas puedes ponerte de pie. ¿Y qué si tenía razón? No lo admitiría, ni siquiera frente a un jurado después de jurar sobre una pila de Biblias. Mierda. Eso rompió el hechizo. Teníamos que hablar de su juicio. Suspiré con tristeza. ¿Recibiste mi llamada hoy? Christos se rió entre dientes mientras se limpiaba. Sí. Justo en el medio de la corte. El juez me dio un montón de mierda porque mi teléfono sonó. ¡Oh no! Lo siento, soy una idiota. Debería haber esperado para llamar. No es culpa tuya, agápi mou me tranquilizó Christos. No te preocupes por eso. No importa lo ansiosa que estaba, incluso la conducta de Christos siempre podía calmarme. Tomé una respiración profunda y relajante. ¿Recibiste mi mensaje de texto o tuviste la oportunidad de escuchar mi mensaje? Dejó el cepillo de alambre. Sí. ¿Y? ¿Y qué? Y repetí, puedo testificar por ti. No es demasiado tarde, ¿verdad? Christos se pasó una fuerte mano sobre sus mejillas con barba. Sus siempre sexy mejillas. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? Nunca podría tener suficiente de mi novio modelo de portada de revista. Era como crack para la vista. Estoy sorprendida que mis ojos no tengan síndrome de abstinencia cuando estaba fuera de mi vista. Al menos podía conseguir un poco en este momento. Espera, ¡está haciéndolo otra vez! ¡Tratando de distraerme con su sensualidad!

Por favor, Christos, ¿puedes dejar de ser sexy durante un segundo para que podamos hablar de esto? Prefiero ser sexy se burló. Me divierte ver cómo tus ojos bizquean así. ¡Mis ojos no están bizqueando! Lo hacían hace un segundo. Guiñó un ojo. Eres tan hombre me quejé. Sí. Vaya. Engreído como siempre. Si fuera yo, la que estuviese a dos días de ir a la corte, estaría volviéndome loca. Quizás Christos podría dar lecciones de confianza a estadios llenos y hacer un montón de dinero en la industria de la autoayuda. O tal vez pudiéramos embotellar su ego y quitarle el negocio a la heroína. De cualquier manera, nos retiraríamos jóvenes y ricos. Me acordé de pensar en él como Good Time Christos en la fiesta de Halloween, en la casa de Jake del año pasado. Resultó que había sido un título apropiado para él. Christos bajó la tapa de la parrilla y colgó el cepillo en el lateral. ¿Entramos? Todo este ejercicio me tiene todo tenso. Necesito relajarme. Está bien. Fruncí el ceño soñadoramente. Luego sacudí la cabeza. ¡Espera! ¡Detente! Deja de hechizarme con tus poderes de. Tenemos que hablar acerca de tu juicio. Levantó una ceja. ¿Debemos? Quería disfrutar de esta noche contigo. Y tengo un regalo para ti. Puso un mechón de cabello suelto detrás de mi oreja y me besó en la frente. Me desmayo. ¿En serio? Suspiré. ¿Quién no quiere regalos? Espera un segundo, ¡lo estaba haciendo otra vez! Entrecerré los ojos y puse las manos en las caderas. ¿Esto es otra táctica de distracción, Christos? No, realmente tengo un regalo. Bien. ¿Discutimos el juicio antes o después del regalo? Lo pensó. Antes. De esa manera, mi regalo te volverá a poner de buen humor.

¿Buen humor? comenté con escepticismo. ¿Estás tratando de llevarme a la cama, Christos Manos? Asintió con confianza y deslizó un brazo alrededor de mi cintura. Puse los ojos en blanco y sonreí. Bien. Pero no hasta después que hablemos. Funciona para mí. Se inclinó hacia delante y me besó apasionadamente. Después de un minuto, apenas podía ponerme de pie. Mis piernas se habían derretido oficialmente por el incendio forestal muy profundo en mi... bosque. Sacudí la cabeza y alejé el pensamiento. ¡Detente! Tenemos que hablar le rogué. ¿Quién necesitaba hablar cuando el hombre más sexy del mundo estaba abrazándome? Estoy bastante segura de que era la voz del diablo quien hablaba en mi hombro. A la voz Diablo le gustaba divertirse. Pero la voz del ángel le recordó que no habría más fiestas en mi ropa interior si Christos estaba en la cárcel. Suspiré. Christos, sabes que te deseo, pero no te quiero solo por esta noche. También me gustaría tenerte mañana por la noche, la noche siguiente y la siguiente y... Sonrió. Lo entiendo. Mira, mi abogado tiene todo resuelto. Definitivamente agradezco tu deseo de ayudar. Pero todo va a estar bien. Christos, no sé mucho acerca de cómo funciona la corte, pero sí sé que estaba allí ese día. Estás yendo a juicio por ese chico que me gritó el día que nos conocimos, ¿no? Asintió. Te diste cuenta. No estoy sorprendido. Tu inteligencia es la mitad de lo que me atrajo a ti en primer lugar. ¿De Verdad? ¿No soy solo un rostro bonito? Hice puchero como una modelo y me levanté el cabello sobre la cabeza con ambas manos. Se rió. También tienes un rostro bonito. El más bonito. Entonces definitivamente me quieres en tu juicio para poder ganar a todos los jurados masculinos. Los tendré comiendo de la palma de mi mano cuando haya terminado.

Estoy seguro que sí. Pero no tienes que hacer nada. Va a estar bien. Vamos, Christos. Los dos sabemos que fui un testigo presencial. Y mis ojos estaban más cerca de ese idiota que cualquier otra persona. Mi versión de los hechos podría ayudarte totalmente. ¿Me equivoco? No. ¿Entonces cómo hago para meterme en el juicio? ¿Qué tengo que hacer para contar mi versión de los hechos? No lo hagas. Fruncí el ceño. ¿Por qué no? Es muy tarde. ¿Qué? ¿Podrías explicarte con más detalle? Suspiró. Tuvimos que decirle al juez en la previa al juicio quienes eran los testigos a los que llamaríamos al estrado el viernes. Es demasiado tarde para agregar más. ¡Qué estúpido! ¿Por qué? Para que el fiscal pueda escuchar lo que sea que vas a decir antes de que empiece el juicio. Para que tengan tiempo de prepararse. No hay problema. ¡Los voy a llamar ahora mismo! —Me levanté. No funciona así. Tienes que seguir el protocolo. Lleva su tiempo. ¡Es ridículo! Sentí que mi ira iba aumentando como un volcán. Quería proteger a Christos más de lo que quería respirar. ¡Todavía nos quedan dos días! No, teníamos dos días hace dos días explicó, con calma. Y si... Negó. Podría… No, agápi mou aseguró. Ya es tarde. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Quería golpearlo de lo frustrada que estaba. ¡Podría haber ayudado! Ya me has ayudado más de lo que podrías imaginar. ¿A quién le importa? Ahora estaba furiosa. Si vas a la cárcel porque no le conté a nadie en la corte sobre lo que pasó, ¡no importa! ¡No te quiero en la cárcel ni un segundo! ¿No lo entiendes? ¡Esto es tan estúpido! Me aparté de sus brazos y caminé por la cubierta hasta que quedar de pie al borde de la piscina. De repente tuve el deseo de

bucear y nadar cien largos, aún vestida. Estaba furiosa. Pero nadar no me iba a hacer llegar a donde quería ir. Sentí cálidos brazos envolviéndome desde atrás. Me Besó en la parte superior de la cabeza y me apoyé en su contra. Ahora estaba llorando. ¿Por qué no me dijiste, Christos? Porque no quería que perdieses tu tiempo en esto. Yo me metí en este lío, yo saldré. ¡Pero quiero ayudar! grité.

Agápi mou... Tienes que enfocarte en tus clases y en tu trabajo. Hablando de eso, ¿no tenías que trabajar en Grab-n-Dash esta noche? Me puse rígida en los brazos de Christos. Oh, mierda. ¡Oh, joder! Me había olvidado completamente. Estaba tan estresada porque Christos no respondía mis llamadas, que me había olvidado de todo. Te olvidaste, ¿no? Me estremecí. Eh... ¿tal vez? Samantha, esto es lo que estoy hablando. Estás tan preocupada por mí cuando deberías preocuparte por ti. Me di la vuelta en sus brazos. ¿No lo entiendes? Siempre me estás ayudando, Christos. Esta es, finalmente, la única vez que puedo hacer algo para ayudarte de verdad y no me lo permites. Mi estúpido trabajo en Grab-n-Dash no importa. No voy a ser un empleado en la tienda por el resto de mi vida. Puedo encontrar otro trabajo. Pero, si no me equivoco, tú si tienes un solo juicio, ¿no? A menos que anulen el juicio. Pero sí, suele haber solo uno. Entonces basta de ser tan obtuso y déjame ayudarte, ¡joder! Sonrió y me mostró su hoyuelo. Lo haría si pudiera, pero está fuera de mis manos. De todos modos, el juicio es el viernes. Tengo esta noche y todo el día de mañana para disfrutar de mi libertad. Y tú, agápi mou. ¿No podemos disfrutar de esta noche y olvidarnos de lo que está por venir? La mirada suplicante en sus ojos derritió mi corazón. Puse mi mejilla contra su pecho duro como una roca. Estúpidos músculos. Estúpidos hoyuelos. ¡Estúpido Christos! Lo abracé y lo apreté tan fuerte como pude. Haría todo lo posible para bloquear el juicio y concentrarme en el presente. Suspiré.

Creo que, ¿dijiste algo sobre un regalo? Así es comentó seductoramente. Pero antes de llegar a eso, ¿tal vez deberías llamar a tu jefe y decirle que no puedes ir a trabajar? ¡Mierda! Mi jefe podía agarrar su camisa de color pis del uniforme de Grabn-Dash y metérsela en el culo. Dado que me iba a mudar con Christos y ahorraría el alquiler, ¿realmente necesito el trabajo? Oh, espera, desde que mis padres se habían vuelto locos y decidieron no enviarme más dinero para la universidad, sí. No solo necesitaba e trabajo en Grab-nDash, si no que me vendría bien conseguir tres más. No había manera de que pudiera pagar mi matrícula con lo que ganaba en el museo de arte SDU y en el Grab-n-Dash combinado. Mi vida realmente me estaba jodiendo por todos los orificios. Peor aún, no solo se metían por mis agujeros principales, incluyendo mis oídos, nariz y ojos, sino que también imaginaba millones de diminutas pollas microscópicas violando todos los poros de mi cuerpo. A la mierda. Mejor que disfrutara de mi noche con Christos. Porque las cosas no podían empeorar, ¿o sí?

Christos y yo entramos y llamé inmediatamente a mi jefe del Grabn-Dash desde mi teléfono. Me disculpé profusamente por no ir y pregunté qué podía hacer para hacer las paces con él. Me dijo, sin rodeos, que estaba despedida. ¿Ah, sí? le grité al teléfono. Bueno, ¡tus uniformes parecen pis y huelen a perritos calientes! ¡No necesito tu estúpido trabajo! Lo oí colgarme. ¡Y tus cejas parecen orugas! grité. Eso estuvo bien comentó Christos sin ninguna expresión. De todos modos, siempre he odiado ese lugar. ¡Ni siquiera me daban bebidas gratis cuando estaba de turno! Mi jefe era un completo avaro. Encontrarás algo mejor me animó Christos. Quién sabe, tal vez vendas un poco más de arte. Me pregunté si The Wombat11 pagó por las historietas. Tendría que preguntarle al director, Justin Tomlinson. Tragué saliva. Me podría preocupar al respecto más adelante. Ahora, Christos. Entonces, ¿dijiste algo de un regalo? le pregunté tímidamente. Lo admito. Estaba ávida de un buen regalo. Había sido un día largo. Sí. Sonrió. Te va a encantar. Vamos, te lo mostraré. 11

The Wombat: Periódico Estadounidense.

Me llevó a través de la casa hasta que terminamos en el garaje. Encendió las luces. Lo primero que noté fue una camioneta vieja con paneles de madera en los laterales y llantas blancas. Nunca había visto uno así antes. Arrugué la nariz. ¿Me conseguiste un auto? ¿Qué? Christos parecía confundido. ¿Woody?12 Me eché a reír. Entrecerró los ojos. No sabes lo que es Woddy, ¿no? ¡Christos! Me reí como una niña. Claro que sí. Sonrió, mirándome. Bueno, ¿qué es? Obvio, un hombre empalmado. ¿Un qué? preguntó, divertido. Ya sabes insistí. No, dime. Soy todo oído. Una erección. ¿Una qué? Christos, ¿cómo puedes tú, de entre todas las personas, no saber a qué me estoy refiriendo? Negó, confundido. ¿Un pene erecto? dije insegura. Todavía se veía divertido. ¿Acaso no estoy hablando en español? pregunté. Se encogió de hombros. Bueno espeté, ahora sé que te estás riendo de mí. Se echó a reír a carcajadas. Le di un manotazo en el brazo. ¡Imbécil! Esquivó mi otro golpe y se rió. ¡Eres súper sexy cuando estás enojada! ¡Definitivamente tengo que sacar una foto de ese rostro en este preciso instante! Chicos. Me crucé de brazos. Entonces, ¿qué es Woody, señor inteligente? Woody, el nombre de su camioneta, hace referencia al material de la que está hecha. Pero también significa erección. 12

Esta particular Woody es la furgoneta Plymouth 1949 de mi abuelo. La compró cuando mi padre era un niño y la arreglaron ambos de nuevo en 1970. Oh, es muy bonita. ¿Cómo es que nunca he visto a tu abuelo conduciéndola? Es un clásico. Solo la sacó ahora y entonces. Antes de terminar de arreglarla, mi abuelo habría cargado las tablas de surf y llevado a mi padre surfear cuando era niño. Eso suena divertido. Nunca había hecho algo tan divertido con mis padres cuando era niña. Una vez más, sentí este pinchazo de celos que sentía cada vez que Christos me contaba otra historia casual de la vida de su familia. No creo que pensase algo de esto. Para él, era normal. Para mí era exótico, romántico y casi increíble. ¿De verdad la gente disfruta tanto en sus vidas? Mis padres no lo hacían. Para ellos, todo había sido trabajo, tener precauciones, planear el futuro. ¿Qué hay sobre vivir el momento? No creo que supiesen que era eso. Así que empezó Christos, la primera parte de tu presente. Cajas. ¿Cajas? Caminé hasta una pila de cajas nuevas apoyadas contra la pared del garaje. Cajas de mudanza. Y suministros de empacar. Para ti. ¿Para mí? Miré las cajas. Había un montón de diferentes tamaños, incluyendo una de guardarropas para colgar prendas. Si vas a conseguir mudarte conmigo, vamos a tener que empacar todo, ¿no? Me sonrió. Mi corazón se derritió al instante. Había estado dándole vueltas como loca los últimos dos días, ya que de alguna forma Christos había logrado mantener su mirada en la recompensa, por así decirlo. Pregunté tentativamente: ¿Estás seguro? Por supuesto que estoy seguro se mofó. Pero, la otra noche te volviste loco y te fuiste corriendo de mi apartamento después de contarme sobre tu juicio. Pensaba que habías cambiado de opinión. Quería esconder mi rostro. Estaba a punto de llorar. Quería que mis lágrimas permanezcan, por miedo de arruinar mi sueño el cual estaba volviéndose real delante de mis ojos. —Te debo una disculpa por esto, agápi mou. Me volví loco totalmente. —Envolvió sus brazos alrededor de mí y me acerco.

Mire arriba a sus brillantes ojos azules. Penetraban mi corazón tan fácilmente. Sentía calor chispeando dentro de mí mientras mis ojos se empapaban en el amor que brillaba en los suyos. No pasa nada, Christos. Lo entiendo. —No te mereces que salga así, especialmente después que tus padres estallen de furia con tus planes de mudarte conmigo. Debía haber estado ahí para ti. Creo que me sorprendió mucho lo que tus padres dijeron, combinado con el estrés de mi juicio, que era como si no pudiese hacer nada para detener el aplastamiento. Después de tranquilizarme, tuve que recordarme que no puedo controlar lo que tus padres dicen o hacen y no puedo controlar el resultado de mi juicio. Pero esto no quiere decir que el resto de mi vida tenga que detenerse. Hemos hablado sobre mudarnos juntos y hablé en serio. Mierda, ya tienes un bonito estudio aquí. Podrías también sellar el trato. Esta casa es tu casa. Quiero que vivas conmigo, sin importar lo que pase. Creo que estaba flotando fuera de mi cuerpo. En cualquier segundo esperaba ver una luz al final del túnel y escuchar un coro de ángeles dándome la bienvenida al cielo. Ah, espera, la luz era solo el amor irradiando de los ojos de Christos. Sí acepté con voz ronca. Tuve que aclararme la garganta, estaba tan ahogada. ¡Sí! —Reí—. ¡Definitivamente quiero mudarme contigo! —Maravilloso. —Sonrió, sus ojos oscureciéndose por tangible deseo—. Ya tengo a Jack y un montón de amigos preparados para mañana. Uno tiene una gran camioneta. Si ibas a querer, pensaba que los chicos y yo podríamos ir a tu apartamento mientras estás en clase y empacar todo por ti. Podríamos poner tus muebles en el garaje. Tendríamos todas tus cosas mudadas antes de que vuelvas del campus. ¿Qué piensas? —¡Qué bien! Suena maravilloso. ¿Estás seguro? Quiero decir, mudarse no es básicamente el número uno de las actividades sociales de la gente. —Está bien. Todo lo bien que te parezca que lo hagamos. Necesito tener tu llave del apartamento. Y probablemente deberías decirles a tus vecinos y agente inmobiliario para que no piensen que estamos robando. Me reí. Lo hare. Oh, una cosa. ¿Qué? No dejes a ningún amigo tuyo oler mis bragas —me burlé. Soltó una risa.

—No tendrán ninguna oportunidad. Estaré demasiado ocupado husmeando en todo aquello yo mismo. —Inhaló fuerte—. Oh, sí, este es el propósito. Le pegué en el brazo otra vez. —No puedo decidirme si esto es repulsivo o excitante. —Me encanta como huele tu coñito, así que me quedo con excitar. Hice una mueca. —Asqueroso. Negó y sonrió. —Un día vamos a tener que romperte de tus maneras puritanas, agápi mou. Me encanta como huele tu coñito. Me gusta como sabe. Generalmente pienso en meter mi rostro entre tus piernas cada cinco minutos. —¡Eres tan bruto! Sonrió, su sonrisa con hoyuelos. —¿Qué puedo decir? Me excitas más que cualquier mujer haya excitado alguna vez un hombre en la historia de la masculinidad. Tu coñito, eso es. Néctar de los dioses y ya está. Tuve que admitir, el caliente latido entre mis piernas era totalmente involuntario. No tenía ninguna responsabilidad por estar excitada por el comportamiento vulgar de Christos. Era una chica decente, sin un solo hueso de puta en mi cuerpo. Christos, por otro lado, tenía el alma de un macho putero y por alguna razón, deseaba sus putos huesos en mi cuerpo. Ehh, quiero decir, quiero su puto hueso en ciertas partes de mí por las cuales no era responsable, el húmedo y empapado centro en particular. Arqueó una engreída ceja, hincapié en la engreída parte. —¿Preparada para ir arriba? —¿Por qué tenemos que ir arriba? —El capó de Woody parecía tan buen sitio como cualquiera. —Para ver tus otros regalos —murmuró. —Los regalos son buenos —dije suavemente, levantando la mirada a sus ojos. Christos se agachó y me alzó en sus brazos. Vale, lo admito, me había llevado a sitios mil veces hasta ahora, y me gustaba cada vez más. Fuimos arriba y me llevó a su dormitorio. Esta vez, realmente sentí como si hubiésemos cruzado un importante umbral. Habíamos pasado a algo permanente. Vaya, estaba excitada desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Encendió las luces.

La cama ahora estaba cubierta con un nuevo edredón y montones de almohadas estaban apiladas contra la cabecera. —Pensé que la cama podría ser un poco más lujosa, ya que vas a pasar tanto tiempo en ella —explicó. —¡Me encanta! Aún acunada en sus brazos, me paseó por la habitación. —También compré una cómoda para tu ropa. —Una nueva cómoda de madera estaba en la esquina—. E hice sitio en el armario para tus cosas. —Abrió una de las puertas de espejo. Un montón de sitio—. Y puedes poner el calzado y otras cosas en la estantería y el suelo. Si te transformas en una fulana de los zapatos, podemos alquilar un almacén —sonrió. —Por suerte para ti, estoy en banca rota. —Sonreí. —Esto no te detendrá de ir a Goodwill o tiendas de segunda mano. Los zapatos son zapatos. Sé cómo las chicas se ponen cuando se trata de calzado. —¿Me estas animando? —me mofé—. No soy una cazadora de ofertas. Puso los ojos en blanco. —Déjame al menos un mes antes de volverte loca. Me gustaría al menos disfrutar la ilusión de una familiar casa libre de zapatos este tiempo. Christos estaba aún sosteniéndome en sus brazos. Apreté mi mejilla contra los grandes músculos de su pecho. Inhalé su esencia masculina. Vaya, estaba viviendo en un mundo de fantasía. ¡Que alguien me despierte! ¡Sin embargo, durante unos segundos, no! —¿Cuándo hiciste todo esto? —pregunté. —Hoy. Mi juicio preliminar va muy rápido. Aún hay una o dos cosas más. —Oh ¿Cuántos regalos más voy a recibir? —Tantos como desees. Me dio un guiño mientras abría la puerta del baño y caminaba dentro. —Oh, dios mío —murmuré. No podía creer lo que veían mis ojos. Pequeñas velas estaban alineadas. El suelo estaba cubierto con pétalos de rosa y el borde del jacuzzi, que estaba lleno de espuma. Dos grandes ramos de rosas estaban colocadas en la esquina encima del lavabo. En medio de todo había una caja grande de chocolate en forma de corazón. —Feliz San Valentín, agápi mou —dijo suavemente. Vale, ahora estaba oficialmente llorando. Lágrimas corrían abajo por mi rostro.

—Oh, Christos. Agápi mou. No puedo creer que hayas hecho todo esto. —Yo sí. Sonrió. —Pero es demasiado —protesté mirando sus ojos. —No es suficiente. Sonrió. —Pero no te he regalado nada, agápi mou —indiqué. —Sí lo has hecho, agápi mou. Me regalaste a ti. —Me miró profundamente a los ojos—. Samantha, contigo en mi casa y en mi corazón tengo todo lo que alguna vez he necesitado en este mundo. Eres todo para mí. Todo lo que necesito, todo lo que quiero, todo lo que la vida tenía para ofrecerme. Alcé la cabeza para besarlo. Me rodeó con sus brazos y me levantó más cerca, hasta que nuestros labios se encontraron. El cálido abrazo de nuestros labios envió temblores de deseo cayendo en cascada por mi garganta. Su lengua se enterró en mi boca y se mezcló con la mía. Agarré en un puñado su camiseta mientras su cálida respiración me acariciaba. Nos besamos un rato, después se apartó gentilmente. —Tu baño espera. No queremos que se enfríe. Me dejó en el borde de la bañera y me quitó las bailarinas masajeando mis pies. Hmm, esto se siente fantástico —dije. Sonrió y masajeo durante un tiempo. Cuando terminó, deslizó sus manos hasta mi pantalón vaquero y trabajó sus pulgares entre mis muslos hasta que se burlaban entre mis piernas. Me reí mientras me hacía cosquillas con sus manos a mis lados y me sacó el suéter y la camiseta por encima de mi cabeza. Los arrojó al suelo, tomó mis manos, y me levantó. ¿Qué? pregunté. Pantalón. Sonrió mientras desabrochó mi pantalón vaquero, deslizó la cremallera y, poco a poco, me bajó el pantalón y bragas hasta mis tobillos. Estaba arrodillado junto a mí, su rostro a centímetros de mi centro. Inclinó la cabeza hacia mí y ladeó sus hoyuelos mientras inhaló lentamente. Malditamente increíble comentó, cerrando los ojos para saborear mi olor. Se inclinó hacia mí y exhaló en mis pliegues húmedos. Su aliento caliente me hizo cosquillas. Quería bailar de nerviosismo, pero mis pies estaban atrapados por mi pantalón. Puso una rodilla entre mis piernas, bajando mi pantalón y atando mis pies. No iba a ninguna parte.

Christos murmuré. No me puedo mover. No. Se rió entre dientes. Ahuecó mi trasero con sus manos y acercó mis caderas, hundiendo el rostro entre mis piernas. Su lengua lamió entre mis labios, caliente y hambriento. Lamió mi humedad como un hombre sediento tropezando con un oasis. El placer era intenso y eléctrico, saliendo en espasmos desde mi centro hasta mi pecho, brillando hasta mi garganta. Me sentía débil y apoyé un brazo en su hombro musculoso, estabilizándome mientras lamía hasta hacer desaparecer mi equilibrio. Las contracciones se apoderaron de mi interior a medida que un orgasmo se construyó dentro de mí, dando vueltas por mi cuerpo en oleadas de calor líquido. Gemí ronca y me desplomé sobre los hombros de Christos mientras el placer robó mi gravedad y me levantó en el aire. Oh, oh, oh... Condujo su lengua dentro de mí, mientras me vine en su rostro. Él no paraba y mi placer remontó, intensificando cuando otro orgasmo tomó vuelo en las alas del primero. No se detuvo. No quiso ceder. Gruñó y gimió mientras sus dedos apretaron mi culo con su agarre fascinante. Estaba hambriento y me rasgó para abrirme con su lengua. Lloré placer entre mis piernas, lloviendo por todo su rostro. Estaba ida.

Mis piernas temblaban cuando por fin terminó. Mi torso estaba echado sobre sus hombros para sujetarme con los brazos. Mi cabello colgaba en mi rostro mientras lo miraba. Inclinó la cabeza hacia mí, con un brillo travieso en los ojos. Se veía carnívoro mientras sus labios lisos se esparcieron entre sus dientes. Te dije que estaba muriéndome por una mordida. Me reí. Suenas como un vampiro. Se rió y se quitó la camisa, dejando al descubierto los intrincados tatuajes en brazos y hombros, así como la escritura Fearless sobre el pecho, luego se deslizó por mi cuerpo, presionando sus pectorales contra mis pechos hinchados y mis pezones erectos, disparando hormigueos eléctricos que me quitaron el aliento. Desabrochó mi sujetador y lo quitó, con el rostro todavía reluciente mientras me besó profundamente y acarició mi cuello. Mmm, tan bueno comentó. ¿Lista para tu baño?

¿Qué hay de ti? pregunté. ¿Qué hay de mí? ¿No estás, ya sabes, como totalmente excitado? Puedo esperar dijo engreídamente. ¡Alerta de abdominales! Miré hacia abajo, a sus siempre increíbles abdominales. Lavaría la ropa veinticuatro horas al día, siete días a la semana si sus abdominales fueran mi tabla de lavar. Pasé mis dedos por ellos, acariciando los ocho que señalan con flechas a la cintura de sus pantalones. No sé si yo puedo. Agarré su cinturón y tiré sus caderas contra mí. Nunca rechazaría a una dama. Sonrió. Desabroché su cinturón y su pantalón. Quería recrear el mismo movimiento que había usado en mí. Sujeté su ropa interior y pantalón vaquero y empecé a tirar. Maldita sea, tu vaquero es muy ajustado. Necesitaba algún tipo de palanca, así que salí de mi vaquero y bragas y los eché a un lado antes de fijar mis piernas y tirando sin éxito de su pantalón. ¿Un poco de ayuda? Culpa a la moda rebatió casualmente. El vaquero ajustado está de moda. Meneó sus caderas mientras se deslizaba los pantalones hacia abajo. Su polla saltó fuera de sus calzoncillo y se meció en mi rostro. Cuidado con mi misil con mira térmica bromeó. Tiene localizador de objetivo. Me reí. Eres un completo idiota, ¿lo sabes? Solo para ti, agápi mou. Me las arreglé para empujar su pantalón y calzoncillos hasta los tobillos. Cuando me levanté en mis rodillas, su polla palpitante estaba apuntando directamente a mi boca. Uhhh... titubeé. ¿Qué hago? Tú te metiste en este lío comentó. Arqueé una ceja y lo miré a los ojos. ¿Creo que es hora de mi baño? Lo que prefieras. Mi pene no va a ninguna parte. Puedo follarte más tarde. Todo depende de ti. Aun mirándolo, negué. Tienes una mente sucia, jovencito.

La más sucia. Bajé los ojos de nuevo a su virilidad. Vaya si era muy grande. Venas gruesas enrolladas alrededor del eje. La cabeza estaba oscura y morada de sangre. Literalmente latía, pum, pum, pum, probablemente al ritmo con su latido del corazón, volviéndose un poco más grande con cada golpe. Líquido pre seminal goteó desde la punta. Lamí mis labios. No pude evitarlo. Se veía tan lamible. Me incliné hacia ella y sentí calor vertiendo fuera antes de que mis labios siquiera la tocaran. ¿Sabes en lo que te estás metiendo? preguntó, pensativo. ¿En realidad, no? Mi boca nunca había estado tan cerca de una polla en toda mi vida. Siempre había mantenido una distancia de seguridad en todo momento. Tal vez ha llegado el momento de lanzar la precaución al aire. Podemos saltar en la bañera si quieres y disfrutar de la espuma susurró. Todo depende de ti. Le sonreí y sacudí mis pestañas. Sonrió. Me incliné hacia delante y, con cautela, besé la parte superior de la punta una vez. ¿Qué tal eso? Vaya. Increíble. Nunca he sentido nada igual bromeó. La. Mejor. Mamada. De. Mi. Vida. Guiñó un ojo. Le fruncí el ceño. Discúlpame. No he tenido un montón de experiencia en tragar trompas de elefante, engreído. Ladeó un hoyuelo hacia mí. Tengo un engreído esperando por ti, cuando estés lista. Puse los ojos en blanco. Eso fue épicamente tonto, Christos. ¿Y? Sonrió. Haz tu movimiento o saltaré a la bañera. Bien. Tú lo pediste gruñí. Me incliné y lamí el líquido preseminal justo al lado de la punta y lo tragué. Un toque salado como el océano. No era lo que esperaba. Pero no había terminado. Deslicé mis labios alrededor de la cabeza de su polla y lamí la parte inferior. Jo... o... o... der gimió.

Miré hacia arriba y lo vi echar la cabeza hacia atrás. No había manera de que pudiera meter todo en mi boca así que sujeté su eje con las dos manos y continué chupando y lamiendo con mi boca. Silbó en éxtasis. Oh, maldita sea, eso es increíble... No estaba del todo segura de lo que estaba haciendo. Había visto pornografía y tenía algunas ideas básicas sobre cómo funcionaba esto. Lo que no esperaba era lo mucho que me estaba excitando. Sentí los músculos de mi centro temblando de necesidad, como si hubiera una conexión directa entre estos labios y aquellos. Deslicé mi cabeza hacia adelante tanto como podía, hasta que tocó el fondo de mi garganta. ¡Alerta roja! Me aparté bruscamente. Había oído hablar de los reflejos de arcadas y esas mujeres legendarias que no tenían ninguno. Yo lo tenía. Podría trabajar alrededor de ello. Seguí lamiendo y acaricié con la boca y las manos. Moví mi mano izquierda hacia abajo, ahuequé sus bolas y las masajeaba con mis dedos. De repente, me acordé de ver a la gente que trabaja esas bolas de meditación de plata en sus manos, las que sonaban cuando las movías en tus dedos. Meditación, mi culo. Esas bolas de plata eran para la práctica de sexo oral.

Christos Lo más gracioso de las mamadas era que un buen número de chicas apestaba en ellas. De mala manera. Quiero decir, eran terribles. Como meter mi polla en una picadora de carne. No tenía duda de que un número igual de hombres eran terribles en hacerles sexo oral a las mujeres, pero eso era otro tema. La peor cosa en el mundo fue cuando una chica iba hacia abajo en ti, moliendo la piel de tu polla como una lijadora de banda, teniendo el mejor momento de su vida, pensando que es increíble. Lo último que querías hacer era estallar su burbuja y decirle que apestaba en chupar. Nunca había hecho eso. Siempre me había armado de coraje y soporté el dolor. La mayor parte del tiempo, podría forzar a salir una carga de semen tan rápido como fuese posible y acabar de una vez. Pero en una o dos ocasiones raras, la chica era tan mala, que no había manera de que me corriese antes de que mi polla se moliera hasta convertirse en un nudo. Ni siquiera recuerdo cómo salí de aquella. Creo que solo había

gritado: ¡Oh mierda, quién es eso fuera de tu ventana! Y corrí por su puerta cuando estaba mirando para otro lado. No es uno de mis mejores momentos. Por suerte para mí, Samantha fue fácilmente la mejor que he tenido. De clase mundial. Medalla de oro. Apenas había comenzado y ya no podía distinguir arriba de abajo o izquierda de la derecha. Santa mierda exclamé. Tengo que sentarme. ¿Hice algo mal? preguntó Samantha, quitando su la boca de mi polla. Maldita sea no. Pero me voy a desmayar al ritmo que vas. ¿Es eso malo? cuestionó inocentemente. Negué y reí. No. Mis rodillas parecían gelatina mientras me agachaba hasta que estaba sentado en el borde de la bañera. Samantha mantuvo una mano alrededor de mi pene todo el tiempo, como si no quisiera dejarlo ir. No tenía idea de lo jodidamente sexy que era. Y el hecho de que no lo supiera, la hacía diez veces más sexy. No porque fuera inocente, sino porque no estaba actuando. Algunas mujeres pensaban que las cámaras estaban rodando mientras estaban en el dormitorio y estaban ocupadas vapuleándose y gimiendo para la lente. Pero Samantha estaba aquí conmigo, totalmente centrada en mí. Era una experiencia rara y única para mí, tanto como sabía que era para ella. Estaba arrodillada en la alfombra delante de la bañera entre mis rodillas. ¿Debo continuar? preguntó. Diablos sí dije sonriendo. Sus labios calientes se deslizaron hacia debajo de mi pene como un guante de seda. Maldita sea, era tan natural. Fue arriba y abajo de mi pene, llevándome a su interior más y más profundo. Cerré los ojos y mi cabeza cayó hacia atrás, colgando contra mis hombros. Lo que estaba haciendo con sus manos y su boca era magia. Lo juro, todo mi paquete estaba radiante de placer, igual que toda mi conciencia se derrumbaba a mi pene en una bola de éxtasis caliente esforzándose por ser lanzado. No sé cuánto tiempo pasó. Perdí la noción del tiempo. En un momento, miré hacia abajo y vi que estaba poniendo todo su cuerpo en ello. La cabeza de mi pene estaba en llamas. Cada lamida hacía que mi cuerpo se quedara tonto. Se sentía tan jodidamente bien. Creo que mis bolas terminaron tan apretadas que no quedó nada para tomar, así que las liberé y puse las dos manos a trabajar en mi eje.

Joder, Samantha susurré con voz ronca. Voy a venirme. Oh, mierda, oh mierda... Intensificó todo y creo que mi pene se convirtió en un agujero negro por el que estaba chupando todo el universo del centro de mi cuerpo. Justo cuando pensaba que iba a estallar, olas de calor inundaron todo mi cuerpo y todo se soltó. Toda mi tensión desapareció. Todo el estrés que había anudado mi cuerpo durante las pasadas tres semanas pensando en mi juicio, finalmente se soltó. Fue la sensación más relajante que jamás había sentido. Estaba en paz. Y todavía no me había venido. Había leído acerca de los chicos teniendo orgasmos múltiples. Pensé que era una especie de mito. Pero aún no había disparado mi carga y ya estaba cabalgando sobre una ola de intenso placer relajante. Fue increíble. Y Samantha se mantenía y seguía. Los orgasmos siempre habían sido una explosión para mí. Un tiro, golpeando, tirando cosas. Esto era solo total liberación pacífica. Se sentía tan condenadamente bien. El resplandor se extendió por todo mi cuerpo. Me dejé caer contra la pared junto a la esquina de la bañera y me deslicé sobre el codo, pero Samantha se mantenía. Podría quedarme así para siempre, disfrutando de la libertad de volar con lo que el amor de mi vida estaba dándome. No sé cuánto tiempo pasó. No quería que se detuviera nunca. Entonces algo comenzó a crecer. Algo sinuoso más apretado de lo que nunca había sentido antes. Iba a estallar. Alguien había metido una bomba nuclear por mi trasero y me iba a partir por la mitad. Le di la bienvenida. Mi conciencia se encogió con el comienzo del universo entre mis piernas, masa infinita aplastada en un espacio microscópico. Y entonces todo terminó. BOOM. Cada átomo de mi cuerpo se desintegró en protones y neutrones, y se disparó a través del universo a la velocidad de la luz, envolviendo toda la existencia. Soltándose. Paz. Estaba en paz. Por primera vez en mi vida, estaba en paz. Agápi mou... siempre fuiste tú.

Samantha El pene de Christos se puso más grueso, mientras se forzaba en mi boca. Se había desplomado por un tiempo, pero estaba decidida a acabar con él. Estaba hambrienta por su pene, sedienta de su dulce liberación. Quería tomarlo en mi boca, tragarme su energía en mi vientre. Se quejaba continuamente, casi ausente, sus párpados revoloteando, casi catatónicos de placer. Era un poco raro, pero al mismo tiempo era de lo más excitante. Era verdadera masilla en mis manos, con el cuerpo en un charco de músculo y gemidos. Entonces su pene, repentinamente, se tensó cada vez más, con las venas abultadas, sobresaliendo y la hinchazón fuera de toda proporción. Esto era todo. De repente se tambaleó hacia delante, con las rodillas presionando mis costados mientras todo su cuerpo se contraía. ¡¡¡Diaaaaaaaaaaaablos!!! gritó. Semen caliente se disparó en mi boca, golpeando la parte posterior de mi garganta. Me sorprendió por dos cosas a la vez. Era muy salado y había un montón. Mucho más de lo que esperaba. Dejé de mover mi cabeza, pero seguí bombeando su eje. Estaba decidida a ordeñar hasta la última gota con mi lengua. Siguió viniéndose y viniéndose y traté de mantener todo en mi boca. No tuve más remedio que tragar. Esperaba ahogarme, pero no lo hice. Estaba tan excitada por todo esto, que acabé por ir con la corriente. Sin juego de palabras. Se vino directo en mí. Seguí acariciando lentamente su pene con mi lengua. Con mis labios aún envueltos a su alrededor, miré a Christos. Tenía los ojos cerrados, su rostro flácido e inconsciente. Se había ido totalmente. ¿Estaba dormido? Después de un rato, me detuve, me aparté y le sonreí. No creo haberme sentido casi tan cachonda en toda mi vida, ni siquiera cuando besé mi propia humedad de su boca en varias ocasiones. Lo que realmente me sorprendió era que me gustaba sentirme así. ¡Le di en la cabeza! No, ¡lo dije! ¡Mi primera mamada! ¡Sí, yo! No podía creer lo mucho que lo había disfrutado. Estoy bastante segura de que había funcionado para Christos también, a juzgar por la expresión de su rostro. Uno de sus párpados se abrió un poco. Su pupila parpadeó en mi dirección.

¿Hay alguien en casa? bromeé. Una lenta sonrisa se extendió por su boca. Levantó una ceja. ¿Estoy muerto? No, tonto. Puse mis manos en sus piernas y me incliné hacia él para darle un beso. Deslicé mi lengua en su boca y le dio la bienvenida. Medio esperaba que hiciera una mueca de dolor por alguna razón, como que tal vez no le gustaría probar su propio semen. Pero me succionó con voracidad. Mmmmm se quejó. ¿Fue bueno? pregunté. Mmmmm-hmmm. No creo que pueda moverme. ¿Listo para ese baño? Es posible que desees dejar salir un poco de agua caliente. Me siento como si hubiese pasado una semana y la bañera probablemente esté fría bromeó. ¿Qué año es? Ni siquiera lo sé. Revisé la bañera y estaba fría, así que dejé correr el agua caliente y añadí más espuma. Cuando estuvo lista, me subí. ¿Te unes? La única respuesta de Christos fue bajarse de la bañera de hidromasaje como una anguila coja desde donde estaba sentado en el borde, con las piernas siguiéndolo como una ocurrencia tardía. ¡Oh, dios mío! ¡Christos! Estaba totalmente sumergido. No quería que se ahogara. Quité algo de la espuma y lo vi sonriéndome desde debajo del agua. Finalmente, con la cabeza elevada por encima de la superficie, con el cabello pegado a su frente. Realmente no sé en qué planeta estoy en este momento comentó mientras se deslizaba alrededor de la bañera hasta que estuvimos hombro con hombro y apoyó su cuerpo contra el mío. Eso fue realmente increíble, agápi mou. Nunca había sentido nada igual. ¿En serio? A pesar de la conducta saciada de Christos, todavía estaba un poco insegura sobre mi rendimiento, ya que nunca lo había hecho antes. No había ninguna vergüenza en recibir unos cuantos cumplidos, ¿no? Además, era casi tan divertido hablar sobre sexo como lo era hacerlo, especialmente cuando estabas disfrutando de la sensación de bienestar posterior de haber terminado. De verdad. Christos sonrió con aire de suficiencia. Creo que derretiste mi pene murmuró adormilado. Ni siquiera puedo sentirlo ahora. Creo que mis bolas están completamente vacías. Como si le

hubiera disparado a mis testículos desde mi pene. ¿Las sentiste irse por tu garganta en algún momento? ¿Puedes comprobar si están todavía allí, o si mi escroto se ha desinflado por completo? Llegué bajo el agua, entre sus piernas y tomé sus bolas. Todavía no. Sonreí. Les di un suave apretón. Parece como si todavía estuvieran llenas. ¿Tal vez necesitas escurrirlas un poco más? En un momento. ¿Qué? di un grito ahogado. Pensé que eras el hombre del minuto a la hora de la recuperación. No después de lo que acabas de hacer. Puede ser que necesite una hora. ¡De ninguna manera! Sí hay manera. Ahora que lo pienso, creo que me bajó el azúcar en sangre con toda esa acción. Es posible que necesite un poco de chocolate después de eso. ¿Estás loco? grité. ¡Después de lo que me tragué, creo que tengo que ponerme a dieta! Se rió. Estoy seguro de que no te tragaste más de dos mil calorías. ¿Todas esas? jadeé en serio. Eso dicen. Pero tiene que ser un mito. Una carga no es más que un par de cucharaditas. Quiero decir, medio litro son mil calorías. ¿Cómo diablos exprimirías dos mil en dos o tres cucharaditas? No tiene ningún sentido. En otras palabras, no necesitas ponerte a dieta. ¿Estás seguro? Hombre, eres tan chica. Supongo que no tendrás espacio para el chocolate que te compré, con lo de tragarte mi carga y todo comentó con desdén. ¡Ahí es donde te equivocas! ¡Las mujeres siempre tienen espacio para chocolate! Salté fuera de la bañera y agarré la caja en forma de corazón de la encimera, entonces me deslicé de nuevo en el agua. Miré la caja. ¿Qué hay de See‘s Candies? Nunca antes lo había escuchado. Eso es correcto dijo Christos, su boca justo por encima de la superficie del agua, una expresión soñolienta todavía oscurecía sus ojos. No tienen See‘s de la costa este. See‘s es Mary See, la viejita que los inventó. Prepárate para las mejores trufas de chocolate que hayas tenido. He probado Godiva. Algunos señora llamada Mary no puede ser tan buena como la exóticamente atractiva Godiva me burlé. Prueba uno sugirió, poco interesado en mi argumento.

Abrí la caja y miré los diferentes bocados de leche, oscuros y chocolate blanco. ¿Cuál debo elegir? No importa, todos son impresionantes respondió. Tomé uno solo y tomé un bocado. Rico chocolate y relleno de crema de mantequilla se derritió en mis papilas gustativas en un apuro de chocolate con deliciosa exquisitez. Oh Dios mío. Eso es irreal. Tragué. Creo que acabo de tener mi primer orgasmo de comida. Te lo dije. Christos se rió entre dientes. Feliz Día de San Valentín, agápi mou.  Se inclinó y me besó apasionadamente. Nos turnamos besándonos y comiendo chocolates See‘s. No podía decidir cuál estaba más rico. No importaba porque los estaba compartiendo con mi hombre. Estaba en el cielo.

Samantha A la mañana siguiente estaba en el infierno. Había tenido pesadillas toda la noche sobre Christos estando en la cárcel. Dormí como una mierda y me desperté agotada. Al menos Christos estaba a mi lado en la cama. Por ahora. Su juicio era mañana. Me quedé mirando el techo, con mi cabeza dando vueltas como un huracán. Su juicio parecía como una eternidad desde ahora y solo quería que terminase. También se sentía como si estuviese en segundo lugar a partir de ahora, y mi tiempo con Christos era tan fugaz que tenía que aferrarme a él como si me fuera la vida en ello. —¿Estás despierta? —preguntó con cautela. Las lágrimas goteaban por mis mejillas. —Sí —dije con suavidad. Rodó sobre su estómago, hasta que su rostro quedó a centímetros del mío. Besándome en mi mejilla suavemente. Froté las lágrimas de mis mejillas y contuve los sollozos que trataron de irrumpir a toda costa. Quería ser fuerte para mi hombre. —Déjalo salir, agápi mou —dijo bajito. Pasando un brazo alrededor de mí, tiro de mi cuerpo desnudo hacia el suyo —¡Oh, Christos! —gemí, finalmente dejándome ir. Mi cuerpo se estremeció de dolor y miedo. Borré los terribles escenarios futuros que bailaban en mi cabeza y me esforcé al máximo por concentrarme en el amoroso abrazo Christos. Lloré durante mucho tiempo mientras me besaba suavemente, rociándome de amor alrededor de mí, mis labios, mis ojos, mis mejillas, la punta de mi nariz, mis oídos, mi cabello. Me hundí en su reconfortante amor. —Te amo Christos. No puedo dejarte ir —le dije con desesperación—. Te necesito. Aquí. No quiero que vayas al tribunal mañana. Sabía que era ridículo, pero se lo dije de todos modos.

—Yo también te necesito, agápi mou, por y para siempre. Te necesito en mi vida para guiar a mi corazón, para mantenerlo abierto, para mantenerme conectado a la tierra, para recordarme por qué vale la pena vivir, por quien tengo que seguir luchando, por eso nunca voy a renunciar a ti o a nosotros. Tú eres mi vida, agápi mou. No tengo nada sin ti. Mi corazón se abrió al suyo en ese momento más ampliamente de lo que nunca lo había hecho antes. Christos era mi único y verdadero amor. Lo sabía con tanta certeza como sentía su corazón abrirse de par en par al mío en ese momento. Literalmente, sentí la energía que fluía entre ambos, la joya de rubí de mi propio corazón absorber y proyectar su amor en un círculo completo. Juntos al fin. Apreciaba a este hombre como ninguna otra cosa en mi corta vida. Él era mi regalo. Haría cualquier cosa para mantenerlo a salvo. Cualquier cosa. Sin pensarlo, alcancé entre nosotros y sentir su calor en mi mano. La deslicé dentro de mi humedad en espera e hicimos el amor tiernamente. Era lento, suave, conectados, era precioso. Las alas de mi corazón ondeaban en el baño de su amor. Nuestros cuerpos giraron vertiginosamente hacia arriba y fuera de la habitación como uno solo, el cálido aliento nuestro amor nos elevaba sin esfuerzo en el cielo, sobre las láminas ondulantes de éxtasis. Finalmente, llegamos juntos al orgasmo. —Te amo, agápi mou —murmuramos simultáneamente. Después, cuando nos tumbamos en la cama, volvimos a la Tierra y nos relajamos en nuestros propios cuerpos una vez más. Para mi sorpresa, estaba sobre él. Incluso ni me había dado cuenta que había terminado aquí. Había ocurrido inconscientemente, sin inseguridad o ansiedad. Realmente había estado fuera de mi cuerpo, conectada con Christos en algún extraño plano espiritual, que existía fuera de esta habitación. Pero ese momento había pasado. Ahora estaba íntimamente consciente de mi cuerpo físico, una vez más. La hombría Christos, la parte más sensible de él, estaba todavía muy dentro de mí, temblando dentro, latiendo débilmente y de forma intermitente. Me gusto saber que sus fluidos se mezclaban con los míos mientras vaciaba lo últimos de sí mismo en mí. Quería mantener su tierna virilidad dentro de mí, así para siempre, así podría protegerlo de todas

las cosas terribles en el mundo. Quería mantener el flujo abierto entre nuestros corazones en ese momento, esta conexión que era una prueba de que su corazón estaba atado al mío. Para siempre.

En algún momento, la cruda realidad se abrió camino en mi conciencia. Podía sentir el semen de Christos goteando entre nosotros sobre su estómago. Lo pegajoso no me molestaba. Simplemente me recordaba que necesitaba limpiarme, tenía que sepárame de Christos, rompiendo nuestra conexión física para poder afrontar nuestro día. ¿Por qué el sexo siempre llevaba a un final? Sentí tristeza agitándose en mi vientre. Sabía que los franceses llamaban a los orgasmos pequeñas muertes. Siempre me había parecido mórbido, pero en este momento, me di cuenta que tenían razón. Sentí algo morir. Tenía la esperanza que no fuese profético. ¡Gemí! No era así como quería comenzar lo que podría ser mi último día con Christos en mucho tiempo. Abracé a Christos lo más fuerte que pude, escondiendo mi rostro en su pecho musculoso. No quería dejarlo ir. Nunca. —Debemos limpiarnos —dijo Christos. —No —le susurré. Envolvió sus brazos alrededor de mí y me abrazó fuertemente durante mucho tiempo. Aprecié eso. Su virilidad estaba todavía dentro de mí y todavía no estaba lista para dejar que se retirase de la protección de mi cuerpo. Solo unos minutos más. Como consuelo, me recordé a mí misma que después de cada final viene un nuevo comienzo. Se sentía como falsas esperanzas, pero me esforcé para reponerme con todas mis fuerzas. La vida estaba llena con el ritmo de cambio. Lo había visto con mis propios ojos. Ahora, justo acaba de entrar en un nuevo capítulo. Solo tenía que levantarme de la cama y empezar. En cualquier momento. Suspiré. ¿Tenía que hacerlo? Por último, me senté encima de Christos. Me sonrió, perforando con sus brillantes ojos azules mi corazón. Me dio coraje.

Me dio esperanza. Me dio fuerzas. Sin importar lo que pasase. —Somos un desastre, ¿no? —le pregunté. Se rió entre dientes. —No podría ser de ninguna otra manera. ¿Quieres que te limpie a lametazos? Bajé la cabeza y levanté mis caderas de las suyas. Había una piscina allí abajo. —Espero que estés sediento —bromeé, totalmente inconsciente. Me sentí como una nueva yo. No creo que jamás hubiese estado tan relajada en torno a Christos, o incluso estando sola. Me quité de encima de él, ahuecando mi mano entre mis piernas para recoger cualquier goteo al andar. ¿Por qué en realidad siempre está llena de detalles molestos como este? —Enseguida regreso —le dije mientras caminaba hacia el baño—. Quédate donde estás. Los pétalos de rosa todavía cubrían el baño de arriba a abajo. Todas las velas se habían apagado, salvo una. Una vela. Miré alrededor de la habitación. ¿Ninguna otra vela seguía ardiendo? ¿Dos fuertes llamas ardiente, brillante, de lado a lado? No. No, solo había una. La elegida. Me estremecí y parpadeé para alejar las lágrimas. Casi me doblé en agonía. Christos… —¿Estás bien ahí dentro? —gritó desde el dormitorio. —Sí —me atraganté con voz ronca—, solo un segundo. Después me compuse, miré alrededor y agarré una toalla de mano fuera del estante y volví al dormitorio. Me arrastré hacia la cama y me arrodille junto a Christos. Gentilmente lo limpie, girando la toalla alrededor de su estómago y muslos. —¿Listo para la ducha? —le pregunté. —Después de ti —respondió mientras se apoyaba en sus musculosos brazos tatuados. Le tendí la mano y la tomó. Me lo llevé fuera de la cama hasta el cuarto de baño, donde nos duchamos juntos. Después de vestirnos, fuimos abajo.

—¿Qué quieres comer? —preguntó. —Yo lo haré —le dije con confianza—. Siéntate y relájate. —¿Das órdenes ahora? —Sí. —Sonreí. —Tenemos sobras de anoche —sugirió—, toneladas de cordero. Siempre me ha encantado la proteína para desayunar. —Cierra el pico. Ya lo tengo. Abrí el frigorífico y examiné el contenido. Seguro que había un montón de sobras. Odiaba dejar que la comida se desperdiciase no estaba por encima de aceptar sugerencias. Tomé algunas verduras, el cordero y la cebolla de la noche anterior y cociné tortillas para ambos. También hice tostadas y serví un poco de jugo de naranja. —¿Qué vas a hacer hoy? —le pregunté. Christos terminó de comer una rebanada de pan tostado con mantequilla y se limpió el rostro con una servilleta. —Te mudas, ¿recuerdas? —Oh sí. —Necesito tu llave. No te olvides de llamar al encargado de tu edificio. —Lo haré ahora mismo. No quiero que te molesten. —Subí corriendo las escaleras y saqué el teléfono de mi bolso. Llamé a mi manager y le expliqué todo antes de volver abajar las escaleras—. Christos, ¿estás seguro que no quieres que te ayude con la mudanza? —No, yo me encargo de todo. —Sonrió—. No tendrás que mover un dedo. Es mi regalo para ti. —Qué dulce, agápi mou —dije—. Pero como que no tengo ganas de ir a las clases hoy. —¿Qué clases? —¿Hoy? Pintura al óleo y escultura figurativa. —Oh, no puedes faltar a esas —dijo Christos firmemente—. Quiero decir, Marjorie definitivamente te echaría de menos en la de escultura. —¿La perra? Christos se rió. —Sí. No puedes decepcionarla. ¿Cómo te ha estado tratando últimamente? —Como su estudiante favorita. —Sonreí. —Habrás hecho algo para complacerla. —Creo que la palabra complacer es demasiado agradable. —Me reí.

Christos arqueó una ceja. —¿Quiero saberlo? —No, de lo contrario tendría que matarte. —Le guiñé el ojo. Terminamos el desayuno y salimos juntos. Esperé en la entrada mientras Christos cerraba la puerta. Me sentía como si fuéramos una pareja casada yendo a trabajar. Era tan domésticamente romántico que quería abrazarme a mí misma. —¿Spiridon no está en casa? —le pregunté. —No, tenía que encargarse de un par de cosas. Creo que volverá más tarde. —Muy bien. Si vuelvo antes que tú, ¿te parece bien que entre? —Por supuesto, agápi mou. Ahora vives aquí. Puedes ir y venir a tu gusto. Caray, me gustaba mucho como sonaba eso. Christos empezó a cargar en su Camaro los materiales de embalaje, mientras me subí en mi VW13 y me iba al campus. Terminar el día fue más difícil de lo que esperaba. Persistente en las sombras de mi mente, como si alguien me estuviera golpeando continuamente la parte posterior de mi cabeza con dos dedos rígidos, estaba el hecho de que Christos iba al tribunal en menos de veinticuatro horas. Traté de bromear con Romeo y Kamiko en Pintura al óleo para distraerme, pero no sirvió de nada. De alguna manera, todo me hacía pensar en la cárcel. La pintura estuvo en el interior del tubo hasta que extraje un poco en mi paleta. Las frutas estaban pegadas al cuenco sobre un pilar en medio del estudio hasta que alguien decidió moverlo. Claro, Christos no era un objeto inanimado, pero si terminaba en la cárcel, tendría tanto control sobre su vida como la pintura o la fruta: ninguno. Limitado. Después de clase, no tenía nada de apetito, por lo que dejé que Romeo y Kamiko fueran a comer solos. Fui a la biblioteca a estudiar un poco de sociología e historia. Mis calificaciones en ambas clases seguían bajando. A pesar del ambiente tranquilo de la biblioteca, sin importar cuánto intentara concentrarme, no memoricé ni una sola palabra de lo que leí. Guardé las cosas y me fui a Escultura figurada. Hunter Blakeley seguía siendo el modelo, pero se había vuelto invisible para mí. No era más que una gran losa sin cerebro con músculos bronceados y cabello rubio. En fin. Ya ni siquiera me miraba. Gracias a Dios por el pequeño favor. VW: abreviatura marca de autoVolkswagen

13

Cuando terminó la clase, Romeo y yo salimos juntos. —¿Ya le diste tu foto de los estúpidos jugadores de rugby a la policía del campus? —me preguntó Romeo mientras entrecerraba los ojos para colocar el monóculo en su lugar. —Oh, me olvidé por completo de esos idiotas. ¿Crees que tiene algún sentido dársela ahora? Quiero decir, ¿y que si los investigas y lo siguiente que sabemos es que los policías están buscando a Christos para poder interrogarlo? ¿O algo peor? —Bien pensado. —Me la voy a quedar por ahora. Quién sabe, tal vez la necesite más adelante para probar la inocencia Christos. —Algo hico clic en su lugar en mi cabeza en el momento en que esas palabras salieron de mi boca. Sentí que mis ojos se abrían como platos por la sorpresa—. ¡Oh Dios mío! ¡Eso es! —¿Qué? —Romeo estaba completamente confundido. —¡Muchas gracias, Romeo! —Lo abracé y lo sacudí vigorosamente—. ¡Tengo que ir a la biblioteca y buscar algo ahora mismo! —Parece como si acabaras de ganar la lotería. —Sonrió—. ¿Te importaría compartir? —¡No hay tiempo! ¡Te lo contaré más tarde! —Le di un beso a Romeo en la mejilla y corrí hacia la Biblioteca Central, que tenía una conexión a Internet muy rápida. —Si ganas más de diez millones de dólares —Romeo gritó a mis espaldas—. ¡Tienes que darme al menos cien de los grandes! —Lo haré. —Me reí por sobre mi hombro.

Mi búsqueda en línea resultó infructuosa. Después pasar dos horas intentándolo, me di por vencida y volví penosamente a mi auto. Tal vez mi idea no había sido tan inteligente. Grrr. Conduje hasta mi apartamento por costumbre, reflexionando sobre las otras opciones en mi cabeza. No se me ocurrió nada nuevo para cuando estacioné en la plaza signada para mí en el garaje. Subí y abrí la puerta. Todo había desaparecido. Mi muebles, mi ropa, mis materiales artísticos, mis platos. Todo. —¡Qué rápido! —dije en voz alta. Por un segundo, pensé, nerviosa, que me habían robado, pero sabía que había sido Christos. Había un post-it pegado en la puerta que decía simplemente: ¡Todo terminado!

La alfombra estaba impecable y no tenía ni una sola mancha, simplemente la superposición de líneas diagonales de la aspiradora. Era reacia a pisar en la superficie perfecta, pero quería ver la cocina y el baño. Entré a investigar. Síp, había fregado todo hasta dejarlo reluciente. Cerré la puerta y conduje hasta la casa de Christos. Quiero decir, mi casa. Sonriendo tontamente. Vi una gran camioneta saliendo del camino de entrada mientras yo giraba. Jake estaba conduciendo. Dos amigos de surf, rubios y bronceados estaban sentados junto a él en la cabina. Jake se detuvo y bajó la ventanilla. Dejé mi VW junto a su camioneta. —¡Oh, Dios mío, Jake! ¡Chicos me han vaciado la casa! ¡Y limpiado también! Mi casa está impecable. No creía que los chicos fueran capaces de hacer cosas así. —Sonreí. En ese momento, Christos pasó caminando entre nuestros autos. —¿Estás bromeando? ¿No has oído hablar de los doce trabajos de Hércules? Uno de ellos era limpiar toda la mierda de los establos de Augías en un solo día. Tenían treinta años de mierda acumulada. Tu casa estaba peor. Le di un manotazo a Christos desde el asiento de mi VW. —¡Tonto! Me esquivó fácilmente y se rió. —¡Hércules no hubiera podido con tu apartamento! —¡No estaba tan sucio! —grité—. ¡Díselo, Jake! Jake sonrió; sus dientes, una raya blanca que brillaba en su rostro bronceado. ¿Cómo se las arreglaba para mantenerse tan bronceado, incluso en invierno? Supongo que surfear los siete días de la semana era mejor que una membrecía en el club de bronceado. —Entre tú y yo —Jake rió entre dientes—, Christos hizo muchas pausas. —Miró a Christos—. Me refiero a un montón de descansos. —Totalmente —dijeron a unísono los dos guapos chicos que estaban sentados junto a Jake. —Amigo —se burló Christos —, ustedes se quedaron dormidos todo el tiempo. Si no fuera por mí, todavía estarían durmiendo la siesta en el sofá de Samantha. Jake puso los ojos en blanco. —Estás drogado, hermano. Le sonreí a Jake.

—Estoy segura que Christos no levantó un dedo, así que gracias Jake, y a ustedes también —les dije a los guapos amigos surfistas de Jake que estaban sentados junto a él. Observé que en la parte posterior de la camioneta había una gran aspiradora auto-limpiable a vapor. —Incluso limpiaron mi alfombra. —Sí —dijo Jake—. Un amigo mío tiene un negocio de limpieza a vapor. Me prestó una de sus aspiradoras por hoy. —¿Qué les debo, chicos? —Cortesíade la casa. —Sonrió Jake. —Gracias, Jake. Entonces, ¿cómo trabajaron tan rápido? Quiero decir, terminaron todo y aún es temprano. —Trabajamos arduamente —dijo Christos. —Tiene razón —dijo Jake. Flexionó el brazo izquierdo y los músculos aparecieron. Había olvidado cuán musculoso era Jake. Supongo que siempre estaba tan relajado que nunca me di cuenta de lo amable que era. Madison probablemente le sobaba los brazos a Jake cada oportunidad que tenía. Estaba muy feliz por ella. —Deberías haber estado allí viéndonos trabajar —dijo Christos—. Te habría encantado vernos a los cuatro frotar y frotar. —Madison y yo podríamos haber vendido entradas —bromeé—. ¿Quiénes son tus amigos, Jake? —Lucas y Logan Summer —dijo, señalando a los dos chicos guapos a su lado—. Son hermanos. —Dos veranos14, dos hermanos —dijo el de los ojos celestes. Estos chicos eran el epítome del verano, es verdad. Las playas y los trajes de baño estaban hechos para ellos. —Amigo, sabes que no tiene ningún puto sentido —dijo el de los ojos verdes, sonriendo y moviendo la cabeza. El de ojos azules puso los ojos en blanco. —¿Y qué? Me gusta cómo suena. Sí, eran hermanos. Extremadamente guapos y definitivamente hermanos. Les sonreí y ellos también a mí. Les hice un gesto con la mano, saludándolos. —Hola, chicos. Soy Samantha. ¿Quién es quién de ustedes?

Se refiere a que Summer, su apellido, en inglés también significa verano.

14

—Hola, Samantha. Soy Lucas. —Me saludó con la mano. Tenía los ojos azules—. Este es mi hermano menor, Logan. —Hola. —Logan asintió, sus ojos verdes brillaban como esmeraldas. Parecía tímido en comparación a su hermano. Estos chicos eran completamente unos rompecorazones. Ambos estaban tan bronceados como Jake y tenían cabello rubio con rizos naturales. La única diferencia visible entre ellos era que Lucas tenía ojos azules y Logan verdes. Chicas en todas partes caerían desmayadas a su paso y envidiarían a su impresionante cabello, no tenía ninguna duda de eso. También transmitían una muy familiar y genuina energía. No me sorprendía que fueran amigos de Jake y Christos. —Así qué, ¿los chicos guapos viajan siempre en grupo o qué? — pregunté. —Normalmente, Logan y yo lo hacemos —dijo Lucas—, pero hoy lo hacemos con estos dos ogros. —Señaló hacia Jake y Christos con su pulgar. —Colega, definitivamente te iras a casa caminando —bromeó Jake. —No me importa tío —se burló Lucas. Jake puso los ojos en blanco. Era obvio que era amigo íntimo de Lucas y Logan por la forma que los tres se habían comportado. —Oye —me dijo Lucas—. Si no hacen nada este sábado por la noche, deberían venir a ver nuestra banda tocar. —¿Están en una banda? —Mis ojos se abrieron como platos. —Por supuesto —dijo Logan suavemente. Si, eran perfectos. Lucas asintió. —Tenemos un espectáculo en el Belly Up. —¿El Belly Up? —dije—. Está muy cerca de donde vivo. —Deberían venir a vernos. —Sonrió Lucas. Sábado por la noche. Sentí que aquellas pelotas de plomo que me habían estado aplastando en los últimos días rodaban en mi estómago. Si la suerte estaba contra mí, estaría llorando hasta que me quedará sin lágrimas mientras Christos comenzaría una larga instancia en la cárcel. Miré a Christos y podría decir que la oferta de Lucas no le había sentado bien tampoco. —¡Oh! —dije—. No lo sé. ¿Podemos decidirnos más tarde? Christos y yo tenemos algunos… asuntos familiares. Christos asintió, con un toque de tristeza tensando su sonrisa. —Asuntos familiares —repitió el.

—Ey, tenemos que irnos —dijo Jake—. Devuélvele el equipo a mi amigo en su tienda antes que regrese a su casa por la noche. De todas formas, Mads y yo iremos a ver a Lucas y Logan tocar el sábado, así que llámanos si quieres que te recojamos. —De acuerdo. —Sonreí—. ¡Gracias otra vez chicos! —Cuando quieras —dijo Lucas. Logan asintió y sonrió. Hice señas con la mano mientras la camioneta se ponía en marcha. Cuando se habían ido, estacioné mi VW delante del garaje y salí. Christos todavía estaba de pie al final del camino de entrada, al lado de la calle. Parecía a un millón de kilómetros distancia. Empecé a caminar hacia él, pero no se movía. Rompí a correr hasta que estuve en sus brazos. —Christos…oh, agápi mou… —lloré mientras me envolvía en un cálido abrazo. Sentí como si el mundo se desmoronarse a mí alrededor en un momento y sus brazos fueran el ultimo sitio seguro del planeta. Las palabras no podían hacer justicia a mi tristeza y miedo en este momento. Su juicio sería mañana por la mañana… *** Christos y yo entramos en la casa juntos después de tranquilizarme. —Bienvenida a casa, agápi mou—dijo. —¡Eso es! —Sonreí—. ¡Vivo aquí! —Pues sí. Te has mudado. Incluso metí tu helado en el congelador de la cocina. —Todos… —Me reí. —Los nueve botes. —Sonrió. Christos me condujo arriba y me mostró mi ropa, perfectamente doblada en la cómoda o colgada en el armario. Mis viejos zapatos de D.C. que rara vez llevaba en el cálido San Diego, estaban cuidadosamente organizados en el suelo del armario. —Tus muebles están en el garaje —dijo Christos—. Si quieres alguno de ellos me avisas. Lo colocaré dónde quieras en la casa. De lo contrario, siéntete como en casa. Es tuya ahora. Le sonreí. —Te amo Christos. —Yo también te amo. —Sonrió. El placentero conocimiento que sentía estallar en mi pecho, ahora que me mudé, despareció cuando recordé que mis padres no lo

sabían. Ahora que estaba realmente instalada en la casa de los Manos, presentía que no estarían contentos. Pero no había marcha atrás. Desde que habían dejado de pagar por cualquier cosa, ¿realmente importaba eso? ¿Había alguna manera en que me pudieran empeorar la vida que ya tenía? Suspiré con aspereza, sin querer pensar más en ello. Christos y yo bajamos y cenamos juntos en silencio. Spiridon no había vuelto de donde sea que había ido, y la habitual atmosfera relajada y social estaba aplastada por el peso de lo que mañana podría traer. Ni siquiera Christos estaba en su habitual despreocupada naturaleza. Después de cenar, intenté hacer algún boceto en mi mesa de dibujo del estudio mientras Christos trabajaba en el fondo de una de sus pinturas sin terminar. Fue inútil. No podía concentrarme. Caminé hasta Christos, que estaba sentado ante su caballete y coloqué una mano en su hombro. —No puedo conseguir hacer nada. ¿Quieres ir a la cama? Suspiró y sumergió su pincel en un frasco con trementina y lo agitó dentro. La trementina se manchó y se hizo borrosa en el frasco hasta que él limpió y secó el pincel en un papel. —Por supuesto. Cuando alcanzamos el portal del estudio que conducía de nuevo a la casa, Christos se giró y le dio una larga y significativa mirada al estudio. Quería llorar, pero me aguante las lágrimas, por su bien. Esta no sería la última vez que iba a verlo. No podía ser. El jurado tenía que declararlo inocente. Christos no era un hombre malo. Lo sabía en mi corazón. Christos suspiró otra vez y apagó las luces. Subimos tranquilamente las escaleras y nos preparamos para ir a la cama en silencio. Nos metimos bajo las sabanas juntos y nos acostamos uno al lado del otro, agarrados de la mano, mirando el techo. Estaba deprimida. Christos estaba distante, casi como si estuviera en estado de shock. No podía culparlo. Apreté su mano y el apretó la mía. No sé cuánto tiempo estuvimos acostados así. En algún momento, necesité hablar. Tenía que sacar toda la tensión acumulada antes de que vomitara mi cena. Si eso sucediera, sabía que no dudaría en correr escaleras abajo y llenar mi estómago con helado hasta que tendría que vomitar eso también.

—Christos… —susurré en la oscuridad—. ¿Estás seguro que no hay manera de que yo pueda testificar en el juicio de mañana? No contestó. —Quiero decir —dije—, yo estaba allí. Vi al chico. Mi versión sobre los hechos debería lograr cambios, ¿no? Después de mucho tiempo, dijo con una voz fina y cansada: —Es demasiado tarde, Samantha. Pase lo que pase. Me ocuparé de ello. —Pero, ¿y si… —Realmente tengo que intentar dormir, agápi mou. No podía discutir con eso. Deslizó la mano de la mía y rodó sobre su costado, de espaldas a mí. Sentí como si estuviera a millones de kilómetros de distancia. Casi me acurruqué contra él, pero decidí dejarlo dormir. Permanecí en la cama en silencio durante un rato. Mi estómago se revolvía como un velero en una súper tormenta. No podía soportarlo más. Tenía que hacer algo con mi estrés. Me deslicé silenciosamente de la cama y bajé las escaleras. Pasé junto al malvado helado en el congelador. Tenía trabajo que hacer. Merodeé por la casa hasta que encontré un despacho. Estaba forrado con estanterías llenas de libros de arte. Una hermosa mesa de madera, estaba en el centro de una alfombra china. Probablemente la oficina de Spiridon. Había una computadora sobre el escritorio. Encendí una pequeña lámpara de sobremesa y una luz amarilla cayó sobre el escritorio. Hice clic en el ratón y desperté el equipo. Comprobé si podía acceder a Internet. Síp, a trabajar. Durante un segundo, tamborileé mis dedos en silencio sobre el escritorio mientras consideraba qué hacer a continuación. Finalmente me vine abajo y me fui de puntillas a la cocina. Metí dos cucharaditas de mantequilla de maní Fudge Bomb en un bol pequeño y luego regresé al despacho. Iba a necesitar por lo menos un poco de sustento mientras trabajaba. No me importaba lo que los estúpidos tribuna les dijeran. Nunca era demasiado tarde para cambiar las cosas.

Samantha Me desperté de golpe. ¿Dónde diablos estabas? ¡Ay! Mi mejilla me estaba matando. ¿¿Había dormido en una cama de clavos?? Abrí los ojos con cuidado, en busca de objetos punzantes. Nada de clavos. Pero me había quedado dormida en el teclado, con el rostro apoyada en las teclas. Me senté y me froté la mejilla. Sentí las ranuras del teclado marcadas en mi piel. Lindo. Me recosté en la silla antigua en la oficina de Spiridon. Algo crujió y resonó. No podía decidir si era la silla antigua o mi vieja espalda. Cuando me puse de pie, y hubo más crujidos. Sin duda, mi espalda. Tendrían que hacerme unos masajes más tarde. La luz se deslizaba en la oficina alrededor de las persianas de la ventana. Tiré de la cuerda y la luz del sol iluminó todo. ¿Ya era de mañana? ¿Hasta qué hora había trabajado? No había manera de saber a qué hora me había quedado dormida. Pero no importaba. Había averiguado lo que había estado buscando en línea anoche. Ahora tenía una manera de ayudar a Christos. ¡No podía esperar para contarle la buena noticia! La casa estaba tan tranquila, me imaginaba que Christos aún estaba en la cama. Fui de puntillas fuera de la oficina y de regreso al dormitorio de Christos. Nuestro dormitorio. La puerta estaba abierta. No estaba en la cama. Entré en el cuarto de baño. Estaba vacío, y todas las rosas del día de San Valentín se habían ido, como si nunca hubieran estado allí. —¿Christos? —llamé. La casa estaba en silencio. Pasé de una habitación a otra.

Esta búsqueda se sentía extrañamente familiar. Había hecho lo mismo solo unos días antes, pero había sido por la noche. Ahora el sol brillaba a través de las ventanas en toda la casa. ¡Mierda! ¿Qué hora era? Corrí escaleras abajo, con la esperanza de encontrar a Christos y Spiridon desayunando juntos, café caliente en la olla esperándome. La cocina estaba vacía. El reloj de la cocina indicaba 08:30 am. —¿Christos? —llamé a gritos—. ¿Spiridon? —Mi pánico comenzó a levantarse. Las lágrimas comenzaron a gotear por mis mejillas. Corrí hacia el estudio y grité: —¡Christos! ¡Spiridon! Silencio. Incluso comprobé la terraza de atrás, pero no había nadie afuera. Corrí a la casa y hacia las puertas delanteras. Una nota estaba pegada sobre una de ellas. Decía: ―Fuimos a los tribunales‖. Abrí la puerta y corrí por el camino. Grité cuando llegué a la calle. —Christos —Empecé a sollozar incontrolablemente—. ¡¡¡¡Noooo!!!! ¿Cómo podía ayudar a mi hombre cuando no sabía dónde encontrarlo? Caí de rodillas en el cemento de la calzada y chillé.

Christos El cielo era azul claro mientras conducía mi Camaro del 68 hacia el sur por la autopista cinco hacia el centro. Gran día para un juicio, ¿verdad? Qué no haría por quitarme la camisa y la corbata que me estaban estrangulando así podría bajar a la playa con mi tabla y coger algunas olas con Jake en su lugar. Hoy no. Quizás no por los próximos cuatro años. Aprieto los dientes, haciendo mi mejor esfuerzo para no pensar en ello. El tráfico de la mañana era ligero y mi auto cruzó a toda velocidad la carretera 65. Le eché un vistazo al reproductor de MP3 montado en el tablero y salté a través de canciones hasta que llegué a Mouth For War de Pantera. Le subí todo el volumen y la música retumbó en el interior del auto. Mi pie izquierdo golpeteaba la tabla de suelo al ritmo del

bombo y mis manos golpeteaban el ritmo del tambor en el volante. La guitarra rasgueaba en mis tímpanos. Sí, iba a darles una jodida pelea. Tiempo para testificar, hijos de puta madre. Quería desesperadamente pisar el pedal del acelerador. Conducir mi Camaro a toda velocidad y empezar a tejer a través de los autos en la carretera. Pero estas personas no eran mis enemigos. Eso es lo que me estaba volviendo loco. No había nadie contra quien luchar. Nadie para golpear. Nadie para patear, arañar o morder. Maldita sea, tenía que golpear a alguien en el rostro. Miré al Buick a mi lado. Una anciana estaba al volante. Tenía el asiento empujado hacia adelante y apenas podía ver por encima del tablero. Sus manos estaban bien posicionadas sobre el volante y su barbilla sobresalía hacia delante, sus ojos clavados en la carretera delante de ella. Sí, no era exactamente lo que tenía en mente. ¿Dónde estaba ese Hunter Blakeley cuando necesitaba un saco de boxeo? Apenas había herido su nariz la noche que Jake y yo nos habíamos topado con él saliendo del centro de Hooters. Se merecía que le patearan bien el culo por ser un imán para la mierda. Respiré hondo y traté de liberar mi frustración. Empecé a gritar junto con la letra de Mouth For War. Un par de kilómetros más tarde, tomé la salida de la autopista por la calle principal y me dirigí hacia el palacio de justicia. Conduje a un garaje de estacionamiento. Los niveles más bajos ya estaban llenos de autos, así que pisé el acelerador y los neumáticos chillaron hasta los próximos cuatro pisos, dejando rastros de caucho en cada esquina, hasta que mi auto estaba en el techo. Un montón de espacios. Aparqué en la esquina. Después de ponerme mi chaqueta del traje, me dirigí a las escaleras. Cuando estaba en la acera, di la vuelta a la esquina en Broadway. El sol disparaba rayos calientes sobre la fachada de cristal del Palacio de Justicia, cegándome. Entrecerré los ojos y me sentí como un vaquero del viejo oeste en pleno mediodía. La hora del duelo final. Lástima que un juicio tardaba más tiempo y era mucho más aburrido que un duelo de seis pistolas en una calle polvorienta entre las filas de prostíbulos y cantinas. Tiré de mis mangas y me ajusté la corbata. Hombre, odiaba los trajes. Caminé hasta la escalinata del tribunal. Era hora de patear unos jodidos culos.

Samantha Después de gritar a todo pulmón en el camino de entrada por la mayor parte de dos minutos, me levanté y desempolvé las rodillas de los pantalones de dormir y corrí a la casa Manos. Subí las escaleras y salté detrás del escritorio en la oficina de Spiridon y frenéticamente busqué en línea todas las casas de la corte de San Diego mientras me limpiaba las lágrimas de mis ojos. Había más de una. Descarté los obvios, como el Tribunal de Menores y el Tribunal Derecho de Familia. Había dos Tribunales Superiores. Uno en el centro, y el otro en Kearny Mesa. Estaban bastante lejos. Esperaba no elegir el equivocado. No tenía ni idea de cuánto tiempo un juicio de verdad duraba. Quiero decir, la mayoría de los programas de televisión de la corte duraban una hora o menos. Pero ¿qué pasa en la vida real? No tenía ni idea. Pero era lo mejor. Lo que sabía era que no podía correr a la corte vistiendo pantalones de chándal y zapatillas. Corrí hacia mi nuevo dormitorio y rebusqué en mi armario. No tuve un segundo para saborear el hecho de que esta era mi primera mañana en mi casa nueva con Christos. Bienvenido a Villamierda. Población: Yo. Los restos de mi armario de Washington DC eran perfectos para arreglar una vestimenta apropiada para la corte. Escogí un blazer negro y una falda lápiz de color gris, además de una blusa blanca linda, medias negras y tacones conservadores a juego. Corrí al baño y me eché desodorante. Lástima que se me había acabado el de larga duración. Tendría que usar el Extra-seco. Me amarré el cabello hacia atrás en una cola de caballo ajustada, a continuación, apliqué el maquillaje mínimo. Estuve fuera de la casa siete minutos más tarde. ¿Quién dijo que las mujeres tenían que demorarse una eternidad en vestirse? Yo estaba en una misión. Iba a salvar a Christos. Traté de llamarlo cuando me subí en mi VW, pero no respondió su teléfono. No importaba. Tenía la prueba de su inocencia en la palma de mi mano.

Christos Pasos resonaban por todo el pasillo lleno de mármol en el interior del palacio de justicia mientras pasaba a través de la seguridad en cámara lenta. Tuve que quitarme el cinturón y los zapatos cuando fui a través del detector de metales. Era casi como ir en un viaje de vacaciones de avión, excepto que había un cincuenta por ciento de posibilidad de que mi vuelo se estrellara contra el lado del monte Culpable. Hice una pausa para mirar hacia atrás a la luz del sol brillando a través de las altas ventanas de la entrada principal del palacio de justicia. Le di un buen vistazo, en caso de que fuera la última vez que veía la libertad por cuatro años. No, a la mierda eso. Iba a pelear esta mierda hasta que me ganara. Encontré a Russelll esperando fuera de nuestra sala. —¿Eye of the Tiger? —dijo Russelll mientras me pavoneaba hacia él. —¿Qué? —le pregunté. —Tienes esa mirada de Rocky Balboa en tu rostro cuando peleó con Clubber Lang por segunda vez al final de Rocky III. Me reí. —Ojo del tigre de mierda, hombre. Como siempre, Russelll estaba vestido elegantemente de arriba a abajo. Su traje estaba recién planchado, sus gemelos brillaban, y el blanco de su cuello y puños en contraste brillante contra su piel de ébano. —Hablando de ojos, veo que tu corrector hizo el truco. Te ves como un ciudadano correcto ahora. —Sí. —Había cogido prestado un poco de la bolsa de maquillaje de Samantha esta mañana. —Ganamos esto —dijo Russelll—. Voy a tener que llevarte a una cena de lujo, teniendo en cuenta que los dos estamos vestidos elegantes. —Sí —le sonreí—. Estoy apuntado para el almuerzo. Mi plan es estar dentro y fuera de aquí para el mediodía. Russelll se rió y palmeó mi hombro con firmeza. —Ojo del tigre.

Una hermosa mujer alta, de piel morena en un traje azul marino ajustado se situó junto a Russelll, sosteniendo el mango de su maletín en la parte delantera de las caderas con ambas manos. Ella me sonrió. —Christos —dijo Russelll—. ¿Te acuerdas de la señora Johnson? Me estará asistiendo hoy en el juicio. —Por supuesto. —Le sonreí—. Brianna —Con un metro ochenta en sus tacones, todavía parecía baja para mí. Nos dimos la mano. Ella tenía el mismo agarre firme que recordaba. La había conocido en las oficinas de Russelll en numerosas ocasiones. —Christos —sonrió y asintió. Sabía que Brianna estaba aún en la búsqueda de material de marido de calidad. Antes de que Samantha me hubiera retirado del mercado, me había ofrecido para llenar la factura de Brianna varias veces. Era una mujer buena, inteligente y súper divertida en el segundo que estaba fuera del reloj y colgaba el traje de abogado. Pero ella había dicho que era demasiado joven. Creo que yo tenía dieciocho años en el momento y ella tenía treinta. No podía culparla. Todavía era un desastre en ese entonces. —¿Algún hombre bueno ha sido capaz de atraparte, Brianna? —Aún no. —Sonrió—. Ninguno de ellos es lo suficientemente rápido. —Brianna tenía trofeos y fotos de correr en pista de la universidad en su oficina. —¿Cuándo vamos a ir a la pista de SDU para ver quién corre más rápido los cien? —comenté. —Tu musculoso culo no tendría ninguna oportunidad. —Rió—. Demasiado malditamente pesado. —Sigue soñando. —Sonreí. Era muy rápido, pero sabía que Brianna me lo haría difícil una vez que se pusiera sus zapatillas de correr. Russelll me dijo: —Te sacamos hoy, os llevaré a la pista yo mismo. Pero apuesto mi dinero en Brianna. —Espero que os guste perder —sonreí. —Nunca pierdo —contestó Russelll astutamente—. ¿Estamos listos? —Asintió hacia la sala de audiencias. —Vamos a hacerlo —le dije. Russelll abrió una de las puertas de madera pesadas y su rostro de juego se deslizó en su lugar como la visera de Sir Lancelot. Seguí a Brianna y Russelll hacia el vientre de la bestia. La gran puerta se cerró firmemente detrás de mí.

Samantha Estaba emocionada y ansiosa mientras conducía fuera de mi nuevo hogar, ¡el que compartí con Christos! Estaba segura de que la suerte estaba conmigo y las cosas buenas iban a suceder una vez que llegara al centro al Palacio de Justicia. Todo iba a favorecerme y a Christos al final. ¿El único problema? En ese momento, todo empezó a ir mal. A medio camino de la autopista, la aguja en mi medidor de gasolina decidió aflojarse en el trabajo. Señaló a la derecha en la E como un bastardo perezoso. No hay problema. Yo era todo acerca de la solución de los problemas de hoy. No sería disuadida. Por suerte, había una gasolinera justo antes de la rampa. ¡Hurra! También había una larga fila. ¡Fastidio! Pero no había otras gasolineras convenientes. Esperando en la cola no tomaría tanto tiempo, ¿verdad? Había cuatro líneas de autos, así que elegí la más corta, esperando que fuera la más rápida. Esperé. ¿Por qué estaba tan lleno? ¿No tenían gasolina? No había oído hablar de cualquier escasez de gasolina que se avecinara o embargos petroleros. Fingí ser paciente mientras esperaba. El sedán de dos autos por delante terminó y se alejó de la bomba. El chico frente a mí condujo hacia adelante y salió de su enorme camión para echarle gasolina. Era la siguiente. Demasiado mal que el chico del camión tenía un tanque de gasolina del tamaño de un campo petrolero. Le tomó una eternidad para llenarlo. Luego tuvo que entrar a pagar. ¿No tiene una tarjeta de crédito o una tarjeta de débito? ¿Quién usa efectivo ya? ¿Tal vez iba a pagar con doblones de oro? Golpeé mi pie impacientemente. —¡En cualquier momento, vaquero! —grité. Él llevaba botas. Todos los hombres que usaban botas y conducían camiones eran vaqueros. Estoy segura de que tenía un armero en su camión en alguna parte. Me crie en Washington DC. Demándame. ¿A dónde se había ido? ¿Estaba usando el baño? ¿Se cayó en el inodoro, o era solo diarrea? Caray, ¿cuánto tiempo se tarda en limpiarse el culo?

Tamborileé mis dedos en mi volante. Si tratara de conducir por la isla a otra bomba, podría perder mi lugar. El camión del chico del camión era demasiado grande para poder empujarlo fuera del camino con mi pequeño VW, de lo contrario lo habría hecho. Y la manguera de gasolina era demasiado corta para llegar a mi auto porque la cama de su camión estaba a una milla de largo era como de un kilómetro de larga, y me había obligado a parar muy lejos de la bomba. Cuando me di cuenta de musgo empezando a crecer en la punta de mi nariz, Vaquero finalmente salió a la calle. Tan lento como la melaza. Escena a cámara lenta en una película lenta. Tan lento como el desplazamiento de los continentes. —Muévete! —grité dentro de mi auto. Él no me había oído hablar así que bajé mi ventana para gritar de nuevo. Antes de que pudiera hacer un pío, giró sobre sus botas de vaquero y volvió a entrar en la tienda. ¡No! ¿Dónde estaba mi lazo! Tengo que atar su culo y lanzarlo detrás de su volante. Observé a mi alrededor. Por desgracia, las líneas para las otras bombas eran de pared a pared de autos. En realidad era más inteligente que esperara. Dos minutos más tarde, vaquero regresó al aire libre con una gran Slim Jim de pepperoni y una botella de Mountain Dew. Se subió a su camioneta. ¿Se fue de inmediato? No. ¿Incluso inició su motor? No. ¿Hizo algo más que jugar con el palo de carne en su mano, mientras que estaba en la comodidad de su taxi? No tenía ni idea de lo que hizo con su palo de carne, ni quiero saberlo. Días, semanas, incluso meses después, encendió su camión. Una ráfaga de humo de escape a través de mi ventana mientras se marchó. Debería haber rodado la ventana para arriba. Tosí una parte de mi pulmón izquierdo antes que el aire se aclaró. Llené de gasolina mi auto, entonces aceleré a la vía de acceso de la autopista cinco. Te lo juro, cada luz que me tocó en el camino era roja. En una intersección, me quedé atrapada detrás de una fila de autos esperando para girar a la derecha porque una mujer con un autocito había decidido usar el cruce peatonal para pasear como si fuera un domingo. ¿Nadie le dijera que era viernes? ¡Nada de paseos de domingo los viernes! Lo juro, vi tres caracoles de carreras pasarla. ¿Por qué estaba caminando? ¿Quién camina en cualquier lugar ya? ¿No sabía que era la hora punta y la gente tenía lugares a donde ir? Con el tiempo, lo que iban a cruzar hacia la derecha cruzaron y logré pasar la luz. Estaba en la cinco sur unos minutos más tarde. Nada me puede detener ahora. Excepto un atasco de tráfico.

Mientras subí la colina en Del Mar Heights Road, casi me caí en un manto de luces de freno. Los autos se habían ralentizado todos de sesenta y cinco a treinta y cinco en menos de un cuarto de kilómetro. Unos minutos más tarde, mi VW se ralentizó a los diez kph. ¿Lo había arruinado yo misma esperando que las cosas pudieran resultar mejor?

Christos Russelll llevó a Brianna y a mí a la mesa de la defensa dentro de la sala de audiencias. El banco del juez seguía vacío. Solo unas pocas cabezas al azar poblaron los asientos en la galería de espectador. Me di cuenta de que George Schlosser y sus verdugos asistentes, Stanley Whitehead y Natalia Valenzuela, ya se establecieron en la mesa del fiscal con tres ordenadores portátiles abierta y zumbando, y carpetas de archivos prolijamente dispuestas entre ellos. George Schlosser parecía tranquilo y seguro de sí mismo. Whitehead parecía una mierda petulante con el cual me gustaría mucho chocar en algún callejón oscuro cuando nadie mirara. Natalia era una vampira liebre con ojos brillantes y cola tupida. Lo que sea. Sabía que Russelll, Brianna y yo parecíamos tres gladiadores entrando en el Coliseo de la Roma antigua mientras caminamos hasta la mesa de la defensa. Íbamos a cortar algunas cabezas. Podía sentirlo. Me senté, mientras que Russelll y Brianna organizaron sus ordenadores portátiles y archivos en la mesa de la defensa. Fue un momento de tranquilidad para instalarme en mi asiento. Iba a estar haciendo un montón de sentarme por las próximas horas. Por lo menos era tranquila la sala del tribunal antes del juicio. Casi como una meditación forzada. Podía seguir la corriente con eso. Entonces mi estómago cayó por un agujero en el suelo y se desplomó en el centro de la tierra. —Paidi mou. —Mi padre dijo desde algún lugar detrás de mí. Reconocí su voz al instante. Santa mierda. ¿Cómo diablos llegó hasta aquí? Mi estómago saltó de vuelta desde el núcleo de la tierra y voló a través del techo para dispararse a la estratosfera. Este no iba a ser mi día, ¿verdad?

No le había dicho a mi padre sobre el juicio. Lo había considerado después de discutir el tema con mi abuelo, pero en el último momento decidí no hacerlo. Tal vez si mi padre viniera al lugar de mi abuelo de vez en cuando o mostrara algún interés en algo que no sea beber, se lo habría dicho. Miré hacia atrás mientras me apretaba el hombro. Estaba apoyado sobre la partición, alta hasta el muslo, entre el suelo de la corte y la galería, estaba usando un traje oscuro. Se veía como una versión un poco más vieja de mí, pero con un toque de gris en las sienes. Para mi sorpresa, parecía más saludable que la última vez que lo había visto hace casi un año. Desde que mi madre nos había abandonado, mi padre se había quedado encerrado en su casa, donde bebía para pasar el día. Su ruptura con mi madre lo había convertido en un ser humano ausente. No podía soportar verlo desperdiciar su vida y su enorme talento, por lo que rara vez lo visitaba, y nunca hablábamos por teléfono. Siempre estaba demasiado borracho como para mantener una conversación. Russelll y Brianna se volvieron para mirar a mi padre. Russelll lo reconoció. Había visto a mi padre muchas veces en mi juventud, pero no creo que Brianna lo conociera. —Señor Manos. —Russell asintió, levantándose para darle la mano a mi padre. Brianna se para también y se presentó. —Brianna Johnson. —Nikolos Manos —dijo mi padre. De mala gana, me puse de pie y lo miré. Mi abuelo, que llevaba un traje gris claro, se acercó por detrás a mi padre, parecía nervioso y arrepentido. Sí, sabía por qué ya que podría posiblemente estar irritado que hubiera traído a mi padre. Mierda. —Pappoús —dije y me agaché para abrazar a mi abuelo. Me susurró al oído: —Pensé que tu padre debería estar aquí. Por ti. Por su hijo. Eso explicaba a dónde había ido mi abuelo anoche. Probablemente a poner sobrio a mi padre para que no fuera un borracho descuidado en la corte. Apreté los dientes. Aún susurrando, mi abuelo continuó: —A tu padre le preocupaba que no fueras a querer que esté aquí, pero le dije que estaría bien. Sí, seguro.

Me aparté de mi abuelo, y miré mis manos, que ya estaban apretadas formando puños. Mi puto padre era la última persona que quería sentado detrás de mí durante mi juicio. —Puedo ver de dónde Christos sacó su buena apariencia —dijo Brianna cálidamente—. Los tres podrían ser hermanos. Mi abuelo sonrió, orgulloso y asintió. —Esos son mis niños. —Dile hola a tu padre —me dijo Russelll en voz baja, dándome un codazo. Miré a Russelll, pero vi la compasión en sus ojos. Me había estado animando a perdonar a mi padre durante años. Sin mirar a mi padre, me incliné hacia él. Lanzó sus brazos alrededor de mí y me apretó, asfixiándome. Esperaba que oliera a alcohol, pero no lo hacía. Eso era una sorpresa. Me alejé y lo miré rápidamente. —Hola —murmuré. —Paidi mou, qué bueno verte —dijo sinceramente. Cuando estaba a punto de dar un paso atrás, mi padre lanzó sus brazos alrededor de mí otra vez y me aplastó contra su pecho. Él había dejado que su cuerpo se fuera a la mierda hace años. Pero ahora, era mucho más fuerte de lo que recordaba. ¿Había estado entrenando de nuevo? Eso parecía imposible. Suspiré mientras me palmeaba la espalda varias veces. —Bueno, papá. Basta. Se relajó cuando dije papá. Me soltó y lo miré otra vez. Sus ojos estaban húmedos. —Te ves guapo como siempre, hijo. —Sonrió, con la boca temblorosa—. Apuesto que las damas te han estado persiguiendo, ¿no? Arqueé una ceja evasiva. —He oído todo sobre cómo has vendido todo en Charboneau — continuó—. Fui a ver todo el día después de la noche de apertura. Un trabajo increíble, paidi mou. Tus figuras femeninas ponen a las mías en vergüenza. Lo miré duro, por un rato largo. —No te estoy mintiendo, paidi mou. En mis mejores días, no pintaba como tú ahora. Mi pecho se apretó y mis ojos se calentaron. El que mi padre dijera eso, y sobrio, me impactó. Mi padre nunca exageraba cuando hablaba de las obras de arte. No era duro, pero nunca me alabó de mentira. Era honesto, directo y alentador. Pero nunca dijo lo que no quería decir. Había estado esperando oír palabras como esas de él durante toda mi

vida. Él tenía tanto talento que nunca pensé que yo también. Estaba sorprendido. Mi voz se entrecortó cuando dije: —Gracias, Bampás. La sonrisa de mi padre se amplió a través de sus dientes derechos y blancos. Lágrimas silenciosas caían de sus ojos, manchando la chaqueta del traje. Me agarró y me abrazó con más fuerza que antes. Lo dejé. Mi abuelo frotó la espalda de mi padre con cariño. Sus ojos estaban húmedos también. Luego se volvió hacia Russelll y le dijo: —Mi nieto es un buen chico. —Sí, lo es —dijo Russelll firmemente. Yo también estaba a punto de llorar. Cuando mi padre soltó su abrazo, se me ocurrió mirar a Russelll que estaba maravillado como si estuviera presenciando un milagro. Tal vez lo era. —Orden en la sala ahora —anunció el alguacil uniformado desde el frente de la sala. Hasta aquí la feliz reunión familiar. Era hora de pelear.

Samantha El tráfico se estancó antes de que llegara a la división 805. Estaba estacionada, literalmente, en mi VW en un océano de otros conductores frustrados. Justo al norte del campus SDU, la autopista 5 se divide en dos caminos, el 5 y 805. Generalmente, el tráfico se aligeraba en ese punto ya que de repente, había el doble de carriles. Había esperado que el alto en el tráfico en Del Mar fuera temporal. No tuve tanta suerte. Estaba atorada. No podía llegar a una rampa de salida para retomar por las calles porque el tráfico no se había movido en los últimos diez minutos. Lo sé, porque estaba mirando el reloj en mi tablero. Consideré conducir por el arcén. Muchos conductores habían hecho precisamente eso en el último par de minutos. En tiempos desesperados se necesitaba tomar medidas desesperadas. El único problema era que estaba en el tercer carril y había un camión de dieciocho ruedas entre yo y el arcén a mi derecha. No había manera

de que pudiera moverse fuera del camino, y estaba acorralada por autos delante, atrás y a la izquierda. Si mi VW hubiese sido más pequeño, hubiera conducido por debajo del camión de dieciocho. Lo había visto en una película, pero no tenía un auto deportivo. ¿Tal vez necesitaba salir del auto y pedirle a uno de los que estaban manejando por el arcén que me llevaran? Un segundo después, una patrulla de la autopista de California pasó con las luces intermitentes puestas y la sirena a todo volumen. Probablemente iba a detener a los conductores que iban por el arcén y a ponerles una multa. ¡Ufff! ¿Podría alquilar un helicóptero y llamar para que me recojan? Probablemente no. ¿Y si llamara al 911 y les dijera que tenía que ir al hospital? Lástima que eso no me ayudaría a llegar a la corte. ¿Qué iba a hacer? Eran veinticinco kilómetros hasta el centro. Espera. Podría correr veinticinco kilómetros. No me llevaría más de, oh, no sé, ¿dos horas? Qué mal que estuviera usando tacones. ¿Dónde estaban los zapatos corrientes de Taylor Lamberth cuando los necesitaba? Debería haber aprendido la lección. Nunca usar tacones. Los tacones eran malos. Medio que me reí y lloré de mi humor negro. Había estado quieta desde hace veinte minutos. Ahí fue cuando me di cuenta de que salía humo negro hasta el cielo en la distancia. Debió de haber ocurrido un accidente. Sabía que los camiones de bomberos estarían por pasar y despejarían la carretera en cualquier momento, ¿no? ¿Abrirían el camino y lograrían que, al menos, uno o dos carriles se movieran? ¿No? Diez minutos más pasaron sin que pasara un solo camión de bomberos o una ambulancia. ¿Dónde estaban? La gente podría estar muriendo en sus autos destrozados. ¡Alguien tenía que ayudarlos para que pudiera llegar a la corte! ¿Por cuánto tiempo me llevaría caminar? ¿Cuán rápido podría caminar? ¿Cuatro kilómetros por hora? ¡Podría llegar al centro en cinco horas! ¿Christos todavía estaría en la corte? ¿Pero podría caminar veinticinco kilómetros en tacones? Mierda.

Tan pronto como este día terminara, iba a tirar a la basura cada zapato que tuviera tacón. Iba a ser una de esas mujeres que vestían trajes de negocios y zapatillas deportivas durante su hora de almuerzo, iba a hacerlo durante todo el día. ¡Me gustaría encabezar un movimiento para liberar al mundo de los zapatos con tacones! ¡Señoras! ¡Libérense de sus cadenas! ¡Quemen sus tacones! Así es, eso iba a funcionar. Cuando se trataba de sustancias adictivas, los zapatos de las mujeres eran peor que la cocaína y el crack. Lo sabía por experiencia. Otros diez minutos pasaron sin que nos moviéramos ni un centímetro. La gente ya había salido de sus autos para mirar alrededor y ver qué estaba sucediendo. Finalmente pasó una ambulancia seguida de un camión de bomberos. Mi buen humor había desaparecido. Estaba atascada de verdad. ¿Tal vez podría caminar a la rampa más cercana y llamar a un taxi? Pero con el tráfico detenido, ¿cómo llegaría el taxi? Mierda. ¿Qué iba a hacer? Traté de llamar a Christos. No hubo respuesta. Estoy segura de que estaba en la corte en medio del juicio. No quiso contestar. Esto me estaba matando. Tenía pruebas contundentes de que Christos era inocente, pruebas incontrovertibles de que había actuado en defensa propia. Todo lo que tenía que hacer era dárselo a él y a su abogado. Ellos sabrían qué hacer. ¿Pero que importaba si no podía localizarlos? Ni siquiera sabía el nombre del abogado de Christos, de lo contrario hubiera llamado a su oficina para decirles lo que sabía. Estoy segura de que el tipo tenía una secretaria que podría enviar a un asistente a la corte o lo que sea. Golpeé el volante varias veces. —¡Jodeeeeeeer! —grité. En ese momento, era completamente inútil.

Christos —Todos de pie para la Honorable Geraldine Moody, presidiendo — dijo el alguacil. La tercera vez siempre era la vencida. Las dos últimas veces que escuché esa frase, durante mi comparecencia y previa al juicio, no era gran cosa. Ahora esto era en serio. Después de mi juicio, iba a salir de esta sala a uno de dos lugares. Libertad o prisión. La Jueza Moody se acercó a su trono. Llevaba más maquillaje de lo que había visto antes, y tenía el cabello recogido en un moño cuidadosamente. Estaba bien vestida, una mujer atractiva que podía joderme con un solo golpe de su martillo. No es el tipo de joder que me gusta pensar. Resoplé un suspiro mientras se acomodaba. Estaba cansado de esperar. Vamos a hacer que esta mierda empiece. George Schlosser y sus ayudantes idiotas A. D., Stanley y Natalia, parecían dispuestos a babear sobre mi cadáver. Al diablo con ellos. Todavía estaba pateando y respirando. Cuidado, hijos de puta. —Por favor, siéntense —dijo la jueza seriamente desde su banco—, ahora estamos en el expediente del Estado de California vs. Christos Manos, número de caso SD-2013-K-071183A. Todas las partes están presentes. Y así comenzamos —terminó ominosamente—, alguacil, por favor llame al jurado. El alguacil abrió una puerta lateral y doce miembros del jurado, una mezcla de hombres y mujeres de diversas edades y etnias, entraron en el tribunal del jurado y se sentaron. Varios de ellos parecían aburridos. Otros parecían contentos de cumplir con su deber cívico. Algunos parecían preferir estar en cualquier otro lugar excepto aquí. Fue entonces cuando la realidad de mi situación me dio una bofetada en el rostro. ¿A quién quería engañar? Esto no era una pelea a puñetazos. Durante las siguientes tantas horas, tenía que quedarme quieto y mantener la boca cerrada. No hay puños, ni rodillas, ni codazos, nada. Todo lo que podía hacer era esperar y rogar que el

jurado prestara atención, mantuviera una mente abierta, y no se dieran prisa para juzgarme. Esto iba a ser una tortura. Maldito Cristo. ¿Sirven bourbon a los acusados? Me vendría bien un trago o doce. El vice fiscal del distrito George Schlosser se acercó al podio para dar su declaración inicial al jurado. Se tomó su tiempo, mirando a cada uno de los doce miembros del jurado a los ojos antes de abrir la boca. ¿Iba a decir algo, o simplemente a sonreír placenteramente toda la mañana? La sala del tribunal estaba en completo silencio. —Sí, golpeé al tipo —dijo Schlosser, asintiendo de manera dramática, mirando a varios miembros del jurado—, sí, golpeé al chico —repitió antes de detenerse para más efecto dramático—, señoras y señores del jurado, estos son palabras propias del acusado, dadas durante una entrevista con el Departamento de Policía de San Diego, unos días después de haber agredido a Horst Grossman. Schlosser puso las manos en sus caderas, empujando la chaqueta hacia atrás con sus brazos, y en una voz llena de acusación y prejuicio, dijo: —El propio acusado admitió que sí, de hecho, golpeó violentamente a Horst Grossman en el estómago el 26 de septiembre 2013. —Schlosser asintió con autoridad. ¿Violentamente? ¿Qué se puede esperar cuando el bueno de Grossman me llamó un maldito idiota y trató de atacarme? ¿Se suponía que debía darle un puñetazo amistoso o tal vez uno suave? No me jodas. Basado en la entrega de Schlosser, se podría pensar que ya había ganado el juicio. ¡Qué imbécil! Él no estaba allí. No sabía que pasó. Aprieto los dientes y hago mi mejor intento de verme tranquilo, frío y amable. Russell me había advertido que no muestre mis emociones, o el jurado podría aferrarse a lo que sea que haga como si fuera prueba de mi culpabilidad. Schlosser sonrió ante el jurado como si fueran viejos amigos. —Ustedes se preguntarán por qué estamos siquiera teniendo un juicio hoy, si el acusado ya admitió golpear a Horst Grossman. Es culpable, ¿verdad? Mierda. Sabía exactamente lo que estaba haciendo Schlosser. Estaba plantando semillas en la mente del jurado. Era bueno. Sabía algunos trucos por mi cuenta. Lástima que no podía usar ni uno en la sala del tribunal.

—La razón por la que estamos aquí hoy, señoras y señores del jurado, se debe a que el acusado quiere que crean que golpeó a la víctima en defensa propia. —Se burló Schlosser, como si no pudiera ser cierto. Me di cuenta de que los ayudantes de Schlosser, Stanley Whitehead y Natalia Valenzuela, estaban viendo su actuación con evidente admiración. Noté que ambos hacían reverencia y raspaban a los pies de Schlosser. No podía culparlos. Si quisiera ser un parásito, probablemente también lo haría con Schlosser. Malditas sanguijuelas. —Miembros del jurado, les pido que den un vistazo a la prueba 86 B en la pantalla de proyección —dijo Schlosser, haciendo clic en los botones en su computadora portátil en estrado. Una gran foto apareció en la pantalla montada en la pared frente a la tribuna del jurado, llenándola como una unidad en la sala de cine. La imagen se divide por la mitad conmigo a la izquierda y Horst Grossman a la derecha. Lucía como el Increíble Hulk de pie junto a un viejito. La razón de esta discrepancia era evidente. La imagen de mí era del día que me habían arrestado. Llevaba una camiseta blanca de mangas cortas y cuello en V. Mis brazos musculosos, cubiertos de tatuajes, estaban resaltando fuera de mi camiseta. En claras letras negras en la pared gris detrás de mí había una línea de medición horizontal con los números un metro noventa y cinco rozando la parte superior de mi cabello. La foto de Horst había sido tomada en un momento diferente frente a una pared blanca al azar. No había líneas de medición detrás de él. Horst podría ser un metro o dos metros setenta, pero sin ningún tipo de números, no había forma de saber. Sea cual sea su altura real, su cabeza fue colocada mucho menor que la mía, creando la ilusión de que era mucho más bajo. Por último, a la foto de Horst le habían disminuido el zoom. No tanto como para ser cómicamente engañosa, pero lo suficiente para que Horst pareciera un hombre pequeño, insignificante al lado de un titán gigantesco. Esto era jodidamente absurdo. Sabía por haberme parado a dos centímetros de Horst Grossman que no era tan pequeño como esta imagen le hacía parecer. La foto había sido dividida en pantalla por dos segundos antes que Schlosser dijera: —El acusado quiere que crean que Horst Grossman lo hizo temer por su vida ese día… —Objeción, su señoría —cortó Russell con autoridad—, esta evidencia es abiertamente perjudicial.

—Ha lugar —dijo la jueza Moody. Dirigió una mirada severa a Schlosser y dijo: —Abogado, quite esa diapositiva de inmediato. —Desde luego, su señoría —comentó Schlosser acordando. Hizo clic en su computadora portátil y la pantalla quedó en negro. —Los miembros del jurado —dijo la jueza—, van a pasar por alto esa foto. Que la transcripción de la corte refleje que la prueba 86 B ha sido removida de la evidencia. No importaba. El jurado no iba a olvidar la foto ahora que la habían visto. Peor aún, ninguno de ellos había visto a Horst Grossman en persona porque ni siquiera estaba en la sala del tribunal. Si lo hubiera estado, lo justo sería que Horst y yo nos pusiéramos de pie hombro con hombro frente al jurado para que pudieran ver por sí mismos nuestras diferencias de tamaño real. Pero esa no era la forma en que funcionaba. George Schlosser sabía exactamente lo que estaba haciendo. Estaba empujando las normas del derecho hasta el límite, y estaba saliéndose con la suya. No era la primera vez que mierda como ésta me ocurría cuando estaba en la corte. Todo lo que podía hacer era quedarme quieto y aguantarlo en silencio. El resto de la declaración inicial de Schlosser era casi tan atroz y engañosa como la foto de división, pero no había nada abierto que Russell pudiera objetar. Todo estaba en la forma en que Schlosser pronunció su argumento: su tono de desprecio y burla en la voz, el lenguaje corporal, y la elección de las palabras. Schlosser era un hombre despreciablemente brillante. Cuando Schlosser terminó y se sentó en la mesa de la fiscalía, Russell se inclinó y en voz muy baja me susurró al oído: —Después de nueve años de trabajo bajo la cabeza Fiscal de Distrito, Schlosser sigue siendo nada más que un joven tratando de probarse a sí mismo. Su único objetivo de hoy es afinar los puntos de su gloriosa carrera en su piel mientras que sube la escala política. El único problema es que hay un león de montaña en esta sala, listo para hacer caer su mierda un peldaño. Y ese león de montaña soy yo. No te preocupes, hijo. Voy a tener la cabeza de Schlosser en mi pared antes de que termine el día. Sonreí. —No sonrías —ordenó Russell bruscamente cuando se levantó y se acercó al estrado. Russell era un malote consumado durante su discurso de apertura. Era amable, juicioso, directo al grano, se centró en los hechos, y

desmanteló la mayor parte de los argumentos inflamatorios de Schlosser con facilidad. Los hombres y las mujeres en el tribunal del jurado, que habían lucido a punto de colgarme del árbol más cercano en un nudo apretado, asintieron pensativos ante las palabras de Russell, cautivados por su confianza, sin la presencia de mentiras. Cuando Russell terminó y se sentó en la mesa de la defensa junto a mí, suspiré de alivio. No podía imaginar un mejor abogado en mi esquina del ring que Russell Merriweather. El único problema era que iba a ser de ida y vuelta así todo el día. Russell Merriweather y George Schlosser estaban igualados. Cuando llegaba al punto, este ensayo dependía de mi palabra contra Horst Grossman, y de si el jurado cree una palabra de lo que diga después de que Schlosser los estimulara con historias de mi verdadero estilo de vida del crimen. La gente no estaba inclinada a creer en un criminal convicto. Schlosser tenía la ventaja. Si solo tuviéramos algo mejor con que trabajar.

Samantha Había pasado más de una hora desde que el tráfico se había detenido. Había una neblina negra en el aire que olía a goma quemada y carne cocida. Era nauseabundo por no decir más. Finalmente un tipo de pie fuera de su Toyota Camry me dijo que no era una pila de cadáveres en llamas. Gracias a Dios por eso. Al parecer, un camión refrigerado de una tienda de comestibles Ralph se había volcado y encendido en llamas. Otros varios autos estaban implicados, todos en llamas. La CHP15 no dejaba que nadie condujera a través del infierno. Pero había visto un helicóptero de Life Flight aterrizar adelante. ¿Mi deseo había sido concedido? ¿Era posible? Por supuesto que no. Estaba bastante segura de que lo necesitaban para alguien que estaba herido de gravedad. Sí, había considerado preguntar si me podían dar un aventón después de dejar a los heridos en el hospital. No, realmente no me acerque a la escena del accidente a preguntar. 15

Patrulla de California

Los rumores sobre cuando el tráfico se movería de nuevo variaron desde una hora a cuatro. Solo podía cruzar los dedos y esperar. Llamé a Christos varias veces más. Sin respuesta. Llamé a Madison que llamó a era el abogado de Christos. Jake estaba surfeando y que podrían teléfono. ¿Qué tenían los surfistas todo su tiempo en las olas?

Jake para preguntarle si sabía quién nunca respondió. Madison dijo que pasar horas hasta que revisara su profesionales que tenían que pasar

Maldita sea. No había nada que pudiera hacer más que esperar.

Christos George Schlosser llama a una serie de testigos al estrado, todos los cuales habían estado en la escena el día que le había un puñetazo a Grossman. Todos sonaron razonables y creíbles. El problema era que ninguno tenía una visión clara e ininterrumpida de todo el asunto de principio a fin y nadie había oído nada que Grossman o yo habíamos dicho ese día porque los ruidos del tráfico eran demasiado fuertes, o habían estado demasiado lejos o sus ventanas estaban subidas y no habían oído nada en absoluto. Se podría pensar que eso funcionaría a mi favor. Por desgracia, la ley dice que si no podías demostrar que habías actuado en defensa propia, el jurado tendría que encontrarme culpable de asalto porque había golpeado a Horst Grossman. Era así de simple. Y en este momento, lo que el jurado tenía para trabajar era como entregar una novela de misterio con la mitad de las páginas arrancadas, incluyendo el final, y preguntarles quién era el asesino. Sólo podían adivinar. En otras palabras, el marcador era, el Estado: 1, Yo: 0. En hockey sobre hielo y fútbol, después de un montón de andar, muchos juegos terminaban con uno a cero en el marcador. Tenía la esperanza de las cosas salieran de manera diferente para mí. Necesitaba alguien para correr y anotar un touchdown de seis puntos en la zona de anotación. Lástima que nadie con piernas tuviera el balón. —El Estado llama a su siguiente testigo— dijo la juez Moody. Desde su asiento en la mesa de la fiscalía, George Schlosser dijo — El estado llama a Edna Holloway. Un oficial uniformado caminó fuera de la sala a buscarla. Un minuto más tarde, el oficial llevaba a una anciana hasta el podio.

Llevaba un vestido azul marino largo hasta la espinilla y un sombrero pastillero que flotaba en la espuma de su cabello blanco. Agarraba firmemente un estrecho bolso dorado de señora grande en sus manos enguantadas. A pesar de su edad, caminaba erguida y con propósito. Mi primera impresión fue que probablemente había picado barriles abiertos de cerveza y de licor con un hacha de madera durante la prohibición, o había llevado a un ejército de sufragistas durante los primeros cargos para asegurar los derechos de voto de las mujeres en EE.UU. durante el siglo 19. El alguacil le indicó a Edna que levantara su mano derecha, mientras decía: —¿Jura solemnemente que su testimonio será la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, o que Dios la ayude? —Sí —dijo Edna Holloway. El alguacil la llevó a sentarse en el banquillo de los testigos. George Schlosser le hizo a la señora Holloway una serie de preguntas probatorias de que era profesora jubilada de matemáticas de 83 años de la secundaria que vivía en Del Mar y nunca faltaba un domingo en la iglesia. Había estado un poco fuera de su edad. Edna también le dijo al jurado cómo había estado fuera paseando a su pastor alemán Greta en el sendero que bordeaba la autopista Pacific Coast, cuando vio que le di un puñetazo a Horst Grossman. Había tenido una visión clara de los hechos, y se había quedado para cumplir con su deber cívico y decirle a la policía su versión de los hechos. George Schlosser le sonrió desde el podio. —Señora Holloway, por favor, dígale al tribunal lo que pasó en los momentos previos al asalto. —Vi a ese hombre —me señaló con fuerza—, bajar de su moto, caminar hasta Horst Grossman, y golpearlo sin provocación. —Asintió para dar énfasis, sus labios arrugados y apretados con tanta fuerza como la bolsa de mano que aferraba en sus manos enguantadas. Uno pensaría que estaba preocupada por los carteristas. Russell se puso de pie y dijo: —Objeción a la utilización de la frase ―sin provocación‖, su señoría. La señora Holloway no estaba al tanto de la conversación entre el Sr. Manos y el Sr. Grossman. No tenía manera de saber lo que se decía entre los dos hombres. Por lo tanto, no puede hablar de asuntos de provocación. —Sostenida —dijo la juez Moody—. Por favor, quite la frase ―sin provocación‖ del testimonio de la señora Holloway. Los miembros del jurado tendrán en cuenta su observación. Schlosser echó la sonrisa de una serpiente en dirección de Russell antes de volverse hacia el estrado de los testigos.

—Señora Holloway, en cualquier momento, ¿vio a la víctima golpear o patear al acusado? —No. —¿Atacó al acusado de cualquier manera antes de que el acusado le diera un puñetazo? —No. Vi toda la cosa, desde el momento en que el acusado se bajó de la motocicleta hasta el momento en que se alejó. Nunca vi al Sr. Grossman atacarlo. Schlosser asintió victoriosamente. —¿Qué pasó después de que el acusado golpeó al Sr. Grossman? —Le diré lo que pasó después. El Sr. Grossman cayó. Entonces vi con horror como el acusado arrastraba al Sr. Grossman a un lado de la carretera y lo dejaba en la acera como basura —escupió—. Igual que basura. Nunca he visto a un joven darle tan flagrante falta de respeto con un anciano en toda mi vida. Luego se alejó sin ninguna preocupación por la salud y el bienestar del Sr. Grossman. Después de eso, se subió a su moto y se fue a quién sabe dónde. Eso estaba mal. Le había preguntado a Grossman si quería una ambulancia. Había dicho que no. Por supuesto, Edna Holloway no sabía eso. —Gracias, señora Holloway —le dijo Schlosser—. Nada más. Schlosser se sentó y Russell se acercó al podio. —Señora. Holloway —dijo Russell en tono amable—, ¿pudo escuchar algo de la conversación entre el Sr. Manos y el Sr. Grossman? —No lo hice. —Los ojos de Edna Holloway brillaron hacia Russell como si fuera el atracador que, sin duda, robaría su bolso de sus manos enguantadas. Apretó alrededor de él y se sentó con la espalda recta y rígida, con la cabeza bien alta. —¿Los vio hablar uno con el otro? —continuó Russell. —Lo hice. — La señora Holloway miró a su alrededor a la defensiva, como si Russell estuviera tratando de atraparla en una mentira. —Pero ¿no conversación?

escuchó

ninguna

parte

del

contenido

de

su

—No lo hice —dijo con cautela. —¿Cómo caracterizaría el lenguaje corporal del señor Manos durante la conversación? Recordé claramente que había estado tranquilo y relajado ese día. No me había exaltado hasta que me dijo que diera una maldita caminata. —Agresivo —dijo Edna Holloway—, y de confrontación.

No me jodas. No hay nada como el testimonio de testigos oculares para llegar al fondo de las cosas. Sólo que en este caso, Edna estaba paleando tierra de la tumba que estaba cavando para mí con cada palabra de su boca. —¿Está segura? —preguntó Russell dubitativo. —Sí —dijo ella con fuerza. —¿En algún momento vio al señor Grossman moverse para atacar el Sr. Manos? —No. Eso estaba mal. Diez segundos después de levantarse en mi cara y gritarme de cosas, Grossman se había abalanzado como un toro de carga. Ahí es cuando le di un puñetazo. Una vez. Sonaba como auto defensa para mí. —¿Nunca vio al Sr. Grossman ir hacia el señor Manos? —preguntó Russell con escepticismo. —No —dijo ella con firmeza. —¿Vio al Sr. Grossman ir hacia el señor Manos? —No. —¿Él no se movió en absoluto? —No. El Grossman se quedó donde estaba todo el tiempo. No me importa de cuántas maneras me lo pregunte, señor. Ese joven lanzó el primer y único golpe. —Después de una pausa, miró a Russell y añadió— : Sin provocación —como si estuviera escupiendo con sus ojos. Russell la ignoró. Sólo tenía que deslizar eso, ¿verdad? ¿Quién diablos era esa mujer? Brianna le dio a mi mano un breve apretón tranquilizador debajo de la mesa. Conocía la historia, se la había dicho y a Russell tantas veces. La miré y ella sonrió brevemente. Ninguno de nosotros quería llamar la atención sobre nosotros mismos. Ella volvió a tomar notas en su computadora portátil y a preparar los archivos mientras volvía a verme soso y en calma. Russell trabajó con Edna Holloway con preguntas por los siguientes veinte minutos, llegando a ella desde todos los ángulos, pero Edna Holloway no se movió. Lo último que Russell quería hacer era verse como si estuviera acosando a la testigo, por lo que finalmente dio marcha atrás y dijo: —No hay nada más, su señoría. —Antes de sentarse. El marcador cambió, el Estado: 2, y Yo: 0.

Después de que la señora Holloway abandonó el estrado de los testigos, el oficial llevó a Horst Grossman a la sala del tribunal para prestar juramento. Lástima que no pudiera estar junto a Grossman para que el jurado pudiera ver nuestra diferencia de tamaño real. Horst no era tan grande como yo, pero de ninguna manera era el pequeño hombre de la foto al lado de mí que el Fiscal de Distrito había llevado a hacerle creer al jurado. El gran estómago de Grossman no había cambiado. Sobresalía de las solapas de su chaqueta raída. El chico parecía que no se podía permitir ropa nueva. Sabía que era una mierda. Conducía su Mercedes convertible de costumbre, por el amor de Dios. Atrás quedó su joyería de oro y la camisa de seda cara y pantalones ajustados que se había puesto el día que lo había golpeado. También faltaba el tupé de lujo. Recuerdo haber pensado que el tipo tenía una gran cabeza llena de cabello. Ahora lucía una calva fibrosa. Se veía como un ineficaz chofer de autobús de la ciudad con la esperanza de una jubilación anticipada. Horst Grossman cojeó su camino hacia el estrado de los testigos. Respiraba pesadamente, como si estuviera escalando el monte Everest. Qué espectáculo navegante. Que le dieran un Oscar al tipo. Reprimí el deseo de dejar escapar una risa cómica. Ridículo. George Schlosser se inclinó pacientemente frente al podio y sonrió mientras el pobre Horst se acomodaba en la silla de los testigos con una serie de gruñidos y sonidos. Me sorprende que no hubieran llevado a Horst en una cama de hospital con un tubo intravenoso saliendo de su brazo. Schlosser le hizo a Grossman todas las preguntas habituales para identificar quién era y dónde vivía. Grossman también divagó sobre la familia que adoraba con locura, su participación desinteresada en la comunidad, y sus considerables contribuciones caritativas. En su tiempo libre, no tenía ninguna duda de que Horst patrocinaba a miles de niños hambrientos que vivían en países del Tercer Mundo, con regularidad rescataba gatitos atrapados en los árboles y ayudaba a viejitas a cruzar la calle. Que alguien llamara al Vaticano. Necesitaban reconocer oficialmente a Santo Horst Grossman y hacer algunas estatuas del chico. Finalmente, Schlosser se zambulló en el testimonio relevante. —La pregunta en la mente de todos, Sr. Grossman, es ¿por qué salió de su auto en primer lugar, poniéndose en peligro? Grossman asintió con respeto, como un niño bueno que siempre hacía lo que le decían. Eh, ajá. Hacía a Sir Anthony Hopkins parecer un actor de jamón en la comedia de los hermanos Wayan. Grossman dijo: —Pensé que la mujer que conducía el Volkswagen, la que se había

detenido frente a mí, estaba teniendo algún tipo de problemas con el auto. El semáforo estuvo en verde por mucho tiempo, y su auto no se había movido. Así que salí de mi auto para comprobar que estuviera bien. Tomó todo lo que tenía no dejar escapar una risa. Grossman había querido matarla, no ayudarla. Grossman continuó: —Resultó, que había derramado su café en todo el auto. Le pregunté si necesitaba ayuda. Ella dijo que no, que estaba bien. Le sugerí que debería hacerse a un lado del camino para dejar pasar el tráfico. ¿Qué? Estaba mintiendo totalmente. Había estado girándole a Samantha y diciéndole ofensas. El chico había estado tan ebrio, que me sorprendió que no se hubiera dado un golpe. Es por eso que me acerqué al auto de Samantha en primer lugar. Grossman había estado tratando de forzar la ventana hacia abajo para poder llegar a ella. Cuando eso no funcionó, había empezado a dar patadas en la puerta del auto. —¿Ése fue el momento en el que el demandado se le acercó?— Preguntó Schlosser. —Sí. Me sorprendió. Nunca lo vi. Lo siguiente que sé, es que me dijo que retrocediera como la mierda. No tenía ni idea de lo que estaba pasando. Había estado tratando de ayudar a la joven en el VW. Me volví hacia él para que pudiera explicármelo. Fue entonces cuando lo noté. Me sorprendió, nunca lo vi venir. ¿Hablaba en serio? ¿O simplemente estaba malditamente loco? —¿Dónde lo golpeó el acusado? —preguntó Schlosser. —En el estómago. Sentí el dolor dispararse hacia mi vientre, y creo que el viento fue sacado de mí. No podía respirar o incluso ponerme de pie, por lo que caí de rodillas. Antes de que pudiera recuperarme, agarró la parte de atrás de mi camisa y me levantó. Mi camisa fue a mi garganta y no podía respirar. Luego me arrastró hasta la orilla de la carretera. Yo estaba tratando de mantenerme en pie, pero él estaba empujándome tan rápido, que no dejaba de tropezar. Creo que la única razón por la que no caí sobre mi cara fue porque me tenía por el cuello de mi camisa. Cuando llegamos a la acera, me tiró al suelo. Schlosser continuó haciéndole a Grossman una letanía de preguntas: la gravedad de sus heridas, cuánto tiempo estuvo fuera del trabajo, la cantidad de dolor que sintió inmediatamente después del ataque y en las semanas siguientes. Siguió y siguió. Horst Grossman sonaba como el hombre más débil, razonable en el planeta. George Schlosser era tan inteligente con sus preguntas, que hubo poco que Russell pudiera objetar.

Estaba en el borde de mi asiento cuando Schlosser finalmente volteó las cosas hacia Russell. Russell caminó con confianza al podio y fue directamente a trabajar con Grossman. —¿Se acuerda de haberle dicho algo al señor Manos cuando se le acercó? —No que yo recuerde —Grossman respondió con prontitud. —¿No le dijo nada para provocarlo? —No que yo recuerde. —¿No hizo ningún comentario amenazante? —No que yo recuerde. Joder, Grossman tenía el recuerdo más selectivo de todos los tiempos. Si iba a mentir a través del interrogatorio, estaba jodido. —¿Cuánto tiempo estima que pasó entre el momento en que se volvió hacia el señor Manos y cuando afirma que fue atacado? —No lo sé, ¿tal vez cinco segundos? —dijo Grossman, pensativo. Ahora lo recordaba. Lástima que su recuerdo era un poco impreciso. —¿Hizo algún movimiento que pudiera haber provocado al Sr. Manos? —Ninguno que yo recuerde. —¿No se movió hacia él de repente? —No lo creo. Russell puso los ojos en blanco notablemente. No podía culparlo. Quería rodar los míos, pero me quedé mirando directamente a Grossman tan suavemente como me fue posible. Tenía la esperanza de que el jurado no detectara las dagas y balas escondidas en mis ojos, porque estaban volando a mil rondas por minuto. Russell le preguntó a Grossman. —¿No se movió ni una pulgada? —No lo creo —respondió Grossman. —¿Se quedó parado e inmóvil, como una estatua? —preguntó Russell en un tono que rayaba en lo cómico. Grossman se rió entre dientes agradablemente. —Por supuesto que no. Pero no hice ningún movimiento brusco. —¿Está seguro? —dijo Russell dubitativo—. Le recuerdo, Sr. Grossman, está testificando bajo juramento. Las cejas de Grossman se fruncieron. —Ya lo sé, señor, y no hice ningún movimiento brusco.

—Eso parece extraño para mí, Sr. Grossman. ¿Está diciendo que el acusado se bajó de su motocicleta, se acercó a usted, a un completo desconocido, y simplemente le dio un puñetazo en el estómago? ¿Luego se lo llevó a la acera y le preguntó si necesitaba una ambulancia? —Fue la cosa más extraña... —Grossman reflexionó pensativo. —Lo fue, ¿no? —Russell se maravilló, con una sonrisa de incredulidad tirando de las comisuras de su boca. Yo estaba maravillado también. Grossman estaba mintiendo totalmente. Pero no había manera de demostrarlo. Russell le hizo más preguntas sobre el ataque y las secuelas, incluyendo las supuestas lesiones de Grossman, pero el hombre desvió todas las preguntas de Russell como el mayor metedor de goles en la historia de los deportes. No lo podía creer. Grossman era un profesional total en el estrado. Russell finalmente se quedó sin preguntas y se sentó. —¿Alguna cosa más, consejero? —preguntó el juez. —No, su señoría —dijo Schlosser desde la mesa del fiscal. —Nada más, su señoría —dijo Russell. —El Estado descansa, su señoría —dijo Schlosser. Grossman bajó del estrado de los testigos. —Muy bien —dijo La Jueza Moody—, vamos a tomar un breve receso de quince minutos, entonces la defensa llamará a su primer testigo. —Golpeó el martillo con carácter definitivo. Mierda. El marcador cambió a: Estado: 3, Yo: 0 La única manera de que fuera a sumar algún punto con el jurado sería cuando Russell me llamara al estrado, y me diera la oportunidad de finalmente contar mi versión de los hechos. Si tenía suerte, eso me ganaría un punto con el jurado, con lo que la puntuación sería 3 a 1. Lástima que Schlosser siguiera con preguntas sobre mi pasado criminal durante el interrogatorio. Podía muy bien socavar cualquier ventaja que hubiera obtenido al contar mi versión de los hechos. Si las cosas salían mal, después de que terminara de declarar, el resultado podría ser de nuevo 3 a 0, o peor, el jurado podría verme como a un criminal. Debido a que todo el mundo lo sabía: una vez un criminal, siempre un criminal. Eso sumaría un punto para el juicio. De la forma en que lo veía, pondría las cosas 4-0. Lamentablemente, no importaba. Ya estaba 3-0, 3-1, o 4-0, era el perdedor en todos los escenarios. Necesitaba un receptor abierto de la NFL corriendo directo en este campo de fútbol y que diera un pase de touchdown de Ave María, o estaba jodido.

Lástima que no hubiera receptores abiertos en el fútbol.

Samantha El atasco de tráfico finalmente se despejó lo suficiente para que los equipos de emergencia y los autos empezaran a avanzar. Llevó una eternidad para que todos se metieran en el carril que estaba abierto y pasar alrededor de los restos del accidente. El semi de Ralph y los otros vehículos involucrados en el accidente estaban todos torcidos, quemados y ennegrecidos. Los bomberos seguían pululando alrededor y regaban las cosas, pero nada parecía estarse quemando ya. Las personas que habían sido levantadas en el aire por el helicóptero se habían ido. Me tomé un momento para recordarme a mí mismo que sus días eran mucho peores que los míos. Yo me limité a los 65 kilómetros por hora en el camino al centro, paranoica de que pudiera ser multada por la CHP si trataba de acelerar. No necesitaba más retrasos. Mantuve una distancia de cuatro centímetros de los autos delante de mí. No quería entrar de alguna manera en un accidente yo también. Esa perra de la Srita. Suerte había estado trabajando en mi contra durante toda la mañana, así que no le daría ninguna oportunidad de detenerme más. Salí de la autopista a la calle delantera y me dirigí hacia el palacio de justicia. Había un montón de calles de sentido único y di la vuelta varias veces antes de encontrar el palacio de justicia en Broadway. ¿El tribunal tenía aparcamiento con prioridad para las novias con pánico? No. ¿Tenían estacionamiento en absoluto? Ninguno que pudiera ver. Tenía la tentación de deshacerme de mi auto en la escalinata del palacio de justicia y correr dentro. Mierda. Esa no era una opción. Conduje alrededor de la cuadra y me detuve en el primer aparcamiento que pude encontrar. ¡Querían veinticinco dólares! No me importaba. Tomé la nota del encargado del aparcamiento y aparqué en el tercer piso. Tomé mis tacones y los cargué mientras corría de mi auto al palacio de justicia. Por suerte para mí las aceras de San Diego estaban relativamente limpias. El palacio de justicia era un edificio enorme con un montón de columnas romanas en el frente y 'las palabras ―Salón de la Justicia‖ en letras grandes encima de la entrada. ¿Acaso Superman y la Mujer Maravilla trabajaban aquí? ¿Por qué no voló la Mujer Maravilla su jet invisible para recogerme del atasco de tráfico? O Superman podría haber simplemente saltado por la ventana y haberme sacado de mi auto. Esos tipos se estaban volviendo perezosos.

Me puse mis zapatos y atravesé las puertas. Entonces me puse en la fila para el control de seguridad y me quité rápidamente mis zapatos. Y mi cinturón. ¿Por qué? No volaría ningún lugar. ¿No podían ver que no era terrorista? ¿Y qué si mi blusa estaba empapada de sudor? Sabía que estaba a punto de perder la calma porque un retraso más iba a asar mi cerebro y a enviarme a tener convulsiones, pero no era como que tenía una bomba en mi bolso. Después de que terminé con seguridad, me detuve en seco. ¿Dónde diablos estaba la sala de Christos? ¡Debía haber un centenar de salas en este lugar! Detuve a varias personas caminando y les pregunté si sabían dónde era el juicio de Manos, con la esperanza de que así fuera cómo se llamaba. Cada persona que detenía me miraba como si estuviera loca. Quería decirles que no tenía una bomba en mi bolso, ni era terrorista, pero deduje que no ayudaría para nada. Así que empecé a abrir al azar las puertas de las salas del tribunal. Cada vez que lo hacía, lo que estaba pasando en el interior se detenía. Todos se volvían a mirarme y los abogados me veían como si estuviera arruinando su mojo de abogado. ¿Cuál diablos era el problema? Estaba siendo silenciosa. Podría haber sido porque todas las salas de audiencias eran tan pequeñas. ¿Dónde estaban las enormes salas que había visto en todas las películas? Más importante aún, ¿dónde diablos estaba Christos? Nunca iba a encontrarlo. Este edificio tenía al menos diez pisos. ¿Tendría que ir de piso en piso abriendo todas las puertas? Eso podría llevar horas. Pero nadie a quien le había preguntado tenía idea de dónde era el juicio de Christos. ¿Qué tal si era el Palacio de Justicia equivocado? ¡Mierda!

Christos Volvimos a la corte después del receso. La jueza se había sentado en su estrado y llamó dentro al jurado. —Señor Merriweather —le dijo la jueza Moody a Russell―, puede llamar a su primer testigo. Russell se agachó y me susurró al oído: —¿Estás listo? Respiré bien hondo. —Sí. Es hora de lanzar los dados. Es mi momento de pasar y testificar. Sentí mis bolas retorcerse dentro de mi pelvis. Creo que el pelo de mi cabeza estaba tratando de arrastrarse de nuevo en mi cuero cabelludo y las uñas de retraerse. Cada parte de mi cuerpo estaba tratando de evitar un desastre o daño. Esto era. Estaba arriba, en la cuerda floja sin práctica. ¿Caería y me moriría en el medio del acto o terminaba exitosamente haciendo un ademán y con aplausos? —¡Psst! Me giré para ver quién estaba siseándome al oído. Era Samantha. Casi salto del asiento. —¿Samoula? —susurró mi abuelo, confundido. Brianna levantó la mirada de su portátil y miró a Samantha como si acabara de salir del tren de locos de una ciudad loca. La cabeza de Russell giró lentamente como el tambor de una pistola. Miró duramente a Samantha. No tenía idea de quién era. —Disculpe, jovencita —susurró con severidad—. ¿Puedo ayudarla? —¡Tengo un video! —siseó Samantha. —¿Qué? —preguntó Russell bruscamente. —Deberías sentarte, agápi mou —dije en voz baja.

—¡De veras tienen que ver este video! —susurró Samantha—. Está en mi teléfono. —Lo sostuvo sobre la barandilla baja entre los bancos del observador y el suelo de la sala. Saludó con la mano a mi abuelo y le sonrió. —Jovencita, la corte está en sesión —advirtió Russell—. Siga hablando, y el juez podrá citarla por desacato a la corte. Le sugiero que vuelva a su asiento y se comporte o tendré que sacarla de aquí yo mismo. —¡Es importante! —rogó Samantha—. ¡Díselo Christos! —¿Conoces a esta maleducada? bruscamente, entrecerrando los ojos.

—me

preguntó

Russell

—Sí —suspiré—. Un poco. Samantha me golpeó en el hombro y me frunció el ceño. —¿Un poco? Reprimí una carcajada. —Russel, esta es Samantha Smith, mi novia. Russel alzó las cejas. —Encantado de conocerte, Samantha —dijo educadamente—. No sé si te has dado cuenta, pero estamos en el medio de un juicio. Estoy tratando de mantener a tu novio fuera de la cárcel. A menos que tengas una muy buena razón para interrumpir, te sugiero que te sientes inmediatamente y guardes silencio. —¡Pero tengo un video de lo que pasó! —rogó Samantha. —¿De qué estás hablando? —preguntó Russell, perplejo. —Señor Merriweather —interrumpió la jueza Moody—. ¿Tenemos algún problema? Russell le sonrió. —No señoría, en absoluto. ¿Podemos tener un minuto? —Que sea rápido, señor Merriweather —ordenó la jueza Moody. —¡Tengo un video de él! —siseó Samantha. —¿De quién? —pregunté. —¡Encontré un video en internet en el que tú golpeas a ese tipo sentado ahí! —Señaló a Horst Grossman que estaba sentado en el otro extremo de la fila de testigos, detrás de la mesa del fiscal. Las cejas de Russell se elevaron en su frente. —¿Cómo? No podía creer lo que estaba escuchando. Dije: —Samantha, ¿estás hablando en serio? Asintió.

—¡Sí! La jueza Geraldine nos disparó una furiosa mirada. —Cuando quiera señor Merriweather. —Un momento, su señoría —dijo Russell—. Puede que haya acabado de recibir información que concierne al caso. —¿Puede que la haya recibido o la recibió? —preguntó la jueza impacientemente. —Si usted muy generosamente me diera un minuto, su señoría, se lo haré saber. —¿Debo pedir otro receso tan solo cinco minutos después del último? —No, su señoría. Solo será un minuto. —Tiene dos minutos, abogado. Russell miró a Samantha. —¿Tienes el video en el teléfono? —Sí. —¿Está listo para reproducir? —Sí. —¿Puedo verlo? Samantha le pasó el teléfono a Russell. Me incliné por sobre su hombro y pulsé reproducir El video era increíblemente claro. Se podía ver la cara de Horst Grossman claramente mientras le gritaba una y otra vez a Samantha en su VW. Incluso se podía ver la cara de Samantha en el interior de su auto, y a mí, cuando entré con mi casco, antes y después de que Grossman se me abalanzara y yo lo golpeara. Quien grabó esto debe haber estado planeando estudiar cinematografía en la escuela de cine de la USC. El audio estaba un poco mal, pero se podía oír la mayor parte de lo que dijo Horst Grossman. Russell miró entre Samantha y el teléfono. —¿Esa eres tú? —preguntó, señalando la pequeña imagen de Samantha en su VW. Asintió. En voz baja, Russell dijo: —Christos, tienes suerte de que estemos en la corte. De lo contrario te hubiera golpeado en la cabeza. Entonces te daría la vuelta y te golpearía del otro lado. ¿Por qué no me dijiste que era tu novia la chica en el auto? ¿Estás loco? No, no respondas. Porque sé que estás loco. — Se volvió a mirar a Samantha—. ¿Dónde encontraste este video?

—En el blog de alguien. Ni siquiera es un video de YouTube. Estaba en Vimeo. —Verificaron los videos de internet —dijo Russell, confundido—. Y miramos en Vimeo. Y en YouTube. Y en todas partes. Varias veces. No pudimos encontrar nada. —Creo que quienquiera que lo subió lo acaba de publicar. Ves, la fecha de carga es de hace dos días y sólo tiene unos pocos cientos de hits. Me llevó toda la noche encontrarlo por cómo estaba etiquetado. —Eres casi un detective —dijo Russell—. ¿Cómo era tu nombre? —Samantha Smith. —―Gracias, Señorita Smith. Creo que acabas de salvarle el culo a tu novio. —Russell sonrió—. ¿Tendrías alguna objeción de subir al estrado para testificar en defensa de Christos? —¿Yo? —jadeó. —Sí, tú. Si la jueza lo permite, podemos evitar que Christos vaya al estrado. —¡Claro! ¡Lo haré, definitivamente! —dijo ella. —Hazme un favor —dijo Russell—. Envíale un correo electrónico con la dirección URL del sitio web a mi asistente. —Asintió hacia Brianna y le dijo—: Señorita Smith, ésta es Brianna Johnson. Brianna y Samantha se dieron la mano y luego Samantha se apresuró a enviarle el correo. —Lo tengo —dijo Brianna unos segundos después. La vi poner el video en su portátil. Parece que la corte tenía un gran servicio de wifi. Russell se puso de pie, ante la jueza, y con su más encantadora, propia de ganar voz, dijo: —Su señoría, ¿pueden acercarse los abogados al estrado? —Mejor que sea bueno, señor Merriweather. George Schlosser y su equipo nos estaban mirando abiertamente. No tenían idea de lo que estaba a punto de golpearlos. —Creo que se va a sorprender, su señoría —dijo Russell, pensativo— . Ciertamente yo lo estoy. —Pueden acercarse, abogados —dijo la jueza. Russell, Brianna, George Schlosser, y sus dos asistentes fueron hasta el estrado de Geraldine Moody. En voz tan baja, que apenas la podía oír, Russell le explicó todo al juez. Señaló a Samantha varias veces. Cuando lo hizo, Schlosser y su equipo le dieron a Samantha miradas asqueadas.

Brianna dejó su portátil en la esquina del estrado de la jueza apara que pudiera ver el vídeo. Schlosser y su equipo tuvieron que estirarse más para ver la pantalla cuando Brianna puso el video. Al principio, la jueza Moody estaba aburrida, pero a medida que el video trascurría, entró en trance y, literalmente, se inclinó hacia adelante en el borde de su asiento. Cuando el video terminó, dijo―: ¿Puedo verlo de nuevo? —Por supuesto, su señoría —dijo Russel—. Brianna, por favor, ponlo otra vez. Brianna asintió y puso el video desde el principio. Después verlo por segunda vez, Schlosser gruñó: —Esto es absurdo, su señoría. De ninguna manera usted puede permitir esto como evidencia. Necesito tiempo para verificar que la mujer en el vídeo es esa chica de allá. —A mí me parece que es la misma chica —dijo la jueza Moody, con una pizca de diversión en su voz. —Puede ser —resopló Schlosser—, pero si resulta que es la mujer en el video, todavía necesito tiempo para atestiguarla adecuadamente. No tengo ni idea de cuál puede ser su testimonio. —Yo tampoco —dijo Russell. Schlosser le hizo una mueca, se volvió hacia la jueza Moody y le dijo: —Su señoría, tácticas de principiantes como estas no son aptos para la corte —dijo como si Russell fuera un mentiroso conocido—. Sugiero que las dejemos en las novelas baratas y en las carpas de circo donde pertenecen. —Yo decidiré lo que vaya a pasar en mi propia sala, señor Schlosser —dijo la jueza con un tono maternal—. Señor Merriweather, ¿ha tenido la oportunidad de entrevistar a este testigo sorpresa? —preguntó la jueza Moody. —No, su señoría —dijo Russel—. No sabía nada de su existencia hasta que entró a la corte hoy mismo. La jueza alzo una ceja, incrédula, a Russell. El levantó una ceja incrédula hacia ella. Schlosser les puso los ojos en blanco a los dos. —Lo permitiré —dijo la jueza Moddy. —Pero… —intervino Schlosser. La jueza lo cortó. —Señor Schlosser, ha estado haciendo esto el tiempo suficiente. Improvise. A la luz de este vídeo, tiene suerte de que no descarte este caso en el acto. ¿Le gustaría que lo hiciera?

Schlosser sonrió cariñosamente. —Su señoría, yo... —Sí o no, abogado —dijo la jueza. Schlosser exhaló, resignado. —Como usted desee, su señoría. —Excelente. Señor Merriweather, por favor asegúrese que el señor Schlosser consiga el enlace a este video. Tomaremos una pausa de una hora, tiempo durante el cual sus equipos pueden revisar el video en profundidad y formular sus argumentos. —Ella golpeó su martillo—. La corte entra en receso por una hora.

El testimonio de Samantha y las increíbles imágenes de video dieron vuelta al juicio de cabeza. Russell puso el vídeo en la pantalla grande de proyección mientras que Samantha estaba en el estrado. Detuvo el video intermitentemente para hacerle preguntas y aclarar detalles de lo que estaba sucediendo. Vi con una pequeña sonrisa en mi cara mientras se desarrollaban en la pantalla los momentos en los que fui arrancado de mi moto la primera vez. Hice todo lo posible para no parecer satisfecho delante del jurado. Era jodidamente difícil. En el video había una toma de cerca de la cara de Grossman cuando le gritó a Samantha y trató de abrir la ventanilla de su auto. Parecía un loco furioso. El jurado lo vio con asombro, con los ojos muy abiertos ya que, en el video, Grossman echaba espuma por la boca y se puso rojo remolacha mientras le llamaba a Samantha perra, zorra, puta, y cabeza de alfiler. Una mujer del jurado se rio con incredulidad cuando Grossman pateó la puerta del Volkswagen de Samantha. El golpe final, tanto literal como figurativo, llegó cuando Grossman arremetió contra mí en el video. Había estado de pie tranquilamente delante de él. Todos en la sala pudieron ver claramente que Grossman había tratado de abordarme antes de que me apartara de su camino y le pegara un puñetazo. Eché un vistazo y vi al ayudante del fiscal del distrito, George Schlosser pasando una mano por su pelo. Parecía derrotado, como si acabara de ser golpeado. Cuando Russel terminó las preguntas a Samantha y se sentó, Schlosser estaba terminando una tranquila conversación con sus asistentes. Después de un momento, todos asintieron. Schlosser se puso de pie y dijo:

—Señoría, debido al imprevisto desarrollo de las pruebas en este caso, el estado ha decidido desestimar todos los cargos contra el demandado. —¿Está usted seguro, señor Schlosser? No quiero volver a esto otra vez —dijo la jueza. —Sí, su señoría —dijo Schlosser. —Para dejar en el registro que en el caso del Estado de California contra Christos Manos, número SD-2013-K-071183A —entonó la jueza— el estado retira todos los cargos. —Golpea el martillo—. Caso desestimado. Señor Manos, es libre de irse. Por un segundo, no podía creer lo que oía. La gran sonrisa que se extendió por el rostro de Russell era la prueba que no estaba alucinando. —Felicidades hijo —dijo mientras sacudía mi mano y apretaba enérgicamente mi hombro— pongámonos de acuerdo en no volver a hacerlo nunca más. ¿Me entiendes? —Estoy de acuerdo —dije, sonriendo de oreja a oreja. Me señaló con un dedo. —Hablo en serio, hijo. No más mierda. Tienes mejores cosas que hacer que perder mi tiempo en una sala del juzgado. —Me conoces demasiado bien —sonreí—. Lo prometo, no más juzgados. Con un poco de suerte, podré cumplir mi promesa.

Samantha Prácticamente salté por encima del banquillo de los testigos intentando llegar hasta Christos cuando la jueza desestimó el caso. Christos salió por detrás de la mesa de defensa y salté en sus brazos. —¡Lo hicimos! —chillé. Me hizo girar alrededor una vez y me dejó en el suelo. —No, tú lo hiciste, agápi mou. Has ganado este caso con una sola mano. Echó un vistazo a su abogado y dijo—. Quiero decir, Russell ayudó, pero tu Samantha, le robaste el espectáculo. Samantha, te presento a mi abogado, Russell Merriweather. Es un viejo amigo de la familia. Estreché la mano de Russell:

—Encantada de conocerlo. —Christos tiene razón, señorita Smith —sonrió Russell—. Usted debería de enviarle una factura. Sonreí. —Nah, idearé alguna manera de hacerle pagar por los servicios prestados. Christos se rio entre dientes. —Con mucho gusto. Brianna Johnson caminó alrededor de la mesa de la defensa, frunciéndole el ceño a Christos. —Christos, ¿cómo has podido olvidar mencionarnos a Russell y a mí que tu novia estaba en la escena del delito? Christos esbozo una amplia sonrisa con hoyuelos. —Intentaba ahorrarle a Samantha un montón de tiempo y problemas. —Frotó su mano en mi hombro—. Tiene mejores cosas que hacer. —Podrías haberte ahorrado un montón de tiempo y problemas si nos lo hubieras dicho antes —lo amonestó Brianna. Christos sacó una sonrisa con hoyuelos. —Estaba tratando de ahorrarle a Samantha un montón de tiempo y problemas. —Frotó su mano en mi hombro—. Tiene mejores cosas que hacer. Le puse los ojos blancos. —Russell tenía razón, Christos. ¡Estás loco! —Miré a Brianna en acuerdo. Ella me dio una sonrisa fraternal y sacudió la cabeza. —¡Hombres! ¡Juro que si no fuera por nosotras las mujeres, no serían capaces ni de atar sus propios zapatos! —Lo sé, ¿verdad? —Sonreí. —Oye —bromeó Christos—, estoy aquí delante. —Bueno. Entonces lo que estamos diciendo quizá surta efecto. — Me guiñó Brianna un ojo—. A pesar de su dura cabeza, Christos es un buen chico. Pero no lo dejes escabullirse de hacer algunas tareas para compensar todos los problemas que te ha causado. —No lo haré —sonreí. Spiridon se acercó un momento después con alguien que sólo podía ser el papá de Christos. Ambos intercambiaron grandes abrazos con Christos. —Los hombres Manos —dijo Russell con orgullo, sonriéndole a los tres—, todos justo aquí en esto.

—Samantha —dijo Christos— quiero presentarte a mi papá, Nikolos Manos. Estreché la mano de Nikolos. Parecía una versión apenas más mayor de Christos. Era tan apuesto como su hijo y tenía los mismos divertidos ojos azules. Viendo a los tres juntos, era obvio que Christos iba a ser dolorosamente hermoso en todas las etapas de su vida. Sé que la gente decía que George Clooney mejoró su aspecto con la edad, pero Nikolos y Spirindon dejaban a George en vergüenza. —He oído hablar de ti —sonrió Nikolos—. Mi padre dice que eres una buena joven y una artista con talento también. Tal vez podrías enseñar a mi hijo una o dos cosas en cuanto a pintar. Necesita toda la ayuda que pueda conseguir —Me guiñó un ojo. Spirindon me sonrió. —Sí. Samoula se ha mudado a la casa para ser la tutora privada en pintura de Christos. ¿Es así, koristsáki mou? —Me dio unas palmaditas cariñosas en el hombro. Estaba tan abrumada por todo ello, por el alivio que había terminado el juicio de Christos y el sentimiento de tener una familia que absolutamente adoraba, que no podía hablar. Sonreí y asentí mi respuesta mientras las lágrimas nublaban mi vista. Hice mi mejor esfuerzo para retenerlas mientras salíamos de la sala del tribunal. Ahora que había terminado, secretamente esperaba que fuera la última vez que pusiera un pie en la sala de un tribunal. Entre Taylor Lamberth, Damian Wolfram y Christos, había tenido suficientes juicios para toda la vida.

Christos Inhalo una bocanada del suave aire de la tarde cuando ya estamos parados delante del Palacio de Justicia bajo el sol de San Diego. Estaba libre. Todavía no me había hundido del todo. Una parte de mi había estado totalmente preparado para ser llevado fuera de la sala del tribunal esposado y siendo enviado a prisión después de mi juicio. Las brumosas garras del miedo todavía me tenían sujeto por el cuello. Nada de lo que preocuparse. Desaparecerían. Estaba seguro. Estaba con mi familia y amigos, y estaba libre. —¿Quién quiere celebrarlo? —Sonreí—. Estaba pensando en tomar unas bebidas y comer algo en la calle Yard House. Yo invito.

—Ya has gastado suficiente dinero conmigo. —Sonrió Russel—. Podemos ir todos allí y yo pagaré la cuenta. —¿Christos Manos? —Un tipo desconocido se nos acercó y preguntó bruscamente. Había venido desde la dirección del Palacio de Justicia y usaba un traje caro y un maletín. ¿Era un secretario del juzgado o algo así? Estreché mis ojos. —¿Quién quiere saberlo? —¿Eres Christos Manos? —preguntó el tipo otra vez. Ahora que había tenido la oportunidad de estudiarlo, no parecía una amenaza. Pero tenía un grueso sobre comercial blanco en la mano. —Sí, soy yo. ¿Qué es lo que quiere? El tipo levantó el brazo y me empujó el sobre. —Ha sido notificado. —Christos, Christos, Christos —suspiró Russell—. ¿Qué es esta vez, joven? Abrí el sobre y leí los documentos. —¿Qué? —preguntó Samantha, preocupada. Suspiré pesadamente. —Hunter Blakeley me está demandando. —¿Qué? ¿Por qué? —Samantha frunció el ceño—. ¿Por qué le hiciste tropezar ese día en lDUa SDU? Se refería a la vez en que le llamé la atención a Hunter por darle mierda a ella y a Romero en la arboleda de eucaliptos del campus. —No. Porque le di un puñetazo en la cara. —¿Cuándo? —preguntó Samantha. —No quieres saber. —Yo quiero saberlo —interrumpió Russell. Tomó la citación judicial— . Y quiero saber quiénes estuvieron implicados. No más sorpresas de estas de último minuto. —Analizó el papeleo—. Se trata de una demanda civil, Christos. Te está demandando por daños y perjuicios. ¿Lo golpeaste? —Sí —suspiré—. Pero fue en defensa propia. —Estoy seguro —dijo Russell. No podría decir si estaba siendo sarcástico o no. Probablemente estaba enojada porque estaba saliendo de un caso y entrando directo a otro. No podía culparlo.

—Mira —dije—, hace un par de semanas, Hunter y tres de sus amigos nos siguieron a Jake y a mí después de salir de Hooters. Hunter intentó golpearme y se la devolví en las narices. Una vez. Russell apretó los labios mientras sus cejas se elevaban encima sus ojos oscuros. —Suena familiar. Desafortunadamente, un juicio civil no es un juicio penal, hijo. Si le pegaste, probablemente vas a tener que pagar. Lo único que puedo hacer es minimizar lo que le deberás. Hojeó varias páginas del documento—. Lo que, en este caso, es una millonada. El abogado de este chico está pidiendo un millón en gastos médicos, perdida de salarios y el dolor y sufrimiento. Podemos reducirlo un poco. Pero puede que no sea capaz de hacer que todo desaparezca. Puedo preguntar, ¿tenías algún equipo de grabación alrededor para salvarte el culo en el juzgado esta vez? —Lo dudo —dije—. Fue en el medio de la noche en una calle vacía. No había nadie allí excepto Jake y los tres tipos con Hunter. —Vale —dijo Russell—. Vamos a averiguarlo. ¿Entretanto, podría pedirte que no te metieras en más peleas? ¿Es posible? ¿O estoy pidiéndole agua a una piedra? Todos me miraban expectantes. Samantha, mi padre, mi abuelo, Brianna y Russell. Todos tenían miradas escépticas. —Vamos, chicos —supliqué—, la única razón de que esta mierda empezó fue porque estuve defendiendo a Samantha. La primera vez en su VW la segunda vez en la arboleda de eucaliptos en la SDU. Hunter nunca nos hubiera arrinconado a Jake y a mí esa noche si no le hubiera hecho tropezar ese día en la SDU. Todavía estaba enojado porque le había hecho quedar como un necio. —Aunque tus acciones han sido honorables —amonestó Russell—, la próxima vez que haya un problema, te animo a salir corriendo. ¿Lo entiendes? —Levantó una dudosa ceja, pero una leve sonrisa traicionaba su seriedad. —¿Y qué hay de Samantha? —le pregunté—. ¿Qué pasa si tengo que protegerla? No voy a abandonarla en problemas. —Eres un chico fuerte —Sonrió Russell socarronamente—. La recoges, te la echas al hombro y corres. Me reí: —Puedo manejar eso. Russell puso una mano grande en la parte de atrás de mi cuello. —Está bien, todos ustedes. Ya he tenido suficiente drama judicial por un día. Vamos a conseguir algo para cenar.

Todos caminamos hacia el este por Broadway y entramos en Yard House. Ya que era temprano y la hora de la cena aún no había llegado, nos dieron una mesa para seis de inmediato. Mientras esperábamos al camarero para hacer nuestra orden de bebidas, revisé mi teléfono. Tenía toneladas de textos y mensajes de voz de Samantha. Me sentí como un idiota. Ella debía de haberse vuelto loca tratando de localizarme. Lamentaría eso más tarde. Pero el último texto era de Brandon Charboneau. ¿Cómo están yendo las pinturas? Quiero reservar la galería para mostrarlas, pero no puedo fijar una fecha hasta que me des una. Házmelo saber. Malditamente genial. No le había dicho a Brandon sobre el juicio. Había estado agitando el látigo lo suficiente sin saberlo. No había querido que pensara que tendría que tener todo listo antes de que terminara en la cárcel. Hubiera creado demasiada tensión entre nosotros. Ahora que mi juicio había terminado, la última cosa que quería hacer era saltar de nuevo en el estudio para continuar pintando un montón de modelos que no tenía interés en pintarla. Antes, las había pintado sobre todo para mantener mi mente fuera del juicio con Grossman. El trabajo era siempre una buena distracción. En el lado positivo, ahora que tenía esta ridícula demanda civil de Hunter Blakeley cerniéndose sobre mi cabeza, el trabajo podría ser justo lo que necesitaba para mantenerme motivado. Había gastado una gran cantidad de dinero con Russell. Sus servicios no eran baratos. Si terminaba pagándole a Hunter, aunque sólo le debiera una fracción de la cantidad que pedía, estaría en quiebra. Necesitaba ganar algo de dinero rápido. Hacer los lienzos para Brandon era tan buena manera como cualquier otra para atraer más Benjamins16. Y ahora que Samantha se había mudado, podía verme salir con chicas desnudas calientes siete días a la semana. Ella no se perdería un momento de la emoción. Estoy seguro de que pasaría el rato de su vida. Mierda. Como todo lo demás, me preocuparía de eso más adelante. Cuando la camarera llegó, pedí un trago doble de bourbon Basil Hayden. Que comience el beber.

16

Benjamins: se refiere al billete estadounidense, que tiene a Benjamin Franklin en él.

Samantha —¿Cuánto bebiste? —le pregunté a Christos cuando todo el mundo salió de Yard House en Broadway. —Cuenta perdida —dijo Christos arrastrando las palabras. —Pesas un millón de kilos —gruñí. Su brazo estaba en mi hombro y se apoyaba en mí. Se sentía como si un edificio hubiera caído sobre mí. —Deja que te ayude, Samantha —dijo Nikolos, preocupado. Agarró a Christos del otro brazo y lo levantó con facilidad, tomando todo su peso. —¿Dónde está mi Camaro? —preguntó Christos. —No vas a conducir, paidi mou —dijo Nikolos—, no así. Christos no era un borracho hecho polvo, pero estaba cerca. Esta era la primera vez que lo había visto así. No podía culparlo. Había tenido un día estresante. —Puedo conducir el Camaro de Christos —le dijo Spiridon a Nikolos—. Puedes llevar mi auto a casa. Nikolos asintió. —¿Por qué camino hasta tu auto, Samantha? —Por allí —señalé. —Brianna y yo estacionamos por ese camino —dijo Russell a todo el mundo—. Debería llevarla de vuelta a su auto en la oficina para que pueda volver a casa. Todos nos despedimos. Spiridon y Nikolos caminaron con Christos y yo hacia el oeste en Broadway, hacia el garaje donde estaba mi VW. Russell y Brianna se fueron para otro lado. —Háblame de algunas de tus pinturas, Samantha —dijo Nikolos mientras los cuatro caminábamos por la acera. —Ella es asombrosa —dijo Christos arrastrando las palabras, con los ojos un poco vidriosos. —Es bastante buena —acordó Spiridon—. Es una aprendiza rápida. Christos le ha enseñado mucho desde que se conocieron en septiembre. Nunca he visto una mejoría tan rápida. Me sonrojé. —Dios, Spiridon, gracias. —Me encantaría ver un poco de tu trabajo —dijo Nikolos—. ¿Ha estado enseñándote Christos sobre el retrato?

—Sí. Me ha enseñado todo sobre el dibujo de gestos y el estudio de la anatomía, y la forma de dibujar el modelo. No sabía que se podía hacer eso. Siempre pensé que tenía que hacer todo desde la cabeza. Nikolos asintió y sonrió, todavía con Christos agarrado de alrededor de la cintura para ayudarlo a caminar. Christos estaba más borracho de lo que creía. —Es taaaaaan buena —dijo Christos. Sí, estaba borracho. A Nikolos no parecía importarle. Sabía por Christos que Nikolos era un gran bebedor, pero no había bebido nada en la cena. Él estaba completamente sobrio. —Mucha gente piensa que el dibujo es magia —dijo Nikolos— . Piensan que o naces sabiendo hacerlo o no. Eso no es cierto. Puedes aprender, especialmente si tienes un buen maestro. —¡Eso es lo que dijo Christos! —Sonreí. Nikolos asintió con orgullo. Finalmente llegamos al garaje donde estaba estacionado mi VW. Nikolos bajó suavemente a Christos en el asiento trasero, y luego el resto de nosotros subió. Después de dejar a Spiridon en el Camaro de Christos, llevé a Nikolos a donde estaba estacionado el auto de Spiridon en otro garaje. Sacó a Christos del asiento trasero de mi VW y lo puso en el asiento delantero por mí. No había manera de que pudiera haberlo hecho yo misma. Nikolos trasladó a Christos como si no pesaría nada. Era muy, muy fuerte. —Gracias por todo —le dije mientras abrazaba a Nikolos. —Puedo decir, Samantha —dijo Nikolos mientras palmeaba mi espalda—, que eres una buena chica. Me alegro de que mi hijo te conociera. Sólo lamento que haya sido ese idiota de Horst Grossman quien los unió. —Oh, no me importa —me reí—. Ese tipo es un idiota y ahora podemos olvidarnos de él. Pero si no hubiera sido tal imbécil maestral en primer lugar, nunca habría conocido a tu hijo. —¿Imbécil maestral? —Nikolos se rió entre dientes—. En los viejos tiempos, cuando yo era joven, lo habría llamado un jodido idiota y lo habría dejado así. Me encogí de hombros. —Pero eso suena como cualquier idiota al azar. Horst Grossman fue como el maestro de todos los imbéciles. Él es quien da todas las órdenes —Sonreí.

—Me gusta la forma en que piensas. —Nikolos rió—. ¿Necesitas que te siga de vuelta a la casa de mi padre para ayudarte a sacar a Christos del auto? —Creo que puedo manejarlo. Si no, puede dormir en el auto. —Spiridon tiene una carretilla en el garaje si la necesitas. Bueno, buenas noches, Samantha. Estoy deseando ver tu arte en algún momento pronto. —¡Yo también! —Sonreí. Lo saludé cuando se metió en el auto de Spiridon y se fue. Esperaba que Nikolos viniera por la casa para una visita en algún momento. Parecía realmente agradable. No sabía por qué Christos nunca pasaba tiempo con él. Por la forma en que Christos había hablado de su padre en el pasado, imaginé que Nikolos sería algún tipo de borracho. Así no era como lucía esta noche. Parecía saludable y definitivamente sobrio. Christos había sido el que había bebido. Quizás Christos y su padre comenzarían a pasar más tiempo juntos. Estaba segura de que sería bueno para los dos. A pesar de todo el drama del día, sentí que las cosas estaban empezando a mejorar para mí y para Christos. Finalmente.

Mi buen humor cayó en picado cuando mi teléfono sonó en el camino a casa. Mis padres estaban llamando. No había manera de que fuera a responderles en este momento. No podía hacer frente a una gota más de drama esta noche. Después de nuestra última llamada, sólo podía imaginar la maldad con la que me golpearían si contestaba. Los dejé pasar al correo de voz. Me ocuparía de ellos más tarde. Quizá mañana. Tal vez nunca. Tal vez si nunca los llamaba de nuevo, mis padres poco a poco se olvidarían que alguna vez habían tenido una hija. Sólo podía esperar eso. Tan, tan, tan ¡¡¡TAN QUEJICAS!!! Rodé los ojos y me concentré en la carretera mientras conducía hacia casa. Casa. A mi nueva casa donde vivía con Christos. Desmayo. El borracho se dejó caer contra la puerta de mi VW. Suspiro. Oh, bueno,

nada era perfecto. ¿Y qué si estaba borracho? Era mejor que estar en la cárcel. Además, había estado borracha un montón de veces en la escuela secundaria como una adolescente paria. A veces las cosas se ponían tan mal, que era lo único que sabía hacer para bloquear el dolor y el rechazo cuando estaba sola. A veces, ni siquiera el helado era suficiente. Pero mi forma de beber no me había convertido en una alcohólica. Estaba segura de que Christos estaría bien. Si su forma de beber de alguna manera se convertía en un problema, estaría allí para ayudar. No lo dejaría arrojar su vida a la basura. Encontraríamos un camino a través de cualquier obstáculo que la vida pusiera en frente de nosotros. Juntos. Spiridon ya estaba de vuelta en la casa cuando conduje por el camino de entrada. Ayudó a Christos a salir del auto con facilidad y no necesitó una carretilla. Todos los hombres Manos eran muy fuertes físicamente. No sabía cuántos años tenía Spiridon, pero tenía que tener por lo menos sesenta. Sacó a Christos fuera del auto como si no pesará nada. Yo no podría haberlo hecho sin una carretilla elevadora. Spiridon caminó con Christos hasta arriba y lo bajó en la cama. —Yo me encargo desde aquí —le dije. —Bueno. Me gustaría un poco de té. Voy a ir a hacer. Puedes unirte a mí si lo deseas. —Seguro. Spiridon sonrió. —Es tan bueno tenerte viviendo con nosotros, Samoula. Era demasiado tranquilo con sólo mi nieto aquí. Es bueno tener más familia en la casa. Mi corazón se calentó con sus palabras. —Gracias, Spiridon. —La implicación de que yo era familia trajo lágrimas a mis ojos. Lo hubiera sabido por todos esos cinco meses y me sentía muy a gusto a su alrededor. Tal vez podría adoptarme oficialmente. Oh, espera, ¿eso no me haría la hermana de Christos? No, eso sólo sería si Nikolos me adoptaba. Si Spiridon lo hacía, sería la tía de Christos. No funcionaría. —¿Qué es tan gracioso? —preguntó Spiridon. —Nada. —Le sonreí—. Sólo pensamientos al azar. Déjame cuidar de Christos y me reuniré contigo abajo. —Perfecto. Voy a estar en la cocina. Colgué mi chaqueta en el armario y me quité los zapatos de tacón. Entonces le quité los zapatos de vestir a Christos. Todavía estaba en su traje, que ahora estaba muy arrugado. Había estado realmente elegante en la sala de la corte. Ahora su cara arrugada parecía

necesitar tanto una planchada como su traje. Aflojé su corbata y le abrí el cuello. Él gimió adormilado, pero no parecía interesado en abrir los ojos. —Estás completamente a mi merced, Christos. Piensa en todas las cosas que podría hacerte. ¿Dibujarte un bigote con un marcador? — No, eso me recordó al yate de Tiffany y su pintura—. ¿Afeitarte la cabeza? —¿Por qué iba yo a querer deshacerme de ese cabello perfecto? No sería capaz de correr mis manos a través de él—. Oh, olvídalo. ¿Qué tal si te doy un striptease y después dejar que lo hagas a tu manera? Sí, eso sonaba como lo que había recetado el doctor. Christos gimió adormilado. No parecía estar de acuerdo. —¿Qué tal te dejo dormir? Silencio. No estaba segura de lo borracho que estaba Christos, pero no quería arriesgarme a que se ahogara con su propio vómito. Agarré su muñeca y tiré de él hacia un lado, por si acaso. Tuve que poner mi cuerpo en ello, era tan pesado. Tenía una buena capa de sudor para el momento en que terminé. ¿Quién hubiera sabido que todo ese músculo podría pesar tanto? Soplé un mechón de cabello lejos de mi rostro cuando hube terminado. —Duerme tranquilo, agápi mou. Voy a estar en la planta baja. Mientras caminaba hacia la puerta de la habitación, me acordé de la reciente llamada por teléfono de mis padres. Saqué mi teléfono de mi bolso y lo miré. Ellos me habían dejado un mensaje de voz. El teléfono que había mantenido a Christos fuera de la cárcel era ahora el teléfono amenazando con ponerme en un tipo diferente de cárcel. La de mi mamá y papá. Podían esperar. Dejé mi teléfono en mi bolso con el ceño fruncido y salí de la habitación. Que se jodan.

Samantha Dejé dormir a Christos para que se le vaya la borrachera. Spiridon me sirvió una taza de té en la cocina y nos dirigimos a la sala. A pesar de lo cansada que estaba, toda la tensión de los últimos días tenía mis pensamientos rebotando dentro de mi cráneo como mil pelotas de ping pong. Necesitaba descansar. Me tumbé en el sofá mientras Spiridon se sentó frente a mí en su sillón de cuero. Me contó historias sobre su carrera artística durante horas. La sala de estar era la ubicación perfecta porque las pinturas de los paisajes gloriosos de Spiridon colgaban a nuestro alrededor. Creaban el ambiente perfecto mientras me cautivaba con cuentos de su vida como pintor de fama mundial. Recordó todas las celebridades que había conocido, los países que había visitado y los premios que había ganado en el curso de su ilustre carrera. Spiridon había vivido una vida increíble que no podía dejar de envidiar. El arte estaba en su sangre. También el éxito. El arte y el éxito también estaban en la sangre de su hijo Nikolos y su nieto Christos. La familia Manos estaba verdaderamente bendecida. La familia Smith no había sido tan afortunada. Oh bien. Incluso si mi educación había sido aburrida y mediocre en comparación, por lo menos ahora tenía que estar cerca de la familia Manos. Tal vez podría absorber parte de su buena suerte. Todavía era joven. Todavía había tiempo para que mi vida resultara increíble. Cerca de la medianoche, Christos, pisando fuerte, bajó las escaleras hasta la sala de estar y se desplomó en el sofá junto a mí. Todavía llevando la camisa, corbata y el pantalón. Incluso con el pelo hecho un desastre, parecía listo para la portada de la revista GQ. —Ha resucitado de entre los muertos. —Spiridon rió desde el sillón de cuero donde estaba sentado. Christos se agarró el cabello con las dos manos. —Siento como si alguien hubiera pasado un clavo a través de mi cabeza. Creo que todavía estoy mareado. ¿Cuánto bebí?

—Es probable que necesites un poco de agua —sugerí. La experiencia me había enseñado que el agua era el peor enemigo de una resaca. Christos gimió: —Creo que me deshidraté hoy en la corte. Estaba demasiado estresado como para pensar en agua. Esos Bourbon en la cena fueron directamente a mi cerebro. —Te traeré un poco de agua—dijo Spiridon mientras se levantaba. —Puedo hacerlo —le dije. —No, siéntate con mi nieto. —Sonrió mientras salía de la sala de estar. —¿Christos, vomitaste en la cama? —le pregunté. Se rió entre dientes y se acurrucó contra mí en el sofá. —No. Como he dicho, no bebo mucho. Creo que fue la deshidratación. Estaba mareado después de tres bebidas. Eso nunca sucede. Voy a estar mejor después de tomar un poco de agua. Spiridon regresó con un enorme vaso. —Gracias, Pappoús —dijoChristos. Bebió todo el vaso en varios tragos largos—. Vamos a ver si se queda dentro. —Me guiñó un ojo y luego dejó el vaso sobre la mesa de café—. ¿Puedo usar tu blusa como un babero si vomito? —¡Puaj!—Me reí—. ¡Eso es asqueroso, Christos! Se rió entre dientes mientras acariciaba mi cuello con su nariz. —¡Gack! —gruñó, fingiendo vomitar. —¡Alto! —Me reí. —Creo que voy a ir a la cama. —Spiridon sonrió, poniéndose de pie—. Ha sido un día largo y creo que ustedes dos necesitan un tiempo a solas. —Buenas noches, Pappoús —dijoChristos. —Buenas noches, paidimou —contestó Spiridon mientras frotaba el hombro Christos—. Y buenas noches a ti, koritsákimou —me dijo mientras se inclinaba y besaba la cima de mi cabeza. Mis padres nunca hicieron eso. Me hubiese estremecido si lo hicieran. Pero se sentía completamente normal cuando Spiridon lo hacía. —Buenas noches.—Sonreí. —Nos vemos en el desayuno. Creo que voy a hacer tostadas francesas en la mañana. —Lo consideró pensativamente—. Sí, estoy de humor para tostadas francesas. ¿Suena bien para ustedes dos? —Tengo clase —suspiré—, no sé si tendré tiempo.

—Mañana es sábado —dijo Spiridon. —¡Oh, duh! —Había estado tan atrapada en el estrés del día, más el estrés de las últimas dos semanas, que perdí la noción de qué día era. —Los veo a los dos en la mañana —dijo Spiridon mientras se dirigía hacia arriba. Christos frotó la nariz a través de mi mejilla. —Mmmm. Te extrañé, agápi mou. —Deslizó su mano a través de mi estómago y la envolvió alrededor de mi cintura. Me acercó a él mientras su lengua caliente se deslizaba en mi oído. —¡Christos! ¡Tu abuelo está como a tres metros de distancia! —No le importa —murmuró. —¡A mí sí! —Entonces vamos afuera. —¿Qué? —Hay un montón de sillones cómodos. Traeré unas mantas. —No sé, Christos. Es tarde. Y estás cansado. Estoy cansada, ahora que pienso en ello. Levantó la cabeza y me miró a los ojos con los suyos, de un azul increíble. —¿Estás segura? ¿A quién quería engañar? Christos es el hombre más increíblemente guapo que había conocido en toda mi vida. Tenía una belleza impresionante. Mi corazón se aceleró y mi temperatura corporal se disparó varios grados mirándolo a los ojos. —Podemos ir a dormir si quieres —dijo. —Ahhh, ¿tal vez podamos quedarnos por un rato? Su sonrisa con hoyuelos se amplió sobre sus hermosos dientes blancos. Sus labios parecían tan suaves y realmente necesitaba lamerlos. Pero su abuelo estaba en el piso de arriba y había un trecho directo desde el salón al dormitorio de Spiridon. No quería que nos oiga. —Ir afuera es una buena idea. —Sonreí. Christos bebió otro gran vaso de agua en la cocina antes de tomar las mantas de un armario. Salimos a la terraza juntos. El cielo estaba casi totalmente claro, una manta de terciopelo negro por encima de nosotros. Algunas nubes dispersas flotaban perezosamente más allá de la luna brillando intensamente. Christos me llevó a un círculo de tumbonas en el lado opuesto de la piscina, que tenía una gran vista del oscuro océano. Olas distantes se estrellaban en una llovizna de plata contra la orilla.

Christos extendió una manta y la colocó sobre una tumbona para dos. Nos sentamos en la parte superior y estiramos la otra manta sobre nosotros. Estaba casi lo suficientemente caliente sin la manta, pero no sería tan acogedor sin ella. Nos acurrucamos juntos, con los brazos y las piernas entrelazadas. No había manera que pudiera imaginar que nos abrazaríamos bajo las estrellas en Washington DC en febrero. No sin una bolsa de dormir de invierno, calzoncillos largos, gorro de lana y guantes. —Día emocionante —le dije. —Sí. —Christos se rió entre dientes—. Quién se iba a imaginar que mi novia podría hacer que Sherlock Holmes luciera incompetente. —Gracias. —Le sonreí—. Sabes, sigue siendo el Día de San Valentín. —Eso es correcto. Feliz Día de San Valentín, agápi mou. Acurrucados bajo las mantas, me sentí increíblemente tranquila en sus brazos. Todos los problemas del mundo estaban muy lejos. Cualquier cosa que podría haber sido, no eran de mi incumbencia. Me di cuenta que Christos estaba acariciando suavemente el lado de mi mejilla con la mano. Un remolino de energía fluyó de sus dedos a través de mi cara, enviando lejos la tensión restante. Deslizó su pulgar por mi labio inferior, estirándolo dulcemente. Gemí suavemente. —Nunca tuviste tú beso del Día de San Valentín, agápi mou— murmuró. Me acordé de todas las flores, velas y chocolates que me había dado el día anterior. Y de nosotros haciendo el amor después, él dentro de mí, dentro de mi boca. Y cómo mudamos todas mis cosas al día siguiente. ¡Estaba viviendo con mi novio! ¡Woohoo! En los últimos meses, había experimentado tantas primeras veces con el hombre más perfecto del mundo. Christos nunca dejaba de sorprenderme. Trajo tanta alegría y emoción a mi vida. Era la chica más afortunada del mundo. —Te amo, Christos. —Suspiré—. No tienes idea de lo mucho que te amo. —Si está siquiera cerca de lo mucho que te amo, agápi mou, tengo una buena idea. Mi corazón aún se derretía cada vez que me decía así, cada vez que me llamaba agápi mou. —Mi corazón es tuyo, agápi mou —murmuró—. Siempre lo será y creo que siempre lo fue. Acabo de tener que soportar la tortura de la espera para que por fin estés en mi vida. Fue una larga espera. — Sonrió—. Pero ahora que estás aquí, no puedo imaginar la vida sin ti. Sin

nosotros. —Había una vulnerabilidad en sus ojos que calentaba mi corazón. —Oh, Christos —suspiré. Se inclinó hacia mí, rozando su labio inferior a través de mi labio superior. Ese ligero contacto fue suficiente para provocar que una ola de calor floreciera en mi pecho y que mi boca sintiera un hormigueo de anticipación. Cuando juntamos suavemente nuestros labios, su lengua se deslizó dentro y acarició la mía. El hambre por más se apoderó de mí e intensifiqué nuestro beso como si fuera la primera vez, una vez más. Mi corazón se aceleró cuando el calor se vertió en mi núcleo. Respiré, inhalando la fuerza de la vida del amor que fluía de él hacia mí, y exhalé. Nuestros cuerpos unidos en un perfecto intercambio de deseo mutuo y nuestra necesidad de ser necesitados. Nuestros corazones latían en un ritmo íntimo, completando una eterna e infinita conexión. El intenso deseo de Christos por tocarme se aceleró, en algo casi desesperante. Tenía sus manos sobre mis senos, mi trasero, acariciando a través de mi estómago, mi garganta, tocando todos los lugares sensibles que solo Christos había tocado. Era como si no me pudiese tocar lo suficiente, como si sus dedos buscaran desesperadamente mi alma para poder aferrarse a ella y nunca dejarla ir. Mi corazón estaba tan abierto a él en ese momento, le di la bienvenida a su necesidad. Imaginé mi propia alma fluyendo a su cuerpo para mezclarse con la suya. Era suya para tomar, para abrazar, acariciar, para mantener, para amar. Murmuré: —Te necesito, agápi mou. Respondió desabrochando mi blusa con ebria languidez mientras lamía mi cuello, la curva de mi mandíbula, el lóbulo de mi oreja. Sacó el dobladillo de la blusa de mi falda y la desabrochó lentamente. Luego plantó sus cálidas palmas firmemente en mi tenso estómago antes de deslizarlas sobre las copas de raso de mi sujetador y apretar mi escote. —Tus pechos son perfectos, agápi mou. Te lo juro, siempre que estoy cerca de ti, solo pensar en ellos me pone duro. Siempre quiero tocarlos y sujetarlos. Me vuelven malditamente loco. Nunca he estado tan obsesionado con los pechos en toda mi puta vida. Por un segundo, me sorprendió su crudo lenguaje. Pero había humor en sus palabras, una ligereza, un deseo imperturbable. Después de un momento, me di cuenta que Christos estaba expresando su alegría. Su alegría simple, sin adulterar. Por mí. Por mis pechos. Sus palabras tenían una inocencia y honestidad que calentaba mi corazón, una inocencia a la que no me podía negar. Rodeé su cuello con mis brazos y le sonreí. —Son todos tuyos, agápi mou —murmuré.

—¿En serio? —preguntó casi con timidez. Era tan atípico que él fuera tímido. Pero lo era. Por mí. Asentí y le sonreí. —Para ti, agápi mou. Solo para ti. Sonrió ampliamente mientras desabrocha mi sostén por la parte delantera y lo quitaba, liberando mis pechos. Sus ojos desorbitados y la sonrisa en su rostro eran gigantescos, como si nunca hubiera visto pechos antes. —Joder. —Sonrió —.Míralos. Perfectos. Absolutamente perfectos. Parecía que había descubierto un cofre del tesoro por el valor de miles de millones de dólares. Tal vez lo había hecho. Miré hacia abajo, a mis pechos. Parecían mis pechos regulares. No iba a discutir con Christos. Si se veían como un tesoro para él, que así fuera. Mi propia sonrisa se ensanchó. Era toda suya. Rozó sus dedos a través de mis pezones y gimió: —Joder, simplemente tocar tus pezones me dan ganas de venirme en mis pantalones. ¿Él? Las mariposas en mi pecho me hacían querer venirme en mi ropa interior. Mis pezones se endurecieron. Christos se inclinó y lamio uno hasta que estuvo mojado, resbaladizo e hinchado. Luego trabajó en el otro con una atención similar mientras que los masajeaba a los dos con las manos. Mis ojos estaban rodando en la parte posterior de mi cabeza mientras el torbellino familiar en mi pecho me enrolló en un apretado nudo de éxtasis. Cada vez que besaba y acariciaba mis pechos, me transportaba fuera de mi cuerpo. No sé si tuve un orgasmo o no, pero realmente no me importaba. El placer era inconmensurable. Después de un tiempo, se detuvo y se sentó sobre los talones. Miró con nostalgia hacia mi pecho. —¡A la mierda! —Sonrió, mirando a mis inflamados, grandes pechos y a mis pezones hinchados—. Eres una obra de arte, agápi mou — suspiró. Christos estaba terriblemente feliz ahora, una bomba feliz a punto de estallar. Su felicidad fluía hacia mí y le daba la bienvenida. Sentía alivio viajando sobre mí. Su alegría estaba limpiando mi alma, purgando todas las cosas horribles que habían pasado hasta hoy. La ansiedad, la preocupación y el miedo se habían ido. El agua pasó bajo el puente, un recuerdo lejano. Alegría era lo que esperaba para mí y para mi hombre. Se recostó a mi lado, apoyado en un codo. Sonrió.

—¿Tienes alguna idea de lo malditamente caliente que te veías hoy en la corte? —¿Mmm? —Gemí, todavía medio soñadora, con el placer dando vueltas entre mis pechos sensibles. —Después que mi caso fuera sobreseído, lo único que quería hacer era subir tu falda y tirarte encima de la mesa de la defensa. —¿Con audiencia? —Me reí. No podía decidir si la idea era totalmente extraña o excitante. —Estoy seguro que podríamos haberle pedido al juez que despejara la sala del tribunal —sonrió con satisfacción—, para una consulta privada17. —¿Te refieres a la que está en tu pantalón en ese momento? —Me reí. Su pene era una barra caliente de hierro presionando contra mí a través de su pantalón—. Creo que la barra lateral necesita un poco de atención. Me puse de lado y me incliné para desabrocharle el pantalón. Mis dedos se deslizaron más allá de la cintura de su bóxer y encontraron su calor. La punta estaba caliente y el eje palpitaba de deseo. Envolví una mano alrededor de él y la deslicé suavemente arriba y abajo. Gimió en respuesta a mi toque. —¿Te gusta? —le pregunté. Gimió otra vez. Eso fue un sí. Me arrastré debajo de la manta y me ayudó a bajar su pantalón y el bóxer lo suficiente para liberar su pene. Bajo la manta, me encorvé hacia él en la oscuridad total. Iba a tener que usar sonar18, braille, o ambos. ¿Con quién estaba bromeando? Apenas había espacio suficiente debajo de la manta para mí y su pene. No podría perderlo ni si lo intentara. Lo tomé con mi boca y me puse a trabajar. Cuanto más lo humedecía, más resbaladizo al lamerlo, más se humedecía mi entrepierna, más calor palpitaba en ella. No podía esperar más para tenerlo en mi interior. Salí de abajo de la manta y le di una sonrisa sensual, mientrascon una manoacariciaba lentamente su virilidad, oculta bajo la manta. Christos abrió la cremallera de mi falda con soltura. Creo que sabía su camino alrededor de la ropa de las mujeres mejor que yo. Dadas las Sidebar: Significa ―consulta privada‖ y ―barra lateral‖. Por eso el comentario de Samantha. 18 SONAR: (acrónimo de Sound Navigation And Ranging, ―navegación por sonido‖) es una técnica que usa la propagación del sonido bajo el agua (principalmente) para navegar, comunicarse o detectar objetos sumergidos. 17

circunstancias, eso estaba muy bien. Me ayudó a sacarme la falda y luego me bajé las pantimedias frenéticamente. Mi núcleo estaba apretado de necesidad. Christos se sumergió bajo las mantas y se dirigió a mi entrepierna. Se deslizó alrededor y entre mis piernas y me levantó con sus fuertes brazos. Su cálido aliento atravesó mis pliegues húmedos. Su boca caliente estaba en mi núcleo un segundo después. Puse mis ojos en blanco una vez más, mientras el placer brotaba de mi centro. Estaba doblándome hacia él segundos más tarde. Necesitaba tanto esto que estuve a punto de desmayarme de deseo. No tomó mucho tiempo para que un poderoso orgasmo me alcanzara. Apreté mis piernas a los lados de su cabeza, mientras me venía contra su rostro. Mis muslos y estómago se estremecieron mientras mi cabeza se levantaba de la tumbona. No grité porque estábamos afuera y no podría escapar de la sensación de que había vecinos cerca, pero no pude evitar gemir bajo y largo, una y otra vez mientras el orgasmo me recorría. Cuando los espasmos de placer comenzaron a disminuir, Christos se arrastró sobre mi cuerpo, su pecho se deslizó por mi estómago mientras se sostenía a sí mismo con ambos brazos. —Joder —murmuró Christos mientras flotaba en la felicidad post orgásmica—, estás empapada allí. Asentí hacia él con los ojos medio entornados. Bajó su cabeza y me besó con pasión, con el rostro todavía cubierto de mi humedad. Su lengua se deslizó en mi boca expectante mientras deslizaba su pene en mi interior. Estaba dentro de mí. Muy profundo, su calor me quemaba de adentro hacia afuera. Comenzó un ritmo constante, bombeando su virilidad en mi femineidad. Me llenó por completo. Su pene era una combinación perfecta. Se empujó constantemente y floté hacia otro poderoso clímax minutos más tarde. Gemí en voz alta y mi cuerpo liberó aún más tensión. Creo que tal vez estaba cargando más estrés del que me había dado cuenta. Se sentía tan bien dejar que todo se fuera. —Vaya —susurró—, estás ardiente esta noche. —Aún dentro de mí, Christos se apoyó en sus brazos y la manta se deslizó por su espalda, arremolinándose detrás de él. Sentí una brisa fresca a través de mis pechos. Levanté la vista hacia la luna y las parpadeantes estrellas sobre nosotros. Era una vista tan hermosa. —¿Estás bien ahí abajo? —preguntó Christos, ralentizando su ritmo. Fue entonces cuando me di cuenta que no solo mis pechos estaban expuestos al mundo, lo que no era totalmente nuevo para mí,

sino que tenía el palpitante pene de Christos dentro de mi mojada vagina. Estábamos teniendo sexo afuera. Sexo mojado, apasionado, ardiente. Nunca había hecho eso antes. Nerviosamente señalé mi entorno al aire libre. ¿Qué tan fuerte había estado gimiendo? ¿Era posible que los vecinos hubieran confundido mis gemidos con las sirenas de un ataque aéreo y nos hubieran ignorado? ¿O habían estado escuchando y riéndose mientras me venía? ¿Había alguien observando con binoculares? ¿Qué pasaba con las ardillas en los árboles? Dormían en el exterior. Seguramente las había despertado. Y a los mapaches. Eran nocturnos. Probablemente habían estado observando durante su descanso para comer. ¿Y qué había acerca del Hombre en la Luna19? Tuvo una vista sin obstáculos todo el tiempo. Me acordé de una vieja película muda en blanco y negro donde el Hombre en la Luna tenía un rostro real. ¿Dónde había visto eso? Probablemente en internet. Dondequiera que fuera, me acuerdo que me había parecido bastante pervertido. Estoy segura que le había dado un buen espectáculo. Pregunté: —¿Puedes volver a taparnos con la manta? Christos levantó las cejas y sus embestidas desaceleraron hasta detenerse —¿No estás teniendo más calor? ¿Y qué si me asaba? Por lo menos, la cubierta me escondía de las miradas indiscretas. —Un poco —mentí—. ¿Por qué? —Me estoy muriendo bajo esta cosa. ¿Te importa si me deshago de ella? —Ehhh... —tartamudeé—, ¿qué pasa con el hombre en la luna? —¿Eh? ¿Me perdí de algo? —Puede ver todo —le susurré. —¿De qué estás hablando? Señalé detrás de Christos. Se volteó para mirar a la luna. Christos rió. —Sí, ese tipo es un pervertido total. Siempre está mirando a través de las ventanas de los dormitorios de todo el mundo, viendo lo que hace la gente. Imagina todas las veces que ha visto a la gente tener sexo en la historia del hombre. ¿Antes que el hombre aprendiera a Man in the Moon: Hace referencia a cualquier imagen de un rostro humano, cabeza o cuerpo que ciertas tradiciones reconocen en la luna llena. 19

esconderse en cuevas o construir las primeras chozas de paja? Caray, la luna ha visto todo. Creo que eso significa que no le importa. Solo somos dos personas más entre los miles de millones. Probablemente está aburrido. —Está bien, entiendo tu punto. —Sonreí—. Puedes deshacerte de la manta y vamos a comportarnos como hombres primitivos. Sexo bajo las estrellas. Arrojó la manta a un lado. Estábamos muy expuestos. Estaba desnuda de pies a cabeza, bajo el cielo nocturno, con las piernas abiertas, Christos y su enormidad muy dentro de mí. Al diablo. No me importaba si el hombre en la luna o las ardillas o los mapaches estaban viéndonos con binoculares o no. No iba a dejar que mis preocupaciones arruinaran el momento. Ya había tenido un montón de orgasmos. Christos merecía el suyo. —Por favor, continúe, buen señor—bromeé con él. Estaba en el cielo mientras el pene de Christos se deslizaba cómodamente dentro y fuera de mí. Se inclinó hacia delante y me besó cariñosamente. —Te amo totalmente, agápi mou. —Yo también. —Suspiré plácidamente. Miré sus ojos mientras aceleraba su empuje. Todo lo que veía era su amor, su devoción y su pasión por mí. Su mirada alegre de antes ahora había disminuido a un total placer relajado. —Agápi mou —se quejó—, te amo… Antes de darme cuenta, fui superada por su creciente éxtasis. Aceleró el ritmo y me quedé completamente en su deseo desenfrenado por mí. No estábamos simplemente teniendo sexo afuera, estábamos follando. Y me encantaba. Que todo el mundo escuchara. No me importaba. —Tómame, Christos —susurré. Respondió embistiéndome. El deseo en sus ojos se encendió con ardiente pasión. Cada vez que empujaba, refunfuñando: —Eres. La. Mujer. Perfecta. En. Cada. Forma. Imaginable... Continuó penetrándome, girando su pelvis contra la mía, por un largo tiempo. Se sentía increíble. Caliente, placer húmedo irrumpiendo a

través de mi cuerpo, rebotando desde mi cabeza a los pies. Mi cuerpo ardiendo con éxtasis. Mi propio placer creció al máximo y pronto estaba flotando fuera de mi cuerpo, hacia las estrellas. Me sentía conectada a cada planeta y a cada sistema solar, a cada estrella que podía ver por encima de mí. Nunca me di cuenta de si el hombre en la luna me miraba o no. No importaba. También era una parte del universo que sostenía el placer infinito que circulaba entre mi corazón y el de Christos, y el calor que explotaba entre nuestras piernas cuando nos reuníamos. Era una con Christos mientras poderosos orgasmos atravesaban nuestros cuerpos.

Christos y yo pasamos el fin de semana relajándonos juntos. La mayor parte en nuestra nueva cama. Luego ambos volvimos a la rutina el lunes por la mañana. Tenía un pequeño asunto de visitar las oficinas de ayuda financiera de la SDU que atender. No tenía ninguna intención de cambiar mi especialidad de Arte de regreso a Contabilidad como mis padres habían exigido. Eso significaba que ahora tenía que obtener un préstamo estudiantil más grande para cubrir la parte de la matrícula que habían estado pagando anteriormente. Después de conducir hacia el campus, entré en las oficinas de ayuda financiera y puse mi nombre en la lista. A la espera de que mi nombre fuera llamado, saqué mi cuaderno de bocetos. Un poco más tarde, una mujer con el cabello rizado que llevaba una blusa y una falda con volantes hasta la rodilla salió de un pasillo. —¿Samantha Smith? —preguntó. —¡Yo! —La saludé y guardé mi cuaderno de bocetos en la mochila antes de caminar para unirme a ella. Me llevó por el pasillo hasta una habitación llena de cubículos. Nos detuvimos en el suyo y me indicó que tomara asiento. Había carteles de gatos fijados en todas las paredes de su cubículo y fotos enmarcadas que rodeaban su ordenador. También tenía un gato de peluche que llevaba una sudadera con capucha en miniatura de la SDU que tenía cremallera y pequeños cordones en la capucha. —Hola —dijo mientras se sentaba detrás de su escritorio. El nombre del cartel en el frente del mismo decía: Sheri Denney. Me sonrió y dijo—: Mi nombre es Sheri. ¿En qué puedo ayudarte hoy, Samantha? —Voy a necesitar más dinero del préstamo para el trimestre de primavera o no podré pagar mi matrícula. —Suspiré. ¿Parecía que me estaba quejando? No era mi intención hacerlo.

—Lamento escuchar eso. ¿Puedo estudiante?

ver

tu

identificación de

La saqué y se la entregué. Escribió mi información en su ordenador. —Parece que alcanzaste la cantidad máxima del préstamo federal, en base a los ingresos de tus padres y a tu necesidad económica calculada. —Pero necesito más dinero —me burlé. Cruzó las manos sobre el escritorio. —Lo siento, Samantha. Pero tienes que entender, que el gobierno federal y la universidad consideran que es responsabilidad de tus padres pagarte la universidad. Los préstamos están destinados a subvencionar cualquier cantidad que tus padres no puedan cubrir. Y se espera que trabajes para ayudar a pagar lo que falte. ¿Veo en mi equipo que tienes un trabajo? —Lo tengo, en el museo de arte del campus, pero no se acerca a la diferencia que deberé de la matrícula de primavera. —¿Has pensado en buscar un segundo empleo fuera de la escuela? —Tenía uno, pero no, eh... funcionó. Era en un supermercado. Olía como perros calientes cada vez que llegaba a casa del trabajo. Hizo una mueca —¿A perros calientes? —Sí. Nunca los comeré otra vez. Estoy traumatizada. —Me reí—. Ese olor se impregna totalmente en tu cabello, peor que el humo del cigarrillo. —Suena como si estuvieras mejor sin ese trabajo. —Me guiñó un ojo. Sheri era agradable. —De todos modos —dije—, estoy buscando otro trabajo. Pero no he encontrado uno todavía. Podría tomar un tiempo. Los trabajos son escasos. Asintió con simpatía —El mercado de trabajo es difícil en este momento. —Pero incluso si encontrara uno, sé que probablemente no va a cubrir el resto de mi matrícula. —¿Cómo cubriste la diferencia de los Cuartos en otoño e invierno? Fruncí el ceño —Mis padres los pagaron. —¿No te van a ayudar a pagar el de primavera? Levanté mis manos con frustración. —Es complicado, pero... no.

Sheri unió las cejas con compasión. —Lamento escuchar eso. Sucede más a menudo de lo que piensas. —¿Entonces, qué podemos hacer? Sin la ayuda de mis padres, no hay manera que pueda pagar mi matrícula a tiempo. —Podrías pagar en cuotas mensuales. —Ofreció—. ¿Eso podría ayudar? Son tres pagos iguales con el primero previsto para marzo. Hice la cuenta mentalmente. —Con el dinero del préstamo se suponía que debía llegar al de primavera, voy a tener suficiente para cubrir el primer pago. Pero no voy a tener suficiente para hacer el segundo y el tercero. —Al menos eso te da un poco de tiempo para encontrar otro trabajo —dijo Sheri esperanzada. —Sí —suspiré—, pero no voy a ganar miles de dólares en abril y miles más en mayo. Sheri hizo una mueca —Eso suena como un problema. —Y a mí me lo dices. —Me quejé y palmeé mis rodillas con las manos—. No sé qué más hacer. —El primer paso es hablar con tus padres. Trata de hacer funcionar lo que sea que está interponiéndose entre ustedes. —Créeme, lo he intentado. Ha sido una discusión corriente desde que empecé la SDU el otoño pasado. —Pero todavía están hablándose. Eso es algo, ¿no? —Sonrió con optimismo. —Tal vez ―discusión‖ es una palabra demasiado fuerte. —Suspiré—. Es más como que están dándome órdenes, diciéndome lo que me pasará si me niego a obedecer. Sheri puso los ojos en blanco. —Sé cómo es. También estuve allí una vez. Mi madre y yo estábamos allí todo el tiempo cuando era adolescente. —¿Así que ya sabes de lo que estoy hablando? —Se sentía bien tener a alguien con quién pudiera identificarme. —Como si no lo supiera. Pero eso no significa que no puedas solucionarlo con tus propios padres. —Créeme, lo he intentado. Respiró hondo mientras asentía. Medio esperaba que se mantuviera presionándome para hablar con mis padres, pero no lo hizo. En cambio, dijo:

—Si no puedes conseguir que tus padres entiendan tu punto de vista… —Negué enfáticamente—… y si nada los hace cambiar de opinión, existe la opción de anular tu situación de dependencia. Me senté en el borde de la silla, esperanzada. —¿De verdad? —Sí. Pero tendrás que cumplir con determinados requisitos — advirtió. —¿Qué requisitos? —Estaba segura de poder cumplir con una cosa u otra. Los requisitos y yo éramos mejores amigos. Nos conocíamos hace tiempo. —¿Tus padres están encarcelados o presuntamente muertos? Tal vez los requisitos y yo no fuéramos tan cercanos como esperaba. Pero la idea de mi mamá o papá en la cárcel era muy graciosa. No podría decidir si mi mamá gobernaría su bloque de celdas o sería apuñalada en la ducha por ser una perra. Mi padre probablemente sería como Andy Dufresne en The Shawshank Redemption y le cobraría la renta de todo el mundo para más tarde burlarse por ser más listo que el director. En cuanto a la presunción de que estuvieran muertos, ¿contaba que estuvieran muertos para mí? Por lo menos se sentía de esa manera. Suspiré. Probablemente no. —Ninguna de las dos cosas —le dije. Le expresión amistosa de Sheri de repente se puso seria. —Esto es difícil de preguntar, pero ¿fuiste física o sexualmente abusada por uno o cualquiera de tus padres? —No. ¿Pero cuenta el abuso mental? —bromeé. Me di cuenta que Sheri no lo encontró gracioso. —Lo siento —le dije. —Está bien. No te preocupes. Sé que probablemente estás muy estresada lidiando con todos estos problemas de dinero cuando deberías estar centrada en tus estudios. —Exacto. —Suspiré. —Siguiente requisito. ¿Tus padres no pueden ser ubicados? No tenía interés en volver a verlos de nuevo, pero eso no era lo que quería decir. —No. Quiero decir sí. Están en Washington D.C. —¿Y no eres adoptada? —No. —Pero a veces se sentía como si hubiera sido adoptada por robots. Sheri suspiró profundamente.

—Bueno, por desgracia, eso significa que no podremos anular tu situación de dependencia. Mis hombros se hundieron y me dejé caer en la silla. —Oh. —Pero ya podrías calificar como independiente. —¿Ah, sí? —Sonreí. —Sí. Si tienes veinticuatro, automáticamente serías considerada independiente, pero veo aquí en la computadora que aún no has cumplido los veinte. —No. —Suspiré—. No hasta el próximo año escolar. —¿Y no eres huérfana o estás bajo la custodia de la corte? —¿Te refieres a una custodia como Robin bajo la tutela de Batman? —le pregunté esperanzada. Sonrió. —Bueno, sí. Pero no sucede que conozcas a algún superhéroe, ¿verdad? —A uno. —Sonreí, pensando en Christos. —Pero no tiene disfraz. Tiene tatuajes. ¿Cuenta eso? Se rió entre dientes —Por desgracia, no. ¿Tal vez si le consiguieras uno? —Me guiñó un ojo. —Probablemente no. —Suspiré. —¿Hay alguna posibilidad de que seas una veterana? —No. —¿Una estudiante de doctorado? —Sigo siendo estudiante universitaria. Caray, no soy nada, ¿no? Sonrió. —No diría eso. Diría que eres una mujer joven y brillante con un hipo financiero. Podemos trabajar en eso. No tienes ningún dependiente legal, ¿verdad? ¿Algún niño o abuelos ancianos que cuidar? —No. Pero podría quedar embarazada, si eso ayuda —dije con sarcasmo. —No te lo aconsejo —dijo con diversión—. Además, incluso si te embarazaras mañana, no tendrías al bebé hasta el trimestre de otoño, por lo que tu situación de dependencia no cambiaría hasta entonces. Eso no ayudará a pagar tu matrícula de primavera ahora, ¿verdad? — Me guiñó un ojo. —Supongo que no. Dirigió una mirada seria, pero compasiva hacia mí.

—No te embaraces, Samantha. Si piensas que dos trabajos son duros, tener un hijo es diez veces más difícil. Sé de lo que estoy hablando. —Tomó una foto de su escritorio y le dio la vuelta para que la viera. Era ella sonriendo, con un niño y una niña. Ambos aparentaban tener edad de estar en primaria—. No dejes que su ternura te engañe. Igual que los sapos, lagartos y engendros de demonio, al segundo que se dan cuenta de que son más grandes que tú, tratarán de comerte. — Sonrió. —Entendido. Sin hijos. —Dios —suspiró—, solo hay otra opción. Hice una mueca. —¿Cuál? ¿Tengo que ser miembro del clero o algo así? Totalmente me convertiría en monja si eso pagara la escuela. —No —sonrió—, todo lo contrario. No estás casada, ¿verdad? Una bala de sorpresa me golpeó en la parte posterior de la silla. —¿Dijiste casada? —Sí. —¿Cómo en, casarse? ¿Cómo en, comprometerse? Se rió entre dientes —Así es. ¿Puedo dar por sentado que tienes un marido? Solo lo pregunto porque no veo un anillo en tu dedo. No veía un anillo en mi dedo, tampoco, pero la idea me mareaba de la mejor manera posible. Me incliné hacia delante en la silla y apoyé los codos en el escritorio de Sheri. Mi cerebro y corazón se arremolinaban con posibilidades. ¿Qué pasaba si Christos y yo nos casábamos? ¿Y si lo hacíamos? De repente quería hacer el baile feliz en el escritorio de Sheri Denney. Pero no era como si pudiera pedirle a Christos que se casara conmigo, ¿no? No. Ese tipo de cosas no se hacían. Podría insinuárselo. Podría insinuarlo como loca veinte veces al día. Pero Christos tenía que proponérmelo, suponiendo que no lo asustara con toda la insinuación. Sheri levantó las cejas, expectante. —Estás casada, ¿verdad? —No. —Suspiré—. Todavía no, de todos modos. Pero tengo un novio serio. Ella se desinfló un poco. —No apresures nada, Samantha. No quiero que vuelvas a aparecer aquí mañana con una pequeña historia de aventuras sobre cómo condujiste hasta Las Vegas esta noche e hiciste que Elvis los

casara a ti y a tu novio en una capilla de bodas por cien dólares. El matrimonio es un compromiso serio. No lo tomes a la ligera. —Lo sé. —Suspiré. Sheri apoyó una mano en mi antebrazo y me miró a los ojos. —No estoy diciendo que no te cases, solo estoy diciendo que no te apresures a hacerlo. Cásense porque se aman, cuando estén listos. No porque necesitas algo de dinero de ayuda financiera. Me gustaba mucho Sheri. No era un corazón tan duro como mis padres, tratando de controlar todo lo que hacía. ¿Quizás Sheri podría adoptarme? No. Ya tenía dos hijos. —Mientras tanto—dijo—, trata de hablar con tus padres de nuevo. Es la mejor opción. —No lo sé. Desde que cambié mi especialidad a arte, han estado enloqueciendo. Y mi mamá piensa que mi novio es una mala influencia. —Ya veo —asintió—. Discutía con mi mamá sobre chicos todo el tiempo cuando tenía tu edad. —¿De verdad? ¿Qué pasó? Sonrió con complicidad hacia mí y se inclinó para susurrarme: —Me casé con el chico acerca del que discutíamos la mayor parte del tiempo. —¡Ves! ¡Tal vez debería casarme con mi novio! Puso los ojos en blanco. —Sé que suena como que casarse va a arreglarlo todo. No lo hace. Hay más problemas, solo que diferentes. Ahora, dijiste algo sobre cambiar de especialidad. ¿Cuál era la de antes? —Contabilidad. Pero eso es solo lo que querían mis padres. Cambié mi especialidad a arte porque eso es lo que he soñado hacer desde que era niña. Sheri sonrió. —Quería ser bailarina cuando me gradué de la secundaria. Casarme y tener hijos puso fin a eso. No me malinterpretes, amo a mi marido todos los días que no me está volviendo loca, y quiero a mis hijos más que a nada. Pero nunca llegué a mudarme a Nueva York para ser bailarina como siempre había soñado. —Me dio una mirada seria—. Samantha, tienes que elegir. Si quieres ser artista, es posible que tengas que poner en espera el matrimonio. —¡Pero mi novio es artista! ¡Y tiene éxito también! —Una repentina oleada de optimismo y esperanza se extendió a través de mí. Sentía como que mi vida de repente comenzaba a tomar forma, a pesar de todo lo que mis padres estaban haciendo para interponerse en mi

camino—. ¡Tal vez pueda tener a mi novio y una carrera artística y casarme! —Tal vez puedas hacerlo. —Sheri sonrió—. Pero, por favor, por favor, no salgas corriendo a atar el nudo. Trata de hablar con tus padres primero. Si te ayudaron antes, es porque te quieren. No estaba tan segura de eso. Me querían como el fuego quería quemar las cosas, tal vez. Gemí. Pero apostaría a que Sheri no quería así a sus hijos. Tenían suerte de tenerla como mamá. Y continuó: —¿Tal vez si se les explicas a tus padres cuán serio estás en lo de arte? —Lo he hecho. No piensan que puedo ganar dinero haciéndolo. —¿Y sí puedes hacerlo? —Sí. Mi novio gana un montón de dinero vendiendo sus pinturas. —Entonces muéstrales a tus padres que puedes ganar dinero como artista también. —Sheri tenía estrellas en sus ojos, como si de repente estuviera viviendo mi sueño conmigo—. Esta es tu oportunidad de ser la bailarina que nunca llegué a ser. Ve a ser artista, Samantha. Vive tu sueño. Eres joven y no hay mejor momento. —¡Estás en lo correcto! ¡Voy a hacerlo! Se rió —Y tal vez incluso te cases con tu novio artista algún día. —Algún día —solté. Creo que ya era primavera en mi barriga porque podía sentir las flores abriéndose y a un ejército de mariposas extendiendo sus alas dentro de mi corazón. Eso, o cada célula de mi cuerpo estaba a punto de explotar de repentina felicidad. Por primera vez en semanas, me sentía llena de auténtica esperanza. Estaba mareada mientras caminaba tambaleante fuera de las oficinas de ayuda financiera. ¡Finalmente todo estaba cayendo en su lugar para mí! Todo porque tenía a Christos en mi vida.

Christos —Mmmm, Christos, mi cuello está tan rígido. ¿Me puedes dar un masaje? —preguntó Isabella en su roto acento Inglés. Nunca en mi vida he tenido a una chica sexy desnuda y sentada a cinco pies de mí pidiendo un masaje siendo tan jodidamente molesta. Desde que me había tomado los últimos cinco días de descanso de la pintura, estaba muy atrasado, y tenía que hacer malabares con todos los horarios de las modelos. Por lo tanto, aquí estaba con Isabella en el estudio hoy en lugar de los habituales miércoles y sábados. Podría haber tenido aquí a Isabella el sábado pasado, pero quería pasar el fin de semana con Samantha. No con alguna modelo al azar, sin importar cuán caliente fuera. Isabella hizo todo show al frotar su cuello y lanzando su cabello a un lado. —Frota mi cuello, Christos —insistió—, para así sentirme mejor. La pose que tenía era fácil. Cualquier otra modelo habría trabajado con o sin protestas. Isabella estaba con sus juegos habituales. Buscando cualquier excusa para que la tocara, sobre todo cuando estaba desnuda y vulnerable. Cualquier hombre normal en el planeta habría tomado la señal de Isabella y tendría sus manos por toda su piel deliciosamente acaramelada y oscura melena de cabello un segundo después. Yo no era cualquier hombre normal. Suspiré y bajé mis pinceles. —¿Por qué no te tomas una bebida? —sugerí—. Ponte la bata y camina. Tal vez haz algunos saltos de tijera. Ella frunció el ceño. —¿Unos saltos de tijera20? ¿Es Jack un amigo tuyo? Me recordé a mí mismo que el portugués era su primera lengua. Sonreí. Era un poco raro cuando pensaba en ello. ¿Cómo la palabra Jack pegaría con saltar en primer lugar? No tenía ni idea. —¿Qué es gracioso? —Isabella sonrió coquetamente. En inglés Jack-Jumping, en español saltos de tijera, abriendo y cerrando los brazos al tiempo que las piernas). Por ello la pregunta de Isabella. 20

—Lo siento, no es nada. Trata de girar el cuello. Así —demostré moviendo la cabeza en círculos—, y algunos encogimientos de hombros. —Cosa que hice. Isabella se puso de pie, dejando al descubierto su cuerpo desnudo de pies a cabeza en toda su gloria perfecta. —El masaje es mejor —gimió, dando un paso tentativo hacia mí. —Tengo que orinar —mentí, esperando arruinar su estado de ánimo. Ella ladeó la cabeza, sin comprender. La sutileza no iba a funcionar con la barrera del idioma. —Baño —le dije—, tengo que ir al baño. —Oh. —Camina por ahí mientras estoy fuera. Las rotaciones de cuello ayudarán. —Levanté las cejas mientras rotaba la cabeza y asentía—. ¿Entiendes? —Sí. —Hizo un mohín. En lugar de utilizar el baño en el estudio, fui al baño de visitas más lejano en la parte posterior de la casa. Pasé por la oficina de mi abuelo en el camino. Estaba sentado frente al ordenador. Me detuve y me apoyé en el marco de la puerta. —Esa chica nunca se rinde. —Suspiré. —¿Quién? ¿Isabella? —preguntó mi abuelo. —Sí. Sigue arrojándose a mí . Mi abuelo se echó hacia atrás en su silla y cruzó las manos detrás de la cabeza. Una astuta sonrisa se dibujó en su boca. —¿Quieres que me encargue de ella? —Ve por ello. —Me reí—. ¿Regreso en una hora? —¡Una hora! Voy a necesitar por lo menos tres —bromeó. —Hecho. Pero tienes que terminar la pintura por mí —mofé. Mi abuelo era totalmente capaz de hacer el trabajo y hacer que el retrato de Isabella luciera impresionante. Pero él no había agarrado un pincel en un largo tiempo. —¡Já! —Se rió entre dientes—. Si tengo que trabajar para conseguirla, olvídalo, paidí mou. —Muy bien, Pappoús. Estás fuera del gancho por el momento. Pero si se lanza a mí una vez más, la voy a traer aquí y la voy a dejar caer en tu regazo. Desnuda. ¿Puedes manejar eso? Él soltó una carcajada mientras yo salía de la habitación. En lugar de ir al baño de visitas, fui a la terraza fuera de mi habitación para disfrutar de la vista por unos minutos. No había

necesitado orinar en primer lugar. Mientras estaba de pie afuera, mi teléfono sonó. Brandon. Puse los ojos en blanco. Probablemente quería alardear y joder por mis pinturas sin terminar. —¿Qué pasa, hombre? —respondí. —¡Christos! —dijo Brandon entusiasmadamente—. Estaba preocupado por ti. No respondiste mis llamadas por los últimos cinco días. —Estaba ocupado pintando. —Excelente. ¿Pudo asumir que estabas terminando algunas de tus pinturas existentes? —Sí. —¿Cuáles están terminadas? —La mayoría —dije evasivamente. Hubo una pausa. —Bueno… Ahhh, no importa cuáles. Oye, ¿estás en el estudio? —Sí. Estoy pintando a Isabella. ¿Por qué? —¿Cómo les ha ido? —Genial. —¿Te importaría si le doy un vistazo? —preguntó Brandon—, ¿y que lleve a un comprador potencial conmigo? Genial. La última cosa que quería era una audiencia mientras estaba trabajando. —¿Quién es? ¿La Sra. Moorhouse? —Ella siempre trataba de meter su nariz en los estudios de arte por todo San Diego. La hacía sentir especial. Lo que sea. —No. Es Stanford Wentworth. Voló desde Nueva York para ver tu trabajo. Suspiré profundamente. Stanford Wentworth era uno de los compradores de arte más ricos del mundo. Era dueño de una colección de arte renovado del Pre-Renacimiento de los siglos XIV y XV, para los Impresionistas como Monet y Degas en el siglo XIX para un maestro como Chuck Close y Julian Schnabel. Wentworth siempre estaba al acecho por un nuevo talento. Si compraba tu trabajo, podría hacerte el nombre y tu carrera para la vida. No estoy sorprendido de que Wentworth quisiera investigar mi trabajo, considerando que él había sido el que compró un buen número de las pinturas de mi papá y abuelo al pasar de los años.

—¿No pudiste haberme advertido que Wentworth iba a venir? — pregunté. —No sabía —dijo Brandon—, el hombre literalmente me llamó desde el aeropuerto hace una hora. Voló en su jet privado y me dijo que quería ver tu trabajo. ¿Qué se supone que tenía que decirle? ¿Que volara mañana? Reí. No podía culpar a Brandon. Si fueras un artista y recibieras una llamada de Wentworth era como que el presidente te llamara, o tal vez la reina de Inglaterra. —Bien. Puedes venir cuando sea. ¿Cuándo crees que estarás aquí? —Creo que dentro de una hora. Lo que Stanford Wentworth quiere… —Es lo que Stanford consigue —terminé—. Sí, sí. Estaremos aquí. Dejaré la puerta sin seguro. Oh, Brandon, ¿otra cosa? —¿Sí? —¿Besarías su zapato derecho o izquierdo cuando entre hoy? —Ambos. —Brandon rió—. Te veo en un rato. Terminé la llamada. Lo que más me divertía de Brandon era que nunca era predecible. Nunca del todo un imbécil, pero nunca tu mejor amigo. Funcionaba bien para una relación de negocios. La vaga relación personal entre su familia y la mía nunca nos había complicado. Siempre era primero el negocio. Fui a la oficina para avisar a mi abuelo que Wentworth iba a venir. —No, mierda —dijo mi abuelo—. No he visto a Stan en años. —Sí, mierda —bromeé—. Estoy seguro de que estará feliz de decir hola. Volví al estudio. Isabella se paró frente a una de las puertas francesas, bañada en luz suave. Ella era ridículamente hermosa, incluso en su bata corta que llegaba a su trasero. Su mano frotó su cuello mientras lo rodaba. Tal vez realmente tenía el cuello rígido. —Christos —murmuró—, ¿me masajearías ahora? —No hay tiempo, Isabella. Vamos a tener algunos visitantes especiales. —¿Quién? —Brandon va a traer a un famoso comprador de arte al estudio en una hora. Su nombre es Stanford Wentworth. Él va a querer verme trabajar. —Trabajaré mejor después de un masaje.

Pobrecita. ¿Había hombres que Isabella podía escoger en Los Ángeles? Tal vez tendría que volver a Lucas o Logan Summer. Les debía después de que me hubieran ayudado a mudar a Samantha a casa. Eso me dio una idea. —Isabella, sabes que tengo novia, ¿verdad? Isabella puso mala cara, pero asintió. Me acerqué a ella y saqué mi teléfono. —Mira esto. —Miró expectante mientras buscaba entre mis fotos hasta que encontré una foto de Lucas y Logan sonriendo como idiotas—. ¿Ves a estos dos chicos? El rostro de Isabella se iluminó con una sonrisa. —Oooh, guapos. ¿Son amigos de tuyos? —Estos chicos son hermanos. Lucas y Logan Summer. Ambos están solteros. Voy a hacerte un trato. Haces lo que te digo, mientras Wentworth esté aquí, y voy a juntarte con Lucas o Logan. Elige. O a los dos —reí —, tú eliges. Ella frunció el ceño, pero seguía sonriéndome. —¿De verdad? —Sí. De verdad. ¿Trato? —Extendí mi mano para que ella la sacudiera. Su pequeña mano tomó la mía y la sacudió. —¿Conoceré a tus lindos amigos? —Totalmente. —Está bien. —Estupendo. Tengo que preparar las cosas antes de que Wentworth llegue. Aguanta. Y haz más rotaciones de cuellos y mueve los hombros. Eso te ayudará. Cuando Stanford Wentworth llegó con Brandon, mi abuelo abrió la puerta. Oí la charla en el vestíbulo del estudio donde pintaba a Isabella. Sonaba como que Wentworth había traído a alguien con él. No reconocí la voz. Quería lucir ocupado trabajando cuando Stanford entrara en el estudio, así que los dejé a su pequeña charla y me concentré en la pintura de Isabella. No podías dejar de notar la voz de Wentworth. Sonaba como si pertenecía detrás de un podio con un teleprompter y un público de cinco mil electores que lo adoraban. —Spiridon Manos —dijo Wentworth—. Siempre un placer. ¿Han pasado años, si no me equivoco?

—Exactamente —dijo mi abuelo. —El Sr. Wentworth voló esta mañana —dijo Brandon. —Ah, entonces debes estar cansado de viajar —dijo mi abuelo—. ¿Quieres algo de beber, Stanford? —Ya que mi asistente Frederick va a conducir hoy, creo que voy a permitírmelo. ¿Qué tienes? —Había un dejo de diversión en la voz de Wentworth. —Vamos a pasear hasta el bar y veremos —dijo mi abuelo. Oí algunos pasos y el tintineo de los vasos en la sala de estar. Sabía que Stanford Wentworth tenía unos setenta años. La historia decía que había hecho su fortuna invirtiendo en las computadoras antes de que fuera la cosa obvia a hacer, y que había pasado a la televisión por cable a lo grande en la década de 1980. Durante los últimos veinticinco años, había dedicado todo su tiempo y dinero al mundo del arte, en el que había disfrutado más éxito financiero. —No creo haber visto alguna de estas pinturas antes —dijo Wentworth. Se refería a todos los paisajes de mi abuelo que colgaban en la sala de estar. Ninguno de ellos había sido exhibido en cualquier galería de espectáculos. —No —mi abuelo contestó—. Este es mi trabajo privado. —Todo se ve fabuloso. ¿Has considerado en venderlos? —preguntó Wentworth—. ¿La colección privada de Spiridon Manos? Hubo un largo silencio mientras fingía trabajar en el estudio. Isabella posaba desnuda delante de mí, pero estaba demasiado preocupado por lo que Wentworth podría hacer o decir como para poder pintar de verdad. —Soy demasiado viejo para el negocio del arte. —Mi abuelo suspiró—. Es un juego de hombres jóvenes. —Bobadas —dijo Wentworth—. Soy mayor que tú, Spiridon, y todavía estoy en ello. —Pero estamos en lados opuestos del tablero de juego, Stanford. —Touché. Voy a hacer que sea fácil para ti. Voy a darte siete millones por todo en la habitación. Creo que pude oír a Brandon tragando todo el camino desde donde estaba sentado en mi caballete. —Gracias, Stanford —dijo mi abuelo—, pero no. Los recuerdos en estas pinturas valen diez veces más. Muchos de ellos fueron pintados cuando era un joven, o cuando mi hijo no era más que un niño, o cuando tuve mi nieto sentado en mi rodilla. No puedo desprenderme de ellos. —Si cambias de opinión, llama a mi oficina. Pero te prometo, mi oferta habrá cambiado, y no a tu favor, te lo aseguro.

Agradable. Todavía no había conocido al tipo, y ya no me agradaba. —Ya basta de eso —se quejó Wentworth—. Ahora, ¿vamos a ver al joven artista en el trabajo? —Si no está demasiado ocupado —dijo mi abuelo un poco a la defensiva. —Voy a ir a ver —dijo Brandon. Corrió al estudio de un momento, una expresión de dolor en su rostro—. ¿Estás listo para el show de perro y poni? —Susurró. —¿Tengo alguna opción? —murmuré. —No —dijo Brandon bruscamente. Fan-jodidamente-tástico. Stanford Wentworth caminó a la habitación, flanqueado por su asistente Frederick, Brandon, y mi abuelo. Wentworth era un hombre grande, alto, con una espesa cabellera canosa aerodinámica y bien mantenida. Llevaba un traje caro e imponente corbata. Frederick estaba similar y hábilmente vestido. Gafas de montura se adjuntaban a su rostro y un auricular de teléfono celular se hallaba unido a su oreja. Levantó la mano a su auricular y apretó un botón. —¿Habla Frederick Whitlock? —Después de una pausa, dijo—: Está ocupado en este momento. —Pausa—. Lo comprobaré. Señor Wentworth, es Couteux Galerie en Beverly Hills. ¿Quieren saber si viene por la tarde? —Diles que iré si puedo —espetó Wentworth. Agradable. Wentworth seguro tenía una personalidad ganadora. Frederick transmitió el mensaje a través de su auricular más educadamente de lo que Wentworth había dicho. No tenía duda de que Frederick se ganaba completamente lo que Wentworth le pagaba. Fingí pintar mientras caminaban hacia mi caballete, mezclando pintura en mi paleta. Isabella los miró brevemente, pero mantuvo su postura. Le había explicado anteriormente en detalle que debíamos seguir trabajando cuando todo el mundo entrara y observara. Me di cuenta que Wentworth descaradamente le estaba echando un vistazo a la desnudez de Isabella. Se colocó para obtener la mejor vista posible de sus pechos al descubierto. Su deseo explícito era tan sutil como un volcán. Deslizó las manos en los bolsillos y arqueó la espalda, sacando su pelvis. No me habría sorprendido si él hubiera comenzado a hacer sonar las monedas en su bolsillo como si tuviera un martillo en sus pantalones. Un idiota total. Me gustaba cada vez más. Para nada.

Hubiera echado al tipo fuera excepto por el hecho de que podría arruinar mi carrera artística con el chasquido de sus dedos. La única desventaja de la venta de pinturas por diez mil o cincuenta mil dólares o más era que siempre estaba tratando con imbéciles ricos. Lo que sea. No es como que el tipo tuviera sus manos sobre Isabella. Si cruzaba esa línea, le rompería los dedos. Pero Isabella era una niña grande, y estoy seguro que esta no era la primera vez que había sido mirada lascivamente por un hombre viejo. Ella trabajaba como modelo, después de todo. Sólo podía esperar que hubiera aprendido a lidiar con ello. Wentworth dejó escapar un gran suspiro y sacó sus manos de los bolsillos. Estoy seguro que ahora se había venido en sus pantalones. Pervertido de mierda. Se acercó por detrás de mi caballete para ver lo que estaba haciendo. Asentí hacia él. —No me prestes atención —dijo—. Por favor continúa. La forma en que dijo eso sonó peligrosamente cerca de una orden. Estoy seguro de que lo utilizaba para decirle a la gente qué hacer 24/721. Puse los ojos en blanco antes de mirar a Isabella. Ella parecía aliviada de que ahora estaba situado entre ella y Wentworth como un escudo. Había estado en el proceso de pintar las caderas de Isabella. La articulación donde la pierna salía de la pelvis siempre era difícil. Las mujeres hermosas tenían una suavidad, pero había que darle la cantidad exacta de la estructura sutil o si no parecían ser globos de carnaval pegados. Siempre había creído que la suavidad era el secreto de la belleza femenina. No un buen tono muscular. Toda esa mierda moderna acerca de las mujeres que tenían paquetes de ocho y brazos musculosos era ridícula. Si quieres follarte a un chico, ve a hacerlo. Cargué mi pincel con una mezcla de siena tostado y un toque de sombra tostada. Pasé el pincel sobre el lienzo en la articulación de la cadera en una curva elegante. —Mmmm —Wentworth asintió. No le hice caso. Necesitaba retocar uno de los planos de la parte frontal de la pelvis con una mezcla más ligera, así que volví a mi paleta y agregué un toque de blanco de zinc. Cuando estaba a punto de aplicar la pintura a la lona, Wentworth dijo: —Hmmm.

21

24/7: Las 24 horas los siete días de la semana.

¿Iba a ser así todo el día? Casi me volví y le lancé una mirada, pero decidí que era una mala idea. Así que me concentré en pintar sobre el lienzo en su lugar. Entonces saqué un pincel limpio y lo usé para suavizar el borde entre las áreas claras y oscuras. —Uh huh —murmuró Wentworth. Oh hombre, esto me estaba matando. Puse mis pinceles abajo y me limpié las manos en un trapo. Di un paso atrás de mi caballete. Wentworth inmediatamente intervino, ubicándose a pulgadas de la lona. Un simple ―¿puedo acercarme?" habría sido agradable. Nop. Lo que Wentworth quería, Wentworth lo obtenía. Inspeccionó la articulación de la cadera que acababa de pintar como un joyero. Que alguien le diera a ese tipo una lupa para poder examinar las moléculas en la pintura mezclándose un poco mejor. Dio un paso atrás para ver todo el cuadro y asintió pensativo. No podría decir si lo aprobaba o qué. Luego se lanzó hacia delante, acercándose al retrato de nuevo. Este hombre era un loco. Continuó embistiendo dentro y fuera durante varios minutos, examinando las diferentes partes de la pintura a detalle. Cuando terminó, dio un paso atrás y se puso a mi lado. —Me gusta —dijo pensativo—, pero necesita trabajo. ¿Estaba bromeando? Ni siquiera nos habían presentado. Sí, él sabía quién era yo, y yo sabía quién era. Pero, joder, había esta cosa que había existido desde hace miles de años llamada cortesía común. Supongo que cuando eres lo suficientemente rico, mierda como esa se iba por la ventana. Eché un vistazo a Brandon, que me dio una mirada de simpatía que decía: ―Sí, está loco, pero es cien veces más rico de lo que está loco, así que aguántate‖. Negué mínimamente y rodé mis ojos por el amor a Brandon. Él me lanzó una mirada de advertencia. Suspiré. Era hora de que me comporte. —Sí —dijo Wentworth—, con algunas revisiones, creo que esto será útil. La cabeza es buena, pero ¿has considerado alterar la postura? Levanté una de mis cejas al menos tres pulgadas. Mi abuelo se rió entre dientes y salió de la habitación. Me di cuenta de que estaba ofendido por mí por la forma en que se echó a reír. Supongo que me perdí la parte en que Wentworth había estado fumando crack como una prostituta de clase alta después de una mamada borracha. El tipo era un lunático. Lo olvidé. Wentworth hacía lo que Wentworth quería.

Él comentó: —Este es un buen trabajo. No es genial. No pagaría más de quince mil por lo que veo aquí. Pero creo que si cambiaras la actitud e hicieras algo más elegante, podrías conseguir hasta cincuenta mil. ¿Más elegante? ¿Estaba ciego? Todo lo que Isabella hacía era elegante, y mi pintura capturaba eso. Antes de que tuviera la oportunidad de decirle a Wentworth que se fuera a la mierda, pregunta: —¿Qué otras pinturas tienes a mano? —Se da la vuelta para investigar, y en el segundo en que estuvo de espaldas a mí, le di una mirada a Brandon. Brandon la ignoró. —Christos —dijo amablemente—, ¿puedes mostrarle al señor Wentworth las otras pinturas en las que has estado trabajando? Sé que tienes varias en progreso. Gracias por un montón de mierda, Brandon. Wentworth comenzó a cavar a través de algunos lienzos viejos que había apoyado contra la pared como Pedro por su casa. Tuve que contenerme de plantar mi bota en su trasero. —Las nuevas pinturas están aquí —le dije, señalando el tendedero donde guardaba los lienzos de Avery, Jacqueline, y Becca que había terminado hace unas semanas. Estaban en las ranuras verticales altas de la rejilla de secado, lo que mantenía el polvo fuera de las pinturas, mientras los aceites se secaban. Deslicé con cuidado la primera—. Todavía está húmeda —le advertí sutilmente, casi esperando que Wentworth pasara los dedos por todo el arte como si fuera de él. En cambio, miró el primer cuadro, luego asintió imperativamente, y dijo: —Siguiente. Sí, amo. Lo deslicé con cuidado en el bastidor. Me di cuenta de que Frederick contestaba su auricular de nuevo. —Sr. Wentworth, es Madelyn Cornett con Jah... —¿No ves que estoy ocupado, Frederick? —Wentworth se quejó. —Sí, señor Wentworth —dijo Frederick antes de alejarse para atender la llamada. Sea cual sea lo que Wentworth le estaba pagando a Frederick, no era suficiente. El chico necesitaba un aumento de sueldo. Mi sugerencia habría sido que Frederick encontrara otro jefe, pero era sólo yo. —Siguiente —insistió Wentworth, mirándome con expectación.

Hombre, Wentworth necesitaba un ajuste de actitud a toda prisa. Estaría más que feliz de llevarlo al garaje donde guardaba mis herramientas y donde nadie lo oyera gritar para pedir ayuda. Saqué otra pintura. Esta era de Jacqueline, y estaba muy contento con ella. —No. Siguiente. Saqué la última. Negó y se dio la vuelta, en busca de una nueva distracción. Qué encantador. Y yo que estaba haciendo todo lo que decía como una sirvienta. ¿Quién diablos se creía que era? Quería decirle que podía tomar su dinero, encenderlo en llamas, y metérselo como un palo por el trasero. No lo necesitaba. Había otros compradores de arte. Los ojos de Wentworth cayeron a la base de Samantha en la esquina. Se acercó a ella. La pintura de Samantha de tres calas en un florero estaba en él. —¿Qué es esto? —preguntó Wentworth—. No es tuya, ¿verdad? —Esa es la pintura de mi novia —respondí. —Es terrible. —Wentworth rió. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta antes de que pudiera responder. Se detuvo delante del retrato de Isabella en su salida y dijo: —Si cambias tu pintura de esta joven y bella modelo como sugerí, podría tener algo con ella. ¿Frederick? Es hora de irnos. Llama a la Couteux Galerie y diles que no hubo nada digno de mi tiempo en San Diego hoy. Apreté los dientes. Wentworth ni una sola vez me había llamado por mi nombre. Era un imbécil real. El rey de todos los idiotas. Me debatí entre si Frederick o Brandon me entregarían o no si golpeaba a Wentworth hasta la muerte y dejaba su cuerpo en una zanja en alguna parte. —¿Viste esas Lilas Calas? —le preguntó Wentworth a Frederick tranquilamente mientras se acercaban a la puerta que conducía a la casa. —No lo hice, señor —respondió Frederick en voz baja. —Eran espantosas —Wentworth se rió en voz baja. —¡Oye! —grité a su espalda—. Váyase a la mierda, Wentworth. Wentworth se detuvo en seco. Se dio la vuelta lentamente, como un viejo luchador armado en pleno mediodía. —¿Discúlpame? —Ya me oyó, Wentworth. Váyase. A. La. Mierda.

Wentworth parpadeó. —Sabes quién soy, ¿verdad, muchacho? —Lo hago, pero no porque se presentara a sí mismo como una persona normal —gruñí—. Vino a mi casa como si fuera el dueño del lugar y ha estado actuando como un estúpido titulado desde que llegó. No necesito soportar mierda de usted. Y no necesito su maldito dinero. Wentworth entrecerró los ojos. —¿Crees que un montón de malas palabras y petulancia me van a sacar de quicio, muchacho? He visto los gustos ir y venir innumerables veces en mi vida. Al ritmo que vamos, en veinte años, nadie va a recordar tu nombre. Se acordarán de los de tu padre y tu abuelo, pero no del tuyo. Todo lo que tenías para mostrarme hoy no era nada más que garabatos groseros. No eres un verdadero artista, muchacho. En el mejor, eres un copista. Tu trabajo no tiene vida. No tiene ningún arte. Toma una página de la carrera de tu abuelo o de tu padre, y tal vez hagas algo de ti mismo. —Váyase a la mierda. —Fruncí el ceño—. Y lárguese de mi casa. —¿Tu casa? —Wentworth rió—. Me imagino que tu abuelo fue el que pagó por esta casa con sus propios esfuerzos. No tú. Tal vez un día, llegues a algo. Pero todo lo que vi hoy aquí fue basura. Me voy a olvidar de ti en el momento en que entre en mi auto. Wentworth salió de mi casa con Frederick en sus talones. Nunca había conocido a un imbécil más grande en el negocio del arte en toda mi vida. Wentworth no sólo se comía el pastel, sino que metía el pastel por tu garganta como un trol glutinoso. ¿Por qué me había metido en este negocio de nuevo? —¿Qué demonios fue eso? —le pregunté a Brandon, que estaba en el otro extremo del estudio. Isabella estaba de pie entre nosotros, ahora en bata. Debió haberse lanzado en el segundo en que estaba ocupado con Wentworth. No podía culparla por querer cubrirse ante su mirada de lagarto hambriento. Abrazaba la bata con fuerza alrededor de ella y se estremeció: —Ese hombre es un gran idiota. Brandon parecía roto, como si quisiera correr tras Wentworth y lamer el trasero del hombre hasta que Wentworth le rascara detrás de las orejas. —Mis disculpas, Christos. Nunca había conocido a Wentworth en persona. No tenía idea de qué esperar. Realmente debería ir a hablar con él. —Brandon corrió fuera de la habitación. Un minuto más tarde, oí las puertas del auto cerrarse y un arranque de motor. Brandon debió haber dejado la puerta abierta. Escuché un

auto alejarse. Para mi sorpresa, Brandon se acercó sombríamente de nuevo al estudio viéndose derrotado. —Voy a necesitar un viaje de vuelta a La Jolla —dijo. —¿Eh? —comenté. —Condujimos aquí desde mi galería en el auto de Wentworth. Consideré decirle a Brandon que podía caminar de regreso después de traer a ese tarado a mi casa. Por suerte para él no estaba de humor para pintar después del episodio de hoy del Espectáculo de Stanford Wentworth. Le dije a Isabella que se podía ir temprano y le pregunté si podía llevar a Brandon a La Jolla antes de volver a Los Ángeles. Dijo que sí. Cuando se fueron, pisoteé a la sala de estar y agarré una botella de whisky del bar. Era una botella de cuarenta dólares de Basil Hayden. Tenía un sabor a caramelo suave que disfruté. No estaba de humor para nada demasiado lujoso. Había tenido más que suficiente mierda de gama alta de Wentworth ya. Salí a la cubierta detrás de la piscina y bebí de la botella mientras disfrutaba de la vista al mar desde una de las tumbonas. Sí, había terminado de trabajar por el día, si no es que por el mes. Sólo había una cosa en mi mente mientras iba por mi botella de bourbon. Wentworth tenía razón. Esas pinturas en el interior no eran más que ilustraciones. No tenían ningún corazón. Wentworth lo había visto al instante. Mierda. Pasé más bourbon por mi garganta.

Samantha Caminé a través del campus de la sala de conferencias de Sociología. Estaba de buen humor después de hablar con Sheri Denney sobre mis opciones de ayuda financiera. ¿Casarme con Christos? ¿Esa era una posibilidad real? Tenía miedo de pensar en ello demasiado por si atraía la mala suerte hacia mí.

Sociología con el profesor Tutan bostezo-bostezo era la cura perfecta. La conferencia se convirtió en un borrón de sueño. Puedo o no puedo tomar notas. Después de la clase, me detuve en el Toasted Roast para refrescar mi café americano. No había dormido lo suficiente en los últimos cuatro días, e iba a necesitar cafeína si quería atravesar historia, sin roncar. Cuando entré en la sala de conferencias y me senté, un rostro familiar me saludó. Justin Tomlinson, el editor del periódico humorístico El Wómbat. Era tan lindo como el chico de la banda como siempre. —Hola, Samantha —sonrió—, te extrañamos el viernes. —¡Oh no! Me olvidé por completo de tu reunión. —Sonreí tímidamente—. Lo siento totalmente, estuve... ah, muy ocupada con la tarea —Justin no necesitaba saber acerca de mi angustioso viaje a la corte para salvar a Christos. —No te preocupes —Sonrió—. A todo el mundo le gustan tus cosas. Debes unirte a nosotros en la reunión de este viernes para que puedas conocer a todo el mundo. —¿Quieres decir que no seré negreada por perderme mi primera reunión? —bromeo. —No, somos bastante relajados. Debes venir totalmente. A la misma hora, en el mismo lugar. —¿A las 04:20? ¿En Toasted Roast? Espera, ¿tostado y asado no son eufemismos para drogarse22? —Más o menos. —Me guiña un ojo. —¿Tal vez debería dibujar un wómbat fumando marihuana para ustedes? Él esbozó una sonrisa. —Me gustaría ver cómo manejas a un wómbat fumando marihuana. —Galletas y papas fritas —dije rotundamente. Él estaba confundido. —¿Qué? —¿Los wómbat no tienen el deseo de comer botanas como todos los demás cuando están drogados? —Sonreí—. Si tuviera que hacerle frente a un wómbat fumando marihuana, me gustaría darle galletas y papas fritas.

Juego de palabras con el nombre del sitio que se llama Toasted Roast que en español significa tostado y asado y fumar marihuana. 22

—Totalmente. —Se rió entre dientes—. Tengo la sensación de que vas a encajar perfectamente. ¿Crees que puedas tener algunos bocetos de Potty el wómbat fumón antes del viernes? —¿Su nombre es Potty? —Arqueé una ceja. —Lo es ahora. —ustin sonrió. Espera, ¿había inadvertidamente nombrado a su mascota? Tal vez lo había hecho. —¿Puedo hacer algo que combine con inodoros y fumar marihuana? ¿Tal vez tenga a Potty en el inodoro23 mientras está fumando un porro grande y gordo? —Puedes hacer lo que quieras. Ve con eso. No. Hay. Reglas. — Sonrió. Guau, me gustaba el sonido de eso. —Bien. ¡Llevaré algunos dibujos el viernes! —Impresionante. No podía esperar a decírselo a Christos. ¡Tenía mi primera tarea real de arte en vivo!

En el original ―John‖: juego de palabras pues en inglés ―potty‖ puede ser una bacinica o puede referirse a ―pot‖ que es un apodo para la marihuana al igual ocurre con ―John‖, también se utiliza como apodo para el inodoro o un porro. 23

Samantha —¿Tienes que dibujar un qué? —preguntó Christos. Estaba muy borracho. —Un wombat24 fumando marihuana sentado en un inodoro, para el periódico The Wombat —le dije. Estábamos en el estudio de Christos, donde estaba mi nueva tabla de dibujo. No podía esperar para empezar a dibujar wombats animados. Pensé que Christos estaría trabajando cuando llegué a casa de la SDU, pero el modelo se había ido y él había estado sentado frente a su caballete con una botella de licor en un puño. Christos giró lentamente sus ojos vidriosos en mi dirección. —¿Quieres que me cuele en el zoológico y robe uno para referencia? —¿Qué, un wombat? —Sí. Podría ir todo ninja y pasar por encima de la cerca en la noche. Conozco un camino. —Asintió, ultra serio. Luego se llevó la mano a un lado de su boca y susurró—: Hay una escuela primaria en el lado norte del zoológico de San Diego y su patio de recreo va directo hasta la parte posterior del mismo. Arrugué la nariz. —¿El zoológico siquiera tiene wombats? —Probablemente. Deberíamos totalmente tomar uno y tenerlo como mascota. Lo nombraría Womby, el Wombat. ¿No sería totalmente lindo? —¿Supongo? —Como que sonaba como una idea terrible. —Podemos subir encima de la valla —dijo Christos arrastrando las palabras—. Tú y yo deberíamos ir ahora. Yo conduzco. —Ahh, probablemente no deberías conducir o subir al estilo ninja o cualquier otra cosa esta noche. ¿Tal vez deberías acostarte por un rato? —¡Pero el wombat se irá! Los vombátidos (Vombatidae) son una familia de marsupiales diprotodontos conocidos comúnmente como uómbats o wómbats. Se encuentran sólo en Australia, incluida Tasmania, y tienen la apariencia de un oso musculado, pequeño y de patas muy cortas. 24

Me reí. —Estoy segura que Womby estará bien por esta noche. Christos rió de manera fluida y apoyó la cabeza en mi brazo. —Te gusta el nombre Womby, ¿no? Él apestaba a alcohol. —Es perfecto. —Sonreí con indulgencia. En voz alta, Christos habló como bebé. —Haremos una pequeñita camita para Womby en la esquina del estudio. —¿Por qué no hacemos una cama para Womby en este momento? Puedes probarlo. —Beno —dijo arrastrando las palabras. Dirigí a Christos a la sala y le guié en el sofá. Quité sus botas y lo cubrí con una manta. Después de agarrar mi cuaderno de bocetos, me senté en la silla de cuero frente a él y encendí la luz de lectura. Fui a trabajar en mis bocetos de Pottyel WombatFumador de Marihuana. Me tomó unos diez segundos darme cuenta de que no sabía cómo lucía un wombat. Quizás Christos había estado en lo cierto con su plan maestro de un secuestro wombat. O podría simplemente buscar una imagen en internet. Saqué mi portátil y regresé a la sala de estar. Con docenas de fotos wombat en la pantalla y mi cuaderno de bocetos en espera, me zambullí en la tierra de los sueños de los dibujos animados mientras dibujaba página tras página de wombats libertinos sentados y fumando marihuana. ¿Quién hubiera sabido que los wombats eran casi tan lindos como los osos koala? Había estado esperando algún tipo de murciélago monstruoso, pero resultó que los wombats tenían las mismas narices negras grandes que los koalas, y sus oídos eran pequeñas cositas. ¡Muy lindo!

—¿Seguro que esto está bien, Sam? —preguntó Romeo nerviosamente mientras caminábamos por el campus hacia el Centro de Estudiantes la tarde del viernes. Eran poco más de las cuatro y estábamos de camino a la reunión de personal con The Wombat en Toasted Roast. El sol estaba fuera y era un día de febrero extremadamente caluroso. —¿Por qué no lo estaría? —razoné con entusiasmo—. Ese chico Justin lo hizo sonar como si cualquiera pudiera presentar cosas para The

Wombat. Dijo que algunos de los artistas trabajaban con los escritores en tiras cómicas. No conozco a nadie más divertido que tú, Romeo. —¿Y si resulta que Justin estaba coqueteando contigo y no necesitan más escritores? Ellos no van a necesitar mis superpoderes gay entonces —dijo con ansiedad—. Me convierto en un pasivo. —Relájate, Romeo. Estoy segura que va a estar bien. —Bueno. Pero si algo sale mal, no esperes que dispare arco iris de mis dedos y salve el día —advirtió. —No hay problema. —Me reí—. En ningún momento voy a requerir el uso de tus superpoderes de arco iris. Pero podría recurrir a ellos más tarde. ¿Trato? —Trato. Pero sabes que disparar demasiados arco iris me agota. — Sonrió. —¿Qué pasó con esa infame resistencia Romeo? Sonrió. —Es todo una fachada, Sam. Una vez que tiro mi carga de arco iris, se necesita al menos una semana para recargarme. No se lo digas a nadie, o mi reputación arco iris se arruinará. —Tu secreto está a salvo conmigo. —Crucé los dedos sobre mi corazón—. Hey, apuesto a que si encontraras un montón de unicornios acelerarías el tiempo de recuperación del arco iris. Romeo puso los ojos en blanco. —Has estado dando vueltas con Kamiko y viendo demasiado Hora de Aventura. No estaba hablando de los arco iris de dibujos animados. El único lugar al que puedo ir en San Diego para recargar mi arco iris es Hillcrest. —¿Es por eso que has estado yendo allí? —Claro. Cruzamos el patio del Centro de Estudiantes. Fuera del Toasted Roast había un montón de mesas libres. Tarde en el día, la mayoría de los estudiantes se habían ido, sobre todo un viernes. La única vez que el Centro de Estudiantes estaba lleno por la tarde era cuando SDU tenía una banda tocando en el patio, pero eso por lo general ocurría en el otoño o la primavera. Eran casi las 04:20, así que miré a mi alrededor en busca de Justin Tomlinson. Él hizo señas desde un grupo de mesas que habían sido puestas juntas. Otros cinco estudiantes se sentaban a su alrededor. Romeo y yo nos acercamos para unirnos a ellos. —Hola, Justin —dije—. Todo Samantha. Este es mi amigo Romeo.

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Una chica con sarcásticamente:

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—¿Tu nombre no debería ser Julieta? Hubo un largo momento de silencio. Creo que estaba siendo una perra, pero yo no estaba cien por ciento segura. ¿Pensé que Justin había dicho que todo era relajado? Romeo miró a la chica perra con las gafas de hípster. Con voz sarcástica, dijo: —Tengo súper poderes de arco iris. Le prometí a Sam que no los usaría, pero lo haré si tengo que hacerlo. Funcionan especialmente bien en perras hípster. Hice una mueca, esperando que todos fruncieran el ceño y nos dieran la espalda, o tal vez solo nos abuchearan y silbaran hasta que nos fuéramos. Justin levantó una ceja, y en un tono serio, dijo: —Desde que Keith utilizó sus súper pedos en la última reunión, votaron a favor de hacer de esto una zona libre de superpotencias. Todos estuvimos de acuerdo en que sus súperpoderes de pedos habían perdido su efecto cómico. —Justin sonrió, ahora obviamente bromeando. —Pero no su horrible hedor. —La segunda chica, que tenía un anillo en la nariz, el cabello oscuro, y un montón de delineador de ojos negro, rió disimuladamente. Uno de los dos tipos sentados en la mesa sonrió con aire de culpabilidad y puso los ojos en blanco. Me imaginé que era Keith, el que tenía poderes de súper pedos. Tenía una oscura y gruesa barba debajo de la barbilla. Era solo la parte de la barba sin el bigote. Tenía un montón de barba para un chico tan joven. El otro chico, que estaba riéndose de Keith, tenía cabello negro emo largo que tapaba uno de sus ojos y tenía rojo sangre en las puntas. —Entonces. —Justin le sonrió a Romeo—. Incluso si trataras de disparar el arco iris, lo cual pagaría por ver, tus súper poderes no funciorán aquí en la reunión debido a todo el repelente de pedos mágicos en acción. —Oooh —dijo Romeo, súper emocionado—, ¿dónde obtienen el repelente de pedos? He escuchado que esas cosas son caras. —Costco. —Justin le guiñó un ojo—. Compramos en cantidad. Keith puso los ojos en blanco una vez más. Todo el mundo se echó a reír y le sonrió, con excepción de la chica de las gafas hípster, que cruzó los brazos sobre su pecho e hizo una mueca. Todo el mundo se reía mucho, Romeo y yo nos unimos. Keith le dijo al de barba:

—¿Qué? Chicos, les dije que había comido frijoles en el almuerzo, así que no puedo ser considerado penalmente responsable por los gases malos. —Amigo. —Cabello de Emo se rió entre dientes—. Esos fueron pedos de cerveza. No lo niegues. —¿A las 4:20? —preguntó Keith—. No estaba tan bebido como para tener pedos de cerveza tan temprano. —¡Patrañas! —dijo la chica con el anillo en la nariz—. ¡Estabas destrozado el viernes pasado! —Tal vez a las 5:20, pero te aseguro que no tenía pedos de cerveza a las 4:20 —se burló Keith. Todos compartieron otra risa, incluso Gafas Hípster. Claramente se conocían bien. Había estado esperando algún tipo de club exclusivo de chicos como en esas películas fiesteras de la universidad como Animal House. No esperaba dos chicas. —Todo lo que quiero saber es —dijo la chica con el anillo en la nariz riendo entre dientes ante lo que estaba a punto de decir—, ¿quién ganaría en una pelea? Keith con sus pedos tóxicos, o Romeo y sus arcoíris. Quiero verlos ir cabeza a cabeza. —Los pedos de Keith ganarían totalmente —dijo Cabello de Emo, inexpresivo. Anillo en la Nariz se rió y Keith puso los ojos en blanco. —Muy bien, muchachos —dijo Justin—. Samantha, Romeo, conozcan a Keith, Micah, Alyssa y a la hípster favorita SDU de todos, Tammy Lemons. Todos saludaron a medida que Justin decía sus nombres, a excepción de Tammy, quien hizo una mueca amarga. Micah era el tipo con el cabello emo con rojo. Alyssa tenía el anillo en la nariz y llevaba una camiseta que tenía una foto de un tiranosaurios rex diciendo "¡Rawr!". La leyenda debajo decía: “Rawr significa „Te amo‟ en dinosaurio” TammyLemons, por supuesto, era la chica con las gafas hípster. Sacando a Tammy, me gustaban estos chicos. —Agarren una silla —dijo Justin. Romeo y yo nos sentamos. —Entonces —dijoJustin—, ¿recuerdan esos dibujos de Samantha que les envié a todos? —Sí. —Keith asintió, sonriendo. —Totalmente. —Micah se rió entre dientes. —Cosas divertidas. —Alyssa sonrió.

—Estuvieron bien. —Tammy se encogió de hombros. Sin sorpresa. Creo que Tammy iba a tomarse un tiempo para descongelarse. Lo que sea. —Bueno —continuó Justin—, le pregunté a Samantha si quería trabajar en algunos dibujos para una nueva mascota Wombat. —Ya tenemos una —dijo Tammy sarcásticamente. Sí, era una perra. Ahora estaba cien por ciento segura. —Pero es solo un wombat viejo y simple —dijo Alyssa—. Es aburrido. —¿Trajiste algunos nuevos dibujos para nosotros? —me preguntó Keith. —Lo hice —contesté y saqué mi cuaderno de bocetos. Lo abrí en el primer boceto wombat y lo puse en el centro de la mesa. El grupo comenzó a hojear mis dibujos. Había al menos una docena. No pasó mucho antes que el grupo estuviera sonriendo y riendo, a excepción de Tammy, por supuesto. Tammy frunció el ceño sobre todo por mi arte. —Ese parece estreñido. —Micah sonrió. —Tal vez debería beber más cerveza —bromeó Alyssa—, entonces siempre tendría diarrea de cerveza como Keith. Todo el mundo se quejó. —Esos fueron pedos de cerveza —dijo Keith a la defensiva mientras el grupo continuaba pasando las páginas de mi cuaderno de dibujo, fascinado por mi obra. Nunca había experimentado nada igual. Como que esperaba que asintieran educadamente y no dijeran nada sobre mi arte en absoluto, o tal vez me dijeran que no era muy buena, sin estar obviamente, entretenidos y divertidos. —¿Alguna vez viste un objeto contundentemente gordo? —Micah se maravilló, en referencia a la articulación gigante en el siguiente dibujo—. Eso es como toda una onza de ganj. 25 —La única vez que vi tanta hierba en un solo lugar fue cuando compré una onza fresca que no has probado todavía, Micah —se quejó Keith. —Amigo, eso es mentira. Todavía me debes un montón de porros de Navidad —se burló Micah. Keith negó y con el ceño fruncido le sonrió. Siguieron pasando las páginas, y encontraron algo divertido acerca de cada dibujo.

25

Onza de ganj: marihuana.

Realmente no lo podía creer. Detuve la enorme sonrisa que quería saltar sobre mi rostro. ¡En realidad les gustaba mi arte! Cuando terminaron de ver el último dibujo, Justin dijo: —Tal vez deberíamos hacer una votación para usar en la próxima edición de The Wombat como nuestro logotipo oficial. ¿Qué piensan ustedes? —Voto porque no usemos ninguno de ellos —dijo la inconformista Tammy Lemons—. No me gustan sus dibujos. ¿Tammy no se daba cuenta que yo estaba aquí? Sí, era una perra con P mayúscula. —No te preocupes, Samantha —sonrió Alyssa—, Tammy ha estado de pesada esta semana. Por lo general no es tan perra. Le sonreí a Alyssa, pero no podía pensar en una respuesta adecuada. Por lo que sabía, todos querían a Tammy como a su mejor amiga, a pesar de su agria personalidad. No quería ofenderlos al decir algo equivocado. —Pensé que olí a hierro —dijo Romeo en respuesta al comentario sucio de Alyssa sobre Tammy. Distraídamente examinó sus uñas. Alyssa hizo una mueca y se inclinó hacia delante. Su cabeza pegó contra la superficie de la mesa. Comenzó a reírse a carcajadas, rodando la frente de lado a lado en la mesa. Keith sacó su teléfono. —Si esto se convierte en una pelea de gatas, lo filmaré. —Apuntó su teléfono a Tammy, quien le estaba frunciendo el ceño a Romeo. —¿Qué? —dijo Romeo defensivamente a Tammy—, tengo un agudo sentido del olfato. Tammy le levantó su dedo medio a Romeo. —¿Eso es lo que utilizas en tu período mensual? —preguntó Romeo—. No es de extrañar que no funcione. Los dedos no son muy absorbentes, y no harán ningún bien si no los mantienes en tu agujero. —Puso los ojos en blanco de forma espectacular— Incluso yo sé eso. Alyssa se sentó bruscamente, con los ojos muy abiertos. —¡Oooohh, maldito! ¡No, no lo hizo! —Sí. Lo hice—insistió Romeo. Keith y Micah suprimieron sus risitas. —Cálmense, muchachos —dijo Justin—. No hay necesidad de un ajuste de cuentas con la nueva chica en su primer día. No podía decir si Justin estaba diciendo que yo era la chica nueva o Romeo.

Alyssa se apoyó contra Tammy y puso un brazo amistoso a su alrededor. —No te preocupes Tammy, todavía te queremos. Tammy negó y frunció el ceño. —Son unos idiotas. —Tú empezaste, Tammy. —El emo Micah se rió entre dientes. —Lo que sea. —Tammy resopló. Justin dijo amablemente: —¿Por qué no enviamos esto al resto de nuestros artistas, y que todos voten en unas semanas? ¿Cómo suena eso? El grupo asintió. Justin continuó: —Y si otros artistas quieren hacer su propia versión de una mascota wombat, podrán poner su arte en la mezcla. Eso te incluye a ti, Tammy. Entonces Tammy Lemons, la perra inconformista, era artista también. Tenía curiosidad por ver lo que se le ocurriría. Por lo que sabía, podía ser mucho mejor que yo, o algo peor. Realmente no lo sabía. —¿De acuerdo?—preguntó Justin. Todo el mundo dijo que sí. Justin tomó fotos de mis bocetos wombat con su teléfono como antes. —Samantha, les enviaré estos por email a todo el mundo, y te pondré en la lista de CC, para que puedas ver ver al resto de los participantes. —¿Acabas de decir ―Ver Ver‖?—preguntó Alyssa. —Sí, ¿por qué?—Justin sonrió. —Porque eso apesta apesta —se burló. —¿Tienes algo en contra de los lisiados? —preguntó Keith, rápido como un látigo. —¿De los lisiados? —preguntó Alyssa, confundida. —¿Lisiados? —dijo Keith sugestivamente—. Los lisiados tienen sentimientos, también. Alyssa dijo con sarcasmo: —Me torcí el tobillo la semana pasada bajando unas escaleras. ¿Eso cuenta? Keith negó. —Me temo que no. El lisiado también tiene sentimientos, y usaste el término para normalizar tus peleas como si no importaran.

—Bien —se burló Alyssa—. Entonces quise decir el Tonto Tonto. Keith negó. —Los de discapacidad intelectual también tienen sentimientos. Alyssa frunció el ceño. —Bueno, entonces, ¿de quién diablos puedo burlarme? ¿De los caracoles? Keith arqueó una ceja pensativo. —Eso funcionaría. Por lo que sé, los caracoles aún no han hecho ningún ruido sobre el trato justo y equitativo. —Eso es porque no tienen boca. —Rió Micah. —¿Cuándo se puso tan políticamente correcto por aquí? — preguntó Alyssa. Se volvió a Justin y le dijo—: Justin, quiero pedirte disculpas por haber dicho que eras Tonto Tonto. Me gustaría retraer esa declaración y cambiarla a ―Eres Caracol Caracol‖ —Miró a Keith por su aprobación—. ¿Mejor, Keith? —Mucho. —Keith rió. —Tarado —dijo Alyssa despreocupadamente hacia él. —Tengo un burro, y se siente muy mal en este momento —dijo Micah—, sus orejas están totalmente en llamas. Alyssa arrugó la servilleta y se la arrojó a Micah mientras él se reía. —Muy bien chicos —dijo Justin—. Samantha, cuando le envíe tus dibujos por correo electrónico a todo el mundo, te voy a poner en la lista Caracol Caracol —bromeó. —Está bien —le sonreí. Me gustaban mucho estos chicos. —¡Igualdad de derechos para los caracoles! —se burló Micah poniendo su puño en alto. Por el resto de la reunión, todo el mundo discutió los temas para la próxima edición de The Wombat. Bueno, excepto por Tammy Lemons que en su mayoría se sentó de mal humor con los brazos cruzados sobre su pecho. Romeo encajó perfectamente con el resto del grupo y contribuyó con un montón de ideas divertidas. Al final, Justin lo animó a escribir una pieza de muestra para el periódico. —¿Estás seguro?—preguntó Romeo. —Totalmente —dijo Justin—. Si sales con algo bueno, lo pondremos en la próxima edición. —Sam y yo hablamos de hacer un cómic juntos —dijo Romeo—. ¿Puedo hacer eso? —Lo que quieras —Justin le sonrió—. Es genial para mí. ¿Está bien para ustedes? —preguntó al grupo.

Todo el mundo excepto Tammy estuvo de acuerdo. —Lo prometo —le dijo Romeo a Tammy—, no voy a escribir nada desagradable sobre ti o tu período. —Sonaba sincero. —Lo que sea—dijo Tammy. —Vamos —Romeo declaró cómicamente—, no estás enojada ¿verdad? Te lo prometo, nunca olí tu hierro. Alyssa hizo una mueca y se rió entre dientes. Tammy dejó escapar un suspiro. —Bien. Lo que sea. Cuando la reunión terminó, Romeo me acompañó de vuelta a mi auto. El sol ya se había puesto, pero el cielo seguía siendo de color rosa en el horizonte sobre el océano, que era visible desde el estacionamiento Norte. —Eso salió bastante bien—le dije. —A excepción de la Pesada de Tammy. —Romeo se rio entre dientes—. Qué puta. —Tal vez solo está a la defensiva porque tú y yo estábamos invadiendo su grupo de amigos —sugerí. —Tal vez es solo ofensiva porque apesta. —Realmente no oliste su hierro, ¿verdad? —No —Romeo rió—, pero parecía como lo correcto para decir. —Espero que no se haya enojado. —No te preocupes por eso, Sam. ¿Qué va a hacer? ¿Alterar los votos para que no elijan tu dibujo? Me encogí de hombros. —No sé. ¿Puede hacerlo? —¿A quién le importa si lo hace? Es solo un estúpido periódico escolar. Tenía razón, pero en cierto modo me gustaba la idea de poder ganar un concurso de dibujo. Sería una pieza más de evidencia que podría mostrarle a mis padres de que no era una idiota por perseguir arte. Si alguna vez hablaba con ellos de nuevo. Todavía no había escuchado su mensaje en el buzón de voz, y estaba empezando a pensar que tal vez nunca lo haría.

Dejé caer mi resaltador en mi libro de texto con derrota. —Mads. —Suspiré—. Voy a reprobar totalmente mi final de sociología.

Madison y yo estábamos estudiando en la biblioteca principal, que estaba muy concurrida porque era justo antes de los finales semanales. Madison había llegado temprano y se había asegurado una sala de estudio hace horas, así que teníamos un poco de intimidad. Pero justo fuera de nuestra puerta, cada cubículo de estudio a la vista estaba ocupado. Incluso había estudiantes sentados en el suelo estudiando, apoyados contra las paredes. Estaba lleno de gente en cada piso de la biblioteca. —¿Pensé que eras socialmente adorada? —dijo Madison con simpatía. —Eso es porque la última vez que hablamos era como el comienzo del trimestre. —Madison y yo apenas habíamos salido desde que dejé mis clases de contabilidad—. He estado cuidando mis calificaciones todos los trimestres y ahora están flotando en el borde de la taza del inodoro, a punto de caer. Si no consigo sacar cien en mi último final, puedes decirle adiós a mi trasero. —Sé cuál es tu problema —dijo Madison con confianza. —¿Cuál? —Christos ha hecho que vivas en éxtasis sexual —dijo con total naturalidad —, lo que hace imposible que puedas concentrarte en otra cosa que no sea su pene. —¿Qué? —me burlé—. ¿Estás totalmente loca? —Es fácil estar totalmente loca, Sam, Sam. Te dije que tenemos que dejar de hablar como si tuviéramos trece años porque eso es totalmente inapropiado. —Sonrió. —¿Y qué si me gusta hablar como una niña de trece años? Creo que es totalmente adorable. —Me reí—. No estás más que celosa de que sé más que tú. —Eso no es verdad. —Sonrió y negó—. ¡Ahora me estás obligando a hacerlo también! —Se rió—. ¡Detente! —No seas ridícula, nunca voy a detenerme. Soy la más terca con eso. Madison gimió. —Oh Dios mío, ¡esto es horrible! ¡Realmente eres totalmente tonta! —Tal vez tonta, pero no a causa de un exceso de semen. —Qué, ¿Christos y tú no lo hacen todos los días? —preguntó Madison dubitativa. Me sonrojé como un faro. —¡Mads! ¿Tienes que ser tan contundente? —Estoy tratando de llegar al fondo de las cosas. ¡Donde está toda la leche!

Fruncí el ceño. —¿Qué, como en anal? Madison se reclinó en su silla y se rió melodiosamente. Tiré mi resaltador hacia ella. —¡Cállate! ¡Eres una perra total con cuernos esta noche! ¿Jake no ha estado encargándose de tus asuntos? Madison sonrió. —Oh, ha estado cuidando de mi asunto totalmente. —Me guiña un ojo—. Te lo juro, ¡lo único que puedo pensar es en sexo! ¡En más y más sexo! ¡¡Sexo, sexo, SEXO!! ¡Lo admito! ¡Jake ha hecho de mí una tonta sexual! Rompimos en un ataque de risita. Me di cuenta que las personas estaban mirándonos a través de las ventanas de nuestra sala de estudio, pero no me importaba. Se sentía bien liberar algo de mi estrés. Me recosté en mi silla y suspiré después de que pasó nuestro ataque risa. —¿Fue bueno para ti?—preguntó Madison. —¿Qué, mi orgasmo-de-lengua? —Sí. —Sonrió. —Totalmente genial. —Suspiré. Madison gimió y tiró mi resaltador hacia mí. Rebotó en el piso. —¿Te dije que mis padres no me ayudarán más a pagar mi colegiatura? —le pregunté, mirando el techo—, ¿Y qué no puedo conseguir más dinero del préstamo para compensar la diferencia? —Puedes trabajar para mí y Jake en la tienda de surf —dijo Madison. —¿De verdad? —Cuando por fin se abra. —Suspiró. —Oh. ¿Cuándo será eso? —Estoy trabajando en ello. No por un tiempo. Pero te lo prometo totalmente, podrás ser nuestra primera empleada. Cuando abramos la compañía al público, serás millonaria durante la noche. —Gracias, Mads. Pero necesito el dinero cuanto antes. —Siempre está lo de desnudarse —dijo casualmente. —Eso es para flojas. No hay manera que me quite la ropa para un montón de borrachos con respiradores bucales de una fraternidad, o quién vaya a esos lugares. —Creo que por lo general los asesinos en serie y los chicos que apestan.

—¿Los asesinos en serie y los chicos que apestan se llevan bien? — Reflexioné—. ¿O es que se odian y se adhieren a los lados opuestos de la tira de desnudistas. —Creo que el conjunto de tiras los separa en dos secciones con una barrera a prueba de olor. —¿Me dan a elegir de qué lado me desnudaré? —Probablemente no. Creo que va por antigüedad. —Con mi suerte, estaría atrapada en el tanque que apesta —me quejé. —Espera, ¿estás diciendo que prefiere estar encerrada con un grupo de donantes apestosos a desnudarte para los asesinos en serie libres de olor? —¿No lo estarías tú? —protesté—. No quiero ser asesinada por mis clientes. —Después de estar encerrada en la celda apestosa por un turno de ocho horas, estaría rogando por morir. Madison se rió. —Sé que lo harías. —¡Me pondría una máscara de gas! Problema resuelto. —Sonreí. —Nadie quiere ver strippers con máscaras de gas —Madison rió dubitativa. —Vamos —insistí—, los chicos no van a los lugares de strippers a admirar los hermosos ojos de las chicas. —Puede que tengas razón en eso —dijo Madison. —Totalmente. —Me reí. —¡Alto! —rogó—. Creo que mi cerebro está oficialmente con una sobredosis de citas con ‗totalmente‘. ¿Tal vez deberíamos tomar un descanso de estudio? —Concuerdo totalmente. Madison se inclinó y me amenazó con golpear mi rostro. —¡Está bien! —supliqué—. ¡No más totalmente! Dejamos nuestras cosas en la sala de estudio y tomamos el ascensor hasta la planta baja y salimos a la calle. —Mads, ¿quieres ir a buscar un café a Totested Rotes? —bromeó. —¿Acabas de decir Totested Rotes? —Madison refunfuñó. Comencé a correr antes que me pudiera atrapar y golpear mi trasero. Me persiguió todo el camino hasta el Centro de Estudiantes. Nos reímos todo el tiempo.

Mi libro blanco azul miró hacia mí, desafiándome a escribir algo que no fuera estúpido. Eran los finales semanales. Grrr. Estaba sentada en la sala de conferencias llena para mi último final de historia americana 2. Tenía que escribir varias respuestas de ensayo a diversas preguntas sobre la América del siglo XIX en el lapso de tres horas. ¿Ensayos cronometrados? ¿De quién fue la idea? ¿Qué pasó con la opción múltiple? ¡Gemí! La única cosa buena sobre los exámenes de libros azules era todo el espacio extra para hacer garabatos. ¿Obtendría crédito adicional por elaborar una imagen de Abraham Lincoln? Probablemente no. Examiné la lista de preguntas. ¿Cuál atacar primero? Discutir la guerra de 1812 y sus consecuencias económicas. Apenas podía recordar lo que sucedió en 2012. ¿Cómo se supone que iba a escribir sobre lo que pasó en 1812? Discutir los factores que instigaron y las consecuencias políticas de la Guerra México-Americana. ¿No empezó con el tráfico de drogas? ¿No? Bueno, estaba bastante segura que después de la guerra, EE.UU. logró mantener Nuevo México, pero los mexicanos siguieron en el Antiguo México. Esa era suficiente respuesta, ¿verdad? Tal vez no. Había una pregunta que estaba feliz de responder. Se trataba de la banda de James, como en Jesse James. Un forajido americano real. Me acordé de la foto de Jesse James en nuestras lecturas sobre su pandilla. No me sorprendí al descubrir que era muy guapo. Si hubieran hecho una versión de película sobre Jesse James en los viejos días, podría haberse interpretado a sí mismo. Me había preguntado si tendría tatuajes debajo de su atuendo de vaquero fuera de la ley. Sabía que una cosa era segura, si hubiera estado vivo hoy, habría montado una motocicleta. Hice mi mejor esfuerzo por atravesar las preguntas del examen de más de dos horas antes de finalmente rendirme. Caminé hasta el fondo de la sala de conferencias y dejé caer mi libro azul en la pila de exámenes terminados ya en la mesa, entonces, penosamente fui por las escaleras. Justin Tomlinson me esperaba fuera de la sala de conferencias. Como siempre, se veía genial, como salido de un video musical de una banda de chicos, o como si acabara de terminar de conducir Saturday Night Live. Justin mostró su sonrisa de ídolo de matiné hacia mí. —¿Cómo te fue? —preguntó.

Dejé caer mis hombros mientras caminaba hacia él y ponía los ojos en blanco. —Mátame ahora —gemí—. El TA reconocerá mi libro azul porque será el que tiene todas las moscas zumbando a su alrededor debido a todas mis apestosas respuestas. Él se rió entre dientes. —¿Así de bien? Suspiré. —¿Cómo te fue a ti? —Todo salió muy bien, pero no puedo decirlo con certeza hasta que salgan las calificaciones. Creo que estaba tratando de ser un apoyo. Probablemente se había lucido. Le dije: —No sé tú, pero estoy con una desesperante necesidad de cafeína antes de mi próximo final. ¿Quieres conseguir un poco de café en Toasted Roast? —Claro. —Sonrió. Caminamos hacia el Centro de Estudiantes juntos y charlamos durante todo el camino. Debido a que Justin se me había acercado por primera vez en la clase de Historia, no podía decidir si estaba siendo coqueto o no. A diferencia de Hunter Blakeley, cuyos coqueteos eran tan sutiles como Britney Spears saliendo de una limusina con una falda corta, Justin era difícil de leer. Lo que sea. No iba a preocuparme por ello. Si Justin estaba interesado en mí más allá de mis contribuciones artísticas a The Wombat, no lo mostraba ni dejaba que se interpusiera en el camino, lo que me gustaba totalmente. Si se convertía en un problema, me ocuparía de él entonces. —¿Votaste sobre cuál dibujo elegir para Potty, el tejón fumador de hierba? —pregunté. —Aún no. Creo que la gente estaba demasiado ocupada estudiando para los exámenes finales. Quiero darles a todos la oportunidad de presentar sus propios dibujos antes de la votación. —Está bien —le dije, ocultando mi decepción. Esperaba realmente que uno de mis dibujos fuera escogido porque estaba bastante segura que mi calificación final de historia iba a apestar como las bolas de un burro. Cuando las calificaciones del cuarto invierno salieran la semana que viene, iba a necesitar una buena noticia para compensar el inevitable mal. Debido a que, tarde o temprano, tendría que hablar con mis padres, por mucho que odiara la idea. Sería bueno si les pudiera mostrar alguna prueba de que mi deseo de ser artista no era completamente irracional.

Pensándolo bien, no sé lo que me preocupaba. No era como si mis padres pudieran hacer nada más de lo que ya habían hecho para hacer mi vida miserable.

Samantha —¡Vacaciones de primavera! —Romeo, Kamiko, Madison y yo todos chillamos mientras chocamos las copas de vino juntos. Nos pusimos de pie en la cubierta del patio trasero en la Mansión Manos. Los había invitado a todos a una fiesta de bienvenida en la casa. El clima era perfecto para ello. San Diego estaba teniendo una ola de calor. Estaba a veintidós grados centígrados, el cielo estaba azul, y sólo unas pocas nubes de algodón de azúcar estaban hinchadas arriba. Vino salpicó de nuestras copas en nuestros dedos de los pies desnudos. Madison y yo estábamos en bikinis, ya trabajando en nuestros bronceados. —¿Dónde está tu traje de baño, Kamiko? —preguntó Madison. —En mi bolsa —dijo tímidamente. Llevaba pantalones cortos de niño y una camiseta de bebé de Adventure Time. —Tienes que conseguir que ese cuerpecito tuyo espectacular se broncee —comentó Madison—. Parece que hubieras pasado todo el invierno en el interior estudiando. Kamiko gimió: —Si pasé todo el invierno dentro estudiando. —Y pintando —agregó Romeo. Llevaba una camiseta de manga corta negra y pantalones vaqueros negros. Creo que era su versión de los trajes de baño. —¡Así es! —Le sonreí a Kamiko—. ¿Sigues trabajando en pinturas para el espectáculo de Brandon de artistas contemporáneos? —Por supuesto que lo estoy. —Kamiko frunció el ceño—. No voy a dejar que ese estúpido Brandtonto me desanime. Meteré mi arte en su espectáculo, incluso si lo mata. —¿Él? —pregunté. —Sí —Kamiko sonrió con picardía—, si no logro ingresar una pintura en su espectáculo, voy a asesinarlo con mis habilidades ninja mientras duerme. —¿Eso significa que vas a seducirlo en la cama, y luego matarlo? —preguntó Romeo.

—Asco —Kamiko hizo una mueca—, ¿por qué alguien quiere dormir con un idiota como Brandtonto? —A menudo me pregunto lo mismo —Christos dijo mientras él y Jake se acercaron a unirse a nosotros. Ambos tenían cervezas en sus manos y llevaban nada más que pantalones cortos de corte bajo. Sus abdominales ondulados bajaban en V a las pretinas de sus trajes de baño de corte bajo. Eran un ataque de dieciséis paquetes de hombría musculosos. Romeo miró lasciva y abiertamente a Christos y Jake. —Acabo de venirme en mis pantalones —dijo casualmente. Christos puso los ojos en blanco y sonrió amplio al tiempo que le dio a Romeo un puño bromeando. —Asco —Kamiko hizo una mueca—. ¡Demasiada información, Romeo! —Admítelo, Kamiko —Romeo incitó—, el segundo en que tengas un momento a solas y tus dedos sean libres de vagar, la primera cosa en tu mente será una repetición a cámara lenta de Christos y Jake caminando con sus abdominales flexionándose. Sé que eso es lo que voy a estar pensando. —Amigo —bromeó Jake—, si sigues hablando así, voy a ponerme mi camisa de nuevo. Odio totalmente ser tratado como un objeto sexual. —¡Sí, claro! —dijo Madison—. No creo que jamás he visto que lleves una camisa, ¡excepto en Acción de Gracias en casa de mis padres! —Cierto —Jake sonrió pensativamente. —¡Y tuviste que pedir prestada esa! —continuó Madison—. ¿Acaso posees una camisa incluso? —No. —Jake sonrió—. Nunca las necesito cuando todo lo que hago es surfear. —Haces que los vagos del surf se vean mal —Madison le sonrió. Jake envolvió su brazo alrededor de Madison. —Y te encanta. Madison puso sus ojos en blanco y me dijo: —Hombres. ¿Qué harían sin sus preciosos egos? —Oye, Madison —comentó Romeo—, si te cansas de Jake, házmelo saber. —Retrocede, amigo —Madison sonrió—. Él es todo mío. —Mujeres —bromeó Jake a Christos—, ¿qué harían sin nuestros preciosos egos? —Brindo por eso —dijo Christos mientras chocó cervezas con Jake.

—Romeos —dijo Romeo—, ¿qué harían todos sin mí? Todo el mundo se rió mientras brindamos de nuevo. —¡Vacaciones de primavera! —chilló Madison. —¡¡¡¡Vacaciones de primavera!!!! —todos lo demás gritaron.

Brochetas crepitaban en la parrilla mientras Spiridon volteó todo. —La carne está lista —dijo—, vengan y agarren un plato. Todos nos alineamos y Spiridon nos sirvió. Christos estaba ocupado poniendo más pan de pita para ir con el hummus fresco que había hecho. Me di cuenta de que tenía otra cerveza fresca en la mano y ya estaba un poco ebrio. Oh bueno. Era sábado. Podía disfrutar de sí mismo por el fin de semana. Sus pinturas para Brandon podían esperar hasta el lunes. Una vez que todos tuvimos platos llenos de comida, nos sentamos en una mesa bajo una gran sombrilla y Spiridon se unió a nosotros. —Vaya. —Sonrió Kamiko, lamiéndose los dedos que estaban pegajosos de comer las jugosas brochetas—. ¡Esto es tan delicioso! —Gracias —dijo Spiridon—. Hay más si quieres. Romeo se inclinó hacia mí y me susurró: —¿Spiridon está soltero? Porque siempre he tenido una cosa por los hombres mayores sexy. Si Christos se ve así de bueno en cuarenta años, nunca dejarás el dormitorio. Sé que yo no lo haría. Me reí y negué. —Caray, Romeo. Tienes una mente enfocada solo en una cosa. —¿Qué? —dijo Romeo a la defensiva—. ¡Él es sexy! —No es gay. Incluso si lo fuera, no quiero que salgas con el abuelo de mi novio. —Oh, qué absurda. Podríamos totalmente ir en citas dobles. Negué. —Come tu almuerzo, Romeo. Después del almuerzo, todos saltamos a la piscina. A excepción de Romeo y Kamiko. Había un trampolín pequeño en la parte más profunda, así que me lancé y nadé hasta el otro extremo de la piscina en un suspiro. Destellos verdes azules bailaron a través de la parte inferior de la piscina nadé de pecho hasta la pared del fondo. Todavía me mantenía corriendo con regularidad, y la piscina no era de tamaño olímpico, así que no fue demasiado difícil de nadar en una respiración. Pero estaba totalmente lista para el aire cuando mi cabeza salió del agua al final.

—Mírate, chica acuática. —Kamiko sonrió. —Deberías ponerte tu traje de baño, Kamiko —le animé. —No quiero dejar a Romeo solo. —Sonrió. En voz baja, dijo—: él sigue mirando al abuelo de Christos como que se lo va a comer. —Creo que Spiridon puede protegerse a sí mismo. Deberías entrar en la piscina. —Tal vez más tarde. —Sonrió. Christos y Jake se turnaron haciendo volteretas en el trampolín. Creo que su objetivo era salpicar el agua en mí y Madison tanto como fuera posible. Nos trasladamos al otro extremo de la piscina y los animamos. Romeo y Kamiko también los estaban mirando. Christos salió de la piscina después de su último salto, el agua goteando en su cuerpo musculoso y tatuado, y se dirigió al trampolín, donde Jake estaba listo para lanzarse. —Muéstranos lo que tienes —le dijo Christos a él. Jake dio unos pasos rápidos en el trampolín corto, se lanzó hacia adelante lo más que pudo y aterrizó en una bala de cañón. Hizo un gran chapoteo y agua llovió por todas partes. Cuando se levantó del agua hizo esa cosa de tirar su cabello mojado que le hacía parecer como si estuviera filmando un comercial de televisión para una colonia de hombre. Madison y yo estábamos apoyadas contra la pared en la parte menos profunda. Le di un codazo y susurré: —¿Crees que Jake podría ser más sexy? —No. —Ella sonrió con orgullo. Reí. —Sabes, él te ha echado a perder por completo a todos los demás hombres para ti. —¡Lo sé! —Sonrió—. Más le vale que se case conmigo o me terminaré como una solterona solitaria. Ningún otro hombre puede siquiera comparársele. Le guiñé un ojo a Madison. —Bueno, puedo pensar en un hombre. —¡Amigo! —Christos gritó a Jake—. ¡Eso no fue nada! ¡Mira esta mierda! —vociferó Christos a medida que retrocedió unos pasos en la cubierta detrás del trampolín. Farfullaba un poco por la bebida. —¿Qué está haciendo? —le pregunté a Madison, de repente preocupada.

Ella entrecerró los ojos y se volvió para mirar a Christos. —No lo sé. —¿Christos? —dije—. Tal vez no deberías... Antes de que pudiera hacer algo, Christos corrió hacia el tablero y saltó sobre ella, sin dejar de acelerar. Saltó y aterrizó en el borde frontal de la tabla. Por un segundo, me temía que iba a caer justo al lado y hacerse daño. Pero no lo hizo. La tabla se inclinó bajo su peso y lo arrojó en el aire en un ángulo. En vez de dirigirse hacia el centro de la piscina, estaba navegando en diagonal hacia el lado de cemento. Todo lo que ocurrió después pasó en cámara lenta. Su cuerpo se volvió lánguidamente en una voltereta hacia adelante. Pero él iba demasiado lento para meter sus pies de nuevo bajo sí. Su cabeza estaba apuntando directamente a la orilla de la piscina. Oh, Dios mío, parecía que iba a golpear de cabeza. OhmiDiosohmiDiosohmiDios... Mi corazón dio un salto en mi garganta y mis ojos sobresalieron de mi cabeza. ¡¡CRACK!! En el último segundo, la espalda de Christos cayó sobre la superficie del agua, haciendo ese sonido repugnante de bofetada que se oye cuando alguien se arroja y hace el salto de vientre más doloroso de todos los tiempos, excepto que era en la espalda. No se había golpeado con la parte de cemento por centímetros, sin embargo, todavía se hundió lentamente en el agua. Kamiko jadeó: —¡Oh, no... ¿Christos estaba bien? No sabía. Nadé hacia él tan rápido como para comprobar. El patio se había puesto de repente en silencio. Romeo se levantó de la silla donde estaba sentado a la sombra como si quisiera ayudar de alguna manera. Jake había nadado a verificar a Christos también. Estaba a punto de sumergirme en el agua para sacar a Christos cuando él levantó lentamente la cabeza a la superficie primero, agua burbujeando de su boca. —Hombre. —Se rió—. Eso malditamente dolió. —¿Estás bien? —le pregunté nerviosamente. —Estoy bien. —Sonrió. —¿Qué demonios fue eso? —cuestionó Jake. —¿Te lo perdiste? —bromeó Christos—. Puedo hacerlo de nuevo si te lo perdiste.

—¡No! —grité—. No necesitamos verlo de nuevo. ¿Tal vez deberíamos terminar con el trampolín? —Eso suena como una buena idea —dijo Madison, ahora flotando junto a nosotros. Todos nos salimos de la piscina y nos quedamos alrededor de Christos. Creo que aún estábamos perturbados. —¿Estás bien, Hombre-C? —interrogó Romeo. Christos asintió. —Estoy bien. Spiridon había estado dentro y llegó caminando a la terraza. —¿Alguien necesita algo? —Él se había perdido todo. —¿Tal vez unas toallas? —sugerí. Spiridon asintió y entró. Volvió con unas cuantas toallas. Después de secarse con la toalla, todos nos acostamos en las tumbonas en nuestros trajes de baño húmedos. Romeo y Kamiko se sentaron bajo una sombrilla alrededor de una mesa circular de vidrio. Diez minutos después, creo que mi corazón todavía estaba haciendo un redoble de tambor en el pecho debido al desastre de Christos. Christos se puso de pie y se detuvo al pie de mi tumbona. Me preguntó: —¿Quieres otra cerveza? Negué. —No, estoy bien. —¿Alguien más? —Yo tomaré una —dijo Jake. Cuando Christos se fue, Madison se inclinó cerca de mí y murmuró: —¿Soy yo, o Christos bebió demasiado hoy? —¿Te diste cuenta? —Me estremecí. —Sí —se burló—. Pero no me preocupaba hasta su última voltereta. No recuerdo haberlo visto tomar tanto nunca antes. ¿Acaso hay algo que le moleste? —Creo que es la adrenalina del juicio. —Oh —dijo Madison pensativa. Un par de días después de que el juicio Christos fuera desestimado, le hube preguntado si le importaba que se lo contara a Madison y a los chicos. Dijo que no. Así que les había dado un resumen de todos los eventos un par de días después, comiendo tacos de pescado. Le dije:

—¿Crees que debería decirle algo sobre la bebida? —Quizás —dijo Madison, seriamente. Decidí hablar con Christos al respecto esta noche. Mientras tanto, sólo necesitaba mantenerlo fuera de la piscina y del trampolín hasta que estuviera sobrio. Me acomodé de nuevo en mi tumbona y cerré los ojos, dejando que el sol caliente me envuelva. Debería haber estado más relajada, pero algo me estaba fastidiando, como si estuviera obviando alguna amenaza que, inevitablemente, dañaría a Christos o lo alejaría de mí para siempre. Pero no podía darme cuenta qué era.

Cuando la gente estaba lista para tomar un descanso a la sombra, Romeo y Kamiko le preguntaron a Christos si les daba un tour por su estudio de arte, ya que ninguno lo había visto. Christos llevó a todos adentro para mostrárselo. —Wow, Christos. —Kamiko estaba maravillada—. Estas pinturas son incluso mejores que las que vendiste en tu exposición en Charboneau. —Gracias —dijo Christos casualmente, apoyado contra el retrato desnudo de Jacqueline, el cual había sacado de la rejilla de secado. Había conocido a Jacqueline varias veces mientras Christos la pintaba. Era agradable. Me sentía mejor ahora que Christos estaba lejos de la piscina. No había nada con lo que realmente se pudiera hacer daño en el interior del estudio. Pero mantuve una estrecha vigilancia sobre él, solo por si acaso. No quería que derribara un caballete por accidente y arruinara una pintura o algo así. —Sí, Christos —dijo Romeo—. Estas nuevas pinturas son asombrosas. Christos frunció el ceño. —¿Incluso mejor que mis cuadros de Tiffany? ¿Con el bigote que le agregaste? Romeo se rió, nervioso. —Tu cuadro era asombroso, pero tienes que admitirlo, el bigote la hace ver mejor. El enojó desapareció del rostro de Christos y le sonrió a Romeo. —Sí, totalmente. Romeo dejó escapar un suspiro de alivio. Creo que todavía se sentía culpable por desencadenar la diatriba de Tiffany en la víspera de Año Nuevo. Madison puso los ojos en blanco.

—Tiffany estaba insoportable esa noche. Tuve que estar de acuerdo. Qué viaje había sido aquel en el yate de Tiffany. Si nunca volviera a ver a la hueca de Tiffany, sería demasiado pronto. Christos brindó su cerveza fresca contra la copa de vino de Romeo y luego bebió varios tragos. Suspiré. ¿Cuánto iba a beber? Yo había decidido que mientras no condujera o buceara no iba a detenerlo. Tenía más de veintiuno. Podía beber todo lo que quería. Si terminaba desmayado en un sofá, mucho mejor. No tendría que preocuparme porque se rompiera el cuello. Todo lo que tendría que hacer era asegurarme que no se ahogara en su propio vómito. Christos puso el cuadro de Jacqueline de nuevo en la rejilla de secado. Luego trató de sacar otro, pero parecía atascado. Creo que el verdadero problema era que Christos estaba demasiado borracho para poder lograrlo. —Déjame ayudarte —le dije, caminando hasta él. —Yo puedo —dijo, luchando con él. De repente, se salió de la rejilla de secado. Debido a la forma en que él estaba parado, se tambaleó hacia atrás y lanzó sus manos para mantener el equilibrio, soltando la pintura, que comenzó a caer hacia adelante. Al mismo tiempo, Christos se golpeó fuertemente contra la mesa detrás de él, que estaba cubierta con suministros de pintura. La tabla se meció y un frasco de vidrio que estaba en la punta con un montón de pinceles cayó al suelo y se hizo añicos en el concreto. Los pinceles de madera resonaron y bailaron. Estaba súper concentrada en hacer que la pintura no se cayera. Apreté los dientes y me lancé por ella, pero Kamiko estaba en el camino, y me habría tenido que poner mi pie derecho en el centro de la tela para llegar al borde porque era muy alta. No había nada que pudiera hacer para detenerla. Me esperaba lo peor, pero la pintura hizo como una gran vela. Era tan liviana, que cogió suficiente aire para amortiguar su caída. Aterrizó suavemente en el suelo del estudio. Uf. Desastre evitado. —Upss —dijo Christos arrastrando las palabras. Romeo fue rápido a levantar la pintura, tenía cara de preocupado. —No te preocupes, está seca —Christos lo tranquilizó desde donde ahora estaba sentado en el suelo. Me di cuenta de que se sentía un poco estúpido por su torpeza de borracho. Ayudé a Christos a ponerse de pie y se limpió el trasero. —Iré a buscar una escoba —dijo. Me agaché y empecé a recoger los pinceles. —Cuidado con los vidrios —dijo Madison.

Christos volvió con una escoba de mano y una pala. —Yo lo hago. —Se agachó y barrió el desorden. Tratando de calmar la incomodidad de la situación, Kamiko dijo: —Err, ah, ¿quiénes son todas esas mujeres de tus cuadros, Christos? Son todas tan hermosas. —Brandon las contrató —dijo Christos dijo mientras vaciaba la pala en la papelera—. Todas son un poco sosas, ¿no te parece? —Totalmente —bromeó Romeo, también tratando de aligerar el ambiente—. ¿Quizás podrías pintar algunos chicos musculosos y sexys con grandes pollas? —Las pollas y las obras de arte no van de la mano —bromeó Christos. —Eso es tan sexista —gruñó Romeo—. ¡Quiero más pollas en obras de arte! ¡Pollas, pollas, pollas! ¡Quiero verlas en todos lados como mangueras de bomberos! —Romeo estaba haciendo un gran esfuerzo para hacer reír a la gente, pero no funcionaba. El malestar todavía llenaba el aire. Kamiko dijo: —Entonces, Christos, ¿cuántos cuadros más tienes que hacer para tu próxima exposición? —No lo sé —desestimó el tema—. Un montón. —¿A quién más vas a pintar? —preguntó Madison. —Más modelos de Brandon —dijo Christos, apático. —¿Por qué no pintas a Samantha? —sugirió Madison. —Porque Brandon quiere desnudos. Eso es lo que vende —dijo Christos. —Posaré desnudo para ti —dijo Romeo, entusiasmado. —¿Quién compraría un desnudo tuyo? —preguntó Kamiko. —¡Yo lo haría! —dijo—. Pagaría un millón de dólares por un cuadro mío. —¿Tienes un millón de dólares? —le preguntó Kamiko. —No. —Suspiró. —Exactamente. —Kamiko frunció el ceño. —Christos, creo que deberías pintar a Romeo. —Le guiñé un ojo a Romeo—. Es súper sexy. Pero con la ropa puesta. Es su momento más sexy. —Gracias, Sam. —Romeo me sonrió y luego lanzó lanzas y flechas con la mirada a Kamiko—. Al menos alguien de por aquí tiene buen gusto —siseó.

Kamiko puso los ojos en blanco. Christos se rió. —Lo tender en cuenta, Romeo. Al menos nadie estaba haciendo un escándalo de cuan borracho estaba Christos.

Un perro ladró suavemente en alguna parte fuera de nuestra habitación a la mañana siguiente. El sol de invierno ya había salido, iluminando la habitación. —Que alguien calle a ese maldito perro —gimió Christos—. Suena como si estuviera ladrando dentro de mi cabeza. —Puso la cabeza debajo de la almohada y la apretó alrededor de sus oídos. —¿Quieres agua? —le pregunté. Miro por debajo de la almohada. —¿Puedes agregarle algo de vodka? —No. El bar está cerrado. Te traeré un poco de agua fría de la nevera. —Me puse mi bata y me bajé a la cocina. Cuando volví con el vaso, Christos estaba tumbado boca arriba, con la almohada sobre la cara, la manta hasta la cintura, dejando al descubierto su abdomen ondulado. Consideré ponerle el vaso frío en el estómago, pero eso sería cruel. Me senté a su lado y, en cambio, apoyé la mano en sus abdominales. Qué rico. Incluso con resaca, era diez veces más sexy que los hombres mortales. Se sentó y tomó el agua con ansias. —Gracias —dijo—. Me vendrían bien cinco vasos más. —¿Quieres que te traiga la jarra? —No, gracias. Yo voy. Puede que tenga que ir arrastrándome, pero puedo ir yo. —Sonrió. —¿Christos, está todo bien? Pestañeó y me miró, serio. —¿A qué te refieres? —Eh, em, como que has estado bebiendo un montón últimamente. Frunció el ceño. Hice una mueca, esperando una discusión. Recuerdos de un Damian Wolfram con poca paciencia volvieron a mi conciencia. Pero me recordé que Christos no estaba tan loco. Puede que haya estado bebiendo más de lo debido, pero nunca, ni una vez, me levantó la voz, o me mostró ni un solo signo de ira. Eso era algo que me encantaba de

Christos. Nunca parecía enojarse. Sabía cómo manejar sus emociones como un adulto. Esperaba que esta discusión no fuera la excepción. —Sí —suspiró y se cubrió los ojos con el antebrazo. —¿Quieres hablar al respecto? —¿Quizás más tarde? Por lo menos no se enojó por haber sacado el tema. Tal vez debería haber esperado hasta que se le pasara la resaca. —¿Quieres desayunar algo? —le pregunté. —Claro —¿Qué te parece si te traigo el desayuno a la cama? Siempre eres tú quien cocina. —Se sacó el antebrazo de la cara y me sonrió con esos hoyuelos y sus brillosos ojos azules. —Genial. —¿Huevos y tostadas? —sugerí. —Perfecto —dijo con sueño. —Espérame aquí y volveré en un santiamén. Bajé a la cocina y preparé el desayuno para los dos. Cuando lo llevé arriba, en una bandeja, Christos estaba profundamente dormido. No tuve el corazón para despertarlo.

Cuando llegó la mañana del lunes, me desperté en una cama vacía. Me puse una bata y bajé las escaleras para encontrar a Christos. Oí ruidos cuando me acerqué al estudio. Espié por la puerta del estudio, asustada de lo que podría encontrar. Christos estaba detrás de la gran tela de Isabella, prácticamente atacándola lanzándole grandes pegotes de pintura con un pincel cargado. —¿Qué estás haciendo? —le pregunte, cuidadosamente. Entre cada golpe que le daba al lienzo, dijo: —Preparándole el cuadro… —¡WHACK!—… a Isabella… —¡SPLAT!— …Va a llegar… —¡GLOP!—… A las diez. Caminé detrás de Christos y el lienzo. La pintura de Isabella estaba casi totalmente cubierta de pintura marrón. La única parte que no estaba cubierto era la cara. —Oh, por Dios, Christos —jadeé—. ¿Qué le hiciste a tu pintura? Ahora estaba manchando el lienzo con un gran pincel.

—Necesitaba mejorarla… —¡FROTIS!—… Mucho… —¡SCRUB!—. …Voy a cambiar… —¡RUB! ¡RUB! ¡RUB!—... La postura. —Dio un paso atrás del lienzo para evaluarlo. —Pero estaba casi terminado —dije, sintiendo una abrumadora sensación de derrota. Había puesto una enorme cantidad de trabajo en esta pintura. Era increíble para mí. Ahora parecía, no sé, arruinada—. ¿Estás empezando de nuevo? —Sí. —¿Por qué? Era hermosa. Kamiko y Romeo y Madison y Jake todos pensaron que era increíble. Pensé que era increíble Sonrió. —No funcionaba. Suspiré. Oh bueno. Yo no era quien había vendido cientos de miles de dólares en pinturas. Confiaba en que Christos sabía lo que estaba haciendo. Además, ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto ahora. Realmente tenía que empezar de nuevo, no importa cuánto lo atrasara. Dado que tenía la semana libre y Christos tenía que trabajar, decidí a pasar el día en el estudio con él. Cuando Isabella llegó y fueron a trabajar, me senté en mi mesa de dibujo para trabajar en algunas caricaturas para el Wombat basadas en las ideas que Romeo y yo habíamos discutido. Isabella se desnudó y Christos la hizo sentarse en una variedad de diferentes poses hasta que encontró una que le gustaba. Todos parecían buenas para mí, pero de acuerdo a la actitud melancólica Christos, me daba cuenta de que no estaba contento con ninguna de ellas. Una vez que empezó a pintar, suspiró audiblemente al menos una vez cada cinco minutos. No lo estaba disfrutando. Qué lástima que el tiempo estuviera tan lindo afuera. Era el día perfecto para salir de la casa y hacer un viaje por la carretera o relajarnos en San Diego. Había un centenar de opciones de cosas divertidas para hacer en la ciudad, pero Christos tenía que trabajar. No necesitaba añadir más estrés al perder un día de trabajo. Así que me quedé tranquila, en mi mesa de dibujo y trabajé. Si Christos tenía que trabajar, entonces yo también. Después de pintar a Isabella durante media hora, tomaron un descanso. Christos entró en la sala y regresó con un vaso de bourbon y la botella. Cuando volvió a trabajar, parecía que cada vez que lo miraba, tomaba otro trago de licor. No me podía decidir si el bourbon ayudaba a su estado de ánimo o si lo empeoraba.

Contemplé encontrar a Spiridon y preguntarle si podía tirar todo su alcohol, o al menos ocultarlo hasta después de la exposición de Christos en la galería. Una lástima que no fuera a resolver nada en realidad. Alrededor de la una, estaba lista para un descanso. Dejé mi lápiz y cerré mi cuaderno de bocetos. —¿Alguien quiere un sándwich o algo? —pregunté, parándome detrás de Christos. Christos bajó sus pinceles como si cada uno pesara una tonelada. —Claro —murmuró, sonaba exhausto. Sabía que era el estrés. —¿Puedo tener un descanso, Christos? —preguntó Isabella, tímidamente en su acento portugués. —Claro —resopló con desdén y caminó a través de las puertas francesas a la terraza de atrás. —Isabella —pregunté—. ¿Quieres un sándwich? —Por favor —sonrió. Ya no me resultaba tan extraño que Isabella estuviera desnuda delante de mi novio tan seguido. Los celos que había sentido la primera vez que había estado en la habitación mientras Christos la pintaba desnuda casi habían desaparecido. Ayudaba que ella parecía haber perdido interés en él, lo cual era extraño porque antes había estado súper pendiente de él. Tal vez había conocido a un chico guapo que fuera para ella. —Voy a preparar esos sándwiches —le dije—. ¿Te gustaría acompañarme a la cocina? Me siguió y charlamos mientras sacaba los ingredientes del refrigerador. —Siéntate —le dije, haciendo un gesto hacia las sillas de la mesa de la cocina. —Oh, no me sentaré. Estuve sentada todo el día. Ahora me quedo parada. —Sonrió. Estar parada es bueno. —¿Cómo es modelar en Los Ángeles? —Los Ángeles es bueno. Estaba ocupada, todo el tiempo. —Eso es bueno. —Sonreí mientras sacaba un pan de masa fermentada de la bolsa de papel y cortaba varias piezas con un cuchillo de pan—. ¿Me imagino que ganas bien? —Muy bien. También es agradable para trabajar aquí con Christos. Sin cámaras. Me hace perfecta sin Photoshop. —Sí. —Sonreí—. Christos es un artista increíble. —Pensé que las había escuchado aquí —dijo Spiridon mientras entraba a la cocina.

—¿Quieres un sándwich? —le pregunté. —Por favor —sonrió—. ¿Isabella, quieres algo de tomar? —¿Agua, por favor? —dijo en español, y luego se corrigió en inglés. —Tenemos un montón de agua —le guiño el ojo mientras sacaba la jarra del refrigerador. Un ruido fuerte se escuchó desde el estudio. Salté desde donde estaba en el rincón. —¿Qué fue eso? —No lo sé —dijo Spiridon, dejando la jarra—. Iré a ver. Hubo otro ruido fuerte. —¡Mierda! —gritó Christos. ¿Estaba herido? Se me cayó el cuchillo que había estado usando para cortar un tomate y salí corriendo, pasado a Spiridon en el estudio. Christos sostenía la pintura de Isabella sobre su cabeza. —¡Christos! ¿Qué estás hacienda? —jadeé. Rompió la pintura contra el suelo de cemento, astillando una esquina del marco de madera. Luego se agachó, agarró las piezas rotas del marco y rasgó el lienzo por la mitad. —¡Basta, Christos! —le rogué. —¡No puedo soportar este pedazo de mierda! —Agarró la pintura rota del piso, pasó junto a mí y se fue furioso por toda la casa hasta llegar a la puerta principal, la cual abrió fuertemente. Me sorprendió que no la sacara de su lugar ya que la había abierto con tanta fuerza. Con un gruñido, tiró los restos de la pintura arruinada en la entrada. Gritó un rugido primitivo y fue tras ella, pateando las ruinas del lienzo roto. Corrí tras él. —¡Christos, basta! Esto es una locura. —No. ¡¡¡Es una pieza de MIERDA!!! ¡Joder! —Agarró una de las esquinas de los restos de la pintura y la golpeó contra la calzada como una alfombra. Con cada golpe, gritaba—: ¡PIEZA! ¡DE! ¡MIERDA! ¡MIERDA! Retrocedí. Estaba furioso, no tenía sentido tratar de detenerlo. No podría ni siquiera si lo hubiese querido. Christos era diez veces más grande y más fuerte que yo. Christos continuó golpeando su pintura. Me di cuenta de que Spiridon e Isabella estaban parados detrás de mí. Spiridon tenía una mirada triste, dolida, en su rostro. Los ojos estaban por salirse de sus órbitas.

Un auto que no reconocí dobló y se dirigió hacia nosotros, mientras Christos pulverizaba los últimos jirones de la pintura. Christos estaba gritando, completamente inconsciente. El resplandor del cielo hacía imposible ver quién estaba en el auto. Christos agarró todo lo que quedó del lienzo y del marco de madera destrozado. Tiró todo sobre el techo del garaje con un último rugido primitivo. —¡¡¡¡¡¡PIEZA DE MIERDA!!!!!! Las puertas del auto se abrieron y dos ocupantes salieron. —¿Sam? —preguntó mi mamá nerviosa—. ¿Está todo bien? Oh, mierda, no ahora. —¿Estás bien, Sam? —preguntó mi padre. Christos irrumpió de nuevo en la casa, gritando: —¡MALDITA PINTURA DE MIERDA, INUTIL, JODIDA! Miré a mis padres. Mis jodidos padres. —¿Cómo demonios me encontraron en San Diego? Quizás debería haber escuchado el correo de voz que me dejaron hace semanas.

Samantha Spiridon ingresó a la sala desde la cocina y le entregó a mi mamá un vaso de limonada recién hecha. Se acomodó en el sofá junto a mi padre en la sala de estar de Manos. Me senté frente a ellos en la silla de cuero. —Gracias, eh... ¿Spiridon?—dijo mi mamá, recibiéndole el vaso. No se acostumbraba a su nombre. Podía imaginarla pensando que sonaba a un hippie extraño. Lo que sea. —Muy buena limonada —dijo mi padre después de beber otro trago. —Gracias. —Spiridon sonrió—. Hay mucho más. Es perfecta para un día caluroso como hoy. Nunca imaginé a mis padres en esta casa. Nunca. Se sentía mal, como si hubieran invadido mi privacidad de la peor manera, como si su presencia socavara mi esperanza de una nueva vida. Me hubiera gustado que se fueran. Como ahora. Sonriendo envié sugerencias ESP26 a mi mamá: Dejaste la cocina encendida. Papá dejó abierta la puerta de atrás. Las tuberías se congelarán y estallarán porque no dejaste las llaves en goteo reducido. ¡¡¡VÁYANSE JODIDAMENTE A SU CASA!!! Nada funcionó. Oh bien. ¿Tal vez debería decirles que se fueran? Podría decir: Mamá, papá, son unos imbéciles tan grandes, quizás podrían dar la vuelta y regresar a DC, ¿de acuerdo? Solo es un vuelo de seis horas. Sí, tal vez no. Suspiré, sin ideas. —¿Están disfrutando del buen clima? —preguntó Spiridon—. Apuesto a que Washington D.C. no es tan cálido. Mi madre sonrió con adulación. —Le comentaba a Bill durante el camino que el clima es tan agradable, tal vez deberíamos mudarnos aquí.

PES: Percepción extrasensorial, en inglés sería ESP (extra sensory perception)

26

Abrí mis ojos desorbitadamente. No, por favor no. Bajé mi barbilla hacia mi pecho, deseando ocultar mi expresión. Papá dijo: —Fue una decisión inteligente que eligieras San Diego, Sam. Asentí con horror moviendo mis labios sobre mis dientes apretados. Mi mamá se rió falsamente. —Nunca nos dijiste que San Diego era tan agradable, Sam. ¿Tal vez porque nunca lo preguntaron? Tontos. Lo único que les importaba a mis padres era que tomara todas mis clases de contabilidad correctamente y sacando puras A. ¿El clima? Irrelevante. ¿Mi deseo de convertirme en artista? Irrelevante. ¿Mi maravilloso novio? Irrelevante. Mis padres estaban en una negación total. —Si lo hubieras hecho —mi madre sonrió—, habríamos venido a visitarte antes. —Se rió. Sí, porque yo y mi mamá éramos totalmente amigas. ¿Estaba loca? Esperaba que Rod Serling apareciera detrás de un mueble y nos diera la bienvenida a la Dimensión Desconocida. Busqué un panel de control al estilo James Bond en los apoyabrazos de la silla. Tenía la esperanza que hubiera asientos propulsores debajo de mis padres para lanzarlos a través del techo. O tal vez trampillas que los hicieran caer a un calabozo lleno de voraces osos pardos o a un tanque con tiburones. Todavía no había encontrado el panel de control, pero la silla de cuero tenía remaches en la parte frontal del reposabrazos, así que comencé a presionarlos a todos y cada uno meticulosamente. Estaba segura que uno de ellos era el detonador de la trampa. —Sam, ¿qué estás haciendo? —se burló mi mamá. —Nada —le dije a la defensiva colocando mis manos sobre mi regazo. Por desgracia, creo que ninguno de los remaches era un interruptor. Mamá se volvió hacia Spiridon y rió entre dientes —Sam siempre fue inquieta. Papá se unió a los recuerdos de los buenos tiempos. —Recuerdo cuando Sam era bebé, siempre quería jugar con mi vieja calculadora. Una vez que le enseñé cómo hacer girar la cinta de papel agregando números, no se cansaba de hacerlo. Jugó con esa calculadora hasta que se acabó todo el rollo de papel. Fue entonces cuando descubrí cuánto mi hija amaba los números. Igual que su padre. Puse los ojos en blanco. ¿Hablaba en serio? Mi padre era tan ignorante. No creo que se diera cuenta que la calculadora había sido mucho más atenta conmigo de lo que él alguna vez fue. Ahora estaba convencida que la cigüeña me había dejado en la casa equivocada

hacía diecinueve años. Tal vez mis verdaderos padres eran magos como la mamá y el papá de Harry Potter. Me froté el cuero cabelludo, con la esperanza de encontrar una cicatriz escondida allí. Nop. —¿Estás bien, Sam? —Mamá sonrió con el ceño fruncido—. ¿Has estado usando el champú para la caspa? —Estoy bien, mamá —gemí. ¿Dónde estaba mi varita mágica? Oh sí, Christos se la había llevado cuando fue a dar un paseo. Sí, la varita en su pantalón. Reprimí una sonrisa secreta. —¿Qué es tan gracioso? —preguntó papá. Necesitaba tomar algunas clases de espionaje para lograr hacer mis sonrisas secretas aún más secretas. —Nada —gemí. —¿A dónde fue Christos? —preguntó mi mamá. —Creo que fue a dar un paseo —dijo Spiridon—. Volverá pronto o más tarde. Christos había pasado junto a mis padres sin saludarlos cuando llegaron, y emprendió camino hacia quién sabía dónde. No podía culparlo. Ver a mis padres tampoco me hacía feliz. Fue lo mejor. Mis padres estuvieron conmocionados por lo menos durante media hora después de ver a Christos destruir su pintura. Queriendo cambiar el tema lejos de Christos y su indignación, les dije: —Entonces, ¿cómo encontraron la casa? —Nunca les dije la dirección de los Manos. —Eso fue fácil —dijo mi padre—. Llamamos al gerente de tu apartamento y le pedimos tu dirección de reenvío. Ya que somos tus padres y firmamos contigo tu contrato de arrendamiento, estuvo feliz de hacerlo. Excelente. Gracias, señor Gerente. ¡Qué gran tipo resultó ser! Traidor. —No se alojarán en el apartamento de Samoula, ¿verdad? — preguntó Spiridon. —¿Quién? —Mi padre frunció el ceño. —Lo siento. —Spiridon sonrió—. Samoula es el apodo que puse a su hija. Es común en las familias griegas ponerles sobrenombres a todos. Mamá hizo una mueca. No creo que le gustara la idea de que tuviera un apodo, como si Spiridon estuviera quitando a mis padres algo de su propiedad sobre mí. —Nosotros le decimos Sam —insistió. Spiridon asintió. —Eso es maravilloso.

¿Significaba que dejaría de llamarme Samoula? Esperaba que no. Me gustaba mi apodo. Tal vez lo usaría después que mis padres se fueran. —En cualquier caso —Spiridon continuó—, ¿dónde se están quedando? —Nos quedaremos en el Motel 6 del Hotel Circle —respondió mi papá. —¿Qué? ¡Eso está a mitad de camino a la ciudad! —Spiridon rió—. No pueden quedarse allí. —El precio era inmejorable —dijo Papá nerviosamente—, y encontré un cupón en línea. Spiridon lo interrumpió con una sonrisa desdeñosa. —No pueden quedarse en un hotel. Son familia y tenemos mucho espacio aquí, en mi casa. No quiero que usted y su esposa se queden en un lugar de paso que se hace llamar hotel. Oí que ese lugar alquila habitaciones por hora. —Spiridon se rió entre dientes. ¿Qué se hace llamar hotel? ¿Desde cuándo Spiridon hace chistes? Como que me gustó. Era increíble cada vez que estaba cerca de él. —Oh, no —corrigió mi padre a Spiridon, totalmente sin humor—. Te lo aseguro, Motel 6 no alquila habitaciones por hora. —¿Estás seguro, papá? —le dije secamente—. Es San Diego. Hacemos las cosas de forma diferente a la costa oeste. Mi padre frunció el ceño y sacudió la cabeza. —El Motel 6 no alquila habitaciones por horas. Lo sé. —Miró a Spiridon como si buscara su acuerdo. Arqueé una ceja hacia papá expresando duda. —¿Estás seguro? —Sí, estoy seguro—insistió—. El Motel 6 no es un albergue para indigentes. —Me di cuenta que comenzaba a enojarse. Lo que sea. —No me importa si tienen una suite en el Hotel Del —dijo Spiridon—. Son los padres de Samoula y se pueden quedar aquí con nosotros. —Le hizo un guiño a mi padre—. Y tenemos los precios más baratos de la ciudad. Mi padre se animó con eso y se giró hacia mamá. —¿Qué piensas, Linda? Podríamos ahorrar varios cientos de dólares si nos quedamos aquí. —No lo sé, Bill —dijo con escepticismo—.Ya nos registramos y desempacamos las maletas.

—Solo tomará un minuto cancelar el resto de nuestra estancia y hacer las maletas —dijo mi padre. ¿Resto de su estancia? Caray, ¿hasta cuándo planeaban mis padres estar aquí? A pesar del fracaso anterior de mis PES, lo intenté de nuevo. Me quedé mirando a mi mamá. Di que no, di que no, di NO, ¡¡¡¡¡DI NO!!!!! Mamá suspiró y levantó las manos en derrota. —Está bien. Vaya, mi PES había fracasado. Necesitaba algunas lecciones urgentes de PES. —Está decidido entonces —dijo papá—. Llamaré al motel y les diré que no necesitaremos la habitación después de esta noche. Spiridon, ¿puedo usar tu teléfono? Como siempre, en el mundo de mis padres, no existían los celulares. —Por supuesto. —Spiridon sonrió—. Está en la cocina. —Spiridon guió a mi papá. Contuve un gemido. ¿Por qué Spiridon tenía que invitar a mis padres a quedarse? Sí, sabía que Spiridon era todo sobre la familia. Yo también, simplemente no con mi familia. Con Spiridon y mi padre fuera de la sala de estar, éramos solo yo y mi mamá sentadas a solas. No podría estar más feliz. Empecé a presionar otra vez los remaches de la silla de cuero, en busca de aquel que desencadenaría una vía de escape bajo mi trasero para poder salir disparada de aquí. Mi mamá se pellizcaba el puente de la nariz con los ojos cerrados. Conocía esa rutina también. La había visto cien mil veces desde que era niña. Después del pellizco en el puente de la nariz vendría el roce en las sienes con los dedos. Entonces deslizaría sus manos sobre sus mejillas colocándolas bajo su barbilla en una posición de oración mientras miraba hacia el cielo para recibir orientación. Aunque tenía los ojos cerrados, moví mis dos puños en su dirección. Abrí la boca y en silencio grité: ¡¡¡Vete jodidamente a tu CAAASA!!! Ya había decidido que mi PES necesitaba un poco de impulso. Mi mamá de repente dejó de masajearse las sienes y abrió sus ojos. Al instante bajé mis manos a mi regazo sonriendo tímidamente. ¿Se habría dado cuenta? No podía decirlo a ciencia cierta, pero no actuó como si lo hubiera hecho. Mamá cerró los ojos y volvió a frotarse las sienes. Estas serían unas largas vacaciones de primavera. Sí, siempre había fantaseado pasar con mis padres mis primeras vacaciones de la universidad en primavera.

¡Qué fastidio!

—Todo está arreglado —dijo mi papá cuando volvió a entrar en la sala de estar casi una hora más tarde—. Cancelé nuestra habitación en el Motel 6 después de hoy. Podremos recoger nuestras maletas esta noche. Spiridon lo siguió hasta la habitación. —No sé, Bill —dijo mamá—. ¿Seguro que no quieres pasar la noche en el hotel ya que desempacamos? Sonaba como una gran idea para mí. Papá sonrió. —Spiridon me acaba de mostrar las habitaciones de arriba. Son mucho más bonitas que las del Motel 6. Y la cubierta exterior es mejor que la piscina del motel. Tendremos mucha privacidad aquí. ¡Hurra! Pero yo no tendría ninguna. ¿Habría meteoros gigantes en el espacio exterior dirigiéndose a toda velocidad hacia San Diego? No llegaban lo suficientemente rápido. —Además —papá continuó con una gran sonrisa—, el precio aquí es inmejorable. Mi madre suspiró. Sabía que ella solo podía soportar un límite de la caza de gangas de mi padre antes que la hartara. —Bien, Bill. Lo que digas. La puerta principal se abrió silenciosa y Christos entró en la sala de estar. —Hola a todo el mundo —dijo en voz baja. Salté de mi silla y corrí hacia él para ver si estaba bien, pero desaceleré a mitad de camino en la habitación porque mis padres estaban aquí. Sus presencias siempre, no sé, me contenían. Me detuve a unos centímetros de Christos y ni siquiera lo toqué con la mano ni nada. —Hola —le dije. —Lo siento por la escena anterior. —Christos sonrió—. Estaba teniendo un pequeño problema con una de mis pinturas. Spiridon asintió con simpatía. —He pasado por eso muchas veces. A veces una pintura empieza a decaer en la mitad del proceso y no hay mucho que puedas hacer con ella más que empezar de nuevo. —¿Eres un artista también? —preguntó mi padre inocentemente.

—Sí —dijo Spiridon—. Todos los cuadros colgados en esta sala son míos. Era raro, porque había literalmente docenas de ellos rodeándonos, y mis padres no habían dicho ni una palabra sobre ellos desde que habían entrado. Eso mostraba lo mucho que mis padres prestaban atención al arte. Era casi invisible para ellos. Al igual que mi amor por el arte. No tenían ni idea de su existencia. —Hay una gran cantidad de cuadros aquí. ¿No los vendes? — preguntó papá. —Sí, lo hago. De hecho, he vendido más de mil pinturas en mi carrera —dijo Spiridon. —¿De esa forma pagó esta casa? —preguntó mi padre. Sí, mi papá era mundialmente conocido por sus habilidades sociales. Spiridon sonrió con indulgencia. —Sí. Todo lo que ves en esta casa fue pagado con la venta de mi arte. ¡Vaya, Spiridon! ¡Dilo! Esto era exactamente el tipo de cosa que mis padres tenían que ver y oír. Una mansión real, mucho más grande que la casa de mis padres, comprada y pagada por una verdadera carrera de arte en vivo. —Así que, ¿por qué no has vendido las pinturas de esta habitación? —preguntó papá. —Las amo demasiado como para desprenderme de ellas —dijo Spiridon pensativo—. Cada una tiene un significado especial para mí. Son las piedras angulares que recuerdan momentos de mi vida que no quiero olvidar. Nunca podría venderlas, a ningún precio. —Oh —respondió papá. No entendía una palabra de lo que Spiridon decía. Spiridon podría haber estado hablando en otro idioma a la hora de hablar de sentimientos con mi papá. —Son muy lindas —dijo mi mamá secamente—. Es un artista muy talentoso, Spiridon. Estoy segura que si nuestra hija pudiera pintar tan bien como tú, vendería pinturas también. Me aparté de ella, las palabras de mi madre, literalmente, me apuñalaron justo en mi espalda. Afortunadamente mi mamá no podía ver mi rostro repentinamente ardiendo de furia y vergüenza. Si hubiera visto mi ira, me habría dicho que me comportara y dejara de actuar como una niña. Miré a Christos suplicante. —No ha visto ninguna de las pinturas recientes de Samantha—dijo Christos a mi mamá—. Ha recorrido un largo camino desde que la conocí. Su crecimiento artístico ha sido irreal. Su hija tiene un talento épico.

¡Tomen eso, mamá y papá estúpidos! —Ella es realmente buena —comentó Spiridon, acercándose a mí para descansar su mano sobre mi hombro—. Con mi nieto dándole tutorías, mejora cada día. —Me sonrió—. ¿No es cierto, Samoula? Ahora me sonrojaba mientras lágrimas de alegría amenazaban con derramarse sobre mi rostro. Asentí. ¡Los hombres Manos me defendían contra mis malos padres! Quería saltar de alegría. Quería bailar de felicidad frente a mis padres, mientras tiburones hambrientos mordisquearan los dedos de sus pies. ¡Sí! —Debería ver algunos de sus cuadros —mencionó Christos. Lo siguiente que supe es que todos estábamos en el estudio. —¿Toda esta habitación es un estudio de pintura? —Mi mamá se maravilló—. ¡Es tan grande como nuestra casa! Mi padre miró a su alrededor, observando todo. —No diría que es tan grande —dijo a la defensiva—. Tal vez las dos terceras partes de los metros cuadrados. Quizás menos si se incluye el garaje. Sí, lo que sea, papá. —¿Y estas son tus pinturas, Christos? —le preguntó mi mamá. —Sí —contestó casualmente. Me di cuenta que Christos todavía estaba algo ebrio por el bourbon que había bebido antes que llegaran mis padres. Pero ahora era un borracho feliz, no un borracho enojado. —Vaya que te gusta pintar mujeres desnudas —se burló mi mamá, juzgándolo. No podía llevar a mis padres a ningún lado. —Es arte, mamá —declaré—. Ya sabes, como Rembrandt, Botticelli y Bouguereau. —¿Quién? —Frunció el ceño. —¿William Adolphe Bouguereau? ¿El artista realista del siglo diecinueve? —Había aprendido una o dos cosas sobre artistas al pasar tanto tiempo en la casa Manos. Mi madre negó. —Lo siento, no sé de quién hablas. —Es realmente bueno. Deberías ver su trabajo —me burlé—. Una de las pinturas de Bouguereau está colgada en el Museo de Arte de San Diego en el Parque Balboa. Es impresionante. —¿Alguna de tus pinturas cuelgan en el Museo de Arte de San Diego, Spiridon? —preguntó mi papá sarcásticamente.

—Sí. —Sonrió—. En la colección permanente. También dos de mi hijo Nikolos. Imagino que un día, pronto, una o más de mi nieto se les unirán —dijo Spiridon, palmeando a Christos en la espalda—.Y quién sabe, si sigue en ello, tal vez una de Samoula terminará allí también. Creo que oí un avión de vergüenza sobrevolar las cabezas de mis padres, dejando caer bombas de jódete por todos lados. Lástima que las explosiones no fueran fatales. Pero las miradas confusas en los rostros de mis padres me regocijaron. Mamá hizo un gesto a las pinturas de Christos como si fueran basura. —¿Supongo que todas estas mujeres desnudas son personas reales? —Sí —respondió Christos. Mamá asintió. —¿La mujer joven que estaba aquí antes era una de las mujeres desnudas que pintas? —preguntó con acritud. —Sí —dijo Christos. —¿Y qué? —continuó mamá—. ¿Solo se quita la ropa para ti? Christos se encogió de hombros. —Así es como funciona por lo general. Mi madre resopló, como si Christos estuviera obligando a las mujeres como Isabel a desnudarse mientras él las observara con los pantalones en los tobillos e hiciera cosas desagradables. Dijo en tono acusador: —Sabes, estás retrasando alrededor de treinta años al movimiento femenino. —Son modelos, mamá —le dije—. Se les paga. Es un trabajo. —¿Para quitarse la ropa? —Se burló. —¡Sí! —refunfuñé. Mi madre negó. —Eso no es arte. Eso es pornografía. Espero que nunca consideres degradarte a ti misma dignándote a desnudarte para Christos. Espero haberte enseñado que eres mejor que eso. Puse los ojos en blanco. —Lo que sea, mamá. Hubo una pausa embarazosa ya que la habitación quedó en silencio. Estoy segura que mi mamá acusaría a Christos de embarazar a la pausa después de haberle pagado para que modelara desnuda. Pausa sucia. Todo el mundo sabía que la pausa no tenía vergüenza.

Pausa era una prostituta que tuvo relaciones sexuales por dinero. Puse los ojos en blanco. Mi mamá era una mojigata. —Deberías mostrarle a tus padres algunos de tus dibujos, Samantha —me animó Spiridon. En cualquier otra circunstancia, nunca les habría mostrado mi arte a mis padres. No después de todas esas veces en la escuela secundaria cuando se habían reído de lo malo que era mi arte. Pero con Christos y Spiridon a mi lado cubriéndome de elogios amorosos en apoyo, me sentí como si nada terriblemente malo podría suceder. Debería haber sabido mejor. Me acerqué a mi mesa de dibujo donde estaba mi cuaderno de bocetos. —Aquí es donde trabajo —les dije al azar mientras recogí mi cuaderno de bocetos. Mi madre puso las manos en las caderas. —Parece que ya te has mudado completamente, ¿verdad, Sam? Ah, sí, mis padres y yo aún no habíamos tenido la discusión sobre mis nuevos arreglos de vivienda. No podía esperar para discutir el tema más a fondo. Tal vez ya les hubiese hablado al respecto si todas las conversaciones con ellos no se convirtieran en un campo minado. Lo juro, no podía decir una sola cosa equivocada en torno a mis padres sin desencadenar otro de sus bombardeos de mierda. Necesitaba más bombas de jódete para defenderme. Lástima que el avión de la vergüenza estaba fuera de la zona. Aferré a mi pecho mi cuaderno de dibujo, de repente, reacia a abrirlo. Estoy segura que mis padres estaban listos para lanzar bombas de insulto con abandono. ¿Había algún punto en mostrarles mi arte? Tal vez podría cambiar de tema. —No he visto tu más reciente trabajo —dijo Spiridon. Por reciente, se refería a las cosas que había dibujado en los últimos días. Últimamente, había estado pidiendo ver mis bocetos a diario. Siempre decía cosas bonitas y me ofrecía pequeños consejos aquí y allá. Spiridon hizo un gesto con la mano, así que le entregué mi cuaderno de bocetos, abrió los bocetos Wombat que había hecho recientemente. Rompió a reír y Christos se rió entre dientes por encima de su hombro mientras lo miraban. —Estos son hilarantes, agápi mou—dijo Christos. —Su hija definitivamente tiene un talento para la caricatura — comentó Spiridon antes de entregar el cuaderno de bocetos a mis padres.

Mi madre echó un vistazo a mis caricaturas de Potty el Wómbat fumador e hizo una mueca como si alguien le hubiera mostrado fotos de la escena del crimen de una decapitación. No dijo una palabra. Solo asintió distraídamente mientras mi papá pasaba las páginas. Mi padre, en cambio, me sorprendió. —No está mal —declaró—. Estos tipos de dibujos me recuerdan a Daniel el travieso, pero no tan refinados. Tuve que hacer una pausa. Eso fue en realidad una especie de cumplido. Mi padre amaba a Daniel el travieso. Era una de sus historietas favoritas y todavía la leía a diario. —Pero no veo cómo se puede hacer dinero con ellos —terminó papá—. Hank Ketcham tiene todo el mercado de Daniel el travieso acaparado. Creo que a partir de ahora, cada vez que pensara en la frase: ―pensar fuera de la caja‖, me imaginaría a mi padre construyendo literalmente una caja de madera a su alrededor con el martillo y los clavos, y cuando estuviera a punto de bajar la tapa para siempre sobre su propia cabeza, él diría: ―Adiós, a todo el mundo. Si me necesitan, estaré en mi caja. Donde viviré con todos mis pensamientos. Los cuales, por cierto, son los únicos pensamientos que valen la pena tener‖. Con gusto clavaría la tapa por él. Miré alrededor del estudio de Christos buscando un martillo y clavos. Demonios. No vi ninguno. El teléfono de Christos sonó, distrayendo a todos. Lo sacó de su bolsillo y lo examinó. —Disculpen —dijo a todos—. Tengo que atender esta llamada.— Salió del estudio. —¿Qué puede ser tan importante que tiene que contestar el teléfono cuando entretiene invitados? —murmuró mamá con amargura, como si no pudiéramos oír lo que decía. Porque sí, esto era totalmente entretenido. Tal vez si tu idea de diversión era un fin de semana siendo ahogado y recibiendo azotes a cada hora. Mátame ahora. Por favor.

Christos Salí por las puertas correderas del estudio hacia el escritorio de atrás con mi teléfono sonando en mis manos. Russel Merriwather estaba llamando.

Fantástico. Consideré contestarle en el estudio y poner el teléfono en manos libres así los padres de Samantha podrían escuchar. Sí, bueno. Estoy seguro que quieran escuchar todo sobre los recientes cargos civiles que el jodido Hunter Blakeley había adosado a mi culo. Después que sus padres escucharan todos los detalles sangrientos, quizás podría espantarlos con mi reciente juicio. Los padres de Samantha me amarán totalmente después de escuchar esta mierda. Cuando estaba a mitad de camino rodeando la piscina y fuera del alcance de los oídos de la casa, contesté. —¿Qué pasa, Russel? —Christos! ¿Cómo disfrutas tu libertad, hijo? —Una libertad de puta madre —bromeé. —Sí, lo es. También me inclino por ella. —Podía sentir la sonrisa en sus palabras—. La buena noticia es que puedes disfrutar de tanta libertad como tu corazón deseé si eres inteligente. Todo lo que tienes que hacer es mantenerte lejos de problemas. ¿Crees que puedes hacer esto? —Puedo dispararles. —Me reí. —No dispares a nada. —Se rió—. Solo permanece fuera de problemas. Sin pelear. ¿Me entiendes? —Sí, sí, sí. —Suspiré. —Hablo en serio, hijo. Sin peleas. Ninguna. Cero. Nada. Meneé la cabeza y me reí. —Hombre eres tan sutil como un elefante. Su voz se llenó de risa otra vez. Russel nunca estaba mucho tiempo sermoneando. —No te quiero llorando en mi teléfono a las tres de la madrugada, despertando mi trasero para decirme que estás en problemas otra vez. Necesito mi descanso de belleza. —Se rió. Russel siempre me levantaba el ánimo. No solo era un fantástico abogado, era el mejor tipo. —Sabes que eres bastante genial para ser un viejo amigo —dije sarcásticamente. —Cuida tu boca —dijo con humor—. Aún puedo golpear tu trasero, joven. —¿Qué? ¿Tratas de meterme en más peleas? —No presentaré cargos, así que está bien. Y te patearé el trasero durante el próximo año si me entero que tan solo miras con odio a alguien. —Está bien, está bien. —Sonreí—. Sin peleas. Así que, ¿por qué me llamas tan tarde? ¿No deberías estar relajándote detrás de un jugoso

bistec en Yard House? —Observé las nubes rojizo brillantes frente al dorado sol cerniéndose sobre del océano Pacífico. La casa de mi abuelo tenía la mejor maldita vista. —Mi comida fue cancelada porque tu colega Hunter Blakeley puede que tenga un reclamo válido en tu contra, chico. Resulta que, de hecho, tiene un considerable interés en ser modelo y su nariz rota le ha costado su trabajo. Negué con incredulidad. Debería saber que Hunter era un tremendo marica. —¿Qué quiere el imbécil? ¿Un montón de cirugías plásticas o alguna cosa así? —Eso sería fácil. También quiere el sueldo perdido y daños morales por sufrimiento y dolor. Deberías ver las facturas que su abogado me ha enviado de los psicólogos de alto nivel que atendieron a Hunter Blakeley. —¿Psicólogos? —Puse los ojos en blanco—. ¿Por qué? ¿Por qué tiene TEPT27 después de la violenta paliza que le he dado? —Me quitaste las palabras de la boca. Suspiré. —¿Tienes alguna buena noticia? —Estoy rebosando de buenas noticias —bromeó Russel—. Soy el Papá Noel de las buenas noticias. —¿Y bueno? —Necesito la información de contacto de tu amigo Jake. Tengo que conseguir su declaración y adjuntarla al resto. También, tengo gente hablando con los camareros de Hooters, para ver si ellos pueden corroborar tu historia de que Hunter estaba confabulado con tres amigos. —Por supuesto que lo estaba. —No, según su declaración. Lo hizo ver como que sus amigos miraban el incidente desde un edificio alejado mientras tú le dabas una paliza al pobre Hunter. —Joder. Sus amigos estaban preparados para saltar hasta que puse a Hunter en su lugar. El tipo es un total mentiroso. —Puede que sea un mentiroso, pero si no podemos demonstrar que está silbando Dixie en el estrado, al jurado le costará creer tu parte de la historia. Recuerda, este no es un juicio criminal, donde la acusación debe convencer al jurado por encima de todas las dudas razonables de tu culpabilidad. Es un juicio civil. Si el abogado de Hunter puede convencer al jurado que eres culpable en un cincuenta y un por TEPT: Trastorno de Estrés Post Traumático.

27

ciento de probabilidades, o incluso en un cincuenta por ciento, fallarán contra ti. No contamos con mucho espacio para movernos. Aunque presente la mejor defensa de todos los tiempos, el caso de Hunter solo necesita ser un uno por ciento más convincente que el nuestro, y terminarás pagando los daños morales. Y en este momento, el abogado de Hunter está pidiendo tu testículo izquierdo por encima de todos los demás daños y perjuicios. —Quizás podemos enviarle mi testículo izquierdo e incluso reclamar el pago. —Sonreí. Russel soltó una carcajada. —La última vez que verifiqué, el mercado de testículos estaba en recesión y no cobrarías ni un cuarto de lo que esperas. —Está bien. Mantengo mi testículo y tú gana el caso. ¿Trato? —Haré lo posible. Pero yo empezaría a mirar prótesis de testículos. Me han dicho que prácticamente no se nota la diferencia —bromeó Russel. —Gracias, hombre. Eres todo corazón. —No te preocupes, hijo. Me ocuparé de esto. Tengo muchas personas que buscan entre las cosas. Localizaremos a los amigos de Hunter y les sacaremos la verdad con pinzas y alicates. —Haz eso. —Tendré más buenas noticias la próxima vez que hablemos —dijo Russel—. Oh, una cosa más. —¿Sí? —No. Más. Peleas. —Te escuché alto y claro. —Entonces mi trabajo ha terminado. Ahora, tengo un bistec con mi nombre esperándome. Debo irme. Adiós. —Hasta luego, hombre. —Terminé la llamada. Aunque me sentí afortunado por tener a Russel cuidando mi espalda, como siempre, su experto trabajo no sería barato. Al ritmo en que iban las cosas, quedaría arruinado antes que el juicio termine. Lástima que había destruido la pintura de Isabella. Podría haber conseguido al menos diez de los grandes por ella. Lo que sea. Stanford Wentworth había tenido razón. Aquella pintura era una mierda. No perdería el sueño por ella. Caminé hacia el interior para unirme al grupo. A lo mejor los padres de Samantha pueden levantarme el ánimo. Ja. Ja. Ja.

Samantha ―¿Alguien necesita rellenar su limonada? —preguntó Spiridon. Todos, incluyendo a Christos, estábamos en la cocina. —No sé el resto —dijo mi padre mientras miraba su reloj—, pero debido a las tres horas de diferencia muero de hambre. ¿Estás lista para comer, Linda? Recuerda que aún tenemos que pasar por el Motel 6 en algún momento para recoger nuestras maletas. Mi madre suspiró pesadamente. —Por supuesto. Sonaba tan feliz de estar aquí. El sentimiento era mutuo. —¿Hay algún Cheesecake Factory por aquí? —preguntó mi padre. Tan típico de mis padres cruzar el país en avión y comer en la misma cadena de restaurante que siempre visitaban en casa. Sus sentidos de aventuras hacían que Cristóbal Colón se viera como un ama de casa. No. —Sí —dijo Christos—, creo que hay uno cerca del Hotel Circle. —Eso está cerca de nuestro motel. —Sonrió ampliamente mi padre—. Podemos matar dos pájaros de un tiro recogiendo nuestras maletas después de cenar. Papá podría matar tres pájaros de un tiro si me golpeara en la cabeza y terminara mi miseria. Luego tuve una idea. —¿Por qué no invitamos a mis amigos? —sugerí—. ¡Así podrás conocer a todas las personas geniales que he conocido en San Diego! —Estaba pensando en que seríamos solo tú, tu madre y yo —dijo mi padre seriamente. —Concuerdo con tu padre —dijo mi madre. Sabía cómo pensaban. Querían arrinconarme y regañarme por ser una idiota hasta convencerme de cambiar mi carrera retomando Finanzas. No iba a pasar. —Ahora mandaré un mensaje a todos —dije decidida. Invité a Madison, Jake, Romeo y Kamiko. Había conseguido el número de Jake al igual que el de Spiridon después del juicio de Christos. Odiaba no ser capaz de encontrar a la gente ante una emergencia. Por unos segundos consideré pedirle a Christos que invitara a Tiffany Kingston-Whitehouse. Estaba bastante segura que ella y mi madre

congeniarían con sus malicias. Al final, decidí que podríamos hacerlo sin ella. No habría sorpresas. Presioné enviar y crucé mis dedos para que todos pudieran reunirse con nosotros. Si todos aparecieran, sería como un mariscal de campo en un partido de futbol con toda la línea defensiva protegiéndome de mis padres. No les dejaría atacarme por sorpresa. De ninguna manera. Cuando nos dirigimos hacia la entrada, mis padres fueron hacia su auto de alquiler. —Sam —mi padre preguntó—: ¿vienes con tu madre y conmigo? —Creo que iré con Christos y Spiridon —dije. ¿Soné sarcástica? Solo un poco. —Haz lo que quieras —dijo mi madre mientras se subía al auto, el cual me di cuenta que era un Honda sedan plateado. Igual que el de mi padre en casa. Qué sorpresa. Había pensado que, ya que estaba de vacaciones, se volvería loco y alquilaría un Honda rojo. No. —Me parece que conduciré el Woody esta noche —dijo Spiridon. La puerta del garaje ya estaba abierta —. ¿Te importa Christos? —Para nada —dijo él. Los tres subimos al auto clásico. Sí, estábamos un millón de veces mejor que mis padres. El motor del 1949 Plymouth ronroneó a medida que lo sacaban del garaje. Spiridon detuvo el auto al lado del Honda de mis padres. Mi padre bajo la ventanilla y Spiridon preguntó: —¿Sabes adónde vamos? —Te seguiré —contestó mi padre. ¿No sabía usar el GPS? Lo había visto en su auto antes. Oh espera, estábamos hablando de mi padre. Por supuesto que no. —No vayas demasiado rápido —dijo nerviosamente mi padre—. Cumplo con los límites de velocidad. —No te preocupes Bill. —Sonrió Spiridon—. Me aseguraré que no te pierdas. Creo que Spiridon era demasiado optimista. Cuando se trataba de la mayoría de las cosas, mis padres ya estaban totalmente perdidos.

Samantha —Esta bestia sexy sólo puede ser tu madre —dijo Romeo mientras estrechaba la mano de mi mamá en el vestíbulo del Cheesecake Factory. Romeo de hecho levantó la mano de mi mamá hacia sus labios y le besó el dorso. Ella apartó su mano con un tinte de disgusto antes de que él hubiera terminado, sorprendiendo a Romeo. —Tengo ese efecto en las mujeres. —Le guiñó un ojo a ella. Mi mamá le frunció el ceño. Estaba segura de que se sentía confundida. El único romance en su vida venia de mi papá. Él era tan espontáneo con sus gestos románticos como con sus elecciones de auto de alquiler. Kamiko, Madison y Jake también estaban aquí. Con Spiridon y Christos a mi lado, eso ponía siete de nosotros contra mis dos padres. Tenía grandes esperanzas para la noche. El restaurante estaba lleno, así que tuvimos que esperar por nuestra mesa. Madison arrinconó a mis padres y les hizo un millón de preguntas sobre Washington D.C., creo que estaba intentando mantenerlos ocupados. Ella entendía. Era mi propio guarda de seguridad personal de emociones. Cuando finalmente nos sentamos y el camarero tomó nuestras órdenes de bebidas, no estuve sorprendida cuando Christos ordenó un bourbon doble. Con mis padres en la ciudad, consideré unirme a él. Pero decidí que necesitaba estar alerta, en caso de que mis padres intentaran lanzar un ataque sorpresa. Por todo lo que sabía, me vendarían los ojos y tirarían a una caja de embalaje a la primera oportunidad que tuvieran, así podrían embarcarme a D.C. Pero podía decir que algo estaba molestando a Christos más de lo normal. La respuesta obvia era mis padres, pero sospechaba que era algo más. Me incliné y le susurré a Christos: —¿Quién te llamó más temprano? ¿Es algo por lo que debería preocuparme? —No, agápi mou. Está bien. —Sonrió. —¿Estás seguro? —Deja que me preocupe yo por eso. Tú disfruta.

—Sea lo que sea, no pueden ser peores noticias que mis padres llegando de la nada —gruñí. Christos se rió. —Eso es verdad. —Colocó su mano en mi rodilla bajo la mesa y me miró fijamente a los ojos. No podía superar lo guapo que Christos era, incluso en medio del mareo del bourbon. Su expresión estaba tan relajada y soñadora, yo no quería más que caer ante sus encantadores ojos justo en la mesa del comedor. ¿Y qué si mis padres podían ver? Miré la boca lujuriosa de Christos y me mordí mi propio labio inferior. Sus labios se extendieron en una amplia sonrisa sobre sus inmaculados dientes blancos. Sus legendarios hoyuelos aparecieron. Toqué mi labio superior con mi lengua y me reí con suavidad. Iba a lamer esos hoyuelos, sin importar quién estaba mirando. Me incliné hacia adelante, apunto de… —¿Sam? —soltó abruptamente mi mamá—. ¿Qué vas a comer? ¿Hoyuelos? Salí de la tierra de la fantasía y fruncí el ceño. No, creo que mi mamá quería decir para la cena. La vergüenza y la irritación crepitaron dentro de mi pecho. La voz de mi mamá era su don especial. Los niños de todo el mundo clamaban que mi mamá les leyera cuentos antes de dormir y calmara sus temores nocturnos con esa voz suya. No, en serio. Mi mamá era mundialmente famosa por sus habilidades a la hora de dormir. Enseñó en seminarios sobre maternidad, con entradas agotadas en auditorios gigantes llenos de gente. En serio. No. El camarero estaba de pie junto a la mesa con su libreta en la mano, esperando por tomar mi orden. Ni siquiera había mirado el menú todavía. Creo que Christos me había hipnotizado con sus hermosos ojos azules. El tiempo se había pasado volando. Eso era fácil de hacer con Christos a mi lado. El camarero arqueó una ceja expectante hacia mí. Miré hacia el menú. —Oh, mmm, voy a pedir la ensalada asiática de pollo. —Excelente —dijo el camarero—. ¿Y para usted, señor? —le preguntó a Christos. —Voy a ordenar el pastel de cangrejo como aperitivo y la chuleta a la parrilla con puré de patatas y salsa. ¿Cómo Christos podía comer como un caballo y nunca tener ni un gramo de grasa en su cuerpo? Era ridículo. ¿Tal vez toda la bebida lo mantenía delgado? No, probablemente no. Tenía que ser todo el sexo que teníamos. Pero eso estaba en espera hasta que mamá y papá se fueran. Suspiré.

Un momento más tarde, después de que el camarero había dejado los entrantes de todos y la gente estaba comiendo y charlando, Romeo le dijo a Kamiko, lo suficientemente fuerte para que toda la mesa escuchara: —Nuestro camarero sí que es sexy. ¿Viste el bulto en el frente de sus pantalones? Kamiko frunció el ceño. —¡Romeo! ¿Siempre tienes una polla en el cerebro? Romeo sonrió. —Sí. Me gustan en el cerebro y en cualquier lugar en que pueda ponerlas. —¿Gustan? ¿Cómo, en plural? —preguntó Madison. —Como en abundancia. —Romeo sonrió—. Una cornucopia. Madison se rió. Jake y Spiridon se rieron. Christos sonrió mientras masticaba. Mis padres lucían atónitos. No estaban acostumbrados a este tipo de conversación, en especial no en el comedor. Se había vuelto normal para mí. Tal vez mis padres necesitaban una buena dosis de la Samantha de San Diego. No era más su pequeña niña. Estaba cansada de ser alguien que no era, sólo para complacerlos. Necesitaba vivir mi vida a mi manera, no a la suya. Si no les gustaban mis amigos, podían aguantárselo. —Creo que Romeo necesita una intervención de polla —bromeó Kamiko. —Te aseguro, Kamiko —dijo Romeo—. Nunca he decepcionado. Soy un pollaholico, cariño. Nunca me vas a atrapar en una reunión de Pollaholicos Anónimos. No es que esté sugiriendo que tú frecuentas esas reuniones. Sé lo mucho que odias las pistolas de carne. Christos levantó sus cejas, divertido. —¿Las Pistolas de Carne no son una banda? —inquirió Madison—. ¿No eran, como, una banda de punk del Reino Unido? —Eso es Sex Pistols, cariño —corrigió Romeo. —¿The Who? —preguntó Kamiko. Romeo negó. —No, esos son Roger Daltry y Pete Townshend. ¿Estoy hablando de Johnny Rotten? ¿Sid Vicious? Lo has escuchado, ¿no, Kamiko? —Alzó las dejas con expectación Kamiko negó vigorosamente. —¿De qué demonios estás hablando? —Estaba totalmente hecha polvo.

Mis padres se encontraban aún más perdidos. Intercambiaron una mirada perpleja, como si se hubieran despertado en un asilo de locos. —Lo sé, lo sé, Kamiko —suspiró Romeo—. Si no está en Cartoon Network, no tienes ni idea de lo que estoy hablando. Qué hay de… — Romeo bajó su voz a un susurro de complicidad y se inclinó sobre la oreja de Kamiko—: Los locales… Butter Lettuce… Los ojos de Kamiko se encendieron como fuegos artificiales y esbozó una sonrisa. —¡Butter Lettuce fiesta! Romeo suspiró y bajó la cabeza. —Lo juro, Kamiko, no puedes tener más de nueve años. —¿De qué demonios están hablando ustedes? —Spiridon se rió. Incluso él estaba perdido ahora, pero no horrorizado como mis padres. —Es una línea de Bravest Warriors28 —se quejó Romeo—. Un dibujo animado —dijo las palabras ―dibujo animado‖ como si fueran una ofensa. Kamiko juntó sus manos alegremente. —¡Lo había olvidado por completo! ¡Hay un nuevo episodio de Bravest Warriors subiéndose esta noche a Youtube! ¡No puedo esperar para verlo cuando llegue a casa! Romeo negó, derrotado. Se inclinó hacia mi madre y le dijo: —Debí dejar a Kamiko con la niñera. Mi mamá se apartó de Romeo como si tuviera lepra o portara alguna cepa altamente contagiosa de una bacteria come carne. Kamiko golpeó a Romeo en el brazo. Mi mamá saltó en su silla e hizo una mueca como si hubiera sido a quien Kamiko había golpeado. —¡Auch! —gritó Romeo, girando su rostro a Kamiko. —¿Quién es el bebé ahora? —Se rió Kamiko. —¿Por qué tienes que ser tan abusiva, Kamiko? —Romeo se frotó su brazo—. No soy un dibujo animado, sabes. —¡Tal vez si lo fueras, no serías tan llorón! —gritó Kamiko. Secretamente esperaba que mis padres fueran los que decidieran escabullirse sin ser notados por lo extraño que todos estaban actuando. Que fueran los incómodos, para variar. ¡Este era mi mundo, perras! Christos se inclinó y me besó en la mejilla. —¿Te diviertes? 28

Bravest Warriors: serie web de Estados Unidos.

—Totalmente. —Sonreí. ¡Tenia los mejores amigos y el mejor novio del mundo!

Ácido se derramó de la boca de mi madre cuando dijo: —Sabía que Christos no era bueno la primera vez que lo conocí. Estaba de pie junto a ella y mi padre, fuera del elaborado hábitat del chimpancé en el Zoológico de San Diego varios días después. Continuó. —Se comportó como un niño explorador cuando estuvo quedándose en nuestra casa en D.C., pero sabía que sólo era cuestión de tiempo hasta que un chico como él mostrara sus verdaderos colores. Christos y Spiridon se habían ido a encontrar algo de beber para todos porque estábamos sedientos. Mi mamá había sugerido que los tres nos quedáramos para observar a los chimpancés. Debería haber sabido que estaba confabulando. Me las había arreglado para pasar a través de casi toda mi semana de vacaciones de primavera sin meterme en ninguna discusión con mis padres. No habían dicho ni pío sobre mis arreglos de vivienda o mis estudios de arte mientras habíamos estado en Sea World, ni en el San Diego Zoo Safari Park, ni en el Casco Antiguo de San Diego, ni en Pacific Beach, ni en el centro en el Distrito Histórico, ni en Coronado. Incluso habíamos visitado el portaviones USS Midway, lo cual había sido idea de papá. Lo de Midway había resultado ser maravilloso porque nuestro guía turístico de hecho había trabajado en el Midway en los años 50 y nos había contado muchísimas historias internas de sus años de servicio. Creo que mi papá y Christos se unieron un poco mientras miraban los aviones de combate en la cubierta y hablaban sobre lo rápido que iban y todos los misiles que cargaban. Estaba feliz de escuchar su conversación de hombres, si eso quería decir que mi papá no estaba molestándome sobre mi arte. La única vez que mi padre había dicho algo remotamente negativo fue cuando fuimos al Parque Balboa para ver el Museo de Arte de San Diego. Cuando terminamos en frente de una de las pinturas de Spiridon, mi papá dijo: —Bueno, que me condenen. —Mientras miraba la tarjeta de título junto a la pintura, como si tal vez Spiridon hubiera estado mintiendo sobre eso. A pesar de eso, no hubo más discusiones. Creo que había tenido algo que ver con el hecho de que me aseguré de jamás estar a solas en presencia de mis padres ni por un segundo. Christos o Spiridon siempre estaban a mi lado. Había fantaseado que tal vez todo estaba bien

entre mis padres y yo. Debí haberlo sabido mejor. Ellos eran bombas de tiempo. No habían volado todo el camino hasta San Diego sólo para vacacionar. Déjale a mamá que finalmente fuera a arruinar las cosas. Su temporizador había llegado a cero antes que el de mi papá. Como siempre. Al segundo en que estuvimos solos en el Zoológico, mamá había tomado la oportunidad para saltar. Si hubiéramos estado en la jaula del tigre, estoy segura de que los hambrientos tigres la hubieran ovacionado y lamido sus bocas, esperando por tomar un mordisco de mi cadáver cuando mi mamá hubiera terminado conmigo. —¿Sus verdaderos colores? —preguntó papá. —Sí, mamá —dije—. ¿Qué verdaderos colores? —La bebida de Christos —dijo en tono de superioridad—. Vi la forma en que bebía en cada comida. Cada. Comida. —¿Y qué te importa? —me burlé. Christos había estado bebiendo menos desde que ellos habían llegado, y era la última cosa por la que me preocupaba. En este instante, mis padres me asustaban diez veces más que Christos bebiendo. —¿Qué me importa? —Mamá frunció el ceño—. No te quiero viviendo con un alcohólico. —No veo por qué eso es de tu incumbencia —gruñí. Miré alrededor y noté que, por un momento, no había gente rondando por este lado del hábitat del chimpancé. Lo último que quería era una audiencia mientras mis padres me trataban como a una niña. Al menos, los chimpancés al otro lado del vidrio no parecían interesados. Mi papá habló. —Sam, con quién estás viviendo sin duda es motivo de preocupación para tu madre y para mí. —Gracias por preocuparte, papá —me mofé. —No le hables de esa forma a tu padre —espetó mi mamá. —¿Por qué no? No es como si estuvieran haciendo mucho acerca de la paternidad ahora. —¿Disculpa? —dijo mi mamá estridentemente. —Fui a las oficinas de ayuda financiera, saben —me quejé—, y me dijeron que no puedo obtener más préstamos estudiantiles mientras sea su dependiente, debido a todo el dinero que ustedes ganan. El gobierno dice que es su responsabilidad ayudar a pagar la diferencia. La última vez que revisé, se negaron. —Ahora, Sam —dijo mi papá con agudeza—, hemos discutido mucho esto. Si estas dispuesta a cambiarte a una carrera de

contabilidad, como tu madre y yo te pedimos, estaríamos felices de pagar la diferencia. —Pero no quiero cambiar mis estudios —dije. Hice mi mejor esfuerzo para evitar cualquier rastro de lloriqueo en mi voz. ¿Por qué parecía tener un retroceso cerca a mis padres desde que habían llegado? No me gustaba cómo su presencia me hacía sentir y actuar como si tuviera catorce de nuevo. Como si fuera una pequeña niña que no sabía nada y mis padres tuvieran todas las respuestas, lo cual sabía que no era así. —Si no quieres cambiar a tu anterior carrera —suspiró mi padre—, entonces es muy poco lo que tu madre y yo podemos hacer. —Entonces, ¿por qué no me dejan en paz? —me quejé—. ¿Por qué no vuelven a Washington D.C.? Lo estoy haciendo bien por mi cuenta. —Crucé mis brazos sobre el pecho—. No necesito su ayuda. Mi mamá se rió. —Lo dudo mucho. —Y tú qué sabes —espeté—. Tengo un lugar donde vivir, un trabajo, y me gusta estudiar arte. Y tengo un novio maravilloso que se preocupa por mí. Si no me van a ayudar, entonces dejen de decirme qué hacer. —¿Estás segura? —se burló mi mamá—. Con todas esas mujeres desnudas alrededor de él día tras día, sólo es cuestión de tiempo antes de que los ojos de Christos comiencen a vagar por ahí. Entonces, ¿dónde vas a estar? Sin un lugar donde vivir, sería mi primera suposición. Y como una bala a través del cristal de mi ventana, lo que quedaba de mi confianza se rompió en diminutos fragmentos. ¿Cómo se las arreglaba mi mamá para hacer eso tan fácilmente? Mi corazón dio un vuelco o diez y mi garganta se llenó con púas de puercoespín mientras trataba de tragar un trozo seco de terror que no bajaría. Si había aprendido algo de Christos desde su juicio, era que él no me decía todo lo que pasaba por su cabeza. ¿Pensaba a largo plazo conmigo? ¿O sólo era una diversión? Tal vez estaba interesado en Isabella, o alguna de las otras mujeres desnudas que pintaba los siete días de la semana. Todas eran hermosas modelos. Yo no lo era. Sólo era una chica normal de D.C. tratando de estudiar arte. ¿Por qué un semental como Christos estaría interesado en la aburrida Sam Smith cuando estaba rodeado de supermodelos? No, eso no podía estar bien. Christos me había pedido mudarme con él y había acarreado voluntariamente todas mis cosas a su casa. Eso quería decir que iba en serio, ¿cierto? Estaba en esto conmigo a largo plazo. ¿Verdad? Entonces, ¿por qué las preguntas de mi mamá me estaban poniendo tan nerviosa? Sentí las lágrimas comenzando a formarse. Necesitaba esconderlas de mi madre o las usaría en mi contra e iría a matar. Antes de que

tuviera oportunidad de atacar, me alejé de ella y mi papá para mirar a los chimpancés y distraerme. Una de los chimpancés hembras adultos se había acercado en algún momento y se había sentado al lado del vidrio a tan sólo unos metros de mí. Me observó con los ojos más profundos, oscuros y compasivos que había visto alguna vez, como si mirara dentro de mí, comunicándose en algún nivel primitivo y tratando de reconfortarme. Hizo un mohín con sus labios en un extraño gesto. ¿Estaba tratando de decirme algo? No, eso era una locura. Un joven chimpancé se encaminó hacia ella sobre sus cuatro patas y cayó en su regazo como si fuera su lugar favorito para pasar el tiempo. Envolvió sus brazos alrededor del cuello de su madre y ella lo abrazó mientras le hacía morritos. Ella comenzó a limpiarlo suavemente. Él parecía estar en el cielo. Deseé que esa madre chimpancé fuera la mía también. —Christos no es así —dije tímidamente. Me limpié las lágrimas de los ojos antes de girarme para enfrentar a mi madre. Una sonrisa maliciosa curvaba sus labios. Parecía la Reina Malvada de cada libro de cuentos que había sido escrito alguna vez. Oh, chico. Necesitaba algo de helado. —Todos los hombres son así —dijo mamá victoriosamente. Rápida como un cuchillo, pregunté: —¿Papá es así? Un destello de ira bailó en sus ojos, pero no respondió. Hubo un silencio largo y ensordecedor. —Sí, Linda —dijo mi papá con un humor nervioso—. ¿Yo soy así? Los ojos de mi mamá se agrandaron notablemente por la sorpresa. Lanzó una rápida mirada a mi papá, luego se rió y me perforó con su mirada. —No, tu padre no es así. Las ruedas giraron en mi mente. —Mamá, ¿cómo sabes tanto de hombres? Esta no es la primera vez que has mencionado a los hombres infieles. ¿Me suena a que has tenido algunas malas experiencias? ¿Si no fue con papá, entonces con quién? Mi mamá se quedó perpleja. Diablos, yo me quedé perpleja. No podía creer que le hubiese preguntado eso. Mamá se rió. —Eso no es tu asunto, Sam. —¿Y no es mi asunto, Linda? —preguntó papá inocentemente.

—Aquí están, chicos —dijo Spiridon, caminando con un brazo lleno de botellas de agua. —También hemos conseguido unas barras de helado. —Christos sonrió—. En caso de que alguien quisiera un refrigerio. —Me pasó uno a mí—. Vainilla bañada con chocolate con relleno de caramelo. Pensé que te gustaría uno. —Gracias, agápi mou —dije cálidamente mientras tomaba una barra de helado y le quitaba su envoltura. Me incliné contra Christos mientras me comía mi helado. Pasó su brazo alrededor de mí mientras se comía el suyo y miramos los chimpancés juntos. Estaba en el cielo. Christos no era para nada como mi madre quería hacerme creer. La barra de helado que me había comprado era la prueba porque se trataba de la más deliciosa en la historia de las barras de helado. Mi mamá era una perra.

—¿Cuándo te vas a dar cuenta que no vas hacer nada de dinero como artista? —preguntó mi mamá mientras tomaba un sorbo de su té en el sofá de la sala de Manos. Christos y Spiridon habían salido por la cena para darnos tiempo a mis padres y a mí de hablar a solas. Les rogué que se quedaran, pero Spiridon había insistido. Creo que entendió que mis padres querían hablarme en privado. —Tu madre tiene razón, Sam —me consoló mi papá, como si estuviera siendo amable y solidario—. Es poco probable que alguna vez hagas dinero como artista. Si alguna vez esperas tener una carrera, pagar por una hipoteca y un automóvil, necesitas perseguir una carrera sensata como contaduría. Había escuchado este argumento cientos de veces de mis padres, y mi padre siempre había proporcionado datos y cifras para respaldar todo. De adolescente, siempre les había creído a ellos. Cada vez que habíamos discutido, mi resolución se había derrumbado y de mala gana había cedido a sus ideas. Estaba cansada de eso. Este era mi mundo, no el suyo. —Mira alrededor, papá. —Hice un gesto hacia todas las pinturas de Spiridon que colgaban por el cuarto—. Tú mismo escuchaste a Spiridon. Pagó por esta casa con sus pinturas. ¿Qué te hace pensar que yo no puedo hacerlo también? Papá habló pensativamente: —Bueno, por una cosa…

—¡Ja! —interrumpió mamá—. ¿Crees que un par de caricaturas pueden compararse con las pinturas que Spiridon ha hecho? —¡Puedo pintar! —protesté. —Todo lo que he visto son tus horribles dibujos de ese degenerado wombat australiano. —Mamá se carcajeó—. ¿Qué sabes sobre pintar? —Tomé una clase de pintura al óleo el trimestre pasado, y saqué una A. —Estoy segura de que pintaste un bol de fruta o dos —se rió—, pero cualquier principiante puede hacer eso. —No soy una principiante. —Me levanté y salí hecha una furia de la sala de estar. —¿A dónde vas? —se burló mi mamá disimuladamente. Me detuve en seco. Obedeciendo a mis padres como siempre. Como su esclava. —Siempre fue algo muy común en ti rendirte fácilmente —dijo mamá—. Tu padre tiene razón. No tienes lo que se necesita. —No me estoy rindiendo —espeté. Caminé hacia el estudio y tomé dos de mis mejores pinturas al óleo. Una era de mi clase y la otra eran los lirios de agua que había hecho en el estudio. Pensé que eran bastante buenos, considerando que sólo había estado pintando por tres meses. Los puse en las manos de mis padres cuando regresé a la sala de estar—. ¿Ven? Mi papa sostuvo los lirios de agua con el brazo estirado. —Esto no es del todo malo —dijo pensativo. No había dicho que era medio bueno, pero mi papá nunca era optimista. Mi mamá se burló de mi pintura de girasoles que sostenía en sus manos. —¿Entonces? ¿Qué se supone que significa esto? —preguntó—. Parece otra pintura cualquiera de girasoles. —Exactamente —gruñí—. Lucen como girasoles. Y no apestan, como pareces creer que todo lo que pinto y dibujo hace. Negó y se mofó. —Hay un largo camino entre una pintura de girasoles y hacer algo de dinero. Papá colocó la pintura de los lirios sobre la mesa de centro con cuidado. Al menos, no la arrojó a la basura. —Tu madre tiene razón, Sam. Aunque estas pinturas prometedoras, no creo que eso te vaya a llevar a algún lado.

son

—¿Estás bromeando? —pregunté, con las manos en mis caderas mientras me paraba en frente de ellos—. ¡Mira alrededor de este cuarto!

Spiridon ha pintado cientos de cuadros e hizo millones de dólares. Eso suena como una gran carrera para mí. Mi mamá sonrió con aire de suficiencia y levantó sus cejas como si fuera la Reina. La Reina Malvada de las Perras, tal vez. Habló: —Bill, ¿te importaría explicárselo a tu hija en términos lógicos que pueda entender? ¿Qué, pensaba que era estúpida? Resoplé y puse los ojos en blanco. Mi papá asintió. —Sam, lo que tu madre está tratando de decir, creo, es que Spiridon es, bueno, ¿cómo puedo poner esto? —Papá abrió sus manos y una mirada adolorida apretó sus rasgos—. Eh, Sam, bueno, Spiridon es asombrosamente talentoso, y creo que si tengo que clasificar tu habilidad, bueno, supongo, ya ves, la cosa es… Mamá colocó una mano sobre la rodilla de papá para callarlo. —Tu papá está intentando decir que no eres lo suficientemente talentosa. No eres Spiridon, ni siquiera Christos. ¡CRAC! Ese fue el sonido de mi corazón rompiéndose a la mitad. Me quedé congelada en el sitio en que estaba de pie. No podía hablar, ni siquiera respirar, era como si todos mis órganos internos de repente hubieran explotado en fragmentos junto con mi corazón. Tenía la clara impresión de que si alguien me hubiera cortado para abrirme en ese momento, hubieran encontrado una persona vacía con pequeños montones de vidrio rojo agrupándose en los pies vacíos. Esos fragmentos rojos serían los restos de mi corazón roto. Mamá continuó. —No es que quiera que ninguna hija mía pinte pornografía para vivir como Christos, pero tengo que admitir que los paisajes de Spiridon son muy buenos. Estaba herida por lo que mamá acababa de decir, no podía responder. Me quedé de pie en silencio y miré a los dos monstruos impostores que pretendían ser mis cariñosos padres. Eran malvados. Quería salir corriendo del cuarto, pero no podía moverme cuando mi corazón estaba roto y mis entrañas vacías. —No estoy seguro si diría ―sin talento suficiente‖, Sam —dijo papá calmadamente—, pero es obvio que Spiridon y Christos han estado haciendo esto por mucho, mucho tiempo. Y sospecho que Spiridon tuvo mucha participación en la educación de Christos en arte desde su nacimiento. Sam, estás empezando tarde en la vida. Vas diecinueve años por detrás de Christos. Más aún si tomas en cuenta la enseñanza de Spiridon. En mi opinión, que persigas el arte sería una decisión de

negocios poco sólida. Por el contrario, has estado rodeada de números y principios de contabilidad desde que naciste. —Mi papá sonrió. Estaba tan malditamente orgulloso de su contabilidad. Continuó. —De la misma manera que Spiridon le ha dado a Christos una ventaja, me gusta creer que tu madre y yo te hemos dado a ti una ventaja en los negocios. Estas muy bien adaptada para una carrera de contabilidad. Vas a sobresalir y hacer buen dinero mientras estás en ello. Algo sobre la lógica de mi papá me enfadó más allá de toda creencia. Había estado escuchando eso toda mi vida. Él siempre se perdía el punto. Estaba tan enojada, creo que el calor de mi irritación derritió esos fragmentos de vidrio rojo en mis pies y volvieron a fundirse juntos. Ahora mi corazón estaba latiendo al rojo vivo con determinación a través de todo mi cuerpo. —No lo entiendes, papá —dije—. Nunca quise ser una contadora. ¿No ves eso? ¿No, verdad? Tú y mamá jamás han sido capaces de ver lo que quería en la vida. Ustedes simplemente arrojaron todas sus ideas sobre mí como si automáticamente me hubieran encantado. Como si fuera una versión pequeña de ustedes dos. Pero no lo soy. Soy una persona diferente. No quiero lo que ustedes quieren en su vida. Tengo mis propios sueños, mis propias ideas. Voy a vivir mi vida a mi manera. No a la suya. —Entonces, no esperes más dinero de nuestra parte. —Mamá se rió. —Te lo dije antes —dije con fuerza—. No quiero su dinero. No necesito su dinero. Lo estoy haciendo bien por mi cuenta. —Incluso si te las arreglas para vender algunas pinturas —dijo mi papá—. ¿Cuánto crees que ganarás realmente durante toda tu vida? Tú misma me dijiste que Christos ha hecho ya seis cifras. ¿Cuánto has hecho tú por vender tus obras, Sam? —¡NO ME IMPORTA! —grité—. ¡No me importa si jamás hago NADA de dinero! ¡No es por el dinero! ¡ODIO la contabilidad! Quiero hacer algo que disfrute. Tal vez a ustedes les gusta lo que hacen, pero la idea de ir a una oficina todos los días me enferma. No puedo vivir como ustedes, ¡y no me importa cuánto dinero haga o no! Mi mamá se rió sarcásticamente. —Siento mucho que te sientas de esa forma, Sam. —Sam —imploró papá—. El arte no es una sabia elección de carrera. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo como padre para mostrarte eso. ¿No puedes ver a dónde voy? —Bill, cállate —le espetó mi madre—. Estas cediendo ante ella y no lo voy a soportar. —Se levantó y me miró—. No me importa lo que pienses. Nunca debimos dejarte elegir San Diego en primer lugar. Sino

dejar que tu padre me convenciera de hacerte ir a la American University. Si hubieras ido allí, podrías vivir en casa y no tendríamos este problema. No estarías viviendo con algún matón de poca monta como este Christos Manos y su abuelo hippie. —No son hippies —insistí. Dio un paso amenazador hacía mí. Sus ojos se entrecerraron maliciosamente. —No me importa lo que sean. Son una mala influencia para ti. Te están convirtiendo en una pequeña zorra rebelde, y estoy cansada de eso. No voy dejar que arrojes tu vida a la basura porque Christos y sus músculos te hacen mojar las bragas. Sentí oleadas de odio emanar de ella. Casi me derrumbé en ese momento. Casi hice un comentario sobre cómo mi mamá intentaba rebajar mi amor por Christos, como si fuera algo malo. Pero eso hubiera salido a la defensiva. Estaba cansada de las diatribas de mi mamá. Iba ir a la ofensiva. Iba a atacar. Por una vez en mi vida, iba a mostrarles a mis padres cuánta fuerza tenía en mí.

—¡Sólo estás celosa, mamá! —grité—. ¡Ves que estoy viviendo una vida que no es aburrida ni sosa! Ves que tengo un novio romántico que me ama con todo su corazón. Y por primera vez en mi vida, soy feliz. — Entrecerré mis ojos acusadoramente—. Y no puedes soportarlo —le susurré a sabiendas—. Quieres que sea tan miserable como tú. —De repente, caí en cuenta de las implicaciones de lo que estaba diciendo, que comparaba a mi papá con Christos. Y era bastante obvio quién ganó el concurso. Mi papá, quien no era un completo idiota, frunció el ceño pensativo. Abrió su boca para hablar, luego la cerró con un largo suspiro. —No empieces a señalar a otros, Sam —gruñó mi mamá—. Esto no es sobre tu padre y yo. Esto es sobre cómo te convertiste en una niñita malagradecida y mimada. Me reí en su rostro. —¿No lo entiendes? ¡No soy una niña! ¡Y no soy mimada! ¡Tengo un trabajo! ¡Estoy pagando por mis cosas! ¡Ustedes! ¡No! ¡Están! ¡Pagando! ¡Por! ¡NADA! ¿Por qué están siquiera aquí? ¿Por qué tuvieron que venir a San Diego en primer lugar? Las cejas de mi mamá se juntaron y sus labios esbozaron una horrible sonrisa.

La cabeza de papá colgó entre sus hombros donde se sentaba en el sofá. Alzó la vista hacia mí, con una expresión de agobio. —Sam, tu madre y yo pensamos que es hora de que vengas a casa. Estaba atónita y confundida. —¿Qué? —Has dejado claro que toda esta excursión a la Universidad de San Diego fue un grave error —dijo mamá con confianza—. Has tenido tu diversión con tu novio. No tengo dudas de que ha jodido tus sesos sacándolos por tus oídos. Es la única explicación posible para tus terribles decisiones durante los últimos meses. Vaya, mi mamá estaba más ofensiva de lo normal hoy. Lo que lo hacía peor era que ella actuaba como si no importara que me hablara de esa forma, como si Christos fuera un don nadie sin valor que no importaba. Ella no tenía ni idea de lo importante que era para mí. Cómo había cambiado mi vida para mejor. Estaba tan fuera de foco. Continuó. —Ahora es el momento de dejar ese chico atrás y ponerte seria sobre la universidad. —¡No voy a dejar a Christos! ¡Estás loca! —No estoy loca —dijo—. Christos es una distracción. Estarás mejor sin él. Mi corazón saltó de un lado a otro en mi pecho por cuadragésima vez en los últimos diez minutos. No estaba sorprendida de que mis padres intentaran arruinar mi vida. Sino por como hicieron las cosas. —Tu padre y yo ya investigamos eso —continuó— puedes transferir tus créditos de la Universidad de San Diego a la Universidad Americana y comenzar allí en el otoño. Quería lanzar una diatriba y decirle lo horrible que era su idea. Pero si lo hacía, sabía que perdería esta discusión. Tenía que ser fuerte. Respiré profundamente. Luego, todo cayó en su sitio. No era más una niña. No necesitaba que mis padres me controlaran. Tenía una opción. E iba hacerlo. Sonriendo, les dije: —No voy a ir a la Americana. —Sí lo harás —dijo mamá con certeza—, y eso es todo. Creo que ella se perdió la calma y resolución en mi voz. —No puedes decirme qué hacer —dije firmemente—. Tengo diecinueve. —Oh, no podemos, ¿verdad? —dijo mamá maliciosamente—. ¿Y cómo planeas pagar tú matricula en el futuro?

—Con el dinero del préstamo que estoy recibiendo y el trabajo que tengo —dije desafiante. —¿Oh, con que así? ¿Se te está olvidando que tu padre y yo tenemos que firmar tu solicitud de préstamo cada año académico para que te sea renovado? Oh, mierda. Mi mamá me había atrapado. Estaba jodida.

Christos La salsa rojo sangre salió del envase de plástico rojo y cayó sobre mi burrito de carne asada. —¿Estás seguro de que tiene salsa suficiente? —preguntó mi abuelo con sarcasmo. Me reí. —Sabes que me gusta picante. Esto es sólo para el primer bocado. Sonrió y le dio un mordisco a uno de sus tacos de pollo, el cual sólo tenía un ligero chorrito de salsa picante. Nos sentamos en una mesa fuera de Roberto‘s sobre la Ruta Estatal de California 1, con vistas a la laguna de San Elijo, comiendo la cena. Había sido mi sugerencia que saliéramos y les diéramos a Samantha y sus padres algo de espacio para hablar. Creo que Samantha se había asegurado de nunca estar a solas con ellos durante toda la semana a propósito. —¿Estás preocupada por Samoula? —preguntó mi abuelo. —Sí —musité. —Es bueno que los hayamos dejado solos. Sus padres probablemente quieran hablar con ella. No puedo culparlos. Es su hija, después de todo. Tomé un sorbo de mi té de Jamaica. —¿Crees que estén discutiendo ahora? —inquirí. Mi abuelo masticó y luego tragó. Lo siguió con un sorbo de su gran vaso de horchata29. —Probablemente. Hombre, me hubiera gustado traer una petaca, así hubiera podido realzar mi té de Jamaica con algo de vodka o con lo que sea que fuera con el té de hibiscos. Lo más extraño era que había reducido mi bebida 29

Horchata: es una bebida refrescante, preparada con agua, azúcar y almendras.

más y más desde que los padres de Samantha habían llegado. Había querido pasar las vacaciones de primavera con Samantha, así ella no tendría que estar toda una semana sola con ellos. Había sido tan sencillo olvidarse de Brandon y mi espectáculo en la galería. A medida que esas presiones habían desparecido de mi conciencia, la urgencia de beber se había desvanecido con ellas. Pero ahora que las vacaciones de primavera estaban terminando, podía sentir todas esas obligaciones regresando. Me moría de ganas por un trago. Pero la verdadera razón por la que quería emborracharme era porque estaba asustado como la mierda por lo que podría encontrar cuando volviera a casa esta noche. Le di una mordida a mi burrito y mastiqué pensativamente. Cuando terminé, hablé: —He estado esperando a que sus padres se lancen sobre ella toda la semana. Si los hubieras escuchado al teléfono cuando Samantha les dijo que quería mudarse conmigo, estarías tan acojonado como yo ahora mismo. Se encontraban completamente furiosos e hicieron toda clase de amenazas sobre lo que harían si se mudaba con nosotros. No me sorprendería si llegáramos a casa y ella se hubiera ido. Probablemente esposada y amordazada, arrojada en una bolsa de lona grande para que sus padres puedan acarrear su trasero de regreso a la costa este. —Relájate, paidí mou30. —Mi abuelo sonrió—. Samoula es una chica fuerte. Tengo la sensación de que está enfrentándose a sus padres ahora mismo. Si ellos creen que pueden arrinconarla e intimidarla para rendirse e irse a casa, creo que están comiendo más de lo que pueden tragar. Le dio un gran bocado a su taco y lo masticó ruidosamente. —Espero que tengas razón —dije antes de darle un mordisco a mi burrito. No podía soportar la idea de perderla.

Samantha Un gran peso cayó en mi estómago, recordándome que mis entrañas estaban más intactas de lo que me había dado cuenta. No era una cáscara vacía. Todavía. Pero mi mamá se estaba encargando de ello. 30

Paidí mou: expresión cariñosa que quiere decir ―mi niño‖, ―mi muchacho.‖

Ella tenía razón. Sin la firma de mis padres, no iba conseguir ningún préstamo. Tendría que ahorrar cada centavo de mi matricula y libros. Nunca podría encontrar trabajos que pagaran por todo. Pero no había forma de que regresara a D.C. En lo que a mí respecta, San Diego era mi hogar ahora. ¿Tal vez podría usar el número PIN de mis padres en el formato en línea y firmar yo misma? Sabía cuál era su número. —Y no pienses en usar nuestro PIN para falsificar la firma electrónica. —Mamá se rió—. Ya lo hemos cambiado. Vaya, mamá había leído mi mente. No me sorprendí. Había aprendido la mayoría de mis trucos sucios de ella. Mi papá apoyaba los codos sobre sus rodillas. Parecía muy cansado. —Sam, este fue nuestro último recurso. Hemos intentado razonar contigo, pero nada ha funcionado. No podemos a conciencia dejarte continuar con una carrera de arte. Vuelve a la Universidad Americana y consigue tu título en contaduría. Tu madre y yo nos aseguraremos de que no tengas que trabajar y podrás enfocarte por completo en tus estudios. Tal vez incluso encontrarás un novio estudiante de negocios como tú. Después de que te gradúes, quizás puedas perseguir el arte en tu tiempo libre. Todo el mundo necesita un pasatiempo. ¿Un pasatiempo? Estaba completamente loco y me estaba enloqueciendo. Mi mamá también estaba loca. Creo que ellos no escucharon ni una palabra de lo que dije en toda la tarde. Me ignoraron e intentaron desalentarme hasta que aceptara ir a casa. Mi cabeza estaba dando vueltas por todos sus argumentos. No podía lidiar con ninguno de los dos. Me sentía totalmente engañada. Mis padres me trataban como a una niña, como si estuviera colocando mis dedos muy cerca de una llama sin saber lo que hacía. Se equivocaban. Había tenido suficiente. —¡No! —grité y literalmente pisoteé con mis pies—. ¡No lo voy hacer! ¡No voy a mudarme de regreso a casa y no voy a cambiar mi carrera! ¡Si no les gusta, pues qué mal! ¡Lárguense de aquí! ¡Váyanse a casa! —Apunté hacia las puertas principales—. Estoy segura de que el Motel 6 tiene una habitación para ustedes. De hecho, déjenme hacer sus maletas y los llevaré hasta allá yo misma. —Me giré y me encaminé hacia las escaleras, yendo hacia el cuarto de invitados. —¡REGRESA AQUÍ, JOVENCITA! —gritó mamá. La ignoré. Hasta que su mano agarró mi brazo y me hizo dar vuelta. Su otra mano aferró mi otro brazo y me sacudió violentamente mientras gritaba en mi rostro.

—¡VAS A VOLVER A WASHINGTON D.C. LO QUIERAS O NO! Cuando se detuvo, me burlé de ella. —¿Terminaste? Sus ojos ardían con una feroz locura y sus cejas se retorcieron en un gesto despreciable. Gritó: —¡HE TENIDO SUFICIENTE DE TU INSOLENCIA! Miré hacia ella, mis labios se comprimieron en una fina línea. —No, mamá —dije tranquilamente. ¡GOLPE! Me había abofeteado. Mi mejilla picó. —¡VAS A HACER LO QUE TU PADRE Y YO DIGAMOS, Y ESO ES TODO! Coloqué mis manos sobre el pecho de mi madre y la empujé tan fuerte como pude. Trastabilló hacia atrás, sus brazos girando, y tropezó con mi papá. Ambos cayeron en el sofá en una pila revuelta. Mis manos se empuñaron a mis lados. Estaba lista para lo que sea que hiciera después. Iba a golpear a mi mamá en el rostro si tenía que hacerlo. Sus párpados se abrieron de puro horror. Su boca estaba abierta como si yo fuera el mismísimo diablo. Desafortunadamente, yo no era el diablo en ese cuarto. Ella lo era. Sentí la confianza y la resolución llenarme de la cabeza a los pies. Mi corazón latió con fuerza en mi pecho. Era una roca, y ninguno de mis padres iba a hacerme ceder. —No voy a hacer nada de lo que dijeron. Mamá… —me burlé cuando dije la palabra ―mamá‖—. Linda. Quienquiera que seas. Eres la peor madre. Eres una abusadora y eres una tonta. Vuelve a D.C. a donde perteneces. Y llévate el dinero prestado contigo. Me giré y calmadamente salí caminando de la sala.

Samantha Las valijas se amontonaron en el cuarto de invitados mientras mis padres empacaban. Después de nuestra pelea, creo que decidieron quedarse en el Motel 6. Me imaginé que mi madre hubiera estado lanzando la vajilla contra la pared, o hacia mí, si hubiera sido su casa o su vajilla. Ya que no podía, la única cosa que podía hacer era arrojar sus zapatos, ropa y su kit de viaje mientras metía todo en su valija. Me quedé en mi habitación con la puerta cerrada porque estaba convencida que si miraba una vez más a mi madre, iba a vomitar. Mi rostro aún escocía y palpitaba donde me había golpeado. Cada latido que sentía en mi mejilla aumentaba mi decisión de quedarme en San Diego con Christos. Eventualmente, escuché los pasos de mamá por el pasillo hacia las escaleras. Se iba con una rabieta. Bien por mí. Unos segundos después, escuché a mi padre murmurar mientras caminaba por el pasillo tras ella. Mis padres se iban al día siguiente, así que no importaba si pasaban la noche aquí o no. Podían pasarla en una alcantarilla, por lo que me importaba. La puerta de entrada se cerró de un golpe. Su Honda alquilado aceleró y se alejó. ¡Que se vayan! Estaba feliz que Christos y Spiridon no hubieran estado aquí para observar el mal comportamiento de mis padres. Me acosté en la cama y cubrí mis ojos con el brazo. Debo haberme quedado dormida porque lo siguiente que supe es que Christos estaba despertándome. —¿Agápi mou? —dijo suavemente—. ¿Qué pasó con tus padres? El auto no está y su habitación está vacía. Deslizó mi brazo hacia mi pecho. Pesa cerca de cien kilos. Iba a necesitar una grúa para levantarme de esta cama, estaba tan deprimida. Ni siquiera diez kilos de helado podrían moverme ahora. Christos se sentó suavemente junto a mí. —¿Quieres hablar de ello?

—No —dije rotundamente. Sonrió y asintió. Mi corazón se aceleró cuando asimilé esa hermosa sonrisa suya. Derretía mi mundo cada vez. Todo el dolor que mis padres me habían provocado se desvaneció en una presión difusa que era el problema de alguien más. Al menos por ahora. Por ahora, iba a disfrutar del brillo azul en la mirada amorosa de Christos. Sonrió más. —¿Estás segura? Hablar de ello lo mejorará. Había resuelto mantener mis emociones controladas, pero con todo el amor vertido por Christos, no vi la razón para contenerlos. Me senté y envolví mis brazos a su alrededor y lloré suavemente. —Christos, agápi mou, mis padres son malvados. Quieren que renuncie al SDU y me mude de regreso a D.C. Sentí a Christos tensarse de pronto. —¿Qué les dijiste? —preguntó con cuidado. —Les dije que estaban locos. —Lo sentí relajarse y derretirse contra mí. —Gracias a Dios. No creo que pueda soportar perderte. —Había una suavidad en su voz que llegó hasta mi alma—. Te amo, agápi mou, —dijo—. No quiero vivir sin ti en mi vida. No puedo imaginar despertarme en una cama vacía porque, una vez que te vayas, mi cama permanecerá tan vacía como mi corazón hasta el día que muera. La vida sin ti será aburrida, gris, sin emoción y sin significado. Preferiría tener una muerte rápida que vivir una vida vacía sin ti a mi lado. Caray. Hermoso. Sí, mi madre estaba totalmente equivocada con Christos. —Oh, agápi mou —murmuré—, no iré a ningún lado.

Dos días después, estaba de regreso en el trabajo en el museo Eleanor M. Westbrook. —Samantha —dijo el señor Selfridge—, necesito salir por un tiempo. Tengo una reunión con el rector de la Universidad Adams. Estaré fuera por una hora. ¿Puedes manejar las cosas mientras no estoy? —Claro —le sonreí desde donde estaba sentada, detrás del escritorio de la recepción. —Te veo en un rato —saludó mientras salía por las puertas. En verdad amaba mi trabajo en el museo y realmente me gustaba tener al señor Selfridge como jefe. Solo desearía que el museo pudiera darme más horas. Le pregunté al señor Selfridge por ello hoy al principio

de mi turno, pero se había disculpado, el museo no tenía más horas que dar. Ahora que las clases del trimestre de primavera habían comenzado, y mi dinero restante del préstamo se había acabado pagando el primero de mis pagos mensuales por las instalaciones, necesito más dinero pronto. Tengo que encontrar otro trabajo una vez más. Con suerte, mi búsqueda de empleo no ocuparía todo mi tiempo de estudio. La última cosa que necesitaba era que mi promedio bajara lo suficiente para que mi préstamo fuera suspendido. Con mis padres de regreso en D.C., en verdad sentía alivio, a pesar que mi situación financiera era atroz. Mis padres solo eran otra molestia con la que no tendría que lidiar. Iba a solucionar las cosas sin su ayuda. De algún modo. Ningún cliente ha venido al museo hoy, así que tuve algo de tiempo libre. Saqué mi portátil y comencé a buscar trabajos en internet. Tanto como odiaba la idea, era hora de aguantarlo y buscar un trabajo como tutora de matemática. Había habido muchos la última vez que busqué un trabajo. Desafortunadamente, no me tomó mucho tiempo darme cuenta que Sheri de las oficinas de Ayuda Financiera había tenido razón. Los trabajos en general eran escasos estos días. Las numerosas listas de tutorías de matemática que había visto hace unos meses no estaban. Genial. Suspiré y cerré mi computadora. Buscaría trabajo más tarde. Al menos tenía el del museo, lo cual significaba un poco de dinero para compensar mi crisis presupuestaria. Una de las puertas de cristal del museo se abre y Tiffany SinDiversion-Casadepopó entra usando un vestido apretado y zapatos con plataforma. Ahí se fue mi buen humor. No es que tuviera mucho para empezar, pero ella definitivamente lo mandó al fondo de un profundo y deprimente pozo, del tipo de pozo con musgo en los lados del que no puedes volver a subir, del tipo donde tienen que llamar al grupo de rescate para sacar tu mal humor. —Hola Tiffany —gemí cuando se acercó hasta el mostrador con sus tacones de zorra. Sonrió, pero no dijo nada. —¿Qué te trae al museo? —pregunté sin ganas. Al menos no tenía que decir: “Bienvenida a tómalo y corre. ¿Cómo puedo mejorar su día?” Y ella no tenía una bebida en la mano para arrojármela en la cara. Sonreí cuando me di cuenta que había poco que Tiffany pudiera hacer aquí en el museo para arruinar mi día. —Necesito un boleto —dijo bruscamente. —¿Eres estudiante de arte? Porque si lo eres, no tienes que pagar.

Golpeó su gran bolso contra el mostrador y sacó su billetera. Debía haber más de una docena de tarjetas de crédito allí. Sacó una de la billetera y me la entregó. —No sabía que te gustaba venir al museo de arte —dije tímidamente, intentando entablar una conversación—. Es muy bonito. Encuentro este lugar muy relajante, especialmente si tuviste un mal día. Me miró fijamente. —Está bien… —murmuré, y no le presté atención. Cuando firmó su recibo, le entregué un boleto. Lo arrancó de mi mano y se dirigió hacia la galería principal. —Oh, um, ¿Tiffany? —la llamé—. Tienes que dejar tu bolso detrás del mostrador. Se detuvo en seco y se giró lentamente hacia mí. Estaba esperando uno de esas revelaciones de películas de terror donde su rostro luciría monstruoso de pronto, con una iluminación dramática y colmillos chorreando, pero solo era la Tiffany de siempre, no es que hubiera una gran diferencia. Después de burlarse cerca de una hora, se dirigió hacia mí y arrojó su bolso en mis manos. Lo metí en uno de los cubículos detrás del mostrador. Cerca de veinte minutos después, me di cuenta que necesitaba ir al baño para cambiar mi tampón. Normalmente, el señor Selfridge siempre está alrededor y podía conseguir que cubriera el mostrador. Pero todavía estaba en su reunión. ¿Por cuánto tiempo se suponía que iba a estar fuera? Di un paso y podía decir que estaba a punto de gotear. Odiaba como un tampón podía renunciar a ti sin ninguna advertencia. ¿Dónde estaba el señor Selfridge? En verdad tenía que ir al baño. No es que fuera a cambiar mi tampón detrás del mostrador. ¿Qué si alguien entraba al museo? Si hubiera usado una falda, quizás lo habría considerado. Quizás. ¿Pero en pantalones? ¡Ni loca! Imaginé cómo sucedería. Estaría en cuclillas detrás del mostrador, mis pantalones alrededor de mis tobillos mientras intentaba meter un tampón nuevo dentro del agujero en la presa, y ¡BOOM! Alguien entraría y me acusaría de exhibicionismo. No, gracias. Muerdo mi labio inferior y utilizo mis poderes para hacer que el señor Selfridge entré. ¿Dónde estaba? Di un paso tentativo hacia las puertas al final del mostrador, lista para correr hacia los baños en el segundo que entrara.

Apreté las piernas. En cualquier momento, el señor Selfridge iba a entrar por esas puertas… Ya no podía esperar más. Di otro paso hacia las puertas al final del mostrador. Volví a mirar las puertas de entrada, y recurrí a mis poderes telequinéticos. Los usé para atraer al señor Selfridge, de donde sea que estuviera, hacia el museo. Mierda. No estaba funcionando. Mi telequinesis era tan mala como mi PES. Otro paso. Apreté las piernas. Esto no era bueno. ¿Dónde demonios estaba el señor Selfridge? Miré el reloj. No estaría aquí hasta por lo menos diez minutos. En diez minutos, necesitaría llevar mis bragas y pantalones a la lavandería. Pero no había ninguna lavadora en el museo y no tenía nada para usar mientras esperaba. Tendría que ir a casa, pero tenía clases más tarde. No tendría tiempo para ir a casa y volver antes que empezaran. Hasta aquí llegó la tranquilidad de mi día. Tomé una lapicera del mostrador y la agité en el aire como una varita mágica. Pretendí ser Hermione de la película Harry Potter. Era la intención lo que hacía toda la diferencia. —Señor Selfridge, por favor aparezca, así mis bragas permanecerán limpias. —Era lo mejor que podía inventar con poco tiempo. Tristemente, el señor Selfridge no apareció mágicamente en una nube de humo. A la mierda. Ya no podía esperar más. La única persona en el museo era Tiffany. ¿Qué daño podría hacer ella mientras estaba en el baño? No era una de esos locos que rajarían una pintura con un cuchillo, ¿cierto? Esperaba que no. Además, tenía su bolso detrás del mostrador y no creía que tuviera lugar en su apretado vestido para un cuchillo. Y tampoco que fuera a tomar una pintura de la pared y llevársela. Contrataría trabajadores para hacer una cosa así, y no la había visto venir con un equipo de trabajo. Está bien. Iba a arriesgarme. Salí cuidadosamente de detrás del mostrador y me dirigí hacia el baño. Juro que solo moví mis piernas de las rodillas para abajo para minimizar posibles fugas. Hubo mucho pie y talón involucrado, pero estaba asombrada de cuán rápido podía moverme sin usar mis rodillas.

Llegué hasta un cubículo en el baño y suspiré de alivio cuando vi que mis bragas solo tenían una mancha roja. Al parecer, el hechizo que hizo mi varita mágica no había mantenido mis bragas limpias. Hubiera sido una bruja horrible. Al menos la fuga había sido mínima. Y llegué justo a tiempo. Mi tampón estaba listo para explotar cuando lo tiré en el contenedor. Sequé el punto rojo en mi ropa interior con papel higiénico hasta que no hubo humedad. Vaya, había estado cerca de desangrarme, sin juego de palabras. Cuando terminé mi asunto, lavé mis manos y troté de regreso al mostrador. El museo no estaba en llamas, el techo no se había derrumbado y no había un grupo de personas lanzando bombas molotov, así que imaginé que todo estaba bien. Nadie podría haber abierto la caja registradora, porque tenía la llave alrededor de mi muñeca en una banda elástica. Era bueno. Suspiré con alivio. El señor Selfridge entró diez segundos después. Justo a tiempo, señor Selfridge. No es que importara. —¿Cómo estuvo su reunión? —le pregunté. —Excelente. —Sonrió—. Gracias por preguntar. Tiffany salió de la galería de arte y se dirigió al mostrador. —Necesito mi bolso —se quejó. —Oh, déjame conseguirlo para ti —dije entusiasta. Lo saqué del cubículo y se lo entregué. Lo arrancó de mi mano y salió por las puertas sin decir gracias. Era una perra. El señor Selfridge frunció el ceño. —Supongo que a esa joven no le gustó el museo. —No creo que le guste nada —dije. Sus cejas se fruncieron, confundido. —No fue nada que le dijiste, ¿verdad? —No, solo tiene mal carácter. Asintió con incertidumbre. —Está bien, entonces. Bueno, voy a volver a mi oficina. Llámame si necesitas algo. —Comenzó a caminar hacia el gran pasillo que llevaba a las oficinas en la parte de atrás. Una de las puertas del museo se abrió de golpe.

—¡Tú! —espetó Tiffany mientras caminaba por el salón hacia el mostrador donde estaba. No me sorprendía que hubiera regresado. No se las había arreglado para arruinar mi día, así que iba a llamarme nombres o demandar un rembolso porque odió el arte en el museo. El señor Selfridge se había detenido en el otro lado del salón para ver qué estaba sucediendo. Tiffany lo notó. —¡Oye, tú! —gritó. Él se sobresaltó. —¿Puedo ayudarla señorita? Arqueó su cadera y apretó sus puños contra su costado, —¡Tu empleada robó mi tarjeta de crédito! Hablé muy pronto. Nunca subestimes a Tiffany para hacer lo mejor para arruinar mi vida. El señor Selfridge caminó hacia el mostrador. —Lo siento —le dijo a Tiffany—, ¿qué acaba de decir? —Dije —resopló Tiffany—, que su empleada robó mi tarjeta de crédito. El señor Selfridge me miró por encima de sus lentes. Suspiré. Al menos Tiffany estaba loca, solo tomaría un segundo probarle al señor Selfridge que era inocente. Quiero decir, ¿Por qué tomaría la tarjeta de crédito de Tiffany? Esta era la prueba de que finalmente había enloquecido. —Debe haberla tomado de mi bolso cuando me hizo ponerla detrás del mostrador —refunfuñó. El señor Silfridge alzó las cejas. —Está loca. —Me reí a la defensiva—. No tomé su tarjeta de crédito. Tiffany golpeó su bolso contra el mostrador, lo abrió y luchó con su contenido como si fuera un bolso lleno de ardillas rabiosas. Eventualmente, sacó su billetera. La abrió y mostró el espacio vacío. —¿Ve? La tenía justo aquí. No está. Tambien tenía muchas otras tarjetas de crédito en su billetera, era como si estuviera apuntando a un pastizal y acusándome de robar una brizna de hierba. Más importante, no la robé. —¿Cómo sabes que no la perdiste en otro lugar? —me burlé—. Quizás cayó de tu billetera. Quizás está en el fondo de tu bolso. Tiffany entrecerró sus ojos.

—Ya miré —dijo entre dientes. —Mira otra vez —me burlé. El señor Selfridge observaba todo esto con interés neutral. —No tomé su tarjeta de crédito, señor Selfridge. —Eres una mentirosa —se burló Tiffany. Él se aclaró la garganta y le dijo a Tiffany: —Quizás estaría dispuesta a vaciar los contenidos de su bolso en el mostrador, señorita. Tiffany me lanzó dagas oxidadas con la mirada. —Bien. —Levantó su bolso y todo cayó como un camión de basura vaciando su carga en el basurero. Me sorprendió que no saliera una nube de polvo. ¿Cómo encontraba algo allí? Creí que mi bolso estaba mal. Esparció todo el contenido en el mostrador hasta que pareció un basurero. —No está aquí —refunfuñó. —¿Está segura que no lo perdió en otro lugar? —preguntó el señor Selfridge. —Sí. La usé para pagar mi boleto del museo. Tengo el recibo aquí. —Sostuvo el pedazo de papel para mostrárselo al señor Selfridge—. ¿Ve? Él asintió. —¿Y la tarjeta no está en su billetera? —¡No! ¿Quiere que saque todas las tarjetas de crédito para probarlo? —Sí, de hecho, quiero —dijo con calma el señor Selfridge. Al menos estaba de mi lado en todo esto—. ¿Puedo ver el recibo de compra de su boleto del museo? Tiffany lo sostuvo en su mano. Él lo examinó. —Comprobaremos en número en el recibo con el de las tarjetas de crédito en tu billetera. Esto era un desperdicio de tiempo. Tiffany se había quedado sin buenas ideas sobre cómo arruinar mi día, así que se estaba aferrando desesperadamente a cualquier cosa que pudiera pensar para enfadarme. Lo que sea. Lo había superado y a ella. Era un fastidio. El señor Selfridge miró meticulosamente los números de cada tarjeta con los números en el recibo. Cuando hubo terminado, suspiró y me miró con severidad. —No veo la tarjeta por ningún lado. ¿Podría estar en tus bolsillos?

Ella rió en su cara. —¿Parece que tuviera bolsillos? —Señaló su vestido apretado. Ya que era verdad que no tenía bolsillos, no me sorprendería si hubiera arrojado en su culo solo para meterme en problemas. —Quizás la dejaste caer afuera —sugerí. O la tiraste en los arbustos o en el contenedor de basura a propósito. Tiffany gruñó. —Te lo dije, la tomó de mi bolso cuando lo dejé detrás de mostrador mientras recorría el museo. El señor Selfridge alzó una ceja y cruzó sus brazos. Acarició su barbilla con una mano. —¿Samantha? —preguntó, expectante. —Lo prometo, señor Selfridge —suspiré—, no la tomé. —Revise sus cosas —Insistió Tiffany—. Debe haberla robado. ¿Dónde más podría estar? —Esto es una locura —dije, con aire ausente—. No tomé su tarjeta de crédito, señor Selfridge. —¿Tengo que llamar a la seguridad del campus? —demandó Tiffany. Miró entre Tiffany y yo. Dijo: —La cosa más simple de hacer, Samantha, es que muestres tu propia mochila. Si no tomaste la tarjeta de esta joven, no encontraremos nada, ¿cierto? —Sí —dije. Solo esperaba que Tiffany no demandara un cacheó al desnudo después de buscar en mi mochila y no encontrar nada. —No tengo nada que esconder. —Alcancé mi mochila de debajo de mostrador y la coloqué al otro lado de donde no estaba la basura de Tiffany. No la quería diciendo que sus cosas habían estado en mi mochila. Saqué mi portátil y libros. —¿Qué hay de los bolsillos laterales? —Demandó Tiffany. —No tengo tu tarjeta de crédito, Tiffany —dije, mientras sacaba todo de los bolsillos laterales y lo añadía a la pila de mis cosas en el mostrador de vidrio. Entre bolígrafos, mis llaves, un lápiz labial, recetas arrugadas, una lima de uñas, un delineador de ojos, dos tampones y veinte de otra cosas, estaba mi billetera. —¿Ves? Ninguna tarjeta de crédito. —Revisa su billetera —insistió Tiffany al señor Selfrigde, como si yo no estuviera allí. —¿Te importa, Samantha? —preguntó él.

—No está en mi billetera. —Abrí mi billetera y se la mostré a ambos—¿Tengo que revisar cada bolsillo? Tiffany me dio una sucia mirada autoritaria. —Sí, tienes que hacerlo. —Bien. —Comencé a sacar las tarjetas de mi billetera y golpearlas contra el mostrador—. MI licencia de conducir. —¡GOLPE!—. MI tarjeta de identificación de estudiante de la Universidad. —¡GOLPE!—. MI MasterCard. —¡GOLPE!—. Mi tarjeta de comprador frecuente de Bath&Body Works. —¡GOLPE!—. Tarjeta de débito. —GOLPE—. Y… GOLPE. ¿Por qué había una ostentosa tarjeta negra VISA en mi billetera? Los labios de Tiffany se torcieron en una sonrisa victoriosa. —Esa es mi tarjeta. Justo como creí. Ella la tomó. ¿Qué? Volví a mirar la tarjeta VISA. ¿Cómo se había metido en mi billetera? El señor Selfridge se estiró, tomó la tarjeta de mi mano y la examinó de cerca. —¿Tu eres Tiffany Kingston-Whitehouse, cierto? Ella tomó su tarjeta de identificación de estudiante y su licencia de conducir de su billetera, la cual el Señor Selfridge no había examinado y se la mostró. Él examinó ambas, luego me miró sobre sus gafas. —Esto no luce bien, señorita Smith —murmuró. ¿Por qué había pasado de llamarme Samantha todo el tiempo a señorita Smith de pronto? La respuesta era obvia. Había sido incriminada por Tiffany ReinaDeLosIdiotas-Estupida y el señor Selfridge creía que era una criminal. —Le dije que ella la robó —refunfuñó Tiffany. —Sí —suspiró el señor Selfridge—, me temo que esto no luce para nada bien, señorita Smith. Y así fue como fui despedida de mi trabajo en el museo de arte del campus. Si alguien me hubiese ofrecido un trabajo trabajando desnuda en un calabozo infestado de ratas como tutora de matemáticas para violadores convictos, lo hubiera tomado con gusto.

El señor Selfridge no tuvo opción. Era la política académica en la Universidad que cualquier estudiante empleado en un trabajo en el campus sería despedido si era atrapado robando. El señor Selfridge pidió disculpas, pero dijo que por la evidencia, tenía que dejarme ir.

La buena noticia era que Tiffany tenía su tarjeta de crédito de regreso, y sé que no la había usado para pagar nada. Y estoy segura que nadie la había usado en el tiempo que estuvo segura en su billetera y en la mía. La mala noticia era que Tiffany había presentado una queja oficial con el Decano. Qué sorpresa. El señor Selfridge dijo que le diría al Decano que fui una empleada modelo todo el tiempo que trabajé para él. Con suerte, inspiraría al Decano a creer mi versión de los eventos. Con mucha suerte, obtendría mi trabajo de regreso. Con el tiempo. Solo deseaba que el señor Selfridge pudiera decirle al Decano que Tiffany era una perra rica, quien me odiaba porque le robé a Christos, y metió su tarjeta de crédito en mi billetera cuando había estado cambiando mi tampón, pero no creía que eso le importara al Decano. Mierda, debí haberme agachado tras el mostrador del museo como pensé y cambiarme el tampón a plena vista. Entonces no sería un callejón menstrual sin salida. Sí, era una imagen espantosa, pero de algún modo capturaba a Tiffany. Tiff, la Perra, era la perra épica de todo el universo. Mis disculpas a todos las perras del mundo. Hice una cita para ver al Decano Livingston. Unos días después, me senté en la sala de espera de su oficina. Mientras esperaba, garabateé otro dibujo de Tiffany siendo asesinada de una forma atroz en mi cuaderno. Esta vez la tenía enterrada hasta el cuello en arena mientras brillantes escorpiones negros DeathStalrker (los cuales son los segundos más venenosos en el mundo, aprendí) picaban sus ojos y extraños cangrejos practicaban una descuidada cirugía plástica por todo su horrible rostro. —El Decano la verá ahora —dijo su secretaria desde el escritorio. Jadeé y cerré mi cuaderno de golpe, dándome cuenta que comenzaba a parecer un cuaderno de odio de un asesino serial. Quizás debería arrancar mis dibujos de Tiffany, solo me faltaba que alguien los viera y los usara como evidencia de mi culpabilidad. Metí el cuaderno en mi mochila y entré en la oficina del Decano. Lucía como la clásica oficina de madera y libros de las Universidades Oxford. Parecía fuera de lugar en San Diego, aun así ahí estaba. El Decano Levingston estaba detrás de su escritorio. Era un hombre mayor, alto con limpio cabello plateado y un conservador traje azul marino. —Tome asiento. —Señaló la silla de cuero frente a su escritorio.

Mientras caminaba por la enorme alfombra oriental, noté que el Decano tenía un antiguo globo terráqueo montado en esos enormes estantes de madera. En una de las bibliotecas estaba uno de esas brújulas que utilizaban los capitanes de los barcos. Probablemente en caso que el Decano de pronto necesitara explorar el nuevo mundo. Ciertamente lucía lo suficientemente viejo para haber estado en un barco de Colón. Solo esperaba que se considerase del tipo lindo de exploradores que traían habilidades exóticas y especias para comerciar, no el tipo malo que traía conquistadores o mantas infestadas de viruela para invadir. Me senté mientras el Decano abría una carpeta en su escritorio y pasaba las páginas de esta. Creo que era mi archivo. Mi archivo permanente. El cual decían en la secundaria que te atormentaría para siempre. Genial. Ahora agregarían criminal a mi lista de transgresiones. Continuó examinando los papeles mientras hablaba. —¿Veo aquí que ha tenido un pequeño problema con su trabajo en el museo de arte? Tuve el presentimiento de que no era más que un número para él, uno de miles que fueron a SDU. La universidad tenía más de treinta mil estudiantes, así que no me sorprendería. —Sí —dije. —¿Eres consciente que cualquier estudiante atrapado robando en el trabajo será despedido? —Sí. —¿Y que no hay excepciones a esta regla? —Sí. —¿Y que la Universidad de San Diego tiene una política de cero tolerancia hacia los ladrones? —Sí. —Puse los ojos en blanco. ¿Le pagaron solo para leer el manual? Maldición, podría hacer el trabajo de este tipo. Apuesto que pagaban muy bien y haría más que suficiente para cubrir mí matricula. —Esta es una ofensa muy seria, señorita. ¿Qué tiene que decir? — preguntó. De pronto me sentí como cada criminal que dijo ser inocente cuando nadie les creía. La única diferencia era, que un jurado no me había condenado. Tiffany lo había hecho. ¿Cómo explicarlo? Iba con lo obvio. —Tiffany me inculpo. —¿Quién es Tiffany? —La chica que dice que he robado su tarjeta de crédito. —Suspiré.

¿Estaba siquiera escuchando? ¿O simplemente dudando? Hice lo mejor para explicar lo que probablemente había hecho ella. Por supuesto, solo puedo adivinar. Pero era todo lo que tenía para trabajar. Mientras hablaba, noté al Decano lentamente se hundía más y más en su resbaladiza silla de cuero. Su mejilla apoyada contra la mano que colocó en el apoyabrazos. Para mi horror, se deslizó tanto en si silla mientras hablaba que sus nudillos estaban arrugando la piel de su mejilla por el lado de su cabeza. Sus labios estaban tan estirados que formaban un espacio en la esquina de su boca que no podía ser cerrado. Podía ver claramente sus arreglos dentales. —Mmm —murmuró, ausente. Esperé que dijera algo más en respuesta a mi teoría sobre Tiffany. Otro pliegue en la mejilla del Decano Levingston mientras continuaba deslizándose en cámara lenta por la silla. Ahora había dieciséis pliegues. Lo sé, porque tuve tiempo para contar mientras esperaba educadamente para que respondiera. Miré alrededor y observé las motas de polvo flotando en los rayos del sol entrado de la ventana a mi derecha. Bailaban. Siempre me gustaron las motas de polvo. ¡Hola! ¿Decano Levingston? ¿Está vivo allí? ¿Está dormido con los ojos abiertos? Ciertamente, lucía lo suficientemente viejo como para haber cruzado el Atlántico en la Santa María con Colón. —La chica… —dijo. ¿Uh, si? ¿Qué demonios se suponía que dijera a eso? Alcé las cejas, expectante. Levantó un poco la suya en respuesta. Alcé mi ceja un poco más. Fue un tira y afloja, nuestras cejas subiendo un milímetro a la vez. Él tenía ventaja porque la ceja en el lado de su rostro con la mejilla arrugada tenía algunos centímetros más. Está bien, ¿este era el juego de quien podía levantar más las cejas? ¿Ganaría si la mía tocaba mi cráneo? Porque estaban así de altas ahora. ¡Cualquier día, señor Levingmuertoston! Ya era todo. Exploté. —¡Tiffany! ¿La recuerda? —¿Quién? Ya se había olvidado, ¿o había dormido todo el tiempo? Cualquier cosa era posible. Exasperada, espeté.

—Se lo dije, Tiffany era la chica que vino al museo de arte durante mi turno y cuando fui al baño, debe haber puesto su tarjeta de crédito en mi billetera así podría acusarme de robarla. —El museo… —Suspiró como una bolsa de gas desinflándose. Vaya, ¿solo habíamos llegado hasta allí? —¿Cuál… cual museo? —Eructó. Quiero decir eructó, un verdadero eructo. —Discúlpeme… —dijo, arrastrando las palabras. Caray, creo que acabo de ver su aliento salir por la esquina de su boca, era tan espeso y fétido. Y de color marrón. Asco. Creo que una mosca voló justo dentro y hacia su muerte. Tan asqueroso. En cualquier momento, arañas iban a salir de su boca como si fuera una tumba. Al menos su cadáver estaba mostrando signos de vida. Excepto que creo que estaba dormitando otra vez. —¿Señor Levingston? Literalmente estaba mirándome fijo, pero no decía una palabra. ¡Despierte señor Levingston! Esto era inútil. —¿Es un mal momento? —pregunté cuidadosamente. Parpadeó. ¿Eso era todo? Definitivamente podría hacer el trabajo de este tipo. ¿Me preguntaba en que consistió su entrevista de trabajo? ¿Parpadear más de dos veces en una hora? ¡Patético! —Señor Levingston, en verdad necesito mi trabajo de regreso, — rogué—. Y no tomé la tarjeta de Tiffany. ¿No hay nada que podamos hacer? En verdad necesito trabajar o no seré capaz de pagar mi matricula. —Tragué saliva, de pronto preocupada por admitir que al estar teniendo problemas para cubrir la cuenta de mi matricula estaba cavando mi propia tumba. La Universidad no quería estudiantes quebrados que no pudieran pagar. Entonces otra vez, sospechaba que el señor Levingston tenía una íntima relación familiar con las tumbas, viendo como tenía una debajo de su escritorio y mantenía un pie en ella todo el tiempo. Parpadeó tres veces, un record para él, luego bostezó. —Tendrás que hacer una apelación formal para la Universidad, en este momento. —Bostezó otra vez—. Tendrás una oportunidad de declarar tu caso frente a un tribunal de administradores. —No estaba completamente despierto. La gente normalmente lo estaba cuando estaban inclinándote e iban a golpearte con la vara de una escoba. —Hasta entonces —advirtió—, no tendrás permitido trabajar en el campus. Tambien serás colocada en libertad condicional académica

hasta que tu nombre sea limpiado. Si el tribunal encuentra que en verdad eres culpable de robo, o si eres atrapada cometiendo otro crimen en el campus, serás expulsada. Tragué. ¿Qué? ¿Lo escuché bien? ¿Por qué me había levantado de la cama esta mañana? ¡Estúpida Tiffany!

Samantha El clima cálido de primavera era perfecto en contraste con mi estado de ánimo. Me senté fuera en una de las mesas en el Centro de Estudiantes con Madison, Romeo y Kamiko. Todos comíamos tacos de pescado para el almuerzo. —Estoy jodida, chicos. —Suspiré. —Dices eso como si fuera un problema —bromeó Romeo—. En mi mundo, estar jodido es el resultado más deseable de cualquier encuentro. —¿Incluso si Tiffany Kingston-Whitehouse es la que te hace estar jodida? —pregunté con escepticismo. —Ahora que lo mencionas, siempre sospeché que esa chica tenía pene. —Romeo rió. —Es demasiado puta para ser un hombre o tener pene —dijo Kamiko mientras sumergía un chip de tortilla en la salsa. —Las perras en todas partes están encogiéndose porque las estamos comparando con Tiffany. —Rió Madison. —Tal vez podríamos comparar a Tiffany con residuos tóxicos o cachorros asesinos —sugirió Romeo. —¡No mates a ningún cachorro! —declaró Kamiko. Romeo le frunció el ceño. —¿Cómo es que decir ―cachorros asesinos‖ significa que ocurrió realmente? ¿Qué haría a un cachorro en algún lugar del mundo morir porque lo dije? —No lo sé —dijo Kamiko tímidamente—, simplemente no lo digas. Romeo puso los ojos en blanco. —Has estado viendo demasiadas caricaturas, cariño. —Le dio un mordisco a su taco de pescado. Yo tomé un sorbo de mi té helado. —¿Qué voy a hacer, chicos? Ni siquiera puedo encontrar un trabajo de tutoría de matemáticas. No hay puestos de trabajo en ningún lugar en este momento. Y, hasta que mi caso con Tiffany vaya a revisión ante el tribunal académico de la SDU, Servicios de Carrera no me dará otro trabajo en el campus. Soy un bien contaminado.

—¿Has tratando de buscar trabajo como esclava sexual? — preguntó Romeo. —¿Quién quiere una esclava sexual contaminada? —bromeó Madison. Miré hacia ella. —Muchas gracias, Mads. Ella sonrió. —¿De verdad quieres trabajar como esclava sexual? —Si la paga es buena, haré lo que sea —suspiré—. Pero ya comprobé los anuncios de esclavas sexuales. Todos los dueños de esclavos sexuales están buscando a alguien con experiencia. —¿Experiencia en esclavos, o experiencia sexual? —preguntó Romeo inocentemente. —Estoy asumiendo que ambos —bromeé—. La mayoría de los anuncios mencionan mordazas y experiencia con látigos. Nunca los he usado tampoco. —Si necesitas algún consejo —dijo Romeo—, avísame. —Sí, Sam. —Kamiko sonrió—. Si necesitas práctica en azotar el trasero de alguien, puedo hacerte una demostración en Romeo. —Soy yo. —Romeo sonrió—. ¿O Kamiko sería una buena dominatriz? Miré a Kamiko, quien tenía sus manos en su regazo mientras se inclinaba sobre la taza de su bebida, que estaba en la mesa, mientras chupaba la paja. Se veía como una niña pequeña. Lo único que faltaba era una paja loca de esas con formas. Le dije: —Tal vez una dominatriz de dibujos animados. —¿Lechuga mantequilla? —le dijo Romeo a Kamiko sugestivamente, como si estuviera tratando de seducirla—. ¿Cultivada localmente? No estaba segura de lo que estaba hablando. Tampoco Madison. —¿Quieres decir una fiesta de lechuga mantequilla? —preguntó Kamiko—. No eran dominatrices. Eran unicornios desnudistas. —¿Dominatrices? —Romeo anunció con fuerza—. ¿Cuándo te convertiste en la Srita. Diccionario, Kamiko? —preguntó Romeo con escepticismo, como si la pronunciación de Kamiko fuera más rara que los unicornios desnudistas masculinos. Yo estaba tan perdida. —Sí —dijo Kamiko—, dominatrices es la ortografía para la versión plural de la palabra.

Madison me frunció el ceño. —¿De qué están hablando? Negué. —¿De dibujos animados? ¿Del diccionario? No tengo ni idea. Mis amigos están locos. —¡¿Fiesta de lechuga mantequilla de más valientes guerreros?! — sugirió Kamiko con la máxima de frustración—. ¡¿Episodio tres?! ¡¿Primera temporada?! —Dio una palmada en la mesa para enfatizar—. ¡¿Ustedes chicos no ven internet?! —Sí. —Romeo me miró y a Madison sarcásticamente—. ¡Tonta! —Mads —dije—, no puedo decidir quién está más maldito loco. Ellos o nosotras. —Sólo estoy comiendo mis tacos de pescado. —Ella se rió—. No conozco a ninguno de ustedes.

Metí mi tarjeta de débito a uno de los cajeros automáticos en el campus, cerca del Centro de Estudiantes. Necesitaba comprobar la cantidad de dinero que quedaba en mi cuenta porque mi pago mensual de matrícula se acercaba hacia mí a la velocidad de la luz. Debería más de $ 5.000 a la SDU en unas pocas semanas. Después de que metí mi PIN, presioné consultar su saldo. En lugar de un número, el cajero automático se rió de mí y me dijo que consiguiera trabajo. Me sorprende que no destrozara mi tarjeta y parpadeara las palabras NO TIENES DINERO repetidamente. Había gente esperando detrás de mí en la fila para usar el cajero automático, por lo que cancelé y tomé mi tarjeta. ¿Dónde diablos iba a conseguir cinco de los grandes? Había revisado los sitios web de búsqueda de empleo con microscopio y no había encontrado nada. ¿Tal vez tenía que volver a Grab-n-Dash y rogar por mi trabajo? Un recuerdo de olor a perros calientes y a orina en poliéster de color arrugó mi nariz. Tal vez no. Sin oportunidad de vender un riñón u otras partes de mi cuerpo al mejor postor, la única otra cosa que se me ocurrió fue comprobar la línea para becas. Me acerqué a la Biblioteca Central y configuré mi portátil cerca de una ventana en el séptimo piso. Suspiré mientras me conectaba a la red wi-fi de la biblioteca y buscaba a través de sitios web de becas. No tardé mucho en darme cuenta que la mayoría de los plazos de solicitud ya habían pasado. No es que importara. La mayoría de ellas no pagaban ningún dinero hasta el otoño.

Me senté en mi silla y suspiré. Miré la increíble vista de San Diego. Siempre me encantaba estar cerca de las ventanas de la Biblioteca Central. Desde el séptimo piso, donde estaba sentada, se podía ver por millas. Por lo general, la vista me levantaba el ánimo. Lástima que nada menos que una grúa de construcción pudiera levantar mi ánimo hoy. Suspiré y volví a mi búsqueda de empleo. Tratando de mantener el optimismo, entrecerré mi búsqueda en Internet a plazo de solicitud. No había muchas becas que quedaran en la lista. Encontré una para directores de gaita. ¡Pagaba siete mil dólares! Las gaitas no podría ser muy difíciles de tocar, ¿verdad? Tomaría totalmente doble licenciatura en gaitas si eso significaba siete mil dólares. El único problema era que ni siquiera podía permitirme un conjunto de gaitas. Incluso si pudiera, no me sorprendería si Christos o Spiridon me echaran de la casa por quitarles las bolsas-de-pedos. Pero tocaría cada maldito día si eso significaba $ 7.000. Mierda. ¿Con quién estaba bromeando? No creo poder hacerle frente a todo ese graznido. Siguiente. Había una beca para personas que estudiaban el idioma Klingon. Había visto Star Trek. ¿No el klingon era solo gruñidos? Podía gruñir. También había una para La Biblioteca nudista de Investigación de América. No, en serio. Lo leí en Internet. ¿Qué hacían los investigadores que investigaban a los nudistas, de todos modos? ¿Checar el aumento de la incidencia de cáncer de piel entre los desnudos? ¿Su caída temprana, tanto para hombres como para mujeres? Porque saben, la caída era el mayor problema que enfrentaban los nudistas. En serio hubiera enviado mi solicitud si no fuera por el hecho de que tenía que vivir en una colonia de nudistas para calificar. Ni siquiera sabía dónde encontrar una colonia nudista, a menos que contara a los modelos de arte. ¡Oye! Tal vez con todas las chicas viniendo al estudio de Christos todos los días, ¡la casa Manos calificara! Presentaría totalmente una solicitud. Busqué becas por otras dos horas y envié solicitudes a una docena más. Con un poco de suerte, en realidad podría ser aceptada por una, pero no estaba conteniendo la respiración. Tenía que asumir que no estaba más cerca de cubrir los $ 5,000 que le debía a la SDU que cuando empecé. ¡Demonios! Ew.

Mis clases de primavera consistieron en: Sociología 3, Historia 3 — que se centró en América del siglo XX—, Pintura Plein Air —que Kamiko

me dijo que tomara porque ella lo hacía—, y Dibujo de figura —alguno que Romeo y Kamiko estaban tomando—. Me las había arreglado para obtener B en Sosh e Historia durante el trimestre de invierno, para mi sorpresa. Creo que todo lo atiborrado que hice para los exámenes intermedios y las finales compensó mi tendencia a garabatear en mi cuaderno de dibujo durante la clase. Con mis problemas financieros actuales, me prometí poner total atención y tomar notas durante Sosh e Historia con ese término. No más garabatos. La última cosa que necesitaba era una mala GPA para hacer mi situación de ayuda financiera peor de lo que ya era. Encontré a Kamiko fuera del edificio de Artes Visuales para nuestra primera clase de pintura Plein Air. Sólo nos reuníamos una vez por semana, los miércoles por la tarde. ¿Cuán impresionante era eso? Las dos sosteníamos caballetes portátiles que se doblaban al tamaño de una maleta. Había tomado prestado el mío de Christos. Tenía varios en el estudio. No podía permitirme el lujo de comprar uno, y era un requisito para la clase, así que estaba de suerte. —¿Por qué tenemos estos caballetes? —le pregunté. —Ya verás. —Kamiko sonrió mientras entrábamos en el edificio de Artes Visuales. —Sabes —arrugué la nariz—, Plein Air suena un poco aburrido. — Estaba pronunciándolo como ―plain‖ porque no tenía ni idea de cómo decirlo—. ¿Vamos a pintar cosas planas? ¿Cómo helado de vainilla y arroz blanco? Porque no veo cómo podríamos pintar aire plano. ¿A menos que pintáramos el cielo? ¿Y por qué tiene que ser simple, cómo sólo pintar cielos despejados? ¿No es simplemente poner pintura azul en un lienzo? Kamiko me sonrió con indulgencia mientras sostenía la puerta abierta de la sala de clases. —No, tonta. A diferencia de mis clases de arte anteriores, que habían tenido lugar en cuartos que eran obviamente paraísos de los artistas, la sala de Plein Air era pequeña y anodina. Las paredes estaban en blanco. Había un escritorio de un profesor en la parte delantera de la sala, uno de esos antiguos de metal que parecían un acorazado gris que había visto varias guerras. Y, por supuesto, un montón de estudiantes con sillas de escritorio con asientos de plástico amarillo mostaza abarrotados juntos. Había estado en lo cierto sobre lo plano. Esta se parecía a cualquier aula de la secundaria al azar en Estados Unidos. ¿No se suponía que era una Universidad? —¿Por qué siento como que vamos a pasar las próximas tres horas en prisión? —le pregunté a Kamiko. Ella arqueó las cejas, pero no dijo nada.

Unos estudiantes estaban en contra de las paredes con sus caballetes portátiles. No había mucho espacio para ponerlos. Tal vez es por eso que teníamos caballetes portátiles, para podernos apretar en el escaso espacio disponible restante. Unos minutos más tarde, una mujer de mediana edad entró en la habitación. Tenía el cabello rizado y una gran sonrisa. Llevaba un sombrero de ala ancha y un chaleco de cazador de color caqui con un montón de bolsillos sobre una camisa y pantalones vaqueros de manga larga. Botas de montaña completaban su atuendo. ¿Iríamos de safari? —Hola a todos —dijo—. Mi nombre es Katherine Weatherspoon, y seré su instructora de Plein Air hasta el término de la primavera. Si no se han dado cuenta a estas alturas, vamos a pintar al aire libre por las próximas diez semanas. En plein air —lo dijo con un acento que sonaba como que decía “plain air”—, es una expresión francesa que significa “al aire libre”. Todo el mundo, reúna sus caballetes. Nos dirigiremos afuera. Los estudiantes recogieron sus caballetes y siguieron a Katherine Weatherspoon por la puerta. Yo me incliné hacia Kamiko y susurré: —Estaba en lo correcto, vamos a estar pintando el cielo azul todo el trimestre. —Es peor que eso —susurró Kamiko—, realmente vamos a pintar el aire, como el oxígeno. Así que sólo será claro. ¿Te acordaste de traer un tubo de esmalte acrílico transparente? Porque ese es el único color que vas a necesitar. —¿Qué, como algo transparente? ¿Sólo vamos a poner pintura clara sobre los lienzos? Kamiko se encogió de hombros. Esto iba a ser muy aburrido. Supongo que no todos los aspectos de la pintura son ganadores. —¿A dónde vamos? —le pregunté a caminábamos detrás del último de los estudiantes.

Kamiko

mientras

—No tengo idea —dijo. Caminamos a través del campus, a través de Adams College, y fuera al Boulevard North Torrey Pines. Cruzamos la luz cuando cambió a verde. —¿Vamos a los acantilados? —le pregunté. —Supongo —dijo Kamiko. Efectivamente, terminamos en los acantilados al oeste del campus de la SDU. Pasaron por alto la playa y el océano Pacífico. Había un montón de aire normal para pintar ahí. Hurra.

—Aquí está bien —dijo la profesora Weatherspoon, fijando su caballete portátil abajo—. Todo el mundo, encuentre un lugar para dejar sus caballetes, entonces empezaré una demostración. Kamiko y yo encontramos un lugar juntas. En realidad no importaba dónde pudiera acomodarme porque había oxígeno en todas las direcciones. Unos minutos más tarde, la profesora nos tenía a todos reunidos alrededor de su caballete. Tenía un lienzo muy pequeño montado sobre el mismo, de alrededor de cuatro por seis pulgadas. Con su paleta portátil ya cubierta con pequeñas cucharadas de aceite, comenzó a pintar. Usó una pequeña palita de metal, a la que seguía refiriéndose como espátula, mezclaba colores en su paleta y los extendía en el lienzo. No pasó mucho tiempo para que cubriera el lienzo con colores. Me di cuenta de que la mitad que estaba pintando era la curva de los acantilados de Torrey Pines hacia el sur, la playa, el mar y el cielo. Su pintura era realmente increíble, parecida a una fotografía descuidada hecha de pastel glaseado. Si entrecerraba mis ojos, parecía la cosa real. Cuando la profesora terminó, se volvió hacia los estudiantes y sonrió: —Ahora sigan y comiencen con sus pinturas. Voy a estar caminando alrededor para ayudar a todo el mundo. Kamiko y yo caminamos a nuestros caballetes. Ahora que me di cuenta de que no íbamos a pintar oxígeno invisible todo el tiempo, ajusté mi caballete, así quedé frente a los acantilados al sur, igual que la profesora. No tenía un cuchillo de paleta, por lo que acabé por utilizar los pinceles. No estaba acostumbrada a trabajar en un tema tan complicado como los acantilados y las olas. Había diez millones de cosas diferentes para pintar en mi campo de visión. Estaba un poco nerviosa. Bajé mi pincel y me froté la frente con el dorso de la muñeca. —¿Teniendo problemas? —preguntó la profesora Weatherspoon. Estaba tan acostumbrada a la mala onda y al sarcasmo del trimestre pasado de Marjorie Bitchinger, que tenía miedo de decir algo por temor a incurrir en la ira de la Profesora Weatherspoon. —Está bien —dijo con voz amable—, hay mucho que averiguar de una vez. —Sonrió—. Lo que quiero que hagas es que te centres en las grandes formas primero. Trabajar de grande a pequeño y agregar el detalle a la pasada. ¿Puedes hacer eso? —preguntó, tratando de alcanzar mi pincel. —Sí, totalmente. —Sonreí. Ella tomó mi pincel, limpió alguna sombra natural en mi paleta e hizo las pocas líneas de los acantilados.

—Puesto que estás usando un pincel, pintarás delgado. No quieres demasiada pintura haciendo un lío por todo el lienzo. —Enjuagó el pincel en mi pequeño frasco de Turpenoid, entonces entró en una mezcla fina de color blanco y azul ultramarino—. Pon la línea del horizonte, así —pintó una línea horizontal azul débil—, para que sepas dónde está. —Limpió el pincel de nuevo, lo mojó en algún ocre amarillo, y escribió la línea de la playa, donde se reunía con el agua. Mi pintura ahora parecía esquemas de colores a la vista—. Ahora todo lo que tienes que hacer es llenar todo. —Sonrió y me entregó mi pincel antes de alejarse para ayudar a otros estudiantes. Mi buen humor había vuelto. Me volví hacia Kamiko. —¿Es esta una clase de verdad? Parece demasiado divertida. —Lo sé, ¿verdad? —Sonrió mientras mezclaba un montón de verde talo con azul cerúleo en su paleta. —Tal vez podamos abandonar la escuela y ser pintoras de Plein Air por el resto de nuestras vidas. —Suena como un plan para mí. —Ella sonrió mientras aplicaba pintura azul verde en su lienzo donde las olas verdosas se encontraban con la arena dorada de la playa—. Podemos hacer autostop a través de Estados Unidos y pintar lo que veamos. —Entonces podemos publicar un libro de nuestras pinturas —sugerí. —Totalmente. —Kamiko sonrió. La pintura Plein Air fue impresionante. Cuando la clase terminó más de tres horas después, empacamos todo y caminamos de regreso a la SDU. Había olvidado totalmente mis problemas financieros durante todo el tiempo. Y por eso, estaba agradecida. Pero ellos no se habían olvidado de mí.

Cinco personas estaban de pie delante de mí en la fila para el cajero en el banco Del Mar cuando entré a la mañana siguiente. Por lo que entendí, si le entregabas una nota al cajero del banco diciendo que tenías un arma y querías dinero, te lo daba. No preguntaban si tenías un arma. Simplemente asumían que lo hacías, y te pagaban, lo que significaba que estaba de enhorabuena porque no tenía arma. Había considerado parar en una tienda de Todo a noventa y nueve centavos para comprar una pistola de juguete, pero no tenía 99 centavos de sobra, así que decidí improvisar. Por supuesto, cuando le entregues la nota al cajero, también apretaban el botón de alarma baja y la policía se presentaba, pero yo

era rápida sobre mis pies. Podía irme antes que el equipo SWAT llegara y las armas empezaran a salir. Además, se trataba de San Diego. ¿Incluso tenían equipos SWAT en San Diego? El guardia de seguridad en este banco era viejo. Estoy bastante segura de que tenía un plátano en su funda. Eso estaría bien. Y sólo iba a pedir $10,000 para cubrir mi matrícula. Ni un centavo más. Me gustaba pensar en ello como una beca, porque nadie esperaba que pagaras las becas. La persona frente a mí era un hombre bulboso en una cazadora descuidada y pantalones caídos. Se mantenía aclarándose la garganta cada cinco segundos. Creo que tenía una bola de pelo. Estaba esperando que cayera en cuclillas en el suelo de mármol, con la cabeza colgando entre los omóplatos, y entrar ilegalmente en él como un gato, pero nunca lo hice. Él siguió tosiendo. Finalmente, la cajera llama a bola de pelo hasta el mostrador. Él saca una pila de dinero en efectivo, que contó enfrente de la caja, tosiendo después de cada quinto billete que dejaba como un reloj. Creo que estaba haciendo un depósito en efectivo. No entendía por qué estaba contándolo. Ese era el trabajo del banco. Pero él insistió. Nos llevó una eternidad. Tosía tan a menudo, que estaba teniendo el impulso de limpiar mi propia garganta. ¿Habría esporas tóxicas en el aire? Sea cual sea lo que bola de pelo tenía, era contagioso. Me estaba poniendo cada vez más nerviosa a cada segundo porque era la próxima. Por un momento, pensé en irme, pero no lo hice. Tenía que pasar por esto. Tan pronto como bola de pelo se fuera, pediría diez de los grandes. Cerca de diez horas y un millón de tosidas más tarde, bola de pelo terminó. Me acerqué a la ventanilla y abrí la boca para hablar. Lo que salió fue un tosido. Estúpida bola de pelo. Realmente estaba alcanzándome. Me aclaré la garganta varias veces. Cuando terminé, la cajera me miraba como si tuviera tuberculosis. Probablemente la tenía. Gracias, Amo de las bolas de pelo. —Ejem. —Tosí por última vez. Me retorcí las manos. Iba a hacer esto. Necesitaba diez de los grandes. Mi corazón estaba latiendo. Era el momento de pedir mi dinero. —¿Puedo ayudarle? —preguntó el cajero como si estuviera a punto de llamar al Centro de Control de Enfermedades para que me pusieran en cuarentena. Mi garganta estaba sintiendo cosquillas de nuevo, pero quería que se relajara. —Sí —le dije con voz ronca—: ¿Necesito hablar con alguien acerca de cómo obtener un préstamo?

—Ciertamente. —El cajero sonrió falsa secamente—. Haré que uno de nuestros encargados de préstamos hable con usted. Si pudiera tomar asiento por allá —señaló la esquina del banco—, alguien saldrá para hablar con usted en breve. —No podía esperar para quitarme de su espacio para respirar. —Gracias —le dije y me senté en una de las sillas. Mi garganta todavía me hacía cosquillas, pero me negué a comenzar a toser de nuevo mientras esperaba. Eran las diez de la mañana, y había decidido cortar clases hoy y tratar de resolver mis problemas de dinero. Quiero decir, ¿cuál era el punto de estudiar si no podía pagar mi factura de matrícula cuando estaba a punto de vencer? Por desgracia, no había podido encontrar un solo puesto de trabajo en línea, y las becas no se veían más prometedoras. Todavía no le había dicho a Christos acerca de que perdí mi trabajo en el museo. Habían pasado dos semanas ya, pero lo último que quería hacer era molestarlo con mis problemas de dinero. Con todas las pinturas que necesitaba terminar para su próxima exposición en una galería pesando sobre él, tenía más que suficiente estrés ya, y se estaba carcomiendo. Su continua manera de beber era la prueba. Cuando el encargado de crédito, finalmente me llamó a su cubículo, me disgusté al descubrir que necesitaba un aval para un préstamo de $10.000. Excelente. ¿Dónde iba a encontrar un aval? ¿En mis padres? ¡Ja! Eso era lo más divertido que había oído nunca. ¿En Christos? No podía pedírselo. Una cosa era vivir en su casa sin pagar alquiler, otra hacerlo responsable de una gran parte del cambio. No podía hacerlo. Y no podía pedírselo a mis amigos. Ellos no tenían dinero de sobra. ¿Tal vez tendría que ir a Las Vegas el fin de semana y ponerle un poco de dinero a las máquinas traga monedas? Oh espera. No tengo dinero para entrar a jugar. ¿No había una especie de organización de prostitutas en la universidad que representaba a jóvenes mujeres universitarias como yo, y sólo te emparejaba con chicos atractivos? No, creo que leí eso en una novela romántica en alguna parte. No podía ser real. Además, tenía novio. Estaba fuera de opciones. De las cuerdas, de todos modos. Me senté en mi auto en el estacionamiento fuera del banco y lloré mientras inclinaba la cabeza contra el volante. Mi cabello se envolvió alrededor de mi cara y se pegó a mis mejillas húmedas. Cuando me quedé sin lágrimas, me dirigí a la UTC, al centro comercial justo al este

de SDU. Caminé de tienda en tienda, preguntando acerca de trabajos, igual que había hecho con Romeo hace unos meses. Nadie estaba contratando. Ni siquiera el Hot Dog On A Stick. Consideré esperar hasta que una de las chicas de los perros calientes tomara un descanso para poder dejarla inconsciente y robarle el uniforme multicolor. Estaba tan desesperada, que usaría uno de sus trajes de payaso y me re enfocaría en oler como perro caliente si significaba tener un poco de dinero entrando. Debido a que la UTC fue un fracaso, me dirigí a Mission Valley y fui al centro comercial Fashion Valley, al Hazard Center y al Westfield. Llené varias solicitudes y las dejé con las promesas de que los gerentes que me darían una llamada si algo se abría. Cuando fui a casa esa noche, estaba agotada. Había buscado trabajo durante nueve horas seguidas. Mis pies me estaban matando. Revisé el estudio por Christos pero no estaba allí. Caminé arriba y lo encontré desmayado en nuestro dormitorio. Apestaba a alcohol. Se estaba emborrachando todos los días ahora. Cuando en Roma. Estaba tan cansada y hambrienta y frustrada y desanimada de mi búsqueda de empleo fallido hoy que decidí distraerme. Me dirigí a la tienda de comestibles bajo el amparo de la oscuridad y compré una brazada de helado. Cuando regresé a la casa, no pasó mucho tiempo para que estuviera tan llena de helado que estaba chapoteando cuando entré en uno de los baños de la planta baja. Descargué mi helado recién consumido en privado y me preparé para la segunda ronda. Regresé al congelador y saqué otra pinta. Mmmm, helado. Gag. Comí dos pintas más antes de tener suficiente e irme a la cama.

Unos días más tarde, entre a Sociología 3 e Historia Americana 3, pasando varias horas estudiando en la biblioteca principal. Cuando llegó el momento de ir a lectura de historia, cerré mi laptop y me dirigí a la puerta junto a la escalera. Había una gran escalera en espiral alrededor de la torre de cemento cuadrada que apoyaba del cuarto al séptimo piso de la Biblioteca Central. Desde el exterior, la Biblioteca Central parecía un árbol de roble cuadrado de cemento en cuclillas con una base estrecha que apoyaba los cuatro pisos de la parte superior.

Bajar las escaleras dentro de la base de tres pisos siempre me recordaba descender a una cripta gigante, como en las pirámides, pero sin jeroglíficos frescos en las paredes. Era gris y lúgubre. Lástima que no fuera a encontrar ningún sarcófago de oro en la parte inferior de las escaleras, o cualquier otro tesoro que los ladrones de tumbas encontraban siempre cuando irrumpían en las pirámides. Oh bien. Por lo menos era ejercicio. Cuando salí de la escalera al lado de los ascensores, pasé por un pasillo que tenía cajas de vidrio en ambos lados. Las cajas contenían una colección siempre cambiante de exposiciones de estilo museo de todo tipo de cosas: libros antiguos, cerámicas, objetos de arte popular, o arte a veces real. Hoy, me di cuenta de que había una nueva exposición en varias de las cajas. Para mi sorpresa, cuando leí una de las pancartas, descubrí que era el arte original de la tira cómica de Dennis the Menace. Me detuve a mirar el arte más de cerca. Sólo había visto el arte de Dennis the Menace en el pulposo periódico que mi papá miraba cada mañana. De cerca, el arte entintado original era magnífico. Las líneas eran tan precisas y nítidas, pero estilizadas y muy geométricas. Nunca había hecho una observación como esa antes de haber empezado a estudiar dibujos tan intensamente hace seis meses. Solía bastarme pensar en Daniel The Menace como en dibujos animados con lindos trazos. Ahora tenía algo vagamente profundo que decir. Estaba tan orgullosa de mí misma. Tal vez había encontrado un tesoro en el fondo de esa escalera de biblioteca. —Hank Tomlinson.

Ketcham

es

increíble,

¿verdad?

—preguntó

Justin

—¡Oh! —Di un grito ahogado. Había estado tan absorta en el arte, que no me había dado cuenta de que había entrado—. Hola, Justin. Justin llevaba una chaqueta deportiva ligera de cuero sobre una camiseta impresa con cuello en V y pantalones de pitillo. Parecía que estaba a punto de subir al podio en el Grammy y aceptar un premio al mejor vocalista masculino. —La biblioteca acaba de conseguir arte esta semana. Me muero por verlo en persona —dijo. ¿Arte? ¿Cuál? Estaba ocupada admirando el sentido impecable de la moda de Justin. Era elegante y distinguido. Apuesto a que tenía su propio armario y consultor personal de estilo. Su cabello estaba desordenadamente cuidado de una manera atractiva que parecía fácil y relajada pero probablemente le tomaba una hora organizar.

Una mirada a Justin y mis observaciones profundas de arte habían volado por la ventana. —¿Qué piensas de eso? —Sonrió Justin. ¿De su cabello? Era increíble. ¿De su sonrisa? Aun mejor. —Eh... Justin frunció el ceño. —¿Arte? ¿Qué opinas del arte? —¡Oh! ¡El arte! ¡Sí! ¡El arte es increíble! —Creo que era de conocimiento común que las personas culpables terminaban cada frase con un signo de exclamación. No es que fuera culpable. No era culpable de nada. ¿Y qué si Justin era adorable? Justin asintió lentamente con una extraña mirada en su rostro. Creo que no sabía qué decir, porque estaba tratando de decidir si o no estaba clínicamente loca. No estaba segura de qué decir tampoco, así que asentí hacia él. Asentir, guiñar, guiñar. Podría seguir asintiendo todo el día como una muñeca si él lo hacía también. ¡Asentir! ¡Asentir! ¡Asentir! ¡Gran sonrisa! ¡Un montón de dientes! ¡Tan no culpable de encontrar a Justin adorable! ¡ASENTIR! ¡ASENTIR! ¡ASENTIR! —¿Por qué me siento como si estuviera atrapado en medio una tira cómica Daniel the Menace? —preguntó Justin. ¿Porque lo estábamos? Salvo que en este caso, era Denise the Menace, y yo era Denise. Negué, tratando de recuperarme. Eso hizo el movimiento de mi cabeza aún peor. ¡Quédate quieta! Sonreí tan ancho que las mejillas me dolieron. Tuve un momento para darme cuenta de que a pesar de que tenía un novio increíble, algunos hombres tenían poderes de monería otorgados por el diablo. No era mi culpa que Justin fuera deslumbrante. Cualquier mujer que echara un vistazo hacia él se volvería una muñeca de las que mueven la cabeza al segundo que lo viera. —Entonces, eh —tartamudeó Justin, sonando incómodo—, ¿hiciste algunos bocetos más para el wombat? ¿Qué era un wombat de nuevo? Bueno, había tenido suficiente de mi estado sin cerebro. Mordí el interior de mi mejilla, sorprendiéndome a mí misma de mi loco estupor. Haciendo una mueca, porque ahora el interior de mi mejilla realmente me dolía, le dije: —Te iba a preguntar, ¿ya votaron ustedes chicos? —Habían pasado un par de semanas desde que le había dado todos mis diseños para la Olla de Fumadores Wombat.

—Aún no. Algunos de los otros artistas todavía están trabajando en las ideas. —Eso es bueno. —Asentí. Asentir, guiño, guiño. ¡¡DEJA DE ASENTIR!! Mi mejilla me dolía demasiado para morderme de nuevo, y no iba a morderme el otro lado, así que suspiré, puse los ojos en blanco, y dije: —Quería meter unos pocos más antes de la votación. —¿Los tienes ahora? —preguntó. —Eh, no. He estado como, ahh... ¿ocupada últimamente? —Las personas culpables también terminaban sus oraciones con signos de interrogación. ¿O eran las personas rotas cuyos padres eran pinchazos? Lo olvidé. Uno o el otro. —Bueno, ten nuevos dibujos para mí tan pronto como sea posible. Sí, estaba en ello. ¡NO. NO LO ESTABA! Justin continuó, sin darse cuenta de que estaba esquizofrénica. —Probablemente tomaré un voto al final de la semana. —Está bien. —Le sonreí, haciendo mi mejor esfuerzo para no agitar mis pestañas. Eran los poderes del diablo sexys de Justin los que me obligaron a hacerlo. —Por cierto, ¿Tú y Romeo llegaron a alguna idea para las historietas? Ya estamos armando el próximo número de la impresión. El plazo de presentación está a la vuelta de la esquina. —Tenemos unas pocas, pero ambos hemos estado bastante ocupados. Romeo siempre tiene cosas importantes de teatro que toman posesión de su tiempo. —Bueno, incluso si no llegan a la fecha límite, Romeo todavía parece un buen chico. Con un montón de ideas divertidas. Deberías llevarlo totalmente a la próxima reunión de personal. —Está bien. —Asentí. Quise decir, incliné mi cabeza para indicar estar de acuerdo sin asentir, asintiendo, asintiendo. ¡¡DETÉNTE!! —De todos modos —dijo Justin—. Tengo qué correr a clase. ¿Me enviarás un correo electrónico con cualquier material nuevo si consigues algo? —Está bien. Antes de caminar fuera, esboza una sonrisa y dice: —¡Laters! Espera, ¡había terminado su frase con un signo de exclamación! ¡Y la anterior con un signo de interrogación! ¿Significaba eso que estaba sintiéndose culpable? ¿O era sólo que yo me sentía culpable? Bueno

“¡Laters!” era sólo una palabra y no contaba como una frase, ¿no? ¿Acaso Justin me gustaba? ¡¿O quiso decir que estaba loca?! ¿¡¿Tal vez ambos?!? Oh, eh, eh. Eso podría complicar las cosas para mí. Él me gustaba. Y estaba loca. RECUPÉRATE. Nótese la ausencia de culpables signos de exclamación. Esa era mi voz cuerda diciéndole a mis queridos lamentos que se callaran. Suspiro. Necesitaba una lobotomía. Caminé fuera al aire fresco con la esperanza de que me ayudara a aclarar mi cabeza y que Justin se había ido para no pensar que lo estaba acechando. ¡No lo estaba acechando! ¿Oh, sí? ¡¿¡Prometo que no lo hacía!?! ¿Dónde estaba esa lobotomía? Oí que podría utilizar un pica hielo para atravesar la cuenca de mi ojo y funcionaba bien. Grandes bolas. De todos modos, realmente esperaba que Justin no estuviera siendo amable conmigo sólo porque estaba interesado en mí. No era un imbécil como Hunter Snakeley, pero era el editor de The Wombat. No quiero esquivar el voto a favor de mis dibujos wombat sólo porque pensaba que podría hacerme como él. Y no quería esquivar el voto en contra de mí si pensaba que no le gustaba. Quería ganar en buena lid. Espera, acabo de recordar que Justin había sido quien se acercó a mí primero el trimestre pasado. Había estado acosándome por quién sabe cuánto tiempo. No acosas a alguien en el que no estás interesado, ¿verdad? ¡Gimo! ¿¡¿Por qué mi vida es tan complicada?!? ¡No soy culpable! ¡Lo juro! Quiero decir, lo juro. No hay signos de exclamación o signos de interrogación en ese momento.

El sol amarillo pasa caliente a través de la superficie del Océano Pacífico mientras aparco mi VW en el camino de entrada de la casa Manos. Me acerco a la puerta con mis llaves tintineando en mi mano.

Siempre tenía una sensación de alivio recorriéndome cuando llegaba casa. Cuando estaba a punto de deslizar mis llaves en la cerradura de las puertas delanteras dobles, la puerta fue jalada por dentro. —¡Gracias a Dios que estás aquí! —soltó Sophia, de pie en la puerta. Sophia era una de las otras modelos de Christos. La había encontrado varias veces antes. Tenía los ojos de Europa del Este y los labios carnosos. Normalmente era muy hermosa, pero por el momento la preocupación cortaba su cara en líneas irregulares. —¿Qué pasa? —le pregunté, inmediatamente asustada por su pánico. —Christos se desmayó —dijo con nerviosismo, tirando de mí a la casa—. No sabía qué hacer. Estaba a punto de llamar al 911. Mi corazón se ha disparó a toda marcha. —¿Christos está herido? ¿Se cayó? —Había estado bebiendo mucho últimamente, no me sorprendería si lo había hecho. Sabía que la gente borracha se suponía que era tan relajada que eran menos propensos a salir lastimados si se caían o lo que sea, pero eso no importaba si caías por una ventana y aterrizabas en fragmentos de vidrio o en un balcón de cemento. —Más o menos. —Sophia se estremeció. —¿Se cayó más o menos? Ella sacudió la cabeza, obviamente preocupada. —No sé cómo explicarlo... —¿Qué pasó? —Hice todo lo posible para no perder la calma. —Tal vez debería mostrártelo. —Hizo una mueca. De repente estaba pensando que Christos había tenido una convulsión y su boca estaba llena de sangre espumosa. ¿El alcohol podría darle convulsiones? ¿O era algo peor? A medida que entrábamos en el estudio, Sophia dijo en voz baja: —Creo que está borracho. Mierda, ¿eso era todo? Efectivamente, Christos estaba sentado desplomado en una silla frente a la pintura en la que Sophia había estado trabajando. Había una enorme raya roja atravesando el lienzo, cortando por la mitad su cara y pecho. Un pincel cargado con la misma pintura roja colgaba de la mano de Christos. Estaba roncando. —Simplemente cayó en la pintura mientras trabajaba hace una hora. Le dije esta mañana que tal vez debería dejar de beber, pero no me hizo caso. ¿Quién era yo para quejarme? Soy sólo la modelo, y necesito el trabajo.

Podría relacionarme con eso. —No sabía a quién llamar, y nadie más estaba aquí. Casi me fui, pero pensé que debía quedarme hasta que alguien apareciera. No quería que se asfixiara o vomitara o lo que sea. —Gracias, Sophia —le dije con sinceridad—. Aprecio totalmente que te quedaras y mantuvieras un ojo sobre él. Si lo deseas, puede irte ahora. Puedo manejarlo desde aquí. Oh, eh, se supone que debo quedarme y modelar hasta las seis. —No te preocupes —dije despectivamente—. Voy a decirle a Christos que estuviste aquí todo el tiempo. —Le guiñé un ojo—. De cualquier forma, no creo que sepa cuando te fuiste. Ella asintió nerviosamente. —¿Estás segura? —Sí. —Sonreí—. Te lo prometo. Dejó escapar un gran suspiro de alivio. —¡Muchas gracias! Estaba empezando a preocuparme de si alguien aparecía y estaría atrapada aquí hasta cuando despertara. Tengo una sesión de fotos en Los Ángeles esta noche, y con el tráfico, probablemente voy a llegar tarde. Si me das una ventaja ahora, en realidad podría lograrlo. ¿Necesitas ayuda para mover a Christos antes de que vuele? Los brazos de Sophia parecían lápices. A pesar de su compasión, no pensé que fuera de mucha ayuda en el departamento de la elevación de un cuerpo. —Creo que voy a necesitar una grúa —bromeé—. O sólo puedo esperar hasta que despierte. —Totalmente. —Sonrió. Después de que Sophia se fue, di un buen vistazo de Christos. Quería asegurarme de que mantuviera la respiración y que no se asfixiara por el vómito. Teniendo en cuenta que roncaba como un aserradero, creo que estaba bien. Pero si el aserradero cerraba operaciones, lo deslizaría fuera de la silla y lo pondría sobre su costado. Mientras tanto, tomé el pincel con la pintura roja de su mano y crucé los brazos sobre su regazo para que se viera más cómodo. Examiné la raya roja en la pintura de Christos de Sophia. La limpié con el dedo meñique. Era aceite, por lo que todavía estaba mojado. ¿Debía limpiarla? No me podía imaginar que se enojara. Se veía como un accidente. Considerando que Sophia dijo que se había quedado dormido mientras pintaba, probablemente lo era. ¿A menos que pretendiera arruinar la pintura? ¿Cómo en la forma en que había destrozado la pintura de Isabella el día en que mis padres llegaron? Oh bien. Iba a limpiar el rojo, sólo en caso de que fuera un

accidente. Si había querido arruinarla, podría arruinarla de nuevo mañana con la cabeza despejada. Primero, limpié el pincel de la pintura roja. Entonces, encontré algunas toallas de papel limpias y limpié cuidadosamente la raya roja hasta que desapareció por completo. Me puse de pie detrás de la pintura y la examiné desde la distancia. Como nueva. Entonces un miedo irracional se apoderó de mí. ¿Qué pasa si Christos había querido poner esa raya vertical roja allí? ¿Qué pasa si se trataba de algún avance de genio que finalmente había descubierto y yo había ido y la había limpiado? Oh no. Recordé que Christos se había frustrado con sus pinturas de todas las modelos y estaba tratando de encontrar una manera de condimentarlas. ¿Y si esa raya roja era el primer paso en una nueva dirección creativa que era demasiado densa para comprender? ¿Tal vez había tenido un destello de brillantez y decidió combinar el arte abstracto con sus retratos realistas de una forma totalmente nueva? Teniendo en cuenta que todavía no sabía mucho acerca de historia del arte o de cómo se desarrollaban los nuevos estilos y movimientos artísticos, y no sabía nada sobre arte abstracto, era perfectamente posible. Oh no. ¿Qué había hecho? ¿Había borrado la única señal de su genio recién descubierto? Ni siquiera le tomé una foto con el celular en caso de que quisiera un recordatorio. Oh no. Miré el pegote de pintura roja todavía en su paleta y el pincel ahora limpio que había sido cargado con pintura roja. ¿Debía cargar el pincel con más rojo, tratando de recrear la línea roja, después poner el pincel en su mano? Pensaría totalmente que mi línea roja era su raya roja. Quiero decir, era sólo una raya, ¿verdad? ¿Quién iba a saber la diferencia? A quién estaba engañando. Sabía que a la gente le gustaba decir que un bebé o un mono podrían pintar arte abstracto, pero estoy bastante segura de que era una exageración y un artista abstracto podía distinguir su trabajo de otro. Cuando Christos estuviera sobrio, reconocería que mi coja línea roja no era su raya roja. Mierda, mierda, mierda.

Mi nivel de pánico fue hasta mis globos oculares. Estaba nadando en pánico. Necesitaba un snorkel de pánico o iba a ahogarme en él. Respira profundo. Tomé otra respiración, y otra. Recordé que Christos había estado tan borracho, que se había quedado dormido. Así no era como funcionaba un genio, ¿no? Entonces di un grito ahogado mientras recordaba a todos aquellos artistas y escritores y poetas que habían sido alcohólicos famosos. ¿Qué sabía yo de genios? ¿Qué había hecho? ¿Dónde estaba mi helado? ¡ALERTA ROJA! ¡ALERTA ROJA! Necesitaba crear una estrategia. ¿Qué iba a hacer cuando Christos despertara por la mañana y me preguntara a dónde se había ido su línea roja? ¡Lo sé! Podría exprimir un poco de pintura roja del tubo directo en el lienzo, luego empujar a Christos en su silla a la pintura, e inclinar su rostro en el pegote rojo. Mancharía la pintura, tendría pintura roja en su rostro como prueba, ¡y nunca sabría lo que había hecho! ¡Asumiría que había arruinado su genio rojo él mismo! ¡Era genial! ¡Yo era genial! Oh espera. ¿Qué era lo que había dicho antes sobre las personas culpables que terminaban sus frases con signos de exclamación? Christos se daría cuenta de que algo andaba mal, sobre todo si se despertaba mañana y respondía a todas sus preguntas sobre la línea roja con frases con signos de exclamación. Necesitaba una idea mejor. Miré la pila de toallas de papel manchadas de rojo en el bote de basura. Su línea roja estaba en esas toallas. ¿Qué pasaba si las abría y creaba con ellas la línea roja de nuevo en el lienzo, como una pegatina con cuidado? A quién estaba engañando. La línea se arruinaría. El genio de Christos estaba manchado hasta ser irreconocible. Me sentía como una completa idiota. Como si acabara de entrar en el estudio de Picasso el día en que había decidido dejar atrás el estilo de pintura realista de sus primeros días y comenzado su legendaria época azul, y yo era la idiota que tuvo el descaro de decir: —No, no, no, Pablo. Esto es demasiado azul. Necesitas utilizar más color. Confía en mí, sé de lo que estoy hablando. Sí, claro. Tenía la sensación de hundimiento que hoy Christos se había embarcado en su propio viaje con gran éxito en todo el mundo, y la pintura de Sophia habría sido recordada para siempre como el primer

cuadro de su legendario periodo de raya vertical roja, si no la hubiera limpiado. Era la peor novia de todos los tiempos. Sólo podía esperar a que Christos se olvidara de ella cuando estuviera sobrio. Si decía algo sobre las rayas rojas, se permitiría sugerir que estaba hablando de licor, ¿y tal vez había estado bailando con los elefantes rojos que había visto? A excepción de la montaña de toallas rojas sucias en el bote de basura. Necesitaba enterrar la evidencia rápido. ¿Por qué me siento como una asesina? Oh sí. Debido a que acababa de asesinar la floreciente carrera artística de Christos. Giré a Christos en su silla para que su pintura arruinada no fuera lo primero en lo que pusiera sus ojos en cuanto despertara. No quería que le diera un ataque al corazón. Dos horas más tarde, cuando finalmente despertara, lo llevaría arriba antes de que pudiera hacer cualquier pregunta incriminatoria sobre su falta de la línea roja. Cuando lo dejé caer en la cama, me di cuenta de que olía a una destilería de whisky. Su sudor debió haber sido por lo menos de sesenta si le hicieran una prueba. Cuando estuvo segura de que estaba dormido, me lancé escaleras abajo y escondí las toallas rojas sucias en la basura de un vecino en la calle. ¿Las toallas sucias parecían trapos ensangrentados utilizados para limpiar después de un apuñalamiento? Err, quise decir, ¿corte? Mmm, algo así. Pero las pruebas de ADN no revelarían una semejanza con el cadáver de la carrera muerta de Christos. Nadie podría saber que era la asesina. Excepto yo. Tuve pesadillas con líneas rojas durante toda la noche.

Desperté antes que Christos. Fui de puntillas a la cocina y en silencio nos hizo el desayuno en la cama. Después de que terminamos de comer, hicimos el amor durante dos horas, a pesar de los restos de su resaca. ¿Tuve orgasmos varias veces? Claro. ¿Acaso exageré mis gritos en un intento de mantener a Christos en el dormitorio con más sexo? Tal vez un poco. Pero no quería que fuera al estudio y viera su pintura sin raya. Después de que Christos se vino por cuarta vez, me dijo que quería volver a trabajar en su pintura de Sophia. Desesperada por otra

distracción, le sugerí que nos quedáramos en la cama y experimentáramos alguna cosa ligera de bondage. No es que estuviera en lo S & M, pero necesitaba una excusa para mantener a Christos en la cama para que no pudiera salir de la habitación. —Tentador. —Sonrió—. ¿Tal vez la próxima vez? Realmente tengo que volver al trabajo. —¡Oh espera! No has visto la nueva ropa interior que compré. — Salté de la cama y agarré mi cómoda. Corrí al cuarto de baño antes de que pudiera protestar—. ¡Sólo tomará un segundo para que me la ponga! —¿Cuándo te compraste ropa interior? —gritó desde el dormitorio. —La semana pasada —grité mientras trataba de no tropezar y apresuradamente iba adelante—. Fui de compras con Mads. Salí del baño vestida con un babydoll de encaje negro atado en el cuello, tanga negra, y medias negras altas hasta el muslo. Había planeado guardarlas para una ocasión especial. Distraer a Christos de la tragedia de su raya roja desaparecida parecía tan buena como cualquier otra. —¡Santa mierda! —espetó Christos—. ¡Por qué no me dijiste que tenías ropa interior sexy! La ropa interior fue buena por otra hora de hacer el amor. Pero no podía mantener a Christos en nuestro dormitorio para siempre, tanto como quería. Mientras nos duchábamos juntos después del sexo, consideré esconderme y llamar con una amenaza de bomba en el estudio de Christos. Pero estaba bastante segura de que no se suponía que le diría a la policía que la amenaza de bomba era en su propia casa. Me había quedado sin opciones. Cuando Christos estuvo vestido, fue al estudio. Lo seguí, lista para el desastre. Mantuve un ojo en mis salidas en caso de que necesitara hacer una rápida retirada. Él se puso de pie delante del lienzo. Momento de la verdad. Si me asesinaba por arruinar su pintura, no presentaría cargos. Era lo menos que merecía. —Estás frunciendo el ceño —dije nerviosamente—. ¿Por qué estás frunciendo el ceño? —No estoy seguro —dijo distraídamente—. Algo acerca de la pintura de Sophia... Mierda. Había estado en lo cierto. La había arruinado.

Christos me iba a tirar y a patear a la calle por arruinar su carrera. Terminaría siendo una de esas viejas sin hogar con piel curtida que mantenían todas sus posesiones en un carrito de supermercado. Le diría a cualquiera que tuviera la amabilidad de darme su cambio o un sándwich a medio comer que una vez había estado enamorada del artista más grande del planeta, hasta que había arruinado su vida y su carrera. Christos tomó un pincel de la mesa de trabajo junto a su caballete. —No está funcionando realmente para mí —dijo pensativo—. ¿Qué piensas? Caminé alrededor y me paré a su lado. —¡Oh no! ¡Es perfecta! Es decir, ¡se trata de una obra de un genio! Nunca he visto nada más increíble. —Guau, ¿mis puntos de exclamación eran tan obvios para él como lo eran para mí? Me imaginé que estaba a cuatro segundos de distancia de ser cubierta con rayas verticales rojas después de que Christos me apuñalara hasta la muerte con el extremo romo de un pincel por lo que había hecho. No iba a pelear, sin importar lo mucho que me lastimara. Me merecía una muerte lenta y dolorosa. Christos fijó el pincel hacia abajo y me sonrió. —Está bien, agápi mou. Puedes ser honesta conmigo. No te gusta, ¿verdad? ¿Se refería a la pintura como estaba ahora? No había dicho nada acerca de la raya roja. —Err, ¿no? —dije con lo que sospechaba era un grado incriminatorio de culpa—. Quiero decir que es realmente buena. ¿Qué es lo que te no gusta? No puedo imaginar a alguien que no le guste. ¿Tú sí? —Me detuve antes de usar algunos signos de interrogación más culpables. Él se rió entre dientes. —Gracias, Pero, no sé. Parece sin vida para mí. Como si necesitara algo para arreglarla. ¿Cómo una línea de color rojo? ¡Mierda! ¿Había dicho eso en voz alta? ¡¿¡¿¡Mierda!?!?! Tomé una respiración profunda. —Es Increíble, Christos. Quiero decir, yo no podría pintar algo tan agradable. —Gracias, agápi mou. Sé que no apesta, pero no me está atrayendo. Hay millones de buenas pinturas en el mundo, pero menos de cien, tal vez menos de una docena, son las que la gente recuerda.

Quiero decir, ¿cuántas pinturas famosas puedes nombrar que ahorita estén en tu cabeza? —¿La Mona Lisa? ¿Los Girasoles de Van Gogh? ¿El grito de Munch? ¿Los lirios de agua de Monet? ¿Los Relojes derretidos de Dalí? eh... ¿Guardianes de la Noche de Rembrandt? Uhh, ¡Se me están acabando! Ayúdame aquí. No sonaba nerviosa, ¿no? —¿Ves Lo que quiero decir? —dijo casualmente—. No hace falta mucho tiempo para que la persona promedio termine de nombrarlas. La mayoría de las personas no llegan más allá de la Mona Lisa. Más allá de eso, la única otra cosa que la gente recuerda es el período azul de Picasso, porque suena divertido. Oh vaya, él estaba peligrosamente cerca de poner las pistas juntas. ¡Necesitaba una distracción rápida! Signo de exclamación ¡Culpable! Tonta Quise decir, tonta. Ya había usado mi cuerpo para efecto completo en el dormitorio, y no había dejado lo inevitable. Todo lo que podía hacer ahora era encadenar las primeras ideas que me vinieran a la cabeza. Le dije: —¡Lo sé, claro! ¿Un período azul? ¡Lo primero que pienso cuando escucho ―período azul‖ es quitarme un tampón un día y es azul cerúleo! Y es eso, la pintura más cara de todas, ¿no? ¡Podría convertirme en una fábrica de pinturas si sangrara azul Cerulean! ¡Pero sólo podría vender la pintura una vez al mes porque es de un color tan raro! ¿¡¿Qué estaba diciendo?!? ¡¡¡Estaba loca!!! ¿¡¿¡¿¡¿¡¿¡ !?!?!?!?!?! ¡Culpa! ¿Culpa? ¡Culpa! ¡Necesitaba que mi cerebro la eliminara! ¿ASAP? Christos rió. —Período Azul. ¿Alguna vez te dije lo mucho que disfruto de tus extrañas ideas, agápi mou? Raro era una palabra demasiado amable. Me reí con nerviosismo. Él puso un brazo cariñoso alrededor de mis hombros. —Todo esto de períodos azules me tiene pensando. Tengo que llegar a mi propia cosa, como Picasso. ¿Tienes alguna idea? Apuesto a que podrías pensar en algo que nadie ha pensado. ¿Qué tal un periodo de línea roja? ¡Oh espera! ¡¿¡¿¡¿¡¿¡Ya pensó en eso!?!?!?!?! Estuve a tres segundos de colapsar en un charco de lágrimas. No podía soportarlo más. Me rompí como porcelana fina sobre cemento. —¡YO LO HICE, CHRISTOS! ¡LIMPIÉ TU LÍNEA DE GENIO ROJA AYER! ¡LO SIENTO MUCHO! ¡PERO ESTABAS BORRACHO! ¡PENSÉ QUE ERA UN

ERROR! ¡¡¡QUERÍA LIMPIARLA ANTES DE QUE SE SECARA Y ARRUINÉ TU PINTURA!!! Lloré. Él envolvió su otro brazo alrededor de mí. —¿De qué estás hablando, agápi mou? Después de que me calmé, me miró con ojos amorosos. Me daban la bienvenida con calidez y afecto. Sequé las lágrimas de mis mejillas y sollocé. —Cuando llegué a casa ayer, te habías dormido de borracho. Había una gran línea roja en la pintura sobre el lienzo. La limpié, pensando que la habías hecho por accidente, ¡pero luego pensé que tal vez no lo habías hecho! Ahora la arruiné. —Lloré un poco más. —Una línea roja —dijo pensativo—. Ni me acuerdo de eso. —Su rostro se ensombreció en un ceño fruncido. Oh no, esto era todo. Ese fue el momento en que se dio cuenta de lo que había hecho. Sonrió. —Me siento como un idiota, agápi mou. ¿Él? Pensé que yo era la idiota. Él sacudió la cabeza con disgusto. —He estado bebiendo mucho últimamente. Ni siquiera puedo recordar lo que estoy haciendo ya. Esperanza. Tal vez no había cortado con tijeras el periodo de línea roja de Christos. —Entonces —dije—, ¿no crees que pusiste la línea roja en la pintura a propósito? —¿Bromeas? Probablemente estaba llenándolo de pintura y ni siquiera sabía cuál era el color de la pintura en mi pincelada —se rió entre dientes. —Entonces ¿No destruí tu genio? —¿Mi Genio? —Era una línea roja muy impresionante —bromeé. Su cara se puso seria y arqueó una ceja. —¿Entonces tal vez debería haberla dejado? A veces las obras de un genio funcionan en formas misteriosas... Gulp. Me pregunté si podría suicidarme aguantando la respiración hasta que me sofocara. Era la única opción de escape que tenía mientras me envolvía en los brazos de Christos. Las lágrimas brotaron de

mis ojos, así que enterré mi cara en la camisa de Christos por vergüenza y culpa. ¡¡¡¡¡¡¿¡¿¡¿¡Culpa!?!?!?!?!!!!!!! Aspiré profundamente. Christos había estado bebiendo mucho, supuse que olería a alcohol, y tenía la esperanza de que pudiera inhalar humos suficientes de licor para que estuviera bebido y finalmente se calmara. Nop. Al parecer, sudó todo el alcohol de su sistema durante nuestra vigorosa vida sexual antes. Tendría que volver a contener la respiración hasta que me sofocara. Pero, después de la ducha, ahora olía como el hombre más sexy del planeta. No había manera de que pudiera aguantar la respiración si no significaba estirarme para inhalar más de su hombría a corta distancia. Cuando levanté la vista sus amorosos ojos eran afectuosos, por lo que mi culpabilidad bajó varias muescas. —Estoy bromeando totalmente, agápi mou. —Sonrió—. Si todo lo que se necesitara para hacer a un genio de la pintura fuera agregar una raya roja, la gente estaría agregándole rayas rojas a todo. A las rebanadas de pan. A los teléfonos inteligentes. A las SUVs. A las cacerolas. El mundo estaría lleno de rayas verticales rojas. Pero ¿ves líneas rojas en todas partes? Nop. Y no, esto no era el comienzo de un fenómeno de rayas rojas en todo el mundo. Creo que estás a salvo. — Me besó en la parte superior de mi cabeza con cariño. —¿Estás seguro? —murmuré inhalando su sensualidad embriagadora. Sin duda podría emborracharme o drogarme el aroma varonil de Christos—. ¿No saboteé el inicio de tu período de líneas rojas? —No —él se rió entre dientes, creo que estamos a salvo. Me relajé en sus brazos al fin. —Pero necesito algo —dijo él. —¿Oh, qué? —Necesito algunas ideas frescas, un poco de perspectiva fresca. De lo contrario, voy a moler todas estas pinturas en el suelo hasta que no pueda soportar verlas o todas estarán cubiertas con barras rojas. Y no me refiero al tipo de líneas que venden con las pinturas. Me refiero de la clase que dice: ¡Esta pintura es una mierda, entonces! —¿Dónde vamos a encontrar buenas ideas? ¿En la tienda de ideas? He oído que tendrán una venta. —Sonreí. —Gracioso. —Sonrió, pero eso significaría que todo el mundo podría comprar las mismas buenas ideas. No serían buenas ya. Dirigirían el molino. Necesito hablar con alguien que realmente sea un genio y que pueda sugerir algo verdaderamente especial. —¿Quién? —le pregunté, mi interés se despertó repentinamente.

—Tienes que hablar con tu padre —dijo Spiridon, que de repente estaba en la puerta al estudio—. Sabe lo que está pasando mejor que nadie. Eché un vistazo a Christos. Se había puesto blanco y sus ojos estaban muy abiertos, con lo que parecía ser miedo. Después de una larga pausa, Christos me miró y tragó. Con voz crepitante dijo. —Tiene razón. Claro. —¿Qué piensas? Puede ser honesto conmigo. ¡Mierda! ¿La culpa? ¡Oh espera! Gulp. Nope. Nope.

Christos Mi Camaro del '68 descendió y subió por las pintorescas colinas de Rancho Santa Fe mientras nos acercábamos a la casa de mi padre. Rancho Santa Fe era una comunidad de lujo exclusiva escondida a pocos kilómetros desde la costa. Las casas suburbanas de tres dormitorios fueron reemplazadas por lujosas casas estilo rancho rodeadas por océanos de superficie cultivada. —Hay muchos caballos y mansiones aquí. —Samantha observó mientras disfrutaba el campo. —Sí —dije. —Vaya que es hermoso. ¿Cómo es que no visitas a tu papá más a menudo? La miré brevemente. Era la única respuesta que podía dar en este momento. El tema de mi papá estaba garantizado que iba a molestarme o romper mi corazón. No estaba de humor para hacerlo. Solo quería pedirle un consejo y terminar la visita lo más rápido posible. —Oh, uh, lo siento —dijo Samantha tímidamente. —Está bien, agápi mou —dije en voz baja—. Hazme un favor, cuando lleguemos a la casa de mi padre, no menciones mi forma de beber, ¿de acuerdo? —Muy bien —contestó con incertidumbre. Quería decirle a Samantha, que papá se molestaría si se enteraba que estaba bebiendo muy seguido. Claro, eso era en parte verdad. ¿Quién querría enterarse que su hijo se embriagaba a diario en lugar de hacer algo de sí mismo? Pero el resto de la verdad era que me sentía como un idiota por beber tanto. Después de ver a mi papá destruir su matrimonio con su propio consumo de alcohol, debería haberlo sabido. ¿Correcto? De tal palo tal astilla. Hombre, me había convertido en un maldito cliché. Pero era más profundo que eso. Mi papá realmente no había empezado a beber hasta que se había sentido obligado por sus esposas de oro. Mi abuelo me había dicho una vez que cuando mi padre era joven, había tomado la lúcida decisión de pintar arte abstracto porque

sabía que se vendía bien. Tenía una familia que mantener y no quería aguantarse como un pintor realista y esperar a hacer dinero algún día. Es lo que mi abuelo había hecho. Claro, ahora mi abuelo era exitoso, pero al principio, había pasado muchos años de vacas flacas y mi papá vivió la mayor parte de ellos cuando era niño. Así que mi papá fue por lo seguro. No es que cualquiera pudiera hacer dinero como artista abstracto. Toneladas de artistas intentaron la ruta ―fácil‖ durante décadas y fracasaron miserablemente. Pero mi papá sabía exactamente lo que estaba haciendo. Su carrera estalló desde el principio y empezó a llover dinero. Pero no pasó mucho tiempo para que se sintiera amarrado apretadamente por las esposas de oro. Se cansó de la pintura abstracta muy rápido. Quizás porque fue tan condenadamente fácil para él. Nunca pudo averiguar una manera de salirse, como Houdini, de hacer arte abstracto y transformar su carrera para hacer las cosas realistas que realmente quería hacer. Supongo que no estaba en las cartas para él. Irónicamente, ya había hecho bastante dinero en mi primera exposición individual en la Galería Charboneau vendiendo arte realista. Estaba viviendo el sueño que mi padre tenía la esperanza de vivir desde el día que había tomado un pincel. Y ahí estaba yo, bebiendo, porque las cosas no iban a la perfección. Lo último que quería hacer era entrar en la casa de mi padre y decirle: ―Oye, papá, estoy haciendo lo que siempre has soñado hacer, pero no puedo hacerlo con gusto porque esa mierda de Stanford Wentworth dijo que a mis pinturas les falta corazón, y tenía razón. Así que en lugar de hacerme hombre y luchar con el dolor, me estoy desmoronando como un castillo de arena en una ligera brisa‖. Sí, como si quisiera decirle a mi padre que estaba dándole la espalda a una oportunidad por la cual él habría matado hace veinticinco años. De ahí, todo mi problema con la bebida y mi renuencia a enfrentar a mi padre hoy. Giré el Camaro en una calle privada pavimentada, conduje hasta que llegamos a las puertas y nos detuvimos. La puerta de hierro tenía un círculo ubicado en el centro. El círculo tenía una letra M de oro pulido. Nunca pude decidir si era cursi o impresionante. Principalmente, en realidad no me importaba. Mi padre podía gastar su dinero en lo que quisiera. Había pagado por ello de la manera difícil cuando su problema con la bebida había alejado a mi mamá. Después que ella se fue, él había pintado como loco y recaudó dinero por montones, tratando de llenar el vacío. No importa lo mucho que hizo, todo el dinero del mundo no podría sustituir a mi mamá. No para mí o mi papá. Con el tiempo, la bebida tomó el control tan fuerte, que mi papá dejó de pintar por completo y solo bebió.

Hice una mueca mientras presionaba un código en la pequeña caja atornillada a un poste que sale de la tierra delante de las puertas. Un segundo después, las puertas se abrieron lentamente. Solo había estado aquí un par de veces en los últimos cuatro años. ¿Por qué estas puertas me hacían pensar que estaba a punto de ser tragado? Tal vez porque la última vez que había estado en la casa de mi padre, había sido un oscuro calabozo. Se podía sentir la tristeza filtrándose de las paredes de todas las habitaciones. Todas las cortinas estaban cerradas, las botellas de alcohol estaban esparcidas alrededor en cada superficie plana en el lugar. Cualquier señal de que mi padre era un pintor era inexistente. Ningún arte colgado en las paredes. No había espacio de estudio a un lado. Por lo que sabía, todos sus suministros de pintura estaban escondidos en un armario de almacenamiento en Encinitas. Eso fue gracias a Franco Viviano, el dueño de la Galería Spada en L.A. Viviano era el tipo que vendía el trabajo de mi papá y lo había ayudado a que se hiciera rico. Mi abuelo me había contado toda la historia. Al parecer, cuando a mi padre se le había metido en la cabeza la idea de quemar todas sus pinturas y sus materiales de arte en una borrachera de hace un año, llamó a Franco y le dijo que renunciaba. Eso fue un poco raro porque mi papá no trabajaba para nadie. Franco solo lo representaba. Pero mi padre le dijo a Franco que renunciaba y quemaría todo su arte y suministros. Según mi abuelo, Franco había saltado a un auto y conducido desde Beverly Hills al segundo en que había cortado en el teléfono con mi papá. Franco había llamado a mi abuelo mientras conducía al sur y los dos se reunieron en la casa de mi padre. No querían que papá hiciera algo estúpido. Al final, después de calmar a mi papá, Franco había contratado a algunos chicos para eliminar todo y ponerlo con seguridad en una unidad de almacenamiento en caso que alguna vez, mi papá decidiera pintar de nuevo. Lamentablemente, antes que mi padre hubiera empezado a ir cuesta abajo, su casa había sido el paraíso de un pintor. Ahora era la tumba de un borracho. Odiaba eso. Detuve mi Camaro en frente de la casa. Todavía era agradable en el exterior. Solo habían pasado unos ocho años. Dale otra década y mostraría signos de desgaste si no hacía ningún tipo de mantenimiento, que probablemente no lo haría. Ni siquiera podía mantenerse duchado y afeitado, mucho menos hacerse cargo de una gran mansión. Finalmente el exterior se pondría al día con el interior. —Oh Dios mío —Samantha se quedó sin aliento—, ¿esta es la casa de tu papá? Es enorme.

—Sí. —¿Debo advertirle a Samantha sobre lo que nos esperaba en el interior? ¿O dejar que la golpee como un martillo? No creo que importara. —¿Cuánto tiempo ha pasado desde que estuviste aquí? — preguntó. Entrecerré los ojos al sol. —¿Por lo menos un año? —¿Estás nervioso? —Eso es un eufemismo —dije sarcásticamente. Caminamos hasta la puerta principal de cristal tallado. Toqué el timbre. Sonó una sonata para piano de Bach o alguna mierda. Las cosas que la gente hacía con demasiado dinero. Pude ver la silueta de alguien caminando hasta la puerta principal. Momento de la verdad. La puerta se abrió suavemente y en silencio. Nada de ese chirrido de bisagras de película de terror de mierda. Aún. Dale tiempo al óxido para que se asiente. —¡Paidí mou! —Mi padre resplandeció, todo sonrisas—. ¡Es tan bueno verte! —Me atacó con un abrazo de oso y golpeó mi espalda—. ¡Ha pasado mucho tiempo desde que estuviste aquí! Estoy tan contento que hayas venido. Le devolví el abrazo, pero después de un segundo, dije: —Está bien, papá. Creo que vas a romperme algo. —Parecía aún más fuerte que cuando me abrazó en la corte durante mi juicio. Y lucía aún más saludable. Me soltó. —¿Te estás poniendo suave? —Sí, como si pudiera —bromeé—. Pero creo que has estado haciendo pesas de nuevo. ¿Estoy en lo cierto? —Lo he hecho. —Sonrió. Hombre, no creo haber visto a mi padre tan feliz desde antes que mi mamá se fuera. Pero algo me dijo que esto era todo un acto y al momento en que entráramos dentro de la mazmorra, la verdad saldría. —¡Samantha! —dijo mi padre—. ¡Qué bueno verte de nuevo! —Mi padre fue a abrazarla, pero creo que vio que Samantha estaba un poco abrumada, así que la acarició suavemente en el hombro—. Vengan adentro, ustedes dos. ¿Puedo darte algo para beber? Casi dije: “¿Algo sin alcohol?”, pero me mordí la lengua. Desde que tenía edad suficiente para saberlo, el alcoholismo de mi padre me había vuelto loco. Siempre lo había molestado con ello en el pasado. ¿Quién era el idiota ahora?

—Claro —contestó Samantha—. Estoy bastante sedienta. Entramos en el gran hall de entrada con la gran escalera de caracol. El candelabro de araña era del tamaño de la Torre Eiffel si estuviera hecha de cristal y colgando del techo de mi papá. Todo en la habitación era tan jodidamente brillante y blanco. ¿Qué pasó con la mazmorra? Caminamos por un pasillo de mármol hacia la gran cocina. También estaba limpia. No hay botellas de bebidas alcohólicas en cualquier lugar. Mi padre abrió la Sub Zero. No hay botellas de vodka. Solo agua embotellada, jugo de frutas y leche. —¿Qué puedo darles? —preguntó papá. —Voy a tomar una botella agua. —Samantha sonrió. —Lo que ella pidió —dije. Mi papá destapó las botellas de agua y las vertió en vasos limpios de la alacena. —Papá —pregunté—. ¿Qué hiciste, sumergiste este lugar en una botella de blanqueador? Se rió entre dientes mientras servía la segunda botella de agua. —No, tanto blanqueador habría quemado un agujero en la capa de ozono. —Se rió entre dientes—. Tengo una empleada doméstica que viene cinco días a la semana. Ella tiene energía de sobra. —¿Cinco días a la semana? —Samantha se maravilló—. ¿Cuánto está pagándole? Mi padre frunció el ceño, pero sonrió. —¿De verdad quieres saber? —Ehm, quiero decir. —Samantha tartamudeó—. Necesito encontrar un trabajo. Solía trabajar en una tienda de conveniencia, pero no funcionó. —¿Una tienda de conveniencia? boquiabierto—. Eso suena horrible.

—Mi

papá

se

quedó

—Lo era —Samantha refunfuñó—. Pero tal vez ser empleada doméstica sería mejor. No tendría clientes idiotas viniendo durante todo el día. De todos modos, solo me preguntaba lo que le pagan a una empleada doméstica. —Le pago bien. La contraté de una agencia. Te puedo dar su número y recomendarte. Tal vez puedan encontrarte algún trabajo. —¿De verdad? —Por supuesto. Pero me imagino que la mayoría de las empleadas domésticas trabajan durante el día —dijo papá—. ¿No tienes clases en SDU?

—Sí. —Samantha suspiró. —Bueno, tal vez la agencia tiene algunas de esas empleadas domésticas que limpian los edificios de oficinas por la noche. Lo averiguaré. —¿Podría? —preguntó Samantha esperanzada. —Definitivamente —respondió—. Oye, tengo algo que quiero que veas hijo. —Soy todo ojos —bromeé. Mi padre me sonrió y asintió. —Gracioso. Sabes, Samantha, este muchacho mío es todo un personaje. —Dímelo a mí. —Sonrió mientras caminábamos por la casa. Tenía tantas habitaciones y pasillos que era como caminar por un museo. Por primera vez en años había pinturas, de todo el mundo, que colgaban de las paredes. —Hombre —dije—, hay un montón de pinturas aquí. Está empezando a parecerse a la Capilla Sixtina. —¿Son todas suyas, señor Manos? —preguntó Samantha. —Llámame Nikolos. —Papá sonrió—. Algunas de las pinturas son mías, otras son de otros artistas. Siempre me gusta intercambiar pinturas con artistas que respeto. Sam bromeó sarcásticamente. —¿Es por eso que no veo ninguna de las pinturas de Christos? —¡Vaya! —Papá se rió—. ¡Ella tiene lengua, eh! En cierto modo esperaba que eso me sentara mal, pero Samantha lo dijo con tanto cariño, que era obvio que no fue su intención decirlo duramente. Y mi papá no tenía idea de lo que había estado pasando últimamente. Al menos yo no le había dicho. ¿Tal vez mi abuelo sí? No importaba. No iba a tocar el tema. —Entonces, ¿qué querías mostrarnos? —pregunté. —Aquí —respondió papá cuando entramos en una enorme habitación en la parte trasera de la casa. La luz se vertía desde el exterior. La habitación estaba amurallada por un cristal. Era blanca, limpia y acogedora. Las cosas estaban organizadas, a diferencia del caos constante en el cual había trabajado antes cuando estaba haciendo arte abstracto, incluso antes que iniciara con el alcoholismo. En aquellos días, el estudio había estado desordenado pero apasionante y extravagante. El escenario perfecto para un ―Estudio de Artista‖. Este estudio era tranquilo y reflexivo. No hay mierdas escandalosas. Todos los suministros de pintura estaban acomodados y organizados. Los

lienzos estaban alineados en filas ordenadas. Cualquier suministro sin usar estaba prolijamente dispuesto o guardado en los cajones. Sin embargo, tenía esta sensación acogedora, como que quería sumergirme y empezar a pintar aquí mismo. Era el equilibrio perfecto entre una zona de desastre y un teatro quirúrgico antiséptico. Noté docenas de botellas de vidrio que contenían pigmento seco, de todos los colores del arco iris, posadas a lo largo de un mostrador. —¿Estás mezclando tus propios aceites? —Me maravillé. Nadie mezclaba su propia pintura. Era un dolor en el culo. Pedía la mía en línea. —Sí —respondió papá—. Me cansé de tener que reorganizar todo. Además, me conecta más con el trabajo si mezclo la pintura desde el principio yo mismo. Los viejos maestros como Rembrandt tuvieron que hacer su propia pintura. ¿Por qué no habría de hacerlo? De todos modos, es mi propia protesta personal contra toda la modernización en el mundo. Todo está demasiado separado hoy en día. Conozco a un tipo que obtiene su pigmento azul ultramar directamente de las minas de lapislázuli31 en Afganistán. Ese tipo tiene unas historias que te pondrían los pelos de punta sobre la compra de pigmento, déjame decirte. —No puedo ni imaginarlo —dijo Samantha. Se veía como un niño en una fogata escuchando cuentos míticos sobre dioses y monstruos. Papá continuó: —Estoy pensando en volar con él a Afganistán la próxima vez que vaya, solo para ver las minas y darle las gracias a los chicos que están rompiéndose la espalda excavando las rocas para que pueda pintar en un cómodo estudio. —Adviérteme de antemano si lo haces —dije—. Iré contigo. —¿Irías a Afganistán? —preguntó con incredulidad Samantha —. ¿No es muy peligroso? —Imagina las historias que traerías de vuelta —dije. Mi padre dijo: —Samantha, deberías venir con nosotros. —Oh, no podría permitírmelo —contestó Samantha—. Además, nunca he hecho nada de eso. No sé si pudiera, incluso si tuviera el dinero. —Claro que puedes —dijo mi padre. Le guiñé un ojo a Samantha. —Ahora sabes de dónde obtengo mi sentido de la aventura, agápi mou. 31

Lapislázuli: Mineral de color azul intenso.

—Eso es un eufemismo. —Se rió. Miré alrededor del estudio, sintiéndome como un niño en una tienda de dulces. Fue entonces cuando me di cuenta que las pinturas en todos los caballetes eran retratos. Mi padre no había pintado retratos desde antes que yo naciera. Me acerqué a uno de los caballetes. —Mierda. Este es el abuelo. —Sí —dijo mi papá—. Ha estado sentado posando para mí los últimos fines de semana. —¿Aquí es donde el abuelo ha estado viniendo? —pregunté. —Sí. La pintura era increíble. Samantha se acercó a mirarlo. —¡Oh, Dios mío, ese es Spiridon! —Extendió la mano para tocar la pintura—. ¡Quiero decir, es él! Parece que está de pie detrás del marco de la imagen. No estaba bromeando. Siempre he sabido que mi papá era jodidamente irreal cuando se trataba de pintar realismo. Me emocioné. ¿Quién había robado a mi padre alcohólico y lo reemplazó con el hombre heroico de pie a mi lado? Si tan solo mi mamá pudiera verlo ahora. Enloquecería. Esta versión de mi padre era el hombre con el que se había casado, no el que había dejado. Pregunté: —¿Les importa si uso el baño? —¿Te acuerdas de dónde está? —dijo mi padre. —Teniendo en cuenta que hay qué, ¿ocho? —contesté. —Diez. —Papá se rió entre dientes. —Diez. —Asentí—. Estoy seguro que voy a encontrar uno o dos antes de orinarme. Samantha y mi papá se rieron y siguieron hablando mientras salía de la habitación. Al segundo en que doblé la esquina, las lágrimas goteaban por mi rostro. La tristeza me destrozó. Mamá. La extrañaba tanto. ¿Por qué no podía haberse quedado? Sollocé en silencio durante otros veinte minutos.

—¿Te caíste dentro? —preguntó papá cuando volví del baño. —Casi —bromeé como si estuviera feliz—. Si no fuera por el equipo de rescate que bajó la escalera de cuerda desde el helicóptero, me habría ido. Mi padre se rió entre dientes. —Pensé que tal vez estabas estreñido. —Samantha soltó, luego se llevó una mano a la boca. —Me gusta esta chica. —Sonrió Nikolos. —A mí también —dije—. Va directamente al grano. Pero sí —dije sarcásticamente—, después que el equipo de rescate me sacó, llegaron los chicos con la plataforma de perforación de petróleo a perforar mi culo hasta que salió la mierda. Tuve las nalgas al aire cuando la cosa explotó. Deberías haberlo visto. Lluvia marrón. —Eso es asqueroso. —Samantha hizo una mueca y sacó la lengua. —Oye —me reí—, tú mencionaste el estreñimiento. —Y tú lo llevaste hasta cruzar la línea de meta. —Sonrió. —Si estas bromas se tornan más sucias —mi papá se rió—, voy a tener que ir a buscar mis botas de lluvia. Ya estoy hasta las rodillas en chistes de mierda. Samantha se rió a carcajadas. Pasamos las siguientes dos horas en el estudio intercambiando chistes como viejos amigos y hablando de arte. Me di cuenta que Samantha estaba pasándola muy bien. —¿Alguien quiere cenar? —sugirió mi papá mientras el sol se ponía para su siesta nocturna. —¿Qué hay en el menú de Chateaux Manos? —Samantha bromeó, haciendo que la S en Manos fuera muda, como si fuera francés. —Vamos a salir —dijo papá. —¿Qué? ¿Es la noche libre del chef? —comentó Samantha sarcásticamente. Estaba totalmente cómoda con mi papá después de solo unas pocas horas. —Lo es —respondió—. Podría hacer algo en la cocina, pero estaba pensando en salir. —Espero que tengan un lugar de lujo en mente —dijo Samantha. —Estaba pensando en Berto‘s —mencionó papá. —¿Te refieres a Roberto‘s? —preguntó Samantha.

—Por supuesto que Roberto‘s. —Se rió—. ¿Qué otro Berto‘s podría querer decir? —No lo sé —dijo—. ¿Rigoberto‘s, tal vez Alberto‘s, o Tio Alberto‘s o Filiberto‘s? —Vaya —reí—, en realidad te estás convirtiendo en una pueblerina de San Diego, agápi mou. Ella asintió con orgullo. —Eso está muy bien —mencionó papá—, pero todos sabemos que Roberto‘s sigue siendo el mejor. Subimos a mi Camaro y nos conduje a los tres al Roberto‘s de Encinitas. Mi padre ordenó para todo el mundo, mientras Samantha y yo agarramos las botellas de salsa y servilletas y encontramos una mesa fuera. —Está bien —dijo Samantha—, tu padre es totalmente impresionante. —Estaba sonriendo de oreja a oreja—. ¿Por qué lo has estado escondiendo de mí todo este tiempo? Después de pasar varias horas con mi padre, ver el estudio y recorriendo su casa, había quedado claro que no era una actuación. Literalmente se había transformado a sí mismo desde mi última visita. —Este es el nuevo y mejorado Nikolos Manos. ¿Recuerdas que te dije sobre su manera de beber? —¿Sí? —Es un hombre nuevo. No lo he visto así desde hace años. —Bueno, él es increíble ahora, eso es seguro. —Cierto. —Sonreí. —¿Cuán impresionante es, que es como un multimillonario y quiera comer comida mexicana barata para la cena? —Él no es un multimillonario, pero es épicamente impresionante. — Sonreí. Mi padre llevaba dos bandejas con burritos con carne asada unos minutos más tarde. —Tengo patatas fritas y guacamole extra para todos. —Sonrió mientras dejaba la bandeja en la colorida mesa de mosaico. Atacamos nuestra comida. —Así que. —Papá me miró y dijo—: ¿Tu abuelo dice que has tenido un pequeño problema con tus nuevas pinturas? Con mi boca todavía llena de deliciosa carne asada, murmuré: —Mátame en este instante. —Salió como si pensara que era divertido y mi papá rió entre dientes. Pero por dentro, todo se tensó.

Ahora que mi padre había dejado atrás la bebida y se había convertido en un pintor totalmente excelente, no podía decirle sobre mi cuesta abajo. Lo mataría. Sam me lanzó una mirada rápida. Ella conocía el punto, pero yo sabía que no iba a hablar. —¿ Qué te ha estado causando dolor? —preguntó mi padre. En el pasado, habría esquivado la pregunta. Mi padre había tenido tantos problemas propios, que nunca tuvimos tiempo para hablar de los míos. Pero él había abierto la puerta. Por la mirada en sus ojos, quería saber. ¿Dónde comenzar? A la mierda. Iría con todo a las folladas por el culo que me habían estado dando últimamente mis pinturas. —¿Supiste que Stanford Wentworth pasó por el estudio? —¿El Stanford Wentworth? —Papá se maravilló—. No me di cuenta que te habías vuelto famoso tan rápido. —Más como infame. Wentworth odió mi nueva mierda. —Mentira —escupió mi padre—. Vi tu trabajo en la exposición individual. Era hermoso. —Espera a ver mi nuevo material. —Sonreí engreídamente. Sabía que había hecho progresos sustanciales desde que hice esas viejas pinturas—. Técnicamente, mi nueva mierda es mucho mejor. De todos modos, Wentworth los odiaba. —Entonces es un idiota. —Mi papá se rió entre dientes alrededor de la comida en la boca. Hablar de Wentworth debería enviarme a buscar una quinta parte de bourbon. Lo habría hecho ayer. Pero el estrés que tenía en torno al tema de Wentworth se desvaneció. Tan tonto como sonaba, creo que fue por el simple hecho de que estaba sentado junto a mi padre, como si no hubiera pasado un día desde que las cosas estaban bien con él y mamá, cuando aún éramos una familia feliz. La más feliz. Había sentido esos buenos sentimientos volver a lo largo del día de hoy. Bueno, medio de vuelta, lo cual era jodidamente increíble porque la mitad de la mejor unidad familiar en el planeta parecía bastante increíble para mí. Además, tenía a Samantha. ¿Qué más podría pedir un hombre? Una mamá. —Dos cosas —dijo papá—. Uno, estamos saltando en un avión a donde carajo Wentworth esté en este momento, así puedo romperle la mandíbula. Sonreí. —He oído que está en San Petersburgo mirando la nueva obra de algún pintor ruso. Frío como la mierda tan al norte del ecuador. Espera

hasta que Wentworth se dirija a Italia. He oído que es donde pasa la primavera. Luego me uniré a ti. —Eso suena como un viaje divertido. —Samantha sonrió después de limpiar la salsa de sus labios—. ¿Nos vamos a las minas de lapislázuli en Afganistán después? —¡Totalmente! —bromeé. —Perfecto —dijo ella antes de morder delicadamente más burrito. —¿Cuál era la otra cosa? —pregunté a mi papá. —La otra cosa es, tengo que ver tu nuevo trabajo para que pueda entender lo que hizo que Wentworth dijera eso. Por mucho que nunca me ha agradado ese hombre, él sabe de lo que está hablando. Quiero averiguar por qué dijo lo que dijo. Pero no puedo hacer ningún comentario hasta que vea tus nuevas pinturas en persona. De lo contrario, voy a estar soplando humo por el culo y ya sabes lo mucho que odio acercar mis labios a ese ano fruncido. —Se inclinó hacia Samantha y le susurró con complicidad—. Este chico era una fábrica de pedos cuando solía cambiar sus pañales. Samantha rompió en carcajadas. —¿Ano fruncido? —pregunté dubitativo. —He oído como hablan los chicos. No hay razón por la que tenga que sonar como una antigüedad. —Ningún chico habla así. —Reí. —Así que soy un jodido pionero de la moda. —Papá sonrió. Sí, lo era. No hacías millones por ser un imitador del montón o un idiota.

—Creo que veo de qué estaba hablando Wentworth —dijo mi papá pensativo mientras estábamos frente a mi pintura de Sophia en el estudio en casa de mi abuelo. Samantha se puso de pie junto a mí. Mi abuelo estaba justo detrás de nosotros. —Técnicamente —continuó papá—, es increíble. Pero es duro. —Lo dijo sin juzgar. Era una observación, como si estuviera pensando en las cosas en voz alta. Conocía a mi papá lo suficientemente bien como para saber que él diría más cuando tuviera un concepto claro en mente. Mi abuelo se rió entre dientes. —Deberías haber escuchado la forma en que Wentworth estaba diciéndole a Christos que cambiase las cosas en la ahora difunta pintura

de Isabella. Si no hubiese salido de la habitación, habría tirado a Wentworth por la ventana. Froté el hombro de mi abuelo cariñosamente. —Gracias, Pappoús. —Realmente desearía que no hubieses destrozado esa pintura — dijo mi abuelo—. Era excelente. Boom. Silencio. Mi abuelo había revelado el secreto accidentalmente. Mi padre sabía exactamente lo que le provocaba a un artista tirar una pintura. Había tenido mucha experiencia personal. —Lo siento —dijo mi abuelo—. No debí haber… —Se detuvo en seco—. Voy a hacer un poco de limonada. ¿Alguien quiere un vaso? —Uhh… —Samantha balbuceó—. ¿Le ayudo? ¿No necesitas primero recoger algunos limones frescos? Creo que vi un limonero en la cuadra. —Es primavera —dije sarcásticamente—. Los limones no saldrán hasta dentro de un par de meses. —¿Esperaremos? —dijo Samantha—. ¿Vamos, Spiridon, antes que perdamos lo limones maduros? Los dos salieron de la habitación. Mi padre levantó las cejas hacia mí. —¿Cuándo empezaste a destrozar pinturas? —Fue solo una —dije con una combinación entre culpa y actitud a la defensiva—. La que no le gustaba a Wenworth. Tengo que estar de acuerdo con él. Mi padre puso un par de sillas frente a mi pintura de Sofía y nos sentamos. —¿Era como esta? —Hizo un gesto señalando la pintura de Sofía. —Mejor. —¿Así que, por qué la tiraste? ¿Y qué quiso decir tu abuelo con que la tiraste? No estabas bebiendo, ¿verdad? Podría haber hecho una cortina de humo y negarlo, pero vamos, él lo sabría. Habría pensado en sí mismo. —Sí —señalé. —¿Qué tan malo es? —¿La bebida o la pintura? —bromeé. —Estoy seguro que la pintura era estupenda. Puse mi mano alrededor de mi mandíbula y froté mi barba nerviosamente.

—Como dijiste, técnicamente, una patada en el culo. —¿Y la bebida? ¿Es una patada en el culo? —Nada que no pueda manejar. Mi padre negó. —Eso es lo que me dije a mí mismo. ¿Recuerdas dónde me puso? De repente, mi estómago se sintió como si alguien hubiese cortado una línea por mi garganta y hubiese vertido desechos tóxicos dentro de mí. Necesitaba una bañera para vomitar. —¿Eso es bueno, huh? —dijo papá. Bajé la cabeza y me encogí de hombros. —Tienes que tomar una decisión, paidí mou. Cuanto más cuesta abajo, más difícil se hace detenerse para no estrellarse al final. Tienes que tomar las riendas o la bebida lo hará. Si no fuera por el hecho que mi padre, obviamente, sabía de lo que estaba hablando, hubiese desechado todo lo que acababa de decir con un montón de frases vacías. Pero él había vivido por los suelos durante años. Lo había visto por mí mismo. Era un poco difícil de creer que se hubiese convertido en el hombre limpio y sobrio que estaba sentado junto a mí, al cabo de un año. Pero lo había hecho. Necesitaba tomar en serio lo que había dicho. En ese momento me di cuenta que he estado esforzándome mucho en convencer a todos, durante estos dos últimos años, de que tenía mi mierda junta, había comenzado a creer en mi propia mentira. En el fondo, la misma vieja duda sobre mí mismo todavía me carcomía. Era hora de cambiar eso. Los éxitos de mi padre, tanto como artista, como ser humano, me daban la confianza para hablar finalmente con total honestidad. —No sé lo que estoy haciendo, Bampás32 —dije suavemente. Decirlo en voz alta, era la cosa más difícil que había hecho en mucho tiempo. Me di cuenta que los ojos de mi padre se humedecieron cuándo lo llamé Bampás. Se le hizo un nudo en la garganta cuándo dijo: —Ninguno de nosotros nunca lo hace, paidí mou. Todo lo que cualquiera de nosotros puede hacer es seguir adelante y esperar lo mejor. A veces las cosas salen bien, otras veces no. Pero hay que seguir intentándolo hasta que te quedas sin intentos. Eso es todo lo que hay. —Eso suena estúpido. —Reí mientras lágrimas silenciosas goteaban por mi rostro. Mi padre se rió en voz baja. 32

Bampás: Papá en griego

—Lo sé, pero eso no lo hace menos cierto. —Puso una mano en mi hombro. La siguiente cosa que supe es que estaba abriéndome por completo a mi padre. —Me estoy quedando sin dinero, Bampás. Estoy gastando mi dinero pagándole a Russell para que trabaje en mi defensa contra ese tipo Hunter Blakeley. Mis pinturas son una mierda y Brandon está rompiéndose el culo para tener todo preparado para mi próxima exposición individual. Al ritmo al que estoy arruinando las pinturas, nunca voy a terminarlas. Todo está fuera de control y no puedo detenerlo. Mi padre me miró pensativo durante un largo rato. Con el tiempo, sus ojos se iluminaron y asintió. —Creo que descubrí el porqué. Este era el punto en el que mi padre dejaba caer algún trozo de sabiduría, después que me hacía pensar en lo que había dicho, durante semanas e incluso meses después. Era bueno en ese tipo de cosas. —¿Por qué? —pregunté. Golpeó dos dedos ligeramente contra mi pecho. —Tu corazón. —¿Mi corazón? —Dejaste fuera tu corazón en cada una de esas pinturas. —Hizo un gesto a los lienzos que nos rodeaban en el taller del abuelo—. Estas son las pinturas de Brandon, no las tuyas. ¿Elegiste a alguno de esas modelas? —Los aprobé. Quiero decir, los escogí de un montón de retratos que Brandon me mandó. —Pero no te preocupas por ninguno de ellos. Es obvio. Puedo verlo. Estoy seguro que todas las mujeres son bonitas. Pero no te preocupas por pintar a jóvenes mujeres hermosas como antes. —No. —Sonreí. Él estaba en lo correcto. —Has cambiado. Sabes por qué, ¿no? Lo sabía, pero él me lo iba a decir como si estuviese leyendo mi mente. —Cuando eras más joven, lo único que hacías era perseguir las faldas. Estabas obsesionado. Estabas enamorado de la idea de mujeres jóvenes guapas y la emoción de la caza. Es por eso que los desnudos que pintaste en el pasado siguen siendo buenos. Pusiste tu juventud en ellos. Siendo un joven cachondo es una fina línea que cualquier hombre puede apreciar.

Me reí. Él sabía lo que estaba diciendo. Tenía un millar de historias sobre cómo perseguía a las chicas antes de conocer a mi mamá. Y continuó: —Pero en algún momento, comenzó a cambiar cuando empezaste a crecer, ¿no? —Mi padre se puso de pie y se acercó a la pintura de Tiffany colgada en la pared del fondo—. ¿Cuándo pintaste este desnudo de Tiffany? No lo había visto antes. Me puse de pie y me acerqué a su lado. —¿Ese? ¿Probablemente hace seis meses? —Uh huh. —Asintió, pensativo, mientras miraba arriba hacia ella—. No es como los desnudos que pintaste hace un par de años atrás. Has crecido como artista. Dime, ¿por qué crees que este retrato de Tiffany es diferente? —Lo importante es, que he sido amigo de Tiff desde siempre. No es una chica a la que estaba persiguiendo. —Reí. —Esa es una diferencia sustancial —dijo papá—. Y déjame adivinar, pintaste a Tiffany antes de conocer a Samantha, ¿no? —Sí. ¿Cómo puedes saberlo? —Bueno, tu pintura de Tiffany tiene un mensaje claro y singular. A pesar de la obvia belleza de Tiffany, el mensaje que trasmite la pintura es fuerte y claro para mí, es respeto y cuidado. Y amor. Solté una risita. Mi padre sonrió. —No me refiero a un amor romántico. Me refiero a un amor de una amistad verdadera. Sé que Tiffany se ha convertido en una princesa mimada desde que era una niña. Pero ella no era así cuando se conocieron en la escuela primaria. Era una niñita inocente, con un gran corazón. Fueron muy amigos durante años. Y tú pusiste la pureza de esa amistad en el retrato de ella. Es inconfundible. —Sí. —Asentí. Cuando se trataba de arte, mi padre leía como a un libro. —De todos modos —dijo papá, mirando alrededor—. Todas esas nuevas pinturas de hermosas mujeres aleatorias que estabas haciendo para Brandon no significaban nada para ti. Porque tu enfoque ha cambiado, ¿no es así? Es ahí cuando todo se reunió en mi cabeza. Dije: —Es por eso que la pintura que estás haciendo del abuelo es tan increíble, ¿no es así? Él ha estado yendo a tu casa todos los fines de semana durante el último año, ¿no? Mi padre asintió.

—Él te estaba ayudando a limpiarte y a poner tu vida en orden, ¿no? —pregunté. Mi padre asintió mientras las lágrimas empezaban a caer por su rostro. —Es por eso que tu retrato de él es tan poderoso —dije. Mi padre se frotó las lágrimas de los ojos con el lateral de su mano. —Puse mi corazón en ese cuadro. Es un reflejo del amor que tu abuelo me ha dado de forma continua desde que nací. Nunca ha dejado de ser mi padre. Incluso ahora, cuando soy un gran artista y padre en mi propio derecho, tu abuelo aún está ahí para mí, como si acabara de caerme del triciclo y me hubiese despellejado la rodilla por primera vez. No creo que me hubiese conseguido limpiar sin su devoción. Él ha estado ahí para mí a través de todo. Cuando algún día tengas un hijo propio, paidi mou, podrás ser capaz de entender lo mucho que te amo y lo mucho que tu abuelo te ama. —El rostro de mi padre estaba contraído por la emoción. Sus hombros saltaban cada vez que trataba de contener sus sollozos. Puse mi brazo alrededor de su cuello y él se inclinó hacia mí. Después de un rato, dijo: —Estoy bien. —Me miró y una sonrisa se dibujó en su rostro—. Ahora ya sabes por qué ninguna de las pinturas de las modelos de Brandon están funcionando para ti o para Stanford Wentworth, ¿no? Asentí. —Samantha. —Ella estaba justo frente a ti todo el tiempo. —Sonrió—. Veo lo mucho que amas a esa chica. Lo veo en la forma en que la miras. Nunca has tenido ojos de esa forma para otra persona. Bueno, tal vez para tu madre, pero eso es diferente. Ella era tu madre. —Hizo un gesto con la mano—. Sabes lo que quiero decir. De todos modos, tu madre era una buena mujer. La mejor. Quiero decir, lo es. Es una buena mujer. —Mi padre lo dijo con un nudo en la garganta. Asentí. —Mira eso. —Se rió entre dientes y golpeó mi rodilla vigorosamente, tratando de contener las lágrimas—. Te respondiste a ti mismo la pregunta. Me di cuenta que mi padre estaba rehuyendo el tema de mi madre como si le matase hablar sobre ello un solo segundo más. Sabía que aún la amaba como loco. Nunca había dejado de hacerlo, incluso después que ella nos dejó. No podía culparlo. Si Samantha alguna vez me dejara, estaría actuando de la misma forma que mi padre lo estaba haciendo en este

momento. Me moriría a ciencia cierta. Vaya, eso era lo último que quería pensar. Aspiré algunas de mis lágrimas y reí. —Tú solo hiciste todo el diálogo platónico sobre mi culo y me hiciste darme cuenta de las cosas por mí mismo, ¿no? —¿Me puedes culpar? Ese Platón fue un griego inteligente. ¿No es verdad? —Mi padre estaba riéndose mientras lo decía. También comencé a reír. —Ven aquí, paidí mou. —Mi padre lanzó sus brazos alrededor de mí y me dio un gran abrazo. Cuando me soltó, me apretó los hombros y me miró a los ojos. —Tu corazón ha cambiado. Ya no eres un niño. Tu arte necesita reflejar eso. Pon el verdadero amor de tu corazón en el lienzo y todo el mundo lo apreciará. Es así de simple. Asentí. —Lo es. —Ahora ya sabes cómo arreglar tus pinturas. —Sonrió. Lo sabía. El arte era todo sobre el corazón.

Samantha Una fascinante piscina de luz iluminaba mi mesa de dibujo y mi cuaderno de bocetos. Dibujaba el bosquejo de animados osos australianos con diversas drogas y problemas intestinales, cuando Christos se acercó por detrás de mí la noche siguiente. Él comenzó a masajear mi cuello y mis hombros. —Oh, eso se siente bien —suspiré, dejando mi lápiz—. No me di cuenta que había estado tan tensa. —Cuándo no lo estás. —Sonrió. —¡Oye! He estado mejorando. No soy la preocupada chica que conociste hace meses atrás. —No, no lo eres. Estas convirtiéndote en una asombrosa mujer. Realmente me gustó la forma en que lo dijo. —Entonces, ¿qué sucede? —pregunté. Sentí la caliente respiración de Christos en mi oreja. —Necesito pintarte… desnuda. —¿Eso significa que te sacarías toda tu ropa mientras pintas un retrato de mí? —Sonreí—. Suena divertido para mí, pero no sé si sería capaz de quedarme quieta. Rió suavemente. —Quise decir que tú estarás desnuda. Pero si quieres, podría estar desnudo también. —Mmm, me gusta esa opción. Pero ¿necesitamos la parte de pintar? Tal vez podríamos centrarnos en la parte de desnudarnos — ronroneé. Había pasado un tiempo desde que hicimos el amor y sentía una necesidad ardiente por Christos. —Me gusta a dónde vas con esto —dijo Christos—, pero soy serio sobre esto. Quiero hacer un retrato de ti desnuda. —¡¿Qué?! —Prácticamente salté de mi silla. Quedarse desnuda por un retrato estaba bien cuando alguien más estaba haciendo esto, pero no pensé que yo podría—. ¿Por qué?

—Quiero pintarte desnuda para mi próxima exposición individual en Charboneu. —¿Desnuda? —Tragué saliva—. ¿Totalmente? —Me estremezco. —¿Hay algún otro modo? —¿Quieres decir desnuda, desnuda? ¿No solo en traje de baño? —Desnuda, desnuda. Las bellas artes y los trajes de baño no van juntos. Los trajes de baño suelen ser calientes en las portadas de las revistas. —Sabes que te hablé sobre hacer diferentes cosas después de colgar con tu padre la otra noche. Pero estuve pensando que tal vez deberías encontrar diferentes modelos o algo. —Lo hice. —Sonrió con su sonrisa con hoyuelos. Nerviosamente, dije: —No pensaba que me dirías a mí. —Tú —murmuró seductoramente. Apreté el cuello de mi camiseta, como si colgara abierta como una camisa desabotonada y estaba en corpiño. Pero estaba cubierta. ¿Por qué sentí el deseo de envolverme en mantas o tal vez de andar en un traje de buceo de alta mar con uno de esos antiguos cascos de buceo? Oh sí, porque Christos estaba sugiriendo no sólo pintarme desnuda sino que la muestra del retrato sería en una galería pública donde cualquier persona podría verlo. Peor, a alguien podría gustarle para comprarlo y colgarlo en su repisa. ¿Cómo romper la mala noticia a Christos de su idea me hace sentir incomoda? —Ahh… Es grandioso que quieras pintarme. Estoy totalmente halagada. Pero ¿podríamos hacer esto conmigo vestida? ¿Así como un retrato común? ¿Como el de retrato de tu bisabuelo? Él estaba vestido. —Podría hacer eso, pero pienso que no sería lo mismo. —Por supuesto que no —bromeé—. Sería una pintura de mí. Problema resuelto. Él negó, y sonrió con su sonrisa de hoyuelos. Como siempre, tenía poderes de hacer caer la ropa interior. Pero no iba a dejar trabajar su magia esta vez. Negué desafiante. —Aquí está la cosa —dijo con confianza—. Hay una mujer dentro de ti que he visto desde el primer día. Pero usualmente, ella solo sale cuando estás acorralada en una esquina. La mayoría de las veces, esa mujer está destinada a ser oculta del mundo. Te has pasado años ocultando ese lado fuerte, la confianza en ti que apenas sabes que existe. Pero la veo todo el tiempo. Quiero pintar esa mujer y compartirla

con el mundo. Quiero que todos conozcan lo asombrosa que es Samantha Smith. No se puede, pero lo es. Eres asombrosa, agápi mou. Y quiero que todos lo sepan. Supongo que si puedes encontrar el coraje para sentarte desnuda, tu confianza brillará a través del retrato. —¿No puedo estar segura con la ropa puesta? —pregunté nerviosamente. —Sí, pero será mucho más difícil para tu confianza brillar a través de ello —dijo. —¿Por qué? —Porque posar vestido no requiere el mismo coraje como posar desnudo. Si vas a posar desnuda, vas a tener que cavar hondo y sacar tu coraje. —¿Qué pasa si termino poniéndome nerviosa mientras me estas pintando desnuda? ¿No se transmitirá eso en la pintura? —Sí. Ese es el por qué te estoy preguntando, no contándote. Siéntete libre de decir no. Porque si vas a hacer esto porque te sientes obligada, eso también se transmitirá. Tienes que cavar hondo y encontrar tu fuerza intrínseca y voluntariamente llevar a cabo lo que puedo captar en la pintura. Tienes que querer que te pinte desnuda. Luego podemos mostrarles juntos al mundo lo asombrosa que es realmente Samantha Smith. —Vaya. —Sonreí—. ¡Me gusta el sonido de eso! ¿Sabes lo que me hace realmente fuerte? —¿Qué? —Si visto un casco de vikingo. —¿Eh? —Frunció el ceño. —¿Como una valquiria de la mitología Nórdica? Son totalmente absurdos. ¡Podría lucir impresionante! Hizo una cara divertida. —Lleva un momento y la imagen de tu retrato, sentada desnuda, vistiendo un casco de vikingo, y dime si no es esto ridículo. Mis cejas se juntan. —Eres quien sugirió que debería verme fuerte. Los cuernos son divertidos. —Sí. ¿Pero desnuda? Tal vez con una espada, una armadura y un gran escudo. Pero eso luciría como si estuvieras pretendiendo ser fuerte. La fuerza no viene de una armadura o armas. Viene dentro de ti, de tu corazón y tu determinación. Eso es lo que quiero pintar. —Tienes un punto. Pero aún pienso que desnuda con un casco de vikingo sería increíble. Levantó las cejas con escepticismo.

Fruncí el ceño y crucé mis brazos sobre mi pecho. —Eres el artista. Encontrarás la manera de hacerme lucir increíble. Podría ser el primero. Digo, lo que te dices a ti mismo, ¿cuantos retratos de desnudos de mujeres vistiendo un casco de vikingo hay? —Supongo que ninguno —dijo Christos. —¿Lo ves? ¡Sería el primero! —Estaba totalmente en mi idea ahora. —Tendré que pensar sobre esto —dijo pensativamente. —¿De verdad? —Me sorprendió bastante. —De verdad. Déjame reflexionar sobre esto. Realmente podría funcionar. Pero vas a tener que usar trenzas como Brunhilda. —¿Qué? Odio las trenzas. Me hacen lucir como de cinco años. —Ese es el trato. —Sonrió. —¿De verdad? Negó. —Tal vez no. Las trenzas pueden ser demasiado. Pero pensaré sobre ese casco. ¿Entonces lo harás? —¿Supongo? —Sonreí nerviosamente—. ¿Pero no hay ninguna extensión de tiros en la entrepierna, verdad? Sonrió abiertamente. —¿Qué, no hay castores abiertos? —Sigue hablando así y puedes olvidar esto —bromeé. —Estoy bromeando. Solo verías castores en porno, o tal vez tatuajes de arte. No quiero espantar a los compradores de bellas artes. —¡Qué! ¿Estás diciendo que mis partes de señorita son espantosas? —Me levanté de mi silla y me di vuelta para enfrentarme a él. Saltó fuera del rango. —Estoy seguro que algunos hombres se sentirán de esa manera… Arremetí contra él, pero me esquivó. —¡Retira lo dicho! —¡Estaba pensando en un hombre gay! —dijo mientras salía fuera del estudio—. ¡Ellos estarán probablemente aterrorizados de tu castor porque estarán preocupados de que sus penes estén demasiado cerca de esos enormes dientes! —¡¿Enormes dientes? ¿Eso se supone que es una disculpa?! —grité mientras corrí detrás de él—. ¡De todas maneras, la mía no tiene ningún diente! ¡Y no luce como un castor! ¡Vuelve acá! ¡Voy a arrancar tus nueces y alimentar a las ardillas de afuera con ellas! —¿No te gustaría alimentarlos con tu castor? —llamó mientras corría hacia la sala de estar.

—¡No es un castor! —grité mientras lo seguía alrededor del sofá—. ¡Es un coño! ¡Tú mismo lo dijiste! —Cuando estuve a punto de agarrar la parte de atrás de su camisa, saltó sobre el sofá, fuera de mi alcance—. Al menos podrías llamarme león o jaguar. No hay nada sexy sobre los castores. Corrió hacia el lado más alejado de la sala de estar y se detuvo. —¿Qué quieres decir? Apuesto que los machos castores piensan que las hembras castores son totalmente calientes. Los machos castores están probablemente como: Viejo, comprueba la cola de esa chica. Es tan grande, plana y gomosa, podrías usarla como una piscina cubierta. —¿Una piscina cubierta? —mofé, arrastrándome hacia él, un paso a la vez, con la esperanza que no notara que estaba acechándolo como un gato de la jungla que era. Christos frunció el ceño, retrocediendo un paso. —¿Qué? Los castores pasan la mayor parte del tiempo en el agua. Ellos piensan sobre esas cosas. —¡Los castores construyen represas! ¿Qué tienen que ver las piscinas? —pregunté escépticamente, avanzado hacia él. —Obvio. Una represa produce que el agua rebalse, por lo tanto piscinas cubiertas. Negué, moviéndome alrededor lentamente. —No lo creo. De todos modos ¿por qué la obsesión de repente con los castores? —Eres la única que has estado dibujando osos australianos todo el tiempo. Él estaba casi en la base de las escaleras. Si me movía lentamente, tal vez podría generar una falsa sensación de seguridad por lo que podría alcanzarle. Sonreí fríamente. —Eres incorregible. —Avancé otro paso hacia él. —¿Qué es lo que van a hacer tu jaguar y tú por esto? —se burló. —Mi jaguar va a comerte vivo —gruñí. Sí él corre escaleras arriba, sería mío. Allí no hay manera de escapar. En el último segundo, Christos esquivó hacia la derecha y corrió hacia la puerta. Llegó afuera más rápido que un guepardo. —¡Vuelve aquí! —grité, corrí detrás de él, pisando sus talones.

Mi respiración bombeaba en un ritmo constante bajo la oscuridad. El movimiento de mi cuerpo y la sensación líquida de mis extremidades consumen mi enfoque.

Christos estaba a solo unos pocos pasos adelante cuando corrimos a lo largo de las calles oscuras fuera de la casa de Manos cerca del sendero. Aún logro encontrar tiempo para correr tres veces a la semana, a pesar de toda la locura que he vivido estos últimos meses, y estaba en buena forma. Pero Christos quedaba varios pasos adelante sin importar lo rápido que corriera. A pesar de todo el alcohol que él ha estado consumiendo, aún era un asombroso atleta que me pone en vergüenza. Podría decir que él podría dejarme hecha polvo si quisiera, pero no lo hizo. Se burlaba de mi proverbial zanahoria en un palo. En ese caso, era un trozo de carne de hombre en un palo. O debo decir su carne de hombre en un palo. De todas maneras, no dejé que él o su palo se escaparan. Cuando llegamos al comienzo del sendero, él saltó por la pendiente como una ligera gacela. Ahora realmente me deja en el polvo, pero bombeé mis piernas duro para seguir el ritmo. Mi corazón latía y mis pulmones quemaban cuando llegué a la parte superior del camino. Christos estaba parado en el borde del pequeño claro, admirando el paisaje. Tomé nota del viejo banco de madera de Spiridion, aquel en el que Christos y yo nos habíamos besado hace muchas lunas bajo las estrellas. Creo que había sido la primera vez que había estado sin blusa en toda mi vida. Había compartido tantas primeras veces maravillosas con Christos desde que nos conocimos. Y esperaba que compartiéramos miles más durante nuestras vidas. Este claro también era el lugar donde Christos había dibujado su primera pintura de mí, la caricatura mostrándome como un pintor con la inscripción, La Maestra del Arte mundialmente famosa, Samantha Smith ¡Puedes hacerlo totalmente! Todavía tenía esa pintura. Christos había comprado un marco para ella y colgaba junto a mi mesa de dibujo en nuestro estudio. Nuestro estudio. Este claro era el lugar que Christos había dicho que sólo su familia había visitado alguna vez. Yo había sido tan perra ese día. Erróneamente lo había acusado de llevar a todas sus novias aquí para bajar sus pantalones y joderlas. Había estado muy densa y muy enojada para darme cuenta de que ya estaba llamándome su familia cuando apenas me conocía. Vaya, qué profético había sido eso. Y por supuesto, este claro era el lugar en el que me había burlado de Christos y le dije que sus pinturas de desnudos sólo eran trofeos baratos de todas las mujeres con las que había tenido sexo. Le dije que sus pinturas eran una invasión a la intimidad de las mujeres, nada más que la explotación pornográfica sobre telas elegantes. Gracioso. Eso es

exactamente lo que mi mamá había dicho cuando vio el estudio de Christos durante las vacaciones de primavera. —Eso no es arte —había dicho mamá—, esto es pornografía. Espero que nunca consideres degradarte al rebajarte a desnudarte para Christos. Debería esperar haberte enseñado mejor que eso. Me reí entre dientes suavemente mientras las palabras de mi mamá hicieron eco en mi cabeza. —¿Qué es tan gracioso? —preguntó Christos. —Solo estaba recordando lo que dijo mi mamá acerca de tus retratos de desnudos cuando estaba de visita. Christos sonrió y asintió. —Me parece que sonaba mucho como tú lo hiciste cuando nos conocimos. —De tal palo, tal astilla —suspiré. —No tenemos que hacer el retrato desnudo si no quieres hacerlo, agápi mou. Depende totalmente de ti. —Gracias, Christos. Pero ya no quiero ser como mi mamá. Es el momento de que finalmente deje todo atrás. Ahora soy mi propia mujer. —Sí lo eres, agápi mou. Eres toda una mujer. —Sus ojos destellaron enigmáticamente en la luz de la luna azul plateada—. Y ésa es la mujer que quiero pintar. —¿Todo lo que quieres hacer es pintarme? —me burlé. Él sacó su camiseta por la cabeza y la lanzó en el banco. Las fuertes sombras en su rostro y cuerpo musculoso de la luz de la luna le hacían parecer salvaje. Las líneas irregulares de sus tatuajes en sus hombros robustos realzaban su aspecto peligroso. Sus abdominales eran afilados y rígidos. Me podía imaginar ser perseguida por el bosque por este espécimen asombroso de masculinidad hace un millón de años. Me habría encantado haberlo dejado devastarme. —Haré cualquier cosa que quieras —gruñó. —¿Cualquier cosa? —susurré. —Cualquier cosa —dijo entre dientes. —Tómame —dije de manera seductora. Él se acercó sigilosamente y se agachó. Sus ojos ardían debajo de sus cejas. Parecía a punto de gruñir como una bestia. Empecé a estremecerme con anticipación y con un poco de temor. Las llamas en sus ojos eran más intensas de lo que había visto alguna vez. Eran de fuego azul en el centro de la llama, la parte más oscura y más caliente de él. Se detuvo a centímetros de distancia y hundió sus puños en la manga larga de mi camiseta en el cuello. Sus dedos anudados en el

algodón. Los músculos de su pecho desnudo sobresalían y sus hombros anudados. Tendones definidos y venas enrolladas aparecían en sus antebrazos. Sus ojos se mantuvieron en los míos. Estaba fascinada por su poder masculino. Hubo un sonido de desgarrado agudo cuando el hombre salvaje sosteniéndome en su agarre de puños rasgó mi camiseta. Sus labios mostrando sus dientes cuando apareció el algodón roto, separando mi camiseta justo por la mitad. La pasión caliente destellaba en sus ojos cuando forzó la camiseta hecha jirones por mis brazos, atada a mis brazos. Estaba a su merced y no quiero estar en ningún otro lugar en el universo en ese momento. Era suya para poseer. Él rasgó mi camiseta por el resto del camino, liberando mis brazos. Hace un mes, podría haber cubierto mi sostén y pechos con mis brazos por timidez. En lugar de eso, ignoré los restos de mi camiseta harapienta y me quedé parada orgullosa mientras empujaba mi pecho hacia el hombre. Él se quedó mirando mis pechos, devorándolos con la mirada hambrienta. Eran suyos. Llegué a mi espalda y desabroché mi sostén, dejándolo caer. Él lo atrapó antes de que tocara el suelo como un cazador experto y lo lanzó al banco como una resortera. Aterrizó en su camisa como una flecha golpeando la diana. El aire fresco de la noche endureció mis pezones en capullos rígidos. Sentí su deseo masculino bañándome. Ese deseo era para mí. Para mi femineidad. Mía, y solo mía. En ese momento, entendí. Mi hombre perfecto era todo un hombre. Su lujuria lo había impulsado a buscar las mejores muestras de femineidad que pudo encontrar. Y él me había encontrado. Me había escogido de entre todas las otras mujeres para ser su mujer. Porque lo volvía loco, yo encendía su pasión, lo calentaba. Lo convertí en un desesperado hombre de las cavernas. Y ahora, sería su mujer de las cavernas. Con sus fuertes manos ahuecó mis pechos con delicadeza. Los amasó con suavidad, venerándolos y atesorándolos porque sabía que eran las herramientas de una mujer para el sustento de la vida de un recién nacido. Sin mis pechos femeninos, su joven descendencia nunca podría sobrevivir. A pesar de su fuerza bestial, su masculinidad no era nada más que un breve momento en la historia sin mi femineidad para llevar su semilla a la eternidad, pasando nuestra fuerza vital y en las generaciones futuras. El calor quemó entre mis piernas. Él se agachó y lanzó sus brazos alrededor de mis caderas, levantándome como si no pesara nada. Me sostuvo en el aire con sus brazos poderosos como un ídolo primitivo, después me bajó por lo que mi estómago se deslizó por su pecho. Su vello hacía cosquillas en mi piel

hasta que apretó mis pechos contra su cara. Cuando acarició mi pecho e inhaló mi olor profundamente en sus pulmones, enrollé mis brazos alrededor de su nuca, acercándolo. Gimió cuando su nariz rozó sobre un pecho y su lengua lo siguió, lamiendo desde la curva hinchada en la parte inferior hasta el botón y viajando a través del pezón puntiagudo. La humedad llovió dentro de mí. Trabajó mis pechos con intensa atención, lamiendo, chupando, contorsionando, apretando. El placer primario se agitó por mi pecho cuando mis piernas se apretaron alrededor de su cintura. Enterré mi nariz en su grueso cabello cuando enterré y torcí mis dedos en sus mechones gruesos. Inhalé su olor erótico, filtrándose por sus poros. El aroma de su deseo desnudo en mi cerebro envió lanzas de éxtasis por mi columna vertebral. Los músculos en lo más hondo de mí palpitaban con necesidad. Suspiré audiblemente y se volvió en un gemido largo y fuerte mientras lanzaba mi cabeza hacia atrás para permitir que la energía de la necesidad fluyera dentro de mí en el mundo. Estaba completamente despreocupada de quién podía estar posiblemente escuchándonos en la cima de la montaña. Estaba sola en una selva en algún lugar con este pagano que estaba enterrando su cara en mis pechos, lamiendo toscamente y succionando el sustento de mí como un bárbaro. Me bajó hasta que mi cara estaba al nivel de la suya. Nuestras narices se tocaron con delicadeza en suave contraste con el fuego que lo había consumido antes. Había ternura dentro de esta bestia. La pasión abrazadora en sus ojos permanecía, pero la ternura de sus labios mientras rozaban los míos era la de una pareja amorosa que sería amable con nuestros hijos. Esta bestia brutal que podía cazar y proteger, también podría educar y amar. Nos besamos de una forma tranquila y suave, bebiendo el refinado y complejo placer de labios y lenguas. El calor pasó entre nosotros, nuestra respiración mezclándose, nuestra fuerza vital combinada. Nos conectamos en todos los niveles. Las palabras y pensamientos se desvanecieron cuando nos convertimos en placer juntos. Él terminó nuestro beso, se agachó y me puso en el suelo. Se arrodillo ante mí, su cara en línea con mi pelvis. Con ceremonia y reverencia, desabrochó mis jeans, los deslizó y mis bragas bajaron hasta mis tobillos. Besó mi femineidad desnuda con la misma apreciación cuidadosa que había mostrado en mi boca. Suspiró calor mientras mi humedad goteaba sobre su cara y boca. Me tragó como un animal sediento, su lengua lamiendo y embistiendo en mi agujero empapado. Empujé mis caderas en su cara mientras el placer me sobrepasaba. Sus dedos rígidos apretaron mi culo, sosteniéndome mientras mis rodillas

cedían. Caería al suelo si él no hubiera estado soportando mi peso con sus fuertes manos. Fui tomada por el placer que borró mi conciencia. Me volví en la esencia de la femineidad y el éxtasis mientras él me comía, y nada más. Estallé en un orgasmo violento, un volcán de calor abriendo mi cuerpo como el nacimiento del planeta. Al igual que la Madre Tierra, cobré vida mientras la intensa energía me liberaba. Grité mi despertar y cobré vida completamente por primera vez. Era una mujer. Gruñí. Y me corrí. Me corrí…

Luz y oscuridad infinita rebotaban del uno al otro, vibrando y luchando contra el otro. Yo vibraba entre sus dos extremos. Lentamente, con sensualidad, volví a la conciencia humana. Un hombre corpulento tenía su cara enterrada entre mis piernas. Ahora estaba de pie, mirándome a los ojos, apoyando mi cuerpo flojo y gastado. Su boca estaba manchada de humedad. Con el líquido de la vida. Nos besamos profundamente cuando recuperé el conocimiento. La fuerza y deseo surgió a través de mí. Tiré mis zapatos y empujé mis jeans y bragas hasta que estaba completamente desnuda. Lancé mis jeans y calcetines en el banco. Bajé mi cabeza y lo miré, mis labios se curvaron con anticipación. Sus propios labios se torcieron con el desafío. Me lancé hacia él y arañé el cinturón alrededor de su cintura y rasgué su pantalón, bajándolos hasta sus tobillos. Su polla se levantó alta y orgullosa mientras me arrodillaba delante de él. Era gruesa, venosa y fuerte como sus brazos poderosos. Él era el poder masculino de la cabeza a los pies. Su polla palpitaba con necesidad mientras permanecía de pie sobre mí. No podía permitirle sufrir otro momento sin mi calor. Nuestros ojos se encontraron mientas lo adoraba. Lo toqué con la lengua, lamí, me burlé, inhalé y tragué. Él me permitió venerarlo. Pronto, su aprobación se transformó en sumisión mientras gemía y gemía. Sus enormes y musculosos muslos temblaban. Apenas podía

estar de pie. Toda su fuerza estaba en mi boca. Estaba impotente para defenderse. Consumí todo de él con voracidad, tomándolo en profundidad. Él no podía detenerme. Y no podía detenerse. Un rugido salió de él, su pecho flexionándose y sus abdominales contrayéndose, temblando todo su cuerpo musculoso. Su hombría se vertió en mi boca mientras su cuerpo se estremecía con liberación placentera. Agarré su polla con fuerza en una mano mientras lo bebía. Él se estremeció contra mi lengua y la parte posterior de mi boca. Cuando sus espasmos disminuyeron, él se inclinó, con las manos en las rodillas, respirando con dificultad. Lamí la cabeza de él limpia, y finalmente lo liberé. Una última gota de semen se escurrió de su punta. La limpié con la punta de mi lengua y tragué. Pasé el lado de mi mano sobre mi boca. Todavía estaba hambrienta. Me levanté y nos besamos profundamente por mucho tiempo, tragándonos el uno al otro, ahogándonos en el deseo. Cuando lo sentí presionando calor y dureza contra mi abdomen unos minutos después, él me empujó hacia el banco. Tropecé en él. Entonces estaba en el banco, en cuatro patas, mi cabello enmarañado colgando en mi cara. Le lancé una mirada burlona. Me mordí el labio inferior. Él se puso de pie, alto y fuerte. Su polla estaba hinchada otra vez. Pateó las botas y se sacó los jeans agrupados de cada pie hasta que también estaba completamente desnudo bajo la luz de la luna. Él se paseó hacia el banco y dio la vuelta detrás de mí. Entrecerré los ojos y lo miré por encima de mi hombro, enviándole una mirada sensual. Su hombría se sacudió con expectación. Bajé mis caderas y me incliné de rodillas, presentando mi femineidad hacia él. Dio un paso hacia adelante y me tomó por detrás. Mi centro estaba resbaladizo y listo. Se deslizó profundo dentro de mí, hasta que sus caderas se presionaron contra mi culo. Lo apreté firmemente mientras se retiraba lentamente. Sus manos agarraron mis caderas por detrás mientras se empujaba hacia adelante. Yo empujé mis caderas hacia atrás, encontrándome con él en el centro. Apreté su virilidad cada vez que él se retiraba, haciéndole saber que no quería que fuera a ningún lado. Él cayó en un ritmo constante, bombeando cuando yo me empujaba hacia él.

El placer se construyó en mi interior. Pronto, cualquier control de consciencia se desvaneció, cualquier deseo de satisfacer o complacer desapareció cuando el éxtasis que él me dio me reclamó. Me rendí al deseo, me rendí a lo encantador. Mi espalda se arqueó mientras mis pechos se presionaron en el montón de ropa debajo de mí, dándole un total acceso para tomarme y abrumarme con su energía masculina dominante. La energía hizo un tornado dentro de mi cuerpo cuando me dejé llevar de la realidad. El hombre más perfecto en la historia de los hombres me penetró como un animal. Mi pulso latía en mis oídos y se aceleró mientras sus embestidas se intensificaban. De nuevo gruñí, una leona letal en medio de un ritual atemporal de apareamiento. El suelo se abrió bajo nuestros pies y el fuego se propagó rápidamente desde el centro de la tierra, bañándonos en un geiser de magma cuando nuestro orgasmo nos destrozó al polvo. Gritamos juntos mientras renovamos el vínculo eterno entre lo masculino y lo femenino. Unión.

Christos estaba encima de mí, apretándome en la pila de ropa en el banco mientras luchaba por exhalar un aliento. —Mierda —dijo con voz ronca—. No me puedo levantar. —Su pesado torso estaba presionándose en el mío. —¡Ah! —bufé. No podía conseguir el suficiente aire para expulsar una palabra completa. —¿Estás bien? —preguntó, preocupado. —¡Mierda! Él salió de mí y se dejó caer sobre su culo en el suelo al lado del banco. Se dobló en sus rodillas y se arrodilló junto a mí mientras acariciaba mi mejilla. —¿Samantha? ¿Háblame? ¿Rompí algo? ¿Necesitas RCP? Rodé sobre mi espalda, completamente desnuda y me quedé mirando a las estrellas por encima de la cabeza: —Estoy bien —susurré—. ¿Nos dormimos? —Creo que perdimos el conocimiento. —Él sonrió. —¿De verdad? —Sí, creo que después de que nos corrimos caí arriba de ti y ambos nos desmayamos. Fruncí el ceño.

—Eso es ridículo. —Si tienes una mejor explicación, me encantaría escucharla. —En realidad no —sonreí—, tendré que tomar tu palabra en esto. —Creo que me rompí un testículo aquella vez. Hice una mueca de dolor. —No te lastimaste golpeando tan duro, ¿o sí? —No. —Se rió entre dientes—. Me refería a cuando me corrí. No creo que alguna vez me haya corrido así de duro antes. Quiero decir, como, nunca. No tienes ningún orificio de bala en ti, ¿o sí? —¿Qué? —pregunté, confundida. —¿De cuándo disparé mi carga? —No te entiendo. —Se sintió como proyectiles para mí. Reí. —Esas son balas pobres. —Estaba pensando en balas en llamas. —Pensé que habías dicho que eran proyectiles. Él se rió disimuladamente: —Balas en llamas suena mucho mejor que proyectiles, ¿no te parece? Rodé en el banco a mi lado y le sonreí. —Eres un idiota, agápi mou. Él sonrió. —Es por eso que me amas. —Se echó hacia adelante y me besó suavemente. Antes de darme cuenta, nuestro beso se había profundizado con sensualidad y me sentí encendida de nuevo. Después de un rato, me aparté y sonreí. —Nunca antes he tenido sexo en la cima de la montaña. —Nunca antes he tenido sexo en este banco —dijo él. —¿De verdad? —Te lo dije antes, este lugar es sagrado. Nunca he traído a ninguna mujer aquí. —Pero me trajiste. —Sonreí. —Sí. Y ahora este lugar es oficialmente suelo consagrado. Si cualquier otra mujer alguna vez llega hasta aquí —se rió entre dientes—, creo que el suelo la tragará.

—Creo que casi nos estábamos consumiendo cuando estabas dentro de mí antes. —Sonreí. —Sigue hablando así y voy a tener que hacerlo de nuevo — ronroneó. —Está bien, pero, ¿qué tal si lo hacemos de vuelta en la casa? Está frío aquí afuera. —Por frío, me refería a que estaba completamente desnuda afuera en medio de la noche y estaba helada. Si esto hubiera sido D.C., probablemente hubiéramos estado congelados y con hipotermia a estas alturas. Tanto así que, mis dientes estaban queriendo castañear y yo necesitaba entrar en calor. —Me parece bien. —Christos se levantó. —Tienes suciedad. —¿La tengo? —Él bajó la vista a sí mismo—. Ni siquiera me di cuenta. Yo tenía tierra en mis rodillas y también en los pies, pero él tenía una gran mancha en su culo, el cual tenía las nalgas blancas, a diferencia del resto de su cuerpo bronceado. Ambos habíamos estado recibiendo el sol desde el inicio de la primavera. —No puedo decidir si me gusta el bronceado del bañador que vas a tener o no. —Si quieres, podemos ir a la playa nudista por SDU donde te vi esa vez con Madison y Jake. Entonces podemos asolearnos y borrar nuestras líneas de bronceado juntos. Madison y yo nunca habíamos regresado a esa parte de la playa desde que nos dimos cuenta que era nudista. —Mmm, tal vez no. ¿Qué tal si nos vamos con las líneas de bronceado? —Siempre podemos asolearnos en la terraza en casa cuando mi abuelo esté fuera. Me encantó cómo la llamó nuestra casa. Sonreí para mis adentros mientras me ponía la ropa. Ambos nos vestimos. Me di cuenta de que mi camiseta fue destruida, pero me las ingenié para atar los extremos juntos en mi cintura, encima de mi sostén. —¿Te gusta? —le pregunté. —En cierto modo te ves como Mary Ann de la Isla de Gilligan. Pero rubia y más caliente. Y después de lo que hicimos en el banco, mucho más sucia. Casi le pregunté insegura si eso era bueno. Pero esa era mi vieja yo. La nueva yo se rió con seguridad. —Y te encantó.

—Lo hace. Y te amo, agápi mou. —Se agachó y me besó. —Y si quieres más de mí sucia, ¡vas a tener que atraparme! —Me di la vuelta y corrí hacia la colina en la oscuridad. Podía sentir el semen de Christos goteando en mis bragas mientras corría. No me importaba. Todavía me sentía como una mujer primitiva de la prehistoria. No me importan las cosas como la ropa interior sucia o lavar la ropa. Todo lo que me importaba en ese momento era el espécimen perfecto de virilidad persiguiéndome, el que se había apareado conmigo. Me sentí tan viva, quería que me tomara de nuevo y que demostrara su hombría. El camino era áspero y desigual, y sentí la gravedad empujándome más rápido de lo que estaba cómoda para correr, sobre todo considerando lo oscuro en la que estaba. Pero las botas de Christos estaban golpeando justo detrás de mí. No quiero que me atrape tan fácilmente. Aceleré mi ritmo, enfocándome en donde cayeron mis pies y manteniendo mi centro de gravedad bajo y balanceado. Un hilo de mi vieja inseguridad tejió mis cejas y una cuerda de mi civilizada cordura arraigada se enrolló a través de mis pensamientos. Me di cuenta de que mi deseo por Christos me tenía tan encendida, estaba siendo estúpida. Quiero decir, estaba saliendo disparada cuesta abajo en la oscuridad. Fácilmente podía quebrarme un tobillo o pierna. Me asustó. Me pregunté si Christos podía destruirme con su implacable abandono algún día. Esperaba que mi viejo amigo, el miedo, arrancara mi confianza y me devorara en cualquier momento. Pero ya no era esa chica asustada. No iba a dejar que el miedo dirigiera mi vida. Era una mujer, y era fuerte. Una poderosa fuerza femenina se levantó dentro de mí como una yegua campeona o una leona en la tundra y pisoteó mi temor con decisión. La adrenalina y emoción se vertieron en mis venas y nadaron a través de mi cuerpo. Christos sólo podía tenerme si era lo suficientemente fuerte para atraparme. Corrí tan rápido como pude por el camino. Salté sobre las rocas y terrones como una cazadora experimentada en su elemento hasta que estaba calle abajo. Entonces corrí a toda velocidad hacia la casa, Detrás Christos estaba cerca.

Subimos las escaleras de nuestra casa juntos.

Sabía que Spiridion estaba fuera, así que no estaba preocupada del ruido molestándolo. Tropecé en el dormitorio y me estrellé en la cama. Nos desvestimos riéndonos el uno al otro y nos zambullimos en la cama, ignorando la suciedad del camino. Nos arrodillamos juntos en la cama, uno al frente del otro. Yo estaba llena de confianza porque estaba entusiasmada de que no había tropezado en el camino. Había navegado el terreno accidentado en la oscuridad como un maestro. Mi éxito alimentó a mi palpitante emoción. Tracé las letras del tatuaje Fearless en el pecho de Christos con la yema de mi dedo: —Tal vez debería hacerme un tatuaje en mi pecho que diga Fearless. —Sonreí. —¿Qué? ¿Y dañar esos pechos perfectos? Nada hecho por la mano del hombre podría alguna vez compararse con tus pechos, agápi mou. A decir verdad, estoy un poco preocupado por capturar su perfección cuando los pinte. —Puedes hacerlo por completo —dije con desdén. Cuando me encontré por primera vez con Christos, me habría avergonzado sus palabras, y preguntado para reconfirmar que no estaba mintiendo. Ahora me lo tomé con calma. Pero la verdad era que no estaba realmente en los tatuajes. Bromeé—. Está bien, ¿y si consigo una estampa de zorra que diga Sin Miedo en su lugar? Él se rió entre dientes. —Definitivamente ve con la estampa de zorra. De esa forma, cuando te esté tomando por detrás, voy a recordar lo dura que eres. —Porque ambos sabemos que soy dura —bromeé—, en el buen sentido. —En el mejor sentido. Tienes un culo que lanzaría miles de barcos. Fruncí el ceño. —Espera, eso suena como algo que tiene que ver con los pedos. Como que mi culo dispara pedos de balas de cañón o pedos de bombas de misiles que explotan las velas que dan poder a los barcos. —Miles de ellos. —Sonrió Christos y negó—. Tu imaginación no conoce límites, agápi mou. Tampoco los límites del decoro. —Y te encanta. —Reí. —Lo hago. —Sonrió. Empezamos a besarnos, desnudos de rodillas, pecho a pecho en nuestra cama. La pasión de la cima de la montaña estalló una vez más, sin nunca enfriarse por completo. Pero esta vez fue más dulce y suavemente diferente. Hacer el amor era tranquilo e íntimo en contraste

con la intensidad brutal y el abandono salvaje de antes. Esta vez, no sólo nuestros cuerpos, sino nuestros corazones latían juntos en ese ritmo atemporal y antiguo del hombre y la mujer en perfecta unión. La unión de nuestros corazones trajo una urgencia poderosa. Estaba íntimamente consciente de Christos mientras él empujaba con ternura en mí una y otra vez. Su calor, su olor, su peso. Pero también su compasión, su ternura y su amor. Sentí nuestras almas unirse mientras nuestros cuerpos se corrían juntos. Podía decir que él también lo sintió. Nuestros ojos se bloquearon cuando el placer barrió a través de nosotros en una llovizna de liberación orgásmica. Yacimos en los brazos del otro en nuestra cama mientras las brasas de nuestro fuego se enfrió y el vínculo entre nuestros corazones se fortaleció, al igual que los cimientos después de un volcán que entró en erupción finalmente se detiene. Nuestro ritual de amor estaba completo, cuerpo y alma. Juntos, Christos y yo habíamos sentado la base de nuestra renovación y renacimiento. Como Adán y Eva, éramos Hombre y Mujer. Éramos la Creación. Éramos Amor. Amor.

Samantha —¿Crees que los piratas siempre utilizan su pata de palo como consolador? —preguntó Romeo pensativo. Me quedé mirándolo boquiabierta. Un viejo con una sombra de barba canosa estaba de pie en el centro de la habitación vestido de pirata. Adquirió la pose clásica de pirata: las manos en las caderas y la pierna encima de una caja, como si estuviera en la parte delantera de un barco pirata. Un machete colgaba de su funda en el cinturón. Tenía un sombrero de pirata negro y un sofisticado abrigo largo con cientos de botones. Los estudiantes hacían un círculo alrededor de la tarima dibujando al pirata, sentados en esos bancos llamados caballetes, en los que te sentabas a horcajadas como si fuera un caballo, de ahí el nombre. Tenía un tablón vertical pegado en la parte delantera como si fuera el cuello del caballo para apoyar el cuaderno de dibujo. No pensaba que fueran tan grandes como para llamarlos caballos, por eso los llamaba ponis de dibujo. Necesitaría una silla adecuada y deslumbrante con brillos y hebillas de plata para el mío. La clase se llamaba Dibujando La Figura Vestida. El profesor Walt Childress, que me había enseñado Dibujo de la Vida el pasado otoño, era nuestro profesor una vez más. —Estoy totalmente de acuerdo con que los piratas utilicen sus patas de palo como consoladores —susurró Romeo mientras dibujaba en su regazo su propio pirata. —¡Él no tiene pata de palo! —susurró siseando Kamiko mientras dibujaba su pirata. —Pero si la tuviera —murmuró Romeo pensativo—, la usaría como consolador. El viejo en traje de pirata tosió de repente. ¿O era una risa? No estaba segura. Pero estaba frente a nosotros, suficientemente cerca como para escuchar a Romeo. Kamiko dejó caer su carboncillo y se sacudió las manos en el regazo confundida, luego miró a Romeo asombrado. —¿Qué?

—Lo digo en serio —susurró Romeo—, todos los piratas son gays. Todos. Esta vez, el viejo pirata hizo un ruido de ¡pfff! como si estuviera tratando de captar la atención de Romeo, como si quisiera que dejara de hablar. No podía culparle. Era difícil concentrarse cuando empezaba a divagar. Romeo estaba ajeno, por supuesto. A este paso, iba a ponerse peor. Miré alrededor del salón, tratando de determinar si estábamos molestando a otros estudiantes, o si el profesor se había dado cuenta que estábamos hablando cuando se suponía que teníamos que estar dibujando. Por suerte, el profesor estaba sentando en un caballete al otro lado de la habitación con dos estudiantes que se inclinaban sobre sus hombros. Les explicaba cómo dibujar correctamente las arrugas del abrigo del pirata. —Eso tiene cero sentido, Romeo —susurró Kamiko—. No puede ser que todos los piratas sean gays. Romeo puso los ojos en blanco. —¿Ah, sí? ¿Por qué un hombre heterosexual se encerraría en un barco durante meses solo con chicos? Suena bastante gay para mí. —¿Qué tiene que ver eso con los consoladores? —susurró Kamiko, frustrada—. Con todas esas pollas alrededor, ¿para qué necesitarían uno? ¡Duh! Romeo se rió nerviosamente. —Cuando se trata de una orgía, nunca hay suficientes pollas, cariño. De una manera o de otra. Kamiko hizo una mueca y negó. —He descubierto que con una, por lo general, es suficiente. —Estoy de acuerdo. —Sonreí. Nuestro modelo de pirata carraspeó. Su rostro se volvió rojo. Estaba escuchando todo y creo que estaba avergonzado. Nuestras bromas inmaduras lo ofendían. Un chico joven se sentó a mi lado y se puso a dibujar sonriendo y moviendo la cabeza por los comentarios de piratas de Romeo y Kamiko. Sí, sus comentarios eran ligeramente embarazosos. Hasta ahora. Pero sabía que podían pasar de ligeros a pesados en cualquier momento. Romeo era como el tren expreso de la vergüenza y, una vez que tomaba velocidad, no había nada que lo detuviera hasta que todo el mundo llegara a la estación de la humillación. Me imaginé un tren de vapor gigante con el rostro de Romeo rellenando el círculo grande en la parte delantera de la locomotora, con el monóculo en su lugar y sonriendo como un maniático con la boca abierta. Su lengua estaría

colgando de lado, azotada por el viento, y las gotas de baba se secaban rápido. El humo saldría de la chimenea impulsado hacia las nubes en forma de letras que formaban sus comentarios ofensivos. Sí. Romeo, la Locomotora Loca. —¡Tuuuu!¡Tuuuuu!—silbaría. Y todos sabíamos lo mucho que le gustaba explotar cosas. Hice lo que pude para reprimir una risita ante la idea. Solo esperaba que Romeo no se saliera de las vías y matara a todo el mundo que estaba a bordo de su tren de la vergüenza. —Espera —le dijo Romeo a Kamiko—, pensé que tu única experiencia con pollas había sido con caricaturas animadas. ¿Has dado finalmente el paso? ¿Caminando por la tablilla? El chico joven a mi lado se rió, pero hizo lo posible por reprimirse y mantenerse concentrado en su dibujo. —¿La tablilla? —se burló Kamiko—. Solo un hombre podría relacionar la tablilla del barco pirata con un pene. —Estás bromeando, ¿verdad? —Le frunció el ceño—. Las tablas son largas, rígidas y salen en línea recta desde el casco de la nave. ¿Cuál es la diferencia con una polla? —Que los tablones son de madera —protestó Kamiko. —¿De dónde crees que vino el término ―ponerse firme‖? —susurró Romeo—. ¿O erección matutina? —No de un tablón —se burló. El modelo pirata soltó un molesto ¡Ejem! Sonaba como si estuviera aclarándose la garganta o tratando que Romeo se callara. —¿Está bien, señor Underwood? —preguntó el profesor Childress desde el otro lado de la habitación—. ¿Necesita un vaso de agua? ¿O tal vez un descanso? El profesor sonaba sincero. El modelo era viejo después de todo y podría estar acalorado por la vergüenza bajo el gran abrigo. —Estoy bien —dijo el señor Underwood. El profesor volvió su atención a los estudiantes que tenía a su lado. —¿Ves? —susurró Romeo—. ¡El nombre del pirata es Underwood33! ¡Eso demuestra mi teoría! ¡Todo hombre tiene madera bajo los pantalones! Reprimí una risita mientras miraba al señor Underwood para ver si se sentía ofendido por el comentario. No podría decirlo. Se quedó mirando al frente con los ojos fijos en la distancia. Probablemente estaba 33

Underwood: significa debajo de la madera.

haciendo su mejor esfuerzo para ignorar a Romeo. El pobre señor Underwood. No debería tener que soportar sus travesuras. —Estábamos hablando de tablones —siseó Kamiko—. Pasarelas que no tienen nada que ver con sexo. Las personas se ven obligadas a caminar por ellas a punta de espada y obligadas a saltar, muriendo ahogados en aguas infestadas de tiburones. —Suena como mi última cita a ciegas —dijo Romeo sonriendo casual mientras continuaba dibujando su disfraz de pirata en el bloc de dibujo—. Pero no me obligaron. Y no eran tiburones. Eran cangrejos. Lo bueno es que no eran venenosos Pero bueno, siempre estoy en busca de una buena razón para afeitarme el pubis. Kamiko bromeó: —¡Oh dios mío! ¡Demasiada Información! Creo que voy a vomitar. El modelo tuvo que disimular una de esas risas que salen explosivas, obligándose a estornudar. —¿Necesita un pañuelo, señor Underwood? —preguntó el profesor Childress. —Estoy… —decía el señor Underwood con la cara roja, poniendo todo su empeño en no reírse—… bien. Estoy bien. Negó sonriendo mucho, como si estuviera tratando de ahogar el resto de la risa. Compuso una mirada seria. Pero sus mejillas todavía temblaban por la risa reprimida. El profesor asintió y volvió a ayudar a los estudiantes. Bueno, al menos el señor Underwood no se sintió ofendido. Me sentí un poco mejor, pero le lancé una mirada de asombro a Romeo por encima de Kamiko, que estaba doblada agarrándose el estómago. Si Romeo no se detenía, íbamos a acabar mal. Romeo me guiñó un ojo. —Estoy bromeando, Kamiko —le susurró—. No eran cangrejos. Eran percebes. No tenía idea que los percebes eran como una enfermedad de transmisión sexual. Lección aprendida. No tengas relaciones sexuales con el malhumorado capitán de un barco pirata. El culo de percebes es lo peor. ¿Tienes una idea de lo difícil que es terminar cuando tu culo está lleno de percebes? Los percebes trituran el papel higiénico como nadie. —¡JA! —gritó el modelo. Luego empezó a toser a conciencia. Pero me di cuenta que estaba tratando de mantener un comportamiento profesional para ocultar su risa. A este paso, Romeo iba a conseguir que el pobre Underwood fuera despedido. El profesor se levantó del caballete.

—Permita que le traiga un poco de agua. —Se acercó al fregadero de la esquina y llenó un vaso de plástico limpio con agua del grifo. Kamiko de repente se levantó con la cara roja, mirando como si tuviera diarrea o estuviera lista para vomitar después del comentario de los percebes. Se volvió hacia Romeo y fingió que soltaba un proyectil de vómito en su regazo, moviendo las manos delante de su boca varias veces. Hizo un sonido ahogado, algo como ―¡Gack!‖. —¿Estás chupando una polla gigante? —susurró Romeo, riéndose entre dientes—, ¿o es un consolador de madera gigante? El chico a mi lado soltó una risa contenida. El profesor pasó junto a nosotros y le entregó el vaso de agua al señor Underwood, quién le dio las gracias y bebió a grandes tragos antes de reanudar su pose. Kamiko dejó caer las manos en el regazo y me miró, sorprendida por la vergüenza. Estaba aún más roja que antes. —Ejem —dijo el profesor Childress mientras daba la vuelta y se quedaba de pie justo frente a nosotros, con el ceño fruncido y los brazos en la espalda tenía una actitud muy profesional—. ¿Será posible que ustedes dediquen sus energías a sus dibujos en lugar de socializar durante la clase? Están distrayendo al modelo. Y a sus compañeros de clase. —¡Caray, Sam! —gruñó Romeo—. ¡Estoy tratando de dibujar!¡Deja de distraerme! Se inclinó sobre la almohadilla y se puso a sombrear la chaqueta del pirata frenéticamente con su carboncillo como si fuera inocente. —¿Yo? —gemí—. ¡Si eras tú el que…! El profesor Childress me miró y arqueó las cejas con expectación. Hice una mueca y sonreí. Estoy segura que parecía una idiota culpable. Quería explicarle que era culpa de la Locomotora Loca, no mía. El profesor movió la mirada a mi cuaderno, dando a entender que debía de volver al trabajo. Asentí y empecé a esbozar las líneas de mi sombrero pirata como una buena chica. Mi rostro estaba ardiendo de vergüenza. Creo que ahora estaba más rojo que el de Kamiko. Por el rabillo del ojo me di cuenta que se mordía el labio y parecía terriblemente asustada, como si fueran a castigarla, o incluso expulsarla. Estaba dibujando con tanta furia que hacía agujeros en el papel. Dobló la hoja rasgada con manos temblorosas y empezó un nuevo dibujo. Gimió mientras trabajaba. El profesor se puso detrás de nosotros. Durante los siguientes dos minutos se cernió sobre nuestros hombros asegurándose que estábamos trabajando bien.

Estaba segura que su mirada estaba haciendo agujeros. Después de otro minuto, el profesor se inclinó hacia adelante para que su rostro estuviera justo al lado de la oreja de Romeo. —La próxima vez, joven —le murmuró a Romeo con toda su calma—, le sugiero que elija sus amores piratas con más cuidado. —A Romeo se le salieron los ojos—. Pero —prosiguió en broma—, por lo que he oído, la mejor manera de eliminar percebes es astillarlos con un pico. Solo tenga cuidado con las nueces, joven —dijo serio—, no me gustaría que se las arrancara en el proceso. —Se enderezó y nos sonrió—. Y no lo oyeron de mí. —Guiñó un ojo. Miré de Romeo a Kamiko y los tres nos echamos a reír. El Profesor Childress era impresionante. El señor Underwood rió sin restricciones, su cara se puso roja como una remolacha. El profesor se rió y le hizo un guiño al señor Underwood. —Sigue con tu buen trabajo, Dick34. —Después el profesor caminó para circular entre los otros estudiantes. El señor Dick Underwood, es decir el Dick Underwood normal, asintió y le sonrió al profesor. —¡El nombre del modelo es Dick! —silbó Romeo—. ¡Dick Underwood! ¡Te lo dije! ¡Tenía razón! ¡Su segundo nombre es probablemente WoodenDildo35! Kamiko se quedó boquiabierta. —¡¿Dick WoodenDildo Underwood?! Romeo, la Locomotora Loca, finalmente se había descarrilado. El joven a mi lado dejó escapar una gran carcajada. El Profesor Childress estaba al otro lado de la habitación. Negó hacia nosotros y se rió entre dientes antes de ayudar a otro estudiante con su dibujo. ¡Me encantaba esta clase!

Después de la clase de la tarde, Romeo y yo nos sentamos en una de las mesas en el exterior de Toasted Roast con una lluvia de ideas para las tiras cómicas del Wombat. Todavía no teníamos mucho desde la reunión del personal de The Wombat hace semanas.

34 35

Dick: en español, polla. WoodenDildo: en español, consolador de madera.

—¿Qué tal Gay vs. Gay? —preguntó Romeo mordisqueando la pluma—. Será una parodia del clásico Spy vs Spy de los cómics de la revista Mad. —No creo haber visto ni uno —le dije mientras bebía mi café—. ¿De qué se trata? —Son esos dos espías, uno viste de negro, el otro de blanco, y siempre están tratando de matarse uno a otro con trampas ingeniosas. Y creo que son aves, ya que tienen esas narices puntiagudas en triángulo. Garabateé en mi cuaderno de dibujo. —¿Cómo podría funcionar si es Gay vs. Gay? —¿Siempre están tratando de acostarse uno con el otro? —sugirió. —Estoy confundida. Si son gays, ¿no quieren acostarse con los demás? ¿Cuál es el reto? —¿Tal vez se odian? —Entonces, ¿por qué iban a estar tratando de acostarse uno con el otro? —Hmm. Quizá tengas razón. ¿Qué tal ―Peabutts‖? Una parodia gay del ―Peanuts‖ clásico de Charles Schultz. O podríamos llamarlo ―Peanis‖. —Eso suena muy mal —dije riendo—. Probablemente seríamos demandados. —¿Qué hay de ―Dickey Mouse‖? —El mismo problema —dije, tomando otro sorbo de café. —¿‖Daffy Dick36‖? —Puse los ojos en blanco—. ¿Qué? Todas las aves de dibujos animados son gays. ¿Por qué crees que el Pato Lucas estaba tan enojado? No fue a echar un polvo. Y sabes que Piolín era gay. Negué. —¿Gayfield el gato? —No. —¡Vamos! Los gatos son los mejores amigos de los hombres gays. Arqueé una ceja dubitativa. —¿Todos los gays aman a los gatos? —No sé del resto, pero yo sí. Son la única clase de cobardes que me gustan mucho. —Se rió. Hizo una pausa, tamborileando la pluma contra el cuaderno. —¿Qué tal Queer Family Circus37?

Daffy Dick: En español La polla Daffy, el original es Daffy Duck, conocido en español como el Pato Lucas. 37 Queer Family Circus: En español, circo de familia maricona. 36

—Tengo un problema con el tema —dije con un suspiro. El monóculo de Romeo cayó de su ojo con decepción. —Estoy tratando de ser contemporáneo, Sam. Hay un montón de programas de televisión con parejas homosexuales. ¿Por qué no hay tiras cómicas gays? —Bueno. Pero Queer Family Circus suena demasiado a payasos. Me estremecí. —Los payasos son divertidos. —Los payasos dan miedo —insistí. —Todo lo del maquillaje chillón es bastante espeluznante. —Romeo hizo una mueca, poniéndose el monóculo de nuevo en el ojo—. Quizá tengas razón. ¿Qué hay de Pene el Travieso? —Eso suena a pornografía. —¿Family Gay? —¿Igual que Padre de Familia? —pregunté con escepticismo. —¿Por qué no? Los gays tienen familias también. Suspiré. —¿Alguna otra idea? Los ojos de Romeo se iluminaron y el monóculo cayó de nuevo. —¡Lo tengo ¡Jugs Bunny! No sería gay. Jugs Bunny es una estudiante de la universidad con senos enormes. Siempre se mete en problemas porque son muy grandes. —Sabes, ese comentario demuestra que los hombres gays son hombres, no mujeres atrapadas en cuerpos de hombres. Romeo se vio confundido. —¿Qué quieres decir? Los senos enormes son hilarantes. Negué con desdén. —Exactamente. —Muy bien, Debbie Downer38. ¿Por qué no sugieres algo? Estás derribando todo lo que tengo. Sonreí. —¿Qué?¿Vas a sugerir una tira cómica sobre una estudiante universitaria que da muchos problemas y su nombre es Debbie Downer? Los ojos de Romeo se iluminaron de nuevo. —¡Eso es genial, Sam! ¡Me encanta! —Garabateó algunas notas en su cuaderno—. ¿Puedes empezar a dibujar bocetos de ella? ¿Cómo se Debbie Downer: Personaje de Saturday Night Live, se le dice así a personas que hacen comentarios depresivos o que rompen la atmósfera optimista. 38

vería? ¿Tiene una enorme boca? ¿Un cuello muy largo? ¿Labios gruesos? ¿Tal vez tiene una boca de lado que parece una Vajay-jay39? Puse los ojos en blanco y moví la cabeza al mismo tiempo. —Estás bromeando, ¿verdad? —¡No! —dijo sonriendo de oreja a oreja—. ¿Tiene que afeitarse? ¿Tiene barba rizada? ¿Un clítoris por nariz y un solo orificio nasal por donde hace pis? ¡El potencial cómico es infinito! —Romeo dio un puñetazo en la mesa con los ojos brillantes de emoción. Parecía a punto de conquistar el mundo con su genio de comedia. Hice una mueca. —Todo eso suena un poco… demasiado. ¿No podrías hacer de ella una chica normal con un amigo animal, como Calvin con Hobbes, o tal vez Snoopy con Woodstock40? —¡Eso es perfecto! ¡Pero el nombre del pájaro será Woodcock! ¡Y Woodcock, por supuesto será gay! ¡Porque es un pájaro de dibujos animados! ¡Eres un genio, Sam! Solté un gemido. Teníamos mucho camino por recorrer con nuestra idea de tira cómica.

Saqué el correo del buzón en la casa de los Manos al día siguiente. Había estado llevando el correo y haciendo un montón de pequeñas cosas para mostrar mi agradecimiento a Spiridon y a Christos. Era mi casa también. Así que hacía mi parte para cuidarla. Revisé la pila de correo y una carta saltó hacia mí. Oficina de la Caja de la Universidad de San Diego. Oh, mierda. Abrí la carta. ¡Había olvidado hacer mi pago de colegiatura! Había estado tan locamente ocupada últimamente que el plazo se me había escurrido. Mi primer pensamiento fue que me iban echar de la escuela. Con la acusación de Tiffany de que robé su tarjeta de crédito colgando sobre mi cabeza, estaba patinando sobre hielo delgado. La última cosa que necesitaba era un pago tardío dificultándome la vida. El hielo estaba a punto de agrietarse y me hundiría en el agua helada. Necesitaba encargarme de esto inmediatamente. ¿Tal vez podría pagar con mi tarjeta de crédito? Era lo último que quería, pero estaba desesperada.

39Vajay-jay: 40

Vagina. Palabra utilizada en el programa Grey‘s Anatomy. Woodcock: En español, polla de madera.

Por costumbre metí la mano en el buzón, asegurándome que no había quedado nada. De repente me imaginé que el buzón se cerraba en mis dedos como una boca golosa y los masticaba. Con tantos problemas encima, parecía un escenario probable. —¿Llegó el correo? —preguntó Christos que salió en ese momento. —¡Ah! —Salté. —¿Ocurre algo? —Eh, ¿no? —Signo de interrogación culpable—. Es decir, ¡no! ¡Todo está bien! —Y signos de exclamación también—. Quiero decir bien. Todo está bien. —No quiero hablarle de mis problemas de dinero. Me prometí encargarme de ellos yo sola, e iba a seguir adelante. Era parte de demostrarme a mí y a mis padres que no era una tonta por haber elegido arte. —Muy bien —dijo Christos—. Voy a correr a la tienda de arte. Necesito algunos pinceles de marta. ¿Necesitas algo mientras estoy allí? No es que pudiera permitirme nada. Estaba más allá de quebrada. Y Christos ya había gastado un montón de dinero acomodando mi mesa de dibujo con los suministros en nuestro estudio. No podía pedirle más. —No, gracias —dije con un suspiro. —¿Quieres venir conmigo, de todas formas? —No, tengo que ir a la escuela. —Estabas ahí. Pensé que tus clases habían terminado por hoy. —Tengo que atender algo de mi, eh, ¡de la ayuda financiera! ¡Algo con los nuevos papeles del préstamo! —mentí. Esperaba que Christos no supiera nada sobre cómo funcionaba la ayuda financiera y los préstamos, o empezaría a hacer preguntas y lo averiguaría muy rápido. —Eso es genial. ¿Quieres que te lleve? Podríamos ir después a Blick Art en Little Italy. —¡No! ¡Todo está bien! Frunció el ceño. —¿Estás segura? —¡Sí! —Correcto. En ese caso, me llevaré a Duke. El clima es muy agradable y me dan ganas de dar un paseo. Estaba a punto de preguntarle si había estado bebiendo porque no quería que condujera su motocicleta si había bebido siquiera un sorbo. Pero debido a la visita de su padre, no creía que Christos hubiera estado bebiendo en absoluto. —Está bien —le dije.

Sacó la Ducati del garaje y se puso el casco. —¿Quieres ir a cenar cuando regrese? —Eso sería increíble. —Y no olvides que tenemos que empezar tu pintura pronto. Oh eso. Yo desnuda. Para que todos la vieran. Desnuda en la noche en la cima de una montaña era una cosa. Una pintura colgada y bien iluminada en una galería llena de gente era otra. —¡Claro! —Observen el signo de exclamación. —Tal vez podamos empezar esta noche —sugirió. —¿Tal vez? —Observen el signo de interrogación. Asintió y me dedicó esa sonrisa con hoyuelos. —Hasta luego —dijo mientras aceleraba la moto y se marchaba. Envidiaba que Christos fuera de nuevo el de siempre, sin preocupaciones. De la noche a la mañana todos sus problemas se habían desvanecido. Había vuelto a ser el Christos del que me había enamorado. Era increíble lo que el amor y el apoyo de un padre podían hacer por la confianza y la autoestima de uno. (Sutil indirecta a mis propios padres) Suspiré. Me hubiera gustado que mis problemas desaparecieran como los de Christos para poder estar también libre de preocupaciones. Por desgracia, los míos no estaban ni siquiera cerca de liberarse. Costaban miles de dólares que no tenía. Por lo menos tenía mi tarjeta de crédito. Ahora podía comenzar la consagrada tradición americana de hundirme en un pozo de deudas del que nunca podría salir.

—¿Qué quiere decir con que no puedo pagar mi matrícula con tarjeta de crédito? —pregunté con horror. El cajero, un hombre de mediana edad con barba gris y gafas, estaba de pie detrás del mostrador de la caja de la oficina central de la SDU. —Solo podemos aceptar el pago en efectivo, cheque, giro postal o cheques de préstamos estudiantiles. —Pero no cuento con el dinero del préstamo estudiantil y no tengo más dinero —me quejé—. El banco no me va a dar el préstamo, porque no tengo aval. —Estaba a punto de llorar y suplicar clemencia. Creo que se mostró en mi cara y en el desesperado tono de voz. El cajero sonrió con simpatía.

—Lo siento, no hay nada que pueda hacer. ¿Hablaste con alguien de ayuda financiera? Pueden ayudarte a explorar más opciones de ayuda. —Ya lo hice —dije suspirando—. No podré conseguir más dinero del préstamo hasta el próximo año. —Ese es un problema —asintió con simpatía. —¿Qué pasa si no pago? —Hay un período de gracia. Tienes una semana para pagar antes de incurrir en un cargo de cincuenta dólares. Mierda, no tenía cincuenta dólares para gastar, ni hablar de miles. —¿Qué pasa si no pago para entonces? —Vas a incurrir en una baja en tu cuenta. —¿Qué significa eso? —Eso significa que tendrás que pagar una tarifa de treinta y cinco dólares para activar la cuenta y realizar tu pago. —¿Quiere decir que voy a tener que pagar treinta y cinco dólares para poder pagar los cincuenta por pago atrasado y mi matrícula? —Sí —contestó con un poco de timidez. Negué. Excelente. Más dinero que no tenía. —¿Qué pasa si no cumplo a tiempo? —Eventualmente, comenzarán a cancelarte clases. —¿Qué quiere decir? ¿De forma permanente? No quiero que me echen de la SDU —dije en voz baja con temor. —No —dijo sonriendo—, no es tan grave. Pero no podrás recibir ningún crédito durante ese período. Tendrás que volver a tomar todas las clases en las que estés inscrita ahora. —¡Pero no habrá Historia 3 ni Sociología 3 otra vez hasta la próxima primavera! ¡Eso va a arruinar totalmente mi agenda del próximo año! Extendió las manos. —Lo siento. —¿Qué puedo hacer? —le dije, ya con pánico. —Sé que suena duro, pero si puedes encontrar una manera de cubrir tu pago mensual a plazos, no tendrás nada de qué preocuparte. Trata de hablar con tus padres. —Ellos. Sí, claro. No iban a hacer una mierda—. ¿Hay algo más en lo que te pueda ayudar? —preguntó mirando por encima de mi hombro a las personas que esperaban en la fila. —No, gracias.

Mis hombros cayeron mientras caminaba fuera de la oficina de pagos. Iba a encontrar la farola más cercana y a esperar hasta la noche para comenzar a hacer algunos trucos. Estaba bastante segura que un truco cubriría mis honorarios tardíos y mi tarifa de retención. Bajé las escaleras de la oficina mientras Tiffany, la reina del nirvana sexual con el esposo cornudo, caminaba flanqueada por un par de hobots41 de su hermandad. Excelente. Como siempre, estaba vestida con ropa nueva. El cabello rubio platino estaba perfecto y esperaba que los paparazzi saltaran de los arbustos y empezaran a tomar fotos en cualquier momento. Ella exudaba celebridad, aunque creo que lo único por lo que se hizo famosa era por ser una perra. Agaché la cabeza, esperando que no me notara. —Bueno, si es la pequeña Scumantha Banana Shit42 —se burló. Me pregunté por segunda vez la forma en que había averiguado que mi nombre completo era Samantha Anna Smith. Probablemente tenía espías por todas partes. No tenía ninguna duda de que podía darse el lujo de contratar a los mejores. Estábamos yendo en la misma dirección, así que caminé rápidamente, con la esperanza de poner un poco de distancia entre nosotras. La escuché soltar risitas con sus dos secuaces detrás de mí. —¿Teniendo un mal día, Scumantha? —se burló a mis espaldas. Puse los ojos en blanco y seguí caminando, haciendo mi mejor esfuerzo por ignorarla—. ¿Encontraste algún buen puesto de trabajo? —preguntó con sorna. Qué perra. Había conseguido que me despidieran solamente por despecho y ambas lo sabíamos. Volví la cabeza y la miré. —Cállate, Tiffany. Ella y sus hobots se rieron de mí. Lo que me molestaba más que nada era que Tiffany nunca tenía que preocuparse por dinero, nunca tenía que trabajar en nada y seguía siendo la perra más grande del planeta.

41Hobots:

Son chicas entre 14 y 20 años que se vuelven copias de alguna que es la líder, perdiendo así toda su personalidad. 42ScumanthaBanana Shit: Scum: palabra muy despectiva que habla de una persona inútil, despreciable, que no vale nada. Banana(plátano) Shit (de Mierda). Está haciendo un juego de palabras con los nombres y el apellido de Samantha, Scumantha (Samantha) Anna (Banana) Smith (Shit).

—Oh —susurró con tono infantil—, ¿lastimé los sentimientos de Scumantha? Sus amigas se rieron de buena gana. Me giré sobre los talones y marché hasta Tiffany y sus amigas. Las tres se detuvieron en seco, con los ojos muy abiertos. —Hey —murmuró una de las hobots. Tiffany frunció el ceño. —Hey, retrocede. ¡¡SLAP!! Le pegué directo en la cara. La mejilla quedó blanca donde la golpeé. Había aprendido el truco de mi mamá. Al menos era buena en algo. —¡Oh Dios mío! —jadeó una de las hobots, cubriéndoselos labios con los dedos. La otra se quedó inmóvil en silencio. Tiffany resopló un grito mudo. Lentamente levantó la mano y con cuidado se tocó la mejilla con los dedos. Entrecerré los ojos. —No me llames Scumantha. Me di la vuelta y me alejé, con miedo de que ella o sus amigas me saltaran encima o me lanzaran cuchillos a la espalda. Conociendo a Tiffany, probablemente su padre le había dado una pistola de mano maravillosa que podía usar para dispararme. En cambio, lo único que hizo fue gritar. —¡¡¡Realmente estoy esperando la audiencia ante el tribunal SDU!!! ¡¡¡No puedo esperar para contarles cómo robaste mi tarjeta de crédito y me atacaste en el campus!!! ¡¡¡¡¡Me aseguraré que seas expulsada, cobarde llorona!!!!! Esto no había pasado absolutamente de la manera que esperaba. Suspiré.

Un Firebird Trans Am negro estaba estacionado en la calzada cuando llegué a casa. Tenía una enorme calcomanía de un fénix dorado en el capó y una raya diplomática alrededor de las ventanas. Las luces estaban apagadas. Se trataba de un poderoso auto en perfecto estado. No tenía idea de quién era el dueño. Tenía la esperanza que no fuera Tiffany. Conducía un Mercedes negro, pero nunca se sabía. Tal vez estaba tratando de impresionar a

Christos o reconquistarlo, comprándole un auto como regalo. Sin duda se lo podía permitir. Perra estúpida. Estaba haciendo mi vida miserable sin siquiera intentarlo. Sí, la odiaba. Puse la llave en la cerradura de la doble puerta de entrada y descubrí que ya estaba abierta. —¿Hay alguien en casa? —grité con incertidumbre. —¡Samantha! —Nikolos sonrió y se asomó por la cocina—. Estaba esperando que alguien llegara. Me metí. —¿Tiene llave? —Sí. La he tenido siempre. —¿Cómo es que nunca la usa? —dije sonriendo. Él arqueó una ceja y se encogió de hombros. —Oh, ya sabes —dijo casual. Hombre, todavía me chupaba el dedo de vez en cuando. Supongo que crecer tomaba más de seis o siete meses. Pero estaba haciendo mi mejor esfuerzo. —¿Ese de allá afuera es su auto? Es hermoso. —Sí. Es un Firebird Trans Am, setenta y siete, Edición Especial. El mismo que se utilizó en Smokey and the Bandit. —¿Smokey y el qué? —¿No has visto Smokey and the Bandit? —jadeó Nikolos. Yo negué—. Esa película es clásica. Vamos a tener que verla una noche en mi casa. Con Christos. La pondremos en mi gran televisor. —¡Suena bien! —Sonreí—. ¿Quiere algo de beber? —Ya me serví un poco de limonada del refrigerador. Te puedo servir un vaso. —Oh, yo me la sirvo. Siéntese. —Me acerqué al armario, tomé un vaso de la estantería y me serví un poco de la jarra sudada del mostrador. —¿Supiste algo más de mi servicio de limpieza? Me senté en la mesa de la cocina frente a Nikolos. —No. ¿Trataron de llamarme? —Les dije que llamaran a la casa ya que no tengo tu número de celular. ¿No recibiste el mensaje? —No —le dije. —¿Todavía necesitas trabajo? —preguntó.

—¿Está bromeando? —le dije resoplando—. Mataría por un trabajo en este momento. Limpiaría inodoros apestosos con un trapo si me pagaran. Pareció confundido. —¿Limpiando inodoros apestosos? —Ya sabe, ¿los que utilizan los zorrillos? Probablemente huelen horrible. He oído que los baños públicos son los peores. Nikolos rió. —Inodoros apestosos para zorrillos. Siempre tienes las ideas más extrañas. —¿Eso es bueno o malo? —le pregunté con incertidumbre. —Sin duda bueno. Muestra que tienes una mente creativa. —¿Eso cree? —Sí. Puse los ojos en blanco. —Mis padres nunca lo creyeron. —Sentí que me estaba hundiendo de nuevo en la duda mientras hablaba con Nikolos. Quería ser mayor, pero todo lo que tenía que hacer era cerrar los ojos un segundo y podía ver a quince metros los números parpadeando en neón rojo. $ 5.000 $ 5.000 $ 5.000 Nunca iba a conseguir esa cantidad de dinero. —Entonces, ¿cuándo voy a ver un poco de tu arte, Samantha? Mi papá dice que realmente ha mejorado desde que te conocí. —Sí. —Sonreí, de repente estaba de mejor ánimo al pensar en lo bueno que era Spiridon conmigo. Por lo menos los tenía a él y a Christos para vigilar mi espalda. Pero nunca se me ocurriría pedirles los cinco mil dólares. —Tengo mi cuaderno de dibujo, ¿quiere verlo? —Claro —dijo Nikolos sonriendo. Entré en el estudio y tomé mi cuaderno de bocetos de la mesa de dibujo y volví a la cocina. Nikolos empezó a hojearlo desde el principio, en la mesa para que ambos lo pudiéramos mirar. No dijo mucho al principio. —Se ve el progreso de inmediato. ¿Supongo que esta página marca el punto en el que empezaste a recibir instrucción? —Sí, eso fue lo que hice justo después que comencé a tomar Dibujo Vivo con el profesor Childress.

—¿Con Walt Childress? —Sí, tomé su clase este otoño. Ahora estoy tomando Dibujo de Figuras Personalizadas con él. ¿Lo conoce? —Muy bien, pero hace años que no hablo con él. —¿Qué pasó con Walt y Spiridon, de todos modos? Nikolos rompió en una amplia sonrisa que tenía los mismos hoyuelos que Christos. —Ahh, lo de Walt y mi papá va de hace mucho, mucho tiempo. —¿Hubo alguna clase de drama entre ellos? Cada vez que menciono el nombre de Walt, Spiridon se desvía del tema, pero nunca dice nada. Nikolos asintió. —Sí, tienen…eeh, ¿cómo decirlo? Una historia juntos. —Enfatizó la palabra historia como si escondiera un tesoro enterrado. —¿En serio? —Me incliné hacia adelante sobre los codos, toda oídos. Nikolos arqueó las cejas y… no dijo nada—. ¿No me lo va a decir? —le pregunté—. ¡Me estoy muriendo por saberlo! Movió la cabeza y sonrió con esa estúpida sonrisa con hoyuelos de los Manos. —Lo lamento, no es mi historia para poder contarla. Tendrás que preguntarle a mi padre algún día. Gruñí y sonreí. —Está bien. Nikolos volvió de nuevo a mi cuaderno de dibujo y siguió revisándolo. Cuando llegó a mis bocetos de un tejón fumando marihuana, se detuvo y empezó a reírse. —¿Qué es esto? —Son mis ideas para el logo del Wombat. —¿El qué? —El diario de comedia de la SDU. —Oh, ese tejón. Son realmente graciosos, Samantha. ¿Por qué tienes tantos? —El editor del diario me pidió que diseñara varios logos nuevos. —¿En serio? —Sí. —Sonreí. —¿Cuál eligieron? —Oh, van a hacer una votación. Todos los que pertenecen al staff tienen un voto. Otras personas han aportado sus ideas también.

—Bueno, deberías ganar. Estos son comiquísimos. Y tu sentido del diseño es hermoso. Dibujas formas elegantes que tienen humor y sarcasmo sin ser crudas. —¡Gracias! —Basándome en todo este trabajo de tus borradores, puedo ver que en verdad tienes talento. Con razón mi papá dice tantas cosas buenas de ti. Me estaba sonrojando como una niña pequeña, lo que estaba bien porque aún no era vieja, a pesar de estar en la universidad. Estaba bien sonrojarse cuando te hacían tantos cumplidos, ¿cierto? Estaba en las nubes. $5.000 $5.000 $5.000 Y ahí se fue mi buen humor. —¿Algo te molesta? —preguntó Nikolos, luciendo preocupado. —Oh, uh, nada. —No intentes embromar a un bromista. Luces como alguien a quien le acaban de atropellar a su gatito. ¿Qué pasa? Nikolos era tan amigable y amable, no pude evitar hablar. —Le debo a la universidad un montón de dinero que no tengo. —¿A qué te refieres? —Mi pago de la matrícula se retrasó porque he usado el poco dinero del préstamo que ya tenía. Se suponía que debía pagar en cuotas mensuales, pero me quedé sin dinero en efectivo. —¿Es por eso que estabas preguntando por el trabajo de limpieza? —Sí. Los trabajos son escasos en este momento. Ni siquiera puedo encontrar un trabajo de tutoría de matemáticas, para lo que sería buena. Tomó un sorbo de su limonada. —Pensé que habías dicho que estabas trabajando en una tienda de abarrotes. —Sí. Y también estaba trabajando en el museo de arte del campus. Él sonrió. —¿Estabas trabajando en el museo Eleanor M. Westbrook? —Sí. —Eso debe ser divertido. —Lo fue. —Hice una mueca.

—¿Fue? —Alzó las cejas—. ¿Qué pasó? —Es una larga historia —gemí. —A mí me suena como si estuvieras en una situación desesperada. —Eso es un eufemismo. —Puse los ojos en blanco. Todo estaba ahogándome y no pude detenerme. Toda la culpa la tenían los oídos comprensivos de Nikolos. Oídos estúpidos. Me había prometido lidiar con esto por mi cuenta, no decírselo a otra persona. —¿Has pensado en buscar trabajo en un estudio de arte? —Oh —suspiré—, claro que lo he buscado. Además del museo, donde solo era una cajera, no hay ninguno. Nadie contrata a los artistas en los trabajos que he visto. —Yo lo haría. Fruncí el ceño. —¿Eh? —Me vendría bien un ayudante en mi estudio. Mezclar pintura a mano tarda una eternidad. Lo mismo que estirar lienzos y construir marcos. Se pierde mucho tiempo de trabajo. Sería bueno tener a alguien que lo haga por mí mientras superviso el proceso. Alguien a quien pueda entrenar y alguien en quien pueda confiar. Le di una mirada divertida. —¿Cómo quién? —Como tú. —Sonrió. Negué. —Oh, no podría hacer eso. —Pensé que habías dicho que tenías que encontrar un trabajo. Te estoy contratando. —No puedo tomar su dinero, señor Manos. —Llámame Nikolos. —Usted es el padre de mi novio —me burlé—, no puedo llamarlo por su nombre. —Seguro que puedes. Y si trabajas para mí, va a ser parte del requisito de trabajo. Una chispa de necesitaba un trabajo.

esperanza

brilló

en

—¿Habla en serio? —Sí, hablo en serio. Me quedé con la boca abierta. —No sé qué decir. —Di gracias, siempre funciona. —Sonrió.

mi

pecho. Realmente

—¡Gracias, señor Manos! —Me incliné sobre la mesa y lo abracé, casi derribando su vaso de limonada. Él lo tomó y sonrió. —¡Cuidado! —¡Muchas gracias! —Volví a sentarme—. No sabe lo mucho que esto significa para mí. Sonrió. —¿No vas a preguntarme cuánto te pagaré? —¡Oh sí! Uff. —¿Cuánto es el pago de la matrícula? —preguntó. —¿Qué? No, no podría. —Negué vigorosamente. —¿Cuánto? —insistió. Suspiré. —Son más de cinco mil. —¿Qué tal si yo pago la matrícula y tú trabajas para pagarme? —¡Nunca podría hacer eso! —¿Por qué no? —No puedo tomar su dinero —le supliqué. —¿Quién dijo algo sobre tomar? Vas a trabajar. Siempre hay cosas que hacer en el estudio, créeme. Vas a convertirte en una experta en limpiar pinceles. —No sé —le dije tímidamente. —Mira, Samantha. Los artistas tienen aprendices. Los aprendices hacen todo el trabajo sucio mientras observan el trabajo del artista. No solo vas a recibir el pago, aprenderás algo. Es uno de esos trabajos que implica estudio y trabajo. Porque, la verdad, ¿cuánto aprenderías sobre el arte atendiendo en la caja registradora del museo? —Tenía su punto—. Digamos que te pago veinte dólares por hora. Puedes trabajar hasta que cubras los cinco mil dólares. No va a tomar mucho tiempo, estoy seguro. —¿Cuántas horas quiere que trabaje a la semana? —Tantas como quieras. —¿Habla en serio? —Sí. —Hice cuentas en mi mente. Si trabajaba a tiempo parcial, digamos veinte horas a la semana, me tomaría cerca de tres meses cubrir la factura de la matrícula. ¡Oh espera! Eso cubriría la matrícula vencida. Me imaginé que la tercera se vencería dentro de un mes—. ¿Tenemos un trato? —preguntó, poniendo la mano sobre la mesa. La sacudí.

—¡Sí! ¡Qué agradable sorpresa! Ahora solo tenía que preocuparme por ser expulsada de SDU por atacar a Tiffany y robar su tarjeta de crédito. ¡Que se joda Tiffany! ¡Tenía un trabajo!

Samantha —Tengo una idea nueva para nuestra tira cómica —dijo Romeo mientras atravesábamos el campus hacia el Centro de Estudiantes y The Wombat para la reunión del personal de Toasted Roast. Aunque el tiempo se había vuelto bastante cálido por el inicio de la primavera, Romeo llevaba su elaborada capa steampunk43 burdeos con los puños y el colla negro, y sus zapatos de cuero negro puntiagudos. Su monóculo iba colgado moviéndose al ritmo de sus zancadas. —¿Cuál era tu idea? —le pregunté. —¡Tampón Tammy! Ella dispara tampones gigantes desde su tronco zorrillo apestoso mientras que lucha contra las fuerzas del mal. —¿No querrás decir Tammy Limones, la perra esa de la última reunión de personal? ¿La de los vasos hipster? —Estoy totalmente con ella —dijo Romeo con complicidad. —Oh, Romeo, no podemos hacer eso. Nos odiaría más de lo que ya hace. —Tal vez tengas razón. —Suspiró—. Pero si ella es una perra en la reunión de hoy, definitivamente voy a proponer la idea a todo el mundo. —Por favor, no —le supliqué. —¿Por favor, que no haga qué? —dijo Justin Tomlison, adaptando el paso con nosotros. —Hey, Justin. —Me sonrió nerviosamente. Tenía la esperanza de que no hubiese oído la idea de Romeo. —Le estaba diciendo a Sam —Romeo espetó. Le interrumpí. —Cómo de bien nos lo hemos estado pasando trabajando en las ideas para The Wombat. Justin frunció el ceño. —¿Cómo seguía ese ―Por favor, no‖? —Uhh… —tartamudeé.

43

Steampunk: Mezcla el estilo ciencia ficción con el de época victoriana.

—Por favor no le digas a Justin lo increíble que es por dejarnos sentarnos con vosotros chicos —dijo Romeo, salvándome. Justin sonrió y asintió mientras que bajábamos las escaleras, pasando junto a la fuente escalonada que conducía al patio interior del Centro de Estudiantes. —Gracias. Chicos, son bastante impresionantes. A casi todo el mundo le gusta lo que están consiguiendo llegar a ser. —¿Casi todo el mundo? —preguntó Romeo. Le lancé a Romeo una mirada de ―Cierra la puta boca‖. Sabía que él estaba pensando en Tammy. —Bueno, sólo quería decir que… —Justin soltó de inmediato. —Sabemos lo que querías decir. —Sonreí. Los tres caminamos hasta las dos mesas ocupadas por Keith, Miqueas, Alyssa y Tammy. —Hola chicos —dijo Justin, poniendo la bolsa de libros sobre la mesa mientras que nosotros nos sentábamos. —Bueno, sí no es Romeo y Julio —Tammy Lemons se quejó. Excelente. Tal vez Romeo tenía razón. ¿Tammy estaba queriendo decir que era un marimacho llamándome Julio? Romeo me arqueó una ceja, entonces se volvió hacia Justin: —Justin, tengo una gran idea para la nueva tira cómica. ¿Quieres oírla? Tragué saliva. —Vamos a escucharlo —Keith sonrió. —Bueno. —Romeo esbozó la sonrisa del gato Cheshire—. Es sobre ¡¡OW!! Le di una patada en la espinilla por debajo de la mesa. —¿Ow? —preguntó Miqueas—. ¿Qué es eso? —¡Un búho44! ¡Quería decir un Búho! —dijo Romeo. —¿Una lechuza? —Alysa preguntó dubitativamente. —¡Sí! —Romeo gritó—. Es, uh, sobre Obie, ¡el búho OB/GYN45! ¡El es un verdadero puntazo para el viejo! —¿Puntazo para el viejo? —Micah rió. —Y en lugar de averiguar cuántos lametones toma llegar al centro de Tootsie Pop, él se imagina cuántos lametones tiene que hacer para Tootsie, interpretado por Dustin Hoffman en la película con el mismo nombre, ¡bájalo! ¿Consíguelo? ¿Tootsie Pop? 44

Búho en inglés es owl, por lo que se parece a Ow.

45

Obstetra y ginecólogo.

—Tío, ¿qué tan volado estás? —Keith preguntó con una sonrisa sorprendida en su cara. —Quiero fumar lo que sea que él ha estado fumando. —Sonrió Micah. —Tengo que admitir. —Justin le sonrió a Romeo—. Que tiene potencial. —Potencial para chupar —Tammy se burló. Wow, Tamy estaba bromeando. —Tengo otra idea —dijo Romeo, mirando a Tammy. —Vamos a escucharla —dijo Micah. —Se llama Tah-¡HEY! Le había golpeado con el pie por debajo de la mesa otra vez. —¿Tah-HEY? —preguntó Keith—. No puedo esperar para escuchar dónde va con esto. —Sí, Romeo —gruñó—. No puedo esperar tampoco. —La última cosa que quería hacer era empeorar las cosas con Tammy. Ya tenía a Tiffany en mi casa. No necesitaba también a Tammy. Romeo negó y me miró. —Yo tah-totalmente lo olvidé. —Muy bien —dijo Justin—, creo que tal vez lo recordarás más tarde. Quiero decirles a todos que por fin tengo el recuento de todos los votos por nuestro nuevo trabajo para la mascota Wombat. Fue una carrera muy reñida. —Sacó dos trozos de papel de su bolso y los puso en cada lado de la mesa. Uno de ellos era una copia de unos de mis dibujos de Wombat. Y el otro, wow, era realmente bueno. Mostraba a un Wombat con un bate de béisbol sobre un hombro. El bate estaba roto por la mitad y del final colgaba una manija de una astilla. En la otra mano de Wombat tenía una enorme jarra de cerveza espumosa, la espuma se deslizaba por la parte superior de la copa. Tenía el logo de SDU marcado en el pecho, como una marca de ganado. Junto a él había un hombre tirado en el suelo, noqueado. Él era obviamente un profesor porque había una pizarra con ecuaciones químicas a en la parte posterior y un trozo de tiza sobresalía por una mano, y un borrador por la otra. Un enorme chichón en su frente con dibujos de pájaros volando en círculo con notas musicales que salían de su boca, como si cantasen. Era fantástico, incluso si era Tammy la que lo había dibujado. —Y el ganador es… —dijo Justin. ¿Tammy? Estaba totalmente segura de que había ganado. ¡Habría escogido el suyo sobre el mío! Micah tamborileó sus dedos en la mesa.

—¡Samantha! —Justin finalizó. ¿Qué? —¡Enhorabuena, Sam! —dijo Romeo. Tammy cruzó los brazos sobre su pecho y frunció el ceño. Romeo le dirigió una mirada altiva. —Romeo —susurré—, no. Justin sonrió. —A todos nos encanta tu arte, Tammy, pero la mayoría de nosotros estamos de acuerdo que no conseguiríamos que la administración lo aceptase. La violencia para los profesores de la SDU no es el tema favorito. Tammy frunció el ceño. —¿tirando piedras al tejado no? —Se refería a mi dibujo. Justin se encogió los hombros. —Los votos eran aún para Samantha. Tammy rodó los ojos. —Lo que sea. —Samantha —dijo Justin—, el dibujo ahora será la próxima portada, del siguiente número del Wombat. También va a estar en la parte superior de nuestra página. Todo el mundo lo sabrá. —¿Qué? —Sonreí. No lo podía creer. Realmente esperaba que Justin no hubiese amañado los votos, porque estaba a mi favor, porque el arte de Tammy era realmente increíble. —Nos encantó tu arte —Alyssa me dijo. —Sí, un montón de los otros del equipo estaban locos por tu dibujo de Potty. —Sonrió Keith. —Creo que deberíamos hacer camisetas que muestren ―Potty para presidente‖ —sonrió Micah. La boca de Tammy se hundió con disgusto. Era difícil disfrutar de la victoria cuando llegaba a expensas de otra persona. Quería decirle a Tammy que lo sentía, pero de alguna manera me parecía desconsiderado. —Tammy, realmente me gusta mucho tu dibujo. Es muy bueno. Ella escupió: —¿Entonces por qué no retiras el tuyo para que usemos el mío? Abrí la boca, con ganas de decir algo para apoyarla, pero no podía pensar en nada. La cerré frustrada. —¿Tal vez deberíamos de abrir los votos a los lectores? —sugirió Alyssa con indecisión.

Keith y Micah encogieron los hombros evasivamente. Justin asintió pensativo. —Si podemos lograr que la administración apruebe el arte de Tammy, ¿no veo por qué no? Una sonrisa de suficiencia apareció en los labios de Tammy. Wow, vaya forma de robar mi momento. Tal vez, Romeo y yo necesitábamos escribir una tira cómica del Tampón Tammy después de todo. Me gustaría hacer que el personaje se viese exactamente como ella para que así nadie pudiese suponer sobre eso. Ella tendría totalmente la cara de vajay-yay. Toca cojones.

—¿Cómo puedo conseguir un conjunto cerrado? —le pregunté a Christon—, ¿como los que tienen en las películas para cuándo están grabando escenas de sexo? —Me quedé en mi bata de baño en nuestro estudio de pintura. En el cuál pensaba como nuestro todo el tiempo, a pesar de que Spiridon era el dueño de la casa. —Nosotros no vamos a rodar una escena de sexo. —Ssonrió Christos—. A menos que quieras. Puedo grabar el video en mi teléfono… —dijo insinuando. —¡No! Posar desnuda es todo lo que puedo manejar. Por cierto, ¿tenemos que tener las cortinas abiertas? —No es que jamás hubiese visto algunas cortinas en el estudio. Las ventanas eran tan altas como la pared y daban al patio trasero. Sí, necesitábamos cortinas. —Necesito que entre la luz natural. Es más halagador que las luces que se usan en los estudios. —Hablando de eso —le dije—. ¿Me puedes hacer Photoshop con tu pintura? —¿Te refieres a que esconda todas tus imperfecciones? —Sí —dije esperanzada. —No —dijo con firmeza. —¿Por qué no? —Fruncí el ceño. —Porque no tienes ninguna. —Mostró una sonrisa con hoyuelos. —Oh. —Sonreí—. Bueno, ¿puedes al menos hacerme más de una muesca en la entrepierna? —¿Una qué? —¿Ya sabes, ese espacio que tiene entre las piernas la mujeres, eso que está de moda ahora? —¿Quieres decir un espacio entre los muslos?

—¡Sí! Él sacudió su cabeza. —Ya tienes uno en la entrepierna. —¡No, no lo tengo! El arqueó una ceja. —¿Te has mirado en el espejo últimamente? Fruncí el ceño. —Bueno, ¿puedes hacerlo más grande? Tengo muchas ganas de venderlo. —¿Te estás escuchando a ti misma? —preguntó irritado. —¿Qué? Quiero un espacio grande en la entrepierna. El arqueó la otra ceja. —¿Estás segura? —¡Sí! No me gustan como mis muslos se tocan. —Los muslos de cada mujer se tocan en algún grado. —Pero los míos se tocan más de lo normal. —No, no lo hacen —argumentó con paciencia. ¿Por qué estaba siendo tan exigente y neurótica? Ah sí, porque Christos iba a pintarme desnuda para que el mundo lo viese. ¿Puedes culpar a una chica por querer lucir lo mejor posible? —Bien. Puedo hacerte lucir como si tuvieras palillos por piernas, si eso es lo que prefieres. —¿Eh? —La mueca de tu entrepierna está bien. La amo. Nadie va a criticar mi pintura por tener una muesca de entrepierna poco satisfactoria. Además, por la forma en que te voy acomodar, nadie va a ser capaz de decir qué tipo de muesca de entrepierna tienes. Ni siquiera serán capaz de ver tu entrepierna. —¿Qué? ¿Por qué no? —exigí. —Porque te haré sostener un casco vikingo con cuernos sobre ella. —Sonrió. —¿Qué? ¡Eso suena horrible! —Oye, el casco fue tu idea. —¡Pero no sobre la muesca de mi entrepierna! Él rodó sus ojos y sonrió su sonrisa con hoyuelos. —¿Estás tratando de volverme loco? —No, yo, eh. No lo sé. —Suspiré.

—Me dijiste que descifrara una manera de hacer funcionar el casco vikingo. Esa es mi solución. —Sonrió—. Ten cuidado con lo que deseas. —No quiero un casco sobre mis partes femeninas, eso es seguro. — Me reí. Suspiré—. Dios, ¿qué pasa con ese espacio entre los muslos de todas formas? Ese como si no existía hace unos cuantos años atrás. —Culpa a los pantalones estrechos, los pantaloncillos cortos y las selfies de entrepiernas. Estaba destinado a suceder tarde o temprano. Una vez que el gatito estuvo fuera de la bolsa, nunca iba a regresar. — Sonrió. —¿Me pregunto si las mujeres que usaban faldas Poodle en esos días tenía que preocuparse por tener una muesca de entrepierna? — pregunté pensativamente. —Nop. Todo en lo que se tenían que preocupar era en si su poodle eran tan grande o no como el de la siguiente chica. —¿Estás diciendo que solía ser la mujer con el poodle más grande la que ganaba? ¿Y ahora es la entrepierna con mayor muesca? —Triste, ¿cierto? —dijo Christos irónicamente—. Así que, ¿vamos a pintar tu retrato o quieres obsesionarte un poco más con tus imperfecciones inexistentes? Arrugué mi nariz hacia él sarcásticamente. —No tenemos que hacer esto —dijo él—. Siempre te puedo pintar con la ropa puesta. Tú decides. —¿En serio? Asintió. —Pero creo que estarías cometiendo un gran error. Odiaría pensar que perdiste la oportunidad de ser el retrato desnudo más famoso del mundo. Porque eso es lo que estoy pretendiendo. —Oh. —Definitivamente me gusta cómo suena eso. —Imagínate. —Sonrió—. Un equipo de trabajo de tipos rodando tu pintura dentro del Louvre, quitando la Mona Lisa y colgando tu retrato en su lugar. Sonreí. —Eso podría funcionar. Se rió entre dientes. —Sí, podría. Entonces El Louvre finalmente tendría una pintura impresionante lugar de esa pequeña Mona Lisa. —Seguro que eres arrogante —dije. —¿Es eso un problema? —No. Idiota. —Manoteé su brazo.

—Está bien, desnúdate. —Mmmm. Me gusta cuando me dices qué hacer. —Bien. —Me mostró su sonrisa sexy. Dejé caer mi bata al suelo. —Haz conmigo lo que quieras... —ronroneé. Por supuesto, tuvimos sexo en el estudio. Spiridon se había ido por el resto de la tarde para que pudiera sentirme como si tuviera algo de privacidad mientras posaba desnuda. Christos y yo tuvimos sexo en el estrado donde todos los demás modelos se habían sentado antes de mí. No le pregunté a Christos si había tenido sexo sobre él, porque era posible que lo tuviera, con perfect Paisley o alguien más de su pasado. Todo lo que sabía era que yo era la reina de este dominio ahora, ¡perras! Ah, y primero lo hice poner mantas limpias. Por si acaso. Christos me folló en mi trono, mientras ejercía influencia sobre mi dominio. Christos se vino dentro de mí como un arte de estrella de rock. Entonces le di una mamada mientras se sentó frente a su caballete. Hice una pausa para hacer una broma sobre su polla siendo un tubo de pintura color carne. —Pero no es color carne —dijo él. —Sí, sí lo es —discutí—. La he inspeccionado cuidadosamente muchas veces. —Me refería a la pintura. La pintura dentro de mi tubo de pintura es color blanco nacarado. —¿Es eso siquiera un color? —pregunté dubitativa. —Lo es. Búscalo. Puedes encontrarlo en línea. Es una pintura común en el arte. —Sí —ronroneé—. ¿Pero alguna de esas pinturas es comestible? —Vaya. —Se rió entre dientes—. Te vuelves más y más sucia, mientras más te conozco, agápi mou. —Y tú —presioné mi dedo contra sus abdominales musculosos—, lo amas. —Entonces me burlé la punta de su polla con mi lengua antes de volver a trabajar en él. Se encorvó contra el respaldo de su silla y gimió. Le hice cosquillas a sus testículos con mis dedos mientras lo hacía tener un orgasmo sacudidor de estudio. Reduje mis movimientos de cabeza mientras sus espasmos disminuían. Ordeñé hasta la última preciosa gota nacarada de su polla. Cuando Christos finalmente se recuperó, dijo: —¿Vamos a hacer algo de pintura hoy o simplemente follar?

—Voto por follar. —Sonreí, antes de besar su polla de nuevo. Christos se levantó de su silla, se puso en cuclillas delante de mí y me levantó por el culo hasta que mis pliegues húmedos estaban en su rostro. Él empezó a lamer con avidez. —¡Christos! ¡Bájame! No lo hizo. Sólo siguió lamiendo. No sé cómo me levantó tan alto durante tanto tiempo. Pero miré varias veces hacia sus hombros duros como la roca. Era más fuerte que un buey. Después de un rato, dejé de preocuparme acerca de si podría o no podría caerme debido a que el intenso placer entre mis piernas robó toda la preocupación que pudiera tener. Después de no sé cuántos orgasmos, finalmente iniciamos la pintura. Christos no se molestó en ponerse su ropa después de que habíamos hecho el amor. —¿Vas a permanecer desnudo mientras me pintas? —pregunté. —Suena justo para mí. —No sé si voy a ser capaz de mantener mis manos lejos de ti. — Mordí mi labio inferior. —Haz tu mejor esfuerzo. —Sonrió. Christos me acomodó en una pose de pie sobre el estrado. —Primero voy a hacer un bosquejo de ti al, en papel. Sólo para ver lo que pienso de la pose y la iluminación. —Está bien. —Haz tu mejor esfuerzo para mantenerte quieta —dijo. —Lo haré. —Sonreí. Poco sabía que estar de pie durante tanto tiempo era muy, muy duro. —Creo que me está dando un calambre —dije después de lo que parecieron como cuatro días, pero que en realidad probablemente eran veinte minutos. —Tomemos un descanso —sonrió. —¿Descanso? ¿No podemos terminar por el día? —-supliqué. —No, si queremos terminar el retrato. Haré un trato contigo. Me dices donde tienes el calambre y lo masajearé para sacarlo. —Tengo la sensación de que todo va a tener calambres para el momento en que hayamos terminado. Él sonrió. —Está bien, entonces masajearé todo.

—Trato. —Me acerqué para mirar su dibujo al carboncillo—. ¡Santa mierda! ¿Hiciste todo eso en sólo veinte minutos? —Parecía como una foto en bruto, en blanco y negro de mí. Parte de ella aún estaba sin terminar, como las manos y los pies, pero el rostro era totalmente yo—. ¿Cómo terminaste mi rostro tan rápido? ¡Luce igual a mí! —Tengo tu rostro grabado en mi cerebro. Lo veo en mi mente cada vez que cierro los ojos. —¿Puedes recordarlo tan bien? —Belleza como la tuya es imposible de olvidar. —Inclinó su sonrisa con hoyuelos. Cuando mi descanso se terminó, preguntó: —¿Quieres probar la pose con un casco vikingo ahora? Voy a hacer otro boceto y podemos compararlos. —No tenemos un casco vikingo dije. —Si lo tenemos, arriba en la estantería superior de por allá. Me encantó como estábamos usando derivados de la palabra ―nosotros‖ para referirnos a las cosas en nuestro estudio. Seguí la mirada de Christos y noté un casco vikingo entre un casco de gladiador y el casco de caballero, del tipo de brillante armadura. —¿De dónde sacaste eso? —pregunté. —Mi abuelo los compró hace siglos. Siempre es bueno tener apoyos alrededor. Ahora por fin podemos usar uno. —Se acercó a la estantería y sacó el casco con cuernos—. Aquí, ponte esto. Caminamos hasta el gran espejo de cuerpo entero en la esquina que estaba construido en un marco sobre ruedas. —¿Por qué tienes esto? —pregunté. —Es para la pintar autorretratos de extensión completa. Un montón de pintores los utilizan. También puede utilizarlos para mirar tu pintura una imagen de espejo, lo que facilita ver los defectos. —No sabía eso —dije pensativa—. ¿Alguna vez has utilizado el espejo de tu autorretrato? —No lo he hecho. —Deberías hacerlo. Oye, ¡¿y si te pintas a ti mismo en mi retrato?! Sus ojos se iluminaron. —No es una mala idea. ¿Pero también tengo que usar un casco vikingo? —Depende de cómo se vea en mí. —Me reí—. ¿Me lo puedo probar? Me entregó el casco y me lo puse en la cabeza. Era demasiado grande. Cubría mis ojos completamente. Incliné mi cabeza hacia atrás

para mirar debajo del borde del casco mi reflejo en el espejo. Estaba desnuda de pies a cabeza. En un casco de vikingo. Tal vez no. Christos se rio. —Es perfecto. Un ganador total. —¡Cállate! —Me quité el casco. —¡Ponte eso de nuevo! Totalmente te pintaremos con el casco de vikingo. Desnuda. Rodé mis ojos. —Bueno, era una idea terrible. Pero, ¿Qué hay sobre tú y yo juntos? Podríamos llamar a la pintura Los Amantes. Él sonrió y empezó a asentir. —Eso es realmente impresionante. —¿No hacemos un gran equipo? —Lo hacemos, agápi mou. —Sonrió y me besó en los labios. Envolví mis brazos alrededor de su cintura desnuda y apoyé mi cabeza contra su pecho. Nos miré a los dos en toda nuestra desnuda gloria de pie juntos frente al espejo de cuerpo entero. —Me gusta cómo se ve esto —susurré. —¿Tal vez en lugar de llamarlo Los Amantes —sonrió—, que suena un tanto temporal, sólo llamamos a la pintura AMOR, que es eterno? —Me gusta tu forma de pensar, agâpi mou —suspiré. Tenía el mejor novio de todos los tiempos.

A pesar de todos mis problemas con el dinero y Tiffany, estaba logrando equilibrar toda mi agenda: clases, tareas, mi nuevo trabajo ayudando a Nikolos en su estudio y posar desnuda para Christos. Trabajar para el papá Christos resultó ser impresionante. Era totalmente flexible en cuanto a mis horas. Trabajaba todo el tiempo, así que realmente no le importaba cuando decidiera entrar, mientras tuviera todo hecho. Y había mucho que hacer. Nikolos siempre estaba empezando nuevas pinturas o quedándose sin un solo color u otro de pintura. Así que bien estaba mezclando pintura nueva, estirando nuevos lienzos o limpiando cientos de pinceles. Iba a través de los pinceles como el agua. Según lo prometido, Nikolos me había escrito un cheque para el pago de matrícula. Estaba bien hasta que venciera el próximo pago. Pero eso no era hasta después de los exámenes de medio término, así

que no iba a preocuparme por ello hasta que tuviera que hacerlo. Con un poco de suerte, algo se me ocurriría. Por el momento, estaba en el cobertizo del jardinero detrás de la casa Nikolos. Era más como una casa de jardinero o un garaje para tres autos, debido a su tamaño. Tenía varias habitaciones, un montón de ventanas —la mayoría de las cuales estaban abiertas para dejar entrar una brisa constante—, dos grandes lavabos al aire libre, agua corriente, herramientas de jardinería, un tractor cortacésped para el césped gigante del patio trasero, sacos de fertilizantes y alimento para plantas y todo lo demás que el jardinero, con quien me reuní varias veces, utilizaba para mantener los terrenos tres días a la semana. Todo en la habitación estaba perfectamente organizado y creaba un agradable ambiente. Me paré en una gran mesa de trabajo contra las ventanas abiertas, mezclando pintura afanosamente. Rojo cadmio medio, para ser exactos. Debido a que se supone que no inhales los pigmentos secos, portaba gafas, mascarilla y guantes. A pesar de las precauciones de seguridad, lo disfrutaba. Por lo que entendía, los pigmentos de la pintura eran mucho menos tóxicos que Tiffany Kingdumb-Cuntmouse, que había conseguido encontrarme en mis trabajos anteriores y molestarme. Estaba bastante segura de que nunca me iba a encontrar en Rancho Santa Fe en el lugar Nikolos. Estaba añadiendo regates de aceite de linaza a un montón de polvo de pigmento rojo en la parte superior de una losa de cristal grueso, mezclándolos juntos en un pegote mantequilloso con una espátula. Era algo así como hacer un glaseado para pastel tóxico porque definitivamente se suponía que no te comieras la pintura. Tal vez podría hacer un pastel tóxico y entregarlo a la casa de Tiffany para su cumpleaños. Ella nunca sabría que fui yo. Sonrisa maliciosa. Había un truco para conseguir que la consistencia de la pintura terminada quedara a la perfección, pero había estado haciéndolo durante un par de semanas y estaba mejorando en ello. Cuando terminé de mezclar, recogí la pintura terminada en tubos de metal vacíos con los tapas de tornillo y ricé los extremos con las pinzas. Nikolos apoyó su cabeza en la puerta. Claro cielo azul brillante iluminaba su silueta. —¿Cómo va ese rojo cad? —Recién terminado. —Sonreí, sacándome los guantes, mascarilla y gafas. —¿Lista para un descanso? Papá hizo un poco de limonada fresca. —Se refería a Spiridon, que estaba por sentarse de nuevo para su retrato, que Nikolos casi había terminado. —¿Qué pasa con tu papá y la limonada? —Sonreí. —No tengo idea. —Se rió entre dientes—. Deberías preguntarle.

Llevaba los tubos terminados de rojo cadmio en una caja de cartón mientras caminábamos juntos de regreso hacia la casa. Spiridon salió de la casa con una jarra de limonada en una bandeja que también contenía tres vasos llenos de hielo. Nos sentamos en una mesa al aire libre bajo un toldo. Spiridon vertió para todos y sirvió. La vista desde la parte trasera de la casa Nikolos era impresionante. La casa estaba en lo alto de una colina y miraba hacia las colinas de un hermoso cañón. Probablemente era la mejor vista que jamás hubiera visto en la verdadera casa de una persona. Era tranquila y no podías escuchar ningún ruido de autos o de la cacofonía del humano moderno. Sólo estaba la naturaleza. Aves cantando de vez en cuando y una suave brisa cálida. La palabra habitual que la gente utilizaba para un lugar como éste era Paraíso con una P mayúscula de perfecto. Había pensado que la casa de impresionante. Esto era el siguiente nivel.

playa

de

Spiridon

era

—¿Cómo va tu clase de pintura al aire libre, Samoula? —preguntó Spiridon antes de sorber su limonada—. ¿Dijiste que el profesor era Katherine Weatherspoon? —Sí —dije. —Es buena —dijo Nikolos. —¿La conoces? —pregunté. —Conozco a la mayoría de la facultad en el departamento de arte en SDU —dijo Nikolos. —Vaya, ambos lo hacen, ¿cierto? —Sonreí. —Más o menos. —Sonrió Spiridon—. ¿Estás disfrutando pintar al aire libre? —¡Es lo mejor! —Sonreí—-. Siempre estoy pensando en lo maravilloso que sería pintar en el exterior para ganarse la vida. —Bastante impresionante. —Sonrió Spiridon. —¡Eso es correcto! ¡Pintaste todos esos paisajes a través de los años! —He pasado la mayor parte de mi vida pintando al aire libre —dijo él. —Todavía no puedo superar el hecho que sea tu trabajo. —Bebí más limonada y empecé a despedazar un cubo de hielo. Normalmente, no habría hablado con la boca llena, pero eso era con mis padres. Spiridon y Nikolos estaban tan relajados, que ni siquiera me di cuenta que estaba rompiendo las reglas. —Oye —le dijo Nikolos a su papá—, ¿recuerdas esa vez que me llevaste hasta Yosemite, y que estabas pintando por ese río, y pensaste que yo era un ciervo?

—¿Qué? —pregunté, confundida. —¡Es correcto! —Rio Spiridon entre dientes—. ¡Eras un ciervo! Nikolos sonrió ampliamente, esa misma sonrisa con hoyuelos que Christos tenía, y dijo: —Oh, deberías haber estado allí, Samantha. Era sólo un niño. Mi papá estaba ocupado pintando, pero yo quería jugar. —¿Probablemente tenías que, siete u ocho años en ese momento? —dijo Spiridon. —Eso suena bastante correcto —sonrió Nikolos—. Así que, ahí estaba yo, tirando del brazo de mi padre cada cinco minutos para mostrarle otro cono de pino que había encontrado o tal vez otra genial roca y estaba caminando de vuelta hacia donde estaba establecido con su caballete para mostrarle algo más y vi a una madre cierva caminando detrás de mi papá salida de la nada, seguida por sus dos bebés. La mamá estaba a un metro detrás de papá, y era una gran cierva. Estaba tan asustado, que ni siquiera podía hablar. Lo siguiente que supe fue que la mamá cierva está mordisqueando la parte posterior de la chaqueta de mi papá. —Nikolos miró a Spiridon—. ¿No tenías una naranja o algo en el bolsillo? —Spiridon asintió en acuerdo—. De todos modos, papá está tan ocupado concentrándose en su pintura y sin darse la vuelta, le dice al venado: ―Eso es maravilloso, Nikos, hermoso. Ahora ve a ver si puede encontrar otro igual.‖ ¡Ni siquiera sabía que no era yo! —gritó Nikolos riéndose. Spiridon, ya riendo dijo: —Lo hice cuando esa mamá ciervo se inclinó sobre mi hombro y lamió mi paleta de acuarelas. —¡Deberías haberlo visto saltar! —Rio Nikolos, reviviendo el recuerdo—. ¡Se dio la vuelta y esa mamá cierva lo estaba mirando a la cara, a centímetros de distancia! ¡Saltó fuera de su silla de campamento al menos dos metros por el aire! —¡De ninguna manera! —dije con incredulidad. —No fueron dos metros. —Rió Spiridon—. Pero estoy seguro de que salté cuando me di cuenta que no eras tú. Ambos lanzaron la cabeza hacia atrás y rieron con ganas. Spiridon se limpiaba lágrimas de alegría de sus ojos. —¿Te acuerdas de esa vez que estábamos visitando a tu tía en Mykonos? —¿Cuál vez? —Sonrió Nikolos. —La vez con los pelícanos en nuestro bote de remos. —Oh. —Rió Nikolos entre dientes—. ¿Te refieres al pelícano que quería tu almuerzo?

Spiridon asintió. —Cuéntala tú. —Sonrió Nikolos. Spiridon se inclinó hacia mí. —Así que, habíamos montado bicicletas desde la casa de mi hermana en Mykonos hacia a Ornos para el fin de semana. Esto fue antes que todos los hoteles comenzaran a tomar la isla. —¿Dónde está Mykonos? —pregunté. —Está en el mar Egeo, al sureste de la Grecia continental —dijo Nikolos. —Así que —continuó Spiridon—. Había tenido la brillante idea de acomodar mi caballete en un bote de remos. Debería haberlo sabido mejor, con éste alrededor. —Ladeó un pulgar hacia Nikolos—. Pero quería pintar la ciudad desde un punto de vista sobre el agua así podría capturar los edificios de yeso blanco contra el azul zafiro del océano. Nikos y su prima Helena estuvieron ocupados nadando toda la mañana. Cuando llegó la hora del almuerzo, mi hermana sacó la cesta de picnic que había traído para alimentar a todos. Nikos y Helena salieron del agua, empapados. Estaban goteando encima de todo. Eso debería haber sido mi señal de estar pidiendo problemas al pintar acuarelas en el centro de la bahía, pero todo en lo que podía pensar era en los deliciosos gyros de mi hermana esperándonos. Una vez que la comida estaba fuera, un pelícano gigante aterrizó en la proa del barco para ver lo que había en el menú. Nikos quería espantarlo, pero le dije que estaba bien. ¡Lo siguiente que supe, había puesto mi gyro abajo sólo por un segundo y el pelícano brincó desde la popa y arrebató mi almuerzo como si fuera un pez y se lo tragó! Antes que me pudiera parar, Nikos gritó: ―Lo conseguiré‖ y se lanzó tras ese pájaro. ¡El pelícano batió sus alas furiosamente para escapar y tiró mi pintura directo al agua! Todo el mundo gritó y Nikos se giró rápidamente, gritando: ―¡Lo conseguiré, lo conseguiré!‖ Se lanzó justo en el agua y rescató mi pintura. Pero te puedes imaginar lo que un chapuzón en el mar hace a una pintura de acuarela. Spiridon y Nikolos reían al recordar. —¡Oh, no! —Me reí—. ¿Qué pasó con la pintura? —La pintura estaba arruinada, pero no podía decirle eso a Nikos. Estaba tan orgulloso por salvarla. —Spiridon miró a su hijo y sonrió amorosamente. Nikolos asintió, disfrutando de la calidez del amor de su padre décadas después de los hechos. Spiridon y Nikolos intercambiaron historias pintura de ida y vuelta de esa forma durante una hora. Algunas de ellos también incluyeron las desventuras de Christos joven. Cada cuento estaba lleno con emoción, diversión y amor. Mi infancia no había sido nada parecida.

—¿Y eso es lo que hizo para ganarse la vida durante todos estos años? —le dije a Spiridon con una sonrisa asombrada. Sonaba como unas vacaciones continuas para mí. —Sí —dijo Spiridon—. Por mucho tiempo. —¿Por qué has dejado de pintar? —pregunté. Spiridon suspiró misteriosamente. —Es una historia larga. Miré hacia Nikolos, quien levantó sus cejas antes de alejar la mirada. Está bien, no me iban a decir. —Tal vez debería ser un pintor de paisajes, Samantha —dijo Nikolos, desviando la atención de Spiridon. —¿Crees? —dije. Nikolos se encogió de hombros. —¿Por qué no? Es un trabajo como cualquier otro. Nunca dejaba de sorprenderme cómo los hombres Manos daban por sentado que iba a ser una artista exitosa algún día. Ahora Nikolos también lo hacía. Christos tenía la familia más increíble que jamás hubiera conocido. Estaba tan contenta de ser parte de ella. Sacudí mi cabeza y bebí más limonada, que estaba deliciosa, como siempre, y disfruté en el cálido aire de primavera. Era difícil de creer que trabajar para Nikolos era un trabajo real. Era como salir con mis amigos. ¡Qué suerte la mía!

Me senté en mi mesa de dibujo en el estudio en la casa de Spiridon, trabajando en la elaboración de cortinas. Cortinas significaba doblar la tela, por lo general sobre la ropa cuando la gente llevaba, a veces simplemente colgando como mantas arrugadas o manteles que cuelgan y cortinas. Era parte de nuestra tarea para Dibujar La figura Vestida. Era casi como hacer ilustraciones de moda. Ya había dibujado un montón de fotos de princesas en vestidos suaves y chicos calientes en trajes lisos con poses de GQ. Tenía un montón de ventanas del navegador de Internet abiertas en mi computadora portátil mostrando fotos de varios vestidos y modelos de pasarela, hombres y mujeres. Realmente me estaba gustando esta gran decisión del Arte. Mis padres realmente no querían discutir sobre arte. Lo que sea. Christos estaba fuera, pasando el rato con Jake. Spiridon también estaba fuera, no estaba segura de dónde. Tendía a ir y venir sin

explicación. Sólo podía suponer que tenía toda una vida adulta que estaba viviendo, pero nunca la veía. ¿Tal vez secretamente era un apuesto capo de la mafia griega? Me reí para mis adentros. Mi portátil estaba abierta junto a mí, reproduciendo iTunes. Wonderwall de Oasis se colaba por los altavoces en cálidas y amorosas ondas mientras yo dibujaba en mi cuaderno de bocetos. Estaba ocupada dando los toques finales a un chico caliente en un smoking que lucía alarmante similar a Christos. Ni siquiera me había dado cuenta que lo estaba dibujando. Bajé mi cuaderno de bocetos y me di cuenta que el tipo de esmoquin estaba junto a una chica en un vestido de novia. ¿Cómo había sucedido eso? Juro que no lo había hecho a propósito. Tal vez lo próximo que dibujaría serían bebés en mamelucos. Me sonrojé. ¿En que estaba pensando? Negué y me levanté para estirar las piernas y tomar un descanso. Comencé con Wonderwall desde el principio y bailaba sola, moviéndose al compás de la música, pensando en Christos, poniendo mis brazos alrededor mío. Estaba tan enamorada de Christos. Me había salvado del futuro horrible que mis padres habían planeado para mí. Mi vida había sido abierta a posibilidades que jamás había soñado que se hagan realidad cuando era una niña. Ahora tenía esperanza como nunca la había conocido. Estaba verdaderamente bendecida. Mi celular sonó bruscamente, cortando como un grito estridente a través de la música reconfortante que salía de mi portátil. Salté. Mi teléfono estaba también en vibrador, y bailaba maniáticamente en la bandeja de lápices en mi mesa de dibujo donde lo había dejado, haciendo que los lápices golpeteen juntos horriblemente. Pavoroso. Agarré mi teléfono, pero bailaba de mis dedos. Christos. Algo andaba mal. En el tercer timbrado pude sostenerlo. Oh, no, Christos. Mi instinto se revolvía. No otra vez. Cayendo, cayendo, cayendo. Miré a la pantalla de mi teléfono. Decía:

Mamá y papá. ¿Qué demonios? El corazón estaba saltándome en el pecho. Imágenes de Christos en un accidente con un conductor borracho pasó por mi cabeza. Entonces ¿por qué estarían llamando mis padres? No serían los primeros en saber si se hirió. ¿Lo serían? No, eso no tiene ningún sentido. Entonces ¿por qué se llaman? Fruncí el ceño. Podría arriesgar una respuesta. ¿Quiero siquiera responder su llamada? Probablemente se quejaran de nuevo. Suspiré dramáticamente y respondí mi teléfono en el cuarto timbrado, sonando irritada. —¿Hola? —¿Sam? —¿Padre? Mi padre se aclaró la garganta. Hice una mueca. —Sam, estoy llamando para informarte de que tu madre se mudó. —¿Qué? —Estaba totalmente confundida. —Ella ha tomado un apartamento en Friendship Heights. Y ha llevado a un amante. —¿Qué? ¡Padre! ¿De qué estás hablando? No estás teniendo ningún sentido. —Mi estómago, que había implosionado, dijo lo contrario. Cada órgano en mi cuerpo había sido absorbido por el agujero negro formándose en mi abdomen. —Tu madre está viendo a alguien —dijo rotundamente—. Otro hombre. —¿Qué quieres decir viendo? ¿Cómo para una reunión o clase o algo? Sé que está siempre hablando de tomar clases de tenis en el club de campo. —Sam, tu madre está teniendo una aventura. Con otro hombre. El silencio me dio un puñetazo en el estómago. Ese agujero negro no era la única cosa machacándome. Cada átomo en el universo venía a toda prisa hacia mí en una súper nova de desastre inminente. Alguna esquina separada de mi cerebro gritó dentro de mi cabeza: ―¡A quién le importa! ¡Mamá es débil! ¡Tú eres débil!‖ Pero esa voz era fina y metálica, ahogada por la tormenta cósmica que estaba desenrollándose dentro de mí. Después de más de silencio, finalmente hablé en un murmullo: —¿Mamá está teniendo una aventura? —Las lágrimas goteaban por mis mejillas contra mi aprobación.

—Sí. —¿Con otro hombre? —Sí. Alguien que conoció en la universidad. Él conduce una motocicleta —dijo papá sin pizca de ironía. —Eso no tiene ningún sentido —tartamudeé. —Sí, lo tiene —dijo en voz baja. Me senté en mi silla del escritorio. Debo decir, me caí donde estaba y tuve la suerte de que la silla estaba detrás mío, porque no me detuve a pensar lo que estaba haciendo. Sólo colapsé cuando la fuerza dejó las piernas. Entonces decenas de recuerdos inconexos chocaron en mi cabeza. Mi mamá había dejado claro hace meses que pensaba que Christos no era el tipo de hombre que se quedaba. Y ella lo había hecho sonar como que había tenido experiencia con tipos como él. ¿Era el hombre del que mi padre estaba hablando algún tipo del pasado de Mamá que la había dejado plantada y la hizo tan amargada por los chicos malos? ¿Pero ahora que había conseguido volver con él? Sólo podía preguntarme. No iba preguntarle a papá por detalles. Estoy seguro que el tipo con el que mi madre se acostaba no era el tema de conversación favorito de Papá en este momento. Y luego un recuerdo de las palabras de mi madre de Febrero se estrelló a través de mi cerebro: “Todavía no estás. ¡Pero lo estarás! ¡Dale seis meses, quizá un año, y te preñará! ¡Luego se habrá ido! ¡Así de simple! ¡Asegúrate de que tener suficiente ahorrado para el aborto!” Lo dijo como si estuviera hablando por experiencia. ¿Era eso posible? Por supuesto que lo era. De repente recordé que al crecer, la gente siempre estaba diciendo lo mucho que me parecía a mi mamá. Nadie nunca dijo que me parecía a mi padre. Y, mi padre siempre había parecido tan diferente y extraño para mí, tuve un tiempo difícil creer que estábamos emparentados. ¿Qué si mi madre nunca había conseguido el aborto y se había casado con el fiable Bill Smith en su lugar? ¿Era posible que mi padre no fuera mi padre biológico? ¿Era hija de otro hombre? Mierda. Era completamente posible.

No, eso fue loco. Pero todo sumaba. Qué. Carajos. Oh, Dios mío, todo sonaba tan desesperadamente estúpido. Pero ¿por qué tenía tanto sentido? Sacudí la cabeza. ¿Importa siquiera? Mi mamá estaba engañando a mi padre y que ya se había mudado a un apartamento. Eso era un hecho. Mierda. No necesitaba tres adivinanzas para fueron.

averiguar dónde que se

Justo cuando mi vida se había ido expandiendo con buenas vibras como un colorido globo de cumpleaños, ¡BAM! Mis padres me estallaron con una aguja y se llevaron todo por la borda. Más precisamente, mi mamá. Mi maldita madre. Cada maldita vez.

—Lo siento mucho, agápi mou —Christos dijo mientras me abrazaba donde nos sentábamos en el sofá de la sala de estar—. Sé lo difícil que es cuando tus padres se separan. Había esperado dos horas para que Christos vuelva a casa, llorando todo el tiempo en el sofá en la oscuridad. Me sorprendió un poco que estuviera tan triste que mi mamá se había ido, pero no estaba en absoluto sorprendida por mi ira contra ella. Eso era normal y familiar. Pero esta sensación de pérdida, y supongo que traición, era nuevo y me hacía sentir incómoda. Una parte de mí decía que el único sentimiento que debía tener para mi mamá en este momento era odio. Pero, no importa cuán perra era, ella seguía siendo mi madre. ¡Mierda! Odiaba sentirme de esta manera. —¿Qué vas a hacer? —preguntó en voz baja Christos. A pesar de que había estado con Jake por horas, me di cuenta de que no había bebido mucho. Ni siquiera estaba mareado. Tenía mucho que agradecer. —¿Qué puedo hacer? —pregunté retóricamente—. Mi madre dejó a mi papá. Punto. —¿Necesitas volar a casa para ver a sus padres? Te entenderé totalmente si lo haces. Puedo ir contigo si quieres. Lo miré, lágrimas goteando por mis mejillas. Las limpié con un pañuelo de papel de la caja que Christos me había traído.

—No sé si eso va a hacer alguna diferencia. Además, los finales están llegando en pocas semanas. Siento como si irme a casa, sería arruinar todas mis clases y me tendría que retirar y retomar todo. — Agonía e indecisión me invadió—. Oh, Christos. ¡No sé qué hacer! —Me apoyé en su pecho y sollocé contra él. Acarició la parte superior de mi cabeza y murmuró: —Cualquier cosa que quieras hacer, házmelo saber, y estoy ahí para ti, agápi mou. Giré mis dedos en la tela de su camiseta. Miré hacia él desesperadamente. —No sé lo que haría sin ti, agápi mou. —Silencio —susurró—. Nunca vas a tener que averiguarlo. Siempre estaré aquí para ti. No podía empezar a comprender el tipo de persona loca en que me habría convertido si Christos hiciera lo que mi mamá le había hecho a mi papá. Dios mío, ¿Cómo lo estaría pasando papá ahora? Ni siquiera podía imaginarlo. ¿Estaba enfadado? ¿Triste? ¿Odiaba a mi mamá? ¿Estaba deseando desesperadamente que vuelva a sus sentidos y volviera con él? Probablemente todas esas cosas. Miré hacia Christos, mis ojos suplicando consuelo y seguridad. Le pregunté tímidamente, con una voz vulnerable que estaba al borde de romper en fragmentos frágiles: —¿Estás seguro? Christos acunó mi mejilla y acarició el costado de mi cara. —Sí. No voy a ninguna parte, agápi mou. Nunca. Mirando en sus amorosos ojos azules, le creí con todo mi corazón. La ola de energía pasando de mi corazón al suyo era la confirmación. Alisó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Ese simple gesto de afecto era tan poderoso, que rompí en sollozos nuevos y me desplomé en su pecho musculoso. En sus brazos, me sentí segura. Protegida. No quería dejarlos nunca. Lloré en silencio por un tiempo, dejándolo salir. Con el tiempo, sorbí y le dije: —Creo que el tipo que mi mamá está viendo podría ser mi padre. —¿Qué? —Christos jadeó. Me encogí ahora que lo había dicho en voz alta. —No lo sé. Tal vez estoy loca. Pero mi mamá dijo todas estas cosas sobre ti como si hubiera tenido experiencia con su propio chico malo cuando era joven, y me hizo pensar. Tal vez este tipo con el que se está viendo la dejó embarazada hace veinte años. De mí. Mi papá dijo que este tipo es de sus días en la universidad y él es un chico malo. ¿Quizás

es el mismo chico de cuando ella era joven y quiere volver con él ahora que estoy fuera de la casa? ¿Porque ya no necesita mi padre más? —Wow, eso es una locura —dijo Christos. —Estás bien. Estoy loca. —Negué—. Estoy haciendo que suene como una historia de telenovela. Es demasiado loco para ser verdad. ¿Verdad? —Pensamientos desesperados pulsando en mi cabeza: Por favor dime que estoy loca, por favor dime que mi razonamiento es idiota. Por favor por favor por favor… Christos suspiró. —¿Quién sabe? La gente hace mierdas locas. Todo es posible. Agarré su camiseta y dejé escapar un sollozo doloroso. —No crees que es verdad, ¿no? —No tengo ni idea, agápi mou —dijo en voz baja—. Pero cualquiera que resulte ser la verdad, voy a estar a tu lado a través de todo. Me acurruqué más en sus brazos y lloré. Por el momento, estaba desesperadamente llena de miedo, media loca, pero, sobre todo, agradecida de tener a Christos.

Samantha La negación se convirtió rápidamente en mi mejor amiga. Era de la única forma que podía funcionar y mantenerme cuerda. Hice lo mejor para bloquear cualquier pensamiento del matrimonio en ruinas de mis padres y enfocarme en la escuela y mi nuevo trabajo. Kamiko y yo estábamos almorzando en la Cafetería Adams College. —¿Cuál es el estado de Samantos? —preguntó, antes de poner una papa frita en su boca. —¿El qué? —¿Christos y tú? Duh. —¿Samantos? —ironicé—. Eso suena como una pastilla para el aliento. —¡El fabricante de frescura! —bromeó. —Estamos bien —contesté riendo. —¿Cómo van sus pinturas? ¿Todavía tiene un desfile de modelos entrando y saliendo del estudio todos los días? —No. Él, uh, cambió de enfoque. —No estaba cómoda diciéndole que Christos estaba pintándome desnuda. Me pregunté si podía mantener la próxima su exposición en secreto, así podría evitar sorprender a mis amigos con un desnudo de mí. ¿A quién estaba engañando? Kamiko seguía las muestras de la galería como un halcón. Lo descubriría y estaría allí. Al menos podría apreciar su deseo de presentarse y apoyar. —¿Has hecho alguna pintura nueva para entregar a Brantonto para su próxima muestra de Artistas Contemporáneos? —dije, cambiando de tema. —Algunas. —Sonrió. —¿Cómo son? Kamiko estaba devastada cuando Brandon rechazó su primer grupo de trabajos.

—Asombrosas —contestó—. ¿Quieres verlas después del almuerzo? —Seguro —aseveré. Cuando terminamos de comer, descartamos los restos en los contenedores de basura, y nos dirigimos a la salida. Había un dispensador de diarios justo afuera. Kamiko se detuvo. —¡Oh Dios mío! —gritó, tomando una copia nueva de The Wombat—. ¡Sam! ¡Es tu wombat! —Me entregó el periódico—. ¡Luce muy bien! Caray, mi pintura estaba en la portada, junto a la foto de Tammy Lemons. —¡Deberías guardar como diez copias! —Pero no he ganado —digo. —¿Y qué? —dijo Kamiko, emocionada—. ¡Estás en la portada! ¡Ese es TU arte! —Supongo que tienes razón —repuse—. Pero solo tomaré cinco copias —respondí tomando varios ejemplares del contenedor. —¿Firmarías el mío? —preguntó frenéticamente en su mochila por un lápiz.

Kamiko,

rebuscando

—Oh, no puedo hacer eso, Kamiko —negué. —¿Qué, olvidaste como escribir tu nombre? —cuestionó con sarcasmo y me tendió un lápiz. Fruncí el ceño. —No. —¡Entonces fírmalo, perra! ¡Estoy tan orgullosa de ti! —Me abrazó con fuerza. Cuando me soltó, me ofreció de nuevo el lápiz—. Pero en serio, fírmalo. Voy a tenerlo hasta que valga miles de dólares. En veinte años la venderé en una Comic Con de San Diego46, cuando seas una dibujante famosa. —Creo que estás dejándote llevar un poco, Kamiko —comenté. —Cállate y firma. Si voy a ser una doctora por el resto de mi vida, voy a decirle a la gente que fui a la escuela con Samantha Smith, la asombrosa artista. Arqueé una ceja, dudosa. —¡Deja de fingir humildad y firma! —refunfuñó. Comic Con de San Diego La Convención Internacional de Cómics de San Diego (en inglés: Comic-Con International: San Diego) 46

No estaba fingiendo humildad. Solo me parecía raro que me estuviera pidiendo que le autografiara el diario. Ni siquiera había ganado todavía. Por todo lo que sabía, los estudiantes que leían el diario y se molestaban en votar, elegirían el dibujo de Tammy. Un chico con anteojos y largo cabello ondulado se acercó al contenedor y tomó una copia de The Wombat. Rió cuando miró la portada. —Mi chica dibujó ese wombat —le dijo Kamiko—. Puede firmar tu diario si eres amable. —¡Kamiko! —susurré. El chico miró las fotos, pensativo. —¿Tu dibujaste esto? —preguntó. —Sí —respondí con timidez—, él que está en el inodoro. No dibujé el de la gorra de béisbol. —Oh. —Asintió, examinando los dibujos y rió—. Me gusta que haya sido pintado mientras esta cagando. Es asombroso. Kamiko me dio un codazo. —¡Fírmalo! —Sí —asintió el chico—, ¿me lo firmarías? Lo colgaré en el baño de los dormitorios. No podía decidir si era un cumplido o un insulto. —Los chicos amarán esto. —Sonrió, admirando mi arte. Entonces lo autografié. Quiero decir, muchas personas leían cuando estaban en el baño. Seguro, una cabina de baño en los dormitorios no era exactamente la Galería Charboneau, pero era lo segundo mejor, ¿no?

Kamiko y yo fuimos a su dormitorio en Paiute Hall. —Voy a intentar algo completamente diferente —comentó, sacando un gran portafolio negro debajo de su cama. Lo abrió y me entregó una pila de pinturas en una tabla de ilustración de 1/8—. Estas están hechas con lápiz, tinta y acrílicos. Había trazos con lavados de color transparente sobre las líneas de tinta, toques de acrílico opaco aquí y allá, y acrílicos más densos que otros. —¿Qué pasó con todos tus óleos?

—Están en el armario. —Asintió hacia el armario con ruedas junto a su cama—. Desde que Brantonto no las quiso para la exposición, las guardé. Quizás intente venderlos después. Pero por ahora, estoy haciendo esto. —Apuntó con su barbilla a las pinturas que estaban sobre mi regazo. Me senté en la cama y las ojeé. Había media docena de ellas, todas en diferentes estilos. Una mostraba un delfín saltando de olas hechas de manos y brazos azules. Otra mostraba una hermosa mujer con un enorme vestido victoriano con manos de hebras que terminaban en un ramo de rosas. Otra mostraba tres chicas idénticas con coletas negras y kimonos de pie en el puente de un jardín japonés, sobre un estanque lleno de peces koi con rostros humanos. —¿Esas chicas con kimono se supone que son tú? —pregunté. Asintió. —Y esas caras en los koi se supone que son Brantonto, pero no creo que lo note. Tuve que trabajar de memoria. —¿Qué significan? —No lo sé —respondió sonriendo—, ¿que soy tres veces más asombrosa que Brantonto, quien también es tan poco desarrollado que ni siquiera ha salido del océano con los otros peces que se convirtieron en humanos hace un millón de años? —No sigues enojada con él, ¿cierto? —Lo estaba cuando la hice —contestó riendo—. ¿Ahora? No mucho. El resto de sus pinturas eran igual de bizarras y asombrosas. —¿Tú hiciste todas estas? Parece que las pintaron seis artistas diferentes. Sonrió y asintió, sus ojos brillando de emoción. —Hice mi tarea. Revisé ese catálogo que me diste de la última exposición hasta que tuve alguna idea, luego entré en acción. Todavía podía recordar como Brandon había destrozado la confianza de Kamiko cuando rechazó sus pinturas y coqueteó conmigo justo frente a ella. Las siguientes dos semanas, temí que nunca saliera de su depresión. Pero ahora, su confianza estaba de vuelta con toda la fuerza. —Bueno, todas son asombrosas, Kamiko. —Devolví las pinturas—. Estoy impresionada. Las tomó guardándolas de nuevo en el portafolio. —¿Vas a entregar algo Sam?

—¿Qué, para la exposición de Brandon? —Sí. —En realidad no había pensado en ello. Supongo que he estado ocupada. —Considerando que estás en la portada de The Wombat, creo que probablemente deberías. —¿Tienes el catálogo? Lo sacó de la estantería y me lo entregó. Lo primero que noté al revisarlo fue que sus nuevas pinturas encajaban por completo. —No lo sé, Kamiko. Estas son muy buenas. Puedo ver que investigaste mucho. No sé si tendré tiempo de hacer algo. —Ya pensarás en algo —auguró. A pesar de lo que había mejorado estudiando arte con la ayuda de Christos, Spiridon, Kamiko y todos mis profesores de arte, las pinturas en el catálogo probablemente eran mejores de lo que podía hacer por el momento, especialmente en poco tiempo. —Tienes miles de buenas ideas, Sam —apuntó—. Apuesto a que se te ocurre algo asombroso. Una vez más, estaba agradecida de que todos mis amigos de San Diego me apoyaran tanto. Su confianza reforzaba la mía. —Tienes razón —aseveré confiada—, lo haré.

Madison y yo estábamos estudiando en la Biblioteca principal, en nuestro lugar favorito y privado del quinto piso, el cual tenía la mejor vista del océano. Mi portátil estaba abierta y la señal de correo sonó cuando llegó un nuevo mensaje. Era de la oficina de SDU. El asunto: ―Ha sido acordada una fecha para su apelación‖. Gemí. —¿Qué? —preguntó Madison, levantando la vista de su enorme libro de marketing. No solo el ―asunto‖ había estropeado de antemano el contenido del mensaje, también había estropeado mi humor. Lo abrí para leerlo y acabar con esto. El mensaje decía:

“Ha sido asignada una fecha para que se presente frente al tribunal administrativo de la Universidad de San Diego, a fin de discutir los cargos en su contra, al tiempo que su estadía como estudiante en la SDU será revisada. En adición a la acusación inicial de robo hecha contra usted por Tiffany Kingston-Withehouse (demandante), se ha añadido un caso adicional por asaltó contra usted, Samantha Smith (demandado)…” Tiffany y su estúpida tarjeta de crédito robada. Y mi estúpida cachetada. Nunca debí haberla golpeado. Según el resto de la carta, Tiffany había ido a la policía de la Universidad para reportar mi ―ataque‖. Al menos, la carta hacia parecer que golpearla no era un crimen federal con pena de muerte incluida. Pero por un segundo, imaginé a la policía apareciendo en sus autos con luces rojas y azules para poder esposarme y encerrarme en prisión por cometer Abofeteo y Robo. Vaya, de pronto sentí como si la relación entre Christos y yo se había invertido. O él, como mi madre advirtió, era una mala influencia para mí. No, eso era loco, porque mi madre infiel estaba loca. —¿Malas noticias? —preguntó Madison. —¿Huh? —Luces como si te hubieras tragado un pastel envenenado. —¿Pastel envenenado? —¿Cómo una de esas tartas de pollo con veinticuatro pájaros dentro? Luces como si estuvieran volando por tu vientre justo ahora, intentando salir —aventuró. —Preferiría tener eso que esto. —Fruncí el ceño. —¿Qué es? —Mi fecha para la cosa de Tiffany. —Oh —exclamó de mal humor. Ya conocía toda la historia—. Te lo he dicho antes, di la palabra, y acabaré con la perra. —¿Qué perra? Sus ojos se volvieron locos. —¡Cualquier perra! ¡Solo di la palabra! —Se puso de pie y agitó su resaltador como un cuchillo—. ¡Cuídense perras! ¡Soy una loca que apuñala! —gritó. —¿Qué quieres decir con apuñalar, Mads? Se sentó y rio.

Me uní a ella y compartimos una buena carcajada. Como siempre, nos sentábamos en uno de los cuartos de estudio con paredes de vidrio. Estoy segura que los chicos estudiando fuera nos miraban divertirnos. Algunos probablemente querían usar nuestro salón de estudio así podían divertirse también. Bueno, habíamos llegado primero. Un momento después, una chica cualquiera se levantó de uno de los cubículos de estudio y caminó hasta nuestra puerta. Tenía el cabello rubio teñido y usaba una camiseta de Delta Pi Delta, la hermandad de Tiffany. Grandioso. La perra de la hermandad abrió la puerta de nuestro salón de estudio explotando chicle en su boca. Declaró: —¿Saben cuándo van a terminar aquí? Hay otras personas esperando… Madison saltó de su silla, la cual resonó con fuerza tras ella, y apuntó su resaltador a la perra de la hermandad, quien estaba a unos metros de distancia. —¡Quédate atrás! —espetó Madison. La perra se estremeció. Luego masticó su chicle y frunció el ceño, intentando parecer como si estuviera por encima de esto. Madison se adelantó, ahora a centímetros. —¡Retrocede! Me volví y con voz casual comenté: —Ten cuidado con lo que digas. Es Mads la cortadora y te cortará. Sus ojos se ampliaron mientras lentamente retrocedía. La puerta automática se cerró suavemente. Empezamos a reír.

Más tarde, caminábamos estacionamiento norte.

hacia

nuestros

autos

en

el

—¡Oh Dios mío, ahí está Tiffany! —Señaló—. ¡Escondámonos en los arbustos y saltemos sobre ella! Tiffany estaba sola y no nos había notado acercándonos. —¡Gag! —gemí—. Deberíamos ir por otro lado. —Tenemos el derecho a caminar por aquí tanto como ella —gruñó.

—Sí, pero entre la golpeadora Sam y Mads la cortadora — bromeé—, será asesinada. —Te cubro la espalda de cualquier modo, amiga. —Sacó su resaltador de la mochila y lo agitó como un cuchillo. —Gracias. Pero por favor, envaina tu resaltador. No te quiero sacando sangre. —Está bien —Rió y lo guardó en la mochila mientras pasábamos a Tiffany. Su labio se torció cuando nos vio. —¿Todavía sigues aquí? ¿No deberías haber vuelto a Washington? ¿Cómo sabia donde vivía? ¿Estaba hablando de ir a casa para ver a mis padres por los problemas que tenían? No, no había forma que supiera, ¿no? ¿A menos que Christos le haya dicho? No, eso era imposible. Tiffany puso los ojos en blanco y nos pasó. —Te veo en el tribunal, perra. —¡Oye! —gritó Madison. Le murmuré una advertencia a Madison: —Mantén tu resaltador enfundado, yo manejaré esto. —Me detuve y me volví para enfrentar a Tiffany mientras se alejaba—. ¡Tiffany! ¿Puedo hablar contigo un segundo? Paró y se dio la vuelta, arqueando su cadera. Como siempre, lucia como la portada de una revista de moda, con su inmaculado cabello rubio, maquillaje perfecto y ropa cara. —¿Por qué? ¿Vas a atacarme?, hazme un favor y déjame saber si necesito llamar a la policía del campus antes que me golpees esta vez —declaró con sarcasmo. —No, no voy a tocarte —negué. Arqueó una ceja, expectante. —¿Bueno? No tengo todo el día. —Mira, sobre la tarjeta de crédito. Sonrió alegremente. —¿Hablas de la que robaste? —Sabes que no la robé. La pusiste en mi billetera. —No sé de lo que estás hablando. —Negó, mientras fruncía la nariz con petulancia—. Pero si sé que estaba en tu billetera. Dios, Scumantha, ¿Cómo llegó allí? —jadeó sarcástica.

—Por favor no me llames Scumantha —demandé suavemente. ¿Intentaba que la golpeara otra vez? Noté a Madison gruñendo a mi lado. —¿Entonces mi tarjeta de crédito salió mágicamente de mi billetera y cayó en la tuya? —satirizó. Puse los ojos en blanco, frustrada. El ―hablémoslo‖ no estaba funcionando. —Tiffany, ¿sigues enojada por lo de la pintura en tu yate? Puso los ojos en blanco. Ya que la delicadeza no parecía estar funcionando, iba a golpearla donde dolía. Estaba cansada de su mierda. —¿O todavía sigues enojada porque yo estoy con Christos y tú no? Comenzó a morder su labio inferior como una ardilla rabiosa. Sí, eso le había dolido. —Tiffany —expuse con calma—, nada de lo que hagas va a separarnos. No voy a volver a D.C. Incluso si te las arreglas para echarme de la Universidad, estoy aquí para quedarme. Tienes que aceptar eso. ¿Así que porque no nos ahorras un montón de problemas y lo dejas ir? — Soné más confiada de lo que me sentía. La última cosa que quería era ser echada de la Universidad. Amaba tomar las clases con Madison, Kamiko y Romeo. Amaba a mis profesores de arte. No podía imaginarme renunciando. Rompería mi corazón despedirme de la Universidad de San Diego. Pero no iba a retroceder, no iba a dejar que se saliera con la suya inculpándome—. Dile la verdad al tribunal. Que pusiste la tarjeta en mi billetera. Oh, y lamento haberte golpeado. Nunca debí haber hecho eso. Su cara se volvió rojo brillante. Escupió las palabras—: ¡¡¡JODETE, PERRA ESTUPIDA!!! —Tuvo que respirar antes de volver a gritar otra vez—. ¡¡¡VOY A ARRUINARTE, MALDITA PERRA!!!

Una gigantesca ave fénix salía de las nubes del flameante amanecer. Las largas plumas de su cola ardían mientras bajaba del cielo. El fénix era parte águila, parte mujer. La mujer era yo. —¡Eso luce asombroso, Sam! —comentó Kamiko sobre mi hombro, mirando mi desprolijo boceto.

—¿Crees que servirá para la exposición de Brandon? —pregunté. Todavía era un pequeño dibujo con lápiz y lapicera en mi cuaderno coloreado con marcadores. Romeo estaba haciendo tarea en una de las mesas de trabajo contra la pared en el estudio de Christos y se acercó para echar un vistazo. —Vaya —sonrió—, me encanta, Sam. Fruncí la nariz. —Gracias. —Todavía no estaba acostumbrada a todos los elogios que recibía últimamente. —Bien, ahora tengo que echarle un vistazo. —Señaló Christos. Estaba sentado en una silla reclinable con los pies apoyados en el alféizar de la ventana, dibujando en su cuaderno. Trataba de obtener ideas para la muestra de pinturas de su próxima exposición individual, que se celebraría en Charboneau en algún momento después que el espectáculo de artistas contemporáneos terminara. Christos apoyó una mano en mi hombro y se inclinó sobre mí para tener una mejor visión. Romeo espetó: —¡Alerta roja! ¡Alerta roja! Boo-EEEP! Boo-EEEP! ¡Christos está haciendo un movimiento en Sam! ¡Abandonen el barco antes que dispare su torpedo en ella! —¿Todo debe caer en sexo para ti, Romeo? —preguntó. —Sí. —Sonrió sin pedir disculpas. —Romeo, eres tan wonky Kong —exclamó riendo Kamiko. —¿Wonky kong47? —apuntó Romeo—, te voy a mostrar wonky kong. —Empezó a saltar frenéticamente en el aire. Con cada salto gruñía—: ¡Boing! —Su monóculo bailó caóticamente al final de la cuerda atada a un botón de su abrigo steampunk. —¿Qué estás haciendo? —bromeé. Continuó saltando y empezó a chillar: —¡Doodle lee DEE do! Doodle lee DEE do48! Kamiko negó, divertida. —Creo que por fin se dio un golpe tratando demasiado duro de ser gracioso todo el tiempo. Romeo se detuvo de su rutina de salto loco.

47 48

Wonky Kong: Un programa de dibujos animados. Está imitando al gorila del juego Donkey kong.

—¿No juegan videojuegos chicos? ¡Soy Mario del clásico Donkey Kong! —¿Eh? —exclamó Kamiko, nunca jugaba videojuegos porque pasaba demasiado tiempo viendo dibujos animados, estudiando para todas sus locas clases pre-medicina, y dibujando en cada momento libre. No sé si alguna vez dormía. —¡Vamos, Kamiko! —declaró—. ¡Tú eres la que me llamó Donkey Kong49! —Te he llamado Wonky Kong —apuntó. Dejó de saltar y metió los puños en las caderas. —¿Qué demonios es un wonky kong? Kamiko extendió las manos y levantó las cejas. —No lo sé —contestó a la defensiva—, Donkey Kong, que tiene una pierna coja?

¿un hermano tullido de

Christos y yo reímos. —Estás loco, Romeo —señalé. Abrió muy amplio los ojos y los giró mientras movía su lengua y hacia ruidos locos. La Locomotora Loca estaba de vuelta. Kamiko negó. —Es realmente un idiota. Alguien que atrapa mariposas. —Hey, Romeo —comentó Christos pensativo—, haz esa cosa de saltar de nuevo. —¿Qué, esto? —preguntó Romeo mientras saltaba un par de veces. —Sí, eso —respondió Christos. Romeo lo hizo un par de veces más y luego se detuvo. —¿Puedes hacerlo de nuevo, con ruidos de salto? —preguntó Christos, totalmente serio. Romeo frunció el ceño. —Uh, está bien. —Hizo el ruido y un salto poco entusiasta. —No —consideró Christos—, quise decir como antes. Trata realmente de meterte en ello. —Espera —comentó Romeo astutamente—, estás burlando de mí, ¿verdad? —No —respondió Christos suavemente—, soy totalmente serio. Romeo miró confundido. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo Christos, ni tampoco Kamiko. Aclaré: 49

Donkey Kong: Un videojuego.

—Está bien, Romeo. No tienes que hacerlo. Dejó caer sus brazos a los costados y nos miró. —No, por favor —rogó Christos sinceramente—. Quiero ver algo. — Parecía totalmente en serio, pero no de una manera formal. Romeo se encogió de hombros. —Está bien, pero necesito un segundo para prepararme. Soy un actor, después de todo. Kamiko parecía dudosa. —Silencio, Kamiko —censuró antes que abriera la boca—. He tomado clases de actuación en la Universidad. —Sacudió sus hombros, rodó su cuello y sacó la lengua un montón de veces mientras tarareaba. Luego, comenzó a saltar de nuevo, más entusiasta y espasmódicamente que antes. —¡¡¡DOODLE LEE DEE DO!!! ¡¡¡DOODLE LEE DEE DO!!! —Se detuvo después de unos pocos saltos—. ¿Cómo eso? Christos negó. —No, ahora espontánea.

estás

forzándolo.

Como

antes.

Cuando

era

—¿Qué estás haciendo, Christos? —pregunté. —Confía en mí —señaló crípticamente—. Adelante, Romeo. —Está bien —contestó Romeo. Se calmó y cerró los ojos—. Kamiko, búrlate de mí. Di algo crítico, como lo harías normalmente. —A pesar de que tenía los ojos cerrados, estaba sonriendo, no tomándose en serio. —Uh... —tartamudeó y se rió entre dientes—. ¿Tu monóculo está de moda? —Eso es perfecto —afirmó Romeo—, creo que ya lo tengo. — Empezó a sonreír con naturalidad. Afirmó—: Sí, eso es todo. —Su sonrisa ahora era enorme. Abrió los ojos y comenzó a saltar—. ¡Doodle lee DEE do! ¡Doodle lee DEE do! ¡Doodle lee DEE do! —Tenía una enorme sonrisa en su rostro todo el tiempo. Christos asintió, embelesado, con su sonrisa con hoyuelos, esa mirada misteriosa, fascinada, aún en el rostro. Muy pronto, Kamiko y yo soltábamos risitas, luego, nos reíamos. —Está bien. —Resopló Romeo después de la decimonovena vez—. Estoy sin aliento. —Puedes parar —concedió Christos. Romeo se hundió en la silla más cercana. —¡Caray! ¡Eso fue un montón de trabajo! ¿Mi atletismo descarado ayudó a que tu idea se completara? Christos respondió con sarcasmo: —Ahora estoy totalmente iluminado.

Después de un momento, Romeo nos miró expectante. —Hey, ¿ninguno de ustedes va a rellenar mi tanga con algunos billetes? ¡Eso fue un trabajo duro! —¿Estás incluso usando una tanga? —cuestionó Kamiko dubitativa. Él entrecerró sus párpados y preguntó: —¿Te sorprenderías si lo estuviera? —Me sorprendería si no lo estuvieras —argumenté. Kamiko y Christos estallaron en carcajadas. —¡Quiero mis billetes! —clamó Romeo—. Ese es el último espectáculo gratuito que están recibiendo. Los trabajadores sexuales no reciben ningún respeto. —Se rió entre dientes. —¿Ese fue trabajo sexual? —Kamiko frunció el ceño con escepticismo—. Creo que mis ojos están sangrando de verte bailar. O lo que fuera. Romeo hizo una mueca ante ella. —Admítelo, Kamiko, estás totalmente celosa de mi batido. —Se dio la vuelta, levantó la cola de su chaqueta steampunk, y empujó su culo hacia nosotros mientras apoyaba las manos sobre los muslos y contoneaba su trasero hacia arriba y abajo. —Eso merece un dólar. —Christos rió y sacó su billetera. Se acercó a Romeo y atascado el billete en el cinturón de los pantalones negros de Romeo. Kamiko pescó un dólar en su bolso y agarró uno de los míos. Las dos nos reímos mientras los pusimos en su cinturón. Estaba sonriendo todo el tiempo. Romeo finalmente dejó de bailar. —Un buen batido siempre se paga —anunció sugestivamente. Los cuatro nos reímos juntos. Mis amigos y mi novio todos sacudimos cincuenta y cinco galones de increíble salsa.

Christos —¿No estás aburrido de mirarte desnudo? —preguntó Samantha. Me quedé desnudo frente al gran espejo con ruedas en nuestro estudio de pintura, con una paleta cubierta de óleos descansando en mi antebrazo. Estaba trabajando en el autorretrato que era la mitad de nuestro doble retrato titulado AMOR. La imagen de Samantha ya estaba terminada, y parecía fantástica.

Estaba a mi lado, completamente vestida y llevaba un delantal de pintura. Le sonreí, mirándola a los ojos. —Nunca me aburro de mirar la perfección. —¿Te refieres a mí? —Pestañeó. Mis ojos reflejados en el espejo se iluminaron. —Me refería a mí. —Me volví hacia mi imagen y flexioné los abdominales. Resaltaron, al igual que los oblicuos externos. Estaban tan marcados como siempre. —Tú ego es tan grande —bromeó—. Estoy sorprendida que en el sistema solar no sea aspirado por él. Reí mientras caminaba descalzo lentamente al lienzo y le aplicaba un poco del color recién mezclado. —¿Cómo va la pintura del Ave Fénix? Había estado trabajando como una loca desde que había terminado el boceto y nos lo mostró hace más de una semana. Se sentó en su caballete en un rincón del estudio. Tomando mi consejo, había decidido hacerlo en óleo para darle la más amplia gama de contrastes de claroscuro y los colores más vibrantes posibles. —Bien. —Sonrió—. Es más trabajo de lo que esperaba, pero tengo una mano en ella. Me acerqué a mirar. Estaba haciendo un trabajo realmente bueno teniendo en cuenta que sólo había tenido una clase de pintura al óleo hasta el momento. Creo que todo el tiempo pasado en el estudio de mi padre mirando por encima de su hombro probablemente estaba ayudando mucho. Sé que verlo a él y a mi abuelo pintar cada día mientras crecía había sido una gran ayuda para mí. Asentí en apoyo al mirar más de la pintura. —Ya es patea traseros. Cuando esté terminado, la gente lo va a amar. —¿Crees que Brandon lo pondrá en la exposición contemporánea? —preguntó tentativamente. —Si no lo hace, vamos a tener una larga conversación que involucrará una gran cantidad de nudillos. —Voy a mantener eso en mente. —Sonrió—. Haré mi mejor esfuerzo. Por el bien de sus dientes. Caminé hacia el espejo y posé para que el reflejo coincidiera con la pintura. Este retrato de mierda requería un montón de pose. Regresé al lienzo e hice otra pincelada. —Sabes, he estado pensando. —¿Sí?—preguntó desde su caballete.

—Realmente necesito hacer un retrato solo de ti. —No tienes que hacer eso —desestimó—. Ya tenemos AMOR. Nos muestra a los dos. ¿Qué podría ser mejor que eso? —Me encanta AMOR —sonreí—, pero me he inspirado por tu pintura del Fénix. Has crecido tanto desde que te conocí. En cierto modo quiero capturar cómo has cambiado como persona. Cómo te veo, la mujer en que te estás convirtiendo delante de mis ojos. No sólo la forma en que estamos juntos. Sólo tú, Samantha Anna Smith, y la forma en que has crecido tan rápidamente en la mujer más increíble que he conocido. Eres mi inspiración, ¿lo sabes, agápi mou? Se sonrojó y dejó su pincel. —Oh, Christos. Eso es tan dulce. Te amo tanto. —Se acercó a mí y se inclinó para besar mi mejilla—. Pero no lo sé, ¿no sería demasiado de mí en tu muestra? Quiero decir, ¿cuántos cuadros de mí necesitas realmente? ¿Uno no es suficiente? —¿Cómo puede ser demasiado de ti, agápi mou? Una mirada tímida anidó en su cara cuando señaló: —¿Quién quiere mirarme todo el tiempo? —Yo quiero —objeté. Sonriendo para mí mismo, me maravillé de cómo dudaba de su propia belleza. La ironía era, que su inocencia elevaba su nivel de sensualidad a la estratosfera. En mi experiencia, las mujeres ardientes que sabían que lo eran, tendían a dar problemas. Yo siempre había sido capaz de ver a través de sus actos como si fueran practicadas. Por esto, estas mujeres carecían de espontaneidad. Conociendo solo hombres que las adoraban, convertían, tarde o temprano, su belleza en una fachada tediosa, como si se hubiera convertido en una carga o un trabajo, y se aburrían con ello. Irónicamente, nunca renunciaban, no salían por la puerta sin maximizar su belleza con el cabello, maquillaje y ropa. Ni siquiera podían ir a la sala de emergencias en el medio de la noche sin asegurarse de que tenían al menos un toque de delineador encima. Samantha era todo lo contrario. Tenía una mancha de pintura en la mejilla y otro en la frente, y su cabello estaba recogido en una coleta desordenada. Su belleza era un descubrimiento tardío para ella. Lo que redundaba en que era una persona considerada, reflexiva, que siempre estaba tratando ser amable. No pensaba en su aspecto. Pensaba en ser una buena persona. Cada minuto que pasaba con ella era refrescante, genuino y de inspiración. Sabía que la combinación de su determinación, y autentico y sincero espíritu, era donde estaba toda la magia. Ella podría dudar, pero lo veía todos los días. Quería que entrar en una pintura de sólo ella. Samantha Anna Smith.

—¿Qué piensas? —pregunté. —¿Realmente me quieres posando de nuevo? —respondió con muchas dudas. —Quiero. —Sonreí. Una mirada extraña cruzó por sus ojos. —Lo hago… —tragó—, quiero decir, lo haré. —Parpadeó un montón de veces y me sonrió. Me incliné y la besé apasionadamente.

Samantha Brandon se sentó en el escritorio en su oficina en Charboneau y hojeó las nuevas pinturas de Kamiko. Yo y Kamiko estábamos sentadas en las sillas frente a su escritorio, en los bordes de nuestros asientos. Brandon me recordaba una de esas fotos de revistas de moda que se ven de un joven en traje de estilo que se sienta en una oficina lujosa, haciendo cosas importantes, a la vez que se ve ridículamente apuesto. Todo lo que Brandon tenía que hacer para vender la imagen era levantarse y apoyarse en su escritorio mientras miraba por la ventana de gran altura a una metrópolis palpitante. Pero La Jolla era demasiado pintoresca y con playas para eso. Y en lugar de muebles de diseñador con estilo, las paredes de la oficina estaban llenas de pinturas increíbles. Pero eso no hacía a Brandon menos atractivo. Él asintió pensativo para sí mismo, absorto en las pinturas. Tenía la esperanza de que fuera una buena señal. Después de que examinó la última, miró hacia arriba y dijo: —Kamiko, este es un excelente trabajo. ¿Tú pintaste todo esto? Ella asintió con entusiasmo. —Eh, ajá. —No tenía ni idea de que fueras tan versátil —dijo. Yo negué y escondí una sonrisa. Había un montón de cosas-Brand que no sabía acerca de Kamiko. Si le daba la oportunidad, tal vez lo descubriera. —Pintas en una amplia gama de estilos diversos, Kamiko —dijo Brandon—. Pocos artistas tienen esa capacidad. Estoy impresionado — sonrió. —¿Eso significa que aceptará una de mis piezas para el Contemporary Artists Show? —preguntó ella esperanzada. Brandon se reclinó en su silla y juntó los dedos delante de su cara. Yo y Kamiko nos inclinamos hacia delante una pulgada. Él levantó una ceja. Nosotros nos inclinamos hacia delante otra pulgada. Oh chico, será mejor que diga que sí o iba a saltar por encima de su escritorio y a apuñalarlo en el corazón con el abre cartas de latón en

su escritorio. Oh, espera, si decía que no, era porque no tenía corazón, así que tendría que apuñalarlo más abajo, donde se daña más a un hombre. Brandon abrió la boca para hablar. Kamiko y yo nos inclinamos hacia adelante hasta que estuvimos a punto de salirnos de nuestros asientos y caer sobre nuestros traseros como idiotas. Yo perforé a Brandon con mi mirada y puse mi ESP a trabajar. ¡¡¡DI ALGO!!! Kamiko me miró con expresión de sorpresa en su rostro. ¿Había oído mi ESP? Kamiko enarcó una ceja. ¡Creo que alguien finalmente escuchó mi ESP! ¡Hurra! Pero Brandon no había oído nada. Él respiró hondo y dijo: —Sí. —¡Oh, Dios mío! —Comencé a aplaudir y lancé mis brazos alrededor de Kamiko—. ¡Lo hiciste! —¿Lo hice? —dijo Kamiko con escepticismo. Brandon asintió: —Sí. Pero. BOOM. Sabía que Brandon siempre era demasiado bueno para ser verdad. Fruncí el ceño. —Me trajiste una docena de piezas, Kamiko. Pero sólo tengo espacio en el show para una más. Kamiko miró a Brandon a mí y dijo: —¿Pero qué pasa... —Me gusta mucho esta —dijo Brandon, apuntando a la pintura de Kamiko de los tres Kamikos kimonoed de pie en un puente sobre peces koi Brandons—. Algo que realmente funciona para mí. —Se rió entre dientes mientras la miraba. Kamiko me miró sorprendida y se mordió el labio. Yo no iba a decir nada. Brandon sostenía la pintura para examinarla más de cerca: —Sí, me gusta mucho esta. —Sonreí—. Tiene un gran sentido del humor. ¿Esas trillizas se supone que son tú, Kamiko? Oh, mierda, ¡Lo estaba adivinando! Kamiko hizo una mueca. —Ahh... ¿no? Nota culpable con un signo de interrogación.

—¿Quién es el pez? —preguntó Brandon inocentemente. —¡Un antiguo novio suyo! —espeté—. ¡De la secundaria! —Una vez más los signos culpables de exclamación. —¡Eh, sí! —Kamiko asintió frenéticamente. Brandon se rió entre dientes. —Está muy bien. Estoy seguro de que fue un completo idiota. Kamiko y yo lo miramos boquiabiertas con ojos muy abiertos una a la otra. Al unísono, las dos dijimos: —¡Sí! —Me encanta. —Sonrió Brandon, completamente inconsciente. Dejó la pintura sobre el escritorio—. Kamiko, si dejas ésta conmigo, la haré enmarcar y la colgaré para el show. —Está bien. —Ella sonrió. Brandon se levantó de su escritorio y juntó las manos una vez. Sonrió. —¡Esto significa que tengo todos los lugares para mi show llenos! —Pero ¿qué pasa... —Kamiko se apagó. —¿Qué pasa con qué? —preguntó Brandon. —¿Con la pintura de Sam? —Kamiko suspiró. Brandon ladeó la cabeza hacia mí. —¿Trajiste una pintura para el show de CA también? Asentí nerviosamente. La última cosa que quería hacer era que Brandon tuviera que decidir entre mi pintura y la de Kamiko. Tenía miedo de que esto se convirtiera en una repetición de la última visita. Si Brandon elegía mi pintura sobre la de Kamiko, moriría. Entonces perseguiría a Brandon desde el más allá, hasta que se volviera loco. No era mi opción preferida de resultados. Todavía estaba en esto viva. Pero si sucedía, fielmente perseguiría a Brandon, por respeto a Kamiko. —Eh —dije—, está bien. La mía no es muy buena. Y tienes tu show lleno de todos modos. —Vamos. —Brandon sonrió—. Déjame verla. —Hizo un gesto con la mano. —Adelante, Sam. —Kamiko gimió. Mierda, ella se preocupaba demasiado. Saqué mi pintura de ave fénix de la cartera negra que había comprado para llevarla y se la entregué a Brandon. Él la tomó con cuidado con ambas manos. —¿Mira esto? —Se quedó boquiabierto—. Esto es increíble. Excelente.

—Tengo que ver esto bajo una buena iluminación —dijo—. Estos aceites son espectaculares. Sígueme. —Tomando mi pintura con ambas manos, salió de su oficina. Caminamos a lo largo del pasillo y entramos a una pequeña habitación que tenía un sofá contra una pared y un caballete opuesto y vacío de pie. Brandon dejó la pintura en el caballete y deslizó algunos interruptores de luz en la pared. Pequeños focos volvieron a la vida, brillando sobre la pintura. Luego apagó las luces fluorescentes, oscureciendo la habitación, a excepción de la pintura. Hubo un punto de luz extraño en mi pintura. Brandon metió las manos en los bolsillos de sus pantalones, empujando hacia atrás su chaqueta estilo deportiva. —Esto es realmente bonito. —Brandon asintió, embelesado por mi pintura. Puse los ojos en blanco. Esto era ridículo. Brandon se sentó en el sofá, en el borde del mismo, anudando las manos. —¿Qué es esta habitación, de todos modos? —le pregunté. Kamiko dijo rotundamente, sonando un poco molesta. —Es una sala de proyección para los clientes que necesitan un cierto convencimiento para comprar una pintura. La iluminación está configurada para realmente hacer que una pintura se vea mejor. Brandon no estaba prestando atención, porque, oh Dios mío, adoraba literalmente, mi pintura. Mierda, me sentí como una tarada y una idiota. Todo lo que podía pensar era en lo que podría estar vagando por la mente de la pobre Kamiko en este momento. En cualquier momento, Brandon iba a acudir a mí y me preguntaría si podía usar mi pintura en la muestra de artistas contemporáneos en vez de la de Kamiko. Entonces me sentiría como una idiota total y Kamiko me odiaría. No la culparía. Brandon encendió las luces fluorescentes del techo de nuevo y dijo: —Esta pieza es fenomenal, Samantha, pero no es adecuada para el espectáculo contemporáneo. Le eché un vistazo a Kamiko. El ceño fruncido gélido que había grabado su camino en su rostro se calentó treinta grados. Brandon se volvió hacia Kamiko. —Me gusta mucho tu pieza, Kamiko. Se quedará en el espectáculo de la A. C. —Luego se volvió hacia mí—. Samantha, tú y yo necesitamos hablar acerca de hagas algunas más pinturas para mí. Para tu propio espectáculo. ¿¡¿Qué, qué?!?

—¿Mi propio show? —tartamudeé. —Solo una muestra. —Brandon sonrió y asintió. —Guau, Sam. —Kamiko sonrió—. ¡Eso es genial! Sonreí tímidamente mientras Kamiko me abrazaba. ¡Uf! Más que nada, la emoción de Kamiko significaba que no estaba molesta por toda la atención que Brandon estaba dándole a mi pintura. Esa había sido una llamada muy estrecha. Quizás Brandon no estuviera tan mal.

Estaba completamente desnuda, de pie delante de Christos. Él estaba vestido, en su caballete, trabajando en el retrato en solitario desnudo sólo de mí. Hizo una pausa de la mezcla de un montón de pintura y levantó la vista de su paleta. Sonrió. —Realmente estoy extrañando el casco vikingo. —¿Tal vez la próxima vez? —Puse los ojos en él, pero mantuve la pose, que era de pie. También tenía que mantener mis brazos a lo ancho, lo cual era realmente agotador. Así que cuando Christos no estaba estudiando mi pose, descansaba mis brazos a mis costados. Era un trabajo muy duro. Pero estaba decidida a hacer un buen trabajo. También estaba muy arriba en la parte superior de una silla, que estaba situada encima de un escenario alto de pie, con mi cabeza a ocho pies en el aire. Miré hacia abajo a todo el estudio. Afortunadamente, el estudio tenía un techo muy alto, así que no tenía que preocuparme por golpearme la cabeza. —¿Por qué estoy tan alto otra vez? —Te hace ver más majestuosa. —Sonrió, volviendo a mezclar su pintura. Cuando cargó el pincel, me miró y dijo—: ¿Lista? Asentí y asumí la pose, que también era de puntillas. Sostuve mis brazos en alto y arqueé mi espalda. Afortunadamente, Christos había hecho tantos bocetos de carbón de esta postura, que podría funcionar en la mayoría de ellos y del recuerdo en este momento. Nunca había tenido que mantener una postura extrema durante más de un minuto o dos a la vez. Si hubiera tenido que mantenerla por más tiempo, mi cuello y hombros se hubieran cimentado en su lugar de forma permanente, y ninguna cantidad de masajes nunca podría resolver las torceduras. Un minuto más tarde, Christos dijo: —Lo tengo, puedes relajarte.

Bajé mis brazos y masajeé mis propios hombros. —Totalmente me deberás un centenar de masajes después de que esto termine. —Hagámoslos mil. —Sonrió. —Me parece bien —me regodeé—. ¿Estás seguro? Sentado en su silla, apoya el codo en su rodilla, sosteniendo un pincel en una mano y la paleta elíptica en la otra. Con su grueso cabello oscuro despeinado, sus rasgos cincelados, con los hombros abultados bajo la tela de su camiseta de cuello V, y sus hoyuelos, su sonrisa arrogante, el artista era consumadamente sexy. —Por supuesto que estoy seguro. Tomar cualquier excusa para frotar mis manos sobre cada pulgada de tu cuerpo durante horas a la vez no es lo que llamaría trabajo. Creo que serás la que consiga el extremo corto de la oferta en los mensajes. Le sonreí. No iba a discutir. —Entonces, ¿cuándo llegaré a ver la pintura? El lienzo era enorme, por lo menos de ocho pies de alto y cinco pies de ancho. Christos nunca dejaría que la mirara. Ni siquiera había visto los bocetos finales que había hecho, más allá del primero y áspero, sólo me dio una idea de la postura, así que sabía que no estaba enseñándole mi basura de mujer no deseada al mundo. Mis rodillas estaban muy juntas en la postura, por lo que estaba bien. —La verás cuando esté terminada. —Sonrió. Hice puchero. —¿No tengo un adelanto? —Nop. Nadie lo tiene. A veces, la sorpresa es lo que lo hace especial. Le di una sucia mirada sonriente. —Eres un culo de hámster. Se rió entre dientes. —¿Un hámster? Me gusta pensar en mí mismo más como un culo de comadreja, o tal vez un culo de hurón. Algo con colmillos. —Tú elige —dije sarcásticamente. De cualquier manera, eres un pequeño animal llorón y peludo utilizado para limpiar los traseros de las personas. Se rió. —¿Quién en su sano juicio se limpia el culo con un roedor? —¿La gente de pueblos primitivos que estaban cansados de utilizar hojas? —¿Pero hámsters?

—¿Dijiste trasero de hámsters? —Me reí. —¿Sabes lo que quise decir. —Oye, estoy segura que miles de años antes de la invención del papel higiénico acolchado, la gente miraba alrededor por alternativas más suaves que la corteza de abedul. Rodó sus ojos. Hizo una mueca. —¿Corteza de abedul? —Rasposo como el infierno, lo sé. —Sonreí—. Un hámster meneador es mucho mejor. Además, la acción del movimiento hace la mitad del trabajo por ti. Se burló mientras sonreía. —Tal vez necesitas entrar en la publicidad, porque estoy dispuesto a comprar tu línea de mierda. —Se rió entre dientes—. No se lo digas a nadie, pero tu locura es tu característica más atractiva. —¿Estás diciendo que no soy atractiva? —exigí desde donde estaba en la silla—. Porque te lastimaré si dices que no lo soy. Él me sonrió. —Simplemente me referí a tu belleza intensa que da a tu locura increíble algo de contexto. Podrían llenar todo un asilo con tu locura. —Pásame una espada, porque estoy a punto de ir a golpear violentamente. —Me reí. Mi teléfono sonó de repente. Estaba sobre una mesa de trabajo cercana. El tono era de una persona desconocida. —¿Quieres que responda eso por ti? —preguntó Christos. —No, no sé quién es. Lo dejaré ir al correo de voz. Un minuto más tarde, el teléfono sonó de nuevo. Christos me miró. —¿Quieres vaya por él? —Estoy segura que es un vendedor por teléfono —descarté. Christos volvió a mezclar un poco de pintura. —¿Puede hacer la pose de nuevo? —Claro. —Me puse de puntillas y levanté mis brazos. Mi teléfono sonó por tercera vez. Christos suspiró. —¿Segura que no quieres vaya por él? O puedo desactivar el timbre. —Por qué no responder y decir algo amenazante. —Sonreí.

Él arqueó una ceja. —¿Amenazante? —No sé, tú eres el tipo duro. Sé duro. Eres totalmente sexy cuando eres duro. Bajó su pincel, se acercó a la mesa, y contestó el teléfono. —¿Hola? —¿Eso es duro? —me burlé. Él asintió. —Sí. —Asintió de nuevo—. Aja. —Asintió por tercera vez. Se volvió hacia mí y me tendió el teléfono—. Es tu mamá. —¿Qué? —Me bajé de la silla y tomé el teléfono de Christos. Si solo mi madre pudiera verme ahora, de pie desnuda en el burdel de pintura de Christos con clasificación para adultos. Me daría exquisita satisfacción. —Hola, mamá —dije con sarcasmo. Lo puse en el altavoz del teléfono de manera que Christos pudiera oírlo todo. No quería tener que repetir las palabras horribles que mi mamá tenía para ofrecer. Estaba bastante seguro que iba a llorar un montón con Christos en cuanto colgara. Pero estaba decidido a hacer mi mejor esfuerzo para no derramar una lágrima mientras mi estúpida mamá estuviera en la línea. Perra estúpida. —Sam —dijo ella—. ¿Quién contestó tu teléfono? —Me di cuenta que sus palabras eran pastosas. ¿Había estado bebiendo? No creo que jamás hubiera visto a mi mamá tomada. —Christos. —Debería haber sabido. —Rió. —¿Entonces por qué preguntas? —Me burlé. Ya estaba a la defensiva, lo que no era una sorpresa considerando que mi mamá había resultado ser la verdadera ramera en nuestra familia. Mamá derramó otra risa ebria melosa. —¿Por qué llamaste, mamá? —gruñí. —Quería saber qué historias te ha estado diciendo tu padre. —¿Historias? Me dijo que lo dejaste y que está viviendo con un tipo con una motocicleta. —Miré a Christos, quien me observaba con atención. Me guiñó un ojo y susurró en voz baja: —Chicos con motocicletas siempre son problemas. Me di cuenta de que estaba tratando de ser de apoyo siendo gracioso. Realmente ya no estaba de humor para reír. Curioso cómo mi mamá podía arruinar mi buen estado de ánimo como una bomba de

neutrones. Pero le lancé una sonrisa plana a Christos y froté su brazo cariñosamente. —¿Te dijo algo más tu padre? —preguntó mamá preguntó con una voz amigable. —No, eso es prácticamente todo lo que dijo papá. Curiosamente, mi mamá estaba siendo vagamente educada. Una primera vez para ella. ¿Estaba siendo cuidadosa porque sabía que estaba mal? Tal vez. Realmente no lo sabía. Era posible que mi papá me hubiera dado una versión manipulada de los hechos. Su versión de la historia. Pero eso no parecía como él. No, mi padre se enorgullecía de decir la verdad, incluso aunque lastimara los sentimientos de las personas. Decía que una mentira blanca seguía siendo una mentira. La honestidad era más importante para él que las gracias sociales. O mis sentimientos cuando era una niña. Y una adolescente. Y una adulta joven. Pero, al menos en este caso, significaba que sabía lo que estaba pasando entre ellos. Si mi madre estaba a punto de hacer un montón de historias que apuntaban toda la culpa hacia mi padre, sabría que estaría mintiendo. Mi madre inhaló profundamente por teléfono. —Sam, le pediré a tu padre el divorcio. ¡CRACK! Mi madre logró darme una palmada que me lanzó a cinco kilómetros de distancia. Tenía poderes demoníacos, no tenía ninguna duda. —¿Le dijiste a papá? —gruñí, repentinamente enojada. No sé por qué, pero me sentía muy protectora con de él de repente. Tal vez su honestidad, por dura que pueda haber sido para hacer frente mientras crecía, valía más de lo que le había dado el crédito durante todos estos años. Mi papá nunca haría todo el escabullimiento alrededor que mi mamá había hecho últimamente. Mamá dijo: —Todavía no. Quería decirte a ti primero. De alguna manera, sentía como si ella estuviera traicionando a papá por segunda vez, como que debería haber tenido la cortesía de decirle a él antes que nadie. Tal vez era demasiado cobarde para hacerlo. Tal vez ya estaba tratando de conseguir que yo tomara su lado en el divorcio. Era la única explicación racional por su cortesía. —Sam, ¿tienes algo que decir? —preguntó mamá. —¿Qué, otra cosa demás que eres una perra? Esperaba que mi mamá a arremetiera contra mí. Era su estrategia estándar cuando me ponía desafiante. —Me merezco eso —dijo con calma.

—¡Mereces mucho más que eso! —grité—. ¿Por qué lo hiciste, mamá? ¿Papá no era suficientemente para ti? —No pude detenerme. Solo seguía saliendo. —Estas cosas son complicadas, Sam. Amo a tu padre, pero... —¿Pero qué, mamá? —exigí. Estaba temblando, mi corazón latía con fuerza y estaba tan caliente como un horno. —Pero las cosas no... estaban funcionando —suspiró—. No han estado trabajando durante mucho tiempo. —¿Qué quieres decir? ¡Las cosas se veían bien para mí! ¡Estaban bien en Navidad! ¿Cómo pudieron haber empeorado tanto en solo unos meses? ¿Por qué demonios estaba tratando de mantener junto el matrimonio de mis padres? Siempre había tenido nada más que desprecio por ellos. ¿Qué demonios estaba pasándome? Odiaba la forma en que esta situación me estaba haciendo sentir. Christos deslizó su brazo alrededor de mis hombros y me apoyé contra él. —Es difícil de explicar, Samantha —suspiró suavemente. ¿Samantha? Ella nunca nunca nunca me llamaba Samantha a menos que estuviera muy enojada conmigo. Pero no estaba gritando. Sonaba... triste. —Bueno —siseaba y lloraba al mismo tiempo—, haz tu mejor esfuerzo para explicarlo. —Lágrimas silenciosas goteaba por mis mejillas, sobre mi cuerpo desnudo. Tanto para no llorar hasta que colgara el teléfono. De repente me sentí demasiado desnuda. Me acerqué a la silla donde mi bata colgada y la deslicé sobre mí. —Samantha, la chispa entre su padre y yo se ha atenuado. Entonces recordé toda la pasión en la voz de mi mamá cada vez que me había advertido que Christos me amaría y me dejaría como una mujer rota luchando por recoger los pedazos de mi vida. ¿Había estado mamá haciendo el duelo por la pérdida de una pasión que una vez había conocido, pero que había perdido años atrás? Caray, no sabía nada sobre las relaciones entre adultos y el matrimonio. Me armé de valor para lo que tenía que preguntar después. —Mamá —resollé—. ¿Es papá mi papá? —¿Qué? —dijo ella, confundida. —¿Es papá mi padre? Ella se rió entre dientes. —¿De qué estás hablando, Samantha? Por supuesto que es tu padre.

¿Por qué estaba haciendo esto tan difícil? Ahora estaba temblando de nuevo y mi bata sentí sofocante. —¿Es papá, tú sabes, mi padre biológico? Hubo un tiempo muy largo y seco silencio. Duró meses. —Por supuesto que lo es, Sam —se rió—. ¿De dónde sacaste una idea tan loca? ¿Estaba mintiendo? Tenía que estar mintiendo. —Dime la verdad, mamá. —Te estoy diciendo la verdad, Samantha. Lo sabría si es que fueras la hija de otro hombre. Eso es una locura. Tenía mi detector de mentiras encendido en el ajuste más sensible. Todo sonaba cierto. —¿Es la verdad? Mi madre suspiró. —¿Quieres una prueba de ADN? Si no me crees, estoy feliz de hacerlo. ¿De dónde sacaste la idea de todos modos, Sam? —preguntó con una combinación de urgencia y preocupación—. ¿Tu padre te dijo? —No —dije. —Entonces, ¿quién? —exigió. —No lo sé. —No iba a tratar de explicarle a mi mamá mi lógica de telenovela. —Bueno, es una locura, Samantha. Eres la hija de Bill y yo soy tu mamá. ¿Está bien? No tienes idea de lo mucho que tu padre y yo te amamos, no importa lo que esté sucediendo entre él y yo. ¿Por qué que me daban diez veces más ganas de llorar de lo que ya tenía? Tal vez mis padres no eran tan débiles como había pensado. —¿Entonces por qué dejas a papá? —sollocé. Necesitaba sentarme. Miré alrededor por la silla más cercana. Pero Christos ya había rodado una de las sillas de oficina en el estudio hacia mí. Me senté y se arrodilló a mi lado, abrazándome alrededor de mis hombros. —Es complicado —dijo mi madre—. ¿No es eso lo que ustedes chicas dicen hoy en día? Resoplé una respuesta. Mamá tomó un largo y profundo suspiro. —No sé cómo explicarlo, Samantha. Tal vez cuando seas mayor, entenderás. No lo sé. ¿Entender? ¿Cuando sea mayor? Esperaba nunca entender lo que era estar en los zapatos de mi madre en este momento. Miré a Christos y él me besó suavemente en la mejilla. Mi corazón estaba dando vueltas

en mi pecho como uno de esos bungees gigantes en un parque de diversiones. Ni siquiera podía hablar. Mamá dijo en una voz amable. —Sé que esto es mucho para tomar en este momento, Samantha. Eso era un eufemismo. Literalmente estaba sin habla. Ella dijo: —Suena como que necesitas un poco de tiempo para procesar todo esto. ¿Por qué no me llamas a este número si desea hablar más? Es mi número de teléfono celular. Siempre está prendido. Eso era una sorpresa en su propio derecho. ¿Mi mamá tenía un teléfono celular? Quería hacer una broma sobre que al fin había entrado en el siglo XXI. Quería acusarla de usarlo para hacer planes secretos con su nuevo novio, porque duh, era evidente que lo tenía. Pero no podía hablar. Mi mamá había robado mi poder de palabra. Después de más silencio, dijo mi mamá: —Voy a colgar ahora, Samantha. Llámame si necesitas algo. La línea murió. Mi corazón también lo hizo.

Tiffany Cerré la puerta detrás de mí tan silenciosamente como pude. No quería que nadie supiera que estaba en casa, mi madre o el personal de la casa. Estaba enferma del mármol elaborado del gran vestíbulo de la lujosa mansión de mis padres. Cuando era una niña, este vestíbulo me hacía sentir como una princesa regresando a su castillo. Ahora era como volver a casa a una elegante, cara prisión. No podía soportarlo. Todo en esta casa me recordaba a mi madre Gwendolyn, la reina malvada de su dominio. La mera idea de que ella me daba náuseas. Literalmente. Pero últimamente, cuando se trataba de revolver mi estómago, esta casa llegaba en un cercano segundo lugar. Me apoyé en la puerta principal y me quité las nuevas botas altas Louboutin de $1.000. Por mucho que me gustara la forma en que alargaban las piernas, hacían demasiado ruido en el suelo de mármol del vestíbulo. Me dirigí hacia la escalera de la derecha.

¿Cuál era el punto de tener dos escaleras cuando iban exactamente al mismo lugar? ¿Vanidad? ¡Oh! Eso no podía ser. Gwendolyn no tenía una pizca de vanidad en su cuerpo. Tenía galones. Mi padre, Westin —Conrad Kingston— Whitehouse, vino zapateando por la escalera opuesta. Juro, siempre se las arregló para mantenerse por lo menos a treinta pies de distancia de mí siempre. —Tu madre te está buscando —dijo mientras se deslizaba por la puerta principal sin decir adiós. Yo nunca podría decidir quién estaba más asustado de mi mamá: yo o mi papá. Doble tres esquinas y otros tantos pasillos en susurrantes pasos antes de ir a mi dormitorio. Tenía la mano en el picaporte de latón pulido, a punto de abrirlo. Casi seguro. —¿Saliste así? —Gwendolyn dijo con desprecio desde el otro extremo del pasillo. Típica Gwendolyn. Lanzando púas a tu espalda cuando no estabas viendo. Pero ella amaba la confrontación en igual manera. —No, Madre —le dije con respeto—. Me puse esta ropa en el auto antes de entrar por la puerta —dije sarcásticamente—, sólo para irritarte. Ella se pavoneaba hacia mí, pavoneando sus caderas. Gwendolyn llevaba trajes elegantes en todo momento y los cambiaba por lo menos tres veces al día. No sé a quién se los estaba mostrando. ¿Las mucamas? Estoy segura de que no les importa una mierda, siempre y cuando Gwendolyn firmara sus cheques. Gwendolyn medio rasgaba sus párpados. Uno de ellos parpadeaba espasmódicamente. Era tan condenadamente buena en ese aspecto. Me volvia realmente loca. Creo que su expresión en este momento podría inducir convulsiones epilépticas en los débiles y serviles. Empeoraba por su fea belleza. Sí, había sido bendecida con la buena apariencia de Gwendolyn. Era mi cruz. Gwendolyn sonrió como una piraña. —¿Siempre tienes que ser tan sarcástica? Te he enseñado mejor que eso, Tiffany. Ella me enseñó a ser sarcástica, seguro. No conscientemente. Tome eso de ella sobre la marcha. Era inevitable. Si le preguntaras a Gwendolyn, estaba decidida a arreglar todos los errores que había cometido en su vida, que decía que eran pocos, con la mía.

Lamentablemente, eso la hizo un poco dominante. Su sarcasmo era sólo un bono. —Madre, ahora no es un buen momento —suspiré agarrando la manija de la puerta de mi habitación como un salvavidas. Si tan sólo pudiera pasar por esta puerta ilesa... —Tengo que contigo de la gala de verano. Todavía no has elegido un vestido. Se refería a la gala anual en La Jolla Country Club. Gwendolyn tiraba la casa por la ventana cada año, cada año más grande y más audaz que el anterior. Yo era parte de su pantalla. Uno de estos años, creo que pensaba contratar a alguien para construir una carroza para conducir hasta las puertas del club de campo en un trono hecho de quinientos mil orquídeas frescas. Yo estaría atrapada sentado a sus pies como una joya en exhibición. Gwendolyn doblo las manos delante de la cintura y le dijo: —Puesto has estado insatisfecha con las opciones de vestido que te he dado, he mandado al mensajero de Fred Segal por varios vestidos nuevos de su boutique de Los Ángeles. Deberían estar aquí esta tarde. Me gustaría que te los pruebes. Dos de ellos están triunfando con números en los hombros de un fenómeno nuevo diseñador de Beverly Hills llamado Rocco Ferrara, que absolutamente adoro. Por favor pruébatelos todos y elige uno, Tiffany. No voy a tenerte asistiendo a la gala en tu ropa de calle. —Miró a mi equipo con disgusto evidente. Pero no apareció en su rostro. Ella mantenía una sonrisa perfectamente agradable en su lugar constante. Creo que su rostro estaba congelado así. Era sólo ese horrible brillo de piedra en sus ojos que delataba su irritación. Arqueé las cejas, esperando que ella hubiera terminado. Había aprendido a decir poco en presencia de Gwendolyn. Le daba menos oportunidades de criticarme. —¿Te has decidido por una escolta para la gala? —Preguntó. A veces, el silencio no ayuda nada. —No —suspiré. —¿Has considerado a Brandon Charboneau? —No, Madre —murmuré. No importa cuántas indirectas dejaba caerle a Brandon, él siempre estaba demasiado ocupado. Yo estaba empezando a preguntarme si era gay. Era la única explicación, considerando lo obvio que había sido con él en el pasado. —¿Qué pasa con Christos Manos? —Gwendolyn ladeó la cabeza ligeramente—. Siempre he sido aficionada a ese joven. Mis labios se apretaron bajos. Podía sentir mis párpados queriendo revolotear por mis lágrimas inminentes. Yo estaba decidida a detenerlas.

—Christos esta... ocupado. —Me atraganté. Mi voz estaba a punto de agrietarse. Gwendolyn siempre golpeaba con precisión practicada. Justo en la yugular. —No entiendo cuál es tu problema, Tiffany. ¿Estás asustando a todos los solteros elegibles en San Diego? —Hizo sonar como si conseguir un buen hombre era tan fácil como llenar un tanque de gas en la gasolinera. —No, Madre —murmuré. —¡Habla, querida! Esa voz ratonil tuya es la mitad del problema. Ningún hombre quiere a una chica tímida. Muestra un poco de confianza. Eres un Kingston-Whitehouse. —¿Puedo irme ahora? —le pregunté con una voz distorsionada. —Sí. Pero estate lista cuando lleguen esos vestidos. Quiero ver cómo se ven en ti. Estaba decidida a tratarme como a una muñeca de vestir, no importa lo que hiciera. Abrí la puerta y entré en mi habitación. —¿Tiffany? Me detuve, de espaldas a ella, preparándome para la crítica habitual. Todavía agarraba el pomo de latón. Me imaginé tirándolo fuera de la puerta y plantándoselo bien en el centro de la frente de Gwendolyn. —¿Esa falda te queda apretada? —preguntó, pensativa. Mi madre tenía el corazón y los ojos de un cirujano plástico de Beverly Hills. Sí, mi falda estaba apretada. Parecía que estaba pintada, y me veía increíble en ella. Trabajé mi culo en el gimnasio y comí como un ratón para asegurarme de ello. —¿Necesitas perder una libra o dos? Tu cintura esta un poco hinchada hoy. Típica Gwendolyn. No le respondí. —No importa —suspiró pesadamente—. Esos vestidos estarán aquí dentro de poco. Con un poco de suerte, no reventaras las costuras cuando te los pruebe. —Ella ya sonaba derrotada. Doblemente atravesado por la cintura hinchada de su hija traidora. ¿No sabía Gwendolyn lo que era un período? Oh espera. Creo que tenía su útero eliminado hace mucho tiempo. Mi conjetura es que ella había contratado una sustituta para llevarme a término en lugar de estirar su cintura. Y yo sabía que ella nunca caeria tan bajo como para tener una cesárea electiva. Habría dejado una cicatriz. Tranquilamente cerré la puerta de mi dormitorio detrás de mí y entro en mi extenso armario. Tenía trajes más impresionantes que una Mercedes Benz Fashion Week. Por lo menos había algunas ventajas de

ser un Kingston-Whitehouse. Puse mis suelas rojas lacas Louboutins en el zapatero, entre decenas de otros. De vuelta en mi habitación, saque un álbum de fotos de al lado de mi escritorio y me senté en mi edredón de felpa en lo alto de mi cama con dosel. Yo hojeé. Había fotos que eran de cuando yo era una niña. Algunas sobresalieron, y me detuve en ellos. Una obra de la escuela en cuarto grado. Robin Hood. Yo era Maid Marian y Christos era Robin Hood. Por supuesto. Era elegante incluso entonces. Una Caza del Huevo de Pascua cuando yo tenía seis. Había sabido entonces que estaba enamorada de Christos. Incluso le había dicho que quería casarme con él ese día. Christos en la playa, en algún momento en la escuela secundaria. Estaba sin camisa y marcado. Sin tatuajes aún, pero musculoso y guapo. El hombre que se convertiría ya era obvio. Todas las chicas tenían ojos para él. Mi fiesta de cumpleaños undécimo. Rodeado de globos y confeti y amigos. El pastel de cumpleaños estaba justo en frente mío y yo estaba soplando sobre las velas. Christos se inclinaba hacia mí, con una mirada pícara en su rostro, besando mi mejilla. Yo no había lavado mi mejilla una semana después de ese día, lo recuerdo. Me froté la mejilla con nostalgia. Las lágrimas goteaban sobre el manguito de plástico que cubría las fotos. Saqué la foto hacia fuera para conseguir un mejor aspecto. Christos Manos. Christos. Apreté los ojos cerrados y mi cabeza cayó sobre mi pecho. Contuve mis sollozos. Gwendolyn tenía oídos como un murciélago vampiro y sin duda me lo haría sentir y me insultaría de arriba a abajo si me oía llorar en mi habitación como un bebé. Christos se había ido. Negué con la cabeza, no quería creerlo. Era esa estúpida Samantha. Ella había arruinado todo. Ella lo había tomado de mí. Todo era culpa de ella. Christos y yo nos habíamos estado acercando durante el verano pasado, antes de que las clases hubieran comenzado. Habíamos estado saliendo todo el tiempo. Casi todos los días. Yo había empezado a pensar que tal vez hubiéramos tenido una oportunidad. Christos

finalmente había limpiado su acto, trabajando en sus pinturas, convirtiéndose en un joven respetable. Había sido un touch and go con él durante varios años. Pero por fin había conseguido su mierda junta. No era más una vergüenza. Y Samantha se había abalanzado y robado su corazón. Odiaba a esa perra de mierda. La odiaba. La odiaba con toda mi alma. Iba a hacer su vida imposible si era la última cosa que hiciera. Empezando por su audiencia ante el tribunal SDU. Ella estaba siendo expulsada de SDU. Sea lo que tomara. Me levanté de mi cama y entré en mi armario, cerrando la puerta detrás de mí. Fui a la parte posterior del armario y empujé a un lado los abrigos y vestidos. Como si necesitara otro vestido para la gala de verano. Tuve tres que aún me quedaban. Pero no, que habían sido usados una vez. En público. Gwendolyn se avergonzaría de mí si incluso sugería usarlo de nuevo. Escondido en la esquina, detrás de mis chaquetas de esquí y pantalones para la nieve estaba una bolsa de lona. Me senté en el suelo alfombrado de mi armario y abri la cremallera de la bolsa. Llegué dentro y sentí un alivio inmediato. Saqué un oso de peluche viejo, raído de la bolsa. Su piel estaba hecha jirones y le faltaba un ojo de botón. Si Gwendolyn sabía que todavía tenía a la Sra. Osa, ella la hubiera quemado. Gwendolyn había tirado cada muñeca y los animales de peluche que tenía cuando cumplí trece años. Ella había dicho que eran infantiles. Me las había arreglado para salvar a la Señora Osa ocultándola su bajo mi cama cuando Gwendolyn no estaba mirando. Abracé a la Sra. Osa a mi pecho. Sin dejar de llorar, y con voz temblorosa, dije: —Todavía me quieres, ¿verdad, Sra. Osa? La Sra. Osa me miraba fijamente con su sonrisa de un solo ojo. La abracé a mi pecho y solloce en silencio. Mi cuerpo se estremeció y se convulsionó con tristeza. Cuarenta minutos más tarde, cuando los vestidos llegaron, no había ni rastro dejado en mi cara de que yo hubiera estado llorando. Nunca me permití llorar lo suficiente para que mi cara estuviera hinchada. Gwendolyn no lo toleraría nunca.

Samantha —¡Vamos a festejar! —animé mientras la pandilla y yo entramos en la Galería Charboneau en la noche de la Exposición de Artistas Contemporáneos. El lugar estaba lleno de gente. A diferencia de la multitud en la exposición individual de Christos el año pasado, que había sido de más calidad, esta gente era mucho más joven y más a la moda. Tenían un DJ en lugar de un cuarteto de cuerda. La gente hablaba mucho más fuerte y bebía más libremente. Vi latas de Red Bull en las manos de la gente en lugar de copas de vino. Con seguridad, era un ambiente de fiesta. Kamiko ya estaba dentro. Había llegado temprano porque era una de los artistas. Christos y yo habíamos recogido a Romeo y nos habíamos reunido con Madison y Jake en la calle antes de entrar. —Vamos a encontrar a Kamiko —dijo Romeo—. Quiero ver de qué personaje de cosplay se vistió esta vez. —Está bien —respondí mientras me tironeaba. Christos, Madison y Jake nos siguieron. A pesar de la bomba que mi mamá había dejado caer al pedirle a mi padre el divorcio, había logrado mantenerme compuesta los días que ella no había llamado. Claro, mis piernas estaban todavía tambaleantes y quería vomitar cada cinco minutos casi todos los días, pero estaba decidida a disfrutar esta noche. —Este lugar está lleno —le dije—, nunca vamos a encontrar a Kamiko. Romeo estaba examinando un trozo de papel. —Agarré una de las hojas de precios. Dice que es el número treinta y dos. Ella debe estar por allí en alguna parte. —Apuntó hacia la derecha. Los cuatro caminamos en esa dirección. —Amigo —dijo Christos a Jake mientras atravesábamos la multitud—, ¿sigues pensando en navegar por la costa norte durante todo el verano?

—Claro que sí. —Jake Sonrió—. Estoy soñando con Pipeline50 todas las noches. Los dos estaban justo detrás de mí y Madison. Fruncí el ceño hacia ella y le susurré al oído: —¿Jake está hablando de tu Pipeline? Madison se rió. —No, tonta Sam. Está hablando de la ruptura de arrecife en Banzai Beach, en Oahu. —Oh. —Asentí—. Solo asumo que cuando los chicos empiezan a soltar términos que no tienen sentido, están hablando de sexo. —Es una suposición segura. —Sonrió Madison. Christos le preguntó a Jake: —¿Llevarás a Mads contigo? Jake asintió. —Por supuesto, nunca iría a Pipeline sin traer a mi tubería favorita conmigo. Christos y Jake comenzaron a reírse. Madison y yo volteamos una hacia la otra y dijimos al unísono: —¡Hombres! Jake envolvió un brazo musculoso alrededor de Madison y le dijo: —Sabes que te encanta. —Sonrió con su sonrisa blanca y encantadora, siempre un brillante contraste contra su piel bronceada, antes de besar su mejilla. Madison se apoyó en él. —Si no fueras tan condenadamente lindo, Jake, nunca te saldrías con la tuya hablando como un pagano. —¿Eso significa que puedo seguir hablando como un pagano? Madison puso los ojos en blanco para mi beneficio, pero me di cuenta que estaba totalmente enamorada de Jake. Christos pasó un brazo alrededor de mí. Le lancé una mirada de advertencia. —No empieces a hablar de mi tubería —bromeé. —¿La tubería de quién? —preguntó Romeo—. Me encantan las tuberías. Darle, sacarla, taparla, drenarla… —¿Drenarla? —Jake hizo una mueca. —Amigo —Christos sonrió—, ¿qué significa eso? 50Pipeline:

se refiere a Banzai Pipeline un lugar de surf en la costa norte de Oahu; pipeline también puede referirse a tuberías, por ello el comentario siguiente de Samantha.

Romeo examinó sus uñas y sonrió. —¿De verdad quieres saber? —¡NO! —gritamos Madison y yo. Todos los jóvenes que nos rodeaban estaban vestidos con diversos atuendos hipster o como para ir a clubes. Estaba esperando que las luces se apagaran y los palos luminosos de neón aparecieran. Pero aun así era una galería de arte. Había tanta gente que apenas podíamos ver las pinturas en las paredes. —Por aquí —dijo Romeo, guiándonos a todos—. ¡Oh Dios mío! —¿Qué? —le dije, curiosa. —¡No puedo creeeerlo! —canturreó Romeo. —¿Qué, qué? —No podía ver más allá de las personas entre las que Romeo se había metido. Intercambié una mirada emocionada con Madison mientras nos apretujábamos hasta Romeo, que tenía sus brazos alrededor de Kamiko. —¡No estás vestida como un dibujo animado! —vitoreó Romeo mientras abrazaba a Kamiko. —Está bien —Ella hizo una mueca—, no me rompas. —Pudo haberse estado quejando, pero estaba completamente riéndose. Cuando Romeo rompió el abrazo, por fin vi el traje de Kamiko. —¡Vaya, Kamiko! —Sonreí—. ¡Te ves totalmente sexy! Kamiko llevaba un vestido de color rojo y negro sin mangas de cremallera frontal. Estaba alta en sandalias de plataforma negras y su cabello suelto. —Vaya —dijo Christos—. Kamiko, te ves sexi, chica. Kamiko se sonrojó. Jake asintió con aprobación. —Bonito vestido, Kamiko. —¿Alguien quiere bajarle la cremallera tanto como yo? —preguntó Romeo. —Por favor, no lo hagas —declaró Kamiko. —Estoy bromeando. —Romeo sonrió—. Te ves increíble, Kamiko — dijo genuinamente—. De ninguna manera te pareces a un personaje de dibujos animados esta noche. Si fuera heterosexual, totalmente te follaría. Luces fabulosa. —Gracias. —Sonrió tímidamente. Romeo le dio otro fuerte abrazo. Christos sonrió.

—Si no recibes por lo menos diez números de teléfono de chicos guapos esta noche, me sorprendería. —Gracias. —Kamiko puso los ojos en blanco como si la idea de que ella conociera a un hombre fuera tan probable como que el sol de repente estallara. Dijo—: Solo espero que venda mi pintura esta noche. —Se puso de pie al lado de ella. Christos miró más de cerca. —Oh, mierda, ¿ese es el rostro de Brandon en esos koi51? Los ojos de Kamiko se abrieron e intercambiamos una risita. —Oh por Dios. —Kamiko avergonzada—, ¿es tan obvio?

rió

entre

dientes,

claramente

—Tal vez para mí —aseguró Christos—, pero he conocido a ese oportunista durante mucho tiempo. —¿Qué oportunista? —preguntó Brandon Charboneau, de pronto de pie junto a todos nosotros. Ups. Supongo que el bagre estaba finalmente fuera de la bolsa. Bueno, técnicamente era un koi. Lo que sea. De cualquier manera, espero que Brandon no se ofendiera. —¡Brandon! —dijo Christos extravagantemente, dándole una palmada en la espalda, claramente tratando de distraer la atención de lo obvio. —Hola a todos. —Brandon sonrió, luciendo gallardo—. Estamos llenos esta noche, ¿no es así? —Totalmente —dijo Christos en voz alta, tratando de mantener la atención de Brandon lejos de la pintura. Tal vez si Brandon no descubría que era el tema de la pintura de Kamiko, en su lugar tomaría nota de lo sexy que Kamiko lucía en su vestido, y finalmente la invitaría a salir. —¿No se ve sexy Kamiko en su vestido? —le dije a Brandon. No iba a solo insinuarlo. Brandon miró su atuendo y sonrió cortésmente. —Muy elegante, Kamiko. —Entonces miró al resto de nosotros—. Bueno, tengo que circular. —Levantó las cejas y sonrió mientras se metía entre la multitud. Brandton-to estúpido. Al menos a Kamiko no parecía importarle. —¡Uf! —susurró—, ¡eso estuvo cerca! —¿Qué te preocupa? —preguntó Romeo. Kamiko lo fulminó con la mirada. 51

Koi: tipo de pez.

—¿Estás loco? Si se da cuenta de que él está en mi pintura, probablemente me prohibiría vender en su galería por siempre. Empecé a decir: —Si él hace eso… Entonces, dos cosas sucedieron de repente de forma simultánea en los próximos dos segundos. En primer lugar, Brandon de repente se echó hacia atrás a través de la multitud hacia nosotros y dijo: —Oh, ¿oye, Kamiko? Y, terminé mi oración: —…entonces Brandon es un maldito idiota. Los ojos de Kamiko sobresalieron. Oh, que me follen hacia atrás y hacia los lados. Ese pie mío todavía tenía mente propia a la hora de saltar en mi boca. Romeo de repente fue a toda marcha. —Uh, lo que Sam quería decir era, ahh… Era que, ¡Brandon, eres lo contrario de un maldito idiota! —Los ojos de Romeo brillaban como si hubiera descubierto la cura para el cáncer—. ¡Sí! ¡Todo lo contrario! ¡Eres un idiota no maldito! ¡Eres el tipo de idiota que nunca ha visto un día de trabajo! ¡Nunca has sido utilizado para follar! ¡Eres tenso como un tambor! ¡No podrías pasar una mierda del tamaño de una píldora de vitaminas, incluso si lo intentaras! Nota lo signos de exclamación culpables de Romeo. Estaban por todo el lugar. Brandon arqueó una ceja. El resto de nosotros se levantó y vio con horror mudo cómo el Loco Locomotora chocó contra la ladera de una montaña. Oh, qué calamidad. Al menos él estaba tratando de salvar mi culo. Romeo continuó limpiando: —Brandon, eres el idiota más prístino que el mundo haya conocido. Recién salido del bastidor. Sin tocar, como un diamante. Un idiota en bruto. Ahhh… —Romeo finalmente se agotó, luciendo desconcertado— . Eso no salió del todo bien. Lo siento. Brandon asintió con amargura: —Entendí el punto. —¿Qué era lo que querías? —Kamiko preguntó con desesperación, con los dientes apretados de terror, haciendo todo lo posible para barrer el terrible momento bajo la alfombra. Brandon se aclaró la garganta mientras se le disparó una mirada de estrella que lanza un ninja hacia Romeo y yo:

—Solo iba a decirte, Kamiko, que un par de compradores ya me han preguntado por tu pintura. Realmente les gusta. Creo que podríamos venderla esta tarde. Un largo momento de silencio pasó entre nosotros siete, ya que todos nos quedamos mirando el techo, nuestros pies, nuestras uñas. Cualquier cosa para evitar el desastre social que nos rodeaba. Brandon miró a todos, con las cejas en alto. —¿Algo más? Negué, arrepentida. —Lo comparé con un diamante —susurró Romeo en mi oído, como si eso lo compensara todo. Pisé fuerte su pie. Brandon se apartó de nuestro grupo. Al menos Brandon nunca se había dado cuenta que era el pez koi en la pintura de Kamiko. Brandon volvió un segundo más tarde: —Ah, una cosa más —lanzó una mirada a Kamiko—, no creas que no me di cuenta que estoy yo en el koi de tu pintura. Ruido sordo. Kamiko se puso blanca. Rápido, alguien sujétela antes que se desmaye. —Oh, Brandon —Kamiko rogó mientras hiperventilaba—. ¡Lo siento mucho! ¡No era mi intención hacerlo! Quiero decir, yo, ah, ah… —Iba a desmayarse. La boca de Brandon se curvó en una sonrisa maliciosa. —¿Por qué crees que quería tu pieza en el show? ¿Qué? Él sonrió. —Tengo sentido del humor. ¿Cuán tenso creen que soy? —¡No eres tenso en absoluto! —dijo Romeo—. ¡Eres totalmente suelto! ¡Como la diarrea! ¡Al igual que la escorrentía de una operación de minería a cielo abierto! —¡Romeo! —Todos gritamos, excepto Brandon. Brandon se rió entre dientes. —¿Puede alguien convertir a este chico en una pintura? Porque estoy seguro que podría construir todo un espectáculo en torno a él — Se rió—. Te alcanzaré más tarde, Kamiko —Brandon sonrió y desapareció entre la multitud. Vaya, Brandon no era nada malo.

—¿Alguien quiere un trago? —preguntó Christos. —Después de eso, necesito como diez. —Jake sonrió. Me volví hacia Kamiko. —¿Puedo ofrecerte algo, Kamiko? —Un botón de SILENCIO para Romeo estaría bien —contestó—, o por lo menos, una bolsa para poner encima de mi cabeza para que nadie me note el resto de la noche. Me muero de la vergüenza. Christos dijo: —No te preocupes, Kamiko. Brandon es genial. No lo va a usar en tu contra. —¿Qué hay de mí? —pregunté—. Yo fui quien lo llamó imbécil. —Un maldito idiota —corrigió Romeo—. Del tipo de los que se usan para poner pollas dentro. Frecuentemente. Puse los ojos en blanco hacia Romeo. —¿Qué? —dijo a la defensiva—. Tú lo dijiste. Kamiko hizo un gesto como si estuviera presionando el botón de SILENCIO en el control remoto. —No está funcionando. —Sonrió.

Después que conseguimos bebidas en el bar y le trajimos una a Kamiko, quien la necesitaba con urgencia, Christos y yo circulamos alrededor de la galería, mirando todas las maravillosas pinturas. La Exposición de Artistas Contemporáneos realmente tenía una mezcla ecléctica de arte. Había arte influenciado en grafiti, creaciones digitales serigrafiadas, collages combinando la pintura con materiales encontrados, incluso un pedazo grande hecho enteramente en crayones de colores. —Mira —dije, viendo el cartel describiéndolo—, ¡es una pintura de crayones! En el cartel, por debajo de las dimensiones, la tarjeta catalogó al medio como: ―Crayola caja de 96 colores sobre papel‖. Christos asintió, mirando con admiración a la pieza. —Esto es impresionante. Era una imagen increíblemente detallada del interior de un palacio renacentista. Era una reminiscencia de M.C. Escher, pero a todo color. Los azulejos de un piso blanco y negro transformado en aves y peces mientras el suelo retrocedía en la distancia, con las baldosas de pájaro negro tomando vuelo y los azulejos de pescado blanco sumergiéndose en un estanque azul. El estanque se vaciaba en una corriente azul que

fluía hacia el primer plano de la pintura, y la corriente se transformaba en un corredor azul entrelazado con oro cuando se acercaba a la parte inferior del lienzo. La ley de la gravedad no estaba en vigor, y la gente entraba en el techo y las paredes, en sus quehaceres. Entonces me di cuenta que todo el pueblo eran animales caminando sobre dos piernas. Cerdos, vacas, caballos, gallinas, gansos, ovejas, cabras y todo tipo de animales de granja que te puedas imaginar. Había incluso un lobo con una capa con capucha roja besándose con tres cerdas en un rincón oscuro en la parte superior de la pintura. —Ese lobo seguramente conseguirá un montón de acción con esos cerdos —dijo Christos. —Es una orgía regular de cerdos. —Sonreí—. ¿A qué casa crees que irán para ello? —¿Te refieres a la de paja, madera o de ladrillo? —Creo que van a empezar con la casa de paja, follar su camino a través de eso y la de madera, hasta terminar en la de ladrillo. —Christos se rió entre dientes—. Todo el mundo sabe que una casa de ladrillo es muy poderosa. Por mucho que tiemble la cama, no puede destruir una casa de ladrillo. —¡Qué asco! —Hice una mueca—. ¿Estás sugiriendo que el lobo va a tener relaciones sexuales con las tres cerdas putas? Y en lugar de soplar sus casas para destruirlas, ¿van a, uh, follar en las casas hasta destruirlas? Christos sonrió. —Oye, no pinté la pintura. —Eres terrible. —Fruncí el ceño—. Pero, lo que quiero saber es, ¿por qué el lobo llevaba una capa con capucha roja? —No lo sé —dijo pensativo—. O es el lobo que se comió a Caperucita Roja, o es una loba buscando alguna cerda con actitud de perra. Hice una mueca. —Eso es súper desagradable. —Una vez más, no la pinté. Christos y yo caminamos a la siguiente pintura, tomados del brazo. Rodeamos la galería, disfrutando de todo el arte e hicimos más comentarios cómicos sobre las imágenes. Una gran pintura tenía una multitud a su alrededor. La mayoría de las personas estaban hablando en lugar de mirar la pintura, por lo que traté de meterme más allá de ellos para obtener una mejor visión de la misma. —Disculpe —dije mientras me deslizaba detrás de alguna mujer vestida completamente de blanco. —¡Mira por dónde vas! —espetó.

Me volví a pedir disculpas. Era Tiffany Kingston-Whitehouse. Excelente. ¿Por qué estaba aquí? Llevaba un vestido midi con abertura en el frente sin mangas, de color blanco. Y tenía que admitir que se veía muy bien en él. El vestido contrastaba muy bien contra su piel bronceada y cabello dorado. También me di cuenta que tenía brillo de labios brillante que resplandecía casi tanto como sus aretes de diamantes. Debería haber lucido de mal gusto, pero era sutil y, en ella, solo mejoraba. Tiffany era de una belleza única. —Estás perdonada —se burló, sosteniendo su copa de champán fuera del camino. Derramó champán alrededor. También era una perra única. ¿Cómo una perra increíble entró en un cuerpo tan espectacular? Me di cuenta que Tiffany estaba inclinando la copa hacia mí y el champán estaba a un milímetro de derramarse sobre el borde y verterse sobre mi hombro. —Oye, Tiff —dijo Christos, capturando su mano con la suya, deteniendo la cascada de champán—. Casi derramas tu bebida —dijo a sabiendas. Tiffany frunció el ceño, mirándolo fijamente a los ojos. Christos le devolvió la mirada. Todavía sostenía su mano. —No lo hagas, Tiffany —dijo en voz baja. —Suéltame —exigió. Christos lo hizo y ella tragó su bebida, bebiéndola en varios tragos grandes—. Necesito otra copa, ahora que la chusma está aquí. —Pasó cerca de mi hombro, chocándome con fuerza. —¡Oye! —Solté. Me ignoró. Me froté el hombro donde había chocado con el suyo. —¿Qué está haciendo aquí? —le pregunté a Christos. —Ella siempre viene a las exposiciones de Brandon. —Fantástico. —Suspiré. —No te preocupes. Yo me encargo de ella si se sale de control. —Eso es lo que me preocupa. Probablemente se salga de control, por lo que tendrás que lidiar con ella. Eso es lo que hizo en su yate en la víspera de Año Nuevo. Vi la forma en que estaba babeando sobre ti en este momento. —¿Soné celosa? Esperaba que solo un poco. —No te preocupes por ella, agápi mou. No voy a dejar que Tiff se interponga entre nosotros.

—¿Lo prometes? —Lo prometo —Christos me tranquilizó—. Nada nos va a separar. Hice una mueca cuando una ola de náuseas se derramó a través de mi estómago. La palabra ―separar‖ me hizo pensar en el inminente divorcio de mis padres. Christos me dirigió una mirada compasiva. —Estás pensando en tus padres, ¿no es así? Asentí en silencio. Christos envolvió un brazo cariñoso a mi alrededor y me llevó a su pecho. Me besó en la frente con suavidad. —No voy a ir a ninguna parte. Voy a estar a tu lado, pase lo que pase. —¿De verdad? —Sí —murmuró en mi oído. Aspiré el aroma cariñoso y cálido que emanaba de su pecho mientras envolví mis brazos alrededor de su cintura. —Te amo tanto, Christos Adonis Manos. —También te amo, Samantha Anna Smith —dijo mientras besaba la cima de mi cabeza. —¡Consigan una habitación! —dijo Romeo mientras se acercaba caminando—. Y deja de ser un acaparador de vagina, Christos. Has estado acaparando a Sam durante la última hora. Hay más que suficiente de ella para todos. —Él deslizó su brazo entre Christos y yo y me llevó a su lado para un abrazo rápido. —¿Acaparador de vagina? —Me reí—. ¿Me estás llamando vagina? —Tienes una, ¿no? —se burló Romeo, liberando el abrazo. —Sí, pero no es como si voy por ahí llamándote pene inútil. —Estoy herido, Sam. ¿Estás sugiriendo que mi buen humor no se quiere? —Hizo un lánguido y triste rostro, sobresaliendo el labio inferior. Sus hombros se hundieron cómicamente. —Oh, Romeo. —Reí—. Tu pene siempre es necesario. —Eso es lo que me dicen. —Romeo sonrió—. ¿Quieres pasar por la pintura de Kamiko y decir hola? Me temo que alguien va a secuestrarla en ese vestido. —Awww, ¿estás preocupado por ella, Romeo? —canturreé. —Por supuesto que sí, Sam. ¿Quién sabía que un personaje de dibujos animados podría ser tan sexy? —bromeó—. La follaría si tuviera una polla. Hice una mueca.

—Imagen equivocada. —Sería una polla muy femenina —dijo Romeo—. Más bien pequeña con un diminuto envoltorio de color rosa. Hice una mueca más amplia. —¡No ayudas! —le advertí. —¿Qué hay de malo con las pollas, Sam? Te gustan, ¿no? Negué y comencé a reír. —¡Romeo, por favor! —¿Qué? —Romeo miró a Christos en busca de apoyo. —¡No me mires! —Christos se rió entre dientes—. Me encanta acaparar la vagina. Negué. —Ustedes tienen una mente enfocada en una sola cosa esta noche. ¿Entramos en un burdel sin darme cuenta? —Donde quiera que voy —bromeó Romeo—, traigo al burdel. Eso era cien por ciento cierto.

Christos, Romeo y yo nos apretamos caminando a través de la multitud hacia la pintura de Kamiko. Por el momento, estaba de pie sola. El espectáculo había estado pasando tiempo suficiente como para que la mayoría de la gente hubiera visto todo el arte y ahora estaban ocupados socializando y emborrachándose. —Hola, chicos —dijo Kamiko nerviosamente. —¿Cómo te va? —le pregunté—. ¿Has vendido tu pintura? —No —respondió ella, sonando decepcionada. Me había dado cuenta que la mayoría de las otras pinturas que Christos y yo habíamos mirado tenían puntos rojos en las pancartas, lo que significaba que se había vendido. No iba a decirle eso a Kamiko. —Parece que la mayoría de las pinturas se están vendiendo. — Kamiko suspiró. Oh bueno. Lo había descubierto por sí misma. —El tuyo se va a vender —la animé. —Discúlpenme, muchachos —dijo Christos—. Creo que acabo de ver a un amigo mío. Iré a saludar. —Muy bien —contesté—. Me voy a quedar aquí con Kamiko y Romeo. Christos me dio un beso en la mejilla.

—¿No obtengo un beso? —Romeo sonrió. —La próxima vez. —Christos guiñó un ojo a Romeo antes de caminar entre la multitud. Me volví hacia Kamiko. Ella parecía cada vez más angustiada. —No sé lo que estaba pensando metiendo mi pintura en la exposición —dijo—. Tal vez mis padres tenían razón sobre que estudiara pre-medicina. Esta cosa del arte es dura. —No seas tonta, Kamiko —comentó Romeo con desdén—. Tu arte es impresionante. Kamiko lo miró con desaliento. Yo no sabía qué más decir. Brandon se apretó a través de la multitud hacia nosotros. —Hola —dijo. No parecía más entusiasmado que el resto de nosotros. Bolas de decepción. —¿Cómo te va? —preguntó Brandon a Kamiko. Ella puso los ojos en blanco. —¿La verdad? Brandon asintió. —Mis pies me están matando. He estado de pie aquí dos horas. Romeo dijo: —Kamiko, tal vez deberías bajar la cremallera de la parte delantera de tu vestido y decir que vienes con la pintura. Brandon se rió entre dientes. —Mientras que eso podría funcionar, me gustaría pensar que el arte de Kamiko se mantiene en pie por sí solo. —Sí —dijo ella sarcásticamente—, pero mi pintura no está usando sandalias de plataforma —se quejó—. Yo soy la que está de pie. —Tal vez esto ayude —respondió Brandon, inclinándose hacia Kamiko. De repente estaba segura de que iba a besarla. En cambio, presionó un punto rojo en el cartel de su pintura. —Se vendió. —Sonrió. —¿Qué? —El rostro de Kamiko se iluminó. —Por dos mil. —Brandon sonrió. Kamiko llevó sus manos a su rostro. —¡Oh Dios mío! ¡No lo creo!

—Créelo. —Brandon se rió entre dientes—. Tuve dos compradores. El precio comenzó en los mil quinientos, pero discutieron su camino hasta dos mil dólares antes que uno de ellos la comprara. —¡Vaya! —Sonreí—. ¡Eres una mercancía ardiente esta noche, Kamiko! ¿No es ardiente, Brandon? —le insinué con cero sutileza. —Ella está en llamas esta noche. —Brandon sonrió antes de irse caminando. Miré a Kamiko y suspiré. —Lo intenté. —Oh —dijo Kamiko—. No me interesa Brandtonto ya. —Ella parecía decepcionada, pero luego su rostro se iluminó y comenzó a saltar en sus tacones y a aplaudir—. ¡Vendí mi pintura! ¡La vendí, la vendí! Romeo sonrió. —Sabía que lo harías, Kamiko. Ven aquí, personaje de dibujos animados —dijo con emoción genuina. Le dio a Kamiko un enorme abrazo—. Sabía que podrías hacerlo. ¿No te dije en la escuela secundaria que ibas a ser una gran artista algún día? Los ojos de Kamiko se estaban llenando de lágrimas. —Lo hiciste. Siempre has estado a mi lado, tú, hada que usa un monóculo. Se rieron y se abrazaron de nuevo. Kamiko dijo: —¿Quién necesita un novio cuando tengo a Romeo? —Hola, chicos —Christos dijo mientras se apretaba entre la gente para llegar a nosotros. —¡Kamiko vendió su pintura! —grité. —¿Lo hiciste? —Christos sonrió—. Eso es maravilloso, Kamiko. Kamiko asintió, sonriendo a Christos. Un chico lindo salió desde detrás de Christos. Llevaba un traje de chaleco negro sobre una camisa gris abotonada con las mangas enrolladas hasta los codos, jeans negros ajustados y una pajarita roja con cuadritos en negro. Su espeso cabello oscuro estaba despeinado y un rizo sexy colgando en su frente. En cada antebrazo tenía un tatuaje de un personaje de dibujos animados. Ambos eran de Adventure Time, el favorito de Kamiko. Los reconocí totalmente por todas las veces que había visto el programa con ella desde que la escuela comenzó el año pasado. La mandíbula de Kamiko cayó y se quedó sin aliento. —¿Qué demonios? ¿Por qué tienes tatuajes de Marceline y de la Princesa Bubblegum?

Chico hipster frunció completamente estúpida.

el

ceño

a

Kamiko

como

si

fuera

—Duh. Porque ellos son geniales. —Sonrió. Su sexi sonrisa era material quita bragas de verdad. No es que lo hubiera notado, pero estuvo bien con sus ojos esmeralda. Una vez más, no es que lo hubiera notado. Pero Romeo lo notó. Creo que estaba babeando en el chico. —Oye, Samantha —dijo Christos—, ¿recuerdas que te dije en noviembre que un amigo mío hizo un guion para Hora de Aventura? Asentí. —Es él. —Christos sonrió—. Todo el mundo, conozcan a Dillon McKenna. Dillons sacudió la mano de todos. Kamiko parecía un ciervo encandilado por los faros. No podía decidir si estaba fangirleando porque Dillon trabajó en su caricatura favorita, o porque era guapo. —Encantado, —dijo Romeo mientras sacudían manos, sonando totalmente a lo niña. Sonreí para mis adentros mientras me imaginaba a Romeo y Kamiko peleando por Dillon. Christos dijo: —Kamiko es un gran fan de Hora de Aventura. Y ella pintó ese cuadro, —hizo un gesto hacia la pintura. Dillon miró a la pintura, luego la volvió a mirar. Dio un paso hacia ella y le dio un vistazo más de cerca. —Vaya, ¿has hecho esto? Kamiko asintió nerviosamente. —Son tetas —dijo, mirando de cerca—. ¿Por qué el rostro en los peces koi me parece familiar? —preguntó. Todos rompimos a reír, menos Dillon. —Chiste de grupo. —Kamiko sonrió. Dillon asintió mientras examinaba más de cerca la pintura. —Es realmente buena. ¿Cuál era tu nombre? —Kamiko Nishumura. —Sonrió. —Seguro que puedes pintar, Kamiko. —Él sonrió. —Entonces —dijo Kamiko seriamente—, ¿tu guion para Hora de Aventura? —¿Lo ves? —preguntó Dillon.

—¡Oh, sí! ¡Tengo cada temporada en DVD! ¡Me vestí como Marceline el Halloween pasado! —sonaba completamente nerviosa. —¿Tú haces cosplay ? —le preguntó Dillon, sonando impresionado. Kamiko asintió. —Genial —dijo él—. Hice mi propio disfraz del Rey de Hielo el Halloween pasado. Tengo imágenes en mi teléfono si las quieres ver. —¡Cállate! —Kamiko sonrió como si fuera navidad. Dillon asintió mientras sacaba su teléfono. —Pero voy a hacer un disfraz del Conde Limonagrio para la Comic Con en San Diego este verano. —¡Qué! ¿Tienes entradas? —Sí, nos la dan porque trabajamos en el show —dijo mientras buscaba en su teléfono. —¡Nunca puedo conseguir entradas para la Comic Con! —dijo Kamiko—. Siempre están agotadas… —Puedo conseguirte entradas para este año si quieres. —Dillon sonrió—. Siempre tienen unas extras en la oficina. Dillon le pasó su teléfono a Kamiko. Ella examinó las fotos. —¡Vaya! ¡Tu traje del Rey del Hielo está genial! ¿Tú mismo lo hiciste? Dillon le dio una gran sonrisa y asintió. —Oh, sí. Girándose hacia Christos y yo, Romeo dijo: —Creo que necesitamos dejar a esos dos solos. Los ojos de Kamiko se volvieron corazones de dulce, o algo así de juvenil. —Creo que son caritas de emoticón ahora mismo. —Rió Christos. Christos, Romeo y yo nos sonreímos mientras lentamente nos dábamos la vuelta, dejando a Kamiko y a Dillon fangirlear sobre Hora de Aventura, los cosplay y la Comic Con de San Diego.

Christos El DJ subió el volumen mientras la multitud se alocaba más. La gente tenía que levantar la voz para ser escuchados mejorando la vibra del club. No sé por qué no pensé en presentarle a Kamiko a Dillon antes. Son perfectos juntos.

Samantha demandó: —¿Por qué no me dijiste que tu amigo de Hora de Aventura era tan atractivo? ¿Y perfecto para Kamiko? Fruncí el ceño. —¿Estás leyendo mi mente? —¿Qué? —preguntó confundida. —No importa. —Sonreí—. De todos modos, supongo que tenía otras cosas con las que distraerme en ese entonces. —Le di una mirada de complicidad y me incliné para besar sus labios. Romeo gruñó. —Que alguien me traiga un balde. Hay tanto amor verdadero por aquí esta noche, que voy a vomitar. —Oh —dijo Samantha compasivamente—. Lo siento Romeo. Christos, ¿tienes amigos sexis para Romeo? —Voy a comprobar. —Sonreí. Brandon llegó caminando. —¿Cómo están? —Sonrió—. ¿Disfrutando del espectáculo? —Es un gran espectáculo, Brandon —dijo Samantha. Creo que su estado de ánimo había mejorado desde que Kamiko había vendido su pintura del koi. Sabía que Samantha estaba tratando de mantener una cara de póker ante sus padres, pero solo puedes fingir hasta cierto punto. Sus entrañas estaban probablemente dando saltos mortales cada sesenta segundos de mañana, tarde y noche. Sé que las mías lo hacían cuando mi mamá había dejado a mi papá hace una década. Joder, mis tripas todavía se anudaban cuando pensaba en mi madre. Mamá —Gracias —Brandon dio su sonrisa de Sr. Agradable—. Christos, ¿puedo hablar contigo un momento? —Claro —le dije. Levanté mis cejas hacia Samantha y Romeo. —Vamos a mirar los alrededores, Sam, —dijo Romeo. Llevó a Samantha hacia la multitud. —¿Qué pasa, Brandon? —pregunté. —Quería chequear tu progreso con las pinturas. ¿Te importaría dar un paseo por el jardín de esculturas? Asentí. Salimos. El jardín de esculturas no estaba tan concurrido como el interior de la galería, y estaba fuera, así que teníamos una vaga sensación de intimidad en los setos bajo la luz de las estrellas. Brandon

era todo sobre las apariencias, así que traerme de nuevo aquí significaba que tenía algo que decir que iba a irritar a uno de los dos. Cuando estuvimos solos, preguntó: —¿Cómo va el retrato de Isabella? ¿Hiciste los cambios como sugirió Stanford Wentworth? Reí. Sí como no. —¿Qué? —Brandon sonrió. ¿Ya mencioné que había destruido la pintura de Isabella en un arranque de rabia? ¿O dejarle saber era obviamente un descenso en mi parte del espectáculo? Que se joda. No tenía ganas de bailar esta noche. —Decidí ir en una dirección diferente para el show. Brandon entrecerró sus ojos. —¿Qué quieres decir? —Voy a deshacerme de la idea de usar modelos. No estaba funcionando para mí. —Pensé que lucían bien. —Escuchaste a Wentworth. —Reí—. Estuviste allí. Dijo que las pinturas no tenían vida. —Yo podría venderlas —se mofó Brandon. —Tú podrías vender un auto a un canario. Brandon frunció el ceño. —¿Por qué un canario querría un auto? Ellos tienen alas. —Exacto. Brandon ignoró mi comentario. —Christos, nos conocemos desde hace mucho tiempo. Asentí. —Estoy tratando de construir tu carrera —dijo. Dije: —Pero no quiero una carrera pintando modelos que no me importan una mierda. —Hermosas mujeres se venden, Christos. Ellas nunca pasan de moda. Arqueé una ceja y asentí. —En cualquier caso —continuó—, no puedo construir tu carrera si no tengo pinturas para vender. Aquí una sugerencia. Vendemos los desnudos que tienes el mes que viene, en tu exposición individual. El próximo año, pasamos a algo más significativo. Lo importante es que mantengamos el impulso. Tengo quince posibles compradores

alineándose para tus pinturas. Incluso tengo una para el retrato de Isabella. No me importa lo que dijo Stanford Wentworth, puedo conseguirnos hasta ciento veinticinco mil. Caramba. Me vendrían bien $125.000. No hay nada como honorarios de abogados para drenar tu billetera. Jodido Hunter Blakeley. Lamentablemente, si sacara los jirones de la pintura de Isabella del vertedero ahora, no creo que Brandon obtendría ni cincuenta centavos por ello. Él preguntó: —¿Cuánto tiempo crees que tomaría terminar quince pinturas? Brandon necesitaba verificar la realidad. Él estaba bajo la impresión que yo había estado muy ocupado trabajando en el estudio estos últimos meses, haciendo más pinturas de sus modelos. Había mantenido oculto hasta ahora, el hecho que me había quedado muy por detrás por el juicio de Horst Grossman y porque había decidido ir en una dirección diferente con mi arte. —Meses —dije. Los ojos de Brandon se ampliaron. —¿Meses? No tengo meses. Tengo espectáculos haciendo fila el resto del año. No puedo cambiar las cosas. Christos, —dijo, sonando profundamente decepcionado—, no puedo mantener estos compradores en espera. Si no cierro con ellos ahora, van a ir a otro lugar. —¿Por qué no les vendes algunos de tus otros artistas? —Estos son grandes compradores. No están interesados en mis otros artistas, Christos. Están interesados en ti. Quieren la magia de Manos. Necesito tus pinturas. Ahora. ¿Cuántas tienes? —Tres terminadas. Las que has visto de Avery, Jacqueline y Becca. Tengo tres más en proceso. —Estaba pensando en la pintura de AMOR de Samantha y yo, el retrato individual de ella y la sorpresa que tenía para todos. —¿Seis? Pensé que tenías siete. Sé que te envié siete modelos y que estabas trabajando con todas. ¿Qué pasó? —El, ahhh… bueno… —iba a tener que decirle—. La pintura de Isabel está RIP. —¿Qué? ¿Por qué? —Él tenía el ceño fruncido. —Te lo dije, no estaba funcionando para mí. —¿No la cambiaste? ¿Verdad? ¿Como pidió Wentworth? —No —me burlé—. Es un idiota.

—Bien. Porque te lo digo, puedo vender esa pintura con seis cifras seguras. Mierda. Tiene que saberlo. —Se ha ido. —Qué, ¿ya la vendiste? —Se rió nerviosamente. Si lo hubiera hecho, sería un completo imbécil y Brandon reconsideraría su oferta. No lo culparía. Por suerte para mí, no lo había hecho. —Yo, um, la destrocé. Los ojos de Brandon se ampliaron más que antes. —¿Por qué demonios harías eso? —Él en realidad sonaba enojado. Brandon nunca perdía su genialidad—. Le tenía un comprador. El tipo no compra más que desnudos caros. No pensaría dos veces antes de pagar cien mil dólares por el tuyo. Estás loco, Christos. —Brandon negó con la cabeza y frunció el ceño, luciendo medio derrotado. Luego hizo una pausa y su expresión de enojo se convirtió en una sonrisa fácil. —Me estás tomando el pelo, ¿verdad, Christos? Negué. —No. Destrocé esa mierda y la tiré. Los ojos de Brandon se ampliaron por tercera vez. —¿Hablas en serio, ¿verdad? Asentí. —Christos, me estás matando. —Suspiró—. No puedo darte un solo con seis pinturas. La galería se verá vacía. Voy a necesitar más. Me sentí mal. Yo mismo me había puesto en esta posición. —Mira, tal vez pueda hacer nueve. —¿Nueve? —preguntó con escepticismo. —Nunca terminé los tres de los otros modelos. —¿Por qué no? —Te lo dije, empecé nuevas piezas. —Christos, ¿qué me estás haciendo? —suplicó—. ¿Hasta qué punto estás con todas las pinturas sin terminar? —Parecía totalmente exasperado—. ¿Vas a tener cualquiera de esas a tiempo? —Ahora sonaba como un padre decepcionado. Pobre Brandon. No podía culparlo. Yo estaba arruinándolo todo y lo sabía. Suspiré. —Las tres nuevas estarán definitivamente terminadas. Si me doy prisa, puedo terminar las otras tres.

—Solo tienes un par de semanas para hacerlo, Christos. ¿Va a ser tiempo suficiente? —lo dijo como si supiera que era imposible, pero estaba siendo demasiado amable para no decirlo. —Eso espero —dije en voz baja. Brandon me miró como si hubiera pasado de ser de su propiedad caliente a ser una espina en la costilla en el lapso de cinco minutos. Porque lo había hecho. Me sentía mal. Estaba tomando un riesgo enorme con mi nueva dirección artística. Brandon no merecía el estrés que estaba provocándole. A pesar del hecho de que me molestaba a veces, siempre había sido bueno conmigo y mi familia durante años, y había estado contando conmigo para entregar una cierta cantidad de trabajo en un período de tiempo determinado. Ahora había arruinado mi fecha límite. Pero qué diablos. No quería pasar el resto de mi vida pintando para otras personas. ¿Pensé que el punto de esta cosa de ser artista era hacer lo que querías? Mierda. Tal vez estaba siendo un poco demasiado estrecho de miras en mi visión de las cosas.

Samantha Madison y Jake ya se habían ido a casa de la galería, pues se levantaban temprano para surfear en la mañana. Romeo estaba charlando con Dillon y Kamiko atrás en el jardín de esculturas. Ahora que la pintura de Kamiko se había vendido, estaba lista para relajarse. Estuve dando vueltas en la galería principal, aún fascinada por todo el arte. Me dejaba alucinada que tantas personas hubieran vendido pinturas esta noche. La mayoría de ellas eran baratas para los estándares de la galería, que oscilaba entre $ 500 y $ 3.000. Eso significaba que la de Kamiko había sido una de las piezas de mayor precio de venta. Estaba tan orgullosa de ella. Tal vez un día, yo vendiera un cuadro por mil dólares. Fuera de la esquina de mi ojo, me di cuenta que Tiffany tropezaba hacia la entrada. Parecía totalmente borracha. Creí que se había ido, pero no estaba en condiciones de conducir. Fui hacia la puerta mientras se iba, mirándola caminar sobre la acera. Tal vez estrellaría su auto contra un poste de teléfono en su camino a casa y no tendría que preocuparme sobre que hiciera que

me echaran de la universidad en mi próxima audiencia con el tribunal de la SDU. Suspiré. Por mucho que odiara a Tiffany, no podía dejar que fuera a su casa totalmente borracha. Entonces me di cuenta que tropezó con un hombre fumando un cigarrillo fuera. Llevaba una chaqueta de cuero hecha jirones y estaba apoyado en un parquímetro. Ella se inclinó hacia él y agarró las solapas de su chaqueta. Él la miró sorprendido. Pero luego de darle un buen vistazo a Tiffany una sonrisa apareció en su rostro. Dejó caer su cigarrillo y lo pisó con su bota. Supongo que Tiffany lo conocía porque puso un brazo alrededor de su cintura y la levantó. Había dos mujeres jóvenes fumando afuera, acurrucadas y hablando entre sí. ¿El chico de la chaqueta había estado hablando con ellas cuando Tiffany salió? No estaba segura. Qué extraño. Tres chicos dentro de la galería pasaron delante de mí, riéndose de algo que uno de ellos había dicho cuando salieron a la acera. El chico de la chaqueta los miró. Uno de los tres chicos asintió y le dijo: —Hola. El chico de la chaqueta asintió. —¡Ahí están!—Dijo Romeo detrás de mí—. He estado buscándolos por todos lados. Creo que Dillon y Kamiko necesitan un momento de intimidad, así que los dejé solos en el jardín de esculturas. Además, no podían más que hablar de dibujos animados. Todavía están hablando de Hora de Aventura. Creo que Kamiko está enamorada. ¿Quieres ver si el bar tiene alguna bebida? —Claro —le dije distraídamente mientras Romeo me agarraba la mano y me llevaba dentro de la galería. Caminamos hacia el bar. La multitud se había reducido considerablemente. Las personas se dirigían hacia la puerta. No tomaría mucho tiempo conseguir una bebida. No es que fuera a tener algo de alcohol. Era la conductora designada esta noche. Tiffany. El chico de la chaqueta. Algo no estaba bien. —Volveré, Romeo —le dije, tirando mi mano de las suyas. Pasé junto a lo último de la gente paseando casualmente hacia la puerta. En el momento en que estuve en la acera, sabía que algo andaba mal. Tiffany y el chico de la chaqueta se habían ido. —¿Tiffany?

Moví mi cabeza de izquierda a derecha. No la vi. Me volví a las dos chicas que seguían fumando afuera. —¿Vieron en qué dirección se fue esa chica con el cabello rubio platino y vestido blanco? Una de las chicas fumando dijo: —¿Te refieres a la chica con ese chico de la chaqueta de cuero? —Sí. —Creo que se fueron en esa dirección. —Señaló con su cigarrillo. —Gracias. —Salí corriendo. Oh, Dios mío, Tiffany. Ahora que estaba pensando en ello, el chico de la chaqueta se había visto un poco demasiado sarnoso para ser su tipo. —¡Tiffany! —grité. Pasé un callejón y me detuve. Miré hacia la oscuridad. No la vi. Y no vi nada que pudieran ser ellos escondidos detrás de un contenedor de basura o de botes de basura o lo que sea. Corrí por la acera hasta que me detuve en una intersección de cuatro vías. El corazón latía con fuerza en mi pecho. No de correr, sino de la máquina de pánico haciendo fuego en mi estómago. Miré arriba y abajo de la calle transversal. Tenía un montón de farolas brillantes en ambas direcciones. Pero al frente, la calle estaba oscura. Creo que vi movimiento adelante. Síp. El pequeño punto del vestido blanco y del cabello de Tiffany brillaba débilmente en el claro de luna. —¡Tiffany! —grité. La luz estaba roja, pero corrí de todos modos. Un auto tocó la bocina y se desvió a mi alrededor. Por suerte, no había ido muy rápido. Lo esquivé y crucé al otro lado de la calle. Corrí por la acera, gritando con todos mis pulmones: —¡Tiffany! Definitivamente era el chico de la chaqueta quien estaba con ella, su brazo alrededor de su cintura. Giraron por una calle antes que los alcanzara. Para cuando doblé la esquina, el chico de la chaqueta había clavado a Tiffany contra una pared de ladrillo. Su bolso estaba en el piso. Tiffany estaba empujándose hacia él con manos débiles. Estaba demasiado borracha para pelear. Ella cayó de rodillas. El chico de la chaqueta la agarró por la manga y yo salté sobre su espalda, golpeando la parte posterior de su cabeza con todo lo que tenía. Él se puso de pie y se tambaleó hacia atrás, estrellándome contra la ventana

de un auto estacionado. Una iluminación blanca se disparó arriba y abajo de mi espalda mientras el dolor explotaba en mi cuerpo. Me deslicé por el auto. Mi trasero golpeó la acera. El chico de la chaqueta se dio la vuelta, viéndose sorprendido. Sus labios estaban bien abiertos sobre dientes torcidos y apretados. Estaba encorvado como un animal. Giró su bota hacia mi rostro, pero yo me puse sobre un lado y me puse de pie. Su bota golpeó la puerta del auto donde mi rostro había estado, abollándola. Luego se abalanzó sobre mí y yo pasé mis uñas por su mejilla. —¡Me cortaste, perra! —gritó. Vi el rostro de Damian Wolfram caer en su lugar sobre la chaqueta de hombre. La ira estalló dentro de mí como una bomba de neutrones y mi visión se puso roja. Levanté mis brazos hacia él como palas de helicóptero, con el objetivo de que mis uñas llegaran a sus ojos. Él se tambaleó hacia atrás y tropezó con las piernas de Tiffany. Yo seguí balanceando los brazos. No tenía idea de lo que estaba haciendo, pero no iba a parar. Mis dedos estaban bien abiertos hacia la piel de su otra mejilla. Él buscó distancia como una ardilla a cuatro patas. Cuando se puso de pie, se detuvo y me miró. Se tocó la mejilla ensangrentada y examinó la sangre que tenía en los dedos. —Voy a cortarte, perra —dijo mientras sacaba un cuchillo de su bolsillo. Movió la hoja dentada abriéndola con el pulgar. Oh no. Estaba jodida. Él avanzó hacia mí. Si corría, nunca me atraparía. Pero no podía dejar a Tiffany sola con él. La cara del chico de la Chaqueta ya no era de Damian Wolfram. Era solo un chico feo con chaqueta que tenía heridas de uñas rojas en la cara. Me di cuenta de la saliva en su labio inferior. Me obsesioné con la saliva. Era tan blanca en la oscuridad. No podía dejar de mirarla, creo que porque no quería pensar en el cuchillo. No sabía qué hacer. Alguien iba a ser apuñalada, pero no estaba dispuesta a aceptar ese hecho. Él dio un paso hacia mí. La saliva. La saliva. La saliva. Él comenzó a reír como una bisagra oxidada, agitando el cuchillo lentamente a través del aire en círculos perezosos. Sus ojos se abrieron de repente, llamando mi atención sobre ellos, rompiendo el hechizo de la saliva. —No cortarás a nadie —dijo Tiffany. Estaba detrás de mí. Me volví y vi que estaba sentada en el suelo, con una pequeña pistola de plata en

ambas manos. Estaba mirando directo al chico de la chaqueta—. A menos que quieras que te haga explotar las pelotas, idiota. —Baja el arma —dijo el hombre de la chaqueta. —¿Estás loco, pendejo? —se burló Tiffany—. Voy a contar hasta tres para que huyas. —Tiffany arrastró las palabras, obviamente borracha, pero sosteniendo la pistola sorprendentemente estable—. Uno… El chico de la chaqueta sonrió como una cobra. —No vas a disparar. —Dos… Dio un paso con confianza hacia Tiffany. —Estás demasiado borracha. Vas a fallar por un metro. —He estado tomando lecciones de tiro desde que tenía diez años, tarado. —Se rió—. ¿Cuál es la pelota que quieres salvar, la derecha o la izquierda? Ah, mierda, voy a ver si puedo conseguir ambas con una sola bala—. Ladeó la pistola como siempre hacían en las películas. ¡Cha-CHAK! —Tres… —dijo Tiffany. El chico de la chaqueta huyó tan rápido, que fue un borrón. Tragué y sentí que mi corazón iba de nuevo a mi garganta. —Idiota —dijo Tiffany cuando bajó el arma. Me arrodillé junto a ella, mis piernas temblando como gelatina. No podría haberme puesto de pie si lo hubiera querido. Mi estómago estaba en el ciclo de centrifugado. —¿Estás bien? Tiffany dio un buen vistazo hacia mí. Después de un momento, el reconocimiento cayó en su cara, que se agrió cuando se dio cuenta que era yo. —Estoy bien. —Bajó con cuidado la cosa del martillo en la parte posterior de la pistola. Sabía que eso significaba que no estaba a punto de disparar ya. Deslizó la pistola en su bolso con un resoplido fuerte. Trató de levantarse, pero estaba teniendo problemas. —¿Necesitas ayuda? —le pregunté, con las manos apoyadas en mis muslos. —No —espetó. Observé su lucha por ponerse a cuatro patas, pero eso fue lo único que logró. —Aquí —le dije, y puse mis brazos alrededor de los suyos y la puse de pie. Tiffany se apoyó en mí.

La adrenalina todavía brillaba en mis venas. Me temblaban las manos, mis rodillas oscilaban, mierda, incluso mi cabello estaba hormigueando. Me sorprendió que pudiera ponerme de pie y mucho menos abrazarla también. —¿En qué dirección está tu auto? —le pregunté. —No lo sé —arrastraba las palabras, totalmente frustrada, como si estuviera molestándola. —¡Oh Dios mío! ¡Sam! —Romeo chirrió detrás de mí—. ¿Qué diablos pasó? Tiffany y yo nos dimos la vuelta para mirarlo. —¿Qué campanas en los infiernos? boquiabierto—. ¿Tú y Tiffany son hermanas tijeras?

—Romeo

estaba

—Sí, Romeo —dije con sarcasmo—. Estábamos a punto de hacer saltar los frijoles de cada una un rato antes de entre cruzar las piernas con la otra. —¿Puedo ver? —preguntó inocentemente. Fruncí el ceño. —Pensé que eras gay. —Pero este es un evento histórico —dijo—, y alguien tendrá que documentarlo. Necesitarás una prueba. De lo contrario, nadie va a creerte. —Sacó su celular—. Tomaré una foto de ustedes dos. —¿Puedo dispararle? —preguntó Tiffany. —Por favor. —Me reí. Solo tomó unos tres segundos para que mis risitas se convirtieran en lágrimas de alivio.

Samantha Mis dos uñas todavía no habían crecido completamente después de que me las había arrancado en carne viva la noche que había salvado a Tiffany. Ellas me habían hecho ver estrellas durante días. Pero ahora, eran un fastidio menor. Me senté en una hilera de sillas en un vestíbulo del segundo piso del edificio de Historia y Ciencias Sociales, que estaba cerca de la oficina del Decano, esperando mi audiencia en el tribunal SDU por supuestamente robar hace dos meses la tarjeta de crédito de Tiffany. Me puse el mismo traje que había usado en la corte el día que Christos había sido juzgado. Chaqueta negra, falda al tubo gris, blusa blanca, medias negras y zapatos de tacón negros. Mi maquillaje era ligero, lo suficiente para parecer profesional. El traje parecía apropiado porque ahora yo estaba a punto de ser enjuiciada. Una mujer usando un desaliñado traje de oficina abrió una de las puertas del vestíbulo y se asomó. —Puedes entrar ahora —dijo. Ella sostuvo la puerta para mí mientras entraba en una sala de conferencias. En el otro extremo de la gran mesa de conferencias de madera, el Decano Livingston estaba sentado a la cabeza, llevando un traje, flanqueado por una mujer mayor y un hombre de mediana edad. Ambos vestían trajes y asumí que eran administradores SDU. Tiffany estaba sentada cerca de ellos, algunos asientos más abajo. El señor Selfridge, mi antiguo jefe del museo, sentado frente a Tiffany. Con algo de suerte, él sería capaz de decir algo que ayudara en mi caso. La mujer que me había dejado entrar estaba sentada cerca de la puerta, detrás de un ordenador portátil instalado sobre la mesa de conferencias. Saludé al Sr. Selfridge y le sonreí. Él sonrió de vuelta. No estaba completamente segura donde se suponía debía sentarme. Pero nadie pareció decirme a donde ir, entonces escogí un asiento más cerca a la puerta, no queriendo estar muy cerca de Tiffany.

Además, si tenía que retirarme rápidamente, podría escaparme por la puerta sin ser notada. No. Al menos esta no era una sala de tribunal propiamente dicha con guardias armados, el jurado y mesas de la defensa y todas las reglas. Saber que tenía un ligero grado de control sobre las cosas hoy alivió mis nervios ligeramente. No es que yo sería arrestada y esposada si las cosas salieran mal. Puse mi café sobre la mesa y mi mochila en el suelo. No había manera de que pudiera aguantar esta mañana de masacre sin cafeína. Debatí jalando mi ordenador portátil fuera, pero no es como que yo tuviera archivos del caso para repasar, o algo así. Todo lo que iba a hacer era decirles lo que sabía, que no era mucho, y esperar que me creyeran. Ojalá Christos hubiera estado aquí para sostener mi mano, pero él tenía demasiado trabajo que hacer sobre sus pinturas. No era como si fuera a terminar en la cárcel si las cosas fueran mal hoy. Si terminara por ser expulsada de la SDU, vería a Christos todos los días. Pero realmente, realmente esperaba evitar ser expulsada. Había trabajado muy duro para tirar todo por la borda ahora. No quería dejar de tomar más increíbles clases de arte y ver a mis amigos todos los días. Porque sabía que si fuera expulsada, sin importar lo que alguien diga, vería mucho menos a Madison, Romeo, y Kamiko. Suspiré. El decano Livingston murmuró de un lado a otro con los dos administradores sentados a su lado, entonces él se volteó hacia mí —Gracias por su paciencia, señorita Smith. ¿Creo que estamos listos para comenzar? —Levantó sus cejas y echó un vistazo a todos. Nadie objetó. El decano Livingston hojeó los archivos que descansaban sobre la mesa delante de él. —Como usted sabe, señorita Smith. —Asintió hacia mí—. La razón por la que estamos aquí hoy es porque la señorita Kingston-Whitehouse la ha acusado de robo. El robo de su tarjeta de crédito, para ser exacto, mientras estaba visitando al mecenas de Eleanor M. Westbrook en el museo de arte, dónde usted trabajaba entonces. Quería decir: ―¡Me opongo!‖ pero yo no era una abogada y esta no era una sala de tribunal. Sabía lo suficiente para mantener mi boca cerrada hasta que ellos me dijeran que era mi turno de hablar. Sólo entonces me lanzaría sobre la mesa y estrangularía a Tiffany por el cuello mientras le exigía que diga la verdad. El Decano dio vuelta hacia el Sr. Selfridge y dijo: —Sr. Selfridge le gustaría decir algunas palabras en nombre de la señorita Smith.

No esperaba esto. Esperaba que él no hablara mal de mí. Sr. Selfridge se levantó y alisó su chaqueta. Entrelazó sus manos delante de su cintura y me sonrió. —Aunque sólo tuve el placer de trabajar con la señorita Smith por unos cuantos meses, en ese tiempo la encontré siendo diligente, trabajadora, una joven directa. Ella siempre hacía su trabajo, y lo hizo bien, siempre fue agradable con los visitantes patrocinadores, nunca fue impaciente, y siempre fue responsable. —Él me sonrió antes de voltear hacia los administradores—. Confié en Samantha incondicionalmente, y no tenía ninguna preocupación sobre dejarla a cargo del museo cuando tenía que salir por diligencias. El decano Livingston miró al Sr. Selfridge y dijo: —¿Tengo entendido que usted no estaba presente en el momento del robo? —No —dijo el Sr. Selfridge disculpándose—, estaba en reunión con el rector de la Universidad Adams en ese momento. Sabes cómo es Bill sobre sus reuniones. —El Sr. Selfridge sonrió. El Decano le sonrió. —Sí lo hago. —Luego su sonrisa se desvaneció—. ¿Pero no estabas en el museo en el momento del incidente? —Lamentablemente, no —dijo Sr. Selfridge—. Solo estuve presente después, cuando la señorita Kingston-Whitehouse volvió por su tarjeta de crédito. El Decano asintió, al igual que los dos administradores que lo flanqueaban. La administradora mujer me lanzó un rápido vistazo. Le di mi mejor sonrisa, tratando de lucir inocente y agradable. Ella apartó la mirada. ¿Ya había decidido que era una culpable mentirosa? Esperaba que no. El Decano miró a los papeles delante de él y dijo: —¿Sr. Selfridge, estoy en lo cierto al decir que vio a la señorita Smith retirar la tarjeta de crédito robada de su cartera? —Sí. —¿Pero nunca vio cómo llegó allí? —No. —Gracias, Sr. Selfridge —terminó el Decano—. Puede sentarse. El Sr. Selfridge se sentó y lanzó una sonrisa nerviosa en mi dirección. Le sonreí de vuelta sinceramente. Él lo había intentado. ¿Quiero decir, qué más podría decir? Él no había visto como la tarjeta había llegado a mi cartera. Demonios, yo había estado en los servicios cuando eso había pasado. Por lo que sabía, Tiffany había contratado ninjas para colarse en el museo y ponerlo allí.

Se me ocurrió que estar en ese momento en los servicios higiénicos era posiblemente la peor coartada de todos los tiempos. ¿Cómo, se suponía, que iba a probarlo? ¿Pescar mi viejo tampón de algún lugar de la alcantarilla y hacerle la prueba del carbono 14 por el tiempo que había usado el baño de damas? Sí, correcto. No tenía nada. —Señorita Kingston-Whitehouse —dijo el Decano—. ¿Podríamos escuchar su versión de los acontecimientos? Tiffany se levantó para hablar. Usaba una sexi falda tubo color plata y una ajustada blusa color lila que estaba sólo abotonada hasta la mitad de su escote. Su cabello rubio flotaba a través de su pecho. Ella lucía ridículamente caliente. Supongo que era apropiado. Cuándo la Reina gritaba desde su trono: "¡Que le corten la cabeza!" ella por lo general llevaba un atuendo elegante. El Decano, el Sr. Selfridge, y el otro administrador hombre se veían hipnotizados por la belleza de Tiffany. La administradora mujer, en lugar de ser maliciosa, parecía igualmente encantada. ¿No era un hecho que las personas tendían a confiar en la gente atractiva más que en los menos atractivos? ¿Aun cuando eras un desconocido? Si fuera cierto, Tiffany estaba tan hermosa en este momento que los administradores iban a creer cada palabra que ella dijera. Cuando me levante para hablar, el Decano ya tendría una soga en sus manos, y él estaría tocando los nudos en preparación para mi ahorcamiento. El tipo a su lado estaría cargando un rifle para mi pelotón de fusilamiento, y la administradora haría entrar el veneno en una jeringuilla de modo que podría darme una inyección mortal aquí y ahora. Tiffany hizo un espectáculo de alisar su falda. No tenía idea lo que iba a decir. Tal vez, solamente tal vez, podría decir la verdad. No. ¿A quién estaba engañando? Esta era Tiffany Kingston-Whitehouse. Todo lo que ella hacía en la vida era salirse con la suya. Oh bueno. Incluso si me expulsaran de SDU, ella no podía llevarse a Christos lejos de mí, y ella no podía detenerme de estudiar arte. Lo que sea. Tiffany asintió hacia el Decano. —Decano Livingston, no sé por dónde comenzar. Yo sí. ¿Qué tal sobre la verdad? —Usted ve… —Tiffany dijo nerviosamente. Ella lucía más que nerviosa. Cuando miento descaradamente, por lo general lo estaba.

—Um… —Tiffany tartamudeó—, todo esto ha sido un gran malentendido. Yo, uh, bueno… en cierto modo puse mi tarjeta de crédito en la cartera de Samantha yo misma. Pienso que realmente escuché ruidos húmedos estallando cuando los ojos de todos saltaron de sus órbitas. Eso por supuesto era ridículo. Porque necesitaba conseguir una revisión de mis oídos. No había manera de que hubiera escuchado a Tiffany decir lo que pensé que ella había dicho. Tiffany lucía muy nerviosa mientras los administradores la miraban boquiabiertos. —¿Vamos de nuevo? —dijo el Decano. —Puse mi tarjeta de crédito en su cartera… —dijo Tiffany—, como una, uh, broma. No sé por qué. Fue una estupidez. Y la dejé meterse en problemas. —Tiffany volteó hacia mí, una mirada afligida sobre su rostro—. Lo siento realmente, Samantha. Fui una completa estúpida por hacer esto. —Ella dio vuelta hacia los administradores—. Sé, que probablemente ahora estoy en un gran problema. Eso está bien. Aceptaré lo que sea que ustedes decidan hacer. —Ella se sentó de nuevo. El Decano y los dos administradores murmuraron de ida y vuelta. No podía entender lo que ellos decían porque estaban sentados demasiado lejos, pero podía verlos levantar sus cejas con incredulidad. Estaba tan sorprendida como ellos lo estaban. Guao, cuando Tiffany se puso de pie para hablar hace dos minutos, había pensado que su hipnótica belleza había sido nada más que una artimaña diabólica para cubrir su perversión. Estaba equivocada. Había sido un reflejo de su cambio de opinión acerca de mí. Resultó que Tiffany Kingston-Whitehouse estaba llena de sorpresas, ninguna mierda, como me temía. Guao. Aprendí algo nuevo hoy. Las personas cambian. Incluso las perras odiosas.

Había una reunión de personal de The Wombat en el Toasted Roast esa tarde. Justin había enviado por correo electrónico a todos hace dos días y dijo que iba a anunciar el ganador de la votación general en todo el campus entre mi dibujo y el de Tammy Lemons para la nueva mascota de Wombat hoy. No podía esperar para saber los resultados.

¿Era posible que un rayo caiga dos veces en un día? Crucé los dedos. Me encontré con Romeo delante de la Biblioteca Central antes de ir al Centro de Estudiantes. —¡Guao! Sam —dijo Romeo con excesiva emoción—. ¡Te ves caliente como el infierno! Yo todavía llevaba mi sexy traje para la audiencia en el tribunal. —¿Tienes una entrevista de trabajo? —preguntó con entusiasmo—. ¿O vas a entrar en alguna reunión corporativa, con un puñado de ejecutivos que toman decisiones que configurarán el mundo? —Para, Romeo. —Me reí—. Tenía que usarlo para mi audiencia en el tribunal. —¿Cómo te fue? —preguntó, de repente serio. —Tiffany admitió haber puesto su tarjeta en mi cartera. Dijo que solo fue una broma. —¿Qué? —dijo Romeo con asombro—. Estás mintiendo. —No, en serio. —Seriamente caliente —dijo Justin Tomlinson sugestivamente, caminando hacia nosotros desde el otro lado del amplio puente que conducía hacia la Biblioteca Principal—. Estás vestida para matar hoy, Samantha. —Él me miró arriba y abajo. —Sí. —Romeo sonrió—. Ella tiene una pistola con silenciador en su mochila y ella va a usarla más tarde para asesinar a algún jefe de estado después de darle sexo oral a su estado. —¡Romeo! —reprendí. —¿Qué? —preguntó Romeo defensivamente—. Ningún jefe de Estado dejaría jamás que te acerques lo suficiente para asesinarlo sin seducirlo primero. ¿No ves películas de espías? Me incliné hacia Romeo e hice un gran espectáculo de mirar detenidamente una de sus orejas. —¿Qué estás haciendo, Sam? —espetó, alejándose. —Estoy tratando de ver en ese cerebro tuyo así puedo ver todas las ideas locas flotando dentro. Probablemente es más divertido que un parque de diversiones. —Me reí. Me incliné hacia él de nuevo, mirando fijamente. Romeo me dio manotazos con ambas manos en repetidas ocasiones como un gatito jugando. —¡Suficiente! ¡Son mis ideas, y cobro la entrada! —Comenzó a reír, y siguió agitando sus manos. Retrocedí antes de que me diera una bofetada.

—Me equivoqué. Era sólo cerumen. Justin arrugó su nariz y se rió de nosotros, luciendo súper lindo. —Ustedes son certificadamente locos. —Se rió. —Completamente —le dije, sonriéndole a Justin. Noté sus ojos brillando en mí. Sí, prácticamente parecía como si él perteneciera a la portada de una revista de adolescentes. Pero de veinte años de manera que hacía desmayar a todas las mujeres menores de cuarenta. Antes de que pudiera apartar la mirada, Justin volteó hacia Romeo, con los ojos todavía centellantes, y dijo: —Romeo, hazme saber lo que cobras por la entrada. Yo pagaría por ver la fábrica de locuras dentro de tu cabeza. ¿Hay alguna manera de que podamos embotellarlo para The Wombat? —Ahí está. He estado trabajando con Willy Wonka, ya sabes, el tipo con la fábrica de chocolate, para formular una receta secreta. Pero todavía no hemos decidido si destilar mí ingenio en caramelos duros o en tabletas de chocolate. —Voto por caramelos duros. —Justin sonrió—. Cuestan menos y duran más. —Sí —dijo Romeo seriamente—. Pero, como un malvado villano, mi único objetivo es despojar a todos los niños del mundo de sus mesadas, para llenar mis propias arcas. —Él estalló en una sonrisa. Justin todavía le sonreía. —¿Cómo lo haces? —Él se maravilló—. Siempre tienes más ideas. — Justin se inclinó hacia Romeo, algo así como yo lo hice antes. Pero no igual. —¿Qué estás haciendo? echándose para atrás.

—preguntó

Romeo

nerviosamente,

Justin le lanzó una sonrisa. —No le creo a Samantha cuando dijo que todo lo que vio era cerumen. —Uh, bueno —Romeo dijo inciertamente. Justin sonrió torpemente y de repente se retractó. —Probablemente es solamente cerumen. De todos modos, deberíamos ir al Toasted Roast. Es hora de la reunión de personal. Justin comenzó a caminar hacia el Centro de Estudiantes. Romeo y yo lo seguimos. Encontramos Keith, Micah, Alyssa, y Tammy ya sentados en dos mesas juntas en el patio exterior de Toasted Roast. —Hey, chicos —dijo Justin, sentándose. Romeo y yo encontramos sillas.

—Lo crean o no —dijo Justin—. Conseguimos, casi seis mil votos para la nueva mascota de Wombat. —Guau —dijo Alyssa. —Mierda —dijo Keith—, no pensé que alguien leyera The Wombat más. —Estamos marcando tendencia —dijo Micah—. Por supuesto que sí, ellos lo hacen. —¿Cuáles fueron los resultados? —Tammy Lemons exigió. Justin sacó una hoja de papel de su mochila. Mostró una copia impresa de una captura de pantalla de los resultados de la encuesta. —Fue una carrera muy reñida —dijo Justin—. 3.277 votos para Sam, 2649 para Tammy. ¡Felicidades, Sam! ¡Ganaste! ¡Tenemos nuestra nueva mascota! ¡Potty el Wombat Fumón! —¿Qué? —dije. Debo haber escuchado mal. —¡Ganaste Sam! —Romeo vitoreó—. ¡Has ganado! —Lanzó sus brazos alrededor mío y me abrazó con fuerza. Justin, Keith, Micah, y Alyssa todos aplaudieron, con grandes sonrisas en sus rostros. —¡Felicidades, Sam! —Alyssa sonrió. —Potty para Presidente —dijo Micah—. Alzando sus puños. —Ahora sólo tengo que averiguar dónde Potty compra su marihuana. —Keith sonrió—. La contundencia de esto es descomunal. Micah le chocó los cinco y ambos se rieron como marihuaneros totales. Al final de la mesa, Tammy Lemons frunció el ceño. —Lo siento, Tammy —dijo Justin. Me sentí mal por Tammy. En cierto modo. Pero no quería jactarme de ello. ¡Había ganado! ¡El rayo había caído dos veces hoy! ¡Yupi! Una sonrisa se extendió por mi rostro. Eché un vistazo a Justin, esperando ver a su centelleante sonrisa. Pero sus ojos estaban sobre Romeo. ¿Que él qué? ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

Romeo me acompañó hasta mi auto en el estacionamiento Norte después de la reunión del personal Wombat. El sol flotaba por encima del horizonte, empapando el cielo de cálidos amarillos y naranjas. Ya se

sentía como el clima de verano en San Diego a pesar de que todavía era primavera. —Romeo, creo que a Justin le gustas —le dije. —Sí, a él también le gustas —dijo Romeo—. ¿Y? —No, quiero decir, como atraer. Romeo se burló y negó. —De ninguna manera, Justin no es gay. Me habría dado cuenta. —Es lo que pensaba. Pero, no sé, tal vez es porque los dos estábamos nerviosos por llegar a conocer a todo el personal en las reuniones. Y tú siempre te enfocabas en tratar de proponer ideas divertidas para impresionar a todos. Sé cómo eres. Te dejas llevar por completo cuando estás inspirado. Romeo asintió pensativo. —Bueno, ¿no crees que tú habrías notado ya que él era gay? —Tal vez. Pero, Romeo, tú exudas tanta homosexualidad en todo momento que bloqueas el radar gay de todos. Romeo levantó una ceja. —Tiene razón en eso. —Entonces tal vez tú deberías invitarlo a salir. Romeo se rió. —¿Por qué haría eso? —Porque, a pesar de tu entusiasmo por el macho de la especie, nunca te he visto en una cita con un hombre ni bestia. —He estado en algunas citas muy espeluznantes con algunos hombres que pueden haber sido bestias. ¡Rawr! —Romeo bromeó. Dejé de caminar y entrecerré mis ojos a él. —¿Cuándo? —Siempre —rebatió y siguió caminando estacionamiento—. ¿Cuándo no estoy en una cita?

hacia

el

Corrí para alcanzarlo. —¡Ve más despacio estoy en tacones! Redujo la velocidad hasta que lo alcancé. —Vamos, Romeo. ¿No crees que ya me habrías presentado a una de tus citas? ¡Te conozco desde hace nueve meses! —Me gusta mantener mi vida personal privada —dijo mientras caminaba—. Además, nunca salí con nadie por mucho tiempo. Tuve la sensación de que Romeo trataba de escapar. Agarré su brazo y lo detuve otra vez.

—¿Para cuándo? —le pregunté. —¿Qué? —¿Para cuándo es tu cita? —exigí. Romeo rodó los ojos con desesperación y me dio una mirada suplicante. Nunca lo había visto tan genuinamente nervioso antes. Nivelé mi mirada hacia él, pero estaba evitando mis ojos. —Tienes que invitar a salir a Justin —dije. De repente me miró, con ojos desorbitados como si yo estuviera loca. —¡No puedo pedirle salir a Justin! —Bien. Le preguntaré por ti. —Esta no es la secundaria, Sam —dijo como si estuviera educándome como un padre—. Puedo preguntarle yo mismo. Si quisiera. —Entonces, ¿por qué no lo haces? Es totalmente lindo. Y él no podía dejar de mirarte hace un momento durante la reunión de personal. Y le encanta tu sentido del humor. Parece un buen partido para mí. Romeo rodo los ojos. —¿Entonces qué? Sabes que estoy completa e inútilmente enamorado de Christos. Me estoy guardando para él. —Su habitual sarcasmo estaba de vuelta. —Romeo, también tuviste un total e inútil enamoramiento de Hunter Blakeley. ¿Y cómo quedó eso? —¡Perfectamente! ¡Christos me salvó de él! ¡Prácticamente me desmayé en el lugar cuando él tropezó con Hunter ese día después de la clase de escultura! No le estaba creyendo. Eran todos los signos de exclamación los que Romeo estaba usando. Yo misma sabía una cosa o dos sobre ellos. Puse los ojos en blanco. —Creo que tienes miedo, Romeo. Evidentemente le gustas a Justin. A diferencia de Hunter, que es hetero. Después de la reunión de hoy, y aquel extraño momento cuando trató de mirar en tu oreja frente a la Biblioteca Central, por supuesto él es gay. Romeo se estremeció cuando mencioné el momento en la biblioteca. Y, continué —Me da la impresión que Justin está disponible. Creo que eso te asusta. Romeo se consternó.

—¿Romeo, deliberadamente estás tratando de evitar salir con un tipo lindo como Justin? ¿O es por costumbre? Romeo sonrió y encogió sus hombros suavemente. Asentí y doblé mis brazos a través de mi pecho. —Eso es lo que pensé. Hablas como todo un gay pero sin caminar sobre un arcoíris. Romeo echó un vistazo alrededor, asegurándose de que nadie escuchara lo que él estaba a punto de decir. Algunos estudiantes al azar caminaban aquí y allá, pero nadie estaba más cerca de quince metros de distancia. En una baja, avergonzada voz, Romeo murmuró: —Puedo hablar como si yo fuera Fifty Shades of Gray cuando se trata de vida gay, Samantha, pero eso no significa que tenga alguna experiencia práctica cuando se trata de asuntos del amor. Sacudí mi cabeza. —Espera, ¿qué? ¿De qué estás hablando, Romeo? Pensé que habías ido a Hillcrest constantemente para el crucero de chicos. Romeo agitó su mano con desdén: —Solo iba hasta el Old Globe. —¿Qué es el Old Globe? ¿Un bar gay? —No. —Él sonrió—. Es un teatro clásico Shakesperiano en Balboa Park. Un teatro con público alrededor, al aire libre bajo las estrellas. Deberías ir alguna vez si quieres ver cómo Shakespeare se realizó en su día. De todos modos, ayudo con los trajes y trabajo como ujier cuando tienen shows. —¿Entonces no vas al Brass Rail para conocer chicos para vomitar sexo? Negó. —Hay que tener veintiún años para entrar al Rail. Es un bar normal que sirve alcohol. No podía creer lo que escuchaba. —¿Y no estás saliendo con un nuevo chico gay cada fin de semana, o lo que sea? Negó otra vez. —Ni siquiera he estado en una cita antes. Bueno, llevé a Kamiko a nuestro baile de graduación, pero eso no fue realmente una cita. —¿Llevaste a Kamiko al baile de graduación? —jadeé. —Sí, nos la pasamos de maravilla. Pero todo fue por diversión. Fuimos como amigos. Sin follada después. —Sonrió. —¿Entonces tú nunca has estado en una verdadera cita?

—No. —¿Ni con hombre ni bestia? —Ni siquiera los yaks52. Lo juro. Nunca he estado en una cita con nadie. Su mención de los yaks trajo una sonrisa a mi rostro. Yak sodomitas... eso había sido el año pasado cuando él había dicho que me sacaría de mi angustia emocional por Christos. Guao, mi vida había sido tan emocionante como el parque de diversiones en la cabeza de Romeo desde que empecé la SDU. —Guao, Romeo. —Suspiré—. Estoy totalmente sorprendida. —Yo también. Esta patética realidad. No se la cuentes a nadie. Incluso Kamiko no lo sabe. Le cuento todas esas historias acerca del crucero para hombres en Hillcrest para que no me fastidiara sobre conocer a alguien. —Él levantó las cejas, con expectación. —Buen punto —le dije—. Voy a dejar de molestarte sobre Justin. —Gracias. Cuando esté listo para la cita, lo haré. Por ahora, creo que me gusta pasar el tiempo contigo y tu grupo. —Él envolvió un brazo alrededor de mi cuello y trató de darme un coscorrón en la parte superior de mi cabeza. —¡Detente, Romeo! —Me carcajeé, apartándome—. ¡Vas a estropear mi cabello! Él estaba riendo, pero me soltó y me sonrió. —Vamos, Sam. Vamos a llevarte a tu auto. Creo tienes algunas buenas noticias que compartir con Christos, ¿verdad? Le sonreí. —Totalmente. —Y no le digas a nadie sobre mi sucio pequeño secreto. Crucé mi corazón. —No lo haré. Para mí, siempre serás el gay superlativamente gay en el planeta. —Y tú serás la arpía más marica de todos los tiempos. —Sonrió. Nos reímos juntos mientras caminábamos hacia mi VW.

52

Yak: Bóvido tibetano lanudo y de gran envergadura.

Samantha Las últimas semanas pasaron volando. Me siento bien con mis exámenes finales. Desde que Nikolos me contrató para ayudarlo en su estudio, mi vida se había puesto mejor de lo que podría haber imaginado. Cuando mi tercer pago de la matrícula para el trimestre de primavera había venido el mes pasado, Nikolos había insistido en prestarme el dinero. Dijo que podría trabajar a tiempo completo durante el verano. No iba a discutir con él. Paso la mitad del tiempo en su estudio mirándolo pintar. Ya había aprendido mucho. No le dije a Nikolos que incluso si trabajaba a tiempo completo en verano, no tendría más dinero para cubrir mi matricula en otoño, no después de devolverle el dinero que ya le debía. No tenía idea si mis padres planeaban firmar los papeles del préstamo para el próximo año. Estaban ocupados juntando las piezas de su matrimonio roto. No había escuchado mucho de ellos últimamente, pero ¿qué tenían para decirme? Estaban divorciándose. ¿Y qué? La mitad de los niños de América ya habían pasado por eso. Lo que sea. Lidiaré con ello. Y descubriría como pagar la matrícula para el próximo año cuando vinieran las cuentas. En el examen final del jueves, entré a la sala de conferencias para Historia Americana III. Estaba lleno de estudiantes ansiosos por empezar el examen y seguir adelante. Sabía que tenía una A en Pintura al Aire Libre y Diseño por hablar con mi profesor durante las horas de oficina. Y sospechaba que tendría una A o B en Sociología III basada en cuán bien me había ido en mi examen final. ¡Historia Americana era mi último obstáculo antes que mi primer año en la universidad terminara oficialmente! Cuando miraba las preguntas en la hoja del examen, sentí una oleada de confianza. Sabía exactamente qué escribir para mis preguntas de examen. Mis horas de estudio habían valido la pena. Después de solo dos horas, con una de sobra, cierro mi libro azul con una sonrisa. Sabía que lo lograría. Bajé hasta el final de la sala de conferencias y dejé mi libro azul en la pequeña pila que ya se había formado en la mesa frente a la pizarra.

No pude evitarlo. Tuve que hacer un baile de felicidad. Chillé no más fuerte que un ratón mientras giraba alrededor una vez antes de controlarme. Estoy segura que los estudiantes todavía escribiendo querían concentrarse. La profesora sentada tras el escritorio me sonrió. Le devolví la sonrisa antes de darme la vuelta y subir las escaleras. Sonreía de oreja a oreja cuando salí. El clima era absolutamente perfecto. El sol estaba alto en el cielo. Probablemente hiciera veintisiete grados. Usaba pantalones cortos y una camiseta sobre mi bikini. Madison y yo habíamos estado yendo a la playa en cada oportunidad que teníamos desde el comienzo de mayo. Estaba bronceada de pies a cabeza. Bienvenida de vuelta a Mi Vida en la Playa, ubicada en San Diego, California, mi lugar favorito en el planeta. Nunca volvería al deprimente Washington D.C. Salté y grité de alegría. ¡Estaba tan emocionada! ¡Había atravesado mi primer año de universidad. —Hola, chica loca —dijo Christos, apareciendo apoyado sobre un árbol junto a la entrada de la sala de conferencias. —¡Christos! —Salté a sus brazos. La última vez que él me había estado esperando fuera de un examen final había sido el pasado diciembre. En ese momento, creí que habíamos terminado. Después de Damian Wolfram, pensé que nunca encontraría el verdadero amor. Cuán equivocada había estado. Le dio una buena apretada a mi culo cuando me besó brevemente. —¿Cómo te fue, agápi mou? —preguntó, volviéndome a poner en el suelo. —¡Muy bien! ¡Pasé mi final! —Creo que necesitamos celebrar —dijo, mostrándome su sonrisa con hoyuelos. —¡Demonios sí! —grité—. ¿Qué tienes en mente? Abrió la boca para hablar y sonó su teléfono. —Espera un segundo. —Sonrió, sacando el teléfono de su bolsillo. Miró la pantalla—. Tengo que tomar esta llamada. —De pronto, lucía nervioso. —Está bien —dije dubitativa. Su nerviosismo era contagioso. Como celebrar. Christos sostuvo el teléfono en su oreja y dijo: —¡Hola! —contestó, mientras caminaba hacia la hierba frente a la sala de conferencias. Claramente quería privacidad.

No otra vez. Estaba determinada a no sentirme desanimada, sin importar qué malas noticias podría tener después de colgar. Mierda. Miré el cielo y comencé a buscar nubes. El cielo azul estaba perfecto y sin ninguna nube. La única nube en la zona era la oscura dentro del estúpido teléfono de Christos. Quería romper esa estúpida cosa.

Christos —¡Russell! —dije cuando respondí el teléfono, intentando sonar casual—. ¿Qué sucede? Russell Merriweather rió al otro lado de la línea antes de hablar. Siempre era bueno escuchar de él, sin importar las noticias. —Christos, mi chico, ¿cómo has estado? —Asombroso —dije, sonriendo. —¿Alguna otra pelea? —No últimamente. —Reí—. Pero te recuerdo diciendo algo sobre ser capaz de patear mi culo. ¿Cuándo vas a demostrar esa mierda en el cuadrilátero? —Sonreía mientras lo decía. Él rió. —No quieres meterte conmigo, hijo. Sabes que lanzo ladrillos cuando me pongo los guantes. Rompería tu rostro. —Trae tus ladrillos —bromeé—. terminado de golpear tu culo.

Serán

polvo

cuando

haya

—Considerando que esa dura cabeza tuya está hecha de roca sólida, quizás tengas razón. —Rió—. Pero sugiero que dejemos tu bonito rostro intacto, por el bien de tu novia Samantha. Ella me gusta mucho. —Sí, ella es maravillosa. —Sonreí—. Entonces, ¿qué sucede? Sé que no llamaste solo para acosar mi culo. —Sí, sí —suspiró Russell—. Quiero ponerte al tanto de la demanda civil que tú a amigo Hunter Blakeley tiene sobre ti. Mierda, creó que lo borré completamente de mi mente. Había estado muy ocupado con cientos de otras cosas para importarme una mierda sobre Hunter Maldito Blakeley y la nariz rota que le di hace unos meses. Además, Russell estaba al tanto de las cosas y confiaba en el para manejarlo.

—¿Y? —pregunté. —Y, mi gente no tuvo mucha suerte con esperar al personal de Hooters. Esas chicas recuerdan más a Jake y a ti que a Hunter Blakeley y sus compañeros. Aparentemente —rió—, Jake y tú dan muchas propinas. —Lo intentamos —dije secamente. —Y creo que le gustas a una de las meseras. Recuerda exactamente quién eras. Incluso tuvo la valentía de preguntarle a mi chico si podía conseguir tu número de teléfono. —Rió—. De cualquier modo, mencionó que los vio a ustedes bebiendo con otras dos mujeres. —Oh sí. Eran estudiantes de leyes en la Universidad de San Diego. —¿Algo que deba saber? —preguntó Russell con una pizca de diversión—. Parece que a dondequiera que vayas, las chicas se lanzan sobre ti, hijo. —¿Qué puedo decir? —Sonreí—. Pero no, se habían ido antes que Hunter apareciera. —Además —continuó Russell—, he tenido la oportunidad de revisar las declaraciones de Hunter Blakeley y sus tres amigos en detalle. Todas son muy parecidas, no luce bien. Tengo a mi gente revisando cada cámara de bancos cercanos, cámaras de tránsito, cámaras de tiendas, cualquier cosa que puedas imaginarte. No hay nada en video. Todo lo que tenemos es la palabra de Hunter y sus amigos contra Jake y tú, quien, por cierto, es un jovencito apuesto. Después de tener a Jake en mi oficina para darle su deposición, Rhonda y Brianna no podían dejar de hablar sobre él cuando se fue. Esas dos estaban babeando tanto sobre él que necesitaban baberos. —Rió Russell. Estallé en risas. —Ese es mi chico. Si, Jake es asombroso. —Negué, sonriendo con el pensamiento. Luego suspiré. De vuelta a los negocios—. Entonces, ¿en que estábamos? —Estábamos en que tu cita en la corte es en un par de días. No creo que haya mucho más que pueda hacer además de gastar más de tu dinero persiguiendo callejones sin salidas. Todo lo que podemos hacer ahora es esperar que por algún milagro, podamos mantenernos firmes en la corte. Sugiero que empieces a practicar tus ojos de cachorro para el jurado. Los quiero mirándote como si fueras el pequeño Tim en Un Cuento de Navidad53. —Dios nos bendiga a todos54 —murmuré.

Un Cuento de Navidad: Novela corta de Charles Dickens. Esta es la última frase de la novela ―Un cuento de Navidad‖ y la dice el pequeño Tim. 53 54

—Ese es el espíritu —dijo Russell—. Haré lo que pueda Christos. Pero no hay garantías. Seré honesto contigo. Se siente como si fuera una carrera más cerca de lo que me gusta. —Gracias, hombre. —Estaremos en contacto. Terminé la llamada. Ahora a celebrar. Haré lo mejor para mantener una buena cara para Samantha. Mi cara angustiada podía esperar hasta la corte.

Samantha Mientras Christos estaba al teléfono, me ponía más nerviosa a cada momento. A pesar del clima cálido, puse mis brazos a mí alrededor para evitar temblar. Cuando Christos finalmente colgó y se dirigió hacia mí, lucía demacrado. —¿Quién era? —pregunté—. ¿O no quiero saberlo? —Había tenido suficientes malas noticias últimamente. Quizás podía esperar. —Te lo diré, si quieres —suspiré. ¿Qué era el amor sin algunos problemas en el camino? —Quiero saber. —Era Russell. Sobre el jucio de Hunter Bakeley. —Oh. —Se ve bastante sombrío —suspiró. —Oh —suspiré con él—. ¿Qué significa eso? —Significa que quizás le deba a Hunter un montón de dinero después del juicio. —¿Qué es un montón? —El ultimo estimativo que Russell me dio hace unos meses, estaba entre doscientos cincuenta y ochocientos mil. —¿Qué? —jadeé. Asintió. —¡Eso es absurdo! ¿Por una nariz rota? —Oye. —Rió con amargura—. Antes estaban pidiendo más. Russell ha estado negociando con el abogado de Hunter desde que empezó. Russell está intentando resolverlo fuera de la corte, solo haciéndome pegar las cuentas médicas de Hunter, las cuales son menores y

ahorrarles a todos una pérdida de tiempo y dinero. Porque, enfrentémoslo, golpeé al tipo. Es malo que Hunter y su abogado no haya aceptado ninguna de nuestras ofertas. Sospecho que alguien trabajando para el abogado de Hunter hizo algo de investigación y descubrió que mi familia tenía más que algunos dólares a nuestro nombre. Eso era un eufemismo. Entre Spiridon y Nikolos, la familia Manos tenía montañas de dinero. Christos continuó: —Estoy seguro que el abogado de Hunter le gustaría tomar una gran porción del dinero de los Manos. Probablemente crea que puede llegar al dinero de mi padre a través de mí. Eso nunca sucederá —dijo con confianza. Pero podía ver una vena de nerviosismo que latía debajo de la bravuconería de Christos. La seriedad de su situación estaba asentándose. Era posible que perdiera en la corte esta vez. No había un testigo sorpresa como yo para salvar el día. Todos los hechos estaban sobre la mesa, por lo que sabía. Y no creía que Christos estuviera guardándose nada esta vez. Bien podría terminar perdiendo su caso y terminar debiéndole a Hunter una importante suma de dinero que no podría ni imaginar. Él había dicho que los más bajo seria doscientos cincuenta mil. Mierda. ¿Quién tenía esa cantidad de dinero? —¿Puedes pagar doscientos cincuenta mil, o lo que sea, si las cosas no van bien en la corte? —dije. Negó. —Ni de cerca. —¿Puedes pedirle dinero a tu padre? —pregunté tentativamente— . Quiero decir, ¿si tienes que hacerlo? Puso los ojos en blanco. —No. Eso sería meterme en el juego de Hunter y su abogado. Mi padre no es parte de esto. ¿Cuán patético era que los dos estuviéramos teniendo problemas económicos al mismo tiempo? —Si termino teniendo que pagar —dijo Christos—, me las arreglaré yo solo —dijo, con gravedad, una mirada lejana en sus ojos. No me gustaba como sonaba eso. Si había una cosa que sabía sobre Christos, cuando estaba acorralado, hacia lo que sea para sobrevivir, sin importar cuán loco y peligros fuera. Cualquier cosa. Mierda. Mi humor para celebrar estaba oficialmente muerto y enterrado.

—De cualquier modo —dijo resuelto—. A la mierda con eso. A la mierda con Hunter. ¡Es hora de celebrar! —Su rostro brillaba con una enorme sonrisa—. ¡Terminaste tu primer año en la universidad, agápi mou! ¡Estoy tan orgulloso de ti! —Se agachó, me tomó por las caderas con sus grandes manos y me levantó como si no pesara nada. A pesar de su dañada situación económica, Christos estaba más físicamente fuerte que nunca. Respiré hondo antes de caer en sus brazos. —¡Christos! —chillé—. ¡Bájame! Rió y me colocó sobre mis pies antes de inclinarse y besarme apasionadamente. Rodeé su cuello con mi brazo y nos besamos por mucho tiempo bajo el sol de San Diego. En ese momento, mi vida era perfecta. Esperaba que no fuera algo temporario.

Samantha —¿Qué piensan? —pregunté a Madison, Kamiko y Romeo mientras giraba en frente de ellos en mi nuevo vestido. Era un vestido largo asimétrico con una abertura a mitad de camino hasta mi muslo. Tenía un cierre con cremallera azul en el frente y cintas entrecruzadas en mi espalda. Usaba sandalias de plataforma atadas a los tobillos a juego. Todos se sentaban en mi cama en la casa Manos. Mi casa. —Vaya, Sam —dijo Romeo—. Creo que me voy a volver heterosexual. Le guiñé un ojo. —Me encanta, Sam —sonrió Kamiko —Estoy con Romeo —dijo Madison—. Hagamos una orgía los cuatro con Sam porque está demasiado caliente. Sonreí hacia ellos. —Son los mejores, chicos. ¿Estamos listos para irnos? —Estamos listos cuando lo estés —dijo Kamiko. Ellos estaban bien vestidos también. Christos me había dado instrucciones de que todos tenían que usar corbata negra esta noche en su apertura de la galería, incluyendo vestidos negros para las mujeres. No había visto ninguna de sus nuevas pinturas porque dijo que eran ultra secretas, todavía no había visto el retrato que había hecho de mí. Estaba emocionada de verlo al fin. Madison y Kamiko usaban sexis vestidos negros. Romeo usaba un traje con doble fila de botones cruzados con cola. También tenía un alto cuello victoriano, un sombrero de copa negro, y su monóculo. No era un esmoquin, pero ciertamente lucía lo suficientemente formal. Me reí. —Hacemos que esas chicas de Sex and the City se vean como desastres de la moda. Todos chocamos las manos y bajamos las escaleras hacia mi VW. Spiridon ya estaba en la galería, de otra forma le hubiera pedido que nos llevara en su camioneta con cabina de madera así podríamos llegar con estilo.

La próxima. Cuando entramos en la Charboneau Gallery en La Joya, tenía una atmosfera muy diferente que el Show de Artistas Contemporáneos de hace un mes. Aún era temprano, y ningún invitado había llegado todavía. De pie dentro de las puertas de cristal de en frente había un gran atril de bronce con un gran letrero que simplemente decía, ―Manos‖. Todo en el cuarto estaba cubierto de negro o plata. Al instante se sentía más elegante que la anterior exposición individual de Christos. Los camareros con largos delantales negros hasta los tobillos estaban ocupados acomodando las cosas. El cuarteto de cuerdas de la exposición individual de Christos no estaba por ningún lado a la vista. En cambio, un DJ ya estaba detrás de un tablero de mezclas, tocando suaves sonidos electrónicos de ambiente. Mucho más moderno que un montón de tipos con violines. La habitación estaba llena con pequeñas mesas de coctel redondas cubiertas con manteles negros. El centro de mesa de cada una era una elegante escultura negra y con metal plateado. Docenas de delicados móviles de plata colgaban desde el techo, rotando lánguidamente con la ligera brisa que atravesaba las puertas principales. Los móviles consistían en ondulantes figuras de metal que parecían plegarse sobre sí mismas en espirales infinitas. Eran hermosos. Serpentinas de seda negra caían desde el centro del techo, curvándose hacia las esquinas de la galería. Cada pintura a lo largo de la galería estaba cubierta por una manta de seda negra. La galería estaba llena con estas. Me detuve. No recordaba tantas pinturas alrededor del estudio en casa. ¿Todas las pinturas cubiertas habían sido pintadas por Christos? Eso parecía poco probable, ¿pero de donde habían salido todas? ¿Estaba perdiéndome de algo? —¡Qué tal, C-man! —dijo Romeo. —Hola chicos. —Christos sonrió mientras se acercaba caminando, usando una camisa de manga corta negra y pantalones de jean negros ajustados sobre sus botas. Sus musculosos brazos y tatuajes rasurados fueron lo primero que noté. Luego noté su increíble y apuesto rostro y asombrosos ojos azules. —¡Estás mostrando los tatuajes! —solté—. Pensé que tenías que tenerlos cubiertos para no ofender a los potenciales compradores que son demasiado conservadores. —Ese era el antiguo yo —dijo Christos—. Fue idea de Brandon. Esta es mi exposición ahora. Estoy presentándole mi arte al mundo, a mi manera.

—Me gusta —dije, mirando alrededor—. ¿Por qué están cubiertas todas las pinturas? —Va a haber una revelación a las ocho en punto. —¡Genial! —dijo Kamiko—. Me encanta un poco de misterio. —¿Cómo es que todo está blanco y plateado? —preguntó Madison. —Para que el único color en el cuarto sean las pinturas en las paredes —dijo Christos. —Que listo —guiñó Madison. —¿Dónde está Jake? —preguntó Christos. —Viene más tarde. Aún está surfeando en Terrestres. Llegará tarde. —Se rio ella. —¡Samoula! —dijo Spiridon mientras caminaba hacia nosotros—. Qué alegría que estés aquí. No podíamos tener un evento familiar Manos sin ti. —Envolvió sus brazos alrededor mío en un gran abrazo. Después del abrazo, Spiridon saludó al resto de la pandilla. —¡Santa mierda! —espetó Romeo, mirando detrás de mí–. ¡Hay tres de ellos! Nikolos llegó caminando detrás de mí. —Todos —dijo Spiridon—, este es mi hijo, Nikolos Manos. El padre de Christos. Los ojos de Romeo estaban saliéndose de sus orbes. Se giró hacia mí y susurró en un jadeo. —¡Es muy caliente, Sam! —Creo que Romeo estaba a punto de llorar de alegría. No podía culparlo. Nikolos era una versión un poco más mayor e igualmente caliente de su hijo. Nikolos se rio por Romeo. —Debes de ser Romeo. He escuchado todo sobre ti —sonrió mientras estrechaba la mano de este. Romeo parecía listo para desmayarse. Después de un apretón, él chilló: —¡Jamás me volveré a lavar esta mano! —Sólo no la uses para limpiarte, y estarás bien. —Se rio Nikolos—. Si alguna vez tienes que limpiarte con ella, no comas con ella. —Le guiñó a Romeo. Nadie se había esperado que un chiste tan sucio saliera de la boca de alguien que tenía la edad de todos nuestros padres, así que todos estallamos en carcajadas, incluso Spiridon.

Por las siguientes horas, la gente entró en fila a la Charboneau Gallery hasta que el lugar estuvo lleno. Todo el mundo usaba esmoquin y vestidos negros. Muchos de ellos eran gente mayor, algunos los reconocí de la exposición de Christos del año pasado, incluyendo al adinerado señor Moorhouse. El abogado del Christos Russell Merriweather apareció y habló con Spiridon y Nikolos como si fueran viejos amigos. Probablemente porque lo eran. Mientras nos acercábamos al comienzo oficial del evento, Christos apuntó a una pareja entrando a la galería. Una hermosa mujer de mediana edad y un apuesto hombre con canas. —Adivina quienes son —dijo Christos. —No lo sé, ¿el príncipe de Mónaco y la Grace Kelly? —Nop. —Se rio—. Casi. Son Westin-Conrad Kingston-Whitehouse y Gwendolyn Kingston-Whitehouse. Los padres de Tiffany. Fruncí el ceño. —¿Cuántos nombres tienen sus padres? —Al menos treinta. —Se rio Christos. —Puedo ver de dónde sacó su belleza Tiffany. Su madre es preciosa. Aunque se ve un poco… seria. —Eso es quedarse corto. —Hizo una mueca. —¿En serio? ¿Por qué? —No quieres saberlo. —Oh, vamos. Ahora tengo que saber —rogué. —¿Tienes como cuatro horas? Ni siquiera puedo empezar a hacer justicia a toda la mierda que podría contarte sobre los KingstonWhitehouse en menos tiempo. Abrí mis ojos. —Vaya. ¿Así de mal? —Esa familia es una telenovela de horario estelar —dijo Christos. Casi sonaba, no lo sé, ¿triste? Tenía que conocer a Tiffany desde hace años. Estoy seguro de que me contaría un poco en otra ocasión—. Tengo que ir a saludarlos —dijo Christos—. ¿Te importa venir? Sarcásticamente dije: —Te dejaré manejar eso. La mamá de Tiffany me asusta. —A los dos —dijo Christos por sobre su hombro mientras caminaba hacia ellos. Habló con ellos por un momento antes de saludar a otros invitados. Me uní con Madison, Romeo y Kamiko cerca a la puerta. Poco tiempo después, Jake llegó.

—¿Qué demonios estás usando, Jake? —exigió Madison, sus cejas fruncidas juntas. Jake usaba una de esas camisetas negras con un esmoquin estampado en el frente de color blanco. Al menos su camisa era de manga larga y abrazaba su bronceado y musculoso cuerpo de forma halagadora. También tenía unos pantalones negros y unas zapatillas deportivas Vans negras. Su cabello rubio estaba dorado y naturalmente cortado y degradado. Caía sobre su frente de una forma que probablemente haría que cualquier cosa con doble cromosoma X quisiera pasar sus dedos a través de este. —No tengo un esmoquin —siseó disculpándose. Metió sus manos dentro de los bolsillos. Lucia como un niño grande fuera de su elemento. Madison rodó sus ojos y le sonrió. Se paró en las puntas de sus pies y besó su mejilla. —Aun te amo, grandísimo vago surfista. Las luces sobre nuestras cabezas se atenuaron de repente y el de DJ bajó el volumen de la música hasta que fue un murmullo. —Buenas noches, damas y caballeros —dijo Brandon en el micrófono desde algún lado del cuarto. La charla y las conversaciones alrededor del cuarto se aquietaron. Todos los ojos de giraron hacia Brandon, quien apareció cerca de la cabina del DJ. Una luz cayó sobre él. —Tenemos un evento muy especial esta noche aquí en Charboneau —continuó Brandon—, y quiero darles la bienvenida a todos a una experiencia única en la vida. Esta es una primera vez, damas y caballeros. Podrán haber notado que el cartel en el frente simplemente decía, Manos. Todos nosotros en el mundo del arte sabemos que hay tres hombres Manos. ¿Cómo pude yo, Brandon Charboneau, tener semejante descuido? —Se detuvo y sonrió expectantemente. La multitud se rio. —Les aseguro, que no fue un descuido. Vi a Christos, quien estaba de pie con algunos antiguos clientes, reírse y rodar sus ojos hacia Brandon. —Porque esta noche, damas y caballeros —dijo Brandon misteriosamente—, tenemos a los tres caballeros Manos presentes. ¿Spiridon? ¿Nikolos? ¿Christos? ¿Podrían acompañarme por favor? Los tres hombres Manos se abrieron camino entre la gente hacia la luz al lado de Brandon mientras la multitud murmuraba. Sólo tomó un segundo a la gente antes de que comenzaran a aplaudir. Quiero decir, con fuerza. Pronto, la gente estuvo vitoreando.

Nunca había apreciado de verdad lo famosos que los hombres Manos eran hasta ahora. Pero no sabía que eso sólo era la punta del iceberg. Los hombres Manos estaban parados al lado de Brandon. Todos sonrieron y saludaron, y todos se veían tan malditamente apuestos y humildes. De verdad era la chica con más suerte en el mundo de ser parte de su familia. Bueno, al menos un miembro honorario, ya que sólo era la novia de Christos. No es como si fuera su esposa. Pero, hombre, estaba orgullosa de los tres ahora mismo. Comencé a llorar de alegría. Madison me dio un golpe con el codo y susurró: —Está bien, Sam. Déjalo salir. —No quiero que se corra mi rímel —inspiré, limpiando la esquina de mi ojo con mi meñique. —Aquí toma un pañuelo —dijo Romeo, sacando uno del bolsillo de su abrigo—. Es de seda. Adelante —dijo cariñosamente—. Sólo me he limpiado la nariz una vez. —Sonrió—. Estoy bromeando. Me reí a carcajadas y lo tomé para secar mis ojos. Cuando los aplausos disminuyeron, Brandon dijo: —Esta noche, señoras y señores, no solo tenemos a los tres Manos aquí presentes, también tenemos su arte maestro. Con una señal, los focos se encienden por toda la galería, iluminando todas las sedas negras que cubren las pinturas en las paredes. —¡La familia Manos está de vuelta! —aclama Brandon en el micrófono—. ¡Bienvenidos a la primera exposición del nunca antes visto arte de Spiridon, Nikolos y Christos Manos! Estaba gritando en sus palabras finales. Y le entregó el micrófono al DJ para aplaudir vigorosamente. La sala entera se le unió. —¡Sii! —gritó Jack. —Youuu-juuu —aclamó Madison. —Muy bien Christos —aplaudió Kamiko. —Yo lo he preparado —gritó Romeo. Hice una mueca y le sonreí. —Eres tan Romeo, Romeo. Sonrió ampliamente: —Lo sé, ¿está bien? Mis amigos eras espectaculares. En general, no era la clase de chica que aclama en eventos sociales. Pero esta noche era especial. Y no me pude aguantar. Aclamé fuerte. —¡Olee, Christos! ¡¡Yuuu-huu!!

No tomó mucho tiempo para que toda la sala explotara en aplausos. Era como estar en un concierto cuando una famosa banda sale a escena al principio del espectáculo. La sala rugía de aplausos y aclamaciones. Era totalmente sobrecogedor. Lo focos todavía alumbraban a los hombres Manos. Christos pasó entre Nikolos y Spiridon y colocó sus manos en sus hombros. Los tres se inclinaron en unísono. Después de un rato, los aplausos se desvanecieron. De vuelta al micrófono, Brandon dijo: —¿Todo el mundo está preparado para ver arte? —¡¡Sii!! —gritó la multitud. Esto era apenas lo que esperaba de una galería de arte abriendo. ¿Pero qué sabía yo? ¡Era jodidamente increíble! El DJ había preparado una pista de dub-step en el momento justo que todas las sedas negras cayeron en ondas al suelo bajo cada lienzo. La gente literalmente jadeó. La sala estaba llena de arte. Retratos que había visto en el estudio de Nikolos. Paisajes que había visto en la casa de Spiridon. Y los desnudos de Christos y unas otras pocas pinturas que no había visto. Había tanto para ver. Todos miraban en la sala, sin palabras. Después de un momento, la gente fue atraída por las pinturas y la conversación era tan baja como la música. Caminé alrededor de la sala con el grupo, mirando todo el arte. Hice comentarios sobre los retratos en las cuales había visto a Nikolos trabajar en su casa. Todos eran espectaculares y tenían mucho carácter. Pero mi favorito era su retrato de Spiridon, quizás porque conocía a Spiridon tan bien y el retrato prácticamente respiraba cuando lo miraba. En cuanto a los paisajes de Spiridon, había visto algunos de ellos, pero no todos. En cualquier caso, no los había visto adecuadamente iluminados en una galería. Brillaban en sus marcos como portales hacia otra realidad. Podías sentir la brisa en tu rostro o el sol en tus ojos. Asombroso. —Estas pinturas son increíbles —dijo Kamiko—. Es como si casi pudiera oler la brisa del océano en el arte de Spiridon como si estuviera ahí. Es irreal. —Lo sé, ¿cierto? —dije con total acuerdo. —Ella solo está oliendo mis pedos —bromeó Romeo.

—Romeo. —El rostro de Kamiko se apretó en una mueca—. Tus pedos no huelen nada parecido a la brisa del océano. Créeme, lo sé. Eché mi cabeza para atrás y me reí. Finalmente nos hicimos camino a través de la multitud hacia las pinturas de Christos. Pero nadie del grupo había visto el retrato de AMOR de Christos y yo. —Puedo ver tus tetas —dijo Romeo. Me ruboricé al instante. Esto era el por qué me preocupaba. —No te preocupes Sam —dijo Madison—. Medio planeta tiene tetas, y la otra mitad las ha visto antes. Puse los ojos blancos. Esperaba que nadie me reconociera. Había olvidado traer un disfraz. Bueno. Quizás había demasiado caos en la galería para que alguien observe que yo era la chica desnuda en tamaño real colgando en la pared bajo el foco de luz. Algunos chicos mayores en esmoquin a mi lado estaban mirando de una a otra entre mi cara y la pintura. —Sí —les dijo Romeo a los chicos—, es ella. Rodé mis ojos: —Gracias Romeo —espeté sarcásticamente. —Cuando quieras. —Se rio. El chico dijo: —Es asombroso el parecido. Este es Christos contigo en el retrato, ¿verdad? Asentí. —Nunca he visto a un artista hacer un retrato propio con una chica a su lado —dijo el hombre. —Es su novia —dijo Romeo—, por eso la pintura se llama AMOR. —Es maravilloso —dijo el hombre sonriendo, luego se giró hacia una mujer con pelo canoso la cual era obviamente su mujer. Ella me sonrió antes que los dos examinaran el retrato. —Romeo —pregunté—, ¿cómo es que sabes tanto sobre las pinturas de Christos? Romeo dijo: —Oh, hmm… —¡Qué demonios! —gritó Kamiko. Estaba seriamente caminando delante de nosotros—. ¡No puedo creer esto! —¿Qué? —dijo Mads, empujando a Jake mientras se movía para ver de lo que Kamiko estaba hablando.

Las seguí hasta que todos estábamos ante un enorme retrato. De Romeo. Saltando en el aire, al igual que Mario de Donkey Kong. Romeo estaba vestido en su tradicional atuendo steampunk. Su monóculo colgaba suspendido en el aire en una curva S de un cable de monóculo. Romeo también estaba suspendido en medio vuelo, sus brazos se lanzaban hacia abajo con sus dedos separados, sus chaqueta en ondas a su alrededor, sus rodillas echadas hacia adelante y atrás como si estuviera saltando algo. Tenía la más larga boca abierta sonriendo que alguna vez había visto. La pintura era una maravilla. —¿Que dice en la tarjeta? —preguntó Kamiko—. ¿Cómo se llama la pintura? —Madison agachó la cabeza y leyó. —Solo dice ―Romeo‖. Rome dijo: —Porque es todo lo que debe poner. Christos me abrazó de entre la multitud. —¿Qué te parece? —me preguntó. —Me encanta —sonreí—. ¿Cuándo lo has hecho? No tenía ni idea que estabas trabajando en esto. Levantó su ceja. —Cuando tú estabas trabajando en la casa de mi padre. —Es tan buena, Christos —dijo Madison. —Gracias. —Sonrió—. Oye Jack, me encanta el esmoquin. Jack bajó la mirada a su esmoquin. —¿En serio? Christos le levantó los pulgares. —Solo tú, hermano. Jack sonrió ampliamente y asintió mientras chocaban puños. En ese momento observé que dos pinturas entre las otras de Christos todavía tenían la seda negra encima. Una de ellas era verdaderamente grande. —¿Qué pasa con las dos pinturas cubiertas? —Es una sorpresa. —Me mostró su sonrisa con húyelos. —¿De verdad? —Te va a encantar. —¿Como me encantó AMOR? Asintió. —Sí.

—No puedo esperar. —Bueno, tengo que seguir dando vueltas —dijo Christos—. La gente está haciendo preguntas a cien kilómetros por minuto. —Está bien. —Me despedí de él mientras era tragado por la multitud. No estaba exagerando. Todos querían hablar con él. Todos lo miraban con ojos brillantes, con asombro por el famoso artista de rock. Estaba tan orgullosa de él.

En algún punto, el grupo se separó para mirar las obras. Permanecí hablando con Spiridon y Nikolos delante de uno de los paisajes de Spiridon. De repente Brandon apareció de entre la multitud y pegó una marca roja en el paisaje. —Otra vendida. —Le sonrió a Spiridon. —¿Cuántas con esta? —preguntó Spiridon. —Nueve y hay más en camino. —Sonrió Brandon. —Oye, Brandon —dijo Nikolos—, ¿Quién vende más, yo o papa? —En este momento Spiridon te gana por dos. Spiridon le golpeó en la espalda. —Te dije que aún estoy arriba. —Sí —le dijo Nikolos—, pero Brandon dijo que te estoy alcanzando. Brandon ve y vende más pinturas mías. Brandon sonrió ampliamente y movió su cabeza. —Todas se venden. Nikolos se rio. —Entonces, asegúrate que se vendan más de las mías. No puedo permitir al viejo ponerme en evidencia. Spiridon puso los ojos en blanco. —Ahh, la juventud. —Hizo una mueca. —Así que —le dijo Brandon a Spiridon—, dime algo. He intentado convencerte de vender estos paisajes durante años. —Señaló las pinturas en las paredes—. Pero decías que no lo harías porque significan mucho para ti. Incluso rechazaste la oferta de Standfort Wentworth de hace unos meses. ¿Por qué cambiaste de opinión ahora? Spiridon se encogió de hombros. —Tú mismo le dijiste a Christos que necesitaba más pinturas en las paredes si quería una exposición de éxito. Quería que mi nieto tenga

éxito. Es así de simple. Verlo tener éxito significa más que guardar estas antiguas pinturas. Nikolos asintió de acuerdo. —Cuanto más, más alegre, ¿verdad? Brandon asintió. —No puedo agradecerles a los dos por estar de acuerdo con esto. Y gracias a ti Nikolos, por sugerirlo. Estoy tan contento de que Christos aceptó también. Y tú también, Spiridon. —Es lo mínimo que podíamos hacer —dijo Spiridon—, por la familia. Nikolos asintió. —Bueno, gracias —dijo Brandon—. Es claramente un evento histórico. —Sí, lo es —dijo Spiridon reverencial. Todo el mundo estaba de tan buen humor, que era contagioso. Brandon sonrió: —Tengo que regresar a ello. La gente está esperando porque quieren comprar más obras. —Levantó sus cejas y sonrió antes de sumergirse en el océano de gente en esmóquines y vestidos negros. Miré la placada en la pintura de Spiridon. El precio marcado era $475,000. Jesucristo, la familia Manos hacía dinero como locos cuando se trataba de vender sus obras. —¿Dónde pintaste esta, Spiridon? —pregunté señalando hacia el paisaje. Era una asombrosa pintura del sol atravesando las nubes encima de un enorme valle de montañas. —Yosemite —dijo Spiridon. —¿Quieres decir que volviste después de que los ciervos intentaron comer tus acuarelas? —bromeé. —Te has acordado de nuestra historia con el ciervo. —Se rio Nikolos. —Por supuesto que me he acordado. —Le sonreí de vuelta—. Recuerdo todas sus historias. Voy a escribirlas todas juntas un día. —Hice un guiño. Miré alrededor un momento y suspiré conmocionada por la emoción del magnífico arte—. Ustedes chicos. —Sonreí—. Tienen tan maravillosas pinturas aquí esta noche. No me lo puedo creer. Spiridon y Nikolos me sonrieron de vuelta. —Es solo arte. —Solo arte —resoplé. Quizás estaban aburridos con las magníficas galerías abiertas durante décadas. ¿Qué sabía yo? —Oye —dijo Spiridon—, ¿recuerdas aquella exposición que tuviste en New York? ¿Creo que fue en 1984? Nikolos se rio.

—Intenté olvidar todas las de 1984. —Ya sabes cuál. ¿La del fuego? Los ojos de Nikolos se abrieron enormes. —¡Oh! Aquella exposición. Spiridon asintió a sabiendas. —¿Qué pasó? —pregunté, toda oídos. Nikolos dijo: —Tenía la idea de que si colocaba una de mis pinturas ardiendo en la galería, crearía un verdadero rumor en el mundo del arte. Spiridon hizo una mueca, obviamente sabiendo dónde iba la historia. Nikolos continúo: —Lástima que el único rumor fue cuando el departamento de bomberos apareció y sacó a todos de la galería. Spiridon sacudió su cabeza sonriendo. —¿Alguien salió herido? —pregunté. —Solo mis ventas —guiñó Nikolos. —¿Entonces no has puesto fuego a nada esta noche? —bromeé. Nikolos miró a Spiridon. —¿Te he dicho lo mucho que me gusta esta chica? —Envolvió un brazo alrededor de mi cuello y me dio un amistoso abrazo. —Nikolos siempre estuvo con lo del marketing, desde el principio — dijo Spiridon—. Sabía lo que estaba haciendo y quería vender cuadros. Pero poner aquellos cuadros en llamas no fue la única brillante idea de marketing que tuvo, ¿verdad hijo? ¿Recuerdas aquella vez que te cubriste en pintura y te diste una vuelta enrollado en un lienzo en el medio de la galería abierta? Mis ojos se salieron de sus orbitas. —¿Tú hiciste esto? —Sip. —Asintió Nikolos—. Desnudo. —¿Mientras la gente miraba? —pregunté con incredulidad. —En una casa llena de gente —dijo. —¿Cómo termino? —A la gente le encanto. —Nikolos hizo una cara graciosa—. Era tan ―experimental‖. —Hizo comillas con los dedos—. Estaba superando los límites. —Lo único que no había tenido en cuenta —dijo Spiridon con complicidad—, fue cuán difícil fue quitar la pintura después.

Nikolos apretó sus ojos cerrados riéndose a carcajadas mientras dijo: —¡Quién sabría que pelar la pintura acrílica de tus partes dolería tanto! —¡Qué! —jadeo, cubriendo mi boca. Nikolos asintió. —Pero la peor parte fue quitarla de mi pelo. Termine rapándome mi cabeza y mis joyas. Mi boca hizo una O. —Te advertí —dijo Spiridon afectuosamente. Spiridon y Nikolos se rieron y movieron sus cabezas ante el recuerdo compartido. Estos dos estaban llenos de historias sobre aventuras de arte. —Entonces, ¿vendiste tu pintura púbica al público? —pregunté satíricamente. Spiridon se rio a carcajadas. —Pintura púbica… Le guiñé un ojo. —Por supuesto que lo hice —se mofó Nikolos. —¿El extra de pelo púbico hizo subir el precio? —pregunté inocentemente. Spiridon y Nikolos se rieron fuertemente. —No que yo recuerde —dijo Nikolos—. Pero debería. Aquel comprador consiguió mi ADN. No puedes conseguir mejor autenticidad que esa. Oye, debería usar esto como un punto de vista de marketing. —¿El que? —dijo Spiridon—, ¿poner tu pelo púbico en todas las pinturas? —¿Por qué no? —Nikolos hizo una mueca. —Conoces tus limites, hijo —sonrió Spiridon con suficiencia, dándole golpecitos en el hombro. —Entonces —dije—, ¿cuánto hizo el pelo púbico para la venta? —Oh, hombre —Nikolos miró pensativo al techo, recordando—. ¿Creo que unos doscientos veinticinco? —¿Dólares? —pregunté. —Miles —se rio Nikolos. —Doscientos veinticinco mil —jadeé. —Sí. —Él sonrió. —Guau, ¿cuándo hiciste esto?

—Hace tiempo en el 88, me parece. Te dije que quería olvidar los ochenta. —Le hizo una mueca a Spiridon. —Vamos —dijo Spiridon entusiasmado—, eras joven. Te divertías. En aquellos días, era todo lo que tú y Vesile hacían… —Spiridon se paró de repente, golpeándose la boca. Nikolos dejó caer su barbilla en su pecho y sus hombros se hundieron. —Lo siento hijo —le dijo Spiridon suavemente, poniendo su brazo en los hombros de Nikolos. No estaba completamente segura del porqué Nikolos estaba tan emocional. Pero sabía una cosa de trabajar con él en su estudio todo el tiempo. Nunca hablaba de su ex-mujer, la madre de Christos y yo nunca preguntaba. Apenas sabía algo de ella. Y por lo que yo podía decir, Nikolos no se veía con nadie más. Solo pintaba y pasaba el tiempo con los amigos y la familia. —¿Estás bien, Nikolos? —pregunté, de repente preocupada. Parecía verdaderamente distraído. Nikolos levantó su cabeza y parpadeó alejando las lágrimas. —No es nada, estoy bien. —Volvió a girar su cabeza, intentando esconder las emociones de su rostro—. No te preocupes por ello —dijo un momento más tarde—. Estoy bien —suspiró. Guau, debió de haber amado a Vesile con locura si aún estaba destrozado veinte años después de haberse ido. Me sentía tan mal por él.

—Muy bien, todos —dijo Brandon en el micrófono. Estaba en frente de las dos pinturas aun cubiertas en seda negra—. Hay una sorpresa más. La inauguración final. Estoy seguro que todos están preguntándose sobre las dos pinturas que están aún cubiertas. La gente murmuró en acuerdo. —Dejaré a Christos introducirlo por sí mismo. —Brandon le entregó el micrófono a Christos y caminó fuera de la luz de los focos. Christos había estado tan ocupado en las últimas horas, que no le había dicho ninguna palabra. —Algunos de ustedes probablemente saben —dijo Christos hacia la multitud—, que una mujer muy especial llegó a mi vida hace nueve meses. Si no la han conocido, ya la han visto en mi cuadro titulado AMOR. Aquellos somos yo y ella, Samantha Smith, juntos. Samantha, ¿quieres venir aquí arriba conmigo? Trago.

Christos protegió sus ojos de la luz con su mano y buscó en la multitud por mí. Nerviosismo repentinamente se apodero de mí. ¿Tenía que estar en frente de todos? Por supuesto que sí. Pero a lo mejor no tenía que decir nada. —Ve Sam. —Madison me dio un codazo. —Sí —dijo Romeo, empujándome la espalda suavemente—, ve ahí arriba. No tuve elección. Me hice camino entre la gente y di unos pasos en la luz. Realmente era jodidamente brillante la luz. Apreté mis ojos hasta que me acostumbré. Tenía la esperanza que nadie sacara fotos. Probablemente lucia terrible. Christos tomó mi mano y la sostuvo en la suya. Nunca me sentí así de observada en toda mi vida. Literalmente. Christos me sonrió, mirando en mis ojos. Dijo en el micrófono: —Lo que ninguno de ustedes sabe es cuanto significa Samantha para mí. Sus ojos azules quemaban mi corazón en este momento, en el buen sentido. Oh, mi Dios, ¿a dónde iba a llegar esto? —Samantha ha sido mi inspiración desde que nos conocimos —dijo Christos—. Si no fuera por ella, no sé si estuviera aquí esta noche. Trago. —Samantha salvó mi vida, y por esto, estaré agradecido siempre. Pero más que esto, ella ha sido mi guía. Me ha enseñado como aceptarme a mí mismo, ser yo. No otra persona. Su valentía me ha dejado sorprendido cada vez que he pensado en ello. Se ha mudado de Washington DC a San Diego con el sueño de transformarse en una artista. Y nunca ha dudado de ello. Se ha pegado a sus armas, sin importar que desafíos le ha puesto la vida en su camino. Ha llegado tan lejos en tan corto tiempo. Tiene un talento natural para el arte que nunca he visto antes. Desafortunadamente, a pesar de todo su duro trabajo, Samantha nunca ha tenido una pintura en una galería de exposición. Christos hizo una pausa mientras toda la gente decía ―Awww‖. Continuó: —Pero debería. Es una excelente artista, y apenas está empezando. Así que, sin más, les presento a todos a la artista maestra Samantha Anna Smith. Una de las dos sedas negras cayó al suelo. Estaba a punto de llorar.

Era mi pintura con el fénix en el paisaje de atardecer que hice para el Espectáculo de Artistas Contemporáneos, la que Brandon rechazó. No pude aguantarme. Lágrimas corrieron por mi rostro. La entera sala aplaudía. Era abrumador por sus energías. Me apoyé en Christos y me abracé a su pecho. Estaba llorando y riendo al mismo tiempo. No podía creer lo que estaba pasando. Mis lágrimas cayeron todas en su camiseta negra. Enterré mi rostro en ella. Christos se inclinó hacia abajo y susurró en mi oído: —No tienes idea de cuánto te amo Samantha Anna Smith. No, creo que la tengo. Sorbí mis lágrimas y reí. Después de un minuto murmuró: —¿Estás bien, agápi mou? —Sí —suspiré—, creo que he muerto y he ido al cielo. La gente había empezado a hacer un poco de ruido. Todos estaban hablando de mi pintura. —Esperen —dijo Christos en el micrófono—. Tenemos una sorpresa más. Cuando vi esta pintura de Samantha, que están mirando ahora, he sido impresionado por ella. Solo había estado pintando en óleo durante seis meses y creía que era malditamente increíble. Varias personas en la multitud se rieron. Espontáneamente traje el micrófono abajo a mi boca y dije: —Tuve un montón de buenas sugerencias de los hombres Manos. No podría haberla hecho sin un millón de consejos de ellos. La gente se reía. —¡Fue todo ella! —gritó Spiridon desde detrás. Más risas entre la gente. —¡Arriba Sam! —gritó Madison. Creo que era Jake al lado de ella quien hizo uno de esos fuertes silbidos. —¡¡SAAAMMMM!! —gritó Romeo—. Quiero ser el padre de tus bebés. Escuché a Kamiko reír a su lado. Estuve a punto de desmayarme de felicidad en menos de treinta segundos. Estaba totalmente, alegremente sobrecogida. Nunca me había sentido tan aceptada, o tan importante en toda mi vida. Era increíble. Christos habló en el micrófono: —He sido tan inspirado en la transformación de Samantha de una tímida niña a una increíble artista, que quise inmortalizar la persona que sabía que iba a ser en mi pintura final del evento. —Señaló a la gran

pintura de detrás aun cubierta en seda negra—. Ha sido un espíritu guerrero, y es indomable. Quiero pagar tributo a eso. Christos asintió hacia Brandon y la última seda negra se desplomó. La multitud jadeó y se quedó en silencio. Había tanto silencio que ni siquiera los alfileres caídos hicieron ruido. Tenía casi miedo de darme la vuelta y mirar la pintura. Pero lo hice. Oh, mi Dios. Era asombroso. Era yo, un tamaño enorme de mí como un ángel desnudo con alas de fuego. Era la cosa más maravillosa que había visto alguna vez. Estaba en una elegante pose, con mis brazos totalmente abiertos a los lados, la pose que mantuve en nuestro estudio hasta que mis hombros y mi cuello habían acabado contracturados. Las enormes alas de ángel extendiéndose detrás de mi estaban hechas de plumas en rojo intenso y dorado. Flotaba en el aire sobre la superficie de la tierra, la cual era una curva en lo bajo de la pintura, pasando de izquierda a derecha. La sombra purpura del espacio, rodeando las llamas dorado anaranjadas bailando alrededor de mis piernas, sostenía miles de estrellas brillantes. El retrato de Christos conmigo como un ángel en llamas tenía una paleta de colores similar a mi fénix en atardecer. Parecían como un juego de cuadros. La pinturas suya y de ella honorando la energía de la creación, hecha en joyas rojas y oro fundido. Estaba abrumada. Mis rodillas fallaron. Pero Christos me cogió. Siempre lo hacía. Yo era la chica más suertuda del planeta.

Después de que Christos desveló su pintura conmigo como ángel en llamas, toda la multitud nos rodeó. No podían estar más cerca de Christos. Todo el mundo quería un poco de él. Estaba algo asustada, en verdad. Era esta rara mentalidad de la gente sobre la fama. Suponía que aquello era lo que ser famoso era. Era raro ser el centro de atención, pero con Christos a mi lado estaba bien. La gente estaba haciendo a los dos una multitud de preguntas sobre pinturas y nuestra relación. Simplemente contestamos a medida que preguntaban. Todos estaban extasiados con la idea de que éramos dos pintores enamorados, inspirando uno al otro con creativas ideas. Supongo que lo doy por asumido. No en la desconsiderada manera. Solo que en ningún momento me había parado realmente a pensar sobre lo especial que era lo que teníamos en realidad.

Uno de los comentarios más comunes que escuché era sobre la similitud de la paleta de colores y el contenido de nuestros cuadros. Cuando la gente preguntaba, Christos decía a todo el mundo libremente: —Conozco un genio cuando lo veo. Simplemente tomé la idea de Samantha y la usé. Era una exageración total, pero cada vez que lo decía, incluso después de la centésima, estaba aturdida, halagada y roja como un tomate. Había sonreído tanto que mis mejillas habían empezado a doler. ¿Era posible conseguir contracturas de los músculos faciales? No me importaba si existieran. Valió la pena. No creo que alguna vez en mi vida estuviera más feliz. En algún momento durante la noche, Christos me susurró al oído: —¿Te das cuenta que hemos estado aquí hablando con la gente por casi dos horas? —Lo sé. Necesito orinar —espeté. —Sigue aguantándolo. Es tu trabajo. —Me guiñó un ojo. Brandon llegó caminando hacia nosotros. —Nunca van a creer esto. —Sus ojos estaban brillando con emoción. —Probablemente lo haré —dijo Christos con indiferencia. —Todo se ha vendido. —¿Quieres decir todas mis pinturas? —dijo Christos dudando—. ¿O todas las de ellos? Christos tenía menos de diez pinturas en la exposición, por lo tanto esto era lo que Brandon quería decir. Christos vendió más cuadros en su exposición única del año pasado. Pero entre todas las pinturas de Spiridon y Nikolos, había por lo menos sesenta o setenta en venta esta noche. Eran un montón de cuadros para vender en una sola exposición. —No —dijo Brandon—. Todo ha sido vendido. Las de tu padre, las de tu abuelo, todas. Bueno, todas con excepción de una. Solo podía asumir que Brandon se refería a la mía. Era obviamente una para no vender. Spiridon, Nikolos y Christos eran artistas de fama mundial con mucha reputación. La familia Manos tenía un legado de pintura, y la gente quería comprar una pieza de sus famas para colgar en sus paredes y apreciar el valor. Yo solo era la novia. Dudaba que alguien realmente quisiera mis pinturas. Por supuesto, hizo una buena representación ir con mi enorme retrato hecho por Christos, pero esto era todo. —¿Cuál no se ha vendido? —preguntó Christos.

Apreté mis dientes preparándome para la noticia. Lo sobreviviría. Un día, venderé un cuadro mío en una galería de exposición. Solo que no esta noche. —El tuyo —dijo Brandon. Esto era lo que pensaba. Oh, espera. ¿Estaba hablando conmigo o con Christos? Christos dijo: —¿Quieres decir que el cuadro de Samantha se vendió? Brandon se mofó: —Por supuesto que el cuadro de Samantha se vendió. Lo vendí cinco minutos después de haberse quitado la seda. —¿Qué? ¡¡No puede ser!! —soltó Christos. Bueno, mi cerebro debe haberse estropeado, porque creo que Brandon acaba de decir que mi tonto paisaje de fantasía ha sido vendido esta noche. Brandon asintió y nos sonrió a los dos. —¿Por cuánto se ha vendido? —preguntó Christos. La sonrisa de Brandon se extendió encantadora y dijo: —Veintisiete mil. Tape con la mano mi boca abierta, deteniendo mi descarriado cerebro de dar vueltas. Christos me sonrió y acarició mi cuello cariñosamente, provocando temblores corriendo por mi columna. —Sabía que lo harías —dijo. —Yo no —dije estupefacta—. ¿Sabes lo que significa esto? —¿Qué? —preguntó Christos. —Voy a ser capaz de pagar mi matricula el próximo año. —Salté en el aire con mis brazos encima de mi cabeza—. ¡Sii! Christos me abrazó y me besó. —Felicidades, agápi mou. Era solo cuestión de tiempo hasta que empezaras a vender. ¿No te dije esto cuando nos conocimos la primera vez? —Sí, lo hiciste —dije alegremente. Guau. No me lo podría creer. Mis sueños se iban a hacer realidad como nunca había imaginado. Definitivamente era la chica más suertuda en el mundo esta noche.

Christos —Por lo tanto Brandon —dije girando la cara hacia el—, ¿cuál pintura no ha sido vendida esta noche? —Tu retrato de Samantha como ángel en llamas —contestó. —Oh —canturreó Samantha—. Lo siento Christos. Tu retrato de mí es tan bonito. Lo compraría seguramente si me lo permitiera. ¿Aceptarías veintisiete grandes por él? —Me guiñó. —Gracias, agápi mou —dije resignadamente—. Guarda tu dinero para la matricula. Además, si nadie compra mi retrato tuyo, malditamente me lo guardo. —Sonreí—. He puesto mi corazón en ello. —Mire hacia atrás al retrato de Samantha de dos metros y medio, del ángel con las alas en llamas colgando en la pared—. Sí, nunca me cansaría de mirarlo. Es la real tú, agápi mou, la que he visto cada vez que te he mirado, la que otras personas no siempre se dan cuenta que está ahí. —Oh, Christos —suspiró Samantha—, te amo tanto. Se apoyó en mí y me abrazó por la cintura. —Yo también te amo, agápi mou —dije y la bese en la cima de su cabeza—. Espera un segundo —solté, dándome cuenta de algo de repente—. Brandon, ¿mi retrato de AMOR de Samantha y yo se vendió también? —Sí. —Asintió Brandon—. Por medio millón. —¿Qué? —soltó Samantha. —Sí. —Sonrió Brandon ampliamente—. Me has oído bien. Medio millón de dólares. Samantha golpeó las dos manos en su cara: —¡Oh Dios mio! ¡No puedo creer que alguien compró un desnudo de tú y yo! Le sonreí: —Créetelo. —Me giré hacia Brandon—. ¿Quién lo compro? Los ojos de Brandon parpadearon y alejó la mirada de momento. —Fue, hmm, un comprador anónimo. Podría decir que Brandon escondía algo. —¿Anónimo? —dije sarcásticamente—. No es como si vendiera porno o drogas. Puedes decírmelo Brandon. Brandon movió su cabeza seriamente.

—Se me han dado instrucciones explicitas para no revelar la identidad del comprador bajo ninguna circunstancia. —Ahora estoy totalmente curiosa —dijo Samantha. —No puedo decirte. —Brandon se encogió de hombros—. Era uno de los términos del contrato. —¿Términos? —pregunté—. No era Standfort Wentworth, ¿o lo era? —No. —Se rio. —¿Quién es Standford Wentworth? —preguntó Samantha. Ella se había ahorrado la tortura de soportar la visita de Wentworth a mi estudio aquel día que dijo que necesitaba cambiar mis pinturas porque eran una mierda, y había dicho que el óleo Calla Lily de Samantha era horrible. Pensando en el ahora, todo lo que quería hacer era golpear su cara y después restregarle en la cara todo el montón de dinero que he hecho esta noche. Después escuché la vos de Russel Merriwather sonando en mi cabeza: ―sin más peleas”. Sonreí para mí mismo. —Standford Wentworth es uno de los más ricos compradores de arte del mundo Samantha. Puede transformar la carrera de alguien si compra su arte —dijo Brandon. —Oh —dijo ella—. Esto suena como algo bueno. —También es un imbécil —dije—. No quiero que su penoso culo posea mi arte. Lo hago bien sin su ayuda. —¿Qué si te digo que contribuyó en la licitación del retrato de Samantha? —dijo Brandon. —No jodas. —Me reí. —Lo hizo —dijo Brandon. Una sonrisa engreída se extendió por toda mi cara. —Supongo que cambió su gusto sobre mi arte. —Saberlo me dio una deleitante sensación de satisfacción. —Wentworth fue uno de los primeros licitantes. Una vez que los otros compradores empezaron a subir el precio —sonrió Brandon con complicidad—, estuvo misteriosamente incapaz de conseguir hacer alguna oferta más a través de mí. Le sonreí de vuelta a Brandon. Wentworth había sido un imbécil con el aquel día en el estudio. Brandon lo estaba bloqueando fuera del proceso de licitación. Wentworth tenía un poco de reputación como creador de fama. Recogía las obras de un artista antes de que fuera famoso, y la mantenía ahí. Esto aceleraba las demandas en las obras del artista, a tal punto que Wetworth frecuentemente lo vendía por un considerable beneficio. Jodido. No iba a hacer un centavo con mi sudor. Había tenido su oportunidad aquel día en el estudio y la desaprovechó.

—Así que, Brandon —pregunté—, ¿Cuál es el estado de la licitación? —En este momento. —Sonrió Brandon con superioridad—. Está transformándose en una intensa pelea. Dos personas aquí esta noche han insistido que la pintura debe ser de ellas, y cuatro otros compradores en el teléfono están llamándome cada cinco minutos para saber si tienen que elevar la oferta o no. —Espero que ninguna de estas personas sea un agente de Wenthworth —dije. —No —dijo Brandon—, los conozco a todos. Estamos a salvo. Wentworth saldrá con las manos vacías esta noche. Asentí con aprobación. —Guau —dijo Samantha—, ¡si estas rechazando compradores, significa que eres completamente famoso, Christos! —¿Cuál es la puja más alta? —le pregunté a Brandon. Sonrió. —Un millón y medio. —Santa mierda —soltó Samantha. Me sentí de la misma manera. El teléfono de Brandon sonó. Lo sacó de su bolsillo y lo miró antes de volverse hacia mí. —Otro licitador por teléfono. El precio sigue subiendo. Tengo que contestar. —Sonrió mientras se alejaba, sosteniendo su teléfono en su oído. —Christos, esto es una locura —chillo Samantha—. ¡Estás haciendo tanto dinero esta noche! —Tú también —le dije. —Lo sé. —Sonrió—. ¡Veintisiete grandes! ¡No lo puedo creer! —Estarás ganando un infierno de mucho más que eso. Sus cejas se estrecharon. —¿Qué quieres decir? —Quiero decir, que dividiré lo que obtenga por mi retrato de ti, y del retrato AMOR de los dos, contigo. —¡¿Qué?! Estás loco. ¡Esos son tus cuadros! ¡No puedo tomar tu dinero! —¿Qué quieres decir? Ni siquiera los hubiera pintado, si no hubiera sido por ti. Todo lo que tengo es un autorretrato de mí mismo y algunas pinturas de las modelos de L.A. de Brandon. No creo que haya una guerra de ofertas de millones de dólares sobre alguna de ellas. Hiciste ambas pinturas especiales, agápi mou. Tú, Samantha Anna Smith.

Porque eres mi novia, estás en las pinturas, y eres una artista increíble por derecho propio. Esta es la historia del arte sobre la que los libros escribirán en un centenar de años a partir de ahora. Toda la historia, todo el paquete. Nosotros. Tú y yo. Sin ti, sería el tercer Manos. Contigo y tu arte, soy algo especial. —No lo sé, Christos. —Samantha frunció el ceño—. Es mucho dinero. —¿Y qué? Eso no quiere decir que no te lo merezcas. —No puedo tomar tu dinero, Christos —suspiró. —¿Por qué no? Déjame ponerlo de otra manera. Qué hubiera pasado si hubiera pintado un retrato de ti, después de pasar tal vez dos o tres horas en él, y lo hubiera vendido en, por ejemplo, doscientos dólares. ¿Dividirías el dinero conmigo entonces? Recibo cien por pintarlo, tú recibes cien por haberlo modelado. Ella frunció el ceño. —Supongo. —Entonces, ¿cuál es la diferencia entre eso y esto? —¡Cientos de miles de dólares! —espetó. —No. —Negué firmemente—. Eso no debería hacer ninguna diferencia. ¿Crees que sólo porque se trata de dinero merece menos? —Bueno, no, no creo eso. Asentí. —En cualquier sociedad al cincuenta por ciento, cada persona recibe la mitad, ¿no? —Pero estás hablando de más dinero del que nunca me he imaginado —dijo nerviosamente. —¿Y qué? No te subestimes a ti misma, agápi mou. —Es mucho dinero —suspiró ella. —La mitad de él sigue siendo tuyo —le dije—. Pero si realmente no lo quieres... —No sabía qué más decir. Tal vez la haría cambiar de opinión más tarde. Romeo apareció de la nada y le dijo: —Iré mitad y mitad contigo en tu pintura de mí, C-Man. —¿Ves? —le dije—. Romeo conoce su valor. —Le di un golpe de puño. Kamiko estaba junto a Romeo. Dijo: —Todavía no puedo creer que alguien compró ese retrato Wonky Kong de Romeo.

—¿Qué? —Romeo frunció el ceño—. Es impresionante. Y creo que el que lo compró lo consiguió en una ganga de $150.000. Te dije que alguien pagaría por tener un cuadro de mí. Kamiko puso los ojos en blanco. —Espera hasta que tengan el retrato en su casa y tengan que mirarte 24/7. —Estás celosa porque Christos no te pintó —se burló Romeo. Ella puso los ojos en blanco y le sacó la lengua. Le dije a Kamiko: —Te voy a pintar para mi próxima muestra. Te disfrazaremos como uno de los personajes de Adventure Time. Sus ojos se iluminaron. —Guau, Christos, ¿me pintarías? —Claro. —Le sonreí—. Prefiero pintar a una amiga que a alguna modelo al azar. Kamiko juntó sus manos. —¡Quiero que me pintes totalmente como Fionna de Adventure Time! ¡Voy a hacerte el traje yo misma! ¡Cuándo podemos empezar! —Lo haremos durante el verano. Kamiko jadeó. —¡Eso sería totalmente increíble, Christos! —Ella y Romeo vagaron entre la multitud mientras yo y Samantha compartíamos una risita. Unos minutos más tarde, Russell se acercó a nosotros desde fuera de la multitud. —Felicidades, joven —dijo—. Parece que estás bastante bien esta noche. —Sí. —Sonreí—. Samantha, ¿te acuerdas de Russell Merriweather? —Totalmente. —Sonrió, estrechando su mano—. Qué gusto verlo de nuevo. —Encantado de verte también, jovencita. ¿Has estado manteniendo a este personaje fuera de problemas? —Asintió hacia mí. —Definitivamente. —Sonrió ella. —Sabes —dijo Russell—. Compré uno de los paisajes de tu abuelo. —¿Lo hiciste? —pregunté—. ¿Cuál? —El del valle detrás de la casa de tu padre a la salida del sol. Siempre le digo a Nikolos lo mucho que me encanta la vista cuando voy por ahí. Debido a que tu abuelo decidió pintar una foto de él, pensé que sería la mejor cosa siguiente a visitar. Siempre estoy caminando en mi oficina del centro, así puedo verlo.

Sabía que Brandon le había puesto un precio a esa pintura de $75.000. —Guau, Russell, fue muy generoso de tu parte —le dije con admiración. —Fiddlesticks. —Russell sonrió. —¿Fiddlesticks? —Me reí—. ¿Quién carajos dice fiddlesticks? Samantha se rio de lo que había dicho. —Yo —dijo Russell en su voz corta más seria nunca—. Y si quieres mantener tus dientes, no harás ninguna pregunta más a fondo. ¿Queda claro? —Arqueó una ceja, pero sólo tomó un segundo para que su rostro se relajara en una gran sonrisa. Yo negué y le sonreí. —Además —dijo Russell—. Tu familia ha gastado un montón de dinero en mí en los últimos años, era lo menos que podía hacer. —Gracias, hombre. —Me sonrió. —Bueno, me tengo que ir. Buenas noches, Samantha. Ambos por favor, denle mis saludos a Spiridon y a Nikolos —dijo Russell antes de desaparecer entre la multitud. —Russell es tan bueno —dijo Samantha. —Sip. Brandon estalló entre la multitud un minuto después. —¡Se vendió! ¡Tu retrato de Samantha se vendió! Los ojos de Samantha se abrieron. Lo mismo hicieron los míos. —¿Cuánto? —preguntamos ambos. —¡Uno punto nueve millones! —Brandon estaba fuera de sí. Nunca lo había visto perder la calma así. No me sorprendió. Una parte considerable del dinero que había sacado esta noche era suyo. Samantha echó los brazos alrededor de mí y plantó un beso enorme en mi mejilla antes de decir: —¡Felicidades, Christos! Un segundo más tarde, mi padre empujándose a través de la multitud.

y

mi

abuelo

estaban

—¡Felicidades, paidí mou! —dijo mi abuelo, inclinándose para abrazarme—. Nos enteramos de la noticia. —Gracias, Pappoús —dije. Mi padre nos abrazó a los dos. —¡Lo hiciste, paidi mou!

—No podría haberlo hecho sin ti, Bampás —dije, mirando los ojos de mi padre. Estaban llenos de lágrimas. Igual que los míos. Brandon sonrió mientras golpeaba mi hombro con fuerza. —Varias de las principales revistas de arte ya llamaron. Están pidiendo entrevistarte, Christos. Vas a ser la comidilla del mundo del arte internacional mañana por la mañana. Te lo dije antes, si alguna vez pintabas un retrato de Samantha, sería tu Mona Lisa. Y ahí lo tienes. —¿Mona Lisa? —Me reí—. Sabes que la Mona Lisa se ve como un tipo drag-queen. Al menos podrías haber dicho Evening Mood de Bouguereau. La chica en la pintura es en realidad una mujer, y es hermosa. —Pero la pintura no es tan famosa. —Sonrió Brandon—. De todos modos, este retrato de Samantha te ganará un nombre, Christos. Lo sé. —Brandon se maravilló mientras contemplaba la pintura en la pared. Estaba fascinado por ella. Creo que saber que se vendió por tanto efectivo hacía que fuera mucho mejor en sus ojos. No podía culparlo. Brandon se alejó de la pintura y dijo: —¿Va a estar triste de decirle adiós cuando el comprador tome posesión de ella, Christos? —Nop. —Sonreí hacia Samantha—. Me quedaré con la real. —Yo sí lo haré —dijo Samantha—. Me encanta verla. —Miró la pintura. —No tienes de que preocuparte, Samantha —dijo Brandon. Fruncí el ceño. —¿Por qué? Brandon sonrió. —Nunca adivinarán quién fue el comprador. —¿Quién? —pregunté. No podía ser Wentworth. —El M.O.M.A. de los Ángeles —Brandon sonrió. Mi mandíbula cayó. —De ninguna jodida manera. —¿Qué es eso? —preguntó Samantha. —El Museo de Arte Moderno de Los Ángeles. —Sonrió Brandon—. Para colgarla en su colección permanente. —No es de extrañar que estuviera tan feliz de vender mi pintura. Esa era una gran pluma en la gorra de la Galería Charboneau. Le dije a Samantha: —¿Sabes lo que eso significa, agápi mou? Ella negó.

Sonreí. —Que el mundo entero va a ver mi pintura de ti. Sus ojos se desorbitaron y se echó a reír. —¡Lo sabía! —¿Qué? —Estaba confundido. —¡Todo el mundo va a verme desnuda! Me reí y Brandon también lo hizo. —No. —Sonreí—. Todo el mundo será inspirado por tu valentía. Samantha puso los ojos en blanco, pero me incliné y la besé con pasión de todos modos. La multitud que nos rodeaba, que todavía era una masa bulliciosa de hombres y mujeres en elegantes trajes negros de noche, comenzó a aplaudir y a dar hurras. Samantha y yo continuamos besándonos bajo su mirada mucho tiempo en frente de todos. Fue una noche perfecta, en todos los sentidos. Lo único que todavía me molestaba era si ganaría suficiente dinero después de darle a Brandon su parte para pagarle a Hunter Blakeley. Si perdía su demanda civil en mi contra en el tribunal iba a deberle dinero suficiente para llenar la bóveda en un banco. Me di cuenta que Russell no había mencionado el juicio cuando me dijo adiós esta noche. Probablemente no quería arruinar mi noche. Hombre, ¿por qué tuve que golpear al maldito Hunter en primer lugar? No es como si no supiera ya que podía patear su trasero diez veces. Oh bien. Me preocuparía de eso mañana. Ahora era el momento de reunir a todo el mundo e ir a celebrar en otro lugar. No había manera de que dejara que Hunter Blakeley arruinara mi noche perfecta. No había una jodida manera. Además, ¿cuáles eran las posibilidades de toparme con él esta noche?

Samantha La banda en el escenario del Belly Up Tavern sacudió la casa. El lugar estaba lleno. Después que la multitud en Charboneau Gallery por fin se achicara, todos vinimos aquí para relajarnos y celebrar. Christos y Jake conocían al portero de afuera, así que nos dejaron entrar; Madison, Romeo y Kamiko se colaron en el interior para ver a la banda. Pero nos hicieron comprometernos a no pedir bebidas. Christos y Jake les dijeron a los guardias que mantendrían un ojo en nosotros. El Belly Up era un bar de combinación y una sala de conciertos. Tenía un muy gran escenario en un extremo y dos barras en el otro. Una enorme estatua de un gran tiburón blanco se cernía sobre una de las barras, con cables y tablas de surf alineadas en las paredes. —Nunca he estado en un bar antes —le susurré a Madison. —¿Qué? —gritó. La banda tocaba tan fuerte que no sé por qué estaba susurrando. Me incliné hacia su oído y dije en tono alto: —¡Nunca he estado en un bar antes! —¡Yo tampoco! —gritó ella—. ¡¿No es increíble?! Asentí. Bailamos casualmente, balanceándonos con la música. Romeo comenzó a moverse al azar, su trasero empujándose detrás de él con los brazos extendidos al frente, agitando su mantequera. No tenía ningún sentido porque la banda tocaba rock, no hip hop. Comencé a reír al instante. —¿Qué estás haciendo, Romeo? —dijo riendo Kamiko. —¡Tratando de conseguirme un hombre! —Él sonrió y miró a su alrededor, pero las únicas personas que lo observaban se veían horrorizadas. A Romeo no le importaba. Se alejó como un loco. Miré hacia el escenario y me di cuenta de que el baterista y el bajista me resultaban familiares. Me volví hacia Madison y grité: —¡¿Hey, no son esos dos chicos amigos de Jake?! —¡Sí! —gritó Madison—. ¡Lucas Summeres el del bajo y su hermano Logan el de los tambores!

—¡Ayudaron a Christos y a Jake a mudar mis cosas a la casa! — grité. Madison asintió. La banda era realmente buena. La canción que estaban tocando empezó a acelerarse. Toda la casa se mecía al compás de la música. Logan estaba volviéndose loco en la batería. Parecía un animal salvaje. Un total contraste con lo tímido que había sido el día que lo conocí. ¿Cuál era ese viejo refrán? ¿Las aguas corren profundo? ¿O los individuos tímidos y atractivos eran grandes bateristas de rock? Madison y yo realmente estábamos metidas en la música, moviendo nuestras cabezas como idiotas para que nuestro cabello volara alrededor. Las dos estábamos riendo y mareadas y tuvimos que parar. Casi me tropecé con mis sandalias de plataforma, pero Christos me tomó en sus brazos y me puso de pie. Gritó: —¡Jake y yo iremos a conseguir algunas bebidas! ¿Quieres algo? —¡Le dijimos a los gorilas que no beberíamos! —grité con incertidumbre. Quiero decir, me encantaría tomar una copa o dos. No tenía intención de emborracharme. Pero no quería meter a nadie en problemas. —¡Eres una buena chica! —bromeó Christos. —¡Puedo ser mala! —Sonreí. —¡¿Ahora?! ¡¿O tengo que esperar hasta más tarde?! —Eh... —No sabía cómo responder a eso. No había estado pensando en ir y ensuciarme en la pista de baile—. ¡¿Tal vez puedas hacer que Romeo se retuerza para ti?! Christos le echó un vistazo a Romeo, que estaba en un trance, retorciéndose desigualmente, y soltó una risa. —¡No! —gritó Christos. Me besó en la mejilla y dijo—: ¡Puedes mostrarme lo mala que eres más tarde! —Apretó mi trasero y yo salté—. ¡Jake y yo les conseguiremos algo de agua! ¡Y puedes compartir mi bebida, si quieres! —¡Está bien! —Sonreí mientras los dos se apretaban atravesando la multitud hacia la barra. La siguiente canción que la banda tocó fue una lenta y desgarradora balada. Las luces en el escenario se desvanecieron a un azul suave para que coincidiera con el estado de ánimo de la música. Lucas cantó en el micrófono en la parte delantera del escenario mientras tocaba su guitarra. Tenía una voz suave y sexy. Había pensado que era lindo con su buena apariencia de surfista y ojos azules, pero al

oírlo cantar, no tuve ninguna duda de que lo perseguirían paquetes de mujeres babeando a dondequiera que fuera. De lo que podía sacar de la letra, la canción era sobre un hombre cuya novia había muerto o lo había dejado. No estaba segura de qué. Lucas y Logan cantaron el coro juntosa corazón, en perfecta armonía: —When I awoke You did fall asleep Now your eyes are closed, and I can only weep. —Why did you go, girl I just found myself Now I‟m all alone, and I really need your love. La voz de los hermanos se mezclaba de manera fluida, expresando un sentimiento doloroso por la pérdida de la perfección. Ambos eran corazones totalmente palpitantes. Después que Lucas y Logan cantaron el coro por segunda vez, el centro de atención se alejó de ellos hacia el otro lado del escenario. Se detuvo en el guitarrista, quien finalmente noté que era una mujer joven con cabello largo fluyendo. Adivinaba que ella tenía mi edad, tal vez un poco más grande. Había estado oculta al costado del escenario la mayor parte de los sets, sin llamar mucho la atención en realidad. Estaba actuando tan tímida, que casi parecía frágil. Pero cuando llegó el momento de su solo de guitarra, se puso de pie en la parte delantera del escenario, a centímetros de la multitud. El centro de atención hacía brillar su guitarra con diamantes azules. Vi los brazos de la multitud estirarse para tocarla como si fuera un chamán pagano realizando un ritual mágico. Tal vez lo era. Pensé que podría distraerse por las manos alcanzándola, pero estaba en su propio mundo, totalmente concentrada. Tocó con su corazón. El sonido de la guitarra eléctrica se vertía por los altavoces como un gemido humano, el sonido de un intestino desgarrado por las lágrimas y la angustia arrastró conmigo. Esta chica misteriosa parecía estar tan llena de tristeza que no podía contenerla por más tiempo, y la única manera en que podía liberarla era a través de su guitarra.

Estaba asombrada totalmente por su capacidad de tomar las emociones y conectar las mías con las suyas con tanta inmediatez. Mientras su guitarra hacía un crescendo en solitario, echó la cabeza hacia atrás, su cabello largo colgando detrás de ella, sus ojos cerrados, su rostro abrumado por pura emoción. No era frágil en absoluto. Tenía que ser fuerte y valiente para canalizar toda la emoción en su interior y proyectarla a través de su guitarra con tal honestidad y vulnerabilidad. Sentí escalofríos corriendo por mi cuerpo y mis ojos estaban repentinamente calientes y llenos de lágrimas. Esta joven era increíble. Después que terminó su solo de guitarra, Lucas y Logan cantaron el coro otra vez, pero con nuevas palabras. —Now it‟s time to heal Time for me to live, But it‟s hard for me to say… Entonces Lucas canto una línea solo: —It‟s time to let you go… followed by Logan singing, I‟ll never let you go… Y juntos, cantaron: —Again. No, not again. Basada en la letra, me pregunté si Lucas había perdido una novia y Logan estaba tratando de aferrarse a la que tenía. Todo era tan misterioso. Lo único que sabía con certeza era que estaba llorando y riendo para cuando terminó la canción. No podía sobreponerme a lo mucho que la banda me había conmovido con su música. Todo el mundo en el bar vitoreó y aplaudió. Un segundo después, la banda arrancó con una nueva canción, totalmente optimista, y todo el mundo estaba bailando con ella, moviéndose constantemente. La chica en la guitarra hizo otro solo hacia el final, tocando a un millón de millas por hora. Las personas vitorearon todo el tiempo que tocó. Esta vez, en lugar de verse como si fuera a explotar de tristeza, tenía una mirada de furia primitiva en su rostro. Al final de su solo, hizo

esa larga nota que sonó como un grito. Sostuvo su mano libre en el aire mientras la nota vibraba sin fin. No pude evitarlo. Animé tan fuerte como pude: —¡¡Seeh!! Fue muy emocionante. Cuando la canción llegó a su fin, la banda hizo un montón de ruido, rasgueando sus guitarras y martillando la batería al mismo tiempo. Las luces del escenario pasaron por todos los colores del arco iris. Entonces, en el momento justo, la chica y Lucas saltaron en el aire. Golpearon sus instrumentos por última vez cuando aterrizaron de nuevo en el escenario. Los tambores se detuvieron en el mismo momento, la banda se quedó en silencio, y las luces del escenario se apagaron. Todo el mundo en el bar rugió su aprobación. Cuando las luces blancas del escenario volvieron a encenderse, iluminando a la banda, Lucas Summer gritó en el micrófono y señaló a la guitarrista: —¡Victory Payne en la guitarra, todo el mundo! —Le dio una palmada en la cabeza, aplaudiéndole mientras su bajo colgaba de su correa en el hombro. Las personas silbaron y gritaron—. ¡Nosotros somos Lucas y Logan Summer! ¡Volveremos en una media hora para un poco más de música! ¡¡¡Muy bien!!! La multitud aplaudió de nuevo mientras la banda abandonaba el escenario. Me volví hacia Madison y dije: —¡Esa chica es increíble! ¡Nunca he visto a nadie tocar la guitarra así! —Yo tampoco —dijo Madison. —¡Y es una chica! —animé. —Creo que tengo un flechazo por una chica —dijo Romeo genuinamente. Kamiko dijo: —Pensé que yo era tu chica enamorada. —¿Cuál dijeron que era su nombre? —preguntó Romeo. —Victory Payne —dijo Madison. —¿Ese es su nombre? —me burlé—. Suena falso. —Creo que su verdadero nombre es Victoria —dijo Madison, pensativa—. Victoria Payne. —¿La conoces? —La conocí a través de Lucas y Logan una vez. Es muy agradable. Te gustaría.

Christos El bar estaba muy lleno, todavía estaba esperando nuestras bebidas cuando la banda se tomó un descanso. —Ya regreso —dijo Jake—. Voy a mear. Asentí. Un minuto más tarde, alguien me dio un golpecito en la espalda. Me di la vuelta y Tiffany Kingston-Whitehouse estaba justo detrás de mí. —Hola, extraño. —Sonrió. Llevaba el atuendo estándar de Tiffany, lo que significaba un top ajustado y una falda apretada. Amaba mostrar su cuerpo cada vez que tenía la oportunidad. No podía culparla. Como de costumbre, ella parecía feliz de verme. —Hola Tiff. —Hace un mes, no le hubiera dado ni una mínima importancia, pero después de la manera en que le había contado a Samanta en el juzgado la verdad sobre su ―tarjeta de crédito robada‖, estaba inclinado a ser amable—. ¿Cómo cuelgan? —Sonreí. —Alegres como siempre. —Tiffanyme guiñó el ojo, sutilmente empujando sus pechos hacia mí. No estaba exagerando. Tenía un maravilloso par de tetas, las cuales sabía que eran auténticas. Pero no necesitaba a nadie recordándole cuán bien se veía. Su ego era bastante grande ya. Cambiando de tema, dije: —Vi a tu madre y tu padre en mi espectáculo esta noche. ¿Cómo es que no fuiste tú? Normalmente lo haces. —Oh. —Alejó torpemente la mirada—. Yo, ehh, pensé que tal vez debería dejarte solo. Así podrías, ya sabes, disfrutar del espectáculo. Con, ehh, Samantha. —Puso los ojos en blanco como si le costara todo lo que tenía hablar bien de Samantha. Esto era un progreso. Sonaba como si Tiff estuviera cambiando a una nueva página. —¿Qué paso con eso de llamarla Scumantha55? —dije riéndome—. Me contó sobre eso, ya sabes. Tiffany se encogió de hombros. Por una vez, no tenía las manos encima de mí. Solo estaba a un paso distancia, sosteniendo una bebida de chicas en su mano, la cual estaba a medias. Decidí ser educado y dejarla en paz para superar transgresiones. —¿Puedo comprarte otra bebida?

55Scumantha:

Juego de palabras, Scum significa escoria, basura, chusma.

—Estoy bien por el momento. —Sonrió—. ¿Cómo han ido las ventas esta noche? ¿Has liquidado? Asentí inclinando la cabeza. —Infiernos, sí. Hemos vendido todo. —¿Me han dicho que tu padre y tu abuelo vendieron pinturas esta noche? —Sí, sus cosas se vendieron también. —Felicidades —dijo sinceramente—, deberías estar orgulloso de ti mismo, Christos. Apuesto que has hecho un montón de dinero. —Eso espero. —Lo siguiente que supe es que me estaba abriendo a ella como de costumbre—. Tengo la esperanza que cubra la demanda civil que cuelga sobre mi cabeza. —¿Demanda civil? —Sorbió su bebida—. ¿Qué demanda civil? —Oh, un idiota que se llama Hunter Blakeley. ¿Lo conoces? Encogió los hombros. —Un idiota total. —Sacudí mi cabeza—. Este tipo Hunter Blakeley estuvo acosando a Samantha unos meses atrás cada vez que corría hacia ella. Una vez lo hizo delante de mí. Intentó empezar una pelea conmigo, pero lo tiré al suelo. Hasta aquí todo bien, ¿verdad? Asintió, instándome a continuar, y sorbió su bebida. Le di la estropeada versión sobre correr hasta Hunter delante de Hooters, y él y sus tres amigos siguiéndome a mí y a Jake hasta nuestro auto. Me salté la parte donde Jake y yo robamos las chicas de Hunter del bar, comprándoles bebidas, porque no quería que Tiff pensara que tenía un rollo conmigo, porque no lo tenía. Y había estado borracho aquella noche de todos modos. No planeaba hacer mucho más que beber alguna bebida más, una o dos, en un futuro cercano. Tenía mucho que perder. Nunca quería perder a Samantha. —¿Qué le pasó a tu auto? —pregunto Tiff, sus ojos ampliamente abiertos con interés mientras tragaba más de su bebida. Tuve un momento para preguntarme si ella intentaba emborracharse para así tener la excusa para ponerse en marcha conmigo sin cohibición. Era su estrategia habitual. Tenía que mantener un ojo en ella. —Golpeé al chico en la nariz —dije—. Una vez. Pero creo que se la rompí. De todas formas, este tipo Hunter es modelo, y se ha vuelto loco por perder un trabajo. Ahora su abogado está pidiendo cerca de un millón de dólares. —¡Un millón! —Se atragantó y tosió varias veces—. Lo siento. —Se secó la mejilla con la servilleta del cóctel.

No pude detenerme y me reí. —¿Qué? —Sonrió. —Nada —dije riendo. Cuando terminó de secarse, dijo: —¿Qué vas a hacer con este Hunter? —Joder, no lo sé. Russel y yo pensamos que el abogado de Hunter averiguó cuán valiosa es mi familia y están intentando quebrarnos. —Lamento escuchar eso. —Tiffanyse estremeció. A lo largo de los años, supe que la familia de Tiffany había visto expuestos sus negocios por gente intentando demandarles por cosas menores, solo porque tenían dinero. Ella podía entender. —Gracias Tiff. Sí, es bastante jodido. No tenemos ningún video grabado o algo para probar que Hunter lo empezó. Somos solo Jake y yo, nuestras palabras contra las de Hunter y sus tres amigos. Este tipo Hunter puede llegar totalmente a un corte limpio cuando quiera. Un jurado probablemente le creería. En el mejor caso, esperamos poder reducir las demandas de daños. Pero incluso entonces, podrían ser unos cuantos cientos de los grandes. —Eso es horrible, Christos —dijo Tiff, apoyando su mano en mi brazo. Miré su mano. La dejó caer. —Desearía que existiera algo en lo que pudiera ayudar… —dijo ella mirándome a los ojos, pero de repente tuvo una mirada al vacío, perdida en sus pensamientos. Estuvo perdida durante un largo momento y finalmente dije: —Tiff, ¿sigues aquí? —Sí. —sonrió—. Lo siento. Solo estaba pensando en algo. —Bueno, iba a decirte gracias, Tiff. Aprecio que me hayas escuchado. Pero no te preocupes por esto. Lidiaré con ello. Movió su cabeza y sonrió. —Siempre lo haces. Colocó su copa vacía en la barra y me comentó: —Necesito ir a refrescarme en el baño de mujeres. Asentí y caminó perdiéndose en la multitud. Un minuto más tarde, Jake apareció detrás de la barra. —¿Ya conseguiste nuestras bebidas? —Todavía esperándolas —dije. Mientras esperaba, no puede evitar preguntarme qué había pasado por la mente de Tiff de repente. Siempre sabía cuándo sus

ruedas comenzaban a girar sobre alguna nueva estrategia en su cabeza. No había cambiado ni una pizca. Tenía que mantenerla vigilada.

Samantha —Vamos a hablar con el grupo —dijo Madison mientras Lucas, Logan y Victory caminaban desde el escenario hacia el bar con el gran tiburón cerniéndose encima de todo—. Te presentaré a Victory. —Vale —dije mientras ella me empujaba. Romeo y Kamiko nos seguían. Cuando hacíamos el camino hacia ellos, Madison chilló: —¡Hola, Lucas! —Qué hay, Madison. —Lucas sonrió—. ¿Qué les parecieron las canciones? —Lo máximo —dijo Madison. Nuestro grupo estaba ahora unos frente a otros. —Chicos, son maravillosos —dije. —Hola. —Lucas me sonrió—. Me acuerdo de ti. Eres Samantha, ¿verdad? —Sí. —Sonreí. Lucas dijo: —Logan, te acuerdas de Samantha. Le mudamos las cosas al apartamento de Christos. —Sí. —Logan sonrió. No dijo nada más. Seguía tan tímido como la primera vez que lo conocí. Pero era tan lindo que no lo desfavorecía. Madison dijo: —Aquí esta Sam, la amiga de Romeo y Kamiko. —Los dos dijeron hola a los chicos. —Y ella —dijo Lucas—, es nuestra amiga Victory. —Hola —dijo ella. Sacudí su mano: —Tu guitarra es increíble. —Sonreí. —Gracias. —Me sonrió de vuelta, exudando frescura de famosa indiferente. No estaba segura de qué decirle. No podía decir si era demasiado genial para la escuela o qué. Así que me giré hacia Lucas y dije:

—Oye, Lucas, tocaron unas canciones maravillosas esta noche. Pero una de ella realmente me pegó y me preguntaba de qué trataba. —¿Cuál de ellas? —preguntó. —La lenta y triste —dije yo. —¿Te refieres a Ahora tus ojos están cerrados? —dijo—. ¿La balada? —Supongo —dije desconcertada—. Era realmente triste. Logan asintió hacia su hermano. —Si —dijo Lucas para mí, casi con una mueca—, era Ahora tus ojos están cerrados. —Bueno, fue verdaderamente genial. —Sonreí sinceramente—. Pero no me podía imaginar de qué trataba. Logan, el tímido, miró hacia Lucas, quien de repente parecía miserable. ¿Había hecho la pregunta equivocada? Miré hacia abajo para asegurarme que mis pies no se habían pegado a mi boca sin mi aprobación. Sí, tenía dedos y todo. Al menos de estar atascados en mi boca no sería capaz de decir nada más para provocar molestias a las personas. —Uh —dijo Logan—, esa canción es algo personal para mí y mi hermano. En verdad no hablamos de esto. —Estoy totalmente apenada —dije nerviosamente—. No debería haber preguntado. —Quizás un día, como por ejemplo en unas décadas, mi torpeza desapareciera por completo. Pero de momento, todavía se estaba resistiendo. Bueno. —No te preocupes. —Logan sonrió, intentando sonar casual, pero podía decir que estaba incómodo con el asunto. Lucas, el charlatán, estaba ahora completamente mudo. Sus ojos se habían oscurecido y una mirada pensativa pesaba en su rostro. ¿Había tenido razón al suponer que sus canciones eran sobre la difunta novia de Lucas? Las rasgos Logan se suavizaron con compasión mientras miraba a su hermano hundiéndose en un profundo hoyo emocional justo en frente de nosotros. —¿Estás bien, hermano? —preguntó. Apoyó gentilmente una mano en el hombro de Lucas. Lucas inhaló fuerte por la nariz y movió su cabeza. —Estoy bien. —Un segundo más tarde, la chispa que había visto en sus ojos azules el día que nos conocimos había vuelto. Se giró hacia Victory y dijo—: Estuviste genial esta noche, chiquilla. Necesitamos tenerte dentro con nosotros más a menudo.

—Gracias. —Victory sonrió. —Espera —dijo Madison—, pensé que Victory era su guitarrista de siempre. —No —dijo Lucas—, nuestro guitarrista de siempre es un chico ocupado haciendo sesiones en Los Ángeles, así que le preguntamos a Victory si quiere estar en nuestras últimos shows. Solté: —¡Deberías quedártela en tu grupo! Es genial. —Victory generalmente actúa en otra banda —dijo Lucas. Ahí estaba yo, metiendo la pata de nuevo. —Solo nos hizo un favor —dijo Logan. Victory asintió. Era tan callada. Contrario a mí, la bomba habladora sin pensar. Alguien golpeó mi hombro. Solo podría asumir que era Christos con nuestras bebidas. Necesitaba totalmente una salida social antes de decir algo más incómodo. —Hola, Sam —dijo la voz detrás de mí. Me giré para quedar de frente a Hunter Blakeley. Bolas flojas56. Quiero decir, bolas asquerosas57. ¿Por qué estaba aquí? ¿Aún no había captado el mensaje de que no quería tener nada con él? Oh, bueno, era un bar público. ¿Existía una manera rápida de explicarles a todos que Hunter estaba demandando a mi novio por cientos de miles de dólares porque era un imbécil total y que deberíamos evitarlo hasta que se fuera? Quizás no. Así que me giré de espaldas a Hunter, esperando que captara la indirecta y se alejara. Debí haberlo sabido mejor. Hunter se metió en el círculo a mi alrededor. Sonrió hacia los hermanos Summer y dijo: —Soy Hunter Blakeley. Ambos le dieron la mano. No sabían quién era. Miré a Romeo, cuyos ojos se salían de sus orbitas. —¿Quién es ella? —provocó Hunter mirando a Victory como a un trozo de carne. Era preciosa y Hunter era tan predecible como obvio. Victory arqueó una ceja hacia él. No podía decir si estaba interesada en él o no. Él tendió su mano. —Soy Hunter Blakeley. 56N/T:

Juego de palabras; lameballs en inglés, lame significando débil, flojo, lisiado. Siguiendo el mismo juego de palabras con slimeballs en este caso, slime significando lleno de babas. 57N/T:

Victory no le dio la mano. Simplemente lo miró un rato, después le dio una sonrisa divertida. Era algo difícil de leer. Hunter le sonrió: —¿Eres amiga de Sam? Victory me miró. —¿Conoces a este chico? —me preguntó. —Algo así —dije preocupada. Quería gritar ―¡es horrible! ¡Corre!‖, pero estaba intentando ser amable, así que no lo hice. Victory entrecerró sus ojos hacia mí, perforándome con la mirada. Era extraño. Parecía enfadada de repente. ¿Estaba enfadada conmigo? No sabía por qué lo estaría, pero podía sentirlo llegando en olas. Debía haberla enfadado de alguna manera. ¿Tal vez pensaba que mi pregunta a Lucas sobre su canción había sido extremadamente irrespetuosa y estaba ofendida por él? ¿Quizás se había enfadado porque le había sugerido unirse al grupo de Lucas y Logan? ¿Era esto un punto doloroso entre ellos? No tenía ni idea. Dios, era la Primera Dama de la Incomodidad e Inseguridad esta noche. Victory se giró hacia Hunter y le sonrió. Tal vez se sentía atraída por Hunter. Esperaba que no. Por su bien. Victory dio un paso hacia Hunter, hasta que estuvo justo delante de él. En cualquier momento, Victory agarraría el codo de Hunter y se giraría hacia mí para decirme aireadamente: —Deshagámonos de estos nerds. —Antes de alejarse con Hunter. Después Lucas y Logan se reirían de mí, me insultarían y me tirarían cosas. En cambio, Victory miró a Hunter y dijo: —Amigo, estás haciendo a todos sentirse incómodos. A Samantha no le gustas y puedo decir que eres un idiota. —Sus ojos brillaron cuando lo dijo. Parecía, no lo sé, peligrosa. De pie delante de él, parecía demasiado pequeña, pero ya sabes lo que dicen de los mellivoracapensis58. No le temía a Hunter para nada. Romeo pegó una mano a su boca, conteniendo una risa. Una sonrisa se amplió cruzando mi rostro. No pude evitarlo. Victory le dijo a Hunter: —¿Porque no te vas a otro sitio? La sonrisa permaneció en el rostro de Hunter. Nunca fue uno de los que hacían caso a las instrucciones básicas. Se quedó ahí. Estaba

58Mellivoracapensis:

es una especie de mamíferos carnívoro, de pequeña altura y que no llega a los nueve kilos, pero muy peligrosa.

disfrutando demasiado como para irse cuando la diversión acababa de empezar. —Hunter Blakeley —canturreó Christos detrás de mí—. Qué bueno verte, amigo. Mi propio Motorknight59 sabía siempre cuando aparecer. Sonrío.

Christos Hunter se dio la vuelta y me frunció el ceño. —Christos Manos, en carne y hueso. Lo miré fijo. Hunter era un tipo grande. Pero yo lo era aún más. Y sabía que no tenía ni una oportunidad contra mí en una pelea. Había probado eso en dos ocasiones vergonzosas. —¿Qué tal tu vida? —dijo Hunter riéndose como si fuera mi mejor amigo. —De maravilla. —Sonreí. Hunter dejó caer su brazo en los hombros de Samantha como si estuvieran juntos. Samantha hizo mala cara y se alejó diciendo: —¡Aléjate de mí, Hunter! Él se reía como si no fuera la gran cosa. —¿Quieres que le enseñe a Hunter algunos modales? —preguntó Jake, crujiendo sus nudillos con ganas. —No, lo tengo controlado —dije. Lo último que quería era que Jack le rompiera los dientes a Hunter y tuviera su propia demanda civil con la que lidiar. Jake y su familia no tenían dinero como la mía. Un buen litigio les enterraría. Hunter le dijo a Jake: —Tranquilo, tipo duro. Parece que tu novio va a protegerte. Tal vez puedas chupársela más tarde como agradecimiento para estar ahí para ti. —Eres un imbécil —le dijo Madison a Hunter—. ¿No tienes ningún desfile de rabos que hacer? —Te acordaste. —Hunter sonrió como si fuera buen amigo de Madison por esto. 59Motorknight:

clase de moto caracterizada por andar suave y silenciosa.

—Me acordé que eres un idiota —dijo ella enfurecida—. Estoy segura que hay un montón de pollas modelando por ahí para un cretino como tú. —Muy bien, Mads —soltó Samantha antes de pegarse una mano en la boca. Hunter se reía. —Vaya, nunca había visto a tantas mujeres con pelotas en un solo sitio. —Me miró a mí y a Jack mientras lo decía, insinuando que nosotros dos éramos mujeres. —Relájate, Hunter —dije. Caminó hacia mí hasta que su pecho estaba a un centímetro del mío y dijo: —No lo creo. En realidad quería aplastarlo como a una hormiga. —Vamos, chico grande —siseó Hunter—. Enséñame lo que tienes. Esto era ridículo. Hunter estaba haciendo todo lo que podía para sacarme de quicio. Estaba actuando como si tuviera una armadura invulnerable encima por lo de la demanda civil. Tristemente, tenía algo parecido. Ambos sabíamos que me demandaría otra vez si le pegara de nuevo. Tenía la ventaja y jugaba con ella hasta el final. Como sea. —¿Cuándo te volviste tan cobarde, Christos? —preguntó Hunter. Moví mi cabeza en negación despectivamente. —Ya no eres tan duro, ¿no? —se burló. —Pégame, Hunter —dije calmamente. Sus ojos se entrecerraron. —Ve por ello —dije—, no te devolveré el golpe. Sé que es lo que quieres. Hunter asintió astutamente. —Sé lo que estás intentando hacer. Quieres que te pegue así podrás archivar la demanda. —¿Lo hago? —No soy idiota, Christos. —Eso es debatible —dije riéndome. Samantha y el grupo se rieron. El rostro de Hunter se arrugó. —¿Ahora te vas a ir? —pregunté—. O tal vez quieras llamar algunos amigos así podrás tener ventaja. Hacerlo ocho a dos contra mí y Jake. Trae algunas pistolas y cuchillos, cosas de esas, así será una pelea real. Hunter resopló burlonamente.

—Eres un cobarde, Hunter —dije—. Lo demostraré. Pégame tan fuerte como quieras. Prometo no demandarte. Parecía estarlo considerando, de tan enfadado que estaba. —Te dejaré dar tres golpes antes de tomar represalias. Luego será defensa propia. Pero solo te golpearé una vez. Sabes que es todo lo que durará. Y esta vez, estará lleno de testigos. —Grabaré todo esto —dijo Romeo, enseñándonos su móvil a Hunter y a mí. Seguía escuchando las palabras de Russel haciéndose eco en mi cabeza “No Más Peleas”. Técnicamente no era una pelea si solo había usado palabras para ganar, ¿verdad? —Que te jodan, imbécil —espetó Hunter en mi cara—. No puedo esperar a ver cuán duro lo harán en el juicio. —Yo tampoco —le dije a Hunter mientras pasaba por mi lado.

Tiffany Observé el espectáculo completo entre Christos y Hunter desde la distancia después de salir del baño de mujeres. Este Hunter era un idiota absoluto. Realmente necesitaba que alguien lo pusiera en su lugar. Cuando Hunter pasó junto a Christos, pensé en juntarme con Christos y sus amigos. Siempre me había gustado pasar el tiempo con Christos pero estaba con su novia Samantha. Oh, bueno. Decidí dejarles en paz. Vería a Christos en otro momento. Fui a la barra para pedir otra bebida. Estaba de humor para beber sola esta noche. Después que mi doble Martini llegara, lo sorbí en solitario mientras la banda tocaba otro set. En algún momento más tarde, vi a Christos caminar fuera del bar con su novia y el resto de sus amigos. Suspiré. Realmente tenía que aceptar que Chrostos ya no estaba en el mercado. Otro Martini seguramente ayudaría. Le hice señas al camarero por otro y asintió en respuesta. —Oyyyeee, Tiffany —dijo arrastrando las palabras Hunter Blakeley. La banda estaba haciendo una pausa, así que no tenía que gritar. Se apretó cerca de la barra al lado mío, empujando algunas chicas fuera de su camino. —¡Oye! —le gritaron las chicas a Hunter—, ¡mira por donde andas!

Hunter esbozó su sonrisa habitual hacia las chicas mientras a mí me daba una mirada que decía: ¿te imaginas? No le importaba. Hunter era un egoísta. ¿Por qué no me había dado cuenta hasta entonces que Hunter podría ser tan grosero? Quizás por su buen aspecto era muy decepcionante. Tal vez porque cuando conocí a Hunter, Christos había estado saliendo con su novia desde hacía un par de meses y yo estaba sola. Fui susceptible a la sonrisa rápida de Hunter y sus ojos marrones. Y sus músculos amplios. Y sus abdominales. Hunter sonrió. —¿Cómo es que no me has devuelto las llamadas, Tiffany? Me encogí de hombros mientras jugaba ausentemente con el palillo rojo de plástico que sujetaba la oliva en mi copa vacía de Martini. —Me divertí un montón aquella noche —dijo con optimismo. Podría decir que estaba buscando otro rollo conmigo. Estaba dividida entre el asco por su mal comportamiento con Christos y mi propia desesperación. No sabía cuál ganaría esta noche. Creo que el número de Martinis que había bebido afectaba mi decisión. No me importaba en realidad. Cuando el Martini que había pedido llegó, Hunter sacó su cartera y le dijo al camarero: —Yo pago esto. ¿Y podrías traerme una Corona? El camarero asintió y sacó una botella de la nevera, le quitó la tapa y se la entregó a Hunter. Hunter dejó caer billetes en la barra, incluyendo propina. Sorbí de mi Martini. Con la esperanza que el gin nublara mis emociones. Estaba cansada de sentirme triste todo el tiempo. Definitivamente había empeorado en los últimos meses. Lo último que quería hacer esta noche era pensar en cosas. (Christos) Hunter sorbió de su cerveza y me sonrió. Realmente era un chico guapo con una sonrisa amistosa. Levantó su cerveza y dijo: —Salud. Golpeé mi vaso de Martini contra su cerveza, luego di un trago. No podía decidir si estaba cometiendo un error bebiendo con Hunter o no. Quiero decir, habíamos tenido sexo antes. No era un fracaso total. Por los siguientes treinta minutos, Hunter habló sobre sí mismo. Y habló, y habló, y habló. Y habló. Casi le pedí al camarero unos tapones de oídos, los cuales tenían a mano por la música en vivo. Pero la banda

aún estaba en receso. No quería ser completamente grosera. Así que asentí mucho, centrándome en sus ardientes ojos ámbares, su desgreñado cabello rubio, y pretendí interesarme por la aburrida vida de Hunter. Me pregunté si hablaría tanto durante el sexo. Era mucho más atractivo con la boca cerrada. —En todo caso —dijo, terminando alguna historia que ya había olvidado—, fue por eso que pasé el último verano en Cannes. — Pronunció Cannes como ―cans‖. Sospeché que Hunter nunca había estado en Cannes, por no hablar de Francia, o en ningún otro lugar del Mediterráneo, por la forma en que hablaba de ello. Sonaba como un guía de viaje, no como alguien que viajaba. —¿Quieres otra bebida? —preguntó Hunter. Sostuve mi mano sobre el vaso. —Estoy bien. —Luego, sin ninguna advertencia, las ruedas en mi cabeza comenzaron a girar. Siempre lo hacían, sin importar cuánto bebiera—. Oye, Hunter, ¿cómo va el trabajo? —La primera vez que me había invitado a salir, me había hablado sobre modelaje por dos horas seguidas. —Oh, no he tenido muchas presentaciones últimamente. —¿Oh? ¿Por qué? —Me metí en una pelea con este tipo. —En serio —dije, prestando mucha atención—. ¿Qué tipo? —Un tipo llamado Christos Manos. ¿Lo conoces? —No —mentí—. ¿Qué pasó? —Este tipo Christos comenzó una mierda conmigo hace un tiempo. Así que peleé con él. Terminé con una nariz rota. Pero deberías haber visto su cara cuando acabé con él. Lo había hecho. La cara de Christos estaba tan impecable como siempre y creí en su versión por sobre la Hunter. —¿En serio? —Jadeé—. ¿Lo mandaste al hospital o algo? Hunter se rió con confianza. —Casi. Qué estafador. Pero entonces, Christos ya me había dicho lo mismo. Dije: —¿No tienes miedo de ser demandado por golpear a este tipo Christos? Hunter frunció el ceño. —¿Por qué lo preguntas?

—Oh, la gente hace demandas todo el tiempo, ¿no? —Esperaba sonar hasta la última parte como una rubia tonta. Me reí para darle efecto. —Lo gracioso es que —dijo Hunter riéndose—. Yo lo estoy demandando a él. —¿Por qué? ¿Si tú lo mandaste al hospital? Hunter negó con la cabeza. —No, casi lo mandé al hospital. No fue tan malo. —Me pude dar cuenta de que estaba echándose para atrás y tratando de apuntalar su mentira antes de que se derrumbara. —¿Entonces, inocentemente.

por

qué

lo

estás

demandando?

—pregunté

—Porque él comenzó —se mofó Hunter sarcásticamente. Pude decir que la verdad se estaba filtrando por los bordes. Hunter estaba en una situación difícil. Continuó—: El tipo tiene un montón de dinero. Él debió haberlo pensado mejor antes de meterse conmigo sino podía terminarlo. Tiene suerte que no lo haya enviado al hospital en verdad. — Hunter asintió con superioridad. —Qué idiota —dije irónicamente. Hunter no sospechó que me refería a él con el idiota. Estaba aún lo suficientemente sobria para darme cuenta que debería haber escuchado mis instintos sobre Hunter. Era un completo idiota. Después de lo que Christos me había contado anoche, debí haberle dicho a Hunter que se alejara al momento en que se acercó en el bar. Me disculpé a mí misma con el argumento que había estado sola y había sido un momento de debilidad—. Creo que quiero dar un paseo —dije al azar. —Está bien —dijo—. ¿Quieres compañía? —Seguro. —Agarré mi bolso del gancho bajo la barra y me levanté. Hunter me siguió afuera al aire nocturno. Caminamos por la Avenida Cedros, pasando todas las tiendas cerradas y los autos estacionados, hasta que encontré un callejón. Giré en él. Era oscuro, lúgubre y empalagoso. Lo suficientemente bueno. Tiré a Hunter hacia la oscuridad con las dos manos, agarrándolo de la camiseta. Una vez estuvimos lo suficientemente lejos de las luces de la calle para estar completamente en las sobras, lo jalé contra mí. Él se empujó contra mí, clavándome contra la dura pared de estuco. Perfecto. Nos besamos. No estaba muy metida en ello, pero tenía una razón para estar aquí. Nos besamos por un rato. No me llevó mucho tiempo aburrirme. Hora de ponerse manos a la obra. Desabroché el cinturón de Hunter.

—Caray, Tiff—ronroneó Hunter—, no pierdes nada de tiempo. Lo miré y empuñé su camiseta en mi mano. —No me llames Tiff. Tú no me llames Tiff. ¿Entendido? —Lo que digas, cariño. —Sonrió. Podía lidiar con el cariño. Lo que sea. Desabroché su cinturón. —¿Aún estás limpio? —pregunté. —Sí —dijo Hunter—. Te lo dije la última vez que tuvimos sexo. Me hago pruebas todo el tiempo. —Pero eso fue hace cinco meses. Hunter se detuvo. —Tiffany, mira. Me hago exámenes regularmente y no me acuesto con cualquier zorra vieja que se aparezca. Solo he tenido sexo con dos chicas después de ti y las conozco a las dos. Están limpias. Confía en mí. —Bien. Terminemos con esto. —¿Con esto? ¿Siquiera quieres estar aquí, Tiffany? —Sí, definitivamente. Los ojos ámbares de Hunter brillaron. —¿Estás segura? —Sí. Sonrió y se inclinó hacia adelante. Más besos húmedos siguieron. No era que importara. Haríamos esto. ¿Y qué si terminábamos teniendo sexo en un callejón húmedo y oscuro? ¿Y qué si estaba seca cuando me penetrara? ¿Y qué si le decía que me follara tan fuerte como pudiera sin que siquiera me gustara? ¿Y qué si mi espalda estaba tan magullado por que estuviera clavándome contra la pared de estuco detrás de mí? ¿Y qué si se venía dentro? Después de todo lo que Christos me había dicho, Hunter era un artista total de la estafa. Un sexi y caliente estafador. Pero no había forma de que le fuera permitir salirse con una estafa a Christos por cientos de miles de dólares. Hunter no era el único que sabía cómo jugar. Cuando terminamos, le dije: —Me tengo que ir. —¿Qué? ¿A dónde vas? Déjame comprarte otro trago adentro. O podemos ir a mi apartamento. —Miró alrededor del oscuro callejón—. Un lugar más agradable que este. Empujé mi vestido hacia abajo sobre mi tanga, la cual Hunter había rasgado y no era nada más que un cinturón ahora. Bien. Miré por

sobre mi hombro hacia mi trasero y mi vestido estaba bien sucio por frotarse contra la pared de estuco. —Tengo que ir a la sala de emergencias —dije, aun mirando por sobre mi hombro hacia mi vestido. —¿La sala de emergencia? —preguntó, confundido—. ¿Por el vestido? —Adiós, Hunter. —Comencé a trabajar en algunas lágrimas. Quería mi rímel de pestañas regándose antes de llegar al hospital. Caminé hacia la acera iluminada al final del callejón. —Oye. —Me agarró del brazo y me dio vuelta. —¡Auch! ¡Hunter! —grité—. ¡Eso duele! ¡Suéltame! Soltó mis brazos, sus ojos abiertos con incredulidad. —¿Qué sucede contigo, Tiffany? —He sido violada. Eso es lo que me pasa. —¿Qué? —Jadeó—. ¡No te violé! —¿No lo hiciste? Porque podría jurar que es tu semen el que está dentro de mí ahora. Y cuando recojan las muestras en la sala de emergencias van a encontrarlo. —Me di vuelta para que pudiera ver mi vestido sucio—. ¿Y ves eso? Mi vestido está sucio y rasgado de cuando me lanzaste contra la pared. Y mi tanga está rota en pedazos. Suena como una violación para mí. Y, hombre —hice una mueca—, estaba seca cuando me penetraste. Estoy segura de que encontrarán varias abrasiones. —¿Qué? —El miedo tiró de su rostro en veinte direcciones a la vez— . Estás loca, Tiffany. —¿Lo estoy? —Tú lo querías por completo —se mofó. —Eso es lo que siempre dicen los violadores. —Vete al diablo, Tiffany. —No fue follar. Fue una violación. Él me agarró del brazo de nuevo. —¡Ah! —me burlé—. ¿Me vas a dar una paliza ahora? ¿A ponerme un ojo morado? Adelante, Hunter. Soltó mi brazo y me frunció el ceño. —¿Por qué haces esto? —Porque, Hunter, eres un imbécil. Y porque estás intentando demandar a Christos Manos cuando todo lo que hirió fue tu orgullo. Sus cejas se curvaron. —¿Conoces a Christos?

—Claro que conozco a Christos, idiota. Y sé que él no comienza peleas. Él me contó lo que sucedió. Hunter gruñó. —Perra. —Ahora estaba entendiéndolo. No era que eso cambiara las cosas. —Solo quieres su dinero porque eres una sanguijuela, Hunter. —¡Eso es mentira! —¿Lo es? —le pregunté, pensativa—. ¿Entonces por qué aún lo estás demandando? Hunter se rió y miró a otro lado. Lucía culpable como el infierno. Sonreí. —Te propongo un trato, Hunter. A cambio de que no presente cargos y te envíe a prisión por tres años, vas a sacar la demanda en contra de Christos. ¿Trato? —Jódete —escupió. —Tú ya lo hiciste, Hunter. Tengo la evidencia para probarlo. Todo lo que tengo que hacer ahora es correr de cara contra una puerta y ponerme un ojo morado. —No harías eso —se mofó. —¿No? ¿Así como no te dejaría follarme mientras aún estaba seca para poder implicarte? Abrió su boca para decir algo, luego la luz desapareció de sus ojos y sus hombros se hundieron. —¿Hablas en serio, verdad? —Cien por ciento. Tú eliges, puedes intentar estafar a Christos y a su familia y terminar en prisión, o puedes olvidarte de esto y también yo lo haré. —¿Cómo sé que no vas a presentar cargos? —No lo sabes. Vas a tener que confiar en mí. —¿Confiar en ti? —Se rió—. Después de esta noche, jamás confiaré en ti. —Oye, yo creí en tu palabra de que no te habías acostado con ninguna zorra desde la última vez que tuvimos sexo. —No lo he hecho. —Frunció el ceño—. En verdad. —¿Ves? —Sonreí—. Mira lo bien que funciona la confianza. —Mierda, Tiffany, eres terrible. —Así fue como me sentí sobre ti cuando me enteré que básicamente estás chantajeando a Christos. —¿Ahora tú me estás chantajeando a mí?

—Síp. —Bien. ¿Qué vas a hacer? —Sonaba asustado. Genial. —Bueno —dije—. Voy a ir a emergencias, como dije. Usarán un equipo de violación para recoger evidencia. Luego les diré que no sé quién era. Estaba oscuro. No obtuve un buen vistazo de tu rostro, todo pasó tan rápido y huiste después. Si no quitas tu demanda en contra de Christos, de repente voy a recordar quién eres. Así de simple. —¿Pensaste en todo esto, verdad? —¿Y tú no? ¿Christos te dijo que su familia era rica, o tu abogado lo descubrió por ti? Sé cómo piensan los abogados, Hunter. Abogados como los tuyos han tratado de estafar a mi familia por décadas. Como dije, Hunter. Eres una sanguijuela, y quieres lo que no es tuyo. Esta es tu última oportunidad. ¿Trato o no? Hunter apretó su mandíbula y me miró como si quisiera matarme. Y qué.

Christos Me tendí en la tumbona bajo el sol de San Diego la mañana siguiente. Samantha se tendió a mi lado. Estábamos pillando rayos en la cubierta de nuestra piscina. Habíamos estado fuera tan tarde, que nos derrumbamos cuando llegamos a casa. Ninguno de nosotros tenía energía para sexo antes de dormir. Creo que los dos utilizamos toda nuestra adrenalina durante la emoción de mi exposición y después de esto en al Belly Up. Simplemente caímos dormidos uno en los brazos del otro. Tanto tiempo que Samantha estaba a mi lado, no me importaba lo que hacíamos. Después del desayuno de esta mañana, todo lo que queríamos era descansar. Había sido un largo año. —¿Quieres algo para beber? —preguntó Samantha—. Tu limonada está vacía. —Estaba acostada sobre su espalda, la parte superior del bikini sin atar. No tenía ni idea cuán increíblemente sexi se veía, toda tostada y bronceada. —Estoy bien —murmuré. Por suerte ambos estábamos lo suficiente bronceados para yacer durante mucho tiempo sin quemarnos. —Muy bien porque estoy demasiado cansada para ponerme de pie. —Se rió, descansando su mejilla y su brazo en mi espalda. —Voy a tener una marca de Samantha —bromeé—. Tendré una silueta en blanco donde te has acurrucado encima de mí. —Estará de moda. Nos inventaremos marca de parejas. Va ser el grito para el final del verano. Haz tu propio estampado de adorno en tu amado. A diferencia de un tatuaje, este se quita con facilidad. —Eres una genio. Porque no hemos pensado en esto antes. —Me reí. Mi teléfono sonó en el cristal de la mesa junto a mí. —No tienes que contestar a esto, ¿verdad?—preguntó Samantha. Recogí el teléfono. —Es Russel. —¿Más malas noticias? —suspiró Samantha. —Espero que no. Debería contestar —Pongo el teléfono en manos libres. Samantha muy bien puede saber—. ¿Qué pasa, hombre?

—¡Christos! No te vas a creer esto —dijo Russel entusiasmadamente. —Si son malas noticias, probablemente lo haré. —Puse una sonrisa de satisfacción hacia Samantha. Ella puso los ojos en blancos. —He recibido una llamada del abogado de Hunter Blakeley esta mañana. —Maravilloso —suspiré. —Quiere llegar a un acuerdo. —¿Sí? ¿Por cuánto? ¿Medio millón? —dije sarcásticamente. —Veinticuatro mil. Me senté en mi silla. —¿Qué? —Me has oído. Por veinticuatro mil. Once mil para los gastos médicos de Hunter y trabajos perdidos y trece mil para los gastos de su abogado. Después de anoche, fácilmente podría cubrir esto. No que deseaba tirar este dinero en un idiota como Hunter, pero considerando que le he pegado en vez de alejarme, veinticuatro de las grandes parecía un precio pequeño que pagar para quitármelo de encima para siempre. —¿Qué demonios paso? Pensaba que Hunter y sus abogados estaban sosteniéndose firmes. —No tengo ni idea —dijo Russel dramáticamente—. Estoy igual de sorprendido que tú. Christos. Debe haber un ángel ahí fuera cuidando tu culo. Un ángel. Moví mi cabeza en negación. ¿Por qué no? Cosas extrañas. —Ahora —regaño Russel—, antes que te hagas la idea que esto siempre funciona así, que siempre ganarás tu caso o terminará tan fácilmente, me permito recordarte que no va ser ni de lejos tan simple, en el futuro evita pelear completamente. Me reí. —¿Puedes creer que en realidad me alejé de una pelea anoche? —¿Si? —dijo Russel, todo entusiasmado—. Muy bien por ti. —Y nunca vas a adivinar con quién. —Me reí. —¿Hunter Blakeley? —¿Cómo lo supiste? —Reí. —Suerte, supongo. Pero te aseguro que es extraño.

—No me lo puedo explicar tampoco. Pero te lo digo, me provoqué de frente y no levanté ni un dedo. —Muy bien por ti, hijo. Estoy orgulloso de ti. Con algo de suerte, esta va ser la última vez que recurras a mis servicios legales por comportarte como un chico fuerte. Prometeme que podemos mantener nuestra relación fuera de esto a partir de ahora. —Sonaba divertido y con esperanza al mismo tiempo. —Es una promesa. Pero antes necesito preguntarte una cosa más. Podía prácticamente escucharlo poner los ojos en blanco a través del teléfono. —Christos, ¿siquiera quiero saberlo? Miré a Samantha. Le dije a Russel: —¿Sabes qué? Te lo diré más tarde. —Muy bien hijo. Tengo trabajo que hacer. Vamos a hablar pronto, ¿dale? —Lo haremos. —Sonreí y terminé la llamada. Me giré hacia Samantha y sonreí. —Vaya —dijo ella—. Estas son buenas noticias, ¿verdad? —Absolutamente. —Sonreí. —Quiero decir, es un montón de dinero, pero supongo que tienes bastante. —Sip. —Incliné mi cabeza en la tumbona y levanté la mirada al cielo azul—. Por primera vez en años, finalmente siento que puedo dejar toda la mierda de mi vida atrás. —Eso es maravilloso —dijo Samantha. Después de un rato, me levanté. —¿Quieres un poco de limonada? Me voy a hacer una jarra fresca. Hemos terminado la que mi abuelo dejó en el frigorífico. —¿Ahora haces tú también?—Se reía. —Oye —sonreí—, es una tradición Manos.

Samantha Christos y yo pasamos la tarde bajo la sombrilla. Todo lo que quería hacer era estar fuera y relajarme con él en el perfecto tiempo de San Diego.

Me hizo la comida, la cual fue gyros60 recién hecho porque ninguno de nosotros quería molestarse con algo extravagante. —Oye, ¿dónde está Spiridon? —pregunté—. Debería unirse a nosotros. —No lo sé—dijo Christos—. Ha estado fuera todo el día. Quería hablar algo con Spiridon sobre la exposición de anoche, pero tendrá que esperar. Christos y yo comimos fuera en una de las mesas, mirando al océano haciendo olas. La comida era muy buena. Una fresquita brisa se levantó alrededor de las siete. —Oye, ¿quieres ir a dar una caminata? —preguntó Christos. —¿Tenemos que hacerlo? Estoy cansada. —Vamos. —Sonrió—. Podemos ver el atardecer desde lo alto de la playa en la colina. —Esa es una larga caminata —me quejé—. ¿Podríamos mirar el sol bajando desde aquí? —Una polvorienta caminata era la última cosa que quería hacer en este momento. —El ejercicio te hará bien. —Corrí ayer en la mañana. No necesito ningún ejercicio. —Puedo llevarte yo —dije. —No hagas esto Christos. Me sentiría como una invalida. ¿Podríamos esperar hasta mañana? Te prometo que iré mañana. Lo primero que haré, te lo prometo. —No, de verdad tiene que ser esta noche. —¿Por qué te comportas tan extraño? —pregunté. —Se está muy bien fuera. Solo quiero hacer una caminata. ¿Es esto tan raro? Suspiré. —¿Por qué no vas sin mí? Estaré aquí cuando vuelvas. —Nos vamos —dijo y se levantó de su silla en la mesa, dio la vuelta y me recogió de mi silla. —Christos, estoy demasiado cansada —rogué, pero se estaba riendo. Me llevó por las escaleras arriba. Debe haber pasado un tiempo desde que no me llevaba a sitios. Nunca me cansaba de esto. Me sentó en la cama. —¿Por qué no tenemos sexo en lugar de esto? —sugerí mientras me tiraba atrás sobre la cama. Gyros: es carne asada en un horno vertical que se sirve en un pan de pita o sándwich. Como acompañamiento, se agregan algunas verduras y salsas. 60

—Nahh, una caminata es mejor. Me senté de repente. —¿Que alíen robo a mi Christos y lo reemplazó con la versión de celibato? Se rió a carcajadas mientras me ponía calcetines y zapatillas de correr. —Vamos a la caminata. —No vas a renunciar a esto, ¿verdad? —No —dijo. —Muy bien —gruñí—. Pero me vas a tener que llevar. No me importa si parezco una inválida. —Puedo encargarme de eso. —Sonrió. —Creo que puedes. Diez minutos más tarde, estábamos caminando hacia la salida cercana a la casa, de la mano. —¿La colina? —refunfuñé—. ¿Vas a hacerme caminar todo el trayecto hasta arriba al banco, ¿verdad? —Es bueno para tus curvilíneas piernas. —Sonrió. —No intentes disfrazar tu manera de deshacerte de llevarme — bromeé mientras nos dirigíamos hacia la ladera. A mitad de camino, Spiridon bajaba caminando, seguido por Nikolos. —¿Qué están haciendo por aquí, chicos? —solté. —Ah, nada —dijo Spiridon mientras pasaba. Estaba en una forma excelente para ser un hombre mayor. Nikolos estaba justo detrás de él. —Los veremos más tarde. Me detuve y los vi desaparecer bajando la colina. —¿Qué estaban haciendo aquí arriba? —Quién sabe —dijo Christos—. Vamos, antes que el sol baje. Me encogí de hombros y caminamos el resto del trayecto hasta el banco familiar. Hasta el lugar donde Christos y yo hemos compartido tantas primeras cosas importantes, incluyendo locuras de sexo de trogloditas bajo la luna no hace mucho tiempo. Había sido una mujer salvaje aquella noche. Me ponía roja solo de pensar en ello. Como siempre, estaba respirando con dificultad después de hacer la subida a la colina. Di los últimos pasos alrededor de los arbustos que rodeaban la colina de la familia Manos y giré en la esquina. La vista que me esperaba era como siempre, impresionante.

Pero el contenido de ella era radicalmente diferente. Y no por el sol de verano. Si no por los petalos de rosa que formaban una alfombra roja dirigiendo hacia un pequeño altar blanco de madera que quitaba importancia a la vista de Océano Pacifico. En lo alto del altar estaban ramitos de rosas colocados a los dos lados de una pequeña pieza dorada en el centro. La pieza del centro era como una pequeña filigrana elevada. Encima de ella estaba una concha enorme, abierta para relevar una caja roja sosteniendo un brillante anillo. Mi cuerpo se cubrió con escalofríos. Mi garganta se tensó, mis ojos ardían, mis rodillas temblaban. No podía dar un paso. Sostuve mis puntas de los dedos en mis labios, los cuales temblaban con locura. —¿Necesitas que te sostenga? —preguntó Christos, ofreciéndome una mano. Asentí. Me levantó y me llevó unos pasos hasta el banco familiar y me sentó en él. Después caminé hasta el altar y levanté la cajita del anillo de la concha. Volvió a mí y se arrodilló. El anillo brilló en la deslumbrante luz del sol, miles de estrellas brillantes bailando en él. Era el anillo más precioso que alguna vez había visto. —Samantha —dijo—, agápi mou, eres verdaderamente la mujer más asombrosa que he conocido. Las maneras en las cuales me haces feliz superan las medidas. Mejoraste mi vida, me mejoraste a mí, y sin ti, solo sería la mitad del hombre que me he vuelto. La primera vez que te traje aquí, te dije que este lugar era sagrado. Solo la familia sube aquí. Ahora es tiempo de hacerlo oficial. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Las mías corrían como ríos por mis mejillas abajo. Se aclaró la garganta, ahogándose por la emoción. —Samantha Anna Smith, ¿quieres casar conmigo, agapi mou? — susurró. —Sí —contesté, mi voz balbuceando con la emoción. En secreto había deseado que Christos y yo quedáramos juntos para siempre, pero había estado demasiado asustada para decirlo en voz alta. Ahora mi sueño se había hecho realidad. Podía decirlo tan alto como quería, salvo que apenas podía hablar.

Christos deslizó el anillo en mi dedo. No podía decir las manos de quién temblaban más, las suyas o las mías. No importaba. Christos y yo estábamos, ahora y para siempre juntos. Para siempre. Enamorados.

Samantha ¿Estás nerviosa? preguntó Kamiko. Estoy bien respondí, abanicándome el rostro. Hacía un poco de calor dentro de la habitación del hotel The Lodge en Torrey Pines, pese a los veintitrés grados que hacía fuera. Creo que en parte eran mis nervios. O quizás el hecho que la habitación costase seiscientos dólares la noche. Supongo que pagabas más por los porteros vistiendo faldas escocesas. Sí, faldas escocesas, porque tenían un curso de golf. Pero no era tan horrible. Los terrenos eran increíblemente exuberantes y el hotel era tan rústico, con un encanto romántico, que me enamoré al instante del lugar cuando Christos y yo lo habíamos visitado en junio. ¿Cómo puedes estar tan nerviosa? cuestionó Romeo. Es el día de tu boda. Después de hoy, podrás follar a Christos sin tener que llevar una A escarlata en el pecho. —¡Romeo! se quejó Kamiko. ¿Qué? Si no estás casado es técnicamente adulterio. Puse los ojos en blanco. ¿En qué siglo vives? En el diecisiete se burló. Eso era lo que pensaba.Reí. Encenderé el aire acondicionado comentó Madison. Estaba tan contenta que ella y Jake fuesen capaces de volver de surfear en Hawaii para unírsenos para la boda. Nunca había visto a Madison tan morena. Prácticamente, tenía un color marrón oscuro. ¿Simplemente puedes abrir la puerta corrediza? pregunté. Creo que será más rápido si conseguimos que entre una brisa. Lo hizo y entró aire frío. Sentí un alivio inmediato. Me encantaba el olor del aire fresco del océano. Al final, mi vestido de boda era de hombros descubiertos, así que era más fresco. Solo esperaba no estropear el maquillaje con el sudor. ¿Quién creó todo eso de que el novio no puede ver a la novia antes de la ceremonia? Lo juro, estaré derretida para el momento que vea a Christos.

Madison y Kamiko llevaban vestidos de dama de honor lavanda claro a juego. Era un diseño maxi con plisado de mayor a menor, con un fino cinturón, perfecto para el tiempo caluroso. Quería que mis chicas luciesen tan sexys como yo. No iba a entrar en todo eso de ser la estrella de mi boda. También eran importantes. ¿Estamos listos? pregunté. Madison y Kamiko asintieron. Ahora estoy nervioso comentó Romeo. Vestía un esmoquin lavanda claro a juego. No puedo creer que insistieses en que Sam te hiciese dama de honor, Romeo se burló Kamiko. Es totalmente una de las chicas bromeé. Salimos de la habitación y nos dirigimos al Arroyo Terrace detrás del hotel. Tenía vistas al campo de croquet, detrás del hoyo dieciocho de campo de golf. Nos rodeaban el cielo azul y exuberantes pastos verdes. El océano besaba al cielo en una pacífica línea blanca en el horizonte del oeste. ¿Cómo está mi maquillaje? pregunté desesperada. Madison, Romeo y Kamiko me miraron y sonrieron. Tienes un aspecto perfecto aseguró Madison. ¿Puedo hacerlo contigo antes que le des el sí quiero a Christos? cuestionó Romeo. Así no lo estarías engañando. ¡Suficiente! advertí. Vamos. Hileras de sillas blancas estaban colocadas en el césped y ocupadas con gente. La mayoría eran amigos de la familia Manos. Mis amigos estaban justo a mi lado. Una alfombra de pétalos de rosas blancas estaba ordenada conduciendo al arco de la boda. Los pétalos estaban en un diseño curvo que incorporaba el verde del césped. Sin embargo, la hierba representaba un recorte curvo. La música sonaba tranquilamente, cambiando al Here comes the bride61. Alguna gente pensaba que era horrible, pero para mí era un clásico obligatorio. Mi padre se acercó a mí, vistiendo un traje azul marino. Estaba más guapo de lo que hubiese creído. Samantha. Sonrió, ofreciéndome su codo. Hola, papá. Nunca, en mis sueños más salvajes había imaginado que quisiese estar aquí. Había esperado que protestase, discutiese y me dijese que 61

Here comes the bride: Es una canción, cuyo título en español es Aquí viene la novia.

era una idiota por casarme tan joven y antes que acabase mi licenciatura. Pero no lo hizo. Solo quería estar con su hija el día de su boda. Era una sorpresa agradable, a decir verdad. Pestañeé para alejar las lágrimas. No había forma que mi maquillaje superase la ceremonia intacto. Caminamos hacia el altar, donde Christos esperaba. Mantuve la mirada en el premio a causa de lo nerviosa que estaba. Desde las esquinas de los ojos, noté todos los rostros sonrientes mirándome entre la gente. Mientras mi padre y yo nos acercábamos al final de la fila, miré a la derecha. Mi madre estaba sentada en el pasillo al frente de la fila. Había sido una gran sorpresa cuando mi padre me había dicho que mamá había vuelto a mudarse con él. Estaban trabajando para arreglar las cosas. Se había disculpado mucho con él, según mi padre, y también conmigo. Curiosamente, durante el verano descubrí que estuve forjando una relación individual con cada uno de mis padres. Ambos habían empezado a tratarme como una adulta, pero a su manera. Como que me gustaba. Era como si nos hubiésemos convertido en iguales. Me di cuente que ahora mis padres confiaban en que me cuidase por mí misma. Eso realmente me dejó pasmada. No podía creerlo. Pero era cierto. Mi madre me sonreía desde donde estaba sentada. Estaba llorando. Quizás no fuese tan mala, después de todo. Le sonreí brevemente, antes de centrar la mirada en Christos. Jake estaba a su lado, con un esmoquin real, por una vez. Al lado de Jake estaban Nikolos y Spiridon, también con trajes negros. Me sonrieron. Pero no podía apartar los ojos de Christos. Estaba tan increíblemente guapo. Incluso con los músculos y tatuajes tapados por el esmoquin, estaba magnífico. El tipo más caliente del planeta. Sus ojos zafiro brillaron en los míos como faros enamorados. Mostró su sonrisa con hoyuelos y resplandeció más brillante que el sol. Dios mío, era el espécimen perfecto de masculinidad. Mi padre me besó la mejilla antes que subiese al altar. Christos tomó mi mano y enfrentamos al Juez de Paz. Después de intercambiar los votos, algo que apenas recordaba, hicimos la ceremonia de encender la vela. Christos y yo usamos cada uno nuestra vela para encender la del centro, después apagamos nuestras velas individuales.

Dos se convierten en uno. Para siempre. Tuve un recuerdo de una de las velas restantes que había estado encendida la mañana siguiente que Christos y yo celebrásemos pre-San Valentín en su habitación. Los pétalos de rosas, las velas y los chocolates de See. Demasiado malo, había sido el día anterior a su juicio. Había creído que esa mañana podría perderlo al ir a prisión durante muchos años. Quizás para siempre. Había creído que esa única vela restante había sido un mal presagio, que significaba que muy pronto estaría sola. Qué equivocada había estado. Ahora entiendo que esa única vela había simbolizado nuestra unión, incluso entonces. Chica tonta. ¿Por qué había estado tan preocupada? Cuando el Juez de Paz nos declaró marido y mujer, Christos se inclinó para besarme. Sí, pese a todos los besos y sexo que habíamos tenido, era el beso más mágico de toda mi vida. Toda la multitud aplaudió y vitoreó. Pero Madison vitoreó más alto que nadie. Bueno, Romeo también fue bastante ruidoso, pero Madison le dio una buena lección. Mientras todos vitoreaban, me susurró en el oído: ¿Ahora tomarás tu parte del dinero por el retrato Love? ¿Y mi retrato de ti como ángel de fuego? Son solo un millón de dólares, después de la rebaja de Brandon. Abrí los ojos como platos. ¿Cómo podía protestar contra eso? Bueno, podía. Un poco. ¿Tengo que hacerlo? Sonreí. Eres mi esposa, es cincuenta y cincuenta de aquí en adelante. Lo que es mío es tuyo. Y eres rica. En ese caso... Sonreí de forma burlona mientras nos volvíamos a besar tiernamente. ¿Cómo puedo negarme? La recepción tuvo lugar en el hermoso salón de The Lodge. Kamiko trajo una cita. Dillon McKenna, el guionista gráfico de Adventure Time. Hacían, completamente, una linda caricatura juntos. Romeo, para sorpresa de todos nosotros, había traído a Justin Tomlinson, el señor director de la banda de The Wombat. No sabía lo en serio que iban. Estoy segura que lo averiguaría. Habíamos contratado un asombroso DJ llamado Graham Gold, que tenía a todo el mundo de pie y bailando después de la cena. Valía el dinero extra que gastamos en él. No solo era un DJ, era un animador. La elección perfecta. Durante el lanzamiento del ramo, creo que Justin Tomlinson estaba tan asombrado como el resto de que Romeo agarrase mi ramo.

Durante toda la recepción, todo pasó en un momento. Hice todo lo posible por hablar con todos. Esperaba no olvidarme de saludar a alguien importante. Saludé a Brandon, que estaba allí y a Russel Merriweather. Pero nunca había conocido a muchos de los acompañantes. Esperaba que no les importase que olvidase sus nombres segundos después de presentarnos. En un momento, Christos y yo estábamos esperando la tarta, hablando con Nikolos: Quiero explicar mi regalo de bodas, antes que se vayan de luna de miel comentó Nikolos. No tienes que hacerlo, Bampás aseguró Christos. Sea lo que sea, estará bien. Estoy de acuerdo afirmé. Que estés aquí es más que suficiente. Nikolos asintió. Eres tan joven e inocente, Samoula. Sonrió. Pero a veces, el matrimonio puede ser difícil. Ese es el por qué quiero explicar mi regalo. ¿Nos compraste una sesión con un consejero matrimonial o algo? bromeó Christos. No, compré tu retrato Love. Ese de ti y Samoula. ¿Qué? jadeamos Christos y yo. Hice un acuerdo especial con Brandon. No se quedaba con ninguna comisión de venta. Solo lo hicimos para que no hicieran ninguna pregunta. Todo el dinero es para ustedes. Medio millón de dólares. Vaya, ese era un gran regalo de boda. Nikolos continuó: Y quiero que ambos tengan la pintura. Quiero que sirva como recordatorio del amor especial que sienten hoy. No quiero que nunca lo olviden. Nikolos estaba claramente superado por la emoción. Era un gran gesto para él. No puedes hacerlo, Bampásprotestó Christos. Estaba de acuerdo con Christos. Parecía un regalo excesivo para darle a alguien. Sí, puedo sentenció Nikolos. Eres mi hijo. Y ahora, tú, Samoula, eres mi hija. Me miró. Veo la vacilación en tus ojos, Samoula. Déjame explicarme. No quiero que jamás, tú o mi hijo, se preocupen por el dinero en su matrimonio. Los problemas de dinero abrieron una brecha en mi familia, que he lamentado durante mucho, mucho tiempo. Miró a Christos de forma intensa y triste.

Christos asintió con seriedad. Nikolos volvió a mirarme. Tomé la decisión de perseguir el dinero cuando era joven, así mi esposa e hijos podrían tener siempre suficiente para estar a salvo. Pero los problemas de dinero se convirtieron en mi obsesión. Y mi amada esposa Vesile me abandonó por ello. Ahora que tengo dinero, no quiero que le pase lo mismo a mi hijo. No quiero que tengas ninguna razón para dejarlo, Samoula. La angustia que escondía Nikolos tras sus ojos era inconmensurable. Estaba lista para llorar por él. Parpadeó la humedad de sus ojos y se giró para sonreírle a su hijo. Pero tenemos un montón de dinero, Bampás se defendió Christos. Hice una tonelada con el espectáculo. Ahora tienes más. Nikolos le sonrió. Si eres listo con ello, siempre tendrás suficiente. Lo sé todo sobre exprimir cada céntimo mencioné. Crecí rodeada de ahorradores. Sé lo que hay que hacer bromeé. Nikolos sonrió. Excelente. Cuidarás de mi hijo, paidí mou. Nikolos alzó el vaso de agua que sostenía en la mano. Por la feliz pareja. El corazón que ama siempre es joven. Christos y yo no teníamos ningún vaso en ese momento, así que sonreímos a Nikolos. Gracias, Bampáscontestó Christos. Nikolos bebió su agua antes de rodear a su hijo con un brazo y pegarle en la espalda con cariño. Siento que tu madre no pudiese estar aquí esta noche comentó, reteniendo las lágrimas repentinas. Christos hizo una mueca de dolor y suspiró, mientras abrazaba a su padre y decía con voz tensa: Sí. Hasta donde sabía, Christos no había hablado con su madre desde hace más de un año. No creo que la haya visto desde mucho antes. Tristemente, no creo que jamás perdone a su madre por marcharse cuando tenía diez años. Ese día, había roto el corazón de ambos, padre e hijo. Cuando Nikolos liberó a su hijo del abrazo, pude ver que Christos tenía lágrimas en los ojos. Acaricié la espalda de su traje, mientras dejaba caer la cabeza. Lo siento murmuró.

Está bien lo tranquilicé, abrazándolo. Después de un momento, levanté la mirada y vi como Christos abría los ojos con sorpresa. Me giré, para observar qué le había llamado la atención. Mi pecho se apretó. La mujer más hermosa que he visto en toda mi vida, se acercaba cruzando el salón. Tenía el cabello de color negro suelto y unos brillantes ojos azules. Todo el mundo la estaba mirando. Llamaba la atención, sin ni siquiera intentarlo. Podría ser fácilmente una supermodelo, incluso siendo mayor. Su vestido de cuello bajo azul, caía con elegancia hasta sus pies. No tenía idea de quién era, pero casi podía adivinarlo. Mi corazón saltó a mi garganta. Siento llegar tarde dijo con voz elegante. Mi vuelo se retrasó, pero no podía perderme este día por nada del mundo. Christos se giró hacia ella. La conmoción borró toda expresión de su rostro, mientras palidecía. Su rostro decayó. Parecía que estuviese viendo un fantasma. Estaba completamente aturdido cuando dijo: ¿Mamá? La mujer abrió los brazos a su hijo. Paidí mou... ¿Vesile? jadeó Nikolos. ¿Kardiamou? Vesile pasó la mirada entre Christos y Nikolos con lágrimas silenciosas deslizándose de sus ojos. Aseguró: Los he echado de menos a ambos.

Fin. Por ahora...

Devon Hartford pasó

la mayor parte de su vida en el sur de California, en muchas de las localidades frecuentadas en Fearless. Devon también pinta. Su trayectoria en las artes fue la inspiración para este libro.
The Story of Samantha Smith 3. Painless Devon Hartford

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