01 Nicholas - Lords of Satyr - Elizabeth Amber

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Lords of Satyr 01 Nicholas Elizabeth Amber

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Resumen Son los últimos de un legendario linaje de la aristocracia de otro mundo, los Lores Satyr, nacidos para la riqueza, el poder, y con un talento para el deleite sensual con el que los simples mortales solamente sueñan. Habiéndoseles ordenado casarse, estos hombres apasionados viajarán a Roma, Venecia y París y por el camino exploraran deseos tan desvergonzadamente perversos como completamente divinos. Nicholas solo parece ser lo que se ve a simple vista—el apuesto y próspero heredero de una viña en Toscana. Pero Nicholas es mucho más que eso, porque es uno de los últimos de un antiguo linaje de sátiros. Y el rey moribundo de ElseWorld no solo quiere que se cas e, sino que lo haga con una de sus propias hijas—mitad humanas, mitad Faerie—quién es inconsciente de su herencia. Nicholas no eludirá su deber de producir herederos para proteger los legados bajo su cargo, pero nunca ha planeado hacer de su novia su única amante. El hambre sexual y las destrezas sensuales de un sátiro son legendarias. Una sola mujer

nunca

lo

satisfará.

O eso es lo que cree Nicholas hasta que conoce a Jane. Tan briosa como es fantasiosa, tan hermosa como inocente, está sin embargo determinada a lograr que su nuevo marido sea solo suyo y para eso está dispuesta a que él le enseñe cada uno de los secretos deliciosamente carnales que conoce.

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Prólogo Propiedad Satyr, Toscana, Italia 1823 Era luna llena y una noche de Llamada. Los Señores de los Sátiros se encontraban en silencio en el punto de encuentro sagrado en el corazón de la antigua viña de la familia. El instinto los había impulsado allí. La necesidad los alimentaba. Se detuvieron debajo de una gran estatua –la más imponente de aquellas que rodeaban la aislada cañada. Encima de ellos sobre un pedestal, Baco estaba de pie congelado en piedra. Las parras se entretejían en su pelo, y llevaba una copa de vino en su una mano extendida como si estuviera ofreciendo un brindis en celebración de lo que estaban a punto de hacer. El primer rayo de la luz de la luna disipó las tinieblas, empapando a los Señores en su plata, revelando su desnudez. Casi al unísono, fueron embargados por calambres que se extendieron cruelmente sobre sus estómagos tensos. Se encorvaron, sus rostros retorcidos en muecas. Crudos quejidos, mezcla de dolor y placer estallaron en sus gargantas cuando ocurrió el último cambio físico de la noche de la Llamada. Nicholas, el mayor, se recuperó primero. Sus ojos dieron un rápido vistazo de la cañada. Estaban protegidos, lo sabía. Los desconocidos nunca iban allí. Cuando los seres humanos se acercaban demasiado eran repelidos por una fuerza que no comprendían. Quiso enderezarse y ponerse de pie, aliviado de que la agitación hubiera pasado. Odiaba sentir la indefensión que siempre acompañaba el Cambio. No podía permitirse ser vulnerable, ni siquiera por ese breve momento. Había demasiado en riesgo. Sería peligroso que alguien viera a él o sus hermanos en este estado. Era una criatura extraña ahora, apta solamente para un harén o burdel que satisficiera a aquellos con un gusto especial por lo bizarro. Justamente la clase de lugar que solía frecuentar, él tenía un muy especial sentido del humor. Se tocó, deslizó un pulgar y dos dedos a lo largo de la recién despertada carne de la raíz a la cima. Su pulgar encontró la gota de humedad en el pliegue en su punta y la desparramó despreocupadamente. El último Cambio de Moonful lo había dotado con este nuevo eje de hueso y tendones- esta segunda polla rasgada de su propia carne. Se extendía larga y dura desde de su pelvis, y temblaba con hambre. Solo ligeramente un poco más pequeña que la enorme polla que ya se encontraba arraigada bajo la mata de vello, ansiaba el alivio tanto como s u gemela. La calmó, acariciándola. Imitando la bienvenida que descubriría pronto entre muslos de sexo femenino, mientras esperaba que sus hermanos pasaran por un cambio similar. A su orden, los jirones de niebla que se movían por la cañada comenzaron a girar en círculos para luego detenerse, tomando forma - cambiando. Las formas iridiscentes surgieron del vapor y se solidificaron en Shimmerskins i - mujeres inanimadas habían

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atendido al sátiro desde tiempos remotos. Sus suaves manos acariciaron su recién cubierto tronco, brindándole confort. Momentos después, los tres Señores se movieron para perseguir sus placeres individuales separadamente. Sus instintos eran más animales que hombres ahora, sus mentes atraídas por un solo objetivo. Las

Shimmerskins

se

movieron

ante

ellos

como

autómatas

exuberantes,

preparándose diligentemente para cumplir el papel para el que habían sido diseñadas. Ansiosamente, caminaron silenciosamente a los pequeños altares planos que salpicaban la cañada. Sus sonrisas eran vacuas, sus movimientos planeados. Pechos y abdómenes se apoyaron sobre el granito frío cuando se inclinaron hacia adelante sobre las lajas de piedra, con sus piernas extendidas y sus pies descalzos plantados en el musgo. Sus orificios automáticamente humedecidos y preparados mientras se postraban, aguardando el placer de los Señores, justo como legiones incontables de su clase se habían brindado allí durante siglos. Cada hermano escogió a una Shimmerskin y se acomodó detrás de ella. La luz de la luna captaba el resplandor de cobalto de sus ojos cuando Nicholas se puso de pie sobre una Shimmerskin dorada. Con sus pulgares, presionó las puntas rojizas y agotadoras de sus pollas en las aperturas anales y vaginales expuestas. Al igual que sus hermanos, necesitaba dos aperturas de sexo femenino inmediatamente para su primera cópula de esa noche. Su segunda polla requería solamente una eyaculación y se retirarí a después dentro de él hasta el Moonful del próximo mes. Sus palmas se aplanaron sobre la piedra a los costados de sus caderas. No la preparó como debería haber hecho con una mujer humana. Las Shimmerskins no sentían dolor. O placer, aunque lo fingían bien. Un retumbo bajo brotó en su pecho mientras miraba su suave y brillante trasero. Con un áspero gruñido, se hundió profundamente. Ella gimió como siempre hacían las de su clase cuando eran violadas. Cerca, sus hermanas se hicieron eco del sonido femenino. No significaba nada, lo sabía. Todo lo que hacían estaba programado para incitar la pasión del macho. Para él solo tenía un propósito y ella lo llevaría a cabo, sin importar lo obsceno o vicioso que pudiera ser. Se retiró y se hundió otra vez, y otra vez. Dobles punzadas la sacrificaban a sus pesados movimientos rítmicos. Sus tejidos adoraban sus pollas como puños mojados, llevándolo a su liberación con precisión metódica. Vagamente, sintió la exultación de sus hermanos en su rutina, y eso alimentó la suya. La sangre Satyr los vinculaba, causando que compartieran las emociones cuando la tensión las agudizaba. Por largos momentos, la descarnada bofetada de acalorada carne s onaba fuerte en el silencio de la cañada. Nick cargó con absurda, despiadada fuerza, ansioso de recibir las atenciones de las otras Shimmerskins cuyas manos lo tocaban y acariciaban, mientras aguardaban su turno. Faunos, ninfas, faeries, y ménades esculpidos en la roca y para siempre enzarzados en abrazos carnales miraban el enfermizo escenario con lozana aprobación. Baco sonreía con indulgencia, satisfecho.

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El éxtasis se disparó, la pasión de cada hermano se basaba en la que el otro experimentaba. Por un rato, Nick se perdió debido a la cópula animal. Al final, sus testículos se elevaron, se tensaron. La cruda necesidad se enroscó en s u vientre. Tres gritos triunfales de liberación sonaron casi inmediatamente. Cálidas semillas mojadas fueron arrojadas. Los pasajes interiores de las Shimmerskins convulsionaron en aceptación. La respiración de Nick atravesó como una sierra sus pulmones en el período subsiguiente a la satisfacción angustiosa y vacía. Apretó sus dientes contra el nuevo dolor mientras su segunda polla, ahora saciada, retrocedía del trasero de la Shimmerskin al interior de su pelvis. El afilado borde de la necesidad no se había embotado. Pero requeriría solamente una apertura de sexo femenino ahora. La Shimmerskin dorada se disolvió en la nada de la que venía. Nick puso una víctima fresca bajo él. Órdenes masculinas y gruñidos se mezclaron y flotaron sobre senderos de neblina. Todos fueron capturados por una suave brisa mientras los Señores de los Sátiros saciaban s u lujuria hasta el amanecer.

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Capítulo 1 Lord Nicholas Satyr levantó la daga del escritorio ante él, ansioso de ver completada la tarea que tenía ante él. La hoja destelló, reflejando la intensidad de su pálida y extraña mirada, antes de girarlo para cortar la cuerda de borlas que rodeaba el rollo del pergamino. La llegada de la misiva aquella mañana había sido tanto inesperada como inoportuna. Los comunicados de ElseWorld eran infrecuentes y generalmente presagiaban travesuras de alguna clase. Los conflictos ya estaban amenazando los viñedos, que estaban en el corazón de las tierras Satyr. Podía ahorrarse un poco de tiempo en esas tonterías. Cuando la cuerda cayó, el documento se desenrolló a sí mismo con entusiasmo, liberando un débil rastro de magia en la habitación. Nick echó una mirada rápida a sus hermanos menores, Raine y Lyon, que había convocado hace una hora de sus propiedades adyacentes dentro del complejo Satyr. Seguramente también lo habrían notado. Raine estaba en la ventana con las manos aferradas en su espalda mientras examinaba los recortados jardines de Nick. Las volutas de niebla oscurecían la complicada foresta

y

las

laderas

cubiertas

de

parras.

Estaba,

como

de

costumbre,

vestido

meticulosamente de gris, con su pelo cortado y su vestimenta tan sobria como la mañana de principios de primavera que observaba. Una inquieta energía crepitaba de Lyon mientras merodeaba por el salón de Nick, giraba su cuerpo musculoso entre ropas y accesorios elegantes y artefactos curiosos. Ocasionalmente se detenía para revisar una de las adquisiciones más nuevas de su hermano en sus garras de coleccionista, pero no se quedaba mucho tiempo. Estaba impaciente por conocer el contenido del documento y regresar a la supervisión de su propiedad. Las puntas de los dedos de Nick hormigueaban por el murmullo de la magia de ElseWorld que captaba en el pergamino, pero nada en su cara revelaba sus pensamientos mientras lo leía. En el curso de tres décadas había aprendido a ocultar sus emociones. Lo había encontrado necesario para esconder sus verdaderas naturalezas, habiendo crecido mitad humano, mitad sátiro en un EarthWorld intolerante para con todos los de su clase. Volteando desde la ventana, Raine echó un vistazo hacia el pergamino. -¿Es de un Anciano? Nick asintió con la cabeza, una inclinación brusca de su cabeza oscura. -Del mismo Rey Feydon. Lyon se interrumpió en mitad de una zancada y flameó por todas partes. -¿Qué diablos quiere? El cuero de la silla de Nick chirrió sutilmente cuando cambió de lugar todo su cuerpo repleto de músculos de un metro noventa y ocho de altura. -Parece que se las arregló para engendrar tres hijas en la Tierra. Raine digirió estas noticias en silencio, un encogimiento de hombros fue la única señal de que había escuchado. Lyon resopló divertido.

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-Ese lujurioso viejo cascarrabias Señor de los Faerie ¿nos mandó un anuncio de parto? Desde su lecho de muerte nada menos. No habían captado completamente la importancia de las noticias, hizo girar un globo terráqueo de EarthWorld ligeramente con la punta de un dedo. Continentes enjoyados, océanos de zafiro, y un dragón de esmeralda o dos centellearon a la luz de las vela. -Su anuncio es algo tardío –aclaró Nick-. Los acontecimientos ocurrieron hace aproximadamente veinte años. Aparentemente ha tenido un ataque de conciencia atras ada. Y es su último deseo que remediemos la situación que deja. Raine cruzó sus brazos, la sospecha tornaba sus ojos de un gris tormentoso. -¿Y qué es precisamente lo que tenemos que hacer? -De acuerdo con sus instrucciones, debemos localizar su progenie y casarnos con ellas –dijo Nick. Un ladrido de risa asombrada se libró de Lyon. -¿Qué?! Nick tiró el pergamino sobre el escritorio. -Léelo tú mismo si dudas de mí. Y ten cuidado con mi orbe, Lyon. Lyon miró hacia sus manos anchas y vio que estaban casi aplastando uno de los muy preciados objetos de Nick. Su fuerza pertenecía al aire libre y le servía bien en las viñas Satyr. Sin embargo, no era conveniente en las elegantes habitaciones de Nick, y tenía que mantenerse constantemente en guardia para no tirar nada fatalmente. Haciendo una mueca, dejó nuevamente el globo en su lecho de descaso y se dirigió a la carta sobre el escritorio de Nick. Lo levantó y leyó en voz alta.

Lores de Satyr, hijos de Baco, Deben saber que estoy tendido moribundo y nada puede hacerse. Como mi tiempo está cerca, el peso de las indiscreciones pasadas me persigue. Debo hablar de ellas. Hace diecinueve veranos, procreé hijas sobre tres mujeres humanas de alta alcurnia de EarthWorld. Sembré mi semilla mientras estas mujeres dormían, dejando a cada una inconsciente de mi visita nocturna. Mis tres hijas han crecido y ahora son vulnerables, deben ser protegidas de fuerzas que intentan dañarlas. Mi último deseo es que las busquen y las pongan bajo su protección. Pueden encontrarlas entre la sociedad de Roma, Venecia, y París. Esa es mi voluntad. -Esto es absurdo –farfulló Lyon a disgusto. Arrojó la carta al escritorio de Nick, causando que las botellas de cristal en la escribanía sonaran. El pequeño acto de violencia pareció aplac arlo un poco, y dobló para merodear por la habitación otra vez como si fuera un animal enjaulado que buscaba una vía de escape.

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Raine tomó el pergamino y echó un vistazo a su contenido en silencio, valorando cada frase, buscando cada matiz de su significado. Cuando lo apoyó finalmente, su expresión era de horror. Había estado casado antes, tres años atrás, pero el matrimonio había terminado en desastre en unos meses. No tenía ningún plan de casarse otra vez. Pero no habló sobre eso ahora. -Es interesante que Feydon decidiera producir tres vástagos de sexo femenino, y en ubicaciones tan servicialmente cercanas a nosotros –comentó. Nick se inclinó a echarle una ojeada. -Casi como si nos dirigiera a sus hijas desde el principio. Lyon se balanceaba a su alrededor. -¡Siete infiernos! ¿Supones que las creó a propósito en algún intento equivocado de ensillarnos con esposas? -Ahora que ha pasado a las sombras entre la vida y la muerte, solamente podemos tratar de adivinar sus motivos –dijo Raine. Nick se reclinó, causando que su sillón protestara otra vez. La luz de la vela parpadeó, derramando reflejos azules en el negro azabache de su pelo. -Sería como él, sin embargo. Nosotros somos los únicos de nuestra clase que podemos permanecer en EarthWorld, y él ha hecho lo que sentía que era nuestro deber desde hace mucho tiempo, procrear para evitar que las tierras Satyr caigan en manos humanas. Nuestras propiedades necesitan herederos, y sin embargo nos hemos mostrado reluctantes a engendrarlos. Podría haber sentido tal movimiento justificado. - Fuerzas que intentan dañarlas – citó Lyon del pergamino-. ¿Crees que se refiere a las fuerzas de su mundo o el nuestro? -¿O tal vez sólo sea un truco para asegurar nuestra participación? -Preguntó Raine. -Si es así, es una táctica eficaz –dijo Nick -. Feydon sabe que nuestros instintos protectores nos harían actuar si sus hijas están en peligro. -Es una obligación injusta para imponernos –dijo Raine. -Maldito seas, O Maestro del Eufemismo –dijo Lyon- es una flagrante manipulación. -Manipulación o no, convierte nuestra decisión respecto a tomar un curso de la acción o permanecer inactivos en un tema algo urgente –dijo Raine. -Seguramente

debemos

tomar

un

poco

de

acción

–dijo

Lyon,

expresando

renuentemente su preocupación-. Estas mujeres mezcladas con Faerie no pueden valerse por sí mismas ¿O pueden? Él y Raine miraron a Nick. -Si debemos creer en la misiva de Feydon, las mujeres a quienes se unió eran ignorantes del hecho de que se acostó con ellas –dijo Nick-. Siendo ese el caso, tanto las madres como las hijas son inocentes de cualquier engaño dirigido a nosotros. -Es probable que las hijas no se den cuenta de que son de ElseWorld –dijo Raine. -Aunque deben sentir en aumento la pulsación de la sangre de Faerie –dijo Lyon.

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-Y malinterpretar su significado si no hay nadie para guiarlas –dijo Nick-. Esa es una noticia preocupante. -Pero para nada tentadora –dijo Raine francamente-. No tengo interés en casarme otra vez. Nick y Lyon intercambiaron miradas. -El matrimonio con una criatura mitad Faerie podría dar resultado donde uno con un ser humano falló –dijo Nick. Raine se encogió de hombros. -Sin embargo no tengo ganas de experimentarlo. Lyon pasó las puntas de sus dedos francas por el embrollo de su espeso pelo leonado. -Me encuentro en la concordancia con Raine. No tengo interés en emparejarrme con una mujer que no haya elegido, sea Faerie o ser humano. ¿No hay ninguna manera de proteger a las hijas de Feydon sin el detalle del matrimonio? -¿Cómo? ¿Seguiremos sus huellas con el paso de los años para tenerlas vigiladas contra cualquier problema? –Preguntó Nick-. Nos arrestarían. -Todavía

digo

que

el

matrimonio

puede ser evitado. ¡Vamos! ¿Por qué no

simplemente las traemos a las tierras Satyr y les permitimos vagar como les plazca? –sugirió Lyon. Nick se río, y Raine le lanzó una mirada de lástima. Lyon parecía afrentado. -¿Qué? Estarían seguras aquí, bajo nuestra protección. -¿Te gustan tus otras mascotas? –preguntó Raine, haciendo referencia a la colección de animales exóticos que recorrían libremente las tierras Satyr de Lyon. -Son mujeres, no ganado –dijo Nick-. Nunca estarán de acuerdo con un arreglo tan ridículo. Debemos encontrarlas y traerlas bajo nuestra protección. No veo ninguna otra manera. Raine echó el ojo a su hermano mayor. -Pareces extrañamente entregado a la idea del matrimonio después de tan poca consideración. Nick hizo un encogimiento de sus amplios hombros, haciendo que las costuras de su chaleco se ladearan causando que el diseño sutil en el brocado verde azulado oscuro rielara. Era un traje inusual, escogido entre los tesoros de sus antepasados. Algo sobre él le complacía. Pero claro, él disfrutaba de lo anormal. -Es cierto, la noticia del matrimonio fue imprevista –dijo-. Pero cuanto más reflexiono sobre el edicto de Feydon más me doy cuenta de que provee cierta....oportunidad. Lyon le dirigió una mirada de falsa conmiseración. -Pobre Nick. ¿Has carecido de la recompensa de las suficientes atenciones de las mujeres todos estos años? Deberías haberlo dicho antes. A Raine y a mí nos alegraría compartir algunas de las legiones que persiguen nuestra porción de los fondos Satyr. Raine sonrío, una fugaz elevación de una esquina de su boca.

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-Hace un punto, hermano mayor. Hemos tenido muchísimas oportunidades de ponernos grilletes a nosotros mismos con el paso de los años. -Necesitamos a herederos –dijo Nick. Raine y Lyon lo miraron con sorpresa. -Mi trigésimo año se acerca. Tú vas a la zaga de mí por solamente dos años, Raine. Y tú por solo cuatro, Lyon. ¿Sobre quién más vamos engendrar a hijos e hijas si no en estas mestizas Faerie? –Exigió Nick haciendo un gesto hacia el pergamino-. Son por naturaleza la mitad de dos razas, una mezcla de EarthWorld y ElseWorld, de la misma manera que nosotros. -Pero a diferencia de nosotros, las hijas de Feydon tienen sangre de Faerie en sus venas –le recordó Raine. -Y el Faerie es imprevisible -añadió Lyon-. ¿Quién sabe qué bolsa diversa de trucos pueden poseer? –se estremeció. -Mi idea relevante es que mientras las mujeres humanas podrían encontrar ciertas de nuestras costumbres extrañas o desagradables, una esposa Fantasia sería mucho menos propensa a objetar la manera en que podríamos buscar herederos –dijo Nick. -¿Pero qué clase de herederos suministrarán? –Preguntó Raine agitando su cabeza-. ¿Un marido mitad sátiro acoplándose a una esposa mitad Faerie? ¿Qué clase de hijos pueden resultar de eso? -Si no intervenimos, es probable que las mestizas Faerie se casen y se aparearan con seres

humanos.

¿Qué

vástagos

imaginas

que

pueden

surgir

de

eso?

–preguntó

deliberadamente Nick. Lyon metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y suspiró. Vestía en parte como un vitivinicultor, llevaba pantalones arrugados, una túnica de lana llena de nudos y grandes botas. -Tienes razón. Ni ellas ni sus hijos sabrán qué hacer con sus habilidades. Eso podría resultar desastroso. Una tensión frágil cayó sobre la habitación. -El sátiro siempre ha cuidado del Faerie –dijo Nick contundentemente. Lyon suspiró. -Parece que no tenemos otra opción más que casarnos con ellas. Baco, ¿qué tal si la mía es estúpida? ¿U ofensiva? ¿Cómo podré acostarme con ella? -Según tengo entendido, matrimonio y protección son nuestras únicas obligaciones – dijo Raine-. La misiva de Feydon no estableció ningún requisito sobre aparearse o engendrar vástagos. Los ojos de Nick se cerraron sobre él. -Es cierto. -¿Atarías a tu esposa a un matrimonio sin hijos? -preguntó Lyon-. ¿Te atarías tú mismo a uno?

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-La elección será suya, los hechos expuestos antes de que nos casemos –dijo Raine-. No quiero ningún niño de mestizo que sufra la alienación de encontrarse con un pie en EarthWorld y uno en ElseWorld sin integrarse realmente a ninguno. -¿Y el vino? -Preguntó Lyon-. Nuestros herederos deben continuar nuestro trabajo en las viñas cuando ya no estemos. Las colinas cubiertas de vides en el centro de las tierras Satyr producían uvas que eran convertidas en vino cada estación. Etiquetado como Lords of Satyr, era ferozmente solicitado por lo ricos y nobles de todo Europa y más allá. Algunos decían que el vino Satyr poseía propiedades mágicas, lo que era cierto a decir verdad. Los tríos de hermanos eran estratégicamente ubicados en puntos triangulados a lo largo de las fronteras de un bosque antiguo, como torres vigía en las tres esquinas de una fortaleza. En el centro de cada propiedad se alzaba un castillo antiguo con grandes jardines y tierras que se encontraban y se mezclaban en su límite con los árboles del magnífico bosque viejo. El bosque rodeaba la base de las colinas inclinadas de viñas, formando el punto principal de sus dominios. La suya era una tierra antigua, escogida por sus antepasados para un propósito especial –servir de lugar de confluencia sagrada para ElseWorld y EarthWorld. En los últimos siglos, muchos sátiros vivían allí en secreto, protegiendo el portal entre mundos. Ahora solamente había tres. Raine sacudió una mota de polvo de su chaqueta inmaculada, la expresión en sus ojos grises era opaca. -Tus vástagos están invitados a recibir mi parte. Eso deja resuelto el tema. -Por ahora –se ablandó Nick. Raine se encogió de hombros. -Entonces solamente nos deja pendiente el determinar a qué hija escogemos –dijo Lyon. -Roma es más conveniente para mí –dijo Nick-. ¿Alguna objeción? -Nada. Tomaré París –dijo Raine-. ¡Maldita sea! Aborrezco viajar. -¿Viajar? ¿A París? Te recordaré que me dejan Venecia –dijo Lyon-. El viaje allí será horrible después de la época de lluvias. Raine alzó una ceja. -No debería ser ninguna privación ya que tú viajas allí regularmente para encontrarte con compradores. -Aún así, es un mal momento para estar ausente. Muchos de mis animales están por parir –dijo Lyon-. Y las viñas necesitan ser vigiladas. -Podemos combinar nuestras voluntades para reforzar el muro de fuerza alrededor de los dominios Satyr por semanas -dijo Raine. -¿Por qué tomar el riesgo superfluo? Es mi opinión alguno de nosotros debe quedarse –dijo Lyon. -Está bien –dijo Nick-. Iré primero. En cuanto tenga a mi novia, sus búsquedas pueden seguir.

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Raine y Lyon asintieron, y rápidamente los tres se dirigieron hacia la puerta. Una vez fuera, Nick respiró profundamente. -Las enredaderas empiezan a despertar. Voy a apurarme. Ojos azul zafiro, gris ceniciento y dorado leonado se cerraron por un potente momento y luego los tres Señores de los Sátiros se separaron en medio de la niebla matutina.

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Capítulo 2 Tívoli, este de Roma Dos semanas después Estaba aquí. La emoción retumbaba en la sangre de Nicholas Satyr mientras captaba la pista tentadora del Faerie mágico cabalgando por el aire. Examinó el enjambre de humanos que se reunían para los festejos de la tarde ahora en camino a los jardines renacentistas de Villa d' Este. La desenfrenada convocatoria integrada por malabaristas, músicos, y artesanos se mezclaba con la élite social de Roma. Mayoría había venido de distancias de hasta veinte millas por ese día, igual que él. Pero habían venido por propósitos diferentes. Ni las fuentes ni los otros espectáculos disponibles atraían su interés por el momento. Tenía otra empresa aquí. Su empresa consistía en encontrar a una presa específica – una destinada a convertirse en su esposa. Durante la semana anterior, Nick había asistido a las muchas reuniones sociales de todo tipo ofrecidas en Roma. Sin embargo parecía que Feydon había calculado mal. La primera de las novias Faerie no estaba en Roma después de todo. Hoy había pensado en la posibilidad de poder ubicarla allí, en la cercana Tívoli. Su corazonada parecía haber producido frutos. Más aún, había malgastado tiempo precioso buscándola en Roma. Por lo tanto, ocupado, no se había enterrado en carne femenina por días, una escasez considerable para alguien del linaje Satyr. Encontraría la solución en los brazos de su meretriz – o amante, como los ingleses más cortésmente llamaban a sus putas compradas – más tarde aquella noche. Nick anduvo a zancadas en la multitud, toda su concentración puesta en su tarea. Sus sentidos olfativos agudos sortearon a través de perfumes y olores humanos naturales, buscando, haciendo pruebas, rechazando. No había ninguna duda de que la hija del Rey Feydon se ocultaba en alguna parte en esta multitud de la sociedad italiana e inglesa. ¿Pero dónde? Entre las plantas, enormes sombreros con plumas danzantes que competían por llamar la atención, faldas adornadas. Desde la caída de Napoleón, la moda se había alejado de los vestidos de cintura alta y poco adornados a favor de un estilo más romántico. Cinturas bien apretadas, amplias faldas con forma de copas y parasoles mayores que lo normal. Su altura le permitía mirar fácilmente al otro lado del mar de caras, pasando de los machos y deteniéndose sobre las mujeres. Era improbable que la reconociera de vista. Estaría escondiendo cualquier manifestación visible que pudiera revelar su origen, igual que él. No, tendría que depender solo del olor.

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Deteniendo bruscamente sus pasos frente a una fuente con una gigantesca caída de agua, miró hacia la estatua de Baco, pidiendo inspiración. El instinto lo llevó a pasearse por la Avenida de las cien fuentes. Aquí criaturas imaginarias y gárgolas bordeaban el sendero, soltando y arrojando cascadas que depuraban el agua. Se calmó, su interés se agudizó. Allí estaba otra vez. Una débil e inconfundible fragancia a Faerie. Empezó a ir en dirección, solo para ser distraído de su meta a poca distancia cuando una mano carnosa enguantada en amarillo canario tocó su hombro. -¡Digo! ¿Eses tú, Satyr? Nick giró para encontrarse con dos parejas con las que tenía un conocimiento menor. La imagen de aristócrata respetable se resbaló sobre él de la misma manera que una capa cuidadosamente construida. Les dirigió una inclinación de cabeza educada. -Lord y Lady Hillbrook. Signore Rossini, Signora Rossini. El evento de hoy había sido organizado con la instigación de Lord Hillbrook. Ingleses adinerados como él invernaban comúnmente en Italia, pasando una temporada a menudo hasta bien entrada la primavera para librarse del frío de Inglaterra. Pero ante la primera manifestación del calor del infame verano de Italia se los veía escurrirse nuevamente a casa. -No es común verte en uno de nuestros pequeños acontecimientos –exclamó entusiasmado Hillbrook. Acarició los lados de los pelos de su profusa barba, que señalaban en todas las direcciones, como si estuviera inseguro de cuál era el camino que seguiría la conversación . -Me siento honrado de que estés aquí. -No visito Tívoli tan a menudo como podría desear. Pero

estando aquí no me

perdería uno de tus eventos –comentó Nick afablemente-. El crédito es de su anfitriona. Lady Hillbrook pavoneo por su elogio. -Ustedes los italianos son tan templados como el clima. En Inglaterra es muy difícil encontrar un lugar para hacer un evento al aire libre en esta época del año, por miedo a l a lluvia. -Ah, pero puede haber algo como demasiado sol. Nuestras vides siempre dan la bienvenida a las lloviznas ocasionales de primavera –dijo Nick-. Muy poca lluvia resulta en uvas pequeñas. -Hablando de eso, no has olvidado que somos candidatos a cincuenta cajas en la subasta este otoño –le recordó la Signora Rossini. Aunque hacía calor llevaba un traje carmesí ajustado que estaba haciendo un esfuerzo heroico para ajustar sus proporciones desgarbadas en una figura de forma de reloj de arena. La transpiración salpicaba su labio superior y frente, y la limpiaba ocasionalmente con un pañuelo con monograma. Lady Hillbrook empujó a su marido discretamente con un codo cubierto de raso. -Cien cajas aquí –fue incitado a añadir Lord Hillbrook. -¿Enviadas de contrabando como de costumbre? –preguntó Signore Rossini. Hillbrook asintió con la cabeza meciéndose sobre sus tacones.

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-Las leyes inglesas están muy en contra de las ventas de cosas envasadas, usted lo sabe. La práctica de la venta por medida continúa así que estamos forzados a comprar a escondidas o fabricar botellas si queremos beber. Cambió de lugar su bastón hacia la pantorrilla de Nick y le dio un codazo cómplice. Pensaba sabiamente y simplemente preguntó: -Supongo que estarás esperando una cantidad obscena por tu cosecha este año, ¿no? Las tuyas son las únicas vides que no han sido afectadas por la plaga actual. Nick se puso tenso. -Hemos sido afortunados ya que no hemos visto ninguna señal de esta hasta ahora. -Me dijeron que cada campo en Europa ha sido afectado por la erupción. Algunos quedaron devastados –dijo Signore Rossini-. Y ninguna cura a la vista. Tengo entendido que nadie está ni siquiera seguro de su causa. -El tema de la plaga ha sido naturalmente de gran preocupación para mi familia. Como dije, nos consideramos afortunados de que hasta ahora nuestros campos hayan permanecido inmunes –respondió Nick imperturbable. -Qué raro –meditó Lord Hillbrook. -¿Scusi? Nick apuntó toda su atención al caballero, el cual se marchitó inmediatamente bajo su mirada penetrante. Las tierras Satyr estaban protegidas por los poderes de ElseWorldly que él y su hermano entrelazaban alrededor de ellos. Por lo tanto, sus vides no habían estado aquejadas hasta ahora con las manchas oscuras que habían empezado a aparecer sobre las vides de casi todos los viñedos en Europa. Había sabido que era la solamente cuestión de tiempo antes de que los seres humanos empezaran a especular sobre la razón por la cual sus campos habían salido inmunes. -No lo decía por nada en especial –dijo Hillbrook, ruborizándose hasta hacer juego con el traje de la Signora Rossini-. Todos saben que la marca Satyr es impecable. Nada raro en absoluto, realmente. Indudablemente es la simple suerte tonta, er -Su esposa frunció el ceño y agitó su cabeza, causando que sus palabras se fueran reduciendo. -Te aseguro que la suerte tonta no es lo que nos protege –dijo Nick-. Mientras la plaga persiste, cada precaución ha sido emprendida para proteger nuestras uvas de sus estragos. Es difícil saber cómo limitar la exposición, ya que su causa queda poco clara. S in embargo, limitamos el acceso a nuestra viña y reforzamos cualquier cuidado ante posibles contaminantes.

Signora Rossini se lanzó al silencio inoportuno que cayó. -Realmente esta charla es demasiado seria para un día tan encantador. Ahora, Señor Satyr, debes decirnos. ¿Ya has visitado la exposición botánica? El entusiasmo animó los ojos de Lady Hillbrook y se inclinó hacia su compañero. -El estudio de la flora es todo un furor en Inglaterra. Yo misma me he dado el gusto y he adquirido muchos especímenes interesantes.

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Nick sonrío con fácil encanto. -¿Realmente? Lamento

no haber tenido la oportunidad de explorar las exhibiciones.

¿Me disculpan? He descubierto que estoy más que ansioso de investigar. Con una reverencia superficial, los dejó. Regresando a la tarea que tenía pendiente se abrió paso por entre l a multitud, observando furtivamente, considerando y descartando otra vez. Cuando pasó por la Fuente del Dragón en el centro de los jardines, las damas jóvenes desplegaron sus artimañas delicadamente, compitiendo para hacer girar la cabeza de uno de los obs cenamente adinerados señores Satyr. Si pudiera encontrar ese tipo de tentaciones en sus campesinas l es daría empleo en sus viñas en un instante. Sus ojos decían que lo querían – o por lo menos a sus riqueza. Pero no conocían nada de su verdadera naturaleza. Porque si alguna de ellas tuviera un indicio de la fuerza y la profundidad de sus pasiones físicas oscuras, estaba seguro de que incluso su vasta fortuna no causaría que ellas lo vieran como un candidato para el matrimonio. Cuando la tarde dejó paso al anochecer, el olor delicado a Faerie entró flotando sobre el aire que se enfriaba, acercándose y luego retirándose. Circuló, al escondite mientras s e calentaba, luego enfriaba, entonces caliente otra vez mientras él lo buscaba pacientemente. Al final, cuando se acercó a las fuentes de peces, el hilo de la magia se hizo más firme, diciéndole que estaba cerca. Sus instintos de caza se agudizaron. Rodeó un círculo de carpas entre dos laberintos de hierba. Un surtido de damas inglesas e italianas jóvenes y sus pretendientes se mezclaban allí, parloteando. En el mismo momento en que su presencia fue notada las cabezas femeninas se voltearon como si olfatearan una presa. Algunas damas olvidaban a los caballeros con los que habían estado conversando. Los delicados abanicos ondearon más rápido. Estaba allí, mezclada entre las otras. -¿Has venido por una interpretación, Satyr? -Chirrió un italiano joven frente a él -. No creo en esas cosas yo mismo, pero supongo que son divertidas. Una de las damas golpeó el brazo del joven provocativamente con un ramo de azar que había obviamente cogido del jardín de. -No está leyendo, Signore. La mística ofrece la adivinación del futuro. -Eso es lo que quise decir –respondió, frotando su brazo en falsa actitud de dolor-. Interpreta la palma, ¿no? Nick observó la carpa. Era blanca, con caídas circulares de tul circular en sus esqui nas y una bandera decorando su cima. La expectación se apoderó de él. Estaba dentro. Estaba seguro de eso. -Así que, ¿hay una verdadera mística residiendo allí? –preguntó, indagando. -Si. Como decíamos, mi hermana está dentro, haciendo que le lean su fortuna –dijo el joven, a quien Nick ahora reconoció como el hijo de Signore Rossini. ¿Era su hermana? Si era así, sinceramente esperaba que no se pareciera a su madre. Los miedos de Lyon sobre el tema del atractivo de su prometida resonaron en su cabeza. Repentinamente, no estaba muy ansioso de echar una ojeada dentro de la carpa.

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Su apariencia no importaba, se recordó. Como su marido, se uniría a ella solamente tan a menudo como el deber lo requiriera. A su vez, ella pariría a sus hijos y no objetaría cuando su verga pidiera verdadera satisfacción fuera de su cama. Pero, cuando los velos diáfanos de la carpa se dividieron para expulsar a la hermana del Signore Rossini, Nick casi suspiró con alivio. Era una belleza italiana. Su traje era el deleite de un fabricante de corsés, se estrechaba en una cintura de seda que revelaba unas curvas mucho mejor dibujadas que las de la madre. Cintas delicadas atadas bajo su barbilla sujetaban una cofia de paja tan profusamente decorada con azulejos que no le hubiera sorprendido si en lugar de sus rizos negro azabache hubiera una pajarera. Cuando se deslizó fuera del cercado, otro cliente joven pasó junto a ella de camino a la carpa. Nick cogió una vislumbre de la figura inclinada dentro con vestimenta de gitana. -¿Qué dijo la mística? –preguntó otra de las damas a la hermana de Rossini. -Sí, Bianca, dinos qué –añadió otra chiquilla inglesa-. Estamos desesperadas por saberlo. La Signorina Rossini separó sus labios pero titubeó cuando notó el interés de Nick. En cuanto las presentaciones fueron dispensadas, él se acercó más de lo que admitía el decoro para besar su mano enguantada. Un aura invisible de magia Faerie la envolvía en su proximidad. Así que era la chica de Rossini entonces. El hecho de que su búsqueda hubiera terminado tan repentinamente causó en él un momento de desorientación, como si estuviera al borde de un despeñadero y ahora se estuviera tambaleando sobre su borde. El sátiro no era especialmente talentoso en sondear las mentes de otros, pero ejerció toda la destreza que poseía, esperando aprender todo lo que pudiera de ella. Sus pensamientos le dijeron que lo encontraba atractivo, pero su expresión ya lo había informado a él de eso. Se sintió frustrado cuando no pudo leer pruebas adicionales de que ella fuera Faerie, hasta que se dio cuenta de que su propia falta de la conciencia de su herencia crearía en sus pensamientos naturalmente un espacio en blanco. Era una chiquilla dulce, tentadora, y era sin lugar a dudas hermosa. Si sus instintos eran correctos, esta probaría ser una buena elección. Lo que lo sorprendía es que el Rey Feydon hubiera elegido a su madre para poner los cuernos.

Un

libertino

perspicaz, Feydon escogía solamente a las

compañeras

más

cautivadoras. Pero quizás la Signora Rossini había sido más amena al ojo en su juventud. Bianca se movió incómodamente, y se dio cuenta de que su estudio silencioso se había hecho demasiado intenso. Le hizo una reverencia. -Es efectivamente un placer, Signorina Rossini. - Signore –dijo ella haciendo una reverencia. Su voz era un susurro impresionado, rebosante de asombro y un vestigio de miedo porque se hubiera dignado a distinguirla con su atención. -¿Puedo inquirir qué clase de fortuna ha plantado esa clase de rubor encantador a tus mejillas? –preguntó, esperando relajarla. -Voy a conocer a un caballero apuesto de oscuros cabellos –espetó. Su grupo de amigos le lanzó miraditas, riéndose tontamente.

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Bianca palideció cuando se dio cuenta de qué había revelado y a quién. -Y cuando conozcas a este caballero, ¿planeas compartir un baile con él? -preguntó Nick con anormal cuidado. Era una de esas criaturas de temperamento dulce que inspiraban la amabilidad de aquellos que la rodeaban. -¡Oh! –Dijo, frunciendo el entrecejo-. Todos mis bailes ya están concedidos. -¿No podrías prescindir de sólo uno para Lord Satyr? –la animó su hermano, obviamente empezaba a darse cuenta de lo qué su interés repentino en su hermana podría representar a la fortuna de la familia. Nick estaba seguro que el clan de Rossini lo aceptaría fácilmente, al igual que su hi ja. Indudablemente había sido bien entrenada en su deber y adornaría su casa y su cama y no le daría ningún problema. Su matrimonio causaría apenas una onda en el confortable diseño de su vida. Solo había que llevar adelante las formalidades. Hablaría a su abogado en Roma mañana y la reclamaría como suya tan pronto como una boda pudiera ser organizada. -Pero eso no sería correcto –dijo. Nick tardó un momento en regresar de sus pensamientos y darse cuenta que estaba haciendo referencia a la cuestión de permitirle un baile. -Tú tienes razón, por supuesto. ¡Qué infortunado para tu oscuro y apuesto caballero y para todos los otros que han perdido su oportunidad por un turno sobre el césped contigo esta noche! -Um, si –dijo ella. Parpadeó, pareciendo fascinada por su sonrisa. Realmente, esto era demasiado fácil, pensó. Aunque contento por su falta del artificio, no dejaba de preguntarse si el aliciente de su sencillez podría embotarse con el tiempo. No importaba. Los maridos de su rango gastaban poco tiempo en compañía de sus esposas. Y en cada Faerie había profundidades ocultas. Se preguntaba qué magia ocultaban sus maneras recatadas. La cortina de la carpa se cerró al salir el último cliente. -¿Quieres probarlo? –preguntó a uno de los jóvenes cuando salió el cliente más reciente de la místico. Parecía esperanzado, sin duda asumía que las damas no desviarían s u atención de Nick hasta que él los dejara. Nick brindó un brazo a Bianca. -Ya que se me ha negado una danza, ¿me acompañarás dentro para que me digan mi fortuna? Los ojos sobresaltados de Bianca se precipitaron a su hermano. -Con el permiso de tu hermano –añadió Nick. -Adelante, Bianca –dijo su hermano-. La mística es chaperón suficiente, y estaré esperando fuera. -Pero ya me han dicho mi fortuna –les recordó. -A mí no –dijo él- sin embargo. Y admito que estoy acobardado ante la perspectiva de acercarme a un verdadero místico. Tú has navegado esas

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aguas y obviamente

sobrevivido. Te suplico que estés conmigo para que puedas reforzar mi temblequeante voluntad. Bianca todavía vacilaba. Probablemente preguntándose si mami daría su aprobación, pensó. Empleó sus considerables poderes de persuasión. -Tus ojos me dicen que posees un espíritu generoso. Seguramente puedes encontrar la generosidad en tu corazón de tomar una decisión en mi favor. -¡Está bien! Por supuesto que le acompañaré –estuvo de acuerdo. Luego se inclinó más cerca para brindar-. Pero la mística no es realmente tan espantosa. Con una inclinación de cabeza a su hermano, Nick mantuvo la cortina abierta y ordenó a la Signorina Rossini entrar antes que él.

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Capítulo 3 Dentro de la carpa, Jane Cova escuchaba y daba vueltas a sus ojos ante las lisonjas del caballero. ¿Realmente la dama se dejaba cortejar tan fácilmente por tales halagos? Parecía prestar atención a cada una de sus palabras. Por una razón muy diferente, Jane también lo había hecho. Uno podía aprender muchísimo sobre un cliente potencial escuchando a escondidas lo que dijeran antes de entrar en la carpa. Con suficiente información se podía fabricar una fortuna entera para cualquiera, cuando tenía razón para hacerlo. No todo su talento era un subterfugio. La cortina en la entrada de la carpa ondeó. Preparándose para dar la bienvenida a los recién llegados, ajustando su chal sobre su cabeza para ocultar parcialmente sus facciones juveniles. Algunas hebras de su pelo color de luna se libraron del chal, pero no se molest ó en volver a colocarlos en él. Serían fácilmente confundidos con el gris en la luz débil. La traicionera suavidad de sus manos estaba cuidadosamente escondida por guantes de encaje negros que dejaban solamente sus dedos desnudos. Encorvaba sus hombros para promover la percepción de que estaba marchita más allá de sus años. La pipa hecha de tosca mazorca que deslizaba entre sus labios estaba sin encender. Ella, también, estaba diseñada para envejecerla y ocultar su voz. Era eficaz, pero sujetar el tallo por mucho tiempo era doloroso. Sus labios ya estaban llenos de moretones. Una mano masculina separó la caída, permitiendo escapar un poco de la penumbra del interior de la carpa. Al ver esos dedos fuertes, sintió una rara sensación de picor sobre ella. La incertidumbre aumentó su sentir. Inexplicablemente, cada fibra de intuición e instinto la instaron a huir. Aplanó sus palmas sobre la mesa y estaba a punto de ponerse de pie antes de vacilar. Rara vez negaba tales sentimientos. Sin embargo, no había logrado reunir las monedas que había esperado hoy. Había llegado tarde al evento y encontrado las carpas ocupadas con los otros vendedores. Solamente cuando el habitante previo de esta carpa la había abandonado recientemente había entrado y empezado a ejercer su comercio. La concurrencia era adinerada y la noche joven. ¿Qué hacer? Antes de que pudiera decidirse sus nuevos clientes ya habían entrado. Jane reconoció a la bonita signorina como una visita más temprana. Su color había aumentado bajo las atenciones de su pretendiente. Pero era suficientemente inofensiva. Sin embargo, el caballero que le seguía la pista era un tema diferente. Su mirada cuando encontró la suya provocó una sacudida a sus sentidos. ¡Qué inusual encontrar un italiano con ojos de color azul espejado! Profundamente sombreados por oscuras pestañas, reflejaban al que lo observaba sin brindar nada. Piel de aceituna dorada lo señalaba como un hombre de sangre italiana. Su frente fuerte, barbilla esculpida, y una nariz recta lo señalaban como obstinado. Tomadas en conjunto, sus facciones se unían en una cara aristocrática sorprendente, arrogante, que se alzaba encima de un cuerpo musculoso. Su altura era autoritaria y seguramente alcanzaba casi los dos metros. Bendecido con tal exceso de las apariencias, parecía un dios entre mortales.

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-¿Se va? –preguntó, observando su pose incierta. Jane se tambaleó y luego sólo miró fijamente en esos ojos extraños. Estaba de pie congelada en indecisión, sabiendo que se veía como una idiota. Pero ello no parecía poder ayudarla. A su persistente silencio, el hombre en cuestión alzó una ceja. Había sentado a su dama, ido por una silla adicional para sí de algún sitio fuera de la carpa, y permanecido de pie pacientemente esperando cortésmente que ella se sentara. Quizás estaba acostumbrado a impresionar a las mujeres volviéndolas estúpidas a primera vista. -¿Puede mi oro hacer que te demores? –preguntó suavemente. La pipa se deslizó de la mandíbula floja de Jane. Apenas la atrapó antes de que rebotara sobre la mesa. El percance tuvo el efecto de hacerla apretar los ojos, por lo tanto, rompió el hechizo. Sus piernas se tambalearon, forzándola a que sentarse. Avergonzada,

reunió

su

inteligencia

y

se

enderezó

para

hallarlo

sentado,

estudiándola. Esperando desviar su atención, empezó a acariciar la bola de cristal ante ella. Aunque realmente no la ayudaba en su trabajo, ayudaba a promover la ilusión en las mentes de las personas de que era una adivina gitana. -¿Cómo te llamas, mística? –preguntó Nick. Su italiano tenía la leve sombra de un acento según había notado. Pero el idioma parecía cómodo sobre su lengua y era muy probablemente su idioma nativo. Su inglés era fluido pero menos seguro. De todos modos suponía que había sido educado en Inglaterra o por un profesor particular inglés. El timbre autoritario de su voz indicaba que era un hombre acostumbrado a tener sus demandas cubiertas, lo que insinuaba que era adinerado. -Jane –respondió. Se instaló en su asiento con una expresión engreídamente divertida. -¿Jane la mística? La Signorina Rossini parecía perpleja. -Pensaba que tu nombre era Madame Fibbioni. -Jane es mí nombre de pila –mintió Jane, cayendo en la fracturada mezcla cockneyitaliano que había desarrollado para tales ocasiones. -Bien, Madame Jane Fibbioni –dijo Nick-, ¿Cuáles son tus honorarios acostumbrados para interpretar palmas? La signorina respondió por ella. -Solo digo la fortuna en forma individual –anunció Jane, recordando disfrazar su voz con una risotada gutural. -¡Oh! –Dijo la Signorina Rossini-. En tal caso, debo retirarme. Jane dibujó dejó escapar un jadeo alarmado. ¡No podía dejarlos solos! La idea era horrorosa. Una mano masculina sobre el hombro de la signorina le impidió ponerse de pie. -Espera un momento. ¿El triple de tus honorarios te convencería de hacer una excepción? –preguntó a Jane.

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Impuso el dinero sobre la mesa encima de la bufanda bordada con cuentas que había colocada sobre ella. Jane miró sus monedas indecisa. -¿Tú empresa es tan próspera que puedes declinar tal oferta? –la engatusó. No. Con un movimiento amplio de su mano, rastrilló el dinero en el monedero en su regazo. -Tu atractiva dama ya tuvo su oportunidad de escuchar su futuro- advirtió. -Pero si es tú deseo, entonces veré si los espíritus son complacientes. -Grazie. Aguardaremos nuestras fortunas de parte de los espíritus pacientemente, estimada mística –dijo. -No hago ningún reclamo de ese título –le dijo con una sacudida de su cabeza-. Soy una simple narradora de fortunas. -Déjala que primero te diga la tuya –apoyó la Signorina Rossini- Es muy excitante. Nick le sonrío. La bonita signorina no le parecía del tipo que se sintiera atraída por ese tipo de hombre grosero como él. Sin embargo, parecía estar realmente atraída por él. La mirada que había posado sobre ella había provocado un impacto directo lo suficientemente potente como para hacer hormiguear su piel. No era de extrañar que la signorina hubiera caído por sus palabras melosas. A la distancia se escuchaba el extraño sonido del agua a presión por los tubos del Órgano de Agua que venían del jardín para diversión de las visitas. Jane toqueteó los cordeles del monedero en su regazo; odiaba empezar lo que debía hacer a continuación. -Empieza poniendo tu mano en la suya –incitó la signorina a Nick. -Como tú mandes. Su mano estaba colocada sobre la bufanda dentro de la visión de Jane, con la palma hacia arriba. Algo en la forma de esos dedos largos y francos la repelía y a su vez la compelía. El pulso azul en el interior de su muñeca vibró tibio y fuerte, su fuerza vital vibraba. Debajo de la mesa, se ajustó los guantes de encaje. Nada más que sus dedos debían ser enseñados a él. Luego colocó su mano en la suya, conmovedora. Las puntas de sus dedos se rizaron en respuesta, provocando las chispas sobre la tierna parte oculta de su muñeca a través del encaje. Desesperadamente siguió el terreno de su palma, esperando que llegaran las imágenes. Su línea del destino corría continuo por el valle de su palma – un hombre de autocontrol excepcional. Su línea del corazón demostraba que él era perspicaz. La mont ura de Venus en la base de su pulgar era rolliza. Un hombre de vitalidad, salud, y resistencia. Sus habilidades como adivina no eran un truco total. Podía aprender mucho de una persona a través del tacto. Por lo menos, lo suficiente para satisfacer al cliente corriente. Pero las habilidades extraordinarias que le habían llegado con el inicio de la pubert ad habían empezado a cambiar recientemente. Se estaban agotando despacio en algunas áreas

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mientras aumentaban en otras. Su habilidad de leer a los seres humanos se ponía menos confiable con cada paso de la luna. Rogó que no le fallara ahora. Un suspiro de alivio dejó sus labios cuando la neblina de su mente la envolvió, calmándola con su familiaridad. Sus ojos se cerraron, y pasó sus dedos sobre él, siguiendo un pliegue ocasionalmente o desperdigándose sobre un monte. Sólo la más desnuda, diminuta mezcla de aceites para la piel era todo lo que usaba para una narración simple de fortunas. Era importante evitar unirse. Si iba más lejos podía llegar a causarle dolor. -Ya veo un bosque –empezó-. Un bosque antiguo. Rodea un jardín prospero que cubre muchas laderas. Veo a tres hermanos, tres residencias magníficas. Abrió sus ojos y reflexionó sobre él con curiosidad. Solamente Nick notaba lo refinado que se había vuelto su acento. -Lord Satyr posee una gran propiedad en Toscana, junto con sus dos hermanos menores –proporcionó la Signorina Rossini. Su voz tembló con emoción al ver que Jane había adivinado correctamente. Jane le sonrío. Ahora tenía su nombre y residencia. Las personas eran tan liberales a la hora de brindar información. Realmente, facilitaba mucho sus esfuerzos. Nick la miró sardónicamente. -Mis posesiones y lazos de familia no son un secreto. Tendrás que hacer más para ganar tu dinero. Si hubiera sido sabia, habría fabricado una fortuna absurda y abandonado su mano lo antes posible. Eso era indudablemente lo que él esperaba. Pero estaba embargada por un deseo irracional de demostrarse. Agachó su cabeza y continuó. -Veo riqueza física. Poder. Pasión. –le lanzó una mirada a través de sus pestañas-. Ocultación. Una tensión sutil invadió su piel. La Signorina Rossini se río tontamente. -¡Pasión! ¡Bondad! ¿Y qué podrías estar ocultando tú, Lord Satyr? Su mano se desplazó hasta que su pulgar se intercaló con dos de los pequeños dedos de Jane, acariciando la piel tierna entre ellos. ¿Deliberadamente? Es divertida, pensaba él. Sus dedos eran suaves, su piel lisa y joven debajo de su disfraz de vieja andrajosa. Su curiosidad estaba excitada. Cambió de lugar sobre su asiento. Estaba excitado. Desconocía que era lo que había causado que su necesidad se encendiera cuando no podía ser extinguida, sonrío, coqueteando. Sólo para consternarla. Cuando Jane miró la curva llena de su boca, terribles visiones repentinas la recorrieron de la misma manera que olas revueltas por una tormenta. Lo vio en otro tiempo y lugar. Estaba de pie. Los músculos de su pecho descubierto se flexionaban y se rizaron a la suave luz de una vela. ¿O era la luz de la luna? Sus facciones eran crudas y despiadadas, y sus ojos emitían destellos mientras miraba atentamente – algo. Una mujer. Estaba ante él, doblado sobre alguna suerte de mesa. ¿Q – qué le estaba haciendo?

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Lanzó un grito entrecortado cuando se dio cuenta de que estaban copulando. Ruborizándose, retiró su mano de golpe. La visión se rompió como si una puerta se hubiera cerrado de golpe en su cara. Las llamas del interés iluminaban sus ojos. Subrepticiamente, limpió sus dedos sobre su falda. Esto era insano. ¿Qué estaba haciendo al acercarse tanto? ¿Qué pasaría si arrancaba su disfraz e informaba sobre sus actividades a su tía y padre? Entrando en pánico, empezó a amontonar sus pertenencias. Su oro estaba maldito. -Tú me has dicho es solamente una mezcla de especulación oscura y aquello que ya sé. ¿Y mi fortuna? –exigió Nick. Era imposible mirarlo ahora. ¿Qué tal si leía la verdad del lo que había visto? De él haciendo eso. Estaba mal que lo hubiera observado en tal momento privado. Maldecía poseer una habilidad tan despreciable. -¡Es un placer informar que todas tus posibilidades son excelentes tú! Yo veo solamente buena fortuna en el futuro de tú –pronosticó apresuradamente-. ¡Y habrá una novia para ti pronto! Una con ojos muy azules. Allí estaba—eso debería complacer a su compañera. Sonriendo, se dirigió a Signorina Rossini y fingió darse cuenta de su identidad recién entonces. -Oh, pero si eres la joven dama tú a la que le leído una fortuna antes diciéndole que conocería a alguien oscuro y apuesto. Aquí regresó a Nick. No atreviéndose a encontrar su mirada, en su lugar miró su barbilla. Ya una sombra negro azulada ensombrecía la línea de su mandíbula, aunque solo era tarde temprana. Por alguna razón, esta pequeña confirmación de su virilidad la alarmó de manera desproporcionada a su significado. -Tú pareces llenar la descripción tú, buen señor. Te dejaré con ella entonces. Recogió la parafernalia de su comercio de adivinación del futuro en la bufanda de la mesa, atando sus bordes con holgura. Sujetando el manojo improvisado contra su pecho se puso de pie para partir. Pero el dios musculoso también se puso de pie. ¿Estaba siendo educado, o pensaba bloquear su salida? Ya, había esquivado un número suficiente de hombres y de sus manos audaces a lo largo de las calles de Tívoli. Con determinación, fue hacia adelante, apoyando una mano sobre la pared temible de su pecho. ¡santo cielo! era alto. Una visión de él patente y dura destelló en su mente y ella casi gimió desesperada. -No debo demorarme. El, uh, los espíritus me piden que siga mi camino. Era una medianoche azul, casi negra. Y había un patrón grabado sobre las viñas que se retorcían y entrelazaban en algún tipo de criatura mitológica. ¡Qué raro! Lo sintió sonreír por sobre su cabeza. Trataba de juguetear con ella, ¿o no? Aunque los ojos que fijó en él lanzaron chispas verdes, su voz era templada. -Por favor hágase a un lado, Signore.

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-¿Lord Satyr? –preguntó su compañera con aire vacilante. Al oír su voz se volvió. Se desplazó, separando el cortinaje en la entrada de la carpa. Algo golpeó a Nick cuando la figura encogida de la gitana se escurrió debajo de su brazo y salió, pero no pudo determinar el origen de ello. Miró mientras se iba, odiaba soltar un rompecabezas sin resolver. -Eso fue extraño. -Bien, es una adivina, después de todo –le recordó la Signorina Rossini. Tenía razón, por supuesto. Pero se sintió agitado por el presentimiento de que algo no era totalmente como debía ser y regresó su atención a su compañera. Tenía temas más importantes a los que prestar atención. Ponderó si demorarse a solas con ella en los confines de la carpa. Su hermano informaría sobre la indiscreción a sus

padres, lo que probablemente facilitaría su

consentimiento para una boda rápida. En su lugar, observó su propia mano separar la cortina y la acompañó afuera. Desconcertado por el hecho de no haber permanecido dentro con ella cuando le hubiera reportado una gran ventaja intentó atraerla a una conversación lejos de sus conocidos. Le preguntó sobre el baile próximo para incitar su interés. Como era una de esas damas jóvenes que requerían poca atención cuando parlotear sobre temas insignificantes, solo dejó una pequeña parte de su mente enfocada en la charla social. Otra parte de su cerebro regresó al enigma del episodio dentro de la carpa. Un momento después se dio cuenta de que se había perdido de gran parte de lo que la Signorina Rossini había dicho. La miró y reconoció su emoción preponderante por lo que era. Aburrimiento. Peor

todavía, el

olor a Faerie que la había cubierto

se había desvanecido

dramáticamente. A decir verdad casi había desaparecido completamente. Retrocedió alejándose de ella. ¡Siete infiernos! ¡No era ella después de todo! Si se quedaba más tiempo junto a ella, la sociedad lo abordar sobre su preferencia hacia ella. Sin molestarse en apurarse la introdujo dentro de su grupo de amigos que la incluyeron en sus filas rápidamente. La adivina gitana. Tenía que ser ella. Pero el Rey Feydon había afirmado que se había acostado con una mujer de alta alcurnia, no una gitana. ¿La niña había bajado debido a los tiempos difíciles? Su barbilla se alzó y buscó el viento. Allí estaba. La pista era muy débil – el más fino hilo de especia de Faerie. Sus ojos se entrecerraron, escaneando el terreno, buscando, y encontrando la entrada en el límite norte de los jardines. Allí. El arco de vidrio sobre el sendero. El mismo portal a través del que la adivina había huido recientemente. Con su partida, el olor a Faerie también había huido.

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Repentinamente se excusó de la Signorina Rossini y el grupo de visitas. Hizo caso omiso del principio casi unánime de sorpresa ante su retirada brusca. Con las facciones afiladas por la determinación, empezó su búsqueda nuevamente. Fuera de la puerta del jardín se abrían grandes extensiones de césped que pasaban junto ocasionalmente junto a una fuente o laguna. Más allá, cuando las plantas se convertían en las losetas de una calle principal, el siguió instintivamente hacia el río Aniene. Captó la vista de la adivina otra vez bastante lejos adelante, corriendo sobre los amplios ladrillos irregulares bajo sus pies. Viajaba a solas niña tonta. Era un área elegante, pero podía encontrarse fácilmente con problemas en los rincones y las grietas de estas serpenteantes calles. De vez en cuando la perdía de vista, porque estaba casi a casi cuat ro kilómetros y medio de él. Pero sus pasos eran más largos que los suyos y ganaba terreno fácilmente. Ocasionalmente ella echaba un vistazo hacia atrás como si intuyera su persecución. Pero él se atuvo a las sombras, escondido. Después de algunas cuadras, la vio entrar en una puerta de herraje que conducía a una residencia privada. Desde un callejón frente al lugar valoró la vivienda y la encontró bien cuidada y lujosa, aunque sin ostentaciones. ¿Pertenecía a su familia, o era una visita en la familia de otro? ¿O una criado? ¿Ya estaba casada? ¿Sus parientes eran duros? Tantas preguntas y sin que existiera una forma en que fueran respondidas esa noche. En ElseWorld los sátiros buscaban a sus compañeras de un modo mucho más directo que lo que se acostumbraba en la sociedad humana. Desafortunadamente eso quería decir que no podía seguirla dentro y llevarla consigo esta noche. Afortunadamente podía exhibir una paciencia infinita cuando le era requerido. Mañana visitaría a su abogado y determina la naturaleza de su familia. Sus circunstancias financieras y prestigio social le marcarían respecto al mejor curso a seguir. Brevemente se preguntó sobre el peligro para su persona sobre el que el Rey Feydon había advertido. La casa en la que había entrado aparecía inocua, se veía como docenas de otras a lo largo de la calle. Sin embargo, nadie mejor que él para conocer el tipo de secreto que comunes paredes de piedra podían ocultar. El ruido de ruedas de carruaje llamó su atención. Un hombre corpulento estaba sentado sobre un carruaje abierto con los ojos cerrados y una expresión de deleite y angustia sobre su cara. Cuando su vehículo chocó con un bache, una aturdida cabeza femenina apareció por entre sus muslos rechonchos. Su pelo estaba despeinado y sus labios húmedos. Por un momento, su mirada se encontró con la de de Nick. Echó el ojo audazmente a la prominencia de su entrepierna e hizo un guiño. Una prostituta. Una muy linda. Expresó con una sonrisa su admiración, y ella le regresó la sonrisa. Entonces, con resignación, su cabeza se agachó otra vez sobre el regazo del Signore, y el carruaje salió traqueteando fuera de la vista. Sin ninguna otra razón para permanecer allí, Nick regresó a los jardines y llamó a su coche particular. Sus necesidades físicas ya no podían ser negadas.

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Por encima de la cabeza las nubes se habían reunido y se espesado, oscureciendo la luz de las estrellas. Pero los pesados calambres en su región lumbar le dijeron que la luna estaba creciendo. Era peligroso para alguien como él permanecer sin una mujer durante tanto tiempo. El llamado ocurriría en tres días, en Moonful, como lo hacía cada mes. Cuando la esfera del cielo de noche colgaba hinchada y redonda, su pasión se desencadenaría. Era esencial terminar su empresa aquí en Tívoli y regresar a las tierras Satyr antes que el llamado lo sorprendiera. Horas más tarde, entró en la morada suntuosa de Mona, una de sus cortesanas favoritas en Roma. Le dio la bienvenida efusivamente, y él sintió que lo envolvía en su pecho y asfixiaba con la falsedad de su perfume. Por primera vez se sentía vagamente asqueado por su descaro así como por la diferencia con la fragancia delicada cuya trayectoria había seguido más temprano esa noche. Se separó y vio que se había preparado para él. Estaba vestida como él quería, de una manera que declaraba que una vez había sido parte de la sociedad aceptada. No se trataba de una casa de mala reputación, y tenía una figura que hubiera podido adornar el salón de baile más fino si no hubiera caído en dificultades financieras y escogido esta profesión como una escapatoria. Lo complacía su suave redondez y elegancia. Su sabor en mujeres variaba, pero en general las prefería cultas y refinadas – por lo menos en el exterior. Un movimiento en la entrada del salón atrajo su atención y giró para observar a otra de su clase esperando en las sombras. Le había avisado por adelantado de su llamada. Obviamente Mona había preparado algún tipo de espectáculo para él. La otra mujer llevaba un traje de bombazine escarlata que parecía determinado a obligar a la persona que los veía a ajustar sus pantalones para que contuvieran su verga en expansión. Sin desmedro del diseño primorosamente ribeteado del traje, su cintura estaba reducida bruscamente y su corpiño forzaba sus senos hacia arriba. Notando su interés, Mona agitó una mano esmeradamente arreglada hacia su compañera, invitándola a acercarse para su inspección. -Espero que no te moleste – cloqueó con voz ronca, conectando su brazo con el suyo y el de la otra mujer para atraer al trío más íntimamente juntos-. Mi hermana se reunirá con nosotros. Riéndose

tontamente,

esquivamente, atrayendo

la

versión

más

su mirada hacia los

joven

de

su

ondulantes

meretriz

se

zangoloteó

globos que se hinchaban

precariamente adrede sobre el escote de su traje. -¡Ángela! –la riñó Mona-. Lord Satyr viene a nosotras pidiendo refinamiento, no el comportamiento que uno podría esperar de una puta de callejón. La mujer más joven se enderezó, apenada. Nick le sonrío, mostrando incluso una breve visión de dientes blancos. Su expresión la conmovió convirtiéndola rápidamente en su esclava.

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Ambas mujeres tenían figuras suntuosas pero de tipos diferentes. Dudaba que estuvieran emparentadas. Pero daba la más alta calificación a Mona por la creatividad que exhibió. Siempre era muy divertida la fantasía de tener hermanas para atenderlo. Nick se agitó ante la idea de que tales placeres, tan necesarios para él como respirar, habían llegado a parecer vanos en los meses recientes. La adición de una esposa y niños para su familia sería una distracción bienvenida ante la conciencia creciente del vacío de su vida. -¿Vino, Signore? –preguntó Mona, presionando su pecho en su brazo. La luz de vela parpadeó sobre la botella que levantó del carro de licor. Tenía gravado el emblema de las viñas Satyr, una SV. Asintió con la cabeza. Una mano suave rozó la tela sobre su entrepierna como sin querer. La supuesta hermana. Ignoró el preludio por el momento y levantó la copa que fue servida para él, previendo el primer trago. El roce íntimo en sus pantalones se hizo más descarado mientras el centellante líquido se derramaba sobre su lengua. La dulce fulana comenzó a liberar los botones con dedos experimentados dando a conocer su polla engrosada para la caricia de una boca femenina. ¡Ah! No había nada como el sabor de Satyr.... el Vino.

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Capítulo 4 ¡Vino! ¡La repugnaba! Jane pateó la botella vacía con la que había tropezado justo frente a la puerta de su tía. Normalmente no era tan torpe. Pero después de dejar Villa d' Este, había estado consternada por la rara impresión de que estaba siendo perseguida. Algunos pasos más y ella estarían sobre las escaleras que llevarían dentro de la casa de ciudad de Tía Izabel. Recogió la botella de vino para examinarla más de cerca y frotó su pulgar sobre la insigni a en relieve moldeada sobre un costado… -SV. Cuando vivía en Londres, había descubierto muchas de es as botellas en varios escondites. Ésta era de las de su padre, indudablemente, como lo habían sido todas las otras. Por mucho que su tía hubiera profetizado que mudarse de Londres a Tívoli curaría su intemperancia. Arrugó su nariz ante el olor agrio de los restos de la botella. ¿Qué encontraba tan necesario en esta cerveza fermentada que había derrochado su vida sobre ella después de que su madre había muerto? Y ¡qué irónico cuando era el contenido de botellas como esta la que había sido la causa de su muerte! Porque el cochero que había conducido la noche en que su carruaje había volcado había estado ebrio. Las nubes se dividieron por encima de su cabeza, y la botella captaba la luz de la luna, derramando momentáneamente destellos de color ámbar. La cólera borboteó en su interior. Bajo sus dedos, la botella se calentó y resonó. Se formaron grietas sobre su superficie como si fuera tierra árida demasiado tiempo negada de lluvia. La tiró. Formando una curva en el aire, la botella estalló en una explosión silencios a que salpicó el sendero con joyas de oro. Satisfecha, se volvió sobre sus talones y se escurrió hasta arriba de las escaleras. Su manojo era un peso cómodo contra su muslo, pesado con las monedas y la parafernalia de su ocupación secreta. El monedero escondido en su ropero se ponía más gordo cada semana. Muy pronto podría llevarse a su hermana y dejar este lugar. El dinero compraría comida y alojamiento para ellas en algún lugar en el campo. Compraría anonimato. Seguridad. Al alcanzar la puerta de la casa sin ser descubierta ni sufrir ningún percance lanzó un suspiro de alivio. Con paso ligero levantó el cerrojo y entró. Desde la ventana más arriba la tía de Jane prestaba especial atención a su regreso. -Jane ha regresado de sus errantes andares nocturnos –observó Izabel-. En un esfuerzo

de

librarse

del

apretado

lazo

corredizo

nupcial,

va

de

excursión

más

frecuentemente. -Mejor es que se mantenga casta para Signore Nesta -farfulló la figura que permanecía acostada a su lado -. ¿Crees que visita a otro hombre? Izabel gorjeó de risa.

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-¿Jane? Difícilmente. Una furtiva mano masculina se deslizó sobre su hombro y recorrió su clavícula. Indecisamente, como si estuviera inseguro de su bienvenida, se deslizó bajo el escote de su camisón para capturar un pecho. Izabel hizo constar la intrusión con una esquina distante de su mente y decidió admitirla. Ante su falta de resistencia, el recorrido de la palma contra su carne s e hizo más audaz. Dedos familiares encontraron y retorcieron el pequeño anillo de plata que perforaba su pezón, haciéndola soltar un suspiro. -Ven a la cama, mi amor –dijo el hombre en tono persuasivo. Izabel dejó que la cortina regresara a su lugar con un silbido. Sus párpados cayeron, y se apoyó contra la tibieza tras ella. Haciéndola girarse él alzó sus pechos de su delicado confinamiento y se pegó al pezón más cercano a su boca. Los sorbetones y tirones de su vigorosa mamada causaron un tirón de placer en su útero. Los pliegues de su traje rozaron las espaldas de sus piernas mientras los recogía en sus puños. El aire fresco golpeó su trasero mientras las manos ganaban el acceso que había estado buscando. Él se aferró desesperado a su hinchado gemelo. Cariñosamente, Izabel miró a la cabeza profundamente aferrada a su pezón. Acarició su pelo oscuro tan ondulado como el suyo. Era útil, este hermanastro suyo. Y siempre estaba tan favorablemente impaciente por poseerla. Fuera de su recámara, las reglas del decoro tenían que ser observadas. Allí solo podía tratarla de manera fraternal. Y muchas noches lo más sabio era negarle el uso de su cuerpo incluso en lugares privados. La negación solamente servía para abrir su apetito. ¿Debería dejarlo tenerla esta noche? No era sabio hacerlo sentirse demasiado seguro de que podía tomarse tales libertades a voluntad. Sin embargo, tenía razón de estar agradecido con él. Hacía seis meses, había traído a sus hijas para vivir en su casa. El valor de su sobrina más joven era inc ierto. Por el momento, Jane era la única que despertaba su interés. Pronto su sobrina mayor sería obligada a casarse. El Signore Nesta ya había demostrado su habilidad de engendrar hijos. Pariría más sobre Jane con satisfactoria rapidez indudablemente. Y a través de los niños de Jane, todos sus sueños largamente acariciados podrían hacerse realidad. -Déjame joderte, Izzy. Por favor –pidió su compañero. Un sentido de supremacía femenina envió una carga de lujuria hirvió a través de las venas de Izabel. Se deleitaba en su frustración contenida. Tirando de su pelo, presionó sus labios para frotarlos contra los suyos. El sabor del vino que le había proveído se sentía ácido y fresco sobre su lengua. Separándose, le susurró en la oscuridad. -Después podrás joderme. Pero por ahora, permíteme que -

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Dejó que las palabras colgaran en el aire entre ellos. Él captó su significado, y sus ojos se encendieron con expectación. Las suaves manos de su dama se deslizaron sobre su cuerpo, dando forma a sus costillas y luego a sus muslos hasta que se arrodilló en un charco de seda y encaje ante él. Su vara tembló y palpitó, tanteando su bata justo debajo de la faja. Un pequeño círculo de líquido preseminal mojó el satén. Sus labios se curvaron. Mientras el deseo de una mujer podía ser fácilmente ocultado, el de un hombre era siempre tan lastimeramente obvio. El poder en este acto era el suyo. Su deseo hacia ella permitía que ella lo controlara. Suavemente separó la tela. Su rojiza cabeza se movió hacia adelante, como un listón con un ojo que le miraba con lascivia. Su vara no era especialmente grande, aunque se había sentido así la primera vez que había estado en su interior. Había sido tan joven entonces, su cuerpo sin probar. Desde ese día, se había deleitado en probar muchas cosas con él. Y con otros. Era parte de su naturaleza el deleitarse en los placeres de la carne. A diferencia de su buenaza esposa inglesa. El olor almizcleño a macho se fortaleció cuando ensanchó la apertura de la bata. Inclinándose hacia adelante, pasó sus labios rollizos y secos por toda su longitud. Enterrando su nariz en el espeso vello en su raíz, inhaló la leve acidez, un olor cómodo y familiar característico de él. Se retiró para girar su lengua bajo la cumbre de su corona y luego se movió rápidamente por su abertura, disfrutando de sus quejidos, disfrutando del sabor salobre a semen y carne sucia. Él posó las puntas de los dedos en sus hombros y afirmó sus piernas. Como si se encontrara a gran distancia ella observó sus manos sopesar y acariciar sus tes tículos y luego su longitud antes de inclinarse hacia él. Sus glándulas salivales comenzaron a funcionar, preparando la caverna de su boca para la tarea que tenía por delante. Ante la primera caricia mojada, los músculos de sus muslos tensaron y se sacudieron. Sus labios formando una firme O se movieron por su cabeza y luego resbalaron a su raíz. Él gimió mientras sus puños, boca y lengua trabajaban al unísono, ordeñándolo de la manera que más le gustaba. Aunque su mente vagaba en otra parte cuando lo llevó hacia su culminación, realmente estaba ansiosa por complacerla. Al final, era ella la que se beneficiaría de su deseo. Por este acto sobre su carne, él haría cualquier cosa que le pidiera. Por esto y los otros placeres secretos que le otorgaba, traicionaría a sus propias hijas, daría una mirada ciega a sus planes para ellos. Por esto, había permitido que ella matase a su esposa. Nunca había comprendido por qué se había casado con esa seca vaca inglesa en primer lugar. El matrimonio había causado que él la abandonase a ella – su hermanastra más querida – en Tívoli para poder compartir casa con su antigua esposa en Londres. Cuando ya no había estado fácilmente disponible para joderla, Izabel había estado furiosa. Se había casado con un anciano en su iglesia, al que había hecho desplomarse y

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dejarla como una viuda en el periodo de un año. Sin embargo, culpaba a su hermanastro y su matrimonio por todas las noches en que había estado forzada a permanecer debajo de ese viejo gallinazo en celo. Incluso ahora, su traición le picaba. Un firme apretón a sus testículos lo hizo corcovear, comprimiendo su verga profundamente. Un pellizco en la frágil piel del interior de su muslo le recordó que el paso era suyo para imponer. Él lanzó un aullido ante

el ligero castigo y apretó su trasero,

tratando de permanecer dócil. Sus cartas para ella durante su casamiento habían estado plagadas de quejas por las deficiencias de su esposa en la recámara, de su decepción que sus esfuerzos con ella hubieran engendrado solamente dos hijos, y ambas mujeres. Izabel había leído los detalles de sus incompatibilidades coitales con deleite y vigorosa esperanza. Había tramado la caída de su rival cuidadosamente. Cuando él y su familia la habían visitado ocasionalmente, se había asegurado de que la antigua Lady Cova notara la cercanía anormal que existía entre ella y su hermanastro. En esa última visita fatal que él y su esposa habían hecho a Italia había hecho alarde de la relación incestuosa hasta que Lady Cova se había visto picada a reconocer abiertamente su conocimiento de la misma. Y su aversión hacia ella. Qué ingenua. Al hacer eso, Lady Cova había demostrado ser una amenaza. Su enemiga. Si exponía su secreto al mundo, pocos comprenderían. Para aquel entonces, su hermanastro estaba más que cansado de la fría cama inglesa de su esposa. Había visto sabiamente cuál era la única manera que tenían de disolver rápidamente el matrimonio. La muerte de su esposa. Organizarlo había probado ser asombrosamente simple. Sólo tres botellas de vino de barato para el cochero y un corte poco profundo para el eje del carruaje que le aseguraban que se rompería a lo largo de su viaje. El resto de su plan había sido equitativamente fác il. Luego del fallecimiento de Lady Cova la desolada familia había venido a Italia, e Izabel les había abierto su casa. Complacida de que la sociedad viera con buenos ojos su buena voluntad de cuidar a sus sobrinas y encargarse de un compromiso para Jane. Las apariencias eran tan importantes. La divertía cómo habían resultado las cosas al final. El matrimonio de su hermanastro con su anodina inglesa, aunque le había dolido, ahora representaba una ventaja para ella. La pareja había producido a Jane. Jane, de origen sobrenatural, estaba en una buena edad para el matrimonio. Por fin. Toda la longitud de su hermanastro se hinchó y creció más dentro de su boca mientras lo chupaba competentemente. Solamente cuando su leche finalmente brotó a chorros y aterrizó en su garganta se puso de pie y lo llevó a su lecho.

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Capítulo 5 Jane se arrodilló sobre el sendero de ladrillo que serpenteaba por el jardín de su tía y pinchó su pequeña pala en la tierra, aflojando y girando. Descubrió una enfermiza parcela de manzana y hierbabuena y la levantó. -Pobres queridas. ¡no se preocupen! Te arreglaré. Dulce, ¿cuál de los mantillos preferirías? -¿Alguna vez contestan con insolencia? –bromeó una voz juvenil desde atrás de ella. Jane dio un respingo y echó un vistazo por encima de su hombro para ver a su hermana menor, Emma, sonreírle feliz. Ella sonrío y se encogió de hombros, moviéndose con toda tranquilidad para que su cuerpo protegiera el lecho donde había estado trabajando. -Si pudieran, imagino que estarían denunciando al anterior jardinero de nuestra tía. Los desatendió vergonzosamente. -Pero están mejorando bajo tu custodia –dijo Emma, estirando el cuello para ver la obra de Jane. Jane no estaba para nada sorprendida al notar que Emma sujetaba un libro en sus faldas. Hizo señas hacia él, esperando desviar la atención de su hermana. -¿Qué tienes allí? Emma sujetó el tomo de cuero y lo abrió en un pasaje especial que había marcado con una tira de terciopelo. -Es Carl Linnaeus 'Philosophia Botanica’. He decidido intentar plantar un reloj floral como el que describe. Sólo imagina ser capaz de distinguir la época de acuerdo a la flor que se encuentre florecida. Las cejas de Jane se alzaron. -¿El horologium florae? Muchas de las plantas que indica para el reloj son flores silvestres, ¿no? ¿Podrás ubicarlas todas aquí en Tívoli? Emma agitó su cabeza. -Es improbable. Pero he empezado una encuesta para determinar la apertura y cierre de las plantas italianas originarias. En lugar de eses plantas que no puedo coleccionar para combinar las doce que Linnaeus describe, ¡encontraré sustitutos que reflejen el mismo cronometraje! -¡Brillante! –se entusiasmó Jane. Ambas hermanas estaban sumamente encariñadas con la botánica. Mientras el interés de Jane se prestaba al verdadero trabajo táctil entre plantas, Emma se había inclinado a un esfuerzo más de erudito. -Léeme mientras término aquí –la invitó Jane-. He olvidado cuales son precisamente las plantas que se utilizan para convocar al reloj. Emma se situó sobre un banco de herraje y empezó a leer en voz alta. Jane se colocó de tal forma que su interacción con las plantas no pudiera ser observada fácilmente. Había algunos secretos que debía mantener a salvo, incluso de Emma.

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Bajo su cuidado la acilla se enriquecía. Los zarcillos brotaban y se rizaban con amor alrededor de sus dedos. Las malas hierbas se encogían. La dedalera y las flores de naranja saltaban a la vida. Los marchitos dragones se renovaban y aclaraban, intensificando su col or como por arte de magia. Si solo pudiera hacer funcionar esa magia para su hermana. Porque estaba profundamente preocupada por Emma. De lo que podría hacerle –una criatura como ella, dotada de una rareza anormal que debía ser escondida. En pocos meses, Emma llegaría a su decimotercer cumpleaños. Para Jane, el cambio de niña a mujer a los trece había representado naturalmente meterse dentro de los corsés llenos de ballenas. Pero al mismo tiempo que la sociedad ordenaba que su cuerpo fuera forzado transformarse en una forma de reloj de arena, otra metamorfosis equitativamente imparable había comenzado dentro de ella. Aunque Emma no sabía nada de las raras habilidades de Jane, su madre lo había sabido. Y esos conocimientos habían causado que todo cambiara entre ellas. Su madre había dejado de quererla, dejado de tocarla, y la había mirado con una nueva cautela. Jane había aprendido pronto a ocultar gran parte de lo que era. Ocultación. La palabra la hizo recordar al lord de pálidos ojos azules que había visitado su carpa en Villa d' Este. Arqueó su espalda, estirándose. -¡Jane! En la llamada de su tía Izabel, las hermanas vigilaron sus apariencias mutuamente. Emma se paró de un salto y jaló el brazo de Jane. -Escondámonos. Jane forzó una abierta sonrisa a sus labios. -Sálvate tú. Ve a terminar tu lectura en otro lugar. Es a mí a quién busca. -¡Jane! -la voz aguda llamó otra vez, más cerca esta vez. Emma hizo la mímica de una cara del terror cómico y luego agarró su libro y corrió. Jane comprendía completamente los sentimientos de su hermana. Con renuencia se puso de pie y se quitó su mandil. Su tía se dio a la tarea de fastidiarla en cuando la vio. -Tu fascinación con este sucio jardín está más allá de mi comprensión. Sólo mírate. ¡Mugrosa! Izabel alisó el pelo de Jane en su sitio, y Jane la dejó. Tratando de fingir que tal ayuda brusca era ofrecida con familiar generosidad. -Qué color vergonzoso. Pero supongo que no hay nada que pueda ser hecho al respecto –dijo Izabel. Jane hizo caso omiso del insulto. Sus pálido pelo rubio, barbilla obstinada, y piel inglesa blanca eran muy similares a las de su madre. Mientras Emma había heredado el pelo marrón ceniza y los ojos de su padre, Jane no reflejaba a nada de él. Izabel bajó su pañuelo en la pequeña fuente del jardín. Cuando regresó se dedicó a fregar la suciedad de la mejilla con hoyuelos de Jane rodeándola con las manos.

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Jane había evitado el tacto con otras personas por años fuera de casos de absoluta necesidad. Solamente lo permitía cuando era inevitable o para ganar el dinero que necesitaba con su adivinación del futuro. -¿Qué problema hay con mi apariencia? –preguntó eludiéndola-. No tengo ningún plan de aventurarme a salir. Golpeando la tela sucia en el borde de piedra de la fuente, Izabel frunció el ceño, grabando líneas alrededor de sus labios. -Tenemos una visita. O, mejor dicho, tú, tienes una visita. -¿Quién? -preguntó Jane cautelosamente. -Ya verás. Vendrá como una sorpresa bienvenida, estoy segura. Con inquietud, Jane siguió a su tía hasta el salotto. Allí estaba su padre esperando, junto con el Signore que se estaba poniendo demasiado familiar para ella. Ambos hombres se pusieron de pie cuando las damas pasaron por las altas puertas blancas y oro. -Buon giorno, Signorina Cova –dijo el visitante a modo de saludo. Aunque su boca sonrío bajo su bigote oscuro, sus pequeños ojos no lo hicieron. Su chaleco a cuadros era bien entallado y de buen gusto, sus pantalones con raya. Su pelo oscuro alisado y peinado. Era tan quisquilloso y presentable como repugnante. -Buon giorno, Signore Nesta –respondió Jane. Su mano fue rodeada brevemente por la suya fría y seca. Había algo en ella. Lo sentía. Pero ¿qué? Su contacto había sido demasiado breve para que ella se fusionara pero aún así demasiado largo para que ella lo pudiera soportar. Su tía permaneció a cierta distancia, dejándole la silla más cercana a su visitante. Jane permaneció aparentemente plácida mientras él la revisaba con su cabeza ligeramente inclinada como si intentara determinar su valor. Ella sacudió su falda con fastidio. Dijo algo en italiano a su tía y padre, y los tres sonrieron. Su comprensión de itali ano era buena, pero había hablado coloquialmente y demasiado rápidamente para que ella captara su significado. -¿Cómo has estado desde la última vez que nos vimos? -preguntó en un inglés en exceso acentuado. -Sí. ¿Y tú? -respondió. -Molto bene, grazie. Se hizo un silencio incómodo. Su tía trató de llenarlo. -Los jardines son tan pintorescos en esta época del año, ¿no, Signore? Jane tiene tal habilidad con las plantas. Está haciendo de nuestros jardines los más vivaces del vecindario. Los ojos de Jane se abrieron. ¿Repentinamente sus destrezas de jardinería eran valiosas?

Signore Nesta inclinó la cabeza hacia Jane.

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-¿Tal vez puedas hacerme alguna sugerencia para los jardines de mi chalet? Debes visitarme. Jane abrió su boca para declinar la oferta, pero su tía pisoteó sus palabras. -¡Oh!, por supuesto, nos esforzaremos por visitarlo muy pronto. –Miró a Jane con el ceño fruncido-. Sobrina, la taza de Signore Nesta necesita ser llenada. Jane tomó la tetera y llenó su tasa mecánicamente. Cuando se inclinó hacia adelante para pasárselo, los ojos de Signore Nesta pasaron de su cara a su pecho. Ella luchó contra el impulso de cubrirse. ¡El libidinoso! Él sonrío afectadamente. -¡Salud! –dijo, ofreciendo un brindis burlón mientras tomaba la taza. Aunque la conversación continuó circulando alrededor de ella, Jane no participó más allá que para responder alguna pregunta directa hacia ella. Se le ocurrió que la atención y miradas ávidas de Signore Nesta representaban una cosa. Que quería casarse con ella para tocarla con conocimiento carnal. Aunque estaba desinformada respecto a los detalles concretos de qué ocurría en privado entre esposos, sabía que los maridos esperaban poner sus manos y labios sobre sus esposas. Para asociar sus cuerpos, produciendo de algún modo niños. No quería las manos o los labios del Signore sobre ella. A decir verdad, ahora que había averiguado la naturaleza de su interés, se sentía físicamente bajo amenaza en su presencia. Él le recordaba a un tipo especial de cuspidate, una hiedra agradable a la vist a pero que al mismo tiempo sofocaba toda la vida que existía a su alrededor.

Signore Nesta indudablemente sabía más de la cama de matrimonio que ella. Su esposa había muerto pariéndole a un tercer hijo en solo tres años. Todavía era joven, y al parecer había programado que fuera su próxima yegua de cría. Si debía casarse algún día, preferiría a un marido que no le prestara suficiente atención, o tal vez uno corto de vista. Los ojos penetrantes de Signore Nesta miraban cada tic suyo. Solo por esa razón no podía aceptarlo. La última cosa que necesitaba era un marido observador y entrometido. Tal hombre percibiría rápidamente que no todo estaba bien con ella. Se daría cuenta de que lo que podía hacer....sentiría....sabría....cosas que otros no debían saber. Tal hombre la denunciaría cuando se enterara de sus secretos y descubriera qué era lo que podía hacer. Porque fuera lo que fuera – ella no podía más que creer que no era realmente humana.

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Capítulo 6 Tarde la mañana siguiente, Izabel se limpió sus remilgados labios con una servilleta impecable y luego quebró el silencio que se extendía por el comedor. -Es un increíble golpe de suerte. Vestida de elegante raso durazno, se sentaba a la izquierda de Jane al final de la mesa de cenar oblonga y cubierta con un mantel de damasco. El padre de Jane, que llenaba la delicada silla en el extremo de enfrente, la miró ante sus palabras. -Debemos aceptar rápidamente antes de que la propuesta sea retirada –siguió Izabel. -Umm-hmm –murmuró Jane. Su atención estaba sobre el libro que permanecía abierto en su regazo, medio escondido debajo del borde de la mesa. Era La Odisea de Homero, que había disfrutado muchas veces antes. Pero hoy estudiaba un pasaje especial con renovado interés. Homero mencionaba un remedio llamado alliums moly . Hermes se lo había dado a Odysseus como una protección contra la magia de la bruja Circe. ¿Se atrevería a esperar que pudiera probar ser la cura para su rareza? La idea había venido a ella ayer cuando Emma le había leído el Linnaeus. Tanto él como el botánico Dioscorides también habían hablado de las propiedades curativas del moly. Lo habían descrito como el moly de la sabiduría, que producía una flor amarilla simple. Algunos la llamaban puerro de lirio, mientras que para otros era conocida como el ajo del hechicero. Anhelaba hablar del tema con su hermana, sin revelar, sin embargo las razones para su interés. Pero, la silla enfrente de ella estaba vacía, ya que Emma estaba arriba recibiendo lecciones con su profesor particular de italiano. -¿Bien? ¿No estás de acuerdo? -El tono de Izabel se había elevado estridente. Jane arrancó su atención del libro. Alarmada, se dio cuenta de que tanto su tía como su padre la estaban mirando fijamente con expectación. ¿Qué estaba pasando? -Um, no estoy segura..... –arriesgó. Alcanzó un croissant, llenando su boca para evitar terminar. -Lo que sé de él es suficientemente satisfactorio –le informó la tía de Jane-. Debes aceptarlo como tu marido. Homero golpeó el piso con un ruido sordo. -¿Qué diablos? Su padre agachó su cabeza bajo el mantel para ver qué había causado el ruido, dejando a Jane mirando a su tía. -Mi ma-¿qué? –preguntó Jane débilmente. -¡Tu marido, niña! ¿Sobre qué piensas tú que he estado hablando durante los últimos diez minutos? -Izabel recogió una cuchara, admirando su reflejo subrepticiamente en su medalla de plata brillante antes de bajarla en la sopa. -¿Signore Nesta se ha ofrecido? –chilló Jane, luchando contra el pánico.

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-No, ¡no Nesta! –Regañó Izabel. El cucharón tintineó en la mesa, como si añadiera un signo de exclamaci ón a su fastidio. -¿Otra persona desea ser mi marido? -No simplemente alguien –continuó su tía. Sus ojos centellearon cuando se inclinó hacia adelante para divulgar su preciada pepita de información. -¡Lord Nicholas Satyr! La cabeza de Jane se elevó de golpe. ¿El hombre de la carpa? ¿Quería casarse con ella? Su mente trató de girar alrededor de la noticia y no pudo. -Imposible. Los labios de Izabel se apretaron. -¿Un caballero de su riqueza y posición ha pedido tu mano en el matrimonio y tú dices "Imposible"? Desconcertada, Jane agitó su cabeza. -Debe ser alguna clase de broma. Ni siquiera me conoce. -Afirma que existe un conocimiento previo –dijo su tía. Jane quedó shockeada por esa información. ¿No se había dejado engañar por su disfraz en Villa d' Este la semana pasada? ¿Más aún, por qué ahora insistía en su demanda después de veinte minutos de conversación con ella en una feria? -¿Vino aquí? -Preguntó. -Y visitó a tu padre esta misma mañana. Su cabeza giró hacia su padre. -Por lo menos tiene título -masculló ante su plato. -Sí, el nombre de Satyr ha sido grabado en el Libro d' Oro della Nobiltà Italiana hace mucho tiempo –agregó Izabel-. No encontrarás un mejor marido. Que la familia del hombre estuviera puesta en una lista en los registros de la nobleza italiana mantenida en las oficinas de Consulta Araldica hacía que su propuesta hacia ella fuera aún más absurda. Jane sirvió con cucharón sopa de la sopera dentro de su tazón y luchó por conseguir un tono sensato. -Pero no estoy segura de querer casarme aún. -¿Deseas ser una carga sobre nuestra familia hasta tu chochera? –Preguntó su tía. No, quería gritar Jane. Lo que quería era ser aceptado por su familia por ser quién era, lo que era. Porque la amaban. Pero ya no esperaba tales cosas. La experiencia le había enseñado a no esperarlas. Incluso su propia y amada madre la había encontrado demasiado anormal para querer. Su padre había hecho caso omiso de ella porque no era un hijo. Ahora solamente pedía la libertad para Emma y para sí. -No intuí ninguna atracción entre nosotros –murmuró Jane. Las cejas de su tía elevaron de golpe.

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-Pensaba que no lo conocías. Una visión del hombre de la carpa – desnudo, cautivador en plena actividad carnal con una mujer desconocida – se deslizó en su mente y fue desterrada en un instante. -Solamente los hechos más desnudos. Es un libertino, ¿no? –arriesgó Jane. Izabel se encogió de hombros. -¿Y qué con eso? Como su esposa estará perfectamente situada para influenciarlo y controlar maneras. -No me pareció un hombre fácilmente influenciable. -Otra vez demuestras la mentira de tu afirmación de desconocerlo –dijo su tía. Su padre frunció el ceño, pareciendo despertar repentinamente de un trance. -¿Hay alguna razón para que Satyr insista en este matrimonio se celebre pronto? -¿Pronto? –repitió Jane. -Pide que la boda se celebre dentro de unos días –la informó su tía. -¿Te has estado encontrando con él a escondidas? –ladró su padre. Sus ojos cayeron a la cintura delgada de Jane, y su mano sacudió su cuchillo de mesa hasta atravesar una pieza de venado. Jane se puso de pie y lanzó su servilleta a la mesa. -¡No! No puedo simplemente aceptarlo, e indudablemente no tan pronto. Su tía se puso de pie más despacio. -Tú indudablemente lo aceptarás, o será peor para ti. -Ahora, Izzy –intervino su padre, intentando calmar las aguas con retraso. Movió sus manos, como un pajarito, en un movimiento ascendente y descendente que indicaba que debían sentarse. Izabel se hundió a su silla, y Jane hizo lo mismo. -¿Cual es tu objeción para Satyr? -Preguntó Jane. -¡No sé nada sobre él! –contestó casi gritando-. ¿Cuáles son sus hábitos, su conversación, su razón para querer casarse conmigo? Demasiadas cosas para enumerar. La palma de su tía se cerró de golpe sobre la mesa haciendo resonar la plata. -Gansa. ¿Y acaso algo de eso importa? Como su esposa, te unirás a una de las familias más ricas Italia. Su tono cambió. -Pero no te forzaré. Si tú prefieres a Signore Nesta como marido, entonces ¡así sea! -¿N - Nesta? En un instante Jane vio nuevos méritos en la propuesta de Lord Satyr. -¿Tú eres una urraca? Conoces tu deber –dijo su tía-. ¿No deseas una casa propia? ¿Una familia para ti misma? Jane recordó que Lord Satyr tenía hermanos que vivían en las proximidades. ¿Tenían familias? ¿El clan Satyr suministraría a Emma y a ella la bienvenida y la aprobación de las que su situación actual carecía? Era rico, había dicho su tía. Emma tendría ropa fina, educaci ón. Inocuidad.

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Su corazón se apretó. Haría cualquier cosa para proteger a su hermana del daño. Cualquier cosa. Incluso esto. -Muy bien –dijo Jane bajito -. Si debo casarme, lo haré con Lord Satyr. Si es serio. Pero -No hay nada más que hablar sobre el tema –dijo Izabel. Jane se precipitó. -Pero aceptaré casarme con él solamente si tú y padre permiten que Emma venga a vivir conmigo en su casa. Sin consultar con el padre de Jane, Izabel dio una brusca inclinación de cabeza. Era dolorosamente obvio quién tomaba las decisiones ahora con respecto a los futuros de las chicas. -Informaremos a Lord Satyr de tu consentimiento.

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Capítulo 7 Algunos días después, Jane se sentaba encorvada sobre el delicado escritorio francés de su tía, intentando leer el documento ante ella. Poderosas emociones se enfocaban hacia ella desde cada costado. Del sofá tapizado venia la preocupación resuelta de Izabel y la sospecha beligerante de su padre. De la tumbona enfrente del escritorio, la especulación del abogado. Y del hombre sentado con la espalda hacia la ventana, un murmullo de algo indefinible. Jane echó un vistazo hacia las sombras malva del estudio de su tía donde su aspirante a marido holgazaneaba, observándolo todo con esos terribles ojos azules. ¿Por qué no hablaba? -Tal vez te ha confundido para otra persona –había indicado Emma cuando Jane le había dado las noticias de su propuesta-. ¡Imagina su vergüenza si viene y descubre que su fiancée no es la correcta! Excepto que Lord Satyr no había presentado ninguna objeción al verla cuando había llegado aquella mañana. Sus ojos cayeron sobre la gavilla de documentos que habían sido empujados bajo su nariz por su abogado. Era imposible comprender las palabras escritas en ellos mientras todos en la habitación la escudriñaban con tal atención embelesada. El abogado movió lentamente los documentos acercándolos a su mano en un intento de nada sutil de convencerla de firmar. -¿Usted me explicará esto? -Le preguntó, dando toquecitos a un codicilo especial con la punta de su pluma. Su voz parecía anormalmente fuerte en la habitación silenciosa. -Es su contrato de matrimonio. Usted debe firmar – aquí, respondió, demostrando un área en blanco sobre la página final. ¿La creía tonta? -¿Puedo estudiarlo en privado por un momento? –Preguntó. Su tía disimuló una risita nerviosa. -No seas absurda, Jane. Eso podía tomar toda la mañana. Y Lord Satyr podría confundirse y creer que esto quiere decir que desconfías de él. Firme con tu nombre y terminemos con esto. Jane intuía un movimiento inquieto en las sombras. Un hombre se puso de pie de la silla. El hombre de la carpa. Aquel que deseaba casarse con ella. Lord Nicholas Satyr. -No se trata de usted, milord, firmará –gorjeó graciosamente Izabel. Pero cuando recurrió a su sobrina, sus ojos eran rendijas oscurecidas. –No es así ¿Jane? -Deseo hablar con la Signorina Cova en privado -dijo Lord Satyr. El retumbo bajo de su voz de terciopelo acarició las terminales nerviosas de Jane, causando que la pluma en s u mano temblara. -Indudablemente, Signore - dijo Izabel, poniéndose de pies mientras tiraba del padre de Jane hacia la puerta.

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El abogado le lanzó un guiño alentador cuando pasó junto a él taconeando para luego girarse y cerrar las puertas dobles tras ellos. Jane miró consternada el lugar por dónde habían salido el trío. Su tía conocía la fal ta de decoro que significaba dejar a una mujer soltera en la única compañía de un caballero. ¿Qué estaba pensando? Giró para encontrarse con Lord Satyr inspeccionándola. -¿Ninguna pipa? –Preguntó curvando ligeramente sus labios. Ella tardó un segundo en comprender su significado. La pipa hecha de mazorca de su traje de adivina gitana, quería decir. Así que no se había dejado engañar por su disfraz. Se encogió de hombros. -La ocasión no parece requerir de eso. Su sonrisa se ensanchó. Era sumamente apuesto, ciertamente mucho más de lo que recordaba, si eso fuera posible. Emma seguramente pensaría que su oscuro chaleco lo proclamaba como todo un caballero. Ahora que estudiaba la trama de cerca, Jane vio que soportara un diseño de negro - sobre - negro retratando a bestias raras con colas y alas que se entrelazaban con vides y rúbricas. Sobre otro hombre podría haber parecido estrafalario, pero de algún modo el extraño abrigo solamente servía para acentuar su masculinidad. Nick notó y aceptó su interés en su apariencia. El sabía que algunos lo consideraban vanidoso. Pero uno no podía vivir casi treinta años y no ser consciente del efecto que sus facciones tenían sobre el sexo femenino. Sabía que sus rasgos estaban organizados de una manera atractiva y usaba ese conocimiento en su ventaja en los negocios y en las relacio nes sociales. Más allá de eso, sus propios atractivos le interesaban muy poco. Su olor le había molestado desde que había entrado en la habitación. Era un aroma a manantial, cielo nuevo, flores aplastadas y tierra fresca y en sombras. Se acercó queriendo más. La satisfacción zigzagueó através de su sangre ante su proximidad, almidonando su verga. No había duda esta vez. Todo sobre ella declaraba su herencia de ElseWorld. A la manera del Faerie, su cara y facciones eran delicadas y etéreas, su comportamiento y movimientos garbosos. Apaciguándose, se permitió a sí mismo saborearla, gozar del placer de descubrir a la mujer a quien convertiría en su esposa. El impulso de reclamarla – para unirla a él aquí y ahora – aumentó en él, tomándolo imprudente. La necesidad no debería haber sido tan poderosa. Varios días antes había viajado a casa, regresando a Tívoli solo el día de ayer. El único propósito de su viaje había sido tomar parte en el llamado al mismo tiempo que sus hermanos. Era posible llevar a cabo el ritual fuera de su propiedad, pero cuando su mente y cuerpo estaban entregados al Cambio era vulnerable y prefería no estar entre desconocidos. Cuando habló, Nick no dio ninguna pista respecto a qué había estado pensando. -Usted es reluctante a firmar. ¿Por qué? La mirada de Jane se precipitó a la puerta y luego de regreso a él.

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-Usted debe saber que su propuesta viene como una sorpresa. -¿Una feliz? –Preguntó. -A la vista de mi tía, por lo menos –respondió con una sonrisa ajustada. -¿Y a la suya? –Preguntó. -En mi opinión –confió Jane-, usted es demasiado inconstante. En Villa d' Este, usted estaba muy interesado en otra joven dama según recuerdo. -¡Ah! Algo cambió en sus ojos momentáneamente, haciéndola precavida. -No puedo explicar mi comportamiento del otro día más que diciendo que en cuanto usted dejó los jardines, me di cuenta de que existía una atracción positiva en su direcció n. Me disculpo por la necesidad de hacer los arreglos formales para nuestro matrimonio a través de sus tutores. Es la manera en que se hace aquí en Italia. -También se organiza de la misma manera en Inglaterra, como usted estoy segura que debe saber. Pero incluso allí, los hombres y las mujeres aprenden algo de sí antes de casarse. –levantó sus manos en un ademán de confusión-. ¿Cómo puede querer casarse con alguien a quien no conoce? -Por lo que he observado en tus amantes ingleses, hay poca interacción entre ellos antes de un compromiso. Las mujeres se visten como flores para atraer a los hombres hacia su miel. Algunos bailes, unas cuantas palabras, y los hombres pronto se convierten en maridos.-No estaba vestida para atraer cuando nos conocimos.-¡Qué suerte para mí entonces que no me dejara engañar por su disfraz! Era demasiado charlatán. Molesta, trató de leer sus pensamientos . Nick sintió su prensa en las puertas de su mente. Su tacto era resuelto pero más débi l que su voluntad y lo bloqueó fácilmente. No dudaba que éste no era su talento más fuerte. Brevemente se preguntó qué es lo que eso significaba. Ocultación. La idea llegó hasta él en oleadas. La mirada de Jane se apartó. Él no era el único que ocultaba algo. -Intuyo que existe alguna otra razón subyacente de la que usted no me está informando. ¿Por lo demás, por qué la precipitación? –Continuó. -Es difícil para mí ausentarme de mis dominios por periodos prolongados de tiempo. Recientemente decidí que era tiempo de casarme. Ahora, me gustaría continuar con esto – dijo él. -¿Y le vendría bien cualquier mujer con la suficiente posición? ¿Incluso una que se disfraza de adivina para ganar dinero? -Tengo numerosos requisitos para una esposa. -Estoy interesada en conocerlos. –dijo de golpe-. No le traigo título, ninguna riqueza, ningún territorio. Soy común y corriente. No tenía ni idea de lo equivocada que estaba.

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-Tengo títulos suficientes, riqueza, y tierras, así que no necesito buscarlos en una esposa. Solamente requiero una dama inteligente y con clase en la edad casadera que parirá a mis hijos. -Bajo sus requisitos, usted encontraría a cientos de damas apropiadas. Extendió sus manos, fingiendo pesar. -¡Ay!, las leyes de Italia no permiten que me pueda unir a esos centenares. La he escogido. -Pero

por

lo

que

sé,

podría

no

ser

virtuosa.

-Se

inclinó

hacia

adelante

intencionadamente-. O una candidata para el caos. -¿Usted lo es? –Preguntó. Se retiró. -Ciertamente no lo revelaría si lo fuera. Sonrío, disfrutándola. -No es de ningún inconveniente. Nuestro contrato permite que yo anule nuestro matrimonio en algunos casos concretos, incluyendo ésos que usted mencionó. Venga, a diferencia de su tía, no la mantendré ignorante. Le indicó que se sentara en el escritorio. Inclinándose sobre ella, empezó a darle una idea general del significado de cada párrafo del acuerdo. -Aquí exijo que usted acepte el apellido Satyr en lugar de mantener el de su padre, como se acostumbra en los matrimonios italianos. Su deseo de traspasar su nombre a su esposa no la sorprendía. Pero era la menor de sus preocupaciones. -Y aquí dice que el matrimonio puede ser anulado por varias razones. -Anulado, ¿qué quiere decir? –Interrumpió-. ¿Como si nunca hubiera existido? Asintió con la cabeza, y ella se maravilló de su presunción al sugerir tal idea. -Cómo puede ver –continuó enumerando las cláusulas-, aquí, puedo hacer una petición para la anulación en caso de que usted pruebe no ser virgen. Se ruborizó furiosamente ante esto, se alegró que su cabeza inclinada escondiera sus mejillas enrojecidas. -Igualmente –continuó con total naturalidad-, puedo hacerlo si usted me niega los derechos maritales, es infiel, o no produce un heredero dentro de un plazo razonable. -El último apenas es justo –apuntó. -Pero necesario. Y, en caso de una anulación, le suministraré una suma confortable de dinero, por supuesto. La esperanza se irguió dentro de ella. Con tal arreglo, ella y Emma podrían ser libres. Capaces de vivir como mujeres independientes. -¿Soy demasiado claro? -Al contrario –le dijo-. Su falta de subterfugio motiva mi confianza. -¿La confianza suficiente como para que usted aceptara mi propuesta? -Murmuró sobre ella.

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Jane miró fijamente el baile de palabras al otro lado de la página, mientras su mente revisaba las elecciones abiertas ante ella. Si se casaran, tendría acceso a sus tierras. Sobre ese suelo antiguo, podían existir plantas como moly capaces de ayudarla –ayudar a su hermana – antes de que fuera demasiado tarde. Definitivamente un punto a favor de casarse con él. Pero la tocaría. ¿Podía fusionarse con él? La golpearía cuando se diera cuenta de lo que era. Un punto en contra. Sin embargo, tenía negocios que indudablemente lo obligaban a alejarse de casa. Quizás pasaría tan poco tiempo en su compañía que nunca notaría que su esposa era un monstruo anormal. Un nuevo punto a favor más. Y no era Signore Nesta. Un signo más determinado. -¿Usted

desea

tener

hijos?

–apuntó

Nick,

entrando

por

la

fuerza

en

sus

pensamientos-. ¿Más específicamente, está preparada para llevar los míos? Se puso de pie y se alejó del escritorio, y de él. Si pudiera estar segura que no compartirían su mancha, pariría a sus niños gustosamente. Los colmaría con todo el cariño que su familia le había negado. Avanzó ausente y luego se volteó agarrándose los codos con las manos. -Una no puede pronosticar la probabilidad o el momento en que dará herederos con ninguna gran certeza. Los secretos pasaron como un rayo ante sus ojos. -Por lo tanto, mi inclusión de la cláusula. No se equivoque –la producción de herederos es de importancia primordial en mi asociación con usted. Si usted prueba ser incapaz o renuente a suministrarlos, debo tener la libertad de constituir una alianza con otra. Acercándosele, inclinó su barbilla arriba y esperó hasta que sus ojos cubrían la suya. Sorprendentemente, ninguna visión le vino con su tacto. -¿Usted comprende qué implica eso?- Preguntó. Le echó un vistazo bruscamente. ¿Hizo referencia al parto o a....? -¿Usted comprende qué es lo que va a ocurrir en nuestra cama matrimonial? –Aclaró. Se movió, y permitió que ella se encogiera de hombros. -Sus preguntas son prematuras. Antes de que lleguemos a un acuerdo, tengo requisitos propios. Él se cruzó de brazos, medio sentado contra el escritorio. -Siga. -Mi hermana, Emma. ¿Oyó hablar de ella? Asintió con la cabeza. -Desde la muerte de nuestra madre, he asegurado el cuidado de Emma. Si fuera casarme, desearía tenerla conmigo, criarla como mi propia hija. Y querría mantener una promesa que le fue hecha a ella de que podría asistir a la escuela de su elección. Es muy inteligente.

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-Por supuesto –estuvo de acuerdo fácilmente. -Puede resultar bastante caro –le advirtió. Levantó sus dedos en un ademán descuidado que era innatamente italiano. -Su coste no es importante. Jane soltó el aliento que no sabía que había estado conteniendo. ¡Qué fácil que había sido! Quizás manejarlo no sería tan difícil después de todo. -¿Ésa era su única condición? -Tengo otra –le dijo-. Me he acostumbrado a la libertad a la hora de elegir mis propios pasatiempos. Me gustaría continuar con ellos libremente. -¿La adivinación del futuro? -No –dijo, negándose a ruborizarse-. Eso era estrictamente por dinero. Inclinó su cabeza, considerándola. -Entonces ¿puedo preguntar por la naturaleza general de este otro pasatiempo? Se dio cuenta de que estaba retorciendo sus manos y se forzó a relajarlas colocando una encima de otra sobre su cintura. -"Estudios" para ser más exacta. Estudios botánicos. Sofocó el impulso de postrársele con explicaciones adicionales y declaraciones. La estudió un momento más y luego respondió fácilmente y sin reservas. -Mientras no la pongan en peligro o avergüencen a mi familia de alguna manera, usted puede mantener sus pasatiempos. Suspiró. -Eso es el lo que encuentro tan difícil sobre esta empresa del matrimonio. ¿Por qué es tiene el esposo el poder de dar el permiso o negarlo a una esposa simplemente porque es macho? En verdad, preferiría permanecer en estado de soltería. -Porque la obligación de un marido es proteger a su esposa y familia. Y considere que si usted nunca se casa, Signore Cova continuará controlando su futuro. Tenía razón, la sabía. Hasta que amasara su propia fortuna, nunca estaría libre de la dominación del hombre. Un sentimiento de encierro apretó su pecho. ¿Por qué estaba continuando esta farsa? Debería decirle que no y terminar con esto. Parir a sus niños era algo demasiado riesgoso. Y si él llegaba a conocer la profundidad de su rareza indudablemente no querría hijos de ella. En un instante surgió en su mente una idea proveniente de la desesperación. Había una manera, se dijo a sí misma. Había hierbas que, le habían dicho, servían para prevenir la fecundación. Tales hierbas permitirían que se casara con él y la mentira aseguraría que no concebiría aún. Estaría actuando con falsedad. Y él finalmente anularía el matrimonio cuando ningún heredero fuera producido. Pero, hasta entonces, ella y Emma tendría una casa. Después, tendrían el dinero prometido. Lo estudió a través de sus pestañas entrecerradas. ¿Se atrevería a engañarlo de esa manera?

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Tomando su escrutinio general de su persona como una invitación, Nick se acercó a ella. Agarrando sus brazos, la apretó contra él. Ella admitió el abrazo y obtuvo el valor de posar sus palmas en su pecho. Músculos tensos y hueso subyacían bajo su chaleco, y debajo de todo eso, un firme latido. Sin advertencia, el abrigo bajo sus dedos se desvaneció volviéndose trasparente para mostrar planos esculpidos de carne de macho que se agruparon y flexionaron mientras cambiaba de lugar con pasión manifiesta. Flexionó sus manos y se impuso a la visión. Su mirada se elevó. Oscuras pestañas arqueadas enmarcaban los extraordinarios ojos azules que la estudiaban a su vez. Un arrebato de buena salud se elevó a lo largo de sus pómulos. La línea arrogante de su nariz aristocrática y frente recta declaraba su buena educación. Transmití a confianza a través de sus mismos poros. Su voluntad se extendía hacia ella, haciendo cosquillas a su mente, empujándola a lograr su aceptación. Otra vez se preguntaba por qué un hombre tan hermoso y rico estaba determinado a tenerla. Él movió sus manos a lo largo de sus brazos para ahuecarlas sobre sus hombros, moviendo ociosamente los pulgares sobre el hueco encima de sus clavículas. Sus dedos se deslizaron para acunar su cráneo y enredarse en los zarcillos de su pelo a lo largo del surco poco profundo de su nuca. Ella tembló. Pero ese temblor no era atribuible al mismo miedo que Signore Nesta había suscitado. El tacto de este hombre era inquietante pero para nada desagradable. Durante tantos años había evitado el tacto humano que no estaba acostumbrada a sentirlo. Incluso sujetar las manos de Emma era algo que rara vez se concedía. El riesgo de fundirse era demasiado grande. Sin embargo todavía no se había fusionado con él ahora. ¿La habilidad se estaba disipando, o estaba logrando adquirir la suficiente destreza como para detenerlo cuando quisiera? Su cabeza se inclinó hacia ella, y su voz rugió en su oreja. -Vamos, ¿cuál es tu respuesta, Jane? Su mente corrió. Si trabajaba en ello y mantenía distantes sus emociones, quizás podía evitar fusionarse con él. -No estoy para nada segura de que este curso que usted ha puesto es sabio. Pero si usted está resuelto sobre él, entonces, sí –se escuchó decir-. Digo que sí. Antes de que pudiera reconsiderar, él tomó su brazo y la llevó de regreso al escritorio. Cuando empujó la pila de papeles para exhibir el último, firmó enérgicamente al contrato con su nombre. Espejos azules sonrieron en piscinas de límpido verdor. -Usted me hace un honor, signorina.

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Capítulo 8 Izabel no perdió tiempo en informar a sus amigas más apreciados del elevado compromiso de su sobrina. Fortuitamente, la reunión mensual de su sociedad había sido programada para celebrarse esa tarde. Como siempre, las cinco mujeres se reunieron en el casa de la familia Cova, donde Izabel y su hermanastro habían crecido. Desocupada y sin criados presentes, la casa y los jardines habían asumido un aire descuidado pero todavía no estaban verdaderamente en mal estado. Después

de

que

sus

padres

murieran,

había

preservado

los

alojamientos

abandonados especialmente para el propósito de ofrecerlos a sus amigas en estos eventos. Estaba muy lejos de la perfección de las siete colinas de Roma donde sus ancestros predecesores se habían reunido una vez. Hacía siglos, esas colinas habían resonado con los gritos frenéticos de las ménades originales, las Hermanas de la Bacanal. Ellas y sus seguidores habían disfrutado la libertad de venerar al dios de las uvas y practicar sus ritos desinhibidos por los legisladores de la época. ¡Cómo habían cambiado las cosas! Era ahora prudente que ellas – las últimas descendientes de las Hermanas de la Bacanal – llevaban a cabo sus rituales en secreto. Este jardín aislado y su gruta suministraban suficiente refugio y privacidad de la prolífica vida fuera de las puertas. Uno debe aprender a salir del paso. Los otros cuatro miembros de su sociedad miraron con sorpresa a Izabel luego que esta les impartiera las noticias de las inminentes nupcias de Jane. -¿Pero y mi hijo? –Exigió la Signora Nesta con un gesto fruncido que plegaba su frente-. Tú sabes que quería a tu Jane para él. La Signora Bich apretó la mano de la otra mujer en signo de consuelo. -Tiene razón, Izabel. Tú habías llegado a un trato. Izabel sorbió su vino, un lujo que ella misma abiertamente se permitía disfrutar en exceso solamente en este escenario, entre estas amigas especiales. -Satyr no retendrá a mi sobrina para siempre –explicó-. Si todo va según lo planeado, tu hijo la tendrá con el tiempo. Aunque para aquel entonces, estará ligeramente usada. La Signora Natoli se río de esto, y todos ojos cayeron sobre el estremecimiento de su pecho gigantesco. Recubierto en raso, las esferas estaban por el momento escondidas de la vista. Pero esa situación cambiaría sin duda dentro de la próxima hora. Izabel pasó su lengua por su labio inferior, captando una gotita del fuerte vino. -¿Qué puedes estar planeando tú, Izzy? Dinos –la animó la Signora Ricco. -A través del matrimonio de Jane, intento lograr el acceso a los lugares más recónditos del complejo Satyr –les informó Izabel. Un silencio pasmado prevaleció por un momento. -¿Para los propósitos de nuestra sociedad? -Arriesgó la Signora Natoli-. ¿Para que podamos encontrarnos allí? -Naturalmente –dijo Izabel.

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-Ni siquiera relacionado con tu sobrina Lord Satyr se dejará influenciar como para permitirnos el acceso a su propiedad –se mofó la Signora Nesta-. No dará la espalda a centurias de prácticas exclusionistas. -Tiene razón, Izzy. Es del conocimiento público que solamente los trabajadores de la viña, criados, y aquellos con un negocio específico son los únicos a quienes se permite entrar a las tierras Satyr. –remarcó la Signora Bich. -Si las influencias fallan, hay otros medios –apuntó Izabel. La Signora Natoli se río tontamente. Como de costumbre el vino la afectaba más rápidamente y ya estaba bien en camino hacia el vértigo. -Oh, querida. Temo que el marido de Jane podría encontrarse con un final infeliz. -Peligroso –dijo la Signora Nesta con una mirada especulativa. -Sin embargo, puede ser hecho –dijo Izabel-. Y en cuanto esté hecho, el control de su propiedad corresponderá a Jane. -¿Y sus dos hermanos? -Preguntó la Signora Bich. Izabel agitó su copa en un ademán descuidado. -Si se inmiscuyen, pueden ser despachados. -¿Y si tu sobrina se las arregla para parir a los vástagos de su marido antes de que sea eliminado? –persistió la Signora Bich-. Juzgando por como se ve y los relatos que circulan, Satyr es bastante capaz de montarla con regularidad. -¡Y qué! Ese es parte y paquete de mi mismo plan –dijo Izabel-. Solamente imaginar los hijos que podrían producir si la rareza en la sangre de Jane se mezcla con es o que sospechamos poseen los Satyr. Con él fuera, adiestraremos a sus vástagos a nuestro punto de vista. Y con el tiempo, cuando sus hijos estén en edad producir semillas de la vida, lo s uniremos con mi sobrina más joven. -Y con nosotras, ¡se los garantizo! –Añadió la Signora Natoli. Sus mejillas y las prominencias superiores de sus pechos estaban empezando a sonrojarse con el vino. -¡Salud! –Brindó la Signora Ricco -. Porque la sangre de Ménade se mezcle con la del sátiro. ¡Engendraremos una dinastía! -¿Pero por qué simplemente no empezamos a aparearnos con los tres señores inmediatamente? –Preguntó la Signora Bich. Revolvió un dedo en su vino y luego lo lamió -. No me molestaría en absoluto parir a un vástago Satyr, si puedo disfrutar el engendrarlo primero. -El sátiro es demasiado cuidadoso –dijo la Signora Nesta-. Aunque se ha dicho que vieron sus semillas por todas partes, ningún hijo ha resultado de eso. Hombres tan bien construidos como esos seguramente no pueden ser estériles. Las otras asintieron con la cabeza. -Pero si hay un niño, ¿tu sobrina lo entregará a nuestro cuidado? –Preguntó la Signora Bich. Izabel la miró furiosa. La Signora Bich podía ser tan quisquillosa para los detalles molestos que era muy fácil comerciar con ella.

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-Cuando el momento sea propicio, la admitiremos en nuestra sociedad con un juego de los anillos antiguos. La llevarán a ver nuestra forma de pensar sobre el tema. Si Nesta todavía la quiere después de que ella sea anillada, podrá tenerla. -Pero si es realmente inhumana, los poderes de los anillos podrían no afectarla – sugirió la Signora Bich. Izabel dio vueltas a sus ojos con exasperación. -En ese caso, nos prepararemos para hacerla juzgar como una progenitora incapaz sobre la base de sus anormalidades varias. Pero éstos s on los temas insignificantes, y tenemos mucho tiempo para considerarlos más delante. Vamos a nuestra siguiente empresa. La Signora Natoli aferró sus manos con deleite. -Ah, ¡sí! Nuestras buenas obras. Cinco cabezas se volvieron hacia la gruta cercana. A través de las sombras moteadas, un par de ojos oscuros se encontró con los suyos, el terror en ellos crecía cada vez más. Izabel se puso de pie y se acercó para admirar a su cautivo. Las otras se rezagaron en su estela. -Veo que hemos conseguido el ornamento necesario para nuestros festejos. El joven estaba tendido en una leve inclinación, bien atado a una laja de piedra. Aparte del pañuelo llenado su boca, estaba desnudo. La Signora Bich asintió con la cabeza. -Lo rescatamos de una vida difícil en la costa. -Estaba hambriento –añadió la Signora Nesta. Los ojos de Izabel se cerraron sobre el palo encogido del tío. Estaba flácido por el miedo pero tenía potencial. -Un rescate fino. Las otras damas corrigieron la dirección de su mirada y se rieron disimuladamente. Izabel acarició la mandíbula con una barba incipiente del cautivo, su expresión era amable. Los ojos de él se sobresaltaron, y un estremecimiento lo atravesó. -¿Tomarás

vino? –Preguntó. Era una pregunta retórica. La broma siempre les

provocaba sed. Su cabeza se movió. Detrás de ella, el salpicón de líquido alcanzó sus orejas. La copa ceremonial le fue pasada. -Retiraré la tela de tu boca para que puedas beber –le dijo-. Pero tú debes prometer mantenerte callado. Otra vez asintió con la cabeza. Retiró la mordaza despacio, asegurándose de que cumpliera con su palabra. Cuando le pasó la copa, bebió con avidez. Miraron para asegurar que tomara una cantidad suficiente.

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-Suficiente –dijo Izabel, retirando la taza antes de que hubiera terminado. Las propiedades afrodisíacas del vino adulterado con drogas afectaban a las personas de manera diferente. Si estuviera demasiado reducido, su rendimiento las decepcionaría. Retiró el pelo de sus ojos. Eran unas bellezas marrones, del color de una avellana. -¿Cuál es tu nombre, Signore? –Preguntó. Su labio inferior tembló. -Vamos, no tengas miedo –lo persuadió. -Carlo –gruñó. -Tan fuerte. Alisó el dorso de sus dedos a lo largo de sus costillas y más bajo sobre su estómago. Sus músculos se sacudieron con rechazo. -Y tan hermoso. -Por favor, Signora, suéltame. Por favor. -Su voz aumentó en sufrimiento. -Pronto. Se enroscó para librarse de la mordaza, pero las damas lo sujetaron. Cuando fue colocada nuevamente, lo dejaron otra vez. Cálices de oro grabados con símbolos antiguos fueron sacados y llenados con vino añejo vertido de una urna decorativa. Juntas, las Hermanas se tambalearon a la suave luz del sol, cantando sus encantamientos antiguos. Lazos y ganchos se abrieron bajo la caricia de dedos femeninos. Seda y lino se pegaron e hicieron un ruido áspero para luego deslizarse. Los suspiros de alivio sonaron cuando la carne, notablemente arrugada por los obligatorios corsés, encontró la libertad. Con el relajamiento de las restricciones físicas vino el relajamiento adicional de las barreras morales. Izabel inspeccionó a la Signora Natoli y observó cuando la tela se de los pechos monumentales de su amiga. Los ojos de la Signora Natoli encontraron los suyos y luego se apartaron. Era siempre tan encantadoramente tímida cuando se mostraba por primera vez. Pronto las cinco mujeres estaban de pie desnudas en las profundas sombras de tarde, salvo por joyas similares llevadas en un lugar tan raro que habrían asustado a la buena sociedad si hubiera oído hablar de ello. Anillos idénticos de plata perforaban sus pezones, diez bucles que brillaban a la pálida luz y firmemente ofrecidos sobre la piel color aceit una. Cuando cada hija había llegado a la mayoría de edad, sus propias madres las habían iniciado. Décadas atrás, en una ceremonia solemne, la plata había sido conducida en su carne, marcándolas para siempre a cada una como una ménade. El exquisito dolor de la perforación todavía estaba fresco en la memoria de Izabel. Le habían dicho que rivalizaba con el dolor de parto. Una mano rozó el pecho de Izabel. Varios dedos se colaron entre sus piernas desde atrás y se retorcieron hábilmente dentro de su vulva. Un pulgar golpeó para abrirse paso entre sus nalgas, hundiéndose profundamente. Se arqueó ante esas intrusiones, sabiendo que no debía gritar y arriesgarse a ser oída por casualidad por los transeúntes más allá del jardín.

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Los pechos de la Signora Natoli se movieron dentro del alcance fácil de sus labios. Izabel suprimió el impulso de gemir tapando su boca con un oscuro pezón. Chupó carne flexible y fría plata. La cabeza de Signora Natoli se replegó, y suspiró. Otra de sus compañeras, a ella no le importaba cuál, empujó las piernas de Izabel para separarlas. Una lengua serpenteó entre sus muslos, lamiendo su clítoris. Dio la bienvenida al tacto de la boca de una mujer allí, tan notablemente diferente de la de un hombre. Las voces femeninas murmuraban sonidos reconfortantes mientras la atendían. Labios y dedos la veneraron durante muchos minutos, y su lujuria se disparó. Cuando la necesidad repentina, afilada, se retorció en su interior, se liberó de sus custodias antes de que pudieran agobiarla. Girándose, se acercó tropezando hacia la gruta. Lo encontró en las sombras, atado y amordazado como lo habían dejado. Sus ojos habían comenzado a mostrar el brillo de los efectos del vino contaminado. Bien. Detrás de ella, las atenciones de las otras se volcaron en la Signora Nesta. Su turno con él vendría después del suyo. Izabel se extendió sobre él donde estaba tendido sobre la laja. Con sus dedos torpes por los efectos del vino, frotó sus labios vaginales sobre su verga. Era grueso ahora, duro ante la visión de su desnudez. Sonrío frente a sus ojos, montándolo, suavizándolo despacio con su humedad. Bajo ella, se opuso torpemente. Ella ahuecó su mano en sus mejillas y lo besó. -¿Alguna vez has fornicado? –le preguntó en susurros. Asintió con la cabeza, ruborizándose. -Naturalmente. Pero indudablemente hay mucho que te falta por aprender. Mis amigas y yo hemos adiestrado a muchos en las maneras de c omplacer a una dama en el coito. Hay pocas destrezas más valiosas para un hombre. Levantando su cabeza, dirigió sus ojos a sus genitales ondulantes. Cuando Tuvo toda su atención, dejó de mover sus caderas y se levantó ligeramente. Con dos dedos, separó su pelo púbico y le mostró su raja profunda, húmeda y entreabierta. -¿Le gustaría introducirte en mí? -Preguntó suavemente. Su cabeza se inclinó en rápido asentimiento, sus ojos destacaban con narcotizada lujuria. -Muy bien, entonces. Empezaré tu educación. Pero primer debes prometer ser un estudiante obediente y silencioso. ¿Puedes hacer eso? Investigó sus ojos, vislumbró la rendición en ellos y retiró la mordaza de su boca. -Si. Grazie –le dijo. Su voz estaba en calma ahora y pastosa por los efectos del vino. Rápidamente liberó las ataduras sobre su torso y piernas, dejando que sus muñecas y tobillos se movieran con holgura. Tiró de una de las cadenas para ponerlo de pie. Su conejo estaba hinchado y dolorido, preparado para él. Tirando, lo jaló a la hierba exuberante.

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-Vamos –le dijo-. Ten sexo conmigo. Se echó sobre su espalda, y ella vinculó la cadena que unía sus muñecas a una estaca para que sus brazos quedaran alzados sobre su cabeza. Aflojarían sus cadenas después y juguetearían con él se otras maneras. Las armas estaban preparadas por si intentaba huir. Pero el afrodisíaco generalmente anulaba en un cautivo cualquier idea de escapar. Su vara se erguía alta y vulnerable contra su vientre. Ella lo agarró en su puño, moviendo su pulgar sobre la humedad la hendidura de la verga. Él no podía resistirlo. La necesitaba ahora, necesitaba la liberación que ella le podía proveer. -Si simplemente las mujeres fueran bendecidas con tales órganos, los hombres no serían necesarios en absoluto –se escuchó murmurar a la Signora Nesta. Las otras rieron suavemente a cierta distancia. Izabel disfrutó la forma en que él gimió cuando deslizó el anillo sobre la punta de s u verga y hacia abajo. Lo afirmó en la base, lo que aseguraría que permaneciera rígido durante toda la noche. Deseosa, se puso en cuclillas sobre él, sus rodillas se hundían en la tierra húmeda a ambos lados de sus caderas. Su pene tembló ante su apretón cuando lo llevó a un ángulo más conveniente. -Por favor. El suyo era un susurro desesperado. -Lo sé –canturreó. La abertura redondeada entre sus muslos se estiró cuando se hundió sobre él. Sus hermanas la habían preparado bien, y se enterró en ella fácilmente. ¡Qué bien que la llenaba! Movió sus caderas, forzándolo tan profundamente en su interior como fuera posi ble, tomándolo completamente. Sus ojos se cerraron en el éxtasis cautivador de ese primer momento sagrado. Delicioso. Ella se tambaleó al borde del orgasmo. Lo montó duro una docena de veces o más, viniéndose rápidamente. Después de que lo hubiera tomado, se quedó, observando a la Signora Nesta abrir sus nalgas con hoyuelos sobre él. Los dedos de Izabel encontraron su resbalosa humedad y la desparramó sobre su clítoris mientras vibraba ante el placer recordado. Volteándose, alcanzó el vino. Cerca, dos bocas chupaban los pezones de una mujer que permanecía tendida, suspirando en éxtasis sobre el césped. El pecho de la Signora Natoli siempre era altamente demandado. Izabel bebió a sorbos, observando, y luego se acercó para arrodillarse entre las piernas de la Signora Natoli. Inclinando su copa, chorreó su frío espumante sobre la mata de su amiga, causando que emitiera un gritito ahogado de sorpresa. Los ojos oscuros de la Signora Natoli estaban sobre ella ahora, e Izabel tiró su copa a un lado. Con sus pulgares, ensanchó la hendidura de canela de la mujer y luego presionó su boca hacia ella, chupando su vino dulce.

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El culo pálido de Izabel se elevó a gran altura en el aire, mendigando. Incluso ahora, una de las otras dejó el seno de la Signora Natoli. Manos acariciaron su parte inferior, y pulgares separaron sus nalgas. ¿La tomaría con el dedo o la lengua? ¿Cuál sería? Gimió sobre la vagina de la Signora Natoli con anticipación. Cuando llegó el amanecer, Izabel entró en su casa de la ciudad por una puerta lateral, teniendo cuidado de no perturbar a nadie. Se movió furtivamente para atravesar el pasillo y dirigirse a la puerta de su recámara. Adrede no se lavó antes de unirse a su hermanastro en su lecho. Él rodó sobre ella cuando lo despertó y la besó. Su saludo estaba enturbiado por el sueño y sus primeras caricias fueron letárgicas. Repentinamente su cabeza se sacudió hacia atrás. Sus ojos se abrieron, alertas mientras registraba su cara. -¿Vienes a mí de la cama de otro? –la acusó. Sonrío burlona, y sintió su eje endurecerse en una renuente respuesta. -¿Te atreves a venir a mí borracha del vino de algún otro hombre y oliendo a su pija? –le exigió. Su expresión era tormentosa. Izabel extendió la mano entre sus cuerpos para encontrar su miembro y acariciarlo. -No frunzas el ceño y fanfarronees con falsa indignación cuando este dice otra cosa. Su firme apretón sobre su verga le provocó una mueca de dolor. -Sí, he sido bien jodida por otro esta noche, y tú estás excitado por su olor sobre mi piel. No te molestes en negarlo. -Maldita. Ensanchó sus piernas bajo él y lanzó sus brazos a los lados en abierta invitación. -Ven dentro de mí, hermano –canturreó-, y siente la bienvenida de la leche de otro hombre. Con un gruñido severo, empujó su verga en su hendidura entreabierto, enrojecido y abusado por el sexo reciente. Cruzó sus brazos y piernas sobre él como un escarabajo capturando a su presa. La cama tembló y se sacudió bajo su enfadado bombeo mientras la castigaba por la verdad que subyacía en sus palabras. El cuerpo de un joven fue rescatado del río Aniene mucho después de que las Hermanas de la Bacanal lo hubieran olvidado y tomado las medidas necesarias para capturar a otras víctimas. Sus muñecas y tobillos estaban despellejados, notaron los oficiales. Y u n fino y delicado pañuelo llenaba su boca, sujetando sus labios rubicundos abiertos de par en par en un grito mudo.

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Capítulo 9 Sólo después de dos cortas semanas, Jane se encontraba instalada con su hermana en un carruaje laqueado estampado con el blasón Satyr. Estaban fuera de la capilla, esperando que su marido desde hacía menos de una hora se reuniera con ellos antes de recorrer la breve distancia para el almuerzo de celebración que su tía había organizado. Nick

había regresado

a su casa en Toscana inmediatamente después de su

compromiso así que no había puesto los ojos sobre él otra vez hasta esa misma mañana cuando había llegado en lomos de su caballo flanqueado por sus hermanos. En la capilla, lo s tres Lores Satyr se habían destacado sobre los feligreses amigos de su tía, viéndose invencibles. Aunque muchos habían cuchicheado y mirado con admiración, los tres hombres habían parecido ajenos al escrutinio en masa dirigido a sus personas. Por otra parte, Raine y Lyon la habían estudiado encubiertamente con sospecha y curiosidad por partes iguales. Si estaban buscando defectos, los encontrarían. Quizás no en la superficie, pero investigando un poco más profundamente seguramente los encontrarían. Sin embargo, una vez fuera después de la boda, los hermanos fueron toda cortesía mientras le ofrecían sus felicitaciones. La forma en que las habían brindado le había dich o mucho sobre ellos como individuos. Raine le había dado un beso sobrio sobre su muñeca desnuda y ofrecido un solemne: -Bienvenida a la familia. Ante esto Lyon había suspirado, empujándolo a un lado. -No

dejes

que mi

hermano

te agobie con su entusiasmo

–le había dicho

provocativamente -. Nuestros dominios se han visto privados de la gracia de una mujer desde hace mucho tiempo. Tú eres realmente bienvenida a la familia. Sus dorados ojos de gato habían centelleado cuando plantó un beso fraternal sobre sus labios. Tan opuesto a Raine, había aparecido reluctante a soltarla, y ella se había preocupado de que pudiera provocarse la fusión. Cuando Nick carraspeó, Lyon recordó lo que estaba haciendo y le lanzó una sonrisa traviesa antes de retirarse. Lyon había sido encantador con Emma desde que los habían presentado, y Jane había visto la decepción de su hermana cuando se dio cuenta de que Nick iba a ser el marido de Jane en vez de su hermano más joven. Pero con su benevolencia de permitir que Emma viajara al banquete en el carruaje, Nick también se encontró, sobre el final, recibiendo la adoración de su hermana. Disgustada con la pérdida inminente de su hermana mayor, Emma se había convertido en una esponja desesperada por absorber cualquier generosidad. Las dos hermanas se habían acomodado en el carruaje de forma de no mirar hacia el conductor, dejando el mejor asiento a Nick. La nariz de Emma ya estaba enterrada en un libro, algo raro en ella. Jane retorció la alianza incrustada con esmeraldas y zafiros de la familia Satyr sobre su dedo y luego alisó su traje. El dinero de Nick lo había pagado, damasco de marfil con algunos volantes a lo largo del borde inferior, un diseño de perlas de semillas sobre el

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corpiño, y mangas de gigot. Llevaba flores de naranja en su pelo, un símbolo de la castidad y la fertilidad. Haciendo temblar la cortina de ventana, Jane observó a su nuevo marido despedirse de sus hermanos en el exterior. Era una época ocupada en sus tierras, le había dicho. Así que sus hermanos regresarían a casa inmediatamente, y Nick los seguiría a caballo después del banquete de boda. Eso la dejaría a ella desplazándose en su estela junto con el carruaje. Vislumbró fugazmente el intercambio del trío y giró su oreja hacia la ventana para captar la voz baja de su marido. -La tengo, -parecía que había dicho. Frase rara. Hablaba como si fuera una especie de premio que hubiera obtenido a través de un esfuerzo específico. -Empezaré mi búsqueda –respondió Raine. ¿Buscar qué? Se preguntó Jane. Sus hermanos partieron, y Nick se dirigió al carruaje. Ella dejó caer la cortina antes de que pudiera atraparla espiando. La mesa grande en la sala da pranzo de la residencia de su tía destellaba con candelabros de plata, cubiertos, y fuentes cargadas con la comida suficiente para las tres docenas de invitados a la boda. Todo había sido preparado perfectamente y comprado con fondos Satyr. Jane echó un vistazo anhelantemente hacia la escalera cuando lo pasaron, queriendo nada más que irse arriba, arrellanarse en su cama, y

esconderse. Pero por supuesto no

podía hacer eso. La última de sus pertenencias estaba siendo empacada para el viaje en ese mismo momento. Sintió ojos sobre ella y giró para encontrar la mirada concentrada de Signore Nesta. Había estado en la boda así que se suponía que estaría aquí. Después de todo, su madre era una de los círculos íntimos de Izabel. Inconscientemente se acercó rápidamente a Nick. -¿Un amigo especial suyo? -Preguntó, observando la mirada de Nesta. Agitó su cabeza. -¿Puedo besar a la novia? –inquirió Nesta a Nick mientras los alcanzaba. Intuyendo la naturaleza codiciosa del otro hombre, Nick puso una mano en su cintura, estableciendo su reclamo. -Tal favor debes pedírselo a ella –le dijo. Jane lo miró con sorpresa, deseando de todo corazón que se hubiera negado. Justamente en una situación en que necesitaba tener un marido dominante, y lo había chapuceado. Ahora tenía poca elección. -Por supuesto –estuvo de acuerdo inexpresivamente. Nesta mojó sus labios y luego se movió para agarrarla. -Sin manos –ordenó Nick imperturbable. -Q -¿qué? –Preguntó Signore Nesta con tono de afrenta.

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-Dije

ninguna

mano

–dijo

Nick-.

Pero

ahora

que

considero

el

tema

más

profundamente, he determinado que ningún beso tampoco. ¿Nos disculparás? Dirigió a Jane hacia la mesa. Una sorda risita tonta se le escapó ante la expresión asustada de Nesta. -¿Te diviertes? –preguntó Nick. Por su tono era obvio que él no. -Agradecida –respondió-. No deseaba su beso. -Entonces deberías haberlo dicho. El apretón de Nick se relajó, y se preguntó repentinamente si había estado celoso de ella, su más nueva posesión. Su expresión no le dijo nada cuando la acompañó a su asiento y tomó su lugar a su lado. Durante la comida Nesta la miró fijamente de vez en cuando, pero había dejado de preocuparla, ahora que Nick se las había arreglado con él. Miró a su nuevo marido subrepticiamente. Con sus manos acariciaba su vaso acanalado, empuñaba su cuchillo, levantaba una servilleta a sus labios. Sus dedos se movían con gracia sensual y paciencia. Tembló con una emoción indefinible ante el pensamiento de ellos moviéndose sobre ella. -Aquí, Jane. Toma un poco de vino. Te calmará –dijo una amiga de su tía que estaba sentada a su lado. Jane registró su mente por el nombre de la mujer y se las arregló para encontrarlo.

Signora Bich. No mencionó la muerte de su madre o el papel que el alcohol había jugado en ella, simplemente le dijo: -Gracias, pero no tomo bebidas alcohólicas. La risa trinada de la Signora Bich llamó su atención. -¿Tú te has casado con un fabricante de vinos y te niegas a beberlo? Pero, ¡qué divertido! -¿Fabricante de vino? –repitió Jane-. Estás equivocada. -Te aseguro que no lo estoy. Lord Satyr y sus hermanos son los fabricantes de vinos más famosos de toda Italia –dijo la Signora Bich. Jane giró sus ojos hacia Nick y se congeló ante la confirmación que leyó en su cara. -¡Demonio bastardo! Una fuerte voz masculina resonó por el comedor, precipitándose a través de sus pensamientos y rompiendo toda conversación. El tintinear de porcelana y cristal se desvaneció en el silencio. -¡Satyr de mierda! ¡Te follaste a mi hija! Al otro lado del lino blanco, Jane y Emma intercambiaron miradas desilusionadas. -Oh, no –dijo Emma moviendo los labios-. ¡Papá! -Veré que es lo que pasa –murmuró Jane. Ella e Izabel se pusieron de pie al mismo tiempo y corrieron al vestíbulo.

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El Signore Cova se detuvo al ver a las dos mujeres que se apuraban hacia él, pero era a Jane a quien miraba acusadoramente. Su puño levantado sujetaba su pesado monedero, y lo agitaba en su cara haciendo resonar su contenido. -¿Cómo obtuviste esto, niña? Los dedos de Jane se curvaron, queriendo quitárselo. -Es mío. -¡Lo sé niña perversa! -Se enfureció. La baba saltaba y chisporroteaba sobre sus labios como grasa sobre una plancha. -Fue encontrada escondida entre tus pertenencias cuando eran empacadas. ¿Cómo obtuviste tal suma? ¿Te has estado prostituyendo? ¿Con Satyr? ¿Es por eso que te desea tanto? Se destacaba sobre ella, su expresión amenazadora, su aliento a vino. -Cállese, Cova –dijo Nick, ubicándose tras de ella. Su padre se puso pálido a causa de lo que leyó en los ojos de Nick encima de su cabeza. Con un empujón muy fuerte, lanzó su monedero al otro lado de la habitación. Cuando golpeó la pared, estalló, enviando plata y oro a volar. Las monedas hicieron un sonido metálico contra los floreros y golpearon las cortinas para luego retintinear en el suelo, rodando finalmente hasta detenerse, dejando solamente el pesado silencio. Cova zigzagueó sobre sus pies, viendo la destrucción con satisfacción. Jane miró el dinero, las lágrimas llenaban sus ojos. Había sido su red de seguridad. Si las cosas se ponían difíciles en su matrimonio, habría comprado un escape para Emma y ella. Hizo un movimiento convulsivo de extender la mano para alcanzar las monedas, pero Nick se anticipó a ella. Poniendo una mano sobre su espalda, la guió por la puerta más cercana y por la galería. No era ninguna sorpresa para Nick que Signore Cova fuera un borracho. La investigación que su abogado había hecho de la familia de Jane había sido minuciosa. Pero había observado la expresión de sorpresa y desconcierto de su esposa esta noche lo que le había mostrado sus sentimientos sobre el tema del vino. ¿Rebajarían su opinión de él? ¿De su familia? Jane se soltó él y se volvió para mirar a ciegas la vista más allá de la barandilla. A la distancia podía escucharse a su padre que era obligado a regresar a su habitación bajo la fuerza resuelta de algunos criados y su tía. -¿Ves con qué te has casado? –Murmuró-. Te advertí que tuvieras más cuidado en tu elección. -Cada familia tiene sus extravagancias –dijo Nick, inclinándose ocioso contra el marco de la puerta para estudiarla-. Algunos hacen vino. Algunos beben demasiado libremente. Sacudió su cabeza, derrotada. -Me disculpo por el comportamiento de mi padre. Es inexcusable. -Es el Signore Cova quien decide ser tanto desaforado como inmoderado en su consumo. No es nada relacionado contigo. O conmigo.

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Lo miró por sobre su hombro. -Pero tú haces vino. Asintió con la cabeza. -Y probablemente lo bebes. Agitando su cabeza ante su estupidez, devolvió su mirada al paisaje. -Por supuesto. -Los fabricantes de vinos cuidan de apreciar bebidas alcohólicas despacio. Pocos son borrachos. Sacudió su cabeza con una expresión agonizante. Pero su voz era suave cuando habló. -No bebo licores. No me pondré de la misma manera que él. Algo se retorció dentro de Nick. No podía soportar que sufriera por la equivocada creencia de que el borrachín de la habitación de al lado era su verdadero padre. Si había una predisposición en familia de Cova al exceso alcohólico, no la afectaría. No tenía sangre de Cova. Pero ahora no era el momento de explicarle eso. -¿Es a menudo así? –preguntó Nick, señalando con la cabeza hacia el vestíbulo. Jane se encogió de hombros, y Nick decidió no abrumarla. Notó con aprobación su renuencia de compartir los secretos familiares. -¿Tú puedes afirmar sinceramente que nunca brindas en exceso? -Persistió. -No soy ningún desconocido respecto a los excesos –confesó-. Sin embargo, puedo asegurarte que no has sido enviada al matrimonio con una olla de bazofia. Se movió para tomar sus hombros cubiertos de raso con sus manos, y ella elevó sus ojos inciertos a los suyos. -No pienses en faltar a tus promesas, Jane. Has dado tu palabra en la iglesia de tu tía, y firmado con tu nombre sobre los documentos matrimoniales de acuerdo a lo que disponen los tribunales. Haré todo lo posible para ser un buen marido. Ella levantó una mano y frotó su sien. Había sido un día largo que ponía fin a una tensa semana y media desde su compromiso. -Ven, estás cansada –dijo Nick. Llamaré al carruaje. Es tiempo de partir. -P-por favor, ¿puedo ir contigo? –suplicó una voz. Jane miró más allá de Nick para encontrar a su hermana en la entrada. Fue hacia ella, queriendo conectar sus manos pero sin atreverse. En su lugar puso una de sus palmas sobre su brazo, donde la tela separaría su piel. -¿Qué es lo que pasa? –Preguntó Jane. Los ojos de Emma se detuvieron en Nick ausentes, poco seguros de él. Ella movió su cabeza, se veía lastimosa. Una sensación curiosa de ternura asaltó una parte del corazón de Nick cuando las dos se giraron para mirarlo implorantes. -Hablaré con el Signore Cova –dijo. -Hablarás conmigo –dijo Izabel desde la entrada. El padre de Jane está indispuesto.

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-Muy bien. Como habrás escuchado, mi esposa no desea ser separada de su hermana tan pronto. Jane viajará a solas con los criados mientras me adelanto para prestar atención a la empresa. Emma sería una buena compañía si viene con ella ahora. Izabel agitó su cabeza. -No es correcto que recién casados llevar consigo a una niña. -Emma es bienvenida en mi casa –persistió Nick -. Jane y yo encontraremos tiempo para nosotros. -No. Ésta es mi palabra final –dijo Izabel. Lágrimas de frustración llenaron los ojos de Emma, y salió corriendo hacia su habitación sin otra palabra. -Me encargaré de ella –dijo Jane con la cólera reforzando su voz. Izabel la acompañó arriba, como si creyera que podría fugarse con Emma por la ventana. Por lo tanto, el tiempo remanente que Jane pasó con Emma fue estimado pero deshonrado con la presencia de su tía y el conocimiento de que se despedirían pronto. Cuando Emma se quedó dormida, la dejaron. En el salón, Jane espetar la pregunta que rondaba por su mente. -¿Tú sabías que fabricaba vino? Su tía simplemente sonrío mientras asentía con la cabeza. -Pero por supuesto. Todos lo saben. -¿Por qué no dijiste nada? ¡Conoces mis sentimientos sobre el tema! -Baja la voz, niña –dijo su tía, señalando el lugar dónde Nick esperaba bajo ellas -. Como su esposa, será tu deber exhortarlo hacia el dominio. Jane miró a Nick, permanecía de pie sólido y fuerte sólo una docena de pasos debajo de ellas. Si había alguien que debiera ser contenido, imaginó que seguramente entraría en su dirección probablemente en vez de lo contrario. -¿Tu hermana está cómoda? –Preguntó cuándo lo contactaron. -Por ahora, pero estará perturbada cuando despierte –dijo Jane-. No debería dejarla. Nick frunció el ceño. -Debo regresar a mi propiedad. Es una época crítica para las vides. -Podría reunirme contigo después –sugirió. Antes de que pudiera responder, Izabel le recordó: -Tu lugar es con tu marido. -Por supuesto. Pero -Jane, tú observarás las costumbres –dijo Izabel-. Hablaremos de Emma cuando estés recibiendo otra vez. Esta vez Nick no refutó la decisión de su tía. Con pesar, Jane permitió que se pusieran en camino.

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Capítulo 10 Tal como había organizado con antelación, Nick se adelantó hacia su propiedad en Toscana a caballo. Eso dejó que Jane siguiéndolo por tres irritantes días en un lujoso coc he particular. Unos tríos de cocheros armados la acompañaban, viajaban delante y det rás del carruaje estampado con el blasón de la familia Satyr. Negociaron sus comidas y alojamiento a lo largo del viaje y protegieron la puerta de la recámara que le fuera asignada todas las noches como si defendieran las joyas de la corona de Inglaterra. Los caminos entre Tívoli y su residencia cerca de Florencia estaban en buen estado. El barro de la época de lluvias de invierno se había secado en gran parte, y el terrible polv o del verano no se había elevado todavía. Sin embargo, el traqueteo constante del carruaje causaba que sus ojos se oscurecieran demasiado para leer así que ajustó las persianas para poder ir observando el paisaje del camino. Mientras viajaban hacia el norte, el paisaje cedía el paso a una mezcla de colinas y llanuras cubiertas de edificios rechonchos y angulosos en melocotón, hueso, y ladrillo ocre. Las nubes aborregadas colgaban en el cielo azul sobre ocasionales corrales, iglesias de

Romanesque, y graneros de piedra cilíndricos. En el último día de su viaje, hizo un alto en una posada en Florencia y luego viajó por otra hora. El sol se ocultaba rojo sobre el horizonte para cuando la residencia de su marido estuvo a la vista. ¡La shockeó el hecho de que la misma fuera un castillo! Ubicado en la ladera de una pendiente cubierta de árboles frutales, dominaba el paisaje circundante, anunciando su esplendor al campo entero por una distancia de muchas millas.

Una

pared

de

piedra

impenetrable

que

era

probablemente un vestigio

de

fortificaciones más tempranas se extendía por uno de los lados, previniendo la entrada por ningún otro sitio que no fueran las puertas principales. La pared rodeaba extenso bosque coronado con laderas tachonadas con hileras reforzadas de lo que supuso serían las vides. Delante, el castillo se vislumbraba más cerca – imponente, impenetrable, y fuera de la escala con su entorno. La ancha extensión del prado se separaba en dos, de la misma manera que el cabello sobre la cabeza de un ser humano, por el camino ascendente que estaba tomando el vehículo. Demasiado pronto, el carruaje pasó por las puertas de castillo. El nerviosismo borboteó dentro de ella. Había esperado poder ponerse al tanto sobre su marido y su residencia un tiempo antes de su llegada. Pero cuando las ruedas del carruaje repiquetearo n sobre el puente levadizo ya era tarde. El tiempo se había acabado. En el patio, uno de los criados la ayudó a descender del carruaje, y ella permaneció de pie en el pavimento sintiéndose perdida por un momento. Para su sorpresa no había ningún criado allí. Nick abrió las grandes puertas principales él mismo y le dio la bien venida mientras los criados que la habían acompañado durante el viaje se encargaban de sus maletas.

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Su nuevo marido se veía elegante sin sus colores acostumbrados de negro y blanco y se veía más relajado y simpático aquí que en sus reuniones previas. Ella, por otro lado, ella estaba llena de polvo, sucia por el viaje y tensa. -¡Bienvenida al Castello di Blackstone! –le dijo Nick en un tono aterciopelado mientras la guiaba por los peldaños de la entrada hasta el vestíbulo. ¿Tú has cenado? -Si. Había comido muy poco en la cena, pero sabía que no podía comer. Dentro del castillo, lo observó todo con curiosidad y vio que poseía toda la parafernalia de un caballero adinerado. Encima de la imponente entrada, el escudo de armas Satyr soportaba una faja tallada estampada con las palabras LOS GUARDIANES DE LA PUERTA. Tapices llenos de color que retrataban lugares de la juerga y banquetes decoraban las paredes circundantes, que eran coronadas por un techo de roble poblado con altos detalles ornamentales iluminados en oro. Un criado marchito vestido de atuendo formal apareció repentinamente, sus pasos resonaron al otro lado del suelo de mármol italiano como arenques deshuesados. -Haz que los criados lleven tus baúles arriba –instruyó Nick-. Y los cocheros deben encargarse de los caballos antes de marcharse. El criado asintió con la cabeza, sin dirigirle una sola mirada a Jane, y luego se escurrió fuera con una idiosincrásica suerte de andar cabriolando. Una palabra para los criados env ió sus maletas a una entrada lateral, y desde allí presumía que se abrirían paso a sus nuevos cuartos. -¿Dónde están todos los otros criados? –preguntó Jane cuándo estuvieron a solas ella y Nick. -Es tarde –dijo Nick-. Todos se han ido, salvo por una sola empleada que te aguarda en tu cámara. ¿Había despedido a los criados? ¿Por qué? ¿Qué planeaba hacerle no quería ningún criado por allí? -Ven. Giró y la llevó hacia la escalera. Juntos subieron los escalones de brillante piedra travertine, con balaustradas con columnas. Filas de marcos con oropeles marcaban el camino, y desde dentro ellos las miradas de sus ancestros la sopesaron. Una vez llegaos a la cima de las escaleras, recorrieron el largo pasillo, sus pasos amortiguados por la lana de una alfombra persa. Observó el dibujo floral al pasar bajo su falda, pensando que la próxima vez que cruzara esta extensión, ya no sería una virgen. Era un concepto raro. Noventa y cuatro, noventa y cinco....Contó noventa y seis pasos desde la base del escalón hasta que llegaron la puerta de su recámara. Por supuesto, sus pasos cubrían más terreno. Los contaría la próxima vez y tomaría un promedio. Estás siendo ridícula, se dijo. -Un baño aguarda. Te veré en breve –le informó su nuevo marido. Con una media reverencia la dejó fuera de lo que, asumió, era la puerta de su recámara.

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¿En breve? La palabra rebotó en su cerebro, espoleándola a un frenesí de actividad. Se precipitó dentro de la habitación indicada y cerró la puerta detrás de ella. Odiaba cuando las personas empleaban tales términos imprecisos, especi almente sobre los temas importantes. Para su madre – en breve – había a menudo había representado una hora. Pero por lo que sabía de él, el suyo podía querer decir un momento. No debía atraparla sin estar preparada. Su habitación era hermosa, con un alto cielo raso coloreado de pálido oliva. Una espiral de rosas había sido pintada en el centro, del que colgaba una araña de luces de cristal acanaladas. Una doncella se acercó tímidamente hacia adelante y se presentó como Martine en un inglés vacilante. A la llamada sobre la puerta, se acercó para abrirla, y las maletas de Jane fueron llevadas hacia dentro. En cuanto los criados hubieron partido, el proceso laborioso de quitarse sus prendas de vestir comenzó. Primero su vestido y luego su corsé, hasta que final mente estuvo de pie solo con la chemisette. La empleada se disponía a ayudarla a quitársela pero Jane se lo impidió. -Requiero la privacidad para tomar mi baño –murmuró. La

empleada

parecía

sorprendida

pero

simplemente

hizo

una

reverencia

en

asentimiento. Llevó un balde de humeante agua de la chimenea y lo añadió al agua que ya se encontraba en la tina de baño. -¿Desempaco sus baúles? -Preguntó. -Si –le dijo Jane, forzando una sonrisa. Resbalándose detrás de la pantalla pintada, se despojó de las vestiduras y se bañó apresuradamente, no queriendo que Nick regresara antes de que terminara. Echó una ojeada alrededor de la pantalla y vio que Martine estaba ordenando sus pertenencias, colgando su ropa en el ropero y acomodando botellas y cepillos sobre el tocador. Parecía tener una prisa anormal por terminar sus servicios y salir de allí. El nerviosismo de la empleada se comunicó a Jane, y sus manos temblaron mientras se secaba y tomaba el camisón que Martine había colgado diplomáticamente sobre la pantalla. Solo después de que la prenda de seda se deslizara sobre su cabeza y cayera en pliegues hasta sus pies descalzos apareció en la habitación. Mientras Martine estaba inclinada sobre los troncos, Jane presentó su espalda al espejo. Su rápida inspección la alivió cuando vio que el traje cubría completamente sus omóplatos. Se lo había pedido al modisto de su tía específicamente, pero no había tenido tiempo de probarlo para averiguar si la caída allí era tal cual lo había ordenado. La empleada se ubicó detrás de ella. - E bella –dijo entusiasta y se dispuso cepillar el pelo de Jane. - Grazie -dijo Jane. Para su vergüenza, fue incapaz de controlar el temblor en su voz. La empleada le dedicó una sonrisa comprensiva. Jane apartó la mirada de la compasión que daba sombra a sus ojos, y su mirada se posó en su reflejo ante el espejo.

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Se sobresaltó. Mientras había estado preocupada solamente por las proporciones de la parte posterior del traje, su tía había tramado el resto de él en un diseño que parecía demasiado provocativo. Bajo otras circunstancias, podría haber disfrutado de la caída de la tela fresca y fi na sobre su piel. Disfrutado de la textura débilmente áspera de los recuadros de encaje del corpiño bajo y redondeado que apenas ocultaba las puntas de sus pechos. Podrí a haber apreciado el diseño en su totalidad, menos el hecho de que sabía que un hombre - un verdadero desconocido – iba a verla adentro de él. Cuando

su empleada determinó

que estaba los

suficientemente perfumada y

acicalada para la visita inminente de su marido, le dedicó una sonrisa alentadora y partió. El reflejo de Jane mostraba que ahora estaba apropiadamente preparada para convertirse en una esposa, por lo menos aparentemente. Sobre el interior, era un tema diferente. Otra vez verificó su espalda el espejo, moviendo la tela de un lado a otro para determinar qué es lo que podía mostrar el movimiento. Satisfecha de que el traje cubriera sus secretos lo suficientemente bien, se trasladó a la ventana y jaló la cortina a un lado. Respiró profundamente el aroma tranquilizante de los eucaliptos y pinos enfriándose después de la tibieza del día. De algún sitio en la distanc ia se escuchaban las notas de una flauta. Una hilera de cipreses atravesaba el cielo hacia el horizonte, entintadas siluetas contra un cielo azul - negro. La luna era una fina astilla de plata que derramaba su luz sobre la tierra. En algún lugar cerca de ahí se encontraba una sombría foresta poblada de plantas antiguas. ¿Contenía el remedio que buscaba? Planeó enterarse. Y pronto. El futuro de Emma, y el suyo propio, dependía de ello. Nick entró en su recámara momentos después llevando una bata de brocado de largo normal con un holgado cinturón en la cintura. Su mirada se posó en la cama vacía, y luego vio a Jane en la ventana. Su traje crujió cuando giró, conmoviendo sus sentidos. Inhaló su esencia, ahora familiar, y la sintió filtrándose a través de su médula. Un deseo instintivo y completamente masculino de darle su semilla se instaló en su interior. Pero se resignó. Ningún niño vendría hasta que la llevara al Llamado, semanas a partir de ahora. Afortunadamente era un hombre paciente. El camisón que llevaba se asentaba sobre ella con inquietud. Probablemente lo creía demasiado atrevido. Su mirada se estrechó en los puntos rosados que fruncían el encaje en sus pechos. Su triángulo oscuro era débilmente visible a través de los pliegues de seda en el vértice de sus muslos. Ella se desplazó, y un efervescente rastro de agua de rosas y atractivo Faerie lo alcanzó.

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El calor repentino se encrespó en su ingle. Su excitación se engrosó y vibró, preparándose. La manera especulativa en que la estaba mirando, como si fuera un hueso y él un coleccionista la hacía sentir incómoda. Cruzó sus brazos en equis, elevando sin darse cuen ta más provocativamente las prominencia de su pecho por sobre la línea del escote. Por alguna razón, Nick hizo una mueca de dolor y cambió su postura. -¿La cámara es de tu agrado? -Preguntó. Sus ojos midieron la habitación. -Es hermosa. Más grande de lo que esperaba, como tu casa. Un tenso momento pasó entre los dos. -Quizás te encontrarías más cómoda si te tendieras –sugirió con suave diversión. ¡Por supuesto! ¡Qué burra que era! El se refería al apareamiento, y eso era mejor terminarlo rápidamente. Incluso ella sabía todo eso. -Muy bien –manifestó en aquiescencia. Se trasladó al lecho y separó la colcha a un lado. Luego se tendió de espaldas, colocando sus piernas rectas y sus brazos planos a los costados de su cuerpo. Su mirada se fijó en la parte oculta del pináculo del dosel, formado por un ornamentado cortina amarilla drapeada que se extendía por los alto pilares de la cama. El golpeteo de su corazón resonaba con un fuerte ruido sordo en sus oídos. Nick dejó deslizar su bata por sus hombros y la colgó sobre la barandilla a los pies de la cama. El impacto ante su casual desnudez fue terrible. Clavó en él su mirada. ¿Cómo no hacerlo? Él era extraordinario. Desvestido, sus hombros anchos aparecían aún más enérgicamente moldeados. Vello oscuro cubría ligeramente sus antebrazos y sus piernas musculosas y sombreaba su bien torneado pecho. La mata de vello bajaba angostándose hacia su ingle. Allí, donde la espesura crecía densa, era esa parte de él que Izabel había explicado se introduciría en ella cuando estuviera completamente preparado. Un revoloteo nervioso hacía cosquillas en su pecho ante el tamaño de eso. ¿Cuánto más listo se pondría? Inconsciente de sus recelos, se reunió con ella sobre la cama, sentándose tan cerca que su cadera calentaba su pantorrilla. Se encontraba cara a c ara con ella en un modo relajado, con una pierna plegada sobre la cama y la otra apoyada sobre el suelo. Trató de no mirar esa parte de él que más le concernía, el eje rígidamente congestionado que holgazaneaba sobre su muslo como una serpiente sobrealimentada. Su palma la sobresaltó, resbalando bajo su dobladillo para asentarse sobre el tobillo esbelto más cercano a él. -¿Tú escogiste tu vestido? -Preguntó. Sus ojos volaron a los suyos y fueron capturados por el color azul claro.

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Negó con su cabeza, una acción que despeinó su pelo dorado desparramándolo sobre la almohada. -Mi tía. Él asintió con la cabeza como si hubiera confirmado lo que había estado pensando. La tela de fina gasa del traje siguió al movimiento de su mano cuando fue deslizándola hacia arriba a lo largo de su pierna. No había vergüenza en esto. Admitirlo era su pago. A cambio, les daría la bienvenida a Emma y a ella en su casa. Se concentró en evitar fusionarse, rogando que su tacto sobre ella no durara mucho tiempo. El camisón se deslizó por encima de su rodilla. ¿Qué ocurriría si ese tipo de asociación intensificara su propia rareza de algún modo? Él estaba aquí, sería un testigo de eso. La seda se deslizaba suavemente. Su respirar se hacía más trabajoso. Comenzó a temblar repentinamente sin poderse contener. La mano de él se detuvo, permanecía apoyada en los pliegues de la seda que se había descorrido para moldear el hueso de su cadera en exceso. Sus cejas se arquearon mientras su mirada barría la suya. -Tú sabías que esto sería parte de todo –le dijo uniformemente. -Si –murmuró. -¿Entonces éstos son miedos virginales? Asintió con la cabeza bruscamente, avergonzada por su hablar calmado. Cuando vaciló, hizo un ademán incierto. -Por favor, sólo.... Un lado de su hermosa boca se inclinó hacia arriba. -¿Entiendes esto? Jugueteó con la suave tela y luego pareció llegar a una decisión. Levantando el dobladillo a gran altura, la mostró desnuda hasta la cintura. Se estremeció cuando agarró sus rodillas y los separó levantándolas, exponiendo su lugar más secreto a su vista. Pasó un largo momento mientras la examinaba, su recién adquirida propiedad. Se cuidó de mantener sus ojos apartados de él, y eso la ayudó a distanciarse de algún modo de lo que estaba ocurriendo. De los pensamientos sobre lo que iba a ocurrir. Anhelaba cerrar sus piernas. Cubrir su desnudez y rodar lejos él. Irse - ¿dónde? No tenía ninguna otra casa ahora. Permaneció tendida e inmóvil, dejándolo mirar. Su tía había sido su única fuente de información sobre lo que su marido estaba a punto de hacer esta noche. -No

luches

contra él

–le había aconsejado directamente- permanece tendida

tranquilamente, y cumple con tu deber. Sobre ello, no debes demostrar ni vergonzosa lujuri a ni repugnancia.

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Cuando Jane había suplicado por más información, su tía se había liberado de la luz adicional sobre la mecánica involucrada en los servicios maritales de mala gana. De esto, Jane había percibido que su marido iba a poner esa parte masculina que sobresalía de él dentro de ella de algún modo. Algo rozó su monte, agitó los rizos que cubrían sus partes privadas provocándoles curiosas

sensaciones.

Sus

francos

dedos

buscaban

profesionalmente,

encontrando

rápidamente la hendidura intocada escondida dentro de sus suaves rizos. Sin advertencia, l a punta del dedo picó y luego se introdujo en su interior como un termómetro decidido a tomar su temperatura. Se le escapó un gritito sobresaltado, y sus manos retorcieron la colcha. Él no prestó atención a su exclamación y simplemente continuó mirando el trabajo de su mano entre sus piernas. La visión que había tenido en la tienda reapareció. Por unos segundos, era ella la que estaba debajo de su cuerpo esculpido y agotador. Copulando con él. Su

dedo

investigó

más

profundamente,

raspando

y

estirando,

se

sentía

imposiblemente largo. Lo introdujo y lo retiró una y otra vez, introduciéndose más lejos cada vez. La invasora fricción se iba tornando incómoda, la intimidad de lo que estaba haciendo , virtualmente insoportable. Un repentino y terrible pensamiento la golpeó. ¿Si un dedo causaba toda esa angustia, qué ocurriría cuando llevaba a cabo el acto marital? ¿Cómo podría esa otra parte inmensa – ese pesado eje—entrar alguna vez? Sus ojos se precipitaron a su regazo, y se estremeció consternada. ¿Se había puesto más grande? Él exhaló una nota de frustración y retiró su dedo de su interior. En un movimiento suave, dejó la cama. La inquietud se disparó a través de ella. ¿Se estaba rindiendo? ¿Qué pasaría si decidía anular el matrimonio? Si la enviaba de regreso a casa de su tía, podría tener que soportar este tipo de tratamiento en la cama de Signore Nesta. O peor. Rápidamente se apalancó sobre un codo. -Lo siento. Por favor no pare, Signore. No te inhibiré más. Le lanzó una mirada ilegible cuando se abrió paso a su tocador. El tintineo de botellas y recipientes le dijo que había empezado a revisar los artículos que su empleada había puesto allí cuando había desempacado las cosas de Jane. La luz de las velas bailaba como mariposas frente al elegante y bien moldeado contorno de su espalda y trasero. Con fascinación encubierta, estudió la columna de tendón y hueso que sobresalía ahora en un ángulo ascendente desde la oscura mata de su ingle. ¡Su contorno se había hinchado hasta ser tan gruesa como su muñeca! Sangre – ricas venas se enlazaban por toda su longitud, pintando su punta bulbosa de un rojo oscuro. La idea de que poseyera tal apéndice primitivo y quisiera asociarlo con ella era tan extraordinaria que parecía ridícula. Muchos segundos después, regresó con un pote que pudo reconocer. Jane se recostó contra la colcha, mirándolo.

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Retirando la tapa, inclinó el pote para que pudiera ver su contenido. -Crema -la informó innecesariamente -, para facilitar mi entrada. Sus ojos se abrieron, pero solamente asintió con la cabeza. Dos grandes dedos se introdujeron en el pote y retiraron una porción considerable de crema. Entonces se sentó otra vez a su lado. -Abre tus piernas. Mantenía sus rodillas sujetas con sus brazos fuertemente apretados pero obedeció su instrucción rápidamente. Los

largos

dedos

masajearon

la

crema

a

través

de

sus

pliegues

íntimos,

introduciéndola ocasionalmente con brusquedad, como consecuencia de sus movimientos. Parecía casi ajeno a lo que estaba haciendo, como si fuera médico y ella un paciente. El movimiento hábil de sus manos se sentía calmante, curiosamente agradable. Cuando su tacto la dejó momentáneamente, fue para embadurnar el resto de la crema sobre su erección. Sus ojos siguieron la caricia de sus dedos, fascinada. Se ruborizó cuando se dio cuenta de que estaba observándola fijamente, y apartó la mirada. El colchón se hundió, y su cuerpo grande se apalancó sobre ella, arrasando la luz, de la misma manera que una nube oscura, reclamándola con su sombra. Sus piernas se movieron entre las suyas, abriéndolas de par en par para recibirlo. Un antebrazo musculoso se plantó a su lado para soportar su peso mientras extendía la otra mano entre sus cuerpos. Agarrando su eje, lo frotó a lo largo de su hendidura cubierta de crema hasta que su punta roma se encontró preparada en su apertura. Levantó su brazo y lo colocó a un costado de su cabeza. Dentro de la caverna tibia de su pecho, Jane contuvo la respiración, cada fibra de su ser estaba tensa con la conciencia de que los muslos de un hombre estaban enredados con los suyos. Que su corazón estaba presionado con su pecho. Que su apéndice masculino estaba posicionado para violar inminentemente su lugar femenino más privado. ¡Qué extraño que era todo eso! Sin advertirla, sus caderas empujaron hacia adelante. Su hendidura se separó valientemente ante la incursión inicial, luchando por envolver su corona. Jane maldijo en silencio a la naturaleza por diseñar los cuerpos de los hombres con tan poca consideración. ¿La parte más ancha del apéndice masculino no debería ser la base del eje en lugar de la punta? Sería más sensato dejar que la circunferencia menor preparará el terreno para la más grande. Con la cabeza inclinada y su espalda arqueada, su marido observó cómo se juntaban sus cuerpos. Ella miró fijamente la vena que palpitaba a lo largo del costado de su cuello, observó su mandíbula apretada. ¿Qué sentía mientras se introducía en su interior en etapas lentas y deliberadas? Sus rígidas facciones no le decían nada. Se retorció debajo de él, preocupada por la presión creciente y el malestar de la penetración. -Aflójate -carraspeó-. No quiero lastimarte.

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¡Ya me estás lastimando! Quería gritar. Llevó sus labios hacia adentro y los sujetó firmemente entre sus dientes. Dejándoles poca elección, sus labios inferiores finalmente s e abrieron y tragaron, permitiendo que su ciruela pasara la garganta de su vagina. El sentimiento de plenitud se intensificó mientras empujaba hacia adelante, deteniéndose solamente cuando llegó a la barrera en su interior. Intuía que su mirada estaba concentrada en su cara pero ella no la vio. Toda su energía mental estaba enfocada en rechazar el cuerpo que estaba intentando vincularse completamente con el suyo. Deseaba que él estuviera en cualquier lugar excepto en su puesto actual. ¡Dios mío! ¡No iba a poder soportarlo! O él había sido hecho demasiado grande o ella demasiado chiquitita. ¿Acaso no se daba cuenta? Él empujaba contra la flexible barrera con una presión gentil y la mayor parte del tiempo con una urgencia creciente. Repentinamente su trasero s e tensó y sus caderas corcovearon hacia adelante. La tomó por sorpresa, y ella gritó cuando su grosor atravesó l a frágil pared irrevocablemente. Se introdujo profundamente hasta que el oscuro vello de sus genitales se mezclo con sus propios rizos. Hasta que el hueso tocó hueso. -¡Oh! Su aliento se aceleró en rápidas y silenciosas bocanadas. Se hundió contra el colchón, tratando de librarse de la presión punzante, ardiente e imposible. El peso de sus caderas la aseguró rápidamente. -¿Estás bien? -Preguntó rudamente. Sus dedos dolían. ¿Por qué dolían sus dedos? Ella los flexionó y sintió la carne cáli da. Sin darse cuenta, había empezado a aferrarse a sus costados en un intento vano de repelerlo. ¡Y sin embargo todavía no se había fusionado! Sus palmas cayeron sobre la cama a su lado. -Si –dijo, despreciando el temblor en su voz-. ¿Está terminado? -Casi –le garantizó con voz tensa-. ¿Estás preparada para que continúe? Permanece tendida tranquilamente y cumple con tu deber. Tomó una respiración honda. -Yo–sí, milord. Signore. Ante sus palabras, sus caderas subieron y luego presionaron fuertemente hacia adelante. Una y otra vez, repitió el suave y extenuante ritmo. Sus testículos chocaban con un ruido sordo contra ella con cada empujón. ¡Oh, dios! A pesar de la crema, el rozamiento era intenso. Mientras el incesante rozar continuaba, ella se desesperaba. Su sólida longitud raspaba cada terminal nerviosa que poseía. ¿Cuánto tiempo tendría que soportarlo? Su tía no le había dicho cuánto tiempo. Apúrate. Termina. ¡Termina! Mendigó en silencio. Gradualmente intuyó un cambio en él. Su respiración se hizo más trabajosa, y empezó a dejarse caer y retirarse con una determinación más obsesiva. Sus empujones se tornaron bruscos y enérgicos, casi brutales.

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Estaba tendida bajo él sin mostrar resistencia, dudando que fuera ni siquiera consciente de ella como persona mientras trabajaba en ella con un simple propósito. Simplemente estaba ahí para servir de recipiente para sus apasionadas demostraciones, como tierra fértil en la que su preciosa y aristocrática semilla podía arraigar. Sus manos agarraban sus glúteos, la levantaban y meneaban sus caderas con las suyas. Tuvo la impresión de que se estaba lanzando hacia alguna suerte de conclusión. Por fin, gruñó roncamente, un presagio del final. Un poderoso estallido de semen se disparó de él, cantando sus paredes interiores con su caliente y fluido chorro. Más chorro s le siguieron, inundándola. Cargó contra ella una y otra vez, como si estuviera decidido a retorcer hasta la última de sus semillas en ella. Durante muchos segundos, su cuerpo grande descansó el suyo en el húmedo período subsiguiente a su pasión. Un impulso de abrazarlo, confortarlo y frotar los músculos cálidos de su espalda pasó rápidamente por su interior. Para contenerlo flexionó fuertemente sus dedos a sus costados. Cuando se recuperó, salió de su interior y se puso de pie al costado de la cama. Pudo ver que el fuego casi se había apagado y que su mirada velada era ilegible. Su eje saciado colgaba en una petulante relajación en su húmedo y elástico nido en la coyuntura de sus muslos. Permanecía de pie sin modestia, inconsciente del hecho de estar completamente desnudo ante ella, una virtual desconocida. El aire fresco encontró la copiosa humedad entre sus muslos. Ella l os juntó, flexionándolos, encontrando que sus músculos cansados eran lentos para responder. Había trabajado tan duro con ella, y en vano. Había estado tomando diariamente las hierbas preventivas durante el pasado mes. No habría ningún niño nacido de esta noche de unión. Inclinándose, bajó su camisón por sus piernas y volvió a acomodar el dobladillo contra los tobillos. Intuía que su atención se había desviado desde ella hacia otros temas . - Buona note –le dijo suavemente. Poniéndose su bata, se movió al otro lado de la habitación. La había dejado desatada, y se alzó momentáneamente detrás de él como si fuera una capa. Con un ruido sordo, la puerta que lindaba con su recámara se cerró. Estaba fuera. Blanda, dolorida, y vagamente insatisfecha, Jane se puso de lado y se rizó en una posición fetal. Trató de hacer caso omiso de ese estado resbaloso poco familiar entre sus piernas, y el dolor constante en su interior que era un resultado de la forma en que su cuerpo acababa de ser usado. El pote de crema se burlaba de ella sobre su mesa de luz, un recuerdo. Agachando su cabeza, trató de no pensar demasiado en el aspecto más misterioso de su encuentro – el que la había dejado a ella con el deseo preocupante de algo más.

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Capítulo 11 Al día siguiente, Nick se ocultó en su oficina en el límite de la propiedad. Nada que pudiera revelar los lazos de su familia con ElseWorld existía allí, donde dirigía los temas del comercio. La habitación era adrede común y corriente, quería proclamar la fortuna Satyr y su estatus pero sin invitar a hacer comentarios. Debido a sus ausencias recientes en Tívoli, encontraba su calendario lleno por una sucesión de citas. Los vendedores llegaban a su puerta en un torrente firme. Los barrilero s llegaban

brindando

barriles

de roble recientemente llegados

de Francia y

Hungría.

Vendedores de corcho venían desde Portugal. Llegaban también mensajeros con obsequios de boda. Las noticias sobre su matrimonio habían circulado obviamente incluso más allá de este mundo, pergaminos de felicitación - algunos vagamente amenazadores – arribaron enviados por varios de los descendientes de Rey Feydon. Contenían las noticias de que el rey ya no vivía. Nick juró en voz alta cuándo leyó que ningún heredero había sido nombrado. Se desataría una pelea por su trono. Habiéndose casado con Jane, Nick estaba satisfecho de haber cumplido en gran parte con el pedido del Rey Feydon. Habiéndola unido a las tierras Satyr, había comenzado a cumplir el pedido de su carta de mantenerla protegida de todo daño en los años por venir. Con cada apareamiento sucesivo las antiguas fuerzas que protegían sus tierras y a todos lo s que vivían se tejería cada vez más fuerte a su alrededor. ¿Sería suficiente contra la amenaza a la que el Rey Fey había aludido? El tiempo lo diría. Por ahora, Jane era simplemente otra pieza de su negocio que debía cuidar y se encargaría que las noches se sucedieran como era su deber. O así se dijo cuándo los recuerdos de ella se precipitaron sobre él. No podía permitir que ella nublara su mente. Especialmente no ahora que Raine había viajado a París a comenzar la búsqueda de su novia. Nick sentía su falta en el balance imperfecto de la pared de fuerza en el perímetro de sus posesiones. Él y Lyon deberían permanecer particularmente alertas durante la ausencia de su hermano. Más tarde esa misma tarde fue entregado un cargamento de botellas de cristal de En la tarde atrasada, botellas fueron repartidas por Works de cristal de H. Ricketts & Co. Gl ass Works de Bristol, Inglaterra. Eran de esas nuevas - botellas moldeadas a máquina—que habían sido patentadas solamente dos años antes. Había comprado algunas el año pasado y había quedado muy satisfecho con ellas. Eran más uniformes en tamaño y forma que las de cristal soplado que habían usado antes. Jaló una de las botellas y pasó la almohadilla de su pulgar sobre la insignia de SV. El sello ayudaba a apartar su vino de las típicas botellas sin etiquetar de sus competidores. La demanda para su vino sería más fuerte todavía este año, debido a la devastación provocada por la plaga en otras viñas. Pero nunca debía dar el éxito por garantizado. La supervivencia misma de su familia dependía de ello. Enredaderas sanas asegurarían que la puerta secreta entre ElseWorld y EarthWorld que permanecía escondida en las tierras Satyr permaneciera segura. Enredaderas sanas

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asegurarían el legado de sus hijos. Enredaderas sanas permitirían que él y sus hermanos vivieran. Los tres cuidaban de las vides enredaderas durante todo el año, involucrándose en supervisar el proceso de reducción, podando, y eventual cosecha de otoño. Pero había otros servicios involucrados en el trabajo de fabricar vino. La pericia especial de Nick consistía en considerar todos aspectos de la empresa inmediatamente y se asegurase que todo se diera de forma que, en el momento oportuno, resultara en una cosecha y subasta productivas. Siendo el mayor, sentía una tremenda responsabilidad tremenda hacia la empresa familiar. Raine se encargaba de los libros mayores necesarios. Pero su verdadera fascinación estaba en las propiedades de la fermentación, el añejado del vino, y la ciencia de la mezcla. La pasión de Lyon estaba el trabajo de la tierra misma y la supervisión de los trabajadores. En la subasta final, encantaba a las visitas, engatusándolos para que pagaran precios exorbitantes por cada botella. Al igual que sus hermanos, los ritmos físicos de Nick se movían según la época de las vides. La primavera era el momento de la euforia, cuando su cuerpo se deleitaba particularmente en los placeres terrenales. Entusiasmado con sus propios pensamientos, sus ideas se movieron empujadas por el viento hacia su nueva esposa. Derramarse en ella esa primera noche había sido asombrosamente satisfactorio. Su padre le había dicho sería aún más satisfactorio cuando derramara por primera vez las semillas de vida. Estaba decidido a encontrar ese placer para sí mismo. Paciencia. Hasta ahora, estaba bien satisfecho con su nueva adquisición. Jane se había demostrado virgen y cada impresión demostraba que era culta y casta, los rasgos que él requería en una esposa. Cualidades de las que carecía la mujer con la que había perdido su propia virginidad y las otras con las que había coqueteado con el paso de los años desde su primer encuentro sexual. Cuando era joven, se había enterado de que había dos clases claramente diferentes de mujeres humanas en EarthWorld. Algunos eran lozanas y daban la bienvenida a los hombres entre sus piernas. Otras no tomaban placer en las relaciones sexuales. Su padre se había tomado gran trabajo para hacerle comprender que las esposas debían ser elegidas de la piscina última. Esa conversación había seguido al hecho de haber encontrado a su padre inesperadamente coqueteando en el sótano con una empleada de cocina. En ese entonces había sido sólo un muchacho, pero los recuerdos estaban frescos..... El Nick de quince años se congeló, incapaz de apartar la mirada de la visión con la que se había topado al decidir tomar un atajo por el sótano de la cocina. Iba camino de las cavernas de las tierras Satyr, donde planeaba ampliar su colección de fósiles. Pero toda idea de llevar adelante su expedición lo abandonó al ver a su padre que acosaba a una criada en la esquina entre dos cajas de pasteles.

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Cuando los dedos se su padre hubieron liberado los generosos pechos surcados de venas azules de la criada, las manos de Nick se habían flexionado sobre su pala y balde. La empleada había levantado sus faldas. Las ventanas nasales de Nick se dilataron. Su juicio olfativo ya era bien desarro llado, y el aroma de su vulva mezclándose con la canela y la manzana caliente de los pasteles que en enfriamiento le legaban en oleadas. Su padre se puso a trabajar el delantero de sus pantalones para liberarse de ellos y luego se insinuó entre sus muslos. Su primer empujón fue tan fuerte que la hizo lanzar un chillido brusco. El que fue seguido por sonidos femeninos de malestar que se convirtieron rápidamente en gemidos de placer cuando las caderas de su padre establecieron un ritmo regular. Risitas tontas femeninas y estímulos unidos a gruñidos masculinos mientras su subía y bajaba en ella con fuerza en crecimiento. Nick sabía que debería irse pero descubrió que no podía apartar la mirada. La ordinariez de todo ello lo fascinaba. Cuando terminaron, la criada lo descubrió por sobre el hombro de su padre. Susurró algo, causando que el hombre más viejo diera la vuelta consternado, exhibiendo sin querer su verga. Desilusionado, abrochó sus pantalones y remetió su túnica dentro de la cintura, dirigiéndose a su hijo por encima de su hombro con arrepentimiento. -Nos atrapaste en el acto, ¿no, Nico? Aplastó la nalga de la empleada, y ella salió de allí, todavía abotonando su blusa y enderezando su falda. Lanzó a Nick una mirada ardiente y él imagino lo que disfrutaría teniéndolo algún día entre sus piernas. Sus mejillas ardían incluso cuando sus jóvenes ingles se tensaron involuntariamente. Mientras enderezaba su ropa, el padre de Nick notó su fascinación con la empleada. Su mirada apreciativa siguió la de su hijo para observar el atractivo trasero desaparecer pasillo abajo. -Una mujer lozana como ella da la bienvenida a un hombre entre sus piernas –dijo su padre -. No todas las mujeres lo hacen. -¿Cómo sabe con certeza cuándo uno se encuentra ante ese tipo de dama? –preguntó con creciente interés Nick. Su padre suspiró, poniendo un brazo amigablemente sobre sus hombros. -Supongo que es el momento de tener una discusión sobre tales temas. Hizo pasar a Nick al estudio y allí, entre los libros mayores y los libros, su padre pasó a decirle que en EarthWorld podía encontrar los dos tipos de mujeres. -Eres aún demasiado joven para tales flirteos, pero un día experimentarás el deseo abrumador de introducir tu carne en miel femenina. Y en entonces encontrarás a muchas mujeres atentas como la joven empleada de cocina con las que los caballeros como nosotros podemos saciar nuestra lujuria. Pero su tipo es muy distinto al de las damas con las que debemos casarnos como si se tratara de otra especie.

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Nick sintió una oleada de camaradería varonil ante la buena voluntad de su padre de hablar de tales temas adultos y masculinos como la lujuria y la fornicación con él. -¿En qué forma son diferentes? -Preguntó. -Como una regla, las esposas dan la bienvenida a sus maridos en la cama marital solamente por su deber de procrear -explicó su padre-. Un marido debe hacer que tal ejercicio sea los más breve posible ya que ella no tomará placer del acto. Sin embargo, es necesario unirse con la esposa a intervalos regulares para tejer la protección Satyr alrededor de ella. -¿Y la otra clase de mujeres? –lo instó Nick. -¡Ah! Su padre sonrió. -Esas son aquellas en las que podemos saciar nuestros impulsos más viles y carnales. -¿Criadas? -Cuando quieras. –dijo su padre con un encogimiento de hombros-. Y sin el miedo de contraer una erupción o engendrar a un bastardo, agradécelo a Baco. Nick parecía perplejo. Su padre se inclinó hacia adelante. -Las diferencias que existen entre nosotros y los seres humanos en esta área son enormes.

A

diferencia

de

los

seres

humanos,

no

debemos

preocupados

por

las

enfermedades varias comunicadas a través de la fornicación. Y mientras las vergas de hombres humanos suministran semillas que arraigan en cualquier momento, para el sátiro solo es posible poner un niño en el estómago de una mujer durante el Llamado. Incluso entonces, podemos determinar se deseamos o no que nuestras semillas sean potentes. Su padre se tornó reflexivo por un momento, y Nick intuyó que estaba pensando en su propia esposa, la madre de Nick, que había muerto hace tiempo. Había sido humana, pero una variedad de sangre de sátiro había tocado su familia en el pasado distante, dándole la habilidad de parir a los hijos de su padre, un sátiro de sangre pura. -Pero ten cuidado de no prendarte de una mujer por encima de las otras. –lo previno su padre fue. -Es poco seguro revelar demasiado de le qué eres incluso a una esposa. Nick había visto a menudo los ojos tristes de su padre siguiendo a su madre y había se había preguntado por qué contenía de mostrarle cariño. Ahora empezaba a comprender. -¿Dónde pueden ser encontradas las mujeres voluntarias aparte de entre las criadas? -Preguntó, esperando centrar la atención de su padre en cosas más felices. Su padre le echó el ojo. -Hay establecimientos donde las mujeres carnales pueden ser jodidas por dinero. Pero es demasiado pronto para tal charla. Cuando tú tengas la edad suficiente te mostraré tal lugar. Al final su padre había cumplido con su promesa. Pero no hasta que Nick ya se había encargado del liberarse de su virginidad.

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Ese evento

había ocurrido

un año

más

tarde con una empleada de planta

especialmente audaz. Después de que Nick había alcanzado su altura completa, había empezado a coquetear con él abiertamente, encontrando a menudo motivos para rozar su cuerpo con el suyo al pasar por los pasillos. Había fingido que tales accidentes felices eran involuntarios, pero las miraditas tímidas que le había lanzado decían todo lo demás. Una mañana se atrevió a entrar en su recámara mientras estaba tendido durmiendo. Había fingido disgusto y le había dicho que solamente había querido cambiar la ropa de cama de cama. Pero sus ojos eran agudos cuando tropezaron con su pene, hinchado con su plenitud matutina acostumbrada. Había visto la chispa de lujuria en sus ojos antes de que pidiera disculpas y partiera. Después había notado a algunas otras empleadas echarle el ojo con interés creciente. Cuando se encontró con él una tarde en el pasillo fuera de su recámara, tomó sus dedos audazmente y los colocó sobre sus pechos llenos. Cubriendo su mano con la suya, lo acarició sobre su carne abundante. Inclinándose, murmuró en su oreja. -¿Tú gustaría meterla, joven señor? No había necesitado que se lo repitieran dos veces. Nick echó un vistazo por todas partes en búsqueda de un lugar apropiado para manosearse. ¿El armario para ropa blanca? ¿Su recámara? Seguramente no podían juntarse en esas ubicaciones. Alguien podría encontrarse con ellos como cuando encontró a su padre ese día en el sótano. -Encuéntrate conmigo en una hora cerca de la pared del jardín, -le había dicho. Entonces ella se había quitado la mano de su pecho y le había dado un golpecito juguetón en la mejilla. -Chico impúdico. Se dirigió a encontrarse con ella, sintiéndose nervioso y excitado, preguntándose cómo comenzaría todo. Ella estaba ahí, esperándolo como había prometido, y le había mostrado un rincón en el jardín donde podían esconderse. Había aflojado los lazos de su blusa y se había bajando el escote para que él pudiera tener libre acceso. Complaciéndola, había frotado y acariciado sus pechos, maravillándose de su plenitud y emocionándose con su buena fortuna. Había acelerado el tema ella misma; liberándose de sus calzones con sus dedos rollizos y retirando fuera los suyos su almidonada verga. Sus amplios ojos y cumplidos toscos denotaban lo asombrada que estaba ante sus atributos masculinos. Después, sus gemidos y risitas tontas lozanas habían seguido a la recepción de su vara en su interior. Se había corrido dentro de ella rápidamente y tres veces más esa tarde. Se encontraron en secreto junto a la pared del jardín casi diariamente de allí en adelante durante las siguientes semanas. Estaba deseosa y parecía no requerir nada de él aparte de sus fugaces entre el lemongrass y tomillo. Con retraso había expresado a menudo la preocupación de que pudiera haberla atrapado con niño. Su padre había explicado que su primera llamada ocurriría cuando tuviera un año más. Hasta entonces no podía despedir semillas fértiles. Sin embargo, no le

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ofreció ningún consuelo. Su medio hermano Raine le había advertido que los seres humanos tenían miedo de tales habilidades que no comprendían. Las miradas furtivas e intrigantes de la empleada habían causado que Nick se preguntase si esperaba concebir a su bastardo en secreto para lograr algún tipo de lazo co n ella. Cuando su padre descubrió el asunto, resolvió ponerle fin. Después su padre decidió presentarlo a un grupo de mujeres que hacían del servicio a los hombres su modo de vida y entonces le había brindado el viaje prometido a un burdel. El obsceno establecimiento estaba inundado de las mujeres escasamente vestidas, pero ninguna tenía tanta delantera como la que había tenido la empleada. Nick percibió rápidamente

que

los

temas

sexuales

eran

dirigidos

más

hábilmente

en

tales

establecimientos. Después una negociación en tono bajo con su padre una atractiva dama había tomado la mano de Nick. Lo había hecho pasar a una cámara privada, se había puesto de rodillas, y deslizado sus pantalones al suelo. -Tú tienes una fina verga, Amo Satyr –lo había elogiado. Entonces había puesto el apéndice mencionado anteriormente entre sus labios rojos y pasado a atenderlo de una manera que resultaba nueva para él. Había estado listo para ella otra vez casi inmediatamente. Antes de que se pusiera dentro del pasaje entre sus piernas, había insertado una esponja humedecida con vinagre y le había explicado cómo prevenir la concepción. Un cordel fino fijado a la esponja permitió que ella lo retirara fácilmente después de que copularon. Antes de su segundo apareamiento, él hizo los honores con la esponja, curiosamente era más agradable experimentar todos aspectos de esta actividad. No tenía forma de explicar una rareza tal como un hombre que pudiera controlar la fertilidad de su semilla a un ser humano. Así que continuó el engaño que utilizaría con todas muj eres humanas con quienes se aparearía de allí en adelante. Desde ese día, nunca había carecido de voluntarias para calentar su verga. Había explorado muchos caminos de satisfacción, muchas de ellas de tipos que sus semejantes conservadores de la buena sociedad podían considerar chocantes o aberrantes. Sin embargo, mientras una mujer tuviera la edad adecuada y fuera voluntaria, no ponía ningún límite a esos intercambios. Con el paso de los años, había sido gratificante descubrir cuán audaces podían llegar a ser las mujeres, cuán permeables a la sugestión. Por lo menos, cierto tipo de mujer. Tales recuerdos agradables provocaron que su verga se congestionara hasta el punto del malestar dentro de sus pantalones. Echó un vistazo a su reloj, esperando que llegara la hora de poder volver a acercarse a la cama de su nueva esposa otra vez.

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Capítulo 12 Se había protegido de ella. Fue la primera idea de Jane al despertar la mañana después de su noche de boda. Normalmente, ante tal proximidad hubiera sido imposible evitar fundirse. Pero de algún modo lo había prevenido. ¿O sólo estaba adquiriendo un poco de control sobre esa habilidad? Se quitó su camisón y revisó las manchas oscuras en la parte de atrás de la falda. Sangre. Su inclinación natural fue fregar la mancha. Pero su tía le había dicho que debía guardarlas como pruebas de su virginidad, por si su marido las requiera. Arrugó la prenda y la arrojó a la esquina de un cajón. Una empleada parecía haber preparado baño. Jane le informó que se bañaría en privado y se deslizó detrás de la pantalla para hacerlo. Tuvo

que

tener

cuidado

de

moverse

cautelosamente.

El

peor

dolor

estaba

naturalmente en el lugar en dónde su marido se había unido con ella. Pero su cuerpo también dolía en otros lugares anormales debido al ejercicio desacostumbrado. Avergonzada al pensar que la empleada podría darse cuenta, la despidió después de vestirse. Entonces practicó caminar ante su espejo, asegurándose de no hacer una mueca o caminar de manera desgarbada. No deseaba que nadie pudiera observar sus dificultades. Jane tenía un poco de miedo por el futuro encuentro con su marido. ¿Cómo se actuaba frente a un desconocido después de haberlo visto desnudo? ¿Y más aún después de que él la había visto a ella? ¿Los recuerdos de lo que habían hecho se reflejaría en sus ojos? Midió las hierbas que debía tomar todas las mañanas para impedir que la simiente de su marido arraigara en ella. Arrojándolas en un vaso de agua, las tragó, haciendo una muec a ante el sabor amargo. Cuando el hambre la condujo en búsqueda de su desayuno, dejó su cámara y se dirigió abajo. Mientras lo hacía fue echando una ojeada a algunas habitaciones a lo largo del pasillo, descubriendo que la mayoría albergaban colecciones de tipos varios. En la sala grande, encontró numerosas exposiciones de cigarreras, ánforas y urnas. Estos artefactos se mezclaban con artículos más nuevos obviamente costosos. Todos eran reliquias del comercio de fabricante de vinos de su marido. Otra habitación contenía esculturas de alabastro, cascos de cerámica y vidrio conchas exquisitas y geodes. En otra había un sarcófago de piedra tallado con escenas de lo que imaginaba eran escenas de la vida después de la muerte de los antiguos Etruscos. Había bustos clásicos con expresiones pomposas, fragmentos frescos que se remontaban a varios siglos atrás, y florines de oro franqueados con lirios. Parecía que su marido era un coleccionista de tesoros y curiosidades. ¡Podía imaginarse casi en un museo! Abajo Jane se encontró en el gran salón circular della festel. Una docena espaciosas ventanas con rosas en los balcones y que luego se encontraban en el centro de la cúpula del techo. Los aparadores vacíos estaban a lo largo de una pared, y la mesa del cenador estaba vacía. Juzgando por el sol, era casi el mediodía. Rara vez dormía tan tarde y probablemente se había perdido el desayuno. Sin embargo, estaba inusitadamente hambrienta. ¿Dónde estaba el personal?

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Se aventuró en una dirección hacia el norte y abrió una puerta a lo que supuso era la cocina. Dentro había varios criados trajinando. Cada uno de ellos pausó en su trabajo e hizo silencio ante su entrada. -Buona mattina, Signora. Sobresaltada, giró para encontrarse con un criado que permanecía en la entrada detrás de ella. Lo reconoció como quien había ordenado anoche que llevaran arriba su equipaje. -Soy Signore Faunus, el mayordomo, -dijo haciendo una reverencia y sobrepasándola con esa curiosa forma de caminar suya-. Mis servicios incluyen la vigilancia de los otros criados y la atención personal a Lord Satyr. Y por supuesto a cualquier miembros de su familia que resida aquí en Blackstone. Si usted requiere algo de día o de noche, debe hacérmelo saber por favor. Aunque hablaba formalmente y la trató con deferencia, el criado tenía sobre él un halo jovialidad y una huella de travesura que centelleaba intensamente en sus ojos. Las curvas superiores de sus orejas eran ligeramente puntiagudas, prestando una cualidad menuda y delicada a sus facciones. -Ya veo. Gracias, Signore Faunus. Me pregunto si usted podría decirme. ¿Es—está por aquí todavía su señoría? -El amo estaba fuera y dejó instrucciones de que la cena fuera retrasada hasta su regreso tarde esta noche. -Grazie, -respondió, enrojeciendo ante el disparate de que un criado supiera más del programa de un marido que su propia esposa. Le molestó que Nick no le hubiera dejado ninguna noticia sobre su paradero o alguna señal de dónde poder encontrarlo si lo necesitaba durante su ausencia. -¿Puedo conseguir algo para usted de la cocina, Signora? -preguntó Signore Faunus. -Sí, algo para almorzar, -decidió repentinamente-. Voy a dar un paseo. Él chasqueó sus dedos a una de las empleadas, y se ofreció: -La dejaré en buenas manos. Hizo una reverencia otra vez y tomó su permiso. -¿Un almuerzo campestre? –arriesgó la empleada una vez se hubo ido. Jane asintió con la cabeza. -Nada complicado. ¿Queso, pan, y fruta? -Si, si, veré hacia de que esté listo, -dijo la empleada dijo, precipitándose a recoger los ingredientes. Mientras esperaba, Jane estudió la cocina. Dirigir una familia no era su fuerte; sin embargo, supuso que se pondría acostumbrada a ello en cuanto se metiera de lleno. Pero usaría el día de hoy para aclimatarse a su nuevo entorno sin la carga de los servicios. Ya habría tiempo suficientemente en las semanas próximas para determinar cuál era la mejor forma de usar sus días cuando se ajustara a su nuevo papel. Debajo de un estante largo cargado con ollas de cobre, notó una tarjeta abrochada a la pared, con etiquetas de metal redondas y pequeñas colgando sobre ella. Se incl inó más

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cerca y vio que cada etiqueta estaba numerada. Había muchos huecos, pero solamente seis estaban actualmente ocupados con las etiquetas. ¿Para qué eran? -Su almuerzo, Signora, -dijo la empleada. Cuando le agradeció, Jane vio que tenía puesta una de las etiquetas sobre su mandil. Pero la empleada hizo una reverencia y se escurrió saliendo antes de que pudiera preguntar por ella. Jane dejó la casa por la puerta de la cocina y comenzó a caminar por lo que consideró un

paraíso

verde.

Los

jardines

y

las

fuentes

habían

sido

obviamente

diseñados

concienzudamente por alguien dedicado a la herboristería. Un magnífico piso de mosaico rodeaba la base de una fuente, extendiéndose casi veinte pies hacia afuera para formar un gran patio a los lados. En el centro de la fuente, un malicioso Pan tocaba su flauta en la tranquila soledad. Recorrió el perímetro del piso de azulejo y vio que contaba una historia mítica sobre los Lores Satyr. Embarcaciones, guerreros bestias fantásticas - todos estaban retratados en un friso ininterrumpido de coloreados fragmentos embebidos en la piedra. Algunos senderos poseían escalones de mosaico, formando cintas que se abrían hacia espacios verdes cubiertos con estatuas. Escogió una línea de limoneros plantados en grandes ollas de terracota a la sombra de robles esculturales. Ansiosa de explorar, dejó el sendero en algún momento y se introdujo en un camino hacia una alfombra inclinada de flores silvestres. Los faisanes paseaban sobre el césped faroleándose arrogantes, y las gacelas saltaban al pasar. Un pavo real de un verde azul iridiscente se pavoneaba llamando su atención. Por fin, dobló para ver el Castello. ¡Qué diferente su fachada trasera que la de la entrada! Desde el camino, había aparecido una fortaleza intimidante. Desde aquí, todo era encantador. Era como si el Castello tuviera dos caras – una que repelía y otra que le daba la bienvenida. Aunque no había pensado ir más allá el día de hoy, sintió el impulso de arriesgarse más allá. Dejando atrás los recortados setos, caminó bajo el dosel frondoso de un intrincado bosque. Por encima de la cabeza, loros, arrendajos, y grajos batían sus alas y graznaban ante su intrusión. Examinó el suelo del bosque, buscando. Aquí y allá, encontró parcelas de muérdago, mora, enebro, betony, achicoria, hinojo, romero y azafrán. Todas eran plantas con poderes mágicos. Pero ninguna era la allium moly. Al final se sentó sobre una roca grande y plana para tomar su almuerzo. En sus pies notó una agrupación de plantas diferente a cualquiera que hubiera vis to alguna vez. Se agachó para inspeccionar una de ellas más atentamente. Estaba algo empapada por los estragos del invierno. Cuando la tocó con la punta de sus se fundió con ella, infundiéndol e energía. La tonificación recorrió una yarda en cada dirección, mejorando y revitalizando. Se puso de pie asombrada. Nunca antes un simple contacto había abarcado tal extensión de tierra. Una sensación rara de ser sopesada y evaluad de alguna manera cayó sobre ella. Miró en todas direcciones para ver de dónde provenía pero no vio a nadie.

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Escuchó un crujido y miró hacia adelante. ¡El rastro que la había atraído hacia adelante hacía solo unos momentos había desaparecido de algún modo! Era como si los árboles se hubieran acercado para cerrar el sendero e impedirle ir más lejos. Solamente el sendero detrás de ella permanecía abierto. -No represento ningún daño, -murmuró. Su camino permaneció cerrado. No tenía elección excepto regresar. Cuando ella regresó al Castello, Jane se sorprendió de encontrar que había tiradas tres largas hojas de helecho. En la entrada, las barrió al otro lado del peldaño de cocina y murmuró: Destierra el mal con este hechizo. Protege a todos los que viven aquí. Avergonzada, tiró las hojas fuera y cerró de golpe la puerta sobre ellas. -Imbécil, -farfulló-. Como si fuera algo más que una retama de helechos. Debido a que Nick iba a regresar tarde para cenar, buscó algo más que hacer. -¿Usted me dirigiría a la biblioteca? -Preguntó al primer criado que encontró. -Pero la puerta de la biblioteca está cerrada, Signora. -¿Cerrada con llave, quiere decir? La criada agitó su cabeza. -No, Signora. Solamente cerrada. -Entonces diríjame hacia ella, y la abriré, -dijo Jane, algo perpleja. La empleada parecía escandalizada. -Pero Signore Faunus dice que una puerta cerrada nunca ser abierta en esta casa. No importa qué clase de ruidos extraños sean emitidos desde atrás ella. Las cejas de Jane se alzaron. ¿Ruidos extraños? ¿De qué estaba hablando? Los ojos de la empleada se movieron rápidamente a la ventana y hacia atrás. -Perdóneme, Signora, pero creo que está por anochecer. Jane miró hacia la ventana, totalmente desconcertada. Parras y árboles de aceituna se destacaban sobre la colina. Detrás de ellos, el sol se estaba poniendo con reflejos de viv o naranja. La empleada retrocedió hacia la puerta, haciendo una reverencia con cada paso. -Debo irme. Regreso por la mañana. Jane se enderezó con sorpresa. -¿Regresar? ¿Usted no vive en la propiedad? Ahora era el turno de la empleada de mostrar sorpresa. -No, Signora. El amo ha suministrado los viviendas fuera de al propiedad para todo el personal. -¿Viviendas separadas para todos ellos? -Preguntó. Nunca había oído hablar de tal cosa.

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-Sí, Signora. Nos vamos todos. Bien, exceptuando a Signore Faunus. Y el amo. Se quedan toda la noche. La empleada localizó con sus dedos la etiqueta de metal numerada en su cuello. Era como ésas que Jane había visto sobre la pizarra cerca de la puerta de cocina. -¿Por qué lleva eso? La niña miró la etiqueta y nuevamente a Jane. -Nadie tiene permitido entrar a los terrenos sin una etiqueta. Echó un vistazo al pecho de Jane y su rostro enrojeció. -Exceptuando, por supuesto, usted y el amo. Nos ponemos nuestros números por la mañana cuando llegamos y los dejamos por la noche cuando partimos. -He oído que los mineros se colocan tales etiquetas antes de entrar en los ejes de la mina. Deben ser devueltos a la pizarra al final de cada día para asegurar que han regresado sin peligro al exterior. La empleada parecía en blanco. -No estoy al tanto de las minas. Aquí, colgamos nuestras etiquetas sobre la pizarra así Signore Faunus y el amo saben por el recuento que todos están fuera y están en privado otra vez. -Y los hermanos de Lord Satyr? ¿Su personal opera de la misma manera? -Sí, Signora. Sus criados comparten nuestras viviendas. Todo el personal llega al amanecer y parte al anochecer todos los días. La empleada estaba cambiando su peso de un pie al otro, mostrándose terriblemente ansiosa por partir. Jane se compadeció de ella y la despidió. La niña se dirigió inmediatamente hacia la cocina para dejar allí su etiqueta, como si los sabuesos de infierno le pisaran los talones. ¿Qué diablos imaginaba que le sucedería s i se quedaba más allá de la noche? Jane encontró la biblioteca sola y contuvo la respiración mientras entraba. Cuando nada anormal ocurrió, se regañó dejar que la tontería de la empleada la afectara. Dentro, notó que el interés por de su marido por coleccionar objetos se extendía a su biblioteca. Pasó las puntas de sus dedos sobre las doradas encuadernaciones en cuero de libros viejos y nuevos, colocados en estantes sobre paneles de madera. Un trabajo sobre Medicinas, hierbas y plantas medicinales de la Antigua Roma captó su atención, y lo observó durante algún tiempo antes de volverla a otros. Otros volúmenes llamaron su atención, pero era difícil concentrarse en uno cuando tantas cosas en la habitación pedían ser estudiadas. Archivos con cajones poco profundos contenían archivos detallados sobre centurias de trabajos diarios de la propiedad de su marido y de los pueblos de colinas circundantes. En otros cajones, encontró tratados por eruditos bizantinos y contratos para la venta de v ino de la época de la gran familia de Médici. Juró regresar para estudiarlos otro día cuando tuviera más tiempo.

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Encima de una tabla detalladamente esculpida, un surtido de urnas pintadas llamó su atención. Diseños negros sobre un fondo dorado decoraban el exterior de un florero alto y con asa. Una frontera de ramos de uva estilizados entrelazados con ramas de olivo rodeaban el borde, y abajo ellos se desplegaban varias figuras sobre el fondo negro. Eran similares a unas que había visto en las zonas públicas del Castello, pero sus mejillas se ruborizaron cuando notó las sorprendentes diferencias. La figura de Pan tocando su flauta era fácilmente identificable en el grupo. Eran las otras figuras - hombres desnudos, barbudos - las que encontraba terribles. Eran criaturas fantásticas con flancos cubiertos de piel y pelo alborotado y ojos. Una cola delgada y ondulada surgía del coxis de cada uno, mientras que un falo impresionante se curvaba hacia arriba desde la unión de sus muslos. Un gigantesco tazón de terracota estaba exhibido separado del resto, como si tuviera un valor especial. Se arrodilló para revisarlo y vio que estaba decorado en bajorrelieve con siluetas pálidas esculpidas sobre un fondo oscuro. Aquí, hombre y mujeres retozaban y bebían con desenfreno. Un enredos de miembros, sus expresiones una variedad de éxtasis demoníaco. Un macho sujetaba un odre de vino sobre los labios de una mujer mientras otro copulaba con ella desde atrás. En su entusiasmo, el artista había dotado a este hombre bestia con un juego doble de falos, ¡uno justo encima del otro! Jane tragó perceptiblemente. Se volteó y se distrajo de las perturbadoras escenas dirigiéndose a los libros apiñados en las estanterías. Cuando encontró los raros volúmenes 12-19 de Historia Naturalis del botánico griego Plinio el Viejo, su atención fue captada. Pero muy a menudo, encontró su mirada desviándose a los misteriosos floreros y a su decoración carnal.

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Capítulo 13 En la cena el esposo de Jane fue un anfitrión cortés pero distante. Preguntó si estaba cómoda y cómo había pasado el día. A cambio, ella preguntó por la heredad y su historia. —Mis antepasados localizaron la viña sobre esta ladera y amurallaron el área por razones de defensa, —le dijo—. La pared rodea dos mil acres de bosque, frutas y arboledas de aceituna, y, por supuesto, las viñas. —Levantó un vaso de vino a sus labios en un sutil desafío. Si su mención de las viñas era una carnada verbal, ella no la tomó. Había determinado que su mejor curso era simplemente hacer caso omiso de su profesión por el momento. —¿Y tus hermanos? ¿Cuán lejos están sus propiedades? —Cada una está a una media hora de viaje a caballo a lo largo de la pared de exterior. Les invitaremos a que nos visiten en unas semanas. Una vez que estemos recibiendo. Después de que su luna de miel terminara, quiso decir. Aunque lo observó atentamente, no había nada en su comportamiento que sugiriera que sintiera algún tipo de malestar físico por la ocupación mutua del tiempo pasado. ¿O él , también, había practicado ante un espejo hasta que se liberó de la rigidez? El solo pensar en algo así la hizo sonreír secretamente tras su servilleta. Sus maneras indulgentes y distantes le hacían difícil relacionarlo con el hombre que había tenido sexo con ella la noche anterior. ¿Era por eso que nadie hablaba abiertamente de aquello que ocurría en la cama matrimonial? Tal vez las intimidades eran alejadas de la mente durante el día para que uno pudiera funcionar en las actividades corrientes. —En cuanto te hayas adaptado, la casa quedará a tu cuidado tanto como desees, —la informó—. Puedes consultar conmigo o con Signore Faunus por cualquier pregunta que tengas. Él ha sido el criado de confianza de mi familia por años y se desempeñará como enlace entre ti y el resto del personal. —Tengo una pregunta, —dijo a Jane—. El personal—¿por qué son enviados fuera por la noche? Mientras se demoraba en responder, Nick secó sus labios con una almidonada servilleta con monograma, obviamente lavada y planchada por los criados. Con tan poca horas trabajando en la propiedad, no podía evitar preguntarse cuándo encontraban las horas para mantener tal perfección. —Una preferencia personal. Terminarás acostumbrándote con el tiempo. —Parece extraño. Meneó su copa, y sus espejados ojos azules se clavaron en el rosado vino. —Extraño sin embargo no siempre significa malo, ¿o sí? Ante sus palabras, los pensamientos de Jane giraron en una dirección que imaginó que él no esperaba. —Supongo que no. Él asintió con la cabeza y regresó a su comida.

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Ella lo examinó por debajo de sus pestañas. ¿Cuál era el verdadero significado de lo que había dicho? ¿Había aceptar que eso era realmente extraño? Un rayo de la esperanza cobró vida en su interior, negándose a ser aplastado. Quizás, sólo quizás, ella y Emma encontrarían la verdadera aprobación aquí, en estas tierras. En esta familia. Pero debería ir con cuidado. Nunca consideraría revelar algo de sí misma hasta que supiera más, mucho más sobre él. Subiendo a su cama esa noche, supo que el enigmático desconocido que era su marido probablemente vendría otra vez, era una de las cosas más preocupantes que Jane alguna vez hubiera hecho. ¿Quería que él viniera o no lo hacía? Intentó analizar sus sentimientos sobre el tema pero no encontró respuesta. Recién había empezado a resbalarse bajo la colcha cuando la puerta que lindaba con la recámara de su marido se abrió. Ella se apresuró a cubrirse mientras él se acercaba. Parecía impertérrito ante su apuro. Su mirada pasó a su tocador, y se desvió repentinamente a su tocador. Ella escuchó el tintineo de la porcelana y luego regresó a su cabecera. Silenciosamente puso el pote de crema que había recuperado del tocador. Sus intenciones hacia ella no podían haber sido dichas más claramente. Como había hecho la noche anterior, se quitó su bata y la tiró sobre los pies de la cama.

¡Cuán

fácilmente

revelaba

su

desnudez!

¿Cómo

hacía

uno

para

liberarse

desdeñosamente de todo rastro de modestia como si no fuera importante en lo más mínimo? No podía imaginarlo. Aunque había catalogado sus funciones corporales la noche previa, ahora estaba más preparada para observarlo detenidamente. Era realmente la más espléndida de las criaturas masculinas, pudo darse cuenta, con muchísimo más que simple gracia animal. Cada parte estaba perfectamente construida, con músculos firmes y huesos subyaciendo a valles esculpidos, colinas, y llanuras. Sin preámbulo, se reunió con ella sobre el colchón, retiró la colcha, y empezó a deslizar su camisón hacia arriba. Ella se recostó completamente sobre su espalda, preparándose para cumplir su papel. Ya no temería que la destrozara esta vez, se dijo. Su cuerpo le era más familiar, y ahora sabía qué esperar del acto. Su tía había prometido que era siempre peor la primera vez. Si solamente intentara alguna suerte de consuelo. Unas pocas palabras amables harían todo de algún modo más fácil. Como antes, la desnudó hasta la cintura y separó sus rodillas mecánicamente. Su mano se quedó, acariciando distraídamente un sitio vulnerable justo detrás de la curva de su pierna. Un escalofrío de reconocimiento la atravesó. Habló, su voz oscura rompiendo el sedoso silencio. —Había planeado permitirte una noche solitaria para que pudieras recuperarte completamente de los efectos de nuestra unión de anoche. Pero me encuentro con necesidad de ti. ¿Crees que estás lo suficientemente recuperada para tenerme otra vez?

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Era obviamente una pregunta retórica, siendo que ya se estaba moviendo sobre su cuerpo, acomodando sus musculosos muslos entre los suyos más suaves. —Sí, por supuesto, —murmuró. Con la eficiencia, sacó una generosa cantidad de crema del pote y la desparramó por su verga, luego untó el sobrante sobre sus tiernos pliegues. Invadió la entrada de su pasaje con un pulgar lleno de crema, evaluando su estado de preparación para recibirlo. —¿Adolorida? —Preguntó, estudiando su expresión. Ella se ruborizó, deseando que no hubiera hablado de eso. —Un poco. ¿Tú también lo estás? —¿Yo? —preguntó con sorpresa. —Sí. ¿Tú también estás adolorido? —Preguntó—. Supondría que sí, sobre la base de la mecánica del tema. Se río entre dientes. —No, no estoy adolorido, pero claro que yo estoy mucho más—acostumbrado. —le lanzó una mirada extrañada—. Regresando a mi pregunta original, ¿estás demasiado incómoda para aparearte conmigo? ¿Aparearse? Repitió en silencio. Una palabra anormal y sencilla. ¿Por qué estaba preguntando? ¿La dejaría negase si afirmara estar demasiado adolorida por la agresión masculina del día anterior? Indudablemente su pregunta era una farsa, pensó con fastidio. —Tú puedes seguir, —ella se aseguró de modular su tono cuidadosamente—. No me resistiré. Su frente se frunció. —Grazie. —Su tono sonaba vagamente sardónico, y ella se preguntó si podía leer sus pensamientos. Sería injusto, más aún cuando no podía leer los suyos. Tomando su estaca con la palma de su mano la guió hacia su entrada. La suavidad presionó contra ella, intentando adentrarse en el pasaje que había disfrutado la noche anterior. De mala gana, su irritada hendidura se abrió. Pero su punta congestionada no se resbaló dentro con facilidad. Ella se estremeció. Él la miró fijamente. —A veces el dolor puede aumentar el placer. Pero tú debes dejarme saber si se hace demasiado. ¿El placer? Se preguntó. ¿Quiso decir que experimentaría más placer si estaba adolorida? O— Ella dejó escapar convulsivamente el aliento, penetrando definitivamente en ella, la llenó con un golpe largo y seguro. Sus tejidos recién sensibilizados hormigueaban temblorosamente mientras lo aceptaba. Antes de que su cuerpo pudiera ajustarse a la naturaleza de su invasión, el rítmico movimiento ahora familiar de avance y la retirada comenzaron.

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Estaba tendida bajo él, las manos planas a los lados de su cuerpo mientras la movía con intensa concentración. Sus labios inferiores diligentemente se sometieron hacia adentro con cada empujón y se fruncieron hacia fuera con cada retirada. Como

había

ocurrido

la

noche

previa,

firmes

sus

movimientos

se hicieron

gradualmente cada vez duros en su propósito. El malestar agudo disminuyó, pero ella tenazmente se protegió contra cualquier revuelo injustificado de sus sentidos. Si perdiera su control sobre sus emociones nadie podía saber qué extraño comportamiento podía brotar de ella. Agarrando sus muslos, la colocó en ángulo más a su gusto y luego comenzó a introducirse aún más profundamente en su interior. Le toda su concentración impedirse a sí misma ajustar su postura de la forma que intuía le brindaría a él el contacto más satisfactorio. Él se impulsó hacia su liberación, olvidándose de ella mientras su lujuria tomaba el control. El contraste entre su agotadora dominación masculina y su tensa flexibilidad era marcado. Aunque parecía aceptar su plácida sumisión tal como se esperaba de ella, tampoco era inconsciente o indiferente sobre sus sentimientos respecto al tema. Sus dedos apretaron fuertemente sus caderas y se en ella una, dos y una tercera vez, como si estuviera concentrado en clavarla contra el colchón de plumas. Pronunció un sonido gutural contra su cuello cuando una serie de feroces descargas de semen estallaron ardientes en su interior, mucha leche fluida dentro de ella que se mezclaba con la crema en cada sacudida. Poco después se separó de ella y le dio tranquilamente las buenas noches antes de regresara a su recámara. Ella se cubrió con las mantas hasta la barbilla y miró ásperamente la puerta de separación. ¡¡Dios mío!! El dolor constante. La agonía de algo que faltaba. Sumergido en el saqueado foso en su interior, canturreó con ello, vibró con ello. Su posesión había causado esto — esta inquietud en ella. Anhelaba ir tras él, recriminarle, mendigarle. Por algo. Algo que la aliviaría. Una mano se deslizó abajo, entre sus piernas. Su semen se sentía resbaladizo. ¿O eso era la crema? Un dedo tocó la carne tierna, presionado. Su clítoris palpitó suavemente ruido. Mmm. Sus ojos se precipitaron hacia su puerta. ¿Qué si la escuchaba? El dedo frotó suave y resbaladizo círculo en la dura protuberancia que acababa de encontrar. Los músculos de su entrada se contrajeron una, dos veces. Mmm. El dedo dio giró más rápido. Miró su puerta, precavida. ¿Qué si la atrapaba? Qué si — Mmm. El dedo encontró su hendidura y se introdujo en su interior. ¡¡Ahh!!

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Su canal sufrió un espasmo alrededor de él, repentinamente, apasionadamente, liberándose, aferrándose, soltándose — como la boca de un bebé alimentándose. Cuando las convulsiones también llegaron a su clítoris rodó sobre su estómago, enterrando un gemido en su almohada. La extraña sensación bombeó por largos momentos y luego comenzó a disminuir hasta apagarse. Al final se durmió… en paz.

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Capítulo 14 A lo largo de los días siguientes, Jane aprendió más de los funcionamientos interiores de la heredad y se maravilló de las complejidades implicadas en su operación. Las reglas eran pocas, pero estrictamente observadas. Cuando su marido se recluía a puerta cerrada en su estudio, la biblioteca, o cualquier cuarto, el personal tenía prohibido molestarle. Sólo cuando la puerta estaba ligeramente entreabierta tenía permiso para golpear y solicitar pasar. Las zonas de arriba estaban limitadas al personal después de la cena, y todos debían salir de la propiedad antes del anochecer. Cualquier pregunta que ella realizara en cuanto a tales asuntos fue rechazada y el sistema que le había parecido al principio extraño pronto vino a parecer normal. Ella tomó su lugar en la jerarquía doméstica, haciendo pocos cambios, contenta de dejar las riendas en las manos capaces de Signore Faunus. Los criados le dieron la bienvenida una vez que se percataron de que no resultaría demasiado exigente. Esto

pareció

complacer

a

Nick.

Era

como

si

ella

hubiera

logrado

encajar

correctamente en alguna clase de lugar que él esperaba que una esposa llenara. Y ella supuso que él estaba más contento por aquel pensamiento, más bien que cualquier gran deseo de ver que su casa, que ya funciona muy bien, lo hiciera aún más suavemente. Él iba a la viña diariamente, donde ella supuso que consultaba con sus hermanos de vez en cuando. Pero el negocio de la viña fue apartado de ella por el momento, así como sus hermanos. Aparte de los deberes domésticos, ella pasaba horas en la biblioteca y el jardín, buscando pistas en cuanto a lo que podría ser la mejor poción de hierbas para un remedio curativo. Cada noche después de la comida, una tranquilidad etérea caía en su nueva casa. Todos los criados se marchaban, dejándolos a Nick y a ella completamente solos excepto por el discreto Signore Faunus, quién raramente se mostraba. Parecía como si las tareas nocturnas fueran realizadas como por arte de magia. Era muy raro, pero al hacer cualquier pregunta a los criados sobre el asunto se encontraba con que la miraban fijamente o con agitación. Mientras tanto, su nuevo marido la visitaba de un modo más o menos similar cada noche, morando brevemente en su cama y cuerpo, volviendo posteriormente a su propia recamara para dormir. Su rápido acoplamiento demostró ser una bendición ya que le impedía a él descubrir cualquier pista de sus anormalidades. O del alivio que encontraba a solas, una vez que él se había ido. Ella se preocupaba que esta capacidad fuera parte de su rareza y diariamente rogaba porque cesara tal comportamiento. Ella había determinado que su fracaso de mantener tales promesas era su culpa. Antes de que él viniera a su cama cada noche, ella había decidido que no se tocaría a si misma otra vez. Pero cada vez su voluntad se debilitaba. Su mano a menudo encontraba su camino entre sus piernas en el mismo momento en que la puerta entre sus cámaras se cerraba detrás de él.

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Nick pareció capaz de colocar la rutina de sus días y noches en compartimentos separados. Su comportamiento hacia ella era cortésmente remoto durante las horas de luz del sol, haciéndolo difícil de comparar con el hombre que la visitaba de un modo tan carnal cada noche. Sin embargo, ella estaba agradecida por su ejemplo, que pronto reprodujo. En sus interacciones diarias, este arreglo aliviaba cualquier vergüenza que pudiera haber sentido . Se hizo fácil fingir simplemente que las noches nunca habían pasado. Cuando su periodo llegó una semana y media después de su matrimonio, se lo informó con reticencia. Aunque su tiempo juntos hubiera sido breve, ella se preocupaba por que él pudiera reaccionar mal. Él había subrayado la importancia de una producción oportuna de herederos. Y él había estado trabajando diligentemente en su cama, sin saber que la poción de hierbas que ella tragaba cada mañana frustraba su objetivo. Sorprendentemente, él no mostró ninguna desilusión ante su anuncio. De todos modos, la entrega de sus noticias causó un cambio abrupto de su rutina. Por primera vez desde su boda, él no visitó su cama. Nick siguió el camino de la oficina a la casa, seguro de su camino hasta en la oscuridad de noche. Sus ojos fueron a la ventana de su esposa y vieron que estaba a oscuras. Él no la visitaría. La sangre de una mujer sacaba al animal en él, y él no se revelaría de esa manera ante ella. Todavía no. Quizás nunca lo haría. Él no había sentido ninguna desesperación cuando Jane le había informado de su flujo mensual. Él era totalmente consciente que no la había impregnado. Pero planeaba hacerlo, doce noches a partir de ahora - en la siguiente llamada. Él la tendría a su merced a fin de asegurar su participación. Sin importar como. Él nunca había tomado a una mujer de carne-y-sangre en El Llamado y sentía curiosidad de experimentar el derrame de la semilla fértil en su esposa. Como el cuerpo de Jane era Faerie, su matriz debería aceptar fácilmente su semilla, mientras que en una mujer Humana de pura sangre tendría más dificultad. Arriba ahora, caminó por el pasillo. Sus fosas nasales llamearon cuando capto el olor húmedo de la sangre de su esposa mezclada con sus fluidos interiores y su olor natural, seductor. Sus testículos se apretaron y endurecieron. Dentro de su pantalón, su polla estrangulada se elevó, anticipándose. Él se obligó a pasar su puerta y seguir a la suya para demostrarse a si mismo que podía. Una vez en su recamara dirigió a la puerta lateral que llevaba al cuarto de su esposa, echando el cerrojo sobre ellos. Cruzando el cuarto, tocó un panel con espejos. Este se inclinó, revelándose como una puerta. Deslizándose más allá, se encontró en una cámara familiar. El espejo se colocó de nuevo detrás de él, sellándole dentro. No encendió ningunas velas. No las necesitaría. Se abrió el cierre de su pantalón y enfocó su mente en un punto al lado del pilar de cama, hizo una invocación y la niebla invadió el cuarto y se materializó bajo su mirada, donde antes sólo hubiera vacío. La miríada de colores se fundió en una forma femenina quién se parecía estrechamente a su esposa. Sintiendo lo que él deseaba, ella presionó sus pechos contra la pared y agarró dos

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anillos metálicos que encontró afianzados a la pared por encima de ella. Él bajó su pantalón, presionó a su polla en su raja, y se adentró de golpe en su interior. Ella era suave, caliente, necesaria. Disponible. Ella no sentiría nada, no exigiría nada, y dejaría de existir cuando él hubiese acabado. Joderla a ella sería tan sencillo como la masturbación. Y sobre todo rápido. Su cuerpo consiguió satisfacerse seis veces en el espacio de una hora. Sus arremetidas eran lujuriosas y variadas, en contraste con las que utilizaba con su esposa. Cuando

su mente le dijo que ella ya no era necesaria, la Shimmerskin se

desmaterializó, descolorándose en la extraña neblina de la cual había venido. Después, él volvió a su cámara y durmió profundamente, saciado. La mañana siguiente él se despidió de jane y viajó a Florencia, donde pasó la tarde en la casa de Umberto con sus antiguas favoritas, Anna y Bella. Ellas eran las joyas de coron a de la casa de placer que empleaba a docenas de putas talentosas. Él las había seleccionado con cuidado hacia un año después de hacer di scretas preguntas. Los cuentos de su avaricia en la cama de un hombre le habían llevado a creer que él nunca tendría que contenerse por miedo de causarles dolor. Había tenido razón en su elección y ahora con regularidad había disfrutado de su conformidad incondicional con sus caprichos sexuales. A su llegada al establecimiento, ellas no habían mostrado ninguna sorpresa de que él hubiera decidido visitarlas tan poco después de su boda. Seguramente no sentían ningún reparo sobre ello. Tal era el comportamiento aceptado para los hombres de su escala social. Ellas no perdieron tiempo acompañándole a sus cuartos y afirmaron haber extrañado sus

atenciones enormemente. La primera hora después de su llegada, él se alivió

repetidamente en cada orificio disponible para él en ambos cuerpos flexibles. Como de costumbre, su interacción implicaba el uso de consoladores y otras curiosidades que ellas empleaban para realzar el placer de un cliente. Un surtido de tales dispositivos ahora permanecía sin orden ni concierto sobre varias superficies del cuarto, arrojado allí en las convulsiones de la actividad más temprana. Nick estaba de pie al lado del sofá sobre el cual había jodido recientemente a Bella mientras chupaba la raja de su compañera. Cuando ambas habían gritado por su liberación, él había encontrado la suya otra vez. Retirando un cuadrado doblado con esmero de la pila de linos que ellas suministraron para el uso de la clientela, limpió todas las pruebas de ellas de su cara y polla. Entonces se sirvió otra bebida. —Su esposa no puede complacerle como nosotras, —se burló Anna. Ociosamente él observó que los labios de su vulva todavía pulsaban con el orgasmo más reciente que su lengua le había proporcionado, mientras que de la raja de Bella se escapaba la crema que su pene acababa de depositar. Las mujeres permanecían tumbadas semidesnudas, su respiración todavía agitada de tantos orgasmos que su cuerpo les había proporcionado mientras su mente y corazón habían permanecido apartados. Se puso una bata, sintiendo una suave repugnancia suave tanto por él como por ellas. Era inhabitual en él la experimentación de tal emoción después del sexo, y esto lo sacudió .

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¡Seguramente él no se sentía culpable! —Eso es cierto, —concordó Bella. Su ceceo en la voz le había atraído una vez, pero de repente lo encontró repelente. Le disgustó oír que estas mujeres hablaban de su esposa. Jane no iba y no podía ser comparada por no hacer las cosas que ellas hacían. Las joyas de su anillo familiar destellaron cuando Nick bajó la copa de vino de su s labios. —Ella me complacerá cuando de ella nazcan

mis hijos. Ese es todo el placer que

requiero de ella. En la orden natural de cosas, el vientre de Jane se hincharía con su hijo después de la siguiente Llamada. Durante el tiempo de su confinamiento, él buscaría la satisfacción carnal con otras mujeres, como éstas. Una vez que un intervalo apropiado hubiera pasado después del nacimiento del primer niño, él reanudaría las visitas conyugales a su esposa. Su padre había explicado que las mujeres humanas desean una liberación de tales deberes. Pero él nunca liberaría a Jane de ellos, ya que el acoplamiento regular le brindaría la protección Satyr. Bella se excitó y se acercó para arrodillarse a sus pies. Sus ojos coquetearon mientras separaba su bata de satén. Sus colmillos eran ligeramente prominentes, lo que le daba una apariencia de reptil. Lamiendo sus labios, intentó acariciar su pene saciado volviéndolo a la vida. Su lengua puntiaguda recorrió toda su longitud, concentrándose en el punto sensible donde este se une a la cabeza. Cuando su excitación floreció al instante, ella le sonrió a través de sus pestañas. —Usted siempre está tan lisonjeramente listo, Lord Satyr. Él podría haberle dicho que no se sintiera alabada. Miles como ella podrían inducir l a misma reacción en él. Él no sentía ningún afecto especial hacia ella, se dio cuenta, y era esa carencia de afecto lo que había estropeado el interludio de hoy. Era extraño que esto nunc a le hubiera molestado antes. Probablemente era el momento para circular a pastos nuevos. Cuando su boca envolvió su longitud, Nick tejió sus dedos en su pelo para sostenerla ligeramente. Desapasionadamente él miró sus labios delgados repetidamente sumergir y vomitar su verga. Ella formó un arco con su cuello, convirtiendo su viaje de los labios a la garganta en un camino más directo. Sus músculos del cuello se relajaron, y ella exhaló, respirando por su nariz, permitiéndole perforar más profundo. La cabeza de su pene bajó profundamente por su garganta, que temblaba en un estímulo exquisito. La mayoría de las mujeres humanas se ahogarían ante tal tratamiento, pero Bella era conocida por su capacidad para tomar todo lo que un hombre podría ofrecer. Él no contuvo nada, sabiendo por experiencia que ella podría manejar hasta sus sustanciales dimensiones. Ella tragó rítmicamente, masajeando su punta, persuadiéndolo hasta que acabó a raudales. Ella le sostuvo profundamente entonces hasta que lo último de su semen hiciera su camino garganta abajo.

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Nick se separó de ella, sus ojos desprovistos de emoción. Ella chasqueando la lengua dio a su punta una última lamedura de despedida. Él magreó su mejilla en breves gracias, recogió su bebida, y se sentó. Moviéndose detrás de su silla, bajó sus manos sobre su espalda, masajeando sus hombros e inclinándose para arrastrar sus uñas en círculos sobre sus pezones. —No demasiado fuerte, Bella, —le recordó Anna con voz burlona—. El Signore podría encontrar tus rasguños difíciles de explicar a su nueva esposa. Sus divertidas risas tontas se esfumaron rápidamente cuando Nick no participó. Él quería marcharse, pero se obligó a permanecer allí, como era su costumbre. Durante las pocas horas siguientes, él sobriamente tomó su copa mientras las dos mujeres despacio y exquisitamente ordeñaron su polla una y otra vez. El reloj golpeó la medianoche cuando Anna otra vez se arrodilló y le sonrió con sus ojos de gato. Empujando su polla alt o contra su vientre, tomó sus pelotas en su boca, rodándolas y masajeándolas con su lengua áspera. Él podía casi oír su ronroneo. Como siempre, su polla comenzó a endurecerse. Su cabeza retrocedió contra la silla, y se preguntó cómo estaría ocupando su tiempo su nueva esposa esa tarde. Con Nick lejos en la ciudad, aparentemente de negocios, Jane gastó la mayor parte del día en la biblioteca estudiando minuciosamente uno y otro libro en busca de mezclas de hierbas curativas. ¡Muchas de las supuestas curas eran peores que las enfermedades que se decía que aliviaban! Un caso de estudio había enganchado su interés, ya que este describía a una mujer aquejada con muchos de sus síntomas. El pasaje afirmaba que un brebaje incluso había curado acontecimientos sobrenaturales en el cuerpo de esta mujer, marchitando apéndices parecidos a un ala que habían crecido en sus omóplatos. La cura era complicada, implicando el uso de numerosas hierbas incluso variedades de tomillo, salvia, orégano, menta, eneldo, y mejorana todo lo cual debía rechazar el mal. Cuando se cansó de tales estudios terminó la tarde escribiendo a su tía en el salón. Nick había sugerido que ellos podían comenzar a recibir invitados, y ella estaba ansiosa de tener a Emma con ella. La oscuridad había caído cuando selló su carta y la colocó en la bandeja que Signore Faunus le había informado que había sido designada para el correo social. La casa estaba sorprendentemente silenciosa cuando subió la escalera. Esto la inquietaba sabiendo que solo ella y mayordomo de Nick ocupaban ahora las tierras. Pero su marido le había asegurado que otros criados podrían ser fácilmente convocados a sus cuartos si lo requería. En el camino a su recamara, tropezó con una criada que no reconoció. —¿Quién es usted? —jadeó ella, enderezándose. —Uno de los empleados de la noche aquí en el Castello, señora, —contestó la muchacha. Su voz parecida a un zumbido tenía muy poca inflexión y había una calma sobrenatural sobre ella.

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Jane aferró el libro que ella había tomado a préstamo de la biblioteca de Nick más cerca de su pecho cuando un escalofrió recorrió su espina dorsal. —Tenía entendido que todo el personal se marchaba en el anochecer. —Venimos cuando los demás van, —contestó la muchacha monótonamente. — ¿Nosotros? ¿Es alguna clase de criada de la noche entonces? La criada saludó con la cabeza distantemente. — ¿Vive dentro de los terrenos? ¿O en los cuartos de los criados? — ¿Signora? —preguntó otra voz más familiar. Jane dio vuelta para encontrarse que Signore Faunus se había acercado sigilosamente a ellos. — ¿Requiere usted ayuda? —preguntó, pareciendo deseoso. —No. Es decir estaba en mi camino de la biblioteca a mi cámara cuando- —Ella echó un vistazo a la criada extrañamente apacible que ella había encontrado y luego al Signore Faunus—. Yo había pensado que el personal se marchaba cada tarde. El Signore Faunus palideció hasta las puntas de sus orejas puntiagudas. — ¿De quién habla usted? — ¡De esta criada, por supuesto! —¿Usted puede verla? ¡Ah! —Él se meció sobre sus pies, primero sobre los dedos y después sobre los talones, saludando con la cabeza como si pensara—. Su herencia. Tiene sentido. Él despidió a la criada, que continuó su camino, desplazándose con una extraña forma de deslizamiento flotante. Ambos la miraron marcharse. —Los empleados de la noche solo obedecen órdenes mías, —la informó el Signore—. Transmitiré cualquier exigencia que pueda tener a ellos. —Ya veo, —dijo Jane, no viendo nada en absoluto—. Pero— El Signore Faunus se meció sobre sus talones y ejecutó una reverencia superficial. —Usted debe llamarme si tiene alguna necesidad. Estamos todos aquí para servirla. Con esto, él tiró de sus faldones, giró y salió corriendo. Jane le miró irse antes de hacer su camino hacia su cuarto. Se echó en la cama, luego fue hacia la puerta y la cerró con llave. En el sótano del castillo, el Signore Faunus jugaba suavemente con su flauta, atrayendo a los criados de la noche hacia él. Había más de dos docenas de ellos, todos ellos Driadas ii que quedaron huérfanas a quienes se les había concedido refugio después de que su árbol de vida había muerto. Una vez que un Señor Sátiro les otorgaba el cuidado de una heredad, tales Driadas atendían su castillo y a sus habitantes tan fielmente como una vez habían tendido sus árboles de vida en el bosque de su tierra. —Ustedes tienen que tener más cuidado en permanecer escondidas, —advirtió Faunus al coro de caras etéreas que se agolpaban a su lado—. La Signora ve, pero todavía no

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entiende.

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Capítulo 15 Cinco noches después de que Jane había anunciado su indisposición temporal, Nick sintió que su tiempo de sangre había cesado. En el crepúsculo, abrió la puerta que unía su dormitorio con el suyo. Una vez dentro, se paró en seco. Percibió su olor, aunque ella no estaba allí. El fastidio le asaltó porque ella no estuviera en el lugar apropiado cuando él estaba listo para ella. Era más temprano que cuando la visitaba normalmente su cama. Pero había pasado casi una semana. ¿No le esperaba? Estuvo a punto de ir a buscarla, cuando observó un charco en el suelo, por dentro de la puerta a su balcón. Una tormenta de primavera los había encontrado, de la clase que sol ía ser breve, pero salvaje. Seguramente ella no… Cuando miró detenidamente hacia la puerta la pudo ver. En el balcón, Jane estaba de pie contra el pasamanos de piedra, llevando sólo su camisón de noche. El viento la azotaba, volando su pelo y su vestido. Con una de las manos sujetaba el pasamano, la otra estaba escondida. Cuando la miró, ella inclinó su cara hacia arriba como si fuera una flor buscando la bebida de la lluvia vivificante. Una parte de su mente admiraba las curvas suavemente ondulantes de su culo, moldeadas por la tela mojada. Otra, se asombraba ante el comportamiento atípico e imprudente de su esposa bien educada y cautelosa. Él abrió la puerta y sintió la frialdad intempestiva del viento. ¿No lo había notado ella? — Ven, Jane. Te enfermarás – la llamó él suavemente. Ella comenzó a hablar, girándose con una sorpresa culpable. Sus ojos se estrecharon por una repentina sospecha, y él exploró las tierras de más allá. Ella no podía haber tenida una cita secreta. No se podía ver más allá de tres yardas , por el diluvio. — Mi l—l—lord —masculló ella, temblando. Él bloqueaba la entrada. Cuando retrocedió y señaló el interior, ella le siguió adent ro bruscamente. Su empapado vestido se adhería a su cuerpo y se pegaba contra su piel cuando se dirigió hacia el fuego. — ¿Te gustan las tormentas? –le preguntó él, cerrando la puerta del balcón y apoyándose contra ella para estudiarla. — Me refrescan. Lo siento — masculló ella, lanzándole un vistazo rápido. Ella decidió afrontarle, en vez de la chimenea, se fijó en él. No era su costumbre exponer sus pechos tan descaradamente, cuando debía saber que eran translúcidos por la tela empapada. Ella era siempre escrupulosamente cuidadosa en no mostrarle la espalda, comprendió él repentinamente. No tenía ni idea del por qué. El silencio se alargó entre ellos. El sentimiento de encierro aumentaba dentro de él, haciéndose intolerable. Comenzó a rodearla. Nerviosamente, ella se alejó poco a poco de la chimenea, dando vuelta cuando él se movía. Siempre mirándole.

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Él rozó un largo y mojado mechón de su cabello y se lo retiró del hombro, revelando un pezón tenso por el frío. Tocó con un dedo la curva de un pecho y luego rozó el duro botón. Ella jadeó, retrocediendo y cubriendo el lugar en donde había sido su mano. — Puedes salir en la lluvia cuando te plazca —dijo él—. No desea controlar cada movimiento tuyo. —Oh. ¿Qué pensó que quería? No. Lo que realmente quería de ella era el verdadero y completo conocimiento de sus talentos, dado libremente. Algunos Faerie tenían trazos de maldad en ellos que no siempre se sentían al empezar. Eran rasgos que no quería pasar a sus hijos. Pero preguntar por sus secretos sólo invitaría a las mentiras. Ella se agitó culpable bajo su mirada, y sus sospechas se intensificaron. La Llamada vendría en siete lunas —una semana a partir de esta noche. Sus actos con ella darían entonces fruto. Un niño. Era prematuro, cuando él no estaba seguro de como funcionaba su magia. Ejercía un tirón sobre él, y no estaba seguro si sería capaz de impedirse darle la semilla de un niño, una vez que la Llamada se apoderara de él. —Supongo que tu flujo mensual ha disminuido. Ella retrocedió cuando, obviamente, se dio cuenta que él había venido para su visita conyugal. Sus dedos arrancaron la tela mojada que se pegaba a su muslo. —Sí,

Signore.

Dame

un

momento,

y

me

prepararé

para,

um,

le

saludaré

adecuadamente. —Estás suficientemente preparada —refunfuñó él, levándola hacia la cama. Ella le empujó, protestando. —¡Mi vestido mojará las sabanas! — Entonces quítatelo —sugirió él—. o lo haré yo. —Pensé que no deseabas controlarme. — Sólo aquí, en el dormitorio, —se corrigió él—. En otra parte y en otras cosas, puedes ejercer mayor libertad. — Eres demasiado amable –replicó ella. — Tu vestido —le recordó él. Con dificultad y tardanza, voluntaria, sospechó él, se quitó la tela húmeda. Después que esta cayó al suelo, se sentó en la cama y se deslizó hacia atrás. Ella le esperaba de espaldas con un frágil entusiasmo. En el balcón, ella se había estado estimulando. ¿La había visto? Era la primera vez que ella se había tocado de esa manera, sin tenerle primero entre sus piernas. Pero esta noche, la tormenta la había llamado, la había seducido. Sin embargo, el orgasmo la había eludido. No estaba segura si fuera hasta posible sentir aquella sensación exquisita sin el catalizador de la fornicación previa. Las turbulentas emociones que la tormenta y su propia mano habían despertado, todavía calentaban su sangre. Su vacío zumbó con el deseo. ¿Cuándo entrara en ella, lo adivinaría?

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Nick dejó caer su bata y la montó. — Crema —susurró ella. Ya estaba mojada, pero tal vez la humedad adicional lo disfrazaría. — Mis excusas. —Agarro el tarro de la mesilla de noche, aplicó un poco del ungüento en su pene y luego tocó con un dedo a lo largo de sus labios para humedecerlos y desplegarlos. Sin preparación adicional, él se deslizó dentro de ella. Su conquista era la misma, pero de alguna manera diferente. Esta vez, ella también estaba desnuda y sintió el suave pelo de su pecho contra sus senos. Esta vez, ella dio l a bienvenida al deslizamiento de su cuerpo caliente contra el suyo, frío. Esta vez, se miraron a los ojos. Esta vez, ella apenas tenía el control. Fuera, un relámpago iluminó el cielo. El viento arrojaba oleadas de agua contra el cristal de la ventana. La naturaleza la llamaba para afiliarse al tumulto, para abandonarse ante la pasión. Su verga la llenaba una y otra vez, presionando su monte y su necesitado brote. Si ella pudiera inclinar sus caderas, sólo un poco… Se esforzaba por resistir. Si él le hubiera dado unos momentos para unirse. Silenciosamente, conjugó el latín. Recitó tablas matemáticas. Llamó toda la autodisciplina que poseía a fin de resistir el deseo que la abrazaba. Moverse con él. Unirse. Su mente le gastaba bromas, le hacía promesas. Toma lo que quieres de él. No despertará tu rareza. Inclina tus caderas, tan sólo… Y luego, de repente, otra voz llenó a su cabeza, profunda y masculina. Sí, inclina tus caderas. Envuelve tus piernas alrededor de mí. Muévete conmigo. Sus ojos se ensancharon mirando los labios de su marido. No habían hablado. Aún así, había oído claramente las palabras. EN SU MENTE. ¡Ah, Dios! ¡Ella se estaba uniendo a él! Su piel se ruborizaba y calentaba en donde tocaba la suya. Cada sentido se enriqueció, en concordancia con él. ¡Ella estaba cayendo…no! Apretó sus palmas contra su pecho, resistiendo. ¡Estúpida! La unión sólo se intensificó. Sus palabras de rechazo fueron sofocadas por sus labios. Su aliento se hizo suyo, y sus lenguas bailaban, acoplándose. Como el aceite de sus pieles se mezclaba, lo hicieron sus emociones, revelando que escondían el uno del otro. Él tenía cargas. Aunque estaba acostumbrado a ello y era lo bastante fuerte — lo suficiente — para aguantar sus cargas a solas. Ella podría calmarle. Sentir cariño por él. Tan fácilmente. Déjame tomar el peso de ti, marido. No tienes que hacerlo solo. Compártelo conmigo. El poder de su posesión aumentó. Sus ojos de crepúsculo miraban en los suyos. Sus promesas penetraron su mente. Comparte tus secretos, esposa. Los guardaré a salvo, te mantendré segura.

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La pasión la drogaba. Sí, quería contarle. Quería compartir su carga con él. Quería l o que él le ofrecía. Lo quería. Sí, sólo dime que me podrías amar algún día, marido. Su mente dudó, distante. Silenciosa. La suya clamó hacia él. ¡Entonces llévate tu placer y déjame en paz! Con un grito

estrangulado, profundizó aún más. Ella lo cogió desprevenido,

atrayéndole para derramarse antes de que él hubiera querido hacerlo. Su resbaladizo deseo la inundó, ahogándola en un placer solitario. Cuando él la abandonó esa noche, ella no tenía ningún pensamiento voluntario de complacerse a sí misma. En cambio, estaba muy preocupada. Había pensado que su capacidad con los humanos se desvanecía, pero nunca se había unido tan rápidament e, ni tan a fondo con otra persona. Después, ninguno de ellos había hablado de ello. Pero ahora estaría entre ellos. Se sentó. Encorvando un hombro, exploró el área en la base de su espalda. Sus dedos peinaron el plumón que ella encontró allí. ¿Era su imaginación, o crecía más rápido? ¿Qué haría él cuándo descubriera sus secretos —qué era ella? ¿La rechazaría? ¿La expulsaría? Su tía querría saber por qué lo había hecho. La condena de sus ojos podría moverse entonces de ella a Emma. Su pulso tropezó y se aceleró. Ella no debía volver a unirse con él. Debía fingir que esta noche nunca había pasado y seguir escondiendo lo que hacía. Era el único modo de mantener segura a Emma. Buscó su caja de costura. La encontró en el tocador y sacó un par de tijeras. Enroscándose torpemente, con su espalda frente al espejo, contempló las cortas y huecas plumas dobladas delicadamente en sus omóplatos. Cautelosamente, comenzó a cortar.

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Capítulo 16 Jane se aventuró al exterior otra vez la mañana siguiente, tomando una nueva dirección esta vez. Ahora, mientras caminaba en el jardín, las plantas cercanas reverdecían sin ningún esfuerzo de su parte. La hierba bajo sus pies verdeaba y crecía exuberante. Sus habilidades con la flora aumentaban diariamente. Perder esta aptitud debería ser parecido a cortar un apéndice. Pero tenía que destruirlo antes de que su marido se diera cuenta. Antes de que extraños lo hicieran. Si las hierbas que requería para una cura existían en las tierras Satyr, las encontraría en un área sombreada, no a la luz del sol. Se volvió hacia el bosque. ¿Se dividiría para ella esta vez? El césped estaba húmedo, empapado en algunas partes por la violenta lluvia de anoche, y tuvo ocasionalmente que circunnavegar alguna que otra parcela embarrada. Cerca de la cima de la ladera, encontró un claro y dobló para ver cuánto camino había recorrido. Fuera de las paredes de castillo, el viento arrasaba con un sol deslumbrante por toda la extensión de una pradera cubierta de hierba que se difuminaba en olas de calor, dentro del perímetro del complejo Satyr, la temperatura permanecía constante y cómoda. Caminó para adentrarse en la foresta y sintió su bienvenida cautelosa. La conocía ahora, quizás olfateaba el tacto de su amo sobre ella. Caminó un corto trecho, manteniendo los, buscando. Algo la atrajo hacia la parte más profunda del bosque. Rodeó robles y árboles de espino cubiertos densamente con hiedra, anduvo con cuidado su camino a través de helechos y caminó finalmente sobre una envejecida pared de piedra. Más allá, dientes de dragones, ajos, no me olvides y rubicundos tréboles crecían salvajes. Pequeños montículos de rosa en flor y el tomillo faerie se aferraba a la tierra posesivamente. El aire olía a pinochas achicharradas por el sol y glicinas de montaña. Y entonces, sin advertencia, allí estaba – las espinosas, acampanadas flores doradas del allium moly. Se arrodilló, revisándola con dedos temblorosos. Cuidadosamente lo arrancó del suelo y limpió la tierra que se aferraba a sus raíces. Guardando la planta en su canasta, se volvió hacia el castillo. Juzgando por los diamantes del sol brillantes a través del dosel por encima de su cabeza, era tarde estaba avanzando. Se había alejado bastante. Ni siquiera la almenada torre del homenaje era visible en la lejanía. Delante, en la espesura inexplorada, un reflejo trémulo repentino de la luz azul captó su atención. Otra luz apareció al lado de ella como por arte de magia, ésta de color rosa. Y con todo una tercera que era de un color de plata. Cautelosamente se deslizó hacia ellas y miró atentamente a través de las plantas para descubrir un claro. Las luces estaban encerradas dentro de un pequeño templo al aire libre rodeado por columnas griegas de formas femeninas y volutas. Cuando miró, ¡las luces se agrandaron, se solidificaron - y tomaron la forma mujeres! Las mujeres brillantes fueron atraídas como si fueran una hacia una mesa de piedra grande

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en el centro del templo. Con gracia serpentina, sus cuerpos acariciaron y veneraron otra forma más grande que las esperaba allí. Era un hombre. Desnudo. ¿Y qué le estaban haciendo en el nombre del cielo? Retrocedió, rompiendo una ramita bajo su pie. Las tres figuras iridiscentes se detuvieron y luego cambiaron de lugar, protegiendo al macho instintivamente en el centro. Sus cabezas giraron a la vez, sus miradas curiosamente vacías. Entre ellas, un par de ojos dorados centellearon en su dirección. Estos ojos eran masculinos. Y conscientes. El bosque circundante cayó en un silencio anormal. El graznido de aves y el zumbido de insectos cesaron. Los dedos del miedo acariciaron su nuca. El bosque que le había dado la bienvenida antes repentinamente se vislumbró como una mortaja. Ramas gruesas se inclinaron hacia ella sofocantemente cerca. Girando, huyó. Del bosque — de sí misma. ¿Por qué había visto tales cosas? ¿Estaba perdiendo su cordura? Con cada paso, una corona de hongos diminutos, delicados rodeaba cada uno de sus pies. Empezó a correr. Los círculos le siguieron el paso, desapareciendo tan pronto como levantaba un pie de la tierra y reapareciendo en cuanto su pie tocaba tierra otra vez. Una enredadera se rizó alrededor de su tobillo, haciéndola tropezar. Cayó hacia adelante, dejando caer su canasta. El olor acre de vegetación que se pudría sobre el piso de bosque invadió sus ventanas nasales. Sus palmas se aplanaron sobre la tierra. Incapaz de levantarse se fundió. Las visiones llegaron..... Un rebosar de cuerpos —meneándose, enroscándose y retorciéndose juntos en apasionada euforia. De mujeres capturadas y mantenidas cautivas para el placer de hombres que eran inhumanos. De su futuro, aquí en este lugar. Agobiada, Jane se resbaló en la oscuridad. Cuando despertó, estaba en el jardín detrás del Castello acostada en un banco. Cómo había llegado allí, no lo sabía. No estaba segura si lo que había visto había sido un sueño. Pero el dobladillo de su traje estaba húmedo con el rocío, y su canasta con la moly había sido puesta prolijamente a su lado. —Tu esposa estaba en el bosque esta tarde, cerca de uno de los templos remotos del punto de encuentro, —dijo Lyon. El corazón de Nick se aceleró. — ¿Qué ocurrió? —Estaba jodiendo. Pienso que me vio. —No mencionó nada de eso, —dijo Nick. —Bien, algo allí causó que ella se desmayara, y — — ¡Siete infiernos! ¿Se desmayó? —La llevé de regreso a tu jardín, —dijo Lyon.

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— ¿Por qué estabas jodiendo allí en medio de la tarde de todos modos? —exprimió Nick. Lyon sacó las manos de sus bolsillos, encorvándose en un vago gesto de vergüenza. —¿Como si nunca hubieras hecho tal cosa tú mismo? De todos modos, había estado trabajando en las vides desde el amanecer. Necesitaba un respiro. —¿Si estabas tan fatigado, cómo te las arreglaste para reunir la energía necesaria requerida para joder? Lyon le clavó la mirada. —Hay cansancios y cansancios. —¡Maldito seas, Lyon! —Cuándo y dónde decido joder no es de tu incumbencia, hermano. Solamente te digo esto en caso de que Jane plantee el tema contigo. Si vio a las Shimmerskins que hice aparecer, tendrá preguntas tarde o temprano. —Tienes razón, por supuesto. —Nick frotó el nudo de tensión a lo largo de la parte posterior de su cuello—. No comprendo. ¿Cómo pudo acercársete sin ser obligada a volverse por el bosque? —Las fuerzas que lo protegen podría haber detectado su sangre Faerie y confundido. No sé. Solamente sé que ocurrió. —Lyon vaciló—. Hay otra cosa. Tenía una canasta consigo. Contenía ramitos del moly antiguo, tomado de nuestro bosque. —¿El remedio? ¿Pero para qué? —Los ojos de Nick se fueron a la puerta, a sus recuerdos sobre su esposa y su tiempo juntos la noche previa. Se habían fusionado, solamente brevemente, pero había sido peligroso. No podía confiar a ninguna mujer sus secretos y estaría en guardia en el futuro. Quizás ella pensaba lo mismo. Esta mañana, había parecido desconfiar de él. —¿Crees que podría intuir la amenaza y estar intentando prevenirla? —Preguntó Lyon. —¿Qué amenaza? —La amenaza en contra de Jane y sus hermanas Faerie, —explicó Lyon con exasperación—. Aquella a la que aludía la carta del Rey Fey. ¿Sinceramente, el matrimonio ha confundido tu cerebro? Nick enrojeció, frenando sus pensamientos. —Respecto a la amenaza, no he descubierto nada, pero sospecho que surgirá dentro de la familia humana de Jane. —¿A riesgo de que me arranques la cabeza con los dientes, puedo preguntar si alguna vez planeas informarle qué es? ¿Lo que somos? —Preguntó Lyon. —Me las arreglaré con ella a mi modo, a mi tiempo. —¿Por qué el paso de tortuga? Es tu esposa y debe aceptar lo que eres. Creo que debes atraparla con un niño durante la Llamada y terminar con esto. —¿No recuerdas lo que pasó cuando Raine mostró su naturaleza? Todavía todos podían sentir las repercusiones de ese lapsus. Después del intento fallido de Raine de unirse a su esposa humana durante la Llamada, había huido en la noche. Había aparecido en las casas de los criados, histérica.

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Nick la había ido a buscar y se las había arreglado para mitigar el daño con limpiando sus recuerdos. Antes del momento en que la hubiera dejado en la casa de su familia, no recordaba nada salvo por vago temor hacia su hermano. Sin embargo, se había divorciado de Raine posteriormente, y los rumores habían circulado como consecuencia de las historias que había contado esa noche. —El tiempo no era el asunto en ese caso, —dijo Lyon—. Su esposa era completamente humana, y su único error fue no decírselo. —No te preocupes, planeo hacerlo cuando llegue el momento. —Si alguna vez lo hace, —picó Lyon. —Veremos cuán fácilmente diriges tales temas cuando tengas tu propia esposa con la que arreglártelas, —dijo Nick. Lyon carraspeó y se puso su sombrero. —Muy bien. Renuncia o retrasa la revelación de tu identidad verdadera todo el tiempo que quieras. Mientras tanto, sugiero que la mantengas bien lejos del punto de encuentro a menos que pienses escandalizarla sometiéndola a nuestra naturaleza. La puerta se cerró de golpe detrás de él. Nick permaneció sentado cavilando durante varios minutos y luego se puso de pie y llamó a llegó a sus pies y buscó a su esposa. La encontró en el solárium preparándose para trabajar. Jane se sobresaltó al verlo, esperando que no la interrogara respecto al intercambio de la noche previa. —Es momento de llevarte a recorrer la propiedad, —le dijo. —Me encantaría, —le dijo. No ahora, pensó, sus dedos se movieron dentro de sus pantuflas. Sujetó la canasta de Moly que había recogido más temprano ese día detrás de ella, fuera de la vista. Nick miró las herramientas a sus pies. Estaba obviamente concentrada en algún proyecto en su jardín. —¿Ahora sería conveniente? —Por supuesto, —dijo, suspirando interiormente. Las raíces de la planta estaban envueltas y regadas. Podía esperar hasta más tarde para encontrar una casa permanente en la tierra del jardín. Y si él estaba repentinamente ansioso de mostrarle los alrededores de la propiedad, ella estaba indudablemente ansiosa de que se la mostrara. Era una oportunidad de aprender qué otras plantas podían existir. Estaría más cómoda explorando con un compañero, en vista de su extraña experiencia reciente en el bosque. Después de recoger los caballos de sus cuadras, montaron a lo largo de un sendero rocoso, siempre hacia arriba hacia el centro de las tierras Satyr. Al final desmontaron en una pérgola de nudosas enredaderas de glicina enroscadas que cubrían un sendero de piedra por delante de la viña.

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Entraron en sus puertas y siguieron a pie desde allí. Nick señalaba a los trabajadores varios con los que se encontraban y explicaba las tareas en las que cada uno estaba comprometido. Jane disfrutaba estar entre las vides, y su interés en el trabajo era genuino. Las uv as no eran responsables de cómo fuera usada la mezcla que se obtenía de ellas, estimó. Los hombres lo eran. Se detuvieron en la cima de una pendiente, y Jane protegió sus ojos para recibir la prolongación interminable de hileras de vides abajo. —Es como una enorme colcha de parches viviente, —dijo—. Y más grande de lo que esperaba. —Tenemos ochocientos acres, aunque solo cuatrocientos está actualmente bajo el cultivo. De ésos, solamente trescientos están plantados con uvas. El resto está en aceitun as y fruta. Caminando cerca de una viña, Jane levantó el grupo diminuto de pequeñas pelotas verdes parecidas a granos de pimienta. —¿Éstas son las uvas? —Las flores, —dijo Nick—. Después de que florezcan en junio, la fruta empieza a crecer. Unos cien racimos pueden crecer sobre una vid, pero el sabor se arruina si no están bien nutridas. Serán reducidos hasta que solo queden aproximadamente dos docenas de racimos. —¿No has visto señales de la erupción? —Jane preguntó—. Escuché otros hablar de eso en Villa d' Este. —No hasta ahora. —¿Qué preocupante es? Se encogió de hombros. —Siempre ha habido enfermedades y apuros. Si tenemos demasiada lluvia, el moho puede empezar. Si la tierra es demasiado rica o pobre el drenaje, las uvas son pequeñas. Aunque eso no es un problema para nosotros aquí. —se inclinó y tomó un puñado de tierra volcánica seca y luego la dejó caer al suelo a través de sus dedos. Y luego se puso de pi e, quitando el polvo sus manos—. El agua, el sol, y la tierra son los ingredientes que hacen las uvas que luego serán cosechadas. —¿Cuándo es la cosecha? —Comienza en setiembre. Cada variedad madura en momentos diferentes, así que son cosechadas una tras otra. Sigue el proceso de extracción del jugo. Entonces en el otoño atrasado, la fermentación comienza. Señaló un área en dónde las vides crecían salvajes. Allí, las muelas antiguas estaban entre flores silvestres y malas hierbas, un testamento para las labor de los campesinos qu e trabajaron allí en años pasados. —Esas vides son utilizadas para la colección de animales de Lyon. Sus mascotas descienden como langostas cuando las uvas empiezan a madurar. Es inútil tratar de mantenerlos alejados así que hemos aprendido a compartir.

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Un gato se acercó y se puso a serpentear alrededor de sus tobillos. Luego se rizó baj o una enredadera que estaba descompuesta y marchita. Nick estaba hablando otra vez y había levantado un racimo para su inspección. —¿Ves? ¿Cuántas hay encima de este racimo? El peso de las uvas lo girará hacia abajo con el tiempo. Mientras escuchaba a medias, sus ojos regresaron a la vid moribunda. Notando su distracción y la dirección de su mirada, Nick se excusó para hablar a uno de los peones. Cuando regresó, fue tal como había esperado. La enredadera crecía ahora sana y resistente. Debido a su tacto. Intrigante. Declaraba odiar el vino que las uvas causaban, pero no podía soportar ver una sencilla vid derribada. ¿Cuál era la profundidad y amplitud de su don con las plantas? ¿Tenía alguna idea siquiera de él? Intuía que estaba avergonzada de su talento. Comprensible, había vivido en EarthWorld, donde sus talentos habrían sido despreciados. Sonrío y tomó su brazo, y ella le devolvió una sonrisa incierta a cambio. Cuando pasaron el jardín, Nick recordó sus encuentros con la criada allí en su juventud. Su verga tembló. Los peones salpicaban las pendientes alrededor de ellos como hormigas. Ahora no era ni la época ni el lugar para unirse a su esposa. Forzó sus ideas en otra dirección. —Tienes más curiosidad por las uvas de lo que admites, —le dijo, levantando un arco de glicina para que ellos pudieran pasar bajo una pérgola—. Es de buen augurio para nuestro futuro. Las raíces de mi familia están profundamente unidas a esta tierra, esta industria. Nuestros vino han adornado las mesas de los ricos y miembros de la realeza de este mundo por siglos. Ella permaneció en silencio. Le dedicó una sonrisa desproporcionada. —¿Estoy

tratando

de convencerte de los

méritos

de mi

herencia demasiado

seriamente? —No es para mí determinar sus méritos. La inteligencia y la propensión para el trabajo duro son evidentes en tu familia y son las cualidades admirables. —¿Así que ya no temes haberte casado con un borracho? Sonrío tímidamente. —No. Estoy contenta en mi matrimonio. Se le ocurrió a él que ella misma era como una flor de uva, abriéndose de mala gana con el tiempo, podía revelar su identidad interior especial. —¿Por qué estuviste de acuerdo con él? —Preguntó, repentinamente curioso. Le lanzó una mirada precavida. —Quería una familia en la que Emma y yo pudiéramos hacer un lugar para nosotras mismas y ser aceptadas por ser quienes somos.

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Colocó una mano sobre la suya. —Tú tienes eso aquí. Inclinó su cabeza, esperando pero sin atreverse a creer. —Grazie.

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Capítulo 17 El Signore Faunus coloco una bandeja de plata sobre la mesa de Nick. — Ha llegado una carta para la Signora. Nick recogió el pergamino plegado y sellado y leyó rápidamente su dirección. La arrojó de nuevo a la bandeja. —De su tía. Asegúrate de que lo recibe. —Ciertamente, señor, —dijo el Signore Faunus, inclinándose. Nick le dio una mirada sardónica. —¿Desde cuándo eres tan formal, Faunus? —Su Signora lo espera, y me gusta, —respondió su siervo—. A veces. Partió con un ondular de la cola de su traje y cerró la puerta detrás de él con exquisita corrección Momentos después, Jane llamo a la puerta del estudio. Entró con la carta y comenzó a hablar casi de inmediato. —¡He recibido una carta de mi tía! —Dijo, casi dando vueltas de la emoción—. Ella y mi padre están tomando una villa cerca de Florencia para escapar del calor de la temporada en

Tivoli. ¡Y traen a

Emma! ¡Pero esto es maravilloso! Voy a tener lista una alcoba para

Emma inmediatamente. ¿Cuál seleccionaremos para ella? Nick se inclinó de nuevo y sonrió con indulgencia. –Es tu elección. Jane dio golpecitos con una esquina de la vitela en su barbilla, pensando. —Ella está acostumbrada a dormir en una habitación adyacente a la mía. ¿Crees tú—? —Un acuerdo de ese tipo podría hacerte pasar momentos difíciles ahora que estás casada, —le recordó Nick. —Ah, claro. Por supuesto. Tal vez la torreta entonces. A ella le gustará. Va a necesitar su propia niñera y tutores, y ese tipo de cosas. Solamente hasta que salga para la academi a. Pero estará conmigo hasta entonces. —Jane se abrazó con regocijo. —¿Cuándo llegan? —Dentro de la semana. Van a permanecer varias noches con nosotros antes de viajar a la villa que han alquilado. ¡Siete infiernos! Su propiedad

estaría ocupada con la familia durante la próxima

noche de Llamada. El muro de poder podía mantenerlos apartados de las partes recónditas interiores del compuesto, pero era peligroso tenerlos aquí. Y Jane no estaría disponible. Cualquier plan para impregnarla tendría que aplazarse hasta la luna llena del próximo mes. —¿Qué está mal? —Preguntó, notando su silencio. Convocó una sonrisa. —¿Sólo preguntaba si debería invitar a Lyon para quedarse con nosotros? —Sí, ¿y Raine también?

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El está fuera de aquí.—buscando a tu hermana. —Lyon, entonces. Haremos una reunión familiar,—dijo Jane—. ¡Oh! Hay mucho por hacer. Salió de la habitación sin cerrar la puerta, un pecado capital en su casa por lo cual cualquier criado sería rotundamente regañado. Pero Nick simplemente la empujó con su mente para cerrarla antes de regresar a su trabajo. Más tarde, convocó a Signore Faunus para hablar de los preparativos para la inminente visita del trío. Los invitados llegaron una semana después. El equipaje fue guardado y todos pasaron a sus habitaciones para refrescarse antes de cenar. Jane instaló a su padre en el ala norte y a su tía en la sur y, a continuación, acompaño a su hermana arriba a la tercera planta. l hábito largamente arraigado impidió a Emma abrazarla, incluso después de una larga separación. Inevitable, Jane había evitado su contacto con demasiada frecuencia en el pasado. —¡Es la torre de una princesa! —Exclamó Emma, corriendo la mano sobre las paredes curvas de la torre que iba a ser su dormitorio. —Entonces debes ser una princesa, —dijo Jane—. Porque es la tuya. Emma miró con atención el paisaje que se extendía desde su ventana —Voy a tener que dejar crecer mi pelo. Jane la miró con curiosidad. —Al igual que Rapunzel, —dijo Emma. Jane sonrió. —Venga, Rapunzel. Hablaremos más tarde esta noche. Por el momento, vamos a cenar con la familia. —¡No puedo creer que voy a dormir esta noche en un verdadero castillo! —dijo Emma en el camino escaleras abajo. En la entrada del salón formal, Lyon y Nick se levantaron de sus sillas. Agarrando la cola de su conversación, Lyon dijo: —Espero que tu sueño no sea perturbado. ¿Nick te ha entretenido con los relatos de los fantasmas de nuestros castillos? Emma se sintió inmediatamente intrigada. —¿Hay fantasmas? Lyon asintió, mientras que Nick sacudió la cabeza. —Por supuesto que hay, —dijo Lyon—, al menos en mi castillo. Si no encuentras ninguno en el de Nick sólo tendrás que venir a conocer el mío. —¿Existen realmente los fantasmas aquí? —Preguntó Emma a Jane. Nick respondió por ella. —Sólo si cree en las leyendas dictadas por los campesinos en los alrededores, como aparentemente lo hace Lyon.

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Lyon dio una mirada de conspiración a Emma. —Los campesinos tienen un sexto sentido acerca de estas cosas. —Hay un sinnúmero de historias, —dijo Nick—. Sin embargo, en treinta años, yo no he visto ningún fantasma. —¿De qué hablan? —Preguntó Izabel, viniendo con el padre de Emma para reunirse con ellos. —Fantasmas, —dice Emma. —No hay tal cosa, —dijo Signore Cova, yendo hacia el carro de licor. —Me permito disentir, —dijo Lyon—. Estas humildes hectáreas nuestras han sido testigos de mucho caos a través de los siglos, por desgracia han dado lugar a numerosas muertes. Nuestros antepasados lucharon contra sieneses, florentinos y otros que han tratado de obtener un lugar

aquí. Y en un plano más personal, nuestra tatara—tatara—

tatara—abuela, quien fue decapitada, se dice que vaga por las escaleras con su tiara, ya que busca su cabeza para colocarla. —Que horrible, —dijo Izabel. Jane se estremeció. Emma mordió un poco sus labios, mirando hacia las escaleras. —Tal vez un cambio en la conversación vendría bien, —dijo Nick. Izabel lo miro con atención. —Empezaré diciendo cuán bien te ves. El matrimonio parece ir bien contigo. —Bastante bien, —dijo Nick. A través

de un vaso lleno de vino seco, dirigió a su

hermano una mirada llena de un humor igual de seco—. De hecho, Lyon espera casarse pronto, ¿no, hermano? Lyon dirigió hacia Nick una mirada inescrutable. Jane intuía un trasfondo de intercambio de información entre los hermanos, algo de lo que el resto de ellos no estaba enterado. —¿Otra boda tan pronto? —preguntó Izabel, pareciendo disgustada por alguna razón. Lyon apuñalo un hors d’oeuvre con el tenedor. —Hablemos de otras cosas. La cena, por ejemplo… La noche siguiente, Nick y Lyon se disculparon por no cenar

por asuntos de los

negocios y dejó a Jane y su familia comiendo sin ellos. Raine había llegado a casa de París tarde esta tarde y se había encontrado con sus hermanos en el límite del punto de encuentro al anochecer. Juntos tomaron vino hecho de sus propias uvas, en preparación para el ritual por venir. —Traigo noticias desde el norte La causa de la erupción ha sido determinada, —les dijo Raine sin preámbulo. Nick y Lyon prestaron atención — La enfermedad que aflige a la vid se llama la filoxera. Su causa es un pulgón que fue recientemente traído a Europa en una vid americana, —les informó Raine.

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—Tal plaga podría extenderse fácilmente a nuestras viñas sobre las botas o manos de un obrero, —dijo Nick. — Se trata de una época peligrosa. No podemos permitirnos que baje el muro de poder mientras Raine deja la región Satyr por semanas enteras, —dijo Lyon—. Sugiero que él y yo pospongamos nuestras búsquedas de novia hasta que tal sea encontrada una cura. Nick retorcido el tallo de su copa entre dos dedos. —No pienses en escapar de tu destino con tanta facilidad, hermano. Raine parecía sombrío. —Nick tiene razón, Lyon. Esta erupción podría desencadenarse por años, mientras que las hijas de Fey continuarían en peligro. —Hablando de eso, ¿estás cerca de localizar a la segunda FaerieBlend? —Preguntó Nick. Raine sacudió la cabeza. —Es difícil. —Nick encontró a la suya fácilmente, —reprendió Lyon. —Se me ocurre que el motivo de mi dificultad puede ser que yo no estoy destinado a la hija en París, —dijo Raine. Mirando a Lyon. —¿Qué dices si lo intento en Venecia en lugar de tomar parís? Lyon se encogió de hombros. —Las otras dos hijas son extrañas para mí. Toma las dos si lo deseas. —Creo que no, —dijo Nick. —Entonces, está decidido, —dijo Raine, con alivio—. Mañana, yo viajare a Venecia. Levantaron sus copas al mismo tiempo brindando por el dios de piedra que mandaba sobre ellos. Juntos realizaron los antiguos rituales que reforzarían el hechizo alrededor de sus tierras manteniendo sus secretos seguros. Momentos después, la luz de la luna los bañó en su plenitud. Túnicas y pantalones cayeron al suelo. Copas doradas cayeron de sus dedos al musgo blando, derramando las gotas de vino color sangre. Al unísono, plantearon sus rostros hacia la luz, bebiendo en su poder. Con las musculosas espaldas arqueadas hacia atrás y sus fuertes brazos extendidos de par en par en súplica. Las incumbencias mundanas se alejaron de la mente de Nick cuando el Cambiar se produjo en él, causando tanto un placer insoportable como dolor con él. Se encogió cuando su segundo eje se abrió paso por su vientre. Ellos estaban en su momento más vulnerable. Los seres humanos estaban cerca. Él debía

confiar en el bosque para protegerlos de los forasteros en las largas horas que se

extendían hasta el amanecer. Fue su último pensamiento coherente antes de que el Llamar lo sorprendiera.

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En la distancia, inadvertido, alguien se deslizó más cerca para mirar. El bosque la aceptó al principio, la reconoció como una fiel Ménade. Ávidamente observó el libertinaje que se desarrollaba en el ruedo sagrado. Sus ojos emitieron destellos cuando observó a los señores en celo con las mujeres que había hecho aparecer. En su condición, tomarían a cualquier mujer disponible. ¡Podían procrear un bebé — uno con sangre sátiro en sus venas — en ella esa misma noche! Se ofreció, ya empezando a desprenderse de su traje. Pero

el

bosque

detectó

su

mal

repentinamente.

Recriminó

su

intrusión,

concentrándose en rechazarla. Los insectos la mordieron, y enredaderas de espinas se enroscaron sobre sus tiernos tobillos. Las ramas se inclinaron súbitamente para moverse hacia ella. ¡Vuelve! Advirtieron. Luchó contra su amenaza durante muchos minutos, desesperada por quedarse. Al final la voluntad del bosque fue demasiado, y fue forzada a reiterase. Pero el mirar la había estimulado. Necesitaría a su hermanastro entre sus piernas esta noche. Nick no era aficionado a merodear pero eso fue justamente lo que hizo al regresar al Castello al amanecer. Habría estado en el lecho de Jane anoche, derramándose en ella en lugar de en las Shimmerskins sino hubiera sido por la presencia de su familia. El próximo mes, le prometió. El próximo Moonful, nada le impediría darle un niño. Una vez dentro de su casa, tomó las escaleras y fue hacia su recámara. El sonido de huellas furtivas lo hizo esconderse en las sombras. Por un hueco observó a un Signore Cova desalineado y sin zapatos caminar por el pasillo. Su pelo estaba revuelto y llevaba una bata arrugada. Nick miró la dirección de la que venía. Izabel dormía en esa ala. Podría haber solamente una razón detrás de esta cita secreta nocturna entre un hermanastro y hermanastra. Interesante. Tales deslices de la naturaleza lo dejaban como si nada, pero se preguntaba si Jane sabía que tal relación existía entre esos dos. Improbable. Cambió de lugar algunos peldaños a lo largo del salón y se encontró cara a cara con la hermana menor. Se movió sigilosamente para ver la dirección en que venía. La siguió con la mirada pero no vio nada raro. —Otra trotamundos, —murmuró. —Yo estaba buscando a J—Jane, —susurró Emma—. ¡Tengo algo que decirle! Se echó contra él con lágrimas en los ojos y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. Alguna clase de instinto paternal latente en Nick lo impulsó a ofrecerle consuelo. Llevó a Emma por el pasillo hacia una silla. Sus manos eran pequeñas y en su confianza ella le dijo de sus temores. Por primera vez, consideró lo que tener hijos en su hogar realmente significaría en s u vida. El tema de los herederos había sido una idea abstracta antes. Ahora la idea de t ener niños le hizo comprender que significaba que asumiría otro papel—el de padre. Él guiaría a

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sus vástagos de la misma forma sencilla con que guiaba ahora a Emma lejos de sus terrores. Y también en las cuestiones más complejas de sus vidas. Era una responsabilidad que vería con agrado. Emma se había sentado, se arrodilló delante de ella. —Ahora, cuéntame de nuevo, exactamente lo que ocurrió. —He visto un fantasma—uno con una diadema— Nick se sentó nuevamente sobre sus talones, escéptico. La

niña había sido

obviamente asustada por las historias de Lyon. —¡La vi! —sollozó Emma—. Ella llevaba un collar de la corteza de los árboles y una tiara de hojas en su pelo— Nick se puso rígido. Ella estaba describiendo una de los sirvientes nocturnos. ¡Pero eso era imposible! Ella no podía verlas. Salvo que al menos hubiera una gota de sangre ElseWorld en sus venas. Estudió su forma especulativamente, pero no detectó indicio de ell a. ¿Y si hubiera habido otro tipo de acoplamiento entre mundos en su linaje, en algún momento? Jane eligió ese momento para aparecer en su umbral. Sus mejillas aún enrojecidas de dormir, pero había arrojado una bata sobre su camisón. Cuando vio a Nick y Emma, se apresuró hacia ellos. Sus ojos le barrieron, y señaló que todavía vestía su ropa de noche. Leyó su curiosidad, pero sabía que ella no preguntaría sobre su paradero durante la noche. Y no ofrecería ninguna explicación. Emma saltó y corrió a los brazos de su hermana arrancando a Jane fuera de su arraigado hábito. —Vi un fantasma, Jane. ¡Al principio pensaba que era la abuela sin cabeza de Lyon!— Emma miró como para asegurarse que no hubiera nadie más escuchando, y luego cuchicheó, —pero si lo fuera, debo decirle que ha ubicado su cabeza. —No, es real, —dijo Emma. Ella se rascó la rodilla—. —O parecía que sí Jane alisó el pelo de su hermana, colocando las hebras sueltas color castaño detrás de su oreja. —¿Qué ideas puso en tu mente la charla de fantasmas de Lyon? Emma se encogió de hombros desconfiadamente y luego tembló. —Ven, tú estás helada. Debes acostarte conmigo, y te protegeré de cualquier fantasmas, —dijo Jane. Recordó a Nick y aclaró rápidamente—. Para el resto de la mañana, quiero decir. Nick las miró y luego siguió su camino para su cámara para bañarse. No necesitaba el sueño. El sátiro rejuvenecía después de una Llamada. Mientras los otros dormían, hizo las rondas de su propiedad. Regresó a media mañana para encontrar a los visitantes de su esposa preparándose para partir. —Pero supuse que permanecerías más tiempo y que Emma se quedaría con nosotros cuando tú partieses, —dijo Jane a Izabel. —¡Tú prometiste!—protestó Emma.

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—Y mantendré mi promesa cuando la época sea correcta, —dijo Izabel, dibujando sus guantes—. Pero no me atrevo a dejarte aquí hasta que seas mayor. ¡Mira como te asustaste debido a la tonta charla de fantasmas de Lyon después de solamente una noche bajo este techo! —¡No estaba asustada! —protestó Emma. —¡Cállate, niña! —Regañó

Izabel—. Recoge tus cosas y guárdalas tú misma en el

carruaje. —¿Qué es la verdadera razón por la que no le permites quedarse? —preguntó Jane cuándo Emma se había ido. Los ojos de Izabel se tornaron astutos e insondables. —¿Una niña de tan tierna edad entre tantos solteros aquí? Su reputación no puede ser deshonrada si espera encontrar un buen partido. Jane tiró de la manga de Nick como si esperara que él hablara. Colocó una mano sobre la suya y echó un vistazo al padre de Emma. Signore Cova se movió, incómodo. Sin vino para reforzarlo, era débil. La tía era obviamente con quién debí a negociar. —Deja a Emma aquí y mi riqueza asegurará un buen partido. Izabel agitó su cabeza. —Con el tiempo quizás. Por ahora, no es apropiado. Un sonido involuntario de la protesta surgió de Jane, y las disputas se formaron sobre sus labios. —Vamos. Mi esposa quiere a Emma con ella, aquí en Blackstone, —rogó Nick—. ¿Cómo puedo provocar eso? Quizás una visita prolongada para ver cómo avanza el arreglo? —Emma puede venir de visita por supuesto, pero su padre prefiere retenerla con él por el momento. Está muy apegado a ella. ¿No es verdad, hermano? —Sí, Izzy, —masculló Signore Cova. Izabel caminó fuera. —¡Dios mío! La temperatura es tan regular cuando uno está dentro de los terrenos de la propiedad. Sin embargo está tan caliente fuera de sus paredes. Curios o.— —Supongo, —marcó Jane, apenas dándose cuenta—. No he estado fuera de los terrenos desde que llegué. —Por

supuesto,

—dijo

su

pequeña

tía—.

Casada

tan

recientemente.

comprensible. Pero tú debes venir a una fiesta que estoy planeando en algunos días.

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Muy

Capítulo 18 Una semana después Jane unió sus dedos enguantados, acomodándose fuera del mar de invitados que se coagulaban en el imponente salón di festa de su tía. Algo raro estaba ocurriendo, pero no comprendía su naturaleza precisa. Ella y Nick habían ido a la Villa di Nati, que su familia actualmente alquilaba en Florencia, para asistir a la fiesta preparada por Izabel. El encuentro de Jane con su hermana había sido breve antes de que su tía hubiera determinado que era hora de que Emma se retirase. Ahora los festejos estaban bien en marcha en el salón del chalet, y Jane permanecía de pie entre los amigos de su tía. Sus susurros encubiertos y miradas de soslayo habían aumentado lo suficiente para llamar su atención. Jane siguió la dirección de sus miradas y encontró a su marido al otro lado de la habitación. Estaba

perfectamente

elegante

como

siempre.

Aunque

su

marca

estilo

era

ligeramente inusual, de todas maneras. El corte de su chaqueta era sobrio, pero la tela tenía un brillo iridiscente bajo la luz y estaba decorado con seres sobrenaturales. Era suave, lo sabía. Ya habían tenido dos bailes juntos, y había descansado su mano en su hombro durante ambos. Observando a Nick armonizar con la sociedad esta noche, era difícil dar crédito que este fuera el mismo hombre que presionaba su cuerpo desnudo contra ella todas las noches mientras participaba en esa actividad tácitamente autorizada entre un marido y esposa. Le complacía esta noción de ser necesitada y deseada para un servicio personal que solamente ella podía brindarle. Considerándolo todo, habían estado llevándose muy bien juntos en los últimos días. Hizo una mueca ante su juego de palabras privado y no intencionado. Dos damas jóvenes y atractivas sujetaban la atención de Nick ahora. Sus mejillas ruborizadas mientras le sonreían. Muchas otras mujeres lo miraban, también aquí, lo encontraban apuesto. No podía evitar preguntarse por qué no se había casado con una de ellas. ¿Por qué la había escogido cuando era obvio que otras damas solteras de su misma condición le habrían dado la bienvenida? A su lado, Signora Nesta ondeó su abanico en arrogante disgusto. —Mira a esas rameras, haciendo alarde de sí mismas. Tratan de recordarle a tu marido su existencia para que no las olvide y se quede demasiado tiempo en su cama matrimonial. Jane parpadeó sin comprender. —¿De quién está hablando? —Ésas… ¿cómo dicen los ingleses? —Miró a sus compañeros. —Meretrices, — proporcionó la Signora Natoli. —No —amantes, —dijo Izabel. —Grazie. Amantes, —repitió la Signora Nesta.

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Jane estudió a las mujeres exóticas que se encontraban de pie junto a su marido. Una de ellas presionó su pecho lleno contra su brazo con el conocimiento de ser bien recibida. No la empujó. En cambio bajó su cabeza para susurrarle algo, sus labios acariciando su oreja. El fastidio se extendió por ella. Intuía que las dos mujeres eran conscientes de su interés y estaban haciendo alarde de su reclamo sobre la atención de Nick. Siguió la dirección de la mirada de su marido y l o encontró sobre su tía. Una emoción indefinible se intercambió entre ambos y los ojos de su tía se tornaron crueles. Izabel puso una mano consoladora sobre el brazo de Jane. —Pobrecita querida. ¿Cómo puedes soportar saber que está con ellas? La comprensión la atacó con la brusquedad de un rayo golpeando directamente su corazón. Esas mujeres y su marido… Jane se ruborizó y luego palideció. La Signora Bich estaba atacando la pequeña porción jugosa de su ignorancia como un halcón a su presa. —¡¡Oh!! ¡Perdónanos! —Dijo, fingiendo angustia—. ¿No lo sabías? Jane estudió el círculo de mujeres alrededor de ella. Habían hablado maliciosamente, esperando provocar una reacción en ella. —Es vergonzoso, —añadió la Signora Bich, sus ojos ávidos. —Es natural, —contestó la Signora Natoli—. El señor sabe que no podemos satisfacer a los hombres como lo hacen esas desvergonzadas. ¿Y quién querría hacerlo? Sus voces giraron alrededor de ella, pero Jane solamente miraba por encima el tumulto sobre la pista de baile. Cuando el colorido calidoscopio humano empezó a ponerse borroso, sabía que tenía que escapar. De algún modo, produjo una sonrisa superficial. —Deben disculparme. Se retiró, manteniendo su cabeza bien alta hasta que hubo dejado el salón. Entonces enganchó sus faldas y se escurrió a lo largo del pasillo. Una manija se enroscó bajo su mano, y se deslizó dentro de una sala de estar desolada. Solamente entonces permitió que sus hombros cayeran bajo la carga de estos nuevos conocimientos. Mientras había creído que el acto de matrimonio era sacrosanto entre ella y Nick, ¡había tenido no una, sino dos amantes! Las lágrimas empezaron a caer. ¿Su contrato de matrimonio no había exigido fidelidad? Ahora que consideraba el tema, había requerido la fidelidad solamente de su parte. Ningún tipo de restricción al respecto había sido puesta sobre su comportamiento. Su lugar en su vida, que recientemente había empezado a sentirse más seguro, ahora parecía tambaleante, temporal. Todo porque su marido estaba haciendo eso con otras mujeres. Las tocaba como la tocaba a ella, había estando tendido desnudo con ellas. Fornicado con ellas. Encontrado su placer dentro de sus cuerpos.

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Un sonido herido brotó de su garganta, y lo sofocó con un puño. Se hundió contra la pared en una pila de raso y enaguas mirando distraídamente al otro lado de la habitación. Aunque había esperado que su relación pudiera empeorar con el tiempo, nunca había imaginado tal posibilidad. ¿Le gustaba un poco más que esas otras mujeres? Si no había esperanza de que pudiera llegar a quererla, nunca estaría segura con él. Su puesto en su casa nunca sería seguro. Se sentiría para siempre en período de prueba. Nunca realmente una parte de su familia. Su cabeza cayó en sus manos, y sollozó, silenciosamente devastada. —¿Estás disgustada? —preguntó Nick en el carruaje en el viaje de regreso a casa. No le extrañaba que lo hubiera notado. Sus mejillas estaban manchadas por las lágrimas y sus emociones estaban fermentando. Levantó una tablilla de las persianas en la ventana de carruaje con un dedo. —He recibido algunas noticias inquietantes, —admitió. Su tono se agudizó. —¿Qué noticias? Observó el exterior con la mirada perdida, manteniendo un tono impasible en su voz. —Noticias de que mi marido es un mujeriego que emplea amantes. Ante su silencio, le apuntó sus ojos acusadores. Nick se encogió de hombros cansadamente. —Veo que los gatos estuvieran llenando tus orejas esta noche con chismes. —¿Es verdad? —¿Importa? El dolor la llenó, causando la cólera con él. —Por supuesto que me importa. Fue doloroso enterarme de tus amantes, y en una forma tan pública. Agitó una mano insegura, restándole importancia. —Supuse que lo sabías. Lo miró incrédula. —¿Tú supusiste qué pensaría que tú tenías amantes? ¿También supones que tengo escoltas machos escondidos en mi ropero? Sonrío con desdén, sin siquiera molestarse en responder. ¡No le importaba que lo supiera! A decir verdad, esperaba que ella aceptara el arregl o. ¡Qué atroz! Repentinamente podía ver cómo serían las cosas en los años por venir. Nick retendría a sus amantes. Y retendría a su esposa. Ambas se quedarían sobre sus estantes respectivos, artículos en su recolección prolijamente etiquetados puta y esposa. Les quitaría el polvo y los usaría cómo y cuándo deseara. No estaba segura de poder soportar hacer esa cosa espec ial con él nuevamente, , sabiendo que también lo hacía con otras.

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—¿Por qué me escogiste? —murmuró muy bajito—. —De todas las mujeres que podrías haber elegido. Estiró sus piernas al otro lado del piso de carruaje, irritado. —Era el momento en que tomara una esposa y engendrara herederos. Creí que acostarme contigo me complacería. Apisonó el dolor que sus palabras descuidadas causaron. —¿Y lo hace? —¿Lanzas indirectas en busca de cumplidos, Jane? —la reprendió. —Estoy intentando determinar cómo prevés nuestro futuro juntos. —Supongo que tal como es ahora. Probó otra táctica. —Cuando era niña, en las épocas más felices, mis padres no actuaban hacia sí como lo hacemos. Se demostraban cariño. —¿Deseas que yo te acaricie en público? —Preguntó. Jane enrojeció, avergonzada tal como él pretendía que se sintiera, pero continuó: —Eran afectuosos entre sí, no lujuriosos. Sé que es difícil imaginar, viendo a mi padre como es ahora. Pero en cierto momento mis padres se trataron con cariño. Sus cejas se elevaron. —¿Y ese cariño es algo que tú quieres conseguir entre nosotros? Se encogió de hombros, avergonzada por sus sentimientos en vista de su obvia sorpresa. —Había esperado que pudiera desarrollarse. Se ocurrió esta noche que la distancia que detectaba entre nosotros podría ser causada por tu interés por otras, uh, mujeres. —Siempre ha sido de mi conocimiento el hecho de que un marido mantenga a una amante o dos es un tema de alivio para la mayoría de las esposas. No me critiques por tenerlas a menos que estés dispuesta a ocupar su lugar. Sus mejillas se calentaron otra vez, pero se obligó a continuar: —Sólo estoy tratando de comprender por qué emplean a ese tipo de mujeres los hombres en la sociedad. Mi padre no lo hacía. —¿Estás

segura?

—preguntó

Nick

despreciativamente—.



no

lo

sabrías

necesariamente. Jane se veía… aterrada. Oh, dios, ¿su padre alguna vez había? ¿Lo hacía ahora? —¿Todos los caballeros tienen amantes entonces? —Preguntó. Él hizo un gesto de desdén. —La mayoría de mis conocidos. Apenas es anormal en todo caso. Seguramente tú eras consciente del hecho. —No, no era, —dijo débilmente—. ¿Por qué? —Los maridos considerados no piden a sus esposas que hagan las cosas que una amante hace, —la eludió. ¿Qué cosas? Quiso preguntar, en vez preguntó:

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—¿Sus esposas no están en absoluto dispuestas? Vaciló, golpeándola con una mirada ilegible. —Incluso la esposa más cumplidora podría encontrar tales actos seguramente desagradables. —¿Por qué no darme siquiera una oportunidad de probar si podría satisfacerte mejor? —Preguntó. Suspiró, dejando de lado sus palabras. —Tú me satisfaces, Jane. Como una esposa debe. —Si satisficiera realmente tus necesidades físicas, no te estarías acostando con otras mujeres. Y estás equivocado en

lo que dijiste antes. No descubro que el acto matrimonial

sea desagradable. Su mirada consternada fue atraída hacia ella. —¿Tú no puedes querer insinuar que deseas actuar como mi amante? ¿Deseas sustituir a dos cortesanas muy experimentadas en encargarse de mis necesidades? Después de lo que le había dicho su padre, Nick nunca hubiera pensado que una esposa criada entre algodones pudiera desear una mayor experiencia sexual después de transcurrido un tiempo. O que siquiera pudiera entusiasmarla. Sus ojos vagaron por los contornos

de buena figura de su esposa, permitiéndose el

ocio

de imaginar las

posibilidades. No, era poco sabio. Tal como estaban las cosas, podía visitar un lecho diferente todas las noches de la semana si eligiera y exhibir un aspecto diferente de su necesidad. Pero s i revelaba la totalidad de sus deseos carnales a la misma mujer, noche tras noche, aprendería demasiado de él. Jane no era una amante a quien podía descartar en cuanto se acercara demasiado. Y no era momento de olvidar sus noches juntos. —No veo ninguna ganancia en continuar esta conversación, —dijo, asumiendo un tono aburrido y altanero—. Te recomiendo que abandones estos pensamientos extraños y aceptes la manera natural de cosas. Levantó su barbilla desafiantemente. —Conmigo como tu criada, y tú como ¿mi amo? Frunció el ceño. —Conmigo como tu marido y tú como mi esposa cumplidora. Conmigo empleando algunas amantes para mi placer y contigo aceptando mi decisión al respecto por tu propio bien. Un silencio frío cayó sobre ellos durante el resto del viaje. El aire fuera y dentro del carruaje se tornó regularmente más fresco mientras circulaban por la avenida de cipreses que llevaba a la casa. Casa. ¿Era realmente eso ahora? Se preguntó Jane. ¿Alguna vez alguna vez lo había sido? Cuando la ayudó a bajarse del vehículo, el murmullo oscuro de Nick alcanzó sus orejas.

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—Lamento

que esta noche los

chismes

te perturbaran. Tomaré las medidas

necesarias para asegurar que las actividades más sórdidas de mi existencia no tocarán nuestras vidas otra vez. La heráldica sobre la puerta del carruaje oscureció los ojos de Jane cuando asintió con la cabeza. Como corresponde a un caballero, Nick la acompañó a través de la entrada principal. Una vez dentro, le dedicó una rígida reverencia. Entonces caminó con paso majestuoso hacia su estudio. Oyó que su puerta se cerraba firmemente con carácter definitivo, moldeando una barrera sólida entre ellos. Conversación terminada. Sin embargo, Jane no pensaba que el tema realmente estuviera terminado. Nick no pensaba que el tema realmente estuviera terminado. Lo sentía activo entre ellos durante sus visitas nocturnas siguientes a la cama de Jane. Lo sintió en sus intento s inseguros

de relajarse con él, demostrado una buena voluntad insegura de tenerlo

prolongando la visita de concupiscente de su cuerpo dentro del suyo. Estos intentos estaban alternados con una agitación que le decía que todavía pensaba demasiado en el tema de sus amantes. Durante los siguientes días, la idea de que ella se encargara de los servicios de sus amantes tomó la raíz más firme en su mente. Se dedicaba a mirarla de vez en cuando, admirando la manera en que su traje moldeaba sus caderas cuando se doblaba sobre su jardín. Se dedicaba a estudiar la curva de su pecho o su delicada mejilla. Pronto no fue capaz de pensar en nada más que en la posibilidad de iniciar un enlace sexual satisfactorio con la mujer que era su esposa. Se las arregló para convencerse de que podía hacerlo mientras guardaba de algún modo una rienda sobre los extremos de su naturaleza más vil. Después de todo, razonó, las Shimmerskins podían ser convocadas para servir a aquellos llegado el momento. La encontró una tarde en el jardín y le acercó. —Hablaría contigo respecto a el tema que tú abordaste más temprano esta semana, —empezó. Jane se hundió sobre sus tacones y lo miró, su cabeza ladeada en interrogación. —¿Sobre qué tema, Signore?— —El tema de mis amantes, —devolvió francamente. —Oh, te refieres al tema que debo aceptar por mi propio bien, —dijo, regresando a su trabajo. —Sí, bien.... —Su actitud improvisada lo desconcertó. ¿Estaba a punto de hacer a un tonto de sí mismo? — Estaba hablando más específicamente de cierta propuesta que tú hiciste. —¿Oferta? Se

desconcertó

aún

más

cuando

continuó

trabajando

inmediatamente. —La propuesta de asumir los servicios de mis amantes.

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no

aceptó

hablar

—¡Oh! Esa propuesta. —Estudió la pica de mano, toqueteándola nerviosamente. —Después de una meditación adicional, me encuentro dispuesto a hablar más sobre esa idea, —le informó. Su cara se iluminó, mirándolo hacia arriba. —¿Lo estás? Su reacción reforzó su propósito. Asintiendo con la cabeza, ofreció una mano. Después de quitarse sus guantes, la tomó, y la llevó caminando a su lado a lo largo del sendero de ladrillo. —Sin embargo, pienso que debemos tener una conversación primero respecto a los detalles del tema. Imagino que no tienes idea de qué requiere un hombre—es decir lo que los servicios de una amante implican. Y temo que la realidad de esos servicios podría enviarte en un desvanecimiento. Sonrío con aire vacilante mientras avanzaban al sol. —¿Tú estarías dispuesto a disipar mi ignorancia no prometo no desmayarme? —¿Estás segura que quieres que lo haga? Para hacerlo, debo hablar… —advirtió francamente—. Más francamente de lo que un marido debe apelar a su esposa. —Por favor. Estoy ansiosa de saber por qué un marido retiene tanto una esposa como una amante, —le dijo. La sentó y luego se entregó a una silla de mimbre enfrente de la suya. Era una silla femenina, y lo redujo con su masculinidad. —En términos generales, una amante es más experta en analizar la pasión de un caballero que una esposa, —empezó como un catedrático que enseña a un estudiante—. Con una amante, un hombre no necesita brindar explicaciones o disculpas para sus apetitos, no importa cuán carnales sean. Sólo hace las demandas —las demandas físicas, —hizo hincapié intencionadamente, — y su amante empieza a satisfacerlas. Con toda la apariencia de goce y buena voluntad que podría esperarse. Fijó una mirada severa en ella. —Ya veo. —arrugó el ceño—. ¿Cómo se vuelve tan diestra una amante al satisfacer a un caballero? El calor formó un charco en su ingle ante su interés. —A través de la práctica y la instrucción. —¿Y tú estás dispuesto a proporcionármelas? —murmuró—. ¿A tu esposa? Un momento de silencio hizo que el sonido del canto de los pájaros fuera de la puerta del jardín parecía anormalmente fuerte. Nick se movió incómodamente, ajustando el regazo de sus pantalones. —Parezco estar entusiasmando con la idea, —dijo con arrepentimiento. Sus ojos cayeron a la tremenda protuberancia que elevaba ahora la tela de su entrepierna. No pudo dejar de mirarla. Observando su timidez, su contemplación de ella se hizo más manifiesta. Entrelazó sus dedos sobre su pecho y separó sus muslos arrogantemente para que su excitación sexual fuera imposible de pasar por alto.

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—Tú me has puesto duro con tus preguntas insistentes. Ahora ¿qué, Jane? ¿Cómo me ofrecerás ayuda? Se ruborizó pero le forzó a no apartar la vista. —¿A qué exactamente te refieres? Su oscura risa ahogada agudizó su interés. —Es de esposa el rubor y el tartamudeo ante la mención de tales temas. Sin embargo, si tú fueras mi amante, reconocerías mis palabras como tu ejemplo. —No sé qué hacer, —admitió—. Complacer—es vergonzoso. Se enderezó, aliviando la tensión entre ellos. —Entonces supongo que las lecciones son lo primordial. Una chispa de interés iluminaba sus ojos, y le lanzó una mirada por debajo de sus pestañas entornadas. —¿Realmente me enseñarás tales cosas? Sus ojos se entrecerraron sobre ella con una evaluación masculina que le hizo comprender más de su propio cuerpo. Que estuviera enterado de una profusión de conocimientos sexuales que pronto compartiría con ella resultaba ser excitante y un poco espantoso. —Consideremos el tema un poco más. Si descubres que todavía deseas seguir, empezaremos tu instrucción esta noche. Cuando se retiró del solárium, a Nick se le ocurrió brevemente que su jardín nunca había parecido más exquisito.

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Capitulo 19 Esa noche Jane se sentó al lado de su marido -que juega con la cuerda de su retículoen uno de sus carruajes. Iban a una cena-baile, celebrada por uno de sus conocidos comerciales en Florencia, a media hora, pero su carruaje iba actualmente a paso de tortuga, detrás de un carruaje tirado de un burro. Nick la escudriñó desapasionadamente durante los pocos primeros minutos del paseo. La asustó, cuando habló finalmente. - ¿Qué has decidido, esposa? ¿Todavía deseas actuar en el lugar de mi amante? De repente, su carruaje pudo pasar por al lado del otro carruaje y cogió velocidad, al mismo tiempo que su corazón. Ella, nerviosa, le echó un vistazo y asintió. -Sí. -¿Estás segura, Jane? -preguntó él suavemente-. Podemos olvidar completamente la conversación de esta tarde y seguir como antes. Es lo que hacen las parejas casadas de nuestro estatus, durante toda su vida. Extrañamente, su buena voluntad de liberarla de su trato, reforzó su decisión de hacerlo. - Pero no es lo que quiero. -¿Entonces puedo seguir con tu instrucción, en los muchos modos que podrías ocuparte mejor de mis inclinaciones sexuales? Piénsalo con cuidado. No estaré contento si te encuentro desvaneciéndote y gritando sobre cualquier intimidad que juzgas repelente. Ella no se molestó en mencionar que apenas podría gritar si se desvaneciera. Más sin embargo preguntó: -¿Tratas de asustarme para que te rechace? -No, sólo para advertirte la naturaleza desalentadora de la tarea que quieres emprender. Muchas de mis peticiones seguramente te sacudirán -dijo él. Su fija mirada bajó-, y a tu cuerpo. -Quizás podrías hacer una lista con tus exigencias y podría considerarlos uno por uno -propuso ella lógicamente-. Entonces podríamos negociarlos antes. Él pareció divertido. -No lo creo. Un pensamiento se le ocurrió. -¿Soy…? ¿Una amante puede rechazar una suposición particular hecha por su…? -¿Su amante? –le facilitó él-. Sólo puedo aclarar que ninguna amante ha rechazado alguna vez cualquier cosa que requerí de ella. Sin embargo, si encontrara un acto doloroso y sin placer, seguramente que quiero saber. -¿Y si ella te informa que tiene tales dificultades? –preguntó Jane. -Intentaría hacer el acto más agradable para ella -dijo él. - ¿Y si no podrías y ella rechazara totalmente tu suposición? ¿Pasarías a una amante más complaciente? -preguntó ella.

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- Como digo, tal escena no ha ocurrido hasta ahora -eludió él. - De todos modos, esto me golpea como eminentemente lógico, para hablar de antemano de estos caprichos tuyos –ella siguió-, así yo podría indicarte cualquier idea que no me gusta, salvándonos así de futura vergüenza. Él se rió entre los dientes. -Prometo que no me avergonzaré de nada de lo que hagamos de naturaleza carnal. Y sugiero que no rechaces cualquiera de mis 'caprichos' antes de probarlos. Unos, al principio no te gustarán, pero pueden resultar agradables después de repetirlo. -Ya veo -ella abrió su boca para seguir su línea de interrogatorio. Él hizo un gesto cortante con la mano. La discusión estiraba tanto a su pacienciacomo también a sus pantalones-más allá de lo soportable. -Suficiente conversación. Dime. ¿Qué has decidido? ¿Seguimos? La duda la atacó. Su mente siguió varias variantes, pero no podía encontrar otro modo de alcanzar su corazón, además de jugar a ser su amante. Y era curiosa. Contestó, sin aliento: -Sí. Él recurrió su cuerpo con una mirada calculadora, y luego entornó sus ojos. Aunque no se movió, de repente, su cuerpo pareció más irresistible, la curva de sus labios más sensuales. - A ver cuanto lo quisiste -murmuró él. Ella estuvo tan hipnotizada por su notable cambio, que no escuchó sus siguientes palabras. -¿Llevas bragas inglesas, verdad? Quiero que te los quites -la instruyó suavemente. -¿Qué? -preguntó ella, insegura de haberlo oído bien. ¿Cómo sabía que las llevaba? La mayor parte de mujeres no lo hacia, pero su madre había sido modesta y las había criado tanto a ella como a Emma para ser así. -Quítatelas, Jane, y dámelos. -¿Ahora? -preguntó ella con creciente horror. -¿Tiemblas tan pronto en el juego? -se burló él. -No... pero no había esperado... Su expresión se hizo remota, y él alejó de ella su oscura cabeza. Inclinándose, él se miró atentamente un dedo, y echó un vistazo por la ventana del carruaje, como si su decisión no fuera importante. Ella comprendió que había esperado su vacilación, y no que tuviera el valor para seguir con lo decidido. Lo que era más, permitiría que lo hiciera así sin comentarios. La seguiría visitando tanto a ella como a sus amantes en maneras dolorosamente diferentes. Nada cambiaría entre ellos. Su petición no era tan aterradora, realmente, razonó ella con desesperación. Su mirada fija se lanzó alrededor del carruaje, buscando irracionalmente alguna pantalla para desvestirse. ¿A qué distancia estaba ahora de Cascardis? ¿Qué si no había tiempo allí para

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quitarse sus bragas? ¿Y si el carruaje se detenía y fuera descubierta con su ropa interior alrededor de sus tobillos? Tomó un aliento de fortaleza. Entonces, sin darse el tiempo para pensar, alcanzó bajo su falda. Sintió cuando Nick volvió su cabeza para vigilarla, y se sonrojó, guardando su fija mirada apartada. Con cuidado, arreglando la cortina de su vestido para revelar lo menos posible de su complicada ropa interiore, buscó bajo las combinaciones de batista. Sus dedos hurgaron y luego encontraron las cintas en la cintura de sus bragas. Los desató ciegamente, la tarea se hizo fácil a partir de años de práctica. Levantándose brevemente del banco del carruaje, l as deslizó de sus caderas. Apresuradamente, empujó las bragas por sus piernas. Ellas se agarraron y se adhirieron alrededor de sus tobillos con obstinación. Ella miró el paisaje que pasa fuera de la ventana con creciente frustración, tratando de determinar como de cerca estaban de su destino. Con un jalón final, tiró las bragas fuera de sus zapatillas. Arrugándolas en un bulto desordenado, las metió en el asiento a su lado, escondidos bajo los pliegues de sus faldas. Complacida por haber respondido a su desafío, le echó una mirada triunfante. Él se rió de ella, con una sonrisa perezosa, posiblemente la más genuina que le había dirigido alguna vez. Levantó una mano aristocrática y señaló. -Ahora dóblalas con esmero y dámelas. Ella se encogió, sospechosa, agarrando la bolita de material, apretada a su muslo. -¿Por qué? - Porque lo deseo -Su mano se abrió, esperando. Después de un largo momento, de mala gana, ella retiró la frágil ropa de su escondrijo. Rápidamente la dobló y se la pasó. Sus ojos opacos la miraron cuando él jugó con la ropa íntima como un plumero llevándolo ligeramente de acá para allá a través de su mejilla y labios inmóviles, disfrut ando de la textura. Ella se dijo que era absurdo. Se dijo a sí misma que alejara la mirada de él. Pero no podía. -Sube tus faldas. Ella miró hacia la ventana del carruaje, inciertamente. El campo cedía a la ciudad. -Había pensado que mis lecciones serían solo en los límites de nuestro dormitorio. -Ocurrirán donde yo diga -la informó- cuando yo lo diga. Incapaz de resistirse a averiguar lo que podía sugerir después, subió su falda para revelar sus tobillos. Él chasqueó sus dedos, indicando que debía subirla más. Insegura de lo que él esperaba, la subió otra vez. Fueron reveladas unas pulgadas más de sus pantorrillas. -Encima de las rodillas –pidió.

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Enojada, tiró de las faldas hasta que las juntó en los muslos. -¿Es bastante alto? ¿O los tengo que subir hasta mi cabeza? Su sonrisa destelló. -Una proposición intrigante, pero no será necesario por el momento -sentándose hacia adelante, él acuñó una rodilla entre las suyas y apartó sus piernas. Ella puso ambas manos sobre sus rodillas, y él le permitió para es tar él. -¿Qué haces? -susurró ella. -Abriéndote. Deseo ver el lugar en donde entro en ti. ¿Aquí? ¿En el carruaje? Jane no podía haber estado más impresionada. De repente, la tarea de transacciones con las propensiones sexuales de su marido surgió des alentadora ante ella. -¿No puedes esperar hasta que volvamos a casa? –le suplicó ligeramente. -Puedes discutir sobre otros asuntos, pero no en cuanto a tu instrucción como mi amante. Despacio, Jane liberó sus rodillas. Recostándose, deslizó sus pies y luego apartó sus rodillas. -Más -instruyó él. Ella tomó un aliento de fortaleza, luego separó ampliamente sus piernas. El frío aire flotó por debajo de sus faldas, para encontrar su carne más intima. Nunca había estado tan avergonzada en toda su vida. -Tócate. -¿Qué? -ella retrocedió. ¿Había adivinado qué hacia ella cada noche, cuando él dejaba su cuarto? - Aquí. Así -él se inclinó hacia adelante y rozó con un dedo su bello púbico. Por instinto, ella cerró sus piernas, capturando su muñeca. Sus ojos se encontraron y se sostuvieron. De verdad, ella podría beneficiarse con su instrucción. Nunca había tenido éxito en tener un orgasmo, sin primero copulan con él. ¿Era posible tal cosa? -¿Lo tomo como que quieres rechazar tu posición como mi amante? –preguntó él. Ella negó con la cabeza. Él arqueó una ceja. Vacilante ella soltó su mano y permitió que sus piernas se abrieran. Él las abrió ampliamente con sus rodillas y luego liberó una de las manos de ella. Se mordió su labio inferior, cuando él acarició su pelo rizado jugando. Rodeó su clítoris. Una vez. Dos veces. Suavemente. Un temblor de prohibido entusiasmo vibró en ella. Cerró

sus

ojos

para distanciarse de lo

que pasaba. Pero sólo aumentó su

susceptibilidad a la excitación. Moviendo sus caderas, ella se encontró montando su mano. Dos dedos se empujaron dentro de suyo, uno de él, uno de ella. Ellos la mecían, simulando el acto sexual. La humedad se filtró de su cueva interior, aliviando la inexorable entrada y salida, entrada y salida.

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El estruendo de su voz la alcanzó, animándola. -¿Es bueno, Jane? -Ummm. Él movió sus manos de modo que frotaba su expuesto clítoris cada vez que sus dedos unidos entraban. -Cuéntame. -Ah, no, -gimió ella. Sus tejidos zumbaron. ¡Esto iba a pasar! Aquella cosa. Aquella cosa gloriosa. El carruaje dio tumbos. Nick echó un vistazo fuera y luego apartó las manos de su tarea. Cuando sus ojos se abrieron, él limpiaba su dedo y el suyo con su pañuelo inmaculado. Él acarició su raja, limpiando su vergonzosa humedad. -Ah, debemos hacer una pausa –dijo él- no quieres llegar a Cascardis oliendo a sexo. -Silencio -chilló ella, apartándole. Ella juntó de golpe sus piernas, y empujó sus faldas hasta sus tobillos. Su carne zumbó por el deseo frustrado. Horrorizada, no le hizo caso. Estiró su cuello para mirar fijamente por la ventana, sus pensamientos se arremolinan locamente. -¿Cuánto de cerca estamos? -Creo que estabas bastante cerca. ¿Se atrevía a burlarse de ella? -Mis bragas. Devuélvemelas -exigió ella. Él las sostuvo fuera de su alcance y las rozó contra su mejilla, descaradamente. -Huelen como tú. Caliente y dulce. Miró la escena de su pasión, y de vuelta a él. Una esposa le reprendería. Pero, esta noche, ella era una amante. Trató de tomar su comportamiento con calma, manteniendo uniforme su voz cuando trató de razonar con él. -Por favor, Nick -le imploró-, veo luces. Casi estamos allí. Él echó un vistazo a la ventana. -Sí, estamos –estuvo de acuerdo. Antes de que ella pudiera reaccionar, él metió lentamente su ropa bajo el cojín del asiento de al lado. Lo miró con incredulidad. -¿Por qué lo hiciste? - Porque te prefiero sin ellas. Es más conveniente para mis objetivos como tu amante si tus… encantos femeninos… son fácilmente accesibles -un golpe sonó en la puerta del carruaje, y Jane brincó. -¡Ah! Hemos llegado -anunció Nick. Él se bajó del carruaje, obviamente de buen humor, por haber ganado. Mitad aturdida, Jane contempló el cojín bajo el cual fueron ocultadas sus bragas. Podría agarrarlas, esconderlas en su monedero hasta cuando pudiera escabullirse y… su mano alcanzó.

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-Ven, mi querida -dijo Nick, dándose la vuelta para ayudarla salir. De mala gana, tomó la mano masculina que había estado tan recientemente entre sus muslos y bajó. -No debes llevar bragas otra vez, a menos que lo solicite expresamente -la informó, cuando ella se acercó. Ella se soltó, para ver su expresión. -¿Bromeas? –se volvió con una horrorizada fascinación. -Te aseguro que no -la dejo sobre el pavimento y dio a sus nalgas un apretón furtivo. -¡Para! –le reprendió ella, indicándole que había espectadores. Él simplemente sonrió y deslizó una mano a su cintura, acompañándola hacia la villa. El cordón y el bordado que sostenía a su delicada combinación, rasparon la piel de su desnudo trasero y piernas, donde estaban expuestas encima de las ligas de las medias. La sensible piel de entre sus muslos, pulsaba con cada paso, pidiendo alivio. Tuvo muchas ganas de sepultar allí su mano. O la de él. Las dos. Su verga. ¡Algo! -Más tarde -susurró él. Entonces, las pesadas puertas se abrieron de golpe, y fueron tragados por la alegría que los aguardaban.

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Capítulo 20 De vuelta en el Castello, Nick la siguió arriba. Una vez dentro de su dormitorio, él se apoyó contra la puerta al pasillo, cerrando el mundo y sus expectativas. Tratando de ocultar su creciente excitación, Jane se fue a su tocador y empezó a quitarse los alfileres del pelo. Él vino por detrás, pareciendo inmenso y potente. — ¿Me asistirás? —preguntó él, extendiendo las ambas muñecas hacia donde estaba de pie ante el espejo. Ella se dio vuelta y desabrochó los relucientes gemelos de sus puños y luego los dejó en la parte superior de la mesa de cristal. — ¿Por qué despides a los criados cada tarde? —preguntó, mirando a su reflejo desabrocharle la ropa—. Ahora deberían estar aquí, buscando tu confort. Él se encogió de hombros. — Mis antepasados definieron las reglas hace unos siglos. Es nuestro modo. — ¿Y los criados de la noche? Sus ojos la traspasaron y los secretos se revolvieron en sus profundidades. — Ah, sí. Faunus me dijo que te habías dado cuenta de ellos. — ¿Y? — Ellos son una clase cautelosa. Es mejor que los dejes bajo su supervisión. Releva cualquier indicación que tienes para ellos, al menos por ahora. —Un modo bastante ineficaz de conducir una casa. — Es nuestro modo, —repitió él sin rodeos. Sus manos se apoyaron sobre sus hombros y toqueteó los tirantes de su vestido. Él no vería nada de sus secretos, se recordó ella. Su vestido había sido diseñado para elevarse más alto en la espalda de lo que estaba de moda. El zafiro oscuro encontró la esmeralda en el espejo. Ella había estado tensa toda la noche en Cascardis, esperando que hiciera algo escandaloso. No lo hizo. Pero ahora, sentía que el momento había llegado. — ¿Puedo desnudarte? —preguntó él, soltando ya los ganchos de cobre, hábilmente escondidos a lo largo de su espalda. Ella levantó sus cejas. — Mis deberes como amante son ciertamente ligeros. Hasta ahora, tu haces la mayor parte del trabajo. — Puedes estar segura que encontraré deberes para ti en las próximas horas. Pero de momento, me encuentro en humor de redescubrirte. Hacer el amor contigo, no como una esposa, sino como una amante. —Su voz estaba llena de traviesas promesas. — ¿Cómo se diferencian los dos métodos? —preguntó ella con fascinación. — En primer lugar —murmuró él— un hombre no siempre hace el amor con su amante en la cama, como cuando va a su respetable esposa.

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Él terminó su tarea y retiró la tela en su espalda para revelar su corsé y la camisol a. Su camisola cayó hacia delante. Ella agarró el escote, para luego dejarle abierto y caerse al suelo. El dorso de sus dedos acarició el corsé. —¿Lo desato? Ella asintió. — Pero conservaré mi camisola —añadió ella rápidamente. Él frunció el ceño, enojado. Todavía escondía su espalda de él. Sus manos tocaron su cintura, pero su carne estaba tan estrechada que apenas sintió su toque. — Entonces también debes mantener tu corsé como castigo —le dijo él. — ¿Qué? Un dedo se enganchó bajo los lazos entrecruzados de su espalda y tiró. — Están flojos, —notó él. — Se sueltan en el transcurso de la noche, —dijo ella. Él encontró los lazos principales. — Debemos apretarlos. — ¿Pero por qué cuándo la noche esta acabada? — En tales asuntos, una amante hace lo que se le ordena —le dijo él—. Ahora prepárate contra el tocador y toma un aliento profundo. Curiosa de ver a donde conduciría todo esto, Jane se inclinó hacia delante, allanó sus manos en la mesa, y aspiró obedientemente. Ante su firme tirón, los cordones se apretaron agresivamente. Ella juró silenciosamente contra los ojales metálicos que habían entrado en el uso hacía unos años. Antes de esto, su corsé nunca podría haber sido apretado con tal decisión sin rasgar la tela que lo rodeaba. En el espejo, ella vio que sus pechos habían sido empujados violentament e hacia arriba. Cuando se puso de pie, ellos resaltaban por encima de la cumbre del corsé como un anaquel voluptuoso. Levantó sus palmas para cubrirlos. Nick probó la suavidad tensa de su cintura. — ¿Cómo se siente? — Demasiado apretado, por supuesto. ¿Lo desatarás? Él acarició sus brazos, pareciendo arrepentido. — Lo siento, pero no creo que pueda permitir tal libertad a tu carne. A menos que demuestres que mereces la concesión. — ¿Merezco? — Si me complaces, eso ganará la indulgencia. Sin embargo, si me fallas, esta noche puedes dormir en tu prisión de satén.

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Para su asombro, sus palabras la excitaron. Era un enorme alivio cuando se podía quitar el corsé por la noche. La idea de ser obligada a dormir en él debería haberla enfurecido. Él elevó sus manos por sobre él para deslizarlas por debajo de su carne tomando el peso de sus pechos y amasándolos suavemente. El encaje rasguñó y molestó las puntas de sus pezones. Se le cortó el aliento. Algo extraño estaba pasando. Sus pezones habían empezado a arder, fuego liquido, directamente a su corazón. Ella agachó la cabeza y miró con horror cuando un brillo sobrenatural comenzó a bañarlos, cambiando sus puntas al más pálido azul, casi de plata. ¡Ah, Dios, otra parte de su cuerpo que ahora la traicionaba! Sus ojos encontraron a los suyos en el cristal. Él lo había visto. ¿La echaría ahora? ¿La llamaría bruja? Él no hizo nada. — ¿Bueno, Jane? —dijo él, con voz brusca y baja—. ¿Piensas que tu carne desea lo suficiente la libertad como para hacer lo que te pido? Un mareante alivio la llenó. ¡Ni siquiera lo iba a mencionar! — Haré todo lo posible, —dijo ella—. Pero puede resultar un poco difícil respirar durante, uh, una actividad vigorosa. — Ah, sí. Vigorosa. Exactamente. De repente, ella tuvo una idea sobre lo que planeaba. ¿La tomaría aquí, dónde estaban de pie? La visión que había tenido hacía unas semanas en la carpa regresó, llenándola con imágenes de su cuerpo inclinado, estirado, lleno de sudor, que se movía con pasión. Sus dedos jugaban con sus pezones sensibles, ahora bañados en plata azul. La luz era obviamente alguna clase de medida de la excitación. ¿Les pasaba a todas las mujeres cuándo estaban estimuladas sexualmente? Nadie lo había mencionado nunca, pero entonces, excepto por aquella breve conversación con su tía, nadie le había hablado nunca de cosas sexuales. Los labios remontaron la coyuntura de su cuello y hombro, distrayéndola. Su mano se deslizó más abajo a través de su abdomen y bajo su camisola, para mover los rizos entre sus muslos. Más abajo de todo, su privada carne se contrajo, un vacío de deseo. — Disfruté mirar tus dedos aquí, esta tarde, —dijo él—. ¿Cómo se sintió? — Extraño, —confesó ella. — ¿Qué más? —preguntó él. Ella apartó la vista. — ¿Excitante? —apuntó él. Ella asintió. — Debes aprender a decirlo. Compláceme. — Excitante, entonces.

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Dos dedos largos de su mano izquierda se apretaron contra su hueso del pubis, tirando hacia arriba al mismo tiempo. Su raja se alargó, tensándose. La frágil capucha de su clítoris se retrajo, exponiéndolo. Su otra mano escamoteó su vulva. Un dedo aplanado horizontalmente a lo largo de su apertura, como si midiera su longitud. Apretó hacia dentro. Se retiró y luego apretó otra vez, iniciando un ritmo de húmeda succión. Con cada presión interior, el carnoso mont e de Júpiter de la base de este índice, frotaba su clítoris desnudo. Su cabeza se arqueó contra su hombro. Desde debajo de sus pestañas, miró las manos que se metían entre sus piernas flexionadas, con los movimientos de su dedo. La excitaba, si él realmente quisiera saberlo. Las palabras todavía eran difíciles, así que ella trató de decírselo con su cuerpo, abriendo aún más sus piernas y curvándose sobre la mano que sostenía su su muslo. Su

dedo

avanzó

y

se

retiró,

flexionándose, dibujando

la humedad de sus

profundidades. Apretó el final de su raja y luego arrastró la humedad para pintar hábiles círculos sobre su clítoris. — ¡Ah! —respiró ella, comenzando a entender las emocionantes profundidades de lo que prometía su toque. — Descansa tus palmas en la mesa, —murmuró él en su oído. — ¿Me tomarás aquí? —preguntó ella, con frágil entusiasmo. Su mirada acalorada se encontró con la suya en el espejo. — Si me lo permites. El sonido de sus palmas apoyándose en la mesa resulto claramente audible. Una mano mucho más grande presionó la mesa junto a la suya. Su cuerpo se encorvó, formando una jaula alrededor de su espalda. Introduciéndose entre ellos, él desató su pantalón. Su eje saltó libre, y su avaro grosor se impulsó entre sus piernas. Ella se tensó, esperándole empujar dentro de ella. En cambio, él tomó su verga en su mano libre y la frotó a lo largo de sus pliegues deseosos como un arado cava un surco, pero todavía sin cavar lo bastante profundo para plantar una semilla. En el espejo, ella miró su cabeza rubicunda moviéndose rítmicamente entre el vello entre sus piernas, como un animal de pradera que echa una ojeada a su madriguera y luego se aleja. Era grande como un ciruelo y brillante con su deseo. — Bueno. Estas resbaladiza, —su voz retumbó en su oído—. Será más fácil joderte. Ella jadeó. La palabra era bastante familiar. Los golfillos y los criados —hasta su propio padre—la usaba ante su presencia. Pero nunca le había sido dicha directamente a ella. De alguna manera, la excitó, en estas circunstancias, oír su voz oscura y urgente usada para describir sus proyectos para ella. Sus labios magrearon el punto sensible detrás de su oído, su aliento caliente en su piel. —¿Me dejarás joderte, verdad, Jane? — Sí. Pero —espera. La crema, —pidió ella, incierta de lo que estaba por venir. — No la necesitaremos. Confía en mí.

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Ella quería hacerlo. Él la acarició, susurrando palabras explícitas, prohibidas en su oído, describiendo como tocarla de ese modo que la excitaba, como de suave se sentía su cuerpo contra el suyo más duro, y cuántas ganas tenía de correrse dentro de ella, derramar su semilla en ella. Sus cuerpos se balancearon como uno, a tiempo con el ritmo del empuje de la verga entre sus piernas. Las hebras largas de su pelo cosquilleaban su mejilla, y su piel se cu brió de rocío y se sonrojó. Dentro de los confines de sus estancias, su respiración era poco profunda y rápida. — Mi corsé. No puedo respirar. — ¿Es emocionante así, verdad? —refunfuñó él suavemente—. La restricción, los límites, la carencia de aire tan necesario para sobrevivir. Ella vaciló, mareada, movida más allá de la razón. — No te desmayes, —murmuró—. Te perderás todo. Sus palabras la impresionaron como él quería. ¿Si ella se desmayara, seguiría realmente sin su participación consciente? Que deliciosamente espantoso. Una marea alta de sensaciones se estremeció a lo largo de su raja empapada. — Córrete para mí, Jane, —susurró—. Deja que pase. Déjate llevar. ¿Ante sus palabras, su raja apretó ferozmente, como si inhalara un aliento profundo antes... —¿antes qué? Cuando él alisó su corona sobre su indefenso clítoris, lo supo. Aquella cosa iba a pasar. Ahora. Con él. Se arqueó cuando su diminuto brote se apretó más y más, dejándola tambalearse en el borde del deseo. Entonces le pareció que implosionaba. Una serie de violentos espasmos se llevó su aliento, parando su corazón para luego acelerar a toda velocidad. Ella luchó por no perder el conocimiento. De todos modos, el tirón continuaba y continuaba y continuaba. El mareo pasó y ella dejó que su cuerpo se meciera con el suyo suavemente. Entre sus piernas, su toque se había vuelto suave, diseñado para realzar cada convulsión, para hacerla durar. Finalmente, su respiración redujo la marcha, y ella levantó a su cabeza. — Ahora, esto sí fue excitante. —Había sido mucho más glorioso esta vez con él contra ella que como una ocupación solitaria. Su sonrisa vino y se fue en un flash. Ahora que todo había acabado, él empujó su pantalón más abajo de sus rodillas. Agarrando los huesos de sus caderas, él encontró su apertura con su verga y empujó en su canal femenino en un movimiento profundo. Sus temblorosos tejidos lo obstaculizaron, inseguros de cómo manejar tanta plenitud, pero sin dar ninguna posibilidad de rechazarlo. El vello de sus poderosas caderas raspó el interior de sus muslos cuando él se retiró, sólo para volver para probarla una y otra y otra vez. Entonces él se separó ligeramente de ella, penetrando menos profundamente durante un rato. La tela de su camisola revoloteó delicadamente cuando las manos grandes, seguras la alisaron. Como si estuviera hipnotizado, él miraba el juego de la luz de la luna a trav és de su espalda. Mirado su carne tragar y expulsar su pene.

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La visión que ella había tenido en Villa d’Este se había hecho realidad. Sus ojos eran predadores y entornados, sus rasgos rígidos, exactamente como le había visto entonces. Los músculos esculpidos de sus hombros y pecho se flexionaban y tensaban mientras se movía en ella. Pero ahora, la visión estaba acompañada por detalles sensoriales —el choque de su invasora polla, la lasciva cachetada de su carne, el calor de él en su espalda. Su pasión se apretaba, y él se movía imposiblemente más cerca entre sus piernas. Su cuerpo era un horno, sus manos hierro. Sus empujes eran golpes potentes que tenían su sujeción de una mano en la pared. Sus ojos se encontrados en el espejo y se unieron. Sus cuerpos se tensaron juntos, alcanzando….. Ella le miró culminar, vio sus rasgos contraerse y jadeó cuando el orgasmo rodó otra vez por ella, repitiendo su liberación. Más tarde esa noche, Nick abrió la puerta que lindaba con su cuarto, disponiéndose a abandonarla por fin. La cresta del anillo familiar de su dedo brilló a la luz del fuego cuando él descansó su mano en la manija. Su expresión era enigmática cuando se volvió hacia ella. — ¿Deseas seguir con esto después de esta noche? —preguntó él con una remota cortesía. Jane se sentó en su cama y subió las sabanas hasta su garganta. Las sostenía para cubrir aquellas señales hechas por su boca. ¿Quería decir que él no lo quería? Entre sus piernas, él había dejado pruebas abundantes de que había estado impaciente. Él había disfrutado de ella ante el espejo y tres veces más, en su cama. Y había quitado su corsé después de su primer acoplamiento, lo que implicaba que, en efecto, su carne le había satisfecho como había requerido. ¿Pero había conseguido lo bastante de ella? No podría soportarlo si su relación volviera a su estado anterior. — Sí, si me quieres —dijo ella con elusivo cuidado. Él asintió. — Debes avisarme si en algún punto en el futuro decides que preferirías abandonar el papel de mi amante. — Bien, —estuvo de acuerdo y sus ojos bajaron hacia a la cama. —

Pero

no

tardes

demasiado

tiempo,

alcanzaremos un punto sin retorno.

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—le

aconsejó

suavemente—.

Pronto

Capítul o 21 Nick hizo el todo lo posible para hacer caso omiso de la sonrisa afectada de Lyon cuando se encontraron al día siguiente en la gruta que miraba desde lo alto la viña. Era o bvio su hermano tenía un indicio de lo que había ocurrido la noche previa. A v eces el compartimiento de las emociones suscitadas por la conexión de su sangre sátiro tenía sus desventajas. Lyon holgazaneó sobre un banco de piedra, estirando sus brazos a gran altura antes de doblarlos detrás de su cabeza. —¿Cómo se está adaptando Jane? —Preguntó con una abierta sonrisa perspicaz. —Muy bien, —dijo Nick, lanzándose sobre un banco directamente enfrente de su hermano. —Es bueno escucharlo, — dijo Lyon—. Yo, uh, intuía que los dos estaban yendo hacia adelante de algún modo. Es de buen augurio para la próxima Llamada. Nick le envió una expresión de advertencia. —Ve adelante y búrlate. La bota estará pronto sobre el otro. Pero Nick estaba más preocupado que lo que revelaba. Preocupado por la impaciencia de anoche en poseer a Jane. Su impaciencia por poseerla otra vez. Ella. No a cualquier mujer. A ella. Era poco sabio. Era peligroso el necesitar tanto de una mujer. Solo provocaba que uno se distrajera. Una parte de él había tenido la lujuria siempre bajo control, dominándola para tomar de una mujer solo lo que podía saciar su necesidad. Se preciaba de mantener una cabeza fresca en el calor de la pasión. Pero anoche, había tenido que hacer un tremendo esfuerzo para dejarla en lugar de permanecer en celo toda la noche a hasta que estuviera ensangrentada y en carne viva por su posesión. Había querido liberar al animal. Apenas se había contenido a sí mismo y no podía evitar tener miedo a lo que esta noche le podía deparar. Cuando los cursos mensuales de Jane vinieron otra vez esta tarde, Nick cogió la oportunidad para mantenerse apartado de ella y recuperar su equilibrio. ¡Qué lastimoso era! Cómo se reirían sus hermanos si supieran como estaba. —Lo siento, —dijo Jane con abatimiento cuando le informaba—. Realmente lo siento. Colocó una mano sobre su hombro. —Un niño vendrá, Jane. No te preocupes. Ante su generosidad, ella no pudo evitar que se le escapara un sollozo. Sobresaltado, la apretó contra él. —Discúlpame, —le dijo—. A menudo estoy llorosa en estos días.

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En verdad era la culpabilidad por la mentira que debía perpetuar que la hacía llorar. Si solamente se atreviera a decirle por qué debían esperar para tener un niño y que eso suponía que las hierbas previnieran uno temporalmente. —Jane, cuando dije que esperaba herederos de ti, no quise decir que tuvieras que proporcionarlos con apuro milagroso. Tú serás madre lo suficientemente pronto, te lo prometo. Gimió contra su pecho, dándose toquecitos con su pañuelo ofrecido ante sus ojos acuosos. —Aún tú no eres capaz de controlar tales cosas, Signore. Algunas mujeres nunca pueden concebir, lo sabes. ¿Qué si soy una de ellas? Inclinó su barbilla y encontró su mirada con la suya. —Tú tienes mi palabra solemne de que estarás atrapada con un niño dentro de un mes. Le dio puso sus en blanco sus ojos acuosos, pensando que estaba bromeando.

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Capítulo 22 Unas semanas después, Nick la encontró en la biblioteca al mediodía, sus cejas se unieron cuando la vio perdida en las páginas amarilleadas de un tomo de alguna clase. Algo estaba agobiando su mente. Los secretos que no había compartido. ¿Alguna vez confesaría su rareza? Lo crispaba que no lo hubiera hecho. Registró su presencia y cerró el libro, desviándolo a un lado rápidamente. Cuando sus ojos cubrieron los suyos, ellas los vació de todo aquello que la perturbaba. Por eso. Compartiría su cuerpo con él pero guarda sus pensamientos en secreto. Le había ocurrido lo mismo con muchas otras mujeres antes de ella, pero antes nunca le había importado. —Llegaste temprano a casa, —dijo sorprendida. —Y es tu culpa, —le informó. —¿Mi culpa? —No te hagas la inocente, —dijo, rodeándola cada vez más cerca—. Es seguramente tu culpa que no pueda dejar de pensar en ti durante el día cuando mis pensamientos deberían estar puestos en otras cosas. Ideas sobre las maneras pervers as en que me gustaría darte gusto y que tú me dieras gusto a mí. Jane sonrío con aire vacilante ante su uso de la palabra perversa. La recordaba un tema que le había preocupado últimamente. Cuando estaba con él todo lo que hacían juntos parecía correcto. Pero cuando lo consideraba después, se preocupaba de que no lo fuera. Habiéndose mantenido siempre alejada de la gente, no estaba segura de qué era normal, solo que normal era aquello que deseaba ser. ¿Llegar a tales alturas del deseo y la pasión era anormal? ¿Le ocurría a todos? —Me encanta escucharte decir que piensas en mí cuando no estoy contigo, — arriesgó. —¿Tú piensas en mí, Jane? Suspiró. —Sí. Más de lo que debería. En formas en que probablemente no debería hacer. —¿Maneras que seguramente asustarían a tus parientes, espero?—la molestó. —Indudablemente,

—estuvo

de

acuerdo,

tomando

la

mano

que le tendía y

permitiendo que él la jalara ligeramente contra él. Sus dedos presionaron sobre sus costillas para atraerla más cerca. Sus ojos se perdieron en los suyos mientras su boca se deslizaba ligeramente a un lado de su garganta para mordisquear su hombro hacia adelante. —Dime más, —provocó. Sabiendo cuan aficionado era su marido de escucharla hablar de tales temas francamente, Jane intentó explicárselo sin subterfugios. —A veces mi cuerpo experimenta un antojo insistente de unirse con el tuyo cuando tú no estás en ningún lugar en las inmediaciones. Le lanzó una mirada avergonzada.

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Sus labios pausaron sobre su hombro, y un destello especial en sus ojos cuando se retiró para mirarla. —Intrigante. Te aseguro que mi cuerpo experimenta un antojo similar por el tuyo. —Ocurre en los momentos más improbables, ¿no?—preguntó Jane con complicidad—. Cuando uno no puede hacer nada para corresponder al ansia. —Describe lo que ocurrió la última vez que tal evento ocurrió, —la instruyó como si se estuviera embarcando en una investigación científica. —Bien, en el té de mi tía ayer por la mañana, por ejemplo, —confió—. Dejé que mi atención se moviera empujada por el viento fuera de la conversación por sólo un momento, y por la ventana alcancé a ver a un caballero cuyos hombros anchos se parecían a los tuyos. Me puse a pensar en ti. Recordé la noche previa cuando....Y eran casi como si —es decir, mi imaginación empezó a hacer magia con los recuerdos de ti moviéndose dentro de mí, creando una placentera....Impresión anhelante. Mordió su labio ante la imagen erótica que había hecho aparecer. —¿Fantasear sobre otros caballeros a quienes tienes la oportunidad de ver a través de las ventanas de los salones de damas respetables? ¡Qué vergüenza, Jane! Creo que debería ser reprendida. ¿Cuál debería ser tu castigo? —¿De qué estás hablando? —protestó—. Simplemente hablé de notar a un caballero que produjo solamente la pista más vaga de tu complexión. No estaba fantasean… Oh, ¡estás bromeando! Sus ojos se abrieron fingiendo sorpresa. —No soy rara vez acusado de tal cosa. No, esta conversación ha sido de lo más instructiva. Y me ha revelado algunos aspectos de tu naturaleza que debería tener en cuenta.—Jugueteó con un botón en su garganta hasta que terminó desabrochándolo. Ella aplanó sus manos sobre su pecho consternada y miró hacia las ventanas soleadas. —¿En la tarde? Jaló un pañuelo de seda de su bolsillo con un ademán. —Cierra tus ojos, —le dijo—. Y la convertiré en noche. Una noche de placer y exploración de los sentidos. Su mirada era distante como si previera embarcarse en una ruta que no podía aún imaginar. Sintió que la lanzaba a un túnel diseñado por él. Sabiendo que podría lamentar su comportamiento después, era incapaz de echarse para atrás. —Esos sonidos son prometedores, —murmuró. Sus párpados cerraron. La hizo girar, y sintió que envolvía la tela de seda alrededor de sus ojos y la aseguraba detrás de su cabeza. Las puntas de sus dedos tocaron la seda. Una venda. Le recordó el juego del gallito ciego, un juego inocente al que había jugado en la infancia. Sonrío ligeramente ante la cariñosa asociación. —Ven, Jane. Tomó su brazo y la llevó a la puerta.

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—¿Y los criados? Se apartó, retrocediendo. —No van a decir nada al respecto, —le garantizó. La llevó arriba solo con su cálida mano sobre su cintura como guía. Lo siguió como si estuviera hipnotizada, haciendo lo que le ordenaba. Entraron en una habitación y su puerta se cerró detrás de ellos. —¿Dónde estamos?—Preguntó, deteniendo sus manos cuando empezó a aflojar sus botones. —Mi recámara, —respondió. Sus

manos

empujaron las suyas y se dedicaron a sus botones, obviamente

concentrado en desvestirla. ¡Nunca había entrado en su recámara antes, y ahora tenía los ojos cubiertos! ¡Qué decepcionante! —No intentes mirar, —le advirtió como si le estuviera leyendo el pensamiento. Juntos, realizaron rápidamente el trabajo de retirar su ropa. Suspiró con alivio cuando soltó su carne de los confines de su corsé pero abrazó su vestido camisero cuándo él intentó retirarlo también. —¿Debemos mantener la camisa? ¿Todavía insistes? —Sí, —murmuró. —Muy bien. Dejándola cubierta solo con la fina tela, la levantó en sus brazos. La tela de su pechera formal hizo un ruido áspero contra su semi-desnudez, enfatizando su poder y su vulnerabilidad hacia él de algún modo mientras la llevaba al otro lado de la habitación y la ponía sobre su cama. —Permanece tendida mientras regreso, —la instruyó. —Sí, señor, —se burló ligeramente. —Tu obediencia es gratificante, —dijo fácilmente—. Y eso es precisamente lo que tenía en mente. Mientras reflexionaba sobre el significado de eso, envolvió algo que parecía al tacto una bufanda alrededor de su muñeca izquierda y lo ató. Tirando de eso levantó su brazo izquierdo por encima de su cabeza y luego aseguró el extremo en algún lugar encima de ella. No comprendía qué estaba ocurriendo, se giró para mirar pero recordó por qué no podía ver y extendió la mano para empujar la venda. La agarró, haciendo un sonido de chasqueo. —¡Ah! ¿Qué dije sobre echar una ojeada? Levantando su muñeca libre encima de su cabeza, anudó otra restricción alrededor de ella y la ató rápidamente encima de su cabeza también. Tiró de sus brazos, escuchó en respuesta el chirriar de la barandilla de la cama y supo que estaba atada a ella. Tirando más duro descubrió que no podía escaparse rápidamente.

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La cama se movió, diciéndole que había cambiado de lugar. —No estoy segura que me guste esto, —dijo con aire vacilante en la tranquilidad pujante que había caído sobre ellos—. ¿Por qué tú me has contenido? El silencio se extendía. Un escalofrío de reconocimiento chisporroteó a través de ell a cuando escuchó el ruido de la cerradura cerrarse. Nunca se molestaba en cerrar con llave las puertas. Pasos se acercaron y el colchón se hundió cuando Nick se sentó al lado de ella otra vez. —¿Qué estás planeando?—Preguntó. Su silencio persistente agudizó la tensión en crecimiento entre ellos. Penetró la habitación, casi asfixiándola con la expectativa. Algo tocó la punta de un pecho a través de su vestido camisero, y se estremeció. ¿Una lengua? ¿Una punta del dedo? —Estoy planeando disfrutarte, —dijo por fin—. Ocurre que es mi tarde libre. Masajeó el pezón entre un pulgar y un dedo pero demasiado ligeramente para convenirle. Su respiración se escapó y se aceleró. —Eso parece un sonido de conformidad. El centelleo más diminuto de culpa por la perversidad en la que se habían embarcado trató de encenderse dentro de ella, pero su entusiasmo por seguir adelante lo franqueó antes de que pudiera crecer. —Me alegro que lo encuentres agradable. Su tono era risueño y lo sintió estudiar su cuerpo. Era excitante, no sabiendo qué haría, donde la tocaría después. Negada la vista, descubrió que todos sus otros sentidos se habían agudizado, expectantes. Sus manos pasaron bajo el dobladillo de su vestido camisero, subiéndolo muy por encima de su pecho. Los puños de su camisa cepillaron su piel, recordándole que estaba completamente vestido mientras ella estaba prácticamente desnuda. Apretó sus pechos expuestos ligeramente, evaluando su peso y textura como si le fueran nuevos. Sus pezones se tensaron y calentaron en una forma que le dijo que habían empezado a lanzar ese extraño brillo azulado. Aunque sabía que disfruta estas evidencias de su excitación, sus manos se esforzaron por cubrir su pecho en un acto reflejo que la hizo retorcerse en sus ataduras. —Tienes unos pechos encantadores, —le dijo, frotando la almohadilla de sus pulgares por sus pezones erguidos—. Redondeados y firmes. Una feria de colores con las cimas cubiertas con delicadas protuberancias. La clase de pechos que muchos hombres podrían disfrutar. A decir verdad, creo que fueron objeto de más que una mirada lujuriosa en el chalet de tu tía la noche de su fiesta. ¿Notaste a Signore Mosca comérselos con los ojos por la forma en que se derramaban fuera de tu traje?

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Jane se endureció ante la afrenta. Signore Mosca era un hombre estirado que se pensaba superior a los demás. No podía imaginarlo dignarse a comerse con los ojos los pechos de ninguna mujer. —¡No lo hizo! —negó ella avergonzada—. Además, la cantidad de escote mostrada por mí traje estaba perfectamente dentro de los límites de la aceptabilidad, como tú eres bien consciente. Nick lanzó un gruñido y continuó acariciando sus curvas ligeramente, despertándola y haciéndola anhelar una caricia más firme. —Sin embargo, estoy seguro que el Signore pasó una buena parte de la tarde imaginándote exactamente de este modo. Deseando poder ver tu carne exuberante descubierta, enseñada para su placer. Queriendo tocar tus pezones como lo estoy haciendo ahora. Para lamerlos. ¿Tú lo dejarías, Jane? —¿Qué?! —Preguntó shockeada—. No, nunca. ¡Por supuesto no lo haría! —¿Incluso si te pido que lo hagas? —la persuadió Nick, su voz de terciopelo se tornó más grave en un oscuro incentivo—. ¿Si te ordeno que lo hagas como una característica de tu empleo como mi amante? Los

procesos

mentales

de

Jane

se

detuvieron,

cambiaron,

y

se

movieron

tentativamente a través del nuevo sendero incierto sobre el que trató de llevarla. —¿Un caballero realmente exigiría que su amante hiciera tal cosa? ¿Dejaría que otro hombre la tocara? —Si aplacara sus apetitos sexuales para ese momento en particular. —¿Tú has hecho tal cosa antes?—Preguntó. —Un verdadero caballero nunca cuenta esas cosas, —respondió oblicuamente. —¿Tu amante lo disfrutó?—exigió Jane, asumiendo lo peor. —Hablando hipotéticamente, creo que una amante podría disfrutar tal cosa. Excepto que cualquier amante mía lo admitiría sin considerar si estimulaba o no su propia reacción de placer. Lo admitiría si supiera que puede complacerme observándola funcionar con otro hombre. O imaginar su desempeño con uno. La tela del vestido camisero se deslizó sin hacer ruido cuando fue bajado para cubrirla con su velo otra vez. Sus grandes manos pasearon sobre ella, trazando un sendero a lo largo de sus costillas, abdomen y cadera. Jane luchó en contra de convertirse en su esclava. —Prefiero no acceder a ese capricho especial. —Comprendo completamente, —se apresuró a asegurarle Nick —. Sin embargo, no son solo mis caprichos lo que debemos considerar. Es un tema de escrupulosa cortesía. —¡Tu sugerencia está totalmente más allá de los límites de la simple cortesía! — exclamó Jane. —Imagina solamente si Mosca estuviera aquí en Blackstone como nuestro invitado. Como amante de la familia tú te encargarías de sus necesidades, ¿no? —Yo… —Di que sí, Jane, —aconsejó suavemente—. Incluso si no lo deseas.

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Vaciló, preguntándose dónde podría estar conduciendo esto. —Sí, entonces. —Y si pidiera que acariciara tus pechos y tirara de tus tetillas, ¿cuál sería tu respuesta? —¡No! —Jane, Jane, —la regañó Nick—. Estás exhibiendo una falta atroz de hospitalidad. Si Mosca fuera nuestro invitado a cenar y te pidiera una porción de fruta, ¿tú rechazarías su pedido? —Por supuesto que no, pero los pechos no son una fruta, —replicó. Se río entre dientes. —Pero los tuyos son redondeados y deleitables como melones. Puedo ver por qué podría desearlos Signore Mosca. —¡Él no!—exclamó Jane. Las manos de Nick la dejaron. —Creo que debemos esforzarnos por mejorar tus modales sin demora. Con la práctica puedes llegar a prepararte apropiadamente para atender a mis invitados. —¿Y así sería más aceptable para ti? —Replicó. —Precisamente. Repite lo dicho por mí ahora, y estoy seguro que captarás las palabras correctamente, —la instruyó en el tono un profesor particular—. Signore Mosca, puedes lamer mis pechos. Le siguió un silencioso tirón de su voluntad. Al final la curiosidad llevó que a Jane lo rompiera. —S —Signore Mosca, —repitió titubeante—. Puedes lamer mis pechos. Nick plantó un beso rápido sobre sus labios y luego se retiró. —Excelente, Jane. Pero no suena muy bien. Probémoslo de esta manera. "Signore Mosca, puedes lamer mis tette”. ¿Conoces esta palabra? Jane agitó su cabeza. —Esta es la palabra italiana indecente para referirse a los pechos. Excitará al Signore escucharla sobre tus labios. Jane repitió las palabras, su voz fue un susurro muy suave. Los momentos pasaron sin que nada ocurriera. Sus sentidos se agudizaron con la esperar. El aire fresco entró flotando sobre ella cuando el dobladillo de su vestido camisero fue levantado otra vez. La tela fina arrastró y desgastó su piel sensibilizada, enganchándose en las puntas de sus senos antes de deslizarse libre y permanecer tendida justo encima de ellos sobre su pecho. El tono de Nick cambió ligeramente al de un hombre que hablaba a un compañero masculino. —Por favor sigue, Signore.

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Muchos segundos después, un par de labios peripuestos se presentó, mamando ligeramente primero un pezón y luego el otro hasta que ambos estuvieron fruncidos y mendigando. Una lengua seca como papel de lija los acarició con atención, arremolinándose en golpes anchos, planos. —Pienso que eso es suficiente, Mosca, —anunció enérgicamente Nick. El vestido camisero bajó para caer sobre ella otra vez. —Agradece a Signore Mosca por lamer tu tette tan bien, —la instruyó. —Grazie, Signore Mosca para lamer mi tette, —repitió entusiasmándose con el juego. —¡Bien dicho, Jane! Ahora, últimamente Signore Mosca ha estado en compañía de Monsieur Lemieux debido a un tema de la empresa. La mente de Jane trabajó a toda máquina mientras hurgaba en su catálogo mental, tratando de combinar el nombre con un semblante. Finalmente encontró la imagen de un francés grande y voluminoso con pelo lacio e indisciplinado con necesidad de un corte. Tenía una conversación escasa y poca interacción por lo que había notado en la oportunidad en que se habían conocido. —No puedo recordar sus facciones, —admitió precisamente. —Y no dudo que eres demasiado educada para mencionar lo que puedes recordar de él. Pero lo recuerdo tan grueso y musculoso —su forma en conjunto modelada en la manera más tosca. Y tú tienes demasiada clase para comentar sus modales animales aunque lo recuerdes, — añadió Nick. —Sin embargo, podemos esperar que Signore Mosca pudiera traer a monsieur como su invitado cuando nos visita. Y en ese evento, tú estarías también obligada a prolongar tu hospitalidad en una nueva dirección, ¿no? —Supongo. —Después de observar tu generosidad hacia Mosca, Lemieux querría acariciar tus pechos también indudablemente. Sin embargo, —le advirtió Nick—, lo que no lo haría probablemente es pedir permiso. Cuando sus palabras se apagaron… Manos desiguales ahuecaron la plenitud de sus pechos a través de la tela de su vestido camisero, apretando y volviendo a moldear sus contornos con poca consideración. Ellos presionaron hasta encontrar las a areolas, preparando sus pezones para el fácil descenso y violación de una boca voraz. Las cimas de su carne fueron absorbidas profundamente en su prisión tibia y mojada y luego soltadas y trazadas otra vez. Bajo la succión poderosa su vestido camisero terminó empapado, un estímulo en sí. Los labios se separaron y Nick comentó: —Temo que estaba en lo cierto respecto al comportamiento del monsieur. A decir verdad, creo que podría abusar de tus pechos de otras maneras antes de que te deje. Pero no te muestres maleducada ante su tacto, no te quejes, Jane. Asume que es nuestro invitado. Jane dio un aullido y tiró de sus cuerdas cuando sus pezones sensibilizados fueron autoritariamente pellizcados y apretados. Los dientes mordieron y estiraron las curvas de sus pechos. La atención lujuriosa revolvió su sangre, y un eco correspondiente de

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sensaciones se revolucionó entre sus muslos. ¿Cómo era posible que tal abuso pudiera invocar este vergonzoso disfrute privado? Repentinamente la atención sensual terminó. Manos y labios partieron, dejando sobre su camisa el hormigueante recuerdo de círculos húmedos. —Ahora, Jane, agradece a Monsieur Lemieux por batir tus pezones. Infinitamente irritado por la retirada de tal estímulo antes de que pudiera analizarl o apropiadamente, Jane permaneció en silencio. —¿Jane? —la regañó suavemente Nick. —Merci, Monsieur, —dijo de mala gana. —Bien dicho, una amante atenta, —aprobó Nick. —Sí, bien.... —Lemieux

tiene otro pedido que hacer para su entretenimiento adicional,



interrumpió Nick—. ¿Piensas que le puedes complacer aún más? —¿En qué manera? —rodeó. —El próximo pedido que podría hacerte seguramente sería bastante tosco. No te asustes si pide algo realmente perverso. —¿Puis-je avoir la permission para verle la raja? —preguntó una acentuada voz masculina. —Nick —¡no! Jane presionó sus muslos juntos. La idea de mostrarse a desconocidos era tan detestable que perdió de vista el juego momentáneamente. Nick hizo un sonido de desaprobación. Su palma su mejilla en una manera reconfortante. —Impulsivo y frente a él, estoy de acuerdo. Pero estoy orgulloso de ti, cara, y por eso me hallo extrañamente dispuesto a demostrártelo. Tú no quieres disgustarme, ¿o sí? —No, —susurró. —Entonces exhíbete a ti misma. Faccia come dico. No hagas esperar a nuestros invitados. Después de un momento de indecisión, Jane reunió su valor. Dejó sus piernas abrirse. Manos invisibles apretaron sus rodillas hacia arriba y separadamente con la rápida eficiencia, separándola tanto como su cuerpo podía admitir. El

aire

fresco

encontró

su

humedad

escondida

e

intuía

que

había

ojos

inspeccionándola. Nudillos firmes acariciaron sus labios y empujaron empujar en su hendidura. —¿No soy afortunado, caballeros? —preguntó Nick con evidente orgullo en su voz—. Esto es mío para disfrutarlo siempre que desee. ¿No me envidian? Los músculos interiores de Jane se tensaron ante el tacto informal a lo largo de los pliegues que protegían la entrada de su vaginal. Murmuró en señal de apreciación. —Con tal provocación visual, Mosca ha sido envalentonado para hacer un nuevo pedido, —le informó Nick.

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—Con permesso. ¿Puedo saborearlo? —¿Y cuál es la respuesta para eso, Jane? Jane gimió, retorciéndose más cerca de la frotación tentadora entre sus piernas. Los dedos ingeniosos fueron retirados. —Responde al Signore, Jane. Debería haber estado escandalizada. Pero su tono la aliviaba y calmaba, y ansiaba más contacto. —Si mi señor lo desea, puede hacerlo, Signore, —respondió. —¡Tal acatamiento! —le dijo Nick. —Proceda, Mosca, —sugirió, su tono rebosaba jovial camaradería masculina. Pasaron largos momentos. Jane permaneció tendida tensa con la expectativa..... El contacto de una lengua más ligera que el tacto de una mariposa llegó, haciendo cosquillas a su clítoris. Tan ligero que no estaba totalmente segura de no haberla imaginado. Sus piernas se movieron hacia dentro en acto reflejo. Pulgares gentiles extendieron la capucha delicada que protegía su clítoris. El tacto llegó otra vez, todavía ligero, pero lo suficientemente estable para estar más seguro de él. Aunque no lo rodeaba, la lengua insegura parecía apoyada. Con tierna precisión empezó a lamerle, tocándola primero solo con la punta y luego con un golpe lleno de su tibieza rasposa. —Se siente tan bien, —susurró, temblando. Con una lamedura prolongada final, la lengua se separó. Solamente entonces Jane se dio cuenta de que sus piernas estaban ahora tendidas repantigadas, amplias y acogedoras. —Después de observar tal visualización gratuita, Monsieur Lemieux estará previendo otro turno, —dijo Nick suavemente. Sus dedos peinaron su pelo plateado donde estaba tendido sobre la almohada. —Puis — je… ¿puedo chuparlo? —preguntó una voz ronca. —Por favor, sí, Monsieur, estaría encantada de que lo hicieras, —respondió Jane. —Creo que tus modales están mejorando enormemente a través de este ejercicio, —le dijo

Nick—.

Pero

recuerda,

Jane.

Monsieur

Lemieux

ya

ha

demostrado

que

es

excepcionalmente bruto. Antes de que pudiera formular una réplica un aliento caliente y húmedo cayó sobre ella mientras una boca fresca y avara descendió para darse un banquete con su hendidura — chupando, alisando, lamiendo. Manos agarraron la parte oculta de sus muslos, levantándola más cerca y se sacudió en una indefensa respuesta. Tan rápido como había empezado, la boca se había retirado. Jane hizo un sonido anhelante. Sus dedos se tensaron, volviendo a examinar sus ataduras. Nick cepilló los rizos mojados sobre su monte. —¿Qué pasa, cara? ¿Tu conejito está doliendo?

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—¡No! —¿Qué entonces?— —¡Sí! Por favor cesa este juego. Entra en mí… Te lo ruego. —Lamento

que

no

pueda,

—se

compadeció—. Aunque no

deseo

nada más

fervientemente que complacer tu pedido, debes reconocer qué descortés me vería si intento aliviarme a mismo contigo mientras nuestros invitados continúan esperando. Jane apretó sus dientes frustrada. Nick acarició su cadera consoladoramente. —Pero con felicidad, veo que Lemieux tiene una solución para ofrecer. Pon tu pedido, Lemieux. — Avec permiso, Monsieur Satyr. ¿Puedo meter mi verga dentro? —preguntó la voz francesa. —¡Ciò è ingiusta! ¿Por qué debería hacerlo cuando yo estaba aquí primero Lemieux?— exigió Mosca con toda la razón. —Caballeros, por favor. Pienso que puedo hablar en nombre de Jane en este tema, — dijo Nick en un tono conciliador—. Ocurre que se que está al tanto de estos temas y disfruta mucho del tacto de una estaca rígida dentro de ella. Respecto a la pregunta de ¿quién será el primero? Determinaré rápidamente si tú lo serás, primero liberen sus varas de sus pantalones y permitan que los valore. El crujir del sonido de ropa abriéndose se escuchó en la habitación por lo demás silenciosa. —Ah, y Signore Strand se ha reunido con nosotros. Muestra tu eje, señor, y únete al juego, —invitó Nick. —Jane, ¿puedes manejar tres vergas poco familiares esta noche? —Sí, Signore, —respondió. —Niña generosa, —dijo, moldeando su muslo—. Entonces solo queda determinar quién atenderá primero a Jane. Después de una fuerte consideración, llegó a una conclusión. —Signore Mosca, tú tienes el más corto. Por lo tanto tú puedes introducirte primero, preparándola para los otros de proporciones más robustas por lo tanto. Permitiré que lo metas completo dentro de ella. Pero solamente una vez. Hubo una pausa. —No te quejes, Mosca, —previno Nick—. Estoy siendo un anfitrión extremadamente agradable, después de todo. Jane contuvo la respiración, expectante con el conocimiento de que una —estaca rígida—, como su marido la había descrito, estaría disponible próximamente. Al lado de ella, la cama se movió, y su carne sintió la tibieza de alguien que se acercaba. El cuerpo de un hombre se sostuvo en el aire y luego se asentó entre sus piernas. La tela bruñó el interior de sus muslos. Aunque todavía llevaba sus pantalones, la solapa de tela en su entrepierna colgaba abierta. La punta de terciopelo de su eje se arrastró por su abdomen, dejando un rastro húmedo de líquido pre seminal. Su vello masculino rozó

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su piel cuando titubeó y golpeó, como si intentara ubicar su entrada. El inexperto aguijonear era algo incómodo, pero por fin su corona la encontró. Su hendidura se separó. Luego vino una invasión rígida y bienvenida que la satisfacía lentamente, centímetro a centímetro. Permaneció tendido en su interior durante muchos segundos, su respiración severa y firme en su oreja. Los botones de su camisa permanecían abrochados y presionaban incómodamente en una línea a lo largo de su abdomen y pecho. Cavaron más profundo todavía mientras corcoveaba contra ella, como si al hacerlo lograra una nueva profundidad. Entonces vino un renuente y prolongado deslizamiento, y su longitud encontró su camino de regreso afuera de su cuerpo. Sus paredes vaginales apretaron, tratando de aprisionar su eje para una estancia más larga, pero en vano. La cabeza embotada de su verga reventó de ella, dejándola vacía. No era suficiente. —Suficiente, —anunció su marido. El cuerpo la dejó y abandonó la cama. —Ooh, por favor, termina con esto, —pidió. —¡Silencio! —la regañó Nick bruscamente—. No seas impropia, Jane. —Monsieur Lemieux, —continuó Nick continuó, su tono ahora coloreado de bullicioso compañerismo—. Tú puedes seguir después. Tu gallo es el más grande así que estoy seguro de que comprenderás cuándo digo que no puedes insertarlo demasiado profundamente en el primer empujón. —Entonces, luego ¿puedo bombearla? —preguntó Lemieux. —Puedes, pero diez veces solamente, —estipuló Nick. Sin advertencia, su vestido camisero fue empujado bien alto sobre su cabeza hasta juntarse con las ataduras sobre sus muñecas. El colchón bajó, y el cuerpo de un hombre se arrastró voluptuosamente a lo largo del suyo hasta que sus genitales quedaron alineados. Sus pantalones estaban descuidadamente enredados en torno a sus pantorrillas y tobillos, dejando sus caderas y muslos desnudos. Sus rodillas abrieron las suyas aún más, pero no se introdujo en ella. En vez, sus dedos abrieron sus labios para que su húmedo canal pudiera a así que su humedad pudiera masajear su congestionada erección. Voluntariamente, lo ayudó a imitar el acto sexual. Lanzó un gruñido ante el placer despiadado, haciendo cosquillas a su oreja con obscenidades en francés. Manos bajaron para ahuecar y apretar los contornos de su trasero, forzando a sus caderas a moverse a tiempo con la suya. Las palabras de la naturaleza más explícita derivaban de sus labios, garantizándole el deleite que su carne encontraría con su balanceo. Cruzó sus brazos y los apoyó sobre sus costillas, enganchando los dedos sobre sus hombros para sujetarla. Una verga deseosa empujó su entrada. Jane se estremeció, anticipando. Entró en ella en un solo ataque violento, pero poco profundo como su marido había dictado. Unos pocos centímetros permanecieron instalada dentro de ella por un momento,

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hasta que pensó que podría volverse loca por la necesidad de un empujón más profundo. Giró su cabeza, y sus labios rozaron su mandíbula. —Por favor, —pidió. La cabeza embotada de su verga se separó de ella con un movimiento de aspiración. Rápidamente se estrelló contra ella otra vez, arando la tierra esta vez tan duro y hondo que su cuerpo fue forzado algunos centímetros contra la cabecera. Era bueno. Lleno, pesado. Sus ojos se cerraron, y envolvió sus piernas sobre él. Su boca mordió el equipo de su cuello. Sus dientes la rasparon. Chupando, manchó su piel. Se retiró de ella completamente, sacando sus piernas. Entonces la bombeó otra vez con vigor hercúleo. Y nuevamente otra vez. Sus murmullos inarticulados lo instaron. Con cada intrusión, expresó el disfrute caliente de su carne con epítetos ásperos, carnales. Sus palabras la habrían asustado otro momento, pero extrañamente, en ese momento solamente intensificaban su deseo. En voz alta, contó cada estocada:....Huit....Neuf....Dix! Cuando eventualmente partió, suplicó por más. La había llenado bruscamente y ella había encontrado un extraño placer. Nick dejó escapar un suspiro inestable, fuerte en el silencio de la tarde. —Lord Strand, —expresó finalmente, encontrando un tono serio—. Creo que es ahora tu turno. Y para expresar mi gratitud porque has pedido un suministro vasto de nuestra cosecha recientemente, te consentiré un favor especial. Tú puedes poner tu grifo dentro de mi amante y bombearla hasta que estés totalmente satisfecho. —Jane, ¿invitarás a nuestro invitado predilecto a tu cuerpo? —Ciertamente, —coincidió con presteza—. Signore Strand, estaría honrada si pusieras tu vara dentro de mí. Nick moldeó su tobillo. —Tu docilidad me complace, Jane. Un cuerpo completamente descubierto cayó sobre ella y dio la bienvenida a su fuerza masculina entre sus muslos. Labios afectuosos acariciaron pidiendo una suave disculpa a su cuello y su piel que había sido marcada tan recientemente. Dedos corrieron a raudos a través de su erizado surco, evaluando su estado de preparación. Largos momentos pasaron mientras la acariciaba, manteniéndola equilibrada sobre el filo del cuchillo de su necesidad. Definitivamente, justo cuando pensaba que podría expirar de la necesidad, una verga sólida e inequívoca empezó a entrar en ella. La llenó despacio y con esmerada precisión, hasta que el apareamiento fue tan completo como era posible. Aferró su trasero y empezó a empujar. Los golpes eran capaces pero calculados y lentos. Otra vez, su pasión se desarrolló, empujándola hacia el precipicio del orgasmo.

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La voz incorpórea de Nick susurró en su oreja. —Puedo ver por la expresión de Signore Strand que lo estás complaciendo. ¿Su verga te llena de manera diferente que la mía? ¿Estás disfrutándolo, Jane? —¡Sí! Se siente bien, —gimió. Sus dedos aferraron fuertemente la tela de las bufandas que la sujetaban—. Tan bueno. —Sus piernas se envolvieron alrededor de sus caderas que empujaban rítmicamente contra las suyas. Muchos segundos después fue sacudida por un fuerte clímax. A su grito, la verga se clavó profundamente en ella , fijándola para recibir sus descargas punzantes y furtivas. —¡Chiavata! Sus labios se arrastraron al otro lado de su mejilla para conocer su boca. Sus caderas se frotaron hábilmente, ayudándola a alcanzar su clímax mutuo, saborearlo. Todavía estaba disfrutando de los últimos ecos de su orgasmo cuando el cuerpo la desconectó y la dejó. —Agradece a Signore Strand por darte su semen, —le ordenó Nick desde el costado de la cama. Su voz parecía anormalmente baja y áspera. —Te agradezco por tu semen, Signore Strand, —expresó. Nick frotó su pelo y mandíbula. La caricia era superficial y no persistió. —Estoy complacido de que te estés convirtiendo en una esposa tan talentosa y cumplidora. Sonrío, escuchando el sonido de ropa al ser colocada. Se estaba vistiendo. —Amante, —corrigió perezosamente. Se río entre dientes. —Descubro que la delineación entre las dos se está poniendo más divinamente borrosa con cada día que pasa. Su sonrisa se abrió. Pacientemente aguardó el retiro de las ataduras de sus muñecas que supuso inminente, frunciendo el ceño cuando los pasos de su marido se mudaron en vez. —Veré a nuestros invitados afuera y volveré, —le dijo. Así que el juego no había terminado. —¡Espera! ¡Nick! Suéltame antes de irte. Alguien podía encontrarme así. Sus pasos pausaron brevemente, y lo sintió estudiarla. Se imaginó a sí misma atada sobre la cama entre las mantas arrugadas, sus piernas separadas con una humedad lechosa escapando del interior de sus muslos. Se desplazó, cerrando sus piernas. —Suéltame, —susurró. Sus pasos continuaron hacia la puerta y lo escuchó abrirla. —¡Nick! Cúbreme por lo menos, —pidió. Disgustada, escuchó la puerta abrirse chirriando y luego cerrarse. Escuchó sus pasos en el corredor fuera, alejándose.

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—Vuelve, —murmuró Jane, sabiendo que no escucharía. Permaneció acostada en la cama durante muchos segundos, sintiéndose desolada y demasiado expuesta. Un escalofrío la atravesó cuando su cuerpo se enfrió en el período subsiguiente al acalorado encuentro sexual. Usando sus pies y piernas, se retorció para correr las mantas y taparse con ellas. Se merecía que lo matara por eso. El «thunk» sordo de dos botas que golpeaban la alfombra la despertó. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Momentos u horas? El colchón se hundió a su lado. Aire fresco se movió empujado por el viento sobre ella cuando las mantas fueron jaladas. —¿Nick? —Murmuró. Había retorcido sus ataduras así que ahora se encontraba de lado con sus rodillas apretadas contra su pecho. Se reunió con ella sobre la cama, colocó una almohada entre sus rodillas y la atrajo a él desde atrás. Trató de girarse dentro de sus brazos, pero se anticipó a ella. Sus dedos se deslizaron desde atrás para tocar su triángulo húmedo de rizos. ¿Cómo osaba hacerlo después de haberla abandonado!? —Ten

compasión,

Nick,

—apretó—.

Desamárrame.

Alguien

podía

haberme

encontrado en este estado mientras tú estabas fuera. Ninguna respuesta. —¿Nick? Eres tú, ¿no? —Preguntó, tratando de molestarlo con sus palabras. Su dedo arrastró sus pliegues, causando un último vestigio de un espasmo de su orgasmo más temprano a través de ella. Trató de ajustar sus piernas y liberarse de su mano , pero la almohada se lo impidió. Escandalizada, lo escuchó relamerse sus labios, saboreándola sobre su dedo. —Signore

Strand

me

pidió

que

te

agradeciera

por

hacerlo

correrse

tan

adecuadamente, —le dijo por fin—. Puedo saborear su semen picante sobre ti. ¿Encontraste su verga de tu gusto? —Desamárrame y quizás te diré, —dijo. Haciendo caso omiso de su sugerencia, Nick metió dos dedos parcialmente dentro de ella, desparramando el semen. Lo acarició sobre ella, jugueteando, hasta que empezó a moverse con su mano. —Umm, —murmuró en señal de apreciación—. Estás seductora y resbaladiza con las sobras de otros hombres. Pienso que me gustaría venirme dentro de ti, también, donde esos otros hombres te han tenido. ¿Puedo? —Sí, por supuesto. —No hay "Por supuesto" entre nosotros, Jane. ¿Tú me quieres? Sopesó su pregunta. Antes, siempre había tomado lo que consideraba su derecho. Consideraba un desarrollo favorable que ahora considerara y necesitara la confirmación de sus sentimientos sobre el tema. Su excitación sexual la presionó, ya pesada y gruesa. ¿Por qué negar lo qué quería? —Sí, siempre.

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Sus labios le acariciaron el cuello, besando, y luego extendió la mano para retirar s u venda. —Quiero que estés segura de quién es la verga que te da gusto esta vez. Dibujando sus caderas hacia atrás, introdujo la punta de su verga en su interior y presionó hacia adentro. Su mano cayó de su cintura y se deslizó más bajo para frotar y acariciar entre sus muslos. El sexo esta vez consistió en mecer y acariciar, mata masajeaba su trasero con cada empujón. —Mañana por la mañana, cuando tú estés contenida castamente en tus cordones ajustados y capas de vestidos y enaguas....Y cuando tus piernas estén remilgadamente presionadas escondiendo tus secretos como una esposa bien educada de clase alta debe.... Quiero que pienses en esto, —susurró—. Del sexo que estamos haciendo ahora. De ti de este modo.....

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Capítulo 23 La mañana siguiente, Jane no podía mirar a Nick a la cara cuando entró en el salón de desayuno. Debido a que su mirada se negaba a subir encima de su cuello, notó rápidamente que iba ataviado para el día con una chaqueta rayada superfina. Su diseño sobrio era extraordinariamente claro teniendo en cuenta su gusto acostumbrado, como si hubiera estado pensando en otras cosas cuando la seleccionó. Sus mejillas enrojecieron, y vertió su té con concentración anormal. Él escogió su comida en el aparador y se sentó frente a ella, abriendo un diario. Luego de un momento lo bajó. —Me complaciste anoche, Jane, —convino rígidamente. Ella parpadeó. —Y tú a mí, —susurró. Él asintió con la cabeza, empezando su desayuno. Jane sorbió su té sin saborearlo. Su severo marido estaba de regreso. ¿Cómo podía modificar su comportamiento tan enormemente entre el día y noche? Estaba confundida. Enfrente de ella, Nick estaba aún más perplejo que ella. La visión de ella comiendo su té y tostadas con mermelada lo tenía duro en sus pantalones después de terminar de pasar una noche entera en su recámara. Él mismo siempre había sabido ser depravado, pero ahora su

cuerpo

era

insaciable.

Quería

pasar

tanto

el

día como

la noche acariciando,

experimentando, jodiendo. Y no simplemente jodiendo con alguien. Era ella — su esposa y solamente su esposa a quien ansiaba. El deseo era algo para ser controlado y compartimentado. No podía permitir que ninguna mujer pasara más de una temporada alrededor de él. Controlaría sus sentimientos y la gobernaría, llevándola como necesitaba. Jane presionó una servilleta de lino sobre sus labios y habló a la doncella, que traj o una nueva tetera. Apisonó la erección amenazadora y se forzó a articular una réplica coherente cuando Faunus apareció con una pregunta sobre un tema de la empresa. Su voz y olor torturaban sus sentidos. Su excitación sexual se fortaleció. Su verga pronto estaría saliendo de su cinturón. ¡Intolerable! Se levantó de golpe de su silla y caminó con paso majestuoso fuera de la habitación, dejando a Jane, Faunus, y la doncella mirándolo con sorpresa. Lo que necesitaba era una distracción, decidió. El viaje hacia el chalet que los Covas habían arrendado en Florencia l e llevó más de una hora a caballo. Cuando Nick fue conducido al salón, solamente Izabel lo aguardaba. Rechazando su propuesta de un asiento, llegó al corazón de su asunto con ella. —He llegado a hacerte una petición para que permitas que Emma viva con Jane otra vez.

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De su asiento sobre el estrado, Izabel lo estudió en el lugar en que estaba frente a la chimenea. —¿Por qué vienes a mí? ¿Por qué no preguntas al padre de las niñas? —El Signore Cova obviamente te defiere tales temas. Inclinó su cabeza regiamente. —Odiaría dejar ir a Emma. Temo que veremos poco de cualquiera de mis sobrinas si permitimos que ambas vivan separadas de nosotros. Su padre la extrañaría, y lo mismo pasaría conmigo. —Quizás puedo ofrecer el consuelo por tu pérdida. —Recogió una pequeña estatuilla de jade de su repisa de la chimenea y la giró en sus manos—. ¿Qué te consolaría? ¿Más jade? ¿Oro? ¿Joyas? ¿Tierras? Sus ojos se extendieron por él. —¿Soy franca? —Por favor. Se puso de pie y se movió frente a él. —Soy una viuda sola, —le dijo—. Con necesidades. —Necesidades. La palabra flotó en la habitación, de la misma manera que el mal olor del humo que brota de un montón de bosta encendido. Izabel interrumpió el silencio. —Te invito a que hables del tema de Emma conmigo en un lugar más íntimo. —¿Tu recámara? —adivinó Nick. Le sonrío. Todavía era una mujer atractiva. —¿Y tu opinión de mi conveniencia como un tutor para Emma cambiará de alguna manera a través de mi visita a tu recámara? Su sonrisa se tornó coqueta. —Eso depende qué lo atento y persuasivo que demuestres ser. Nick mantuvo su repugnancia fuera de su expresión. —Por eso, para poner las cosas claramente, quieres que vaya contigo arriba ahora. Para joderte. ¿Y si te cojo lo suficientemente bien, dejarás a tu sobrina más joven al cuidado de Jane? ¿Puedo llevar a la niña conmigo cuando salga de aquí esta tarde? Le echó el ojo, jugueteando con un fleco de su chal. —No. —¿No? —A cambio de un beneficio tan grande como Emma, debes disfrutar mi hospitalidad durante toda una noche entera. Una noche especial. Cuando la luna está llena. La inquietud picó la espina dorsal de Nick. Lo sabía. ¿Pero cómo? ¿Y qué hacer sobre ello? Se enderezó.

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—Creo que he tenido toda la hospitalidad que puedo tolerar por un día. Inclinó su cabeza. —Vamos, ¿te estás negando? Se acercó para destacarse sobre ella. —El cariño de Emma está atado a Jane. Estoy dispuesto a pagar su precio de novia cuando llegue a la mayoría de edad y entregarte la suma que pidas. Tú podías tener el más fino de los chalets, un castillo. Todo a cambio de dejar a Emma en mi cuidado. Ella apoyó una palma sobre su pecho sobre la tela de su chaleco. —Has escuchado lo que requiero de ti. Tú has matado a cientos de mujeres con tu grifo si es posible creer en las leyendas. ¿Qué es una más? —¿Y si digo que ahora soy leal al lecho de mi esposa? Dio un bufido de risa, que perdió intensidad rápidamente cuando leyó la sinceridad en su cara. Nick no estaba seguro de quién estaba más horrorizado por la verdad de su reclamo — él o la estimada Tía Izabel. La rabia repentina llenó a Izabel, derramándose a través de sus venas, incitándola a la destrucción. Pero simplemente dio una palmadita a su pechera, y se volteó. —Ya veo. No me di cuenta de que mi sobrina te había atrapado tan completamente en su voluntad. —Y ahora que eres consciente de ello, ¿podemos hablar más razonablemente respecto a la disposición de su hermana? Jane la anhela, y me duele verlo. Tengo la riqueza para comprar a otros hombres — cualquiera que desees para ti. —Pregunto por una noche contigo bajo una luna llena. No hay ningún otro precio. Si tú no lo pagas, Emma se queda aquí. —Puedo echar una solicitud en los tribunales por ella. Será interesante oírte hablar de los errantes andares nocturnos de Signore Cova cuando visitaste Blackstone la última vez. Izabel aspiró bruscamente. —Y si ello fallara, en algunos años Emma tendrá la edad para decidir por sí misma, — agregó. —Antes de que pudieras convencer a los tribunales de que intervengan, vería a Emma atada al más despreciable de los hombres. La miró fijamente, no comprendiendo su determinación. —¿Por qué? Se volvió hacia la ventana, dándole la espalda. —Has escuchado mis términos. Hasta que estés preparado para cumplirlos, no tenemos nada más para decir. Buen día, Signore.

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Capítulo 24 Jane se fue a toda prisa a buscara un taburete para poder tomar un libro del estante más alto de la biblioteca. ¡Aquí estaba por fin! El libro de remedios de hierbas que había buscado. Había estado en la magnífica biblioteca de su marido todo el tiempo. Nick estaba en su escritorio detrás de ella, prestando atención a la empresa mientras ella hojeaba. Había tomado sus libros antes pero no estaba segura si él era consciente de ello o si daba el visto bueno. Tomó el libro sobre hierbas para su inspección. —¿Puedo tomarlo prestado? —Mi biblioteca es tu biblioteca, —le dijo. Vaciló, y su expresión se tornó extraña. —Mi padre dice que las mujeres deben ser mantenidas ignorantes, —explicó—. Cree que demasiada información corrompería nuestras mentes y nos volvería estériles. Nick se reclinó en su silla, una expresión indulgente sobre su apuesta cara. —Estoy suficientemente seguro de mi habilidad de engendrar niños. Eres libre de usar mi biblioteca. Jane se encogió de hombros ante la culpa persistente que acompañaba la mención de hijos que ella sabía que no llegarían pronto. —Gracias. Otro marido no habría sido tan generoso con su literatura. —Debes recordar agradecerme apropiadamente después, —le dijo—. Al final, podrías querer interesarte en mi colección de arte erótico. —Eres demasiado amable, —dijo Jane negándose a ruborizarse—. Pero creo que me limitaré a tus tomos botánicos por el momento. —¿Quizás disfrutarías mi arte erótico botánico? —comentó, encontrando su mirada sobresaltada. —¿Hay tal cosa? Se acercó y extendió la mano sobre su cabeza para tomar un volumen delgado. Sobre el lomo dorado se leía Sermo de structura florum por Sébastien Vaillant. —

Vaillant

compara

tempranamente la reproducción sexual

de plantas

y

la

reproducción humana en lo que se cree influencia de Carl Linnaeus para que hacer las comparaciones más duras, —le dijo después. —Estoy familiarizado con las teorías de Linnaeus. —Entonces

sabes

que

estudió

a

las

flores

íntimamente,

—continuó

Nick—,

alcahueteando a miles para aprender sus métodos de procreación. Revisó sus órganos genitales — tantos estigmas como estambres — y llegó a las conclusiones respecto a su reproducción sexual que tanto asustaron y repelieron a sus contemporáneos. Afirmó que caléndulas simples retenían tantas concubinas como esposas.

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—El trabajo de Linnaeus siempre me ha interesado. Pero confieso la sorpresa al enterarme de tu conocimiento sobre él, ¿lees por encima el texto para buscar referencias carnales excitantes o lo estudias totalmente para el beneficio de tus enredaderas? Sonrió abiertamente, guardando el libro. —Ambos, la verdad sea dicha. Sin embargo, no puedo tomar el crédito completo por el contenido de mi biblioteca. Como con la mayoría de mis colecciones, fue empezada por mis antepasados. Simplemente continúo su trabajo, añadiendo artículos de interés cuando puedo. —¿Sin un sentido del deber familiar? —Eso podría haber provocado mi interés inicial, pero coleccionar se ha hecho una pasión. —Tu pasión para coleccionar abarca toda clase de. Cristalería, cerámica, ilustración, espadas, libros. Él deslizó sus manos a lo largo de sus costillas, acariciando. —Disfruto poseer objetos hermosos y extraños. Y soy afortunado de tener la riqueza para satisfacer mis caprichos. Jane cruzó sus brazos sobre el libro de hierbas y lo presionó contra su pecho como una barrera entre ellos. —¿Es por eso qué te casaste conmigo? ¿Para añadirme a tu colección? Sus manos se apaciguaron. —¿Qué quieres decir? —Se me ocurre que tenías un espacio disponible en tu museo con la ficha esposa en el Castello y por lo tanto trataste de llenarlo. —En cierto sentido eso es cierto. Aún más, no cualquier mujer habría llenado el puesto tan suficientemente. De todos los artículos en mis recolecciones, tú eres el que me da más placer. Dedos afectuosos trazaron el camino hasta arriba de su espina dorsal para juguetear con su pelo. Ella inclinó su cabeza y lo estudió con curiosidad. —Placer. Tú usas la palabra para divorciarte a ti mismo de los revuelos del amor. La soltó. —Eres demasiado sensible. —Y tú permaneces intencionadamente distante. —Recuerdo una cercanía distinta entre nosotros en tu recámara de forma regular. Podemos retirarnos allí ahora si tu memoria necesita regenerarse. —Tratas de compartimentar nuestras relaciones sexuales como deporte o una función corporal vana incapaz de tocar tu corazón. La miró como si despreciara sus conclusiones. —El placer puede ser alcanzado entre dos personas que no se aman. —¿Acaso no puede también ser experimentado entre dos personas que sí lo hacen?

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—No me ames, Jane. No puedo corresponderte. Contuvo el aliento y empujó el dolor de sus palabras en un compartimiento pequeño para ser retirado y revisado después. —¿No puedes o no quieres? —No sería seguro para ninguno de los dos. Debo concentrarme en guardar mi herencia y esta región intacta para las generaciones por venir. —¿Y si quiero más? ¿Si digo que lo que brindas no es suficiente? —Me disculpo si te opones a la manera en la que mi cuerpo debe usar el tuyo. Tú estuviste de acuerdo con los requisitos para ser mi esposa y pides los servicios de amante. ¿Estás faltando a lo prometido? —No, —masculló. Nunca. Sus ojos se deslizaron sobre su ropa, y la sospecha amaneció. —Has estado fuera. Hablando con otras damas que han coloreado tu opinión de nuestro arreglo. ¿Te dijeron que no es correcto disfrutar del tacto de un hombre que no ofrece las protestas del amor? Se endureció. —No he estado fuera. Pero ya que lo sacas a colación, imagino que la mayoría de las damas estarían de mi parte en esto. Resopló. —Sólo es que estoy seguro de cómo ser lo que tú requieres en una amante y tampoco como solo ser una dama. —No necesitas ayuda para ser una dama, Jane, incluso cuando estás llevando a cabo las tareas de una amante. Está en tu naturaleza ser amable, inteligente, y generosa tanto en espíritu como en cuerpo. Éstos son los rasgos de una verdadera dama, no lo que dicten los modales sociales. Jane buscó su expresión, sopesando su sinceridad. —Te necesito, Jane. A ti, no a ninguna otra. La jaló contra él, y sintió la protuberancia entre sus muslos. —Tus herramientas me necesitan por supuesto. Nick sonrío afectadamente. —¿Mis herramientas? Ven, cara, debes aprender la terminología correcta. Una amante debe aplicar las palabras más excitantes para el apéndice entre las pi ernas de un hombre. Prueba verga. Polla. Aparato. Chorizo. Estaca. —La forma en que se lo llama en los círculos inferiores. —También te aseguro que es llamado por esos nombres por muchos en las clases altas. Se encogió de hombros, insegura de admitir su ingenuidad. —¿Te consideras mundana? —Ciertamente lo soy más desde que caí en tus garras indudablemente. Su barbilla acarició su pelo, y una nota molesta entró en su voz.

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—Hasta ahora, he jugado bonito contigo. Creo que es el tiempo de abrir tus ojos más allá. —¿Qué quieres decir? —Ven. —Con una mano en su cintura, la llevó arriba. Su corazón empezó a golpear cuando vio su destino. Su recámara. En cuanto cerró la puerta, caminó a zancadas hasta el espejo grande sobre la pared más lejana. Para su sorpresa, se abrió, revelando que era un portal que conectaba su habitación a una cámara escondida. Levantó unos candelabros y le hizo señas. —Entra. Te mostraré más de lo que realmente soy. El compartimiento íntimo era más pequeño que su recámara pero más exuberant e. Cuando sus ojos se adaptaron, vio que pequeñas estatuas y otras antigüedades lo adornaban. Pero, aquí, eran más descaradamente obscenas que las del resto de la casa. —Son reliquias de un templo antiguo caído en ruinas en el bosque Satyr, —dijo, notando su interés—. ¿Te asustan? —¿Es tu intención asustarme? —Su intención no es shockear sino inculcar la noción de una naturaleza bastante lujuriosa. Debes dejarme saber si tienen éxito en su propósito. Sus ojos se precipitaron alrededor del interior de la habitación, encontrando algo extraño e ilícito en cada esquina. Anillos de metal estaban adheridos a intervalos a gran altura a lo largo de una pared y en el techo. Había correas de cuero, bufandas nudosas, plumas, hebras de perlas, una perilla, una cama de pieles. Había dispositivos cuyo propósito estaba poco claro pero la delicada amenaza que emitían le provocaba un incómodo escalofrío. —¿Qué es este lugar? ¿Otro museo? —De un cierto tipo. Uno muy confidencial creado por mis antepasados con el fin de explorar los mutuos placeres. Presionó unos paneles en un armario laqueado de rojo, y un cajón sobresalió de él. —Ahora, —dijo—, me dices qué piensas de éstos. Jane se trasladó a su lado y miró con atención el cajón, donde una serie de cilindros que se extendían en tamaño y forma se encontraban prolijamente uno al lado del otro. Tragó saliva cuando se dio cuenta de qué eran. —¿Falos? —Algunos. Los otros son dildos, diseñados con mucho detalle para parecerse a falos. —¿Son para ser devorados con los ojos o utilizados? —Ambos, supongo. Verlos es un estímulo en sí. Seleccionó una columna pequeña con una curtida y moteada superficie y se lo alcanzó. —El falo de una bestia antigua que ya no existe. Tócalo. Indecisamente, Jane cepilló su superficie. Vibró bajo sus dedos y ella arrebató su mano a con sorpresa.

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—Incluso después de los siglos, todavía murmuraba con la tibieza de la bestia. La vibración provee un estímulo poderoso cuando se inserta en uno de los orificios inferiores . ¿Uno de los orificios inferiores? ¿Qué quería decir? —Parece cruel matar a un animal sólo para poder usar sus partes en tal manera narcisista. Agitó su cabeza cuando lo reemplazó en el cajón. —El murmullo cesaría para siempre si la bestia hubiera sido asesinada. Solamente cuando

mueren de causas naturales el falo es retirado para crear tal instrumento

infrecuente. —Ya veo. —Se ha dicho que tienen el poder de causar un orgasmo inmediato con su simple inserción dentro de una mujer. Si no es retirado inmediatamente, el usuario puede sufrir una sucesión mortal de los orgasmos. Nunca lo uses tú sola, —advirtió—. No querría que tú te lastimes, incluso en la agonía del deleite orgásmico. Jane dio vueltas a sus ojos. —Prometo mantenerme alejada de eso. Su mirada se posó en un taburete minuciosamente tallado con un hoyo sospechoso en el centro de su asiento de madera. Notando su mirada, Nick tomó otro de los dildos y lo insertó en el orificio del taburete para que sobresaliera a medias sobre él. —Una mujer lleva unas faldas tan ridículamente amplias que un hombre podría trabajar tal dispositivo fácilmente debajo de ellas mientras permanece sentada sobre el taburete junto a él. Imagina, entre gente fina, teniendo que fingir calma mientras tal cil indro es empujado a través del asiento y en tu cuerpo. Imagínalo trabajar, estimulándote enérgicamente. Tú tendrías que quedarte tan silenciosa e inmóvil. Nadie debería saber la verdad, salvo tú y tu atormentador. La humedad formó un charco entre sus piernas. Tragó y apartó la mirada. Mirando con atención el cajón, levantó el más grande de los falos de él. Sus venas de plata y superficie de mármol pedían ser tocadas, y Jane deslizó un dedo a lo largo de su f ría suavidad. —Se pretende que este fue cincelado de la piedra de un altar sagrado y pulido por una diosa. Era tan enorme que se estremeció, imaginando. —¿No estás ni un poquito celoso?— Molestó. —Quedaría bien dentro de ti, —le aseguró Nick—. Con mucho estímulo previo y lubricación. Lo dejó en el cajón y dio un paso hacia atrás. —¡Imposible! —El cuerpo es más elástico de lo que tú piensas. Lo miró con fascinado horror. —¿Pero por qué desearías que yo considere tal cosa?

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—Me da placer analizar los límites del placer de una mujer. —¿Tú exigirás que yo encuentre el placer aquí en esta habitación? —Hizo un ademán radical con una mano. —De vez en cuando, espero presentarte algunos de estos utensilios y sus usos íntimos. La pregunta es, ¿tú lo admitirías? Midió la habitación. Algo sobre ella la repelía. Algo sobre ella también la emocionaba. Despacio asintió con la cabeza. —Pero no de repente, —corrigió rápidamente—. Y no todos ellos. Sonrío. —Más que indudablemente no de repente. Y no todos ellos. Solamente ésos que sean de tu agrado. —¿Cómo puedo saber cuáles lo son? —Con el tiempo, tu curiosidad crecerá, y experimentaremos. Encontrarás en mí una pareja voluntaria, abierta a cualquier sugerencia. Solamente tienes que demostrar un interés en cualquier dirección y trataré de satisfacerlo. No hay ninguna precipitación. Tenemos un a vida para analizar tales cosas. —¿Qué pasaría si me encapricho en explorar tu cuerpo con algunos de estos dispositivos? —Me complacerá permitírtelo, dentro de lo razonable. Es difícil para mí dejar el control. —Quizás podemos trabajar en eso. Aquí en esta habitación. —Quizás. Rompió el contacto ocular, pero su corazón se había aclarado ante su admisión. Parecía al tacto el comienzo de la confianza. Y puede que algo más.

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Capítulo 25 Jane se sentaba entre los árboles del bosque Satyr, sintiéndose excitada y asustada. Estaba empezando a amar esas tierras y a su propietario. Emma se reuniría con ella aquí un día. Y si permitiera que él lo hiciera, Nick le daría un niño para querer también. El potencial de una verdadera familia parecía dentro de sus manos. Pero si no pudiera sacudir su maldición - y pronto – todo se vendría abajo. Machacó los frágiles tallos que llevaba en su canasta, dejando que las hierbas deshidratadas ondearan en el tazón que había puesto sobre una roca plana. Durante semanas, se las había arreglado para recoger todos los ingredientes que el curativo había especificado. Varios habían probado ser difíciles de obtener, y luego había tenido que esperar que ellos se secaran. Una por una, las hierbas encontraron su lugar en su argamasa. Con su mortero, las aplastó juntas, mirando mezclarse su arco iris de colores. Cuidadosamente levantó el principal ingrediente de su canasta - allium moly . Lo había arrancado de su jardín y envuelto sus raíces en tela húmeda justo antes de venir aqu í. El texto indicaba que debía ser recién extraído. Se desprendió de las flores y las dejó caer en el tazón, moliéndolas con su mortero hasta convertirlas en una mancha amarilla. Por último, añadió gotas de rocío recolectados aquella mañana de las hojas de una planta conocida como manto de dama floreciendo. Pisó la mezcolanza entera en un engrudo. Cuando la poción estuvo lista, la tomó toda, encontrándola amarga sobre su lengua. Después, ningún trueno resonó. Ningún rayo iluminó el bosque. No había nada que marcara la ocasión. Todo había sido hecho de acuerdo con el antiguo libro, se tranquilizó. El filtro desterraría su mancha malvada. Tenía que creerlo. El libro había dicho que el efecto del remedio tomaría varias horas. Simplemente debía esperar. Saltando sobre sus pies, decidió recorrer el perímetro de la gruta. Caminando cerca de uno de los caryatids iii , estudió sus contornos airosos. No estaba segura por qué había ido a tomar la poción a ese lugar. Era el sitio donde había visto una vez ese trío de luces tomar la forma de mujeres. Este lugar la había asustado entonces pero ya no lo hacía. Bostezó, poniéndose cada vez más somnolienta - un efecto secundario de la poción que había tomado. Se sentó debajo de un árbol en el pozo de una silla natural constituido por sus raíces. Era tarde cuando despertó. Se enderezó, recordando. Esperando. Apresuradamente y se retiró con cuidado su traje, bajó su manga. Su mano tembló cuando extendió la mano, buscando uno de sus omóplatos. Cuando el suave plumón hizo cosquillas las puntas de sus dedos y las púas le pincharon, su corazón se detuvo y luego arrancó con la agonía del fracaso. El remedio no había servido.

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Tiró en las púas, gimiendo de dolor, tratando de arrancarlas. Pero había probado eso antes y solo había logrado teñirse a sí misma de sangre. Simplemente brotarían otra v ez. Con un grito, lanzó la canasta y sus ingredientes remanentes al sendero. Pasó por los árboles, tropezó con sus raíces, cayó aquí y allá y luchó al otro lado de campos, luego en el césped, entonces en el pavimento de piedras y mosaico hasta que definiti vamente entró al

Castello. Se precipitó a su cámara y se metió bajo las mantas con su mente corriendo a toda velocidad. No se rendiría. Había demasiado en peligro. Tendría que empezar otra vez. Encontrar un nuevo remedio. Tenía que hacerlo, aunque más no fuera por Emma. Podía quedarse con Nick, se dijo, sintiéndose moralmente corrupta mientras lo hacía. Había escondido lo que era de él demasiado tiempo. Pero un día cercano podrían producir un niño a pesar de sus esfuerzos de prevenirlo. Y cualquier niño que pariera podría ser también extraño, forzado para crecer conteniéndose o separándose del mundo por miedo a ser descubierto. ¡No! No podía arriesgarse a ello. Tendría que salir de aquí. Dejar a Nick. Buscar una cura en otro lugar. Se rizó en una pelota y lloró por el dolor de la pérdida inminente.

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Capítulo 26 Nick entró en su recámara esa noche mientras permanecía sentada en una silla de vellón, leyendo. Con calma resignada, cerró su libro y lo puso sobre la mesita. Los último s minutos estudiando uno los tratados sobre hierbas de su biblioteca le habían brindado un rayo de esperanza. Sabía lo que tenía que hacer. Nick dio un paseo sin rumbo fijo por la habitación. Había estado nervioso sobre algo durante toda la tarde. Ella se había dado cuenta porque su mente había estado preocupada en buscar una manera de informarlo de sus intenciones. -Estás intranquilo. ¿Qué te perturba? —Preguntó. Su mirada era velada. —Estoy intentando tomar una decisión difícil. Y no estoy inclinado a hacer la elección sin considerar todas las posibles repercusiones. Me preocupa. —Si el tema trata de mí, ¿puedo ayudar en el proceso de tomar la decisión? Nick la estudió, tan hermosa y etérea, tan agraciada. La determinación creció dentro de él. Esta noche era el Llamar. Uno especial — el de la segunda luna de mayo. Una luna azul, como la llamaban los lugareños cuando un mes tenía dos Moonfuls. Había llegado el tiempo de causar un heredero. ¿Cuál era la mejor manera de decírselo? Originalmente había planeado llevarla a la cañada esta noche sin que lo supiera. Mantenerla mentalmente dominada con un antiguo hechizo para que cooperara sin recordar nada después. Eso fue lo que su padre había hecho para engendrar a sus tres hijos. Era lo que sus hermanos esperaban que hiciera. ¿Así que dónde venía esta noción de que hacer eso estaba mal? ¿Desde dónde venía esta necesidad de tenerla consigo esta noche, en cuerpo y espíritu, deleitándose en la experiencia completa del Llamado? ¿Saber la verdad de lo qué era la repelería? ¿Escaparía gritando en la noche? En unos minutos, lo sabría. Jane bebió la visión de él, tenía miedo de ver su deseo por ella cambiarse en aversió n. Hace meses en la casa de su tía, le había informado claramente que esperaba a un niño de ella. Y ella había estado de acuerdo. Estaría enfadado cuando se enterara de que había cambiado de idea. Le diría que se fuera, lo sabía. Que lo dejara a él y a su casa. Por Emma, se rebajaría a suplicarle ayudarla a ella y su hermana con los fondos necesarios para hacer un hogar en otro lugar. Seguramente sus servicios hacia él eran dignos de esa concesión. Cómo anhelaba continuar como hasta ahora. Pero no debía. Las hierbas que tomaba todas las mañanas fallarían finalmente. De la unión con él esta noche o en las noches por venir podía resultar un hijo. Uno corrompido por la espantosa plaga que llevaba. Dejarlo era la única decisión que podía tomar en buena conciencia. Tendría que aceptarlo.

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Sus labios se abrieron, para decirle. —Deseo dejarte con un niño esta noche, —dijo Nick antes de que pudiera hablar. —Sé que quieres a un heredero encima de todas las cosas, —dijo, arrepentida—. Y tengo la esperanza de que un día cercano tengas el niño que deseas. Sin embargo… — contuvo la respiración y se mantuvo firme, decidida a decirle las cosas que cort arían sus lazos para siempre. Dejó de lado sus palabras. —Me malinterpretas. Estoy pidiendo tu permiso de embarazarte. —Hablas como si mi permiso fuera todo lo que existe en el camino de la concepción. —Si lo deseas, puedo hacer que la concepción ocurra. Esta noche. Algo en sus ojos la asustó. —No puedes saber eso. —Sí, es algo que sé con absoluta certeza, —dijo. Su voz estaba en calma, segura—. Si tengo sexo contigo esta noche, tú concebirás. Tú puedes negarte, Jane. No te impondré esto si no estás lista. —He querido a tu niño —empezó. —¿Incluso si no puedo garantizar que será humano? —agregó él. —¿Qué? Ella sintió un súbito aire helado rozando su espina dorsal. —¿Qué más sería? —Sería humano en parte. Parte — otra cosa. Sus ojos se clavaron en él. Lo sabía. De algún modo lo sabía. Sangre y oxígeno disminuyeron dentro de ella y luego comenzaron a correr por sus tejidos en un baile desenfrenado e irregular. La exposición repentina de su secreto tan bi en guardado la dejó en carne viva. Necesitaba escapar. Cuando dio un paso hacia atrás, él la siguió. Ella lamió sus labios. —¿Cómo — lo supiste? —¿Pensabas que no adivinaría tus secretos? —la regañó—. Había esperado que confiaras en mí. —No lo hagas. Por favor. Miedo y humillación rebalsaron de ella en olas. Estiró sus manos hacia él, con las palmas hacia fuera como si detener su avance detuviera tanto su cuerpo como sus palabras. Pero ambos continuaron acechándola. —Oigo hablar de tu asombrosa perspicacia, tus habilidades anormales, y tus anormalidades físicas. He visto tus pechos brillando con una pasión no de este mundo, y sospecho que sé la razón por la que escondes tu espalda de mí. —¡Para! —murmuró.

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Cada sílaba era una daga en su corazón. Dio un paso hacia la puerta, pero una mano dura se aplanó sobre ella, clausurando el escape. Envolvió sus dedos alrededor de la manija y tiró, sabiendo que era fútil. —Déjame ir. Conseguiré a Emma de mi tía y me iré. Él agarró sus hombros desde atrás y le dio una pequeña sacudida. —Tú no te vas ningún lugar. Aunque trató de liberarse, una mano tiró de la tela en su espalda, rasgando la tela de su alma hasta que sus omóplatos quedaron expuestos. Se dobló sobre sí misma, muriendo mil muertes silenciosas, mordiendo su labio para evitar gritar con la vergüenza. Se mantuvo frágil y distante mientras él observaba su espalda, esperando que le hiciera añicos con su condena. Pero solamente acarició el horroroso y delicado plumón. Acarició su blandura cubierta de nieve suave. —Sé los orígenes de tus secretos. De esto, —dijo en una voz tan apacible como la lluvia—. ¿Te los cuento? —¡No! —Respiró, liberándose de su asimiento para mirarlo—. ¿Cómo puedes saberlo? Tiró de su camisa hacia arriba para cubrirse. —Tú no puedes escapar de lo que eres, Jane. Te lo contaré ya sea que creas que estás lista para escucharlo o no. —¡Qué entonces! —Gritó, golpeando su pecho con un puño—. Sigue. Mátame con tus palabras. Dime el origen de mi rareza perversa. Si tú lo sabes. Si tú debes. Nick la acercó a él, calmando su cólera. —Tú no eres ni perversa ni extraña. Y no hables de ti en ese tono nunca más. —Si ese es el caso, solamente te pido una cosa. No le digas a nadie más lo que sabes, mi mancha no me afecta solamente a mí. Piensa en Emma. —Lo que tú eres no toca a Emma. Sus ojos se acercaron para conocer los suyos, mientras la pregunta flotaba entre ellos. Su agarre sobre ella se apretó como si esperara que sus próximas palabras la pusieran a luchar otra vez. —Tú eres Faerie, Jane. Proveniente de un padre fantasio. —¿Qué? —Se río de él—. Eso es ridículo. Mi padre y el de Emma tienen es un borracho. Un hombre humano. Y esto no es Irlanda. No hay ningún faerie aquí. Ni nada por el estilo. —Los Faeries ya no habitan Irlanda, aunque te aseguro que lo hicieron una vez y fueron más generoso con su magia allí que en otros lugares. Más con tino: Signore Cova es efectivamente el semental de Emma. Sin embargo, tu padre era del mismo mundo que yo. Un lugar llamado ElseWorld. —Te ríes de mí. Lo que soy me repugna y seguro que también te repugna a ti.

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—Sabe esto, Jane. Cree en esto. Mis conocimientos de tu herencia no me repelen o asustan. Es por ellos que te busqué. —¿Qué quieres decir? —No fue ningún accidente que nos uniéramos. Poco antes de que nos conociéramos, recibí una carta de tu padre que me informaba de tu existencia y de las de tus dos medio hermanas. —¿Hermanas? Asintió con la cabeza. —Raine busca a una de ellas incluso ahora. Lyon pedirá la tercera al final. Serán traídos aquí como tú lo fuiste y puesto bajo la protección Satyr. —No quiero esto. —Jane trató de liberarse de él, pero agarró sus muñecas y la sujetó. —Es la verdad. Ineludible. —¿Estás diciendo que tú y tus hermanos son como yo? —hizo un gesto hacia sus plumas—. No he visto ninguna prueba de ellas. Agitó su cabeza. —Nuestras habilidades son diferentes. Tú tienes sangre de Faerie tanto como la sangre humana de tu madre. Yo tengo tanto sangre sátiro como humana. Un preparado de las tres variedades llenará las venas de nuestros hijos. Tú dijiste una vez que deseabas a esos niños. ¿Esto te hace cambiar de idea? Jane frotó su frente, intentando que su cerebro trabajara más eficientemente. —No sé. Había pensado en dejarte después que habláramos esta noche. Su cabeza se sacudió con sorpresa hacia atrás. —¡Siete infiernos! —No porque deseara hacerlo, sino porque pensaba que mi rareza era detestable. —¿Y ahora? Se alejó de él, agitando su cabeza. —Ahora pienso que todo esto es demasiado para considerar inmediatamente. Necesito tiempo. La mirada de Nick pasó a la ventana. Cuando su atención regresó a ella, se veía más grande y más peligroso, como si hubiera estado ocultando hasta ahora lo que era realmente. —¿Tú oíste hablar del Llamado? —Preguntó. Agitó su cabeza. —Aflige al sátiro una vez al mes. En Moonful. Sus ojos se precipitaron a la ventana y el ojo resplandeciente de la noche. —¿Te refieres a la luna llena? Esta noche ¿entonces? Asintió con la cabeza. —Cuando la luna es pesada y redonda con la luz, el Llamar ocurre. Suscita un deseo muy grave de aparearse dentro de mí y aquellos de mi clase. Nuestros cuerpos cambian. Nuestras necesidades carnales se hacen más poderosas. La mente de Jane hizo clic hacia atrás durante los dos meses anteriores.

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—Pero mientras he estado casada contigo, ha pasado al menos una luna llena. ¿Cómo escondiste esto de mí? —Te dejé y fui a un lugar en el bosque. Hay un lugar de reunión allí rodeado de estatuas construido por mis antepasados. —Lo he visto, o por lo menos sus afueras, —admitió—. Lyon estaba ahí. —Sí, me lo dijo, —continuó Nick—. Del mismo modo que cuando tú lo viste ese día, he ido allí y me he apareado con Shimmerskins. Jane cruzó sus brazos cuando sus celos se despertaron. —¿Te aparearon? Agitó una mano negligente. —No como lo que hago contigo. Shimmerskins son simplemente mujeres de placer fabricadas de niebla para actuar como los deseos del sátiro determinen. Si fuéramos a tomar mujeres humanas en el Llamado, revelaríamos la rareza de nuestra naturaleza. Nos pondría a nosotros y nuestras tierras en riesgo. —¿Qué clase de rareza es que debe ser mantenida tan oculta? No comprendo, —dijo. —Tú eres capaz de comprender, de aceptar mi forma —mi necesidad— si así lo deseas. Ahora que estamos

casados, mis deseos me conducen a querer aparearme contigo

durante el Llamado. Cada Moonful, se me hace más difícil mantenerme alejado de ti. —No te pedí que lo hicieras, —le dijo. Tomó sus manos y los aplanó sobre su pecho bajo las suyas. —Había planeado llevarte esta noche de la misma forma en que mi padre se unió a mi madre humana, sin que siquiera lo supieras. Pero he descubierto un deseo de que me aceptes con el conocimiento completo de qué es lo que ocurre entre nosotros. Así que te ofrezco la elección. ¿Voy a las Shimmerskins esta noche, o haremos un niño juntos? —He estado tomando hierbas. —La confesión escapó de ella sin que se diera cuenta— . Para prevenir la concepción. Sus ojos oscurecieron, se retirando. Se aferró a su pecho, tratando que comprendiera. —No porque no quisiera un hijo tuyo. Sino por el miedo a qué clase de hijo podría darte. No quería que nuestros vástagos vivieran como yo, sin atreverse nunca a tocar la piel de otro ser humano. Su réplica se tornó precipitada cuando un rayo de la luz de la luna lo golpeó. Su voz se tornó urgente. —Mi semilla superará cualquier poción preventiva. La hora de la Llamada se acerca. Dime: ¿debo dejarte e ir al bosque, o tú te brindarás a mí? El silencio tenso cayó entre ellos. ¿Su rareza desencadenaría aún más la suya propia? ¿La encontraría inadmisible entonces? ¿Eso se convertiría en realidad esta noche? Nick se movió para alejarse de ella. —Me brindo, —dijo rápidamente Jane, sin saber de dónde venían las palabras pero sabiendo que se sentían correctas—. No busques a otras para darte placer.

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Sus manos se ahuecaron en su mandíbula, y él le miró fijamente, los reflejos de sus ojos convertidos en charcos de deseo. Suavemente le preguntó: —¿Quieres que te cuente lo que va a venir o tomamos un paso a la vez? —El último, —susurró—. Te quiero, te necesito. Quédate. La acercó, su mejilla apoyada en la suya. —No importa qué clase de intercambio ocurra entre nosotros esta noche, recuerda que te cuidaré. No sufrirás un daño permanente, —prometió su voz de terciopelo. —Tú empiezas a asustarme, —dijo Jane, retirándose con una risa nerviosa. —No es mi deseo hacerlo. —Nick dirigió otra mirada al día que se alejaba. La gruesa vena al costado de su cuello palpitó—. Mi tiempo se acerca. Ven. La llevó a su recámara y cerró la puerta. Dentro, una empleada joven que llevaba una corona de hojas los aguardaba, su cara hermosa de una manera etérea. Cuando la criatura se acercó a ella, Jane respingó instintivamente. —¿E — eres uno de los criados de noche? —Si, —respondió la empleada. Su voz era melodiosa, tranquilizadora—. No me tenga miedo. Soy dryad, estoy aquí para servir. —Déjala ayudarte con tu toilette, —la persuadió Nick—. El tiempo se acorta. Jane retrocedió contra una pared. La dryad empezó a desvestirla con las frías e insistentes puntas de sus dedos. —¿Eres de ElseWorld? —le preguntó Jane. Las hojas en su pelo crujieron cuando la chica agitó su cabeza despacio. —Del bosque. Fui una vez un espino pero ya no. Más allá de ellos, Nick fue a un armario y colocó una llave ornamentada en la cerradura. Retiró una botella y vertió una medida de líquido en dos copas. Cuando su vestido había sido quitado y una bata puesta, la dryad se alejó. El agradecimiento de Jane se encontró con su plácida expresión. Cuando la criatura se deslizó fuera de la habitación, Nick le pasó una de las copas a Jane. —Bebe. Regresó rápidamente y tomó su copa. Jane tomó un sorbo insegura y arrugó la nariz. —¿Vino? —De un cierto tipo. —Empujó su copa—. Toma más. Lo detuvo, agitando su cabeza. —Sabes que no bebo licores. —Es

necesario. Éste es

un elíxir especial

con propiedades mágicas que no

confundirán tu mente pero te ayudará a funcionar como requiero. Los ojos de Jane se abrieron, sus pupilas se dilataron.

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—Ahora me estás asustando, Nick. Tal vez deberías explicarme qué va a ocurrir entre nosotros después de todo. Otra vez echó un vistazo hacia la ventana ennegrecida, y su voz se tornó áspera y urgente. —Es demasiado tarde para faltar a lo prometido. Te necesito. Bebe. Te hará desear lo que brindo. Miró fijamente en sus ojos. Su mente empujó en la suya. Confía en mí. Sin demasiado entusiasmo de su parte, sus manos levantaron la copa a sus labios. Silenciosamente tomó otro sorbo. Nick se movió acercándose y le aflojó el cinturón. La brecha en el frente de su bata se abrió, y la deslizó de sus hombros hasta que se detuvo a la altura de sus codos. Sus pezones se apretaron en el aire fresco, mendigando. Tomó uno en su boca. Un brazo la rodeó por debajo de su bata. Ella tragó un sorbo de vino justo mientras uno de sus dedos se deslizaba por el pliegue entre sus nalgas. Farfullando, apretó sus músculos y trató de zafarse. —Después, luego, —murmuró, sin dejar de tocarla—. Estoy demasiado deseoso. Tiró de su pelo hacia adelante, colocándolo sobre uno de sus hombros y exponiendo su espalda. Suavemente, acarició el blando plumón de plumas que luchaba por crecer. Ella retiró sus dedos, jalando su bata a su posición original. —Ninguna barrera esta noche, —le advirtió—. Quiero todo lo que eres. No lo que deseas ser. La dejó ir entonces, empezando a desvestirse. Ella lo miró, sus ojos reflejando su tensión en crecimiento. Asintió con la cabeza hacia su bebida. —Termínala. La noche viene. Miró fijamente el líquido color rubí girando como sangre en la copa. Tan a menudo se había advertido de los males de licor y había estado aterrada por ellos. Pero sus ojos se posaron en Nick, y vio la necesidad en los suyos. —Tu padre no es el borrachín humano que tú creíste que era, —le recordó—. El elíxir no te hará una adicta. ¿Se atrevería? ¿Podía confiar en él? Había visto sus diferencias y las había aceptado . La aceptó. Era quizás tiempo de confiar. De amar. Un presentimiento de algo trascendental que ocurriría allí la embargó, como si hubiera encontrado las piezas faltantes en el enigma de su vida. Su auto—aversión cayó en declive. Los orígenes del amor propio florecieron, tomando su lugar. La bata se deslizó hacia abajo y luego formó un charco en sus pies. Manteniendo su mirada, levantó la copa a sus labios. La poción se deslizó ahora fácilmente por su gargant a, calentándola. La siguiente vez que se acercó a ella, estaba desnudo.

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Esta vez, cuando deslizó un dedo a lo largo de la hendidura de su trasero, apenas lo registró. Él sumergió un pulgar en un plato poco profundo de aceite que la dryad había preparado y lo deslizó en su interior. Apretó

sus

músculos,

desafiándolo

sin

entusiasmo.

El

pulgar

se

deslizó

profundamente, obstruyendo su intocado portal, y luego lo retiró para recoger más aceite antes de introducirse otra vez. Su cabeza colgó contra su hombro. —¿Qué estás haciendo? —Murmuró. —Más, —la indujo, inclinando la copa a sus labios cuando empezó a olvidarse. Bebió hasta que la copa estuvo vacía, mientras que su pulgar aceitado probaba su ano una docena de veces o más. Ella acarició uno de sus pezones con la yema de un dedo y suspiró. Las inhibiciones la estaban abandonando. La copa cayó al piso cuando dos dedos aceitados reemplazaron a su pulgar y trataron de abrirse camino dentro de ella. Ante esto, ella quiso retirarse, pero otros dedos comenzaron a darle gusto a su clítoris y no deseaba que los retirara. Una repentina e intensa necesidad se precipitó por ella, y giró sus labios hacia su garganta. —Únete conmigo; —suplicó en un ronco susurro. —Pronto, —gruñó. Vagamente ella fue notando un nuevo cambio en su cuerpo. La piel en su ingle se había extendido. Una enmarañada y velluda piel su tronco inferior y pantorrillas ahora. Era como el pelaje de un animal. —Tú eres diferente, —dijo, pasando una mano a lo largo de su muslo. —Un rasgo de mis antepasados que regresa con cada Llamada, —murmuró—. ¿Te ofende? Su pantorrilla se enganchó sobre la suya, frotando placenteramente. —No, lo encuentro curiosamente placentero, —dijo. Casi sin darse cuenta notó una nueva diferencia contra su estómago. Cuando se retiró, sus ojos se abrieron. Su de por sí ya generosa verga había adoptado nuevas y ligeramente monstruosas proporciones. Había cultivado al menos dos centímetros y medio de longitud, pero su aumento más impresionante estaba en su grosor. Lo acunó en su palma y lo encontró pesado, suave. Lo miró interrogante. —Otra característica del Llamado. Me gusta pensar en ellas como centímetros de bonificación, —la embromó. Toda gracia lo dejó repentinamente. Sus ojos se dilataron, y su mandíbula se endureció como el granito. Tambaleándose, aferró su vientre, plegándose hacia adelante cuando un calambre se apoderó de él. —¿Qué pasa? —Preguntó, inclinándose a su lado. El gruñó enseñando los dientes, incapaz de modular una palabra. Momentos después, se enderezó otra vez, y permaneció erguido.

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Otro cambio mucho más consternarte había ocurrido en su cuerpo, según pudo v er. A pocos centímetros encima de su verga, un segundo eje sobresalía ahora de la región de su pelvis. Era un duplicado de su otro pene, aunque ligeramente más pequeño. Estriado con venas púrpuras y coronado con enrojecidas cabezas rollizas, ambas vergas se movían ansiosamente hacia ella. Un cosquilleo de miedo traspasó su somnoliento deseo. Pero su necesidad de tenerlo en su interior era más apremiante que eso. —Hazlo, —le pidió—. Sabes lo que debes hacerme, hazlo. No puedo esperar a tenerte ni un segundo más. Él gimió y la apretó contra sí. —Gracias, Jane. Juro que encontrarás un poco de placer. Echó el ojo a sus vergas cautelosamente. —Te recordaré esa promesa. La llevó a la cama, la colocó a cuatro patas y luego se arrodilló sobre el colchón detrás de ella. Una mano se desvió alrededor de sus caderas para sujetarlas en alto y la otra se ubicó entre sus omóplatos. Cuando la tuvo en la posición que deseaba; su cara sobre la almohada, sus piernas extendidas, y su trasero ofrecido a él. Sus dedos flexionados se internaron entre sus piernas, la empaparon con aceite cuando la recorrieron desde el clítoris a la hendidura del trasero. Un nudillo empujó su ano. —Te tomaré por aquí solamente una vez esta noche, —le dijo—. Al lograr satisfacerse una sola vez, mi verga pélvica desaparecerá nuevamente. Agarrando sus caderas, se acomodó cerca. Su nuevo pelaje picaba, causando que sus labios se contrajeran en avara expectación. Las cabezas de sus vergas encontraron ambas sus puertas. Y espolearon. Aguijonearon. Ensancharon. Las sábanas se acumularon bajo sus manos. En su necesidad, su cuerpo podría haber tomado su expandida verga humana sin ningún problema. Eso era, sino fuera por la otra, la segunda intrusión que estaba intentando en su trasero. —¡No! ¡Detente! —exigió, intentando retirarlo—. Realmente, lo siento, pero temo que no puedo. Sus grandes manos la sujetaron todavía en posición. —Las cabezas son las más difíciles de tomar. En cuanto son envainadas, el resto irá más fácilmente. —¡No! En serio. Es demasiado horrible, —lloró, consiguiendo zafarse esta vez. Se enroscó sobre la cama para mirarle fijamente. Un brillo ligero de sudor brillaba sobre la frente y pecho de él, y parecía estar cas i en agonía. —Debes tomarme, Jane. —Su voz era grave—. Tengo que grabarme en ti. Es demasiado tarde para buscar el alivio en otra. —No quiero que busques a otra. Pero, ¡oh! —

169

Sus manos agarraron sus vergas en sus raíces y los recorrieron hasta la punta, desparramando el líquido preseminal sobre sus cabezas. Su raja palpitó ante la

erótica

visión. Sus ojos la hechizaron con una promesa perversa. —Trata otra vez. Juro sobre el nombre de Baco que no te lastimaré. —¿Podría tomar más elíxir primero? —le sugirió. Con admirable estoicismo, la dejó y se abrió paso al armario donde llenó otra copa hasta la mitad. Ella apartó la mirada de sus asombrosas proporciones mientras se reunía co n ella sobre la cama. Sujetó la taza contra sus labios. —Hazlo rápido. Se bebió de un trago la infusión con pánico, deseando que la ayudara a resistir la terrible experiencia que tenía por delante. El vino se arremolinó a través de su sistema, enviando una explosión de euforia con él. Bebió otra vez. La sensación de intenso deseo se fortaleció, envolviéndola otra vez. La copa se deslizó de sus dedos, dejando gotitas de rubí en las sábanas inmaculadas. La arrojó al piso, le miró hambrienta y le sonrío coquetamente. Se sentó sobre sus muslos mirando hacia él, peinando sus dedos a lo largo de sus muslos cubiertos de piel. Inclinándose sobre su regazo, tocó con sus labios su eje pélvico más pequeño, chupando ligeramente. Él dejó caer su cabeza hacia atrás gimiendo. Ella se incorporó y levantó una mano para frotar su mandíbula. —Ven dentro de mí. Te necesito, —lo atrajo. Sus ojos ardieron en los suyos. Con manos temblorosas, la jaló hacia sí y besó su boca. Entonces la devolvió a pose anterior y volvió a ajustar las cabezas de vergas rápidamente en sus entradas. Nuevamente empezó a presionar. Pero esta vez ella solamente murmuró cuando la presión aumentó, sacudiendo su cabeza sobre la almohada e inclinando su espalda para darle el mejor acceso. El elíxir estaba burbujeando en sus venas, y su cuerpo lo ansiaba. —Rápido, —pidió. Sus dedos agarraron sus caderas convulsivamente. Ambas cabezas la abrieron, empujando hasta que su cuerpo engulló y las tomó. La afilada mordedura de la doble penetración le dio una pausa momentánea. El escozor continuó mientras avanzaba, estirándola casi más allá de la resistencia. Aunque su cuerpo lo instaba, Nick fue despacio, dándole tiempo de acostumbrarse. Su viaje parecía interminable. Vagó con sus manos sobre las curvas convexas de su trasero, presionando siempre hacia adelante. Finalmente su mata se mezcló con la suya. —Ahhh, joder. — Sus párpados cayeron, y sus labios adquirieron una curva sensual cuando el placer quemó su alma. Había oído que el polvo del Llamado era más intenso con una verdadera compañera. Era verdad. Nunca había sentido una sensación tan exquisita.

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—Tenías razón. Lo primero fue lo peor. —se río tontamente Jane—. ¡¡Ah!! Me salió una rima. Hizo una mueca en una parodia de sonrisa mientras sus vergas empezaban a trabajar hábilmente sus pasajes al unísono. Cada uno de ellos podía sentir al otro moviéndose dentro de ella. El masaje no era como nada que hubiera experimentado antes. Su cuerpo y mente completos parecían poder aferrar el cielo. Soltó sus jugos interiores, facilitando el camino. —Lleno, tan lleno, —murmuró ella. Pronto hurgó más profundamente, martilleando su carne en ella como el animal en celo en que se había convertido. Sus ojos se oscurecieron al ver los globos parejos de sus nalgas estremeciéndose y cediendo ante su caliente dureza. Se inclinó sobre ella y presionó una palma en su estómago, sujetándola para su áspero y pagano apareamiento. Fijándola contra su cuerpo buscó su placer dentro del suyo. La folló ferozmente, gruñendo su disfrute, hablándole en un idioma urgente y arcano que acicateaba su pasión siempre en ascenso. Anhelando alcanzar la satisfacción, se elevó sobre brazos y piernas, arqueándose en su ritmo. El pelaje de sus muslos y caderas golpeaba contra ella, y los sacos de terciopelo de sus testículos la abofeteaban con cada embestida. La sensación le lamió las terminales nerviosas, serpenteando, amplificando. Se agitó con

él.

Ardía

con

él.

Buscando

ese

sentimiento

maravilloso

que

estaba

sólo....al....alcance....de..... Chilló ante la brusquedad de su logro, corriéndose en su primer clímax con todo su cuerpo. Sus muslos se estremecieron y sus brazos cedieron. Sus pezones se estremecieron hasta que brillaron con el enfebrecido azul plateado de la luna nocturna. Sus canales se contrajeron y relajaron exprimiéndolo poderosamente, hechizándolo con la promesa del éxtasis. Su carne dominó la suya, atrayéndolo inexorablemente en una vorágine de terciopel o. Con un gran empujón final, Nick se adentró tan profundamente que la hendidura de su punta besó los labios de su útero. Él conoció el momento suspendido del júbilo perfecto. Entonces sus facciones se retorcieron. Y estalló, derramando sus semillas de vida profundamente en su interior. Como una fuente a la luz del sol, su semilla centelleó en el la, palpitando una y otra vez hasta que, definitivamente, quedó desprovisto de ella. Y se regocijó. Era padre. Protegió su espalda con su cuerpo, su respiración cortando dentro y fuera de sus pulmones como si hubiera corrido muchas millas. Tiempo después, Jane se retorció, su ano que apretó de manera involuntaria cuando su miembro pélvico retrocedió por su recto mojado. Ahora que había logrado su propósito, la verga se encogió hasta desaparecer mansamente hacia atrás en su piel. Sus labios rozaron su hombro. —Mi segunda pija está extinta, —le dijo—. No te molestará más esta noche.

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No hizo ninguna mención del hecho de que su otra verga, mayor de lo normal permanecía dentro de su vagina, posicionada y vibrando. Se movió contra él. —Pensaba que sentí, es que....¿no te derramaste dentro? Una mano acarició su costilla. —Ésta es la manera del Llamado. Mi eje no se pondrá fláccido hasta el amanecer. Ella le sonrío por sobre el hombro. —Excelente. —Me alegro de que pienses así. —sonrió y se retiró solo lo suficiente para ubicarla de frente a él y resbalarse en ella otra vez. Envolviendo una mano bajo su trasero y la levantó ligeramente, inclinando sus caderas hacia adelante. La folló sin profundidad por un rato, dejando que su entrada masajeara la punta de su ciruela hinchada, observándola complacerlo una y otra vez. Los pétalos de sus labios se plegaban hacia dentro con cada empuje y luego se desarrollaban hacia fuera con c ada retirada. Su mano se deslizó más alto a lo largo de sus caderas, y presionó acercándola, mirando su cara. —¿El elíxir hizo su trabajo entonces? ¿Mi segunda verga no te causó demasiada zozobra? —No, tú tenías razón. Él—¡¡ah!!?

—gritó, sobresaltada, tratando de incorporarse

escapar a toda prisa—. Algo lo está—¡ah!! ¡Un instrumento serpentino no identificado se había desplegado por debajo de su escroto para hacer cosquillas todo el camino dentro de su ano! Movió su trasero en confundido deleite cuando más de esa larga intrusión con forma de lengua siguió su camino en su entrada trasera. —¡¡Oh!! ¿Qué es ése? —Preguntó, suspirando a pesar de la rareza de aquello. —El buscador. Otro de los protagonistas del Llamado, —le informó con una sonrisa libertina—. Me han dicho que las mujeres lo disfrutan enormemente. El largo apéndice se deslizó dentro de la hendidura arrugada de su trasero, lamiendo sus fluidos y curando su tejido desgastado. —Para, oh, dios, eso es cierto— Un segundo clímax la sorprendió en pocos segundos, y sus tejidos provocaron que Nick estallara con ella. Captando el olor de su excitación sexual, la intrusión con forma de lengua se deslizó de su portal trasero. Rodeó la raíz de la verga de Nick como una enredadera retorcida, lamiéndole la apertura vaginal como pidiendo entrar. Nick lo empujó, su expresión concentrada mientras se concentraba en el placer suscitado por su orgasmo mutuo. —No todavía. La intrusión pareció aceptar la sugerencia. Se desenroscó y pasó a girar alrededor de su clítoris, haciendo cosquillas, excitando, tentado. Jane gimió.

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—¿Qué está haciendo? Nick respondió descuidadamente. —Quiere aliviar cualquier desasosiego que mi cuerpo causara en el tuyo durante esta noche. Para mantener tu excitación sexual en un tono que asegure tu buena voluntad de aparearte conmigo todo el tiempo que requiero. —¿Cómo hace eso? —Preguntó a Jane. —Deja una secreción que cura cualquier pequeña lesión que mi cópula persistente cause dentro de ti. Tú lo agradecerás a medida que transcurra la noche. Tenía razón. Después de su décima cópula, Jane perdió la cuenta de cuántas veces la folló y de cuántas maneras. Zarcillos húmedos de pelo enmarcaban su cara colorada, y respiraba en jadeos. Pero no estaba escocida ni dolorida. Sus dos apéndices le prestaron atención durante toda la noche, y ella a ellos. Lo recibió voluntariamente como necesitaba y por la mañana se sentía totalmente explorada. Con la llegada del amanecer, todo estímulo cesó. El buscador disminuyó de longitud bajo sus bolas y se retrajo dentro de él hasta que desapareció. Suspirando, se quedó dormida en sus brazos. Cuando despertó era casi el mediodía y Nick no estaba. Se movió cautelosamente de la cama. Sus músculos protestaron, pero no estaba tan incómoda como debería haber estado después de una noche como la que acababa de pasar. Se miró atentamente al espejo. Sorprendentemente, ni su cuello y ni sus pechos tenían marcas de sus labios. Ningún lugar de su piel estaba rasguñado o contusionado. Solamente una sensación leve y agradable dentro de sus canales inferiores quedaba como recordatorio vívido de la noche. El buscador había hecho bien su trabajo. Igual que lo había hecho su marido. Era feliz, se dio cuenta repentinamente. Había una nueva ligereza en su corazón como resultado de que una gran carga hubiera sido levantada. Emma no estaba en peligro de ser como ella. Porque ninguna sangre contaminada fluía en las venas de su hermana. Y ahora tenía un nombre para poner a su propia rareza. —Faerie, —susurró en la libertad del fresco aire matutino.

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Capítulo 27 Cuando Jane se reunió con Nick en el desayuno, la besó a plena vista de los criados de día. Aunque era una chocante desviación de las normas que debería haberla deleitado, descubrió que solamente podía devolverle lánguidamente su abrazo. La euforia que había experimentado al despertar había pasado rápidamente. Con velocidad sorprendente, otro presentimiento había tomado su lugar. Náuseas. Sentía cómo su estómago se revolvía ahora, amenazando impedirle disfrutar el desayuno. La mezcolanza aromática de huevos y tomates sobre la fuente la repelía. Incluso el té ligeramente especiado la enfermaba. Empujó todo a un lado y puso cara rara. —¿No estás hambrienta? —preguntó Nick con sorpresa. No dudaba que después del ejercicio de la noche pasada, esperaba que ella estuviera hambrienta. A decir verdad, lo estaba. Pero aún así la comida la repelía. —Lo estoy. No puedo pensar qué— Repentinamente, el color abandonó su rostro y sus ojos se abrieron horrorizados. Empujó la mesa y corrió por la cocina al jardín, donde descargó sus náuseas en una cama de peonías. —¿La Signora está enferma? —Escuchó preguntar a uno de los criados preguntar desde atrás de ella. —Trae agua y lino, —ordenó Nick. Con su ayuda, se puso de pie y se sentó sobre un banco de piedra. Se desplomó con sus antebrazos posados sobre sus muslos, tan pálida y desanimada que apenas notaba que le acariciaba el pelo. Se sintió ruido de pasos dirigiéndose hacia ellos sobre los azulejos de mosaico. Era el criado que llevaba lo que le había solicitado. —Ponlo ahí y déjanos solos, —pidió—. Todos ustedes. Oyó que la puerta se cerraba, estaban solos. Un paño nuevo y mojado atropelló su boca y cara, trayendo la fresca y bienvenida humedad. Nick le pasó un vaso de agua que bebió con avidez. Se apoyó contra él, y envolvió un brazo alrededor de ella. —Me siento horrible, —contó sus botones—. Quizás el elíxir anoche no me cayó bien. Nick la miró desde arriba. —No es el elíxir que te hace sentir enferma, —le informó francamente—. Es el niño que te di anoche. Lo miró con una risa sobresaltada. —Ni siquiera tú puedes arreglártelas para saber tal cosa tan rápidamente. Bajando una mano dentro de su corpiño, rozó ligeramente su pezón. —¡¡Oh!! —Se sacudió y puso una mano sobre la suya encima de la tela para suspender su contacto—. Estoy sensible.

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—Porque estás embarazada. —Muy probablemente debido a tus atenciones recientes. Su mano ancha dejó su pecho para extenderse sobre su abdomen, evaluando sus contornos a través de su falda. —Es más que eso. Tu estómago y tus pechos se están hinchando ya. Tú has concebido. Tu cuerpo lo sabe incluso si tu mente todavía no lo ha aceptado. Agitó su cabeza contra su pecho. —Es demasiado pronto para tales cambios exteriores. Si estoy mostrando señales, la concepción debe haber ocurrido entre nosotros hace unas semanas. Las hierbas deben haber fallado. Nick hizo caso omiso de tal especulación fácilmente. Había sabido el momento exacto en que su semilla había palpitado en su útero anoche. Pero compartir esta confirmación física con ella era asombrosamente placentero. Descansó su barbilla sobre su cabeza, contento. —Jane, esto es estupendo. Noticias realmente felices. Cuando no replicó, bajó la vista para observarla. —¿No estás feliz? Sus ojos mostraban preocupación cuando habló. —Si, es cierto, estoy feliz, por supuesto. Estoy manteniendo mi promesa. Cepilló el dorso de sus dedos a lo largo de su pómulo y luego rodeó y acarició la parte su nuca bajo el borde de su cabello. —¿Pero aparte de eso, estás feliz? ¿Quieres a nuestros niños, lo que serán además de su sangre humana? —Amaré a cualquier niño nuestro. Pero el malestar me consume, y la maternidad parece distante en este momento. —No tan distante, —murmuró—. Los niños sátiro nacen rápidamente. Será cosa de.... Se perdió el resto de sus palabras cuando una nueva incumbencia levantó su cabeza. —¿Mi condición quiere decir que dejarás de visitar mi recámara? Su mano se calmó sobre su cuello. —Lo que quiero preguntar es, ¿me visitarás todas las noches como lo has hecho hasta ahora? Me disculpo si mis preguntas son inapropiadas, pero no deseo ser retenida en suspenso sobre este tema. Plantó un beso breve sobre sus labios y luego llevó su cabeza a su pecho. —No iré a ti durante tu confinamiento. Se estremeció. —No porque disminuya mi deseo por ti, —le garantizó—. No lo haré porque es la manera antigua. —¿Pero cómo te las arreglarás sin mis, uh, atenciones —en la recámara?

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—No será fácil. —Su mano se curvó sobre su estómago otra vez, frotando en tiernos círculos—. Mi deseo de aparearme solo aumentará durante tu tiempo de gestación. Sin embargo, me las arreglaré. No tengo elección. La manera en la que lo haría en que lo haría era precisamente lo que trataba de evitar ella. —¿No podríamos buscar algún método de liberación carnal que suplante la verdadera unión? Seguramente eres lo suficientemente creativo para ofrecer sugerencias en esa área. Sí, tenía muchas sugerencias que le gustaría brindarle en esa área. Incluso después de la noche pasada, su polla latió con la falta de ella. Media docena Shimmerskins nunca le habían dado el placer que su esposa le había dado la noche anterior. Hacía brotar un profundo miedo en él. Era quizás mejor que las circunstancias lo forzaran a distanciarse durante la incubación del niño. No podía permiti rse atontarse tanto como para olvidar sus otras obligaciones. —Negarme es una parte necesaria del proceso. Dará fuerza a nuestros vástagos si me retengo de ti hasta su nacimiento. Era lo que había temido que pudiera decir. Había oído por casualidad a una empleada quejarse a otra que su marido no encontraba placentero unirse con su esposa embarazada una vez. Así que, en este tema, los humanos y los sátiros eran aparentemente parecidos. —Muy bien, —susurró, asintiendo con la cabeza—. Gracias por tu consideración. La apretó contra él, y brevemente se sintió apreciada. —Soy yo el que te agradece. Piensa solamente, Jane, vamos a ser padres. Jane le regresó el abrazo. Estaba encantada, pero también estaba asustada. ¿Cómo prescindiría de las relaciones sexuales posiblemente por nueve meses su viril marido? ¿Qué pasaría si buscaba a otras mujeres? Seis noches después, Jane estaba tendida en la cama con su parte espalda curvada a lo largo del pecho de su marido. Nick dormía tranquilamente, llevando pantalones como hacía cada noche desde que fue consciente de su embarazo. Y realmente estaba embarazada. Estaba segura ahora. Veía nuevas pruebas de ello diariamente. Irónicamente, ahora que la había declarado intocable, Nick había empezado a dormir en su cama durante toda la noche. Aunque daba la bienvenida a su presencia, la frustraba casi más allá de la resistencia. La falta de relaciones sexuales con su marido la acosaba, impidiéndole dormir. Noche y día, no pensaba en nada más que eso. Su respiración en su cuello, un roce informal de una mano sobre su piel, o el cambio de sus cálidos muslos en contra de los suyos — todo se convertía en una tortura sensual. Incluso ahora, la tibia protuberancia en su entrepierna la pinchaba haciendo que lo anhelara a través de la tela que lo limitaba. Había sido así todas las noches. Incapaz de soportarlo un segundo más, deslizando una mano entre sus cuerpos lo encontró y lo acarició en la oscuridad. Era grueso, disponible. Tenía que tocar su piel.

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Furtivamente desabotonó sus pantalones. Tomó algunos minutos, pero no despertó. Ensanchó la brecha que había creado en la tela y acarició la columna dura de calor que encontró dentro. Cuando gimió y rodó sobre su espalda, ella tomó rápida ventaja. Enroscándose, se agachó bajo las sábanas y se movió más abajo sobre él. Cuando su lengua encontró su punta, la giró sobre su miembro. Un dardo feroz de lujuria parpadeó entre sus muslos. Nunca lo había necesitado más. Repentinamente, se despertó Se separó de ella, su rodilla topando contra su barbilla en su apuro por retirarse. Las manos fuertes la buscaron por debajo de la colcha y la aferraron por las axilas, levantándola en el aire fresco. A través de la oscuridad, acusadores zafiros cubrieron necesitadas esmeraldas. —¿Qué estás haciendo? —exigió cortante. —¿No te gustaba? —Por supuesto que sí — ése no es el punto. Había alineado su entrepierna a la suya sin querer, y se meció impotente contra él. Sus dedos se estremecieron sobre ella, pero no la empujó. Intuyendo un pequeño defecto en la armadura de su resistencia, slide sus brazos alrededor de su cuello y acarició sus labios a lo largo de su mandíbula. —Ha pasado casi una semana, —lo provocó—. Sé que estás en problemas. ¿No permitirás que disminuya tu tensión? Su eje tembló bajo la caricia mojada de sus labios vaginales. Gimió, su voluntad debilitándose obviamente. Alzándose, buscó su corona con sus labios abiertos. Su carne íntima era un doloroso vacío, vibrando ante la falta de él. Lo encontró. Sus ojos se encontraron. Leyó su sombrío deseo y detectó la victoria inminente. —¿Por qué no tomar la ayuda que brindo? —Cuchicheó, acariciando su cara. Abrió sus rodillas, dejando que el peso de sus partes inferiores se presionara sobre él. Cuando sus labios inferiores ahondaban sobre su corona, la volvió. La aferró por sus caderas y la hizo detenerse. —No, Jane, —dijo firmemente—. Aunque me duele decirlo. Molesta, se separó de él y observó la protuberancia bajo sus pantalones. —Te sacrificas a ti mismo y también me lo niegas a mí. ¿Es que no tengo ninguna voz en el t ema? Deslizó una mano sobre su rostro. —¿Tú no piensas que lo encuentro tan difícil como tú permanecer separado de ti? Por el bien de nuestro niño nonato, debemos privarnos de nuestra satisfacción. En ninguna de sus formas. Eso quiere decir que tampoco debes estimularte a ti misma por tu propia mano. ¿Comprendes? —¿Cómo puede ser de beneficio a nuestro niño nonato esta abstinencia anormal? — Discutió. Le hizo un gesto de inutilidad.

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—No es nada que pueda explicar. Solamente puedo decir que es— —La manera Satyr, —lo interrumpió—. Lo sé, lo sé. Sintiéndose rechazada, rodó fuera de él. Lágrimas de la frustración se aferraban a sus pestañas, pero presionó su cara en la almohada antes de que pudieran caer. Nick la jaló en el hueco de su pecho, brindándole confort a pesar de su resistencia. La apoyó contra él, envolvió un brazo sobre ella, asegurando sus manos caprichosas bajo las suyas en su pecho. Su voz era suave en su oreja cuando le dejó caer un beso. —No será durante mucho tiempo. Lo soportaremos. En segundos, se quedó dormido, dejándola soportándo sola la frustración de su proximidad. Treinta minutos después, sus labios acariciaron su hombro mientras murmuraba en sueños. Una hora después, sus muslos deslizaron los suyos hacia adelante, imponiendo la dureza de su eje momentáneamente en un firme contacto con su valle. Suspiró. No pudo dormirse hasta cerca del amanecer.

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Capítulo 28 Tres semanas después Jane salía de su carruaje frente al chalet de Izabel en Florenci a. Aferró la barandilla mientras subía las escaleras de la entrada con pasos desgarbados y lentos. Los ojos del mayordomo se abrieron mientras le franqueaba la entrada. —La Signora está recibiendo esta tarde, —le informó desconfiadamente. —¿Y Emma? —Preguntó Jane. —Por ahí, —le respondió vagamente. Una carta había llegado aquella mañana de Emma pidiéndole a Jane que la visitara. Aunque no traía noticias especiales, el tono de la misma había sido extrañamente preocupante. Tan preocupante que Jane se había aventurado a salir sin consultar con Nick, esperando hablar con su hermana. Después de viajar por horas, se negó a ser disuadida. —Entonces iré a la sala de recibo para hablar con mi....Tía, —le dijo. Tropezó sobre etiquetar a Izabel como su —tía— ahora que sabía que era una mentira. Sin embargo, ella y Nick habían estado de acuerdo en que la mentira debía ser perpetuada. Si la verdad fuera sabida, probablemente Izabel nunca permitiría que Emma fuera a vivir a Blackstone. Jane encontró su camino a la sala de recibo donde su tía antigua daba audiencia con varias de sus amigas más apreciadas. Izabel fue la primera en notarla. Sus ojos cayeron a la cintura de Jane y se puso de pie, su servilleta cayó de su regazo. Su cara era una imagen de la conmoción. —¡Estás embarazada! —Espetó—. Pero mi dios. ¡Estás inmensa! Sus compañeras se giraron para mirarla con ojos desorbitados. —Gemelos, por lo que veo, — dijo la Signora Bich. —O trillizos, — dijo la Signora Natoli. Izabel y sus amigas cambiaron miradas intencionadas. Jane abrazó inconscientemente su voluminoso talle. Se había preguntado si no se habría hinchado más rápidamente de lo esperado. La consternación obvia de las mujeres exacerbó sus preocupaciones. La expresión de Izabel cambió rápidamente a una de deleite. —¡Pero esto es estupendo! —Dijo dirigiéndose hacia ella con los brazos extendidos. Las otras damas rodearon a Jane con exclamaciones de oohh y ahh. Moldearon su estómago a través de su vestido con demasiada familiaridad, evaluando su forma y tamaño como si fuera un objeto separado de ella. Se sentía inquietamente vulnerable sin su corsé rígido y protector, que había inevitablemente abandonado hacía semanas. Se sentó para librarse de su tacto. —He llegado a visitar a Emma, pero tu mayordomo me dice que no está en casa hoy. —Signore Nesta trajo a sus hijos de visita. Él y su madre han sacado a Emma a pasar la tarde, —explicó Izabel.

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—¡Oh! Jane tenía ganas de llorar al encontrar que Emma había salido. Pero en realidad esos días hasta la cosa más nimia la hacía llorar. Otro efecto de su condición era evidente en la gran opulencia de sus pechos. Se habían puesto tan susceptibles que hormigueaban ante la frotación más leve de la tela. Sin embargo, lo peor de todo era el constante estado de excitación sexual que Nick insistía que debía aguantar. La amenaza de la erupción era un gran peso sobre su mente, y la vigilancia contra ella lo retenía más y más en la viña. Todas las noches, regresaba a casa cansado y rendido, por lo que se dormía rápidamente. A diferencia de ella. ¿Tal abstinencia era realmente necesaria? Cuando las otras damas se sentaron nuevamente en círculo sobre sus canapés, Jane se dio cuenta de que ésta era su oportunidad de preguntar. Era un asunto indecoroso, pero uno sobre el que damas con su experiencia podían echar luz. Todas se habían cas ado en cierto momento, y la mayoría tenía hijos. —¿Estoy inusitadamente grande entonces? —arriesgó. —Tienes la barriga de una mujer en su mes final, —le informó la Signora Ricco, llevando rápidamente una fruta confitada entre sus labios. Jane tragó. Como madre de seis hijos, la Signora estaba en posición de saberlo. La Signora Natoli asintió con la cabeza. —A este paso estarás grande como una casa para el momento en que estés lista para dar a luz. Jane palideció. —Deja de asustar a la niña, —reprobó Izabel. Avanzó poco a poco en su asiento y tomó la mano de su sobrina. Ideas preocupantes, eróticas destellaron en la mente de Jane ante el breve contacto. Retiró su mano, fingiendo enderezar sus faldas. No era capaz de tener contacto con la piel de nadie excepto la de Nick, y más aún cuando las emociones del otro eran inusitadamente poderosas. —Una mujer está destinada a ser una nave para la pasión de su marido y atender el nacimiento de sus hijos, —le dijo Izabel—. La maternidad es una bendición, ¿no, damas? Los otros en el semicírculo movieron sus cabezas diligentemente. —No quisimos causar excesiva alarma, —dijo la Signora Ricco. —No tienes que preocuparte, —añadió la Signora Bich. —Estoy tratando de no hacerlo, —dijo Jane—. Sólo es que me he puesto grande tan rápidamente. Nick me ha advertido contra eso, pero me pregunto si no debería consultar con un médico. Izabel la fulminó con la mirada. —Tu marido sabe qué es lo mejor. Debes obedecer sus deseos. —Sé que tiene buenas intenciones. —¿Es un marido considerado entonces? —Preguntado la Signora Natoli, sus ojos que se agudizaban con el interés.

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Jane se movió incomoda. Era una oportunidad de expresar sus preocupaciones sobre la falta de atención de Nick en su cama, pero estaba renuente. —Sí, muy considerado. La Signora Ricco se inclinó hacia adelante. —¿En todos los aspectos? Jane echó un vistazo al círculo de mujeres. Sus miradas eran ávidas. —Vamos, habla francamente, —dijo Izabel—. Todas hemos tenido sexo con hombres. Y tú no eres más una doncella. La Signora Bich echó un vistazo al estómago de Jane disimuladamente. —Bien, ¡eso es obvio! Las otras se rieron disimuladamente, y Jane sintió que las lágrimas se formaban otra vez. —No debo hablar de temas privados. —Vamos, vamos, tú eres ahora una esposa experimentada. No hay daño, —dijo la

Signora Ricco. —Ningún daño

realmente. Seguramente debes tener preguntas sobre el parto

inminente de tu hijo, —dijo la Signora Bich. Sus ojos encuestaron el volumen de Jane—. O hijos. —No debes dejarlas pasar hasta que estés en la cama de parto y sea demasiado tarde, —informó Izabel—. Es mejor estar preparada. Las otras cloquearon su acuerdo. —Tengo una pregunta, —dijo Jane—. Espero que no les asuste. —¿Sí? —Preguntó a Izabel. Aunque nadie se movió, Jane se sintió repentinamente rodeada. Se inclinó hacia adelante. —Yo… ¿es necesario que un marido se abstenga de tener relaciones físicas con su esposa durante su confinamiento? Un silencio cayó. Las mujeres permanecieron tranquilas, aguardando la decisión de Izabel sobre el tema. Raro, debido a que Izabel era la única de todas ellas que no había parido hijos. —Eso depende del tamaño del órgano viril su marido, —mintió Izabel suavemente—. ¿Lord Satyr está especialmente bien dotado? —Tomó un sorbo del té. —No tengo nada con qué compararlo, —murmuró Jane, sintiéndose cada vez más desconcertada. —Más de diecinueve o veinte centímetros de longitud es considerado muy bien dotado, —dijo la Signora Natoli. Los ojos de Jane se abrieron. Izabel devolvió su taza a su platillo con cuidado deliberado antes de levantar su mirada. —¿La longitud de tu marido es superior a diecinueve o veinte centímetros? Las mujeres contuvieron la respiración al unísono.

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—No lo he, ummm, medido, —Jane dio rodeos. —Calcula, —indicó la Signora Bich. Jane se movió al borde le la silla haciendo un ademán de levantarse. —Se está haciendo tarde. —¡Espera! ¿No tienes preguntas sobre el parto mismo? —Preguntó la Signora Ricco. —¿Deseas que te asista? —Preguntó Izabel—. Quizás debería instalarme en tu casa y esperar el parto. —Excelente idea, Izabel, —dijo la Signora Bich. Jane agitó su cabeza. —No he pensado en tales cosas todavía. Solo estoy en mi primer mes de embarazo. La Signora Natoli se atragantó con su té. —¡Un mes! Pero— —¡Mi querido dios! Jane giró sobre su silla para encontrarse con Signore Cova en la entrada. Su boca colgaba abierta, y sus ojos asombrados fueron atraídos a su talle expandido. Izabel se puso de pie rápidamente y se apuró hacia él con las faldas aleteando. Silenciosamente lo dirigió fuera de la habitación. Su voz resonó a través del vestíbulo de mármol, regresando claramente para ser escuchada por todos. —¡Esa ramera! —acusó. La respuesta de Izabel, aunque llegaba a sus oídos, era un murmullo ininteligible. —¡Estás equivocada! Nadie puede conseguir esa hinchazón así de rápido, —respondió Cova, a sus palabras fueron dardos crueles—. ¿Y por qué más Satyr la habría querido si no por estar llevando a su bastardo en su estómago? Jane palideció. Apoyó su té e intentó empujarse de la silla torpemente. Las otras damas ofrecieron su ayuda. Nuevamente se escuchó el tono tranquilizador de Izabel, pero no sus palabras, flotando hacia sus oídos. —¡Entonces otro hombre la aró si Satyr no lo hizo! —bramó Cova en respuesta—. Evidentemente ya estaba gestando cuando se comprometió con ella. Incluso si la hubiera embarazado la misma noche de su boda— La voz de Izabel aumentó nítidamente una nota. —¡Silencio, Pier! Éste no es momento de estar perturbando a la niña. Estoy segura que se está desarrollando a su propio paso. Sus voces perdieron intensidad alejándose. Jane se abrió paso a la puerta y miró curiosamente. Estaban fuera de la vista. La Signora Natoli moldeó su mano donde se apoyaba en la jamba de la puerta. —Mi querida, no dejes que esto te perturbe. Los hombres carecen del conocimiento a veces. Jane deslizó su mano de su apretón de venas azules.

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—Debo irme. Las damas la siguieron mientras se retiraba de la habitación y al otro lado del vestíbulo a la entrada principal. El mayordomo abrió la puerta; su sonrisa afectada revelaba que había escuchado todo. Ella fortaleció su columna vertebral. Las damas siguieron sus pasos hacia el porche de entrada. —Ven a preguntarnos cualquier otra cosa que desees saber, —le dijo una de ellas a su espalda. —Gracias por su generosidad, —respondió Jane mientras el cochero la ayudaba a subir al carruaje. No regresaría. Pero pediría a Nick que escribiera a Izabel y le pidiera una visita de Emma, alegando el confinamiento de su esposa como razón. Cuando su carruaje arrancó, abrazó su estómago como si consolara a su niño nonato. —No te preocupes por lo que piensen. Prometo que te cuidaré y te protegeré. Y te adoraré, —susurró—. No importa qué seas. Las mujeres parlotearon con ahínco como consecuencia de la partida de Jane. —Se morirá atendiendo el parto de éste, recuerda mis palabras. —Mientras el niño no se muera, su fallecimiento serviría para nuestros propósitos. —¿Cuán grande supones que es la polla de Lord Satyr de todos modos? —Bastante más grande que veinte centímetros de acuerdo a la mirada sobre la cara de la niña. —Es de buen augurio para las proporciones de sus vástagos. Se rieron con disimulo. Izabel reapareció en la entrada, risueña en general. —Damas, las cosas están avanzando a un paso inesperadamente rápido. Parece que debemos empezar a poner en marcha nuestro programa.

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Capítulo 29 El cielo de tarde se había pintado con vetas de naranja y profundo púrpura por la época en que Jane regresó a las tierras Satyr. Los criados de día estaban fuera antes de esa hora, y solamente estaba el cochero para ayudarla. Con su ayuda, bajó dificultosamente del carruaje y se dirigió pesadamente hasta el umbral.

Signore Faunus salió rápidamente en su ayuda, agitando al cochero. Aceptó su brazo agradecidamente, y se abrieron paso hacia las ornamentadas puertas principales. -El amo la ha estado esperando, —la riñó con preocupación. —¿Ha regresado de las viñas? —Si. —Pero se ha demorado allí hasta bien entrada la noche últimamente. Supuse que se quedaría. La voz de Nick les llegó. —¡Jane! Mientras entraba por las puertas principales, Jane echó un vistazo hacia arriba para ver a su marido hacerle señas desde las balaustradas en lo alto de las escaleras. Su cara estaba atormentada por el dolor y estaba más pálido de lo que l o hubiera visto nunca. Aunque todavía no era mucho más allá del anochecer, ya llevaba su bata. —¿Estás enfermo? —Preguntó. Detrás de ella, Signore Faunus cerró con llave las pesadas puertas y se retiró, dejándolos solos. —¿Dónde has estado? —le gruñó Nick. —En lo de mi tía, —admitió, apurándose a reunirse con él lo mejor que pudo. —En lo de Izabel, quiero decir. Para ver a Emma, aunque no estaba ahí después de todo. —¡Siete infiernos, mujer! Tú no deberías haberte ausentado hasta esta hora en tu condición. Pero hablaremos de tu imbecilidad en otro momento. Ven. —La empujó a lo largo del pasillo hacia su recámara y luego la hizo pasar al interior. Cerrando de golpe la puerta detrás de ellos, Nick alcanzó los botones de su traje con un destello lascivo en sus ojos. Jane agarró sus muñecas. —¿Qué estás haciendo? Sus labios acariciaron su garganta, y murmuró: —Quitándote la ropa, esposa. Es el Llamado. Debemos aparearnos. Ella tocó sus manos y las hizo retirarlas, previniéndolo con una palmada. —Dijiste que debíamos abstenernos. —Ya no más. —Pero Izabel estuvo de acuerdo en que era sabio. La cazó con andares majestuosos.

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—Qué se joda Izabel. —¡Nick! Retrocedió alrededor de su cama y se encontró acorralada. Sus ojos emitieron destellos, escaldándola donde la tocaban. Las manos firmes llegaron para ella y luego verificó la luz de la luna que repentinamente bañó los vidrios de la ventana. Un calambre atroz atravesó su estómago, y se tambaleó, aferrándose con a un pilar de la cama hasta que sus dedos se pusieron blancos. Haciendo una mueca, se encorvó hacia adelante. Jane se inclinó sobre él, envolviendo un brazo alrededor de su espalda. —¿Pido ayuda? Sacudió la cabeza. Después de un largo momento recuperó el control, se enderezó y se puso de pie. De la división de su bata asomaban ahora dos penes tensos hacia arriba, sus coronas bulbosas hinchadas con la sangre. Cada una se extendía mucho más allá del requisito de Izabel. —¡Jane! Haz lo que te ordené, —refunfuñó—. Estoy peligrosamente necesitado. —Pero dijiste que no debemos hacerlo. Supuse que tomarías a Shimmerskins si te desesperabas mientras estoy gestando. Le lanzó una expresión de incredulidad. —No puedo ir con las Shimmerskins esta noche. Debemos copular entre nosotros. Ella agitó su cabeza. —Pero— —¿Dudas de mí? —Creo que dirías cualquier cosa para obtener lo que deseas mientras estás en esta, uh, condición. Cortó el aire con su mano. —Suficiente. Te tendré con o sin tu cooperación, —la apremió—. Preferiría lo primero. ¿Cuál será? Se destacaba sobre ella y sintió un escalofrío de angustia. Nunca antes lo había visto en ese estado. Cada uno de sus músculos estaba tenso, cada tendón anudado. Sus ventanas nasales dilatadas y sus ojos salvajes, como si el animal en él hubiera superado al hombre. Echó un vistazo hacia la puerta. El comenzó a acercarse, atento. Sus manos se dirigieron a sus botones. De mala gana empezó a quitarse su ropa. Cuando estuvo definitivamente desnuda, sus ojos y manos veneraron su vientre como si fuera una esfera celeste y estuviera buscando la ubicación de una estrella particularmente amada. —¡No me mires! —Dijo, tratando de protegerse. La última vez que había visto su cuerpo desvestido, su cintura había sido esbelta.

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Él la miró con una expresión curiosa que decía que las mujeres estaban más allá de su comprensión. Entonces se quitó su bata, se dirigió a la cama y se arrodilló sobre el colchón, esperando. Sobresaliendo de su vello púbico, sus falos emparejados eran instrumentos duros, implacables, rubicundos y gruesos. Ella buscó un pote de crema en su mesita de noche. Por primera vez desde que había aceptado convertirse en su amante, sería exigida para facilitar su unión. Con manos temblorosas la desparramó abundantemente sobre sus coronas. Los sonidos de sorbeteo y golpeteo eran descarnados y excitantes. Sus dedos frotaban sus falos gemelos siguiéndolos desde la cabeza a su mata. Sin un pensamiento deliberado, ella empezó a fusionarse. Crueles emociones la atravesaron. Angustiosa necesidad. Deseo torturado. Sus dedos se apartaron, incapaz de soportarlo. Manos desesperadas enhebraron su pelo, y su mente tocó la suya. Confía en mí. Recíbeme. Fascinada por su deseo, giró y se deslizó bajo él, asumiendo la pose que sabía que requería para la primera cópula del Llamado. Arrodillándose, bajó su cara a la almohada. Su trasero levantado, sus dos orificios inferiores fácilmente saqueables. Empujando sus muslos para que se abrieran de ampliamente la llenó desde atrás, gimiendo satisfecho cuando sus penes gemelos fueron envainados. La crema alivió su camino, pero su celo la dilató, profundizando en ella. Sus dedos aferraron las sábanas. —No tan hondo, Nick. Ten cuidado. Era como si no hubiera escuchado. Se adaptó a un ritmo robusto y casi punitivo, interrumpido por algunas enérgicas palabrotas de agradecimiento y palabras antiguas que a ella le resultaban extrañas. Su preocupación aumentó en proporción a la fuerza de cada golpe subsiguiente. Sujetó su estómago hinchado protectoramente en una mano y afianzó fuertemente la otra en la cabecera. —¡Nick, no tan enérgicamente! ¿Y nuestro niño? La almohada amortiguó su voz resollante. Giró su cabeza y repitió más fuerte. —¡Nick! Sumergido en una necesidad primitiva y desesperada de unirse a su esposa fecunda, parecía incapaz de escucharla. Su cuerpo continuó chocando contra el s uyo. Se odiaría si su hijo resultaba lastimado. Y seguramente este ejercicio no podía ser bueno para él. Eventualmente consiguió su primer orgasmo. Estaba furiosa con él y asustada. Pero sus canales tenían mentes propias. Convulsionaron con él en duros espasmos que ordeñaron sus grifos. Como manos enguantadas en terciopelo mojado, ordeñaron su leche llevándolo a la culminación.

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Su gemido del placer se mezcló con el suyo de placer y dolor cuando el pene más pequeño se retrajo dentro del refugio de su pelvis. Aunque sus tejidos todavía estaban palpitando, ya estaba ocupado volverla sobre la espalda para una nueva follada. Se sentó sobre sus muslos y apoyó sus muslos sobre los suyos para que ella lo abarcara. Inclinando su pene hacia abajo con un pulgar, curvó una palma bajo su trasero. El glande encontró su hendidura y empujó hacia adelante, introduciéndose en ella una y otra vez. Fascinado, miraba como su abultado vientre se estremecía con cada empujón. —Nick, —susurró agarrando su muñeca—. Por favor ten cuidado. Nuestro niño. —Nuestro niño, —repitió con desconcertada admiración. Su mano tocó su estómago reverentemente mientras la besaba.... e inmediatamente alcanzaba el clímax. Otra vez, ella estalló con él. Durante toda la noche besó y acarició su abdomen de este modo y tuvo el cuidado obvio de no afectar a su niño directamente. Sin embargo ella estaba preocupada. ¿Cómo no estarlo? A pesar de su preocupación, su cuerpo alcanzó el orgasmo con regularidad renuente. Era como si cada nuevo chorro de esperma suyo provocara convulsiones involuntarias en su pasaje. Cuando los primeros rayos del amanecer tocaron su espalda, Nick rodó fuera de ella por fin con un suspiro satisfecho. Habiéndose vaciado incontables veces y con regularidad durante toda la noche, estaba definitivamente satisfecho. Se apalancó sobre un codo para mirarla fijamente. Estaba tendida de lado entre las sábanas, totalmente repleta. De algún modo logró extraer la energía necesaria para girar su cabeza hacia él abriendo pesadamente sus párpados. Su mirada sobre ella era ardiente e intensa. Mientras que ella estaba completamente exhausta, él estaba vigorizado, expectante. Parpadeó. Algo no estaba bien. Pero estaba demasiado cansada para calcular que era. Quizás cuando se despertara..... El sueño la llamó, y se resbaló en un sueño ligero. Tiempo después, sus ojos se abrieron de golpe para encontrarlo en la misma posición, mirándola. ¿Qué la había despertado? Dolor. Un calambre terrible golpeó su estómago. Puso una mano sobre su vientre y sintió que los músculos se agrupan anormalmente. La convulsión fue seguida por otra rápidamente. Luego otra. Instintivamente se giró de costado y se curvó en el hueco del pecho de su marido. —¡Nick! —Estoy aquí. —Su mano encontró la base de su espalda, masajeando. —Algo está mal.

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—Shhh. Es el momento, —dijo. Las punzadas continuaron golpeando, desarrollando un ritmo constante y horrible. Pronto se hicieron más seguidas, encimándose unas con otras. Apenas tenía tiempo de tomar aliento entre olas de dolor. —Un médico, —gimió—. Por favor, Nick. Ve por un médico. Yo— Un calambre poderoso le llegó, peor que todos aquellos que habían venido antes. Bajo sus manos, una ondulación feroz de músculos se rizó a través de su abdomen. —¡Oh, Nick, el bebé! —sollozó—. Creo que estamos perdiendo al bebé. —No, —la calmó—. Todo va como debe. —¿Qué? Esto no puede estar bien. Está ocurriendo demasiado pronto —ah!— Otro ataque golpeó, impulsándola a la acción. El instinto la condujo a ponerse en cuatro patas como un animal. Nick la ayudó. Murmuró palabras de estímulo y acarició su pelo desde atrás. Ella se meció hacia adelante y atrás sobre sus manos y rodillas, gimiendo ante la necesidad abrumadora de expulsar —algo. Se encabritó, arqueando su cuello en una cuchillada repentina de dolor más torturador que el resto. Un chorro cálido de color azul plateado de líquido salió a borbotones entre sus piernas, empapando sus muslos y las mantas. Se desplomó contra la almohada, sollozando. —¡Oh, Nick! Estamos perdiendo a nuestro niño. —¿Qué?—Parecía preocupado—. No, Jane, te aseguro que todo está tomando su curso natural. Cálmate. Limpió la humedad y de lugar las mantas sucias. Las sábanas estaban secas debajo de ellos. Al hizo echarse sobre su espalda y deslizó una almohada bajo sus caderas. Ensanchando sus rodillas, se arrodilló entre ellas. Obviamente esperaba que ella tuviera un aborto y estaba planeando ayudar. —¿Alguna vez has hecho esto antes?—Preguntó. Pareció sobresaltado. —Por supuesto que no. Nunca he dado mi semilla de vida a nadie excepto a ti . Registró su cara. ¿Por qué no estaba disgustado? Había querido a un heredero por encima de todas las cosas, y ahora podrían estar perdiendo toda esperanza de uno. No tenía sentido. Una agonía repentina y aguda la acuchilló, y Nick se estremeció ante su grito. Algo como un duro y gigantesco puño pasó de su útero a través de su cana, casi asfixiándola de dolor. El impulso de expulsar se apoderaba de ella e hizo presión con todas sus fuerzas. Cuando la plenitud la abandonó, gritó otra vez y luego se desplomó exhausta y sin aliento. Nick se retiró de la cama. Jane colocó un antebrazo sobre sus ojos, incapaz de mirar, de aceptar lo que había ocurrido. Lágrimas silenciosas se escaparon de las comisuras de sus ojos entre sus pestañas. Su bebé estaba muerto, y era su culpa. Debería haberse rehusado a Nick esta noche. Sabiendo que era la noche del Llamado debería haberse escondido de él.

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Cuando otro grito se mezcló con el suyo, miró hacia arriba desconcertada. La cara de Nick nadó en su visión. Se veía —complacido. Y estaba sosteniendo— un bebé! ¡Un bebé vivo y que se retorcía! Se levantó sobre un codo y agarró su estómago. La prominencia de su embarazo se había ido. —¿Ése es nuestro bebé? Se río, pareciendo contento. —¿Quién más? Luchó por sentarse erguida. La golpeó una mirada con el ceño fruncido. —Debes permanecer acostada. Se tendió sobre la almohada pero se mantuvo sosteniéndose con sus brazos. —¿Él—ella está bien? Déjame ver. —Tenemos un hijo, Jane, —dijo Nick con evidente orgullo—. Y es perfecto. Le trajo al niño, poniéndolo en sus brazos. Entonces se tendió a su lado, envolviéndolos con su ternura. Jane inspeccionó al niño diminuto con pelo negro y piel de aceituna. Cuando sus ojos azules se abrieron, su corazón se contrajo. —No comprendo. ¿Cómo pude haber parido a un niño sano en tan poco tiempo? —Es la manera del sátiro. Un niño es concebido en un Llamado y luego atendido el parto en el amanecer del próximo. Solamente un mes de gestación es preferible a los nueve de los seres humanos, ¿no estás de acuerdo? —Deberías habérmelo dicho, —murmuró Jane, demasiado somnolienta para hacer parecer al fastidio verdadero. —¡Lo hice! —Protestó—. Aquella mañana en el jardín, después de que concebiste. Estoy seguro de eso. Recordó que se había perdido algo de lo que había dicho aquella mañana. —¿Tú esperabas que yo escuchara? Estaba enferma. Sus párpados ondearon, y bostezó. —¡Oh, no puedo mantenerme despierta! —Descansa entonces. Agitó su cabeza, luchando para mantener sus ojos abiertos. —Hay demasiado para hacer. El bebé.... —Duerme, Jane. Es la tradición. La esposa de un sátiro hace el trabajo de la gestación y el alumbramiento. Entonces su marido se encarga de la vinculación. —¿Hmmm? —Bostezó otra vez, y sus ojos se cerraron. Lo escuchó ponerse de pie y empezar a moverse alrededor de la habitación con ahínco—. El fabricante de las urnas en tu biblioteca no estaba equivocado después de todo, ¿o sí? —Farfulló abstractamente—. El sátiro tiene dos falos y una cola. Nick se río entre dientes.

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—Solamente en las oportunidades especiales. Descansa ahora y déjame trabajara a mí. Pero no escuchó lo último. Se había quedado dormida. Nick le sonrío cariñosamente mientras bañaba a su hijo en una palangana. Los hombres Sátiro nunca estaban cansados después de atender el parto, pero sus mujeres dormían a menudo por un día o más después. Cuando Jane se durmió, Nick asumió sus responsabilidades maritales. La bañó con una esponja y la trasladó a su recámara donde la puso entre sábanas limpias. Entonces le trajo al bebé. Era su tarea conseguir que el niño se alimentara mientras su esposa dormía. Aunque cómo podía dormir entre tal alboroto estaba más allá de él. Ya los gritos del bebé habían llegado a un volumen asombroso. Su hijo estaba ansioso en su reclamo del alimento que solamente una madre podía proveer, y los pechos de Jane estaban firmes con la leche. Se tendió junto a Jane y puso a su hijo entre ellos. —Espero que tú tengas alguna idea de qué hacer, —le dijo a su hijo—. Porque mis instrucciones para ti serán limitadas. Puso los labios del bebé en un pezón y esperó. El niño se asió y empezó a chupar pero dejó rápidamente que se supiera su desagrado. —¿Cuál es el problema? —preguntó Nick, mirando el rostro enrojecido del niño. Masajeó y apretó el pecho de Jane, pero la leche todavía se negaba a llegar. Los gritos del bebé se tornaron lastimosos. En su desesperación, recurrió chupar el pezón él mismo. Jaló la cima del pecho en la caverna de su boca y lo trabajó con un movimiento de succión. Definitivamente fue recompensado cuando un líquido tibio salió a chorros sobre su lengua. Leche. Puso a su hijo en su pecho otra vez. Los labios diminutos echaron raíces sobre el pezón y empezaron a comer con entusiasmo. Jane murmuró y se movió ante la sensación poco familiar, pero no despertó. Cuando su niño estuvo algo satisfecho, Nick participó en el banquete, apretando el otro pezón de Jane en su boca. Trajo la leche rápidamente esta vez y luego acomodó al niño en el segundo pecho para que terminara de alimentarse. Colocó una almohada en la cabecera y permaneció tendido contra él. Mientras observaba a su esposa alimentar a su hijo mientras él acariciaba su pelo, algo cambió en s u interior, y la oscuridad se levantó sólo un poco. La luz del sol cayó al otro lado de la cama, y la sintió entrar en su corazón. Las horas pasaron, y se aseguró de que su hijo comiera varias veces. El cuidado por su parte servía para un propósito doble. Por consiguiente, el cuerpo de Jane estaría en gran parte restablecido por la mañana. Besó su pelo mientras dormía. —Hemos hecho a un hijo hermoso, Jane.

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Capítulo 30 —¡Déjame inmediatamente, imbécil! —Siseó Izabel. Jane se apuró a intervenir en la escena que se desarrollaba en las escaleras de la entrada principal del Castello. Signore Faunus intentaba mantener fuera a Izabel mientras esta trataba de intimidarlo para obligarlo a admitirla. Por sobre su hombro, Izabel vio a Jane. Su cara todo color cuando notó la nueva delgadez de la cintura de su sobrina. —¿Has perdido al niño? —Preguntó trémulamente. Jane evitó la cuestión. —Signore Faunus, por favor permite que mi tía entre. Está enferma. Notando la palidez de la mujer más vieja, el criado de Nick se corrió de mala gana, e Izabel se precipitó más allá de él por la imponente entrada. —Siéntate, —le dijo Jane, mostrando una silla. Izabel se arrellanó en ella como un globo desinflado, sus ojos preocupados fijados en el estómago plano de Jane—. Vine para preguntar por tu salud, pero parece que he venido demasiado tarde. ¿El niño ya no está?

Signore Faunus permaneció rondando en la entrada. —Un poco de té quizás, ¿Signore? —le dijo Jane. Se infló, preparando una protesta, pero su mirada intensa lo desterró a la cocina. Jane regresó a Izabel, que había empezado a llorar. —Estas cosas ocurren, — le dijo a Jane—. Debes intentarlo otra vez lo antes posible. —Agarró la manga de Jane con apretón asombrosamente fuerte—. Prométeme que tú tratarás. Jane recordó otra promesa —una que le había hecho a Nick aquella mañana antes de que hubiera entrado al bosque. Un umbral oculto en el punto de encuentro sagrado le daría paso a ElseWorld, le había dicho, y regresaría mañana por la mañana. Le había dado su palabra de no decirle nada a su familia del parto aún. Aunque hubieran llevado a los criados a pensar que su embarazo había alcanzado su término de nueve meses, tendría que estar con ella para trabajar su magia sobre las mentes de otros seres humanos con las que tropezaran en el mundo exterior. Una vez manipulados, también aceptarían la noción de que había concebido en su noche de bodas y llev ado a su bebé durante el término de un embarazo humano. Un grito repentino y débil resonó escaleras abajo, anticipándose a cualquier intento que Jane podría haber hecho de mantener su promesa. La barbilla de Izabel se alzó, su expresión suspendida como la de un venado sorprendido. El grito llegó otra vez, y su cabeza giró en su dirección. Poniéndose de pie de un salto, recogió sus faldas y corrió hacia arriba. Jane la siguió, retorciendo sus manos y mirando mientras Izabel probaba una puerta después de otra. Finalmente cedió ante lo inevitable y abrió la puerta de su recámara.

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Izabel barrió hacia adentro y se acercó al pesebre que estaba en una esquina. Se agarró a la barandilla y miró fijamente al niño con una expresión semejante a la reverenci a. —¿El tuyo? —exclamó Izabel. Leyó la verdad que Jane no era lo suficientemente experimentada como para ocultar. Jane despidió a la doncella de día con el propósito de poder hablar libremente. —No se lo digas a nadie, Tía. El parto debe permanecer en secreto. —Comprendo. Un niño prematuro. Jane no le gustaba tener que confirmar tales sospechas, pero para proteger su nueva familia y honrar los deseos de su marido, mantuvo sus labios firmemente cerrados. —¿Un hijo? —preguntó Izabel esperanzadamente. Jane asintió con la cabeza. —Vincent. Izabel sacudió la pequeña manta, destapándolo. Lágrimas llenaron sus ojos. —Es hermoso. Por alguna razón, la visión de las manos de la mujer más vieja sobre su hijo la perturbó. Jane recogió la ropa de cama alrededor de él y lo levantó de la cuna. —Gracias, —murmuró acercándolo a ella. Izabel se volvió hacia ella. —Debes traerlo al chalet para una fiesta de nacimiento. —Pronto. Cuando esté segura que el mundo no lo considerará y etiquetará como un bastardo. —¿Esperarías tanto tiempo? Tu padre estará ansioso de verlo. Una negación de que Signore Cova fuera su padre atestó su garganta, pero Jane la sujetó. —Dudo que quiera verme a mí o a mi hijo. Dejó sus opiniones muy claras cuando los visité la última vez. —Debes hacer la paz inmediatamente, —la instó Izabel—. Si no lo haces terminará prohibiéndote ver a Emma. —No, Tía. Nick tiene mi promesa sobre esto. —¿No puedes razonar con él? —Quizás. Pero está ausente por el momento. Un brillo de astucia destelló en los ojos, desaparecido de Izabel antes de que Jane pudiera analizarlo. —¿Dónde fue? —No puedo decirlo, —contestó Jane con rodeos. —Supongo que hay mujeres cuyos favores pueden ser comprados en muchos lugares. Jane gimió, tal insinuación dolía. —No sabes de qué estás hablando.

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—Su clase nunca está satisfecha con las atenciones de una mujer. A decir verdad, vino a mí recientemente y hablamos de la posibilidad de una visita a mi recámara a un momento más oportuno. Jane retrocedió, sus brazos agarrando a su niño tan fuerte que se retorció. —Deja esta casa. La expresión de Izabel se tornó amenazadora. —¡Signore Faunus! —gritó Jane. Escucharon sus pasos cabriolando sobre las escaleras, saltando los escalones de dos a la vez. —Me iré, —dijo Izabel. Con una última mirada al niño en los brazos de Jane, barrió más allá de Signore Faunus y su bandeja de té, y salió del castillo. Desde su ventana, Jane observó partir el carruaje contratado de Izabel. Un destello del color azul brillante se precipitó de él al jardín, sobresaltándola. Una cara le miró desde los arbustos y luego se agachó. ¿Emma? Dejó a Vincent al cuidado de un criado y se apresuró a investigar. Algo se movía en la noche, despertándola. Medio dormida, Jane salió de la cama dirigiéndose instintivamente al moisés de su hijo. Sus manos titubearon al apartar las mantas, sintiendo que el terror crecía en su interior cuando vio que no estaba ahí. Se pus o alerta instantáneamente, pasó sus manos sobre las sábanas todavía tibias del cuerpo pequeño de Vincent. —Está despierta, —dijo una voz. Jane dio la vuelta, sus ojos ubicando rápidamente las figuras de dos mujeres a través de su tristeza. Había sabido que Izabel regresaría pero no tan pronto. Y no en la quietud de noche, con otros. —¿Qué has hecho con Vincent?—exigió. —La Signora Bich lo tiene, —dijo la otra figura—la Signora Nesta—. Es una dulzura. Apenas se molestó cuando lo robó. No lloriquea como algunos bebés. —¡Signore Faunus! —gritó Jane hacia el pasillo. —Ahora, Faunus

fue un tema diferente,

—chasqueó

la

Signora Nesta—. Fue

verdaderamente inconveniente hasta que lo golpeamos en la cabeza y lo atamos. Jane se tambaleó ante el conocimiento de que su niño había sido robado y su guardián incapacitado. Hasta que Nick regresara mañana por la noche, o Raine regresó de sus viajes, solamente Lyon quedaba como un protector distante. Nick le había dicho que lo convocara ante el menor problema que se suscitara, pero era imposible hacer eso sin

Signore Faunus o criados disponibles. Una vela fue encendida, y la tensión ajustó su tornillo dentro de ella. Debía encontrar un pretexto para sacarlas al pasillo antes que vieran— Se dirigió hacia la puerta. —Llévame con Vincent. En cuanto vea que está ileso, podemos hablar de por qué es que has venido.

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Izabel chasqueó sus dedos, y Signora Nesta se apresuró a bloquear la salida. Frustrada, Jane azotó hacia Izabel. —¿Qué esperas adquirir robando a mi hijo? —Tú tomaste algo que me pertenecía, —dijo Izabel. Simplemente es correcto que tome algo tuyo. —Un cambio justo, —aceptó la Signora Nesta—. —Vincent por Emma. —¿A propósito, dónde está? —Exigió Izabel—. ¡Emma! —¿Tía? —Emma se incorporó en la cama que había estado compartiendo con Jane. Envuelta en una de las camisas de Nick, parecía más joven que sus años, indefensa. —Allí estás, querida, —dijo Izabel. Emma abrazó sus rodillas culpablemente. —No estés enfadada con Jane. Vine aquí desde el chalet escondida en la parte de atrás de tu carruaje esta mañana. No sabía que venías para aquí. —Levántate ahora y se una buena niña, —dijo la Signora Nesta, expulsándola del lecho. —No soy un bebé, —dijo Emma—. Por favor no me hables como si lo fueras. Los ojos de la Signora Nesta se extendieron por la oscuridad para estudiar las curvas juveniles de Emma que maduraban en su figura. —No, mi hijo se alegrará de saber que estás creciendo muy bien. Los ojos de Emma se abrieron desorbitados. Corrió al lado de Jane, y Jane puso brazo alrededor de ella protectoramente. —¿Qué quiere decir? —murmuró Emma. —Vas a casarte con mi hijo en solo tres años, —explicó la Signora Nesta. —¡No! —Susurró Jane. —Puedo escoger a mi propio marido si quiero uno, —lloró Emma. Izabel hizo caso omiso de sus arrebatos. —Jane fue prometida a Signore Nesta pero se casó con otro, —le dijo a Emma—. El honor de la familia descansa en el hecho que tomes el lugar de tu hermana. —¡Pero tiene dos veces su edad! Ella solo tiente trece, —protestó Jane. La Signora Nesta se encogió de hombros. —Se mantendrá ocupado con putas mientras espera que ella madure. La puerta que lindaba con la habitación de Nick se abrió, y todos los ojos voltearon para ver abrirse paso a la Signora Ricco. —No lo encuentro, —dijo a Izabel. Izabel lanzó un improperio entre dientes y luego tomó los brazos de sus sobrinas para arrastrarlas hacia la puerta de Nick. —Muéstrame la cámara escondida, —dijo, casi lanzándolas en la habitación casi. —¿Qué? —Preguntó Jane. Izabel la abofeteó tranquilamente, dejando una marca roja brillante en su mejilla.

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—No malgastes mi tiempo con evasivas. Emma chilló, precipitándose contra su tía, pero Izabel la dominó y sujetó fácilmente. —No te ayudaré hasta que tenga a Vincent, —dijo Jane. —Tu hermana pagará tu resistencia. Jane nunca había visto los ojos de Izabel tan despiadados. Pensando en comprar tiempo, hizo un gesto hacia el espejo. —La cámara que asumo que buscas está detrás de este espejo, pero no sé cómo abrirlo. Las Signoras Ricco y Nesta se apuraron al espejo y empezaron a pasar sus arreglados dedos activamente alrededor de sus bordes, encontrando el cerrojo al final. Cuando el espejo se abrió, Izabel las encaminó a todas a entrar. Jane se plantó. —Emma es demasiado joven para tales cosas. Izabel sonrío cruelmente. —Deja que tu hermana vea lo que haces con ese marido tuyo. Entonces veremos si todavía quiere quedarse contigo. Jane trató de no entrar pánico cuando ella y Emma fueron obligadas a pasar a la cámara secreta. Sus únicos aliados allí

eran Emma y Vincent y tenía que mantenerlos a

salvo. Izabel y la Signora Ricco exploraron la cámara con asombro eufórico. Los ojos de Jane se movieron rápidamente a la entrada. La Signora Nesta actuaba de centinela, obstruyéndola con su cuerpo. La mirada inteligente de Emma recorrió la habitación con curiosidad. Jane intuía las preguntas se formaban sobre sus labios. —Aparta la mirada, Emma, —murmuró, tratando de que su hermana desviara la vista—. Esto no es para ojos jóvenes. —Déjala mirar, —dijo la Signora Nesta—. Estoy segura que mi hijo apreciará cualquier educación que reciba en esta área. Izabel y la Signora Ricco se rieron con disimulo mientras recogían por casualidad una selección de dispositivos en fundas que había apilados sobre las almohadas de Nick. —¿Cómo oíste hablar de esta habitación? —exigió Jane. Izabel sonrío perversamente. —Tuve al padre de tu marido en mi cama hace muchos años. —Ya veo. —Los Satyr son tan irritantemente discretos. Pero entre las sábanas, era muy libres con los secretos de familia, indudablemente pensando en lavar mi mente de ellos con una poción que me ofreció después. Tomé la poción. Insistió. Pero lo engañé y no la bebí. Mi mente permaneció clara y recuerdo todo lo que aprendí esa noche. —¿Y qué fue eso?

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—No finjas ignorancia, —dijo Izabel—. Sé cómo los Satyr cambian cuando su lujuria alcanza su máximo. Jane presionó sus manos sobre las orejas de Emma, y Emma se retorció con fasti dio. —Sé que el Satyr no es humano, —continuó Izabel. Sus ojos entrecerrados sobre Jane—. De la misma forma que sé que tú no lo eres. —Después, Izabel, —advirtió a una de las otras damas—. Recuerda nuestro propósito verdadero aquí esta noche. Emma agitó las manos de Jane, frunciendo el ceño. —Odio cuando las personas hacen eso. No soy un bebé para ser protegido. —Lo siento. Pensé que era lo mejor, —le dijo Jane. Izabel se trasladó al costado de la habitación y encendió los candelabros. Cuando lo levantó de su soporte, una puerta cuya existencia Jane desconocía se abrió balanceándose, mostrando una escalera en espiral hacia abajo. Izabel sonrío afectadamente. —Veo por tu expresión que sé más de los secretos del Castello que su amante. Ven. Manteniendo la luz, Izabel tomó la delantera, y las otras le siguieron el paso. La escalera seguía un curse descendente, alejándose por debajo del Castello. Al final terminaba en una cripta fresca y oscura. Sus paredes estaban arrugadas con hileras dobles de barriles apilados unos sobre otros hasta dónde llegaba la vista. —Hace frío, —dijo Emma, su respiración formando pequeñas nubes de niebla—. Y es espeluznante. —Silencio, niña, —la regaño la Signora Nesta regañaron—. Los fantasmas son los espíritus del diablo. Nunca hables de ellos. —Hay fantasmas en este castillo, —dijo Emma—. He visto uno. —Cállate, digo, o conseguirás un golpe, —dijo la Signora Nesta—. Espero con ansia el día en que te encuentres al cuidado de mi hijo. Veré que seas guiada con una mano más firme que a la que estás acostumbrada. Concentrada en su objetivo, Izabel hizo caso omiso del insulto sutil de su amiga. Las llevó infaliblemente a lo largo del corredor hasta que se abrió al final al exterior y entraron en el bosquecillo rodeado por un anillo de estatuas. Emma tembló. —¿Qué son todas esas estatuas? ¿Dónde estamos? Izabel exhaló reverentemente. —El lugar sagrado. Bajo sus pies, Jane vio la hierba aclararse. Gorras de hongo diminutas y grises levantaron sus cabezas. ¡Las otras verían! Tenía poco tiempo para registrar la escena o preocuparse. Una neblina repentina descendió, oscureciendo las estatuas y el paisaje que adornaban. Luego la niebla cambió y giró en torno a los cuerpos de piedra acercándose y escondiéndolos de la vista. —¡Qué horrible se ha puesto repentinamente la noche! —Se quejó la Signora Nesta.

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—Casi tanto como Londres, —estuvo de acuerdo la Signora Natoli, apareciendo de la neblina—. Mis faldas se están humedeciendo. Izabel se río, su júbilo resonando de manera inquietante en las piedras de la cañada. —No te molestarán durante mucho tiempo, cara. Las otras rieron entre dientes. En la distancia, Jane escuchó a Vincent gritar. La voz de una mujer lo calmaba. —¡Vincent!

—Se precipitó

en la neblina, doblando en círculos y perdiéndose

rápidamente—. ¿Dónde estás? Otra mujer salió de la niebla. La Signora Bich. Haciendo caso omiso de Jane, habló a Izabel. —He dado una dosis al niño así que se calmará. —Bien. No hay nada peor que el grito de un bebé para estropear el humor, —dijo la

Signora Nesta. —¿Dónde está? Llévenme a él, —exigió Jane con una mirada amenazante. Colocó una mano sobre el brazo de Izabel, esperando que fusionarse la ayudara descubrir su ubicación. Izabel la empujó. —No pruebes tus trucos de bruja conmigo. Llévanos al lugar en que nuestro mundo se une con el otro. Entonces tú podrías tener a tu hijo. Jane no tenía idea de en qué lugar de las tierras Satyr estaba la puerta entre los dos mundos. Pero si Izabel se diera cuenta de su ignorancia, podría decidir que su utilidad había terminado. Jane tomó el brazo de su hermana y empezó a caminar, sin idea de hacia a dónde estaba yendo. El grupo las siguió. —Si encuentras una oportunidad, tómala y escóndete, —le cuchicheó a Emma—. Permanece en silencio y Nick o yo te encontraremos después. —¿Y tú? —Descansaré en cuanto sepa que estás segura, —le dijo Jane. —¡Paren de cuchichear! —ordenó Izabel, separándolas. —Nos está llevando en círculos, —se quejó la Signora Nesta—. Déjalo por ahora. Hay tiempo suficientemente encontrar la apertura entre los mundos cuando la niebla se disipe. Después de nuestro ritual. —Estoy de acuerdo. Mi lujuria está aumentando, — dijo a Signora Natoli. —Es este lugar, —dijo la Signora Ricco—. Fue creado para joder. ¿Qué dices, Izabel? —Muy bien, —dijo Izabel. Todos los ojos se centraron en Jane. —Quítate tu ropa, sobrina. Horrorizada, Jane aplanó sus manos sobre su pecho y echó un vistazo hacia su hermana avergonzada. La Signora Ricco la sujetaba ahora con una mano cubriendo su boca. —Si quieres mi cooperación, la dejarás ir, —dijo Jane—. Lo exijo.

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—Lleva a la niña al bosque y átala rápido a uno de los robles, —dijo Izabel a las

Signoras Ricco y Bich—. No demasiado lejos. Quiero que ella disfrute los gemidos de su hermana. Aunque Emma rasguñó y mordió, no era ningún rival para dos mujeres robustas. En cuanto se perdieron en la niebla, Izabel regresó a Jane. —¡Ya está bien! Jane permaneció de pie, inmóvil. —¿Traeremos a Emma y nos divirtamos con ella primero? —amenazó Izabel. Con dedos plomizos, Jane empezó a desprenderse de su traje. Cuando cayó al suelo, las otras mujeres la rodearon, cuchicheando admiradas. Sus dedos vagaron por su espalda, haciendo que su piel se erizara mientras revisaban sus plumas como si se tratara de una extraña ave capturada en una nación extranjera. Izabel se volteó por todas partes para mirarla, dejando a las otras con su manoseo. Sus ojos estaban dilatados, sus labios dejaban derramar su mal. —No seas tímida, —dijo suavemente, ahuecando sus manos en la mejilla de Jane—. Te he visto de este modo antes, muchas veces. En el baño. En tu toilette. —¿Cómo? —Jane maldijo el temblar en su voz. —¿Recuerdas los agujeros que Emma encontró en tu recámara en Londres? —¿Los agujeros espía? Dijiste que habían sido hechos por un criado. Tú los cerraste. —Sí. Pero había más. No hechos por criados sino por mis propias manos cuando los visité. A través de ellos, te observé luchar contra tu poder. Vi las plumas despertar. Anhelaba tocarte. —¿Mi madre lo sabía? —Miró conmigo y estaba asustada, —le dijo Izabel, cada palabra se clavaba en el alma de Jane. —No, —gimió Jane. Izabel resolvió un beso sobre sus labios. —Pobre Jane. Cuando los cambios comenzaron no sabías esconderlos. En tu inocencia, hiciste preguntas que la aterrorizaron. Pidió mi ayuda, y la aconsejé s obre cómo tratarte. Nos acercamos por un tiempo. Pero siempre supe que debería irse al final. La cabeza de Jane se sacudió hacia atrás. —¿Estás diciendo que tomaste parte en su muerte? —Tuve que castigarla, —explicó Izabel con un aire de auto—justificación. —Se casó con tu padre y me lo quitó, criatura tonta. La rabia se encendió en Jane, causando una extraña impresión palpitante a lo largo de su espalda. Detrás de ella, Signora Nesta emitió un grito ahogado. —Las plumas… ¡se están moviendo! —Sal de allí, —advirtió Izabel—. Debemos empezar. Muéstrele a Jane lo que hemos planeado para ella, Signora Natoli.

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La Signora Natoli se presentó obedientemente y bajó la pechera de su corpiño, exhibiendo los anillos de plata gemelos atravesados en el centro de sus grandes pechos. Izabel hizo un lazo con un dedo a través de un anillo y tiró, estirando el disco de color marrón en el centro del pecho de la Signora. La Signora Natoli chupó una respiración rápida. Izabel mostró un asomo de sonrisa en sus ojos y luego la soltó. Su mirada se deslizó a la de Jane. —Después de que te marquemos de este modo esta noche, tú serás una de nosotras. —¡No! —Jane luchó contra las otras dos mujeres que la sujetaban ahora. Las sensaciones anormales en sus omóplatos aumentaron. —Cálmate, —canturreó la Signora Natoli en su oreja—. El poder de los anillos antiguos pronto te convencerá. Los labios de Izabel se cerraron sobre uno de los pezones de Jane y luego del otro, chupando hasta que se irguieron obedientemente. Entonces tomó ambas puntas entre un pulgar e índice y pellizcó duro. Al grito de Jane no provocó en ella ninguna conmiseración. —Deberías

agradecerme. El

entumecimiento

ayuda a embotar el

dolor de la

perforación. Jane nunca había estado más agradecida de no poderse fusionar con nadie aparte de Nick, porque no quería conocer nada más de estas mujeres. —¿Dónde están? —preguntó impaciente la Signora Nesta, mirando hacia la dirección en que la Signora Bich y la Signora Ricco habían llevado a Emma. —Encuéntralas, —dijo Izabel—. Estoy ansiosa de empezar, y llevan los anillos. —¡Damas! —llamó la Signora Nesta. No hubo respuesta. —Quizás están jugueteando con la niña más joven, —sugirió la Signora Natoli, echando un vistazo hacia el bosque. —¡No! ¿Emma?! —gritó Jane. No hubo ninguna respuesta. —Reúnete con nosotros, —le dijo Izabel—, y tus hijos serán el origen de una nueva raza, más allá de los mortales. Los guiaremos, los veneraremos con nuestros cuerpos. Un día, serán temidos, poderosos más allá de toda medida. Ante la revelación completa del plan de Izabel, Jane fue inundada con horror culpable. Si nunca se hubiera casado con Nick, su tierra no habría sido invadida, sus secretos revelados, su hijo amenazado. Empujó el miedo y pidió un plan. —Estás en lo cierto en lo que dijiste antes. El sátiro es un amante vigoroso e ingenioso. Mi marido me ha llevado a lo largo de una ruta sensual que siempre he temido linde con la perversidad. Con ello me ha brindado mucho placer. Si puedes prometer sinceramente más cosas de ese tipo, me haré miembro de tu sociedad. Las manos de Izabel se detuvieron sobre ella. —¿Piensas

que soy

tan tonta como

para creer en tal

comportamiento?

199

cambio

total

en tu

Jane trató de no dejar entrever su angustia. —Vamos, déjame demostrártelo explicando cómo usar algunos de los elementos que encontraste en su habitación de placer. —Pienso que podemos aprender a usarlos por nosotras mismas, —espetó la Signora Natoli. —Pero Nick me ha mostrado sus secretos. Tú nunca podrías adivinarlos sin instrucción. —Suéltala, —dijo Izabel. Agitó a Jane hacia los dispositivos, sus ojos estimulantes. Jane tuvo cuidado de no dirigirse directamente a los dispositivos que realmente deseaba mostrarles. En vez de ello recogió uno de los látigos pequeños y lo pasó a Izabel. —Cada uno de éstos imparte un sabor especial sobre el impacto. —Evalúalo

sobre

mí,

—dijo

la

Signora

Nesta,

ofreciendo

su

parte

espalda

ansiosamente. Izabel tomó el látigo y lo blandió con ojos centelleantes. Chasqueó contra la espalda enseñada de su amiga. —¡Durazno! —Chilló la Signora Nesta, relamiéndose los labios—. ¡Prueba el durazno! Tu sobrina no miente. Tres juegos de ojos cayeron en ella. —¿Qué es eso? Muéstranos, niña, —dijo Izabel. Con toda tranquilidad Jane las llevó a los dispositivos cilíndricos. —Mi marido deseaba que revisara éstos particularmente. —Dildos, —murmuró la Signora Natoli. Jane señaló uno con el dedo. —Éste era el falo de una bestia de ese otro mundo que tú buscas. Todavía vibra con la fuerza de vida de la criatura. Contuvo la respiración, manteniendo su expresión inocente. ¿Izabel tomaría el cebo? Izabel levantó sus faldas para emplear el dispositivo pero lo alejó entonces con sus ojos brillando. —Estás demasiado ansiosa de que lo pruebe. Y lo haré. Pero primer tú lo lubricarás para mí. Recuéstate. La corteza rascó la piel de Jane cuando medio se reclinó contra un tronco de árbol. Izabel empujó el cilindro entre las piernas de su sobrina y dentro de ella, mirando s u expresión atentamente. Aunque el pasaje de Jane estaba seco, el falo de la bestia hizo brotar la humedad y suscitó el deleite instantáneo. Se arqueó, gimiendo. Avergonzada, apartó la vista de las miradas lujuriosas de las otras mujeres. Mientras avanzaba inexorablemente hacia el clímax absoluto, se divorció de sí misma, mirando a gran altura en las ramas del árbol sobre el que se apoyaba. Un saúco. Entre su corteza y ramas, una cara amable le miró fijamente, brindándole consuelo. ¿Estaba alucinando?

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—Si descansas bajo un árbol Saúco, causará los sueños alucinados y peligrosos del país de los Faerie, —murmuró Jane, recordando una vieja estrofa de la infancia. Había manos tocándola, acariciándola y acariciando el dispositivo entre sus piernas. Estas manos no desconocían los envenenamientos. Homicidios. Sangre. La gente había muerto bajo su caricia delicada. Los gritos de las víctimas torturadas resonaron en sus orejas. Hace mucho, sus gritos habían sido desoídos entre el choque de címbalos y tambores en las siete colinas de Roma. ¿Qué le estaba pasando? Su orgasmo se encrespó y rompió, haciendo añi cos los espantosos pensamientos en cientos de cascos de color. Pero su deseo no disminuyó. —De nuevo, —gimió, quería más. —Creo que no. Izabel arrebató el dispositivo de ella. Perpleja ante su pérdida, Jane se repantigó en una pila de pinochas a los pies del árbol. —¿Hay más como ese? —preguntó la Signora Ricco. Al parecer las Signoras Ricco y Bich se les habían reincorporado mientras Jane había estado distraída. Jane se las arregló para girar su cabeza hacia el bosque. Ninguna señal de Emma. Las cinco mujeres revisaron ansiosamente a través de los dildos. Escogieron los falos de bestias y los colocaron debajo de sus faldas, ubicándose bajo los saúcos. —Ayúdame, —murmuró Jane, mirando las misteriosas caras sobre la cima de los árboles. Por encima de la cabeza las ramas formaron un coro respondiendo con un murmullo de voces. Las Dríades le canturrearon su canción reconfortante. Aunque no había viento, sus hojas se movieron silenciosamente sobre ella, moldeando una manta ligera. Atraídas por la llamada de las dríades, enredaderas treparon y se rizaron sobre las raíces nudosas del saúco y luego alrededor de tobillos y bajo enaguas. Subrepticiamente, s e envolvieron alrededor de espinillas, muslos, muñecas, y cinturas, clavando rápidamente en el lugar a las cinco Signoras antes de que fueran conscientes de su presencia. —¿Qué está ocurriendo? —chilló la Signora Nesta. Anillos de plata fueron tirados de cuatro juegos de pezones, y los falos fueron apretados en las vulvas de todas excepto una víctima. Una despiadada enredadera serpenteando se rizó alrededor de la tráquea de Izabel una vez, dos veces, una media docena de veces o más, apretando cada vez más fuerte. Sus manos se precipitaron hacia ella, clavándole las uñas en busca de aliento. El falo latió dentro de ella, dándole orgasmo tras orgasmo tras orgasmo. Se quedó en ella mucho después que cayera agobiada por su estímulo. Mucho después de que su corazón cesara de latir y su piel se enfriara, sus ojos abiertos y dilatados. Con la mañana, Nick llegó, encontrando a Jane durmiendo en el capullo de los permisos y abrazarla en sus brazos. Lyon recogió a Emma y Vincent del bosque, donde las dríades habían velado por ellos, y los llevó sin peligro a sus camas. Las figuras de cuatro mujeres dormidas y una muerta fueron reunidas y depositadas en la gruta de la casa de la infancia de Izabel. Cuando se despertaron, días después, las

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cuatro

Signoras estaban perplejas y cambiadas, los anillos en sus pezones habían

desaparecido. Sus mentes fueron lavadas de los eventos de la noche tanto como cualquier mal que pudiera haber en ellas. El mal de la quinta había muerto con ella. Solamente su hermanastro se lamentó por ella lastimosamente cuando fue descubierta muerta en el jardín de la residencia donde habían crecido, y en su propia manera retorcida, amado.

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Capítulo 31 En los siguientes días, llegaron dos nuevas misivas de ElseWorld. Nick se puso más tenso con cada una. Cuando una tercera llegó a las pocas semanas, Raine regresó de Venecia, y los tres hermanos se encontraron en Blackstone para hablar de un curso de acción. —El descontento en ElseWorld se está intensificando en el período subsiguiente de la muerte de Rey Feydon, —dijo Nick—. Sus hijos e hijas compiten por el control. —Todo esto podría haberse evitado si Feydon hubiera dejado las directivas en miras a una línea de sucesión, —dijo Lyon en un tono ofendido. Raine recogió una de las misivas, estudiándola. —¿Todavía respetan nuestro derecho de votar la elección de un nuevo rey? —Sí, aunque algunos nos ven con sospecha creciente, creyendo que ponemos el bienestar de los Humanos por encima de las criaturas en ElseWorld, —dijo Nick. —Estamos bajo la amenaza de una guerra potencial, —dijo Lyon—. Las facciones de ElseWorld recusarán el control humano de EarthWorld pronto para aumentar su mérito como gobernantes potenciales. Nuestro papel como un amortiguador entre los mundos será evaluado. Nick encogió sus grandes hombros cansadamente. —Por lo tanto partiré hacia el cónclave de ElseWorld en dos días, esperando calmar las aguas. Temo por la seguridad de Jane mientras estoy ausente. —¿Tú no crees que el peligro al que la carta de Feydon consultó pasó con el fallecimiento de su antigua tía? —Preguntó Raine. —Ha disminuido… —empezó Nick. —Pero algo permanece agitando la calma, —terminó Lyon—. Lo he intuido, también, y me he preguntado si el peligro para tu esposa está realmente terminado. —¿Tú has considerado llevara a Jane contigo cuando cruces el Portal? —sugirió Lyon. Nick agitó su cabeza. —Mi foco debe estar sobre las negociaciones. No podré vigilarla suficientemente de aquellos que puedan tratar de dañarme a través de ella. —Pospondré mi búsqueda de novia para quedarme aquí mientras tú estás fuera, — dijo Raine—. Lyon y yo velaremos por ella. —¿Pero será suficiente? —Preguntó Lyon. Un silencio potente cayó, tirante con las palabras no pronunciadas. Los pensamientos de los tres discurrieron a lo largo del mismo sendero. Finalmente Raine violó la tensión. —Hay maneras de protegerla mejor. Nick asintió con la cabeza de mala gana. —El antiguo ritual. Lo he considerado. —¿Y? —apuntó Lyon.

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—No será fácil que participe. Pero debo considerar lo que es mejor para la familia. Y para ella. —Mañana es el Llamado. Aguardaremos tu decisión, —dijo Lyon. —Meditaré sobre el tema, —dijo Nick. Un burbujeante rocío había empezado a asentarse al día siguiente por la tarde cuando Nick llevaba a Jane del Castello por el jardín trasero. Era julio ahora, y en el resto de Italia fue se estaban resecando por el calor. Pero las temperaturas sobre la propiedad permanecían constantes y templadas. Su falda ondeaba en la brisa sofocante mientras seguían el sendero de ladrillo del jardín hasta que se mezclaba con el césped. Nick siguió a través de la hierba y las flores silvestres que aferraban sus tobillos. Frente a ellos, robles, olivos, y saúcos se desplegaban amenazantes, gruesos y enredados. Nick tiró de su mano cuando se detuvo en el borde de bosque. —¿A dónde vamos? —Preguntó ella. —Ya lo verás. Ven. El bosque se abrió y los tragó rápidamente. Jane no intuía nada de la incertidumbre que los árboles gigantes habían indicado hacia ella una vez. Había solamente aprobación. Todo era oscuridad negro azabache dentro del paisaje de troncos plateados, pero Nick se movía rápidamente, propulsándose hacia adelante con una mano en su cintura, seguro de su sendero. De vez en cuando la presionaba para que se agachara bajo una rama baja, el instinto le permitía a él esquivar obstáculos que no podía ver en su hombro. —Una antorcha podría haber sido útil, —dijo Jane cuando la salvó de tropezar con una raíz de roble. —He venido de esta manera incontables veces, —murmuró—. Podría recorrerlo estando ciego. Siguieron por unos minutos en silencio, cuando Jane preguntó por su destino otra vez. —Esta noche es el Llamado, —respondió oblicuamente. Su pulso se aceleró. —Sí, lo sé. Sería el primero desde que su niño había nacido. Su cuerpo estaba deseoso, previendo qué ocurriría entre ellos. Había visto que Emma y Vincent estuvieran en cama temprano y bien cuidados por sus nuevas niñeras dríade. La noche era suya y de Nick para disfrutarla. Un rayo accidental de la luz de las estrellas cayó a un costado de la frente de Nick, y le mostró una apariencia llena de significado que no podía interpretar. —Es también el tiempo de Llamada de mis hermanos. Una imagen de Raine, el reservado hermano de Nick saltó a su mente. Era difícil imaginarlo involucrado en un ritual de apareamiento carnal. Lyon era un tema diferente, pero su mente viró ante la idea de prever a cualquier hermano en la agonía de la pasión.

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—Nunca pensé en ellos.... haciendo eso. —Requieren de la misma liberación en Moonful que yo. Durante los recientes Llamados, cuando me quedé contigo dentro del Castello, se encontraron en el punto de encuentro en el bosque sin mí. —Pero no están casados. ¿Con quién lo hacen? —Se asocian con Shimmerskins. Jane digirió eso por un momento. —Cuando ocurre, experimento su pasión, —añadió Nick. —¿Cómo lo haces? —Los sátiros están unidos por la sangre. Sabemos cuándo consiguen la satisfacción física los otros. —Si tú sabes cuándo están teniendo relaciones tus hermanos, ¿eso quiere decir que saben cuándo estamos—? —¿Teniendo relaciones? —Preguntó, levantándola sobre un angosto arroyuelo—. No conocen los detalles concretos, solamente que tú me estás dando placer. —¡Oh! —dijo débilmente. —No te avergüences. Cuando uno de nosotros es conmovido por la excitación sexual, los otros están demasiado felices por beneficiarse. —Me pregunto si tendré tal estrecha relación telepática con mis medio hermanas. Ese comentario despertó el interés de Nick. —Una idea intrigante. Tendrás que decirme después de que se reúnan con nuestra familia y se unan a mis hermanos. Hemos vivido con esta sensación entre nosotros tanto tiempo que es ya una costumbre arraigada. Pero es particularmente fuerte en el Llamado. Y, por supuesto, la Bacanal. —¿Como en una fiesta del dios de vino, Baco? —Preguntó Jane. Nick sujetó la rama de un plateado olivo densamente poblado con aceitunas para que pudiera pasar antes de responder. —Es correcto. Es uno de los tres ritos que tienen lugar en el equinoccio de primavera. —¿Es algo como el Llamado? —Parecido. Pero más apasionado. —Me pregunto si le sobreviviré, —lo molestó. Él se detuvo y la acercó aún más, sus palmas dando forma a sus costillas. Sintió su erección feroz en su estómago cuando murmuró en su pelo. —El júbilo físico se hinchará dentro de nosotros en armonía con el volver a despertar de las vides en previsión de las uvas que se hincharán al final y reventarán —maduras, jugosas y dulces. La pasión es más fuerte. Indescriptible. Ya verás. Arrancó, dejándola falta de aliento. Tomando su mano, la llevó a la profundidad del bosque que alguna vez había permitido que ella lo traspasase. Por encima de sus cabezas, los árboles crujieron en saludo. Helechos y espesura se separaron para él.

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Finalmente el bosque se redujo y entraron en un extenso claro. Pálidas estatuas se vislumbraron de la noche, moldeando un círculo de manera inquietantemente silenciosa alrededor de ellos. Zarcillos de neblina se rizaron y serpentearon entre las docenas de figuras de granito. Los altares de piedra salpicaban el terreno de la cañada central, como mesas de picnic antiguas en un parque público. Sus ojos se fueron acostumbrando a la luz de las estrellas, y pudo ver mucho más claramente. Éste era el lugar al que Izabel la había traído esa noche horrible. Cuando se movieron aún más profundamente dentro del claro, vio que las estatuas retrataran a criaturas tanto fantásticas como reales, todas dando forma a poses obscenas. Rígidos sátiros de roca entrelazados mismos con múltiples parejas de sexo femenino, dándose un banquete con sus pechos y llenando cada orificio con entusiasmo en una u otra forma lujuriosa. Ninfas esculpidas retozaban en fervor orgiástico. Y, por todos lados , vino — petrificado en la piedra— fluía de jarras y urnas decorativas. Se sentía culpable por estudiar las figuras y por la humedad que se formaba entre sus piernas ante la visión de las mismas. —¿Por qué me has traído a este horrible lugar? —le exigió. —Es el punto de encuentro sagrado, —le dijo—. Aquí es donde transcurrirá la Bacanal de la que te hablé. —¿Esta noche? —Al final de septiembre. —¿Para qué propósito me has traído aquí esta noche entonces? ¿El llamado iba a tener lugar aquí en esta arena extraña y salvaje? La luna escogió ese momento para mostrarse, filtrándose a través del follaje por encima de sus cabezas para bañarlos en su brillo. Nick gimió y levantó su barbilla hacia arriba para recibir su energía sagrada. La luz destiño su piel, plateando sus facciones, hasta que parecía casi un demonio. Bajó sus ojos entrecerrados y sus manos siguieron la curva de su cintura para moldear su espalda. —Te he traído esta noche, —dijo—, para un Intercambio. Jane frunció el ceño sin comprender. Antes de que pudiera pedirle que se explicara, escuchó el crujido de pasos. Girando, vio a Raine y Lyon entrar por lado más lejano anillo sagrado. Pararon justo dentro del perímetro, tan inmóviles como las estatuas. Sus figuras estaban serenas y expectantes, sus miradas posadas sobre Nick. La comprensión empezó a despertar, y con ella vino instantáneamente el rechazo. —Seguramente no esperas que me desnude frente a tus hermanos. Y no haré el amor aquí mientras ellos nos —vigilan. —Su voz aumentó a causa de la última palabra, temiendo repentinamente que eso fuera exactamente lo que Nick planeaba. Vio la respuesta en sus ojos, lo sintió desear que ella estuviera de acuerdo. —¡Completamente no! —Agitó su cabeza salvajemente, jalando de él—. ¿Por qué me pedirías que haga tal cosa!

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—Es nuestra manera. —Ya me estoy cansando de esa explicación. Nick suspiró y ahuecó sus hombros en sus manos. —Es necesario. No pensarán nada malo de ti por eso. Totalmente lo contrario, a decir verdad. —No, Nick. Deberías

haberme contado

tus

planes con el propósito de que

pudiéramos haber hablado de ello antes de venir aquí. —No deseaba alarmarte. —Bien, ahora estoy alarmada. La idea de despojarme de las vestiduras en la compañía de tus hermanos es calumniosa. —Es común en ElseWorld que las mujeres se desvistan ante los miembros de la familia, —empezó—. Las mujeres de este mundo llevan demasiada ropa. —Nunca antes te habías quejado sobre mi ropa. ¿Por qué ahora? Difundió sus manos en un gesto de no comprender por qué no comprendía la necesidad de sus intenciones y lo acompañaba. —Es un Intercambio. Jane echó una ojeada alrededor de él. Raine y Lyon no se habían movido. Registró sus ojos. —¿Qué significa exactamente eso? —Mis hermanos compartirán nuestro placer con nosotros. —Exactamente dije. ¿Qué exactamente imaginas que pasará aquí esta noche? —Te tocarán como yo lo hago. —¿Tocar? ¿Te refieres a tocar mi cuerpo? —Chilló. Asintió con la cabeza. —¿Se unirán conmigo? —Arriesgó. Asintió con la cabeza otra vez. —¿Deseas compartirme en esa manera especial? ¿Con tus hermanos? —murmuró incrédula. Su mandíbula se endureció, pero solamente asintió con la cabeza una tercera vez. Caminó hacia atrás de él y miró en la dirección de la que venían, a la línea continua de árboles. ¿Dónde estaba el sendero? —Llévame de regreso. —Jane— Caminó con paso majestuoso más allá de él, pero un brazo la rodeó por la cintura, interrumpiéndola. Se enroscó en su apretón para mirarle con el ceño fruncido. —Si te importara realmente, no sugerirías tal cosa. —Me importas. Es parte de mi necesidad de protegerte lo que permite que deje de lado mis celos. No quiero compartirte con otros hombres. Ni siquiera con mis hermanos. Pero es por esta noche solamente y para tu bien que hago tal sacrificio.

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—¿Para mi bien? —se burló de él—. ¡Oh, por favor! Sus cejas se juntaron. —¿Dudas de mi? Es la verdad. Debo salir para ElseWorld pronto, donde seré incapaz de intuirte. Me preocupo por tu seguridad. —La amenaza de Izabel ha pasado. ¿Qué imaginas que podría ocurrir? —¡Cualquier número de cosas! ElseWorld está al borde de la guerra, y la puerta entre nuestros dos mundos se encuentra sobre las tierras Satyr. Hay muchos que intentarían un ataque sobre nosotros para conseguir a duras penas el control de ella. Un Intercambio creará lazos que te conecten con mis hermanos de la misma forma que yo estoy conectado con ellos. Intuirán si estás en un aprieto mientras estoy ausente. —No. —Jane, ve la razón. Probó una táctica diferente. —¿Qué si tus hermanos me atrapan con un niño? Llevó sus manos a las suyas. —Se da por entendido que retendrán su semilla de vida de ti esta noche. Yo también ya que no deseo que cargues con dos partos excesivamente rápido. Jane cerró sus ojos, deseando despertar de esta pesadilla. Cuando los reabrió, nada había cambiado. Su marido todavía le miraba con expectativa, y sus hermanos todavía se ocultaban entre las sombras cercanas. —No quiero esto, Nick. No me importa permanecer en peligro. —¿Y dejar a nuestro hijo así, en peligro, mientras está bajo tu cuidado exclusivo? Jane vaciló. Sintió la fuerza de su voluntad engatusándole la mente, empujándola hacia el acatamiento. —Detén eso. Nunca debo fusionarme contigo. Nick se río entre dientes. —Tú comprenderás con el tiempo. Pero no podemos esperar. Debemos empezar a protegerte antes de que parta en la mañana. Sintió un tirón en su vestido y se dio cuenta de que estaba incitando su decisión en la dirección que deseaba. La estaba desvistiendo. Más allá de él, vio que Raine y Lyon habían tomado sus acciones como una señal y habían empezado a quitarse su ropa también. Sus pechos aparecieron de entre sus túnicas, apareciendo más amplios y más fuerte mientras se revelaban a la luz de la luna. Quería continuar pensando en ellos solamente como hermanos, no como hombres carnales con deseos de la carne. Apartó la mirada. Demasiado pronto ella y Nick estuvieron de pie desnudos dentro del silencio de la cañada. Raine y Lyon dejaron sus ropas tiradas sobre uno de los altares y se reunieron con ellos. La luna escogió ese momento para bañarlos a todos en su plenitud, y ella la maldijo en

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silencio. Trató de esconder su desnudez detrás de Nick. Pero él puso una mano sobre la base de su espalda, negándose a admitirlo. La besó con un aire de finalidad y un susurro de gratitud. Luego su mano se deslizó de la suya. Sus dedos hicieron un intento frustrado de mantener el contacto y luego ondearon a su costado. Cruzó sus brazos sobre su pecho, sintiéndose abandonada y horriblemente avergonzada cuando se movió para pararse junto a sus hermanos. Los tres gigantescos machos permanecían hombro con hombro, mirándole fijamente. Sus musculosos torsos brillaban en la diáfana oscuridad como estatuas de piedra. Presentaban un frente común y se sentía pequeña y sola. Lyon le sonrío de un modo alentador. —Es tímida, —explicó Nick. —Pero ¿voluntaria? —Preguntó Raine. Los tres machos la miraron. Sus dientes mordieron su labio, pero tiró de su cabeza en asentimiento, procurando evitar echar un vistazo a cualquier lugar debajo de sus pechos descubiertos. Nick le miró con aprobación. Subyaciéndole, una neblina de pasión llenó sus ojos. Conocía esa expresión vidriosa. Pronto no habría razonamiento en él. No escucharía nada más que el deseo primigenio. Registró las caras de sus hermanos y vio que estaban afligidos de forma semejante. El hipnótico período del Llamado los estaba sorprendiendo a todos. El día había comenzado tan bien. ¿Cómo había terminado en eso —encontrarse sola en un claro sagrado con tres hombres musculosos, enloquecidos de lujuria y desnudos? Tembló. —¿Tomará el elíxir? —Preguntó Raine. Su voz sonaba sombría, urgente. Nick captó su expresión y vio la incertidumbre. Asintió con la cabeza. Los hermanos rápidamente sirvieron y compartieron el elíxir de sus propias copas y luego las hicieron a un lado. Una cuarta mezcla fue vertida en una copa y pasada a ella. Sus pechos cambiaron y se movieron mientras la tomaba. Tres sets de ojos masculinos les correspondieron, como cascos de hierro atraídos por imanes. Evadió sus miradas, pero no se perdieron ninguno de sus movimientos cuando bebió. Fuego líquido se deslizó por su garganta, y le dio la bienvenida. La luz de la luna hizo un guiño en el brillo de rubí. Cuando los últimos tragos quemaron su camino dentro de ella sus ojos se entrecerraron. En su boda y todo el tiempo en que se habían conocido después, estos hombres habían sabido que esta noche podría llegar a ocurrir. Todos lo habían sabido siempre pero no habían creído conveniente decirle. No dudaba que su silencio era—la manera Satyr. Apoyó de golpe la copa vacía en una piedra cercana. Los hermanos no prestaron atención a su descontento, se concentraron solamente en sus propios objetivos hacia ella. Lyon tomó la copa y la dejó en algún rincón escondido.

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El silencio cayó mientras esperaban que el elixir alborotara su s angre. Pasaron largos momentos. La niebla enhebró sus piernas, cepillando su cuerpo con su remolino. Sus movimientos se tornaron lánguidos, y se tambaleó. Levantó una mano a su cuello, frotando placenteramente bajo la línea de su pelo. Sus pechos estaban gruesos y pesados, sus pezones se arrugaron y apretaron. Su raja se humedeció, y sus labios se ahuecaron. Profundamente en su interior, su sexo empezó a hormiguear, y apretó sus muslos en un esfuerzo de captar la sensación. Cada murmullo y ondulación fueron notados debidamente. —Tengan cuidado con ella, —farfulló Nick. Jane lo miró con ojos velados, preguntándose qué quería decir. Raine asintió con la cabeza silenciosamente. Se ofreció, su cuerpo atrayendo su atención cuando bloqueó a sus hermanos de su vista. Los pasos avanzaron silenciosamente al otro lado del suelo detrás de él. Nick y Lyon se estaban retirando, dejándolos a solas. Raine parecía algo compungido, pero cuando tomó su brazo y la guió a lo largo del claro fue con determinación y propósito. Fácilmente llevada, respiró profundamente el aroma a orquídeas. Debajo de sus pies descalzos, el musgo era esponjoso. Se detuvieron ante la estatua más grande al final de la arena. Siguió su figura a y miró hacia arriba. Y arriba. Encima de ellos Baco reinaba arrogante sobre la cañada, una abierta sonrisa cortando su rostro. Racimos de uva, vides y hojas entrelazaban los zarcillos de su pelo que se rizaban con desenfreno salvaje. Su pose era confiada y generosa en su desnudez, exhibiendo su rasgo más prominente —un falo enorme que se curvaba a gran altura, orgullosamente como una vaina corpulenta. Ménades y ninfas acariciaban al dios con manos y labios delicadamente forjados. Parecía prácticamente no notar dichas atenciones, apenas agradeciéndolas. En vez, los hoyos cóncavos de sus ojos parecían enfocados en ella. La tibieza la rodeó cuando Raine se ubicó a su espalda. Fortaleció sus palmas encima del pedestal de piedra cuando sus manos en su cintura la levantaron a gran altura para inclinarse contra su cuerpo. —Encuentra los apoyos para el pie, —le enseñó. Sus dedos de los pies treparon hasta que encontraron dos muescas aproximadamente a cuarenta centímetros del suelo. Los apoyos para el pie estaban separados la longitud de un brazo separadamente y mantenían sus piernas separadas. Había muescas similares a diferentes alturas e intervalos que tocaban la base de la estatua. Siempre en pares. Sintió a Raine levantarse poniéndose en posición detrás de ella. Músculos se agruparon a lo largo del delantero de los muslos masculinos que se alinearon con el dorso de los suyos. Una pesada palma apretó sus omóplatos, moviendo sus plumas. Empujó hacia adelante hasta que estuvo doblada por la cintura sobre la base de la estatua. Su postura era de adoración, de suplicante. Si hubiera tratado, podía haber extendido la mano y seguido la telaraña de hiedra en los pies de Baco.

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La piedra que acunó sus pechos había sido frotada en sutiles muescas emparejadas. ¿Cuántas otras mujeres habían sido llevadas aquí machos Satyr durante los si glos? Se preguntó. ¿Cuántos otros pechos se habían frotado aquí y suavizado la piedra hasta darle brillo? Soltó un respingo de sorpresa cuando un dedo y pulgar abrieron las mejillas de sus trasero. Algo empujó en la abertura fruncida mostrada en la división de su culo. Un pene. Él pinchado, buscando entra sin autorización. Otra cuchillada simultánea presionó en la hendidura oscura entre sus muslos. Así que iba a ser un acoplamiento doble. No había osado mirar pero se había preguntado si los cuerpos de los hermanos de Nick cambiaban del mismo modo que el suyo durante el Llamado. Ahora tenía pruebas de que lo hacían. Las coronas de terciopelo la perforaron, estirando sus entradas más allá de lo que parecía posible y luego probaban posible cuando Raine presionó hacia adentro. La abrió lentamente centímetro a centímetro, teniendo cuidado tal como Nick había requerido. Un poco de la neblina sensual se dispersó para ser reemplazada por el miedo y la incertidumbre. Su cuerpo se sentía poco familiar. Equivocado. El aliento de Jane se enganchó en un sollozo repentino. El

aguijonear

cesó

repentinamente.

Raine

curvó

su palma sobre su cadera,

reconfortándola. Solamente sollozó más duro. —El elíxir, —dijo en una voz amable—. Pensamos… pero esperaré y lo dejaré hacer pleno efecto. Dime cuándo estés preparada. Permaneció de pie inmóvil por algunos momentos, con solamente los primeros centímetros de sus vergas metidas en sus compartimentos íntimos. Ocasionalmente sus genitales temblaban, y sabía que su deseo de terminar el acto debía ser grande. Su dominio era admirable, pero no podía agradecérselo completamente en su angustia actual. El elíxir corrió por sus venas más enérgicamente, llevándole calma y buena voluntad con él. Sus pasajes se humedecieron. Había aceptado participar en esto. Trató de relajarse para él. Los nudillos de Raine se blanqueaban donde aferraban la piedra a sus costados e intuía su desesperación creciente. —¿Puedo seguir? —Preguntó por fin, su voz culta hizo un gran esfuerzo. Tomó una respiración defectuosa y luego asintió con la cabeza. Ante la primera inclinación de aceptación por su parte empujó profundamente. Esta vez ella no se acobardó cuando sus apéndices buscaron el refugio de su cuerpo. Se clavó en ella. Se estremeció. Igual que su hermano mayor, la llenó más allá de lo que era confortable. Casi inmediatamente, sus caderas se retiraron, solo para empujar al mismo tiempo contra ella otra vez. La trató con el comportamiento rígido que lo tipificaba. Su retirada y penetración era controlada, rítmica.

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Las ideas giraron en su cabeza mientras trabajaba. ¿Realmente estaba siendo jodida por el hermano meticuloso de su marido aquí en este bosque? ¿Y su marido lo condonaba? A decir verdad, ¿estaba mirando? Una y otra vez lo que antes había parecido inimaginable se hacía verdad aquí sobre las tierras Satyr. Al final Raine comenzó dejar de ser considerado con su comodidad. Gemidos renuentes fueron arrancados de él. Las sacudidas de sus pechos sacaron lustre a la superficie de piedra mientras la martilleaba. Otra vez se preguntó cuántas otras mujeres habían sido atravesadas aquí sobre este altar. ¿Con el consentimiento de sus maridos, habían pedido su placer aquí con hombres que no eran sus esposos? Sintió una florecer una estrecha relación con ellas. Raine murmuró palabras bajas en lo que debía ser el idioma sátiro. Estas tocaron una fibra profunda dentro de ella. Su mente y cuerpo estaban relajados ahora, aceptándolo. Su mano grande envolvió la longitud de su pelo alrededor de su muñeca para sostenerla ante su embestida cada vez más poderosa. Su cuello se arqueó, y su cabeza se levantó para encontrar la mirada de Baco. Le sonreía con benevolencia hacia abajo, aprobando su sacrificio. Cuando la liberación amenazaba, luchó contra ella. Había sido un juego antes, cuando Nick se había apareado con ella bajo la apariencia de ser otros hombres. Pero esto era todo demasiado real. No disfrutaría la caricia de otro macho, incluso bajo la instrucc ión de su marido. No lo haría. —Suéltate, —apuntó Raine con un tono sombrío—. Tu disfrute final es necesario para terminar el Intercambio. —No, —gimió, apretando sus puños. Manos masculinas patinaron debajo de sus brazos para encontrar sus pechos. Tiraron de sus pezones ya tirantes e hinchados, presionándolos cuidadosamente contra l a superficie de piedra acariciándolos

al

ritmo

de sus

empujones generosos. La lujuria disparó

fuertemente desde sus pechos a su centro. Cuando el orgasmo no pudo ser ya mantenido a raya, se entregó a él. Raine sintió que comenzaba el ordeñar y sus manos se apretaron en sus caderas. Se sumergió completamente en un golpe final y uniforme. Con un bramido sordo, la aplastó echando, echar semen tibio, fraternal dentro de ella. Desde arriba, sintió el placer de Baco rebalsar de ellos. Manos la acariciaron, no sabía de quién. Nick y Lyon habían regresado incluso mientras sus tejidos todavía palpitaban alrededor de la vergas de su hermano. Raine permaneció firmemente acomodado dentro de ella mientras tres voces participaban juntos en algún ritual más bien cantado desconocido para ella. Al terminar, un sentimiento extraño se la atravesó como un velo claro y reconfortante de magia. Entonces Raine se retiró mecánicamente. Ella aferró la superficie de piedra para conservar su balance y parpadeó mirándolo cuando él y Nick partieron. Dejándola a ella a solas con Lyon. Aunque Nick había parecido estar sufriendo las torturas del maldito, no había ofrecido ninguna palabra de consuelo o amor. Se sentía abandonada.

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Lyon tiró de ella de su percha. Cayó contra él pero se separó rápidamente de su musculosa tibieza. —Ven, —le dijo, llevándola de la mano—. Molestaremos a Nick un poco, ¿no te parece? —No estoy segura de que eso ocurra, —masculló. Mientras

caminaban juntos, el

ligero

sacudir de sus pechos descubiertos la

avergonzaba, eso y el nuevo estado resbaloso entre sus muslos y la hendidura de su trasero. Todo en lo que podía pensar era en que acababa de ver a su hermano fornicar con ella. Que estaba planeando hacer lo mismo. Miró el pase del suelo bajo sus pies. Fragante menta de Córcega y clavos azules de lavanda crecían en frondosos bajos que bordeaban el sendero musgoso. Por la esquina de su ojo vio a Nick y a Raine a cierta distancia, observándolos. ¿Nick podía ver el residuo que se aferraba al eje de Raine como consecuencia de su unión? ¿El olor de su excitación sexual sobre el cuerpo de su hermano lo atormentaba? Lyon la llevó a un lugar diferente sobre el altar de Baco donde la piedra moldeaba un puente arqueado a un metro ochenta sobre pequeñas piscinas. Allí una fuente del agua fresca goteaba de cántaros sujetados por tres ninfas con facciones cautivadoras y liquen en el pelo. Caía en cascada sobre el borde del puente en una amplia lámina que se derramaba a las piscinas abajo. Sujetó su brazo como si la ayudara a subir a un carruaje. El ademán caballeroso la golpeaba como ridículo en tales circunstancias, pero tomó su mano sin embargo. Con su soporte, subió a la pared escalonada que bordeaba la piscina. Donde sus costillas se apoyaron en el puente, la cascada se detuvo y encontró una nueva ruta, derramándose alrededor de ella para gotear por sus costados sus equipos. Esta nueva percha la sujetaba mirando hacia fuera, hacia la cañada descubierta. El puente oscurecía solamente una tira angosta en su cintura. Cuando miró derecho delante, su mirada se encontró con la de Nick. En el lugar en que estaba de pie, ¡él y Raine tenía una visualización frontal directa de sus pechos, caderas, y piernas! Echó un vistazo a Lyon por sobre su hombro y trató de retirarse. —No aquí. Verán demasiado. —Me corresponde a mí escoger el sitio, —le dijo. Antes de que pudiera discutir más, los pies de Lyon encontraron un peldaño más grande que sobresalía de la roca de la base de la pared de la piscina justo debajo de la s uya. La tibieza y el olor de él la abrumaron cuando se apoyó sobre ella y se presionó a lo largo de su espalda. Flexionó las rodillas y se deslizó más abajo tras ella. Hizo una pausa, con el propós ito de darle a sus hermanos de ver sus congestionadas vergas entre la v invertida formada po r sus piernas. Se enderezó

despacio. Sus

penes

gemelos

fueron recibidos

por sus puertas

desprotegidas. Ante el pinchazo carnal de Lyon, vio a Nick empezar a avanzar hacia adelant e y luego contenerse. Lyon era muy valiente o muy estúpido al exhibición flagrante.

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incitar sus cel os con esta

Lenta, muy lentamente la atravesó. Sus tejidos estaban sensibles por las atenciones de Raine, y sintió el ingreso de cada centímetro. Era colosal, pero su cuerpo, su mente, no resistió. Al final su mata cubrió su trasero y se hundió por completo. El calor y el almizcle de él la rodearon. La sensación repentina de plenitud y cautiv erio era demasiado. Gimió. La palma de Lyon se deslizó sobre su estómago su mano ampliamente abierta para firmarla. Nick no dejaría de notar el ademán posesivo. Jane lo escuchó gruñir y vio a Raine contenerlo. Lyon cambió de lugar sus labios detrás de su oreja. —No me odies, hermana. En un Intercambio es mejor despertar los celos del marido. Es extraño para ti, imagino. Pero es nuestra manera. Jane puso los ojos en blanco ante todo este—también—familiar descargo de responsabilidad, pero en la postura en que estaba Lyon no lo vio. Poniéndose a la empresa, empezó a

descargar su celo sobre ella con golpes

enérgicos. Otra vez sintió la diferencia —la forma y el tamaño de un hombre al que no estaba acostumbrada y que no era su marido. Sus muslos cubiertos de pelaje presionaron los suyos abiertos de par en par raspándola delicadamente mientras empujaban y se retiraban. Las manos sobre sus huesos pélvicos arqueaban sus caderas hacia atrás, abriéndola para que sus gallos entraran en tropel. Baco miraba este apareamiento desde un ángulo diferente del último. Sentía sus ojos ávidos sobre su culo que se zangoloteaba en sincronía con el empujón rítmico de Lyon. Sus pechos colgaban sobre la piedra, golpeando y deslizándose en la resbaladiza lámina que caía en cascada sobre ella. El brillo frenético borboteaba, la bañaba y aliviaba. Ella ahuecó sus manos sobre sus pechos, levantándolos fuera de la excitación, rechazándola. Pero cuando el empujar de Lyon se intensificó, perdió su agarre y simplemente soportó la caricia fría del torrente. Este era un hombre que se deleitaba en la fornicación y no se avergonzaba de mostrarlo. Se deleitaba en su tarea y gritaba el disfrute de su cuerpo para que todo el mundo lo supiera. Cumplidos y estímulos acentuaron su apareamiento, exhortándola hacia el placer. Sus hermanos no podrían captar sus palabras, pero su deleite sería evidente. El vocabulario de Lyon delegó cuando su necesidad lo sorprendió. —Umm, joder. Bien, —murmuró. Entonces, —córrete por mí, hermana. Jane se desilusionó al sentir la excitación florecer otra vez. Aunque sabía que el el íxir era responsable en parte, rechazaba el éxtasis que su follada le estaba causando. Agitó su cabeza, luchando contra la creciente oleada de excitación. Sus dedos separaron sus rizos mojados, buscando. Su cuello se arqueó, y colgó suspendida sobre un precipicio de necesidad. Entonces levantó su clítoris y frotó oh —tan— suavemente. Ella gritó. A través de sus pestañas llorosas, Jane vio a Nick llegar al final de su cordura. Raine apenas pudo contenerlo mientras el orgasmo la atravesaba. Lyon explotó en una eyaculación feroz. Su cálida corrida la inundó para mezclarse con la que Raine ya había depositado.

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Todavía se estaba estremeciendo recibiendo las últimas gotas de su crema cuando Nick y Raine se reincorporaron a ellos. Se quedó colgando, blanda y dócil sobre el puente de piedra con Lyon en su espalda. Más de esas guturales palabras Sátiro fueron cantadas sobre ella. Otra vez, ese sentido extraño de fusión vagó sobre ella. Entonces Lyon se retiró. Brazos familiares la rodearon. Cuando cayó en ellos, Nick la atrapó y la cargó, aplastándola contra él. Sus manos acariciaron su pelo húmedo y lo alisaron sobre su piel mojada. Se relajó contra él con alivio. La humedad embarazosa era más profusa ahora. Se agarraba a su mata, goteaba de sus aberturas y manchaba el interior de sus muslos mientras Nick la llevaba. Aturdida, fue con él, apenas sabiendo dónde. En la entrada de la cueva, tres árboles antiguos se inclinaban hacia abajo, formando un arco vivo que casi ocultaba la entrada de roca. Nudosas raíces de roble, fresno, y espi no se entrelazaban para moldear peldaños de un diseño tan hermoso que parecían planeados por un artesano experimentado. —Donde el roble, el fresno y el espino se juntan, los faeries se encuentran, — murmuró Jane, citando la leyenda de la tríada Faerie de Inglaterra. Nick le dio un apretón alentador a su brazo. Los cuatro cruzaron a través de la apertura que los árboles proveían y luego entraron en una habitación enclaustrada. Olía a una fermentación antigua de musgos, hierbas, parras , y las almas amadas e intuía su santidad. Cuando sus ojos se acostumbraron a la ausencia de la luz de la luna, vio que soportara un altar bajo en el medio de un sendero. La ruta continuaba un poco más delante, terminando en un vacío del que un aura poderosa de magia emanaba. Un cuerpo tibio se arrodilló detrás de ella. Nick. Agarró sus caderas y la jal ó sobre sus rodillas ante él. —¿Dónde estamos? —Preguntó en un tono muy suave. —Es el lugar en donde EarthWorld y ElseWorld se encuentran, —le dijo—. He elegido a este—el más sagrado de todos los lugares de unión—para cerrar el círculo del Intercambio. Raine y Lyon se paraban a sus costados, mirando mientras la encorvaba sobre este altar final. Algo hizo cosquillas a sus pechos. Moldeó sus manos por debajo, encontrando un almohadón de tomillo y frágil de musgo faerie que cubría el altar. Penes gemelos encontraron sus entradas vaginales y anales. Su carne estaba muy sensible, pero conocía bien este cuerpo y le dio la bienvenida. Su marido. Nick gimió su alivio cuando se condujo a su interior. Las sobras de sus hermanos pavimentaron su camino, siendo esta tercera unión una excepcionalmente fácil. Era un hecho no podía pasarle desapercibido. La folló fuerte y sin ninguna piedad. La fuerza de s u apareamiento era, sospechaba, motivada por su deseo de marcarla como propia. Miró hacia sus pechos y vio que terminaban ahora en ese extraño brillo azul plateado. En otro tiempo pudo haber sentido vergüenza de que sus hermanos lo presenciaran. Pero no ahora.

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Nick lo vio y se tornó salvaje. Sus pensamientos perforaron los suyos. No ocurrió con los otros. Solamente para mí. Solamente para ti, repitió su mente. El orgasmo se hinchó rápidamente entre ellos, cada sensación construida sobre las otras experiencias. Alcanzó la cima y luego colapsaron cuando su semilla irrumpió en su canal para romper contra su útero. Podía sentir cada gota de su corrida encontrándose y estableciendo lazos con la de sus hermanos. Tres pociones masculinas distintas fusionándose dentro de ella para moldear una mezcla poderosa que prolongó sus convulsiones interiores hasta que fue succionada en una negrura de terciopelo. Cuando volvió a la superficie, el sabor fuertemente acre de tierra fresca y musgo invadían

sus

fosas

nasales.

Encima

de ella se pronunciaban suavemente palabras

provenientes de tres voces masculinas. Su canto se tejió alrededor de ell a, cerrándola dentro de la protección que el Intercambio de esta noche había formulado. Sin hablar, aceptó lo que ofrecieron y sintió su gratitud a cambio de su comprensión. Raine y Lyon se retiraron de la cámara, moviéndose bajo la luz de la luna. Nick lanzó un gruñido cuando su segundo pene se retrajo en su pelvis. Su otro pene permaneció grueso y listo, todavía metido en su hendidura estremecida. —Un respiro, marido, —susurró. Se retiró de ella y la inclinó contra él. —Lo siento. Tú eres pequeña, y hemos estado demasiado deseosos contigo. Por sobre su hombro, a través del marco de árboles que moldeaban la puerta a la cámara, Jane observó a Raine y Lyon moverse por la cañada. Observó la neblina alrededor de ellos centellear y luego solidificarse en formas femeninas. Observó a las Shimmerskins materializarse por arte de magia. Una de ellas se hundió sobre sus rodillas ante Lyon. Sus manos acariciaron sus muslos cubiertos de pelaje mientras llevaba su verga erguida a sus labios. Las manos de él se ahuecaron a los costados de su cabeza, sujetándola firmemente mientras empezaba a joder su boca. Otra Shimmerskin acarició el pecho de Raine, cepillando sus pezones. Él ahuecó su trasero para levantarla. Envolvió sus piernas alrededor de su cintura y separó sus labios con una mano mientras dirigía su verga a su interior. Sus ojos se cerraron cuando se sentó profundamente y empezó a mecerla. Jane gimió. —¿Ocurre algo? —Preguntó Nick. Presionó sus pechos azules inclinados contra su pecho y dejó que el vello de su cuerpo la masajeara. —Puedo sentir su excitación sexual, o algo de ella, —dijo con sorpresa. Sus cejas se unieron—. Es un sentimiento raro. No estoy segura si me gusta. Nick se sentó y la levantó sobre su regazo, ella pudo sentirlo duro contra su cadera.

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—Es el resultado del Intercambio. Ahora estás conectada con todos nosotros ahora. Con el tiempo terminarás sintiéndolo como normal. —No quiero asociarme físicamente con ellos otra vez. —No hay necesidad. Ahora estás protegida por los lazos familiares constituidos irrevocablemente esta noche. Estoy contento de que puedas permanecer segura a su cuidado mientras esté en ElseWorld. —Siento la verdad de eso. Esto ha sido todo tan extraño. Nunca pensé en aparearme con otro hombre que no fuera mi marido. —Imagino que has hecho muchas cosas que nunca pensaste hacer desde que viniste, —dijo—. ¿Algún pesar? Le sonrío y agitó su cabeza despacio. Jane escuchó a Raine gemir en la distancia y la sensación que sintió hizo que su clítoris respondiera. Su mano se movió hacia abajo, pero se detuvo antes de comenzar a frotarse con ella, demasiado tímida. Con su mano presionada sobre la suya, él movió los dedos entrelazados placenteramente a través de su humedad. —Es como un eco de su placer, —murmuró ella. Su respiración era un susurro cálido contra su cuello, su mano urgente sobre la suya. —Lo siento, también. Una fuerte agitación que me espolea hacia el clímax. —Un útil acontecimiento fisiológico con el propósito de perpetuar tu raza, presumo. —gimió ante la sensación que sus dedos estaban causando. —Hablando de lo cuál.... La colocó sobre una cama de musgo blando, obviamente planeada para continuar su apareamiento en la privacidad de la cueva. —¿Habrá más sorpresas? —Preguntó, rodeando su cuello con sus brazos. Él besó un lado de su garganta. —Indudablemente. Dio toquecitos en su barbilla con una punta del dedo. —En el futuro, quizás ¿me advertirás antes? Le sonrió con gusto. —Considera esto una advertencia entonces. Algo está a punto de sorprenderte. ¡¡Aaaah!! —lanzó un gritito ahogado cuando el buscador se abrió paso dentro de su vagina, bebiendo a lengüetazos la crema y curando sus rasguños. Ella se relajó ante sus atenciones. —Una sorpresa bienvenida, marido, para ser usada urgentemente. Besó su frente, arrepentido. —Lo siento. —Fue duro, —le dijo, retorciéndose—. ¡¡Aah!!—pero empiezo a curar. Momentos después, el trabajo del buscador estuvo hecho. Nick lo bateó a un lado y se deslizó sobre ella.

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—Y

ahora,

esposa,

estás

advertida

que mi

lengua, dedos

y

verga planean

sorprenderte repetidamente en las horas que faltan hasta que finalmente llegue el amanecer. Abrió sus muslos y le sonrío, acogedora. Extendió los pliegues erizados de sus labios , exhibiendo su corazón más vulnerable para el beso de sus labios, el golpe de su lengua. Suspirando, se relajó y dejó que sus dedos separaran su vello. Cuando ellos se metieron allí, él dejó caer una suave lluvia de besos por todo su cuerpo. Cuando su eje encontró y perforó su corazón inferior, el júbilo perforó su alma. Esta noche había sido realmente aceptada en su clan tanto la mente como en la carne. Había confiado en ella suficientemente, la había querido lo suficiente para elegir ese lug ar que significaba tanto para él y para los suyos para que se unieran. —¡Qué afortunado soy de haberte encontrado! —murmuró Nick. Afortunado. No había dicho que la amaba. Pero la necesitaba, por lo menos para esto. Porque ella se había convertido en su preferencia para los compromisos carnales y era la madre de su hijo, le había ofrecido una casa y su protección. Ella y Emma estarían protegidas como si hubieran nacido en esa familia. Era aquello que había anhelado su vida entera. No sería avara. Lo dejaría ser suficiente. Por ahora. —Yo, también, soy afortunada, —susurró. Esa noche él partió hacia ElseWorld a través de la pared en la cueva, dejando tanto a ella como a EarthWorld atrás.

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Capítulo 32 Jane tarareaba cuando ella y Emma dejaron el jardín del Castello y entraron en el bosque la mañana siguiente. Iban a buscar flores para la versión del rel oj de Linnaeus de Emma. Les faltaban solamente dos ahora, habiendo encontrado las otras diez, cuyos pétalos se abrían y cerraban de acuerdo al paso de las horas. Su mente rebosaba de pensamientos sobre la noche previa cuando había abrazado completamente su marca especial de sexualidad y la de su marido. La carnalidad era suya para ser explorada en los años por venir. Con el tiempo, esperaba que llegara a quererla. Pero en este momento, estaba contenta. Si no hubiera estado preocupada por tales reflexiones, podría haber notado que estaban siendo seguidas. Después de que entraron en el bosque, su perseguidor se presentó finalmente ante ellas. —¡Papá! —exclamó Emma con sorpresa. Jane giró para encontrar a su padre —no, Signore Cova, que no era su padre— apareciendo detrás formando una barrera entre ellas y el Castello. —¿Desde dónde viniste? —Exigió sin comprender como había permitido el muro de poder que un desconocido invadiera el bosque. —Te seguí, —masculló. Había estado siguiéndoles los pasos. Ya que el bosque la aceptaba ahora y a Emma permitiéndoles entrar, debía haber aceptado a alguien a quien percibía que sin duda era su acompañante. Cova miró fijamente alrededor de la cañada, oscilando sobre sus pies. Estaba borracho. Nunca lo había visto tan desaliñado y descuidado. —Lugar mugroso, —farfulló—, ....Llevar a mi Izzy.... van a pagar....Lugar dejado de la mano de Dios y sus propietarios paganos. Jane y Emma se acercaron la una a la otra, mirándolo cautelosamente. —Nick no tuvo nada que ver con la muerte de Izabel, —arriesgó Jane. Cova jaló una caja de madera pequeña de su bolsillo. —¡Una erupción sobre todas las casas Satyr! —citó incorrectamente aturdido. Abrió la caja, la giró al revés, y dejó que las hojas desmenuzadas que contenía fueran esparcidas por el viento. Jane miró, no trató de impedirlo, no comprendiendo la verdadera gravedad de sus acciones hasta que era demasiado tarde. La caja vacía bajó de sus dedos al suelo. Se río con su tonta risa de borracho. —Erupción en una caja.iv El horror cayó repentinamente sobre ella y Jane giró, mirando los fragmentos de hojas pasar rozando y flotando sobre el suelo llevadas por la brisa. Había centenares — demasiadas

para recuperarlas

a todas, ahora que se habían encontrado un refugio

combinándose con el terreno. —¿Qué has hecho?! —Chilló.

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Emma dejó caer su canasta, agarrando sus manos. —¿Qué? ¿Qué hizo? —Trajo la erupción aquí sobre esas hojas. A propósito, para contagiar las vides, — dijo Jane. —Siempre fuiste rápida para el estudio, hija de una ramera, —dijo Signore Cova—. Así que escucha esto: cuando las vides se sequen y se mueran, también lo hará tu marido. Y sus hermanos. Izzy dijo que el sátiro necesita esas enredaderas para vivir. Mi pobre, amada Izzy. Ohhh. Ante el recuerdo de Izabel, tomó su cabeza en ambas manos y se desarmó en sollozos. —¿Es verdad lo que dice? —preguntó Emma a Jane. —Vuelve a casa y trae a Signore Faunus, —la instó Jane—. Dile que— Cova arrojó a Jane a un lado y agarró el brazo de Emma, sus lágrimas habiéndose secado rápidamente. —No permitiré que te quedes en este lugar perverso, niña. Tú volverás a casa conmigo y servirás a tu padre como debe hacer una buena hija. Emma miró a Jane, insegura. —¿Debo irme? Todo dentro de Jane se rebeló. Emma debía quedarse con ella, segura sobre las tierras Satyr. Embargada por una terrible cólera, las plumas en su espalda se movieron. —No. No ahora, —susurró Jane sintiendo el cambio y temiendo lo que podría ocurrir después. Espontáneamente, las plumas se precipitaron a través de la espalda de su vest ido y brotaron. ¡Se desplegaron gloriosamente en alas

translúcidas

que aleteaban! En su

movimiento, sus pies se separaron unos centímetros del suelo. Emma la miró, muda del susto. —Deja que se vaya, —siseó Jane al hombre que abrazaba a su hermana. Signore Cova retrocedió temeroso y luego huyó, tropezando con el suelo del bosque. —¡Bruja! ¡Bruja! ¡lo contaré! ¡Ve si yo no!— Jane le gritó. —Recuerda que todos dirán que si tú eres mi padre, tú también debes estar manchado. Y seguramente un brujo, también. —Solamente esperaba que la amenaza lo contuviera. Como consecuencia de su partida, las plumas en su espalda se plegaron juntas tan prolijamente como el abanico de una dama y se resbalaron en su piel. Sus pies posados de nuevo sobre la tierra. Lanzó una mirada a Emma, teniendo miedo por el rechazo que estaba preparada a ver en sus ojos. Pero Emma estaba sonriendo abiertamente. —Sabía lo que podías hacer con las plantas. ¡Pero no sabía que podías hacer eso! Jane se río con alivio.

220

—Para serte sincera, yo tampoco. Ven, vayamos por los caballos. Nick y Raine están ausentes, pero debemos buscar a Lyon e informarle lo que ha ocurrido. Juntas, regresaron de prisa cuesta abajo hacia el Castello. —¿Cuándo adivinaste lo que puedo hacer con las plantas? —preguntó Jane mientras corrían. —Hace mucho. Podía distinguir que estabas avergonzada sobre ello así que no revelé que lo sabía. Pero no estaba al tanto de lo de las alas. ¿A mí también me crecerán? —No. Nick me dijo que las tengo porque mi padre era a decir verdad alguien aparte del tuyo. —¡Oh! —exclamó Emma, sonando desilusionada al digerir la noticia. Jane no sabía si consolarla o sonreír. —Por años me he preocupado de que presentaras señales de esta mancha. Y ahora dices que quisieras tenerlas? —¿Por qué no querría tener alas? Son hermosas, —dijo Emma. Entonces su frente se frunció de preocupación—. Pero si papá no es tu padre, ¿todavía somos hermanas? Jane asintió con la cabeza. —Siempre. Somos medio hermanas por sangre y hermanas completas por el amor. Tú vivirás en el Castello conmigo desde ahora. La mano pequeña de Emma se resbaló en la suya mientras alcanzaban su casa. —Estoy feliz. A la mañana siguiente, Jane se paseaba de un lado para otro ante la entrada hacia ElseWorld en la cueva sagrada sumergida en lo profundo del bosque Satyr. Había estado ahí desde el amanecer aguardando el regreso de Nick. Ayer ella y Emma habían visitado a Lyon y lo habían encontrado ya enfermo por los efectos tempranos de la erupción. Había dejado que Signore Faunus y Emma lo cuidaran antes de venir aquí. Raine estaba ausente, y no tenía ninguna manera de saber si también se había debilitado. Pero parecía probable. ¿Nick estaba enfermo, también? No podía intuirlo, lejos en ese otro mundo. ¿Debería ir hacia él allí? Lyon le había hecho prometer que no lo haría, porque decía que no era seguro. De vez en cuando, cuando caminaba de un lado para otro, escuchaba los gritos de la juerga de trabajadores de la viña en sus casas fuera de la región Satyr. Un festa local estaba en marcha así que no vendrían a la propiedad hoy. Su alegría parecía surrealista en vista de su terror. Era ya avanzada la tarde cuando Nick caminó a través de las puertas, finalmente de regreso en EarthWorld. Su cara estaba demacrada, su cuerpo exhausto. Se desplomó contra la pared de la cueva y llevó una mano a su cabeza. —Estoy enfermo, Jane. Envenenado. También siento la enfermedad de mis hermanos. ¿Qué está ocurriendo? Jane envolvió sus brazos alrededor de él, deseando poder llevarse su dolor.

221

—Es la erupción. Se ha presentado en la propiedad y está enfermando las vides. Enfermándote a ti y tus hermanos. —Mierda. Ella rebuscó en su canasta. —He traído una mezcla de hierbas. Un remedio que he dado a Lyon. Debes tomarlo. Tengo la esperanza— —No. No bastará. —Alejó a su cabeza de lo que le ofrecía y se empujó de la pared de cueva, apoyándose con su peso contra ella, un brazo alrededor de sus hombros —. Llévame a las vides que se encuentran en lo alto sobre el punto de encuentro. —Pero— —Por favor. —Su voz era un susurro débil y ronco. Jane puso un brazo sobre su cintura, y con una fortaleza proveniente del terror lo guió fuera de la cueva. Lo llevó más allá de las estatuas con sus miradas solemnes y más allá de la cañada. Sus pasos eran plomizos e inseguros. Mientras trepaban, tropezó con una raíz y se tambaleó, casi al punto de caer. —Un descanso, —pidió. Sus hombros estaban inclinados, desesperado. —¡No! ¡¡Vamos!! —Gritó, sacudiéndolo. Lo arrastró sobre sus pies, y avanzaron con dificultad. En la entrada para la viña, las puertas se menearon abierto, perspicaz y dándole la bienvenida. Antes de que alcanzaran las enredaderas, su cuerpo entero dolía por sostenerlo . Nick se desplomó en el borde de la viña, cayendo echado sobre su espalda sobre una parcela de tierra desnuda entre las hileras. Jane se arrodilló a su lado, rogando que no hubiera muerto. —¿Qué hago ahora? No respondió. Su cuerpo estaba sin vida, su respiración era errática. Apoyó su mano sobre su mandíbula y trató de fusionarse con él. Bajo sus manos, sintió su mente pasar. —No puedes dejarme, Nick, —sollozó—. Tenemos que criar a Vincent. ¿Y

nuestros

otros niños? —¿Tenemos más? —Preguntó. Su voz sonaba confusa, desorientada. —Hablo de los niños todavía no concebidos. Ahora, ¡dime! ¿Por qué vinimos aquí? ¿Qué puedo hacer? Ella se forzó a tranquilizarse. Su dolor la debilitaría si lo dejaba. Para salvarlo tenía que mantenerse racional. —Curar, —farfulló. —¿Curar? ¿Curar?— ¿Qué quieres decir? Se meció hacia atrás, y su mano rozó sin querer una raíz cercana. Se regeneró, llenándose de vida con un nuevo verdor. Pero el color solamente se extendía más allá de la raíz a unos centímetros de su tallo. Se puso de pie y miró las hileras interminables. —No puedo tocarlas a todas ellas. No a tiempo.

222

—…Nutrir la tierra.... —Habló entre dientes—. …Las raíces van por debajo.... ¡La phylloxera había contagiado las enredaderas por la tierra! La tierra era lo que s u cuerpo debía limpiar. Rápidamente empezó a rasgar su ropa. Se desprendió de su vestido y enaguas. Su corsé era imposible. Quedaba. Se estiró apoyando su pálida piel sobre la tierra tibia y desmenuzada. Cuando su cuerpo se unió con la tierra dejó que la energía bañara las raíces de las vides. Su dolor la golpeó, le quitó fuerza, pero entonces el veneno de la erupción la pas ó y fue desapareciendo, abandonándola mientras lo hacía. Se puso de pie otra vez, dando sombra a sus ojos para medir la ladera alrededor de ellos. Las enredaderas brotaban reverdecidas, renovadas, rejuvenecidas. Pero entonces miró más lejos, a la próxima colina. Las enredaderas permanecían allí negras y mustias. Como hacer lo mismo sobre todas las colinas circundantes. Nick murmuró algo. Se dejó caer de rodillas a su lado. —He fallado. Lo siento tanto. Su mano cambió de lugar la suya de su pecho y la colocó sobre su entrepierna. Ella la retiró. ¿Incluso al borde de la muerte quería sexo? —¡Nick! No seas ridículo. —Cúralas....A través de mí. —apoyó su mano ahuecada sobre su entrepierna a través de sus pantalones—. Semilla de vida. Nueva. Joder. Repentinamente comprendió. Su alma estaba entrelazada con estas enredaderas. ¿Su acoplamiento, aquí sobre esta región, infundiría la energía necesaria a las enredaderas y así a él? Tiró en los cierres de sus pantalones, rompiéndolos en su apuro. Él se río entre dientes y tocó uno de sus pezones con la punta del dedo. —Libertina. —Cállate. Cuando sus pantalones se abrieron, casi lloró. ¡Su verga estaba blanda! La tomó entre sus manos, frotándola, tirando suavemente. No reaccionó. Probó con su boca, trabajándolo con sus labios y lengua, simulando el acto sexual. Empezó a hincharse. ¿Era suficiente? —¡Nick! Ven encima de mí, —le dijo—. Tengo que echarme sobre mi espalda para tener un contacto completo con la tierra. —No puedo, —masculló. Se echó sobre su espalda e intentó hacerlo rodar sobre ella. Imposible. Desesperada, lo intentó otra vez y luego gimió desesperada. Había decaído. Su falta de interés la aterrorizaba. Antes siempre había estado listo para cada aspec to del comportamiento carnal.

223

Con determinación se deslizó sobre él, frotándolo con su raja. Se inclinó cerca para susurrar suavemente las crudas palabras de sexo—la clase que a él le gustaba. Alentándolo, mendigando, persuadiendo. Bajo ella, su eje se espesó y se hinchó. Se levantó un poco sobre él para encontrar su punta. Con su mano, forzó el miembro semiblando algunos centímetros dentro de su canal. Levantó sus manos a sus muslos y presionó. Sus ojos se abrieron. —Pareces cansada, esposa, —murmuró. Era absurdo, descuidado con su situación. Pero estaba viniendo a la vida. Sus rodillas se estaban llenando con moretones de rascar en la tierra volcánica a sus costados. —Rueda sobre mí. ¿Puedes? Necesito que estés encima. —Tan sumisa, —la molestó. Sus párpados se cerraron. Le pegó en el hombro. —¡Muévete, Nick! —¡¡Ay!! —La miró con expresión dolida. —Tenemos que cambiar de lugar. Necesito mayor contacto con la tierra. La conciencia relampagueó en sus ojos. Con una respiración muy fuerte, se levantó del suelo e invirtió sus puestos. Eso fue mucho para él y se desplomó sobre ella, forzando su verga más profundamente. Luego permaneció tendido inmóvil sobre ella. Dirigió sus palmas sobre su musculosa espalda y su trasero y dejó que sus dedos siguieran la hendidura de su culo. La punta de uno de sus dedos aguijoneó su apertura fruncida. El se movió convulsivamente y su verga se fortaleció. Se las arregló para mover sus caderas en el más desnudo de los ritmos. Haciendo un gran esfuerzo, ella extendió la mano para adquirir un mejor acceso. Él emitió un grito ahogado cuando su nudillo se introdujo profundamente, sodomizándolo. —Crema, —protestó contra su garganta. —No tengo nada. —Entonces, suficiente. —Forzó su mano a abandonarlo. Pero los empujones de sus caderas se habían hecho más fuertes y más controlados. Ahora que tenía su cooperación, cambió su concentración. Su mente se movió empujada por la corriente, pidiéndole a la tierra que aceptara su oferta. Incitándolo a él a fusionarse con ella. Incitándolo a compartir su fecundidad, compartir su amor por él. Su espalda comenzó a calentarse y sintió comenzar la fusión. Sintió el dolor de la tierra, sintió las raíces y las vides y su enfermedad. Ofreció disminuirla. Su barbilla llenó la muesca donde su hombro cubría su cuello. Olió la lluvia en el ai re, vio gotas de lluvia propagándose por el bosque y llegando a las puertas de la viña. Los movimientos cortantes dentro de ella seguían siendo lentos pero firmes. —¿Ése es el mayor esfuerzo que puedes hacer? —se burló—. Fóllame, marido. Fóllame como deseo. ¿O te dejo y encuentro mi satisfacción con otro?

224

Gruñó, y sintió que la fuerza y determinación aumentaban en él. Sus dedos cavaron en sus caderas y empezó a joderla con creciente ferocidad. —Debes dejarme que nos fusionemos como el día en que nos conocimos, —susurró en su oído—. No te protejas de mí. No tengo lo suficiente para darle a las vides sola. Nos necesitan tanto. ¿La había escuchado? ¡Sí! Sintió su mente entrar en la suya. Provocando una sensación de tibieza. Cuidado. ¡Amor! Las lluvias llegaron, acariciando sus cuerpos mientras se apareaban entre sí y con su tierra. Juntos se retorcieron en la vigorosa y generosa tierra y se convirtieron en uno con ella. El barro succionó el cuerpo de Jane, jaló de ella profundamente, tomó todo lo que le brindaba y lo dio a cambio la vida de a su marido a través de ella. Encima de ella, Nick corcoveó duro, nuevamente vigoroso. Cuando finalmente la condujo al clímax, hundiéndose profundamente y gritando su éxtasis, lo último de su dolor se escurrió de él, rebalsó de ella, y se destiño en la nada. Por todas partes las cimbreantes enredaderas se recuperaron y se enderezaron. Nuevas flores reventaron de vides ahora sanas y cargadas de savia. Nick la apretó contra él. Encima de ellos, la lluvia aflojó su velo y una neblina de diamante que se movió empujada por el viento. Te quiero, murmuró su mente. La besó profundamente con sus labios anegados por la lluvia. Entonces dijo en voz alta: —Te quiero. —Y yo a ti, —repitió ella. La tierra embarrada que los había embarrado estaba seca antes del momento en que abandonaron las pendientes. Lejos debajo de ellos, Jane observó parte del bosque y vio piedras y guijarros formando parte del paisaje. Y supo que estaba en casa.

225

Epílogo La naturaleza saltaba a la vida por todos lados de uno a otro rincón de las t ierras Satyr. Las abejas murmuraban en las vides. Las uvas estaban empezando a madurar. Pronto sería otoño y la cosecha comenzaría. En el jardín del Castello, Jane escuchó la risa y giró para observar Emma ordenar a Lyon que empuñara un coche de bebé al otro lado del césped de la manera correcta. Incluso los criados sonrieron ante sus payasadas, envueltos en el placer absoluto de su felicidad. La normalidad exterior que su nueva familia presentaba al mundo era algo en lo que Jane se deleitaba. Cualquier ser humano que se encontrara con ese lugar idílico no pensaría que allí existiera nada anormal. La suya podría ser como cualquiera de las cientos de fami lias en Italia disfrutando una tarde de verano. Pero aquí sobre la tierra Satyr, todo era maravillosamente anormal. La vida surgía allí como no lo hacía en ningún lugar fuera del los muros Satyr. EarthWorld había sido una vez un lugar hostil. Y la casa de Nick había le había parecido l o más oscuro de todo. Ahora sabía que era un refugio. Un lugar de aprobación. Su casa. Pronto, el clan Satyr se expandiría. Raine estaba ahora fuera en búsqueda de su esposa de FaerieBlend por tercera vez. Sus hermanos lo habían molestado despiadadamente sobre su incapacidad de ubicarla tan rápidamente como Nick había encontrado a Jane. Aunque Raine registraba los lugares más cuidadosamente y metódicamente que los otros, por lo que Jane no tenía dudas de que tendría éxito en su tarea al final. En cuanto lo hic iera, Lyon se iría en búsqueda de su novia. ¿Sus hermanas serían como ella? Nick le había explicado que la magia encontraba su salida de maneras diferentes en cada Faerie. Su don era una facilidad con las plantas. Quedaba por ver cuales podían ser las habilidades de sus medio hermanas. Esperaba con ansia darles la bienvenida en el redil. Los ojos de Jane se apartaron al reloj que Emma había completado solo ayer. La pasionaria estaba en flor. Era casi el tiempo para el regreso de Nick. Después de una ausencia de una semana, su marido estaría lujurioso. Frotó una mano sobre su estómago plano. Nick le había prometido un segundo niño un año después del parto del primero. Pasarían muchos meses para eso. Por ahora, Emma y bebé Vincent los mantenían ocupados. Él júbilo burbujeaba a través de sus venas ante el conocimiento de que sus hi jos crecerían aquí, seguros, aceptados y amados. Y libres de las restricciones que el mundo fuera de las tierras Satyr imponía. Aquí, en este lugar exclusivo, no habría nada que los condenara por su rareza. Solo tendrían satisfacciones y nada los lastimarí a en el proceso. No había falsa piedad aquí, ninguna regla social inútil para gobernarlos. Existía solo la privada y secreta maravilla de sus vidas. Escuchó la almohadilla blanda de pisadas al otro lado del césped y sintió a Nick llegando para detenerse a su espalda. Sin sorprenderse se reclinó contra el calor y la fuerza

226

que era su marido. Brazos musculosos se curvaron a su alrededor y Nick acarició su barbill a en el rincón de su hombro. -Estoy de regreso, —murmuró. —Estoy feliz, —le dijo. —Tú sabías que vendría, —la acicateó. —Lo sabía, — que murmuró sobre una sonrisa blanda. Esa noche sería luna llena. Una noche de Llamada. La esperaba con ansia.

N ota de es c ritor La Phylloxera de la uva es un insecto diminuto que se alimenta de las raíces de las vides, atrofiando su crecimiento o matándolas. La plaga fue importada por casualidad a Inglaterra y a Francia sobre vides estadounidenses alrededor de 1862. Se reprodujo con una velocidad devastadora y al final del siglo XIX, la phylloxera había destruido dos tercios de las viñas de Europa. Para los

propósitos

de esta historia, la fecha de la infestación es ubicada

aproximadamente treinta y nueve años antes de la fecha real de infestación. i

Lit. Pieles brillantes

ii

Ninfas de los bosques

iii

Figuras femeninas usadas en columnas

iv

En inglés Pox in a box…….. juego de palabras intraducible en castellano que juega con la

similitud entre ambas palabras

227
01 Nicholas - Lords of Satyr - Elizabeth Amber

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