Autumn Doughton & Erica Cope - The Bright Effect

297 Pages • 93,046 Words • PDF • 2.8 MB
Uploaded at 2021-09-24 08:18

This document was submitted by our user and they confirm that they have the consent to share it. Assuming that you are writer or own the copyright of this document, report to us by using this DMCA report button.


Aria

Aria Axcia Brisamar58 CamilaPosada ChiviSil Cjuli2516zc Gigi jandranda Kath Lauu LR Lunatique93 Lvic15 Maria_clio88 Mary_08 Mimi Mona Olivera RosaluceL01D Valen Drtner

Sttefanye

Sttefanye

Aria

Sinopsis

Capítulo 23

Capítulo 1

Capítulo 24

Capítulo 2

Capítulo 25

Capítulo 3

Capítulo 26

Capítulo 4

Capítulo 27

Capítulo 5

Capítulo 28

Capítulo 6

Capítulo 29

Capítulo 7

Capítulo 30

Capítulo 8

Capítulo 31

Capítulo 9

Capítulo 32

Capítulo 10

Capítulo 33

Capítulo 11

Capítulo 34

Capítulo 12

Capítulo 35

Capítulo 13

Capítulo 36

Capítulo 14

Capítulo 37

Capítulo 15

Capítulo 38

Capítulo 16

Capítulo 39

Capítulo 17

Capítulo 40

Capítulo 18

Capítulo 41

Capítulo 19

Capítulo 42

Capítulo 20

Epílogo

Capítulo 21

Sobre las autoras

Capítulo 22

Amelia Bright tiene muchos planes para el futuro, y ninguno de ellos conlleva enamorarse de un chico como Sebastian Holbrook. Con una reputación cuestionable y una actitud a juego, es exactamente el tipo de persona que Amelia se prometió evitar. Pero después de un encuentro que la deja emotiva y sin aliento, no puede evitar preguntarse sobre él y los secretos que mantiene ocultos detrás de ese duro exterior. Sebastian sabe de primera mano que cada elección tiene una consecuencia y cómo una frágil promesa puede dar forma a una vida. Ahora que su madre no está y está criando a su hermano pequeño por su cuenta, prácticamente ha renunciado a un futuro para sí mismo. Luchando por mantener comida en la mesa y un techo sobre sus cabezas, Sebastian no tiene tiempo ni para juegos ni para chicas. Entonces ¿por qué no puede sacar de su mente a la hermosa e inteligente Amelia Bright? Igualmente, devastadora y sincera, la historia de Amelia y Sebastian sobre una rara e inesperada conexión es una que permanecerá contigo mucho después de haber leído la última página. Lleno de ingenio y ternura, The Bright Effect es un inolvidable viaje de expectativas, arrepentimientos, y de descubrir lo lejos que puede llevarnos el amor a pesar del sufrimiento.

Dime, ¿qué planeas hacer con tu salvaje, única y preciosa vida? ~Mary Oliver

arece como si esto nunca fuera a acabar. Como sin importar lo que haga, sin importar cuánto me esfuerce, nunca será suficiente. Nunca. El pulso en mi cuello late duro y rápido mientras agarro fuertemente el volante y dejo que mi mirada se deslice hasta el reloj del salpicadero. Seis y diecisiete. Mierda. Debería estar en la escuela hace diecisiete minutos, pero ¿qué podía hacer si Ron, mi jefe de ojos acuosos, insistió en que me quedara más rato y acabara de descargar el cargamento de bisagras para puertas? ¿Enviarlo a la mierda? Seguro, habría sido increíble ver la expresión en su rostro, pero no lo habría compensado. He aprendido por las malas que un trabajo es un trabajo. Incluso si solo es un trabajo a tiempo parcial en una ferretería y trabajas para un imbécil alcohólico. Dejando atrás la frustración familiar, estaciono mi auto en la esquina frente a un edificio blanco de dos plantas. Justo antes de apagar el motor, miro la hora una última vez. Seis y diecinueve. —Joder —murmuro mientras me meto las llaves en el bolsillo. No me molesto en bloquear la puerta porque de ninguna manera nadie querría robar mi Bronco hecho polvo. La camioneta es más vieja que yo; sacada nueva del concesionario por mis abuelos y chupando gasolina y oxidándose desde entonces. Uno de estos días espero poder tener el dinero suficiente para repararla, pero hasta entonces, estoy a salvo de potenciales ladrones de autos. Tienes que saber cómo bombear el pedal para que arranque y aparte de eso, la tercera marcha va más dura que el diablo. Fuera del auto hace un calor tan pegajoso como húmedo, un día normal en Lowcountry. Empiezo a subir los escalones pavimentados de piedras de dos en dos y paso bajo un cartel rojo y azul descolorido que declara que esta es la casa de los Jaguares de la escuela primaria Jefferson. La señora Hopkins, la mujer que dirige el programa de actividades extraescolares en la escuela, debe de haber oído mis botas de trabajo golpeando contra el

suelo de linóleo, porque asoma la cabeza por la puerta de la cafetería cuando giro la esquina. —Buenas tardes, señor Holbrook —dice, con arrugas marcándose alrededor de su boca. —Lo siento —digo, reduciendo la velocidad—. Se me hizo tarde en el trabajo. —Ya lo veo. —Le prometo que no pasará de nuevo. —Jovencito, sé que tu situación es inusual —dice con un fuerte acento de Carolina del Sur—. Y quiero creer que todo el mundo en esta escuela ha intentado ser comprensivo y flexible. —Y les agradezco eso —la interrumpo, intentando pasar de largo. —Pero —continúa, con una mirada que me pone la piel de gallina—, debes estar de acuerdo que este curso ha empezado como si fuera el año de las tortugas. Porque, estamos tan solo en septiembre y ya ha llegado por lo menos media docena de veces tarde a recogerlo. —Y siento que haya sucedido, pero como le dije, se me hizo tarde en el trabajo. Frunce el ceño. —Todos tenemos nuestros problemas. Si no puedes llegar aquí a la hora todos los días, vas a tener que encontrar otra manera para Carter. En lo que se refiere a otra manera tras finalizar las clases, no hay opciones. Por lo menos ninguna que me pueda permitir. —Estaré aquí a tiempo —prometo. Está claro que la señora Hopkins no cree esto, pero después de una incómoda pausa, asiente y abre más la puerta para dejarme pasar. La cafetería está decorada con dibujos en crayón y carritos de perritos calientes que saben a plástico como cuando yo venía aquí. A esta hora del día el lugar está prácticamente desértico y no me cuesta nada localizar a Carter. Él está sentado con una profesora en una de las largas mesas. Desde aquí solo puedo ver la parte de atrás de la cabeza de la profesora y me pregunto si esta mujer es la tutora de lectura que él mencionó la semana pasada. Y luego empiezo a preguntarme si quizás yo debería saber quién es la tutora. Los padres saben ese tipo de cosas, ¿no? Igual que un padre recoge a su hijo a tiempo y lleva con él un gel anti-gérmenes y le ayuda con los deberes y hace la colada y sabe qué hay para cenar. Mi tío y mi tía tienen razón. Me caliento tanto la cabeza que ni siquiera es divertido. El sonido de la fina voz de Carter sale suelta mientras mis pensamientos van a mil por hora. —Un volcán puede cr-r-r…

—Crear —ayuda la tutora. —Crear inun… —Esta es un poco más difícil por las dos enes. Vas a pronunciarla como “nun”, como la palabra nunca. —De acuerdo. —Carter asiente—. Un volcán puede crear inun-daciones, derrumbes de tierra, caídas de rocas y… y… ¿qué palabra es esa? —Tsunamis. —Y tsunamis. Estoy impactado. Esta es la primera vez que le oigo leer algo que no haya sido escrito por el doctor Seuss. Carter es un chico listo, pero desde que empezó el curso ha estado luchando para mantenerse al nivel de los otros chicos de primer grado. Ya me he entrevistado con su profesora dos veces y la última vez ella incluso mencionó la posibilidad de moverlo a una clase de apoyo. —Buen trabajo, Carter. ¿Puedes probar con la siguiente frase? —pregunta suavemente. Su oscuro cabello está recogido en una larga trenza, que cae unos centímetros por debajo de sus hombros. Tiene una pierna recogida bajo la otra y noto que bajo el sencillo vestido negro que lleva puesto, lleva unos leotardos de colores con planetas y estrellas. Uh. —Sí —dice Carter y encuentra la línea en la página—. Hay más d-de 500 a-ac… —Activos. —Volcanes activos en el mundo. Cuando termina la frase, pongo mis dedos en la boca y doy un agudo silbido. —¡Buen trabajo, mi chico! Alza la cabeza y me sonríe de forma desdentada. —¡Bash! ¡Estoy leyendo mi hoja de deberes de ciencias! —Ya lo veo. Y, oye, siento llegar tarde —digo. Este es el momento en que la profesora se gira y me doy cuenta que no es una profesora la que le está ayudando. Es Amelia Bright. Me quedo congelado. No es que tenga algún problema con Amelia o que la conozca más allá de su rostro y su reputación en el instituto por ser rica y lista. Solo que verla aquí, a tres metros de mí, es inesperado. La expresión de sorpresa está escrita por todo su rostro también. —¿Sebastian? Nadie me ha llamado así en años. En algún momento durante el cuarto curso, Sebastian desapareció y Bash tomó su lugar. Me tengo que recordar que probablemente el cuarto curso fue la última vez que Amelia y yo hablamos.

—¿Qué estás haciendo aquí, Amelia? —La declaración suena más dura de lo que era mi intención. Parpadea varias veces. —Soy voluntaria en la escuela primaria dos veces por semana para ayudar a niños que necesitan un poco de asistencia extra con la lectura. Y, uh, ¿tú qué? —He venido a recoger a Carter. —Oh. —Puedo verla prácticamente haciendo las cuentas. Tengo dieciocho y Carter sólo está a punto de cumplir siete así que eso lo haría mi… —Es mi hermano —digo a su pregunta no hecha. —Oh, claro. —Traga duro—. La señorita Hopkins me dijo que su tutor estaba llegando tarde. —Ese sería yo —digo, levantando la mano. La confusión parpadea en sus ojos marrón claro. —Pero dijiste que eras su hermano. La última cosa que me apetece hacer después de este día de trabajo de mierda, es explicar mi situación a Amelia Bright. No hay manera de que alguien como ella pueda nunca entender por lo que Carter y yo hemos pasado. Podemos vivir en la misma ciudad e ir al mismo instituto, pero Amelia y su hermana, Daphne, y todas sus amiguitas parecidas a muñecas de porcelana, viven en un planeta diferente al que vivimos nosotros. Esta chica no tiene idea del significado de trabajar duro o de lo que es la vida real. No sabe qué tan rápido tu alegría se puede evaporar y convertirse en nada más que aire. Me cruzo de brazos y dirijo toda mi atención hacia mi hermano. —Venga, recoge tus cosas, amigo. Pero Carter es más simpático que yo. Mientras se coloca la mochila en la espalda y alcanza su bolsa de la comida, le dice a Amelia: —Vivo con Bash. Él me cuida. —No lo entiendo. —¿Qué es lo que no entiendes? —le pregunto—. No es tan complicado. Amelia me estudia con una mirada rara en su rostro. —¿Estás criando a tu hermano? Para alguien que se supone que es lista, está siendo un poco lenta para procesarlo. —Sí. —Pero ¿cómo? Niego, evadiendo la pregunta, y tomo a Carter de la mano.

—¿Estás listo para salir de aquí? Amelia no entiende que la estoy ignorando o a lo mejor no le importa. Se pone de pie y empuja la silla. —¿Cómo crías a tu hermano y vas al instituto? Ahora estoy al límite de estar molesto. Quiero preguntarle por qué se cree que este es alguno de sus problemas, pero recuerdo el modo en que Carter estaba leyendo acerca de volcanes hace un minuto y me guardo las palabras ácidas en mi boca. —¿Qué hay de tus notas? —continúa, su voz subiendo unos tonos—. ¿Y qué hay de la universidad el próximo año? Jesús, ¿por qué no me deja en paz? —Ya estoy tan sobresaturada con todo lo que se espera de nosotros en el último año de instituto —me dice, como si me importara—. No lo puedo imaginar. Hasta aquí. Ese último comentario es el que me hace explotar. —Por supuesto que no puedes imaginarlo. Eres la señorita Perfecta, existiendo en un mundo perfecto donde la gente vive en mansiones de cinco dormitorios y conducen por Green Cove en autos pagados por su papi. Probablemente pasas tus noches en una cama de plumas soñando con unicornios y nubes de algodón. Sé que esto es difícil para ti de creer, pero algunos de nosotros soñamos en cómo vamos a reunir dinero suficiente para pagar la factura de la luz. La mandíbula de Amelia cae abierta. —Lo siento. Yo no quería… Pero aún no he terminado. —Gracias por ayudar a Carter con la lectura —digo sin sentirlo—. Él suena genial y estoy seguro de deberte eso a ti, pero no creas que eso te da autoridad a mirarnos por encima de tu nariz. —Y-yo no… no los miro por encima de la nariz. Carter protesta, pero yo aprieto más su mano y le doy un tirón hacia la puerta. No necesitamos esta mierda. Detrás de nosotros, Amelia nos da otra patética disculpa. Con voz neutra, le doy otra respuesta por encima de mi hombro. —Sólo para que lo sepas… algunas cosas son más importantes que las notas y la universidad.

papá le gusta decir que las grandes decisiones se toman por lo que tu instinto te dice cuando llega el momento. Yo prefiero basar las decisiones de mi vida en hechos, por eso es que estoy ahora mismo sentada en medio de mi cama con mi portátil haciendo equilibrio sobre mis rodillas, pasando de una web a otra de diferentes universidades y apuntando los pros y los contras en una libreta. De momento, en términos de puntuación en la columna de los pros, Emory va de primera y la universidad de Charleston segunda. Pero un rápido repaso por mi lista me dice que Vanderbilt y Wake Forest no se quedan muy atrás. Mi mirada sigue en la pantalla, alcanzo una bolsa a medio comer de gominolas que está apoyada contra mi muslo y rebusco una pieza de regaliz azucarado. —¿Qué estás haciendo? Estoy tan absorta con mi lista que no la oigo enseguida. —¡Amelia! Dejo de mirar la pantalla y veo a mi hermana al lado de mi cama, alzando un poco los dedos de los pies y moviendo los brazos de una forma rara como si fuera un pájaro a punto de volar. Me cuesta un segundo entender que lo que está haciendo es secarse las uñas recién pintadas. —Uh, ¿hola? —digo, haciendo un gesto hacia la puerta. No importa lo a menudo que le pido que llame a la puerta, la mentalidad de Daphne es lo tuyo es mío. Se cree que, porque somos gemelas y compartimos código genético, tiene acceso veinticuatro horas al día a mi habitación. Y a mí—. ¿Quizás hayas oído hablar de esta costumbre a la que llamamos llamar a la puerta? —Te pregunté qué estás haciendo —repite, ignorando todo lo que acabo de decir. —Oh, lo normal. Solo intentando planear el resto de mi vida. Y ya sé que adivinar qué universidad tiene la mejor proporción de profesor-estudiante no es tan importante como investigar dónde encontrar la mayor bobina de hilo en América, pero todos tenemos que tener aspiraciones.

Daphne se sube a mi cama, con cuidado de no estropear sus uñas con mi colcha de flores pálidas. Señala la bolsa de dulces y abre la boca enseñándome sus dientes para hacerme saber que quiere una. —Para tu información, la mayor bobina de hilo ni siquiera está en mi lista. —Un descuido importante —me burlo, mientras saco otra gominola de la bolsa y la meto en su boca que continúa abierta esperando. A diferencia de mí, mi hermana no ha demostrado mucho interés en hacer planes para la universidad que empieza el próximo año. Ella prefiere dedicar todo el esfuerzo de su cerebro a preparar un viaje que quiere hacer el próximo verano para llevar a nuestra mejor amiga, Audra, hasta California a la universidad. —¿Qué te dice el que yo esté trabajando en una lista de universidades y tú estás trabajando en una lista con las atracciones más locas que hay en el país? —¿Que soy mucho más divertida que tú? —pregunta mientras mastica. Asiento y niego a la vez. —O que pasarás los días sin nada que hacer en bata de baño y pantuflas viviendo en mi sofá cuando tengamos treinta. —Lo que sea. Puedes juzgarme todo lo que quieras si me haces un gran favor. Alzo una ceja con sospecho. —¿Qué tipo de favor? —Uno fácil. Como si no hubiera oído eso antes. —¿Como…? —¿Puedo tomar prestado tu vestido morado para mañana por la noche? Dejo escapar un suspiro. —¿Cuál? Daphne levanta una mano. —Espera. ¿Tienes más de un vestido morado? ¿Por qué no sé eso? Alzo los hombros. —Me gusta el morado. Se ríe. —Estaba pensando en el Tory Burch, pero agarraré el que sea más corto. —¡Daphne! —exclamo, aunque no estoy nada sorprendida. Modestia no es para nada la cosa de Daphne. —¿Qué? —Finge inocencia—. Fuimos bendecidas con piernas fantásticas, Amelia. Solo porque tú hayas decidido taparlas con leotardos cada día… —No todos los días.

—… y calcetines y Dios sabe qué más, no significa que yo tenga que hacerlo. Y, de todas formas, cuando te diga lo que va a pasar mañana por la noche, lo entenderás completamente. Gimo, pero acepto el envite. —¿Qué pasará mañana por la noche? —¿Estás sentada? Remarco mis palabras mirando alrededor de mi cama. —¿Qué tipo de pregunta es esa? He estado sentada desde que irrumpiste en mi habitación. —¡Jesús, Amelia! Es solo una expresión —dice, poniendo los ojos en blanco—. ¿Conoces a Spencer? —¿Spencer McGovern? —Un escalofrío de incomodidad me recorre mientras asiente entusiasmadamente. —¡Por fin me ha pedido salir juntos! —¿E imagino que la sonrisa en tu rostro significa que le has dicho sí? —¿Estás hablando en serio ahora mismo? Por supuesto que dije sí. Quiero decir… ¿hoooolaaaa? —Niega—. Me lo he trabajado desde el primer año de instituto. Tiene fuertes músculos y es guapísimo. Quizás es el chico más guapo que jamás he conocido. Esto probablemente sea verdad. Con sus formas esculturales, sonrisa de estrella de películas, y cabello dorado, Spencer McGovern es ciertamente guapo. También es arisco, creído, e increíblemente maleducado. —No me importa lo guapo que sea, yo no saldría con él. Daphne se echa hacia atrás, adoptando una postura defensiva. —¿Por qué no? —No lo sé con exactitud —contesto honestamente. No tengo nada concreto contra Spencer, solo sé que particularmente no me gusta—. Tuve biología con él el año pasado y siempre estaba haciendo gestos obscenos detrás del señor Arvesu y copiándose de Andi Wilson. ¿Y no te acuerdas cuando le disparó al gato de Maya Schneider con una pistola de balines cuando íbamos a séptimo curso? —¡Teníamos doce años y eso fue un accidente! —¿Lo dice quién? ¿Spencer? —la reto. —El gato estaba en su basurero. Y, de verdad, ¿esas son sus grandes ofensas? —pregunta, entrecerrando los ojos—. ¿No prestar suficiente atención en clase de biología y confundir al gato de alguien por un mapache rabioso? —No sé, es más que eso. Solo se ve como el tipo de chico que no se preocupa por nadie más que por sí mismo. Daphne suspira fuertemente.

—Amelia, tiene dieciocho años y solo porque no se haya unido al grupo de Hábitat para la Humanidad no significa que no sea bueno para unas cuantas citas. ¿Puedes salir de tu cabeza por un segundo e intentar comprender lo importante que es esto para mí? Me acaba de pedir salir el chico que probablemente es el más guapo de nuestro instituto. Solo por esta vez, ¿no puedes solo alegrarte por mí? —Siempre me alegro por ti. Frunce el ceño y niega. —Eso es una mentira. —Nombra otra vez cuando no estuve feliz por ti —la desafío. Daphne me mira y alza ambas cejas. —¿Estás bromeando? Cada vez que menciono el viaje por carretera con Audra del próximo verano. O diablos, cuando salgo de casa cualquier noche que al día siguiente haya clase. Esto suena como una discusión familiar. La misma que hemos tenido toda nuestra vida. —No es que no quiera que te diviertas —explico—. Solo que me preocupa que no estés dirigiendo tu energía hacia el lugar correcto. —¿Y qué me dices de la vez que aprendí a cortar el cabello? Tampoco estabas feliz por mí entonces. —Eso es porque aprendiste con una muñeca. —¿Y? —Era mi muñeca. Daphne lucha por sonreír. —Se veía mejor con un corte Pixie. —Esa muñeca era edición limitada. —También lo era el corte Pixie. No puedo evitarlo, y me río. Daphne hace una amplia mueca y se levanta de mi cama. Sus uñas ya deben de estar secas porque me agarra por la muñeca y me da un tirón para que me ponga de pie. Cuando estamos cara a cara, dice: —Sé que solo estás haciendo el papel de hermana gemela protectora, pero en este caso no creo que sea necesario. Spencer es un buen chico. Papá y Nancy incluso conocen a sus padres del club. —Bueno, si ellos lo aprueban debe ser amor —gruño. —Amelia, no seas tan resentida solo porque lo tuyo con Jack no funcionó. Miro deprisa hacia la puerta de mi dormitorio. —¡Shh!

Hace una mueca y arruga los labios con desaprobación. —¿Todavía no les has dicho que terminaste con Jack? —No, lo hice, pero déjame decirte, que no les hizo ninguna gracia —le susurro a mi hermana—. Sigo esperando que intenten apuntarnos a algún tipo de terapia de parejas. Se ríe porque sabe que estoy bromeando a medias. —Créeme, lo superarán. Solo empezaste a salir con él este verano, así que no tuvieron suficiente tiempo para tomarle mucho cariño. Me encojo de hombros sin nada más que hacer. —No estoy tan segura de eso. Cuando papá se enteró que la desventaja de Jack en el golf era de menos diez, se puso más contento que un tornado en un estacionamiento de caravanas. Y te juro que atrapé a Nancy buscando arreglos florales en una página web de novias la semana pasada. —Sabes que yo podría hablar con ellos e intentar suavizar las cosas para ti. —¿De verdad lo harías? Daphne me da un codazo juguetonamente en el costado. —Si me prestas un vestido. —¿Te has rebajado al chantaje? Sonríe. —Si eso es lo que me va a costar. A disgusto, me dirijo hacia mi armario y abro la puerta. —Está bien —digo, sacando unas perchas del colgador—. En la categoría de vestidos morados, tienes tres opciones. Daphne rápidamente rechaza el maxi-vestido de rayas que estoy aguantando en la mano izquierda. Le cuesta más decidirse entre el Tory Burch con escote en pico y uno con un diseño floral. —Ese —dice, señalando el de escote en pico—. El otro se ve muy de ir a la iglesia. Se lo doy. —Considerando que la última vez que me lo puse fue para ir a misa, supongo que no es tan malo. Carcajadas salen de su boca mientras aguanta el vestido contra su cuerpo y se gira para verse en el espejo de cuerpo entero que hay al lado de mi vestidor. Mirando a mi hermana, inhalo hondamente y niego. Sé que suena como un cliché, pero realmente es la gemela bonita y esa es la pura verdad. Daphne y yo podemos tener la misma constitución —delgadas, nariz respingona, cabello del mismo tono castaño tan liso y brillante que se escurre de todos los tipos de goma para coleta, y ojos almendrados y marrones heredados de la familia de nuestro

padre—, pero en ella todo conjunta bien de otra manera. La gente me dice que soy linda, quizás simpática. Pero Daphne, yo lo sé, es preciosa. —Ese vestido te va a quedar fantástico —le digo de corazón. —¿Crees que queden bien las sandalias de plataforma que me compró Nancy el mes pasado? —Creo que sí. Te quedará muy bien combinado. —Respiro profundo y le digo tan suave como es posible—: Solo prométeme que tendrás cuidado con Spencer. Quizás estoy siendo súper-protectora, pero no quiero que te hagan daño. Sus ojos se encuentran con los míos a través del espejo. —Está bien, mamita querida. —Lo digo en serio —le digo en voz baja—. Los chicos son… —¿Los chicos son qué? No estoy segura qué le quiero explicar—. Los chicos dan mucho trabajo. —¿Es por eso que terminaste con Jack? ¿Porque te daba mucho trabajo? —No exactamente. —La cosa con Jack era que, sobre el papel, él era todo lo que un novio correcto tenía que ser. Atractivo. Atento. Bien educado. Suena como el perfecto caballero sureño, ¿no? Excepto por la parte en la que era tan aburrido que tenía que asegurarme de tomar una bebida con cafeína antes de nuestras citas para no quedarme dormida—. Jack era genial, pero tengo que concentrarme en la universidad. No quería pasar mi último año de instituto distraída por algún chico. —Amelia, esa es la peor excusa que he oído nunca. No deberías terminar con nadie para centrarte en los estudios. —¿Qué te parece esto? Besarlo era como besar a una rana, y no me refiero a las que mágicamente se convierten en un príncipe. Daphne se gira hacia mí y hace una mueca de asco. —Eso es asqueroso. —Y no le gustaba que pudiera ganarle al tenis. Quiso hacer una apuesta la última vez que estuvimos en las pistas. —Venga ya, eso es estúpido. —Cuéntamelo a mí. Frunce el ceño. —Sabes, quizás tú estando soltera y yo con Spencer podría ser el comienzo de algo nuevo para las dos. —¿Como qué? ¿Qué seas la favorita de papá? —Ajá, pobrecita ignorante. ¿No sabes ya que yo siempre he sido su favorita? Me río. —¿Entonces qué? Daphne sonríe.

—La forma en que yo lo veo, este es nuestro último año en Green Cove juntas. En otoño te irás a la increíble universidad que decidas ir y yo… bueno, todavía no estoy segura de dónde estaré… en algún lugar a las afueras de Carolina del Sur buscando una aventura. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que no quiero que ninguna de las dos se arrepienta del último año de instituto. —¿Qué quieres decir con arrepentirse? —Siendo tan seria todo el tiempo. Nadie envejece y recuerda el último año de instituto y dice: “Estoy tan contenta de haber dormido tan bien y haber entregado ese ensayo a tiempo”. ¿Entiendes lo que te quiero decir? Necesitas aflojar esas riendas que te sujetan tanto y vivir un poco la vida. —No quiero aflojar. Todo lo que quiero es un 10 en Historia. Señala hacia la pantalla de mi ordenador que sigue mostrando la página web de Emory. —Pero ya sabes que vas a acceder a cualquier universidad que quieras. —Que me acepten dependerá de mis notas de este año —le recuerdo. Daphne gruñe. —Amelia, hay más cosas en la vida que las notas. Estoy a punto de contestarle algo sarcástico cuando mi cerebro se queda apegado a algo. Esas palabras. Las he oído antes, ¿no? De repente, estoy en la cafetería de la escuela primaria y estoy viendo a Sebastian Holbrook tomando a su hermano de la mano. Estoy viendo su cabello oscuro alcanzar su mandíbula y sus tormentosos ojos grises viéndome. Estoy viendo el desagrado que él casi no pudo ocultar y registrando el desafío bajo su piel como un pulso. Algunas cosas son más importantes que las notas y la universidad. Mi garganta arde y mi corazón se retuerce dolorosamente contra mi pecho. Quiero gritarle de vuelta que él me ha entendido completamente mal. Mi mundo no es perfecto. No sueño con unicornios. Casi ni duermo. Y cuando lo hago, sueño con el próximo examen y proyectos que no sé si tendré tiempo de acabar. Le quiero gritar de vuelta que casi cada noche me despierto sudada y me siento pesada por el peso de todas las promesas e ilusiones que arrastro conmigo. ¿Sebastian Holbrook cree que lo miro por encima de mi nariz? Bueno, todo lo que me ha dicho hoy prueba que esto es al revés. De vuelta en mi habitación, mi hermana toma mi silencio como un acuerdo. Levanta la barbilla, echándose el vestido morado por el hombro y se va medio bailando hacia la puerta. —¿Ves? Amelia, este año va a ser el mejor. No lo malgastes.

n viernes por la noche, un alumno normal de la escuela secundaria podría estar preparándose para una cita o ir a un partido de fútbol con amigos. ¿Pero yo? Estoy en casa tratando de no quemar una caja de macarrones con queso. Lo juro, no sé lo que fue o cuándo lo hice, pero en algún momento de esta vida, debo haberla cagado, y a su vez, el Karma me hizo su perra. Demonios, ni siquiera la pasta en caja resultará bien para mí. Bajo la mirada al lío carbonizado, preguntándome dónde me equivoqué. ¿He añadido el queso demasiado pronto o lo dejé en el horno demasiado tiempo? ¿O tal vez no utilicé suficiente agua? Un rápido empujón con una cuchara de madera me dice que la mayoría de los fideos y el queso se han pegado en el fondo de la olla. Pero con un poco de esfuerzo y un poco de agua, soy capaz de raspar lo suficiente como para un tazón pequeño. —¡Cena! —grito lo suficientemente fuerte como para que Carter pueda oírme por encima del sonido de la televisión. Oigo el clic de apagado de la televisión y unos segundos más tarde, mi hermano entra en la cocina con la nariz apretada. Su mirada se centra en el cuenco que he preparado para él. —¿Qué es eso? —Es la cena. —Pero, ¿qué es? —Macarrones con queso. ¿A qué se parece? —A vómito. No está equivocado. En realidad, probablemente está siendo demasiado amable. La flexible materia naranja se parece más a las tripas de insectos que a pasta. Dejo el tazón en el fregadero y me dirijo a la pequeña despensa. —Creo que todavía tenemos mantequilla de maní. Tal vez incluso jalea. —Consigo el pan —grita Carter.

Luego sube al mostrador y comenzamos a construir los sándwiches como si estuviéramos en una línea de montaje. Pan de molde. Mantequilla de maní. Una capa de jalea. —¿Puedo tomar algo de leche? —pregunta entre mordidas. —Por supuesto, amigo —digo, no queriendo que Carter sepa que en mi cabeza estoy contando cuánto cuesta cada bocado y cada sorbo. No puedo ocultarle todos los miedos, pero la comida es una cosa por la que no quiero que tenga que preocuparse. El primer mes que estuvimos solos, pasé casi cada minuto en pánico. No me malinterpretes… sigo teniendo esa confusa sensación en mi estómago cuando pienso en lo escasos que estamos en cosas básicas como comida y papel higiénico y pasta de dientes, pero he aprendido a controlar la ansiedad y exprimir cada escaso cuarto de dólar. Me recuerdo que me pagan el martes y voy a ser capaz de pagar la factura de agua y electricidad y debería quedar lo suficiente para abastecernos de alimentos. Hasta entonces, voy a poner una cara valiente por mi hermano pequeño y comer mugre si eso es lo que hay que hacer. Vierto lo último de la leche y tiro el recipiente vacío en la papelera. —Aquí tienes, hermano. Carter toma un sorbo y enseguida lo escupe, regándome con espuma blanca. Lanzo mis manos arriba y salto hacia atrás. —¿Qué…? Su rostro se arruga. —¡Asco! Saco el recipiente de la basura y compruebo la fecha. Por supuesto, la leche está caducada. —Lo siento —digo, llenando un vaso nuevo con agua del grifo. Él lo consume con avidez para deshacerse del sabor a leche agria. Luego usa su manga para secarse la boca. —Está bien. Pero no está bien y lo sé. —Qué cena hice, ¿eh? Carter ladea la cabeza. —Es mejor que esa vez que fuimos a ese restaurante chino en Jefferson y mamá me hizo comer algas. —Era un restaurante japonés y eran algas marinas —le digo, riendo—. Pero, sí, lo recuerdo. Fue por su cumpleaños. Hace una especie de ruido asfixiante. —Supo tan mal.

—Ella estaba feliz de que al menos lo probaste. —Tenía que hacerlo. Era su cumpleaños. Su último cumpleaños. Ninguno de nosotros lo dice en voz alta, pero no tenemos que hacerlo. El pensamiento reverbera en el aire que nos rodea. Carter es el primero en hablar. —¿Quieres que te muestre algo? Puedo decir que está tratando de alejar la conversación de nuestra madre y ahora estoy bien con eso. —Por supuesto. Salta del mostrador y busca su mochila y la caja de almuerzo amontonándolas en el suelo, junto a mis botas. Saca un libro y lo trae de vuelta para mostrarme. —Tiene capítulos —dice emocionado, pasando las páginas para ver los encabezados de los capítulos—. Le dije a Amelia que quería probar un libro con capítulos y ella trajo esto a la escuela hoy. Trata sobre los diferentes animales que viven en una tienda de mascotas. Durante la última semana y media he intentado no pensar en Amelia Bright. Recordando el día en que nos enfrentamos, me imagino que fui una especie de cretino para ella. Sí, estaba siendo entrometida, pero sus preguntas son las mismas que me han hecho cien veces. ¿Cómo lo haces? ¿No estás cansado? Lo entiendo. Cuando estás en la escuela secundaria y estás criando a tu hermano pequeño, es natural que la gente sea curiosa. Entonces, ¿por qué demonios lo perdí así? —Haa-ha-ahh-mmmm-ssstttt-er. Hámster —lee Carter, señalando una palabra al comienzo de un capítulo. —Buen trabajo, amigo. Él sonríe con la aprobación. —¡Gracias! Amelia me enseñó cómo alargar mis palabras. Me dijo que una vez que sepa cómo hacerlo podré leer cualquier cosa que ponga en mi mente. —Suena muy inteligente. En respuesta, Carter asiente, pero sus ojos están en el libro. Está siguiendo lentamente su dedo por la página. —Amelia es la persona más inteligente que he conocido. —¿Más inteligente que la señora Ruiz? —Esa es su maestra. —Sí. —¿Más inteligente que yo? Esto deja perplejo a Carter. No quiere herir mis sentimientos, pero es obvio que piensa que Amelia es más inteligente. —Bueno, tú eres un inteligente distinto —dice diplomáticamente.

Me río y agito sus greñas de cabello castaño. Pronto necesitará otro corte de cabello. Otra cosa que agregar a mi lista siempre creciente. —Son más de las ocho de la noche. —¡Pero...! —exclama, su nariz aún en el libro—. ¿No puedo terminar al menos este capítulo? —¿Qué tal esto? Si sigues adelante y te cepillas los dientes, puedes leer dos capítulos más en la cama. ¿Tenemos un trato, hermano? Su sonrisa se extiende. —¡Trato!

Mis dedos son ciruelas pasas y estoy hasta mis codos en agua jabonosa cuando el timbre suena. —Maldita sea todo —murmuro. ¿Quién toca el timbre a esta hora de la noche cuando saben que hay un niño adentro? Agarro un trapo y seco mis manos. Entonces miro a escondidas en la habitación de Carter, esperando que el idiota del otro lado de la puerta no lo despertara. Todo está bien. Carter está rendido y veo la manta azul y el gran oso de peluche rojo con el que le gusta dormir agarrado estrechamente con sus pequeñas manos. Aliviado, cierro la puerta de su habitación y me dirijo por el pasillo hasta la puerta principal. Seth Cavanaugh está parado debajo de la luz amarilla del pórtico en jeans flojos y una harapienta gorra de béisbol. —Te he dicho que no debes tocar el timbre por la noche —le saludo—. Es tarde y no quiero que despiertes a Carter. —Mierda, me olvidé. —A veces tu cerebro no funciona. ¿Qué estás haciendo aquí de todos modos? —No tenía ganas de ir a casa todavía —dice con un encogimiento de hombros. —Bueno, estoy terminando de lavar los platos. Vamos antes que dejemos salir todo el aire acondicionado. —Esta noche Monica tuvo algunas personas más —me dice mientras me sigue de vuelta a la cocina—. Te has perdido un buen rato. —¿Oh sí? —No me importa lo que me perdí en la casa de Monica Yancey. Estoy seguro que era la misma gente haciendo lo mismo que siempre están haciendo: fumar marihuana y fingir querer conversación real, hasta que alguien se da cuenta de que no hay nada nuevo para hablar en Green Cove y decide encender la Xbox 360. Apoya su espalda contra el mostrador de la cocina.

—Rachel estaba allí. —¿En serio? —Me preguntó por ti. —Mmm. —Demonios, Bash. ¿No quieres saber lo que dijo? ¿Quiero? —No particularmente. Seth no parece preocuparse por mi respuesta. —Está preocupada por ti. —¿Y por qué estaría preocupada? —Diría que está preocupada porque ya nunca sales y porque has dejado de hablar con cualquier persona, excepto conmigo. —Dejé de hablar con Rachel porque se acostó con alguien más —le recuerdo, mi paciencia disminuyendo. —Lo entiendo. Solo quería que supieras que es obvio para todos los que te ven, incluyéndome, que estás aislándote. —Estoy bien. Todavía apoyado contra el mostrador, Seth alcanza su bolsillo trasero y saca un paquete de cigarrillos. —¿De verdad? —pregunta mientras golpea el paquete contra la palma de su mano un par de veces y busca un encendedor. Antes que pueda encender el yesquero, estoy sobre él, llevándolo de vuelta a la puerta principal—. ¿Cuál es el problema? —grita, esforzándose por mantener el equilibrio. —El problema —digo, empujándolo más allá del umbral hacia el porche—, es que no se puede fumar en la casa. ¿Recuerdas a Carter, el niño dormido en la habitación de al lado? No quiero que aspire el humo de tabaco en sus pulmones y consiga esa peligrosa y pequeña cosa llamada cáncer. Seth no dice nada por un segundo. Luego saca el cigarrillo de su boca y hace una mueca. —Lo siento. No estaba pensando en... —Apunta hacia la casa—, Carter o... ya sabes. Él se refiere a mi madre y el cáncer de ovario que la consumió desde adentro hacia afuera. —Mierda. Rompe el cigarrillo por la mitad y desliza ambas partes de vuelta a su bolsillo antes de caer en el andrajoso sofá de dos plazas de mimbre que está pegado a la pared de la casa. Pregunto:

—¿Por qué estás fumando de todos modos? —No lo sé. Raf dijo que podía conseguirme un paquete barato y no quise decir que no. Y pensé que podría ayudar un poco con toda la cosa de músico en el que estoy trabajando. —Se encoge de hombros—. En realidad, son bastante asquerosos. —Y tú eres bastante estúpido —digo. —No puedo confirmar ni negar esa acusación. El caso es que Seth ha sido mi mejor amigo desde antes que yo pudiera deletrear mi propio nombre. Vive a la vuelta de la esquina. Es el tipo de persona que se pone al frente porque él es duro porque eso es lo que tienes que hacer para serlo a veces. Pero por dentro sé que no es más que suavidad. Cuando teníamos diez años, un animal extraviado que había estado paseando por el vecindario durante unos meses y rondando de casa en casa fue atropellado. Seth lloró por ese gato durante una semana hasta que mi madre no pudo soportarlo más y bajó al refugio y regresó con una gata naranja que Seth llamó Jinx. Ya Jinx está en el porche. Cuando ella ve a Seth, se dirige directamente hacia él y comienza a moverse dentro y fuera de sus piernas. Luego viene el ronroneo, más fuerte que un motor Diesel que necesita afinar. —Debe haberte escuchado —digo, refiriéndome a la gata—. Nunca aparece a menos que me escuche arrojar la comida en el recipiente. —Jinxy se me acerca porque sabe que es mi mejor chica y me gusta consentirla —responde Seth, levantando a Jinx y colocándola en su regazo. El ronroneo se hace más fuerte. —Gatos —continúa, frotando dos dedos bajo la barbilla de Jinx—, son criaturas intuitivas, así que debes emitir una vibra de mantente alejada. Algo así como la vibra que le das a Rachel. Sacudiendo un mosquito de mi brazo, ignoro el comentario sobre mi ex novia y me siento en la silla enfrente de ellos. No hay mucha gente que vea a Seth así, relajándose en un porche con un gato acurrucado en su regazo. Pero sé que solo juega a ser un tipo duro de vez en cuando porque ha tenido una vida difícil. Tal vez incluso más difícil que la mía. Como el mío, el padre de Seth desapareció hace mucho tiempo. Su hermana mayor baila por dinero en un club nocturno cerca de Savannah y su mamá pasa la mayor parte de su tiempo siendo cariñosa con su mejor amigo Jack Daniels. De la manera en que lo veo, lo único peor que tener una madre muerta, es tener una que todavía está respirando, pero se preocupa más por una botella de whisky que por sus propios hijos. Probablemente mucha gente no se sorprendería si Seth se convirtiera en un perdedor con un récord como muchos de los pueblerinos que crecen aquí en Lowcountry, pero sé que es demasiado inteligente para cualquier verdadero problema. Por supuesto, lo he acusado de ser tan estúpido como el pecado y sí, él sólo intentó encender un cigarrillo en mi cocina, pero eso es solo nosotros. La

verdad es que Seth tiene planes e ideas para tener una vida mejor. Una vida que podría sacarlo de Green Cove. Y si tuviera que apostar dinero en alguien que consiguiera salir de este lugar, apostaría a mi mejor amigo. Seth toca la guitarra. Y uso la palabra tocar ligeramente. Es más como Seth vive la guitarra. Esta noche, no tardará mucho en ceder y entrar en mi habitación para agarrar la Ibanez que me prestó hace un par de años. Eso fue cuando pensé que tal vez podría aprender a tocar y podríamos tener una banda juntos. Resulta que no tengo oído musical. Pasamos un rato en el porche, él jugueteando con las cuerdas de la guitarra, y yo escuchando. Luego, justo antes de la medianoche, una furgoneta blanca se detiene en el borde de la acera y sus frenos son tan ruidosos y chillones que Jinx se asusta. Seth murmura una palabrota mientras mira al gato salir corriendo y desaparecer detrás de los pilares de ladrillo que sostienen la casa. Miro hacia a la furgoneta. Es la clase de furgoneta blanca genérica con óxido tiñendo el parachoques que piensas que es de un secuestrador pervertido o un electricista sospechoso. Muy lentamente, la puerta lateral se abre y Paul Abbot, el hijo de mi vecino sale tambaleándose. Enseguida, está claro que está muy borracho. Mierda, está en mal estado, apenas puede evitar que su cabeza caiga de su cuello. Paul se graduó del colegio Green Cove la primavera pasada y desde entonces, dudo que haya visto la luz del sol más de un par de veces. Por lo que puedo decir, pasa la mayor parte de su tiempo durmiendo. Es divertido porque cuando estaba en la escuela con nosotros, Paul era un gran tipo, siempre riendo, levantando pesas y trabajando en su bronceado. Ahora, luce patético, como un vampiro que ha estado en una huelga de hambre durante tres meses. Cuando Paul nos ve a Seth y a mí, perfilados en la débil luz del porche, se detiene en seco. —Oye —grita en la oscuridad como si fuéramos viejos amigos. Pero nunca he sido “amigo” de Paul. La totalidad de nuestra relación puede resumirse en una historia: cuando él tenía doce años y yo once, me inmovilizó en una franja de césped entre nuestras casas y metió un lagarto muerto en mi boca. —Qué hay, Paul —digo de vuelta, simplemente para ser amistoso. No tengo miedo de Paul como cuando era niño, pero todavía trato de mantener las cosas agradables. A veces su mamá, Sandra, ayuda con Carter si me encuentro en un problema con el trabajo o la escuela. Paul se dirige en nuestra dirección, sus brazos abiertos a sus costados para estabilizarse. Cuando llega a los escalones del porche, tiene que usar sus manos y rodillas para avanzar lentamente sobre ellas como un niño pequeño. —¿Qué pasa? —Arrastra las palabras y se derrumba sobre una silla disponible. —No mucho —respondo lentamente—. ¿Qué hay de ti? —Oh. —Agita una mano vagamente—. Tengo un par de negocios por cerrar. Solo algunos detalles que afinar y voy a estar sentado en un huevo de oro. Estoy

pensando en comprarme algún auto lindo cuando todo se calme. Un Porsche o tal vez uno de esos Lexus cupés. —Claro — murmura Seth dudoso—. Hace un par de semanas tu madre nos dijo que tenías un trabajo en Office Depot. —Mierda —dice, solo que suena más como mieeerda—. Esos tontos querían que trabajara los sábados, así que le dije al gerente que podría encontrar a otro imbécil. —Luego se tambalea en la silla tan de repente que Seth y yo saltamos. —¿Estás bien? —pregunto, con la esperanza de que no vomite por todo mi porche. Paul levanta la barbilla de su pecho y trata de enfocar sus ojos. Como si no me hubiera escuchado, dice: —¿Alguno de los dos tiene un cigarrillo? pasa.

Seth descansa la guitarra entre sus rodillas, encuentra un cigarrillo y se lo

—Gracias —dice Paul, colocando su mano sobre su boca mientras intenta conseguir que el encendedor se acerque—. Ese negocio en el que estoy trabajando... hemos estado buscando más chicos y yo podría compartir. Digamos, quinientos cada uno. —¿Quién es nosotros? —pregunto. Da una calada y sostiene el humo en sus pulmones. —Levi Palmerton. Por primera vez desde que empezó a hablar, creo que podría estar haciéndolo en serio y esto me tiene preocupado. Paul podría no ser una persona favorita en el mundo, pero tampoco quiero enterarme que está siendo dado por muerto en una zanja pantanosa. Pero si realmente está trabajando con Levi Palmerton, hay una buena posibilidad de que eso suceda. La frente de Seth se arruga. —Realmente no estás trabajando con Levi, ¿verdad? —Claro que lo estoy. Él tiene una conexión con alguien en Charleston que necesita descargar rápido una gran cantidad de productos. Es simplemente una entrega y creo que eso facilita el dinero. —No es dinero fácil si terminas sin piernas o muerto —dice Seth en voz alta lo que estoy pensando—. He escuchado que Levi es un comerciante implacable ahora y supongo que la gente con la que trabaja también son comerciantes implacables. —¿Me veo como un retrasado? —pregunta Paul—. Tengo algunas condiciones en esta situación. Levi no va a meterse conmigo. —Lo que digas, hombre. Simplemente deja a Bash y a mí fuera de eso. Paul se ríe, pero porque ya se ha ido, suena más como un balbuceo. —¿Te gusta conducir ese pedazo de camión de mierda? —me pregunta.

—No es tan malo —digo, mis ojos mirando al Bronco estacionado en la entrada—. Está oxidado, pero tiene carácter. Poniendo los ojos en blanco, Paul gira su cabeza hacia Seth. —¿Qué hay de ti, Cavanaugh? ¿Te gusta no tener suficiente dinero para llevar a tu chica a cenar? —No tengo chica. Eso hace que Paul se ría más fuerte. —Tal vez hay un motivo para eso —gruñe, levantándose de la silla. Luego toma otra larga calada al cigarrillo y simplemente nos mira un minuto, su cuerpo balanceándose—. Si cambian de opinión, saben dónde encontrarme. Lo vemos irse, esperando a ver si lo hará. Cuando Paul llega a su casa sin pasar por la acera, Seth sonríe torciendo la boca y dice: —¿Y crees que yo soy un bobo? Cierro mis ojos y apoyo la cabeza contra la baranda del porche y pienso en lo que Paul dijo. Dinero fácil o no, voy a admitir que es tentador aceptar la oferta. Solo por una vez, me gustaría saber cómo se siente no preocuparse por cómo pagar las facturas o conseguir el dinero para alimentar a Carter. En mi mundo, quinientos dólares es un montón de dinero. ¿Pero es suficiente para romper una promesa que hice? ¿Una promesa de hacer siempre lo correcto por mi hermano? —Quiero hacer algo por mí mismo y salir de Green Cove tanto como todos los demás —dice Seth, y lo escucho afinar la guitarra y pasar su pulgar sobre las cuerdas—. Solo que no así.

sí que, ahora tengo un problema. Hasta hace dos semanas, habría jurado que Sebastian Holbrook no tocaba parte de mi vida. No tenemos amigos en común. Nuestros casilleros no están próximos el uno del otro. Y definitivamente no nos movemos en los mismos círculos. Sin embargo, de repente, cuando realmente quiero ignorarlo, parece estar en todas partes que miro. Tomemos, por ejemplo, mi clase de español. ¿Cómo demonio podía haberlo omitido antes? ¿Es porque él siempre elige un escritorio en el trayecto de vuelta y tiende a gravitar hacia el frente? ¿O es porque nunca parece levantar la mano o participar en las discusiones de clase? No importa cuál sea la razón, ahora que sé que está aquí, no puedo ignorarlo. Créeme… lo he intentado. Hoy, las filas normalmente rectas de escritorios, están en una mezcolanza porque la clase se ha dividido en pares para conjugar verbos en tiempo pasado. Audra está a mi lado trabajando diligentemente para conjugar los verbos terminados en “er” en nuestra lista compartida. Soy responsable de los verbos que terminan en “ir”, pero he gastado más del periodo tratando de descifrar las palabras entintadas en las suelas de sus zapatillas. Hasta ahora, sólo he podido distinguir tres palabras. Todas tus mañanas No puedo leer nada más allá de eso y me está volviendo loca. Quiero ir allí, levantarle el pie, y exigir: “¿Todas tus mañanas qué?”. El sonido de la voz de Audra rompe mi concentración. —Solo recuerda prestar atención a venir. —¿Uh? Su rubia cabeza está gacha y está señalando uno de los verbos en nuestra lista. —Simplemente te recuerdo que venir tiene una conjugación irregular. —Lo sé. Baja la mirada y frunce el ceño cuando ve mi papel casi en blanco.

—Amelia, ¿vas a hacer esto? —Por supuesto —respondo secamente, moviendo mi brazo de manera que está parcialmente bloqueando su visión—. Solo estoy pensando. Mira mi rostro por unos latidos antes de girar a su propio escritorio. —Ajá. —¿Qué se supone que significa eso? La única respuesta que recibo viene en forma de ojos en blanco. Muy bien entonces. Aclaro mi garganta y trato de volver a centrarme en la tarea, pero no puedo organizar mis dispersos pensamientos. Normalmente, este es el tipo de tarea que podría realizar en diez minutos, pero hoy es como si nada se adhiriera a mi cerebro durante más de un segundo o dos. Lo único que hago es perder el tiempo leyendo la misma palabra una y otra vez. Esto en serio es inútil. Sintiéndome molesta y agotada con todo, dejo caer mi bolígrafo y dejo que mis ojos vuelvan a recorrer el aula. Sebastian, noto, está todavía trabajando en su tarea. Está encorvado sobre el escritorio con sus largas piernas enganchadas en el peldaño de su silla y un codo apoyado en la esquina. De vez en cuando hace una pausa en su escritura para estirar los dedos de su mano o empujar un mechón de cabello negro-marrón de su frente. Nancy, con su amor por los monogramas y todas las cosas de Lilly Pulitzer, lo catalogaría probablemente como un sinvergüenza o uno del Ejército de Metanfetamina (sus palabras, no las mías). Pero —no lo pienso— creo que la línea descuidada de la mandíbula y el desordenado cabello rizándose sobre sus ojos completa la cosa entera —de-no-podía-importarme-menos—, que ha puesto en marcha. Estudio su arrugada camiseta gráfica y jeans desvanecidos y gastados más allá del punto sin retorno. En otro chico, esas ropas pueden parecer desaliñadas, como si hubieran dormido con ellas o enganchadas en un montón de ropa apestosa. Pero en Sebastian, funcionan. Y no es solo porque tiene una fisionomía alta, amplia y hombros anchos. O porque sus pómulos angulosos y sus ojos grises muy grandes son sin duda muy hermosos. Es porque hay algo poco convencional e intrigante en su ecléctica mezcla de country y hípster. Da la impresión de que estaría como en casa en la ciudad de Nueva York, como lo está en Green Cove, Carolina del Sur. Y es que cuanto más miro a Sebastian, más quiero mirar. Dios, es un tipo vicioso de agujero de conejo en el que caer. Tan pronto como pienso en la última reflexión, siento un desagradable y fuerte dolor irradiar de la sensible piel justo por encima de mi codo. Muevo rápidamente mi cabeza y miro a Audra. —¡Auch! ¡Me has pellizcado! Me señala con un dedo arreglado.

—Porque se supone que estás trabajando en el español, no teniendo una especie de mirada psíquica. —¿De qué estás hablando? No estoy… —Amelia, ¿estás bien? La pregunta me silencia. Alzo la mirada y veo que todos en el aula, incluyendo al señor Gubera, están mirándome expectantes. El calor inunda mis mejillas. —Sí, me… uh… mordí mi lengua. —En español —anima. Trago y busco en los recovecos de mi cabeza las palabras correctas. —Me mordió la l-lengua. Sonríe. —Acabas de decir que alguien te mordió la lengua. Una suave risa llena la habitación y quiero morir. ¿Por qué oh por qué dejé que Audra me convenciera para otro año de español? Debería haber cambiado a francés para terminar mi requisito de idioma. O incluso alemán. Estoy segura que podría spreche1 algo de Deutsch2. —Uh... me mordí la lengua —lo intento de nuevo. —Excelente —dice, aplaudiendo una vez. Luego, como lo había planeado todo el tiempo, voltea hacia la pizarra y recoge un marcador negro de borrado en seco—. Este es probablemente un buen lugar para detenernos y revisar en lo que han estado trabajando. Sé que usar la conjugación de pretérito puede ser confuso, pero sean cuidadosos, porque, como Amelia acaba de demostrar, un desliz puede cambiar el significado entero de una oración. Oh, buen Dios.

—Supongo que debería estar preguntándote la pregunta obvia —dice Audra justo después que suena la campana. Coloco mi cuaderno en mi bolso y me levanto de mi escritorio. —¿Qué es eso? —¿Estoy perdiendo mi nunca-perdida mente o tienes algo por Bash Holbrook? Algo caliente y agudo pincha mi estómago. 1 2

Hablar en alemán. Alemán.

—Definitivamente estás perdiendo la cabeza. —¿En serio? —susurra mientras caminamos por el pasillo—. Porque te has pasado casi toda la clase de español mirándolo. —No estaba mirando. —Entonces, ¿cómo lo llamarías? —No lo llamaría como algo porque no fue nada. —Eso no fue nada. Estabas mirándolo tan fijamente, que me sorprende que no hubiera un charco de baba en el suelo debajo de tu escritorio. —Cállate. Sonríe. —O que la fuerza de tus ojos no lo sacase directamente de su silla. —Cállate —repito, pero ahora me estoy riendo. Audra sacude su cabello, recordándome que tiene el mejor cabello que he visto. Es largo y rubio y lleno de esas ondas de champú comercial que atrapan la luz y se parecen mucho al oro hilado. La mayoría de las chicas de nuestra escuela harían un trato con el diablo por esa clase de cabello. Dice: —Puedo ver el titular ahora: Amelia Bright, Debutante Local y Tesorera del Consejo Estudiantil, Toma un Paseo al Lado Oscuro con el Chico Malo Bash Holbrook. Me detengo delante de mi casillero. —Es demasiado largo para ser un titular. —Quién sabe —reflexiona—. Tal vez puedas llevarlo al Baile de Bienvenida. Apuesto a que estaría muy bien en un traje. Bufo. —Sí, claro. Eres delirante. —Hablando del baile... —Mueve su cadera a un lado—. ¿Te acuerdas que Sasha Bartley y yo fuimos a esa fiesta en Montclair el fin de semana pasado? —Ajá. —Bueno, me encontré con un tipo que va a la escuela Middleburg y tuve un presentimiento acerca de él. —¿Y qué te dijo ese presentimiento? —Que debería colocarlos juntos. Niego. —No me vas a colocar para el Baile de Bienvenida con un desconocido que conociste en una fiesta. —¿Por qué no? ¿Porque realmente estás interesada en Bash Holbrook?

—Jesús, ¿puedes dejar de jactarte de esto antes que alguien te escuche? —¿Escuchar qué? —pregunta Daphne, apareciendo de repente entre nosotras. Esta noche hay un partido de fútbol, por lo que está vestida con su traje de animadora negro y oro, con cintas alrededor de su cola de caballo y un tatuaje temporal de una huella en su mejilla derecha. —Nuestra chica aquí está melosa por Bash Holbrook —dice Audra con una sonrisa tan grande que puedo contar todos sus dientes. Mi hermana parece lista para derrumbarse. En realidad, presiona una mano en su pecho como si estuviera al borde de un ataque al corazón. —Oh-Dios-mío… ¿qué? Estoy luchando simultáneamente con la liberación de mi cerradura y negando. —Así es exactamente cómo comienzan los rumores —les advierto—. Él no me gusta. —Podrías haberme engañado —dice Audra. Daphne está sonriendo. Empuja mi espinilla con la punta de su zapatilla de deporte y dice: —¿Bash Holbrook? Esto es tan diferente a ti. Estoy impresionada. —¿Te impresionas porque soy diferente a mí misma? —Me enfado—. Muchas gracias, Daphne. —Estoy diciendo que esto es exactamente lo que he estado hablando. Deberías correr más riesgos. —Toma todos los riesgos que quieras —dice Audra con una risa irónica—. Solo usa protección. —Confía en mí, la protección no es necesaria. Arruga la nariz. —Eso es, si sabes lo que es bueno para ti. Daphne se ríe. Gimo. —Si quieren saber la verdad —digo rígidamente—. No me gusta, de la manera que piensan que me gusta. Simplemente tengo curiosidad. —¿Curiosidad? Hmm... ¿Así es cómo las chicas lo están llamando en estos días? —bromea Audra. —Sí —insisto mientras meto mi libro de español en uno de los estantes de metal y cierro la puerta de mi casillero. Este no es definitivamente el momento de confesarles a mi hermana y a mejor amiga, que la semana pasada traté de acechar a Sebastian en línea, pero fue frustrado por un vago y casi bloqueado perfil. La imagen principal ni siquiera me dio pistas de él; era solo una sombra alargada en una pared de grafiti. Genial y artístico, pero no exactamente un tesoro valioso de información—. Así que —digo, suspirando mientras me doy la vuelta y pongo mi

espalda contra el casillero—. ¿Saben que he sido voluntaria en la escuela primaria los lunes y miércoles? Asienten al unísono. —He estado trabajando con el hermanito de Sebastian. La expresión de Daphne vacila. —Entonces, ¿por qué no lo mencionaste antes? —Porque no fue gran cosa. —¿Pero ahora tienes curiosidad en él? —concluye Audra. —Bueno, sí —admito, sintiendo algo dentro de mí—. ¿Sabían que Sebastian está criando a su hermanito por su cuenta? ¿Cómo lo hace? ¿Cuándo tiene tiempo para estudiar o salir con sus amigos? ¿Y cómo crees que se mantienen? Tienen dinero o... no sé... debe tener un trabajo, ¿verdad? —Creo que trabaja en Kane —ofrece mi hermana. —¿La ferretería? —Ajá. Spencer y yo nos detuvimos allí el fin de semana pasado así él podía tomar una bombilla de luz de nevera para su mamá y Bash estaba detrás del mostrador de pintura —explica—. Cuando nos fuimos, Spencer mencionó que probablemente él trabaja allí solo para tener acceso a las latas de pintura en aerosol. Niego, confundida. —¿Por qué querría pintura en aerosol? Daphne se inclina y confiesa: —Ya sabes, para esnifar. Así es como lo hacen. —Él no es así —aseguro. —¿Y cómo sabes eso? —pregunta Audra con una ceja levantada—. Perdió casi tres meses de escuela el año pasado. Se rumorea que fue expulsado por tramposo y por llamar al señor Gardner un idiota. Se suponía que era permanente, pero la administración terminó dejándole volver por un tecnicismo. —Escuché que se había ido porque se metió en grandes problemas con la policía y estaba cumpliendo una condena en el centro para menores —dice Daphne. —¿Centro para menores? ¿De verdad, Daphne? Creo que ambas han creído ciegamente las mentiras de Green Cove. Sebastian no es de esa manera. — Realmente no sé por qué soy tan rápida para defenderlo. La última vez que me habló, prácticamente masticó mi cabeza y la escupió. Se encoge de hombros. —Quizás quieras creer eso porque él es sexy. —Que sea sexy no tiene nada que ver con ello. —¿Entonces lo admites?

—¿Admitir qué? La sonrisa de mi hermana es nuclear. —Que piensas que Bash Holbrook es sexy. —Eso no es lo que dije. —Agitada, dejo caer mi cabeza y trago—. Si hubieras visto la forma en que fue con su hermanito, sabrías que no hay forma de que se drogue. —Tal vez —dice Audra después de una pausa—. Pero sigo pensando que tu enamoramiento por él es algo serio. De hecho, es un poco adorable. Amelia y Bash sentados en un árbol… —Oh buen Dios —comienzo, buscando una manera de salir de esta conversación—. Están locas y me encantaría quedarme y escuchar más de sus locuras, pero tengo que irme o llegaré tarde a clase. Mientras saco el bolso y echo la correa por encima de mi hombro, Daphne me recuerda que la llevaré a casa después de la escuela porque tendrá un par de horas que perder antes del partido. Sin decir una palabra, le hago un gesto con la cabeza y me voy por el pasillo, enfrentándome a una ola de estudiantes que van y vienen de clase. A lo largo del camino, recibo un montón de sonrisas y saludos amistosos, pero la mayoría de las personas quieren algo de mí. Como Kara Hartman, que necesita mi aprobación en algún formulario para el comité de bienvenida y Brayden Wright, que se dedica a quejarse por estar fuera de forma desde el verano y su lucha por mantener la fuerza de su antebrazo. Lo que se reduce a que él quiere que yo organice un horario de práctica voluntaria para el equipo de tenis. Bien, le digo y me alejo. Me pondré en eso. Sabes, después de estudiar para la prueba de cálculo de la próxima semana y terminar el ensayo para mi aplicación en Emory y enviar las solicitudes para el viaje de los seniors y confirmar para asegurarse que el DJ del baile sepa que no se supone que toque nada de One Direction y confirmar que el señor Brickler tenga el dinero recolectado por el consejo estudiantil para las inundaciones. No es hasta que he subido dos escalones y llego al pasillo D, que finalmente me detengo para recuperar el aliento, y me doy cuenta que en mi prisa nunca saqué el libro de historia de mi casillero. —Mierda—murmuro. Por supuesto, podría dejarlo, pero conozco a la señora Turner. Esa mujer es una apasionada de las reglas y es conocida por quitarle puntos a los estudiantes que no están preparados para su clase. Me quedan dos opciones: perderme la hora y arriesgarme a perder puntos por no tener mi cuaderno conmigo, o arriesgarme a perder puntos por llegar tarde. Con la decisión hecha, me giro en mis talones, corro a través de la puerta de la escalera y golpeo a la persona que está subiendo los escalones. Se oye un sonido ahogado y una pila de libros estrellándose contra el suelo. —¡Lo siento tanto! —digo sin aliento. Me dejo caer en mis rodillas para ayudar a recoger los objetos caídos.

—Está bien —dice una voz profunda—. Lo tengo. Me detengo con la mano en el aire, y levanto la mirada. Aunque me encuentro un poco aturdida, la vista de los ojos de acero de Sebastian Holbrook observándome hace que mi corazón tenga un espasmo en mi pecho. —Hola —dice —Hola —jadeo, mientras de forma embarazosa, despego hebras de mi cabello que quedaron atrapadas en mi brillo labial. Mi rostro está tan caliente que puedo sentir el sudor bajar por mi nuca. Sebastian levanta el último de sus libros y se queda agachado. Mientras me tiende una mano se me ocurre que, aunque he visto su cuerpo y he enviado a volar sus cosas por todas las escaleras, no parece estar nada molesto como la última vez que interactuamos. Con mi pulso acelerado, repito mi disculpa y tomo su mano. ¿Es raro que note cuán caliente y dura es su piel contra la mía? —Lo siento, juro que usualmente no soy tan torpe. —No sé nada de eso —dice, gentilmente soltando su agarre. Aunque ambos estamos de pie, apenas alcanzo sus hombros—. En clase mordiste tu lengua y ahora esto. Probablemente deberías encerrar tu cuerpo en una armadura para que estés a salvo. Me toma un segundo darme cuenta que está bromeando. —Oh. —Me las arreglo para reír y presionarme contra la pared de la escalera para sostenerme—. Supongo que hoy dejé mi armadura en casa. Observa la dirección en la que estaba corriendo. —Así que, ¿dónde está el fuego, Amelia Bright? O ¿estás arrastrando tu culo porque temes perder la oportunidad de un crédito extra? —Olvidé mi libro de historia en mi casillero y ahora no creo que alcance ni a correr. Probablemente la señora Turner va a bajarme puntos de mi nota de todas formas. —Curso avanzado de historia americana, ¿no? Tienes suerte que no haya ido a mi casillero en toda la mañana porque ahora puedo prestarte el mío —dice, sosteniendo un libro familiar. Levanto una ceja. —¿Tomas el curso avanzado de historia? —Primer periodo con Turner. Aterrador que dejen entrar a una gentuza, ¿eh? De alguna manera, mi rubor crece aún más. —No quería decir eso. —Sé que no lo hacías. Mierda, realmente fue una mala broma. La cosa es… — Deja salir una ráfaga de aire y parpadea por un segundo, como si estuviera

nervioso—. Has hecho una especie de trabajo con Carter y en vez de agradecerte el otro día, actué como un idiota. —No, solo fuiste… —Un jodido idiota —concluye por mí, sus ojos grises conectando con los míos—. Y no lo merecías. Alejo la mirada y niego. —No me debes nada si de eso se trata. Hago voluntariado en la escuela primaria porque quiero, no porque esté intentando que las personas me presten sus libros de escuela. —Amelia —dice mi nombre lentamente, atrayendo mi atención a lo que está a punto de decir—. Deja de pelear, y solo tómalo o llegarás tarde. Mis pensamientos son un desastre, pero soy capaz de asentir. —Uh, está bien, gracias. Pero ¿cómo haré para devolvértelo? Por primera vez, las esquinas de sus labios se elevan. Es un cambio drástico en comparación a su expresión neutra que hace que mi pulso se eleve y mi estómago dé vueltas. —No te preocupes —dice, alejándose de mí—. Te encontraré. Y luego, como si nada, ya se ha ido.

—¿Qué piensas de las ardillas? —me pregunta Daphne mientras nos detenemos en la luz del sol. —¿Ardillas? —Sí —responde, tocando la pantalla de su teléfono—. ¿Alguna vez has escuchado acerca de la ardilla albina? —Uh, ¿de qué está hablando? La escuela acabó hace unos minutos y Daphne y yo ya hemos visitado nuestros casilleros y ahora estamos cortando camino a través del patio para llegar al estacionamiento por el embotellamiento después de clases. No estoy intentando ser obvia al respecto, pero definitivamente estoy alerta esperando ver a Sebastian. Te encontraré, dijo. Pero eso fue hace horas y no lo he visto desde entonces. Supongo que ahí va mi teoría de que él está de repente en todas partes. Daphne pone su teléfono en mi rostro. —Mira esto. —Distraída, mi mirada se aleja del teléfono. —Lindo.

—¿Lindo? Amelia, ¿cuál es tu problema? —dice con tono indignado—. Acabo de mostrarte a la criatura más bella que jamás he visto y tú lo llamas lindo. ¡Observa esa cola peluda! Eso merece más que un lindo. Reviso el teléfono de nuevo. —Daphne, eso luce como una rata blanca. —Ya te había dicho que es una ardilla albina. —Así que, básicamente una rata blanca —respondo, mi voz derramando sarcasmo. Toca el teléfono para hacer énfasis. —Eso no es una rata blanca, ¿de acuerdo? Estos pequeños amiguitos son una especie de gran cosa en Olney, Illinios. —Ajá. —No estoy segura hacia dónde se dirige con esto. todo.

—Ahí hay, como, leyes para prevenir que los turistas los saquen del estado y —Vaya, eso es realmente genial —digo en un tono perfectamente monótono.

—Lo que sea —dice, negando. Las cintas negras y doradas que estaban sosteniendo su cabello ondean por sus hombros—. Estoy añadiendo a Olney a mi mapa tan pronto como llegue a casa. Mi hermana tiene un mapa tachonado en su habitación, y cuando sea que encuentre un lugar que quiera visitar en su viaje de verano por carretera, lo marca con una de esas pequeñas chinches. A este punto, el mapa está tan cubierto que parece una piñata. —¿Es por lo de esta mañana? —pregunta, agarrando mi brazo y jalándome en dirección a nuestro auto. La miro de reojo. —¿Qué quieres decir? —¿La cosa con Bash Holbrook? —No, porque ya les dije a ti y a Audra que eso no es una cosa. —¿Entonces no quieres que te diga que está de pie junto al auto y está observándote fijamente? Mi respiración se acelera y levanto mi cabeza. Estoy lo suficientemente segura que, Sebastian está ahí, recostado en nuestro Prius plateado con ambos brazos cruzados en su pecho. Cuando ve que lo noto, se pone recto y me da una sonrisa de infarto. En la luz de la tarde, sus ojos grises parecen casi azules, y por un momento, me pierdo en ellos. Luego recuerdo que probablemente él esté esperando que le devuelva su libro y que toda esta escena está hecha en mi cabeza. —Hoy me prestó su libro de historia —le susurro a Daphne.

Ella solo deja que la sorpresa se registre en su rostro por medio segundo. Luego aprieta mi brazo y dice: —Voy a ir a encontrar a Spencer por un minuto mientras que vas allá y te haces la linda. El pánico seca mi boca. —No te vayas. —¿Por qué no? ¿Estás asustada? —Tal vez —admito. —Bueno —razona Daphne—, usualmente si estás asustado por algo, es una señal de que vale la pena hacerlo. ¿Qué clase de lógica es esa? —No tengo idea de qué voy a decirle. —Probablemente vas a agradecerle por prestarte su libro. —¿Y luego? Sonríe y me da un pequeño empujón. —El resto te lo dejo a ti. Genial. Mantengo mi cabeza gacha mientras busco el libro en mi bolso. Cuando creo estar a una distancia razonable, levanto mi mirada y fuerzo las palabras fuera de mi boca. —Aquí está tu libro. Y… uh… muchas gracias. Me salvaste la vida hoy. —¿Eso significa que llegaste a clase a tiempo? —me pregunta, tomando el libro de mis manos. —Apenas. —¿Y aprendiste todo lo que hay que saber acerca de las relaciones entre USA y México durante 1830? —Ajá. —Lo que no le digo es que revisaré esa sección esta noche porque pasé la mayor parte del periodo de historia pasando las hojas de su libro, estudiando los pequeños dibujos que ha hecho en los márgenes—. Seriamente, lo aprecio. Odio llegar tarde y odio no estar lista para las clases. Las esquinas de sus ojos se arrugan. —Me di cuenta de eso. —Cierto —digo, porque no puedo decir nada más. Luego nos quedamos ahí, solo mirándonos y respirando y flotando. Dios, desearía ser mejor en esto. Finalmente, Sebastian toca la punta de su barbilla y dice: —Así que, lo que estaba diciendo antes, ¿acerca del día en la escuela primaria? —Sí.

Cambia el peso de un pie a otro, luciendo incómodo. Una mano está sosteniendo el libro de historia, pero la otra la tiene en el bolsillo de sus jeans. —Lo siento, Amelia. Niego. —No te preocupes por ello. —Pero sí me preocupo por ello. Carter ha recorrido un largo camino y no merecías el montón de mierda que te lancé. Estaba teniendo un mal día y me descargué con la persona equivocada. —Lo entiendo. —¿De verdad? —La pregunta toca algo bajo la superficie, algo que va más allá de lo que está diciendo. De repente, quiero preguntarle por los dibujos en su libro y su pequeño hermano y las palabras escritas en sus zapatos. Quiero decirle que recuerdo segundo grado cuando me coloreó una carta de simpatía el día que falté a la escuela por el funeral de mi abuelo. Y quiero que sepa que sé que hay momentos en los que pienso en nuestro viaje al museo Gibbes en Charleston, y cómo todos los chicos se rieron y convirtieron todo en bromas junto con sonidos de gases. Pero recuerdo que él era el que más estudiaba las pinturas. Y, aun así, de pie en el sol sobre el asfalto del estacionamiento de la escuela, no sé cómo decir nada de esto. Es como si las palabras estuvieran atrapadas en algún lugar entre mi cerebro y mi boca y antes de que pueda hacer algo, Daphne está a mi lado, y el momento se ha ido. He perdido mi oportunidad. —Te veré por ahí, Amelia —dice Sebastian mientras guarda el libro en el bolso mensajero que cuelga de su hombro—. Ten un buen fin de semana. —Seguro. Cuando está fuera del alcance, Daphne comenta: —Al menos hablaste con él. —Uh, si llamas amontonar unas pocas palabras, entonces supongo que sí — gimo y me dirijo en dirección a la puerta del conductor de nuestro auto—. Daphne, soné como si hubiera caído de un estúpido árbol y hubiera golpeado cada rama de camino al piso. Fue completamente miserable. Pone un brazo alrededor de mi espalda, y de forma experta saca las llaves de mi mano derecha. —Nop. Eso fue un progreso.

ash: ¿Cómo está? Le envío el mensaje a mi tía Denise y espero con el teléfono en la palma de mi mano, a pesar que hay un letrero escrito a mano en la parte trasera del mostrador amenazando a los empleados de no usar teléfonos mientras trabajan. La ferretería está en calma a media tarde y hay pocas posibilidades que me atrapen, porque Ron, mi jefe, está en la parte de atrás bebiendo una botella de whisky de Tennessee como de costumbre. Denise: Carter está muy bien. Está afuera jugando con Mike. ¡Lo llevaremos por hamburguesas de queso y una película esta noche, y nos veremos mañana! Gracias por dejarlo quedarse. Sabes que nos encanta tenerlo. Mientras leo su respuesta, dejo de respirar. Mi hermano está pasando el fin de semana a cincuenta kilómetros al sur en Charleston con nuestros tíos. Como siempre, estoy feliz que se divierta, pero eso no me impide sentirme extraño al respecto. Jugando con Mike. ¿Cuándo fue la última vez que jugué con él de esa manera o pude pagar una salida al cine? Un sentimiento de vergüenza se retuerce profundamente en mi estómago, pero antes que pueda pensarlo demasiado, un tipo grande con piel bronceada y manchas de grasa en su pantalón ancho, se acerca. —Señor —le digo, escondiendo el teléfono detrás de mi espalda y poniendo mi expresión para clientes—. ¿Con qué puedo ayudarlo hoy? De su bolsillo saca un cuadrado brillante de papel de color naranja y lo coloca boca arriba en el mostrador de pintura. —¿Cómo estás, hijo? Estoy buscando cubrir unos seiscientos metros cuadrados de exterior con este color. ¿Puedes hacerme un descuento si compro la base también? Guardo mi teléfono y voy a buscarlo. No tengo tiempo ahora para preocuparme por el tipo de trabajo que estoy haciendo para criar a Carter, porque es hora de mezclar veinte litros de Campfire Blaze.

—Déjeme ver qué puedo hacer.

—Es sábado. —Eso he oído —digo, colocando una segunda caja de mangueras en mi hombro. —Y Carter está en Charleston por el fin de semana. —Seth me sigue a través de las puertas negras del almacén al piso principal otra vez. Tiene una bolsa de papas fritas en la mano y las está masticando ruidosamente. —Repito, soy consciente de eso. —Entonces, lo que estoy diciendo es que no tienes que estar en casa esta noche para cuidarlo. Me detengo a mitad del pasillo siete y me pongo en cuclillas para descargar las cajas. —Bastante cierto. Seth parece irritado porque tiene que deletrearme esto. —Bash, vamos a salir a divertirnos un poco. Creo que podremos entrar en The Tap Room. —The Tap Room es un bar de moteros de mierda. —Está bien, entonces iremos a la casa de Byron. Todo el mundo va a estar allí. —¿Quién es todo el mundo? —pregunto cuando empiezo a sacar los accesorios de la manguera y colocarlos en los contenedores correctos. Deja de masticar las papas y traga. —Sheyna, Clay, Monica, Leo... y probablemente Rachel. La idea de emborracharme o peor, con un grupo de mis antiguos amigos y mi ex, no me emociona exactamente. —Sabes que ya no hablo con ellos. —Pero yo sí —dice, exhalando—. Y, por una vez, quiero verte actuando normal. —Actúo normal. —No, no lo haces. Todo lo que haces es trabajar, preocuparte y estresarte con cosas que no puedes solucionar. La última de las mangueras está en su lugar, así que recojo las cajas vacías y me dirijo al frente de la tienda. —Seth, odio desilusionarte, pero eso es lo normal ahora.

—Pensé que, con Carter en otro lugar, podrías divertirte. Como los buenos viejos tiempos. No tengo oportunidad de responder por el sonido de la puerta principal, indicando que tengo un nuevo cliente. Me giro a la izquierda y casi tropiezo con mis propios pies porque Amelia Bright está entrando en la tienda. Hoy lleva un vestido verde oliva con mangas sueltas, tipo hippie y leggings amarillos cubiertos con un estampado geométrico. No es la primera vez que me pregunto qué pasa con esta chica y los leggings. Intercambio una mirada rápida con Seth, que parece tan desconcertado como me siento, y luego, me ubico, recordando que es un cliente. —Hola —digo, siendo casual mientras aparto las cajas para que estén fuera del camino de las personas—. Bienvenida a Kanes. —Uh, hola —responde. Es extraño. ¿Cuántas veces he visto a Amelia Bright de pie frente a toda la escuela y dar un discurso o pedir donaciones por una de sus causas, o informar a todos sobre una nueva política escolar? Pero ahora, luce nerviosa. Sus pasos son vacilantes y agarra la correa de su bolso como si estuviera pasando entre una multitud de carteristas. Un par de segundos pasan, pasando de extraño a incómodo. Finalmente, me adelanto y pregunto: —¿Hay algo en lo que pueda ayudarte hoy? Los ojos de Amelia observan la tienda. —Cierto. Pintura. Estoy aquí para conseguir pintura para una pared específica de mi habitación. —Bueno, has venido al lugar correcto —dice Seth y extiende su brazo como un anfitrión demostrando el muestrario de pinturas. Su despreocupado tono parece relajarla e incluso lo recompensa con una pequeña sonrisa. Por razones que no intentaré analizar en este momento, me irrita como el infierno, así que cuando Amelia se da la vuelta, le doy a Seth una mirada firme. ¿Qué?, articula en respuesta. Niego, y trato de gesticular algunas palabras. Debe entender, porque de repente actúa como si hubiese recibido un mensaje en su teléfono y desaparece como dientes de gallina. —¿Qué color quieres? —pregunto, detrás de Amelia. —Uh... ¿Quizá blanco? —dice, mordiendo su labio pensativamente. —¿Una pared en específico blanca? Se detiene frente a la pantalla y pasa los dedos por encima de las tarjetas de color violeta.

—¿Eso es tonto? —Nah, es solo que la gente suele ir con un color más brillante cuando están haciendo una pared concreta. ¿De qué color es tu habitación ahora? —Blanca. Siento que mis cejas suben por mi frente. —Pero es un tono totalmente diferente a la que quiero. Estaba pensando más como un blanco apagado. Como un beige —añade, y no puedo evitar reírme. —Lo que sea que pienses. Eres el cliente aquí. Su boca se tuerce en una mueca de autodesprecio y dice: —No estoy siendo muy aventurera, ¿verdad? Encogiéndome de hombros, le digo: —Todo el mundo tiene un gusto diferente cuando se trata de decorar el hogar. Blanco está bien si eso es lo que quieres. —Honestamente, podría ser tiempo para algo nuevo; al menos, eso es lo que me diría mi hermana. Pero hay tantas opciones. No tengo idea de cómo elegir. Me acerco a las muestras. —Vamos a intentar esto: ¿por qué no me describes qué otros colores hay en tu habitación? ¿En la cama? ¿O tal vez en las obras de arte de las paredes? —Hmmm... —Los ojos de Amelia se cierran y respira profundo—. Mi edredón es marfil y salpicado de flores amarillas y azules clarito. Hay hojas verdes pálidas en la tapicería y en las almohadas. —Sigue —la animo, seleccionando un par de fichas de pintura. —Y tengo un póster enmarcado de un atardecer de playa encima de mi escritorio y tiene colores rojos, amarillos, azules, rosa pastel y púrpura. Tomo un par de colores más, entonces abro las cartas como abanico para que pueda ver. Esta vez cuando sonríe, es para mí. Y maldita sea si no tiene un hoyuelo en el centro de su mejilla izquierda. Delicadamente frota su dedo a través de una de las tarjetas de muestra que he elegido. Estamos tan cerca que puedo oler su champú y loción. Creo que es algo cítrico. Naranja o limón quizá. —¿Cuál elegirías si fuera tu habitación? —pregunta. Tratando de no pensar en ese hoyuelo o lo bien que huele, estudio los colores y, finalmente, me conformo con dos opciones: un amarillo manteca y un tono turquesa. —¿Qué tal uno de estos? Creo que ambos funcionarán con lo que esté en las otras paredes. Ahora vuelve a morderse el labio. —¿Cómo se llaman?

Vuelvo las cartas. —El amarillo se llama Narciso y el azul se llama Magia del Cielo. —Magia del Cielo. —Mientras lo prueba, las comisuras de su boca se curvan hasta convertirse en una sonrisa tan cálida como un verano en Lowland—. Ese tiene que ser. No puedes dejar de amar algo llamado Magia del Cielo, ¿verdad? Antes de saber qué es qué, mi pecho está en fuego y, como un idiota, le sonrío de nuevo. —Definitivamente no.

—Deberías invitarla a venir con nosotros esta noche —sugiere Seth. Desde mi posición detrás de la estación de pintura miro hacia el pasillo donde Amelia está escogiendo un cepillo angulado de tres centímetros y las láminas de plástico que sugerí. —¿Por qué habría de hacer eso? —Porque es una fiesta y eso es lo que la gente hace cuando hay una fiesta. —En primer lugar, ni siquiera he dicho que iré contigo. —Bien por mí. Me adelantaré y la invitaré. Con un retumbo final, la máquina mezcladora de pintura se apaga y la uso como excusa para ponerme de rodillas para poder evitar la mirada de Seth. Haciendo un esfuerzo para mantener mi voz firme, le digo: —No vas a invitarla. —¿Por qué no? —Seth, no va a suceder, así que cierra la boca —advierto mientras llevo la lata a un pequeño espacio de trabajo rectangular y uso la llave de pintura unida al lazo del cinturón de mis jeans para abrir la tapa. —Si la invitamos, probablemente llevará a Audra Singer. —¿Y? —¿Y? Audra Singer está bien. ¿Viste ese pantalón corto ajustado que usó esta semana? Es como una pueblerina con garras —dice con una sonrisa—. ¿Y has visto a la hermana de Amelia? —Sí y creo que se parece mucho a Amelia. —Son gemelas y todo, pero Daphne es... —Hace un sonido de profunda apreciación—. Es increíblemente sexy en ese lindo uniforme de porrista que lleva. Y, Bash, esto podría ser. Voy con ella. Niego.

—No vas a invitar a Amelia a una fiesta porque esperas que de alguna manera te lleve cerca del pantalón de su hermana. —¿Por qué diablos no? —Porque es una mierda hacer eso. —Mira —dice, ladeando la cabeza—. Creo que se llama pensar fuera de la caja. —No importa lo que pienses —respondo, haciendo una pequeña pincelada de pintura en la tapa de la lata—. Porque pasar el rato en la casa de Byron con un grupo de antisociales que viven en el extremo este de la ciudad, no es el tipo de cosas que Amelia Bright y su hermana porrista o su mejor amiga harían un sábado por la noche. —¿Qué hay de mí? Ladeo mi cabeza y veo que Amelia está de pie al lado de Seth. Sus brazos están llenos de suministros de pintura. Quiero reír cuando veo que tiene un paquete de guantes látex y tres tamaños diferentes de cinta de pintor. —Bash estaba diciendo que probablemente no estarías interesada en ir a la fiesta de Byron Scott con nosotros esta noche. Sus ojos se estrechan infinitesimalmente. —¿Por qué no? —No cree que sea tu ambiente. Mira a Seth y a mí, y endereza los hombros. Ay, mierda, esto no puede ser bueno. Creo que la he ofendido. De nuevo. —¿Y por qué no sería mi ambiente? Déjame adivinar —dice cortante—. ¿Soy demasiado clásica y aburrida? ¿Demasiado grande para mis pantalones para estar en una fiesta? —Eso no es lo que yo dije. —¿O es que no soy lo suficiente hípster —presiona—, o punk o lo que necesito ser para estar en la lista? —No lo dije de esa manera —explico mientras agarro un mazo de goma cercano para cerrar la tapa—. Y no hay lista. Todo lo que quiero decir es que una fiesta de Byron Scott, donde un montón de idiotas van a estar borrachos y muy probablemente terminarán en la basura por Westmoreland Field a las tres de la mañana o encendiendo un montón de fuegos artificiales, no parece ser tu tipo de cosa. —Entonces te sorprenderás, porque Marcel Pruitt me mencionó la fiesta ayer y ya estoy planeando estar allí. Las vueltas del sistema social de la secundaria me confunden desde hace mucho tiempo, pero esto no tiene sentido en absoluto. ¿Amelia Bright va a la fiesta de Byron? Es como descubrir que LeBron James va a inscribirse en la clase de gimnasia. —¿Ya ibas? —pregunto, mi voz llena de escepticismo.

Asiente vigorosamente. —Sí. Seth pregunta: —¿Vas a llevar a Audra y a tu hermana contigo? —Oh, puedes contar con eso —le dice. —¿Entonces imagino que te veremos allí? —digo. —Eso es correcto, lo harás —responde, antes de darse la vuelta y avanzar rápidamente hacia la salida. Cuando llega a mitad del pasillo, la detengo. —¿Amelia? Se detiene abruptamente, luego mira atrás y levanta una ceja en un desafío franco. —¿Sí? Con una sonrisa ladeada, le tiendo el litro de pintura hasta el nivel de los ojos y asiento. —Quizás quieras llevar esto. Hará que pintar esa pared sea muchísimo más fácil. Un rubor se extiende desde la frente hasta el cuello que probablemente podría alimentar a todos los de Green Cove. Ni siquiera puede verme a los ojos mientras se escabulle de regreso a la estación de pintura y me arrebata la lata de pintura. —Cierto. Gracias. —Eres perfectamente bienvenida. Seth y yo la observamos luchar por equilibrio y mantener todos sus objetos. Quiero ofrecerle ayuda, pero tengo la impresión que tratar de comportarme con caballerosidad y ayudarla a llegar a la puerta de la tienda, es la última cosa que Amelia Bright quiere ahora. En la caja registradora, tantea sin gracia todo el cinturón negro. Luego, se aparta su cabello castaño del rostro y le tiende a Lina, la cajera, una tarjeta de crédito. Ni una sola vez nos mira. —¿Vas a decirme qué fue todo eso? —pregunta Seth significativamente. —Demonios si lo sé. —Pero, lo tomo como que irás esta noche. Aún observando a Amelia, engancho mis pulgares en mis bolsillos traseros y asiento. —Estoy dentro.

sta era una terrible idea. Música pop-country está resonando desde el equipo de sonido, retorciendo mi estómago. Toda la casa apesta a una nociva mezcla de licor y lo que supongo es yerba. Una tira de luces de Navidad azules y verdes sujetadas de forma desigual entre la pared y el lamentable techo de aluminio es la única fuente de luz aquí. Atestado. Caótico. Oscuro. A pesar de que estoy caminando con mis brazos frente a mí, cada par de pasos choco contra algo nuevo. Esta vez es la pierna de una chica. Deja salir un quejido y me mira con el ceño fruncido bajo el ala de un sombrero con estampado de camuflaje. Tiene un top de cuello alto de color rojo, botas de vaquera llenas de polvo en sus pies, y una pequeñísima falda de mezclilla que hace que el sentido de estilo de Daphne parezca desarrollado en una abadía. —Lo siento, solo intento volver con mis amigos —murmuro, presionando mi mano en la esquina de una mesa hecha de tablones para no caerme. Lo que debería haber dicho era: ¿qué esperabas que sucediera cuando decidiste sentarte en el suelo en medio de un cuarto atestado? Básicamente, esta fiesta reúne todos los criterios de una situación de pesadilla. Y la peor parte es que me puse esta blusa de corte bajo de color verde, junto con mi joyería favorita de Kendra Scott, y vine aquí voluntariamente. ¿A qué? ¿Probar un punto? Bueno, me salió el tiro por la culata porque ni siquiera parece que Sebastian esté aquí. Al menos mi hermana parece estar divirtiéndose. Estaba más feliz que niño con juguetes nuevos cuando le dije esta tarde que quería ir a una fiesta e inmediatamente empezó a llamar a todos en su enorme esfera social diciéndoles que nos encontráramos. Y al minuto en que pasamos por la puerta, agarró tres vasos de un tipo que estoy segura nunca antes conoció y empujó uno en mi rostro y le pasó otro a Audra. Traté de decirle que no quería, pero insistió, jurando que la limonada con licor era buena para el alma. Luego Audra prometió tomar solo una y estar a cargo de las llaves y mi destino estuvo sellado.

Cuarenta miserables minutos después, aquí estoy, cuidando la misma bebida, tratando de evitar la mayoría de las conversaciones, y deseando poder de forma espontánea tele transportarme a mi cama. o tal vez a una librería. El nuevo misterio que he estado esperando por los últimos cuatro meses salió a principios de la semana, y está matándome saber que podría estar metida bajo mis mantas justo ahora con ese libro, pero, en cambio, estoy en esta horrible fiesta. Señor, ¿qué estaba pensando? Sebastian estaba en lo cierto cuando dijo que este lugar no era mi ambiente. Es obviooooo que no es mi ambiente. Finalmente paso el resto de obstáculos que es la sala de estar y encuentro a Audra apoyada contra una pared. —¿Dónde está Daphne? —pregunto, intentando mirar hacia la oscuridad. Audra apunta en la dirección del porche trasero. A través de la ventana, solo puedo ver a mi hermana sentada en el regazo de Spencer McGovern. Él está usando su camiseta de fútbol y jeans, y para mi completo y total disgusto, hay un cigarro colgando de su boca. —Qué alegría —murmuro—. Estoy tan feliz de que lo haya invitado y a todos sus amigos del equipo de fútbol para salir con nosotras hoy. —Muy bien, escúpelo —dice Audra—. ¿Qué en esta tierra del Señor te ha hecho Spencer para que te disguste tanto? —No lo sé —comienzo, reacia a ponerlo en palabras—. ¿No puede simplemente no gustarme? —Claro que se puede porque tampoco me cae muy bien. Simplemente no es propio de ti y me hace pensar que hay algo que no sé. Me encojo de hombros. —Solo digamos que Spencer me pone los pelos de punta. Es casi como si tuviera un desequilibrio de neutrones, protones o algo. Esto le produce risa. —Amelia, ¿acabas de comparar al novio de tu hermana con un átomo inestable? —Estamos hablando de radio núcleos en química y supongo que los tengo en la mente. Niega. —Estamos en una fiesta; la primera a la que has asistido en todo el año podría añadir, y estás hablando de química. —Ya lo dejaré. Se ríe un poco más. —Amelia, no creo que puedas dejarlo incluso si quieres y esa es una de las razones por las que te quiero. Amiga, si odias tanto la fiesta como tu rostro me dice que lo haces, sólo larguémonos de aquí. La verdad es, que tampoco la estoy pasando bien.

—Podemos ir a repasar la planeación de la Bienvenida —sugiero—. Le prometí al señor Brickler que lo haría para el lunes. —O podríamos ir hasta Cacciatore’s para comprar una pizza grande con extra queso y mirar series en Netflix con comida chatarra por el resto de la noche. Medio sonriendo, acepto. —Tu plan suena mejor. —Claro que sí. —Sonríe Audra—. Solo piénsalo, incluso podría dejarte comer uno de mis Twizzlers. —O tal vez te complaceré con los grandes dulces. Red Vines. —En tus sueños. Tetas de Azúcar. Riéndome, miro por encima de mi hombro hacia donde Daphne está ahora besándose de lleno con Spencer. Eso fue rápido. —Tan tentador como eso suena, no podemos irnos todavía. Daphne está… en medio de algo. O supongo que debería decir que su lengua está en medio de algo. —Sigue diciéndote que debe haber algo genial en él si a ella le gusta tanto. —Sí, su cara bonita. —Vamos, ella no es tan superficial. —¿Te das cuenta de quién estamos hablando? —pregunto riéndome—. Pero probablemente tienes razón. Daphne es muchas cosas, pero tonta no es una de ellas, así que tal vez hay más en Spencer de lo que estoy viendo. —No lastimaría mantener la mente abierta —dice Audra, inclinando su cabeza a un lado—. Y hablando de una mente abierta… Mira quién acaba de llegar. Por su tono burlón, sé que sería Sebastian Holbrook antes de siquiera girar mi cabeza. Aun así, de alguna forma estoy sorprendida cuando mi mirada pasa a lo largo del oscuro cuarto y se estrella directamente con la suya. Sorprendida y tal vez un poco aterrada. Es una sensación loca. Toda la noche he estado esperando verlo; incluso esperando por eso, aun así, ahora que de verdad está aquí, no tengo idea de qué hacer conmigo misma o cómo actuar. —Hazle señas para que venga y pueda verte en esa falda sexy como el infierno. Tal vez estará tan cegado por la forma de tu culo que ni siquiera notará que te pusiste un atuendo perfecto con ese par de ridículos leggins —dice Audra. Mis nervios efervescentes estallan. —¿Qué? No voy a llamarlo o mostrarle mi falda. Creerá que soy una lunática. Sin prestar atención, agarra mi mano y la sacude por mí. —¡Audra! Se ríe mientras le muestro una incómoda sonrisa a Sebastian y luego escondo mi rostro avergonzada. —Funcionó —jadea en mi oreja—. Definitivamente te está mirando.

—Estás imaginando cosas. —No —insiste—. Y, déjame decirte, el chico está a punto esta noche. ¿Cómo es que no he notado esos musculosos brazos antes? ¿O esa boca sexy? —Audra. —Es cierto. Y, santo infierno, creo… ¡Sí! —¿Qué pasa? —Viene para acá —susurra fervientemente. —No. —Hay un temblor en mi voz. —¡Así es! —No puede ser. —Obviamente sí puede porque está sucediendo ahora, Amelia. Esta vez echo un vistazo bajo mi cabello. Por supuesto, los ojos de Sebastian están sobre mí y está viniendo a través de la sala de estar, apretujándose entre las parejas ebrias girando en la pista de baile improvisada y pasando por encima de un campo de vasos plásticos rojos tirados. No sé si quiero vomitar o vitorear. —Buena suerte —murmura Audra mientras se aparta de la pared. La tomo del brazo, desesperada y repentinamente muy acalorada. —¿A dónde crees que vas? —A… uh… al baño —dice con una sonrisa cautelosa. —¡No puedes dejarme aquí! —Amelia, es por tu propio bien. Te alcanzaré después, ¿de acuerdo? ¿Qué puedo decir ante eso? No es como si pueda mantener a mi amiga como rehén porque tengo miedo de hacer algo estúpido sin una chaperona presente. —Bien —murmuro, reacia a soltar el agarre de muerte que tengo sobre su antebrazo. —Estarás bien —me asegura—. Solo recuerda respirar. Y entonces se ha ido y quedo sola y expuesta. Olvídate de respirar; es como si ni siquiera pudiera tragar. Nunca me sentí tan acalorada o incomoda en mi vida y… bueno, apesta más que un poco. ¿Y por qué siquiera se acerca? ¿Sebastian no tiene mejores cosas que hacer que mirar cómo me avergüenzo a mí misma? O tal vez eso es exactamente lo que quiere. Tal vez ha desarrollado un gusto por verme retorcer. Bajo el brillo de las luces de Navidad verdes y azules, los rasgos de Sebastian son borrosos; casi como si estuviera mirándolo bajo el agua poco profunda, pero mientras más se acerca, más sólido se hace. Comienzo a distinguir el brillo de sus ojos grises, guardados bajo un arco de pestañas negras; la forma de su mandíbula, y, por supuesto, la curva de sus labios.

Cuando está a menos de un brazo de distancia, enderezo mi espalda y aparto mi cabello de mis ojos. Puestos de combate, prepárense. —Hola —dice casualmente, como si hiciéramos esto todo el tiempo. —Hola —digo ahogada. No es mucho, pero considerando que mi boca se llena de pegamento cada vez que estoy alrededor de él, tendrá que ser suficiente. —Viniste. Aparentando estar tranquila y controlada, encojo un hombro. —Te dije que vendría, ¿no? Sebastian se pasa una mano por su cabello despeinado mientras mira con cautela la fiesta. —¿Y te estás divirtiendo? —Mucho. La mejor noche. —Levanto mi vaso en un brindis fingido y me obligo a tomar un sorbo del líquido tibio. Me mira y los músculos de su mejilla se mueven como si estuviera intentando no sonreír. —Sí, se nota. Te ves completamente relajada. —Ajá. —Es en la forma en la que estás parada —bromea, encogiendo sus hombros hasta sus orejas—. Y cómo parece gustarte esa bebida. —Hace una mueca en lo que asumo es una imitación de mí—. Te vez tan feliz como un cerdo en un lodazal, Amelia. No estoy preparada para su sentido del humor seco y no puedo evitar soltar una risa avergonzada. —¡Ah! Sabes, iba a intentar estar muy molesta contigo esta noche después de la forma en que te burlaste de mí esta tarde. —¿Y cómo te está saliendo eso? —No muy bien. Y solo para que estemos claro; esto —apunto a mi vaso—, sabe a jarabe para la tos con sabor a limón. —Suena delicioso. —Da un aplauso con falso entusiasmo—. ¿Puedes por favor indicarme la dirección de la barra con el jarabe para la tos? A pesar de toda mi tensión anterior, me río un poco más. —Creo que está por allá junto al Weedy Wallows3 —digo, apuntando al sofá donde un par de mis compañeros de clase están reunidos alrededor de un tipo que parece estar mostrando los contenidos de una pequeña bolsa de plástico.

3 Básicamente hace referencia a una persona que distribuye o consume marihuana. En una traducción textual sería vago drogadicto.

—Qué bien. —Sebastian da un paso más cerca por lo que su boca queda a centímetros de mi oreja—. Entonces, ¿qué más me perdí? ¿Beber cerveza de cabeza? ¿Chupitos corporales? ¿Ya comenzó Monica Yancey a desnudarse? —¿Qué? Retrocede para mirarme a los ojos y siento una cosquilla deslizarse por mi espalda. —Si recuerdo correctamente, sucede en cada una de estas cosas. Por el cuarto trago, se quitará su camisa y se las mostrará a todas. —¿Si recuerdas correctamente? Por un segundo, solo me mira. Luego inclina su barbilla a otro lado. —No tengo mucho tiempo para estas cosas ahora. Tengo que pensar en Carter. Claro. —Entonces, ¿dónde…? —Al momento en que las palabras salen de mi boca, de inmediato desearía poder presionar el botón de rebobinar. Sebastian ha dejado muy en claro que su vida en casa no es mi asunto, ¿no? —¿Qué? Niego. —Olvídalo. —¿Estabas preguntándote dónde está? Porque se está quedando con mi tía y mi tío este fin de semana. Quiero preguntarle más por su tía y su tío, pero Byron Scott, inexplicablemente vestido en nada más que un bóxer a cuadros y un sombrero negro de pirata, corre a la sala de estar y empieza a gritar. —¡Torneo de beer pong en el granero! ¡En cinco minutos! —¿Un torneo de beer pong? —Ya verás. —Honestamente, preferiría no hacerlo —digo justo cuando alguien me empuja por la espalda, enviándome hacia Sebastian. —¡Lo siento! —Intento dar un paso atrás, pero mi camino está bloqueado por la oleada de personas intentando pasarme para ir a la puerta trasera. —Dios. Será mejor solo ir con ellos —dice, mirando por encima de mi cabeza. Una de sus manos está todavía alrededor de mi cintura, estabilizándome, y ese poco contacto envía una corriente de calor a través de mi cuerpo. —Bien. —Me acerco más a él mientras nos movemos a través de una pequeña cocina y salimos por la puerta trasera hacia la caliente y pegajosa noche. El cuerpo de Sebastian es fuerte y sólido a mi lado y por un par de segundos, no me importa que estemos prácticamente siendo pisoteados por una estampida de bufones queriendo conseguir una vista de primera fila para un torneo de beer pong.

—¡Amelia! —grita mi hermana, agarrándome del brazo e intentando subirse a mi espalda como cuando éramos niñas y tomábamos turnos para montarnos a caballito en la espalda alrededor del patio. —Bueno, hola a ti. —¿Alguien dijo beer pong? —grita directamente en mi oreja. Y hombre, sí que huele como si hubiera sido sumergida en una piscina de ponche. Incluso al aire libre, el hedor es tan fuerte y dulcemente enfermizo que hace que mi vientre pegue un vuelco. —Daphne, estás jalándome el cabello —digo, con cuidado bajándola de mi espalda y dejándola en el húmedo suelo. A ella parece no importarle. Sin perder un segundo, salta a mi lado y pone su brazo alrededor de mis hombros. —¿Conoces a Bash Holbrook? —Uh… ¿sí? —Echo un vistazo hacia él. —No mires —me advierte Daphne, sus ojos amplios. Sebastian, que también puede escucharla, me mira confundido. —Pero… Daphne pone su mano sobre mi boca y dice dramáticamente: —¡Shhhhh! Él. Está. Justo. A. Tu. Lado. Finjo sorpresa. —Oh Dios, ¿en serio? —¡Sí! —chilla y asiente de manera entusiasta, sin caer en cuenta. —Sabes, te aviso que, ya que está justo a mi lado, él realmente puede oírte —le susurro de vuelta de una manera burlona. Su boca forma una o. —¿Él puede oírme? Santo Dios, ¿cuánto bebió? —Sí, Daphne. Existen estas cosas llamadas ondas de sonido —digo las palabras deliberadamente como si le estuviera hablando a un niño de cuatro años y aceptémoslo, un niño de cuatro años probablemente tendría más sentido común que una Daphne intoxicada. Pero ella ya no me está escuchando. Se acerca sigilosamente a Sebastian y le sonríe como si fuera la mejor cosa que ha visto en su vida. Estoy completamente mortificada. —Solo para que sepas —dice, batiendo sus pestañas de manera coqueta—. Estoy totalmente de acuerdo con Amelia dando un paseo por el lado salvaje, si sabes lo que quiero decir. Mi hermana está en la desesperada necesidad de

divertirse y creo que tú… —empuja su pecho con el dedo—… puedes ser el sujeto adecuado para el trabajo. Luego le guiña antes de desaparecer dentro del establo hecho de madera con el resto de la gente. O sea, realmente guiña y es tan horrible que creo que podría morir de vergüenza. Es en momentos como este que desearía ser una tortuga para así poder esconderme bajo un caparazón protector. Cubro mi rostro con mis manos. —Lo siento tanto. Sebastian ignora mi disculpa. —¿Siempre es así? Suspiro. —¿Vergonzosa y exuberante hasta el extremo? Asiente, divertido. —Sí, esa es Daphne. Se podría decir que carece de un filtro. —Sí, me estoy dando cuenta de eso. Entramos al establo y encontramos un lugar vacío no muy lejos de la puerta. Huele a algo familiar y reconfortante aquí adentro, como a serrín y heno, y empiezo a relajarme de nuevo. —En el pasado —le digo—, he tratado de hacer como si no conociera a mi hermana, pero los rostros similares lo hacen un poco difícil. Él se ríe y luego hace un gesto hacia el centro del establo, donde una larga mesa plegable ha sido puesta entre dos casillas de caballo vacías. —Así que, ¿juegas? —¿Jugar qué? ¿Beer pong? Uh, no. —Es un deporte con muchos matices. Percibo la estructura. Se dibujó una línea torcida con tiza a través de la mesa, dividiéndola en dos partes iguales. De cada lado, hay diez vasos rojos de plástico organizados de manera precipitada en forma de triángulo como en los bolos. —Puedo ver eso. Sebastian se inclina más cerca y explica: —Cada equipo intenta encestar una pelota de ping pong en uno de los vasos del equipo contrario. —¿Y si lo logran? —pregunto, dándome cuenta de repente de cuan pequeño es el espacio entre nosotros. Puedo sentir el calor de su cuerpo arder a través de mi camisa y la presión de su brazo contra el mío. —Entonces, el que está jugando tiene que beber la cerveza en el vaso. —Vuelve su cabeza lentamente hacia mí y siento esa pequeña carga eléctrica otra vez. Casi

como una sacudida en mi pulso—. Solo piensa en ello como la versión paleta del tenis de mesa. Inquieta por mi reacción, me obligo a parpadear y mirar a otra parte. —Entiendo. Al otro lado del establo diviso fácilmente a Audra hablando con un sujeto alto en una camisa polo amarilla, pero tengo que pararme de puntillas para encontrar a Daphne. Está en el segundo piso del establo, apoyada en contra de la espalda de Spencer y mirando su teléfono mientras él se junta con sus amigos alrededor de un barril boca abajo. Parece como si… bueno, no puedo estar segura desde aquí abajo, pero pareciera que él está intercambiando una bolsa de plástico llena de cápsulas diminutas. Spencer le dice algo a uno de los sujetos que está con él, se ríe, luego toma una píldora de la bolsa y la pone en su lengua. ¿Qué demonios? No. Solo no. No puede ser lo que creo que es, porque Daphne no se mezclaría con alguien que toma drogas. ¿Verdad? Mi estómago se retuerce furiosamente. —Amelia… ¿estás bien? —Es Sebastian y sus ojos se estrechan con seriedad. Dispuesta a no saltar a más conclusiones o a enloquecer por completo hasta que tenga la oportunidad de hablar con mi hermana acerca de esto, respiro de manera temblorosa y digo: —Sí, pensé haber visto algo, pero… no es nada. —¿Estás segura? —Estoy segura —digo, queriendo dejar el tema. Enfrente de nosotros el juego de beer pong está en pleno apogeo. En esta ronda Byron hace equipo con Cole Greene y están perdiendo terriblemente a favor de Leo Herman, a quien conozco vagamente de mi clase de matemática del año pasado, y Seth Cavanaugh. —Tu amigo —comento—. Es bastante bueno. —No le digas eso. —¿Por qué no? Sebastian me mira de reojo. —Seth no necesita que le suban el ego. Me río y es ahí cuando noto que varias chicas me miran fijamente. O más exactamente, están mirando fijamente a Sebastian y por extensión, a mí. La mirada

furiosa que nos da una chica pelirroja es tan intensa que me pregunto si debería levantar mi mano y decirle: no te preocupes, no es lo que piensas. —Especialmente —continúa él sin notar a las chicas—, no tú. —¿Qué se supone que significa eso? Se voltea para verme. —Significa que chicas como tú son el paquete completo. —¿El paquete completo? Se encoge de hombros. —Sabes lo que quiero decir. Hermosa, inteligente y popular. Y Seth es solo un simple mortal. Lo destriparías. Estoy acostumbrada a lo de inteligente, pero lo de hermosa es algo nuevo. —Creo —digo lentamente—, que me estás confundiendo con alguien más. —Nah, no lo creo. ¿No estoy hablando con la tesorera del cuerpo estudiantil y una antigua ganadora del premio a la mejor asistencia? Hago una mueca. —¿Cómo es que recuerdas eso? Gané el premio en séptimo grado. Niega, ignorando la pregunta. —Acéptalo, Amelia, eres perfecta y todo el mundo en Green Cove lo sabe. —No soy perfecta. —¿En serio? —Las esquinas de su boca se alzan—. Casi me engañas. Avergonzada hacia donde se dirige está conversación, regreso mi atención hacia el juego justo a tiempo para ver a la pelota de ping pong dejar los dedos de Leo y arremeter en contra del último vaso. Una ensordecedora ovación estalla mientras Byron inclina su cabeza hacia atrás, engulle la cerveza y tira el vaso vacío en el piso sucio del establo. —¿Quién sigue? —grita Leo mientras golpea su pecho con un puño cerrado. Dios, está actuando como si fuera todo un deportista. Si detallas su lenguaje corporal y la gran sonrisa arrogante emplastada en su rostro, pensarías que acaba de ganar la Serie Mundial, no un juego de beer pong en un establo. Toda la cosa es estúpida. Claro, en el momento en que pienso esto, ¿adivina quién se levanta y se ofrece para ser el siguiente en jugar? aire.

—¡Yo! ¡Yo! —Daphne está literalmente saltando y agitando sus manos en el

—Si hay algo que puedo decir de tu hermana —dice Sebastian secamente—, es que es una ebria feliz. —Es feliz en todo —digo, mirando a Daphne, quien claramente está tratando de convencer a Spencer para que juegue en su equipo. Ella se ríe tontamente y le

roza la mejilla con sus labios, pero él no le hace caso y regresa su atención hacia sus amigos. Dios, éste sujeto… Cuando se vuelve claro que él no va a ceder, Daphne hace un puchero de decepción y tengo la gran necesidad de ir hasta allí y decirle a Spencer McGovern exactamente lo que pienso de él. Pero antes de que mi cerebro haga mover a mis pies, Seth Cavanaugh interviene. —Jugaré contigo —ofrece, lanzando la pelota de ping pong de un lado a otro entre sus manos. Mi hermana sonríe de manera esperanzadora y se arroja por debajo de una de las barras del balcón hasta el primer piso. —¿Lo harás? —Por supuesto. Leo, por su parte, luce molesto por la pérdida de su compañero de equipo, pero no tan molesto como Spencer, quien parece haberse dado cuenta de repente que su novia no es un accesorio sujeto firmemente a su cinturón. Los primeros minutos del juego pasan sin mucho drama, pero luego Daphne encesta una pelota en un vaso y con la emoción, arroja sus brazos alrededor del cuello de Seth. Y, como si hubiera estado esperando la oportunidad, Spencer estalla desde su taburete y gruñe: —¿Qué demonios, Daphne? Luego es como si todo pasara al mismo tiempo. Un grupo de sujetos se acomodan para entrar en una pelea o al menos pretenden hacerlo, y al fondo un grupo de chicas lanzan chillidos de manera histérica. A través de la caótica confusión, veo a mi hermana asirse con Spencer y puedo ver que está llorando y disculpándose al mismo tiempo. Él se inclina más cerca y le dice algo antes de empujarla hacia una de las casillas de caballos y largarse echando humo a través de la puerta abierta. Le ruego calladamente a Daphne que me mire, pero no lo hace. En su lugar, se voltea y corre, desapareciendo en la noche. Ni siquiera me lo pregunto; la sigo y la encuentro a un lado del establo, confinada entre dos cisternas llenas de óxido. Está cabizbaja y puedo decir, inclusive desde este ángulo, que su rostro está húmedo y enrojecido por llorar. —¿De qué se trató todo eso? —pregunto, llenando mis pulmones con el húmedo aire. —No lo sé… —Traga saliva y aparta las lágrimas que se aferran a sus párpados. Creo que esperaba que se recompusiera, colocara en su rostro la famosa sonrisa de Daphne y mandara a Spencer por un tubo, así que estoy más que un poco decepcionada cuando continúa con—: Pero realmente la jodí.

—Yo estaba ahí, Daphne. No hiciste nada. Hipa. —Spencer me acusó de coquetear, pero juro que no lo hacía. —Sé que no lo hacías —la consuelo. —Ya no importa porque lo arruiné todo. —¿De qué hablas? Él es un imbécil y si… —¡Basta! —Se levanta de repente sobre ambos pies, su barbilla sobresaliendo de esa manera obstinada que es propio de ella—. Estoy harta de ti diciendo cosas acerca de mi novio y pretender que te está permitido hacerlo. ¡Solo porque nunca funciona contigo y los chicos, no significa que será lo mismo conmigo! Hemos ganado una audiencia. Audra está a mi lado y apenas distingo a Sebastian rezagado en las sombras, unos pasos más atrás. —Daphne… —Trato de alcanzar su mano. —Déjame ir —grita, retrocediendo con fuerza y casi tropezándose. —Estás ebria y actuando como una loca —racionalizo. —Como siempre, no entiendes nada —acusa. Luego pasa la palma de su mano a través de su rostro y se dirige rápidamente por los altos matorrales en dirección a la casa de Byron. Empiezo a seguirla, pero Audra me detiene. —Solo quédate aquí. Yo iré. —Pero necesito hablar con ella. —Me encargaré de ella y me aseguraré de que llegue a casa a salvo. —Pero… Audra no me da otra oportunidad de discutir con ella antes de salir corriendo rápidamente. Sintiéndome perdida, como si hubiera olvidado las palabras de mi canción favorita, me quedo ahí y las observo irse. Luego de varios segundos resonantes, Sebastian pregunta: —¿Estás bien? Simplemente niego. No, no estoy bien. Ni siquiera un poco. —¿Quieres que te lleve? Se me ocurre entonces que probablemente sí necesito que me lleven. Vine con Daphne en el auto de Audra, pero luego de lo que pasó, no estoy segura… —No lo sé —digo insegura mientras me trago el dolor que bulle dentro de mí. —¿En dónde vives? —pregunta. sur.

—A las afueras de Hickory Road. Pasando las vías del tren que van hacia el —¿No es la vieja plantación Parker?

Sí, mi casa tiene un nombre, y sí, una vez fue considerada una plantación. Ahora los campos le han cedido el paso a los árboles y hierbas silvestres y la casa es solo una casa. Una grande sí, pero sigue siendo solo una casa. —Esa es. La madre de mi padre fue una Parker. Me mira por un momento y silba. —Esa es una gran casa. Casa. Definitivamente ya no quiero estar aquí, pero no siento que deba ir allí tampoco. No con Daphne a una puerta de distancia y aún furiosa conmigo. Sebastian debe leer algo en mi silencio porque dice: —Mira, no tengo que llevarte a casa, Amelia. Estoy seguro que puedo encontrar a alguien más que te lleve si eso te parece mejor. —No es eso —respondo, envolviendo mis brazos firmemente sobre mi pecho— . Solo pensaba acerca de ir a casa ahora mismo con Daphne aún enojada conmigo. Él considera eso. —Así que, si pudieras estar en cualquier parte del mundo, ¿en dónde sería? Ni siquiera pienso en mi respuesta. —En la playa. —Entonces vamos. —¿Qué? —Casi río por lo absurdo que es. —Vamos —repite y esta vez se vuelve claro para mí que está siendo mortalmente serio. —¿Ahora mismo? —¿Por qué no? —Porque… —Mi voz se va apagando, incapaz de salir con una buena respuesta. Ninguna de mis usuales excusas parece aplicar aquí y la verdad es que, en esta desastrosa noche, la idea de meterme en la camioneta de Sebastian Holbrook e ir a la playa es lo único que tiene algún sentido. Así que termino encogiéndome de hombros impotentemente y digo lo único en lo que puedo pensar cuando me enfrento a la posibilidad de un viaje por carretera a las once de la noche con alguien a quien apenas conozco. —¿Tu música o la mía?

o puedo creerlo. —¿No puedes creer qué? —pregunto, acercándome. Aquí no hay luces, pero no tengo ningún problema para verla claramente. La luna y las estrellas están colgando sobre el Atlántico, reflejándose en el agua negra e iluminando toda la noche con un resplandor fosforescente. Amelia se balancea sobre una pierna y gira en la arena. —No puedo creer que estemos en la playa. Que en realidad salimos de la fiesta y manejamos hasta aquí. Niego. —Vivimos en Lowlands. ¿Nunca has estado en la playa? real.

—Obviamente sí. Pero nunca por la noche... y nunca “porque sí” y sin un plan

Se saca los mocasines, los deposita en una pila justo en las sombras escarpadas de las hierbas altas que bordean las dunas de arena y va a la orilla. Cuando llega al punto donde la playa se vuelve lisa, se detiene para enrollar los leggings hasta las rodillas. Luego da un paso y cuando el agua salada lava los dedos de sus pies, echa la cabeza hacia atrás y deja salir una risa aturdida. Al instante, amo el sonido, y decido que verla así —feliz y libre de responsabilidades— valió el precio de la gasolina que costó llegar aquí. Especialmente después de lo molesta que estaba en la fiesta. —¿Vienes? —pregunta, mirando hacia atrás. Agachándome, rápidamente desamarro las zapatillas y las quito de mis pies. Las dejo al lado de sus zapatos y avanzo por la fría y húmeda arena hasta el borde del agua. Cuando llego al lado de Amelia, sus ojos parpadean hacia los míos y ese pequeño movimiento resuena profundamente en mis entrañas. —Es tan hermoso —reflexiona—. Pero al mismo tiempo, ¿no parece casi peligroso? La forma en que el agua es tan oscura y no se puede ver lo que se mueve bajo la superficie.

No respondo. Sé que se supone que estamos hablando sobre el océano, pero mis ojos están en ella y no consigo liberarlos. Y me pregunto si lo percibe; la forma en que estoy viendo como nunca me había atrevido a mirar antes. ¿Puede sentirme trazando el contorno de sus labios? ¿Aprendiéndome la forma de sus párpados y la inclinación de su barbilla? ¿O notando cómo sus sexy hombros lucen en esa camiseta y cómo esta se aprieta firmemente en todos los lugares correctos? Si no me permitía realmente entenderlo antes, ahora lo entiendo. Amelia es hermosa. Y no de una manera que sea falsa o demasiado arreglada como la mayoría de las chicas que conozco. Es ella misma y en realidad, eso es suficiente. —Gracias por traerme aquí —dice, mirando todavía el agua—. No lo habría sabido. Eventualmente, me obligo a hablar. —¿No habrías sabido qué? Envuelve sus brazos sobre su cuerpo y se estremece. —Que podría ser así. —¿Así cómo? —Como magia. Me río. —Te estás burlando de mí —dice ella. Niego. —No lo hago. —Pero te estás riendo —señala. —No es que me esté riendo de ti. Es que nunca he conocido a alguien que se ponga tan poético acerca de la playa. No puedo imaginar cuál sería tu reacción si te hubiera llevado hasta Disney World. —Disney World está sobrevalorado —dice—. Bueno, excepto por las tazas de té. Me encantan las tazas de té y cualquier cosa que gire. Bufo. —Cualquier tipo de paseo giratorio me hace vomitar. Ahora es su turno para reír. Por un momento después de eso, dejamos nuestros pies descalzos en el agua, dejando que el aire salado del océano nos golpee en el rostro y pique nuestros globos oculares, y hablamos. Bueno, Amelia habla en su mayor parte. Me cuenta sobre las vacaciones a las que ha ido y explica que su familia va a esquiar en algún lugar nuevo cada febrero. Lo que finalmente me cuenta es que ella ha estado en montañas de todo el mundo; Suiza, Japón, Francia. Impresionado,

intencionalmente no admito que solamente he estado fuera de Carolina del Sur dos veces en mi vida. Y en esos pocos minutos sagrados, descubro a Amelia y las cosas que no puedes notar cuando la ves en los pasillos de la escuela o miras su foto del anuario. Descubro que desea poder tocar un instrumento, y que bailaba —como en el ballet— durante toda su vida hasta el segundo año en el que decidió que se estaba tomando demasiado tiempo después de la escuela. Y que no le gusta tanto el tenis como solía hacerlo, pero siente que tiene que permanecer en el equipo porque ya hizo un compromiso y ser capitán del equipo en el último año se ve bien para las universidades. Y, lo más sorprendente, que no se ve a sí misma como popular. —Audra es realmente mi única amiga —dice, encogiéndose de hombros—. Y, por supuesto, Daphne cuando no está furiosa conmigo. En este punto, hemos caminado de regreso a la playa y estamos sentados en la arena al lado de nuestros zapatos. —Todo el mundo en la clase de último año, si no toda la escuela, es tu amigo —afirmo—. Y no puedes negarlo porque te he visto en los pasillos y en la cafetería rodeada de tus muchos admiradores. —Esas personas no son mis amigas —sostiene—. Actúan como si les importara porque su papá conoce a mi papá. O tal vez quieren que haga algo por ellos como asignar más presupuesto de clase para su club o que actúe de intermediaria con uno de los asesores de la facultad en los problemas con las máquinas expendedoras. —¿Problemas con las máquinas expendedoras? —Como, que las barras de caramelo se atascan y si es o no necesario tener dos sabores de Fanta. —Lo cual, obviamente, lo es. Sonríe, pero no llega al resto de su rostro. —Pero, mira... eso no es amistad. Eso no es más que una transacción de negocios, que es como son todas las supuestas amistades de mi papá. Todo se trata de, “me frotas la espalda y yo froto la tuya”. Podría seguirles el juego por ahora, pero eso no es lo que quiero para mi propia vida. Quiero algo diferente. —¿Como qué? —Algo real. Me estremezco ante mi propia ignorancia. Mi vida tiene que ver con el mantener y hacer malabares con las responsabilidades, así que ¿cómo es que nunca he considerado la posibilidad de que la vida de Amelia sea también así? —¡Allá arriba! —El cuerpo de Amelia se sacude, sacándome de mis pensamientos—. Es una estrella fugaz. Miro hacia donde señala un objeto que parpadea en el cielo. —Creo que es un satélite.

—Hmmm... ¿Y supongo que no puedes pedir un deseo a un satélite? —Solo si estás deseando una mejor recepción de teléfonos celulares. Esto la hace estallar en una carcajada y es tan grande y ruidosa e inesperada que empiezo a reír también. Cuando nuestros ojos están húmedos y nuestros estómagos están doloridos, se aclara la garganta y pregunta: —Entonces, ¿qué dice? Al principio creo que está hablando del satélite y estoy confundido. Entonces veo que ella está sosteniendo una de mis zapatillas de deporte y me doy cuenta que quiere saber sobre la cita en la suela de mi zapato. —Todas tus mañanas comienzan aquí. Pasa el pulgar por las palabras. —Es genial. ¿Tú lo escribiste? —No, es una cita de Neil Gaiman. Como anticipé, ella me da una mirada en blanco. A menos que Amelia le guste la fantasía o las novelas gráficas, no tiene idea sobre quién estoy hablando. —Es mi escritor favorito —le digo—. Cuando mi madre estuvo enferma, tuve que pasar un montón de tiempo fuera de la escuela para ayudarla a llegar y retirarla de sus citas para la quimio en Columbia. —¿Por eso faltaste tanto tiempo el año pasado? Asiento. —Sí, fueron muchas horas esperando en el hospital y me aburrí así que comencé a leer mucho. Me encontró una copia firmada de Fragile Things en una librería usada. —Me encojo de hombros y miro hacia el agua oscura, que está a punto de chocar contra la arena—. De todos modos, supongo que lo leí tan a menudo que esta línea se quedó conmigo. Y cuando ella murió, se convirtió en nuestro lema; de Carter y de mí. No teníamos idea de lo que iba a suceder, pero cada minuto era una oportunidad para empezar de nuevo y tener el resto de nuestras vidas delante de nosotros. Y, para mí, tiene un doble sentido. —¿Cómo es eso? Me detengo a respirar y reordenar mis pensamientos. —Cuando acepté ser el tutor de Carter, básicamente le dije a mi mamá que todos mis mañanas iban a ser sobre él. —¿Alguna vez pensaste en no hacerte cargo? Estaría mintiendo si le dijera que no, la idea nunca cruzó mi mente. —Tenemos una tía y un tío que viven en Charleston y lo querían —digo—. Por un tiempo ese era el plan de mi madre. Pero después de pasar por los tratamientos y todo eso, las cosas cambiaron. Queríamos estar juntos en nuestra pequeña familia y aferrarnos a algo que conocíamos. Fue difícil al principio y todavía puede ser

frustrante a veces, pero tengo que recordar que cada momento de aquí en adelante empieza y termina con él. Tengo que hacerlo bien por la promesa que hice. —Todas tus mañanas... —murmura, con una pequeña sonrisa en los labios—. Me gusta. Decido que es justo si tengo que hacerle una pregunta. —Mi turno. —¿Tu turno? —Sí. —Asiento—. ¿Qué pasa con los leggings? Su frente se arruga con confusión. —¿Qué hay con ellos? —Bueno, veamos —digo, usando la punta de mi dedo para quitar la arena de los leggings en cuestión—. ¿Qué hay en estos? —Entorno los ojos—. ¿Se supone que son monos? —¡No son monos! ¡Son perezosos! Su enérgica indignación es adorable. —¿Perezosos? —Sí, aunque tengo un par de leggings de monos —admite. Me río. —Vamos. Sé que tiene que haber una historia allí. La mitad de ustedes se parece a cualquier otra chica de fraternidad o a una esposa de doctor en Green Cove y la otra mitad parece que tiene una idea diferente acerca de las cosas. —Es una tontería. —No es tonto —le aseguro. —Lo es en realidad, pero ya que me salvaste de esa fiesta y de la ira de mi hermana y me trajiste a la playa, te lo diré de todos modos. —Retira el brillante cabello castaño de los ojos antes de continuar—. Cuando Daphne y yo cumplimos catorce años, además del habitual certificado de regalo de la librería, nuestra abuela nos compró a cada una, una suscripción a un club de leggings del mes. —¿Leggings del mes? Habla en serio —la reprendo solo para enfadarla. Porque, si soy honesto, empieza a gustarme cuando se pone nerviosa—. Eso no existe. —Oh, existe —se burla—. Lo sé porque soy miembro. —¿Tienen tarjetas de membresía y apretones de manos secretos y cosas así? —Si te dijera eso, tendría que matarte. Me río. —Está bien, estoy curioso. Cuéntame más sobre los leggings.

—Bueno —dice con un suspiro—, predeciblemente, Daphne los odiaba. Y no sé... supongo que empecé a usarlos en la casa al principio porque eran cómodos, y luego lo hice como una broma para probar un punto a mi hermana. Pero al final me gustaron sólo para mí. —¿Por qué no te gustarían? Son suaves. Son elásticos. Y están cubiertos de perezosos. —Exactamente —responde, una sonrisa subversiva se extiende por su rostro— . Y de una manera extraña, tal vez usar leggings es mi idea de rebelarme. Todo el mundo piensa... —La sonrisa se desvanece y Amelia se gira para que todo lo que pueda ver es su perfil aureolado por la luz de la luna plateada. De este modo, casi pensarías que está iluminada desde adentro—. Ellos piensan que soy una perfecta beldad sureña o una estirada niña de papá o lo que sea, y los leggings son solo la forma más pequeña de hacer lo inesperado. ¿Tiene sentido? —Lo tiene —digo, mi mente recordándome lo que dije antes. La llamé perfecta, ¿no? —Sé que es una rebelión patética, como negarse a comer las verduras, pero eso vuelve loca a Nancy, así que debe estar funcionando un poco. —¿Quién es Nancy? Se queda callada por un segundo y noto que las puntas de sus dedos se clavan en la arena. —Nancy es mi madrastra. —¿Tus padres están divorciados? Una vez más, no habla de inmediato y me pregunto si me he excedido o he hecho una pregunta demasiado personal para ella. Pero entonces dice: —No, mi madre murió por complicaciones cuando nacimos Daphne y yo. La revelación me golpea con la fuerza de un camión. —¿Qué? Amelia se concentra en el agua y acerca las piernas hacia su pecho y se abraza las rodillas. —Sí. Tengo detalles confusos porque mi papá no habla mucho de eso. Obviamente no la recuerdo de la manera en que recuerdas a tu madre. Solo la conozco a través de imágenes, así que es extraño extrañar a alguien que nunca conocí. Aun así... lo hago a mi manera. Hace una pausa y oigo que su respiración cambia, se vuelve menos irregular. —A veces, cuando no estoy segura de cómo sentirme, pienso en mi padre y en lo que debe haber sentido él. ¿Puedes imaginarlo? Cuando se fue al hospital con mi madre, debió haber tenido tanta esperanza. Como, todo estaba en el horizonte para ambos. Y de repente quedó solo, volviendo a casa con dos hijas y sin esposa. sale.

Mi garganta se ha secado. Di algo idiota, me digo y abro mi boca, pero nada

Amelia baja la cabeza y por un momento, no puedo ver su rostro en la oscuridad. —Luego conoció a Nancy cuando Daphne y yo teníamos dos y... bueno, no quiero que pienses que es horrible. No es como una madrastra en una mala historia o algo así. Tiene altas expectativas y pueden ser difíciles de cumplir, pero ella nos ama. Y, en realidad, es la única madre que hemos conocido. Hay mucho que decir, pero no tengo idea de cómo empezar. Todo este tiempo he asumido que la vida de Amelia era lo que parecía en el exterior. Fácil. Sencilla. Sin complicaciones. Pero se está convirtiendo en lo mismo que uno de esos rompecabezas —esas ilusiones ópticas— donde cuanto más miras, más se inclinan las líneas y cambia la imagen. Y no sé mucho, pero sé que quiero quedarme y resolver el rompecabezas. —Lo siento —le digo finalmente, mi voz ronca. —Yo también lo siento. Y entonces me mira y me da esta sensación —sensación de estoy jodido— como que estoy de pie en una repisa alta y sé que hay una elección que hacer aquí. Puedo bajar de la repisa o puedo saltar. De cualquier manera, estoy a punto de perder mi lugar. —¿Crees que hay algo ahí afuera? —pregunta con voz solemne—. Quiero decir, ¿después? —Honestamente no lo sé, pero espero que sí. Amelia lo asimila. —Daphne piensa que es imposible, así que tenemos que vivir toda nuestra vida mientras podamos. —¿Qué piensas? —No estoy segura, pero, como todo lo que existe, todos somos átomos, ¿verdad? Somos casi iguales que las estrellas o la arena —dice, levantando la mano y dejando que la arena en su palma caiga entre sus dedos—, o las hojas en los árboles o el agua o el cielo, así que supongo que podemos no desaparecer por completo. Podría ser... —hace una pausa y toma aliento—, que simplemente nos convertimos en algo diferente. Tal vez sea extraño pensar en besar a Amelia cuando estamos sentados en la playa a medianoche hablando de nuestras madres muertas y si hay o no una vida después de la muerte, pero con el hechizo de la noche tortuosa alrededor de mí y mi corazón latiendo en un canto rítmico en mi pecho, eso es exactamente lo que estoy haciendo. Y cuando se vuelve hacia mí y su rostro está tan cerca del mío que puedo distinguir las pecas salpicando el puente de su nariz, el impulso me golpea tan fuerte que casi duele. —¿Eso suena loco? —pregunta con un hilo de voz. —No, eso suena bien para mí —le digo mientras desvío la mirada y trato de desentrañar la sensación apretada en mi abdomen.

No quiero sentirme atraído por ella. No quiero sentir nada de la forma en que me siento porque ya sé a dónde va a conducir. De ninguna manera una chica como Amelia Bright me elegiría jamás a mí y a mi complicada vida. Jamás.

s curioso cómo el paseo a la playa pareció ir muy rápido, pasaban presurosos clips de cielo negro y campos sombríos, pero el viaje a casa es más lento, más pesado de alguna manera. O tal vez estoy imaginando que es así porque ir a la playa fue uno de los mejores momentos de mi vida y estoy nerviosa que Sebastian no piense lo mismo. Y entonces empiezo a preguntarme por qué estoy tan preocupada de lo que él piensa sobre eso o sobre mí o sobre cualquier otra cosa ya que estamos. No es como si esto fuera una cita. Esto es... en realidad, no estoy segura de qué es esto. A los quince minutos de camino a casa, si me baso en el reloj de mi teléfono, activa las luces de cruce y sale de la carretera a un estacionamiento desierto frente a una deteriorada estación de gasolina. —Lo siento —dice, jalando el freno de mano—. Voy a tener que tomar algo de cafeína para mantenerme despierto. ¿Quieres algo? Por supuesto. ¿Qué te parece una idea de lo que estás pensando? Pero no digo esto. Obviamente. Solo asiento y lo sigo hasta la gasolinera vacía. El lugar está demasiado brillante y huele a cacahuetes hervidos. Enterrado detrás del mostrador hay un anciano leyendo una revista de pesca. Él nos mira con sospecha por un segundo y luego parece decidir lo que haremos y vuelve a sus señuelos y anzuelos. Dejo a Sebastian junto al zumbido de los congeladores y voy hacia la hilera de caramelos. —¿Red Vines? —Sebastian se espanta cuando pongo mi bolsa en el mostrador de registro junto a la bebida energética que él tomó. —Oh... ¿no estás de acuerdo? —pregunto, sintiéndome terriblemente insegura. —No, está bien —dice apresuradamente—. Pero la mayoría de la gente va por los Twizzlers. —Eso es porque no pueden apreciar la dulce genialidad de plástico que son los Red Vines. Se ríe y me doy cuenta de lo mucho que ha sonreído y se ha reído esta noche. Por mí. Y ese conocimiento me hace sentir extraña y casi mareada.

Después que pagamos, nos sentamos en el auto un momento, sin ir a ninguna parte, solo pasando la bolsa de Red Vines del uno al otro y hablando. Sebastian coloca canciones en su teléfono —principalmente bandas punk de los años 70, de las que nunca he oído hablar— y trata de enseñarme algunas de las letras. Y luego el reloj del tablero marca las tres de la mañana, y él se voltea hacia el volante de vinilo agrietado y dice: —Debería llevarte a casa. Tus padres probablemente se volverán locos. —Estoy segura que se fueron a la cama a las diez y no tienen idea de que no estoy allí. Y Daphne habría llamado si hubiera algún problema —digo, revisando mi teléfono solo para estar segura que no me he perdido nada—. Puede que esté enojada, pero no me dejará meterme en problemas. Es código de gemelas. —¿No te preocupas por la revisión a mitad de la noche? Me río. —Papá podría despertar alguna vez para revisar a Daphne, pero nunca le he dado una razón para preocuparse. —¿Así que ninguno de los tipos con los que has salido te ha mantenido fuera toda la noche, hablando con Red Vines? Se trata de una broma, pero tengo la sensación de que hay una pregunta subyacente. Quiere saber sobre mi vida amorosa o la falta de ella. —No ha habido tantos chicos —le digo, tratando de mantener mi nivel de voz cuando alcanzo la bolsa de Red Vines—. Y todos preferían Twizzlers. Se ríe entre dientes. —Además, se me ha quitado el gusto por los hombres desde que uno me hizo perder la carrera de tres piernas en el Field Day. Sebastian niega y tamborilea los dedos en el cambio de marchas. —Me preguntaba si lo recordabas. —¡Por supuesto que lo recuerdo! Estaba tan enojada. —Amelia, teníamos nueve años —me recuerda. Me encogí de hombros y giré el trozo de dulce rojo entre dos dedos antes de morder un extremo. —Aun así, odiaba perder. —Podría decirse, y pensaba que por eso nunca volviste a hablar conmigo. eso.

Me detengo, preguntándome si una pequeña parte de él realmente cree en —Bueno, ahora estoy hablando contigo.

Se recuesta en el asiento, inclinando la cabeza para que sus ojos grises estén todavía sobre mí. Dios, está bueno. Como, tres alarmas de incendio de bueno. —Lo sé. ¿Y he mencionado que me gusta?

—No exactamente. —Bueno, me gusta. —A mí también. Caemos en uno de esos silencios donde es evidente que ambas personas están pensando en algo, pero no quieren decirlo en voz alta. ¿Yo? Bueno, estoy pensando en lo cerca que estamos sentados y lo fascinante que es la forma de la boca de Sebastian y cómo incluso en los oscuros confines de la camioneta, puedo ver los pequeños vellos en su mandíbula y cuello y cómo nunca he besado a un tipo con barba rala antes. —Debo advertirte —dice, y tengo un momentáneo enloquecimiento creyendo que he verbalizado este último pensamiento, ya sabes, el de besarlo, pero luego Sebastian se aclara la garganta y sigue hablando—. No sé cómo hacer esto. —¿Hacer qué? Su mano se balancea de un lado a otro entre nosotros. Oh. Oh. —Quiero decir, no tenemos que... —La incertidumbre emana de todos mis poros. He comprendido completamente mal la situación. —No, no es así. —Cierra los ojos y niega—. Déjame explicar. No quiero que pienses que estaba diciendo que no me lo estoy pasando bien, pero debes saber que las cosas en mi vida no son fáciles. Después de todo lo que pasó con mi madre el año pasado, casi todos mis amigos se fueron. Mi novia desapareció más rápido de lo que se podría decir “asado en la playa”, y la mayoría de los chicos con los que crecí no podían entender cuán diferentes las cosas se volvieron para mí. Ellos todavía querían salir de fiesta y pasar el rato y planificar cómo entrar en los bares de Summerville con sus identificaciones falsas y esa ya no era mi vida. —No es la mía tampoco —le señalo. —Lo que estoy tratando de decirte —dice, frotándose la frente—, es que me acostumbré a que todo el mundo se desvaneciera. Seth es la única persona que está atrapada a través de todo conmigo y no estoy seguro de si es porque le gusta ser mi amigo o si es porque tiene una cosa por mi gato. —¿Tu gato? Asiente. —Jinx. Sonrío. —De todos modos —continúa con determinación, como si las palabras le presionaran—, los otros vienen de vez en cuando a preguntarme cómo estoy. Pretenden preocuparse, pero puedo decir que es principalmente por lástima. — Aquí, se detiene y en esa pausa, puedo oír lo que no está diciendo. No te atrevas a tener lástima de mí.

—No te compadezco, si eso es lo que estás pensando —respondo con la mayor dulzura posible. Quiero tanto estirarme y tomar su mano, pero no estamos listos para eso. Aún no—. Solo porque tu vida no es como la vida de todos los demás estudiantes en Green Cove no significa que tu vida sea mala. Admiro lo que estás haciendo con Carter. Traga y mueve la mandíbula. —Y ya que estamos siendo honestos, hay algo que probablemente debo decirte. —¿Qué es? —pregunta, frunciendo el ceño. Unos cuantos mechones de su cabello oscuro han caído frente a sus ojos y está tomando toda mi fuerza de voluntad no estirarme y apartarlos y recorrer sus pómulos afilados con mis dedos. —Soy alérgica a los gatos. Esto lo hace reír, y me refiero realmente a reír, y la tensión que nos rodea se desvanece. Todavía no estoy totalmente segura de saber de qué trataba realmente nuestra conversación —si Sebastian había estado tratando de decir con rodeos, pero de manera educada, que no tiene ningún interés en salir conmigo o si realmente estábamos hablando de forjar una amistad— pero, de cualquier manera, supongo que puedo vivir con ello. Respiro, mi corazón retorciéndose al decir esto. —Así que, ¿amigos? Sebastian me mira por un largo momento y lo siento de nuevo —esa extraña atracción, como el océano sobre la arena— enrollando sus dedos a través de mi caja torácica y tirando. —Amigos —dice.

En algún momento entre la medianoche y el amanecer, el tiempo y la realidad perdieron todo significado real para mí. Pero ahora que Sebastian se ha ido y estoy de pie con la ropa manchada de sal en mi propia alfombra de baño con un cepillo de dientes en la mano y mi sonrojado reflejo, todo vuelve a inundarme. Repaso esa horrible fiesta y mi pelea con Daphne y empiezo a sentirme enferma. La mayoría de la gente probablemente diría que es completamente normal que las hermanas se metan en discusiones, pero para mi hermana y para mí definitivamente no es normal. Claro, puedo burlarme de ella por ser descuidada y ella siempre me está sermoneando por ser tan seria, ¿pero llegar a una verdadera pelea como esa y alejarme enojada? Sí, nunca sucede. Casi tímidamente, me meto por la puerta de su dormitorio. La luz temprana del amanecer está fluyendo a través de las cortinas escarpadas, tiñendo la

habitación entera de un azul suave nacarado. Como es de esperar, mi hermana está completamente dormida como un tronco. Su cabello oscuro es un nido de ratas alrededor de su rostro y ronca suavemente en su almohada. —¿Daphne? —Le toco el hombro. No estoy segura de lo que pienso decir, pero necesito asegurarme de que estamos bien—. ¿Daphne? —¿Amelia? —Parpadea aturdidamente con los ojos abiertos—. ¿Por qué estás despierta tan temprano? —No me desperté. Ni siquiera he ido a la cama. Comienza a sentarse, la alarma borrando el sueño de sus rasgos. —¿Por qué? ¿Qué pasó? —Shhh —digo en voz baja—. Te lo diré más tarde, pero... ¿puedo dormir aquí contigo? Sé que estás enfadada conmigo, pero no quiero estar sola. En respuesta, Daphne tira de las sábanas de la cama y se encoge para hacer espacio. Aliviada, me arrastro bajo la manta y enrollo mi cuerpo en el de ella. —Lo siento —susurro después de un segundo. Rueda sobre su costado para que quedemos frente a frente. —No quiero que lo lamentes. Yo lo siento. —Eso significa... —Casi tengo miedo de preguntar—. ¿Tú y Spencer? Niega. —No, estamos bien —dice, con la voz delgada—. Pero no quiero pelear contigo por él. No quiero pelear contigo por nada. —Yo tampoco quiero eso —digo, estirándome debajo de las sábanas para darle un fuerte abrazo. Acepta el abrazo por un momento, pero, demasiado pronto, se estremece y se aleja de mí. —¿Qué pasa? —pregunto, preocupada de nuevo. —Me caí contra una puerta —dice, frotando tímidamente el brazo—. Eso fue después que te fuiste. Río suavemente. —Estabas tan borracha. Su sonrisa es un poco triste. —Lo sé y juro que nunca volverá a suceder. —Nunca es mucho tiempo —le digo. —Bueno, al menos no hasta el próximo fin de semana —rectifica mientras desliza una mano debajo de la almohada y se sacude el cabello para que quede atrapado debajo de su hombro—. Dime, ¿de verdad saliste de la fiesta con Bash Holbrook? Porque eso es lo que dijo Audra.

Asiento en silenciosa confirmación. —¿Cómo es él? —Él es... no es de la manera que todo el mundo dice que es. ¿Sabes cuando faltó todo ese tiempo a la escuela el año pasado y la gente creyó que se metió en problemas? —¿Sí? Niego débilmente. —No fue expulsado ni huía de la policía. Su madre se estaba muriendo y él la trasladaba de un lado para otro a las citas con el médico. —Vaya. —Su voz vacila—. Ni siquiera sé qué decir. —Lo sé. Y esta noche me llevó a Murrels Inlet y fue... bueno, fue increíble. Los ojos de Daphne se abren grandes y serios. —Dímelo todo. —Lo haré, lo haré —le respondo con un bostezo—. Pero no en este momento, ¿de acuerdo? Juro que, si no voy a dormir en los próximos treinta segundos, voy a empezar a alucinar. Ríe. —Por lo menos dime si ustedes están, algo así como, juntos. —No es así con él —insisto, tal vez tratando de convencerme tanto como a ella—. Solo somos amigos. Me mira escéptica. —¿Amigos que van a la playa a mitad de la noche? —Bueno… sí. Suspira melancólicamente. —Si tú lo dices. —Lo digo. —Está bien. Buenas noches. —Y con eso, mi hermana se vuelve y se acurruca a su lado del colchón. —Buenas noches, Daphne. Me alegro que estemos bien. —Yo también. —Te amo. —Te amo más —susurra en respuesta. Cierro los ojos contenta, y exhalo lentamente, dejando que mi cuerpo se asiente en el silencio. Y justo cuando los profundos huecos del sueño me agarran los tobillos y me arrastran por la superficie, tengo un último pensamiento. Me pregunto si tal vez, solo tal vez, mis sueños estarán llenos de hierbas pantanosas,

olas oscuras, y parpadeante luz de las estrellas y lo mejor de todo, Sebastian Holbrook.

an sido nueve días y contando —dice Seth mientras recoge una gran cantidad de patatas fritas y las pone en un plato llano en su bandeja de la cafetería. Lo sigo por la fila del comedor y alcanzo uno de los panes de sésamo que han estado metidos junto a una pila de apariencia aguada de trozos de melón. —¿Desde qué? —Desde la fiesta de Byron y ésta increíble amistad con Amelia Bright — responde, moviéndose hacia los perritos empanados. Toma dos y los empapa con queso artificial. Desde que hemos sido niños, el apetito de Seth me ha fascinado. —¿Qué se supone que significa eso? —Amigo, para empezar, te marchaste de la fiesta con ella, que por cierto no me has dicho ni una sola cosa. Aunque —continúa con una débil sonrisa—, tengo que decirte, mi imaginación ha llenado mucho de los espacios. —Tu imaginación se equivoca. Seth ignora esto. —Y ahora estás hablando con ella en los pasillos entre las clases y llevándole regalos. —No le estoy llevando regalos —protesto con frialdad. —Entonces explica lo que sucedió ayer en el descanso de la mañana. —Le di una bolsa de Red Vines. —Red Vines —repite con preocupación, como si de repente hubiese comenzado a hablar en lenguas desconocidas y lo encuentra asombroso. Niega y le entrega la tarjeta de estudiante a Evelyn, la señora que lleva el registro de la cafetería. —Bash, darle golosinas a una chica es el equivalente de tatuar su nombre en un corazón y postear esa mierda en Instagram. Jesús, ¿eso es cierto? —No es así entre nosotros.

—¿Entonces cómo es? —Ella es… genial. Eso parece desconcertarlo aún más que los Red Vines. —¿Ella es genial? Y una mierda. ¿Eso es todo lo que vas a decir? —No estoy seguro qué más quieres de mí. —Quiero detalles, y por “detalles” quiero decir que necesito saber si su trasero es tan perfecto como pienso que es —presiona, guiñándole a Evelyn cuando lo mira con desaprobación. —No podría saber nada de su trasero. —Excepto que se veía genial en el jean que llevó el lunes a la escuela, una observación que no estoy a punto de compartir con Seth. —Bien, bien… no me digas nada todavía. Pero al menos asegúrame que esto significa que vas a salir de tu depresión. —¿Mi depresión? —Ese estado triste y románticamente torturado en el que has estado desde el año pasado. —La única cosa que clasificaría como torturado es ser forzado a tener esta conversación contigo —digo definitivamente—. Y Amelia y yo somos amigos. Fin de la historia. —¿Amigos? —Amigos —repito. Y es la verdad. Bueno, al menos pienso que es la verdad. —Ajá. —Nada de ajá. Te hace sonar como una chica. —¿Qué hay de malo en que suene como una chica? No seas tan misógino. —¿Yo? —Me ahogo—. Fuiste tú el que estaba preguntando sobre traseros, imbécil. —Eso fue por fines de investigación —me dice, como si eso tuviese todo el sentido. Luego apoya su bandeja de comida en una mano y señala a través de la cafetería—. Y si realmente eres tan amigo de Amelia, vayamos allí y comamos hoy con ella. —¿Te drogaste durante la cuarta hora o algo así? No vamos a comer con ella. —¿Por qué no? —Porque… Una cosa es hablar con Amelia cuando solo somos nosotros dos en la playa por la noche o charlar con ella unos minutos en el patio antes que suene la campana. Pero algo diferente es ir a sentarse con ella en su mesa bajo la mirada de cientos de compañeros de clase que parecen ser capaces de ver a través de mi piel hasta mis huesos.

—Parece sola —comenta él. Amelia está aplastada entre Audra Singer y su hermana, Daphne, que está hablando con ambas animadamente. Parece tan sola como una sardina apretujada en una lata y se lo digo a Seth. —Aun así, creo que podría querer algo de compañía —argumenta, mirando a Daphne. —¿Esto es de lo que se trata? ¿Su hermana? Seth sonríe lobunamente. —¿Te das cuenta que Daphne Bright tiene novio? Y que juega en el equipo de fútbol y conduce un BMW. No puedes competir contra eso, Seth. —Un hombre puede soñar, ¿no? No veo señal de ese idiota ahora mismo, ¿tú? Es cierto que Spencer McGovern no está a la vista. —No importa. No podemos ir simplemente a su mesa. —¿Por qué no? Dijiste que eras amigo de ella. Los amigos comen juntos. —Hay un orden social. —¿Quién eres… la señorita Modales? Orden social mi trasero —murmura, acortando camino en dirección a la mesa de Amelia. —No te… —Pero es muy tarde. Seth ya está deslizando su bandeja por la mesa. Las tres chicas saltan en sorpresa. —Hola —saluda él, inclinándose hacia delante invadiendo espacio. Audra parece vagamente molesta por la interrupción, pero Daphne está riendo. No estoy seguro de qué demonios está pensando Amelia. Su rostro se ha convertido en una suave sombra rosa y ha bajado la mirada. Seth no está retrocediendo. —Bash aquí, estaba hablando de ti y se hizo muy claro que quería comer contigo, pero fue demasiado marica para pedirlo él mismo. Agradable. —No escuchen nada de lo que diga —les indico mientras comienzo a alejar a Seth tirando del cuello de su camiseta—. Recientemente acaba de salir voluntariamente de un psiquiátrico en contra de las órdenes del médico. —No, está bien —contesta Amelia, alejando su silla y dándole un codazo a Daphne durante el proceso—. Son bienvenidos a sentarse con nosotras si quieren. —Por supuesto que él quiere —indica Seth, jalándome hacia el asiento y dejándose caer junto a Daphne. Antes que pueda ponerse muy contento por su arreglo, Spencer McGovern, usando expresiones para mantenernos a todos callados, se escabulle hasta la mesa y comienza a hacerle cosquillas a Daphne. Ella chilla de risa y se levanta hasta el regazo de él, envolviéndole los hombros con los brazos. Un par de sus amigos

deportistas también se sientan. No conozco sus nombres, así que decido pensar en ellos como Imbécil#1 e Imbécil#2. Seth se ve preparado para apuñalar a alguien entre los ojos y lo entiendo. Ver a Daphne arrimarse al cuello de su novio y escuchar a Imbécil#2 contar una historia de cómo ordenó el valor de un galón de lubricante y lo envió al condominio de nuestro director, no estaba en ninguna de nuestras listas de cosas por hacer antes de morir. Pero en términos de situaciones incómodas, supongo que podría ser peor. Siempre podría ser elegido por el presentador de un juego para cantar una canción de Journey al estilo karaoke y ser atado a la fuerza a una mesa para tener mis testículos depilados con cera. —¿Aún lo estás pasando bien? —pregunta suavemente Amelia cuando Spencer comienza a entretenernos con historias sobre la vez que robó el yate de su padre. Sí, este idiota está usando la palabra “yate”. —¿Estoy siendo tan obvio? —Es la forma en que estás sentado, como así —indica, encorvándose hacia adelante y poniendo un gesto abatido—. Y como pareces amar mucho ese pan. Me doy cuenta que está repitiendo lo que le dije esa noche en la fiesta de Byron y comienzo a reír. Eso llama la atención de Daphne. Saca el rostro del cuello de Spencer, apartando los dedos de su cabello y pregunta: —Bash, ¿dónde conseguiste esa camiseta? Me encanta. Bajo la mirada porque he olvidado qué llevo puesto. Es una camiseta azul marino con un gráfico que representa un montón de teléfonos móviles colocados en forma de una gran silla. Recuerdo que lo dibujé una noche cuando estaba en medio de un maratón de Juego de Tronos. Fue modelado en un póster publicitario del programa y había sido un juego de palabras. Entiendes… Juego de Teléfonos. Probablemente estúpido, pero me hizo reír en su momento. —La diseñó él —responde Seth por mí. Lo miro irritado. Sabe que no me gusta hablar sobre esta parte de mi vida. —También hizo la mía —continúa, señalando su camiseta con el dibujo de la tierra llevando unos lentes de carey. En la cima con letra gruesa se lee: El Mejor Estudiante del Mundo. —¿Dibujaste eso? —pregunta Amelia. Luego se inclina para ver mejor el diseño de mi pecho. Atrapo el olor de su champú y mi cabeza da vueltas. —¿Cómo lo hiciste? —pregunta Audra, inclinándose también. —Uso pintura o carbón para la imagen básica y luego un programa informático para digitalizarla y finalizo el diseño. Amelia aún está mirando mi camiseta. —Vaya, eres realmente talentoso.

—¡Lo eres! —dice Daphne con entusiasmo. Detrás de ella, Spencer me está mirando e imagino que el tipo está molesto por perder el foco de atención. —Mi chico tiene habilidades increíbles —indica Seth, luego muerde un perrito rebozado—. Tiene todo un armario lleno de diseños. Amelia pestañea. —¿De verdad? —No es algo importante —respondo—. Solo un par de camisetas. Estoy esperando que el tema muera rápido, pero Seth tiene otros planes. Ahora ha sacado el teléfono y está mostrando imágenes de diseños que he hecho. —Están catalogados de los más nuevos a los antiguos —les explica, sonriendo demasiado hacia Daphne. Amelia le quita el teléfono de la mano y pasa a través de la galería, deteniéndose ocasionalmente para ampliar el diseño. —¿Esto es lo que quieres hacer cuando te gradúes? Me encojo de hombros. —Nah, solo es por diversión. —Probablemente podrías entrar en una buena universidad con estos diseños —comenta. —¿Ves? Gracias, Amelia. —Seth está sonriendo—. Le he estado diciendo desde hace tiempo que debería intentar la escuela de arte. —No voy a ir a la escuela de arte —protesto, molesto. Amelia entrecierra los ojos. —¿Por qué no? —Porque esas son camisetas, no arte de verdad. —Siempre podrías ir a la escuela de moda como un maricón —susurra Spencer fuertemente. Imbécil#1 e Imbécil#2 creen que es la cosa más divertida que han escuchado y comienzan a reírse a carcajadas incontrolablemente, lanzando trozos de patata frita y Mountain Dew a través de sus labios. —¡Son tan asquerosos! —grita Audra, lanzando un par de servilletas para limpiar el desastre. —Tiene razón. Son peor que unos pequeños cachorros sin entrenar —espeta Amelia—. Y Spencer, puedes irte al infierno. Spencer le hace un puchero fingido. —Ohhh, ¿ofendí tus delicadas sensibilidades? ¿Eso significa que eres una amante de la moda o una amante de maricas? —Para tu información, ambas cosas —contesta ella, y estoy tan impresionado que quiero estirar el brazo y palmearle en la espalda.

—Chicos… —se queja Daphne—. Por favor, no peleen de nuevo. —No estamos peleando, nena —asegura Spencer, palmeándole el muslo—. Tu hermana y yo solo nos estamos divirtiendo un poco. Audra pone los ojos en blanco. —Sí, si llamas a actuar como un imbécil intolerante divertido. Antes que Spencer o cualquiera de sus amigos pueda pensar en una respuesta que merezca la pena, la campana suena, señalando que es casi la hora del quinto periodo y la cafetería entra en modo limpieza. —Espero que no los tomes en serio —dice Amelia mientras reunimos nuestra basura y lo llevamos al cubo más cercano—. No estoy segura que cualquiera de ellos pueda recitar el alfabeto como para decirte nada sobre el arte. —Aprendí hace mucho tiempo a no dejar que los payasos como Spencer me afecten. Por cierto, ¿siempre comes con ellos? —No si puedo evitarlo. Mañana estoy planeando apresurarme y esconderme en la biblioteca durante el almuerzo así puedo estudiar para el examen de español. Eres bienvenido a unirte. —¿Sí? —pregunto, sorprendido por la invitación. —Claro. Incluso compartiré mis fichas contigo. Me río. —¿Fichas? Ahora estás sacando la artillería pesada. —Lo intento —bromea, sonriendo mientras pone su bandeja en el estante encima del cubo de la basura—. Pero, oye, sabes que antes lo decía en serio, ¿verdad? Podrías hacerlo. —¿Hacer qué? Tira de mi camiseta. —Hacer esto en la universidad. —La universidad no está en las cartas para nosotros. —¿Quieres decir que no has pensado en ello? —No es que no haya pensado en ello. Pero Carter es mi principal prioridad y no veo cómo yendo a la universidad encaja en su vida. Por no mencionar que la tutoría, los libros y la renta no son exactamente gratis. —Mierda… ¿Qué estoy intentando decir? Sé que no es de mi incumbencia. — Niega y se muerde el labio de forma tímida. Es malditamente linda—. No quería ser insensible. —No te disculpes —digo—. Si las cosas fuesen diferentes, no lo sé, quizás querría mirar las universidades. Pero por como son las cosas ahora mismo, no puedo. Tengo que tomarlo un día a la vez.

Asiente, luego nota a Seth esperándome junto a la puerta del hueco de la escalera. —Tenemos la siguiente clase juntos —le indico. —Está bien, bueno… —Se aleja de mí lentamente y pregunta—: ¿Te veré esta tarde? Estoy confundido, o tal vez distraído por la forma en que se ven sus piernas en la falda que está vistiendo. Se ha deshecho de los leggins y mocasines en favor de unas simples sandalias de cuero y es la primera vez que he visto sus dedos de los pies a la luz. No puedo pasar desapercibido que están pintados de morado. —¿Qué? —pregunto estúpidamente. —¿Esta tarde? ¿Carter y la tutoría? ¿Te veré? En realidad, iba a pedirle a Seth que recogiese a mi hermano hoy así podía ofrecerme a quedarme un par de horas más en el trabajo y ganar otro par de horas, pero ahora estoy deshaciéndome de ese plan y reorganizando mentalmente mi horario. —Definitivamente me verás.

No llego tarde para recogerlo. En realidad, llego a la escuela primaria quince minutos antes, y no me pierdo la mirada de sorpresa en el rostro de la señora Hopkins cuando me ve atravesar la puerta. Carter y Amelia están sentados juntos ante una de las mesas de la parte de atrás y sé al momento en que registro la mirada descentrada del rostro de él que algo no está bien. —¿Qué está mal? —Ha tenido un mal día —responde Amelia, acariciándole la espalda. Me siento a su lado en el banco y pongo las llaves sobre la mesa. —¿Vas a decirme qué sucedió? Con un suspiro afligido dice: —Brecken fue malo hoy conmigo en la hora de comer. Me llamó estúpido porque estoy en el último grupo de lectura y le dijo a todo el mundo que ni siquiera sé cómo multiplicar. —Amigo, estás en primer grado. No creo que ninguno de esos niños sepa multiplicar aún. Para mí suena como si ese niño Brecken solo se estuviese metiendo contigo.

—Y tienes que recordar que con todo el trabajo duro que has estado haciendo últimamente, vas a estar subiendo al siguiente grupo de lectura muy pronto — asegura Amelia. Carter sorbe por la nariz. —¡No es solo eso! Brecken no me dejará jugar en su equipo durante el recreo porque soy muy pequeño. Dijo que soy un bebé y probablemente aún llevo pañales. —Oye, oye —lo tranquilizo—. No eres un bebé, de hecho, sé que no llevas pañales. —¿Entonces por qué diría eso? —Porque… —Dirijo la mirada hacia Amelia. Necesito ayuda y la necesito desesperadamente. —Si me lo preguntas —interviene con confianza—, Brecken parece un abusón y eso significa que por alguna razón le hace sentirse mejor hacerte sentir mal a ti. —Pero eso no tiene ningún sentido —se queja él, negando con tanta fuerza que su cabello castaño le cubre los ojos. —Sé que no lo tiene, ese es el porqué no puedes dejar que lo que él piense te moleste tanto. Encoje sus pequeños hombros. —Supongo. —Amelia tiene razón. Es duro, pero tienes que intentar ignorar a este niño —le digo—. Y olvidar el comentario de bebé. Vas a crecer igual que yo y no me parezco a un bebé, ¿cierto? Inclina la cabeza a un lado y me escrudiña. —¿Eso significa que también voy a conseguir vello en el rostro? Me rasco la barbilla, sintiendo los espinosos vellos en la punta de los dedos. —¿Quieres vello en el rostro? —Por supuesto que quiero vello en mi rostro. Entonces nadie me llamará bebé —responde Carter con seriedad. —¿Por qué esperar? —Amelia me entrega un rotulador negro y añade en un susurro que Carter no puede escuchar—: Se puede lavar. Sujeto la cabeza de mi hermano y dibujo un grueso bigote encima de su labio superior, asegurándome de añadir dramáticas curvas retorcidas en las esquinas. Se ve ridículo, como un villano de dibujos, y me toma un gran esfuerzo mantener una expresión seria cuando Amelia tiende un pequeño espejo que saca de su bolso y pregunta: —¿Mejor? Carter gira la cabeza de un lado a otro, estudiando cuidadosamente su reflejo. Luego su rostro estalla en una sonrisa y lanza sus brazos alrededor de mi cintura.

—¡Eres el mejor! —Realmente vas a amarme cuando te diga qué más tengo planeado para hoy. —¿Qué? ¡Dime! ¡Dime! Me pongo una mano sobre la cabeza para hacer una aleta. —Ta-ra-ra-rah —canto una interpretación desafinada del tema de Tiburón. —¡Me vas a llevar a cazar tiburones! —exclama, saltando sobre los pies y chocando las manos. Amelia está pálida. —¿Van a ir a cazar tiburones? —No —respondo a través de la risa—. Vamos a buscar dientes de tiburón. Su expresión se calma. —Está bien, eso tiene un poco más de sentido. ¿Así que van a ir a la playa? —No —responde Carter—. Vamos a buscarlos en las calas cercas de nuestra casa. Puedes encontrarlos en cualquier lugar que solía estar bajo el agua. —Podemos hacerlo siempre que nos demos prisa —le indico a él—. Aún tenemos que ir a casa y tomar tus botas para el barro y llegar a Blackwater Creek antes que anochezca. Tirando de las correas de su mochila sobre los hombros, le dice a Amelia: —Una vez, Bash encontró un diente así de grande en Blackwater Creek. — Abre los brazos todo lo que puede. —Fue más como esto —corrijo, separando el pulgar del índice unos cuatro centímetros. Ella se ríe. —Pasen un buen momento. —Puedes venir con nosotros —la invita Carter, entrecerrando los ojos con esperanza—. Puedo mostrarte qué buscar exactamente, porque soy realmente bueno en ello. —Me encantaría, pero desafortunadamente tengo que ir a un banquete con el equipo estudiantil. ¿La próxima vez? —Está bien, quizás incluso podemos llevarte a la playa. Bash dice que puedes encontrar los mejores con marea baja. Amelia inclina la cabeza hacia mí. No sé qué está sucediendo en su mente, pero estoy pensando en nuestra noche juntos y la forma en que olía su piel y cómo sus suaves ojos marrones brillaban con la luz de la luna. —Me gustaría eso —afirma, pestañeando y rompiendo nuestra conexión—. Me gustaría mucho.

—Carter, necesitas sentarte quieto —le recuerdo. Está tan excitado por ir a buscar dientes de tiburón que está saltando en su sillita para el auto y dándole patada a la parte de atrás de mi asiento. —¿Cuántos crees que conseguiremos hoy? ¡Tal vez un millón! —¿Un millón? ¿Realmente crees eso? —¡Sí! ¿Sabes cuántos ceros hay en un millón? —¿Cuántos? —pregunto. —¡Seis! —me dice orgullosamente—. Uno, cero, cero, cero, cero, cero, cero. —Vaya. —Asiento. —¡Lo sé! Y creo que incluso puedo contar los ceros de un billón. —De ningún modo —digo, contento de que parece que ha olvidado todo sobre el chico que se metió hoy con él. Comienza a contar con los dedos. —Uno, cero, cero, cero, cero, cero, cero, cero, cero, cero. ¡Eso son nueve! —Buen trabajo. —¿Cómo de grande crees que tiene que ser una jarra para contener un billón de dientes de tiburón? Me río entre dientes. —No tengo idea. —Quizás tan grande como el auto. —Supongo que dependería del tamaño de los dientes —comento mientras entramos en nuestra calle. Carter se desabrocha de la silla y salta por la consola al asiento delantero. —Si encontramos un billón de dientes de megalodon probablemente necesitaríamos una jarra como el tamaño de la casa. —Probablemente. —Estaciono el auto y veo que hay una pequeña mujer cerniéndose sobre la puerta de entrada de la casa. Genial, probablemente está ahí para intentar vendernos una aspiradora o una biblia. Carter frunce el ceño. —¿Quién es la mujer? —No tengo idea, amigo, pero será mejor que lo averigüemos. —Parece una profesora.

O un director de funeraria, pienso, notando su portafolio y su traje serio. Ciertamente parece fuera de lugar en este lado de la ciudad donde la mayoría trabaja con sus manos y no tienen un centavo. —Lo que sea que esté vendiendo, señorita —digo mientras nos acercamos por el camino de conchas de ostras hacia el porche de entrada—, lo siento por las molestias, pero no vamos a comprar nada. La mujer alza las cejas y mira entre mi hermano y yo, posando la mirada sobre la marca de bigote en su rostro. —No estoy aquí buscando una venta. ¿Puedo preguntarte si siempre permites que este niño viaje en el asiento delantero de tu camioneta? Carter le responde: —Solo se me permite cuando estamos en nuestra calle. Pongo una mano en su hombro y hago que dé un paso atrás. —No quiero ser maleducado, pero no es de su incumbencia. —En realidad, sí lo es —me informa con una sonrisa falsa—. Estoy en el Departamento de Niños y Servicio Familiar del estado Green Cove. ¿Qué demonios? Me da un vuelco en el estómago y sé que Carter no puede estar haciéndolo mucho mejor. Infiernos, puedo sentir la forma en que él me está mirando y la ansiedad exudando de su pequeño cuerpo. —Carter —le digo tranquilamente—. ¿Puedes volver a la Bronco y tomar tu lonchera? Creo que la dejaste en el asiento trasero. Traga saliva y asiente, con preocupación en sus ojos oscuros. Cuando estamos solos, la mujer extiende una tarjeta de color marfil que estoy demasiado sorprendido para leer. —Soy Elaine Travers —se presenta—. Y tú debes ser Sebastian Holbrook, ¿el tutor legal de Carter Holbrook? Un millón de pensamientos se me pasan por la cabeza, asiento. —Recibimos una queja sobre la situación en casa de un menor y estoy aquí por una inspección sorpresa. —¿Recibió una queja? ¿De quién? —No tengo la libertad de decirlo. —Pasa su mirada de mí hacia la puerta—. Si está conforme con dejarme echar un vistazo dentro, esto debería ser muy rápido y simple. —¿Y si no le dejo entrar? —Entonces tendré que ponerme en contacto con mi oficina y hacerle saber que no estás cooperando. Y las cosas… bueno, se harían más complicadas. Complicado no es algo que quiera.

—¿Qué necesita mirar? —Es una inspección general del lugar para asegurarme que la casa está limpia, que hay comida, y no hay señales de una actividad ilegal. Asiento, agradeciendo silenciosamente cualquier instinto que me hizo ir al supermercado ayer. Al menos tenemos las cosas básicas. —Ya he comprobado el registro de asistencia escolar de Carter y hablado con sus profesores —comenta, sorprendiéndome—. Si no estás escondiendo nada aquí en la casa, no deberías tener nada por lo que preocuparte. Los profesores de tu hermano informan que está haciendo progresos con su trabajo escolar. —Está bien —acepto, metiendo la llave en la cerradura. Siento el estómago demasiado revuelto para seguirla así que me quedo allí en el porche, observando cómo se mueve alrededor de la sala de estar con el portafolio en una mano y la carpeta en la otra. —¿Bash? —susurra Carter, subiendo los escalones detrás de mí y tomando mi mano en la suya. Su piel está caliente y sudada—. Hoy no vamos a una caza de tiburones, ¿no es así? Bajo la mirada hacia él y aprieto mi agarre. —No, amigo. No creo que lo hagamos. —¿Está sucediendo algo malo? La furia se expande por mi pecho. ¿Quién nos haría esto? —No. Todo va a estar bien —aseguro, más determinado que nunca a hacer que esto funcione—. Lo prometo.

stás bien? —pregunto, pasando la página de mi cuaderno y usando un bolígrafo rosa de gel para subrayar una de las palabras de vocabulario que sigue atormentándome. —¿Hmm? —gruñe Sebastian, sin levantar la mirada del libro abierto frente a él. Es jueves y hemos pasado el almuerzo en la esquina trasera de la biblioteca estudiando español. —Pregunté si todo está bien. —Las cosas están muy bien, Amelia —dice. La curiosidad que me ha estado molestando por los últimos diez minutos presiona más fuerte en mi pecho. —¿En serio? Porque pareces como, no sé, apagado. Levanta la mirada, su cabello negro cayendo sobre sus ojos. —No es nada. —¿Es por eso que has leído la misma página por lo menos cien veces? Sus cejas bajan y una mirada molesta lo atraviesa. —Estoy estudiando. ¿no es eso por lo que estamos aquí, Amelia? Siento un ramalazo de calor en mis mejillas y dejo caer la cabeza. —Lo siento, no debí haber preguntado. —No… soy yo. Mierda —dice, su pecho elevándose lentamente mientras inhala—. No estoy acostumbrado a explicarme ante nadie. —No tienes que explicar nada que no quieras. —Dios, ¿por qué soy tan tonta? Sueno como un anuncio de servicios públicos hecho por un consejero. No tienes que hacer nada que no quieras. —Pero quiero —dice. Muerdo un poco mi labio inferior. —¿Estás bien?

—Es sobre Carter. Una ráfaga de preocupación atraviesa mi cuerpo. —¿Qué está mal? ¿Te preocupa que ese niño aun esté molestándolo? —No es eso. Cuando llegamos a casa ayer, había una mujer esperándonos de servicios sociales. —¿Qué? ¿Por qué? —Una inspección sorpresa a la casa —dice—. Alguien presentó una queja anónima. —¿Sobre Carter y tú? —pregunto, pensando que no lo estoy entendiendo bien. Asiente. —Dio vueltas asegurándose que todo estuviera correcto así que espero que estemos a salvo. —¿Cómo está Carter? —Todo el tiempo estuvo aterrorizado y te diré que yo estaba casi igual —dice y puedo escuchar la furia en su voz—. Estoy tratando de entender esto en mi cabeza, pero no descubro quién nos reportaría. —Alguien que no te conoce muy bien. Me mira. —O alguien que me conoce demasiado bien. —No creo eso. Te he visto con Carter. Lo amas. Sebastian aclara su garganta y se recuesta en la silla. —Lo hago, pero no es todo lo que se necesita. —Es un buen comienzo. —Tal vez. —Sacude el pensamiento y vuelve a enfocar sus ojos en mí. —¿Puedo preguntarte algo que me ha molestado antes? Sebastian levanta una ceja. —Dispara. —¿Dónde está tu padre? Veo un movimiento en su mandíbula. —Ya no está en escena. Y es lo mejor. —Oh. —Era un borracho que solía sentirse bien golpeándonos a mamá y a mí. —¿Y qué paso? —Naturaleza. —¿Qué quieres decir? —pregunto confundida.

—Hace como tres años, finalmente fui más grande que él. Así que una noche cuando las cosas se pusieron realmente feas, lo golpeé y le dije que mejor se fuera y nunca volviera a mostrar su horrible rostro. —Se encoge de hombros—. Hasta ahora no lo ha hecho. No sé cómo responder. Abro la boca para decir algo, lo que sea, pero nada sale. La campana suena entonces y no puedo evitar pensar, salvada por la campana. —Gracias por escucharme, Amelia —dice, deslizando un lápiz entre las páginas de su libro para mantenerla—. Lamento que no avanzáramos mucho en español. —No importa —le digo, y quiero decirlo—. Simplemente estudiaré en casa esta tarde. Sabes que eres bienvenido a unirte si estás libre. —¿En tu casa? Asiento, los nervios llenándome. —¿No les importará a tus padres? —Mi padre estará trabajando y mi madrastra tiene su círculo de bordado esta tarde. Sonríe. —Está bien. Llevaré los Red Vines.

Sebastian Holbrook está en mi casa. Repito esa oración como un mantra mientras corro por mi habitación, buscando cualquier cosa que podría avergonzarme. Frére Jaques, el conejo de peluche que usualmente se sienta en mi cama es la primera víctima de mi frenética limpieza. Con un beso en su esponjosa frente, lo meto en mi tocador y entonces estoy buscando ropa interior, buscando en cada superficie para asegurarme que no hay ni un trozo de encaje a la vista. Soy una persona bastante limpia así que es un trabajo rápido, lo que es afortunado porque he dejado a Sebastian abajo con Daphne y no puedo decir lo que saldrá de su boca si le doy suficiente tiempo. Mi único consuelo es que Nancy no está en casa esta tarde. Es difícil imaginarla teniendo algo bueno que decir de Sebastian, con su cabello despeinado y jeans desgastados. De nuevo, el pensamiento me abruma: ¡Sebastian Holbrook está en mi casa! Jadeando y secando las palmas de mis manos en mis leggings negros, me apresuro escaleras abajo y vuelo a la cocina. Está sentado en uno de los taburetes de la barra de desayuno, comiendo una barra de arroz y escuchando a Daphne describir (en minucioso detalle) el vestido que acaba de comprar para el Baile de Bienvenida.

—... y entonces baja en la espalda así —dice, girando alrededor y mostrándole con la mano cómo cae el vestido—. Y tiene una perfecta rosa completa de chiffon que esconde el cierre. sé cómo suena, pero prometo que no es demasiado. Sebastian asiente como si estuviera siguiendo cada palabra y sonrío. Honestamente, si no fuera por la mirada medio perdida en sus ojos, podría pensar que encuentra la afición de mi hermana por su vestido interesante. —Oye, ¿estás listo? —pregunto, pensando en cuan raro es verlo aquí, en mi espacio, con la colección de porcelana China de Nancy justo encima de su cabeza. —Seguro —dice, casi saltando del taburete. —Bueno, diviértanse. —Daphne suspira y se recarga en el mostrador de granito—. Bash, si quieres, puedo terminar de contarte del vestido más tarde. Él luce tan horrorizado por la propuesta que casi me suelto a reír. —Uh —dice, caminando, pero tratando de no ser obvio al respecto—. Eso sería genial, Daphne. Realmente genial. —Gracias —le susurro cuando estamos en las escaleras. —¿Por qué? —Por complacerla. Entiendo el autocontrol que toma porque la he estado escuchando describir el vestido —le digo, usando comillas—, por dos días. Dice: —Es muy aficionada al chiffon. —Y al tul. —Y al fruncido, lo que sea que sea eso. —No olvides las lentejuelas. —Como si pudiera olvidar las lentejuelas. Para el momento en que llegamos a mi cuarto, ambos estamos riendo. Abro la puerta y doy un paso atrás para dejarlo pasar. ¡Sebastian Holbrook está en mi habitación! Nerviosa, lo veo rodear mi cama, revisando mis pequeñas cosas. Mis viejas zapatillas de ballet y joyería colgando en un tablero cerca del closet. El frasco lleno de conchas que Daphne y yo recolectamos hace tres veranos en Pine Island en los bancos de arena. La pequeña colección de cajas musicales alineadas en mi escritorio como un tren. Las fotos enmarcadas a lado de mi cama y las almohadas apiladas cerca de la ventana. —¿Qué pasa con las almohadas? —pregunta, parándose junto a mi librero. —Me gusta estudiar bajo la ventana por la luz. No responde de inmediato, solo revisa un estante, examinando un arcoíris de lomos de libros. —Tienes muchos libros, ¿los has leído todos?

—No todos. Me mira con una media sonrisa que comienzo a conocer. —Pero la mayoría, ¿no? Arrugo la nariz. —Probablemente, aunque no tengo tanto tiempo para leer como me gustaría últimamente. —Siempre hay tiempo para los libros —dice—. Y ahora que sé cuánto te gusta leer, tendré que presentarte a Neil Gaiman. Recuerdo que me dijo que Neil Gaiman era su autor favorito. —Me gustaría eso. —¿Cuál es tu favorito de todos los tiempos? —pregunta, apuntando a los estantes. Pedirle a un lector que escoja un libro es casi imposible. Escaneo los estantes por un minuto, deteniéndome en uno de mis misterios favoritos de Sherlock Holmes y un libro acerca de una mujer entrenada desde niña como Geisha, antes de finalmente decidir. Saco el libro, uno que había sido originalmente de mi madre cuando estaba en la universidad, y le muestro la portada. —¿Cumbres borrascosas? Asiento. Sebastian lo considera y dice: —Entonces eres una romántica. —Nadie me ha llamado romántica antes. Planeadora, acumuladora tal vez… no romántica. —Cualquier chica que escoge a Heathcliff y Catherine por encima de todos los personajes en el mundo es una romántica o está ligeramente deprimida. Me encojo de hombros. —Entonces tal vez estoy deprimida. lado.

—Recuerdo cómo fuiste en la playa así que estoy inclinándome hacia el otro No tengo idea de qué decir así que incómodamente cambio el tema. —Así que... ¿español?

Sebastian sabe lo que estoy haciendo, pero me sigue la corriente y tomamos cada uno una almohada del suelo y comenzamos a revisar nuestras notas e interrogarnos mutuamente con vocabulario. Resulta que Sebastian no es el vago que pensé al principio y solo porque se sienta hasta atrás no significa que no sigue las lecciones del señor Gubera. Sus notas son de hecho de más ayuda que las mías y las uso para hacer un nuevo juego de tarjetas de estudio. —¿Amelia?

En este punto hemos estado estudiando por cerca de una hora. —¿Sí? —Algo me está molestando. Mi estómago se aprieta mientras levanto la mirada de las tarjetas en las que estoy trabajando. Hay algo en su voz que me deja saber que su pregunta no tiene nada que ver con español. —¿Qué pasa? —¿Dónde está tu muro Magia del Cielo? —Oh... —Miro alrededor a los muros ligeramente iluminados—. No he llegado a ello aún. —Han pasado semanas. —Lo sé, pero nunca he pintado antes y no estaba segura qué estaba haciendo, así que... —Vamos —dice, levantándose del piso y estirando los bazos—. No es tan difícil y voy a ayudarte. ¿Dónde está la pintura? —¿Quieres que pintemos la pared ahora? —Estoy aquí, ¿no? —Pero... pero... —tartamudeo—. ¿No tienes que buscar a Carter en la escuela? Sebastian se encoge de hombros. —Seth ya lo recogió porque le dije que estábamos estudiando. Me envió un mensaje hace diez minutos para dejarme saber que iban a perderse en los videojuegos por el próximo par de horas, así que estoy bien. —¿Qué pasa con español? —Supongo que con lo que hemos estudiado, vamos a salir muy bien en el examen —dice—. Ahora, ¿dónde está la pintura? Reticente, le muestro el bote de pintura y los instrumentos escondidos bajo mi cama. Las brochas aún están en sus bolsas de plástico. —No tienes que hacer esto —le digo mientras ponemos cinta protectora en la alfombra de mi habitación. Ya hemos movido mi escritorio y estantes lejos de las paredes. —De hecho —dice, alejando nuestro trabajo—. Creo que necesito hacer esto por mi propia cordura. ¿Exactamente por cuánto tiempo has tenido esta pintura? —Punto tomado —digo, encontrando una liga y haciéndome un moño desordenado. Sebastian le da a la lata una buena sacudida antes de abrirla y ponerla cuidadosamente a un lado. —Tú pon la cinta y yo el rodillo —me dice y me da un rollo de cinta azul de pintor.

Toma más tiempo del que pienso poner bien la cinta, pero eventualmente estoy parada con una brocha en la mano y Sebastian me acompaña en el proceso. Primero, pongo mucha pintura en la brocha y tengo que limpiar rápidamente lo escurrido, pero después de un par de intentos, lo hago bien. O, al menos, Sebastian parece satisfecho con mi trabajo para dejarme sola. —¿Qué vas a hacer el sábado? —me pregunta, pintando de azul hasta el techo con confianza—. Carter se va a quedar a dormir con su amigo Nathan y Seth tiene una presentación en The Biltmore. Quería saber si querías ir conmigo. Esas palabras cuelgan en el aire por un momento hasta que las sigue con: —O no. —No, solo estaba pensando que es la misma noche que el Baile de Bienvenida. Aprieta su mano en un puño y lo frota por su rostro. —Oh, correcto. —Sí... —Mantengo mis ojos en la brocha, asegurándome de hacerlo bien—. Estoy en el comité así que al menos tengo que aparecer. y Daphne está en la corte este año y probablemente me asesinará mientras duermo si me pierdo su gran momento. O debería decir... ¿el gran momento del vestido? Se ríe e inhala, y continúo: —De otra forma, me hubiera encantado ir contigo. Ni siquiera sabía que Seth estaba en una banda. —Él es la banda. Habrá un chico en la batería cuando lo necesite, pero en realidad es solo él y su guitarra. Sebastian me habla un poco acerca de Seth y cómo ha estado tocando desde los nueve y espera hacer un álbum de canciones originales en el próximo par de años. Mientras hablamos, la pared comienza a llenarse del nuevo color, llenando mi habitación entera de una linda luz azulada. Ni siquiera está terminado y ya puedo decir que me encanta. Quitando el cabello de mi frente, doy un paso atrás para apreciar nuestro trabajo. —Luce asombroso. Sebastian está usando el rodillo para alcanzar la cinta del techo. Me mira por encima de su hombro y se ríe. —¿Qué? —pregunto, mordiéndome el labio. —Tienes azul en toda tu frente. Bajo la mirada y veo que mis manos están llenas de pintura. —¡Uh! Debo haberme llenado las manos. —Se quitará. —Siempre que esté libre de pintura para el Baile de Bienvenida, estoy bien. Se da la vuelta, dejando caer el rodillo en el recipiente para llenarlo de pintura.

—No pregunté antes, ¿quién es tu cita? —No tengo —digo, sintiéndome inexplicablemente incómoda respondiendo su pregunta. Sebastian y yo hemos estado luchando alrededor de esta amistad por un rato, pero además de aquella noche en la playa, ninguno de nosotros ha traído a colación nuestra vida amorosa. Para nada. —¿Vas a ir sola? —Un montón de personas van solas. Y Audra quería emparejarme con algún tipo que conoce de la preparatoria Middleburg, pero entonces me dijo que seguía preguntando mi estatura y si usaría tacones, qué tan altos... —Inhalo profundamente—. De todas formas, decidí que todo eso era demasiado y no quería pasar la noche con un chico que puede o no estar luchando contra un complejo de Napoleón. —Probablemente un plan inteligente. Sonrío. Me mira, y me atrapa sonriendo y aleja la mirada. —Siempre puedo acompañarte y podemos ir a la presentación de Seth luego. No empieza hasta después de las diez. Nos quedamos en silencio antes que ordene mis ideas y diga: —¿Quieres ir al Baile de Bienvenida? —Querer es exagerar. —Se encoje de hombros. —Lo entiendo. No es en verdad tu tipo de cosa. —No, pero tengo curiosidad considerando que nunca he ido a un baile escolar. —¿Ninguno? Niega. —No. —¿Y estás pensando que tal vez deberías hacerlo antes que sea demasiado tarde y hayas perdido tu oportunidad de experimentar todo el tafetán y el mal baile? —Algo así. —Porque Dios prohíba que te pierdas a los maestros pidiendo chachachá. sin mencionar el ponche barato o la mesa de galletas. Arquea una ceja. —¿Habrá una mesa de galletas? —Tres tipos diferentes —digo presumida—. Chispas de chocolate, nuez y avena con pasas. Está sonriendo ampliamente ahora y me es imposible no devolverle la sonrisa. —Demonios, eso lo asegura. ¿a qué hora debería recogerte?

—Ese Spencer es un chico realmente agradable —dice Nancy, jugando con la ensalada de aceitunas. —Seguro —responde Daphne mientras cava en su risotto. —Vi a su madre esta mañana y recordé qué adorable es. Daphne, me dijo que Spencer espera ir a Georgetown el próximo otoño, acaba de enviar su solicitud. Tal vez sus aspiraciones universitarias se te peguen, chicharito. —Nancy le da una mirada mordaz. —¿Adivina qué? Amelia finalmente tiene una cita para el Baile de Bienvenida —anuncia mi hermana crudamente. La pateo debajo de la mesa para dejarle saber que no aprecio ser lanzada bajo el autobús así. Por supuesto que había planeado decirles a mis padres de Sebastian y el baile. Solo que no ahora. Papá levanta la mirada de su plato. Es un abogado y pasa la mayoría de nuestras cenas familiares perdido en sus pensamientos o hablando consigo mismo acerca de casos y clientes. Solo ocasionalmente nuestra conversación atrae su interés así. —Eso es maravilloso, querida —dice Nancy, sonriéndome—. Ahora dinos, ¿quién es el afortunado? Daphne responde. —Bash Holbrook. Ahora en verdad tenemos la atención de papi. —¿Bash? ¿Qué tipo de nombre es Bash? —Diminutivo de Sebastian —explico, comenzando a incomodarme—. Como un apodo. —Ya veo —dice Nancy, su boca torciéndose con duda—. Amelia, ¿puedes decirnos más acerca de Bash? ¿Lo conocemos? —Bueno, va en último año. Ambos asienten. —Y hemos ido juntos a la escuela desde la primaria así que probablemente lo han visto antes, pero no creo que hayan sido presentados formalmente. Papá frunce el ceño. —Al menos lo conoceremos cuando venga a recogerte. Nancy dice: —De hecho, tenemos la recaudación de fondos de los Perry esa noche, pero puedo cancelar si crees que es mejor que estemos aquí para conocer a la cita de Amelia.

Tengo que esforzarme para no gritar. —Uh, no. No tienen que cancelar por mí. Ni siquiera es una cita real. Solo nos hacemos compañía porque es conveniente. —Y Bash es un buen chico —dice Daphne, disparándome una mirada arrepentida. Es correcto hermana, ¡deberías estar arrepentida!—. Trabaja en la tienda de Kane. —No es eso interesante —dice Nancy—. ¿Está Bash en algún equipo deportivo de la escuela? —No, no es del tipo deportista. —Bueno, ¿alguno de tus clubs? —No. —¿Qué pasa con las universidades? ¿Sabes cuales está considerando para el próximo año? —intenta. —Yo... uh... no creo que haya decidido aún —respondo, metiendo un bocado de pollo en mi boca y masticando agresivamente. En verdad me desagrada esta conversación. —¿Que hacen sus padres? ¿Los conocemos? —Esas son usualmente las preguntas que reservan para las citas de Daphne. —Nancy, ¿qué importa lo que hacen sus padres? ¿También vas a pedirme sus huellas dactilares? —pregunto a la defensiva. —¡Amelia Laine! —reprende papá—. No hay necesidad de responderle a tu madrastra. Tenemos curiosidad de tu cita porque el mundo es un lugar peligroso. Solo queremos lo mejor para nuestras chicas. Es justo, ¿no? —Sí, señor —murmuro, acobardada por su uso de mi segundo nombre como si tuviera seis años de nuevo. Levanta el vaso de té dulce cerca de su plato y gira el popote antes de tomar un sorbo. —Y la verdad, Amelia, hemos notado algunos cambios en ti recientemente. esto?

Nancy asiente y esa rara sensación en mi estómago crece. ¿A dónde van con —¿Como qué? —Más que nada cosas pequeñas —dice Nancy. —¿Como qué? —repito.

—Pareces distraída y he notado un decremento en la cantidad de tiempo que pasas con tareas. —Eso es porque he estado ocupada planeando el Baile de Bienvenida — respondo, mi rostro ruborizándose—. Sin mencionar que tengo el comité de voluntarios y el equipo de tenis sobre mi espalda y la señora Kyle ya me pidió que

organice la entrega de comida para las fiestas. Pero no dejaré que mis calificaciones sufran. Lo prometo. Papá dice firmemente. —No me has dejado ver tu ensayo de Emory aún. —¡Porque no lo he escrito! Solo me mira. —Es exactamente de lo que estamos hablando, querida. Si recuerdo bien, habías planeado tener todos tus ensayos de la universidad completados el viernes pasado. —Y tu habitación, cariño —agrega Nancy. —¿Qué pasa con mi habitación? —Ni siquiera preguntaste si podías pintar y aun así me voy por un par de horas a mi círculo de costura y cuando llego a casa, has pintado un muro de azul. Siento un nudo en la garganta, grueso y doloroso. —Es solo pintura. Si no les gusta, lo cambiaré de nuevo. —No estoy diciendo que no me guste, simplemente estoy apuntando que ese tipo de comportamiento parece raro en ti, Amelia. —Querida —dice papi—. No queremos que pierdas de vista la meta cuando estás así de cerca de conseguir lo que quieres. No te estamos criticando. Estamos empujando. ¿Empujando? Se siente más como un martillo golpeándome la cabeza. Repetidamente. Miro al tenedor balanceándose en el borde de mi plato sin saber cómo responder. ¿He estado distraída? ¿En verdad estoy dejando pasar las cosas? Permití que el plazo autoimpuesto para mis ensayos de la universidad pasara de largo. —Oigan, ¿les dije que estoy pensando en hacerme un tatuaje? —dice repentinamente Daphne, rompiendo el terrible silencio—. Un ave o tal vez una estrella o algo más por aquí. —Levanta una mano, mostrándonos la pálida piel debajo de su muñeca. Mi boca se abre con sorpresa, Nancy y papi se vuelven hacia Daphne, sus ojos saliéndose de sus cabezas. Y, así, mi interrogatorio ha terminado.

o parece importar que Elaine Travers nos haya dado el visto bueno casi al entrar en nuestra casa la semana pasada. Aun siento que ella y todo el Departamento de Niños y Servicios Familiares están mirando por encima de mi hombro. Observándome. Tomando notas. Juzgándome. Por eso, he estado tratando de cuidar especialmente de las cosas, como empacar almuerzos más saludables y asegurarme de recoger a Carter a tiempo. Pero no es como si pudiera controlar todo. Lo que precisamente estoy pensando cuando mi teléfono suena en medio de la clase y el señor Gubera pierde la calma. —Señor Holbrook, creo que es consciente de mi política de no teléfonos celulares. —Frunce el ceño, mirándome por encima del armazón de metal de sus lentes. —Lo estoy —le digo, revisándolo de todos modos. Mierda, perdí una llamada de la escuela de Carter. sí?

—No creo que sea mucho pedir que mantengan sus teléfonos en vibrador, ¿o —No, pero… —Apunto a mi teléfono—. Podría tener una emergencia.

—Bien. Al menos tómala afuera donde no molestes al resto de la clase —dice señalando la puerta del salón. —Gracias. Y lo lamento —digo, lanzando mi cuaderno en la mochila y saliendo de mi silla. Amelia atrapa mi mirada mientras me dirijo a la puerta. Estás bien, gesticula. No lo sé, respondo. En el pasillo, escucho el correo de voz. Es Susan Knowles, la enfermera de la primaria Green Cove. Tengo a Carter Holbrook en mi clínica y parece que tiene un virus estomacal que ha estado circulando en los primeros grados. Le he dado algunos fluidos y lo dejé descansar en una de mis camas, pero creo que estará mucho mejor en casa. Si pudiera llamar a la escuela y hacer los arreglos para recogerlo lo apreciaría.

Así que Carter está enfermo. Tendré que perderme el examen de economía de esta tarde, pero al menos estoy seguro de que la señorita Martin me dejará reponerlo. Hago una rápida parada en la oficina y dejo saber a la señora Hanson, quien maneja el escritorio de admisiones, que me voy. Entonces corro hacia el estacionamiento, entro al Bronco y… MIERDA. La cosa no enciende. Giro la llave de nuevo. El motor chirría como si quisiera encender, pero muere antes de llegar ahí. —¡Vamos! —ruego, simultáneamente golpeando el volante y girando la llave. Nada. —Genial —murmuro mientras alcanzo mi teléfono. Voy a pedirle ayuda a Seth y si no funciona llamaré a mi tía Denise. Tan pronto como mis dedos envuelven el teléfono, comienza a sonar en mi mano. Pensando que es la escuela de Carter, ni siquiera me molesto en mirar la pantalla. —Estoy en camino —digo. Una pausa. —¿En camino a dónde? Me toma un segundo averiguar a quién pertenece la voz. —¿Amelia? —Intercambiamos números cuando estudiamos juntos, pero es la primera vez que lo usa. —Sí, hola. Solo estaba comprobando que todo está bien porque nunca volviste a la clase de español. —La enfermera de la escuela de Carter llamó. Necesito ir a recogerlo, pero mi camioneta no enciende. —¿Dónde estás? —Estoy sentado en el estacionamiento tratando de averiguar qué hacer ahora —le digo—. Gracias por estar pendiente, pero tengo que irme así puedo escribirle a Seth. Creo que podría ser capaz de darme un aventón a la primaria y después esperemos que a casa. —Oh, está bien —responde lentamente—. O podrías conseguir que la chica caminando hacia ti te ayude. —¿Qué? —La castaña con mochila purpura. ¿La ves? Levanto la cabeza y veo a Amelia atravesando la puerta principal de la escuela. —¿Qué haces, Amelia? —Ayudando —dice en el teléfono.

—Pero tienes clase —le recuerdo cuando estacionamiento—. ¿No es hora de Historia Avanzada?

alcanza

el

borde

del

La veo encogerse de hombros. —Solo le voy a decir a la señorita Turner que tuve que trabajar en algo importante para el baile. Me río con incredulidad. —¿Vas a mentirle a uno de tus profesores? —No sé si lo llamaría mentira. —¿Entonces cómo? Casi está en mi auto. —Modificar la verdad. —No quiero que te metas en problemas por mí. Sé que la escuela es importante para ti. Amelia balancea sus llaves y dice al teléfono. —He escuchado que hay cosas más importantes. Nuestros ojos se encuentran a través del parabrisas y algo como una navaja en mi interior se libera. ¿Me he estado engañando todo este tiempo? Nunca quise caer por Amelia Bright, pero ahora sé que solo me hacía el tonto. No puedo no caer por esta chica. Es imposible.

—Ahora estás listo —dice Amelia mientras balancea una bolsa de plástico de la tienda en el mostrador de la cocina. Después de recoger a Carter de la escuela, insistió en detenernos en la tienda así podía correr y recoger una “cura mágica”, que resultan ser paletas de durazno, ginger ale y cinco latas de sopa de fideos con pollo. —¿Dónde van estos? —pregunta mientras saca las latas de sopa de la bolsa. —Las tengo —le digo, muy consciente de que esta es la primera vez que Amelia ha estado en mi casa. No es nada como su casa y me estoy preguntando qué piensa de los techos bajos, el papel tapiz cayéndose y los muebles bien usados. —Carter —llama, girando la cabeza hacia el pasillo—. ¿Qué quieres, cariño? Predeciblemente, él dice: —Una paleta. —¿Qué piensas de sopa y después una paleta? —respondo. Amelia me sonríe.

—Eso suena justo. La cura mágica no funciona a menos que se combinen los tres ingredientes. Abro el gabinete encima del lavabo. —Voy a servirle ginger ale. Mientras pongo la sopa, Amelia entretiene a Carter en su habitación. Le presenta a nuestro gato Jinx y ella le dice que es alérgica, pero debería estar bien siempre que no lo acaricie. —¿No puedes acariciar gatos? —pregunta. —Si lo hago, mis ojos se ponen rojos y comienzo a estornudar. —Eso es triste. —Estoy de acuerdo. Es triste. Estoy poniendo la sopa hirviendo en un plato cuando escucho a Carter preguntarle. —¿Puedes leerme una historia? —Seguro —responde al instante—. ¿Cuál? Carter debe estar apuntando a un libro. Dice: —Mamá decía que ese era el favorito de Bash. Debe ser Donde Están las Cosas Salvajes. Cuando era niño, la hice leérmelo cientos de veces. —Eso tiene sentido —dice Amelia—. En el libro, Max me recuerda un poco a Sebastian. —Sí. Ambos son gruñones algunas veces. —Cierto. Pero Max y Sebastian son buenos chicos. —¿Por qué lo llamas Sebastian? —pregunta Carter. —¿No es ese su nombre? —Todos lo llaman Bash. Solo mamá lo llamaba Sebastian. Amelia duda. —Bueno, creo que es un nombre genial. No hay duda de porqué tu madre quería usarlo. Carter bosteza. —¿Eres su novia? ¿Es por eso que lo llamas así? Mierda. —Soy una amiga que es chica —dice Amelia cuidadosamente—. Pero no soy su novia en el sentido que estás pensando. —No me gustaba su novia anterior. Era odiosa. —Eso es nuevo para mí. Siempre pensé que Carter y Rachel se llevaban bien.

—¿Oh? —pregunta ella y me acerco más a la puerta de la habitación. —Sí. Siempre me ponía los ojos en blanco o me hablaba como si fuera estúpido. Eres mucho mejor. Amelia ríe suavemente. —Gracias. —Y estaría bien conmigo si fueras la novia de Bash. Entonces pasarías más tiempo conmigo y eso sería bueno. Creo que esa es mi señal. Ruidosamente entro a la habitación de Carter y pongo un vaso en la pequeña mesa junto a su cama. —Aquí está tu ginger ale. Jinx está curvado a los pies de la cama y Carter está escondido debajo de su mantita azul favorita. Está algo sucia pero el niño pelea conmigo cada vez que trato de lavarla. —Gracias —dice, sentándose y tomando un sorbo—. Amelia va a leerme. —Amelia probablemente necesita volver a la escuela, amigo. —De ningún modo. No hasta que lea esta historia —dice ella—. Carter me dijo que es tu favorita. —¿Qué más te dijo? —Secretos —responde Carter, enredando sus dedos en la manta y elevándola hasta su barbilla. —¿Sí? Bueno, la sopa probablemente ya está fría. Si la comes toda, voy a dejarte comer una de esas paletas que Amelia te trajo. Carter me da un saludo flojo. —A sus órdenes, capitán. —Déjame ayudarte con la sopa —dice Amelia, levantándose de la cama y poniendo el libro a un lado. —No, yo puedo —comienzo a decirle, pero ya está en el pasillo. —Bash, ¿puedo comer también algunas galletas saladas? —pregunta Carter. —Claro. —¿Y galletitas? —pregunta esperanzado. —No empujes tu suerte, jefe. —Valía la pena intentarlo. —Suspira y deja que sus ojos se cierren. En verdad luce pálido y cansado. Espero que descanse un poco después de la sopa y la paleta. En la cocina, Amelia está soplándole a la sopa. —Creo que ya está bien —dice, mirándome encima de su hombro. —Bien. El hombrecito está exhausto. Espero que esta cura mágica haga el truco.

Ese hoyuelo en su mejilla hace una aparición. —Créeme, su fiebre va a terminarse esta noche y va a sentirse mucho mejor. Tomo el plato de sopa y alcanzo alrededor de ella una toalla de papel. Se mueve a un lado así puedo pasar, pero aún estoy lo suficientemente cerca para oler su piel, esa intoxicante combinación de cítricos y jabón. —Acerca de mi nombre… —digo. —¿S-sí? —tartamudea, incómoda, probablemente dándose cuenta que estaba escuchándolos y escuché la pregunta de la novia. —Es verdad lo que dijo Carter. Ahora eres la única que me llama Sebastian. Ella se mueve en su lugar incómoda. —Puedo detenerme si no te gusta. Me aseguro de mirarla a los ojos y le digo: —No te detengas. Me gusta. Su boca cae un poco y su respiración cambia. Puedo, de hecho, ver su pecho moviéndose más rápido y sus ojos moviéndose a mis labios, creo que es una buena señal. ¿Es posible que piense en mí de la misma forma que estoy pensando en ella? Probando las aguas, me agacho y pongo la parte superior de mi cuerpo más cerca de ella. Sus cejas se fruncen y toma una respiración deliberada como si estuviera decidiendo algo. Demonios, tal vez es posible… —¿Bash? —Escucho desde la habitación de Carter. Un sonido frustrado escapa de mi garganta. Sin quitar los ojos de Amelia, respondo: —¿Sí? —¿Puedes encontrar a Red Dead Fred por mí? Se está escondiendo. —¿Red Dead Fred? —susurra Amelia. —Es su oso de peluche —susurro de regreso, sintiendo elevarse las esquinas de mi boca—. No me preguntes cómo lo nombro. —Entiendo. —Toma el plato y la toalla de papel—. Ve a encontrar el oso y yo llevo la sopa. —Está bien. —Entonces digo más fuerte—: Ya voy, amigo. Sabes que Red Dead Fred no puede esconderse de mí. No tengo que voltear para saber que Amelia me observa ir. Que empiece el juego.

emasiado, demasiado! —gimo, mirándome en el espejo. Daphne mete su cabeza en el baño. Está luchando con uno de sus pendientes. —Qué es eso… ¡Ooooh! —Estaba yendo por el ojo ahumado —le digo, frenéticamente frotándome el rostro—. Pero podría haberme entusiasmado con el delineador. Es un eufemismo. En este momento hay tantas cosas negras alrededor de mis ojos que podría pasar por un mapache. —Esto no es un problema —dice Daphne, dejando su collar al lado del lavamanos. Agarra una toallita y echa una gota de gel limpiador en ella. —¿No hay problema? Si Nancy estuviera en casa, diría que me parezco a la novia de Frankenstein. —Entonces, suerte que estén en una cena de caridad —dice mientras aleja mis manos del rostro y suavemente frota mis ojos—. Y para que conste, no te pareces a la novia de Frankenstein. Eres más sirena que zombi. Me encanta ese vestido. —Es tu vestido. Me sonríe burlona. —¿Ves? Solo sabía que alguien con un gusto impecable lo escogió. Me río. —¿Así que realmente puedes arreglarme a tiempo? —Por supuesto que puedo. —Seca mi rostro con el otro extremo de la toallita y luego mira a través de nuestro compartimiento de maquillaje, seleccionando un tubo de base, un polvo ligero, y un sombreador de ojos gris oscuro reluciente. Volviéndose a mí, dice—: Déjame trabajar un poco de magia y, confía en mí, tu hombre no sabrá qué le golpeó cuando camines por esas escaleras. A la mención de Sebastian, las mariposas atrapadas en mi estómago estallan en un vuelo frenético.

—¿No crees que estoy exagerando? Solo vamos como amigos y me temo que esto... —le indico el sedoso vestido turquesa que llevo y mi cabello—, está enviando el mensaje equivocado. —¿A dónde vas con esto? ¿Te preocupa que vaya a aparecer aquí con esos jeans viejos que usa o esos horribles tenis? Me encantan esos tenis. —No, estoy segura que se arreglará un poco. Al menos... supongo que lo hará. No hablamos de eso. —Estoy segura que estará pasable y tú, querida hermana, luces fabu-losa. Tu cabello está asombroso y estoy convencida de que se escribirán poemas sobre ello. Más temprano, ella tejió mi cabello en seis trenzas desiguales y las rodeó en la coronilla de mi cabeza en un nudo intrincado que terminó con pequeños pasadores de perlas negras. —No estoy diciendo que no me encanta. Solo estoy preocupada de que sea demasiado... demasiado… —¿Maravilloso? —Supongo. —Meto los mechones sueltos alrededor de mi cara y frunzo el ceño—. No quiero que Sebastian piense que estoy intentando coquetear con él. —¿Pero no es así? —me pregunta mientras espolvorea mi nariz con polvo. —No. —¿Y por qué, Amelia? Eres soltera y él es soltero... Eres atractiva y él es atractivo... Definitivamente no, no puedo ver cuál es el problema. —No hay problema. —Cierro mis ojos para que pueda aplicar la sombra—. Simplemente no creo que me quiera así. —Eso es basura. —No lo es —sostengo—. Ya te dije que la noche que fuimos a Murrels Inlet, dijo todas estas cosas y me dejó perfectamente claro que no hay una posibilidad de una bola de nieve en el infierno de cosas entre nosotros que se dirijan en esa dirección. Dijo que su vida es demasiado complicada. Por supuesto, el otro día cuando Carter estaba enfermo, podría haber jurado que estaba a punto de besarme. Incluso ahora, casi puedo sentir cómo su gran cuerpo se sentía apretado tan ligeramente contra el mío y la forma en que su aliento caliente se empañó sobre mis labios y párpados. Solo el recuerdo de ello me hace sentir muy nerviosa y ansiosa. Lo tengo tan mal. Evaluándome, Daphne toma un tubo de rímel y desenrosca la tapa. Sumerge la varita unas cuantas veces para asegurarse que el cepillo está uniformemente recubierto. —La gente cambia de opinión. ¿Y quieres saber qué imagino?

Me río nerviosamente. —No estoy segura que lo haga. —De todos modos, te lo diré. Creo que ya le gustas. Mucho. Y creo que te estás engañando fingiendo que ésta no es una cita real —dice, cubriéndome los labios con un brillo rojizo—. Piensa en ello: Sebastian Holbrook va a ir al Baile de Bienvenida. Por ti. —Pero… —Relájate un poco —ordena. —No puedo. Da miedo. —Bueno, ya sabes lo que pienso sobre eso —dice—. Si algo te asusta, entonces es porque probablemente vale la pena hacerlo, y eso va doble para los chicos. ¿Y por qué estás tan nerviosa de todos modos? No es que no hayas pasado tiempo con él. Juro que últimamente eso es todo lo que has estado haciendo. Si no estuviera tan segura que me amas más, estaría verde de celos. —Sebastian no es la única razón por la que estoy al borde. ¿Y si algo sale mal esta noche, ya sabes, con el baile y todo? —Amelia, sabes que esta cosa va a salir sin problemas. No hay otra opción contigo a cargo. —Sonríe con confianza y recoge el gran cepillo de polvo—. Y cuando realmente suba al escenario para aceptar la corona de reina del baile, ni una serpentina ni una linterna de papel estarán fuera de lugar. —¿Te estás burlando de mí? —No, me estoy burlando de mí. Sé que la corte del Baile de Bienvenida es cursi, pero todavía estoy emocionada por ello. —Deberías estarlo. Vas a ganar. —Eh, si no... —Se encoge de hombros mientras aplica un poco de polvo de marfil a través de mi frente y por el puente de mi nariz—. Todavía nos divertiremos esta noche. ¿Te dije que creo que Spencer tiene algo grande planeado para mí después del baile? —¿Qué es? Inhala y lo suelta lentamente. —No puedo estar segura, pero mencionó que me llevaría al barco de su papá y creo que podría decirme que me ama. Me encuentro con sus ojos en el espejo. —¿Qué dirás? —Que lo amo también. —¿Lo haces? —No lo sé con seguridad, pero quiero estar enamorada. ¿No es suficiente para esta noche?

—Supongo —digo y trago mis dudas sobre Spencer McGovern. Puede que no me guste, pero es obvio que a Daphne sí. Incluso podría amar al tipo. —Y creo que podríamos... —Su voz se apaga. —¿Puede qué? Menea las cejas y comprendiendo, las baja. ¿Así que la carta V está en juego? Sinceramente, no tengo idea de qué pensar. Para todo en nuestras vidas, tan diferentes como somos, Daphne y yo siempre hemos hecho las grandes cosas seguidas. Nuestros primeros pasos fueron a horas de uno al otro. Papá tomó las ruedas de entrenamiento de nuestras bicicletas en el mismo tiempo exacto. El verano después que cumpliéramos los siete años, estaba esperando en la escalera para mi turno cuando mi hermana se fue de la tabla de buceo en el extremo más profundo de la piscina. Tuvimos nuestros primeros besos a solo tres días de diferencia. Y, sin embargo, ahora me está diciendo que está yendo por un jonrón mientras estoy todavía en el banquillo comiendo una caja de Cracker Jacks. El revelador sonido de un motor que ruge por el largo camino hace que nuestros ojos se amplíen. Daphne deja caer la brocha de maquillaje con un chillido y corre hacia la pequeña ventana del baño. —¡Es Sebastian! —¡No, no, no! No puede verme así. —Shhhh... tranquilízate. —Daphne se ríe entre dientes—. Dios, ¿cuándo pensaste que sería yo la que te dijera que te calmaras? —¡Pero no estoy lista! —Bajaré las escaleras y dejaré a tu cita entrar y lo entretendré hasta que termines. Una capa más de rímel y algo de bronceador debe hacerlo. Oh, y zapatos. No olvides tus zapatos. —Gracias. ¿Mencioné que eres la mejor hermana del mundo y te ves hermosa? Menea sus brillantes pestañas marrones y hace una juguetona reverencia. Luego agarra su collar del mostrador. —Te veo en un minuto. Y solo recuerda, tienes cubierto todo esto. El timbre hace eco en toda la casa. Mi latido del corazón salta salvajemente y casi puedo escuchar la sangre corriendo a través de las venas en mi cuerpo. Relájate, Amelia. Los pasos de Daphne golpean las escaleras. —¡Ya voy!

Inhala, exhala. Suspiro un montón de aire y me obligo a tomar otra respiración calmante mientras termino mi maquillaje exactamente como Daphne me dijo. Ahora puedo distinguir voces. Daphne elogia en voz alta a Sebastian en “cuán bien está”, y tengo la sensación de que espera que esté escuchando, lo que me hace sentir mucho más nerviosa al verlo. Inhala, exhala. Tratando de mantener mi ritmo cardiaco bajo control, entro en mi habitación y me deslizo en los bonitos tacones de plata descansando al pie de mi cama. Luego me vuelvo hacia el largo espejo que hay en el fondo de mi puerta para verme por última vez. Un par de mechones de cabello castaño caen en mis ojos y trato de colocarlos a un lado, pero caen de regreso. Pero en general, supongo que no me veo demasiado terrible. El vestido me abraza más que cualquier cosa que haya usado antes. Es largo y elegante, con apenas mangas que caen de mis hombros. Paso los dedos sobre el suave tejido turquesa y doy vueltas para poder ver cómo me veo desde atrás. Daphne y Audra siempre me están diciendo que resalte mi culo y estoy esperando que esto sea lo que querían decir. El timbre vuelve a sonar. Genial, ese tiene que ser Spencer. Probablemente es injusto después de todo lo que Daphne me dijo, pero había estado esperando evitar una discusión en la casa. Mi hermana podría amar al tipo, pero cuando se trata de Spencer McGovern, menos es definitivamente más en mi libro. —¡Entra, cariño! —grita Daphne. ¿Cariño? Uh, asco. La puerta principal se abre y se cierra. Tomo una respiración más mientras tomo mi bolso de la perilla de mi puerta del armario y compruebo que tengo brillo de labios y dinero. Pero antes que pueda darme la vuelta, una salvaje conmoción asalta mis oídos. Mis entrañas se estremecen mientras abandono mis cosas en la cama y corro hacia el ruido. —¿Está todo…? En un instante, observo la caótica escena que se desentraña en el vestíbulo. El antiguo soporte del paraguas que pertenecía a mi abuela está volcado y la lámpara favorita de Nancy está rota. Minúsculos trozos de cerámica están esparcidos entre la puerta principal y el rellano. —¿Daphne? Ella está encogiéndose contra la puerta de la oficina de papá, cubriéndose el rostro con las manos para protegerse de Spencer y Sebastian, que están actualmente en una llave.

—Idiota —gruñe Spencer mientras trata de golpear con la cabeza a Sebastian. Sebastian se agacha y ambos se deslizan por la pared, derribando un retrato blanco y negro de mi abuelo. No, ¡no Pops! Agarro la barandilla con los dedos sudorosos y grito: —¡Alto! ¡Deténganse! Sebastian se voltea hacia mí y Spencer usa la distracción para conseguir un golpe. Sebastian gruñe de dolor, pero logra torcerse libremente y agarrar el puño cerrado de Spencer. En un movimiento poderoso y rápido, agarra el brazo de Spencer detrás de su espalda y lo golpea al suelo. —¡Quédate quieto! —grita en la oreja de Spencer. —¿Qué está pasando? —Miro boquiabierta, horrorizada. Sebastian respira con dificultad. Coloca su rodilla justo en el medio de la espalda de Spencer y se aparta el cabello y veo un rastro de sangre desde su sien hasta su barbilla. —Este pedazo de mierda trató de atacar a Daphne. Ni siquiera puedo procesar esto. —¿Qué? —No hice tal cosa. Tú estás fuera de control. —Spencer escupe astutamente, todavía luchando—. ¿Por qué no le cuentas a Amelia cómo tenías tus sucias manos dentro del vestido de su hermana? —¡Cierra la boca! —ordena Sebastian y presiona su rodilla más fuerte—. ¿Has perdido la cabeza? La ayudaba con su collar. Desconcertada, miro a Daphne, que todavía está desplomada, balanceándose suavemente. La correa de su vestido —el vestido que ha estado adorando durante semanas— está desgarrado y colgando de un hombro. ¿Podría Spencer haberlo hecho? Miro a donde jadea en el suelo. Su hermoso rostro está rojo y retorcido de rabia. Sí, podría haberlo hecho. —Vete —digo justo por encima de un susurro. —Gracias —gruñe Spencer, sacudiendo los pies con frustración—. La escuchaste, mono. Ahora, suéltame de una puta vez y vuelve a los proyectos a los que perteneces. —Me refería a ti, Spencer. —Estás bromeando, ¿verdad? —me pregunta mientras Sebastian lo levanta. —No... —Mi voz es temblorosa—. Creo que deberías irte.

—Esto es incorrecto —me grita y luego gira su cabeza alrededor—. Daphne, sabes lo que siento por ti. Cariño, corrige a tu hermana y dile que se aparte de su perro guardián. En respuesta, Sebastian lo empuja con más fuerza hacia la puerta. —No es necesario —responde Spencer con resentimiento. Luego levanta sus anchos hombros y cepilla la parte delantera de su chaqueta—. Puedo irme solo. Pero no pienses ni por un minuto que mi padre no va a oír esto. —¡Espera! —grita Daphne, actuando rápidamente y casi lanzándose a Spencer—. Él no quiso decir nada con eso. ¡Por favor! La miro con fuerza. —¿Qué estás haciendo? —Es un error, Amelia —grita, agarrando torpemente las manos de Spencer y arrastrando su cuerpo hacia el suyo—. ¡De verdad! Tienes que creerme. —Yo no... —gruño, mi voz atrapándose en la parte posterior de mi garganta. Todo se está moviendo demasiado rápido y no puedo entenderlo—. ¿Estás segura? Su gesto de asentimiento es tan frenético como su expresión. —¿Ves? —Spencer me da una mirada de desprecio mientras pasa una mano por su cabello rubio sucio y ondulado para suavizarlo. Lo ignoro y me muevo hacia mi hermana. La incertidumbre está anudando mi estómago y enviando señales mezcladas a mi cerebro. —Pero —le digo—, mira tu vestido. Torpemente tira de la correa suelta en su hombro y trata de mantenerlo en su lugar, metiendo la tela debajo de su axila. —El vestido estará bien. Estaré bien. Fue solo un accidente. —¿Un accidente? —pregunta Sebastian con fuerza—. Lo vi y parecía que te había empujado a esa pared. —Nadie quiere tu opinión, Holbrook —dice Spencer, presumido—. Por cierto, ¿estás incluso domesticado? ¿No deberías estar husmeando al otro lado de la ciudad con el resto de los pueblerinos? Sebastian agita los puños. —Empujas tu suerte, McGovern. —¿Yo? —pregunta, frunciendo el ceño, pero se aleja. Como en un sueño, miro a Daphne sacudir su cabello y limpiar la piel debajo de sus ojos donde su rímel ha goteado. Spencer se inclina para recoger las piezas de la lámpara rota y enderezar el soporte del paraguas. Él recoge su collar de donde aterrizó por las curvadas piernas de la mesa del vestíbulo, luego lo desliza sobre su cabeza y tantea con el pestillo. Si no estuviera tan concentrada en mi hermana en este momento, podría perder la forma en que se estremece cuando sus manos se mueven por su cuello, pero estoy observando y lo veo simple como el día.

Mi respiración se pone más pesada cuando empiezo a pensar en el último mes o así, a esa fiesta en la casa de Byron Scott y cómo Daphne y Spencer tuvieron esa pelea y cómo más tarde me dijo que ella había herido su brazo cayendo en la entrada. ¿Eso era cierto? ¿Hay algo verdadero? —Tu brazo. —Las palabras están fuera de mi boca antes que pueda detenerlas. Los ojos de Daphne van de Spencer hacia mí. —¿Qué? —¿Spencer te hirió antes? Retrocede como si fui yo quien la empujó. —¡Dios, Amelia! Fue un accidente. Ya te lo dije... esto no fue más que un enorme malentendido. —¿Cómo puedes decir eso? —pregunto, abrumada por el palpitante sentido del peligro—. Estás confundida. Creo que debería llamar a Nancy y papá. —Amelia, ¡detente! —grita, cerrando los ojos y poniéndose las manos sobre las orejas—. No quiero oír que estoy confundida cuando no lo estoy. Y si llamas a nuestros padres, sé que no volveré a hablarte nunca más. Mi garganta está ardiendo, seca y caliente, y me pregunto si estoy a punto de llorar. —Daphne, por favor —jadeo, sin saber qué hacer o cómo hacerlo—. Solo dame un minuto para pensar en las cosas. —No puede darte un minuto porque vamos a llegar tarde —dice Spencer, envolviendo su brazo alrededor de la cintura de mi hermana y llevándola a su lado. Parpadeo a Daphne, aturdida, e inhalo una respiración profunda. —¿Todavía quieres ir al Baile de Bienvenida? Hace una mueca. —¿Por qué no? ¿Por qué no? Spencer ve la expresión en mi rostro y dice: —Amelia, tienes que dejar de ser tan molesta. A pesar de lo que tu joven delincuente aquí quiere que pienses, yo no le hice daño a tu hermana. —Tiene razón —está de acuerdo Daphne, pegando una sonrisa falsamente brillante. Sus ojos se dirigen al espejo situado encima de la mesa del vestíbulo y extiende con cuidado su brillante cabello castaño a un lado, cubriendo la correa rota del vestido—. Esta es una gran noche para ti y para mí. Vamos a tratar de olvidar todo este desorden y vamos a divertirnos. ¿Divertirnos? ¿Está bromeando? —Daphne, ¿por favor?

—No lo hagas, Amelia —me advierte, sacudiéndome cuando Spencer la lleva hacia la puerta—. Te veré allí, ¿de acuerdo? Todo va a estar genial. Espera y verás. Con mi cerebro y mi cuerpo congelados en alguna parte entre la incredulidad y la derrota, los veo marchar y subir al rojo cereza BMW de Spencer. Inhala, exhala. El crepúsculo se adentra a través de las delgadas y arqueadas ventanas que coronan la puerta principal, haciendo bandas anaranjadas de fuego por la gruesa alfombra persa. En el silencio, oigo vagamente el ruido de la máquina de hielo que viene de la cocina y el sonido del reloj del vestíbulo haciendo clic en los segundos. Finalmente, la voz profunda de Sebastian rompe la quietud. —¿Estás bien? Me acerco a decirle que estoy bien porque esa es mi respuesta programada cuando alguien me pregunta cómo estoy. Pero entonces pienso mejor. La verdad es que no estoy bien. Ni por asomo. —Realmente no. —¿Quieres que me vaya? —No. —¿Todavía quieres ir al Baile de Bienvenida? El pensamiento del Baile de Bienvenida me tiene con tantas náuseas que casi puedo probar el amargo en mi lengua. Todas esas personas... Pero esa es la vida para la que me inscribí. Como papá le gusta decir, he hecho mi cama y ahora tengo que acotarme en ella, quiera o no. —No puedo dejarlo. —¿Por qué no? —Porque... —Me aparto de la puerta y me detengo. He estado tan enojada, que no me he permitido mirar a Sebastian. Lleva un traje negro de dos botones sobre una camisa blanca. No está usando una corbata, pero no necesita una para lucir genial. Quiero decir, ya he descubierto que es sexy con su uniforme diario de jeans, zapatillas de deporte, y las camisetas que diseña, pero ¿así? A pesar que él está maltratado de su pelea con Spencer, puedo decir que se tomó el tiempo para arreglar su cabello y afeitarse. Y con su cabello oscuro resbalando por su frente y su rostro limpio y completamente visible, se hace obvio que todo este tiempo ha estado restando importancia a su apariencia. Sebastian no es solo atractivo o pasable. Él es increíblemente hermoso. Suspiro profundamente por la nariz y sus duros y grises ojos se tensan. —¿Amelia? ¿Qué es? Mis manos vuelan a mi rostro para ocultar mi rubor mientras intento recuperar mi tren de pensamiento.

—Yo... no puedo simplemente no ir al baile. Soy uno de los planificadores y la gente cuenta conmigo. Daphne cuenta conmigo. —¿Crees que hará una diferencia? —No sé lo que pasó aquí, pero no puedo dejarlo ir. Tengo que intentar hablar con ella de nuevo. Asiente en comprensión. —Es tu hermana. Inhala, exhala. —No importa qué.

stoy tan enfocado en Amelia y cómo está manejando lo que pasó en su casa que no me doy cuenta de inmediato. No es hasta que hemos estado en el baile durante casi una hora que empiezo a darme cuenta de los susurros y miradas furtivas que lanzan en nuestra dirección. Hay una gran parte de mí que quiere pensar que estas personas, las que vemos en los pasillos todos los días en la escuela, están admirando a Amelia con su cabello recogido y lejos de su rostro, y su cuerpo luciendo perfecto en ese vestido azul. Lo entendería porque esta noche, incluso después de todo lo que ocurrió, ella está increíble y tiene a mi cerebro yendo en tantas direcciones que no puedo distinguir arriba de abajo. Pero sé que no es por eso que todo el mundo está mirando por aquí y hablando detrás de sus manos ahuecadas. El hecho es que nadie ve a Amelia lucir hermosa o la forma en que se asegura de que este baile sigue adelante sin complicación. No la atestiguan dando vueltas en tacones altos, abasteciendo la mesa de ponche con vasos de plástico o comprobando al DJ para recordarle qué canciones tocar. Nop, no ven nada real sobre ella. Están demasiado preocupados por la forma en que está de pie junto a mí. Porque no importa que esté vestido con un traje de alquiler o que me afeité y usé el gel de Seth para domar mi cabello. O que estoy criando a un niño y trabajando para mantenernos a los dos. No cuenta que voy a estar en el cuadro de honor este trimestre, o que no he fumado un porro o bebido una cerveza desde que mi madre fue diagnosticada hace más de un año. A esta audiencia —la audiencia de Amelia— no soy más que un chico turbio que creció en el lado equivocado de la ciudad y eso es todo lo que siempre seré. Soy el hijo bueno para nada de Nick Holbrook. Elegido con mayor probabilidad de… ser un borracho. Un degenerado. Un perdedor. Embarazar a una chica. Elige tu opción. —¿Qué pasa? —pregunta Amelia. —Nada —digo, tensando y apretando mis manos en puños—. Probablemente debería estar haciéndote la misma pregunta.

—¿A causa de Daphne? —Amelia mira hacia donde su hermana y Spencer están riéndose y reuniéndose con toda su tripulación en una de las mesas redondas de banquetes. Frunce el ceño y dice—: No sé qué hacer sobre esto, Sebastian. Ni siquiera me habla, así que no creo que pueda separarla de él a menos que la arrastre detrás de mí dando patadas y gritando todo el camino fuera de aquí. —¿Y eso está fuera de discusión? Por lo menos eso saca una pequeña sonrisa incluso si la muerde. —Es como, ¿por qué no está dispuesta a tener una conversación conmigo? ¿Qué diablos hice mal? Ella debería estar enojada con Spencer, ¿no? En su lugar, está actuando como si estuviera enojada conmigo. —Tu hermana está avergonzada o asustada. O quizás un poco de ambas — digo, pensando en mamá y en cómo se ponía cuando mi padre estaba en uno de sus estados de ánimo. Gracias a Cristo no había llegado tan lejos con el asqueroso y jodido Spencer McGovern. Sin embargo, veo el potencial y el peligro allí y tiene mi guardia arriba. —Tal vez realmente fue un malentendido o lo que sea y no sabemos toda la historia —dice, mordiendo su labio inferior. —No me pareció así. Él entró en tu casa y fue directamente hacia ella. —Pero Daphne no es así —me dice y puedo ver cuánto quiere creer la verdad en sus propias palabras—. Quiero decir, a ella podría gustarle Spencer, pero no es una de esas chicas. Si pudiera tenerla a solas durante un minuto, quizás podría razonar con ella. —¡Ahí estás! —Audra Singer se acerca detrás de Amelia. Lleva un corto vestido amarillo y tacones que añaden unos cuatro centímetros a su diminuta forma. Su brillante cabello rubio está dispuesto en un halo de rizos alrededor de su rostro—. ¡Amelia, sigues huyendo cuando estoy queriendo tener una foto grupal! Amelia niega en disculpa. —Lo siento, creo que he estado distraída esta noche. —Ya lo creo —responde Audra, riendo y poniendo un brazo sobre los hombros de Amelia—. Mira, estoy tratando de conseguir una foto antes que anuncien la corte. He escuchado por Chad Wooten, cuya novia estaba a cargo de contar los votos, que la pareja feliz ganó esta cosa por una victoria aplastante. El rostro de Amelia se arruga. —¿Lo hicieron? Sigo su mirada hacia la pareja feliz. Spencer sostiene a Daphne posesivamente contra su pecho mientras él se inclina y besa su cuello. No es de extrañar que Amelia parezca estar a punto de estar enferma. —El señor Brickler va a anunciar al rey y a la reina como en diez minutos, así que vamos a buscar a Daphne y Spencer y… espera. Amelia, ¿qué en el mundo te pasa?

Amelia no responde. Está llorando y negando. Audra me mira. —¿Le hiciste algo, Bash Holbrook? Porque juro por todo lo que es santo, si le haces daño a mi mejor amiga, te arrancaré tus malditas pelotas tan rápido que no podrás chillar. —¡No es Sebastian! —Amelia solloza. —¿Qué pasa entonces? —Es solo que… —No termina. Levanta el dobladillo de su vestido azul y corre, desapareciendo por la salida más cercana. Audra se gira hacia mí. —¿He dicho algo mal? —No, solo está… molesta. Mueve su cadera y me mira molesta. —¿En serio, Sherlock? Como si no pudiera notar que Amelia está molesta por algo. Por Dios, Louise, ¿cuál es el problema? —Son cosas de hermanas —digo vagamente y espero que Audra no me presione. No estoy seguro que sea mi lugar para contarle lo que está pasando entre Amelia y Daphne. —Cosas de hermanas —repite lentamente, levantando sus manos—. Está bien… entonces ¿por qué no estás yendo detrás de ella como si tu vida dependiera de eso? La miro con cautela. —Tal vez necesita estar sola. O tal vez prefiera hablar contigo. Audra hace un movimiento de muñeca con impaciencia. —¿Eres estúpido o algo? ¿No ves la forma en que esa chica te mira? Confía en mí, no hay nadie más en la tierra de Dios que Amelia quiera ahora mismo. Miro a lo lejos, considerando las cosas. Mierda, si lo que Audra está diciendo es correcto entonces estoy siendo un completo tonto. —¿Tú crees? Aquí viene unos ojos en blanco. —Por supuesto que lo creo. Sigue y saca tu cabeza de tu culo y persíguela ya. Trago pesadamente y respiro profundamente antes de girar alrededor. —Gracias. —Bueno —grita tras de mí—, es mejor que creas que me debes una, Bash Holbrook. La puerta por la que Amelia corrió conduce a un pasillo oscuro y estéril que rodea la parte de atrás del gimnasio de la escuela. No tengo idea en qué dirección se

dirigió, así que me toma un minuto descubrirla acurrucada en las sombras tal como está. —¡Amelia! Se gira hacia mí. Su pecho sube y baja y la piel de su cuello está roja y manchada. —¿Viste eso ahí atrás? —Sí. —¿Viste la forma en que Daphne estaba con él? Asiento. —Sí. —¡No puedo estar aquí! —Está casi vibrando de emoción—. ¡No con la forma en que mi hermana está actuando! No puedo… no puedo verla y a Spencer besándose y abrazándose como si todo estuviera bien. ¡Me hace doler el estómago! —Entonces vámonos —digo, acercándome cuidadosamente. Las lágrimas amenazan con derramarse. —¿Simplemente abandonar el baile? —Sí. Podemos salir de aquí e ir a la presentación de Seth. —No sé si soy la mejor compañía justo ahora. —Llora, sus hombros temblando—. Yo solo… no estoy segura de estar apta para estar cerca de la gente. —Entonces nos saltaremos la presentación. Dejaremos el baile e iremos a algún lugar solo nosotros dos. Diablos, te llevaré directamente a casa si eso es lo que quieres. —Haces que parezca simple, pero no lo es, Sebastian. No puedo solo irme. —¿Por qué no? —Por causa de Daphne. —Odio ser el portador de malas noticias, pero no le estás haciendo exactamente nada bien a tu hermana llorando aquí —digo—. Amelia, soy el primero en estar de acuerdo que debes tener una buena charla con ella, pero tal vez este no es el momento o el lugar correcto. Suspira frustrada y niega. —No lo entiendes. —¿Qué no entiendo? —pregunto, acechando aún más—. Explícamelo. —Todo el mundo espera que yo esté aquí y que actúe de cierta manera. Ellos quieren que sea el gobierno estudiantil Amelia o el equipo de tenis Amelia. Ellos quieren que sea la hermana sonriente de Daphne, de pie en ese escenario cuando la elijan para la reina del baile. Y sé que hablarán de mí si desaparezco. Me encojo de hombros.

—¿Y qué? ¿No sabes que todo el mundo hablaba de ti en cuanto entraste por la puerta conmigo? Sorbe y maneja una sonrisa torcida. —Quiero decir… que tienes un punto. —Amelia, no tienes que quedarte aquí con esta gente debido a una obligación unilateral. Cristo, no tienes que quedarte en ningún lugar que no quieras estar. — Pongo mi dedo debajo de su barbilla y levanto su cara hacia la mía—. Así que vámonos. Parpadea esos suaves ojos marrones hacia mí. —¿Adónde iríamos? Enjugando sus lágrimas con el pulgar, le digo: —Tengo una idea.

media luna.

n el momento en que estacionamos en la ruta 321 y empezamos un camino de tierra hacia la vieja torre de agua, es medianoche. El cielo está negro y nublado, iluminado solo por el delgado contorno de una

No tengo idea de porqué estamos aquí o por qué nos detuvimos en la ferretería donde trabaja Sebastian. Tampoco tengo idea de lo que hay en la bolsa de plástico que lleva mientras salimos de la camioneta y nos dirigimos hacia el edificio abandonado. —¿No me vas a decir nada? ¿Incluso ahora? —pregunto, usando mi teléfono como una linterna para alumbrar delante de mis pies. Hierba amarilla cubre el suelo donde camino. —Solo espera —dice, moviendo un poco las cejas—. Sabes, pensé que serías mucho más paciente que esto. —Eso es porque nunca me has visto en la mañana de Navidad. Se ríe y luego baja la bolsa y me dice que espere donde estoy por un segundo. Lo veo escalar una pared de cemento y saltar por uno de los peldaños de metal de la torre de agua. Desaparece de mi vista y unos segundos más tarde, una luz se enciende, iluminando el fondo de la torre y la pared, que ahora veo está cubierta de grafitis. Suavemente aparto la rama de una vid verde para poder ver mejor la pared. —Nunca supe que esto estaba por aquí —le digo con asombro. Sebastian se agacha y toma la bolsa, y finalmente tengo una idea de lo que hay dentro. —¿Es por eso que te detuviste? ¿Por pintura? —Mi jefe es un idiota de grado A que bebe mucho whisky, pero me deja tener las latas de pintura dañadas. Esa es una de las razones por las que sigo en el trabajo —dice con un encogimiento de hombros—. También tomé algunas pinturas y pinceles de látex de tamaño de muestra. Pensé que serían más fáciles de manejar que las latas de aerosol.

—¿No nos van a atrapar? —pregunto, mirando por encima del hombro, medio esperando a una docena de policías en el equipo SWAT saltando desde las sombras de los pinos que rodean la torre de agua. —No, no te llevaría a ningún sitio que te metiera en algún tipo de problema. Los policías saben que un par de nosotros venimos aquí a veces y a nadie parece importarle. Esta torre de agua no se ha utilizado en más de una década. —Oh. —En invierno, cuando no está tan caluroso, vengo mucho aquí —dice—. Se siente bien perderme por un tiempo. Miro con interés mientras saca un par de latas de pintura en aerosol de la bolsa y las sacude. Luego me pasa la bolsa. —Uh, ¿qué se supone que debo hacer con esto? —pregunto, mirando el contenido. —Pintar. Cierto. Solo pintar, como si no fuera gran cosa. Me siento completamente inútil mientras saco las pinturas y exploro un poco la bolsa. No soy una artista y no tengo idea de lo que estoy haciendo o cómo debo empezar. Echo un vistazo a Sebastian, que ha ocupado un puesto a unos quince metros de distancia de mí. Se ha quitado la chaqueta y la camisa abotonada, y quedó con unos jeans colgando por sus estrechas caderas y una delgada camiseta blanca que solo resalta sus brazos tonificados y el pecho musculoso. Ah. Respiro, buscando equilibrio, y vuelvo a mirar hacia la pared. Esta porción está cubierta de capas color naranja y verde. Hay una línea negra de pintura en aerosol que atraviesa el centro. Justo debajo alguien ha garabateado palabras que no puedo leer lo suficiente, y luego terminó con GRITEN BURROS GRITEN. ¿Burros?, hablando de extraño. Por supuesto, gritar se sentiría bastante bien ahora mismo, pienso y un recuerdo aparece en mi mente. El verano después del séptimo grado, todos nos habíamos ido con papá en un viaje de negocios a San Francisco. Mientras estaba en reuniones, Nancy nos llevó a hacer turismo. Hicimos lo normal: Fisherman's Wharf, Alcatraz, la fábrica de chocolate Ghirardelli. Y luego, el último día, rentó un auto y nos llevó al norte de la ciudad, a lo largo de la costa. Luego se detuvo y nos dijo que saliéramos. Por un momento, me preguntaba si iba a dejarnos allí en el medio de la nada como gatitos que no quería cuidar más. Pero no lo hizo. Nos llevó hasta el borde de ese acantilado y todos nos quedamos allí con el sol brillando intensamente en nuestros ojos. No sé qué pasaba en la cabeza de Nancy, pero todo lo que podía pensar era que me sentía como si estuviera a punto de saltar del borde del mundo y navegar a través del cielo. Y entonces, Daphne tomó mi mano y empezó a gritar y, en un ataque de

imprudencia, hice lo mismo. Y recuerdo cómo el grito de Daphne se había convertido en una risa incontrolable y se había echado al suelo junto a mí con su cabeza hacia atrás y sus ojos brillando por el sol. Es un buen recuerdo. Alentada por eso, quito la tapa de uno de los frascos de pintura azul y sumerjo el pincel. Hago a un lado las preocupaciones sobre mi hermana, Spencer y el Baile de Bienvenida, y lo coloco sobre la pared, encontrando un ritmo que puedo mantener y solo permitiéndome pensar en ese día de verano en el norte de California. Eternos momentos más tarde, bajo el pincel a la bolsa de plástico e inclino mi cabeza. No es exactamente un Matisse, pero no es terrible. Frotando mis dedos para quitar la pintura de ellos, empiezo a alejarme de mi obra. Me tropiezo con algo y doy un salto asustada. —Vaya —dice Sebastian, estabilizándome con sus manos. Sus brazos desnudos se presionan contra los míos por un segundo demasiado largo. Se aparta y levanta la barbilla—. ¿Qué es? Me sonrojo, quizás porque está preguntando por mi mural o tal vez porque está de pie tan cerca que puedo sentir su respiración. —Es un poco abstracto, supongo. Como un recuerdo —digo, pero en realidad sale más como una pregunta—. Cuando Daphne y yo estábamos en la secundaria, nuestra madrastra nos llevó al acantilado con vista al Océano Pacífico y gritamos hasta que no quedaba nada en nuestros pulmones. En voz alta suena estúpido. —¿Este es el cielo? Asiento, avergonzada. Sebastian se acerca, pero no toca la pared porque sabe que la pintura aún está húmeda y supongo que no quiere mancharla. —¿Y este es el sol? —pregunta, señalando los trazos amarillos y rosados que he pintado en una especie de remolino. Ahora que miro de nuevo, es más como un tornado en colores pastel que un sol. —Más o menos —digo, tratando de no notar una gota de sudor bajando por su cuello o el pecho duro como una roca que su camiseta está intentando ocultar—. Ahora que te mostré el mío, es justo que me muestres el tuyo. Ay, eso no sonó tan sucio en mi cabeza. Escondiendo una sonrisa, me conduce por la pared. Giro para mirar y me quedo sin respiración. Delante de mí hay un océano oscuro y secreto, y un cielo negro lleno de estrellas. Una luna sombría baña toda la escena con una luz fantasmal. Mi corazón se acelera, cada nuevo latido viene más rápido que el anterior. Esa es nuestra luna.

Sebastian pintó nuestra noche en la playa. Y es absolutamente hermoso. Con asombro, parpadeo y le digo: —¿Cómo hiciste esto? Las estrellas parecen iridiscentes. —Es solo pintura, Amelia. Siempre había pensado en la pintura en aerosol como algo torpe y poco delicada, pero esto es… me deja sin aliento, casi obsesionada. —No es solo pintura. Ríe avergonzadamente y pasa una mano a través de su cabello largo. —Lo digo en serio —le digo, deseando estirarme y tocar el borde negro pintado del agua para aferrarme a la sensación que arde en mis venas por un poco más de tiempo. Pero me abstengo porque no quiero arruinar el trabajo de Sebastian—. Ojalá pudiera hacer algo de la nada. —¿Quién dice que no puedes? Me encojo de hombros y me alejo de la pared para enfrentarlo. —No tengo talento. Jugar un partido decente de tenis y tener buenas calificaciones en la escuela no es lo mismo. —No estaba pensando en el tenis ni en la escuela —dice crípticamente. Y luego cambia de dirección, inclinando su rostro a la noche—. ¿Así que esa historia de acantilado? ¿Eso significa que no tienes miedo de las alturas? —¿Por qué? Sebastian mira hacia la vieja torre de agua y de vuelta a mí. —¿Quieres subir? —le pregunto con incredulidad—. ¿Siquiera es seguro? —Casi. Puedo decir que realmente no espera que siga su idea, porque su rostro se transforma en sorpresa cuando me inclino para desabrochar mis sandalias de tacón y levantar mi vestido turquesa. —¿Lo vas a hacer? —Lo voy a hacer —le respondo, haciendo un nudo flojo con las puntas de mi vestido por un lado de mi muslo. Sebastian me deja subir la escalera primero, lo que resulta ser algo bueno. La subida es más aterradora de lo que incluso anticipo, y solo soy capaz de continuar porque sé que él está justo detrás de mí, su rostro está al nivel de mis pantorrillas y sus brazos extendidos preparados para atraparme si tropiezo. —Estás casi allí —me anima mientras mis manos toman la curva en la parte superior de la escalera. Hay un instante de pánico cuando mi pie desnudo se desliza sobre la superficie lisa del último peldaño, pero Sebastian ya me está empujando desde detrás, sosteniéndome con su duro pecho y brazos fuertes.

—Lo tienes, Amelia. —Uh, gracias —murmuro, respirando aliviada y tratando de no dejarme presionar contra él o notar la sensación rápida y ardiente que sube por mi espina dorsal como un fusible encendido. —Hay una plataforma por ese camino. A solo tres metros —dice, alentándome. Ignorando los pulsos de mi cuerpo, paso cautelosamente sobre la curva y estrecha pasarela que dirige al centro de la torre de agua. Tres metros o no, avanzo lento. Tengo cuidado de no concentrarme en la distancia vertiginosa entre el suelo y yo. Sebastian se queda atrás, esperando pacientemente mientras planifico cada paso, apretando la barra de metal oxidado tanto con mis dedos, que mis nudillos deben estar blancos. —No es un acantilado del Pacífico —dice con voz apagada. Aquí arriba, observo, que el viento aspira el sonido, esparciéndolo en todas direcciones como confeti. —Aun así, es hermoso —digo, la vista del paisaje sesgado y sin límites por debajo de mí, se lleva mi miedo y lo sustituye por la euforia. Entonces, debo temblar o dar alguna pista que siento repentinamente el frío en el aire, porque Sebastian me dice que me apoye contra la torre de agua para bloquear la brisa. —Debería haber traído mi chaqueta —dice, mirando con disculpa su pecho, que incluso en la penumbra, está a plena vista con su camiseta prácticamente transparente. —Estoy bien —digo y mi corazón revolotea. Estúpido e idiota corazón. —No lo estás, pero ahora ya estamos aquí. En realidad, debería haberte llevado a casa para cambiarte. Ese vestido está salpicado de pintura. —Es de Daphne, y simplemente tendrá que superarlo —le digo mientras balanceo mis piernas debajo de la barandilla para que cuelguen de la plataforma de acero corrugado—. Supongo que esta noche no es lo que creías que sería cuando te pusiste un traje y fuiste a recogerme, ¿no? Sonríe para sí mismo. —No. Es mejor. Frunzo los labios. —¿Mejor? ¿Qué parte te ha gustado más? ¿Cuando tuviste que luchar con el novio de mi hermana o cuándo hice que nos fuéramos temprano del baile? Oh, lo sé… fue cuando impedí que fueras al concierto de tu mejor amigo, ¿no? —Amelia, estoy sentado aquí con la mejor vista en todo Green Cove y te prometo que Seth tendrá otros espectáculos —dice—. Y ya tienes que saber que nunca me importó el baile. —Pensé que querías comer galletas —bromeo, aunque su expresión es seria.

Me mira. Solo me mira y juraría que hay algo en esa mirada. Algo más de lo que estoy entendiendo. —Nunca me peleé por galletas —dice en voz baja, sus rasgos cincelados bajo la sombra de la luz de la luna—. Solo quería reclamar algo en ese momento. A ti. Tragando un nudo en mi garganta, digo: —¿Yo? Sorprendentemente, sus ojos van hacia mi boca y luego, vuelven a subir, y finalmente me permito ver que están ardiendo y llenos de deseo. ¿Esto está ocurriendo realmente? ¿Va a besarme? ¿Quiero que me bese? Sí, dice una voz en mi mente, débil al principio, pero cada vez más fuerte. Sí. En voz alta, me oigo decir: —Pero pensé… Sebastian se rasca la nuca y observo con fascinación los músculos de sus hombros flexionados y la manzana de Adán en su garganta. Está nervioso. Por mí. —Me gustas, Amelia. Me duele respirar. Es algo tan simple de decir, pero no puedo dejar de pensar lo duro que debe haber sido para él. Cómo esas pocas palabras giran en mi cabeza, dando vueltas y enloqueciéndome. Pero si él puede ser valiente, también lo puedo ser yo. Así que con mi pulso palpitando locamente en las palmas de mis manos, me inclino para cerrar la distancia entre nosotros. Sus ojos grises se amplían y parpadean sobre cada centímetro de mí, poniendo el aire alrededor de nosotros en llamas. Sí. Con valor y fingiendo no tener miedo de la intensidad apremiante de esa mirada, levanto mi dedo índice y acaricio suavemente el lado de su rostro, justo debajo de su oreja donde su mandíbula se encuentra con su cuello. Durante un largo momento, Sebastian se queda ridículamente quieto. Y entonces, como si solo pudiera contener el aliento por determinado tiempo, todo su cuerpo se estremece. —Estaba seguro que nunca me darías una oportunidad —dice, capturando mi mano y presionándola contra su pecho donde su inflexible corazón palpita como un trueno—. Pero, Amelia, no quiero esto si es solo por esta noche. —Eso tampoco es lo que quiero. —¿Trato? —Trato —susurro en respuesta.

Esta es la respuesta que él esperaba. Su boca se curva y se inclina hacia mí. Separo mis labios, inclinando mi cabeza hacia atrás para darle la bienvenida, y ese primer toque explota rápidamente todo mi cuerpo. Sí. Mi corazón se acelera y lo beso de vuelta con un placer y una extraña clase de posesividad que va más profundo, y parece más antigua que cualquier cosa que he conocido. He hecho esto antes, sí, pero nunca de esta manera. Como si estuviera abriendo el alma de alguien y entrando para echar un vistazo. Y ese sentimiento, imparable como el viento silbando a través de los pinos espinosos y forzando las nubes negras a apartarse del cielo, va en ambos sentidos. Lo sé con la misma certeza que diferencio el día de la noche. Las manos de Sebastian se ciernen sobre mí y las desliza hasta mi cintura para tomar mis caderas. Mi corazón palpita rápidamente cuando pienso en esa noche en la playa y la forma que le dije que quería algo real. Esto. Esto es real.

s la mañana del sábado y estoy sentado al lado de una de las chicas más hermosas que he visto en mi vida. Ella está sacudiendo su largo cabello y separándolo en tres secciones para poder trenzarlo, y mientras lo hace, habla acerca de una película que vio anoche mientras se dormía. La luz amarilla del sol juega con sus delicados rasgos y la tenue pizca de pecas sobre su nariz. Sus piernas están cruzadas con delicadeza la una sobre la otra y tiene un libro de inglés en su regazo. De vez en cuando, deja de hablarme, me mira y me sonríe con timidez. Eso es todo. La mirada me atrapa cada vez. Sin poder contenerme, hago a un lado mi libro de economía, envuelvo mis brazos alrededor de su torso, y la levanto del sofá. Luego caigo hacia atrás, acunándola mientras caemos sobre las almohadas sueltas. —¡Basta! —grita e intenta apartarse, pero está riéndose en todo momento. Echo su cabello hacia atrás, con cuidado de no arruinar la trenza recién hecha, y acerco su rostro al mío. Sus ojos se cierran y suelta un suave y vulnerable suspiro, abriendo su boca. Como siempre, mi pecho se tensa y siento una descarga eléctrica correr por todo mi cuerpo. Mis dedos lentamente trazan la cinturilla de su falda azul marina mientras beso sus labios y la dulce y cálida piel que abarca su mandíbula y clavícula. Cuando llego a los pequeños botones que mantienen su blusa cerrada, exhala casi como si estuviera derritiéndose en mis manos, y susurra directamente en mi oreja. —No podemos. Carter. —Está jugando con los Legos en su cuarto —discuto, tratando de no mirar la pequeña franja de sujetador que mi exploración ha descubierto. Encaje rosa. —Y puede aburrirse con ellos y venir aquí en cualquier minuto. Tiene razón. Sé que tiene razón, pero eso no me detiene de gruñir por la agonía mientras la levanto de encima de mí, y el encaje rosa desaparece de mi línea de visión. —Además —dice inteligentemente—, se supone que estamos estudiando.

—Y uno de estos días las estrellas y los dioses de la planeación se alinearán y estaremos estudiando a solas. Me lanza una sonrisa pensativa, casi matándome justo aquí y ahora. —¿Qué harás entonces? Su audacia me hace levantar las cejas. —No he pasado la parte de estar solos, pero creo que puedo resolverlo. Y en dos semanas eso podría pasar. —¿Ah sí? —Se supone que Carter se quedará con nuestra tía y el tío en Charleston. Me mira. —¿Qué pasa? —le pregunto. —En dos semanas a partir de ahora estaré en Columbia para un viaje del gobierno estudiantil. —¿Gobierno estudiantil? Que se vaya al diablo. Esto es exactamente lo que está mal con la política. Se ríe y de nuevo, soy como una polilla con las llamas. Me inclino y acuno su nuca. —Olvida la terrible sincronización del viaje y ven aquí —digo, acercándola y rozando mis labios con los suyos. Ves, tengo permitido hacer cosas como estas porque sucede que la hermosa chica es mi novia. Mi novia. ¿Qué tal el karma? —Solía preguntarme esto —murmura. —¿Preguntarte qué? Su pulgar viaja por mi barbilla. —Esto —susurra—. Cómo sería besarte con tu barba así. —¿Y? Se ríe contra mi boca. —¿No es obvio? Mi corazón se pone un poco frenético por su admisión y tomo una decisión rápida. —Amelia, quiero mostrarte algo. —¿Qué? —pregunta. Odiando poner distancia entre nosotros, pero necesitando tomar mi bolso, sostengo su mano sobre mi muslo mientras me agacho y agarro mi desgastado

cuaderno de cuero negro. Se siente jodidamente pesado en mis manos y me pregunto si eso es simplemente un efecto secundario de mis nervios. Nunca he dejado que nadie vea mi cuaderno de dibujo antes. Ni Seth. Ni Carter. Ni Rachel cuando éramos algo. Ni siquiera mi madre. Amelia me quita el cuaderno y se recuesta en el sofá. Sé el momento en que se da cuenta lo que está mirando porque se detiene y sus ojos me miran con preguntas. Asiento, tratando de no mostrarle lo ansioso que estoy, y debe funcionar porque voltea la página y estudia el primer dibujo. Es una mano con la palma hacia arriba. Simple, excepto que cuando llegas a la muñeca, ves las marcadas venas, entretejiéndose en la pálida piel como las líneas de un viejo mapa. Y luego están las gruesas intravenosas marcando el territorio como banderas sombrías. —¿Tu mamá? —pregunta, pasando el dedo índice por la parte inferior de la página. —Sí. Se mueve lentamente por el libro, deteniéndose ocasionalmente para hacerme una pregunta o hacer un comentario. La mayoría de los dibujos son desordenados o sin terminar. Algunos son ideas graciosas que empecé para camisetas y algunos son rústicos paisajes que he dibujado de memoria o por la imaginación. Ella se emociona un poco por el de Carter durmiendo con su oso favorito y una manta metida bajo su barbilla. Y finalmente, llega al primero de ella misma. —¿Cuándo dibujaste esto? —me pregunta, su voz llena con algo de sorpresa. —Septiembre. Puedo notar que esto la sorprende porque esos ojos de sirope de maple están imposiblemente grandes. —Pero ni siquiera hablábamos en ese entonces. —Eso no quiere decir que no mirara —le digo—. Fue el día después que me enteré que estabas siendo la tutora de Carter. Te dibujé mientras estabas en clase de español. —Nunca supe —dice, negando y mirando de nuevo el libro de dibujo. —Esa era la idea. Pasa un par de páginas más hasta que llega a uno de mis favoritos. Lo mira, sin decir nada por un largo rato. Tanto que mi pulso empieza a zumbar perturbadoramente. —¿Y este? —pregunta finalmente. Es un dibujo a lápiz de ella y su hermana estiradas en el césped del patio principal de la escuela. Daphne tiene unos grandes lentes de sol que tapan casi todo su rostro. Los ojos de Amelia están cerrados y su rostro está inclinado hacia el cielo, absorbiendo el calor.

—Las vi a las dos durante el almuerzo un día y… —No puedo creer que esté a punto de decir esto. Voy a sonar como un acosador y, diablos, probablemente me merezco la etiqueta—. Tomé una foto con mi teléfono para no olvidarlo y luego lo dibujé después de trabajar esa tarde. —Me encanta —dice incluso mientras su expresión se oscurece. Sé la razón. Cada vez que su hermana sale a colación, su rostro se estremece, como si una nube pasara frente al sol. Ha sido así durante semanas. —¿Todavía no hablan? Un pequeño musculo de su rostro salta. —Traté muchas veces, pero ella se rehúsa a discutir sobre Spencer. Dice que estoy loca y que tú confundiste lo que pasó. —Amelia, lo siento. —No es tu culpa que las cosas estén tan tensas —dice con un suspiro—. Honestamente, Nancy y papá ni siquiera notan la tensión. Audra, por otro lado, dice que nos dará una semana más para resolver esta mierda. O de lo contrario… —¿Qué pasa en una semana? Una pequeña sonrisa baila en su boca. —Con Audra no lo sé, pero tampoco quiero enterarme. Me río. Puedo verlo. Audra Singer es la clase de chica que es agresiva con lo que quiere. —Tú y Daphne van a descubrirlo. —Sabes, a veces creo que está actuando como si estuviera aun molesta conmigo porque está molesta consigo misma —dice en voz baja, sus dientes deslizándose por su labio inferior—. O tal vez eso es solo lo que espero que sea. —No, tiene sentido. ¿Ya hablaste con tus padres acerca de Spencer? —Todavía no. Me hizo prometer que no diría ni una cosa y solo… yo… —¿No quieres volver a eso? Traga y asiente. Amelia sabe cómo me siento sobre esto porque ya lo hemos hablado, pero no quiero ser quien la presione a una decisión para la que no está lista. —De cualquier forma, no se siente bien —dice, su rostro arrugándose. Enlazo nuestros dedos juntos y la guio a mi pecho. Incluso aunque he estado haciendo este mismo movimiento cada día desde el Baile de Bienvenida, todavía me sorprende lo bien que encaja con mi cuerpo. Que quiere estar así conmigo. —Si hablo con ellos y lo hago a espaldas de Daphne —continúa—. Y si no hablo con ellos… bueno, también se siente mal. Juro que cualquier cosa que pienso hacer duele. Presionando mi boca en su frente justo bajo la línea de su cabello, le digo:

—Tal vez se supone que las promesas deben herir un poco. Mantenerlas y romperlas. —Sebastian, no quiero que pienses que Daphne es débil o estúpida porque no es así. —Lo sé —digo, pensando en mi propia madre y cómo por años luchó para encontrar la fuerza para dejar a mi padre, el bastardo que era—. No se trata de fuerza o inteligencia. —Daphne está perdida ahora. O algo así. —Amelia niega y sostiene mi cuaderno de dibujo—. Pero suficiente de eso. Hablemos de esto. —¿Qué pasa con eso? Echa su cabeza hacia atrás para poder mirarme a los ojos. —Ya sabía que eras bueno, pero estos son increíbles. —No sé si increíbles. —Bueno, yo sí. Sebastian, debes hacer esto. —¿Quieres decir como un trabajo? Asiente. —O para la escuela. Ya sabes… Emory probablemente tiene un buen programa de arte. —¿Emory? ¿No está en Atlanta? De nuevo, asiente. —Pero no está tan lejos. Lo busqué en el mapa el otro día y solo queda a cinco horas de viaje desde aquí. Empiezo a preguntarme por qué estuvo buscando el mapa entre Green Cove y Atlanta, y luego con una fuerza enferma y repentina, se hace claro. —¿Es ahí a dónde vas el próximo año? —Tal vez. Todavía estoy decidiendo entre ahí, Vanderbilt, Wake Forest o tal vez la Universidad de Charleston o Tulane. Y, obviamente, todavía debo entrar. —Entrarás. Se encoge de hombros y se muerde el labio inferior. Siempre supe que Amelia se iría de Green Cove para la universidad, pero sentado aquí en mi sofá con el sabor de ella todavía fresco en mis labios, empiezo a pensar en lo que significa para mí. Lógicamente, no hemos estado juntos el tiempo suficiente para que me preocupe. Aun así… me preocupo. —Sebastian —dice, su voz tiembla mientras pasa las páginas del cuaderno de bocetos—, hay muchos programas de becas geniales. Si dejas que las personas vean estos dibujos de la forma en que yo los veo, les prestarían atención. —Amelia, ya te lo he dicho. Los chicos como yo no vamos a la universidad. No nos convertimos en diseñadores gráficos ni en artistas.

—¿Por qué? —Porque no soy de Londres ni Nueva York. Solo soy un chico pobre del medio de la nada en Carolina del Sur quien está esforzándose por educar a un niño para ser algo más que un imbécil. Tendré suerte si puedo conseguir un trabajo como mecánico o como gerente de producción en el Piggly Wiggly cuando nos graduemos. —No te ves con claridad. —¿Y tú sí? Una sonrisa inadvertidamente sexy mueve sus labios. —Estoy empezando a hacerlo. —¿Y? Se acerca más; tan cerca que puedo sentir su aliento en mi cuello y los pequeños mechones que se han salido de su trenza me hacen cosquillas en el rostro. —Quiero ver más. Quiero saber más. —¿Más? —Todo —dice, besando suavemente mi mandíbula. —¿Todo? —Mmmjmm… —Sus ojos buscan los míos—. Para empezar… ¿Coca o Pepsi? Sonrío. —Coca. —¿Panqueques o waffles? Me toma unos segundos elegir esta. —Ambos son jodidamente buenos, pero me iré con waffles. —¿Tatuajes o perforaciones? —Perforaciones —digo, mirando las pequeñas piedras de oro en sus lóbulos. —¿Patines de cuatro ruedas o en línea? —Ninguno. Riéndose, Amelia me dice: —Esa no es una respuesta aceptable. —Bueno, ¿puedo decir patineta? ¿Eso cuenta? —Bien, solo esta vez, los jueces harán una excepción y aceptarán patineta. —Bien. ¿Entonces es mi turno? —Adelante. —Bien… —Maldición, inventar estas es más difícil de lo que creí que sería—. ¿Día o noche?

—Noche. —¿Dulce o amargo? Hace una mueca. —Dulce. ¿Eso es una opción de verdad? Me río, punto anotado. —¿Lago o playa? —¿Estarás en esta playa conmigo? —Si quieres. —Incluso escucho la incertidumbre en mi voz; todavía es difícil creer que esta chica sea de verdad mía. —Entonces definitivamente elijo la playa —dice, moviendo su lengua dentro de mi boca y volviéndome loco. Enredando mis manos alrededor de su cintura, la anclo a mi pecho y la beso en respuesta con toda el ansia contenida. Ella me encuentra ahí, besándome con fuerza y pasando sus manos por mi espalda hasta mis caderas casi febrilmente. Esto me sorprende porque hasta ahora, aparte de nuestros jugueteos y un par de momento para mayores de trece años, Amelia y yo hemos tomado las cosas con calma. Y estoy bien en ir con calma. Pero estoy bien con esto también. Demonios, con Amelia, cualquier cosa y todo funciona para mí. El beso se profundiza mientras se sube a mi regazo y mueve sus manos a mi nuca y hasta mi cabello. Ella no está usando sus leggins de siempre y su falda está alzada, mostrando áreas de sus muslos que nunca antes he visto. Me siento desesperado, casi tembloroso mientras la toco ahí, dejando que mis dedos exploren la piel cálida hasta que apenas puedo respirar. Hay una pregunta que debo hacerle. Creo que sé la respuesta y es jodidamente incomodo hacerla, pero necesito estar seguro. Su corazón está latiendo tan rápido y fuerte que puedo sentirlo bajo mis dedos. —¿Amelia, alguna vez…? —¡Mírenme! Miiierda. Los músculos de Amelia se tensan, su cabeza se echa hacia atrás, y se baja de mí mientras Carter corre hacia nosotros a toda velocidad gritando repetidamente: ¡Mírenme! ¡Mírenme! desde atrás de una máscara roja y dorada. —Tu sincronización no podría ser peor, amiguito —jadeo, ajustando mi posición en el sofá y tomando una gran inhalación para guardar la compostura. —Bash, este atuendo es genial. ¡No he intentado volar, pero es probable que pueda! —¿Qué eres? —pregunta Amelia, discretamente arreglando su falda para que nada esté fuera de lugar.

Carter estira una mano e infla su pecho en su mejor postura de superhéroe. —Soy Iron Man. —Carter, no vamos a pedir dulces hasta después de la cena. Ni siquiera si empiezas a volar. —¿Pero por qué no podemos ir ya? Estoy listo. —Ni siquiera es hora de almuerzo y nadie empieza a dar dulces hasta que está oscuro. Tienes horas antes del espectáculo. Se quita la máscara, mostrándonos su rostro rosa y sudoroso. —Amelia, ¿vendrás a pedir dulces con nosotros? —¿Quieres que vaya? Empieza a brincar de la emoción. —¡Sí! ¿Cuál es tu disfraz? —Mmm… ¿necesito uno? Su rostro cambia y arruga su nariz. —Por supuesto que necesitas un disfraz. No te darán dulces si sales con tu ropa de siempre. —Supongo que podría usar mis leggins de dulces de maíz. Me río. Su frente se arruga. —¿Qué? —Solo tú tendrías leggins de dulces de maíz —digo, levantando mi mano y tocando el rosa que aparece en su rostro. Carter niega. —Los leggins no te conseguirán los dulces buenos. —Bueno, ¿qué hay de ti? —me pregunta. —Bash es aburrido —dice Carter con superioridad—. Y va a usar lo mismo que el año pasado. Es solo una camisa que dice “Desnudista en Huelga”. Ni siquiera sé qué significa. Es muy tonto, pero sé que puedes hacerlo mejor, Amelia. —Bueno… —Me mira buscando ayuda, pero no voy a sacarla de esto. Pagaría buen dinero para ver qué se inventa Amelia Bright para un disfraz de Halloween de último minuto. —Sí, Amelia —digo, sonriendo divertido—. ¿Cuál es tu disfraz? —No creo que pueda decirte porque es un secreto de estado. —¿Secreto de estado? —pregunto, pretendiendo estar impresionado—. Eso suena serio. Arquea una ceja.

—Oh, lo es. Solo espera.

ué es esto? —¿Mmm? —Me aparto de la cama y veo a Daphne asomando la cabeza en mi habitación—. ¿Qué es qué? tentativo a través del umbral.

Absorbe sus mejillas con su boca y da un paso

—¿Está Nancy haciendo una campaña de caridad de la que no sé? —Oh. —Suspiro y miro el montículo de ropa desechada en el suelo a mis pies. Es como si mi armario se hubiera puesto enfermo y vomitara—. El hermano pequeño de Sebastian me invitó a ir a pedir truco o trato con ellos, así que estoy buscando entre todas mis cosas para encontrar algo brillante para un disfraz esta noche. Se sienta en el borde de mi cama. —Eso suena divertido. Me encojo de hombros. —Lo será si puedo pensar en qué ponerme. Daphne se ríe, pero es un sonido cansado y distraído. —¿Así que ustedes...? —¿Quieres decir Sebastian y yo? —¿Sí? Parece que estás muy bien con él. —Me gusta. Mucho. —En realidad, me gusta no es la palabra. Cada momento que paso con Sebastian hace que mi corazón se abra un poco más. Muy pronto me imagino que será capaz de mudarse y hacer allí un hogar para sí mismo—. Él me hace sentir… Dios, no sé cómo describirlo. —¿Feliz? —suministra. —La más feliz. —Eso es realmente bueno.

—Nunca pensé que sería una de esas chicas, pero está bien con él. Y aunque ha sido menos de un mes parece que las cosas siempre han sido así. No creía que eso pudiera pasarme. —Amelia, tu voz es pegajosa y estás peligrosamente cerca de desmayarte. —Puede que lo esté. —¿Te pone mariposas en el estómago? —Más como un tornado. —Sa-woon. —Mi hermana sonríe y de repente me asombra que estemos teniendo una conversación real. —Daphne, ¿estamos hablando de nuevo? —pregunto con cautela. —Quiero hablar. —Yo también quiero —digo, hundiéndome junto a ella en la cama—. Siento la manera en la que han sucedido las cosas entre nosotras. Lo pienso todo el tiempo, pero no sé qué hacer para arreglarlo. —No, soy yo, Amelia. He sido una malcriada. —No eres una malcriada. Su voz se vuelve pesada. —Sí, lo soy. Y no sé... es solo... creo que podrías haber tenido razón acerca de Spencer. Mi caja torácica se comprime, apretando mis pulmones. —¿Te lastimó de nuevo? Parpadea y retrocede. —No físicamente. —¿Entonces qué pasó? —Hice algo, tipo, tal vez secuestré su teléfono hace dos noches mientras estaba en el baño. —¿Así que has husmeado? —Yo husmeaba —admite—. Y me enteré de que ha estado enviando mensajes de texto a esta chica, Maggie. Creo que es la misma Maggie quien se graduó un par de años antes de nosotros. —¿Maggie Fitzpatrick? —Esa es. Al menos, creo que es ella. —De ninguna manera. —Sí. —Son los textos, ya sabes, ¿condenatorios?

—Podría haber sido nada. No tuve la oportunidad de leer todos los mensajes antes que él volviera, pero había suficiente allí que me dio un mal presentimiento sobre todo el asunto. —Lo siento. —No lo hagas. —Inhala rápido por el coraje—. No quería decirte esto antes, pero Spencer se ha metido en algunas cosas de las que no quiero ser parte. —¿Drogas? —Creo que sí. Esteroides o píldoras o... algo. No estoy segura. —Sabía algo, pero no quería creer que fuera cierto —le digo—. Entonces, ¿qué vas a hacer ahora? —Voy a hacer lo mismo que he estado haciendo desde el jueves por la noche. Voy a evitar sus llamadas y todas sus falsas excusas. —¿Terminaron? —Hemos terminado. —Suena tan segura de sí misma que casi le creo. —Pareces segura de ello. —Lo estoy —dice—. Me siento mejor que en mucho tiempo. Me siento como yo. Spencer puede llevarse su popularidad y su adorado club de fans con él. No lo extrañaré ni un poquito. —Vaya. Eso es… simplemente vaya. Bien por ti. Se ríe de mi sorpresa. —Pero suficiente sobre Spencer. Él me ha quitado bastante tiempo y no quiero que tome un segundo más de mi vida —dice, sentándose recta—. Y parece que tú y yo tenemos cosas muy importantes que discutir. —¿Como qué? Daphne señala con un dedo acusador el montón de ropa. —Como, ¿cuál va a ser tu disfraz? —Uh, en este punto no estoy pensando en nada. —¿Estás diciendo que quieres estar completamente desnuda o simplemente Lady Gaga desnuda? Supongo que a Sebastian le gustará de cualquier manera. Me río. —Sabes que no es lo que quise decir. —Podrías usar mi vestido de porristas —sugiere. —No estoy segura de que tu equipo de porrista sea mucho mejor que estar desnuda. Pone los ojos en blanco. —Tendremos que ir de compras.

—Pero los únicos disfraces que quedan serán la enfermera sexy o el modelito de hada stripper y ninguno de esos me parece remotamente atractivo. Por no mencionar que voy a llevar a un niño de primer grado a dulce o truco —señalo—. No quiero que se enfrente con ligas de encaje y un ridículo escote toda la noche. —Entonces tenemos que ser un poco más creativas. —Uh, ¿qué tienes en mente? En respuesta, solo pinta una sonrisa traviesa. —En serio, Daphne. ¿Qué estás planeando?

Una hora más tarde, estoy de pie en una arañada plataforma de madera en el vestidor de la parte trasera de una tienda local de segunda mano llevando un maloliente vestido de novia. Es tan espumoso que podría avergonzar a un cappuccino. —Uf, ahora realmente me veo como la Novia de Frankenstein. Ni siquiera puedes negarlo. Daphne se da la vuelta y mira mi reflejo en el espejo. —Es cierto, pero eso es lo que buscamos esta vez. Mira —dice, levantando el dobladillo del vestido y estirándolo aún más—. Tomaremos un poco de sangre falsa y maquillaje blanco y ¡voila! Es el día de tu boda monstruosa. Tiro de uno de los enormes lazos de raso blanco unidos a una manga en forma de campana. —No estoy segura de esto. —Está bien, entiendo que puede ser demasiado —dice mientras retrocede—. Solo dame otro minuto. Ni siquiera he visitado la sección de pijamas. —Oh Dios, ¿pijama? ¿Qué podría haber para mí en los pijamas? Como resulta, Daphne piensa que hay mucho. Primero me viste con un pijama de franela pensando que me enviará esta noche como uno de los duendes de Santa o Barbie al aire libre. Cuando eso no funciona, me obliga a ponerme un camisón transparente que ha emparejado con leggins verde lima. —¿Y de qué se supone estoy disfrazada? —¿Tal vez de un rockera de los años ochenta? Me río. —Es más prostituta que rockera. —Bueno, qué te parece… Oh, Dios mío, ¡tengo una idea! —Deja caer el albornoz amarillo canario y las locas zapatillas de gato que llevaba y sale corriendo del probador.

—¿Daphne? —La hubiera perseguido, pero todavía estoy usando el camisón y no voy a mostrar a los otros compradores cómo es mi sujetador. Mierda. Daphne suelta un grito fuerte y alegre cuando resurge de los estantes de basura y abrigos mohosos. —¡Pruébatelo! —Está sosteniendo un trozo viejo de metal negro que al inspeccionar más de cerca me doy cuenta de que es una cámara Polaroid. Una antigua. —¿Eso es para mi disfraz? —No, es para mí. Esto es para ti —dice ella, entregándome un feo vestido negro y blanco. —¿Esos son gatos? —pregunto, mirando el vestido con sospecha. —¡Sí! Lo vi antes, pero no podía pensar en cómo usarlo en un disfraz. Entonces, cuando vi el albornoz amarillo y esas perfectas zapatillas de gato, lo supe. —¿Supiste qué? —La. Loca. De. Los. Gatos. —Estás bromeando. —¿Por qué iba a bromear? Esta idea es a la vez apropiada e hilarantemente horrible. —¿No podría ser simplemente un vagabundo? —No. Loca de los gatos al completo. Vas a hacer esto, Amelia. —Bueno, tengo leggins de gato. Son del color del arcoíris. —¿Ves? Ni siquiera tengo que esforzarme. —Daphne me pasa el albornoz sobre los hombros y finge tomarme una foto con la vieja cámara—. Además, creo que necesito comprar esta cosa. —Es tan vieja que probablemente podrías donarlo al Smithsonian. —Una cámara como esta no pertenece a un aburrido museo. Me pertenece, tomar fotos del mundo como se suponía. Es especial. —¿Cómo sabes que funciona? —No lo sé, pero es divertido de todas formas. Y ya que son solo como cuatro dólares, lo positivo supera por completo el lado negativo. —Incluso si funciona, nunca podrás encontrar película para ella —predigo. —Solo mírame. Será perfecto para nuestro viaje por carretera —dice, poniendo la correa alrededor de su cuello y sacando su teléfono de su bolso—. Oye, ¿quieres que le envíe un mensaje a Audra a ver si nos puede encontrar en el café de Annie May? —¿Y un muffin de queso y crema de calabaza? —Ahora estás hablando. Voy a conseguir dos de esos muffins.

—¿Dos? —Son estacionales y me estoy recuperando del fin de una mala relación — razona, encogiéndose de hombros mientras envía el texto. La respuesta rápida de Audra hace reír a Daphne. —¿Qué dijo? Niega y me pasa el teléfono. —Velo por ti misma. Audra: ¡Wooohoo! La banda está junta de nuevo. A ustedes perras no les permito romper de nuevo. ¿ENTIENDES? Y un segundo texto enviado justo después del primero. Audra: Y SÍ a lo de Annie May. Ordéname uno de esas cosas de crema batida y diles que quiero crema batida extra. En realidad, solo dame una taza enorme de nada más que crema batida. Y quiero un muffin de chocolate. En serio lo merezco después de tratar con ustedes dos tontas. ¡NOS VEMOS en diez!

i tía y mi tío viven en la parte norte de la península de Charleston donde las mansiones históricas, que verías en los paseos turísticos en carroza por debajo de la Calle Broad, dan paso a casas artesanas más pequeñas y casas escondidas de la calle por arbustos de azalea y Lagerstroemia florecientes. Los inmuebles en esta parte de la ciudad tienen que ser caros, pero Mike y Denise son diseñadores de software y por lo que puedo decir, les va bien. Hace unos pocos años descubrieron una pensión que había sido convertida en una moderna y lujosa casa adosada y vendieron el barco de pesca de Mike para poder pagar la unidad de tres plantas ahí mismo. Estos días Mike va en bicicleta al trabajo y mi tía se queda en casa y trabaja desde una oficina que ha montado en el tercer piso. El otoño pasado adoptaron un Golden retriever de un refugio y lo llamaron Dakota, y Mike decidió añadir una valla y pintar las tablas de blanco. Ahora todo lo que necesitan es dos hijos y estarían viviendo el Sueño Americano. —Bash, estás aquí. —Denise tiene la puerta principal verde abierta antes que pueda bajarme de mi camioneta en la curva—. Le diré a Mike que ponga las hamburguesas. Su cabeza desaparece por un momento y cuando vuelve, le pregunto: —¿Cómo está Carter? ¿Se lo ha pasado bien? —¡Sí! —Es el pequeño hombre en persona, que sale corriendo por la puerta principal y vuela sobre el irregular camino de ladrillos. Lo atrapo con mis brazos y le doy vueltas. —Te he echado de menos, amigo. —Solo he estado dos días aquí. —Aun así, puedo echarte de menos —digo, liberándolo—. La casa está solitaria cuando no estás tú. —¿No ha estado Amelia contigo? —Nop. Tenía que ir con su grupo del consejo de estudiantes a Columbia para un simposio sobre la votación escolar —le recuerdo mientras bajo la cabeza para

besar a la tía Denise en la mejilla. Tiene el cabello oscuro y es pequeña igual que mi madre. —Oh, claro. Denise me sonríe. —¿Amelia es la novia sobre la que hemos oído tanto de Carter? —Esa es ella —respondo. —Tendrás que contarnos aún más sobre ella —dice, dirigiéndonos hacia la cocina—. Carter ya nos ha dicho que es su tutora y que tiene cabello castaño y una nariz. —Buena elección con lo de la nariz, amigo. Carter se encoge de hombros. Ha saltado sobre uno de los taburetes con respaldo de latón y está comiendo trozos de zanahoria de la tabla de cortar que Denise está usando para cortar para la ensalada. —También nos dijo que sonríe mucho y que ama los gatos. Me río, pensando en su disfraz de Halloween. —En realidad es alérgica a los gatos, pero parece estar bien alrededor de Jinx. Y sí que sonríe mucho. —Tal vez se te esté pegando —dice ella—. No te he visto tan feliz en mucho tiempo. Y te diré que Carter parece pensar que esta chica colgó la luna en el cielo. —No tenemos pruebas de eso, pero no vamos a descartar nada. Denise se ríe y el sonido es tan como mamá que por un instante pierdo el control de mi respiración. —¡Las hamburguesas estarán listas en quince minutos! —grita Mike desde el patio trasero. La cocina irrumpe en actividad entonces. Denise toma posición en el fuego, machacando patatas mientras se las arregla para dirigirnos a Carter y a mí para que terminemos la ensalada y pongamos la mesa con platos y cubertería. —Bash, me alegro de que puedas quedarte a cenar —dice Denise cuando todos los platos están llenos y estamos sentados. Termino de añadir lechuga a mi hamburguesa y lo aplasto para que la cosa no se me desmonte. —Gracias por la invitación. No soy de los que rechazan la comida y sé que este hombrecito tampoco. La cabeza de Carter sube y baja. Ya hay un anillo de kétchup alrededor de su boca. El resto de la conversación es fácil. Mike nos cuenta sobre un proyecto con el que ha estado intentando lidiar en el trabajo, algo acerca de un fallo técnico en una app para móvil. Y Denise nos hace preguntas de la escuela y Amelia.

Cuando todas las hamburguesas están comidas y estoy tan lleno que tengo que reclinarme en mi silla y cruzar los brazos encima de mi abdomen, Denise le dice a Carter que vaya a recoger sus cosas y él sube por las escaleras a la habitación que usa mientras está aquí. —Así que, tu tía y yo hemos estado hablando mucho últimamente —dice Mike. —¿Sí? —murmuro, intentando no eructar en alto. —Y… —Él y Denise comparten una mirada. Aquí es cuando me doy cuenta de que ella está tensa. —¿Nos preguntábamos cómo se sentiría recuperar tu vida? —me pregunta. Resoplo. —¿Mi vida? ¿De qué están hablando? Mi tía se mueve en su silla mientras me mira cautelosamente. —Bueno, ahora eres un estudiante de último año. Asiento. —Sí. —Y ahora que tienes una novia seria, no puedo imaginar que sea fácil comportarse como un chico adolescente normal. —No lo es, pero me las arreglo. —¿Deberías tener que arreglártelas? —me pregunta Mike y veo la forma en que se acerca más a Denise y cubre su mano con la suya. Este pequeño movimiento pone mis sentidos en máxima alerta. —¿De qué están hablando? —pregunto, mirando a uno y al otro. Denise suelta la respiración. —Cuidar de un niño de siete años es demasiada responsabilidad para un chico de tu edad. Mi cerebro salta al día del mes pasado cuando Elaine Travers se pasó para comprobarnos a Carter y a mí. Sentado aquí en la silla de la cocina de mis tíos, tengo la misma sensación insistente que me asusta como la mierda. ¿Puede que los Servicios Sociales hayan contactado con Denise y Mike para hacerles saber sobre la investigación? ¿Eso está permitido? —¿De dónde viene esto? —les pregunto. Mike me responde con una voz firme y deliberada. —Tu tía y yo hemos estado pensando mucho estos últimos meses. Cuando tu madre murió, no presionamos con la cuestión porque todos estaban agitados. Denise había perdido a su hermana mayor y ustedes… perdieron ya demasiado. — Mi tía están empezando a llenarse de lágrimas. Infiernos, yo estoy empezando a llenarme de lágrimas—. Pero ahora que las cosas se han calmado —dice

sombríamente—, ambos pensamos que sería mejor para todas las partes si nosotros nos hacemos cargo de la tutela de Carter. Estoy escuchando, pero las palabras no tienen sentido al momento. Cuando finalmente atraviesan el lado de mi cráneo y llegan a su lugar, salto de la mesa. —¿Qué? Denise está llorando ahora. —Sabes que después de que tu madre muriera, queríamos que ambos se mudaran con nosotros. —Entonces debes recordar que ambos queríamos quedarnos en Green Cove — le grito—. Es lo que ella quería para nosotros. —¿Lo es? —suelta Mike. —¿Qué estás implicando? —¿Saben algo que yo no? ¿Mi madre habló con ellos sobre esto antes que muriera? —Sé lo que es crecer en Green Cove y sentirse atrapada ahí. —Denise solloza— . Tu madre pasó por eso y nunca salió porque se quedó atrás con tu padre. Yo pasé por lo mismo, pero luché mi camino hasta la universidad y un tipo diferente de vida. Ahora es tu turno, Bash. No quieres estar atrapado ahí para siempre, ¿no? Y sé que no quieres eso para Carter. —¿Por qué está pasando esto ahora? —Porque queremos que pienses en dejar que tu hermano empiece la escuela aquí a principios del siguiente trimestre —dice Mike con calma—. Nos gustaría que tú también estés aquí, pero lo entenderíamos si quieres terminar tu último año en Green Cove. Denise asiente y se suena la nariz, controlando sus lágrimas. —Hemos pensado que podrían tener unas últimas Navidades en la casa y luego Carter podría tener un nuevo comienzo en Charleston en año nuevo. —Eso no va a pasar. —Solo piensa en ello, hijo —dice Mike. —No soy tu hijo. Suspira de una forma que me hace pensar que sabía que iba a decir eso igual que sabe que no puedo cuidar de mi hermano. —Tienes que empezar a pensar en qué es mejor para Carter. —Estoy pensando en ello. Pienso en ello cada maldito día. —No queremos que las cosas se pongan feas —dice mi tía, sus ojos grises húmedos y suplicantes. Esos son los ojos de mi madre. Mis ojos. Los ojos de Carter. —Entonces no las hagas feas. —Es a la vez una pregunta y una afirmación. —No es tan fácil, Bash. No vamos a simplemente rendirnos y alejarnos. Hay demasiado en juego.

—Pero así es como me siento —digo, mis dedos apretando el respaldo de la silla—. Le prometí a ella que cuidaría de él y ahora quieren que rompa mi promesa. —Nunca querría ir contra los deseos de Jean Anne, pero sinceramente creo que estaba confusa hacia el final. Estaba intentando por todos los medios sacar lo mejor de una mala situación, pero este arreglo no es apropiado. Es demasiado duro cuando no debería ser de esa forma. Tienes que vivir la vida de un joven y no estar atado con la carga de cuidar de ti mismo y un niño pequeño. —No es así —digo y mi voz se quiebra—. Necesito a Carter tanto como él me necesita a mí. —Bash, cariño, Mike y yo vamos a hacer lo que sea necesario para arreglar esto. ¿Entiendes eso? Mi lengua está tan seca que se siente pegajosa contra el cielo de mi boca. —No pueden hacernos esto. —No estás siendo razonable —dice Mike, negando. —Porque me estás pidiendo permiso para entrar en mi vida y explotarla. Denise me mira. —Pero tienes que ver de dónde venimos. Nosotros sí tenemos opciones. —¿Qué se supone que significa eso? —Simplemente hemos hablado con varios abogados. Mi abdomen se aprieta fuertemente mientras espero que el otro zapato se caiga. Supongo que he sabido que estaba viniendo desde que Mike se aclaró la garganta y me dijo que él y mi tía han estado hablando mucho. Todavía es extraño cómo todas las piezas se juntan a la vez y puedo ver este retrato de familia por lo que es. —¿Fueron los que llamaron a Servicios Sociales? Ni Mike ni Denise se mueven, pero veo la culpa en sus rostros. Es jodidamente impresionante. —¿Cómo pudieron hacerlo? —pregunto. —Bash, estábamos preocupados y pensamos que era lo correcto de hacer para todos —explica Denise. —¿Sabes qué? Guárdatelo para alguien que quiera oír. Ya he terminado con esta conversación y con ustedes —digo sombríamente mientras camino hacia las escaleras. Necesito sacar a Carter y salir de esta casa. Ahora—. ¡Carter, date prisa! Denise me sigue. —Piensa en esto, Bash. ¿Con quién crees que un juez va a tomar partido? ¿El chico de dieciocho años que trabaja en una ferretería después de la escuela o los dos adultos que pueden proporcionarle a Carter una vida segura y estable desde el punto de vista financiero? —¿Es eso una amenaza?

Carter aparece en la parte de arriba de la escalera. Su mochila está en una mano y Red Dead Fred está en la otra. —No quiero amenazarte —dice Denise en voz baja para que Carter no la oiga— . Pero por favor, compréndeme cuando te digo que Mike y yo haremos lo que sea necesario para asegurar lo mejor para ese niño. Miro hacia otro lado. —También lo haré.

—Entiendo. Gracias por su tiempo —digo, presionando el botón de finalización para terminar la llamada. Ese fue el quinto abogado con el que he hablado esta tarde y todas las conversaciones fueron de la misma manera. Caso interesante. Déjeme pasarle a mi asistente legal quien puede explicar cuál es mi adelanto. En el momento en que les digo que no puedo pagar un adelanto, mi caso se vuelve mucho menos convincente y los horarios están demasiado llenos para representarme. Pensarías que ya estaría acostumbrado a tomar los golpes que vienen en mi dirección, pero todavía sacan sangre. Cada vez. La gente le gusta decir que el dinero no puede comprar la felicidad, pero seguro como el infierno puede comprar paz mental en forma de representación legal. De acuerdo con mi búsqueda de Google, hay otro abogado en Green Cove que podría tomar el caso, pero no puedo obligarme a hacer esa última llamada. Las dos veces que nos reunimos, ha sido más que obvio que a Bill Bright no le agrada que esté alrededor de su hija. Apenas puede mirarme a los ojos, así que no creo que vaya a ser voluntario para ser mi abogado por la bondad de su corazón. Tal vez también estoy evitando la llamada porque si le digo al señor Bright que estoy siendo demandado por mi tía y mi tío, entonces no tengo más remedio que decirle a Amelia. Los últimos tres días, la he mantenido en la oscuridad, descartando mi mal humor por mal sueño. No sé por cuánto tiempo más puedo mantener el acto, pero una vez que lo diga en voz alta y ella lo escuche, todo esto se vuelve real. ¿Qué voy a hacer? En resumen, Mike y Denise están magníficamente jodiéndome. Pueden fingir que es por mi propio bien, pero conozco un golpe cuando lo veo. Y la peor parte es que sus predicciones se están haciendo realidad. No puedo competir con ellos cuando se trata de estabilidad financiera. Diablos, ni siquiera puedo contratar a un verdadero abogado. E incluso si hablo con mi jefe acerca de recoger horas extras en

Kane, no creo que haga una diferencia. ¿Qué son unos cuántos cientos de dólares más cuando necesito cinco mil? —¿Bash? ¿Estás en casa? Hay una sombra en la puerta mosquitera. —Aquí dentro. Paul de la casa de al lado, entra. —Mamá está en otro de sus puntapiés de mantequilla —dice, dejando caer una cacerola en la mesa del sofá y poniéndose cómodo—. Te hizo todo tipo de cosas de camarón. Creo que hay arroz y zanahorias dulces en ella y dijo que lo dejes enfriar y meterlo en el refrigerador. Puedes calentarlo si quieres o comerla fría. —Gracias. A Carter le encantan los camarones. —¿A quién no? —pregunta Paul, estirando los brazos por encima de su cabeza y montando los pies en la mesa—. Entonces, ¿qué haces? Señalo el teléfono en mi mano. —Llamando abogados, tratando de conseguir uno que trabaje para mí de forma gratuita. —¿Estás en problemas? —No, solo tengo algo que solucionar. —Iba a decir que todavía puedo conseguirte el dulce trato que mencioné hace un tiempo. Estoy impresionado de que él incluso recuerde esa noche. Estaba tan drogado que pensé que su cerebro se había convertido en sémola y todo se había olvidado. —No lo creo. Los ojos verdes de Paul se amplían. —Solo digo que las cosas van bien para mí. ¿Viste mi auto? Lo hice. Era difícil ignorarlo cuando conducía aquel brillante auto deportivo nuevo por la calle. El motor era más fuerte que los fuegos artificiales del cuatro de julio. —Es una belleza —le digo. —Podrías tener uno igual. —No voy a transportar drogas. —No es así —dice, respirando a través de su boca abierta—. Ni siquiera es un transporte porque hago ese fin. Todo lo que tendrías que hacer es dejarnos usar tu lugar. —¿Para qué? —Eso es para mí saberlo y tú nunca descubrirlo.

Creo que he oído hablar de esto antes. Los comerciantes de metanfetamina alternan casas para cocinar, de esa manera no los atrapan. —¿Quieres que te deje hacer drogas aquí? Él levanta sus hombros de una manera que podría significar sí o no. —Todo lo que tendrás que hacer es despejarte de tu humilde morada por un tiempo y cuando hayamos terminado, limpias y haces como si nunca hubiésemos estado aquí. —¿Eso es todo? —Pan comido, hombre. —No lo sé, Paul. —¿Recuerdas cuando solíamos drogarnos con todo el mundo en el supermercado antes del primer período? Paul y yo nunca fuimos amigos ni siquiera cuando él era estudiante en Green Cove, pero corríamos en los mismos círculos. —Eso fue hace mucho tiempo. —Solo estoy diciendo que solías ser audaz y lo que te estoy presentando es menos arriesgado que drogarse con un grupo de adolescentes antes de ir a la escuela. Y puedes hacer buen dinero de esta manera, Bash. Estoy hablando de miles. ¿Miles? Tan tentador como suena la oferta —especialmente ahora cuando necesito ese dinero extra— no sé si puedo ir allí. ¿Dejar a extraños en la casa donde Carter y yo dormimos para que puedan cocinar metanfetamina en nuestra cocina? Mierda, suena muy mal incluso en mi propia cabeza. Y Servicios Sociales ya han enviado a alguien a la casa una vez. No tengo ninguna garantía que no vuelva a suceder. Por otra parte, razono, en realidad podría no ser capturado por eso. Entonces tendría el dinero que necesito desesperadamente para pelear contra mi tía y tío por Carter. Con ese tipo de dinero podría mantener a nuestra pequeña familia unida en la forma en que mamá quería. Demonios, con miles incluso podría echar un vistazo a las universidades. Universidad. La palabra reverbera por todo mi cuerpo. Con todo lo que he tenido que hacer malabares en mi vida, nunca pensé en ello como una posibilidad real. Pero tal vez con los recursos adecuados podría convertirse en una realidad. Y, si lo que Paul me está diciendo es cierto, técnicamente no sería el que está lidiando con la mierda ilegal. Solo estaría limpiando después. —Te lo estoy diciendo —dice Paul, poniendo fin a mis salvajes pensamientos— . Es dinero fácil, hombre. Pan comido.

melia: ¿Verano o invierno? Bash: Verano por supuesto. ¿Katy Perry o Taylor Swift? Sonrío mientras tecleo una respuesta. Amelia: T Swift toda la vida. LOL Bash: Debí haberlo imaginado 😝 —¿Vas a hacer eso todo el día, Amelia? Parpadeo hacia mi hermana. —¿Eh? sola?

—Ya sabes, ¿chatear con tu enamorado mientras yo compro por aquí y hablo —No estoy…

—Oh, qué demonios —dice Daphne, pero su expresión es suave—. Estás tan perdida ahí que Nancy sería capaz de dejarte plantada con un gramo de hierba y ni siquiera lo sabrías. Estamos en el centro comercial a dos ciudades de distancia con nuestra madrastra, quien insistió en que nuestro guardarropa de otoño e invierno necesitaba un poco de relleno. —¿Dejarme planta con un gramo de hierba? —le siseo a Daphne—. Podría estar mensajeándome con mi novio, pero no estoy tan ida. Gime y aleja la mirada. Luego suelta un chillido emocionado y saca un vestido sin tirantes de color borgoña con delicados arcos de seda en el escote. Acercándolo a su pecho, exclama: —¡Es perfecto para Acción de Gracias! Nancy, ¿qué piensas? Nuestra madrastra pausa su metódica búsqueda de ropa y levanta la mirada. Hace uh por un momento mientras estudia el material en las manos de Daphne. —Es encantador, pero preferiría el verde. Sería una mejor opción con tu tono de piel.

Daphne hace una mueca y lo considera antes de lanzar el vestido por su brazo y darme una pequeña sonrisa secreta. —Me probaré este. Se verá asombroso con aretes de aro y mis zapatos de gamuza. Mi celular vibra en mi mano y no puedo evitarlo. Amo jugar este juego con Sebastian. Bash: ¿Tacos o Burritos? Esta es fácil para mí. Amelia: Tacos de camarón con repollo y montones y montones de crema agria. Espero, con la esperanza de que responda de inmediato. Mi corazón da un salto, cuando los puntos aparecen en mi pantalla, dejándome saber que está escribiendo un texto. Bash: Esos suenan como los tacos de camarón de LeRoy. Amelia: Probablemente porque lo son. Bash: Esos también son mis favoritos. ¿Quieres ir a comer tacos de camarón conmigo este viernes? Amelia: ¿Me estás invitando a una cita? Bash: Solo si no te importa si llevo a un pequeño de siete años conmigo quien querrá hablar de superhéroes y Legos todo el tiempo. Amelia: ¿Superhéroes y Legos? ¡Cuenta conmigo! —Amelia, ¿sigues mandándote mensajes con ese chico? Alejo mis ojos del teléfono y veo a Nancy frunciendo el ceño en mi dirección. Daphne me da su mirada favorita de te-lo-dije. —No seas dura con ella, Nancy. Está viviendo en La-la-land y es simultáneamente adorable y asqueroso. Dejo caer el teléfono en mi bolso. —Lo siento. Era Audra, haciéndome una pregunta de la tarea. Daphne, quien claramente no lo cree, pone sus ojos en blanco. —Voy a probarme esto, ¿de acuerdo? Prepárate para ayudarme a decidir. La vemos batallar con la cantidad de prendas que encontró y encerrarse en los probadores. Cuando estamos solas, Nancy me dice: —Han estado pasando una horrible cantidad de tiempo juntos. ¿Es serio? Me estremezco en respuesta. Esta no es la conversación que quieres tener con tu madrastra un sábado por la tarde. —Tomaré eso como un sí —concluye.

—Nancy, solo he estado con él por un mes así que no pienso que aún pueda clasificarse como serio. Suspira mientras muestra su desacuerdo con mi declaración. —¿Aún estás haciendo tu trabajo de la escuela? —Sí. —La temporada de tenis está justo a la vuelta de la esquina —dice como si no lo supiera—. Pronto, todo tu tiempo va a estar completamente ocupado con las prácticas y responsabilidades de equipo. ¿Él lo entenderá? —Claro que lo hará. Él tiene trabajo y escuela y montón de cosas que lo mantienen ocupado. —¿Y este chico, este Bash… ¿no está intentando presionarte ni nada? La miro mientras el calor inunda mi rostro. ¿Presionarme? —Uh… ¿Qué quieres decir, Nancy? —Universidad, querida. Estar con él no va a cambiar tus planes, ¿o sí? Tu padre y yo estamos preocupados después de todo el trabajo duro en los últimos años, tu toma de decisiones puede verse nublado por esta nueva relación. —No voy a abandonar mi futuro por un chico si es por eso que están preocupados. —De todas formas, nos gustaría verte terminar las solicitudes para la universidad y enviarlas —dice, con una mirada afilada. —Lo haré. —Oye, ¿qué hay acerca de mí? —grita Daphne a través de las puertas del vestidor. Puedo escucharla pelear con la ropa—. ¿Por qué no están preocupados por algún chico distrayéndome? —Oh, Daphne. —Nancy se ríe. Luego, me murmura—: Espero que escoja el verde para Acción de Gracias. —El borgoña también es lindo. —Amelia, me gustaría que también pusieras un poco de esfuerzo en tu apariencia. Tu padre ha invitado a su compañero de negocios para que se nos una. —Realmente no veo nada que me guste —murmuro. —Vi una fantástica camisa de vestir de Tory Burch —sugiere—. Siempre y cuando no intentes probártelo con nada más. —Le da una mirada escéptica a los leggins que estoy usando—. No se vería bien. —Nancy, acerca de Acción de Gracias —comienzo porque de repente tengo una idea—. Sebastian y su pequeño hermano no tienen planes este año. De hecho, durante nuestra última sesión de tutoría, a Carter se le escapó que estaban planeando conseguir comida china y hacer una maratón de películas de Marvel este año. —Le sonrío incómoda—. Pero no creo que eso cuente como planes de Acción de Gracias a menos que haya pavo involucrado.

Nancy solo me observa, sin captar la indirecta, así que continúo. —Así que… me estaba preguntando ¿si tal vez podrían unirse a nosotros en la cena? Siempre hay suficiente comida y pensé que era una linda forma en la que tú y mi papá podrían conocer mejor a Sebastian. —¿Y su hermano? —Bueno, sí. No puede exactamente dejar a su hermano. —¿Y estos chicos no tienen ningún familiar con los que puedan pasar las festividades? —Tienen una tía y un tío en Charleston, pero no están pasando las festividades con ellos. —Realmente no conozco la verdadera historia ahí, pero la última vez que pregunté, Sebastian me dijo que no estarían viéndolos por un tiempo. Niega. —No estoy segura de que sea una buena idea en Acción de Gracias, Amelia. —¿Por qué no? —Es un poco más de trabajo tener más invitados. Es una excusa evidente, y una mala. —Pensé… siempre dices que disfrutas tener invitados en las festividades. —Ya te dije que tu padre ha invitado a su compañero de negocios —dice, como si eso lo explicara todo. —¿Y no quieres que el compañero de papi en la firma conozca a Sebastian? Las esquinas de su boca se arrugan en desaprobación. —¿Junto con su pequeño hermano? Difícilmente creo que eso sea apropiado para una cena, ¿tú lo crees, Amelia? Palidezco. No sé qué estaba esperando, pero no era esto. Esta actitud de mi madrasta se siente como un golpe en el rostro. Daphne interrumpe mis tumultuosos pensamientos saliendo del vestidor en el vestido borgoña. —Oigan, ¿qué piensan? —Me encanta —digo, intentando alegrar mi expresión. Más cejas fruncidas de Nancy. —Pensé que ibas a probarte el verde. —También agarré ese —explica Daphne—. Y pienso que tenías razón acerca de usarlo para Acción de Gracias, pero ¿puedo llevar este vestido para la fiesta de Audra? ¡Es perfecto! —Por supuesto, querida. Ahora recuérdame por qué Audra está teniendo una fiesta.

—Es una gran fiesta que sus padres están organizando por su cumpleaños número dieciocho —explico. Daphne asiente. —Sí. Su padre rentó una casa club y es, como, volando con una banda entera o algo. Va a ser la fiesta del año sino de la década. Alzando la mirada desde donde estaba inspeccionado el largo del vestido de Daphne, Nancy dice suavemente: —Eso suena adorable. ¿Cuándo es esta fiesta? —El fin de semana después de Acción de Gracias —contesta Daphne, girando y observando su reflejo desde todos los ángulos en los espejos gigantes del vestidor. Apuntando por lo casual, Nancy pregunta: —¿Estará Spencer ahí? Daphne deja de girar abruptamente. —Uh… bien, todos estarán ahí, así que supongo que sí. —¿No sabes? —tienta. —Te dije que estamos tomando un pequeño respiro, eso es todo. ¿Un respiro? ¿Qué quiere decir Daphne con eso? Me aseguró que ella y Spencer eran cosa del pasado. ¿Está diciendo esto por el beneficio de Nancy o está pasando algo? —Sí, dijiste eso. Solo estaba esperando que las cosas entre ustedes estuvieran funcionando. Sabes cuánto nos gusta a tu padre y a mí. Spencer es realmente un gran partido. La piel se me pone de gallina por la inquietud cuando Daphne sonríe maliciosamente a Nancy y encoge sus hombros. Aclarando mi garganta, murmuro: —¿Pensé que habías dicho que tú y Spencer habían terminado? Ella no me está mirando. —Quiero decir… sí, Amelia. Pero hemos estado hablando un poco y quién sabe qué pasará. Nunca digas nunca. —Siempre sabia —dice Nancy con entusiasmo. Abro mi boca para hablar y luego la cierro. ¿Ahora estamos de vuelta con Spencer? ¿El drogadicto? ¿El potencial infiel? ¿Cómo eso tiene sentido? No me importa cuán lindo sea, cuantas personas parezcan agradarle, o qué clase de auto conduce. Daphne tiene que saber que está mucho mejor sin él en su vida. ¿Y por qué apenas está saliendo esto? ¿Cómo pudo mantener esto escondido?

Sabía que había estado mensajeándose con alguien ayer porque pude escuchar su teléfono toda la noche, pero asumí que era Audra o alguna de su equipo de porristas. Pero estoy empezando a creer que esos mensajes pudieron ser de Spencer. —Aquí está el vestido, Amelia —dice Nancy, empujando algo azul y floral en mi dirección. Sin una palabra, lo tomo y me vuelvo para escapar a la soledad del vestidor. —Podrías usarlo con unas simples sandalias —dice Nancy por la puerta. —O podría prestarte mis botas negras de cuero —dice Daphne. Recostándome en la fría superficie del espejo, cierro mis ojos. Necesito un segundo para sortear las duras y casi dolorosas emociones en mi interior. Dios, puede que Daphne y yo compartamos el rostro, pero últimamente, es como si estuviéramos desconectadas. Solía ser capaz de saber exactamente qué estaba pensando y conocer el estado de su mente con solo una mirada. No había nadie en el mundo en quien confiara más que en ella. Pero ahora… no tengo idea de dónde estamos paradas Daphne y yo o qué está pasando con ella. Cada día, es como una pared de secretos que se ha estado acumulando entre nosotras, creciendo cada vez más alta y no tengo idea de cómo derrumbarla o cómo escalarla y alcanzarla.

melia: ¿Unicornios o arcoíris? Bash: ¿Qué clase de pregunta es esa? Supongo que unicornios, porque todo el asunto del cuerno es bastante genial. Amelia: LOL. ¿Jeans o pantalones cortos? Bash: Leggins. Mi turno. Amelia: Dispara. Bash: Sé sobre tu adicción a Red Vines, pero tengo más preguntas de caramelos. ¿Chocolate u ositos de gominola? No le toma mucho tiempo pensar en una respuesta que me hace sonreír. Amelia: ¡Chocolate cubierto de ositos de gominola POR SIEMPRE! Bash: ¿Helado o yogur helado? Amelia: ¿Hola? Soy sureña. ¡HELADO! Hablando de eso… Mejor que haya helado en esta fiesta o voy a escenificar una rebelión. Me río mientras le contesto. Nunca he sido de estar mucho con el teléfono, y definitivamente no me consideraría un obsesivo a los mensajes, pero con Amelia, es divertido. Bash: No es que me queje de hablar contigo, pero ¿no deberías estar prestándole atención a tu mejor amiga en vez de enviarme mensajes? Es su cumpleaños. Amelia: Audra no sabe que existo esta noche. Su primo está aquí y ha traído a su compañero de cuarto de la universidad y Audra ha determinado que va a ser su regalo de cumpleaños. Me paso una mano por el cabello. Mierda. Mientras Amelia no esté interesada en este chico universitario. Bash: ¿Pero se están divirtiendo? Ahí. Eso no suena como si viniera de un novio obsesivo que necesita controlar su mierda.

Amelia: Define diversión. Bash: ¿Estás pasándola bien? Me mata esperar su respuesta. ¿Y si Amelia y yo no estamos realmente en la misma página y me estoy engañando a mí mismo? ¿Y si decidió mientras estaba en la fiesta de Audra no continuar? ¿Qué voy a hacer cuando se dé cuenta que puede tener a alguien mucho mejor que yo? Maldición. Tal vez no responde mi pregunta porque realmente se está divirtiendo y no quiere herir mis sentimientos. O, pienso, mis manos involuntariamente formando puños, tal vez realmente conoció a alguien más. —¿Amelia? —pregunta Seth. Está en el roto sillón en mi sala de estar, acariciando a Jinx, que ha tomado posición de centinela en su regazo y pasando por los canales de televisión. Ni siquiera tenemos cable, así que las opciones son una repetición de Supernatural o Antiques Roadshow. —Sí —digo, dejando mi teléfono encima de la mesa de café y pasando una mano por mi rostro. Tengo que controlarme—. Está en una fiesta por el cumpleaños de Audra Singer. —Lo escuché en la escuela —dice—. ¿Por qué no estás con ella? —Tengo a Carter. —Sabes que lo habría cuidado por ti si me lo hubieras preguntado. Me encojo de hombros. —Mañana trabajo. —Sigue sin ser una respuesta, Bash. —La fiesta de Audra no es mi tipo de cosas. Me mira con los ojos amplios. —Estoy pensando que donde quiera que Amelia Bright se encuentre es exactamente tu tipo de cosa. alta.

Trago con fuerza. Tiene un punto, pero no estoy listo para admitirlo en voz

—No esta noche. Debería estar con sus amigos. No quiero que se preocupe si estoy o no con todos los que están ahí. Quiero que se divierta. —Diversión, ¿eh? —Por supuesto. —¿Qué crees que soy, un novio de mierda y celoso? —¿Es por eso que te ves como si alguien te hubiera pateado en las bolas o me perdí de algo? Niego en derrota. —Mierda, Seth… Hay chicos en la fiesta que no tienen que preocuparse por encontrar una niñera o encajar. Chicos que van a la universidad. Chicos con un

futuro seguro delante de ellos. No puedo dejar de pensar en lo que sucederá cuando Amelia finalmente descubra que ese no soy yo. —No creo que a Amelia le importe nada de eso, pero si estás preocupado, ¿por qué no lo cambias? —¿Qué quieres decir? —Maldita sea, Bash —gruñe—. ¿Cuántas veces te dije que le echaras un vistazo a las becas? Si no quieres hacerlo por ti mismo, tal vez lo harás por Amelia. —¿Cómo viviríamos? ¿Dónde viviríamos? —Rentarás este lugar y usarás el dinero para un apartamento o una residencia, o como la gente lo haga. —No lo sé —digo, repentinamente sintiéndome inquieto. Mis pensamientos son incómodos; girando en tantas direcciones que es difícil procesar todo—. Las cosas están… —¿Las cosas están qué? Levanto las manos y de repente me levanto del sofá para pasear por la sala. Seth me mira sin hablar. —Mis tíos me están demandando por la custodia de Carter —le digo finalmente. Parpadea lentamente. —¿Qué? —Mis tíos… —Te he oído, pero pensé… ¿cómo? Saco la carta certificada que recibí hace dos días. —Dicen que mi madre no estaba en su sano juicio cuando tomó la decisión de hacerme su custodia. Le piden a un juez que les conceda la custodia completa. —Mierda. —No es broma —digo, volviendo al sofá—. Es un montón de mierda legal y me pone enfermo leerlo. Seth mira con los ojos entornados la carta en sus manos. —¿Qué dijo Amelia? —Aún no se lo he dicho. —¿Qué rayos? Dudo, preguntándome sobre eso. ¿Por qué no le conté sobre la disputa de la custodia? Supongo que estoy avergonzado. Niega y levanta la carta. —Entonces, ¿te vas a conseguir un buen abogado?

—He llamado a un montón de ellos, pero todos cobran dinero que no tengo. — Lo miro por un largo momento antes de admitir tranquilamente—: Paul me habló de nuevo. Seth se endereza en el sillón reclinable. —No te vayas ahí, Bash. Tiene que haber otra manera. Aún no puedo sacarme la idea que solo tendría que hacerlo una vez, y Carter y yo estaríamos mejor. Sería capaz de contratar a un abogado de verdad para examinar mi caso. —No sé si hay otra manera. Siento que cada maldito día estoy luchando una batalla perdida. —No vas a perder nada —dice con confianza—. Y, hombre, ésta es aún más razón para que mires las universidades. —¿Por qué piensas eso? —pregunto. —¿Quieres impresionar a un juez? Demuestra que estás construyendo una vida. Demuestra que puedes cuidar de un niño, consigue un empleo, gradúate de la secundaria, y ve a la universidad. En la mesa de café, mi teléfono se enciende y comienza a vibrar. Amelia: Esta banda es tan ruidosa que está haciendo que me duela el cerebro. Todo el mundo está borracho y asqueroso. Otro mensaje llega casi de inmediato y lo miro fijamente, pensando en Amelia y en cómo tiene planeado su futuro, y me pregunto dónde encajar en sus planes… si siquiera encajo. Tal vez no sería tan malo planear algo por mi cuenta, aparte de trabajar en la ferretería por el resto de mi vida. Quiero más que eso por supuesto. Es solo que nunca lo vi en las cartas, pero Seth sí, y también Amelia. Amelia: Te extraño. Desearía que estuvieras aquí. Bash: Me gustaría que TÚ estuvieras AQUÍ. —Está bien —le digo a Seth mientras saco mi teléfono—. Vamos a hacerlo.

—Este se ve bien. —Seth inclina la computadora portátil hacia mí para que pueda mirar el sitio web de la universidad que ha encontrado. —¿Tiene vivienda familiar? Hace clic en el sitio web. —Hmmm, no lo creo. —Entonces eso es un no. —Ya regreso a Google.

—Gracias por ayudarme a hacer esto. —No hay problema. Oye, ¿qué tal la Universidad de Florida? —pregunta Seth—. Tienen un buen programa de arte y estoy viendo un montón de opciones de becas. —¿Vivienda familiar? —Sí, la escuela es enorme y dice aquí que tienen vivienda para estudiantes con dependientes. Me inclino para poder leer la información. —Florida. Supongo que podría vivir en Florida. —Me pregunto cómo está la escena musical en Gainesville. Levanto las cejas en interés y le pregunto: —¿Estás pensando en venir? Seth se encoge de hombros. —No voy a quedarme en Green Cove, eso es seguro. Sabes que la universidad no está en mi agenda, pero tengo que tocar mi música en algún lugar. ¿Y por qué no Florida? Mi teléfono vibra desde mi bolsillo trasero, solo que esta vez de una llamada real, no solo un mensaje. —¿Es Amelia? —Sí —digo, una sensación incómoda se desliza alrededor mientras veo su nombre moverse a través de la pantalla. ¿Por qué está llamando en lugar de enviar mensajes desde la fiesta? No sé lo que es, pero algo no está bien. —¿Amelia? —respondo. —¿Sebastian? —Apenas puedo oír su voz sobre la música y la conmoción en el fondo, pero, mierda, ¿está llorando? —¿Qué pasó? ¿Estás herida? —No… —Su voz se desvanece por un segundo y luego vuelve. Esta vez es más clara, así que, creo que debe haberse mudado a una habitación más tranquila—. Es Spencer. Ha perdido el control por completo. Maldigo bajo mi respiración. —¿Qué hizo? —Él y mi hermana, no estoy segura… todo es tan confuso. —Amelia —le digo con firmeza—. Dime qué hizo. —¡Me está volviendo loca! Mi corazón se retuerce y aprieto el teléfono un poco más. —¿Cómo?

—Daphne estaba hablando con un tipo y Spencer se enojó. Empezó a decir cosas locas y a amenazar al tipo. —Hace una pausa para tomar una respiración temblorosa—. Daphne no lo está tomando muy en serio, pero creo que la he convencido de que tenemos que irnos de todos modos. —Eso está bien, Amelia. —Yo… vi su rostro, Sebastian. Estaba loco y está completamente ebrio y… Oh Dios, no sé qué hacer, porque nos trajeron aquí, y ahora estamos atrapadas. Sé que es mucho pedir, pero nuestros padres no están en casa y, aunque lo estuvieran, no sé qué les diría. Y Audra tiene una fiesta llena de gente aquí y… no sabía a quién más llamar. —Hiciste lo correcto —le digo, frotándome la frente e intentando controlar mi errático pulso. —¿Qué está pasando? —susurra Seth. —Amelia está en problemas. O su hermana —le respondo—. Realmente no lo sé. Y… —Echo un vistazo por el pasillo hacia donde Carter está durmiendo. Maldición. No puedo dejarlo mientras ayudo a Amelia. Seth parece entender mi dilema porque dice: —Ve. Me quedaré aquí con Carter. —¿Sebastian? ¿Aún estás allí? —pregunta Amelia, el pánico haciendo que su voz tiemble un poco—. ¿Hola? ¿Puedes escucharme? Ya estoy buscando mis llaves cuando confirmo con Seth. —¿Seguro? Asiente. —Sí. Ve. Me vuelvo hacia el teléfono. —¿Amelia? Ella exhala, aliviada. —¡Estoy aquí! —¿Dónde estás? —Daphne y yo estamos frente al club, cerca de las pistas de tenis. —Estaré allí en diez minutos. Tú y Daphne solo quédense donde están, y por lo que más quieran, no intenten lidiar con Spencer. ¿Entiendes? —Entiendo —responde obedientemente—. Y, ¿Sebastian? —¿Sí? —Gracias. Solo… gracias.

spero, temblando mientras el frío húmedo de la noche está calándoseme en los huesos. Los sonidos ahogados de la fiesta se filtran por el vestíbulo del club y las ventanas de doble cristal hasta mis oídos. Audra me mensajea de nuevo. ¿Dónde estás? Y de nuevo, lo ignoro. Realmente no quiero arruinar su gran noche si no tengo que hacerlo. Será más fácil para nosotros dejar la fiesta y lidiar con las consecuencias mañana. —Simplemente podemos volver —chilla Daphne detrás de mí. Está saltando sobre los pies y frotándose la parte superior de los brazos. Ese vestido sin mangas puede verse bien en ella, pero no está haciendo mucho para bloquear el aire frío de noviembre. —Le dije a Sebastian que esperaríamos hasta que llegase aquí. —Y yo te dije que probablemente estás exagerando. Spencer estaba actuando como un lunático, sí, pero estoy segura que ahora está desmayado en alguna esquina. —Dios, Daphne… no vamos a volver a esto —me quejo—. Vamos a esperar justo donde estamos y luego vamos a ir a casa. Fin de la discusión. —Lo sé… juro que nunca lo he visto así, Amelia. —¿Pero finalmente estás de acuerdo conmigo que Spencer no es bueno? Cierra los ojos. —Estoy de acuerdo con que no quiero lidiar con ello nunca más. —Bien. Entonces permanezcamos fuera y esperemos. —¿Incluso si eso significa que acabemos congeladas? Pongo los ojos en blanco. —No vamos a congelarnos. El brillo de los faros chocando contra el gran camino de grava que lleva hasta el club llama mi atención. Retengo la respiración viendo a la camioneta tomar el último giro.

¡Es él! Mi corazón se alegra mientras bajo apresuradamente los escalones para encontrarme con él. Sebastian no busca un sitio real para estacionar. En cambio, simplemente estaciona la Bronco en el camino circular que serpentea junto a las pistas de tenis y baja. La dura mirada en sus ojos me detiene. —¿Están bien? —pregunta, su tono duro como una piedra mientras pasa la mirada entre Daphne y yo. —Estamos bien —responde ella—. Solo un poco conmocionadas. Él se gira hacia mí. —¿Amelia? —Lo siento —digo apresuradamente—. Antes, estaba asustada. Pero sé que tienes que preocuparte de Carter y no necesitas que yo añada más… Me sujeta por los hombros y me mira de arriba abajo lentamente, como si se estuviese asegurando que realmente estoy bien. —¿Permanecieron aquí fuera y esperaron por mí? Dios, ¿cómo es que estoy mucho más calmada solo teniéndolo tocándome así? Rindiéndome a la sensación, apoyo la cabeza en ese punto hueco entre su pecho y el cuello y le rodeo la cintura con los brazos. Lentamente, presiono los labios en la piel donde su pulso golpetea. —Te dije que lo haríamos —respondo, suspirando. —Buena chica. —Lo siento —repito. Sebastian se aparta y se inclina, así estamos al mismo nivel. Luego me toca el rostro, pasando las palmas de las manos por mis mejillas. —Mierda, no sientas nada. Estaba tan preocupado… —Un único músculo se mueve en su mandíbula—. Pero todo va a estar bien en este momento. Voy a asegurarme de ello. —Pero… —comienzo. —Shhh… —Con un cariñoso beso en mi frente, susurra—: Y no voy a permitir que nada malo te pase, Amelia. Puedo prometerte eso.

La casa está oscura y vacía cuando entramos. Ando a tientas a lo largo de la pared, buscando el interruptor de la luz. —¿Dónde están sus padres? —pregunta Sebastian con tono apresurado.

—Papi tiene un coto de caza justo al norte de Waccamaw. No estarán en casa hasta el lunes. Finalmente encuentro el interruptor de la luz y el vestíbulo es llenado con una suave luz anaranjada. Daphne entra detrás de Sebastian y pestañea. —¿Quieres que te consiga algo? —le pregunto a ella. Niega. No ha dicho mucho desde que dejamos la fiesta de Audra. —¿Segura? Esta vez, asiente como respuesta. —¿Ni siquiera una taza de chocolate caliente? —insisto. Cuando éramos pequeñas, incluso si era en el calor del verano, un chocolate caliente siempre era la panacea de referencia para cada dolencia. No era necesariamente por la bebida. Era más por el ritual de Nancy sentándonos en los taburetes de la cocina y hablando con nosotras mientras lo preparaba—. Vamos, Daphne —engatuso, recordando cómo hacíamos que nuestra madrastra contase los malvaviscos en cada taza así podíamos estar seguras de que teníamos el mismo número—. Te hará sentir mejor. Y podemos hablar, eso es lo que no digo en voz alta. —Chocolate caliente suena bien para mí —interviene Sebastian, entendiendo que quiero tener a Daphne cómoda y hablando. —¿Ves? —Me giro y miro a Daphne. —Está bien —cede, con una pequeña sombra de sonrisa—. Pero quiero diez de esos pequeños malvaviscos. A pesar de cómo me estoy sintiendo, me río. —Por supuesto que quieres. Un par de minutos después, coloco tres tazas humeantes de chocolate caliente sobre la barra que separa la cocina del rincón del desayuno. Daphne toma una de las tazas y cuenta los diez malvaviscos —asegurándose que no la timo— antes de tomar un sorbo. —Daphne, tenemos que hablar —comento a la ligera. Sebastian se encuentra con mi mirada y el entendimiento se establece entre nosotros. —¿Dónde está el lavabo? Le señalo la dirección correcta. —No hay mucho de qué hablar, ¿no? —responde Daphne en cuanto Sebastian se excusa. —Esta noche con Spencer… —Spencer y yo hemos terminado —me interrumpe.

—Ya lo has dicho antes —discuto—. Me dijiste que estaba con otra chica y que tomaba drogas y que no querías tener nada con él. Y luego me giro y estás hablando con él y actuando como si pudieses querer volver a estar juntos. Daphne se estremece, regañada, mientras golpea con los dedos los malvaviscos de su taza. —Lo sé. —Así que, ¿qué se supone que debo creer? ¿Qué está pasando contigo? —Deseo que pudieses entenderlo —murmura antes de tomar un sorbo vacilante de chocolate caliente. —Tal vez lo haga si me lo cuentas. —Está bien. —Toma una gran bocanada de aire y continúa—: Spencer puede ser un imbécil, pero la gente le presta atención. —Es popular —conjeturo—. Lo que ya sé. Y, Dios, tú eres popular, Daphne. Niega. —No como él. Siempre he tenido que trabajar por ello, pero Spencer tiene éxito. Ni siquiera tiene que pensar en hacer que la gente lo note. Es como… como un dios. Alzo una ceja con escepticismo. —¿Un dios? —Ya sabes lo que quiero decir. Puede tener a cualquiera… cualquier chica — dice, mostrando una mirada desesperada en sus ojos—. Y sigue eligiéndome a mí. ¿Sabes cómo se siente eso? Pienso en Sebastian y en cómo se siente saber que soy la única que eligió para compartir una parte de sí mismo que nadie más llega a ver. —Supongo que sí. Logra una débil sonrisa. —Es adictivo, ser admirado de ese modo. Te hace sentir especial. Y tener a Spencer pensando en mí y mirándome como si no pudiese evitarlo, aunque lo quisiese… He estado asustada de perder eso. ¿Y si no hay nadie más después de él? ¿Y si él es todo lo que hay? —Tenemos diecisiete años, Daphne —le recuerdo. Se coloca un mechón de cabello detrás de la oreja. —Lo sé, pero nada es con seguridad, ¿sabes? Después de este año todo el mundo va a dispersarse y las cosas van a cambiar. Te irás de Green Cove a la universidad, pero, ¿qué hay de mí? —Si tienes miedo entonces ven conmigo. —Sabes que nunca entraría en la escuela a la que vas a ir tú. —Puedes.

—Amelia —dice simplemente. —Ni siquiera sé todavía adónde voy a ir y tú vas a ir al viaje de carretera con Audra —le recuerdo. —Lo sé. —Se encoge de hombros y toma otro sorbo de chocolate caliente—. Y estoy entusiasmada por ello, pero creo que parte de mí está planeando un futuro tan diferente al tuyo porque en el fondo sé que no puedo competir. —¿De qué estás hablando, Daphne? No estamos en una competición. —Pero a veces se siente de ese modo. Incluso papi y Nancy no me toman en serio. Siempre te están empujando y animando a que te esfuerces más. ¿Pero a mí? Piensan que lo único que puedo hacer es elegir ropa y pintarme las uñas como una profesional. —No piensan eso. De nuevo, se encoge de hombros. —Tal vez, tal vez no. Pero, Amelia, eres especial y yo… bueno, no quiero ser la que se quede atrás. —No voy a dejarte atrás —le aseguro. El rostro de mi hermana se descompone y en una voz muy baja dice: —Pero lo haces. Se me llenan los ojos de lágrimas, pero me niego a permitirme llorar. Daphne necesita que me mantenga fuerte. Necesita que me haga cargo y arregle esto. Es lo que hago. Es quien soy. —Daphne, mírame. Levanta la cabeza. Sus ojos marrones están oscuros y brillantes de emoción. —No voy a irme y olvidarte, ¿está bien? No podría, aunque quisiera. —¿Lo prometes? —Lo prometo. —Gracias, Amelia. Y por esta noche. —Inclina la cabeza y sonríe—. Considerando todas las cosas, puede que no creas esto, pero realmente está terminado con Spencer. —¿Para siempre? —pregunto. —Sí —asegura con un suspiro—. Esta noche fue diferente. Esta noche dio un poco de miedo. Aprieto los dedos alrededor de la caliente asa de cerámica de mi taza. —Sé que probablemente no quieres escuchar esto, Daphne, pero creo que deberías decírselo a Nancy y a papi. —¿Pero decirles qué? Spencer solo me gritó un montón. Está celoso, pero no creo que sea realmente peligroso. —No estoy de acuerdo —digo, negando—. Te amenazó.

—No creo que dijese nada en serio, Amelia. Solo estaba borracho y actuando como un tonto. Cruzo los brazos sobre el pecho. —Aun así, me sentiría mejor si les contases lo que sucedió. —No lo sé, puede ser extraño —sostiene—. Papi conoce a su padre del trabajo y Nancy aun piensa que Spencer es perfecto. —Porque no le has dicho cómo es él realmente. —Puede que tengas razón, pero no puedo hacer nada esta noche, ¿de acuerdo? Hablaré con ellos el lunes cuando vuelvan de su viaje. —¿Lo harás? —Sí —afirma con suficiente rotundidad que le creo. Acercándose por el pasillo, Sebastian se aclara la garganta y pregunta: —¿Interrumpo algo? —No —respondemos Daphne y yo a la vez y reímos. —Gafe. Me debes una Coca-Cola. Pongo los ojos en blanco. —Mañana, te tomo la palabra. Se toma lo que queda de su chocolate caliente y baja de golpe la taza vacía. —En realidad voy a irme a la cama. Sebastian se remueve. —No tienes que irte por mí. Ella sacude una mano y abre la boca en un perezoso bostezo. —No, estoy agotada. Ustedes… hagan lo que tengan que hacer —indica, bajándose del taburete y alisando su vestido arrugado—. Ciertamente no necesitan público mientras se ponen sentimentales. Demonios, Daphne. Pongo los ojos en blanco ante su retirada. —Buenas noches —le digo—. Te quiero. —¡Yo te quiero más! Cuando podemos escuchar los pasos de Daphne en el hueco de las escaleras dejo salir un largo suspiro. Sebastian recorre el camino hasta la cocina y pregunta: —¿Todo bien con ella? —Eso creo. Y, por cierto, gracias por darnos la oportunidad de hablar. —Por supuesto —comenta, mirándome. Incluso ahora, después de esta loca noche, puedo perderme en sus ojos—. ¿Van a estar bien esta noche?

Su chocolate caliente ya debe estar frío para este momento, pero tomo la taza y se la entrego de todos modos. —Estaremos bien. Toma un sorbo y luego dice: —Porque me quedaré si necesitas que lo haga. Siempre puedo llamar a Seth y ver si pasará el resto de la noche con Carter. Me arde la piel ante el pensamiento de él quedándose. ¿Dónde dormiría? Oh, Dios, ¿incluso dormiríamos? —No, está bien. Sé que tienes que trabajar mañana… —Miro el reloj sobre el horno y veo que es después de medianoche—. En realidad, en unas horas, supongo. Dios, Sebastian, siento mucho todo esto. —No lo sientas por llamarme —contesta, acercándose—. Quiero ser ese al que llames. —Claro. Estoy segura que te encantó tener tu noche del sábado interrumpida por todo eso de la damisela en apuros —bromeo. Deja la taza de chocolate caliente sobre la encimera y luego se gira, así estamos frente a frente. —Amelia, puedes hacer lo de la damisela en apuros en cualquier momento que quieras. Infiernos, puedes llamarme si necesitas que alguien abra un bote de mayonesa por ti. Sonrío. —Gracias, pero normalmente puedo manejar los botes por mí misma. Cuadra los hombros. —¿Qué hay de las arañas? ¿Puedes manejar las arañas por ti misma? —No están tan mal —contesto, riendo suavemente. —¿Los rayos y los truenos? Pongo los ojos en blanco, pero la sonrisa sigue en su sitio. —¿Estás bromeando? Me encantan las tormentas. Frunce el ceño. —¿Las serpientes? —Está bien, tú ganas. Las serpientes son lo peor. —¿Así que me llamarás si caes en un foso de víboras? —Pasa los nudillos por un lado de mi rostro. —Te llamaré —susurro. Estamos callados por un largo momento, cada uno mirando intensamente. Finalmente, Sebastian apoya la cabeza junto a la mía y dice: —Esta noche estaba preocupado.

—Lo sé. Dirige la mirada a mis labios y mi respiración se hace más superficial. Bésame, suplico en silencio. —Antes, pensaba que tenía todo lo que podía manejar y que preocuparme sobre alguien más sería un estrés innecesario. —¿Oh…? —murmuro, estirándome hasta que puedo sentir el borde de la encimera de granito clavarse en mi columna. —Déjame acabar, Amelia —pide, con una respiración temblorosa—. Solía pensar eso porque otra persona significaba otra cosa que no podía manejar. Otra cosa que me pertenecía. Pero ahora… —Se inclina hacia delante, atrapándome entre sus brazos—. Quiero tener eso contigo. Necesito sentir eso. —¿Que te pertenezco? Lo había dicho para burlarme de él, pero Sebastian mantiene el gesto serio, como si acabase de confesarme su secreto más oscuro y profundo. Oh. El corazón está golpeando con fuerza en mi pecho. —Va en ambos sentidos —digo—. Ese sentimiento. Sebastian traga saliva. Me lamo los labios. El aire a nuestro alrededor se carga con todo lo que hemos dicho y todo lo que no hemos dicho. —Amelia, creo… Sus dedos me tocan el rostro. El aliento me acaricia la piel. Y el sabor de él — cálido, a chocolate y perfecto— inunda mi cabeza. Me alejo, solo un poco. —Sebastian, sobre esta noche… —¿Sí? —Su voz suena estrangulada. Me presiono incluso más cerca, sintiendo la deliciosa dureza de los huesos de la cadera contra mi estómago. —Si quieres quedarte, y Seth está bien con Carter, entonces… Un fuerte golpe resuena a través de la casa. Sebastian dirige la cabeza hacia la puerta de entrada. —¿Qué demonios? —¡Daphne! —¡Es Spencer! —gruño, luchando bajo los brazos de Sebastian. Más golpes. —¡Daphne! ¡Daphne, lo siento! Corro hasta el vestíbulo y veo que Daphne ya está en la cima de las escaleras.

—¡Solo vuelve a tu habitación! —le grito. Se detiene, dubitativa. —Pero… —Amelia tiene razón —interviene Sebastian, viniendo detrás de mí—. Quédate arriba. Poniendo la palma contra la madera fría de la puerta principal, miro a través de la larga y fina ventana de la entrada. Spencer, viéndome, golpea de nuevo la puerta, esta vez tan fuerte que las paredes al lado del marco tiemblan. —No respondas, Amelia —advierte Sebastian, sujetándome del brazo y alejándome. —No iba a hacerlo. —¡Daphne! ¡Habla conmigo! Daphne baja corriendo las escaleras. —Si no respondemos, entonces con el tiempo alguien va a escucharlo gritar y llamará a la policía. La dura mirada de Sebastian la detiene. —Bien. Le vendrá bien una noche en la cárcel. Niego. —Nadie va a escucharlo. La casa más cercana está a ochocientos metros. —Amelia, no importa. No podemos dejar que lo haga toda la noche. Solo déjame hablar con él y se irá. Lo conozco —comenta Daphne, alcanzando la manilla de la puerta. —Espera… Ignorándome, abre la puerta para revelar a Spencer; con los ojos entrecerrados y balanceándose sobre los pies bajo el halo metálico lanzado por la luz del porche. —¡Dios, Spencer! ¿Qué estás haciendo aquí? —exige ella. Él le sonríe y musita: —Solo vine a decir que lo siento, nena. —Es un poco demasiado tarde para eso —dice Daphne. —Nunca es demasiado tarde. —Niega y, con torpeza, intenta sujetarla. —Esta vez lo es —insiste ella, apartándose de su alcance―. Tú y yo hemos terminado de verdad. Su rostro se contrae de furia. —No puedes hacer eso. Eres mía, Daphne. Dijiste… —Pero no soy tuya. Ya no. Terminamos las cosas y nunca debimos haber vuelto otra vez.

—¡No! —Spencer se jala del cabello—. ¡Estás equivocada! Está bien, esto se está poniendo muy loco. —Spencer, necesitas irte a casa —le digo mientras aparto a Daphne a un lado y tomo su lugar en la puerta—. Incluso llamaremos para que te lleven porque ni siquiera deberías estar conduciendo. Solo espera en el camino de entrada, ¿está bien? —Quítate. ¡Necesito hablar con Daphne! —grita, cerrando el puño y dándole un puñetazo a la pared junto a la puerta. —Spencer, hombre, tranquilízate y escucha a Amelia —intenta Sebastian. Más golpes. —¡No! ¡No! ¡No! —Solo ve al camino de entrada y espera. —Comienzo a cerrar la puerta, pero Spencer la sujeta con una mano y se mete a la fuerza—. ¡Vete! —grito, poniéndome frente a él en un vano intento de detenerlo. Entonces todo sucede muy rápido. Sé que Daphne está chillando y Sebastian está intentando interponerse entre nosotros, pero Spencer es demasiado grande comparado con mi pequeño tamaño. E, incluso con lo borracho que está, es demasiado rápido para que lo esquive. En un giro violento, su brazo conecta con un lado de mi cabeza y me manda tambaleándome hacia la pared. —¡Hijo de puta! —masculla Sebastian, atacando. —Mantente alejado de esto, Holbrook. ¡No es asunto tuyo! —Spencer intenta apartarlo, pero Sebastian sujeta fácilmente el cuello de su camisa y lo empuja por la puerta. —Cuando pones una mano en mi novia se convierte en asunto mío —gruñe—. ¿Ahora vas a marcharte de aquí por tu propio pie o voy a tener que hacerlo por ti? —Me gustaría ver cómo lo intentas —balbucea Spencer, balanceándose inestablemente. Sebastian suelta su agarre y le da una sólida patada que manda a Spencer rodando por las escaleras. Se gira hacia mí, agitadamente. —¿Estás bien? Aturdida pero no gravemente herida, con cuidado me pongo de pie. —V-voy a estar bien. —¡Lo siento mucho, Amelia! —lamenta Daphne, apretándome el brazo y ayudándome a ponerme en pie. Me froto la cabeza, justo debajo de la sien y digo: —Ambos… está bien. Estoy bien. Sebastian me acerca a él, tomando protectoramente.

mi cabeza contra su pecho

—No está bien. ¡Nunca vuelvas a hacer algo parecido, Amelia! Podría haberte roto algo o incluso peor. Aún en el suelo, Spencer nos ve desde la puerta abierta y gruñe con maldad: —Está bien. Puedes quedarte a la puta y a su hermana también. ¡No necesito a ninguna! A través de los dientes apretados, Sebastian aparta la cabeza de mí y grita: —Estoy seguro que encontraremos la manera de vivir sin ti. Ahora saca tu lamentable trasero de aquí o llamaremos a la policía. Spencer se levanta y alza la barbilla. Parpadea sus ojos vidriosos y sisea: —Te arrepentirás de esto, Daphne Bright. ¡Espera y verás! Los ojos de Daphne están llenos de lágrimas. Le tiembla todo el cuerpo. En una voz tan baja, que me lleva un momento asegurarme de que la he escuchado bien, susurra: —Ya lo hago.

eslizo las solicitudes de ayuda financiera en mi bolso antes de irme de la oficina del orientador. —Hola, ¿qué estás haciendo aquí? ¿No es tu primera clase al otro lado del edificio? —me saluda Amelia, un montón de panfletos de brillantes colores en sus manos. —Buscando orientación, por supuesto —digo, intentando mantener mi voz casual. No quiero darle esperanzas. Después de todo, la universidad podría no salir bien y no quiero decepcionarla—. ¿Cómo está tu cabeza? Amelia me pone los ojos en blanco. —Por millonésima vez, está bien. Echo su oscuro cabello hacia atrás para poder examinar el débil moratón azulado que ha aparecido en el lado de su ojo. Cada vez que lo veo, mi pecho se aprieta con incontestada furia. —Todavía desearía que me hubieras dejado llamar a la policía. Simplemente para hacer que Spencer fuera detenido por conducir borracho. Ese idiota lo merecía. —Ya te dije que solo queremos terminar con él. Llamar a la policía habría asustado a Daphne más de lo que ya estaba. Era más fácil solo dejarlo ir. —Pero aún vas a contarles a tus padres lo que pasó, ¿verdad? Asiente. —Daphne jura que va a hablar con ellos en la cena de esta noche. Entonces se pone de puntillas y me da un beso lo bastante casto para el pasillo de la escuela donde estamos. Queriendo —no, necesitando más—, la llevo a una habitación oscura junto a las taquillas y sujeto su rostro en mis manos. —No vas a hablar con él hoy en la escuela, ¿no? —digo contra su boca. Me devuelve el beso y puedo sentir la suave sonrisa curvando sus labios. —Caray, ya te dije que no lo haría. Aunque podría tener que verlo en el siguiente período.

No me gusta eso en absoluto. —Creí que era tu período libre. Amelia cae sobre sus plantas y me hace una mueca. —Me voy a reunir con el Club de Espíritu. —¿Por qué? —El gobierno estudiantil tiene que ayudar a planear el espectáculo de invierno de porristas de la próxima semana. Eso significa reunirnos en el gimnasio con las porristas y el equipo de baloncesto y los capitanes del equipo de fútbol… —Lo que significa Spencer —termino por ella. —Correcto —dice, asintiendo. —Bien… —Aprieto su cintura—. Ni siquiera lo mires. Se ríe. —No lo haré, pero, de verdad, no tienes que preocuparte. El señor Brickler va a estar allí junto con otras veinte personas. No creo que Spencer vaya a arruinar su reputación confesando su eterno amor por mi hermana o llorando o cualquier cosa remotamente parecida a eso. Exhalo. Tiene razón. —De acuerdo —digo—. Entonces, ¿te veré en el almuerzo? Un beso más. —Por supuesto. —¿Y qué hay después de la escuela? ¿Estás libre hoy? Porque no tengo que trabajar. El rostro de Amelia decae. —En realidad, tengo mi primera reunión oficial de capitanas para discutir la próxima temporada. Y, confía en mí, no lo estoy ansiando. El entrenador Sachs va a estar tan enojado cuando se dé cuenta de que apenas he jugado desde el verano. Gimo. —Y creía que era el que tenía una vida ocupada… —Entonces, hago una pausa, percatándome de algo—. ¿Cuándo sea la temporada de tenis voy a verte en una de esas lindas faldas? —Normalmente suelo llevar pantalón corto. Echo mi cabeza hacia atrás. —Ah, ahora eso es una auténtica vergüenza. Se ríe y golpea mi brazo mientras se aleja de mí. —Por ti, podría llevar una falda. —¿Sí?

—Sí —dice mientras da una pequeña sacudida. Está llevando un suéter marfil y leggings con lunares verdes y rosas que no hacen mucho para esconder sus curvas. —¡Me estás matando! —me quejo. —¡Ese es el plan! Recibo una última sonrisa antes que gire en la esquina y desaparezca de mi vista. Pero esa mirada final —la que hace que las esquinas de sus ojos se arruguen y su sonrisa sea torcida— me acompaña por el pasillo y me sigue a clase de economía. Cuando tomo asiento, sé que probablemente estoy sonriendo como un tonto enfermo de amor y que todos en la clase van a notarlo, pero ni siquiera puedo hacer que me importe. Pienso en todos los formularios de ayuda financiera que recogí de la oficina del consejero y todas las universidades que Seth y yo miramos el sábado por la noche. Por primera vez, se siente que podría ser posible. En realidad, puedo hacer esto. Puedo hacer planes más allá de cómo voy a permitirme la factura de la luz o la comida por la siguiente semana. Planes reales para el tipo de vida que quiero vivir… el tipo de vida que quiero ser capaz de proporcionarle a Carter. Y Seth tiene razón sobre la disputa de la custodia con mi tía y tío. Ningún juez va a quitarme a Carter cuando pueda probar sin sombra de duda que voy a tener un futuro… que no soy solo algún palurdo que apenas se va a graduar de la escuela secundaria. ¡Bang! Al principio, no registro totalmente el sonido. En ese vacío y plano espacio de tiempo, creo que un transformador ha explotado y espero que las luces se apaguen. Entonces, oigo el primer grito y la terrible comprensión explota dentro de mí. Ha sido un disparo. Estoy fuera de mi silla y corriendo antes que pueda pensarlo mejor. Los profesores gritan. La gente grita. Chillidos de pánico vienen de alguna parte por el pasillo. El miedo me recorre mientras me apresuro hacia la zona de las taquillas. Allí, soy movido y empujado por una estampida de estudiantes aterrorizados corriendo lejos de la cafetería y el gimnasio. El gimnasio. Es donde el Club de Espíritu de Amelia iba a reunirse. ¡Bang! ¡Bang! —¡Bash! —Es Seth. Empuja para pasar una caída escalera de mano y agarra la parte inferior de mi camiseta, apartándome de la multitud—. ¡Hacia la puerta! —No puedo. ¡Amelia está allí! —Lo aparto y lucho contra la marea de cuerpos mientras desesperadamente busco su familiar rostro—. ¡Amelia! —Incluso en el lío, puedo oír la ruptura en mi voz. Hace eco dentro de mi cabeza e infla mis pulmones.

¿Qué le había dicho antes? ¿Sobre querer preocuparme, querer dejarla poseer mi corazón? ¿Fue hace solo dos noches? ¡Bang! Otro disparo alborota la multitud. Más rápido, el miedo resuena en mis oídos y continúa resonando. —¡Amelia! Giro la esquina y me paro en seco. Oh, Dios. Es demasiado para asimilar de una vez y a pesar del frenético ardor en mi pecho, mis ojos se cierran, pero solo por una fracción de segundo hasta que la adrenalina pulsa por mis venas, bombeando más fuerte, apoderándose y forzándome a entrar en el gimnasio. —¿Amelia? —grito, ordenando a mi cuerpo que se mueva, a mis ojos a buscar. Es horrible. La sangre se extiende en resbaladizas piscinas negras por el suelo del gimnasio y vómitos sobre los escalones de concreto que suben por el centro de las gradas. A todas partes que miro, veo dolor y sufrimiento. Emborrona mi visión y arruina mi cabeza. Un arma yace a solo unos centímetros de distancia de una mano sin vida. No puedo ver el rostro —solo sangre—, pero reconozco la chaqueta de fútbol y la amenaza de Spencer hace eco en mi cabeza. Lamentarás esto. —¡Amelia! Allí. Corro, haciendo un camino entre la puerta y la canasta de baloncesto, y me dejo caer a su lado. —Te tengo —digo con voz ronca mientras tomo su tembloroso cuerpo en mis brazos. Está gimiendo. Su respiración es superficial y entrecortada y está intentando alejarse de mí. La sangre humedece sus leggings hasta sus botas. —¡No, Amelia! —Aparto su largo cabello de su frente y fuerzo su rostro hacia el mío. No mires a nada más que a mí. Por favor, no mires. Sus ojos están rojos y vacíos con angustia. Sin ver, aprieta mis antebrazos, sus uñas clavándose en mi piel, y grita. —Está bien… está bien… —Me ahogo con estas mismas palabras una y otra vez mientras aparto su cabello hacia atrás. Y cada vez que lo digo, duele más que la última. Ambos sabemos que estoy mintiendo. Nada va a estar bien. Nunca más.

Dime, ¿qué más debería haber hecho? ¿No muere todo al final, y demasiado pronto? ~Mary Oliver

as imágenes son extrañas; vacilante y entrecortadas. Sangre. El sonido de las sirenas asaltando mis oídos. El miedo ahogándome, apretando mi corazón. Sus dedos flácidos, deslizándose a través de los míos. Y gritos… tantos gritos. —¿Bash? Vuelvo a mí en el fregadero de la cocina, mis oídos llenos de un sonido silbante. ¿Qué estoy haciendo? Todo es demasiado brillante. ¿Por qué estoy mirando por la ventana a la nada? Bajo la mirada y veo que el grifo está abierto y hay un vaso lleno de agua en mi mano. ¿Estaba bebiendo eso? Cierro el agua, entonces pongo el vaso encima de la mesa y miro alrededor y veo a Carter. Está sentado a la mesa de la cocina con un plato de cereales frente a él. Está vestido para la escuela, pero no tengo ningún recuerdo de ayudarlo a prepararse. Me duele la cabeza y me pregunto si tal vez estoy perdiendo la cabeza. O tal vez estoy atrapado dentro de un sueño. Una pesadilla, me corrijo. —¿Bash? Trato de hablar, casi sorprendido cuando funciona. —¿Sí, amigo? Me mira por un segundo antes de preguntar: —¿Por qué estás actuando así? —¿Así cómo? —¿Como si estuvieras triste? Un dolor ardiente atenaza mi pecho, traspasando mi corazón. No tengo idea de qué decirle. Cómo explicarle acerca del mal a un niño de siete años. Cómo hablarle de Amelia. —Es una tragedia terrible. Nuestros pensamientos y oraciones están con el pueblo de Green Cove esta mañana.

El sonido de la televisión me llama la atención y me hace entrar en la sala de estar. Están hablando de nosotros, de Green Cove. —Así es, Stuart. La policía está diciendo que tres están muertos y una persona está herida. El periodista está de pie en el estacionamiento de la escuela secundaria. —Green Cove, Carolina del Sur, es la última comunidad en nuestra nación en ser sacudida por un tiroteo masivo. Aquí, en esta escuela secundaria que se ve detrás de mí, Spencer McGovern, de dieciocho años, según los informes, exigió que los estudiantes se pusieran en el suelo del gimnasio de la escuela secundaria antes de abrir fuego el lunes por la mañana y matar a tres personas, incluido él mismo. La televisión se pone en negro. —Mierda, hombre. No sabía que aún estabas despierto —dice Seth con aire de culpabilidad, mirándome. El mando a distancia está en su mano. Hago un gesto a la televisión. —¿Ha sido así? Asiente y traga. —Sin parar. Paso mis manos por mi rostro. —Oh. —Tienes que comer algo —dice Seth, su expresión tensa—. He preparado a Carter para la escuela. No estaba seguro si debía ir o… —No, es bueno que vaya. Necesita que las cosas sean lo más normales que puedan ser. —Y tu tía estaba llamando a tu teléfono toda la noche. Finalmente respondí a las tres de la mañana para hacerle saber que tú y Carter estaban bien. ¿Bien? No me siento bien. —¿Bash? —pregunta Carter detrás de mí. Su rostro está rojo y está parpadeando a la televisión—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué estaba Green Cove en la televisión? Necesito un minuto para reunir el valor para hablar. —Nada… —empiezo, tratando de ignorar el dolor que arde en mi pecho, pero no sirve de nada. Mi voz tiembla tanto que no puedo seguir. No puedo hacer esto. No puedo mentir. —¿Bash? —Carter está esperando.

Presiono mis manos contra mis ojos, pero nada detendrá el flujo en esta ocasión. Se hace cargo de todo mi cuerpo, llevándome al suelo. Ni siquiera sé por quién estoy llorando. ¿Por mí? ¿Por ella? ¿Por todos nosotros?

a frágil luz de la mañana entra furtivamente por las cortinas, burlándose de mí, sacándome de las profundidades del sueño. No sé cuánto tiempo ha pasado. ¿Días? ¿Semanas? Espera. Días... semanas... desde ¿qué? Una sensación de cólico agudo se eleva por mi costado y toco hasta sentir un vendaje pegado a mi ombligo. ¿Qué es eso? ¿Y por qué no puedo pensar con claridad? Mi cabeza se siente atontada y nublada, atrapado en algún lugar entre aquí y un mundo de sueños lejano. Poco a poco, los sonidos fuera de mi ventana se escuchan mejor. Gritos. El ruido de un motor. Un sonido metálico que no reconozco. Dejando a un lado el edredón, fuerzo mis pies fuera del colchón. Los dejo colgar por un momento y luego me levanto con las piernas temblorosas. Sostengo mi lado dolorido con fuerza, mis dedos extendiéndose a través de la venda blanca, y me apoyo en el alféizar de la ventana. Hay un bullicio de actividad y me toma un minuto entenderlo: las furgonetas de noticias estacionados entre los pinos más allá del largo camino de entrada y la multitud de extraños un poco cerca de la puerta principal. No veo el auto de papá, pero sí veo una mujer que no conozco mirando fijamente a la casa. Sostiene un oso de peluche en una mano y una vela en la otra. Mientras la observo, una molesta sensación enfermiza comienza a roerme. ¿Por qué está aquí? Nada tiene ningún tipo de sentido para mí. Puedo recordar un hospital... Un suelo frío. Un techo pálido. Un ruido ensordecedor. El pitido de máquinas. Manos tocando mi estómago. Disculpas susurradas en mi oreja. Pero no puedo recordar por qué. Me doy la vuelta y miro mi dormitorio. Todo está en el lugar correcto, pero algo no está bien. ¿Dónde está todo el mundo? ¿Por qué no estoy en la escuela? ¿Dónde está Nancy? ¿Daphne?

Un recuerdo se hincha dentro de mí solo para ser aspirado lejos antes que pueda agarrarlo, como una aciaga palabra yéndose demasiado pronto de la punta de mi lengua. —¿Daphne? —Busco a tientas hacia la puerta cerrada de la habitación y me tambaleo por el pasillo—. ¿Hola? ¿Alguien? Mientras toco el pomo de la puerta de su dormitorio, un extraño pánico e invernal comienza a filtrarse en mi pecho, llenando los espacios entre cada una de mis costillas. La habitación de Daphne es la misma que siempre ha sido, excepto... ¿Qué está mal? Una imagen frágil, frágil como el cristal, está luchando por llegar a la superficie. Algo sobre Daphne y... La cama. Mi hermana nunca hace su cama, sin embargo, ahí está —perfectamente hecha— justo enfrente de mí. Incluso los cojines están bien puestos encima de las sábanas. Doy un paso provisional dentro de la habitación. —¿Daphne? —No sabía que ya estabas levantada. Me volteo para ver a Nancy corriendo por el pasillo. Preocupada lleva sus manos a mi rostro. —No deberías estar fuera de la cama así, Amelia. —¿Por qué? —Tenía frío hace un segundo, pero ahora estoy empezando a sentirme húmeda. Me asomo a la habitación, mirando por la esquina al armario de Daphne—. ¿Dónde está? Los hombros de Nancy y su rostro se encogen en agonía. —Amelia... no, querida. Estos son los sedantes hablando. —¿Los sedantes? —Niego, pensando de nuevo en el hospital. ¿Qué es? Mis dedos rozan con aire ausente el vendaje alrededor de mi cintura. —Shhhh, dijeron que estarías mareada durante unos días más. —Trata de darme un abrazo. Mi corazón palpita duro ahora. Me aparto para poder mirarla de nuevo. —¿Dónde está? ¿Dónde está Daphne? —Amelia, estás débil como un gatito. Volvamos a la cama primero —arrulla, en un intento de sacarme de la habitación de Daphne—, y entonces hablaremos. Recuerda que los médicos quieren que descanses tanto como sea posible. —Yo no... —Un escalofrío recorre mi columna vertebral, haciendo temblar todo mi cuerpo. Me agarro a la puerta, con las uñas enganchándose en las curvas de la madera pintada—. ¿Dónde está mi hermana?

Papá viene corriendo por las escaleras. Me ve arañando la puerta del cuarto de Daphne y su rostro se afloja. —Oh, querida, otra vez no. Las náuseas aparecen. —¿Papi? Él me sigue mirando. —Tienes que dejar que Nancy y yo te llevemos a tu cama. —Pero no quiero ir a la cama. Papá me alcanza, pero me alejo tambaleante y caigo contra la pared, el peso de los recuerdos viniendo como agua rápida. El hospital. Los alfilerazos rojos y azules de la luz contra un cielo sobrio. Los brazos de Sebastian a mi alrededor. Un sonido como el mundo rasgándose en pedazos. El cuerpo de Daphne en el suelo junto a mí. Y todo a la vez, puedo recordar lo que ya sabía hace tres días. Lo que supe el momento en que Spencer McGovern estaba al otro lado del gimnasio de la escuela, sacando una pistola de color negro brillante de su mochila, y apuntando. —¡No! —grito, arrastrando mis manos hacia el dormitorio de mi hermana. Si solo pudiera llegar allí, estaría bien. Vería que está a salvo en su cama, escondida bajo las sábanas en las que nada malo le puede suceder. —Oh Dios, voy a buscarlo —dice Nancy, retrocediendo lentamente. —Buena idea —responde papá mientras ella se escabulle. Luego agarra mis hombros y trata que lo mire—. Ahora, Amelia Laine, estás empezando a entrar en pánico de nuevo. Respira profundo y trata de calmarte. Pero no puedo calmarme y no puedo respirar. El agua está llegando demasiado rápido. Mis pulmones están gritando por oxígeno, pero estoy atascada en la corriente de agua. Sé que tengo que ir por aire, pero simplemente no puedo moverme. ¿Es esto lo que se siente al morir? ¿Es así como se sentía mi hermana? Llévame contigo, suplico en silencio, cerrando los ojos y deseando que la negrura amarga me lleve de una vez por todas. —Amelia. Levanto la cabeza y veo a Sebastian viniendo. En el instante en que siento el toque cálido de su piel contra la mía, la superficie del agua se rompe y puedo respirar de nuevo. —Te tengo —dice, tomándome contra su pecho y poniéndonos de rodillas.

—Sebastian, tienes que ayudarme. —Sollozo, pensando en cómo Daphne estaba en el suelo del gimnasio, con una mano acurrucada debajo de su barbilla y sus ojos cerrados. Agarro su camisa y acerco su cara a la mía—. ¡Ella puede estar durmiendo! El rostro de Sebastian es ceniciento y muy serio. —Amelia, ella no está dormida. Sabía que era una estupidez pensarlo. Había demasiada sangre y su piel estaba tan pálida que parecía una criatura de otro mundo; como una sirena arrastrada desde las profundidades del mar. Pero tengo tantas ganas de creerlo que no puedo verlo bien. Llévame contigo... Esta vez creo que lo he dicho en voz alta. Pero ya nadie me está escuchando.

ajo la mirada a los remolinos de color en la página. —¿Qué es esto? —¡Eres tú! —dice Carter. Se inclina y apunta a un círculo con líneas de color marrón que salen de él—. ¿Ves el vello aquí? —Por supuesto que lo veo. Este tipo parecía familiar, pero pensé que era demasiado guapo para ser yo. Carter se encoge de hombros. —Es arte. Me río mientras encuentro un imán libre para que su dibujo pueda estar en la parte delantera y central de la nevera. —Bueno, me encanta. Gracias, amigo. —La señora White nos dijo que dibujáramos a nuestro héroe. Me giro, la emoción pinchándome. —¿Y me has dibujado? ¿Por qué? —Porque eres mi héroe —dice con orgullo. Trago y miro de nuevo el dibujo. Divertido… estos días me siento deshecho y roto, no como un héroe. —Nate pintó a George Washington —dice Carter—. Pero ni siquiera conozco a George Washington. Tú me cuidas. —Oye, ¿qué hay de mí? —interrumpe Seth—. Soy como una mamá aquí. Jesús, es viernes por la noche y estoy haciendo un pastel de carne. Creo que eso se merece al menos un dibujo, ¿verdad? Me río, pero en realidad es bastante preciso. Seth ha estado con nosotros durante casi dos semanas, ayudando con Carter, haciendo comidas y cenas, llevándolo a la escuela para que yo pueda pasar por donde Amelia por la tarde para tratar de convencerla de salir del silencio en el que ha estado desde el tiroteo. —Seth —dice Carter, su tono serio—. Te haré un dibujo si prometes que no tengo que ver una de tus aburridas películas esta noche.

—Se llaman rockumentales, y, niño, deberías estar agradecido de que te estoy introduciendo a las grandes bandas de rock de todos los tiempos. Es un privilegio. Carter arruga su rostro. —Ni siquiera sé lo que eso significa. Seth niega. —Significa que tienes suerte que estoy aquí para ayudar a tu hermano con tu educación musical. Ahora agarra esa olla de allí y metamos a este bebé en el horno. Una hora más tarde, los tres estamos en el sofá con Jinx viendo un documental sobre Iron Maiden. A mi lado, Carter bosteza. —Ven aquí —digo, poniendo mi brazo alrededor de sus hombros y llevándolo a medias sobre mi regazo. —¿Puedo hacerte una pregunta? —susurra, sus ojos con ansiedad parpadean hacia mí. —Sí, amigo. Pregúntame lo que sea. —¿La viste hoy? Me esfuerzo por controlar mi reacción porque sé que el ella sobre el que está preguntándome es Amelia. —Sí —digo, mi garganta apretando dolorosamente—. Pasé por su casa esta tarde. —¿Se encuentra bien? No sé cómo responder a eso. No está bien. Está funcionando, pero no es mi Amelia. Está demasiado delgada. Su rostro todavía es bonito, casi de porcelana, pero las sombras bajo sus ojos de marrón oscuro crecen cada día. —Está llegando allí —contesto vacilante. —¿Crees que quiera venir? Podríamos llevarla a la caza de tiburón como prometimos. ¡Son las vacaciones de invierno ahora y no hay escuela, así que pensé que le gustaría eso! —No sé si eso es una buena idea. —¿Por qué no? —pregunta Carter—. Más nunca vino a tutoría tampoco. —¿Recuerdas que hablamos de esto, amigo? Amelia probablemente no estará allí por un tiempo. —Lo sé. —Su expresión cae—. Has dicho que algo malo le pasó y está triste ahora. —Eso es correcto. ¿Recuerdas cuando mamá murió y se sentía muy enferma? —Como cuando vomitaba todo el día —dice—. ¿Es así como se siente Amelia? —Más o menos. —¿Y es por eso que dejaste de trabajar tanto en Kane? Seth dice que tu jefe es un gran idiota.

Mi pecho retumba con la risa. —Seth no tendría que haber dicho eso, pero sí, tuve que cortar mis horas para ser capaz de ayudar a Amelia si me necesita, y mientras estaba mirando hacia otro lado, mi jefe contrató a otra persona. Pero no quiero que te preocupes por mi trabajo, amigo. Conseguiré otro —digo, aunque no estoy seguro de que sea cierto. He estado buscando algo con buenas horas durante toda la semana, pero sin suerte—. Carter, estaremos bien y Amelia también estará bien pronto. —Lo sé, pero... aun así no es justo. Quería decirle que he terminado el libro que me trajo justo antes de Acción de Gracias. —Se lo diré por ti. —Eso no es lo mismo —dice en un suspiro—. La extraño, Bash. Toco su cabello, sintiendo las hebras frías contra mis dedos. —Yo también, amigo.

stoy en una almohada en el suelo de mi habitación mirando hacia el ventilador del techo. Girando y girando. Uh, ¿no hay un viejo dicho que es así? Como todas las tardes durante el último par de semanas, Audra está aquí. Está hablando, pero no estoy realmente escuchándola. Bla, bla, bla. Como si quisiera saber sobre cualquiera en la escuela. Como si quisiera que me contase sobre el círculo de oración que tuvieron el último día antes de las vacaciones de invierno o sobre la asamblea en honor a las víctimas. Cierro los ojos, enfada conmigo misma por siquiera pensarlo. Víctimas. No me gusta esa palabra. De hecho, busqué el otro día y una de las definiciones es alguien que ha sido sacrificado. ¿Es así como Spencer nos vio? ¿Era el señor Brickler un sacrificio? ¿Lo era Daphne? —¿Has oído lo que están diciendo? —Audra sigue hablando. He terminado con esto. Estoy a punto de decirle que estoy muy cansada de escuchar esta basura y que solo debería irse a casa cuando continúa. —¿Sobre Spencer? —¿Qué pasa con él? —digo ásperamente. Sus ojos azules se encuentran con los míos. Puedo ver el alivio allí. Alivio supongo, porque no estoy en coma o mentalmente planificando mi suicidio. —Está en todas las noticias. No miro las noticias. La mayoría de las furgonetas se han ido del frente de nuestra casa ahora —para documentar otra tragedia y dar un giro a la vida de esas personas todo por el bien del periodismo— pero sé que “El Tiroteo de Green Cove” todavía llega a las noticias nocturnas. Sé que la gente pro-armas y las personas anti-armas se paran delante de las cámaras agitando la foto de mi hermana por ahí como si tuvieran algo importante que decir. Todas esas personas y todos esos reporteros actúan como si conocieran a Daphne y ahora tuvieran derecho a la tristeza.

¿Pero ese dolor con el que están jugando? ¿El dolor de una comunidad? ¿Una nación? ¿El mundo entero? Es mío. Porque ninguna otra persona puede sentirse así: que nunca será capaz de mirarse en un espejo de nuevo sin recordar. Ni una sola alma siente que su corazón ha sido cortado de su cuerpo y abatido a nada más que sangre y pulpa. —¿Amelia? —pregunta. —No he visto las noticias —le digo, dejando que mis ojos se desvíen hacia el ventilador. Girando y girando. —Bueno, tenía suficientes rastros de esteroides en su sistema como para amordazar a un gusano, y los padres de Spencer dicen que estaba tomando un medicamento prescrito, pero parece que dejó de tomar esas pastillas hace meses. Ellos no lo sabían en ese momento, por supuesto, pero ahora están contando las píldoras o lo que sea, y los números no cuadran. Se suponía que estaba tomando algún tipo de antipsicóticos, comienza con una “r”, pero no puedo recordar su nombre. —¿Por qué? —Sus padres le están diciendo a la policía que se suponía que debía estar viendo a un psiquiatra, pero que dejó de ir en agosto, ya que era demasiado con la práctica de fútbol y que no querían que nadie en el equipo lo supiera. ¿Puedes creerlo? Tal vez si alguien más hubiera sabido que estaba teniendo dificultades, entonces quizás las cosas hubieran sido diferentes. —No —le digo, mirándola. Audra echa su cabeza hacia atrás. —¿No qué? —Estás excusándolo. —No, no estoy haciendo eso. —Sí. Estás actuando como si Spencer no hubiera podido evitarlo. Como si él no quisiera hacerle daño a nadie —espeto. —No, no lo hago. Solo digo que Spencer estaba enfermo. Se suicidó ese día también. Y tal vez si se hubiera quedado lejos del dulce gimnasio y hubiera estado tomando sus medicinas prescritas como se suponía que debía, entonces... Estoy enfadada por Daphne. Por mí. —¿Entonces qué? ¿No me habría disparado? ¿Daphne estaría aún con vida? O ¿qué pasa con el señor Brinkler? ¡Spencer le disparó a sangre fría simplemente por tratar de ayudarnos! ¿Pueden tus quizás traerlos de vuelta o tomar el arma y sacarla de sus manos? No, no pueden. Así que solo... no trates de analizarlo o explicarlo. Suspira.

—Tal vez no debería decirte esto, pero sé que su madre ha estado tratando de hablar contigo. —¿Y? —Pensé que quizás le darías una oportunidad. —¿Por qué tendría que preocuparme lo que esa mujer tenga que decir? No hay nada que pueda decir que arregle el hecho de que creó a un asesino. Audra está en silencio durante mucho tiempo y luego dice: —Amelia, no tenía intención de empeorar las cosas. Solo estoy tratando de hablar contigo y darle sentido a todo esto. —Lo entiendo, pero no tiene sentido alguno. Y no quiero saber nada de Spencer o su madre —digo, mis ojos vuelven al ventilador—. ¿Cuál es el punto de ello? Girando y girando, y dónde se detiene nadie lo sabe.

—¿Qué pasa? —pregunto, inclinándome más. Daphne se inclina sobre sus manos entrelazadas. Me mira, sus ojos marrones resplandecientes de euforia y dice: —Abre las manos. —¿Por qué? —Porque quiero mostrarte algo. Estamos afuera, sentadas con las piernas cruzadas en el suelo con nuestras rodillas tocándose. Por encima de nosotras, las ramas de un viejo roble crean una cubierta de musgo que atrapa la luz del sol. —¿Dónde estamos? —le pregunto a mi hermana. A lo lejos, creo que puedo ver una granja blanca, pero no estoy segura. —Eso no es importante en este momento. Amelia, abre las manos. Esta vez hago lo que me pide y coloca algo cálido y suave en la palma de mi mano y luego pone sus manos alrededor de las mías para mantenerlas cerrados. —¿Qué es? —pregunto con asombro, tratando de mirar a través de mis dedos. Puedo sentir el latido de mi corazón rápido contra mi piel y me recuerda a la lluvia. Daphne se ríe. —Es un pájaro, tonta. ¿Qué pensaste que era?

Y entonces estoy despierta, la voz de mi hermana atenuándose a medida que la luz del sol moteada de una tarde luminosa y soleada es tragada por la oscuridad de mi habitación. Mi mente zumba mientras trato de agarrar los tentáculos del sueño. ¿Por qué Daphne tiene ese pájaro? ¿Lo tomó? ¿O tal vez se cayó de un nido y lo encontró en el suelo? Cierro los ojos, desesperada por volver a entrar al mundo de los sueños, pero mi cuerpo se rebela. Estoy demasiado atontada, incluso para dormir. Estoy demasiado débil para soñar con ella otra vez. Necesito agua. Salgo de mi habitación y bajo las escaleras. A mi alrededor, la casa está en silencio y oscura. Se siente vacía, como si ya nadie viviera aquí. En el piso inferior, puedo ver la sombra del árbol de Navidad en la sala de estar. Nancy trató que papá y yo nos emocionáramos por la Navidad este año, pero todo esto es una ridícula pérdida de tiempo. ¿Cómo esperan que nos preocupemos por los ornamentos y los regalos y las medias cuando todos sabemos que Daphne está fría y a dos metros bajo la tierra? Cuando llego a la cocina, bebo tres vasos de agua tibia con tanta rapidez que el agua gotea por mi barbilla y cuello. Considero la comida en el refrigerador, pero a pesar de que no he comido nada desde ayer, excepto las galletas, no estoy realmente hambrienta. En especial, no por esta comida de simpatía. La gente sigue apareciendo aquí con sus estúpidas cazuelas y sus tristes tarjetas y sus flores que mueren y sus malditos jamones horneados con miel y se supone que debemos hacer teatro como si esas cosas significasen algo para nosotros. Como si un pedazo de carne de cerdo bien cocida supone que nos tenga que deprimir menos. Cierro la nevera de golpe y me giro para regresar a la escalera. Es entonces cuando noto una rendija de luz cálida difundiéndose por debajo de la puerta de la oficina de papá. Vacilante, asomo la cabeza en el interior. Papá está en el gran sillón de cuero detrás de su escritorio. Está hacia adelante, mirando algo en su regazo. Una botella medio vacía de líquido de color ámbar está a su lado y observo mientras levanta la botella a sus labios e inclina su cabeza hacia atrás para un largo trago. En esos primeros días, él era el señor Todo-Está-Bien-Sigamos-Adelante, tratando de sacarme de la cama, animándome a comer algo. Luego, en la segunda semana, se dio por vencido. Dejó de afeitarse y de ir a trabajar. Ahora se pasa el día encerrado tras la puerta de su oficina haciendo quién sabe qué. Su rostro está demacrado y su canoso cabello sale en todas las direcciones. Dios, ¿cuándo fue la última vez que se duchó? ¿O consumió algo aparte de licor? —¿Papi?

Alza la mirada, sorprendido cuando me ve, y trata de ocultar la botella detrás de su silla. —¿Dónde está Nancy? —pregunto. Hace un gesto lentamente alrededor de su cabeza. —Probablemente en la iglesia. —Pero es de noche. —¿Quién sabe? Siempre está allí últimamente. Últimamente. Comienzo a alejarme, pero me llama a su despacho. —Amelia… —¿Sí? —Me paro al lado del escritorio. Ahora puedo ver lo que estaba viendo en su regazo. Es una foto de Daphne y mía con nuestros brazos alrededor de la otra y puedo recordar exactamente cuándo fue tomada. Nancy nos había llevado a Charleston y nos habíamos hecho las uñas por primera vez. Escogí esmalte rosa y ella rojo. En la foto, las dos mostramos las uñas a la cámara y lucimos sendas sonrisas amplias. —Estaba tan feliz —murmuro, de rodillas para poder mirar más de cerca. —Ella siempre estaba feliz. Papá toma mi rostro entre sus manos y luego se me queda mirando durante mucho tiempo, sus ojos buscando todas y cada una de mis características. ¿A quién estás viendo? ¿A mí o a ella?

e despierto treinta minutos tarde. Mi boca está aplastada contra el colchón y mi cabello está pegado a mis párpados. El reloj digital junto a mi cama dice que ya son las nueve y cuarto, lo que significa que debo buscar a Amelia en exactamente diez minutos para llevarla a la cita con su médico. —Mierda —me quejo cuando miro en el cajón inferior de la cómoda por unos jeans limpios. No puedo creer que haya dormido hasta tan tarde, pero supongo que eso es lo que sucede cuando te quedas hasta las cuatro de la mañana tratando de encontrar una forma de pagar la factura de electricidad con cero dólares en tu cuenta bancaria. Es pleno invierno en Lowlands, y el piso de mi habitación está helado. Aún con los pies descalzos, salto sobre un montón de ropa sucia y doy saltitos de un pie a otro mientras me meto en mis jeans y me coloco una sudadera con capucha marrón sobre la camiseta con la que dormí. No hay suficiente tiempo para café, pero después de ponerme mis botas, me precipito a la cocina con la esperanza de tomar un plátano o una mini tarta. En medio de la mesa de cocina, miro una nota escrita con la desordenada escritura de Seth. Llevé a Carter a buscar donas. Dice que te diga que te pediremos una con crema de chocolate. No hay tiempo para esperar. Tomo una de las barras de granola de Seth, tomo mi teléfono del cargador de pared y me apresuro. Estoy a media mordida cuando abren la puerta principal y casi atropello a mi tía. Había dejado una pequeña pila de regalos, escribiendo una nota en la parte trasera de un sobre sellado. —¡Oh! Bash, ¡me sorprendiste! —exclama, saltando a sus pies y colocando su mano sobre su corazón. —¿Qué haces aquí? —pregunto bruscamente mientras observo los regalos. Hay cinco envueltos en papel de Navidad. Arcos brillantes de color rojo y sonrisas de Santa que guiñan alegremente.

—Bueno, yo solo… —La tía Denise se ve incómoda y supongo que tiene sentido. La última vez que estuvimos cara a cara, las cosas no salieron bien. Y desde entonces, la única comunicación que hemos tenido vino en esa carta de su abogado. Exhala bruscamente y veo su aliento derretirse en el fresco aire de la mañana. —No te he visto ni a Carter en mucho tiempo, y Mike y yo los hemos echado de menos en Navidad. Sabía que iba a estar por la zona, así que pensé que intentaría encontrarte mientras estabas en casa. Es mentira. Nadie está “en la zona”. Es Green Cove, a medio camino entre Charleston y Ciudad de Nadie. —Si vienes a casa para intentar rebuscar en la tierra para probar a los tribunales lo malo que soy para Carter, entonces te sentirás decepcionada porque él ni siquiera está aquí. Hace una mueca de dolor y niega. —No, no es por eso que estoy aquí. Quería traerles sus regalos de Navidad. —Oh. —Bajo la mirada de nuevo a los regalos. No estoy seguro de qué hacer. —Y admito que esperaba ver a Carter —continúa, señalando la casa con la cabeza. —Tía Denise… —Mis hombros se relajan—. Este no es un buen momento. Como dije, Carter no está aquí y voy a buscar a mi novia. —¿Cómo está Amelia? Mike y yo hemos estado viendo las noticias cada noche y rezando por ella. Ni siquiera puedo imaginar cómo ocurrió algo así en Green Cove —dice—. Su pobre hermana y su familia. Tiene que estar devastada. Amelia está devastada. Y ahora, por mi culpa, también va a llegar tarde a la cita de su médico en el hospital. —Ha sido difícil, pero está pasando por eso. De todos modos —digo sin ganas, mientras cierro la puerta y uso mi llave para bloquearla—. Realmente tengo que irme. Voy tarde. —Cierto. No me interpondré en tu camino. Mi tía se ve tan decepcionada cuando baja los escalones del porche que casi la llamo y le digo que, si espera unos minutos, Carter y Seth probablemente estarán en casa. Entonces recuerdo que esta es la misma mujer que me demanda por la custodia de mi hermanito y mantengo la boca cerrada. —¿Podrías darle sus regalos? —pregunta, deteniéndose a un par de pasos de la puerta de su auto y mirando hacia la casa donde dejé los regalos junto a la puerta principal. Tendré que escribirle a Seth sobre ellos más tarde. —No estoy seguro —digo honestamente—. No sé si es una buena idea considerando todo. Asiente. Hay lágrimas en sus ojos y su nariz está roja. Es posible que ambos sean por el frío, pero no lo creo.

—Mike y yo los extrañamos. —Solloza—. Y a ti, Bash. Siento que estés enojado con nosotros. Apoyo mi mano contra la parte superior de mi Bronco. Una capa de escarcha plateada sobre mi piel. —No estoy enojado. —Bajo la cabeza—. Estoy cansado. —Pero es por eso que queremos ayudarte. Carter es demasiado para ti. Levanto la cabeza y la miro. —¿No lo entiendes? Carter no es demasiado. Mi novia recibió un disparo, su hermana murió, mi escuela está rodeada por reporteros, el FBI y una docena de psicólogos, y recibir una carta de amenaza en el correo de tu abogado… Esas cosas son demasiado. —Bash… —Su rostro se arruga—. Sé que no entiendes de dónde venimos, pero tú y Carter son mi familia y estoy tratando de hacer lo correcto. Estoy tratando de hacer lo que creo que Jean Anne querría que hiciera. —No te atrevas a traer a mi madre a esto —le advierto. —Pero, ¿no ves que se trata de ella, tanto como se trata de ti, de mí y de Carter? Amaba a mi hermana, aún lo hago, y quiero lo mejor para sus hijos. Y ahora mismo, creo firmemente que criar a Carter es una carga que tú no necesitas — suplica, acercándose—. Si tan solo vinieras a casa y te sentaras a hablar con Mike y conmigo, creo que podríamos resolver algo sin tener que ir a la corte. No quiero eso más que tú. —¡Entonces termina el caso! —grito tan fuerte que estoy seguro que Paul y su madre, y el resto del barrio piensan que estoy teniendo una rabieta—. Eso es todo lo que tienes que hacer, tía Denise. ¿Ves cómo he resuelto el gran problema? Suspira. —No puedo, Bash. No quieres oír esto porque tienes solo dieciocho años, pero creo que algún día verás de dónde venimos. —Podría tener dieciocho años, pero me siento de cuarenta. Mi vida se está desmoronando. —Estoy luchando por no asfixiarme—. Confiaba en ti, y ahora me estás demandando. Y la primera persona que realmente me importa desde que mamá murió está pasando por un maldito infierno, y no sé cómo ayudarla. ¿Puedes entender cómo se siente eso? Puedo ver la culpa en el rostro de la tía Denise. Trata de agarrarme la mano, pero la evito y subo a mi camioneta. —Esto no está saliendo como quería —dice, mirando fijamente. Me encojo de hombros. —Entonces, simplemente déjalo con los abogados y que las cosas regresen como estaban. Toma un par de respiraciones. —No funciona así. Ya están trabajando por conseguir una fecha en la corte.

Enciendo la camioneta y el calentador, con la esperanza que se caliente rápido y pueda dejar de sentirme tan frío, frustrado y miserable. Luego me vuelvo hacia la puerta abierta, mirando a mi tía. —Tal vez tengas razón —le digo—. Pero Carter es lo único que estoy seguro de hacer bien en el mundo. ¿Y estar juntos? Lo que dijiste antes estaba mal. No es una carga. Es un privilegio.

Sé que es cobarde de mi parte, pero cuando el doctor quita la última capa de gasa, aparto la mirada. —La hinchazón está a punto de desaparecer —dice. Miro lentamente, como si estuviera sumergiendo el dedo grande del pie en agua helada. Amelia está recostada en una de esas mesas médicas acolchadas que está cubierta con un trozo de papel blanco. Está tumbada con una mano al costado y la otra sobre su cabeza. El médico está en un taburete de ruedas inclinado sobre ella, sosteniendo su camisa y examinando su estómago. —Sí, esto se ve muy bien —dice. Me acerco y estiro mi cuello. La línea que va desde el ombligo hasta el hueso de la cadera es rosa y áspera, pero no luce nada como ese día. Me estremezco al pensar en la sangre caliente y pegajosa que cubría mis manos y cómo me preocupaba que ella muriera allí mismo, en el piso del gimnasio, y ese sería el último recuerdo que tendría de ella. —¿Cree que estaré lista para el tenis? —pregunta Amelia. Sus ojos están mirando fijamente los luminosos paneles fluorescentes en el techo—. La temporada comienza pronto y me gustaría estar en la cancha tan pronto como pueda. No debería preocuparse por el tenis. Debería estar llorando o enojada o algo excepto pensar en volver a estar en el equipo. Pero así es como ha estado desde los primeros días después de la muerte de Daphne. Era casi mejor cuando estaba increíblemente triste y llorando todo el tiempo. Ahora está… apagada. Es como si hubiesen cortado la electricidad y el generador de respaldo no se hubiera iniciado todavía. —Todavía necesitarás tomarlo con calma durante unas semanas más, pero esto se está curando maravillosamente —dice el doctor, volviendo a poner su camisa en su lugar y apartando su taburete hacia el mostrador azul de formica—. Estoy muy contento con el progreso, así que voy a dejar un vendaje, pero aún tendrás que mantener el área limpia. —¿Y el tenis? —pregunta Amelia. —No tienes que esforzarte —le digo.

No me mira. —Soy la capitana del equipo de la escuela, Sebastian. Tengo que jugar. —No, tienes que recuperarte. Te dispararon hace un mes. —Me rozó. —Eso aún es un disparo. El papel se arruga mientras se sienta y balancea sus piernas en la mesa de examen. Cruza los brazos sobre el pecho y no me mira. —¿Qué opina del tenis, doctor Faris? El médico está inclinado sobre el mostrador escribiendo algo en su portapapeles. —Como dije, todavía necesitas tiempo para sanar. Pero unas pocas semanas más y mientras todo avance como ahora, no veo ninguna razón por la que no deberías poder jugar al tenis. —¿A mediados de enero? —Eso suena bien. —Asiente y se levanta—. Voy a terminar el papeleo, Amelia. Alguien estará aquí en unos minutos con las nuevas instrucciones para el cuidado de las heridas. —Bien. Veinte minutos más tarde, estamos en el Bronco, en dirección a su casa. —¿Quieres algo? —le pregunto, ya que tenemos que conducir por el pequeño centro de la ciudad y no he comido nada más que una barra de granola hoy—. ¿Comida? ¿Un café? —No —dice y vuelve a mirar por la ventana. —De acuerdo. Aparte del ruido del motor, está tranquilo. Este silencio se ha convertido en nuestra nueva norma. No más juegos de “esto o aquello” para pasar el tiempo. No más risas. No más compartir ideas o historias. Desesperadamente quiero contarle la conversación con mi tía esta mañana y el caso judicial que me presiona, pero ni siquiera sé cómo empezar. —Todo allí era frío y blanco —dice después de mucho tiempo. —¿En el hospital? —aclaro. Todavía mirando por la ventana, asiente. —Me dijeron que Daphne resistió hasta que llegó allí. Comienzo a decir algo, pero me interrumpe. —¿Crees que el techo blanco fue lo último que vio? No me dicen mucho y sigo tratando de pensar en lo que debe haber sido para ella. ¿Estaba asustada? Debe haberlo estado. Estaba sola, Sebastian. —No estaba sola.

—Lo estaba —dice con una voz apenas audible—. ¿Crees que se preguntó por qué no estaba con ella? ¿Crees que estaba sufriendo? El tipo detrás de mí, toca la bocina, pero no me importa una mierda. Cruzo dos carriles y salgo de la carretera, toda la camioneta temblando cuando las ruedas saltan el bordillo de cemento. —No creo que sufriera. —¿Cómo lo sabes? —No lo sé —digo—. Y tal vez solo estoy recordado lo que mamá solía decir, pero no creo que sufriera. Creo que ese imbécil le disparó y eso fue todo. Su cuerpo podría haber resistido hasta el hospital, pero creo que su alma ya se había ido. Sus labios tiemblan. —¿La viste? Niego, porque me rehúso a decirle lo que realmente sucedió. Me niego a llenar su cabeza con detalles de la sangre, la carne desgarrada y el olor penetrante de pólvora que me tapó las fosas nasales ese día. —Ojalá supiera con certeza lo que ella sentía —dice Amelia, sus ojos brillantes de lágrimas—. Se supone que los gemelos saben, ¿verdad? Esto me está rompiendo el corazón. Desabrocho los cinturones de seguridad de ambos y la monto en mi regazo. Se resiste al principio, pero luego se rinde y se acurruca en mi pecho. Sé que no debería pensarlo, pero se siente bien sostenerla así, incluso si está llorando. Paso mi mano por su cuello y por su espalda, sintiendo su cuerpo entero sacudirse con cada respiración. —Ni siquiera recuerdo lo último que me dijo. ¿Fue en el desayuno? ¿De camino a la escuela? ¿Cómo no puedo saber eso, Sebastian? ¿Qué clase de hermana no recuerda? Le beso el cabello y murmuro: —Amelia, no estabas pensando en eso. Ninguno de nosotros. Era un día normal. —Pero eso es todo —dice, limpiándose los ojos. —¿Qué cosa? —No fue un día normal, ¿verdad? —¿De qué estás hablando? —Estoy hablando de la noche del sábado. Sobre todas mis sospechas. Debería haber sabido que Spencer era peligroso. Lo sabía, pero no hice nada al respecto. Aparto el cabello de su rostro y levanto su barbilla para que me mire. —Eso no es justo.

—¿Por qué no es justo? ¿Cuántas veces me dijiste que hablara con mis padres acerca de Spencer? —grita y niega—. ¿Cuántas oportunidades dejé pasar? —Amelia… —La impotencia que siento me está destrozando por dentro. —¡Es la verdad, Sebastian! Ahora la gente dice: “Spencer no estaba medicado, necesitaba ayuda” y es como que… yo lo sabía. —Nadie lo sabía con seguridad. —¡Sí, yo sí! Tal vez no lo sabía todo, pero podía ver que había algo malo con él y aún no hice nada para detenerlo. —Ibas a hablar con tus padres —le recuerdo. —Un poco demasiado tarde —espeta, apartándose de mí y volviendo a su propio asiento—. ¿De qué sirven mis intenciones si Daphne se ha ido? No puedo traerla de vuelta ahora. No puedo volver atrás, a las últimas semanas. —No podrías haberlo detenido. Incluso si le hubieras dicho a alguien, no es como si lo hubieran encerrado por ser un novio posesivo o un imbécil. —¡Podrían haber hecho algo! —Levanta sus manos al aire—. Tal vez Spencer habría obtenido la ayuda que necesitaba, ¡o tal vez su padre habría cerrado su maldito gabinete de armas! Pero nunca lo sabremos, ¿verdad? Daphne está muerta —grita—. Y siempre estará muerta. El dolor crudo en su voz casi me ahoga. Es una tortura. Peor que tortura, en realidad, porque es como ver a alguien más siendo desollado vivo, su piel desgarrada de su cuerpo, pieza por pieza, y sin ser capaz de hacer una sola cosa al respecto. Me acerco a ella de nuevo, tomándola de la mano, pero no tengo idea de qué hacer o decir para hacer esto mejor para ella. Tiene razón. Daphne está muerta y eso es para siempre. Y ante esa pérdida, todo lo que puedo decir o hacer parece inadecuado. —Amelia, lo siento. —No importa —dice, volviendo a la ventana del pasajero. —¿No importa? Suelto su muñeca y agita su mano frente a su rostro. —Quiero decir… solo olvídalo, ¿de acuerdo? No debería haberme alterado como lo hice. Solo estaba siendo estúpida. —No hay nada que olvidar. Y no estás siendo estúpida. Niega. —Solo quiero ir a casa. Ahora estoy bien —dice y me sorprende la falta de emoción en su tono—. Lo prometo. —¿Estás segura? —pregunto, mi corazón enfermo. Asiente.

Ambos sabemos que no está bien, pero lo paso por alto, girando la llave del auto y regresando a la carretera. Odio fingir, pero la idea de perderla es peor. Porque ahora todo esto se siente frágil como una casa de naipes. Una pequeña brisa y todo se derrumbará a nuestro alrededor.

sí que, ¿adivina qué? Entré en Emory hoy. No he sido capaz de abrir el grueso sobre color crema que yace en el mostrador delante de mí, pero sé que es una carta de aceptación —es demasiado grueso para no serlo— y no estoy segura de qué hacer con ello. Antes, todos habríamos celebrado. Papá habría asado filetes. Nancy habría empezado a llamar a sus amigos, presumiendo de mí y mi gran cerebro. Sé que Daphne habría chillado y hecho un pequeño baile feliz justo aquí en la cocina. Así es como debería ser, pero no es como vivimos ahora, ¿no? No habrá filetes, ni llamadas y, especialmente, sin bailar esta noche. Esto se supone que es una gran cosa, el tipo de momento que guardo para viajes en días lluviosos por el carril de la memoria cuando tenga ochenta años. Emory. Esto es lo que siempre pensé que quería… un futuro brillante esperándome con un radiante lazo rojo encima. Debería estar feliz, pero ni siquiera puedo recordar cómo se siente ser feliz. —¿Qué es eso? —pregunta Nancy, inclinándose por encima de mi hombro para mirar el sobre en mis manos—. Es de Emory. —Sí. Deja dos bolsas de papel marrón llenas de comestibles en el mostrador. —¿Vas a abrirlo? —Tal vez más tarde. Aprieta los labios. —Amelia, eso parece que podría ser una carta de aceptación. —Bien. —La miro con molestia mientras abro la carta. Es con gran placer informarle de su aceptación en la universidad Emory. —Entré —digo en tono plano, ni siquiera molestándome en terminarla. No quiero hacer esto. Todo lo que quiero es arrugar la carta y mirarla caer de mi palma y en la basura.

Nancy se inclina y me abraza. Probablemente debería levantarme y devolverle el abrazo o algo, pero no me muevo. —¡Por supuesto que lo hiciste! Enhorabuena, querida. Tu padre va a estar tan orgulloso de ti. Resoplo. —Dudo que papá incluso lo note. Nancy aleja la mirada brevemente, entonces dice: —No te preocupes por eso. Deberíamos celebrar. Podrías invitar a tu Sebastian. ¿He aterrizado en un planeta alienígena? —¿Quieres que invite a Sebastian? ¿Te refieres para cenar? Empieza a sacar los comestibles. —Así es. Ha estado alrededor mucho últimamente, pensé que sería agradable. Y su hermano pequeño, ¿cómo se llama? ¿Christian? ¿Cal? ¿Crees que les gustaría ese pollo con romero que hice para el baby shower de Marjorie Bachman el año pasado? Oh, y podríamos hacer esa receta de pastel de melocotón que te gustaba tanto. ¿Pollo? ¿Pastel de melocotón? La idea de Nancy en la cocina actuando tan normal detiene mi respiración. Siento que mi espalda se endereza y mis hombros se tensan. —¿Estás bromeando? —grito—. ¡No voy a invitar a Sebastian y su hermano, y es Carter, por cierto, a esta cripta de casa para celebrar nada! —Meneo la carta delante de su rostro—. No es que vaya a ir a Emory. El rostro de Nancy palidece. —¿Por qué no, Amelia? Trabajaste muy duro para entrar y pensé… —No voy a ir a Emory o Vanderbilt o Wake Forest o cualquier otro lugar — espeto, la ira aumentando—. ¿Y estabas bromeando sobre Sebastian? Nunca los has invitado antes porque era inapropiado —digo, imitando el tono esnob que había usado en Acción de Gracias. Baja la mirada avergonzada y susurra: —Amelia, lo estoy intentando. —¡No quiero que lo intentes! —grito y dejo caer la carta de mis manos al suelo—. Solo detente, ¿bien? ¡Solo detén todo! Salgo corriendo de la cocina y subo las escaleras con intención de meterme en mi cama y acurrucarme con Frére Jacques —el pobre conejo probablemente es más lágrimas que relleno estos días—, pero en su lugar, mis pies me llevan al cuarto de mi hermana. Y lo raro es que todavía huele a ella.

Lo hace. Y excepto por la cama, todo está exactamente como lo dejó esa mañana… El mapa sobre su escritorio está todavía marcado con banderas de papel. Hay un cuaderno abierto en el suelo. Su chaqueta de animadora negra y dorada está colocada en el respaldo de la silla. Con piernas temblorosas, camino hacia el armario y muevo mis manos por la ropa colgada allí, aspirando más de la esencia de Daphne. Le encantaba el invierno, pienso ausentemente. No ocurre a menudo que se ponga a temperaturas bajo cero aquí, pero en las pasadas semanas, una diáfana capa de escarcha ha cubierto el suelo por las mañanas y sé que habría estado emocionada de llevar todos esos suéteres y botas a la escuela. Me arrodillo para buscar su par favorito. Cuero marrón con hebillas plateadas a los lados. Ahí están, metidas en la parte de atrás del armario justo bajo sus jeans. Sin pensar, meto mi pie derecho en la bota y luego el izquierdo. Por supuesto, encajan perfectamente, amoldándose a mis dedos y talones como si los hubiera llevado cientos de veces antes. Mis inestables manos se extienden y quitan un gran suéter verde oscuro de la percha. El cuello es alto y grueso y llega hasta arriba, sobre mi barbilla y boca. Mientras ajusto los puños del suéter, atrapo un vistazo de mí en el espejo de la puerta del armario. Por la más breve fracción de tiempo, puedo imaginar a una chica diferente devolviendo la mirada y el alivio que siento casi me derriba. —Hola —susurro a mi reflejo. Fingiendo que ni siquiera es tan difícil. Saco mi cabello negro, dejando que mi largo flequillo caiga de lado porque así es como a ella le gustaba llevarlo. Entonces, presiono mi dedo en el frío cristal y delineo mi nariz y mi frente. ¿A quién estás viendo? ¿Soy yo o es ella?

stoy encorvado delante de mi casillero, tratando de aclarar mis ideas para una prueba que estamos tomando durante el primer período. Los estudiantes están susurrando detrás de mí. Eso no es nada nuevo, pero hay algo en la forma en que están susurrando que me hace alzar la mirada. De inmediato me doy cuenta de un círculo de personas agrupadas en el extremo más alejado del pasillo. En el centro del círculo hay una chica de espaldas a mí y en el momento en que la veo de pie allí, mi corazón deja de latir. Es Amelia. Me tropiezo más cerca, apenas creyendo en mis ojos, pero no me están mintiendo. Ahí está ella, con el cabello oscuro recogido en la mitad, con la mayor parte de ello cayendo por su espalda, justo después de sus omóplatos. Lleva jeans y botas marrones y una bolsa desgarbada cuelga de un hombro. Mis nervios fallan. Mi cabeza da vueltas. ¿Qué demonios está haciendo aquí? ¿Por qué no me llamó? Los estudiantes que la rodean la abrazan y hablan a la vez. —¿Has hablado con los padres de Spencer? —le pregunta un tipo—. Hicieron una entrevista en CNN la semana pasada. ¿Lo viste? Amelia niega. —No. —Mi papá tiene un amigo que trabaja para The Post and Courier y dijo que la madre de Spencer escribió una carta para ti y tu familia en forma de disculpa pública. Ella se tambalea, su expresión sin comprender. —¿Qué? —¿No la has leído todavía? —No… ¿qué carta? —pregunta, con voz desesperada—. Yo no… Acercándome a ella, la llamo por su nombre. —¡Amelia!

Nuestros ojos se conectan y por medio segundo creo que todo va a estar bien. Entonces niega y gira en la dirección opuesta, atravesando la multitud, empujando a la gente a un lado. Una chica en realidad se tropieza y cae contra un casillero. Amelia no se detiene. Corre a la salida más cercana y yo la sigo, tratando de ignorar los chismes viajando a la velocidad de la luz por el pasillo. ¿Acabas de ver a Amelia Bright? Lo perdió por completo. Tan triste. Obviamente es un desastre. Amelia está afuera, a unos nueve metros de la entrada de la escuela, apoyada en una pared de ladrillo con los ojos cerrados fuertemente y la cara inclinada hacia el cielo despejado de la mañana. —Hola —le digo, acercándome más, de la manera en que te acercas a un animal asustado. Su pecho se agita mientras respira profundo. —¿Fue así para ti? —¿Qué quieres decir? ¿Después de mi madre? Asiente. —No —le digo—. Los únicos que sabían lo que había sucedido eran Rachel, Seth y un par de mis profesores. Parpadea. —¿Quién es Rachel? ¿Es tu ex novia? Mierda. Soy un total idiota. Este no es definitivamente el momento adecuado para hablar de la ex. —No importa —digo, entrelazando nuestros dedos y acercándola—. Estoy más preocupado por ti. ¿Estás bien? Se estremece y puedo sentir su corazón palpitando a través de su piel. —No puedo creer que me haya escapado así. Van a pensar que soy un caso perdido. —No, todos lo entenderán. —Simplemente... empezaron a hablar de la madre de Spencer y de una carta —dice, negando—. Me sentí como si me estuvieran ahogando. —Te estaban ahogando —digo, tomando su rostro entre mis manos y agachándome para tener la misma altura—. Y odio tener que decirte esto, pero las cosas probablemente van a ser así por un tiempo. —Porque soy una novedad como un acto de circo —afirma rotundamente. —No, porque has pasado por una tragedia y tienes amigos y eres popular. Balbucea:

—Eso no es... —Lo sé, lo sé. —“Eso no es amistad. Eso no es más que una transacción de negocios”, me dijo hace varios meses—. Tal vez tengas razón sobre toda esa gente allá. Tal vez no es verdadera amistad, pero, de cualquier manera, tienes un efecto sobre ellos. —Estás loco. —No lo estoy. Se fijan en ti. —Me encojo de hombros y miro hacia la entrada de la escuela—. Y a su manera, se preocupan. Y definitivamente se preocupan por Daphne y lo que pasó aquí. Todo cambió. Deja caer su mirada. —Lo sé, pero solo quiero un día donde no sea así. Un día para estar bien. Entrecierro mis ojos en ella. —¿Por eso no me dijiste que ibas a estar aquí? —Supongo que sí —admite, retrocediendo y reajustando sus mangas y la correa de su bolso. —Amelia, debería llevarte a casa. Pone los ojos en blanco y suspira. —No quiero irme a casa. Necesito estar aquí. —No necesitas estar en ningún sitio donde no quieras estar —digo, y corro para alcanzarla mientras sube rápidamente las escaleras de la escuela—. Sería comprensible tomar más tiempo. —No lo entiendes, Sebastian. —¿Qué es lo que no entiendo? —No tengo el lujo del tiempo —dice, y exhala bruscamente. Mi piel pincha con nerviosismo. —¿Por qué no? —Quiero decir, el tenis ya ha comenzado de nuevo y como capitana realmente necesito estar aquí para eso. Sin mencionar que las elecciones para los consejos estudiantiles están llegando y es crítico que ayude a los nuevos funcionarios a familiarizarse con nuestro sistema y... —Se detiene—. ¿Qué? ¿Por qué me miras así? —Nada. —Niego en confusión—. ¿De verdad crees que el consejo estudiantil es crítico? —Bueno, mucha gente ha trabajado muy duro para hacer efectivo el consejo. ¿Qué? No me puedo mantener al corriente con sus impredecibles estados de ánimo. Un minuto está llorando y desmoronándose, al siguiente está actuando como si nada estuviera mal. —Amelia, tengo que admitir... estoy perdido aquí.

—¿Qué quieres decir? —pregunta por encima de su hombro. —Quiero decir… ¿por qué estás actuando de esta manera? —¿Qué manera? La tomo de la muñeca y la detengo. —Como si todo estuviera bien. —Porque te lo dije antes… está bien. La miro fijamente con fuerza. —Hace cinco minutos no se veía así. Retrocede y saca su brazo de mi agarre. —¡Dios, Sebastian! —exclama exasperada—. ¿Es un crimen querer venir a la escuela y hacer que todos me dejen en paz? ¿Soy tan mala persona por querer un día normal? Mi sentido del temor se eleva. Algo está sucediendo aquí. Algo no está bien. —Amelia... —¡Bueno, unta mantequilla en mi trasero y llámame galletita! Ambos volteamos nuestras cabezas para ver a Audra corriendo hacia nosotros. Empuja a Amelia, lanzando sus brazos alrededor y haciéndolas girar a ambas. —Tan pronto como salí de mi auto, supe que hoy estabas aquí. Es de lo que se está hablando. Y yo pensaba que, por lo menos, me hubieras enviado un mensaje de texto. —Audra pone mala cara. Amelia retrocede un poco y libera su cabello del brazo de Audra. —Hola, Audra. Audra hace una mueca enojada y alza su barbilla. —¿Hola? ¿Eso es todo lo que tengo? Te he estado extrañando intensamente. ¿Qué hay de ti, vaquero? —Inclina la cabeza hacia atrás para mirarme—. ¿Feliz de ver a nuestra chica aquí? No respondo porque tengo la clara impresión de que “nuestra chica” ya no está contenta de verme. Pero Audra no se da cuenta de la tensión y continúa, contándole alegremente a Amelia de la escuela y las clases de este semestre, y lo mucho que el equipo de tenis está apestando sin ella. Amelia asiente, pasando por los movimientos como si se preocupara, pero puedo decir que preferiría estar en cualquier lugar, excepto aquí. Y entonces la primera campana suena y Audra comienza a llevarla, pero yo la contengo. —Audra, ¿puedes darnos un segundo?

—Dalo por hecho. ¡Nos vemos en el tercer período, chica! —dice Audra, agitando y pisoteando fuerte. —¿Qué? —pregunta Amelia en voz baja, sin mirarme a los ojos. —¿Qué? —repito, tratando de mantener mi voz baja para evitar otra escena—. Creo que deberíamos hablar. —¿Qué queda por hablar? —pregunta entumecida. —No creo que estés lista para estar aquí todavía. Resopla y ladea su cabeza. —Bueno, esa no es realmente tu decisión, ¿verdad? —Amelia, solo estoy tratando de ayudarte. —Y lo aprecio, pero tienes que darme un respiro. Todo esto… —mira entre nosotros, su boca frunciéndose desagradablemente—, me hace sentir claustrofóbica. Como toda esa gente que me ahogaba. —Oh. —Inmediatamente dejo caer su mano y doy un paso atrás—. No quería presionarte. —Lo sé. —Aprieta sus ojos cerrados y niega—. Mira... no quiero discutir más, pero tengo que irme o voy a llegar tarde. Ahora no estoy seguro de qué hacer. Esta conversación se siente puntuada con minas terrestres y no tengo idea de cómo navegar. —De acuerdo. ¿Quieres que te acompañe a tu clase? —No voy a clase. —Niega—. Como una víctima regresando, tengo que ir primero a la oficina y registrarme con el consejero. —Eso es bueno. Deberías estar hablando con alguien. —En realidad, es estúpido, pero no tengo voz en ello. Me están obligando. — Pone los ojos en blanco, pero hay algo raro en el gesto. —De acuerdo. Bueno, ¿te veo después? Asiente, pero todavía se siente vacío y de alguna manera incorrecto. —Adiós. —Adiós. La miro dar la vuelta en la esquina y me doy cuenta que, aunque Amelia esté de vuelta, todavía está a mil kilómetros de mí.

ómo te sientes al estar aquí, Amelia? Parpadeo, tratando de no dar nada. —¿Quiere decir en su oficina o solo aquí en general? —Aquí en general. —La señora Gaspard, la consejera de la escuela se reclina y coloca sus manos sobre su regazo. Creo que está tratando de parecer relajada para ponerme a gusto. No funciona. —Ni siquiera he estado aquí una hora. —Bueno, bienvenida, rodeada de tantos recuerdos… incluso el mero hecho de estar en este mismo edificio, tiene que ser difícil para ti, ¿no? ¿Realmente estamos teniendo esta conversación? —Creo que puedo arreglármelas. —Eso es fabuloso de oír. —Hay una taza de café en su escritorio. La agarra y toma un sorbo—. ¿Y cómo crees que irán tus clases? ¿Podrás ponerte al corriente con tu trabajo escolar? Me encojo de hombros. —Supongo que sí. —Muy bien —dice la señora Gaspard, dejando el café. Apoya los codos en su escritorio y se inclina más cerca como si estuviera confiando en mí—. Tus profesores están seguros de ayudarte, Amelia. Si te encuentras con algún problema, todo lo que tienes que hacer es hablar o venir a hablar conmigo. Estoy aquí para ti siempre que necesites algo. Solo trata de pensar en mí como tu conserje escolar — dice, riéndose de su propio humor. Asiento. Dios, odio tanto esto, pero venir a su oficina para un registro de quince minutos tres veces esta semana es parte de mi regreso a la escuela. El director insistió en ello. Supongo que es parte del plan “Centrarse en la Salud Mental” que inició a raíz del tiroteo. Otra parte del plan es, aparentemente, tapar las paredes con carteles alentadores. En la oficina solo hay tres fotos de gatitos diciéndome que todo estará bien.

La señora Gaspard revuelve algunos papeles en su escritorio y aclara su garganta. —¿Y tus amigos? Me limpio la boca con la manga. —Están... ya sabe... bien. —Reengancharse no siempre es simple —dice en un tono compasivo—. Tal vez tengas dificultades. —Hasta ahora todo el mundo está siendo genial. Muy servicial —respondo, mi voz más clara. Tengo que hacer un mejor trabajo de venderme alegre porque no es como si voy a decirle a esta mujer algo real. ¿Qué podía entender? Como todos los demás, ella quiere levantar una palanca y manejar mi miseria como un abrigo que puede ponerse y desechar cuando quiera. —Es importante que sientas que tienes una red de apoyo. Una red, si quieres —dice, entrelazando los dedos para demostrar esto—, para atraparte si necesitas que te atrapen —Eso es inteligente —digo, fingiendo una sonrisa. Devuelve la sonrisa. —Bueno, realmente espero que utilices esta oficina siempre que necesites. Estamos aquí para ti, Amelia. Todos nosotros en la escuela estamos animándote. Y, por supuesto, sentimos mucho lo que pasó. Tu hermana Daphne era... bueno, era una chica maravillosa y la extrañan mucho. —Gracias —digo, parándome de la silla y recogiendo mi bolsa del suelo. —No seas una extraña —dice cuando estoy en la puerta. —No lo seré. —Como si tuviera una opción... Después de eso, el resto de la mañana pasa borrosa. Las clases son una broma. Estoy tan atrasada que parece inútil incluso estar aquí, pero hago los movimientos: sacando mis cuadernos y escribiendo cosas que mis profesores dicen. La verdad es que sé que no importará. Mis profesores sienten lástima por mí —la pobre Amelia Bright, la chica que vivió— y dejan claro que pasaré con honores incluso si todo lo que hago durante el resto del semestre es dibujar tacos volando en mis papeles de prueba. En español, tanto Audra como Sebastian tratan de hablar conmigo, pero finjo un dolor de cabeza y paso la mayor parte del tiempo en el baño del primer piso mirando fijamente el grafiti en la parte posterior de uno de los puestos. Los pasillos entre las clases son la peor parte del día. Cada vez que tengo que ir a buscar un libro en mi casillero, es exactamente lo mismo. Soy como un pececillo nadando a través de un mar de tiburones, esquivando preguntas y demostraciones extrañas y, a veces, muestras de simpatía, como cuando Marcus Green, un tipo con el que he hablado tal vez una vez antes, me detiene y me dice

cuánto extraña a Daphne y que ella había sido la estrella de todos sus sueños húmedos cuando estábamos en noveno grado. Uh, ¿gracias? Asco... Cuando la campana del almuerzo suena justo después del cuarto período, sé que la cafetería —con todo ese ruido y toda esa gente— va a ser tan mala como los pasillos. Sé que todo el mundo tiene buenas intenciones, pero cuando me hablan o me hacen preguntas como: ¿te acuerdas de ese día?, siento que mi interior se evapora y no soy más que un traje de piel demasiado grande que cae de un débil esqueleto. No puedo afrontarlo, así que cuando nadie está mirando, me escabullo y me voy a esconder en mi auto para un poco de silencio. Eso está mejor, pienso mientras miro por la ventana al sol rebotando en los capós de todos los autos y como pretzeles de una pequeña bolsa de plástico una por una. Durante los últimos dos meses, toda la comida ha sabido como ceniza, pero al menos si como algo crujiente, puedo disfrutar del sonido de comer. En el asiento a mi lado, mi teléfono vibra una y otra vez. No tengo que mirar para saber que es Sebastian y Audra. Ha sido así todo el día. Audra siendo mi mamá-gallina hasta el punto de la locura y Sebastian... bueno, no estoy segura de cómo llamarlo, pero es como si estuviera tratando de resolverme. Como si soy una ecuación desafiante o un nudo que puede de alguna manera liberar. Quiero decirle la verdad: soy un nudo enredado y estoy anudada tan fuerte que ninguna cantidad de tirar o reelaboración va a desenmarañarme. Debería simplemente cortar sus pérdidas y renunciar ahora. El teléfono vibra de nuevo y esta vez me desplazo para ver qué me perdí. Como sospechaba, mis mensajes entrantes están llenos de su preocupación. ¿Dónde estás? ¿Te sientes mejor? ¿Estás bien? ¿Algo que pueda hacer? Sé que ambos están tratando de ayudar, pero es demasiado y, finalmente, me enfermo del sonido y simplemente apago mi teléfono. El tiempo pasa. El cielo cambia; las nubes se amontonan en lo alto, oscureciendo la tierra y robando el calor del sol. Sé que el almuerzo debe haber terminado y las clases probablemente han comenzado de nuevo, pero la idea de volver a ese edificio me enferma. Entonces, ¿por qué molestarse? El pensamiento es casual al principio y no lo tomo en serio. Pero cuando veo mis ojos en el espejo retrovisor, pienso, realmente, ¿por qué molestarse? Los profesores no van a darme problemas y si lo hacen, siempre puedo ir a hablar con mi amiga, la señora Gaspard. Dijo que me ayudaría con cualquier cosa, ¿no? El tráfico es inexistente y el regreso a casa es rápido: diez minutos como mucho. Los autos de Nancy y papá están estacionados en el camino de entrada

frente al garaje independiente. No creo que noten que vivo con ellos en esta gran casa, pero no quiero ni siquiera la posibilidad de preguntas o arriesgarme a levantar algunas banderas rojas, así que me deslizo por la puerta principal y silenciosamente subo las escaleras. Atrincherada en la seguridad de mi habitación, caigo en mi cama y tiro las mantas encima de mi cara hasta que esté tan oscuro delante de mis ojos como está en mi cabeza. El silencio de la casa es de alguna manera ensordecedor. Pienso en cómo Nancy acostumbraba a enfurecerse cuando Daphne tenía su música sonando demasiado fuerte y literalmente me dolía. Daphne siempre obedecería, pero en el momento en que los pies de Nancy alcanzaran los peldaños superiores, estaría de vuelta a todo volumen, moviendo su cabeza al ritmo y poniendo sus ojos en blanco a nuestra madrastra ante la falta de lo que ella llamaba apreciación musical. Y una vez que empiezo a pensar en mi hermana, no puedo parar. Ahí está Daphne cuando teníamos ocho corriendo con rapidez y consiguiendo su balanceo para poder lanzarse y formar un arco del cielo a la tierra, riéndose tontamente en la hierba caliente. Y Daphne a los once probándose un sujetador deportivo blanco y posando frente al espejo con las manos en las caderas. Daphne a los doce, hablándome emocionada mientras trenzaba el cabello rubio de Audra. A los catorce, tragada por la luz del sol, gritando mi nombre desde las gradas en un partido de tenis. A los dieciséis años con su nueva licencia de conducir en su mano recibiendo un abrazo de felicitación de papá. A los diecisiete, acurrucada junto a mí en la cama. Te amo. Te amo más. El sonido de pasos en las tablas del suelo delante de mi habitación coagula los recuerdos. —¿Amelia? ¿Eres tú? ¿Amelia? —me llama Nancy de nuevo cuando intenta sacudir el pomo de la puerta. Bueno, no tiene suerte porque la he bloqueado. —Soy yo. —¿Por qué estás en casa? —pregunta y hay un borde de nerviosismo en su voz—. Pensé que este era tu primer día de regreso. ¿No fue bien? —Estuvo bien. Solo nos liberaron temprano —resuelvo, rodando y presionando mi rostro contra la almohada para no gritar. —Ya veo. —Hace una pausa—. ¿Quieres ir a la iglesia conmigo? —No. Estoy cansada. —Llega mi voz apagada. —Puede que te haga bien. Hay un grupo al que voy y podría ser refrescante para hablar de todo. Sé que me ha ayudado. —Uh, en realidad no estoy lo suficientemente bien, pero gracias. —De acuerdo —dice a regañadientes—. Tu padre está... está en su estudio. Hay comida en el refrigerador si tienes hambre.

—Bien. Y luego se va y las horas pasan. La tarde se desvanece al crepúsculo y dejo caer las mantas de mi cabeza y suspiro el aire de mis pulmones hacia mi habitación ahora oscura. Miro la pared que Sebastian y yo pintamos, fingiendo que realmente es el cielo, y espero que mis ojos se hagan pesados y mi cabeza se aligere. Me quedo dormida y sueño con agua tan profunda y tan negra que no importa cuán duro nado, nunca puedo llegar al fondo.

e tengo un consejo. Alzo la mirada y veo a Seth de pie en el extremo opuesto de la mesa de la cocina con una guitarra descansando en las puntas de sus zapatos. Su cabello marrón está recogido en un desastroso moño en la coronilla de su cabeza y sostenido en el lugar con una goma. —¿Qué? Hace un gesto a la mesa a todos los papeles que he esparcido. —Trituradora. —Ojalá. Son facturas. Y esto —digo y levanto un sobre—, es una notificación de la fecha del juzgado con mi tía y tío. —¿Qué dice? —pregunta mientras se sienta. Frunzo el ceño. —Dice que tengo noventa días para resolver una manera de contratar a un abogado y mantener a Carter. —Mierda. —Eso suena correcto. Jinx entra en la cocina y salta al regazo de Seth. Ciertamente se queda en casa más ahora que Seth prácticamente vive aquí. —¿Hay algo que pueda hacer? —inquiere Seth mientras recoge una factura y la examina. —Sí, puedes comprar algo de comida de gato para tu amigo ahí. —Sabes que eso no es a lo que me refiero. Tengo algo de dinero ahorrado de conciertos y sabes que soy feliz contribuyendo. —Ya ayudas bastante, Seth, especialmente con Carter —le recuerdo—. Y ese dinero se supone que es para soportarte tras la graduación si quieres ir por la carretera y tocar.

Se encoge de hombro y mueve su rodilla para poder afinar su guitarra sin molestar a Jinx. Ella aún le da al instrumento una indignante mirada. Gatos, hombre. —Las cosas cambian. Suspiro. Sé a qué se refiere Seth, pero simplemente no puedo obligarme a pedir nada más de mi mejor amigo. —Siempre está Paul —digo, mirando por la ventana a la casa de mi vecino. Seth deja de afinar y me mira. —Estás de broma. —Sería cosa de una sola vez. Sólo dejar que él y sus amigos usen la casa una vez para lo que sea que quieran y luego podría respirar. —¿Lo que sea que quieran hacer? —Se ríe amargamente—. Quieren cocinar metanfetamina aquí. No creo que haya dudas sobre eso. —Pero Carter… —Mis ojos se disparan al pasillo que va a su dormitorio. Está durmiendo profundamente ahora mismo porque no sabe cuán cerca está de perder la única vida que conoce—. Si puedo mantenerlo alimentado y conmigo, ¿entonces no lo vale? —Bash, ¿intentas convencerme a mí o a ti? —pregunta Seth—. Y, Jesús, creía que esta conversación había terminado. Creía que ibas a aplicar a las universidades e íbamos a triunfar. —Nunca envié las aplicaciones. Las cejas de Seth se alzan. —Pues ese es tu primer error. Inhalo lentamente. —Con todo lo que sucedió con Amelia, no sabía qué hacer. —Amigo, lo entiendo. Pero ahora Amelia ha vuelto. ¿Lo ha hecho? —Es el momento de ponerse serio —continúa mientras apila las facturas—. Primero, vamos a organizar esto y averiguar cuáles tienen que ser atendidas ahora y cuáles pueden posponerse un poco. Luego, vamos a encontrarte un nuevo trabajo. Me río. —¿Y cómo piensas que eso sucederá? —En realidad esa es una historia un poco divertida —dice, sonriendo irónicamente. —¿Qué demonios hiciste? Parpadea con inocencia. —Nada malo. Sucede que conozco a un tipo en Atlanta que conoce a un tipo que…

—¿Conoce a un tipo? —adivino. —No —replica Seth con sarcasmo—. Este tipo hace gráficos para bandas para vender en sus mesas de promoción y también dirige una compañía de mierda. —¿Y? Encoge un hombro. —Y puede que le haya enviado alguna de tus cosas hace unos días. —¿Por qué harías eso? —Porque sabía que tú no lo harías. Tiene un punto. —De acuerdo, ¿y qué pasó? —Me mandó un correo electrónico ayer para decirme que está interesado siempre y cuando estés dispuesto a vender al precio correcto. Y preguntó si tenías más diseños. —¿Lo dices en serio? —Como un ataque al corazón. —Juguetea con una de las cuerdas de la guitarra—. Y compartiré el correo contigo siempre y cuando pueda ser el que negocia. No voy a permitirte vender esos dibujos por cinco dólares cada uno. Vales más que eso. —Tienes un trato —digo, mi pecho expandiéndose con alivio—. Y gracias. Seth inclina su barbilla para poder tener una mejor vista de las cuerdas de la guitarra. —No me agradezcas aún. No te he dicho mi otra condición. —¿Cuál es? —Universidad. —¿Qué pasa con eso? —Esas aplicaciones, incluyendo los formularios de ayuda financiera. Lo primero que vamos a hacer por la mañana es enviarlos —dice como si ya estuviera hecho. —Es demasiado tarde —replico. —Demasiado tarde, mi culo. Cuando buscamos, casi todas las fechas límites eran a principios de marzo. Aún tienes tiempo y no voy a sentarme aquí y dejarte malgastarlo. —¿No vas a dejarme? —Alguien tiene que darte una patada en el culo y podría muy bien ser yo. —Dice el chico con un moño. Toca la parte de atrás de su cabeza.

—Oye, vamos. No lo rechaces hasta que lo hayas intentado. Me han dicho que las mujeres enloquecen por este aspecto. —¿Has estado leyendo Cosmo de nuevo? Esboza su sonrisa. —Solo por las recetas. Me río. —Sé que no es bastante, pero gracias. Por todo. Eres un buen amigo, Seth, y ocasionalmente puedes ser sabio como un Jedi. Me mira. —Amigo. —¿Qué? Niega y vuelve a su guitarra. —No te pongas sensiblero conmigo.

stoy tan perdida en los pensamientos que los golpecitos en la ventana de mi auto no los noto de inmediato. Luego se convierte en un golpeteo pleno y me giro sobresaltada para ver a Sebastian inclinado sobre mi ventana, una gruesa capa de mechones marrones cayendo en sus ojos. Lo saludo con la mano y él rodea el capó y entra al asiento del pasajero. —Supuse que te encontraría aquí afuera —dice, quitándose su mochila y metiéndola en el suelo entre sus piernas. He estado comiendo el almuerzo cada día en mi auto desde hace semanas. Era inevitable que lo notara. De hecho, estoy sorprendida de que le tomara todo este tiempo venir a buscarme. —Es más tranquilo —digo como explicación. —No tienes que decirme la razón. Ese lugar es… —Sebastian mira por la ventana hacia la escuela. —Está mejorando. Se gira, sus ojos grises asentándose en mí. —¿Sí? Me encojo de hombros. De cierta forma, la escuela es mejor. Ha pasado un mes desde la novedad de mi triunfante regreso y finalmente ha empezado a desaparecer. Cada día que pasa, debo pretender menos que no me importa un bledo lo mucho que fulano de tal lo siente por mi perdida. Y ya no tengo que responder tantas estúpidas y triste sonrisitas o escuchar teorías y especulaciones sobre Spencer y las frases de “entiendo completamente lo que estás pasando”. Esas son las peores. No, quiero gritar, ¡no sabes lo que estoy pasando! ¿Cómo podrían entender? ¿Cómo alguien podría comprender cómo es nadar a través de una culpa tan grande que podría tragarse océanos enteros? —Está bien. —Es lo único que le digo a Sebastian. Él asiente y aparta la mirada. Sé lo que está pensando porque estoy pensando lo mismo; no recuerdo que fuera tan difícil hablar entre nosotros antes. —Entonces… —intento, removiéndome en mi asiento.

—Entonces. Nuestras miradas se encuentran y ambos comenzamos a sonreír. —¿Cómo va el tenis? —pregunta, inclinándose contra la puerta del auto. —Está bien —digo de nuevo porque es más fácil que decirle la verdad; que el tenis como todo lo demás, se siente como si perteneciera a la vida de alguien más. Voy pasando a través de los movimientos, pero la escuela… mis planes para la universidad… demonios, incluso mi ropa parece que ya no me encaja. Todos esos leggins que solía usar y de los que Nancy se burlaba, permanecen doblados pulcramente en el fondo del cajón de mi tocador mientras me pongo los jeans de Daphne y las camisas manga larga. Y, Dios, sé que no debería hacerlo. Sé que la cosa de la ropa es rara y la señora Gaspard, la consejera de la escuela, probablemente estaría de fiesta con eso, pero no puedo evitarlo. dura.

—Te traje algo. —Mete la mano en su bolso y saca un desgastado libro de tapa

Bajo la mirada, pasando mis dedos por la cubierta blanca y el título: Fragile Things. —¿Esto es…? —Es el mismo que mi mamá me dio. El que encontró —dice, abriendo para mostrarme la página con el título—. ¿Ves? No está en el mejor estado, pero está firmado por Neil Gaiman. Miro entre la firma en tinta negra extendida y las palabras en las zapatillas de Sebastian. Todos tus mañanas comienzan aquí. —Pensé que te gustaría leerlo —dice—, pero si no estás interesada, no hay presión. —No —digo, sosteniendo el libro con firmeza—. Quiero leerlo. Gracias. Parece complacido por eso. —Es una colección de historias cortas para que puedas saltártelas, o leerlas en orden o lo que quieras hacer. Estoy asintiendo. —Bien. —La mayoría de las personas te dirían que empezaras con “Un Estudio en Esmeralda”, pero prefiero “Cómo Hablar con Chicas en Fiestas”. —Bien. —Sebastian está tan claramente emocionado por el libro que me río. Se sienta derecho, sorprendido. Parpadeo. —¿Qué? Niega, sus ojos brillando de emoción.

—Nada. Solo, te reíste y no lo había escuchado en un tiempo. O visto esto — dice tocando mi mejilla—. Tienes este hoyuelo justo aquí. —Oh. Nos estamos mirando y de repente soy consciente de que estoy con mi novio y estamos a solas en mi auto. Y veo su manzana de Adán y el indicio de barba en su barbilla, y las pequeñas arrugas alrededor de su boca y el suave y brillante cabello negro cayendo sobre sus ojos, y mi respiración se acelera. Sebastian traga. Luego, muy despacio, su mano se mueve al costado de mi rostro para tomar mi mandíbula. Se inclina un poco; una prueba, creo, para ver cómo reacciono. Estoy petrificada, pero me deslizo en mi asiento, acercándome lo suficiente para que nuestras respiraciones se mezclen y puedo sentir el calor emanando de su cuerpo. —¿Está bien esto? —pregunta, doblándose. En respuesta, asiento. Y entonces estamos besándonos y el mundo está desvaneciéndose. Mi cabeza está llena con el sabor de su boca y la sensación de sus dedos enredándose en mi cabello. Estoy inestable. Salvaje. Desesperadamente tomo su camisa, deslizando mis palmas por la piel caliente de su vientre. Sebastian se estremece y sus brazos me acercan, levantándome sobre la consola del centro y hacia su regazo. Sus labios están en mi cuello y luego mi garganta, y su muslo se está presionando entre mis piernas. Dejo que mi cabeza caiga hacia atrás y cierro los ojos. En mi pecho, mi corazón truena una ronda de aplausos. Esto está bien. Se siente tan bien y tan, tan viva. El último pensamiento me hace casquear como una banda de goma. Viva. ¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo puedo sentirme de esta forma? ¿Cómo puedo permitirme besar a alguien así cuando mi hermana está muerta? Daphne nunca besará otro chico. Nunca sentirá su corazón latir o la adrenalina en su sangre bajo su piel. Nunca sentirá nada. Nunca más. —¡Basta! —jadeo. Sebastian me suelta de inmediato. Me bajo de su regazo de regreso a mi asiento. Mi pulso está frenético. —Es solo… no puedo. Lo siento. Toma una inhalación entrecortada y se pasa las manos por el cabello. —Amelia, no lo sientas. Está bien.

Casi deseo que esté molesto conmigo. De cierta forma, sería más fácil si Sebastian fuera esa clase de chico; la clase de chico que exige, que quiere. En cambio, ha pasado meses siendo paciente y entendiéndome. Nunca parece molesto. Nunca amargado. Debería estar feliz, pero solo me hace sentir como si fuera yo quien es injusta. —Ni siquiera estoy segura de cuando… —Me callo, sintiéndome más incómoda con todo esto. Estira la mano y sus dedos rozan mis labios con cuidado, como si fuera tan frágil como la cáscara de un huevo. —No es nada. Solo estar aquí contigo es bueno. —Pero no será siempre así. Eventualmente te hartarás de esperar. Baja la mirada y toma mi mano en la suya, girándola para que nuestras palmas queden presionadas. Cuando sus palabras salen, son lentas y tranquilas. —No nos preocupemos por el futuro, porque ahora mismo, lo único que quiero es estar cerca de ti. Es más que suficiente para mí. Ambos estamos en silencio por un tiempo. Miro sus dedos enlazarse con los míos y su pulgar hacer círculos perezosos en el dorso de mi mano. Luego, de la nada, se aclara la garganta y dice: —Entonces tengo una pregunta para ti. ¿Qué harás esta tarde? —Tengo práctica. Asiente como si lo esperara. —¿Y a qué hora se acaba? —Probablemente a las cuatro y media. ¿Por qué? —Porque, Carter sacó una gran nota en un examen de lectura. —¿En serio? Eso es genial —digo, genuinamente complacida por esto. —Sí, y él quiere celebrar con helado. Pensé que querrías venir con nosotros. —Oh. Su expresión se tambalea. —Si es muy pronto… —No —digo casi demasiado rápido—. Me gustaría. Aprieta mi mano con fuerza. —Genial. Veré a dónde quiere ir y te escribiré esta tarde. Y solo para que te prepares; Carter va a ponerse loco cuando sepa que vendrás con nosotros. Lo juro, el niño pregunta por ti constantemente. —También quiero verlo. Pero —digo, de repente pensando en algo—. ¿No trabajas los viernes? —Sobre eso… —Sebastian se encoge de hombros evasivamente—. Dejé mi trabajo en Kane.

—¿Lo hiciste? —Ya habían recortado mis horas y… bueno, tengo algo que decirte. —Suelta un suspiro—. De hecho, tengo muchas cosas que decirte, pero pueden esperar. —¿Por qué? Me sonríe. —Helado.

Debí saberlo cuando la lluvia comenzó al final del sexto periodo. Tal vez sí lo supe, pero simplemente no quería cargar con el pensamiento todo el tiempo. Porque aquí estoy, fuera de guardia, cuando Emily VanHeusen entra en el cuarto de casilleros cargando una bolsa con pelotas y dos conos de plástico naranja y anuncia que la práctica será en el gimnasio porque las canchas están mojadas. —El entrenador nos quiere en cinco minutos o dice que cortará cabezas — dice, su larga cola de caballo rubia moviéndose tras ella. —Bien —murmuro y bajo la mirada para atar mis zapatillas blancas. Audra está mirando. Puedo sentir sus ojos sobre mí desde el otro lado del banco. —¿Qué? —pregunto cuando no puedo soportarlo más. Se queda en silencio un momento, esperando que las otras chicas terminen de vestirse y salgan del cuarto de casilleros. Cuando estamos solas, me pregunta: —¿Segura que podemos manejar la práctica ahí? Ya sabes… ¿en el gimnasio? —He manejado todo hasta ahora, ¿no? —Pero esto es… —Solo otra práctica —digo, bajando mi pie y bruscamente tomando la bolsa con mi raqueta—. Ya he regresado el tiempo suficiente. Creo que, si fuera a enloquecer, ya habría sucedido, ¿no crees? La boca de Audra se abre, pero sabiamente la cierra y vuelve a meterse en sus propios asuntos y me voy sin decir adiós. En el gimnasio, el entrenador Sachs ya está caminando por la cancha y gritando órdenes. Por como parecen las cosas, nos está dividiendo en grupos de cuatro para hacer circuitos de calentamiento. —¡Deprisa! Me dicen que el equipo de basquetbol llega a la cancha en cincuenta y cinco minutos —grita—. ¿Y qué creen que eso significa? —¿Qué solo tiene una hora para intentar matarnos? —bromea Brayden Wright. Está de rodillas colocando cinta de enmascarar en una forma de hexágono en el suelo del gimnasio.

—Así es —grita el entrenador Sachs—. No crean que, porque están lloviendo gatos y perros allá afuera, lo tendrán fácil. Será mejor que entreguen sus almas a Jesús ahora, porque sus culos me pertenecen. —¿Dónde me quiere? —pregunto, ignorando la dolorosa punzada que presiona mi esternón cuando entro a la cancha de baloncesto. —Por qué no pasas lista —dice y ausentemente me entrega su sujetapapeles—, y luego ve con Brayden y Eric a los hexágonos para calentamiento de piernas. — Mira detrás de mí—. Y Audra, quiero que subas las escaleras diez veces. Luego puedes ir a practicar con las pelotas con Emily y Sanchez. ¿Entendido? Agarrando el sujetapapeles en mis manos tan fuerte que mis nudillos se ponen blancos, alzo la mirada para empezar a llamar, pero una sombra me hace parar en seco. La oscura figura de Spencer McGovern está cerniéndose ante mí. Jadeo por aire y la carpeta se me cae de las manos. Sé que es un engaño de mi mente. Sé que Spencer está muerto. Sé que de verdad no puede estar aquí, pero de repente yo tampoco estoy aquí. Estoy de regreso a esa mañana de noviembre, todavía sonrojada por besar a Sebastian en el pasillo, tratando de encontrar un asiento y apenas escuchando, mientras Daphne se queja sobre lo que la humedad está haciéndole a su cabello. —Solo voy a cortarlo —dice. —No vas a cortarlo —razono, deslizándome en las gradas al lado de donde el señor Brickler está sentado. En el mismo momento, ella grita detrás de mí. —¡¿Qué estás haciendo?! Apenas noto a Spencer y a la cosa negra en su mano cuando un solitario y fuerte estallido resuena en el aire. Antes que pueda darme cuenta de qué está pasando, una intensa sensación atraviesa mi cuerpo, abrumando todos mis sentidos. No puedo pensar. No puedo respirar. Me obligo a bajar la mirada, apenas comprendiendo el oscuro y húmedo líquido que se filtra de mi costado. —¿Qué…? —Caigo de rodillas y luego hacia adelante, pero ni siquiera me siento golpear el suelo. Estoy muy perdida en la cruda conmoción del dolor y… el miedo. Miedo puro es lo que más siento de todo. Otro disparo. Seguido de otro y otro. El olor de la pólvora y la carne quemada me rodean, pero ya estoy perdiendo el control de la realidad. Estoy flotando lejos. Daphne. Está a mi lado en el suelo. Sus labios se abren con respiraciones entrecortadas dejando sus labios. Trato de arrastrarme hasta ella, pero nada se mueve como quiero. De repente estoy helada. Mis ojos pierden enfoque, pero lucho por mantenerlos

abiertos, aterrada de lo que sucederá si sucumbo a la oscuridad… si pierdo de vista a mi hermana. —¡Amelia! Escucho mi nombre, pero no puedo responder. Estoy muy entumida. Una ola negra me cubre y un cosquilleo de agua helada se desliza por mi garganta. Llévame contigo. —¿Amelia? —La voz de Audra finalmente atraviesa y me trae de regreso al presente. Me doy cuenta que estoy agachada y jadeando. La práctica se ha detenido y todo el equipo de tenis me mira. El entrenador Sachs se adelanta, con sus ojos fijos en mí. —Emily —grita—. ¡Ve por la enfermera! Niego y tropiezo. —No, estoy… estoy bien. —Amelia —dice Audra, agarrándome—. No estás bien. Tiene razón y ahora todos los saben. —No puedo estar aquí. —Las palabras me ahogan mientras calientes lágrimas inundan los bordes de mis ojos. —Ay, cariño, lo sé. —Pasa un brazo por mis hombros, golpeando su raqueta con suavidad contra mi cadera—. Solo vayamos a los casilleros y tomemos un momento. —No. —Estoy paralizada por el sonido de mi latente corazón—. No puedo… no puedo respirar. —Solo intenta relajarte. La próxima semana, volveremos a las canchas y verás, verás que te sientes cien por ciento mejor. Niego. —No habrá próxima semana, Audra —digo, agarrando mi bolsa con la raqueta—. Renuncio. Ella y el entrenador Sachs me llaman, sus voces mezclándose con el rugido de la sangre en mis oídos. Giro en la esquina y sigo caminando, mis piernas empezando a correr, pero no tiene caso. La culpa muerde mis talones. Yo viví. Y sin importar qué tan rápido vaya, no puedo escapar de la verdad en eso. Los recuerdos susurran en mis brazos y espalda, produciendo escalofríos en mi piel, atormentándome como una sombra de la que nunca puedo huir.

s esa? —Carter se levanta un poco más recto. —Nop —digo, mirando hacia atrás para ver la puerta cerrarse detrás de una mujer con tres niños de cabello rubio a cuestas. Se hunde de nuevo a su altura normal. —Oh. —Pero estoy seguro que Amelia estará aquí en cualquier momento... —lo tranquilizo. —¡Y luego puedo mostrarle mi prueba! —Sostiene su última prueba de lectura y señala la pegatina brillante de estrella de oro pegado en la parte superior del papel. —Va a estar muy impresionada. —¿Piensas que sí? —Lo sé. La heladería huele a conos de galleta y chocolate derretido. Mientras reviso mi teléfono para ver si hay un mensaje de Amelia, Carter vuelve a mirar las vitrinas que están llenas de un surtido de helados y sabores. —Oye, amigo, mientras estamos esperando... —Tomo un respiro y me aparto el cabello de la frente—. Hay algo de lo que he querido hablar contigo. —¿Qué es? No quiero involucrar a Carter en todo el lío, pero he decidido que tiene el derecho de saber algo de eso. Está en esto tanto como yo, y necesito estar seguro de que estoy luchando por él tanto como yo por mí mismo. —La tía Denise y el tío Mike vinieron hace un tiempo. —¿Sí? —Y querían saber si preferirías vivir con ellos. Me mira, perplejo. —¿Vivir con ellos en lugar de contigo?

Asiento. —Eres un chico popular. Parece que todos te quieren. Carter inclina su cabeza. —Bueno, me gusta la casa de la tía Denise porque tiene un PlayStation, pero no creo que quiera quedarme allí todo el tiempo. Me gusta vivir contigo y Seth y Jinx. —Eso es lo que pensaba, pero quería estar seguro —digo, con la mano en su hombro. —¿Entonces no tengo que ir a vivir con ellos? —Estoy trabajando en ello, amigo. No quiero que te preocupes por eso, pero si tienes alguna pregunta, sabes que puedes preguntarme. —Tengo una pregunta. —¿De acuerdo? —pregunto, preparándome. —¿Cómo dices eso? —Carter se vuelve hacia el congelador y señala un minúsculo trozo de papel impreso delante de una tina de color naranja de helado—. Mango haba… Mi alivio es tan grande, que casi río. Los niños son tan resistentes. —Ese se llama mango habanero —le digo. —¿Qué es un habanero? —Es como un pimiento picante. Hace una mueca. —¿En helado? Eso es un poco raro. —O tal vez es un poco delicioso. Nunca se sabe hasta que lo pruebas —digo y miro a su alrededor. Ahora que la preocupante conversación de custodia está fuera del camino, estoy de vuelta a preocuparme por Amelia. ¿Dónde podría estar? —Hay muchos sabores de los que nunca he oído hablar —dice Carter con sospecha. —¿Quieres ir a otro sitio? Niega. —No, esto está bien. Nunca se sabe hasta que lo pruebas, ¿verdad? Me río. Carter y yo no hemos estado en esta heladería en un tiempo, probablemente desde antes que mamá murió, pero luce más o menos igual. Todavía hay un menú de pizarra en la pared trasera que detalla los sabores en letras funky. Los mostradores son del mismo púrpura brillante que recuerdo, pero han actualizado el arte en las paredes amarillas mantecosas y han colgado hilos no coincidentes de luces de Navidad centelleantes del techo sobre los refrigeradores largos.

Estoy seguro que una de las cadenas de helados en la ciudad sería mucho más barato, pero cuando aprobó su prueba de lectura, le prometí a Carter que podíamos celebrar y aquí es donde quería venir. Dijo que sabía que a Amelia le encantaría y probablemente tenga razón, aunque empiezo a dudar que vaya a aparecer. Bajo la mirada a los mensajes sin respuesta que le he enviado en la última media hora. ¿Estás en camino? Carter pregunta por ti. Oye, ¿olvidaste que nos íbamos a encontrar por el helado? Todavía sin respuesta. No sé por qué me sorprende. Últimamente, me ha estado plantando más de lo que ha estado siguiendo. Dejando escapar un suspiro, meto mi teléfono en mi bolsillo trasero y doblo mis brazos sobre mi pecho. —¿Sabes qué, amigo? ¿Por qué no seguimos adelante y ordenamos? Carter mira entre los congeladores de helado y la puerta. —Pero ¿y Amelia? ¿No viene? Mantengo mi voz baja y firme. —No creo que pueda hacerlo. —Oh, de acuerdo —dice, bajando su cabeza. Odio verlo decepcionado. Ojalá pudiera hacerle entender que Amelia no es ella misma, de lo contrario nunca lo decepcionaría así. Pero ¿cómo puedo explicar eso a un niño de siete años cuando ni siquiera puedo entenderlo yo mismo? —Vamos, campeón. Te dejaré tener dos bolas —digo en un intento por animarlo. Cuando eso no hace el truco, agrego—. Y chispas. —¿Y crema batida? —pregunta, mirándome, con el inicio de una sonrisa en sus labios. —¿Crema batida? —Me tambaleo como si esta es una gran solicitud. Ahora está sonriendo. —Y una cereza. Abrazo su hombro y le doy un apretón. —¿Por qué no? Salta y presiona sus palmas contra el cristal del congelador, ansioso por tomar la oh-tan-difícil decisión de dos sabores que va a elegir. Detrás de mí, la puerta suena y aunque el lado racional de mi cerebro sabe que no va a ser ella, miro. Porque todavía hay una parte de mí —tal vez mi corazón— que mantiene la esperanza de que las cosas van a estar bien. Pero la verdad es que sé que la estoy perdiendo.

O tal vez ya se ha ido y simplemente no quiero admitírmelo.

a tarde es aburrida y húmeda. Ajusto un poco más la ligera chaqueta que estoy usando encima de mi ropa de deporte y sigo caminando. Mi teléfono vibra de nuevo con otro mensaje de Sebastian. Lo ignoro y continúo. No tengo idea a dónde me dirijo, solo sé que no quiero ir a casa y no quiero enfrentar a Sebastian o a Carter. Realmente, no quiero estar en ningún lado. Un juego de luces neón se refleja en los charcos del pavimento atrapando mi atención. Miro alrededor y luego me doy cuenta que he caminado tan lejos que terminé frente al Tap Room. Debería regresar. Estoy empapada en sudor y mi auto sigue en el estacionamiento de la escuela. Para cuando regrese ahí, va a estar completamente oscuro y me congelaré aquí en nada más que unos shorts y una ligera chaqueta. Pero en lugar de darme la vuelta, sigo observando el bar. Hay algo acerca de las luces y los sonidos que vienen desde adentro que hacen que me acerque más a la puerta. Esto es una locura y lo sé. El viejo yo nunca hubiera contemplado la idea de entrar en un bar, pero parece que el viejo yo, ya no existe, ¿o sí? Así que deslizo la puerta y camino hasta la barra como si lo hubiera hecho miles de veces. Así que tomo asiento en los taburetes de madera oscura, el barman me observa mientras limpia la barra. Su etiqueta dice Tommy y tiene ojos amables y una barba espesa que cubre por completa la mitad de su rostro. Tommy se detiene frente a mí, y como si estuviéramos actuando nuestros papeles en una escena de película, tira una toalla sobre su hombro y pregunta: —¿Qué será? Me trago mi inseguridad y digo: —Una cerveza Ríe. —¿De qué tipo, corazón?

Oh mierda, no tengo idea qué clase de cerveza quiero. ¿Budweiser? ¿Coors? Esas tienen sentido, ¿cierto? Doy una rápida mirada alrededor y me doy cuenta que el chico sentado a mi lado tiene una jarra de cerveza frente a él. —Tomaré lo que él está bebiendo —digo con tanta confianza como puedo reunir. —Seguro. Un momento después, Tommy vuelve y desliza una pequeña servilleta y una jarra de vidrio en mi camino. Mientras tomo el mango de la jarra, la espuma se derrama por los lados cayendo en mis dedos. —¿Perdiste un juego? —me pregunta. Me toma un segundo entender que se refiere a mi ropa de tenis. —Nop. Perdí mucho más que eso —digo, empinándome la cerveza, planeando tomar por Daphne. Por la vida que ella nunca tendrá la oportunidad de vivir. Como anticipé, la cerveza tiene un gusto asqueroso. Me atraganto un poco, esperando que una vez me haya tomado toda la jarra, no me importará estar tomando el equivalente a orina de caballo. —Tranquilízate, amiguita —dice el hombre sentado junto a mí. Tiene alrededor de veinticinco años, vistiendo una camisa roja abotonada y unos jeans viejos. Los cabellos que se salen por debajo de su gorra son negros y grasientos—. Si no eres cuidadosa, alguien te sacará de este lugar. Lo he visto antes. Ignorándolo, llamo a Tommy. —Tomaré otra —le digo, esperando no estar empujando mi suerte. No me pidió mi identificación cuando ordené la primera bebida, pero quién sabe cuándo se pondrá curioso acerca de mi edad. Tommy asiente, pero en vez de otra cerveza me trae un vaso de shot y lo ubica frente a mí. Cuando lo observo, se encoge de hombros y dice: —Te ves como si pudieras necesitarlo. Asiento en apreciación. —No tienes idea. Llena el vaso y espera mientras me tomo el shot de un solo golpe. Arde todo el camino bajo mi garganta, dejando un ardor y una sensación nada agradable. —¿Otro? —pregunta Tommy, poniendo la punta de la botella sobre mi vaso. Asiento y espero a que llene el vaso nuevamente. —¿Cómo te llamas? —pregunta el chico sentado junto a mí. Me volteo y parpadeo en su dirección. Supongo que no es tan grasoso como pensé en un primer momento. Su rostro es lo suficientemente agradable y sus ojos se ven soñolientos y cálidos.

—Soy Sarah —digo, gustándome la manera en que la mentira suena. —Bien, un placer conocerte Sarah. Soy Wesley. —Toca el borde de su gorra de béisbol. Es un movimiento coqueto y me río. Wesley sonríe. —Tienes una linda sonrisa. —Gracias —digo, encogiéndome mientras el segundo shot se desliza a casa. —¿Quieres bailar? —Estoy toda mojada —digo Él sonríe. —No me importa ni un poco eso. Miro la pista de baile donde unas pocas parejas están deslizándose frente un tocadiscos de la vieja escuela. ¿Por qué no? —Está bien, claro —le digo, saltando del banco. Me tambaleo un poco y las manos de Wesley encuentran mi cintura, guiándome a la pista de baile. Es extraño pretender ser alguien más, pero es un poco hilarante al mismo tiempo. Es como si estuviera empezando con un tablero limpio. No tengo memorias aquí. No hay nadie que conozca mi verdadero nombre o mi historia. —Eres una buena bailarina —dice Wesley, alzando sus brazos para darme la vuelta. Giro alejándome de él y regreso. —Tú no lo haces nada mal. Me golpea que esta noche las cosas pueden ser sencillas. Puedo olvidar. Puedo ser libre de la desesperación que me ha estado sofocando por meses. No tengo que sentirme como si estuviera caminando dormida en mi propia vida porque puedo ser alguien completamente nuevo. Alguien feliz. —Tomé clases de baile —me dice Wesley —Nooooo… Sonríe y me empuja contra su cuerpo. Noto que huele un poco a cenicero, pero no dejo que me importe. Esto es solo por diversión. —Sí —dice, asintiendo—. Puedo mostrarte unos pasos de chachachá o de vals. —¿Qué hay del foxtrot? —Puedes apostar. —¿Charleston? Suelta una especie de salto y echo mi cabeza hacia atrás y río mientras intento imitarlo. Una hora después, seguimos en la pista de baile, haciendo unos ridículos pasos de baile. Estoy seca, pero ahora la habitación ha empezado a girar.

—Necesito un descanso —le grito a Wesley. Entonces, me tambaleo lejos de él buscando equilibrio en mi taburete. —¿Agua? —pregunta Tommy detrás de la barra. Trago y asiento. Mi rostro y pecho están demasiado caliente y estoy empezando a sentirme un poco mareada y confusa. Mientras tomo agradecidamente el agua fría, Wesley viene y me encuentra. Realmente no puedo entender lo que me está preguntando, pero me doy cuenta que no me gusta la forma en la que está sobando mi brazo de arriba a abajo. —Vayamos a mi lugar. No está lejos —susurra en mi oreja. —Ummm… —Irme con este chico no es buena idea, pero mi cerebro está un poco ido como para ofrecerle mucha protesta—. No lo creo. —¿Qué hay de la habitación de atrás? Déjame mostrarte cómo jugar pool. —Creo que se cómo jugar beer pong —murmuro confundida y sintiéndome mareada. —¿Sí sabes? —Se ríe y toma mi brazo, alejándome de la barra y pasando los baños. Caminamos a través de una puerta pasando un oscuro pasillo—. Por este camino, Sarah —murmura, dejando que sus dedos rocen mi muslo desnudo. No me gusta eso. No me gusta esto. —Creo... creo que necesito volver —le digo. Trato de empujarlo fuera de mi camino, pero mis brazos se sienten como fideos mojados sobre los que no tengo ningún control. —No te preocupes. Ahí es donde te estoy llevando —dice mientras abre una puerta y me empuja a una habitación pequeña y negra. A través de la oscuridad, logro ver estantes en la pared que están llenos de cajas de cartón y pilas de botellas limpias. —¿Por qué no hay nadie más aquí? —pregunto, con una leve y confusa sospecha que brota en la boca de mi estómago. —Ven aquí —dice Wesley, con sus pesados ojos brillando en mi dirección. —No. Ya he terminado de coquetear. Trato de irme, mis dedos torpemente buscando el pomo de la puerta, pero Wesley me acerca contra su cuerpo. Siento su duro pene presionarse en mi pierna a través de sus jeans y me echo hacia atrás, conmocionada. Se ríe e incluso en la oscuridad puedo ver un brillo cruel en su expresión. —¿Qué sucede, Sarah? Sé que te gusta. Es demasiado fuerte. No creo que pueda superarlo. —Necesito encontrar a mi amigo —digo, mi voz temblando. —¿Qué amigo es ese?

Cuando no le contesto, se ríe y me atrapa contra la pared con sus brazos. —No mientas, dulce niña. Estás sola esta noche y los dos lo sabemos. Me estremezco cuando siento la punta de su lengua en mi cuello. —Déjame en paz. —Trato de gritar, pero mi voz sale débil y asustada. —Tenía mis ojos en ti en cuanto entraste por esa puerta como una rata ahogada. Ambos sabemos que llevabas esos shorts cortos esperando encontrar algo especial esta noche. —Frota la nariz contra mi piel, respirando profundamente—. Y, afortunadamente, me encontraste. Entonces su enorme mano áspera agarra mi muslo y grito. —No, por favor. —Silencio —me dice, tanteando bajo mis shorts. Una oleada feroz de pánico me consume. Trato de alejarme, pero me empuja contra la pared. Mi cabeza golpea un estante y desprende un vaso. Se cae al suelo y eso me despierta aún más. Esto es malo. Muy malo. —Detente —le suplico. Wesley chasquea su lengua como una reprimenda. —No voy a renunciar tan fácilmente, Sarah. Mejor dame lo que quiero. ¿Me entiendes? Se agarra de mi cintura, sus dedos clavándose en mi costado y fuerza su boca por mi cuenta. Quiero pelear. Trato de pelear, pero cada vez que golpeo su espalda o empujo mis manos contra su pecho, su agarre se aprieta y sus caderas empujan más fuerte contra la pared. Sus labios están sobre mí. Saca una mano de mi cuerpo, buscando la hebilla de su cinturón y el botón de sus jeans y sé que esta podría ser mi única oportunidad. Con cada gramo de fuerza que me queda, me retracto y llevo mi rodilla hacia arriba, conectando sólidamente con su ingle. Con un gruñido dolorido, se tira al suelo como un globo que pierde el aire. Me arrastro de lado como un cangrejo, caminando contra la pared hasta que siento la puerta detrás de mí. Wesley sigue en el suelo, pero puedo ver que no tengo mucho tiempo antes que recupere su compostura. Su cabeza se alza y gruñe en mi dirección: —¡Perra! No espero a ver qué sucede a continuación. Me meto en el pasillo, golpeando una escoba delante de la puerta, y empiezo a correr. No es hasta que me golpeo contra una pared que me doy cuenta que no tengo idea de cómo volver a la parte principal del bar. Miro a la izquierda y a la derecha. ¿Cómo llegué aquí? Puedo oír música del bar, pero no puedo distinguir la dirección

en la que el ruido viene. Todas las puertas tienen exactamente la misma apariencia, como si estuviera atrapada en alguna casa desordenada del carnaval. Desde algún lugar detrás de mí, oigo a Wesley maldecir furiosamente. Todavía estoy desorientada, pero no estoy lo suficientemente confundida como para arriesgarme a que me encuentre en el pasillo, así que me dirijo a mi izquierda y espero que sea el camino correcto. Mientras corro, la música se hace más fuerte, lo que me da la esperanza de que estoy cerca. Abro la última puerta a la derecha, tropezando con mis propios pies hacia las luces y el ruido. Me dirijo hacia el bar, llorando. Tommy me pregunta si estoy bien, pero eso solo me hace llorar aún más. Dios, soy un lío pegajoso y llorón. —¿Quieres que llame a alguien por ti? —pregunta. Niego y agarro mi bolso de raquetas de donde lo dejé debajo del taburete de la barra. Encuentro un billete de veinte dólares y lo empujo hacia él. —Estoy bien. —No te ves bien. —No es nada —respondo, manteniendo mi cabeza gacha y caminando en zigzag hacia la puerta. —No estás conduciendo, ¿verdad? Sigo negando. —Cuídate ahí afuera —llama Tommy cuando la puerta se cierra detrás de mí. En la acera, comienzo a correr. Necesito alejarme de aquí, pienso mientras la luz de la luna me persigue por la acera. Me encuentro con un tipo que está saliendo de un restaurante, pero ni siquiera me detengo a disculparme. No es hasta que estoy a cuadras de Wesley y el bar que me detengo para recuperar el aliento. Cuando mi corazón late de nuevo, meto mi mano en el bolso buscando mi teléfono. Solo suena una vez antes que conteste. —¿Hola? —¿Sebastian? ¿Puedes venir a buscarme?

temblando.

lla está exactamente donde dijo que estaría. Su cabeza y hombros están encorvados y su largo cabello está suelto y revuelto en su rostro. Sus piernas están desnudas e incluso desde el auto puedo ver que está

Estaciono el auto paralelo a la acera y desbloqueo la puerta. A medida que sube inestablemente al asiento del pasajero, enciendo la calefacción. —Parece que te estás congelando. Con gratitud coloca sus manos en el orificio y estira los dedos. —Porque lo estoy. —Luego mira el asiento de atrás y parpadea en sorpresa—. Carter está allí —dice, como si me hubiera perdido de eso. —Seth tiene un espectáculo está noche en Summerville y no creí que fuera una buena idea dejarlo solo en casa. —Cierto —dice—. Dios, lo siento. No debí llamarte para esto. —¿Te refieres por estar ebria? —Estoy más alegre que ebria. —Lo que sea —digo. Me acerco a ella y empiezo a colocar el cinturón de seguridad sobre su pecho. Como un niño, levanta obedientemente sus brazos de forma que pueda asegurarla. —Estás enojado —observa. —No estoy enojado. Estoy… —Tomo una respiración y exhalo. No sé lo que estoy. Hay tantas cosas que quiero preguntarle… tantas cosas de las que estoy confundido, pero no sé por dónde empezar. —¿Qué? —Para empezar, ¿por qué estabas sola en un bar? —Porque me apeteció tomar una copa. —¿Te apeteció tomar una copa? —le repito. —Sí, quería una copa y quería estar sola por un rato —dice, su voz subiendo con cada palabra—. ¿Es realmente tan difícil de entender?

Pongo mis dedos en mis labios y miro al asiento de atrás, aliviado al ver que Carter todavía está durmiendo. —Lo siento —susurra, haciendo una mueca—. Lo olvidé. —¿Así como olvidaste que ibas a encontrarte con nosotros por un helado? —Oh, mierda… Sebastian, quería enviarte un mensaje y decirte. —¿O como olvidaste decirme por qué tu rostro está rojo y obviamente has estado llorando? ¿O quizás por qué tus shorts están destrozados y por qué le falta un botón a tu chaqueta? Baja la mirada a su ropa y rompe a llorar. Mierda. —Amelia… yo. —No, tienes razón. —Hipa entre respiración ahogadas—. Este día ha sido un desastre. —Se detiene y niega—. Lo siento. —No quiero que lo lamentes. Quiero saber lo que está pasando contigo. —Apesto. Esto me hace sonreír un poco. Me acerco para apartarle el cabello del rostro. —No apestas. —Sí, apesto. No sé por qué estaba allí —susurra, lágrimas todavía fluyendo por sus mejillas—. La práctica fue un desastre. Dejé el equipo. —¿Dejaste el tenis? Asiente y frunce las cejas. —Sí, y supongo que quería estar en algún lugar donde nadie supiera quién era yo, y estaba caminando y vi la señal y… entré y me senté en un taburete no esperando realmente ser atendida. Lo siguiente que supe era que había bebido tres copas y que había este horrible tipo. Esto eriza mi vello. —¿Qué tipo? Niega. —No pasó nada. Acabo de darme cuenta de que realmente no quería estar allí después de todo. No creo que quiera estar en algún lado, Sebastian. Mi corazón se acelera mientras la acerco y junto nuestras frentes. Todas las piezas de los últimos meses y las anteriores a eso están girando en mi cabeza. Todavía no puedo arreglar las cosas, pero puedo controlar este momento con esta chica. Le digo que todo estará bien. No sé si me cree, pero me deja besar su rostro lloroso y frotar sus brazos y presionarla contra mi pecho. Y un rato más tarde, puede ser segundos u horas, noto que el llanto ha desaparecido y su respiración ha caído en un ritmo constante.

La acuesto cuidadosamente contra el asiento para no despertarla. Luego miro por el espejo retrovisor hacia Carter, quien está aún en coma en el asiento trasero, y me río cuando me dirijo a la carretera. Soy como un chofer para los muertos vivientes. Las calles oscuras y húmedas pasan rápidamente. Dentro de diez minutos, entro en la calzada y apago la ignición. Amelia alza la cabeza y pregunta: —¿Dónde estamos? —Mi casa. Bosteza. —Oh. —No estaba seguro de qué hacer —admito—. No te llevé a casa porque no quería que tus padres supieran que habías estado bebiendo. —Dudo que mi padre notara que me fui. Y Nancy… bueno, todo estará bien. —Puedo llevarte allí si eso es mejor. —No —dice suavemente—. Prefiero estar aquí. ¿Está bien para ti? —Por supuesto —le digo—. Espera aquí mientas llevo a Carter a la cama y volveré por ti. —Puedo caminar —murmura, sus ojos cerrándose un poco. Me río. —Amelia, solo espérame aquí. Me da un suspiro pequeño y contento, y se acurruca contra el asiento. —Bueno. Una vez que estoy seguro de que Amelia va a quedarse allí, pongo a Carter sobre mi hombro y lo llevo dentro. Apenas se agita cuando lo tumbo en su cama y empujo el edredón, pero cuando estoy en la puerta me llama. —Bash, ¿dónde está Red Dead Fred? Miró hacia atrás y veo al oso en el suelo, a mitad de camino debajo de la cama. Lo recojo y lo pongo bajo el brazo de mi hermano. —Buenas noches, amigo. él.

Carter hace un sonido soñoliento y rueda hacia la pared, llevando al oso con

Amelia sigue en mi auto como pedí, así que por lo menos es algo. Abro su puerta y empiezo a levantarla. —¿Ya es de mañana? —pregunta soñolienta. —No exactamente —le digo mientras pongo mi mano bajo sus piernas para apalancamiento—. Vuelve a dormir.

—Aja —murmura, volviendo su cara a mi pecho. La subo por los escalones y dentro de la casa. —¿Por qué estás siendo tan amable conmigo? —pregunta, sus palabras suaves con sueño y difíciles de entender. —¿Por qué crees? —pregunto mientras la acuesto suavemente en mi cama sin hacer y quito su chaqueta. Lleva una simple camiseta sin mangas y shorts de tenis. No es el mejor pijama, pero creo que va a funcionar. —Creo que te gusto. Me río y me muevo a sus pies para quitarle los zapatos y los calcetines. —Creo que tal vez tengas razón. Curva sus dedos de los pies en mi mano y se da la vuelta, hundiéndose bajo el edredón. —Creo que me amas —murmura. Creo que tal vez tengas razón. Doblo sus piernas en la cama y la cubro con mi edredón. Luego recojo su bolso de tenis y busco hasta encontrar su teléfono. Normalmente, nunca pensaría en fisgonear por las cosas de Amelia, pero ya que no está en condición de escribir a sus padres, creo que tengo un pase libre. Me desplazo a través de sus contactos, deteniéndome cuando veo el nombre de Daphne junto a una foto de ella sonriendo y dando el signo de paz a la cámara. Encuentro el contacto de Nancy y escribo un mensaje rápido para hacerle saber que Amelia se quedará donde Audra está noche. Sí, es una mentira, pero dudo que se alegren que se quede aquí. A continuación, le envío a Audra un mensaje para explicar la historia encubierta. Amelia está de costado con el brazo curvado bajo la barbilla, roncando suavemente. Me acuesto a su lado y aparto el cabello fuera de su rostro para poder verla mejor. Dejo que mis ojos tracen su mandíbula y la suave forma de su boca. Hay dos pequeñas líneas entre sus cejas que me hacen suspirar. Incluso dormida profundamente no parece estar en paz. Froto el pulgar contra esas dos líneas. Si solo supiera qué hacer por ella. Si solo supiera qué hacer en general. Creo que me amas, había dicho. Pudo haber estado completamente fuera de sí, pero aún tenía razón. Amo a esta hermosa y rota chica a mi lado. Pero una cosa que el mundo me ha enseñado es que el amor a veces no es suficiente.

Al principio creo que es un sueño. Un buen sueño, del tipo que quiero que siga durante días y días. Siento que besa mis párpados uno a la vez y luego mi boca. Su aliento cae en mi mandíbula y su lengua se desliza hasta la base de mi cuello. Luego las puntas de sus dedos rozan mi costado y se sumergen bajo mi camiseta y ahí es cuando reacciono, dándome cuenta que no estoy soñando. Estoy despierto y Amelia está en mi cama encima de mí. Abro los ojos y veo que mi habitación está llena de luz verde opaca. No es de mañana todavía, pero está cerca. Amelia esta sobre mí, su cabello cayendo entre nosotros como una pesada cortina de terciopelo. Aún tiene su ropa de tenis, una pequeña camiseta blanca sin tirantes sobre un sujetador deportivo que casi no deja nada a la imaginación y esos shorts. Sus ojos están brillantes y claros, como dos estrellas subiendo al cielo nocturno. Se agacha y me besa en la boca. Su sabor es intoxicante y por un momento me pierdo en ella. Entonces recuerdo dónde estamos y lo que pasó anoche, y encuentro sus dedos y los atrapo encima de mi camisa. —Amelia, detente. Sus hinchados labios forman una pregunta. —¿Por qué? —Estuviste bebiendo. Niega. —Eso fue hace horas y horas. Te juro que ni siquiera estoy un poco ebria ahora. —Pero… —Te extraño —susurra. Es una cosa tan pequeña y sencilla de decir, pero me atraviesa con el poder de un huracán, derribando casas y arrancando árboles de sus raíces. Libero el aire de mis pulmones de un borbotón y dejo ir sus manos. —También te extraño. Amelia sonríe. Paso los dedos por su cabello y por el lado de su cuello. Se estremece bajo mi toque. Tomo su rostro entre mis palmas y nos besamos de nuevo, solo que esta vez no es tan suave. Un torrente de calor se enciende bajo mi piel y ambas de nuestras camisas se convierten en una cosa del pasado. En un enredo de extremidades y respiraciones enganchadas, cambiamos lugares. Beso mi camino por su cuello y sobre su pecho y cierra sus ojos y presiona su cabeza de nuevo en la almohada. Sus manos se mueven por debajo de mi cintura, buscando ciegamente. Me detengo y la miro. Ella respira con dificultad y su piel está rosada en la suave luz.

—¿Esto no está bien? —pregunta, sus dedos deslizándose lentamente por debajo de la cintura de mis calzoncillos. Todo mi cuerpo se agita. Cierro los ojos y niego. —Por supuesto que está bien. Pero… —Aun no estoy seguro si esto es una buena idea. —Por favor, Sebastian —suplica suavemente, sus labios apenas rozando los míos—. Solo me quiero sentir algo más que triste. Y si tienes algo entonces… Pienso en la pequeña caja en la gaveta junto a mi cama. La había comprado por impulso, sin esperar nada. —Lo tengo, pero ¿estás segura? En lugar de contestar, me besa y es el tipo de beso que dice las palabras por ella. Me encuentro con su audaz tacto con desesperación de mi parte, reclamando su boca y quitando el resto de la ropa de su cuerpo. Nunca rompiendo el beso, Amelia serpentea los brazos alrededor de mi cuello y se presiona contra mí. Rozo mis dedos sobre su satinada piel, prestando atención a cada detalle de ella y amando los pequeños sonidos jadeantes que hace en mi boca cuando encuentro algo que le gusta. —¿Esto? —pregunto, mi mano viajando sobre la curva inclinada de su cadera. Asiente y besa mi barbilla, instándome. Durante mucho tiempo, nos exploramos el uno al otro así, degustando y saboreando. Y luego, como la última pieza del rompecabezas deslizándose en su lugar, sucede, un momento Amelia y yo somos un mundo aparte y en el siguiente latido, estamos tan cerca como dos personas pueden.

n lejano sonido me despierta. Me froto los ojos, obligándolos a dejar entrar la luz de la mañana, y me doy cuenta que no estoy donde espero estar. Las paredes azul marino están cubiertas con carteles punk vintage y algunos bocetos originales. Miro a mi lado, pero la única señal de Sebastian está en forma de una huella en las sábanas de color verde oscuro. Tomo respiraciones lentas y vuelvo a la almohada, dejándome revivir anoche. Recuerdo la sala de almacenamiento en el bar y mi miedo frío y pegajoso, y concentrándome solo en Sebastian. Sonriendo, cierro los ojos y exhalo. No sé lo que pensé que sería, pero lo que sea que había imaginado, era mejor. Perfecto incluso. No había nada que temer, nada de qué preocuparse. De alguna manera, sabía exactamente qué hacer, levantándome y cayendo sobre él naturalmente como la marea que sigue a la luna. El sonido revelador de las tuberías que cortan el agua hace que mis ojos se abran. De repente me doy cuenta que estoy completamente desnuda bajo este edredón suave y eso me hace consciente, a pesar que después de anoche, no hay nada que ocultar. Rápidamente aparto la sábana alrededor de mi cuerpo como una envoltura y pongo mis pies en el suelo. Mi bolso de raqueta, veo que está en una silla al lado del escritorio. Me acerco de puntitas y leo el contenido de mi teléfono. No importa lo poco que mis padres me noten últimamente, definitivamente debería haberles dicho que estaría fuera toda la noche. —Uh. —Veo que hay mensajes salientes, tanto para Nancy como para Audra, así que creo que Sebastian se encargó de eso también. La puerta del dormitorio se abre y mi cabeza gira rápidamente. Sebastian entra por la puerta y tira una toalla húmeda en el cesto de ropa. —Estás despierta. La visión de él, húmedo por la ducha y sin usar nada más que un par de jeans sueltos, hace que mi corazón se acelere.

Olvidando mi lectura, baja su mirada al teléfono en mi mano. —Espero que esté bien que le haya enviado un mensaje a Nancy desde tu teléfono anoche —dice—. No quería que se preocupara. —Sí… gracias. —Nervios revoloteando, torpemente vuelvo a meter el teléfono en mi bolso y ajusto más la sábana a mi alrededor—. Gracias por todo. Aparta su cabello. Todavía está mojado, los extremos apenas comienzan a rizarse detrás de sus orejas. —Siento que debo ser el que te dé las gracias. Anoche fue… Bajo la mirada, luego la subo, mis labios curvados en una media sonrisa tímida. —Ahí está. —Se inclina hacia delante y besa el hoyuelo en mi mejilla, un movimiento que hace que deje de respirar. Luego besa la esquina de mi boca y entierra su rostro en mi cuello. Mi mano automáticamente va a su nuca. Su piel está enfriándose y huele tan bien, a jabón y hojas de otoño. Gimiendo, se levanta y da a mis brazos un apretamiento reacio. —Voy a hacer café y luego te llevaré a tu auto, ¿de acuerdo? Mi mirada pasa por el piso de su dormitorio, buscando mi ropa. —Me voy a vestir. Arquea una ceja y pasa un dedo por mi clavícula. —¿Seguro que quieres hacer eso? Más sonriente y tímida. Buen Dios, somos ridículos. —Estoy segura. —De acuerdo entonces. —Se encoge reaciamente de hombros—. Café será. Sebastian se va para ir a tomar el café y yo busco alrededor de su habitación por mi ropa. —¿Cómo diablos has llegado hasta aquí? —murmuro a mi ropa interior mientras la recojo de la estantería. No es hasta después de encontrar mis shorts de tenis arruinados y mi top enredado en su edredón que me doy cuenta que no quiero volver a ponerme esa ropa. Me recuerdan a Wesley y el bar, y todo lo que quiero olvidar de ayer. Pensando que Sebastian probablemente tiene una camisa y un par de shorts de gimnasia que me quedarían, voy a su armario. En el segundo cajón abajo encuentro un montón de camisas. Aparte de eso, su cuaderno de bocetos y lo recojo y lo abro en mis manos. Hago una pausa, preguntándome si esto es intrusión. Quiero decir… él sí me dejó verlo antes, así que, no es como si en realidad estoy espiando sin permiso. Finalmente, la curiosidad gana y me siento en el colchón y con cautela empiezo a pasar las páginas.

Sus dibujos son tan hermosos como recuerdo. Estudio deliberadamente los trazos largos y audaces, y el matiz experto. Si Sebastian está dispuesto a admitirlo o no, tiene talento real y deseo que lo persiga. Pero, ¿quién soy yo para hablar de perseguir algo? No tengo idea de lo que quiero hacer con mi vida ahora. Mi estómago se retuerce cuando pienso en todas las aceptaciones de la universidad que he recibido en el correo y he arrojado a la basura. Alejando esos pensamientos, sigo pasando las hojas del cuaderno de dibujo, observando paisajes que reconozco y un par de dibujos de mí misma. Luego llego a una página que hace que mi corazón y todo lo que me rodea se congelen. He visto el dibujo antes, pero debo haberlo olvidado. Es Daphne y yo, acostadas al lado de la otra en la hierba del patio de la escuela. Lleva enormes gafas de sol y se ríe. Nuestras puntas de los dedos apenas se tocan. Mientras lo observo, mi garganta se contrae y una lágrima caliente se desliza por mi mejilla. Mi hermana nunca verá este bosquejo. Nunca oirá sobre anoche o me hablará de su propia noche mágica. Nunca llegará a Olney, Illinois, para ver a esas estúpidas ardillas albinas por las que estaba tan loca. Nunca hará nada. Sin aviso, el dolor me golpea. Es demasiado grande para contener, derramándose y dejándome sin aliento. Las lágrimas caen libremente por mi rostro ahora. Sollozo y miro alrededor de la habitación de Sebastian, pero todo es diferente, como si lo viera a través de un vidrio empañado. Lo que sentía justo hace unos minutos, de pronto se siente extraño y lleno de una gran incertidumbre. Con las manos temblorosas, me levanto de la cama y vuelvo a colocar el cuaderno en el cajón de la cómoda. Como yo, un pedazo de papel cae de las últimas páginas. Lo reconozco de inmediato como algo que he visto en la oficina de papá cien veces: una cita para el tribunal. Sé que no debería leerlo, que no tengo derecho a invadir la privacidad de Sebastian de esta manera, pero palabras como custodia y el menor en cuestión captan mi atención. Saboreo la bilis en mi garganta. Esto no puede estar bien. ¿Sebastian está siendo demandado?

Él está de pie al lado del mostrador ocupado con verter el café en una taza.

—No solo tengo el café listo —dice Sebastian, su espalda todavía hacia mí—. Sino que también hice tostadas. Una auténtica comida gourmet. Miro alrededor de la cocina. —¿Dónde está Carter? —Le dije que podía jugar un videojuego. Pensé que eso nos daría tiempo. — Finalmente se voltea y ve mi expresión y el enrojecimiento alrededor de mis ojos—. ¿Qué sucede? Sostengo la convocatoria de la corte. —No me hablaste de esto. Todo su cuerpo se tensa. —No has estado exactamente disponible. —¿Que se supone que significa eso? Traga con fuerza y se pasa una mano por el cabello. —Eso no debía salir así. Yo… no lo sé. Amelia, has estado pasando por muchas cosas y no quería molestarte con esto. Bajo la mirada a mis manos, sintiéndome más culpable que nunca. Podría discutir, pero ¿cuál es el punto? Sé que tiene razón. He estado tan perdida en el dolor, que no me di cuenta que Sebastian estaba pasando por su propia lucha. —Todavía deseo que me lo hubieras dicho —susurro. —Lo sé, y quería decírtelo, pero el momento nunca me pareció correcto. —¿Qué vas a hacer? —En este momento estoy tratando de encontrar un abogado. Puedo pagar la mayor parte de la retención, pero todavía no puedo encontrar a nadie que quiera tomar el caso. Sin embargo, lo solucionaré. Solo tengo que hacerlo antes del once de mayo. —¿Qué pasa el once de mayo? —Esa es la fecha en que debo comparecer ante un juez. —Oh. —Pongo el papel sobre la mesa de la cocina—. Lo siento mucho. Se encoge de hombros, su rostro ilegible. —Todo irá bien. Entonces… ¿café? ¿tostadas? Niego. No quiero café ni pan tostado. Ya ni siquiera quiero estar aquí. Esa sensación de malestar y de inquietud está creciendo en mi vientre. —Amelia, ¿ahora qué pasa? No digo nada. ¿Cómo puedo explicarle esto? Sebastian pregunta vacilante: —¿Es… sobre anoche? —Yo… —Tomo un respiro—. No lo sé. Tal vez.

Procesa eso por un minuto y luego se aleja de mí. —Pensé que estábamos de acuerdo. Pensé que estábamos juntos. —No estoy segura de lo que eso significa —admito. Me mira y me pregunta con un tono lamentable: —¿Cómo puedes decir eso? No sé lo que estoy haciendo, pero es como si el fuego ardiera en mis brazos. Es una sensación extraña. Estoy confundida y asustada… y estoy enfadada. Conmigo. Con Sebastian. Con mis padres. Con Spencer McGovern y su madre. Estoy enojada con todo el mundo. El agujero en mi pecho, el que ha estado allí desde que Daphne murió, sigue ahí. Anoche no lo cambió. No hizo que desapareciera, y era estúpida e ingenua por pensar lo contrario. —Solo pienso que pudo haber sido un error. Lo siento. —¿Lo sientes? —pregunta con exasperación—. Me llamas anoche para que te recoja y vienes aquí e inicias el sexo y ahora… —Estaba borracha. —Las palabras salen de mi boca antes que pueda considerarlas. Se tambalea hacia atrás. —¿Qué? —Yo… estaba molesta ayer y sabes que estaba en un bar y… —Me encojo de hombros. La mentira duele, pero de alguna manera es más fácil que decir la verdad, que no tengo idea de lo que me pasa y no estoy segura de saberlo. Sebastian parece destrozado. Su rostro está pálido y apenas puede levantar la mirada para encontrar la mía. —¿Estabas borracha? —repite, necesitando aún más confirmación de mi traición. Odio esto. Asiento de todos modos. Se cae en una silla y baja la cabeza. —Pensé… —Lo siento —le repito, odiándome, odiando todo esto. Está enfadado. Herido. Sé que debo parar, pero no puedo—. Sé que debes estar enojado ahora mismo. Su risa es amarga y acusatoria. —Ni siquiera puedo estar enojado contigo, ¿verdad? Has pasado por algo horrible. Perdiste a tu hermana y quiero ayudar, pero sigues alejándome y… Sé lo que viene después. Sé que está a punto de renunciar y ni siquiera puedo culparlo. Soy un desastre. Una causa perdida. He fingido, mentido y quemado todo lo bueno en mi vida hasta los cimientos. Abandoné la nave. Solo tiene sentido que él también lo haga.

Sebastian exhala largo, y derrotado dice: —No sé qué más hacer por ti. Me aparto para ocultar mi rostro. —No necesito que hagas nada por mí. —¿Por qué? ¿Porque estás bien? Me doy cuenta que probablemente estoy cometiendo un terrible error, pero no puedo soportarlo. No puedo soportar la forma en que me está mirando, como si pudiera ver completamente a través de mí. Me hace sentir expuesta y cruda de una manera que nunca he sentido antes. He terminado. Todo lo que quiero es regresar a casa y hacerme un ovillo en mi cama y quedarme allí para siempre como una princesa en una historia. Olvidar todo, dormir por una eternidad, y que las vides y el musgo crezcan justo sobre mis huesos. Pero primero, tengo que terminar esta conversación. —Mira —le digo, tratando de sonar mucho más estable de lo que me siento—. No es que no me importes. Parpadea. —Amelia, si te importara en absoluto… si sentiste lo más mínimo de lo que siento por ti, no estarías haciendo esto. Mis ojos están húmedos. Les falta oxígeno a mis pulmones. —No es tan simple. —¿Por qué no es tan simple? —Porque no funcionará. —Estoy llorando otra vez. —¿Por qué no? ¿Por qué no? La pregunta aumenta la frustración e ira dentro de mí. Doy un paso hacia él y agito mi dedo. —¡Porque no entiendes lo que es para mí! —¿No crees que entiendo lo que es perder a alguien? —grita—. Echa un vistazo a mi vida, Amelia. Toda mi existencia se trata sobre perder a personas. ¡Mi madre, Carter, y ahora tú! —Si crees que puedes agitar una varita mágica y mejorarme… Sus cejas se fruncen. —¿De qué estás hablando? ¿Cuándo pensé eso? Niego. Mis pensamientos están confusos y ya no sé lo que hago. —Solo detente, ¿está bien? No puedo hacer esto contigo. ¡Es demasiado! Sebastian respira con dificultad. Baja la mirada hacia su regazo por un largo tiempo. Finalmente, pregunta: —Entonces, ¿qué estás diciendo? ¿Se acabó?

—Yo… creo que sí —le digo, mi pecho dolorido—. Finalmente verás que esto es lo mejor. Tú y yo nos estamos haciendo miserables, Sebastian. Levanta la cabeza y puedo ver el dolor allí. —¿Te hago sentir miserable? Luchando para no llorar más, le digo: —No quise decir eso. Creo que será mejor si estoy sola. —Al menos déjame llevarte a casa —dice, con voz ronca. Niego con fuerza. —No, le enviaré un mensaje a Audra para que venga a buscarme. No me mira más. —Bien. Echo un vistazo a las tazas de café sin tocar en el mostrador y la tostada que puso en un plato. Dios, esto es tan incómodo. —Sé que no quieres oírlo —digo—, pero lo siento. Sebastian asiente, aceptando eso, y mi corazón libera una protesta. Lucha por mí, pienso, de repente entro en pánico cuando el peso de lo que acabo de hacer cae sobre mis hombros. —Desearía… desearía que las cosas fueran diferentes —continúo. Pero no puedo hacerlo. Ya no puedo fingir. —No quiero que pretendas —me dice—. Todo lo que quiero es que estés bien. —¿Bien? —Mi risa es como el ácido—. Nunca estaré bien de nuevo. Mi hermana no solo no está. No está de vacaciones o en el baño arreglando su cabello. Está muerta. Por el resto de mi vida, seré una gemela sin su otra mitad. —Amelia… no lo hagas. —¿Por qué no? Es la verdad, ¿o no? Daphne está muerta y su ausencia es tan fuerte que no puedo oír nada más. No sé qué hacer, Sebastian. Dime, ¿qué debo hacer? Finalmente levanta la mirada, sus ojos fijos en mí. —Tú escucha.

oy un tonto. Aposté todo y perdí. Como mamá diría, las ruedas del autobús metafórico salieron volando y ahora me quedo varado a un lado del camino sin transporte. —¿Sabes cómo decir tortuga? Sobresaltado de mi estupor, miro a través de mi escritorio a Audra, quien está hojeando el diccionario de inglés-español en sus manos, tratando de traducir el párrafo que nos han asignado. Supongo que debería estar agradecido de que el señor Gubera no me emparejó con Amelia, pero tan pronto como mencionó el nombre de su mejor amiga, sabía que mi vida había vuelto a ser una broma cósmica. El universo me odia. —¿Hola, Bash? ¿Tortuga? —presionó Audra. —Tortuga. —Lo entiendo —dice, asintiendo con su rubia cabeza y garabateando la palabra. Amelia está al otro lado del aula trabajando con Asher O'Brien, de quien no me di cuenta cuánto me desagradaba hasta que estaba sentado junto a mi ex novia, obviamente tratando de encontrar razones para tocarla. —¿Estás bien, vaquero? —pregunta Audra. Aclaro mi garganta y deslizo una mano por mi frente caliente. —Sí. No comprándolo, echa un vistazo por encima de su hombro a Amelia. —Al menos está aquí hoy. Es verdad. Así como me estremecí cuando la vi entrar por la puerta del aula, también me sentí aliviado. Su asistencia es impredecible estos días y cuando falla, me preocupa. No quiero preocuparme por ella, pero lo hago de todos modos y tal vez hay una parte de mí que siempre lo hará.

Ha pasado casi un mes desde que rompió conmigo y cada día es un nuevo infierno, una especie de estudio en agonía mientras me balanceo violentamente entre extrañarla y resentirme con ella. Al principio, quería olvidar porque era más fácil de esa manera. No podía mirarla. Ni siquiera podía soportar pensar en ella o en lo que se había convertido para mí, así que la empujé a una pequeña habitación oculta y puse un candado en la puerta. E incluso funcionó por un corto tiempo. Pero no conté con que hay algunos pensamientos que son demasiado poderosos para cerraduras y llaves. Pensamientos que son lo suficientemente fuertes como para atravesar las paredes y salirse de sus jaulas de acero cuando menos lo esperas. Pensamientos que pueden detonar como bombas, borrando cualquier cosa a su alrededor. Creo que me amas. La amo, pero no es suficiente, ¿verdad? La poesía y letras de las canciones pueden querer hacernos creer que encontrar el amor es como descubrir un tesoro enterrado, pero ahora sé la verdad. No hay alegría o celebración en el amor. No hay finales felices. Simplemente es ella y yo y un dolor aplastante. ¿Qué queda después de eso? Toda una vida llena de tácitos debería-haber-sido y conformarse con segundas mejores opciones. Estoy enojado. Y sé cuán retorcido e injusto es esto. Después de todo lo que Amelia ha pasado, no tengo derecho a sentir ningún veneno hacia ella, pero está ahí, la angustia e indignación en guerra dentro de mí, mi corazón extendiéndose demasiado por el agitado tirón de amarla y perderla todo al mismo tiempo. —Estás hecho una ruina, ¿no? Parpadeo a Audra, pensando que la he escuchado mal. —¿Qué? —Puedo verlo, sabes, eres un desastre —dice—. He visto gatos mojados que lucen más felices que tú. Humillado de ser tan transparente, me acurruco en mi silla. —No importa. Inclina su cabeza, dejando caer su largo cabello rubio a un lado. —A lo mejor sí a lo mejor no. Desprecio la pequeña semilla de esperanza que siento en mi pecho, pero esto es a lo que mi vida se ha reducido, aferrarme a cualquier fragmento de Amelia que pueda poner en mis manos. —¿Qué se supone que significa eso? Me mira, su rostro serio, y dice en voz baja. —Ella también es un desastre. Mi mirada parpadea.

Amelia Bright me arruinó y no puedo mirarla. Pero tampoco puedo apartar la vista.

Bash: Es oficial. Soy un lagarto. Le envío el texto a Seth y vuelvo la vista a la carta de aceptación en mi mano. Estoy un poco impresionado, pero todo está aquí en blanco y negro. Entré a la Universidad de Florida que comienza el curso de verano y no solo eso, califiqué para una ayuda financiera. Entre eso y el dinero que ahora estoy trayendo de mis diseños de camisetas, no me quedan argumentos. Voy a ir a la universidad. Mi mente empieza a correr con todo lo que tengo que hacer antes de junio. Miro alrededor de la apretujada casa pensando que voy a tener que empezar a buscar inquilinos. También tendré que pensar en conseguir cajas y un pequeño camión de mudanzas. Oh, y creo que necesito averiguar exactamente a dónde me estoy mudando. Una vivienda familiar fue mi primer pensamiento, pero si Seth quiere seguir viviendo con nosotros, siempre puedo buscar apartamentos o casas baratas. —¿Bash? —Carter saca la cabeza de su habitación—. ¿Has visto mi carpeta? Tengo que mirar mis palabras de ortografía y no puedo encontrarla. Doblo la carta y la meto en mi bolsillo trasero. —Creo que la dejaste en la cocina, amigo. En realidad, ¿por qué no vienes aquí un minuto? Carter luce confundido, pero obedece. —¿Está todo bien? Como Seth, él ha estado preocupado por mí por razones obvias. —Sí, todo está bien. Solo estaba pensando en hacer algo que no hemos hecho en un tiempo. —¿Qué es? El comienzo de una sonrisa curva mi boca. —Una caza de tiburones. Sus ojos se amplían. —¿De verdad? —Sí. Creo que es el día perfecto, ¿verdad? —Carter asiente entusiasmado y digo—: Ve a agarrar tus botas y el cubo y yo conseguiré la carpeta. Puedo leerte las palabras de ortografía en el camino. —¡Bueno!

Treinta minutos después, estamos cuesta abajo en la camioneta por el camino de tierra que nos lleva a Blackwater Creek. Es un buen día de primavera en Lowlands y el sol está cayendo a lo largo de las copas de los árboles y moteando el pavimento con su luz melosa. Carter está en el asiento trasero hablando de la escuela y haciendo predicciones sobre la próxima cacería de dientes de tiburón. —¿Esto significa que ya no estás triste porque Amelia no quiere ser tu novia? —me pregunta. —¿Quién te dijo eso? —pregunto, mirando por el espejo retrovisor. Se encoge de hombros. —Tengo siete años, pero eso no quiere decir que soy estúpido. Bastante justo. Mis ojos vuelven a la carretera. —Todavía estoy triste, pero estoy mejorando. Carter asiente. —Seth dice que tienes acidez. Me río. —Creo que quieres decir desamor. —¿No es lo mismo? —No exactamente. Él piensa en eso, alejando la información para más tarde y dice: —Mi maestra estaba triste hace dos semanas, pero eso fue porque murió su conejo. —Eso es triste —digo y niego—. Carter, lo siento si he estado distraído. Creo... creo que voltearé en la esquina y de verdad tengo algo de que hablar contigo. —¿Qué es eso? —¿Cómo te sentirías acerca de mudarte este verano? Su boca se abre con sorpresa. —Quieres decir, ¿dejar Green Cove? ¿A dónde iríamos? —Lo creas o no, entré en una universidad en Florida. —¿En Florida? Asiento. —Y espero, si estás de acuerdo en que es una buena idea, podríamos ir allí. Está tranquilo por un rato. —Escuché que tienen Disney World allí. ¿Podemos ir? Con mis ojos todavía en el camino, sonrío. —Podríamos ser capaces de hacer que eso suceda. —¿Qué hay de nuestra casa? —me pregunta.

Doy un medio encogimiento de hombros. —La alquilaremos a otra persona y encontraremos un nuevo lugar para vivir. —Pero, ¿no van tía Denise y tío Mike a extrañarnos si nos mudamos a Florida? No estaba esperando eso y me lanza en un enorme giro. —No lo sé. ¿Los extrañas? Se muerde el labio inferior y asiente. —Oh. —No estoy seguro de qué decirle. Las cosas con mi tía y tío siguen siendo un desastre. Espero que en mayo el juez asignado al caso examine todas las circunstancias y honre los deseos de mi madre. No he mirado más allá de eso, un futuro sin ninguna familia en absoluto, o preguntarme qué podría significar para Carter—. No estoy seguro, pero vamos a tratar de solucionarlo, ¿de acuerdo? Asiente. Mordiéndose los labios un poco más. —¿Y todas nuestras cosas? ¿Y Jinx? Realmente no había considerado al gato, pero sé que podemos resolverlo. Podemos hacer cualquier cosa siempre y cuando permanezcamos juntos como mamá quería. Todas tus mañanas comienzan aquí. —Llevaremos todas nuestras cosas con nosotros y encontraremos un lugar que nos permita tener un gato —le digo con certeza—. ¿Algo más que te preocupe de allá, viejo? Mira por la ventana y cuando se vuelve hacia mí, está casi sonriendo. —¿También tenemos que empacar a Seth?

uando éramos pequeñas, Daphne y yo teníamos un juego. Una de nosotras tendría los ojos vendados y la otra sería la líder, a cargo de dirigir y dar órdenes para que así la persona con la venda en los ojos no chocara en contra de las paredes o se cayera por las escaleras y se rompiera una pierna o algo parecido. En ocasiones, si Daphne era la líder y quería hacer el juego realmente difícil, se pasaría minutos sin hablar, esperando que yo fuera capaz de seguir los sonidos de su respiración o que solo comprendiera intrínsecamente cómo debía llegar a ella. Lo odiaba, esa sensación de no ir por el camino correcto, de estar perdida y sin poder ver; extender mis brazos y mi hermana merodeando en algún lugar justo fuera de mi alcance. Y, no obstante, así es como me siento ahora, confundida y esperando en la oscuridad por instrucciones que parecen nunca llegar. En las últimas cinco semanas, he pasado más tiempo en mi cama que en otro lugar. El resto de la casa está fuera de los límites porque todo lo que hace es recordarme a Daphne y en cómo le fallé. La escuela también porque ahí tendría que enfrentarme a Sebastian y todos los errores que cometí con él. De ninguna manera. ¿Cuál es el punto de todas formas? Es mejor que me quede aquí en la cama, en donde puedo callar a todo y a todo el mundo. Si tan solo pudiera… De repente, la puerta de mi habitación se abre con un chirrido e interrumpe mis cavilaciones. Mi respiración cambia, pero no me molesto en abrir mis ojos porque sé exactamente quién es por el sonido de sus pasos. —Hola, Audra. Los pasos se detienen. —¿Qué estás haciendo? —Durmiendo. Audra resopla. —¿Durmiendo? Mis ojos permanecen cerrados y me mantengo perfectamente quieta. —Sí.

—No puedes estar dormida. Siento cómo mi cama se hunde cuando se sienta a mi lado. —¿Por qué no? —Bueno… estás hablando, así que sé que no estás dormida de verdad. No solo eso, también es la hora del almuerzo y es tu cumpleaños. —Lo ves, pienso que esa es otra razón para seguir durmiendo —murmuro. —Amelia. —¿Sí? —Te dejé en tu malhumor durante todas las vacaciones de primavera —dice. —Sí. Me pincha con la mano y suspira pesadamente. —No respondes a mis llamadas o mensajes de texto. Y ya apenas vas a la escuela. —A los profesores no les importa lo que haga y yo prefiero mi cama. Estoy pensando en hacerla mi dirección permanente. —No puedes pasar toda tu vida en una cama. —¿En serio? Mírame. Otro suspiro y luego: —¿Qué voy hacer contigo? Se recuesta por completo a mi lado. Siento su aliento en mi rostro y abro mis ojos renuentemente. Audra está ahí, justo enfrente de mi nariz viendo directamente hacia mí con sus brillantes ojos azules. —Hola —digo. —Hola —responde—. ¿Estás bien? ¿Estoy bien? Mi cuerpo se siente magullado y mi mente está tan fría como un lago ártico. —Umm… mi corazón se siente como si hubiera sido partido en dos y hubiera sido puesto en una trituradora de carne. Su boca se curva. —¿Así que estás diciendo que estás genial? Desafiante, me trago las lágrimas que se acumulan en mis ojos y asiento. Fija su mirada en la mía. —¿Justo ahora? Ya no puedo más. Inundada por la soledad y el arrepentimiento, cierro los ojos y me rindo ante las lágrimas. Audra envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y me abraza.

—Hoy cumplo dieciocho —le digo entre sollozos, mis párpados revoloteando. Audra asiente con entendimiento. —Y Daphne… Daphne nunca envejecerá. Nunca tendrá otra aventura o se enamorará o se casará o tendrá bebés. Tendrá diecisiete por siempre ¡y es mi culpa! —¿Por qué es tu culpa? Succiono aire y trato de pensar en cómo decírselo con palabras. —¡Debería haber peleado más duro! Debería haber sabido acerca de Spencer y… —Empiezo a hipar y no puedo continuar. —Podrías decir lo mismo acerca de mí, ¿no? ¿Y me culpas? Niego. —¿Culpas a Daphne? Estoy horrorizada. —Claro que no. —Entonces tu teoría es una mierda. Te has hecho creer a ti misma que las reglas en tu caso son distintas a las de los demás. —Pero no es justo —gimo. —¡Maldita sea, es obvio que no es justo! Pero a veces solo tenemos que mandar al diablo lo que es justo y correcto y seguir adelante con lo que se tiene. Es decir, mira a tu alrededor, no hay un mostrador de servicio al cliente aquí. No hay un lugar a donde puedas ir a tener una rabieta y exigir un reembolso completo o hacer un cambio. Ya sea política de tienda mala o no, este mundo es todo lo que tenemos. Y es defectuoso y confuso y a veces realmente apesta demasiado, pero es nuestro. —¿Cómo puedes decir eso? —Porque es real, Amelia. Yo soy real. Tú eres real. Y mientras estás atrincherada aquí en tu torre, el mundo está ahí abajo continuando sin ti. Y juro por todo lo que es sagrado que eso es algo que Daphne odiaría más que cualquier otra persona. Audra tiene razón. Odio que tenga razón, pero la tiene y lo sé. Y con sus brazos envolviéndome, lloro fuertemente, tragando mis sollozos hasta que me siento tan hueca y vacía que no creo que pueda llorar más, aunque lo quisiera. Mucho tiempo después, Audra susurra: —Hagamos algo. Vayamos a algún lado. Mi cabello es un nido de pájaro enredado y mi rostro está hinchado y húmedo. —¿A dónde iríamos? Audra toma aliento. —Tengo una idea. También tengo una botella de vino que robé del bar de mis padres y una bolsa de Red Vines.

—¿Tienes Red Vines? Se encoge de hombros. —Es tu cumpleaños. Me imaginé que iría por todas y nos daríamos un atracón con azúcar procesado y vino robado y le diríamos al resto del mundo que nos besara el trasero. Me río y Audra se levanta de la cama y tira de mi brazo. —Vamos, Tetas de Azúcar. Creo que te has revolcado en tu miseria lo suficiente para toda una vida, ¿no crees?

—Esto es raro —digo. —¿Por qué es raro? Me volteo, el cálido césped cruje bajo mis brazos y miro a mi amiga. Su largo cabello está extendido a su alrededor como una melena dorada. —Son como las dos de la tarde —digo—, y estamos en el cementerio comiendo dulces y bebiendo vino blanco directamente de la botella. Audra alza sus lentes de sol y hace un gesto hacia la lápida de mármol con el nombre de Daphne grabado en letras grandes y en mayúsculas. —Bueno, es tu cumpleaños y es su cumpleaños. —¿Y eso qué? ¿Eres como una especie de casamentera para los muertos? —Si así es como quieres llamarlo. —Ambas nos reímos y luego nos quedamos calladas. A la distancia puedo oír el aleteo de las alas de un pájaro mientras busca un lugar más alto entre los árboles que rodean el cementerio. Luego de unos minutos, le digo a Audra: —No había estado aquí. No desde el día del funeral. Dice: —Vengo mucho aquí en realidad. —¿En serio? Asiente. —Sé que Daphne no está realmente aquí, atrapada en alguna tumba con un montón de gente vieja e irascible, pero es agradable pensar que estoy hablando con ella igual que siempre. —¿Qué le dices? —Solo le hablo de cosas. Cosas tontas en su mayoría, ya sabes, acerca de la escuela, el tenis y mis padres. —Una pausa corta—. Y de ti, Amelia. Le hablo de ti. Intrigada, me levanto y me apoyo en mi codo.

—¿Como qué? Audra inclina su cabeza. —Oh, le digo lo básico, cómo creo que te está yendo, cómo rompiste con Bash y lo triste que has estado. —Hace una pausa—. Y le hablo de lo mucho que te extraño. Lo mucho que las extraño a ambas. Mi garganta arde y mis ojos se llenan de lágrimas, pero por una vez, no es porque esté triste, no realmente. Estoy bien. Y es una sensación extraña, desconcertante y jodida, pero es una sensación que espero mantener un poco más. Saco un Red Vine de la bolsa que Audra trajo, me vuelvo a recostar en el césped y me quedo mirando las nubes cambiantes y descoloridas y los retazos del cielo azul en lo alto. —¿Crees que puede oírte? —No lo sé. Eso espero e inclusive a veces creo que me aconseja. —¿Oh sí? —pregunto mientras mastico. —Sí. —¿Qué diría ahora mismo si pudiera? Audra piensa en ello por un momento. —Probablemente te diría que pusieras tu trasero en movimiento y que recuperaras tu vida y a tu novio. Me río en voz alta. —¿Y cómo debería hacer eso? No hay manera de que Sebastian me dé otra oportunidad, no después de la manera en que jodí todo de manera espectacular. Y luego le cuento a Audra la verdad. Le cuento acerca de esa fría y perfecta noche de marzo, cuando todo encajaba, y acerca de la mañana en donde jalé de las costuras y las observé deshacerse. —Así que ahí lo tienes —digo y termino de manera triste—. No hay oportunidad. —No estoy tan segura de eso. —¿Por qué lo dices? Se encoge de hombros evasivamente. —Solo creo que, para algunas personas, la historia nunca termina. Insegura acerca de cómo responder a eso, me enfoco en el otro consejo. —En cuanto a obtener mi vida de regreso, eso tampoco es posible. No le di seguimiento a ninguna de mis cartas de aceptación para la universidad y probablemente ya es muy tarde. Ya ni siquiera estoy segura de que eso es lo que quiero. —Suspiro pesadamente—. Honestamente ya no sé lo que quiero. —Bien, así que no irás a la universidad por el momento. No vayamos tan lejos, Amelia. Tienes todo un verano por delante esperando a que lo disfrutes.

—¿Y? Hace una mueca y dice burlonamente: —¿Y? Me río. —¿Qué quieres decir? —Quiero decir que siempre existirán tú, la carretera despejada y yo. —¿De qué hablas? —pregunto extrañada—. ¿De tu viaje de carretera? No hablas en serio… ¿Creí que estaba cancelado? —La cosa es, que todavía tengo que llegar a la Universidad de San José para finales de agosto. Puedo ir sola y manejar directamente hacia allá. O —dice, empujando sus lentes de sol encima de su cabeza para que así pueda ver sus ojos—, puedes venir conmigo y seguir con todos esos planes que Daphne hizo para tener el mejor verano de nuestras vidas. Mi mente va a toda prisa. Pienso en los pequeños pedazos de papel de colores arremolinados a través del mapa que estaba en la habitación de mi hermana como una invitación al desastre. Luego pienso en los amaneceres y atardeceres que no he experimentado y en las canciones que aún no he escuchado, y en las bromas privadas y besos cálidos y en tazas de chocolate caliente que todavía tengo que beber y el caleidoscopio de tintineantes estrellas nocturnas que aún tengo que ver. Confieso en voz baja: —Tengo miedo. —¿De qué tienes miedo? —De vivir toda mi vida sin ella. —Ya sabes lo que Daphne hubiera dicho acerca de tener miedo. Vuelvo mi cabeza hacia el gran cielo azul y doy un suspiro a través de mi nariz. —Si te da miedo es porque probablemente vale la pena. A mi lado, Audra sostiene alto la botella de vino y se bebe lo que queda en ella. —Salud por eso.

Cuando el sol se ha puesto bajo los árboles y ya casi no hay luz, Audra me deja en casa. Me despido de ella y camino a través de las puertas frontales hacia las escaleras. Esta vez, cuando entro al cuarto de mi hermana, no es para romperme en pedazos, sino para escuchar. Me muevo lentamente entre las cosas de Daphne y mis dedos rozan la caja de música que la abuela Rose le dio por nuestro cumpleaños número siete. Me

detengo para darle cuerda y observo que la pequeña bailarina rosa gira en círculos al ritmo de Fur Elise. Luego me detengo en su escritorio y toco la cámara Polaroid que encontró en la tienda de segunda mano y mis ojos se deslizan sobre las banderas de papel que cuidadosamente colocó por todo el mapa de los Estados Unidos. Hay frases esparcidas en el resto de la cartelera, frases que sacó de revistas o vio en libros. Mientras las leo, me doy cuenta que Daphne ciertamente quería vivir aventuras, pero más que todo, simplemente quería vivir. Quería ser feliz, escuchar música y reír con sus amigos. Tomo la cámara, la volteo y pienso en cómo siempre tuve planes para la grandiosa y significativa vida que tendría algún día. Nunca me detuve a pensar en que ese algún día tal vez nunca llegue. Pero esa es la verdad, ¿no? No existen garantías. No sabes cuándo podrías tomar tu último aliento. Cosas suceden. Podrías tener un accidente de auto mañana o te podrías atragantar con un hueso de pollo en veinte minutos desde ahora o ahogarte en un estanque. Una noche te irías a dormir y nunca te despertarías para ver la luz de la mañana deslizarse a través de las persianas. O alguien podría tomar tu vida en un parpadeo solo porque puede. Mi hermana está muerta y la extrañaré por siempre. Esa es la clase de dolor que no puede ser ignorado, olvidado o enterrado bajo tierra porque está dentro de mí, expandido a lo ancho como un océano. Y puedo permanecer aquí, aferrada a la orilla, mirando hacia el agua y preguntándome qué hay del otro lado, o puedo tratar de encontrar la manera de cruzar. Aquí, en la habitación de Daphne, rodeada por todas sus cosas, sé con una seguridad aplastante lo que ella diría. Me diría que me construyera un jodido bote. Casi río en voz alta mientras miro de nuevo al mapa y dejo que los pensamientos vayan como un boomerang a través de mi cabeza. Voy a viajar con Audra. Voy a encontrar aventuras y lugares grandes y extensos, pero antes hay algunas cosas que debo hacer aquí. Tan pronto como alcanzo el final de las escaleras, una ráfaga de aromas dulces y mantecosos me llega. Intrigada, sigo los aromas hasta la cocina. —¿Qué es esto? —pregunto. No creo que nadie haya cocinado en esta casa desde noviembre, pero las señales de que alguien lo está haciendo están por toda la encimera con cuencos sucios y tazas medidoras. Y juro que huelo a un asado cocinándose en el horno. —Vaya, esperaba darte una sorpresa —dice Nancy mientras se aparta de lo que sea que está preparando—. Hay un asado cocinándose en el horno. Debería estar listo en media hora. —¿Vamos a cenar aquí? —pregunto, anonadada y apenas respirando—. Pensé que estarías en la iglesia esta noche. —Es tiempo de un pequeño descanso —dice simplemente—. ¿Sabes que he estado yendo a un grupo para afrontar la pena? Niego. Realmente no lo sabía, pero de una manera tiene sentido.

—Hace dos noches, alguien de mi grupo habló sobre volver a la normalidad y a las cosas cotidianas y algo en ello tuvo sentido para mí. —Respira—. No sé si aún esté lista para la normalidad, pero seguro que hoy de todos los días puedo hacer la cena. Luego se aleja de la encimera y revela un pastel redondo glaseado con cobertura de chocolate y en el centro dos velas de color rosa con rayas blancas. Hace una pausa cuando me ve mirando al pastel y pregunta de manera tensa: —¿Esto está bien? —¿Es un pastel de cumpleaños? —pregunto, aun cuando ya sé la respuesta. Evidentemente lo es. Papá entra en la cocina antes que Nancy pueda responderme. Él todavía necesita rasurarse y hay círculos de un gris oscuro bajo sus ojos, pero al menos se duchó, lo cual es un progreso. Perplejidad pasa por su rostro cuando mira entre Nancy y yo, y asimila la escena. —No pensé que alguien querría celebrar —empieza a explicar Nancy—. Pero de alguna manera se sentía mal no darle reconocimiento a este día. Al darme cuenta que estoy reteniendo mi respiración, la dejo salir. Nancy tiene razón, tal y como Audra la tiene. No tengo ganas de celebrar mi cumpleaños, pero sí quiero celebrar el de Daphne. Ella lo merece. —Creo que eso suena como una buena idea —dice papá con voz rasposa. Él se vuelve hacia Nancy, la rodea con los brazos en la cintura y la besa suavemente en la frente. Es un gesto tan normal pero que no he visto en mucho tiempo. —Es su favorito —dice Nancy con suavidad. —Red velvet —digo, sonriendo a pesar de las lágrimas que brotan de las esquinas de mis ojos. —Y espolvoreada con chispas de chocolate por encima —añade ella, inclinando el pastel para así poder verlo. —Creo que ella lo hubiera amado y nos hubiera alentado a comerlo antes de cenar. —¿Tú crees? Tanto papá como yo asentimos mientras nos sentamos en la encimera. Nancy nos da una sonrisa triste. Luego saca los platos y encuentra un encendedor. —Sé que ninguno de nosotros tiene muchas ganas de cantar —dice con su mano suspendida encima de las velas—, pero ¿te gustaría continuar y pedir un deseo, Amelia? Papá se voltea hacia mí inquisitivamente. —También es tu cumpleaños, cariño. Sería una pena dejar que un deseo se desperdicie.

—En realidad, quisiera algo mejor que un deseo. Papi, ¿puedo pedirte un gran favor?

ensé que eras tú. Me siento de repente, y parpadeo a la persona que descubrió mi escondite de la hora del almuerzo en la biblioteca. Es Rachel, mi ex novia, en toda su, largas piernas y ojos azules, gloria. Se cortó el cabello recientemente, y sus puntas rubio fresa están flotando en su barbilla. —Hola, Rach. —¿En qué estás trabajando? —pregunta, azotando su mochila en el suelo, y deslizándose en la silla junto a la mía, lo suficientemente cerca para que nuestros brazos se toquen—. ¿Todavía garabateando? —Sí, supongo. Solo estoy trabajando en unos diseños para unas camisas. —Seth me habló de eso —dice con las cejas levantadas—. Y también dijo que entraste a la universidad de Florida. Es realmente impresionante. Y yo que siempre pensé que terminarías siendo un seguidor profesional de la banda de Seth —dice banda haciendo comillas con los dedos, porque, como la mayoría de la escuela, no le da el crédito suficiente—. Pero creo que estaba equivocada. Bash Holbrook será un chico universitario. —Gracias —digo avergonzado—. ¿Qué hay de ti? ¿Qué vas a hacer el próximo año? Se encoge de hombros. —Un poco de esto, un poco de aquello. ¿Conoces Mandie, la tienda de dulces en la avenida Brady? Asiento. —Claro que lo hago. Carter está enamorado de su pie de manzana. Sonríe. —Bueno, tengo un trabajo en el lugar, y el dueño dice que lo convertirá de tiempo completo después de la graduación. —Eso es genial.

—Deberías venir y visitarme esta tarde. Puedes llevar a Carter y podría darles algo del pie de manzana y podríamos hablar. Es una inocente y justa propuesta, pero existe algo en la manera tan suave en que lo dice, que me deja pensando que Rachel me está invitando a hacer algo más que hablar. No es que no esté considerando el aceptar la propuesta, porque lo hago. Estoy cansado de sentirme perdido y tan jodidamente enojado todo el tiempo. No quiero torturarme más y debería ser algo simple de hacer, dejar ir. Rachel es hermosa y a pesar de todo lo que pasó entre nosotros, existe algo familiar y cómodo en ella. El problema es: no importa cómo lo manipule en mi cabeza, no es Amelia. —No podemos hoy, mejor para otra ocasión. Rachel mira lentamente mi rostro, luego parece decidir algo y señala mi libreta de dibujos y pregunta: —¿Te importaría si le doy un vistazo? Es extraño. Rachel y yo salimos durante casi un año y nunca me preguntó si podía ver mis bocetos y yo nunca se lo ofrecí, pero ahora que está sentada aquí, con sus grandes ojos azules mirándome, parece demasiado obvio que ella deba verlos. —Seguro —respondo. Se toma su tiempo al pasar las páginas. —Sabes… no tenía idea. —¿De qué? Levanta la mirada y se muerde el labio. —Que eras así de bueno. —Gracias… creo. —Debí alentarte más. —Lo dudo. A ti no te gustaba nada que ocupara mi tiempo. Ríe, una honesta y relajada risa. —Probablemente tienes razón. Pero soy lo suficientemente vanidosa, que te hubiera pedido que hicieras uno de mí. Gira la libreta, mostrándome un dibujo a carboncillo de Amelia que hice de memoria. En él, ella está apoyándose en la puerta, su cabeza fuera de la ventana y sus facciones mayormente cubiertas por la luz de la luna. Luego Rachel dice: —Bash, ¿alguna vez te dije qué pasó entre nosotros? Se me revuelve el estómago, la pregunta me toma de sorpresa. —No tenías que hacerlo. Era bastante claro —digo—. Me dejaste. —En realidad, tú me dejaste.

Niego. —Técnicamente, pero eso fue porque… —Lo sé, lo sé —me interrumpe—. Te engañé. Me muevo incómodo, trato de hacerle cambiar el tema. —Es historia, Rach. No tenemos que hacer esto. Sé que no querías lidiar con Carter y…. —Carter no tuvo nada que ver en esto —dice fríamente—. Tal vez no era la mejor con él, pero me agradaba Carter. Y te amaba. Mi boca se abre un poco, Rachel y yo nunca nos dijimos la palabra amor. —Rachel… —Déjame terminar —dice—. Te amaba, pero luego tu mamá murió y tú te cerraste, hasta llegar al punto en donde ni siquiera yo podía hablar contigo. Quería estar para ti, pero cada vez que lo intentaba, raramente me notabas. Y sé que lo que hice está mal, no estoy haciendo excusas, pero te estoy diciendo cómo fue para mí. Nunca quise estar con otro chico. Solo quería que me notaras. —¿Por qué me estás diciendo todo esto? Rachel duda. —Sabes que no soy del tipo amable, pero te he visto. Y no estoy diciendo que no me matara un poco el verte con alguien más, pero… —Suspira y regresa la mirada al dibujo de Amelia—. Bash, existió un tiempo, no hace mucho, en el que pensabas que nunca sonreirías de nuevo. Pero lo hiciste. Y tal vez, si hubiera sido más fuerte o si hubiera tenido más esperanza, me hubiera quedado lo suficiente para ser la persona por la que sonrieras.

—¿Sabes qué dijo la señora Ruiz? —pregunta Carter. —¿Qué? —Florida está plagado con dientes de tiburón —dice, y luego frunce el ceño—. Pero no creo que se refiriera a que los dientes estuvieran realmente siendo rastreados. Creo que se refería a que están en todos lados, junto a las puntas de flecha y todo tipo de cosas geniales. —Entonces tendremos que planear una búsqueda tan pronto estemos adaptados en la nueva casa. —¿Puedes hablarme del lugar otra vez? ¿La nueva casa? —Solo he visto fotos, las mismas que tú —le recuerdo. —Lo sé, pero me gusta escucharte hablar de cómo será.

—Está bien —digo sonriendo—. Está pintada de amarillo con la puerta azul oscuro. Y tiene tres habitaciones. —Una para ti, una para mí y una para Seth —interrumpe. —Es correcto. Y arreglaremos tu cuarto justo como lo quieras. —¿Y podré tener esas estrellas que brillan en el techo? —pregunta por centésima vez. —Por supuesto. Ahora, una cosa que tienes que recordar es que la cocina y la sala son un poco más pequeños. —Pero eso está bien —dice moviendo la cabeza—, porque tiene un gran patio. Con una cerca de árboles y muchos lugares donde Jinxy se puede esconder. Me río. —Exactamente. Estoy casi sorprendido de lo bien que van las cosas. La casa en Gainesville va a estar lista para la primera semana de junio. Y creo que encontré al inquilino que puede hacerse cargo de la casa de Green Cove y que puede mudarse una semana después. Los tiempos van bien, tanto que estoy comenzando a preocuparme que todo sea demasiado bueno. Usualmente cuando las cosas van tan bien en mi vida, es una señal que todo está a punto de irse a la mierda. —¿Crees que pueda incluso existir espacio para un perro? —pregunta Carter mientras comienzo a girar en nuestra calle. —¿Un perro? Estas pidiendo demasiado —le respondo. Y luego noto algo fuera de lo normal— ¿Qué dem…? Carter pregunta: —¿Qué es? Niego fuertemente. —Nada, amigo. Pero no es nada. Es un Mercedes plateado estacionado al final de nuestro garaje y por un terrible momento tengo miedo que hayan enviado a otro trabajador social, pero luego me doy cuenta que no existe manera en que un trabajador social maneje un auto así. ¿Entonces quién? Quien quiera que sea, creo que debió esperar mucho para verme, porque todavía no había estacionado la camioneta cuando la puerta del Mercedes se abre y alguien con traje y maletín en mano baja. Presto mayor atención a quien es. Es el papá de Amelia, pero no tengo idea qué hace aquí. La última vez que lo vi, estaba hundiéndose en su oficina con una botella de bourbon. Ahora se ha bañado y rasurado y lleva un par de zapatos brillantes, y se acercaba con la mano derecha extendida.

—Hola. De pronto, él aquí, hace que mi corazón se detenga. —¿Algo está mal? ¿Amelia se encuentra bien? El señor Bright baja su mano y hace un movimiento para tranquilizarme. —Sí, sí, todo está bien con Amelia —dice—. Estaba esperando que tú y yo pudiéramos tener una charla. ¿Una charla? ¿Con el padre de mi ex novia? Varios pensamientos rondan por mi mente, ninguno bueno, pero no sé cómo salir de esta situación, así que cruzo mis brazos alrededor de mi pecho, controlando mis expresiones y digo: —Por supuesto. El señor Bright se da cuenta del cambio en mi lenguaje corporal y levanta la ceja. Creo que está a punto de preguntarme algo, pero Carter interrumpe, saliendo de la camioneta y pregunta: —¿Quién eres? —Mi nombre es Bill Bright, ¿y tú? Mi hermano se pone derecho. —Soy Carter Holbrook. —Encantado de conocerte, Carter. Amelia me dijo que eras un niño, pero no mencionó lo alto que eras. —¿Amelia Bright? ¿La conoce? —Así es. —El señor Bright le sonríe—. Es mi hija. —¿Está también aquí? —pregunta Carter, mirando alrededor del señor Bright por alguna señal. —No, me temo que vine solo. Tengo algo de lo que quisiera hablar con tu hermano mayor, ¿si eso está bien? —¿De qué? —pregunta curiosamente. —Bueno… —El señor Bright levanta la mirada hacia mí, y entiendo la señal. —Carter, ¿por qué no vas a jugar videojuegos? —sugiero, dándole un pequeño apretón a su hombro. —Pero dijiste que nada de videojuegos hasta que terminara la tarea. —Si cambio de parecer, ¿vas a discutir conmigo? Niega energéticamente y corre delante de nosotros hasta la puerta. —¡Fue un gusto conocerlo, señor Bright! —Un gusto en conocerte, Carter —dice antes de voltearse, esperando. No estoy seguro qué hacer aquí. —¿Le gustaría pasar?

—Eso estaría bien. Sintiéndome completamente fuera de lugar, incómodamente conduzco al señor Bright hacia la puerta delantera, cruzando el pasillo para llegar a la cocina. Seth está de pie junto al mostrador, sosteniendo un sándwich submarino a medio comer. —Oye, estaba pensando…. —Se detiene cuando ve a alguien detrás de mí—. Oh, lo siento, ¿hola? —Seth, él es el señor Bright, el papá de Amelia. Y él es —digo, señalando a ambos—, es mi amigo Seth. Seth traga el bocado que estaba masticando y se limpia las manos en su pantalón para poder saludar al señor Bright. —Un gusto. —Mira de un lado a otro, y toma el plato con su sándwich—. Bueno, creo que les daré algo de privacidad. —Gracias. Cuando estamos solos, el señor Bright se sienta a la mesa, y yo, inseguro de qué hacer, le ofrezco algo de beber. —Agua está bien —responde, acomodándose y sacando papeles de su maletín. Agua puedo darle, creo, acercándome al gabinete del lavabo. Cuidadosamente reviso el vaso para asegurarme que no esté asqueroso o manchado, y sé que es probablemente ridículo. No es como si el papá de Amelia no haya notado el sofá roto cuando pasó, o la caja de pizza vacía en la cima del bote de basura, o las marcas de desgaste en toda la mesa de la cocina. —Así que, ¿de qué trata todo esto? —pregunto, colocando el vaso con agua en la mesa—. ¿Gané algo? Alza la vista de sus papeles, confundido. —¿Disculpa? —Lo siento, mal chiste. Yo… —Niego—. ¿Por qué está aquí? —En realidad es bastante sencillo. Vengo a ofrecerte mis servicios legales en el caso de custodia de tu hermano. Eso es, si quieres. Estoy demasiado sorprendido como para hablar en ese momento. Me siento en una silla. El señor Bright continúa hablando. —Antes de aceptar, tienes que entender que las custodias no entran en mi área de experiencia. Eso no quiere decir que nunca he lidiado con la corte familiar, solo que esto no es mi especialidad. Amelia dijo que tu fecha para ir a la corte es el once de mayo, lo que no nos deja mucho tiempo. Podría pedir una extensión, pero entonces estarías a la expectativa. Todavía tratando de asimilar el asunto, niego. —Espere… ¿usted realmente quiere ayudarme? ¿Pero cómo? ¿Por qué?

—Mi hija me dijo que necesitabas abogado y … —Se encoje de hombros—. Habla muy bien de ti. Y el hecho que lograste conquistarla me dice suficiente. —Gracias, pero debería saber que Amelia y yo terminamos. —Soy consciente de eso Sebastian… ¿O prefieres Bash? —Este… Bash está bien. Y si realmente lo quiere hacer… sobre aceptar nuestro caso, puedo pagarle —le digo, no esperando que piense que lo acepto gratis—. He estado ahorrando el dinero extra que hago de las camisetas. —¿Camisetas? —Sí, señor. He estado vendiendo mis diseños a un sitio web. —¿Un empresario? —pregunta, asintiendo en aprobación—. Eso irá bien en la corte. Y acerca de mi paga, podemos discutir los detalles después. Por ahora, me gustaría centrar toda nuestra energía en desarrollar una estrategia. Voy a hacerte muchas preguntas y necesitaré total honestidad de tu parte. Bash, no podré ayudarte si no sé a qué nos enfrentamos. ¿Entiendes? —Sí, señor. Se acomoda en su asiento y me observa. —Dime, hijo, ¿estás listo para esta pelea? —Lo estoy.

Una de las peores maneras para despertar es con el sonido de las sirenas acercándose a mitad de la noche. Estoy fuera de mi cama en un segundo, mi cerebro tratando de despertar mientras hago una visita al cuarto de Carter. Él está perfectamente bien, durmiendo con sus brazos y piernas abiertas, como una estrella de mar. Su oso y cobija al borde de la cama, así que me acerco y las muevo más cerca de su almohada. Seth debió escuchar las sirenas, y tuvo la misma idea que yo porque aparece en la puerta. —¿Está bien? —murmura. —Está bien —susurro, saliendo de la habitación y cerrando la puerta. —Me pregunto para qué estarán. —No tengo idea. Las sirenas se acercan más y más. Parpadeantes luces azules y rojas interrumpen la oscura y tranquila sala. Seth se acerca a la ventana del sillón y usa sus dedos para separar las persianas. —Santa mierda —exclama—. ¡Están justo al lado!

—No —digo, pero sí, al menos tres patrullas con las luces girando están afuera de la casa de mi vecina. —Deben estar aquí por Paul. —¿Crees que sea malo? —pregunto, pensando en la madre de Paul, Sandra. —Considerando toda la mierda que se ha metido, diría que sí, es probablemente muy malo. —Mueve sus dedos dejando que las persianas regresen a su lugar—. Pero solo existe un modo de descubrirlo. No somos los únicos vecinos afuera a las cuatro de la mañana. La señora Larson de dos casas más abajo está en su garaje; el señor y la señora Ward han sacado sillas plegables de su garaje y las han colocado en su jardín, viendo cómo Paul y otro chico son escoltados de su casa por cuatro oficiales. —Mierda, ese es Levi Palmerton —murmura Seth. Con Levi y Paul esposados y asegurados en las patrullas, la actividad baja rápidamente. Descubrimos que fueron arrestados por un delito grave y que es probable que estén encerrados por un largo tiempo. Comienzo a preocuparme por Sandra, pero nos descubre mirándola y nos dice que fue ella quien los acusó. —Eso les pasa por pelearse a golpes en mi casa —dice, poniendo su bata de baño morada, más cerca de su cuerpo—. Paul pensó que me sentaría y observaría, pero llamé a la policía y cuando llegaron… bueno. Ambos chicos están metidos en algo y déjenme decirles, Paul no escogió el mejor lugar para esconder sus drogas o dinero. Cuando nuestro Señor estaba repartiendo cerebros, creo que olvidó a mi hijo. Ahora tengo que regresar y comenzar a limpiar. Esos oficiales no fueron muy ordenados cuando se pusieron a buscar. —¿Necesita ayuda? —le pregunto. —Eres muy dulce, pero limpiar me ayudará a mantener la cabeza ocupada y Dios sabe que necesito eso en este momento. Después de eso, Seth y yo regresamos a casa, pero ambos estamos demasiado despiertos para volver a dormir. Mientras Seth está sirviendo dos tazas de café, digo algo que había estado pensado desde que vi a Paul ser sacado de su casa. —Pude haber sido yo. Seth niega. —No, tú no eres Paul. —Tal vez no, pero pensé en ello… Dinero fácil, la oportunidad de dejar de preocuparme tanto. Sabes que lo hice, Seth. —Pero al final siempre haces lo que es correcto, porque ese es quien tú eres y porque pones a Carter en primer lugar. —Hace una pausa—. Hablando de … ¿el papá de Amelia realmente va a ayudarte? Soplo en mi taza, haciendo ondas con el café negro. —Es lo que dice.

—Qué, ¿no le crees? —No, sí le creo —respondo—. Pero no puedo aceptar la idea de que alguien nos está cuidando. Me temo que todo esto se trate de un mal chiste. —No es un chiste. Te está ayudando porque su hija te ama. Lo miro enojado. —Ella terminó conmigo. Se encoje de hombros. —Es más como, terminó consigo misma. Deberías decirle sobre la universidad y cómo estás haciendo algo con tu vida. Acepta mi consejo, las chicas aman esa mierda. Cierro los ojos, no queriendo escuchar eso. No queriendo pensar de nuevo en Amelia y sus brillantes ojos café, y en su suave y brillante cabello. Ella es demasiado. Esto es demasiado, ese sentimiento de que terminé y que quizás nunca sentiré nada tan bueno otra vez. —No hables de eso —le digo, apretando los dientes—. Rachel ya lo intentó. —¿Rachel? —Sí, vino a verme esta tarde con una mierda acerca de sonreír y esperanza. — Suspiro—. Pero se terminó, y decirle a Amelia que me mudaré no cambiará eso, lo cual está bien. Finalmente me acostumbré a que se fuera y no esté en mi vida. Me mira incrédulamente. —Es verdad —digo, mi voz de pronto ronca—. Ella ha sido mi debilidad, pero estoy cansado de esperar y de la esperanza. No es más que una pérdida de tiempo. Seth le da un sorbo a su café y piensa un poco antes de hablar. —Eso es malo, amigo. El mundo es un lugar horrible sin un lugar para la esperanza.

i cabeza es un desastre. Mi lengua se siente hinchada en mi boca. Santa salsa, ¿qué rayos estoy haciendo?, pienso mientras mis ojos pasean por el largo porche y por el banco colgante, y la impresionante colección de helechos en macetas. Las tablas de madera del porche están pintadas de brillantes café oscuro y puedo ver partes de mí reflejadas en la pintura. ¿En qué estás pensando? Silenciosamente pregunto a mi borroso reflejo. —No es que no aprecie lo que estás haciendo hoy y sabes que te llevaría hasta Júpiter de ser necesario, pero, ¿estás seguras de esto? Levanto mi cabeza y encuentro los ojos de Audra esperando. Trato de sonreír. —No —le digo honestamente—, no estoy para nada segura. —¿Pero lo haces de todos modos? —Más que una pregunta es una confirmación. —¿Crees que es loco? —De ninguna manera. Creía que ir a Charleston esta mañana era loco. Creo que esto es valiente. —No me siento valiente —digo, alzando la mirada. Luego, preparándome, toco el timbre junto a la enorme puerta roja y doy un paso atrás. Un perro ladra desde el interior de la casa. Se escuchan pasos. Finalmente, después de lo que parece un largo tiempo, una mujer con cabello café asoma la cabeza por la puerta, sus lentos y cuidadosos movimientos me recuerdan que pasó los últimos cinco meses esquivando fotógrafos y reporteros. —¿Puedo ayudarles? —pregunta cuidadosamente, casi sin mirarnos. —¿Señora McGovern? Pero la mujer no responde. Sostiene el marco de la puerta más fuerte y su cuerpo comienza a temblar. —¿Amelia Bright? No puedo hablar por el nudo que crece en mi garganta, así que asiento.

Se cubre la boca con la mano y cierra los ojos para evitar las lágrimas. Luego asiente y da un paso atrás, para dejarnos entrar a su casa. —He estado rezando todos los días para poder hablar contigo un día —nos dice mientras nos aleja a su labrador y nos guía hacia una pequeña sala de estar—. Pero nunca esperé que mis súplicas fueran escuchadas. Cuando todas estamos sentadas, ella aprieta su suéter a su alrededor y pregunta: —¿Puedo traerles algo de beber, chicas? Tengo té dulce y limonada. —No, estamos bien —respondo fuertemente, tratando de no sentirme abrumada por las fotografías colgadas en las paredes verdes. Tiene una foto familiar encima de su chimenea negra. En ella Spencer tiene alrededor de doce años y está sonriendo a la cámara con una boca llena de frenillos. Luego está un collage de fotografías del último año en un marco negro: Spencer sentado en el pasto, Spencer sosteniendo un balón bajo su brazo, Spencer en un traje con su cabello cubierto en gel alejado de su frente. Pero una pequeña foto de 5x7 me corta la respiración. Me pongo de pie, temblorosa, y me acerco para estudiar mejor la fotografía. Nunca la había visto antes. Mi hermana y su asesino están junto al otro, abrazados. Daphne está sonriendo ampliamente y la corona del Baile de Bienvenida brilla arriba de su cabeza. Spencer se ve apuesto en su traje y corbata que combina con el vestido de Daphne. ¿Cómo las cosas pudieron ir tan mal después de esto? ¿Cómo esas sonrisas cambiaron tan drásticamente? Detrás de mí, la señora McGovern dice: —No estaba segura de qué hacer con esa. En realidad, no estaba segura de qué hacer con todas. Dejarlas puestas se siente mal, pero quitarlas… El padre de Spencer no puede entender por qué no las quemé después de lo que hizo. — Solloza—. No estábamos de acuerdo en tantas cosas, él termino yéndose a Atlanta en febrero. No he escuchado mucho de él desde entonces. Giro y trago, dudando. —Lo lamento. Me observa, su cuerpo rígido. —Cariño, yo lo siento. Ni siquiera sé cómo podré pagar tu pérdida, pero estoy agradecida de que vinieras. Los últimos meses han sido imposibles. Pero quiero que sepas que rezo por ti y tu familia todos los días. Mi aliento queda de algún modo atrapado en mi garganta. Había odiado tanto a Spencer, que me permití acostumbrarme a esa sensación hirviente de odio, ese sentimiento negro como un desagradable hueco en la superficie de mi corazón. Me sentía cómoda, de algún modo lo necesitaba, porque era más fácil que estar enojada, que sentir el dolor.

Pero mirando el triste y arrepentido rostro de la mamá de Spencer, me doy cuenta que no importa qué sucedió, esta mujer perdió a su hijo. Su mundo cambió drásticamente en el mismo momento en que el mío lo hizo. Y por lo menos yo puedo dormir sabiendo que mi hermana fue honrada y se llevó luto. La mamá de Spencer había estado sufriendo sola en su casa vacía, sola en su dolor. Y yo debería saber, mejor que nadie, que no existe regla alguna en cómo extrañar a alguien. Solo lo haces. —Desearía poder regresar el tiempo —dice, su voz temblando en un sollozo—. Desearía haber sabido más acerca de lo que Spencer estaba pensando. Era su madre. Era mi trabajo y fallé. Debí ser capaz de salvarlo, y a tu hermana. Lo siento tanto. No lo pienso mucho. Cruzo la habitación hasta llegar a ella, tomo aire y digo las palabras que se necesitan decir. —No es su culpa. No puede hablar, pero entrelaza mis manos con las suyas. Su piel es fría y suave y puedo sentir sus dedos entre los míos. Nunca dejará de dolerme Daphne. Y probablemente nunca perdone o entienda del todo. Eso parece algo imposible de haber. Pero tal vez el universo es más grande de lo que puede cargar mi corazón. Al menos, eso espero. Realmente lo espero.

—Una pausa más que hacer —dice Audra, estacionando el auto. Mi estómago se estremece mientras bajo la ventana del auto y miro hacia afuera, a las blancas y esponjosas nubes. No tengo idea qué esperar de este encuentro. —Aunque no lo creas —digo—. Creo que estoy más nerviosa de esta de lo que he estado todo el día. —Amiga, puedes hacerlo. —¿Lo crees? Mueve la boca hacia un lado. —Claro que sí. Todo lo que tienes que hacer es hablar con él. —¿Y decirle qué? Él contaba conmigo y lo defraudé de muchas maneras. —Le vas a decir que lo sientes. —Puedo pedirle perdón, pero él tiene todo el derecho en estar molesto conmigo, por básicamente abandonarlo este semestre. Audra pone los ojos en blanco y se ríe, pero no es una risa animada. —No va a estar molesto contigo.

—Puede que lo esté. —Está bien —dice mientras toma el volante y pone su mano en la llave—. ¿Deberíamos irnos? —No —digo rápidamente mientras comienzo a salir—. Ya voy. —Estaré aquí —grita desde el auto. Dios, estoy nerviosa. Después de todo lo demás, pensarías que esto sería nada, pero mientras voy caminando por el largo y ancho pasillo, mi corazón se siente como si estuviera en un elevador que va directamente al sótano. Ya estando en la puerta, vuelvo a dudar mientras reúno algo de valor, luego entro silenciosamente. Él está en una mesa no tan lejos de mí, su cabeza gacha, su cabello negro cubriéndole los ojos. No lo llamo. Permanezco recargada en la pared por un minuto y lo veo con su nueva tutora, una estudiante de segundo año de mi escuela. Creo que su nombre es Riley Adams. Debieron pasar cinco minutos antes de atreverme a atravesar la cafetería para llegar a su mesa. Cuando estoy lo suficientemente cerca para ser notada, la chica, Riley, alza la mirada. Está sorprendida de verme aquí. —¿Amelia? —Hola. Eh… Riley, ¿verdad? Asiente, aparentemente satisfecha que conozca su nombre. —Hago tutorías aquí en la tarde. Asiento un poco avergonzada. —Sí, solía hacer lo mismo. Carter fue mi alumno estrella. En respuesta a eso, Carter gruñe y cruza los brazos. Me duele. Esta es exactamente la reacción que temía. Audra estaba tan segura que él no estaría enojado, pero lo sabía. Tenía todo el derecho a huir de mí. Permanezco de pie en un silencio incómodo por algunos segundos, antes de armarme de valor y señalar el lugar en la banca junto a Carter. —¿Estaría bien que me les una? —Por supuesto —responde Riley, y cuando Carter todavía no dice nada, ella le da un codazo, él le da un dudoso gesto de aprobación, luego se hunde más en el banco. —Así que… ¿qué estás leyendo Carter? —pregunto en un tono que claramente deja ver la ansiedad que está creciendo en mí. Él ignora la pregunta y baja la mirada al libro en sus manos, que es una copia de la biblioteca, un libro acerca de tiburones. Riley finalmente comprende que algo está mal, y responde por él: —En realidad, estamos iniciando un nuevo libro hoy porque Carter avanzó al siguiente grupo de lectura en su clase.

—Vaya. ¡Bien por ti! —Le aplaudo. Todavía nada. Riley se encuentra con mi mirada y pronuncia una disculpa silenciosa. Puedo sentir mis mejillas sonrojarse. —Así que… Amelia —dice, parándose lentamente de la banca—. Me preguntaba si, ¿podrías tomar mi lugar por un minuto? Acabo de recordar que olvidé hacer una llamada. Asiento, agradecida. —Me encantaría. Siempre y cuando esté bien con Carter. Otro gruñido. Cuando Riley se va, vuelvo a mirar su cabeza. —Así que, ¿te gustaría leerme algo? Toma un minuto, pero se encoge de hombros y abre el libro y dice: —Supongo. Luego procede a leer el primer capítulo completo sin mi ayuda. —Santo cielo, Carter. Eso fue increíble. —Me emociono. Es la verdad. Estoy muy orgullosa de él que siento lágrimas en mis ojos—. Has mejorado tanto. Puedo notar que quiere sonreír a mis palabras, pero no lo hace. En su lugar, levanta la cabeza y muerde su labio inferior. —Gracias. —Luego arruga su nariz y me mira a los ojos—. Puedo leer más si quieres que lo haga. Es un progreso. Tratando de no ser tan obvia con mi alegría, porque no sería para nada genial, me encojo de hombros y digo: —Eres increíble, así que, por supuesto que me gustaría que leyeras para mí, pero solo si lo deseas. Asiente. —Voy a leer. Sonrío. —Genial. Carter lee los siguientes dos capítulos fácilmente. Cuando termina cierra el libro y voltea a verme y sé que es mi señal para terminar con esto y sacar la curita de un jalón. —Carter —digo seriamente—, entiendo que estés enojado conmigo. Y no te culparía si no puedes perdonarme, pero quiero que sepas que realmente los siento. No dice nada al principio. Juega con las páginas del libro y tímidamente se muerde el labio. Luego, finalmente me mira y dice: —Mi hermano dice que ya no eres su novia.

—Es verdad. —Pero luego, me dijo que tu papá nos está ayudando. —Eso también es verdad. Hace una mueca. —¿Por qué ya no eres su novia? ¿Bash hizo algo? ¿Te hizo enojar? —No, para nada. Suspira y niega. —No entiendo a los adolescentes. Es una cosa tan ridícula para que diga un niño de siete años, que comienzo a reír. —¿Por qué es tan gracioso? Muevo mi mano en el aire. —Solo confía en mí. Me deja reír, luego mira por encima de su hombro y se acerca para susurrarme. —Quiero decirte algo. —De acuerdo. —Era más divertido cuando tú estabas. Me gusta Riley, pero no me gusta como tú. Me siento orgullosa. —No debería admitirlo, pero estoy feliz de escuchar eso. Él sonríe, algo tímido, pero eventualmente me enseña los dientes. —Desearía que fueras mi tutora el próximo año, pero ya no viviremos aquí. Mi corazón se detiene. —Escuché algo al respecto. —Vamos a vivir en Gainesville, Florida, en una casa amarilla. —¿En serio? Asiente entusiasmadamente. —Y tiene un gran jardín con muchos árboles. —Vaya. —Y voy a tener un perro. —¿Vas a tener uno? —Bueno, Bash todavía no dice que sí, pero tampoco ha dicho que no y eso usualmente se vuelve un sí. —Ya veo.

Hace una pausa, luego baja la mirada. —¿Puedo preguntarte algo Amelia? Me acerco. —Puedes preguntarme lo que sea. —¿Mi hermano te hizo triste? —No, no lo hizo. Pero creo que yo lo puse triste por haber estado así. Carter asiente, pensando un poco. —¿Porque tu hermana murió? Me obligo a tragar el nudo de mi garganta. —Sí. —Lo entiendo. ¿Sabes que mi mamá murió? —Lo sé. —Todavía me pongo triste, porque todos mis amigos tienen a sus mamás, pero yo no. Y ella era la mejor —me dice—. Podía contar hasta cuatro millones, y podía cantar canciones y hacer la voz del pato Donald. —Suena como alguien bastante especial. —Lo era. Y cuando me pongo triste y la extraño, Bash me recuerda que es una cosa buena porque mamá es un ángel ahora, lo que significa que puede estar donde sea todo el tiempo, cuidándonos. Apuesto a que está aquí con nosotros ahora. —Creo que tienes razón. Sonríe e impulsivamente me abraza por la cintura, apretándome fuerte. Luego me mira y dice: —Así que quizás, ¿tu hermana es un ángel también?

a meta aquí es terminar con este problema de la mejor manera — dice la juez—. Todos estamos aquí esta tarde porque cada uno de ustedes tiene un interés en el menor Carter Holbrook. Tratemos de recordar eso antes de continuar. Asiento, mi corazón como una pesada piedra en mi pecho. La habitación no tiene ventanas y es frío. Miro al frente de la ancha mesa de roble a mi tía. Ella está sentada con los hombros caídos y sus brazos sobre su regazo. Sus ojos están húmedos con lágrimas. Sentada junto a ella, mi tío se encuentra erguido y firme en su traje gris. La habitación es como una funeraria para familias. Pensé que estaríamos en un verdadero tribunal, con el juez en el estrado y testigos esperando, pero el señor Bright me dijo que el condado ya no hace eso para casos de custodia. Al final de la mesa, la juez habla un poco más, explicando el proceso y que tuvo la oportunidad de ver todo el papeleo y de hablar con la trabajadora social que fue a mi casa en el otoño. Se aclara la garganta y le pregunta algo al señor Bright. —Sí, está aquí —dice, pasándole un pedazo de papel. La juez se acomoda los lentes, y mira el papel. —Muy bien. Carter está en el pasillo en caso que necesite hablar con él, ¿es correcto? Asiento. Odiaba arrastrarlo a esto, pero el señor Bright dijo que no tenía opción. La juez podría hablar con Carter y hacerle preguntas de cómo era su vida y dónde le gustaría vivir. —Bueno, creo que todo está en orden. Ahora iniciemos con… —¡Espere! Mi corazón se acelera. ¿Espere? Levanto una ceja a mi tía. —¿Espere? Mi tío también la mira. —¿Qué pasa, Denise?

Mueve su cabeza a la manga de su chaqueta y comienza a llorar. —No puedo hacerlo. ¿Qué quiere decir con eso? Tengo algo de miedo para hablar. Mike acaricia su brazo y su abogado le dice algo a la oreja. Ella hunde su rostro en sus brazos y llora más fuerte. Miro al señor Bright y comienzo a preguntarle algo, pero levanta su mano, advirtiéndome que espere y deje que pase. Él es el abogado, y yo soy nadie, así que hago lo que dice. El abogado de mis tíos comienza a pedir un descanso, pero Denise pone una mano en su brazo y lo detiene. —No necesito un descanso —dice, mirándome a través de sus lágrimas. —¿Está segura? —Estoy segura. La juez le pasa un pañuelo, que ella acepta agradecida. Mi cerebro está por todas partes. No tengo idea de qué está pasando, pero tal vez es porque nunca había estado peleando la custodia de nadie. Quizás esto ocurre todo el tiempo. Quizás esto es una trampa, una estrategia para simpatizarle a la juez. Y luego, antes que pueda organizar mis pensamientos, mi tía me mira y dice: —Perdóname, Bash. —Espera… ¿Qué? ¿Me pides perdón? Asiente. —Sé que parece que dudamos de ti, y tal vez lo hicimos un poco, pero estoy tan feliz de que nos probaras que nos equivocamos. Todo este tiempo no dejaba de pensar: qué era lo que Jean Anne quería, y … ahora que estoy sentada frente a ti, sé que me diría que esto es un error. Ahora estoy completamente perdido. —¿Qué quieres decir? ¿Qué es un error? —Esto —dice, mirando alrededor de la habitación—. Mike y yo queremos dejar la demanda. No quiero emocionarme, sigo confundido. —¿Por qué? —pregunto, negando—. ¿Qué cambio? —Digamos que tu novia es muy persuasiva. Vino a vernos la semana pasada. —¿Quieres decir Amelia? Mi tía asiente. —Nos dijo lo mucho que has trabajado y nos hizo saber que irás a la Universidad de Florida. Estoy muy orgullosa de ti por eso. Y tú mamá… bueno, ella también lo estaría.

—Pero Amelia y yo… ni siquiera estamos… ¿Cómo te…? —Todo está pasando tan rápido que no puedo organizar mis ideas. Me volteo hacia el señor Bright y le pregunto: —¿Sabía algo de esto? Se aclara la garganta. —Tenía la sospecha que planeaba algo, pero no estaba seguro de qué era. Recuerdo algo más. —¿Fue usted quien le dijo acerca de la universidad? Niega. —No, puedo asegurarte que no fui yo. Seth. Pienso en mi mejor amigo que espera en el pasillo con Carter. No estoy seguro si debería ahorcarlo o hacerle una fiesta. —¿Es así de fácil? —le pregunto al señor Bright. Él mira a la juez, que mira a todos en la mesa y dice: —Les dije que el objetivo de hoy era encontrar la solución más justa. Si el señor y la señora Maxwell están de acuerdo en que no quieren continuar con la demanda, no veo motivo por el cual debamos continuar con esto ¿usted lo cree, señor Holbrook? Niego fuertemente. —No, señora. Mi tía Denise levanta la mano dudosa. —Solo tengo una petición. —Está bien —le respondo cuidadosamente. —Mike y yo solo te pedimos que nos hables si necesitas ayuda. Levanto las cejas. —¿Es todo? —Es todo, Bash. Solo… —Se detiene y deja escapar una profunda respiración. Está tratando de no llorar y eso me duele—. Solo quería lo mejor para ti y Carter, pero después de hablar con Amelia, me di cuenta que hice muchas cosas más. —Tía Denise, no tienes que explicar tus acciones. —¿No? Debería… —Junta los labios—. Estaba tan concentrada en extrañar a Jean Anne y queriendo conservar una parte de ella conmigo que me perdí, y olvidé lo que más importaba. Pero tú eres mi familia y quiero que lo intentemos de nuevo. Mi tío Mike se acerca. —Creo que lo que tu tía quiere decir es que espera escuchar de ustedes cuando se muden a Florida. Trago y asiento fuertemente.

—Nuestra puerta siempre está abierta, y quizás Carter pueda visitarlos en verano. Miro alrededor de la habitación, deteniendo la vista en el señor Bright y la juez. Esto es posiblemente mala etiqueta en la corte, pero no me importa. Me pongo de pie y camino hacia donde está mi tía y la abrazo. Y puedo decir que es lo correcto. Ella me abraza y llora en mi hombro, y luego es turno de Mike. Después de eso, las cosas se mueven rápido. La juez y los abogados manejan los papeles, se sacuden las manos y se termina. Meses y meses de estresarme y todo termina en minutos. Seth y Carter nos esperan en el pasillo, con una pila de crayones y un montón de libros para colorear entre ellos. Seth me mira preocupado cuando nota que sostengo la mano de mi tía. —¿Tan pronto? —Se terminó. Él y Carter se ponen de pie. —¿Y? Miro a mi hermano. Tengo lágrimas en los ojos. —Nos vamos a quedar juntos. Sus ojos se iluminan. —¿Lo dices en serio? Seth y yo nos sonreímos. Luego pongo mi brazo alrededor de su cabeza. —Eres todo mío. Aleja su cabeza. Su ceño fruncido. —¿Nunca fui tuyo?

Ha sido un día lleno de giros. Mientras dejamos la corte, no tengo idea de qué decirle al señor Bright. Unas gracias no parece suficiente. —Así que es todo —dice girando hacia mí. —Eso creo. Ambos miramos hacia los escalones en silencio. Seth y Carter están metros adelante, esperando ir por helado. Después de esto, estoy dispuesto a comprarle a Carter una bola de cada sabor. —Vamos a ir por helado —le digo—. ¿Quiere acompañarnos? —Agradezco la oferta, pero creo que iré a casa.

—Nos encontraremos con mis tíos ahí —le digo, todavía sorprendido de cómo salieron las cosas. El señor Bright sonríe. —Eso es maravilloso. No es común que dejes la corte y vayas por helado con tu oponente. Comienzo a reír. —¿Cuándo comienzas clases? —pregunta. —No inicio hasta la segunda sesión de verano, pero nos iremos uno o dos días después de la graduación, porque ya tenemos inquilinos esperando por la casa de aquí. Quiero estar seguro de dejar todo vacío a tiempo. Asiente. —Eso es genial, hijo. ¿Necesitas ayuda? —No, señor. Creo que ya ayudó demasiado. —Me detengo y niego—. No tiene idea de lo que significa para mí el no tener que preocuparme más por esto. Gracias no es suficiente. —En realidad no hice nada —dice, riendo. —Pero sí lo hizo. Amelia también. Todavía estoy aceptando el hecho que fue ella quien fue a casa de mis tíos. Parece loco, pero lo hizo. ¿Cuándo? ¿Por qué? Eran preguntas que no estaba seguro si tendrían respuesta. Y tal vez no las quería. Porque pensar en ella me llevaba a extrañarla, y extrañarla a amarla, y amarla a perderla. Una vez más. El señor Bright dice: —En verdad soy yo quien debería agradecerte. Estas últimas semanas… — Suspira—. Bueno, supongo que podría decir que me regresaste a la vida. Necesitaba algo por lo que luchar. Después que perdí a Daphne creo que me perdí. Todos lo hicimos. —¿Le dirá a Amelia que ganamos? —Claro. Quizás se pondrá feliz de escuchar que te quedas con Carter. A ella le importan demasiado los dos. Me quedo sin palabras. —Sé que no es mi lugar, hijo —continúa el señor Bright—, pero como padre ya he perdido muchas oportunidades y sin importar si estoy interfiriendo o no, no perderé más oportunidades. Amelia… tú sabes que es especial. Tengo un nudo en la garganta. —Lo es. —Y sé que los niños serán niños, pero mi niña te extraña. Y quizás no está lista para admitirlo todavía, pero espero que cuando lo este, no la dejes simplemente extrañarte.

stoy de vuelta en la tierra con Daphne. Esta vez, estamos sentadas lado a lado y nuestras piernas están dobladas como carpas sobre la tierra suave. Es un día caluroso. Estoy parpadeando ante los deslumbrantes rayos de luz amarilla que se cuelan entre las ramas cubiertas de musgo del gran árbol. —Te dije que esto funcionaría —está diciendo Daphne. El mismo pequeño pájaro de antes se posa en su hombro con su cuello metido en sus plumas. —Daphne, ¿dónde estamos? —pregunto, mis ojos esforzándose por darle sentido a la geografía. Juro que puedo oír el sonido de las olas, pero este lugar no parece estar lo bastante cerca de la playa—. ¿Es esto Green Cove? Daphne niega y ríe. —Olvida eso y extiende tu brazo. Esto es más importante. Hago lo que dice y miro, asombrada, mientras tiernamente urge al pequeño pájaro de su hombro hacia mis dedos. —Es tan ligero. —Lentamente me inclino más cerca para poder mirar los pequeños y brillantes ojos negros sin asustarlo. —Por supuesto que lo es. ¿Cómo volaría? Me enderezo de nuevo y miro inquisitivamente a mi hermana. —¿Qué se supone que haga con él? dice:

Daphne sonríe. Luego toca mi codo, levantando mi mano hacia el cielo, y —Dejarlo ir.

—¿Qué tal esa bufanda, la que tiene bordado en los extremos? Siempre me gustó esa que hacía juego con tu vestido púrpura de Tory Burch.

Alzo la mirada de mi recién adquirida bolsa de lona verde oliva de gran tamaño. —Nancy, voy a estar en un auto durante dos meses, no voy al Baile de Mujeres Auxiliares. Tengo que meter todo lo que lleve en esta bolsa, así que no voy a malgastar espacio con vestidos. Mi madrastra suspira mientras revisa la pila de leggins que le di para que doblara. —Aún no estoy segura de cómo sentirme respecto a esto. ¿Dónde dormirán? Ya hemos hablado esto diez veces. —Audra y yo vamos a acampar en algunos lugares y hemos localizado moteles para los otros. Niega. —¿Acampar y moteles? ¿Estamos seguras que es seguro? —No —digo fuertemente—, pero creo que estamos seguras de que nada es seguro, ¿no? Entiende a lo que me refiero y traga y vuelve a doblar, pero conozco a Nancy lo bastante bien para saber que no ha terminado. Y después de terminar con los leggings y siga con mis camisetas, dice: —No es que no lo apruebe. Inclino mi cabeza. —¿Quieres decir que no vas a renegarme por rechazar Emory? —Y Tulane y Wake Forest y Vanderbilt y la universidad de Charleston. —Nancy. —Lo sé, no estás lista y siempre puedes aplicar de nuevo el próximo año. —Así es. —Y lo entiendo y también tu padre. Pensamos que este tiempo con Audra será bueno para ti, pero vamos a extrañarte, eso es todo. Miro a Nancy de nuevo y pienso en ella y mi padre solos en esta casa. —Me siento mal sobre eso. ¿Van a estar papá y tú bien aquí? —Eso creo. —Tal vez deberían hacer un viaje —sugiero. Sonríe un poco. —¿Quién sabe? Tal vez haremos justo eso. Un par de minutos pasan. Mi bolsa está casi llena. Todo lo que necesito hacer es resolver qué zapatos llevarme. Esa idea me hace meter la mano en las profundidades de mi ropa para comprobar que recordé los calcetines.

—Un día —dice Nancy, gentilmente tocando mi mejilla—. Tendrás una hija y entenderás. —¿Entenderé qué? —Que todo lo que quiero es que seas feliz. Me detengo y saco mis manos de la bolsa para que sepa que la he oído. —Estoy trabajando en eso.

—¡Jesús, Audra! —digo al teléfono—. Se suponía que me dieras una lista de películas para entusiasmarme sobre el viaje en carretera. —¿Me estás diciendo que no estás disfrutando Jeepers Creepers? Es un clásico. Echo un vistazo a mi ordenador portátil donde la película está en pausa. —Uh, es aterradora. Suspira. —Alerta de spoiler: los viajes en carretera no son todo diversión y juegos. Quiero que estés preparada cuando se pinche una rueda en la carretera a las tres de la mañana. —Entonces debería estar leyendo un manual de autos —le digo—. A partir de ahora, si se pincha una rueda, voy a ser inútil porque estaré demasiado ocupada asustándome muchísimo pensando que estamos a punto de acabar como el plato principal de algún tipo de ritual demoníaco. Audra ríe. —De acuerdo, te daré una lista mejor. —Por favor, hazlo. Oh, y tendré tu lista de equipaje lista para mañana. —Por supuesto que sí. —Se ríe—. Déjame adivinar, ya empacaste, ¿cierto? —Prácticamente. Nancy quiere llevarme a Target mañana para comprar un poncho, una linterna potente y una buena cuerda. —¿Qué? ¿Por qué cree que necesitarás esas cosas? No vamos a hacer supervivencia o asesinar a nadie, que yo sepa. A pesar que no puede verme, me encojo de hombros. —Dice que le hará sentir mejor saber que estoy preparada para todo tipo de emergencias. —Lo que sea —comenta Audra. Oigo algo crujir de fondo y entonces dice—: Oye, ¿puedo llamarte en un rato? Mi padre me está llamando.

—Claro. En realidad, estoy cansada, así que hablaremos mañana, ¿de acuerdo? —Suena bien. —Buenas noches. —Buenas noches, Tetas de Azúcar. Me río y termino la llamada. No tengo ningún interés en acabar esta película, así que apago mi ordenador y miro alrededor de mi habitación. ¿He empacado todo? Aún me quedan diez días antes que nos vayamos, pero estoy nerviosa de estar olvidando algo crítico. ¿Debería llevar una chaqueta extra? Va a ser verano, pero nunca se sabe. ¿Y qué hay de libros? Tengo mi Kindle, pero después de casi tres meses, probablemente querré leer uno o dos libros de mis estanterías. El Kindle es lo más conveniente, pero, a veces, solo quiero la comodidad de sostener un libro en mis manos y sentir las páginas. Wuthering Heights tal vez. Y… me detengo, mis ojos viendo un blanco lomo agrietado. Fragile Things, el libro de historias cortas que Sebastian me prestó, está en el estante inferior. Rompimos justo después que me lo diera, así que lo puse allí, esperando olvidar. Recojo el libro y lo abro. Está la firma del autor, pero en la siguiente página, hay una inscripción que no había visto antes. Tal vez algunas cosas son frágiles, pero tu corazón no es una de ellas. Es invencible. —Mamá Toco las palabras, deseando haber conocido a la madre de Sebastian. Tenía razón. Su corazón es invencible, pero eso no significa que no hiciera mi mejor esfuerzo por romperlo. En una triste y lenta manera, pienso en esos días con él. La escuela de Carter y la fiesta. Nuestro viaje de medianoche a la playa cuando, si quería admitirlo o no, me enamoré al menos un poco. Pienso en la manera en que me sonrió en la oscuridad y nuestro casi beso en su cocina el día que Carter estaba enfermo. Y entonces, pienso en la torre de agua… la noche que viajé sobre el borde y caí al vacío. Nunca tuve la más remota posibilidad después de eso. Me siento en mi cama y empiezo a leer el libro. Leo por un largo tiempo, llegando al menos a tres cuartas partes, antes de parar. Ya no sé qué quiero, pero ahora sé lo que no quiero. No quiero estar asustada. No quiero estar enojada. No quiero ser esa chica que no puede decir las palabras que ya debería haber dicho. No quiero siempre mirar las cosas desde una distancia para poder aferrarme a esta idea de que son tan perfectas e inmaculadas. Quiero estar lo bastante cerca para ver las grietas y todos los espacios oscuros. Y si es verdad que todas mis mañanas están realmente empezando en este minuto, sé exactamente cómo quiero que vayan.

Con mi pulso latiendo con fuerza, recojo mi teléfono y tecleo un mensaje y presiono enviar. Ni siquiera respiro mientras espero. Amelia: ¿Cheetos o Fritos? No parece mucho, pero esas tres palabras forman una carta de amor. Este juego ha sido nuestro juego y al darle otra oportunidad, realmente estoy preguntándole algo más… si puedo tener otra oportunidad. Bash: Cheetos. Libero mi aliento. No es mucho, pero al menos respondió, ¿cierto? Y entonces mi teléfono vibra de nuevo. Bash: ¿Gelatina de fresa o de uva? Amelia: Fresa. Bash: ¿Ni siquiera quieres pensarlo? Amelia: No lo necesito. No hay competición. Ni siquiera entiendo por qué hacen gelatina de uva cuando hay fresa. Bash: Apuesto a que la gente uva diría lo contrario. Amelia: ¿La “gente uva”? ¿En realidad existen? Pensé que solo eran un mito inventado para asustar a los niños. Bash: Oh, sí. La gente uva es una raza aterradora de seres subterráneos que irrumpen en casas y asaltan despensas, robando toda la gelatina de uva y el vino. Me río. Y entonces, tomo un gran aliento y hago una de las cosas más aterradoras que jamás he hecho. Pero, como Daphne dijo, si asusta, es probable que lo valga. Amelia: ¿Olvidarme o perdonarme? Cualquier cosa podría suceder aquí, pienso, mientras mordisqueo mis uñas nerviosamente. Tengo justo el suficiente tiempo para preguntarme si siquiera va a responder, cuando mi teléfono vibra en mi mano. Bash: Perdonarte. Nunca podría olvidarte.

quí estoy, en un incómodo asiento con una avispa zumbando alrededor de mi cabeza, a punto de convertirse en oficial. La tarde es abrasadora, un hecho que empeoró ya que estoy vestido de negro de la cabeza a los pies. Al igual que todos mis compañeros de clase. El director Johnson está en el escenario bañado por el sol hablando del año y explicando a la inquieta multitud cuán duro hemos trabajado todos por nuestros diplomas. Vuelvo mi cabeza por encima de mi hombro para buscar a Carter. Está sentado una docena de filas atrás entre la tía Denise y el tío Mike. —Antes de oír a nuestra graduada con las mejores calificaciones, Shayna Webb, me gustaría que guardáramos un momento de silencio para recordar a los estudiantes y profesores que perdimos este año. Todo el mundo se calla. —Como todos saben, hemos tenido un año muy difícil en Green Cove —dice el señor Johnson, luchando para mantener su voz firme—. Hemos rezado y llorado juntos en nuestras clases. No creo jamás que las palabras pudieran ser suficientes para explicar nuestra tristeza o aliviar nuestra pena, pero diré esto: al menos, nos tenemos los unos a los otros y el apoyo de nuestra maravillosa comunidad. »A pesar de las devastadoras circunstancias, he estado muy orgulloso de verlos levantar sus corazones, mostrando empatía y amabilidad, y trabajando para construir un futuro mejor. No podemos volver atrás, lo que significa que debemos ir hacia adelante y espero que cuando dejen este campus hoy, salgan al mundo llevando las lecciones que han aprendido y recordando a la gente que tocó sus vidas y fue llevada demasiado pronto. Hace una pausa y mira las cabezas de la multitud. La gente está llorando en silencio y sorbiendo. Mi espina dorsal hormiguea, algún impulso diciéndome que busque a Amelia. —Por favor, únanse a mí recordando a nuestros amigos y el profesor que hemos perdido. Está cuatro filas por delante y justo cuando mis ojos la encuentran, se da la vuelta y me mira directamente. Una escasa y húmeda brisa empuja su cabello en su

rostro, pero no se mueve o lo aparta. Sigue mirándome y continúo mirándola. Las lágrimas caen de sus ojos. Hubo un tiempo cuando deseé no haberme enamorado nunca de ella, cuando pensé que debería haberlo sabido mejor. El dolor era un monstruo que hería demasiado. Pero, finalmente, entiendo que Amelia nunca podría ser un error porque cuando la encontré, me encontré a mí mismo. Estamos al final de la secundaria y todo lo que alguna vez hemos conocido. El pasado es un edificio en ruinas del que estamos siendo desalojados y el futuro no es nada más que dirigirnos hacia adelante a un lugar en el que nunca hemos estado. Mientras me siento aquí, con mi molesto birrete y túnica y miro los ojos de Amelia, sé que, como todo lo demás que quiero, ella es territorio inexplorado. Amarla es extraño y confuso y malditamente arriesgado. Y si tuviera la oportunidad, elegiría todo de nuevo.

La mañana siguiente empezamos a empacar el camión de mudanzas demasiado temprano. Es como si el apocalipsis zombi chocara conmigo bebiendo café y la música de Seth para mantenerse despierto y cajas y mierda por todas partes a donde mires. No es divertido, pero para mediodía, todo empieza a sentir que lo vale porque la mierda está mayormente desaparecida y las cajas todas tapadas y listas. —Casi hemos terminado —digo, sorprendido por cuán cerca estamos. —¿Almuerzo y luego acabamos la habitación de Carter? —pregunta Seth, dejando escapar un aliento exhausto. Se quita su pañuelo azul de la cabeza y estira su cuello. —Suena bien. Carter se está quedando en Charleston con nuestros tíos mientras Seth y yo terminamos las cosas aquí. El plan es detenernos y recogerlo mañana de camino a Gainesville. —No sé tú —dice Seth—, pero quiero un último sándwich de cerdo de Ryan’s Smokehouse. Quién sabe si pueden hacer barbacoa en Florida. Tengo mis dudas. Sonrío. —Me gusta cómo piensas. Ryan’s será. Agarramos nuestras billeteras y las llaves del Honda de Seth porque el Bronco ya está cargado. Al momento en que salimos por la puerta, pongo mi mano delante de mi rostro para bloquear el sol. —Diablos, es resplandeciente aquí fuera —digo. Y entonces, mis ojos se adaptan a la luz y me congelo. El Prius plateado de Amelia está estacionado en la acera y está saliendo.

—Hola —dice vacilantemente cuando nos ve. Seth la mira y luego de nuevo a mí y atrapo un atisbo de sonrisa en su rostro. —Sabes, Bash… ¿por qué no me adelanto y recojo los sándwiches y los traigo aquí? No confío en mí para hablar aún, así que asiento. Amelia saluda a Seth y ambos lo miramos retroceder en la entrada. Entonces, sus ojos van a los míos. Tira del dobladillo de su vestido blanco y noto que debajo lleva leggings con zigzags azules y amarillos. —Hola —dice de nuevo. Hola, pienso. Amelia se muerde el labio y mira las cajas apiladas cerca del extremo abierto del camión. —Veo que están empacando. —Cuando no respondo, inhala—. Así que, te busqué después de la graduación, pero era una locura y… mm… quería devolver esto. —Va a su auto y vuelve sosteniendo una pequeña caja blanca atada con cordel y mi copia de Fragile Things. Me acerco. —¿Lo leíste? —Sí. —¿Qué pensaste? Mira la hierba por un momento y se mueve nerviosamente. —Fue hermoso, Sebastian. Me encantó y sé que es lo mismo para ti, así que quería asegurarme de devolverlo antes que te fueras. No quiero recuperar nada. —Quédatelo. —¿Estás seguro? —pregunta dudosamente. —Sí. Creo que te debo más que un libro después de lo que hiciste con mi tía y tío. Y tu padre. La piel de Amelia se sonroja. —Era lo menos que podía hacer. Quiero que Carter y tú sean felices y… Espero. —Y lo siento —dice rápido, como si las palabras fueran fuego en su boca—. Arruiné las cosas y no sé por qué. —Amelia… —Espera, necesito terminar —dice, sus ojos marrones rogándome—. Deberías saber que no estaba borracha esa noche. Te mentí porque… bien, no puedo

explicarlo. Pero amé estar contigo, Sebastian, y lo siento mucho. Y probablemente no lo querrás, pero te traje esto. Empuja la caja hacia mí y da un paso atrás. Bajo la mirada. —No tenías que traerme nada. —Quería hacerlo. Es una felicitación y una disculpa y… solo ábrelo, ¿de acuerdo? Desato el cordel y levanto la tapa. Dentro, hay un grueso brazalete de cuero marrón con una placa de metal a un lado. Lo levanto para poder leer las palabras inscritas en la placa. Todas tus mañanas empiezan aquí. Alzo la mirada, sin palabras. Sus mejillas todavía están rosas y sus ojos reflejan el dorado del sol. —Hay una mujer cerca de Walterboro que los hace. Si no te gusta, puedo probablemente devolverlo o… —Empieza a alcanzar la caja, pero rápidamente saco el brazalete y lo pongo en mi muñeca. —No quiero que lo devuelvas. Gracias. Amelia sonríe. —De nada. Echo un vistazo a la casa. —En realidad, tengo algo para ti, pero no estaba seguro… —Niego—. Nunca era el momento correcto. Traga incómodamente. —Oh, bien. —Pero lo es ahora. ¿Si puedes esperar justo aquí? Asiente y corro a la casa. Encuentro el pequeño rollo de papel encima de mi colchón desnudo y estoy feliz de haber decidido no empacarlo. Había estado pensando en conducir a su casa y dejarlo en su buzón con una nota, pero esto es mejor. Cuando regreso, Amelia se ha movido para estar bajo la sombra de un laurel. —Toma —digo y le entrego mi regalo. Cuidadosamente desenrolla el papel y mira la pintura. —Lo has visto antes —digo nerviosamente. Amelia no habla al principio. Sigue mirando. Entonces, toma una larga bocanada y dice: —No lo he visto así.

Usé un dibujo previo que había hecho de ella y Daphne como mi guía, pero en este, en lugar de tumbarse una junto a la otra, Amelia está sobre la hierba y Daphne está en el cielo mirándola. —¿Lo pintaste? —dice como una pregunta. —Usé acuarelas —respondo—. No soy bueno con el pincel, pero estoy trabajando en ello. Amelia niega. Una solitaria lágrima baja por su mejilla. —Eres mejor que bueno. Esto es hermoso y lo amaré por siempre. —Se calla y seca sus ojos. Entonces, toma otra gran bocanada y ríe un poco y dice—: No quiero despedirme de ti. Alcanzo su mano, la sostengo por un momento y luego la suelto. Mis adentros están en un millón de pedazos. Si esto es todo —si esta es la última oportunidad que tengo—, quiero hacer que cuente, pero no sé cómo hacerlo. Antes, cuando las cosas iban mal, había estado tan seguro de que no era suficiente que me había rendido fácilmente. Dejé ir la idea del amor antes de dejarme ir porque era más fácil que admitir que estaba aterrorizado. No quiero cometer el mismo error otra vez. —Amelia… Suspira y entonces me sonríe con tristeza. —Lo sé. Los finales son difíciles porque quieres hacerlo bien. Mi corazón se oprime. —Tal vez no tiene que ser un final. Tal vez puede ser un principio. Pero no puedo ser siempre el que te alcance. Necesito… Antes que pueda decir algo más, cierra la distancia entre nosotros, agarra mi brazo y me besa. Y me besa como si no llevara sudorosa ropa del día de mudanza y no estuviéramos en mi patio delantero diciendo lo que podría haber sido una despedida. Y la rodeo con mis brazos y le devuelvo el beso de la misma manera porque sabe a rayos de sol y miel y para siempre y no quiero perder este sentimiento. —Amelia, debería haber hecho esto antes, pero no lo hice y ahora que estás aquí, no quiero desperdiciar más oportunidades. —Sostengo su rostro entre mis manos—. Te amo. —Pero rompí tu corazón —susurra. Me encojo de hombros y la beso de nuevo. —Lo rompes, lo pagas.

El sol de la mañana hiere mis ojos. Ruedo a mi costado y veo a Amelia, apoyada en un codo, observándome. Aún lleva el vestido blanco y los leggings de ayer y su cabello está alborotado por el sueño y sus ojos un poco caídos, pero cuando ve que estoy despierto, sonríe. —Hola. —Hola —respondo, sonriendo también. Estamos sobre un colchón en el suelo de mi habitación vacía—. ¿Me estabas observando dormir? Se encoge de hombros. —Tal vez. —Eso es un poco de acosadora. Se encoge de hombros de nuevo. —Y también un poco sexy. Y entonces, sin importarme que estoy exhausto porque estuvimos hablando la mayor parte de la noche, o preocuparme sobre la amenaza del aliento mañanero, me siento y presiono mi boca en la suya. Oigo un silbido y entonces Seth, que pasa caminando junto a mi puerta, grita: —¡Consíganse una habitación! —Estamos en una habitación —grito en respuesta. —Lo que sea. Amelia ríe y se aparta de mí. Rebusca en su bolso y saca una cámara Polaroid de aspecto antiguo. —¿Más fotos? —gimo. Debió tomar veinte fotos de mi casa anoche. —Carter va a estar feliz de tener todas esas cuando quiera recordar cómo se ve este lugar. —Tengo un teléfono que toma fotos —le recuerdo. Está mirando la cámara, ajustando algo en la parte trasera. —Sí, pero… Creo que hay algo que decir por la instantánea gratificación de ser capaz de sostener un recuerdo en tu mano. —La película tiene que ser malditamente cara. —Se ríe y pregunto—: ¿Qué? —Es casi exactamente lo mismo que le dije a Daphne cuando la encontró. Pero tenía razón. Esta cámara es especial y sé que no es práctica, pero voy a usarla para documentar todos los lugares a los que Audra y yo vayamos este verano. Sonrío y paso mi dedo por su hombro. Sube la cámara a su rostro y me saca una foto. —Oye… No estaba preparado —me quejo. —No me importa. Quiero recordar este momento exactamente como sucedió –dice y saca la foto del final de la cámara y la agita en el aire mientras aparece.

—Lo justo es justo —digo, agarrando la cámara de sus manos y sacándole una simple foto. Después de eso, nos quedamos callados. Miro la foto en mis manos, esperando a que la imagen de Amelia aparezca. —No quiero que esto sea todo —dice finalmente. Alzo mi cabeza y la miro. —No lo es. —Pero me voy con Audra y te mudas. Hoy, podría añadir. —Suspira—. Solo parece una terrible elección del momento oportuno. Como si hubiéramos perdido el barco o algo. —No perdimos nada —digo y tomo su mano. El brazalete que me dio, sigue en mi muñeca donde tengo intención de que se quede—. Te amo y si estamos juntos este verano o el año que viene o dentro de cinco años, ya sé que quiero que todos mis mañanas comiencen contigo. Estoy aquí cuando sea que estés lista. Parpadea. —Pero te vas y… Sé lo que intenta decir porque anoche también lo dijo. Y mientras miro su rostro, puedo ver la duda y la incertidumbre allí, pero también la esperanza. Y la esperanza es lo que me da valor. Esto es todo. Cualquiera sea el pedazo de eternidad que tenemos, no voy a dejarlo ir sin luchar. Inhalo y vuelvo su mano y la presiono en mi corazón para que pueda sentirlo latir. —Entonces sígueme.

etenemos el auto donde el cielo se encuentra con el océano. —¿Preparada? —pregunta Audra a mi lado. Me vuelvo a mi mejor amiga. Mi compañera de aventuras. Su ropa está un poco más sucia que hace dos meses y su cabello está un poco más desastroso, pero se ve feliz. Al igual que yo. —Sí —le digo—. Vamos a hacer esto. Salimos y siento la salada brisa del Pacífico soplar alrededor de mis piernas desnudas. Pienso en la carretera detrás de nosotras y todas las marcas que hemos puesto en la lista de mi hermana. Pienso en las canciones cursis de acompañamiento que hemos oído demasiadas veces y los tacos malos que comimos en St. Louis y luego recuerdo todas las estrellas que hemos contado y las fotos que hemos tomado y las sonrisas que hemos compartido. Y cuando el sol besa mis ojos y veo el agua, brillante y sin fin, pienso en Sebastian y nuestras llamadas en susurros tarde en la noche y las promesas dadas y tomadas este verano. Me pregunto qué diría Daphne sobre que esté enamorada de él… porque no hay duda en mi mente de que lo estoy. Y me pregunto qué pensaría de mi siguiente aventura. Me gusta creer que la aprobaría. Después de todo, estoy lista para hacer algo que me asusta; seguir a mi corazón exactamente a donde lleva. Sin arrepentimientos, pienso mientras Audra toma mi mano. Juntas, damos un paso hacia el borde del rocoso acantilado y miramos al amplio cielo. Siempre extrañaré a mi hermana, pero ahora sé que donde sea que vaya, si es a California o a Florida o a la Antártida o a la luna, la llevo conmigo. Te amo. Te amo más. Y con el futuro extendido ante mí y el mundo girando a mi alrededor, abro mi boca y grito.

Autumn Doughton escribe libros. Libros divertidos. Libros para ti, tu mejor amigo, tu barista preferido y esa chica que conocías de décimo grado. Le gusta escribir sobre cosas que conoce. Cosas como estar confundida. Tener miedo. Enamorarse. Cuando Autumn no está escribiendo, generalmente está persiguiendo a sus tres gatos, dos hijas, dos perros, dos chinchillas y un lindo esposo. Puedes encontrarla en Florida, donde es soleado, húmedo y huele a mar. Lo cual es malo para el cabello. Bueno para el alma. Descubre más en: la página de la autora Erica Cope vive en el medio oeste con su esposo, tres hijos, tres perros y tres gatos (aparentemente tiene algo por el número tres). Tiene una adicción enfermiza por el café, un mal hábito por pasarse horas viendo Netflix y comiendo pretzel de M&M de desayuno. Cuando Erica no está escribiendo, la puedes encontrar pretendiendo tocar la guitarra, leyendo u horneando algo delicioso. Descubre más en: sito web de la otra autora
Autumn Doughton & Erica Cope - The Bright Effect

Related documents

297 Pages • 93,046 Words • PDF • 2.8 MB

540 Pages • 93,631 Words • PDF • 44.1 MB

240 Pages • 73,816 Words • PDF • 2.5 MB

116 Pages • 25,486 Words • PDF • 40 MB

8 Pages • 6,005 Words • PDF • 260.3 KB

368 Pages • 78,612 Words • PDF • 7.5 MB

122 Pages • PDF • 57.3 MB

126 Pages • PDF • 37.8 MB

13 Pages • 7,515 Words • PDF • 2.1 MB