Lucky Harbor 6.5 - Under the Mistletoe - Jill Shalvis

60 Pages • 14,582 Words • PDF • 1.5 MB
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Solo un beso más. No hay lugar como el hogar para las vacaciones. Y el Lucky Harbor Bed & Breakfast está repleto de luces festivas y buen ánimo. Pero para Mia, la Navidad se está convirtiendo en algo más que brillo y alegría. Su reciente ruptura con su novio Nick la ha hecho volverse agridulce. Pero entonces llega una sorpresa, cuando Nick la sigue al pueblo con regalos y pidiendo perdón. Nick creció sin una familia propia, de modo que está abrumado por el amor que Mia recibe de todos sus parientes reunidos para celebrar la festividad. Bajo sus miradas atentas, Nick descubre que recuperar su confianza es lo más difícil que ha tenido que hacer. Si tiene éxito, recibirá el mayor regalo de todos… el amor de Mia para toda la vida.

ferrándose a su sombrero, Mia corrió por las calles con sus asesinos tacones rojos de diez centímetros, su falda roja a juego ondulando en la brisa. Tarde. Llegaba tarde.

A

Era la historia de su vida. —¡Hola, Señora Claus! —gritó un trabajador de la construcción—. ¡Necesito algo de espíritu navideño! ¡Vamos, mamá, tráelo aquí! Eso fue acompañado por los gritos y alaridos de los compañeros de trabajo del tipo. Mia los ignoró y siguió corriendo en sintonía con su estridente risa. Podía no ser nacida o criada en Nueva York, pero había aprendido a encajar perfectamente. —Guau, ¿eres real? —preguntó una niñita maravillada una cuadra después, considerando su disfraz—. ¿Santa Claus es real? —¡Sí! —le dijo, y siguió corriendo. Excepto que, si realmente hubiera habido un Santa Claus, ella felizmente se habría arrastrado a su regazo y susurrado su mayor deseo: ser escogida. Por su equipo de sóftbol, por su internado, por una relación, no importaba. Ser escogida significaba todo para ella, pero de alguna manera, siempre terminaba siendo la escogedora. Finalmente, patinó en el restaurante y se detuvo para recuperar el aliento, alisando su traje de la Señora Claus. Tenía una muda de ropa en su bolso; solo necesitaba llegar al baño de mujeres. Girando para hacer exactamente eso, se lanzó directamente contra un cuerpo cálido y duro. Nick. Su primera reacción fue vergüenza por su disfraz. De acuerdo, acababa de ganar doscientos dólares sirviendo bebidas en una fiesta corporativa de Navidad,

pero había esperado meterse en su lindo y pequeño vestido negro antes de que Nick la viera. Y luego estaba su segunda reacción, la cual era guau, porque esta noche él se veía tremendamente grandioso. —Estás pensando con tanta fuerza que tu cabello está humeando —dijo él, con voz baja y sexy. Burlón. Mia se estiró para tocar su cabello, pero Nick agarró su mano en la suya y sonrió. —Me gusta el aspecto —dijo—. ¿Es para mí? —¡No! —Pero le devolvió la sonrisa porque era imposible no reaccionar ante Nick—. Tengo mi pequeño vestido negro de salir en mi bolso. Ese es para ti. Él agarró sus manos y las extendió a los lados, estudiando el escaso traje de la Señora Claus. —Mmm, soy feliz de conformarme con esto. —Su cabello bañado por el sol era del mismo color que el whisky envejecido en la botella en la barra detrás de él, y también hacía juego con sus ojos. Había venido directamente del trabajo. Se había aflojado la corbata, las mangas de su camisa se alzaban más allá de sus deliciosamente antebrazos acordonados. Su deliciosa estructura provenía de carreras diarias y largos veranos trabajando como obrero manual para el dinero de su matrícula. Pero no era su aspecto lo que detenía el corazón de Mia. —Me encanta esa sonrisa —murmuró él.

Eso. Era la manera en que él la hacía sentir como la mujer más hermosa del mundo. Estaba loca por él, y Nick lo sabía. La anfitriona los sentó antes de que ella pudiera cambiarse. Cada mesa contenía una vela parpadeante y una ramita de muérdago. Nick recogió el muérdago, lo sostuvo sobre la cabeza de Mia, y luego se inclinó para un beso. Le apretó la mano, su pulgar encallecido deslizándose lentamente sobre su palma. Nunca antes había considerado su palma como un lugar particularmente sensual, pero su toque alteró su respiración y la hizo estremecerse. O tal vez era solo él.

Sus ojos se oscurecieron cuando se apartó. —Hmm —dijo, su voz era como sexo en una paleta—. Definitivamente quiero saber lo que estás pensando ahora. —En ti —espetó—. Tienes los ojos más increíbles del mundo. Él se llevó su mano a la boca y le mordió la yema del pulgar. —Y solo piensa, mis ojos ni siquiera son mi mejor parte. Ella rio. —Y como he visto todas tus partes, estoy en una posición de autoridad para verificar esto como un hecho. —Tal vez deberías volver a verificarlo más tarde. Solo para asegurarte —dijo, mostrándole una sonrisa chamuscadora de bragas. Mia sabía que podía perderse en él. Se había perdido en él. Pero no quería distraerse con su sensualidad, no esta noche. Había venido aquí con un plan. Le iba a dar su regalo de Navidad anticipadamente, el cual era un vuelo a la boda de su tía Chloe en Nochebuena. Significaría volar por el país solo por capricho y conocer a las personas que más significaban para ella. Nick era bueno con los caprichos, y por eso, estaba entusiasmada con la perspectiva de pasar las vacaciones con él. Pero se contuvo, esperando, porque era un restaurante hermoso y caro del que habían hablado pero que nunca habían visitado. Era íntimo, y estaba exquisitamente decorado para las fiestas, y esperaba que tal vez Nick tuviera una sorpresa propia bajo su manga. Habían estado saliendo durante seis meses, a lo largo de su graduación en la Universidad de NY con una licenciatura en psicología y Nick rompiéndose su muy buen trasero para estudiar y aprobar el examen de abogacía. Mia había ingresado a la escuela de postgrado y estaba actualmente a mitad de su primer año, y Nick estaba trabajando todo el día para hacerse un nombre y reducir su monumental deuda universitaria, que actualmente rivalizaba con el tamaño del déficit nacional. Así que, su elección de restaurante tenía que significar algo. ¿Sería esta noche cuando finalmente usaría la palabra con A?

Su corazón se animó ante la idea porque ese sería un excelente regalo de Navidad. Pero cualquiera que fueran sus planes, Nick no parecía tener prisa. Ordenó aperitivos, se burló de ella en cuanto a lo que podría tener debajo del traje de la Señora Claus, y la persuadió para contarle los detalles de su día. Pidieron vino, y él chocó su copa con la suya suavemente, con ojos cálidos. —Por una noche como la de anoche… —dijo sedosamente. Anoche había involucrado la abandonada, y afortunadamente cerrada, azotea de su edificio de cinco pisos por escalera, donde él había aflojado sus inhibiciones con manos lentas y firmes y una boca increíblemente talentosa, hasta que le suplicó que la tomara. Él había accedido, dos veces. Solo el recuerdo la hizo humedecerse. —Se supone que va a llover esta noche —dijo, su voz susurrante de Marilyn Monroe, delatándola. Su sonrisa fue tan lenta y firme como sus manos, y de chico malo travieso. A él no le importaba la lluvia. —Estás usando tu ropa nueva —señaló—. La arruinarás. Él se encogió de hombros. Después de toda una vida de no tener dinero, nunca pareció darles mucha importancia a las posesiones. De hecho, se había postulado para trabajar en una oficina legal sin fines de lucro que brindaba justicia restaurativa en todo el país. Quería intentar salvar a los niños que habían tomado malas decisiones y necesitaban ayuda. Si conseguía el trabajo, estaría viajando lejos y ella lo perdería. Había sabido esto. De todos modos, se había enamorado de él. Impotente. La pregunta seguía siendo la misma: ¿él también se había enamorado? Ambos habían sido abandonados al nacer, pero Mia había sido adoptada por una maravillosa pareja que se había convertido en mamá y papá para ella. Nick no había tenido tanta suerte, y no sentía la misma necesidad de lazos que ella. Él era un lobo solitario. Ella, por otro lado, había nacido para formar parte de una manada. Nick se inclinó y la besó justo debajo de la oreja.

—¿Alguna vez has tenido sexo bajo la lluvia, Mia? Se quedó sin aliento, y hubo mucho más hormigueo en los lugares que no tenían que tener ningún cosquilleo en un restaurante. —¿El sexo es en todo lo que piensas? —No. Pero pienso mucho en ello. Contigo. —Le golpeó el lóbulo de la oreja con su lengua, y de alguna manera todos los huesos de su cuerpo se derritieron. —¿Son los hombres realmente tan esclavos de su libido? —logró formular. —Es la testosterona. Un tipo seguiría a su chica hasta Siberia si creyera que eso podría conseguirle un polvo. Descalzo. Cuesta arriba en la nieve, ida y vuelta. Ella rio, y él sonrió. —Me encanta el sonido de tu risa —dijo—. No lo haces lo suficiente. Siempre había sido una niña seria, y no solo porque fue adoptada. Amaba a su familia, tanto a sus padres adoptivos y a sus padres biológicos. Tenía la suerte de tenerlos a todos en su vida. Pero no se podía negar que, a pesar de su suerte y de la riqueza del amor con la que había sido empapada, era… bueno, seria. Y seguía buscando su lugar al que pertenecer. Pensaba, esperaba, que su lugar al que pertenecer fuera con Nick, y eso la llenaba de un vértigo que era difícil de contener. Él la llenaba de vértigo. La cena llegó y estuvo deliciosa, y todavía Nick no parecía inclinado a llegar al punto del caro restaurante. Cuando vino la cuenta, él la recogió antes de que pudiera hacerlo. Siempre lo hacía, a pesar de que él se estaba ahogando en deudas universitarias y, gracias a sus cuatro padres, ella no. Afuera, no había taxis para tomar. Solo había una ligera neblina en el aire, así que comenzaron a caminar. El equipo de construcción se había ido. No que importara. Nadie la habría molestado con Nick a su lado. Se paraba de una manera que hablaba de una confianza ruda y fácil. Nunca buscaba problemas, pero había un borde en él que indicaba que, si encontraba alguno, no se opondría a patearles el culo. Y creciendo como lo había hecho, no tenía dudas de que podía hacerlo con poco o ningún esfuerzo.

Llegaron a su pequeño lugar, disfrutando de las locas luces superpuestas y decoraciones navideñas de la ciudad. En su puerta, Nick la empujó juguetonamente contra esta. —Estás toda mojada, Mia… Ella se tomó un momento para disfrutar de la sensación de su duro cuerpo manteniéndola inmovilizada, luego inclinó su cabeza hacia la suya. La confirmación del vuelo estaba quemando un agujero en su bolso. —¿Nick? Antes de entrar… Él se inclinó y besó su mejilla, su mandíbula, su garganta, sus manos deslizándose dentro de su abrigo. —Soy tan aventurero como cualquier tipo —murmuró con vehemencia contra su piel, haciéndola temblar porque sabía exactamente lo que sus manos y boca podían hacer—. ¿Pero aquí en el pasillo? Ella se quedó quieta y luego lo golpeó en el pecho. —Eso no es lo que iba a decir. Se rio y se enderezó, dejando las manos en sus caderas. —¿Ah, ¿no? —Sus ojos brillaban con malicia y una promesa sexual que la hizo reconsiderar rechazarlo.

—No —repitió, su corazón acelerándose un poco—. Nick… La besó una vez más, lleno de intención y propósito, y solo cuando sus huesos se hubieron derretido se retiró lentamente. —Lo siento —dijo—. Eres tan jodidamente dulce. —Puedes devorarme dentro —prometió—. Pero creo que tengo un regalo de Navidad para ti. Él dejó caer sus manos. —Dijiste nada de regalos de Navidad, que nos iríamos juntos por un fin de semana el mes que viene cuando los dos tengamos tiempo libre, y ese sería nuestro regalo el uno para el otro. —Está bien, entonces no es un regalo de Navidad —dijo—. Llámalo un presente. ¿Recuerdas hace meses cuando te dije que iba a casa a pasar la Navidad

por la boda de mi tía Chloe? —Ella dudó—. Bueno… compré dos pasajes de avión, no solo uno. —Sacó la confirmación de su bolso y se la dio. La tía de Mia, Chloe y su prometido, Sawyer Thompson, habían estado juntos durante cinco años. Estar comprometidos, pero no atados se había ajustado a sus dos almas salvajes, pero recientemente Chloe se había contagiado la fiebre del bebé de su hermana Maddie, que acababa de tener su segundo hijo. Nick miró el papel que Mia le había dado. —¿La boda es en Lucky Harbor? —preguntó—. ¿En el estado de Washington? —Sí —respondió Mia. Había pasado su primer verano allí cinco años atrás a los diecisiete años, donde había encontrado y conocido a sus padres biológicos. También se había enamorado allí por primera vez, su primer amor. Carlos y ella habían hecho todo lo posible, pero habían sido muy jóvenes. Demasiado jóvenes. Su romance adolescente no había sobrevivido, pero aun así había ido a Lucky Harbor tan a menudo como había podido en los últimos cinco años. —Me doy cuenta que es al otro lado del país —comentó—. Y también que es con poco tiempo, pero he estado esperando preguntarte desde hace un rato. Simplemente no quería que te sintieras obligado. No parecía que se sintiera obligado. Parecía como si lo hubiera golpeado en la cabeza con su bolso, y parte de su felicidad se desvaneció. —¿Quieres que conozca a tus padres biológicos? —preguntó lentamente. —No —contestó lentamente—. Bueno, sí. Pero principalmente solo quiero pasar las vacaciones contigo. —Sabía que las fiestas nunca habían sido amables con él, y quería mostrarle lo mágico que podía ser—. Esta será nuestra primera Navidad. Será divertido. —Sonrió. Él no. —Mia, no puedo. Ella consideró su expresión en blanco y de repente se quedó fría. —¿No puedes? —murmuró, sin entender. —Está bien, no lo haré —se corrigió, con voz suave pero su significado brutalmente claro.

Sorprendida, dio un paso atrás, chocando contra la puerta principal. Nick se acercó a ella, pero Mia levantó una mano, deteniéndolo. —Sabes que es solo un viaje, ¿verdad? —preguntó tan ligeramente como pudo—. No te estoy pidiendo un diamante ni nada así. —Nunca esperaría esa petición de él. Tal vez esperaba secretamente que algún día él le hiciera esa petición, pero ella ciertamente no lo haría. —No puedo —repitió. Sin ninguna sonrisa cálida, ninguna explicación para suavizar el golpe, nada. En realidad se miró a sí misma. ¿Estaba sangrando? Se sentía como si estuviera sangrando. Pero no lo estaba. Estaba en perfecto estado de funcionamiento vestida como la Señora Claus. Sintiéndose estúpida, levantó la barbilla. —Está bien —dijo en voz baja, incluso aunque su corazón se rompía—. No importa. —Un poco adormecida, lo cual era algo bueno en este momento ya que no quería caer en pedazos, todavía, así que abrió la puerta y entró. No mires atrás, no

mires atrás… Definitivamente miró hacia atrás. La tensión irradiaba de Nick, pero él no delataba nada en su expresión. Hace un momento, él había estado tocándola como si la necesitara más que al aire, y ahora era como un completo extraño. Cerró en silencio y pasó el seguro a la puerta, luego se recostó contra ella. Él no la había elegido.

ick pasó la siguiente hora estudiando la confirmación del vuelo que Mia le había dado como si tuviera las respuestas al universo. No que realmente viera el papel. No, seguía reviviendo destellos de Mia sentada frente a él en la mesa antes, su largo cabello castaño cayendo como seda sobre sus hombros, sus ojos verdes musgo llenos de afecto y calor.

N

Por él. Le encantaba la forma en que lo miraba, aunque esta noche había logrado arruinarlo bastante bien. Disgustado consigo mismo, dejó el papel a un lado, apagó las luces, y se metió en la cama donde procedió a mirar el techo, contando las formas en que lo había jodido. Había demasiadas para contar. Podía argumentar que su vida estaba en un flujo demencial, pero eso era una excusa, y odiaba las excusas. Su reacción a la invitación de Mia había sido instintiva, y la había lastimado. Se sentía como una mierda por eso, pero sabía que al final, era lo mejor. No tenía nada que hacer yendo a conocer a su familia. Uno, no tenía experiencia familiar. Ninguna. Dos, tenía incluso menos experiencia en relaciones. Tres, había solicitado un trabajo que lo iba a llevar a lugares, el primero de ellos era alrededor de todo el país durante los próximos dos años. Era lo que había querido, defender a los niños que estaban cayendo a través de las grietas del sistema, como lo había hecho él. Mia, más que nadie, entendía esta necesidad. Ella también había sido abandonada al nacer. Pero ella había sido adoptada. Nick había sido arrastrado de casa en casa durante toda su infancia, nunca perteneciendo a ninguna parte. Mia sabía todo esto de él. Fue lo que los unió. Pero lo que ella no sabía era que había conseguido el trabajo.

Había planeado contárselo durante la cena, y luego lo habrían celebrado. Excepto que estar con ella, como siempre, lo sacaba del tiempo y del lugar. Lo hacía olvidar de todo menos ella y cómo se sentía cuando estaba con ella. Y luego había estado el problema real. Sentado con ella en la mesa iluminada con velas, viéndola sonreír, por él… de repente no había querido ir a ninguna parte. Había estado luchando con eso cuando ella había dejado caer su invitación a la boda como una bomba. Quería que fuera a pasar la Navidad, unas festividades en las que nunca había creído, con su familia. Su familia, algo más en lo que no creía del todo. Cuando finalmente cayó en un sueño agotado e inquieto, soñó con la primera vez que se conocieron, en una clase de Comportamiento Humano que él había necesitado para aconsejar a adolescentes de forma voluntaria. Ella giró su cabeza y lo miró largamente cuando se escabulló a la clase diez minutos tarde el primer día, gracias a una resaca monstruosa. Usaba gafas, sus ojos eran anodinos y su cabello castaño se amontonaba sobre su cabeza en un pequeño moño. Tenía una laptop cuidadosamente colocada sobre su regazo y la lectura requerida abierta en una mano. Una nerd, había decidido de inmediato, y sabía que se había sentado junto a la chica adecuada. Siempre intentaba sentarse junto a los inteligentes porque eran excelentes compañeros de estudio. Él le sonrió. Ella frunció el ceño y volvió a concentrarse en la conferencia. Se dio cuenta que debía haberse perdido algo importante, ya que ella tenía una pantalla llena de notas. Se inclinó para intentar leer por encima de su hombro al mismo tiempo en que se volvía hacia él. Sus labios casi se rozaron. Sus ojos se ampliaron y sus labios se abrieron en una pequeña ¡Oh! de sorpresa. Su reacción no fue tan diferente. ¿La había considerado indescriptible? Era lo más alejado a lo indescriptible, empezando por sus ojos. Eran de un verde intenso y rebosantes de inteligencia. Lo miró por un largo segundo, y luego giró su laptop hacia él para compartir sus notas.

—Oh, uups —dijo, cerrando una pantalla rápidamente—. Ese era mi proyecto de investigación para una clase diferente —se mordió el labio inferior—. Probablemente te estás preguntando sobre esto ahora. En realidad, no lo hacía. Ni siquiera estaba mirando su pantalla. Se estaba preguntando cómo era que olía tan increíble, cómo podían ser sus ojos tan… verdes. Se preguntaba si estaba usando un sujetador debajo de ese suéter fino, o si solo tendría frío… —Estoy escribiendo sobre la sexualidad humana —dijo. De acuerdo, ahora tenía su atención. —¿Estás investigando sobre el sexo? —preguntó—. Digamos, ¿cómo tenerlo? —Oye, sé cómo tenerlo —respondió, y luego se sonrojó magníficamente cuando captó la burla en su mirada. Más tarde descubrió que ella también había sido adoptada. Atraído por esta cosa que tenían en común, le compró una hamburguesa esa noche, y terminaron en el Central Park bajo las estrellas viendo una inesperada lluvia de meteoritos. Mia pidió deseos con cada estrella caída, grandes deseos, pequeños deseos, deseos para todos en su vida… y se encontró extasiado, a lo grande. Normalmente nunca hablaba de sí mismo, pero ella lo sacó de su caparazón, y conversaron hasta el amanecer. Habló. Nunca en su vida se había sentado y había hablado con una chica con la que aún no había llegado a la segunda base. Pero era diferente, y compartió cosas con ella que no había compartido con nadie. La noche siguiente, ella le trajo brownies caseros. Y a diferencia de los brownies que sus compañeros de habitación siempre hacían, los suyos no eran ilegales. Habían estado juntos desde entonces. Nick se dio la vuelta en su cama. Se habían divertido explorando la ciudad juntos. Explorándose el uno al otro. Acercándose más de lo que alguna vez había dejado que alguien llegue antes. Y ahí es cuando su ex había aparecido. Con un anillo. Sí, eso había sido divertido.

Carlos llamó a la puerta de Mia tarde una noche. Mia estaba sorprendida por la visita. Nick se sorprendió cuando le pidió que se fuera a su casa de modo que así pudiera hablar con Carlos a solas. Nick bajó las escaleras y se paró en la acera, preguntándose si estaba a punto de perder lo mejor que le había pasado. Después de la hora más larga de su vida, Carlos salió del edificio, con la capucha puesta y las manos en los bolsillos mientras se dirigía por la acera, sin mirar atrás. Nick subió las escaleras trotando, con el estómago anudado. La ducha de Mia estaba corriendo, y él esperó hasta que ella saliese del baño. Con solo una toalla y el vapor rodeándola, lo miró fijamente, y sacudió lentamente su cabeza. Y luego sus ojos se llenaron de lágrimas. Su corazón se apretó cuando se acercó a ella y la atrajo hacia sí. —Quería que me casara con él —dijo contra su pecho. Nick se quedó inmóvil. —¿Y tú dijiste…? —Lo amaba cuando tenía diecisiete años —contestó en voz baja—, con todo lo que tenía. Quería hacerlo funcionar, pero él no. Me dijo que siguiera adelante. Así que, eso es lo que hice. Él rompió mi corazón, y yo acabo de romper el suyo. Nick dejó escapar la respiración que no se había dado cuenta que había estado conteniendo y presionó su mandíbula en la parte superior de su cabeza. —Creo que deberías irte —susurró al final. Nick había tomado la política de por vida de nunca quedarse un momento más de lo que era querido. Jamás. Así que salió del edificio de la misma forma en que Carlos lo había hecho un rato antes y se fue caminando a su casa. Lo último que recordó antes de quedarse dormido esa noche fue la sensación de las lágrimas de Mia en su cuello.

Volteándose de nuevo, le dio un puñetazo a su almohada. Había tomado una decisión en ese momento, y se había equivocado. Él no debería haberla dejado. Y había cometido el mismo error esta noche. Al amanecer, dejó de intentar dormir. Se vistió y fue al apartamento de Mia. Necesitaba verla, hablar con ella. Tocarla. Tenía una llave, pero no se sentía correcto dejarse entrar esta vez. Pero ella no respondía, justo lo que sucedía cuando uno actuaba como un completo idiota. Un completo y estúpido idiota. —Mia —dijo—, déjame entrar. Ante el silencio ensordecedor, exhaló un suspiro y sacó su teléfono. Pero ella había apagado el suyo o había pulsado Ignorar porque su llamada fue directamente al buzón de voz. —Ven a la puerta, Mia. Tres puertas más abajo, una señora mayor se asomó y frunció el ceño. —Así que eres un completo estúpido —dijo. —¿Disculpe? —“Déjame entrar”. “Ven a la puerta”. ¿Siempre exiges así? No me extraña que ella no esté respondiendo. Intenta preguntar alguna vez. No todas las mujeres representarán esa mierda de 50 Sombras, sabes. —Dio una sacudida de cabeza disgustada y cerró la puerta de golpe. Nick no tenía idea qué era “esa mierda de 50 Sombras”, pero miró a la puerta de Mia. ¿Había estado exigiendo? Tocó una vez más. —¿Mia? ¿Podemos hablar? Cuando la puerta aún no se abrió, se dio por vencido e intentó con un mensaje: Estoy en tu casa, ven a la puerta. Hizo una pausa, y luego agregó: por favor. Esperando que cubriera todas las bases, aguardó un minuto. Mia siempre respondía sus mensajes de inmediato, incluso cuando estaba ocupada en la escuela o en el trabajo. Quería ser consejera de secundaria cuando terminase la escuela de postgrado, y estaba trabajando para obtener una pasantía. Pero, abatida como estaba, siempre se hacía tiempo para él sin importar nada, lo que nunca dejaba de hacer que se sintiera especial. Querido.

Necesitado. Era la primera persona que alguna vez le hizo sentir esas cosas, y significaba mucho para él. Ella significaba mucho para él. Pero su teléfono permaneció ominosamente silencioso y su puerta permaneció cerrada, ninguno de los cuales eran buenos presagios. Conocía sus propios problemas: siempre había sido reacio a dejar a alguien acercarse demasiado. Pero si conocía los suyos, conocía los de ella aún mejor. Ella era lo opuesto. Necesitaba permitir que la gente se acercara, estar rodeada de aquellos a quienes les importaba. Y también sabía algo más, algo que ella nunca le había verbalizado: por más adaptada como estaba, necesitaba que su gente la defienda. Nick le había fallado en eso, a lo grande, y tanto su corazón como su instinto se agitaban por ello. Mia nunca le había pedido nada, pero sabía que la necesidad estaba allí y no la había cumplido. Podía arreglar eso. Arreglaría eso, y entonces ella nunca dudaría de él otra vez. La puerta detrás de él se abrió, y se volvió para ver a otra vecina de Mia. Cindy tenía veintitantos años, se veía demacrada pero era bonita, con un niño en brazos y un niño pequeño con un sombrero de Santa envuelto en una pierna. —Hola, Nick —dijo sorprendida—. Mia ya se fue. —¿Se fue? —Sí, tomó un taxi hace unas horas.

ia aterrizó en Seattle y tomó un transporte hasta Lucky Harbor. Era un viaje largo, y no había querido molestar a nadie para que la buscara.

M

De acuerdo, eso era mentira. Le dolía el corazón y se sentía demasiado grande para su caja torácica, y sus emociones estaban por todos lados. Necesitaba tiempo para recuperarse. Tara y Ford Walker, sus padres biológicos, tal vez no la conocieron formalmente hasta que los buscó a los diecisiete años, pero no había duda de que tenerlos en su vida la había completado. Ella les pertenecía. Los amaba. Pero… Pero ella los había buscado. Ella los había escogido. También había escogido a Nick, y mira cómo resultó eso. Apartando el pensamiento improductivo, inhaló profundamente, contemplando el espeso y exuberante bosque de las Montañas Olímpicas cuando la furgoneta las atravesó. Al otro lado, cuando bajaron a la costa y al pequeño cuenco donde Lucky Harbor estaba anidada, se encontró relajándose un poco. El océano se agitaba salvajemente bajo un cielo gris oscuro, y el aire estaba perfumado con sal marina y pino… exclusivo de Lucky Harbor. La ciudad olía perennemente a Navidad, lo que nunca dejaba de hacerla sonreír. Estar de regreso aquí hizo que fuera difícil mantener el mal humor, pero tenía la intención de intentarlo. Excepto que no era mal humor. Era un corazón roto.

Nick nunca te prometió nada. Ese pensamiento vino con otro; tal vez a él solo le gustaba porque entendía el ser abandonado. Tal vez no había sido más que una muleta mental para él. Este pensamiento tambaleó en su cerebro por unos minutos, dándole un dolor de cabeza. Pero no podía culparlo por esto. Él nunca le había dado falsas esperanzas. Nunca había dicho que irían a algún lado con esta relación. Demonios, nunca había dicho que tenían una relación.

Ella simplemente lo había asumido, y cualquiera sabe que asumir algo te atrapaba. Por completo y dolorosamente. Dándose cuenta que nunca había vuelto a encender su teléfono después de su vuelo, presionó el botón de encendido y vio algunos mensajes cargados de Nick.

Estoy en tu casa, ven a la puerta. Y luego el impactante: por favor. Ella lo llamó, pero fue directamente al correo de voz. Como no tenía idea qué decir, colgó. Había ido a su casa. Hubo un terrible segundo de esperanza, pero, en realidad, sabía que solo habría sido para asegurarse que estaba bien. Él había dejado en claro cómo se sentía; eso no iba a cambiar. No significaba que fuera un mal tipo. No lo era. Era uno de los chicos buenos. Uno de los mejores… ¿Y no era ese justo el problema? La furgoneta entró en Lucky Harbor y se dirigió a lo largo de la pintoresca calle victoriana, más allá del muelle y la vuelta al mundo, y finalmente por el camino angosto hacia al Lucky Harbor B&B. El B&B era dirigido por su madre Tara y sus dos hermanas, Maddie y Chloe. Habían rechazado todas las reservas durante las próximas dos semanas para concentrarse en la boda. Pero Mia sabía que el lugar estaría zumbando de locura, y a pesar de su corazón roto, su espíritu se elevó levemente ante lo que le esperaba. Una boda. El B&B había sido decorado para las fiestas, con una guirnalda fresca en el porche. Por la noche, la casa victoriana de dos pisos se iluminaría con hilos de luces centelleantes blancas. A la luz del día, los maceteros de flores estaban llenos de festivas flores de Pascua rojas. Mia le pagó a su conductor y salió. El sol se asomaba entre las nubes, perforando el cielo con rayos largos y relucientes que se transformaban en un arco iris sobre el agua. Todo era tan increíble y hermoso que podría haber sido una pintura, y una pequeña parte de su felicidad regresó.

Un jardinero estaba trabajando duro en el patio, de espaldas a ella. Estaba cavando agujeros para plantar, la pala moviéndose constantemente dentro y fuera de la tierra, los músculos de sus hombros, brazos y espalda se flexionaban y se agrupaban sin esfuerzo, y Mia se quedó inmóvil como una piedra cuando el reconocimiento la golpeó con fuerza. Carlos. Los últimos cinco años desaparecieron, justo a medida que los recuerdos de un tiempo mucho más simple la invadieron, de vuelta a cuando un enamoramiento adolescente había sido lo más importante en su vida. Habían pasado cuatro meses desde que él había ido a Nueva York para pedirle que le diera otra oportunidad, y ella no lo había visto ni había tenido noticias suyas desde entonces. Antes de que Mia pudiese decir una palabra, una joven mujer dobló la esquina de la casa y se arrojó en sus brazos. Carlos la atrapó fácilmente y con una sonrisa de megavatios, bajó la cabeza y la besó. Y la besó. Sintiéndose intrusiva, Mia dio un involuntario paso atrás, incapaz de comprender lo que sentía exactamente. ¿Envidia de haber roto con el amor de su vida mientras que Carlos estaba tan feliz? Tan poco halagador como era eso, sí. Ella debe haber hecho algún sonido porque Carlos rompió el beso y se volvió para mirarla. Llevaba gafas de sol oscuras y espejadas, que lentamente colocó en la parte superior de su cabeza. Y luego sonrió. La mujer en sus brazos se desenredó y se volvió con curiosidad en dirección a Mia. Carlos murmuró algo suave para ella, le apretó la mano, y luego la dejó, dirigiéndose hacia Mia. —Hola —dijo, con genuino afecto en su voz a medida que la alcanzaba. Mia estaba tan aliviada de que no fuera incómodo que caminó directamente en sus brazos. No era el mismo tipo de abrazo que acababa de compartir con la mujer que todavía los miraba, ni siquiera cerca. Tampoco era la misma clase de abrazo que Carlos le hubiera dado a Mia alguna vez. Era cálido y amable. No sexual.

Mia esperó el golpe de decepción por eso, pero aunque ser sostenida por Carlos era agridulce, ella sufría por alguien más. Por Nick. Extrañaba su sólida calidez, la forma en que él siempre la apretaba de una manera que la hacía sentir como si fuera su todo.

Su elección. Por un momento, cerró sus ojos contra el dolor que amenazaba con ponerla de rodillas y aferrarse al tan-dolorosamente-familiar Carlos. Luego dio un paso atrás y le dio una sonrisa tan grande como pudo. —Es bueno verte —dijo él sinceramente—. Te ves hermosa. Debes tener que luchar para alejar a los hombres.

No, solo los asusto… —Sí —dijo con ligereza—, y es bastante tarea. Carlos sonrió, después se volvió hacia la otra mujer y le tendió la mano. Cuando ella se acercó, él dijo: —Theresa, esta es Mia. La sonrisa de Theresa fue tan reservada como la de Mia. —Ah —dijo—, la que escapó. He oído hablar mucho de ti. Eres quien le enseñó cómo tratar a una mujer correctamente, lo que me hace eternamente agradecida contigo. —Se movió un poco hacia Carlos, marcando su territorio—. Espero que disfrutes tu estadía.

Mia encontró a todos en la gran cocina del B&B; sus padres, Maddie y Jax, Chloe y Sawyer. Todos estaban en una línea de montaje, envolviendo lo que parecía ser un almacén completo de cosas para Toys R Us.

Después de abrazos y besos de bienvenida, Mia se puso a trabajar envolviendo regalos para los dos hijos de Maddie y Jax. —Puede que nos hayamos sobrepasado —dijo Maddie, pasándole a Mia un par de tijeras. —¿Puede? —preguntó Sawyer secamente, intentando doblar una esquina ordenada y fallando. Chloe se hizo cargo por él. —Cuéntanos, Mia. —¿Contarles qué? Ella sonrió suavemente. —Por qué luces como si acabaras de descubrir que existe Santa Claus. —Estoy bien —dijo ella. Y luego estalló en lágrimas.

ia les contó a todos sobre Nick mientras tomaban ponche de huevo y envolvían más regalos, lo que se detuvo temporalmente cuando el llanto de un bebé llegó a través del monitor. Jax salió de la habitación y regresó con su hijo somnoliento de tres meses, Ryder, en un brazo como un balón de fútbol.

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—Sierra todavía está durmiendo —dijo. Una Maddie aliviada volvió a la discusión en cuestión. —Creo que el texto significa que él lo lamenta —le dijo a Mia—. En realidad, es un poco dulce. Nick era un montón de cosas. Era fuerte de mente y cuerpo, era inteligente tanto en la calle como en los libros, y poseía un perverso sentido del humor. Trataba a Mia como si ella significara algo para él. Pero no lo clasificaría como “dulce”. —Me gusta el “por favor” —dijo Chloe—. El “por favor” siempre es bueno. — Le dio a Sawyer una sonrisa secreta. —Si está para el largo plazo —dijo Maddie, empuñando un carrete de cinta como una experta—, tiene que ser el tipo de hombre que piensa que eres hermosa cuando no lo eres. Por ejemplo, a él no le importaría si vives con pantalones de yoga a pesar de que odias el yoga. —¿Odias el yoga? —preguntó Chloe. Era la instructora de yoga de Maddie. Y una tirana—. Dijiste que te gustaba. Jax se atragantó con su cerveza, haciendo que Ryder maullara a medida que dormía. Maddie le lanzó una mirada a su esposo mientras calmaba al bebé. —Necesita hacerte saber cuánto le importas —le dijo a Mia—. Necesita verte y creer que eres la indicada para él.

Jax tiró de la mano de Maddie hasta que ella se acercó. —Tú eres la indicada para mí, Mad. Para siempre. Y me encantan tus pantalones de yoga. Maddie sonrió y lo besó por encima de Ryder. El corazón de Mia suspiró. —Oh, Dios mío, consigan una habitación —dijo Tara antes de mirar a Mia—. Mira, Nick te dejó ir. No está bien. Como yo lo veo, él tiene que recuperar tu corazón. —Debe esforzarse —dijo Ford. Sawyer resopló. —Lo dice el idiota que una vez tuvo que hacer lo mismo. Ford le dirigió una larga mirada a Sawyer. —¿Quieres contar historias? Sawyer solo sonrió. —En dos días, me voy de luna de miel a una playa del Pacífico Sur. Estamos empacando lentes de sol y protector solar, nada más. Nada de lo que digas puede perturbarme.

Mia despertó a la mañana siguiente con un nudo en el estómago que provenía de extrañar a Nick como si hubiera perdido una extremidad. Claramente había interpretado mal las cosas. Había confundido el afecto por una emoción más profunda. Había confundido la pasión por amor. ¿Podría volver a Nueva York, reanudar el camino justo donde lo habían dejado y aceptar menos de lo que esperaba? Si era sincera consigo misma, la respuesta era no. No podría hacerlo. La mataría lentamente.

Abrió los ojos. Estaba en el bote de Ford, atracado en el puerto deportivo en el B&B. Tara y él tenían una casa en la colina sobre la ciudad, pero Mia había querido dormir sobre el agua. Se habían quedado con ella, tomando la pequeña cabina. Ella tenía el sofá angosto en el área de la cocina. Sentándose, vio que ellos estaban preparando el desayuno. Tara era la chef de la familia, pero Ford podía cocinar totalmente magnífico cuando quería. Demostrando esto, empujó una sartén y volteó los huevos expertamente. Tara puso los ojos en blanco hacia él. —Presumido. Él sonrió y le dio un beso en los labios. —Buenos días —dijo Mia, y ambos se volvieron hacia ella. Seguían sonriendo, pero podía ver la preocupación en sus miradas—. Estoy bien —añadió. —Por supuesto que sí, dulzura. —El acento sureño de Tara emergió a medida que colocaba tres platos con una eficiencia rápida—. Eres una Daniels y una Walker. —Le lanzó a Ford una sonrisa irónica—. Eso significa que tienes un noventa y nueve por ciento de terquedad, tenacidad y resistencia combinadas. —¿Y el otro uno por ciento? —preguntó Mia mientras se sentaban en la pequeña mesa de la cocina y comían codo con codo. Ford le pasó un brazo por el cuello y la atrajo hacia sí.

—Perfección. Poniendo su rostro en su pecho, Mia cerró los ojos e ignoró el ardor en su garganta a medida que él acariciaba su cabello. Iba a estar bien, se dijo a sí misma. De alguna manera, lo haría. Así que había cometido un error y se había enamorado de un tipo que no se había enamorado a cambio. Bienvenida a la Madurez. —Hay algo que deberías saber, Mia —dijo Ford en voz baja. Ella levantó su cabeza. —¿Qué? —En realidad, es más una confesión que un qué —dijo Tara.

Oh Dios. —¿Alguno de ustedes está enfermo? —No. —Tara tomó la mano de Mia—. Nada de eso. Es solo que tu teléfono estuvo zumbando mientras dormías, y no quería que te despertara, así que… —Hizo una mueca. —Así que, ¿lo apagaste? —preguntó Mia. Ford rio suavemente, y Tara se estiró por encima de Mia para darle un golpe en el brazo. Ford simplemente agarró la mano de Tara. —Tu madre no tiene tanto control —le dijo a Mia—. Lo que está intentando decirte es que ella no solo respondió tu teléfono, sino que se entrometió. —Oye, está en mi sangre —dijo Tara, sonando como una Magnolia de Acero—. Y no lo siento en absoluto. Bueno, tal vez lo siento un poco, pero no tanto como él lo hará si lo arruina. El corazón de Mia se detuvo. —¿Si quién lo arruina? —Tal vez deberías ir a verlo —dijo Ford—. Está en el B&B esperando por ti. Ha estado allí desde el amanecer. Mia parpadeó, incapaz de procesar completamente todo esto. Ford le entregó un café, que bebió con gratitud. La cafeína golpeó su sistema en treinta segundos. —Está bien —dijo—, eso está mejor. Porque podría haber jurado que acaban de decir que había un tipo esperándome en el B&B. Tara solo la miró, y el corazón de Mia martilló ferozmente. —No están bromeando. —Dulzura, nunca bromeo sobre hombres. Ford se llevó la mano de su esposa hacia su boca, sonriéndole sobre sus dedos entrelazados.

Normalmente, Mia se tomaba un momento para pensar en lo dulce que era que se amaran tanto, pero… ¿Nick había venido? Con rodillas temblorosas y la sangre arremolinándose en su cabeza, dejó el café y comenzó a arrastrarse por encima de la cubierta, pero Ford la acercó con cuidado por la parte trasera de la sudadera en la que ella había dormido. La miró a la cara, la suya inusualmente seria. —Recuerdo esa mirada —dijo ella—. Es la mirada que una vez le diste a Carlos justo antes de que amenazaras con patearle el culo. —Todavía puedo patear culos —dijo con absoluto afecto—. Solo quería que supieras eso. Mia se puso de puntillas y besó su mejilla. —No te preocupes. Heredé la habilidad de tu parte. Una vez más, comenzó a irse, pero rápidamente retrocedió para cepillar sus dientes, haciendo reír a Tara y a Ford. Luego golpeó la cubierta. La marea estaba revuelta y agitada, sacudiendo el bote. Saltó al muelle y cruzó el amplio patio hacia el B&B victoriano con… bueno, no sabía exactamente qué zumbaba en sus venas. ¿Esperanza? No. Incluso si él hubiera venido, no podía retirar lo que había visto en sus ojos la otra noche. Pero nada de eso importaba porque el hombre que miraba los maceteros de flores no era Nick. Era Carlos. Él se volvió y consideró su sudadera holgada y su cabello de dormir indudablemente revuelto, y la comisura de su boca se curvó. —Me gusta el aspecto —dijo. Ella intentó sonreír y falló, entonces la suya también se desvaneció. —¿Qué pasa? —preguntó. —Nada. —Todo—. Pensé… —Negó con la cabeza, sin confiar en su voz. No iba a llorar de nuevo. Diablos no. Lo guardaría para eventos realmente importantes, como ver The Notebook después de una ronda de finales brutales, o los comerciales del National Humane Society. —Ah, demonios —dijo Carlos—. Lo jodió, ¿no? ¿Te lastimó, Mia? Con la garganta ardiendo, ella sacudió su cabeza.

Con un suspiro, la atrajo hacia él. —Soy un desastre —susurró. —Un lindo desastre. Encontró una sonrisa después de todo. —Te extrañé, ¿sabes? —También te extrañé. Hicieron una pausa, luego, al mismo tiempo, ambos dijeron: —Pero… Carlos se apartó e hizo un gesto para que fuera primero. —Pero… —Ella respiró hondo—. Ya no te amo. No de la forma en que solía hacerlo. Él asintió. —Lo sé. Está bien, nena. Los dos estamos bien. Quería desesperadamente que eso fuera cierto, pero temía que no fuera así. —¿La amas? ¿A Theresa? Carlos dudó. —Mia. —Está bien. De verdad —dijo suavemente. Él la miró por un largo momento. —No pensé que alguna vez pudiera superarlo. Pero estaba equivocado — dijo—. Ella es la indicada para mí, Mia. Asintió, preguntándose qué diría Nick si alguien le preguntara si la amaba. ¿Dudaría? ¿Diría no? Pensó en cómo él había hecho exactamente eso, y sintió su rostro calentarse con vergüenza y dolor. Había estado tan segura de que ellos habían estado en un lugar muy diferente… —Mia —dijo una voz baja e insoportablemente familiar detrás de ella.

Mia se quedó inmóvil, luego se giró, encontrándose cara a cara con Nick, recortado contra el sol de la mañana que se inclinaba sobre el agua.

ick observó las emociones de Mia desplegándose en su cara. Esperanza. Dolor. Temperamento. Iba a aferrarse a la primera, a pesar de que Carlos estaba parado a su espalda.

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—Nick. —La genuina sorpresa en la voz de Mia fue un golpe directo. Claramente, no había esperado verlo, no había esperado que viniera por ella. Dio un paso hacia ella, pero antes de que pudiera decir una palabra, se abrió la puerta del B&B. En la entrada estaban los tíos de Mia, a quienes conoció cuando llegó la noche anterior. Claramente interesados en la reunión de Mia y él, su vibra imponente e impenetrable solo fue rota por la niñita y el enorme labrador marrón a sus pies. Las tías de Mia estaban en la ventana. Habían sido increíblemente amables pero increíblemente vagas sobre la ubicación exacta de Mia. Al no estar a la par en el protocolo familiar, Nick creía que tenía que besar algunos culos para estarlo. Estaba preparado para hacer eso. Para lo que no estaba preparado era para el muro glacial de protección del marido de Maddie, Jax, y el futuro esposo de Chloe, el sheriff Sawyer Thompson. El perro y la niñita no eran imponentes. La niñita le estaba ofreciendo una galleta pasada al perro. —Nena, no alimentes a Izzy —dijo Jax, y la levantó en sus brazos. El perro le lanzó a Jax una mirada de reproche y suspiró. Todos los demás miraron a Nick. Este era posiblemente el momento más importante de su vida y tenía audiencia. Bueno, qué demonios. Era bueno desconectándose de las mierdas negativas. Había podido desconectar de los padres adoptivos peligrosos, maestros curiosos, matones amenazantes… todo. Era un don único. Así que lo usó ahora, y solo miró a Mia. Pero ella había estirado su cuello y estaba viendo a Tara y Ford cruzar el patio hacia ellos.

Perfecto. Ahora todos estaban aquí para presenciar esto. Mia estaba usando una sudadera, la suya, se sintió aliviado al notarlo, y su cabello estaba amontonado precariamente sobre su cabeza. Tenía una mirada somnolienta, una que él conocía bien. Normalmente, la mirada de párpados pesados era acompañada por una sonrisa dulce aunque jodidamente sexy cuando se despertaba, se estiraba, y luego trepaba encima de él. Era claro que se había despertado muy recientemente; con suerte, no con el alto moreno y lleno de actitud de Carlos, que todavía estaba parado muy cerca de su espalda. Nick quería estar a solas con ella para hablar, pero aparentemente ella no porque lo miró durante un largo rato, luego hizo un gesto hacia la pareja que acababa de cruzar el patio. —Asumo que conociste a mis padres, Ford y Tara. Se dieron la mano. Nick notó que lo miraban con simpatía cautelosa. —¿Y has conocido al resto de mi familia? —le preguntó Mia mientras ondeaba una mano hacia el B&B. Nick asintió. —¿Y Carlos? Carlos le lanzó a Nick una mirada estrecha que decía: Lo arruinaste. No había duda. La vida de Nick había sido solo lo que él había hecho de esta. Estaba acostumbrado a ser responsable de sus propias emociones, del mismo modo que estaba acostumbrado a controlarlas con fuerza. Pero no había dormido durante dos días, y su control se estaba desvaneciendo a lo grande. Además, Mia no estaba mostrando mucho. Dado que ella siempre le había mostrado sus sentimientos antes, sin contenerse, esta era una mala señal. —Tenemos que hablar —dijo. Ella arqueó una ceja. —¿Has cruzado el país para hablar?

—Vine por ti. Mira —dijo, muy consciente de su compañía—, sé que apesto en esto, pero ¿podemos hablar? ¿Por favor? Puede haber sido una ilusión, pero sus ojos parecieron entibiarse. —De acuerdo. Nick dejó escapar un suspiro y miró fijamente a su ávida audiencia, pero ninguno expresó ninguna vergüenza por espiar. Finalmente, una de las tías se apiadó e intervino. —Muy bien, el espectáculo ha terminado —dijo Maddie, suavemente aunque su voz estaba llena de acero cuando se volvió y le dio a la pandilla un movimiento de cabeza. Para alivio de Nick, todos la escucharon y comenzaron a alejarse. Excepto Carlos. Agarró la pala de la barandilla del porche y se apoyó en ella, quedando justo en la espalda de Mia. —Has tenido un largo viaje —le dijo Mia a Nick—. Aunque no entiendo por qué lo hiciste cuando claramente no querías hacerlo. —Tenía la esperanza de que pudiéramos discutir eso. En privado. —Esta última palabra la dirigió a Carlos. Carlos no se movió. —Nick —dijo Mia en voz baja.

Cristo, pensó, ella iba a rechazarlo. —Es un día muy atareado por aquí —dijo—. Hay ajustes de último minuto, y la cena de ensayo, y tengo que ayudar. —No me voy a ir —dijo Nick. —Te irás si ella quiere que te vayas —dijo Carlos, y apartó la pala. Nick lo miró. —Esto no es de tu incumbencia. —¿Te dije eso cuando esperaste como un buitre en Nueva York a por los huesos? —preguntó Carlos. —Oh por Dios —dijo Mia—. Esto es ridículo. Ambos deberían…

—Era mía entonces —dijo Nick, acercándose. Podía sentir la reacción de sorpresa de Mia ante esto, y no podía culparla. Era la primera vez que reclamaba públicamente sus sentimientos hacia ella. También estaba jodidamente sorprendido. Pero, curiosamente, se sintió natural. Y correcto. —Es mía ahora —dijo. —Oye —dijo Mia con el ceño fruncido—. Yo no… Carlos se acercó a Nick para que así estuvieran frente a frente. —Tienes que irte. Voy a pararme aquí y observarte. Esta vez yo voy a hurgar en los huesos. ¿Cómo se siente eso? —Tienes un verdadero problema —dijo Nick. —Sí —contestó Carlos—. Tú. —Y lo golpeó.

Perfecto, pensó Nick, devolviendo el golpe. Una pelea era justo lo que necesitaba, y lo siguiente que supo era que Carlos y él estaban enredados, rodando por el suelo, con los puños volando. Carlos consiguió algunos buenos golpes, pero también Nick. De hecho, estaba sacando lo mejor de la pelea cuando de repente los bombardearon con agua helada. Carlos y él se apartaron el uno del otro, boca abajo, sin aliento. Nick se quitó la tierra y el agua de la cara y parpadeó cuando una anciana apareció a la vista. Vestía ropa deportiva de terciopelo rosa con zapatillas blancas y sostenía una manguera. —Eso siempre funciona —le dijo a Mia. Mia tenía la boca apretada. —Gracias, Lucille —dijo. Luego, con una mirada larga y dura hacia Nick y Carlos, Mia irrumpió dentro del B&B y cerró la puerta de un portazo. El sonido de la cerradura haciendo clic en su lugar fue inconfundible. Lucille arrojó la manguera a un lado y se sacudió las manos. —Hola —le dijo a Nick—. Encantada de conocerte. Dirijo la galería de arte por esta calle. —Miró a Carlos—. ¿Ustedes dos están bien ahora? ¿No más tonterías? —Sí —dijo Carlos y se sentó, frotándose la mandíbula—. Estamos bien.

Nick también se sentó, frotando sus doloridas costillas mientras asentía. —Genial —dijo Lucille. Sacó un teléfono celular de su bolsillo y tomó una foto de los dos. —Ahora, compórtense. —Y luego se fue. Nick miró a Carlos. —¿Lo dice en serio? —Desafortunadamente. —¿Vas a decirme qué demonios fue eso? —preguntó Nick. —¿Importa? Nick pensó en eso. —No. —Tomando una respiración cuidadosa, se puso de pie—. Hemos terminado, ¿verdad? Carlos le lanzó una mirada larga y pensativa. —Depende de lo estúpido que seas. Nick se encogió de hombros. Intentaba no ser estúpido, pero aparentemente, en lo que a Mia respectaba, todas las apuestas estaban hechas. Mojado, sucio y descentrado, caminó alrededor del B&B hasta que llegó a la parte de atrás. Como sospechaba, había escalones que conducían al porche envolvente y una puerta corrediza de vidrio, que afortunadamente estaba abierta. Dentro, Mia se sentaba en el sofá con su teléfono celular, trabajando en una sopa de letras. —Tengo un problema —dijo cuando Nick entró—. Necesito una palabra de cuatro letras para idiota, y no sé si es B-O-B-O o N-I-C-K. —Cualquiera de las dos, sin duda. —Se acercó y se agachó frente a ella, sus manos en sus muslos a medida que la observaba a la cara—. ¿Llego demasiado tarde, Mia?

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ia se sorprendió por la pregunta de Nick.

—Es algo raro de preguntar —dijo con cuidado—, para un chico que tenía demasiado miedo de ir a una boda con la chica con la que había estado durante seis meses. —No tenía miedo. Solo lo miró y él hizo una mueca. —Está bien, tal vez un poco. Carlos apareció en la puerta corrediza, tan sucio y mojado como Nick, y Mia también entrecerró sus ojos hacia él. —Oye —dijo Carlos levantando sus manos en señal de rendición—. Trabajo aquí. —Pero no fue a ninguna parte. Mia estaba entre los dos únicos hombres con los que había estado alguna vez. Los únicos dos hombres que había amado. —Necesitamos un momento —le dijo a Carlos. —¿Vas a dejarlo? —preguntó Carlos—. Porque si lo haces, debería ver. Sería bueno estar del otro lado de la cerca en esta ocasión.

—Tú me dejaste a mí —le recordó ella. —Sí —dijo—. Para que pudieras vivir tu vida. —Miró a Nick—. No para ser lastimada. —Carlos… —empezó, y supo que él escuchó la advertencia en su voz porque entonces suspiró. —Sí, lo sé —dijo. Ignorando a Nick por completo, se inclinó y la besó en la mejilla, también tomándose su jodido tiempo al hacerlo—. Dale un infierno — susurró contra su oreja—. Ninguno de nosotros te merece.

Y luego se fue. Ella respiró profundamente y miró a Nick. —Entonces. ¿Quieres hablar?

—Aquí no —dijo Nick, y puso a Mia de pie. Sabía muy bien que sus tíos no habían ido lejos. Quizás Carlos no lo intimidaba, pero Jax y Sawyer seguro que lo hacían. No tenía miedo de mucho, pero esto, la familia de Mia, lo aterrorizaba. La amaban muchísimo más que él, y estaba bastante seguro que no había causado una gran primera impresión. O una segunda… Mia lo condujo a través de la posada. Había muérdago colgando en varios lugares, y ansió empujarla debajo de estos y besarla hasta que se derritiera contra él y recordara que él le gustaba. Pero como todavía salía vapor por sus oídos, se resistió. Ella lo llevó a la cocina, donde Sawyer estaba de pie contra la encimera tomando café. No expresó sorpresa al ver a Nick sucio y demacrado por la pelea. —Buen gancho derecho —fue todo lo que dijo. Mia dejó escapar un sonido que logró transmitir perfectamente su molestia, probablemente con toda la raza masculina, y después fue al congelador. Agarró una pequeña bolsa de guisantes congelados y la llevó al ojo derecho de Nick con exactamente cero dulzura. —Sostenla ahí —le dijo con fuerza cuando él hizo una mueca—. Está hinchándose. Nick se animó con el hecho de que no le hubiera ofrecido a Carlos una bolsa de guisantes. —Nos vamos a escapar un rato —le dijo a Sawyer—. ¿Cubrirás nuestras espaldas?

—Por supuesto. —Sawyer la miró, sus ojos suavizándose—. Sabes dónde encontrarme si necesitas algo. —Vamos —le dijo Mia a Nick, y lo empujó hasta fuera. Atravesaron el patio hasta el puerto deportivo y entraron en un pequeño edificio, donde ella arrebató un juego de llaves de un escritorio. Desde el interior de un armario, agarró dos chalecos salvavidas y se los llevó con ella. Como no parecía dispuesta a hablar, la siguió a los muelles hasta una destartalada casa flotante que definitivamente había visto días mejores. —Vino con el puerto deportivo —dijo Mia—. Mi papá me enseñó cómo operarla hace varios veranos. Nick observó la destartalada casa flotante y luego el agua oscura y agitada. —Es diciembre. Ella lo miró, sus ojos mostrando la más ligera diversión posible, así como un toque de desafío. —¿Y? —El agua parece fría. —Sí. No te caigas —dijo. Se frotó la mandíbula y estudió la trampa mortal. —¿Esta cosa está en condiciones para navegar? —Principalmente. Qué demonios. Se sentó detrás de ella, observando mientras arrojaba los chalecos salvavidas a un lado pero a su alcance, y luego encendió el ventilador del compartimiento del motor y verificó la salida y la hélice. —Desata las líneas de amarre —le dijo—, ¿y para tu información? Eres mi vigía trasero. —Es un placer —respondió, y comprobó su trasero. Ella puso los ojos en blanco pero dejó escapar una risa grave que fue música para sus oídos.

—Del bote —añadió—. Asegúrate que estemos despejados. —Entró en la casa flotante a los controles, dejando la puerta abierta para que así pudiera oírlo a medida que encendía el motor—. Tengo que acelerar esto durante dos minutos a 1500 rpm —le gritó—. Tómame el tiempo. Dos minutos después, él le dijo “tiempo” y luego se rio cuando ella comenzó a ladrarle instrucciones como un sargento de instrucción. —Esta actitud mandona es una nueva faceta tuya —murmuró, entretenido— . Me gusta. —Solo mantén tus ojos en el agua. Sacar a este chico malo es complicado, y no quiero destruir el muelle. Jax odia cuando hago eso, porque él es quien arregla todo por aquí. Oh, mierda, ¿estoy cerca? ¡Deja de mirar mi culo y verifica! ¡De prisa! —No me gusta apurarme —dijo, haciendo lo que le pedía y moviéndose hacia donde podía ver la parte trasera—. Soy más un fanático de lo lento y hasta el final. —Le deslizó una mirada a través de la puerta—. Voy a recordarte eso cuando sea mi turno de estar a cargo. Ella dejó de moverse, mordisqueando su labio inferior mientras sus ojos se volvían un poco brillantes. —¿Mia? —¿Sí? —El bote. —¡Oh! —Se sacudió de vuelta a la atención. Cuando despejaron el puerto sanos y salvos, se unió a ella dentro. Ella se limpió la frente y se volvió hacia él. —¿Lento y hasta el final? —¿Lo has olvidado? Se sonrojó. —No. Lo recuerdo. —¿Sí? —Le gustaba verla parada en la plataforma. Se acercó detrás de ella, con una mano a cada lado, enjaulándola—. Estaba empezando a preguntarme…

Cerró sus ojos cuando él se inclinó sobre ella y rozó su boca a lo largo de su mandíbula. Tomando eso como una buena señal, se concentró en el punto dulce debajo de su oreja. Ella dejó escapar un suspiro estremecido, pero le dio un empujón hacia atrás. —Necesito espacio —dijo—. No puedo pensar cuando estás tan cerca. Y no voy a hundir esta cosa porque me estés distrayendo. La sensación de necesitar más espacio había figurado prominentemente en la vida de Nick. Siempre había necesitado mucho más espacio del que le habían dado. Luego cumplió dieciocho años, se liberó del sistema y se aseguró de no volver a ser arrinconado nunca más. Que ella necesitara espacio de él, apestaba. —Jamás quise lastimarte, Mia. —¿Recorriste todo el país para decirme eso? —Sí —contestó—. En parte. —Podrías haber dicho eso por teléfono. —No respondías tu teléfono —señaló. —Estaba en un avión. Y te devolví la llamada, y tú no respondiste tu teléfono. —Porque estaba en un avión —dijo. Ella suspiró. —No deberías haber venido. Había algo aterrador en su voz. Una distancia, pensó, y sintió la ráfaga de una emoción recién descubierta y muy desagradable obstruyendo su garganta. Pánico. Ella aparentemente no tenía el mismo problema. —Dijimos todo lo que necesitábamos decir— le dijo. —Ni por asomo. —Girándola para enfrentarlo, la acercó, lo cual tomó algo de esfuerzo porque estaba tiesa como una tabla—. No vine aquí solo para disculparme, Mia —dijo, acunando su rostro—. Quería estar contigo. He querido estar contigo desde el primer día, cuando salvaste mi trasero. —Lo hubieras resuelto. Esa clase no era difícil.

—No me refiero a la clase estúpida —dijo—. Me refiero a la vida. Me salvaste el trasero en la vida. Y lo has estado salvando desde entonces. Manteniéndome encaminado cuando a nadie más le importó una mierda, animándome a buscar lo que quiero. Y lo que quiero, Mia, eres tú. Te quiero en mi vida, en una relación conmigo. Ella estudió su mirada durante un largo segundo. —Cuando te pedí venir a esta boda —dijo finalmente—, en realidad solo quería tu compañía. No estaba pidiendo… —Lo sé. Fui un idiota, Mia. Puso sus ojos en blanco una vez más pero definitivamente se animó. —Míranos —dijo—. Dos guisantes ridículamente asustados en una vaina. Sacudió su cabeza. —Marcados, quizás. No asustados. No tengo miedo de esto. —Bueno, eso te hace uno de los dos —dejó escapar un suspiro—. Pensé que sabía qué y quiénes éramos, pero estaba equivocada. —Lo arruiné. —No —dijo, sacudiendo la cabeza—. Nadie puede culparte por no estar listo para una relación. Pensé que estaba lista, pero la verdad es que ni siquiera estoy segura de lo que es una relación real… —Hizo una pausa, y una aterradora solemnidad apareció en sus ojos—. Los dos fuimos dados una vez. He hecho las paces con eso. Crecí amada, así que sé cómo se siente. Ahora también tengo a mis padres biológicos en mi vida, y no han tenido más que aceptación para mí. Incluso tuve un amor adolescente del que no tengo más que buenos recuerdos. Pero el hecho es que escogí estas relaciones. Encontré a mis padres biológicos. Me forcé en sus vidas. Demonios, me forcé a Carlos, a decir verdad. No tuvo otra opción; nunca supo qué lo golpeó. Siempre tomé la elección, Nick, y… —Y por una vez quieres ser elegida —dijo en voz baja—. Lo sé. Te estoy eligiendo, Mia. —No, escúchame… ¿ese primer día cuando entraste en clase? Había dos chicas sentadas en los asientos a un lado de mí y mi mochila en el otro. Te vi entrar y mi corazón se detuvo. —Se llevó una mano al pecho como si le doliera—. Les dije a las chicas que James Franco estaba en la última fila, y cuando se marcharon para

comprobar, rápidamente pateé mi mochila debajo del asiento frente a mí, haciendo que pareciera que tenía casi una fila para mí, así tomarías uno de los asientos. Y entonces… —contuvo la respiración—. Luego rompí la regla cardinal de una chica. Nick estaba confundido. —¿Regla de chicas? —No esperé tres días para ver si me contactabas. Me aseguré de toparme contigo al día siguiente con brownies. Me lancé hacia ti, Nick. ¿No lo ves? No tuviste elección. Él la miró por otro segundo y luego rio. Ella lo golpeó. —¡Lo digo en serio! —Yo también. —Dejó que su sonrisa se desvaneciera, permitiendo que su propia intención resuene en su voz—. Así que, ahora escucha. Mia, pienso en ti desde el momento en que abro los ojos hasta cuando los cierro por la noche. Me haces sonreír, me haces doler. Me haces pensar, me haces fuerte. Me haces sentir jodidamente frustrado, y honestamente no puedo verme sin ti. Sé que no lo crees del todo en este momento, y está bien. Puedo esperar a que te pongas al día. Ella sacudió su cabeza. —Estoy tan confundida. En serio pensé que todo esto era tu culpa, pero ahora estoy confundida porque has cambiado de opinión sobre el compromiso. Voy a ser consejera, Nick. ¿Cómo puedo ser una consejera cuando estoy tan confundida? Dios, fui toda una idiota presumida. —No, eres la mujer más inteligente que conozco. Y si alguien es el idiota, soy yo. Un idiota lento. No estuvo en desacuerdo con él, lo que podría haberlo hecho sonreír si esto no hubiera sido tan serio. —No cambié de opinión, Mia. Siempre lo supe. Lo miró y él la tocó, pasando un dedo por su sien. No pudo evitarlo. —Simplemente no sabía cómo hacer que esto funcione —dijo. —¿Y ahora lo sabes?

—No, pero quiero resolverlo. Juntos. Mia, recibí noticias sobre el trabajo. Su respiración se atoró, y ella lo miró fijamente a los ojos. —Lo conseguiste. Él asintió, observando su expresión. Estaba feliz por él. Podía ver eso claro como el día. Más allá de cualquier tristeza por su propio corazón, su alivio por él era tangible. Atrayéndola más cerca, enterró su rostro en su cabello. Carlos tenía razón. Ninguno de ellos la merecía, especialmente él. Pero maldición, jamás se alejaría. —Iba a decírtelo en la cena la otra noche, pero luego no pude. Se echó hacia atrás y lo miró a los ojos. —¿Porque creíste que te refrenaría? —No. —Apretó su agarre sobre ella—. Sabía que no lo harías. Pero estabas hablando de que iríamos a esquiar el próximo mes, y luego a un viaje de San Valentín. Quiero hacer esas cosas, pero probablemente no puedo. Y no sabía cómo decírtelo. —Entonces, ¿no dijiste nada? —No fue mi mejor momento —admitió—. Mira, esto va a ser un desafío para nosotros, pero puede funcionar. Dime que lo sabes, que todavía sientes algo por mí. —Siento muchas cosas por ti, Nick. Probablemente demasiadas. Pero eso no cambia nada. —Se alejó de él hacia los controles y ajustó su curso—. Es demasiado complicado —susurró—. No deberías haber venido. —Siempre vendré por ti.

ia mantuvo sus ojos en el horizonte, pero no tenía que darse la vuelta para saber que Nick estaba allí, justo a su espalda, tan cerca que una hoja de papel no habría encajado entre ellos.

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—Ánclanos —dijo. Su corazón se aceleró, tanto en reacción a su voz baja y sexy como a su proximidad. Su cuerpo siempre reaccionaba así a él. De cero a sesenta. Esta condición no mejoró cuando le dio un beso en la mandíbula y se demoró. —Nick… Su boca se deslizó por su garganta, su cálida palma se posó en la nuca de su cuello para sostenerla. —Es mi turno de ser el jefe, Mia. No tenía idea de lo que decía de ella que esto la hiciese estremecerse de anticipación, pero los condujo rápidamente a una bahía tranquila y desierta y echó el ancla. Girando para enfrentarlo, Nick tomó sus manos en las suyas y las dirigió hacia su pecho. Incapaz de detenerse a sí misma, las dejó vagar. Amaba su cuerpo. Levantando su cabeza, encontró sus ojos en los de ella. —¿Quieres esto? —preguntó en voz baja—. ¿Aún me deseas? —Sí —respondió su boca sin el permiso de su cerebro. Con un gemido, la presionó contra los controles, inmovilizándola allí con su cuerpo deliciosamente cálido. Su boca rozó desde su mandíbula hacia sus labios mientras su mano grande y cálida tanteó su pecho. Con un sonido que decía que no era suficiente para él, deslizó sus manos debajo de su sudadera y camiseta delgada. Otro sonido se le escapó al encontrarla sin sujetador, esta vez de aprecio áspero y masculino, a medida que su pulgar rozaba sobre su pezón.

—Dios. Dios, extrañé esto —dijo, sus labios flotando sobre el pulso latiendo frenéticamente en la base de su cuello—. Te extrañé. Ella no quería palabras. Quería que él desterrara el dolor, solo por un momento. Meciéndose contra él, alcanzó el cierre de sus jeans. —Tenemos que ser rápidos. Agarrando sus manos, las inmovilizó a cada lado de ella. —Nick… —Mi turno —dijo firmemente, y cayó de rodillas frente a ella. Levantando su sudadera, acunó sus pechos, inclinándose para tomar un mordisco de sus temblorosos abdominales. —Mío —dijo, desatando sus pantalones deportivos. No tenía idea si se refería a los pantalones, o a ella misma. Tampoco tenía idea de cómo se sentía al respecto. De acuerdo, bueno, esa era una jodida mentira. Sabía exactamente cómo se sentía al respecto. Acababa de tener un subidón que estaba a un milímetro de un orgasmo. Cuando tiró de los pantalones hacia abajo, ella jadeó. —Sin ropa interior —dijo roncamente—. Mi favorito. —Estaba durmiendo, y no me gusta usar ropa interior cuando duermo. —Un poco asustada, buscó en su entorno inmediato. ¿Cómo había pasado de estar tan herida hasta estar casi desnuda?—. Uh… —No hay nadie alrededor —le aseguró—. No en kilómetros. Relájate, Mia. Esto es para ti.

¿Relajarse? No tenía idea de cómo se suponía que debía hacer eso con sus emociones balanceándose, sin mencionar el hecho de que sus pantalones estaban en sus muslos y las manos de Nick estaban acunando su trasero, atrayéndola hacia a su boca, y… —Oh, Dios mío. —Deslizó sus manos en su cabello, sosteniéndolo en su contra porque su boca… buen Señor, su boca era maravillosa. Le tomó un tiempo vergonzosamente corto acabar, lo que decidió atribuir a la adrenalina y no a sus

habilidades considerables o al hecho de que todavía estaba impotentemente enamorada de él. Cuando sus rodillas se doblaron, la atrapó. Sintiéndose increíblemente emocional, y demasiado vulnerable, trató de alejarlo. Él simple y devastadoramente presionó un dulce beso en su cadera. Luego justo al lado de su ombligo. Ella lo miró, casi ahogándose en su corazón. —Nick. Le quitó sus zapatillas deportivas y luego su propia ropa, y se puso en pie. —Te necesito, Mia. Lo hacía. Podía sentir su erección presionando contra ella a través de sus jeans. Dejó que su mano se deslizara por su pecho, sus abdominales, y luego lo palmeó. Él gimió pero agarró su mano. —No ahí. —Deslizó sus dedos entrelazados hasta su pecho contra su corazón—. Aquí. Deshecha, e incapaz de resistirse, se puso de puntillas y lo besó, larga y profundamente. Ellos harían esto, y ella mantendría los recuerdos cálidos y seguros dentro de sí misma para siempre. Nick sacó un condón de su billetera, Mia liberó sus bienes esenciales (y oh, cómo amaba sus bienes esenciales) y luego la levantó. —Envuelve tus piernas alrededor de mí —dijo, y cuando lo hizo, se deslizó en casa. Y en ese momento al menos, su mundo estaba completo.

Estaba yendo demasiado rápido con ella, Nick lo sabía. Pero la lujuria y el anhelo reprimidos los habían arrastrado a esta explosión de profundos besos húmedos, y resbaladizos cuerpos necesitados, y no podía refrenarse. Cuando ella acabó, temblando de placer, con su nombre en sus labios, lo llevó por encima del borde con ella.

Terminaron en el piso de la casa flotante sobre sus espaldas, mirando al cielo a través del tragaluz, jadeando por aire, intentando recuperarse. Ni siquiera estaba seguro de poder moverse, pero de alguna manera logró atraerla hacia él, sujetándola a su lado, deslizando una mano de arriba abajo por su piel satinada, aún húmeda. Ella se estremeció ante su toque y se arqueó hacia él como si necesitara más, y descubrió que podía moverse mucho. Atrapando sus manos en las suyas, rodó, metiéndola debajo de él. Lo miró fijamente, sus ojos dos piscinas insondables, y sintió que su corazón le daba una dura patada en las costillas.

Ella era para él. —Mia —dijo en voz baja, apartándole el cabello de la cara, respirando profundamente su aroma; en parte champú, en parte mujer satisfecha—. Te amo. — La besó antes de que pudiera responder porque quería que ella absorbiera las palabras y creyera. La besó como si pudiera respirar la verdad en sus pulmones. Pero ella finalmente retrocedió. —No necesito promesas, Nick. Nunca lo hice. Solo te quería aquí conmigo. Por ahora.

Por ahora. El sueño de un chico, esas dos palabras. Pero se había dado cuenta que quería más, mucho más. Él quería su corazón.

P

ara cuando volvieron al B&B, Mia había recibido no menos de diez llamadas de su madre y sus tías, y Nick podía sentirla alejándose.

En el porche del B&B, se volvió hacia él, con expresión solemne. —Hoy fue maravilloso, Nick. Había un final inquietante en sus palabras, como si estuviera despidiéndose. ¿Pensaba que él se iría a su casa ahora que se habían acostado? —Jamás lo olvidaré —añadió. Sí, lo pensaba. Esperaba que él se fuera. —Quiero quedarme, Mia. —Deslizó sus manos por sus brazos y la sintió temblar ante su toque. Cerró sus ojos y él acunó su cara, pasando las yemas de sus pulgares sobre sus pómulos—. Sé que en este momento no crees en nosotros — dijo—, pero creo lo suficiente por los dos. —Nick… Maddie salió del B&B. —Gracias a Dios —dijo al ver a Mia—. Alguien que sabe recibir instrucciones. —¿Qué necesitas? —preguntó Mia. —Todo. Un contratista, un empleado, un corredor de recados… sin ánimo de ofender, cariño, pero a tu madre se le fueron los tapones. Su ascensor no está llegando al último piso, está a unas pocas papas fritas de un Combo Big Mac, está…

—¡Puedo oírte! —gritó Tara desde la ventana abierta. Maddie hizo una mueca, luego se inclinó y bajó la voz. —Ayúdame. Chloe está tan cerca de matarla, y si va a prisión, seré la única que quede para lidiar con ella. —Seguro —dijo Mia—. Lo que sea que necesites.

—Yo también —dijo Nick. Ambas mujeres lo miraron sorprendidas. —Pero te ibas —dijo Mia. Nick negó con la cabeza. —De cualquier manera, eres un invitado —le dijo Maddie—. Y los invitados no ayudan. Había pasado gran parte de su vida diciéndose a sí mismo que no necesitaba una familia, pero en ese momento, por primera vez, le hubiera encantado haber sido incluido como un miembro de la familia y no como un invitado. —Quiero ayudar. Maddie lo miró fijamente por un largo segundo, pero aparentemente ella decidió aceptar su palabra porque lo puso a trabajar. Horas después, Jax y él habían montado una gran carpa blanca y calefactores exteriores para mantener a los invitados calientes, colocaron todas las mesas, incluso colgaron muérdagos sobre cada una, ayudó a Tara en la cocina y corrió por la ciudad recogiendo más árboles de Navidad y adornos por demanda de la propia Chloe. Incluso armó los árboles con Carlos. No hablaron mucho, pero tampoco pelearon, así que eso era un avance. A mitad de camino, la novia de Carlos, Theresa, apareció con una canasta de galletas, que Carlos se ofreció a regañadientes a compartir con Nick. Nada mártir, Nick indagó. —Si tienes novia —le preguntó, con la boca llena de deliciosas galletas con chispas de chocolate—. ¿Qué diablos fue lo de antes? Carlos se encogió de hombros. —Todavía me preocupo por ella. —Tienes novia —repitió Nick. —Sí, pero en realidad nunca superas a tu primer amor. Nick masticó esa declaración junto con la galleta. Mia también era su primer amor. Y como no podía imaginar seguir adelante u olvidarla, finalmente asintió.

La cena de ensayo pasó en un borrón, y después Mia desapareció con su madre y sus tías a hacer… lo que sea que hicieran las chicas la noche anterior a una boda. Nick fue educadamente conducido a su habitación en el B&B. Se levantó temprano a la mañana siguiente, se hizo útil un poco más, y supo que se había ganado al menos a la mitad del clan cuando Tara le hizo un gran desayuno y Maddie lo abrazó por todo lo que había hecho para ayudar. Para cuando aparecieron los invitados y comenzó la ceremonia, estaba ansioso por echar un vistazo a Mia. Y entonces la vio, caminando por el pasillo en un hermoso vestido verde bosque, con flores en sus manos, su cabello fluyendo detrás de ella en la brisa ligera, y una cálida sonrisa en su rostro. Con solo mirarla, Nick se conmovió. Ella era parte de él. La mejor parte. A mitad del pasillo, sus miradas se encontraron y sostuvieron. No estaba seguro de reconocer la expresión en su rostro, pero no podía apartar los ojos de ella. Tara fue la siguiente, y luego Maddie, sosteniendo a su hijo. Su hija de tres años caminaba a su lado, cuidando arrojar con precisión un puñado de flores de su canasta a cada paso. Cuando se quedó sin flores, se detuvo en seco, negándose a dar otro paso. —¡Necesito más flores! Maddie le lanzó a su marido una mirada desesperada donde se encontraba con Ford y Sawyer. Jax trotó por el pasillo y le dio a Maddie un beso rápido, luego recogió a su hija. —Papá, ¡necesito más flores! —Lo sé, nena. —Jax la ajustó en un brazo y deslizó el otro alrededor de Maddie, y caminaron juntos por el resto del pasillo. Entonces la multitud calló y fue Chloe quien se dirigió hacia Sawyer. Nick se sorprendió por su expresión a medida que le sonreía a su futuro esposo con unos ojos relucientemente brillantes. Y luego la comprensión lo golpeó como un puñetazo: era la misma expresión que Mia había usado solo un momento antes cuando había trabado miradas con Nick.

Amor.

Aturdido, Nick se sentó allí y se perdió casi cada palabra de la ceremonia, que aparentemente había sido increíblemente conmovedora porque no había un ojo seco a la vista cuando todo había terminado. Luego comenzó la música y la novia y el novio tuvieron su primer baile. Nick vio a Mia bailando con Ford y luego con Sawyer. Y luego Carlos. Nick se puso de pie. Guardando la rama de muérdago de la mesa, se dirigió hacia la pista de baile. Sabía que esto no iba a estar en la lista de las diez cosas más inteligentes que hubiera hecho jamás, pero no le importó. —¿Puedo interrumpir? Carlos miró a Mia, quien asintió. Nick tomó su mano y la colocó alrededor de su cuello, acercándola, bebiendo su aroma familiar y la sensación cálida y suave de sus curvas. Moldeó su cuerpo al de ella y la sintió reaccionar fundiéndose en él. Era casi tan bueno como estar dentro de ella. Incapaz de evitarlo, pasó sus manos por la longitud de su espalda, cerrando sus ojos para saborear la sensación de ella. —¿Nick? Abrió los ojos y encontró los de ella, sorprendido de ver un atisbo de incertidumbre. —¿Qué estamos haciendo? —preguntó. —Bailando. —Se siente como mucho más. —Bien. —Él sostuvo el muérdago sobre su cabeza. Ella soltó una carcajada. —¿Quieres un beso? —Para empezar —respondió, y se inclinó y tocó sus labios con los de ella—. Eres tan hermosa, Mia. —En serio tienes algunas palabras muy elegantes últimamente. —Sí. —Puso el muérdago en su bolsillo y la acercó más—. Y aquí hay dos más… te amo.

—He esperado mucho tiempo para escucharte decir eso. —Lo miró fijamente—. Yo también te amo, Nick. Mucho. Pero… —No. Sin peros —dijo, dejando caer su frente a la de ella—. No esta noche. Ella se relajó ligeramente en sus brazos, y cuando el ritmo de la música fluyó sobre ellos, deseó que la canción no terminara. Como si ella sintiera lo mismo, sus manos se apretaron alrededor de su cuello. Nuevamente presionó su rostro en la curva de su garganta, pero esta vez su corazón se hundió en su pecho cuando sintió la humedad de sus lágrimas contra su piel. —Mia —dijo, devastado—. No llores. Lo siento. —No estaba muy seguro por qué lo sentía, pero lamentaría respirar si ese era el problema. —No, son lágrimas de felicidad —dijo, y sorbió—. Es Nochebuena, es la boda de Chloe, y todo ha sido maravilloso. —Levantó la cabeza y se encontró con su mirada, la suya empapada—. Y todavía estás aquí. —No voy a ninguna parte.

Su madre y sus tías interrumpieron entonces, y las mujeres bailaron juntas por un rato, riendo y compartiendo algunas lágrimas de felicidad. Después, Mia fue a buscar a Nick, y tuvo un momento de pánico cuando no pudo encontrarlo. No creía que Carlos y él volviesen a pelear. Anteriormente, los había visto transportar cajas de cerveza y vino juntos. Incluso se habían estado riendo con la labradora marrón de Jax, Izzy, que estaba durmiendo la siesta en el centro del pasillo, y todos se vieron obligados a dar un salto para esquivarla. Ver a Nick interactuar aquí con su familia, con las personas que tanto le importaban, había sido un gran comienzo para su dolido corazón. —Conozco esa sonrisa —dijo Chloe, acercándose a Mia, colocó un brazo alrededor de su hombro y casi ahoga a Mia en seda blanca—. Es la sonrisa de una mujer enamorada. —¿Cómo puedes diferenciar la lujuria del amor? —preguntó Mia.

—Si puedes usar tus bragas de abuelita en una cita con él, sabes que es amor verdadero. Mia se llevó las manos al trasero e intentó recordar qué bragas llevaba. Chloe rio suavemente y la abrazó. —Nena, eres tan adorable que no tienes que preocuparte por eso. Tu corazón te lo dirá. Su corazón estaba diciéndole muchas cosas. —¿Cómo sé que no es solo acidez? —preguntó—. ¿Hay un apretón de manos mágico? Chloe sonrió. —Sí. No te casas con el primer tipo con el que te ves a ti misma viviendo. —¿No? —No. Te casas con el primer tipo sin el cual no puedes vivir. Mia sonrió. —Lo dice la mujer que se metió con el sheriff de la ciudad durante cinco años antes de caer rendida y casarse con él. —Oye, algunas cosas llevan tiempo —dijo Chloe sin disculparse—. Las mejores cosas llevan su tiempo. Y una cosa que Mia tenía era tiempo. —¿Has visto a Nick? Su tía se volvió y señaló a través de la pista de baile hacia el bar, donde podía ver a su padre y a sus tíos hablando con un alto y apuesto Nick. Parecía lo suficientemente relajado, incluso perfectamente a gusto. —Lo está manejando —dijo ella, aliviada. —¿Manejando qué? —preguntó Chloe—. ¿Verse bien? En eso tienes razón. Mia sonrió. Se veía especialmente bien. Si bien era caliente como el infierno. —Él no tiene familia, ya sabes. No viene de raíces y vínculos. Nunca nadie le enseñó lealtad y amor incondicional.

—Algunas cosas no tienen que ser enseñadas —dijo Chloe. —Estaba inseguro sobre mi gran familia, y de cómo podía sentirse fuera de lugar, pero vino de todos modos. Chloe la apretó suavemente. —Somos un gran grupo de inadaptados, ¿no? Todos nosotros. Pero encajamos juntos. Incluyendo a Nick. A Mia se le hizo un nudo en la garganta, y se volvió hacia Chloe. Se abrazaron durante un largo momento, y luego Mia retrocedió. —Tengo que irme. —Vas a escucharlos a escondidas —dijo Chloe. —Demonios, sí. Chloe sonrió. —Yo también. Rodearon la pista de baile y se dirigieron subrepticiamente hacia el bar, escondiéndose detrás de un enrejado blanco con el que Chloe se mezcló por completo con su vestido de novia. Mia no tanto, en su vestido verde bosque. De hecho, con las luces parpadeando al otro lado del enrejado, probablemente parecía un árbol de Navidad. Pero los muchachos no les prestaban atención en absoluto. —Sabes que ella solo tiene veintidós años —le estaba diciendo Ford a Nick. Mia abrió la boca porque tenía veintitrés años, maldición. O al menos, los tendría el próximo mes. Pero Chloe le apretó la mano para mantenerla callada. —Sí —dijo Nick—. Tiene veintidós. Una adulta. Escucha, entiendo que eres su padre y eres muy protector con ella, pero es inteligente y ruda. Puedes confiar en ella para que tome sus propias decisiones. —Todavía no se ha decidido por ti —señaló Sawyer suavemente. Tranquilamente. Con ojos firmes. Hoy no llevaba un arma en su cadera, no con su esmoquin, pero Mia apostaría a que tenía una escondida en algún lado. Chloe puso los ojos en blanco ante su nuevo marido y murmuró algo acerca de que él era el imbécil más sexy y terco que había conocido.

—Me doy cuenta que no me ha elegido —dijo Nick—. Pero aun así estaré aquí para ella. —¿Incluso si te deja? —preguntó Jax. —Sí. —Esa es una gran promesa. —Es un hecho —dijo Nick. Chloe suspiró soñadoramente. Mia hizo lo mismo. Y su corazón se derritió en un charco de amor que se hinchó contra su caja torácica. —No siempre estuvimos aquí para ella —dijo Ford en voz baja—. Así que somos un poco sobreprotectores. No me disculparé por eso. Pero ella es todo para mí, y no soy un completo idiota. Puedo ver que eres todo para ella. Todo lo que quiero para ella es que sea el todo de alguien. —Hecho —dijo Nick sin dudarlo—. Y tal vez no siempre fuiste parte de su vida, pero le diste la vida. Una gran vida. Y ella la ha aprovechado al máximo. Es realmente increíble. Chloe suspiró de nuevo. Mia no tenía aliento en sus pulmones para suspirar. Tirando de Chloe, caminó alrededor del enrejado, con la mirada puesta en Nick.

Algunas cosas llevan tiempo, había dicho Chloe. Y eso era cierto. Le había llevado sus diecisiete años conocer a sus padres biológicos y encontrar a esta grandiosa familia esperando abrazarla. Y seis meses darle su corazón a Nick. Él había venido por ella. La había elegido. Caminó directamente hacia él, hacia sus brazos, que se cerraron con fuerza alrededor de ella. —Mia —respiró en su cabello, enterrando su rostro en su cuello, inhalando profundamente. Poniéndose cómodo, se dio cuenta. No era algo que hubiera hecho antes, activamente buscar consuelo de ella. Mia susurró su nombre y lo abrazó, consciente de que todos se habían ido para darles algo de privacidad.

Nick se apartó lo suficiente como para meter la mano en el bolsillo y sacar una pequeña caja negra. Su corazón se detuvo. Él la abrió y miró el delicado anillo de oro blanco que consistía en dos cintas tejidas entre sí dando paso a un nudo forrado con diminutos zafiros. Su piedra de nacimiento. —Es pasada la medianoche —dijo suavemente—. Feliz Navidad. —No íbamos a darnos un regalo —respondió ella con la misma suavidad, reflejando sus palabras de hacía unos días mientras pasaba un dedo reverente sobre el hermoso anillo. —Entonces es solo un presente —dijo, con una sonrisa en su voz—. Una promesa para el futuro. Nuestro futuro. —Oh, Nick —susurró, deslizándose el anillo, tan feliz que apenas podía contenerse—. No estaba segura que quisieras un futuro. —Sí, mucho. Pienso en mi vida antes de que entraras en ella, Mia. Apestaba. —Él encontró su mirada—. Te necesito. Quiero que sepas eso. Debería habértelo dicho antes, pero pensé que eso me hacía débil. Estaba equivocado en eso. Eres por lo único que me preocupo. Eres lo único que me importa. Rechacé el trabajo… —Nick —jadeó—. No. Tu… —Tomé uno diferente, con la misma compañía. Todavía justicia restaurativa, pero me quedaré en el estado de Nueva York. —Pero querías viajar. —Quería. Tiempo pasado. Quiero estar contigo, Mia. Tú eres para mí. Eres mi todo. —Hizo una pausa y dejó que su mirada tocara cada una de sus facciones—. Eres la mejor elección que he hecho. Eres mi única elección. Ella presionó su frente a la suya, sus palabras rozando contra sus labios. —Estaba pensando lo mismo de ti.

Jill Shalvis es una escritora norteamericana Best Seller del New York Time con más de cincuenta novelas románticas. Adquirió su fama con la serie Lucky Harbor. Shalvis actualmente vive con su marido, David, y sus tres hijos, Kelsey, Megan y Courtney en su casa cerca de Lake Tahoe, California. Publicó su primera novela en 1999. Y también escribe bajo el seudónimo de Jill Sheldon. Puedes encontrar una lista completa de sus libros así como detalles de su vida siguiendo su sitio web: www.jillshalvis.com

Ali Winters no está teniendo un buen día. Su novio la dejó, todos en la ciudad piensan que es una ladrona, y ahora está a punto de ser expulsada de su casa. Su única oportunidad de mantener un techo sobre su cabeza y limpiar su nombre es pedir ayuda a un detective de policía que es tan sexy como severo… Después de que un caso de alto perfil falla, Luke Hanover regresa a su ciudad natal por un poco de paz y tranquilidad. En su lugar, encuentra a una morena explosiva en un montón de problemas. Mientras ayuda a Ali a recomponer su mundo, las piezas de la vida de Luke finalmente parecen encajar. ¿Es este el comienzo de una aventura chispeante? ¿O están Luke y Ali al borde de algo grande en una pequeña ciudad llamada Lucky Harbor?

MODERACIÓN LizC

TRADUCCIÓN Pau Belikov

CORRECCIÓN Y REVISIÓN FINAL LizC

DISEÑO Moreline
Lucky Harbor 6.5 - Under the Mistletoe - Jill Shalvis

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