Penny Reid - Knitting in the City 01.5 - Neanderthal Marries Human

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Esta traducción fue realizada por Bookzinga y Midnight Dreams sin fines de lucro por lo cual no tiene costo alguno. Es una traducción hecha por fans y para fans. Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo. No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando a sus libros e incluso haciendo una reseña en tu blog o foro. Esperamos disfruten la historia. Ate. Bookzinga & Midnight Dreams

Contenido Contenido ......................................... 3

Capítulo 15 .................................... 172

Sinopsis .............................................. 4

Capítulo 16 .................................... 184

Parte 1 ............................................... 5

Capítulo 17 .................................... 190

Capítulo 1.......................................... 6

Capítulo 18 .................................... 201

Capítulo 2........................................ 18

Capítulo 19 .................................... 208

Capítulo 3........................................ 36

Capítulo 20 .................................... 218

Parte 2 ............................................. 49

Parte 5 ........................................... 226

Capítulo 4........................................ 50

Las Vegas, nena. Las Vegas… .... 226

Capítulo 5........................................ 64

Capítulo 21 .................................... 227

Capítulo 6........................................ 70

Capítulo 22 .................................... 237

Capítulo 7........................................ 80

Capítulo 23 .................................... 251

Capítulo 8........................................ 92

Capítulo 24 .................................... 261

Capítulo 9...................................... 102

Capítulo 25 .................................... 274

Capítulo 10.................................... 109

Capítulo 26 .................................... 284

Parte 3 ........................................... 119

Capítulo 27 .................................... 293

Capítulo 11.................................... 120

Capítulo 28 .................................... 300

Capítulo 12.................................... 136

3:42 AM, 31 de mayo ................... 317

Capítulo 13.................................... 148

Próximo Libro ................................. 325

Capítulo 14.................................... 160

Sobre la Autora ............................. 326

Parte 4 ........................................... 171

Sinopsis Hay tres cosas que deberías saber sobre Quinn Sullivan: 1) Está locamente enamorado de Janie Morris, 2) No era demasiado engreído para jugar sucio con tal de conseguir lo que (o a quien) quiere, y 3) No sabe tejer. Luego de cinco meses de estar saliendo con Janie, Quinn, ex Wendell y déspota sin remordimientos, está listo para proponerle matrimonio. De hecho, está más que listo. Si dependiera de Quinn, se propondría eficientemente, se casaría y engendraría un hijo con Janie todo el mismo día, evitando así el drama y la angustia que acompañan a las cuatro etapas del pre-matrimonio: compromiso, conocer a los padres, fiesta de soltera/soltero y tradiciones pretenciosas y superfluas del día de la boda. Pero Janie, para gran consternación de Quinn, echa por tierra sus eficientes esfuerzos y lo desafía a probar su devoción siguiendo la formalidad matrimonial, sin importar lo minúsculo y mundano sean. ¿Quinn durará hasta el día de la boda? ¿O cederá a sus impulsos tiranos? De todas formas, una cosa es segura, Quinn Sullivan tendrá que aprender a esperar a la Inquisición Española (es decir, lo inesperado) si planea tener y conservar a Janie Morris como su esposa. Knitting in the city #1.5

Parte 1 Tendiendo La Trampa

Capítulo 1 JANIE

—¿Tienen un Bastón Negro y un Caballería Plata? —Sí. —El Bastón Negro, ¿cuál es su función? —Convoca la Cámara de los Comunes, el Parlamento, ya sabes, a la Cámara de los Lores. —¿Pero le cierran la puerta en la cara? ¿Los comunes? —Sí. —¿Y tiene que volver a tocar? —Sí. Arrugué la nariz ante esta noticia. La ceremonia, pompa y circunstancia, era tan desconcertante en su atractivo como la fama de Kim Kardashian. Ninguno tenía sentido.

Cuando Quinn había anunciado la semana pasado que viajaríamos a Londres, una de mis primeras acciones fue buscar un grupo de tejido en la ciudad. Encontré el Stitch London, un grupo abierto para todo aquel que viviera en la zona o pasara por la misma. Cambiaban el lugar de sus reuniones por toda la ciudad y se reunían varias veces por semana; a veces encontrándose en una vinoteca en Convent Garden, a veces tejiendo en un pub, y a veces, como esta agradable tarde de jueves, juntándose durante la hora de la cena en un restaurante en Spitalfield Market, al este de la ciudad de Londres. Súper bono doble: No les importaba que yo no estuviera tejiendo. Mis ojos bajaron a la bufanda amarilla en las manos de Bridgett, ella era una tejedora rápida, luego a la cavernosa extensión de Spitalfields Marlet detrás de ella. Los vendedores que por lo general abarrotaban el mercado se habían marchado hacía como una hora, dejando atrás un vacío resonante y solitario. Fruncí el ceño, fascinada. —Pero, luego abren la puerta, ¿correcto? ¿Para dejar entrar al Bastón Negro? —Sí —respondió Bridget. —Y no pueden dejarlo afuera, ¿cierto? Asintió, la piel alrededor de sus ojos arrugándose. A juzgar por las líneas rodeando sus ojos y boca, su rostro parecía estar en su estado natural mientras sonreía. —Sí. Exactamente. Los Comunes no tienen autoridad para excluir al hombre de su cámara. Simplemente, pueden cuestionar su presencia. A puertas cerradas, están doblegando su ejército ceremonial. Es un recordatorio a los Lores y a la Monarquía que los Comunes no inclinan sus cabezas ante sus caprichos. —Bridgett sonrió de una manera que revelaba su deleite; luego se rio entre dientes—. Es más bien tonto, ¿no? Cuando uno habla de ello a un extranjero, parece tan tonto. Por otra parte, supongo, todas las tradiciones suenan tontas cuando son explicadas o discutidas. Asentí ante esa verdad. Era un buen pensamiento, valía la pena recordarlo, digno de una contemplación más extensa. Lo guardé como un punto para ser medito luego. La hija de Bridget, Ellen, me sonrió sobre su trabajo de crochet. —¿No tienen curiosidades en el gobierno de Estados Unidos, o, como me gusta llamarlo: las colonias obstinadas? —¿Aparte de ser completamente poco efectivos y egoístas? No que sepa.

—Quizás si instalaran un Bastón Negro y un Caballería Plata para cerrar la puerta en el rostro del Senado, podrías descubrir que tu gobierno mejora milagrosamente en su competencia. —Vale la pena pensarlo —dije. Bridgett dio a su hija una sonrisa irónica; regresó sus ojos a la bufanda mientras seguía hablando del tema. —En verdad, creo que estas tradiciones, tan tontas como puedan sonar, tienen mérito real. La tradición construye confianza y le da a la gente sentido de seguridad. Si sabes qué esperar, te vuelves parte del proceso, aunque sea de manera pasiva. Los ritos de paso son esenciales y las tradiciones perduran porque tienen valor. Creo que tu generación le da poco valor a la importancia de las tradiciones para que nada sea sagrado. A mitad de su mini discurso comencé a asentir. Sus palabras, una vez más, tenían mucho sentido; antes de poder procesar por completo sus implicaciones, percibí un zumbido a mi izquierda, sentí la vibración contra mi pierna y luché contra mi deseo inicial de gruñir audiblemente. Era mi celular. Alguien me estaba llamando. ¡Thor! Aquí estaba yo, sentada entre diecisiete a veintitrés encantadoras damas aproximadamente, no sabía el número exacto ya que varias de las mujeres habían ido y venido en las últimas dos horas, y no había vuelto a contar disfrutando de nuestra discusión sobre las ceremonias de apertura del Parlamento. De pronto, una conversación intrusa, probablemente de la otra mitad del mundo, estaba interrumpiendo mi placentera pero apabullante interacción informativa. Le ofrecí a Ellen y Bridgett una mirada contrita. —Lo lamento. Es mi teléfono. Alguien me llama. Bridgett se encogió de hombros, completamente imperturbable por la interrupción. —Está bien, querida. Atiende tus asuntos. Busqué en mi bolso, todavía disgustada al ser interrumpida a pesar de la falta de indignación de Bridgett. Consideré nuestra discusión sobre el Bastón Negro mientras buscaba mi teléfono. Si me hubieran preguntado hace dos horas, habría dicho que soportar o apoyar una acción o comportamiento simplemente porque siempre se había hecho, sin pensar en su utilidad o necesidad, parecía completamente ilógico. Esta distinción, reconocí, era la línea entre el progreso y la tradición. Saqué el condenado dispositivo de mi bolso y me levanté de mi silla. El nombre de Steven aparecía en la pantalla. Si mi teléfono no

hubiera estado en silencio, también habría escuchado el It’s Raining Men, que era el ringtone personalizado de Steven. No contaba con los recursos, o sinceramente, el deseo, para navegar por la configuración del teléfono para cambiarlo. A pesar de mis cálidos sentimientos hacia Steven, mi aversión mordaz a responder el celular cada vez que sonaba había sido codificada en mi ADN, parecido a mi amor por Cosplay o mi ambivalencia hacia los realitys. Deslicé mi pulgar sobre la pantalla a la vez que caminaba hacia la entrada del restaurante. Podría cargar con el maldito dispositivo, pero eso no quería decir que quisiera ser esa persona que habla por celular mientras sus acompañantes escuchan. —¿Hola? —Intenté no sonar enojada, y sí, fallé. —¡Hola, Janie! ¿Dónde estás? ¿El señor Sullivan está contigo? —No. Estoy en un grupo de tejido. No está conmigo. —Oh, pensé que ustedes… espera, ¿tejes? ¿Cómo no sabía que tejías? —No tejo. —Pero dijiste… —Steven, ¿hay una razón por la que estés llamando? —Miré a uno de mis guardias, Jacob, y le di una sonrisa tirante, luego di varios pasos hacia Spitalfields Market propiamente dicho, mis tacones de diez centímetros resonaban contra el cemento—. Porque esta, sin duda alguna, es una conversación que podemos tener después y en persona. —La impaciencia estaba construyendo una casa de árbol en mi pecho con clavos oxidados y madera astillada y tratada con arsénico. —Oh, lo siento, muñeca. Me sigo olvidando de tu STI: Síndrome del Teléfono Irritable. Intentaré ser breve, pero en verdad debo hablar contigo, así que tendrás que aguantarme por un poco más. ¿Tú y el Jefe se están divirtiendo con los británicos? ¿Ya has asistido a una reunión de té? ¿Armado un alboroto o puesto el grito en el cielo? ¿Conocido a la Reina? ¿Corrido desnuda por Trafalgar Square? Espero que la respuesta sea negativa con respecto a Trafalgar Square, ya que me gustaría que hagamos el intento juntos. No pude evitar sonreír ante la broma de Steven. —Cuando llegues mañana, me aseguraré de contarte todos los momentos fascinantes que hemos tenido en Londres en los últimos dos días y no me llames muñeca. La verdad era que apenas había visto a Quinn en los últimos dos días. El plan original era volar antes, antes de que Steven y el equipo llegaran, para tener algo de tiempo a solas antes de reunirse con un gran

cliente corporativo potencial. Sistema de Crédito y Banco Grinsham era el cliente corporativo y era un asunto muy importante. Las reuniones privadas de Quinn con el cliente se suponía que duraran menos de dos horas al día; sin embargo, habían acabado llenando las mañanas, las tardes y las noches. Mis sentimientos sobre mi estado actual sin-Quinn eran un poco confusos, sobre todo por la loca insistencia de Quinn de que tenía que llevar tres guardias conmigo a todas partes. En el mejor de los casos, me sentía decepcionada. En el peor, estaba rabiosa con resentimiento. Todavía no había decidido cuál sentimiento era más apropiado para describir mi estado mental porque mi cerebro seguía oscilando entre ambos. —Bien, bien. Lo estoy esperando. Están a punto de comenzar el proceso de pre abordaje para mi vuelo. —Su resoplido fue audible a través de la línea—. Esta será la primera vez que viaje en un vuelo comercial en dos años. Olvidé lo mucho que odio la terminal aérea, esas extrañas almohadas para cuello y… la gente. —Steven, tu vuelo es de primera clase. ¿Sabes el porcentaje de la población que nunca vuela en primera clase? Menos del seis por ciento. Incluso el príncipe William viaja en clase turista. —Te inventaste eso. No creas que puedes engañarme. Setenta y dos por ciento de las estadísticas son inventadas en el acto. Intenté no reír. —Sabes que nunca invento estadísticas y creo que puedes sufrir un vuelo de primera clase incluso si significa tener que estar cerca de la gente. —Haré mi mejor esfuerzo. —Resopló, suspiró y luego volvió a suspirar—. El Jefe debe haberme contagiado. Su desdén por la raza humana puede que sea contagiosa. Un débil eco de pisadas resonó sobre mi hombro derecho. Me di media vuelta hacia el sonido, busqué en la distancia oscura. Jacob debió escucharlo también porque cruzó a donde estaba parada y puso su mano sobre mi antebrazo. —Señorita Morris, ¿le importaría regresar al restaurante? Asentí hacia Jacob y me giré hacia la entrada de Cluckingham Palace, el establecimiento de pollo al curri donde mis nuevas conocidas de tejido estaban reunidas. —Tengo que irme ahora, Steven. —Bien. Está bien. Sin embargo, te buscaré mañana y descubriremos cuánto tiempo nos toma cruzar Trafalgar Square. Puse los ojos en blanco mientras sonreía.

—Adiós, Steven. —Adiós, muñeca. —Le puso fin a la llamada con un beso tronado. Jacob había soltado mi brazo, pero todavía seguía cerca. Las pisadas estaban más cercanas ahora, y por alguna razón inexplicable, me estremecí. Entonces, lo vi. No podía estar segura ya que seguía aproximadamente a unos cuarenta metros de distancia, pero sus ojos azules parecieron brillar y destellar cuando nuestras miradas se encontraron; al menos, mis dedos, oídos, corazón y órganos internos pensaron que lo hizo. Sus pasos, como siempre, no eran apresurados; pero sus movimientos eran rápidos, diestros y marcados por una confianza y una gracia despreocupadas que abarcaban la línea entre compostura y arrogancia. Un retorcido dolor placentero siguió a la falta de aliento que me mantuvo pegada a mi lugar, mis compañeros habituales cada vez que Quinn aparecía. Lo observé mientras caminaba hasta mí. Incluso luego de nuestros cinco meses saliendo, siempre me sentía un poco indefensa y nerviosa por su presencia, especialmente al principio, como si hubiera estado vendada y girada en círculos para que luego me dijeran que tenía que escribir un panegírico para el doctor Seuss en pentámetro yámbico. Noté que su paso se hizo más lento a medida que se acercaba y sus ojos estaban fijos en mis zapatos. Estaba muy orgullosa de ellos para ser honesta. Eran de satén rojo con un moño enorme a juego en el dedo. El tacón era severamente puntiagudo. Pero dado que eran levemente con plataforma, los tacones de diez centímetros en realidad eran solo de siete centímetros máximo. Los había adquirido temprano en una zapatería notable en el callejón de moda detrás de Liberty London. La compra me había alegrado y animado a la vez. Ahora, bajo el nivel y calor penetrante de su mirada, casi estaba ardiendo. Se detuvo a unos metros de donde me encontraba y se metió lentamente las manos en los bolsillos. Sus ojos seguían fijos en mis pies cuando dijo: —Lindos zapatos. Dejé que esa declaración y el delicioso timbre de su voz bailaran entre mi cabeza y corazón; luego, predeciblemente, se asentó entre los huesos de mis caderas cerca de mis ovarios. Si mi cuerpo fuera un mapa, la zona actualmente sufriendo los prolongados efectos estaba justo al sur de mi útero y al norte de mis piernas. Sí, mi vagina.

Antes de Quinn, mi vagina y yo éramos conocidas, pero para nada amigas en realidad. En su mayoría parecía como una molestia, un misterio, siempre decepcionada o causándome dolor. Reflejaba que mis problemas eran probablemente error del usuario; pero no estaba segura de cómo manejarlo. Lo cierto es que nunca había navegado con éxito el laberinto conocido como labios vaginales, mucho menos el confuso clítoris. Sin embargo, desde Quinn, me había vuelto voluntariamente indefensa contra todas esas partes (por no mencionar las partes de él). —Gracias. —Observé mientras su lánguido escrutinio comenzaba en mis tobillos y subía por mis piernas, muslos y más arriba. Aparte de mis zapatos, estaba usando el atuendo que él había elegido para mí más temprano esa mañana. Lo había dejado en el borde de la cama junto con lencería negra acompañada por una nota que simplemente decía Úsame. El pequeño vestido negro con lunares blancos era mucho más ajustado y corto de lo que estaba acostumbrada a usar. Pero él nunca me había pedido expresamente que usara algo antes. De hecho, todas mis ropas parecían irritarlo, mi ropa interior especialmente. Por eso, como no me molestaba, me vestí como pidió. Finalmente, sus ojos se encontraron con los míos. A juzgar por la ferocidad de su mirada, había tomado la decisión correcta al usar el atuendo que él había pedido. Mi pecho se apretó y expandió a la vez. La sensación era desconcertante, y sus ojos, tan azules, habían detenido mi respiración y mi cerebro. —Tus ojos son azules —dije. Parpadeó una vez, su boca curvándose sutilmente de un lado, y caminó sin prisas tres pasos para acercarse a mí. —Sí. Es cierto. —Tengo ojos marrones —comenté; las palabras salieron de mi boca como trozos de comida sin masticar: torpemente y con la falta de atención que le acompaña a estar fascinada y sin cerebro. Quinn se mordió el labio superior y miró por encima de mi hombro hacia Jacob. Sabía que estaba conteniendo una sonrisa. Así era cómo reaccionaba frecuentemente a mis extrañas explosiones de sandeces. —Vamos a salir. —Quinn se dirigió a Jacob—. Trae el auto. —Sí, señor Sullivan. —La cortante respuesta del guardia pronto fue seguida por el sonido de pasos alejándose. Noté que solo Jacob se marchaba; esto nos dejaba con mis otros dos guardias, sin contar cualquiera que pudiera estar siguiendo a Quinn.

No por primera vez desde que habíamos llegado a Londres, mi confusión ante la necesidad de tanta seguridad llamó mi atención. Sin embargo, mi contrariedad por ser cargada con la molestia de unos hombres (donde molestia es el sustantivo conjunto) vestidos con trajes a medida se dispersaba cuanto más tiempo miraba a Quinn. Lo observé mientras miraba el espacio cavernoso, su mirada permaneciendo un breve momento en dos puntos distintos sobre mi hombro izquierdo. Sus ojos parecían ser una fuente de luz y eran más que visibles en la extensión tenuemente iluminada. Eran el color preciso del hielo glacial como lo filmó National Geographic en su muy informativa película de IMAX sobre las formaciones sólidas retirándose en la Antártida. —¿Por qué está Dan aquí? ¿Dónde está Pete? —me preguntó, su atención todavía sobre mi hombro. Parpadeé dos veces, sacada de mis recuerdos de la Antártida parecida a los ojos de Quinn y miré detrás de mí. Intenté y fallé en encontrar a Dan (o Pete) en las sombras. —¿Dan está aquí? ¿Dónde está? No lo veo. —Entrecerré mis ojos y pregunté hacia la vastedad resonante—. ¿Estás aquí, Dan, hombre de la seguridad? Las manos de Quinn de pronto estuvieron en mi cintura, y me sobresalté ante el inesperado contacto y me di la vuelta hacia él. Estaba en mi espacio. No odiaba que se moviera silenciosamente o que tuviera la costumbre de aparecer de pronto donde antes me encontraba sola. Pero aún no había sido capaz de acostumbrarme. Me miró. Lo miré. Solté un —por su cercanía, su calidez, el olor de su agradable colonia, el pequeño susurro de una sonrisa cerniéndose en sus ojos— suspiro. Entonces, en la manera tranquila que siempre me desarmaba, dijo: —Hoy te extrañé. Volví a suspirar, esta vez porque sus dulces palabras me quitaron el aliento. Sonreí como un gato satisfecho, algo que no tenía sentido porque ningún otro animal aparte de los humanos sonreía para demostrar placer. Presioné los labios para evitar contar esto como un hecho. La mirada de Quinn se entrecerró. Debió percibir que estaba suprimiendo algo, porque dijo: —Dilo. —¿Qué? Alzó sus cejas, bajó la barbilla y me miró con una muy efectiva mirada intensa que decía: Sabes qué. Negué con la cabeza. —No es nada importante.

—Cuéntame. —Es información completamente innecesaria. —Quiero saber. —Bajó su voz casi una octava y me sostuvo contra él como para enfatizar su punto. Eso solo sirvió para ponerme más deliciosamente agitada. —Quinn… —susurré. No sabía por qué susurraba. —Janie, todo lo que dices es fascinante —susurró también. —No, no lo es. Y el hecho de que pienses que creeré que crees que creeré una afirmación tan evidentemente falsa es de alguna manera preocupante para mí. Se tomó un momento para examinar el enredo de mis palabras antes de responder. —No estoy seguro de lo que eso significa. Sin embargo, el hecho que creas que diría algo tan evidentemente falso es muy preocupante para mí. Nos miramos fijamente a los ojos, una confrontación de culpa fabricada. Él ganó. —Está bien. ¿Quieres saber? Solo estaba pensando que sonreía como un gato satisfecho, lo que me preocupó como analogía porque ningún animal, excepto los humanos, sonríe como demostración de placer. Algunas personas piensas que los animales lo hacen, especialmente los gatos y perros, pero esa gente está equivocada. La boca curvándose es accidental. Los gatos ronronean para demostrar placer y los perros menean sus colas. —¿Cómo sabemos con certeza que ronronear es la única manera en que los gatos demuestran placer? —Los dos estudios que revisé sobre comportamiento animal no descartaron sin dudas otros signos de placer. Más bien, notaron que la única demostración fiable, en especial para un gato, era ronronear. —La gente hace más que sonreír para mostrar felicidad y alegría. A mí me parece que gatos, perros y otros animales probablemente muestran otras manifestaciones externas también. —Se encogió de hombros. Como siempre que conversábamos de tales cosas como algunas tangentes de mi conocimiento trivial, parecía estar genuinamente interesado y comprometido. Me encantaba esto de él. Nadie había hecho esto conmigo antes, comprometerse en temas al azar. Siempre hacía preguntas, intentaba relacionarlo con un concepto distinto, hacer que un hecho pequeño pareciera grande e importante. Asentí ante su excelente punto, porque era un punto excelente.

—Tienes la razón. Admito que un defecto importante de ambos estudios era que nada más buscaban descubrir si los animales sonreían para denotar felicidad o placer. Una vez que descartaron las sonrisas, proporcionaron muy poca información adicional. Quizás debería contactar a uno de los autores y preguntarle si hay alguna muestra exterior compartida entre especies en todo el reino animal. —Quizás deberíamos documentar todas tus demostraciones externas de placer primero. Fruncí el ceño, abrí la boca para preguntar qué valor científico tendría, luego la cerré de golpe cuando noté el sutil calor en sus ojos por lo general de témpano. No tuve que esperar por el rubor que manchó mis mejillas. Todos estos meses y seguía avergonzándome por su habilidad para aturdirme. De hecho, avergonzada no era la palabra correcta. Solía avergonzarme. Ahora solo me sentía híper consciente de él, de sus reacciones, la inclinación de su cabeza, el sutil arqueo de sus labios. Como en este momento, la manera en que su expresión se volvió de manera abrupta imposiblemente suave y apreciativa a medida que se movía sobre mi piel ruborizada como si se tratara de algún gran tesoro o un nuevo descubrimiento. Me desconcertaba y excitaba y me estaba volviendo adicta a la misma. Lógicamente, no podía comprender que su respuesta pudiera durar. Nadie podía sostener este nivel de interés en mis excentricidades para siempre. En cierto momento, iba a aburrirlo o irritarlo. Ni mi híper conciencia por todas las cosas de Quinn podría durar. En algún momento esto —lo que compartíamos, la intensidad— tendría que desvanecerse. Por eso, mascullé: —¿Crees que esto se detendrá? —¿Qué? —¿Crees que seré capaz de mirarte sin perder mi capacidad de pensar? Su sonrisa se hizo más intensa, la suavidad se agudizó. —Espero que no. —¿Te gusto sin ser capaz de pensar? —Solo digamos que iguala el campo de batalla un poco. Fruncí el ceño ante eso. Ahora que tenía algo en lo que centrarme y pensar, mi cabeza se apoyó más de lleno sobre mis hombros. —No puedes estar sugiriendo que no eres capaz de pensar.

Me dio una sonrisa silenciosa en respuesta, luego un beso rápido, o lo que imaginé que tenía la intención de ser un beso rápido. Tan pronto como sus labios dejaron los míos, gruñó desaprobadoramente y apretó su boca sobre la mía una vez más. Entonces me besó en verdad. Como siempre, cuando nos besábamos de verdad, perdí la noción de mi entorno, el manejo de mis extremidades y la funcionalidad de mis cuerdas vocales. Pude haber empezado a subirme sobre él. Luego de un período indeterminado, Quinn me apartó, aunque sus manos sujetaron la parte superior de mis brazos con un poco de demasiada fuerza. Por supuesto, de inmediato me sentí desolada sin él, su cuerpo contra el mío. Abrí los ojos y lo encontré mirándome con intensidad, su mandíbula apretada. Esto no era inusual, especialmente luego de un beso en público. Tuve que preguntarme por la cordura de su perpetua frustración autoimpuesta. Sin embargo, en el presente, y en particular, un perceptible trasfondo de algo más brilló detrás de sus ojos, algo que me alarmó. Sí, por lo general me miraba intensamente a mí y/o partes de mí por varios segundos luego de separarnos de nuestras muestras públicas de afecto. Esta vez, parecía como si quisiera hablar, pero se estuviera conteniendo. Sus labios estaban apretados en una tensa línea. Tragó saliva dos veces. El ligero sonido de mide alguna manera, respiración entrecortada, fue interrumpido por una carcajada proveniente del restaurante. Sus ojos se movieron al sonido y pude notar que estaba mirando sin ver. Reconocí que estaba perdido en sus pensamientos y parecían ser del tipo tormentoso. —¿Quinn? —Tenemos que irnos. Dan agarrará sus cosas. —Su atención regresó a mí a la vez que hablaba y me sorprendió descubrir su expresión cautelosa. Sin darme nada de tiempo para responder, soltó uno de mis brazos, se dio la vuelta y usó el otro para jalarme detrás de él hacia la salida. —¡Espera! —Miré por encima de mi hombro, vi a Dan y a mi otro guardia salir de las sombras y los saludé con la mano—. Me gustaría despedirme del grupo de tejido y necesito mi chaqueta. —Él conseguirá tu chaqueta. Hice reservaciones y tenemos… —lo escuché aclararse la garganta antes de continuar—, cosas que discutir. —¿Vamos a salir? —Parpadeé hacia su espalda; por lo general, luego de la frustración post beso público, regresaríamos a su departamento, o, dado que estábamos en Londres, al cuarto de hotel y nos atacaríamos por varias deliciosas horas.

—Sí. —¿En público? Dudó antes de responder, sin embargo, sus pasos nunca vacilaron. Mis piernas eran largas. Las suyas lo eran más. Me vi obligada a moverme el doble de rápido para seguirle el paso. —Más o menos —dijo. —¿Más o menos? —Sí. Es un lugar a donde va el público. Hice una mueca. —Estás siendo impreciso a propósito. Se detuvo de pronto y se dio la vuelta. Me tropecé con mis propios pies y como tonta me sacudí en sus brazos, los cuales se habían abierto para abrazarme, como si supiera que mis movimientos serían notablemente poco elegantes. Tan pronto como alcé la barbilla para reprenderlo por su repentina parada, Quinn rozó sus labios contra los míos, sus manos acariciando el vestido ajustado que él había elegido hasta que se apoyaron en mi trasero. Pude haber hecho un pequeño sonido parecido a un gemido cuando sus dedos se clavaron en mi trasero. —A veces… —susurró Quinn contra mis labios, su voz tanto dolorosamente seductora como dulcemente burlona—, es divertido ser sorprendido.

Capítulo 2 Estaba sorprendida. Había esperado al Señor McPantalonesCalientes Von Manos Sobonas en cuanto la puerta de la limusina se cerrara. Sin embargo, lo que conseguí en cambio fue al Señor McPantalonesFríos Von Nada de Tocar. Un minuto en el auto y deduje que tenía planes para nuestra noche que no incluían toqueteo en limusina. Supuse este hecho cuando no hizo ningún intento por tenerme desnuda. De hecho, se sentó alejado de mí en el asiento y enfrentó la ventanilla, casi dándome la espalda. Su mano apoyada entre nosotros, su brazo rígido y estirado durante la mayoría del muy corto trayecto hasta nuestro destino. Todavía no me había acostumbrado a subirme a limusinas; no sabía si alguna vez lo haría. Se sentía extravagante y elitista. Los taxis servirían bien, o incluso mejor, de transporte público. El Tube ciertamente habría sido un método más eficiente de transporte. Pero toleraba la limusina porque significaba tiempo a solas con Quinn. El tiempo a solas con Quinn era precioso. Por lo tanto, seguí mirando entre él y las calles circundantes, esperando a que hiciera un movimiento y sin ocultar mi confusión. Mansell Street se volvió Shorter Street, y cuando el auto se detuvo, supe dónde estábamos. —¿La Torre de Londres? —Salté un poco en mi asiento—. ¿Vamos a ir a la Torre de Londres? Un gran pájaro negro se abalanzó hacia arriba desde el muro de piedra en el prolongado atardecer de una primavera tardía. Mis ojos siguieron su camino cuando dio vueltas encima de la imponente estructura. El pájaro era un cuervo. Esto era increíblemente emocionante y explicaba por qué había sido persuadida por los guardias para ir a cualquier parte de Londres menos la Torre. Junto al Museo Británico y el Teatro Globo, la Torre estaba en mi lista de lugares que debía ver sí o sí durante nuestra visita. Volví a mirar a Quinn cuando la limosina redujo la velocidad para luego detenerse y lo encontré observándome. Su rostro era una máscara

impasible, pero eso no me molestó. Lo conocía lo bastante bien ahora para saber que la máscara impasible de su rostro era su rostro estándar. Lo que me molestaba era cómo la habitual picardía de sus ojos había sido reemplazada con un aire de distracción precavida. —¿Estás bien? —Cubrí su mano con la mía, queriendo el contacto físico. Esta era una acción de mi parte que habría sido notable hace seis meses atrás ya que nunca había sido alguien de buscar o dar toques físicos como consuelo. Pero con Quinn, tocar y ser tocada se sentía tan natural y esencial como respirar y leer libros de comics. —Sí. Bien. ¿Tú? —Sus ojos buscaron los míos, pero eran reservados y distantes. Le fruncí el ceño por un momento antes de darle voz a mis pensamientos. —Siento que sucede algo, contigo, y no quieres decírmelo, o estás esperando para decírmelo. ¿Es del trabajo? ¿Tiene algo que ver con por qué tengo tres guardias conmigo a todas partes? —¿Por qué piensas que sucede algo? —Porque eres McPantalonesFríos Von Nada de Tocar desde que subimos a la limo. Arqueó una ceja, su expresión fría vacilando. —¿Qué es eso? ¿Un nuevo apodo? —Espero que no. Pero es la manera más eficiente en la que puedo pensar para describir lo extraño que te estás portando. —¿Qué es extraño? —No has hecho ningún intento por quitarme la ropa. De hecho, ni siquiera has buscado debajo de mi falda. Basada en los datos históricos, este comportamiento es extraño. Me mostró una de sus sonrisas lentas y sexy, hecha más potente por nuestra cercanía prácticamente táctil. —Fue un trayecto corto. Me encogí de hombros. —Eso no te detuvo antes. —Son buenas noticias. —Su voz apenas fue júbilo contenido. —¿Qué son buenas noticias? —Ahora tengo tus expectativas calibradas para esperar sexo cada vez que nos subimos a una limusina. Parpadeé hacia él con los ojos abiertos de par en par, consideré la veracidad de su aseveración, luego asentí ante la precisión de su declaración. —Tienes razón. Aunque, más precisamente, no es sexo lo que espero. Espero un manoseo como mínimo y un orgasmo, claro.

—¿Solo uno? —No hay necesidad de ser ambiciosa, aunque siempre es agradable cuando sobrepasas mis expectativas. —Sabes cuánto amo sobrepasar tus expectativas. —El sentimiento es mutuo. Nos sonreímos mutuamente por un instante, toda la indiferencia distraída de antes evaporada de sus ojos y expresión. Compartimos un agradable momento de silencio mirándonos que mi mente se despejó, dejé de pensar, y todo lo que me sentí fue amada y cálida. El sonido de una sirena en la distancia me regresó al presente. Me sacudí y parpadeé hacia él. —Espera, ¿de qué estamos hablando? Su sonrisa se hizo más grande. —Cómo has llegado a esperar, como mínimo, manoseo en la limo. —Sí, cierto. Esas son mis expectativas. Felicidades. Bien hecho. —Gracias. —Inclinó la cabeza en reconocimiento a mi elogio. Tuve la perceptible impresión de que habría hecho una reverencia de haber estado de pie. A decir verdad, de pronto tuve el deseo de aplaudir. La puerta de la limo se abrió, retirando nuestra atención del otro hacia la fría tarde de primavera. Quinn salió primero, extendiendo su mano hacia mí. Efectivamente, Dan estaba de pie afuera y le entregó a Quinn su chaqueta, la que puso de inmediato sobre mis hombros. Siempre estaba haciendo este tipo de cosas: Sostener mi abrigo mientras me lo ponía, ayudarme a quitármelo, sostener las puertas, apartar las sillas, y había tomado algo de tiempo que me acostumbrara. A veces se sentía bien, y a veces se sentía anticuado y molesto. No podía explicar completamente la razón, ni siquiera para mí misma, pero esta severa muestra de caballerosidad me hacía sentir como una hipócrita, lo que luego me enfadaba. Cuando en la civilización occidental las mujeres eran el sexo débil y necesitaban protección, las reglas de etiqueta de primero las damas tenían sentido. Era un reconocimiento de nuestro lugar, ponernos primero, era realmente la manera de la sociedad patriarcal de decir que las mujeres eran frágiles e incapaces, y esos hombres a través de los buenos modales, reconocían nuestra debilidad de habilidades y hacían alarde del honor de permitirnos ir delante de ellos. Es educado sostener la puerta para un niño o la gente mayor. Son buenos modales darle tu asiento en el transporte público a alguien que está físicamente discapacitado. Es honorable ayudar a aquellos en necesidad.

Los débiles primero. Al permitir que Quinn sostenga mis puertas y tomara mi mano y me ayudara a ponerme o quitarme la chaqueta, ¿no estaba admitiendo pasivamente que era más débil en la relación? ¿No estaba cediendo poder cada vez que demostraba una conducta caballerosa? Pero, maldita sea, me gustaba la mayoría del tiempo. Me gustaba tanto que le permitía hacerlo, y nunca le había hablado de mi discordancia cognitiva sobre el tema. Por consiguiente, mi constante irritación dirigida a mí misma y sentirme como una hipócrita. Las reflexiones salvajes fueron interrumpidas por una muy agradable voz femenina. —Hola y bienvenidos a la Torre. Deben ser el equipo Sullivan. —La dueña de la voz era una mujer de aspecto muy alegre a mediados de sus cincuenta. Estaba vestida con un traje de guía turística negro y rojo, completado con un sombrero de aspecto gracioso y un pin de corona roja en el pecho. Sus ojos eran de un brillante azul y llevaba su cabello marrón apartado de su rostro. Habíamos caminado todo el camino hasta la entrada, yo bajo el brazo de Quinn y contra su pecho mientras me inquietaba con mi culpa feminista. Pero su voz y expresión eran tan agradables, que de inmediato me olvidé de la agitación interna. Quinn asintió hacia ella y extendí mi mano. Su sonrisa simpática me hizo sonreír mientras me daba un firme apretón de manos. —Soy Emma —dijo—. Encantada de conocerlos. ¿Es su primera vez con nosotros? —Sí —dijo Quinn. Agregué: —Soy Janie; es agradable conocerte, y estoy esperando ansiosa ver la antigua sala de dispositivos de tortura como también donde Ana Bolena fue ejecutada. Su sonrisa se agrandó y soltó mi mano. —Es excelente. Sin embargo, sabe que la mayoría de las ejecuciones no ocurrieron dentro de la Torre en sí. Asentí, lamiendo mis labios como precursor de mi entusiasmo. —Sí. Los historiadores concuerdan en que solo hubo siete muertes en la Torre en sí, y solo para aquellos que podrían incitar un motín si eran ejecutados públicamente. La mayoría de las ejecuciones tuvieron lugar en la Torre Hill. Emma se rio de mi emoción y me agradó más.

—Me perdonarás, pero la mayoría de las jóvenes están más interesadas en ver la Casa de las Joyas que la sala de los dispositivos de tortura. —Ah, me había olvidado que las Joyas de la Corona también están aquí. —Sin duda eso se borró de mi mente. No me oponía a ver la Casa de Joyas, pero no estaba muy arriba en mi lista de prioridades. Quinn puso su mano en la mía y le dio un apretón mientras que se dirigía a nuestra guía. —¿Confío en que todos los preparativos se han hecho? —Claro, señor, como instruyó —respondió Emma. Solo escuché a medias su interacción ya que estaba distraída por los restos del foso del puente elevadizo de la Torre León. Emma se giró hacia la Torre, habló sobre su hombro y nos hizo un gesto para que siguiéramos. —Salgamos del frío. Parece que está lloviznando un poco, ¿no? Vamos. Tenemos mucho que ver y solo unas pocas horas para hacerlo. *** Quinn no estaba irritado y no estaba molesto. Sin embargo, todo su distanciamiento frío de antes había regresado y yo estaba intentando no notarlo. Actualmente nos encontrábamos en la Casa de las Joyas parados sobre una cinta automática que no se movía. Emma había explicado antes que durante el día los turistas se pararían sobre la cinta transportadora y mirarían las brillantes joyas dentro de los estuches de vidrio grueso. Habían agregado las cintas por unas cuantas razones, entre las que se encontraba alentar a la gente a seguir moviéndose en vez de agruparse en una sola vitrina. No estaba segura, pero mis intentos por atraer a Quinn con los hechos sobre las distintas torres, quiénes las construyeron y cuándo, parecía estar cayendo en oídos sordos. Como último recurso, había señalado que la Torre Beauchamp marcaba el primer uso a escala de ladrillos como material de construcción en Gran Bretaña desde que los romanos partieron en el siglo quinto. Simplemente había asentido. Me paré frente a la tercera vitrina de joyas y miré fijamente en la misma ciegamente. Parte del problema podría haber sido que estaba tan completamente llena de objetos brillantes que mi mente tenía problemas para centrarse en solo una.

—¿Qué piensas? Aparté mi mirada de la vitrina y lo encontré observándome. —¿Qué pienso? —Sí. ¿Hay algo que te guste? —Inclinó su cabeza hacia el vidrio. Arqueé una sola ceja ante su ridícula pregunta y el hecho de que finalmente estaba hablando. Habíamos pasado por la mitad del tour ya y apenas había pronunciado una palabra. Ahora, estábamos en la Casa de Joyas, una ocurrencia tardía en lo que a mí concernía, y de pronto estaba interesado nuestro entorno. Me encogí de hombros. —Realmente no. Todo se ve rasposo y pesado. —¿Nada? Volví a mirar la vitrina. Dentro había una corona adornada con diamantes de múltiples quilates y una amatista obscenamente grande en el centro. Un zafiro gigante estaba en la cima rodeado por cuatro triángulos equiláteros de oro blanco y diamantes. Era demasiado. Era como cubrir un pastel perfectamente bueno con cincuenta kilos de glaseado. Torcí mi boca deun lado y arrugué la nariz. —Sabes que el comercio de diamantes fomenta la explotación en África; de la gente y sus recursos, y alimenta gran parte de los atroces crímenes contra la humanidad en ese continente. Deslicé mis ojos hacia el costado para evaluar su reacción a mi diatriba tranquilamente dicha y lo encontré sonriendo. —He escuchado antes eso. —Entrelazó sus dedos con los míos y me jaló a la siguiente vitrina. Lo seguí y miré mi reloj. No estaba segura de cuánto tiempo más teníamos de tour, pero todavía no habíamos llegado a la antigua sala de dispositivos de tortura. Esto me hacía sentir un poco nerviosa. —¿Qué hay de esta vitrina? —De nuevo, indicó con su cabeza la vitrina, pero sus ojos estaban puestos en mí. Estudié los contenidos ante su insistencia y reconocí una corona incrustada con el famoso diamante Koh-i-Noor de India. —Ese diamante tiene más de cien quilates —comentó Quinn—. Fue presentado a la reina por el gobernador general de las colonias británicas a la Reina Victoria en su tiempo. Algunas personas creen que básicamente fue robado de la India y debería ser regresado para expiar la mala conducta pasada de los británicos. ¿Crees que debería ser devuelto?

Me giré hacia Quinn y lo encontré pareciendo interesado por primera vez desde que había comenzado el tour. Consideré la pregunta por un largo rato, miré al techo mientras debatía rápidamente los méritos y ramificaciones de ambas posiciones. —No sé si puedo darte un simple sí o no a esa pregunta. La restitución no es un concepto raro, pero no siempre es, o incluso frecuentemente, aplicado en casos donde, sería obvio hacerlo. En este ejemplo en específico, el diamante Koh-i.Noor se ha vuelto parte de la historia mundial y la historia británica especialmente. Por otro lado, la historia nos dice que fue robado de India. Aunque eso fue hace casi doscientos años. El hecho de que todavía sigamos debatiendo la propiedad dice más sobre el valor percibido de un objeto y menos sobre el real error cometido. —Entonces, déjame reformular la pregunta. —Se movió un paso más cerca de mí—. ¿Crees que ofrecer un artículo de gran valor mundial haría algún bien en expiar los errores pasados? Lo estudié por un instante antes de responder. —A veces una disculpa es suficiente, especialmente si es sincera. —Pero no siempre. —No. No siempre —acepté, pero luego me obligada a aclarar—. Entre países, una disculpa sincera por lo general no es suficiente. Entre empresas y empleados, más que una disculpa es típicamente necesario. Pero entre individuos, especialmente gente que se ama mutuamente, la restitución se siente como una palabra sucia. Asintió con lentitud, sus ojos moviéndose sobre mis rasgos como si los memorizara. Como siempre, me perdí un poco bajo la luz de su mirada, y tangencialmente mi cerebro me dijo que sus ojos eran más hermosos y preciosos para mí de lo que un diamante perfecto de cien quilates podría ser. —Miremos la última vitrina. —Sus palabras me regresaron al presente y lo seguía a donde se dirigía. Para mi sorpresa, la última vitrina estaba llena de anillos. Esto me pareció más que un poco raro cuando los otros contenían coronas, cetros y gemas gigantes. Sonreí un poco mientras contemplaba todos los anillos. Algunos eran muy antiguos, pude notarlo de inmediato ya que el trabajo del metal era pesado, grueso y perfectamente imperfecto. Pero todas las gemas incrustadas eran perfectas; brillaban como si fueran nuevas o recién pulidas. —¡Oh, son encantadores! —Me apoyé contra la barandilla, hacia la caja para dar un mejor vistazo. Casi de inmediato, un anillo de oro con

una piedra roja me llamó la atención y jadeé un poco. Alcé la mano para señalarlo y tuve que contenerme antes de tocar la parte externa de la vitrina—. Mira ese. Quinn envolvió su brazo en mi cintura y se apoyó contra mí. —¿Cuál? —El ovalado, el granate, con la banda gruesa de oro rosado. —El trabajo del aluminio contenía la gema en el lugar, que probablemente remontaba la pieza a la época pre-victoriana. En verdad, todos eran encantadores. Noté que solo uno o dos de los más o menos veinte anillos eran diamantes. El resto eran esmeraldas, zafiros o tanzanitas, rubíes o granates. Quinn me ofreció un evasivo “hmm”. Mis ojos fueron atraídos de nuevo al anillo de la piedra roja y me maravillé con la banda de oro rosa, lo robusto y grueso pero detallado con delicados arabescos. —No sé tanto sobre joyería antigua como me gustaría, pero, si tuviera que adivinar, ese parece ser de la época georgiana o quizás más antiguo. ¿Crees que es un rubí o un granate? Estoy pensando que es un granate y no bisutería. Los rubíes de esa época por lo general eran más fucsia que rojos. Los verdaderos rubíes eran excepcionalmente raros, especialmente el tamaño y corte de ese, facetado como un diamante en vez de liso y pulido. Vaya… —¿Vaya? Asentí, mis ojos todavía sobre el anillo. —Sí. Vaya. Pienso en toda la historia detrás de solo ese artículo. Me pregunto cómo fue el propietario original. Es solo… si los anillos pudieran hablar. Sentí más que ver su sonrisa, y la respondí con una tímida de las mías. —En serio, si ese anillo pudiera hablar, me pregunto lo que podría contarnos sobre su vida. —Volví mi rostro hacia él y encontré que estuve en lo correcto sobre la curva de su boca—. Quizás incluso la intriga; un anillo como ese debe haber estado presente en más de una discusión importante. Quizás el propietario incluso lo usó mientras planeaba la tortura y el asesinato de alguien. —O quizás estuvo guardado en un ajuar por cientos de años, descubierto recientemente, y puesto aquí en una exhibición especial. Fruncí el ceño ante la idea, volví a mirar el estuche y suspiré. —Eres un aguafiestas. Frotó mi espalda.

—Está bien, tienes razón. Fue usado en planes de asesinato y derrocamiento de gobiernos. —Es correcto. —Asentí una vez—. Nadie podría olvidarse de un anillo así y mucho menos dejarlo guardado por cientos de años. Tienes una imaginación hiperactiva, pero con ideas aburridas. Esta última declaración me provocó risa y la encontré contagiosa. Quinn reía muy pocas veces, aunque lo consideraba un tipo gracioso. Le gustaba contarme chistes sin darme advertencias; a menudo no sabía que era un chiste hasta el remate. Por ejemplo, una mañana tomando el café mientras él estaba leyendo el periódico y sin alzar la mirada, tuvimos la siguiente interacción: Quinn: El departamento de alcantarillado de Chicago te llamó. Yo: Oh, ¿en serio? ¿qué querían? Quinn: Dijeron que están cansados de soportar tu mierda. Me tomó como unos diez segundos darme cuenta y entender el chiste. Por lo general, mi risa resultante obtendría una sonrisa de su parte. Si me reía tan fuerte que resoplaba, él se reiría entre dientes. Pero muy pocas veces se reía a carcajadas; quizás una o dos veces a la semana si tenía suerte. Por lo tanto, cuando se reía, siempre sentía como una intensa explosión de supernova de una estrella formándose en mi pecho y abdomen. La mano de Quinn se quedó quieta en mi cadera y apretó. —Vamos. Deberíamos continuar. Le di al anillo una última mirada, luego permití a Quinn guiarme de la cinta transportadora de gente que no se movía. Caminamos a donde Emma estaba esperando en un cuarto lleno de lo que parecía ser platos de oro macizo. —¿Qué piensas de nuestros tesoros, Janie? —me preguntó con una sonrisa. —Son… numerosos. —Finalmente me decidí por la palabra numerosa, porque se sentía como la descripción más apropiada para los tesoros en general. Su sonrisa se amplió ante mi respuesta y volvió su atención a Quinn. —Me temo que recibió una llamada, señor. Su teléfono no tendrá recepción aquí abajo, así que si sigue a George —señaló al hombre con un traje de negocios de pie junto a una puerta marcada como Solo Personal—, él lo llevará a la Oficina de la Torre.

Apenas le eché un vistazo a George antes de que Quinn me diera un beso rápido en la mejilla y susurrara contra mi oído: —Te alcanzaré. —Luego me dejó con Emma en el centro de la sala mientras se apresuraba a la puerta abierta. Ni siquiera tuve un segundo para objetar y mi cuerpo se encogió sorprendido cuando ésta se cerró con un golpe sordo. Emma me dio un empujoncito en el codo para llamar mi atención de donde él se había marchado y parpadeé hacia su rostro ligeramente sonriente. —Ven, querida, te mostraré la sala de dispositivos de tortura antiguos por la que preguntaste. —Sonaba pesarosa. Seguí responsablemente a Emma, aunque mi corazón se hundió un poco cuando reflexioné en los pasados días en Londres. Ciertamente, era una criatura solitaria, pero había visto a Quinn menos desde que habíamos llegado al Reino Unido de lo que lo veía en Chicago generalmente. Deseé que Quinn me hubiera dicho antes de irnos que pasaría la mayoría de mi tiempo sin él. De haber sabido qué esperar, habría calibrado mis expectativas como a menudo nos referíamos, y podría haberle pedido a una de mis amigas que veniera para compartir las nuevas vistas y experiencias. Descubrir un lugar nuevo era una de las pocas excepciones a mi preferencia a la soledad. Siempre es lindo tener a alguien con quien comparar notas e ideas, señalar los puntos de interés y discutir el día. Hice una nota mental de crear una encuesta, le pediría que la completara antes de futuros viajes de negocios si estaba invitada a asistir. Podría calificar la encuesta, asignándole el valor de un punto a cada una de sus respuestas para determinar si lo acompañaba y, además, el llevar a una acompañante. Comencé a hacer una lista de las preguntas que conformarían la encuesta y esto pareció aligerar mi ánimo. Aunque la neblina de melancolía no se había calmado por completo, ni siquiera cuando llegamos a la sala de tortura, me estaba sintiendo más desalentada por mi actual estado de soledad ahora que tenía un plan viable. —Iré a buscar a tu hombre. —Emma agitó su mano hacia la sala— . Puedes echar un vistazo dentro y siéntete libre de tocar los instrumentos. Solo ten cuidado, ya que son bastante antiguos y, ya sabes, fueron usados para la tortura. —Gracias, Emma. —Mi anterior corazón hundido dio un pequeño salto cuando entré a la sala y contemplé la maravilla de espantosos dispositivos.

Me obligué a tomarme mi tiempo estudiando cada uno de los implementos con escrutinio detallado. Yo no era una sádico o masoquista, pero sentía tanto reverencia como repugnancia por ellos. Eran, en esencia, dispositivos de influencia, el músculo con el que una gran cantidad de poder era flexionado. Cada uno era terrible y hermoso; un producto de ingeniería temprana y mentes perturbadas. Reconocí un instrumento llamado La Hija del Carroñero, que comprimía a una persona en una bola y era conocido por haber aplastado huesos mientras se apretaba; en verdad una manera horrible de morir. Noté los grilletes, las esposas gigantes de hierro, sujetadas a lo largo de una de las paredes. Los prisioneros colgaban de sus muñecas, suspendidos en el aire. Suprimí un pequeño escalofrío en mi columna mientras me imaginaba tan completamente vulnerable. Era una sensación desorientadora y desconcertante. Periféricamente, fui consciente de pisadas acercándose y me giré hacia la puerta justo cuando Quinn y Emma entraban. —¿Divirtiéndote? —El tono alegre de Emma se sintió discordante dado el entorno. Sin embargo, me estaba divirtiendo, así que dije: —Sí. Esto es increíble. Quinn me vio con su mirada evaluadora. Estaba decepcionada de encontrarlo de nuevo con un rostro serio y distante. De todas formas, puse en mi rostro una media sonrisa y alcé mis cejas con interrogación. —¿Todo está bien? Él asintió una vez, sus ojos mirando la sala; parecía estar catalogando cada detalle con su eficiencia típicamente rápida. Le señalé los grilletes detrás de mí. —Ser colgado en grilletes era como ser crucificado. De hecho, mata a una persona al hacer colapsar sus pulmones. Los pulmones no pueden inflarse apropiadamente contra el peso del cuerpo humano suspendido. Vi la mandíbula de Quinn apretarse. Su voz estaba desprovista de inflexión cuando dijo: —Eso suena horrible. —Lo era. —Asentí. —Para nada romántico. —No. —Fruncí el ceño ante su comentario—. Claro que no es romántico. Es muerte por crucifixión y sofocación. Nada remotamente romántico en eso.

Cerró los ojos, inhaló a través de su nariz y luego suspiró. —Me estás matando, Janie. Un aparato de madera justo detrás de Quinn me llamó la atención y distrajo mis pensamientos. Se me había pasado por alto previamente en mi lento escrutinio del espacio y contuve un suspiro sorprendido. —¡Es un potro de tortura! Quinn miró por encima de su hombro, luego se apartó, para volver a la sala. —Sí. —Su respuesta fue distraída, un poco sarcástica y quizás un poco frustrada. Caminé junto a él, lo pasé con pasos rápidos y alargué la mano, deteniéndome antes de tocarlo. Miré a nuestra guía. —¿Puedo? Emma asintió, mostrando cada centímetro de la amabilidad británica. —Sí, claro. Tómate tu tiempo. Regresaré en media hora para buscarlos. Casi no registré sus pasos retirándose de la sala y saliendo. Mi atención se centró en el cruel aparato frente a mí. Un potro. Un potro verdadero. No parecía una réplica. —El potro fue desarrollado para usarse en Inglaterra en el siglo trece por el Duque de Exeter, que era Agente de la Torre. Solían llamarlo la Hija del Duque de Exeter. Por qué llamaban a los dispositivos de tortura como hijas nunca tuvo mucho sentido para mí. Pero el primer uso documentado del potro fue por los griegos en eras antiguas. —Hmm —fue la respuesta de Quinn. No podía saber si estaba escuchando, pero no importaba realmente. Una repentina inspiración se apoderó de mí. —Rápido, Quinn, átame. —Me moví de un pie al otro, intentando pensar cómo montarme. —¿Qué? —Átame… átame al potro. Quiero ver cómo es. —Decidí finalmente sentarme en el borde primero, luego arrastrarme al centro. —¿Quieres que te ate al potro? —Solo por un minuto. —Probé mi peso, luego incómodamente alcé mis piernas para asumir una posición boca abajo. Mis pies se enredaron en el extremo de la mesa. Era un poco demasiado alta pero conseguiría el efecto general—. Aquí, ata mis manos. —Voluntariamente, estiré los brazos sobre mi cabeza.

—¿Hablas en serio? —De pronto, Quinn estuvo a mi lado pareciendo perplejo, pero ya estaba acostumbrado a mis peculiaridades, por lo que recogió una cuerda atada a la mesa y la estudió como si decidiera la mejor manera de anudarla. Me pareció interesante que haya optado por la cuerda en vez de las correas muy antiguas de cuero con hebillas. Miró a la puerta, el potro y a mí. La cuerda parecía ser más nueva que el resto del implemento, probablemente de cáñamo, no muy preciso históricamente, pero la cuerda original probablemente se había vuelto polvo con el paso de los últimos setecientos años. —Eso servirá. —Le ofrecí mis muñecas, luego giré mi atención a mis pies—. Ata mis pies también. ¡Esto es tan increíble! Y toma una foto. Quiero enviársela al grupo de tejido. Quinn dudó, su expresión una mezcla de sorpresa e incertidumbre. Entonces, abruptamente, se puso a trabajar. Al parecer, era un eficiente y meticuloso atador de nudos, rápidamente terminó con mis muñecas para luego moverse a mis pies. Seguía viéndose distraído, al límite, pero ahora se centraba en atarme. Moví mis dedos para probar su nudo. La cuerda era un poco incómoda contra mi piel donde mis brazos estaban atados a cada esquina del dispositivo. Parecía que Quinn Sullivan no se lo tomaba a la ligera cuando se trataba de nudos. No me importaba que mis piernas estuvieran abiertas de una manera muy poco femenina, en especial si se tenía en cuenta que mi falda corta había tenido que subirse para conseguir la antes mencionada apertura de piernas. ¡Estaba demasiado ensimismada en el hecho de que estaba realmente atada a un verdadero potro de tortura! —Oye… ¿crees que esta sea el misma que tuvo atado a Guy Fawkes? Sin embargo, solo existen rumores de que usaron un potro con él. Él debió ser muy bajo. ¿Ves cómo mis piernas son muy largas? Me pregunto cuán alto era. ¿Sabías que los humanos se están haciendo más altos? De hecho, desde la revolución industrial, estamos creciendo en promedio un centímetro y medio con cada generación. Seguí relatándole a Quinn diversos datos mientras completaba su tarea. Estaba tan absorta en el torrente de información que seguía diciendo que realmente no noté que su mano estaba trazando círculos en la parte interna de mi tobillo hasta que sentí un escalofrío subir por mi pierna. —… pensaban que era… ellos… ellos… —Temblé ante el contacto, parpadeé y me centré en Quinn, lo miré en verdad, en vez de en los hechos que rodaban por mi cerebro.

Quinn estaba de pie a mi lado en mi pantorrilla, su cadera apoyada contra la mesa de madera, su rostro usando una de sus escasamente sonrisas. Sus ojos, que habían estado notablemente distraídos toda la tarde hasta este momento, de pronto se sentían penetrantes y acalorados. Parecía diabólico. —¿Quinn? —Me agrada esto. Deberíamos conseguirnos una de estas. —Sus dedos subieron por el interior de mi pierna provocándome que me sacudiera como reflejo, pero no tuvo caso. Me encontraba atada y restringida… con la cuerda. Se rio un poco, una risita perversa considerando mi estado indefenso. Alcé mis cejas y conseguí soltar en respuesta una carcajada sin aliento. —Ha… ha… ha… —Tragué saliva cuando sus dedos se deslizaron a la parte trasera de mi rodilla y acariciaron el punto sensible—. Puedes desatarme ya. Su escasa sonrisa se extendió hasta que se convirtió en una traviesa sonrisa completa. —Bueno, ahora, no tan rápido… —Entrecerró sus ojos como si estuviera pensando en algo. Yo ya no estaba sonriendo. —Quinn. —Shhh… —Negó con la cabeza lentamente, arrastró los pies hasta que su cadera estuvo adyacente a mi rodilla. Antes de que pudiera regañarlo por hacerme callar, su mano detrás de mi pierna se movió al interior de mi muslo y debajo de la falda con un toque leve. Contuve el aliento. Chispas de electricidad siguieron el rastro de sus dedos y mi corazón se detuvo por dos latidos. —Sabes, esta noche tenía todo planificado: Llevarte por un tour privado, asombrarte con las Joyas de la Corona, una cena a la luz de las velas junto al Támesis… —Quinn, suenas como un supervillano recitando su monólogo. Ignoró mi intento de humor. —Pero te presentaste con… —Los ojos de Quinn bajaron por mi cuerpo a donde su mano estaba todavía moviéndose sobre mi pierna— . Te presentaste con una oportunidad única. —Esta última parte la dijo casi para sí y sonó completamente como el monólogo de un supervillano. Su sonrisa era desvergonzadamente siniestra.

Conocía a este hombre y conocía esa mirada. Contuve un estremecimiento y un gemido. La bruma, la deliciosa confusión de la excitación había envuelto mis pensamientos por lo general esporádicos con una fuerza repentina. Me sentí a la vez calmada y frenética. Esto era lo que me provocaba. —Quinn… —susurré su nombre esta vez porque no pude lograr nada más. —¿Qué voy a hacer contigo? —murmuró suavemente, tan suavemente que casi no escuché las palabras, su tacto haciéndose más atrevido, subiendo más. Jadeé cuando trazó la línea de mis medias hasta media pierna con sus dedos. Se rio una vez más, una risita traviesa y amenazante. Sus ojos regresaron a los míos y vi verdadero gozo y felicidad allí. Se había deshecho poco a poco de su distracción previa, su aire de distancia practicado, y me devoró con su mirada. Nos miramos fijamente por un largo rato; mis labios se entreabrieron y mi rostro se ruborizó con el placer y la tensa expectativa. El brillo siniestro en sus ojos se fue disipando, dejándolo con una expresión encantadora como si se hubiera quedado perdido al verme. Lo había atrapado mirándome de esta manera algunas veces. A veces era luego de haber hecho el amor, y se lo aludía a la euforia de endorfinas post-coital. Pero a veces, la llevaría cuando yo hablaba desenfrenadamente sobre la diferencia entre hemotoxinas y neurotoxinas, o por qué las cabras son superiores a las ovejas, como había hecho antes en Spitalfield Market. Era durante esas veces, que su mirada se sentía más perturbadora porque yo no había hecho nada para ganar una expresión tan reverencial. La vista me despejó un poco y, a pesar de lo mucho que deseaba que siguiera provocándome con sus manos, sabía que solo contábamos con unos minutos más. Sería mucho mejor recrear el escenario esta noche en nuestra habitación de hotel en vez del interior de la Torre de Londres sobre un instrumento de terror antiguo. —Janie —dijo mi nombre de pronto, y noté que su rostro había perdido un poco de su cualidad soñadora; había sido reemplazado con una medida de solemnidad—. Tengo que preguntarte algo. —De acuerdo —susurré, intenté ignorar el hecho de que su mano seguía subiendo por mi falda, apoyándose en el interior de mi pierna—. Pero, ¿puedes desatarme primero? De nuevo, me dio una lenta sacudida de cabeza. —No hasta que respondas mi pregunta.

—Es… está bien. —Apreté mis manos en puños. Mis dedos estaban hormigueando con las primeras señales de la pobre circulación—. Pero, sabes… —Carraspeé, esperando que la acción también aclarara algo de mi bruma de excitación—. Te diré la verdad, lo que sea que preguntes. No tienes que ponerme en un potro. Su boca subió en un lado por el más breve de los segundos antes de que todo rastro de sonrisa desapareciera. —No es ese tipo de pregunta. Fruncí el ceño, porque su voz sonaba casi triste. Busqué sus ojos por pistas. No encontré ninguna. —Quinn —dije su nombre una tercera vez ya, sintiendo algo de preocupación—. Pregúntame lo que sea. —Te amo —dijo, sorprendiéndome. Sus ojos perdieron su enfoque como si estuviera hablando consigo mismo—. Recuerdo el momento exacto cuando me di cuenta que no iba a ser capaz de alejarme de ti, de lo que eras para mí. Pensé en nuestra relación mientras estudiaba su rostro, intentando ubicar el momento cuando me di cuenta que estaba enamorada de él. Antes de poder comenzar a recopilar mis descubrimientos, interrumpió mis pensamientos. —Fue ese domingo donde te mostré mi apartamento por primera vez, antes de todo el asunto con tu hermana y Seamus. Teníamos ese picnic y me quedé dormido. Más tarde, cuando desperté, mi cabeza estaba sobre tu regazo. Me di cuenta que no te habías movido en los más mínimo, quizás por una hora. Solo me dejaste dormir… —Te lo habías ganado luego de la manera en que te había aniquilado en Frisbee. —Mi espalda estaba empezando a acalambrarse y me moví en un esfuerzo infructuoso de encontrar una posición más cómoda. Siguió como si yo no hubiera hablado. —Me preguntaste qué criaturas crearía si tuviera esperma mágico. —Los ojos de Quinn se iluminaron con el recuerdo, y su sonrisa fue tan repentina como asombrosa; apretó mi pierna—. Entonces, te ofreciste como mi Medusa personal de cabello de serpientes, un depósito mágico de esperma. La mirada de Quinn encontró y volvió a centrarse en la mía a través del recuerdo. Ignoré la incomodidad de mis muñecas y espalda con el fin de corresponder su sonrisa contagiosa. Nunca antes lo había escuchado hablar de esta manera sobre nosotros. Sí, en el trascurso de nuestra relación, había traído recuerdos sobre su familia, me contó historias chistosas. Pero nunca sobre nosotros.

—Hablaba en serio, sabes —interrumpí con seriedad, porque lo había dicho en serio—. Quería saber. Todavía no me has dicho. Quinn respondió con igual seriedad. —No respondí porque no supe qué decir. Arrugué la nariz, sacudí la cabeza apenas ya que mis movimientos estaban afectados por mi posición. —¿Fue entonces cuando te enamoraste de mí? Asintió, se movió incómodo y noté que la mano que no encontraba en mi pierna estaba en el bolsillo de sus pantalones. De hecho, me di cuenta que había estado ahí desde que me aseguró en el potro. —Pero, solo nos habíamos conocido, qué, tres semanas, y ni siquiera habíamos estado técnicamente en una cita todavía. —Lo supe. —Su respuesta fue calmada y segura. Mi corazón saltó y, extrañamente, mis ojos escocieron. —¿Fue la referencia a la mitología griega o la referencia al esperma? —insistí aunque mi atención se movía entre su mano oculta y su rostro, que se cernía sobre mí. —Fuiste tú, Janie. —Su voz fue suave, quizás lo más cercaba que había estado a una charla dulce—. Tú y tu cabello de Medusa y tus ojos color miel. Fueron tus preguntas, tu inteligencia y tu insaciable curiosidad. Fue tu bondad y dulzura, tu honestidad y confianza. Por la periferia noté que había sacado su mano de su bolsillo y sostenía algo en la misma, pero sus palabras me tenían hipnotizada y, a pesar de mi curiosidad, no pude apartar mi mirada de él. Mi espalda ahora se estaba agarrotando, mis manos estaban adormecidas, pero no me importó. Quería recordar este momento. —Y si soy completamente honesto… —Quinn inhaló profundamente, acariciando levemente el interior de mi muslo, sus nudillos rozándose contra la piel desnuda sobre mis calcetines—, fue la idea de usarte, a tu cuerpo, como mi propio depósito mágico personal de esperma por el resto de nuestras vidas. Mis ojos se agrandaron y contuve el aire cuando su rostro esbozó una lenta y sexy sonrisa de proporciones épicas. El villano. —¡Quinn! —Mi rostro se puso rojo y moví mis piernas nerviosamente tanto como podía dado mi estado actual. De pronto, estaba más que lista para ser liberada de mi cautiverio. —Janie Morris… —Su voz fue estable, comedida, pero no estaba escuchando. —No dije que… quiero decir… —Intenté mover mis manos e hice una mueca cuando el dolor se disparó por mi brazo. Era completamente

ridícula, y no debí haber permitir tan dispuestamente que Quinn me atara a un potro. Aún peor, ¡lo había sugerido! Claro que iba a provocarme o torturarme ante la primera oportunidad. —… ¿Me harás el hombre más feliz del mundo… Todavía luchando, e ignorándolo deliberadamente, miré a mis muñecas mientras continuaba con mi reprimenda. —Lo dije, pero solo hipotético. Ahora, por favor, ¡desátame! —… y hacerme el honor de convertirte en mi esposa? —¡Eres…! Yo… espera… ¿qué? —Mi indignación cambió a una confusión aturdida. Miré al objeto en su mano, una caja de terciopelo negra abierta con el anillo de rubí rojo que había admirado antes brillando hacia mí, y la oscuridad coloreó mi visión. —Oh, Dios mío. —Mis ojos se agrandaron al ver el anillo, luego se movieron a su rostro. No me desmayé, pero consideré seriamente fingirlo. No sabía sobre qué ponerme como loca primero, así que ordené los problemas en términos de los más apremiantes y/o potencialmente ilegales. —¡Quinn, ese es el anillo de abajo! —siseé en un fuerte suspiro porque temía la respuesta—. ¿Te robaste el anillo?

Capítulo 3 Su expresión cambió de seria a completamente incrédula. —¿Qué? ¡No! ¡No, no me robé este anillo! Mi frente se arrugó y le fruncí el ceño, luego susurrando en voz alta. —Bueno, ¿qué se supone que piense? Un minuto veo un anillo antiguo en la Casa de las Joyas y al siguiente, lo estás sosteniendo mientras estoy atada en un potro. —Atarte al potro fue tu idea. Mis ojos se movieron hacia él, luego de regreso al estuche. Me pregunté si me veía tan asustada como me sentía. —Sé eso, ¡pero no creí que aprovecharías la oportunidad para intentar darme un anillo robado! —¡No es robado! Es tu anillo de compromiso. Mi aliento me abandonó con un repentino resoplido. Anillo de compromiso. Me había dejado sin aire en los pulmones. No estaba esperando esto. De hecho, esto podría ser lo último que había estado esperando; justo después de Quinn diciéndome que era una mujer y que tenía aspiraciones de retomar el papel de Barbra Streisand en Hello Dolly en Broadway. —Janie. Escuché mi nombre y volví a centrarme en mis ojos asustados viendo los suyos. Esto era demasiado pronto; demasiado, demasiado pronto. Era un error. Incluso si el anillo no era robado, estaba cometiendo un error y, cuando se diera cuenta de lo mismo, habríamos acabado. Así como existe una manera para ser una prometida, existe solo una manera de volverse soltera. —Desátame. —No hasta que respondas mi pregunta. —Quinn… —Janie, sé lo que vas a hacer en cuanto te desate. Saldrás corriendo de aquí. Había planeado emborracharte pronto así no serías capaz de moverte, pero atada es mejor. —¿Por qué mejor?

—Porque podemos hablar de esta manera, sobrios, y no puedes evitarme fingiendo dolor gastrointestinal. —Me duelen las manos. La preocupación lanzó una sombra sobre sus rasgos. Sus ojos se dirigieron a donde mis muñecas estaban atadas y luego de regreso a mí. Reacio, concedió: —Te desataré si prometes hablar esto. —Sus ojos se centraron en los míos para mostrarme que hablaba en serio y su rostro estaba lo más serio que lo haya visto—. Tienes que prometerlo, nada de evasivas. Asentí, mi voz tensa cuando acepté. —Lo prometo… nada de evasivas. Lo hablaremos. Quinn se me quedó viendo por un momento como evaluando mi honestidad, luego quitó su mano de mi pierna. Sentí la pérdida de la misma como un golpe físico y deseé haber prestado más atención a cómo se sentía su mano sobre mi cuerpo para ser capaz de recordarlo sin esfuerzo, a voluntad. Sacó el anillo del terciopelo, luego metió la caja de vuelta en su bolsillo. Tuve que girar mi cuello para seguir sus movimientos y no perderme el hecho de que había puesto el rubí en mi dedo anular de la mano izquierda antes de moverse para desatarme. Era algo típico que haría Quinn. El anillo ahora estaba en mi posesión, y como dicen, quienes sean ellos, tendría que buscarlo: La posesión es nueve décimas partes de la ley. Soltar los nudos le tomó menos tiempo que asegurarlos, y froté mis muñecas cuando se movió a las cuerdas de mis tobillos, mis manos volviendo a la vida. El cáñamo dejó marcas, nada de cortes o alguna herida real. Las líneas rodeaban mis muñecas como una marca. Miré mis manos y vi la brillante gema roja que hacía sentir a mi dedo pesado y extraño. Me lo quedé mirando y sentí una oleada de posesión. Lo quería. Quería ese anillo. Era la pieza más exquisita de joyería que haya visto, incluyendo las joyas de la corona que me había devorado con los ojos. Independientemente de comprometerme, el anillo era impresionante, hermoso y exactamente lo que habría elegido para mí si la totalidad de joyas diseñadas del mundo fueran mías para mirar. Y era mío. Muy listo de su parte darme algo que mi corazón no sabía que quería a cambio de una promesa. Me costaría trabajo quitármelo. Por otra parte, ser muy listo era típico de Quinn. Cuando terminó, manteniendo una mano sobre mí todo el tiempo, tomó mi brazo y me enderezó. La sangre se apresuró de mi cabeza y

permitió unos breves segundos antes de ponerme de pie. No era de sorprender que mis piernas estuvieran inestables. Seguía mirando al anillo en mi dedo, mis respiraciones profundas y entrecortadas a la vez que libraba una guerra de emociones y deseos. —¿Qué estás pensando? —preguntó. Una de sus manos estaba sujetando mi cintura y deslizó la otra entre las mías, sus dedos rodeando mi palma para poder acunar mi mano izquierda. Apreté mis labios, luego alcé mis ojos hacia él. su rostro estaba perfectamente sin expresión, pero vigilante. Sentía tantas emociones, mirándolo, de pie tan cerca. Me sentía temerosa de una manera que pensé que había dejado atrás. Pero, aunque yo era una abundancia de sentimientos, no fui capaz de lograr un pensamiento completo. —Quinn… —dije, tragando saliva. Mi pecho dolía—. No esperaba… no estaba esperando esto. —Lo sé. —Ni siquiera hemos hablado de ello, ni lo discutimos como una posibilidad. —No hay mejor tiempo como el presente. —Su mano se deslizó de mi cintura a mi espalda baja, me presionó contra él, mi mano izquierda debajo de su chaqueta, sobre su corazón. —Solo hemos estado juntos por cinco meses. —Lo sé. —Suspiró como si fuera irrelevante. —¿Honestamente piensas que es tiempo suficiente para hace juicio válido y preciso sobre la viabilidad de una persona como tu esposa? —Contigo, sí, es más que suficiente. Demasiado. —Eso es completamente ilógico. En cinco meses, apenas hemos rasgado la superficie. No podemos saber lo suficiente del otro con el fin de tomar una decisión como esta. Este es el tatuaje de las decisiones de la vida. —¿Tatuaje de las decisiones de la vida? —Sí. Tatuaje. El casamiento es la marca eterna y permanente de una persona con otra. Claro, puede ser quitada; pero es costoso, es un proceso y uno nunca vuelve a ser el mismo. Tienes una cicatriz. Siempre es parte de ti, sea visible o no. Consigues un tatuaje con la intención de un compromiso para toda la vida. Tienes que defender su existencia y apropiarte del mismo frente a los otros por el resto de tu vida, independientemente de que se deforme o incline o cambie de forma o

color; ¡porque lo hará! Cambiará y se desteñirá, y no de una manera estéticamente agradable. El costado de su boca se alzó mientas yo hablaba y sus ojos bailaron entre los míos. —Consigamos tatuajes a juego. Quité mi mano de la suya y empujé contra su pecho. no se movió. —No. —Negué con la cabeza—. Este es el tipo de decisión que no puedes tomar luego de conocer a alguien por cinco meses; cinco increíbles, amorosos, maravillosos, perfectos, más que sexualmente gratificantes meses. Este es el tipo de decisión que tomas luego de dos años y medio, al menos. Cuando la chispa se ha desvanecido, cuando has pasado por al menos dos temporadas gripales, varias fiestas (con los parientes) y viaje de fiesta, siete a diez malentendidos y quizás, una cirugía. —¿Qué tiene que ver la gripe con esto? —¿Eres una persona gruñona cuando te enfermas? ¿Prefieres que me mantenga cerca o que te dé espacio? ¡No lo sé! No hemos hecho eso. —Janie… —¡No ha habido momentos difíciles, Quinn! Hemos probado muy poco aparte de que somos compatibles en tiempos de fiesta, pero no sabemos nada de los tiempos de hambruna. —Janie… —No seré capaz de repetir las palabras en la salud y en la enfermedad porque honestamente no tengo idea. Quinn abrió la boca para responder, pero fuimos interrumpidos por el sonido practicado de una garganta aclarándose. —Señor Sullivan, si usted y Janie están listos… —La voz de nuestra guía sonó por encima de mi hombro. Cerré los ojos por un largo momento, mis manos cerrándose en puños sobre las solapas de su chaqueta. Tres segundos pasaron antes de que respondiera. —Por supuesto. Cubrió mis puños, alentándome a soltarlo, pero mantuvo el asidero de una de mis manos, girándome hacia la puerta y llevándome tras él. Miré al suelo, luego subí por su perfil, esperando encontrar alguna indicación de sus pensamientos, pero estuve decepcionada. Como siempre, era un pepino fresco y parecía completamente sereno. No como alguien que acababa de ser rechazado o aceptado su propuesta de matrimonio; más como alguien que se desliza por la vida a cargo de todos y daba por sentado su superioridad.

En cuanto atravesamos la puerta, su mano se movió a la base de mi columna, un toque posesivo y me guio al final del pasillo de piedra detrás de nuestra guía. Ella miró por encima de su hombro, su sonrisa pequeña y sincera y señaló los artículos de interés. Esta vez no estaba escuchando. Estaba muy preocupada con todo lo que estaba sin resolver, cómo convencería a Quinn de que esto era una locura, y aun así no poner en peligro nuestras chances de estar juntos tanto tiempo como sea posible. Si en verdad lo pensaba, suponía que, si podíamos pasar por su proposición sin que mucho daño fuera infligido, probablemente teníamos otros cuatro años antes de que él se cansara irrevocablemente de mí y mis excentricidades. Estaba de acuerdo con eso. Sentía que cuatro años era mi fecha de expiración. Cuatro temporadas de gripe, ciclos de fiestas y vacaciones anuales. En serio, había solamente cuatro destinos que valían la pena ir de vacaciones: playa, glaciar, desierto y montañas. Un extra si podíamos sumarlo a una visita al país del vino o un sitio de patrimonio mundial. Los primeros dos años probablemente serían excelentes. Los últimos dos se volverían cada vez más tensos hasta que, finalmente, se pusiera frío y distante al mismo tiempo. Daría excusas para trabajar hasta tarde, evitaría discutir planes de futuro hasta que, finalmente, yo sugeriría separarnos. Sería la expresión de alivio que me temía, ese momento cuando asentiría estando de acuerdo. Sería la primera emoción real que mostraría durante los últimos meses de nuestra futura relación de tres años y siete meses y sería la última. Luego de eso, me mudaría, pasaría más tiempo en la biblioteca e invertiría en un vibrador en verdad excelente. Él reanudaría su estilo de vida de Wendell/Ligón. Quizás nos separaríamos como amigos. Quizás toleraría almuerzos trimestrales o al menos una cena anual para mantenernos al día. Tendríamos que turnarnos para pagar por la comida y no tendría que soportar que ordenara más por mí. Estaba en el medio de hacer una nota mental para buscar propiedades de inversión ahora en vecindarios que probablemente podrían mejorar el valor en los siguientes años cuando sentí el cálido aliento de Quinn junto a mi oído. —Para —susurró, enviando un repentino escalofrío a lo largo de mi espalda.

Parpadeé. Nos estábamos acercando a una escalera estrecha y de aspecto medieval, y Quinn había envuelto su brazo alrededor de mi cintura, presionando mi costado contra el suyo. —¿Que pare con qué? —Deja de tener toda una discusión sin mí. Me puse rígida y su mano se apretó. —Uno a la vez y por favor, asegúrense de agarrarse a la barandilla. Estas escaleras son muy empinadas —llamó Emma sobre su hombro y demostró la técnica apropiada para bajar los escalones en espiral. —¿Vas a estar bien con esos zapatos? —Quinn se separó de mí, sosteniendo mi mano y haciéndome detener. Asentí, mi voz más temblorosa de lo que me habría gustado. —Sí. Estaré bien. No me preocupaban las escaleras. Estaba preocupada por lo que vendría luego de ellas. Entrecerró sus ojos ante mi tono pero me permitió seguirlo. Noté que se quedó cerca durante todo el descenso. Cuando llegamos a la parte inferior, retomó su posición, un brazo alrededor de mi cintura, y me besó en el cuello. Me entregaron mi chaqueta y fuimos escoltados hasta el embarcadero. Una tienda, grande para dos personas, había sido puesta sobre tablas de madera con vistas al Támesis, probablemente para protegernos de la lluvia intermitente. Tres de los laterales estaban cerrados y el cuarto estaba abierto, el Puente de la Torre a nuestra izquierda y el Puente de Londres a poca distancia a nuestra derecha, iluminado y enviando tanto sombras como iluminación sobre el extenso rio debajo. Dentro de la tienda había una mesa, puesta elegantemente para dos. Mis ojos repasaron los manteles blancos, la vajilla chica, las copas de cristal, los cubiertos de plata y las velas bajas. Pequeñas linternas circulares colgaban del techo enviando al interior un brillo cálido y ámbar. Un asiento tapizado en cuero y muy acolchado, como un sofá alto y profundo, estaba ubicado enfrentando la apertura, y una diversidad de almohadas, mantas de lana y pieles estaban acomodadas a lo largo de los costados y respaldo. Y, por supuesto, tres botellas de champaña estaban enfriándose en tres cubetas plateadas distintas puestas a un lado. —Ven. Siéntate. —Quinn deslizó su mano de mi cintura y acarició mi brazo hasta que nuestros dedos se entrelazaron. Me jaló tras él hacia el banco, sin soltar mi mano cuando nos sentamos. En cambio, la puso sobre mi muslo y la sostuvo allí mientras mágicos (y hasta este punto,

invisibles) camareros aparecieron. Sirvieron la champaña, destaparon la comida, extendieron servilletas en nuestros regazos y ofrecieron almohadas para la comodidad. Las mantas de lana resultaron ser de cachemira. Por supuesto. Claro que eran de cachemira. Supe que eran de cachemira debido a todas las madejas que me había obligado a hacer en las noches de tejido. Me sentía como una reina, total y verdaderamente mimada, y completamente seducida. A través de todo esto, miré al Támesis mordiendo el interior de mi labio y haciendo todo lo posible por refrenarme de seguir mi conversación unilateral en mi mente. En cambio, pensé en todos los submarinos que supuestamente habían navegado por el rio durante la Segunda Guerra Mundial. El tacto de Quinn me despertó de la pregunta en consideración, la verdadera profundidad del rio Támesis, y giré mi rostro hacia él. Había alzado mi mano izquierda de su regazo y estaba tocando la banda dorada de mi dedo, su mirada fija en el lugar. Miré brevemente en torno a la tienda. Nuestro mágico personal de camareros había desaparecido tan rápidamente y silenciosamente como habían aparecido y fuimos dejados con al menos la ilusión de completa privacidad. —Me alegra que te guste el anillo. Mis ojos regresaron a los suyos. Me quedé un poco perdida en su apuesta masculinidad, notando nuevamente que haría de una mujer horriblemente fea si alguna vez decidía vestirse de drag. El corte de su mandíbula era demasiado fuerte, los ángulos de sus mejillas demasiado pronunciados, su nariz decididamente masculina y romana. Presioné mis labios y tragué saliva antes de responder. —Me gusta. Me gusta en verdad. Más precisamente, lo amo. —Mi mirada fue al anillo en mi dedo y luego regresó a él—. Es desconcertante sentirse tan posesiva de un objeto material. Su boca se medio curvó y sus ojos se movieron a los míos. —Entonces consérvalo y úsalo. —Su expresión cambió y pareció tanto serio como vulnerable—. Cásate conmigo, Janie. Medio parpadeé para esconder la mueca de dolor infligido por la intensa sinceridad de sus palabras y su imposibilidad. No me dio oportunidad de responder. —Dijiste que te hago valiente. Entonces no tengas miedo. Confía en mí.

—Confío en ti, y no estoy… no estoy precisamente asustada. Es más como que quiero que seamos inteligentes en este asunto. —Quieres seguir pensándolo. —No sonaba molesto. Más bien, sonaba como si estuviera abierto a una negociación. —No. Quiero hacerlo bien. —Entonces hagámoslo bien. —Quinn se giró para así estar de frente a mí, su torso en ángulo hacia mí, su brazo apoyado en la mesa, su otra mano sobre mi pierna. Era su postura de “tienes toda atención”—. ¿Qué tomará para que seas mi esposa? Respiré hondo, miré en torno a la tienda, noté que el champaña había sido servido. Lo busqué, no precisamente retrasándolo, y le di dos tragos largos. Animada por el burbujeo, hablé. —Bueno, primero, creo que deberíamos esperar dos años y medio. —No. ¿Qué más? —Quinn… Me preguntaste que tomaría. —No voy a esperar dos años y medio. Sobre el tema del tiempo, de esperar, no negociaré. —Está bien. Entonces, ¿de cuánto tiempo estamos hablando? ¿Cuándo propones que nos casemos? —El martes. —¿Te refieres a un día después de que regresemos a Chicago? Él asintió. Me quedé boquiabierta y mis ojos se agrandaron. —¿Qué? No podemos… ¡No! Y, además, esa es la noche en que mi grupo de tejido se junta. Sabes eso. Tomó el champaña de la mesa, pareciendo en lo absoluto perturbado y se encogió de hombros. —¿Cuál es tu contraoferta? —Dividir la diferencia, uno o dos años. —Nop. No estoy dispuesto a retrasarlo más de dos semanas. — Negó con la cabeza—. Oferta final. Lo miré entrecerrando mis ojos. —¿O sino qué? —O sino nos casamos la próxima semana, en Chicago. —No lo haré… absolutamente no. Tú… te comportas como si yo no tuviera elección. Quinn hizo una mueca, bebió champaña, me contempló por encima del borde y dijo: —Un mes. —Tres.

—Hecho. —Devolvió su copa a la mesa, tomó mi mano derecha y la estrechó—. ¿Estamos de acuerdo? Negué con la cabeza. —No. —Luego solté la primera idea que apareció en mi cabeza—. Quiero una boda grande. Frunció el ceño y la máscara de negociación vaciló, sus rasgos traicionando claramente su sorpresa. —¿Quieres una boda grande? Asentí. —Sí. Quiero una boda realmente grande. —No lo habría adivinado. De hecho, habría pensado que querrías algo muy pequeño y simple. —Sonaba y parecía suspicaz. —Por lo general sí, pero ya que solo tengo tres meses para fabricar dos años y medio del estrés de una relación normal, la boda tendrá que ser muy grande y complicada, con gráficas para acomodar los asientos y montaje de fotos. Tendremos una exhibición de fuegos artificiales, una banda, un DJ y bolsitas de regalos para todos los invitados. —¿Bolsitas de regalos? —Pareció alarmado. De hecho, parecía horrorizado. —Sí. Y estarás a cargo de ellas como también de los programas e invitaciones. Y tendrás que encontrar un pastel de novio. Y tendremos a miembros de la familia en nuestra fiesta de bodas. Sus ojos, un poco aturdido, se dirigieron al Támesis. Continué nombrando tareas marcando accesorios superfluos de la boda con mis dedos mientras sostenía mi copa de champaña. —Luego están las flores, fotógrafos, fotos enmarcadas de nuestros abuelos y padres en el día de sus bodas, centros de mesa, un primer baile coreografiado, brindis, los trajes y vestidos de las damas de honor, mi vestido, mi velo, mis zapatos, mi ropa interior de novia… La mirada de Quinn se encontró abruptamente con la mía, acalorada e intensa, pero seguí. —Y vamos a hacer todas las cosas extras también, como una búsqueda del tesoro de bodas, una fuente de chocolate, palomas voladoras, paseos en globos aerostáticos, quizás un poni para los niños, un libro de invitados y una foto enmarcada firmada de nuestro compromiso. Alzó las manos, luego sujetó mis brazos, interrumpiéndome. —Janie, esto es ridículo. No deseas esto, no deseo esto… ¿por qué nos haríamos esto? —Porque no esperarás los dos años y medio necesarios para probar la fuerza de nuestra relación, para permitirnos decir nuestros votos

matrimoniales con honestidad y con el conocimiento de qué, estaremos juntos para bien o para mal. Esta boca, planear esta boda, va a ser una pesadilla. Va a ser que los años de “en la salud y en la enfermedad” pasen en tres meses y vamos a tomar cada una de las decisiones juntos. Probarás las comidas de entrada y te pediré que des tu opinión sobre la carne o el pollo. Tragué el resto de mi champaña, me preparé para su negación y preparé mi contra estrategia. En verdad, él tenía razón. Esta no era yo. Cuando pensaba en mi boda, específicamente este momento preciso, mi boda teórica con Quinn, pensaba en tomar un descanso para almorzar y correr a la corte. Luego, el martes siguiente, celebrar con perritos calientes, patatas fritas y gotas de limón durante la noche de tejido. Pero esto no se trataba de la boda; la boda en verdad no importaba. Nunca entendí la preocupación con el día de la boda, toda esa planificación, enfoque y dinero. Era como prepararse para el alumbramiento sin pensar en el hecho de que, luego del parto, tendría a una nueva persona que cuidar. La boda solo era un día. Se trataba de cuidar y alimentar el matrimonio, construir una base duradera, unión a través del sufrimiento compartido y los miles de días que le seguirían. Si se negaba a los rigores de la planificación de una boda, mi segundo maratón de locura iba a ser dejarnos en una isla desierta por un mes sin comida, agua o abrigo. De hecho, a medida que lo pensaba, me alegraba haber lanzado la idea ridícula de la boda como mi primera opción porque cuando Quinn lo rechazara, la isla podría suceder realmente. Sonaba divertido. Siempre había querido tomar una clase de búsqueda de supervivencia y un Quinn desnudo pescando con jabalina también era un extra. —De acuerdo. Parpadeé en su dirección, sacada de mi ensueño de Quinn pescando desnudo con jabalina. Se veía… decidido. —¿De acuerdo? Asintió una vez, quitando la copa de champaña de mi mano y poniéndolo en la mesa. —Sí. Está bien. Lo haré. Pude sentir mis cejas frunciéndose. Estaba sorprendida. —¿Lo harás? —chillé. —Sí. Lo haré. Pero, luego de que termine, no habrá más pruebas. No más problemas fingidos o aros a través de los que saltar, y nada de

dar marcha atrás tampoco, sin importar qué. A cambio, me prometerás que una vez que estemos casados, no esperarás a que el otro zapato caiga. —Alzó sus cejas significativamente, recordándome una conversación que habíamos tenido hace meses, antes de comenzar a salir, cuando se encontró conmigo en Takeaway and Grocery de Smith, y le había explicado la historia detrás de la expresión de esperar a que el otro zapato caiga. Me muerdo el labio inferior mientras pienso en esta promesa y lo que significaría. Estaría renunciando a toda la seguridad que viene con probar una hipótesis antes de zambullirme. —Sé que me amas. —Su abrupta afirmación fue dicha con convicción. Ante sus palabras, por inesperadas que fueran, mi mente se calmó. Lo miré, en verdad lo miré, y vi su mandíbula apretada, la resolución en su mirada. Asentí, acordando suavemente. —Sí. Te amo. Alzó una mano y enredó sus dedos en mi cabello de medusa, tomando suavemente un puñado como para sostenerme en el lugar. —Te amo. —Sus palabras fueron liberadas con un suspiro, como si la admisión le costara—. Haré lo que sea para probártelo… —No tienes que probar… —Déjame acabar. Haré lo que sea por probártelo. Haré lo que sea para probar que lo que tenemos vale la pena una batalla. Lo que tenemos vale la pena una guerra. Pero no quiero pasar más de nuestro tiempo juntos peleando por hipótesis. No hemos hecho eso desde Vegas y Jem. Es una pérdida de tiempo. Apreté mis labios y asentí comprendiendo. —No más retroceder. No más desperdiciar el tiempo. Necesitas que probemos que podemos superar una crisis. Entiendo eso. En verdad. —Se acercó, aflojando su agarre de mi cabello, sus dedos moviéndose a mi cuello—. De hecho, incluso estoy de acuerdo contigo. Me mostró una pequeña sonrisa, que no pude evitar regresar, y me atrajo para que nuestras frentes se tocaran. —¿Estás de acuerdo conmigo? —Sí, pero solo porque sé que necesitas pruebas tangibles. Tu lucha con los “y si” y hasta que tengamos nuestra prueba de fuego, te preocuparás. —Se retiró para nuestros ojos se conectaran—. No quiero que te preocupes. Quiero que lo sepas. Mis ojos escocían y tragué saliva reflexivamente.

—Pero, una vez que lo sepas, eso tiene que ser todo. —Su voz contenía una afilada advertencia. Asentí. —Está bien. Dudó por un momento, sus dedos agrandándose. —¿Está bien? —Sí. —No pude evitar sonreír, ni pude evitar que dos lágrimas enormes cayeran por mis mejillas—. Sí, Quinn Sullivan, me casaré contigo. Me convertiré en tu esposa. Se me quedó mirando por un momento, sus ojos llenándose con la sorpresa y suavidad que por lo general me preocupaban, pero en la situación actual me hicieron sentir como si estuviera volando. Entonces sentí el impulso de añadir y aclarar, solo en caso de que hubiera alguna pregunta: —Esto también significa que serás mi marido. Estaremos casados… con el otro. Su rostro esbozó una de sus raramente usadas y extremadamente deslumbrantes sonrisas. Me quitó el aliento. Luego, literalmente, me quitó el aliento cuando me agarró y me besó. Estaba en su regazo, el dobladillo de mi vestido para nada cerca de los niveles apropiados de modestia. Su boca fue feroz, hambrienta y sentí tanto alivio y posesividad en sus besos. Fueron profundos, firmes y codiciosos. Asimismo, sus manos estuvieron por todas partes de mi cuerpo, o al menos, se sintieron de esa manera. Una estaba sobre la parte superior de mi muslo luego en mi cabello, luego presionando firmemente contra el centro de mi espalda, luego flexionándose sobre mi trasero debajo del vestido. Tuve la impresión de que quería tocarme por todas partes a la vez. Estaba siendo minuciosa e inequívocamente reclamada. La insistencia poco sutil de sus dedos agarrando y tirando de mi ropa interior me alertó de la precariedad de nuestra situación y actual entorno. Aparté mi boca de la suya y moví mi cabeza a un lado, metida contra su cuello. Mi respiración fue claramente dificultosa cuando jadeé: —Quinn. Respondió a mi jadeo con un gruñido, besando, luego mordiendo mi cuello, sus dedos todavía enganchados en mis bragas. —Quítate esto. —Espera, espera, espera…

—Quítalas o las arrancaré. —Agh. —Fue mi respuesta, porque la neblina de excitación había regresado y estaba perdiendo el contacto con mi entorno. Estaba entrando al territorio donde solo me preocupaba quitarle sus pantalones. Lo último que sucedió antes de ser arrastrada, más allá de que me importara o me avergonzara, y participar de una escandalosamente muestra pública de afecto explícita y semi pública, fue mi ropa interior siendo rasgada en dos por un muy contento, muy dominante y pronto a ser mi marido, Quinn Sullivan.

Parte 2 El Compromiso

Capítulo 4 QUINN Quería tocarla, pero no deseaba despertarla. Todavía no. Sin premeditación, alargué la mano y con cuidado aparté su mano izquierda de su cuerpo. La estaba sosteniendo cerca y metida bajo su barbilla. El reloj a un lado de la cama me dijo que era poco antes de las 5:30 a.m. Pesadas cortinas bloqueaban la mayoría de la pálida luz de sol de primera hora de la mañana, pero el comienzo de una mañana gris todavía se filtraba, llenando la habitación de nuestra suite lo suficiente para hacer todo visible. Tenía una reunión a las 9 a.m. y tenía que levantarme y moverme si la agenda del día iba a proceder según lo planeado. En cambio, seguí mirándola. Janie es linda cuando duerme. Más precisamente, es jodidamente adorable. La he estudiado lo suficiente para memorizar su rostro. Sus pestañas y cejas son de un tono más oscuro que su cabello y se agitan justo antes de que despierte. De vez en cuando, arruga la nariz como si las claras pecas en su pálida piel le hicieran cosquillas mientras duerme. Es una soñadora callada; incluso su respiración es silenciosa. La primera vez que dormimos juntos, en las Vegas, estaba tan quieta y callada que había comprobado el pulso de su cuello. Su cabello es un lío. Dice que es como serpientes doblándose. Estoy de acuerdo. Se extienden en todas direcciones. He sido despertado más de una vez por un bocado de su cabello, y he llegado a estar de acuerdo en su manera de pensar, que su cabello tiene mente propia. Una vez me dijo que había cuatro seres independientes y conscientes en nuestra relación: ella, yo, su cabello y mis ojos. Reacio quité mi atención de su rostro a su mano izquierda, ahora sostenida en la mía. Froté la piel alrededor del anillo dorado y con un rubí con mi pulgar. La banda era gruesa, sustancial y el rubí era enorme.

Elizabeth tuvo razón sobre el anillo. Era perfecto. Viéndolo en el dedo de Janie y sintiendo el peso de éste allí era tremendamente satisfactorio. Darle a la mujer con la que te vas a casar un anillo escandalosamente costo para marcarla como tuya era una genialidad. Las mujeres probablemente pensaban que eran las ganadoras de la tradición en este escenario. Se equivocaban. Los hombres eran los ganadores, porque el precio no era el anillo. El precio era la mujer. El compromiso no había ido de acuerdo a mi plan original. Fue mejor. Todo hombre está nervioso cuando se propone a su chica. Si no está nervioso entonces es un idiota, o no está enamorado. Proponerse es como darle a alguien tu pene y un cuchillo afilado, luego esperar a ver qué hace a continuación. Así que, sí, estuve nervioso. El plan original decía emborracharla antes de proponerme. Esto no era ideal, pero había estado preparado para hacer lo que fuera necesario para asegurar un sí. Estaba intentando ser romántico, y ella seguía llevando la conversación de regreso a las decapitaciones, sufrimiento y parricida. Nadie quiere darle a una chica su pene y un cuchillo afilado, especialmente no cuando ella sigue hablando de tortura. Era frustrante. Me estaba volviendo loco. Estaba arruinando mis planes. El primer brillo de esperanza llegó cuando vio el anillo entre las Joyas de la Corona. Ella lo señaló. De los anillos, también era el único que me gustaba más. Luego, la sala con los dispositivos medievales, el potro y atarla… Dios bendiga la insaciable curiosidad de Janie. Sí, sí… lo sé. No soy un buen tipo. Intento serlo, por ella. Quiero ser merecedor de su cerebro y corazón. Quiero merecer su confianza y admiración. Pero sigo siendo egoísta, especialmente cuando se trata de Janie. Me gustaría decir que estoy trabajando en ello. No lo estoy. No realmente. Pero a ella no parece molestarla, así que voy a seguir con ello. Después de todo, está usando mi anillo, ¿verdad? Apruebo totalmente las joyas costosas. De hecho, cuanto más grande mejor. Si me hubiera salido con la mía, le habría dado un collar de oro de 24 kilates que dijera Propiedad de Quinn Sullivan. Pero no creía que ella lo usaría.

Tampoco pienso en ella de esa manera, como una propiedad, pero sí pienso en ella como una pertenencia mía, porque yo le pertenezco. Le pertenezco, y estoy completamente arruinado, porque quiero su posesión. Quiero que me use. Quiero darle todo. No tendría problemas en ponerme un tatuaje que dijera Propiedad de Janie Sullivan. Sonreí, parpadeando una vez mientras pensaba en la idea. Pero mi devoción era una afirmación más que una epifanía. No querría que hiciera eso. No querría que consiguiera un tatuaje sobre ella. A veces su desinterés era desesperante, pero también jodidamente adorable. Janie se movió y aflojé mi agarre de su mano. De inmediato la metió bajo su barbilla. Sus piernas se estiraron, extendidas bajo las sábanas. Se acurrucó contra la almohada. Se movió hacia un lado y hacia atrás; las sábanas se deslizaron y expusieron uno de sus perfectos senos. Contuve el aliento y tiré de las sábanas más abajo para exponer el gemelo escondido. Se acomodó de nuevo, sus labios levemente entreabiertos. Observé su pecho desnudo subir y bajar con su aliento silencioso y ahogué un gemido. Ya no era jodidamente adorable. Ahora era demasiado sexy. Apreté los dientes, alargué la mano y sujeté mi dureza matutina entre mis piernas y miré al anillo en su dedo. Luego de los eventos de anoche (quitarle la ropa interior, involuntario y frenético sexo en la tienda, su vergüenza durante la cena, besuquearnos en la limosina, luego hacer el amor en la ducha antes de desplomarnos en la cama) mi primer instinto esta mañana era despertarla con mi boca entre sus piernas. La estudié y reconocí los signos de la fatiga. La había mantenido despierta hasta tarde y habíamos sido muy activos. Necesitaba tiempo para recuperarse. Teníamos una reunión hoy con un cliente corporativo. Ella necesitaba descansar. Sabía que no le gustaba llevar tres guardias con ella a todas partes a las que iba. La estaba cansando, pero estábamos muy lejos de mi base de operaciones, así que lo consideraba necesario. Mi influencia en Europa era limitada, a diferencia de cómo lo es en Estados Unidos. La presencia de tres guardias podrías ser exagerado. No me importa. Necesitaba que estuviera a salvo. Si no puedo estar con ella a cada minuto del día, me da paz mental que esté bien protegida. Es mía para proteger y haré lo correcto: la dejaré dormir.

Cerré mis ojos para aumentar mi resolución. Si seguía mirándola, pensando en ella, oliéndola, entonces probablemente ignoraría mi recién encontrada conciencia y la tendría para el desayuno. Moviéndome silenciosamente, me puse de pie, me vestí y agarré mi bolso del gimnasio. Le di un beso en la mejilla antes de irme. Besarla fue un error. Seguía duro cuando abandoné la habitación. Tenía que dejar de pensar en ella acostada desnuda en nuestra cama. Si seguía pensándola, y cómo me había contado tan emocionada sobre el trabajo en piedra de los romanos y el diamante de cien quilates mientras la ataba al potro, no conseguiría llegar al ascensor. Así que pensé en la restitución. Se lo pedí anoche porque quería ver lo que diría. Algo que Janie y yo tenemos en común es que ambos miramos el mundo y lo vemos en blanco y negro, correcto y equivocado, bien y mal. Me miro a mí mismo y veo negro. Veo lo equivocado, el mal. Cuando la miro, veo blanco. Veo lo correcto, el bien. Los tonos grises son para los idiotas, los imbéciles, los cobardes y políticos (que, de hecho, son idiotas, imbéciles y cobardes). Ella no es perfecta. Nadie lo es. Pero nunca lastima intencionadamente a la gente. Yo sí. O, más precisamente, solía hacerlo. Tengo que creer que en la restitución. Tengo que creer en la penitencia. No tengo elección. Si no creo, entonces estoy jodido. Mi hermano está muerto por mi culpa; mis padres me culpan; yo me culpo. Conseguir venganza no ayudó. Janie ayudó. Quizás la restitución ayudaría. No soy un santo, y no creo que alguna vez llegaré a serlo, pero Janie se merece algo mejor que un pecador. *** El gimnasio estaba vacío cuando llegué. Comprobé los armarios, gabinetes, salidas y el perímetro antes de establecer el pulso de audio de alta frecuencia (que mi compañía había patentado bajo el apodo de Bug Smasher). Lo puse por quince segundos, cerré la puerta detrás de mí y le di al pulso el tiempo adecuado para desactivar cualquier dispositivo de audio o video dentro de la habitación. Treinta segundos después, volví a entrar al gimnasio, recogí el Bug Smasher, reclamé la mejor caminadora de las tres y me puse los

auriculares en mis oídos antes de programar el ritmo. Puse la máquina en un calentamiento de diez minutos. Entonces llamé a Dan. Su teléfono sonó cinco veces antes de que contestara. —Más vale que alguien esté muerto o cachondo. —Buenos días, Dan. —¿En serio me estás llamando a las cinco cincuenta de la puta mañana? Miré a mi reloj. —Lo siento, ¿estás de vacaciones? —Espera, ¿estás en la corredora? Jesús, María y José, por favor, ¿no me digas que dejaste a Janie para correr en una caminadora? ¿Qué le sucedió a tu pene, Quinn? ¿Te lo confiscaron en la aduana? No puedo creer que un hombre hetero dejaría todo ese… —No me diste un informe ayer. —Pensé en el día anterior, recordé que Dan tomó el lugar de Pete protegiendo a Janie anoche—. ¿Sucedió algo? ¿Por qué reemplazaste a Pete? —Oh, eso. Pensamos que un hombre la estaba siguiendo. Pete me llamó. Lo reemplacé para que pudiera seguirlo. Resulta que el sujeto era un don nadie, un banquero. Pensó que ella era bonita y quería pedirle ir por una bebida. —¿Se acercó a ella? —No. Pete lo interceptó y lo llevó a dar un paseo. Creo que la estás volviendo loca con todos los guardias. —Lo sé. Pero quiero que esté a salvo. —¿Sabes algo que yo no sepa? —Supuse que Dan se estaba refiriendo a los Wickfords. Ellos eran la principal cuenta privada que estábamos revisando durante esta visita. Los Wickfords eran idiotas, imbéciles y cobardes. Durante las reuniones de transferencia, habían hecho amenazas encubiertas sobre socavar mi credibilidad con clientes corporativos. No esperaba berrinches. Pero no fueron violentos, razón por la que Dan probablemente estaba cuestionando mi compulsión de tener un equipo de tres guardias siguiendo a Janie a todos los lugares a los que iba. —No. Sabes todo. Solo quiero que esté a salvo. —Miré el panel de la pantalla. Todavía me quedaban ocho minutos del calentamiento de los casi diez kilómetros por hora—. ¿Sucedió algo más? —No en el lugar. Tengo algunos artículos como parte de la actualización diaria de estatus. Hablando de eso, ¿cómo están yendo las negociaciones con los Wickfords? — preguntó, soltó finalmente.

Hice una mueca y pensé en cómo responder sin usar solo improperios. —Mejor ayer que el día anterior. Quitar mi compañía del negocio de la seguridad privada ha probado ser desafiante en los últimos cuatro meses. En otras palabras, era un dolor en el culo. Las familias poderosas eran como niños mimados; requerían mimos y no respondían bien a los cambios. —Toda esa gente son una porquería —dijo Dan—. ¿Recuerdas hace tres años cuando me asigné al nieto porque seguía teniendo accidentes y discusiones con el equipo O’Toole? Ese imbécil quería que le consiguiéramos prostitutas. —Lo recuerdo —dijo. —Debiste dejar la familia entonces. —Pagan bien. —Sí, también son unos idiotas. Me alegra que te estés independizando de las familias. —Así lo has dicho. —La pantalla de la corredora me dijo que me quedaban otros cinco minutos. —Entonces, ¿a los Wickfords no les gusta su seguridad de reemplazo? ¿Ese es el asunto? —Es parte de ello. El otro problema es que están nerviosos por toda la información que hemos recopilado con los años. Dan se rio entre dientes. —Deberían. Todos deberían. —Quieren garantías. —Pueden besarme el culo. —A diferencia de mí, Dan no había perdido su acento de vecindario sureño de Boston. Esto sonó más como Pueden besharme el cuulo. Estaba de acuerdo, pero no necesitaba hacer más enemigos, no con algunas de las familias más ricas del mundo. —Se pondrán de acuerdo. Hablemos de mañana. —Cierto. Mañana a la noche. La fiesta, el asunto del jolgorio. Tú, Janie, Steven y yo estamos todos en la lista de invitados. Finalmente aprobaron nuestros datos de seguridad. Nada como esperar hasta el último maldito minuto. —Y miraste la lista de invitados —declaré esto más que preguntarlo. —Por supuesto, han sido revisados. Algunos clientes anteriores asistirán, mayormente nada de lo que preocuparse. —¿Mayormente? Dan dudó, luego soltó un suspiro cansado.

—¿Recuerdas a Damon Parducci? El tipo que drogó a Janie en Chicago en el club Outlandish, o como sea que ese estúpido lugar se llamara. Sus padres estarán allí. Y no están muy contentos con que terminaras su contrato luego de ese lío. La sentencia de Damon es el próximo mes y todas las señales apuntan al máximo tiempo de prisión. Gruñí. Mi presión sanguínea se disparó, pero mantuve mi tono tranquilo. —Ese maldito infeliz obtuvo lo que merecía. Tenía cocaína en su posesión; solo le dimos el dato a la policía de cuándo y dónde. Les dije que no estábamos en el negocio de proteger a violadores y traficantes, incluso antes de lo que sucedió con Janie. —Lo sé. Nada más pensé que deberías saberlo, estar preparado. También… —Dan suspiró. Otra vez. —¿Qué sucede? —Me quedaban treinta segundos. —Niki Kenner va a estar allí. Parpadeé ante la pantalla, intentando ubicar el nombre. —¿Por qué me suena familiar ese nombre? —Te acostaste con ella en Los Ángeles por un par de semanas hace algunos años. Luego se volvió loca e hizo el resto del mes allí un infierno. Hice una mueca. Esa perra estaba loca. —Quizás no vayamos. —No. Tienes que ir. Al menos diez de nuestros intermediarios corporativos estarán allí, incluyendo la cuenta corporativa de Grinsham. Sé que tú y Janie van a reunirse con el enlace de seguridad hoy, pero sabes cómo son estos británicos. Desean verte socialmente antes de confiar en ti y saben que estás en la lista. Es la principal razón para este viaje. Tenía razón. —Quizás no llevaré a Janie. —Lleva a Janie. Te hará ver bien. Y se verá raro si ella no está allí luego de que la hayan conocido durante las reuniones de especificaciones. Es buena para el negocio. Y cuando no te está haciendo ver bien, puede hacerme parecer bajo… y bueno. —No, no… no quiero… —Sí, sí. No tienes que decirlo otra vez. Steven y yo estamos cansados de escucharlo. No quieres que nuestra extracción de los clientes privados impacte en ella de ninguna manera. Ya sé esto. La pasará bien. Solo será una fiesta de caridad para ella. Se vestirá bien y todo eso. Gruñí de nuevo. —Hablo en serio.

—Siempre hablas en serio. —Tengo que irme. Repasaremos el informe diario de estatus luego de mi reunión de esta tarde. Quiero saber lo que está pasando con Watterson. —Sin cambios con el Senador Watterson y me parece bien seguir con el resto del informe después. Las cosas están bastante tranquilas de todas maneras. Voy a volver a dormir. Se acabó mi tiempo. Ya había pasado un minuto completo del calentamiento, pero tenía una cosa más en mi mente. Necesitaba pedirle a Dan que fuera mi padrino. Pensé brevemente en esperar hasta poder hacerlo en persona. Me decidí en contra de esto. Mejor solo preguntar y sacar esto del camino. —Una cosa más. —Respiré hondo y me aclaré la garganta—. Estamos comprometidos. —Entonces agregué innecesariamente—: Nos vamos a casar. Sin perder un instante, Dan respondió. —Es estupendo. ¿Lo conozco? ¿Fue todo lo que soñaste que sería? Puse los ojos en blanco. —Cállate, imbécil. —¿Él se puso sobre una rodilla? —Dan… —¿Sobre ambas rodillas? Vaya. Tienes suerte. Esbocé una sonrisa y negué con la cabeza. —Voy a colgar ahora, cretino. —¿Él sabe que no eres virgen? —Sigue hablando, pendejo. Vas a hacer tareas en el grupo de tejido cuando regresemos. —Dile a Janie que dije que es demasiado buena para ti. —Adiós. —Desconecté la llamada antes de que pudiera hacer otro comentario inteligente. Tendría que pedirle que fuera mi padrino más tarde. Una de las mejores cosas de trabajar con mi mejor amigo de la niñez es que siempre puedo contar con él para decirme exactamente lo que piensa. Una de las peores cosas de trabajar con mi mejor amigo de la niñez es que siempre va a decirme exactamente lo que piensa. *** Janie estaba en el teléfono cuando regresé; el teléfono del hotel.

Aunque había tenido un teléfono celular por seis meses, todavía no podía conseguir que lo usara voluntariamente. Me había mandado mensajes con poca frecuencia, pero no le gustaba usarlo para las llamadas. Algo sobre investigación inconclusa concerniente a exposición de radiación por teléfono celular y tumores cerebrales. Me detuve detrás de ella y le rodeé la cintura con mis brazos. Estaba usando una bata de baño. Torturándome, y con suerte para ella, deslicé mi mano dentro de la apertura en su pecho y le masajeé un seno. Apenas contuve un gemido cuando arqueó la espalda ante mi contacto, su trasero presionándose contra mi ingle. No sabía con quién estaba hablando, pero sonaba formal. De haber sido una de sus amigas, pude haber continuado. Pero había descubierto hace unos pocos meses que a ella no le gustaba cuando la distraía de las llamadas de negocios. Ella dijo que yo estaba siendo poco profesional Lo que, para ella y dado el hecho de que era su jefe, era básicamente un crimen contra la humanidad. Así que le besé el cuello, retiré mis manos a sus caderas y luego la acaricié a través de la tela una vez más. La dejé y me dirigí a la ducha, planeando tomar una fría. Me di la vuelta para darle un último vistazo. Janie me miraba sobre su hombro, cubrió el receptor del teléfono y susurró psst. Tenía una sonrisita en sus labios regordetes y rosados y murmuró: Gracias. Dejé que mis ojos recorrieran su cuerpo, su espalda iluminada por la ventana y me prometí que arruinaría su maquillaje esta noche en la limosina. Con ese pensamiento feliz me duché y vestí rápidamente. Me estaba yendo cuando Janie acabó la llamada. —¿Te vas? —Giró sus amplios ojos ámbar hacia mí. Mantenía cerrada la bata en su cuello. Esto era jodidamente adorable. —Sí, tengo una reunión a las nueve con un cliente privado. Regresaré más o menos al mediodía para recogerte e ir a almorzar antes de encontrarnos con la gente de Grinsham. —Tomé un beso de su boca suave y sorprendida y me puse mi gabardina. El grupo de Grinsham, de Sistemas de Crédito y Banco Grinsham, era el único cliente corporativo con el que íbamos a reunirnos durante este viaje. Janie ya había hecho un trabajo increíble sobre las especificaciones y desglosamiento de la cuenta. Todo lo que quedaba era ganar su intermediario de seguridad.

—Oh. De acuerdo. —Ella asintió y presionó sus dedos contra sus labios—. Tengo todo listo para la reunión de especificaciones. Supongo que te veré al mediodía. —Suena bien —declaré sobre mi hombro y busqué mi maletín. Mi mano se cernió sobre el botón para llamar al ascensor cuando me detuve. Puse el maletín en el suelo. Me giré hacia ella. Cerré la distancia entre nosotros con cinco pasos, la hice retroceder contra la pared y le di el beso que se merecía, en cada lugar que merecía. Cuando finalmente me fui, estaba con la profunda satisfacción de un trabajo bien hecho y el conocimiento de que iba a llegar tarde. *** Diez minutos después, estaba tres pasos fuera del hotel antes de darme cuenta que había dejado mi teléfono en nuestra suite. Debería estar molesto. Después de todo, ya llegaba tarde. En cambio, sonreí. Janie ya estaría fuera de la ducha para este momento y probablemente pensaba que me había ido hace rato. Una imagen de su toalla secando gotas de agua de la piel blanca y suave de su estómago, sus senos generosos, el lugar dulce entre sus muslos destelló a través de mi mente. Su cabello probablemente seguía mojado. Mi cuerpo se tensó y endureció. Miré a mi reloj, me di la vuelta y regresé al ascensor. Una vez allí, apreté mi pulgar contra el botón. Las puertas se abrieron inmediatamente y me subí a este por cuarta vez esa mañana. Dejarla nunca era sencillo e incluso más difícil esta mañana. Ella iba a ser mi esposa. Qué mejor manera de celebrar que haraganear por la mañana en la cama con Janie y su cuerpo suave y flexible. Iba a llegar muy tarde. Razoné que no tenía que estar presente para la reunión previa. El avión de Steven llegó esta mañana. Tendría jetlag, pero no me necesitaba allí. Estaría sorprendido, pero lo superaría. Estratégicamente funcionaría en mi ventaja. Había estado pasando mucho tiempo con los Wickfords por los últimos días de todas maneras. Tácticamente tenía sentido mostrarles que ya consideraba nuestra relación como menos que una prioridad.

Tuve cuidado de mantener mis pasos silenciosos cuando salí del ascensor que llevaba directamente a nuestra suite. Me detuve, buscando escuchar la ducha y solo escuché silencio. Me quité los zapatos y caminé al dormitorio, sonreí incluso mientras mi cuerpo se preparaba con la anticipación de su suave sumisión. La puerta a nuestra habitación estaba entreabierta. Lentamente la abrí. Sin sonido. Me incliné dentro para ver dónde estaba, mis ojos repasaron el dormitorio principal. La encontré en cuclillas sobre el suelo con la misma bata blanca de toalla de antes. Ella se encontraba junto a mi bolso. Estaba buscando en mi bolso. Estaba revolviendo, buscando. Apenas podía creer mis ojos y dije su nombre automáticamente. —¿Janie? Se enderezó de golpe, apartándose de mi equipaje y me miró fijamente alarmada y sorprendida. Miré mi maleta, el lugar donde había estado revolviendo, luego volví a mirarla. —¿Qué estás haciendo? —Nada. —Sus ojos estaban abiertos de par en par, dolorosamente bordeados con culpa y alarma. Entré en la habitación, pero no crucé hasta ella. —Janie. —¿Qué? —¿Estabas revisando mis cosas? Ella negó con la cabeza; entonces ofreció un atrasado: —No. Mis entrañas se inundaron con disgusto y algo más, algo como miedo. La miré fijamente, esperé a que me dijera la verdad. Cuando no dije nada, agregó: —No lo estaba. Juro que no estaba revisando tus cosas. Apreté los dientes y me centré en mantener mi voz suave y tranquila porque el miedo comenzaba a parecerse al pánico. —Estás mintiendo. ¿Ella sospechaba? ¿O ya sabía sobre los clientes privados? ¿Sabía cómo había construido mi negocio? ¿Qué estaba buscando? No. Si ella supiera con seguridad ya se habría marchado, o probablemente me estaría mirando ahora con sospecha en vez de culpa. La sola idea me dejaba sin aliento.

—No, Quinn, juro que no estaba revisando tus cosas. En serio. — Comenzó a moverse hacia mí, con la mano extendida, pero se detuvo rápidamente y escondió algo detrás de su espalda—. En serio, lo juro. Me obligué a permanecer calmado, estudiarla y escuchar sus palabras en vez de saltar a conclusiones. Estaba avergonzada, pero sus palabras y expresión eran honestas. Me estaba diciendo la verdad. Sin embargo, permanecía el hecho de que había entrado a nuestra habitación y la encontré agachada sobre mi maleta buscando en esta. Contuve el pico de adrenalina. —Entonces, ¿qué estabas haciendo en mi maleta? —Nada. Esa era una mentira. Su cuello y mejillas estaban rojas. Se estaba ruborizando como una virgen bailando en el caño. Caminé hasta ella. —¿Por qué estabas revisando mi bolso, Janie? Negó con la cabeza, obviamente dividida, su rostro en una mueca. —Yo… no quiero contarte. —Dime. —Me detuve a un metro de ella, lo bastante cerca para atraparla si intentaba correr. Ella soltó abruptamente: —Como capaces consumidores debemos ser responsables de nuestras prácticas de compras. No es suficiente comprar cosas locales; debemos estar seguros que los granjeros emplean técnicas responsables, tanto en el uso del trabajo y la tierra misma. —Cerró los ojos, sus manos todavía detrás de su espalda, escondiendo algo. Estaba ocultando algo de mí. Pánico, un nuevo tipo de pánico, se enroscó en mi estómago y pecho, del tipo que vuelve a un hombre loco, del tipo que es alimentado por los celos. Trabajaba diariamente por suprimir mis instintos básicos. Pero no podía controlar todavía mi naturaleza egoísta o la posesividad que la acompañaba. Sabía que poseer a una persona no era posible, pero deseaba que lo fuera, porque habría dado lo que sea con tal de poseer verdaderamente a Janie. Deseaba cada parte de ella: todo su amor, lealtad, miedo, secretos, deseos; incluso si eso me convertía en un mal hombre. Permití que mi voz traicionara algo de mi preocupación y falta de paciencia. —¿Qué está sucediendo?

—Setecientos ochenta millones de dólares al año se gastan en productos químicos que provocan devastación a los ecosistemas y… Mi paciencia se quebró y arremetí hacia ella, tomé ventaja de sus ojos cerrados y busqué sus muñecas. Contuvo el aliento, y sus ojos se abrieron cuando arranqué el objeto oculto de su asidero. Mi otra mano la mantuvo en el lugar, aplastada contra mí. Se aplastó contra mi pecho con tal fuerza que un oof escapó de sus labios. Alcé el artículo lejos de su agarre. Lo miré. Parpadeé hacia éste. Fruncí el ceño. Froté mi pulgar sobre éste. ¿Qué demonios…? Miré a Janie y encontré su cabeza apoyada contra mi pecho. Pude notar que ella estaba conteniendo el aliento. —Janie, esto es ropa interior. —Sí —llegó su respuesta amortiguada. Sonaba sumamente desanimada. Miré a lo alto de su cabeza mojada. Mi pánico se disipó. Me tomó varios segundos encontrar mis siguientes palabras. —¿Por qué estabas intentando esconder ropa interior de mí? Sus manos se aferraron al frente de mi traje como si tuviera miedo de que la dejaría. —¡Agh! —Fue su respuesta. Volví a mirar la ropa interior. Era de algodón blanco, sorprendentemente suave, modestamente cortada. No pude encontrar nada perverso en el mismo. —¿Qué está pasando? Levantó súbitamente la cabeza, pero sus manos todavía sujetaban el frente de mi chaqueta. —Es solo que me gusta tanto. —¿La ropa interior? —¡Sí! ¡La ropa interior! El algodón es orgánicamente producido en Carolina del Norte. Es tan suave, y solo se vuelve más suave con cada lavado, ¡lo que no tiene sentido! ¿Cómo hacen eso? —Pero… —Busqué su rostro, mi cerebro, la habitación, el techo; estaba tan confundido—. ¿Qué tiene eso que ver con mi bolso? Soltó un suspiro derrotado. —Cuando empacamos para este viaje, escondí varios pares en tu bolso, en el compartimento con cremallera que sé que no usas. He estado… —Se detuvo y se mordió el labio—, me los he estado poniendo

luego de que te fueras por la mañana. Me he estado cambiando las bragas de encaje y en cambio usaba la ropa interior blanca. Luego, antes de que regresaras, me pongo las bragas sexys de nuevo. —Pero, ¿por qué allí? ¿Por qué en mi bolso? —Porque sospecho que revisas mis cosas; lo que, honestamente, no me molesta si lo haces y he aceptado esa singularidad tuya porque te amo, pero sabía que nunca buscarías en tu propio bolso. Y, quiero estar sexy para ti, quiero que pienses en mí de esa manera, no como alguien que siempre está usando bragas de abuela. Y, maldita sea, Quinn, ¡tienes el deplorable hábito de esconder mi ropa interior! Miré su rostro angustiado, sus ojos dorados y suplicantes y no pude pensar en una sola cosa que decir. Dios, cómo la amaba.

Capítulo 5 JANIE

Steven deseaba una cena ligera. Él había escuchado de este hotel boutique cerca del Museo Británico que tenía una merienda completamente fabulosa. Por lo tanto, luego de nuestra reunión de especificaciones con Sistema de Crédito y Banco Grinsham, Steven y yo dejamos a Quinn con Dan y tomamos el metro. Pudimos haber tomado un auto, pero se sentía ridículo cuando uno de los mejores sistemas de transporte público estaba a nuestra disposición. A pesar de su autoproclamado disgusto por la gente, Steven mostró bastante entusiasmo cuando le propuse la idea de subirnos a un transporte de masas.

Mis tres guardias nos rodeaban obedientemente, aunque parecían poco contentos con nuestra decisión. Habría sido agradable caminar libremente sin la escolta para experimentar Londres como una nativa o incluso una turista típica. Desafortunadamente, Steven y yo nos sentamos en silencio, intercambiando miradas en vez de charlas, mientras mis guardias constantemente vigilaban el tren. No tuvimos nada de privacidad verdadera para conversar hasta que estuvimos sentados en el salón de té del hotel. El hotel era bastante pequeño, pero encantador, exactamente el tipo de lugar en el que habría querido quedarme si Quinn y yo hubiéramos estado en la ciudad por placer en vez de negocios. El vestíbulo era pequeño, pero decorado en negro y blanco. El suelo era de mármol negro y blanco, y cuatro sillas altas estaban cubiertas con tela negra y blanca con diseños de flores estampadas. Una sala a la derecha estaba amueblada con lujosos muebles antiguos y sillas y sofás tapizados con terciopelo rojo, y el suelo de madera debajo crujía a medida que subíamos los cuatro escalones al salón de té. El salón de té solo eran tres pequeñas mesas de madera y diez sillas ricamente tapizadas en tono durazno en un espacio bien iluminado. Destacaba y parecía por demás un jardín de tamaño moderado y me recordó a un atrio, pero no tanto. El techo era normal y cerrado. Ya que todas las paredes eran de vidrio, me daba la sensación de estar sentada en el jardín mismo, pero sin las temperaturas heladas. Las flores de primavera estaban apenas comenzando a mostrar señales de vida. Un rosal de rosas pálidas de aspecto terco se ubicaba más allá del panel de vidrio cercano a nuestra mesa mostrando orgullosamente cinco flores gigantes. El rosal amarillo de al lado era más grande, pero solo contenía tres capullos. —Tomaremos té de la Emperatriz, por favor. —Steven me guiñó un ojo cuando ordenó para ambos. Era un chiste recurrente entre nosotros que había olvidado cómo ordenar para mí misma. —¿Y qué champaña? —Nuestra camarera le sonrió encantadora a Steven. Su acento me dijo que era de Europa del Este—. Tenemos Monet Chandon y… —Tomaremos una botella de Henri Billiot, porque creo que estamos celebrando un evento trascendental. —Steven meneó sus cejas en mi dirección para luego guiñarme un ojo de nuevo. Menear las cejas sumado a un guiño doble significaba que la emoción de Steven se estaba acercando a masa crítica. De hecho, me sorprendía que se haya contenido a través de toda la reunión con los clientes, el trayecto en metro y camino al hotel.

Al instante en que ella nos dejó, Steven buscó mi mano izquierda, sin permiso, y la llevó a su lado de la mesa para un escrutinio intenso. —¡Oh, por Dios, cariñito! ¡Eso es lo que llamo un anillo de compromiso! Me reí ante su abrupto enfoque de la conversación. —Sí, es tan… Me interrumpió. —Dame todos los detalles, las mentes curiosas quieren saber. ¿Cómo lo hizo? ¿Estás embarazada? ¿No debí ordenar alcohol? ¡No puedo creerlo! Parece repentino, por otra parte al Jefe nunca le toma mucho tiempo para decidirse. Maldita sea, tiene buen gusto. Pero ya sabía eso. —No estoy embarazada y… —Pero lo estarás. —Steven… —Lo digo en serio. Quinn Sullivan es un cazador-recolector. Lo he conocido más tiempo que tú. He visto cómo es en los negocios, y eso solo es dinero. ¿Cómo crees que va a ser con la mujer que sea su esposa? — Steven chasqueó la lengua y soltó mi mano—. Mi suposición es que por lo menos será así de dominante y protector contigo… quiero decir, ¿has visto el anillo que estás usando? Ya está marcando su territorio. ¿Te ha orinado? —¡Steven! —Tienes razón, no es de mi incumbencia. —Alzó sus manos, luego buscó su servilleta y la sacudió con un movimiento de su muñeca antes de depositarla en su regazo—. Ustedes dos van a tener los hijos más altos y más apuestos. Serán supermodelos, jugadores de baloncesto y Navy SEALs. Mi estómago se calentó con la idea de pequeños Navy SEALs de Quinn corriendo alrededor del penthouse, haciendo travesuras y berrinches taciturnos. Quizás ejecutar operaciones encubiertas para sacar galletas de la cocina. —No lo hemos discutido todavía. —¿Qué? —Steven puso un codo sobre la mesa, luego apoyó la barbilla en su palma y me miró. —Hijos. —¿No han hablado de hijos? —Sus cejas se arquearon sobre sus ojos grises—. Bueno, ¿no crees que tienes que hacerlo? Viendo que vas a casarte con el hombre. Deberías averiguar si desea un número par o impar, ya sabes, como siete o diez.

—Honestamente, me tomó completamente por sorpresa. No lo estaba esperando para nada. —¿Pero aceptaste? —Sí. Por supuesto que acepté. —¿Por qué Por supuesto? Suspiré, pero me vi obligada a retrasar mi respuesta cuando nuestra camarera regresó con unos adorables emparedados pequeños y la botella de Crystal. Nos aseguró que los pastelitos, scones con crema cuajada y mermelada de fresa, y té Earl Grey llegarían en un instante. Steven levantó su copa de champán cuando ella se fue y me alentó a levantar la mía. —Choca tu copa con la mía, haremos un brindis después que descubra por qué por supuesto que aceptaste. —Bueno, antes que nada, estoy enamorada de él. —Tú y yo sabemos que esa no es una buena razón. Estoy enamorado de mi sofá blanco, pero no me vez consiguiendo una licencia matrimonial. Ignoré su comentario y elegí un emparedado delicado, que parecía de ensalada de huevo sin la corteza, de la bandeja. —Segundo, me agrada. —¡Ah! Ahora estamos llegando a alguna parte. ¿Te importa explayarte sobre lo que te agrada de él? Más que lo obvio. —¿Lo obvio? —Su rostro, cuerpo y cuenta bancaria. Retorcí mi boca a un lado y me crucé de brazos. —Es más que solo un rostro, cuerpo y una cuenta bancaria. — Amaba y me agradaba su rostro y cuerpo. Tenía sentimientos encontrados sobre la cuenta bancaria. —Bueno, también tiene cerebro, te lo concederé. —Steven se metió un emparedado de ensalada de pollo en la boca y habló mientras masticaba; milagrosamente, toda la comida permaneció dentro—. Eres una chica sensible, probablemente más lista de lo que es él en la manera tradicional. —Bebió media copa de champán para bajar el emparedado y luego continuó—. Todo lo que digo es que podría encontrar una docena de Quinn Sullivans (mujeriegos apuestos y millonarios), pero solo he encontrado una Janie Morris. Apreté mis labios para evitar sonreír. Steven tenía la extraña habilidad de hacerme un cumplido al mismo tiempo que un insulto mientras hacía sonar ambos como una discusión sobre ley tributaria.

—¿Quieres que defienda mi decisión? —Le di una probada a mi emparedado, lo encontré delicioso, le di un mordisco considerable, luego bebí mi champán. —No. No tienes que defender nada por mí. Soy uno de tus mayores fanáticos. Solo quiero asegurarme de que sabes por qué te estás casando. Porque, para mí, eres especial; te mereces lo mejor. Intercambiamos una sonrisa silenciosa mientras nuestra camarera ponía una fuente de varios niveles de exquisitos pastelitos, scones y accesorios relacionados en la mesa circular, para luego irse con la promesa del té. Steven sirvió más champán en mi copa y luego rellenó la suya. —Gracias. —De nada. Ahora bien, ¿por qué te vas a casar con él? Eché un vistazo sobre el hombro de Steven hacia el jardín de más allá, busqué las palabras correctas y pensé en virus. —¿Sabes cómo trabaja un virus? —Reenfoqué mi atención en él y observé mientras el masticar de Steven se hacía más lento, sus ojos se entrecerraban y se ponía serio con confusión. —Uh… para el propósito de esta conversación, digamos que no. —Bueno, en términos sencillos, en resumidas cuentas, es lo siguiente. —Bebí mi champán, la puse en la mesa y me incliné hacia delante—. Un virus se sujeta a una célula anfitriona y envía instrucciones genéticas a ésta. Las instrucciones contratan a las enzimas de la célula anfitriona, como propaganda, y las convencen de formar parte de las partículas nuevas del virus. Las partículas nuevas del virus se ensamblan y liberan de la célula anfitriona. Después comienza todo de nuevo. Así es cómo el virus se propaga hasta que se apodera de todo. —Deeeee acuerdo. —Steven puso un scone en su plato y lo abrió antes de aplicar grandes cantidades de crema cuajada—. ¿Tu punto es? —Mi relación con Quinn es el virus. Steven frunció el ceño mirando su scone, luego a mí. —Eso suena dañino. —Sí, en cierta manera probablemente lo sea. Y, para algunas relaciones, sin duda lo es. Pero no para nosotros, no realmente. Cada relación es como un virus, donde dos personas negocian e intercambian, ceden y crecen, reclutan y asimilan hasta que son dos cosas, pero también son una sola, una entidad, trabajando juntos. —Entonces, ¿eres el virus o la célula anfitriona? —La relación es el virus, y tanto Quinn como yo, separadamente, somos las células anfitrionas. La clave es encontrar una relación, un virus, que te aliente a ser más fuerte, una mejor persona, pero también ser

capaz de mostrar debilidad sin miedo a la explotación; una relación que te desafíe, pero también te haga feliz y eleve. La expresión de Steven dudó entre la incredulidad y la diversión. —¿Algunos virus no provocan cáncer? —Sí. —Asentí, admitiendo el punto y comenzando a pensar en las ramificaciones de la analogía expandida en voz alta—. Y algunos virus cambian irrevocablemente tu ADN. Pero eso también es como una relación, ¿no? Algunas relaciones pueden cambiar cómo nos vemos para bien o para mal; como dices, de maneras crónicamente dañinas, como un cáncer y algunas hacen lo opuesto. Nos hacen dar cuenta de nuestro potencial. —Huh —fue su respuesta razonada. Me estudió por un largo momento antes de decir—: Te amo, Janie. Solo tú podrías comparar una relación a una enfermedad y hacerlo sonar tanto romántico y como terminal.

Capítulo 6 JANIE

Por primera vez en mi vida, estaba usando un vestido de baile. Picaba. Sin embargo, también había desencadenado una mirada prolongada y acalorada de mi prometido; probablemente porque no tenía tirantes y necesité de un sostén sin tirantes y con push up. Mis senos me distraían incluso a mí, especialmente cuando inhalaba. Seguían apareciendo en mi visión periférica y me encontré mirándomelo fijamente preguntándome a quién pertenecían. Dada la preocupación de Quinn con ellas en general, imaginé que para él, mis senos apretados y con push up eran como dos enormes montes pálidos de carne hipnotizante.

Había pasado la mayor parte del día comprando la ropa interior necesaria para el vestido, ya que no tenía nada siquiera cerca que pareciera apropiado. Quinn, para mi completa sorpresa, despejó su agenda para poder ir conmigo. Mientras estuvimos fuera, también había insistido en que me probara, modelara y comprara una buena cantidad de lencería de bodas. Estaba complacida al ver que se estaba tomando con seriedad la planeación de la boda. El vestido de gala era de seda de un intenso borgoña y estaba adornado con lentejuelas rojo oscuro y negro. Era ajustado en la parte baja de la cintura, luego se ensanchaba dramáticamente hasta el suelo. También tenía una cantidad de plumas negras; un modesto frunce a un lado en la cintura que iba en aumento, extendiéndose por el lado derecho de la falda como un abanico. No elegí el vestido. Fue enviado a Quinn por la fundación anfitriona del baile luego que confirmamos la asistencia para el evento. No descubrí hasta después que su secretaria (Betty) había enviado una foto reciente mía junto con mis medidas, junto con la confirmación. A todas las mujeres que asistían se les había dicho que usaran los vestidos entregados, los que serían subastados por el bien de la organización benéfica. Bajo otras circunstancias, aun hermoso como era, nunca lo habría usado. Dejando a un lado los problemas del escote, no sabía dónde poner mis brazos. Si colgaban flojamente a mis lados, las cuentas del canesú raspaban la parte sensible bajo mis bíceps. Si los cruzaba sobre mi pecho, mis tetas pasaban de descomunales a volcánicas. Intenté poner mis manos en mis caderas, lo que funcionó por breve tiempo, pero no fue una solución a largo plazo porque me hacía parecer una maestra severa. Estaba debatiendo todo esto cuando Dan y Steven llegaron. Por supuesto, Steven me dio una mirada a mí y mi incómoda ubicación de brazos e hizo una sugerencia obvia. —¿Por qué no usas guantes de ópera? —dijo. Una llamada al conserje, y quince minutos (sosteniendo los brazos alejados de mi cuerpo) más tarde, y estábamos en camino, con guantes de ópera. Sin embargo, nuevamente, Quinn fue Señor McPantalonesFríos Von Nada de Tocar en la limosina. Supuse que esta vez tenía más que ver con las otras dos personas con nosotros que a preocupación de su parte. De hecho, estaba muy agradecida por la presencia de Dan y Steven; los

paseos en limosina con Señor McPantalonesCalientes eran conocidos por hacer un lio desordenado mi maquillaje cuidadosamente aplicado.. Una vez, entré a un elegante restaurante y mi rostro era apropiado para el circo. Llegamos al lugar, y rápidamente decidí que el evento de caridad —sobre el que no había pensado mucho hasta dos horas antes de que fuera hora de irnos— era una excusa para que la gente rica se vistiera de etiqueta. Llegué a esta conclusión luego de preguntarles a Quinn, Dan, Steven, tres mujeres al azar y a dos caballeros de edad avanzada cuál era el nombre de la organización de caridad, y nadie supo. Además, nadie sabía a qué apoyaba la organización, incluso en términos generales. Una vez que estuvimos dentro del espacio del evento, modifiqué mi teoría. La gente rica va a eventos de caridad, fulmina con la mirada a gente que no conoce y finge que la pasan bien. El espacio era magnífico; un salón de baile gigante con un escenario amplio y abovedado; una mezcla de art deco y elementos arquitectónicos neoclásicos; paredes de color crema, columnas de mármol y detalles laminados en oro. Las mesas estaban organizadas alrededor de una pista de baile, y enormes y ostentosos centros hechos de flores, cuentas de estrellas doradas y blancas, y una cinta a un metro de alto en un estilo topiario. Tangencialmente, me pregunté cuánto costó organizar el evento y, dada la magnificencia, cómo era posible cubrir las pérdidas. El escenario estaba ocupado por una pequeña orquesta y reconocí la pieza siendo tocada como una de Mozart. Estiré mi cuello para obtener un mejor vistazo y divisé varios instrumentos de viento: trombones, trompetas e incluso una tuba, alineados a un lado. Durante mi estiramiento de cuello, me choqué accidentalmente con un caballero fornido y observé con mortificación cuando unas gotas de su bebida se derramaron en el suelo. Retiré mis dedos de la mano de Quinn y puse reflexivamente mi mano enguantada en su espalda. —Oh, lo siento tanto. Por favor, acepte mi disculpa, señor. El hombre miró por encima de su hombro y de inmediato reconocí sus papadas. Era el señor Carter, nuestro principal intermediario de seguridad corporativa con Sistema de Crédito y Banco Grinsham. Cuando me vio, sus ojos se agrandaron y se dio completamente la vuelta, ofreciendo su mano. —Para nada, para nada… ¿por qué… —se detuvo, cejas tupidas blancas bajaron sobre sus ojos marrones a la vez que saltaban sobre mi

cuerpo. Se detuvieron en mi cabello, el que usaba suelto alrededor de mi espalda y hombros en vez de recogido en un moño. También estaba usando lentillas, mientras que ayer durante nuestra reunión había usado mis lentes—. Señorita Morris, ¿es usted? Tomé su mano en la mía, la estreché firmemente y la solté. —Sí, señor Carter. Lo soy, Janie Morris. Lamento terriblemente lo de su bebida, pero estaba intentando ver el escenario. ¿Notó que hay varios instrumentos de viento que no se están usando? Él parpadeó hacia mí y no estuve completamente segura de si había escuchado mi pregunta. Quinn se acercó a mi lado. —Señor Carter —dijo, atrayendo la atención del señor mayor. —Oh, señor Sullivan… por supuesto. —El señor Carter pareció darse una sacudida a sí mismo antes de continuar—: Me alegra ver que asistió. Estas funciones son un impuesto en el tiempo de uno, pero permiten diálogos adicionales fuera de la oficina, sabe. Su señorita Morris es bastante encantadora. Quinn asintió, pero no dijo nada, porque el señor Carter una vez más estaba mirando mi longitud. Ayer por la tarde, durante la reunión con el señor Carter y su equipo, Quinn me presentó como la señorita Morris, Directora de Cuentas Corporativas y prometida. En ese momento, la etiqueta había sido inesperada y se sintió un poco fuera de lugar. Ahora, sin embargo, me sentía agradecida de que la naturaleza de nuestra relación haya sido establecida, porque la mirada del señor Carter no se había movido de mi canesú por los últimos cuatro segundos. Bajé la mirada al vestido, a mi distractor escote, y mis manos fueron a mis caderas. —Puede comprarlo —dije. La mirada del señor Carter saltó a la mía. —Yo… ¿qué… perdón? —El vestido —aclaré, encontrándome con su mirada y dándole una sonrisa cálida—. El vestido está a la venta, para la beneficencia… la causa benéfica. —Esperaba que no me preguntara qué causa benéfica, porque entonces tendría que admitir que no tenía idea. Quinn se aclaró la garganta. Sentí su brazo rodearme la cintura y me atrajo contra su costado. —Vamos a encontrar nuestra mesa. De nuevo, el señor Carter pareció sacudirse antes de volver su atención a Quinn y responder.

—Oh, sí. Creo que nos sentamos todos juntos, mesa siete. Lindo lugar. Cerca del bar. Un arreglo muy conveniente ya que me gustaría discutir contigo las opciones para seguridad privada para algunos de los miembros de nuestra junta y sus familias. El cuerpo se Quinn se puso rígido a mi lado y solo lo noté porque estábamos muy juntos. Externamente, su expresión era calmada y sin cambios. —Me alegraría hacer algunas recomendaciones —dijo, su voz calmada, comedida—. Pero mi firma está en el proceso de salir del negocio de la seguridad privada. Esta declaración me sorprendió. Miré a Quinn, luego a Steven y encontré a este último contemplándome con una mirada inescrutable. —Oh, bueno. Qué mal. He escuchado que su equipo es el mejor. —El señor Carter pareció estar notablemente decepcionado—. Muy discretos y todo eso. Quinn se movió incómodo y supe que se preparaba para hacer un escape. —Encontramos que nuestros considerables talentos se adaptan mejor a la seguridad corporativa. Si nos disculpa, lo veremos durante la cena. Le prometí a mi prometida un mejor vistazo a la orquesta. —¡Oh, sí, totalmente! —El señor Carter asintió y me dio una inclinación de cabeza excepcionalmente amable sumado a un excepcionalmente descarado guiño—. Su prometido es un hombre muy afortunado. Regresé su inclinación de cabeza con uno pequeño, pero no con un guiño. Quinn nos hizo dar la vuelta y su mano se movió a mi espalda. Comenzó a conducirnos a través de la multitud hacia la orquesta y mis pensamientos eran un completo lío. Principalmente en mi mente se encontraba el por qué no había mencionado antes que Cipher Systems se estaba saliendo de la seguridad privada. Sabía que se estaba reuniendo con clientes privados mientras estábamos aquí; en eso había estado pasando gran parte de su tiempo. Pero había supuesto que las reuniones eran benignas. Estábamos quizás unos tres metros de nuestro grupo antes de que nuestro camino fuera bloqueado por una mujer muy rubia. Honestamente, cuando la miré, lo primero que pensé fue que era muy rubia. Probablemente, si me reflejaba en ello, mucha gente que me mirara su primera impresión sería que yo era muy pelirroja. —Bueno, hola, extraño —dijo ella, sus ojos puestos en Quinn.

Me obligué a apartar la mirada de su cabello muy rubio peinado en un estilo que recordaba a Marilyn Monroe y estudié su vestido: una blusa alter blanca con un canesú entallado y una falda que se ensanchaba completamente a media cadera. No tenía manera de saber cuál era la composición de la tela sin tocar, preguntar o mirar a la etiqueta. Volví a centrarme en la conversación a tiempo para escuchar el resoplido de Quinn. Conocía ese resoplido. Era un resoplido de irritación. Dan se puso frente a Quinn y puso su mano en el brazo de la mujer misteriosa y muy rubia. —Hola, Niki, vayamos a dar un paseo. —Quítame la mano de encima. —Sonrió a la vez que pronunciaba las palabras y su voz fue ligera y agradable—. O gritaré. Dan dejó caer su mano, pero se puso completamente frente a mí. —No hay problema. No deseaba tocarte de todas maneras. Quinn se inclinó cerca de mi oído y susurró: —¿Me buscas una bebida? —Entonces levantó su barbilla hacia Steven. Miré a la mujer muy rubia, luego la nuca de Dan donde las espirales de sus tatuajes eran apenas visibles por encima del collar de su camisa y chaqueta; mis ojos luego se dirigieron a Steven, luego a Quinn. No era la mejor persona en leer las señales sociales y lenguaje corporal, pero incluso yo podía sentir la espiral potencial para el drama. Odiaba las escenas. Por muy curiosa que estuviera sobre quién era la mujer muy rubia, la idea de ser parte de un espectáculo en el centro del salón de baile hizo que dejarlo sonara como una buena idea. Por lo tanto, accedí, agradecida por el escape. —Claro. ¿Whisky? Asintió, me dio una pequeña sonrisa agradecida y me pasó a Steven. Cuando digo que me pasó a Steven, me refiero a que Quinn puso mi mano alrededor del brazo de Steven, en el hueco de su codo y le lanzó una mirada penetrante. Después, nos fuimos. Steven y yo nos abrimos paso hasta el bar. En un momento, tuvimos que caminar en una sola fila para lograr atravesar un grupo de vestidos de baile. Aproveché la oportunidad para mirar sobre mi hombro y vi que Quinn estaba de pie junto a Dan, sus manos en los bolsillos de sus pantalones, su rostro una máscara de aburrimiento. No pude ver el rostro de la mujer muy rubia ya que espalda daba hacia mí. —Pareciste sorprendida.

La voz de Steven atrajo mi atención a nuestra actual tarea cuando nos detuvimos al final de la fila del bar. Estudié sus rasgos por un momento, buscando una pista concerniente al tema al que se refería. —¿Parecía sorprendida? Sus ojos grises se entrecerraron. —Sí. Parecías sorprendida cuando el Jefe le dijo a Carter que Cipher Systems se estaba saliendo de la seguridad privada. —Oh. Sí. —Fruncí el ceño—. Me sorprendí. —Sabía que Quinn había estado teniendo reuniones privadas con los clientes durante el viaje, y que esas reuniones habían estado tomando más tiempo del que había anticipado, pero no me di cuenta que se había estado reuniendo con ellos para dar por finalizado los contratos. —¿No te dijo? —¿Decirme qué? —Hemos estado tercerizando a los clientes privados a nuevas firmas. —No. No lo ha mencionado todavía. ¿Cuánto tiempo lo ha estado haciendo? Steven me estudió, sus labios apretados, su expresión tensa. —Janie, ¿cuánto te ha dicho el señor Sullivan de los clientes privados? Tiré del guante en mi brazo más hacia arriba. —Conozco las especificaciones, el lado contable de las cosas. —¿Sabes lo que hacemos para ellos? —Sí. De hecho, más precisamente, sé lo que cobramos. —Hmm. —Steven se cruzó de brazos y me contempló por un largo instante. Dimos un paso hacia adelante para avanzar en la fila. Entonces, como si no pudiera seguir conteniendo el pensamiento más tiempo sin estallar, dijo—: Tienes que preguntarle sobre las cuentas privadas. Prométeme que lo interrogarás sobre el tema, y me refiero a asarlo como un filete hasta que sepas completamente todo. No lo dejes posponerlo. —¿Hay algo que quieras decirme, Steven? Abrió la boca como para responder, luego la cerró y negó con la cabeza. —No. No. Esto no es de mi incumbencia. No voy a involucrarme. Pero, como tu amigo, te estoy alentando a que le preguntes, y no dejes de preguntarle hasta que estés segura de que sabes todo. Contuve la siguiente pregunta, ya que fue nuestro turno en el bar. Ordené el mejor whisky para Quinn y Dan y una copa de champán para mí. Steven también ordenó una copa de champán.

Nos quedamos en silencio hasta que nuestras bebidas llegaron, aunque intenté hacerle preguntas solo usando mis ojos. Él, en cambio, me miraba, su mirada como una pared gris y de piedra. Tomamos las bebidas y nos movimos hacia la mesa siete. Esperé hasta que estuvimos a pocos metros del bar y no había gente cerca antes de reanudar mi interrogatorio. —¿Estás intentando ponerme nerviosa, Steven? —No. —¿Ellos están…? —Miré sobre mi hombro a Quinn y Dan, luego me incliné en el oído de Steven para susurrar mi pregunta—. ¿Es algo ilegal? Me aparté para estudiar su rostro antes de que respondiera. —No. Ilegal no. —No me gusta cómo dijiste eso. —¿Decir qué? —Ilegal. —¿Cómo lo dije? —Como si no fuera ilegal, pero debería serlo. —Bueno, no es nada de eso. Al menos, no creo que sea nada de eso. —Entonces, ¿por qué estás siendo tan impreciso? Steven no tuvo oportunidad de responder porque Quinn y Dan llegaron justo en ese preciso momento, la voz de Dan interrumpiendo nuestro intercambio. —¿Sobre qué está siendo tan impreciso Steven? —Janie y yo estábamos hablando de virus —dijo Steven, evadiendo. Fulminé a Steven con la mirada, lo que hizo que él también me fulminara con la suya. —¿Virus? —Dan tomó el whisky de Steven, sus ojos moviéndose entre nosotros—. ¿Quiero saber? Quinn aceptó su bebida cuando se la ofrecí, pero en vez de beberla, la puso en nuestra mesa. —Gracias —me dijo. Tuve la impresión de que no se estaba refiriendo al whisky. —De nada. —Lo estudié por encima de mi copa de champán. —Son los virus secretos de los que tienes que tener cuidado. Todos nos dimos la vuelta y miramos a Steven. Sentí el primer indicio de un rubor propagarse por mi cuello. Estaba siendo críptico a propósito, el canalla. —¿Virus secretos? —Dan miró con los ojos entrecerrados a Steven— . ¿De qué hablas?

—Los sigilosos. —Steven le dio un largo trago al champán antes de continuar—. Los sigilosos ciegan tu código genético con propaganda por lo que no prestas atención a los detalles. —¿Estás borracho? —dijo Dan. Steven se tragó el resto del champán. —No. Pero tengo hambre. Vayamos a buscar alguna comida miniatura así estos dos chicos pueden hablar. Dan me dio una mirada suspicaz, luego a Steven. Al final, se encogió de hombros, obviamente todavía un poco preocupado por el encuentro con la mujer muy rubia. —Bien. Vayamos. Dirige el camino. Los observé marcharse y me sentí sumamente preocupada. Steven tenía razón. Debía saber más de las cuentas privadas. Aparte de ayudar a implementar el nuevo software de facturación para los clientes privados, sabía muy poco de ese lado del negocio. No me había parecido terriblemente remarcable ya que había estado muy ocupada trayendo nuevos socios corporativos, pero cada vez que le había preguntado a Quinn sobre Cipher Systems, postergaría o desviaría la conversación en una dirección distinta. Creo que el hecho de que lo hubiese desviado me molestaba más que nada. Él sabía que era fácil distraerme y se había aprovechado de mi debilidad. Dirigí mi atención a Quinn, observé su perfil. Estaba mirando el salón de baile con una mirada evaluadora. Había entrelazado sus dedos con los míos. Su otra mano estaba en mi cadera. —¿Buscando a alguien en particular? —le pregunté. O mi pregunta o tono regresaron su atención a mí. Quinn me estudió por un momento antes de responder. —Lamento lo de antes… sobre… —Suspiró, y nuevamente noté que estaba unido a irritación—. Lamento lo de esa mujer. La curiosidad por la mujer muy rubia batalló con mi inquietud por las cuentas de los clientes privados. Decidí que una discusión apropiada sobre los clientes era necesaria y, por lo tanto, el salón de baile de un evento a beneficio de una organización de caridad fantasma probablemente no era el mejor lugar para iniciar el asunto. Decidí presionarlo sobre la mujer. —¿Cómo la conoces? Su expresión no cambió, pero miró sobre mi hombro cuando habló. —Nos conocimos hace unos años en la costa oeste. —Parecía enojada. ¿Qué le hiciste?

Quinn entrecerró los ojos hacia mí, luego se inclinó y susurró contra mi oído, provocando que mi espalda se pusiera rígida. —No seas agradable con ella. —¿Qué? —Me aparté para leer su rostro—. ¿Qué significa eso? No seas agradable con ella. No tengo el hábito de caminar por ahí siendo mala con la gente. —Hablo en serio, Janie; no vayas a buscarla para hablar. Está loca. —La mano que se encontraba en mi cadera ahora estaba frotando pequeños círculos en la parte alta de mi espalda, debajo de mi cabello, atrayéndome hacia él. Se sentía bien. Fruncí el ceño, un poco preocupada. —¿Estuvo encerrada en una institución? —No… —dudó, como pensando si iba a agregar algo más. Finalmente, solo dijo—: Nada como eso. —Entonces, ¿por qué tú…? —Mi ceño se relajó, aunque estaba segura de que fue reemplazado con una mirada entrecerrada de confusión. Él miró más allá de mí mientras estudiaba sus rasgos. Para cualquier otro, parecía calmado, incluso distante, pero algo en la tensión de su mandíbula y la manera en que apartaba la mirada de mí era desconcertante. —¿Quién es ella? —pregunté. —Nadie. Ya que estaba muy cerca, susurré: —¿Cómo la conoces, Quinn? Alargó su mano, tomó su vaso, tragó el whisky, entonces preguntó. —¿Quieres más champán? Negué con la cabeza; evitó cuidadosamente mi mirada. —Quinn, ¿quién es ella? Me fulminó con la mirada y me di cuenta que no deseaba responder. Y solo así, supe quién era. Mi boca se abrió y anuncié mi descubrimiento. —¡Oh! ¡Oh, lo entiendo! ¡Fue una de tus zorras!

Capítulo 7 —Shhh. —Quinn me fulminó con la mirada, aunque parecía que estaba conteniendo la risa. Bajé mi voz a un susurro. —Lo siento, lo siento. No deseaba gritar. Pero tengo razón, ¿cierto? No respondió, no con palabras. Sin embargo, la respuesta dura en su mirada me dijo que tenía razón. —Nunca antes he visto una. —Giré mi cuello para ver el salón de baile, esperando ver un vistazo de ella de nuevo. Para mi deleite, estaba en el bar y tenía una vista mayormente despejada. La estudié, en verdad la miré esta vez, e intenté verla desde la perspectiva de Quinn. —Es muy bonita. Y parece tan elegante. Escuché a Quinn toser y me giré para mirarlo. Debió haber estado tragando cuando dije mi última frase ya que parecía haberse ahogado con su whisky. Llevó la mano a su boca para cubrir su tos. —¿Te encuentras bien? —¿Elegante? —dijo con voz ronca. Alcé las manos. —Oh, no quería ofender y tampoco juzgar. Estoy segura de que todas son muy elegantes y tienes un gusto excelente en zorras. Es solo que no esperaba… No sé lo que esperaba. Contuvo otra tos y negó con la cabeza. En la escala de Quinn de parecer incómodo, parecía estar alrededor del siete, no tan incómodo como yo discutiendo mi ciclo menstrual, pero más incómodo que mi reciente diatriba sobre el género percibido y cómo los machos caballitos de mar dan luz a sus crías. Antes de que pudiera responder, seguí: —De hecho, sí sé lo que estaba esperando. Esperaba… el coro de prostitutas en la producción teatral de Los Miserables. Quizás algún diente faltante. No sé por qué. Quiero decir, sé que es perfectamente aceptable como parte de nuestra cultura que dos personas tengan múltiples compañeros sexuales, incluso al mismo tiempo. Solo no esperaba que se viera tan normal. Quiero decir, bonita, pero normal. Así que supongo que tus zorras eran gente normal, ¿eh? —Sí. Eran gente normal.

—¿Y tiene trabajo? Quiero decir, además de ser tu zorra. —Janie, nunca le pagué. —Lo sé… rayos, siento que eso sonara mal. ¿Me refiero a si tenía otros intereses además de ser tu zorra? —Supongo. —No es inglesa. Suena como de los Estados Unidos. —Es de Los Ángeles. Mis ojos lo repasaron y dudé una fracción de segundo antes de preguntar: —¿Qué hace? Se encogió de hombros, pareciendo aburrido. Pero lo conocía. Aburrimiento en este caso era una cobertura para su incomodidad nivel siete. —Algo en moda. Asentí, mis ojos perdiendo el enfoque sobre su hombro. —Puedo ver eso. Parece notoriamente bien cuidada y arreglada. —¿Cuidada y arreglada? Mi atención regresó a él. —Sí. Tiene esa calidad brillante y desenvuelta. O, más precisamente, esa aura de capa de pintura fresca. La comisura de su boca se levantó, una inclinación casi imperceptible. —Esa es una buena descripción. —¿De qué hablaron ustedes dos? No sabía que tuvieras algún interés en la moda. —No lo tengo. No hablamos. —¿No hablaste? ¿Nunca? —No. —¿No? —No. Su expresión era tan apagada como su tono. Lo inspeccioné. Algo en mi rostro debe hacer incrementado su nivel de incomodidad, porque sus ojos se lanzaron a los míos, se alejaron, luego regresaron. Se pasó una mano alisando su corbata, se aclaró la garganta. Casi inquieto, acercándose al nivel de incomodidad ocho. Finalmente, soltó: —Eres la única. —¿La única qué? —La única con la que he hablado… que he… conversado. —¿Soy la única mujer con la que has conversado? —Luché por repetir las palabras porque sonaban absurdas.

Suspiró. —Por supuesto que hablo con las mujeres todo el tiempo. Hablo con Shelly semanalmente, pero es mi hermana. —Tiró de su corbata, pareciendo un poco frustrado, sin embargo, su voz no traicionaba ninguna irritación—. Eres la única mujer con la que me he involucrado y también he querido entablar una conversación. Lo que significa que ella era aburrida, incluso irritante, mientras que, me agrada hablar contigo. Eres interesante, es sencillo estar contigo. Tienes conocimiento de cosas que importan; tus intereses son variados e inusuales. Eres alguien buena para hablar. Asentí, mis movimientos sutiles y absorbí esa información. Lo traduje en mi cabeza y lo dije al mismo tiempo. —Entonces, lo que estás diciendo es que te gusto. La frustración marcando su frente se fue, dejando sus rasgos cálidos y su mirada completamente centrada en mí. —Sí. Me gustas. Me gustas mucho. Compartimos una sonrisa. Como la mayoría de sus expresiones en público, fue sutil. Pero, a diferencia de la mayoría de sus expresiones en público, era una muestra vulnerable de sinceridad. Mi sonrisa fue considerablemente más amplia y no pude evitar soltar: —También me gustas, Quinn. Se encogió de hombros de manera arrogante y dijo: —Lo sé. Esto me hizo reír, lo que probablemente lo habría hecho al menos sonreír si no hubiera decidido ocultarlo con otro trago de whisky. Mis ojos atraparon a la mujer muy rubia, su antigua zorra, en el fondo. Le estaba sonriendo ampliamente a dos hombres y parecía estar disfrutando. Indiqué con mi cabeza en su dirección. —Bueno, se ve agradable. —No lo es. Mi ceño fruncido regresó. —¿No lo es? —No. Está loca. —Terminó su whisky. —Eso sigues diciendo. ¿Por qué está loca? —Cuando terminé las cosas con ella, solo digamos que no se lo tomó bien. Medité eso. Si y/o cuando Quinn terminara las cosas conmigo, me imaginé que tampoco no lo tomaría bien. —¿Y eso hace que esté loca? —No quiero que le hables.

—¿No quieres que le hable? Para Quinn, su tono fue suave y persuasivo. —Sabes a lo que me refiero. —Hmm… —Lo contemplé por un momento y luego asentí—. Tendré tus deseos en consideración. —Janie… —Lo haré. Están en el fichero de consejos. Los consideraré antes de tomar mi decisión. Sus ojos se entrecerraron cuando miró los míos. Entonces, muy inesperadamente, me sonrió, y su voz contenía falsa calidez. —Janie. No vas a hablarle. —Oh, ¿en serio? —Reí ligeramente, imitando su expresión y le dirigí una inclinación de cabeza lenta y escrutadora—. Solo para que sepas, mentalmente rompí el fichero de consejos y tus deseos ya no serán considerados. Su sonrisa se hizo más amplia y pareció frustrado y divertido. —Eso no está bien. —Entonces no me estés dando órdenes. Sabes que no me gusta. —Sí, te gusta. Inhalé a través de la nariz e hice mi mejor esfuerzo por ocultar cualquier manifestación física traicionando la oleada de adrenalina en sus palabras. —Tienes razón. A veces me gusta, especialmente cuando estamos despojados de ropa. Pero cuando estamos en una fiesta y tengo curiosidad por esta muy inusual e interesante oportunidad, no me gusta mucho. Y quizás nunca tenga otra oportunidad de hablar con una de tus zorras. Hizo un sonido bajo de gruñido en el fondo de su garganta y miró de su vaso vacío a mí. —Por favor, no la llames así a la cara. —No… no haría eso. —Respondí como si la idea fuera absurda, incluso añadí unos ojos en blanco, pero hice una nota mental: No llamarla zorra a la cara. —Janie, hablo en serio. A ella no le gustaría. La pondría… se pondría loca, intentaría arrancarte el cabello, o peor. —Su expresión se volvió oscura mientras sus ojos vagaban hacia el bar y me pregunté exactamente lo loca que estaba. Súbitamente, tocó mi brazo, sus ojos fijos en los míos y me dio un suave apretón—. Escúchame. Ahora te lo estoy pidiendo bien. No te acerques a ella. ***

Para ser justos, técnicamente no me acerqué a ella. La rescaté. Bueno… no la rescaté exactamente. Más precisamente, la ayudé. Sucedió en el baño. Había sido seguida al baño por uno del equipo de Quinn. Esperó afuera, ubicándose junto a la puerta para que pudiera intimidar a cualquiera entrando para usar el retrete. Todavía no me había acostumbrado a tener a alguien esperándome a que terminara mis asuntos y eso me fastidiaba. Cuando tenía un guardia, en cuanto entraba a un baño público, sentía como si el tiempo se estuviera acabando. Por lo general, me apresuraría y terminaría con mis pantalones abotonados, pero con la cremallera baja, o me empaparía de agua el frente de mi atuendo. Esta noche, sin embargo, le dije al guardia que podía haber una larga espera; esto porque no estaba segura de cómo manejar el alzar las pesadas faldas del vestido sin perder el equilibrio, caer, ser apuñalada por plumas, o arrugar toda la cosa más allá de la reparación. El lugar tenía uno de esos baños lujosos con una zona de estar adyacente. La habitación era espaciosa y ricamente, sin embargo, muy dulcemente, decorada con un empapelado de brocado rosa claro, sillas tapizadas de terciopelo rosa y cortinas rosas. También, un enorme espejo decorado e iluminado con un brillante marco blanco que recorría toda la amplitud de las paredes. Candelabros de cristal colgaban del techo. Basta decir, la habitación era brillante, luminosa y rosa. Y sentada en un rincón de la sala de estar estaba la muy rubia zorra. Me detuve medio segundo cuando la vi, pero luego fui incitada a la acción por mi vejiga y corrí al retrete. Quizás fue porque estaba distraída por su presencia y, por lo tanto, no pude pensar mucho en mi técnica; o quizás fue porque no me sentía apurada ya que había preparado a Pete, mi guardia, antes de entrar a que esperara un retraso, pero usar las instalaciones fue notoriamente sencillo. Estuve fuera del cubículo en tiempo récord y me estaba secando las manos con una suave toalla de algodón cuando escuché a la muy rubia en el otro espacio. —Mierda —dijo. Eso sonó frustrado y quizás un poco desesperado. Conocía ese sentimiento. En especial, conocía ese sentimiento cuando estaba en el baño.

Había puesto mis guantes alrededor de mi cuello como una bufanda, para mantenerlos fuera del camino de los gérmenes, así que los saqué de mi hombro y vagué vacilante a la habitación rosa. Ella se encontraba en un rincón, pero ahora estaba de pie. Un vaso de algo que deduje era agua con gas estaba apoyado sobre la mesa junto a ella, y se estaba frotando el vestido blanco con un paño. Intenté acercarme de puntillas, pero reconocí esto inmediatamente como un ejercicio inútil porque mi falda crujía como un maizal en un vendaval cada vez que daba un paso. Ella alzó la mirada, sus ojos azules conectaron con los míos y pasaron de frustrados a amargos. —¿Qué quieres? —¿Puedo ayudar? —Miré al lugar que estaba fritando—. Oh, verás, eso no va a funcionar. El agua gasificada no ayuda con el vino tinto… ¿es vino tinto? Frunció el ceño y su mirada pasó a la mancha arruinando el vestido que de lo contrario estaría impoluto. —Sí, es vino tinto, pero no necesito tu ayuda… —Sí, qué mal. La mayoría de la gente no sabe esto, pero debiste haber usado sal. Incluso entonces, dependiendo de la tela, puede que no haya hecho diferencia. Por otra parte, la mancha es bastante pequeña y localizada… ¿puedo tocar el vestido? —¿Qué? —Tocar tu vestido, para determinar la composición de la tela. Parpadeó en mi dirección, su boca se abrió para luego cerrarse. Finalmente, dijo: —¡Adelante! —Sus brazos se agitaron a sus lados en la señal universal para Estoy exasperada. Me senté junto a ella en uno de los taburetes de terciopelo y froté el grueso material entre mis dedos. —Oh. Seda. —Chasqueé la lengua y negué con la cabeza mientras contemplaba la mancha en su cintura—. No va a salir. Si solo lo hubieras cubierto con… Mi mirada vagó alrededor del cuarto, buscando un arreglo rápido. Me pregunté si el lugar notaría que arranqué un trozo de terciopelo rosa de la parte inferior de una de las cortinas. Entonces, mis ojos atraparon los guantes negros en mis manos. —¡Ah, ha! —Me puse de pie de un salto y sostuve los guantes frente a su rostro sorprendido—. ¡Mis guantes! —¿Qué?

—Mis guantes. —Me volví a sentar y levanté mi falda, revelando una fila de diez horquillas para asegurar—. Pensé que lo mejor era traer imperdibles. Uno nunca sabe cuándo las necesitará. También, soy terriblemente propensa a los accidentes y esta falda es muy grande. Las chances de que rompa algo esta noche son muy altas, así que traje imperdibles. —¿Imperdibles? —Sí, imperdibles. —Tomé uno de los guantes y formé una espiral floja, pinchando un extremo—. No soy muy habilidosa, pero he estado aprendiendo recientemente a tejer a crochet y también aprendí cómo hacer una flor de tela. Los guantes son de seda negra, así que si solo los unimos así… —junté los guantes—, y los atamos en el lugar, podemos ocultar la mancha y hacerlo parecer como que tienes rosas de tela en tu cintura. ¿Qué piensas? Alcé la barbilla para mirar su rostro. Ella estaba mirando a donde sostenía las dos flores apresuradamente unidas. —Sí, eso es… eso es perfecto. ¡Eres un genio! —Sus ojos abiertos de par en par se movieron a los míos y me complació ver que estaba sonriendo. —Gracias. Tendré que poner mi mano bajo tu falda y contra tu estómago así no te pincho. —Oh, adelante. Estoy usando esas Spanx con hendidura y trabajo en la industria de la moda. Estoy acostumbrada a que manos me levanten la falda. —¿Spanx con hendidura? —Me puse a trabajar para fijar las rosas en el lugar. —¿Ya sabes, Spanx? Es como una armadura corporal y una faja todo junto. Contienen todo. Y la hendidura está en mi vagina, así no tengo que sacarme el Spanx para ir a hacer pis o… ya sabes… Dejé de fijar la flor y la miré. Sus labios estaban presionados y sus cejas arqueadas en su frente. Finalmente, terminó el pensamiento. —No tienes que quitártelas con el fin de tener sexo. —Oh. Bueno… eso es conveniente. —Asentí y reanudé la fijación de la flor, complacida de que las fajas de las mujeres hayan pasado de un virtual cinturón de castidad a una invitación abierta. Entonces intenté imaginarme teniendo sexo mientras usaba ropa interior restrictiva y me preocupé por dónde ubicaría Quinn sus manos. Si hubiera estado usando un Spanx con hendidura el jueves por la noche, él no habría rasgado mi ropa interior.

Entonces decidí que a él probablemente no le gustaría un Spanx con hendidura porque, más que nada, parecía quererme tan desnuda como fuera posible cuando éramos físicamente íntimos. —No te tomes esto de la manera incorrecta, pero podrías ser una modelo pluz-size. Eres, como que tienes las dimensiones correctas. Podrías usar cosas del exhibidor. Sus palabras me sacaron de mis pensamientos y me recliné para considerar mi obra. —No es una ofensa para nada. Sé que soy una chica enorme. —No, no eres una chica enorme. Eres una chica alta con grandes senos. No estoy hablando de un catálogo de modelo plus-size. Estoy hablando de alta costura, cosas de pasarela. En alta costura, una modelo plus-size solo es una modelo normal pero con tetas y culo para cuando los diseñadores necesiten una modelo que parezca una mujer en vez de un perchero. —Oh. —Dejé caer su falda y luché con cómo responder su declaración, que se sintió como un cumplido, pero no podía estar segura. Tendría que discutirlo con Elizabeth con el fin de estar segura. Sentí sus ojos sobre mí por un instante, luego se giró al espejo y se movió de lado a lado como para probar la solidez de las flores aplicadas. —Vaya, están geniales. Parece como si pertenecieran al vestido. Gracias. —No hay problema. —Tiré del borde superior de mi vestido, ya que mis antes mencionadas grandes tetas necesitaban ser contenidas un poco. Precariamente estaban probando los límites de mi canesú con todo eso de agacharme y sujetar que había estado haciendo. —Entonces… —Se sentó en el taburete a mi lado y me miró por el rabillo de sus ojos antes de abrir una pequeña bolsa de mano blanca y retirar un lápiz labial—. ¿Estás con Quinn? La miré fijamente por un instante y pensé la mejor manera de responder. Decidí que no sería falso decir que lo era. —Sí. Me observó y pasaron varios segundos. Parecía estar debatiendo si continuar. Entonces, como si no pudiera contener su lengua más tiempo, soltó: —No es un buen hombre, cariño. Es de los que usan y es un imbécil. Y pareces una chica realmente agradable… —Sus ojos me repasaron, sus cejas bajas en su frente, luego su mirada regresó a la mía—. Como demasiado buena para Quinn Sullivan. ¿Qué estás haciendo con un sujeto como ese?

Abrí la boca para desafiar su etiqueta de Quinn, no gustándome que lo hubiera llamado imbécil, pero no tuve oportunidad cuando se detuvo solo para tomar aliento y se giró de nuevo hacia el espejo. —Quiero decir, él solo va a masticarte y escupirte. Puedo decirte con una certeza del ciento diez por ciento que no está interesado en nada a largo plazo, ni nunca, ni con nadie. Si te dice que eres la única con la que está, te garantizo que no es así. —¿Cómo lo sabes? —Porque solía estar con él. —Resopló antes de añadir—: El mayor error de la vida. —¿Te dijo que deseaba algo a largo plazo? —Bueno… no. —Arrugó los labios y comenzó a aplicarse lápiz labial; sus pestañas agitándose—. Nunca… es decir, me dijo desde el comienzo que había otras, pero pensé que las había dejado cuando estábamos juntos. —Entonces, te mintió. —Nunca mintió, en voz alta. Pero, estaba implicado que yo significaba algo para él. No era así, y es un bastardo sin corazón, porque cuando le dije que deseaba, ya sabes, que estaba lista para que las cosas progresaran al siguiente nivel, ¡me dejó! ¡Dijo que él no tenía citas! Seguí mirándola y mi rostro debió haber traicionado mi confusión y escepticismo. Encontré difícil de creer que Quinn le daría falsas esperanzas a alguien. Por otra parte, tenía un historial de ser técnicamente honesto. Por otra parte, todo lo que me había contado sobre su anterior estilo de vida Wendell indicaba que nunca fue un agresor; nunca fue el de hacer la persecución. Por otra parte, Quinn y yo no hablamos mucho de sus zorras, aunque aún estaba ansiosa por aprender de la logística. Ella, sin embargo, leyó incorrectamente la causa de mi escepticismo, porque dijo: —¡Lo sé! ¿Verdad? No pude creerlo tampoco. —¿Cuánto tiempo estuvieron juntos? Frunció los labios, sus pestañas una vez más agitándose. —Como, no lo sé, unas semanas. —¿Y entonces le dijiste que deseabas que fueran exclusivos? —¡Así es! —Y él respondió diciéndote que no tenía citas. —Sí, el imbécil. —¿Y esa fue la primera vez que te dio alguna indicación de que no tenía citas?

El fruncimiento en su labio y la agitación de sus pestañas se incrementó. Chasqueó la lengua. —Como te conté, me dijo que había otras cuando nos conocimos. Luego de eso, no quiso hablar mucho. —Con esta última declaración, emitió lo que solo podía ser descripto como una expresión engreída y maliciosa. Sentí que fue completamente inapropiado, ya que ella acababa de admitir que él no deseaba hablar con ella. —Sí. Eso dijo. —Asentí. —¿Qué dijo? —Su cabeza se giró rápidamente hacia mí, sus ojos entrecerrados—. ¿Qué dijo de mí? Procesé rápidamente si admitir que a él le desagradaba conversar con ella sería una violación de confianza. Me decidí contra plantearlo de esa manera. —Dijo que cuando se conocieron, apenas hablaban. Su boca se abrió y sus mejillas se ruborizaron. —Oh, cielos. ¿Te dijo eso? —Pareció complacida. Esto me confundió más. Quizás Quinn tenía razón. Quizás estaba loca. —No puedo creer que estés con él luego de que te haya dicho eso. Nosotras las chicas tenemos que cuidarnos entre nosotras, y te lo digo, te usará y abusará de ti, y te lo digo, eres muy dulce. —Sus ojos y la sacudida suave y comprensiva de su cabeza me dijo que sentía pena por mí—. Eres una chica dulce. Tienes que alejarte de él. —Mirando esto objetivamente, si no te importa, ¿puedo resumir lo que has dicho? Esto me ayudará a entender. —Adelante. Sé que esto debe ser difícil. Adelante si hablar de eso ayudará. —Gracias. —Le mostré una pequeña sonrisa porque parecía una persona agradable. Pero quería reiterar los hechos así podría determinar su nivel de locura—. Cuando tú y Quinn comenzaron a estar juntos, te dijo que estaba con otras mujeres. Luego, los dos entablaron muy poca conversación. También, más tarde, cuando le dijiste que querías que fueran exclusivos, respondió que no tenía citas. ¿Entiendo bien? —Bueno, sí… —¿Y eso lo convierte en un mal hombre porque…? —Porque los buenos no tienen múltiples chicas a la vez. Los chicos buenos no hacen ese tipo de cosas. Es de los que usan. —Pero… es de los que usan honestamente, ¿no? —Solo porque es honesto no cambia el hecho de que usa a la gente.

—Hmm… allí te comprendo. Ese es un punto excelente. Tomaré nota de eso para contemplarlo luego. Su mirada volvió a mí, esta vez un poco más escrutadora que antes. —Supongo que te ha dicho que hay otras, ¿verdad? Porque seguía contemplando su comentario de ser de los que usan, respondí sin pensar en las ramificaciones de mis palabras. —No, no lo ha hecho. De hecho, estamos comprometidos. No frunció los labios y ni sus pestañas se agitaron. De hecho, no se movió en lo más mínimo por unos completos doce segundos. Entonces, como sorprendida, sus ojos bajaron a mi mano izquierda, apoyada sobre mi rodilla. Parpadeó solo una vez, como si esperara que el anillo en mi dedo desapareciera. Cuando no lo hizo, susurró: —¡No inventes! Su mirada regresó a mi rostro y luché por recordar la última vez que había visto a una persona tan sorprendida. —Oh Dios mío… —dijo, luego lo repitió con tono inconsistente e inflexión. Oh Dios mío. Oh. Dios. Mío. —¿Tú… necesitas un vaso de algo? —ofrecí, porque se veía en verdad angustiada. —¿Eres su prometida? Asentí. —Sí. —Y sabes que solía tener sexo con Quinn y estás aquí arreglando mi vestido y discutiendo calmadamente mi relación con él. —Bueno… sí. Me miró fijamente, su expresión una de completo desconcierto. —¿No estás celosa? ¿Enfadada? —¿Celosa de qué? —Incliné mi cabeza, intenté pensar en nuestra conversación para decidir qué parte debería inspirar celos—. ¿Porque Quinn tuvo sexo con mujeres antes de conocernos? Me alegra que lo hiciera. Le proporcionó muchas habilidades útiles en la vida. Habilidades útiles en la vida es cómo decidí referirme a sus talentos en el dormitorio… y avión, y escritorio, y ducha, y baño, y etcétera. —Deberías estar enojada porque… —comenzó a decir, se detuvo, luego suspiró—. Supongo que no lo sé. Le mostré una sonrisita. —La relación de Quinn con individuos de su pasado no tiene que tener relación con mis interacciones con los mismos individuos ahora y en el futuro. Necesitabas ayuda. Me gusta ayudar. Eres una persona agradable.

Sus ojos azules se movieron sobre mi rostro y su boca pintada se alzó en un lado. —También eres agradable. Eres demasiado buena para él. —Somos buenos mutuamente —respondí suavemente y me puse de pie—. Gracias por responder mis preguntas. Nunca he conocido una de sus pasadas z… eh… una de sus relaciones previas. En verdad disfruté de nuestra conversación. —Espera un minuto. —Rebuscó en su cartera y sacó una delgada tarjeta de plástico—. Soy Niki. Ten, esta es mi tarjeta de presentación. Trabajo para una agencia de modelos. Llámame si alguna vez te interesa hacer algo de trabajo extra o alguna vez necesitas algo o… —se encogió de hombros—, solo quieras hablar. —Gracias, Niki. Soy Janie. Espero que no te importe, pero tengo que poner esto en mi canesú. No traje un bolso. Se rio con ligereza, sus ojos contentos y negó con la cabeza. —¡No me molesta en lo más mínimo! Solo no olvides que está allí.

Capítulo 8 QUINN Janie estaba callada. Había estado callada la mayor parte de la noche. Pude ver que estaba sumida en sus pensamientos; parecía estar resolviendo un problema. Esperaba que no tuviera que ver con la loca de Niki. Dan y Steven nos dejaron en el vestíbulo. Janie y yo tomamos el ascensor privado a nuestra suite. Ella estaba callada y se encontraba a un lado. En cuanto las puertas se abrieron, salió, se quitó los zapatos y caminó a la habitación. Hice un repaso automático por la sala exterior mientras me aflojaba la corbata y me quitaba la chaqueta. La seguí a la habitación y me cerní en la puerta. Estaba de pie con su espalda hacia el espejo de cuerpo entero y su cuello girado hacia éste. Estaba intentando desabrochar los más o menos veinte botones que contenían la parte superior de su vestido. —Déjame hacerlo. —Me acerqué a ella antes de que pudiera negarse y aparté su cabello sobre un hombro, rozando su columna con la punta de mis dedos. Se puso rígida para luego relajarse bajo mis manos. Escuché su suspiro. —Gracias. —Su cabeza cayó hacia adelante y comencé a abrirle el vestido. Nos quedamos en silencio mientras trabajaba con los botones de los ojales. Eché vistazos a su perfil en el espejo y luché con las ansias de alzarle la falda y acunar su trasero. Quizás inclinarla sobre el sillón de dos cuerpos metido en el rincón de la habitación… —Quinn. Parpadeé, encontrándola mirándome en el espejo. —¿Sí?

Se dio la vuelta para mirarme, sosteniendo la parte superior de su vestido contra su pecho para evitar que cayera al suelo. Sus ojos se dirigieron a los míos, luego dijo: —No me gusta cómo explotas mis debilidades. Fruncí el ceño, observándola. Esperé a que continuara sin que tuviera que pedirle que se explicara. Pero no lo hizo, así que pregunté: —¿Exploto tus debilidades? —Sí, lo haces, Quinn. Sabes que me distraigo fácilmente, y así, cuando no quieres que te haga preguntas de algún tema o indague mucho, me distraes. —Janie… escondes tu ropa interior en mi maleta así pensaré que usas bragas de encaje negro todo el día. —¿Y? ¿Qué tiene que ver eso? —Haces lo mismo. Me frunció el ceño. Su fruncido fue meditado, no preocupado. Pude verla analizando mis palabras. Finalmente, asintió. —De acuerdo. Me tienen con eso. Pero, ¿puedo pedirte un favor? —Lo que sea. —Mi atención se dirigió de su rostro al vestido caído que estaba aferrando contra su pecho. Puse mis manos sobre las de ellas y las levanté y el vestido cayó arrugado al suelo. Esto me hizo sonreír. —Cuando te pregunte sobre un tema que sea importante y que podría afectar mi deseo de continuar nuestra relación, tienes que decirme la verdad y no distraerme. Volví a fruncir el ceño, pero quité rápidamente toda expresión de mi rostro. —Lo prometo. Sosteniendo sus manos, la ayudé a salir del círculo del vestido y la solté para que pudiera inclinarse a recogerlo. Cerré mis manos en puños en vez de agarrarla por detrás, porque sentía que esta conversación no había llegado a su conclusión, y me senté en el borde de la cama. Esperaría hasta que ella viniera hasta mí. O, esperaría hasta que no pudiera esperar más tiempo. Janie colgó el vestido. Luego, enfrentándome, se quedó holgazaneando en la puerta del armario. —¿Sabes de la investigación que dice que nuestra disposición a confiar puede ser alterada por la aplicación de oxitocina? Era despampanante: piernas largas, la dramática pendiente de su cintura, las curvas suaves y amplias de sus senos, que básicamente se derramaban del corsé. Ardiente cabello rojo que enmarcaba sus

hombros y rostro de porcelana. Sus ojos ambarinos eran grandes y atentos, serios. —No —dije, bebiendo de esta visión de ella—. No lo sé. —La oxitocina a veces es llamada la hormona del vínculo y es liberada durante el embarazo como cuando una mujer amamanta. Lo interesante es que un estudio reciente mostró que la estimulación del tracto genital también produce un incremento de oxitocina inmediatamente después del orgasmo. Tragué saliva, pero intenté no mostrar nada en mi expresión. Janie había aprendido pronto en nuestra relación a citar investigaciones comprobadas relacionadas con sexualidad si quería excitarme. Eso siempre funcionaba. Estaba funcionando ahora. —Interesante. —Era interesante. Me lamí los labios, dejé que mis ojos vagaran por las curvas de su cuerpo, ahora resaltadas por el corsé rojo y negro y enmarcado por sus medias altas. Janie se retorció el cabello en una trenza suelta y lentamente cruzó el cuarto hasta detenerse frente a mí. —Quinn, ¿crees que confío tanto en ti simplemente porque me has dado tantos orgasmos? Mis ojos miraron los suyos y los encontré serios, interrogantes. —Espero que esa no sea la razón —respondí seriamente, pero no pude evitarlo más tiempo. Tenía que tocarla. Alcancé su cintura y la jalé hacia delante para que estuviera de pie entre mis piernas. —Quinn, tengo que hablar contigo. Tenemos que hablar. —Sus manos se posaron en mis hombros para equilibrarse. Toqué una de las correas de su corsé que sostenía sus calcetines en el sitio. —¿De qué quieres hablar? —Quiero hablar de las cuentas privadas. Me quedé mirando ciegamente su estómago cubierto de encaje. El cuarto se había quedado completamente en silencio y contuve el aliento. Deseé absurdamente que estuviéramos de regreso en la torre de Londres y ella estuviera atada al potro. La última vez que sentí miedo fue cuando Janie apareció en uno de mis apartamentos vacíos y me encontró sin camisa y descalzo con la perra de su hermana, la misma perra que orinó mis zapatos y luego metió un cigarrillo encendido en mi camisa, obligándome a quitarme ambos artículos de ropa. Entonces corrí detrás de Janie y entré a su apartamento solo segundos antes de que tres hombres con armas irrumpieran por la puerta.

Había tenido miedo de perderla, y ahora, ese miedo visceral me estaba golpeando de nuevo, royendo mis entrañas. Pero esta vez, no se podía culpar a la loca de su hermana. Era mi culpa. Mi pecho se sentía apretado. Tenía que beber. Más que eso, necesitaba un minuto para pensar. La aparté y me levanté de la cama, crucé hasta el mueble bar y alcancé la primera botella disponible. —¿Quinn? —Su voz detrás de mí fue vacilante, incierta. No me gustó cómo sonó. —¿Deseas algo de beber? —Me serví dos tragos en un solo vaso, luego miré la etiqueta; era escocés. —No. Gracias. —Cruzó la habitación y se detuvo a mi lado. Sentí sus ojos sobre mí. En vez de girarme para mirarla, mantuve mi mirada fija en el vaso. Miró de mí al vaso. —¿Vas a responderme? —No has hecho una pregunta. —¿Por favor, me dirás de las cuentas privadas? —No. —¿No? Asentí y luego tragué la mitad del escocés. —Quinn… —vaciló, luego cubrió mi mano con la suya—. Por favor, háblame de esto. Solté una carcajada; sentí la amargura de la misma a través del ardor del alcohol cubriendo mi garganta. —Janie, es mejor si no lo sabes. —No me agrada esa respuesta. La miré fijamente, y lo que sea que vio en mi expresión la hizo estremecer, lo que me hizo maldecir. Me giré para enfrentarla, apoyé mi cadera contra la barra lateral e intenté ignorar el hecho de que estaba usando solo un corsé de encaje negro y rojo con bragas a juego y medias altas. Intenté y fallé. De cara a la tentación, mantuve mis brazos cruzados para no tocarla y apreté los dientes. Necesitaba enfocarme. —¿Por qué el repentino interés? —No iba a mentir, pero no quería contarle a Janie más de lo que quería o necesitaba saber. —¿Por qué la evasiva? —Alzó la barbilla mientras contraatacaba mi pregunta. Era tan sexy cuando enfrentábamos nuestros ingenios y sentí un deseo primitivo de morder la cima de sus senos. Entonces ella

agregó—: Me estás ocultando algo, lo que se siente realmente cerca de honestidad técnica. Intercambiamos miradas, mi mandíbula todavía apretada. Incapaz de evitarlo, alcé mi mano hacia su hombro y tracé la línea de su clavícula con mi pulgar bajando a la pendiente de su pecho. —Tienes razón. Lo estoy ocultando. —¿Por qué? ¿No confías en mí? Confiaba en ella. Si se tratara de eso, le diría todo y esperaría que pudiera ver más allá del hombre que solía ser al hombre en el que estaba intentando convertirme. Parte de mí razonaba que toda la conversación era irrelevante ya que estaba terminando mi asociación con esa gente. No respondí de inmediato. En cambio, me moví un paso más cerca. Estuvo obligada a inclinar hacia atrás la cabeza para mantener el contacto visual. —Vamos a casarnos —dije. —Sí. Vamos a casarnos. —Levantó sus manos a mi pecho, puso su palma derecha sobre mi corazón y aferró el frente de mi camisa con su izquierda—. Y es por eso que necesito que confíes en mí, completamente. Historia y ficción clásica están contaminados con historia tras historia, ejemplo tras ejemplo de la caída de las relaciones porque una o ambas partes no hablaron abiertamente, o escondieron un secreto que no tenía que ser mantenido oculto. De hecho, soy propensa a entender que la mayoría de la ficción popular gira en torno a malentendidos evitables como tema central. Puedo nombrar diez ejemplos de tragedias familiares griegas. —Por favor, no lo hagas. —Lo haré, si no comienzas a hablar. Mis manos estaban en su cintura, y abruptamente me di cuenta que mi agarre probablemente estaba bordeando lo doloroso y ya había cruzado la línea a agresivo. Me obligué a aflojar mis dedos, pero la jalé completamente contra mí y la giré para que su espalda estuviera contra la barra. Consideré brevemente usar mi corbata para atar sus muñecas y mi cinturón para inmovilizar sus pies. Si ella no podía dejarme, si era físicamente incapaz, respiraría mejor. Estos pensamientos los archivé bajo loco y desesperado. En cambio, me preparé mentalmente para su reacción a la verdad. No sabía cómo ser otra cosa que no fuera evasivo o directo. Con el corazón en la garganta, dije:

—Uso la inteligencia que reúno mientras proporciono seguridad para persuadir a la gente rica y poderosa. Uso la información para persuadirlos para tomar buenas decisiones. Los ojos de Janie se entrecerraron y miró directamente hacia delante; perdió el enfoque mientras internalizaba y examinaba mi declaración. Se quedó en silencio por varios segundos y moví mi rodilla entre sus piernas para presionar mi torso más completamente contra ella. Pensé en volver a examinar el archivo de loco y desesperado. Luego de un largo momento, sus ojos regresaron a mí. —Los chantajeas. Me encogí de hombros, pero mantuve mi atención fija en sus rasgos, buscando pistas sobre cómo iba a reaccionar. —¿Por dinero? —Sonaba como si las palabras la ahogaran—. ¿Los chantajeas por dinero? —No. Uso la información para influir. —¿Qué significa eso, influir? ¿Para hacer qué? —El verdadero cambio viene de conocer a la gente equivocada y a la gente correcta. —Observé sus labios separarse con sorpresa. Quise besarla. En cambio, continué—. Me aseguro de que la información vaya a gente que puede hacer el mayor bien con la misma. —Entonces… ¿la policía? —No siempre. —No sabía cuánto deseaba saber y no estaba seguro de cuánto debería decirle. Por lo tanto, en vez de decirle que a veces había usado organizaciones criminales como medio para impartir justicia, respondí solamente las preguntas que ella hizo. Sus ojos perdieron su enfoque mientras trabajaba por comprender la verdad. —Es por eso que todo está tras esas puertas de acero en la oficina. Es por eso que los servidores de seguridad privados no están conectados a Internet y detrás de seguridad encriptada. Es por eso que no usas aplicaciones de código abierto. —Esa es parte de la razón. —Mi tono fue apagado. Le había contado la mayor parte de ello; ahora solo se trataba de aclarar los detalles—. La otra es porque parte de la seguridad que ofrecemos a los clientes privados es hackear sus sistemas personales, celulares y cuentas bancarias para evaluar los riesgos de seguridad. Parpadeó hacia mí y sus ojos se movieron a mi boca. Sus siguientes palabras estuvieron llenas de comprensión, pero carecían de juicio. —Guardas su información privada en tus servidores. Te pagan para que los mantengas a salvo y usas sus secretos contra ellos.

Casi reí. Era muy lista, sin embargo, frecuentemente pasaba por alto lo obvio. Sus ojos se fijaron en los míos; estaban sin emoción, pero lejos de no tener ninguna. —Esto no es legal, Quinn. ¿Steven lo sabe? ¿Por qué harías esto? Quinn… —Sacudió la cabeza, frunciendo el ceño—. Luego de lo que le sucedió a tu hermano, ¿por qué le entregarías cualquier información a la policía? Absorbí el golpe, el recordatorio de mi culpabilidad en el asesinato de Des. Me encontré y sostuve su mirada desafiante y escrutadora directamente e hice lo más que pude por explicar mis acciones, pero tuve cuidado de no defenderlas. —No son criminales insignificantes, Janie. Son gente poderosa. Podía hacer más bien y hacer mayores diferencias usándolos y a su información que si estuvieran detrás de las barras por evasión de impuestos o uso recreativo de drogas. Solo serían reemplazados y yo no tendría ninguna influencia. —¿Influencia para hacer qué? ¿Dijiste que usas la información para persuadirlos de tomar buenas decisiones? ¿Qué tipo de buenas decisiones? Pensé en algunos ejemplos. Muchos fueron egoístas, como usar familiar poderosas para administrar venganza contra la organización criminal responsable de la muerte de mi hermano. No me había detenido hasta que esa organización había sido completamente desarmada y todas las cabezas del negocio habían sido cercenadas, literal y figurativamente. No me importaba cuál. Otros fueron menos egoístas, como usar a un gran contribuyente de campaña para presionar a un senador. En este caso, la presión estaba destinada a responsabilizar a un director ejecutivo en particular por el robo de los fondos de pensión de los empleados. Aunque, eso también había sido egoísta en cierto modo, porque el marido de mi secretaria Betty había trabajo para la compañía y perdido todo, toda su jubilación. Supuse que también era venganza. Esto no cubría a las pocas personas cuya información había pasado de inmediato al FBI o la CIA, porque sus crímenes eran más que censurables. Finalmente dije: —Es complicado. Tuve una gran participación en desmantelar la organización responsable de la muerte de mi hermano, pero todo se trató de presionar a la gente correcta. Estaba frunciendo el ceño de nuevo, pero no intentó apartarse.

—Lo que me preocupa es que te hayas involucrado en primer lugar, especialmente luego de lo que sucedió con tu hermano. —Claro que me involucré. —Las palabras se escaparon antes de que pudiera detenerlas o el estallido de mal genio—. La única manera de hacer un verdadero cambio es involucrándose, no enterrando la cabeza en la arena. Se estremeció, sus ojos se apartaron y pestañeó varias veces. Me regañé silenciosamente e inhalé hondo, mis manos moviéndose a sus brazos. Cuando hablé de nuevo, mis palabras fueron medidas y cuidadosamente calmadas. —Sí, Janie, mis manos están sucias; porque he estado limpiando desastres. —¿Qué tipo de desastres? —De todo tipo —dije con los dientes apretados. No quería decirle qué tipo de desastres, porque a veces tienes que priorizar uno sobre otro. Cuando esto sucedía, alguien siempre perdía, y por lo general era alguien inocente. Apretó los labios y tragó saliva, la adorable y pálida columna de su cuello trabajando con el esfuerzo. Todavía evitando mis ojos, dijo: —No eres Batman, Quinn. —¿Cómo que no? —¿En serio? —Su mirada se alzó para encontrarse con la mía—. ¿Me estás diciendo que nunca te beneficiaste personalmente de estos emprendimientos? —Sí, me beneficié. Y si Batman hubiera estado haciendo lo correcto, se habría beneficiado también. Su boca quedó abierta y su frente se arrugó con incredulidad. —No puedes justificar usar a la gente para conseguir réditos. —No lo hago. No se trata de la ganancia, Janie. —Sacudí sus brazos un poco y me estremecí interiormente por el filo en mi voz—. ¿Crees, sabiendo lo que sabes de mí, el papel que jugué con Des siendo tiroteado, que iba a dejar que esta gente se saliera con la suya? —¿Es venganza? —¿En una palabra? Sí. O al menos comenzó de esa manera. La observé por un largo rato, estudié su expresión y lenguaje corporal. Para mi sorpresa, no parecía asqueada. Se veía triste y confundida. Por mucho que quisiera atarla a mí, atarla y refrenarla, supe que iba a tener que dejarla ir finalmente.

Tenía que tomar una decisión: o yo valía la pena la inversión o no lo valía. O yo era redimible, o no lo era. Inhalé a través de la nariz y me aparté, sus manos cayeron de mi pecho. Perder su calidez, se sintió como si hubiera abandonado una parte de mí. La dejé con Janie para que hiciera lo que creyera conveniente. Para conservarla o arrojarla. Rodeándola, agarré el vaso medio lleno de escocés y tragué el resto, luego me moví a su lado para volver a llenarlo. —¿Qué es ahora? Comenzó como venganza, que, por cierto, está igual de bien documentado por ser tema central en las tragedias griegas como los malentendidos evitables. Pero, ¿ahora qué es? —preguntó; se había rodeado la cintura con los brazos, como si se estuviera abrazando. —Ahora… —Miré al techo—. Ahora he acabado. Giró su cabeza para mirarme, se detuvo como procesando mis palabras. —¿Acabaste? ¿Acabaste con qué? —He acabado con los clientes privados y jugar a ser Batman. Me estoy saliendo. De eso se trató la primera parte de este viaje. Voy a pasar mis clientes de Reino Unido a firmas nuevas. —¿Es por eso que he tenido tres guardias conmigo cada vez que hemos estado aquí? —No. Esa es mi necesidad de saber que estás a salvo. —¿Estoy en algún tipo de peligro? —No lo creo. —No lo estaba, no más que cualquier persona al azar. Lo que yo no sabía era que incluso esa pequeña incertidumbre se sentía como demasiado. —¿Esto va a continuar en Chicago? ¿Los guardias? —No. No debería. Algunas de estas personas pueden ser… — Busqué la descripción más precisa de los clientes privados como un grupo—. Pueden ser impredecibles, pero pocas veces violentos. La mayor parte del grupo de Estados Unidos ya ha sido entregado. Solo voy a conservar algunos. Solo un pequeño número de clientes que son de confianza, que no tienen nada que esconder. Me encontré con su mirada y le di otro trago al escocés. —¿Puedes hacer eso? ¿Puedes simplemente entregarlos? —No lo sé. Pero por ti, voy a intentarlo. Sus ojos me miraron fijamente. —¿Por mí? —Te lo dije, me haces querer ser un buen hombre. —Porque no podía evitarlo, puse mi mano en su mejilla, dejé que mi pulgar se rozara

contra su labio inferior regordete. Tocarla era una tortura porque no sabía si todavía me deseaba. —Quinn… —Se mantuvo completamente quieta, mirándome con sus grandes ojos ámbar. La ronquera en mi voz traicionó cuánto la deseaba, pero no iba a atarla. —Estoy intentando ser un buen hombre.

Capítulo 9 JANIE —¡Oh, gracias a Dios! —Steven se arrojó a una silla de cuero acolchada del jet privado y acarició con afecto los apoyabrazos—. Te extrañé. ¿Recibiste mis flores? Por favor, nunca nos separemos de nuevo. Observé con los ojos entrecerrados, aunque no pude evitar sonreír, mientras Steven le hablaba al interior del avión como si pensara que era un amante y no una pieza de maquinaria de aviación de cincuenta y seis mil dólares. —Tomaste un vuelo comercial, Steven. Uno. —¡Shhh! —Presionó su dedo contra su labio y susurró en voz alta—: Te escuchará. Miré a mi derecha e izquierda. —¿Quién me escuchará? —Manuel, el avión. —¿Nombraste al avión Manuel? —No arruines esto, Janie. He estado pensando en este momento por más de una semana. Solo déjame tenerlo. —Sus dedos se flexionaron en el cuero, sus ojos suplicantes. Sonriendo ante su tontería, me decidí por darle un momento de privacidad con el avión y caminé al fondo de la cabina para usar las instalaciones antes de despegar. El tiempo de aire para nuestro vuelo de Heathrow a Chicago Midway sería de más de nueve horas y me gustaba usar el baño cuando no tenía que pelear contra la turbulencia para permanecer de pie. Estaba preocupada haciendo una nota mental para descubrir la marca de jabón en existencia en el baño cuando salí y me choqué con Quinn. El hombre que me había admitido anoche que chantajeaba a la gente con el fin de doblegarlos a su voluntad. Mi prometido. El hombre con el que iba a casarme en menos de tres meses.

—Oh… lo siento. —Alargué la mano y me sostuve de las solapas de su chaqueta aunque no estaba en peligro de perder el equilibrio. Hice esto por cuatro razones. Primero, anoche nos habíamos ido a dormir sin hablarnos y con nada resuelto. Él se había cerrado y yo me había volcado al rincón acogedor de hechos triviales. En vez de pensar en las ramificaciones de su admisión, había dejado que mi mente vagara. Segundo, él apenas me había tocado. De hecho, me había evitado en la cama, girándose lejos de mí mientras dormíamos. Tercero, me había dejado esta mañana y no había regresado. Tampoco había regresado mis llamadas, incluso cuando usé mi celular. Por lo tanto, tenerlo allí, frente a mí ahora, a mi alcance, me hizo querer pegarme a su cuerpo. Cuarto, olía bien, como en verdad bien, mucho mejor que el jabón del baño. Sus manos se alzaron automáticamente a la parte superior de mis brazos como para estabilizarme y sus tenebrosos ojos azules se posaron en los míos para luego apartarse. —No hay problema —dijo. Mi corazón resonó con dolor porque estaba tan distante. Sus manos cayeron. Apreté mis labios y esperé a que volviera a mirarme. Luego de un largo momento de sujetar el frente de su chaqueta y que él estuviera parado como una estatua, alzó sus manos hacia las mías e intentó desprenderlas de sus solapas, pero me mantuve firme. —Janie, tengo que entrar allí. —De acuerdo —dije, pero no me aparté del umbral—. ¿A dónde fuiste esta mañana? —A correr, luego… di un paseo. —¿En motocicleta? —Se me encogió el corazón. Sabía que le gustaba montar, pero, irracionalmente, me daba ansiedad cada vez que lo hacía—. ¿Dónde encontraste la moto? Finalmente, se encontró con mis ojos. Aunque sus rasgos eran duros, su mirada era penetrante y apasionada. —Pedí una prestada. Dejó de intentar quitar mis dedos de su chaqueta y, en cambio, mantuvo sus manos entre nosotros, palmas arriba, mostrándome que estaban cubiertas de una capa de tierra y grasa. —Tengo que lavarme las manos. Estás sucias. —Oh. —Contemplé su apariencia y me di cuenta que estaba inusitadamente desarreglado. Sus mejillas y nariz estaban rosadas, su cabello revuelto por el viento, lo que significaba que había estado

manejando sin casco y su traje carecía de su típica meticulosidad elegante. También, no estaba usando corbata. —Dejé un poco en tu manga… —Estaba frunciendo el ceño hacia mí y seguí su mirada hacia el brazo de mi blusa blanca. Su mano había dejado una marca de grasa cuando habíamos chocado. —Oh —dije nuevamente, luego regresé mi atención a su rostro. Estaba mirando la mancha y parecía frustrado y enojado. De pronto, me incliné hacia adelante y presioné tres besos en su camisa blanca, uno en el cuello y dos cerca de la solapa de los botones. Me recliné para estudiar mi trabajo labial, complacida de haber elegido usar un tono rosa impactante esa mañana. —Listo —dije, tocando la nueva mancha cerca de su cuello—. Ahora estamos iguales. Bajó la mirada hacia sí mismo, sus cejas bajando, luego alzó la cabeza para encontrar mis ojos. Estuve complacida de ver que la frustración de antes había menguado. Sin embargo, en su lugar, su mirada se había vuelto intensa con una familiar intensidad. Mi corazón y estómago intentaron superar entre sí el revoloteo. Quinn asintió una vez, lentamente. Aparte de sus ojos, su expresión no revelaba nada. Pero entonces sus manos llegaron a mis caderas y me llevó hacia atrás al baño. Y se lo permití. Una vez que estuvimos dentro, cerró la puerta detrás de él y me giró para que mi trasero estuviera contra el lavabo. —¿Qué estamos haciendo? —pregunté, sin aliento, incluso mientras alcanzaba la parte delantera de sus pantalones y le desabrochaba el cinturón. Quinn rozó sus labios contra los míos mientras sus manos se deslizaban bajo el dobladillo de mi falda y la subía a mi cintura. —Vamos a tener sexo de reconciliación —gruñó. Entonces me besó. Gemí porque se sentía tan bien y correcto, y no nos habíamos besado en más de veinticuatro horas, no desde antes del baile para la gala benéfica fantasma, no desde que habíamos ido a comprar lencería. Su boca se separó de la mía. Lamió y mordió un sendero sobre mi mandíbula a mi oreja. Intenté inclinarme a un lado para darle mejor acceso, pero mi cabeza chocó con el dispensador de toallas de papel. —¿Estábamos peleados? —pregunté, aunque no tenía idea de cómo iba a responder porque estuve violentamente presionando su rostro contra mi cuello, porque no podía tener suficiente de su boca sobre

mi piel. Mi otra mano alcanzó en su bóxer y agarré su longitud, mis caderas meciéndose en respuesta a su excitación. Sujetó mi cintura y me alzó sobre el mostrador. Esto hizo que mi trasero presionara la canilla lo que hizo que el agua saliera. Sentí el rocío contra mi espalda y chillé. Levantó la cabeza de mi cuello, sus ojos aturdidos e interrogantes, su respiración entrecortada. —¿Qué? ¿Qué pasa? —Nada. Bésame. Y quítate los pantalones. —Busqué la cintura de mi ropa interior de algodón blanca y la bajé por mi culo hasta que pude sacarla por mis piernas. Quinn dio un paso hacia atrás y empujó sus pantalones al suelo. Alargué mi mano hacia él mientras intentaba deshacerme de la tela sensatamente respirable y lo atrapé sonriendo cuando vio las bragas de abuela alrededor de uno de mis tobillos. —Bonita ropa interior, cariño —siseó, probablemente porque sostenía su erección en mi mano y la estaba acariciando, acariciándolo, persuadiéndolo hacia mi núcleo. —Gracias. Es también una elección socialmente responsable, si lo recuerdas. Quinn levantó los ojos hacia los míos y su rostro esbozó una sonrisa, la que rápidamente decayó y se convirtió en algo completamente diferente: algo hermoso, visceral y temerario, cuando entró dentro de mí. Contuvo el aliento, su frente apoyándose contra la mía, sus manos agarrando mi trasero, sus ojos cerrándose como si estuviera abrumado por sus sentidos. —Nos vamos a casar —dijo. Sonó como una orden. Asentí. —Sí —dije, mis piernas rodeando las suyas, mi aliento deteniéndose. Abrió los ojos y movió sus caderas, estableciendo un ritmo lento y tortuoso. —Y cuando lleguemos a casa, vas a ponerte ese corsé de anoche y voy a tomarte sobre el sofá. Gemí ante la imagen que sus palabras conjuraron, intenté alentarlo a acelerar el ritmo, pero solo conseguí ponerme caliente, molesta y sin aliento. —Di que me amas. —Una de sus manos se deslizó bajo mi blusa, bajo mi sujetador, y me acunó, apretó y amasó a tiempo con sus embestidas. No me importó que sus manos me estuvieran ensuciando. —Te amo.

Esto me ganó que acelerara el ritmo y pasó un pulgar sobre el centro de mi seno. —Dime que confías en mí. Sentí mi cerebro aclararse a la vez que nuestros ojos se encontraban y acaricié con mi mano un lado de su rostro; giró sus labios a la palma de mi mano y la besó. —Quinn, confío en ti. —Dime que te hago valiente —susurró, todavía sosteniendo mi mirada. —Me haces valiente. —No dudé. Mis dedos rodearon su cuello y se presionaron contra la parte trasera de su cabeza hasta que su boca estuvo sobre la mía. Mis piernas temblaron con el inicio de mi orgasmo y arqué mi espalda mientras mis caderas se inclinaban hacia adelante a la vez. Debió sentir que estaba cerca, porque cambió su posición, dándome más de sí. Mis tacones se presionaron despiadadamente contra sus muslos, mis uñas se clavaron en la chaqueta sobre sus hombros, y capturó mi grito, porque yo era una persona gritona, con su boca. Entonces, mientras me tambaleaba de regreso a la tierra y se vino con un tenso gemido, regresé el favor y adoré su boca con la mía. Intenté comunicar con mi beso y con el entusiasmo de mi cuerpo todo lo que sentía por él. Esperaba que supiera que creía en él, que creía en nosotros. Quinn y yo nos quedamos así, abrazados en el otro, besándonos, por tanto tiempo como nos fue posible. Pero luego, el inevitable golpe sonó en la puerta acompañado por un amable carraspeo. —Señor Sullivan… eh, señor, ya casi estamos listos para despegar cuando usted, eh, y… cuando ustedes estés en sus asientos. Reconocí la voz de Donna, la azafata, y escuché sus pasos al marcharse. Ambos sonidos me regresaron a la realidad e hicieron que me enfocara en mi entorno. Un rubor sustancial súbitamente reclamó mi pecho, cuello, mejillas y orejas. Estaba segura de que la parte superior de mi cabeza estaba rojo brillante. Qué bueno que yo no fuera calva. Antes de que Quinn pudiera hablar, la voz de Dan susurró desde el otro lado de la puerta. —Solo para que sepan, todos hemos formado una fila para chocar los cinco afuera del baño. Enterré mi rostro en el cuello de Quinn y gemí de mortificación. Sentí la risita retumbante de Quinn y su beso en mi cabello antes de que le respondiera a Dan. —Si intentas chocar los cinco conmigo, te golpearé en la garganta.

—La fila para chocar los cinco es para Janie, no por ti, imbécil. Quinn apretó los labios para evitar reírse, y estuve segura de que si nadie había muerto aun de incomodidad, entonces mi reporte de autopsia sería el primero de su tipo. —Estoy bromeando. Puedo sentir su vergüenza desde aquí. —Dan siguió susurrando—. Escucha, tengo ropa nueva para ambos colgando afuera de la puerta junto con dos toallas, y he corrido la cortina así no pueden ser vistos cuando abran la puerta. Acabo de hablar con el piloto. Nos regresaron a la cola de despegue. Tienen quince minutos más y, de nada. Cerré los ojos, me senté en un ruego silencioso de que Dan encontrara a alguien digno de lo magnífico que era y me acurruqué más cerca contra el cuerpo de Quinn. Esto siempre sucedía cuando hacíamos el amor. Siempre parecía olvidar dónde estaba. No me veía como una exhibicionista, ni disfrutaba de la posibilidad de ser atrapada. Más bien, cuando me involucraba con Quinn, existía en un universo alternativo de dicha y todo lo demás solo… dejaba de existir. Quinn agarró varias toallas de papel en rápida sucesión. Se apartó, pero siguió brindando apoyo para mi frente contra su hombro. Presionó las toallas de papel entre mis piernas y esperó hasta que me hice cargo, entonces enredó sus dedos en mi cabello. Como siempre, se enredaron en las serpientes de rizos y usó su ventaja para alzar mi rostro de su cuello. Sus ojos se deslizaron por mis rasgos antes de fijarme en el lugar, y vi que su expresión era atractiva y contenta, una de asombro y adoración. —¿Cómo haces eso? —Su pregunta fue baja y reverente. —¿Hacer qué? —¿Cómo haces que todo mejore? Mi frente se arrugó mientras nos estudiábamos mutuamente. —¿Qué hice que mejorara? —Luego de anoche, pensé… —Exhaló, frunció el ceño y negó con la cabeza. Entonces su boca se elevó en un lado apenas en una sonrisa— . Tú me haces mejor. Regresé su sonrisa y me incliné unos centímetros para besar su nariz. —Quinn, vamos a llegar a un acuerdo con esto. Mañana, en casa, vamos a discutir todo hasta que nos sintamos bien sobre ello. Y luego, vas a ayudarme a decidir qué tono de helechos vamos a usar para nuestros centros de mesa. Parpadeó. —¿Helechos?

—Sí. Los helechos son mucho más amigables con el medio ambiente que las flores. También, hay cientos de variedades y vienen en una amplia gama de colores. Mi sonrisa se agrandó cuando sus ojos se abrieron de par en par con alarma.

Capítulo 10

Era martes por la noche y no llegamos a un acuerdo con nada. Llegamos a casa la noche del domingo. Me cargó de la limo al apartamento, a la cama, y me desvistió mientras yacía cómplice y medio dormida. Desperté el lunes a media mañana ante el repique de mi celular. Quinn debió haberlo encontrado en mi maleta, lo cargó y lo puso en mi mesita de luz en algún momento. Le di al dispositivo ruidoso una mirada desagradable y lo maldije. Sin embargo, miré la pantalla y luego me enderecé en la cama. La alerta era por tres mensajes de Quinn. Los primeros mensajes enviados consecutivamente a las nueve me hicieron sonreír. El tercer mensaje me hizo fruncir el ceño. Una parte de mí se preguntó si el viaje a Nueva York era solo una manera de evitar discutir los planes de boda. En el vuelo a casa, sus ojos se habían velado cada vez que intentaba mostrarle fotos de los centros de mesa de helechos y esmóquines de los padrinos.

Sin embargo, Quinn había llamado brevemente de Nueva York el lunes a la noche, solo el tiempo suficiente para que yo determinara que estaba muy cansado y tenía que irse a dormir. También me mandó un mensaje, luego me llamó el martes a la mañana para un rápido te amo y te extraño que me debilitó las rodillas y me dejó el cerebro estúpido. Por lo tanto, nada estaba resuelto. Sí, nos habíamos atacado mutuamente en el baño del avión. Sí, la oxitocina que ello liberó en mi sistema había recorrido un largo camino a reafirmar nuestro vínculo dentro de mi cerebro. En algún punto tendría que examinar cuánto del vínculo era química del cerebro y cuánto era corpórea. Por el momento, iba a suponer que era en su mayoría corpórea. Pero, no, todavía no habíamos hablado sobre las ramificaciones de la admisión de Quinn sobre los clientes privados. En vez de obsesionarme de si había mostrado buen juicio al seducir a mi prometido en vez de hablar de nuestros problemas y luego seducir a mi prometido, decidí que centraría mi energía en examinar la situación actual y definir una lista de puntos de acción. Primero, iba a escribir todas mis preocupaciones y preguntas relacionadas con la admisión de Quinn y nuestra inminente boda. Luego, cuando regresara de Nueva York, íbamos a sentarnos y revisar todas las preocupaciones y preguntas. Luego de eso, estaba bastante segura que iba a seducirlo de nuevo. Y, finalmente, iba a obligarlo a mirar toda una revista de bodas y discutir si el pastel debería ser vainilla con glaseado blanco o chocolate con glaseado blanco. Una cosa de la que estaba segura basada en cada foto de pastel de boda que había visto era que los pasteles de boda debían tener glaseado blanco. Pero primero tenía que entregar la noticia de nuestro compromiso a mi grupo de tejido. Decidí aparecer tarde en el grupo de tejido por unas cuantas razones. Principalmente, quería que todas se enteraran al mismo tiempo que una a la vez a medida que llegaran. Se los contaría como un grupo, podrían tener su reacción y luego podríamos pasar a otros temas en vez de alargarlo. No tenía idea de qué esperar. Por lo tanto, le envié un correo a Marie desde el trabajo de que llegaría una hora tarde. Me detuve en una tienda para recoger dos botellas extras de vino tinto, ensayé mentalmente lo que diría y me

preocupé un poco de que no apoyarían mi decisión. Después de todo, Quinn y yo solo habíamos estado juntos por unos pocos meses. Resulta que no tenía que preocuparme. En cuanto Marie abrió la puerta a su apartamento, fui saludada por un coro ruidoso y alegre de “¡Sorpresa!”. Todas estaban de pie en la pequeña entrada usando gorros y soplando cornetas y sonriéndome como si les acabara de decir que había resuelto el hambre mundial. Abrí la boca para responder, pero no conseguí hacer nada salvo soltar el aire cuando Elizabeth me jaló a través de la puerta y fui rodeada por un abrazo grupal de seis mujeres. —¡Estoy tan feliz por ti! —¡Veamos el anillo! —Denle un minuto. —¿Cómo lo hizo? —¿Nos trajiste algo de Londres? —¡Lindos zapatos! ¿Me los puedes prestar? Me llevaron al abarrotado apartamento de Marie, todas hablando a la vez y comencé a reír… y llorar. Elizabeth, la primera en notarlo, calló al grupo y presionó mi mano entre las de ella. —¿Janie? ¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien? A través de mi risa y lágrimas, conseguí farfullar: —Es solo… todas ustedes… —Sorbí las lágrimas y apreté los labios para evitar que mi barbilla temblara mientras mi mirada se movía sobre sus rostros felices levemente perplejos y, de alguna manera, preocupados—. Estaba nerviosa de contárselos y ya lo saben y es un alivio y están tan felices por mí y tengo tanta suerte de que todas sean mis amigas. —Aww. —Los brazos de Ashley me rodearon los hombros por detrás—. ¡Claro que estamos felices por ti! —Todas lo estamos —agregó Fiona, dándome una sonrisa sincera— . Te mereces todo lo bueno. —¡Y compramos regalos! —Los ojos de Sandra estaban enormes y emocionados y meneó las cejas cuando agregó—: Alerta de spoiler, te compré ropa interior comestible. También, más alerta de spoiler: son un conjunto a juego para él y ella. Todas comenzaron a reírse y Kat se cubrió el rostro, que se había vuelto rojo remolacha.

—Ven y siéntate. —Marie me empujó al sofá mientras todas se acomodaban a mi alrededor—. Tenemos champán y gotas de limón. No sabía cuál preferías. —Una gota de limón suena fantástico y también traje vino. —Alcé mi bolso, que rápidamente fue confiscado y pasado a Marie. El aluvión de preguntas volvió a comenzar y alcé mis manos. —Esperen, antes díganme ¿cómo, cuándo y qué saben? ¿Y cómo se enteraron? Elizabeth se inclinó hacia delante. —Fui yo. ¿Recuerdas hace unas semanas cuando me encontré contigo y Quinn en la tienda de accesorios de baño? —¿La que está ubicada en West Lake Street? ¿Con todos los lavabos en la pared? —preguntó Fiona. Agregó con una mirada perdida—: Adoro ese lugar. —Sí, ese. Bueno, Quinn me contó de sus intenciones en ese momento. Lo ayudé a escoger los anillos a cambio del dato de cuando se propusiera. —Entonces, ¿Quinn te contó? —Estaba asombrada, que Quinn y Elizabeth hayan trabajado juntos y también que Elizabeth haya sido capaz de mantener el secreto de la propuesta por tanto tiempo. Por otra parte, aunque técnicamente éramos compañeras de cuarto, apenas nos veíamos últimamente. Desde que me mudé al edificio hace un mes, por lo general pasaba mis días y noches en el apartamento de Quinn. —Sí. Me envió un mensaje de texto el viernes como a la una de la mañana, lo que supongo que debió ser como a las siete de la mañana en Londres. —¿Qué dijo? —preguntó Ashley—. Nunca nos mostraste el mensaje. Elizabeth puso los ojos en blanco y dijo en tono jocoso: —Todo lo que escribió fue Está hecho. Por supuesto, supe de lo que estaba hablando, pero algunos detalles más me hubieran encantado. —¿Cómo lo hizo, Janie? —Sandra rebotó en su asiento a mi lado— . No olvides nada. Quiero todos los detalles jugosos. Así que se los dije. Cuando llegué a la parte de la vidriera llena con anillos, Elizabeth se metió en la conversación. —¡Esa fue mi idea! Encontró una liquidación de patrimonio, o, creo que su secretaria la encontró, donde una antigua familia de Escocia estaba subastando todas sus joyas. Tuvo más de doscientos de donde elegir, así que fue difícil reducirlo a uno. ¿Te gustó? Asentí y alcé mi mano para que todas pudieran verlo.

—Sí, es perfecto. —Eso pensó él. Lo reduje a cinco y él escogió ese. Me alegra tanto que te gustara. —Lo adoro —admití—. De alguna me siento incómoda por amar tanto un objeto material. Me preocupa que no sea saludable. —¿Más que tus zapatos? —preguntó Ashley—. Sé cuánto amas tus zapatos, porque yo amo tus zapatos. Respondí sin vacilar: —Más que mis zapatos. —Vaya. —Los ojos de Ashley se agrandaron—. Eso es mucho. —Sí —concordé. —Tiene sentido. —Las palabras de Fiona llamaron mi atención—. Es un símbolo el anillo. En verdad, es a él a quien amas. El anillo es el símbolo de él y todo lo que son para el otro. Claro que amas el anillo. —Me gusta eso —intervino Kat, una suave sonrisa en su rostro, sus ojos todavía un poco deslumbrados—. Es tan romántico, él llevándote a Londres a ver las Joyas de la Corona, luego dándote un anillo antiguo y valioso de una noble familia escocesa. —Suspiró a la vez que se reclinaba en la silla. —¿Es así cómo quieres que se te propongan? —le preguntó Marie a Kat, entregándome mi gota de limón y poniendo una jarra llena del líquido de la felicidad en la mesita. Los ojos de Kat perdieron algo de su deslumbramiento. —Honestamente, sentaría cabeza con alguien que sea honesto, no confíe en el chantaje emocional para resolver discusiones y me tratara como si yo importara más que quién es mi familia. A veces me pregunto si hombres así existen. —Existen. —Fiona alargó la mano y le dio un apretón a su pierna—. Solo tienes que encontrar tu propia versión de Quinn, pero quizás no tan gruñón y más agradable con tus amigas. Estaba a punto de pedirle a Kat que explicara sus preocupaciones, ya que no tenía idea quién era su familia, pero Sandra habló antes que fuera capaz. —¡Todas hagan silencio así podemos escuchar el resto de la historia de Janie! —ordenó Sandra, ondeando sus manos a través del aire. Se giró hacia mí, su codo sobre su rodilla, su barbilla apoyada en su mano y una sonrisa gigante puesta en su rostro—. De acuerdo, sigue. ¿Qué sucedió después? Seguí con mi historia, sobre cómo Quinn fue llamado y cómo fui llevada a la habitación de dispositivos de tortura, y Ashley supuso que no

había sido llamado realmente por tener una llamada teléfono, sino para que sacaran el anillo de la vitrina así podía proponerse. Esta teoría fue encontrada con cabeceos de aprobación y más pedidos de silencio por parte de Sandra. Entonces, les conté del potro y la habitación se volvió un caos de risa, jadeos, choques de manos y gritos. —¡Ese tipo ladino! —Ashley se rio, dio una palmada en su rodilla y levantó su bebida en mi dirección—. Qué oportunista. Amo a Quinn. —Eso es tan increíble. Así es cómo quiero que suceda. Quiero estar en el potro cuando me lo propongan. ¡Alguien tome nota! —Sandra me abrazó mientras hacía esta aseveración. Elizabeth puso los ojos en blanco. —Por supuesto. Por supuesto que se propone mientras estás incapacitada. Típico del Señor McPantalonesCalientes. —Creo que es sexy. —Marie hizo chocar su copa contra la de Ashley—. Me agrada su espíritu empresarial. Quizás si David me hubiera pedido que me casara con él mientras estaba atada, podría haberle dado una respuesta distinta. Su declaración me sorprendió. David era el novio de Marie y habían estado saliendo por más de cinco años. Me había sorprendido tangencialmente descubrir que él le había propuesto matrimonio; esta era la primera vez que escuchaba de eso. Una vez más, tangencialmente, me pregunté si Marie estaba interesada en el matrimonio; parecía valorar su independencia por encima de todo. Fiona simplemente sacudió su cabeza y rio entre dientes. Kat jadeó hacia mí con los ojos abiertos de par en par, obviamente sorprendidos. En lugar de pedirle a Marie que aclarara lo de David, terminé mi historia. Les conté de la cena en el río Támesis y nuestro acuerdo de tener una gran boda, pero dejé afuera el interludio frenético en la tienda porque sentía que eso sería demasiada información. —¿Quería casarse hoy? Como en, ¿menos de una semana luego de proponerse? —Fiona me frunció el ceño, perpleja. —Esa también fue mi reacción. Y, resulta, está en Nueva York ahora mismo, se fue de viaje, y habríamos tenido que posponer la ceremonia de todos modos. —Estoy confundida. —Marie se inclinó hacia adelante y sacó su trabajo de tejido actual de su bolso—. Déjame ver si entendí bien: él quería casarse de inmediato, tú negociaste un período de tiempo, y ahora, ¿van a casarse en tres meses? ¿E insististe en una gran boda? —Sí, solo que son dos meses y veintiséis días.

—En verdad estoy sorprendida. —Elizabeth alcanzó mi ahora vaso vacío de gota de limón y volvió a llenarlo—. No hubiera pensado que querrías una gran boda. —No es que yo quiera una gran boda; es que creo que Quinn y yo necesitamos experimentar algo que no sea la dicha de las citas antes de casarnos. —No lo comprendo. —Fiona miró de mí a Elizabeth, luego regresó a mí—. ¿Qué significa eso? —Significa que vamos a tener una gran boda para que podamos ser miserables juntos antes de ser felices juntos. Nunca antes hemos sido miserables. ¿Cómo puedes decidir casarte con alguien si nunca has sido miserable con ellos? —Janie… —El rostro de Fiona se arrugó con confusión—. La felicidad no es fugaz si la aceptas. Pero si sigues buscando maneras de posponer tu propia felicidad, siempre será elusiva. Fruncí el ceño y parpadeé hacia ella. —No estoy intentando posponer mi felicidad. Estoy intentando asegurarme de que somos una pareja sólida antes de hacer promesas. —Entonces… —Elizabeth alzó una ceja hacia mí, su barbilla bajando a su pecho—. ¿Vas a hacer eso donde dejas de tener sexo antes de la ceremonia? —Elizabeth… —La voz de Fiona contenía una nota de advertencia—. Compórtate. Elizabeth le dio a Fiona su mejor mirada de ¿Quién, yo? ¡Soy completamente inocente! Conocía bien esa mirada. Ya no funcionaba en mí y considerando las cejas preocupadas de Fiona, no creí que estuviera funcionando en Fiona tampoco. —No, en serio. Es algo real. —Marie asintió—. Aparte de que Elizabeth está deseando torturar a Quinn, leí un artículo sobre ello en Cosmopolitan. Ya que muchas parejas están teniendo sexo antes del matrimonio en estos días, abstenerse mientras planean la ceremonia se supone que sea una manera de hacer la noche de bodas especial. —¿Al hacer que la novia y el novio se vuelvan locos? —preguntó Fiona, apartando la mirada de su tejido—. Planear una boda ya es lo bastante estresante sin tener que abstenerse de la intimidad física. Mi mente se quedó pensando en la idea, la recogió, le dio vuelta y comenzó a evaluarla desde todos los ángulos. Luego, mi mente se apoderó de ella. En vez de gritar ¡Eureka!, pregunté sin pensar: —¿En verdad piensas que la abstinencia aumentaría dramáticamente el nivel de estrés antes de la boda?

Los ojos de Fiona se entrecerraron en rendijas de suspicacia mientras me estudiaba. —Janie, lo haces sonar como si desearas que planear tu boda sea estresante. —Lo deseo —admití, asintiendo enfáticamente—. Quiero que sea estresante. Quinn y yo solo hemos estado juntos por cinco meses. Como dije, tenemos que ajustar años de lo peor en aproximadamente dos meses, para que podamos decir nuestros votos con los ojos abiertos. Fiona me miró fijamente, su boca abierta, su expresión evidentemente sorprendida. —Eso es una locura. Estás loca, Janie. No puedo… ni siquiera puedo… Elizabeth se rio. —Nunca antes he visto a Fiona sin palabras. —Bueno, creo que es una gran idea. —Sandra se encogió de hombros y alzó su barbilla en mi dirección—. No puedo imaginarme casándome con alguien que solo he conocido por cinco o seis meses. Bien por ti, haciéndolo esperar otras doce semanas antes de atar el nudo, y eres una mujer inteligente por introducir algo de dificultad, incluso si es planeada, y ser honesta sobre tus preocupaciones. Claro, esto viniendo de la chica que hace que todas sus primeras citas lloren, y cuya relación más larga fue en la secundaria… así que… a tomarlo con pinzas. —Tengo miedo de expresar una opinión —ofreció Ashley, sus ojos centrados en la bufanda que estaba tejiendo—. Por un lado, veo tu punto, Janie, y creo que tu plan es muy pragmático; tendría sentido lógico si los sentimientos no estuvieran involucrados. Por otro lado, ustedes dos están completamente enamorados por el otro. Quizás sea la romántica en mí, pero aplicar la lógica al amor es como ponerle manteca a un cerdo antes de matarlo. —¿Hay una romántica en ti? —bromeó Sandra, conteniendo una sonrisa. —Sí, la hay, Freud —respondió Ashley, dirigiéndole a Sandra una mirada de falso descontento—. Solo que guardo mi amor para los personajes de ficción y mi grupo de tejido, sabe Dios por qué las aguanto. —¿Qué hay de ti, Kat? ¿Qué piensas? —Elizabeth le dio un codazo a Kat, haciendo que saliera de su silencio. —¿Qué pienso? Elizabeth asintió, luego giró su suéter para comenzar una nueva hilera. —Sí, ¿cuál es tu opinión? Los ojos abiertos de par en par de Kat miraron en torno al cuarto.

—Uh… —Se aclaró la garganta y luego volvió su atención a mí—. Podría sonar como una excusa, Janie, pero creo que tienes que seguir a tu corazón. Y si tu corazón está inseguro de Quinn, y mientras estés siendo honesta con él… —Terminó la idea inacabada con un encogimiento de hombros y sus suaves ojos marrones me dijeron que me apoyaría con lo que sea que decidiera. —No es que esté insegura de él. Deseo que nuestro matrimonio esté construido con una base sólida. En este momento, solo hemos tenido buenos momentos. No hemos sido probados. No he sido probada. —Negar tu cuerpo por los siguientes meses sin duda alguna sería una prueba para Quinn. —Elizabeth me dio una sonrisa malvada, aunque sus palabras sonaron como una advertencia. —Bueno, no lo haría a menos que él estuviera de acuerdo. —Me crucé de brazos, mi atención yendo a un punto sobre el hombro de Elizabeth mientras pensaba en cómo convencer a Quinn de estar sin sexo por las siguientes once semanas—. Si vamos a estar juntos por el resto de nuestras vidas, entonces la abstinencia por los siguientes tres meses no debería ser algo tan importante. —Luego de decir las palabras, me pregunté si yo podría durar tanto sin sus manos, boca y… otras partes. —¡Buena suerte con eso! —Marie negó con la cabeza y levantó su vaso en mi dirección—. Si puedes conseguir convencer a Quinn de estar sin intimidad física mientras planean la boda, entonces podría contratarte como mi agente, porque tus poderes de persuasión evidentemente serían mágicos. —Creo que todo el mundo se está olvidando de la parte más importante de toda esta situación, que es la insistencia de Janie de tener una boda tradicional. —Sandra nos miró, sus ojos verdes grandes y serios. —¿Qué es eso? —Ashley suspiró—. Y más vale que no digas vestidos de damas de honor porque, por mucho que quiera a Janie y usaré lo que me diga que use, nunca he visto un vestido de dama de honor que no hiciera más que hacer parecer a la que lo use como Molly Ringwald en la película La chica de Rosa. ¿No fue el vestido más feo? ¿Por qué pensaría que se veía bien en ese vestido? No tiene sentido. —Alguien deténgala —dijo Elizabeth, mirando intencionadamente a Ashley—. Creo que ella ha bebido demasiado. —Se movió para tomar el vaso de Ashley. Ashley levantó sus agujas de tejer de manera amenazante. —Si tocas mi vino, meteré mi aguja circular Hiya-Hiya por tu nariz y es una de las extra puntiagudas. Elizabeth retrocedió, alzando las manos, palmas hacia fuera.

—No, no los vestidos, aunque Ashley tiene un buen punto sobre los vestidos de las damas de honor. Todas deberíamos sentarnos y llegar a un consenso antes de tomar alguna decisión. —Sandra habló con un grado sorprendente de seriedad concerniente al atuendo teórico de las damas de honor. Entonces, de súbito, toda su expresión cambió a una de intensa emoción. —Estoy hablando de la despedida de soltera. ¡Las Vegas, chicas!

Parte 3 Planeando La Boda

Capítulo 11

El miércoles durante el almuerzo, encontré y compré una carpeta planificadora de bodas de tres anillos. Además de la lista provista dentro de la planificadora, hice una lista adicional de todos los temas y planes específicos de Quinn&Janie que necesitaban discutirse y arreglarse antes de la boda. Por supuesto, los temas sin resolverse relacionados a los clientes privados estaban en lo alto de la lista. Otros temas importantes incluían conocer a los padres, discutir sobre los hijos (cuántos y cuán pronto), acuerdo prenupcial, período voluntario de abstinencia antes del casamiento y él montando una motocicleta sin un casco. Me sentía bastante segura sobre el hecho de que Quinn querría que conociera a sus padres; la única pregunta era cuán pronto. Había conocido a su hermana, Shelly, y nos llevábamos muy bien. De hecho, Quinn y yo normalmente habíamos desayunado con ella cada sábado por la mañana en la Giavanni’s Pancake House.

Le envié un correo a mi papá y le conté del compromiso. Me ofrecí a pagarle el viaje para que no se preocupara por el costo. También, le pedí que me enviara algunos posibles días para que lo visitáramos así podría conocer a Quinn. Reacia, también le pregunté si sabía dónde estaba mi hermana mayor. No había hablado con ella en años y no sabía cómo ponerme en contacto. Supuse que Quinn concordaría que un acuerdo prenupcial tenía mucho sentido, porque tenía mucho sentido. De hecho, yo era una gran defensora de los acuerdos prenupciales en general y sentía que el estado debería entregar un formulario con cada solicitud de matrimonio. Seguía incómoda con el hecho de que él era muy rico, pero no se trataba de la disparidad en nuestras circunstancias. No mantenía un marcador de regalos y favores y tampoco él. Hacíamos lo que nos resultaba naturalmente. Pagaba la mitad del alquiler del apartamento con Elizabeth porque, técnicamente, ahí era donde vivía. Todos mis comics seguían allí, como la mayor parte de mis zapatos. Pero el hecho es que, era muy rico. Un acuerdo prenupcial dibujaría un círculo protector alrededor de su dinero, y siempre sería su dinero, su negocio. Por lo tanto, nunca tendría que tomar posesión de ello. No quería que fuera mío. Ni siquiera me gustaba pensar en ello. Supuse que él deseaba hijos. Esta suposición no se basaba en ningún dato real, solo una sensación. Por lo tanto, en este punto, era necesitada una confirmación explícita. Sin embargo, con respecto a la abstinencia antes del matrimonio estaba bastante segura de que de que tendría que desarrollar un argumento extremadamente convincente y persuasivo con gráficos, citas y cifras si tenía alguna esperanza de asegurar su sello de aprobación. Con toda honestidad una parte de mí deseaba que él rechazara completamente la idea. Aun así, estaba comprometida al plan de fabricar tanto estrés y dificultades como fuera posible durante los siguientes meses. Como mínimo, la conversación sería una experiencia excelente para ambos. Quizás incluso escalaría a una discusión. Quinn me encontró en la mesa de la cocina esa noche, rodeada por mi planificadora de bodas, revistas de bodas, portátil, citas misceláneas y notas concernientes a esperar antes de la boda. Pensé que escuché la puerta, pero no escuché sus pasos, ni esperaba hacerlo. Él era sigiloso. Imaginé que sentía sus ojos puestos en mí, pero sus manos apartando la cortina de cabello de mi espalda fue mi primera evidencia tangible de que estaba en casa. Puso tres besos lánguidos en el centro

de mi cuello y luego, apartando la blusa a un lado, besó la parte superior de mi hombro. —Hola. —Esa sola palabra de saludo fue más un aliento murmurado contra mi piel que un sonido; hizo que me estremeciera. —Hola —respondí, y giré mi rostro hacia el suyo para pedirle un beso, que me dio; aun así, me aparté antes de que pudiera profundizarlo, a propósito, no encontrándome con sus ojos. Si me encontraba con sus ojos entonces estaría hipnotizada y quedaría tonta. Entonces no hablaríamos y me agitaría cada vez más hasta que injustamente perdiera mi cordura por algo ridículo, como una referencia inadvertidamente inexacta a la teoría de cuerdas como una ciencia. Me aclaré la garganta, apreté los labios y encontré mi lista de temas de conversación con Quinn. —Bienvenido a casa. Espero que tu viaje fuera satisfactorio. Su mano permaneció en mi espalda, su brazo en el respaldo de mi silla, como si reclamara el lugar a mi lado. Quinn lo usó para acercar mi asiento al suyo, las patas de maderas haciendo un sonido abrupto contra el suelo de azulejos y giré mis rodillas para estar frente a él. Estaba usando una falda gris de lana acampanada que terminaba justo debajo de la rodilla. En una persona de tamaño normal, la falda habría terminado a media pantorrilla. Debajo de la falda, usaba medias negras. Las manos de Quinn se deslizaron debajo del dobladillo y acariciaron un camino hacia mis muslos, sus dedos buscando. —Estas llegan hasta arriba. —Sonó disgustado ante el descubrimiento. Había un ceño visible en su voz. No estaba mirando a su rostro porque, nuevamente, hipótesis. En cambio, estaba mirando la lista de temas y reorganizándolos mentalmente basada en importancia y fluidez de la conversación. Asentí porque supuse que se estaba refiriendo al hecho de que estaba usando medias calentitas viniendo bien para el clima frío de Chicago y no calcetines altos de encaje. —Sí. ¿Tienes hambre? Hice pollo y guardé un poco para ti en el refrigerador. —No, gracias. Agarré algo camino a casa. —Sus manos siguieron su camino hacia arriba—. ¿Por qué estás usando tantas capas de ropa? —Porque hacía frío afuera hoy. Creo que lo más alto fue de cuatro bajo cero. —¿Tienes frío ahora? —No.

—Entonces… —Quinn unió ese no pensamiento con un rápido jalón que me hizo aterrizar en su regazo. Sus dedos ya se habían acercado a mis muslos y bajado la ropa interior de algodón unos centímetros antes de que pudiera protestar —¡Espera! ¡Espera un minuto! —Mis manos sujetaron sus hombros sobre todo por instinto y me aparté. Su boca una vez más estuvo en mi cuello y me regaló besos húmedos a lo largo de la columna de mi garganta. —Necesito a mi esposa. —Sus palabras fueron ardientes y posesivas, haciendo que me estremeciera tanto interna como externamente. Conocía este estremecimiento. Era el estremecimiento hipnotizado de un deseo imprudente. —No soy tu esposa, soy tu prometida. —Arqueé la espalda, ofreciéndole más de mi cuello. —Es lo mismo —murmuró entre besos. Había tenido éxito bajando mis medias a la parte superior de mis piernas. Agarré sus manos y las sostuve quietas. —Pero tenemos que hablar. —Puede esperar —susurró, reclinándose para mirarme a los ojos, pero sus manos no se movieron. Yo, estúpidamente, me encontré con su mirada y casi me olvidé de mi nombre. Tonta. Después, sus manos volvieron a tirar, y me sacudí, intentando no estar abrumada por todo el calor y la promesa de su mirada. —No… no puede. —Mi voz fue insegura y sin aliento—. Es importante. Sus ojos buscaron los míos, su mirada inquisitiva. —¿Sucedió algo? ¿Estás bien? —Nada ha sucedido. —Entonces nada es más importante en este momento que redescubrir cada centímetro de tu cuerpo perfecto. —De hecho —dije, agarrando sus manos con más fuerza y apretando mis dedos—, es sobre eso, Quinn; sobre todos los centímetros de mi cuerpo y sobre no tener relaciones antes de la boda y esperar hasta la noche de bodas… Quinn se estremeció y sus ojos se entrecerraron súbitamente en rendijas afiladas y penetrantes; mi corazón latió al doble igual que mi avalancha de palabras. —Y otras cosas también, tales como los clientes privados, porque ese tema no está realmente resuelto y tienes que usar un casco cuando

montes una motocicleta. También el acuerdo prenupcial, porque estoy segura de que querrás uno, porque yo quiero uno, y también cuándo puedo llamar a tus padres para una visita y si debemos esperar o no para tener hijos por unos años o comenzar de inmediato, y cuántos quieres, porque me gustaría tener al menos dos y luego reevaluar ese punto, pero me gustaría un compromiso de al menos dos… hijos, eso es todo… Nos miramos fijamente por un largo rato, durante el cual ninguno de los dos se movió. Estaba determinada a no hablar, porque si hablaba primero, comenzaría a soltar a borbotones datos relacionados a abstinencia preboda y sentía que debíamos esperar para discutir ese hasta que el asunto de los clientes privados estuviera resuelto. También, no había preparado todavía mi lista de gráficos y citas. Pero no hablar se estaba volviendo cada vez más difícil. Los ojos de Quinn parecieron tornarse más ardientes con cada segundo que pasaba, aunque el resto de su rostro era una máscara estoica. Me preocupaba un poco que un rayo o una explosión nuclear o algún infierno de plasma fuera a arder un agujero a través de mi cráneo. Al final, luego de tragar saliva intencionadamente y un momento o dos de apretar los dientes, dijo: —No vamos a tener un acuerdo prenupcial. No lo vuelvas a mencionar. Hice una mueca ante la glacial vehemencia de su tono y mi corazón se detuvo por la sorpresa, imaginé que así era cómo se sentiría ser apuñalado. —Pero… pero pensé… quiero decir, creo que deberías considerar nuestras diferencias en… Quinn se puso de pie, sus movimientos abruptos provocando que me tambaleara de su regazo. Movió sus manos de mis piernas a mis hombros y esperó a que recuperara el equilibro antes de hablar. —No. Parpadeé en su dirección. —Puedo ver que lo dices en serio. Pero no comprendo por qué no podemos siquiera discutirlo. Si me escucharas, creo que verías que… —No. —Negó con la cabeza, quitando sus manos y cruzando los brazos sobre su pecho. —¿Por qué no? —Porque solo pensarlo hace que desee arrojar esta mesa por la ventana. —Señaló a la mesa, luego a la ventana, enfatizando la amenaza fríamente dicha. Fruncí el ceño e intenté subrepticiamente enderezar mi ropa interior y mis medias.

—Eso es ridículo. Un acuerdo prenupcial está hecho para… No alcancé a terminar, porque Quinn se giró y fue a la habitación, sacándose la chaqueta del traje de sus hombros con movimientos rígidos. Miré a su figura en retirada por dos segundos, luego terminé de arreglar mis medias y lo seguí. Estaba enojado, realmente, realmente molesto y no podía entender la razón. De todos los temas que había cubierto, el acuerdo prenupcial era el último que pensé con el que pensé que tendría problemas. De repente me di cuenta que esta era una pelea. Estábamos teniendo una pelea, una pelea real. Lógicamente, reconocí que era un buen punto de datos. Pero no me gustaba, porque mi garganta se sentía tensa y el temor estaba recorriendo mis venas. Mi cuello se sentía caliente y mi cuero cabelludo picaba. Nunca me había sentido así, caliente y fría, enojada y ansiosa. Deseaba disculparme, escapar de esta incómoda sensación, pero mi resolución terca no me dejaría porque no sentía que estuviera equivocada. Alcé la voz mientras lo perseguía a la habitación. —Un acuerdo prenupcial está hecho para protegerte, a tu negocio, tus activos en el caso de que nuestro matrimonio acabe. ¡Es algo bueno, Quinn! No tiene nada malo definir ahora los términos para el divorcio así nuestro futuro rompimiento será tan sencillo e indoloro como sea posible. Quinn se giró hacia mí, me acorraló contra su cómoda y todo en él parecía furioso. —No va a haber un futuro rompimiento. —No sabes… —Sí, Janie, lo sé. Y el hecho de que siquiera lo menciones… ¿estás intentando hacerme daño? Mi boca se abrió y me encogí de dolor, porque estaba completamente sorprendida por su acusación. —¿Qué? ¡No! No, Quinn, estoy haciendo esto porque me importas. —¿Vas a dejarme? —¿Qué? ¡No… —Entonces déjalo. —Sus ojos me miraron penetrantemente y se giró hacia el armario, moviéndose como una pantera. Respiré hondo y miré al techo pidiendo ayuda. Como era de esperarse, no ofreció ninguna. Ya que no podía mencionar ninguno de los otros temas importantes hasta que se calmara, ya que probablemente

se verían arruinados por asociación, decidí tomar un acercamiento distinto. —Se me ocurre… —Inhalé otra vez para tranquilizarme, esperaba que eso ayudaría a calmar mi tono así no sonaría tan aturdida—. Se me ocurre que esta es nuestra primera pelea. Cómo seguimos desde acá, lo que aprendemos de esta interacción, cómo nos hablamos en particular, es muy importante. Por eso, sería genial si podemos discutir esto calmadamente. No podía verlo porque estaba dentro del vestidor, pero lo escuché resoplar una carcajada extremadamente amargada antes de que tres cajones fueran cerrados con fuerza. Poco después, estaba de pie en el umbral, sus brazos apoyados en la moldura, su gran cuerpo llenando todo el espacio. —Me estás volviendo jodidamente loco —dijo. Parpadeé varias veces debido a su proclamación dicha sin rodeos y su uso de la palabra con J, ya que él pocas veces maldecía, al menos frente a mí, e instintivamente me crucé de brazos. —Bueno, si estás esperando que me disculpe por hacer absolutamente nada erróneo, entonces esperarás por un muy largo tiempo. En verdad no tengo idea de por qué estás tan molesto. —¿No hiciste nada erróneo? —Su fachada exterior de indiferencia estaba completamente rota. Estaba teniendo dificultades para adaptarme a todas las emociones retorciendo sus rasgos—. Estás planeando el final de nuestro matrimonio. —¡No estoy haciendo nada parecido! —¿No confías en mí? ¿De eso se trata esto? ¿Cuánto tiempo va a tomar? ¿Qué tengo que hacer? —La voz de Quinn se alzó con cada pregunta hasta que estuvo gritándome—. Solo dime qué hacer, Janie. ¿Qué otras pruebas se requieren? Suspiré y mis ojos ardieron porque sus palabras dolían. De hecho, mi barbilla tembló y no pude evitarlo. Eso hizo que mis palabras salieran acuosas y tensas. —Nada de esto se trata de probarte, Quinn. —¡Eso es una tontería! De eso es todo esto. Caminé hacia él, sorprendida de que mi voz también saliera como un grito. —¿No puedes entender que quiero protegerte? Incluso de mi futura yo, quiero que estés a salvo. Vengo de una larga línea de mujeres dementes. Engañamos a nuestros maridos, abandonamos a nuestras familias, usamos a los novios de nuestras hermanas como ceniceros y retretes. Comencé terapia antes de ser una adolescente.

Hizo una mueca, sus manos cayendo del marco del armario, y noté que su expresión se había suavizado, pero no había terminado. —Soy una bomba de tiempo de locura, ¡acabas de decirlo! Te vuelvo loco. Quizás nunca sucederá, quizás no me volveré loca; me gustaría pensar que no lo seré. Pero me sentiría mucho mejor si supiera que estabas protegido. Sabes que me gustan las etiquetas. Me gusta la claridad y expectativas definidas, porque sin ellas estoy perdida. Es tu dinero. No lo quiero. Un acuerdo prenupcial para ti no es sobre mí no creyendo en ti. Es sobre… —Shh, Janie, es suficiente. —La voz de Quinn fue suave mientras llegaba hasta mí en cuatro pasos y me rodeaba con sus brazos, que ahora estaban desnudos con su pecho. Se había quitado la camisa mientras estaba en el armario. Apreté sus bíceps y me acurruqué contra la calidez de su piel, presionando mi mejilla contra su pecho para poder sentir su latido. —No quiero un acuerdo prenupcial —dijo, dándome un apretón— . No lo quiero y solo pensar en ello me… —Lo sentí tragar antes de terminar su pensamiento—. Me molesta. Asentí y me presioné más cerca. —Confío en ti. Tienes que saber eso. Nada de esto, la boda y los problemas relacionados, nada de esto es sobre no confiar en ti. Es sobre nosotros repitiendo votos con certeza y conocimiento de lo que estamos prometiendo. Amor a través del sufrimiento. Sentí su pecho alzarse y caer antes de responder. —Lo sé. —Y las preguntas que tengo sobre los clientes privados no son por no confiar en ti; es solo que me gustaría comprender mejor lo que tu pasada participación significa para tu seguridad y para nosotros siguiendo adelante. Asintió. —Eso tiene sentido. Estaba con suerte, así que moví mis manos de sus brazos al duro plano de su espalda. —Tu seguridad va a ser mi seguridad y la seguridad de nuestros hijos, y hablando de hijos, me gustaría al menos dos con la opción de tener más. La risa de Quinn disipó algo de mi ansiedad persistente. —Bueno, deseo más de dos. Estaba pensando en cuatro o seis. Me puse rígida y levanté la cabeza para encontrarme con sus ojos, para determinar si estaba hablando en serio o no. Hablaba en serio.

—¿Cuatro o seis? —Me gustan los números pares. Al crecer, siempre éramos Shelly y yo contra Des. De esta manera, nuestros hijos pueden emparejarse para torturar a los otros en equipos. —Hmm… —Mi boca se torció a un lado mientras consideraba esto—. ¿Puedo pensar en ello? —Claro. Pero por el momento, creo en tu plan, dos y reevaluar cuando los tengamos, tiene mucho sentido. Y me gustaría esperar unos años antes de comenzar nuestra familia. —¿Cuánto? —Tres o cuatro, pero comenzar antes de que cumplas treinta. —Puedo estar de acuerdo con esos términos. Su boca se alzó en un lado y su expresión ahora era el polo opuesto al infierno glacial de minutos antes. Me maravillé con lo rápidamente que la discusión había escalado, llegó a ser volcánica para luego desplomarse y llegar al punto de partida. —Esta fue nuestra primera pelea —dije. Asintió, sus ojos buscando mi rostro. —Lo fue. —No me gusta pelear contigo. —Tampoco me gusta pelear contigo. —Bien. —Besé su pecho—. Deberíamos intentar pensar en cómo evitar peleas en el futuro. —Va a suceder. No podemos evitarlo completamente. —Lo sé. Pero si podemos disminuir el número de incidentes, creo que sería ideal. Parece que la clave está en suponer lo mejor del otro. No… suponer que el otro tiene intenciones maliciosas. Quinn hundió su boca en mi cuello, mordió mi mandíbula y susurró: —También ayuda pelear solamente mientras estamos desnudos. —Entonces nunca pelearíamos —respondí distraídamente—. Solo me quedaría mirándote, babeando y tú ganarías. —¿Babearías? —Sabes que babeo. ¿Qué piensas que son esas manchas que están en mis almohadas? Babear mientras se duerme puede ser un indicativo de mala digestión, pero también puede ser saliva fabricada durante los sueños sexuales. Parpadeó hacia mí. —¿Tu baba se debe a sueños sexuales? ¿Tienes sueños sexuales? —Sí, por supuesto… ¿Tú no? —¡Sí! —respondió como si la mera pregunta fuera un desprecio contra su hombría o una interrogante de su cordura.

—Bueno, bien. Es normal, sabes, tener sueños sexuales. Se ha reportado que son más comunes, eso es que ocurren con más frecuencia, en hombres que en mujeres hasta la edad de treinta y uno. Entonces las mujeres superan a los hombres hasta los treinta y ocho. Luego están igualados. Se me quedó mirando por un largo momento. Pensé en contarle que los sueños sexuales de las mujeres por lo general eran sobre juego previo y situaciones eróticas, cuando los sueños sexuales de los hombres involucraban penetración, pero me decidí en contra de ello. Quizás compartiría eso más tarde. Finalmente, suspiró como si estuviera confundido y frustrado. Me besó el cuello y hombro, mordisqueó mi oreja, luego se apartó. Apartándome con obvia renuencia, soltó un pesado suspiro. —¿Cuáles eran las otras cosas? —¿Otras cosas? —Sí. Las otras cosas, de cuando entré. Porque en verdad quiero pasar varias horas esta noche dándote material para futuros sueños sexuales y no te quiero distraída o de pronto preguntando mi opinión sobre helechos. Parpadeé hacia su pecho desnudo sin hablar por diez segundos; estaba teniendo dificultades para ver algo más que las duras marcas de su estómago enmarcado por la V de sus caderas. Esto, por supuesto, me hizo pensar en tocarlo, lo que me hizo pensar en él tocándome, lo que me hizo pensar en tener sexo, lo que finalmente me hizo acordar las otras cosas. —Oh, sí… las otras cosas. Alcanzó la hebilla de su cinturón y retrocedí dos pasos, cruzando los brazos con el fin de mantener las manos para mí misma. —¿Entonces…? —Bueno, una era, eh… —Me mordí el interior del labio, me debatí sobre qué tema abordar—. Sobre los clientes privados. No siento que la conversación que comenzamos en Londres esté resuelta. Me gustaría tener una mejor comprensión de esa parte del negocio. Quinn se sacó el cinturón de los bucles de sus pantalones y lo puso en el armario detrás de mí, su expresión pensativa. Entonces dijo: —He acabado con eso… acabado con ellos. No van a ser parte de nuestras vidas en el futuro. —Entonces, ¿no existe la posibilidad de que nos impacten? Me estudió, su mandíbula apretándose, pero su expresión era una máscara, sin revelar sus pensamientos. Finalmente, dijo:

—Ya lo sabes. Todo lo demás son detalles; quiénes son, registros de actividad, transacciones de sus cuentas bancarias. Saber los detalles no va a darte información adicional del funcionamiento de esa parte del negocio. —Me gustaría conocer los detalles y me gustaría tomar esa decisión yo misma. Frunció el ceño. —No estoy seguro de que sea una buena idea. —¿Por qué no? Su ceño fruncido se intensificó y sus ojos perdieron su foco mientras los movía a algún punto sobre mi hombro. —Déjame… déjame pensar en ello. —¿Puedo preguntar qué significa eso? Quinn inclinó su cabeza a un lado y pareció estar eligiendo sus palabras con cuidado. —Si en verdad quieres saber los detalles, creo que lo que voy a hacer es sacar algunos archivos, mostrarte algunos ejemplos y revisar las decisiones tomadas para cada uno. Creo que este enfoque responderá tus preguntas sin ponerte… en una posición incómoda. Solo pido una cosa a cambio. —De acuerdo, ¿qué es? —No quiero que te pongas en contacto con esta gente. Puedes mirar los archivos, pero no vas a hablar con ninguno de ellos. Y si tienes preguntas, tienen que prometer preguntarme, no a Carlos, ni a Steven, ni Dan, solo a mí. Consideré rápidamente su pedido y pareció más que justo. —De acuerdo. Me reservo el derecho de pedir más información después. Por el momento, puedo estar de acuerdo con esos términos. Su sonrisita fue burlona. —Es la segunda vez que dices eso el día de hoy. —Estamos discutiendo términos, ¿verdad? Y tengo tres temas más que discutir. —Adelante. —Quinn se desabotonó los pantalones, luego se acercó los dos pasos que yo me había alejado y alzó mi suéter sobre mi cabeza. Servicialmente, alcé mis brazos. —Quiero conocer a tus padres. Sus manos alcanzaron mi blusa, pero se quedaron inmóviles un segundo cuando hablé. Sus ojos no se alzaron para encontrarse con los míos cuando dijo:

—No he hablado con mis padres en un largo tiempo. —Reconocí que su voz cuidadosamente no delataba sus emociones; eso hizo que mi corazón doliera. —Es verdad. Pero vas a casarte ahora. Comenzaremos una familia en algunos años. Tendrán nietos biológicos, suponiendo que ninguno de los dos tenga problemas de fertilidad. Pienso en mi educación, que ojalá hubiera sido distinta. Realmente no tuve una madre; no realmente. Y las historias que me cuentas de tu familia, al crecer… tus recuerdos son buenos. Quinn pareció estarme mirando de reojo, como si se estuviera preparando, cuando admitió en voz baja: —Tengo buenos recuerdos. Fueron buenos padres. —¿Ves? Quizás una pequeña parte de esto es que me gustaría tener a alguien en mi vida en ese papel, especialmente si vamos a tener niños. Tengo a mi papá, pero él es… nunca ha estado presente o estado muy interesado. Sé que podría no tener sentido, pero tener una madre parece que sería agradable. Creo que sería una buena idea al menos hacer un intento, extender una rama de olivo, pero no una verdadera. Quizás una jarra de aceitunas. En la mitología griega como también en los primeros tiempos de la cristiandad, la rama de olivo simboliza paz y homenaje. Parecía dividido e indeciso. Puse mis manos en sus caderas, mis dedos clavándose en la banda gris de su bóxer negro. —Podría llamarlos si tú… si es demasiado difícil o no tienes tiempo. Asintió una vez. Fue un cabeceo evasivo y reconocí que no iba a conseguir un definido sí o no. —¿Cuáles son las otras dos cosas? —Comenzó a desabotonar mi blusa. —Yo… eh… es respecto a que manejes la motocicleta. Sus ojos se dirigieron a los míos, luego regresó a donde sus manos estaban trabajando en mis botones. —¿Qué hay con eso? —Me doy cuenta que te gusta montar tu moto y voy a tener que estar de acuerdo con ello. Lo único que pido es que uses casco, todo el tiempo, sin excepciones. —Tiene sentido. Está bien. Trato. —Estaba en los últimos tres botones. El dorso de sus nudillos se rozaba contra la piel de mi abdomen, enviando agradables estremecimientos a mi pecho, subiendo por mi cuello, a mis dedos y bajando a mi vientre. Mi capacidad de

concentrarme estaba menguando, igual que mi deseo de traer a colación el último tema de mi lista. De hecho, me estaba convenciendo de guardar silencio sobre el tema cuando Quinn dijo: —¿Cuál es la última cosa? Me lamí los labios, mis pulgares frotando círculos sobre la piel a cada lado de su ombligo, mis uñas enganchadas a cada lado de sus caderas. Se sentía caliente y suave debajo de mis manos, y no quería parar, no quería que él parara. —¿Janie? Tuve dificultades para recordar un tiempo cuando tocarlo no fuera posible. La idea de renunciar gustosa a eso, renunciar a su cuerpo y la intimidad que habíamos establecido, se sentía como cortarme un miembro. —Nada. —Negué con la cabeza—. No era nada. Me estaba mirando ahora, su mirada interrogante, sus dedos empujando los bordes de mi camiseta a un lado y revelando mi torso. Estaba usando un sujetador de encaje rojo que había comprado durante nuestro día de compras de lencería en Londres. Sus ojos bajaron, se fijaron en el sujetador, se volvieron a encontrar con los míos y entonces quitó sus manos. —¿Qué era la última cosa? —No me hagas decirlo —mascullé, negando con la cabeza con más fuerza. Me miró por un largo momento y pude notar que estaba intentando recordar mi diatriba original, cuando me había jalado a su regazo en la mesa de la cocina. Finalmente, inclinó la cabeza a un lado y sus ojos se entrecerraron. —Hablamos del acuerdo prenupcial, hijos, conocer a los padres, cuentas privadas y usar un casco mientras conduzco la moto. —Sí. Eso es todo. —No. Había algo más. —Quinn… —Quité mis manos de sus pantalones para bajarle la cremallera a mi falda mientras me ponía de puntillas y ponía mi boca sobre la suya—. No era nada, en serio… nada que valiera la pena discutir. Presencié el momento exacto cuando recordó mis palabras de antes, sorpresa destellando en su mirada mientras sus ojos volvían a centrarse en mi rostro. —¿Quieres esperar? —dijo las palabras con lentitud, como si las estuviera inspeccionando—. ¿Quieres esperar hasta nuestra noche de bodas?

—No… Lo volví a besar. Mi cremallera estaba atascada. No me estaba tocando, pero permitió los besos. —Dijiste algo de no tener relaciones hasta la noche de bodas. —Quise decir conversaciones, como diálogos y debates sobre el sistema parlamentario de gobierno. Se rio, más como una risa y resoplido, sus ojos bailaron sobre mis rasgos. Su boca esbozó una gran sonrisa, la que enviaba mi estómago a mis pies. Decidí que su nuevo apodo debería ser Señor Pantalones de Desmayo. Disgustada con mi terca cremallera, me di por vencida y me bajé la falda, le rodeé el cuello con mis brazos y presioné mi cuerpo contra el suyo. Quinn me besó una vez, solo una presión casta de nuestros labios, luego se quitó mis brazos de sus hombros. —Ahora, espera un minuto. No tan rápido… esta idea tiene mérito. —¿Qué idea? —Esperar hasta la noche de bodas. Lo miré fijamente por un instante, luego dije: —Está bien. No entablaremos una conversación sobre el sistema parlamentario de gobierno. Volvió a reírse, pero sacudió sutilmente la cabeza. —No. Quizás deberíamos esperar hasta nuestra noche de bodas. Estoy segura de que me veía como si hubiera perdido el control de mis músculos faciales, porque podía sentir a mis cejas haciendo esa cosa rara y moviéndose en mi frente. También, mi boca se abrió y cerró, mi nariz se arrugó y estoy segura de que le siseé. También podría haber dicho: ¡Booooo! Esto hizo que se riera más fuerte. Cuando finalmente controló su risa, pero seguía sosteniéndose el estómago, dio dos pasos hacia atrás, se apoyó contra la pared y se cruzó de brazos. Sin camisa, con los pantalones desabrochados, su bóxer bajo, era pastel de chocolate con salsa de chocolate y ganache de chocolate, con mousse de chocolate y corteza de galleta de chocolate… tan delicioso. —¿Qué tal esto? —Se detuvo, un brillo malvado en sus ojos, su sonrisa persistente—. Qué tal si hacemos una apuesta. Si puedes aguantar todo el tiempo, haremos la gran boda con todas las cosas extras al final. Pero…

Quinn paseó tranquilo hacia delante (¡sí! ¡paseó tranquilo!) e invadió mi espacio, sus labios cerniéndose sobre los míos, sus dedos dibujando una línea desde mi hombro a mi seno y bajando por mi estómago. —Pero, si te rindes en algún punto en los siguientes meses, cancelaremos la boda y nos fugaremos dentro de las veinticuatro horas. Luché contra la muy fuerte e insistente inclinación de mi cuerpo a rendirse, en este momento, en este minuto. Porque, honestamente, no creía que fuera capaz de durar. Lo postergué aclarándome la garganta y haciendo preguntas innecesarias. —Entonces, ¿quieres decir que intentarás seducirme en los siguientes meses? ¿Y si me doy por vencida, entonces nos casaremos dentro de las veinticuatro horas? —Más o menos. —¿A qué te refieres con más o menos? —Quiero decir que no tengo planes de seducirte, pero de lo contrario lo entendiste bien. —¿En serio? —Lo miré cuidadosamente—. ¿Sin planes de seducción? —Es correcto. —Entonces… ¿qué está fuera de los límites? Quiero decir, ¿qué podemos hacer? —Solo besarnos. Estoy bastante segura de que mis ojos parecían que iban salir de mi cabeza y sabía que el volumen de mi voz fue inapropiadamente alto cuando dije: —¿SOLO BESARNOS? En todo caso, el brillo de su mirada se volvió aún más malvado. —Eso es correcto. —¿Nada de tocar? Como, ¿lo que estás haciendo ahora? Algo pasó sobre sus rasgos, quizás aprehensión, más probablemente replanteamiento de los términos, y cedió. —Besar y tocar están bien. Pero nada de… —¿Penetración? —La palabra salió como un chillido. Asintió, mirándome detenidamente y agregó: —O excitación genital liberadora de oxitocina. Estudié sus rasgos, girando mis labios entre mis dientes y contemplando la oferta. Una idea se me ocurrió.

—Pero esto significará que ayudarás con la boca, gustosamente, sin quejarte o estar desinteresado por el color de los helechos. Expresarás tu opinión. No respondió de inmediato y su mirada se endureció, se volvió distante. Finalmente, dijo: —De acuerdo, bien. ¿Tenemos un trato? Presioné por más. —E iremos a casa de tus padres en Boston de visita. Su boca se volvió una delgada línea, pero respondió: —Está bien. —De acuerdo, entonces… —Asentí con la cabeza y dudé de la veracidad de mis propias palabras cuando dije—: Puedo estar de acuerdo con esos términos.

Capítulo 12

Un punto brillante en el mar de estrés de la boda llegó justo dos días después de hacer la apuesta con Quinn cuando pude establecer contacto con su madre. La llamé. Era la tarde de un viernes, y estaba de camino al penthouse, en la parte posterior de una Cadillac Escalade negra. Era conducida por Jacob, mi guardaespaldas hasta que llegara a casa. Quinn y yo normalmente dejábamos el trabajo juntos, pero indicó, vía mensaje de texto, que estaría trabajando hasta tarde. Me preguntaba si estaba evadiéndome. La idea era deprimente. Marqué el número que le había pedido a la secretaria de Quinn, Betty. No se lo había pedido a Quinn, en parte porque dudaba que él lo tuviera. La otra razón era porque parecía enfermo del estómago cada vez que mencionaba a sus padres. —¿Hola? —La voz de una mujer sonó en la línea, y mi mente se puso en blanco.

No sé por qué, pero no estaba esperando que ella contestara el teléfono. Tal vez era porque yo había salido jugar con la tarjeta de la vendedora de bodas. Yo prepararía un mensaje; de hecho, lo había tecleado, impreso, y ahora lo sostenía en mi mano lista para leerlo en su correo de voz. Por lo tanto, cuando escuché su contestación en vivo, me sentí no preparada y casi cuelgo la llamada. —¿Hola? —preguntó de nuevo, sin sonar molesta. Me aclaré la garganta y me obligué a sacar un saludo. —¡Hola! ¿cómo está? —Luego me encogí cuando me di cuenta de que me olvidé en presentarme. —Estoy… bien. ¿Y quién eres? —Su tono era templado con sospecha. Como que ella pensó que era una empleada de telemarketing. De alguna forma, como que lo era. Estaba intentando venderme con ella, y tal vez venderle el rol de ser la abuela para nuestros hijos. Mi garganta se sintió apretada. No sabía cómo hablar con una mujer que tenía un rol maternal a menos que fuera de alguna de mis compañeras de trabajo y mis interacciones con ellas ocurrieron con grupo de parámetros claramente definidos, como era con Betty. Las tipos maternales me ponían nerviosa. Inhalé profundo y cerré mis ojos. —Hola —repetí, negando con mi cabeza—. Soy Janie Morris. ¿Hablo con Katherine Sullivan? —Sí. Esta es la señora Sullivan. —Correcto. Lo siento, señora Sullivan. Soy… —Contuve el aliento, mi corazón galopando salvajemente, y me pregunté por qué de repente me sentí como si me estuviera aventando de un acantilado—. Soy Janie, como dije, y estoy comprometida con su hijo, Quinn. De hecho, sucedió hace apenas una semana, el compromiso, así que es muy reciente. Y le estoy llamando porque… —Bajo la mirada a mi discurso escrito y comienzo a leer—… porque estaba esperando que usted y su esposo tuvieran la amabilidad de tener futuras interacciones, incluyendo, pero no limitado, a encontrarse conmigo alguna vez antes de la boda, tener una cena, hablar por teléfono, o intercambiar correos electrónicos. Como también, estimar su nivel de interés en involucrarse en la boda en alguna capacidad, tal vez con la planeación, pero no hay presión. Entiendo que usted pueda tener algunas reservas, yo siendo básicamente una extraña y mi entendimiento es que históricamente, las interacciones con Quinn han sido justificadamente tensas. Sin embargo… —Espera… espera un minuto. —Ella sonaba perpleja, impactada y tensa. Su interrupción fue seguida de un largo período de silencio.

Escuché un susurro al fondo. Si mi corazón todavía no hubiera estado en mi garganta, habría saltado ahí ahora. Al menos, cuando ella habló de nuevo, su voz era imposiblemente suave y cálida. —Vamos a comenzar de nuevo. Soy Katherine, por favor llámame Katherine. Presioné mis labios porque mi mandíbula inexplicablemente tembló. Tuve que mirar al techo de la Escalade para evitar llorar, y no sabía por qué estaba tan cerca de las lágrimas. —Hola, Katherine… —Hice una pausa para atrapar la calidad llorosa de mi voz—. Soy Janie. Es un gusto conocerla. —Es un gusto conocerte, Janie. Escuché una sonrisa en su voz, y tal vez también una pequeña vacilación en su inflexión. Me pregunté brevemente si ella también estaba luchando contra las lágrimas. —Entonces… ¿Cómo…? —Le di algo de tiempo para recoger sus pensamientos. También me permitió tomar varias respiraciones profundas. Después de una pausa, ella continuó—: Así que tú y… ¿Quinn? ¿Cómo ocurrió eso? —Trabajo para él, para su compañía. —¿Oh? —Parecía un poco cautelosa, pero su siguiente pregunta fue lo suficientemente agradable—. ¿Qué haces? —Soy contadora, aunque mi formación es en arquitectura. Para ser más precisos, mi título es tanto en matemáticas como en arquitectura, pero siempre he sido contadora, nunca una arquitecta. ¿Qué haces? — Cerré mis ojos otra vez, preocupada de que mi pregunta hubiera sido grosera. —Soy profesora. Enseño cálculo en preparatoria —respondió simplemente, su tono reflejaba que no se había ofendido. —¡Oh! —Sonreí—. Quería mucho a mi maestro de preparatoria. Él es una de las razones principales por las que comencé a dar clases particulares a niños en matemáticas y ciencias. Él podía enseñarles integrales a cualquiera, al menos siempre lo pensé así. Ella se rio ligeramente, un agradable sonido que hizo que mi estómago se sintiera cálido. —Esa es una gran habilidad. Comencé a relajarme en la conversación. Principalmente hablamos sobre nosotras, nuestros gustos y aversiones, nuestras aficiones y comidas favoritas. Ella no tejía con dos agujas, pero sí con ganchillo. También sabía coser y era una ávida haciendo colchas. También me

enteré de que estaba a cinco años de jubilarse, pero no había decidido realmente si quería hacerlo. En ningún momento preguntó directamente sobre Quinn ni volvió a decir su nombre. Sin embargo, cada vez que yo lo mencioné a él o a Shelly, ella se quedaba más callada, casi como si estuviera conteniendo la respiración. Luego, cuando terminaba, me presionaba por más información sobre el tema que acababa de cubrir. Sabía que Quinn no había hablado con sus padres desde el funeral de su hermano. También sabía que Shelly tampoco hablaba con ellos. Nunca había presionado a ninguno de los dos para obtener más información. Había aceptado la situación a un precio nominal: los padres de Quinn lo habían culpado por la muerte de su hijo mayor. Shelly había dejado de hablar con su madre y su padre. Supuse que esta era una forma de mostrar solidaridad con Quinn. Pero ahora, después de media hora al teléfono con la mujer, comencé a pensar que había más en la historia. O eso o esta familia había sido separada por la tragedia y la ruptura había sido fomentada por la falta de comunicación. Terminamos la llamada con un plan para enviarnos correos electrónicos sobre la cena, una cena que tenía que tener lugar en algún momento en las siguientes dos semanas, y mi promesa de llamarla de nuevo en los siguientes días, solo para hablar, dijo ella. Entonces, antes de colgar, ella me preguntó cuál era mi postre favorito. La pregunta del postre me desequilibró, así que desarrollé evasivas, le dije que era difícil elegir, pero que le diría la siguiente vez que habláramos. Esa noche me la pasé varias horas investigando cualquier postre, o ingredientes en postres, que tuvieran cualquier simbolismo oculto. Por ejemplo, no quería decirle que era el pay de limón si eso hacía que ella creyera que yo era una tart, como de prostituta. Finalmente quedé en pastel de chocolate con betún de chocolate, en su mayoría porque extrañaba a Quinn y el chocolate era un sustituto comprobado, aunque lamentablemente inadecuado, de la intimidad. *** A la mañana siguiente, me levanté en una cama vacía y un mensaje de texto de Quinn indicando que había ido a dar un paseo en una motocicleta usando su casco. Él quedó en el estatus de que nos estaríamos encontrando con Shelly para nuestro desayuno tradicional en Giavanni’s a eso de las diez. Revisé de nuevo para buscar otro mensaje,

esperando una broma o juego de palabras. Para mi consternación, no había nada nuevo. Quinn y yo estaríamos compartiendo nuestras grandes noticias con Shelly con panqueques. Ella me dijo la primera vez que nos conocimos que todo eran mejores noticias con panqueques. Ella y yo habíamos congeniado inmediatamente. Era marcadamente rara, propensa a tangentes intermitentes o períodos de silencio, y no parecía poder quedarse quieta por mucho tiempo. Sus excentricidades nunca me molestaban. La encontraba fascinante. En parte, fue porque Quinn estaba completamente dedicado a ella; de hecho, estaba noventa y nueve por ciento segura de que él la apoyaba financieramente, y la otra razón era que a ella no parecía importarle las opiniones de otras personas en relación con quién era ella. O las decisiones que tomaba. Nunca. Jamás. De hecho, una o dos veces me pregunté si carecía de empatía, pero descarté esta teoría después de que pasamos más tiempo juntas. Shelly, aunque se separó de la mayoría de las personas, se preocupaba profundamente por Quinn y había varias causas que ella defendía, principalmente relacionadas con la crueldad hacia los animales. Cuando llegué a conocerla, me di cuenta de que era una de esas personas que se sentía más cómoda en la naturaleza que en la sociedad. Yo, sin embargo, sentía las mismas partes incómodas en ambos lugares. Shelly a veces pasaba los sábados por la noche en el penthouse que Quinn había comprado en su nombre y exclusivamente para su uso. Este era el mismo loft donde me había llevado después de encontrarme drogada en el Club Outrageous. Sin embargo, la mayor parte de su tiempo la pasaba en una granja grande, tres horas al sur de Chicago. Ella tenía cuatro caballos que abordó para una fundación de rescate, tres perros de diferentes razas y edades, siete gatos y un loro llamado Óscar que solo decía maldiciones. Al parecer, su antiguo dueño tenía un vocabulario limitado. También era escultora, mayormente en fierro a mayor escala, y una entusiasta de los autos. Yo solamente he estado en la granja una vez, pero quedé impactada con cuantos autos antiguos poseía en varios estados de reparación. Después de que ella los arreglaba, los donaba a organizaciones de caridad en beneficio de los refugios de animales.

Por lo que puedo decir, ella no tenía interés en los hombres, o mujeres para lo que importa, y no parecía necesitar o buscar relaciones más allá de la salida y desayuno semanal con su hermano. Esto me parecía poco saludable, pero me guardé esta opinión para mí. También me pregunté, si hubiera crecido con un hermano que fomentara mi extrañeza en lugar de desafiarlo, si la existencia de Shelly era un espejo de una versión de dimensión alternativa de mí. Me había obligado por necesidad a ir a la universidad, conseguir un trabajo, interactuar con la sociedad. Shelly había asistido al Instituto de Arte de Chicago, pero nunca tuvo un trabajo, al menos no real, con un jefe que la responsabilizara por su trabajo. Si todas mis facturas hubieran sido pagadas y el dinero no fuera un problema para mi supervivencia, ¿me encerraría en una granja con conexión a Internet, o a poca distancia de una biblioteca, y simplemente me atiborraría de información día tras día? No pude responder a esta pregunta hipotética, porque ambas respuestas, sí y no, se sentían disonantes con respecto a quién era yo y quién quería ser. Por lo tanto, acepté a Shelly como amiga y descubrí que no tenía que esforzarme mucho cuando estábamos juntas. A ella no pareció importarle mi presencia durante sus sábados por la mañana con Quinn, todo lo contrario. Me había perdido un desayuno porque pensé que ella podría querer pasar un tiempo a solas con su hermano. Hizo que Quinn me llamara y se negó a comer hasta que me presenté. Honestamente, era agradable ser la mujer menos excéntrica en una comida. En esta mañana en particular, fui la segunda en llegar a Giavanni’s. Shelly ya estaba allí y estaba construyendo una torre de vasos de espuma de poliestireno en el mostrador, pero no de la forma en que lo haría la mayoría de la gente. Ella no estaba apilando los vasos. Más bien, los cortaba en tiras y añadía hendiduras, y las usaba como si se construyeran con los registros de Lincoln. Ella había usado las porciones circulares para elementos de diseño. Como de costumbre, la fila para desayunar estaba fuera de la puerta y, como de costumbre, la pasé por alto y reclamé un taburete marcado como reservado junto a mi futura cuñada. Estaba vestida con pantalones de carga marrones y un suéter de lana marrón muy grueso con grandes botones de madera. En su cabeza llevaba un gorro de lana verde que apenas cubría una larga masa de cabello castaño que parecía tener una mente propia. Sus ojos azules, del mismo tono que los de Quinn, se movieron hacia mí cuando reclamé mi

asiento y luego regresó a su torre. Tras una inspección más cercana, parecía más una puerta complicada que una torre. —Estás comprometida —dijo. Su voz más profunda de lo típico para una voz femenina tenía algo de diversión. Asentí, estudié los ángulos afilados en su rostro. Físicamente, ella era la versión femenina de Quinn, pero sin los músculos. Con certeza, ella estaba en forma, como resultado a toda la labor física involucrada en cuidar animales, soldar metal, y arreglar autos, pero ella era delgada, alta por unos cinco centímetros por encima de mí. Tangencialmente noté que no era bonita, como Quinn nunca sería una mujer bonita, pero algo en ella era sorprendente, hermosa. Ella era como una dama halcón. Al menos, pensaba que era hermosa. Una muy pequeña sonrisa curvó su boca. —Es sobre tiempo. ¿Cuándo es la boda? —14 de Junio. Normalmente cuando le decía a la gente la fecha de la boda, asumían que quería decir 14 de Junio dentro de un año y varios meses. Cuando explicaba que era el 14 de Junio, en menos de tres meses, ellos siempre respondían con sorpresa. Shelly también respondió con sorpresa, su mirada moviéndose a la mía, manteniéndola. —¿Tres meses? ¿Tanto tiempo? ¿Por qué esperar? Sonreí ante su típica respuesta no típica. —Insistí en una gran boda. —¿Por qué querrías hacer eso? —Porqué Quinn y yo nos llevamos muy bien. Pensé que sería una buena idea para nosotros experimentar un grado de sufrimiento antes de tomar votos. Ella me dio una vez más, su expresión plana, luego ella gruñó. —Eres rara. Te ordené panqueques. —Gracias. ¿Qué estás construyendo? —No lo sé. —Dejó caer sus manos al mostrador y frunció el ceño ante la creación de espuma de poliestireno—. Una especie de puerta, creo. —Eso es lo que pensé que podría ser. Me recuerda a una puerta que vi cuando fui al museo Victoria and Albert en Londres. Me gusta. —Hola. Ambas miramos el sonido de la voz de Quinn y le di una sonrisa automática de bienvenida, la cual regresó. Lo emparejó con esa suavidad, la calidad de ensueño en sus ojos que por lo general encontraba tan desconcertante. Hoy, sin embargo, después de no ver la

expresión durante varios días, se sentía como un bálsamo fresco y relajante para mi imaginación hiperactiva, incómoda e inquieta. Quinn colocó su casco sobre el mostrador y luego tomó mi mandíbula con una mano enguantada y me besó. Fue un beso socialmente aceptable para nuestro entorno, pero no pude evitar querer más. Se apartó, sus ojos sostuvieron los míos, una suave sonrisa en sus rasgos, y luego cambió su atención a su hermana. —Hola, Shelly. Bonita puerta. —Gracias. Me gusta. Creo que lo construiré de verdad y se lo daré a ustedes como un regalo de bodas. Quinn frunció el ceño, solo un ligero fruncimiento del ceño, y me miró. —¿Ya le dijiste? —No yo… —La miré y adiviné. Parecía que se estaba preparando para contarme una gran noticia. —Shelly me dio una amplia sonrisa y la expresión se veía fuera de lugar en su rostro. Por un segundo pensé que iba a acariciarme el cabello con afecto como si fuera un perro. —Ah… —Quinn asintió y tomó asiento en el taburete junto a mí. Su pierna, desde su cadera a rodilla, presionada contra la mía. Era lo más cerca que habíamos estado en días. Él olía bien, como Quinn. Si hubiéramos estado solos lo hubiera atacado. —¿Cómo estuvo el viaje? —Le hizo señas a Vicky, nuestra mesera habitual, mientras dirigió su pregunta a Shelly. —Bien. —¿Te vas a quedar esta noche? —No. —¿Ya ordenaste? —Solo para Janie y para mí. No sabía si tú ibas a comer panqueques con nosotras o mantenerte en esa mierda de omelet de claras —dijo Shelly sin malicia. De hecho, para ella, era casi tierno. Vicky se acercó, nos dio a todos un movimiento de una ceja, luego puso sus ojos en Quinn. —¿Qué será, guapo? ¿Lo de siempre? —Tendré lo mismo que Janie. ¿Panqueques de arándanos, verdad? Vicky asintió, escribiendo en su block de notas, sirvió café en nuestras tazas, luego se fue.

Asumí que toda la charla del compromiso estaba terminada y estaba a punto de cambiar de tema a los caballos de Shelly. Pero me sorprendió a ambos, preguntando. —¿Les vas a decir? Quinn se enderezó. Sentí el cambio en él donde nuestras piernas estaban presionadas. Luego lo vi aplazarlo bebiendo de su café más lentamente de lo normal. Finalmente, sin otra forma de evadir la respuesta, preguntó: —¿A quién? —Mamá y papá. ¿Les vas a decir sobre Janie? Abrí mi boca para informarles de mi conversación con su madre, pero Quinn habló antes de que yo tuviera oportunidad. —Sí. —No lo hagas. —Shelly negó con la cabeza, su expresión dura—. No les digas. —¿Por qué no? —dejé salir, recargándome en el asiento así podía observarlos a ambos al mismo tiempo—. ¿Por qué no decirles? Shelly no me miró cuando respondió, su mirada glacial perforando en el perfil de Quinn. —No se merecen saber. Los hombros de Quinn se alzaron y cayeron con un profundo suspiro, a pesar que su espalda se enderezó. —Necesitas dejarlo ir, Shell. Des, el funeral… fue hace mucho tiempo. Su expresión se volvió más oscura, agitada. —Ellos te repudiaron, Quinn, en el funeral de tu hermano. Dijiste que te pidieron que te fueras, que te sacarían de la familia, dijeron que estabas muerto para ellos. ¿Por qué siquiera considerarías el compartir a Janie con esas personas? Las palabras de Shelly me hicieron estremecerme, y mi corazón dolió por Quinn cuando imágenes de su sufrimiento aparecieron en mi mente. Quinn, no mayor de veintiuno o veintidós, fue expulsado del funeral de su hermano; un hermano que amaba; un hermano por cuya muerte se sintió responsable. Intenté reconciliar las palabras de Shelly con la mujer con la que hablé por teléfono, la que enseñaba cálculo en la preparatoria, quien quería saber cuál era mi postre favorito e insistió que agendáramos una cena tan pronto como fuera posible. La mujer que quería que le llamara por teléfono, y pidió que la llamara Katherine. Los ojos de Quinn fueron a los míos, luego a su taza de café. —Depende de Janie.

Los estudié a ambos, horrorizada conmigo misma, preguntándome por qué nunca pensé en preguntarle a Quinn sobre las circunstancias rodeando su prolongada separación de sus padres antes de ahora. Quería abrazarlo, besar su cuello, y decirle cuanto lo amaba. Quería que supiera cuanto significa él para mí. Así que lo hice. Él se puso más rígido de nuevo cuando mis brazos se apretaron alrededor de su torso, pero se relajó cuando le di varios besos rápidos en su cuello y susurré en su oído: —Te amo, Quinn Sullivan. Eres precioso para mí, y te amaré por siempre. Y si muero antes que tú, planeo acecharte. Me miró sobre su hombro, sus ojos tristes pero cálidos, y me robó otro rápido beso. —Lo mismo —dijo él. Atrapé su mirada y le sugerí: —Tal vez podrías aprender a hacer cerámica para que de manera póstuma podamos usar la rueda juntos en una muestra de afecto sensual y místicamente trascendente. Fui recompensada con una sonrisa y una expresión que era considerablemente menos melancólica cuando respondió: —Considérelo hecho. *** Esperé hasta que Shelly usó el baño para decirle sobre mi conversación con su madre. Shelly normalmente se tomaba quince minutos o más, lo que se sintió extraño. Me pregunté qué hacía ella ahí. Se sentía como un gran misterio. Nunca le había preguntado sobre ello. Ella se disculpó, dejando efectivo en la encimera para las tres comidas. —¿Puedes cuidar mi gorro, Janie? Lo voy a dejar aquí. Asentí. —Tu gorro está seguro conmigo. —Lo sé —dijo, luego se giró y se alejó. La observé retirarse y deslicé una mano debajo del brazo de Quinn en el espacio de su codo. —Tengo que decirte algo. Te iba a contar anoche, pero llegaste tan tarde a casa. Entonces, te iba a decir esta mañana, pero te fuiste muy temprano. —¿Qué sucede? —preguntó, sin decir nada sobre su llegada tarde o su ida temprano.

Decidí ignorar ambas por ahora y solo llegar al punto. —Hablé con tu madre ayer. Su rostro se volvió completamente en blanco y algo se cerró detrás de sus ojos. Después de un segundo, dijo: —Ya veo. —¿Estuvo bien? Pensé que lo estaba, porque el miércoles tú y yo discutimos y tu dijiste “bien”, lo que me imaginé que quería decir “sí, está bien”. —Sí. Está bien. Dijiste que ibas a hacerlo. Dejé salir una exhalación y lo estudié; todavía sin expresión en sus ojos o inflexión en su voz. Bien podría haber sido un robot. —¿Quieres saber de qué hablamos? Se encogió de hombros, como si realmente no le importara. —Si es relevante. —¿Relevante? —Si necesito saber. —Nunca me dijiste que es maestra de matemáticas. Ella enseña cálculo. Asintió, una vez. —Eso es correcto. —Quinn… —Torcí mi boca, mis cejas bajando mientras buscaba en su rostro por algo, cualquier cosa además de ambivalencia—. Tu madre y yo agendamos una cena; parece ser que dentro de dos semanas a partir de ahora. ¿Está bien? Sus ojos se movieron a mi derecha, a la pared detrás de mí. —Eso suena bien. Tengo algunos proyectos en Boston que debo revisar, de cualquier forma. Fruncí el ceño hacia él, ante su completa falta de emoción, luego busqué su mano con las dos mías y tiré de ella hacia mi regazo. Era cálida incluso a pesar de que su rostro era frío. —No tenemos que hacer esto, lo sabes. No me di cuenta sobre el funeral; no entendí sobre Des, de lo que te dijo. Puedo cancelar y decirle que cometí un error. Sus ojos volvieron a los míos luego se movieron sobre mi rostro de esa forma que frecuentemente empleaba como si estuviera memorizando cada detalle. —Está bien. Debemos hacerlo. Estaba a punto de darle otra salida, una última sugerencia de posponerlo, cuando usó la mano que estaba sosteniendo para tirar de mí hacia adelante y darme un beso. El beso era menos apropiado que el que me dio cuando llegó. Quitó su mano de la mía, agarrando mis

caderas con ambas manos, y tiró de mí hasta que estaba de pie entre sus piernas. Su boca devoró la mía, justo ahí en la barra de Giavanni’s Pancake House, como si estuviera hambriento. Sabía que no estaba hambriento porque había comido todos sus panqueques y la mitad de los míos. Cuando terminó, y ambos estábamos respirando con algo de dificultad, escondí mi cara en su hombro y lo envolví en mis brazos. —Eso fue realmente agradable —dije. Mi voz un poco temblorosa. Fue más que agradable. Fue necesario. Después de una semana de casi no tocarlo, se sentía moralmente imperativo. Quinn se aclaró la garganta, pero no respondió. Sentí sus dedos enterrarse en mis caderas. —Pensé que dijiste que no ibas a seducirme —susurré contra su cuello. —Dije que no tenía planes de seducirte. —¿Pero ahora lo haces? —No. —¿Entonces que fue eso? —Solo un beso. Dejé salir una risa. —Eso no fue solo un beso. —¿No lo fue? —No. Eso fue un gran, caliente y húmedo beso, con mucha lengua. Creo que incluso hubo algunas tientas. Si los jueces estuvieran presentes, dirían que un intento de seducción. —¿Y dónde se contrata a un juez de seducción? —Bueno. —Miré a la derecha y consideré la logística de un juez de seducción—. No creo que haya ninguna autoridad central, pero… Quinn negó con la cabeza, me interrumpió con sus movimientos y me empujó suavemente a un paso. Me guio hasta mi taburete. Sus ojos eran cautelosos, pero definitivamente hervían a fuego lento con algo que se parecía al deleite perverso. Sonriendo, puso una mano en mi pierna y su otro brazo a lo largo del mostrador a mi lado. Acercándose a mi oído, su susurro abrasador, enviando escalofríos por mi espina dorsal, susurró: —Cuando estemos casados, te mostraré la diferencia entre solo un beso y un beso grande, caliente y húmedo... con mucha lengua.

Capítulo 13

Pasé mucho tiempo en el baño durante las siguientes dos semanas. De hecho, empecé a esconder mi portátil personal en el gabinete debajo del fregadero, y cuando Quinn caminaba por el apartamento solo con su bóxer, me disculpaba al baño y leía sobre la enfermedad de Lyme y la polinización de las flores de vainilla en Madagascar. Confiaba en su insistencia de que no tenía planes de seducirme. El problema era que su mera presencia era suficiente para que mi cuerpo reaccionara como un demonio sexual hambriento y privado de sexo. Aparte de existir, él estaba haciéndolo bastante fácil para mí. O tal vez no lo estaba. Era difícil decirlo. No sabía cómo sentirme sobre el hecho de que él no estaba haciendo propuestas de seducción. De hecho, su falta de propuestas podría haber sido peor que los intentos abiertos.

Nos besábamos todos los días, pero nunca por mucho tiempo y nunca muy profundamente, y comenzamos a usar pijamas para acostarnos, mientras que antes, dormíamos desnudos. Yo estaba en camisetas sin mangas y shorts. Él llevaba camisetas negras y pantalones de algodón con cordón de la marca Hanes. Sabía que eran de la marca Hanes desde que revisé la etiqueta. No sé por qué revisé la etiqueta; tal vez porque su pijama se sentía como mi adversaria. En cualquier caso, me sorprendió un poco su simple elección en pijamas, ya que estaba en el punto más alto de cero cinco por ciento de la curva de distribución de riqueza. Es cierto que comencé a sentir cierto rencor por la compañía de ropa Hanes. La pérdida de su desnudez fue una farsa, y una parte de mí, la parte completamente irracional y que necesitaba a alguien a quien culpar, los hacía responsables. También me tocaba menos en general. Menos abrazos, menos roces accidentales, no más caricias o cucharita en la cama. Otro subproducto de la gran boda fue que parecíamos hablar de nada más que de la boda. Ciertamente, en el trabajo hablamos de trabajo. En casa, sin embargo, hablamos de helechos, aperitivos y cintas. ¡Cintas! Antes de Quinn, la falta de una conversación atractiva no me habría afectado mucho. Pero ahora, me había acostumbrado a compartir mis datos aleatorios con él, haciéndome preguntas, discutiendo las ramificaciones más amplias de la información y cómo podría aplicarse a situaciones futuras y la interpretación de los datos. Tal vez no estaba privaba del sexo tanto como privaba de Quinn, y la falta de tiempo de calidad de Quinn; o el Quinnpo, que es Quinn más tiempo; estaba jugando con mi cabeza. Después de que hicimos la apuesta, las primeras dos semanas fueron terribles. Hablábamos a menudo, pero empecé a sentirme sola. Marie me llamó un día de la nada y me ofreció sus servicios para lo que fuera que yo necesitara. Ella realmente ayudó mucho. Como artista, tenía un ojo para el color y el diseño que a mí me faltaba. Casi me hizo querer tener una opinión sobre los centros de mesa, los adornos para pasteles y las fundas para sillas. Reuní una lista de proveedores en el área de Chicago y dejé mensajes para fotógrafos, camarógrafos, empresas de catering, locales, cuartetos de jazz, DJ y profesionales de exhibiciones de fuegos artificiales. Desafortunadamente, las malas noticias llegaron de inmediato.

Mi papá no creía que una visita fuera una buena idea. Dijo que pensaría venir a la boda siempre y cuando no interfiera con ningún otro plan. Esto fue desalentador, pero no una sorpresa. Además, dijo que no había hablado con June, mi hermana mayor, ya que se saltó la fianza por su última condena. Al igual que yo, no sabía dónde estaba ni cómo llegar a ella. Mi papá... Dios mío, no sabía qué pensar de él. No era un tipo malo. Realmente, pienso en mi infancia en términos de mi madre. Nunca hubo un momento en el que no fuera el foco de la vida de mi padre o la nuestra. Antes de morir y después de morir, era la alfa y la omega, la zeta y la tri delta. En realidad, era literalmente una tri delta. Estaba en la hermandad cuando conoció a mi padre, y él era un humilde estudiante de ingeniería mecánica. Estoy bastante convencida de que mi hermana mayor, June, y mi hermana menor, Jem, tienen un padre diferente. También es muy probable que mi padre sea un donante de esperma anónimo y desconocido. En cualquier caso, mi padre nunca rechazó a mi madre. Pagó por nuestra guardería, nos dejaba y nos recogía todos los días. Puede que no nos haya acompañado a dormir por la noche o que haya intentado calmarnos cuando teníamos pesadillas, pero sí puso un techo sobre nuestras cabezas y comida en nuestras bocas. Cuando no estábamos pasando los fines de semana con la madre de mi madre, un estuche para chupar pastillas y una antigua reina de belleza, estábamos corriendo locamente por el vecindario. Ahora mi relación con mi padre consistía en correos electrónicos, principalmente bromas o correos en cadena o ambos, junto con otras cincuenta personas en la línea “para”. Las pocas veces que lo llamaba cada año, parecía confundido al principio sobre quién soy. Luego parecía confundido en cuanto a por qué llamaba. Por lo tanto, la llamada que le hice fue en consecuencia. La otra mala noticia sobre la boda fue que casi todos los lugares en Chicago ya estaban reservados; me vi obligada a moverme hacia abajo de las listas a mi tercera, sexta y décima elección. Fue extremadamente estresante, lo cual fue satisfactorio como resultado, y pasé una buena cantidad de tiempo con Quinn lamentando mi incapacidad para asegurar una parte significativa del evento. Para agravar las cosas, no pude enviar las invitaciones porque no pude finalizar la ubicación de recepción. Esto significaba que tendría que

encontrar una impresora para las invitaciones que pudieran dármelas en dos días o menos, lo que era básicamente imposible. Por lo tanto, cuando Sandra insistió en hacerse cargo de todas las actividades relacionadas con mi despedida de soltera, cedí de inmediato y le permití que lo hiciera. Luego, rápidamente lo olvidé, pensé que era lo suficientemente mandona como para confiar en que me dijera qué hacer, dónde ir y cuándo estar allí. Además, no estaba segura de cómo sentirme acerca de los padres de Quinn. Sentí mucha culpa por haberlo empujado a la visita. A mi mente no le gustaba sentirse culpable, por lo que pasaba a temas menos incómodos, como qué clase de plásticos correspondían a cada número de reciclaje. Katherine continuó siendo encantadora y graciosa e incluso divertida durante nuestras conversaciones telefónicas. Desmond Senior, el padre de Quinn y el tocayo de su hermano, me sorprendió al unirse a nuestra tercera llamada. No dijo casi nada, mientras que Katherine y yo discutíamos la diferencia entre los plásticos indicados con el número 1 (PET: polietileno tereftalato) y los plásticos indicados con el número 2 (HDPE, polietileno de alta densidad). Pero luego, al final de la llamada, dijo con una voz que sonaba extrañamente similar a la de Quinn, con un acento de Boston mucho más grueso: —Estamos ansiosos por verte el sábado. Colgué sintiéndome aturdida y confundida y tal vez un poco abrumada por lo que había iniciado. Todo estaba listo y programado para nuestro viaje a Boston. Pero a medida que se acercaba el momento, no pude evitar preguntarme si mi insistencia en conocer a sus padres tenía más que ver con mis queridas figuras paternas no ambivalentes en mi vida, especialmente una figura materna, o que sinceramente quería lo mejor para Quinn. Signos de mi distracción y de la intimidad física e intelectual que padecía Quinn se presentaron en un punto de la noche justo unos días antes de que nos pusiéramos en marcha para Boston. Estábamos todas reunidas en el apartamento que técnicamente compartía con Elizabeth, pero ella todavía no había llegado. Pensé que me estaba cubriendo bastante bien. Incluso hice margaritas para todos, y fueron buenas margaritas. Le doy crédito a la adición de Limoncello y néctar de agave. Marie estaba discutiendo los planes de boda y lamentando nuestra incapacidad para asegurar un lugar.

—¿Quinn puede ayudar? —preguntó Sandra—. Él se encarga de la seguridad para todos esos lugares lujosos, como el club donde te rescató. Aliso las arrugas de mi bata de Mujer Maravilla que estaba usando. —No quiero pedirle que haga eso. —¿Por qué no? También es su boda —señaló Fiona y bebió de su margarita—. Deberías pedirle ayuda. A los hombres les gusta ayudar. Pensé en cómo se le nublaban los ojos cada vez que le pedía una opinión sobre los arreglos florales o las opciones del plato principal. Habían pasado apenas tres semanas desde nuestro compromiso, y temía cada discusión que él y yo teníamos que hacer sobre la boda. Suspiré. —No lo sé… —¡Puedes hacerlo, Janie! —gritó Sandra antes de tomar algo de la bebida de Kat. Kat estaba distraída, pero me di cuenta—. Empieza de esta manera, aquí, mírame, finge que soy tú. —Se aclaró la garganta y agitó las pestañas—. Oh, Quinn, estoy existencialmente agidida. —No creo que agidida sea una palabra —intervino Ashley. —Sí lo es. Es agitada y aturdida. —¿No sería inquieta? —Shh, me estás distrayendo. —Sandra frunció el ceño ante la interferencia de Ashley y volvió su atención hacia mí—. ¿Cómo se llaman? ¿Cuáles sus apodos cariñosos? ¿Queridos? ¿Tórtola? ¿Thor? ¿Su guapo de mi corazón? ¿Lagarto de mis labios? ¿Capitán de mi clítoris? Rodé mis labios entre mis dientes, pero no fue bueno. Todas nos echamos a reír. —¿Lagarto de mis labios? ¿Qué diablos? —Kat se rio entre dientes y alcanzó su bebida. Sin embargo, no se dio cuenta de que un tercio de la misma se había agotado y mucho menos que Sandra era la culpable. —Ya sabes, las lagartijas y sus lenguas agitándose. —Sandra echó un vistazo por la habitación—. Creo que es un buen término de cariño. —No. —Negué con la cabeza—. No, no le llamo así. Aparte de Señor McPantalonesCalientes, que rara vez uso y solo para ilustrar una modificación en su estado de ánimo, no tengo un apodo para él. Sandra frunció el ceño. —¿Ni siquiera en la cama? ¿Ni siquiera cuando ustedes dos van a hacerlo? ¿Ni siquiera bebé? Para estar segura, recordé nuestros tiempos de intimidad física. —No. No hablamos mucho durante el sexo. La boca de Sandra se abrió. —¿No hablas durante el sexo? ¿No hablas sucio? ¿Cómo, en absoluto?

Negué con la cabeza. —No. Realmente no. Antes, durante el juego previo, podría citar algunos estudios interesantes y relevantes relacionados con la excitación o la resistencia. Pero los dos estamos casi todos en silencio durante el acto. —Me mordí el labio superior—. A veces dice “muévete” o “inclínate” o alguna otra instrucción relacionada con la colocación de mi cuerpo, pero nada como un término de cariño. Recientemente me dijo qué decir mientras estábamos involucrados en el acto, o, mejor dicho, hizo peticiones. —¿Cómo qué? —Sandra parecía confundida—. ¿Cómo solicitudes sucias? “Dime cuánto quieres mi gran pen... —¡Sandra! Creo que todos entendemos su punto. —Fiona intercambió una mirada con Sandra y luego me miró antes de hablar—. No tienes que responder a sus preguntas, Janie. —No está bien. Quinn dijo cosas como: “Dime que me amas”. —Aw... eso es dulce. —Fiona me sonrió con aprobación—. Eso no es una conversación sucia, es una conversación encantadora en el dormitorio. —Gracias. —Le devolví la sonrisa—. Tengo una experiencia limitada, así que, para ser honesta, no estoy segura de lo que se considera normal. Esta conversación es bastante útil y, si todas ustedes se sienten cómodas con el tema, me permitirán recopilar datos sobre qué tipo de cosas se dicen en el dormitorio entre adultos normales y bien adaptados. —No me importa —intervino Ashley—. Estoy bien con las palabras sucias en el dormitorio, hasta cierto punto. Por ejemplo… —Ella miró hacia arriba, colocando su tejido sobre su rodilla y pareció buscar en la estantería detrás de Fiona en busca del recuerdo correcto—. Esta vez, en la universidad, mi novio comenzó a llamarme puta mientras estaba... bueno, ya sabes, felatiando. —¿Felatiando? —Sandra hizo una mueca confundida. —El arte de administrar la felación —aclaró Ashley. —Ah... continúa. —Y fue un completo desvío. Siento que, con ese tipo de cosas, la chica tiene que invitarlo. Como, necesito ser quien diga, “¡Llámame puta!” O de lo contrario se siente degradante. —Estoy de acuerdo. —Sandra asintió—. Quiero decir, nunca le diría a un chico mientras él saborea mis productos, “¡Eres un puto!” ¿Verdad? Eso no está bien. —¿Qué más dice la gente durante el sexo que se considera una charla sucia? —pregunté—. Quiero decir, parte de llamarse entre sí

nombres. —Me preguntaba si pensarían que era muy extraño para mí sacar un pedazo de papel y anotar algunas notas. Hubo una pausa mientras todos consideraban la pregunta. Sorprendentemente, Marie fue la primera en responder. —Yo tampoco tengo mucha experiencia. Pero el tipo con el que estaba antes de David siempre me preguntaba si me gustaba lo que estaba haciendo, pero no como si realmente quisiera saber, no una encuesta, más bien… —Hizo una pausa, luego bajó la voz para imitar a un hombre—, “Te gusta eso, ¿no? Te gusta cuando hago eso, ¿no? Lo quieres todo el tiempo, ¿verdad?” —Hmm... —Sandra asintió pensativamente—. Estuve con un chico que hizo eso. Parecía necesitar muchos elogios para mantener una erección, así que rápidamente me di cuenta de que era una buena idea decir: “¡Sí! ¡Sí! Dios sí ¡No te detengas!” Todos nos reímos un poco por los teatros de Sandra, y Fiona volvió sus ojos sonrientes hacia mí. —Hablar sucio en el dormitorio puede ser divertido, especialmente si estás con alguien que amas y que te ama. No tengas miedo de sonar rara o de apagarlo. Créeme, todo lo que digas o hagas, siempre y cuando sea desinteresado y se trate de brindar placer a los dos, es bueno. —Mírate, señorita terapeuta sexual. —Marie le guiñó un ojo a Fiona—. Tú y Greg son los más lindos juntos; por supuesto que ustedes lo tienen todo resuelto. Fiona volvió su atención a su trabajo en progreso. —Nadie tiene todo resuelto. —¿Alguna posibilidad de que puedas hacer más de esas margaritas? —Ashley me sonrió sobre su copa vacía—. Son increíbles, Janie. Asentí y me puse de pie. Yo era la única que no tejía; por lo tanto, disfruté siendo el barman. —No hay problema. Enseguida vuelvo. Distraída, absorbiendo esta información, caminé de regreso a la cocina y comencé a mezclar otro lote. Decidí que quería que Quinn tuviera un apodo para mí. Escuché algo de conmoción en la sala de estar, pero solo periféricamente mientras estaba atrapada en la idea. De repente, se sintió muy importante, y comencé a enumerar y luego rechazar las posibilidades. Todavía estaba contando y evaluando mi preferencia por los diferentes términos de cariño cuando salí de la cocina y descubrí que la conmoción era la llegada de Elizabeth. Sonreí cuando la vi, porque la

extrañaba y era una de mis personas favoritas en el mundo, definitivamente entre las tres mejores. Levanté una de las margaritas que sostenía. —¿Quieres una margarita? Los estoy haciendo con Limoncello y Petron. —Sí. Tendré margaritas. —Ella me devolvió la sonrisa. Fue bueno verla sonreír. Por lo general, al menos cuando la veía, estaba caminando medio dormida por el agotamiento. A pesar de que ella era mi mejor amiga, nunca le pediría ayuda con la boda. De hecho, cuando me lo ofreció hace semanas, le dije que no. Nunca dormía lo suficiente, siempre estaba recogiendo turnos extra en el hospital. Ayudar a mi boda, una boda que solo estaba planeando para fabricar estrés, estaba fuera de discusión. Ella no necesitaba más estrés. Necesitaba descansar. —Está bien, dos más que vienen. —Asentí, pasándole una copa a Ashley y la otra a Sandra. Esperaba que esto evitara que Sandra tomara más sorbos de la bebida de Kat. Me alegré de volver a mezclar mi bebida, ya que me dio más tiempo para considerar los términos de cariño. Honestamente, no podía pensar en muchos que no parecieran espeluznantes o que no transmitían connotaciones inapropiadas si se los examinaba de cerca. Mi problema, como siempre, fue que examinaba las cosas más triviales muy de cerca y para nada las cosas más importantes. Cuando salí de la cocina de nuevo, las damas discutían una de las bromas del hospital de Elizabeth y las ramificaciones de su mala toma de decisiones. Pensé que sus bromas eran divertidas, pero muy probablemente una manera de mantener a los demás al alcance de la mano. Alguien mencionó algo acerca de las arrugas justo cuando estaba reflexionando sobre la posibilidad de que las razas de perros fueran términos potenciales de cariño. Por lo tanto, sentí que era apropiado ofrecerme como voluntario: —Varias razas de perros tienen arrugas, como Pug y Shar Pei. — Tomé un sorbito de mi margarita y lamí el exceso de sal en el borde. Nadie respondió por un momento, y descarté la idea de que Quinn me llamara Pug como un signo de su amor y devoción. —Janie, tus habilidades en el jardín izquierdo son bastante impresionantes. Eres la jardinera izquierda más impresionante que haya conocido —dijo Sandra mientras tomaba furtivamente otro trago de la bebida de Kat.

Fruncí el ceño. —¿Te refieres a la posición de beisbol? —Me enderecé en mi silla, preguntándome si de alguna forma podía convertir jardinero izquierdo, o cualquier otra posición de beisbol, en un sobrenombre—. Nunca he jugado beisbol. —No, dulzura. Estoy hablando sobre alguien que dice cosas fuera de lugar. Nunca sé qué vas a decir o a dónde me llevarás. Solo estoy feliz de apuntarme en el viaje. —Sandra me lanzó un beso. Me gustaba cuando demostraba manifiestas señales de afecto. Era una gran abrazadora y siempre parecía desear que todos se sintieran bien. Pensé sobre este impulso de Sandra mientras la conversación continuaba. Era una romántica y probablemente sería una buena fuente de ideas para sobrenombres, especialmente si la instruía a tomar la tarea en serio. Me preguntaba cómo tenerla a solas para solicitar algunas ideas cuando Sandra sorbió la margarita de Kat y la atraparon. —Está bien —dije ante la expresión airada de Kat—. Traeré un poco más y traeré una jarra. —Me levanté y alcancé la copa vacía de Sandra—. Pero ya que Sandra está siendo ambiciosa, tiene que venir a ayudarme. Sandra se levantó. —Muy bien. Es un castigo justo. —Yo también iré —se ofreció Elizabeth y empezó a enredar su tejido en una bola. Mi corazón se hundió y elevó al mismo tiempo. Se hundió porque no podría preguntarle a Sandra sobre nombres cariñosos enfrente de Elizabeth. Elizabeth probablemente querría que llamara a Quinn algo que hiciera referencia a sus tendencias dominantes. Sin embargo, me alegraba que nos acompañara porque era encantadora y una de mis anteriormente mencionadas personas favoritas. —Amo esta cocina —la voz de Sandra que venía detrás de mí sonaba melancólica—. Es una cocina para cocinar. Le eché un vistazo, vi cómo miraba anhelante a su alrededor, y ofrecí mi acuerdo mientras mezclaba el tequila y jugo de limón—. Apruebo esta cocina. Me gusta la posición del lavaplatos respecto al fregadero y el refrigerador relativo a la estufa. Sandra… ¿puedes empezar a exprimir más limas? Están en el cajón inferior del refrigerador. —Estas son margaritas realmente bien hechas, Janie. Bien hecho. —Elizabeth me dirigió una sonrisa brillante, que me hizo sentir un poco mejor. La extrañaba ya que habíamos pasado apenas tiempo juntas… especialmente desde el compromiso.

—Es el Limoncello y jugo de lima fresco, creo. También utilicé néctar de agave en lugar de azúcar. —Terminé añadiendo los ingredientes necesarios. Tras reemplazar la tapa, sacudí la coctelera, disfrutando el sonido del hielo mientras se deslizaba por el interior del recipiente. Elizabeth dijo: —Deberías hacer estas cuando vayamos a mi reunión en Iowa la siguiente semana. La miré fijamente, mis movimientos se paralizaron, y sentí que el suelo se inclinaba debajo de mí. La reunión de preparatoria de Elizabeth. Lo había olvidado completamente. Era una amiga horrible. —¿Janie? ¿Estás bien? —Lo olvidé completamente. Olvidé completamente sobre tu reunión. —Bajé el recipiente a la encimera. Mi corazón dio un giro, se sintió como un calambre, cuando noté que la expresión de Elizabeth decaía. —¿Hiciste otros planes? Miré más allá de ella, intentando encontrar una solución al problema. —Yo… Encontraré una forma… pensaré en algo. Intenté pensar en una solución. La cena con los padres de Quinn era el sábado. Me pregunté cómo podría estar en ambos lugares a la vez. Tal vez podría cambiar la cena con los padres de Quinn al desayuno el sábado en la mañana y entonces volar a Iowa para la reunión de Elizabeth en la tarde. Incluso podría llevar panqueques. Ciertamente no sería lo ideal. Pero odiaba cancelarle a la mamá de Quinn, especialmente ya que esta era la primera vez que la conocía. Además, aún no estaba segura sobre cómo se sentía Quinn sobre todo el asunto. No deseaba presionarlo; confiaba en que me dijera si me estaba sobrepasando. Todo en esa situación era preocupante y estresante, y ahora había decepcionado a mi mejor amiga. —¿Qué planes hiciste? —la voz de Sandra interrumpió mi planeado de contingencia—. ¿Tal vez yo puedo ayudar? Intenté mantener el abatimiento fuera de mi tono mientras explicaba el problema. —Estamos… Quinn y yo, estábamos planeando ir a Boston a ver a sus padres. Iba a conocer a sus padres, pero… —Miré a Elizabeth, encontré que su expresión aún era descorazonada—. Olvidé completamente sobre la reunión ya que tú y yo planeamos el viaje hace tanto.

—Estoy confundida. ¿Quinn no está distanciado de sus padres? ¿No como que lo desheredaron? ¿No lo culpan por la muerte de su hermano o algún sinsentido así? —Sandra tomó el recipiente lleno de margaritas a medio mezclar y empezó a agitarlo. Asentí. —Sí, así es. No estoy segura si aún lo culpan. Llamé a su mamá hace unas semanas y me presenté. Le dije que iba a casarme con su hijo y expliqué que planeaba darle nietos en algún momento. Las manos de Sandra se detuvieron a medio agitar. —¿Hiciste qué? —Bueno, sé que esta separación de su familia, de su mamá y papá, contribuye a alguna extensión de su ferocidad. Creí que podría ofrecerles nietos a cambio de perdón. Elizabeth asintió con comprensión, pero Sandra me miró fijamente como si acabara de convertirme en un pug arrugado. El silencio se extendió. Elizabeth aprovechó la oportunidad de la quietud de Sandra para quitarle el recipiente de las manos y continuar mezclando los contenidos. —No… no puedo creer que hicieras eso —barbotó Sandra finalmente—. Estás utilizando a los niños… Sacudí la cabeza e intenté explicar. —No. No estoy utilizando a los niños. Vamos a tener hijos de todas formas, y pensé ¿por qué no utilizar la idea de esos niños futuros para persuadir a sus padres de tomar la decisión correcta ahora? Sandra hizo un sonido de ahogamiento y entonces se apoyó en la encimera de la cocina. —No vas a… ¿no vas a utilizar a los niños, verdad? ¿Después? ¿Una vez que nazcan? ¿No vas a manipular a sus padres para que…? —No. Absolutamente no. —Me horroricé ante la idea—. Yo nunca haría eso. Solo… solo quiero que su mamá y papá le den una oportunidad. Solo quiero que hagan un esfuerzo. Él es tan… es tan… —¿Gruñón? —dijo Elizabeth y vertió la margarita en el vaso de Sandra. Hice una mueca ante la inadecuada valoración de Quinn. —No. No gruñón. Es sensible. Solo que no se lo muestra a mucha gente… Bufó. —Quieres decir que solo te lo muestra a ti. No deseaba debatir el punto, así que ignoré su comentario y continué explicándole la situación a Sandra. Creo que parte de mí

necesitaba justificar mi intromisión y presión en lo concerniente a su familia. —Pero lo es. Y extraña a su familia. Y ellos son su familia. Y quiero conocerlos. Nunca he tenido una madre, no en realidad, y su mamá suena genial, excepto por todo el asunto de, ya sabes, desheredar a su hijo. ¿Y por qué mis hijos no deberían tener abuelos? Elizabeth me sorprendió un poco al decir: —Deberían. Te apoyo completamente en esta decisión. —Gracias, Elizabeth. Tu apoyo significa mucho. Sandra aún estaba frunciendo el ceño, parecía reflexionar la situación, cuando preguntó. —Bueno, entonces ¿Qué hay de la reunión? Imagino que te costó mucho conseguir que esta gente accediera a la visita, ¿verdad? Mi atención se movió de Sandra a Elizabeth, y no supe cómo responder. No podía pensar en una solución, no una que me permitiera estar en Boston y Iowa al mismo tiempo. Mi pecho se contrajo incómodamente porque sabía que lo correcto era cancelar la cena con la familia de Quinn. Tal vez esto era una señal. Tal vez no debería haber iniciado contacto con su madre. Tal vez, al final, vería que mis esfuerzos habían sido un error. Antes que pudiera expresar eso, sin embargo, Elizabeth me sorprendió al decir: —Deberías ir a Boston. —Levantó los ojos hacia mí—. De verdad. Ve a Boston. Sacudí la cabeza. —Puedo reagendar. Tú no puedes reagendar tu reunión. —Yo iré. —La declaración desganada de Sandra… desganada porque arrastraba un poco las palabras, nos sorprendió a ambas. Parpadeé en su dirección. —¿A Boston? —No, Mujer Maravilla, iré a la reunión de preparatoria de Elizabeth. Iré con Elizabeth, y tú irás a Boston con tu McPantalonesCalientes para ir a hacer bebés para esa gente horrible. Miré a Elizabeth. Elizabeth me miró. Elizabeth miró a Sandra. Sandra miró a Elizabeth. Yo miré a Sandra. Sandra me miró a mí. Sandra levantó su copa de nuevo, hizo un guiño a Elizabeth y brindó hacia ambas. —Por las amigañantes. Como las acompañantes, pero sin el efectivo.

Capítulo 14

Estábamos a solas en el avión de Quinn. Bueno, no estábamos completamente a solas. El piloto, Eve, y la azafata, Donna, también estaban en el avión. Pero, realmente no contaban porque trataban de ser básicamente invisibles. Planeamos pasar cinco días en Boston. El sábado por la noche, hoy, se pasaría con los padres de Quinn. Para el domingo no teníamos planes. De lunes a miércoles serían con clientes corporativos en reuniones de todo el día. Planeamos volar de regreso a Chicago el jueves. Dan había volado dos días antes que nosotros, y habíamos acordado que Steven hiciera un video conferencia los días en que lo necesitaran. Como el número de clientes privados disminuía, Steven y yo estábamos dividiendo las cuentas corporativas. Por lo tanto, Quinn y yo estábamos solos en su avión, y el avión de Quinn era el último lugar que estaríamos juntos, como en juntos juntos durante varios días.

Estaba sentado en su asiento frente a mí leyendo un informe como si no le importara el resto mundo, aparte de todas las preocupaciones que lo estaban haciendo fruncir el ceño. Pero yo no estaba pensando en las preocupaciones laborales. Estaba pensando en las preocupaciones de no-tocar... las preocupaciones de estar-tan-cerca-de-él-pero-no-besarnos... las preocupaciones de no-parecer-estar-afectado-en-absoluto-por-nuestrafalta-de-intimidad. También estaba pensando en la mayor frecuencia y viveza de mis sueños sexuales, así como en la saliva en mi almohada. Tuve que cambiar la funda de almohada cuatro veces en una semana. ¡Cuatro veces! Además de su aparente apatía, al menos de todas las cosas que tenía, estaba el hecho de que no sabía cómo mencionar el tema de su familia sin sentirme como una charlatana intrigante, y me sentía un poco abrumada, con retraso sexual y náuseas. Mejor que sea con un poquito de ganas de vomitar y muy estresada. —Hola —me dijo. Parpadeé hacia él varias veces en rápida sucesión, enfocando su rostro. Lo había estado mirando fijamente. Pero realmente no lo estaba mirando. Mirarlo en estos días dolía un poco. Por lo tanto, comencé la práctica de comenzar con una cosa en él, como la cicatriz sobre su ceja, o el botón superior de su camisa, o una sola franja roja en su corbata. —Hola. —Me moví en mi asiento, me di cuenta de que había estado agarrando mi iPad con demasiada fuerza y aflojé los dedos. —¿Estás bien? —Hizo esta pregunta como si ya supiera la respuesta, como si supiera que me estaba muriendo de hambre y simplemente me preguntó si quería lamer el glaseado de su pastelito. Fue un poco irritante. Por lo tanto, no respondí su pregunta. En cambio, dije: —Creo que necesito un nombre de mascota. —¿Perdón? —Creo que debes darme un apodo, un término de cariño. Su rostro era su típica máscara impasible, pero me di cuenta de que lo había sorprendido. Finalmente, dijo: —¿Como... nena? —No, ese se siente incómodo e incorrecto y tiene un trasfondo de pedofilia. Estoy pensando en algo más apropiado para la edad, pero afectuoso.

Consideró mi pedido. Me complació descubrir que parecía estar tomándolo en serio. —¿Pastelito? —me preguntó. —Nada de comida. —¿Por qué no? —Porque no soy comestible. —Estoy en desacuerdo. Mis ojos se abrieron antes de que pudiera controlar la respuesta de mi cuerpo a su declaración sin rodeos, principalmente porque no quería profundizar demasiado en el asunto por miedo a que lo llevara de vuelta al baño para demostrar que era comestible. En cambio, dije: —Está bien... tomaré la comida bajo aviso, pero creo que deberíamos seguir buscando. —¿Paloma? —¿Paloma? No. —¿Por qué no paloma? —Demasiado cerca del avestruz y los halcones comen palomas para el almuerzo. —¿Y? —Entonces, pienso en ti como un halcón. Y, aunque hemos establecido que me consideras comestible, no me gusta la imagen mental de que me mates para una comida, mis plumas esparciéndose en una masa sangrienta de... —Muy bien, no paloma. ¿Y frijolito o corderito? —Meh. —¿Meh? —No se sienten bien. Colocó su informe en la silla junto a él, apoyó los codos en los reposabrazos y relajó los dedos. —Sugiere algo entonces. —Está bien... ¿qué hay de Medusa? El hizo una mueca. —¿Medusa? —Sí. —No. —¿Por qué? —Porque eso no me está dando una buena imagen mental. —¿Qué? ¿Por qué? Poseidón pensó que era encantadora. Suspiró, frunció el ceño y sacudió la cabeza. —¿Qué tal gatita? ¿Gatita?

—¿Gatita? Pensé y dije la palabra al mismo tiempo. —Sí. Mira… —Quinn hizo una pausa, sus ojos se movieron de los míos a mi boca, cuello, pecho, y luego otra vez; el recorrido de regreso dejó su mirada caída y perezosa. Todo esto efectuó una inspección pausada que podría haber sido lasciva si alguien más lo hubiera intentado. Pero, como Quinn era mi prometido y el hombre del que estaba locamente enamorada, la mirada me agitó mucho (de la mejor y más frustrante forma posible). Luego, bajo e íntimo, dijo: —Hola, gatita. —Guh —fue mi respuesta automática. En realidad, apenas fue un sonido, más que un ronroneo inadvertido de sentimientos femeninos. Mi estómago se revolvió y el calor floreció en mi pecho. Creo que me gustaría todo lo que dijera usando esa voz. Sus ojos bailaron entre los míos y luego aterrizaron en mis labios. Su boca se curvó lentamente en una de sus sonrisas lentas y sexys. —Me gusta esto. Esto fue una buena idea. Tuve que tragar dos veces antes de poder hablar. —¿Por qué? —Porque acabas de ronronear como una gatita —respondió, usando la misma voz baja y sexy. Por un breve momento me pregunté qué demonios me pasaba. Podría estar casada con este hombre, ahora mismo, en este momento. En cambio, estaba sentada frente a él, sin tocarlo, y acercándome a niveles volcánicos de frustración sexual solo porque me había llamado gatita. —Necesito un trago —me atraganté. Estaba desesperada, y la automedicación con alcohol parecía una muy buena idea. Además, estaba sudando. Mi cuello estaba húmedo y mi estómago y mi pecho estaban calientes. —¿No un cigarrillo? —preguntó y, maldita sea, sonrió. —No. No un cigarrillo —Las palabras pueden haber surgido un poco malhumoradas, principalmente porque él estaba sentado allí, frío como un carámbano, y yo me estaba derritiendo. Puse mi iPad en el asiento a mi lado y me quité la chaqueta, luego desabroché los dos botones superiores de mi blusa. No me importaba si él sabía que me excitaba. Él me ponía caliente. Eso era verdad. Nos íbamos a casar, y bien podría reconocer el hecho de que, cuando él quería y, a veces, cuando no quería, afectaba mi temperatura interna, frecuencia cardíaca, presión arterial y niveles de endorfinas.

—¿Estás cálida? —me preguntó, viéndose ligeramente interesado. —No, Quinn. Estoy caliente. De hecho, me estoy quemando, en caso de que no lo supieras. —Lanzando la precaución al viento, me puse de pie y solté un tercer botón, saqué mi faldón de la falda y avivé la tela, intentando estimular el flujo de aire—. Tienes un efecto incendiario en mí, y estoy muy incómoda en este momento. Tu biometría podría no verse afectada por mi presencia, pero todo lo que tienes que hacer es llamarme Gatita y tengo síntomas vasomotores. —¿Síntomas vasomotores? —Un sofoco —le dije simplemente—. Pero no es un verdadero sofoco, no como el tipo provocado por la menopausia. Si lo fuera, entonces tendría que ir a que me revisen la glándula pituitaria. Los sofocos suelen estar asociados con los cambios hormonales que se producen durante la menopausia, pero... en algunas mujeres ... Quinn me interrumpió deslizando sus manos hacia la parte de atrás de mis piernas y subiendo por mi falda, y tirando de mí hacia su regazo. Básicamente me estrellé contra él, y se aprovechó de mi confusión para acariciarme, presionando en mis bragas. —Guh —dije y lo igualé con un jadeo, cada terminación nerviosa ardía abruptamente. Quinn agarró un puñado de mi cabello con la mano que no estaba presionando contra mi centro y, bastante ásperamente, tiró mi cabeza hacia atrás para exponer mi garganta. Me chupó el cuello. Luego, él me mordió. Tipo como, me mordió. Fue doloroso y fantástico, y tangencialmente mi mente me dijo que dejaría una marca. De inmediato, fui consciente de algunas cosas. Primero, estaba duro, de una manera que imaginé que era bastante doloroso, debajo de mi trasero. Incluso a través de la ropa que nos separaba, sentí cuán marcadamente afectados estaban sus datos biométricos. En segundo lugar, sus dedos empujaban mi ropa interior fuera del camino y entraban en mi cuerpo. Estaba tan preparada para su invasión, estaba más allá de estar lista. Si lista era la línea estatal Illinois-Iowa, estaba haciendo círculos alrededor de la luna. Tercero, ya no estábamos solos. —Señor Sullivan, el piloto quiere saber, ¡oh Dios mío! ¡Lo siento! — escuché la voz de Donna sobre mi hombro. Me puse rígida. Quinn retiró su boca de mi cuello el tiempo suficiente para emitir la orden: —Vete

El siguiente sonido que escuché, aparte de mi propia respiración frenética, fueron los zapatos de Donna corriendo por el pasillo de regreso a la cocina. Sus besos se sintieron frenéticos y metódicos, al igual que sus dedos entre mis piernas, que empezaban a temblar. Me moví en su regazo, mis caderas se movían, mis manos buscaban obtener, y ráfagas de luz bordearon mi visión. No pasó mucho tiempo antes de que estuviera lista para explotar. Entonces, exploté. Al menos, se sintió como una explosión, y esta vez no capturó mi boca con un beso para ensordecer el sonido. En su lugar, solo dejó que mis gemidos se convirtieran en gritos, porque era una gritona, hasta que me dolió la garganta y me sentí completamente agotada. Me desplomé contra él, acurrucándome en su cuerpo, agarrando cualquier parte de él que pudiera. Quinn soltó mi cabello y me envolvió en sus brazos, aunque no hizo ningún intento de arreglarnos. Mi falda estaba alrededor de mi cintura, mi ropa interior hasta la mitad de mis caderas; y en algún momento, me había abierto la blusa y faltaban varios botones. Tragué, mi garganta un poco adolorida por mi expresiva apreciación, y puse varios besos en su cuello y mandíbula. Se me ocurrió que la apuesta había terminado, que nos casaríamos en las próximas veinticuatro horas, que podría despedirme de toda la tensión producida. Fue una sensación increíble. Sonreí y mordí su barbilla. —Entonces... supongo que la boda está muerta —le dije, mi voz ronca. Quinn me acarició la oreja, la lamió, me hizo temblar. —¿Por qué dirías eso? Me aparté para poder mirarlo a los ojos. —Porque perdí la apuesta. No podría durar. —No perdiste la apuesta. Fruncí el ceño. —¿No lo hice? Sacudió la cabeza. —No —Pero... pero nosotros ... —No. Nosotros no lo hicimos. Yolo hice. —Me besó rápidamente y luego deslizó su nariz por la mía—. La apuesta era que tenías que durar, pero no dijimos nada sobre que yo durara. Mi ceño fruncido se profundizó.

—Espera, tal vez no entiendo los términos. Quieres decir... quieres decir... ¿qué quieres decir? —Aún no me has tocado —dijo simplemente, y luego agregó con su voz para la Gatita—. Pero no pude seguir otro minuto sin tocarte. Suspiré con desaliento incluso mientras temblaba, una encantadora respuesta involuntaria a su tono y palabras. —Eso no es equitativo —le dije. En realidad, podría haber sido un gemido—. La apuesta debería haber terminado. —No. La boda sigue, a menos que... —Penetración. —Le di la palabra, frunciéndole el ceño. No estaba enojada con Quinn. Me molesté conmigo misma porque me alegré de entregar mis reinados en la toma de decisiones a sus hábiles manos, no pretendía hacer ningún juego de palabras. Quinn, siendo Quinn, me las devolvió. Esto debería haberme hecho sentir empoderada. En cambio, me sentí irritada. Pero entonces, tan repentinamente, me sentí agradecida y... segura. Quinn y yo siempre seríamos Quinn y yo. Podría pasar por los movimientos, pero el resultado final sería el mismo. Posponer lo inevitable me estaba volviendo miserable, y ser miserable ya no estaba bien conmigo. De hecho, tampoco estaba bien con estar bien, no cuando podía tomar una acción simple y atrapar la felicidad por el escroto. Como dijo Fiona, la felicidad no tiene que ser fugaz si la aceptas. Creo que, de muchas maneras, tenía dificultades para permitirme ser feliz. Tal vez pensaba que no merecía lo suficiente como para ser feliz, que no me lo había ganado. Tal vez pensaba que no iba a durar, y tenía miedo de que un día enfrentara el final de mi felicidad. Tal vez lo asociaba con el egoísmo, porque mi madre siempre parecía elegir su propia felicidad sobre el bienestar de todos los demás. Lo más probable es que no pensara que era posible ser feliz. Simplemente feliz. Nadie más estaba en las alas, sufriendo porque era feliz. No era necesario un riguroso campo minado de pruebas. No hay prueba de fuego de dignidad. Sin apretón de manos secreto. Mis ojos estaban abiertos. Estaba enamorada. Yo quería ser feliz. No me rendí a ello. Agarré los reinados. Amaba a Quinn sin condición. Elegí ser feliz. Salté de su regazo.

—Quítate los pantalones. —Le hice un gesto con la muñeca y me arreglé la falda y la ropa interior. Quinn levantó una ceja hacia mí, con una sonrisa cautelosa tirando de sus labios. —Janie... —Quítatelos. —Me quité la camisa de los brazos, la arrojé sobre mi hombro y me desabroché el sostén, dejando eso a un lado también. Los ojos de Quinn inmediatamente se posaron en mis pechos y pensé que lo escuché gruñir. Me alcanzó, llevó mi pecho desnudo a su boca, y lavó mi piel con hambre y besos. —Pantalones. Fuera —repetí, arqueándome contra él y deslizando mis manos por su estómago hacia su cinturón. —¿Por qué, gatita? ¿Qué vas a hacer? Sonreí, lo besé rápidamente, me puse de rodillas y dije: —Me voy a casar. *** Basta con decir que tanto Quinn como yo estábamos muy relajados cuando el avión aterrizó en Boston. Él estaba sonriendo. También era el peor tipo de sonrisa: una presumida, arrogante y orgullosa, y que no me importaba en absoluto. Sí, había abandonado mis planes para una gran boda. Sí, tendría que darle la noticia a Marie de que todos sus buenos consejos fueron en vano. Sí, era una desertora. Pero no me importaba, porque era feliz. No obstante, sentí pena por nuestra azafata. Si alguien estuvo esperando en las alas sufriendo debido a nuestra felicidad, tenía que ser Donna. Técnicamente, ella no estaba en las alas; estaba en la galera. La encontré ahí justo antes de que el avión aterrizara. Cuando me disculpé profusamente, ella fue muy amable al respecto, dijo que estaba feliz por nosotros, y luego también se disculpó. Le sugerí que elaboráramos algún tipo de señal, como la señal del cinturón de seguridad en las aerolíneas comerciales, para futuros viajes. Ella pareció pensar que era un buen plan. Pragmáticamente, sabía que este vuelo no sería la última vez en la que Quinn y yo intimaríamos en el avión. Como tal, tendría que trabajar en mis ruidos sexuales fuertes. También pensé que los auriculares con enajenación de sonido serían un gran regalo para su cumpleaños e hice una nota mental para conseguir un par.

El avión aterrizó. Nos cambiamos de ropa. Dan nos estaba esperando en la limusina. Tan pronto como Quinn lo vio, todo sobre su comportamiento cambió. La sonrisa desapareció, sus ojos se estrecharon, y una frialdad pareció irradiar de sus poros. Era como si alguien hubiera gritado: “Necesito un tampón” en medio de un bar deportivo. Moviéndome más lejos en el largo asiento, miré de Quinn a Dan, y luego de vuelta. —Hola, Dan, el hombre de seguridad —le dije, saludando a medias con la mano mientras el auto se alejaba del aeropuerto. —Hola, Janie —respondió, con una sonrisa tensa en su rostro, luego volvió sus ojos hacia Quinn. Quinn se encontró con su mirada y la sostuvo por unos momentos, y algo que no entendí pasó entre ellos. Era algún código secreto de chicos o telepatía. Finalmente, Quinn dirigió su atención a la ventana y al paisaje más allá. La limusina estuvo básicamente en silencio durante todo el trayecto. En un momento dije: —Boston es bastante inusual porque es la ciudad más poblada de Massachusetts y también la capital del estado. Muy pocas capitales estatales son también la ciudad más poblada del estado. Quinn me miró mientras hablaba y durante unos segundos después. Luego, sin ningún cambio en su expresión, volvió a mirar a la ventana. Dan hizo una mueca. Pensé que lo escuché murmurar: —Jodido Boston… Donde Quinn parecía ambivalente, Dan lucía incómodo. Comencé a entender por qué a Steven no le gustaba viajar en limusina con Quinn. Pensé de vuelta en la conversación que Steven y yo habíamos tenido hace unos meses, el día que supe que Quinn era El Jefe. Como estaba nerviosa y el interior del auto estaba completamente en silencio, mi mente comenzó a vagar con total abandono. Por lo tanto, cuando la limusina se detuvo y el motor se apagó, me sorprendió un poco que hubiéramos llegado. —¿Estás listo para hacer esto? —Los ojos de Dan se estrecharon en Quinn y escuché el leve sonido de la puerta del lado del conductor cerrándose. Quinn miró a su amigo, y durante varios segundos, no dio señales externas de haber escuchado la pregunta de Dan, luego se encogió de hombros. —Por supuesto.

Algo parecido a la frustración o preocupación proyectaron una sombre sobre la expresión de Dan y sus ojos se movieron de Quinn a mí. —Llámame si… —comenzó, se detuvo y apretó los dientes—. Solo llámame. Asentí. La puerta trasera de la limusina se abrió revelando una acera, una puerta negra de hierro forjado y escalones de cemento que conducían a una casa de color gris azulado con detalles blancos. Como de costumbre, Quinn salió primero. Se había cambiado a un traje nuevo en el avión después de que había aniquilado nuestra apuesta. Era gris oscuro, su camisa era blanca y su corbata tenía un degradado de negro a gris con una sola franja diagonal roja. Me gustaba esta corbata. Era extraño pensar que yo tendría una opinión sobre la corbata de un hombre, pero la tenía. Encima de su traje, llevaba un abrigo negro de cachemir. Lucía bastante gallardo. Extendió la mano. La tomé y luego la sostuve mientras el conductor cerraba la puerta detrás de nosotros. Miré a Quinn y lo vi enfocándose en la calle, sus ojos observando cada detalle con su típica distante precisión. Mi atención se dirigió a la casa de tres pisos en fila frente a nosotros, a las plantas en macetas que se alineaban en los escalones, y a un grupo de tulipanes nuevos brindando esperanza para próxima primavera, a lo que de otro modo sería un día frío y gris. —¿Es aquí donde creciste? —Estudié la casa frente a nosotros. Era vieja pero estaba bien mantenida. El barandal blanco estaba recién pintado, al igual que la puerta roja. Quinn asintió, todavía mirando alrededor de la calle. Me pregunté brevemente si todavía estaba realmente vigilando y comprobando nuestros alrededores o simplemente posponiendo tener que enfrentar el hogar de su infancia. Eventualmente, fui yo quien dio el primer paso hacia la casa, tirando de él detrás de mí. —Vamos. Hace frío aquí afuera. Estaba nerviosa. Estaba un poco nerviosa por conocer a la madre y al padre de Quinn en persona. Me preocupaba un poco no gustarles o que pensaran que era extraña. Había realizado un autoanálisis de estos sentimientos y creía que eran reacciones típicas al conocer a los nuevos suegros. Estos sentimientos no eran abrumadores; solo estaban lo suficientemente presentes como para ser notados. Más que eso, mucho más que eso, estaba nerviosa por Quinn. Se había cerrado cada vez que intentaba hablar con él sobre la situación

con sus padres. Quería que él estuviera bien. En realidad, quería que él fuera feliz. Esperaba que el día de hoy no socavara eso. Si lo hacía, entonces se lo compensaría. Tal vez conseguiríamos un cachorro, o tal vez un nuevo reloj biométrico que registrara el ritmo cardíaco, los pasos dados y las calorías quemadas. O tal vez, pasaría una semana sin usar ropa interior. O tal vez las tres cosas. Miré mi atuendo mientras subía los escalones, jugueteando con el gran botón de latón de mi abrigo azul marino oscuro y pensé en la altura promedio de los escalones. La altura de los escalones —así como la profundidad y el ancho aceptados actualmente— fueron determinados en 1927. Desde entonces, los seres humanos se han vuelto más altos, sus piernas más largas, y me preguntaba cuándo se volverían a evaluar las normas de construcción para el aumento de la altura. Debajo del abrigo, llevaba una blusa de botones azul claro, una falda lápiz color crema y medias de color crema. Había emparejado el atuendo con tacones azul marino y blanco. Eran zapatos realmente bonitos. Llegamos a la cima de las escaleras, y aparté de mi mente los pensamientos sobre las normas de construcción, tratando de concentrarme en el presente. Le di a Quinn una sonrisa tranquilizadora a pesar de que su rostro estaba tan impasible como nunca antes lo había visto. Intenté pasar saliva, pero me resultó un poco difícil. Con una mano temblorosa, alcancé el timbre y presioné el botón, parpadeando cuando sonó desde dentro de la casa. Di un paso atrás, esperé, y luego le espeté a Quinn en un susurro apresurado: —Estoy realmente nerviosa. Su mano apretó la mía, sus labios de repente en mi oído, y susurró en respuesta: —No lo estés. Ellos te van a amar. No tuve la oportunidad de decirle que no estaba nerviosa por mí.

Parte 4 Conociendo a la Familia

Capítulo 15 QUINN Estaba temiendo este momento. ¿Cómo enfrentas a la gente cuyo hijo asesinaste? ¿Cómo saludas a tus padres cuando jugaste un papel importante en la muerte de tu hermano? No sostuve la pistola o jalé del gatillo, pero los criminales habían estado libres para dispararle a mi hermano Des porque había ayudado a liberarlos. Sabía que Dan estando en la limosina cuando aterrizamos fue su manera de darme apoyo. Había estado allí cuando todo se arruinó. Todavía tenía que preguntarle sobre ser mi padrino, pero tendría que esperar. Contarle a Janie sobre la muerte de mi hermano no había estado en mis planes. No había esperado contarle; cuando lo hice, pensé que diría lo mismo que todo el mundo: No fue tu culpa, no puedes hacerte responsable, no pudiste saberlo. Todo eso eran tonterías. Sabía lo que estaba haciendo. Sabía que estaba poniendo a la gente en peligro. Incluso peor, era un niño listo que provenía de una buena familia y lo sabía. Lo sabía. Lo que ella había dicho fue: —Entiendo por qué te culpas. Sus palabras fueron una revelación. No intentó hacerme sentir mejor. No intentó soltarme un rollo. Miró la situación con fría lógica y concluyó que la culpa que llevaba tenía sentido. Es por eso, cuando le pregunté si me culpaba, su respuesta fue importante, porque su respuesta honesta sería significativa. Había respondido: —Culpa al sujeto malo que jaló del gatillo y lo asesinó. En esta situación, suenas como una persona que ha reconocido el error de sus

actos e intentó cambiar. Si recuerdas, esa es la diferencia entre un sujeto bueno y uno malo. Y eso hacía toda la diferencia. Su respuesta era un análisis racional de la situación. No tenía nada que ganar y no era el tipo de ofrecer palabras vacías con el fin de absolverme de mi responsabilidad. Lo que no esperaba era que ella reconociera que necesitaba hacerme responsable. Lo necesitaba. Necesitaba la responsabilidad para poder cambiar. Necesitaba tomar decisiones diferentes. Nunca habría tomado decisiones diferentes sin aceptar la responsabilidad por lo que había hecho. Yo era responsable. Necesitaba hacerme responsable. Pero nada de eso, ninguna cantidad de restitución, regresaría a Des. Es por eso que encontrarme con los ojos de mi padre era tan difícil como había sido el día del funeral de mi hermano. Pero lo hice. La puerta se abrió y allí estaban. Los ojos de mi padre encontraron los míos primero. Se veía mayor, más bajo de lo que recordaba, pero eso no quería decir que fuera pequeño. Tenía su altura ahora; cuando era un niño, había parecido mucho más alto. Mi hermano salió a mi madre, cabello rubio y ojos marrones claros, constitución media. Pero Shelly y yo nos veíamos como mi padre. Janie decía que le recordaba a un halcón. Si ese era el caso, entonces mi padre era un águila; grande, orgulloso y calmado hasta antes del asesinato. También era el hombre más paciente que conocí. Podía esperar como una estatua. Leerlo siempre había sido difícil, a menos que deseara que supieras lo que estaba pensando. Es probablemente por eso que era tan buen detective de policía. Mi madre estaba hablando con Janie, Janie había soltado mi mano para aceptar estrechar la de ella y mi padre y yo seguíamos mirándonos mutuamente, sin compartir nada. La interacción era entumecedora. No sabía lo que estaba buscando; quizás remordimiento. Lo que sea que fuera, no podía dárselo porque nunca sería suficiente. Nada de lo que hiciera jamás sería suficiente. —¿Quinn? Miré a Janie, su rostro sonriente, sus expectantes ojos ambarinos. —¿Sí? —dije.

—¿Sabías que la cortesía de estrecharse las manos se originó en la remota antigüedad? En ese tiempo, los seres humanos vivían de la caza. Si pasaba que encontraban un extraño, arrojarían sus armas de caza a un lado y abrirían sus manos para mostrarle a la persona que no eran una amenaza. Mientras hablaba, mi atención pasó a mi madre, que estaba mirando a Janie con cautivada atención. En cuanto Janie terminó, mi madre dio un paso adelante y le tocó el codo. —Solo estaba cortando zanahorias, pero no tengo otras armas conmigo. —Le estaba sonriendo a Janie. Ella le estaba sonriendo como si le gustara. —Oh, tampoco yo —respondió Janie con una sonrisa cálida—. Pero imagino que Quinn probablemente tiene un arma. Pero no te preocupes, tiene licencia para portarla. La atención de mis padres se giró hacia mí y no tuve otra opción más que permanecer inmóvil bajo sus escrutinios. Un momento incómodo pasó mientras Janie miraba de un lado a otro entre nosotros. Noté que su cuello se había puesto rojo y con manchas. Supe lo que vendría a continuación. Janie intentaría llenar el silencio con más hechos. Pero ningún torrente de información llegó, porque mamá salió de la casa. Se paró directamente frente a mí, me dio una media sonrisa y rodeó mi cintura con sus brazos, su mejilla presionada contra mi pecho. Sorprendido, miré por encima de su cabeza hacia Janie. Los ojos de Janie se agrandaron y alzó la barbilla hacia mi madre. Cuando le fruncí el ceño, Janie imitó el movimiento de un abrazo y alzó su barbilla más urgentemente, vocalizando las palabras ¡Dale a tu madre un abrazo! Así que lo hice. Rodeé con mis brazos a la mujer que me había criado, que me había amado hasta que ya no lo hizo y ella respondió sorbiendo las lágrimas contra mi chaqueta y apretándome con fuerza. Tragué un nudo formándose en mi garganta, por ninguna razón en particular, mi atención dirigida a mi padre. Su rostro serio había desaparecido mientras miraba a la cabeza de mi madre metida contra mi hombro, entonces sus ojos se levantaron para mirar los míos. Estaban húmedos. El mundo se inclinó sobre su eje porque esto era lo más cerca que había visto a mi padre de ponerse a llorar. ***

Pasar la siguiente hora fue como estar en un set de películas de mi niñez sin guion. Mi madre me abrazó por un largo rato. Esto solo acabó luego de que Janie, incapaz de contenerse más tiempo, se arrojara a mi padre y le diera también un abrazo. Él estuvo tan sorprendido que comenzó a reír, lo que hizo a mi madre reír. Después Janie rio y le dio a mi papá un beso en la mejilla. —¿Por qué fue eso? —preguntó. —Por reírse de mí. Nunca me ha gustado mucho el sonido de mi risa —dijo, luego se retiró y disculpó por ser tan atrevida e intentó explicar que abrazar, en algunas culturas, era más íntimo que besar, por lo tanto, debería haber pedido permiso. Mi padre respondió sonriendo hacia mí y tomándola de nuevo en sus brazos. El abrazo en el porche delantero finalmente terminó con un abrazo grupal entre mi prometida y mis padres, al que me vi forzosamente empujado tanto por Janie como por mi madre. Luego fui llevado a la casa, mi abrigo y chaqueta fueron tomados, una cerveza fue puesta en mi mano y estábamos parados en la cocina de la casa donde crecí. No sabía a dónde mirar. No sabía qué decir, o cómo hablar con esta gente. Janie parecía feliz de llenar el silencio, parándose a mi lado con su brazo alrededor de mi cintura y su cadera contra la encimera. Habló de su incapacidad para tejer, los orígenes del tejido, la fibra como arte, el cultivo de zanahorias, los orígenes de las Pascuas, las variedades de conejos, el trato reprensible de los inmigrantes irlandeses en los Estados Unidos durante la Revolución Industrial, los roedores más grandes, la plaga, virus modernos. Janie estaba nerviosa. Pero cuando miré a mis padres, esta vez los miré en verdad, me di cuenta que ella no era la única. Vi a mi madre mirándome como si pensara que podría desaparecer. Cuando la atrapé, su expresión se volvió ansiosa y triste. Intenté mostrarle una sonrisa. Ella la respondió con una más grande. Mi padre parecía estar absorto con toda la información que Janie relacionaba. De vez en cuando, la detenía y le hacía una pregunta, solicitaba una aclaración en un punto o hecho. Cuando Janie me había dicho que había contactado a mis padres, todo lo que había sentido era vergüenza y una creciente sensación de pánico. No sé qué estaba esperando cuando llegamos, pero no era esto. Finalmente, Janie se separó de mí, se ató un delantal y comenzó a ayudar a mi madre con la cena. Hablaron sobre la teoría de números

elementales, sobre cómo Janie había estado tomando cursos de maestría gratuitos en línea ofrecidos por la Universidad de Stanford. Mi atención se vio atrapada por una foto sostenida con imágenes en el refrigerador y, al reconocerlo, mis pulmones dolieron como si hubiera inhalado humo de un incendio. Sin premeditación, me acerqué al refrigerador y miré la foto. Era una mía de cuando tenía doce. Junto a esta había otra foto: de Des, papá y yo, tomada en nuestro primer viaje de pesca. Otra colgaba junto a ésta, de Shelly y de mí cuando yo tenía seis; ella había pintado el rostro de ambos con maquillaje. El refrigerados estaba cubierto de fotos y ninguna de ellas era reciente. Sentí más que ver a mi padre pararse a mi lado. No habló al principio, solo miró mi perfil. Entonces dijo: —¿Recuerdas ese viaje? Atrapaste el pez más grande. Asentí, mirando a la fotografía. —Lo recuerdo. —Pareces confundido, hijo —dijo; sus palabras directas no eran una sorpresa. Para bien o para mal, siempre fue directo. También siempre fue cuidadoso con las palabras que usaba. Mis ojos se entrecerraron en la foto, luego los deslicé a un lado para encontrarme con su mirada. Me estaba observando como si supiera lo que estaba pensando, como si estuviera esperando a que lo dijera en voz alta. —Estoy confundido —admití—. Pensé que habrías… —No terminé el pensamiento porque se sentía irrespetuoso decir en voz alta que pensaba que mis padres habrían quemados todas las fotos con mi imagen, o me habrían cortado de ellas. Si los roles estuvieran invertidos, habría hecho eso. Me estudió por lo que pareció mucho tiempo. Su cabello estaba prácticamente completamente gris ahora y profundas arrugas de fruncir el ceño se habían grabado entre sus cejas. —Lamento… —comenzó, se detuvo, se aclaró la garganta antes de continuar. Su voz fue baja como para no ser escuchada por las damas presentes—. He lamentado mucho tiempo lo que sucedió, lo que te dije, cuando tu hermano murió. Me lo quedé mirando. Mi sorpresa debió haber sido evidente porque este hombre de pocas palabras siguió hablando.

—Tu madre y yo estábamos cegados por el dolor, pero eso no es excusa. Estuvo mal lo que dijimos, cómo actuamos. Fue deshonroso y ambos lamentamos cómo te tratamos. Espero que puedas perdonarnos. Con la garganta tensa, respondí automáticamente. —No. No hay nada que perdonar. Me lo merecía. —No lo merecías. —Sí, lo merecía. Puede que no haya sido… —Miré sobre su hombro—. Fui responsable. —No lo fuiste. Me volví a encontrar con sus ojos, me sorprendió ver su expresión llena de remordimiento. Sacudí la cabeza y dije con los dientes apretados: —No hiciste nada mal. Puso su mano en mi hombro, su movimiento de cabeza negativo reflejando el mío. —Lo hicimos y lo lamentamos. Y nos gustaría compensarte si nos dejas. —Comeré casi cualquier cosa, pero mi amiga Elizabeth odia la mayonesa. —La voz de Janie estaba a mi espalda, su mano en mi cadera—. Disculpen, chicos. Tengo que sacar la mayonesa para los huevos rellenos. Le estaba diciendo a Katherine que comeré casi todo, pero que Elizabeth odia la mayonesa. Creo que tiene algo que ver con la textura, porque tampoco le gusta el pudín. No estoy implicando que tenga un desorden de proceso sensorial; es solo que las comidas suaves y gelatinosas le dan nauseas. La mano de mi papá bajó y se apartó. Sus ojos capturaron los míos por un instante para luego moverse a Janie. —¿Desorden de proceso sensorial? —Sí. Extrema sensibilidad a las texturas; en comida, telas o lo que sea que tenga una textura. —Janie presionó en mi cadera para sacarme del camino. Me sonrió cuando la puerta del refrigerador se abrió, escondiéndonos de la vista de mi padre—. Alguna gente solo necesita tiempo para procesar la manera en que las cosas se sienten; para acostumbrarse antes de hacer una valoración de ello. Entrecerré mis ojos en ella. Seguía desorientado por las palabras de mi padre, pero apreté los labios con el fin de comunicar que entendía su tosco intento de hablar tanto de la aversión a la mayonesa de Elizabeth y mi presente incomodidad. Se encogió de hombros, arrugando la nariz. —He intentado presionarla a comerlo, pero nunca funciona. Así que aprendí a ser menos avasalladora.

—Sigues siendo avasalladora —comenté, tomando un sorbo de mi bebida. Luego de lo que mi padre había admitido, necesitaba algo más fuerte. —No soy tan avasalladora… ¿Lo soy? Dejé que mis ojos recorrieran su rostro, disfrutaba de la forma de sus ojos cuando estaban abiertos de par en par y curiosos, noté que no estaba usando lápiz labial. Esto significaba que podía besarla sin ninguna evidencia. —Sí. Eres muy avasalladora. Su boca se torció a un lado y supe que se estaba mordiendo el interior de su labio. Cerró el refrigerador y sostuvo el tarro de mayonesa con ambas manos. Entonces soltó: —Pero debe gustarte si quieres casarte conmigo. —Me gusta. —Me acerqué y le di un beso rápido, olvidándome momentáneamente de dónde estaba. O quizás no lo olvidé. Quizás deseaba un momento así en la casa de mis padres con la mujer que amaba como si perteneciéramos allí, todos juntos. Cuando alcé los ojos, atrapé a mi papá mirando a mi madre. Él estaba sonriendo. *** Mi padre no volvió a mencionar a mi hermano. No dijo casi nada antes de la cena, que era típico de cómo eran las cosas cuando crecía. Nunca fue un hablador. Aprendí de él desde el principio que cuanto menos hablabas, más gente escuchaba. Pero tranquilo en esta casa era atípico. Entre mi hermano Des, Shelly y mi madre, la casa nunca estuvo en silencio. Aquí todo era igual, los muebles y las alfombras, los cuadros en las paredes, y nada parecía correcto. Seguí pensando en la última vez que vi a mis padres. Mi madre ni siquiera podía mirarme sin llorar. La disculpa de mi padre se sintió demasiado rápida, demasiado pronto y, como diría Janie, disonante con la realidad. Confiaba en que lo decía en serio, pero no lo entendí. Había vivido con la culpa de mi parte en la muerte de mi hermano durante diez años. Desde que entré en la casa, me estaba ahogando, y la disculpa solo lo agravó. Lo único que me impidió salir corriendo por la puerta fue Janie. Creo que su presencia creó un amortiguador para mis padres y para mí. Ella era el conducto necesario a través del cual podríamos coexistir. La vi

como un recordatorio en esta casa llena de historia y recuerdos de que las cosas habían cambiado y seguirían cambiando. Ya no era un adolescente egoísta, tonto. Estaba tratando de ser más. Janie y yo estábamos poniendo la mesa. Ella me siguió con los cubiertos cuando puse los platos y vasos sobre la mesa. Podía decir que quería que hablara sobre lo que estaba pensando, pero no insistió. Parecía sentir que necesitaba algo de tiempo con mis pensamientos. Mi madre trajo la cena. Me di cuenta de que una vez que se había reunido toda la comida, ella había hecho casi todos mis favoritos: salchichas con salsa y puré de papas, también conocidos como salchichas y puré, huevos rellenos con jamón y pimiento, calabaza, zanahorias con azúcar morena y productos caseros y pan oscuro. Los olores me hicieron agua en la boca y fui bombardeado con recuerdos. Durante las gracias, pude sentir los ojos de mi madre en mí, así que miré hacia arriba. Ella era una mezcla de ansiedad y esperanza. Ella no hizo ningún intento por ocultar sus emociones. Quería decir: No merezco tu esperanza o tu preocupación. No merezco ser tu hijo. En cambio, después de las gracias, dije: —Todo esto se ve muy bien. Gracias. Su sonrisa fue inmediata y su respuesta sonó un poco sin aliento. —Bueno, no todos los días podemos... Quiero decir, estamos tan felices de que estés aquí. Ustedes dos. Un breve momento de silencio se alargó, porque no sabía qué decir. Una vez más, quería preguntarle cómo podía estar feliz de que yo estuviera allí. Quería saber cómo podrían pensar que merecía una disculpa. Una parte de mí quería gritarles, preguntar cómo podían soportar verme. —Estoy feliz de estar aquí —soltó Janie—. Espero haber arreglado bien los cubiertos. Me olvido si la cuchara va por dentro o por fuera del cuchillo. Por lo general, en casa, Quinn y yo solo usamos los utensilios necesarios para una comida determinada, así que, por lo general, solo un tenedor, a menos que tengamos carne o pollo, entonces también tenemos un cuchillo. Por supuesto, la sopa necesita una cuchara. —Janie arrugó la cara, pareciendo un poco frustrada—. Lo siento, todo eso es muy obvio. —¿Sabes en qué estás sirviendo para la boda? —le preguntó mi mamá a Janie en voz baja. Janie suspiró.

—Llegué a la conclusión de que no estoy preparada para planificar una boda, no una real. Creo que la última vez que hablamos por teléfono te dije que todavía no había encontrado un lugar para la recepción. Todo, todas las otras partes, realmente giran en torno a la ubicación de la recepción. —¿No tienes un lugar reservado todavía? —Mi madre intercambió una mirada con mi padre mientras Janie cortaba la salchicha en su plato. —No. Sinceramente, nada se ha logrado. Planear una boda es como organizar un concurso de belleza para gatos. Se siente como el último esfuerzo en futilidad. Luego, un segundo después, Janie murmuró sobre todo para sí misma: —Supongo que no debería decir eso, porque hay un concurso de belleza felina en Bucarest, Rumania cada año. —Se volvió hacia mi padre y añadió—. Participan más de doscientos gatos, y el ganador se lleva una pequeña corona de gato. Aunque, no tengo idea de cómo lo aseguran a la cabeza del gato... —Alcanzó su vino para tomar un sorbo. No pude evitar decir: —Tal vez deberías participar en el concurso de gatitos. Sus ojos volaron hacia los míos, se ensancharon, y se cubrió la boca antes de que el vino que acababa de beber terminara en el mantel. Me sentí mal por haber hecho que se ahogara, pero me complació ver las primeras señales de un rubor en su cuello. —¿Tienes un gatito? —preguntó mi madre. —Sí —dije. —No —gruñó Janie. Luego, dirigiéndose a mi madre, pero aún sosteniendo mi mirada, Janie rápidamente agregó: —Lo siento, me preguntabas acerca de la boda. —Oh sí. Bueno... sé que este es tu día especial, y se trata de ustedes dos, el amor que tienen el uno por el otro, pero... —Mi madre vaciló y sus ojos se encontraron con los míos—. Pero si aún no has encontrado un lugar en Chicago y no tienes el corazón puesto en casarte allí, me pregunto si considerarías casarte en Boston. Enmascaré mi sorpresa bajando un poco de puré de papas con un gran trago de cerveza. —¿En Boston? —preguntó Janie; su tono hizo que su sorpresa fuera obvia. —Sí. Lo siento si me he sobrepasado. Estaba pensando en ello después de nuestra última llamada. Así que consulté con el club Irlandés

y me reservaron la fecha, por si acaso. Si tuvieras la boda aquí, podríamos tener a toda la familia, y yo podría ayudarte con la planificación. —Significaría mucho para tu madre. —Mi padre me dijo esto, aunque sus ojos estaban en su plato. —No se trata de mí —dijo mi madre, con el ceño fruncido dirigido a mi padre. Ella cambió su atención de nuevo a Janie—. Se trata de ti y Quinn. Se trata de comenzar tu vida juntos y celebrar con todos tus amigos y familiares, quienes deberían estar allí para apoyarte. Y, por supuesto, debe tenerse en cuenta a su familia, así que, si Boston está demasiado lejos, entonces olvida que dije algo. —Para ser honesta, mi familia no necesita ser tomada en consideración. No estoy diciendo porque esto sea insensible; es que realmente así son las cosas —dijo Janie sin malicia. En el pasado, ella había comentado que la disfunción de su familia era una de las leyes de la termodinámica. —¿Qué hay de tus padres? —Estoy segura de que mi padre vendrá, si se le avisa con suficiente antelación y le reembolsamos los gastos de viaje, independientemente de la ubicación. Mi hermana menor es una sociópata y no sé dónde está. Quinn podría saberlo. Pero no creo que la queramos allí... —Janie sacudió la cabeza ante el pensamiento, y reprimí una mueca ante la mención de Jem. Janie no se dio cuenta. —Mi hermana mayor no puede venir. Lo último que supe fue que se saltó la fianza por una condena por prostitución; ella estaba dirigiendo un servicio de escolta en la costa oeste. Además, Junio a menudo convierte lo que normalmente sería un evento normal en una función incómoda e embarazosa. Ella vino a mi graduación universitaria y trató de seducir a mi profesor favorito. Realmente no nos mantenemos en contacto. —¿Tú y tu hermana, o tú y tu profesor favorito? —preguntó mi padre. —Ninguno. Me temo que ese puente se quemó cuando ella lo acorraló en el baño de hombres. Mi madre miró a Janie por un largo momento, absorbiendo esta información, y luego preguntó: —¿Qué hay de tu madre? —Ella estaba muerta. Los ojos de mi madre se ensancharon. Leí simpatía y conmoción en su expresión. —Lo siento mucho.

Janie le dio una sonrisa con la intención de tranquilizarla. —Gracias, pero ella no estaba muy a menudo cuando yo era joven. Tengo muy pocos recuerdos de ella que no involucran la preparación fallida de cenas veganas. La mirada de mi madre se desvió y buscó la mía. Ella parecía preocupada. También parecía decidida. —Hablando de cenas, estas salchichas son deliciosas. —La voz de Janie era un poco más aguda de lo habitual, y sabía que estaba tratando de cambiar de tema. Las discusiones sobre su familia, en realidad, después de las discusiones y las reacciones de la gente, siempre la hacían agitarse. —Mi compañero me las dio. ¿Te acuerdas de Tom? —me preguntó mi padre, poniendo más puré de papas en su plato—. Él va a cazar alces en Canadá todos los años, siempre trae salchichas. —¿Alce? —preguntó Janie. Algo en el tono de su voz llamó mi atención, y la miré, hice una doble toma ya que de repente se puso pálida. —Sí. Alce. Janie dejó el tenedor, una mano se dirigió al estómago y la otra al vaso de agua, temblando. Le fruncí el ceño, traté de llamar su atención, especialmente porque ahora se estaba poniendo verde. Mi mamá también se dio cuenta, porque preguntó: —¿Estás bien, querida? —¿Los ciervos también? —Los ojos de Janie se agrandaron y ella endureció su barbilla—. ¿Ciervos y alces? ¿Algún otro animal del bosque incluido en la salchicha? ¿Tal vez los castores? —No —dijo mi madre—. Solo alces. Te estaba llamando querida. No hay ciervos en la salchicha. —Oh... —Janie parpadeó. Pude ver su garganta trabajando; ella estaba luchando por tragar. —¿Qué está mal? —Mi preocupación escaló a alarma. Nunca la había visto así antes. Parecía que iba a estar enferma. —Es solo que... —Levantó sus ojos hacia los míos, y vi que estaba en pánico. Se tapó la boca y negó con la cabeza. —Janie. —Comencé a pararme, pero ella levantó la mano, deteniendo mis movimientos, manteniéndome en mi asiento—. Janie, ¿qué pasa? Volvió a negar con la cabeza, cerrando los ojos. —No quiero decirlo. —Sus palabras fueron apagadas porque su mano todavía estaba en frente de su boca.

Mi madre me miró implorante. —Dilo —le dije. Mi ritmo cardíaco se disparó, y estaba sacando mi teléfono. No sabía a quién iba a llamar, tal vez Elizabeth. Ella era una doctora y la mejor amiga de Janie. Ella podría decirme si debería llamar a una ambulancia. Tal vez ella podría hablar con ella a través de esta crisis. —Es solo que... —Janie enterró su rostro en sus manos, sus codos golpeando la mesa—. Es solo que los alces son portadores de una cepa de la enfermedad de las vacas locas, pero no es la enfermedad de las vacas locas, es la enfermedad de los alces locos. —¿Enfermedad de alce locos? —preguntó mi padre, con el tenedor a medio camino de su boca con un trozo de salchicha de alce clavada en ella. Miró entre Janie y el bocado de carne de alce. —Los alces se vuelven locos, rompen sus astas, solo alces locos corriendo por el bosque. Pueden pesar setecientas libras o más, por lo que puedes imaginar la devastación. Y no hay cura, no para el alce. Y si come carne de alce, puede obtenerla, asumiendo que el alce que come tiene la enfermedad, y no lo sabrá porque no está presente durante diez años, o más o menos, después de haber consumido la carne de alce. Así que todos podríamos estar infectados y nuestros cerebros podrían derretirse y podríamos volvernos locos... en unos diez años. El final de su diatriba fue interrumpido por un silencio ensordecedor. Luego, al silencio le siguió una risa ahogada de mi madre. Miré a mi madre y la encontré tratando de contener sus risitas con una servilleta que cubría la mitad inferior de su cara. Pero sus ojos brillaban con alegría y, por más que lo intentara, no podía dejar de reír. Miré a mi padre y encontré sus hombros temblando. Estaba haciendo un mejor trabajo ocultando su diversión, luchando más fuerte contra ella, porque sus ojos estaban cerrados y su mano estaba sujeta sobre su boca. Incluso yo estaba sonriendo y sacudiendo la cabeza. Janie nos miraba entre sus dedos. Tenía la cara y el cuello de todos los tonos de rojo, pero una sonrisa cansada tiró de un lado de su boca mientras sus ojos se movían entre mis padres. Sus manos cayeron. —Así que supongo... —se encogió de hombros, parecía dolida, pero también a regañadientes satisfecha consigo misma, y respiró profundamente—… ¡qué deberíamos aprovechar al máximo el tiempo que nos queda!

Capítulo 16 JANIE Quinn y su padre lavaron los platos. Tan pronto como terminó la cena, Quinn se puso de pie, comenzó a recoger los platos y salió del comedor con su padre como si estuviera impreso en su código genético. Los vi entrar y salir, estos dos hombres gigantes, limpiando los platos en silencio mientras Katherine me hablaba de uno de sus estudiantes favoritos. Debatí si ponerme de pie, decidí hacerlo, pero Quinn negó con la cabeza cuando empujé la silla hacia atrás y me dijo por medio de nuestra comunicación silenciosa que debía quedarme y conversar con su madre. Cuando se llevaron el último de los artículos, me volví hacia ella, me acerqué y le susurré: —¿Desmond siempre lava los platos? Echó un vistazo a la puerta de la cocina y asintió. —Sí, si preparo la cena, él lava los platos. Si él hace la cena, yo lavo los platos. Es como siempre lo hemos hecho. También es bueno porque, como es tradición, ambos sabemos lo que se espera de nosotros, lo que lleva a menos platos sucios y menos molestias. —Oh. —Comencé a ponerme de pie. —¿A dónde vas? —Ayudar con los platos. —No, no. Quédate conmigo, ayudaste con la cena y, si no te importa, agradezco tu compañía. —Su sonrisa era cálida, cariñosa y, por lo tanto, se sentía maternal, lo que me hizo sentir un poco incómoda. Pero Katherine tomó mi mano y la apretó—. Sabes, me recuerdas un poco a Shelly. —¿Lo hago? —Sonreí ante la idea. Aparte de ser altas, raras y amar a Quinn, no pensé que tuviéramos mucho en común. —Sí. Es la curiosidad, creo. Era la niña más curiosa que he conocido, siempre desarmaba las cosas, quería saber cómo funcionaban, volver a

armarlas, pero nunca de la forma en que estaban antes. Siempre de una manera nueva. —Tengo curiosidad. Es verdad. Es un hecho. —Y también bondad. Ella sentía todo tan profundamente como una niña y como una adolescente. Una vez encontramos un perro corriendo por el vecindario con tres patas. Tenía solo once años, pero diseñó una extremidad protésica para el animal con madera y piezas de automóviles viejos que Desmond tenía por ahí. También tenía una rueda, para que el perro pudiera correr con los demás. Podía imaginarme a la Shelly seria, porque siempre era seria, queriendo ayudar a la mayor cantidad posible de perros callejeros. Ella seguía así. —Pero ustedes dos son diferentes en aspectos importantes también. —La sonrisa de Katherine perdió algo de brillo mientras sus ojos perdían parte de su enfoque—. Ella no está... abierta a cosas nuevas, y nunca le fue bien con el cambio. Nunca fue muy cariñosa, no respondía a los abrazos, ese tipo de cosas. —No, tienes razón. Una vez intenté abrazarla y ella me puso la mano en la cara y me apartó. Luego siguió hablando como si nada hubiera pasado. Katherine me dio una sonrisa comprensiva, luego soltó una carcajada. —No le gustan las muestras externas de afecto. Me dijo cuando tenía catorce años que prefería el sacrificio como una demostración de amor en lugar de abrazos y besos. No sé por qué hice mi siguiente pregunta, pero me sentí impulsada a hacerlo. —¿Fue difícil para ti? ¿Cuando ella estaba creciendo? La mirada de Katherine buscó la mía y parecía estar considerando la pregunta. Finalmente ella respondió: —Sí y no. Siempre busqué y esperé lo mejor en mis hijos. Aprendí a amar todo sobre ellos, pero no siempre me gustó. No me gustó que Quinn trabajara para delincuentes cuando era un adolescente, pero me encantaba que fuera inteligente y emprendedor. No me gustó que no pudiera abrazar a mi hija sin que ella me alejara, pero me encantó su feroz independencia e individualismo. —¿Y qué hay de tu hijo mayor, Desmond Jr.? Ella me sonrió, pero fue una sonrisa que hizo que mi corazón se rompiera. —No lo sé... creo que cuando pierdes un hijo olvidas todo lo que no te gustaba. Cuando pienso en Des, pienso en él riéndose todo el tiempo,

su lealtad a su familia, su sentido del honor, su dulzura. Pero estoy segura, que cuando estuvo con nosotros, también me volvía loca. Traté de devolverle la sonrisa, pero solo logré inclinar media boca. Su agarre en mi mano cambió y ella metió mis dedos entre sus dos palmas. —Y ahora te tenemos a ti —dijo. —¿A mí? —Mis cejas se levantaron y luego bajaron—. ¿Qué hay conmigo? —Ahora tenemos que descubrirte, amarte, gustarte. —Soy rara. Deberías saber eso, si aún no lo sabes. —Yo también soy rara. Me gustan demasiado los chistes matemáticos y tengo opiniones sobre las personas que hacen crucigramas. Esto fue sorprendente. —Los estudios demuestran que son excepcionalmente buenos para mantener el cerebro activo y retener recuerdos. —Esos estudios probablemente fueron realizados por personas que hacen crucigramas. Alcé una sola ceja, contemplando la posibilidad de sesgo del investigador. —Sinceramente, no sé... Ella se rio entre dientes y sacudió la cabeza. —Me alegra que me hayas llamado. Estoy tan contenta de conocerte. Eché un vistazo a nuestros dedos entrelazados. Ella sostenía mi mano y yo sostenía la suya. Aunque podría haber sido prematuro, se sentía tan extraño, pero también correcto y natural tener una mujer con sabiduría y experiencia que me mirara con confianza y afecto. Sabía que carecía de una madre en todo lo que importaba y sentía curiosidad por la dinámica de madres e hijas. Pero no supe hasta ese momento, sentada en la mesa de la cocina de Katherine, tomadas de la mano, cuánto deseaba desesperadamente esta relación. Creo que ya me había enamorado de la idea de ella. Racionalmente, esto era preocupante porque no la conocía muy bien. Ambas cambiamos nuestra atención a Quinn y Desmond mientras entraban a la habitación. Las mangas de camisa de Quinn estaban enrolladas hasta sus antebrazos y estaba en proceso de secarse las manos con una toalla. Desmond entró detrás de él con un pastel y platos. La mirada de Quinn se encontró con la mía, sostenida por un momento, luego se movió hacia donde su madre y yo estábamos tomadas de la mano. Su expresión no cambió. Excepto por dos o tres

grietas en su fachada, ya que había estado usando básicamente la misma expresión todo el tiempo que habíamos estado allí. Impasivo. Esto no me preocupó ni me alarmó, especialmente ahora que vi que Quinn era una copia de su padre. Sus ojos brillaban con intensidad y a menudo eran el único signo externo de un cambio en los pensamientos o sentimientos. En verdad era fascinante verlos juntos. Pero también vi vislumbres de su madre en él, especialmente los chistes tontos y el humor seco. Además, Katherine era una tocadora: mostraba gran parte de su afecto a través de caricias ligeras, apretones de hombros, breves abrazos. Ella había acunado mi mejilla, sonriéndome a los ojos varias veces mientras estábamos preparando la cena, y noté la forma en que siempre buscaba excusas para tocar a su esposo, rascarle la espalda y pasarle la mano por el brazo. Ella hizo estas cosas de una manera que me recordaba a su hijo, y me calentó el corazón. Tendría que agradecerle más tarde por pasar este rasgo de personalidad a Quinn, ya que definitivamente era uno de mis favoritos. —¿Qué está pasando? —La mirada de Quinn todavía estaba en nuestras manos. —Estábamos hablando de si el sesgo del investigador está presente o no en los ensayos de memoria que involucran crucigramas —dije, lo cual era mayormente cierto. Los ojos de Quinn se entrecerraron mientras regresaban a los míos, evaluando la verdad de mi declaración. Me llamó la atención un pensamiento repentino. —Uh, Quinn, ¿podrías unirte a mí en el baño por un minuto? Me parpadeó una vez. —¿En el baño? —Sí. En el baño. Noté que sus padres intercambiaron una mirada antes de que su madre dijera: —Si ustedes dos necesitan hablar, podemos… —No, no. Prefiero el baño. Pienso lo mejor que puedo allí. —Me levanté de la mesa, le di un asentimiento a Katherine y agarré la mano de Quinn—. Volveremos en seguida. Lo conduje ciegamente fuera del comedor en ninguna dirección en particular, solo afuera. Rápidamente se hizo cargo y nos condujo por un pasillo lleno de fotografías familiares hasta un pequeño medio baño debajo de la escalera.

Una vez que estuvimos adentro con la puerta cerrada pero antes de que se pudiera encender la luz, lo presioné contra la pared y lo besé. Le gustó esto, porque inmediatamente me giró para que mi espalda estuviera contra la pared. Al principio, todo, cada toque, tanteo, mordisco, lamido, se sintió frenético, urgente, necesitado. Luego, después de tal vez un minuto completo, su peso se movió contra mí y los movimientos de su boca disminuyeron, saborearon. Usó sus manos para inclinar mi cabeza de un lado a otro, inclinándome como le gustaba, y me besó con meticulosidad sin prisas hasta que estuve bien y realmente mareada. Finalmente, bajó la barbilla para que nuestras frentes conectaron y nos inhalamos. —Gracias —dije. —De nada —dijo. Su respuesta, tan seria, me hizo sonreír. Todavía estábamos rodeados de oscuridad, lo que hacía que nuestras palabras pronunciadas en voz baja sonaran más fuertes e íntimas. —Quinn... quiero que seas feliz —dije, y mis manos se movieron de donde agarraban sus brazos hasta su cintura. —Lo soy. —Y quiero casarme contigo lo antes posible. Asintió, moviendo su rostro para morder mi mandíbula, acariciar mi cuello. —Bueno. Respiré profundamente y, aunque estaba casi completamente negro, cerré los ojos en preparación para las palabras que diría a continuación. —Y creo que lo antes posible todavía es el 14 de Junio, y he aquí por qué: Creo que deberíamos celebrar la boda aquí, en Boston. —Sentí que se endurecía ante esta noticia, así que traté de hablar más rápido— . Creo que deberíamos dejar que tu madre lo planee, o tanto como ella quiera planear. Creo que deberíamos tener una boda familiar numerosa. Creo que yo debería usar un vestido blanco, y debajo debería usar la lencería de novia que elegiste en Londres. Porque creo que significaría mucho para tus padres, no la lencería nupcial, sino la boda familiar, y realmente no nos importan los detalles, y si está a tu alcance brindarle a otra persona una gran alegría con poco o ningún gasto para ti mismo, o incluso a un gran costo, entonces deberíamos hacerlo, especialmente cuando amas a esa persona. Y, en aras de una revelación completa, creo que podría estar un poco enamorada de tu madre...

—Está bien —susurró contra mi oreja, una de sus manos acariciando desde mi hombro hasta mi cintura, y luego hasta mi pecho. Abrí los ojos en la oscuridad. Apenas podía discernir los contornos de su forma que se elevaba sobre mí. —¿Está bien? —Sí. Mi cara se apoderó de una gran sonrisa. Quinn se movió contra mí de tal manera que encendió chispas a lo largo de mi columna e hizo que mi estómago se torciera. Mi cuerpo instintivamente se acercó al suyo, a él. —Gracias. —Esta vez mis palabras fueron un poco sin aliento. —No, gatita. —Levantó la cabeza, rozó sus labios contra los míos dos veces, luego tocó su nariz con la mía—. Gracias a ti.

Capítulo 17 QUINN El infierno se desató el miércoles. Después de un largo día de lidiar con imbéciles idiotas, todo lo que deseaba hacer era hacerle el amor a mi chica. Entonces deseaba escuchar su voz mientras describía la mejor forma de extraer aceites esenciales de hojas de hierbabuena, o cualquier tema endiablado que decidiera que era el más interesante en ese momento en particular. En su lugar, llegué a nuestra suite del hotel y encontré a Dan, su idiota hermano Seamus, Janie y mi madre sentados en la estancia tomando el té. Jodido infierno. Habíamos visto a mis padres cada día desde la cena el sábado. Fuimos a la iglesia con ellos la mañana del domingo, luego fuimos a comer. Mi padre y yo hablamos sobre un viaje de pesca en el verano. Nos sorprendió a ambos, que yo le pidiera consejo sobre dos nuevas propiedades, cuentas de clientes corporativos que mi compañía estaría administrando al final del verano. Después de la discusión, decidí preguntarle después si estaba interesado en hacer consultoría. Janie pasó el resto del domingo hablando sobre planes de boda con mi madre, conferenciando con su amiga Marie desde Chicago. Los siguientes días en Boston estuvieron llenos con reuniones de clientes corporativos. En la noche, regresamos a casa de mis padres para cenar. Para el martes, estar con ellos finalmente fue más fácil, pero estaba listo para trepar por las paredes. Creo que ayudó que no intentaran disculparse de nuevo. Pero cada vez que estábamos juntos, deseaba decirles que lo lamentaba. No lo hice, porque la idea de disculparse se sentía inadecuada. No estaba seguro de estar listo para que me perdonaran. Así que me mantuve callado y me tragué mi culpa. Esta mañana, que también era la última mañana de nuestro último día completo en Boston, Janie y yo nos separamos antes del desayuno.

Yo necesitaba atar cabos sueltos con antiguos clientes privados. Ella dijo que necesitaba hacer algunos encargos de la boda con mi mamá, lo que sea que eso signifique. No había esperado que esos encargos incluyeran té con matones locales. Seamus… el imbécil hermano lavador de dinero de Dan y el exnovio de Jem, el mismo exnovio que había intentado secuestrar a Janie hace varios meses… estaban en mi lista de los tres primeros hijos de perra que me gustaría que desaparecieran. Sin embargo, ahora mismo, la primera persona a la que iba a asesinar era Dan. Después, Seamus. Después de eso… tal vez Janie. Probablemente no. Hice un rápido escaneo de la habitación, sorprendido de encontrar a dos de mis tenientes, Carl y Stan, parados a ambos lados del perímetro. Sus ojos se encontraron con los míos. Una mirada me dijo que estaban menos que complacidos con la situación actual. Una vez me aseguré que la habitación era segura, cerré la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria y esperé a que los ocupantes me notaran. Lo hicieron, inmediatamente y todos al mismo tiempo, levantando la mirada de su conversación al unísono. La habitación se quedó en silencio. Fulminé con la mirada a Dan. Él me la devolvió. Vi que estaba molesto, y supe que fue él quien había llamado a Carl y Stan. Dan era el único que no estaba bebiendo té. Estaba al borde de su asiento con aspecto tenso e incómodo entre Seamus y las damas. Pasé mi mirada a Seamus. Me mostró una sonrisa come mierda. Decidí que ahora era el número uno en mi lista de gente que me gustaría hacer desaparecer. —¿Qué estás haciendo aquí? —En lugar de darle con la pistola, dejé mi maletín junto a la puerta y empecé a quitarme mis guantes de cuero. —Escuché que estabas en la ciudad, pensé en pasarme para una charla amigable. —Su sonrisa grasosa se ensanchó, y miró a Janie. El bastardo le guiñó el ojo. Seamus no debería respirar el mismo aire que mi madre o Janie, mucho menos compartir la hora del té. Lancé mis guantes y abrigo a una silla cercana, mis ojos nunca abandonaron a Seamus. —¿Qué estás haciendo aquí? —dije más lento esta vez. La sonrisa cayó de su rostro mientras sus ojos se dirigían a los míos. Lucía nervioso.

Mi madre posó su té en la mesa y se levantó. —Yo lo invité a entrar. Antes de mirar a mi madre, dejé que Seamus sintiera la amenaza detrás de mi mirada. Parecía precavida. —Tenía dos opciones, Quinn. Invitarlo o rechazarlo. Ya fuera la una o la otra, él deseaba hablar contigo. Pero más que eso, quiere hacer una declaración. —No sé lo que ella q… —dijo Seamus, pero mi madre lo interrumpió. —Te olvidas, Seamus, que yo cambié tus pañales. No intentes estupideces conmigo. —Entonces se giró hacia mí—. Y tú también olvidas que conozco a Seamus. Él y Dan solían venir después de la escuela cuando eran niños. Seamus recibió una A en mi clase de trigonometría. —Justo antes de abandonar la escuela —añadió Dan. Su tono me dijo que estaba cerca de estallar. —Escucha… —Seamus fulminó a su hermano, entonces sus ojos titilaron hacia mi madre. Tuvo las agallas de parecer avergonzado—. Lamento si interrumpí algo. —Lo hiciste —dijo ella—. Y sé que no lo lamentas. Sabías que estábamos aquí… Janie y yo, y que Quinn no. —Estudié a mi madre. Parecía estar buscando algo en la cara de Seamus, como si careciera de algún rasgo de carácter muy necesario, y su suspiro era derrotado cuando me miró de nuevo—. Janie y yo nos vamos. Tenemos una cita con un modista. —Señora Sullivan, lo lamento. Por favor no se marche por mi culpa. —Seamus intentó de nuevo, su voz sorprendentemente sincera. —Si quieres decirle a alguien que lo lamentas, Seamus, tengo el teléfono de tu madre. Tal vez te gustaría darle una llamada. Él renunció a seguir actuando. Su expresión se allanó, su boca formó una línea sombría y se quedó en silencio bajo la decepción de mi madre. Ella permitió que su argumento calara durante cinco segundos. Entonces alcanzó su bolso. Janie se levantó y mis ojos inmediatamente se fijaron en ella. Sentí como un golpe en el estómago, ella era tan hermosa. Lucía curiosa y compuesta, pero no asustada, aunque había estado inusualmente callada durante todo el asunto. También vestía alguna clase de vestido envolvente rosa claro, de la clase que me recuerda a una bata de baño, excepto que los lazos están conectados. Lo sabía, porque previamente había experimentado

con uno de sus otros vestidos envolventes; todo lo que tenía que hacer era jalar el lazo y el vestido se abriría. Jodidamente odiaba a Seamus. Apreté los dientes y exhalé, luché con la urgencia de ordenarles a todos que salieran para que Janie y yo pudiéramos estar a solas. La única razón por la que no lo hice era porque mi madre estaba en lo correcto. Seamus deseaba hacer una declaración. No era más que un irritante punto en mi radar. Si no hacía su espectáculo ahora, sería después. Mi madre pasó a mi lado primero, me dirigió una pequeña sonrisa, y apretó mi brazo. Entonces me sorprendió tremendamente con un suave beso en la mejilla. Me sentí de nuevo de doce años. Me hizo sentir perdonado. Carl siguió a mi madre. Yo aún me estaba sacudiendo la desorientación, cuando él me dirigió un asentimiento cortante; sabía que él cuidaría de ellas. Janie siguió después, vacilante, esperando una pista de cómo actuar. Era tan jodidamente lista que me mataba. Sujeté su mano mientras pasaba, me conformé con un beso irritantemente casto en su mejilla. Cuando se inclinó, noté que olía diferente, como perfume o un nuevo jabón, y quería saber por qué. Stan estaba al último y murmuró mientras pasaba: —Las llevaremos a casa. Mis ojos se deslizaron de vuelta a Seamus antes de decir: —Hagan eso. Escuché la puerta cerrarse. Entonces caminé al bar y me serví un whisky, dándole la espalda a la habitación. Ahora ya no tenía prisa, y ya que estaba de mal humor, estaba feliz de compartirlo con alguien que me desagradaba. Bebí el primer vaso de un trago rápido y luego vertí dos dedos más generosos. —No, gracias, no quiero nada —expresó Seamus. —No pregunté y no estoy ofreciendo nada. —Me di vuelta y miré más allá de la ventana de la suite presidencial hacia el horizonte de Boston. —Eso no es muy agradable —se quejó Seamus, sentándose de nuevo—. Después de que hice eso excelente para tu chica. Mis ojos se deslizaron hacia un lado y lo fulminé con la mirada. —Te dio todo el dinero que Jem robó —le dijo Dan a su hermano, sacudiendo la cabeza—. No le hiciste un favor. —La dejé ir, ¿no?

—Y Quinn podría haber descubierto tu operación con una sola llamada. Te estarías pudriendo en la cárcel en este momento, ¿verdad? —¿Qué estás haciendo aquí? —Hice la pregunta más despacio esta vez, haciendo una pausa amenazadora entre palabras. Seamus se movió en su asiento, cada vez más incómodo. —No sabía que ibas a ser tan grosero. —Deja de joder, imbécil. Solo escúpelo —resopló Dan, recostándose en la gran silla de cuero y sacudiendo la cabeza. Parecía avergonzado. Seamus era muchas cosas, pero no era estúpido. Era ingenioso, inteligente, y si trabajara la mitad de duro en un trabajo real en una industria legítima que, lavando dinero, tendría mucho éxito. Pero no lo hizo. Era el gobernante de un modesto imperio, uno que permití que existiera. O, más bien, uno que había permitido que existiera. Porque si sabía quién necesitaba dinero lavado en la costa este, entonces tenía información valiosa. Pero ya no trataba con información, o al menos estaba tratando de salir de ello. Esto significaba que la posición actual de Seamus como gobernante de su reino era, en el mejor de los casos, precaria. Y, ahora mismo, encontrándolo en mi suite, guiñándole un ojo a Janie y evitándome que aprendiera más sobre los métodos de extracción de aceites esenciales, estaba bastante seguro de que el reinado de Seamus estaba llegando a su fin. —Escuché un rumor sobre ti —dijo Seamus, haciendo una demostración desesperada de agresión. Simplemente lo miré, porque todavía no me había dado ninguna razón para hablar. Los segundos pasaron y se agitó más. Finalmente, espetó. —Eres un bastardo frío, Quinn. Pensé que éramos amigos. —No, no lo hiciste. —Entonces, ¿es verdad? ¿Estás sacándolos a todos? Esperé por un momento. Luego me acerqué al sofá y me senté, declarando lo obvio. —Esto es una pérdida de tiempo. —¿Vas a sacarme ahora? Lo miré de reojo. —¿Por qué habría de hacer eso? —Porque, si no estás buscando influencia, no necesitas mi información.

—Seamus, no sé de qué estás hablando. Dirijo una empresa de seguridad. Brindo seguridad para corporaciones: negocios, bancos, hoteles, etc. Que yo sepa, no estás afiliado a una corporación. Tú y yo no tenemos nada que ver el uno con el otro. Sus ojos se entrecerraron y estudió mi rostro como si fuera la clave de su continua existencia. —Solo sé esto. Vienes por mí, yo vengo por ti. Dan murmuró una maldición sacrílega. Luego la siguió con: —¿Qué estás haciendo aquí, eh? ¿Qué vas a hacer? ¿Enviar más tipos a Chicago para ser apuñalados con agujas de tejer? Solo déjalo ir, Seamus —resopló exasperado. —No puedo —dijo Seamus a su hermano, pero sus ojos nunca dejaron los míos. —Tienes que hacerlo porque Quinn está fuera; ha estado fuera durante casi una década, y todos los que le importan son intocables. —Eso es un montón de mierda, Dan. —Seamus se volvió hacia su hermano—. Él no está fuera. Ha estado construyendo un imperio, un imperio mundial de contactos, de personas para usar. Es el maestro usando personas. Creo que soy un excelente delegador, pero no soy nada, nada en comparación. ¿Ahora quiere lavarse las manos? ¡Demasiado tarde! Las manos sucias no se limpian. —Nada de lo que hacemos es ilegal. —Dan levantó las manos y gritó esto al techo. —Sí, excepto la parte sobre el conocimiento. Tu chico aquí es un accesorio para cientos de delitos graves porque sabe. Me estaba aburriendo. Los dramas de Seamus eran aburridos. —Ve al grano. —Dan cortó su mano en el aire—. ¿Qué quieres? —Quiero asegurarme de que su década de recopilación de información impecable no volverá y me morderá el culo, eso es lo que quiero. Seamus no fue la primera persona con la que tuve esta conversación. La primera pregunta que hacían la mayoría de mis clientes privados después de descubrir que estaba descargando su cuenta era “¿Qué garantías tengo de que van a guardar mis secretos?” Lo que no sabían era que, si el secreto era lo suficientemente malo, ya lo habría revelado. Las personas con secretos reprensibles no eran utilizadas; eran expuestas. Si el secreto era distribución de drogas, tráfico de personas o cualquier otra forma de destrucción masiva o explotación de un individuo, esa información ya se había pasado a las personas

adecuadas, personas que podrían detenerlo sin que se revelara mi participación. Sabía con certeza que mi participación nunca se conocería porque las personas adecuadas, las personas que finalmente hacían que los malos pagaran, no sabían que había sido yo quien aportó la evidencia. Afortunadamente, muy pocos de los clientes privados eran de este tipo. La mayoría de ellos eran del tipo de fondos escondidos en el extranjero, el tipo de evasión de impuestos, el tipo de usuario de drogas recreativas o el tipo de engaño a su cónyuge. Sus secretos iban desde vergonzosos hasta potencialmente devastadores para su vida y su carrera, pero muy raramente, en mi opinión, extremadamente malvados. —Seamus, eres un idiota. —Dan no tenía paciencia. Miré de un hermano al otro. Físicamente, eran muy similares, de metro ochenta y dos, robustos, ojos marrones. Podrían haber sido gemelos. Mi hermano Des y yo ni siquiera parecíamos relacionados. Teníamos aproximadamente la misma altura, pero él era rubio y lo heredó de mi madre. Des había sido mi héroe; justo como Seamus había sido el héroe de Dan. Pero mientras que los valores de honor y coraje de Des eran fáciles de admirar, Seamus era un imbécil egoísta. Seamus fulminó con la mirada a su hermano. —Bájate de tu jodido caballo alto... —Es suficiente. —Esta conversación no iba a ninguna parte y tenía que terminar—. Seamus, no tengo nada que ofrecerte más que asegurarte de que estoy completamente desinteresado en tu existencia. Seamus resopló, frunció el ceño, pero asintió. —Sí. Está bien... bien. Esperé un momento, le permití que se relajara, se sintiera cómodo con la promesa de mi indiferencia. Luego agregué: —No me des una razón para interesarme. *** Justo cuando pensé que el día no podía empeorar, se desató más infierno. Entré en la casa de mis padres y encontré a Jem. En realidad, entré con mi papá abofeteando a Jem. Estaba acostada boca abajo, su mejilla presionada contra el piso de madera de la entrada. Él tenía una rodilla en su espalda, sujetándola en el lugar, sin

embargo, dándole crédito a su locura, ella estaba haciendo todo lo posible para liberarse de su agarre. —No me has leído mis derechos, cerdo —gritó mientras se retorcía, sacudiendo sus largas piernas. —A la mierda un pato, mira quién es. —Dan se detuvo en seco justo en la puerta y luego miró a mi padre—. Lo siento, señor Sullivan. Mi papá lanzó un suspiro; de lo contrario, parecía estar completamente compuesto. —¿Dónde está Janie? — le pregunté, estirando el cuello para ver la sala de estar. —No aquí —respondió mi padre—. Se fueron esta tarde, todavía no ha vuelto. La preocupación creció en mis entrañas, y saqué mi teléfono. Me di la vuelta para llamar a Stan. —Jefe —respondió en el primer timbre. —¿Dónde estás? —Beau Boutique. Fruncí el ceño. —¿Qué demonios es eso? —El infierno si lo sé. Nunca he visto tanto rosa en mi vida. ¿Cuántos vestidos tiene que probarse? ¡Y todos son blancos! Las damas están bebiendo champán con copas del tamaño de mi pulgar. Pero no te preocupes, jefe. No tienen cerveza. Pregunté. —Jesucristo, Stan ... —¿Lo sé, verdad? —No. —Golpeé mi puño contra el atasco de la puerta—. Se suponía que las llevarías a casa. La línea estuvo en silencio por un momento y luego Stan susurró: —¿Quieres que le quite el champán a tu madre? Puse los ojos en blanco, pensé en decirle que llevara su trasero a la casa, pero luego imaginé la reacción de Janie y mi madre si intentaba dictar sus idas y venidas. Era mejor que mi mamá se quedara y bebiera su champán. Bajo las circunstancias, probablemente era bueno que las damas estuvieran fuera. —Bien. Tienen una hora. Dale a Dan la dirección. Terminé la llamada y giré, encontré a Dan parado detrás de mí. —¿Todo bien? Asentí, mirándolo fijamente. Entonces, debido a que todo el infierno se estaba desatando y Dan estaba manteniendo su mierda juntos, decidí que ahora era el momento. —¿Serás mi padrino?

Parpadeó hacia mí. Luego sus ojos se entrecerraron y pareció abruptamente irritado. —Por supuesto. ¿Por qué demonios pides esa mierda? Ya he hablado con tu madre sobre el esmoquin. —Bien. —Traté de fruncir el ceño, fracasé—. Vámonos. Caminamos de regreso a la entrada donde mi papá y mi futura cuñada todavía estaban en el suelo. Asentí una vez con la cabeza a mi padre, comunicándome en silencio que Janie y mamá estaban bien, luego cambié mi atención a Jem. Ella estaba murmurando intermitentemente para sí misma y luego gritando. Ella acababa de tratar de morder el brazo de mi papá, y estaba teniendo un dolor enorme en el trasero. Se suponía que ella no estaba en Boston. Ni siquiera se suponía que estuviera en los Estados Unidos. La había dejado en Río con cien mil dólares en efectivo y un nuevo pasaporte. Me prometió que desaparecería. Realmente no creí su promesa, pero esperé que nunca volviera a ser mi problema. Entré en su línea de visión, me apoyé contra la pared y me froté la frente. Me estaba doliendo la cabeza. Parecía bronceada, lo que, para ella, significaba muy pecosa. También significaba que sus ojos parecían más claros, no de color ámbar, como los que Janie lucía contra su piel pálida. Jem parecía casi amarilla. —Acabo de dejar a Seamus —le dije. El pánico parpadeó detrás de sus ojos. Rápidamente reprimió el estallido de emoción y levantó su barbilla desafiante. —¿Así que? ¿Y a mí que me importa? —Entonces, si no dejas de patear, morder y enojarme, llamaré a Seamus y le pediré que venga a buscarte. Teniendo en cuenta el hecho de que Seamus quería a Jem muerta, sentí que esta amenaza sería la más efectiva. Sus ojos dispararon fragmentos de vidrio amarillo hacia mí. —No lo harías. Janie nunca te lo perdonaría. —No conoces a Janie. Ella es muy pragmática. Jem resopló, gruñó, cerró los ojos y luego dejó de patear. Sus piernas cayeron al suelo con un ruido sordo. Mi papá me miró y enarcó una ceja. Consideré qué versión de la verdad decirle y finalmente me decidí: —Seamus es su hombre. La esquina de su boca se torció.

—Y Dan es tu segundo al mando, y Janie es tu mujer... —Sus ojos se estrecharon ligeramente, y pude ver que estaba armando un diagrama de relación invisible—. Mundo pequeño. Me encogí de hombros y decidí decirle más tarde que noté a Janie por primera vez en Chicago en el edificio de Fairbanks porque pensé que ella era Jem. Me di cuenta incómodamente de que, en cierto modo, Jem era parcialmente responsable de Janie y de mi relación. Deseché el pensamiento. Por segunda vez en menos de tantas horas, me encontré preguntando a una persona en mi lista de las tres principales personas que me gustaría que desaparecieran la misma pregunta. —¿Por qué estás aquí? Sus ojos todavía estaban cerrados, pero el músculo en su sien saltó cuando hablé. —Dile a tu doble que me quite las esposas. —No —respondió mi padre—. Te estoy arrestando por algo. Todavía no he decidido la lista completa de cargos todavía. No necesito quitarte las esposas si lo voy a hacer de nuevo en cinco minutos. —¡No voy a ir a la cárcel! —gritó Jem, con los ojos abiertos. —¿Por qué estás aquí? —repetí, mis dedos penetrando en el espacio entre mis cejas. Necesitaba un ibuprofeno. —Escucha... —Ella se lamió los labios, sus ojos recorriendo la habitación—. He estado en la ciudad por dos semanas, escuché que estabas aquí con mi hermana. Necesito hablar con Janie y... necesito dinero. —¿Qué pasó con el dinero que te di? —le pregunté, sin importarme qué conclusiones sacaría mi padre porque, en algún momento, sabía que sería capaz de aclararlo. Este pensamiento me tomó desprevenido y me pregunté en qué momento de los últimos días había empezado a dar por sentado que tendría una relación futura con mis padres. —Estaba huyendo —dijo—. No fue suficiente. —Saliste huyendo. —¡Necesito hablar con Janie! —gritó. —Eso no va a suceder —dijo Dan, sacudiendo la cabeza, con los brazos cruzados como una pared de desafío. —Le diré a Janie que quieres hablar con ella —le dije, quería negar de plano su solicitud, pero no era mi deber hacerlo—. Depende de ella. —Solo... solo déjame hablar con ella y dame algo de dinero, y te dejaré en paz, lo juro. —Estaba sosteniendo esto cuando rompió por la ventana. —Mi papá eligió este momento para retirar una pistola 22 de la parte posterior

de sus pantalones—. Al principio pensé que ella era Janie, así que no disparé. Solté una carcajada frustrada. Gracias a Dios, mi madre había concertado una cita en Beau Boutique para que Janie pudiera probarse vestidos blancos. —Escucha, espectáculo de loca —dijo Dan; había llegado al final de su cordura, y no me sorprendió. Él conocía a Jem mucho mejor que yo—. Vas a ir a la cárcel. ¿Ves a este tipo, el señor Sullivan? ¿El papá de Quinn? Él es el verdadero, cariño. Tú irrumpiste en su casa. Es de la policía de Boston. Un detective. Eso significa que él es un tipo duro. Vas a ir a la cárcel por romper y entrar a la casa de un detective de la policía... con una pistola, perra loca. Dan esperó un momento, dándole tiempo para comenzar a planear una manera de esquivar la situación, y luego agregó: —Ni siquiera Quinn puede salvarte de eso. La respiración pesada de Jem era el único sonido en la habitación. Las lágrimas llenaron sus ojos. Nadie estaba impresionado. Luego, mi papá le leyó a Jem sus derechos. Justo entonces mi teléfono sonó. Me aparté de la escena aliviado por la distracción. Caminé hacia el comedor. Era un número de Nueva York, pero no reconocí al dueño. Debatí medio segundo si responder o no. Nada podría sorprenderme en este punto, así que contesté la llamada. —¿Sí? —Hola. ¿Quinn Sullivan? —Era un hombre fumador, a finales de sus veinte o en los primeros treinta, que sonaba vagamente familiar. —¿Quién es? —Uh, Elizabeth Finney me dio su tarjeta. Soy Nico Moretti y necesito una nueva empresa de seguridad privada.

Capítulo 18 JANIE

—¿Nico Moretti? ¿El comediante? —Katherine miró de mí a Quinn, su rostro una mezcla de deleite e incredulidad—. ¿Ese chico guapo que se desnuda al final de su show? —¿Cómo sabes que se desnuda? —Las manos de Desmond se detuvieron, su rebanada de pizza a medio camino entre su plato y boca. Estaba frunciéndole el ceño a su esposa con una mirada de disgusto muy al estilo Quinn. Eran más de las diez treinta de la noche y estábamos terminando de cenar. Había estado muerta de hambre; por lo tanto, estuve callada durante la mayor parte de la recitación de Dan de los eventos de la noche. Me dio la impresión de que borró los hechos que rodearon la visita de Seamus —probablemente para beneficio de los padres de Quinn— pero no se contuvo nada al contar el arresto de Jem. Aparentemente, nos habíamos perdido mucho mientras me probaba vestidos de novia.

Me sorprendió el intento de Jem de entrar en su casa, pero de nuevo, nada de lo que ella hacía realmente me sorprendía. No había decidido qué hacer con su solicitud de hablar conmigo. Por consiguiente, retrasé mi decisión. No es como si ella fuera a ir a alguna parte. Me sentía molesta y culpable por todo el asunto. Estaba molesta porque una vez más ella estaba derramando su locura y malas decisiones por todas partes y en mi vida. Era como un chef loco, arrojando gotas de salsa de tomate rancio por todo el restaurante y luego diciéndoles a todos que la cena estaba servida. La analogía tenía tanto sentido como sus elecciones de comportamiento. Me sentía culpable porque estaba molesta. Una parte de mí siempre tendría esperanza para ella, para una relación, y quería sentir algo más que molestia por mi hermana pequeña. Había intentado disculparme con Desmond y Katherine pero me rechazaron, diciendo que yo no era responsable de las decisiones de otras personas. Creo que Katherine en particular solo quería saber más sobre Nico Moretti. Dan estaba feliz de contar la llamada de Quinn, incluso a pesar de que no había escuchado ambos lados de ella. Tampoco trató de ocultar su entusiasmo por Nico. Parecía que Dan era un fanático. Katherine rodó los ojos ante la expresión de su marido y luego se volvió para confiarme: —Él es muy ardiente. Sonreí pero no hice comentarios, aunque estaba de acuerdo. Quinn había estado callado durante la cena. Hasta donde yo sabía, si aceptaba a Nico Moretti como cliente, esta sería su primera celebridad y su primera cuenta privada de un cliente en más de cuatro meses. Me pregunté qué estaría pensando, pero no se lo pregunté. Quinn se recostó en su silla y tomó su whiskey. Parecía estar estudiando el contenido del vaso como si estuviera reflexionando sobre los métodos de manufacturación de las destilerías de Texas. Por tanto, me sorprendió cuando anunció en voz alta: —Lo siento. Todos lo miramos. Noté que Katherine y Desmond compartieron una mirada de confusión y luego desviaron su atención hacia mí. Miré a Dan. También parecía estar perplejo. —¿Qué es, querido? —preguntó Katherine, con una sonrisa gentil en el rostro. —Lamento lo de Des. Lamento que haya sucedido y que podría haberlo evitado. —La mirada de Quinn se movió entre sus padres.

Siguió un largo momento. La sonrisa de Katherine se desvaneció, su rostro cayó, y un destello de dolor ensombreció sus facciones. Desmond sostuvo la mirada de Quinn, su expresión de piedra, pero eso no significaba nada. Al igual que Quinn, sus pensamientos eran privados y sus emociones eran como fantasmas. Quinn pasó saliva, su garganta trabajando con esfuerzo, y me sorprendió ver que no hizo ningún esfuerzo por ocultar su angustia. Nunca lo había visto tan transparentemente desolado, y mi corazón se acercó a él. No me di cuenta, pero también lo hicieron mis manos y mis brazos. Antes de que pudiera entender que me había movido, estaba rodeando sus hombros y abrazándolo con fuerza. Repitió en un susurro: —Lo siento mucho. Katherine apretó los labios y levantó la barbilla. Sus ojos brillaron, y supe que estaba conteniendo las lágrimas. —Quinn… —comenzó, se detuvo y se aclaró la garganta—. No podrías haberlo sabido. Él negó con la cabeza hacia su madre y preguntó con un suspiro torturado: —¿Por qué no me odias? Una dolorosa comprensión reclamó sus rasgos, como si algo en ella se rompiera y remendara ante sus palabras, como si las piezas de un rompecabezas finalmente encajaran, y la imagen que revelaron fuera terriblemente incorrecta. —Bebé, nunca podría odiarte. Nunca te hemos odiado. Puede que nos hayamos perdido en nuestro dolor, puede que te hayamos atacado en nuestra desesperación, pero nunca te odiamos, nunca. Amar incondicionalmente solo trae alegría. Eres nuestro hijo, y cuando Des…cuando Des… —Su barbilla tembló y dos lágrimas rodaron por sus mejillas. Katherine las limpió rápidamente y aspiró antes de continuar. —Cuando Des murió, nuestros corazones se rompieron, y también el tuyo; igual que el de Shell. Debimos habernos reconfortado el uno con el otro en lugar de repartir culpas sin pensar. Eso recae en nosotros, cariño. Eso no es tu culpa. Y lamento muchísimo no haber hecho nada al respecto antes de ahora. —El final de su oración se perdió en un sollozo y enterró su rostro en sus manos. Quinn negó con la cabeza, pero antes de que pudiera rebatir las palabras de su madre, su padre se estiró y tomó a su esposa entre sus brazos, la empujó a su regazo, y la apoyó contra su hombro.

Luego volvió sus ojos hacia Quinn. Escuché y sentí la pequeña inhalación de Quinn ante la expresión de su padre, tal vez porque estaba tan llena de amor y compasión. Entonces Desmond habló. —La culpa es un ladrón. Nos roba a ciegas mientras desperdicia nuestro tiempo, tiempo que podríamos estar pasando como familia, haciendo recuerdos, apoyándonos mutuamente. Tu madre y yo no queremos perdernos otro día contigo, con tu hermana o con Janie. Tienes que cortar esa mierda. Tienes que dejarlo ir, porque tu madre te necesita… yo te necesito. Y creo que quizás tú también nos necesites. *** Era pasada la medianoche cuando finalmente regresamos al hotel. Estaba cansada, pero Quinn estaba exhausto. Por tanto, en el viaje de regreso a casa le exigí que apoyara su cabeza en mi regazo en la parte trasera de la limusina. Tracé la curva de sus cejas, la pendiente de su nariz y la línea de su mandíbula con la punta de mis dedos hasta que se durmió. Me entristeció despertarlo, pero me sentí aliviada ante la posibilidad de desnudarme y envolverme alrededor de su cuerpo igualmente desnudo, piel contra piel, mientras ambos caíamos en un sueño profundo rodeados por el calor del otro. Cuando llegamos a nuestra habitación, me sorprendió encontrar a Dan saliendo de la suite. Había estado con nosotros durante toda la cena, pero se fue poco después de las disculpas de Quinn y la fuerte discusión posterior. —Hola... —Dan se detuvo justo afuera de la puerta, me dio una pequeña pero sincera sonrisa, y asintió una vez a Quinn—. Hice un barrido de la habitación. Todo está despejado. Tengo cuatro tipos que vienen en unos minutos para el turno de noche; dos estarán adentro, dos estarán afuera aquí. Además, he notificado a la seguridad del hotel que estamos tomando precauciones adicionales. Quinn asintió una vez. —Gracias. Buenas noches. Dan levantó la barbilla en señal de reconocimiento y luego pasó junto a nosotros hasta el ascensor. No lo vi partir porque Quinn me estaba empujando a la habitación. Rápidamente pateó la puerta y luego tiró de la cintura del vestido. Con un tirón, el vestido se deshizo y se abrió. El gemido apreciativo de Quinn me hizo sonreír, y mi sonrisa solo se amplió cuando dijo:

—Lo sabía. Amo este vestido. Me reí cuando sus manos alcanzaron el interior, separaron la tela y me agarraron la cintura. Me llevó hacia adelante contra él, reclamó mi boca y comenzó a llevarnos a la habitación. Donde él conducía, yo lo seguí, mis pies se arrastraron con pasos confiados, mis manos sobre sus hombros mientras los de él recorrían mi cuerpo. No me tocó para encender el deseo. Sus caricias eran posesivas en lugar de decididas, como si le hubieran negado mi piel por un período de tiempo irracional, y él simplemente estaba tomando lo que le correspondía. Cuando llegamos a la habitación, cerró otra puerta, la puerta de la habitación, y me guio a la cama, se arrodilló sobre mí y movió mi cuerpo hasta que me tumbaba debajo de él. El vestido todavía cubría mis hombros y brazos, pero el frente abierto enmarcaba mi torso, caderas y piernas. Nos besamos. Y luego, abruptamente, ya no nos estábamos besando. Abrí los ojos para encontrar a Quinn mirándome fijamente y con el ceño fruncido dibujando sus facciones, cada vez más severa por la tenue luz que iluminaba nuestro dormitorio. Parpadeé hacia él, busqué en su rostro una pista de sus pensamientos. —¿Qué es? —Te dije que te mostraría un ejemplar de un archivo de cliente privado. No he hecho eso. Lo miré por un momento, esperé a que continuara. Cuando no lo hizo, le pasé los dedos por el cabello y le rasqué ligeramente la nuca. —Podemos hacer eso cuando regresemos. Sus ojos se estrecharon en mí, estudiándome, contemplativo. Cambió su peso para hacerse de lado y me llevó a su pecho, alentó mi pierna para que se ajustara entre las suyas, mi cabeza sobre su hombro. Luego dijo: —Hueles diferente. Levanté la cabeza y lo miré, un poco sorprendida de que ya lo hubiera notado, ya que lo había comprado más temprano ese día. —Oh sí. Compré un poco de perfume. —¿Por qué? —Ayer leí un estudio sobre el atractivo percibido. Declaraba que los hombres encuentran a una mujer aproximadamente un veinte por ciento más atractiva cuando la mujer huele bien. —¿Cómo... cómo funcionaría un estudio como ese?

—Creo que usaron a la misma mujer en todos los casos de prueba, pero a hombres diferentes. Los hombres valoraron a la mujer por su atractivo después de... —Olvida eso. Lo que quiero saber es por qué llevas perfume. Levanté una ceja ante su pregunta repetida porque pensé que ya la había respondido. —Porque, aunque pareces estar enamorado en este momento, reconozco que eventualmente te inocularás con mi apariencia, tal vez incluso te aburrirás de ella. Pensé que oler bien y cambiarlo de vez en cuando me daría una ventaja del veinte por ciento, aproximadamente. Quinn me miró por un momento, luego cerró los ojos y suspiró. —Me vuelves loco, y no tengo suficiente energía en este momento para discutir contigo sobre lo loca que estás. Sonreí contra su pecho y luego me moví para desabotonar la parte delantera de su camisa. —Bueno. Deberías quitarte la ropa. Sus manos subieron y se cerraron sobre las mías, deteniendo mis movimientos. —Antes de hacer eso, antes de irnos a dormir, necesito hablar contigo sobre uno de los clientes privados. —Puede esperar hasta la mañana. —No. —Sacudió la cabeza sobre la almohada, sus ojos aún cerrados. Cuando habló a continuación, sus palabras fueron arrastradas por la fatiga—. Se trata de esa noche en el Club Outrageous cuando fuiste drogada. Ese tipo, el que te drogó, proporcionamos seguridad para esa familia. Ahora tenía toda mi atención. —¿Oh...? —Pensé en esta información y luego hice la siguiente pregunta que apareció en mi cabeza—. ¿Es así como lo detuviste? ¿Usaste uno de sus secretos contra él? —Más o menos... sí. —Quinn bostezó y me pregunté si recordaría esta conversación por la mañana. Ya parecía medio dormido. —Quinn, ¿por qué quieres que sepa sobre este cliente? —Porque... Parducci... son un buen... ejemplo de... lo que hago... Pasaron unos segundos mientras esperaba que continuara. En cambio, permaneció completamente en silencio, su pecho subía y bajaba con respiraciones constantes. —¿Quinn? —susurré, y esperé. Eso no fue bueno. Él estaba dormido. Lo dejé dormir.

Pero lo desnudé. Esto fue como tratar de poner un pañal en un elefante. Era todo miembros largos y pesados; y esgaba desmayado, peso muerto. Cuando terminé, seguí mi rutina nocturna y luego me uní a él en la cama, recordándome que debía preguntarle sobre este buen ejemplo de cliente privado en la mañana. Antes de rendirme a la inconsciencia, pensé en lo que su padre había dicho, en la culpa. Me hice una promesa silenciosa de que no permitiría que la culpa me robara tiempo o, a nosotros. El pequeño bastardo ladrón no tendría lugar en nuestro matrimonio. Pero mi último pensamiento, justo antes de que me fuera a la tierra de los sueños, fue un eco de lo que Katherine había dicho esa noche; específicamente, que amar incondicionalmente solo trae alegría.

Capítulo 19 Dejar Boston fue agridulce. Nos habíamos despedido de los padres de Quinn la noche anterior, pero abordar el avión y observar la ciudad alejarse se sentía erróneo. Sentí como si estuviera abandonando mi hogar o un trozo de mí. Decidí almacenar ese pensamiento para examinarlo en algún momento en el futuro. Sin embargo, extrañaba a mis amigas. Extrañaba mi grupo de tejido e, inexplicablemente, extrañaba a Steven. Estaba acostumbrada a verlo a diario, escuchar sobre sus tribulaciones en las citas y búsquedas del mobiliario perfecto. Reflexioné en lo diferente que era mi vida ahora de lo que había sido antes, cuando estaba con Jon. Reconocía ahora que Jon había sido un facilitador de mi comportamiento. Él había alentado mis tendencias reclusivas. Nunca me había empujado a salir de mi zona de confort. Al final, cuando nuestra relación se disolvió, me percaté de que él nunca me había presionado porque había temido perderme. Estaba aprendiendo que el miedo no tenía lugar en una relación sana. A veces se sentía como si todo lo que Quinn hiciera fuera presionar… presionarme a sentir, a pensar, a actuar, a desear, a necesitar. También me hacía desear y soñar más que boletos de los Cachorros, comics y zapatos. No huía (en mi cabeza o a pie) de los pensamientos incómodos tanto como solía hacerlo. Aún me estaba ocultando en el baño, pero ya no se sentía tan mal por alguna razón. Tal vez porque estaba confrontando miedos y preocupaciones. Esto se sentía bien, saludable, como un cambio positivo. Dan estaba en el vuelo con nosotros y parecía estar caminando con nuevos bríos. Verlo con su hermano mayor Seamus me recordó a mi relación con mis hermanas. Como resultado, me sentía un poco más cerca de él y mucho más cómoda a su alrededor. Por eso me permití molestarlo sobre su enamoramiento de hombre con Nico Moretti,

especialmente después de que aterrizamos en Chicago y Dan pidió venir a la reunión. —Estoy segura que él será tu mejor amigo si solo se lo pides —le dije, intentando darle una sonrisa cándida. Los tres esperamos juntos en el restaurante acordado al tiempo acordado. Nico llegaba dos minutos tarde. Dan me lanzó un ceño fruncido que no era en absoluto convincente. —No quiero ser su mejor amigo. Los chicos no tienen mejores amigos. —Su mirada titiló a Quinn y compartieron una mirada extraña, entonces sus ojos se apartaron. Tomé nota de eso y lo archivé para un futuro análisis. Dan añadió. —Bueno sí, tenemos mejores amigos… supongo. Pero no hablamos sobre esa clase de mierda. —¿Qué clase de mierda? —presioné. Él se encogió de hombros, sus ojos escaneando el restaurante. —Los rangos de amistad, no como las chicas. Ellas siempre están o hablando al respecto o pensando en ello. —¿Sobre rangos de amistad? —Sí, pero no solo con amigas, con cualquier clase de relación… me enloquece. Las chicas siempre quieren saber cuál es su rango. La cosa es que, si no notas lo que una persona siente por ti, entonces probablemente no lo quieres saber. Consideré esta afirmación y descubrí que tenía mucho mérito. Pero antes que pudiera pasar mucho tiempo escrutando mis relaciones actuales (amistades y de otro tipo) basada en esta nueva teoría, Nico Moretti entró paseando al restaurante. De hecho, una descripción más adecuada de su andar sería pavoneo. Pero no era uno de esos pavoneos a propósito. Era como si no pudiera evitarlo. Él era el pavoneo; el pavoneo era él. Y, juntos, debían agitarse. Dan se puso rígido y se sentó un poco más derecho en su asiento; también debió haber visto a Nico entrar. Quinn estaba dando la espalda a la puerta y, aunque estaba segura de que estaba consciente que Nico acababa de entrar, porque la atención cautiva de Dan era una revelación obvia, Quinn no se giró en su asiento. Más bien, Quinn continuó mirando el menú con intensidad penetrante. —Él está aquí —dijo Dan innecesariamente.

—Lo sé —murmuró Quinn—. Puedo notarlo porque estás babeando. Dan le lanzó a Quinn una mirada perturbada. —Cállate, idiota. No seas un imbécil. Escuché el intercambio de Dan y Quinn, aunque mi atención estaba completamente fascinada en lo que estaba sucediendo en el atril de la anfitriona. Parte de mí le preocupaba que las dos mujeres que habían flanqueado a Nico Moretti (como si sus órganos internos estuvieran magnetizados a su tirón gravitacional) fueran a desmayarse. Así que expresé su aprensión y probablemente soné tan preocupada como me sentía. —Esas mujeres parecen a punto de desmayarse. Dan suprimió un bufido de risa. —Sí. Eso o a punto de quitarse toda la ropa. —Espero que no. Hace menos un grado afuera y no está mucho más cálido aquí dentro. —Era verdad. Yo había optado por dejarme puesta la chaqueta. Tenía frío. En poco tiempo, las mujeres nos señalaron y ambas guiaron personalmente a Nico a nuestra mesa; una de las damas enfrente y la otra detrás. Lo estudié mientras él se acercaba. Estaba sonriendo, sus ojos se movieron sobre nuestro grupo de tres. Nuestras miradas se encontraron, sostuvieron y su sonrisa sea ensanchó. Tuve la impresión definida de que él conocía un secreto sobre mí… como qué color de ropa interior traía puesta, o que las orcas eran mi especie favorita en la familia de los delfines. Dan se levantó, y estiró primero la mano. —Hola. Daniel O’Malley. Un placer conocerte. Llámame Dan. —Hola, Dan, mucho gusto en conocerte. —Nico le dirigió a Dan un asentimiento amigable y giró su atención hacía mí, extendiendo la mano—. Tú debes ser Janie Morris. —Su expresión era cálida y abierta y enigmática y completamente cautivadora. Decidí que me agradaba, y era lo más extraño porque no lo conocía en absoluto. —Sí. Lo soy. Soy Janie Morris… ese es mi nombre. Janie… Morris. — Acepté su apretón de manos y su sonrisa, y correspondí ambos. Yo estaba sonriendo tan ampliamente que mis mejillas dolían. Estoy segura de que lucía y sonaba como una tonta. Quinn finalmente levantó la vista de su menú, miró nuestras manos, que aún estaban subiendo y bajando en un apretón interminable, entonces se levantó. De hecho, su levantarse fue más como un desdoblar

lento y amenazador, y necesitaba la terminación de mi contacto con Nico, porque Quinn básicamente me bloqueó de la vista con su cuerpo. Escuché a Nico decir: —Y tú debes ser Quinn Sull… —Siéntate. —Quinn hizo un gesto al asiento junto a Dan y enfrente de mí—. Llegas tarde. No hemos ordenado. Nico se movió para reclamar la silla, su sonrisa omnipresente era ahora solo una curva de sus labios, presionados como si estuviera intentando ocultarla. Sus ojos titilaron a mí una vez más y luego inmediatamente se apartaron y volvieron a Quin. Quinn ahora estaba mirando su menú como si quisiera asesinarlo. —Felicitaciones —dijo Nico, todavía mirando a Quinn. Quinn deslizó sus ojos hacia un lado y se encontró con la mirada amistosa de Nico. —¿Qué? —Felicidades por tu compromiso. Elizabeth me dijo que su mejor amiga acababa de comprometerse. —Nico me hizo un gesto, pero no me miró cuando dijo esto. —Gracias —dijo Quinn, entrecerrando los ojos. —¿Cómo conoce a la Dra. Finney, quiero decir, Elizabeth? — preguntó Dan agradablemente, aparentemente imperturbable por la gélida recepción de Quinn por nuestro invitado. Como yo, Dan obviamente estaba bajo el hechizo de este hombre. La atención de Nico se movió hacia Dan, y se detuvo como si estuviera considerando cómo responder la pregunta. Su sonrisa se desvaneció y sus ojos brillaron con intensidad. El cambio fue tan brusco que pude sentir mis cejas alzarse con sorpresa. Después de un breve silencio, dijo: —Crecimos juntos, estamos enamorados y se va a casar conmigo. Quinn se atragantó con el agua que acababa de llevar a sus labios, atrayendo la atención de todos hacia él. Se recuperó rápidamente, reemplazó el cristal y miró a Nico como si fuera un extraterrestre. —¿Te casas con Elizabeth? ¿Cuándo pasó esto? Nico se encogió de hombros. —Ella todavía no lo sabe. —Luego tomó su menú y comenzó a revisar las opciones, preguntando—: ¿Qué hay de bueno aquí? Tan pronto como las palabras salieron de su boca, me di cuenta de quién era. Nico era el Nico. Era el chico del que Elizabeth me había hablado cuando nos conocimos en la universidad. Era el mejor amigo de su novio

de la infancia, Garrett, y el Nico con el que había perdido su virginidad cuando tenía dieciséis años. Él era el Nico. Y la amaba. Tenía la sensación de que la vida, en particular la vida de Elizabeth, estaba a punto de ponerse muy, muy interesante. *** Me gustó. A Dan le gustaba. Y, finalmente, a Quinn también le gustó. Pero estaba claro para mí que a Quinn le gustaba con extrema renuencia, como si gustarle fuera obligatorio y fuera contra su voluntad. El mal humor de Quinn fue la única razón por la que no me opuse cuando ordenó mi comida por mí, pero hice una nota mental de que definitivamente tendría que hablar con él al respecto. Por supuesto, había descubierto lo que yo quería primero, pero luego, cuando llegó el camarero, no me dio la oportunidad de hablar. Habíamos estado juntos más de seis meses, y todavía me molestaba. Tendría que poner fin a la extraña y extraviada caballerosidad. Nico explicó su situación y describió los problemas que había tenido con su equipo de seguridad anterior. Aparentemente, su sobrina necesitaba infusiones una vez cada ocho horas como parte de un ensayo clínico de fibrosis quística. Elizabeth, mi mejor amiga y la mujer que había decidido que sería su esposa, era la médica tratante de su sobrina durante el juicio. También señaló que su sobrina y su madre, que era la guardiana de su sobrina, se alojaban en un hotel cerca del hospital. Sentía que este arreglo era menos que ideal. Además, Nico no podía dejar de hablar de Elizabeth. La nombraba casi constantemente. Al principio pensé que estaba haciendo esto a propósito, ya que cada vez que se volvía poético acerca de mi mejor amiga, Quinn parecía relajarse un poco más. Pero entonces Nico lo hizo tanto que Quinn se irritó porque Elizabeth era el foco constante de la conversación. Al escuchar a Nico y todos estos hechos, me di cuenta de que la solución era obvia. Nico necesitaba mudarse al edificio de Quinn. El edificio de Quinn era seguro y protegido. Nico no tendría que preocuparse por mantener un detalle de seguridad con él mientras estaba en el edificio.

Además, su familia estaría en una casa real en lugar de un hotel y, dado que Elizabeth también vivía en el edificio y mientras el hospital no se opusiera, las transfusiones de su sobrina podrían ocurrir en su nuevo hogar en lugar de en el hospital. No conocía los detalles del estudio, pero valía la pena intentarlo. Era la solución lógica clara a todos los problemas presentados. Dan estuvo de acuerdo de inmediato. Quinn estuvo de acuerdo a regañadientes. Nico esperó a que Quinn estuviera de acuerdo, luego me dio una sonrisa enorme y agradecida. —Creo que seré el vecino de Elizabeth —dijo. Sus ojos, que acababa de notar eran de un tono claro de verde oliva, en realidad brillaban como estrellas gemelas de travesura. —Debería hacer que tu eventual propuesta sea mucho más fácil —dijo Quinn, una sutil y reacia, sonrisa tirando de su boca hacia un lado. —Sí, mucho más fácil... —Nico asintió con la cabeza, su mirada se movió a algún lugar sobre mi hombro, el brillo travieso aumentó. Parecía estar sumido en sus pensamientos. Tuve la clara impresión de que estaba tramando algo. Luciendo divertido, Dan miró su reloj. —Bueno, deberíamos ir al edificio. Viajaré con usted, señor Moretti. Nico estuvo de acuerdo, sacó su billetera y su teléfono, colocó varios billetes grandes sobre la mesa. —Llámame Nico. Debes saber que mi verdadero apellido es Manganiello. Me imagino que lo necesitarás. Moretti es un nombre artístico. Quinn asintió. —¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Tienes un coche? —No. Tomé un taxi. Noté que Quinn reprimía un giro de ojos y luego se volvió hacia Dan. —Llama un auto; ten uno asignado al señor Manganiello. —Nico. Llámame Nico —dijo de nuevo, distraído por su teléfono. Frunció el ceño ante la pantalla y luego se puso de pie—. Lo siento, discúlpenme. Es mi mamá; Puede ser sobre Angélica, mi sobrina. Nico dejó la mesa para atender su llamada, y Quinn lanzó un suspiro audible. Frunció el ceño a Dan y recogió los billetes que Nico había dejado. —Vas a tener que seguirlo y devolverle su dinero. —Por supuesto. Bien. —Dan se puso de pie—. Es agradable, ¿verdad? Asentí con entusiasmo. —¡Lo es! Me gusta.

—Él está bien. Sonríe demasiado. —Se quejó Quinn. Dan sonrió hacia Quinn y luego se dio la vuelta para irse, diciendo por encima del hombro. —Estás molesto porque, por una vez, no eres la persona más agradable en la habitación. *** —¡Me gusta! —dije, quitándome mi nuevo conjunto de sujetador y ropa interior. Honestamente, estaba un poco orgullosa de ello. Fue hecho a mano por artesanos lenceros en Londres, hecho de gusanos de seda cultivados de manera responsable, y se ajustaba como si estuviera hecho para mí. Nada se siente tan bien como un sostén de encaje que se ajusta y una ropa interior a juego que favorece. —¿Quién? —preguntó Elizabeth. Parecía estar un poco abrumada cuando cayó a nuestro sofá. El estado de abrumamiento de Elizabeth tenía sentido dadas las circunstancias actuales. Después de nuestro almuerzo, llevamos a Nico al edificio de Quinn para hacer un recorrido por el segundo penthouse y varios otros apartamentos que podrían ser adecuados. Le había dado una llave del apartamento que compartía con Elizabeth para que pudiera ver el piso. Cuando Quinn y yo llegamos, encontramos a Elizabeth y Nico atrapados en un momento. Y, por momento, quiero decir que estaban a punto de devorarse el uno al otro. Básicamente, Elizabeth estaba en ropa interior porque estaba en medio de una fiesta de bragas. Nico, habiéndose encontrado con ella, parecía que la iba a tirar a la superficie más cercana y la dote era una promesa de matrimonio para ella. Y, por dote, me refiero a usar un asombroso atractivo sexual y una emoción cruda hasta que ella se rindió. Podría haber funcionado si no fuera por nuestra interrupción. Ahora, Elizabeth y yo estábamos solas, ya que Quinn y Nico se habían marchado. Yo fui quien los había echado porque conocía a mi mejor amiga. Tan pronto como la vi tratando de esconder su cuerpo de Nico, detrás de un par de cojines, supe que algo importante estaba mal. Mientras la veía interactuar con Nico, me di cuenta de que se estaba ahogando en un mar de nubes de angustia y neuroticismo autoimpuestos.

Nunca la había visto tan desconcertada, y definitivamente nunca la había visto hacer un intento tan abierto y violento de modestia. Nunca había sido modesta, no desde que la conocía. Necesitábamos hablar. —Nico, el señor Manganiello —dije—. Él es agradable. —Sí. Es agradable. —Suspiró, parecía estar perdida en un laberinto de pensamientos. De repente preguntó—. ¿Cuándo volviste de Boston? —Hoy, esta mañana en realidad. Nico llamó a Quinn anoche e hizo arreglos para reunirse con nosotros hoy, para organizar la seguridad privada, y fue entonces cuando le sugerí que su familia que se mudara al segundo penthouse. —Me acerqué a su teléfono y busqué entre la selección de álbumes de la banda de chicos. Me estaba estancando porque trataba de encontrar una manera de dirigir la conversación hacia Nico—. ¿Has abandonado tus planes con el Dr. Ken Miles? El doctor Ken Miles era el último chico con el que Elizabeth se engañaba a sí misma para acostarse. Todavía no se había acostado con él, pero este era su modus operandi de tres años más o menos. Desde la universidad, había visto cómo se obligaba a interesarse por un chico, generalmente alguien que era tan bueno como Hades pero que carecía de profundidad: un Gooch (zona intermedia entre el ano y los testículos). Como era de esperar, se acostaría con el Señor Aleatorio Gooch y luego perdería interés. Llegué a comprender que ella solo perseguía a hombres que eran Gooches superficiales porque entonces sus sentimientos nunca crecerían más allá de lo superficial. Pero Nico no era superficial. Y si Elizabeth tenía sentimientos por Nico, entonces probablemente se estaba volviendo loca. —No en realidad no. Aún no. Tal vez. No lo sé. —Su falta de respuesta avivó mi sospecha. Esperé por un momento, sin saber cómo proceder, y luego espeté. —Nico parece una persona muy agradable. Ella se aclaró la garganta. Podía sentirla mirándome. —Ya lo dijiste. —Sí. Solo quería reiterar el hecho de que él es una persona muy agradable. ¿Y por qué quieres reiterar ese hecho? Me volví, la miré a los ojos y discutí cuánto decir. Le creí a Nico cuando dijo que la amaba. También, como ya he mencionado, me gustó Nico. La historia de Elizabeth les dificultaría ir más allá del obstáculo de su profundidad de carácter y sentimientos reales. Había estado tan preocupado con Quinn y conmigo y la planificación de la boda que ni siquiera había notado el cambio en

Elizabeth. Ella había estado allí para mí, sin falta, desde que nos conocimos. Ella me aconsejó, me guio, me dio consejos, me permitió hablar sobre mis rarezas y resolver mis problemas. Sin embargo, ella nunca había necesitado lo mismo de mí a cambio. Estaba decidido a ayudar. Finalmente decidí. —Porque estoy noventa y siete por ciento segura de que está enamorado de ti. Ella continuó mirándome, su ansiedad claramente evidente cuando dijo. —¿Por qué noventa y siete por ciento? —Un intervalo de confianza del tres por ciento es estándar. —¿Por qué crees que está enamorado de mí? —Su tono era defensivo, como si se sintiera culpable. —Sabes de lo que estoy hablando —le dije, deseando que dejara de fingir que no lo sabía. —No, no lo hago. —Sí lo haces. Él es el chico. Él es el chico de Iowa, el mejor amigo de Garrett. Era de quien eras amiga cuando niña, luego lo odiabas, luego no lo odiabas, luego perdiste tu virginidad. Lo conocí esta tarde y yo, la reina de perderse lo obvio, no pude evitar darme cuenta. Básicamente habló de ti sin parar, a Quinn le pareció irritante, pero pensé que era encantador. Además, te mira como si quisiera... bueno, como si él te quisiera. Mis palabras solo sirvieron para dejarla sin aliento. —¿Qué dijo él? — me preguntó, luciendo más alarmada con cada segundo que pasaba. Pensé en decirle que él admitió que estaba enamorado de ella, pero decidí no hacerlo. Quería ayudar a Elizabeth, no ahuyentarla de alguien que obviamente se preocupaba por ella y que obviamente merecía su atención a cambio, lo cual era obvio incluso para mí. —Habla de ti como si hubieras inventado la penicilina. Como si tú, como si fueras un ángel. Es bastante desconcertante, para ser honesta. Ella frunció el ceño, muy triste. —¿Porque soy tan horrible? —No. No eres horrible; qué cosa más ridícula que decir. —Estaba convencida de fruncir el ceño, y mi molestia era obvia. Estaba molesta por su suposición, pero también estaba molesta conmigo misma. En lugar de estar allí para Elizabeth, había estado planeando una boda que ni siquiera quería.

Eventualmente dije. —Es desconcertante porque él está tan enamorado y tú no, bueno, ya sabes. No tienes relaciones después de lo que pasó con Garrett. Se cubrió la cara con las manos como si no pudiera soportar que nadie la mirara. —Oh, Janie, no sé qué hacer. Este comportamiento me preocupó. Caminé hacia donde estaba sentada en el sofá y me hundí cerca de ella, colocando mi mano sobre su espalda. —¿Qué pasa? ¿Dije algo malo? —No, pero realmente te extrañé —sollozó como si fuera a llorar. Mi corazón se retorció en mi pecho ante la tristeza de su tono. Gracias a Dios, volví a mis sentidos y le lancé la apuesta a Quinn en el avión. Gracias a Dios había elegido ser feliz ahora en lugar de posponer mi felicidad indefinidamente. Gracias a Dios, Katherine parecía contenta de quitarme las riendas de la boda, porque necesitaba concentrarme en lo que era importante. Como vivir y trabajar a través de luchas reales con Quinn, no producir estrés. Como formar relaciones duraderas con mis suegros. Como disfrutar dando y recibiendo el apoyo de mis amigos. Y, en este momento, Elizabeth necesitaba mi apoyo. —Estoy aquí ahora —le dije—. ¿Quieres hablar de eso? Y fue entonces cuando Elizabeth comenzó a llorar.

Capítulo 20

Quinn estaba corriendo en la caminadora cuando llegué a casa. Esto era inusual ya que por lo general corría fuera cuando el clima se lo permitía. Le di una mirada interrogante y alzó tres dedos. Esta era su señal de que le quedaban tres minutos. Le lancé un beso y estuve complacida de ver la casi sonrisa que se apoderó de sus rasgos como resultado. Dado que habíamos ido al restaurante directamente desde el aeropuerto, decidí que aprovecharía los tres minutos para desempacar el equipaje. Sin embargo, cuando entré a la habitación, encontré el conjunto de corsé, bragas y medias largas de la noche del baile (la beneficencia todavía desconocida) depositados en la cama con una nota que decía Úsame. Entrecerré mis ojos en la nota. Golpeada por la repentina inspiración, crucé a mi mesita, saqué un trozo de papel, escribí Úsame en ella, luego la pegué a una de sus corbatas. Todavía deseaba hablar con él sobre su irracional exhibición de modales: siempre dándome órdenes, abriendo las puertas sin falta

como si yo fuera inválida, nunca permitiéndome alejar mi propio asiento, y sentí como si mi ingenioso cambio de tornas usando su corbata sería una excelente transición hacia la discusión. Estaba poniéndola en la cama junto a mi atuendo ordenado cuando entró a la habitación. Me di la vuelta, sonriendo para mis adentros, pero tuve que mirar dos veces porque estaba sin camisa y sudoroso, apoyado contra el marco de la puerta, observándome con su usual intensidad tranquila de Quinn. Mi primer pensamiento fue que no podía esperar a que liberara oxitocina en mi sistema. Mi segundo pensamiento fue que incluso la corbata era demasiada ropa. —Hola, gatita —dijo. Creo que dije hola, pero quizás no. Puede que haya ronroneado o gruñido… o maullado. Lo que sea que haya hecho, puse una sonrisa en su rostro. Sus ojos subieron y bajaron por mi atuendo, pero tuve la impresión de que no estaba mirando mi ropa. —¿Te divertiste con Elizabeth? Asentí, la pregunta y el tema un salvavidas, permitiéndome salir de mi niebla lujuriosa. —Sí. Estoy intentando ser una buena amiga y espero regresar a las cosas que importan. —¿En vez de…? —En vez de planear una boda que ninguno de los dos quiso. —Le doy una sonrisa irónica—. Tenías razón sobre eso y es importante para mí que sepas que sé que tenías razón. Sus ojos se entrecerraron mientras intentaba seguir mi hilo de pensamiento. —Gracias… creo. —De nada. —Contuve el aliento mientras alisaba mis manos sobre mi falda, alzaba la barbilla y me preparaba para abordar el tema de los modales anticuados—. Y, ya que estamos en el tema de las cosas que importan, quiero hablarte de algo. —El Parduccis —dijo. Fruncí el ceño. —¿El Parduccis? —Sí, la cuenta privada que mencioné anoche. —Quinn se alejó de la puerta y se movió a donde su portátil se encontraba sobre la mesa en nuestra habitación. Cuando cruzaba a su computadora, se secó el sudor con una toalla de su pecho a cuello.

Lo observé y estuve hipnotizada por sus movimientos. Esto me sucedía cada vez que estaba sin camiseta, y también cuando estaba sin pantalones, o en realidad, todo el tiempo, independientemente de la cantidad de ropa que tuviera puesta. Él me hipnotizaba hasta dejarme tonta siempre. Comencé a recitar mentalmente los números que seguían al punto decimal de pi con el fin de mantener mi cabeza por encima de la influencia de Ida. Arrojó la toalla en el bote de ropa sucia, luego agarró el portátil y me indicó que me acercara. —Tengo algunos detalles aquí, pero puedes mirar todo el archivo en la oficina cuando quieras. Caminé hasta su lado y miré por encima de su hombro. —Entonces… ¿quiénes son estas personas? —Me sentí un poco extraña, ahora que estaba frente a lo que había solicitado, como una invasión a la privacidad. —Son industriales modernos, muy ricos, enormes contribuyentes a la campaña del senador Watterson y probablemente la razón para el tercer mandato del senador. Me mordí el labio y comencé a leer uno de los registros de vigilancia que había sacado. Distraídamente, porque estaba intentando leer y hablar, pregunté: —¿Dijiste que su hijo fue el que me drogó? Se enderezó, se giró hacia mí, atrapó y mantuvo mi mirada. —Sí. El nombre de su hijo es Damon Parducci, y él es el secreto que intentaron ocultar y la razón de que mi compañía dejara de proveerles seguridad hace seis meses. —¿Por qué? ¿Qué sucedió? Quinn recitó los hechos como si estuviera dándole un reporte a su supervisor; sin embellecimientos, solo los crudos detalles. —Nos dimos cuenta que Damon era problemas poco después de asegurar la cuenta, pero él no estaba al alcance de nuestras operaciones. Fuimos asignados a proveer seguridad solo a la mujer y el marido. Ninguno de los hijos, todos adultos, se encontraban dentro de nuestro ámbito. Sin embargo, interceptamos varias llamadas telefónicas entre el señor y la señora Parducci y su hijo. Es un consumidor de drogas y estaban intentando empujarlo a un programa de rehabilitación. Esto es lo que hacemos. Recopilamos información, la guardamos, la marcamos como potencialmente útil. Los problemas de droga de su hijo fueron marcados. Comenzamos a seguir a Damon porque parecía ser la

principal fuente de una potencial influencia sobre sus padres. Sin embargo… La mandíbula de Quinn se apretó y apartó la mirada brevemente; cuando regresó su mirada a la mía, su rostro de alguna manera era más duro. —Sin embargo, una vez que comenzamos a seguirlo, descubrimos que se estaba ocupando de una gran cantidad del producto, una muy gran cantidad. También, descubrimos que estaba drogando a chicas jóvenes y violándolas. Mis ojos se agrandaron. —¿Tú… lo dejaste…? —No. —Las manos de Quinn buscaron mis brazos como para detener cualquier posible retirada—. No. Pete estaba siguiéndolo esa noche y detuvo a Damon antes de que pudiera hacer algo más dañino que llenar el sistema de la chica con benzodiacepinas. Pero creemos que no fue la primera. —Dios… ¿qué pasó? Su voz se volvió monótona una vez más, su expresión sombría, pero no me soltó. —Enfrenté a sus padres con la información que encontramos, les mostramos la evidencia de las fechorías de su hijo y les dije que tendría que entregarlo a la policía. Esperé a que continuara. No lo hizo, así que pregunté: —¿A menos…? Negó con la cabeza. —No. Nada de a menos. No era sobre influencia. Les dije que iba a suceder y les expliqué por qué tenía que terminar nuestra relación profesional. —Pero… ¿no estaban molestos? ¿Qué hicieron? —Sí, estaban muy enojados, e intentaron sobornarme, para enterrarlo. Luego, me amenazaron. —¿Qué hiciste? Se encogió de hombros. —Les dije que también estaba consciente de sus cuentas sin registros y once años anteriores de evasión de impuestos. —Y… ¿eligieron las cuentas sin registro por encima de su hijo? —Sí. —¿Por qué no entregaste a los padres? Si ya estabas exponiendo al hijo, ¿por qué no también a los padres? —Cuando descubrimos algo como la explotación, violación, distribución de drogas, no nos aferramos a ello, se lo pasamos a la policía

a través de una denuncia anónima. A veces aportamos evidencia tangible, como video, audio o fotos. En este caso, Damon fue arrestado por poseer una gran cantidad de cocaína con el intento de distribuir, que es un delito grave y una sentencia automática de quince años. —¿Y los padres? —Su evasión de impuestos es un seguro con las represalias. —Los ojos de Quinn se entrecerraron y respiró hondo—. Aunque, honestamente, creo que estuvieron aliviados. Su hijo había sido un dolor en sus culos por mucho tiempo. —Pero… ¿qué hay de las chicas? —Ya que lo detuvimos antes de violar a la chica, el cargo de droga llevó una sentencia más fuerte. Pasé tanta de la evidencia de violación como tenía; de esa manera, si alguna mujer aparecía, sus historias pueden ser corroboradas. Aceleré el tiempo para su arresto luego de que te encontré en el salón de Canopy. Asentí, pensé en esto, luego pedí una aclaración adicional solo por si acaso. —¿Siempre le pasas este tipo de cosas a la policía? ¿Siempre? —Sí. Siempre. De hecho, he sacado algunos archivos más para que veas… están en la oficina esperándote. Nada tan malo como Damon Parducci, pero problemas parecidos donde entregamos a los chicos malos a los policías. —¿Quién toma la determinación? ¿Quién decide si la fechoría es lo suficientemente mala para entregarlo o… no lo suficientemente malo para usarlo como influencia? Quinn inhaló, su mirada firme, pero su mandíbula apretada. Finalmente, dijo: —Yo lo hago. Lo estudié. Esta no era una revelación, más bien una verificación de mi suposición educada. Analicé su confirmación desde varios ángulos. La responsabilidad con la que se había endosado era una carga terrible, especialmente porque no era suya para empezar. Leyes, cortes, jueces y jurados existían para administrar justicia. Era un vigilante súper ardiente. —Oh, Quinn… —Le di una sonrisa compasiva—. En verdad eres Batman. Soltó una pequeña risa y cerró los ojos. —Algo así. Pero, tienes razón, me he beneficiado por la información que recogí. —Sus párpados se alzaron y su mirada se sintió de alguna manera, decidida, aguda—. Al principio todo se trató de venganza,

reunir tanta información como pudiera así sería capaz de destruir a la gente que asesinó a mi hermano. Luego de eso… Deseaba incitarlo para más, pero esperé. Las manos de Quinn bajaron de mis brazos y miró por encima de mi cabeza. —Solo digamos que soy talentoso en usar a la gente. Lo observé por un largo momento. Era demasiado que absorber. Todo este intercambio de detalles llevaba a más preguntas. Necesitaba sacar mi cabeza de los arbustos y pensar en el gran panorama, qué había hecho finalmente con la información que había reunido, qué información todavía poseía que debería entregar, qué pasaría si se la pasara a la policía. ¿Cuáles eran las ramificaciones a grandes rasgos, no solo para nosotros, sino para las víctimas de esos tipos malos? No podía ignorar el hecho de que Quinn usó secretos para perseguir gente para que hicieran lo que él deseaba. Lo llamé chantaje cuando me lo contó esa noche en Londres. La línea entre la persuasión y el chantaje era diminuta; podría no haber sido técnicamente ilegal. Honestidad técnica y legalidad técnica eran conceptos que eran disonantes con lo correcto e incorrecto. Me gustaban mis etiquetas, lo que significaba que no me gustaba la moralidad relativista. Finalmente, volvió a mirarme, su cabeza inclinada a un lado, una de sus cejas arqueadas. —Deseabas hablar de otra cosa. Seguía concentrada en mi rueda de hámster del análisis. —¿Qué? —Cuando vine, dijiste que deseabas hablar de cosas importantes, pero no eran las cuentas privadas. Sacudí mi cabeza con lentitud. —No. No era de los clientes privados. Aunque, ciertamente y en retrospectiva, de lo que deseaba hablar se siente un poco ridículo. —¿Qué era? —Hace su pregunta con amabilidad, como si nada sobre mí fuera ridículo. —Solo voy a decírtelo porque necesito tiempo para pensar en lo que acabas de compartir conmigo, y este otro tema… es ridículo. Pero aportará una distracción. —Hice una pausa, estudié rápidamente mis pensamientos sobre el tema, luego agregué—: Creo que voy a necesitar mucho tiempo para pensar en lo que acabas de compartir. —Tómate todo el tiempo que necesites. —Quinn rozó el cabello de mi hombro. —Tendré más preguntas. —Esperaba que las tuvieras.

—¿Pero confiabas en que no reaccionaría exageradamente? Asintió. —Sí. Luego de nuestra conversación en Londres, y lo que sucedió en el avión después… y cuando dejaste pasar la idea del acuerdo prenupcial, confié en que no reaccionarías exageradamente. —Hmm… —Le mostré una pequeña sonrisa, solo una pequeñita, luego respiré hondo para decirle cómo me sentía sobre su inapropiada caballerosidad—. Quinn, no quiero que me abras las puertas. Me miró, su rostro inexpresivo, y no supe si eso significaba que estaba enojado, molesto o confundido. Así que seguí. —Siento que es inapropiado que ordenes mi comida. Soy completamente capaz de hablar a los meseros y camareras. También, puedo apartar mi propia silla. —¿Estás molesta porque tengo buenos modales? —Es que, no haces esas cosas con la demás gente. Nunca te he visto apartarle la silla a nadie más. Haces esas cosas conmigo porque soy mujer. La piel alrededor de sus ojos se arrugó como si estuviera sonriendo. No estaba sonriendo, pero tampoco estaba frunciendo el ceño. —No esperaba esto. —Bueno… es cómo me siento. Se apoyó contra el brazo de la silla detrás de él, cruzó los brazos y me miró como si fuera lo más adorable que haya visto. Entonces dijo: —Gatita, ¿has considerado alguna vez que es mi manera de decirte a ti y al mundo que me importas? No se trata de que seas mujer. De hecho, es más por mí que por ti. Hacer esas cosas, incluso aunque sean pequeñas, me da una salida para mostrarte cómo… lo que pienso de ti. —Pero también me hace sentir como si le estuviera mostrando al mundo que soy débil. Por tú lógica, debería estar sosteniendo las puertas para ti. Ambos no podemos sostener las puertas todo el tiempo. Nunca lograríamos entrar a un edificio. —No vas a empezar a sostener las puertas para mí; eso no va a suceder. —Quinn, me hace sentir como una hipócrita. Quiero un tratamiento igualitario. Si deseo el mismo salario que un hombre en una posición similar, entonces significa que puedo abrir mi propia puerta y ponerme mi propio abrigo. Aceptar estos gestos, simplemente porque soy mujer, no es tratamiento igualitario. —No es porque seas mujer. Es porque eres mi mujer.

—Quinn… —De acuerdo. —Alzó sus manos para detenerme, luego dijo—: Piensa en ti como un Ford Mustang en perfecto estado de 1964 con todas sus partes originales. Lo miré entrecerrando mis ojos y resoplé por la nariz. Pensé que sabía a dónde estaba yendo con esto, pero no estaba segura de si debería sentirme bien por ser comparada con un auto, incluso si era un Ford Mustang de 1964, el auto más increíble de todos los tiempos. —Está bien… —Ahora, si tuviera ese auto, lo cuidaría mucho, ¿cierto? De hecho, tendría cuidado al sacarlo. Podría evitar ciertas partes de la ciudad que tuvieran baches. Me aseguraría de que fuera tratado bien y me aseguraría de que estuviera a salvo cuando no lo estaba conduciendo, ¿cierto? —Pero no soy el auto más increíble de todos los tiempos. Soy una persona. —Sí, lo eres. Eres mi persona. Y soy tuyo. Entrecerré mis ojos, sentía que me estaba perdiendo de algo obvio. —¿Qué estás intentando decir que no entiendo? Alargó su mano para tomar las mías, su sonrisa suave y cariñosa. —Haces tantas cosas por mí porque me amas, solo para mostrarme cuánto te importa. Podía ver a dónde estaba yendo ahora, y era un punto excelente. Asentí, mordiéndome el labio y concedí. —Sí. —Nunca te pediría que dejaras de hacer esas cosas. —Lo harías si las cosas que hago te hicieran sentir como un hipócrita débil —argumenté. Quinn se detuvo ante eso, me contempló, luego dijo: —Una vez me dijiste que las intenciones importan. —Es verdad. Importan. —¡Gah! Otro buen punto. —No es mi intención hacerte sentir débil. Nunca querría hacer eso. Estaba ganando esta discusión. En realidad, no era una discusión. Era un debate. Estaba ganando este debate. Ahora estaba indecisa. Era un excelente persuasor. Abrí la boca para desafiarlo de nuevo, solo porque no estaba lista para admitir la derrota sin intentarlo una vez más, pero entonces dijo: —Desearía que no te molestara. Desearía que me dejaras continuar mostrándote cuánto te respeto al darte deferencia. Sé que puedes apartar tu propia silla, pero me gusta hacerlo. Me gusta mostrarle al mundo que me importas, que eres lo que más importa.

Parte 5 Las Vegas, nena. Las Vegas…

Capítulo 21

Al final resultó que, Nico Manganiello tenía razón. Él y Elizabeth estaban enamorados y se comprometieron. Pero esa es una historia diferente para un día diferente. Muchas cosas sucedieron durante el mes y medio que siguió a nuestra semana en Boston con los padres de Quinn. Muchas fueron notables; por ejemplo, aprendí a tejer. Además, después de varias rondas de intensas negociaciones que bordearon las peleas, Quinn y yo llegamos a un acuerdo sobre sus anticuados modales. Hicimos una lista de comportamientos caballerosos, y elegí las tres cosas que encontraba principalmente molestas; éstas incluían hablar por mí en cualquier capacidad: ordenar mi comida, abrirme las puertas y sacar mi silla. Al final, una vez que recurrimos a discutir estando desnudos, acordamos que dejaría de ordenar por mí; también, que él a veces abriría mi puerta y a veces yo abriría mi propia puerta. Pero él ganó el

debate sobre retirar mi silla cuando llegamos a un punto muerto y hubo que lanzar una moneda. Pero ninguna de estas cosas notables involucró el estrés artificial provocado por la planificación de la boda. Sin embargo, un evento en particular sí implicó estrés real debido a la planificación de la boda. Shelly no tomó muy bien las noticias de la reconciliación de Quinn con sus padres. Le dijimos el sábado después de regresar de Boston. Ella se fue de Giavanni’s, abandonando sus panqueques, y no había respondido ninguna de mis llamadas telefónicas ni las de Quinn desde entonces. Ella tampoco quiso atender ninguna de mis llamadas y su ausencia en nuestras vidas me molestaba. No entendía por qué la reconciliación la había trastornado tan profundamente. Por otra parte, su comportamiento era errático en el mejor de los casos. Decidimos darle algo de tiempo, luego acorralarla en su casa en unas cuantas semanas. En realidad, yo decidí que la acorralaríamos en su casa en unas cuantas semanas. Todavía no le había contado a Quinn sobre mi plan, pero estaba segura de que estaría cien por ciento a bordo cuando llegara el momento. También decidí ignorar la solicitud de contacto de Jem. Quinn le consiguió un buen abogado, lo cual fue algo incómodo dado que ella había irrumpido en la casa de sus padres, y me lavé las manos de la situación. Estaba en un buen lugar, era feliz, y solo quería permanecer en la zona feliz el mayor tiempo que fuera posible. Katherine, la madre de Quinn, se había hecho cargo de la planificación como una campeona. No sabía si había tal cosa como un campeonato de planificación de bodas; pero dado el hecho de que Bucarest tenía un concurso anual de belleza felina, pensé que la posibilidad de un concurso para el mejor planificador de bodas era muy posible. Ella realmente parecía disfrutarlo. Marie también ayudaba. Básicamente, se desempeñaba como consultora de estilo. Me dio la impresión de que el feliz abandono y dedicación de Marie a la boda tenía mucho que ver con que estaba decidida a nunca casarse. Marie me informó eso una noche de tejido cuando las dos estábamos en la cocina mezclando cócteles Gotas de Limón. Entre ambas, no estaba segura de quién se estaba divirtiendo más. Probablemente Marie. Parecía alegrarse al gastar el dinero de Quinn, mientras que Katherine siempre estaba intentando ajustarse a un presupuesto más pequeño.

De todos modos, estaba feliz de dejarlo en sus manos y olvidarme de ello. Para ser honesta, una vez que terminé de elegir un vestido de novia, me olvidé del asunto. Por eso, cuando las chicas se presentaron en mi oficina un jueves por la tarde durante la última semana de Mayo, estaba confundida. Levanté la vista de mi computadora esperando ver a Steven o Quinn. Ellos eran las únicas dos personas en la oficina que nunca tocaban. En cambio, me encontré con Sandra, Ashley, Kat, Fiona y Marie. Miré a Sandra; quien me guiñó un ojo. Miré a Ashley; quien me sonrió. Miré a Fiona; quien levantó la barbilla a modo de saludo. Miré a Kat; quien me sonrió con timidez. Miré a Marie; quien me dio dos pulgares arriba. Les fruncí el ceño. —Um… —dije, mirando el reloj—. Es jueves. —¡Síp! —Sandra dio un paso adelante y se sentó en el borde de mi escritorio. —¿Cambiamos la noche de tejido? —Nop. —Ella comenzó a balancear las piernas de un lado a otro y sus grandes ojos verdes estaban angustiosamente emocionados. Al menos, encontré la emoción en ellos angustiante. Nunca era una buena señal cuando Sandra estaba así de emocionada. —Entonces… ¿qué está pasando? —Tenemos que movernos si vamos a alcanzar nuestro vuelo. Mis cejas saltaron. —¿Nuestro vuelo? —Así es, Cerebro Sexy. Despedida de soltera, ¡es una tradición! Son las dos de la tarde del jueves veintinueve de Mayo y tenemos permiso para secuestrarte durante los próximos tres días. Así que apaga esa computadora, levanta tu trasero y prepárate para Las Vegas. *** Elizabeth se reunió con nosotras en el aeropuerto. Aparentemente, ella había empacado la maleta por mí. Esto era preocupante dado que ella siempre estaba tratando de obligarme a vestirme como una ramera. Cabe señalar que el término ramera no implica juicio alguno. Las rameras se visten para vender su cuerpo. Por tanto, la ropa que ellas usan acentúa las áreas de su cuerpo que son más deseables para los clientes. Yo no quería vender mi cuerpo. Por lo tanto, no disfrutaba cuando la gente me miraba como si estuviera en venta.

Estaba contenta y alarmada de descubrir que no íbamos a tomar el jet privado de Quinn. En cambio, él nos había comprado a todas boletos en primera clase en un vuelo comercial y, a pedido de Sandra, Gotas de Limón nos esperaban tan pronto como subimos a bordo. Tomé cuatro durante el vuelo porque intentaba mantener el ritmo de todas las demás. Una limusina, por supuesto, nos esperaba cuando llegamos. Esto fue en realidad algo bueno, porque todas estábamos borrachas. Creí que reconocía al conductor como uno de los guardias que me llevó a comprar ropa con la madre de Quinn en Boston, pero no estaba segura. Porque estaba borracha a las cinco de la tarde. Afortunadamente, estábamos en Las Vegas. Contemplé el hecho de que estar borracha en Las Vegas era como estar sobria en cualquier otra parte del mundo. Así que… normal. Además, me pregunté brevemente qué se necesitaría para determinar el porcentaje de personas en la Franja que estaban sobrios a una hora determinada. Supuse que el número sería tan fascinante como impactante, pero probablemente no tan sorprendente. Cuando tropezamos dentro de nuestra habitación de hotel, todas jadearon, incluida yo misma. Era enorme. Debía ser una de las habitaciones de hotel más grandes del mundo. No lo sabría con certeza hasta que hubiera medido los metros cuadrados. La entrada se abría a una cascada detrás del vidrio que se iluminaba desde el techo. A la derecha había un gran bar con todo tipo de licor imaginable. A la izquierda había un pasillo. Detrás de la cascada había una sala de estar gigante con cuatro sofás, siete sillas y una vista panorámica de Las Vegas desde el piso cuarenta y nueve. La suite me recordó a un salón de la década de los setenta, si todo en ese salón hubiera sido nuevo, carecía de paneles de madera, era de gran tamaño, rojo, naranja y dorado, y se sentía como el cielo. Los sofás rojos eran suaves. La alfombra de pelusa naranja era más suave. La alfombra de piel de oso frente a la chimenea era aún más suave. Nos separamos, miramos a nuestro alrededor y encontramos ocho habitaciones. Cada una tenía su propio baño, y cada bañera era digna de tiempo bañinn (bañera + Quinn). —En algún momento me estaré desnudando en esta alfombra — dijo Sandra, rodando sobre la piel de oso—. Incluso podría tratar de llevarla a casa conmigo en mi maleta.

Me senté en una de las grandes sillas y Fiona me entregó una botella de agua. —Mantente hidratada —dijo, sonriendo. —No cabe en tu maleta. —La voz de Ashley llegó desde donde estaba parada detrás de la barra, revisando todas las opciones de alcohol—. Este lugar es increíble. Tienen una botella de Royal Salute aquí arriba. —¡Mierda! —Marie se acercó—. Son como mil dólares. Elizabeth entró, se dejó caer en la silla frente a la mía. —¿Qué es Royal Salute? —Es un whisky de treinta y ocho años —respondió Ashley, y luego silbó—. No lo estoy tocando. Ni siquiera tengo mil dólares en mi cuenta de ahorros. —¿Cuántas onzas son? —pregunté. —Dice setecientos mililitros. Hice los cálculos en mi cabeza, convirtiendo mililitros en onzas y dividiendo el costo de la botella por el número de tragos. —Eso sería sesenta dólares por trago. —Bueno, demonios. Me lo puedo permitir. —Ashley sonrió. Elizabeth me guiñó un ojo y sonreí a pesar de que comenzaba a sentirme un poco inquieta. Tal vez fue porque las gotas de limón estaban desapareciendo. Eché un vistazo al enorme anillo de rubí antiguo en mi dedo y, en mi cerebro, eché un vistazo a mi alrededor y pensé en las últimas horas (la habitación, el viaje en limusina, los boletos de primera clase), y me di cuenta de que esto era mi vida ahora. Me casaba con Quinn, pero también me casaba con su cuenta bancaria. La idea no me llenaba de emoción. Me llenaba de temor. *** Atrapamos un espectáculo esa noche. Luego jugamos, bebimos y bailamos en el club en la parte superior del casino. Luego nos desmayamos. Nadie se opuso a dormir hasta tarde a la mañana siguiente. Me arrastré fuera de mi habitación alrededor del mediodía y fui la tercera persona levantada. Fiona y Ashley también estaban despiertas, y ya habían ido a desayunar, a la piscina, de compras y habían regresado. Ninguna solía beber mucho, por lo que tenía sentido que no tuvieran mucha resaca.

No tenía resaca tampoco, pero durmiendo me sentía bien. Regresamos a la habitación del hotel después de las tres de la madrugada y, sin dormir, era como un motor de búsqueda de Internet funcionando mal. Podrías hacerme una pregunta sobre las fases de la luna, y volvería con información sobre cómo hacer malvaviscos caseros. Todas las demás se unieron a la tierra de los vivos durante la siguiente media hora, momento en el que me informaron que todas teníamos una tarde y una noche de felicidad planeadas en el spa del hotel. De nuevo, todo el spa había sido reservado. Me sentía muy malcriada y un poco irritada porque era la única que parecía experimentar disonancia con el nivel de lujo. Nunca había estado en un spa antes. Nunca me habían dado un masaje o un tratamiento facial, y ciertamente nunca me habían depilado en ningún lado. A veces me pintaba las uñas o me daba una pedicura yo misma. Por lo general, pensaba en la preparación como mantenimiento estándar, como limpiar y aspirar tu automóvil. Suponía que un día en el spa era como una puesta a punto o un cambio de aceite. De todos modos, esta experiencia se sintió extrema y un poco como ser un trozo de carne preparado para la cena. Me desnudaron, desplumaron, limpiaron, ablandaron, condimentaron, hirvieron y vistieron. Cuando llegamos, nos dijeron que nos quitáramos todo menos nuestra ropa interior. El asistente nos dio albornoces y zapatillas de felpa, encantadores contra la piel. Todas teníamos un horario diferente. Comencé con un masaje de noventa minutos. Luego, me sumergí en un baño de barro, un baño mineral, un exfoliante corporal, depilación de cejas y un tratamiento facial. Estaba desorientada y mareada, una mezcla de relajada y abrumada, cuando me llevaron a una habitación grande y me dijeron que me sentara en una silla de aspecto muy oficial con una bañera a mis pies. Me alegró ver que todas las otras chicas ya estaban allí haciéndose pedicuras y con expresiones aturdidas similares. Excepto Sandra. Ella estaba radiante y hablando animadamente. Atrapé el final de la conversación… —... artículo donde colocaron joyas a su alrededor. ¡Joyas! ¿Puedes imaginar? Se llama vagazzled. —Eso es una locura. —Ashley estaba tejiendo mientras le mimaban los pies—. Y estúpido. ¿Quién querría joyas pegadas a su piel alrededor de su vagina?

—Tal vez algunas mujeres tienen vaginas feas. —Sandra se encogió de hombros y tomó un sorbo de agua. Todas habíamos estado bebiendo agua ya que consumimos la noche anterior. —Para un hombre heterosexual, no existe una vagina fea — interrumpió Elizabeth—. Aunque personalmente las encuentro muy extrañas. —Bien, muestren las manos, ¿quién se la encera? —preguntó Sandra y levantó la mano. Miré a mi alrededor y vi que Kat, Marie y Elizabeth también habían levantado la mano. Sandra entrecerró los ojos hacia Fiona. —¿De verdad? ¿Greg no se queja? ¿No quiere que peles el durazno? —¿Pelar el durazno? —Fiona levantó una ceja ante la frase. —Sí, ¿pelar el durazno, pelar el kiwi, acicalar al gato, cortar el césped, cortar el topiario, cortar el seto, escalar la tuna? —La recitación de crecientes eufemismos de Sandra nos impresionó a todas. —Prefiero decir rapar la oveja —dijo Ashley. —Eso es porque eres de Tennessee y te gustan las referencias sobre granjas. —Sandra y yo sabíamos que estaba tratando de molestar a Ashley a propósito. Ashley, por supuesto, lo sabía también. Ella ignoró el intento de molestarla. —No, es porque es una referencia al tejido. ¿Lo entiendes? ¿Compartir el borrego? ¿Hacer el estambre? —¡Oh! Esa es una buena. —Elizabeth sonrió y levantó su botella de agua como si la estuviera aventando hacia Ashley. —¿Qué sobre despeluzar el suéter? —agregó Kat, viéndose pensativa—. Sabes, ¿cuando el suéter se llena de bolas de peluza? —¿No sería eso pelar el suéter? —preguntó Sandra. Elizabeth negó con la cabeza. —No tiene el mismo aro en ello. Me gusta más despeluzar un suéter. —Siento como que un Zamboni tiene lugar en esta conversación… —dije, intentando pensar en un eufemismo sobre depilar incluido un Zamboni—. Pero no puedo pensar como puede ser usado… —¿Quitándole el hielo a la pista? —ofreció Marie. Todas negaron con su cabeza y luego miraron pensativamente a la nada. Luego Kat rompió el corto silencio y dijo: —Otra forma de decir vagabundo está iluminando la pista de aterrizaje.

—¡Eso es bueno! —Sandra asintió con entusiasmo—. Voy a usar eso. Tal vez averigüe cómo agregarle la palabra “cabina”. —¿Cuál fue tu punto original? —Fiona levantó los ojos hacia Sandra. —Oh, estaba diciendo, ¿no se queja Greg de tu kari peluda? Fiona se encogió de hombros. —¿Cuándo tendré el tiempo o la oportunidad de preocuparme por cosechar el trigo y dejar círculos decorativos? Tengo dos hijos. Tengo suerte si me afeito las piernas. —¡Cosechar el trigo! —Marie le dio a Fiona una larga distancia de cinco, luego agregó—: ¡Genio! —¿Qué hay de ti, Janie? —Elizabeth entrecerró los ojos hacia mí. No sabía si ella hizo esto para verme mejor, tratar de intimidar, o porque todavía estaba borracha de la noche anterior. —¿Qué hay de mí? —¿Vas a comenzar a aspirar la alfombra ahora que te vas a casar? Fruncí el ceño, torcí mis labios hacia un lado y consideré la pregunta. No tenía ni idea. No lo había pensado. Aparte de mi lujuria por los zapatos sexy, era de un mantenimiento excepcionalmente bajo. Me afeitaba, pero nunca había considerado la depilación. —Tal vez. Intentaré cualquier cosa una vez. —Me encogí de hombros por fin. —¿Cualquier cosa? —La sonrisa de Sandra combinada con la de sus ojos me puso nerviosa. —Casi cualquier cosa —modifiqué. Entonces ella preguntó: —¿Qué pasa con un facial de esperma? —¡Sandra! —Fiona se veía y sonaba sorprendida. —¿Así es como lo llaman los niños? —dijo Marie, sonriendo. Fiona no había terminado. —En serio, ¿es necesario? —No, en serio, ¡es una cosa real! ¡Lo prometo! —Sandra levantó sus manos, sus ojos bien abiertos. Entonces una de las hermosas damas que nos dieron nuestras pedicuras habló. —Es verdad. Es una cosa real. Heather Locklear los consigue. Los tenemos aquí. Utilizamos esperma de ballena.

La habitación estuvo en silencio por un momento muy, muy largo, ya que todas usábamos expresiones espejadas, excepto Sandra. Ella parecía vindicada. —¿Esperma de ballena? —Kat sonaba horrorizada—. ¿Ballena... esperma? —Pero cómo... —Traté de imaginar la logística de la extracción de esperma de una ballena—. ¿Cómo sacan el esperma de la ballena? —¿Trajes de neopreno? —Marie ofreció entre risitas. Ella miró a Ashley y ambos se echaron a reír. —Esto es asqueroso. —Fiona negó con la cabeza, pero el efecto de su indignación se vio arruinado por su risa mal escondida—. No puedo... ni siquiera puedo... —¿Has perdido tu habilidad para poder? —le preguntó Sandra a Fiona. —En realidad, tiene sentido. —Elizabeth, como yo, no se estaba riendo. Ella estaba mirando al techo, y podía decir que estaba pensando críticamente en los tratamientos faciales de los espermatozoides. —La espermina, que es un componente del semen, es alta en antioxidantes. Tiene sentido que se puede utilizar para suavizar las arrugas. Es alto en proteínas, también. Ashley hizo un sonido de náuseas y luego dijo: —Las cucarachas también están llenas de proteínas, pero no me parece que las mezclen y me las pongan en la cara. —Pero el tipo de proteína importa —dijo Elizabeth, defendiendo su posición. —Mira, esta es la razón por la cual Elizabeth y Janie son mejores amigas. —Sandra me guiñó un ojo—. Janie quiere conocer la mecánica del proceso, y Elizabeth está pensando críticamente sobre los beneficios medicinales. —¿Podemos por favor hablar de otra cosa? —Fiona se estremeció, su cara con una mueca—. Alguien, rápido, cambie de tema. Sandra se encogió de hombros. —También he oído hablar de un tratamiento de spa en el que usan peces para comerse la piel muerta de los pies. —¡Oh Dios mío! ¡Paren con los tratamientos de spa! —Ashley miraba su tejido como si fuera ofensivo, sus manos moviéndose bruscamente—. No más. No más discusión de tratamientos de spa extraños permitidos. Estás arruinando mi melosidad con la charla de esperma de ballena en la cara y peces que se alimentan de piel. La sala se hundió en el silencio, excepto por el sonido de las salpicaduras de agua y las agujas de tejer. Miré a Elizabeth y

compartimos una pequeña sonrisa. Luego miré a Sandra y supe que sabía que tenía otro tratamiento extraño relacionado con el spa para compartir. Me pregunté si ella había hecho un punto para buscarlos antes de que nos fuéramos. Justo cuando pensé que iba a dejarlo pasar, Sandra soltó un susurro: —Entonces, creo que no voy a mencionar la orina de la monja. —¡Sandra!

Capítulo 22 QUINN

Estamos en el desierto disparando ametralladoras cuando recibí el primer mensaje. Miré la pantalla de mi teléfono. Cuando leí el mensaje, aseguré mi arma, la puse de nuevo en el puesto y salí del campo de tiro. Entonces llegaron cuatro mensajes nuevos, todos al mismo tiempo. Cada uno era más extraño y alarmante que el anterior. Los mensajes decían que las señoras iban camino a la Capilla del Amor Ardiente de Elvis. Según Stan, alguien se iba a casar y necesitaba ayuda. Además, se estaban quitando la ropa. No lo dudé. Intenté llamar a Stan por una actualización, pero no atendió su celular. —Mierda. —Miré con indignación los mensajes de texto, volví a leerlos. Nico vino detrás de mí y se detuvo a mi lado. Miró a mi teléfono. —¿Qué está pasando?

—No lo sé. Lee esto. —Le mostré los mensajes. Sus ojos se entrecerraron cuando leyó los dos últimos. Sus ojos se elevaron hacia los míos. Fue una de las pocas veces que lo vi fruncir el ceño. —Deberíamos irnos. Diez minutos después, Dan, Nico y yo estábamos a bordo del helicóptero y regresando a Las Vegas. El viaje duró menos de veinte minutos. Nico revisó su reloj cincuenta veces. Instruí al piloto para que aterrizara en el helipuerto del Circus en lugar del de Excalibur. Google Maps me dijo que el casino más antiguo estaba a solo una cuadra de la mentada Capilla. Seguíamos en nuestra ropa de camuflaje. Me quité la camisa exterior, y los otros chicos siguieron el ejemplo, dejándonos con pantalones de carga de camuflaje y camisetas verdes. Hacía más calor en la ciudad que en el desierto. Además, la camisa de manga larga con botones de repente, me recordó a una camisa de fuerza. Salimos corriendo del helipuerto, bajamos las escaleras y llegamos directamente al ascensor. Dan, que había estado callado todo el tiempo, se paseó durante todo el viaje. Solo se detuvo para decir: —¿Qué demonios está pasando? —Luego golpeó la pared del ascensor con la palma de la mano abierta. Estaba continuamente marcando el número de teléfono de Stan, pero no dejaba de entrar en el buzón de voz. No entré el pánico. Estaba irritado. Asignar tres guardias en lugar de uno fue mi plan inicial. Debería haber escuchado mis instintos. No creía que estuvieran en peligro de otras personas, pero, todas juntas, en Las Vegas, probablemente borrachas… eran definitivamente un peligro para ellas mismas. El silencio de Stan me preocupaba más. Mi suposición era que había sido separado de su teléfono por una de las señoras. Nico salió del ascensor tan pronto como las puertas se abrieron. Dan me siguió. Yo fui el último. Los sonidos y el caos del casino me hicieron estremecer. Estos lugares eran laberintos, destinados a mantener a la gente en el suelo, gastando su dinero. Tan pronto como estuvimos afuera, Nico me miró para ver si tenía alguna indicación. Señalé y corrimos hacia la capilla. Corrí más rápido que los otros dos, y cuando vi la señal, corrí.

Abrí la puerta de la capilla, preparándome. No sabía qué esperar, pero sospechaba que sería una locura. Tenía razón. Todos, incluido Elvis, llevaban puesta su ropa interior, y Stan no estaba en ninguna parte. Todos estaban bailando, y la música irritante de una banda de chicos sonaba en el sistema de sonido. Mis ojos buscaron a Janie y la encontraron. Llevaba un velo, una banda que decía: Me voy a casar, un juego de ropa interior de encaje blanco y tacones de aguja con estampado de cebra. Se estaba riendo y estaba borracha. Viendo que estaba ilesa, hice un balance de la situación. Elvis y Kat estaban bailando, y él le sostenía la cintura. Sandra estaba parada en un banco y haciendo playback. Junto a ella había un hombre que no conocía y que nunca había visto. Sus manos estaban sobre ella, y usaba una playera que decía: Me casé con Sandra Fielding y todo lo que conseguí fue una camiseta horrible. Se había quitado los pantalones. Janie y Ashley estaban bailando entre ellas... y se estaban tocando. Me quejé y luego hice una mueca. Era inocente tocarse las manos, abrazarse, golpear sus traseros juntos, pero todavía estaba sucediendo, y yo lo vi. Ahora estaba agradecido de que Janie me enviara lejos de sus fiestas de baile de ropa interior. No me importa lo devoto que seas a tu mujer, ves a dos mujeres tan calientes como Janie Morris y Ashley Winston en ropa interior de encaje bailando una con otra, va a dejar una impresión duradera. Marie y Elizabeth también bailaban juntas; parecía tango, y Marie era la protagonista. —¡Oh, Dios mío! —Eso sonó a ODioshmio porque Sandra lo mal artículo. Me señaló y gritó por encima de la música—: ¡Viniste disfrazado! Eché un vistazo a mi camiseta, pantalones cargo y botas. En ese momento, Nico y Dan entraron volando en la habitación, se detuvieron y miraron a su alrededor. Miré entre Sandra y Kat, traté de decidir cuál extraer primero. Dan se encargó de Elvis y tomó la decisión por mí. —Quítale las manos de encima —gruñó Dan, empujándolo contra la pared. Lo miró fijamente durante un momento antes de girar hacia Kat y levantarla en sus brazos. Esto dejó a Elvis aturdido con las manos en alto al rendirse. —Oye, oye, lo siento. Me rechinaron los dientes, miré a Elvis.

—Apaga la música. El imitador, aún en una postura de rendición, bordeó la pared hacia los controles del sistema de sonido. Me gratificó que se moviera tan rápido. Mientras él hacía esto, di tres pasos grandes y levanté a Sandra del banco y la alejé del macho desconocido. Ella no protestó, pero él sí. —Oye, oye, hombre. —Cállate. —Le pasé a Sandra a Nico, luego giré hacia el hombre y lo evalué. Estaba bajando del banquillo. Tenía más de cincuenta y tantos años, aproximadamente un metro sesenta y cinco, y estaba bronceado de forma poco natural. Su piel parecía como si hubiera sido pintada. Llevaba un gran solitario de diamantes en una oreja, y su peinado rubio me recordaba a Donald Trump. —No te conozco —dije—. No la toques. —Oye hombre, estamos casados. La música se detuvo; la capilla se quedó abruptamente en silencio. —¿Qué has dicho? —dije, acechando más cerca. Tragó y sus ojos rebotaron por toda la habitación. —Yo, uh, dije... uh, ¿estamos casados...? Mientras decía esto, levantó un trozo de papel. Se lo quité de la mano y lo leí. Tenía razón. Era una licencia de matrimonio, y el nombre de Sandra estaba impreso en el espacio de novia. Ella lo había firmado. Levanté los ojos hacia el hombre y luego rompí el papel en dos. —Ya no más. Ponte unos pantalones y lárgate de aquí. Se estremeció y luego asintió, alejándose. Mis ojos parpadeaban sobre él antes de añadir: —Y deja la playera. Asintió más rápido y se la quitó, la tiró a un banco y agarró los pantalones, pero no se los puso antes de salir corriendo por la puerta. Todos los ojos se volvieron hacia mí, y estudié cada uno de sus rostros. La alarma me retorció el estómago. No parecían borrachas. Parecían drogadas. Crucé la habitación hacia Janie; ella se apoyaba en Ashley. Tomé su barbilla en mis dedos y miré sus ojos. Como sospechaba, sus pupilas estaban dilatadas. —¿Qué demonios...? Marie tropezó hacia adelante. —Oshe Quinn, ¿Qué padsda? —Me dio una palmada en la espalda—. ¿Estás aquí para la boda?

La miré con ira. —¿Qué tomaste? Sandra estalló en un ataque de risas, y se habría caído de culo si Nico no la hubiera ayudado a sentarse en el banco. —Creo que fue... shocolate. —Se cubrió el rostro con las manos. Seguía riéndose. Nico se movió a Elizabeth y también estaba estudiando sus ojos. —Oye, Bella, ¿estás bien? Su cabeza asintió de forma exagerada. —¡Estoy bieeeeen! —¿De verdad estás aquí? —preguntó Janie. Su pregunta me llamó la atención. Ella retorció sus brazos alrededor de mi cuello. El ámbar de sus ojos era casi invisible. Maldije en voz baja. —Janie, ¿qué tomaste? —Le quité el cabello del rostro. —Era el chocolate, estoy bien sssegura—. Sandra se puso de pie, tambaleándose como si fuera a caer, luego caminó hacia mí. Se detuvo a tres pies de distancia, colocó los puños en las caderas, y levantó la barbilla—. Con ab-jent… arjeent, ajenjo… sííp. —¿Ajenjo? Esto no fue por beber ajenjo. —Dan puso a Kat en el banco y luego se arrodilló frente a ella. Acunó su cara—. Esto parece LSD. —O LDS. —Sandra se encogió de hombros. Elizabeth rio. Sandra miró a Elizabeth. Sandra y Elizabeth estallaron de risa. Pronto, todas las chicas estaban riendo. Janie descansó la frente contra mi pecho y agarró mis brazos. Ella fue consumida por un ataque de risas. —No… —Nico envolvió su brazo alrededor de una Elizabeth riendo, frunció el ceño a ella—. No LSD. No hay alucinaciones. Marie se sentó en el suelo. —No puedo, no puedo… —Me di cuenta de que ella estaba tratando de decir, No puedo respirar, pero estaba riendo demasiado fuerte. Kat señaló a Elizabeth mientras Dan se sentaba a su lado. Vi que tenía lágrimas en sus ojos cuando dijo entre resoplidos: —Lástima que no conocemos a ningún médico. Y la habitación estalló de nuevo. Cerré los ojos por un momento, sacudí la cabeza. Esto era una locura. Sandra era la culpable, estaba seguro. Acerqué a Janie al banco y la senté junto a Dan. Luego me giré hacia Sandra y puse mis manos sobre sus hombros.

—Sandra. —Agarré sus brazos y la sacudí un poco para llamar su atención—. ¿Qué les diste? Su risa disminuyó y sus cejas se alzaron. Sus ojos se movieron sobre mi cara como si estuviera tratando de ubicarme. —Sandra, ¿qué les diste? Vi un destello de lucidez en su mirada y ella arrugó la nariz. —Ajenjo Ámsterdam. Es inofensivo. —Ohhhh… —dijo Dan. Lo miré. Puso los ojos en blanco—. Es hachís, Quinn. Ajenjo Ámsterdam es un apodo para el hachís. Mi mirada se deslizó hacia Sandra. Ella miró a Dan, y sus ojos estaban entrecerrados como si estuviera confundida. —No, no, no. Recuerdo específicamente. Quería chocolate con sabor a Ajenjo por que se supone que es como… como… como una borrachera clara. —Consumieron Hachís —dijo Dan. Estaba luchando contra una sonrisa. —No. Chocolate, es el chocolate Ajenjo de Amsterdam. Y, además… —Sandra frunció los labios y cruzó los brazos sobre el pecho—. El hachís es ilegal. El Ajenjo no lo es. —¿Deberíamos llevarlas a la sala de Emergencias? —Nico levantó a Elizabeth en sus brazos. —Oh, Nico… —dijo Elizabeth, y ella presionó su frente y nariz en su cuello—. Te amo. Janie y Kat se apoyaron en Dan, quien dijo: —No, si tuvieran una mala reacción, ya habría ocurrido. Solo vamos… —Estaba haciendo malabares con Kat para evitar que se cayera, todo mientras trataba de ser un buen chico y no tocar su piel desnuda—. Vamos a vestirlas y salir de aquí. —Dan, el hombre de seguridad —dijo Janie, y sus brazos rodearon su cuello, sus labios contra su oreja—. Eres lindo, pero eres bajo. No escuches a Randy Newman, Dan. Tienes muchas razones para vivir. —Él no es bajo. —Kat se cayó hacia adelante. Dan estaba tratando de mantenerla en posición vertical, y de alguna manera, ella terminó en su regazo—. Ustedes chicos son de la misma altura. Si él es bajo entonces tú eres bajo. —Punto válido. No eres bajo, eres perfecto. —Janie se adelantó y trató de darle a Kat los cinco. El intento fue desviado, y cayó adelante hacia Kat. Ahora ambas estaban en su regazo y riendo de nuevo. —Maldición, ¿podemos por favor encontrar sus ropas? —Dan sonaba como si tuviera dolor.

Vi este intercambio y me sorprendió encontrarlo divertido. Ver a Dan incómodo, siempre clasificaba alto. La ironía de su incomodidad, rodeado de hermosas mujeres en ropa interior, una con la cual me iba a casar en dos semanas, solo lo hizo más divertido. —Sí —dije, devolviendo la sonrisa de Nico—. Sí, vamos a sacarlas de aquí. —No podemos. No podemos irnos aún —llamó Marie desde su lugar en el suelo—. Alguien tiene que casarse. —¿Qué? —dijimos Nico, Dan, y yo al unísono. —Es cierto. —Ashley se balanceaba hacia la música invisible—. Hicimos un pacto. Debemos actuar para seguir el pacto, no podemos hacer redacto, como de cancelarlo. —¡Rima! —Sandra señaló a Ashley y, sorpresa, sorpresa, todas se echaron a reír nuevamente. —No, no, no —le dije—. Nadie se va a casar. —¿Qué le pasó a Donald? —Sandra miró alrededor de la habitación. —¿Quién es Donald? —preguntó Dan. —Creo que nos casamos. —Donald se ha ido. Olvídate de Donald. —Necesitaba tenerlas vestidas y en un auto. —¿Me dejó? ¿Estaba llorando? —No. No llorando. —Fruncí el ceño ante la extraña pregunta de Sarah—. Pero él se ha ido. —Bueno… supongo que solo tendremos que encontrar a alguien más. —Nadie se va a casar —lo dije más fuerte esta vez—. Todas ustedes necesitan ponerse su ropa. Vamos a volver al hotel. —No, no, no —gritaron todas al unísono. Las que estaban sentadas se levantaron y se movieron una hacia otra. Luego, como grupo, cargaron contra mí. Al menos, se cargaron todo lo que pudieron considerando que estaban drogadas. —¡Está sucediendo! No nos iremos hasta que alguien se case. —Sandra… Se giró para mirarme, parpadeó, luego apretó los labios. —Me asustas. —No parecía asustada. Y tampoco sonaba asustada—. Y eres un gruñón. ¿Por qué siempre eres tan gruñón? Háblame acerca de tu relación con tu madre. Está bien llorar. Estoy acostumbrada a eso. Ashley susurró en voz alta y borracha se puso sobre el hombro de Sandra.

—Es verdad. Ella lo está. Siempre llora. —Suficiente. Nos vamos. —¡No! Es lo último en la lista. —Elizabeth levantó una lista. Era una lista numerada de diez cosas. Todas excepto la de abajo estaban tachadas. Comenzaron a llamarme a coro, tirando de mi camisa. Janie se dirigió al frente, se apretó contra mí, y me susurró al oído. —Por favor, por favor, por favor… —¿Un poco de ayuda aquí? —Miré hacia Nico. Se encogió de hombros. —No sé cómo vamos a sacarlas de aquí a menos que estén dispuestas. —Bien. —Apreté los dientes y dije—. Janie y yo nos casaremos. —No puedes casarte —dijo Nico, tratando de disuadirme con una vigorosa negación de cabeza—. Romperá el corazón de tu madre. Lo miré de reojo. —¿Qué sabes tú al respecto? —Hago crochet con las chicas todos los Martes. Lo sé todo. —Nico miró alrededor de la habitación y luego le dijo al imitador de Elvis—: ¿Qué necesitamos hacer para casarnos aquí? Elvis, quien había estado de pie como una estatua, se sacudió y tartamudeó: —Uh-uh-uh… —¿Quién se va a casar? —preguntó Dan sobre el continuo coro de protestas desde el grupo de tejido. Janie todavía se frotaba contra mí, y yo estaba empezando a devolverle sus besos. Mierda, si no estuviera volviéndome loco. Nunca la había visto tan desinhibida. Yo estaba en partes iguales encendido y exasperado. Ella me tenía en llamas. —Voy a tomar uno por el equipo. Elizabeth y yo lo haremos. —Nico frotó sus manos juntas. Él estaba sonriendo. No parecía que esto iba a ser un sacrificio. Dan negó con la cabeza a Nico. —Ella va a estar enojada mañana cuando lo descubra. —¿Descubra? Ella está aquí, ¿no es así? Ella está despierta, ¿no es así? Y mira… —Saca una caja de sus pantalones de carga, la abrió para mostrarnos un anillo de compromiso de diamantes y dos alianzas de boda—. Incluso tengo los anillos. Dan miró de los anillos a Nico. —¿Planeaste esto? Nico negó con la cabeza.

—No. Pero voy a aprovecharlo. —Ella está drogada hasta la cabeza. —Tomate, tomah-te. —Bien —digo, levantando mis manos porque era la opción más fácil, y el continuo asalto de Janie se había vuelto abrumador. Necesitaba ponerle un alto a esto o necesitaba tenerla a solas. No podía irme solo con ella, y lo quería fácil. Necesitaba llevarlas a casa, y discutir con seis tejedoras mayormente desnudas era el opuesto a fácil—. Bien. Tendremos una boda. Pero todas necesitan vestirse primero. —¡Yay! —Janie me sonrió y el asalto terminó. Se alejaron en un desorden de extremidades y cuerpos desnudos, abrazándose entre ellas. —Ropa puesta. Boda después —les recordé. Los siguientes minutos se dedicaron a revisar su ropa. Janie le dio el velo a Elizabeth. Una vez que se pusieron la ropa, las cosas no mejoraron mucho. Cada una parecía estar tratando de superar a la otra por la falda más corta. Janie ganó fácilmente, pero esto fue solo porque sus piernas eran más largas. El vestido azul de Elizabeth y el rojo de Janie no tenían tirantes. Sandra era la única en pantalones, y eran pantalones de cuero. Los atuendos se parecían más a papel de regalo que a ropa. Nico finalmente consiguió que Elvis hablara, aunque Dan seguía disparándole al hombre miradas sucias. Supuse que Dan todavía estaba pensando en encontrarlo con las manos sobre Kat. No quería saber qué estaba pasando entre Kat y Dan. Sabía, en base a las verificaciones de antecedentes que había hecho con todas las damas, que Kat era más que una secretaria en una firma de arquitectura, pero no había compartido la información con Dan, y él no me había preguntado. Las chicas no parecían más sobrias, pero con la boda, tomaron mejor dirección y se sentaron en los bancos cuando se les indicó. Discusiones aleatorias y resoplidos estallaron periódicamente. Tendría que obtener una muestra del chocolate de Ajenjo de Amsterdam de Sandra y hacer que lo probaran solo para asegurarme de que no hubieran ingerido nada más fuerte o peligroso. Pero ninguna parecía enferma. Entonces Dan pidió un auto e hicimos que las damas prometieran irse tan pronto como Elizabeth y Nico se casaran. Se decidió que Dan sería el padrino y que acompañaría a Elizabeth por el pasillo. Protesté cuando el grupo quiso que Janie fuera la dama de honor porque no andaba muy bien en línea recta. Fui vetado. Un organista apareció de algún lugar. Tenía al menos ochenta años y entró en la capilla como si hubiera estado planeando aparecer todo el tiempo. Se sentó y comenzó a tocar A Big Hunk O 'Love de Elvis. Supuse

que el imitador solía cantar. No lo hizo. Se detuvo al frente, sin parecerse en nada a Elvis. Nico y Dan también se pararon al frente. Observé a Janie alejarse lentamente de donde Elizabeth y yo estábamos esperando en la parte trasera del pequeño edificio. Sorprendentemente, ella no se cayó. —Somos muy afortunados —susurró Elizabeth a mi lado. La miré. —¿Qué? Ella me miró. —Somos afortunados. Tengo suerte de tener a Nico. Tú tienes suerte de tener a Janie. Él da sentido a los latidos de mi corazón. Tú y yo… despreciamos a casi todos, lo que significa que guardamos todo nuestro amor y afecto para unos pocos. No sé cómo aguantaron la intensidad, pero lo hicieron. Busqué en su rostro. Todavía estaba totalmente drogada, lo que podría haber significado que sus muros estaban abajo y que estaba hablando honestamente. Ella continuó. —Realmente me gustas, Quinn. La amas como se merece. Deberías dejar que ella te ame de vuelta. —Sí —dije. Luego, como ella fue tan honesta y probablemente no recordaría nada de esto por la mañana, agregué—: Janie me hace una mejor persona. Ella me dio una pequeña sonrisa antes de girar hacia el frente de la capilla. —Tú te haces una mejor persona. Janie es solo un recordatorio de por qué vale la pena. Parpadeé hacia ella, asimilando esta pepita de sabiduría. Pero antes de que pudiera decir algo más, estábamos caminando por el pasillo. Miré a Janie. Todavía estaba fuera de sí, pero estaba apoyando a su amiga. Nico estaba mirando a Elizabeth. Parecía que estaba a punto de salir de sus zapatos. Los alcanzamos en cinco pasos, y entregué a Elizabeth a Nico. Luego tomé asiento en el banco delantero, el más cercano a Janie, de modo que ella estaba directamente delante de mí. Si quisiera, o si ella comenzara a caerse, podría alcanzarla sin detenerme y llevarla a mi regazo. Afortunadamente, la música de órgano se detuvo. Casi gemí de alivio. Elvis se aclaró la garganta para llamar la atención de todos, y luego comenzó a cantar: —Querida amada…

Leyó las palabras de un pedazo de papel y no levantó la vista ni una vez durante su recitación. Esto fue probablemente porque Dan todavía le estaba dando el mal de ojo. Miré a Nico y Elizabeth y tuve la clara impresión de que ya no nos veían; no veían en absoluto la mierda de la capilla de Las Vegas o la falta de flores y decoraciones. Se miraban solo el uno al otro. Así es como se supone que debe ser, pensé. Comprendí por qué algunas personas querían casarse en una hermosa iglesia, templo o mezquita. Querían intercambiar votos rodeados de la presencia de su creador. Querían que la experiencia fuera sagrada. Querían belleza a su alrededor mientras prometían su vida juntos. Pensé que yo sería más como Nico cuando llegara el momento. Miraba a Elizabeth y ella era la única belleza que veía. No habría importado si hubieran estado en la Basílica de San Pedro en Roma, la Mezquita Siddiqa Fatima Zahra en Kuwait, bajo el cielo abierto, en una tienda de campaña o en un pedazo de capilla de mierda en Las Vegas, Nevada. A Nico no le importaba. —Yo, Elizabeth Heather Finney, te tomo a ti, Niccolò Ludvico Manganiello… —Para ser mi esposo —incitó Elvis. Pero Elizabeth no repitió después de él. Se balanceó un poco hacia adelante y luego repitió su nombre: —Niccolò Ludvico Manganiello… Elvis los miró a los dos y se aclaró la garganta. —Está bien. Ahora di, para ser mi esposo. Elizabeth lo ignoró. Ella comenzó a saltar arriba y abajo. —Manganiello… Manganiello… ¡Manganiello! —Cada vez que ella decía su apellido era más fuerte hasta que lo estuvo gritando. Sabía que Elizabeth tenía problemas para decir el apellido de Nico. Pero su grito de Manganiello era ridículo. Nico se rio y sacudió la cabeza. —Tutto questo è ridicolo. Quel che conta è che il mio cuore ti amava ancor prima di incontrarti e ti amerà sempre. Sii mia e lascia che io sia tuo. Esto es ridículo. Lo que importa es que mi corazón te amaba incluso antes de conocerte y siempre te amará. Se mía y déjame ser tuyo. Nico me había dicho una vez que Elizabeth se volvía loca cuando él le hablaba en italiano. Esta era información que consideraba irrelevante.

En cualquier caso, tenía razón. Sentado en la primera fila de la capilla, vi la evidencia clara como el día. Elizabeth se balanceó de nuevo, sus manos levantadas sobre los hombros de Nico. Todas las damas suspiraron en voz alta. Miré a Janie y la encontré mirándome como si se estuviera muriendo de hambre y yo fuera pollo frito. Alcé las cejas ante la intensidad de su mirada. Yo necesitaba aprender italiano. Elizabeth, su nariz ahora a un par de centímetros de la de Nico, gimió y dijo: —Oh, a la mierda. ¡Solo di marido y mujer ya! Elvis miró entre ellos y luego a mí. Me encogí de hombros. —Uh… marido y mujer —dijo. Elizabeth saltó a los brazos de Nico, con las piernas envueltas alrededor de su cintura, y tragó su risa sobresaltada cuando lo besó como una loca. *** El auto nos llevó de regreso al hotel casino donde se alojaban las damas. Cuando salimos del auto separamos a las chicas; cada uno de nosotros ayudó a dos a llegar al hotel. —Esto es como pastorear gatos. —Dan estaba cargando a una Marie desmayada sobre su hombro al estilo bombero. Su otro brazo estaba alrededor de la cintura de Kat, tropezando-caminando con ella. —Esto es peor —dije. Era peor. Era una tortura. Janie estaba acurrucada contra mi pecho y sus manos deambulaban. No había dejado de mirarme como si fuera comida desde la pequeña actuación de Nico. Dos veces me quité sus dedos de los pantalones mientras caminábamos por el casino. La exploración de Janie hubiera sido mejor si Sandra no hubiera estado en mi espalda. La única forma en que pude evitar que Sandra se escapara fue dándole un paseo a caballito. Sus piernas estaban alrededor de mi cintura, sus brazos alrededor de mi cuello. Cada pocos minutos, ella me clavaba los talones en mis costados, arqueaba la espalda y decía: “¡Arre!” o “¡Toma una soga!” o “¡Salva un caballo, monta a un vaquero!” —No es tan malo —dijo Nico—. Chi s'accontenta gode. Los que están contentos, disfrutan. Los brazos de Nico estaban llenos de Elizabeth y Ashley. Él era el único que estaba sonriendo. Ashley estaba sorprendentemente dócil. Parecía contenta con recostar su cabeza sobre su hombro y seguir

tranquilamente a donde él la conducía. Elizabeth lo abrazaba y le besaba el cuello y la cara. Ella también lo siguió sin dudar. —¿Qué significa eso? —Dan frunció el ceño—. No hablo italiano. —Significa que una mente satisfecha es una fiesta perpetua —dijo Nico—. Similar a una carga que uno elige no se siente. —Su mano alrededor de Elizabeth se deslizó por el costado de su cuerpo y la agarró por el culo—. Diviértete y es posible que la tarea no sea tan difícil. —Eso es fácil de decir. —Dan apretó los dientes y caminó alrededor de una máquina tragamonedas. Estaba apoyando a una Marie casi dormida mientras Kat le estaba lamiendo la oreja—. Estás sosteniendo a tu esposa. Si me divierto, soy un imbécil. Finalmente llegamos al elevador. Nico presionó el botón. Y esperamos. Mi atención se dirigió a Dan. Kat se inclinó hacia él, presionó su cuerpo contra el suyo y besó su mandíbula. —Eres lindo —dijo, y su mano se deslizó desde su cuello hasta su pecho, luego bajó. Alcé una ceja hacia ellos. —Joder… —siseó Dan. Sus ojos se alzaron hacia el techo del casino—. Mierda. Mierda. Mierda. Dense prisa. —Creo que le gustas. —Nico sonrió entre los besos de Elizabeth. —No. —La voz de Dan era tensa. Intentó apartarse de Kat, pero ella estaba pegada a él. Si se alejaba demasiado o demasiado rápido, ella se caería. Si dejaba ir a Marie, ella se caería—. Kat nunca haría esto si estuviera sobria. ¿Puede alguno de ustedes ayudarme? ¿Mover su mano? —Lo siento. —Nico no parecía que lo sentía—. Mis manos están llenas. Dan me miró. Sandra se rio en mi oído y se resistió, golpeándome el culo. —Esto es divertido —dijo. Arrastró sus palabras, haciéndola sonar como si hubiera dicho, eshtoeshdiverdo. Luego se desplomó, su cuerpo estaba muerto. Tuve que inclinarme hacia adelante y agarrar sus piernas para evitar que se cayera. El movimiento revivió a Janie. Se volvió más completamente contra mí, besó mi cuello y sacó mi camisa por completo de mis pantalones. Me susurró al oído: —Quiero que me hables sucio y me llames Gatita para que pueda rascarte la espalda y comerme tu…

Me enderecé y me alejé antes de que ella pudiera terminar. De lo contrario, probablemente tiraría a Sandra al suelo, agarraría a Janie y buscaría una escalera. En cambio, miré a Dan y dije: —Estás por tu cuenta.

Capítulo 23 JANIE La mañana siguiente desperté sintiéndome como muerta. Entonces el mundo lentamente se enfocó. Me percaté que estaba en la cama. Y estaba acostada sobre el pecho de un hombre. Y yo no traía sostén. —¡Oh mierda! Alarmada y completamente horrorizada, intenté saltar de la cama pero tuve éxito solo en caer al piso en un enredo de sábanas. —¿Janie? Parpadeé desde mi posición en el piso, sentada completamente quieta. Incluso contuve el aliento. La voz que dijo mi nombre sonaba como la de Quinn. Me lamí los labios, forzándome a respirar, entonces me asomé por el borde de la cama. Quinn estaba allí acostado, su cabeza apoyada sobre su mano, su codo sobre la cama. Llevaba una camiseta, pero traía puestos pantalones de camuflaje. Bizqueé hacia los pantalones y entonces moví mi mirada de vuelta a la suya. Su cabello estaba alborotado y un poco más largo de lo usual, y sus ojos estaban adormilados. Cerré los ojos y los abrí de nuevo. Claro, él seguía allí. —¿…Quinn? —Me sorprendió el sonido de mi voz. Sonaba rasposa, y me dolía la garganta. Parpadeé hacia él de nuevo—. ¿Qué… quién… cómo… por qué estás aquí? La mirada de Quinn se movió sobre mí mientras se sentaba. Parecía estarme estudiando o esperando que yo dijera algo. Pero yo no tenía nada que decir. Mi mente estaba extrañamente vacía, y me dolía la cabeza. Intenté pensar, intenté recordar mi último recuerdo, y encontré que lo único que recordaba era alistarme para salir la noche anterior.

Después del spa, regresamos a la habitación de hotel. Fiona iba a volar de regreso temprano, así que nos despedimos y alistamos para nuestra última noche. Recordaba ponerme un vestido rojo que Elizabeth había elegido y pensar que era escandaloso. Recordaba a las chicas poniéndome un velo y una banda blanca que decía Me voy a casar. Recordaba a Sandra pasando chocolates y a Ashley pasando bebidas y haciendo un brindis a Las Vegas. Todo lo posterior era un vacío de desconocimiento. —Gatita. Mis ojos volvieron a enfocarse en los suyos, y lo miré fijamente. Él lucía pensativo y… contemplativo. —¿Sí? —¿Qué recuerdas? Apreté la boca en una línea y sacudí la cabeza, mis ojos se cerraron. —Por favor, por favor, por favor no me digas que me drogaron de nuevo. Lo escuché suspirar y supe la respuesta. Pensé en enloquecer. Decidí que no. En su lugar, intenté sentarme perfectamente quieta y solo… esperar. Esperaría a que los recuerdos regresaran o a despertar de este mal sueño. No me di cuenta en el momento, pero quedarse sentada perfectamente quieta y negar la existencia de la realidad era (por definición) enloquecer. Entonces alguien gritó. Bueno, de hecho fue más como un alarido. Abrí los ojos rápidamente y miré hacia el sonido. Quinn miró hacia la puerta, me miró, entonces volvió a caer sobre la cama. Cubrió sus ojos con el antebrazo. Creí escucharlo reírse; sonaba irritado y divertido. —¿Estás…? —intenté tragar, pero tenía la boca tan seca que nada pasaba. Necesitaba agua—. ¿Vas a revisar que fue eso? —Nop. Lo observé. Cuando no dijo nada más, me acerqué a la cama. —¿Sabes de qué se trataba eso? —Síp. Otro alarido sonó desde el otro lado de la puerta. Fruncí el ceño en su dirección. Él seguía sin moverse. Me levanté con la intención de salir de la habitación, pero recordé mi desnudez a medias. También, estaba mareada. Me giré en un círculo inestable intentando encontrar algo que vestir. Encontré una camiseta

verde de hombre (presumiblemente de Quinn, a menos que hubiera otro hombre merodeando por allí que fuera del tamaño de Quinn y oliera a él), me la puse y caminé a la puerta. —No, Janie. Miré sobre el hombro hacia él. Lucía exhausto y tenía una expresión muy extraña en la cara. —¿Por qué no? —Porque una vez que abras la puerta, dejas que el mundo entre. Solo regresa a la cama. La crisis de Elizabeth puede esperar. Abrí mucho los ojos y me sobresalté. —¿La crisis de Elizabeth? Quinn suspiró de nuevo, gruñó, maldijo y entonces tiró de las mantas por encima de su cabeza. A pesar del efecto amortiguador de las sábanas, lo escuché decir. —Solo agradece que nosotros no nos fugamos anoche. Fruncí el ceño ante el bulto en el que se había convertido debajo de las mantas, intentando encontrarles sentido a sus palabras. Cuando no encontré nada de sentido, abrí la puerta y salí tambaleante de la habitación. Escuché voces provenientes de los dormitorios así que fui directamente a los sonidos. Dentro de una de las habitaciones, encontré a Elizabeth sentada en la cama, blanca como las sábanas sobre la que estaba sentada. En un lado estaba Ashley; en el otro lado estaba Marie. Estaban vestidas en las mismas ropas que habían llevado anoche. Pero Elizabeth traía puesto mi velo. —Oye, ¿qué sucede? —Anduve a puntillas hacia la cama, escaneando la habitación en busca de peligro y no encontré nada. Elizabeth giró sus ojos como platos hacia mí y levantó su mano izquierda. —Mira. Crucé la habitación, entrecerrando los ojos porque había olvidado ponerme mis anteojos. Estaba casi encima de ella antes de darme cuenta de que ella llevaba un anillo de compromiso y un anillo de matrimonio. La noche anterior no había tenido ninguno de los dos, porque, aunque ella estaba comprometida con Nico, aún no habían escogido el anillo. Jadeé. —¡Lo sé! ¿De acuerdo? —Elizabeth gimió y luego miró el anillo con evidente desaliento. —¿Qué dem…? Bueno, ¿de dónde vinieron esos dos?

—¡No lo sé! —Elizabeth sacudió la cabeza, con la mano apoyada en su regazo, y vi que estaba tratando de quitarse el anillo. No se saldría. —¿Cómo llegó allí? —pregunté, mirando entre Ashley y Marie. Lucían igual de confundidas. —¡No lo sé! —chilló Elizabeth. Estaba tirando de los anillos con más fuerza y pánico. Abrí mi boca, la cerré, la abrí de nuevo. —¿Qué pasó anoche? —No tenemos idea. —La voz de Ashley llegó a mis oídos—. Es como si en un minuto todas estuviéramos brindando por tu boda y al minuto siguiente estuviéramos paradas aquí con aliento de roedor muerto, luciendo como el infierno, y Elizabeth esté casada con… alguien. Elizabeth gimió y cayó de espaldas sobre la cama; se cubrió la cara con las manos y se hizo un ovillo. —¿Podría ser Nico? —Marie sonó esperanzada—. Quiero decir, podría ser Nico. No veo a ningún hombre extraño vagando por la suite. Elizabeth sacudió la cabeza pero mantuvo su rostro cubierto. —Él está en Nueva York filmando toda la semana. A menos que de alguna manera haya terminado temprano, voló para acá, nos encontró haciendo… lo que sea que estábamos haciendo anoche, compró los anillos, me llevó a una capilla para bodas, y se casó conmigo, entonces no es Nico. Además, aún no hemos fijado una fecha. —Además, si fuera Nico, ¿no estaría aquí ahora? —le preguntó Ashley a la habitación—. De hecho, ¿no debería estar alguien aquí? Quiero decir, tu nuevo esposo debería estar por aquí en algún lugar. Elizabeth gimió de nuevo y rodó de lado. —Eso no ayuda, Ashley. —Marie negó con la cabeza, pero estaba reprimiendo una sonrisa. Ashley exhaló con fuerza y se dejó caer en la cama junto a Elizabeth, le frotó la espalda. —Lo siento. Todo se resolverá. —Quién sabe si realmente estás casada—. Marie se sentó en la cama al otro lado de Elizabeth—. Tal vez alguien te dio los anillos para su custodia… Elizabeth asumió la posición fetal. —Ella está casada. —Una voz sonó desde la puerta y todas nos volvimos hacia ella. Elizabeth levantó la cabeza y se asomó entre sus dedos. Sandra estaba parada allí sosteniendo un pedazo de papel; se veía como un mapache pelirrojo—. Encontré la licencia de matrimonio en el bar.

Hubo una pausa, y estaba bastante segura de que todas estábamos sosteniendo la respiración. Entonces Ashley dijo bruscamente: —¡No nos tengas en suspenso, mujer! ¿Qué es lo que dice? Sandra miró la licencia y leyó el nombre. —Niccolò Ludvico Manganiello. Elizabeth se incorporó lentamente, con los ojos bien abiertos y sin parpadear, con la boca abierta. Parecía completamente aturdida. Entonces ella dijo: —¿Nico? Sandra asintió y le tendió un segundo pedazo de papel. —Él te dejó una nota. —¿Me dejó una nota? —Elizabeth respiró; luego repitió, pero mucho más alto—: ¡¿ÉL ME DEJÓ UNA NOTA?! Me estremecí y mis ojos se dirigieron hacia los de Ashley. Ella estaba cubriendo la mitad inferior de su cara, y pude ver que estaba tratando de no reírse. Elizabeth se levantó de repente, se balanceó un poco, y caminó hacia Sandra. Agarró la nota, la desdobló, y la leyó con ojos francamente salvajes. A través de la parte posterior del papel, pude ver que solo dos o tres líneas se habían escrito. Elizabeth las leyó varias veces antes de que una breve risa histérica surgiera de su boca. —¡No nos tengas en suspenso, mujer! ¿Qué es lo que dice? —repitió Ashley, aunque tuve la sensación de que esta vez estaba tratando de usarlo para el alivio cómico. Elizabeth me pasó la nota y luego comenzó a pasearse por la habitación murmurando: —Lo voy a matar… Lo voy a matar… Miré de ella al papel, y leí el contenido en voz alta. Querida Esposa, Ahora no tenemos que preocuparnos por fijar una fecha. De nada. Tu Esposo, Nico *** Sandra no dejaría de disculparse. Poco después de descubrir que Elizabeth y Nico se habían casado la noche anterior y que ninguna de nosotras tenía ningún recuerdo de

ello. Sandra confesó que el chocolate se había enriquecido con ajenjo. Más específicamente, un tipo de ajenjo llamado Ajenjo Ámsterdam. —Sin embargo, no puedo entenderlo. —Sandra sostuvo su frente entre sus manos, mirando a su taza de café. Habíamos llamado al servicio de habitación y todas estábamos reunidas en la sala de estar grande comiendo un buffet de comida tipo brunch. Marie y Ashley estaban tejiendo. Sandra se estaba golpeando a sí misma. Dan estaba en el buffet cuchareando sus huevos. Elizabeth estaba en la zona con una sonrisa de soñadora en su rostro. Yo estaba sentada en el regazo de Quinn comiendo un plato de fruta. Y Kat no estaba haciendo contacto visual con nadie. —El Ajenjo no debería habernos hecho perder nuestra memoria; se supone que es como emborracharse, pero sin olvidar. ¡Y es completamente legal! Incluso puedes pedirlo en línea. —Sandra sonaba abatida. —No te preocupes por eso. —Kat se acercó y le dio unas palmaditas en la espalda a Sandra, cuidando de no perder de vista a su amiga. De hecho, Kat estaba teniendo cuidado de mantener los ojos bajos o abatidos. Abruptamente, Ashley gruñó: —¡Tengo una confesión que hacer! —Tiró su tejido a un lado y se cubrió la cara con las manos—. Lo siento mucho, mucho, pero creo que también podría ser la culpable. Todas intercambiamos miradas con los ojos abiertos, bueno, todas excepto Kat, porque ella seguía evitando mirar a más de dos pulgadas del piso. —Escúpelo, Ashley. —Marie la golpeó con el codo—. ¿Qué hiciste? ¿Echar licor a nuestras bebidas? Ashley gimió. —¡Sí! Sí, eché licor a las bebidas. La boca de Marie cayó abierta. —No lo hiciste… —Lo hice. Le pedí a mi hermano, Cletus, que me enviara un poco de hooch. Lo agregué a nuestras bebidas. —Sus hombros se levantaron y cayeron con una gran respiración, luego murmuró—: Agregué mucho a nuestras bebidas… —¿Qué demonios es hooch? —preguntó Dan, con las manos en las caderas. —¡Luz de luna! Relámpago blanco... es desagradable. —Me miró a través de sus dedos—. Lo siento.

—¡Sucia pueblerina! —Sandra arrugó la nariz hacia Ashley, pero no parecía muy molesta—. Ojalá me lo hubieras dicho. No habría entregado el chocolate. —Necesitaré una muestra de ambos, lo que pusiste en la bebida y el chocolate —dijo Quinn esto entre grandes bocados de salchichas y huevos Benedict. —Sí, absolutamente. —Sandra asintió a petición de Quinn y resopló un suspiro infeliz, su mirada se dirigió a mí—. Lo siento, Janie. Me encogí de hombros. —No pasó nada, Sandra. Tan pronto como dije las palabras, sucedieron dos cosas interesantes. Kat y Dan se miraron el uno al otro y luego apartaron la vista, Kat se puso roja y Dan se aclaró la garganta. La otra cosa interesante fue que Elizabeth asintió ante mi declaración. —Oye, todos seremos checados esta tarde, y McPantalonesCalientes puede hacer que su laboratorio de murciélagos haga un análisis para ver qué hay realmente en esas cosas. Sandra la miró, todavía luciendo miserable. Ashley nos estaba mirando a todos entre sus dedos y parecía contentarse con guardar silencio. Elizabeth se inclinó hacia Sandra y le dedicó una pequeña sonrisa. —También es nuestra culpa; deberíamos haber sabido mejor no aceptar chocolate de ti. Nunca te he visto compartir chocolate. —No es tu culpa. Es mi culpa, y es culpa de Ashley. Necesitamos aprender a medir nuestras drogas la próxima vez. —Sandra cruzó los brazos sobre la mesa frente a ella y su cabeza cayó. —Oh no. Nunca habrá una próxima vez —bromeó Marie, alejándose de su trabajo, y luego preguntó—: Lo que quiero saber es ¿cómo Quinn, Nico, y Dan El Hombre llegaron aquí? Todos, excepto Sandra, porque su rostro aún estaba enterrado en sus brazos, volvieron su atención a Quinn. Estaba a medio morder y parecía completamente indiferente. Esperamos a que terminara de masticar su comida antes de responder. —Estábamos en el desierto disparando ametralladoras y recibí un mensaje de texto de Stan. Así que tomamos un helicóptero hacia Circus, y trotamos hacia la capilla. —Luego dio otro mordisco como si esta explicación sumamente extraña respondiera nuestras preguntas. Elizabeth lo miró como si acabara de brotar una aleta.

—Espera, ¿estaban en el desierto disparando ametralladoras? Asintió. —¿Con Nico y Dan? Asintió. —¿Qué tan cerca está este desierto donde estabas disparando ametralladoras? Se encogió de hombros, miró a la izquierda, tragó saliva y luego respondió: —Unos veinte minutos en helicóptero. —¿Helicóptero? ¿Tomaron un helicóptero? —Ashley finalmente apartó las manos de su rostro. Asintió. —¿Por qué estaban allí de todos modos? —presionó Elizabeth—. Se suponía que Nico estaría en Nueva York esta semana. —Sí. Acaba de terminar por el día. —¿A disparar ametralladoras ...? Quinn asintió y lo puntuó con un: —Sí. Ashley estaba estudiando a Quinn con atención. Después de varios largos momentos, ella abruptamente preguntó: —¿Estaban allí para tu despedida de soltero? Asintió. —Sí. Miré a Ashley, ella me miró a mí, luego ambos miramos a Marie y Elizabeth. Pero fue Sandra quien dijo nuestros pensamientos. —¿Nosotras podemos salir al desierto y disparar ametralladoras? Quinn frunció el ceño y miró a Dan. Vi a Dan levantar las cejas, mirar al techo y suspirar. Había llegado a comprender que, para Dan, esta era su forma silenciosa de comunicar que estaba estupefacto. Algunas personas dicen: “No puedo, ni siquiera puedo… Algunas personas dicen: “Perra, estás loca. Algunas personas dicen: “No tengo palabras. Dan solo mira al techo y respira hondo. Quinn volvió su mirada hacia mí, sus ojos buscando algo. —¿Tú quieres ir? —Sí —dije de inmediato y tal vez un poco demasiado fuerte—. SÍ, QUIERO IR AL DESIERTO Y DISPARAR AMETRALLADORAS.

Su expresión se suavizó y sus ojos se volvieron soñadores y adoradores mientras se movían sobre mis rasgos. Luego se inclinó hacia delante y susurró: —Lo que quieras, gatita. Lo que quieras es tuyo.

Parte 6:

La Boda

Capítulo 24

Diez días antes de la boda, mi padre finalmente se comprometió a venir. Hice que la secretaria Betty, hiciera los arreglos y le recordé a Dan que consiguiera un esmoquin. Me sorprendió que aceptara cenar con Quinn, Katherine, Desmond, Dan, Elizabeth, Nico y conmigo el jueves antes de la boda. Él había sido el tapete de mi madre, y ahora me estaba entregando en mi boda. Pero primero, tenía que pasar la cena con mi papá, Quinn, sus padres, Elizabeth y Nico. Una parte de mí se preguntaba si mi padre solo accedía a venir porque descubrió que Nico estaría allí. Shelly, por otro lado, todavía no respondía ninguna de mis llamadas. Contra cada fibra de mi ser, incluso le había enviado un mensaje de texto. Aún sin respuesta.

No tuve más remedio que tomarme un día libre y conducir hasta la granja. Si esto no funcionaba, iba a molestar a Nico por ella. Al parecer, nadie podía resistirse a él. Le conté a Quinn sobre mi plan para conducir a la granja. No protestó, pero tampoco quiso ir conmigo. Dijo que deberíamos esperar hasta después de la boda cuando las cosas se normalizaran, y luego trabajar en ella para comenzar con los desayunos del sábado nuevamente. Su plan no era satisfactorio. Si Quinn y yo hubiéramos optado por fugarnos o simplemente ir al juzgado, no sé si me hubiera importado su ausencia. Pero su madre había trabajado mucho en la boda. Toda la familia de Quinn iba a estar allí, así como mi grupo de tejido, y quería que Shelly también estuviera allí. Volaríamos el lunes y nos quedaríamos en Boston durante la semana previa al día de la boda. No esperaba que ella viniera y se quedara todo el tiempo si no quería. Por lo menos, la quería allí ese día, para compartir con nosotros y ser parte de eso. Era importante para mí. Así que me senté junto a Stan en el asiento delantero en el camino a la granja de Shelly y practiqué mi discurso. Miré un punto fijo; él estaba asintiendo con la cabeza junto con la canción Good Times Roll de The Cars. Descubrí a The Cars cuando Nico hizo una cinta para Elizabeth. Luego descargué sus mejores éxitos en mi teléfono. Es cierto que una cosa que no odiaba de los teléfonos era que podía escuchar música en ellos. De todos modos, pronto descubrí que a todos mis guardias realmente les gustaba The Cars, y a Quinn también. Por lo tanto, cuando Quinn y yo teníamos nuestras propias fiestas privadas de baile en bragas, generalmente comenzaban con Shake It Up y generalmente terminaban con Drive. Stan, ahora moviendo la cabeza junto con la música, parecía completamente a gusto. Por lo tanto, pensé que era un buen momento para disculparme por lo que sucedió en Las Vegas. —Así qué... Stan. Sus ojos parpadearon hacia mí y luego volvieron a la carretera. —¿Sí? —Solo quería decir... solo quería decir... —Torcí mis manos en mi regazo—. En nombre de todas, lamento mucho lo que pasó, lo que te hicimos en Las Vegas.

Su mirada se deslizó hacia la mía, se detuvo un momento y luego se dirigió al parabrisas. Se aclaró la garganta. —No te preocupes por eso. Pero lo hacía, y me iba a preocupar por eso. Aunque no lo recordaba, me iba a molestar. Según Stan, Marie había robado su teléfono mientras intentaba evitar que nos quitáramos la ropa. Luego lo arrojó por la puerta de cualquier capilla en la que estuviéramos, la capilla donde Elizabeth y Nico aparentemente se casaron. Intentó agarrar el teléfono, pero Marie le dijo a un policía que estaba cerca que Stan nos estaba acosando y que no nos dejaba en paz. Luego fue detenido y debió perdernos cuando salimos de la capilla con Quinn, Dan y Nico. Sacudí mi cabeza. —Me voy a preocupar por eso. Lo siento mucho. No tengo excusa para nuestro comportamiento, y espero que aceptes mis disculpas. Me dio una pequeña sonrisa. —Nah, está bien. Las cosas siempre se ponen un poco locas durante ese tipo de mieer… cosas. —Gracias por ser tan amable al respecto, y por favor avísame si hay algo que pueda hacer para compensarlo. Se encogió de hombros y pensé que se veía feliz, lo cual me pareció un poco extraño. En cualquier caso, mejor que estuviera feliz que molesto. Pasamos el resto del viaje en silencio, en su mayoría amigable, escuchando The Cars. Vi cómo el paisaje cambiaba de la ciudad a la expansión urbana a las tierras de cultivo. Aparte de ensayar mentalmente mi discurso para Shelly, dejé que mi cerebro divagara. Sorprendentemente, mis divagaciones mentales se centraron principalmente en mi vida y en Quinn, casi como una persona normal. Pensé en las cuentas privadas y en todos los detalles que supe directamente de Quinn hace algunas semanas, así como en los archivos que había revisado en la oficina. El lunes después de regresar de Las Vegas, finalmente revisé los documentos de la cuenta que había dejado a un lado. Comprendí ahora que la afirmación de Quinn de que chantajeaba a la gente era una simplificación excesiva del problema. Me recordó cómo seguía diciendo cosas como “Soy responsable de la muerte de mi hermano” cuando él no era responsable, o cómo decía “Soy bueno usando a las personas”, cuando no usaba precisamente a las personas.

Estaba llegando a comprender que Quinn en realidad, realmente se veía a sí mismo como un chico malo. Era un derrotista; las cosas eran blancas y negras, correctas e incorrectas, y había decidido que estaba firmemente en la columna de no ser un buen tipo. No había duda de que chantajeaba a la gente, especialmente al principio de su vida empresarial. Había chantajeado a gángsters y delincuentes, y se había centrado únicamente en acabar con las personas que más contribuyeron a la muerte de su hermano. Pero ahora, por lo que había reconstruido, utilizaba la información recopilada de cuentas privadas para dirigir su negocio. Se enteraba de un plan para abrir un nuevo club de uno de sus clientes privados y luego se mostraba agresivo al buscar la cuenta corporativa para proporcionar seguridad. Esto era especialmente cierto si una cuenta, es decir, el club, eventualmente conduciría a una cuenta más grande, es decir, casinos en Las Vegas, Atlantic City y Mónaco. Brindar seguridad a los clubes condujo a brindar seguridad a los hoteles, lo que condujo a brindar seguridad a los casinos, lo que condujo a brindar seguridad a los bancos. Esa era la cadena alimenticia del negocio de seguridad. Encontré la corroboración de su afirmación de que todos los crímenes que involucran la explotación de individuos eran pasados de inmediato al FBI, la CIA o la policía. Todo lo que mencionara drogas, violación, trata de personas, fraude, corrupción o similares tenía un plan adjunto en el que la relación con el cliente se cortaba y la evidencia se entregaba de forma anónima a lo que Quinn había llamado las personas adecuadas. Vi que también usaba los secretos de las personas para presionarlos, pero no era precisamente usándolos. Uno de los archivos que había revisado detallaba cómo un cliente privado estaba saliendo con su esposo. Escuché una grabación de Quinn mientras le mostraba al cliente las fotos, confirmaba que no iba a compartir la información, luego le sugería que presionara al senador Watterson para que diera una sentencia máxima a un CEO torcido. La mayoría de los ejemplos de chantaje eran de este tipo. Mostraba la evidencia a los clientes y luego hacía una sugerencia, como sugerir una práctica comercial alternativa, una que no fuera corrupta, o solicitar una reunión con un funcionario de alto rango en el gobierno, o solicitar una reunión con un enlace de seguridad corporativa para un casino o banco.

Estaba usando los secretos de la gente, pero no en la forma en que él pensaba. Les mostraba sus archivos, decía que no los traicionaría, luego pediría un favor. Estas personas confiaban en él. Y probablemente por eso eran tan reacios a perder sus servicios. Había pospuesto la revisión de los archivos de la cuenta privada porque una gran parte de mí tenía miedo de lo que encontraría, especialmente después de la descripción de Quinn de su comportamiento. Pero ahora, vi el humor en ello, la ironía. Tenía talento para usar personas. Era tan talentoso que no tenían idea de que estaban siendo utilizados; confiaban en él y se lo agradecían. No había tenido la oportunidad de discutir mis hallazgos con Quinn desde que revisé los archivos hace dos días; todavía estaba marinando en todos los detalles y buscando agujeros en mi teoría. Pero no encontraba ninguno. Después de terminar de hablar con Shelly, tendría que hablar con Quinn. De alguna manera, tendría que razonar con él, hacerle ver que ya era uno de los buenos. El SUV se sacudió cuando nos detuvimos en el camino de tierra que conducía a la granja de Shelly, y el movimiento discordante me sacó de mis pensamientos. Vi a Shelly de inmediato, o al menos, todo lo que era visible de ella: pantalones cortos de jean, botas de trabajo y una camiseta sin mangas. Su cabello castaño estaba en una trenza por la espalda, y tenía manchas de grasa en todas las partes que la piel se mostraba. Estaba inclinada sobre un automóvil, con la cabeza en el capó. Stan se detuvo en el camino circular a unos seis metros de donde ella estaba, y vi que su cabeza se levantaba del motor. Sus ojos se estrecharon, y pensé que la vi fruncir el ceño, pero en lugar de acercarse a nosotros, volvió a jugar debajo del capó. Apreté mi mandíbula, y con ella mi resolución, luego salí del auto. Yo también estaba en jeans, pero llevaba una camiseta gris lisa. Quería estar vestida para cualquier eventualidad, como una pelea de comida o un combate de lucha libre. Me había puesto mis tenis Converse a propósito. La granja no era lugar para los tacones de Jimmy Choo. —Vete —dijo ella antes de que la alcanzara. Seguí caminando hacia ella y el auto. —No me iré hasta que tú y yo discutamos algunas cosas. Dado que no contestarás el teléfono ni responderás mis correos electrónicos y mensajes de texto, debes haber sabido que conduciría hacia aquí.

Vi que sus hombros subían y bajaban mientras exhalaba un gran suspiro. —Tal vez significa que no quiero hablar contigo. —¿Oh, en serio? No había pensando en eso. —Raramente empleaba el sarcasmo, pero hice una excepción ya que había conducido una gran distancia para hablar con una maleducada Shelly. Mi tono o mis palabras llamaron su atención, porque ella me miró, sus ojos entrecerrándose. —¿Estás molesta? —Sí, estoy molesta. Se enderezó, su mirada parpadeando sobre mí, y sacó una toalla de su bolsillo y se limpió las manos. —¿Por qué estás tú molesta? —Porque te extraño y no me hablas. —Esto salió antes de que pudiera dar mi respuesta planeada. No… eso no estaba bien. Fruncí el ceño porque me estaba desviando de mi discurso ensayado. Estoy molesta porque quiero que venga a la boda. Es por eso que estoy molesta. Pero tal vez no era así. Ella parpadeó hacia mí y algo cambió en su mirada. Pero al igual que su padre y su hermano, ella era casi imposible de leer, especialmente para mí y especialmente porque había tenido una interacción tan limitada con ella; en realidad, solo desayunos los sábados durante cinco meses. —¿Me extrañas? —Sí. —No, no lo haces. —No me digas lo que pienso. Si digo que te extraño, entonces te extraño. —Puse mis manos en mis caderas para mostrarle que hablaba en serio. El costado de su boca tiró hacia arriba como si fuera a sonreír, pero no lo hizo. —No voy a ir a la boda. —Bien —dije, sorprendiéndome a mí misma. Ella me miró de reojo. —No puedo ir a la boda. Aparté mis manos de mis costados. —Bien. Resopló. —Maldita sea. ¿Qué quieres que te diga?

—¿Qué tal que lo sientes? ¿Qué tal que lamentas sacarme de tu vida y no decirme por qué? ¿Qué hay de eso? Shelly miró sus botas y pateó la tierra, cubriendo una gota de aceite que había caído al suelo. La fulminé con la mirada, sintiendo tal vez un poco más de emoción de lo que tenía sentido, luego comencé a hablar en una corriente de conciencia. —No sé por qué estoy tan molesta, ¿de acuerdo? Quiero decir, te miro a ti, a tu hermano y a tus padres, y quiero eso. No la parte de nohablarse-el-uno-al-otro-durante-diez-años, sino la parte de tenemosrecuerdos-felices-juntos. ¡Y todos ustedes son tan estúpidos! Tienes esta gran familia: Quinn es grandioso, tu mamá es grandiosa, tu papá es grandioso, tú eres grandiosa, ¿y no se hablan los unos a los otros? ¡No tengo palabras! No puedo, ni siquiera puedo… Negué con la cabeza, paseé en círculos y luego me volví hacia ella. —¿Tu madre? Te extraña. Y tu papá también. Te aceptan por lo que eres, ¡y eres rara! Me siento cómoda diciéndote esto porque yo soy rara. Tu hermano murió. Todos ustedes lo amaban. Pero su muerte no niega el amor que todos ustedes tienen el uno por el otro. Ella resopló de nuevo, pero esta vez sonó como un gruñido. —Expulsaron a Quinn del funeral… —Sí, lo hicieron. Y estaban desconsolados porque su hijo acababa de morir. Las personas hacen cosas inimaginables cuando están asoladas por el dolor. Tienes que entender eso. Pero en lugar de tratar de ser un puente entre tus padres y su hijo, dejaste de hablar básicamente con todos. Solo le das a Quinn una mañana a la semana. Eso no está bien. Se merece más que eso. —¡Pero yo no! Nos miramos la una a la otra y esperé a que se explicara. Yo podría haber estado frunciendo el ceño. Cuando ella no lo dijo, presioné. —¿Qué significa eso? ¿Qué quieres decir con que no mereces más? Sus ojos azules destellaron con un fuego feroz; era una expresión que había visto en el rostro de Quinn muy pocas veces y nunca en el de Shelly. Estaba enojada, pero no solo molesta. Estaba furiosa. —Significa que soy la razón por la que Quinn comenzó a trabajar con criminales cuando era un adolescente. Le pedí que lo hiciera. Sabía que él podría ocultar sus datos. Los presenté y lo hice posible. Quería ir a

la escuela de arte en Chicago. Él pagó para que fuera a la escuela de arte en Chicago. Quinn abandonó la universidad. ¿Sabía que fue aceptado en el MIT? Y cuando Des murió, no fui al funeral. Me quedé en Chicago porque tenía una exposición de mi trabajo, una escultura, que no quería perderme. Seguí mirándola, tratando de armar las piezas del rompecabezas que ella me estaba lanzando tan rápido como podía. Shell se giró hacia el auto como si hubiera terminado de hablar, pero luego se volvió de vuelta hacia mí. —Mis padres me llamaron tres meses después de que Des muriera y me preguntaron si podía ponerme en contacto con Quinn. Querían hablar con él, disculparse. Les dije que él nunca quería volver a hablar con ellos. —¿Qué? ¿Quinn sabe de esto? —No. —Shelly negó con la cabeza, sus manos en sus caderas, y miró a mis pies—. Entonces dije que tampoco yo quería saber nada más de ellos. —¿Por qué harías eso? —Porque… —Cerró los ojos y negó con la cabeza—. Estaba tan enojada… con mis padres por lastimarlo… con Des por conseguir que lo mataran… con Quinn por necesitarme… conmigo misma por no estar ahí para él. Ahora la estaba mirando con una naciente comprensión. Los padres de Quinn se habían mantenido alejados porque Shelly los había empujado a eso. Creían que Quinn no estaba interesado en una relación. Habían perdido a un hijo y a toda su familia al mismo tiempo. —Estás avergonzada. —Me di cuenta que lo pensé y dije las palabras en un solo momento. Sus ojos se abrieron de golpe y fueron como dagas heladas cuando continué: —Estás avergonzada por lo que hiciste, por presionar a Quinn para que trabajara con criminales, por no estar ahí para tu familia. Estás avergonzada por alejar a tus padres y piensas que nunca te perdonarán. Ella solo me miró sin decir una palabra. Exhalé un largo suspiro, esperando que liberara algo de la tensión en mi pecho. No lo hizo. —No está bien tratar a las personas de esa manera —dije—. No está bien excluir a las personas de tu vida, especialmente a tu familia, porque estás demasiado avergonzada como para asumir la responsabilidad de tus errores. Los hiere.

Shelly no se movió, y no hizo ninguna señal externa de que me hubiera escuchado. —No te expulsaron, Shelly. Tú los alejaste. Pero debes saber que tu familia te ama y eso me incluye a mí ahora. Tienes una familia que te perdonará, pero debes desear el perdón. Cuando estés lista, cuando lo desees, estaremos esperando. Esperé un minuto completo, esperé a que ella dijera algo. No lo hizo. Así que me di la vuelta y caminé de regreso al auto, abrí la puerta y me deslicé dentro. Stan se subió al auto cuando me vio acercarme y tenía el motor encendido para cuando me abroché el cinturón de seguridad. Salió del camino de entrada y miré por el espejo retrovisor. Shelly se había vuelto hacia el auto, su cabeza debajo del capó como si nada hubiera pasado. Como si yo no hubiera estado ahí en lo absoluto. *** Cuando llegué a casa, apagué todas las luces del penthouse, corrí todas las cortinas, me serví un vaso de whiskey y me senté en la oscuridad. Tomé tal vez un sorbo, pero en realidad no bebí el whiskey. Simplemente me hizo sentir mejor sostenerlo. Mientras crecía vi mucho cine negro, leí muchos cómics. Cuando un personaje quería meditar, se sentaba en la oscuridad, generalmente en una gran silla de cuero junto a una mesa con una sola lámpara apagada, sosteniendo un vaso de whiskey. No era una gran meditadora. Lo había hecho tal vez unas cuatro veces en mi vida. Pero hoy, después de mi discusión con Shelly, necesitaba meditar. No sabía si debía decirle a Quinn sobre la admisión de Shelly. Por lo menos, decidí esperar, para reflexionar sobre ello. Tal vez le preguntaría a Dan el Hombre qué hacer. El otro incómodo descubrimiento que surgió de la conversación era que necesitaba hablar con mi hermana Jem. Ella había querido hablar conmigo y yo la había ignorado. En caso de que ella hubiera irrumpido en la casa de mis futuros suegros con una pistola para disculparse conmigo y/o forjar una relación sana y amorosa, necesitaba hablar con ella. Necesitaba darle esa oportunidad. Quinn me encontró de esta manera, meditando en la oscuridad, cuando llegó a casa después del trabajo. Al igual que en las películas,

estirándose hacia el interruptor de la luz, encendió la lámpara a mi lado y haciéndome entrecerrar los ojos por el brillo repentino. Entrecerró los ojos, su mirada parpadeó en el vaso de whiskey y luego volvió a mi cara. —Hola... ¿qué está pasando? Respiré hondo, cerré los ojos y dejé caer la cabeza detrás de la silla. —Estoy meditando. Así es como medito. Deberías saber esto de mí antes de casarnos. —Sí. —Escuché el humor en su voz, aunque lo oí caminar hacia el asiento al lado del mío. El cuero crujió un susurro cuando se sentó—. ¿Algo más que necesite saber? —Tomó el vaso lleno de mi mano y se sirvió un trago. Abrí los ojos y consideré su pregunta. Todavía no había decidido decirle lo que me enteré de Shelly sobre sus padres. No podía decidir si era mi lugar hacerlo o incluso si él quería saber que ellos habían intentado contactarse con él solo para que su hermana le mintiera. Tal vez porque no había decidido decírselo, tuve la repentina urgencia de compartir demasiado. Entonces dije: —No puedo orinar si sé que estás escuchando. Su boca se cerró de golpe cuando tragó un trago demasiado rápido, y parpadeó hacia mí como si tuviera mugre en los ojos. —¿Qué? —No quiero tener la puerta abierta, nunca, cuando hacemos lo nuestro en el baño. Algunas cosas deberían seguir siendo un misterio. Me miró por un momento y luego se encogió de hombros. —Está bien... está bien. —No quiero que cargues con mi bolso, nunca. Odio eso, y en realidad siento un nivel de estricta reprensión moral sobre los hombres que llevan los bolsos de sus cónyuges. Ni siquiera hagas el intento de tomarlo. Puedes tener tu propio bolso si quieres uno, pero no quiero que toques mi bolso. Su boca estaba presionada en una línea rígida y los ojos me miraban como si fuera la criatura más fascinante que había visto. —Y sonidos —continué—. Sé que los harás, pero necesitas saber sobre ellos, como tirarte pedos. Intenta hacerlo en otro lugar para que no te escuche. Yo haré lo mismo contigo. Haz un esfuerzo, ¿sabes? Es como, ¿por qué compartir eso con alguien? —¿Eructar también? Pensé en eso y luego sacudí la cabeza.

—Me alegra que lo hayas preguntado. Por alguna razón me siento ruidosa, los eructos largos y sonoros están bien, pero los eructos pequeños son asquerosos. Entonces, digamos no a los eructos a menos que tengamos un concurso. Me miró por un instante y asintió. —Puedo comprenderlo. Eso tiene sentido. Tengo una solicitud. —Claro, adelante. —No hables de tu período, nunca. Yo tampoco quiero ver evidencia de ello. —¿Nunca? Pero, ¿qué pasa si quieres hacer algo y yo ...? —Entonces lo pondremos en el calendario. Tendremos un código así sé cuándo está sucediendo. Simplemente no quiero hablar de eso. Fruncí el ceño ante eso, asentí. —Entonces no quiero escuchar sobre problemas estomacales o de digestión, a no ser que algo esté realmente mal y tengas que ir al médico. —Suena bien. —Y —continué, pensando en otra cosa—, quiero que me beses cuando te vayas y me beses cuando vuelvas a casa. Quinn me dio una rápida sonrisa, luego se inclinó hacia delante y me dio un beso en la boca. —Me gusta esa. —Se recostó en el sofá—. Lo mismo va para ti. Y también deberías decirme que me amas, todos los días. —Te amo y lo haré. Esa es buena. Deberías decirlo también. —Yo también lo diré y te amo. ¿Algo más? Lo estudié, traté de pensar en otras solicitudes específicas, me quedé en blanco. Por fin sacudí la cabeza. —No puedo pensar en más solicitudes en este momento, pero cuando lo haga, te las enviaré por correo electrónico. Me tendió la mano y dijo: —Puedo aceptar esos términos. Le sonreí a su mano y luego a él y la sacudí. Esas fueron las mismas palabras que habíamos usado cuando discutimos sobre asuntos relacionados con el matrimonio. Pero la última vez fue con problemas mucho más grandes. Esta vez, reflexioné, los problemas eran mucho más pequeños, cosas cotidianas; pero en conjunto, tal vez no menos importante. La boca de Quinn se enganchó a un lado y soltó mi mano; sus ojos se movieron sobre mis rasgos: frente, nariz, mejillas, labios, mentón, cuello y luego de vuelta a mis ojos a través de mi cabello. Luego parpadeó, frunció el ceño. —Obtuvimos los resultados del chocolate y el hooch de Ashley.

Arqueé mi ceja, porque nunca pensé que oiría a Quinn decir las palabras de Ashley. —¿De verdad? ¿Qué era? ¿Era LSD? —Investigué un poco después del hecho. El LSD parecía la opción más aterradora, así que, por supuesto, supuse que era LSD. A nadie le gusta ser drogado o perder la memoria. Lo único que me mantuvo alejada de la locura total fue el hecho de que Stan o Quinn habían estado con nosotras todo el tiempo. —No, era hachís en el chocolate y Luz de Luna en el hooch. Pero el Luz de Luna estaba mezclada con metanol. Parece que el metanol combinado con el alcohol ilegal y el hachís hicieron que sucedieran cosas malas. —¿Luz de Luna y hachís? Asintió con la cabeza. —Eso suena como una comedia de los años setenta que involucra a un detective de policía severo pero detectable y su descuidado, pero adorable compañero. Me dio una sonrisa apenas, que regresé con una más grande. —Les diré a las chicas. Se sentirán aliviadas al saber que solo fue Luz de Luna y hachís. Puede que nunca me canse de decir Luz de Luna y hachís. Si tenemos perros deberíamos llamarlos Moonshine y Hachish. —No. No estamos nombrando a nuestros perros Moonshine o Hashish. Mi padre es un detective de la policía. Lo consideré y luego asentí. —Tienes razón. Elaboraré una lista que no involucre parafernalia de drogas. —Hablando de perros y de las personas que los poseen, ¿cómo estaba Shelly? —preguntó Quinn mientras estudiaba su vaso de whisky, y mi corazón se rompió un poco. Decidí en ese momento que nunca le diría lo que su hermana había hecho. Era su lugar hacerlo, su pecado confesar. O era algo que eventualmente podría surgir con sus padres. Pero yo no se lo diría. —Estaba siendo terca, así le dije que la pelota estaba en su cancha, que es algo que viene del tenis, aunque algunos locos piensan que proviene del bádminton. Por supuesto, esta afirmación es completamente falsa, porque sería el volante en su cancha, no la pelota en su cancha. Los ojos de Quinn sostuvieron los míos, pero su rostro parecía meticulosamente inexpresivo cuando dijo: —¿Por qué se llama volante? —Excelente pregunta, me alegra que la hayas preguntado. Es durante el juego: lleva el nombre del transbordador de un telar.

—¿Y la parte del shuttlecock? ¿Gallo, no? Mis ojos se estrecharon en él y, (¡Por el poder de Thor!) Pude sentir el calor de mi cuello. Esto fue atrapamiento. Me aclaré la garganta y miré hacia otro lado, recogiendo un trozo de pelusa de mis jeans antes de responder. —Tiene plumas. —Oh. Sé que no fue nombrado por el movimiento hacia adelante y hacia atrás de... —¡No! No, no lo fue. —Puse los ojos en blanco y luego los cerré. Sin embargo, no podría estar muy enojada con él, porque me era imposible guardar rencor cuando me enfrentaba al sonido de la risa de Quinn.

Capítulo 25

Probablemente debería haber sido más cuidadosa. Dicho esto, Quinn debería haber llamado a la puerta. En realidad, los dos tenemos la culpa. Si hubiéramos volado juntos, se podría haber evitado. Lo que sucedió fue que tomé un vuelo temprano a Boston el lunes por la mañana para poder tener una prueba final del vestido de novia. Suponiendo que me quedara bien, podría llevarlo conmigo y probármelo con los zapatos, el velo, la lencería, las joyas, todo. Estaba ilógica y excesivamente emocionada por la perspectiva. Nunca había sido fan de los cuentos de hadas y los trajes de princesa relacionados —a menos que fueran cuentos de precaución en los que la bella doncella es castigada por su vanidad y egoísmo, ya que normalmente tenían finales trágicos, lo que me satisfacía enormemente— pero no podía esperar para probarme todo el atuendo.

Fui directamente a la Beau Boutique desde el aeropuerto y me probé el vestido. Encajaba perfectamente. Lo cargué cuidadosamente en el auto y me dirigí al hotel. O, más precisamente, Stan me llevó al hotel. Tan pronto como estuvimos en la habitación, le dije a Stan que se pusiera cómodo, y salí corriendo al dormitorio, cerrando la puerta detrás de mí. Entonces, me puse todo. La ropa interior, el corpiño con liguero incorporado y las medias de Londres; los preciosos tacones de seda de Vera Wang con hermosas flores bordadas en seda, el velo de seda de organza con encaje antiguo alrededor del borde. Me volví a mirar en el espejo del armario, con los ojos muy abiertos, y me inspeccioné el reflejo. Era un vestido muy bonito, uno sencillo cubierto de marfil con prácticas mangas de tres cuartos y un escote cuadrado, y me quedaba muy bien. Lo elegí porque era simple y barato. No quería ni necesitaba nada más. De hecho, mientras examinaba mi reflejo, consideré que podría teñirlo de un color diferente y luego reutilizarlo, tal vez llevar el dobladillo hasta mi pantorrilla. Y ahí fue cuando ocurrió lo impensable. Quinn estaba allí de repente. Era una aparición abrupta, un rostro inesperado en el espejo, mirándome con una interrogativa no-expresión. Giré, mis manos moviéndose inútilmente para bloquear el vestido de su vista, y grité: —¡Quinn! ¿Qué... qué estás haciendo aquí? Entonces me di cuenta de que estaba tratando de ocultarle el vestido. Instintivamente había aceptado la tonta tradición de no permitir que Quinn (el novio) me viera (la novia) con mi vestido de novia antes del día de la boda. Me lo había atribuido sin darme cuenta. Esto me puso nerviosa, confusa y avergonzada. Por lo tanto, dejé que mis brazos cayeran —aunque me pareció completamente contrario a la intuición, como usar mililitros para medir la distancia— y dejé que me mirara, con mi vestido de novia, cinco días antes de la boda. Todavía me estaba estudiando, su expresión templada y sin afectación. —Mis reuniones matutinas terminaron temprano. Entonces, ¿ese es el vestido? Lo miré con ira y luego lancé mis manos al aire. —Sí. Sí, este es el vestido.

—Hmm... —Sus ojos se dirigieron a los míos y dijo—: Me gusta mucho el velo. —¿El velo? —Sí. ¿Cuándo vas a terminar? ¿Quieres ir a comer algo? Lo miré fijamente durante un rato y me sentí... inexplicablemente decepcionada. Me miré a mí misma y luego giré a él. Sentí la necesidad de defender mi vestido. —¿Sabías que la gente solía usar vestidos de novia de diferentes colores? Solo en la época de la reina Victoria, durante su matrimonio con el príncipe Alberto, los vestidos de novia de las mujeres se volvieron predominantemente blancos. Levantó su maletín a un porta equipajes y preguntó: —¿Cuándo se convirtió el matrimonio en algo real? ¿Fue con la aparición de la religión? Las sociedades politeístas tenían matrimonio. Zeus y Hera y sus secuestros vienen a la mente. Fruncí el ceño ante su pregunta. Pensó que estaba hablando del matrimonio en general, y yo quería hablar de los vestidos de novia en específico, no tenía ni idea de por qué. Sí, quería que le gustara mucho, mucho mi elección de vestido de novia, y parecía muy poco impresionado para mi gusto. A regañadientes, contesté a su pregunta, pero luego traté de dirigir la conversación de vuelta a la historia de los vestidos de novia. —A los egipcios se les atribuyen los primeros matrimonios como una institución, similar a la construcción que pensamos hoy en día. Y, lo que es interesante, el vestido de novia siempre ha sido una parte importante y simbólica de todas las ceremonias matrimoniales. ¿No crees que es interesante que todas las sociedades donde el matrimonio es un paradigma aceptado compartan la tradición de un vestido de novia? Se encogió de hombros. —En realidad no. Tiene sentido si lo piensas. La novia a menudo es considerada el premio, el centro de la ceremonia. De ello se deduce que, independientemente de la cultura, la religión o la época de la historia, todo el mundo querría que la novia destacara, que se viera lo mejor posible. Me quedé boquiabierta. Por alguna razón, y no podía predecirlo, su respuesta me hizo sentir peor. Volví a mirar mi reflejo en el espejo. ¿Me veía lo mejor que podía? No. No lo hacía.

Era un vestido práctico. Podía teñirlo y usarlo de nuevo, y sentir una medida de paz de que no había gastado miles de dólares en un vestido que se usaría una vez. ¿Entonces por qué no sentía paz? ¿Por qué me sentía descontenta? Quinn caminó detrás de mí y puso sus manos sobre mis hombros. Me miró a los ojos en el espejo y besó mi sien. —Gatita, me importa un bledo cómo es tu vestido de novia. Sé lo que hay debajo. Ningún vestido de novia puede competir con eso. Le di una pequeña sonrisa, porque sabía que estaba tratando de hacerme sentir mejor. Pero no me sentía mejor. Me sentía desorientada y miserable. De repente odiaba este vestido. *** Porque ya estaba descontenta, decidí ir a visitar a mi hermana en la cárcel. Cuando me vio detrás del cristal, se detuvo, dudó un minuto y luego miró hacia otro lado. Pensé que podría darse la vuelta e ignorarme, pero en vez de eso, finalmente se arrastró hasta el asiento del otro lado del cristal y levantó el teléfono. Levanté el auricular de mi lado y esperé a que ella levantara sus ojos hacia los míos antes de preguntar: —¿Qué hay de nuevo? Su boca se curvó ligeramente hacia arriba en un lado. —Oh, ya sabes, lo usual: vacaciones en Rio. Hace mucho calor allí en esta época del año. Negué con la cabeza. —No, no lo hace. Es su invierno. Es templado y seco. Jem puso los ojos en blanco. —¿Nunca puedes dejar que las mierdas pasen? ¿No puedo ser imprecisa alguna vez? —Por supuesto. Pero primero quiero que me digas con precisión qué es lo que estabas entrando en la casa de mis futuros suegros con un arma. Su expresión era plana, estoica. Ella me parpadeó dos veces. —No importa. —A mí me importa.

—Bien. —Olfateó, se inclinó hacia delante—. Estaba allí porque necesitaba dinero, y sé que Quinn tiene un montón de dinero de mierda, y yo quería que trabajaras en él por mí. La fulminé con la mirada por un momento luego empleé el método de Dan para enfrentar tales situaciones. Miré al techo y respiré hondo. Era eso o decir: Perra, estás loca. Dije: —Ni siquiera sé por qué estoy aquí. —Pero no estaba hablando con ella. Estaba hablando conmigo misma. Supuse que debería consolarme con el hecho de que hay cosas que nunca cambian. —Así que… ¿te vas a casar? Mi atención regresó a ella en la pregunta. Parecía extrañamente intensa, como si la respuesta le importara. Me encogí de hombros. —Sí. Me voy a casar. —Tú y Quinn, ¿huh? —Sí. Quinn y Yo. —Él está bien. Chico inteligente, podrías hacerlo peor. —Levantó el borde desconchado de Formica sobre la mesa—. Si él te lastima, lo joderé. Nuevamente, la miré, luego miré al techo y respiré hondo antes de decir: —No te entiendo, Jem. Honestamente, no tiene sentido, no tiene sentido para mí. —¿Qué no entiendes, Janie? Eres mi hermana mayor. No quiero que te hagan daño. —¿A menos que seas tú quien lo haga? Su mandíbula hizo tic, entrecerró los ojos, y me quedó viendo un buen rato antes de responder. Cuando ella respondió, me sorprendió la intensidad detrás de sus palabras. —Tú eres todo lo que tengo, Janie. Necesito saber que lo que hago sigue siendo importante para alguien, incluso cuando es una locura. Esta afirmación me hizo estremecer, y abrí la boca para responder, pero no salió ningún sonido. Ella apartó la mirada, suspiró, luego añadió: —Me tienen tomando esta medicación. Comenzaron después de que yo… no importa sobre eso. Me siento mejor. Como, menos enojada. Es agradable. La observé por un momento y mi corazón, tonto, tonto corazón, experimentó una punzada de esperanza. Decidí no presionarla. No

quería ponerla a la defensiva al respecto, así que cambié de tema y me prometí a mí misma averiguar en qué andaba. Entonces investigaría la medicación. Luego vería acerca de hablar con sus médicos para ver si puedo ayudar. —Papá va a venir a la boda —dije—. ¿Quieres que venga a visitarte? —¿Papá? —Ella parecía realmente confundida—. ¿Por qué? —¿Por qué qué? —¿Por qué él va a la boda? —Porque es mi papá; me va a entregar; eso es lo que hacen los papás en las bodas. Su rostro estaba contorsionado con un desprecio confuso. —¿Por qué querrías que él te entregue? Él nunca te cuidó. Nunca nos cuidó a ninguna de nosotras. No somos suyas para que nos entregue. Fruncí el ceño ante esa declaración, pero encogí los hombros. —Es tradición. Me miró por un largo momento y luego resopló. —Sí, lo que sea. Deberías entregarte a ti misma. Tú te criaste sola, y básicamente me criaste a mí. Solté una risa sin humor. —Supongo que eso responde a la pregunta de si debería o no tener hijos. —Joder, sí, deberías tener hijos. —Me sorprendió al lucir honestamente ofendida—. Serás una gran mamá. Fuiste genial; yo era el problema. Siempre haciendo tonterías… —Miró hacia un lado y luego hacia abajo, hacia la mesa que nos separaba y volvió a levantar la Formica. Algo era diferente en ella. Tal vez era la medicación. La observé y se me formó un nudo en la garganta. Miré hacia un lado y parpadeé ante la repentina y punzante humedad. No sabía si ella estaba tratando de jugar conmigo o estaba siendo sincera. No importaba mucho, porque ella estaba en prisión y probablemente iba a permanecer allí por mucho tiempo. En lugar de mostrarle que las palabras me afectaron, decidí apegarme a la boda, sobre todo porque se sentía como un territorio benigno. —Estoy pensando en conseguir un vestido diferente, ¿para la boda? Sus cejas se levantaron sorprendidas. —¿No es algo tarde? ¿Cuándo es esta cosa? —El sábado.

Ella se burló y luego preguntó: —¿Por qué quieres un vestido nuevo? ¿Qué hay de malo con el que tienes? —Es… —Luché con la palabra correcta para describir el vestido. No quería hablarle sobre la no-reacción de Quinn porque eso le daría poder sobre mí, y le haría saber cómo me molestó. En cambio, finalmente dije— : Es simple. Ella se rio entre dientes. —Por supuesto que lo es. Siempre eres así. Siempre estás siendo voluntaria para ser última. Al crecer, siempre me diste tu parte de papas fritas. Te hace una presa fácil. —¿Qué querías que hiciera? ¿Tomar tus papas? ¿Tratarte como basura? ¿Comportarme como tú? Los ojos de Jem sostuvieron los míos mientras negaba lentamente con la cabeza. —No, Janie. No te vería como yo por nada. Lo que quiero es que dejes de preocuparte por lo que crees que deberías, y solo hacer lo que realmente quieres hacer. Si querías un nuevo vestido con malditos… volantes y mierdas, entonces llama a cada favor, cobra cada favor, y consigue un vestido nuevo. Me quedé mirándola, mi cerebro trabajando horas extra, aferrándome a lo que ella había dicho; especialmente, llamar a cada favor. Comencé a reírme cuando un plan comenzó a formarse en mi mente. —Jem… ¡eres una genio! Levantó una ceja y se limpió la nariz con el dorso de la mano. —Lo sé. Ambas fuimos evaluadas de IQ en la escuela primaria. *** Tan pronto como pude estaba de vuelta en la camioneta, saqué mi billetera y busqué la tarjeta de Niki. Sí, esa Niki, la ex de Quinn y actual gurú de la industria de la moda. Me quedé con su tarjeta porque teníamos clientes corporativos en la Costa Oeste y pensé que sería bueno tener un contacto ahí afuera. Tal vez ella sabía dónde se reunían los grupos de tejido. No lo pensé dos veces antes de llamarla ahora, aunque tendría que usar mi maldito teléfono celular. Una vez la ayudé con una emergencia de moda, y esperaba que tuviera algunas ideas sobre cómo

lidiar con mi problema ahora. En el peor de los casos, diría que no y yo usaría mi vestido sencillo y sensato. El teléfono sonó tres veces antes de ser contestado. —Habla. Me sorprendió un poco la brusquedad de no saludar, pero me recuperé rápidamente. También tomé su petición al pie de la letra, me salté el saludo y hablé con ella. —Necesito tu ayuda para encontrar un vestido de novia que sea de los niveles de María Antonieta, completamente increíble, pero sin ninguna referencia al hecho de que fue decapitada en última instancia. El problema principal es que solo tengo cuatro días antes de casarnos. La línea se mantuvo en silencio durante un rato, y luego dijo: —¿Quién es? —Es Janie Morris. Nos conocimos en Londres en el evento de caridad. —¿Qué evento de caridad? ¿Qué caridad? En mi interior, gemí. —Mira, sabía que alguien me preguntaría eso eventualmente. No tengo ni idea de cuál era el nombre de la organización benéfica. Pregunté mientras estábamos allí, pero nadie parecía saberlo. Intenté buscarlo más tarde, pero ninguna de las columnas de la sociedad definía la caridad. Uno pensaría que al menos una persona lo sabría. Podría haber sido una obra de caridad para concursantes de belleza felinas retiradas, por lo que sé. —Espera, espera, ¿eres tú la que me ayudó con mi vestido en el baño? Tú eres la, eres la prometida de Quinn Sullivan, ¿verdad? Traté de discernir su estado de ánimo a través de su voz. Parecía emocionada, pero podría haber estado irritada o agitada. —Sí, soy yo. Soy ella. —¡Oh! Deberías haberlo dicho. ¿Cómo estás? Cuéntamelo todo. —Oh, bueno, si quieres saber, estoy bien. Excepto que la hermana de Quinn no está siendo razonable. Creo que no se da cuenta del regalo que tiene en su familia. Todo lo que tiene que hacer es disculparse y decirlo en serio para que todos puedan seguir adelante. También creo que Quinn no se está dando suficiente crédito y habla de sí mismo en términos despectivos que son completamente injustos. Es una buena persona. Ojalá se diera cuenta. Luego está mi hermana. Acabo de terminar de visitarla en la cárcel. La acusan de allanamiento de morada en casa de mis suegros, y tenía un arma. No estoy segura de cómo sentirme por ella en este momento. La tienen con alguna medicación que creo que podría estar ayudando, pero...

—¡Janie, despacio...! —Oí a Niki riéndose al otro lado—. Quiero decir, cuéntame todo sobre el problema del vestido. Dijiste que necesitabas un vestido de novia completamente increíble, y creo que oí algo sobre María Antonieta en alguna parte. ¿Qué le pasa a tu vestido? —Es muy sensato y sencillo y pensé que era lo que quería, pero está todo mal. —Mis ojos parpadeaban en la parte de atrás de la cabeza de Stan. Parecía muy dedicado a mantener los ojos en la carretera esta tarde. —Oh, chica. Ninguna mujer jamás debería usar algo sensato el día de su boda. Eso no está permitido. Es el único día que te vistes como una princesa y le quitas las bragas a tu príncipe. —No pensé que quería eso cuando elegí el vestido, pero ahora... me siento completamente ridícula admitiendo esto, pero quiero sacar las bragas de mi príncipe. —Mi cerebro estaba en guerra con... mi cerebro. Mi corazón y mi cuerpo estaban ambivalentes. Todo era una pelea cerebro a cerebro—. ¡No tiene sentido! —Es una tradición, chica. No se puede hacer una tradición a medias. —¿Qué puedo hacer? Estoy en Boston. El lugar donde compré mi vestido no tiene nada que se salga del estante en mi talla, al menos no lo hicieron la última vez que me probé los vestidos. O son demasiado grandes o demasiado pequeños. Tal vez recuerdes que soy muy alta. Niki se quedó en silencio durante un momento. La oí cambiar su teléfono al otro oído, y luego oí que las uñas hacían clic en un teclado en el fondo. —¿Dijiste que la boda es en cinco días? —Es sábado. Así que, técnicamente son más bien cuatro días y cuarto. Más silencio. Más clics de teclado. Entonces: —¡Ah, já! ¡Puedo ayudarte! ¿Has oído hablar de Donovan Charles? El nombre me sonaba familiar, pero no podía ubicarlo. —Creo que sí... —Es un diseñador de moda, un gran problema, o lo será muy pronto. Su tienda de alta costura está en Boston, y sé que tiene varios vestidos de novia en casa. Algunos son de su última colección, y son fabuliciosos. —¿Fabuliciosos? —Sí, definitivamente. Puede que no te venda uno, pero te lo prestará por un día. Estoy segura de ello. Déjame llamarlo. Lo haré ahora.

Abrí la boca para preguntarle si creía que me iban a quedar bien, o para agradecerle, o algún otro pensamiento que no se había materializado del todo, pero colgó. Pasaron varios momentos durante los cuales me llevé el teléfono a la oreja. Todavía estaba atrapada en la inercia de nuestra conversación; mi mente aún no se había adaptado al hecho de que había colgado o que había accedido fácilmente a ayudarme. Pero justo cuando lo estaba bajando a mi regazo, zumbó. Me envió un mensaje de texto y, si lo interpretaba correctamente, significaba: Donovan Charles estaba dispuesto a ayudar. Va a enviar algunos vestidos a mi hotel el jueves por la mañana a las 11:00 a.m. Tenía enviarle un mensaje con la dirección del hotel. Niki era increíble y maravillosa. Quinn tenía un gran gusto para las chicas.

Capítulo 26

Quinn fue expulsado de la habitación del hotel el jueves a partir de las nueve de la mañana y durante las siguientes ocho horas. No sabía cuánto tiempo necesitaba para probarme los vestidos o si llegarían puntualmente a las once. Necesitaba terminar a tiempo para la cena. Todos nos congregaríamos en un restaurante cercano alrededor de las seis treinta. Sería la primera vez que Quinn y mi padre se encontrarían. No estaba nerviosa. Extrañada era la descripción más precisa de cómo estaba. No había visto a mi papá en años. No sabía qué esperar cuando Quinn y sus padres lo conocieran. Todo se sentía muy estilo Crepúsculo. Agrega a esto el hecho de que Quinn no sabía que había sido expulsado de la habitación del hotel, pero Dan sabía que a Quinn le estaba prohibido y prometió mantenerlo en secreto. Además, Dan me prometió que mantendría a Quinn fuera del camino el mayor tiempo posible.

No le dije a Dan la razón por la que necesitaba. No le dije a nadie sobre la confusión del vestido. Esto fue por algunas razones. Primero, no podía estar segura de que me gustaría alguno de los vestidos de novia de Donovan Charles. Lo había buscado en línea, y parecía amar los encajes femeninos que recordaban la década de los cuarentas. Eso era bueno; me gustaba este estilo; eso fue alentador. Pero no pude encontrar ninguna foto de sus vestidos de novia. En segundo lugar, incluso si me gustaran, no tenía idea de si me quedarían. Y, por último, todavía no había aceptado mi deseo de volar los calzones de Quinn con un impresionante vestido de novia. No era del tipo femenino vestido de princesa con cintas y lazos. Al menos... no pensé que lo fuera. Pero el consejo de Jem seguía dando vueltas en mi cerebro. Decidí no pensar demasiado en esta contradicción, ya que insinuaba en gran medida una crisis de identidad. Por lo tanto, como no le había dicho a nadie, estaba sola y esperando cuando escuché un golpe en la puerta el miércoles a las once en punto. No lo pensé dos veces mientras corría hacia la puerta y la abría. Estaba segura de que mi rostro, al menos inicialmente, era una mezcla de expectación emocionada. Desmond, el padre de Quinn, estaba en la puerta. Me sorprendió su aparición inesperada e intenté contener mi sorpresa. —¡Oh! Desmond... hola. —Hola. —Yo, um... hola. ¿Qué está pasando? —Miré por el pasillo detrás de él y vi a Stan justo afuera de mi puerta. —¿Puedo entrar? —preguntó Desmond. —Oh, sí... sí, por supuesto. Lo siento. —Me aparté, le hice un gesto para que entrara. Pensé en decirle a Stan que interceptara los vestidos, pero decidí no hacerlo. Si redirigiera los vestidos, sería deshonesto, como si estuviera tratando de ocultar algo. El padre de Quinn no era un hablador y probablemente no se quedaría mucho tiempo. Mi mente estaba tambaleándose mientras intentaba recordar si había dicho que pasaría por aquí esta mañana. ¿Lo había enviado Katherine a recoger algo para la boda? No tenía nada. Con muy poco tiempo para contemplar el mejor curso de acción, simplemente cerré la puerta y seguí a Desmond a la sala de estar. Se dirigió a la mesa de café, colocó una bolsa encima y examinó la habitación.

—El lugar es agradable. —Sí. Es un lindo hotel. Me gusta que tengan bañeras grandes. Me dio una pequeña sonrisa. —A Katherine también le gustan las bañeras grandes. —Son excelentes lugares para pensar. Me entrecerró los ojos de una manera que me recordó cómo se veía Quinn justo antes de estar a punto de burlarse de mí. —Piensas mucho, ¿verdad? Asentí, porque pensaba mucho, pero no dije nada más. Quería contarle sobre el uso del cerebro y los mitos relacionados, pero decidí no hacerlo. Quinn podía haber apreciado mis episodios aleatorios de información, pero no quería obligar a su familia a que se sentara a través de ella. —¿Qué? —Me miró de reojo—. ¿Dije algo malo? Sacudí mi cabeza. —No. De ningún modo. Pienso mucho. Estás en lo correcto. Su boca tiró hacia un lado y enganchó sus pulgares en las trabillas de sus pantalones. —Parece que quieres decir algo más. Sacudí mi cabeza, rodé mis labios entre mis dientes. Sonrió. —Venga. Déjalo salir. Estoy segura que mi expresión traicionó lo difícil que era para mí evitar arrojar la información aleatoria sobre él, porque mi voz era tensa cuando admití: —Es raro. Soy rara. Y no quiero aburrirte. —Dime. Lo consideré por una fracción de segundo, luego lo dejé salir. —Está bien, está bien. No deberías creer el mito de que los humanos solo usan el diez por ciento de su cerebro. La mayoría de las personas no consideran el hecho de que el cerebro es solo el tres por ciento del peso de un humano, en promedio, pero usa el veinte por ciento de la energía. Levantó una sola ceja. —¿De Verdad? He oído eso, sobre personas que solo usan el diez por ciento de su cerebro. ¿No es verdad? —No. No es verdad. Algunas personas atribuyen la durabilidad del concepto erróneo a Einstein; dijo algo en ese sentido cuando la gente le preguntó por qué era tan inteligente. Creo que solo estaba tratando de hacerlos sentir mejor acerca de su propia estupidez y limitaciones, por ejemplo, si pudieran aprovechar más de su cerebro, entonces podrían

comprender conceptos de nivel superior. El hecho es que usamos casi todas las partes de nuestro cerebro todos los días, tal vez no todas a la vez. Obtienes el cerebro que obtienes, y Einstein fue bendecido y maldecido. —¿Entonces no hay esperanza para la gente estúpida? Hice una pausa y consideré la mejor manera de responder a esta pregunta demasiado simplista. Estaba a punto de responder con una reformulación de la pregunta que, con suerte, dividiría el problema en varios silos que definen los tipos de estupidez y cómo uno podría elevarse por encima del otro. Sin embargo, antes de que pudiera, otro golpe sonó en la puerta de la suite. Me estremecí, me di vuelta, corrí hacia la puerta y la abrí. De pie en el pasillo había una mujer, una mujer muy, muy elegante, vestida con un traje negro con ribetes rojos. Su ropa era deslumbrante. Llevaba el pelo negro recogido en un moño apretado, y vestía tacones de aguja negros a juego con un triángulo rojo en la punta. —¿Janie Morris? —preguntó, levantando una ceja marcadamente perfecta. Asentí. —Sí. Soy suya… ella. Ella soy yo. —Oh sí. Eres encantadora. —Sonrió; sus ojos se movieron por mi cuerpo y de vuelta a mi cara—. Qué mal lo de las pecas. Los fotógrafos odian las pecas. Solo pude parpadear ante su afirmación. No esperó a que la invitara a entrar. En su lugar, se giró y dijo a Stan. —Tú, el de allí, por favor ayúdame con esto. —Hizo un gesto hacia un exhibidor de atuendos en el que colgaban cinco bolsas grandes de vestuario. Entonces se giró hacia mí, enlazó nuestros brazos y tiró de mí hacia la habitación. —Niki es absolutamente fantástica. La amamos. Adorable. Así que cuando llamó y explicó la situación, Donovan sencillamente tenía que ayudarla. Nos prometió que eras despampanante; por supuesto, tenía razón. Pero, sin importar eso, habríamos ayudado, por supuesto. Sin embargo, puedes imaginar lo conveniente que es para nosotros que podamos fotografiar la boda. —¿Fotografiar la boda? —Sí. ¿Es este el novio? —Se paró enfrente de Desmond, mirándolo arriba y abajo. —¿Qué? No. No, este es mi suegro. —Oh. —Le sonrió. Él le frunció el ceño.

Entonces la mujer se giró hacia mí. —Esas son excelentes noticias, asumiendo que tu novio luzca como su padre. Bien hecho. Ahora, ¿dónde haremos esto? Necesitaré luz, montones de luz. —Uh… —Miré a Desmond. Él me estaba observando, y su cara estaba desprovista de expresión. Cerré los ojos, suspiré, y levanté la mano hacia el dormitorio—. Allí dentro. Puedo probármelos allí. La habitación tiene una ventana grande. —¡Fabuloso! —dijo, me besó ambas mejillas en el aire y se giró hacia Stan. Él estaba deambulando junto a la puerta con el rack de atuendos— . Tú, cariño, ven conmigo. Solo tráelo aquí. La observé desaparecer en el dormitorio con Stan detrás, y escuché mientras decía instrucciones sobre dónde deberían colocar todo. Vacilante me giré hacia Desmond. Su expresión era inescrutable. Sentí el aluvión de mi explicación presionando contra mi garganta, y no pude retenerla. —Quinn me vio en mi vestido de novia, y fue terrible… no Quinn, el vestido. No es realmente terrible, pero está hecho de unas fibras sintéticas muy prácticas. En serio, es encantador, pero Quinn no tuvo reacción. Ninguna. Y yo me decepcioné, así que yo… —¿Pediste más vestidos? —No. Visité a mi hermana en prisión y le pedí su consejo, si puedes creer eso. La tienen en medicación. Lo busqué, una neurotoxina derivada de veneno de serpiente. Parece estarle funcionando. —Y tu hermana… ¿te ayudó a encontrar un vestido? —No, dijo que debería dejar de preocuparme sobre lo que creo que debería querer y solo hacer lo que realmente quiero. Concuerdo con ella en algunos aspectos. Pero creo, como una filosofía de vida en general, no podía adaptarse al cien por ciento de las situaciones. Asintió. —Concuerdo, con ella y con tu aplicación de su consejo. Sonreí ante su afirmación, sintiéndome mejor por alguna razón de que él me hubiera dado su bendición. —Gracias. Eso significa mucho para mí. Yo solo… yo solo quiero ser hermosa para Quinn. Quiero lucir lo mejor posible. Sus ojos se movieron entre los míos, y tuve la sensación de que quería decir algo. Al fin, exhaló una gran bocanada de aire y dijo. —¿Puedo darte algunos consejos? —Oh, sí. Sí, por favor hazlo. Me servirían unos consejos. —Mi cabeza estaba moviéndose arriba y abajo porque en realidad, realmente quería

que alguien me diera consejos. Mi vida entera había sido carente de consejos, excepto por las damas de mi grupo de tejido. Me encantaban los consejos. Era como información gratis. —Te diré lo que le dije a Shelly cuando estaba pasando por un momento difícil en la escuela media. —Correspondió mi sonrisa con una pequeña suya—. Sé hermosa para ti misma, Janie. Y solo si quieres. Si un hombre es digno de ti, verá más belleza en quién eres que en cómo luces. Pensé en eso, vi una enorme cantidad de sabiduría en sus palabras, y subsecuentemente empecé a llorar. Esto solo lo hizo sonreír más ampliamente. Entonces tiró de mí hacia sus brazos y me dio un abrazo. —¿Por qué estás llorando? —me preguntó suavemente. Pude decir que aún estaba sonriendo. —No lo sé. —Sonó mi respuesta llorosa. Me encogí de hombros, pero presioné mi cara más contra su pecho, mis manos sujetando la parte posterior de su camisa—. Supongo que, porque eso es algo que diría un buen papá, como muestran a los papás en los programas de televisión y películas y en grandes libros, y se sintió agradable. —¿Tu papá nunca te dio consejos? —Le gusta reenviarme correos graciosos cada mes o así. —¿Ni siquiera cuando eras una adolescente? Sacudí la cabeza. —Me dijo que le preguntara a mi terapeuta. Sentí que el pecho de Desmond se elevaba y caía, sus brazos me apretaron más justo antes de que sus manos se movieran a mis brazos. Me apartó un poco para poder mirarme a los ojos. Su mirada era imposiblemente amable mientras decía: —Entonces, querida hija, llámame papá. Exploté en un nuevo acceso de lágrimas. Eso lo hizo reír. Me acercó y me abrazó de nuevo. Me dejó abrazarlo durante un largo tiempo. Incluso abrazaba como creía que un papá abrazaría, todo relajante y sabio y un poco incómodo porque era tan grande, como si no quisiera aplastarme con sus gigantescos brazos de detective de policía de Boston, así que me sostenía cuidadosamente. —Muy bien, eso es suficiente —dijo al fin, apartándome de nuevo— . Esa mujer loca allí adentro regresará en cualquier minuto y tengo algo para ti. Me limpié los ojos con el dorso de las manos y sorbí. —No tienes que darme nada.

Alcanzó la bolsa que había traído sacó una pequeña caja de madera. El exterior estaba grabado con lo que lucían como símbolos celta. —Quiero hacerlo —dijo, tendiéndome la caja. Retorcí la boca a un lado y abrí rápidamente la pequeña caja del tesoro. Dentro estaba un anillo de oro amarillo Claddagh. Jadeé, y mis ojos se elevaron a los suyos. No estaba sonriendo precisamente, ya que su boca estaba en una línea, pero cuando vi las arruguitas alrededor de sus ojos, supe que para él, eso era probablemente una sonrisa. —Fue el anillo de mi madre, y de su madre antes de eso. Quinn debería haberlo utilizado cuando se propuso, ese es, en el orden de las cosas, la tradición de mi familia. No te pido que reemplaces tu anillo de compromiso. Solo me gustaría que lo llevaras y conservaras la tradición cuando llegue el momento, con tu hijo. —Por supuesto. —Mi barbilla tembló. Su sonrisa era claramente visible cuando dijo: —No llores. Negué con la cabeza. —No estoy llorando. Solo tengo algo en mi ojo. —Ese es el espíritu. —¡Cariño! —La mujer vestida de negro asomó la cabeza por la puerta—. ¡Todo está listo y estoy ardiendo por empezar! Dile a tu suegro que espere aquí. Necesitamos una audiencia para nuestro desfile de moda. Asentí, saqué el anillo de su casa y lo deslicé en el dedo medio de mi mano derecha. Encajaba perfectamente. Le susurré: —No tienes que quedarte. Esto será aburrido para ti. Desmond se puso de pie, miró la puerta y luego me estudió por un momento. Abruptamente, se volvió y se sentó en una silla cercana. —Nah, me quedaré hasta después del almuerzo. —Pasó saliva y noté que lucía resignado—. ¿Qué voy a hacer en su lugar? Todo lo que había planeado era un sándwich de pastrami. Le di una sonrisa de labios cerrados e intenté no llorar ni reírme de lo incómodo que se veía. Pero decidí aceptar este regalo que me estaba ofreciendo. Me acerqué al menú del servicio de habitaciones y lo saqué de la mesa. —Aquí. —Le entregué la carpeta—. Realizaremos tareas múltiples. Pide dos sándwiches de pastrami.

*** Desmond se quedó y me ayudó a elegir mi vestido de novia. Para su crédito, y tal vez incluso para nuestro mutuo asombro, fue un crítico duro y expresó su opinión cuando salí en cada una de las siete opciones. Por supuesto, su opinión fue cortante, contundente y de menos de diez palabras. Esto fue glorioso para mí, porque donde yo habría sido educada, él alzó la voz e insultó a algunos de los elementos más ridículos de los vestidos. Ramona, la mujer del traje negro, fingió sentirse ofendida, pero me di cuenta de que estaba disfrutando el desafío. Había leído varios artículos en revistas de bodas sobre el fenómeno experimentado por las novias cuando encontraban El Vestido. Era como si los ángeles cantaran, dijeron. Un vestido que podría parecer irrelevante en una percha sería puesto en la futura novia y las nubes se separarían, los cielos de abrirían, y pequeños querubines rociarían pétalos de rosas mágicos desde sus puestos en el cielo. Pensé que esto era una ridícula propaganda de boda. Las bodas eran un gran negocio; miles de millones de dólares al año eran gastados tratando de crear un día de cuento de hadas en un mundo impulsado por el consumidor. El vestido perfecto no existía. Era un mito, como Pie Grande o la teoría de cuerdas; que todos, excepto los chiflados, saben que es más una filosofía que una ciencia. Es decir, pensé que era un mito hasta que me probé el quinto vestido. Las nubes se abrieron, el cielo se partió y los querubines debieron tener pétalos de rosa en mis ojos porque tenía problemas para creer que el reflejo en el espejo era yo. Era el vestido perfecto. Mi sospecha se confirmó cuando salí de la habitación y Desmond levantó la vista de su teléfono celular, a punto de insultar con la menor cantidad de palabras posible cualquier parodia que Ramona me había puesto ahora. En cambio, hizo una doble toma, comenzó, me miró fijamente, sus cejas se encontraron con la línea de su cabello. Luego silbó, pero no como un chiflido. Silbó una sola nota, baja y larga. —Wow. Ramona sonrió. —Sí. Bien dicho, hombre bestial. —Entonces se volvió hacia mí—. Tenemos dos más para probar, pero creo que será este. Luego me empujó de vuelta a la habitación y probamos los otros dos vestidos mientras miraba con nostalgia mi número cinco.

Cuando todo estuvo decidido y el número cinco fue el ganador, Desmond ordenó el almuerzo para tres. Para mí, supo quizás como el mejor sándwich de pastrami en todo el mundo, pero esta impresión podría haber sido causada por el persistente aroma de los mágicos pétalos de rosa.

Capítulo 27 Desmond y yo fuimos juntos al restaurante. Pasamos por casa para recoger a Katherine en el camino. Se produjo una especie de enfrentamiento divertido cuando Stan trató de insistir en que debía ir con él. Desmond no respondió con palabras. En cambio, solo miró a Stan por un momento, alcanzó mi brazo, y dijo: —Vamos. En el camino, llamé a mi papá por cuarta vez ese día porque aún no me había contactado. Cada vez que lo llamé antes el teléfono hubiera ido al buzón de voz. Esperaba que esto significara que él estaba en un avión. Sabía de la cena, y había dicho que vendría. Pero nunca me envió la información de su vuelo, así que no tenía ni idea de cuándo estaba llegando. Esta vez mi papá respondió el teléfono justo cuando estábamos entrando al estacionamiento. —¿Hola? Solté un suspiro de alivio. —Hola, Papá. Es Janie. —Hola. —Justo estamos entrando al restaurante. —Ok. Esperé un segundo y luego le pregunté: —¿Dónde estás? —Estoy en el aeropuerto. —¿Tu vuelo fue retrasado? —No. Estuvo diez minutos antes. Estoy recibiendo mi maleta. La registré porque no me gusta tener que levantarla en el compartimiento superior. Me cobraron $25. ¿Podrás reembolsar el costo? —Sí, no hay problema. —¿Necesitas un recibo? —No. No, solo dime cuánto necesitas. —Ok. ¿Cuándo me puedes dar el dinero? Tragué, traté de no suspirar de nuevo, y mantuve mis ojos bajos para no tener que encontrarme con los ojos de Katherine y Desmond.

—¿Qué tal esta noche en la cena? —Seguro. Tengo hambre de todos modos. ¿Dónde? —Ya sabes, la cena. Vamos a cenar esta noche para que puedas conocer a todos. Hizo una pausa, y pensé que lo había oído exhalar. Sonaba irritado cuando habló. —Me había olvidado de eso. ¿Ese tipo celebridad va a estar allí? —¿Nico? Sí, él estará… —Entonces estaré allí. Envíame un mensaje de texto con la dirección. Estaré allí en unas horas. —Está bien. —Apreté los dientes e intenté concentrarme en suprimir el rubor acalorado de la vergüenza que se arrastraba por mi cuello. Mis ojos se fijaron en el pomo de plástico duro de la radio del auto. Comencé a pensar en los primeros plásticos, intenté pronunciar Polioxibencilmetilenoglicolanhidruro en mi cerebro. Eso ayudó. —Bien. Nos vemos más tarde. —Luego él colgó. Sostuve el teléfono en mi oreja por solo dos segundos más antes de retirarlo y colocarlo en mi bolso. Realmente odiaba los teléfonos celulares. —¿Todo bien? —preguntó Katherine. Se había retorcido en su asiento y me estaba dando una pequeña sonrisa de lado. —Sí. —Asentí—. Él solo está llegando un poco tarde. Deberíamos entrar y ordenar. Ella asintió. —Eso es muy malo. Me encogí de hombros, y el volcán de información trivial fue vomitado antes de darme cuenta de que estaba hablando. —Los primeros plásticos fueron creados por accidente. Un científico con el nombre de Dr. Baekeland, estaba tratando de encontrar una alternativa para la goma laca, que en ese momento se hacía a partir de la excreción de los insectos de laca. Katherine me frunció el ceño, y mis ojos se movieron hacia el espejo retrovisor donde Desmond estaba viendo nuestra discusión. —La baquelita fue el primer plástico sintético termoestable que jamás se haya fabricado. Fue referido como el material de mil usos. No tengo ninguna cita para esa afirmación, pero lo leí en un libro de texto, y parece probable que se refieran a ella como tal. Debido a que no era conductora ni resistente al calor, fabricaban todo, desde utensilios de cocina hasta aislantes eléctricos, y hasta cajas de radios y teléfonos. Me estudió por el espejo.

Continué diciendo mis pensamientos mientras caían por mi cerebro. —Debe ser bueno ser un plástico, no ser conductivo. Algunas personas hablan de tener frío como el hielo o entumecerse como hielo, pero el hielo es conductivo, y puede derretirse. El verdadero entumecimiento es ser un plástico sintético termoestable… y es muy útil. Me miraron fijamente mientras me mordía el labio para no hablar. No tenía ningún sentido. Miré hacia mi regazo y luego levanté la barbilla para disculparme. Pero Desmond se había girado en su asiento, y dijo cuando mi mirada se encontró con la suya: —Creo que tenemos un reloj antiguo hecho de Baquelita. ¿No es cierto, Katherine? Ella asintió, mirando entre nosotros. —Sí, creo que sí. También tengo botones. Aunque podrían ser de celuloide. —Deberíamos entrar, Janie. —Desmond miró su reloj—. En el camino puedes decirme cuál es la diferencia entre el celuloide y la baquelita. *** Tenemos reservaciones en un pub de barrio. Katherine había reservado toda la habitación trasera. Ella dijo que esto era para que pudiéramos tener privacidad y un poco de silencio. Un parte de mí se preguntaba si tenía que ver con que Nico Moretti estuviera allí, también conocido como el nuevo esposo de Elizabeth, más que las otras razones. Los paparazzi y los fans los habían estado siguiendo dondequiera que iban, especialmente desde su rápida fuga en Las Vegas. Elizabeth esperaba mantener en secreto su presencia en Boston, pero yo no estaba segura de cuán exitoso sería este plan. Dan y Quinn ya estaban allí cuando llegamos. Ambos estaban bebiendo cervezas Guinness Draft, y Quinn estaba fulminando con la mirada a su amigo a través de la mesa. —Hola. —Les sonreí a ambos, abrazando a Dan primero y luego moviéndome hacia los brazos de Quinn—. No llegamos tarde, ¿verdad? Dan intervino: —Nop. Justo a tiempo. Estudié a Quinn mientras él deslizaba sus ojos hacia Dan. Supuse que esto se debía a que Dan había impedido a Quinn regresar a la habitación del hotel esta tarde fingiendo inexperiencia con el trazado de

las calles de Boston. Tendría que agradecerle a Dan por su ayuda; me imaginé que debía haber sido difícil. La puerta que daba a nuestra habitación privada estaba abierta, y supuse que Elizabeth y Nico habían llegado si el bullicio que tenía lugar en la parte delantera del restaurante era una indicación. Quinn me llevó a un rincón de la habitación cuando sus padres tomaron asiento y Dan se movió para ayudar a Elizabeth y Nico a encontrar el camino entre la multitud que se había reunido abruptamente. —Oye —dijo Quinn, inclinándose hacia adelante y dándome un beso. Luego me besó de nuevo. Cuando se apartó, sus ojos seguían cerrados y su mandíbula estaba apretada—. Estoy ansioso por conocer a tu papá, pero no puedo esperar para volver al hotel y pasar un tiempo a solas contigo. Miré hacia la corbata de Quinn y mordí su labio superior entre mi dientes antes de responder. —Acerca de eso… um… Sabía que había abierto los ojos porque sentí su mirada en mí. —¿Acerca de qué? —Mi papá está llegando un poco tarde, pero dijo que estaría aquí en unas horas. —Oh. ¿tráfico? Negué con la cabeza. —No, su vuelo acaba de aterrizar. —Oh. ¿Retrasado? —No... llegó a tiempo. - ¿No sabía sobre la cena? Sacudí mi cabeza. —No. Él lo sabía. Quinn hizo un sonido como un gruñido en el fondo de su garganta, y lo miré. Su rostro era de piedra, y me estaba mirando con el ceño fruncido. Luego suspiró y sacudió la cabeza. Echó un vistazo a la mesa donde estaban sentados sus padres, y luego sus ojos se dirigieron a la puerta donde Nico y Elizabeth acababan de entrar. —Vamos —dijo, tratando de darme una sonrisa. No llegó a sus ojos—. Pidamos antes de que todos seamos acosados por los admiradores de Nico. ***

Estaba orgullosa de mi prometido por no encontrar a mi papá y darle un puñetazo en la cara. Sé que es algo raro de lo que estar orgullosa, pero ahí estaba. Mi padre nunca apareció. Quinn lo llamó alrededor de las diez y descubrió que había ido al hotel, demasiado cansado para cenar, o eso dijo. Además, volvió a preguntar sobre el reembolso. Quinn le dijo que le reembolsaría en la iglesia, la mañana de la boda, después de que me acompañara por el pasillo. No creo que debiera escuchar esa parte de la conversación. Durante el viaje en auto después de la cena y de regreso al hotel, me senté acurrucada al costado de Quinn, su brazo alrededor de mí, nuestras manos en mi hombro encajando. Apoyé mi cabeza contra él y pude sentir la tensión en sus músculos. No intenté explicar o defender a mi papá, porque... él era mi papá. Eso es lo que era. No había nada que explicar o defender. En cambio, le permití a Quinn ponerse furioso en silencio. Todavía estaba furioso cuando llegamos al hotel. Estaba furioso cuando entramos por la puerta de la habitación. Continuó hirviendo de rabia mientras se quitaba la chaqueta del traje y la arrojaba al sofá, tiraba de su corbata y desabrochaba los dos primeros botones de su camisa. Me arrastré detrás de él, puse mi bolso en la mesa junto a la puerta, lentamente me quité los zapatos. No estaba pensando en la cena. Estaba pensando en las hemotoxinas y la última investigación que había leído sobre el uso del veneno de serpiente en el tratamiento del cáncer, específicamente los tumores. Quinn se volvió, me fulminó con la mirada, agarró el respaldo del sillón más cercano a él y dijo: —Estás pensando en robots, ¿no? Sacudí mi cabeza. —No. Estoy pensando en el veneno de serpiente. Mi respuesta no hizo nada para mejorar su estado de ánimo. —Lo sabía —dijo y golpeó el respaldo de la silla con las palmas de las manos, luego se apartó de mí y se dirigió a la habitación. Un segundo después, antes de que pudiera seguirlo, apareció en la puerta. Me señaló. —Tú. Cama. Ahora. Mis ojos se abrieron y mis pies vacilaron. —¿Qué? Me acechó y me apoyó contra la silla que acababa de asaltar. —Quítate la ropa.

Solo pude mirarlo boquiabierta con asombro. —¿Quieres...? —Me aclaré la garganta porque estaba teniendo problemas para formular mi pregunta—. ¿Cómo es posible que te excites ahora mismo? Sus ojos brillaron con irritación. —No lo estoy —dijo, y luego me atrajo contra él para un beso. Un beso rudo. Bueno, al principio fue un beso duro. Luego, rápidamente se convirtió en un beso lento, sensual y ardiente, del tipo que me debilitaba las rodillas y el estómago. Sus manos se movieron, levantando mi falda, y se balanceó contra mí al mismo tiempo que los movimientos de su boca. Me aparté, principalmente porque me faltaba oxígeno, y jadeé por respirar. Nuestros ojos se encontraron y la sensación de pesadez en mi estómago se convirtió en una necesidad retorcida. —¿En qué estás pensando ahora? —preguntó, luego me mordió el hombro. Sacudí mi cabeza. —No sé... tú. Tus manos. Tu boca. Su aliento caliente cayó contra mi cuello y me estremecí cuando susurró. —Respuesta incorrecta. Tiró del lazo que mantenía mi vestido cerrado y se abrió para él, sus manos se movieron de inmediato para desatar el broche entre mis senos para poder acceder a más de mi piel desnuda. Mis dedos se movían tan rápido como podían para desabrocharle el cinturón. Cada vez que rozaban su duro estómago, una sacudida de deseo se disparaba directamente hacia mi columna y bajaba hasta los dedos de mis pies, electrificando todo lo demás. —¿Cuál es la respuesta correcta? —le pregunté, sintiéndome un poco frenética y sin sentido. Me mordió la mandíbula, y el dorso de sus dedos rozaron el centro de mis senos, haciéndome estremecer. —Te amo —dijo, besándome rápidamente—. Te adoro. —Me besó de nuevo y luego se apartó, moviendo sus palmas para acunar mi cara. La ferocidad de sus palabras coincidía con la intensidad en su mirada, y ambas me mantuvieron cautiva. —Eso es en lo que deberías estar pensando —murmuró con su voz de gatito—. Que eres amada y adorada... que eres importante. No te distraigas con robots y veneno de serpiente porque tu padre es un imbécil y es demasiado estúpido para reconocer lo afortunado que es de tener una hija como tú.

Apreté mis labios y lo miré, lo molesto que estaba por mí, lo desesperado que estaba por mostrarme lo que valía. Cubrí sus manos con las mías y asentí. —Lo sé. Sé que me amas. Su mandíbula se apretó, su mirada aún feroz y decidida. —No soy el único. Esas tejedoras locas que llamas amigas, te adoran. Les importas a ellas. Y son personas inteligentes... en su mayor parte. Tragué. —Lo sé. Frunció el ceño, sus ojos buscando. —Me encanta tu preocupación por los hechos, la información y tu curiosidad insaciable. Pero me molesta cuando sucede una mierda y lo usas para esconderte. Nunca deberías querer esconderte. —¿Qué pasa si prometo no esconderme por mucho tiempo? —Le di una pequeña sonrisa. —¿Y si nunca te escondes? ¿Qué pasa si, en cambio, me dejas excitarte y mostrarte cuánto te amo? Luego le dices a esos imbéciles que... que... —¿Coman mierda y mueran? —digo. Su expresión finalmente se suavizó, una curva apenas perceptible reclamando sus labios. —Sí. Eso suena bien. Mis ojos se movieron entre los suyos y mi pequeña sonrisa creció. —Te amo, Quinn. Me encanta eso... que me adoras... que te importo. Pero algo que me has enseñado, y no sé si lo hiciste a propósito, es que es más importante que me importe a mí misma. Buscó en mi expresión, y aprovechó la oportunidad para mover mis manos hacia su camisa y sacarla de su cintura. —Entonces, ¿qué tal, en cambio... —Abrí los cuatro botones inferiores y luego me moví para terminar de desabrochar su cinturón—. En cambio, te dejaré excitarme. Entonces, te dejaré mostrarme cuánto me amas. Entonces... —le desabroché los pantalones y metí la mano en su bóxer—, te pondré caliente y te devolveré el favor.

Capítulo 28

El viernes antes de la boda hubo un almuerzo nupcial borroso, mandados de última hora, pedicura y manicura con Katherine y Elizabeth, encontrar a las mujeres del grupo de tejido en el aeropuerto, vistiéndose y asistiendo al ensayo, luego a la cena de ensayo, conociendo a los primeros miembros de la familia extendida de Quinn, y luego colapsando en mi cama. Mi frase clave durante el día fue: “Solo dime dónde tengo que ir”. Quinn, obviamente reconociendo que las siguientes treinta y seis a cuarenta y ocho horas iban a ser una locura, no había salido a correr esa mañana. En cambio, se quedó en la cama conmigo el mayor tiempo posible, haciéndome el amor durante una hora hasta que mi cabeza estaba en las nubes y no podía dejar de mirarlo sin sonrisas tontas. Eso hizo que toda la locura fuera soportable mientras flotaba a través del día en una feliz nube de resplandor Quinn. Mi padre no se presentó a la cena de ensayo. Escuché a Dan y Quinn discutir el hecho de que le harían una visita esa noche. Traté de no

preocuparme. O aparecía o no aparecía. Si no se presentaba, estaba segura de que a Elizabeth no le importaría acompañarme al altar. También había perdido la esperanza de que Shelly apareciera milagrosamente. No estaba evitando los pensamientos de ella; solo estaba deseando cosas que nunca podrían ser. Sabía dónde estábamos, qué estábamos haciendo. Si no venía a la boda, eventualmente iría a su granja y le haría saber que la habían echado de menos. Pero no iba a desperdiciar este tiempo de felicidad ni desperdiciar las oportunidades de crear recuerdos duraderos y alegres. Estaba en la suite nupcial compartiendo con mis damas. Era divertido sentir su emoción feliz para el día siguiente, como si algo grande fuera a suceder, y yo estaba en el centro de todo. El pensamiento me ponía nerviosa, ser el centro de atención, pero era fácil distraerse cuando Sandra contaba chistes y Fiona fingía desaprobar sus sucios poemas que involucraban a un hombre de Nantucket y su cubo. Sorprendentemente, todas nos quedamos dormidas a medianoche, y dormí toda la noche. Ni siquiera tuve sueños angustiosos. A la mañana siguiente me despertó un abrazo de grupo. Realmente, era una pila de grupo, y alguien tenía aliento matutino. Me empujaron a la ducha. Katherine llegó alrededor de las once, trayendo consigo un carro de servicio de habitaciones y mimosas. Se hicieron presentaciones y ella cayó en el centro de las cosas. Marie había hecho arreglos para que viniera un peluquero y maquillador. Todas nos sometimos a sus capaces manos. Katherine fue primero porque tenía que llegar a la iglesia y saludar a los miembros de la familia que habían llegado en avión. Yo fui la última. Después de ver mi velo, la estilista puso mi cabello en el momento el más malo —perdón, pero no hay otra palabra para describirlo— moño al estilo victoriano. Domó a las serpientes explotando de mi cabello. Era grande, dramático, y algo sacado de un cuento de hadas. Dejó varios rizos libres detrás de mis orejas y en mi cuello, lo que se sumó al efecto de capricho. Cuando se trató de hacer mi maquillaje, pedí cosméticos mínimos, optando por sombra de ojos, rímel, polvo y lápiz labial. El maquillador iba a añadir rubor, pero luego notó con un guiño que mis mejillas ya estaban sonrosadas. Admito que estaba en una niebla, una niebla muy feliz. Me sentía como si estuviera a la deriva en este hermoso mar, dejándome llevar por la corriente. Un hermoso cielo azul estaba arriba y el brillante océano estaba abajo.

Me arreglé el rostro y el cabello, me puse la lencería de novia y Elizabeth me ayudó con el vestido. Sabía que debía mantenerlo alejado de mi rostro y mi cabello. Salí, con el cabello y el maquillaje intactos, y ella comenzó la desalentadora tarea de sujetar la interminable fila de botones en mi espalda. Cuando terminó, dio un paso atrás, sus ojos se movieron hacia arriba y hacia abajo, y dijo: —Vaya... Sonreí. —Vaya —dijo de nuevo, claramente impresionada. —¿Podemos ver? ¿Estás decente? —Marie asomó la cabeza en la habitación, sus cejas moviéndose. Entonces ella jadeó—. Oh mi... eso es... wow. El resto de las damas se quedaron detrás de ella, y me gratificó escuchar sus exclamaciones mientras entraban. Sabía que lo más importante era que pensaba que era hermosa, que estaba contenta con mi aspecto. Aun así, oír sus elogios no estaba lloviendo en mi desfile. Una llamada sonó en la puerta de la suite y Kat se fue a contestar. —¿De dónde sacaste ese vestido? —Los ojos de Marie eran grandes como platos. —Lo tomé prestado. Es de un diseñador llamado Donovan Charles. La boca de Sandra se abrió. Ashley dijo: —¡Fuera! Marie dijo: —¿En serio? Isabel y Fiona dijeron al unísono: —¿Quién es ése? Antes de que pudiera responder, Kat reapareció. —Quinn está aquí afuera y quiere hablar contigo. Fiona frunció el ceño. —Dile que no se le permite. De hecho, yo le diré que no se le permite. Kat sonrió y agitó la cabeza. —Dijo que pensó que no lo permitiríamos, así que trajo vendas para que cada uno de ustedes las use. —Ofreció una bufanda negra. El material parecía de satén. Elizabeth sonrió con suficiencia. —Es demasiado listo. Sandra también sonrió con suficiencia.

—Y probablemente tenga planes de usar esas vendas más tarde... —Ashley le golpeó el hombro y puso los ojos en blanco—. ¿Qué? —Miró alrededor de la habitación—. Saben que tengo razón. Me reí, pero mi estómago estaba lleno de mariposas cuando acepté la venda. Elizabeth me la ató a los ojos, con cuidado de no estropearme. Entonces alguien me tomó por los hombros y me colocó como querían. —Espera aquí —dijo Marie. Oí que se estaban yendo, oí que se burlaban de Quinn, pensé que Elizabeth decía algo así como: —Bien, McPantalonesCalientes, tienes dos minutos, y no mires. Entonces el aire de la habitación se movió, y supe que él estaba allí. —Hola —dijo. —Hola —dije y sonreí. Quería verlo, tocarlo, pero el suspenso era sorprendentemente divertido. Alguien gritó desde la otra habitación. —¡Tampoco tocar! Te estamos observando... Sabía que Quinn probablemente estaba poniendo los ojos en blanco, así que me reí. Esperó a que me detuviera y me dijo: —Suenas feliz. Asentí. —Lo soy. De verdad, de verdad lo estoy. —¿Así que esto fue una buena idea? ¿La gran boda? —Estaba más cerca, su voz más suave, y mi piel se puso como loca. —Sí. —Exhalé—. Creo que sí. —Bien. Me llevo todo el mérito. Me volví a reír y lo oí suspirar. —Ojalá pudiera verte. —Estaba aún más cerca y parecía un poco frustrado—. La próxima vez que te vea estaremos frente a cien personas. Tragué al pensarlo. Entonces, abruptamente, todo se sintió muy real. Dejé de flotar y mis pies golpearon el suelo. Me iba a casar. Con Quinn. En menos de una hora. Tenía tanto que contarle. —Quinn, tengo algo que decirte. —¿Qué? ¿Estás bien? —Sí, lo siento. Estoy bien. Estoy bien. Pero quería que supieras que la semana pasada revisé los archivos de clientes privados, escuché las grabaciones y leí los registros.

—Oh. —Oí una diferencia en su voz, como si se estuviera preparando. Me sorprendió lo sintonizada que estaba con el sonido de su voz ahora que nos vendaron los ojos. —No, escucha, creo que te equivocas. No eres un mal tipo, Quinn; esta gente confía en ti. Sí, los usas, pero los usas para el bien. Como... como un excelente manager, o un vigilante de buen corazón. No respondió de inmediato, pero cuando lo hizo, su voz estaba desprovista de inflexión. —¿Un vigilante de buen corazón...? —Sí. Si lo piensas, todos los superhéroes son vigilantes: Superman, Batman, la Mujer Maravilla. No se les paga por el trabajo que hacen, luchando contra el crimen. Si no cuentas al Capitán América, ninguno de ellos sigue una cadena de mando. Están en el mundo haciendo un buen trabajo para mejorar la sociedad. Hice una pausa dramática antes de añadir: —¡De verdad eres Batman! Lo oí exhalar una risa, imaginé que negaba la cabeza. —Janie... —Solo dime que sabes que eres una buena persona. No eres un mal tipo, Quinn. Eres el buen hombre que utiliza métodos cuestionables para lograr el resultado más deseable para todos. Está bien tener talento para usar a las personas si las usas para el bien. Espera... eso sonó mal. —Me vuelves loco de la mejor manera posible. —Bien, porque nos vamos a casar —susurré las palabras como si fueran un secreto, para que solo Quinn pudiera oírlas—. Y esto significa que estarás conmigo en alguna capacidad por el resto de tu vida hasta que mueras, o hasta que yo muera, o hasta que me hagas asesinar. Pude escuchar en su voz que obviamente estaba luchando con una sonrisa, porque se detuvo antes de responder. —Atascado es una palabra para eso, sí... —Esta es tu última oportunidad de echarte atrás —ofrecí mientras me acercaba medio paso, con las manos extendidas ciegamente hacia la parte delantera de su traje. Lo encontré, traté de no agarrar el material demasiado fuerte. —Janie... —Su mano buscó a tientas mi cintura, me apretó a través de las capas de tela—. Mi última oportunidad de retirarme fue hace ocho meses cuando te vi en el Club Outrageous con esos zapatos y ese vestido negro, cuando me hablaste de crear tus propios sustantivos colectivos. No lo supe hasta más tarde, pero he sido tuyo y tú has sido mía desde ese momento. Hoy... —Sentí que sus hombros se elevaban sobre un

encogimiento de hombros antes de que continuara—. Hoy lo estamos haciendo oficial. Mi corazón y mis huesos se derritieron en nada. Quería lanzarme en sus brazos y cubrir su rostro con besos. Sin embargo, antes de que pudiera responder, oí a las damas reunirse. Fiona dijo: —Bueno, ya pasaron tus dos minutos. A Quinn y a mí nos dieron aproximadamente tres segundos más antes de que todos regresaran y lo sacaran. Por el regocijo de sus voces podía ver que estaban disfrutando de una cantidad desmesurada. Entonces oí que la puerta de la suite estaba cerrada y supe que se había ido. Tenía las manos detrás de la cabeza quitándome la venda de los ojos. —Dije que nada de tocar. —Ashley estaba parada frente a mí. Guiñó el ojo y añadió—: Me encanta que no me hayan escuchado. Le devolví la sonrisa, aunque todavía estaba pensando en cubrir el rostro de Quinn con besos, y me permití ajustarme realmente a la sensación de que mis pies volvían a estar en el suelo. Me había permitido ser gobernada durante las últimas veinticuatro horas. Habían sido veinticuatro horas muy agradables, pero ahora estaba lista para trazar mi propio camino. —Aquí, déjame tomar mis zapatos. —Señalé hacia el armario y di unos pasos en esa dirección, pero Elizabeth bloqueó mi camino. —Sobre eso... —Me dio una gran sonrisa—. Queríamos darte algo, pero no podíamos decidir qué. Así que, tenemos algo para ustedes dos. Kat reveló una caja de zapatos detrás de su espalda y me la dio. Levanté una ceja a sus rostros expectantes y abrí la caja. Dentro había un par de tacones azules de gamuza. Mi boca se abrió y miré a mi alrededor. —¿Te gustan? Nos dimos cuenta de que necesitabas algo azul. Y nos recordaron a Las Vegas, especialmente cuando Elizabeth fue enganchada por Elvis, incluso si no lo recordamos. —Los amo. —Y lo hacía. Me moví para ponérmelos. Antes de que pudiera, Fiona se adelantó con otro regalo. —Esto es algo en lo que todas hemos trabajado. —Estaba saltando sobre sus pies cuando entregó algo en mis manos y agregó innecesariamente—: ¡Ábrelo! Me reí, le quité la caja, y cuidadosamente saqué la envoltura de papel. —¡Solo rómpelo ya! —dijo Sandra—. ¡El suspenso me está matando! —Se estaba mordiendo las uñas.

—¿No sabes lo que es? —le pregunté. —Sí. ¡Pero no puedo esperar a que lo veas! Me rendí y rasgué el papel, abrí la caja, y jadeé. En ella estaba el objeto más exquisito, delicado, e increíblemente hermoso que jamás había visto. —Es un chal Haapsalu, un chal de boda de Estonia. Cada una de nosotras tejimos una sección —explicó Fiona. Lo levanté por un borde y estudié el fino e intricado encaje. Mi garganta no funcionaría. Traté de hablar, pero estaba completamente abrumada. —Déjame ayudarte a ponértelo. No tienes que usarlo si no quieres, pero queríamos hacer algo por ti, y Kat encontró este patrón, así que todas miramos videos de YouTube y aprendimos a tejer el encaje de punto de Estonia. —Marie dijo todo esto mientras lo levantaba de la caja y lo ponía alrededor de mis hombros desnudos. —Me encanta. —Me ahogué, encontrando sus ojos una a la vez. Sabía que los míos estaban brillando—. Quiero usarlo. Es… es perfecto. Ashley se adelantó y me dio un fuerte abrazo; me sostuvo brevemente y susurró: —Eres una diosa impresionante. Estoy tan feliz por ti. Además, mi sección del chal es la más bonita. —¡Escuché eso! —Sandra golpeó a Ashley mientras se retiraba, luego Sandra dio un paso adelante para tomar su lugar. Cada una de mis amigas tomó su turno para darme abrazos y susurrar buenos deseos a mi oído. Sandra dijo: —Ve por él, Cerebro Sexy. Kat dijo: —¡Estoy tan feliz de que te hayan despedido! —esto nos hizo reír a ambas, luego añadió—, prefiero verte una vez a la semana sublimemente feliz que verte todos los días simplemente contenta. Fiona dijo: —Tú eres un tesoro. Que tu matrimonio sea pobre en desgracias, rico en bendiciones, y constante en el amor. Marie dijo: —¡Gracias por dejarme planear tu boda! Sé que todo es una pelusa y sin sentidos, pero espero que sepas que cada flor, cada arco, cada vela, y cada nota musical es mi oda para ti. Entonces Elizabeth dio un paso adelante y me envolvió en sus brazos. Se apartó diciendo:

—Tu eres mi mejor amiga. —Hizo una pausa y mi barbilla tembló—. Así que no voy a decir nada que te haga llorar y arruinar tu maquillaje. — Todas se rieron, pero fue un poco tarde. Todas las damas sollozaban, limpiando delicadamente las esquinas de sus ojos. Sandra me pasó un pañuelo. Elizabeth sonrió, apretó mis manos—. Guardaré las cosas sentimentales para mi brindis, pero te diré esto. Tienes tu propio cuarto en mi corazón. Es tuyo. Quédate todo el tiempo que quieras; siempre estará ahí para ti. —¡Maldita sea, Elizabeth! —resopló Sandra—. Si eso es guardar las cosas sentimentales, entonces supongo que todas deberíamos llevar una caja de Kleenex a la recepción. Miré a mi alrededor y las encontré a todas llorando y riendo. Estaba rodeada por seis de los más grandes amores de mi vida. Cómo una persona podría ser tan bendecida, tan afortunada, tan valorada, tan querida era un gran y hermoso misterio. Pero no lo cuestioné. Solo sonreí, me empapé del momento, los envié a mi memoria, y le di las gracias a mi fortuna, reconociéndola por lo que era. Era infinita. *** Fuimos las últimas en llegar a la iglesia. Marie me dijo que todo esto estaba planeado. Idealmente, saldría del auto, entraría a la iglesia, y caminaría inmediatamente por el pasillo. Y eso es básicamente lo que pasó. Ella nos hizo esperar dos minutos en el auto, revisó su teléfono, y luego nos informó que era la hora. Stan se apresuró a ayudarme a salir del auto, sus ojos y sonrisa enorme. —¿Puedo decir, señorita Morris, que es usted la novia más hermosa que he visto? —¿Incluso más hermosa que yo? —Elizabeth le dio un codazo en el hombro—. ¡Estoy segura de que no has olvidado el vestido que sacudí en mi boda en Las Vegas! Cuando él miró de ella a mí como si estuviera atrapado entre una roca y un lugar difícil, Elizabeth se echó a reír. No se recuperó de sus risitas hasta que estábamos arriba de las escaleras y en el vestíbulo de la iglesia. Mi padre estaba allí solo, sentado en una silla a un lado, mirando TV en su teléfono celular. Parecía que la puerta interior de la iglesia acababa de cerrarse, como si alguien acabara de atravesarla. Miré a mi

padre mientras las damas se reunían en su línea, agarrando los ramos de flores que Marie repartía. Luego se acercó a mí y me entregó un enorme racimo de helechos. Sonreí por el encantador arreglo rojo, borgoña, y naranja. No había un solo helecho verde en el grupo. —Me recordaron a tu cabello —me dijo, luego rápidamente tomó su lugar en la fila. La música cambió. Las puertas se abrieron. Me puse a un lado para no ser vista, pero tenía una buena vista de la parte posterior de la iglesia. Era una iglesia pequeña con bancos de madera oscura, gruesas vidrieras de aspecto antiguo, y grandes, especialmente por el tamaña de la iglesia, columnas Romanas decoradas con mosaicos de oro. Desde donde estaba parada, se veía completamente llena. Me pregunté quiénes serían todas esas personas, pero no tuve la oportunidad de detenerme en ello. Elizabeth era la última en la fila; se volvió hacia mí, me dio una pequeña sonrisa, luego desapareció. Las puertas se cerraron. Me volví hacia mi padre, lo estudié por un momento, y luego puse mi mano en su hombro. —¿Papá? —¿Hmm? —Levantó la vista, parpadeando hacia mí. Sus ojos se entrecerraron, ojos que me parecieron extremadamente parecidos a los míos. —¿Puedo hacerte una pregunta? —Sí. Por supuesto. —Su atención volvió a la pantalla de su teléfono. —¿Por qué me enviaste un email de regreso? Sus ojos parpadearon a los míos y luego regresaron al celular. —¿Lo hice? —Se encogió de hombros—. Envío cosas divertidas a quien sea que esté en mi lista de direcciones de correo. Lo miré fijamente. Debería haber estado herida. El reenvío de correos había sido, durante mucho tiempo, la única pieza de evidencia a la que me aferraba; eran el único signo tangible de que mi padre, el hombre que me alimentó y vistió, tenía algún interés en una relación. Me había equivocado. No importaba si él era mi padre biológico. La sangre importaba menos que el amor, la constancia, el apoyo y el sacrificio. Respiré hondo y me despedí silenciosamente de mi esperanza para nosotros. Le dije adiós a lo que siempre había deseado que él fuera. Pasar por los movimientos no tiene valor. Iba a caminar yo misma por el pasillo. Nadie me iba a entregar.

Esta decisión no era una declaración feminista o el rechazo a las convenciones sociales. Esta decisión se basaba en el conocimiento de que no había nadie que me entregara. Pero eso no importaba, porque no estaba caminando hacia atrás en mi pasado. Estaba avanzando hacia mi futuro. Le dije a la parte superior de su cabeza: —Quinn va a venir a buscarte después de la ceremonia para reembolsarte por tus problemas. Me temo que has volado todo el camino aquí por nada. Finalmente me miró de nuevo, frunció el ceño. —¿De qué estás hablando? Negué con la cabeza. —Nada. No importa. Solo… adiós. Me incliné y lo besé en la mejilla, y luego caminé de regreso a las puertas dobles sola, sintiendo una notable sensación de alivio y paz por mi repentina decisión. No miré hacia atrás. De nuevo, la música cambió. El sonido de Salut d´Amour de Edward Elgar llenó mis oídos, y me reí con asombro porque la música no estaba siendo tocada por un órgano. La canción estaba siendo tocada por cuerdas: violines, cellos, bajos, y me dio la clara impresión de que estaba siendo jalada a la iglesia, atraída por la encantadora música a los brazos de mi amado. Al sonido de cien personas de pie siguió la apertura de las puertas de la iglesia. Y ahí estaba él. No tuve que buscarlo. Nuestros ojos simplemente se encontraron, y todo, todos los demás se habían ido. Todavía escuchaba la música, pero se sentía distante, como una banda sonora que se reproduce en el fondo de una película. Vi cómo sus ojos y su boca se abrían y su expresión cambiaba de estoica a pasmada. Quinn Sullivan había perdido la compostura. Parecía completamente asombrado y tomó toda mi lenta marcha por el pasillo para que se recuperara. Intenté imaginarme cómo me vería: El corpiño de seda sin tirantes, la cintura ceñida, la enorme falda en capas con pliegues superpuestos. El delicado chal de novia se sentía tan ligero como el aire, y el hilo moer de cinco centímetros brillaba bajo las luces de la iglesia. Intenté imaginarme cómo me veía, pero también me sorprendí al ver a Quinn. Llevaba un esmoquin de corte personalizado y se parecía al ideal de toda mujer del hombre perfecto, una fantasía que Ian Fleming

había alentado al crear el personaje de James Bond como el hombre más sexy del mundo, excepto que James Bond no tenía nada que ver con Quinn Sullivan. Cuando lo encontré en el altar, estaba sonriendo con tristeza. Me miró con los ojos entrecerrados, como si se hubiera dado cuenta de un gran engaño que había orquestado, y estaba orgullosa e impresionada de que lo hubiera logrado. Quinn se adelantó antes de que llegara hasta el frente. Me miró fijamente y metió mi mano en su codo. No paraba de mirarme mientras subíamos los dos escalones hasta el altar, y seguía fijo en mis ojos mientras el oficiante daba la bienvenida a todos nuestros invitados. Se inclinó hacia mí en el momento oportuno y susurró: —Bonito vestido. Lo miré fijamente y le dije: —Espera a ver lo que hay debajo. Si no hubiera estado tan embelesada con Quinn y la maravillosa enormidad de la ocasión, habría notado que Elizabeth y Fiona lloraron lágrimas de felicidad durante toda la ceremonia mientras se tomaban de la mano. Habría notado las miradas de alegría que compartían Desmond y Katherine. Habría notado la sonrisa gigante de Steven y la aprobación de Dan con la cabeza. Pero no me di cuenta, porque los ojos de Quinn se derramaron en mi ser durante las lecturas, el breve sermón, y cuando intercambiamos nuestros votos tradicionales. Su mirada se sentía como una promesa de nuestro futuro y una celebración de nuestro pasado. La única vez que rompió el contacto visual fue cuando nos proclamaron marido y mujer. Y la única razón por la que sucedió fue porque me tiró a sus brazos y besó a su novia. *** —Voy a ser breve, porque sé que todos están deseando que llegue el bar abierto. —Dan miró fijamente a la habitación. Una pequeña pero agradable carcajada estalló en la sala. Miré las caras de la familia extendida de Quinn, de los amigos de sus padres, de mis amigos, de los amigos de Quinn, y miré maravillada a la gente reunida. Estábamos casados, y Dan estaba a punto de dar su discurso de padrino. Habíamos sobrevivido a un par de fotos, tanto las del fotógrafo contratado como las del fotógrafo de moda de Donovan Charles, que

terminaron siendo el costo, tomar prestadas las fotos de la familia del vestido de novia, y las de la fiesta de bodas. Habíamos vivido nuestro primer baile como marido y mujer, que resultó ser una de las pocas cosas sobre las que Quinn tenía una opinión. Me di cuenta de que había elegido la canción cuando las notas de apertura de Just What I Needed de The Cars sonaron por encima de los altavoces en el salón de baile. Me reí tanto que Quinn tuvo que recogerme dos veces. Quinn disfrutó de su baile con su madre casi tanto como ella. No sabía quién había elegido la canción, pero sentí que la versión de Paper Moon de Nat King Cole era perfecta. Cuando llegó el momento del baile padre-hija, caminé hasta donde Desmond estaba de pie con Katherine y le pedí que bailara. Y así bailamos. Mientras los últimos compases de Someone to Watch Over Me de Ella Fitzgerald se movían por el aire, Desmond cargó. Me hizo sonreír y me hizo reír porque lo hizo muy bien. Nos abrazamos y me susurró al oído: —Estoy orgulloso de ti, niña. Sabía que mi sonrisa era enorme porque me dolían las mejillas cuando dije: —Gracias, papá. Esta sería probablemente la única vez que tantas de las personas que amábamos estarían reunidas en la misma habitación. Sentí una hinchazón de gratitud por Marie y Katherine, por haber juntado todo esto y haberlo hecho posible, y no solo por las hermosas flores, el impresionante pastel, las hermosas decoraciones y los impresionantes centros de mesa. Estaba agradecida por la gente que había venido a mostrarnos que éramos importantes para ellos, que estaban invertidos en nuestra felicidad. Y ahora Dan estaba sosteniendo un micrófono y entrecerrando los ojos a Quinn. Quinn estaba entrecerrando los ojos. —Saben —empezó Dan, negó con la cabeza—, conozco a este tipo desde hace mucho tiempo. Algunos de ustedes tal vez no lo sepan, pero compartimos una cama por un tiempo... —permitió una dramática pausa, y luego continuó—… era una cuna, y éramos dos. Una explosión de risa acomodaticia llenó la habitación, y Quinn refunfuñó algo a mi lado. Estaba frunciendo el ceño, pero también sonreía. —Incluso entonces era mandón. Siempre estaba callado, y creo que mi madre lo apodó una vez Sully el Sullen.

Más risas. Me acerqué y tomé la mano de Quinn; él apretó la mía en la suya. —Pero debo admitir que Quinn Sullivan también es el mejor y más valiente hombre que conozco. Y por eso, cuando me dijo que Janie y él se iban a casar, me alegré mucho por él. Porque ella es la mejor y más valiente mujer que conozco... y conozco a muchas mujeres. Otra carcajada. Mis ojos se fijaron en Kat y descubrí que su mirada estaba puesta en su comida. Lo guardé para analizarlo más tarde. —Así que brindemos por Janie y su esposo Quinn. Que tus bolsillos sean pesados y tu corazón ligero. Que la buena suerte te persiga cada mañana y cada noche. ¡Por Janie y Quinn! —Por Janie y Quinn —repitió la habitación y todos bebieron. Quinn y Dan compartieron una mirada y una sonrisa mientras Dan le pasaba el micrófono a Elizabeth. Ella se puso en pie mientras él se sentaba. Ella me sonrió y luego se giró para mirar hacia la habitación. —También intentaré que mi discurso sea breve, porque yo también estoy deseando que llegue el bar abierto. —Esto provocó risas y algunas exclamaciones de “¡escucha, escucha!”—. Cualquiera que conozca a Janie sabe que es la persona más sabia de la sala. Y no es solo porque sabe más sobre los virus que un inmunólogo o las prácticas de apareamiento de los caballitos de mar que un biólogo marino, o porque puede decirte la raíz cuadrada de cualquier número sin pestañear. Janie es la persona más sabia en cualquier habitación porque ama sin condiciones. Algunos awwws se filtraron entre la multitud, y Elizabeth me guiñó un ojo. —Como recibo del amor incondicional de Janie, puedo decirles que es algo hermoso. Si creen que se ve hermosa hoy, esperen a ver la belleza de su corazón. Parpadeé y sentí que Quinn alcanzaba su mano sobre mis hombros mientras me llevaba hacia él y me daba un beso en la frente. —Y Quinn Sullivan, deberían saber que es la persona más inteligente de la habitación, y aquí está el por qué. —Se detuvo, y su mirada se dirigió a la de Quinn—. Ahora es la persona más inteligente en cualquier habitación porque se casó con Janie. Más awwws fueron seguidos por una ronda de aplausos. Elizabeth esperó a que las palmadas se apagaran antes de levantar la copa. —Por los individuos más sabios e inteligentes de la sala. Por Janie y Quinn.

—¡Por Janie y Quinn! —hicieron eco todo mientras levantaban sus copas. Compartí una breve mirada y una sonrisa con Elizabeth, y ella me dio un beso, pronunciando las palabras te amo mientras se sentaba. Pensé que los brindis habían terminado, así que me dirigí a Quinn para comentar lo buenos que habían sido. Para mi sorpresa, Quinn se puso de pie y se llevó su copa con él, y me puso a su lado. Tomó el micrófono y lo aceptó. Luego, mirando a la multitud, se aclaró la garganta. —Queremos agradecer a mi mamá y a la buena amiga de Janie, Marie, por hacer esto. Hicieron un buen trabajo, y ha sido... ha sido divertido. Así que, Janie y yo queremos darles las gracias. Se detuvo para permitir a la multitud un momento para reconocer sus esfuerzos antes de continuar. —Quería hacer un brindis por mi esposa. No me importa el bar abierto, pero no hablo mucho, así que esto será breve. Levanten sus copas. —Quinn me miró—. Por Janie Sullivan, mi amiga... —Se detuvo, sus ojos se movieron sobre mis rasgos y se detuvo en la gigantesca sonrisa que dividió mi rostro en dos, y luego dijo—: Te conozco de memoria. Por Janie. —¡Por Janie! —repitió la multitud, levantando sus copas y bebiendo acompañada de unos cuantos awwws y murmullos de agradecimiento. Quinn sorbió su champán entonces, sus ojos azules traviesos y reverentes, se inclinó hacia adelante y me besó. *** El avión despegó para nuestro misterioso destino de luna de miel. Nos acurrucamos juntos en nuestros asientos, agarrándonos, cansados pero repletos. Mis párpados se volvieron pesados con una feliz somnolencia, y dejé que mi mente deambulara. No pensaba en el veneno de serpiente ni en el colapso de la aleta dorsal; tampoco pensaba en los robots, en los orígenes de los modismos, en los estándares internacionales de fecha ISO, ni en las analogías de los armarios de porcelana y las tazas de té. Estaba pensando en la boda, pero no solo en la hermosa ceremonia, la increíble recepción, la comida o las flores, o los momentos conmovedores entre mis amigos y yo o mi nueva familia y yo. Estaba pensando en todo eso, en todo el día.

Se sentía como si la boda hubiera seguido un guion, uno que había sido escrito hacía mucho tiempo. Se decía que necesitaba algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul. Así que usé el viejo anillo Claddagh de la familia Sullivan, un nuevo chal de novia tejido a mano, un vestido de novia prestado de alta costura y zapatos de gamuza azul. El guion dictaba que me vistiera con algo deslumbrante de mi elección, y que Quinn también se viera elegante; que la primera vez que nos viéramos fuera solo unos minutos antes de que pronunciáramos nuestros votos; que nos sintiéramos abrumados con la visión del otro y lo correcto del momento. Requería que caminara por el pasillo y que me entregaran a mi esposo y que él se entregara a mí, que todos nuestros amigos y familiares observaran cómo ocurría esto, y que observaran cómo daban su bendición a nuestro matrimonio. El hecho de que yo y solo yo me hubiera entregado disminuyó el significado detrás del sentimiento. En todo caso, se sentía más sagrado. El guion pedía un primer baile romántico entre nosotros, un momento tranquilo y tonto en el mar de las expectativas y los buenos deseos. También decía que Quinn debía bailar con su madre, para que ella compartiera ese momento con su hijo y para que su familia entendiera que su relación había sanado. Por supuesto, nos salimos del guion cuando bailé con Desmond en lugar de con mi padre, pero se podría argumentar que se necesitaba un poco de improvisación para evitar que las cosas se volvieran demasiado predecibles. Se nos dijo que eran necesarios los brindis, que había que cortar un pastel, que había que tirar un ramo de flores, y que cada uno de los reunidos debía transmitirnos sus buenos deseos y su amor, y mostrarnos lo queridos que éramos. Este guion que seguimos se titulaba Tradición. Creo que finalmente entendí lo que Bridgett, la sabia tejedora de Londres, había estado tratando de decirme todos esos meses atrás sobre los ritos de paso y el valor de la tradición perdurable. No necesitábamos las flores y las decoraciones, el hermoso salón de baile, los favores de la fiesta o el esplendor general. Si hubiera quitado las capas pretenciosas y pelusas, podríamos haber escenificado este guion en un granero o en un campo y, siempre y cuando se hubieran respetado las tradiciones, el resultado y los sentimientos habrían sido los mismos. Salir para nuestra luna de miel y empezar nuestro felices para siempre era lo siguiente en el guion.

Y no podía esperar.

Escena Perdida Lo que pasa en las Vegas…

3:42 AM, 31 DE MAYO QUINN A parte de los constantes toqueteos, el viaje en el ascensor y la caminata por el pasillo no fue nada extraordinario. Ashley y Sandra básicamente se desmayaron en sus camas. Marie también se hundió fácilmente. Cayó en uno de los sofás, profundamente dormida, tan pronto como entramos en la suite. Nico y Elizabeth desaparecieron, y Dan estaba muy ocupado con Kat. Parecía estar más despierta de lo que había estado toda la noche. Vi que él estaba tratando de ser gentil, pero ninguna cantidad de empujones y agarres de manos hizo la diferencia. Ella lo hizo chocar contra una pared al lado de la puerta de su habitación. Kat le dijo: —Sí me quieres, sé que lo haces. Entonces oí el gemido de Dan. Sonaba a desesperación. La parte posterior de su cabeza golpeó la pared detrás de él y sus ojos estaban cerrados. Entonces maldijo y maldijo y maldijo. Creo que incluso podría haber inventado nuevas palabras de maldición. Me volví, escuchando sus gruñidos, pero confiando en que haría lo correcto. Tuve que apretar los labios para no reírme. Ver a Dan rechazar los avances de una mujer hermosa era una de las cosas más graciosas que jamás había visto, especialmente porque era obvio que ella tenía razón. La deseaba... mucho. Tendría que darle mierda más tarde.

Llevé a Janie en mis brazos y la cargué por el pasillo a su habitación. Todavía me susurraba cosas malas al oído. En realidad, eran cosas buenas, muy, muy buenas, pero me hicieron querer ser muy, muy malo. Pero no lo haría. Mi juicio funcionaba muy bien, y no iba a tocarla mientras obviamente estaba borracha de esa manera. Supuse que era la primera vez que tocaba esa cosa. Nunca me había hablado así antes. En el dormitorio, yo siempre era el que iniciaba, y rara vez hablábamos porque usábamos la boca para otras cosas. Pensé que tal vez nunca había visto el lado sucio de Janie porque estaba impaciente y nunca le di una oportunidad. Mi plan, cuando hicimos esa estúpida apuesta después de comprometernos, era esperar a que perdiera. Quería que ella diera el primer paso. Al final, no pude. No podía esperar. Verla desabrocharse la camisa después de que la llamé Gatita me puso los pelos de punta. Necesitaba saber lo afectada que había estado. Quería tocar las pruebas con los dedos, así que lo hice. Con ella, nunca era paciente. Después de esta noche, sin embargo, puede que tenga que esforzarme más. Porque cuanto más alejaba sus manos y su boca, más creativa se volvía. Se había enrollado a mi alrededor, con su boca en mi cuello. Estaba seguro de que lo que fuese que estuviera tramando en ese momento dejaría una marca. Cerré la puerta de una patada detrás de mí y crucé a la cama, decidí que me daría una ducha fría una vez que la hiciera dormir. Pensé en dormir en la ducha. Tan pronto como la puse en el colchón, se puso de rodillas y me agarró. Extendí mi mano, tanto para mantenerla alejada como para evitar que se cayera. —Janie, no. Necesitas dormir. Se subió la falda, mostrándome la parte superior de sus medias y las correas de liga que las sujetaban. Cerré los ojos y sacudí la cabeza. —Dormir. Mis ojos se abrieron con el sonido de una cremallera, justo a tiempo para ver cómo se quitaba su triste excusa para un vestido. El sujetador de encaje blanco le siguió. Me dije a mí mismo que cerrara los ojos de nuevo. No lo hice. No podía hacerlo. Maldita sea.

—Linge significa lino en francés. —Se inclinó y ahora estaba a cuatro patas, acechando hacia mí. Su trasero estaba en el aire. Sus movimientos eran torpes e inadaptados, lo que la hacía más sexy. Me metí las manos en los bolsillos y limpié toda expresión de mi rostro. —Hablaremos por la mañana. —La palabra lencería viene de linge. En francés, la palabra lencería se usa para describir la ropa interior de hombres y mujeres. Rechiné los dientes. Extendió la mano y agarró la parte delantera de mi camisa y la usó como palanca para trepar de pie. —Victoria's Secret debería llamarse realmente Lucile's Secret porque Lady Duff-Gordon, alias Lucile, era la mayor fuerza detrás de la idea de la ropa interior visualmente atractiva. —Me quitó la camisa, presionó su pecho desnudo contra el mío. —Recuérdame que le envíe una tarjeta de agradecimiento. —Me quedé completamente quieto. Si me movía o si ella se movía en mi contra, iba a perder la cabeza. Janie frunció el ceño y vi que estaba distraída por mi última declaración. —No puedes. Está muerta. Murió en 1935. También fue una de las sobrevivientes del Titanic, ¿lo sabías? Vi mi oportunidad y fui por ella. —¿Sobrevivió al Titanic? ¿Cuántas personas sobrevivieron al Titanic? Janie me guiñó el ojo. —Nadie lo sabe con seguridad. Había aproximadamente dos mil doscientas veinticinco personas a bordo. Creen que mil quinientas personas murieron, o algo así. —Congelándose hasta morir —dije. Los pensamientos de muerte y agua fría me ayudaron a recuperar algo de mi control. —Así es, morir congelados o ahogados. —Asintió, sus ojos muy abiertos—. Si lo piensas, la hipotermia parece ser el método preferido de muerte prematura. Con ese pensamiento aleccionador, finalmente confié en mí mismo para moverme. Levanté mis manos a sus brazos. —¿Por qué dices eso? —La levanté y luego tiré de las fundas, poniéndola contra las sábanas. Bloqué mis ojos con los suyos y no miré a ningún otro lado, como sus fantásticos pechos, o su estómago, o sus piernas, o sus caderas, o la curva de su hombro, o... follar en todas partes. Estaba ocupada hablando de muerte prematura.

—Sabes que la hipotermia es cuando la temperatura del cuerpo baja por debajo de lo que se requiere para un metabolismo normal. Antes de morir te confundes, pierdes el sentido de lo que te rodea. Eventualmente te dará un ataque cardíaco e insuficiencia orgánica general, pero para entonces ni siquiera lo sentirás. Asentí, la cubrí con el edredón. Su cuerpo finalmente escondido, respiré un suspiro de alivio. —¿Sabes lo paradójico que es desvestirse? —preguntó, sus ojos parpadeando cansada. Me moví para apagar la luz, la vi bostezar y di gracias a Dios. —¿Me lo dirás por la mañana? —Empecé a retroceder. Extendió su mano más rápido de lo que pensaba que podría hacerlo en su estado actual y agarró sus dedos alrededor de mi muñeca. —No, no, no. Te quedas conmigo. Le cubrí la mano con la mía y le susurré: —Son casi las cuatro de la mañana. Necesitas dormir. Respondió: —Tú también. —Janie. —Quinn. —Necesito limpiarme. —Nos ducharemos juntos. Suprimí un gruñido y luego cedí. —Bien. Me acostaré contigo. Se movió hacia atrás y levantó las sábanas para que subiera. Me di la vuelta, me senté y me desabroché las botas. Sentí sus ojos en mi espalda. Me tomé mi tiempo para quitármelas. Necesitaba cada segundo. Rompió el silencio justo cuando me estaba quitando la segunda bota. —¿Crees que vamos a estar bien? Me detuve. Parecía preocupada. Miré por encima de mi hombro. —¿Qué quieres decir? Los grandes ojos de Janie me miraban fijamente. La cortina de la habitación seguía abierta. Las luces parpadeantes de la tira de abajo hicieron que la habitación se oscureciera, no se oscureciera. —Tienes dinero. Levanté una ceja ante esto. —Sí... —No es un poco de dinero. Es mucho dinero. Basado en mi estimación —y podría estar equivocada, pero no creo que lo esté— estás

en el punto cero cinco por ciento. Busqué tu porcentaje en la curva de distribución de la riqueza. Me retorcí y me acosté junto a ella, estudié su rostro. Se veía tan ansiosa como parecía. —¿Todavía te molesta? —No... y sí. —¿Por qué sí? —Porque... trabajas todo el tiempo, y sé que te encanta trabajar. Es tu pasión... —Tú eres mi pasión —contradije sin pensarlo. Sus pestañas se agitaron, y me dio una pequeña sonrisa, pero continuó. —Sé que te encanta tu trabajo. No creo que trabajes solo por el dinero. Creo que trabajas porque es algo en lo que eres bueno y sientes que estás haciendo la diferencia. Entonces, ¿para qué es el dinero? Poder. Seguridad. Salvaguardar. Mimarte. No dije nada de eso, aunque fuera verdad. El dinero era la forma en que pude sobornar al padre de Janie para que viniera a la ceremonia. El dinero pagó por sus guardias, tanto los que vio como los que no vio. Ojalá le hubiera asignado algo más que a Stan esta noche. En vez de eso, le pregunté: —¿Qué harías con el dinero? —El bien. Haría el bien con él. —Luego me extendió la mano, puso su mano en mi mejilla—. No estoy diciendo que tengas que darlo todo. No, en absoluto. Te lo has ganado. —Cuando tropezó con la palabra ganada, adiviné que era porque ahora sabía cómo me la había ganado al principio. Pero entonces rápidamente siguió con—: Veo lo duro que trabajas. Te lo ganaste. Estás volando por todas partes, lo haces bien, cuidas bien a tu gente. No estoy sugiriendo que no lo hagas. —Parecía más lúcida que antes. Aunque dudaba de que hubiera sacado el tema si no hubiera sido por el hachís. —Entonces, ¿qué estás sugiriendo? —Honestamente tenía curiosidad. Janie era una pensadora poco convencional, pero generalmente tenía razón. Ella era genial para mi negocio. Sus sugerencias y mejoras aumentaron las ganancias y la eficiencia. —Es solo que... volar aquí, llegar a esta habitación de hotel, todo. Sé que pagaste todo este fin de semana. Y estás pagando por la boda. Me encogí de hombros. —Es bueno para la economía. Un lado de su boca se inclinó hacia arriba.

—Deberíamos buscar formas de ayudar, como ofrecer becas para niños desfavorecidos. Se podría argumentar que enviar a diez niños a la universidad que de otra manera no tendrían la oportunidad hará más por la economía a largo plazo que un año de gastos discrecionales. —Janie... —No estoy siendo justiciera al respecto tampoco. Amo mis zapatos y mis comics, así que no juzgo. Tú trabajas duro; deberías tener cosas bonitas. Te mereces las cosas buenas que tienes. —Janie... —Solo digo que deberíamos hablar sobre si tienes o no la capacidad de ser altruistas. Pero tiene que hacerse bien, no como esa cosa de caridad fantasma a la que fuimos en Londres. Eso fue simplemente extraño; nadie sabía el nombre de la caridad. —Sí. —También es... espera... ¿sí? —Sí. —Incluso cuando estaba drogada, estaba pensando en la responsabilidad social—. Después de casarnos, te pondré a cargo de todos los gastos de caridad y divulgación. —¿Quién está a cargo de eso ahora? —Nadie. Lo comenzarás desde cero. Ella sonrió. Pero luego frunció el ceño. —¿Te estoy presionando? —No. —¿Lo prometes? —Sí. —Después de casarnos, dentro de dos o cuatro años, ¿crees que todavía me amarás? Cielos... Parpadeé hacia ella y el rápido cambio de tema. —¿De dónde vino eso? —No lo sé. —Bueno, necesitas averiguarlo. ¿Por qué me preguntas eso? Sus ojos se movieron entre los míos y soltó: —Creo que estoy feliz. No estoy contenta, porque contento significa que no quiero que nada cambie, y contento no significa necesariamente feliz. —Se mordió el labio y sacudió la cabeza—. Quiero que las cosas sigan cambiando, quiero que nuestros sentimientos sigan cambiando. Porque contigo, cada vez que algo cambia, mejora. Tú haces todo mejor. Sus palabras me tranquilizaron, pero también me hicieron un nudo en la garganta porque tenía los mismos pensamientos sobre ella.

—Sí, Janie. —Cubrí su mano en mi rostro con la mía—. Las cosas seguirán cambiando y todavía te amaré. Soltó un suspiro y luego dijo: —Eso espero. Espero que nunca te detengas. Pero sé que podría suceder, probablemente lo hará. Cuando lo haga, espero que nos des la oportunidad de encontrar el camino de regreso. La miré por un segundo y luego dije: —Espero que tú nos des la oportunidad de encontrar el camino de regreso. Me frunció el ceño. —Por supuesto que lo haré. Eres mi amigo. —¿Soy tu amigo? —Sí. A los amigos no les importa cuánto dinero tienes o cómo luces. No les importa si eres gruñón o estás triste. No les importa si tejes con aguja o con ganchillo. No les importa si te gusta Superman más que Batman, o si no reconoces la superioridad de la Mujer Maravilla. Los amigos se preocupan el uno por el otro en el fondo, a pesar de las fallas. A veces se preocupan más por ti que por tus defectos. Usé la etiqueta de amistad contigo hace meses, y lo dije en serio. Eres mi amigo; eso es para siempre. La miré sin saber qué decir. Janie de repente sonrió. Se inclinó hacia delante rápidamente y me besó, luego se giró. Presionó su espalda contra mi frente, envolvió mis brazos alrededor de su torso y dijo: —Creo que estaremos bien. Las cosas cambiarán, comenzaré a regalar tu dinero a organizaciones benéficas, y siempre que seamos amigos, siempre encontraremos el camino de regreso. Mis ojos miraban sin ver en la oscuridad. Escuché que su respiración se volvía lenta hasta que guardó silencio. Sentí el ascenso y la caída de su pecho debajo de mis palmas. Para Janie, la amistad era más grande que la familia. Más que nada, quería ser su amigo. Conocía su cuerpo por el tacto, el gusto y el olfato. Había memorizado el sonido de su voz y su risa. Podía interpretar su rostro, sus movimientos y sus expresiones a simple vista. Reconocía su brillo y la belleza de su cerebro. Sin embargo, ella todavía me sorprendía. No creía que eso se detendría nunca. Pero, a pesar de lo desconocido, estaba seguro de tres cosas: La amaba. Ella era mi amiga.

Y a pesar de las sorpresas que vendrían, conocía a Janie de memoria.

FIN

Próximo Libro Hay tres cosas que tienes que saber de Elizabeth Finney: 1) Ella sufre de un síndrome sarcástico severo, en especial cuando se pone nerviosa. 2) Nadie la pone más nerviosa que Nico Manganiello 3) Ella sabe tejer. Elizabeth Finney tiene razón casi siempre: los méritos musicales de las boy bands están infravalorados en la sociedad, los “beneficios” con los muñecos Ken son mejores sin amistad y el sol se ha puesto en su única oportunidad para el amor verdadero. Pero cuando los planes de Elizabeth para tener beneficios sin amistad son desarmados por el irritantemente carismático y machista Nico Manganiello, su antiguo némesis, se encuentra luchando por mantener la cerca eléctrica alrededor de su corazón mientras evita el carisma de electrocución de Nico o, peor, enamorarse. Knitting in the city #2

Sobre la Autora

Penny Reid es la autora de éxitos de ventas según el New York Times, Wall Street Journal y USA TODAY de las series Winston Brothers, Knitting in the City, Rugby e Hypothesis. Solía pasar sus días escribiendo propuestas de subvenciones federales como investigadora biomédica, pero ahora solo escribe libros. También es madre a tiempo completo de tres adultos diminutos, esposa, hija, tejedora, costurera, artesana general y ninja intelectual. Conoce más de Penny en: Website: http://pennyreid.ninja Facebook: www.facebook.com/pennyreidwriter Twitter: www.twitter.com/reidromance Instagram: www.instagram.com/reidromance

Créditos Lieve

Annette-Marie BeckysHR ElenaTroy

Lieve Mariela meriiunicornio

Lieve

flochi

Bella’

NataliCQ Walezuca Segundo Watson

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Penny Reid - Knitting in the City 01.5 - Neanderthal Marries Human

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