Stephanie Dray - The Princess Of Egypt Must Die

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Staff Moderadoras Dracanea & Maddy

Traductoras Leonor_92

Celeste 85

Dracanea

Escritora Solitaria Correctoras

Pily

Tamis11

Ale_GE

Maddy

Josselyn U

Viqijb Recopilación y Revisión Final Maddy & Jazmín Diseñadora Jazmín

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Indice Sinopsis The Princess of Egypt Must Die Nota del Autor Sobre el Autor

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Sinopsis

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a Princesa Arsinoë llega de la edad de la brillante corte del Egipto de Tolomeo. Abusada por su despiadada hermana, un peón en las ambiciones dinásticas de su padre, y descartada por el rey que la pidió por novia, la joven Arsinoë se encuentra enamorándose de un joven hombre prohibido para ella. Sueña con un destino como la reina de Egipto, pero primero debe sobrevivir al nido de víboras también conocido como su familia.

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The Princess of Egypt Must Die

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Traducido por Leonor_92, Dracanea, Celeste 85 & Escritora Solitaria Corregido por Pily, Ale_GE, Josselyn U, Tamis11, Maddy & Viqijb

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R

ecuerda siempre que eres una princesa real de Egipto — dice mi madre, limpiando las lágrimas de mis mejillas.

—Pero no soy la única —también esta Lysandra, mi media hermana. La fuente de mis lágrimas. Mi madre usa vendas limpias para vendar mis rodillas sangrantes, las cuales se rasparon cuando Lysandra estuvo a punto de pisotearme con los cascos de su caballo. —No debes dejar que Lysandra te intimide. —Nunca ha sido castigada por ello —me quejo— sabe que puede hacer lo que quiera sólo porque es la hija de la esposa principal del rey. —No por mucho tiempo —jura mi madre— pronto seré la primera esposa aquí. El padre de mi harén está lleno de mujeres quienes esperan cumplir todos sus caprichos. Tiene esposas y concubinas e incluso hetairas como Thais, que vende sus favores al rey. Pero mi madre, Berenice, se está convirtiendo en la esposa favorita del rey. Es joven e inteligente, por lo que se pondrá a disposición de escuchar las quejas de los señores macedonios que han sido desairados por la reina Eurídice. Mi madre cuenta con aliados, belleza, y una mente aguda para la intriga. —Te lo juro, Arsinoë, un día voy a ser la primera esposa del rey. Cuando eso suceda, voy a ver que Lysandra sea castigada por su crueldad. Hasta entonces, debes levantarte por ti misma. — ¿Cómo puedo? Lysandra es más alta que yo. Es más guapa que yo, el rey la ve; Él le da un caballo sólo por aprender a tocar la lira, pero no puedo tener uno hasta que copie todos los escritos de Platón sobre los rollos de papiro. —Eso puede ser cierto, pero Lysandra no es más inteligente que tú— dice mi madre—. Tienes que ser más astuta que ella. Debes hacer que el precio por hacerte daño sea tan alto que no vaya a querer pagarlo. Debes enseñarle a esperar venganza. Me muerdo el labio inferior, lloriqueando todo el tiempo. —No quiero venganza.

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—Entonces, ¿qué es lo que quieres, mi pequeña hija tonta de corazón blando? —Sólo quiero que seamos hermanas —lloro, el ardor en mi corazón más agudo que el escozor de mis rodillas sangrantes. Recuerdo una época más feliz cuando Lysandra y yo éramos muy pequeñas y compartíamos la misma niñera y no sabíamos que teníamos madres diferentes... —Tú y Lysandra no son hermanas —sisea mi madre—Son rivales. Nunca lo olvides. Mi madre es un pavo real brillante en la corte de mi padre, pero yo crezco en la sombra. Lysandra se burla de mí cuando me llega mi primera sangre de mujer. Señala la mancha roja que arruina mi vestido de lino blanco. Susurra detrás de su mano enjoyada y sus amigas ríen. Sin embargo, no hago más que escabullirme de la sala de banquetes avergonzada. Me digo a mí misma que cuando mi madre sea la esposa principal del rey, Lysandra me pedirá perdón. Y, golpeo con tristeza en mi corazón, decido que voy a perdonarla. Entonces podemos ser verdaderas hermanas. Por desgracia, eso es un día lejano. Y mientras tanto, ella me tortura. El rey no me defiende. A veces incluso se olvida de mi nombre. A pesar de que es el faraón, adorado como un dios, es como si ni siquiera pudiera verme. Incluso me pregunto si estoy realmente viva. Tal vez sólo soy una sombra del bajo mundo que acecha los pasillos del palacio. De todos los niños en el harén, Ptolomeo es mi único hermano de sangre pura. Se llama así por mi padre. Tolomeo es mayor y prefiere la compañía de otros niños de su edad, pero a veces me invita a venir a los establos con él. Esos son los mejores días de mi infancia. Después de todo, a los caballos no les importa que sea tímida. Se alimentan de mis manos, incluso si soy una tonta de corazón blando. Ellos me ven, incluso si no grito. Incluso si no adulo y halago en la corte. Así que paso mucho tiempo en los establos, aunque no tengo caballo propio.

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Tolomeo me permite montar su caballo, aunque el caballo no va tan rápido como yo quiero. Quiero galopar en el campo o montar un carruaje rápido. Y un día, después de un paseo a orillas del Nilo, sueño que voy a ser un faraón. Sueño que, como las grandes pirámides, yo permaneceré para siempre. Con el tiempo, ese sueño se desvanece y me digo que ya no importa. Llega el día, en que tengo quince años, en que deje de esperar que nadie se fije en mí en absoluto. Y ese es el día que me encuentro con Cassander. La primera vez que lo veo con las elegantes riendas negras de una yegua en sus manos, lo confundo con un niño esclavo. Oh, ¿por qué miento? Es el caballo quien tiene toda mi atención, no el joven. Con largas piernas gráciles, un poderoso pecho musculoso y un pelaje tan negro como la noche, el caballo es una maravilla. Ella es tan hermosa que puedo superar mi timidez para preguntar al desconocido ——¿Como se llama? —Styx—responde el joven. Styx. Ese es el río entre el mundo de los vivos y el mundo de la media noche de los muertos. Es un buen nombre para este caballo, ella parece tan feroz que yo creería que pertenece al mismo Hades—. Es un regalo para la princesa Arsinoë de Egipto, de mi señor, el rey Lysimachus de Tracia. Estoy aturdida. No lo puedo creer. Seguro que hay algún error. — ¿Un regalo para mí? A mis palabras, él se inclina. —Sí, princesa. Para ti. La potranca vuelve sus ojos dulces hacia mí. Puede ser una criatura feroz y peligrosa, pero anhela amor. Lo sé. Y tengo miedo de tomar sus riendas a menos que sea realmente mía. Es este miedo que me obliga a hablar. —Nunca he conocido al rey de Tracia. ¿A qué se debe esta bondad? —Es el primero de muchos regalos, princesa, según los términos de su compromiso.

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Compromiso. ¿Estoy prometida? Esta es la primera vez que oigo hablar de él. Que voy a casarme sin mi consentimiento o conocimiento es tan humillante que me esfuerzo por no mostrar la más mínima sorpresa. —Por favor, da las gracias a mi novio… quien quiera que tú seas. —Soy Cassander —dice el joven con una sonrisa—. Me llamaron así por el compañero de Alexander. El escozor de su anuncio—que voy a casarme con un extraño— permanece. Y me quedo en silencio. —Cassander —murmuro finalmente. —Ese es un gran nombre para un chico de establo. Se encoge de hombros. —Fue elegido para mí por mi padre, el rey de Tracia. En un instante, mi pena se agrava. ¡Delante de mí está un príncipe! Debería haberlo sabido. Sus botas de cuero están muy bien hechas, los cordones enrollados con hilo de oro. Su túnica es simple, pero la cuerda atada alrededor de su cintura está adornada con cuentas de turquesa y jade. Su tímida sonrisa no es lo que cabe esperar de un príncipe, pero sus ojos verdes y rostro apuesto lo señalan como un noble macedonio. Me atrevo a tener esperanza. ¿Podría este hombre ser mi novio? Mortificada por haber pensado que nació pobre, quiero hundirme en el suelo y desaparecer. Con mis mejillas ardiendo, no puedo hacer nada más que pedirle perdón. —Me disculpo, Príncipe Cassander. —Yo-yo no sabía. —¿Príncipe? —Ahora su sonrisa se curva con picardía y una chispa enciende sus ojos verdes—. No, mi hermano Agathocles es el príncipe. Soy simplemente un hijo ilegítimo. Uno de muchos. ¿Por qué me trago de vuelta una decepción? ¿Por qué me importa si es o no un príncipe, un mozo de cuadra o un bastardo? Lo conozco apenas por un espacio de unas cuantas respiraciones. Sin embargo, por un momento, me hubiera gustado estar comprometida con él. —¿Así que, he de casarme con tu hermano? —Va a casarse con mi padre —dice, volviendo mi decepción en desesperación—. Parece absurdo, ¿no? Después de todo, soy mayor que tú.

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—Tengo quince años —le digo, enderezando mi espalda mi orgullo hecho jirones es lo único que me sostiene ahora. —Entonces somos de la misma época. Pero eres demasiado bonita para ser mi madrastra. Habla con audacia insolente. En mi lugar, Lysandra lo habría golpeado por ello. Solo velo mi cara la modestia impotente cuando sus palabras resuenan en mi mente. ¿Piensa que soy bonita? He visto mi reflejo en los espejos pulidos y estaba preocupada por toda la longitud de mi nariz. ¿Acaso no ve los defectos? La potranca negra da un resoplido impaciente luego da un codazo en el hombro de Cassander. —Tu regalo, princesa Arsinoë —dice, sosteniendo las riendas para mí. Cuando tomo las correas de cuero de Cassander, nuestros dedos se rozan. Me pongo colorada. Para ocultarlo, presiono mi mejilla contra el largo cuello del caballo. Styx huele al aceite de oliva con el que se ha cepillado su pelaje para hacerla brillar. Relincha suavemente en agradecimiento por mi tacto. Entonces Cassander me halago un poco. —Parece como si hubieras hecho dos nuevos amigos ahora mismo. Busco a mi madre en la habitación de las mujeres. En cambio, me encuentro a Lysandra jugando un juego con uno de los esclavos. La bonita cabeza de Lysandra se dobla en la concentración mientras corre sus piedras ágata en todo el tablero de juego. Espero que no mire y se dé cuenta de mi. Casi me hago alrededor del pilar de loto con tapa antes de escuchar al cuervo de Lysandra decir—: ¡Ahí está! La nueva reina de Tracia. Debería salir corriendo antes de que se pueda burlar de mí. Debería correr a donde mi madre y exigirle conocer el significado de mi compromiso. Pero un chico se fijó en mí hoy. Puede sólo puede ser el hijo bastardo de un rey. Puede sólo puede ser un mozo de cuadra. Sin embargo, se fijó en mí y me dijo que yo era bonita. Así que encuentro el

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valor para cuadrar los hombros y enfrentarme a mi media hermana. — ¿Qué sabes de eso? —Sé que vas a casarte con un hombre muy viejo —dice Lysandra. —Pero mi esposo es un rey, ¿no es así? —Pregunto, fingiendo el orgullo que no siento. Ella se ríe cruelmente, dejando los dados caer de la mano antes de mover más piezas de ágata en el tablero. —Sólo el rey de Tracia. Mi marido un día será el rey de Macedonia. Entonces Lysandra va a casarse también. Debe estar por dentro sintiéndose miserable y asustada de mostrarlo. —¿Tendremos que salir de Egipto? —pregunto. A los quince años, soy demasiado mayor para llorar. Sin embargo, estoy cegada por las lágrimas repentinas. Mi casa está aquí en Alejandría, donde el río Nilo verde desemboca en el inmenso mar azul. Aquí, donde los jeroglíficos se desplazan hacia abajo por las paredes del templo. Aquí, donde el aroma de loto perfuma el aire y el mármol blanco de los edificios brillan bajo el sol. Aquí, donde una vez soñé que sería un faraón. —Prefiero ser reina de Egipto que de cualquier otro lugar. —Podrías —resoplo Lysandra—. Y no me importa si lo haces. Vas a ser la yegua de un viejo. Llámate a ti misma reina de bárbaros aquí o en Tracia. Estoy volviendo a Macedonia, donde nuestros antepasados gobernaron. El lugar desde el que Alejandro Magno conquistó el mundo. Me doy cuenta de que nunca veré a Lysandra nuevo. Debería hacer que me alegre. En cambio, obliga a que las lágrimas se derramen sobre mis mejillas. Ahora nunca habrá alguna posibilidad de que seamos hermanas. Sólo los rivales, como mi madre dijo. O extrañas. Mi madre entra en la sala usando vestimenta egipcia ligera, la mejor ropa hecha en cualquier parte. Ve las lágrimas en mis ojos y demanda — ¿Qué le estás haciendo a mi hija ahora, Lysandra? —Sólo le dije acerca de nuestros esponsales —responde Lysandra con una expresión de inocencia.

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Mi madre la mira fijamente —Corre el tiempo. La reina Eurídice está buscándote. Es una mentira y todos lo sabemos. La madre de Lysandra y la mía están bloqueadas en el combate por el favor del rey. Nunca podría una confiar en la otra para llevar cualquier mensaje. Sin embargo, Lysandra lanza casualmente sus piezas del juego en el suelo para que los esclavos la limpien. Entonces nos abandona. —¿Tú sabías de mi compromiso? —Le pregunto a mi madre—. ¿Sabías que iba a casarme con un viejo? —Por supuesto que lo sabía —responde mi madre, sonriendo con orgullo—. Vas a casarte con Lysimachus, rey de Tracia. Era uno de los guardaespaldas de Alejandro. Uno de sus sucesores. Lo que significa que es lo suficientemente mayor para ser mi padre, varias veces. —Es un extraño. Mi madre se sopla con una pluma de avestruz. —Fue el mejor negocio que podría hacer para ti. Egipto necesita de Tracia para un aliado. Tu padre te necesita para asegurar su alianza. Esta es una oportunidad y un honor, Arsinoë. —¡No es tan buen honor como mi padre muestra a Lysandra! Mi madre llega a acariciar mi cabello. —¿Es eso lo que piensas? el novio de Lysandra es el segundo hijo de un rey. Lysandra seguirá siendo una princesa mientras te conviertes en una reina. Alégrate de que tu esposo es un hombre viejo. He dispuesto que serás su esposa jefe. También serás más joven que cualquiera de las otras mujeres del harén de tu marido, ninguna de ellas será capaz de robar su amor lejos de ti antes de que muera. Estas cosas no quiero pensarlas. La intriga en la corte. Las mentiras y manipulaciones. Las mujeres haciendo de todo para ganarse el favor. Una aumento en la fortuna, la otra se hunde en el olvido. ¿Cómo les va en ese nido de víboras? —Pero mamá, cuando el rey de Tracia muera, voy a ser una viuda. Voy a estar sola en un lugar extraño. Mi madre suspira como si yo fuera una chica muy estúpida. —Vas a ser rica y la madre de los hijos con derecho al trono de Tracia, Macedonia y

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Egipto, además. Cuando tu marido muera, no tendrás a nadie que te dominará. Y puedes eliminar a tus rivales. Ese es el mejor regalo que puedo darte, Arsinoë. —¡Pero yo no quiero rivales! —Lloro. —No quiero ni un marido. Quiero vivir en Egipto, para siempre. —Entonces no deberías haber nacido una princesa real —mi madre se rompe. —Este es el destino de las mujeres reales. Ser negociadas por los hombres en el poder. O nos volvemos hetairas como Thais y nos comerciamos lejos. De una forma u otra, la vida es un negocio. —Tú no eres una yegua, ¿verdad? —pregunto a Styx, acariciando su cruz, mientras caminamos juntas. La potranca está ansiosa por salir lejos de los establos. En el momento en que el sol caliente de Egipto brilla sobre sus brillantes flancos, trota, sacudiendo su melena como acicalándose para los otros caballos. Sabe que es especial, que está apenas domada y su salvajismo me llama. Sin esperar a los guardias o los mozos que supervisan los establos, o incluso a los eunucos que me acompañan, salte sobre su espalda. Una vez que lo había hecho sin previo aviso, no estoy sorprendida cuando ella se encabrita. Para permanecer en ella, aprieto los costados con mis muslos. Soy imprudente. Dejo que me tire, me pisotee. No me importa. Siempre que tenga este momento. Styx relincha, pateando en el aire. Entonces, mientras que los mozos y los guardias de palacio y eunucos se alertan por el grito, ella está fuera como una flecha disparada con un arco. Me aferro a la espalda, cada músculo esforzándose para que me acepte. Detrás de nosotros, he oído los cascos traqueteando contra el camino de piedra como jinetes que nos persiguen. Pero yo no quiero ser salvada. Ella galopaba por los jardines. Había un pequeño muro que daba al océano y lo lograría. Era su escape. Nuestro escape. Agarrando la negra melena con mis manos, la sostengo apretada, inclinándome hacia

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adelante para incentivar a Styx a saltar el muro. Era como el viento bajo mis pies, un poder que surge de arriba hacia abajo. Aterrizamos duro, pero no caímos. Cabalgamos. Pasamos de la tierra arcillosa hacia la arena, pero Styx nunca perdió el equilibrio. Tenía la esperanza de que fuera a medio galope hacia el océano, incluso si ambas nos ahogábamos. Pero en el último momento, se aparto de las olas, galopando abajo hacia la costa. Cabalgamos pasando por el agora, donde los mercaderes hacían sus negocios. Cabalgamos pasando los últimos albañiles tensos y sudados bajo el sol por construir nuestra biblioteca. Montamos por la Puerta de la Luna. Con lagrimas por el viento y la cinta de mi cabello, volamos libres juntos. Sediento por nuestro largo paseo, Styx hundió su hocico en las aguas del Lago Mareotis. Bebió durante un largo rato mientras miraba a los pescadores en sus planas barcas con largos palos empujaban su camino a través de los pantanosos juncos. El sol está bajo y rojo en el cielo del desierto, cuando escucho que alguien me llama. Styx está comiendo el césped, pero sus orejas se levantan en señal de alarma. Creo que es uno de los guardias que mi padre envió para buscarme. En su lugar, veo las sandalias doradas de Cassander. —¿Cómo me has encontrado? —Pregunte. —Busqué a Styx, —dice caminando a través de la maleza. —Ella tiene un gusto por las hierbas altas, por lo que pensé que podría llevarte hasta el lago. Recogiendo la hierba salvaje, no digo nada, y Cassander lo toma como una invitación para sentarse a mi lado. —No quiero casarme con tu padre, —deje escapar. —No quiero ir a Tracia. Cassander asiente, tomando un puñado de guijarros y haciendo revotar uno a través de la superficie del lago. —Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Saltar sobre una balsa de totora y ofrecerte como esposa a un pescador local?

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Su burla me ofendió en lo profundo. —Soy una princesa real. ¿Crees que voy a rebajarme? Cassander se encogió de hombros. —Sólo soy un chico bastardo, ¿qué sé yo del honor real? Lanzo otra piedra sobre el agua. Para su sorpresa, ésta quedo bajo un torrente de espuma blanca. Y un hipopótamo asomo el hocico del agua rugiéndole. —¡Zeus Todopoderoso! —grito Cassander, poniéndose en pie. El hipopótamo debe haberse escondido entre medio de las cañas sin que lo notáramos. Ahora tenía toda nuestra atención. Styx relincho con un miedo agudo. Soy la única que no se mueve, aunque sé lo verdaderamente peligroso que es un hipopótamo. Tiene sus negros ojos fijos en mi, y riachuelos de agua corriendo por su carne gris rosada. Abre su boca con otro rugido y muestra sus enormes dientes. Entonces se abalanzó sobre mí. —¡Corre! — exclamó Cassander. A medida que la gran criatura se acerca hacia mí, sólo cierro los ojos. Estoy demasiado aterrada para moverme, o demasiado resignada a mí destino. Tal vez no era un hipopótamo común, quizás la diosa egipcia Taweret vino a buscarme a Egipto por siempre. Espere el doloroso aplastamiento de las fauces del hipopótamo. En cambio, el férreo agarre de Cassander se cerró alrededor de mis muñecas y tiró de mis pies. —¡Dije, corre! Entonces corrimos. Cassander es fuerte y rápido. Con mi caballo, trepamos por el banco hacia la carretera, lejos del hipopótamo, que, a pesar de su grasa, probablemente podría sorprendernos si realmente lo intentaba. No hablamos hasta que estuvimos bien lejos, apoyados en la muralla de la ciudad, doblándonos por nuestros esfuerzos. Styx sigue en alerta por nuestra salvada por un pelo. Trota en círculos, con la cabeza alta, demostrando su indignación.

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Frote la marca en mis muñecas donde el agarre de Cassander me había dejado marcas. —Me salvaste. —¡Sólo por un pelo! —Sus ojos se nublaron con ira, con la cara roja por el esfuerzo, y empujando la respiración ha había sido robada de sus pulmones. —¿Por qué no corriste? También estoy luchando por respirar, y me quede sin aliento, —No lo sé. Me mira. —¿Quieres ser comida viva? Bajo los ojos al suelo. —No lo sé. —¿Qué está mal contigo? Tracia no es tan mala. Es una tierra de bárbaros, pero hay un palacio y todos los lujos que encuentras aquí. —Tú no me conoce bien, si piensas que lo único que me importa es el lujo. Cassander resoplo. —No te conozco en lo absoluto. Y no voy a llegar a conocerte mejor si te encuentras dentro de la panza de un hipopótamo. Llena de polvo y brillante por el sudor, me sorprende que quiera conocerme mejor. Por otra parte, dado su rango, soy muy consciente de que no debe estar tan familiarizado conmigo. Su forma sencilla me tienta a preguntarle cómo es su padre –que me hable del desconocido con el que estoy por casarme. Pero aunque mi esposo fuera un hombre cruel, ¿cómo podría Cassander hablar mal de su propio padre y rey? Sin embargo, este chico se ha convertido en mi héroe personal, así que confieso, —Tengo miedo. —No puedes saber lo que vendrá, Princesa. Ninguno de nosotros puede. El mundo se mueve de manera extraña. No podemos cambiar la forma en que nacemos, pero tenemos algo que decir sobre todo lo que viene después. Me caso antes que Lysandra. En algo, por fin llego primera. Antes de la boda, sacrifico todos mis juguetes de la niñez por Artemis. Es un adiós, de la diosa virgen que no puede protegerme más. Voy a pertenecer a Hera. Después, me lave en un baño perfumado de leche, miel y agua extraída de una fuente ritual y llevada en un jarrón especial.

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Los sirvientes me ungen con aceites, arreglan mi cabello y me cubren con velos. Mi hermano está vestido con una corona de espinas y frutos secos. Va a ser mi compañero en la boda y pasará el pan en la boda. —Te echaré de menos, Arsinoë, —dice Tolomeo, con la voz cargada de emoción. Me gustaría que pudiera venir conmigo a Tracia, pero es parte de los planes de mi madre. Cuando se convierta en la esposa principal del faraón, mi hermano se convertirá en el heredero al trono. Debe quedarse aquí y ser el rey de Egipto después de mi padre. Ahora me parece un pensamiento infantil el mantenerme por siempre aquí, o el convertirse en Faraón, y abrazo a mi hermano en despedida. La fiesta de la boda es un asunto estridente con los hombres y las mujeres que celebran juntos, a pesar de que comen por separado a cada lado de la sala. Al mismo tiempo, Lysandra se burla de mí, como si tuviera esperando hacerme llorar. Casi lo logra. O tal vez solo estoy molesta porque cuando miro a Cassander, no lo veo. Finalmente, mi padre me llama. Voy rápido, ya que puede ser la última vez que escuche al Faraón decir mi nombre. Me presenté con mi novio, Lysimachus, rey de Tracia. –Ante los aquí reunidos–entona mi padre —Te entrego a esta chica para que puedas engendrar hijos legítimos con ella. Atreviéndome a mirar a mi novio por debajo de los velos, veo un duro rostro con el ceño fruncido y mejillas ahuecadas. Este extraño va a ser mi marido. Mi rey. Tenía por lo menos unos sesenta años, su cabello se afinaba en la frente. Es viejo. Cometí el error de pensar que también era frágil. Me sorprende cuando me agarra fuertemente por las muñecas, excavando con los dedos donde Cassander lo había hecho el día anterior. Mi marido me sacude como a una cautiva, porque eso es lo que soy, y un grito de júbilo se eleva desde la multitud. Luego me llevan hacia la noche para ser presentada. Tracia no es Egipto. Mi marido no es el Faraón. La tierra que gobierna no tiene maravillas. No hay pirámides que se levantan de la arena,

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sorprendentes e inspiradoras. Los tracios son tribus feroces vestidas con pieles y habitan en las montañas, suben a las fortalezas de sus aldeas cada noche a pie firme. —Son bárbaros que deben ser obligados a vivir como hombres civilizados, —me dice mi marido durante los primeros días de nuestro matrimonio. Una de las pocas cosas que Lysimachus me dice en absoluto. Al igual que mi padre, me presta poca atención. Si hay alguien o algo que a mi marido le encanta, es su perro de caza. El perro siempre está cerca de las rodillas de su amo, mirándolo con adoración abierta, con ganas de divertirlo buscando palos o realizando trucos. Pero el perro odia a todos los demás. Te mueves muy cerca del rey, y el perro gruñe y ruge. Trata de acariciar al perro, y es posible que pierdas una mano en sus mandíbulas. El rey nunca lo regaña por eso. Por el contrario, creo que lo ama más por eso. Me dieron un banquete para darme la bienvenida como la nueva reina de Tracia. El anfitrión es el Príncipe Agathocles, un joven de no más de dieciocho años. Se parece a Cassander, pero con una boca estrecha y un porte arrogante. Me preocupa que se resienta conmigo al verme como un reemplazo de su madre muerta. Pero me da la bienvenida a Tracia con un brindis. Levanta una copa clamando —Por la Reina Arsinoë. Que dará consuelo a mi padre en estos años dorados de su vida. Los huéspedes no honran con completa alegría, pero veo que mi esposo, el rey, no está contento. No le gusta pensarse como un anciano, y entorna los ojos hacia su hijo como si el Príncipe Agathocles fuera un peligro para él y no el portador de su sangre y su legado. Sin embargo, el Príncipe me ofrece un lugar de honor, y estoy obligada a tomarlo. —Mi padre es un hombre difícil de complacer, —me dice el Príncipe Agathocles. —Estoy seguro de que te has dado cuenta de ello. Bajo mis ojos. No quiero hablar mal de su padre. Y con la mirada baja, veo a una chica joven debajo de la mesa alimentando a los perros de sus dedos. Cuando me quedo sin aliento, el Príncipe Agathocles se agacha y la toma en sus brazos. —¡Ahí estás, Bunny! Conoce a nuestra nueva madrastra.

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¡Seguramente las princesas no se arrastran debajo de las mesas para alimentar a los perros, incluso en la bárbara Tracia! Pero pronto aprendí que como es la favorita del rey, a esta chica se le permite. —Es la preferida de mi padre —anuncia Agathocles. —Mi padre la llama su pequeña conejita, así que todos lo hacemos. Bunny es una niña de doce años que me hace una reverencia. —Soy la princesa Eurydice. Un nombre desafortunado. Es el nombre de la rival de mi madre. Es un nombre que me hace pensar en Lysandra. Pero esta niña, con sus mejillas rosadas y la nariz respingona, nunca podría ser tan cruel. Le sonrío. Ella se pegó a mi lado, de un modo risueño y me doy cuenta de que ha tomado vino. Se supone que las niñas no beben. Alguien debería enviarla a la cama. Pero es mi fiesta y no quiero crear problemas. —Luego, te voy a mostrar el palacio, —dice Bunny. —Te voy a enseñar nuestros bailes y canciones. Nos quedaremos hasta tarde. —Debería retirarme temprano, —le digo, recordando el ejemplo de mi madre. —Por la mañana, voy a tejer con las mujeres en el harén. ¿Le complacerá eso a tu padre? —Deja el tejido para las viejas —dijo Bunny, quitándose las sandalias para poder unirse a las bailarinas. —Eres joven, como nosotras. Debes divertirte. Mientras observamos a su hermana a la distancia, el Principe Agathocles está de acuerdo. —No necesitas preocuparte por complacer demasiado a mi padre. Su última mujer era una bruja persa. La mayoría de sus concubinas son sobras del harén de Susa. No tendrás muchas rivales aquí. —Doy un vistazo hacia donde las mujeres del rey se reúnen. Me pregunto si una de esas mujeres es la madre de Cassander, pero tengo miedo de preguntar y recibir un insulto. La mayoría de las mujeres del harén son tan viejas como mi madre, algunas mucho más. No me miran con resentimiento, pero mi madre me decía que nos veían como enemigos mortales. Por una vez, me alegro de que no esté aquí. No quiero ver enemigos detrás de cada pilar.

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—¿Y qué hay de ti? —Pregunto al Principe Agathocles. —¿Tienes rivales? —Ninguno, —presume y luego se inclina cerca. —Y no tengo esposa, tampoco. ¿Por qué me habla de esto? ¿Quiere que interceda con su padre en su nombre? Luego me aturde, diciendo —Tal vez cuando mi padre deje este mundo terrenal, tú podrías ser mi esposa Arsinoë. Mi boca cae abierta y lucho contra el impulso de darle una bofetada y ver quien está escuchando. Sin duda, se trata de una broma. Un truco cruel con la intención de humillarme. El tipo de truco que Lysandra jugaba conmigo en Egipto. Elijo mis palabras cuidadosamente. Tengo un deber para con mi padre en el que pensar. Para con mi familia. Para con Egipto. —Estoy muy feliz de ser la esposa de su padre. Es una mentira descarada. Creo que el Príncipe Agathocles lo sabe porque sonríe. —Entonces mi padre eligió la novia más virtuosa del mundo. Verás, las otras chicas se resisten al verse obligadas a tocar su vieja y arrugada carne. Preferirían brazos jóvenes, como estos. —Levanta los brazos para que pueda verlos. —Otras chicas se estremecen al besar una boca llena de dientes amarillentos… —Has debido beber demasiado. —Lo interrumpo, el calor de la ofensa quema desde la punta de los dedos de mis pies hasta la punta de mis orejas. —Por la mañana, desearas no haber dicho estas cosas. Como un favor, voy a fingir que no lo hiciste. Endereza la espalda como si le hubiera dado una bofetada. Es un príncipe guapo, tal vez ninguna chica jamás se ha apartado de sus coqueteos. No me preocuparía por haberlo rechazado si no fuera tan imprudente... o si mi corazón no perteneciera ya a otra persona. —Mi reina, —dice Cassander con una florida reverencia, como si no estuviéramos en el palacio de mármol sino en un lugar de los establos cargados de paja. Una sonrisa tiro de las esquinas de mi boca cuando acaricio a Styx. Desde el primer momento en que llegué a Tracia que no he podido visitar a mi caballo... o a Cassander. Y ahora me siento tímida.

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—No la he visto desde la boda, Su Majestad, —dice cortésmente Cassander. Suspire. —¡No pensé que estuvieras ahí! —Por supuesto que estuve. —Pero no te vi... Sostiene un pedazo de fruta a Styx para que coma, Cassander parece absurdamente complacido. —¿Así que me estabas buscando? Mi lugar está en las sombras, a mi padre le gusta relegarme como a otros sirvientes de la corte. —Pero no eres un siervo, —le digo, ya que me parece una injusticia. Ciertamente a los hijos de las concubinas de mi padre nunca se los denigro. —Tú eres hijo del rey. —Pero no soy de la realeza —dice Cassander con una sonrisa triste. — Ese es mi hermano. —Lo he conocido. —¿Te gusta? —Pregunta. No. No me gusta el Principe Agathocles. Pero tengo miedo de decirlo. Ante mi silencio, Cassander inclina la cabeza. —¿Te maltrata? —Como cambiando de tema. —¿Por qué iba a hacerlo? —Porque puedes destruir todos sus sueños. Si mi padre tiene a un hijo, el Príncipe Agathocles ya no será el heredero indiscutible al trono —Me quedo tanto tiempo seria que Cassander levanta una ceja. —No me digas que no has soñado con tener hijos de mi padre. —Nunca he soñado con algo así —le digo. Esas eran las esperanzas de mi madre, no las mías. Siempre me alejé de esos pensamientos porque me temo que la ambición va de la mano con la crueldad. —¿No? —pregunta Cassander —¿Qué otra cosa hace soñar a una reina?

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En la noche de bodas, soñaba con Cassander. En el viaje a través del mar, soñaba con Cassander. He soñado con Cassander todas las noches desde que me rescató del hipopótamo. No le puedo decir esto. Estoy casada. Soy la esposa de su padre. Soy su reina. Aunque nada de eso fuera cierto, no sería lo suficientemente valiente para hablar en voz alta de mis sentimientos. Sin embargo, las palabras se alojan dolorosamente en mi garganta. Y no puedo decir nada en absoluto. —¿Tuviste hermanas en Egipto? —pregunta Bunny. Ella siempre está a mi lado ahora. Es una chica inteligente para su edad, rápida en los juegos y divertida, también. Creo que esto debe ser por eso que es la favorita de su padre. —Sí, tenía una hermana —le digo, recordando a Lysandra. —¿La extrañas? No sé cómo responder. Mi vida es más fácil ahora sin Lysandra burlándose de mí. Y, sin embargo, hay un vacío en mi vida donde mis esperanzas para Lysandra estaban antes. Quiero tan mal hacer nuevas esperanzas que llenarán ese espacio —¿Por qué lo preguntas? —Porque pareces tan sola —responde Bunny. —Si yo fuera la reina de Tracia, tendría un tiempo maravilloso. Me gustaría pedir a todos que hicieran mi voluntad. Me gustaría llevar joyas brillantes. Me gustaría visitar todas mis tierras—tú tienes tierras, ¿no? Asiento. Parte del acuerdo de compromiso es que siempre debo poseer las tierras que rodean la ciudad de Éfeso. Estoy deseando viajar a verlas, y no sólo porque voy a ver a Cassander en el establo antes de montar el caballo. —De todos modos —continúa Bunny. —Pensé que tal vez yo puedo ser tu hermana aquí—. Sus frenos en la nariz hacia arriba en deleite. —Sí, hermanas. Nos cuidamos unos a otros y guardamos secretos de los demás. Eso es lo que hacen las hermanas, ¿no es así?

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—Me gustaría eso —le digo, atreviéndome a esperar. —Tengo un secreto. Por supuesto, en realidad no es el mío. — ¿De quién, entonces? —Del Príncipe Agathocles de mi hermano. Teme que te ofendió en el banquete y que nunca le perdonarás. ¿El príncipe envió a su hermana pequeña a decirme esto? Desde el banquete, he pretendido que el príncipe Agathocles nunca dijo esas cosas imprudentes. Soy siempre amable cuando pasamos entre sí en los pasillos. Nunca hablé de él, yo no le dije al rey. Ni siquiera confío en Cassander — Estoy segura de que todo lo que el príncipe dijo esa noche lo dijo en broma. —Todo el mundo ama a mi hermano, ya sabes. Él no puede soportar la idea de que nadie le disgusta. Le duele como una espina en la pata de un león. No va a ser capaz de dormir hasta que se la arranque. ¿Vas a perdonarlo? Nunca en mi vida nadie ha pedido perdón por ofenderme. Ya en Egipto, me imaginé que un día Lysandra pediría perdón. Y que se le daría. Dado que nunca puede suceder ahora, quiero perdonar a Agathocles, en su lugar —Por supuesto. —Va a estar muy contento. Le diré que te reunirás con él en el jardín bajo el árbol de moreras —Bunny lanza sus brazos alrededor de mí y luego sale corriendo. Cuando nos encontramos debajo de la morera, el príncipe Agathocles es humilde, con la cabeza baja en deferencia. No sé por qué Bunny eligió el jardín. Hay poca privacidad. Un centenar de funcionarios y soldados pasan, pero por lo menos no pueden oír nuestras palabras, a menos que se esfuerzan por escuchar. —Me temo que he hecho tu primer día aquí en Tracia incómodo— el príncipe Agathocles está diciendo. —Nunca fue mi intención. Estaba borracho y ni siquiera puede recordar la mayor parte de lo que dije. Pero lo siento.

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—Yo te perdono —le digo, y me siento bastante maravillosa cuando las palabras salen. Él le da una sonrisa de agradecimiento —¿Quieres decirme, reina Arsinoë, qué es exactamente lo que dije? —Prefiero que lo olvides por completo. —Es sólo que me preocupa —se interrumpe, como avergonzado, pero sin manchas de rubor sus mejillas. —Me temo que usted rompa mi corazón. Giros algo en mi vientre. —Ya ves. Te amo. —continúa. Yo no lo creo. Me está tomando el pelo. Y no me gusta que la primera vez que escucho a un hombre decirme esto a mí, sea en broma. En Egipto, muchos niños profesaban su amor por Lysandra. Ella sabía cómo dar vuelta a la basura, para reírse de su adulación como si no fuera nada. Pero no sé qué hacer. Me siento como un pez en el anzuelo. Estoy jadeando como uno también. Al ver mi pánico, el príncipe Agathocles se apresura a añadir —Pero es un amor casto. Demasiado tarde. me tiene confundida. Sacudida. Levanto mi falda y me vuelvo a correr. El príncipe Agathocles me persigue, llamándome —¡Sólo quiero tu amistad, Arsinoë! Nada más. Como me persigue, dibujamos miradas de los jardineros que cortan las ramitas de romero. Los guardias en las puertas del palacio vuelven los ojos a nuestra manera. Estoy demasiado avergonzada para siquiera mirarlo cuando él se pone al día —Deja que me vaya, príncipe Agathocles. —Te he ofendido otra vez, —dice con un suspiro dramático. —He hecho cosas terribles aquí para ti, y todo cuando sé que tenías miedo de venir a Tracia. —¿Quién te dijo que tenía miedo? —Le pregunto, aún corriendo lejos de él.

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—Mi hermano bastardo —dice el príncipe Agathocles —Cassander habla muy bien de ti. La sola mención del nombre de Cassander me detiene en seco —¿Qqué quieres de mí? El príncipe Agathocles levanta una ceja —¿Por qué te importa? Me oigo tragar. Me sonrojo. El calor que barre sobre mí. Viendo mi cara, el príncipe Agathocles da un pequeño comienzo. Entonces algo se convierte en sus ojos —¿Estas interesada en Cassander? —Cuando no respondo, dice, —Él sabe cómo comportarse mejor que yo, sin duda. Me duele mentir, pero debo hacerlo. —No estoy interesada en él más que en cualquier chico. Es sólo que me salvó una vez, en Egipto. Le debo una deuda de gratitud. Después de una larga pausa, el príncipe dice —Arsinoë, he hecho un lío de cosas. Quiero dejárselo bien claro. Si encuentra a Cassander como buena compañía, voy a hacer arreglos para que él me acompañe en un viaje a sus tierras. Nunca he oído hablar de un mozo de cuadra como Cassander sirviendo como acompañante a una reina, ni siquiera si es de sangre real. Pero tal vez las cosas se hacen de manera diferente en Tracia. O tal vez no cuestiono porque estoy demasiado ansiosa por ver a Cassander de nuevo. Agathocles es bueno en su palabra. Él hace arreglos para que Cassander me acompañe en mis paseos. Todo lo que hay que hacer es esperar hasta que el rey está ocupado con los enviados y me destituya. Entonces soy libre para escapar del harén y visitar los establos. Cuando voy, Styx siempre está encantada de verme, su cola alta. Adornada con mi librea real, y el cabestro adornado con leones dorados se ajustan sobre su rostro, luciéndolo. Creo que Cassander se complace demasiado al verme, aunque es más difícil de decir. Un caballo puede mostrar falta de respeto a un rey o una reina, un siervo siempre debe comportarse como si estuviera honrado por la propia presencia real.

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Cassander realiza una buena elección para un paseo, sin embargo. Él conoce los caminos, los ríos y los puertos de montaña de Tracia. Señala las plantas que no conozco y me habla de las diferentes tribus tracias. Y aunque siempre nos montamos con un acompañamiento de los soldados del rey, a veces nos olvidamos de que están ahí. Ahora estoy contenta de que mi padre insistiera en que copiara la escritura de Platón porque Cassander los conoce también. Debatimos la naturaleza del alma. Platón piensa que un alma se compone de apetito, razón y espíritu. Estoy de acuerdo, diciendo que explica por qué las personas se debaten entre lo que quieren y lo que deben querer. Cassander se burla. Él dice que todo el mundo asume que su alma está gobernada por un espíritu ilustrado y el alma que todos los demás se rige por los deseos animales. Hablamos de Egipto, e incluso confieso mi sueño de que algún día me convertiría en faraón. Cassander no se ríe de mí y eso me agrada aún más. Cuando llegamos a una de mis propiedades, Styx rompe al galope sobre el campo. La dejé correr. Cassander da la persecución en su propio semental castaño. Los cascos de nuestros caballos chocan contra el suelo, incluso cuando mis latidos pesan dentro de mi propio pecho. Me siento mareada mientras cabalgamos y encantada cuando nos detenemos en un huerto. Cassander y yo arrancamos las manzanas de los árboles, y estamos sin aliento y riendo. —Ese es mi sonido favorito —dice Cassander, mordiendo un pedazo jugoso de la fruta. Escucho, pero sólo escucho el viento, el canto de un pájaro —¿Qué sonido? —Tu risa —responde. Me sonrojo con vehemencia. Con Cassander siempre estoy ruborizada. —¿És muy guapo no? —Pregunta Bunny una noche cuando termina enseñándome un baile de Tracia. —¿Hmm?

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—Cassander. Es un chico estable ahora, pero un día, pronto se unirá a la caballería de mi padre. Sera un buen guerrero, ¿no te parece? Y si pelea bien, el rey puede concederle tierras y una esposa. Una esposa. La idea de una chica en los brazos de Cassander es tan horrible que cierro los ojos. —Es mejor si se casa —Bunny parlotea, ajena a mi angustia. —Creo que aliviara sus dolores. — ¿Sus dolores? —Me pregunto, al instante alertada. —Seguramente te has dado cuenta de que Cassander está enfermo de amor. Él suspira en sueños. No come con el resto de los muchachos. Y cada vez que alguien le pregunta si hay una chica que le guste, balbucea y se queda mirando a sus pies. Mi respiración parece ponerse en mi garganta. —No lo sabía. —No hay probabilidades de mostrar ante la reina de su padre. Pero espero que la chica que ama sea adecuada. Como bastardo del rey, tiene que elegir sabiamente. Si se enamora de la chica equivocada... — ¿Qué? —Me pregunto, todavía sin aliento —¿Qué pasaría? Ella señala sobre la garganta con un dedo —Si la chica no es adecuada, va a perder la cabeza y Cassander será estrangulado. —¡Oh! —Coloco mi mano sobre mi boca. Es demasiado terrible de contemplar. Bunny continúa —Si está enamorado de la hija de un pastor, no representa una amenaza. Pero si se enamoró de una mujer de la nobleza... la gente podría pensar en la intención de hacer una jugada por el trono. Estos son los tipos de cosas que mi madre siempre trató de enseñarme. Mi madre quería que yo viera rivales. Para desentrañar la intriga judicial. Nunca quise pensar de esa manera. Nunca quise escucharlo antes y yo no quiero escuchar ahora, tampoco. Pero no puedo cerrar los oídos a la vez. No sé si tiene que ver con Cassander. —¿Sabes el nombre de la chica que ama? —Pregunto, tranquilizándome a mí misma que no puede saber lo que siento por él. Ciertamente, lo he mantenido oculto.

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—Creo que deberías preguntarle —responde Bunny —Entonces podrías advertirle si la chica no es adecuada. ¡Puedes salvar su vida! No tengo el coraje para preguntar a Cassander sobre la chica que ama. No voy a los establos ese día o al día siguiente. Evito la sala de fiesta también. Cuando veo a Cassander en el palacio, me dirijo hacia otro lado y desaparezco. Me gustaría que mi madre estuviera aquí. Me gustaría que hubiera una mujer de cualquier experiencia que podía recurrir. Incluso Lysandra. Si estuviera aquí ahora, me humillaría delante de ella y le pediría un consejo. Se necesita más de una semana antes de que sea lo suficientemente valiente como para enfrentarlo. —¡Su Majestad! —Cassander, dice, sonriendo al verme. —Styx te ha echado de menos. —Sólo he estado fuera un par de días —le digo, mis ojos se apartaron para que no pueda ver lo que le quiero. —Me pareció mucho más que eso —responde. Me aclaro la garganta —Me han dicho que estás mal. —Sólo un dolor de corazón —dice, sus palabras llenas de significado implícito. —No hay nada fatal. Me estremezco y mi coraje me abandona. Si le gusta otra chica, me va a destruir. Si me quiere, nos destruirá a los dos. Tengo que saber, pero el saber arruinara nuestra felicidad. Mejor que nunca pregunte nada, no admitir nada. Yo podría ser feliz con la amistad de Cassander. ¿Pero qué pasa si Bunny está en lo correcto y él ama a una muchacha que no es conveniente? —Cassander, estás allí, ¿hay alguien con quien te casarías? ¿Si pudieras? Su mirada cae a sus pies. Él está en silencio durante algún tiempo. Luego dice —Si... si pudiera. —¿Quién es ella? Mira hacia arriba, una sola vez. —Creo que ya sabes, Arsinoë.

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Arsinoë. Nunca se debe usar mi nombre así, sin un título. Lo hace porque me ama, creo. Nunca creí al Príncipe Agathocles cuando dijo que me amaba. Cassander no lo ha dicho, y sin embargo, lo creo. ¡Me ama! Había perdido la esperanza de que alguna vez volviera a ser amada por nadie. Ser amada por Cassander... El gozo trae lágrimas a mis ojos. Pero las lágrimas son por otras razones, también. Él no puede amarme. No me debe amar. Esto es una deshonra. También es peligroso. Cassander se equivocó cuando dijo que su corazón dolorido no era nada fatal. —¡Si el rey lo sabe nos mataría a los dos! —Lloro. Esta vez, la mirada de Cassander es constante —Todos tenemos que morir algún día. Es un tormento, pero debe mantenerse alejado. Cada momento de cada día, pienso en Cassander. Desde que me levanto hasta que me voy a dormir, me persigue en cada uno de mis pensamientos. Pero no voy a ir a él aunque estar sin él me hace miserable. Todo lo que quiero hacer es dormir, porque veo a Cassander en mis sueños. Es sólo cuando me despierto que me acuerdo, con un sobresalto de horror, que sería mejor para los dos si yo nunca lo volviera a ver. Me repito los hechos a mí misma, una y otra vez, como si se me ayudará a aceptarlos. Soy la Reina de Tracia. Estoy casada. Cassander es mi hijastro. Incluso si no lo fuera, es un bastardo. Es un mozo de cuadra. Amarlo es traer deshonor a la casa de Lysimachus, y avergonzar a mi padre y a Egipto, además. Una tarde, Bunny se mete en la cama a mi lado, susurrando —Tengo una nota de Cassander. —Que sorprendente —le digo, desesperada por ocultar mi corazón dolorido—. ¿Por qué un mozo de cuadra envía una nota a la reina? No es bueno. No puedo engañarla. Bunny ve a través de mí. Debe sentir la forma en que voy caliente por todas partes. A continuación frío. Luego caliente de nuevo. —Soy tu hermana aquí en Tracia. Voy a cuidar tus secretos.

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Toda mi vida he deseado una hermana. Lysandra y yo nunca encontramos la manera de volver a ser como antes entre nosotras cuando éramos pequeñas, pero Bunny es diferente. Nunca ha sido cruel conmigo. Me dice las historias y me enseña bailes y me hace reír. Mi corazón se llena cuando miro a los ojos grandes de Bunny y cuando agarra mi mano calurosamente entre las suyas, asiento en señal de rendición. —Toma la nota, y no voy a decirle a nadie —dice Bunny. Así que lo hago. Desplegando el pequeño pedazo de papiro, veo las palabras grabadas en letras de araña. ¿Por qué no quieres verme? He estado pensando en Platón. Nada me importa la razón. Nada me importa el noble honor. Mi alma se compone de apetito y si no le doy de comer, voy a morir. Te quiero. Nos vemos en algún lugar. En cualquier lugar. —C Esta nota es la cosa más hermosa que alguna vez alguien me ha escrito. También es traición. Quiero presionar este documento con mis labios. Quiero oler y captar la esencia de él. En cambio, lo tiro en el fuego. Suspiros de Bunny, tratando de atraparlo antes de que aterrice en las llamas. Pero es demasiado lenta y nos quedamos ambas viéndolo arder. —¿Quieres contestarle? —finalmente pide. —No. —Pero yo no lo puedo dejar en silencio. Pido un tintero y una hoja de papiro para escribir sobre ella. Bunny jura que va a entregar mi mensaje tan pronto como está escrito y sé que va a cumplir su palabra, pero me tomo mi tiempo, trabajando sobre cada palabra. Soy la Reina de Tracia. Estoy casada. Tú eres mi hijastro. Incluso si no lo fueras, eres un bastardo. Eres un mozo de cuadra. Amarte sería traer deshonor a la casa de Lysimachus y avergonzar a mi padre aparte. No voy a hacerlo. No voy a conocerte. El único favor que puedo derramar sobre ti

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es mi silencio. Por tu propio bien, imploro que quemes esta carta y nunca me escribas de nuevo. —La reina Arsinoë Escribiendo esas palabras, esas palabras horribles, se abre una herida abierta en mí. Duele. Se libera detrás de mis ojos, y me da dolores de cabeza que me mantienen en la cama durante días. Se me revuelve en mi estómago por lo que como muy poco, y cuando como, no puedo mantenerlo dentro. Cassander envía otra nota. Luego otra. Quemo todas. Estoy tan enferma, tan a menudo, que el rey cree que estoy embarazada. En un arranque de euforia, envía parteras para empujar en mi vientre. Ellos juran que tengo buenas caderas para el parto y que lo voy a hacer, un día tendría hijos que serán reyes. Al igual que mi madre, que piensa que es la mayor protección que una mujer puede tener. Incluso el príncipe Agathocles me trae una cesta de felicitación de la granada. —En caso de que no esté aquí para darte un regalo cuando estás con niños... —¿Por qué no estarías? —Le pregunto—. ¿A dónde vas? —A la guerra —dice el príncipe Agathocles firmemente—. Voy a llevar a la caballería en las montañas contra los miembros de la tribu. —Debes ganar un gran triunfo y regresar a casa a salvo —le digo. Lo digo en serio, también. Desde el día que el príncipe Agathocles se disculpó por su comportamiento, me ha tratado con respeto, como la mujer de su padre. Desde ese día, él y su hermana han sido mis amigos. Lo sentiría mucho si muriera en la guerra. Estoy realmente preocupada. Se da cuenta y trata de tranquilizarme. —Voy a tener a Cassander conmigo. Ese muchacho sabe los pasos de montaña como si fuera un miembro de la tribu nativa el sí mismo. Mi voz sale como un chillido angustiado. —¿Cassander va contigo a la guerra?

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—Él debe crecer en algún momento —responde el príncipe Agathocles—. Sabe cómo usar una lanza. Ahora debe servirse de ella para nuestro padre. ¡Por los dioses, Cassander podría morir en la batalla y nunca más lo volvería a ver! He sido tan tonta como para alejarme de él. Ahora me arrepiento de todos los momentos que hemos estado separados. Cuando el príncipe Agatocles se ha ido, estuve a punto de tropezar con la cesta de granadas en el suelo con las prisas. —¿A dónde vas? — Bunny pregunta. —Para los establos. —¡No! —Llora, agarrando mi brazo—. Alguien podría verte. —¿Qué importa? He visitado los establos un centenar de veces. —Esta vez no vas a ver a tu caballo —argumenta Bunny. —Vas a ver Cassander. Ella conoce mi corazón secreto. Lleva mensajes de Cassander. Llevó uno mio, también. Pero hasta ahora, me he comportado honorablemente. No he hecho nada vergonzoso. Eso está por cambiar. Aunque sé que es un error que Cassander me ama y yo lo amo, tengo que verlo. Me avergüenzo de mí misma pero no me detendré. —Tengo que verlo, Bunny. Antes de que vaya a la guerra. ¡Debo ir! Hace una pausa por un momento, mordiéndose el labio inferior de esa manera exagerada que tiene. —Los mozos de cuadra de los caballos tendemos a todas horas y podrían oírte hablar allí, pero nadie va al jardín por la noche. Es mejor que te reúnas con él debajo de la morera, cuando todo el mundo duerme. Es como si me hubiera dado permiso para hacer lo que más quiero hacer. —Sí —le digo, un cosquilleo de emoción en mi sangre. —Sin duda, tienes razón. Dile a Cassander que me encuentre bajo la luna y el árbol de la morera. Un criado me desviste a la cama. En el momento en que escucho sus pasos en la distancia, me salgo de mi habitación. En los pies descalzos, corro por las escaleras traseras. Todo lo que puedo pensar es Cassander.

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Para verlo de nuevo. Para escuchar su voz. Para ser calentada por su sonrisa tímida. Ni siquiera siento el suelo bajo mis pies. Es como si yo flotara por el jardín iluminado por la luna de la morera, donde veo su silueta en la oscuridad. —¿Arsinoë? — susurra. El sonido de su voz hace que mi corazón salta de alegría. —¡Sí! Cassander. Soy yo. —Viniste —dice, cogiendo mis manos. Dejé que las tome. Sus manos están calientes, los dedos ásperos por mi cuenta—. ¿Has venido a decir adiós? —Para desearte suerte —le digo a toda prisa, no queriendo darle motivo de preocupación. —Tengo la intención de convertirme en un gran guerrero—, dice. —¿Y luego? Sus ojos brillan. —Quién sabe... el mundo se vuelve de manera extraña. Estamos en silencio un momento, cogidos de la mano. —No tengo miedo de morir en la batalla—, susurra Cassander. —Solo tengo miedo de morir sin haberlo escuchado decir. Me sonrojo. Me quemo. Sé lo que quiere oír. No puedo negarlo más. — Te amo. Sonríe. Es una hermosa y deslumbrante sonrisa. —¿Vas a decirlo de nuevo? Creo que se ha convertido en mi nuevo sonido favorito. —Te amo, Cassander. Te amo. Nunca en mi vida ha sido tan fácil de decir. Y una vez que lo he dicho, estamos muy contentos. Estamos ahí, mirándonos el uno al otro con sonrisas tontas en nuestros rostros. Todavía estamos parados así, momentos más tarde, los soldados del rey irrumpieron en el jardín y nos detienen.

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Me llevaron ante el rey Lysimachus. Su perro loco toma mi lugar en el trono, ladrando como un loco. Sólo en mi bata, estoy totalmente avergonzada ante el tribunal. Me acusan de crímenes atroces. Y no puedo dejar de temblar por mi miedo y mi ira. Toda mi vida he sido la víctima de alguien. Intimidada por Lysandra en Egipto. Y ahora, traicionada, cruelmente, por la chica que se hacía llamar a mi hermana en Tracia. Nunca debería haberla llamado Bunny. Debería haber recordado que su verdadero nombre era Eurydice. Debería haberla visto como un rival. —Yo llevaba las notas para Cassander, —confiesa a su padre, con grandes lágrimas de cocodrilo en sus ojos. —Pero sólo porque me juró que era inocente. No sabía nada, padre. En el momento en que me di cuenta de que la reina quería traicionarlo, les dije a los guardias todo lo que sabía. El rey se vuelve con mirada fría para mí. —¿Cómo vas a defenderte, Arsinoë? Levantando la barbilla, le digo —No he hecho nada. El rey ruge. —¡Nada! Estás ante mí después de haber sido capturada en la noche con otro hombre y lo llamas nada? No un hombre, creo. Su hijo. Cassander es su hijo, lo recuerdo. Sin duda que eso tiene que contar para algo. —Sólo nos dábamos la mano a modo de despedida: —digo, escogiendo las palabras con cuidado. Si quiero que Cassander viva hasta el día siguiente, tengo que usar mi ingenio. —Nos dábamos la mano. Nada más. No esta noche. No siempre. —No se puede confiar en ella—, dice el príncipe Agathocles. —Es una chica inmoral. El rey Lysimachus chasquea los dedos, advirtiendo al príncipe. —Ella sigue siendo tu reina. —Era mi reina cuando profesaba amor por mí en tu banquete de bienvenida, —dice el príncipe Agathocles.

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Mi boca cae abierta de horror y mi estómago se retuerce bruscamente, como si hubiera recibido un golpe. —¿Y por qué es esta la primera vez que oigo sobre eso? —gruñe el rey Lysimachus. —Parecías tan feliz de traer a casa a tu nueva novia, —dice Agathocles. —Pensé que era joven e ingenua. No quería creer que era malvada. En Egipto nunca aprendí a defenderme. Espero que no sea demasiado tarde para aprender ahora. —Está mintiendo. —Oh, pero hay más—, dice el príncipe Agathocles. —A los pocos días, tu reina me preguntó si podíamos encontrarnos al pie del árbol de moras-sí, el mismo árbol en el que te traicionó esta noche. —¡Eso no es verdad! —Llore. —Pregúntale a Bunny, —dice Agathocles. —Pregúntale a sus guardias y jardineros si no me crees. Algunos de ellos fueron testigos. Tu reina profesó su amor por mí, y cuando la rechacé, corrió de mí con rabia. Después le dije que solo quería solamente ser su amigo. La sangre se dreno de mi rostro mientras me doy cuenta de cuan expertamente había sido maniobrada y manipulada por el Príncipe Agathocles. Los hijos del rey habían planearon todo desde el principio. Bunny se hacía llamar a mi hermana, pero es su hermana. Y ambos me quieren muerta. Caigo de rodillas ante el rey Lysimachus, alcanzando sus pies para rogar por su misericordia. Cuando lo hago, el horrible perro gruñe, embistiendo, luego hunde sus dientes en mi brazo. Me alejo, demasiado tarde. Los colmillos traspasaron la piel tierna de mi muñeca y estoy sangrando. Los cortesanos gritan de asombro, a pesar de que soy una reina cerca de la desgracia, están horrorizados por la visión de la sangre roja brillante que escurre hacia abajo la mano. Mi sangre me fascina, sin embargo. El color vibrante. El fuerte olor. Mi mente se concentra con perfecta claridad. Y sé lo que debo hacer. Debo atacar.

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—Tus ambiciones para tomar el trono de tu padre, no engañan a nadie —digo, señalando al Príncipe Agathocles con un dedo ensangrentado. —Llevas joyas caras para recordarle a todos sus Lores que estas por encima de ellos. Llevas la caballería del rey. Tomas la iniciativa de acoger en su sala de banquetes, dando la bienvenida a su novia diciendo que ella sólo está en condiciones de darle consuelo en sus años dorados. Has dicho esto para recordar a los lores la edad de tu padre y hacer que piensen que debes tomar su trono. Otro jadeo provino de la multitud. Mi acusación parece asustar al Príncipe, cuyos ojos se abren. Esta tan sorprendido que no puede detenerse a sí mismo de esconder inconscientemente sus dedos enjoyados a la espalda. —Ahora arrastras a tu pobre hermana en ello —sigo, mirando a Bunnyno, Princesa Eurydice, nunca volveré a olvidar su nombre. —Hiciste su mentira. Hiciste su plan. Todo en un esfuerzo por acabar conmigo antes de que te detenga de robar el trono de tu padre. Antes de que nadie pueda responder, volteo mi cabeza para hacer frente al rey. Mi cabello debe estar salvaje. Mi cara debe estar pálida. No puedo evitar que mi labio inferior tiemble. Pero me obligo a mirar a los ojos duros. —El Príncipe Agathocles urdió un plan en el momento en que llegamos a Tracia. Me vio y estaba celoso de ti. Pregúntate a ti mismo, ¿un hijo leal esperaría todo este tiempo para hablarte de una esposa infiel? Esperó hasta que me enviaste parteras. Esperó hasta el momento en que estaba más asustado de que yo pudiera darte un mejor hijo. El príncipe Agathocles grita una objeción, pero el rey levanta una mano para silenciarlo. Entonces el rey me mira y sus ojos rasgados astutamente. —Pero fuiste sorprendida esta noche en el jardín con Cassander. No soy culpable de lo que me acusan. Sin embargo, no soy inocente. No importa. Para salvar la vida de Cassander, no voy a decir nada. Voy a fingir nada. —Me atrajeron ahí por el Príncipe, —digo. —¿Niegas que has enviado mensajes a Cassander? —Escribí solo una vez. —Esa es en realidad la verdad. —Y no escribí nada vergonzoso. Eso lo juro por el Río Styx.

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Pase la noche bajo llave. Bajo vigilancia. La mordedura de perro aun gotea sangre y palpita de dolor. Sin embargo, eso es ahogado por el sonido de los latidos de mi corazón acelerado. Tengo miedo por mi vida. Tengo más miedo por Cassander. ¿Por qué no lo arrastraron ante el rey como a mí? ¿Qué han hecho con él y dónde está ahora? Me mezclo en el suelo de baldosas, de ida y vuelta, hasta que estoy tan cansada y sedienta que me hundo hasta las rodillas. Por la mañana, un criado me viste con mis mejores galas. La ropa cara de Egipto. Las perlas que eran un regalo en mi boda. La diadema de piedras preciosas para mi pelo. Sea cual sea el destino que me encuentre hoy, me reuniré con él en el atuendo real. Me llevan a la sala del trono, veo la corte montada. El rey no se fija en mí. Está vestido formalmente, de pie como lo hace cuando hace juicios. Yo soy el ser juzgado. Va a pronunciar mi culpabilidad o inocencia. Tengo tanto miedo que tengo que empujar con fuerza en el suelo para mantenerme en pie. El rey Lysimachus desenrolla un trozo de papel y comienza a leer. Yo soy la Reina de Tracia. Estoy casada. Tú eres mi hijastro. Incluso si no lo fueras, eres un bastardo. Eres un mozo de cuadra. Amarte sería traer deshonor a la casa de Lysimachus y avergonzar a mi padre y a Egipto, además. No voy a hacerlo. No voy a conocerte. El único favor que puedo derramar sobre ti es mi silencio. Por tu propio bien, imploro que quemes esta carta y nunca me escribas de nuevo. La reina Arsinoë. Es la carta que escribí a Cassander. Qué horrible oír mis palabras duras, que se habla con desprecio del rey. Esta carta me absuelve, pero condena a Cassander. Tendría que haber quemado esta carta. ¡Tendría que haberla quemado! Echo un vistazo a la princesa Eurydice, quien esta preguntándose qué truco es esto. Pero la chica que llama Bunny está vestida con un vestido sencillo hoy en día, y se ve tan sorprendida como yo. Desde su lugar al lado de su hermana, el Príncipe Agathocles bosteza, a continuación, encaja la boca cerrada.

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Mi marido, el rey, tarda mucho, suspiro tembloroso y luego dice: —Esta carta fue encontrada entre las pertenencias de Cassander. Es una prueba de la inocencia de Arsinoë. Prueba de su virtud. Respiro con alivio. Entonces el rey dijo: —Que la mancha del pecado caiga sobre Cassander. Confesó su intención de traicionarme seduciendo a mi reina. Mañana será condenado a muerte. Ahora me temo que voy a desmayarse. ¡No! ¿Cómo podría Cassander confesar una cosa así? Y, ¿por qué debería pagar por ello con su vida? —Pero-pero es tu hijo. ¡Cassander es tu hijo! —Mi bastardo —dice el rey, dejando que sus ojos caigan sobre el Príncipe Agathocles—. Y que la muerte de Cassander sirva de advertencia a todos mis hijos. La sentencia se había dictado, el tribunal sale con los archivos. El rey Lysimachus y yo estamos solos en el salón del trono, la quema de lámparas de aceite que lanzan sombras fantasmales en las paredes. —Ven, toma tu trono —dice el rey. Estoy temblando. No creo que pueda caminar. Pero le debo convencer, de alguna manera, a cambiar de opinión acerca de Cassander. Tentativamente me siento a su lado, sosteniendo mi muñeca herida en mi regazo. —¿Sabes por qué te perdoné, Arsinoë? —pregunta El rey Lysimachus. —La carta —le digo. —Eso fue sólo una excusa conveniente. Tal odio arde en mi vientre que me atrevo a preguntar: —Entonces, ¿por qué me perdonas? ¿Porque mi padre es el faraón de Egipto?

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—Esa es la razón principal —admite el rey. Él no quiere provocar una guerra con mi padre, así que no me va a matar. Es una ventaja que no voy a olvidar de nuevo—. Pero hay una razón más. —¿Cuál es? —Te perdoné, porque preocupas al Príncipe Agathocles —dice el rey alegremente—. Mientras tú seas mi esposa, el va a conspirar contra ti. Y mejor tú que yo. Es claro para mí ahora. Mi marido está feliz de haber arremetido contra lo que le pueda perjudicar. Él quiere que sea como su perro horrible. Le ruego. —Pero Cassander no es una amenaza para nadie. Por favor, ten misericordia. —Cassander me avergüenza —dice sin rodeos—. También confesó. Y debe morir. Me ahogo en mis sonidos de angustia. Dentro de mi cabeza, yo estoy gritando: ¡No, no, no! El rey inclina la cabeza. —Cassander no pidió por su vida. Sólo pidió verte antes de morir. Ese fue el precio de su confesión, y nos hizo nuestra oferta. Así que ve con él esta noche, porque muere al amanecer. Cassander es un prisionero en una pequeña habitación con barrotes que nos impiden huir juntos. No espero a ver si los guardias me miran. No me importa si esto podría ser una trampa para poner a prueba mi lealtad. No me importa nada más que volver a verlo. Se levantó de una plataforma en la esquina, Cassander siente encontrar las barras, con los ojos turbia por la emoción. Un guardia pone una lámpara de aceite encendida en el suelo cerca de mis pies y luego se retira al pasillo. Y estamos solos.

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—¿Por qué, Cassander? —pregunto, mi voz alta y chillona—. ¿Por qué te confiesas? —Para salvarte —dice con sencillez—. Le dije al rey que te amaba, pero que no tenías nada para mí sino desprecio. —Una mentira —digo en voz baja, las lágrimas fluyen libremente por mis mejillas—. Eso es mentira. Te amo. Te amo. Pone un dedo sobre sus labios para callarme. —Sabía que iban a encontrar tu carta, Arsinoë. —¿Por qué no la quemaste? —lloro, retorciéndome las manos. Los labios de Cassander se inclinan en una sonrisa. —Olía como si yo no sabía si alguna vez te volvería a ver, por lo que mantuve tu carta. Seguí las palabras, imaginándote a ti escribirla no podía quemarla... Fue lo único que alguna vez me diste. Oh, cómo que me duele. Le habría dado mucho más... —No tengo miedo —dice, llegando a través de los barrotes para enredar sus dedos con los míos—. He dicho que no tenemos otra opción sobre la forma en que nacemos, pero tenemos algo que decir sobre todo lo demás. Tengo algo que decir sobre la forma en que voy a morir. —¡Entonces quiero morir contigo! —lloro. Niega con la cabeza. —No, Arsinoë. Tienes que vivir. Tienes que vivir por los dos. No voy a creer nada de lo que dice ahora. Estoy llorando. Me estoy volviendo loca. —Acuérdate de tu sueño. El que serías Faraón de Egipto. Vive para eso… Debe saber que no puedo nunca regresar a Egipto. —Fue un sueño tonto de una niña tonta. El sacude las lágrimas de mis mejillas.

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—Cuando me muera, voy a volar mi último aliento para ti. Tómalo, y yo estaré contigo todos los días de tu vida. Seremos una persona, un alma. Donde quiera que vayas, voy a ir. Todo lo que ves, voy a ver. Cada vez que te rías, yo reiré. Cada vez que montes a Styx, sentiré el viento en mi cara. Tienes que sobrevivir, por encima de todo. —No —dije, sacudiendo la cabeza—. Él no puede matarte. No puede matar a su propio hijo. Esto no está sucediendo. —Puede —dice Cassander con calma—. Y lo hará. Es muy valiente, pero noto sus dedos temblorosos. Me agarro a él. Y me tira lo más cerca que puede, aunque el metal nos mantiene separados. Su aliento calienta mi cara y lo miro a sus ojos hermosos. Estos ojos, llenos de miedo. Lleno de amor. Amor por mí. Y me estoy rompiendo. Nos besamos. Era suave. Era dulce. Lo inhale profundo. Y cuando nos separamos, dijo: —Gracias por eso. Ahora, nada puede lastimarme. Tú ya estas respirando por mí, Arsinoë. Estoy ya medio quitado. Cuando el gallo cantó, salimos afuera a la cálida mañana primaveral. Donde una plataforma está siendo levantada para la ejecución. Se tarda más de lo que debería para el harem de mi marido, todos sus hijos y todos los nobles más importantes reunidos. Entonces esperamos en los florecientes arboles de almendras que derramaba rosados y blancos pétalos de flores abajo sobre nosotros. El rey Lysimachus es solemne. Esto es su culpa, creo. Hombres como él. Hombres como mi padre. Hombres que se casan con tantas esposas y hacían tantos hijos que debíamos competir por la atención, por poder y por sobrevivencia. Pero no es del todo su culpa. El príncipe Agathocles jugó su parte. Lo mismo hizo su hermana. Ahora, estos monstruos se sientan aquí para mirar el asesinato de su propio hermano. Los soldados conducen a Cassander a la plataforma de madera. Sus manos están atadas detrás de su espalda y siento las cuerdas cortar mis propias muñecas. Cuando el verdugo situó una cuerda anudada alrededor de su cuello, mi garganta dolió. Cassander no se mueve. Me mira fijamente, y mi corazón golpea contra mi caja torácica. Quiero correr

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hacia él, incluso si significa mi propia muerte. El dolor no puede ser peor que perderlo, dejarlos sumergir cuchillos en ambos. Pero los ojos de Cassander me suplican que viva por él, es una horrible elección. El rey asiente al verdugo y Cassander exhala su último aliento. La brisa primaveral llevada a mi camino y jadeó, llenando mis pulmones. La sostengo en mi interior mientras el verdugo retuerce la cuerda, sacando el aire de Cassander. Mi amado se comienza a estrangular. Mientras miro, aprieto mis manos en puños, deseando nada más que golpear al verdugo y hacerlo detenerse. Quiero salvar a Cassander. Desesperada porque viva. Entonces, mientras los labios de Cassander comienzan a volverse azules y sus ojos sobresalen en agonía, deseo nada más que muerte para él. Muerte. Muerte rápida. ¡Estar libre de ese dolor! Estar libre de este mundo y de sus traiciones. Entonces sé que estoy equivocada. Si Cassander vive dentro de mí ahora, él nunca morirá. Porque así como los veo asesinándolo, hago este voto solemne. Voy a vengarme. Voy a vengarme del Rey Lysimachus. Voy a vengarme del Príncipe Agathocles y su hermana. Voy a destruirlos a todos y cada uno de ellos. Voy a verlos sufrir. Desde este día en adelante, nadie, ni siquiera Lysandra, donde quiera que esté ahora, podrá incluso lastimarme, o a alguien que ame, sin pagar un precio. Y haré que ese precio sea alto. Mis enemigos pagarán con sangre. Ríos de sangre. Porque yo tengo el aliento de Cassander en mi interior. Porque lastimarme ahora, es lastimarlo a él también, y voy a defenderlo con la ferocidad de un hipopótamo. Hasta ahora, he sido sólo la princesa de corazón blando de Egipto, que no quiso escuchar las advertencias de su madre. He sido esa estúpida

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chica que no quiere ver a los rivales o aprender a jugar juegos políticos. Esa chica, esa princesa, murió con Cassander. Ella debe morir. El día de hoy he nacido de nuevo. Hoy he nacido en una verdadera reina… y una vengadora. Mis rivales aprenderán a temerme. Ellos temblaran al sonido de mi nombre. Y cuando los haya destruido, tomare esos sueños que tengo en la orilla del Nilo y los hare realidad. De alguna manera, los hare volverse realidad. Por Cassander, voy a volver a Egipto Voy a ser Faraón. Y vamos a vivir por siempre juntos.

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Nota del autor

B

asada en la vida de la reina Arsinoë, que nació en la dinastía ptolemaica greco-macedonio que gobernó Egipto, esta historia imagina una explicación para la mujer despiadada que se convertirá en uno de los grandes sobrevivientes de la historia. Excepto por Cassander, basé todos los personajes sobre personajes históricos conocidos. El Rey Lysimachus perderá el apoyo de su pueblo, en parte, por el asesinato de su hijo. Eso es lo que me dio el germen de mi idea para la historia. Le tomo a Arsinoë años, pero eventualmente destruyó la familia real de Tracia. Más tarde, regresó a Egipto, convertida en Reina y fue ungida Faraón por su propio derecho. Planeo guerras victoriosas. Ganó una medalla olímpica por aprovechamiento de caballos. Y fue deificada como una encarnación de la diosa Isis, quien los griegos creían que era la diosa de la primavera eterna. También fue una heroína ancestral de Cleopatra Selene, otra princesa Egipcia que es la estrella en mi serie premiada de fantasía histórica basada en la verdadera vida de la hija de Cleopatra. Lily del Nilo, la completa larga novela que se inició la serie está disponible en todas las librerías y tiendas e-book pero puedes empezar a leerlo ahora dándole vuelta a la página.

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Sobre el Autor

S

tephanie Dray escribe ficción histórica y fantasía. Usando el poder transformador de realismo mágico, ella ilumina las historias de las mujeres en la historia con el fin de inspirar a las jóvenes de hoy. Ella sigue fascinada por todas las cosas de Egipto y tiene– para consternacion de su nuevo devoto esposo-acumulador una casa llena de gatos y artefactos antiguos.

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Traducido, Corregido & Diseñado en… 48

http://dreambookside.foroactivo.mx/forum
Stephanie Dray - The Princess Of Egypt Must Die

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