4. The Hot Shot

421 Pages • 105,650 Words • PDF • 5.2 MB
Uploaded at 2021-09-24 17:39

This document was submitted by our user and they confirm that they have the consent to share it. Assuming that you are writer or own the copyright of this document, report to us by using this DMCA report button.


Esta traducción fue hecha sin fines de lucro. Es una traducción de fans para fans. Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprando su libro. También puedes apoyar al autor con una reseña, siguiéndolo en redes sociales y ayudándolo a promocionar su libro. Queda totalmente prohibida la comercialización del presente documento. ¡Disfruta la lectura! Te desea todo el staff

Traducido, Corregido y Revisado por Jessibel Agradecemos a RYbsten por el hermoso diseño.

Índice Sinopsis

Capítulo 19

Nota del Autor

Capítulo 20

Capítulo 1

Capítulo 21

Capítulo 2

Capítulo 22

Capítulo 3

Capítulo 23

Capítulo 4

Capítulo 24

Capítulo 5

Epílogo

Capítulo 6

Sobre el Autor

Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18

Nota del Autor La cronología de esta historia corre paralela a la de The Game Plan. No necesitas leer The Game Plan para comprender y disfrutar de The Hot Shot, pero quiero señalar que la historia de Dex y Fi, se desarrollan al mismo tiempo que la de Chess y Finn En este libro hago algunas referencias sobre la canción Can’t Hellp Falling In Love. Estas son: • • •

La original de Elvis Presley La portada de Ingrid Michaelson La portada de Lick the Tins

No tienes que escuchar estas canciones para disfrutar del libro. Pero ellas, definitivamente, establecen el ánimo, si te sientes inclinado.

Sinopsis Primero fuimos amigos. Luego, fuimos compañeros de cuarto. Ahora, quiero más... ¿Qué puedo decir sobre Chess Copper? La mujer es capaz de traerme sobre mis rodillas. Sé esto en los cinco minutos, después de conseguir estar desnudo para ella. Nadie más estuvo más sorprendido que yo. La quisquillosa fotógrafa que mi equipo contrató para las fotos de nuestro calendario anual de caridad no era mi tipo usual. Ella defiende mi ofensa, es un desafío en cada turno. Pero cuando estoy con ella, todas las excusas y la oscuridad se van. Ella hace de la vida una diversión. Quiero conocer a Chess, estar cerca de ella. Lo que es una mala idea. Chess está buscando una relación. Nunca le he dado a una mujer algo más que una noche. Pero cuando el futuro deja a Chess sin hogar, doy un paso y ofrezco el mío. Somos compañeros de cuarto ahora. Amigos sin beneficios. Pero está siendo más difícil mantener nuestras manos lejos de cada uno. Y entre más tiempo pasa viviendo juntos, más me doy cuenta de que ella se está convirtiendo en mi todo. El truco es... Ahora que la he hecho creer, soy una mala apuesta, ¿cómo la convenzo de darle a este jugador una buena oportunidad por siempre?

1 Traducido por Jessibel

Chess Cuando la promesa de pasar horas en presencia de hombres en forma, famosos, desnudos y calientes, no logra entusiasmarme, es hora de reconocer que he alcanzado un nuevo nivel de apatía. El año pasado había estado en una situación similar —cerca de todos los hombres desnudos, tan calientes como para ser inmortalizados en una película—, y prácticamente podría haber saltando de mi piel con anticipación. Al igual que mi amigo James está en este momento. —Creo que vas a tener que darme un sermón del tipo “perra, sé genial” —dice James, mientras exhala lentamente un bucle de humo en el aire. Está acurrucado en un sofá de ratán en el lado opuesto de mi balcón, así no tengo la cara llena de humo de cigarrillo. No puedo evitar reír. —¿Y por qué es eso? James está resplandeciente en un traje verde lima completo, con una pajarita amarillo chillón. Él pone los ojos en blanco. —No seas tímida, Chess. No se ve bien en ti. Me interesa un poco saber cómo luce la timidez en mí, pero no lo consigo; Sé perfectamente bien por qué James se está volviendo loco. Es lindo, aunque lo odiaría si se lo dijera.

En cambio, me encojo de hombros y arrojo lejos una hoja de helecho muerto del cojín del asiento. —¿Estás realmente emocionado porque vamos a fotografiar a un grupo de jugadores de fútbol desnudos? —sacudo la cabeza, como si no tuviera ni idea—. Trabajamos con algunas de las personas más bellas del mundo. El cuerpo no es nada más que formas y sombras para mí en este punto. No es que esto le importe a James. En el momento en que le dije que estábamos haciendo una sesión de calendario para el equipo de la LNF de Nueva Orleans, que todos los mejores jugadores participarían no solo en una sesión de fotos, sino que estarán desnudos, James había entrado en modo de fanático histérico. Para él, eso generalmente significa fumar en cadena y hablar sin parar. En este punto, James está tan emocionado que no parece darse cuenta de que lo estoy guiando. Él resopla mientras toma otra calada, mirándome a través del humo. —Los desnudos los puedo manejar. Mierda, me mantuve en control muy bien cuando tuve que pegar pedrería en los pechos de Gianna, con sus pezones casi mirándome mientras trabajaba. —Eran pechos fantásticos —admito, recordando la impresionante modelo, y cómo James se había convertido en una remolacha roja, hasta las raíces de su pelo castaño rojizo. James se encarga de maquillar, peinar y, a veces, retocar a nuestras modelos. Es un profesional consumado, pero no es inmune. Algunos de nuestros modelos, sean mujeres u hombres, lo encienden. A diferencia de mí; He estado tan apática el año pasado, que estoy bastante segura de que un hombre podría agitar su miembro en mi cara durante una sesión y no respondería. Dejando de lado el profesionalismo, no es exactamente algo bueno. En verdad, es un poco preocupante. Años de experiencias de citas y nada de compromiso me han dejado sintiéndome defectuosa y quebradiza. En el lado positivo, tengo un trabajo que amo y un condominio loft en mi ciudad favorita,

Nueva Orleans. Mi vida es satisfactoria y, francamente, va evolucionando. Sin embargo, parece que no puedo escapar de estos ataques de letargo. James, inconsciente de mi confusión interna, asiente como si recordara a Gianna, pero luego suspira. —Los senos no son nada en comparación con este tormento, Chess. Estamos hablando de jugadores de la LNF aquí. Mi equipo local —agrega con énfasis, y luego se abanica—. Jesús, en realidad podría sonrojarme, o tartamudear, o algo igualmente mortificante. —Ah, cierto. —Como si hubiera olvidado lo que es un gran fanático del fútbol como lo es James. Durante la temporada comienza a hablar sobre los récords del equipo, las oportunidades de las eliminatorias y quién arruinó qué juego, o quién es su completo héroe debido a una victoria, hasta que estoy lista para arrancarme el brazo solo para golpearlo con él—. La lucha es real, ¿eh? Algo en mi expresión claramente me delata porque su boca se cierra y me mira fijamente. —Perra. Entonces, me río a carcajadas. —Estarás bien, James. Sólo es una semana de jugadores de fútbol desnudos desfilando frente a ti y luego todo será un débil recuerdo. —¿Quién dice que quiero que sea un recuerdo? —arruga la nariz—. Voy a disfrutar de esto. Y tú también deberías hacerlo. No quería hacer esta sesión. James y yo estamos sobrecargados de trabajo en este momento, y estoy sintiendo la sorda presión reveladora detrás de mis ojos, lo que significa que la aglomeración de migrañas se dirigen hacia mí. No debería quejarme. El éxito ha caído en mi regazo estos últimos años. Fui estudiante de diseño. Cyn, mi compañera de cuarto de la universidad, que ahora vive en Nueva York, era estudiante de moda. Comencé a hacer fotos para su nueva colección, y a la gente le gustó nuestro trabajo. Las cosas despegaron desde allí, y no estoy mirando hacia atrás.

Si no estuviera agotada, podría estar de acuerdo con controlar a un grupo de chicos demasiado musculosos, demasiado crecidos, porque así es como se comportan los atletas masculinos con los que he trabajado antes. Pero ahora no quiero lidiar con nada de eso. Quiero meterme en la cama y dormir por una semana. Desafortunadamente, James, que también actúa como mi agente de reservas, insistió en que aceptara este trabajo. Fue por una buena causa, por la reconstrucción de viviendas para las víctimas de las inundaciones no solo en el área, sino también en los Estados Unidos. Y, dado que contaría con la presencia de los héroes del fútbol de nuestra ciudad, se garantizó que sería un gran éxito. —Además —había dicho por teléfono la semana pasada—, te quieren. Tu calendario de pescadores desnudos los impresionó. Estoy bastante segura de que el hecho de que las imágenes de los pescadores se volvieran virales fue lo que les impresionó. Pero me encontré diciendo que sí. Enviando todo a la mierda. —Es solo un trabajo, James —le digo ahora. Porque, honestamente, no quiero emocionarme con hombres que no puedo tener. Los jugadores de fútbol famosos definitivamente entran en esa categoría. Solo quiero ser una ciudadana común y honesta, con una mente inteligente y una lengua talentosa. Una linda sonrisa tampoco haría daño. ¿Es mucho pedir? —Bien —dice James arrastrando las palabras—.Y gelato es solo otra palabra para helado. Jadeo. —Usted calle su boca, señor. Un leve ruido golpea mi atención. James se tambalea como si hubiera sido pellizcado. —¡Santa mierda, están aquí! Él se queda allí, agitando las manos por un minuto, antes de pisar el cigarrillo y brindarme una mirada de pánico. Sonrío, aunque siento la tensión en mis mejillas. —Perra, sé genial.

—Ehh. Eso fue en realidad deprimentemente inútil. —Un pequeño puchero tira de su barba. —Si te hace sentir mejor, puedo aceitarlos. El horror indignado tiene sus ojos abiertos. —Quítame eso y te salpicaré el café durante una semana. —¡Eso es cruel! —Es una advertencia justa —dice con un resoplido. —Está bien, está bien. —Reí y luego me levanté—. Lo conseguiré. Si vas, es posible que nunca comencemos con todos tus halagos. —Ja. —Él pone los ojos en blanco, pero luego endereza su traje—. Voy a hacer un espresso. ¿Crees que beben café? —James es adicto. La ventaja de este ser es que él hace bebidas de café asesinas. Cada mañana, soy agraciada con un cremoso café con leche. Cada tarde, macchiato agridulces. —Honestamente no tengo idea. —Mi conocimiento de los gustos y disgustos de los jugadores de fútbol es nulo—. Tal vez deberías optar por agua, por ahora. —Chess, podemos hacerlo mejor que eso. —Saca una bandeja de embutidos de la nevera. —Jesús, es una sesión de fotos, no una fiesta. —Esos dos no necesariamente se excluyen mutuamente. —Si tú lo dices. —Lo dejo para que juegue con su bandeja. La escalera de mi loft es una vasta cámara de eco y, por lo tanto, antes de que esté a mitad de camino hacia la puerta, puedo escuchar a los chicos tan claro como el día. —Tal vez esté en el baño —dice una voz profunda y sarcástica. —Genial —dice otro—. ¿Tenemos que esperar por una cagada? Eso podría ser, al menos, media hora. Ralentizo mis pasos, luchando contra una carcajada, y escucho un largo suspiro de sufrimiento.

—Señor —dice un chico con acento sureño—, estos chicos se abren de par en par para un golpe. Es casi demasiado fácil. Estoy de acuerdo, pero casi salto de mi piel cuando alguien comienza a golpear la puerta con tanta fuerza que temo que pueda caerse de las bisagras. Realmente, eso es ir demasiado lejos. —¡Amigo! —grita un hombre furioso—. ¡Córtalo y abre! Alguien murmura acerca de tener algo de clase, pero ahora estoy molesta y camino hacia la puerta, lista para recordarle a mis impacientes invitados sus modales. Abro la puerta y encuentro a cuatro chicos enormes que me miran fijamente. Aparte de sus impresionantes tamaño, no podían ser más diferentes en apariencia. El hombre montaña está justo enfrente de mí, con su barba larga y tatuajes en los brazos, parece como si estuviera en la casa de los clubes que me gusta frecuentar. También parece estar completamente disgustado, lo que me hace pensar que él era quien había estado rogando a los demás que tuvieran algo de clase. Junto a él hay un chico guapo y delgado con una sonrisa divertida. Unos pequeños rizos se elevan alrededor de su cabeza como una corona de espinas. Sacude esa cabeza y le da una mirada seria al chico dorado a su lado. El chico de pelo dorado no se arrepiente en su alegría, sus ojos castaños brillantes resplandecen con malicia. Todos ellos son atractivos a su manera; Excelentes respecto a lo que vamos a hacer. Pero es el tipo detrás de ellos, el que se asoma en el fondo con una expresión amargada, quien me llama la atención y me hace detenerme. Este chico es el modelo de portada, ojos azules brillantes y piel bronceada. Tan hermoso, que hace que me duelan los dientes. Y me mira con su nariz perfecta como si mi presencia lo ofendiera. Su rostro, lo conozco bien. Desde anuncios televisivos hasta vallas publicitarias, lo he visto sonreírme, intentando venderme equipo deportivo, bebidas saludables e incluso hipotecas. Él es el mariscal de campo, el rey designado del equipo de fútbol, Finn

Mannus o "Manny", como lo llama la prensa. Un apodo extraño, ya que es tan malditamente bonito. Me atrapa mirando y frunce el ceño como para decir—: Sí, lo sé. Soy todo eso y una bolsa de papas fritas, pero ni siquiera pienses en comer algo; Tengo mejores cosas que hacer. Y yo también. Aparté la mirada y estudié a mis otros clientes. Todos me miran con varios niveles de expectativa o impaciencia. La dominancia y la testosterona irradian de ellos como la luz del sol. Si les doy una pulgada, se harán cargo de esta sesión. Probablemente ni siquiera se darían cuenta de que lo están haciendo; Claramente están acostumbrados a hacerse cargo. Me detengo firmemente y trato de recordar lo que habían estado diciendo. Ah, sí, estaban hablando de mierda. Encantador. Es hora de hacer valer algo de dominio propio.

Finn Hay una lección que aprendí temprano en la vida; A veces tienes que sufrir por tus pensamiento. Lo mejor es que te des por vencido y alejarte lo más rápido posible. Como futbolista, hay muchas situaciones que sufro: dolor físico, agotamiento mental, preguntas de la prensa que me aburren, dietas rigurosas, falta de tiempo personal. Mirándolo desde afuera, te preguntarías por qué diablos alguien querría ser un jugador de fútbol profesional. La respuesta: porque es el mejor maldito juego de la tierra, y soy muy bueno en ello. Pero hay días como hoy, cuando me piden —ordenado por el director de marketing de mi equipo— que pose para un calendario, cuando realmente cuestiono mi dedicación al fútbol. Me han dicho que esto es para una caridad, que es la única razón por la que acepté. Aun así, lo hago. Utilizo mi cara y mi nombre para promover causas que protegen a los niños, a los desfavorecidos, a los abusados. Es una de las mejores cosas de mi fama. Pero tener que posar como un machote para un calendario me hace sentir como un perfecto imbécil. Para colmo, estoy parado afuera de la puerta del fotógrafo con tres de mis compañeros de equipo, y él no responde. Golpeo la puerta de metal con el lado de mi puño, y el sonido hace eco en la amplia escalera. Este es técnicamente mi día libre. Podría haber estado durmiendo la siesta, sumergido en la bañera —no lo descartes sin haberlo intentado— o jugando Call of Duty en mi PlayStation. Por otra parte, si él no se presenta, nosotros no hacemos la sesión. No es de mi incumbencia. —¿Nos equivocamos de hora? —pregunto por encima de mi hombro. —No —dice Dex, mi centro—. De hecho, llegamos unos minutos tarde. Perfecto. Estamos sentados aquí sin más.

—Será mejor que el fotógrafo no tenga ningún tipo de enfado artístico. Dex se encoge de hombros y parece aburrido. —Tal vez esté en el retrete o algo así. Jake Ryder parece estar más interesado en hacer chistes. Jake grita de nuevo en la puerta, golpeándola con el puño. —¡Amigo! ¡Córtalo y abre! Si no estuviera tan distraído, me avergonzaría. Camino y miro las escaleras. No es demasiado tarde para escapar. Desafortunadamente, la puerta se abre de golpe. Una mujer se queda de pie mirando enojada y algo asustada. Es delgada y alta, tal vez cinco pies diez, lo que la hace seis pulgadas más baja que yo. Sus cejas son rectas, no es algo que normalmente notaría en una mujer, pero le da una expresión tan feroz, como si fuera una amazona lista para luchar, por lo que es difícil de ignorar. O tal vez es que está mirando como si estuviera decidiendo a cuál de los dos quiere desmembrar primero. Ella espeta su mirada oscura en mi como si escuchara mis pensamientos. Y juro que la siento hasta en mis bolas. Ella no es bonita. No, su cara estrecha y su nariz de puente alto son demasiado severas para ser bonita. Su pelo negro, largo y liso, tintado en las raíces y magenta en las puntas, le da una apariencia de chica gótica. Al igual que su camisa y vaqueros negros. Un tatuaje de flores de cornejo, hecho en líneas negras, corre a lo largo de su brazo izquierdo. En resumen, es el tipo de mujer que se ha mantenido al margen de mí durante toda mi vida post adolescente. Y también me he mantenido alejado de su tipo. Llámalo cliché, no me importa. Es solo una verdad simple; las mujeres que se parecen a ella nunca han tenido ningún interés en hombres como yo, y nunca le he echado una segunda mirada a su tipo. Aun así, mi sangre se acelera. Su intensa mirada tiene poder. Y el poder es algo que respeto.

Lo escucho en su voz ronca cuando finalmente habla. —¿Cortar qué? Dime. Esa es una voz sexual, del tipo que se envuelve alrededor de tu miembro y da un tirón. Absolutamente no necesito responder a una voz sexi en este momento. Sobre todo porque claramente nos considera nada más que un grupo de niños ingobernables. Hazte cargo. Controla la situación. Es lo que hago. Siempre. Doy un paso adelante, atrayendo su atención. —Estamos aquí para la sesión de fotos del calendario. Su labio superior se curva. —Bueno, ciertamente no creí que estuvieras aquí para la sesión fotográfica de grupo de la liga pequeña que he programado más tarde. Linda. Muy linda. Espera. ¿Qué? —¿Tú eres el fotógrafo? —el terror golpea mi estómago. Ella se burla con evidente molestia. —Vamos a dejar el cliché, ¿eh, niño bonito? El calor espinoso llena mi estómago. Me han llamado así toda mi vida adulta. Estoy acostumbrado y realmente no me importa cuando los chicos me molestan por mi apariencia. Pero me incomoda al oírlo venir de esta mujer, como si no fuera nada. Ryder ríe por lo bajo. —Ella tiene tu número, bomboncito. No, ella no. Ni siquiera un poco. Pero ella cree que lo hace, lo cual me fastidia. —Oye, nos dijeron que nuestro fotógrafo se llamaba Chester Copper. Discúlpame si asumí que era un hombre. Ella se estremece como si la hubiera golpeado, y se forma una pequeña arruga entre sus cejas. —Prefiero Chess. No tengo idea de cómo tu gerente de relaciones públicas obtuvo mi nombre completo. —Parece como si ella intentara averiguarlo.

No envidio al pobre inocente que dejó pasar su nombre completo. Pero me gusta que la esté conociendo también. Andar con rodeos es un juego limpio, cariño. —Probablemente porque hacen verificaciones de antecedentes para eliminar a los monstruos. Chess pone sus ojos en blanco mostrando aburrimiento. Ahora que estoy lo suficientemente cerca, puedo ver que son verdes, de color profundo, pero claros como el cristal. Creo que nunca he visto ojos con ese tono particular, y me dan ganas de seguir mirando. Ni siquiera tengo idea de por qué lo noto. Su apariencia no tiene nada que ver con cómo hará su trabajo. Y esa es la única razón por la que estoy aquí. Jake se agita a mi lado y frunce el ceño. —Chester Copper... Eso es algo así como Chester Copperpot de The Goonies —agrega Jake, mirando a todos nosotros—. ¿Recuerdas esa película? Nuestra fotógrafa pronuncia una adecuada maldición que me hace luchar con una sonrisa. —Sí, es una buena película —le dice Rolondo a Jake—. El pequeño hombre que protagonizó el papel principal, creció y protagonizó a Samwise Gamgee. Hombre, tiene sobre un tonto triste. Como si me lanzara por mi mismo a los fuegos del Monte Doom porque tengo que erigir a un hobbit. Dex, quien ha permanecido en silencio hasta ahora, sacude la cabeza con evidente disgusto. —Él estaba en una búsqueda para salvar a la Tierra Media de Sauron, cabeza hueca. —Nah —insiste Rolondo—. Quería tanto a Frodo. Mi sonrisa crece. Haz que estos tipos hablen de películas e irán por una tangente interminable. Algo que Jake también sabe. Él hace un ruido de molestia.

—¿Hola? ¿Podemos volver a The Goonies y Chester Copperpot? ¿Conoces a ese viejo amigo que encuentran encogido y aplastado por una roca? Chess se pone roja. —Sí, lo sé —gruñe—. Mis padres se reunieron en un proyecto de casa para ver la película. Esperaban un niño, y como mi abuela ya había bordado todas mis mantas de bebé... —se encoge de hombros como si estuviera aburrida, pero no pasa desapercibida la tensión en esos hombros delgados. Ella está enojada. —¿Y realmente te nombraron por un personaje de Goonies? — pregunta Dex, horrorizado. —Si. —Su voz es tensa y dolorida. Estoy dividido entre amar a sus padres y pensar que están locos. Por un lado, puedo darle grandes puntos por la originalidad. Por otro lado, ¿quién le hace eso a una chica? Rolondo murmura algo por lo bajo sobre la loca gente blanca, claramente no lo suficientemente bajo porque la señora Chester se gira bruscamente y camina hacia el estudio con esas largas piernas. Después de intercambiar miradas, seguimos nuestro camino. El loft ocupa la mitad del piso del edificio. Es un espacio enorme de ladrillos viejos expuestos, pisos de tablas desgastadas y ventanas de rejilla negra industrial. Hay una sala de estar con sofás de cuero marrón masivo y una de esas mesas de café que están hechas de un tronco de árbol retorcido. Una vieja mesa de comedor de granja se encuentra frente a una cocina gourmet. Me recuerda a mi lugar, y tengo una extraña sensación de regreso a casa. A algunos de los muchachos no les importan sus lugares siempre que haya una gran televisión y un buen sofá para reclinarse. Pero a mí sí. Nuestros hogares son nuestros refugios, y Dios sabe que casi nunca estamos allí, por lo que debemos tener un lugar para disfrutar. Chess se detiene en una gran mesa de pedestal cerca de una pared de librerías, llena de libros, chucherías y cámaras viejas. La

mesa contiene equipos de fútbol: almohadillas, balones, cascos de nuestro equipo, incluso algunas espinilleras y cinta adhesiva. Supongo que nos vestiremos, solo que no veo ningún uniforme. Mis entrañas se sacuden, cuando la parte posterior de mi cuello comienza a hormiguear de la forma en que lo hago cuando estoy a punto de ser despedido. Un hombre delgado con una barba espesa sale del baño. Lleva un sombrero de ala amarillo y un pantalón delgado verde lima con rayas marrones. Nada fuera de lugar en Nueva Orleans. De una forma extraña, me relaja un poco. —Soy James. Ayudante de Chess. Disculpa la demora. Estábamos en el balcón fumando. —Él sonríe, y su mirada se desliza sobre Jake de forma agradable y lenta. Y Jake frunce el ceño en evidente confusión, como si no estuviera seguro de si lo estaban revisando—. O lo estaba. Chess solo me hizo compañía. Chess recoge una cámara grande. —No necesitan una excusa para jugar por jugar, James. —Ella no mira hacia nosotros mientras revisa su equipo—. El vestuario está a la izquierda. Desvístete y James te aceitará. Todo el aire sale de la habitación y escucho un sonido distintivo en mis oídos. Mis chicos también se ponen rígidos, sus ojos se ensanchan en evidente conmoción. —¿Aceitado? —apenas puedo sacar las palabras de entre mis dientes apretados. Esto es sólo estupendo. El relacionista público no mencionó nada sobre desnudarse—. ¿Estás jodiendo con nosotros? Su expresión es suave como siempre. —Cuando jodo con alguien, él lo sabe, señor Mannus. Oh, apuesto que sí. No me sorprendería si dejara marcas de garras en las bolas de algún pobre tonto. Mis propias bolas se aprietan en simpatía. Jake, que nunca ha sido uno para la auto conservación, se ríe. —Amo a esta niña. Sus ojos verdes brillan bajo las severas cejas juiciosas.

—No soy una niña, Sr. Ryder. Soy una mujer. Rolondo hace un débil y simulado rugido de público, y Dex le da un codazo para callarlo. —Con un trabajo que hacer —agrega con tanto desdén que no puedo quedarme callado. —Déjame adivinar —digo arrastrando las palabras—. Estás obsesionada por finalmente encontrar a Willie El Tuerto. Jake se ahoga con una risa sofocada, y Dex pasa una mano por su barba, ocultando claramente una sonrisa. —Hombre —murmura Rolondo—. Te lo has ganado ahora. Estoy bastante seguro de que lo he hecho. Una pizca de advertencia se escurre por mi espina dorsal, pero estoy demasiado irritado para prestarle atención. ¿Hemos jugado y ahora espera que nos desnudemos como buenos niños? No lo creo. Chess camina lentamente por mi camino. He tenido entrenadores ofensivos que me miran con menos intensidad. Pero nunca me han acelerado el ritmo cardíaco. Es desconcertante, pero maldita sea si voy a dejar que se vea. Coloco mis manos en las caderas y espero la inevitable explosión. Ella se detiene delante de mí, lo suficientemente cerca como para que pueda percibir un leve olor a luz solar y tierra, como si hubiera estado sentada en un jardín, absorbiendo la luz. Nuestras miradas se cruzan. Espero que ella me ataque, y tal vez lo haga, sus labios se separan como si estuviera respirando. Pero ella no habla. Se queda allí, mirándome como si estuviera congelada en su lugar. Un extraño cambio flota a través de la habitación. No sé qué diablos está pasando. Mi enfoque se reduce a solo ella, nada más. El calor de su cuerpo irradia hacia el exterior y despeja el mío. Y es como si estuviera bajando una mano caliente por mis abdominales. La sensación es tan intensa, que mis bolas se levantan y mi miembro crece pesado y lleno. ¿Qué real mierda?

No me puedo mover. Toda mi capacidad intelectual ha ido al sur para recibir órdenes de mi miembro en ascenso. Y dije que mi miembro está insistiendo en que nos acerquemos. Él quiere una presentación formal. No, no, no. No está pasando. Respiro hondo y mi cerebro se revuelve aún más por su olor. Estoy en serios problemas aquí. Estoy casi agradecido cuando finalmente habla, pero su sensual voz no ayuda mucho. —Seamos claros, señor Mannus. Estás en mi casa ahora. Tenemos un trabajo que hacer. Haré mi parte y tú harás la tuya. — Sus oscuros ojos buscan los míos—. Haz todos los chistes que quieras. Ellos no te salvarán. No, sospecho que no lo harán. Como a una colisión inevitable con un defensor, sospecho que la Sra. Chess Copper me va a derribar y me hará sentirlo. El problemas de eso es que no estoy seguro de si odio la idea o algo así.

2 Traducido por Jessibel

Chess El trabajo fluye como siempre lo hace. Engañé al tímido y tranquilo hombre grande, llamado Dex, para que se relaje. Yo manejo al coqueto, Jake, hasta que él se establece. Y en el barco de los espectáculos queda Rolondo, simplemente fotografío todo lo que puedo mientras él posa tanto como puede. Es divertido, todo. Maeve, mi asistente de medio tiempo, aparece y me ayuda con la iluminación mientras James prepara a cada hombre. Y, sí, él está ruborizado y tartamudea desordenadamente todo el tiempo. Los chicos se lo toman con calma. Está claro que están acostumbrados a caminar desnudos, y ven su cuerpo como una máquina, en su mayor parte. Desnudarse no parece molestarlos en lo más mínimo. Los penes, sin embargo, siguen siendo un tema delicado. Sorprendentemente, el coqueto Jake Ryder está particularmente preocupado. —Mierda —murmura él, mientras deja caer su bata y un ligero rubor tiñe sus mejillas—. ¿Qué pasa si me pongo duro? Quiero decir, no estoy excitado ni nada. No es que no eres realmente linda... Mierda. No quise decir eso. —Él arrastra los pies, sus manos se mueven para cubrir su miembro antes de que se apartan como si él tampoco quisiera esconderse—. Solo digo que estoy desnudo y tú estarás mirando. Eso usualmente hace que tenga una reacción. El mero hecho de que él no está ocultando su miedo es admirable para mi. Mantengo mi expresión neutral y tomo una foto para comprobar la iluminación.

—Si él decide darnos un saludo, lo ignoraremos. Como lo hago cuando sea que pasa. —¿Ocurre a menudo? —pregunta, mientras su rostro se ilumina. —Estoy segura que no necesito decirte, señor Ryder, que esos penes pueden tener mente propia. —O falta de —admite con una pequeña sonrisa. Él se relaja y lo superamos. Pero todo el tiempo, hay un cosquilleo debajo de mi piel y un golpe molesto de mi corazón contra mis costillas. Porque, a diferencia de Jake, no estoy relajada. Ni un poco. Y yo sé quién tiene la culpa. El idiota. Mannus Podría fingir que no sé por qué me afecta cuando los demás no. Pero sería una mentira. Me siento atraída por él. Y es horroroso. Por lo general, necesito que me guste un hombre para sentir una chispa. Los idiotas que claramente piensan que son una caliente eminencia no reciben más que una simple mirada de mi parte. ¿Y por qué deberían hacerlo? Estoy cerca de hombres guapos todo el tiempo. La belleza física no es más que un paquete atractivo para mirar. Lo que está debajo de la superficie es mucho más interesante. El hecho de que Finn Mannus, quien me molesta muchísimo, haya estado haciendo cosquillas en mis pensamientos desde que lo he visto no es una experiencia bienvenida. El hecho de que se esté levantado a continuación y tener que verlo desnudo, mantener mi compostura y fotografiarlo, está jugando con mi cabeza. Mucho. Mis entrañas están tontamente revoloteando y agitándose. Mis dedos están fríos, pero mi piel está caliente. Estoy tan molesta conmigo misma, que quiero levantar mi mano y abofetear mi propia cara. A este ritmo, voy a necesitar que James me dé un sermón del tipo "perra, sé genial". Solo necesito pasar el día, y pronto todo será un recuerdo borroso. Tomaré un vaso de vino blanco frío, o tal vez un trago de vodka a esta velocidad, y me prepararé para mi cita con... Mierda, ¿cómo se llamaba el chico? Parpadeo, incapaz de recordar.

¿Adán? ¿Marvin? ¿Melvin? —¡Evan! —¿Qué? —Jake Ryder me mira confundido. Carraspeo y levanto mi cámara. —Nada. Continúa. El consejo también va para mí. No hay forma de que me distraiga un mariscal de campo. De ninguna manera.

Finn —Te ves... tenso. Me detengo a medio camino y le lanzo a Dex una mirada que haría que la mayoría de los chicos retrocedan. El chico simplemente se recuesta en su silla, cruza los brazos sobre el pecho y levanta una ceja. Debería estar contento de que esté tomando algún interés en hablar desde que he estado tratando de que se involucre más con el equipo. Porque Dex rara vez lo hace. Pero ahora no es el momento. Se siente como si unas hormigas se arrastran sobre el revestimiento de mi estómago. Y es todo lo que puedo hacer para no sacarlas. No he estado tan inestable desde mi último juego de campeonato universitario. Un juego que perdí para su equipo, muchas gracias. Así que no estoy de humor para jugar. —Has terminado con tu sesión —le digo a él—. ¿Eso no significa que puedes irte ahora? Su sonrisa es ligera y sabia. —Los conduje a todos aquí, ¿recuerdas? Lo hago ahora. Mierda. —E incluso si no lo hubiera hecho —continúa con suavidad—. No me gustaría perderme esto. —¿Perder qué? —pregunto, aunque sé muy bien qué. —Te estás desmoronando. Es fascinante. Te vuelves más rígido con cada vuelta que das por la habitación. Dejo que mis manos caigan a mis costados y ordeno que mis hombros se relajen. Mi cuerpo ignora la directiva. —Encuentra algo mejor que hacer. —No puedo. Este es un estudio básico —dice—. Ahora, conozco las señales cuando estás cerca de perder tu mierda en el campo. —Al igual que mi centrocampista, cuanto más sepa él sobre mi lenguaje corporal, mejor. Me digo esto, pero realmente quiero arrancar las piernas de debajo de su silla.

—Dexter, cuando esté a punto de perder mi mierda en el campo, te lo diré. No tengo ningún reparo en admitir cuándo necesito ayuda durante un juego. —Algunos mariscales prefieren tragar su bola izquierda antes que mostrar alguna debilidad. Pero somos un equipo allá afuera. Y creo en el trabajo en equipo, no en arruinarlo solo para salvarme. Dex inclina la cabeza y me inspecciona como si fuera una especie de insecto exótico que voló por la ventana. Mierda, no puedo pensar en insectos. Hace que mi atención vuelva a la incómoda picazón en mi estómago. —¿Y ahora? —pregunta—. ¿Vas a admitir lo que te está molestando en esta situación? —Las esquinas de sus ojos se arrugan—. Quiero decir, sé lo que es, pero ¿vas a admitirlo? Maldigo, me apoyo contra la pared de ladrillos expuestos del loft, y dejo que mi mirada vague por la sala de estar de Chester Copper. Chester Copper. A pesar de mi incomodidad, quiero sonreír. Dios, ella es un hueso duro de roer. Del tipo que te morderá la mano. Es algo caliente, entre un especie de triste enfado y perdición, de alguna manera. Supongo que estaría muy enojado si fuera una niña y mis padres me hubieran llamado Chester. Mi sonrisa se desvanece. Está claro que ella piensa que soy un idiota. Usualmente soy mejor con las mujeres encantadoras. Mi juego está apagado hoy. Pero esperaba a un viejo llamado Chester, alguien con quien podría haber hablado de fútbol y tal vez salirme con la mía y pedirle que tome algunas fotos rápidas antes de que yo huyera. No una mujer contundente con ojos verdes oscuros que parecen desollar mi piel y ver justo debajo de ella. Ella me había evaluado y descartado de un vistazo. Si bien estoy acostumbrado a ser juzgado por mi apariencia, generalmente no me encuentro ausente. No debería importarme. Y realmente no lo hago, excepto que ahora se supone que debo tirarme delante de ella y posar ante el brillo implacable de su lente fotográfico. El estudio está taponado por una pared de paneles macizos que se pueden mover para bloquear el espacio que desee. Miro fijamente

los paneles. Las austeras luces que está usando resplandecen en el techo, como una señal de mi inminente perdición. La música vibra en el loft, es un poco de techno con una mujer que canta con una voz sensual. Comenzó tan pronto como Jake puso en marcha su sesión. —¿Qué demonios es esa música? —murmuro. —Goldfrapp —dice Dex fácilmente—. Strict Machine para ser precisos. Una gran canción. Pero esperaba que Jake fuera por AC/DC o algo por el estilo. —Esto es música de baile. —Aprieto la parte de atrás de mi tenso cuello—. Ahora me estoy imaginando a Jake caminando en una pasarela. Dex sonríe. —No me des ese aspecto visual. —Si estoy obsesionado por eso, lo estoy compartiendo. —Encojo mis hombros—. Jesús, ¿por qué la música, de todos modos? —Tienes una opción. Lo que sea que te haga sentir cómodo. —Él se encoge de hombros otra vez—. Fue sorprendentemente fácil. —Siento que estoy a punto de ofrecerme como un trozo de carne. —Mariscal de campo Grado A, de primera calidad. —Esto viene de Rolondo, quien sale del baño, donde hemos estado. Ofreció el uso de las duchas para limpiarnos después de que nos aceitaran. Jesús. Él resopla con una risa. —Parece que estás a punto de vomitar. ¿Cuál es el problema, Manny? Mierda, has dado entrevistas en tu traje de cumpleaños muchas veces. Sí, lo he hecho. La desnudez no es el problema. —¿Es tu basura? —Rolondo esboza una sonrisa—. Te preocupa que no se acumule... —Te das cuenta de que he visto tu basura, Ro. Preocuparme por apilar no es un problema para mí. Su sonrisa solo se hace más grande.

—Así que has estado mirando. Dex sacude su cabeza hacia mí. —Te metiste en esa, amigo. Podría haber sonreído en cualquier otra ocasión. Ahora, solo les hago un gesto con mi mano. —Jueguen sus juegos de renos con alguien más, muchachos. —Mierda —dice Rolondo con un acento—. Debes estar sufriendo si no puedo irritarte. Desde el extremo más alejado del loft, escucho a la Sra. Copper decirle a Jake que hizo un gran trabajo. Lo que significa que James vendrá a buscarme en cualquier momento. Mi corazón comienza a latir con fuerza, y paso una mano fría sobre mi cara caliente. —Me siento incómodo con esto, ¿de acuerdo? —le digo a mis amigos—. Y realmente no me importa lo que dice eso de mí. El silencio me saluda. Dex y Rolondo lucen expresiones sombrías. —Amigo —dice finalmente Dex—. Si no quieres hacer esto, no lo hagas. No somos máquinas. Di que no. Echo un vistazo a la partición y cambio mi peso, mientras las ganas de girar y correr suben por la parte posterior de mis muslos. —El equipo estuvo de acuerdo, así que yo acepté. —Woodson no está participando —señala Rolondo—. La esposa plantó sus pies y fue firme. —Woodson es un pateador. Soy el mariscal de campo. Yo digo que no y la fanaticada estará decepcionada. Además, ya me he comprometido. Retroceder no estaría bien. Es demasiado tarde, de todos modos. James sale de detrás de la partición. —Señor Mannus —dice, todo negocios ahora—. Vamos a prepararte. —Genial —murmuro.

Lo sigo a la zona de cambio y él hace un gesto hacia una mesa cubierta con grumos de tela, que van desde el beige pálido hasta el marrón oscuro. —Si te hace sentir más cómodo, puedes usar uno de estos. Fruncí el ceño hacia los bultos. —¿Estos? James toma una tela marrón clara y me muestra. Para mi total y maldito horror, es una tanga. Un tanga de hombre. —Oh, demonios, no. —¿Por qué todos dicen eso exactamente? —Dos suposiciones. —Ni siquiera puedo imaginar la mierda que los muchachos enfrentarían o cualquier pobre jodido atrapado usando esa pesadilla. —Lo editaríamos —asegura, con los labios temblando. —¿Y crees que es por eso que estoy objetando? —miro furioso la tanga en su mano. Él tira la tanga de vuelta con las demás. —Para ser honesto, estoy contigo. He intentado uno. No sé cómo las mujeres lo soportan. La cosa se siente como la peor ropa interior del mundo. —Él mira las tangas y luego a mí—. Por otra parte, hace grandes cosas para un culo apretado. No sé si está coqueteando o no. Algo en sus ojos me dice que no se opondría si me ofreciera a modelar uno para él. No sería la primera vez que un chico intenta coquetear conmigo. Probablemente tampoco sea la última. Los atletas y el sexo van de la mano. —Mientras no sea mi culo en uno —le digo encogiendo mis hombros. Él me brinda una sonrisa irónica. —Bien, entonces. Hay batas o toallas que puedes usar después de desnudarte. Cuando estés listo, solo dirígete al espacio del estudio.

Se marcha para que me desvista. El silencio en el pequeño espacio presiona en mi. La risa de los chicos resuena, pero solo sirve para poner más distancia entre ellos y yo. Me quito la camisa y trato de sacudir la sensación de estar expuesto. Esto es una mierda. Rolondo tiene razón, nunca he tenido un problema con las personas que me ven desnudo. Estoy orgulloso de mi cuerpo. He trabajado duro para perfeccionarlo y funciona bien para mí. Pero en este momento, no le estoy pidiendo que realice una tarea. En este momento, se espera que lo ponga en exhibición. Hace un año, estaría bien con eso. Demonios, probablemente me habría acicalado como un idiota de la pasarela. La fama y la adulación pueden tragarse a una persona entera, hasta que es todo lo que piensas. Hasta que crees que es una tontería. Es curioso cómo la tragedia personal puede quitar el velo tan rápido que hará girar la cabeza. Ya no estoy ciego a la mierda, y, francamente, una parte de mí hubiera preferido mantener mi ignorancia. Porque ahora me siento vacío, y ese espacio perdido dentro de mí sigue creciendo. —Jesús —murmuro entre dientes—. Solo levántate y haz tu trabajo. Desabrocho el botón de mis vaqueros y me digo a mí mismo que nada de esto importa. Luego James aparece para engrasar mi piel. —Esto es para que la cámara pueda captar cada fibra de tu cuerpo. Realmente odio este día.

Chess Hay un viejo dicho que dice que la cámara nunca miente. Los fotógrafos saben que esto no es cierto. La cámara —y por extensión, una foto— lo hace todo el tiempo. La hacemos mentir a través de la manipulación. Lo que parece de una manera en la vida real puede aparecer completamente diferente en una foto. Luz y oscuridad, espacio y ángulos negativos, muchas cosas entran en juego. El concepto de belleza cambia con una cámara. Algunas personas ordinarias cobran vida detrás del lente. Hay algo sobre la forma en que la luz los ilumina, y de repente son absolutamente hermosos. Las líneas escarpadas y las ojeras pueden ser maravillosas. Y las caras absolutamente impresionantes pueden caer extrañamente planas. Mi trabajo es encontrar la historia en un rostro, en un cuerpo. Me acuerdo de esto cuando James lleva a un hosco Finn Mannus al estudio. Desde debajo de mis pestañas, veo a Mannus moverse. No hay duda de ello; El hombre está bien armado. Muy bien. Perfectamente proporcionado, características acentuadas: una nariz recta y con puentes altos, una línea de la mandíbula precisa y labios esculpidos. Esa boca. Es el tipo de boca que te hace pensar en besar. Besos perezosos, lánguidos, profundos. En un desesperado beso con lengua. Esa boca me molesta hasta el infierno; torciéndose como si estuviera a punto de sonreír, o a punto de decir algo sarcástico. Excepto ahora. En este momento, sus labios se aprietan con tanta fuerza que casi desaparecen. Él mira hacia mí, y nuestras miradas se cruzan. Es totalmente desconcertante la forma en que mi corazón martilla en

respuesta. Y no es bienvenido. Este chico es un idiota. Se supone que no debo quedarme sin aliento cuando lo miro a los malditos ojos. Puedo decirme que es porque Mannus tiene ojos hermosos. Los tiene. Ojos profundos, sorprendentemente celestes, rodeados de largas y oscuras pestañas. El color es tan intenso, que es casi mundano. Pero he visto lindos ojos antes. No, es otra cosa. Es sobre la forma en que se enfoca en una persona. El poder detrás de su mirada es inmenso. Dado que, cuando abre la boca, todo es burlón, engreído y de fácil encanto, su mirada directa y seria no parece encajar. Miro hacia otro lado primero. Es demasiado bonito para mi gusto. Me gusta los rostros peculiares con líneas extrañas. La brillante perfección no me interesa. Pero tendré que encontrar algo en la cara de Finn Mannus que cuente una historia. O tal vez simplemente me enfoque en su cuerpo. Lleva una toalla blanca por lo bajo de sus caderas, su piel está resbaladiza por el aceite para atrapar la luz, la mayor parte de ese impresionante cuerpo está en exhibición. Mannus no tiene el físico súper magro de un modelo. Él está construido en líneas audaces, duras. De alguna manera son ambos, cortado pero sólidas, definidas en lugares, con grandes trozos de masa muscular en otros. Con seis pies y cuatro, se eleva sobre James y yo, con los hombros lo suficientemente anchos para bloquear el sol. Sus pectorales se contraen como si quisieran mi atención. La tienen. A diferencia de la mayoría de los modelos con los que trabajo, él tiene un intrigante cabello sobre su pecho y abdominales. Después de ver tantos pechos lisos en mi profesión, se siente casi ilícito mirarlo, como si de alguna manera estuviera más desnudo. Mis manos pican por deslizarse sobre su torso para sentir sus texturas. Me doy una bofetada mental. Aquí se necesita la objetividad. Míralo como un arte, tal como lo harías con cualquier otro cliente, eres una mujerzuela.

Hay un tatuaje en su lado derecho. Pero él está frente a mí y el ángulo es incorrecto para verlo completamente. Su codo derecho está raspado y unos cuantos moretones le salpican el antebrazo. Él camina más lejos en la habitación con un andar rígido y vacilante. Tiene el ceño fruncido en su rostro, creo que se debe a que él no quiere estar aquí más que por el dolor. ¿Pero quién sabe? Volviendo al asunto, lo estudio directamente, y sus ojos se entornan en irritación. —El cabello está demasiado ordenado —le digo a James—. Puedo ver las marcas del peine en él. ¿Puedes arreglar eso, por favor? —El hombre atado al cabello puede arreglarlo él mismo —dice Mannus con fuerza. —Estoy segura de que puedes —le digo—. Sin embargo, James es el estilista, así que vamos a dejar que haga su trabajo. Mannus no aparta la vista de mí. —¿Te gusta reventar las pelotas en general, o solo las mías? —Ya que estás a punto de estar frente a mí, tenga cuidado, señor Mannus. La esquina de su boca se curva, pero la sonrisa no llega a sus ojos. Y, cuando habla, su voz es tensa. —Ya estamos pensando en ello, ¿cierto, señorita Copper? —No realmente. Hoy he tenido otros tres sesiones, por lo que mi mente está un poco saturada en este momento. La expresión de suficiencia cae de su rostro. A su lado, James se ríe. —Creo que ella acaba de decir que su mente está llena de bolas —le dice en un susurro a Mannus—. No es que la culpe. Preparémoslo y podrás darle otra vista completa, ¿eh? Mannus palidece. —¿Ya?

Parece sorprendido, lo cual es extraño, dado que no está usando nada más que una toalla. —Eh... Esa es la idea. —James hace un movimiento ante los ojos de color miel de Mannus, y el mariscal de campo se levanta como un caballo asustadizo. James se paraliza, mirándome con los ojos abiertos como diciendo qué demonios. Estoy pensando lo mismo. —¿Tenemos un problema, señor Mannus? Se estremece, su mirada se interpone entre James y yo, y su mandíbula se aprieta. La ira crece caliente en mi pecho. Y cuando él no responde, yo presiono más fuerte. —¿Tienes un problema con James tocándote? Tan pronto como lo digo, me arrepiento. Nunca lanzo a James debajo del autobús. Y es una estupidez de mi parte hacerlo ahora. Pero, maldita sea si este tipo no está jugando con mi cabeza. Mannus frunce el ceño tan fuerte, que sus cejas casi se tocan. —¿Qué? Mi masajista me toca todo el tiempo y él es un chico. ¿Por qué diablos debería importarme mientras él haga su trabajo? —él mira a James—. ¿Por qué me pregunta eso? James claramente lucha con una sonrisa. —Estoy pensando que es porque estás estremeciéndote como si estuvieras a punto de volar fuera de tu piel. Las mejillas de Mannus se enrojecen. —¿Qué? Luce tan genuinamente distraído y agitado, que hago una pausa y realmente lo estudio. Hay perlas de sudor en su cien, y su pulso golpea fuerte en la base de su fuerte garganta. Las manos cerradas están a su costado, sus nudillos son tan blancos como la toalla que sostiene con fuerza. Mi corazón se sacude con culpabilidad y entonces, rápidamente suaviza sus endurecidas paredes. El podría estar siendo un idiota

con ese comentario anterior sobre Willie El Tuerto, pero aún es mi cliente y no estoy haciendo mi trabajo bien si él está tan inquieto. Atrapo la mirada de James. —¿Puedes traerme un café? —no necesito uno, es nuestro acuerdo firmado por James para despejar lo que sea con lo que estamos tratando ante un cliente en pánico. —Por supuesto —dice él, tranquilamente—. ¿Desea algo, señor Mannus? Finn niega con la cabeza una vez. —No, gracias. —Dame una mano, ¿puedes, Mauve? —dice James. Maeve conoce el ejercicio también, y ellos se marchan en silencio. A solas con Finn, el espacio del estudio se vuelve anormalmente silencioso, y puedo escuchar las conversaciones que fluyen y se desvanecen en la cocina. Necesito relajar al cliente. Por lo general, puedo hacer esto sin ningún problema. Pero ese no ha sido el caso aquí. Finn Mannus es sorprendentemente difícil de leer. Bajo la cámara, me muevo al iPad que tiene mi configuración de música. Finn me mira con una expresión cautelosa. —Por favor, la música no. Lo perderé si esperas que vaya todo Zoolander. Suena cansado hasta la médula, y le sonrío levemente. —No espero de ti una pose Blue Steel1, no te preocupes. Y no hay ritmos rápidos, lo prometo. —Miro hacia la cocina y luego inclino la cabeza como si estuviera confesando un secreto—. Es solo que tengo dolor de cabeza. —Lo cual es cierto; Se ha estado construyendo todo el día y finalmente está aquí para joderme—. Tocar música baja y relajada ayuda a ahogar todo el ruido de fondo.

Blue Steel – nombre de una distintiva pose de modelaje que pertenece al ridículamente atractivo Derek Zoolander en la película Zoolander. 1

También es cierto. Pero espero que también relaje a Finn. Selecciono una canción lenta de Lana Del Rey. El conjunto duro de esos anchos hombros se relaja un toque, y él asiente brevemente. —La mitad de mi vida es combatir los dolores de cabeza. Tienes toda mi simpatía. Miro a Mannus, es fácil olvidar que es más que una cara bonita, que usa su cuerpo como herramienta, lo golpea y lo lleva hasta el límite para ganarse la vida. No podría manejar ese tipo de dolor. Pero él lo hace. Todos lo hacen. Es esa fuerza y vulnerabilidad que quiero capturar. Se gira más hacia mi camino. —¿Es malo? Tengo un poco de ibuprofeno en mi bolsa. Por supuesto que él lo hace. No sé cómo tratar con un Finn agradable. Pero lo intento. —Tomé algo antes de que entraras. Pero gracias. Él asiente de nuevo, todavía incómodo, pero concentrado en mí, al menos. —¿Deberíamos reprogramar esto? Demasiado esperanzador. Es como patear a un cachorro para que tenga que decir que no. así?

—Creo que sería mejor para los dos si superamos esto, ¿no es

Su profunda mirada azul se desliza sobre mi cara, todos los músculos de su cuerpo se ponen tan tensos, que sobresalen en perfecto y glorioso alivio. Luego suspira y su rígida postura se hunde en derrota. —Sí. Lo haría. Pero él no se mueve. —Puedes mantener la toalla puesta —le digo en el incómodo silencio—. Podemos hacer una foto del torso.

Eso llama su atención. Frunce su ceño, y soy tratada con un enfoque que es fuerte como el láser. Puedo ver a este chico liderar un equipo en el campo. Este chico es intimidante sin siquiera intentarlo. —No es eso —dice, ahora más profundo. Más en control. —Mira, sé que empezamos con mal pie, pero... —Odio las sesiones de fotos —interrumpe, el color inunda sus mejillas—. ¿Bien? No se por qué. Solamente lo hago. Sé que es parte de mi trabajo, pero nunca se vuelve más fácil. Hay algo en ello que me hace sentir... —sus hombros se levantan en un gesto de impotencia. Pero su mirada es desafiante, como si me desafiara a burlarme. Está bien, supongo que me gané eso. No he escondido muy bien mi desdén. Pero eso no es lo que estoy sintiendo ahora. —También odio que me tomen una foto —le digo con sinceridad. Levanta una ceja y yo levanto mi cámara con una leve sonrisa. —¿Por qué crees que estoy al otro lado de esta cosa? —¿Quieres cambiar de lugar? —pregunta con un pequeño meneo de cejas. No voy a encontrar eso lindo. De ninguna manera. Tengo que concentrarme. —Estoy bastante segura de que nadie me confundirá contigo. Una sonrisa lenta levanta la comisura de su boca y esos bonitos ojos se encienden. —Absolutamente no hay posibilidad de eso, Chester. Y ahí está el coqueteo que sabía que estaba acechando debajo de la superficie. Mi estómago se agita, y quiero patearme. Pasa su mano por la cara con tanta fuerza que puedo oír el rasguño de su palma sobre su rastrojo. —A la mierda. Vamos a hacer esto. —Excelente. ¿Quieres esperar a que James regrese? ¿O empezamos ahora?

Estoy apostando por lo último. Y él no me defrauda. —No, estoy bien. —Se aclara la garganta. Casi como si se estuviera moviendo a cámara lenta, su mano se dirige al nudo de la toalla y tira de ella. Y a pesar de que puse música, juro que es tan silencioso que escuché esa toalla caer al suelo. Jesús. Así, mi corazón late contra mis costillas apretadas, y quiero sentarme, encontrar mi aliento, porque ha huido. El calor se sumerge entre mis piernas y la parte posterior de mis muslos. Sé profesional. Eres una maldita pro-fesional. La voz en mi cabeza es minúscula y débil, ahogada por el ruido de mis oídos. Con la boca seca, me quedo mirando al hombre que tengo delante, nuestras miradas fijas, el silencio es tan denso que puedo saborearlo en mi lengua. Lo veo todo, completamente expuesto, vulnerable pero tan poderoso que no puedo pensar con claridad. Su piel es suave y dorada, pero tiene un matiz de rosa, como un hombre que ha estado bajo el sol por demasiado tiempo, o uno que podría estar sonrojándose. Es el tercer hombre desnudo que he visto hoy, y sin embargo, soy quien tiene ganas de sonrojarse ahora mismo, como si fuera el primer hombre desnudo que he visto. Hay mucho de él. Pecho esculpido, muslos fuertes, pantorrillas apretadas y pies elegantes; Lo tomo todo con una mirada. Pero no es ahí donde realmente quiero mirar. Incapaz de evitarlo, mi mirada se desliza hacia abajo. Me entrenaron para no mirar la entrepierna de un hombre mientras trabajo. Es grosero, deshumanizado, poco profesional. Y aquí estoy, mirando fijamente.

Mis mejillas arden, mi corazón late fuera de control. Agarro mi cámara más fuerte de lo necesario. Él es hermoso. Tiene un nido muy bien recortado de cabello castaño oscuro, su miembro cuelga grueso, largo y es de un oscuro rosa, sobre un par de bolas pesadas. Y eso es suficiente, señorita. No más bobadas. Respiro hondo, desvío la mirada de la vista ilícita antes de empezar a imaginar que su miembro se pone grueso, más duro, hinchándose de calor y deseo... Un escalofrío recorre mi piel y me encuentro con los ojos de Finn. La culpa me empapa, porque parece que no se ha dado cuenta de que he estado teniendo pensamientos pervertidos con él. Su expresión es intensa, pero dolorida. —Háblame. —Es casi un susurro, ronco y desesperado. Eso hace cosas a mi interior. Cosas que me derriten, duelen y son inconvenientes. Lo miro fijamente, siento mis extremidades inmóviles y pesadas, mi estómago se contrae con anticipación e indecisión. Necesita distracción, y no puedo pensar en nada para decir. Sus ojos se abren en una súplica. Trago duro. —¿Cuál es tu mejor momento en el fútbol? —pregunto. Es una pregunta estándar. Haz que el cliente hable sobre lo que ama. Pero realmente quiero escuchar su respuesta. Él toma una respiración, y su mirada muestra interés. —En el primer año de la escuela secundaria, formé parte del equipo universitario. Fue justo después de nuestra primera práctica. Tomo una foto. Pero él no parece darse cuenta de eso. No está mirando a la cámara, sino más allá, como si solo me viera a mí. —El entrenador nos hizo hacer carreras de escalera una y otra vez. Yo estaba agotado. Mis piernas se sentían como gelatina. Mis muslos ardían como el fuego del infierno. Sus muslos —esos hermosos musculosos y masivos muslos— se contraen como si recordaran ese dolor.

—Así que ahí estaba —continúa con una voz suave y melodiosa—, cojeando fuera del campo con mis compañeros de equipo, el sol estaba tan bajo que se alineaba en las copas de los árboles. Y simplemente me detuve en el borde del campo, escuchando a los chicos bromeando y riendo, y obtuve este sentimiento. —Hace una pausa y sonríe—. Eso fue todo, ¿sabes? En ese momento supe que el fútbol era a donde pertenecía. Simplemente encajó. Se para en la luz, con los pies bien abiertos, completamente desnudo. Él debe parecer ridículo. Pero él no lo hace. Parece un guerrero, un hombre completamente a gusto con su cuerpo. —Y aquí estás —jadeo antes de aclarar mi garganta—. Has alcanzado la posición más alta posible en el fútbol. Despliega una sonrisa lenta. —Sí, lo he hecho. El orgullo que llena su voz, la hace más fuerte. Pero también hay alegría. Lo siento reverberar en mi corazón. —Ese momento —le digo—. Es lo que quiero capturar. Parpadea, su cuerpo se contrae. Y luego él es, de alguna manera, más alto de pie. —¿Quieres la alegría? Tomo otra foto, sin romper el contacto visual con él. —Quiero que recuerdes esa alegría. Que brilles a través de ella. —Otra foto—. A pesar de lo que puedas pensar, eso es a lo que la gente responde. Ese hermoso cuerpo tuyo es una expresión de lo que haces, de quién eres. Cuando me mira, es con un ligero ardor. —¿Crees que mi cuerpo es hermoso, Chess? Mi corazón golpea contra mis costillas. Podría mentirle, lanzarle un gruñido, pero arruinaría este momento. No veré a Finn Mannus después de que termine este trabajo. Nunca seremos amigos. Y a pesar de mi atracción superficial hacia él, nunca seremos amantes. Pero ahora mismo, en este espacio, hay algo puro entre nosotros. Me

está permitiendo verlo como realmente es, sin pretensiones. No puedo esconderme frente a esa honestidad. Bajo mi cámara. —Sí, Finn —le digo—. Lo creo. Por un segundo, creo que él podría alcanzarme. Pero él simplemente respira, mientras sus fosas nasales se abren ligeramente. Sus ojos nunca dejan los míos. —Soy todo tuyo, señorita Copper. ¿Qué quieres que haga? Se me ocurren muchas formas de responder. Pero ahora estoy más tranquila. Está en mis manos, y no le fallaré. —¿Puedes llegar al suelo? —pregunto. Frunce el ceño. —La gente esperará una buena foto de tu pecho —le explico—. Tal vez puedes colocar una pelota de fútbol encima de tu... —Basura —ladea su cabeza y sonríe. Expresamente no me fijo a lo que menciona como "basura", pero asiento. —Entiendo que se supone que este es un calendario desnudo. Pero no quiero objetarte. —Ignoremos el hecho de que mentalmente te lo comiste con los ojos como una pervertida—. Tu cuerpo es tu instrumento. Si estás en una postura inesperada, haces que la gente te mire de una manera diferente. —Está bien, entonces. —Con la gracia de un atleta de clase mundial, se deja caer al suelo. Levanto mi cámara y miro a través del lente. —¿Puedes rodar sobre tu estómago y apoyarte en tus codos? Quiero echarle un vistazo a ese tatuaje. Los labios de Finn se contraen en una sonrisa mientras gira, plantando sus codos y antebrazos en el suelo. Sus bíceps se agrupan mientras él levanta fácilmente su torso hacia arriba. Maravilloso. Absolutamente precioso. ¿Y su culo? Se aprieta como si estuviera... Alejo el pensamiento.

El tatuaje que corre a lo largo de sus costillas es un contorno negro del estado de California con el puente Golden Gate en su interior. —Espera un segundo. —Bajo la cámara, corro, ajusto la iluminación y tomo una lectura. Por lo general, James haría esto, pero no quiero romper el hechizo llamándolo. Finn no se mueve, pero me mira por el rabillo del ojo. Incapaz de evitarlo, me agacho y con cuidado retengo un mechón de su cabello que está creando una mala sombra. El segundo que lo toco, sé que es un error. El aire entre nosotros cambia, es ligero. Un zumbido pulsa en mis huesos, y su expresión es de concentración, su atención nunca se desvía de la mía. En ese instante, lo conozco. Lo conozco. Siento que lo he conocido toda mi existencia, como si hubiera estado esperando que él regresara de donde sea que haya estado. Mis músculos se contraen con la necesidad de inclinarme, sentir su piel, descansar mi mejilla junto a la suya, hacer... algo. Veo ese conocimiento reflejado en su mirada azul, como si quisiera lo mismo. La sangre se precipita en mis oídos, mi corazón palpita como un tambor de advertencia. Pero luego parpadea, respira levemente, lo suficiente como para tomar un poco de aire. Y una pared cae entre nosotros. Necesito esa pared. Mi cabeza se aclara y finalmente puedo respirar también, como si me hubieran dejado salir de una trampa. Con una sonrisa que es forzada y falsa, me levanto. —Perfecto. Odio la grava en mi voz. Pero ninguno de nosotros lo reconoce. Él simplemente me da un tenso asentimiento. El peso de su atención presiona mi espalda mientras recupero mi cámara. Detrás del lente, Finn es a la vez más pequeño, pero más detallado. Me tomo mi tiempo para concentrarme, preparar la toma, darme a mí y a él la oportunidad de recuperarnos. No sé qué demonios acaba de pasar, pero no me gusta.

—Háblame sobre el tatuaje —le digo, tomando una foto. Su mirada se dirige a mi brazo. —Háblame sobre el tuyo. —Pensé que se vería bonito. —¿Es eso verdad? —Sí. —Sacudo la cabeza un poco—. Aburrido, pero cierto. Él resopla una risa. —Me gusta la verdad. —Fue lo más espontáneo que he hecho. —Me siento obligada a admitirlo en nombre de la verdad. La mayoría de las personas asumen que el cabello de color salvaje y los tatuajes significan que eres un niño salvaje o frívolo, cuando a veces es solo un simple acto de autoexpresión. El tatuaje había ocurrido en un día en el que me había sorprendido demasiado como para planear exactamente lo que quería con antelación. La expresión de Finn se vuelve pensativa, como si estuviera leyendo mi cara como un libro. El silencio se eleva entre nosotros y, por un momento, me pregunto si se negará a contarme sobre su tatuaje. Pero entonces él habla. —Fui a Stanford para la universidad. Antes de mi primer juego, conduje a San Francisco y caminé sobre el puente Golden Gate. Pensé en todo lo que quería lograr, todo lo que quería ser. Conseguí el tatuaje ese fin de semana. Tomo otra foto. —¿Y lo has logrado todo? Una luz secreta llega a sus ojos. —Casi. —Hmmm. ¿Qué hay sobre las rosas? —Tiene dos rosas rojas vibrantes en tinta en la parte superior e inferior del estado. Las esquinas de sus ojos se arrugan.

—Cuando gané mi primer y segundo Rose Bowl. —¡Qué orgullo en su apariencia! Lo capturo. —¿Y el diamante? —asiento con la cabeza hacia el diamante estilizado en la parte inferior de California. —Fue en el año de novato, el entrenador me dijo que era un diamante en bruto. Y si alguna vez llegaba a los profesionales, me consideraría pulido. —Sus labios se curvan—. Se agregó eso al día siguiente de mi reclutamiento. —Te encanta tu trabajo. —Sí, señora —dice con una mirada descarada. —¿Qué pasa por tu mente justo antes de una jugada? —pregunto, alejándome de golpe. —¿Quieres que te guíe por eso? —Parece más que dispuesto a decirme, pero también curioso, como si no pudiera entender si realmente quiero saberlo o simplemente lo estoy humillando. —No. Quiero que imagines el proceso. En silencio, Finn deja caer la cabeza y cierra los ojos. Y mi aliento se atasca. Porque él es impresionante. Estirado en el suelo, su intensidad debería disminuir, pero no lo hace. Su cuerpo permanece tenso, sus músculos casi tiemblan, como si estuvieran listos para entrar en acción. Pero su expresión es una historia diferente. Una mirada de paz cae sobre él, sus labios son suaves, casi separados, la línea limpia de su mandíbula y su frente se relaja. Él está completamente en casa dentro de su piel, dentro de su mente. Es como si estuviera presenciando a un hombre en la oración. Un verdadero creyente. Y me siento transformada junto con él. Pura y revitalizada en lugar de simplemente analizar las emociones. Otra vez ese sentimiento de conocimiento me golpea. Solo que esta vez no es aterrador, sino un bálsamo cálido que me hace consciente de mi propia piel, de cada respiración que aspiro y dejo salir.

Casi me olvido de tomar la foto. Pero cuando lo hago, sé que ésta será la portada. Una parte de mí se resiente de eso. Esa parte codiciosa de mí se siente como si este momento fuera privado, algo que Finn Mannus solo me ha permitido ver. Pero entonces me recuerdo a mí misma que es solo un trabajo. Y el trabajo ya está hecho oficialmente.

3 Traducido por Jessibel

Finn —Te diré una cosa —dice Jake, después de tomar un largo trago de su cerveza—. El aceite de bebé es genial para mi piel. Debería haberme bañado en él mucho antes de hoy. Me tengo que reír. —Iba a mencionar la forma en que tu cara se parece al culo de un bebé. —Esta cara —dice—, me va a ayudar a conseguir sexo después de que termine mi cerveza. Solo sacudo la cabeza y me relajo en la cabina donde estamos sentados. —Menos mal que frotaste aceite de bebé en ella. —Personalmente, odio la sensación persistente del maldito aceite. Prefiero olvidar todo el día. Pero incluso mientras tengo el pensamiento, sé que es una mentira. Una vez que comenzó la sesión de fotos, cuando éramos solo Chess y yo, había sido... ni siquiera sé cómo explicarlo. Diferente. Por un momento, dejé de pensar en mi trabajo, en los diversos dolores y molestias que afectaban a mi cuerpo, en la prensa, en el historial del equipo, las victorias, las derrotas. Dejé de pensar en cualquier cosa, de verdad. De alguna manera, Chess había hecho lo que solo he podido lograr en el campo; Ella me hizo concentrar únicamente en el momento.

Ahora se acabó. Mi tiempo con la combativa señora Chester Copper ha terminado. Estoy acostumbrado a la gente que entra y sale de mi mundo. Me encuentro con caras nuevas casi a diario. Así que no debería sentir ninguna sensación de pérdida. Aunque lo hago. Pero, ¿por qué? Culparía a la atracción. Pero también me atraen las mujeres a diario. La verdad es que me he sentido solo y mal desde la relación con Britt. Que es algo en lo que realmente no quiero pensar. Jamás. Estoy frunciendo el ceño cuando la camarera coloca una bandeja de ostras ahumadas sobre la mesa. —Aquí van, muchachos. —Agrega a la canasta una cesta de croquetas y otra cesta de camarones fritos—. ¿Puedo conseguirte algo más? Su sonrisa es amplia y complaciente, y me molesta al instante que me pregunto si ella está coqueteando, me he entrenado para adivinar inmediatamente los motivos de todos. —Estamos bien —le digo a la mujer. Su sonrisa se desvanece un poco y luego vuelve más brillante. —Bueno, grita si me necesitas. Para cualquier cosa en absoluto. Jake ataca la comida mientras ella se aleja. —¿Estaba ella coqueteando? —le pregunto, tan pronto como está fuera del alcance de audición. —¿Por qué? —él chupa una ostra—. ¿Querías que lo hiciera? más.

—No. —Paso una mano por mi pelo. Ya no puedo decir nada Jake me mira, agachado sobre su comida. —Juega con tu cabeza, ¿no? El alivio de no sonar como un pomposo imbécil me inunda. —Sí, lo hace.

—Bueno, para que conste... —Jake apunta su cerveza en dirección a la camarera—. Ella estaba coqueteando.

—Tal vez te estás imaginando cosas también. —Me meto un camarón en la boca. —Finn —dice con exagerada paciencia—. Eres un mariscal de campo profesional en una ciudad que ama a su equipo. Puedes asumir con seguridad que incluso los perros en la calle están coqueteando contigo. —El paisaje de tu mente es un lugar aterrador, Ryder. Sonríe, con la boca llena de camarones. —Pero con mucha jodida diversión. Estoy riendo en acuerdo cuando me golpea; Chess no coqueteaba. No de la forma habitual, por favor, nada como las insinuaciones a las que estoy acostumbrado. No trató de sacarme nada que no fuera una buena imagen, lo cual es su trabajo. Había sido ella misma completamente. Y, durante unos breves momentos, yo también. —¿De qué se trata esa cara tan amarga? —pregunta Jake, interrumpiendo mis pensamientos—. ¿Tomaste una mala ostra? Me recuesto en mi asiento y jugueteo con la etiqueta empapada en mi botella de cerveza. Jake y yo fuimos reclutados en el mismo año para el mismo equipo. Tuvimos que hacer estúpidas tonterías durante el campamento de entrenamiento, novatadas, jodidos cortes en nuestras cabezas, y la maldita mentalidad de pasar de ser los peces gordos de la universidad a colgarnos de las puntas de los dedos mientras hacíamos nuestro camino hacia la LNF. Él es mi mejor amigo. Y si alguno de los dos se transfiere, podría desmoronarme y llorar lágrimas de tristeza. También es mi sabio consejero, tan raro como suele ser su consejo. —Estaba pensando en la fotógrafa. —¿Chester Copperpot? —él ríe—. No creo que le gustaras. —Ella me gustó mucho. —Aunque no me había batido las pestañas, definitivamente hubo momentos de... algo. Nunca antes había ocurrido algo con una mujer, así que no estoy seguro de qué diablos es o qué significa.

Jake levanta una mano. —Está bien, necesito enmendar mi declaración anterior. Puedes estar seguro de que todos en Nueva Orleans, incluidos los perros, están coqueteando contigo. Excepto por Chess Copper. Me resisto a la tentación de tirar una croqueta a su cabeza. —Esa es la cosa; Sé que ella no coqueteaba. Eso me gustó. Él apoya sus antebrazos sobre la mesa. —Amigo, sé razonable. El comentario de Willie El Tuerto lo mató por ti. Sigue adelante y llama a otras puertas más acogedoras. —Demonios, no estoy tratando de meterme en sus pantalones... —Mentira —Jake tose fuerte. —Sólo quiero... —me quedo callado, sin saber realmente qué jodidos quiero. Estar con Chess fue uno de los momentos más reales de mi vida y, sin embargo, también se siente como un sueño extraño. —¿Tuviste una conversación significativa y profunda con la mujer que tomó fotos de tu basura todo el día? —informa. No del todo útil. Una croqueta golpea el centro de su frente. Mi puntería es algo bello, lo diré. Riéndose, me hace un gesto obsceno y se limpia la mancha de grasa de la cabeza. A su vez, le saludo con mi botella de cerveza. —Míralo de esta manera —le digo—. Al menos no intentará imaginarme desnudo. —Peor aún, ya te ha visto desnudo. Entonces, si ella no está tratando de llevarte allí de nuevo, sabes que te encontró insuficiente. —¿Por qué te digo algo? —No lo sé. Solo se lo venderé a los periódicos más tarde. Puede que su comentario esté envuelto en una broma, pero me está dando un buen recordatorio; nuestras vidas no son como las de las personas normales. Encontrar a alguien con quien tener sexo es fácil. Tener una relación real es un campo minado. Nunca sabes si a la persona le gustas o tu fama. Y existe la molestia de exponer a

alguien a una vida en la que están bajo un microscopio público, y estás en el camino durante la mayor parte de la temporada, o entrenando, haciendo apariciones y, básicamente, sin tiempo personal. Es por eso que la mayoría de los chicos inteligentes se casan con sus novias universitarias o conectan con alguien famoso que sabe qué esperar. Y es por eso que nunca he tenido una relación, pero confío en conexiones para mi liberación sexual. Uno y listo, es tan fácil como puede llegar a nuestro mundo. Generalmente. Ya que realmente no me gusta la dirección que toman mis pensamientos, paso a temas más simples, como el fútbol americano universitario y quien probablemente será un verdadero contendiente profesional una vez que sea seleccionado. Jake y yo comemos nuestra comida y bebemos nuestras cervezas. De vez en cuando, los fanáticos vienen y nos piden un autógrafo o nos agradecen por un buen juego. Esta es mi vida. Es jodidamente fantástico. Me digo esto cuando salimos del restaurante y caminamos por la calle Iberville. Pude haber comprado una casa en algún lugar en los suburbios. Pero solo soy yo, ¿y quién diablos quiere moverse a una gran mansión por su cuenta? Así que compré un condominio justo en el borde del barrio. —Hombre. —Jake me da un codazo en el costado—. Nunca digas que no te apoyo. Mira hacia allá. —Señala un restaurante al otro lado de la calle. Sentada en el bar, con su largo cabello púrpura brillando en condiciones de poca luz, está Chess Copper. Ella cambió su top negro por uno dorado sedoso que se aferra a un par de pechos firmes que fácilmente podría engullir con mis manos. El pensamiento cobra vida y mis dedos se enroscan en respuesta. Ella no es el tipo de mujer dulce o increíblemente bella con la que suelo pasar el tiempo. Ella es severa, elegante. Me sería fácil decir que no es mi tipo. Pero estoy bastante seguro de que va en ambos sentidos. Y estoy empezando a pensar que mi “tipo" acaba de cambiar. —Creo que el destino está tocando en tu hombro —dice Jake con voz de escenario. Una oleada extraña me atraviesa, pero la ignoro.

cita.

—Más como decirme que me vaya a la mierda. Ella está en una

Es difícil pasar por alto al chico que está sentado con ella, su cuerpo gira hacia ella. Es el tipo de persona que habría imaginado que iría a buscar: con barba, múltiples tatuajes y perforaciones. Demonios, parece una versión delgada de Dex. —Tal vez él está tratando de ligar —señala Jake. —Es una cita. Están acomodados. Su bolso está en el respaldo de su silla, y está completamente relajada. Leer el lenguaje corporal es algo natural para nosotros ahora. Y Jake asiente. —Buen punto. Cambio de peso, listo para seguir adelante. —Vámonos antes de que ella nos vea boquiabiertos como un par de... Chess desvía la cabeza de su cita y oculta un bostezo con su mano. Podría ser que ella simplemente está cansada. Pero veo el aburrimiento en su expresión, y esa tirantez en sus ojos como diciendo, "cuándo demonios va a terminar esto". Conozco esa mirada porque también la he usado. —Ya sabes —le digo, todavía mirando—. Sería grosero si no entráramos y saludamos. Una lenta sonrisa se extiende sobre la boca de Jake. —Después de haberla descubierto y todo. Coincido con esa sonrisa. —Y no somos nada si no somos educados. —Perfectos caballeros. —Jake tira del borde de su gorra sobre su frente—. Yo me encargaré de la cita. Agarro su hombro. —Buen hombre.

Chess Tiene que haber una mejor manera de encontrar el amor. Tomo un sorbo anémico de mi vodka tónico acuoso e intento buscar algo que decirle a Evan, mi cita para la noche. Como van las citas, esta no es la peor que he tenido. De ningún modo. Sólo es aburrida. Es decepcionante. Tenía muchas esperanzas para esta. Físicamente, Evan es exactamente lo que busco; Conmovedores ojos marrones, brazos llenos de tatuaje, barba gruesa pero recortada. Me había llamado la atención la semana pasada cuando los dos nos detuvimos a escuchar a una banda de zydeco2, tocando en Royal Street. Él se había comprometido entonces, lo suficientemente ingenioso como para que yo aceptara esta cita. ¿Ahora? Le doy una sonrisa que se siente tensa. —Entonces, eres un artista del tatuaje. —Genial, solo has mencionado su trabajo dos veces antes de ahora—. ¿Cómo va eso? Oh, diablos, quizás yo sea la aburrida aquí. Su expresión tensa dice más o menos lo mismo. —No puedo quejarme. Vivo para la piel. Eso probablemente sonaba mejor en su cabeza. Asiento, tomo un sorbo de mi bebida. No me pierdo la forma en que el camarero niega con la cabeza mientras guarda un vaso. Sí, somos tan patéticos. Esta cita se está desinflando como un globo. Y duele. No por la pérdida de este chico en particular, sino la pérdida de una posible conexión. Conexión simple, básica. Alguien que me toque, me haga sentir bien. Ha pasado tanto tiempo desde que tuve un buen sexo, que estoy empezando a olvidar cómo se siente al ser tocado con reverencia. Y, maldición, eso duele.

2

Zaydeco – es la combinación de la tradicional música cajún (dialecto que proviene del francés) y elementos del blues.

Evan deja escapar un suspiro, y me golpea con su aliento a ajo y humo de cigarrillo rancio. Esa es la otra cosa; tiene un aliento terrible. ¿Por qué no me di cuenta de esto antes? ¿Tal vez es sólo esta noche? ¿Debería importar? Todo el mundo tiene mal aliento de vez en cuando. —¿Chess? Parpadeo en mi niebla, lista para responder a Evan cuando me doy cuenta de que la voz que había hablado era más profunda, mezclada con un sentido innato de confianza y orden. Esa voz agarra mi columna vertebral como una mano caliente, enviando pinchazos sobre mi piel. No, Dios no, no él. Él no puede estar aquí para presenciar este fiasco. E incluso cuando el pensamiento recorre mi cerebro, mi estúpido cuerpo traidor envía una chispa de alegría a través de mí. Tomo fuerzas, me vuelvo y me encuentro cara a cara con mi torturador, mi salvador. Finn Mannus. De todos los lugares, en todas las ciudades, en todo el mundo... Desde debajo del borde de una gorra de Mickey Mouse maltratada, veo unos ojos azules brillar. Hay un humor tan astuto en su mirada que me cuesta mucho no sonreír. —Es fantástico encontrarte aquí —dice, desplazándose en mi asiento. Él no está exactamente insinuando su gran cuerpo entre Evan y yo, pero es una cosa cercana. —¿Con quién me enfadé en una vida anterior para merecer esto? —murmuro, incluso cuando mi cuerpo se revuelve con energía renovada. Y, realmente, estoy mintiendo porque estoy feliz de verlo. Mi boca puede mentir, pero mi corazón sabe la verdad. Está lo suficientemente cerca como para que la longitud cálida de su brazo toque el mío. —Algunos dicen que mi presencia es una bendición. —No cuenta si les pagas para que digan eso —le devuelvo el saludo. Él ríe por lo bajo y con facilidad. —Solo fue la única vez, lo juro.

Mis labios se contraen. Y él lo ve, sus ojos brillan con humor compartido. Jake Ryder aprovecha el momento para darse a conocer. —¡Chess! —Se topa con Finn y conmigo—. ¿Puedes creer esta coincidencia? —lo dice con una exageración tan obvia, que le echo un vistazo a Finn. Tiene una buena cara de póquer, pero el hecho de que incluso esté usando una me hace desconfiar. —¿Lo es ahora? —digo arrastrando las palabras. Una vez más, Finn muestra una rápida sonrisa para hechizar y evadir. Pero cuando él se inclina un poco, su voz roza mi piel. —No estaba cerca de tu vecindario. Mi corazón da una pequeña patada. —Nunca me hubiera imaginado que citarías a Solteros3, Mannus. Un sonido estrangulado a mi derecha llama mi atención. Evan nos mira boquiabierto como si hubiera visto un fantasma. Cierto. Evan. Había olvidado que él estaba allí. —Finn Mannus —dice con voz de asombro—. ¿En serio? Finn le brinda una sonrisa burlona. —Sí. —¡Guau! —La mirada de Evan va a Finn y luego a mí—. No dijiste que conocías a Manny. —No. En realidad no. Jake pasa un brazo por mis hombros. —Oh, vamos, Chess. Nos has visto desnudos. Diría que eso cuenta como conocernos, ¿verdad, Manny?

Solteros – Película protagonizada por Bridget Fonda y Matt Dillon sobre un grupo de amigos veinteañeros que residen en el mismo bloque de apartamentos y cuya vida gira en torno al ambiente musical de Seattle. 3

Mierda. Pongo mis ojos en blanco mientras la boca de Evan se abre de nuevo. Finn mira a Jake. —¿Mantenlo con clase, Ryder? —Tú... —Evan me mira—. ¿Ellos? —Desnudos —Jake confirma con un asentimiento. —Estaban en el estudio para una sesión de fotos hoy —le explico, frunciendo los labios a un Jake impenitente. —Genial —dice Evan, luego mira dos veces. Sus ojos se abren— . ¿Y Jake Ryder también? Demonios, increíble juego en el cuarto y diez la semana pasada, hombre. Jake sonríe. —Gracias. Lo intento. —No puedo creer que conozcas a estos chicos. —Evan se vuelve hacia el barman—. ¿Ves quién está aquí? El jodido Finn Mannus y Jake Ryder. El barman, que había estado en el bar, sirvió bebidas. —No, mierda. —Pronto está inclinado, con los ojos muy abiertos como un niño en una tienda de juguetes. Pongo mis ojos en blanco otra vez, y mi mirada se cruza con la de Finn. No le está prestando atención a sus fans, pero me está mirando. La diversión aclara su expresión, y por un momento extraño, parece que estamos compartiendo una broma secreta. —Apuesto a que no sabías que mi primer nombre era jodido —murmura mientras el cantinero le da la mano a Jake. —Habría adivinado si decía idiota —bromeo. Finn presiona su gran mano contra su pecho, ahora tristemente cubierto con una camiseta blanca. —Me hieres, Chester Copper. Sacudo mi cabeza y la inclino hacia la suya.

—El hecho de que sigas llamándome Chester podría tener algo que ver con eso, Finnegan Mannus. —En realidad, es Finnegan Idiota Mannus. —Así que tenía razón. —Tú eres la única que lo ha descubierto. No me había dado cuenta de cuánto nos habíamos acercado, de que estábamos casi nariz con nariz, él estaba inclinado sobre mí, su mano apoyada en el respaldo de mi silla. Pero una risa fuerte estalla en la pequeña burbuja que hemos creado para nosotros mismos, y un hombre golpea una mano en el gran hombro de Finn. La expresión de Finn se tensa por un segundo antes de girar la cabeza para mirar hacia atrás a quien lo haya agarrado. —¡Manny! —el chico grita de alegría—. No puedo creerlo. —¡Créelo! —digo en voz alta, agitando las manos en el aire. Finn me empuja con el codo. —Lindo. Parpadeo inocentemente, pero no paso por alto la forma en que mantiene su brazo presionado contra el mío, como si estuviéramos juntos. Su piel es cálida y firme, y tiene la atención completa de mi cuerpo. Lo cuál está mal; Estoy en una cita con... demonios, no de nuevo. ¿Eduardo? ¿Ethan? —Evan —murmuro, atrayendo la atención de Finn hacia mí. —No, es Finn —dice, presumido. Es tan alto que tengo que inclinar la cabeza hacia atrás para encontrarme con sus ojos. —Estoy en una cita con Evan. Levanta una ceja, mirando a mi cita, que gesticula salvajemente mientras habla con Jake sobre las estadísticas de fútbol. —Parece que está yendo bien. —Bueno, tal vez si alguien no hubiera interrumpido...

—¿Te hubieras quedado dormida en tu taburete? —ofrece, a la ligera. Exagero tomando un sorbo de mi vodka, dándole la espalda mientras él se ríe y se acerca a mí. El sonido se hunde en mi piel con un cosquilleo no deseado que hace que todo se estremezca. Pero luego está rodeado de más fanáticos, más palmadas en el hombro. La pérdida de su atención es como ser sacada de debajo de las luces del escenario. Es frío y oscuro donde él no está. Resoplo en mi vaso y sigo bebiendo. Lo estoy perdiendo al lado de este chico. Es su fama a la que estoy reaccionando. Eso es todo. Es normal. Normal. Excepto que ninguno de los otros jugadores de fútbol que fotografié hoy hizo algo por mí. Y ninguno de ellos envió una anticipación vertiginosa que revoloteó por mi núcleo. La risa profunda y masculina retumba a mi alrededor y luego la escucho; la suave y femenina inclinación de un grupo de mujeres al acecho. Me pongo rígida, miro por encima de mi hombro. Efectivamente, cuatro mujeres han encontrado su camino hacia Finn y Jake. Estas mujeres no tienen los ojos abiertos con la fama. Oh, claramente han reconocido a Finn y Jake, pero no están desconcertadas. No, están evaluando a Finn y Jake, buscando una buena oportunidad. Demonios, he sido parte de esos grupos, de los emocionantes días universitarios en los que solíamos ir en busca de chicos lindos. Fue emocionante en ese entonces, la anticipación de conectar, tal vez encontrar a alguien con quien realmente quisieras quedarte después. Ahora, la idea de buscar me cansa. Alejo mi bebida, me inclino por los anchos hombros de Finn y golpeo a Evan en el brazo. Está tan atrapado en los halagos sobre sus ídolos que toma un par de toques antes de que se dé cuenta. —Estoy terminando la velada —le digo. El alivio se refleja en su cara, aunque intenta ocultarlo. —¿Quieres que te lleve a casa?

—No —insisto, necesito escapar y rápido—. Estoy bien. Que te diviertas. No menciono sobre volver a verlo. Ambos sabemos que eso no va a suceder. Él ya se volvió hacia Jake. Agarro mi bolso, mi chaqueta y me deslizo fuera del taburete. Finn, quien ha sido asaltado por mujeres, gira rápidamente y entorna su mirada hacia mí. —¿Te vas? —Sí. Una morena cuelga de su brazo, y él se libera de ella antes de dar un paso atrás para darme espacio. —Buenas noches —le digo, necesitando una escapada limpia. Cuanto más tiempo me quede, más me gustará. Y sé que mi tiempo con Finn es similar a echar un vistazo a una estrella fugaz. Él toca mi codo. —Te acompañaré. El calor de las puntas de sus dedos hace que se formen pequeñas fisuras de conciencia que se deslizan sobre mi piel. No pretenderé que la atracción entre nosotros no está ahí. Pero en el mejor de los casos es superficial. Aún así, no me sorprende que quiera actuar sobre ello. Desde el momento en que apareció en mi hombro, supe que su juego llegaría, una conclusión inevitable con el inevitable cliché al final; Un chico famoso, guapo y con equipaje de la mujer que le hizo pasar un mal tiempo antes. No creo que esté tratando de ser un imbécil. Solo está siguiendo el guion. No significa que tenga que hacerlo. Dos mujeres presionan ambos lados, queriendo estar cerca de él. Miro en su dirección y les brindo una sonrisa tensa. Finn no reconoce su presencia, pero me mira expectante. Me pongo la chaqueta y luego cuelgo mi bolso por encima del hombro. —Todo está bien. Estoy perfectamente bien caminando sola.

Finn levanta la mano como lo hacen los policías cuando están a punto de darte una mierda. casa.

—No puedo hacerlo, Copper. No me sentiré bien si no te veo en —No vayas todo hombre cavernícola, Mannus.

El hombre es como el hule, felizmente rebota con cada voleada que atiendo. —¿No lo sabías? —dice a la ligera—. Todos los futbolistas son parte hombres de las cavernas. Unos más que otros. Nunca hubiera pensado que un chico de seis cuatro y lleno de músculos sería lindo. Pero él es. Y es difícil resistirse a él. —Sea como fuera, estoy realmente bien. Llegamos a la puerta y Finn la abre para mi. —Está bien entonces, acompáñame a casa. —¿A ti? —a pesar de mí, me detengo en la acera, el húmedo aire de la noche humedece mi piel. La piel bronceada de Finn brilla de color púrpura a la luz del letrero de la barra. —Sí. No me siento seguro de ir solo. ¡Vaya inocencia en su expresión! Evito sonreír. —¿Y dónde vives? Él me da mi dirección. Sacudo mi cabeza mientras rio. —Insecto persistente, ¿verdad? —De nuevo, soy jugador de fútbol. No nos rendimos. Y así, me encuentro caminando con el mariscal de campo. Con el borde de su gorra bajo, sobre su cabeza, y sus manos metidas en sus bolsillos, nadie parece darse cuenta de quién es él. Él todavía atrae miradas; un hombre alto y en forma, con una mandíbula indeleble siempre recibirá atención. Pero caminamos sin obstáculos.

Cruzar la calle Bourbon es un espectáculo, como siempre. La música resuena desde todos los rincones, se escucha el country desde un bar, rock desde otro, blues por la calle. Los borrachos y mirones fluyen junto a nosotros como gansos en un rebaño. Finn se acerca a mí, su brazo roza el mío. —Ya ves —dice, inclinándose hacia mi oído—. Podría haber sido atrapado por la mafia si no estuvieras aquí para protegerme. Resoplo. —Estoy segura de que hubiera sido horrible. Docenas de desconocidos compitiendo por comprarte una bebida. —Mujeres sin fin mostrándome sus pechos —dice con un gran suspiro—. Y yo sin ningún collar4 para darles. —Dudo que les importe. Las comisuras de sus ojos se arrugan cuando me mira por debajo del borde. —No. Pero prefiero estar contigo de todos modos. No soy alguien que se sonroja. Culpo el calor en mis mejillas al suave aire de la noche. —No estoy durmiendo contigo —espeto. —De acuerdo. —¿De acuerdo? Una risa lo deja sin aliento. —¿Esperas que ruegue? —No. Por supuesto que no. Yo solo... eso fue fácil. Alza sus grandes hombros encogiéndose. —Soy un tipo fácil. —A riesgo de sonar paranoica, todo esto se siente extraño. Como si estuvieras jugando conmigo. Esta frase hace referencia al carnaval Mardi Gras que se celebra en Nueva Orleans, en donde la gente entrega collares a cambio de un gesto atrevido. Por ejemplo, si una chica muestra sus senos, recibe a cambio un collar de parte de la persona a quien le mostró. 4

Sus labios se curvan. —Suenas paranoica. Dime, ¿esta paranoia afecta todas las áreas de tu vida, o es solo con hombres? Cruzamos el la calle a paso rápido antes de que la luz pueda cambiar. —Nunca me ha acompañado un hombre a mi casa sin que él haya esperado algo, doctor Phil. —Has estado caminando a casa con los hombres equivocados, Chess. Nadie lo sabe mejor que yo. Sin embargo, ralentizo mis pasos. —Mírame a los ojos en este momento —le digo—. Y dime que has acompañado a una mujer a casa sin tener la intención de meterte en sus pantalones. Se detiene, lo que me detiene a mí también. Desde el bar a nuestra derecha, se escucha el sonido de Elvis canturreando sobre cómo no puede evitar enamorarse. Es ruidoso y aburrido, y llena el silencio resonante entre nosotros mientras nos miramos en desafío. La culpa se desliza sobre su expresión, pero él trata de ocultarla. —He acompañado a una mujer a casa sin tener la intención de meterme en sus pantalones. Entorno mis ojos, y sus labios se curvan en una lenta sonrisa. —Lo estoy haciendo en este momento —señala. —Eres imposible —le digo con una carcajada y vuelvo a caminar. —Encantador —contraataca—. Sabes, en realidad no tengo sexo con todas las mujeres con las que hablo, Chess. —¿No es así? —Tan dudoso es. —Él me empuja con el hombro—. Tengo algunos estándares. —¿Y ellas?

Me mira con descaro. —Independientemente si quiero o no tener sexo con ellas. —Tu proceso de investigación es infalible, te lo daré. Finn se encoge de hombros nuevamente. —La atracción es instantánea en su mayor parte. Si arde y crece o parpadea y muere después de hablar con alguien, es la clave. —Mírate con tu percepción. Y aquí pensé que tenías toda la sabiduría de una galleta de la fortuna. —Mi sabiduría es digna de al menos un folleto. —Dime algo... —Cualquier cosa —dice amablemente. —Si solo tienes una noche, ¿cómo puedes hablar con alguien lo suficiente para saber si la atracción crecerá? Abre la boca y luego la cierra. Una sonrisa reticente tira de sus labios. —Está bien, me tienes. Básicamente, mi criterio consiste en ¿puedo soportarla durante las próximas dos a cuatro horas? Pero aún es cierto. —Quiero llamarte cerdo ahora mismo —le digo con un movimiento de cabeza—. Pero al menos eres honesto. —La mayoría de los jugadores de fútbol lo son. Nuestro mundo es bastante directo. Lo he juzgado. La realización es una bofetada a la cara y no es agradable. Sí, él es franco, lo supe desde el principio. Y sí, su vida sexual es bastante superficial; Él lo ha admitido tanto. Pero es claramente inteligente y amable. No es el tipo de amabilidad que parece ser más una cuestión de presumir que el cuidado real, sino una reflexión tranquila y discreta que es inesperada y encantadora. Demasiado pronto, estamos en mi edificio. Finn mete las manos en los bolsillos y me sonríe gentilmente. —Bien, entonces.

—Bueno... —Mi voz se apaga. El impacto de Finn Mannus es inmenso. No es la forma en que se ve, aunque ciertamente fue bendecido allí; es la intensidad de su enfoque, como si fuera lo más importante en el mundo de este dios de oro. Una ilusión, pero no menos potente. Y no menos incómodo cuando nuestra mirada se extiende, ninguno de los dos dice otra palabra. Me mira como si supiera exactamente lo que está pasando en mi cabeza; Lo cual es gracioso, ya que no tengo ni idea. No quiero dejar este lugar, y sin embargo, tampoco quiero invitarlo. Y él no está pidiendo exactamente subir. La irritación crece dentro de mi pecho. Por primera vez en mucho tiempo, estoy temblando. —Así que —digo con los labios rígidos—. Gracias y buenas noches. Esa sonrisa de él regresa. Una que es lenta y relajada. Esa que adorna las vallas publicitarias y vende millones en ropa deportiva. —Va a ser así, ¿eh? —se burla—. No dirás “nos vemos” o “vamos a almorzar”. ¿Solo “adiós”? Estoy mirando hacia abajo al hombre equivalente al paste más dulce de chocolate. Pero los años de interacciones de mierda y malas citas me han dado fuerza. —También dije gracias. Las líneas de su rostro se tensan por un segundo, y me pregunto si estoy viendo una decepción. —De nada, Chess. —Da un paso atrás, ya se ha convertido en parte del tráfico peatonal—. Duerme bien. Entro en mi edificio y no miro hacia atrás. Pero quiero.

Mi día no va bien. En absoluto. Me desperté y giré toda la noche. Finalmente me quedé dormida cuando el cielo se había puesto gris perla. Había olvidado mi teléfono en mi bolso y me quedé dormida, sin escuchar mi alarma de activación. Lo que significa que no puedo ducharme antes de que llegue James y, justo después de él, llega el siguiente grupo de jugadores de fútbol que se supone que debo fotografiar. Así que estoy atascada con el pelo lacio y el cuello rígido por dormir mal. James de alguna manera logra derribar una luz, rompiéndola y es una pérdida de varios cientos de dólares. Está tan molesto, y no puedo encontrar algo más que hacer, solo darle una palmadita en el hombro y negarme a dejar que lo pague. Los chicos que fotografío son agradables y cooperadores, lo que debería ponerme de mejor humor, pero de alguna manera lo empeora. Me recuerdan a Mannus. ¿Cómo no pueden? Estos son sus compañeros de equipo, sus amigos. Cada broma que lanzan, cada risa de buen humor y sonrisa encantadora que me envían, me hace pensar en él. Me imagino cómo bromearía con ellos. Cómo ocuparía el espacio en la habitación sin siquiera mover un músculo. La triste realidad es que está haciendo eso sin siquiera estar aquí. El hombre debe tener brujería en sus venas, porque ha logrado perseguirme después de solo un día de conocerlo. No quiero pensar en él. Peor aún, me siento mal por dejarlo en mi puerta anoche. Es ridículo. Probablemente se olvidó de mí incluso antes de llegar a su casa. Salimos por unas horas, nos hicimos reír. Eso es todo. Sigue adelante. Uno de los muchachos, un gran muro de carne de hombre llamado Carson, bromea ociosamente sobre si Manny se engrasara para los juegos, sería más difícil de abordar y su trabajo más fácil. Dubois, otro liniero ofensivo, ataca a Carson. —Manny ya es un hijo de puta resbaladizo. Solo quieres verlo engrasado.

¿No lo hacemos todos? Dejo caer la cámara en los dedos de mis pies. —¡Mierda! —me inclino para inspeccionar mi cámara, agradeciendo a los dioses que mis pobres dedos palpitantes se salvaron de daños. Ninguno de los chicos se da cuenta. —Aceita esto. —Carson agarra su entrepierna, afortunadamente vestido, y levanta su puñado.

ahora

—Nadie está engrasando a nadie ni a nada más que a mí —anuncia James, lo que los hace sonrojarse y tartamudear. Me duele el pie, me duelen los músculos, hago mi trabajo, con la esperanza de sacar a todos de mi casa lo antes posible. Pero no es hasta las cinco de la tarde cuando estoy sola. Finalmente. Excepto por la cereza en la parte superior de mi día de mierda, tengo mi período una semana antes, y no me quedan suficientes tampones para atravesarlo. Gruño, me pongo unos pantalones negros de pijamas y mi camiseta Tulane5 de gran tamaño, y me dirijo a la farmacia. Mi cabeza palpita cuando llego allí, y mi interior se está retorciendo. Apoyo mi mano contra mi estómago y agarro una canasta antes de llamar a James para quejarme. —Lo juro —le digo mientras agarro una botella de analgésicos—. Es como si todo el día hubiera sido maldecido. Él ríe. —Maldecido. ¿Lo tienes? ¿Maldecido? Pongo mis ojos en blanco, a pesar de que él no puede verme. —Ríete. Mientras tanto, siento como si alguien estuviera jugando Acorazado en mi útero.

5

Tulane – Tulane Green Wave es un equipo de fútbol universitario de New Orleans, E.U.

—Pobrecita Chessie. Al menos sabemos por qué estabas de tan mal humor. Un rubor tiñe mis mejillas. —Sí. —Mentira. Mentira. Mentira. Una pinta de helado de caramelo salado se abre camino hacia la canasta. —Dime que estás consiguiendo un poco de helado —dice James. Yo sonrío. —Simplemente lo agarré. —¿Caramelo salado? —Lo sabes. Busco el pasillo de productos femeninos y busco mi marca. —Iré a casa a tomar un largo baño con mi helado, y me olvidaré de este maldito día. —Olvida a Finn—. Y luego iré a Amazon y compraré un maldito suministro de tampones para que ya no tenga que hacer este tipo de carreras de emergencia. Una risa baja y profunda retumba detrás de mí, y todos los pequeños pelos en mis brazos se erizan. —Pero todavía necesitarás tu helado —señala una voz familiar. ¡Que me jodan! ¿En serio? Mis entrañas se abaten incluso mientras mis mejillas arden. —¿Quién es ese? —James pregunta en mi oído. Lentamente giro sobre un talón. —La plaga —le digo, mirando a la cara sonriente de Finn Mannus. —De idiota a plaga. —Finn frunce el ceño—. No estoy seguro de si eso es un paso hacia abajo o un empate. —¿Quién es ese? —James casi grita ahora. No quito mis ojos de Finn. —Te devolveré la llamada.

Los gritos de protesta de James son interrumpidos cuando presiono el botón de finalizar. —¿Me estás acosando, Mannus? Finn descansa sus manos sobre sus caderas delgadas. —Teniendo una buena cantidad de presunción, tengo que admirar la tuya, pero no, florecilla. Mi amigo Woodson vive a unas cuadras de distancia. Es noche de póquer. Me estoy abasteciendo de cervezas. Solo entonces noto un paquete de doce bajo el otro brazo. —¿Y tampones? —pregunto, con una mirada aguda alrededor del pasillo en el que estamos parados. —Esta noche no —dice con facilidad—. Aunque solíamos guardar un paquete de ellos en la universidad. Los de flujo ligeros fueron perfectos para detener las narices sangrientas. Un resoplido se me escapa. —Ahora hay un visual. —De alguna manera, he dado un paso más cerca de él. Está recién bañado, las hebras doradas de su cabello aún están húmedas en sus sienes. Y me pregunto si acaba de salir del gimnasio o de la práctica—. ¿Así que en la universidad fuiste a comprar estos tampones? —No —dice con una sonrisa descarada—. Le pedía a una de las chicas que me rodeaban que me trajeran algunos. —Por supuesto que sí. —Mi nariz se arruga con molestia. —Dame un poco de crédito, Chess. Los compraría ahora si tuviera que hacerlo. —Hmm... —lo miro, tratando de no devolver su sonrisa. Ojalá, porque es más divertido cuando se burla—. Entonces, ¿por qué estás en este pasillo ahora, si no fuera por las posibles necesidades de hemorragia nasal? —Eso es fácil. —Da un paso más cerca, una cálida pared de músculos y un aroma limpio me invade—. Escuché tu voz. Por un segundo simplemente parpadeo.

—¿Reconociste mi voz? Su mirada se desliza sobre mi cara como si estuviera tratando de leer por qué lo estoy mirando boquiabierta. —No es por ser... eh... grosero, pero eres ruidosa cuando hablas por teléfono. —Sí, pero... Me reconociste. —Nos acabamos de conocer. Se me ocurre que lo había reconocido las dos veces que me había sorprendido. Por otra parte, su voz es distintiva, fluye como miel caliente cuando está relajado o martillea como el hierro en una roca cuando toma el mando de una situación. Un suave rubor de color rosa tiñe las puntas de sus orejas. Si no lo estuviera mirando, podría haberlo pasado por alto. Él cambia su peso. —¿Estaba supuesto a no hacerlo? —No. Sí. —Sacudo la cabeza y me río—. No lo sé. Él sonríe entonces. —Eres linda cuando estás nerviosa. —No estoy nerviosa. —Lo estoy. Como si hubiéramos llegado a un acuerdo silencioso, nos dirigimos por el pasillo al registro, mirando dos veces a un chico delgado que compra una bolsa de M&Ms. La cajera se queda mirando a Finn, pero no dice una palabra mientras me atiende. Ella también pierde la bolsa por un pie de distancia cuando intenta poner mi helado en ella. La ayudo empacando mis propias cosas para que pueda seguir mirando a Finn. En la calle, Finn me empuja con el brazo. Lo hace con suavidad, apenas es un toque, y sin embargo siento la fuerza en él. —Esto hace dos veces que ahora nos hemos encontrado —dice. —Todavía no estoy convencida de todo el asunto del acoso. Se inclina un poco, por lo que estamos casi cara a cara. —Creo que el destino dice que deberíamos salir.

—Salir, ¿eh? —La verdad es que no quiero ir a casa ahora. Quiero detenerme en esta húmeda acera y escuchar qué cosa ridícula saldrá de él a continuación. Pero tengo el helado—. No sé por qué nos hemos estado encontrando desde que nos conocimos. —Ah, Chessie, así es como jugamos nosotros. —Él vuelve a empujar mi hombro—. Dime que no te has divertido conmigo. Vamos. No puedo. Y él lo sabe. Su sonrisa se vuelve suave. —Me gustas. Le gusto. Quiero sonreír como una niña de doce años. Me imagino que esto es lo que se siente al recibir una nota del chico más guapo de la escuela. —¿Es eso tan difícil de creer? —pregunta. No es difícil exactamente. Más bien inesperado y extraño. Ayer, solo era un imbécil que me estaba dando un mal momento. Ahora él me dice que debemos salir. ¿Y qué significa eso? He estado en silencio por mucho tiempo porque él habla de nuevo, suave, engatusador. —Creo que también te gusto. Demonios. Si. Eso es lo más inesperado de todo. Él es diferente a cualquiera que conozco. Es un reto y sin embargo fácil para charlar. También es un famoso jugador de fútbol extremadamente caliente que tiene mujeres hermosas que se lanzan hacia él. En un mundo lleno de malas apuestas, él está en la cima. —Simplemente no estoy segura de lo que esperas que salga de esto —le explico—. ¿Una cita? Finn frota la parte posterior de su cuello, luciendo tan perplejo como me siento. —Soy bastante malo con las citas, Chess. La decepción me golpea como un ladrillo en el pecho. Pero asiento en comprensión.

—Soy bastante mala conectando —le digo—. He corrido a través de ese libro de jugadas y no me gusta particularmente. Sus cejas se levantan con una expresión complacida. —Mírate usando términos de fútbol. —Pensé que hablaría a tu nivel. —Contengo una carcajada. Él ríe, pero rápidamente se pone serio. —Anoche te vi desde la calle. Fui al bar a hablar contigo. Incluso antes de eso, en la cena, estaba pensando en ti. Creo que hago un sonido de sorpresa. Él no parece darse cuenta. —Temía esa sesión de fotos. Lo transformaste y lo hiciste soportable. Todas las tonterías simplemente desaparecieron. —Eso es parte de mi trabajo —digo, sin convicción. No es una mentira. Pero con él, había dejado de pensar en conseguir una buena foto. Y aunque nos acabamos de conocer, parece que él también lo sabe. —¿Y anoche en el bar? —contesta—. ¿Ahora mismo? No estás trabajando. —Yo... —Mierda. —Todos en mi vida están conectados al fútbol. No consigo muchas interacciones verdaderas. Y, si lo hago, son fugaces. Pero las tengo contigo. —Una línea se arruga entre sus cejas—. ¿Eso tiene sentido? Puede que yo no sea famosa, pero siento la misma sensación de aislamiento, como si estuviera viviendo la vida bajo el agua y todo estuviera amortiguado y distorsionado. Cuando estoy a unos pocos pies de Finn Mannus, hay claridad. Me asusta muchísimo; Yo también necesito estabilidad. Pero no puedo mentir. Me aclaro la garganta. —Tiene sentido. Entonces sonríe, contento y feliz. Y me quita el aliento. Su expresión se vuelve seria, sus ojos observan los míos.

—Quiero conocerte, Chess Copper. No se por qué. Solo lo hago. Podría hacer una jugada para meterme en tus pantalones. Pero no quiero. Una aventura de una noche contigo no me atrae. —Oh, bueno, gracias. —Una cosa es que el sexo sea una mala idea. Otra es que te digan que no eres atractiva. Finn sacude la cabeza como si yo no entendiera. —Presta atención, Chester. Dije que quiero conocerte. No conozco a mis conexiones. —Así que íbamos a... ¿Qué? ¿Ser amigos? Se ve casi juvenil entonces. —Sí. Lo somos. —Sus ojos brillan—. Una advertencia justa. Todavía te estaré imaginando desnuda la mitad del tiempo. Así que acostúmbrate a un poco de curiosidad. Resoplo. —Sólo tenías que ir y arruinar el momento, ¿no? —Probablemente deberías acostumbrarte a eso también.

4 Traducido por Jessibel

Finn —¿Y? —Jake me mira expectante. Tengo que concedérselo, él esperó dos minutos enteros antes de abalanzarse, el maldito bastardo. —¿Y qué? —Manejo mi camioneta alrededor de un perseverante autobús. Jake resopla, porque él sabe, tan bien como yo, que estoy estancado. —¿La tomaste, Manny? —Ella no es una cerveza, Ryder. —Está bien, está bien. —Él pone los ojos en blanco—. ¿Tocaste a la señorita Chess? —No. —Una lástima. —Te dije que no estaba tratando de meterme en sus pantalones. —Siento que su mirada me aburre y le echo un vistazo—. ¿Qué? —Te sientes atraído por ella. Cualquier persona con ojos puede ver eso. Le doy un encogimiento de hombros perezoso cuando nos detenemos en una luz roja. —No lo niego.

—¿Así que quieres que crea que está bien no hacer un movimiento? —Lo dice con incredulidad, como si la posibilidad de no tener sexo con una mujer fuera un sacrilegio. —No hice movimiento alguno. Ni siquiera lo intenté. Dejó en claro que no estaba interesada. —Estoy bastante seguro de que podrías haberla convencido para que cambiara de opinión. Nos detuvimos frente a un edificio de bloques de hormigón en St. Charles. —No quiero persuadir a una mujer para llevarla a la cama. Jesús. Jake asiente. —Tienes razón. No es que ninguno de los dos tenga que buscarlo. —Me mira, con la clara confusión dibujada en su cara—. ¿Así que solo la acompañaste a casa y ya está? —Tienes una gran curiosidad por mis asuntos. —Lo sé, ¿verdad? —sonríe felizmente—. Soy como un gatito. —Creo que voy a necesitar un antiácido. ¿Dónde está mi bolso? —Alcanzo detrás de mí para agarrarlo y ganar un golpe en la oreja. Mi cabeza se levanta de vuelta—. Tú no solo... Jake me saca el dedo. —Tráelo, Manny pantalones. Las cosas se desarrollan a partir de ahí cuando nos damos golpes en la cabeza. —Está bien, demonios, ¡te lo doy! —Jake grita cuando lo tengo en una llave de cabeza. Una mujer mayor camina junto a sus compañeros, hacia la cabina de mi camioneta con sospecha. Le doy una sonrisa inocente y dejo ir a Jake. Me empuja, ajustando su camisa con un murmullo—. Presumido. Tomo mi bolso, salgo del auto y él sigue, agarrando su propio equipo.

—¿Cuándo fue la última vez que saliste con una mujer? —pregunto—. ¿Una que no estaba tratando de tomarse una autofoto contigo o de revisar tus cosas cuando estabas de espaldas? La expresión de Jake se arruga cuando nos dirigimos hacia la entrada del edificio. —Eh, el primer año. —Se ríe—. De la escuela secundaria. —Exactamente. —Abro la puerta, y entramos en el paraíso helado del aire acondicionado—. Chess es solo Chess. No necesito acostarme con ella. Solo quiero ser y no tener que explicarlo. —Francamente —dice, mientras subimos las escaleras—. Estoy más sorprendido de que ella incluso te hable. Podría haber jurado que te odiaba. —Le encanto a la gente. —Como los hongos. Mi respuesta se perdió en el tono de llamada que emitía mi teléfono. Como le asigné un tono a todas las personas más cercanas a mí, sé de inmediato quién es, y mis entrañas se aprietan mientras suena Bohemian Rhapsody. Es un cosa fácil golpear "ignorar". Pero no detiene la culpa. Jake frunce el ceño. —¿Estás ignorando a tu madre ahora? Sí, ahora soy el hijo que envía a su madre directamente al correo de voz. —¿Esto es de alguien que ignora a su madre todo el tiempo? —Mi madre generalmente llama para quejarse de mis hermanas, y termino estancado en medio de una de sus odiosas peleas. ¿Alguna vez has tenido que lidiar con cinco mujeres enojadas? No es una vista bonita. Tu madre, por otro lado, me alimenta y me dice lo lindo que soy. Ella es como Martha Stewart y Betty White envueltas en un paquete adorable. Intento visualizar eso, pero decido que es mejor no hacerlo por el bien de mi cordura.

—Todo esto porque ella te envía paquetes de atención después de que inventaste una melancólica historia sobre ser un soltero hambriento. —Es la verdad. Soy un soltero hambriento. —Abre la puerta del estudio en el que vamos a pasar la próxima hora. —Sus galletas de azúcar y canela son dignas de un premio. Además, ¿puedo evitar que me quiera? En este punto, estoy bastante seguro de que ella quiere adoptarme. Sus palabras envían una descarga de dolor directamente hacia mí. Aprieta mi pecho con manos duras y aspiro un suspiro. Inmediatamente Jake palidece. —Oh, mierda, hombre. Yo no... —Está bien —interrumpo, levantando una mano. No quiero hablar de eso. Con los labios apretados, él asiente brevemente. —Ella quiere que vuelva a casa para la navidad. Hay temporadas en las que estoy estancado jugando un juego en Acción de Gracias o Navidad. A mi madre se le ocurrió la idea de celebrar ambas en una semana y llamarlo Gravidad. Es un nombre ridículo, pero uno que generalmente me hace sonreír. Ahora, lo temo. Mi madre siempre tiene buenas intenciones con sus intromisiones, pero tiene toda la sutileza de una excavadora. —Se casó con Glenn, así que ahora soy su proyecto favorito. Y no tengo la energía para lidiar con eso. —¿Quieres que vaya contigo? —ofrece Jake—. Soy una excelente distracción. Puedo lloriquear por no tener suficiente para comer y por cómo me estoy desvaneciendo. —Pasa una mano por su pecho, donde coloca cerca de diez libras de músculo magro durante la temporada baja. No es que a mi madre le importe; Ella lo alimentará a pesar de todo. —Gracias —le digo, quitándome los zapatos—. Pero eso solo le dará la oportunidad de asfixiar a ambos.

Jake guarda su equipo en un cubículo y extiende sus brazos sobre su cabeza mientras tres mujeres entran. Apenas vestidas, sus cuerpos son ágiles y elegantes, nos miran con un interés familiar y juguetón. Jake rastrea su movimiento a través de la habitación. —El mejor puto día de la semana —dice con una sonrisa salvaje. —En realidad me gusta venir aquí, Ryder. Así que no lo jodas metiendo tu mecha en esta cera en particular. Jake resopla. —Demasiado tarde. —Jesús. ¿Quién? —Rachel. Lo que explicaría por qué la pequeña rubia sigue enviando miradas secretas hacia nosotros. —Y Sheila —agrega, mientras Sheila se pasea con sus rizos abultados y el resplandor de una mirada asesina. Afortunadamente, un chico no puede realmente perder sus pelotas con una sola mirada, o ambos estaríamos sufriendo en este momento. —Oh, por el amor de Dios. Eres una jodida amenaza. Él se ríe, totalmente impenitente. Me pregunto si así es como voy con Chess. No es exactamente halagador. Si ese es el caso, no puedo culparla por querer mantenerse alejada. Sacudo mi cabeza a Jake y saco mi teléfono. Porque pensar en Chess me dan ganas de hablar con ella. Acordamos ser amigos y luego la dejé en su noche. No fue una tarea fácil, considerando que ella había dicho que iba a ir a casa a sumergirse en una tina. ¿Estaría dentro de los límites de la amistad preguntar cómo fue su baño? —¿A quién le estás enviando mensajes de texto? —Jake trata de mirar por encima de mi brazo. Le doy un codazo. —¿No hay otra mujer por la que puedas estar posando? Jake entorna sus ojos como si estuviera contemplando.

—Probablemente no es una buena idea. Creo que lo estoy presionando tal como está. —Oh, ahora, ¿te das cuenta de eso? —resoplo y le envío un mensaje a Chess. Ella responde de inmediato. Y nos enviamos unos cuantos textos de ida y vuelta. No importa lo que lance en su camino, ella responde enseguida. —Deberías ver tu cara en este momento, Manny. Estás en total entusiasmo. —¿Entusiasmo? —Sí, entusiasmado. Total y jodidamente entusiasmado. —Parece casi lamentarse por mí. Chess me responde, y yo sonrío y respondo, solo medio consciente de Jake. —Esto no es un buen augurio para ti, mi amigo —dice—. Las mierdas despistadas como nosotros deberían apegarse a las conexiones. —No todo es sobre el sexo —le digo, solo medio creyéndolo. Escribo otro mensaje a Chess. —Tienes razón —dice con una sonrisa, mientras Eleanor nos ve y se dirige hacia nosotros con una mirada en sus ojos que promete que nos hará sudar y arder—. Hay fútbol. Sexo y fútbol. ¿Qué más podría querer un chico? Hace seis meses, no le diría nada y levantaría mi mano para chocar nuestras palmas. ¿Ahora? No sé la respuesta.

Chess Estoy aplicando maquillaje cuando Finn me escribe un mensaje de texto. GQ: Hola. ¿A quién estás fotografiando hoy? No puedo decidir si es el hecho de que él me haya enviado un mensaje de texto o que lo haya llamado GQ en mis contactos, lo que hace que mi día de repente sea un poco más soleado. Pero hay una sonrisa que hace cosquillas en mis labios cuando levanto mi teléfono y respondo. CC: Porter. Worchowsky. Redmond. Phillips, Sr. Nosy. En realidad estamos haciendo dos calendarios. Uno con el equipo ofensivo y el otro con el equipo defensivo. Hoy, estoy trabajando con chicos en la defensa. GQ: No conozco a ese Nosy. Él podría ser un espía. CC: Muy lindo. GQ: Lo intento. ;) CC: Aw, y tú también haces emoticonos. Qué lindo, QB. GQ: Estoy tentado de enviar el dedo emoticono... Mi risa resuena en el silencio relativo de mi loft. Me encuentro incapaz de quedarme quieta y me dirijo a mi balcón. CC: :-* ¿Dónde estás? GQ: De camino a la clase de ballet. Esta bien, ¿qué? No es lo que esperaba. CC: ¿Ballet? GQ: Si. Ballet. CC: ¿Ballet? GQ: ¿Estamos hablando en círculos aquí? Muerdo mi labio contra una sonrisa, apoyo mis antebrazos en la baranda de mi balcón y respondo.

CC: No. Estoy tratando de transmitir mi escepticismo. GQ: Ya sabes, para una mujer de carrera independiente, eres muy anticuada en tu perspectiva, Sra. Copper. CC: Bien, estoy exponiendo mi doble estandarte. Envía una imagen como prueba. GQ: Tan desconfiada. Aquí está tu prueba, Sra. Doubtfire. Él me envía una autofoto. Viste una camiseta sin mangas y unos holgados pantalones cortos de gimnasio sobre unos ajustados pantalones cortos de compresión, está parado frente a la pared de un espejo con una barra unida. Jake está con él, y ellos están haciendo caras tontas, sus lenguas sobresalen como Gene Simmons de KISS. Entre ellos se encuentra una mujer mayor, delgada y elegante, en un leotardo. Ella sonríe con orgullo, sus brazos están alrededor de los dos hombres como si fueran sus hijos. Me río y tecleo un mensaje rápido. CC: Mi mente está destrozada oficialmente. GQ: ¿Eso es todo lo que se necesita? Debería haber hecho una pirueta para la foto. CC: Bastante segura de que habría dado lugar a que las bragas ardieran en llamas cuando eso salió. GQ: Dices las cosas más bonitas, Chester. Como sé que lo está haciendo para irritarme, dejo que Chester se deslice. CC: Morderé el anzuelo. ¿Por qué estás tomando clases de ballet? GQ: Jake lo descubrió cuando tiró de un tendón de la corva y tuvo que calentar. Es genial para la flexibilidad, el equilibrio... la resistencia. GQ: Es GENIAL para la resistencia. CC: Sigues repitiendo esa palabra como si estoy supuesto a impresionarme. GQ: Oh, lo estarás.

Descarado, pequeño... Comienzo a escribir una respuesta, pero él envía otro mensaje de texto. GQ: Además, todas las mujeres de la clase están muy ansiosas por ayudarme a mantener mi forma. ;-) Las burbujas de felicidad en mi vientre al instante se aplanan, y me quedo con el estómago revuelto en su lugar. Si eso no es una señal para frenar esto, no sé qué es. Tengo muchos amigos varones. Ninguno de ellos inspira celos. CC: No esfuerces algo mientras estás en ello. GQ: Si lo hago, ¿me darías un masaje? Justo ahí. Eso es coquetear. Dejo el teléfono y me alejo. ¿A quién estoy engañando? Hemos estado coqueteando desde el principio. James entra por la puerta y deja caer su llave en el plato. Inmediatamente me ve caminando de un lado a otro. —Bueno, alguien ha perdido su cara feliz. —¿En qué estuvimos de acuerdo sobre recordarme sonreír? —le advierto, sin detenerme. —En no hacerlo —dice James alegremente—. Pero los dos sabemos que ignoro la mayoría de tus directivas, oh poderosa reina. El teléfono vuelve a sonar. Lo observo con disimulo. James desenrolla la bufanda naranja envuelta alrededor de su cuello. Choca horriblemente con su pelo y barba, pero sospecho que eso le gusta. —Está bien —dice—. ¿Quién te está acosando? ¿Es esa diva María? Dile que la cámara puede realizar ciertas ilusiones, pero no puede sacar a la perra de su cabello. Reprimo una carcajada. María es una modelo con la que hemos trabajado hace un tiempo. Ella había insistido en que le había fotografiado en ángulos poco halagadores. No es verdad. Ella es preciosa. Pero insegura. Y un completo dolor en mi trasero.

—Afortunadamente, no he sabido nada de ella desde que le dije que había una advertencia de tornado en vigencia y que vigilaría las granjas voladoras. James ríe mientras hace un capuchino. —Entonces, ¿quién está enviando mensajes de texto a tus bragas en un nudo? —Finn. Casi tropieza, la espuma gotea sobre el borde de la taza. —¿Finn? Al igual que Finn, él es un imbécil y lo odio totalmente, ¿Mannus? —No lo odio. Acabamos de empezar con el pie equivocado. Finn está bien. —Sí, lo está. —No es lo que quise decir. Una lenta y maliciosa sonrisa se extiende sobre su rostro. —Y ahora es Finn, ¿eh? —Ese es su nombre —digo inexpresiva. —Mmm... —Me da la taza y se gira para hacer otro capuchino para él—. ¿Por qué estás encaprichada sobre Finn? ¿Te está acosando? —No. —Agarro el teléfono, pero no reviso la pantalla, por temor a tener la tentación de responder—. Está coqueteando. Estoy coqueteando. Y me gusta. —Dejo caer mi brazo con exasperación. —No creo que haya visto a nadie estar molesto por un buen coqueteo. —James toma un sorbo de su café y me mira con el ceño fruncido—. ¿Segura que te sientes bien? El teléfono vuelve a sonar. GQ: ¿Eso fue demasiado? ¿O la posibilidad de masajear mi lindo trasero te hizo desmayar? Se me escapa un resoplido. CC: Si. Me tienes. El terror era demasiado.

GQ: Está bien, Chester. Muchas mujeres no pueden manejar tanto calor a la vez. La voz de James se vuelve graciosa. —Sabes, creo que nunca he visto esa expresión en tu cara. —¿Qué expresión? —Espero la respuesta de Finn. —Atontada. —¿Atontada? ¿Has estado leyendo históricos otra vez? —Sí. Y deja de intentar quemar un agujero en mi cabeza con tus ojos. No hay nada malo en gustar a este chico. Has tenido mucha suerte con los hombres. Encontrar uno con el que estés realmente entusiasmada es algo bueno. ¿Por qué estás luchando contra esto? El calor se agita en mi pecho. —Porque él no está interesado en citas —le digo entre dientes. —Entonces da un paseo en ese cuerpo caliente de él y diviértete. El calor se mueve desde mi pecho hasta la parte posterior de mi cuello. —Él tampoco quiere eso de mí. James me mira confundido. Lo que no ayuda a mi ego magullado y confundido. —Imposible. Vi la forma en que te miraba. —¿Oh? —Ignora el aleteo. El aleteo es una barata atención de zorra—. ¿Y cómo es eso? —Como si fueras el Trofeo Vince Lombardi cubierto de miel. —Ni siquiera sé qué es eso. —El Súper Tazón, Chessie. Es mejor que te pongas al día ahora con tus conocimientos de fútbol. Lindo. —A pesar de que pudo o no haberme mirado, Finn dejó en claro que no quería ligar. Dijo que solo quiere, y cito, conocerme.

—Ah. —James golpea sus dedos en el mostrador haciendo unos pocos golpes molestos—. Bueno, tal vez es mejor no pensar demasiado en las cosas. Te gusta, eso está claro. Solo ve con eso. —Ve con eso. —¡Qué útil! —Nunca se sabe lo que puede suceder. Pongo los ojos en blanco cuando suena el timbre de la puerta delantera. James salta a la atención. —Ah, hablando de eso... —Él juega con su corbatín de lunares—. He... he conocido a alguien. —¿Supongo que este alguien está en la puerta? —pregunto, desconcertada. James nunca me ha presentado a nadie. No de una manera formal. He salido en citas dobles con él, pero eran casuales y rara vez volvía a ver su cita. —Sí. —James se sonroja—. Iba a decírtelo, pero quedé atrapado en tu reto de hacer el drama del mariscal de campo. Le lanzo una mirada de reproche. —¿Vas a abrir la puerta? ¿O quieres que lo haga? —No, no. Lo haré. —Se apresura hacia la puerta como si estuviera a punto de saltar de su piel. Lo que significa que es serio. De repente, me siento tan inquieta como James parece. Rápidamente le escribo un mensaje a Finn porque no quiero ser grosera con el invitado de James. CC: James está aquí. Me tengo que ir. ¿Hablamos luego? ¿Por qué siento la necesidad de preguntar? Él responde rápidamente. GQ: El próximo martes es mi día libre. ¿Disponible para el almuerzo? Déjame saber cuándo tienes una oportunidad.

Yo no respondo. James guía a su nuevo amor al loft, mientras me daba una cursi sonrisa. ¿Y me llamó loca? El hombre está prácticamente flotando. Había esperado que me presentara a un modelo, ya sea masculino o femenino. Alto y sorprendente es la preferencia de James. Pero ese no es el caso aquí. —Te presento a Jamie —dice James, sosteniendo su brazo alrededor de un hombre delgado y esbelto con un halo de rizos rubios y con gruesas gafas negras enmarcadas—. Jamie, conoce a Chess. —Chess. —Jamie se inclina para ofrecerme una mano, y desde debajo de un lindo chaleco azul de rombos, veo la suave hinchazón de los senos—. He oído mucho sobre ti. Ya que James ha estado muy callado, no puedo decir lo mismo. Así que simplemente le doy la mano, pero pierdo el control de mi sonrisa. —James y Jamie, ¿eh? James en realidad se sonroja. —Lo sé. Es horrible, ¿verdad? Seremos una de esas parejas que se visten igual y terminan las oraciones de los demás. —Se ve completamente feliz con esa perspectiva. —Ya estás a mitad de camino —señalo, mirando el chaleco suéter de rombos marrón de James. Jamie se ríe. —Y ni siquiera lo planeamos. —Me siento como Bert y Ernie en este momento —dice James, pasando una mano por su pecho. Jamie ríe de nuevo. —Si queremos ser realmente desagradables, podríamos conseguir un perro y llamarlo Jimmy. —Arruga la nariz—. No importa. Lo olvidé. Una vez salí con una chica que tenía un perro llamado Jim.

—Siempre quise conocer a un chico llamado Sue —James se queja. Jamie le sonríe. —Podríamos nombrar a la perra Sue. —Está bien —interrumpí—, ustedes son irritantes. Ambos sonrieron ampliamente, impenitentes. —Traje buñuelos. —Jamie sostiene una bolsa grande del Café du Monde, cuya parte inferior está manchada de grasa. Y juro que la boca se me hace aguas—. James dice que son tus favoritos. Definitivamente es en serio si trata de agradar al mejor amigo de quien está involucrado. Dios. Estoy celosa. En realidad estoy celosa. ¡Sal de ahí, bruja! La mujer lleva un chaleco y una corbata de lazo azul. ¿Cómo no puedo encontrar esto atractivo? —Los amo. Gracias. —Tomo la bolsa de ella y nos trae algunos platos—. Comamos en el balcón. Y así, en el balcón, escucho a James y Jamie terminar las frases del otro mientras me cuentan cómo se conocieron en un club de jazz. Me rio cuando se burlan de cómo lucharon por si Duke Ellington o Ella Fitzgerald eran mejores —tampoco, por cierto; son dos caras de la misma moneda—, y meto dos buñuelos en mi garganta para evitar meterme con mis propias historias de James. Porque Jamie no necesita escuchar eso ahora. Son tan lindos juntos que me duelen la mandíbula y el corazón. James está enamorado. Nunca pensé que vería el día. Él quita una migaja inexistente de la barbilla de Jamie cuando ella le dice que debería irse. —Sé que tienes una sesión que hacer. —Puedes quedarte y mirar —ofrece James, su voz es tan suave que casi no lo reconozco.

—Oh, no —dice Jamie con una risa—. No creo que pueda verte aceitar a un montón de grandes fortachones y no sentir celos. Además, hay una galería de arte a la vuelta de la esquina de mi casa que he querido visitar. —¿Vives en la cuadra? —le pregunto. —Vivo en Nueva York —dice Jamie, compartiendo una mirada rápida con James—. Estoy aquí por una semana. ¿Una semana? ¿Se enamoraron en menos de una semana? James pincha con los dedos una costura en el pantalón. —Ella volverá el próximo lunes. —Sigo diciéndole que debería venir conmigo para conocer la vida de Nueva York —se burla Jamie débilmente. —Y te sigo diciendo que tengo que trabajar —James responde con falsa alegría. Hay dolor en su voz, y él no puede ocultarlo. Un incómodo silencio desciende. Mi boca está llena de masa inflada, es una capa de azúcar en polvo que se convierte en pasta contra mi lengua. James es mi mejor amigo. Pero también soy su jefe. A veces, el abismo entre el amigo y el jefe se siente tan vasto como la distancia desde aquí hasta Nueva York. Trago mi bocado con dificultad. —Solo tenemos una sesión más para el calendario después de hoy. Maeve puede ayudarme con trabajos más pequeños después de eso. Deberías ir de visita. Tómate un tiempo para ti mismo. Los pálidos ojos azules de James se encuentran con los míos. Y se siente como un abrazo. Le devuelvo la sonrisa débilmente. ¿Estaba preocupado de que dijera que no? Nunca le negaría su felicidad. Pero mientras James ve a Jamie, me quedo mirando por la barandilla del balcón, observando cómo pasan los automóviles, y en la distancia, el Mississippi se desplaza como una gran serpiente marrón contra la tierra, y me siento vacía. Saco mi teléfono del bolsillo de mis vaqueros, le escribo a Finn. Me parece bien para el martes.

Contesta unos segundos después, como si estuviera esperando. GQ: Es una no cita. ;-) Todavía no sé lo que quiero de él, pero no puedo negar que la vista de ese tonto emoticono me hace sentir un poco más cálida por dentro.

5 Traducido por Jessibel

Chess Rápidamente descubro que a Finn le encantan los mariscos. Felizmente, él saldría fuera de la ciudad a un restaurante para obtener su fijación. Me lleva a Middendorf's, con vista al lago, por lo que promete ser un festín. Nos sentamos en el patio y las suaves brisas que flotan por el agua remueven mi cabello. Es uno de esos días perfectos de otoño en Louisiana, cuando la temperatura está en los 70 y el sol está brillando. Me relajo con un suspiro de satisfacción. Finn, por otro lado, está prácticamente retorciéndose con la promesa anticipada de comida. —Su delgado pescado frito es la razón por la que estamos aquí. —Me mira—. ¿Te gusta el pescado? —No puedo comentar de una manera u otra —le digo—. No recuerdo la última vez que tuve uno. —Bueno, te espera una golosina. —Se frota las manos como un niño pequeño—. ¿Quieres un vino blanco? —Por favor, no me digas que eres uno de esos chicos que piensan que todas las que tienen vagina deben beber vino blanco. —Es divertido burlarse de él. Él nunca se rinde. —Es vulva, Chess. Guarda la vagina para tu obstetra. —Él sonríe rápidamente—. Y no. Da la casualidad de que cada vulva ha pedido vino blanco. O agua mineral con limón. —Frunce el ceño, perplejo—. ¿Qué pasa con el agua mineral, de todos modos?

—No tengo idea. —Miro el menú—. Estoy tomando una cerveza. —Excelente. —Su alegría por nuestra inminente comida es contagiosa. La camarera aparece en ese momento y prácticamente tropieza cuando lo ve. No la culpo; Un Finn feliz es casi demasiado bonito para asimilarlo a la vez. Tienes que prepararte y mirarlo por etapas. Finn ordena las cervezas y el pescado, ignorando nuestras miradas codiciosas. —Ah, y algunas ostras y cangrejos. ¿Podrías traerlo todo de una vez, por favor? —Odio las ostras y los cangrejos —le digo, mientras la camarera se aleja. Jadea y se hunde en su asiento como si estuviera debilitado. —Es un sacrilegio, Chester. —Las ostras fritas están bien —le digo con un ligero encogimiento de hombros—. ¿Pero crudas? Son como bolas de moco salado. Finn mira hacia el cielo. —Señor, ella no sabe de lo que habla. —Y los cangrejos saben a barro. —Un buen barro —contesta. —No hay tal cosa como el buen barro. —Lucha de chica sobre chica en el barro. —Su expresión se atreve a discutir. —Lucha de barro de chico sobre chico —enmiendo. Él hace un gesto con la mano. —Justo lo suficiente. La camarera pronto regresa y deja dos botellas heladas de cerveza y nuestra comida. El rico aroma de los mariscos fritos se eleva, y mi boca en realidad se hace agua. Le doy un mordisco al pescado dorado y delgado.

—¿Cierto? —dice Finn con un gesto de aprobación—. Crujiente y ligero, es el maná de la comida frita. —Estoy enamorada —le digo. Las esquinas de sus ojos se arrugan, y nos sentamos mirándonos como ladrones felices. —Sabes lo que es raro —le digo en voz baja, como si al susurrar, haré que el momento dure más. Tal vez él siente lo mismo porque responde con la misma suavidad. —¿Qué? —Me estoy divirtiendo más en esta cita no cita que en todas las citas el año pasado. —Tal vez más. Los ojos de Finn se suavizan. —Yo también. En algún lugar alrededor de la región de mi corazón, todo se vuelve tierno. Siento que estoy cayendo, mareada y confundida. Mis dedos se enroscan alrededor de los bordes de la mesa solo para sostenerme. Finn aclara su garganta y toma un gran bocado de su pescado. —Entonces —dice al tomar un bocado—. ¿Las citas son una mierda para ti? —Viste el horror de la última. —Sí, eso fue doloroso. —Ríe y muerde una patata—. ¿Cómo está Edward, por cierto? —Su nombre no es Edward. Es... —Maldito infierno. Él sonríe. —Evan —lo anuncio con un grito casi al recordar—. Su nombre es Evan. Y no he hablado con él desde entonces. Gracias a Dios. Me dijo que vivía para la piel. —Eso es un poco espeluznante, Chess.

—Yo también lo pensé. —Doy un bocado al pescado, luego lo trago con cerveza fría. Cielos—. Lo triste es que ni siquiera fue mi peor cita. Finn agarra el tabasco y arroja un poco sobre una ostra. —De acuerdo entonces. Dame lo peor. —Sólo si me cuentas la tuya. —No tengo citas. Sólo ligues. —La cita del hombre perezoso. —Masco otro bocado. —Es cierto —dice con una risa—. Pero si quieres escuchar acerca de ello, te lo diré. —¿Realmente vamos a hacer esto? —pregunto—. ¿Ir al modo de novio completo? Finn se encoge de hombros ligeramente. —Oye, si Kevin Costner puede pintar los dedos de una mujer en Bull Durham, entonces tú y yo podemos intercambiar historias de horror. —La peor cita en la que he estado... —cierro los ojos y levanto la cara hacia la cálida luz del sol antes de mirar de vuelta a Finn—. Comenzó bien. Guy era atractivo, ingenioso... Finn hace un ruido dudoso. Lo ignoro. La conversación fluía, pero él seguía mirando hacia el bar. Finalmente, miro hacia ese lado y noto que una mujer nos está mirando. —¿Estaba él echando un vistazo a otra mujer mientras estaba en una cita contigo? —Finn resopla y sacude la cabeza—. Maldito movimiento de un idiota. —Sí, si estaba. —Puedo reírme de eso. Ahora—. Asumí lo mismo. Pero hombre, es horrible la suposición. No, no, él me dijo. Estaba totalmente bien. La mujer es su esposa. —¿Qué, era su ex?

—No, su esposa. Les gustaba mirar a los demás estar con otras personas. ¿Y estaba yo en la idea de volver a su casa? Porque yo me parecía al tipo de persona que lo haría. Sonrío ante la expresión de sorpresa de Finn. —Bueno, eso es... —Él resopla una risa—. Jodido. Me encojo de hombros y sorbo mi cerveza. —No es mi perversión, pero flota en su barco. Sin embargo, me hubiera gustado un poco de honestidad por adelantado. —No estás realmente vendiendo todo este asunto de las citas, Chess. —Ni siquiera he mencionado al tipo que regresó a mi casa, se encerró en mi baño por una hora y trató de tener una conversación conmigo a través de la puerta del baño mientras él estaba... indispuesto. —¿Estás segura de que no era uno de mis compañeros de equipo? —pregunta, riéndose. —Realmente no estás vendiendo ligar con jugadores de fútbol. —No si juegan en la defensa —dice suavemente, pero luego guiña un ojo—. Esos tipos son extraños. —Me aseguraré de decirles que dijiste eso. —Mastico una patata—. Está bien, te toca. Finn se recuesta y la luz del sol acaricia su piel, haciendo que el ángulo de su mandíbula sea más agudo y cálido. Y me encuentro con ganas de pintarlo, él captura la forma en que domina el espacio a su alrededor sin siquiera intentarlo. Su presencia es inmensa y sin esfuerzo. Irresistible. No he pintado desde la universidad, pero mis dedos recuerdan la sensación del pincel. Se toma una foto en un clic y luego se termina. Pero pintar a alguien es detenerse sobre ellos, vivir en su piel por un tiempo. Extraño esa intimidad. Mi distracción termina cuando él finalmente habla.

—Veamos. Dos sobresalen en mi mente. Hubo un momento en que me levanté para ir al baño… —Oh, Dios mío, por favor, dime que no conseguiste ser todo un parlanchín con tu cita mientras estabas allí. Pone los ojos en blanco. —Sí, eso es exactamente lo que iba a decir. ¿Cómo lo has adivinado? —Cierto. Lo siento. Continúa. —Pensé que mi... eh... la cita estaba fuera para el conteo, así que no me molesté en cerrar la puerta por completo. Lo miro con recelo, sin tener idea de a dónde va esto. —Así que ahí estoy, orinando, cuando esta mano, sosteniendo un teléfono empuja más allá de la apertura de la puerta... —¡No! —Me inclino con un grito ahogado. Finn asiente. —Sí, ella estaba tratando de tomarme una foto. —¿Orinando? —volví a sentarme en mi asiento—. ¿Qué demonios? Finn sonríe, pero no llega a sus ojos. —Eso es lo que dije. Afirmó que solo tenía curiosidad y que no se lo iba a mostrar a nadie. —¡Qué locura! —Locura total. Pero ese no es lo peor. —Estoy casi asustada. Finn toma un largo trago de su cerveza como para prepararse. —Estaba la chica que comenzó a llorar durante el sexo. —¿Porque horrorizada.

fuiste

tan

malo?

—bromeé,

fingiendo

estar

—Me quedé abierto a la posibilidad, ¿no? Pero, en serio. Apenas había empezado cuando ella comenzó a sollozar, y como si fuera un

festival de mocos, su pecho se arqueó. —Sus labios se tuercen—. Estaba jodidamente horrorizado. ¿La estaba lastimando? ¿Estaba ella traumatizada? —Lentamente, él niega con la cabeza—. Entre sollozos, ella dice que no podía creer que Finn Mannus la estaba penetrando. Que tenía el pene de Finn Mannus en ella. Y, tal vez, ¿podríamos filmarlo? Estoy boquiabierta. No se qué decir. Él está jugueteando con el borde de su servilleta y me está dando una sonrisa de dolor como si quisiera hacer una broma de esto, reírse, pero no puede reunir la energía. ¿Y por qué debería hacerlo? Entiendo que los ligues no serán los encuentros más significativos. Pero esas mujeres lo estaban usando. Descaradamente. —Oye —dice en voz baja—. No te conté esas historias para que sintieras pena por mí. Se supone que son divertidas. Trago saliva. —¿Los encuentras graciosos? Él se sobresalta, levantando un gran hombro. —Cuando les dije a los chicos, sí. Nos echamos a reír. ¿Pero cuando me miras con esos ojos grandes y doloridos? Se siente... una mierda. Con un suspiro, sacudo de encima el sentimiento y apoyo los brazos sobre la mesa. —No se te permite sentirte mal. —No lo estoy, ¿eh? —La expresión relajada ha vuelto, su rigidez se está desvaneciendo. —Lo prohíbo. Ellas son los que deben sentirse una mierda. Quiero cazarlos y abofetearlos. —Me da un poco de miedo cuando estás enojada. —Su mirada se desliza sobre mí con lentitud—. Calientemente asustado. —No me di cuenta de que había tal cosa. —Oh, sí, la hay. —Su expresión es pecado y anticipación—. La Mujer Maravilla da mucho miedo. Ella puede patear tu culo, atarte y hacer que derrames la verdad. Ya sabes, suplicar por ello.

Lo dice con tal celo, que mis pechos se vuelven pesados, la imagen de él atado a una silla llega a mi mente y esos músculos firmes tensados contra las cuerdas. Aspiro un suspiro, lo libero suave y lento. —¿Te gusta suplicar? —Me gustan las mujeres calientes que conocen sus mentes. —Él me sonríe descaradamente—. Y la Mujer Maravilla. Definitivamente me gusta. —Solía tener esta fantasía de que Spider Man me envolvió en su red y tuvo su camino conmigo —confieso en un susurro. Finn se ve encantado, lo que me hace sentir mejor. No me gustaba ver apagar la luz feliz en sus ojos o hacerlo sentir una mierda. Probablemente estamos coqueteando demasiado para ser supuestos amigos. Pero si se siente ligero, divertido. Soy la primera en admitir que puedo ser demasiado seria. —Eres pícara, Chess. —Se inclina hacia delante, por lo que nos enfrentamos sobre la mesa—. Entonces, ¿son solo las citas que apestan? ¿O el sexo también? El hecho de que él tenga que preguntar nos pone en planos totalmente separados. No tengo sexo con las malditas citas. Él claramente lo hace. Me rio un poco y sacudo la cabeza. —Ha pasado tanto tiempo desde que tuve buen sexo, que juro que escuché el triste sonido que venía de las cercanías de mi vagina anoche. Se atraganta con su cerveza, arrojando una fina niebla sobre la mesa. Tose los restos, se limpia la boca y luego el desorden, antes de mirar. —No puedo creer que me lo hayas dicho. Doy un sorbo de mi propia cerveza, ocultando una sonrisa. —¿Utilizar la palabra vagina te ofendió? —Sí —dice sin expresión, luego pone los ojos en blanco—. Soy un chico. Ahora, quiero solucionar el problema.

El calor en sus ojos me hace retorcer en mi asiento. No es que lo demuestre. —Somos amigos. No puedes arreglarlo. La expresión de Finn solo podía describirse como una expresión de lujuria. —Oh, podría arreglarlo, de acuerdo. Sonrío ampliamente, fingiendo que mi corazón no está latiendo más fuerte y que mis pezones no se están levantando con interés. —Pero no lo harás porque eso arruinaría esta frágil y nueva amistad. Él resopla, luego toma un largo trago de su cerveza. —Así que no me tientes. ¿Es eso lo que estoy haciendo? A lo mejor si estoy. Tal vez necesito que me examinen la cabeza. Cada vez que lo veo, todo se vuelve cálido y lento, hinchado y sensible. Excepto mi corazón, mi aliento, aquellos que se aceleran con impaciencia y codicia. ¿Cómo sería el sexo con él? ¿Sería tan caliente como cree mi cuerpo? ¿Me arruinaría para todos los demás? Por un momento embriagador, me entretengo con la idea de ceder, de decirle—: Hazlo. Hasta que duela caminar. —Pero, ¿y si acostarse con él cae ante la expectativa? Y está el hecho inevitable de que él ha declarado rotundamente que no quiere ligar conmigo. A pesar de su fácil coqueteo, sé que estaba siendo honesto. Y, en realidad, tampoco quiero. Así que lo trataré igual que a James. Debajo de la mesa, golpeo su rodilla con la mía. —Venga. ¿No hablas de sexo con tus amigos? Me mira mal, pero también está luchando contra una sonrisa. —En general, los chicos nunca admiten que sus penes cantan canciones tristes. Es un tipo de líos con la reputación. —El cielo no lo quiera.

—En serio, sin embargo —dice—. Me está costando mucho creer que no hay hombres alineados esperando una oportunidad contigo. El calor florece en mi pecho. —Bueno, ¿no eres tú el dulce hablador? —Estoy diciendo un hecho simple. —Sus cejas se unen—. No tuviste una mala experiencia, ¿verdad? —¿Por qué los hombres siempre asumen lo peor? —Lo estás haciendo mal. Los hombres asumen que para cada problema hay una solución. Así que expón tu problema y encontraré una solución. La inclinación de su barbilla es tan imperiosa que quiero reírme. Pero la preocupación seria en sus ojos es un poco linda. Con un suspiro, le digo la verdad. —El sexo para mí es complicado. —¿Confundiste en dónde va qué, cariño? —Eso fue una venganza, ¿verdad? —Un poco. —Se pone serio—. ¿Por qué es complicado el sexo? Muevo una patata a través de un charco de salsa de tomate. —Tengo un problema con el látex. —¿Un problema? —Me da una erupción. —Miro hacia mi regazo con significado. Una mirada de horror simpático se dibuja en su cara. —Oh, mierda. —Se da la vuelta en su asiento—. Sí, no digas más. Por favor. Mis labios se curvan. —Comenzó un año fuera de la universidad. De repente, fue como si mi cuerpo se estuviera volviendo contra mí teniendo sexo casual. —Se volvió contra mí en más formas que eso, pero él no necesita escuchar todo.

—Mató al amor libre, ¿eh? —Finn roba una de mis patatas y se las come—. Hay condones que no son de látex, ya sabes. ¿Algunas de esas marcas ultra delgadas que apenas hay? Se sienten muy bien... —Se detiene con un ligero rubor—. El punto es que hay opciones disponibles. Resoplo una risa. —Si lo sé. Pero se convirtió en una especie de cosa mental. Ver a un chico rodar sobre un condón, y mis partes de dama se atascarían con horror recordado. Él se estremece y yo asiento. —Sabía que esos condones no me irritarían, pero mi pajarita lo era todo, no. Esa es una zona de exclusión aérea. Finn se ríe, pero su mirada me recorre con una apreciación reflexiva. eso.

—Así que, ¿eso es todo para el sexo? Dios, por favor, no me digas —No, pero se ha convertido en algo... —Complicado —termina por mí.

—Puedo protegerme de quedar embarazada. Y lo hago. Pero ahora tengo que confiar en el tipo cuando dice que está limpio. Él tiene que confiar en mí cuando digo que yo también. Simplemente no es una buena situación sexual casual. Finn asiente con simpatía. —Deja de mirarme así —le digo—. Todavía tengo relaciones sexuales. Simplemente no ligues casuales. Lo que es bueno, ya que realmente quiero conocer al tipo antes de tener relaciones sexuales con él. Quiero una relación. —Te escucho. —Pero él todavía mira fijamente. —No soy un caso de lástima. —No pensé que lo fueras. —Voy a lanzarte con una patata si no quitas esa mirada de tu cara.

Los labios de Finn se curvan, pero su mirada se torna calculadora. —Sabes que estoy limpio. —No. —Considéralo como un amigo que ayuda a una amiga. —No —digo con más énfasis. Él sonríe. —Vale la pena intentarlo. —Creo que deberíamos abstenernos de hablar sobre el sexo de ahora en adelante. —En realidad, no tengo interés en escuchar acerca de sus encuentros con otras chicas. Finn deja escapar un suspiro expansivo. —Gracias a Dios por las pequeñas misericordias. Seguiré pensando en tu vulva triste y querré consolarla. Se ve tan disgustado que pongo mis ojos en blanco y le arrojo un trozo de pescado. Finn lo atrapa en el aire, se lo mete en la boca y lo mastica sin remordimientos. —Oye, ¿Chess? Él roba otra patata de mi plato. —¿Sí, ladrón? —Estamos saliendo otra vez. La necesidad de reír como una colegiala herida es tan fuerte que tengo que morderme el labio. ¿Que demonios? Soy una mujer ruda. Una roca ante los mariscales de campo calientes con sonrisas descaradas. Y, sin embargo, aquí estoy, sonrojándome de feliz placer y sonriendo ampliamente. —Sí, estamos. Señor, ayúdame, estoy en problemas.

—Estas tomas son hermosas, Chess. —Gracias. Estoy contenta de cómo están resultando. —Estoy hablando por teléfono con Dani, la artista gráfica que está diseñando el calendario de caridad, y con Meghan, quien está a cargo de la publicidad del equipo de Finn. Actualmente, estamos pasando por un conjunto de fotos que incluyen a Ethan Dexter, Rolondo Smith, Jake Ryder y Finn. Mi primer rodaje y el grupo de hombres a los que Meghan parece interesarles más. —Estos chicos son hermosos —dice ahora con una risa sin aliento—. Realmente deberíamos tener una foto con Manny flanqueada por su línea ofensiva. Miro la imagen en la enorme pantalla que uso cuando edito fotos. Finn me devuelve la mirada. Es una foto bastante ajustada, de cintura para arriba. Él está atrapado en una risa, su sonrisa autocrítica e irónica. Hay una luz en sus ojos, un carisma y confianza que te atrae, te hace querer acercarte solo para disfrutar de su energía perpetua. Han pasado días desde que lo había visto. Tanto tiempo que casi me he convencido de que nuestro almuerzo junto al lago había sido único. Un buen recuerdo para rememorar de vez en cuando y pensar con cariño. Excepto que sigue enviándome mensajes de texto en momentos aleatorios, consultas rápidas sobre mi día o lindas anécdotas sobre el suyo. He llegado a vivir para esos textos, cada uno de ellos envía pequeñas chispas de felicidad a través de mí. Miro su cara sonriente ahora y me encuentro extrañándolo. Lo cual es ridículo. Apenas conozco a Finn Mannus. Quiero conocerte.

Mis dedos se enroscan en un puño para no tocar la pantalla. ¿Qué había estado diciendo Meghan? Finn y sus linieros. Cierto. —Podemos programar una sesión de fotos de grupo si lo desea. Podría ser una buena portada. —Estaba pensando en tener la opción de elegir a tu jugador favorito para la portada —dice Dani. Mientras Meghan y Dani revisan los costos que implica tener varias opciones, golpeo mi panel táctil y me muevo hacia una foto de Ethan Dexter, así no tengo que seguir mirando la cara sonriente de Finn. La imagen de Dex es buena. Está agachado sobre un fondo rojo, con las yemas de los dedos apoyadas en el suelo, como si estuviera a punto de levantarse y correr. Cada músculo de su cuerpo es grande, impresionante, apretado y marcado. Es suficiente para detener la conversación entre Meghan y Dani. —Mira esos tatuajes —dice Dani con aprecio—. Ellos realmente resaltan aquí. Me encanta que hayas optado por el color en lugar del blanco y negro con estos, Chess. Estudio a Dex con un enfoque distante, en busca de fallas en la imagen general. —Parecía la elección correcta. El blanco y negro suaviza las cosas demasiado. Estos tipos deberían mostrarse con colores vivos, sombras y todo. —Sería un buen señor diciembre con todo ese rojo —dice Meghan. —Yo también lo pensé —le digo. —Queremos enviar un par de fotos a la prensa —continúa Meghan—. Despertaría el apetito del público y aumentará el entusiasmo. —La foto de Dex definitivamente funcionará. —De acuerdo. Amo la intensidad tranquila de él. ¿Qué más tienes?

Hago clic nuevamente, y un suspiro colectivo corre por la línea telefónica. En cuanto a mí, es como si una ola de calor me hubiera golpeado. Porque es la foto: Finn, su cuerpo duro y dorado estirado en una posición de costado, su es expresión serena pero intensa, casi como si estuviera a punto de despertar. Trago con dificultad, tratando de respirar. —Guau —dice Meghan—. Si esto sale, creo que tendríamos un motín en nuestras manos. —Sí. —Dani suena rara, como si estuviera luchando por mantener una voz firme—. Dado que él es todo... —ella aclara su garganta. Cuando tomé la foto de Finn, me quedé paralizada por su cara y la expresión en ella. Pero el comentario de Dani tiene mi atención deslizándose hacia abajo. El calor violento recorre mis mejillas. La foto está sin editar; No he tenido tiempo de recortar ciertas cosas. No hace falta ser un genio para saber que Dani está mirando el pene de Finn, colgando hacia abajo, con la punta ancha tocando el suelo. —Ah... —Meghan, resopla—. ¿Es él... Um? El calor en mí se agita, empujando mi piel y obstruyendo mi garganta. El miembro de Finn no cuelga flojo, sino que está a media asta, grueso y un poco curvado, como si estuviera a punto de volverse mucho más grueso. Dios, ni siquiera me había dado cuenta en ese momento. ¿Y ahora? Soy dolorosamente consciente de que otras dos mujeres lo están mirando; violando la privacidad de Finn. —Él lo está consiguiendo —susurra Dani. El calor en mí se reduce a algo vengativo y oscuro que se siente como posesión pero es más fuerte. Se estrella sobre mí, seguido de una ola de recriminación y vergüenza. Pongo esta foto sin comprobar. Les dejo ver esto. Al instante, muevo la imagen hacia su torso, acercándola para que su mitad inferior quede fuera de la vista. De alguna manera, encuentro mi voz, pero suena en mis oídos. —Ocurre a veces cuando los chicos no tienen ropa puesta. —No sé si estoy defendiendo a Finn o a mí misma. Ninguno de los dos tiene motivos para avergonzarse, pero no quiero que estas mujeres

asuman lo peor. Presiono antes de que puedan responder, como si el tema de Finn y su pene no fuera más que un problema—. Haríamos algo más como esto. —Muy mal —murmura Dani, pero luego dice en un tono más fuerte y más profesional—: Creo que al menos deberíamos bajarlo a sus caderas. Aunque estoy feliz del Photoshop, si quieres ir más bajo, Meghan. Maldición, de ninguna manera. No lo estás consiguiendo. —Edito mi propio trabajo —digo, con fuerza—. Puedes recortar la imagen como mejor te parezca después de eso. Demonios. Ni siquiera quiero que manipule la imagen de Finn. No quiero que nadie vuelva a mirarlo. —Está bien, por supuesto —dice ella, claramente tratando de hacer que las cosas vuelvan a la normalidad y al nivel relajado que habíamos estado antes. Necesito mantenerme en paz. En mi segundo monitor, escojo una foto de Rolondo riendo mientras sostiene una pelota de fútbol sobre su entrepierna. Muevo la imagen para que aparezca en nuestra sala de chat. —Esta es una buena para la publicidad —ofrezco—. La sonrisa de Rolondo es contagiosa, y está jugando muy bien en este momento. Gracias, James por tu constante parloteo en el fútbol. —Me encanta —dice Meghan—. Pero volviendo a la inyección de Manny. Tal vez deberíamos liderar con eso. No lo voy a traer de vuelta a la pantalla. Nadie más está viendo la versión sin editar de nuevo. Sacudo el sentimiento posesivo que se aferra a mi cuello. —Depende de ti, obviamente, pero creo que funcionaría mucho mejor como sorpresa. Todos querrán ver a Mannus. Es tu mariscal estrella y líder de equipo. Mantenlo en secreto y alimenta la necesidad. Una parte de mí se está riendo internamente de toda la mierda que estoy escupiendo, y me pregunto si verán a través de mí. La otra

parte odia que estoy en una conversación que gira en torno a cómo usar mejor la fama de Finn. Pero Megan hace un agradable sonido por teléfono. —Me gusta. Vamos con Dex y Rolondo por ahora. —Puedo enviarlos en aproximadamente una hora —prometo—. Solo voy a retocar algunas sombras. —La sombra es un conjunto de bolas, pero no necesita escuchar eso. —Genial. Planearé sacarlos con un comunicado de prensa hoy. Afortunadamente, la llamada termina bastante rápido. Tan pronto como cuelgo, dejo escapar un suspiro y sostengo mi cabeza entre mis manos. ¿Qué diablos está mal conmigo? Solo siseé y llevé a Finn como una bestia territorial. Tengo la horrible sospecha de que, si hubiera estado en la habitación con Dani y Meghan en ese momento, les habría enseñado los dientes. Como una bestia total. Finn no es mío, y él puede cuidarse solo. Por otra parte, él no quería ser visto como un idiota pedazo de hombre. Tenías razón en protegerlo. Paso mis dedos por mi cabello, lanzo la pesada masa hacia atrás sobre mi hombro y respiro profundamente. Tengo trabajo que hacer. Pensar en Finn Mannus no es parte de ese trabajo. Cuanto antes lo recuerde, mejor estaré. El pensamiento apenas se asienta cuando mi teléfono suena y mi estúpido corazón da un salto feliz. Es vergonzoso lo rápido que agarro el teléfono. Tal vez aún más cuando mi sonrisa se tambalea al ver que es un mensaje de texto de James. JamesTTwerk: ¿Ya casi terminaste el día? CC: Acabo de terminar. JamesTTwerk: Genial. ¿Quieres que pase por ti el viernes? Me toma un segundo recordar de qué diablos está hablando. Cuando lo hago, suspiro. James regresó de Nueva York, y se supone que debemos ir a la fiesta anual de Cocks & Cocktails de nuestro amigo Malcolm. Me desplomo contra mi silla. La misma gente, las

mismas conversaciones. No puedo decir por qué eso repentinamente ha perdido su atractivo, pero solo la idea de ir me agota. Estoy tentada de decirle a James que no quiero ir, pero sé que de todas formas me molestará y me engatusará. Y claramente necesito salir de este loft y de mi cabeza por un tiempo.

6 Traducido por Jessibel

Finn Hay cosas que algunas personas pueden no saber sobre mi trabajo. Soy un jugador de ajedrez. Podrías pensar que estoy parado allí en el grupo, o en la escaramuza, gritando las instrucciones que me ha pasado el entrenador. En realidad, es más que eso. Estoy leyendo la defensa, organizando a mis muchachos como piezas en un tablero, reaccionando y planeando. Y me doy unos cinco segundos para hacerlo. Soy un porrista. No tengo pompones, y aunque mi trasero es ciertamente lindo, no lo sacudo, mucho. Pero estoy absolutamente animando a mis muchachos. El orgullo es un poderoso motivador. Así es la lealtad. Yo creo ambas cosas cuando les digo lo brillantes que son en buenas jugadas, para que sigan presionando y nunca se rindan. Soy un líder. Me miran para marcar las pautas, para tomar el juego en la mano. Incluso si algunos de ellos nunca lo admitan. Y soy actor. Si me doblego, si muestro miedo, se acabó el juego para mis hombres. No hay una jugada en la que no esté fingiendo la defensa, armando un buen frente y jugando juegos mentales. En el campo, es mente, cuerpo y espíritu trabajando en perfecta armonía. Como dije, es el mejor trabajo del mundo. Y luego tenemos los otros días de la semana.

Reprimí un suspiro y hojeé la enorme carpeta en mi regazo. En el sillón junto a mí, está mi acompañante, el mariscal Dillon. Wooster, el tercer mariscal de campo, está tendido en el sofá. No estoy seguro de por qué ese cabrón se acuesta. Pero las reglas de la casa con respecto a los asientos siempre ha sido que el primero que llega es el primero que se sienta. De alguna manera, Wooster siempre llega al sofá primero. Altman, nuestro coordinador ofensivo sigue hablando, explicando las nuevas llamadas de juego que puedo leer por mí mismo si él terminara esta reunión y me dejara. Ciento treinta nuevas llamadas de juego, para ser exactos. ¿Mencioné que también soy estudiante? Cada semana estudio, aprendo, memorizo. Los libros de jugadas son mi vida. Los leo por la noche, durante el desayuno, siempre que tengo la oportunidad. ¿Pero ahora mismo? Quiero salir. Mi cabeza no está en ello. Son más de las cinco de un viernes, estoy cansado, y hemos estado aquí durante horas, revisando las imágenes y ahora el libro de jugadas. Unos dedos chasquean, el sonido atrae mi atención. Los fríos ojos azules de Altman me perforan. Es aproximadamente quince años mayor que yo, una vez mariscal de campo de reserva que fue cambiado al final de su carrera. Es lo que más tememos, que nos echen a un lado, luchar por encontrar trabajo y, finalmente, nos demos cuenta de que nadie te recogerá. Pero Altman lo aprovechó al máximo. Es un excelente coordinador ofensivo y probablemente será entrenador algún día. —¿Tienes algo que compartir con la clase, Manny? —pregunta ahora. Este es mi segundo año trabajando con él. Puedo leerlo bien y saber que no está enojado. Todavía. Le brindo una sonrisa relajada. —Sí, tengo que usar el retrete.

—¿No puedes aguantar, Manny? —Dillon se burla. —Escuché que es malo para la próstata —digo suavemente. Wooster resopla. —No querrás que Manny pierda su mierda en el campo, ¿verdad? Eso es exactamente lo que él amaría. Pero, a pesar de lo que la gente pueda pensar, tampoco somos exactamente enemigos. Aun así, le levanto mi dedo medio. —Gira en este un poco, gallina. Altman resopla. —Dejen las bromas para su propio tiempo, niños. Pero él nos deja ir. Gracias. Tan pronto como estamos en el pasillo, Dillon está hablando por teléfono, sin hacer ningún esfuerzo por mantener su voz baja. —Oye, bebé —canturrea—. Acabo de salir. Sí. Sí. —Él asiente con la cabeza a lo que sea que su esposa esté diciendo. Sé que es su esposa porque siempre la llama después de la reunión y siempre la llama su bebé. Avanzo un poco por delante de él, tratando de salir del alcance del oído, pero el hombre de mantenimiento pule los pisos y va lento. —¿Ya está durmiendo? —Dillon le pregunta a su esposa. Hay una pausa, y entonces el hombre realmente canturrea—. Bebita. Así es, es papá. —El sonido de un chillido infantil viene de las cercanías del teléfono, y él ríe entre dientes. Me muevo alrededor de una canasta del equipo, pero me atrapa en la puerta del gimnasio. Dillon termina la llamada con su esposa, prometiendo estar en casa pronto. La mirada en su rostro está tan contenta y alegre, que se siente como si estuviera invadiendo su privacidad. Pero él me llama la atención y sonríe más. —Vera está empezando a ponerse de pie ahora.

Vera. Cierto. Lo sabía. —¿Tiene como un año? —Diez meses. —Saca una foto de su teléfono y me muestra. La esposa de Dillon es rubia y hermosa, como una especie de reina del baile. Su hija es una mezcla perfecta de ellos, su cabello es un disturbio de apretados rizos de color latón, su piel clara y llena de juventud. Los brillantes ojos color avellana brillan mientras sonríe a la cámara, mostrando dos dientes frontales. Casi duele mirarla, es tan linda y feliz. —Ella es hermosa, hombre. —Lo sé —dice Dillon con orgullo. Me da un amistoso apretón en el hombro—. Lo mejor de la vida, hombre, es tener una familia. No importa lo que estos chicos te digan. Los hombres de la familia siempre están tratando de convertirnos en solteros pobres y sin alma. Jake afirma que es así que se sienten mejor acerca de estar atrapados. Solía estar de acuerdo. Ahora, no estoy tan seguro. Dillon sale y me alejo frotando la opresión a lo largo de mi pecho. El lugar está bastante desierto en este momento, la mayoría de los muchachos hace tiempo que se fueron a casa. Doblo la esquina y entro en el gimnasio camino al vestuario. El familiar aroma del metal, el caucho y el sudor persistente merma un poco. Rolondo está trabajando la prensa de piernas, sus músculos se tensan mientras resopla y empuja las piernas hacia afuera. —Deberías estar trabajando con un observador —le digo—. Al menos si vas por las pesas libres. —Sí, sí. —Las pesas suenan cuando él las baja demasiado rápido. Agarra una toalla y limpia el sudor de su cara—. ¿Qué estás haciendo aquí, Manny? Todos los demás se han dispersado como cucarachas a la luz. Me río. —Podría preguntarte lo mismo.

Se levanta con un gemido y luego se estira. —Perdí la noción del tiempo. Wooster entra, con la expresión de adulador que nunca parece dejar de llevar. —¿Oyeron hablar de Dex? —Escuché —dice Rolondo con brusquedad mientras le lanza una mirada molesta. —No lo he hecho. —La preocupación hace que mis palabras sean agudas—. ¿Que esta pasando? ¿Está bien? —Está bien —dice Rolondo—. No es más que una tontería sin sentido. Wooster ignora a Rolondo. —El relacionista publicó algunas fotos de ese calendario de fortachones en el que están todos. ¿Fortachones? Siento que un ojo se pone en blanco. Pero es una novedad para mí que el relacionista público ha enviado fotos. Supongo que no estoy en ellas o lo habría escuchado. Pienso en Chess mirando las fotos que tomamos y me siento expuesto de nuevo. Sacudo la sensación y agito mi mano hacia Wooster para continuar. —La prensa estaba abarcando la foto de Dex. —Él mira a Rolondo con un destello en sus ojos—. Supongo que lo encontraron más interesante. Rolondo hace un gesto perezoso al sacudir su mano. Pero Wooster sigue adelante. —El viejo compañero de equipo de Dex dio una entrevista, afirmando que Dex es virgen. Lo siguiente que sabes es que algunos de los locos del servicio de citas se enteraron de la historia y están ofreciendo una recompensa por su virginidad. Por un segundo, solo puedo mirar, mientras mi mente da vueltas. —¿Qué demonios? En serio, ¿qué diablos?

—¿Cómo me perdí esto? —No pregunto a nadie en particular. —¿Demasiado ocupado buscando tu propia prensa? —Wooster lanza. Echo un vistazo a Rolondo. —¿Está bien? —Está bien. Como dije... —Le da a Wooster otra mirada desagradable—. ...Es solo una tonta mierda. Dudo que Dex esté tan bien como afirma Rolondo. Dex codicia su privacidad como un avaro de oro. No es que lo culpe; Ninguno de nosotros disfruta exactamente de nuestra vida privada siendo expuesta. Tomo una nota para llamar a Dex tan pronto como esté solo. —Escuché que el fotógrafo es una mujer —dice Wooster, interrumpiendo mis pensamientos. Levanto mi cabeza, entorno mis ojos cuando algo caliente surge en mis entrañas. —¿Qué diablos tiene eso que ver con algo? Rolondo comienza a sacudir la cabeza. —Hombre —murmura en voz baja. Wooster, sin embargo, ve claramente la sangre en el agua y es tan estúpido. —Supongo que no lo hace. Acabo de escuchar que ella era sexi del tipo Rápido y el Furioso. Doy un paso en su dirección. La sangre golpea en mi cabeza. —¿Rápido y furioso? —Sí, sabes, un adorno del capó que jodas rápido y furi... Mi mano está envuelta alrededor de su garganta antes de que pueda terminar. No recuerdo moverme, pero no voy a dejarlo ir. —Sí quieres conservar esa lengua —le grité—, te sugiero que calles tu jodida boca.

Wooster me agarra del brazo, pero no puede liberarse. Pero luego se relaja con una sonrisa. —Lo entiendo. Te acuestas con ella. Bien, hombre. Apuesto a que ella se mueve fácilmente con un trabajo como ese. Dos pasos adelante y lo estoy golpeando contra la pared. —Necesitas callar tu maldita boca, idiota. Rolondo se interpone entre nosotros, pero él me está mirando. —No vale la multa, Manny. Es debatible. Pero aflojo mi agarre. Wooster me sacude lejos y luego sonríe. —No podemos olvidar ese cheque de pago, ¿podemos? Rolondo hace un ruido de desdén. —Deja de jugar como si una multa no te lastimara más que a cualquiera de nosotros, imbécil. Y deja de faltarle el respeto a las mujeres. ¿No te enseñó tu mamá mejor? —Bastante seguro de que estarías cantando una melodía diferente si tuvieras algún interés en las mujeres —dice Wooster. Rolondo es gay. Nunca lo ha escondido, pero hasta ahora, no he oído a nadie que le importe una mierda. —¿Qué diablos acabas de decir? —Me lanzo hacia Wooster de nuevo. Rolondo me bloquea, su expresión es casi serena mientras mira a Wooster. —Dije que chupes mi pene, pero tengo estándares. Ahora vete de aquí y preocúpate por mejorar tu puto juego. Wooster se eriza, como si estuviera a punto de responder, pero su mirada se interpone entre nosotros, y él retrocede. —Maldición, no hay sentido del humor. —Oh, sí, es nuestro humor el que falla aquí. —Tomo una página del libro de Rolondo y hago un gesto de desprendimiento rápido—. Hemos terminado.

Me dirijo a las pesas libres sin mirar atrás. Quiero irme, pero estaré condenado si Wooster me está alejando. Rolondo se une a mí, mientras Wooster nos deja y sale de la habitación. —Hombre… —comienza Rolondo. —Lo sé —digo, sin dejar que termine—. No debería dejar que ese imbécil me afecte. —Que bien que lo recuerdes. Ahora. Me quedo mirando las pesas, sin moverme para recogerlas. —¿Te ha causado problemas antes? Rolondo deja escapar una carcajada. —¿Te preocupas por mí, Manny? Suena divertido. Levanto mi cabeza. —Tú eres mi compañero de equipo. No tengo que decir más; Rolondo lo entiende. Pero su expresión sigue siendo pasiva. —Los chicos hablan mal. No importa sobre qué. O tomas su mierda o no. —Su mirada me taladra con una inquietante profundidad—. Protegería lo que sea que esté pasando con la fotógrafa. Los chicos hablarán de ella por la única razón de estar tomando fotos desnudas. La verdad, molesta. Me molesta que ella haya visto cualquier miembro en este equipo, no solo el mío, y me molesta que los chicos lo vean como una especie de broma sobre la que pueden reírse. Pero no hay nada que pueda hacer al respecto. —Chess es mi amiga. —Señalo hacia la dirección a la que se fue Wooster—. No dejo que las personas hablen una mierda de mis amigos. Rolondo sonríe lentamente. —Veo eso. Asiento brevemente.

—Solo una pregunta —dice Rolondo. —¿Qué? —¿Tu pene sabe que solo son amigos? Se ríe mientras le lanzo un puñetazo, evitando fácilmente el golpe. —¿Eso es lo mejor que tienes? Nos agachamos balanceándonos a medias, ambos necesitando sacudirnos el palito que Wooster arrojó sobre la habitación. Rolondo ríe, mientras busca su mochila que había dejado presionada en las piernas. —Me voy. Es extraño cómo sus palabras parecen resaltar ante lo callado que está el lugar. En la distancia, un teléfono suena y luego se corta. No estoy asustado, pero tampoco quiero permanecer en una ciudad fantasma. —¿Qué estás haciendo ahora? —le pregunto. —Mi mamá está en la ciudad. —¿En serio? —Sí, la llevaré a cenar al Commander’s Palace. —Él sonríe—. La mujer me ha estado buscando desde que se bajó del maldito avión. —Sé cómo va eso. Mi mamá hace lo mismo. Tenía que ir allí y a Galatoire. Rolondo ríe. —Fui allí la otra noche. Ambos nos reímos. Y de repente, extraño a mi madre. Lo que no tiene sentido, ya que soy un hombre adulto, me ha estado molestando muchísimo últimamente y la he estado evitando. Rolondo va a la ducha y yo me quedo mirando las pesas sin verlas realmente. No quiero estar aquí. No sé en dónde demonios quiero estar. Pero una cosa está clara. Saco mi teléfono.

BigManny: ¿Puedes interesarte por un chico pobre? Chess responde casi de inmediato. ChesterCopperpot: ¿Realmente conoces a algún chico pobre? BigManny: Linda. Bien, ¿puedo capturar tu interés para comer un sándwich con este chico rico aquí? ChesterCopperpot: En realidad estoy en una fiesta ahora mismo. Cena en forma de bocadillos y cócteles. La decepción nada en mi pecho. Trago más allá de ese bulto de autocompasión y me armo de valor. BigManny: Otra noche entonces. Diviértete, fiestera. Me dirijo al vestuario donde he dejado mis llaves. Agarraré un sándwich y veré un poco de baloncesto. Tan cansado como estoy, una noche descansando en el sofá suena bien. Estoy casi en mi coche cuando mi teléfono vibra. ChesterCopperpot: Deberías venir aquí. Hay demasiada comida. Me detengo, mirando fijamente la pantalla. Chess envía otro mensaje. ChesterCopperpot: Prometo que nadie te manoseará a menos que lo pidas. Sonrío ante eso. BigManny: ¿Me manosearías, Chester? ;-)

ChesterCopperpot: No, pero James lo haría. Es un gran fan

BigManny: Estoy feliz de darle un autógrafo. Pero eso es todo lo que me corresponde en mi llamado al deber. ChesterCopperpot: Advertencia justa... Si él te pide que firmes su bola, huye.

Una risa se libera y llena todos los espacios vacíos en mi pecho. Dios, quiero ver a esta chica. Pero vacilo; una fiesta no es exactamente como quiero pasar mi tiempo con Chess. El teléfono suena en mi mano. —Chester —le digo con una sonrisa. Su voz ronca y sensual compite con el sonido de las conversaciones y la música de fondo. —¿Así que? ¿Vienes o qué? —Deseosa de verme, ¿verdad? —Sí —dice ella—. Necesito reconfirmar que tu cabeza es realmente tan grande. Estoy sonriendo ampliamente ahora, a pesar de que ella no puede verme. —¿De qué cabeza estamos hablando? —Estoy colgando... —Está bien. Me portaré bien. —Claro que sí. —Alguien grita fuerte y estridente en el fondo. Luego Chess habla de nuevo—. ¿Y? —¿Estás segura que me quieres allí? No quiero interrumpir tu velada. Chess está en silencio por un segundo. Ella habla de nuevo y suena rígida, recordándome la primera vez que nos encontramos cuando ella pensó que yo era un idiota. —No extiendo invitaciones falsas, Finn. Pero no tienes que venir. Honestamente, está bien. ¿Pienso en sentarme cómodamente en casa con un sándwich en lugar de sentarme al lado de Chess en una sala llena de gente que no conozco? No hay competencia. —Dame la dirección.

Después de una ducha rápida y cambiarme en casa, salgo para encontrarme con Chess. La fiesta es en una casa en la zona norte, cerca de Audubon Park. La lluvia ligera y brumosa está cayendo cuando me detengo ante la galería doble de la casa, cada ventana resplandece de luz. La versión de Louis Armstrong de Don’t Get Around Much Anymore se desplaza por esas ventanas y, por un segundo, es como si hubiera retrocedido en el tiempo. Te encuentras mucho con eso en Nueva Orleans. El jazz antiguo, las casas antiguas, las aceras agrietadas y los robles rojizos que gotean de musgo, te sacan del mundo moderno y te hacen sentir obsesionado por la historia. Empujo más allá de la corta verja de hierro forjado y camino hacia la puerta. Se me ocurre que estoy nervioso, cuando toco el timbre de la puerta y encuentro mis manos pegajosas. Y tengo que reírme de mí mismo. Los reporteros me interrogan al menos una vez a la semana y nunca sudan. Gané campeonatos nacionales con una multitud de cien mil personas gritando en un frenesí, y no me inmuté. Sin embargo, aquí estoy nervioso como adolescente en su primera cita. Una mujer que lleva un vestido morado al estilo de los años 50 abre la puerta. Por un largo segundo, ella me mira fijamente. —Hola —le digo, cuando ella no habla. Ella parpadea y luego sacude la cabeza como si saliera de una niebla. —Por favor, dime que eres un estríper. —¿Estríper? —repito, medio divertido y un poco confundido. Detrás de ella puedo ver que la casa está llena de gente con vestidos o trajes, y me pregunto si tengo la dirección incorrecta. —Nunca hemos tenido un estríper en un C&C antes —explica con entusiasmo—. Pero estoy totalmente de acuerdo con este desarrollo. ¿C&C? —Estoy buscando a Chess Copper.

La mujer del traje púrpura frunce el ceño como si nunca hubiera escuchado hablar de Chess, y estoy a punto de dejarlo todo e irme cuando James aparece de repente, casi tropezando con la mujer. —Manny —exclama con una sonrisa feliz—. Estás aquí. El alivio relaja mi postura. —Hola, James. Me agarra del brazo y trata de remolcarme. Podría haberle dicho que soy demasiado grande para ser tirado al azar, pero acabo de entrar. La mujer del vestido púrpura hace un sonido de decepción. —Entonces, ¿no eres un estríper? —¿Estríper? —James suena horrorizado—. Este aquí es el rey. Muestra algo de respeto. —Entonces necesita una corona —dice una mujer con el pelo esponjoso y con un vestido verde mientras pasamos junto a ella. En el interior, está lleno de gente y apretado. El mobiliario es del siglo XIX, con retratos en marcos dorados que cuelgan de las paredes. El humo del cigarrillo se cierne sobre nuestras cabezas, varias personas fuman en grupos y sostienen cócteles. Y juro que siento un momento de inquietud, como si en realidad me hubiera caído en una extraña curva de tiempo. —¿Por qué todos se visten como si estuvieran haciendo una audición para una reunión de Mad Men6? —pregunto a James. —Es un atuendo estándar para Cocks and Cocktails —dice, mientras nos detenemos en la mesa auxiliar con una barra—. ¿Quieres una cerveza? —Claro, pero... ¿Cocks and Cocktails? James me extiende una botella de cerveza antes de prepararse una ginebra y un tónico. —Es un cóctel. Solo te pones tus mejores prendas antiguas. — Coloca una mano sobre su traje a rayas blanco y negro, rematado 6

Mad Men – serie de televisión estadounidense, ambientada en la década de los sesenta.

con un lazo rosa que choca con su barba roja—. El punto es ser el mejor vestido de la pasarela, por así decirlo. Dado que estoy en jeans y una camisa de manga larga lisa y gris, estoy muy mal vestido. Como también soy un pie más alto que todos aquí, sobresalgo como un pulgar adolorido. —No te preocupes —dice James, claramente leyéndome bien—. Cuando alguien se ve tan bien como tú, a nadie le importa el vestido en la vidriera. Vuelvo a mirar su traje. —De alguna manera creo que esto pasará por encima de tu cabeza, pero a veces es bueno perderse entre la multitud. James sonríe, tomando un sorbo de su bebida. —Tal vez. Entonces, de nuevo, si eso fuera cierto, no tendrías a alguien que te esté mirando como está ahora esa dama en particular. Me dirijo hacia la dirección de su mirada y ahí está ella. Cualquier respuesta que pueda dar a James se ha ido; Estoy sin palabras. Hasta ahora, he visto a Chess en jeans y tops casuales. Esta versión de Chess es como un regalo. Ella se abre camino hacia mí, y mi corazón golpea contra mi pecho como si intentara liberarse. Su expresión generalmente severa es más ligera y sus ojos verdes sonrientes. —Trish estaba balbuceando sobre un modelo de la revista GQ buscándome —dice a modo de saludo—. Supuse que eras tú, o fue mi noche de suerte. —Fueron ambas —finalmente respondí, muy consciente de que mi voz es gruesa. Lleva un vestido, una blusa de terciopelo negro que abraza su delgado torso y cuelga en las curvas de sus hombros. La falda es una nube blanca que llega hasta sus rodillas. —Estás mirando fijamente, Finn.

—Rear Window7 —solté un resoplido, haciéndola parpadear—. Ese vestido. Grace Kelly llevaba un vestido así en Rear Window. James se ríe. —Mierda, no puedo creer que hayas notado eso. Tomé un sorbo de cerveza para mojar mi garganta seca. —Es la película favorita de mi madre. No agrego que podría haber estado un poco enamorado de Grace Kelly cuando era un preadolescente. Un rubor suave tiñe de rosado las mejillas de Chess. —La mayoría de la gente no lo ha descubierto. Ellos también esperan el cabello rubio casi blanco. Su cabello teñido de negro es arrastrado por uno de esos peinados retorcidos clavados en la parte posterior de su cabeza que expone la larga línea de su cuello. Ella es tan hermosa, y se lo digo. El rosa en sus mejillas se profundiza, pero ella se encoge de hombros. —¿Encontraste bien el lugar? Ella parece nerviosa, su mirada se dirige hacia las personas que nos miran. A mi. La atención pica en mi nuca. Ignoro a todos menos a ella. —Sí. —Muevo la cabeza y el ligero aroma de su perfume hace cosquillas a mi nariz—. Yo también podría haberme vestido, ya sabes. Sus labios rojos cereza se fruncen. —Lo siento, ni siquiera lo pensé cuando estábamos enviando mensajes de texto. No puedo resistirme a molestarla. —Hmm... Y aquí pensé que tal vez tenías miedo de retroceder una vez que escuché, Cocks and Cocktails. La esquina de su boca se tuerce. Rear Window – película estadounidense de 1954 basada en el cuento de 1942 It Had To Be Murder de Cornell Woolrich, protagonizada por Grace Kelly. 7

—Bueno, tal vez no los cócteles. —Está bien, Chester. —La necesidad de tocar la suave curva de su mejilla me hace agarrar mi cerveza—. Gracias por invitarme. Chess juega con el collar de perlas alrededor de su cuello. —Vamos. Te presentaré a Malcolm, nuestro anfitrión. Es un vendedor de antigüedades. —Eso explica mucho. Sus ojos brillan. —Espera hasta que te presente con él. El hombre habla como si hubiera nacido aquí hace cinco décadas, cuando sé que creció en Cleveland. Malcolm resulta ser un hombre de mediana edad que luce un delgado bigote negro. Lleva un traje blanco con corbatín negro y me dice que busca parecer a un Clark Gable, en Gone with the Wind, pero la imagen que me viene a la mente es el Coronel Sanders8. Me reservo eso mientras le doy la mano. —Pareces familiar, señor Mannus —dice, mirando mi cara—. ¿Es usted un modelo, tal vez? La imagen del Coronel se vuelve más fuerte, y tengo la repentina necesidad de comer pollo frito. —No, señor, soy un mariscal de campo. Me mira perdido. —Podría haber jurado que eras uno de los chicos de Chess. ¿Los chicos de Chess? La miro, y ella hace una mueca. —No tengo niños, Mal. Él agita una mano. —Sabes a lo que me refiero. Tus amigos modelos. —Me mira de nuevo—. ¿Un mariscal de campo, dices? James interrumpe. Coronel Sanders – Coronel Harland David Sanders fue un hombre de negocios Americano, mejor conocido como el fundador de la cadena de restaurantes Kentucky Fried Chicken. 8

—Cristo en una galleta. Es un jugador de fútbol profesional. Y la razón por la que te parece familiar es porque hay una enorme cartelera de su cara sonriente en Canal Street. Me estremezco. Ese maldito anuncio. Odio conducir por allí. Me veo en el espejo cada vez que me afeito; No necesito un recordatorio de cincuenta pies de cómo me veo. El reconocimiento llega a Malcolm, y está claro que la cartelera también lo ha perseguido. —Fútbol. Ugh. —Su bigote se contrae—. Detesto el fútbol. Todo ese gruñido y sudoración. Y no hay sexo real involucrado. —Un comentario un poco personal, ¿verdad? —le dice un hombre a su lado. —Deberías saberlo, Robert. —Malcolm pone los ojos en blanco y luego vuelve a concentrarse en mí—. Por favor, dígame que tiene otros intereses, señor Mannus. Chess me da una mirada rápida y preocupada. Pero no me importa. Ya estoy cerca de aduladores, y no hay malicia en su tono. —Oh, claro —digo a la ligera—. También me gusta el béisbol y el baloncesto. Me mira fijamente y yo le devuelvo su mirada con una sonrisa insulsa. Su labio se contrae. —Eres lindo. —Lo intento. La mujer del traje púrpura se une a nosotros. —Pensé que era un stripper. Estoy empezando a pensar que esta chica tiene un solo tema en su cabeza. —Los strippers usan un disfraz, Trish —dice Robert con un acento exasperado—. Si él hubiera aparecido en un uniforme de fútbol, te daría eso. De lo contrario, es solo una ilusión de tu parte. Trish lo mira, pero luego se encoge de hombros.

—No estaba muy lejos, sin embargo. Si es un jugador de fútbol, entonces se ha estado desnudando para Chess. —Jesús, Trish —murmura Chess. Malcolm y Robert reaccionan. —Estamos haciendo un calendario de caridad —explica ella, no del todo nerviosa pero claramente molesta por Trish. —Vi la foto en las noticias de ese hombre grande con toda la tinta del brazo —dice Trish—. Que mal que no se haya presentado. Es tan caliente. Dex no habría logrado pasar por la puerta principal de este lugar antes de girar su trasero y correr. Chess me dispara una mirada vacilante. —¿Viste las fotos? Tomo un sorbo de cerveza. Se está poniendo cálido y plano. —No. Pero escuché sobre ello. ¿Por qué no escuché sobre ello de ti? No debería molestarme que Chess no haya dicho nada. Pero lo hace. Parece algo que un amigo definitivamente le diría a un amigo. Pero no eres una amiga, ¿verdad? Un almuerzo y un par de conversaciones te convierten en poco más que breves conocidos. —Salieron bien, creo. —Chess ahora está balbuceando—. Meghan quiere usar la foto de Dexter para diciembre. —¿Vas a ponerle un sombrero de Papá Noel? Su cuerpo se sacude, y al instante, me siento como una mierda. Pero ella no responde. Una mujer se topa con ella y comienzan a charlar. Me quedo con mi cerveza y las miradas curiosas de las personas que circulan por la habitación. Estoy hambriento. El humo pica en mis ojos y llena mi boca. Me duelen los pies por estar de pie, y empiezo a sentirme como un hombre viejo porque lo único que quiero hacer es sentarme donde esté tranquilo y cómodo. Cuando otra persona se topa conmigo, dándome una doble mirada, me disculpo y me dirijo al baño.

—Usa el de arriba, querido —me dice una mujer bonita y mayor cuando descubro que el cuarto de baño de abajo está ocupado—. A Malcolm no le importará. Encuentro el baño con facilidad, pero realmente no necesito usarlo. Había sido una excusa para escapar. Al final del pasillo, un conjunto de puertas francesas conducen a la galería de arriba, con un amplio porche que se extiende a lo ancho de la parte posterior de la casa. Salgo, cierro la puerta detrás de mí y respiro hondo. La luz de dos lamparillas de pared ilumina el espacio. Aquí está tranquilo, los sonidos de la fiesta son amortiguados. Me siento en un columpio de madera del porche y dejo que se mueva lentamente. No debería estar aquí arriba. Debería encontrar a Chess e... ¿ir? ¿Soportar hasta el fin? No sé si me sentiré mal esta noche o si imaginé cosas sobre ella que nunca estuvieron allí. La puerta se abre, y me pongo rígido. Pero es Chess. Y no es una casualidad la forma en que mi pulso se acelera cada vez que la veo. Porque lo hace de nuevo, y todos mis sentidos se sintonizan con ella como si fuera mi verdadero norte. —Ahí estás —dice ella, subiendo a la galería—. Me preguntaba si te habrías escapado gritando. Casi lo hice. Me paro. —Solo estoy tomando un poco de aire fresco. —No te culpo. A veces me olvido de cuánta gente fuma estas cosas. —Chess se acerca y veo que está sosteniendo un plato cubierto con una servilleta—. Hace que me duela la garganta. Su falda cruje y rebosa mientras se sienta en el columpio. Me siento a su lado. —Aquí —dice ella, entregándome el plato—. Te traje algo de comida. La sorpresa hace que mis movimientos sean inestables cuando lo tomo de ella. —No tenías que hacer eso.

Pero estoy tan agradecido de ello, que comería cada maldita mordida, sin importar lo que sea. —Por supuesto que sí —dice ella, mientras levanto la servilleta—. Te he arrastrado hasta aquí. No voy a dejar que te mueras de hambre. —Ella se inclina—. Es un sándwich. Mis labios se curvan. —Veo eso. —En realidad, son varias secciones de lo que parece ser muffuletta9. Yo como una sección en dos bocados. Sí, definitivamente es una muffuletta. Un pequeño gemido de apreciación se me escapa. Chess sonríe. —Oh, espera. —Ella se para, y hunde sus manos en los pliegues de su falda ancha, que obviamente tiene bolsillos ocultos porque saca una lata de refresco y algo envuelto en otra servilleta—. Una coca, y un brownie para el postre —dice con orgullo. Ella se sienta en silencio mientras yo como, y sacude su cabeza cuando le ofrezco una porción del sándwich. Porque tengo hambre y porque no me gusta la idea de que ella tenga que esperar a que coma, por lo que engullo la comida. El brownie sigue, con unos pocos y rápidos bocados. Limpié mis manos con una servilleta, coloqué el plato y la lata vacía en una mesa auxiliar y dejé escapar un suspiro de satisfacción. —Gracias. Necesitaba eso. Su sonrisa es pequeña y rápida. —Debería haberte alimentado tan pronto como llegaste aquí. —Estoy bien ahora. Chess apoya sus manos en el asiento y se inclina hacia delante para mirar sus pies mientras nos mecemos lentamente en el columpio. El silencio desciende, espeso e incómodo, y por primera vez en su presencia, no tengo palabras. Muffuletta – Es un tipo de pan siciliano redondo con sésamo, relleno de fiambres, quesos y un tipo de ensalada de aceitunas y encurtidos, originario de Nueva Orleans. 9

No conozco a esta chica. En realidad no, y sin embargo, me he insertado en su vida con una determinación que suelo reservar para ganar juegos. Excepto que no tengo final aquí. Le dije que quiero que seamos amigos. Pero, ¿cómo funciona eso para nosotros? Nuestros amigos y vidas no podrían ser más diferentes. Las fiestas para mí son eventos de auto-felicitación, llenas de personas cuyo único enfoque parece estar reforzando mi ego, seguido por mí en busca de un rápido ligue. Y mis amigos son parte del fútbol de alguna manera. Hablamos de fútbol o deportes. Es una vida de enfoque estrecho, pero es mi zona de confort. Eso también irrita, sabiendo que vivo una vida que parece salvaje y libre para los extraños, pero que en realidad es pequeña y está estructurada por dentro. El silencio se ha prolongado demasiado. Debería irme. Pero no me muevo. Si me marcho, sé que será el final de lo que sea. La vergüenza me hará evitar buscarla de nuevo. Probablemente, ella hará lo mismo. Y eso será todo. El conocimiento se sienta como una piedra en mi pecho. —Lo siento por mis amigos —dice Chess—. Pueden ser incómodamente descarados. —Lo mismo pueden ser los míos. —Me encojo de hombros—. Tus amigos son... divertidos. Sus labios se tensan. —Ellos pueden ser. Pero definitivamente me dieron —y por extensión—, problemas esta noche. —Ella se muerde el labio inferior—. No creo que ellos sepan qué hacer contigo. —Así que no me estaba imaginando cosas. —Temo que no. La novedosa sensación de ser un pez arrojado al estanque equivocado crece. He quitado la diversión de Chess viniendo aquí, y lo siento. —No debería haberte pedido que vinieras aquí —dice Chess en voz baja.

Ella solo está haciendo eco en mis pensamientos, pero la piedra que está sentada en mi pecho empuja más fuerte contra mis costillas. Chess hace un pequeño sonido, como si estuviera tratando de reír pero no puede. —Las fiestas apestan cuando llegas y no conoces a nadie. —Te conozco —señalo en voz baja. Se da vuelta y la luz del porche ilumina su rostro. Sus ojos verdes se encuentran con los míos y sostiene la mirada, mientras una sonrisa lenta y verdadera se enrosca en sus labios de cereza. Algo dentro de mí se desplaza y se desliza. Quiero besar a Chester Copper. Llevarla a mi regazo y divertirnos como si fuéramos adolescentes escondidos en la fiesta de nuestros padres. Pero eso no es para lo que ella me invitó aquí. —Quería verte —confiesa con esa voz ronca de la mañana que va directamente a mi miembro. Ella se da la vuelta y mira hacia la oscuridad—. Es raro, ¿sabes? Pero salir contigo fue tan inesperado que me sentí como si me hubiera imaginado todo. Sé exactamente lo que quiere decir. Mi mano se asienta junto a la de ella, lo suficientemente cerca como para que nuestros nudillos se toquen. Ese pequeño punto de contacto que envía chispas a lo largo de mi piel, me da ganas de acercarme. Me mantengo firme porque no confío en mi mismo para no actuar. —Yo también quería verte —le digo—. Ha sido un largo y jodido día. No había planeado admitir eso, pero se siente bien decírselo. Chess se apoya contra el asiento y luego enrolla sus dedos sobre los míos con un ligero apretón. El toque inesperado atrae toda mi atención. No es nada más que una simple oferta de comodidad, y aquí me estoy moviendo en mi asiento como si ella hubiera ahuecado mi miembro en su lugar. Estoy en un gran problema aquí porque esta mujer se está acercando a mí de maneras que no sé cómo navegar. Pero no me alejo. No hay ni una jodida probabilidad de eso. Chess habla, atrayendo la atención a nuestra conversación.

—Entonces, cuéntame sobre eso. No puedo recordar la última vez que alguien me pidió que le contara sobre mi día. Probablemente, nadie lo ha hecho nunca. Así que lo hago. Y con cada palabra que sale de mi boca, un poco más de mi estrés disminuye. No, realmente no conozco a Chess aún. Y si, nuestras vidas son diferentes. Pero no hay manera de que esté terminando esto. Porque cuando somos solo ella y yo, todo lo demás desaparece. No voy a dejar que me olvide de eso otra vez.

7 Traducido por Jessibel

Chess Fieles a la predicción de Finn, nosotros salimos. En la medida de lo posible, para ser precisos. Lo que no es mucho. Cuando las personas dicen que están ocupadas, generalmente significa que tienen mucho trabajo que se acumula mientras pasan unas horas viendo la televisión y lamentando lo ocupadas que están. Demonios, he estado allí, he hecho eso, tengo un sofá divot. Cuando Finn dice que está ocupado, lo dice en serio. Entrenamientos, reuniones de equipo, prácticas, juegos, conferencias de prensa, grabaciones de televisión, obligaciones de patrocinadores, reuniones de caridad y visitas... No puedo continuar. Escucho de él en forma aleatoria. Nos enviamos textos entre sus viajes de una obligación a otra. Llamadas telefónicas cuando finalmente llega a casa, escuchando su voz suave y agotada. A veces, tengo que ordenarle que deje el teléfono y se vaya a la cama. Porque prácticamente puedo sentirlo desvanecerse. —Prefiero quedarme dormido hablando contigo —él siempre responde. Y no pretenderé que no me hace sentir muy cálida y acogedora por dentro. Los días pasan en semanas. Antes de que lo sepa, Finn se ha convertido en un elemento fijo en mi vida. Un extraño sábado por la tarde, me lleva al acuario. —Nunca he estado aquí antes —le digo mientras recolecta nuestros boletos.

—Déjame adivinar —dice—. Tampoco has estado en el zoológico. —No he estado en un zoológico desde la escuela primaria. —¿De dónde eres, Chess? Nunca lo has dicho. —Tampoco tú. —La Jolla, California —dice Finn con orgullo. —Guau. Chico surfista, ¿eh? —¿Cómo crees que desarrollé mi imponente equilibrio y mi sentido del tiempo? —Ese ego tuyo inspira algo. Pero creo que es acidez estomacal. Él pasa un brazo por mis hombros y me aprieta. —Te conseguiremos un antiácido adentro. Ahora dime dónde creciste. —Brooklyn, Nueva York. —¿En serio? —Sí. Pero mi papá es de aquí. Compró mi loft como una propiedad de inversión, pero me lo regaló después de graduarme. — Es la gran sorpresa de ellos por la que realmente me sentí extremadamente agradecida. Por lo general, sus regalos eran bien intencionados, pero implicaban algún tipo de drama que necesitaría limpiar—. Saqué un poco de equidad en el loft para pagar mi cámara y el equipo, lo que también ayudó. —¿Tus padres todavía están en Nueva York? —pregunta Finn. —No. Creo que están en Oregon en este momento. O Idaho. No puedo recordar. Vendieron su casa y compraron una de esas pequeñas casas que puedes remolcar por todo los lugares que van. Una risa sobresaltada se le escapa. —¿De Verdad? ¿Alguna vez viste ese espectáculo con los pequeños compradores de casas? Encojo mis hombros, sin poder ver sus ojos. —Mamá y papá están en un episodio.

—Santa mierda. ¿Cuál? —No. No te lo estoy contando. —Voy a hacer una búsqueda de sus apellidos —advierte. —Maldita sea. Él me da otro apretón en el hombro mientras sonríe, antes de mirarme. —Entonces eres de Brooklyn. Supongo que sabes cómo manejarte en una multitud ruidosa. Hay algo en su tono que hace que mis pasos disminuyan al llegar al vestíbulo del acuario principal. —¿Qué estás haciendo, Mannus? Él vacila, frotando la parte posterior de su cuello. —No mucho. Solo que tendrás un par de chaperones en esta salida. Y por un par, él quiere decir treinta. Desde la edad de seis a trece años, la multitud de niños de la escuela grita y grita—: ¡Manny! Cuando doblamos la esquina. Por su parte, Finn les da a todos un choque de palmas, aprendiendo cada uno de sus nombres. Luego se vuelve, rodeado de niños, el más alto apenas llega al centro de su pecho, y me sonríe. —Chicos, conozcan a mi amiga Chess. Ella nunca ha estado en el acuario, así que tendremos que asegurarnos de que no se pierda. Démosle una gran bienvenida. Débilmente, saludo mientras todos ellos gritan—: ¡Hola Chess! Con varios niveles de entusiasmo. Finn me guiña un ojo antes de volver su atención a los niños. Y sonrío como una lunática porque es adorable con ellos, como un niño crecido tan emocionado como ellos ante la perspectiva de ver un tiburón o tal vez acariciar una mantarraya. Una mujer rubia con jeans ajustados y una camiseta con el logo de la escuela se detiene a mi lado.

—Soy Ally, acompañarnos.

la

directora

del

programa.

Gracias

por

—Claro. Aunque realmente no sé de qué se trata todo esto. —Somos un programa deportivo para niños después de la escuela, patrocinado y financiado por el Sr. Mannus... —Ella se ruboriza un poco—. Finn, quiero decir. Él sigue diciéndome que lo llame Finn. De todos modos, esta salida es una de las muchas en las que Finn lleva a los niños durante todo el año. Charlamos mientras Finn lleva a su equipo a encontrar a los tiburones. Pero tan pronto como nos detenemos, me encuentro en su órbita. Su gran mano envuelve la mía, mientras les dice a los niños que su tiburón favorito es el martillo. Esto es recibido con mucha aprobación. —¿Cuál es tu favorito, Srta. Chess? —pregunta un niño, que probablemente tiene alrededor de ocho años. —Hmm... —Pretendo pensar en ello—. Voy con el tiburón ballena. El niño no parece impresionado, pero un par de personas más se ponen de acuerdo para decir que el tiburón ballena es increíble. Ellos corren a la siguiente ventana de visualización. Finn y yo los seguimos. Él no ha soltado mi mano. Pero no me importa. La suya es grande y cálida, la fuerza en sus dedos ahora templados por un suave cierre. Una mano que vale unos cincuenta millones de dólares a los ojos del fútbol americano. Y me sostiene como si yo fuera la valiosa. —Lo siento, no te advertí —dice en mi oído. Pequeños escalofríos bailan por mi piel. Los ignoro. —Estoy empezando a pensar que te gustan las sorpresas. —Sí. —Gracias por dejarme ser parte de esto. Eres genial con ellos. —Los niños son fáciles. Completamente sin filtrar y listo para divertirse. Algo así como los jugadores de fútbol. —Él me da un ligero apretón en los dedos—. ¿Entonces no quieres huir gritando?

No estoy segura de si se está refiriendo a los niños o jugadores de fútbol. De cualquier manera, la respuesta es la misma. —Solo si intentas que toque una mantarraya. —Chess, eso es básicamente un desafío ahora. Antes de que pueda responder, estamos rodeados por los niños, quienes se han dado cuenta de que su héroe no está en medio de ellos más. Finn no me suelta, y soy arrastrada junto con él. Para cuando hayamos terminado, sé más sobre los peces y la vida marina de lo que probablemente necesito, y he sido infectada por un poco del adorado héroe Finn Mannus. ¿Cómo no puedo estar? Cuando levanta a cada niño que pide una mejor vista. Cuando se toma el tiempo para estrechar las manos de los empleados y tranquilizarlos cuando se ponen nerviosos. Los padres aparecen, y Finn toma una foto con cualquiera que pregunta. Cada vez, sonríe como si estuviera parado junto a un buen amigo. Finn podría odiar posar para cámaras profesionales. Pero él claramente ama esta parte de su vida. Termina el recorrido repartiendo camisetas con su número del equipo en ellas. —No le diste una a tu novia —señala un solemne niño de seis años—. Herirás sus sentimientos. Estoy tratando de averiguar si vale la pena aclarar que no soy la novia de Finn y que mis sentimientos no se verán afectados, cuando Finn llama mi atención. Una sonrisa burlona se dibuja en sus labios. —Tienes razón, David. Pero me he quedado sin camisas. Se quita la gorra de béisbol con el logotipo de su equipo salpicado en la parte delantera—. ¿Crees que ella estará bien con esto? —Si ella no lo quiere —un niño mayor le dice—: ¡Me lo llevo! Finn sacude la cabeza.

—Tienes tu camisa, Darrius. Mi chica aquí necesita algo especial. —Él mira por encima de su multitud—. A las chicas les gustan las cosas especiales. Un grupo de chicos se quedan en silencio. Pero algunas chicas se ríen. ¿Yo? Estoy tratando de no sonrojarme y contenerme para no poner los ojos en blanco ante sus travesuras. Sin embargo, la expresión de Finn es suave y sincera cuando pone la gorra en mi cabeza, hábilmente metiendo los mechones de mi cabello detrás de mis orejas. La gorra es demasiado grande, y se asienta sobre mi frente. Probablemente parezco una tonta, pero no me la estoy quitando. Un poco de alegría suena. Y, antes de que pueda parpadear, Finn se abalanza y me da un beso juguetón en la mejilla. Siento el cálido roce de sus labios como un sello en mi piel, presionando allí mucho después de que se haya alejado.

Finn Perder apesta. Perder cuando eres un mariscal de campo, chupa pelotas tus sudorosas. Y no me importa una mierda lo que dicen; Si la ofensiva se está desmoronando, es culpa del mariscal. Los malditos reporteros saltan sobre eso: ¿Ha perdido Mannus su toque? ¿Puede él manejar la presión? ¿Es esto solo una noche de descanso o una señal de lo que vendrá? Estoy acostado en la hierba, una trescientas libras de músculos tendidos sobre mis caderas. Mi cabeza suena, las luces blancas aparecen detrás de mis ojos. Maldición, ese golpe dolió. No puedo respirar ni un segundo. Todo mi cuerpo se ha apoderado con un grito interno de conmoción y confusión. Davis, el liniero que me había arado como un tanque impulsado por nitro, levanta la cabeza y me sonríe como si yo fuera su nueva perra. Quiero ponerme de pie y mostrarle que su esfuerzo falló, pero mi cabeza todavía está nadando y no puedo sentir mis piernas. —¿Puedo tener algunas patatas fritas con ese batido la próxima vez? —pregunto a la ligera. Su sonrisa muere de repente. Él se levanta de un salto — presumiendo. No soy tan rápido, porque me duele como un hijo de puta. —Buen golpe, hermano —digo, extendiendo mi brazo. Ayúdame a levantarme, imbécil. Pero sonrío como si todo estuviera bien. ¿He mencionado que parte del arte de jugar al fútbol es echarle la mano a tu oponente? En realidad es uno de mis aspectos favoritos. Puede que me derriben, pero es mejor que creas que voy a quitar el viento que sopla las velas del hijo de puta en represalia. Ligeramente confundido, Davis me ayuda a levantarme en silencio y luego sacude la cabeza con una risa. También me río, ignorando el dolor en mis costillas —sentiré esa mierda esta noche—, y le daré una palmada amistosa en el hombro antes de que salga corriendo.

Solo cuando mis muchachos me rodean, dejo caer mi sonrisa. —Dex —le digo a mi centro—, no sé qué insecto se arrastró por tu trasero, pero organízate y presta atención. Él ha estado confundido todo el juego y ha leído mal a la defensa en esta última jugada. Dando como resultado que me derribaran antes de que pudiera parpadear. Estoy bastante seguro de que la prensa que está investigando su vida personal lo está afectando, pero tenemos un trabajo que hacer. Él asiente con tristeza. —En ello. Le golpeo el casco. —Buen hombre. Pero es una causa perdida. Todo lo que está pasando con Dex se propaga como una enfermedad a través de la línea. De pronto, todos parecen estar arruinándolo. Jake y Rolondo pasan pases. North, mi receptor más importante, no puede ganar yardas. Moorehouse, mi corredor se cae con un mal golpe, y lo llevan al vestuario para que lo evalúen. En cuanto a mí, estoy maltratado como una maldita piñata. Trato de concentrarme, intento organizarme. Bien podría estar intentando tener agua en mis manos. Mientras tanto, el entrenador y mis coordinadores tienen ataques apopléticos. La mayoría de los cuales suenan en mis oídos a través del micrófono en mi casco. Que este sea un juego fuera de casa y que la multitud esté completamente enamorada de nuestra derrota no ayuda exactamente. El claro grito de—: ¡Come césped, gatito, Mannus! De alguna manera lo hace a través del estruendo de la multitud. Excelente. Es, como diría Chess, una completa mierda de juego. Para cuando salimos del campo, derrotados y desinflados, estoy listo para hundirme en un baño caliente y tragarme un puñado de analgésicos. Pero no voy a hacer eso. Voy a ser escariado por mi entrenador y luego la prensa.

Tendré que pararme en un podio, las luces brillarán en mi cara y responderé preguntas interesantes como, ¿Crees que podrías haber hecho algo mejor? Sí, podría haber ganado. O, ¿Crees que perdiste porque no lograste anotar durante la segunda mitad? Teniendo en cuenta que este juego se ganó en base a un sistema de puntos, diría que no anotar tuvo algo que ver con eso. En la húmeda y resonante sala que conduce al vestuario, me dirijo a Jake, que camina cansado a mi lado. —Dame un recordatorio. Ya que hago esta pregunta cada vez que tenemos un día de mierda, él no pierde el tiempo. —Quince millones de bonos por firmar. —Voy a tener que dejar eso de lado para las nuevas caderas cuando tenga cuarenta. —Cuando tengas treinta y cinco —responde él fácilmente—. ¿Y estamos obteniendo sólidas caderas de oro? Me río. —Me convertiré en un ciborg. Inténtalo de nuevo. Jake sonríe. —Mujeres voluntarias en todas las ciudades. —Estoy demasiado cansado para tener sexo. Jake me lanza una mirada. —Hombre, eres un saco triste hoy. Tiene razón. Estoy en plena compasión de un modo. —Me estoy deprimiendo —le digo. —Es por eso que necesitas desahogarte. Voy a salir tan pronto volvamos. ¿Quieres unirte a mí? Ya estoy sacudiendo la cabeza. —Voy a casa, a bañarme y a dormir un poco. —Jesús, realmente eres un hombre viejo ahora.

Tal vez lo sea. Pero la posibilidad de salir y buscar un momento de rápido placer es absolutamente desagradable. Prefiero llamar a Chess y ver si está lista para cenar. Y justo ahí está lo que realmente me hace un saco triste. No puedo seguir pensando en eso por más tiempo. Porque llegamos al vestuario y la realidad de mi trabajo vuelve a encajar en su lugar. Con tristeza, entro por las puertas de los vestuarios y me preparo para defender mi actuación y mis hombres.

Chess Estoy decaída. Finn está en un partido fuera de casa, y James está en Nueva York con Jamie nuevamente. Es su segunda visita, y creo que las cosas se están poniendo serias entre ellos. He recibido dos textos de James. Una autofoto de él y Jamie en Central Park, junto a la Fuente de Bethesda, y la otra de ellos todos con cara de bombón en Times Square la noche que fueron a ver a Hamilton, el musical, los afortunados bastardos. Una ola de nostalgia me había golpeado al ver esas fotos. Nueva Orleans es mi hogar ahora. Pero hay días que extraño el rápido ritmo de movimiento de Nueva York. A veces, escucho la bocina de un auto y cierro los ojos y pienso en taxis, autos y camiones que compiten por el espacio vial. Recordaré los gritos, los golpes y las sacudidas mientras la ciudad vibra a mi alrededor. Pero luego me sentaré en mi balcón y respiraré el aire cálido, fragante con la albahaca que está creciendo alto, a pesar del hecho de que se ha caído, y me siento restaurada. No me impide estar sola. Tengo otros amigos a los que podría llamar. Amigas cercanas que no he visto en mucho tiempo. Pero eso no es lo que realmente quiero ver. Finn ha llamado y enviado mensajes de texto con bastante regularidad. Pero no es lo mismo. Cuando está en la ciudad, podemos encontrar horarios para reunirnos, incluso si es para comer algo rápido. Cuando se ha ido... Lo siento. Hoy me mandó un paquete de gelato. Empacados en hielo y entregados por mensajería, había una docena de sabores para elegir. Es el mejor regalo que he recibido. Un pequeño salto de alegría me recorre mientras examino mi reserva de gelato. Hay un sabor llamado Amarena que resulta ser

crema dulce y cerezas ácidas, remolinadas con brillantes tiras carmesí de salsa de cerezas. Lo engullo con una cuchara, directamente de la caja de cartón, saboreando lentamente en mi lengua. Me encanta el helado, ¿pero estas cosas? Saben a sexo. Lamo la curva fría de metal de la cuchara y pienso en ríos color crema cereza corriendo por los abdominales apretados de Finn. —Jesús —murmuro, enrojecida y nerviosa—. Necesito sexo. Desde el pasillo, vienen los sonidos casi maníacos de Miles Davis, reproducidos a todo volumen. Mi vecino, Fred, es un amante del jazz. Y al parecer casi sordo. Miro en dirección a la puerta y me sirvo otra cucharada de pecado frío y cremoso. Un grito y una bocanada de ozono apenas se registran. Pero luego, la repentina pérdida de Miles Davis y el ruido de las alarmas de incendio me hacen girar. Fred grita, es el sonido de un eco en su loft. Me levanto, lista para investigar, cuando una serie de ruidos fuertes suenan cerca de mi cocina. En un abrir y cerrar de ojos, las chispas vuelan desde varios enchufes. Y luego es como si estuviera dentro de un fuego artificial en vivo. Las chispas explotan hacia afuera, las bengalas se disparan en líneas calientes mientras corre a lo largo del yeso y sube por el techo. Por un horrible segundo, estoy paralizada por la conmoción. Fuego eléctrico y estás jodido, revolotea en mi cabeza, y luego salto. Mi corazón se eleva en mi garganta, mientras agarro la computadora portátil establecida a mi lado en el mostrador, mientras agarro mi cuchara con la otra mano. Las alarmas chillan. Corro hacia la puerta y corro hacia una pared de humo negro. La puerta del loft de Fred está abierta y el espacio envuelto. —¡Fred! —Me ahogo con el humo, las llamas me empujan hacia atrás. Nunca he sentido un calor como este. La fuerza de ello abrasa mi piel y quema mis ojos.

Si él está ahí, no puedo ayudarlo. El pensamiento me llena de horror. Me agacho y tropiezo por las escaleras, mi cuchara cae al suelo. En lo alto, se ponen en marcha los aspersores. El agua cae con una fuerza punzante y las escaleras de hormigón se vuelven resbaladizas. Agarro la barandilla de metal y busco a tientas. Otro hombre se une a mí en el primer piso, y viajamos juntos, yendo tan rápido como podemos. Ya casi llegamos al final, cuando Fred sube las escaleras corriendo, con la cara cubierta de hollín, y su bata de baño marrón se arremolina contra sus delgadas piernas. —Mis discos —grita, con los ojos desorbitados y enloquecidos. Extiendo mi mano libre, tratando de detenerlo, pero él me golpea y ambos caemos con fuerza. Mi computadora vuela en el aire, mi mano baja para atrapar mi caída. El impacto de golpear el suelo es tan rápido y furioso que no puedo evitarlo. El dolor sube por mi muñeca y mi trasero en el mismo instante, la luz blanca explota detrás de mis párpados. Mi aliento se escapa en un jadeo. No puedo mover mi brazo. La rodilla huesuda de Fred está en mis entrañas. Podría morir aquí, ahogada por el humo y la bata de felpa barata de Fred. Vete a la mierda, Fred. Luego el humo negro y el calor abrasador me invaden, y todos los pensamientos sobre Fred huyen, dejando solo una verdad: realmente podría morir.

8 Traducido por Jessibel

Finn —Odio volar —se queja Dex a mi lado—. Y odio usar un traje. Habiendo llegado directamente al avión después de haber salido de lo que ahora se conocerá como The Game of Suck, ninguno de nosotros tuvo tiempo para un cambio de ropa. La mayoría de los chicos se han arrancado los lazos. Dex tiene su chaqueta arrugada en el reposabrazos entre nosotros y actualmente está clavando su gran codo en él como si de alguna manera pudiera moler al pobre en polvo. —Volar apesta. —No se equivoquen, estamos bien en primera clase. Los asientos son grandes, la comida está bien. Pero aún así, te cansas. Hay una soledad en ello. Especialmente cuando regresas a una casa vacía. Me gustaba eso. Desearía estar solo después de estar con mi equipo durante todas las horas del día. Ahora, pienso en caminar en mi lugar oscuro, recalentar un poco de pollo y arroz para comer frente al televisor, y simplemente... apesta. —Pero cada vez que quiero hablar sobre los trajes —le digo a Dex—, pienso en lo que usan las mujeres y me callas la boca. Dex sonríe, lo que lo hace lucir francamente mercenario con esa espesa barba. —Sí. Los tacones son una mierda. No sé cómo lo hacen. Aunque, creo que podría llorar si dejaran de usar esos bonitos sostenes y bragas.

Hay un ligero rubor en sus mejillas que me hace pensar que tiene ciertas ideas en mente. —¿Estás pensando en tu chica, Dexter? —sonrío, dándole un codazo. Dex inclina la cabeza hacia atrás y cierra los ojos como si le doliera. —Trato de no hacerlo. Pero es peor, ¿sabes? Casi le digo que sí lo sé, la respuesta es tan inmediata que realmente tartamudeo. Porque, ¿que jodidos? No tengo una chica. Entonces, ¿en qué diablos has estado pensando toda la semana? ¿Por qué es que tu apartamento vacío ahora se siente como una tumba en lugar de un refugio? Los hechos deben ser enunciados. Extraño a Chess. La extraño como si me negaran el aire. Paso una mano por mi cara y reprimo un gemido. No me hace ningún bien. Mi mente todavía está llena de Chess. Dios, en realidad le envié un paquete de cuidado de gelato. Y me aturdí como un preadolescente preguntándome si le gustaría y qué sabores probaría primero. —Así que tu chica —le digo a Dex—. ¿Ella es la hermana de Ivy Mackenzie? Ivy Mac, como la conoce nuestro mundo, es una prometedora agente deportiva y la esposa de Gray Grayson, un brillante receptor, que desafortunadamente no juega para nosotros. —Ella es. —La expresión de Dex solo se puede describir como lunático. Me pregunto si pronto estaré usando la misma cara. Tal vez ya la he usado. Mierda. Dex estira sus enormes manos, luego enrosca sus dedos en un puño. —La vi por primera vez en la universidad. En la casa de Ivy. Sabía que era para mí en ese momento. —¿Pero ahora solo se están pasando el rato?

Dex me mira. Lo entiendo. Normalmente no hablamos de relaciones. Demonios, Dex no suele hablar. Pero no me pregunta por qué estoy tan interesado, por lo cual estoy agradecido. En cambio, encoge su enorme hombro. —El tiempo no es el correcto. Me dije a mí mismo que era lo mejor, que no estaba listo para toda esa mierda. Asentí en silencio. —Ahora que he... que hemos... —Dex en realidad se sonroja y se aclara la garganta—. No hay ninguna duda en el campo. Parece jodidamente estúpido dudar en la vida. Tiene razón. Nunca he dudado en el fútbol. Al mirar el respaldo del asiento delante de mí, siento como si me hubieran sorprendido de repente haciendo algo mal. Me muevo en los estrechos confines de mi asiento, tratando de encontrar espacio que no está allí. —Qué pasa si... —lamo mis secos labios, demasiado consciente de que Dex me está mirando en silencio. Resoplé una risa incómoda—. ¿Y si no sabes lo que quieres? ¿Solo que quieres algo más que lo que tienes? —¿Estás hablando de Chess? —Dex frunce el ceño cuando le lanzo una mirada—. Supongo que no te das cuenta de lo mucho que la mencionas. El calor en mis mejillas es porque hace mucho calor en el avión y estoy usando mi estúpida chaqueta de traje. Nada más. Dex tiene la mirada de un agente en Draft Day. —Está bien, sí —explico, luego suspiro—. Pienso en ella. Mucho. —Siempre—. Somos amigos pero... —Quieres más —Dex interrumpe con un asentimiento solemne que estoy bastante seguro de que es su versión de "¿en realidad lo preguntas?" —Bueno, esa es la cosa. —Froto mi tenso cuello—. Chess está buscando una relación con alguien. Dios sabe que ella se lo merece.

Sí, la quiero. —Me quedo corto—. Y sé que un hecho aislado no va a ser suficiente. No soy estúpido, ni ignoro las necesidades de mi miembro; no vas con esta lujuria sobre alguien a este nivel y piensas que va a morir con un momento de sexo. —Pero... —dice Dex. —Cuando trato de imaginar más allá de eso, mi mente se queda en blanco. Y no puedo respirar. —No estoy orgulloso de esto. Pero es la verdad. Me obligo a mirar a Dex y lo encuentro mirándome con el ceño fruncido. Él no dice nada, y juro que el bastardo lo hace para hacerme sudar. Estoy a punto de decirle que olvide toda la conversación, cuando finalmente habla. —¿Ella significa algo para ti? —Sí. —¿Sin el sexo? —Jesús. ¿Sí está bien? No soy un completo cerdo. Él asiente de nuevo. —Entonces déjalo solo hasta que estés seguro. De lo contrario, solo estás jodiendo con su cabeza y eso no está bien. Los músculos de mi pecho se tensan, y el aire sofocante del avión me incomoda. —Tienes razón. Me duele decirlo. Hay una voz en mi cabeza que protesta por estar de acuerdo con Dex. Probablemente sea mi miembro, ya que es un bastardo egoísta. Pero es la región alrededor de mi corazón que duele. El avión se sumerge y gira en el último tramo de aterrizaje. Abajo, Nueva Orleans tiene un brillo tenue a un lado, la enorme extensión del lago Pontchartrain y una mancha de tinta en el otro lado. Casa.

Chess está ahí abajo. Mi mano se contrae con el deseo de sacar mi teléfono y enviarle un mensaje de texto. Pero la azafata ya ha castigado a Gruben por enviar mensajes de texto. Y realmente debería seguir el consejo de Dex, retirarme de Chess por un tiempo. No verla en cada oportunidad que tenga, probablemente me ayudará a aclarar mi cabeza. Por otra parte, Dex me había estado advirtiendo del sexo, no de la amistad. Todavía puedo ser amigo de Chess. Tan pronto como aterrizamos, cada hombre saca su teléfono y está en él. Incluyéndome a mí. BigManny: Acabo de aterrizar. ¿Qué haces, Chester? Ella no responde. Alejo mi teléfono y trato de no ser impaciente. Es de noche. Ella podría estar comiendo. O fuera. En una cita. Sí, no me gusta esa idea. Saco mi teléfono otra vez. Nada. BigManny: ¿Saliste? Nada. Quiero dejarlo; ella no tiene la obligación de responder. Pero se siente mal. Como si algo estuviera mal. Frunzo el ceño, camino por la puerta, mis compañeros charlan a mi alrededor. Rolondo está pegado a su teléfono cuando se detiene. —Mierda —dice, volviéndose a mirarme. Así de rápido, mi piel pica. —¿Qué? —¿No es este el lugar de tu fotógrafa? —Me da su teléfono, que está ejecutando imágenes de noticias. Siento como si el suelo debajo de mis pies se desploma. Porque el edificio de Chess es un infierno en llamas. No puedo respirar. Por un segundo, ni siquiera puedo ver. Empiezo a correr, mi corazón late en mi garganta. Si ella se ha ido...

No. No. No. No. Ella tiene que estar bien. Ella tiene que estar.

Chess Así es como se siente la conmoción. Siempre me he considerado una luchadora. La vida me da una bofetada, yo la devuelvo. Y sin embargo, aquí me siento, oliendo a humo, incapaz de hacer algo más que mirar una mancha oxidada en el suelo. ¿Es sangre? ¿Yodo? El dolor irradia a lo largo de mi muñeca a un ritmo constante. Mi trasero está muy dolorido, me inclino hacia la izquierda para aliviar la presión. Supongo que se está formando un moretón masivo, pero nadie miró, y tampoco quiero hacerlo. Todo lo demás está entumecido. El bullicio de la sala de emergencias zumba en mis oídos. Los sonidos están extrañamente separados de donde me siento detrás de las finas cortinas que me rodean. Una mujer comienza a vomitar. Mi estomago se retuerce. He estado aquí por horas. Todo moviéndose al ritmo de un caracol. Pero finalmente estoy lista y libre para irme. Pero aquí me siento. No puedo quedarme aquí para siempre. Pero no me muevo. No puedo. No tengo a donde ir. El pánico agita mi mente, tratando de arañar mi piel. Lo empujo hacia el fondo donde no me puede alcanzar. No voy a llorar. No voy a llorar. No lo haré. Tengo miedo. No tengo casa. Nadie que me consuele. La soledad se siente como una boca abierta que amenaza con tragarme por completo. Un lento movimiento comienza bajo en mi vientre, extendiéndose hacia arriba y hacia afuera. En los pasillos, alguien corre, raspando las suelas en el linóleo. Mi cortina es deslizada hacia atrás. Finn avanza, con el ceño fruncido y un traje azul marino perfectamente diseñado. La necesidad de llorar surge como una ola. Lo trago, parpadeando rápidamente. —Rompí mi computadora portátil —solté de golpe débilmente.

Él no se detiene hasta que estoy envuelta en un abrazo gigante. —Cariño —dice en mi húmedo pelo. No llores. No llores. Apoyo mi cabeza contra su chaqueta de traje fresco y aspiro el aroma de la lana y jabón. Es tan cálido y sólido, que el hielo alrededor de mi corazón comienza a descongelarse instantáneamente. Me acaricia el pelo y luego vuelve a mirarme a los ojos. La compasión que veo toca a mi corazón golpeado. —¿Estás bien? —pregunta. No. Ni siquiera un poco. —Muñeca fracturada. Viviré. Simplemente no sé dónde. Finn toca la escayola temporal que me pusieron, luego sus dedos se deslizaron hacia abajo para deslizarse sobre mis nudillos. —Duele, lo sé. —¿Cómo supiste que estaba aquí? ¿Por qué él viste un traje? Dios, se ve bien en traje. —Alguien comenzó a mirar las noticias de la noche cuando aterrizamos. —La expresión de Finn se vuelve obsesionada—. Estaban cubriendo tu edificio. —Ah. —No quiero revivir esa imagen. Sus dedos se aprietan sobre mis hombros. —Me asustaste mucho, Chess. No sabía si estabas allí... —Se detiene y me da otro abrazo. Más feroz esta vez. —Tu vecino, un tipo llamado Fred, todavía estaba afuera. Me dijo dónde encontrarte. Supongo que tengo algo por lo que agradecer a Fred. Finn me mira cuando dejo escapar una pequeña carcajada. Y frunce su boca. —Debiste haberme llamado.

—Olvidé agarrar mi teléfono cuando comenzó el fuego. —Me río de nuevo, pero no me siento bien—. No sé un solo maldito número. ¿No es eso patético? Ni siquiera podía recordar el número de James, y lo conozco desde hace diez años. No es que importe ya que él está en Nueva York en este momento. —Me muerdo el labio para evitar balbucear más. Una sonrisa compasiva inclina la boca de Finn. —Estaría jodido sin mi teléfono. Resoplo, luchando contra la quemadura detrás de mis párpados. —Bueno, ciertamente estoy jodida. Él hace una mueca, agachando la cabeza. —Mierda. Lo siento. Soy un desastre en esto. Personalmente, creo que es bastante perfecto ahora mismo. —Está bien. Se lo que quisiste decir. Solo estoy regodeándome. —No, cariño —dice con fuerza. —Dices lo que demonios quieras. —Parece que quiere decir más, pero simplemente apoya su enorme mano en mi hombro, envolviéndolo con calor—. ¿Está todo listos para irte? Asiento con la cabeza hacia el portapapeles sobre la mesa rodante. —Tengo que llenar algunos formularios primero. Él mira mi mano, medio encerrada en la escayola, luego levanta el portapapeles. Él apoya su trasero contra la cama con la pluma lista en su mano—. Dame las respuestas. Un nudo se levanta en mi garganta, y trago con dificultad, sabe a cenizas. Lentamente, respondo a las preguntas y él las escribe diligentemente. Los siguientes treinta minutos se arremolinan como una niebla a mi alrededor: Finn va a la enfermera y le entrega mis formularios; Finn recoge mi portátil rota, coloca su mano en mi espalda baja, guiándome hacia afuera; el aire fresco me golpea cuando salimos de

la sala de emergencias; Finn abre la puerta de su camioneta y me ayuda a subir. No es hasta que estamos manejando, mi cuerpo magullado suavemente abrazado por lujosos asientos de cuero, que considero hablar. —¿A dónde vamos? —A casa. —Su agarre se aprieta en el volante—. Mi casa. Asiento, sin saber qué decir. Había planeado ir a un hotel. Una pequeña voz dentro de mí grita que quiere irse a casa. Nunca he estado sin hogar antes. Se siente como si hubiera perdido una gran parte de mi identidad. Respiro profundo y me concentro en el camino que tengo delante. Si no lo hago, pensaré en todas mis cosas ahora quemadas o en el agua acumulada, y enloqueceré. Una vez que estamos en el barrio Francés, Finn se detiene ante un edificio de fábrica convertido que mira hacia el Mississippi. Un portero se apresura y Finn le entrega las llaves del auto. Cuando llegamos a su condominio, mi muñeca se siente como si estuviera siendo aplastada en una prensa. La sostengo contra mi pecho y lo sigo. El apartamento de Finn me recuerda al mío, a los ladrillos a la vista, a las tablas del suelo anchas y gastadas, y a los techos altos. Pero donde está el mío, —maldición, estaba—, un loft, el suyo se ha dividido en habitaciones. Me guía por un amplio vestíbulo a una sala de estar, con una mano en mi espalda baja. Es una cueva para hombres, pero refinada: una mesa de centro, grandes sillones de cuero, un sofá gris en el que se puede nadar y una enorme TV con lo que parece tres sistemas de juego separados. Las ventanas con forma de arcos enmarcan el río, brillando con la luz de la luna. —¿Tienes hambre? —pregunta, haciendo una pausa. —No, solo estoy cansada. Él asiente con la cabeza como si lo sospechara, y me lleva a otro pasillo. La primera puerta se abre a un dormitorio. A primera vista, creo que es suyo porque es muy grande y está completamente decorado. Pero hay un toque ligeramente femenino en el edredón

blanco de encaje y múltiples almohadas en la bonita cama con dosel de caoba tallada, que no puedo ver a Finn eligiendo para su habitación. Tampoco puedo imaginarlo sentado en uno de los delicados y pequeños sillones cubiertos de lino colocados frente a la chimenea. Él coloca mi computadora portátil rota en un aparador. —Mi mamá usa esta habitación cuando viene de visita. Aquí hay un baño. —Abre una puerta, y tengo a la vista una esquina de una bañera con patas y más paredes de ladrillo. De repente me apetece un baño caliente. Finn nota claramente la dirección de mi mirada porque me da una pequeña sonrisa. —¿Quieres que empiece a preparar un baño? Tardará un poco en llenarse. —De acuerdo. Mientras juguetea con los grifos, me paro en medio de la habitación. Quiero sentarme, pero todo es muy bonito y limpio, y apesto a hollín y humo. Finn regresa, tan nervioso que me da ganas de abrazarlo. —Bien, entonces hay una cafetera. —Abre las puertas del aparador y saca una cafetera automática de expreso en una bandeja—. Y también una nevera. La pequeña nevera está provista de crema, jugo y agua embotellada. Al igual que un hotel de lujo. Parpadeo varias veces y asiento, mientras él me mira por encima del hombro para ver si estaba obteniendo todo. —Es perfecto —le aseguro, con voz gruesa. Se pone de pie y mete las manos en los bolsillos del pantalón. Parece más grande en esta habitación, su masculinidad de alguna manera resalta contra todos los toques frenéticos. Un hombre guapo, elegantemente vestido con un corazón sensible. —Las toallas y una bata están en el baño... Y, a la derecha... — Se mueve hacia el aparador alto del armario—. Ropa.

—¿Ropa? —grazno. Voy hacia él con mis piernas rígidas, mientras él abre un cajón. Hay camisas de varios colores, jeans, azul y negro, suéteres... Todo está perfectamente doblado, con las etiquetas todavía en ellas. Parpadeo otra vez, más rápido, mi garganta se hincha. ¿Me tienes ropa? Sus ojos se encuentran con los míos. —Lo necesitas. No puedo hablar. —Es solo para que empieces —continúa, como si no estuviera a punto de derrumbarme aquí mismo en su acogedora habitación de invitados. Encuentro sostenes, bragas, calcetines y camisones, en una gama de colores, establecidos muy bien en otro cajón. —La talla del sujetador era un poco más difícil de adivinar. Quiero decir, estaba bastante seguro sobre el tamaño de la copa, ¿pero 34, 36? No tengo ni idea de qué se trata todo eso... —Él se encuentra con mi mirada, y las puntas de sus orejas son rosas—. Ah... sí... algo así de todos modos... Una sonrisa curva mis labios. —Siempre podría prescindir de ellos. —Por favor, no —se burla—. Me estoy esforzando lo suficiente como para no echar un vistazo a tus pechos. Mi pecho está tan apretado que duele reír. Aspiro un suspiro tembloroso al final. —¿Cuándo hiciste esto? Él no podría haber tenido el tiempo. —Por mucho que me gustaría tomar el crédito —dice, cerrando un cajón—, mi asistente, Charlie, lo hizo. Lo verás pronto. —Finn se dirige a cerrar el grifo—. Él trabaja para un grupo de nosotros, y cuando me enteré del incendio, lo llamé pidiendo ayuda. —Finn... —No sé qué decir. Lentamente, camino hacia él—. Todo esto... —Mierda, voy a sollozar.

Se encoge de hombros otra vez como si no fuera gran cosa. —Quería darte lo que pude. El baño es cálido y húmedo, el aire es fragante con el baño de burbujas de vainilla y limón que agregó al agua cuando no estaba mirando. Finn me mira, con una expresión tan tierna que podría romperme. No puedo. Si lloro ahora, no sé si podré parar. —Mira, no tienes que quedarte más de una noche —dice en silencio—. Pero me gustaría que lo hicieras. Tengo algunos juegos fuera y estaré viajando por un par de semanas, así que tendrás el lugar para ti sola. —De acuerdo —susurro. La forma rígida en que sostiene sus hombros se relaja y deja escapar un suspiro. —Bueno. Ve y toma tu baño. Obtendré las medicinas que prescribió el médico. —¿Obtendrás mis medicinas? —Dios, todo lo que estoy haciendo es repitiendo como un loro ahora, pero mi mente se ha revuelto. Finn apoya su mano en mi hombro. —Chess, cariño, te conseguiré todo lo que necesites. Mi vista se vuelve borrosa mientras mis ojos se llenan de lágrimas. Las parpadeo para que no puedan caer. Pero mi resistencia se desmorona. Con un suspiro tembloroso, entro en su espacio y envuelvo mi brazo bueno alrededor de su cintura. —Finn —grazno. Inmediatamente, él me recibe, sosteniéndome cerca, su labio presiona en la parte superior de mi cabeza. Me apoyo en él y me revuelco en la sensación de su cuerpo, fuerte, firme y cálido. Es tan reconfortante, que una parte de mí quiere alejarse, temiendo que vaya a necesitar esto demasiado. Pero no puedo moverme.

—Creo que te amo en este momento —le digo, con mi voz amortiguada en su camisa crujiente. Esos enormes brazos suyos se aprietan una fracción, incluso cuando su pecho tiembla de risa. —Solo ahora, ¿eh? —Estoy segura de que finalmente me dirás algo para recordarme por qué es una mala idea. —No me molesto en alejar mi nariz de su pecho. La seda de su corbata presiona contra mi mejilla, el aroma de lana fina y hombre limpio me rodea. Finn en un traje es devastador. Pero echo de menos su camiseta y sus vaqueros. —Probablemente —él acepta, luego suspira—. Me alegro de que estés bien, cariño. Un ligero temblor recorre su cuerpo. Y me doy cuenta, no está nervioso, está molesto. Me acurruco más cerca. —Gracias por venir a buscarme. —Siempre, Chess. Lo dice con una sinceridad tan feroz que mis rodillas se debilitan. Pienso en la pérdida de mi casa, mi trabajo. Jesús, mi Nikon D5 DSLR. Saqué un préstamo para conseguir ese bebé. Sin mencionar mis lentes. Mis hermosas lentes. Todo se ha ido. Derretido. Las garras del pánico suben por mi garganta. Si lo dejo entrar, le pediré que me lleve a la cama, que me haga olvidar durante unas horas, por que tengo tanto miedo. Casi puedo escucharme suplicar, casi siento que mis manos se mueven hacia abajo para ahuecar el bulto gordo en sus pantalones. Él estaría dispuesto. Lo sé bien. Finn nunca ha ocultado su atracción por mí. Y sería tan bueno. Lo sé sin lugar a dudas. Pero llegaría el día y aún sería una mujer sin hogar, enfrentándome al único amigo que tengo cerca en este momento con toda la incomodidad y el arrepentimiento que conlleva una aventura de una noche.

Me obligo a aflojar mi agarre sobre él, a dar un paso atrás y encontrar algo de distancia. Los brazos de Finn caen a sus costados mientras me observa retroceder. La pérdida de él es glacial y desequilibrado. Aprieto mi brazo contra mi pecho. —Debería tomar mi baño ahora. —Claro. —Me deja a solas para bañarme, cerrando la puerta del baño detrás de él. En algún momento, mientras me baño, lo escucho regresar y dejar mis medicamentos para el dolor en el dormitorio. Mientras me meto en su suave cama de invitados me estremezco, huelo el ligero olor a detergente para la ropa, pero están rígidas por la falta de uso. Lloro con mi cara enterrada profundamente en una almohada para que no escuche.

9 Traducido por Jessibel

Finn Soy un bastardo retorcido. Mi chica ha tenido una de las peores noches de su vida, y aquí estoy, muy contento porque está en mi casa. Golpeó mi centro cuando pensé en su dolor, o peor. El tiempo que me llevó llegar hasta ella se había sentido interminable. Y cuando finalmente la encontré, toda magullada y aturdida, con sus ojos verdes tan heridos y asustados, me había superado. Todavía estoy temblando profundamente dentro de mis entrañas. Con un gruñido, empujo mi cuerpo hacia arriba, mi peso descansa sobre las puntas de mis dedos. El sudor gotea por mis sienes y en mis ojos. Lentamente, bajo hasta que mi nariz casi toca el suelo. Arriba, abajo, la quemadura en mis brazos y pecho es una distracción bienvenida. Pero no es suficiente. Chess había estado llorando la noche anterior. Y eso me mató. Tenía tantas ganas de acercarme a ella, me recosté contra su puerta, con el corazón en la garganta y la mano contra la madera. Lo único que me detuvo fue que, obviamente, ella había esperado que me marchara para echarse a llorar. Ella no había querido que yo fuera testigo de su dolor. Eso también duele. Quiero su confianza. Quiero cuidar de ella. Mucho. Es una rareza que no entiendo del todo. Porque nunca me he ocupado de nadie más que de mí mismo. Nunca quise hasta ahora.

Sin embargo, se sintió bien anoche, sabiendo que le estaba proporcionando un puerto seguro, cuidando de su comodidad. Lo que hace volver a sentirme un poco bastardo; Ella está sufriendo y no sé cómo hacerlo mejor. Le habría hecho el desayuno, pero van a ser las once y todavía no se ha levantado. Gruño de nuevo, acelerando el ritmo. Un chillido estrangulado me hace detener. Chess se para en la sala de estar, mirándome boquiabierta. —Santo infierno. —Su mirada se desliza sobre mi torso desnudo como manos codiciosas—. ¿Es esta una de las ventajas que ofrece la Casa de Mannus? Con un poco más de fulgor de lo necesario, me levanto de un salto y me poso ligeramente sobre mis pies. —Los horarios de visualización diarias son de diez a once, salvo en las fechas de viaje. —Excelente. A partir de ahora voy a poner la alarma. —Ella sonríe y me siento un poco mareado. Cuando Chess sonríe, ella se ilumina. Incluso como está ahora, el cabello enredado alrededor de sus hombros, los ojos magullados por la falta de sueño y el llanto. Hacerla sonreír es como una recompensa. Coloco las manos en mis caderas, sin molestarme en quitarme la toalla. —Me has visto desnudo y ni pestañeaste, ¿pero verme hacer flexiones es un placer? —Estaba trabajando. Hubiera sido poco profesional ofender al cliente. —Su mirada se posa en mi pecho, y juro que lo siento—. Ahora, podría hacer unas palomitas de maíz y asentarme. Tienes palomitas de maíz, ¿verdad? —Lo siento, odio las palomitas de maíz. Pero eres libre de verme en cualquier momento. —¿Cómo no te gustan las palomitas de maíz? —Chess sacude la cabeza mientras dobla sus largas extremidades sobre el sofá. Lleva

mallas negras y una camiseta con mi nombre y número. No es su atuendo habitual, y sé que Charlie compró la camisa, pero maldita sea si no me da una emoción posesiva verla con mi nombre. —Se meten entre mis dientes. Me vuelve loco. —Agarro una botella de agua helada de la barra de la cocina y tomo una bebida—. Pero voy a almacenar algo para ti. Chess mira a su alrededor, contemplando la sala de estar, el área del pequeño estudio y, finalmente, la cocina con sus gabinetes negros, accesorios de latón y encimera de concreto. —Había alguien decorando este lugar, ¿no? —La agente de bienes raíces recomendó a una decoradora amiga de ella. —Ah, Jessica y Janet. Buenas mujeres. Chess entorna los ojos y de repente me siento atrapado. —Te acostaste con ella, ¿verdad? ¿Cómo diablos? No muestro debilidad. Le doy una sonrisa relajada. —¿La agente de bienes raíces o la diseñadora? —Oh, Dios, ¿ambas? Jesús, ¿es ella una lectora de mentes? —No al mismo tiempo. Ella se burla como si le hubiera pegado Cheerios. —Por el amor de Dios. —Quiero decir, podría haber estado bien con eso si hubieran preguntado —bromeé, porque es divertido enfadarla. Pero ella se ve más horrorizada que divertida. —Eran amigas. ¿No crees que acostarte con cada una de ellas causaría problemas? Estoy empezando a sentirme como un gusano que espera ser enganchado en un anzuelo y lanzado a un lago. —No pregunté.

—¿Porque nunca las volviste a ver? —Sin embargo, no es realmente una pregunta. La condena está escrita en toda su cara. Me dirijo a la cocina y saco un paquete de pechugas de pollo que voy a cocinar. —No serás muy estricta conmigo respecto al sexo, ¿verdad, Chester? Ella pone los ojos en blanco y lo sigue. —No te preocupes, no estoy aferrada a mis perlas. Solo me estoy recordando a mí misma por qué me alegro de que no hayamos tenido un encuentro sexual. El paquete de pollo aterriza en el mostrador con una bofetada, mientras sus palabras me golpean. Estoy sorprendentemente herido de saber que ella piensa que soy una mala apuesta. Y sin embargo... —Así que tienes que recordarte, ¿eh? Un bonito color rosa enrojece sus mejillas. —Estoy aquí en tu casa. Tú eres tú. ¿Puedes culparme por ser precavida? Ahora estoy enojado. Lo siento subir, y rechino mis dientes contra la urgencia de estrangularla. Mi mano se extiende sobre el frío mostrador, mientras respiro profundo. Pero luego echo un buen vistazo a Chess. Ella parece más pequeña de alguna manera, fuertemente enroscada dentro de sí misma, su expresión se desvanece y sus ojos son un poco salvajes. —¿Estás tratando de pelear? —pregunto. A pesar de su irritabilidad, sé que es frágil en este momento. Por un segundo, parece que ella podría dispararme, pero sus hombros se hunden en un suspiro y pone su rostro en sus manos. —Lo siento. No te mereces esto. Estoy muy inquieta, y... No sé lo que estoy diciendo. No me hagas caso. Quiero darle un abrazo, pero ella se mantiene firme, mirándome como si pudiera salir corriendo. —Tienes que volver a la normalidad, es todo.

Ella asiente con la cabeza, pero no le queda energía. —Esto es lo que haremos —le digo—. Vamos a... almorzar —¿Almuerzo? —ella hace un sonido divertido—. Sólo son las once. —Merienda, entonces —corrijo—. Básicamente, como un hobbit. Sus labios se contraen cuando ella estira el cuello y mira por encima de la isla central que se interpone entre nosotros. —¿Qué estás haciendo? —pregunto con una risa. —Revisando tus pies. Muevo mis dedos de los pies, todavía encajonado en las zapatillas de deporte. —No son peludos, pero son muy grandes. —Levanto una ceja—. Estoy bien proporcionado. Chess se burla, pero ya no yace en la derrota. —Sí, lo sé, chico grande. Te he visto desnudo, ¿recuerdas? —¿Cómo puedo olvidar cuando sigues mencionándolo? —Puedo desnudarme ahora, si te unes a mí—. Si no lo supiera mejor, señorita Copper, pensaría que te estás preparando. —Menos mal que lo sabes mejor. —Chess rodea la isla de la cocina y aparece a mi lado. Ella es tan ligera, en comparación con migo, sus muñecas son delicadas y finas. La escayola negra que cubre su muñeca derecha es voluminosa, y cubre su mano, dejando solo sus dedos libres. No es extraño que tenga moretones en su antebrazo, y la forma en que ha estado cojeando me hace creer que tiene en otros lugares. Quiero exigir que me muestre sus dolores, que me permita llevarla en brazos y meterla de nuevo en la cama, donde le daré de comer, frotaré sus músculos doloridos, haré lo que quiera. Pero sé que ella se negará. Y no creo que eso alivie sus preocupaciones, que es lo que realmente necesita en este momento. No importa el hecho de que, si me acuesto con ella, mi control se quebrará; de ninguna

manera puedo abrazarla ahora y no mantener mis manos en posición neutral. Empujo fuera de mi mente la idea de explorar a Chess. —Así que, después de la merienda, iremos a comprarte una nueva cámara y algunos equipos. Para que puedas poner en marcha tu trabajo. Ella apoya sus delgados dedos en el borde del mostrador. —Gracias, pero no recibo un cheque del seguro hasta unas pocas semanas. —Es por eso que los estoy comprando. Frunce el ceño y levanta una mano. —Puedes pagarme cuando recibas tu cheque. —O puedo esperar —argumenta—. Ya me estoy quedando aquí. Me compraste ropa. No puedo tomar más... —Chester, gano una cantidad obscena de dinero y lo gasto muy poco. Tú y yo lo sabemos. Así que no pretendamos que me estás agotando monetariamente. —Estamos hablando de casi treinta mil dólares de equipo, Finn. —Soy consciente. No me importa nada. —Cuando pone los ojos en blanco, me inclino hacia adelante—. Ayudarte a volver a un terreno llano me hace feliz. ¿Está bien? —Tal vez no quiero estar en un terreno llano. Tal vez quiero lamentarme. No lo compro por un segundo. Veo la anticipación en sus ojos. La chica se está muriendo por tener una cámara en sus manos. —Muy malo. La Casa de Mannus también tiene una ley anti abatimiento. Los infractores están sujetos a pellizcos y sin televisión por un día. Chess me mira como si estuviera lleno de eso. Lo cual estoy. Pero a ella claramente le gusta. —¿Alguna regla más que deba saber?

—Están todas en el libro de jugadas ubicado en la mesita de noche. —Abro la nevera y saco algunas remolachas asadas, queso de cabra y ensalada de bulgur. Chess me mira con desconcertado interés. —Esto parece... elaborado. ¿Cocinaste todo esto? —Puedo cocinar lo básico, pero el nutricionista del equipo tiene un chef en el personal que nos prepara algunas de nuestras comidas semanales. Ya sabes, meriendas, almuerzo, segundo almuerzo, etc. El timbre de la puerta suena, interrumpiendo todo lo que Chess quiere decir. Me apresuro hasta la puerta y me encuentro a Charlie, con una caja en una mano y un enorme ramo de flores en la otra. El ramo de rosas naranjas es tan grande que apenas puedo ver su cabeza. —Charles —le digo, mientras lo dejo entrar—. No deberías haberlo hecho. Soy más un hombre de planta. Antes de que Charlie me pueda responder de vuelta, Chess entra y hace un sonido de asombro. —¡Guau! Charlie pasa a mi lado como si ni siquiera estuviera allí. —Estas son para ti. —Él coloca el ridículo ramo en la mesa del pasillo porque es demasiado grande para que ella lo sostenga—. Son del equipo ofensivo. ¿Mis chicos enviaron con flores y no me lo dijeron? Esos pequeños besa traseros. Podría haberles dicho que Chess no es del tipo que se impresiona con las flores. —¡Oh! —Su rostro se ilumina de placer—. ¡Qué bonitas! Espera. ¿Qué? —Bueno —le digo, tratando de no rechinar los dientes—. Así es como lo hacemos. Chess huele una rosa, mientras lee la tarjeta que está cubierta de firmas.

—Deja de tratar de conseguir una estrella de oro, Finnegan. No veo tu nombre aquí. Evitando una sonrisa y sin mirarme fijamente, Charlie extiende la caja en su mano. Es blanca y elegante, pero no esconde lo que hay dentro. ¿Una MacBook Pro? —Y esto es del equipo defensivo. Ella se ve aturdida. Chess nunca lo tomará. De ninguna manera. Pero entonces ella sonríe, toda tambaleante y con los ojos nublados. De la misma manera en que ella lo hizo la noche anterior. —Eso es tan... dulce. —Agarra la caja contra su pecho como si fuera preciosa. Estoy dividido entre la gratitud hacia mis compañeros de equipo por poner esa mirada en su cara y sentir la necesidad de golpearlos a todos en la de ellos, porque no le conseguí una computadora primero. Cierro la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria. —Chess. Conoce a Charlie Beauchamp. —Residente traidor—. Cuando no me está ayudando, y algunos de los muchachos están fuera, está estudiando en Tulane. —¿Juegas al fútbol, Charlie? —pregunta Chess. Es una pregunta válida. Con seis pies y cinco pulgadas, y doscientas ocho libras de músculos voluminosos, podría fácilmente ser un ala defensiva. Charlie, acostumbrado a la pregunta, le brinda una sonrisa irónica. —No, señorita. Para mi disgusto, tengo dos pies izquierdos y están hechos de plomo. O eso dice cada entrenador que he probado. —Su acento haitiano se espesa especializando en Gestión Deportiva.

un

poco—.

Me

estoy

—Quería agradecerte —dice Chess—. Por comprarme esa ropa y esas cosas. Estoy muy agradecida.

Las mejillas de Charlie se vuelven del color del palisandro. Si no estuviera aquí, no hubiera creído que él era capaz de sonrojarse. Hay una tranquilidad imperturbable a mi alrededor. —Era lo menos que podía hacer, señorita. Aunque me disculpo si algo no... —Se aclara la garganta—. Si ciertos elementos no son tu estilo habitual. Una risa baja se escapa de los labios de Chess, y aunque no hay nada sugestivo en su expresión, el sonido es pura lujuria para mis oídos. —Lo hiciste bien. Me encuentro imaginándola usando una de esas bragas sin inspiración que Charlie escogió y nada más. Algodón blanco puro, extendido sobre ese tonificado trasero perfecto, abrazando cada curva y cada inmersión. Jesús. Charlie podría estar en algo. Cambio de peso y trato de pensar en algo desagradable, como la forma en que Dawes nunca lava sus calcetines durante las eliminatorias. Sí, haré eso. —Fue una experiencia novedosa —dice Charlie—. Comprar ropa interior de mujer. —Estoy segura de que algún día lo volverás a hacer en mejores circunstancias —asegura Chess, ladrando al árbol equivocado. Charlie le brinda una pequeña sonrisa. —No creo que ninguno de los muchachos con los que salga esté a favor de eso, señorita. —Probablemente es sabios de ellos —dice Chess sin perder el ritmo—. Los sostenes no son el atuendo más cómodo. Realmente no quiero empezar a pensar en que Chess use un sostén. O ir sin. —Estamos a punto de comer —le digo a Charlie—. ¿Quieres unirte a nosotros?

Antes de que él pueda hablar, Chess engancha su brazo alrededor de él. —Debes. —Deja que el chico responda por sí mismo, Chess. Ella me lanza una mirada de reproche. —Estoy tratando de hacerle sentir bienvenido, Finn. —Él sabe que es bienvenido. Solo le pedí que se uniera a nosotros. Charlie se ríe, interrumpiéndonos. —Ustedes dos suenan como mis abuelos. —Seguramente no son tan viejos —exclamo con fingido horror. Chess chasquea. Charlie esboza una sonrisa. —Me refiero a la forma en que ustedes dos continúan como si se conocieran desde siempre. Las palabras invaden la habitación como el tío borracho que nadie quiere reconocer, pero no puede ignorar. Chess y yo nos miramos por un largo momento, ninguno de los dos sabía qué decir. Pero luego ella frunce los labios como si estuviera ligeramente entretenida. —Claro que a veces me da ganas —murmura antes de girar sobre sus talones y caminar hacia la cocina, con su largo cabello oscuro balanceándose como un péndulo sobre su trasero derecho. Veo ese movimiento y balanceo, y mi miembro tiembla en respuesta. A mi lado, Charlie hace un sonido ahogado de diversión. —Hombre... Miro su camino. —Si lo se.

Chess —No puedo creer que no me hayas llamado —James me regaña por teléfono. Abro otro de los gabinetes de Finn en busca de un plato. El hombre tiene diez juegos diferentes de vasos de cerveza, pero apenas puedo encontrar una bandeja de servir o un tazón de pan. —¿Te perdiste la parte donde dije que perdí mi teléfono? —¡Podrías haber tomado prestado uno! —¿Soy la única que no tiene los números de las personas memorizadas? —murmuro, yendo al siguiente gabinete. —Buen punto. —Los cláxones suenan en el fondo, y me pregunto si él está afuera. —¿Dónde estás? —Me dirijo hacia el Museo de Arte Moderno. —Se queda sin aliento cuando habla de nuevo—. No te preocupes, tan pronto como terminemos, estoy reservando boletos para regresar. Finalmente, encuentro una bandeja de queso y unos cuantos tazones poco profundos que podrían usarse para hacer galletas o pan. Las etiquetas de precio todavía están en ellos. Tengo la visión de que la mamá de Finn le está comprando esto, abasteciendo su cocina para fiestas que nunca tendrá. —No hagas eso —le digo a James, mientras saco la etiqueta de la bandeja—. No hay necesidad. —¿Qué quieres decir con que no hay necesidad? —exclama—. Tu maldita casa acaba de ser aplastada. Por supuesto que voy a volver. —No, en serio, James, estoy bien. Quédate con Jamie. Diviértete. Él deja escapar un resoplido audible.

—Estoy volviendo. ¿Qué tipo de amigo de mierda crees que soy? Establezco la bandeja y me pongo a trabajar para desenvolver mis quesos. —Estoy bien. En serio. Tengo un lugar temporal para quedarme, y la compañía de seguros en realidad está siendo muy útil. —¿Qué pasa con el trabajo? ¿O el calendario? —Los chicos de la computadora pudieron sacar los archivos de mi computadora portátil rota y transferirla a la nueva. Así que fácilmente puedo terminar el trabajo del calendario. Tuve que dejar algunos trabajos... —Lo que va a doler financieramente—. Pero compré suficiente equipo básico para trabajar en la boda de Ducain, lo que realmente puedo hacer por mi cuenta. Y no tenemos nada importante para otro mes. James hace un ruido de aprobación. —¿Qué pasa con el desván? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que puedas volver? —No lo sé. Francamente, quiero sacar a Scarlett y no pensar en eso hoy. —Siempre pensé que serías una gran Scarlett. Ojos verdes, cabello oscuro oscuro, piel cremosa... —¿Cara de perra en reposo perfecta? —ofrezco con un bufido. —Exactamente. Así que escucha a Katie Scarlett y quédate, sumérgete en el amor y toda esa mierda de felicidad. —¿Sentimental, hmm? —James hace un sonido sospechoso en su garganta—. Dime, Chess, ¿el hecho de que se esté acostando con un mariscal de campo increíblemente caliente, y por cierto sigo teniendo celos de eso, tiene algo que ver con tu insistencia de que me quede más tiempo en Nueva York? —Tus sospechas duelen, Rhett. —Agarro un cuchillo de pan y empiezo a cortar el fresco baguette que había recogido en una panadería—. Aquí estoy, apoyando generosamente a tu nuevo amor...

—Puf. —Y me acusas de tener motivos ocultos y nefarios. —Pareces una villana de película de los treinta —dice James—. Y te estoy acusando de motivos ocultos y hedonistas, para ser claros. —Bah. Organizo las rebanadas de pan en un tazón poco profundo, luego arrojo algunas migajas. —Entonces —James pregunta con voz melodiosa—. ¿Cómo es el lugar de Manny Manly? ¿Tiene una habitación roja del dolor? Sonrío y pongo los ojos en blanco. —Al principio pensé que lo había hecho, pero resultó ser un gimnasio en casa. —Lamentable. Miro el reloj, llevo el pan y el queso a la mesa de café. —Sí, pero puedo dar fe de sus poderes que inducen el dolor. James se ríe. —Bromea todo lo que quieras, osa Chessie, pero no puedes ocultarte de mí. Te gusta ser compañera de cuarto del sexi Manny. La negación baila en el borde de mi lengua. Pero no puedo forzarla. Podría enamorarme de Finn. Irrevocablemente. Lo sé. Ya me siento tambaleando, y no nos conocemos desde hace mucho tiempo. Mis entrañas se aprietan en protesta, y muevo mi mano hacia mi abdomen inferior antes de que pueda detener la acción. Mi estómago es plano en su mayor parte, pero no soy fanática de los abdominales, y tengo una ligera elevación justo debajo de mi ombligo. Tengo una relación de amor y odio con mi pequeño bulto. Cuando me pongo de pie, me parece algo lindo y sexi, un poco de suavidad femenina en mi cuerpo que a veces me hace sentir como una jirafa malhumorada. Pero cuando me siento en bikini y en todo tipo de almohadas, lo odio. En este momento, acuno ese punto vulnerable.

—¿James? ¿Alguna vez te has sentido...? —Un aliento estremecedor se escapa. Debería callarme. Ahora mismo. Pero tengo que preguntarle a alguien. Y James es mi mejor amigo. Él nunca me juzgará—. ¿Defectuoso? ¿Como muy dañado? Al instante, mi rostro se calienta de vergüenza y molestia. He mostrado mi vientre, y no me gusta la sensación. Pero la suave voz de James llega a través del teléfono. —Chess, soy bisexual. Me sale la mierda en todas las direcciones. Soy un mentiroso o elijo deliberadamente ser como soy. Pero claramente soy defectuoso en ambos campos. Aunque está a mil millas de distancia, quiero abrazarlo. —Ellos son los que están defectuosos, no tú. Se queda en silencio por un momento. —No hay nada malo contigo, nena. Ni una jodida cosa. —Esa es la parte desordenada. Sé que no estoy definida por lo que me falta, sino por quién soy como un todo. Y probablemente le patearía el trasero a alguien si tratara de decirme lo contrario. —¿Pero? —James dice de inmediato, porque me conoce bien—. Algo no está encajando en esa cabeza tuya. ¿Qué es? —A veces... —lamo los labios secos—. A veces me pregunto si mi corazón no ha recibido ese mensaje. Que tal vez me sabotee con hombres. Sabes, ¿qué pasa si cuando aprendan todo lo que hay que saber sobre mí, deciden que no valgo la pena? Ni siquiera sé qué intento explicar. Solo que, a pesar de mis mejores esfuerzos, hay días en que me siento defectuosa. Cuando me siento como si es mi culpa estar soltera y nunca haber tenido un novio. —Yo también pensaba eso —dice James en voz baja. Lo que me toma por sorpresa, porque su sentido de confianza en sí mismo siempre ha sido enorme—. Y al mismo tiempo, he pensado que no había nadie lo suficientemente perfecto para mí. Me reí a medias por eso, porque, a pesar de mis inseguridades, admito completamente que soy muy delicada sobre los hombres.

—Sí. Oigo la sonrisa en su voz. —Ahora sé que hay alguien perfectamente imperfecto para todos nosotros. —Sí, supongo. —Y si esa persona para ti es un seis y cuatro, tan sexy como el mariscal de campo sudado, entonces te amaré por siempre. Resoplo. —De todas formas me amarías para siempre. —Cierto. Pero te perdonaré cuando te conviertas en un demonio furioso debido al síndrome premenstrual a partir de ahora. —¡Eres tan magnánimo! Pero no contendría la respiración si fuera tú. —Entonces dime que estoy equivocado. Adelante, estoy esperando. Miro hacia abajo, a la mesa de centro de frente a donde estoy parada. El plato de quesos, las rodajas de baguette, un plato de carnes curadas, un plato de wasabi de guisantes y almendras tostadas están dispuestos de esta manera. Y un par de cervezas Abita se enfrían en un cubo de hielo. Mis mejillas se encienden. En casa, a menudo, preparo una pequeña hora feliz para uno. O dos, cuando James se queda. La vida es corta, y me gusta disfrutar tanto de las cosas pequeñas como de los grandes eventos. Pero esta distribución no es para mí. Es para Finn. Se ha ido por más de una semana y debe llegar a casa en cualquier momento. ¿Qué pensará él de esto? ¿Es demasiado? ¿Como el territorio de la novia? No lo sé. Todo lo que sé es que quiero que sea feliz al volver a casa. Quiero hacer cosas que demuestren mi apreciación. Es bastante sorprendente lo fácil que es preocuparse por el hombre.

Pero tal vez no le guste esto. Tal vez lo asustará y le hará pensar que estoy buscando otra cosa. El pánico hace que mi pecho crezca caliente y apretado. Mierda. —Me tengo que ir —le digo a James—. Te enviaré un mensaje de texto más tarde. —¡Lo sabía! ¿Acaba de llegar a casa? Ignoro la burla en su voz. —No. Problemas de chicas. Es nuestro código establecido hace mucho tiempo para admitir que tengo que usar el baño. Y nada me librará de James más rápido. Tan pronto como cuelgo con él, extiendo mi mano para limpiar la mesa. Pero la cerradura de la puerta principal gira, y antes de que pueda moverme, Finn entra. No hay más pánico por las bandejas de queso y la cerveza, porque me ve y sonríe. Y, maldita sea, si no me ilumina como una de esas máquinas de pinball anticuadas. Le devuelvo la sonrisa tan fuerte que me duelen las mejillas, mientras esas pequeñas chispas de placer vertiginoso bailan a través de mí. Lleva un pantalón de chándal gris y un Henley negro, lo que debería hacer que se vea como un vago. No lo hace. Esas ropas abrazan ese cuerpo duro y ajustado, mostrando cada ondulación, cada bulto. Envidio esas ropas. Finn tira su bolsa al suelo, sin apartar los ojos de mí. —Cariño, estoy en casa. —Lo dice como una broma, pero su voz es gruesa y áspera. ¿Agotamiento? ¿O algo más? No puedo pensar. Debería decir algo ingenioso o ligero, pero lo único que sale es—: Hola. La sonrisa de Finn solo crece. Se dirige directamente hacia mí, como si fuera el final feliz de un día muy largo. Y solo puedo pararme allí, cambiando mi peso sobre mis pies, con mis dedos curvados a mis costados con la necesidad reprimida de abrazarlo. Antes de que pueda decir una palabra, me está envolviendo en un gran abrazo de oso, mientras mi nariz se presiona en el pequeño

espacio entre sus duros pectorales. El olor del algodón limpio, la piel cálida y las feromonas masculinas tan poderosas como el infierno me envuelven como un suspiro. La voz de Finn retumba en su pecho y calienta la corona de mi cabeza. —Te he echado de menos. La simple declaración se desliza a través de mis defensas con tanta facilidad, que no tengo tiempo para prepararme. Cierro los ojos y le doy un suave apretón, incapaz de formar palabras, porque no soy una chica sentimental. No sé decir cosas dulces. Tal vez Finn sienta eso. O tal vez simplemente está cansado de abrazarme. De cualquier manera, él me pone de nuevo en pie. —¿Cómo te has sentido? ¿Todavía te duele la muñeca? —Me mira a la cara como si intentara asegurarse de que estoy bien. Cuando está lejos de mí, olvido lo azules que son sus ojos. Azul celeste. Soy un fan de los ojos marrones. Sin embargo, aquí estoy, mirándole a los ojos como si nunca antes hubiera visto el color azul. Y, santo infierno, no reconozco a esta persona lunática en la que me he convertido. Doy un paso atrás y consigo un espacio muy necesario. —Estoy bien. La hinchazón ha bajado y el dolor casi se ha ido. Él asiente, pero luego mira hacia atrás y se da cuenta de la comida. La sorpresa se registra primero. Su gran cuerpo da un pequeño tirón. Y luego parpadea como si intentara aclarar su vista. Me pongo incómodamente caliente, mis brazos se crispan con el deseo de limpiar la mesa. Pero entonces su mirada se encuentra con la mía. —Me extrañaste. El calor dentro de mí crece. —¡Qué cosas dices! Por supuesto que sí. Esa suave expresión suya espera demasiado.

—Probablemente debería advertirte... —señalo hacia mi maldita bandeja de queso—. Me gusta hacer esto por las noches. La comisura de su boca se levanta. —¿Crees que me voy a quejar? Meto las manos en los bolsillos traseros de mis vaqueros. —James dice que es muy doméstico. Finn se ríe. —Pero eso es todo lo que hago que se puede considerar doméstico —advierto—. Así que no esperes que te salude con cenas o... —¿Cócteles? —Finn suministra, sacando una cerveza del cubo de hielo. Mierda. —Sí... Se ríe de nuevo, y luego se abalanza, dándome un rápido beso en la mejilla. —Relájate, Chester. No estoy esperando nada. No te pediré que traigas mis zapatillas. Aunque, si quieres... —menea las cejas—. No trataré de detenerte. —Idiota. —Le di una palmada en el brazo. Es como el granito caliente. Con un amplio suspiro de satisfacción, Finn se deja caer en el sofá, gira la parte superior de su cerveza y toma un largo trago. Suspira de nuevo y apoya la cabeza en el respaldo del sofá. Sus párpados bajan como los de un gato relajado. —Tengo que admitirlo —dice casi en un ronroneo—. Volver a casa nunca ha sido tan bueno. —Me alegra poder... —chillo mientras toma mi muñeca buena y me tira al sofá con él—. Tranquilo, Superman. Finn me acurruca junto a él, colocando su brazo sobre mis hombros.

—Lo siento. Pero estabas allí de pie, nerviosa y esquiva, como si te hubieran sorprendido robando o algo así. La risa en su voz es inconfundible. Y le doy un codazo, tratando de ignorar que sus dedos se han enredado en mi cabello, acariciando ligeramente los mechones. —Te volviste a teñir el pelo —murmura, jugando con las puntas que ahora tienen destellos de verde azulado, dorado, verde y magenta a juego con el negro. Un escalofrío de puro placer me atraviesa. Su cuerpo es cálido y sólido, y nada me gustaría más que descansar contra él sin cuidado. —Se llama efecto de derrame de aceite. —¿Por qué le digo esto? No le importan las técnicas de color. Pero él levanta una sección entera y lentamente deja que se filtre entre sus dedos. —Resalta el verde ante tus ojos. Se siente bien. Demasiado bueno. Y mal. No me acurruco con James. Nunca quise hacerlo. No me acurruco con nadie. Nunca. Lo que estamos haciendo aquí es peligroso. Porque sería tan fácil girar mi cabeza y acariciar el hueco tibio de su garganta, lamer un camino hasta la curva de su mandíbula y la suave curva de su labio inferior. Sería tan fácil como respirar. Estoy viviendo con él ahora. Seducir a mi anfitrión es un paso en falso definido. Y estúpido. Me alejo, haciendo que Finn frunza el ceño ligeramente. —Oye, ¿Chess? No me gusta el tono tranquilo y serio de su voz. —¿Sí? —¿Cuándo estamos...? El timbre de la puerta suena. Ambos nos encogemos como si saliéramos de un aturdimiento, y luego Finn mira a la puerta. —¿Quién demonios?

—¿No recibes visitas al azar? —Me burlo, levantándome. Finn se sienta en el sofá. —Tienen que pasar por delante del portero. Mi asistente Charlie tiene permiso, pero sé que ahora mismo está saliendo con Rolondo y Woodson. La campana suena nuevamente. —Yo voy —le digo—. Tienes tu cerveza. Querido. Él sonríe ante eso, pero se pone de pie. —De ninguna manera. No sé quién demonios pasó la seguridad. Estoy respondiendo a la puerta. Los dos vamos, discutiendo por el camino. Lo cual es ridículo, pero parece que no puedo dejarlo ir; Tengo la extraña sensación de que Finn no debería responder. Pero lo hace, abriéndola como si con gusto atacara a cualquiera que esté aquí con mala intención. Todo eso cambia cuando ve a la mujer parada en el pasillo. A su lado, me detengo, mi piel pica por la conmoción. Porque la mujer es deslumbrante. Rubia, con cabello sedoso, ojos azul hielo, piel bronceada y el tipo de estructura ósea con el que los artistas se comprometen a trabajar en el mármol. Mi trabajo es fotografiar a mujeres como ella. Y aunque nunca he trabajado con esta mujer, sé quién es ella inmediatamente. Britt Larrson. Una súper modelo cuyo rostro adorna actualmente la portada de Vogue. Ella y Finn se miran como si nada más existiera. Se me cae el suelo. Estos dos son unas joyas. El tipo de emparejamiento por el que, tanto los medios de comunicación como los fanáticos, comen y suspiran. —Britt. —La voz de Finn es áspera. Ella se inclina hacia él, pero se detiene, su mirada cae sobre mí. La parte posterior de mi cuello se tensa. Finn se estremece como si hubiera olvidado que yo estaba allí. No lo culpo; Si me gustaran las mujeres de esa manera, también podría haberlo olvidado.

—Britt. Ella es Chess. Chess, Britt. —Suena como si está mordiendo sus uñas. Ella me da el más mínimo de los asentimientos. —Hola. —Chess es fotógrafa —dice Finn, como explicando algo. Me siento pequeña. Y ella lo sabe. Las facciones de Britt se contraen una fracción. —Sí. La fotógrafa del calendario. He oído. Debe haber sido un gran problema poder tomar fotos a ti y a tu equipo. Bien. Podría decir algo sarcástico. Pero no vale la pena. Finn parece como si hubiera preferido que el suelo se lo tragara entero. Todavía no se ha movido hacia atrás desde la puerta o se ha ofrecido a dejar entrar a Britt. Ella se queda allí incomoda, claramente perdida, y claramente esperando más. —Esperaba que pudiéramos hablar —dice entonces, lanzando otra mirada en mi dirección. Finn se endereza entonces como si saliera de una niebla. —Ah... sí. Su cuello está tan rígido que tengo que preguntarme si está tratando activamente de no mirar hacia mí. Suficiente es suficiente. —Estaba de salida —anuncio, agarrando mi bolso y las llaves. Ambos, afortunadamente, están sentados en el vestíbulo. Entonces recuerdo mi teléfono—. Déjame obtener mi teléfono... Corro a la cocina, me palpitan las sienes. Finn y Britt no se han movido de sus lugares en la puerta. Pero Finn frunce el ceño hacia mi camino. —No tienes que... —Cierra bruscamente la boca, luego hace una mueca—. Gracias, Chess. La disculpa en sus ojos me irrita. Al infierno si le dejo ver eso. Le doy a Britt lo que espero sea una sonrisa agradable.

—Encantada de conocerte. —Lo mismo —dice ella con demasiada sinceridad. Ella se va a comer mi queso. La odio. Me voy sin mirar atrás.

10 Traducido por Jessibel

Finn Mis pies parecen haberle crecido raíces. No puedo hacer que se muevan. Mi cuerpo es un latido sordo de un viejo dolor y nueva conmoción. Débilmente, tomo nota de Chess saliendo, su cabello oscuro y brillante balanceándose como una cinta agitada en su espalda. No te vayas. Quiero llamarla para que vuelva. Sería más fácil así. Podría cerrar la puerta en la cara de Britt y colocar a Chess contra mi costado. Pero esa es la salida de los cobardes. Britt hace un pequeño sonido, y salgo de mi niebla. Mis padres me enseñaron mejor que esto. —Entra. —Retrocedo para dejarla pasar. Deja un rastro de perfume caro y una fuerte esencia floral. Ese olor se pegó a mi piel y me daba dolor de cabeza cuando tuvimos sexo. No es algo en lo que quiera pensar. La sigo a la sala de estar, la observo mientras pasea, observando el espacio. Cuando Chess había hecho lo mismo, me había llenado de la extraña necesidad de que ella se sintiera complacida, que le gustase mi lugar. Con Britt, solo quiero que ella diga por qué diablos está aquí.

Britt se queda mirando la mesa de café con los aperitivos que Chess ha preparado tan bien, y me sorprende que ella esté aquí y que Chess esté en alguna parte. Nunca antes alguien me había dado la bienvenida a casa. Nunca supe que lo necesitaba hasta que entré por la puerta y vi a Chess de pie allí, tan jodidamente bonita con sus jeans casuales y su top negro con cuello en forma de V. Y tan adorablemente nerviosa y quisquillosa acerca de hacer algo bueno por mí. Tal vez sea verdad que ella siempre tiene una pequeña hora feliz personal. Pero claramente me había incluido en sus planes esta noche. Eso hace toda la diferencia. —¿Vives con la fotógrafa del calendario? —pregunta Britt. Parece una distinción insignificante, llamándola fotógrafa de calendario cuando es más que eso. Pero no lo dejo pasar. —Su nombre es Chess, y sí, ella se queda conmigo. —No es asunto de Britt. Pero no estoy tratando de ocultar nada. Britt mordisquea su labio inferior. —¿Cómo sabes quién es ella, de todos modos? —pregunto. —Están mostrando fotos de ustedes dos. En un acuario. Comprando comida juntos. —Su suave frente apenas se arruga—. Han estado tomando fotos de ella saliendo de tu edificio toda la semana. Genial. A Chess le encantará eso. —Parece que sabes mucho al respecto. Britt sacude la cabeza como si fuera ingenua. —Envidio tu capacidad de desconectar la prensa. Están por todas partes, Finn. —Sus ojos se ensanchan—. También nos fotografiaron una vez. La molestia sube por mi espalda y agarra mi cuello. —Tomaron fotos de todos en esa fiesta. Era la semana de la moda.

Hecho: a los jugadores de fútbol en el desfiles de moda y fiestas para modelos. No porque les guste la ropa. Cuando eres un novato y recibes invitaciones para salir con las mujeres más bellas del mundo, tú vas. Demonios, estás extático. Modelos, actrices, estrellas del pop, nos aman. Estamos en forma, somos ricos, y la mayoría de nosotros no estamos buscando complicaciones. ¿Es una configuración poco profunda? Por supuesto. Pero mientras nadie salga lastimado, ¿por qué debería importar? Sólo a veces, las personas salen lastimadas. —¿Por qué estás aquí, Britt? Se agacha en el borde del sofá, toma un trozo de queso, frunce el ceño y lo deja caer de nuevo. Casi le digo que no toque nada; esa es la comida de Chess. Pero entonces Britt da un pequeño suspiro. —No lo sé. Vi las fotos y pensé en ti. Sigues con tu vida. ¿Es eso por lo que está aquí? Por la culpa que lleva. Lo peor es que no sé si debería sentirme culpable o no. —¿Estaba supuesto a no hacerlo? —No. Sí. —Ella niega con la cabeza, es un simple movimiento de aturdimiento en ella. Me había quedado tan sorprendido por la apariencia de esta mujer cuando nos conocimos, que me había vuelto estúpido—. Lo siento —dice ella—. No sé lo que digo la mitad del tiempo. Y así, me siento culpable. —Está bien, Britt. Ella pronuncia medio sollozando, medio riendo. Cuando mira hacia arriba, tiene los ojos muy abiertos y un poco vacilantes. —Tu madre me ha estado llamando. No podría haberme sorprendido más si me hubiera abofeteado. —¿Qué? ¿Qué mierda? La barbilla de Britt se eleva un toque.

—Ella me invitó a tu casa para el Día de Acción de Gracias... — ella arruga su nariz—. No, no era así como ella lo llamaba. —Gravidad —le digo con los dientes apretados. La sangre se precipita en mis oídos. Voy a matar a mi madre. No me importa si es un crimen. No me importa si mi papá me mata en represalia. La mujer ha ido demasiado lejos. —Claro, eso es. —Britt. —Mi voz es dura. No puedo controlarlo—. No. Lo siento, pero no. Su boca se abre, sus ojos brillan como si estuviera a punto de llorar. —Mi madre tiene buenas intenciones —prosigo—. Pero esto no es lo correcto para ninguno de los dos. —Seguro que no es lo que quiero o necesito. Britt se pone de pie. Extiendo la mano para estabilizarla, pero ella la sacude. —Pensé... —ella toma una respiración—. Pensé que tal vez ella estaba hablando por ti. —No —le digo, tratando de suavizar mi tono. Porque ella también es una víctima de la intromisión de mamá—. Lo siento. —¿Es por la fotógrafa? —Chess —le recuerdo. —Chess. ¿Es por ella? —No. —Es la verdad honesta. Chess no tiene nada que ver con el por qué no quiero que Britt celebre las fiestas conmigo. —Simplemente no puedo... —Maldito infierno, ¿qué puedo decir que no me haga sonar como un completo imbécil? —Entiendo —dice Britt, salvándonos a los dos. Ella respira y se endereza—. Si. Me disculpo si te hice sentir incómodo. ¿Incómodo? Dios, hay mucha incomodidad entre nosotros, siento que me estoy ahogando. Me froto la nuca. —No. Lo siento si fui brusco. No soy bueno en esto.

Su sonrisa es irónica y agridulce. —Bueno, ¿quién podría ser? —Ella se mueve hacia la salida, y me apresuro a abrir la puerta para ella. Britt se detiene y me mira. —Cuídate, Finn. Apenas puedo mirarla. Está mal de mí, lo sé. Pero los sentimientos rara vez escuchan la razón. —Adiós, Britt. Cierro la puerta y me inclino contra ella, deseando que Chess vuelva aquí más que mi próximo aliento. Pero ella probablemente hará preguntas. Y no sé si tengo la capacidad de darle las respuestas.

Chess Una de mis cosas favoritas sobre el barrio Francés es que siempre puedes encontrar un bar sin importar la hora que sea. Y no un poco de inmersión húmeda y sombría, aunque hay muchos de ellos, pero sí con techos altos de hojalata, paredes de ventanas y lindos mixólogos como mi nuevo amigo Nate, que amablemente desliza un perfecto Sazerac10 delante de mí. Tomo un buen sorbo y escucho a Ella Fitzgerald cantar sobre ser hechizada, molestada y desconcertada. Es casi suficiente para calmar el alma cansada. —Eso es un gran suspiro —observa Nate, mientras limpia su impecable barra de caoba. Ya no soy fan de Nate. —No me di cuenta de que suspiré —le digo, tomando otro sorbo de mi bebida. Es un buen hombre, Nate, a pesar de ser entrometido. —Prácticamente me echó el pelo hacia atrás —bromea. Miro la cabeza rapada de Nate y él se ríe. —Necesito un lugar a corto plazo para vivir. —La tristeza se sumerge en mi pecho. No quiero encontrar un nuevo lugar. Lo que demuestra que realmente necesito encontrar uno. —¿Te acabas de mudar aquí? —pregunta Nate. —No. Mi lugar se quemó. —Maldición, eso apesta. Pienso en Finn corriendo a la sala de emergencias para encontrarme, la forma en que me llevó a casa y me hizo sentir que también era mi hogar, por el tiempo que lo necesitara. Y luego pienso en Finn allí ahora mismo con Britt, y en la forma en que la miró. Tienen una historia, y claramente no es una simple.

Sazerac – es el cóctel más famoso d Nueva Orleans. Declarado como el cóctel oficial de la ciudad. Contiene whisky, absenta para darle un sabor algo amargo, azúcar, angostura y limón. 10

Mi cóctel me atraganta al bajar, dejando una dulce y pegajosa quemadura en mi lengua. —Sí. Nate se acerca más hasta que está parado frente a mí. —Puedo ser un buen oyente para ti. Si quieres darme tu número. Miro a Nate con la cabeza afeitada, el gancho en las orejas y los lindos tirantes sobre los hombros. Hay interés en sus ojos. —¿Quieres mi número? El interés se convierte en calor. —Soy genial consolando. Apuesto a que lo es. Finn es mejor. Finn está en su apartamento con una supermodelo. Le entrego a Nate mi teléfono, y él marca su número. Ni siquiera hay un destello de anticipación en mi vientre. —Entonces —dice, más feliz ahora—. ¿Quieres otro trago, señorita bonita? ¿Señorita bonita? Me arrepiento cada vez más de mi decisión. —Otra bebida y estaré borracha. Mejor dame un menú. —Vamos a darte de comer, entonces. —Nate sonríe. Sé que él piensa que me estoy demorado por él, pero no puedo volver a Finn en ningún momento. Aparte de caminar, no tengo a dónde ir, lo que apesta completamente. Ceno y platico con Nate, y algunos clientes que se sientan en el bar, hasta que mi trasero está entumecido y estoy bastante segura de que estoy llevando a Nate a una conclusión muy equivocada. Cuando está ocupado, dejo algo de dinero en la barra y salgo a la luz. Y luego camino, hasta que está oscuro y no puedo detenerme más.

Ya en la casa de Finn, giro la cerradura de la puerta tan silenciosamente como puedo. Por favor no dejes que me escuchen. Por favor déjalos estar en su habitación. Dios, el horror de verlos realmente me hace detenerme, mi corazón palpita en mi pecho como el fuego de un cañón. Como un ladrón, entro sigilosamente. La sala de estar está oscura y suspiro de alivio mientras camino hacia mi dormitorio. —¿Qué estás haciendo? —Finn pregunta detrás de mí. Con un grito ahogado, giro y presiono una mano en mi corazón. —¿Jesús, eres tan furtivo? Finn levanta una ceja y me mira fijamente. —Estaba tratando de no molestarte. —Es solo ahora que noto que la TV está encendida, presionada para hacer una pausa en uno de sus juegos. Finn lleva una sudadera holgada y una vieja camiseta de Nike con las palabras "Solo hazlo" salpicadas en su amplio pecho. —Me molesta que estés caminando de puntillas como un villano de dibujos animados —dice poniendo los ojos en blanco y luego se dirige al sofá, llevando una bebida deportiva agarrada en una mano. Dejo mi bolso en la mesita y lo sigo. —No estaba de puntillas. Estaba en silencio. Finn resopla y se deja caer en el sofá antes de mirarme como si estuviera lleno de eso. Lo cual estoy. —Te has ido por mucho tiempo. Suena como una acusación. —Tenías compañía. —Mierda, eso también suena como una. Finn se vuelve a la pantalla. —Ya no. Hay un tono en su voz que me hace pausar. ¿Es dolor o amargura? Es difícil de decir. Me dirijo al sofá y me quedo en el brazo, sin estar segura de si debería sentarme o dejarlo solo e ir a mi habitación. Finn no se

molesta en mirar hacia arriba, pero toma un largo trago de la botella que tiene en la mano. Las líneas débiles que se marcan por las esquinas de sus ojos son ahora más profundas, tensas e infelices. —¿Comiste? —pregunta, poniendo su bebida deportiva en la mesa—. Tuve que guardar el queso. Estaba sudando. Pero puedo sacarlo de vuelta. Me aclaro la garganta. —No, estoy bien. Comí en un bar. En silencio, él asiente y luego toma su control de juego. Me doy vuelta para irme cuando su voz me detiene. —Quédate. —Él mira hacia arriba, y casi me vuelvo a poner de pie. Porque se ve atormentado. Enojado. Perdido. Me encuentro sentada a su lado, lo suficientemente cerca como para sentir el calor que irradia de su cuerpo, pero no lo suficiente como para arriesgarme a apoyarme en él. —¿Estás bien? Su expresión es tensa. —Solo cansado. La finalidad de su tono deja en claro que no va a responder más preguntas. Estoy casi aliviada. Lo último que quiero hacer es consolarlo en su vida amorosa. Aún así, no me gusta que le duela. Él mira hacia mí pero no encuentra mis ojos. —Puedo poner otra cosa si quieres. —No. —Me quito los zapatos y coloco mi teléfono en la mesa de café antes de acurrucarme más cómodamente en el sofá—. Déjame verte patear un trasero con tus grandes armas de furia. La esquina de su boca se contrae. —¿Estás arrojando una indirecta, Chester? —¿Yo? —parpadeo inocentemente—. Nunca lo haría. Finn murmura como si dudara, pero su expresión es más ligera cuando comienza su juego. Me acerco, satisfecha de sentarme a su

lado y verlo jugar, mi cuerpo se vuelve pesado y cálido. Hace dos horas que me fui y lo extrañé como si hubieran pasado semanas. Estoy tan arruinada. Termina el juego y enciende la televisión normal, hojeando los canales. —Oh, espera —grito—. Detente aquí. —¿Friends11? ¿De verdad? —No me mires así. ¡Es gracioso! —Es como... ¿qué? Veinte y tantos años. —Tienes veinte y tantos años —señalo con cierta aspereza—. ¿No debería verte en la televisión? Sus cejas se alzan ante eso. —¿Me ves en la televisión? Suena esperanzado y escéptico. —James es un gran fan. Te he estado viendo jugar desde el principio. Durante un largo momento, no dice nada, su mirada se precipita sobre mi cara como si estuviera tratando de averiguar si estoy siendo sincera. Pero entonces una ligera luz y la satisfacción llena sus ojos. —Es desconcertante lo mucho que me encanta saber eso. Es todo lo que puedo hacer para no retorcerme. —Debería aclarar que fue casi todo por el rabillo del ojo, y que no eras mucho más que un tipo acolchado escondido debajo de un gran casco. Finn sacude la cabeza y hace un esfuerzo. —No vas a arruinar esto por mí, Chess. Me has visto jugar. Fin de la historia. —Se extiende, con sus largas piernas inclinadas sobre la mesa de café, como un señor educado. Friends – serie de la televisión estadounidense que trata sobre la vida de un grupo de amigos que residen en Manhattan, Nueva York. 11

—¿Vas a dejarme ver mi programa o seguir cacareando toda la noche? —Estoy bien —dice un poco feliz. —Haré un converso de ti, solo espera. —Ya lo he visto. A Dex le encanta este espectáculo. —Agarra su bebida—. ¿Lo recuerdas de la sesión de fotos? El tipo grande con barba y tatuajes... —Y piercings —interrumpo—. Sí, lo recuerdo bien. Un ahogado gorgoteo queda atrapado en la garganta de Finn mientras él levanta la cabeza. —Jesús, Chess. —¿Qué? El hombre tiene su miembro perforado. Es algo imposible de ignorar. ¿O no lo sabías? Sus cejas se encuentran sobre un ceño oscuro. —No es el tipo de cosas que quiero notar. Dios, es difícil no sonreír; Suena tan apagado y agravado. Pero el diablo en mí no puede resistirse a molestar al oso. —Pensaría que un piercing como ese sería la charla del vestuario. Como se predijo, reacciona molesto con burla, pero luego se vuelve hacia la televisión. Cuando habla, su tono es casi hosco. —Dex es tu tipo. Oh, ¿vamos a hablar sobre el hombre ahora? ¿Después de encontrarme cara a cara con la señorita Labios Carnosos Diosa Dorada? —Supongo que él es —estoy de acuerdo. Porque Finn tiene razón. Dex es cien por ciento mi tipo habitual. Incluso habíamos discutido nuestro amor mutuo por el arte y la pintura cuando tomé su foto. Y, sin embargo, no había sentido nada más allá de un ligero cariño y la necesidad de tranquilizar al hombre grande. —¿Estás tratando de ponerme en contacto con él?

Estoy bastante segura de que tendré que matar a Finn si él comienza a intentar que salga con sus amigos. Las esquinas de la boca de Finn se tensan. —Lo siento, pero está ocupado. —Bien por él. —Y lo digo en serio. Me gusta Dex. Finn gruñe en respuesta, y cambia su posición en el sofá, moviendo las piernas como si no pudiera estar cómodo. Ambos estamos fuera de juego, y no puedo decir si estamos tratando de pelear o no. El pensamiento me cansa y me deprime. —Necesitas una gran otomana para descansar tus pies —le digo, distraída. —Por lo general, me estiro en el sofá. —Finn mira su mesa de café y luego a mí—. Pero estás en lo correcto. Una otomana sería mejor. Deberíamos ir a comprar uno. sofá.

¿Nosotros? Oh, diablos. Me acurruco más en la esquina del

—No tienes que pasar por todo eso. Siempre puedo sentarme en la silla y darte el sofá. —O puedes sentarte en mi regazo. —Es lindo. —Eso creía —está de acuerdo. Es nuestro típico ir y venir, pero todo se siente mal. Estoy muy tensa, y él carece de su fácil encanto. El resplandor de la televisión pinta su cara en azules y rojos parpadeantes. Las líneas de su rostro están apretadas, sus hombros tensos. Su mano descansa entre nosotros, grande y ancha, con sus uñas recortadas. Sé que, cuando se estira, su mano mide diez pulgadas y tres cuartos desde la punta de su pulgar hasta la punta de su dedo meñique. En realidad, lo midieron para el Combinado de Exploración antes de ser reclutado. Porque, como Finn me había dicho una vez entre risas, el tamaño de la mano importa. Quizás a la LNF le importe. En este momento, estoy más preocupada por la forma en

que él clava sus dedos en los cojines como si necesita aferrarse a algo. Quiero levantar su mano, trazar la protuberancia de sus nudillos y el fino abanico de huesos que llevan a su muñeca. Pero no es mi lugar hacer eso por él. —Me alegro de que estés en casa. —Su voz es baja pero fuerte, y resuena a través de mis huesos. Nuestras miradas se encuentran. Mirar directamente a él duele, hace sentir mi cabeza ligera y el corazón pesado. Una pequeñísima parte de mí quiere gritarle por tener una vida en la que no me involucra, porque claramente se ha ido con una mujer que no soy yo. Y me odio por esa hipocresía. El no es mío. No puedo hacer esas demandas. Pero la parte sensible y necesitada de mí quiere meterse en su regazo y descansar mi cabeza en su hombro. Eso es todo lo que necesito en este momento. Solo eso. —Yo también. Eso parece complacerlo, pero la expresión solemne no se relaja. —No tenías que irte, ya sabes. —Sí, tenía. Su mirada se desliza hacia otro lado. —No por horas, no tenías. Hay una pesadez en él ahora, una lentitud que no es del Finn que conozco. Y me doy cuenta de que es dolor. Él está en el dolor real. Mi garganta se cierra y es difícil decir las palabras. —Ella rompió tu corazón, ¿no? Finn se estremece y se mantiene completamente inmóvil, con las pestañas bajas. —Supongo que de alguna manera lo hizo. Oficialmente odio a la mujer. —Pensé que no tenías citas —solté un gruñido como una idiota.

La esquina de su boca se tuerce con tristeza. —No lo hago. Él no profundiza en eso, y me quedo confundida con la mano dura de los celos empujando hacia abajo en mi pecho. Claramente, no soy lo suficientemente buena para esconder mis sentimientos porque, cuando me mira, toma una doble mirada, frunciendo el ceño. —Chess... Mi teléfono hace el sonido por la llegada de un texto y luego otro. Finn lo toma como si me lo diera, pero se queda inmóvil cuando ve la pantalla. Sus fosas nasales se ensanchan en un suspiro. —¿Quién diablos es Nate? No tengo absolutamente ninguna razón para sentirme culpable. Le arrebato el teléfono de la mano. —Un barman que conocí esta noche. —Esta noche —repite como si fuera una mala palabra—. ¿Y a qué se refiere cuando dice que no le dijiste qué tipo de lugar estabas buscando? Casi puedo oír sus dientes rechinar. Mis dedos se enroscan alrededor de mi teléfono. —Prefiero irme antes de abusar más de mi estadía. Eso es incómodo, ¿sabes? Mi broma no funciona. El musculo en su mandíbula se contrae. —Dije que podías quedarte todo el tiempo que quisieras y lo dije en serio. —Y te lo agradezco. Mucho. —Una sensación fría y pegajosa recubre mi interior—. Pero estoy en tu camino. Esta noche... —Jesús —gruñe, parándose para alejarse—. ¿Se trata de Britt apareciendo aquí? Mi cara se ruboriza. Oficialmente odio su nombre también. —He tenido compañeros de cuarto en la universidad, Finn. No quiero volver a escuchar los sonidos del sexo mientras estoy atrapada en mi habitación.

Él frunce el ceño. —¿Crees que tuve sexo con ella? ¿Es por eso que te mantuviste alejada tanto tiempo? —Él resopla, es un feo sonido de enojo—. ¿Qué estoy diciendo? Por supuesto que si lo crees. —Estaba siendo cortés —le dije. —Cortés —se burla—. Primero que nada, nunca traigo un ligue a mi casa. Nunca. No quiero que sepan dónde vivo. Lo último que necesito es una situación de acoso. —Bueno, eso es... sombrío. —Es la realidad, Chess. La mía. —Él pone sus manos en sus caderas mientras me mira—. No me acosté con ella. No he tenido sexo con nadie durante seis malditos meses, si quieres saber la verdad. —Espera, ¿qué? ¿Por qué? —¿Y qué? ¿Cómo puede ser? ¿Se ha visto a sí mismo? Su expresión se vuelve combativa. —Eso es asunto mío. —¿Entonces por qué me lo dices? Finn se da vuelta, su rostro se enrojece, antes de clavarme una mirada. —Sé que bromeo sobre tener encuentros y te dio la impresión de que soy un jugador. Eso está en mí. —Da un paso en mi dirección y las líneas de su cuerpo se endurecen—. Pero estás hablando de irte porque crees que soy una jodida puerta giratoria, y eso es una tontería. —No te estoy juzgando, Finn. —Sí, estás —dice con una risa amarga—. Al menos ten las agallas para admitir eso. —Me asusté, ¿de acuerdo? No esperaba que apareciera una mujer aquí porque nunca te imagino con otras mujeres. —Solo conmigo—. No porque creo que eres un acto sexual andante.

Finn parpadea, levantando las cejas. Un incómodo silencio cae sobre nosotros, y es todo lo que puedo hacer para no escapar al puerto seguro de mi habitación. Pero no puedo hacer eso. —Lo siento si te ofendí —le digo—. No sé cómo manejar esta situación de compañero de habitación y es confuso. Él asiente con la cabeza, luego deja escapar un suspiro. —Esto no es una prisión, Chess. No puedo hacer que te quedes. Y, francamente, no quiero que te quedes si te sientes incómoda. —No me siento incómoda... —Pero si quieres saber cómo me siento al respecto — interrumpe—. Te quiero aquí . Mi vida es mejor contigo en ella. Tengo ganas de volver a casa. Para ti. Y realmente no me importa una mierda si eso me convierte en un bastardo egoísta. —Con eso, se da vuelta y se dirige a su habitación—. Si aún quieres mudarte, te ayudaré a encontrar un lugar por la mañana.

11 Traducido por Jessibel

Finn Me despierto con la espalda rígida y la cabeza palpitante. Es normal por el curso después de un juego. Sin embargo, no lo hace más soportable. El dolor es lo suficientemente fuerte como para tener que cojear a la ducha. Cinco analgésicos y treinta minutos de estar bajo el agua caliente abrasadora me ayudan a sentirme casi humano. Todavía estoy adolorido, y mi cráneo se siente como un cristal, pero me las arreglaré. Lo que no va a desaparecer es la maldita pesadez en mi pecho cuando pienso en la noche anterior. Estaba sobre la línea cuando me enfadé con Chess. La aparición de Britt me había lanzado a un bucle, y en su lugar lo descargué en Chess. El ardiente rayo de celos que había sentido cuando vi el mensaje de Nate no ayudó. ¿Nate? ¿En serio? ¿Sale por dos horas y tiene a un tipo llamado Nate enviándole un mensaje de texto? Por supuesto que ella tiene. Chess es magnífica. Un chico tendría que ser sordo, mudo y ciego para no darse cuenta de ella. Y tendría que ser estúpido para no hacer una jugada si la hacía hablar con él. No, si él consiguió que ella confiara en él. Froto mi pecho mientras me acerco a mi cómoda. Demonios, me molesta saber que le dijo a un camarero encantador que necesita un nuevo lugar para vivir en lugar de acudir a mí con sus preocupaciones. Maldiciendo, me saco la ropa y cierro los cajones de la cómoda.

El hecho es que yo soy el estúpido. Quiero a Chess. La he deseado desde el principio. Pero quedé atrapado en viejos hábitos y le hice pensar que era una mala apuesta, buena para solo una noche. Y ha dejado claro que no tiene ningún interés en arriesgarse conmigo. Demonios, lo orquesté para que ella no lo hiciera. ¿Por qué hice eso? No tengo una respuesta, pero ahora tengo que enfrentarla y, ¿decirle qué?. Oye, Chess, sé que nunca he tenido una cita con una mujer, pero la idea de que te vayas me llena de miedo. Porque ya no quiero ser tu amigo. Solo quiero ser tuyo. Sí, eso iría bien. Ella probablemente saldrá corriendo. Se me ocurre que por eso no tengo relaciones; No sé cómo navegar en una. Tal vez comience disculpándome por haberme enfadado con ella en su última noche. Como Chess suele dormir hasta las diez, decido desayunar con ella como ofrenda de paz. Aparentemente, es una tonta para los buñuelos. Voy a trotar al Café du Monde y le compraré una bolsa. Cuando doblo la esquina hacia el espacio del vestíbulo, me detengo en mi camino. Chess levanta la vista de su lugar en la estufa. —¡Hola! —dice ella con forzado entusiasmo—. Estoy haciendo tostadas francesas. Con salchichas. ¿Te gusta la tostada francesa? Hola, Chess, no, solo te quiero a ti. Te necesito. Te necesito tanto que duele. Estoy bastante seguro de que si te vas me vas a acabar. Me aclaro la garganta. —Me encanta. —Bien. —Agita la espátula en dirección a la máquina de café—. El café acaba de terminar, si quieres un poco. La estoy mirando fijamente mientras estoy estableciendo dos tazas y sirvo el café. Se siente como si estuviera caminando en aguas profundas. Mientras tanto, Chess se mueve, volteando la tostada francesa y sumergiendo nuevas rebanadas en la masa de huevo que ha colocado en un tazón poco profundo.

Agrego crema para el café de Chess y dos de azúcar para la mía, luego le doy su café. —Esto es nuevo —le digo, con un gesto hacia su desayuno. Chess me mira desde debajo de sus largas pestañas. Esos ojos verdes claros tienen un toque de pesar, y mi corazón comienza a latir con fuerza. ¿Se está mudando? ¿Es eso lo que es? Mis dedos se envuelven alrededor de mi taza, presionando la cerámica caliente. —Has hecho mucho por mí —dice ella, deslizando la espátula debajo de una tostada marrón dorada y colocándola en la pila terminada—. Solo quería hacer algo por ti. —No tienes que hacerlo. Ella me mira, maldición, es tan hermosa, que casi me inclino y la pruebo. Esa voz ronca y sexual de ella suena por lo bajo y lo siento. —Quiero hacerlo. Sus labios están delicadamente dibujados, en un suave tono rosado que me recuerda a las golosinas. Quiero presionar mi boca contra la de ella. Una y otra vez. Y otra vez. Jesús, me estoy volviendo poético como si estoy perdidamente enamorado mientras ella me mira como si me tocara la cabeza y preguntara: “Hola, hay alguien ahí”. Y me doy cuenta de que he estado en silencio por mucho tiempo. —¿Te quedas? Chess deja caer su mirada hacia la estufa, y sus dedos se aprietan alrededor del mango de la espátula. —Me gusta aquí. Me apoyo en el mostrador para no hacer el ridículo y caer de rodillas. Me encantas aquí. Aclaro mi garganta. —Sigues haciéndome el desayuno, y puedes quedarte aquí para siempre. Ella ríe. —Retendré esa declaración hasta que hayas probado tu desayuno. No soy conocida por mi cocina.

Entonces te haré el desayuno para siempre. Muevo mi cabeza sobre su hombro y miro la mezcla de huevo. —¿Es eso una cáscara? —bromeé, fingiendo que soy inmune al aroma limpio de su cabello o al calor de su delgado cuerpo. —Cállate. —Chess me da un codazo en el estómago, y es todo lo que puedo hacer para no empujarla contra mí. Mi control está muy disparado, no puedo evitar agarrar su brazo y sostenerlo. Ella se detiene, sin moverse, sin decir una palabra. Mi agarre es suave, mi palma presiona contra el suave calor de su piel. Estoy lo suficientemente cerca para que, cada vez que ella respira, sus omóplatos casi rocen mi pecho. Como un toque fantasma. Y sin embargo siento ese contacto como si fuera real. Se estremece sobre mi piel, y quiero más. Y, Jesús, ¿quién es este chico en el que me he convertido? No lo reconozco; es salvaje, hiperconsciente y, sin embargo, tan tierno que me desorienta. La cabeza de Chess está inclinada, sus ojos miran a la sartén. La mantequilla chisporrotea, un pedazo de pan amarillento empapado se va dorando lentamente. Ninguno de los dos nos movemos, mi mano acuna su brazo, nuestras respiraciones están sincronizadas. Afuera. Dentro. Afuera. Dentro. Se siente como si la estuviera penetrando. El extraño pensamiento se inclina a través de mí, me marea. Me balanceo en ella, y mi miembro está pesado y caliente de necesidad, roza la curva de su culo. Todo se ve un poco brumoso. Necesito. La necesito. Mis dedos se contraen en su brazo, hundiéndose en su carne suave. Ella hace un sonido, no de dolor, sino deshecha. Respiro con fuerza, mis pulmones arden. —Chess...

sala.

Los atronadores tonos de Bohemian Rhapsody atraviesan la Mamá.

Es más efectivo que un chorro de agua fría. Al instante, me alejo, mi cabeza se aclara, mi miembro se marchita. Con una maldición, agarro el teléfono y lo apago. La mirada de Chess es una marca en mi espalda, y mi cuello se tensa. —¿A quién estás ignorando? —pregunta en el silencio espeso. Con un suspiro, froto mi cara con la mano. —Mi madre. Con esa confesión, sé que tendré que contarle todo a Chess. Podría seguir escondiéndolo, pero quiero a Chess en mi vida, lo que significa que tengo que dejarla entrar, por más doloroso que pueda ser.

Chess Salvada por la madre de Finn. Nunca pensé estar agradecida por eso. Y sin embargo se siente correcto. ¿Porque por un segundo más? Jesús, yo había sido cegada por la lujuria pura inesperada e inoportuna. Aparte de su agarre en mi brazo, Finn ni siquiera me había tocado. No importaba. Sentí cada centímetro de él detrás de mí, una pared de calor e intención vibrantes. Nunca había experimentado una conciencia así. Como si cada terminación nerviosa mía estuviera unida a la suya. Respiró, y yo respiré con él. Había hecho todo lo que podía hacer para no rogarle que me tocara, que deslizara su mano en mis pantalones para que pudiera buscar la carne sensible e hinchada que estaba resbaladiza y palpitante. Sigue estando. Y estoy agradecida por esta nueva distracción. —¿Estás ignorando a tu madre? Finn no parece ser el tipo que evite a la familia. Pero su expresión se vuelve ajena y culpable. —He escuchado ese tono de llamada al menos media docena de veces desde que me mudé —agregué—. Y nunca contestas. —Tienes razón —cede finalmente—. Soy un idiota. Se ve tan desamparado y, sin embargo, tan enfadado, que no puedo conseguir ni siquiera bromear. —Cuando nos conocimos, podría haber estado de acuerdo —le digo con cuidado—. Pero yo sé mejor. Eres uno de los buenos, Finn. —Eso no suena como un cumplido —murmura, mirando y frotándose la parte posterior de su cuello. —Pero es. ¿Qué está pasando contigo? Por un segundo, parece que él no responde, pero luego deja escapar un suspiro de derrota.

—A la mierda. Quiero hablar contigo sobre esto. —Los ojos azules llenos de dolor se encuentran con los míos—. Si. Simplemente no creo que pueda tener esta discusión aquí o lo perderé. Necesito un poco de aire. Hace diez minutos, quería lamerlo como si fuera miel cálida. Ahora, es todo lo que puedo hacer para no abrazarlo como a un animal herido. Pero si es como yo, se resistirá a eso. Mantengo mi voz neutral. —Bueno, entonces, vamos a dar un paseo. Vamos al paseo del río donde el sol brilla más, es más alegre y la brisa del Mississippi es lo suficientemente rígida como para arrastrar las palabras dolorosas en un instante. Nos quedamos en silencio por un rato y pasamos a un hombre tocando The Sunny Side of the Street en la trompeta. Más abajo, un grupo de músicos completamente irregulares que probablemente tienen mi edad, se sientan en el suelo, practicando blues. Los dedos de Finn tocan mi mano, y me alejo. Él hace un ruido de irritación. —Toma mi maldita mano, Chess. No voy a llorar ni nada. —Sus largos dedos buscan los míos de nuevo y los aseguran con un agarre cómodo. —No dije que lo harías, señor malhumorado. —Enrosco mis dedos con los suyos—. ¿Ahí? Estamos tomados de la mano. —Finalmente —él murmura. Lo dejo pasar y solo camino a su lado, esperando que Finn hable. Cuando lo hace, su voz es cansada y tensa. —Hace unos once meses, fui a una fiesta y me junté con Britt. De acuerdo, no era lo que esperaba. Y no es algo que quiera escuchar. Pero no digo una palabra. —No fue ni siquiera una noche —continúa—. Tuvimos sexo en un baño y luego volvimos a salir para disfrutar del resto de la fiesta. Bueno, eso es elegante.

—Sí, lo sé —dice como si hubiera hablado en voz alta—. Tuve una importante victoria en el juego y aquí estaba esta supermodelo rogando chupar mi... —se aclara la garganta—. Cuatro meses después de eso, Britt aparece en mi puerta. —Por favor, dime que la reconociste —solté un gruñido. Maldición. Finn me absolutamente.

lanza

una

mirada

represiva

que

me

gané

—Sí. Pero seré honesto; No estaba exactamente encantado de verla. El sexo con Britt había sido algo... suave. Solo Finn me decía que el sexo en un baño con una supermodelo era insípido. Traga saliva y mira hacia el río. —Ella estaba embarazada, Chess. Me tropecé con una grieta, y él apretó su agarre en mi mano para estabilizarme. —¿Qué? —grazno. La mandíbula de Finn se tensa. —Desde la escuela secundaria, nos advirtieron sobre el hecho de que las mujeres te van a acorralar. Nunca les creas cuando dicen que están tomando la píldora. Siempre usa un condón. La jodida de hoy puede ser la de mañana. —Encantador. —Pero cierto —dice encogiéndose de hombros—. Me puse el condón. Y no era tan ingenuo como para no pedir una prueba de paternidad. Britt estuvo de acuerdo. Ella no quería dinero. Ella tiene más que suficiente de lo suyo. Solo quería que lo supiera porque era lo correcto. De repente me siento pequeña y mezquina por estar celosa de la mujer. Finn me suelta y mete sus puños en sus bolsillos mientras caminamos lentamente.

—Las pruebas fueron hechas. Yo era el padre. —Cómo... Nunca escuché una palabra de esto en la prensa. Y James observa religiosamente el Centro Deportivo. —Nos mantuvimos en silencio y tuvimos la suerte de que no hubo fugas. Jake es el único amigo de mi lado que sabe. Bueno, él y mi familia. Ellos también lo saben. Él inhala profundamente. —De todos modos, me hice cargo, ofrecí casarme con ella... Mi estómago se revuelve con una sacudida violenta. Si está casado... —Pero Britt dijo que no. Debería sentirme aliviada, pero no lo hago. Él podría haber estado casado. Nunca lo habría conocido de esta manera. —Arreglaríamos la forma de manejar la custodia, cosas así... — Se detiene y mira sus zapatos mientras caminamos. —Entonces, tienes un hijo. —Puedo hacer los cálculos. La idea de que una pequeña descendencia de Finn esté en algún lugar allá afuera me sorprende. Dios. Es padre. —Cinco meses después —gruñe—. Britt abortó. —Oh, Finn. Él está de pie encorvado contra el viento, su expresión en blanco. Toco su brazo y lo encuentro vibrando de tensión. —Lo siento mucho, Finn. Su asentimiento es vago, con el más mínimo levantamiento de su barbilla. —Acabábamos de descubrir que ella era una niña, ¿sabes? Mis dedos se enroscan alrededor de su brazo. —Finn... Él toma una respiración profunda como si estuviera tragando todo su dolor de vuelta hacia sí mismo, y sus hombros se enderezan. Cuando mira hacia arriba, su mandíbula es dura y firme.

—Todo el tiempo que Britt estuvo embarazada, me dije a mí mismo que esto es lo que hacen los hombres de verdad. Se ocupan de sus errores. —Él resopla, es un sonido roto—. Eso es lo que pensé de mi bebé, Chess. Un error. Mi niña. Sus ojos se llenan de lágrimas y ya no puedo quedarme quieta. Entro en su espacio y lo abrazo con fuerza. Y al instante me devuelve el abrazo, apretando con suficiente fuerza como para magullar, enterrando su cara en mi cabello. Durante largos momentos, se estremece, luchando por el control, mientras presiono mi palma contra su espalda y resueno ruidos sin sentido en mi respiración. Su voz áspera está cerca de mi oído. —Ni siquiera sabía cuánto la quería hasta que la vi en esa ecografía. —Otro temblor lo golpea—. Pero allí estaba ella, diez dedos de sus manos y diez dedos de sus pies, agitándose como si estuviera corriendo en su lugar, y yo la querría. La amaba. Y luego se fue. —Oh, Finn. —Mi corazón se rompe por él. Por Britt. Nunca he estado en su situación, pero sé cómo es tener algo que nunca pensaste que querías que te fuera arrebatado. Y cómo esa pérdida cambia tu vida y atormenta tu futuro. Pienso en esa ironía y un profundo dolor me recorre. No sé qué hacer por Finn, excepto seguir abrazándolo. Pero él no lo permite por mucho tiempo. Muy pronto, él se aleja y se pone de pie. Los bordes de sus ojos están rojos, pero ha ocultado su angustia. He hecho lo mismo tantas veces, que una parte de mí admira lo bien que se esconde. La otra parte de mí sabe que no puedes curarte de esa manera y quiere consolarlo por más tiempo. —Britt fue a su casa en Suecia. Ella no quería verme. Y, francamente, me recordó a... todo, y me alegré de que se fuera. —¿Fue ayer la primera vez que la viste desde entonces? Él asiente.. Me sorprendió muchísimo. Me siento cada vez más distante, como si estuviera respirando a través de capas de algodón. Se siente como si estuviera perdiendo algo que no sabía que tenía. Durante todo este tiempo, pensé en Finn como un cuenco poco profundo, no

estúpido de ninguna manera, pero no en alguien que tuviera mucha vida más allá del fútbol y las fiestas. Y, maldición, me siento tan pequeña por asumir eso. —¿Qué quería ella? —Puedo adivinar. Por la forma en que había mirado a Finn, como si él fuera su salvación. Trago el nudo en mi garganta. Tienen una historia que nunca entenderé. Finn suspira, y empezamos a caminar de nuevo. —Mi mamá la invitó a pasar las vacaciones con nosotros. No es necesario que él diga cómo se siente al respecto. Si las miradas pudieran matar, su madre estaría en grave peligro ahora mismo. —¿Qué le dijiste a Britt? —La idea de que pasen las vacaciones juntos no me hace feliz. Pero no tengo ningún derecho sobre Finn. Exigir uno ahora sería hipócrita y mezquino. —Que no la quería allí. Sé que suena mal, pero nunca fuimos amigos. Solo… no sé, compañeros de equipo con un propósito común. Pero mi madre... me fui a casa después de que sucediera. Ella estaba conmigo en mi nivel más bajo. —¿Y ahora la estás evitando? —Porque ella no dejará pasar la idea de que necesita arreglarme. —Él se mueve para pasar una mano por su cabello pero siente su gorro y lanza su brazo hacia abajo—. No importa cuántas veces le digo que estoy bien, ella sigue tratando de emparejarme con alguna hija o amigo de fulano de tal, como si encontrar a la mujer adecuada hará que sea aún mejor. Muerdo mi labio para contener una sonrisa. —Las madres pueden ser así de buenas intencionadas. Él resopla. —La última vez que fui a casa, las hijas del almirante Foster vinieron a cenar prácticamente todas las noches. Ambas sonrieron agradablemente, como si dependiera de mí elegir a mi favorita y llevármela. Fue incómodo como la mierda. Pero esto... —Levanta una

mano con exasperación—. Esto es demasiado. Mamá no solo me hizo enojar, sino que también avergonzó a Britt. —Entonces, cuéntale eso. —Soy ridículamente malo en contarle a mi mamá —gruñe. —Bueno, evitarla no va a funcionar. —Lo sé. Mierda. —Él frunce el ceño tan sombríamente, que la mujer que camina cerca de nosotros hace una doble toma y acelera su paso. Finn no parece darse cuenta—. Tengo que ir a casa para Gravidad. —¿Gravidad? —Es una especie de vacaciones de invierno —explica con un balanceo de sus hombros—. Cuando mi agenda tiene juegos o está muy cerca del Día de Acción de Gracias y Navidad, mi madre tiene la Gravidad en una de mis semanas de descanso. —Eso es adorable. —Esa es mi madre. —Es fácil decir eso, a pesar de su descontento, él extraña a su madre y la ama profundamente. Él me mira—. Chess... —¿Qué? —digo, alejándome—. No me gusta esa mirada. Finn parpadea, todo inocente. —¿Qué mirada? —La misma mirada que usaste la semana pasada cuando pusiste mis sostenes en la lavadora y se retorcieron todos. —Estaba tratando de ser útil. —Como dije entonces, sigue ayudando lejos de mis sostenes y bragas. Una brillante sonrisa ilumina su rostro. Estoy feliz de verla. Este es el Finn que conozco, el que no me deja confundida y sangrando por él. —Fue totalmente digno de ser gritado —dice. Pongo mis ojos en blanco.

—¿Ibas a preguntarme algo? Él jadea un poco, pero hay una luz esperanzada en sus ojos. —Ven a California conmigo. —¿Qué? ¿Para tus vacaciones familiares? —chillo como un ratón asustado. —Sí. —Él empuja mi hombro con el suyo—. Vamos, será divertido. Mi familia te amará. Y mi madre es una gran cocinera. Lo miro con sospecha. —¿Qué no estás diciendo? Los lóbulos de sus orejas son rosas. —Bueno. Mientras estábamos allí, estaba pensando que podríamos decirle que estamos juntos. Me detengo tan rápido que Finn da un paso antes de darse cuenta de que debe detenerse. —Oh, mierda, no —digo, sacudiendo la cabeza. Sus cejas se alzan como si no tuviera ni maldita idea de por qué me opondría. El mentiroso. —Vamos, no está tan mal. —Es peor. Quieres mentir. —Mis dedos se enroscan en un puño—. A tu familia. —Sí, lo hago. Porque ella no se detendrá, Chess. No mientras ella piense que soy un pobre infeliz con el corazón roto que necesita una mujer para repararlo. No importa lo que diga, ella tiene suficiente ideas locas en su cabeza. —Bueno... Él da un paso más cerca. —La prensa ya está circulando fotos de nosotros juntos. De ti viviendo conmigo. —¿Qué? —Mi piel pica con horror.

—Sorpresa —dice con un ligero humor—. Britt me lo dijo. Y lo siento, Chess. No pensé en que podrían invadir tu privacidad. —No es tu culpa. —Deslizo mi mano en el aire como si pudiera alejar toda mi mierda de fotografías mías con Finn esparcidas como un mal ejemplar del periódico. —En cualquier caso, mi madre sigue religiosamente mis noticias en la prensa. Ella se siente orgullosa de esa manera. Su madre es definitivamente adorable. —Ella nos habrá visto juntos, y es por eso que probablemente llamó esta mañana. Si le digo que solo somos amigos, ella no lo creerá de todos modos. —Finn agacha la cabeza y hace un sonido de frustración antes de mirarme—. Si decimos que estamos saliendo, ella finalmente aceptará que he seguido adelante con mi vida. Y puedo disfrutar de la compañía de mi madre sin querer huir gritando. Una sonrisa reticente se dibuja en mis labios. ¿Quién soy yo para criticar cómo maneja a su familia? Amo a mis padres, pero me molestan tanto que ni siquiera les he contado sobre el fuego. No es algo de lo que esté orgullosa, pero tampoco es algo que quiera remediar. —¿Así que quieres que sea tu dama de compañía? Él deja escapar un suspiro. —Quiero que vayas a casa conmigo porque quiero pasar mis vacaciones favoritas contigo. La vida es más divertida contigo, Chess. Estoy en grave peligro de fundirme en un descuidado charco. Afortunadamente, él sigue hablando. —Pero si estás tan inclinada, entonces, sí, te agradecería si pudieras hacer el papel de novia cariñosa por el tiempo. —Sabes, nunca va bien cuando la gente pretende estar en una relación por el bien de los padres —le digo. Es una ley de comedia romántica. Lo siguiente que sabes es que estarás en el escenario en alguna parte, confesando tus buenas intenciones en un micrófono, mientras docenas de extraños lo observan.

El viento envía los mechones de cabello alrededor de los bordes de su gorra, y él se acerca un poco más, su cuerpo bloquea el frío, mientras sus ojos buscan los míos. —No tiene que ser fingido, ya sabes. Mi respiración se detiene y luego se apresura. —¿Qué? —La pregunta es más por la conmoción que por la confusión. Pero él responde de todos modos. —Tu y yo. Podríamos ser reales. —La punta del pulgar de Finn, aleja un mechón salvaje de mi cabello y luego permanece en mi mejilla—. Podríamos dejar de bailar alrededor de esto y disfrutar el uno del otro. El pánico sube por mi pecho. —Finn... —Trato de tomar una respiración—. Estoy viviendo contigo... Sonríe, mientras su pulgar me sigue acariciando. —Lo que hace que las cosas sean convenientes. —No. —Acerco mi mano a la suya y sigue tocando mi mejilla. —Lo hace estúpido. La expresión de Finn se tensa. —La mayoría de las noches me obligo a dormir —suelto un gruñido. Finn respira bruscamente, frunciendo el ceño. —Chess... Lo detuve cuando trató de abrazarme. —No te estoy diciendo por simpatía. Apenas quiero admitir esto a mí misma. Pero perder todo me ha sorprendido, Finn. —Cariño. Maldición. —Su otra mano cubre la parte posterior de mi cuello con un suave apretón—. Deberías haberme dicho. —Te lo estoy diciendo ahora. Porque el único punto brillante en todo esto, el único ancla que tengo, eres tú.

Un sonido angustiado, casi enojado lo abandona, y apoya su frente contra la mía. —Cariño, no puedo... —cierra sus ojos. Parece perder las palabras. Mis dedos sosteniéndolo.

se

enroscan

alrededor

de

sus

muñecas,

—No quiero arriesgarme a eso. No cuando me siento tan... — perdida. Pero no puedo decirlo. No tengo que hacerlo. Él tira de mi más cerca, a pesar de mis protestas y me sumerge en el refugio de su pecho. —Está bien, Chester. Nunca te empujaré. Estamos bien, ¿si? Todo estará bien. —No me mimes —murmuro, aunque no puedo encontrar la fuerza para alejarme—. No lo necesito. Finn murmura en su garganta. —Sí, lo sé. Eres una chica muy dura. Pero te has equivocado. Me estás mimando. Tengo necesidades, mujer. Una risa resquebrajada se me escapa. —Ya estoy lamentando mi confesión. —¿Chess? —¿Sí? —Mi voz es un murmullo áspero en su suéter. —Cállate y déjame abrazarte. Con un suspiro, renuncio al fantasma y me inclino completamente hacia él, porque abrazar a Finn debería ser una experiencia total para el cuerpo. Y, a pesar de mis débiles protestas, calma los horribles temblores que se han iniciado en mi pecho y vientre. No estoy segura de cuánto tiempo estamos allí. El tiempo suficiente para que me caliente y me relaje en sus brazos. Entonces aclaro mi garganta. —Seré tu dama de compañía.

Finn se aleja lo suficiente para mirarme a los ojos. Odio que su expresión sea tensa y preocupada. —No —dice—. Es una idea estúpida. —Bueno, no es lo mejor —estoy de acuerdo con una sonrisa débil—. Pero veo la lógica. Si ayuda a tu mamá a relajarse, y por lo tanto a ti, vale la pena hacerlo. Finn frunce el ceño, pero puedo ver que él quiere aceptar. —Vamos. —Le doy un codazo en el hombro—. Podemos hacer esto. Te daré un par de mimos. Le diré a tu familia lo mucho que te adoro... —Me gusta como suena eso. —Con una risa, él envuelve su brazo alrededor de mi hombro y nos regresamos por el camino. Cuando lo conocí, nunca me hubiera imaginado que era fácil. Sé que su comportamiento había sido causado por el estrés y el pánico. Pero aun así, parece ser otra persona conmigo. No hay tonterías con Finn, solo honestidad abierta. Él puso su confianza en mí y reveló su dolor. No es algo que tomo a la ligera. Envuelvo caminamos.

mi

brazo

alrededor

de

su

cintura

mientras

—Lo siento por el bebé, Finn. Su paso vacila un poco, pero no me deja ir. —Sí —dice por lo bajo—. Yo también. Caminamos un poco antes de que su voz interrumpe nuestro silencio. —No va a desaparecer de mí. Mi brazo se desliza de él mientras levanto la vista. —¿Qué es? La expresión de Finn es solemne, pero cuando me llama la atención, la esquina de sus labios se eriza. —Quererte.

No me doy cuenta de que me detengo, pero de repente me quedo quieta, incapaz de hablar. La mirada en sus ojos es casi autocrítica. Pero hay un hilo de terquedad debajo de su tono suave. —Dije que no te presionaría, y lo dije en serio. Pero un día, Chess, te sentirás lo suficientemente segura como para dejarlo ir. Y voy a estar allí para atraparte cuando te caigas.

12 Traducido por Jessibel

Chess Finn está esperando para atraparme. El pensamiento me persigue más de lo que quiero admitir. Recorre mi cabeza en las semanas previas a nuestro viaje a California. Va creciendo cuando James finalmente llega a casa y se ofrece astutamente a dejarme quedar con él, sabiendo que no voy a ninguna parte. Me gusta vivir con Finn. Y aunque quiero recuperar mi condominio desesperadamente, vivir en cualquier otro lugar no es atractivo. El día de Acción de Gracias ha llegado. James y yo lo pasamos con Finn y sus amigos. El equipo de Finn juega ese día, pero nos consigue boletos, lo que casi hace llorar a James. Envueltos en bufandas y gorros de lana del equipo, James y yo nos sentamos en la línea de los cincuenta metros y gritamos con voz ronca. En un momento dado, Finn golpea su puño contra su pecho y saluda en nuestra dirección. Lo que hace que la multitud que nos rodea se vuelva loca y especule por qué había elegido nuestra sección; James, sin embargo, envuelve su brazo alrededor de mi cuello y me da un coscorrón feliz. —¿Quién canciones.

ha

atrapado

al

mariscal

de

campo?

—canta

Hago un muy mal trabajo fingiendo estar molesta. Y ni siquiera intento ocultar mi alegría cuando Finn y su equipo ganan el juego.

La cena está preparada y es mejor que cualquier comida Acción de Gracias que haya tenido. Como el comedor de Finn es espacio sin amueblar que usa para hacer ejercicio, James, Jake, liniero llamado Russell, Finn y yo nos agachamos alrededor de mesa de café, sentados en el suelo, para comer.

de un un su

Hombro con hombro, Finn y yo nos reímos, comemos e intercambiamos bromas. Es una presencia cálida a mi lado todo el tiempo. Pero, fiel a su palabra, él no intenta nada. Y su promesa sigue girando en mi cabeza. Voy a estar allí para atraparte cuando te caigas. Ahora estamos en San Diego, donde el sol brilla con un color amarillo limón y el aire del mar es un cálido beso en mis mejillas. Finn ha alquilado un jeep convertible verde lima y ha puesto la parte superior hacia abajo. —Esto se siente muy de los años ochenta —digo sobre el ruido del viento. Sus dientes brillan de blanco en el bronceado de su cara y la luz del sol en su cabello. Jeep podría vender docenas de estos vehículos simplemente usando una imagen de él conduciendo. —¿Demasiado? —pregunta Finn. Lo es; mi cabello azota a mi alrededor como un látigo, aunque empecé con él en una coleta segura. Pero también es divertido. Después de horas de estar atrapada en un avión tapado, el cielo abierto y el aire fresco actúan como un bálsamo. —Es perfecto —le grito de vuelta. Se ríe y luego acelera al jeep por la curva de la carretera que abraza la costa. El paisaje es impresionante, con casas enormes talladas en la costa, sus interminables ventanas de vidrio brillan a la luz de la tarde, y el Pacífico se extiende hacia el oeste como un deslumbrante zafiro y un lienzo tachonado de oro. Finn se detiene en una unidad cerrada y pulsa en un tablero con números.

—Tuve estos instalados después de ser reclutado —me dice, un tanto sombrío—. A papá no le gustó la idea, pero menos me gustó la idea de que un fanático enloquecido anduviera por ahí incluso. —¿Alguien haría eso? —Alguien hizo eso. —Las puertas se abren lentamente—. El año pasado, una joven trató de irrumpir. Estaba buscando mi antigua habitación. —Jesús. —Ella era inofensiva, pero alguien más podría no serlo. Finn se dirige hacia el camino. No es muy largo, pero oculta la casa hasta que doblamos una curva. La casa de los padres de Finn es un rancho de estilo californiano en forma de L, de los años sesenta, pintado de gris suave y adornado en blanco brillante con vista al océano. Tan pronto como llegamos, las puertas dobles de la casa se abren y una mujer alta, rubia y delgada sale. —Finnegan —grita, apresurándose hacia él mientras él sale del auto, sin molestarse en esperar a que él vaya a ella. Su respuesta queda amortiguada en su abrazo. Sonrío ante la escena, mirando descaradamente. Pero la puerta de mi auto se abre, y estoy cara a cara con una versión anterior de Finn. Hay diferencias: los ojos de este hombre son de color marrón claro en lugar de azules. Su piel es morena y está erosionada por lo que claramente es una vida vivida bajo el sol. Y su postura es como una flecha recta incluso cuando aparentemente está relajada. Él me da una sonrisa fácil, más bien como una mueca y profundiza las arrugas alrededor de sus ojos. —Sra. ¿Copper, supongo? —Sí, señor. —Porque este hombre exuda autoridad sin siquiera intentarlo—. Usted debe ser el padre de Finn, el capitán Mannus. Me ayuda a salir del Jeep a pesar de que no lo necesito, y luego me da la mano con un apretón firme. —Finn nunca ha traído a una amiga a casa antes. Lo que significa que eres especial, Sra. Copper. Llámame Sean.

—Sean. Soy Chess. Con un gesto de asentimiento, él señala hacia la casa. —Por aquí. Meg va a adular a su hijo por un buen rato más. —Escuché eso —dice la madre de Finn detrás de nosotros. De cerca, la madre de Finn es hermosa de esa manera dorada y eternamente juvenil de las mujeres californianas. No sé si es algo en el aire o es por todos los excelentes cirujanos plásticos que viven aquí, pero quiero verme la mitad de bien cuando tenga su edad. —Finn me ha estado contando todo sobre ti, Chess. Estoy tan contenta de que estés aquí. Finn apartó sus ojos azules de ella. Y su boca sonriente. Somos de la misma altura, y cuando ella me da la mano, su sonrisa es genuina, pero sus ojos miran mi rostro como buscando defectos internos. No me molesta que sea protectora. Sé que ella ama a su hijo. Pero como nunca antes había conocido a la familia de un hombre, tengo ganas de retorcerme. Solo puedo imaginar cómo me ve; piel pálida, cabello negro con puntas de colores, tatuaje en mi brazo. Mi top sin mangas blanca y una falda acampanada con estampado rosa son femeninas, pero no son rival para la elegancia casual que logra llevar con sus pantalones de color crema y top de lino. —Gracias por incluirme en sus vacaciones. —Eso fue educado. Puedo ser cortés y educada. Finn se acerca y apoya su mano en mi espalda baja. —Está bien, está bien. ¿Podemos entrar? Me muero de hambre. —Comiste un taco de pescado en el camino aquí —le digo, casi poniendo los ojos en blanco. En verdad, había sido impresionante la forma en que comía esos tacos mientras conducía. Ni una gota derramada ni su atención hacia la carretera comprometida. Pero entonces su coordinación ocular de mano es mejor que la mayoría. Y Finn nunca desperdicia una buena comida. —Ese taco era pequeño, Chess. Se fue en dos bocados.

—Bueno, con la forma en que lo comiste, sí... —me interrumpo, recordando tardíamente que me encuentro con sus padres. Pero Sean simplemente me hace un guiño tan rápido que casi pasa desapercibido. Dejo escapar un suspiro y me digo que me relaje. Estoy nerviosa, lo que es una nueva experiencia para mí. No me gusta. Pero no me impide querer causar una buena impresión. En el interior, la casa es abierta y espaciosa, con techos abovedados, con vigas pintadas de blanco, paredes con forma de naves y múltiples ventanas panorámicas que enmarcan el mar. El mobiliario es grande y cómodo, casual de California. Es como si hubiéramos entrado en una revista de diseño. Y, sin embargo, hay signos de una vida bien vivida en todas partes. Imágenes enmarcadas de la familia en las mesas, adornos de exóticos puertos de escala. —Es hermoso —le digo a la madre de Finn. Ella sonríe ampliamente. —Gracias, Chess. Vamos a ubicarte y luego podemos tomar algo en el patio. Finn está de regreso a mi lado, con una mano propietaria en mi hombro. —Se lo mostraré, mamá. Hay un incómodo ritmo de silencio en la habitación, y realmente quiero darle un codazo a Finn en las entrañas. No tengo idea de si su madre había planeado alojarnos juntos, pero el hecho de que él haya dejado claro que estamos, es mortificante. Y, tristemente, algo en lo que realmente no había pensado con toda esta farsa de la relación. —Ah... sí, por supuesto —dice Meg, con una pequeña sonrisa hacia mi dirección. Envuelvo mi brazo alrededor de la cintura de Finn, le devuelvo la sonrisa como una idiota, incluso mientras pellizco su costado a escondidas. Él se contrae, luego presiona su brazo contra mi mano para evitar que le ataque de nuevo. Bonito bloqueo, pero lo llevaré a la habitación.

Consciente de que sus padres nos veían marcharnos, me quedo callada mientras él me conduce por un largo pasillo hasta una habitación en el otro extremo de la casa. Tengo una impresión rápida de muebles limpios, blancos y vistas al mar azul antes de aprovecharme, pellizcando su pequeño pezón. —¡Ay! —Se escapa frunciendo el ceño mientras cierra la puerta detrás de nosotros—. ¿Qué demonios pasa con todos los pellizcos? —También podrías haber hecho pis en mi pierna allí —siseo. Finn frota su pezón y frunce el ceño un poco más. —¿De qué estás hablando? —Ahí fuera. —Hago un gesto hacia la puerta—. ¿Se te ocurrió que tu madre podría haber querido ubicarnos en cuartos separados? —¿Qué tenemos, dieciséis? —Se ve horrorizado—. Se supone que debemos estar juntos. No hay manera de que no estuviera durmiendo en la misma cama con mi chica. Mamá lo sabe. —¿Estás seguro de eso? Y tu padre es militar... Finn se ríe, luciendo genuinamente divertido. —Papá es un marinero de corazón, Chester. Es la última persona que intentaría ponerte en la habitación de invitados. —Finn me mira como si estuviera notando algo, y siento la molesta necesidad de comprobar si hay suciedad en mi cara. —No pensaste que estaríamos compartiendo una habitación, ¿verdad? —pregunta con una sonrisa de suficiencia. —Lo sabía. —Miro la cama. Es una de tamaño matrimonial. No es lo suficientemente grande como para compartir. No cuando Finn es del tamaño de un árbol. —Ah-hah. —Se acerca un paso más. No me gusta ese brillo en sus ojos. Significa problemas—. Sabes que vamos a tener que ser un poco cariñosos el uno con el otro, ¿verdad? —Otro paso—. ¿Recuerdas? Abrazarme, mirarme con total adoración. —No creo que sea una buena actriz —murmuro, negándome a retroceder, aunque quiero hacerlo. Estoy empezando a sentirme como un jugoso trozo de carne, por la forma en que me está mirando.

Sus palmas cálidas, ligeramente callosas, rozan ligeramente mis brazos. Unos pequeños escalofríos de placer siguen el movimiento. Su mirada perezosa baja a mi boca, y juro que mis labios se inflan en feliz aprecio. Finn hace un sonido en la parte posterior de su garganta. —Probablemente tendré que besarte un par de veces. Mis párpados se agitan, mis labios se vuelven suaves y llenos, mientras trato de no balancearme. Está lo suficientemente cerca como para sentir su calor. Mi cuerpo quiere que él rompa la pequeña distancia y me tome. Pero mi cerebro está lleno de cláxones a todo volumen. Tomo aire y lo oigo hacer lo mismo. —Si fueras mi chica, definitivamente te besaría en cualquier oportunidad que tuviera —susurra, acercándose más. —Trata de besarme ahora —murmuro, mis labios casi rozan los de él—. Y te morderé. Una carcajada roza mi piel. —Oh, Chester, realmente no deberías tentarme. Levanto mis párpados y nuestras miradas chocan. Él no se ha alejado. El calor en sus ojos tensa mis muslos. Por un instante sin sentido, quiero burlarme de él, realmente lo desafío a que lo haga. Bésame. Hazme olvidar mi nombre. Pero luego la voz de su madre corta a través del aire espeso entre nosotros. aquí!

—Finn —ella llama desde el pasillo—. ¡Dense prisa! ¡Glenn está

Finn no se mueve, pero su mueca es rápida y dolorosa. Lentamente se endereza, sosteniendo mi mirada todo el tiempo. —Estoy empezando a pensar que la mujer tiene algún tipo de sexto sentido. —Con un giro irónico de sus labios, retrocede un paso—. Vamos entonces, oíste a la mujer. ¡Glenn está aquí! Debería estar agradecida por el impecable sentido de los tiempos de su madre. Pero no estoy. Miro hacia la cama cuando

salimos de la habitación. Ella no estará alrededor por la noche. Y realmente ya no tengo mucha fe en mi fuerza de voluntad.

Finn Es embarazoso ser un hombre adulto que sale de la habitación de su infancia e intenta esconder su erección para poder enfrentar a su familia sin causarle ningún trauma mental. Y aunque una parte de mí quiere que Chess vea el efecto que tiene sobre mí, ya la he empujado lo suficiente. Estoy bastante seguro de que Chess no tendría ningún reparo en hacerme rodar en mis tiernas bolas y tomar el próximo vuelo a casa. No he estado haciendo un buen trabajo alejándome de ella. Lo sé. Me he dicho esto más veces de las que me importa contar. El problema es que la deseo con una ferocidad que me duele, y me encuentro alcanzándola sin pensar, solo para contenerme en el último segundo. Porque ella no es mía. Mi cuerpo insiste en lo contrario y está bastante molesto conmigo en este momento. Mi miembro duele, mi corazón está magullado, mis manos temblorosas, soy un desastre indisciplinado. Y luego tuve que llevar a Chess a mi habitación. Una obra estúpida. No tengo idea de cómo voy a mantener mis manos alejadas de ella cuando estamos atrapados durmiendo juntos en esa cama pequeña. Jesús, no he estado tan torcido para ser liberado desde el séptimo grado, cuando vi los pechos de Ángel Ramírez en la clase de gimnasia. Patético. —¿Qué dijiste? —Chess me mira con sospechosos ojos verdes. —Nada. —Abro un par de puertas francesas y la llevo al patio. Sentados en un grupo de sillas de ratán están mi hermano y su esposa Emily. Ambos se paran y noto la pequeña hinchazón del vientre de Emily. Doy un paso firme, el suelo se encuentra con mi pie demasiado pronto y mi paso se tambalea. Porque ella está justo a mi lado, la mano de Chess salta a mi hombro. Pero luego siento que su mano se desliza en la mía, su agarre es fuerte y firme, y sé que ella también ha visto a Emily, ella

entiende exactamente. Un nudo se levanta en mi garganta y lo trago fuerte. Le aprieto la mano a cambio y luego aflojo mi agarre como si fuera simplemente un chico que lleva a su chica a conocer a su familia. Glenn se encuentra conmigo a medio camino. Mi hermano es cinco años mayor que yo. Aunque es dos pulgadas más bajo, con cabello rubio en lugar de marrón y más grueso en la cintura —porque no tiene un trabajo que le obligue a ejercitarse hasta que se caiga—, todavía nos parecemos mucho. Glenn era un corredor en la universidad, pero no llegó a los profesionales. No significa que no sea todavía fuerte como un buey. Él casi me quita el aire cuando nos abrazamos, golpeando mi espalda lo suficientemente fuerte como para toser. —Me alegro de verte, hombre —dice, retrocede y dirige su mirada hacia Chess. Hago las presentaciones, le doy a Emily el beso estándar y le pregunto cómo le va con su embarazo. Si, ya lo sabía. Pero no había visto la prueba visual hasta ahora. Muy pronto, Chess y yo estamos amarrados en un sofá, como si mi familia no nos grita sutilmente para obtener información. —Entonces —dice mi mamá, con una margarita en mano—. ¿Cómo se conocieron? —Tomé fotos desnudas de Finn —dice Chess antes de morder un chip de tortilla, cargado con guacamole. Mamá se ahoga con su bebida, mientras Glenn se ríe, y mi papá reprime una sonrisa. Chess se detiene, con la boca llena de astillas de tortilla, y su piel cremosa se vuelve de un color rosa brillante. —Mierda —murmura alrededor de su comida, mientras comienzo a reír—. No quise decir... —Fue para una sesión de fotos del calendario de caridad —les digo, sintiendo lástima por ella—. Chess es fotógrafa profesional.

Ella asiente débilmente mientras toma un sorbo de su bebida. —Finn debe haber causado una buena impresión —se burla Emily con un guiño. —Jesús, Em —Glenn soltó, todavía riendo. —¿Qué? Todo lo que digo es que una chica puede desviarse un poco al ver a un hombre desnudo. —Oh, él no fue el único desnudo —asegura Chess, luego se vuelve a encontrar a sí misma haciendo una mueca—. Quiero decir, vi muchos otros penes... Mierda. Mi padre lo pierde, y comienza a reírse de esa manera sibilante. —Jodido infierno —murmura Chess, ahora roja como un tomate. Las malas palabras parecen hacerla aún más mortificada, y ella entierra su cara en el hueco de mi hombro—. Déjame morir ahora. Mi corazón da una especie de extraña sacudida ante su inesperado giro hacia mí en busca de consuelo y protección, y envuelvo mi brazo alrededor de su delgado torso, acurrucándola cerca. —Tal vez puedas tomar unas copas antes de que vuelvas a hablar —bromeé, presionando mis labios contra su cabello—. Ya sabes, para aflojar la lengua. Su pequeño puño golpea mis abdominales. —Cállate —dice en mi hombro, su aliento calienta mi camisa. Como es mi chica aquí en este momento, agarro su puño, lo aplasto contra mi corazón y luego le beso la parte superior de la cabeza. Ni siquiera me doy cuenta de que mi familia se queda boquiabierta hasta que levanto la cabeza. La mirada en el rostro de mi madre está tan aliviada que casi llora con eso, y me hace sentir una incómoda punzada de culpa en mi cuello. Esa mirada me dice que ya no se preocupará de que esté solo, pero es demasiado esperanzadora. Ella mira a Emily, y su sonrisa feliz crece. Ella finalmente está recibiendo a su nieto.

A mi lado, Chess todavía está lamentando su gran boca. —No te preocupes, Chess —dice mi papá, inclinándose hacia adelante para darle una suave palmadita en la rodilla—. Aquí encajarás muy bien. Chess levanta la cabeza y se quita los mechones de pelo de la cara. Extraño el contacto inmediatamente. —De alguna manera, dudo que continuamente pongas tu pie en eso —le dice a mi papá con una sonrisa irónica. —No —él está de acuerdo con una risita—. Pero Finn ciertamente lo hace. Y hemos decidido mantenerlo cerca. —Eso y, cada vez que pierde un juego, recibo bebidas de compasión en el bar —agrega Glenn con un guiño. La ausencia me ha hecho olvidar lo idiota que puede ser Glenn. Chess toma un sorbo de su margarita antes de responder. —No debes obtener muchas bebidas gratis, entonces. Está justo ahí, en el patio de mis padres, bañado por el sol, con el sabor agrio de la margarita en mi lengua y el sonido de la voz ronca de Chess en mis oídos, que mi corazón, mi cerebro y mi cuerpo llega a un simple acuerdo: esta mujer es mía. Papá comienza a hablarle a Chess sobre los lugares que debería visitar en San Diego, y yo ayudo a mi madre a tomar el tazón vacío. Ella no necesita la ayuda, pero tengo algunas palabras para ella. Tan pronto como estamos en su cocina soleada, ella me rodea. —Está bien, vamos a tener esa conversación entonces. —Ella se apoya contra el mostrador. —Oh, ¿te refieres a la parte en la que invitaste a Britt a quedarse aquí sin preguntarme? —Apenas puedo preguntar, Finnegan, cuando no contestas tu teléfono. Silbo. Con un suspiro, me apoyo en el mostrador opuesto.

—Yo dije que lo sentía. No debería haberte evitado. Pero puedes ser terca como la mi... demonios. Mi mamá resopla y se gira para poner los platos en el fregadero. —Puedes decir mierda, Finn. Soy un adulto. —Las madres no son adultos. Son parte castas y parte eternamente fastidiosas. —Ja. Robo un mango del frutero y voy en busca de un cuchillo de pelar. —Estoy bien ahora, ¿de acuerdo? Feliz incluso. Así que, por favor, déjalo ir con Britt. Deja que la herida sane. —Considérame terminada de ser intermediaria —mi madre jura con un levantamiento de su mano—. Una mujer sabia sabe cuándo decir cuándo. Dejé que pasara por alto esa marca por unos meses. Los hombres sabios saben cuándo retroceder lentamente. —Así que... —dice mi madre, con una voz que suena claramente entrometida—. Chess es buena. Una sonrisa se dibuja en mis labios. —Buena no es como la describiría. —¿Y cómo la describirías? Aquí, usa un plato. Perfecta. Comible. Maravillosa. Graciosa. Mía. Mía. Mía. —Genial —le digo, poniendo el mango en el plato—. Ella es genial. Mamá suspira con exasperación. —Hombres. Ninguno de correctamente sus sentimientos.

ustedes

sabe

cómo

describir

Me hace agradecer cada amanecer. Porque me despierto sabiendo que ella está en el mundo. Dejo el cuchillo y me enfrento a mi madre. —Solo... sé amable con ella, ¿de acuerdo? —Finnegan Dare Mannus, nunca soy grosera con mis invitados, y lo sabes muy bien. —Eso no es lo que quise decir. Ella ha tenido un mal momento. Perdió su casa, su lugar de trabajo. Su mejor amigo está en una nueva relación. No creo que sus padres estén en la foto. —Paso una mano por mi cara—. Ella necesita un poco de cuidado, está bien. Es importante para mí. Mamá se encuentra con mis ojos. Dios, ella está brotando de nuevo. —Oh, Finn, te has metido en líos. Te has enam... —Jesús. Eso es. No más de corazón a corazón contigo durante al menos cinco años. —Sólo recuerda, Finnegan —dice ella, ignorando mi protesta—. Ama con tu corazón, no con tu cabeza. Piensa demasiado en las cosas y todo se convierte en mierda. Hago una mueca, esperando que Chess no la oiga. Aun así, lucho contra una sonrisa. —Gracias mamá, y no digas mierda. Ofende mis delicadas sensibilidades. Antes de que ella me pueda lanzarme con una toalla, agarro mi plato de mango y me dirijo a buscar a papá. Y un poco de testosterona muy necesaria para inyectar a la conversación.

Chess La antigua habitación de Finn no es un lugar sagrado para todas las cosas, como esperaba que fuera. Hay algunas fotos de buen gusto en blanco y negro de él a lo largo de su carrera, que incluyen una foto de fútbol ridículamente linda, donde Finn es básicamente un casco de gran tamaño y almohadillas que caminan alrededor de pequeñas piernas. Aparte de eso, la habitación está hecha completamente en azul etéreo y blanco cremoso. El océano, lo sé, está más allá de las enormes ventanas que se abren solo una grieta para dejar entrar la brisa. Pero ahora está oscuro como el terreno de juego, dado que Finn y yo vacilamos y paramos, hablando alrededor de la fogata mucho después de que la cena hubiera terminado y su familia se hubiera ido a la cama. Sentarme acurrucada bajo una manta frente a un fuego crepitante me pareció una idea igualmente mala, así que anuncié mi intención de irme a la cama. Desafortunadamente, Finn decidió venir conmigo. No es que yo pueda culparlo por eso. Estamos compartiendo una habitación y es tarde. Ahora, vuelvo a vacilar en el pequeño cuarto de baño, frotando aceite de coco sobre mis codos y cepillándome los dientes dos veces. Encuentro a Finn metido en la cama leyendo en su iPad, y afortunadamente con una camiseta y todo lo que tiene debajo de las sábanas. La cama se ve delicada debajo de su gran cuerpo y sus anchos hombros. El espacio que me queda para recostarme junto a él es una pequeña franja de espacio de cama que promete un contacto corporal prolongado. Bien, maldición. Finn levanta la vista y me estudia con una expresión pasiva en su rostro. Puedo decir que está examinando todos los ángulos de esto, tratando de averiguar cómo tranquilizarme, preguntándome si estoy a punto de salir corriendo. La idea me tranquiliza y me apoyo contra la puerta del baño.

—Esperaba que tu habitación estuviera cubierta de tela escocesa y reluciente con trofeos escolares —le digo. —¿Tela escocesa? —resopla—. Soy de herencia irlandés. Los llamamos tartanes, y no los encontrarás en mis paredes. —Ese es el peor acento irlandés de todos. Finn sonríe, sus ojos son increíblemente azules contra las sábanas de colores del cielo. —Mis padres remodelaron la casa hace tres años. Ahora es el doble del tamaño y todas las habitaciones se han renovado. Glenn y yo tomamos lo que queríamos fuera de nuestras habitaciones y empacamos el resto para meterlo en el garaje. —Ah, el final de la infancia —le digo con un gran suspiro—. Siempre es tan maravillosamente brutal. —Supongo que tus padres hicieron lo mismo cuando ellos compraron la casa pequeña. —Más o menos. Solo me enviaron una caja de lo que pensaron que querría y regalaron el resto. —Jesús. ¿No te lo advirtieron? —Finn frunce el ceño, lo que de alguna manera hace que sus bíceps se amontonen. Es un buen aspecto para él. —Estamos hablando de personas que llamaron a su hija Chester porque pensaron que era una buena historia. —Me encogí de hombros, abrazando con fuerza mi pecho—. Mis padres son cariñosos, generosos, e inconstantes como una mierda. Fui yo quien se acordó de sacar la basura, comprar comestibles y lavar la ropa. Me enseñaron a bailar el vals y pintar con los dedos en las paredes. La mirada azul de Finn se posa en mí y yo cambio mi peso sobre el otro pie. —No son horribles —me pregunto, consciente de que mi voz es demasiado inestable—. Pero confiables, no son. Cuando él habla, su tono es suave y uniforme. —¿Vas a meterte en esta cama, Chess?

Me levanto un poco más erguida y resoplo. —¿Eso es todo lo que tienes que decir? Sus labios se separan como si fuera a hablar pero luego cierra la boca antes de abrirla de nuevo. —En el espíritu de amistad, siento que debo señalar que tu camisa de dormir es transparente cuando la luz de fondo se ilumina con la luz del baño. Salto de la puerta del baño, apagando la luz mientras voy. Con una mirada fulminante, meto mi trasero en la cama, deslizándome bajo las sábanas frías mientras Finn ríe. —Idiota. —Tiro del edredón hasta mi pecho—. Pudiste haberme dicho antes. —La lucha fue real —admite, dándose la vuelta para mirarme. Su sonrisa pícara se desvanece—. ¿De qué otra manera iba a traerte a la cama? Con un suspiro, me acurruco, tratando de sentirme cómoda entre las almohadas. Finn apaga la lámpara de la mesilla de noche y luego se establece también. Estamos tan cerca, hombro con hombro, sus rodillas chocan con las mías, mis dedos fríos se mueven sobre los suyos, no hay escapatoria. Debería entrar en pánico pero se siente bien. Seguro. Al menos en este momento. La voz de Finn es un murmullo en la oscuridad cercana. —Siento que hayas tenido que pasar por eso, Chess. No puede haber sido fácil. Siempre me he preguntado... —¿Qué? —susurro densamente. Finn apoya su cabeza en su mano. —Eres tan fuerte. —Difícilmente. —No te intimidó en absoluto cuando nos presentamos en tu casa, gritando y actuando como un grupo de muchachos alborotados.

—Son un grupo de cachorros demasiado crecidos. Sus dientes brillan en una rápida sonrisa. —Cierto. Pero creo que estás acostumbrada a lidiar con la mierda. Tener un nombre como Chester debe haber sido una pesadilla en la escuela primaria. Pongo una almohada debajo de mi mejilla y lo miro fijamente. —Los niños aprenden rápido. Corre la voz de que burlarse de mí ganará un puñetazo en el labio, y no son tan rápidos para burlarse. —Pero aún así lo hicieron. —Suena tan protector, duele mi corazón y hace que mi piel se vuelva nerviosa. Ambos somos plenamente conscientes de que Finn me llama Chester. Pero cuando él lo dice, de alguna manera mi nombre se convierte simplemente en mí, algo de lo que no necesito esconderme o encogerme. Después de toda una vida de sentir que una parte esencial de mí no es más que una broma triste, es un regalo que nunca supe que necesitaba. Las yemas de mis dedos se hunden en la almohada mientras trato de controlar mis emociones. —Todos hemos tenido una mierda con la que lidiar en la infancia. Francamente, creo que la mayoría de nosotros merecemos una maldita medalla por sobrevivir. —Levanto un poco la cabeza y entorno mi mirada—. ¿O te deslizaste sin heridas? Finn muerde su labio inferior con el borde de sus dientes. —Mis orejas se agrandaron antes de que mi cabeza pudiera alcanzar. Y tuve acné. —Sal de la ciudad. ¿Bonito chico Mannus? —En ese entonces me llamaban Chico Acné Mannus. —Él se echa a reír—. Al menos cuando no estaba haciendo anotaciones. —Apuesto a que a las chicas le gustaste de todos modos. Estamos hablando en voz baja ahora, y las palabras tienen un peso entre nosotros.

—Yo era el mariscal de campo. Por supuesto que les gusté. —Esa no es la única razón. —¿Cuál es la otra razón? —De alguna manera, se ha acercado. Nunca lo vi moverse, pero ahora estamos casi nariz con nariz, su antebrazo presiona contra el mío donde descansan en el colchón. Sonrío, la curva más simple de mis labios. —Como dije antes, eres uno de los buenos chicos, Finn. La gente no puede evitar quererte. Sus ojos buscan los míos. En la penumbra, brillan como cielos oscuros. —Quiero abrazarte. Mi respiración se atora, atrapada en mi garganta. Finn sigue presionando, su voz retumba contra mi piel. —Sólo eso, Chess. Déjame abrazarte mientras dormimos. No estoy consciente de tomar una decisión consciente, pero en el siguiente aliento, mi mejilla está presionada contra la firme inflamación de su pecho, y mi cuerpo está bien escondido a lo largo de su longitud magra. Su brazo se envuelve alrededor de mi cintura y me aprieta la nuca. Es tan maravillosamente cálido que cierro los ojos con un suspiro tranquilo. —Gracias —susurra en mi pelo. No debería ser tan fácil fundirse en su agarre y quedarse dormida. Pero lo es.

13 Traducido por Jessibel

Chess Finn se ha ido cuando me despierto. No es de extrañar ya que es un madrugador. Después de una ducha, salgo en busca de café. Sean, a quien todavía quiero llamar capitán o capo Mannus, está en la cocina, tomando lo que parecen ser empanadas del horno. —Empanadas de carne —me dice, mientras me sirvo una taza de café—. Prueba una. Pone una empanada dorada en un plato y me da los cubiertos y una servilleta antes de colocar el resto en la isla de la cocina. Me instalo en un taburete de metal y doy un bocado. —Delicioso —digo alrededor de la masa caliente, de mantequilla rellena con sabrosas carnes y verduras. —Habrá más de donde vino esa, más tarde. —Con una elegante eficiencia, se mueve por la cocina, colocando empanadas en las parrillas de enfriamiento y otra bandeja de ellos en el horno. Como nunca había pasado tiempo con hombres militares, no estaba segura de qué esperar del padre de Finn. Pensé que tal vez sería duro, un hombre severo que se guardaba para sí mismo o gruñía detrás del periódico que estaba leyendo. Ciertamente no fue este hombre el que exuda una calma que te hace querer complacerlo, que viste un delantal que contiene las palabras, "Buen Aspecto es Cocinar", mientras prepara una comida festiva para su familia.

—Finn te consiguió ese delantal, ¿no es así? —digo. Las líneas en las esquinas de los ojos de Sean se profundizan. —Sí, señorita, lo hizo. —Él levanta la vista de su trabajo—. Conoces bien a mi hijo. Me encojo de hombros y termino otro bocado de la empanada. —Su humor de todos modos. Sean agarra una toalla de cocina y se limpia las manos. Cuanto más lo observo, más veo toda una vida de entrenamiento militar en él. Ni un solo movimiento es desperdiciado o vacilante. Se las arregla para ser absolutamente elegante, pero con orgullo al mando. Me recuerda a un Finn menos impulsivo. —No me has preguntado dónde está mi hijo —comenta Sean. —Si tuviera que adivinar, diría que está corriendo. Los labios de Sean se curvan en una sonrisa que me recuerda mucho a la de Finn, cuando tiene algo sobre mí. —Son las once —me siento obligada a señalar—. Siempre se ejercita a las diez. Antes de volver hambriento y en busca de comida... Finn entra en la cocina, sudoroso y enrojecido. Sus pantalones cortos de gimnasia van muy abajo en sus caderas, la camisa sin mangas blanca que lleva está pegada a su piel. —¿Huelo a empanadas de carne? Hombre, podría comer una docena. Sean llama mi atención antes de tomar otro plato del gabinete. Finn se sirve un enorme vaso de jugo de naranja antes de acercarse a mi lado. Huele a sol, a mar, a sudor. —Chester. —Él besa mi mejilla. Es un gesto dulce que hace temblar mi piel. Los recuerdos de estar envuelta con su largo y duro cuerpo revolotean en mi mente, y es todo lo que puedo hacer para no apoyarme en él ahora. Por la mirada especulativa que me está dando, supongo que también está recordando cosas.

—Veo que papá se está ocupando de ti. —Muy bien —estoy de acuerdo, concentrándome en mi café. Su mirada se desliza hacia la comida en mi plato y se vuelve absolutamente codicioso. Pongo los ojos en blanco, le ofrezco y muerde lo que él toma sin dudarlo. —Demonios, eso es bueno —dice con un pequeño gemido que me parece demasiado atractivo, dado que se trata de comida. —Estás apestando mi cocina, Finnegan —dice Sean con suavidad—. Ya sabes qué hacer. Dúchate antes del servicio de comida. —¡Sí, sí, Cap! —con un movimiento de sus cejas hacia mí, Finn agarra su vaso y se aleja. Estoy sola con Sean, quien me mira como si supiera algo que yo no. Es lo suficientemente astuto como para guardar silencio. Pero por dentro, soy una tormenta de culpa e incertidumbre. La familia de Finn lo adora. Su alegría por él estando en una relación es tan encantadora que amenaza con romperme el corazón. No quiero mentirles. Pero no puedo discutirlo con Finn. Somos efectivamente arrastrados en actividades familiares. Empezando por poner el árbol de navidad. Reunidos en la gran sala de estar, Meg, Emily y yo observamos cómo los hombres sacan secciones de un árbol blanco y artificial de las cajas. Las órdenes silenciosas de Sean evitan que Finn y Glenn discutan mientras intentan descubrir qué va a dónde, y pronto, el árbol de diez pies se ensambla ante la ventana de la imagen y se enchufa para brillar en un esplendor suavemente iluminado. —Sé que los árboles frescos tienen ese aroma encantador —me dice Meg—. Y algunos tradicionalistas se burlarían de lo artificial, pero me encanta mi árbol blanco. Tomo una foto de Finn y Sean ajustando algunas ramas. —Tengo un árbol de plata. O tenía uno. Supongo que ahora se derrite.

Mi risa suena frágil, incluso para mis oídos. Meg me da un suave apretón alrededor de los hombros, un movimiento tan parecido al de su hijo, lo que es extraño. —Bueno, me alegro de que estés aquí para disfrutar de este árbol. Casi no sé qué hacer con la marca Mannus de afecto táctil. Mi madre habría recitado un poema sobre la pérdida y me había dado unas palmaditas en la mano antes de quedarme dormida. Tan nuevo como es para mí ser mimada y abrazada, me resulta reconfortante. Sobre todo porque nunca se aferran o me hacen sentir patética. Meg anuncia que hará su ponche especial, lo que hace que Finn y Glenn se burlen, y realmente no quiero saber por qué. —No deberías estar trabajando —Emily me dice cuando comienza a abrir cajas de adornos—. Ven, relájate y corta el árbol. La esposa de Glenn es pequeña, su cabello rizado es tan oscuro que es casi negro, su piel es profunda, incluso bronceada que habla de ascendencia hispana. Los brazaletes de plata alrededor de su muñeca tintinean mientras trabaja. —En realidad, prefiero esto —le digo a ella—. Poner adornos me pone tensa. Nunca estoy satisfecha con el lugar donde los coloco. —Glenn siente lo mismo. Mi expresión debe expresar mi sorpresa porque ella me da una sonrisa irónica. —Es un paisajista. Todo tiene que ser así con el equilibrio visual correcto, o él está nervioso. Mientras tanto, enseño a estudiantes de quinto grado, así que aprendí a seguir la corriente. Miro al hermano mayor de Finn, que actualmente está tratando de poner a Finn en una llave de cabeza. Tomo una foto de eso. —Has estado con Glenn por un largo tiempo. —¿Cómo puedes saberlo? —La forma en que ambos interactúan entre sí. Es fluida. Cuando han estado juntos tanto tiempo, sabes en qué dirección irá el otro antes de que uno de ustedes incluso se mueva.

Emily sonríe. —Eso es encantador. —Sólo una observación. Afortunadamente, Finn se acerca con un vaso de ponche para mí, y un vaso de lo que huele a sidra caliente para Emily. —Lo siento, Em. El ponche especial de Meg no es bueno para el bebé. Emily ríe. —No es bueno para ninguno de nosotros. —Ella me mira—. Mírate. Eso es letal. Cuando se dirige hacia el árbol, me inclino más cerca de Finn. —Me gusta tu familia. —Bien. También les gustas. Estamos solos ahora, al lado de la acción. Pero mantengo mi voz baja. —Me gustan demasiado como para mentirles. Finn tiene una reacción tardía al respecto. —No estás. —Estoy. Él no pone los ojos en blanco, pero su tono implica que quiere hacerlo. —¿Les has dicho que estoy enamorada de su hijo y que estamos teniendo sexo salvaje? —¿Quién le dice eso a la familia de alguien? Las comisuras de sus labios se contraen. —Bueno, sería un poco incómodo, te daré eso. —Me estás molestando. Deja de ser deliberadamente obtuso. Vine aquí para interpretar el papel de tu novia. Esta vez él realmente pone los ojos en blanco.

rol.

—Estoy tratando de hacerlo simple. Deja de pensar que es un

—Pero es un rol. —Tomo un trago de ponche para evitar gritarle. Y lo lamento de inmediato—. Santo líquido para encender, ¿qué demonios hay en esta bebida? —Canela bola de fuego con Wiski. —Finn acaricia mi espalda con calma—. Estás aquí porque eres mi chica. El sexo no cambia ese hecho. Mi garganta quema, el corazón amenaza con convertirse en papilla, solo puedo mirarlo y suspirar. —Finn, ¿qué voy a hacer contigo? Su sonrisa es fácil de deslizar, pero sus ojos sostienen los míos un tiempo demasiado largo. —Mantenerme. Estoy bastante seguro de que no soy bueno para nadie más. Antes de que pueda responder, se va otra vez para ayudar con el árbol, bromea con Emily y Glenn. Tomo fotos, como champiñones rellenos que Meg puso en el aparador, y con mucho cuidado tomo un sorbo del infierno. Mi lengua se adormece agradablemente, y mis extremidades son agradables y cálidas. Estoy acercándome al hombrecito que vive en la estantería —por qué los niños realmente quieren un elfo que se supone que cobra vida por la noche, pasar el rato en su casa está fuera de mi alcance—, cuando Finn se asoma sobre mi hombro para mirar la pantalla de la cámara. Casi grito pero me calmo, haciendo mi mejor esfuerzo para no inclinarme hacia él. Él huele a canela y ponche de huevo, lo que en este momento me parece extremadamente delicioso. Su aliento hace cosquillas en la sensible piel de mi cuello. —¿Puedes hacer auto fotos con esa cosa? —Con un poco de malabarismo torpe —concedo.

—Eso es lo que pensé. —La cálida pared de su pecho presiona contra mi espalda, mientras balancea su brazo frente a nosotros, sosteniendo su teléfono—. ¡Hola, aquí! Él toma una foto. —Y el humilde iPhone triunfa sobre la elegante Nikon. Todavía parpadeo mientras levanta el teléfono para mirar la foto y lanza una risa ahogada. Echo un vistazo. —¡Ack! ¡No! —Uno de mis ojos está cerrado, y mi boca está abierta. Finn murmura en voz baja—: Pareces un pez confundido. Agarro el teléfono, pero él lo retiene, riendo. —¿Cómo demonios te las arreglaste, Chester? —Bórrala o muere, Mannus. —Está bien, pero necesito otra para reemplazarla. —La cara sonriente de Finn está tan cerca que las motas azules en sus iris son visibles. Esos ojos felices están llenos de travesuras. —Está bien —le digo—. Hazlo de nuevo. Él ajusta su agarre en el teléfono, levantándolo justo delante de nosotros. Tan pronto como siento su brazo tenso para tomar la foto, beso su mejilla. Finn da un pequeño salto, su respiración es agitada. Antes de que pueda alejarme, él se gira, sus ojos se ven un poco más abiertos. Le he sorprendido, haciendo el primer contacto. Una sonrisa vacila en mis labios. —¿Cómo fue eso? Finn presiona su boca contra la mía. El beso es dulce y rápido, un toque de labios a labios, un ligero intercambio de aire. Y todavía logra detener mi corazón y enviar calor a mis muslos. Retrocede lo suficiente para encontrar mis ojos. Por un tenso segundo nos miramos fijamente, respirando un poco más rápido,

más profundo, como si no estuviéramos seguros de lo que acaba de suceder. Y luego me besa de nuevo. Otro beso suave como para asegurar que esta vez es real. El tercer beso es mío. Sus labios son firmes, suaves y adictivos. Finn hace un pequeño ruido en la parte posterior de su garganta, sus labios persisten como si simplemente estuviera disfrutando de la sensación de mí. Apenas nos tocamos, apenas nos besamos, pero se siente casi frenético, como si tuviéramos que tomar lo que podemos obtener ahora. Mi mano se levanta, mis dedos agarran su camisa. Más. Dame más. —Sí, suficiente de eso —dice Glenn, la maldita rata bastarda, de repente frente a nosotros—. Tenemos que cortar un árbol y mamá tiene que preparar un ponche para beber. La mirada de Finn da miedo, y correría si fuera Glenn. Pero el hombre parece inmune. Él nos brinda una jodida sonrisa y se aleja, sosteniendo una bola de plata como una burla. Finn sacude la cabeza con ironía y se vuelve hacia mí. Encontrar su mirada es demasiado. No puedo besarlo de nuevo. Aquí no. Ahora no. No podré parar. —Besarnos en frente de la familia, cumplido —dejo escapar, odiándome a mí misma mientras lo hago. El feo calor pica en mis mejillas, cuando él simplemente me mira. Espero ver la decepción. Pero es peor. Su expresión es de afecto y ligera diversión, como si estuviera diciendo en silencio, Oh, Chess, ¿a quién crees que estás engañando? —Creo —dice después de un largo e infernal momento—, que tendremos que practicar ese juego un poco más. Con eso, me abandona. Y quiero seguirlo.

Finn El atardecer en la playa de Black es uno de mis escenarios favoritos en el mundo. Es casi surrealista este lienzo de naranjas relucientes, rosas calientes y azules turquesas. La cara del acantilado destella colores naranjas a la luz del sol. Ahora el aire es más fresco, teñido con agua de mar salobre. Algunos surfistas están disfrutando de un paseo nocturno. Conozco a algunos de ellos, pero afortunadamente todavía no me han reconocido. Necesito unos momentos a solas. Por eso no invité a Chess, aunque quiero que vea este lugar. Sé cómo se sienten sus labios ahora. Nos hemos besado. Si realmente llamas a lo que hicimos besar. Eran cosas de contenido adolescente, como picotazos rápidos en los labios. Y maldición, si esos toques robados, esos toqueteos casi frenéticos con ella, no fue lo más caliente que he hecho en la memoria reciente. El primer toque de sus labios y yo estaba duro. En el segundo, había querido estar dentro de ella. Lo necesitaba. Lo más loco es que había sido tan inesperado —ella besó mi mejilla, y yo arrebatado por un poco del sabor de su boca a cambio— , me había enrollado como un resorte, incapaz de moverme o hacer otra cosa que robar unos cuantos besos más como un bastardo codicioso y excitado que tiene miedo de que le arrebaten toda la oportunidad. Y luego pasó. Ella fingió que todo era sólo para mostrar. Pura mierda. La pregunta es, ¿qué hago al respecto? ¿Llamarle la atención? ¿Dejarlo correr? Nunca antes me había golpeado la indecisión. En el fútbol, vacilas y has terminado. Entrenamos, realizamos ejercicios, practicamos hasta que la reacción es memoria muscular e instinto. Hay consuelo en eso. Demonios, hay consuelo en saber que eres uno

de los mejores en algo. Sé que no soy el mejor mariscal de campo del mundo. Aún no. Pero voy a llegar allí. La perfección en este deporte viene con la experiencia y la búsqueda de su ritmo. Pero con Chess. Bien podría estar en la liga infantil. Estoy dando vueltas, sin saber las jugadas o cómo leer una línea. Es frustrante como la mierda. Y no puedo arruinarlo. No con Chess. Ella es demasiado importante. Estoy en una encrucijada aquí. Una pequeña voz dentro de mí susurra para cortar y correr mientras todavía puedo. Esa es la solución fácil. No hay fracaso allí. Puedo retroceder, tratar a Chess como una amiga casual. Del tipo a la que llamo cada dos meses cuando tengo algo de tiempo libre y nada que hacer. Ese fue el consejo de Dex, y el hombre es un estratega maestro. Deja tranquila a Chess. Vuelve a estar solo. Veo a un surfista remar, llamando a su amigo. Sus voces son finas en el aire, las olas rompen en la orilla. El sol brilla en la curva de una ola, volviéndolo turbio, azul turquesa. Me siento viejo. Aún no tengo treinta, todavía no estoy en pleno desarrollo de mi carrera, y de repente me siento tan jodidamente viejo. Aparte de todo. Yo podría haber sido un papá. ¿Habría tenido mis ojos? ¿Habría odiado los guisantes como yo? Mis dedos se hunden en la arena. Es fría y áspera justo debajo de la superficie. El sonido del timbre de mi teléfono hace que quite el polvo de mis manos. Lo alcanzo, esperando que sea Chess. —Hola, estoy en la playa. —Ah, está bien. No es Chess. —¿Britt? —De hecho, miro a mi alrededor como si esperara que saliera de la arena.

—Sí, soy yo. —Ella hace una pausa—. ¿Pensaste que yo era alguien más? Bueno, obviamente. Pero no digo eso. —¿Qué pasa? No tengo idea de por qué está llamando, pero no me gusta. Se siente como una de esas trampas de mujeres que terminan con su llanto y generalmente me siento como un canalla. —Yo... eh... —Ella se aclara la garganta—. Mira, no me gusta cómo dejamos las cosas. Es por eso que soy terrible con las mujeres. Porque no tengo ni puta idea de lo que ella quiere decir. Ella me preguntó si mi mamá la había invitado a pasar las vacaciones con nosotros. Le dije que no. ¿Qué más hay ahí? Mi silencio debe ser demasiado largo porque ella vuelve a hacer ese sonido, como si estuviera tratando de empujar sus palabras más allá de algún bloqueo en su garganta. —Había cosas que quería decir, Finn. Pero me distraje, me disgusté. —Se le escapa una suave risa—. Fue difícil verte de nuevo. Una vez más, me siento como una mierda por apresurarla. Me pellizco el puente de la nariz. Se acerca un dolor de cabeza. Necesito volver a la casa de mis padres. He estado fuera demasiado tiempo, bajo el pretexto de buscar vino para la cena. —Sé que es difícil —le digo a Britt tan gentilmente como puedo—. Estaba... solo estaba pensando en ella. Un nudo doloroso se levanta rápido en mi garganta, y trago convulsivamente. —Tú también lo haces —susurra con voz gruesa. —A veces. —Las yemas de mis dedos presionan contra la piel caliente de mis párpados—. En momentos aleatorios. —El otro día, me di cuenta de que ya tendría edad suficiente para comer comida para bebés. —La voz de Britt tiembla—. Y tuve que detener mi auto y llorar.

—Lo siento. —No sé qué más decir. La playa está fría ahora. Me pongo de pie. No quiero estar más aquí. Necesito llegar a casa. Chess se había ido a tomar una siesta, el cambio de horario la alcanzó. Pero ella estará despierta ahora. —¿Podríamos reunirnos para almorzar o algo cuando vuelvas? —pregunta Britt, y me trae a la conversación. Saco las llaves de mis bolsillos, apoyo el teléfono en mi hombro, manteniéndolo en su lugar con mi mejilla. —¿Todavía estás en Nueva Orleans? —Sí. Estaré aquí por un tiempo. No tiene sentido. La casa de Britt está en Londres. —Estoy fuera por la semana. —Estaré aquí la próxima semana —dice ella. Cuando no digo nada, vuelve a presionar. —Quiero verte. Y yo... preferiría no hablar de eso por teléfono. No destaco que ella me llamó. Esto se siente informal. No, se siente como si estuviera trabajando para invitarme a salir. —Britt, yo no... —Compartimos algo, Finn. No hay nadie más en nuestras vidas que lo entienda como lo hacemos nosotros. No tengo a nadie más con quien hablar. El dolor desesperado en su voz es demasiado para mí. Con un suspiro, enciendo el jeep y salgo de mi lugar. —Bien. Envíame un mensaje de texto la próxima semana y estableceremos algo. Tan pronto como cuelgo con Britt, tiro el teléfono en el asiento del auto. No estoy deseando que llegue esa reunión. Compartir con ella no me hace sentir mejor. Solo hay una persona que hace eso. Me desvío por la carretera principal y me dirijo hacia Chess.

No puedo dejarla ir. Es demasiado tarde para eso ahora. Pero puedo darle espacio. O bien ella toma esa distancia y se aleja. O ella lo encontrará tan antinatural como yo ahora. El instinto me dice que será lo último. Espero que así sea.

14 Traducido por Jessibel

Chess Es bastante horrible darse cuenta de lo bien que Finn Mannus puede jugar conmigo. Durante el resto del día, y en la cena, él mantuvo su distancia. Él no es frío ni nada. Apenas eso. Es un gran anfitrión. Solicitante, incluyéndome a mí en las conversaciones, asegurándome de que tengo suficiente para comer. Y ese es el problema. Me está tratando como a un invitado. Se acabaron los ligeros toques, como si él no pudiera apartar sus manos de mí. Se acabó la forma en que, de alguna manera, siempre se las arregla para estar de pie lo suficientemente cerca como para rozar nuestros brazos. Y se han ido las miradas burlonas que me desafían a alcanzar más. No me había dado cuenta de que había estado haciendo estas cosas hasta que se detuvo. El resultado es que lo busco. Yo soy quien está encontrando maneras de estar más cerca, de tocar su muñeca o la curva de sus bíceps. Y aunque no dice una palabra al respecto, sé que había predicho con desconcertante claridad cómo reaccionaría. No sé si debería admirar sus habilidades o estar molesta. Ambas, son la respuesta. Mi molestia crece cuando él me da espacio y sale a buscar vino para la cena sin invitarme a venir. Se ha ido por más de una hora. Me doy cuenta de que estoy enojada conmigo misma. Por ser una cobarde en lo que a él respecta. Por pretender que lo que somos

no está evolucionando. Sé que él se preocupa por mí. Él se asegura de que sienta su cuidado todos los días. Él no me hará daño. No intencionalmente. Y necesito disculparme porque la forma en que actué fue hiriente e injusta. Pero no tengo la oportunidad. Entre el distante Finn y la intención de su familia de ser buenos anfitriones también, nunca estamos solos. Antes de la cena, Finn y su papá se establecen en el estudio para un juego de ajedrez. —No sabía que jugabas —le digo a Finn mientras me siento a su lado en el sofá para mirar. —En realidad, nunca llegamos al “oye, por cierto, me encanta jugar al ajedrez” de nuestra relación —dice Finn con un guiño astuto. Le doy un codazo en el hombro. —Chico listo. —Dios, estoy haciendo todo lo posible para estar cerca de él. Es ridículo. Más aún cuando mi corazón da un pequeño salto cuando él me empuja hacia atrás, riendo suavemente. —¿Juegas al chess12, Chess? Me resisto a sacarle la lengua ya que Sean está observando con gran interés. —No. Lo admito, está sobre mi cabeza. —Entonces observa y aprende, amiga. —Observaré, pero todo lo que veo son piezas que se mueven, aparentemente al azar. Con un resoplido, Finn se agacha y estudia el tablero. La expresión severa y absorbida en su rostro es adorable y francamente caliente. Es aún más sexi cuando me doy cuenta de que es realmente bueno, muy bueno.

12

Chess – en español significa ajedrez.

Pierdo la noción del tiempo mientras él y su papá juegan con la intensidad de los hombres en la guerra. Finalmente, termino recostada en el sofá para leer. Sin apartar su atención del tablero, Finn pone mis pies en su regazo y apoya una mano cálida sobre mi tobillo. Sigo leyendo, pero me encanta. Me encanta que, muy a menudo, su pulgar acaricia mi piel en una caricia distraída pero tierna. Pase lo que pase entre nosotros, sé que no está enojado conmigo. Y algo de la tensión fluye fuera de mi cuerpo. Después de la cena, vuelvo a la habitación y me pongo unos cómodos pantalones de pijama y un suéter de gran tamaño. Luego Glenn, Emily, Finn y yo nos dirigimos a la sala de estar para ver una película. —Me siento como si estuviera en la escuela secundaria —le digo a Finn—. Viendo una película con un chico mientras sus padres están en la otra habitación. Me lanza una mirada de complicidad. —¿Me vas a dejar pasar debajo de las mantas? No respondo, dejándolo que se recupere, sus ojos se entornan en mí. La habitación familiar es un espacio grande pero acogedor con un sofá seccional cerca de la parte de atrás y dos grandes sillones reclinables agrupados a un lado. Una chimenea de piedra afronta el espacio. —¿Dónde está la televisión? —pregunto. Glenn toma un control remoto. —Aquí mismo. Una pantalla de cine comienza a bajar desde el techo. —Guau. —El último regalo de Gravidad de Finn para mi papá —dice Glenn—. Todavía estoy esperando el mío, tacaño. —Oye —dice Finn con una risa—. Te mantengo al día con equipo deportivo.

—Consigues esas cosas gratis. —No escuches a Glenn, Chess —dice Emily—. Él no aceptaría un regalo como ese, incluso si Finn lo hubiera colado en nuestra casa a escondidas. —Se dirige a un sillón reclinable—. Mi espalda me está matando. —Maldita sea, bebé —se queja Glenn—. Sabes que me gusta el sofá. —Entonces acurrúcate con Finn y Chess. —Ella se relaja en la silla con un feliz suspiro—. ¿O prefieres llevar a este bebé? —Sí, porque los argumentos basados en la fantasía total siempre funcionan —se queja y se deja caer en la otra silla. —Idiota —dice Finn, tendido en la esquina grande del sofá. Paso junto a él, con la intención de tomar la esquina opuesta, cuando Finn se acerca y agarra mi muñeca buena. Y me detengo, mirándolo fijamente. Él no hace nada más, su agarre es cálido y seguro, cuando encuentra mi mirada con sus ojos fijos. Es mi decisión, si me acurruco con él o me muevo. Si tiro de mi brazo, doy un paso, él me dejará ir. Me hundo. Y él se mueve conmigo, girando su cuerpo, acurrucándome a su lado, con las piernas apoyadas sobre las suyas y mi cabeza en la almohada del sofá debajo de la barbilla. Ninguno de los dos dice una palabra mientras se acerca y toma una gruesa manta para cubrirnos. Acurrucada contra la firme extensión de su pecho, no creo que alguna vez pueda volver a sentarme sola. No cuando él está cerca. Finn gruñe como para asegurarlo, justo en el momento, y luego envuelve su brazo alrededor de mi cintura. —¿Qué estamos viendo? —Mi voz es entrecortada. —Die Hard. —Las palabras de Finn retumban contra mis omóplatos—. Clásico de Navidad. —Salgan a la costa, nos juntaremos, reiremos un poco... Sus labios rozan la concha de mi oreja.

—Prometo no volar nada. Glenn juega con el control remoto de nuevo y las luces se apagan. He visto Die Hard una docena de veces. Conozco las líneas de memoria. No escucho a ninguno de ellos ahora. La habitación está oscura, las siluetas de Glenn y Emily se dibujan contra la pantalla. Finn y yo estamos en otro mundo, metidos en el sofá. Ni siquiera puedo fingir que estoy viendo la película. Las imágenes parpadean, se dicen las palabras, pero mi atención está en el hombre que está a mi lado. Él se desplaza un poco, moviendo su cuerpo para que estemos acurrucados por completo. La pared de su cuerpo es dura como una roca, pero se funde contra la mía, cálida y reconfortante. O lo sería. Solo que mi conciencia está demasiado interesada ahora, moviéndose en pequeños giros a través de mi vientre. Algo rígido empuja en mi trasero, y me pongo rígida. —Es eso... —Mi voz es un fantasma en la oscuridad. Pero él lo oye. —Sí —dice en mi sien—. Te acercas a él y quiere saludarte. Agacho la cabeza y sonrío en la almohada. El diablo en mí me tiene arqueando la espalda un poco, empujando mi trasero en su dureza. Finn gruñe bajo en su garganta. Su mano se extiende sobre mi vientre, manteniéndome inmóvil. Él se balancea contra mí, tan lento, que es apenas un movimiento. El resto de nuestros cuerpos yacen absolutamente inmóviles. Oh, pero mi corazón late como loco, bombeando violentamente dentro de mi pecho. El aliento de Finn resopla como si no pudiera controlarlo. Sus labios descansan sobre mi cabello. —Dios, hueles bien. Siempre hueles tan bien. Es un murmullo tan bajo, que apenas lo oigo por los sonidos de la película.

—Es el aceite de coco que usé para mi piel —le susurro de vuelta, fingiendo que todo es casual, que mi sexo no está empezando a palpitar y que mi respiración no está creciendo. Finn respira profundamente, lo deja salir lento. —Eres tu. Toda tu. Un escalofrío lo hace estremecer, y parece tensar todo, como si estuviera tratando de mantener su control. La mano en mi vientre acaricia ahora en lentas y pequeñas exploraciones. Mis senos se ponen pesados, mis pezones se estiran. Tomo aire, lo dejo salir. La pantalla se vuelve borrosa. No puedo pensar. La mano de Finn se desliza debajo de mi camisa. Sus dedos son ásperos con callos, pero ligeros contra mi piel. Una oleada de placer baila sobre mí, y yo aspiro un suspiro, instándole silenciosamente. Arriba y abajo, traza con el borde de su pulgar tocando mi ombligo, la punta de un dedo llega a lo largo de mi cintura. Su mano se mueve hacia arriba y el extremo romo de su pulgar roza la curva inferior de mi pecho. Los dos nos inmovilizamos. El estremecimiento que se mueve a través de Finn es casi violento. Su pulgar se presiona en mi pecho desnudo y él tiembla de nuevo, liberando un gemido casi silencioso. Mis párpados se agitan, queriendo cerrarlos. Presiono mi mejilla contra la almohada del sofá, esperando, deseando que me toque. Una ráfaga de aliento calienta mi cabello, y luego él desliza su mano hacia arriba. El peso cálido de su mano sobre mi pecho se siente tan bien que jadeo. El cuerpo de Finn se sacude, empujando contra el mío. Pero él palmea mi pecho, frotando en suaves círculos. Se siente tan bien. Una burla tan perfecta. Mi respiración se acorta, mis muslos tiemblan. En la oscuridad, escondidos debajo de una manta, me acaricia, jugando ligeramente. La punta de su dedo trabaja mi pezón, jugando con la punta rígida. —Quiero verte. —Su dedo roza mi pezón—. Chuparte aquí. Un ligero pellizco. Una deliciosa tensión brilla en mi vientre, acumulándose en mi sexo como calor húmedo.

No puedo soportarlo. Me muevo como en una niebla, ruedo sobre mi espalda, mi cuerpo descansa en el círculo de sus brazos. La acción envía a la mano de Finn hacia mi otro seno. Él los palmea con posesión, cuando nuestros ojos se encuentran. Ninguno de los dos habla. Quiero besarlo. Lo deseo tanto que mis labios están hinchados por la necesidad de sentir los suyos. No podemos besarnos. Aquí no. Sería demasiado ruidosos, se darían cuenta. Y cuando bese a Finn, sé que no voy a parar allí. Cuando lo bese, quiero consumirlo. Veo esa comprensión reflejada en sus ojos. Esto lo está matando, pero él lo ama. Se está deleitando en ello. Con las cejas fruncidas y la mirada encapuchada, me acaricia, tira de mi pobre y dolorido pezón, burlándose de mí. Se siente bien ser provocada, permitir que la anticipación crezca y hierva a fuego lento. Pero se está escapando con demasiada facilidad. Con cuidado, me pongo de lado y me enfrento a él. Me mira moverme, hay una luz de expectación en sus ojos. Sostengo su mirada y deslizo mi mano bajo su camisa. El vientre apretado de Finn se flexiona debajo de mi palma como si tuviera cosquillas. Dios, es cálido, su cuerpo es duro pero su piel suave. Lo froto allí, disfrutando de sus texturas y la forma en que se contrae como si no pudiera decidir si alejarse o apretar más. La cercanía gana cuando él levanta sus caderas y desliza su muslo entre los míos. Con un feliz suspiro, le doy la vuelta. Mis labios tocan la curva suave donde su cuello se encuentra con su hombro. Él huele delicioso, limpio como el jabón, picante como el sexo y feromonas. La fragancia de Finn va directamente a mi cabeza y la hace ligera, mientras que el resto de mí se vuelve pesada y caliente. Lamo esa curva, y él gruñe —el sonido de un soplo. Su agarre en mi pecho se aprieta una fracción.

Sonrío y tiro del botón de sus jeans, y se abren. Finn se queda absolutamente inmóvil. Ahora está casi tarareando, está tan tenso. Delicioso. Quiero comérmelo. Mi mano se desliza debajo de la cintura de su bóxer. Su miembro se levanta a mi encuentro, febril y sedoso. Es tan fuerte que late. Le doy una acaricia larga y suave. El aliento de Finn sale en ráfagas rápidas y ligeras. Ahora está temblando, pero apenas se mueve mientras yo levanto su miembro en silencio. Arriba y abajo, apretando un poco en la punta. El brazo libre de Finn serpentea debajo de mí y se acerca más. Nos enrollamos juntos, entierro mi cara en el cálido hueco de su cuello, mi mano acaricia su miembro, mientras él aprieta y juega con mi pezón. Él no puede hacer más. No podemos movernos demasiado sin que nos noten. El enorme músculo de su muslo, entalla entre mis piernas, se flexiona rítmicamente en un enloquecedor empuje y liberación contra mi clítoris. Tiembla y se balancea en sus caderas, lentamente moviéndose en mis manos. Paso mi pulgar sobre su punta, tomo la cresta de su cabeza ancha. Los temblores aumentan. No sé quién está temblando más ahora. Yo podría llegar al orgasmo así. Pero quiero su liberación más. Me estiro contra él, encuentro la piel sensible en su cuello y la chupo mientras mi agarre se aprieta en su miembro. El sonido que hace es torturado, casi un gemido y luego se sacude con tanta fuerza que casi pierdo el control. El calor mojado se derrama sobre mis dedos. Ambos nos estremecemos, jadeando mientras trabaja a través de su orgasmo. Finn se hunde contra mí y siento su aliento sedimentado y húmedo en mi cuello. Vuelvo al mundo que nos rodea: a las fuertes explosiones en la pantalla, las luces reflectantes de la película que se reproducen sobre la piel de Finn. Como si saliera de un sueño profundo, Finn me parpadea, sus pestañas se agitan. Y luego su mirada se aclara, enfocándose en mí

con una fuerza que hace que mi respiración se detenga. Sus labios apenas se mueven, su voz es tan baja que solo yo puedo oírla. —A la habitación. Ahora. O te tomo aquí.

Me muevo como el agua, elevándome y fluyendo hacia mis pies. Mis extremidades ya no se sienten como mías. De alguna manera él las reclamó, y me quedé con esta palpitante necesidad. Mis pezones están tan rígidos que duelen. Lo necesito para que los pellizque más fuerte, para que coloque su boca sobre ellos y chupe... La sangre se precipita en mis oídos y, a lo lejos, me oigo decir buenas noches a Glenn y Emily. Emily, está dormida. Glenn me despide sin mirar atrás. Sé que Finn me está siguiendo. El viene por mi. El conocimiento hace estremecer mi piel y crece una presión pulsante entre mis piernas. Mis muslos se aprietan con cada paso. No llego lejos. La oscuridad del pasillo se cierra, y luego su mano cálida está allí, envolviéndome alrededor de mi brazo, girándome. En silencio, me presiona contra la pared, con una mano en mi cabello, la otra ahuecando mi barbilla. Pero él no me besa. Aún no. Nuestro aliento se mezcla cuando nos frotamos, mientras nos miramos fijamente en las sombras. La línea de su mandíbula se contrae. Pensaría que está enojado si no fuera por la mirada intensa en sus ojos. Como si le doliera. Está necesitado. Eso es lo que es. Porque yo también lo siento. Levanto mi barbilla, toco su mano y me apoyo en su toque. Y él traga duro. Su pulgar acaricia el borde de mi mandíbula. —Dime otra vez que soy una mala apuesta. Porque no puedo esperar para demostrarte que estás equivocada.

Apenas es un susurro, y sin embargo parece una súplica dura. La anticipación brilla a través de mi vientre. —Demuéstralo. Toda la tensión es liberada con una respiración y es reemplazado por algo más intenso. Cuando me besa, no es rudo ni impaciente, es profundo y consumidor, como si le hubieran dado aire después de tanta negación. O tal vez soy yo quien se sintió privada, porque ese primer toque me enciende. Nada se compara con besar a Finn Mannus. Es glorioso, delicioso. Perfecto. Con un ruido áspero, me besa, alimentándome con su lengua mientras se desliza con facilidad, incitando a la mía a jugar con la suya. Y lo hago, degustando, tomando. Respiro profundo, vuelvo a zambullirme, trabajando para los sonidos ásperos y doloridos que hace, como si se estuviera muriendo y solo yo puedo salvarlo. Estoy tan en sintonía con él en este momento, cada golpe rápido de su corazón que late contra sus costillas retumba a través de mi cuerpo. Mis dedos se enroscan en la caída suelta de su camisa en su espalda. Estoy temblando de calor, mis labios están hinchados, mi mandíbula dolorida. Como si él sintiera mi necesidad, su agarre en mi cabello se aprieta. Él toma mi boca con besos suaves, mordisqueando, con profundas exploraciones. Todo el tiempo mientras caminamos hacia su habitación. Sus manos buscan a tientas detrás de mí. Él abre la puerta, y luego estamos en la tranquilidad de nuestra habitación. De pie en el centro, lo veo cerrar la puerta, quitarse la camisa y tirarla a un lado. La luz azul de la luna juega con sus músculos cambiantes mientras se mueve, me deleito ante la vista, mis dedos se aprietan con la necesidad de tocar. Los ojos de Finn brillan cuando se acerca y acciona un interruptor. Las lámparas de la mesilla de noche se encienden, y él sonríe, con una ligera curva de sus labios. La mirada en sus ojos es depredadora.

Mi vientre da un pequeño tirón. —Tememos a la oscuridad, ¿verdad? Da un paso más hacia la habitación. Se ve tan deshecho como me siento. Cabello revuelto y ojos vidriosos. —Necesitaba ver esto a todo color. Hablamos en voz baja, como si ninguno de nosotros quisiera romper el hechizo silencioso. Se detiene tan cerca que siento su calor, veo la forma en que su pulso late rápido en la base de su garganta. Sus párpados bajan en perezosa lectura. Suavemente, traza una línea por mi cuello, enviando pequeños escalofríos a su paso. Su dedo se engancha en el borde de mi camisa y tira de ella. —Quita esto. Es un murmullo bajo que frota como terciopelo en mi piel. piel.

Sostengo su mirada y saco la camisa. El aire fresco baña mi

El aliento de Finn se contiene. Me mira sin pestañear, su pecho se levanta y cae. —Esa primera noche —dice con voz áspera—. Llevabas un top dorado y sedoso. Quería deslizar mis manos debajo de ella, ahuecar estas tetas perfectas. La parte posterior de sus nudillos rozan el costado de mi pecho, y me contraigo. Finn hace un ruido áspero en la garganta. —Sabía que serían tan jodidamente bonitas, Chess. —Su pulgar roza mi pezón—. Quería chupar estos jugosos pezones allí mismo. Justo allí en el bar. A través de tu pequeña camiseta. Me balanceo un poco. Los ojos de Finn se encuentran con los míos. —Quítate el resto. Quiero todo de ti. Mis manos van a la cintura de mis pantalones.

—Igualmente. Déjame verte. Nuestras miradas se sostienen mientras se desabrocha los pantalones y los empuja hacia abajo con impaciencia. Está desnudo antes de que mis pijamas toquen el suelo. Y luego solo estamos nosotros. Y este Finn es solo para mí, su miembro sobresale fuerte y largo, una perla de necesidad brilla en la punta. Ese gran miembro se levanta un poco, meciéndose bajo su propio peso, como si se levantara para mí. —Eres hermoso —le digo. Él agarra ese hermoso miembro en su mano, dándole una ligera acaricia. —Y tú eres mía. Me acerco a él, deslizando mis brazos alrededor de su cuello, uniendo mis labios a los suyos. Él me envuelve en su calor, su dureza contra mi suavidad, su lengua se sumerge en mi boca para otra probada. Retrocedemos hacia la cama, me lleva con él, su boca nunca abandona la mía. Estamos en la cama fría. Y él me acuesta, besándome a lo largo de mi cuello. Sus grandes manos se deslizan sobre mi piel como un sueño, lento, suave. Me arqueo, mientras él lame mi pecho, buscando el brote tierno de mi pezón. Todo ese tiempo en el sofá, él jugó conmigo allí, excitándome, poniéndome tan sensible, que el menor toque ahora es casi demasiado. Finn lo sabe. Está allí en la forma en que me mira por debajo de sus párpados bajos, todo codicioso y caliente como si estuviera planeando cosas. —Eres tan hermosa. Se dirige a mi pobre pezón rígido con lamidas cortas y pausadas, como si estuviera probando mi sabor, familiarizándose con mis texturas. Sólo ejerce la presión suficiente para hacerme sentir, quiero más.

Un zumbido satisfecho de sus labios me hace cosquillas, zumba directamente hacia mi clítoris. No puedo soportarlo. —¿Quieres...? —trago convulsivamente, mi cuerpo se sacude cuando él mueve su lengua. —¿Qué? —susurra, arrastrando ociosamente su lengua sobre mi pezón de nuevo. —Chúpalo —escupo—. Por favor. Me duele mucho. Un gemido es arrancado de él, casi dolorido. Él ahueca mi pecho en su mano grande, dándole vueltas a mi carne para su placer. El primer tirón húmedo de su boca me hace contener un gemido. Mi espalda se arquea fuera de la cama, pero él me sostiene rápido, me chupa con tirones rítmicos. —Finn. —Mi voz es fuerte, temblorosa—. Por favor. Chúpalos. Él murmura palabras calientes y frenéticas, su respiración se acelera. Su boca se mueve hacia mi otro pezón. Los dientes mordisquean y luego desliza su húmeda lengua antes de chuparlos. Se siente tan bien, me voy a fundir en un puto charco de calor. Mis caderas se balancean contra la cama mientras gimo, necesito más. —Shhhh. —Él besa mi pezón suavemente—. No quieres despertar a mis padres. Ese susurro astuto llega directamente a mi núcleo. Nos estremecemos, compartiendo la fantasía ilícita de fingir que podemos ser atrapados. Lo que hace que todo sea más intenso. La habitación parece más oscura, su piel en la mía es más caliente. Sus lentos y perezosos besos salpican mi pecho, mientras unos dedos inteligentes se deslizan por mi vientre tembloroso. Sus dedos son gruesos y largos, y para cuando los desliza suavemente sobre el capullo hinchado de mi clítoris, casi consigo mi orgasmo. Finn frota su mejilla contra mi pecho, la punta de su dedo traza la apertura de mi sexo. —Quiero penetrarte ahora.

Creo que gimo. Mis manos se aferraron a su hombro, a la parte posterior de su cabeza. miel.

Él le da a la curva de mi pecho un suave beso. Su voz es oscura —¿Me dejas, Chester? ¿Me dejas tomarte? Dejo escapar un sonido incoherente. Es suficiente para Finn.

Las sombras cambian a medida que se eleva por encima de mí, y luego se mueve hacia un rayo de luz. Dios, ese cuerpo, dorado y tenso. Quiero lamer cada centímetro de él. Pero necesito sentirlo encima de mí más. Se establece entre mis muslos separados, y se siente tan bien, duro y firme, su piel es húmeda por el sudor y el calor que emana, que vuelvo a gemir. —Shhh —susurra en mi oído. Su cuerpo tiembla—. Dios, te sientes tan bien. Mis manos se deslizan por su espalda, sintiendo el duro terreno de su cuerpo. Lo necesito en mi. Pero él solo toca mi pelo, me mira con ojos que muestran demasiado. —¿Estás bien con esto, Chester? —La ternura en su voz se envuelve alrededor de mi corazón y se aprieta—. ¿Me voy al desnudo? —Otra caricia a lo largo de mi mejilla—. Puedo conseguir algo. —No. —Lamo mis labios hinchados—. Solo tu. Ahora. Sus pestañas bajan, y luego me mira como si fuera Navidad. Retira sus caderas hacia atrás y la punta redonda de su miembro acaricia mi apertura. Y... —Oh, mierda —gimo. Siento que el cuerpo se mueve y todos esos músculos se aprietan cuando él los empuja, haciendo espacio para él dentro de mí. Tan grueso. Tan perfecto. Mis interiores captan esa dureza, aferrándose al placer. Un gemido indefenso rompe el silencio. Es Finn.

Hace una pausa a mitad de camino, Finn se apoya en sus codos, su respiración es áspera. —¿De acuerdo? —¿De acuerdo? —levanto mis caderas, extendiendo mis muslos más anchos—. Más. —Oh, maldición, sí —jadea. Se mueve con un empujón firme, hasta sus bolas, es tan grande que duele. Quiero el dolor. —Más. Más. Las palabras sucias caen de su boca cuando comienza a moverse, dándome lo que quiero. Pero no es rápido. Es lento y lo disfruta. Finn se mueve como si estuviera memorizando cada maldito segundo de eso. Y me encanta. —Háblame —suplica, moviéndose en un lento y constante empuje. Apenas puedo pensar, mi mundo es un pesado deslizamiento de los músculos y su miembro. —¿Hablar? —Tu voz —dice—. Puro maldito sexo. Me encanta. ¿Qué me hace este hombre? Agarro los lados de su cuello húmedo, beso a lo largo de su mandíbula. —Me encanta tu pene. Él tiembla. —¿Sí? —La primera vez que lo vi, me lo imaginé... Finn se queda inmóvil, palpitando dentro de mí. —¿Qué? Dímelo. —Dentro de mi boca. Él gime profundamente y se balancea contra mí. El sudor gotea por su sien, su aliento es calor en mi oreja.

—Mierda. Más, dime más. ¿Cómo lo chuparías, Chess? Los escalofríos bailan sobre mi piel. —Lo pondría en mi boca cuando todavía está suave. Sintiéndolo cada vez más duro mientras lo chupo. —Oh, si. —Él golpea contra mí, tres golpes duros tan profundamente cada vez que gruñe, antes de que se detenga, y arrastra deliberadamente su grueso y glorioso miembro de su entrada y salida. Es un ritmo perverso y constante. Su mejilla empuja la mía. —¿Entonces qué? Es casi demasiado, imaginando a Finn de esa manera, mientras él está activamente empujado hacia mí. —Quisiera que te retorcieras mientras te chupo. Te acostarías allí y lo tomarías, agarrando las sábanas, casi gimiendo cuando yo acaricio tu pene con mi boca. —Dios, quiero eso. —Jesús. —Se estremece, baja la cabeza. Sus suaves labios rozan mi hombro. Su voz es un rumor profundo. —¿Me atarás? Dentro y fuera va su miembro, invadiendo el limite. Trago saliva, intento concentrarme en las palabras. —No —le susurro—. Tendrías que quedarte quieto por tu cuenta. Tu fuerza de voluntad contra mi lengua. Eso es parte de la diversión. Él gime bajo y dolorido. Paso una mano por su espalda y tomo sus glúteos, lo empujo contra mí. Sus músculos se flexionan debajo de mi palma. —Te ordeñaría así, Finn. Tus muslos separados y tu cuerpo tenso. Él gruñe esta vez, su empuje es un poco menos controlado ahora, un poco más codicioso.

—Después de que consigas tu orgasmo, te mantendré en mi boca hasta que te ablandes —le susurro contra su mejilla—. Ocupándome de tu pene para ponerlo duro otra vez. —Oh, demonios. —Finn pierde el control con un gemido, y se derrumba contra mí—. Oh, mierda. Bombea sin delicadeza, sin pensamiento, duro y rápido. La espiral apretada de placer dentro de mí se vuelve casi insoportable. Me arqueo contra él, gimiendo cuando llego al éxtasis. Y él está allí conmigo, con la boca abierta y húmeda en mi cuello, mientras su aliento abofetea mi piel. Se queda conmigo hasta que los temblores cesan y nuestro aliento es normal. Y luego, con un gruñido placentero, nos hace rodar hacia un lado, con su miembro todavía profundamente dentro de mí. Nos acostamos envueltos el uno en el otro, las extremidades entrelazadas, mi cabeza apoyada en su pecho. Durante mucho tiempo, ninguno de los dos dice una palabra. Dibujo círculos a través de un poco de pelo en su duro pecho, y Finn pasa su punta del dedo arriba y abajo de mi brazo. —Deberíamos haber estado haciendo eso desde el principio. Sonrío contra su pecho. —El principio, ¿eh? —Sí. Debería haber dejado de lado mi toalla. Y deberías haber bajado tu cámara. Y tener sexo bajo esas luces calientes hasta que nos olvidáramos del mundo que nos rodeaba. Resoplo una carcajada. —¿No se supone que debemos hacerlo hasta que olvidemos nuestros nombres? ¿No es así como va? —No. —Él besa la corona de mi cabeza—. Quiero que sepas exactamente quién te está tomando. Y estoy seguro de que nunca olvidaré que eres tú con quien estoy. Con suavidad, toma mi mejilla e inclina mi cabeza hacia atrás para que su mirada se encuentre con la mía. —Estoy contigo, Chess. Lo sabes, ¿no?

Ahora se ve diferente, como si la intimidad del sexo hubiera expuesto una nueva capa de él. O tal vez simplemente se libera una parte de él que ha mantenido oculta. Este Finn me mira como si yo fuera suya, como si él fuera mío. Este Finn es irresistible, porque puedo tocarlo como quiera, cuando quiera. Así que lo hago. Beso sus labios, la cresta de su mejilla, el borde obstinado de su barbilla. —Estoy contigo, Finn. Todo el camino.

15 Traducido por Jessibel

Finn Llevo a Chess a un restaurante junto al agua. Nos sentamos en una enorme terraza con luces, nuestra mesa está justo al lado de la barandilla de vidrio, y vemos la puesta de sol sobre el mar mientras Chess bebe un cóctel afrutado y yo una cerveza. —¿Qué es bueno aquí? —pregunta. Por un momento, solo puedo mirarla fijamente. Su piel brilla con un bronceado claro que hace que sus ojos verdes se vean más brillantes. La brisa del océano levanta los sedosos mechones de su oscuro cabello, haciéndolos bailar alrededor de sus delgados hombros. Se ve feliz, relajada y muy satisfecha. Yo lo hice. Le di esa mirada suave y contenta. Le di esos labios hinchados por el beso. Y porque ahora puedo, porque ella está aquí, me inclino y la beso de nuevo. Es una suave y perezosa exploración de su boca con la mía. Sabe a tequila y maracuyá. Y con mucho gusto podría besarla toda la noche. Me alejo lo suficiente para verla sonreír, esos ojos verdes se iluminan de felicidad y yo también sonrío. Quiero decirle cosas. Cosas importantes, emocionales que nunca le he dicho a nadie más. Pero este cambio entre nosotros es demasiado nuevo y el lugar demasiado público. Además, ella quiere pedir comida. —Toma los tacos de langosta —le digo con otro suave beso.

Ella zumba contra mi boca y, cuando me siento, me da una mirada evaluadora. —¿Por qué sospecho que vienes a casa a comer tacos casi tanto como lo haces para ver a tus padres? Me río. —Porque lo hago. Son los mejores en SoCal. —Estoy bastante segura de que hay amantes de los tacos que defenderían sus propias ciudades. —Pueden intentarlo. —Le guiño un ojo. Mientras la miro, una sensación de rectitud me llena. He tenido momentos en los que he pensado que son perfectos. Fueron preludios a esto. Para estar verdaderamente con Chess. —Esta debería haber sido nuestra primera cita —le digo. Chess frunce el ceño, pero ella sigue sonriendo. —Pensé que lo era. Nuestra primera cita fue comer pescado frito y hablar de sexo malo. Simplemente no nos dimos cuenta todavía. —¿No lo hicimos? —No. —Sacudo la cabeza lentamente—. Pero la ejecución fue totalmente errónea. No debería haberlo hecho una cosa de amigos. Debería haberte preguntado, “Me gustas mucho, Chester Copper. ¿Saldrás conmigo realmente?” Ella ríe, pero suena sospechosamente como una risita feliz. —¿Cómo sabes que habría funcionado? Dios, me encanta su sonrisa. Quiero seguir molestándola solo para verla florecer una y otra vez. —Hubiera funcionado. Te habría besado de la forma que había querido desde que nos conocimos, y tú habrías sido mía. —Oh, en serio —dice en seco, pero veo el conocimiento en sus ojos. —De Verdad. Fui hecho para besarte, Chess.

Ella se ablanda con eso, me brinda una mirada como si está excitada. Y su voz se vuelve ronca, poniéndome duro y tenso con anticipación. —Tal vez fui yo quien te besó, Finn. La emoción atraviesa mi pecho, toma mi aire y tengo que respirar profundamente. —Si, lo hiciste. La camarera llega para tomar nuestro pedido. Cuando ella se ha ido, Chess mira hacia el agua, dándome su perfil. Ella está nerviosa, sus dedos golpean el vaso en su mano. Ninguno de los dos hemos estado en una relación, yo porque no quería, Chess porque nunca encontró a nadie que quisiera. En cierto modo, me alegro de que ambos somos nuevos en esto. Podemos ser el uno para el otro solamente. Pero una parte de mí desea que los dos supiéramos más, o al menos uno de nosotros tuviera algún conocimiento de cómo jugar esto. Pero es lo que es, y me alegro de beber mi cerveza y ver bailar a la luz del sol en el cabello de mi chica. Nuestra comida llega y comemos con gusto, hablando de nada en particular. El sol se hunde detrás del horizonte, y las luces que cuelgan sobre nosotros brillan en lo alto. Una pista de baile está dispuesta en una esquina del patio. La mayoría de los clientes mayores están bailando lentamente con una canción de Sinatra. Chess los mira, mientras las comisuras de sus labios se inclinan hacia arriba. —Desearía haber traído mi cámara. Esa pareja allí... Miro hacia atrás y veo a un hombre y una mujer que deben estar en sus ochenta años. Está vestido con un traje gris claro de tres piezas y lleva un clavel rojo en su solapa. El vestido de la mujer se parece a algo de los años cuarenta. Se mueven juntos en perfecta armonía, su mano está entrelazada en la de ella mientras se sonríen. Chess me mira, pero luego su mirada vuelve a la pareja.

—¿Cómo debe ser eso? Pasar toda una vida con alguien, y los hilos de quién eres se han entrelazado tanto que no puedes separarte sin desentrañar. No lo sé. Pero quiero averiguarlo. La canción termina y comienza otra. Es lenta, la voz de la mujer se llena de amor tierno y nostalgia agridulce mientras canta junto al piano. Escucho las letras y empiezo a sonreír. —Esta canción estaba sonando cuando te acompañé a casa esa primera noche. Chess frunce el ceño. —¿Estaba? —Elvis la estaba cantando entonces. Su expresión se aclara mientras escucha. —Can’t Help Falling in Love. Lo recuerdo. Dejo la servilleta sobre la mesa y me levanto. —Baila conmigo. Chess palidece. —¿Qué, aquí? —Esa es la idea, sí. mí.

Ella se burla, su mirada se lanza desde la pista de baile hacia

Soy paciente. Pero no voy a dejar pasar esto. No cuando es esta canción, este momento. —Hay algunas cosas de las que no tomas una foto, Chess. Tú solo las vives. —Me acerco a ella—. Toma mi mano. Por un segundo, ella solo me mira como si nunca me hubiera visto antes. No me muevo, no miro hacia otro lado. Chess lame sus labios y lentamente pone su mano en la mía. El mundo cambia entonces allí, y es como si estuviera respirando por primera vez. Tomo su mano y la conduzco a la pista de baile. Ella se mueve en mi abrazo, y entonces no hay nada más.

Solo Chess. El aroma del mar y el sol en su cabello, el suave satén de su piel. Soy un maldito caso perdido. Un hombre capaz de poesía cursi y grandes gestos. Ni siquiera me importa. Tráelo. Lo quiero todo. Flotamos juntos, apenas bailando, solo balanceándonos y escuchando la música. Su mejilla descansa contra mi pecho, sus brazos se envuelven alrededor de mi cintura como si no quisiera dejarlo ir. La sostengo más cerca, alisando mis manos por su brazo, por la estrecha pendiente de su espalda. Una parte de mí quiere arrodillarse ante ella. Presiono mi mejilla contra la coronilla de su cabeza y respiro, me abandono. Parpadea una luz blanca y, por un segundo, no la registro. Hay otra. Giro la cabeza y veo al tipo que sostiene un teléfono con cámara apuntado hacia mí. La rabia me golpea en las entrañas, tan fuerte que hago un sonido. Chess se detiene, retrocediendo un paso, su mirada se centra en el hombre también. Su cuerpo se pone rígido, y eso me mata. Estoy acostumbrado a que me tomen una foto sin mi permiso. Pero ese hijo de puta no solo violó mi privacidad, violó la de Chess. Doy un paso, y su mano presiona contra la parte baja de mi espalda. —No —dice ella en voz baja. La miro fijamente. Ella me mira con ojos suplicantes—. No vale la pena ni los problemas. Mi pulgar acaricia su barbilla. —Él no tiene ese pedazo de nosotros. Otro destello, y ahora mi mirada asesina se está moviendo. De ninguna manera. —Confía en mí, todo estará bien. Le brindo una sonrisa a Chess, le tomo la mano y me dirijo hacia el imbécil que nos toma fotos. El hombre se pone rígido tan pronto como se da cuenta de que en realidad voy a por él. Casi me siento culpable por la forma en que su mirada se mueve alrededor y su boca tiembla, como si no pudiera

decidir sonreír o echarse a correr. Físicamente, intimidar a los tipos más débiles que yo no es mi estilo. Lo hago fácil para él. —Hola, hombre. —Extiendo mi mano—. Finn Mannus. Él mira mi mano por un segundo, como si estuviera tratando de decidir si voy a arrancar la de él. Pero luego él cede y me da un débil y rápido movimiento. —Hola. Cuando no hago nada agresivo, su agarre se vuelve un poco más fuerte. —Manny, sabía que eras tú. Demonios, te amo, hombre. Sí, no me digas. Asiento, dándole una ligera sonrisa, mientras Chess se cierne a mi lado, agarrando la parte de atrás de mi camisa. Dejo caer la mano sudorosa del hombre, pero mi sonrisa permanece. —Te vi tomando fotos a mí y a mi chica. De esa manera, el hombre se pone rígido otra vez, empujando su barbilla. —Estás en público. Y eres una especie de imbécil. —Por supuesto. Me preguntaba si podría obtener una copia. —Asiento con la cabeza hacia Chess, mientras la rodeo con mi brazo—. Es nuestra primera cita. Sería genial tener un recuerdo de eso. Puedo sentir la mirada de Chess. Ella se pregunta qué demonios estoy haciendo. Lo que hace que mi sonrisa sea un poco más genuina, porque me encanta el sonido de su voz entrecortada en mi cabeza. La cita del tipo, que no ha dicho una palabra hasta ahora, se anima. —Oh, eso es tan dulce. Dougie, ¿no es eso dulce? Él le da a su chica una mirada molesta, como para decir que está a cargo, pero luego infla su pecho un poco.

—Sí, claro, Manny. —Genial. ¿Podemos echar un vistazo? —Otra sonrisa falsa—. Mi chica realmente quiere verlas. Dougie no es del todo estúpido y duda. Extiendo mi mano y lo miro fijamente, pero mantengo mi expresión agradable. Si él dice que no ahora, se mostrará como un completo idiota frente a su chica y su supuesto ídolo. Finalmente, me entrega su teléfono. Jesús, tomó muchas. Mi ira aumenta. A mi lado, los dedos de Chess se hunden en mi brazo. Pero ella no deja ver sus emociones. —Tus ojos están cerrados en esa —ella señala a la ligera. —Me gusta bailar lento con los ojos cerrados —le digo con la misma modestia, mientras resalto la foto y media docena más. Son borrosas o están demasiado desarrolladas con el flash, pero cada imagen muestra lo que siento por Chess con perfecta claridad. Y aunque no me avergüenza en absoluto de eso, la idea de que se encuentre en todo el internet, y no tengo ninguna duda de a dónde se dirigen, me da ganas de aplastar el teléfono en mis manos. Una sensación de violencia cubre mi interior como el alquitrán caliente. Dougie, el pequeño idiota, también grabó el último momento. No lo reproduzco porque no estoy seguro de poder mantener mi temperamento si lo hago. Envié todo a una dirección de correo electrónico configurada para que Charlie la verifique, con el código que utilizo para que Charlie sepa que es de mí, en la línea del asunto. Él las mantendrá seguras para mí y luego bloqueará la dirección de correo electrónico de Dougie más tarde. Dougie ve que he enviado las fotos y comienza a moverse en su asiento. Porque sigo sosteniendo su teléfono. Está claro que está preocupado de que las vaya a eliminar. Chess se tensa, obviamente pensando lo mismo. Yo podría hacerlo. Fácilmente. Tomaría un toque de un botón y no hay forma de que Dougie pueda detenerme. Tengo por lo menos siete pulgadas

y aproximadamente treinta libras de músculo en él. Pero he jugado el juego el tiempo suficiente como para que eso no ocurra. Le doy una mirada pensativa. —¿Quieres una auto foto conmigo? Él se ilumina, dejando escapar un suspiro. —Eso sería increíble. Mis mejillas duelen con todo este falso idiota sonriendo. —Veo que llevas mi gorra de equipo. Podría firmar eso para ti también. A Dougie le encanta eso. —Mierda, sí. —Genial. —Me enderezo en toda mi altura—. Todo lo que pido a cambio es que elimines esto. Su cara feliz cae. Asiento con la cabeza hacia Chess. —Mira, esta es nuestra primera cita. Me gustaría que mi chica mantuviera su privacidad. Él traga saliva. —No iba a compartirlas. Claro que no lo ibas a hacer. —Aún así —le digo—. Es difícil impresionar a una chica cuando estás preocupado por las fotos. Una vez más, sostengo su mirada. Vamos Dougie, no me hagas tirar este teléfono al Pacífico. Sé una cosa: probaré la buena ruta, pero él no está recibiendo este pedazo de Chess y yo. Dougie se frota la barbilla como el dueño del mundo. Me inclino un poco, notando cómo se pone rígido. —Además —digo en voz baja y confiada, eso es solo entre él y yo—. Estoy bastante seguro de que los muchachos apreciarían esa auto foto más que yo bailando con una chica.

Eso lo hace. Débilmente asiente. Todavía quiere sus fotos, eso es obvio. Pero él no lo empujará. Las elimino, el alivio me recorre como el aire, luego poso con Dougie para las fotos. Mi garabato en su gorra es rápido y desordenado. —Bueno, entonces —le digo, tratando de no arrojar su sombrero de nuevo en su cara. Se bueno. Se bueno—. Que tengan una buena noche, chicos. La cena va por mi cuenta. Su novia sonríe. —Realmente eres tan dulce. Te amamos, Manny. Le guiño un ojo. Y luego estoy agarrando la mano de Chess y alejándonos de la pareja tan rápido como puedo. Me dirijo hacia el puesto de anfitriona, le explico que me voy y le doy el dinero suficiente para cubrir nuestra cuenta y la de Dougie. Todo el tiempo, Chess se queda en silencio, su mano tomando la mía. Ella no dice una palabra mientras la llevo a la playa, mi paso es rápido, mi corazón aún late con rabia desatada y pesar. Nos detenemos solo para quitarnos los zapatos, nos alejamos de las luces del restaurante, el sonido de la risa y la música, lentamente dando un paso a las olas. La luna cuelga en lo alto, lo suficientemente brillante como para iluminar la playa y brillar en el océano. Me detengo lentamente. La luz de la luna brilla de color blanco en los hilos de tinta del cabello de Chess. Sus ojos son grandes y preocupados cuando me mira fijamente. —No tenías que pagar por la cena de esa rata. —Él no tuvo que darme esas fotos. Pero lo hizo. —Él fue un cretino al tomarlas. —Ella frunce el ceño al océano— . No le habría hecho eso a alguien. Suspiro, dejando que la ira se filtre fuera de mí. —Es un fan. Es lo que hacen muchos de ellos. Su mirada vuelve a mí, y una pequeña sonrisa curva sus labios.

—Lo manejaste bien. Yo solo hubiera roto su teléfono y lo hubiera despedido. Una risa sin humor resopla fuera de mí. —Sí, bueno, fui tentado. Pero eso habría causado una maldita tormenta. Es más fácil manipular la situación con amabilidad. —Eres increíble —dice ella. Pero su expresión es perturbada. Toco su mejilla, encogiendo un mechón perdido que azota el viento. —Lamento eso. Me gustaría poder decir que no volverá a ocurrir, pero no puedo garantizarlo. Mierda, probablemente pasará. Chess enrolla un dedo en el aro del cinturón de mis vaqueros. Es un toque pequeño, pero lo siento como un ancla. Una vez más, ella observa las olas. —Ya me han tomado fotos. ¿Recuerdas? Me estremezco, mi piel se tensa —Lo sé. Lo siento por eso también. —Sé que lo sientes. —Chess me mira—. Realmente te molesta esta noche, sin embargo. Mis entrañas se revuelcan y la ira vuelve. —Estábamos bailando, por el amor de Dios. Fue agradable. Odio que un idiota lo haya arruinado. Ella no aparta la vista de mí. —¿Cómo lo soportas? ¿La gente siempre quiere un pedazo de ti? Curiosamente, nadie me ha preguntado eso. —La recompensa lo vale. Por lo general. Ella muerde su labio inferior. —No sé si podría soportarlo.

Es como si ella hubiera sacado la alfombra de debajo de mis pies. De hecho, me agarro de la muñeca para mantenerme firme. Por un segundo, me concentro en respirar. —Trataré de protegerte de ello, Chess. Lo mejor que pueda. —Pero no puedes, Finn. En realidad no. No sé qué decir. Ella está en lo correcto. Y me asusta. Odio tener miedo. No es una emoción con la que quiero estar familiarizado. Ella podría irse por esto. ¿Y podría culparla? Frunce su ceño. —Es algo con lo que tendré que aprender a lidiar solo si estoy contigo. Mi cara se siente rígida, mi voz se atasca en mi garganta. —Supongo que lo es. Ella asiente de nuevo, mirando al mar. Los argumentos, persuasivos y apasionados, fluyen por mi cabeza. Pero no digo una palabra. Estoy atrapado ahí, parado en la arena. Hay algunas cosas que no puedo cambiar, no importa cuánto quiera. La fama que viene con el fútbol es una de ellas. Si hago mi trabajo correctamente, la fama es algo que se quedará conmigo durante mucho tiempo. Y estaría mintiendo si dijera que no quería eso, incluso si la fama viene con problemas. Porque la fama significa que todavía estoy en el juego, que el fútbol todavía me necesita. Quiero explicar estas cosas a Chess. Pero no puedo encontrar la manera de hacer salir las palabras. Estando tan inmóvil, no tengo ni idea de lo que pasa por su mente. Pero luego ella se mueve, y estoy tan tenso que casi me estremezco. Ella se acerca un paso y su mano ahueca mi mejilla. Me encuentro apoyado en su toque mientras ella se levanta sobre sus dedos de los pies y roza sus labios sobre los míos. —La recompensa vale la pena, Finn.

Dejo escapar un suspiro, y luego la arrastro a mis brazos. Me inclino hacia abajo, acariciando la cálida curva de su cuello. —Haré todo lo que pueda para que sigas creyendo eso, Chester.

16 Traducido por Jessibel

Chess James T. Twerk: ¿Podemos cenar esta noche? Levanto la vista de mi teléfono a Finn, que está a mi lado mientras conducimos a casa desde el aeropuerto. Se siente extraño volver a casa ahora. Realmente no sé qué esperar. Una cosa era cuando éramos amigos bailando alrededor de nuestra atracción mutua. Había un poco de seguridad en fingir. ¿Cómo lo manejaremos ahora? Los dos somos principiantes, realmente. Finn con una larga historia de sexo casual y yo con mi incapacidad para ir más allá de una o dos citas con un hombre. —¿Qué pasa? —pregunta, su atención está principalmente en la carretera. Ahora tiene un bronceado intenso y las puntas de su cabello son casi rubias por el sol. —James quiere cenar conmigo esta noche. —Le digo a Finn porque sé que es lo que hacen las parejas: informarse mutuamente de sus planes. Pero una parte de mí se siente sofocada. ¿Tengo que obtener su permiso? Finn me mira y una sonrisa irónica tira de su boca. —¿Por qué me miras? ¿Crees que me opondré o algo así? Hago una mueca e inclino mi cabeza contra la ventana. —No lo sé. —Mi mano lo alcanza y la establezco sobre su fuerte muslo. Si está cerca, quiero tocarlo. Incluso cuando mi mente es un desastre—. No sé qué demonios estoy haciendo aquí.

Él pone su mano cálida sobre la mía y me aprieta. —¿Crees que lo hago? La probabilidad de que sea yo quien lo arruine es bastante alta. Sonrío. —Gracias por la advertencia. Él sonríe también y me da una palmadita en la mano. —Recuérdalo cuando tengas la necesidad de gritarme más tarde. —Tal vez yo sea quien lo arruine. —Tal vez —él está de acuerdo, con una sonrisa descarada aligerando su expresión—. Estás prevenida, me gusta repartir el castigo en forma de sexo oral. Una risa brota de mí. —Considérame advertida. Me gustaría decir que me va a doler más que a ti, pero eso sería una mentira. Él hace que sea muy fácil sonreír, reír. Porque él está allí, y es cálido y fuerte, froto mi pulgar a lo largo de su muslo. Me encanta la forma en que se tensa y se acerca más a mí. Observo la parte de esos muslos grandes y largos y mi mirada va directo entre sus piernas. Llena bien sus jeans. Mi mitad traviesa quiere mover mi mano allí y frotar esa gran protuberancia, endurecerlo. Me imagino, inclinándome hacia abajo, sacándolo de sus vaqueros... —Chess. —Da otro apretón en mi mano—. Vas a hacer que nos salgamos de la carretera. Mi aturdimiento se acerca a su expresión acalorada y luego regresa a donde está cada vez más grueso. Lamo mis labios y él gime. —Chess... —Lo siento. —Quito mi mano de la tentación. Finn me mira de reojo mientras se desplaza un poco en su asiento.

—Nunca te arrepientas de eso. Y, si tuviera la confianza de que realmente podría conducir con seguridad mientras chupas mi miembro, estaría por encima de todo eso. Me río. Y se siente bien. Pero mi estado de ánimo rápidamente se pone serio. —El dinero de mi seguro fue depositado. Todo. Puedo comprar un nuevo lugar ahora. El auto se queda en silencio. Finn aprieta el volante. ¿no?

—Esperaste hasta que estuviese manejando para decirme eso,

—¿Por qué iba a hacer eso? —Pero la culpa se precipita sobre mi piel como una erupción caliente y con picazón. Su mirada y silencio momentáneo lo empeora. —Así no podría persuadirte con mis mejores armas. Tiene razón. Cada vez que me pone las manos encima, no puedo pensar con claridad. Echo un vistazo a la carretera, observando el tráfico. —¿Tratarías de persuadirme? Él hace un ruido en su garganta. —¿Hablas en serio? He estado temiendo que te vayas. ¿Crees que eso cambiaría ahora que estamos juntos? —No. Pero tal vez nosotros... —No lo digas —advierte. —Debería —termino—. Las cosas se pueden complicar. —Entonces, seamos sencillos. Es tan terco. —Acabamos de unirnos —le digo—. Deberíamos tomarnos tiempo para conocernos. ¿Qué pasa si empezamos a vivir de los bolsillos del otro y descubrimos que nos ponemos en los nervios del otro?

Se burla. —Hemos vivido juntos por semanas, Chess. Ese tiempo de descubrimiento ha llegado y se ha ido. Somos increíbles como compañeros de habitación e incluso mejores como amantes. El tráfico se detiene cuando llegamos a un semáforo en rojo y se vuelve hacia mí. Su gran cuerpo abruma el espacio. Puedo oler el jabón que usó en la ducha. El jabón con el que recorrí sobre cada músculo apretado mientras me había bañado con él esta mañana. Los ojos de Finn se encuentran con los míos, y veo el conocimiento de lo que nos hacemos. También veo otras cosas, sentimientos que aprietan mi pecho y calientan mis mejillas. —Estoy loco por ti —dice en voz baja—. No necesito tiempo para averiguarlo. —También estoy loca por ti —susurro—. Solo tengo miedo. Antes de que pueda parpadear, él se inclina y me da un firme beso. Es más tierno que sexual. Necesito eso más ahora. ¿Cómo sabe hacer eso? Él se retira y ahueca mi mejilla. —Vamos a estar bien. Una bocina nos hace saltar a ambos. La sonrisa de Finn es breve. —¿Ves? Discutir esto en el auto apesta. Me estaría quitando la ropa totalmente si estuviéramos en casa. —Mi arrepentimiento es un océano. —Chica lista. —Además —le digo—, voy a cenar con James cuando lleguemos a casa. —Bien —Finn no puede ocultar su decepción. Pero no dura porque el hombre definitivamente no es un desertor. Él asiente con la cabeza como si estuviera decidiendo algo—. Tendré que tomarte más tarde esta noche.

—Dios. —Me río, sacudiendo la cabeza, incluso cuando el calor lame mis muslos—. He creado un monstruo. —Cariño, no tienes ni idea.

Debería haber sabido que algo había pasado tan pronto como James me dijo que me estaba invitando a cenar en Lüke. Él sabe muy bien que me encantan los postres allí, y me convierte en una alegre, gatita ronroneadora después de comer uno. Pero no, había estado tan distraída por mi anticipación sobre dichos postres que me dejé llevar por una falsa sensación de seguridad. —Mírate —dice James, mientras nos sentamos en una pequeña mesa junto a la ventana—. Estás brillando. —Es el bronceado. —Reviso el menú, sin pasar por la sección de la cena—. Oh, han cocinado al vapor esta noche. —Orgasmo en forma de chocolate debería ser el título formal del postre. —No... no es el bronceado. James me mira por demasiado tiempo, y reprendo las ganas de subir el menú delante de mi cara. En cambio, le devuelvo su mirada con una expresión insípida. Pero no funciona. De repente se ilumina. —¡Tuvieron sexo! Unos hombres de negocios mayores, en una mesa, se vuelve hacia nosotros. Miro a los hombres que ahora nos están sonriendo, dándoles una mirada fulminante que los hace mirar hacia otro lado, y luego me inclino para sisear a James. —¿Quieres bajar tu voz? Me gusta este restaurante. Y no puedes decir que tuve sexo con Finn solo por mirarme. —Te acabas de sonrojar de un rojo brillante —señala James. Mierda.

—Muy bien, señorita Marple, tuve sexo con Finn. ¿Podemos comer ahora? —Todavía no tenemos nada para comer. Y si vas a hacerme un detective de Christie, que sea Poirot. —¡Sabía que tenías algo de Poirot! Con todos esos sombreros y pajaritas. James me mira fijamente. —¿Estás seguro de que no eres la señorita Marple? —Sinceramente, me encantaría vivir la vida de la señorita Marple cuando sea mayor. Acomodado en un pintoresco pueblo inglés, lleno de asesinatos, engaños y tés por la tarde. James apoya la barbilla en la mano. —Te he echado de menos, osa Chessie. —También te he echado de menos. James ha estado en Nueva York más que en Nueva Orleans. En este punto, veo a Finn más que a James. —¿Eso es todo? —James dice ahora, sus cejas rojas se elevan con indignación. —¿De qué estás hablando? Él resopla. —¿No vas a decirme nada sobre Finn? —Dios. ¿Cuándo te voy a dar detalles? Juro que el corbatín del hombre tiembla de ira. Prácticamente se inclina sobre la mesa. —Desde que te clavaste a Finn Mannus. —Al menos, susurraste esta vez —murmuro—. Por favor, dime que no se trata de que Finn sea famoso. —Me hieres, Chess. —James resopla—. Se trata de que finalmente obtengas lo que sé que has querido desde que lo conociste. El hecho de que haya estado un poco enamorado de él durante años

es solo un glaseado en el pastel. ¿Pero puedes culparme por querer saber? Quiero decir, vamos, ¿lo has visto? —Oh, sí lo he visto —no puedo evitar decir, luchando por mantener la cara seria. —Perra —dice con una sonrisa. —¿Tengo que recordarte que estás en una relación, James? Su expresión burlona se desvanece. —No. Lo miro bruscamente, y James juguetea con su corbatín. —¿Qué? —digo, porque esa inquietud nunca es un buen presagio—. Dios, ¿terminaste? —¿Qué? No. —James suena horrorizado. Él exhala como si se recompusiera—. No, nada de eso... Chess. —Él toma mi mano. Me alejo, mi corazón de repente golpea. —¿Por qué dices mi nombre como si alguien muriera? —Chess —dice otra vez con dolor—. Me voy a mudar a Nueva York. Las palabras se ciernen sobre nosotros como una carga, mientras miro a mi mejor amigo en silencio. Mi cara se siente demasiado caliente, mis ojos irritados. —¿Te estás moviendo? —Sí. Amo a Jamie. No me gusta estar lejos de ella. —Te estás moviendo. eso.

Estoy atascada en repetir, pero parece que no puedo salir de Él toma mi mano entonces, y siento cuán pegajosa es su piel.

—Encontré a mi persona, Chess. Después de toda la búsqueda. Después de las noches vacías de preguntarme si debería jurar a las mujeres o jurar a los hombres, encontré a alguien. No quiero esperar o tomarme las cosas con calma. Lo quiero todo ahora.

—¿Todo? —Mi boca está seca. Yo lo escucho. Por supuesto, lo escucho. Pero mi mente no se moverá más allá del hecho de que se está yendo. James me da una pequeña pero esperanzadora sonrisa. —Matrimonio, un perro llamado Sue, tal vez incluso niños. James me está diciendo esto. James que se ha burlado de la convención toda su vida. James que había insinuado y una vez dijo que tener hijos no era para todos, no era para gente como nosotros. Paso la mano por mi pelo y encuentro la frente húmeda. En silencio, James me mira, con sus ojos bien abiertos, su piel pálida contra el rojo de su cabello. Me está dejando. Él no estará aquí si las cosas no funcionan con Finn. Él no estará aquí si las cosas funcionan. No lo tendré para hablar con él cuando trabajo o cuando estoy preocupada. —Chess... Parpadeo fuera de mi niebla, y me doy cuenta de que James está mordiendo su labio. Mi dulce y divertido amigo está enamorado. Él se merece esto y más. Mi silla rasguña sobre el piso cuando me levanto de un tirón. James me mira con una clara inquietud que se convierte en sorpresa cuando me inclino sobre la mesa y tomo su mejilla en mis manos antes de darle un gran beso. —Estoy tan feliz por ti —le digo. Sonríe ligeramente, dejando escapar un suspiro angustiado. —Jesús, pensé que ibas a darme el beso de la muerte al estilo de El Padrino II o algo así. Me siento en mi silla. —Qué, como “Sé que eras tú, Fredo. Me rompiste el corazón." —¡Me rompiste el corazón! —James entona con sentimiento. Nos reímos como locos, pero dentro de mi corazón realmente hay un pequeño dolor. El cambio se está acelerando como una marea creciente contra mí, y estoy sin amarre.

Finn Como realmente no quiero andar por el apartamento, esperando a que Chess vuelva a casa después de su noche con James, decido que también iré a cenar. Llamo a Jake, quien me informa que Dex, Rolondo y uno de los jugadores, North se unirá a nosotros. Ah, y estaremos comiendo en la casa de Rolondo. Realmente no me importa lo que hagamos mientras esté fuera. Como yo, Rolondo vive en un condominio. El suyo está en el distrito central de negocios. Ubicado en el decimoquinto piso, el lugar parece sacado de Versalles, con carpintería de estilo francés pintada en gris pálido, paredes espejadas y candelabros de cristal adornados. —Jesús, Ro —le digo, mientras me lleva a una cocina blanca con pisos de cuadros blancos y negros—. Siento que debería haberme vestido para la ocasión. Dex está apoyado en un mostrador y toma una cerveza. —Rolondo siempre ha sido particular sobre su lugar. Y, en particular, quiero decir anal como el infierno. —La casa de un hombre es su castillo —entona Rolondo. Acepto la cerveza que Rolondo me da. —No creo que tengas que tomar eso literalmente. Dex resopla justo cuando suena el timbre de la puerta. —Perras celosas —dice Rolondo antes de ir a abrir la puerta. Pero su voz hace eco en el pasillo—. Sigue así y ve si comparto mis costillas. —Mierda —murmura Dex—. Esa es la receta de su madre. No querrás perderte esas costillas. No lo dudo. La cocina está perfumada con el aroma de las carnes y especias asadas lentamente. Mi boca saliva un poco. Es raro, casi no sé cómo actuar. Jake y yo somos cercanos. Pero no he salido mucho socialmente con los demás. Dex también está

rígido, agarrando su cerveza como si quisiera aplastar la botella. No lo conozco lo suficiente como para decirlo, pero parece triste. Dado que hay una recompensa por su virginidad, y la prensa lo ha estado acosando, yo diría que tiene derecho a estarlo. Lo curioso es que sé sin lugar a dudas que el tipo grande no es virgen. No después de la forma en que habló de las bragas de su mujer. Me molesta la forma en que la prensa lo ha estado tratando. Para empeorar las cosas con Dex, alguien robó su teléfono y puso fotos de desnudos de su chica en las redes sociales. Cuando pienso en alguien que pueda hacerle eso a Chess, el nivel de rabia que siento me asusta. No sé cómo lo manejaría. En el pasillo, escucho a Jake hablar de algo y la voz de North se une. Rolondo lleva a Jake y North a la cocina. —Mierda, es como una estela aquí. —Jake mira a su alrededor—.Ustedes dos se están peleando o algo así? Dex se endereza y frunce su ceño. —No. Mierda, Ryder. —No lo escuches —le digo a Dex—. Vive para el drama. —Resulta que tengo cuatro... —Hermanas —decimos todos al unísono. —Lo sabemos —agrego con los ojos en blanco—. Todos lo sabemos. Jake saca una cerveza de la nevera y quita la tapa, frunciendo el ceño. —No repito con tanta frecuencia. —Sigue diciéndote eso —murmura Rolondo, mientras revisa algo en el horno. —Mierda —North macarrones con queso?

se

inclina

hacia

adentro—.

¿Eso

es

—Y pan de maíz —agrega Rolondo. —Estoy visitando tu casa con más frecuencia. —North es nuevo, ya que firmó al inicio de esta temporada. El afortunado bastardo era

un agente libre en ese momento y una superestrella. Ya que nuestro equipo estaba desesperado por un buen jugador de defensa, él básicamente tuvo que escribir su cheque de pago. Luego se lastimó rápidamente y acaba de recuperarse. Algo que todos necesitamos, ya que él hace jugadas. Rolondo va a terminar la cena, ordenándole a Dex que consiga los platos ya que ha estado aquí a menudo, a Jake que corte el pan de maíz, y para que North y yo nos salgamos del camino. —¿Por qué reciben un tratamiento especial? —Jake se queja. —Si Manny se corta un dedo —dice Rolondo—, me lanzará pases de mierda y no quiero ser el culpable. —¿Y North? —Es su primera vez aquí. Deja de hacer preguntas y corta el maldito pan. Riendo, ayudo a Dex con los cubiertos y pronto comemos la mejor comida casera al estilo sureño que he tenido desde que puedo recordar. —Maldición, Ro —le digo entre bocados de costillas tiernas—, si tienes dudas sobre qué hacer después de la jubilación, podrías encontrar trabajo como chef fácilmente. Él gruñe, chupando un hueso. —Yo, Dex y un par de nuestros amigos de la universidad hemos estado pensando en abrir algunos restaurantes. Entraremos temprano en el negocio para que podamos aprender lo que estamos haciendo. —¿En serio? —Miro a Dex, quien parece no darse cuenta pero se mete macarrones en la boca sin mirar hacia arriba—. Podría ser divertido. La mirada de Rolondo se desliza hacia Dex, y su expresión se vuelve pensativa, pero no se detiene. —Sí. Nunca es demasiado temprano para planear.

—Odio pensar en el futuro —dice Jake, agarrando otro pedazo de pan de maíz—. El cambio apesta. —El cambio sucederá, te guste o no, hombre. —North toma un trago de su cerveza—. Resiste todo lo que quieras, pero te conseguirá. —Como el Boogeyman, ¿eh? —dice Jake con un resoplido. —Pienso sobre ello —le digo—. El futuro. —Me asusta muchísimo —admite Rolondo—. Sin jugar fútbol. Pero, ¿qué puedes hacer? Así es la vida. —No todo lo bueno en la vida gira en torno al fútbol —dice Dex en voz baja. Él mira alrededor de la mesa cuando todos nos callamos y lo miramos—. Por favor, dime que los tontos saben esto. North se recuesta en su asiento. —¿Qué, te refieres a las mujeres? —Él pone los ojos en blanco—. Inténtalo de nuevo. —Encontrar a alguien para compartir tu vida importa —Dex insiste en su manera tranquila. North resopla. —Conocí a una mujer de la cual me enamoré perdidamente. Tanto, que insistí en que nos casáramos. Quería bloquear esa mierda, ya sabes. —Él tira una miga de la mesa—. Tuvimos dos buenos años antes de que se aburriera y se acostara con mi compañero de equipo. Bueno, con tres de ellos. —¿De una vez? —Jake pregunta, casi como si no pudiera evitarlo. Pero luego palidece cuando North le da una mirada de muerte—. Lo siento, solo lo dejé salir... Eso es jodido, hombre. North suspira. —Tal vez ella lo hizo. ¿Quién diablos lo sabe? Rolondo se inclina hacia adelante. —¿Así que piensas que porque tu esposa terminó siendo una tramposa, todo es una tontería? —Sacude la cabeza—. Hombre, no le des ese poder.

—No lo hago. —North frunce el ceño—. Sólo estoy diciendo... — Él hace un sonido agitado—. No lo sé. Simplemente no pongas todas tus esperanzas en una mujer. —No lo hago —dice Rolondo sucintamente. —O un hombre —agrega North. Ro se encoge de hombros pero no parece convencido. A mi, por otro lado, no me gusta esta conversación. Mi pecho se está apretando, y me encuentro soltando lo que tengo en mente. —Chess y yo nos juntamos durante la semana de descanso. —¿Qué? ¿Justo ahora? —Las cejas de Rolondo se elevan—. Pensé que habías conseguido eso desde el principio. —Vamos. —Lo miro y él levanta sus manos en paz. —Lo siento, lo siento. Pensé que tenías relaciones con la Sra. Copper desde que la conociste. Pongo mis ojos en blanco y él ríe. —De todos modos —digo—. Ella tiene su cheque de seguro para poder conseguir un nuevo lugar pero... —Deja que se mude —North interrumpe—. Por el amor de todo lo que es sagrado, déjala ir y tómatelo con calma. Por supuesto. No. —Entiendo que estás saliendo de una mala relación, pero no veo el problema de que Chess se quede. Quiero que se quede. Él lanza un largo suspiro de sufrimiento. —¿Alguna vez has vivido con una mujer? —He estado viviendo con ella por un tiempo. —Sí, pero no has estado teniendo sexo con ella hasta ahora. Jake ríe entre dientes, y le doy la espalda. Mientras, North sigue hablando. —Ser compañeros de cuarto es una cosa. Empiezas a acostarte con ella y de repente va a esperar más. Las novias tienen derechos.

—Levanta una mano y comienza a contar con los dedos—. El derecho a saber a dónde vas. Donde has estado. —No me importa decirle esas cosas. Quiero que ella lo sepa. Los ojos de North se clavan en mí. —El derecho a quejarse cuando tu trabajo te mantiene alejado. —Eso es cierto —dice Jake—. Se quejan. —¿Cuándo has tenido una relación? —me burlo. —He tenido citas. Siempre se quejan. Demonios, las conquistas se quejan cuando te levantas de la cama para prepararte para la práctica. Rolondo asiente. —Los amigos están hablando de cómo sus esposas les dan mierda toda la temporada. Y ni siquiera quieres saber sobre los problemas por los campamentos de entrenamiento que pondrán sobre tus hombros. Especialmente si tienes hijos. La frustración sube por mi garganta y me paso una mano por la cara. —Se supone que ustedes me están haciendo sentir mejor, que no me digan esto. —Oh, ¿eso es lo que estamos haciendo aquí? —Rolondo pregunta con una risa. Miro a Dex que todavía está meditando. —Estás viviendo con Fiona. Ayúdame. Me mira fijamente durante un largo rato. —No me arrepiento de vivir con Fiona por un segundo. Me encanta. —Ves —le digo a la tripulación del día del juicio final, mientras gesticula hacia Dex. —Pero —Dex continúa de esa manera tan metódicamente suya—. Creo que ella quiere salir corriendo conmigo. —¿Qué? —Rolondo y yo decimos al mismo tiempo.

Dex se ve completamente en blanco mientras pincha su pulgar. —Ella está deprimida por toda esta mierda, y en lugar de acercarse a mí, se está retirando. —Es casi pesada la forma en que trata de levantar los hombros en un encogimiento de hombros—. Así que supongo que hay verdad en lo que están diciendo. Esta vida no es fácil para nuestros seres queridos. No por mucho tiempo. Me vuelvo a recostar en mi silla cuando los chicos empiezan a regañar a Dex por su chica. Mi mente se desvía hacia Chess. Siempre hablamos las cosas. Nuestra relación se basa en la comunicación. Tuvimos esa palmadita antes incluso de tocarnos. Chess no se retiraría. Sí, pero ella ha dudado de ti todo este tiempo. Ella está a un paso de enloquecer incluso ahora. ¿Cómo será ella a largo plazo? Cuando te hayas ido más de lo que estás alrededor. ¿La culpas? ¿Quién querría eso? La acidez estomacal me golpea de golpe, y me froto el pecho. Mierda, ¿por qué salí con los chicos? La ignorancia es verdaderamente la felicidad. El futuro es un lugar oscuro y turbio del que ya no quiero participar. North mira hacia mí, su mirada es de conocimiento. —Estás pensando en eso ahora, ¿no? —Vete a la mierda —le digo sin ningún tipo de calor. Sé que él sólo está cuidando de mí. Todavía lo odio un poco por el momento. —No escuches toda esta mierda —dice Dex en voz baja—. Tengo amigos que tienen buenas relaciones, relaciones felices. —¿Eres feliz? —No puedo evitar preguntar. Se acaricia la barba, claramente pensando en cómo responder, lo que no augura nada bueno. Todos nos quedamos en silencio, esperando. —Estoy fluyendo —dice finalmente—. Estoy enamorado de una mujer, y ella es mi alegría. Y eso me asusta muchísimo.

La mesa está en silencio mientras todos tomamos sus palabras. North asiente levemente, con un aspecto tan triste que mi ardor de estómago aumenta. —¿Soy feliz? —repite Dex—. Sí. Soy feliz tanto como puede ser un chico despistado. ¿Estoy en paz? No aún no. Pero estoy trabajando en eso. —Estoy deprimido —anuncia Jake, retirando su plato de su lugar—. Esta conversación es deprimente. —No siempre podemos estar hablando del próximo paso de expansión de Zelda —le digo, empujando mi plato hacia atrás también. Jake pone los ojos en blanco pero luego me mira. —¿Qué vas a hacer? —Le pedí que se quedara conmigo. No puedo devolver eso. — No. Quiero—. Así que supongo que procederé con cautela y esperaré lo mejor. Algunas veces realmente odio que pueda leer a la gente tan bien, porque mis muchachos piensan claramente que mi nuevo plan es una mierda. Tienen la amabilidad de no decirlo en voz alta, pero el daño ya está hecho. Para cuando me dirijo a casa en un taxi, estoy tomando antiácidos, de mal humor, y un poco borracho.

17 Traducido por Jessibel

Chess Finn no está allí cuando llego a casa. Y tengo que reírme de mí misma porque esperaba que él estuviera. Después de todas mis aspiraciones sobre la independencia y asfixia de vivir con alguien, odio volver a casa a un lugar vacío. Oh, ironía, perra amarga. Encuentro su nota en el mostrador de la cocina. Fui a la casa de Rolondo a cenar. No quería enviarte mensajes de texto e interrumpir el tiempo de tu amigo. ¿Ves? Te estoy dando espacio, completamente. ;-) -F En la parte inferior de la nota, dibuja una figura sonriente de un hombre que lleva una corona y sostiene una pelota de fútbol y... Me inclino más cerca, mirando el dibujo en la tenue luz, luego dejo escapar una carcajada. —Enfermo, hombre enfermo. La figura de palitos de Finn también tiene un enorme miembro. Y es claramente feliz. Sonrío ampliamente, sostengo la nota en mi corazón en un momento de completa sensiblería y luego la sujeto a la nevera de acero inoxidable con un imán de flor de lis. El rey Finn con su feliz miembro ahora puede gobernar sobre la cocina. Su nota ha expulsado algo de mi dolor. Pero no lo suficiente. Está demasiado tranquilo en el condominio, el zumbido de la nevera

destaca el hecho. Me sirvo un vaso de vino tinto y me lo llevo a mi habitación. Me visto con mis pijamas y observo la cama con temor. La habitación de Finn está justo al final del pasillo en la esquina más alejada del apartamento. La he visto. Por supuesto que la miré. Pero realmente nunca he estado allí. Se sentía como un umbral que no me atrevería a cruzar, como si entrar allí hiciera más real la tentación de Finn. Recojo mi copa de vino y me dirijo a su habitación. Es ridículo que mi ritmo cardíaco se acelere, como si estuviera entrando sin permiso. La habitación es oscura, iluminada solo por la luz que entra por las enormes ventanas en forma de arcos, que dan al río y la que mira hacia Jackson Square. Me arrastro como un ladrón, me abro camino a través del amplio espacio y enciendo una lámpara de noche. Al igual que mi habitación, tiene una chimenea en una pared, pero su habitación es el doble del tamaño que la mía y está pintada de un rojo intenso y profundo. El color es demasiado oscuro para mí, pero se siente acogedor, como un capullo. Hay una cama grande de tamaño matrimonial de madera desgastada y relleno de lino natural que ocupa una pared, mientras un sofá para dormir ocupa la otra. El televisor está montado sobre el brazo de la chimenea y me imagino a Finn sacándolo y colocándolo de cara a la cama para poder recostarse y ver su amado espectáculo deportivo. Se siente extraño ahora que nunca lo he visitado aquí. Ciertamente ha metido la cabeza en mi habitación las veces suficientes para ver lo que estaba haciendo. Aunque, siempre tuve la impresión de que estaba vagamente decepcionado de que no me había encontrado desnuda. El muy diablillo. Enciendo la otra lámpara de noche y miro la obra de arte en las paredes. No hay mucho, algunas pinturas abstractas en la pared junto al sofá, una de gran tamaño en blanco y negro con un toque de pintura dorada sobre la cama. En la pared al lado de la cama, hay una imagen grande y enmarcada del Haystack Rock en Oregon. Un

poco de paisaje, que, me doy cuenta con una pequeña sacudida, fue presentado en Goonies. Miro la foto y otro escalofrío me atraviesa. Echo un vistazo a todas las fotos. El polvo se ha asentado en el borde del marco blanco, así que sé que no es nuevo. Ha estado allí un rato, establecido justo donde Finn podía mirarlo mientras estaba acostado en su cama. Me doy la vuelta y observo su baño. —Jesús. Es un palacio. Todo de mármol blanco, una enorme bañera independiente que podía albergar a dos personas, una ducha con paredes de vidrio que podía acomodar a tres. El inodoro tiene su propio cuarto, y las bromas sobre el trono corren por mi cabeza cuando cierro la puerta. Sobre la bañera cuelga una araña de cristal que parece un barco de vela, un poco de fantasía inesperada que me encanta. En todo lo bonito, dejó su cepillo en el mostrador junto a tres tubos de varios productos de hombres para el cabello, y su pasta de dientes permanece abierta en el lavabo. Lucho contra la necesidad de taparlo y volver a ponerlo en la pequeña taza gris que sostiene su cepillo de dientes. Pero no estoy aquí para ordenar. El vestidor es igual de impresionante. Paredes gris oscuro, carpintería blanca. Filas de trajes oscuros, zapatos de cuero pulido y luego una pared completa de zapatos atléticos. Tiene cajones y cajones de ropa casual. Una sección dedicada a la ropa deportiva. El lugar huele a él, persiste la colonia que a veces lleva. El espacio es tan grande, que solo ocupa la mitad. La otra mitad podría ser tuya. Mira todos esos estantes vacíos y barras solitarias, esperando que la ropa cuelgue en ella. Trago un sorbo de vino, luego me doy la vuelta y me voy. No me detengo hasta estar en mi habitación más pequeña. Me encanta este espacio. Es cómodo, con un baño que, aunque está perfectamente hecho, es lo suficientemente pequeño como para encontrarlo en la mayoría de los hogares.

El espacio de Finn es como un sueño. Grande y audaz, habla del escalón más alto de riqueza y el privilegio. Sus sábanas son de lino fino, su funda de edredón es de cachemira. Ni siquiera puedo permitirme una funda de cachemira. Echo un vistazo al color crema del extremo de mi cama y resoplo. Porque es cachemira, y es de Finn. ¿Realmente me estoy volviendo loca por el dinero de Finn? ¿O es solo una excusa conveniente? Pienso en James y en Nueva York. James ya no estará aquí. Mi paño de lágrimas me está dejando. Con un suspiro, me tumbo en mi cama y me envuelvo en la sábana. —Soy un maldito desastre que habla sola. Decido ignorar mi cerebro y establecerme con un buen libro que resulta cada vez más difícil de leer. Mi concentración se dispara y mi autocompasión es ridículamente alta. Estoy cerca de ponerme sentimental cuando Finn finalmente llega a casa. Mi corazón da un pequeño salto cuando lo escucho abrir y luego cerrar la puerta principal. Él está aquí. Finn lo entenderá. Me dará un abrazo y me dejará llorar en su hombro. Él me dirá que todo va a estar bien. Camina junto a mi habitación, ni siquiera me mira, aunque mi puerta está abierta y la luz está encendida. Lo veo pasar, mi boca se queda abierta. Por un momento, solo hay silencio en mi habitación y el sonido de él entrando a la suya. Y entonces comienzan los gritos. —¿Chess? ¡Chessssss! ¡Chester! —Es tan fuerte que temo que los vecinos llamen a la policía. —Jesús —murmuro, luego grito—. ¿Qué? Sus pasos pisan fuerte y luego aparece en la puerta, con un gran ceño fruncido en su rostro. —¿Qué diablos estás haciendo aquí? Suena tan descontento que quiero reírme. —Eh... ¿Preparándome para dormir?

Esto claramente no lo aplaca. —¿Por qué estás haciendo eso aquí? —Porque es mi habitación. Parece como si él estuviera chupando un limón podrido, torciendo su boca, sus fosas nasales lucen enrojecidas. —Esta no es tu habitación. Es la habitación de invitados. —Puro disgusto e indignación gotea de sus labios. Y él levanta su brazo para señalar el pasillo—. Tu habitación se encuentra en esa dirección. Se para, con los brazos cruzados sobre el pecho, como un rey esperando una explicación. Y pongo mis ojos en blanco. —Disculpa por no presumir… ¡arrk! Finn me levanta, me pone sobre su hombro y se dirige a su habitación. —Ni siquiera empieces con eso. Estamos juntos ahora. Mi cama es tu cama. —¡Bájame, imbécil! —El piso está muy abajo. —Lo haré. Una vez que estemos en nuestra habitación. —Él le da a mi trasero una bofetada. —Jesús, realmente eres un hombre de las cavernas. —Prefiero el escenario de Tarzán y Jane —dice con facilidad—. Me vería genial en un taparrabos, ¿no crees? —Dios, vaya ego en ti. —Sin embargo, estoy en silencio de acuerdo. Él ríe entre dientes, se tambalea un poco, lo que me asusta, y me agarro de la cintura de sus vaqueros. —Si me dejas caer, te mataré. —No te voy a dejar caer. —Entra en el dormitorio y se detiene—. No, mentí. Te estoy dejando caer por completo. Con eso, él me deja caer sobre su cama, más suavemente de lo que había imaginado. Ni siquiera reboto. Yo, sin embargo, me siento y la miro.

—Estás loco, idiota. Él simplemente se queda allí sonriendo. —Palos y piedras, Chess. —Eso ni siquiera tiene sentido. Finn se rasca la nuca y frunce el ceño. —Eh. Supongo que no. —Con un encogimiento de hombros, se deja caer en la cama junto a mí, y todo el marco gime en señal de protesta. Me pongo de lado y realmente lo miro. Su piel es rosada y sus ojos están vidriosos. La sonrisa torpe y torcida está de nuevo en su lugar. —Hola —dice—. Hola, Chess. —¿Qué? —¿Qué, qué? —pregunta de nuevo, y luego se ríe. Frunzo mi ceño. El olor de la cerveza y la carne asada se evapora de él. No es un mal olor pero no es la norma. —¿Estás borracho? Estoy en posición supina en la cama, cuando Finn deja escapar un suspiro expansivo. —Sí. Trato de no reír. —Bueno, al menos eres honesto al respecto. —Es un poco difícil ocultarlo. —Él gira la cabeza y me mira—. Tengamos sexo. La risa con la que he estado luchando se me escapa, sorprendida y un poco sin aliento. —Sí, mejor no. Sólo lo digo casi en serio. Cada vez que Finn lo dice de esa manera, mi cuerpo reacciona. En necesidad, pero bien. Sus ojos azules son grandes y suplicantes.

—Pero te deseo. —No soy buena en tener sexo con hombres borrachos. —No critiques el sexo borracho hasta que lo intentes. —Él me brinda una mirada burlona que parece más bizca que cualquier otra cosa. Resoplo. —Lo siento, pero no. —¿Crees que me quejaré más tarde de que te hayas aprovechado de mí? —Finn lame el borde de sus dientes con la lengua—. Te prometo que no lo haré. —Tal vez tenga miedo de que no recuerdes mi nombre por la mañana —bromeo. —No es posible —murmura—. Siempre estás en mi mente. —Él se ríe entonces. Es una risita real—. Es como esa canción de Willie Nelson. —Empieza a cantar You Were Always On My Mind con un sonido horrible, pero se ríe a carcajadas a mitad del primer estribillo. —Pensé que era una canción de Elvis. —Cualquiera que sea el caso... —él toma una gran bocanada de aire y canta—, dame una oportunidad más para mantenerte satisfecha... —Si no dejas de cantar como Willie, me iré —advierto con una sonrisa. La cara de Finn se queda en blanco por un segundo y luego intenta su mejor tono de Elvis en su lugar. Él saca dos palabras antes de que los dos rompemos a reír. Nos acostamos en la cama riendo por un buen minuto antes de que él atrapa mi mirada con la suya. Los últimos vestigios de mi autocompasión se desvanecen y ahí está Finn y este momento en el que los dos estamos jadeando y con los ojos llorosos de risa. Su expresión se vuelve tierna. —Maldición, te adoro.

ceja.

Dios, mi corazón. No puedo soportarlo. Trazo la curva de su —Tú también has crecido en mí, Mannus. —Soy como un hongo de esa manera —él acepta felizmente.

Me inclino y beso su frente. Trata de atrapar mi boca, pero falla y obtiene mi barbilla. —Está bien, chico grande —le digo, poniéndome de rodillas—. Vamos a desvestirte. —¿Para el sexo? —él parpadea hacia mí con ojos esperanzados. —Para la cama. —¿Siempre eres tan mala? —Él hace un puchero, quitándose los zapatos. Uno golpea la puerta del baño con un ruido sordo. Lo que es impresionante, ya que está al otro lado de la habitación. —Sí. —Está bien. —Finn suspira y estira los brazos como si estuviera a punto de hacer ángeles en la cama. —La ropa, Finn. —Bien. Y ella dice que no me quiere. Ayudar a Finn a quitarse la ropa no es fácil. Se está volviendo loco cuando no está intentando. Y luego está la sonrisa tonta que no dejará de darme. Es adorable y molesto a la vez. Especialmente cuando se enreda en su camisa. Finalmente lo libero y luego saco sus vaqueros. —Levanta tu trasero para que pueda quitarte esto. —Tú dices las cosas más sexis, Chester. Pongo mis ojos en blanco y tiro cuando él cumple. Sus pantalones vaqueros y calzoncillos salen como uno solo y me quedo sujetándolos mientras observo la gloria que es su cuerpo desnudo tendido en la cama. Y es glorioso, no hay duda de eso. Me da una mirada acalorada a través de los párpados bajos. —Estás mirando mi pene.

—Es duro. Muy duro. La barra gruesa apunta hacia arriba. Mi sexo se contrae en respuesta. Finn desliza una mano sobre su longitud. —Es una condición relacionada con Chess. ¿Quieres ayudarme con eso? Sí. Quiero chuparlo como una paleta, luego hundirme en él y... Cálmate, nena. No, no, no. —Eres implacable —le digo, tirando a un lado su ropa. —También es una condición relacionada con Chess. —Mmmhmmm. Vamos, metete debajo de las mantas. —No hasta que te desvistas también. La firmeza de su barbilla me dice que no va a dejar pasar esto. Con un suspiro, me quito la ropa, consciente de su observación. Sin embargo, es la forma en que mira lo que realmente me afecta. Claramente le gusta lo que ve, pero hay una ternura en su expresión, como si me estuviera bebiendo, memorizando cada línea de mi cuerpo, acariciándola, lo que hace que mi corazón se apriete. Sacudo el sentimiento y me pongo a su lado. —Ya. Ahora ambos podemos ir a dormir. —Eres tan hermosa —dice. Me aclaro la garganta, pero mi voz todavía está ronca. —Tú también eres hermoso. No parece escucharme, pero sigue mirándome a la cara como si fuera la respuesta a un viejo enigma. —¿Cómo tuve tanta suerte de encontrarte? —Debe ser tu sangre irlandesa. —Me muevo para tomar su brazo y ayudarlo a levantarse cuando Finn ataca. Se da vuelta para sujetarme a la cama y la punta de su miembro toca mi abertura, donde está resbaladiza y necesitada. Ambos nos detenemos, mirándonos el uno al otro, nuestra respiración se vuelve

un poco errática. Sé que siente lo mojada que estoy. Le doy una débil sonrisa. —Es una condición relacionada con Finn. Las palabras apenas salen de mi boca cuando gime y empuja con rapidez y a profundidad. Ambos gemimos entonces, arqueo mi espalda y bajo las caderas. Una segunda pausa y luego me está penetrando con golpes constantes pero duros. Dejo de pensar. Me muevo con él, mis manos se deslizan sobre sus músculos firmes. Se siente tan bien cuando me llena, cuando me acaricia. —No debíamos hacer esto. Estás borracho. —Es tu culpa. —Gruñe—. Me dejaste sentir tu sexo. Se acabó el juego, bebé. —Tú metiste tu pene en mi sexo. —Me quejo—. Es tu culpa. El sudor rueda por su sien y gira sus caderas de una manera que llega a todos los lugares correctos. —Si quieres ser técnica, metí mi pene después de que sentí... —Cállate y tómame, Mannus. Un escalofrío lo atraviesa y luego me penetra tan fuerte que me hunde en la cama. Se siente tan bien. Sus labios rozan mi mejilla. —Me encanta esto. Maldición, me encanta esto. A mi también. Mucho. Nada es como estar con Finn. Envuelvo mis piernas alrededor de su cintura y acaricio el hueco húmedo de su cuello. Se estremece cuando lo lamo allí, chupo su suave piel. Quiero morderlo, apretar los dientes y dejar que me monte. —Maldición, Chess. Dime que esto es real. Que no te aburrirás y harás un trío sin mí. Las palabras tardan un segundo en registrarse. Pero retrocedo y lo miro. —¡Finn! —golpeo a su lado para llamar su atención.

Se detiene, muy dentro de mí. Puedo sentir el pulso de su miembro y casi me distrae. Casi. Le doy un pequeño empujón en el hombro. —No acabas de decir eso. Esta es la razón por la que no deberíamos tener relaciones sexuales cuando él habla borracho. Me mira y muele su base contra mi clítoris solo una vez como si su cuerpo fuera independiente de su mente, luego gime. —Lo siento —se las arregla. Él parpadea hacia mí y toma otra respiración—. Eso fue estúpido... no creo que tú... Es solo que la esposa de North se tiró a otros tres tipos y la chica de Dex está deprimida. Jake piensa que todo es una mierda, y Rolondo me advierte acerca de los problemas del campamento de entrenamiento... No tengo idea de qué está hablando, pero su expresión está agravada y angustiada. Mi mano acaricia su espalda. —¿Qué tipo de cena con salsa loca fue esa? —Una horrible —se lamenta, lentamente comienza a moverse de nuevo. Dios, él sabe moverse. Mis párpados se agitan y paso mi mano hacia su firme trasero. —Me dio acidez estomacal y quise volver a casa contigo — afirma—. Pero siguieron hablando de relaciones y dándome cervezas. Lucho con una risita. Y se queja un poco más, frunciendo el ceño ante el recuerdo. —Pobre bebé —le susurro, tirando de él hacia abajo para darle un beso. Su boca se encuentra con la mía. Es un poco descuidado pero intenso, como si quisiera devorarme, y mi pulso se acelera, el calor aumenta. Me muevo debajo de él, y él comienza a empujar de nuevo, con fuerza, son bombeos con gruñidos que se sienten tan bien, que jadeo. —Dime que lo intentaremos —exige dentro de un beso—. Dime que no lloraré en mis macarrones.

Mis labios se contraen, pero tomo sus mejillas y lo beso profundamente. —Lo intentaremos. No llores en los macarrones, Finn. —No —él está de acuerdo. Y luego es todo negocio, moviéndose con habilidad y precisión. Consigo el orgasmo antes incluso de saber que me golpea. Mi reacción hace que Finn se ponga en marcha. Estoy bastante segura de que él obtuvo el suyo, pero el segundo orgasmo me distrae demasiado. Me golpea tan fuerte, que pierdo la pista de las cosas. Para cuando vuelvo a asentarme en la Tierra, me duele la garganta y he llamado a Finn un dios varias veces. Puede que haya usado otros términos. No puedo recordar. Sudoroso y jadeando a mi lado, me da una mirada perezosa y complacida. —Me alegro de que hayamos llegado a un acuerdo, Chester. —Sus labios rozan los míos—. Cállate ahora, tu maestro del sexo necesita descansar. Cierto. Yo lo había llamado así. Estoy demasiado cansada para hacer algo más que colocar mi brazo sobre su pecho resbaladizo y caer en un sueño bien merecido.

Finn La mañana no es mi amiga. Tenemos una relación dudosa en el mejor de los casos; Me levanto temprano porque tengo que hacerlo, no porque lo disfrute. ¿Pero ahora mismo? Siento que un camión me pasó por encima mientras dormía. Parpadeo, tratando de aclarar mi visión, y noto la delgada forma de Chess de pie junto a la cama. Ella me sonríe con una expresión que es un poco malvada. —Buenos días, estrella. Lamo mis labios secos, logro rodar sobre mi espalda. —¿Crees… —digo con voz ronca—, que ambos podríamos fingir que estoy perfectamente bien ahora? La risa de Chess por encima de su taza se cierne sobre mí. —Ahora, ¿por qué querríamos hacer eso? Trato de fulminarla con la mirada, pero mi ojo pulsa, y en su lugar gimo. Chess sonríe tanto que sus mejillas se hinchan. Ella retrocede un paso, y solo entonces noto la taza de café humeante en su mano. —Por favor di que es para mí. —No lo sé. ¿Puedes sentarte? Con un gruñido, levanto mi triste trasero y me desplomo contra la cabecera. La habitación se inclina por un segundo, y respiro profundamente. —Café. Chess se sienta en el borde de la cama y me entrega la taza. Ella es una diosa porque el café es fuerte y negro con la cantidad exacta de azúcar. —Oh, esto es bueno. Se acurruca un poco más cerca, descansando su cabeza junto a la mía en la cabecera acolchada.

—¿Estás bien? —¿Yo? Por favor. Tengo el metabolismo de un dios. —Por supuesto. Tomo otro sorbo de café y pellizco el puente de mi nariz. —¿Qué hora es? —Las doce. —¿Qué? —levanto mi cabeza demasiado rápido. Error—. ¿Me perdí el primer desayuno y las elevaciones? Los ojos verdes y fríos me estudian. —¿Exactamente cuántas cervezas tomaste anoche? —No fue la cerveza —murmuro en mi taza—. La absenta podría haber estado involucrada en algún momento. Jake es un fanático. Ella se queda en silencio y yo giro la cabeza para mirarla. —En serio, ¿podemos fingir que esto no sucedió? —¿Recuerdas todo? Recuerdo que estoy desnudo. Y mi miembro se revuelve. Su memoria es de cristal. —Sí —le digo, mi miembro cada vez más duro—. En general, soy un poco tonto cuando estoy borracho, pero no olvido las cosas. Desafortunadamente. Ella sonríe entonces. —Fuiste un poco tonto. —Lo siento. —Mucho. Chess lidiando como un imbécil borracho no era como quería que fuera nuestra primera noche en casa. —Fue lindo. —Su cabeza se mueve hacia mi hombro. Termino mi muy necesitado café en dos tragos rápidos y coloco la taza en la mesa auxiliar. Me coloco más cómodamente en la cama, y meto a Chess en la curva a mi lado. —Canté, ¿no es así? Chess se ríe y acaricia mi abdomen inferior.

—Elvis y Willie Nelson. —Jesús. —Sabes, si tiñes de negro tu pelo, serías un buen joven Elvis. Ella parpadea hacia mí—.¿Conoces Hound Dog? —Lindo. —¿Jailhouse Rock? —De veras, Chester, No seas cruel. Ella se detiene y luego ríe. —Veo lo que hiciste allí. Me doy vuelta hasta que estoy encima de ella. —Oh, noooo, I’m Stuck On You. —Oh, Dios, para —ella se ríe, sus dulces tetas rozan mi pecho. Me abro camino entre sus piernas y me acomodo. —¿Te rindes? —le doy un pequeño empujón a mis caderas, amando la forma en que se retuerce debajo de mí—. Es ahora o nunca. —No —declara acaloradamente entre risas, pero sus caderas se balancean contra mi miembro, instándome a seguir. Le acaricio el cuello, y ella se estremece. Así que acaricio un poco más. —Hombre, eres una Mujer de Cabeza Dura. Eso está bien, mamá, no hay necesidad de que te preocupes... —¡Argh! Tu melosidad quema. Quema. —Sus ojos verdes me miran. Sonrío ampliamente, nuestras narices casi se tocan. —¿Qué? ¿Quieres Un Poco Menos de Conversación? Entiendo totalmente. Simplemente pasaré el tiempo aquí y seré tu Oso de Peluche. —Me rindo, me rindo —gime ella.

Sonrío triunfalmente, apoyo mi cabeza al lado de la suya, mi cuerpo envuelve el suyo. —No te metas con el maestro. Sus manos encuentran su camino a mi espalda para avivar mi piel desnuda. Me estremezco de placer. Chess pasa un dedo por mi espalda. —Quién sabía que eras tan fanático de Elvis. —Es por mi mamá y mi papá. Solían escuchar canciones de Elvis los domingos por la noche cuando cocinaban juntos. Mimándome un poco más. Chess zumba, es un ruido alegre. —Tus padres son demasiado lindos. —¿Mencioné que cantaron? —me quejo—. Lo juro, solo eso fue responsable de la mitad de mi angustia adolescente. —Mis padres cantaron canciones de musicales. Amaban los duetos. —Bien. Tú ganas. —Me instalo a mi lado y la traigo hacia mi. Si permanezco por encima de ella, mi miembro tendrá ideas que, francamente, mi estómago débil y mi cabeza no pueden manejar en este momento. Chess descansando sobre mí se siente tan bien, estoy feliz de acariciarle el pelo y dormitar. Pero mi cerebro no se apaga. —Oye —murmuro—. ¿Cómo fue tu cena con James? Al instante, ella se tensa, lo que también me pone tenso. Levanto la cabeza para mirarla. Ella frunce el ceño. —Está bien —dice ella. —Ese es el peor bien que he escuchado, Chess. Con un suspiro, se deja caer de espaldas y parpadea mirando hacia el techo. —¿Chess?

—James se está moviendo —suelta—. A Nueva York para vivir con Jamie. Demonios. —Porque está enamorado. —Ella hace que la palabra suene como una maldición. —¿Y eso es malo? Chess me mira. —No. Sí. —Un sonido ahogado se le escapa—. Odio el cambio. Mierda, lo odio. —Cariño. —Pongo mi mano en su vientre, dándole ese pequeño consuelo. Ella está tensa como una bobina, su cuerpo tiembla—. Lamento que se esté moviendo. Las lágrimas se forman en las esquinas de sus ojos, pero ella mira al techo sin parpadear, como si quisiera que no cayeran. —Él me está dejando. —Él no te está dejando. Se está quedando con Jamie. —No estás ayudando. Sí, tengo eso. —Todavía puedes visitarlo. Demonios, te compraré boletos para todos los fines de semana, si quieres. Chess me brinda una sonrisa temblorosa, pero luego su expresión se arruga y empieza a sollozar. El pánico me recorre. —Ven aquí. —La abrazo—. Chester. Bebé, no llores. —No estoy —gime, agarrando mis hombros y hundiendo su cara en el hueco entre mis pectorales. —Lo siento —murmuro, con ganas de sonreír a pesar del hecho de que su dolor también me duele. Nunca he conocido a una mujer menos dispuesta a admitir la debilidad. Ella es tan mala como una jugadora de fútbol de esa manera.

Suavemente la balanceo mientras ella solloza, su cuerpo se estremece con eso. Le acaricio la espalda y los largos mechones de su cabello. Ella se aferra más fuerte. —Todo está cambiando —grita ella—. Mi casa se ha ido. Mis cosas. Mi mejor amigo se ha ido. Todo se ha ido. Estoy aquí. No me estoy yendo. Pero no digo una palabra. Esto no es sobre mí. Solo la sostengo. —Maldita Jamie —se queja entre sollozos—. Maldita seductora de mejores amigos. No puedo evitarlo, una risita se libera. He conocido a Jamie a través de uno de los chats de FaceTime de Chess y James. Seductora no es; más como un cruce entre Tinker Bell y Urkel. Chess se congela, claramente me ha escuchado reír. Al instante, me siento como un imbécil. Ella está sufriendo y... Un resoplido la deja. Y entonces ella también se está riendo, es un sonido ronco y espeso con lágrimas. —Oh, Dios mío, soy un idiota. Sonrío y la acurruco más cerca hasta que no hay una pulgada de espacio entre nosotros. —Estas molesta. Si Jake se fuera de la ciudad para juntarse con una simpática nerda, yo también estaría furioso. Con un suspiro, ella cae contra mí. —Me gusta Jamie. —Sé que lo haces. Ella no dice nada, y yo tampoco. El rápido latido de su corazón golpea contra mis costillas. Paso mi mano por su espalda. Después de un rato, ella se agita. —No soy una llorona —murmura contra mi pecho húmedo. —Está bien. —Le beso la sien. —No soy. Ni siquiera me gustan las películas tontas. Paso los dedos por mi pelo.

—Yo tampoco. —Odio a James. —¿Quieres que le dé una patada en el trasero? Puedo sentir su sonrisa. —No. Lo amo. Por un agudo segundo, realmente quiero patearle el trasero a James, resintiéndolo por haber recibido esas palabras de Chess. Me alejo y miro su cara hinchada con lágrimas. Con una mueca, se limpia las mejillas. —Necesito un pañuelo. —Te conseguiré uno. —Mi voz es extrañamente gruesa. Me muevo para levantarme pero ella me detiene con un toque en mi brazo. —Gracias. Por estar aquí. Mi mano se siente pesada cuando tomo su mejilla. —Vas a estar bien, Chester. Se inclina hacia mi toque, pero su expresión es ajena. Terca como siempre. —¿Cómo puedes saber eso? Le doy una pequeña sonrisa, mi pulgar acaricia su mejilla húmeda. —Porque estoy haciendo mi trabajo para velar para que lo estés.

18 Traducido por Jessibel

Finn Por primera vez en mi vida, paso todo el día en la cama con una mujer. No sé lo que dice eso de mí. ¿He llevado una vida superficial? ¿O simplemente la he estado esperando? No me detengo a pensar en ello. Me estoy divirtiendo mucho. Después de que Chess se establece, nos damos una ducha. Ducharse juntos debe ser una regla de la casa. Al menos cuando no tengo a dónde ir, porque no es una experiencia que quiero apresurar. Agradezco mi previsión por haberle pedido a mi contratista que instalase un banco incorporado en mi enorme ducha. Me puedo sentar cómodamente allí, con los muslos abiertos, y dejar que Chess me monte mientras el agua caliente cae sobre nosotros. Perfección. Después de la ducha, es justo volver a la cama. Nos instalamos y dejo que Chess elija una película por ambos. —Voy a pedir una pizza —le digo a ella mientras se desplaza por el menú de la película. —Quiero albóndigas. —¿Albóndigas? —sacudo la cabeza—. Eso es sólo una exageración. Ordena salchichas como una persona normal. —Albóndigas. Y cebollas. —Sin cebollas. Chess me da una mirada larga.

—Te estoy dando albóndigas —le digo. Ella ríe, y yo pongo mis ojos en blanco. —No hay aliento de cebolla, risitas —le digo sobre su risa. —Bien. —Ella se desplaza por una fila de títulos de películas—. Y queso extra. —Es un hecho. Llamo para nuestra orden y luego arrojo el teléfono a un lado. —¿Estás escogiendo Ocean's Eleven? Excelente. Chess descansa su cabeza en el hueco de mi hombro cuando la película comienza a reproducirse. —¿Por qué pareces tan sorprendido por mi elección? —Pensé que elegirías una película para chicas. —Porque eso es así para mí —dice ella. —No te gustan las películas sentimentales. Las películas de chicas no siempre son tontas. También pueden ser blandas. Chess pellizca mi pezón y sonríe cuando grito. Ella frota mi carne maltratada. —Ocean's Eleven es una película para chicas, ya sabes. —No lo es. Es una película de chicos completamente. —No lo es. —Es también. Son una banda de hermanos que diseñan un plan inteligente para robar lo imposible, al tiempo que forman un vínculo emocional, pero masculino en el proceso. Chess levanta la cabeza para encontrarse con mi mirada. Sus labios se curvan en una sonrisa reprimida. —Vínculo masculino, ¿eh? —Su sonrisa se despliega—. Te das cuenta de que todo el plan era que Danny Ocean recuperara el amor de su esposa, ¿verdad? —Puff. Trama secundario. Se trataba de los chicos.

—La negación es fuerte con este. —Su expresión se limita a compadecerse—. ¿Y has mirado realmente el elenco? Es como un buffet de bombones masculinos muy sexis. Miro la pantalla donde Brad Pitt ahora está hablando con un apuesto George Clooney. Estoy lo suficientemente cómodo en mi virilidad como para admitir que Clooney puede hacer el mejor trabajo posible. Frunzo el ceño. —Creo que deberíamos elegir otra película. Pongamos Los Siete Magníficos. —Más bombones. —Estás aniquilando las películas para mí, Chester. Ella sonríe ampliamente y luego se acerca para besarme. —Eres lindo cuando estás gruñón. Gruño, pero todo es espectáculo. Soy jodida masilla en sus manos. Chess pasa una mano por mi pecho. Nos seguimos tocando el uno al otro. Lo hago porque parece que no puedo parar. Ociosamente, me pregunto si es lo mismo para ella. —¿Por qué sigues llamándome Chester? —pregunta ella, observando su mano deslizarse sobre mi piel. —¿Por qué sigues dejándome? —contesto. —Honestamente no lo sé. Odio mi nombre. Ella tiene una buena razón; No puedo concebir que una mujer quiera ser llamada Chester. Pero me molesta que ella odie una parte de sí misma. La mirada de Chess se entorna. —Responde la pregunta. —De acuerdo, mandona. —Me volteo hacia ella, apoyando mi cabeza en mi mano—. Te llamo Chester porque en cuanto supe que en realidad era tu nombre, empecé a enamorarme de ti.

Una luz suave llena sus ojos verdes. Pero su expresión sigue siendo dudosa. Mi chica necesita honestidad brutal para creer que algo es verdad. Así que se lo doy. —Ahí estabas, esta hermosa y feroz guerrera amazónica, fulminándome con el fuego de odio. Y tenías el nombre más ridículo y desagradable... Se queda boquiabierta. —¡Ahhh! Evado sus dedos pellizcando, mientras rio. —Es un nombre poco atractivo, pero entrañable. Chess se lanza contra mí y ataca mis costillas porque sabe que tengo cosquillas. Maldiciones y terribles amenazas salen de su boca. Tomo sus manos en las mías y fácilmente la vuelvo a colocar en la cama. Ella resopla y mira con furia, mientras me coloco en sus caderas y la encierro. —Idiota —murmura, pero no hay enojo por ello. Sus labios se curvan y luego suelta una carcajada, como si no pudiera evitarlo. Y me encanta eso de ella, esta chica brusca con la armadura feroz, no puede evitar reírse de mis burlas. Ella me sonríe y de repente me duele el pecho. El cabello negro como la tinta se extiende como un abanico en las sábanas, los ojos verde cristal brillan de alegría, la boca bonita de color rosa con una amplia sonrisa, es la mujer más hermosa que he visto nunca. —Oh, mierda, Chester Copper, estoy tan loco por ti, que no hay vuelta atrás. Beso esos dulces labios. —¿No lo has descubierto? —digo contra ellos—. Cada vez que te llamo Chester, digo que te adoro. Adoro cada parte de ti. Ella hace un suave ruido en su garganta, su mirada me recorre como la miel cálida. —Finn... No peleas limpio.

—Nunca lo haré cuando se trata de ti, Chess. Eres mi chica y yo soy tu chico. El destino lo sabe. Lo sé. Ahora ve con el programa. Me muevo para besarla otra vez cuando suena el timbre. Estoy tentado a ignorarlo. Pero Chess me conoce demasiado bien. —Ve por nuestra pizza —dice ella—. Me muero de hambre. Mi estómago gruñe, de acuerdo con ella. Le doy un beso rápido, y salto de la cama para encontrar algo para ponerme. Agarro un par de pantalones de pijama y salto dentro de ellos. El timbre vuelve a sonar. —Maldición, ya voy —le digo, sin molestarme con una camisa, ya que el chico de la pizza está claramente impaciente como el infierno. Suena por tercera vez cuando abro la puerta. —Hombre, es bueno que tenga hambre o... Me congelo, con la boca abierta. Britt está en el pasillo, envuelta en una capa borrosa y una nube de perfume caro. —¿Britt? Ella se mueve justo delante de mí, sus largas piernas caminando con propósito. —¿Te olvidaste de nuestra reunión? En confusión, cierro la puerta y la sigo por el pasillo. —¿Reunión? Britt se vuelve y entra en mi espacio personal. —Finn, he cometido un terrible error. Levanto mis manos. —¿De qué estás hablando? Britt se detiene, pero luego se pone de pie. —Sobre nosotros. Creo que deberíamos tratar de estar juntos. —Britt, nunca fuimos...

—Pero podríamos ser —dice ella, su mirada busca en mi cara—. El destino nos unió. —Y nos separó —le digo sin pensar, y luego hago una mueca cuando la veo estremecerse—. Lo siento. No lo quise decir de esa manera. —Lo hiciste. Y lo comprendo. —Su mano se levanta como si me suplicara—. Es por eso que creo que podríamos ser buenos el uno para el otro. —No entiendo lo que quieres decir. —El sudor brota en mi piel. Miro hacia la habitación donde me espera Chess. Debería llamarla, advertirle que Britt está aquí. Pero no quiero empeorar esto. Britt se para delante de mí. Demasiado cerca. —Tal vez podríamos curarnos, si... —levanta la mano de nuevo en un gesto de impotencia—. Tenía otro... Así, mi corazón se rompe por ella. —Oh, cariño, no. —Agarro sus hombros y los encuentro temblando—. No, Britt. Pero ella no parece escucharme. Antes de que pueda decir una palabra, ella presiona contra mí, su boca en busca de la mía.

Chess Finn se está demorando mucho con la pizza, y francamente estoy muy hambrienta como para esperar a que él la traiga aquí. El sexo con Finn me da hambre. Sonriendo ante la idea de colocar una cama junto a la cocina, me pongo una de sus camisetas de gran tamaño para cazarle. El material sedoso roza las puntas sensibles de mis pezones cuando se posa sobre mí y cae a mis muslos. El hecho de que incluso note mis pezones me hace reír un poco. Dios, me ha convertido en un hedonista. Esa estúpida sonrisa todavía está en mi cara cuando salgo de su habitación y corro directamente a una pesadilla de grandes proporciones. Me detengo, mi corazón se contrae, mis músculos se tensan. Britt Larson está en los brazos de mi hombre, con la cara metida en el hueco de su cuello. Esa. Es. Mi. Curva. No sé si hago un sonido o Finn está solo en sintonía conmigo, porque instantáneamente gira la cabeza y me llama la atención. Una mirada de horror tira de su cara. Y por un segundo agonizante, estoy paralizada por el miedo. Entonces empiezo a pensar de nuevo y me doy cuenta de que también me está mirando como si fuera su salvavidas. —Chess. —Levanta sus manos detrás de la espalda de Britt en una súplica. Britt se pone rígida. Los ojos azul hielo me miran con furia a través de un velo de cabello pálido. Inmediatamente, ella se tambalea. —Dijiste que no estabas con ella —acusa a Finn. ¿Perdón? Siento que mis cejas se arquean. Finn, por otro lado, se separa del agarre de Britt. —No estaba en el momento. Pero quería estar. —Su tono es firme—. Y ahora estoy.

Si bien me gustaría sentirme cálida y dulce al respecto, no tengo más que un jersey fino y mi cabello enredado. Todo está bien y bonito cuando doy vueltas en la cama de Finn, pero no cuando te enfrentas a una modelo envuelta en alta costura y con botas Jimmy Choo hasta la rodilla. Me vuelvo para cambiarme cuando Britt estalla en llanto. Es el horrible grito de alguien que lo ha perdido por completo. Por el amor de... Finn me hace un gesto de impotencia, su mirada me inmoviliza en el lugar. Su desesperación es palpable. Pero es Britt quien tiene mi simpatía. Debería estar molesta que se haya tirado sobre mi hombre. Pero ella está tan angustiada que no puedo estarlo. Le brindo a Finn una mirada que dice, consuélala y volveré enseguida, me apresuro a mi habitación para agarrar algunas mallas. No toma más que unos pocos segundos, sin embargo, todavía los encuentro de pie en el pasillo, Finn acaricia torpemente la cabeza de Britt mientras ella solloza. —Aquí. —Con cuidado, tomo el brazo tembloroso de Britt—. Vamos a sentarnos. La conduzco hacia el sofá y, cuando se deja caer sobre ella en una situación miserable, me siento a su lado y la avivo. —¿Podrías conseguir algo de agua y pañuelos? —le pregunto a Finn. —Claro. —Finn casi salta a la acción, claramente feliz de estar haciendo otra cosa que no sea tratar con una mujer que llora. No puedo culparlo; Ha tenido que lidiar conmigo llorando antes. Dos mujeres seguidas es probablemente una pesadilla para un hombre. —Lo siento mucho —dice Britt entre lágrimas—. No quise llorar así. No suelo... Dios, esto es embarazoso. —Está bien —le digo—. Todo el mundo lo pierde en algún momento, y generalmente ocurre en el peor lugar posible. La ley de Murphy y todo eso. Ella remueve el cabello de su cara y me mira con consideración.

—Estás siendo muy amable. No sé si me gustaría entender estando en la misma posición. —¿Y qué posición es esa? Britt hace una mueca. —Otra mujer tirándose sobre tu novio. Finn toma ese momento para regresar a la habitación. Sus pasos son inseguros como si fuera consciente de que entró en una bomba potencial, pero no puede girar la cola y correr. En silencio, le entrega a Britt una caja de pañuelos y un vaso de agua helada. Finn y yo intercambiamos una mirada. Se acerca a mí y pone la mano en mi hombro, como si yo fuera quien necesita calma. O tal vez él está preocupado de que yo esté enojada. Le doy un apretón tranquilizador a su mano y luego me concentro en Britt. Delicadamente, ella suena su nariz y luego toma un trago. —Realmente lo siento, Finn. No pensé. Yo... —ella comienza a llorar de nuevo. —Háblame —dice en voz baja. —No sé qué decir —gime, retorciendo el tejido con las manos— . No puedo pensar con claridad. No puedo dormir. Lloro todo el tiempo. Pensé que venir a verte me traería consuelo. —Ella resopla con una risa triste—. Obviamente, fue un grave error. —No es un error —dice—. Quiero ayudarte. Britt pone los ojos en blanco mientras se suena la nariz, esta vez más fuerte. —No me hagas caso. Él se estremece y me mira de nuevo. Y parpadeo hacia él, un poco sorprendida. No había estado mintiendo cuando dijo que era una mierda con las mujeres. Porque es terrible en esto. Al menos con Britt. Y, sin embargo, siempre ha sido maravilloso conmigo, sin esfuerzo, perfecto. Perfectamente imperfecto. Britt habla de nuevo.

—La extraño, Finn. —Ella comienza a sollozar, ahora en voz baja, sus hombros tiemblan—. Ni siquiera la quería al principio. ¿Puedes creer eso? Finn se frota las manos, y de repente se ve agotado. —Sí. Britt lo mira con ojos que brillan de dolor y algo más profundo. —Ella habría sido tan hermosa, ¿no crees? Él traga saliva. —Por supuesto que lo habría hecho. Esto es demasiado personal. Soy una intrusa aquí. Me muevo para irme cuando Finn agarra mi mano y la sujeta con fuerza. Su mirada fugaz es clara: espera que me quede. Me acomodo con cierta reticencia, y él entrelaza sus dedos con los míos mientras se sienta en el brazo del sofá. Su calor presiona en mi hombro, como si él necesitara que lo apoye. —Nunca la olvidaremos. Pero, Britt, tenemos que encontrar una manera de seguir adelante. Ella se ve horrorizada y disgustada por él, y Finn palidece como si algo lo hubiera golpeado. Me duele el corazón por él, porque tiene razón. No es cruel querer eso. —No puedo —se queja. Mi pulgar acaricia el dorso de la mano de Finn. —Mira —le digo a Britt—. No nos conocemos, y entiendo que esta no es la mejor manera de conocer. Pero, ¿has pensado en ir a hablar con alguien? Britt sacude la barbilla y su mirada se aleja. —No necesito eso. No estoy completamente destrozada. —No es un signo de debilidad buscar ayuda —le digo—. Lo hice una vez. Finn se estremece de sorpresa, pero él no dice una palabra. Su mano, sin embargo, sostiene la mía un poco más fuerte.

—Tuve que lidiar con algunas cosas hace unos años —le digo, ignorando las inquietudes que se inician en mi vientre. Siempre lo hacen cuando hablo de ese momento, así que no es una sorpresa—. Y me costó mucho lidiar por un tiempo. Sé que no es lo mismo que tu pérdida. Sí, me dijo Finn. Pero sé cómo la depresión puede consumirte. Britt me mira fijamente, con los ojos muy abiertos y un poco vidriosos. Yo también conozco esa mirada. Solía verla en el espejo. Hay días que todavía lo hago. Ella lame sus labios enrojecidos, como si estuviera nerviosa. —¿Y funcionó? —Ayudó mucho. Fui a un consejero. Era un espacio seguro donde podía hablar y sacarme las cosas del pecho. Ella muerde su labio inferior, aprieta los dedos y yo pongo mi mano libre sobre la de ella. —Si no te gusta, no tienes que continuar. Con un suspiro, ella se pone de pie. —Debería irme. —No tienes que hacerlo —asegura Finn. Y le daré crédito, aunque él había sido un desastre cuando ella llegó, ahora parece sincero. Pero Britt sacude la cabeza, su mirada se dirige a Finn. —Obviamente estaba interrumpiendo algo. Solo en ese momento me doy cuenta de que Finn está usando un par de pantalones de pijama a la cadera y nada más. Lo que debe ser un testimonio de mi distracción porque se ve delicioso. Finn se mira a sí mismo, y la piel se sonroja un poco, adquiriendo un tono rosa dorado intenso. —Cierto. Él pone las manos en las caderas, luego parece darse cuenta de que solo resalta sus músculos, debido a que sus manos caen a los lados. Cambia su peso como si no supiera qué demonios hacer.

Yo también estoy de pie. —Si lo deseas, puedo obtener la información de contacto de la persona que vi. —Gracias. Pero encontraré a alguien. —Britt me da una sonrisa tensa, pero está claro que quiere huir. No la culpo, y no voy a interponerme en su camino. A veces, tienes que lamer tus heridas en privado. Me alejo, dejándola pasar. —Dame un segundo —Finn me dice, y lleva a Britt a la puerta. Se detienen en el pasillo, con las cabezas inclinadas, hablando en voz baja. Desde un punto de vista artístico, se ven hermosos juntos, su luz y su oscuridad. Lo juro, su fama combinada tiene un brillo. Algo acerca de ellos te hace seguir buscando, incluso si no quieres. Nunca esperé estar con alguien como Finn. Él nunca será completamente mío. Siempre tendré que compartirlo con el público. Estoy bien con eso. Estoy orgullosa de Finn. Pero verlo de pie junto a Britt arrastra mis pensamientos por caminos más oscuros y menos seguros de los que definitivamente no estoy orgullosa. Me ha molestado antes, pero ahora esas viejas inseguridades se muestran repentinamente en toda su horrible gloria. No quiero verlas más de lo que quiero ver a Britt y Finn como un par bonito. Pero no puedo apartar la mirada. Quiero volver a la cama, envuelta en sexo y en Finn, donde el mundo real es un murmullo lejano y el presente no es más que placer y calor. Lo quiero tanto que se siente como desesperación. Y eso me asusta.

19 Traducido por Jessibel

Finn —¿Cuándo vas a mudar tus cosas a nuestra habitación? —le pregunto a Chess mientras ella se para en el baño de invitados maquillada. Chess se detiene, lleva el delineador de ojos en la mano y me mira a través del reflejo del espejo. —¿Qué importa dónde están mis cosas? Dormimos en la misma cama. Técnicamente, supongo que tiene razón. Pero ha pasado una semana desde que regresamos de California. Y llámame impaciente, pero cada vez que ella se desvía hacia esta habitación para vestirse, me encuentro preocupado. Toda la escena con Britt llegando a mi puerta no ha ayudado en nada. Tenía miedo de que Chess enloqueciera. Pero ella había tratado a Britt con compasión y una amabilidad que me hizo sentir avergonzado. Aún así, Chess se ha alejado a veces. No sé si es porque James se va o es algo más. Y no saber me preocupa también. —Se siente significativo —le digo a ella. —¿Significativo? —ella pasa el delineador de ojos sobre su párpado, es una línea de color verde oscuro hecho con una precisión que me fascina. Me encanta verla hacer cosas personales que nadie más puede ver. Y sé que es lo mismo para ella. Cada vez que me afeito, Chess

aparece en el baño y se sienta en el mostrador como si se estuviera acomodando para un espectáculo. —Sí, significativo —repito—. Como si estuvieras manteniendo esta habitación como una especie de zona segura. Chess parpadea como si hubiera hablado en un idioma extranjero. Pero ahora la conozco demasiado bien, lo que significa que sé cuándo se está estancando. Cruzo mis brazos sobre mi pecho y la espero fuera. Lentamente ella baja su delineador de ojos. —A veces odio lo perceptivo que eres. —Mi trabajo es leer a las personas. Chess se da vuelta y se apoya en el mostrador. —Tú eres el primer hombre con el que he vivido. —Tú eres mi primera también. —Le dedico una breve sonrisa—. Me gusta eso de nosotros, la verdad sea dicha. —Hombre de las cavernas —dice ella con un resoplido de risa. —Así que estamos establecidos. Chess se muerde el labio con una expresión de desconcierto. —¿Nunca experimentas algún momento de duda? Tal vez debería ser insultado por eso, pero no lo estoy. Somos más parecidos de lo que ella se da cuenta. —Por supuesto. Me asusté muchísimo cuando me di cuenta de que lo que sentía por ti iba más allá de la simple atracción o amistad. Pero Dex me recordó una vez que no dudamos en el campo de fútbol, y dudar en la vida es estúpido. —¿Estúpido? —ella levanta una delicada ceja negra. —Bueno... —sonrío—. Más como una pérdida de energía que puede ser mejor gastada en otras cosas. Chess se empuja del mostrador y camina hacia mí. Las espirales de calor bajan a mis entrañas, mis abdominales se tensan en respuesta. Ella envuelve sus brazos alrededor de mi cuello y se

levanta de puntilla. Su beso es de dulce afecto y apreciación prolongada. Mis manos se deslizan hacia su redondo trasero y le doy un apretón. Chess hace un pequeño ruido en su garganta y se inclina hacia mí, su lengua lame mi labio inferior como si fuera un caramelo. Una oleada de lujuria me atraviesa, caliente y espesa, pero no puedo evitar sonreír contra sus deliciosos labios. —No estás tratando de distraerme ahora, ¿verdad, Chester? Ella me da un pequeño pellizco que va directamente a mi miembro, luego se retira lo suficiente como para mirarme a los ojos. —No creo que te des cuenta de lo irresistible que eres, Finnegan. Sus dedos trazan círculos perezosos en mi cuello, y mis párpados se abren cuando me agacho para otro beso. Ella jadea de placer. Y nos perdemos en besos suaves y sin prisas antes de que ella vuelva a hablar. —Digamos que la distracción es una ventaja adicional. Rio entre dientes, luego le doy una palmada en su trasero. Chess grita y me fulmina. —Un día, te voy a azotar el trasero, Mannus, y veremos quién se está riendo entonces. —Perversión, me gusta. Chess ahueca mi mejilla. —¿Quieres ayudarme a mover mis cosas? Sonrío ampliamente y le doy un rápido beso. —Está bien, pero démosle a esta cama de invitados una buena despedida primero. Ella grita mientras envuelvo mis brazos debajo de su trasero y la levanto. Llegamos a la cama pero solo apenas.

—Creo que deberíamos cambiar el colchón antes de que vuelvan a visitar tus padres —dice Chess mientras cuelga un vestido negro—. No se siente bien, imaginándolos durmiendo en eso después de lo que acabamos de hacer allí. Suelto una risa y coloco una cesta llena de su ropa. —No sé, quiero poner una placa conmemorativa. En este sitio, Finnegan Mannus le dio a Chester Copper cinco orgasmos y la redujo a lágrimas de placer. —Creo que fuiste el único que se rompió. —Fue un momento emocional. Ella me quita la cesta. —¿Qué cajones puedo tomar? El vestidor es una plaza grande con estanterías en dos paredes, perchas para colgar en las otras dos y un gran tocador en el centro. —He llenado el lado izquierdo del armario. ¿Por qué no tomas el lado derecho? Permíteme simplemente sacar algunas cosas viejas de este cajón. —Suena bien. Desde un cajón de arriba, empiezo a sacar una pila de talones de boletos viejos y programas de juegos universitarios del día —mierda nostálgica de la que parece que no puedo deshacerme—, y las coloco en la parte superior de la cómoda. —Estoy pensando que probablemente deberíamos poner un espejo aquí. ¿Sabes, del tipo que usan las mujeres para ponerse los pendientes y todo eso? Mi mamá tiene una en su vestidor... Chess hace un sonido suave, y miro hacia atrás. Pero ella ni siquiera me está mirando. Sus ojos están en la parte superior de la cómoda, con su piel pálida y su expresión angustiada. Me toma un segundo darme cuenta de lo que está mirando, pero cuando lo hago, mi corazón da un vuelco doloroso. Dispersos entre

los papeles, hay una ecografía con la palabra, "Cacahuete" garabateada en la parte superior con un lápiz rojo vivo. El aire en la habitación se enrarece. Puedo escuchar el latido de mi corazón, sentirlo tratando de liberarse. Pero no puedo moverme. La mano de Chess se desliza en la mía. —Finn. Mis dedos convulsionan, agarrando los suyos con fuerza. Con su mano libre, Chess se acerca, sus dedos simplemente bailan en los bordes de la imagen. —¿Puedo? —me susurra. Débilmente, asiento. Ella maneja el pedazo de papel endeble como si fuera un gema preciosa, acercándolo para mirar la imagen. Un escalofrío me recorre. No quiero tocarlo. Pero no puedo apartar la mirada. —Olvidé que lo puse allí —le susurro a Chess o a la imagen de mi bebé, no lo sé. Lo había tirado tan descuidadamente en un cajón para dejarlo en la oscuridad. Con una mano temblorosa, tomo la foto de Chess. Es una ecografía antigua que solo muestra un esquema, no la versión más moderna, y de alta tecnología que ofrece una imagen perfecta. —Britt fue supersticiosa al ver la cara del bebé antes de que naciera —le digo a Chess con una voz que suena como grava gruesa—. Dijo que algunas cosas deberían ser una sorpresa. —Cariño... —Chess apoya su mejilla contra mi brazo. —Ni siquiera sé si me arrepiento de esa decisión o no. Chess envuelve un brazo alrededor de mi cintura y me abraza contra mi costado. Me giro a su calor, y respiro profundamente. —Estoy bien —le digo—. Estoy. Aunque a veces me siento triste. —Lo sé —dice ella, acariciando mi estómago. Mi pulgar toca la pequeña imagen.

Chess habla de nuevo en un tono bajo, vacilante. —Podría enmarcarlo para ti, si lo deseas. Por un largo momento, miro a mi bebé. —No. —Aclaro mi garganta—. No creo que pueda manejarlo... —Pero ella necesita un lugar más seguro para descansar. —Por supuesto. Respiro profundo y coloco suavemente la ecografía sobre la cómoda, lejos de todo el desorden, antes de girarme. Me vuelvo hacia Chess y la envuelvo en mis brazos. Ella me abraza fuerte. —Me siento mal por Britt —murmuro en el pelo de Chess—. Pero lo siento si se puso muy intenso cuando apareció. Chess me mira. —Nunca te arrepientas de algo así. —Su mirada verde busca en mi cara—. Está bien, ya sabes, que sean amigos. Tal vez puedan darse algo el uno al otro que nadie más pueda. —Dios, por favor, no digas eso. —¿Decir qué? —Que yo tengo algo que nadie más puede darle. Odio la idea de que Britt sufra, pero no creo que yo sea quien le ayude. Ella parece pensar... Dudo, y Chess frunce el ceño. —¿Qué? —Antes de que entraras, Britt comenzó a decir que pensaba que estábamos destinados a estar juntos. —Paso una mano por mi cara—. Ella está un poco en mal estado, Chess. Estaba hablando de tener otro bebé conmigo. Creo que ella quiere... recrear... No puedo terminar. —Mierda —susurra Chess. —Ella necesita ayuda, Chess. Pero no puedo dársela. Traté de decirle que habrá otras oportunidades. Ella encontrará a alguien y tendrá hijos un día. Ambos lo haremos.

Si no estuviera mirando directamente a Chess, lo habría perdido. Ella es buena ocultándolo, le da un apretón a mi mano. —Lo harás. Chess deja ir mi mano y abre un cajón para llenarlo con calcetines. Me quedo allí en un pesado silencio. —Algo que dije te molestó. Ella mira hacia mí. —Por supuesto que estoy molesta. Tu dolor es mío. Eso creo. Siento eso. Es un consuelo que nunca esperé pero aprecio. Aún así. —Eso no es todo, sin embargo. Algo te duele personalmente. ¿Qué es? La línea de sus delgados hombros se tensa. Ella abre el siguiente cajón. —Estoy bien, Finn. En serio. Tomo su mano y detengo sus movimientos. —Chess, vamos. Algo te ha estado molestando desde que Britt apareció aquí. ¿Crees que no puedo verlo? Un destello de pánico ilumina sus ojos antes de que ella desvía la mirada. —Ahora no es el momento de hablar de esto. Se libera de mí y sale del vestidor. La sigo. —Nunca hay un momento adecuado para hablar de mierda dolorosa. Pero estoy aquí. —La alcanzo, agarro su codo y ella se detiene. Me muevo más cerca, hasta que mi pecho está presionado contra su espalda—. Háblame. Por favor. Soy lo suficientemente alto como para ver que sus ojos se cierran, y el dolor se agolpa en su rostro.

—No puedo tenerlos. Niños. Bebés. Es lo último que esperaba que dijera. —¿Qué? Su respiración se estremece. —Soy básicamente infértil. Mierda. Todos los comentarios que he hecho sobre tener hijos nadan en mi cabeza. Tenía que haber sido una bofetada para Chess. Pero ella me dejó divagar y llorar sobre su hombro. —Cariño... —me acerco a ella. Ella se aleja de mí y comienza a pasearse. —Me enteré durante todo el fiasco de látex. Siempre he tenido malos períodos, calambres horribles, todo eso. Pensé que el problema del látex estaba relacionado con el uso... De todos modos, hicieron todo un chequeo y descubrieron que tenía quistes en mi útero. —Ella habla cada vez más rápido—. Me los habían sacado. Pero fue tan malo que hubo cicatrices significativas y los doctores me dijeron que tengo pocas o ninguna posibilidad de quedar embarazada. Útero deformado y todo eso. —Chess... Ella habla sobre mí, el tono de su voz se eleva. —Y no es como si hubiera estado soñando con bebés o algo así. Pero cuando te quitan la elección... —ella sacude la cabeza, parpadeando rápidamente. Antes de que pueda moverse otra vez, agarro su mano y la acuesto en mi regazo mientras me siento en el sofá. Su postura es rígida pero se vuelve hacia mí. —No es lo mismo que pasaste, pero sé cómo se siente perder algo que ni siquiera sabías que querías. —Lo siento mucho, Chess —digo, ahuecando su mejilla. Ella se apoya en mi toque, y su mano se levanta para apoyarse en mi pecho. —Es lo que es.

—Sí, pero has tenido que escucharme seguir y seguir... —Oye —ella interrumpió suavemente—. Quiero escuchar. Quiero estar aquí para ti. Asiento, pero antes de que pueda responder, ella habla de nuevo. —Pero quieres algo que nunca te podré dar. más.

Las palabras se inflan entre nosotros. Y me siento crecer aún —¿Qué quieres decir? —pregunto. Sin embargo, lo sé. Chess me da una sonrisa triste.

—Quieres niños. Lo sabes ahora. Y no puedo tenerlos. —Sus párpados caen—. Pienso en eso y en lo que significa para el futuro de nosotros. Y me asusta. —Chess... —Déjame decirte esto. Sé lo que valgo. Sé que quien soy es la suma de todos, no las partes que no son perfectas. Sé que si quiero hijos, puedo adoptar o encontrar un sustituto. Hay opciones. Ya he tenido todas estas conversaciones conmigo misma. Su mano se desliza sobre mi pecho en un círculo lento y constante, como si yo fuera quien necesita calma. —Y sé que acabamos de juntarnos y pensar en estas cosas es precipitado. Pero ahora estamos viviendo juntos, diciendo... cosas emocionales el uno al otro. —Ella se sonroja—. Y se siente pesado. Como si fuera algo más que citas casuales. —Porque lo es —le digo. ¿Cómo puede ella dudar de eso? El dedo de Chess se enrosca en la tela de mi camisa. —Lo que significa que tenemos que entrar en esta relación sabiendo los hechos. No quiero arrepentirme. No quiero que te preguntes en algún lugar del camino si tomaste la decisión correcta. —¿Crees que no te voy a querer porque no puedes tener hijos? —No sé si estoy herido o no. Insultado, pero no se siente bien. Se siente mucho como el dolor y el pánico.

Pero Chess sacude la cabeza. —Esto no es algo que puedas declarar en el momento. Demonios, no puedo. Pero muerdo mi labio. El instinto me dice que cuanto más empuje, más empujará ella de regreso. —Y tal vez... —ella vacila, lamiendo su labio superior hinchado por el beso—. No quiero preguntarme si estás lamentando cosas. Cuando me enteré de todo esto, me prometí a mí misma que cualquier relación que tuviera también sería la adecuada para mí. Por un segundo, solo la miro fijamente, tratando de procesar lo que está diciendo. Mis palabras salen ásperas y vacilantes. —¿Estabas pensando en encontrar un chico que no quisiera tener hijos? ¿Es eso? Sus ojos verdes se abren y luego mira hacia otro lado. Culpable. Algo caliente y picante se hincha en mi pecho. —No sé qué decir. —No tienes que decir nada. Esa cosa caliente crece, subiendo por mi garganta. —Creo que lo hago. Básicamente, nos estás condenando antes de que incluso hayamos empezado. —Te estoy diciendo cómo me siento. Querías saber. Bueno, esto es todo. Me asusta. Pienso en estas cosas. No quiero arruinarlo. Créeme, prefiero reír y hacer el amor, y que mi mayor preocupación sea si obtenemos albóndigas o cebollas en nuestra pizza... La silencio con un beso. Presionando mi boca contra la de ella para que pueda sentirme. Chess se mantiene rígida por un segundo y luego se relaja, su mano se extiende sobre mi pecho. Me alejo y la miro a los ojos. —Lo siento, ¿de acuerdo? Yo pregunté. Y me alegro de que me lo hayas dicho. Ella apoya su frente contra la mía.

—Sigues pidiendo disculpas. No lo hagas. No es tu culpa que no pueda apagar mi cerebro cuando estoy contigo. Qué jodidamente irónico; el único momento en que puedo apagar mi cerebro es cuando estoy con Chess. Suavemente, la dejo a un lado. Siento dolor de cabeza y mis articulaciones están rígidas. —Vamos a llenar este armario. Luego, necesito ir a correr. Ella me mira como lo que se siente es una eternidad, pero en realidad es solo un abrir y cerrar de ojos. Cuando ella habla, su voz es tenue pero comprensiva. —Mover la ropa es algo que yo misma puedo hacer. ¿Por qué no vas a correr ahora? No discuto. La dejo y salgo. Corro mucho tiempo, pero no encuentro ninguna respuesta mientras estoy fuera.

Chess ¿Y si me he equivocado? El pensamiento da vueltas en mi cabeza con implacable persistencia. Le dije a Finn algo intensamente personal. La única otra persona que sabe es James, quien solo se enteró porque estaba en el estudio cuando regresé de mi cita. Tal vez era demasiado pronto para decirle a Finn. ¿Qué chico quiere hablar sobre la concepción o la falta de ella a menos de una semana de tener sexo con una mujer? Probablemente sonaba como algo loca, cazadora de atletas. No me sorprendería si él teme que pediré un anillo a continuación. Dios, se había visto asustado. Y luego tan jodidamente terco. Finn es un solucionador de problemas. Se basa en el instinto, mientras que me gusta pensar las cosas. —Argh. —Apoyo la cabeza en el mostrador de la cocina, dejando que la piedra fría calme mi mejilla caliente. Debería haberle dicho lo básico y seguir adelante, divertirme un poco con Finn sin preocuparme por un futuro sombrío. Y sin embargo, no puedo hacer eso. Estoy totalmente enamorada de este hombre. ¿Cómo lo llamó James? Atontada. Totalmente. Si me enamoro más, me destruirá si no duramos. Necesito que entremos con los ojos bien abiertos, o siempre me preocuparé. Como era de esperar, después de que dejé caer mi bomba sobre no poder tener bebés, Finn se había retirado. Oh, él todavía había llegado a mí cuando nos metimos en la cama, deslizó su mano por mis pantalones e insistió en que me sentiría más cómoda sin volver a usar ropa para acostarme. Tuvimos sexo hasta el olvido, con una intensidad que casi parecía desesperación, como si pronto desapareciera de él. Sentí lo mismo, me volví hacia él con una necesidad que rozaba lo doloroso.

Pero se siente como si ahora hay una ruptura entre nosotros. Y lo puse ahí. Finn se había ido temprano para su juego de hoy. Esperaba que me preguntara si quería un boleto para ir a verlo. Pero no había dicho una palabra, solo me dio un ligero beso en la boca y dijo que me vería esta noche. Me dolió tanto que no lo vi en la televisión. Me puse al día con el trabajo en su lugar. La cena en la mesa de la cocina es solitaria ahora que sé cómo se siente compartirla con Finn. Mi cena ha terminado y todavía estoy sola en un condominio demasiado tranquilo. —Mierda. —Me pongo de pie y abro mi laptop. No sé cómo dejar de pensar o dejar de preocuparme. Así que puse mi enfoque en el trabajo en su lugar. El trabajo es seguro. Trabajo que entiendo. Puedo controlarlo. Estoy retocando una foto de Jake para el calendario cuando Finn llega a casa. Levanto la vista de mi posición en el taburete de la cocina y lo encuentro cojeando, con expresión tensa. Sé que el dolor es parte de su vida. Pero todavía me atormenta cada vez que lo veo dolorido. —Hola —le digo, llamando su atención. —Cariño. —Finn se acerca hacia mí, yendo a paso de caracol. Jesús, él está en mal estado. Salto de mi taburete. —Al dormitorio. Sus labios se curvan en una sonrisa cansada pero complacida. —Me gusta cómo piensas, Chester, pero vas a tener que hacer la mayor parte del trabajo esta noche. —Mi hombre, el eterno optimista —le digo, luchando contra una sonrisa—. Pero estaba hablando de solo dejarte allí para que puedas descansar. Agacha la cabeza y me da un suave beso.

—Me gusta más mi plan. Pero sigue llamándome tu hombre. Calma mi alma cansada. Pongo mis ojos en blanco, pero rodeo su cintura con mi brazo. —Vamos, galán, podemos negociar los términos en la cama. Finn pasa su brazo por mis hombros y me da un ligero apretón mientras nos movemos lentamente hacia su habitación, nuestra habitación ahora. —Me encanta volver a casa contigo —dice con un suspiro contenido—. Lo hago desde el primer día. Pero ahora... —él me mira—. Hace que todo valga la pena. Un nudo se levanta en mi garganta y presiono mis labios a un lado de su pecho, solo respiro por un momento. Huele a jabón, al algodón limpio de su camisa y al calor de su cuerpo. —Me alegro de que estés en casa. Una vez dentro del dormitorio, tomo el control remoto de la chimenea de gas y la enciendo. Prende, para luego enviar calor a la habitación fría. Las lámparas de la mesita le dan al dormitorio un brillo suave y dorado. Y me doy cuenta de por qué su decorador hizo su habitación en tonos de tierra apagados y telas deliciosas. Este lugar es un refugio para sus días difíciles. —Quieres algo de cena —pregunto. —Cené una hamburguesa con queso y unas papas fritas en el camino a casa—. Se dirige directamente hacia la cama. —¿No hay baño de inmersión? —pregunto. —Tuve un baño de hielo después del juego, luego una ducha caliente. —Finn se quita las zapatillas—. No tengo ningún interés en sentarme en más agua. Con cautela, se mueve para quitarse la camisa, y lo ayudo. Mi respiración se detiene mientras levantamos la camisa más allá de sus costillas. —Jesús, Finn.

Sus costados y espalda están rojos y cubiertos con un mosaico de moretones. —Un terrible juego —dice rotundamente—. Fui derribado un par de veces. Pongo mi mano en su espalda baja, apenas tocándolo, y se estremece. Pero cuando trato de sacar mi mano, él me detiene cubriéndome con la suya. —No —dice—. Me siento bien cuando me tocas. —Finn... —me duele el corazón cuando paso mis labios por el omóplato, mi otra mano se desliza hacia su frente para avivar su estómago. Nos quedamos en silencio, Finn respira lenta y profundamente, inclinándose hacia mí mientras salpico suaves besos en la parte posterior de sus hombros. Lo sostengo como si fuera frágil. En este momento, él es. Y me molesta cada golpe que ha recibido. Otro temblor lo atraviesa y, lentamente, se aleja de mí, girándose para sentarse a un lado de la cama. —Ven aquí —susurra, tomando mi mano. —¿No quieres recostarte? —pregunto mientras él me acomoda en su regazo. —Tengo que hacer esto en etapas —dice con un gruñido, luego me acomoda a su gusto. —Bebé... —envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y apoyo mi frente contra la suya—. Me estás matando. Finn toca mi mejilla, sus ojos azules buscan los míos. —¿Te preocupas por mí, Chester? Paso un dedo sobre su mandíbula. —Me duele, Finnegan. Su mano se desliza dentro de mi cabello y me acerca. Nuestro beso es lento, relajado, profundo. Hay palabras en el beso: tú eres mío, yo soy tuya, por siempre. Sus labios se aferran a mi inferior, es

una suave succión antes de que se aleja para encontrarse con mi mirada. —No me gusta la idea de que te lastimen. Especialmente si es por mí. —No es algo que se pueda decir —le digo, besando su sien. Hace un ruido, medio risa, medio objeción, y su mano se desliza por mi mejilla hasta mi clavícula. Estamos callados entonces. Juego con las puntas cortas de su cabello, beso su mejilla, su mandíbula, donde sea que pueda llegar. Finn me acaricia el cuello, observando cómo sus dedos se mueven a lo largo de mi piel, como si la vista lo calmara. Estoy acostumbrada ahora a verlo huir de un juego. Pero esto es diferente. Parece mortificado. El miedo y el arrepentimiento me invaden al pensar que podría ser responsable de esto. —¿Es por lo que pasó? —pregunto mientras encuentra el botón superior de la camisa de algodón suave que estoy usando. Él abre rápidamente un botón. —Dex lo perdió totalmente hoy. Ha estado yendo y viniendo durante toda la temporada, pero un liniero tonto intentó enfadarlo y cayó en su trampa. —Finn agacha la cabeza y besa el costado de mi cuello. Su aliento es caliente contra mi piel—. No lo culpo, pero todo se fue a la mierda después de eso. Pongo mi mano en la parte superior de su cabeza. —¿Por qué lo perdió? Otro botón se desliza libremente. Los dedos de Finn trazan su progreso. —La prensa tiene fotos comprometedoras de su chica. El tipo comenzó a hacer comentarios sobre sus tetas: los senos. —Eso lo haría. Finn hace una mueca. —Todo se fue a la mierda después de eso.

—Lo siento. —Pongo mi mano sobre la cabeza de Finn en un movimiento distraído. —Y todo está en mí, Chess. No importa quién tiene la culpa. Si no podemos hacer el trabajo, luzco mal. Su mejilla toca la mía. Estamos tan cerca, que siento el barrido de sus pestañas cuando parpadea. —La presión me llega a veces —dice—. Me digo a mí mismo que todo está en mi cabeza. Para ignorarlo. Pero algunos días son más difíciles que otros. —Tal vez no debes ignorar esos temores, sino enfrentarlos —le digo en voz baja—. Déjalos jugar en tu cabeza y luego déjalos ir. Finn suspira. —Sé que no voy a jugar para siempre. Pero una cosa es retirarse y alejarse con la cabeza bien alta. ¿Qué te despidan? ¿Nunca encontraste un nuevo equipo? ¿Cómo me enfrento a la gente entonces? —Los enfrentas de frente, porque tú, Finn Mannus, eres jodidamente brillante con o sin fútbol. —Chess... —Esto es un parche difícil, Finn. Pero yo creo en ti. En quién eres como hombre, no solo como jugador de fútbol. No vas a fallar porque nunca te rendirás. Ese es el único fracaso en la vida. La curva de sus pestañas proyecta sombras en sus mejillas. —Todo está bien cuando estoy contigo. Suena tan triste que beso sus ojos cerrados. —Tú estás aquí ahora. Déjame cuidarte. —No podía esperar para volver a casa contigo. —Lentamente, él comienza a desabotonar mi camisa, colocando besos suaves y reverentes en mi cuello mientras lo hace. Se siente tan bien, mi piel se tensa con calor y placer. Se queda sin aliento cuando descubre que no estoy usando un sostén, pero él no separa mi camisa, solo besa mi cuello y el pequeño

hueco entre mis clavículas. Su tierno cuidado me adormece en una neblina lánguida, y bajo mi cabeza hasta su hombro. —A veces... —presiona sus labios sobre mi piel—. Odio que hayas visto a mis chicos desnudos. Mi mano descansa sobre sus bíceps, mis dedos trazan la dura curva allí. —¿Estás yendo todo cavernícola sobre mí, Mannus? —Sí. —Corre la parte posterior de sus nudillos por el centro de mi pecho hasta mi vientre. Me estremezco en respuesta, arqueando mi espalda un poco. Mi pecho se hincha con calor, mis pezones se contraen. Los quiero expuestos. Quiero sus manos sobre ellos. Pero él mantiene mi camisa donde está, apenas separada, revelando solo mi escote y la pequeña muesca de mi ombligo. Su mano se extiende en la pequeña curva de mi vientre. —Odio que hayas visto sus penes. Resoplo con una risa. —Pero solo quiero el tuyo. —Mmm... —Lentamente se desliza hacia mis costillas. Mis párpados revolotean, ese toque es tan maravillosamente tierno pero intencional. La punta de su pulgar roza la curva sensible de mi pecho. Me quedo quieta, silenciosamente deseando que se mueva más alto. Pero no lo pido. Aún no. Es demasiado bueno, la forma en que se burla de mí. Él se queda allí, frotando la parte inferior de mi pecho con dedos suaves. Se me escapa un gemido, bajo, necesitado. —Todavía lo odio —murmura, besando mi cuello. Su mano agarra suavemente, sintiendo el ligero peso de mi pecho. Me muevo en su regazo, siento la dura hinchazón de su miembro contra mis glúteos. —Supéralo —murmuro, a medias. Su dedo ha encontrado mi pezón. Lo rodea, roza la punta sensible.

Con su boca contra mi cuello, Finn se ríe, las vibraciones zumban sobre mi piel. —Supongo que tendré que encontrar una manera. —Él besa su camino hacia abajo hasta el aumento de mi pecho mientras su dedo continúa su lenta tortura, apenas tocando. Como si estuviera echando un vistazo ilícito, levanta mi camisa y saca mi pecho. —¿Qué tenemos aquí? —besa mi pezón, dándole una pequeña lamida. Me retuerzo, sostengo la parte de atrás de su cabeza para que no pueda escapar. Él ríe de nuevo, lame mi pecho de curva a punta mientras su mano libre vaga para encontrar mi otro pecho. Sus manos cálidas casi me hacen suplicar. Su boca es caliente y húmeda. La lujuria corre a través de mí como una fiebre. Froto mis muslos con impaciencia. Pero él ignora eso. Su mano llena mi pecho, manteniéndolo firme mientras tira de mi pezón con su boca. —Finn —advierto, ruego, no estoy segura de cuál. Él acaricia el hueco de mi garganta mientras sus manos tiran de las puntas adoloridas de mis senos. —Me encanta ese sonido. El que haces cuando gimes mi nombre. Lo hago de nuevo y él me quita la camisa de los hombros. Su boca encuentra la mía. Él me besa, abusa de mis pezones, hasta que estoy gimiendo otra vez, moviéndome en su regazo con necesidad. Finn y yo podemos tener nuestros miedos, pero aquí, de esta manera, somos la perfección. Con un último beso, él me recuesta en la cama y luego agarra la cintura de mis mallas y bragas. —Levanta —ordena. Levanto mi trasero y él tira. Solo me quedan mis calcetines de color rosa hasta las rodillas con ridículos elfos de Navidad en ellos. —Quítalas —digo, levantando mi pie. Pero Finn solo sonríe.

—Oh, no, me encantan estas. —Él agarra el arco de mi pie y le da un beso a mis dedos antes de bajar mi pierna. Se cierne sobre mí, con el pecho desnudo, los pantalones de chándal le suben a la cadera y no ocultan el aumento de su duro miembro. Precioso como el infierno. Pero maltratado y magullado. No quiero que él sienta más dolor. —Pensé que habías dicho que tenía que hacer el trabajo esta noche. Su sonrisa es perezosa, mientras me mira. —Tú lo haces. Extiende tus piernas para mí, Chess. Con mis manos en mis rodillas, hago lo que me pide. Un sonido gutural retumba en su garganta, y su mirada se posa en donde estoy hinchada y mojada. —Buena niña. Debería enojarme, lo que él dice y la forma en que lo dice, como si de hecho fuera su niñita. Pero me imagino a mí misma como soy, estirada en su cama, con los muslos abiertos, con las rodillas rosadas hacia arriba y se siente ilícito, tan caliente que tiemblo, levanto mis pechos un poco más arriba en el aire. —Muy bonito —murmura, luego se acomoda entre mis piernas. Pone su mano grande sobre mi vientre, manteniéndome inmóvil, su pulgar toca mi clítoris. Me distrae, y cuando él besa mi sexo como un hombre muerto de hambre, grito, mi cuerpo se contrae. Pero no me deja escapar. Su mano me mantiene en su lugar mientras se acerca a mí. Y jadeo, yendo frío y caliente a la vez. Él lame mi sexo como si fuera un caramelo caliente. —Finn... —No puedo soportarlo. Palpito. A lo largo de mi cuerpo, sus ojos se encuentran con los míos. —Aprieta esos pequeños pezones apretados —ordena entre besos. Mi respiración se acorta, mientras levanto mis manos a mis senos. El primer pellizco en las puntas dolorosas me tiene gimiendo.

Él gruñe en aprobación. —Dales un tirón. Agradable y lento. Lo hago y mi espalda deja el colchón mientras jadeo. —Bien —dice, su pulgar jugando con mi clítoris—. Buena chica. No debería ponerme tan caliente, pero lo hace. Mis párpados se agitan, mis muslos se abren aún más cuando me retuerzo. Y su mirada se desliza desde la mía para enfocarse entre mis piernas. Que él esté mirando allí hace que todo sea más sensible. Me deleito en la exposición. Su dedo sube para trazar los labios de mi sexo. Encuentra mi apertura y juega con eso, sumergiéndome solo lo suficiente como para sentir, pero no lo suficiente para satisfacer. Gimo y su mirada se fija a la mía antes de volver a bajar. Ese dedo grueso se hunde. Dentro y fuera. Solo la punta. No es suficiente. —Finn... Estoy jadeando más fuerte, mis muslos tiemblan. Se sumerge más profundo y luego se retira, y su dedo viaja hacia abajo. Toca la entrada de mi trasero y un sonido estrangulado sale de mis labios. Pero él no se aleja. Me acaricia con el más mínimo de los movimientos. Cuando habla, su voz es áspera, pero su tono es casi conversacional. —¿Alguna vez lo tomaste aquí? —No —le susurro, observándolo. Ese dedo, mojado con mi deseo, empuja solo un poco. Y casi me ahogo. Es tan sensible que mi cuerpo entero se apodera. Se da cuenta y su garganta zumba. Juega con él, haciéndome gemir. —¿Me permitirías tomarte aquí algún día, Chess? Se siente tan bien, y a su vez malo, sucio, intenso. —Sí —le digo en un aliento confuso mientras el sudor se extiende sobre mi piel. Sin pensarlo, empujo en respuesta a su toque, y su dedo se desliza dentro de mí.

Grito, mis caderas saltan, y él se hunde más. Finn hace un ruido en su garganta, y su boca se traba en mi clítoris. Su dedo empuja profundo, bombeando un poco. Me deshace. Llego al orgasmo, mientras pellizco los pezones con tanta fuerza que me duelen. No es suficiente. Me muevo en su dedo mientras me chupa. Y los espasmos rompen tan fuerte y rápido, que me desplomo, deshecha y sin aliento, sobre la cama. Lo deja correr con suaves y juguetones toques de sus labios hasta que mi respiración se iguala. Lentamente retira su dedo y me da un último beso antes de levantarse. —Estoy muerta —gimo, temblando ligeramente. —Todavía estás respirando. —La mirada de Finn es feroz y caliente cuando se desliza por sus pantalones. Su miembro está furioso y oscuro. Me estremezco de nuevo, un pulso de deseo me atraviesa. —Casi. Él sube hasta la cabecera y se apoya en ella, su rodilla roza mi hombro. —Levántate aquí y siéntate en mi pene. Esto no tomará mucho tiempo. Él es malvado. Malo. Y me encanta. Sostengo su mirada, me giro y me pongo sobre mis manos y rodillas. Ávidamente, me mira arrastrarme en su dirección. Mis pechos se balancean con el movimiento, y él pasa una mano por su hinchado miembro. Sus pectorales se contraen, sus pezones se aprietan. Me inclino y lamo uno mientras me siento a horcajadas en las caderas. Ambos gemimos cuando me hundo en él. Estoy tan resbaladiza, tan bien atendida que se desliza dentro. Todavía lo siento. Lo siento en la parte posterior de mi garganta y a lo largo de las plantas de mis pies. Lo siento en el calor fresco que corre sobre mi piel.

Sus manos agarran mis caderas, inclinándome hacia adelante. Me sostengo de sus grandes hombros, y él aprovecha la oportunidad para saltar y meter mi pezón en su boca para chuparlo duro y con codicia. Como por consentimiento mutuo, empezamos a movernos, él empujando hacia mí, yo empujando hacia abajo para que entrara en lo más profundo. Es frenético y rápido. Sus dedos se hunden en la suave carne de mis glúteos, tirando de él, moviéndolo. Es tan fuerte que reboto en sus caderas, nuestra carne se encuentra con fuertes bofetadas. —Maldición, Chess —jadea—. No puedo. No puedo... —Se interrumpe con un sonido de impotencia y trata de besarme. Pero nuestros movimientos son tan violentos y descoordinados que nuestras bocas apenas se encuentran. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello. Las paredes de mi sexo se cierran contra su miembro, él hace un sonido estrangulado y su cuerpo comienza a temblar. —Llega —suplica, empujando más fuerte. Pero soy demasiado débil para hacer algo más que aguantar. Su mano se desliza hacia abajo. No, él no puede. No puede. No sobreviviré. Pero él lo hace. Él empuja su dedo profundo y áspero. Y llego al orgasmo otra vez en un lamento. Él llega conmigo esta vez, haciendo sonidos que son casi dolorosos. Nos estrellamos, me desplomo sobre su pecho, la cabeza de Finn se apoya contra la cabecera. Sus brazos me rodean, y cubre la parte posterior de mi sudoroso cuello mientras nos recostamos y recuperamos el aliento. Su corazón es un latido rápido en mi oído. Demasiado tarde me acuerdo de sus heridas. —Déjame salir de ti —le digo, tratando de moverme. Su agarre se aprieta. —No.

Sin querer luchar, lo dejo abrazarme y él se relaja. Gira su cabeza y apoya sus labios contra mi sien. —¿Tienes alguna idea de cuánto te necesito? Haces que todo sea mejor. La emoción se atasca en mi garganta. Parpadeo rápidamente, mi mejilla presiona contra la pared de su pecho. Mis brazos se envuelven alrededor de sus hombros. Quiero atraerlo hacia mí, protegerlo del mundo. —Pensé... —me aclaro la garganta—. Pensé que podría haber arruinado las cosas. Finn se queda inmóvil y luego, lentamente, pasa su mano por la parte de atrás de mi cabeza. —No lo hiciste. Es bueno hablar. Asiento, pero no digo una palabra. Su toque es perezoso, los dedos vagan a través de mi pelo. —Toda mi vida, he vivido mirando al futuro. Todos los días, trabajo para ello. Preocupándome por eso. —Su mano se posa en mi nuca—. Estoy cansado, Chess. Contigo, puedo descansar. El latido de su corazón es rápido y fuerte contra mi mejilla. Sus dedos cálidos aprietan en mi cuello en súplica. —¿Podemos descansar un rato? ¿Solo ser? Hay un verdadero anhelo en su voz, y esa súplica va directamente a mi corazón. Desde el principio, Finn había tenido claro lo que lo atrajo hacia mí; Apago todo el ruido en su cabeza. Había sido halagador, seductor ser su único objetivo. Sigue siendo. Y no es unilateral. No sabía cuál era la verdadera alegría hasta Finn. Todas las emociones que soy capaz de tener se amplifican con él. Siento. Vivo. Respiro. El mundo es más real cuando él está allí. Él sólo quiere ser. Sin pensar. No sé si puedo. Pero, por Finn, lo intentaré. Con una sonrisa que se siente demasiado débil, coloco un beso en el centro de su pecho.

—Sí — digo contra su piel—. Sólo seamos.

20 Traducido por Jessibel

Chess —Entonces, ¿cómo se están llevando? —le pregunto a James por teléfono. Sé que Jamie es programadora y tiene un pequeño apartamento en el Lower East Side, pero Manhattan es ridículamente caro. James tendrá que conseguir un trabajo rápidamente. —Estoy atendiendo mesas en esta linda hostería en SoHo. No me sorprende; James atendió mesas en la universidad, y el dinero probablemente será más de lo que ganó conmigo. Me dio el nombre de uno de los restaurantes italianos de chef más grandes de Nueva York, y le devolví una sonrisa. Le dejo a James que subestime. —Estamos comiendo allí en cualquier momento que te visite — le digo, frotando un poco de aceite de coco en mi talón húmedo. Estoy envuelta en una toalla. He tomado mi baño, negándome a dejar entrar a Finn mientras me preparo para esta noche. Fingió hacer pucheros durante unos minutos, pero pronto se rindió y se fue con una expresión bastante satisfecha. No es que lo culpe; Lo había satisfecho muy bien toda la mañana. —Tienes un trato —dice James—. ¿Qué hay de ti? ¿Las cosas están mejorando? Sentada en la gran otomana en el centro del enorme armario de Finn, apoyo la barbilla en mi rodilla y estudio los dedos de mis pies, ahora pintados de rojo escarlata. —Necesito encontrar un estudio.

El condominio de Finn tiene tres habitaciones, y él sugirió que usara una. Pero la habitación no es lo suficientemente grande y la luz no es la apropiada. Sin tomar en cuenta el hecho de que no puedo violar su privacidad al traer clientes aquí. Este espacio es su santuario, y aunque su disposición a ofrecérmelo dice mucho sobre su confianza, no le permitiré hacer ese sacrificio. Necesito un espacio de trabajo separado al que pueda llevar cómodamente a las personas. No es la primera vez, pero una punzada de anhelo por mi loft me golpea. Respiro a través de eso. —He estado buscando en algunos lugares, pero aún no he encontrado el lugar adecuado. —La mayoría de ellos están fuera de mi rango de precios. Finn no quiere que pague el alquiler, pero no puedo estar de acuerdo con eso. El argumento es continuo y obstinado en ambos lados. —Encontrarás algo —dice James. —Echo de menos mi lugar. —No había querido decir eso, pero las palabras han salido de todos modos—. Al menos el espacio de trabajo establecido. James está en silencio. —¿Se lo has dicho a Finn? ¿Tal vez hablar sobre encontrar un lugar nuevo? Encojo mis hombros y muevo los dedos de los pies. —Acabamos de juntarnos oficialmente. Pedirle que se mueva sería un movimiento total de psicópata. Se ríe. —Sí, pero él te pidió que te mudaras con él. Si no eres feliz allí, lo mostrarás. Feliz. Mi mente se desplaza, recordando la imagen de Finn en la cama esta mañana, estirado sobre su espalda, sus muslos apretados y piel de ámbar. Había estado caliente, con las piernas sueltas por el sueño, el aroma del sexo y las feromonas, una fragancia seductora que no podía ignorar.

Finn fue hecho para ser adorado. Y el es mío. Lentamente lo desperté con besos prolongados sobre ese glorioso cuerpo, acariciando su cálido cuello mientras él soltaba un gruñido adormilado, y enganchaba su brazo sobre mis hombros para acercarme. No me habían disuadido. Hice mi camino bajando, pasando por sus pequeños y apretados pezones que pedían ser mordisqueados, alrededor del lindo ombligo, a su miembro que descansaba sobre la dura inflamación de su muslo. Y luego había hecho exactamente lo que le había prometido; Lo tomé en mi boca, lo chupé mientras crecía grueso y duro, su cuerpo se arquea con un gemido. —Oh, mierda, Chess. No te detengas. Como si pudiera. Disfruté la sensación de él en mi boca, pesado y grueso en mi lengua, estirando mis labios. La forma en que sus cejas se fruncieron, su boca se aflojó en una bocanada, los ojos mirándome con intensidad ardiente e indefensa. Todo funcionó como una droga para el sistema, llenándome de malvado calor y codiciosa pura. Había adorado el altar del glorioso miembro de Finn Mannus, haciéndolo resbaladizo e hinchado, acariciando la tensa ondulación de su vientre para mantenerlo inmóvil. Y había movido mis dedos mojados por mi boca hacia abajo, pasando por sus bolas para acariciarlo donde una vez me había acariciado. Con la lengua, jugué con la punta de su miembro, le había devuelto sus palabras. —¿Me vas a dejar tomarte aquí? Como si lo hubiera tocado con un cable vivo, se había encendido, su cuerpo grande tembló, su aliento salió en grandes ráfagas. Me había mirado con su expresión retorcida de lujuria y placer, la pequeña conmoción en sus ojos se mezclaba con oscuro interés. Empujé contra su carne apretada, deseando atormentarlo, y él empujó de regreso, dejándome. —Sí —había escupido—. Mierda, sí.

Nunca antes había experimentado ese nivel de confianza, esa disposición a intentar cualquier cosa, sabiendo que dar y recibir placer sería diez veces más, porque estabas con la persona que querías sobre todas las cosas. —¿Chess? Hola... Regreso al presente con un escalofrío, casi sorprendida de encontrarme sentada en el vestidor con un teléfono en la mano. Respiro profundamente y trato de recordar lo que había estado hablando. Feliz. ¿Seré feliz viviendo aquí con Finn? —Lo siento. Dejé caer el teléfono. —Lamo mis labios y los encuentro tiernos—. Estoy feliz. Es solo un período de ajuste en el que estoy entrando completamente. —Miro el vestido que llevo esta noche. Es un vestido tubo con cuello halter en blanco y negro, no es mi favorito de Grace Kelly. Esa belleza pasó a mejor vida. Me duele pensar en ello. Además, Finn ya me ha visto en él. Lo nuevo es mejor—. Volver a trabajar con un gran proyecto ayudaría. —Hablando de eso —dice James—. He dudado en preguntar, pero... —¿Pero? ¿Cuándo tienes dudas? Escúpelo. Él resopla. —¿Recuerdas a Michael Harrison? —Por supuesto. —Michael también es fotógrafo. Fuimos a la escuela juntos. —¿Cómo está él? —Ocupado. Se irá a Milán la próxima semana, pero preguntó por ti. —¿Por mi? ¿Por qué? —Almorcé con él. Nos pusimos al día, le conté sobre ti y el fuego, y una cosa llevó a la otra. —Estás divagando, James. James hace un sonido.

—Quería saber si te harías cargo de un proyecto para él. —Continúa. —Me levanto para caminar de un lado a otro. —Es enorme, Chess. ¿Conoces esa vieja campaña Toma Leche? —Por supuesto. —Piensa algo en ese estilo, pero para crear conciencia sobre el cáncer de próstata. Están reuniendo a las mejores estrellas masculinas de Hollywood para una sesión de fotos. De repente, me siento de nuevo. —¿Por qué diablos Michael renuncia a eso? ¿Y cómo sabe que me querrán? —Porque cuando un fotógrafo de moda es invitado personalmente por Armani a Milán, no dice que no. Y la compañía de publicidad estuvo de acuerdo con su sugerencia porque vieron las fotos de Dex y Rolondo. Quieren algo similar. —Su voz se vuelve casi vertiginosa—. Es buen dinero, Chess. James menciona una suma que me marea un poco. —Mieerrrdaa. —Exactamente —dice. —¿Y podríamos trabajar juntos en esto? —mi corazón está latiendo más fuerte ahora, un aleteo de emoción me atraviesa. —Bueno, si quieres que lo haga. —Cállate. Sabes que lo haría. ¿Y realmente crees que no sé que fuiste tú quien puso esta idea en su cabeza? Casi puedo oírlo sonreír. —Así que, ¿lo harás? El proyecto se inicia en dos semanas. Necesitan saber lo antes posible. Debería durar alrededor de un mes, tal vez dos, dependiendo de la programación. —¿Dónde viviría? —vuelvo a caminar, toco el borde de mi vestido y luego camino hacia el otro lado del armario para pasar una mano sobre las mangas de los trajes de Finn.

—Con el dinero que están pagando, podrías alquilar un lugar. Pero Michael ha ofrecido el uso de su loft. —Michael está siendo muy generoso. —Oh, por favor, Chessie. Sabes que él siempre ha tenido algo por ti. No me sorprende en absoluto que haya preguntado por ti. Vacilo, miro fijamente la pared de zapatillas deportivas que es el orgullo y la gloria secreta de Finn. —No está esperando... Le dijiste sobre Finn, ¿verdad? Finn. ¿Qué va a decir? Presiono una mano en mi mejilla caliente y encuentro mis dedos fríos. —Sí, le dije —dice James, exasperado—. Y no te insultes. Se trata de tu talento y de que la gente lo reconozca. Me he entrenado para no poner demasiadas esperanzas en algo bueno. Los planes cambian, las promesas caen por las grietas. Te paras en el bordillo suficientes veces esperando a los padres que se olvidaron de otra función escolar y es inevitable. Pero no quiero ser regida por mi infancia. Así que me dejo excitar. —Estoy interesada. Por supuesto que lo estoy. —Estoy tan emocionado —James estalla. Sonrío ampliamente, con ganas de saltar. Pero luego vuelvo a ver los zapatos de Finn y mi sonrisa se apaga. —No digas nada todavía —le digo a James—. Tengo que hablar... —Con Finn —James está de acuerdo, ya que no espera menos, como si ya estuviéramos en un acuerdo en conjunto. Estamos. Estoy viviendo con el hombre. Flexiono mis dedos fríos, agitándolos para calentarme. —Pero te lo haré saber pronto. Cuelgo y me acerco a mi vestido. La felicidad es una cosa extraña. En segundos, te rodea y estás nadando en ella, dispuesto a

dejar que te consuma. Luego, los pensamientos entran en acción y se necesita un esfuerzo para mantenerte feliz. Finn me hace feliz. Pero él no puede ser la única fuente. Me ahogaré de esa manera.

Finn Chess me ha echado del baño, del dormitorio, en realidad. Ha sido declarado "dominio de la mujer" mientras se prepara para esta noche. Me gusta que ella haya reclamado su espacio y me ordenó salir, porque significa que se siente como en casa. Y a pesar de que estoy atorado en un esmoquin y mi cuello está demasiado cerca de un cuello blanco rígido, estoy feliz de esperar en el sofá y pasar por los canales de televisión. De vez en cuando, escucho sonidos, el zumbido de la ducha, el zumbido agudo de su secador de pelo, y una parte de mí realmente quiere echar un vistazo. No lo haré. La anticipación es mejor. Esta noche, asistiremos a una gala organizada por la Fundación Whett, la organización benéfica detrás de nuestro calendario. A pesar del hecho de que un montón de jugadores de fútbol están asistiendo, la invitación había sido clara: es un evento de etiqueta negra. Hubo muchas quejas entre mis compañeros de equipo. Personalmente opino que ponerse un esmoquin no es tan diferente como ponerse un traje para el día del juego, así que no me quejaré. Al final del pasillo, la puerta del dormitorio se abre con un chasquido definitivo, seguido de el sonido de tacones altos. Me pongo de pie y camino hacia Chess. Soy más rápido que ella, y nos encontramos al final del pasillo. La primera vez que la veo me hace marear, el suelo debajo de mí se siente inestable. —¡Guau! —digo con un suspiro—. Te ves... eres jodidamente impresionante, Chester. Sus mejillas son rosas, mientras mira hacia abajo como para inspeccionarse a sí misma en busca de defectos. —Nunca he estado en una gala de etiqueta. Espero que todo esté bien.

—Es perfecto. —Me acerco un paso más, su perfume y su calidez golpean mi sistema como una droga. Ella me sorprende—. Eres perfecta. Su vestido llega hasta el suelo con delgados tirantes que lo sostienen. Se desliza sobre ella como la leche, el tejido de encaje blanco y negro que, cuando se mueve, revela aturdidos destellos de piel debajo. —Por favor, dime que llevas algo debajo de eso —le ruego—. No creo que sea capaz de funcionar si capto un destello de tu pezón. Ella ríe. —Está alineado. Ningún pezón se asoma para ti. —Casi lo siento por eso. —Me acerco a ella, deslizo mi mano alrededor de su cintura, pero me detengo cuando encuentro una piel suave y desnuda—. Oh, y ahora, ¿qué tenemos aquí? —Esa debe ser mi espalda —dice ella con una cara seria. La llevo más cerca, mi mano se desliza hacia arriba y hacia abajo. —Toda tu espalda. —Miro por encima del hombro, lo confirmo con un gemido. El atrevido vestido descansa justo sobre el ascenso de su redondo trasero—. Jesús, Chester. Me vas a matar. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios rosados mientras juguetea con las solapas de mi chaqueta. —Estoy bastante segura de que querrás vivir, aunque solo sea para quitarme esto más tarde. —Ella endereza mi corbatín y sus ojos verdes se encuentran con los míos—. Dios, eres hermoso. Es como si olvidara el impacto de ti, y luego, ¡zas! Mis rodillas se debilitan y mi corazón palpita. La forma en que acaba de expresarse, con su mirada deslizándose sobre mí como si fuera un dulce y caliente chocolate en un día frío, me debilita. Mi mano libre cubre su mejilla, su sedoso cabello se desliza sobre mis dedos. Sin una palabra, busco su boca. Sus labios son un estudio de contradicciones: suaves pero firmes, y luego codiciosos. Ella suspira dentro de un beso y deja

escapar pequeños sonidos de placer y deseo. Envía una oleada de lujuria feroz a través de mí. Tomo su boca, poseyéndola, me sumerjo profundamente, alimentando mi lengua con movimientos urgentes como si estuviera muriendo de hambre por eso. Y sin embargo, ella es la que me posee. Yo soy el que se muere de hambre. —Me encanta besarte —digo contra sus labios, sin parar nunca, pero tomando más y más. Rogando por ello a cambio. Chess agarra mis solapas, tira de ellas y me acerca. Mi mano se desliza más a lo largo de la curva de su espalda, debajo del borde de su vestido. Un gemido de dolor sale de mi garganta. Deleitándome con su piel de satén. —Maldición, no —suplico, chupando su labio inferior—. ¿Estás desnuda? La siento sonreír. —Sin líneas de bragas —murmura, con un aliento cálido y húmedo. Agarro su trasero, amasando la firme carne. —Mierda, bebé. No vamos a lograrlo. Sus dientes tiran de mi labio superior, mientras se agacha para ahuecar mi miembro, donde él es duro e insistente contra la costura de mis pantalones. Chess hace un sonido de aprobación, acariciando y dándome un apretón impaciente. —Lo quiero. —Lo tienes. —Nos caemos contra la pared, yo apoyándome en ella. No sé quién está sosteniendo a quién en este momento. Chess se mueve a mi cremallera, deslizando su mano para apretar mi miembro y liberarlo. Ella le da una acaricia de saludo. Las cosas se ponen confusas. Mis manos van a la falda de su vestido, recogiendo la tela, tirándola hacia arriba y hacia arriba hasta que encuentro la longitud suave de sus muslos. —Espera —le digo, besándola más profundamente, un poco frenético ahora.

Sus largas piernas se envuelven alrededor de mi cintura, agarrando con fuerza, tirando de mí hacia adentro. Encuentro el calor húmedo de ella, acaricio la suave mancha con la punta de mis dedos. Chess se estremece, su aliento es un soplo. —Finn. Ahora. Mi frente descansa contra la de ella. —Siempre. Casi duele ese primer empuje. Ella está tan jodidamente apretada y yo tan jodidamente hinchado de necesidad. Gimo como si me estuviera muriendo. A lo mejor si estoy. Estoy tan caliente, no puedo encontrar un aliento. Y ella está arqueando su cuello, gimiendo y arañando mis hombros. Sus muslos se abren más para mí con una demanda. Sé que ella espera sexo rápido y duro. Pero voy despacio, meciéndome con ella, amando la forma en que su cuerpo se levanta un poco cuando tengo las bolas profundas en ella, y luego se hunde cuando salgo. Con cada empuje en el cómodo y resbaladizo pozo de su cuerpo, ella hace un ruido ronco en su garganta, un poco indefensa, un poco necesitada, como si estuviera rogando por ello pero no quisiera. Me excita más, el sudor resbala por mi columna vertebral y el calor sube por mis muslos hasta mi trasero. Su mano cubre mi nuca y ella me besa. Es inconexo, descuidado. Ambos estamos respirando demasiado rápido, demasiado agitados. De alguna manera, lo hace mejor, más terrenal, todo se reduce a la básica lujuria primitiva. Tomo su aliento y luego le doy el mío. La presión de sus dedos contra mi piel me hace temblar. La estoy reclamando contra una pared, pero se siente como si es ella quien me está reclamando. Estoy perdiendo mi maldita mente. Tengo miedo de llorar. Llorar, penetrarla y rogar por algo que no entiendo completamente. Cada vez que empujo, ruego por ello. Cada tirón a través de su calor, es la anticipación del próximo empuje. Agarro su trasero y bombeo más fuerte.

—Chess. Ella parece entender mejor que yo porque acaricia mi cabello, tratando de calmarse incluso cuando sus caderas se elevan para encontrarse con las mías con mayor necesidad. Ella cierra sus ojos y separa sus labios en un jadeo. Y es tan jodidamente hermosa, que me desgarra. Llegamos junto al orgasmo. La lleno, hasta que ella se desborda, la cálida humedad corre sobre mi miembro. Se supone que debo ser el fuerte, su protector, pero ella es la que me mantiene cerca, murmura sonidos tranquilizadores mientras me estremezco y lucho por recuperarme. Algo ha cambiado, dejándome expuesto y sintiéndome fuera de control. Y me asusta hasta el infierno.

21 Traducido por Jessibel

Chess La gala de Whett se llevará a cabo en una mansión en Garden Distric. La mansión neoclásica está rodeada por un extenso césped, jardines y puertas de hierro, alejada de la calle. En el interior, la escala del lugar es inmensa, altos techos, grandes pasillos, una enorme escalera curvada construida en los días en que las mujeres llevaban faldas con aros que se balanceaban suavemente cuando bajaban esas escaleras como reinas. No quiero glorificar el pasado, pero puedo apreciar lo hermoso de la arquitectura. Finn lleva una mano cálida en la parte baja de mi espalda, guiándome por delante de multitudes de invitados y por el pasillo principal. —Un día, quiero un lugar como este —le digo mientras pasamos bajo una lámpara de araña que brilla veinte pies arriba. Las cejas de Finn se fruncen cuando me mira. —¿En serio? Pensé que querrías algo un poco menos masivo. Me acerco más a él mientras la multitud aumenta. —Bueno, no tan grande. Me perdería aquí. Pero algo con historia como esta. Una casa elegante y grandiosa en sus proporciones. Siempre quise vivir en Garden District. Entramos en una sala de recepción, decorada en tonos crema y dorado, donde han establecido un bar. Finn toma el espacio, como si

realmente lo mirara por primera vez. Su cabello está adorablemente despeinado, las solapas de satén en la chaqueta de su traje se enganchan y se arrugan, habiendo sido aplastadas bajo mi agarre. Probablemente me veo igual de desaliñada. A pesar de que habíamos intentado arreglarnos, sin una ducha y empezando desde cero, no se podía ocultar el hecho de que habíamos estado jugando. Un cálido zumbido de satisfacción se mueve a través de mí. Estar jugando es un término débil para lo que habíamos hecho. Había sido el mejor sexo de mi vida. Trascendente. Alterado. La mirada de Finn choca con la mía ahora, y hay un brillo sutil en sus ojos. Él me conoce demasiado bien. Afortunadamente, él tiene mejor autodominio que yo en este momento. Mantiene su voz suave, su tacto en mi espalda es suave. —Podríamos conseguir una, ¿sabes? Un lugar de buen tamaño con una piscina y una casa de huéspedes. Llenarlo con... Se detiene, palideciendo bajo su bronceado. No sé si me duele por él o por mí. De cualquier manera, la sensación no es agradable. Me alejo de su toque, mi mirada vaga por la habitación llena de caras sonrientes. —Chess —dice bajo y áspero—. Me refería a amigos y familiares. No, no lo hizo. No debería tener que mentir. Le doy una tensa sonrisa. —No es exactamente lo mismo, ¿verdad? Su mandíbula se endurece. —No significa nada. Solo estábamos hablando. —¿Sobre el futuro? —sacudo la cabeza—. No deberíamos estar haciendo eso, de todos modos. Finn toma mi codo, inclinándose para encontrar mis ojos. —Solo eran palabras de improviso. —Lo sé. —Muevo un mechón de pelo de su frente—. Vamos a hacer lo que prometimos. Sólo seamos. Estoy de acuerdo con eso.

—Tomarme literalmente no era lo que tenía en mente —murmura con el ceño fruncido. La molestia se desliza por mi espalda. —Si quiere elegir en qué nos enfocamos, espera lo mismo de mí. El espacio entre nosotros se hace más pequeño mientras nos miramos a los ojos. Pero luego cede con un gruñido y se marcha al bar. Tan pronto como él se ha ido, mis hombros se hunden con el remordimiento. No puedo atacarlo cuando accidentalmente toca un nervio. No es justo para ninguno de los dos. Regresa con dos copas y una expresión cautelosa. —Ten. —Gracias. —Tomo el vaso. Está lleno de algo verde pálido burbujeante—. ¿Qué es? —Lágrimas de arrepentimiento. —Su boca se curva—. Escuché que sabe mucho como el cóctel de champán. Mi mano tiembla cuando tomo un sorbo rápido. —Lo siento también. Él no dice nada, pero besa la parte superior de mi cabeza. —Me ofrecieron un trabajo en Nueva York. Finn hace una pausa, con el vaso a medio camino de su boca, luego toma un trago largo y audible de su bebida. —Debe ser bueno —dice, después de recuperar el aliento—. Para que pongan sus ojos en ti. Estudio el borde de mi copa antes de tomar otro sorbo de mi cóctel. —Háblame sobre el trabajo, Chess. Él escucha mientras le cuento los detalles, ambos de nosotros caminamos hacia las puertas francesas que conducen a una terraza. Afuera, encontramos un rincón oscuro, y Finn se apoya contra la pared de la casa.

—Suena como una gran oportunidad —dice, sin revelar nada—. ¿Cuánto tiempo estarías lejos? Agarro el recipiente estrecho de mi vaso. —Uno o dos meses si todo va bien. Él asiente, mirando sus zapatos. Cuando eleva su mirada, sus ojos brillan a la luz de la luna. —¿Es esto algo que realmente quieres? Hay un control muy cuidadoso en su voz. Se acerca a mí vacilante. —Cuando James me dijo por primera vez, la respuesta fue sí. Pero… —levanto mis manos en un gesto de impotencia—. No quiero dejarte. Finn me brinda una pequeña sonrisa que no llega a sus ojos. —No voy a ninguna parte. Pero yo lo haría. Y se siente mal dejándolo ahora mismo. Como si matara nuestro impulso, cuando apenas acabamos de empezar. —¿Cuándo te irías? —pregunta. —En las próximas dos semanas. Una mueca estropea sus rasgos, aunque claramente trata de ocultarlo. —No podré visitarte —dice—. Estos dos últimos juegos de la temporada van a ser intensos. Y si ganamos, tendré que concentrarme en las eliminatorias. Parece que se disculpa, como si fuera su culpa. La tristeza y una extraña sensación de pánico giran en mi pecho, levantándose para obstruir mi garganta. Desde el momento en que pensé en tomar el trabajo, supe que no podría seguirlo. Algo en sus ojos me dice que él también entiende esto. —Vas a llegar a las eliminatorias —digo—. Y no lo quiero de ninguna otra manera. Su sonrisa se inclina y es irónica, pero se desvanece rápidamente.

—Estoy orgulloso de ti, Chester. No siento nada más que la necesidad de aferrarme, una debilidad que no quiero o me gusta. Nuestra conversación se detiene bruscamente cuando Jake se pasea por nuestro lugar tranquilo. —Manny. Olla de cobre. ¿Por qué están ustedes dos escondidos aquí? —él mira entre nosotros, notando la distancia—. Estaría de acuerdo si alguien tuviera una mano en la ropa de otra persona, pero de ninguna manera voy a dejar que ustedes se salgan con la suya tratando de escapar de las camisas almidonadas. —¿Acabas de llamarme olla de cobre? Jake luce completamente inocente. —¿Qué? ¿Yo? No. ¿Quién? —él engancha mi brazo sobre su codo—. Ahora, ven conmigo. Los muchachos quieren una decisión oficial sobre quién es el idiota más grande. Me rio. Finn se aleja de la pared y lo mira. —Te patearé el trasero, Ryder. —Tendrás que atraparme primero, y ambos sabemos que soy mucho más rápido. Jake me guía, con Finn siguiéndolo. Y no protesto. Es un alivio entrar en la concurrida y ruidosa fiesta donde no tengo que pensar. Ser. Sólo ser. Yo puedo hacer eso. Tengo que hacerlo.

Finn —No sé sobre ustedes, pero me veo muy fuerte con este traje. —Woodson pasa una mano por la parte delantera de su traje—. Tendré sexo esta noche. Tienes que amar a Woodson, es la marca de optimismo y honestidad infantil de Iowa. Me río mientras él mueve sus cejas con alegría esperanzada. —Estás casado, ¿no? —North le pregunta con una mirada que claramente dice que es escéptico de que Woodson lo consiga. —El cinismo es un sabor amargo que descansa sobre la lengua y destruye el apetito —insinúa Woodson. North resopla. —Lo leíste en una galleta de la fortuna. —No. —Woodson sonríe—. Lo vi en el costado de un autobús. —De ninguna manera. —Cree lo que quieras, chico amargo. Yo, por otro lado, voy a cazar a mi esposa. Convencerla para que comience temprano. North y yo gemimos, y despido a Woodson. —Los que hablan demasiado hacen muy poco. —Déjame adivinar —dice Woodson—. ¿Galleta de la fortuna? —No, una simple verdad de Finn Mannus. Woodson se burla y luego va en busca de su mujer. Camina sobre la hierba hacia la casa, dejando a Woodson y a mi sentados en un muro de piedra bajo, que bordea el área de la piscina. En la distancia, vislumbro el vestido de Chess. Ella está hablando con Meghan, nuestra directora de relaciones públicas. —Diez dólares a que dice que tiene dolor de cabeza —dice North. Me estremezco, pensando que está hablando de Chess, pero luego me doy cuenta de que se refiere a la esposa de Woodson. —Realmente eres un cínico.

—Prefiero realista. —North se vuelve hacia mí—. ¿Y tú, Manny? ¿Estás listo para ceder y terminar esta temporada con algunas victorias? Es mi turno de resoplar. —¿Es esto una especie de charla? —Sí, supongo que lo es. —North apoya un codo en sus rodillas y me mira. Por un extraño instante, tengo la imagen de El Pensador cobrando vida para darme una conferencia. Extrañamente, esa imagen no muere cuando North habla de nuevo—. Ganamos estos dos últimos juegos y estamos en las eliminatorias. —Lo sé bien. —Lo sueño. Tengo pesadillas al respecto. ¿Quién diablos en nuestro equipo no sabe esto? —Pareces distraído, eso es todo. Miro a North. Y él me devuelve la mirada. —Te escuché hablar con tu chica antes. Froto mi cara con una mano. —Jodido infierno. Simplemente se encoge de hombros. —No hables en lugares públicos si no quieres que te escuchen. Estoy pensando en quién más podría haber escuchado. Las perspectivas no son agradables. —Eres un jodido entrometido, ¿lo sabes? —Me caes bien, niño. —¿Niño? Solo tienes cinco años más que yo. Su sonrisa es ligera. —No son los años. Es el kilometraje. —Jesús, no cites a Indiana Jones. Te lo ruego. North se ríe. Y por un momento brillante, creo que estoy claro. Pero rápidamente se pone serio. —Mira, estos son los años que definen tu carrera.

—Oh, demonios... —Si no dejas tu huella ahora, dando todo de ti, entonces has terminado. El próximo pez gordo de la universidad está a la vuelta de la esquina, esperando ocupar tu lugar. —North me señala con un dedo largo y huesudo—. No arruines esta oportunidad dividiendo tu atención entre el fútbol y una mujer. El amor es genial y crees que significa para siempre, pero no vale la pena arriesgar todo por lo que has trabajado. todo.

—No estoy tratando de arruinarlo. Estoy tratando de tenerlo

—Imposible. Algo tiene que ser dado. ¿Quieres una mujer? Encuentra a alguien que quiera ser la esposa de un jugador. El tipo de chica que te dará bebés, te pondrá primero y nunca se quejará cuando te vayas. Quien estará allí cuando vuelvas a casa. De lo contrario, va a joder con tu cabeza. Deja esa mierda a un lado y concéntrate en tu carrera por ahora. Una vez que hayas establecido unos cuantos anillos en tus dedos, entonces preocúpate por las mujeres. Miro el llamativo anillo de Súper Tazón en la mano de North. Él no suele usarlo, pero supongo que es un accesorio para galas, una buena pieza de jactancia. Es un poco irónico y extraño que los jugadores de fútbol sueñen con usar un anillo que se adapte mejor a los dedos de algún padrote de Las Vegas. Pero lo hacemos. Todos queremos esos feos anillos. North se para y me mira. —Dime esto, ¿qué ocupa más tus pensamientos? ¿El fútbol o la chica? Aprieto mi mandíbula. —Aquí tienes una pista —North se inclina—. La respuesta debería ser el fútbol. Un verdadero jugador de fútbol vive, respira y sueña con el juego. Me lo han recalcado desde que me puse mi primer casco en la liga infantil. Cualquier cosa menos que la devoción total al deporte, y eres un aficionado.

La voz de North corta a través de la espesa bruma que se posó sobre mí. —Además, lo haces bien. Lo hago bien. Y quiero patear traseros este año. Le echo un vistazo. —Me alegro de que tuvimos esta charla. Deberíamos hacerlo de nuevo, a veces. Ignoro mi sarcasmo, me da una palmada en el hombro y se marcha hacia la casa. Yo también debería levantarme, entrar, encontrar a Chess y mezclarme. Pero no me muevo. Todo se siente lento y pesado. También tengo sed como el infierno, mi garganta está seca y tensa. —Maldito, North. —Creo que él estaba tratando de ser tu amigo. La voz de Chess me sobresalta, y me pongo en pie de un salto cuando ella sale de las sombras. eso? fría.

—Hola. —Meto las manos en los bolsillos—. ¿Escuchaste todo Sus labios se curvan, mientras me da una botella de cerveza

—Suficiente. ¿Qué fue lo que dijo North? No hables en público si no quieres que te escuchen. Entonces ella lo escuchó todo. Tomo un largo trago de mi cerveza y trato de repasar toda la charla de North. Nada de eso pone a Chess en una buena posición. —North viene de un mal matrimonio. Chess está a mi lado. —He oído. Megan dice que se casó muy joven. Antes de que pudiera saber lo que quería. —Jesús, el chisme está muy extendido en esta organización. Con todos dando consejos como si fueran la Querida Abby.

La diversión ilumina sus ojos. —Es un milagro que hayas sobrevivido. Resoplo y tomo otra bebida. Algo incómodo y apagado vibra entre nosotros. No sé qué es, pero no me gusta. Sabiendo que ella me seguirá, comienzo a caminar hacia la casa de la piscina. Está oscuro y abandonada ahora mismo. Eso no me impide comprobar la puerta. Afortunadamente está desbloqueada, y entro. Chess está un paso detrás de mí, una pequeña arruga se forma entre sus cejas rectas. —No estamos teniendo sexo aquí —dice ella—. Eso sería un cliché. —Me gustaría decir que tengo mejor juego que eso. Pero los dos sabemos que me gustaría tener sexo en cualquier lugar que lo quisieras. Mi broma se desvanece cuando Chess se pasea por la habitación a oscuras. Solo hay suficiente luz para ver su forma de sombra y el brillo en sus ojos cuando se vuelve hacia mí. —Entonces, ¿por qué estamos aquí? —Algo está pasando con nosotros —solté un gruñido—. Todo se siente mal desde que llegamos aquí. Chess camina hacia mí, hasta que está iluminada por los apliques exteriores que flanquean las puertas de la casa de la piscina. —Yo también lo siento. —Entonces háblame. Chess deja escapar un suspiro de cansancio. —No sé por dónde empezar. Mi corazón late en mi garganta, pero ahora no estoy retrocediendo. —Desde el principio. Ella niega con la cabeza lentamente, como si intentara aclararla.

—Finn, eres mi mejor amigo pero... —No, no lo soy —atajo. Chess se queda mirándome. —No lo eres —repite, enfadada. Quiero besarla. Me abstengo. Apenas. —Tengo un mejor amigo. Es Jake. Sus delicadas fosas nasales tienen un toque especial. —Bien. Entonces, James es el mío. —Lo sé. —Me acerco un paso. —Bueno, me alegro de que hayamos aclarado eso —se burla—. Idiota. Sonrío, lo que realmente la enoja. Eso lo ignoro también y doy otro paso. —Sé que Jake es mi mejor amigo porque no quiero acostarme con él. —Por suerte para Jake —murmura, mirándome. —No lo extraño en el segundo que está fuera de mi vista —agrego. Sus ojos se entornan, su mirada se precipita sobre mi cara en creciente confusión. Estoy tan cerca ahora, las puntas de sus senos rozan mi pecho cuando ambos respiramos. —No necesito abrazarlo, necesito verlo solo para saber que está bien, que está cómodo y feliz antes de que pueda relajarme. La ira en sus ojos se convierte en algo más suave. Toco la curva de su mandíbula, mi pulgar roza su labio inferior. —No somos mejores amigos, Chess. Nosotros somos más. Eres mi todo. La razón por la que me levanto cada día. Ella se derrite en mi toque. —Finn...

Mi mano se desliza hasta la nuca de su cuello, y la mantengo firme. —Así que no me vengas con esta mierda de los mejores amigos cuando quieres usarlo para alejarme. Ella se paraliza, su barbilla se reafirma en una resistencia obstinada. ¿Cree que estoy ciego? —No estás haciendo lo que sea que esté bajo el disfraz de amistad. Su cabeza retrocede, tratando de liberarse. Yo no la dejo. Mi agarre es suave pero firme. Su mirada es feroz. —Déjame ir, Finn. No puedo. Me romperá el corazón. —Háblame —escupo. Su mano fría se envuelve alrededor de mi muñeca. —Escuché todo lo que dijo. La culpa me estremece. —Mira, North está... —Tiene razón. —Su voz es suave pero enfática. Y es una patada al estómago. —Él cree que tiene razón. Chess frunce el ceño. —¿Sabes cuántas veces he escuchado a James decir que uno de sus atletas favoritos está empezando a apestar porque perdió su enfoque en una relación? —¿Estás diciendo que apesto ahora? —mi cabeza late, es un ruido sordo a mi sien. —Estoy diciendo que, aparte de ese tipo de momento grosero y misógino sobre las esposas de los jugadores en medio, North tenía mucho sentido. Y lo sabes.

Los latidos en mi cabeza empeoran. Algo amargo arde en mi garganta. —No puedo pelear contigo también, Chess. Te necesito de mi lado aquí. —Estoy de tu lado. —Ella se mueve para tocar mi mejilla pero se detiene en seco—. Solo creo que si damos un paso atrás... —¡Maldita sea! ¡Solo detente con tu maldita lógica y escúchame! —tiro la botella contra la pared y se rompe. Chess se estremece cuando la miro—. Estoy colgando de un hilo. Un hilo de mierda. ¡O estás tratando de terminar con nosotros hablando de bebés que podemos o no querer, o estás siendo una especie de maldito cordero sacrificado en el altar del fútbol! ¿Quieres que elija el fútbol por encima de ti? ¿Es eso? Ella parpadea de nuevo hacia mí con los ojos brillantes. —No. No deberías tener que elegir. —Entonces no hagas una elección. —¿Crees que fue fácil escuchar todo eso? —espeta— Si bien lo sé, al tenerme en tu vida, ¿te dificulta mucho más el éxito? —Tu fe en mi capacidad es alentadora, Chess. Realmente es muy inspirador. —Maldita sea, Finn, esto no se trata de mi fe en ti, es mi falta de fe en mí. ¡Soy una mala apuesta! —Y, sin embargo, pondría todo mi dinero en ti —grito—. Lo haría en un segundo. Pero no harás lo mismo por mí. Ella se estremece, pero su barbilla obstinada se mantiene firme. Como si ya estuviera comprometida con su plan. —Finn... —No. —Me alejo, levantando mis manos para alejarla—. ¿Sabes qué? Quiero que te vayas. Toma ese trabajo en Nueva York, quédate allí y encuéntrate. Porque North tiene razón. Es muy difícil como es. Seguir adelante con dudas nos hará fracasar.

Ella solo me mira como si estuviera paralizada, y espero la negación, para que me diga que estoy equivocado. Lentamente, ella comienza a respirar, su pecho se levanta y cae con el esfuerzo. Su rabia se acumula, y es una cosa hermosa para ver. Su mirada es como la justicia y el juicio, todo en uno, y está dirigido a mí. —Está bien, me voy. Pero déjame decirte esto. —Su voz se eleva, cada vez más fuerte—. Mis padres siempre siguieron sus corazones. Nunca se detuvieron a pensar o resolver las consecuencias de sus acciones. Ni una sola vez. Siempre fue el instinto y la emoción sobre la lógica y la planificación. ¿Bien, adivina qué? Me quedé atrás. —Su pequeño puño golpea su pecho con un sonido hueco—. Sufrí. Ni una sola vez consideraron los efectos que sus acciones tendrían en mí. Ella parpadea rápidamente y su voz cambia de nuevo, resquebrajándose. —Lo siento si me preocupo. Si sopeso los pros y los contras, e ignoro mi corazón a veces. Pero no puedo ser como ellos. No puedo ser como tu. No lo haré. Cuando elija el para siempre, quiero que sea para siempre. Necesito eso. He cometido un grave error. La he empujado demasiado lejos cuando debería haber cedido. —Chess... —No. —Ella levanta su mano—. Hemos dicho lo suficiente. Me duele la cabeza y no quiero pelear. —Yo tampoco quiero pelear —susurro. Me duele la cabeza, después de todo—. Es una mierda, toda esta preocupación. Ella se estremece visiblemente. —He perdido todo lo que es seguro y familiar para mí. Mi casa, mi lugar de trabajo, mi mejor amigo. Y lo he remplazado contigo. Me pides que tenga fe en nosotros mientras te proteges. Todo lo que quiero es una cosa simple. El aire rancio de la habitación me presiona. —Quieres que prediga el futuro lejano. No puedo hacer eso. Apenas puedo concentrarme en el mañana. —¿Qué pasa si North y

Chess tienen razón? ¿Qué pasa si no puedo dividir mis atenciones y tener éxito? Es un testimonio de lo bien que me conoce porque está claro que ve mi miedo. —No puedes dármelo porque estás pensando ahora en lo que dijo, ¿no es así? Y la respuesta no es lo que ninguno de los dos quiere escuchar. Mi corazón late con fuerza ahora, todo mi cuerpo palpita con el latido rápido. El sudor estalla en mi piel. —Lo siento, Chess. Solo… —trago el pánico—. Dame un poco de tiempo... Su vestido se frunce cuando pasa a mi lado, sin mirarme a los ojos. —Me voy a Nueva York. —Se detiene en el umbral de la puerta—. Y mientras pienso en dar un salto de fe y seguir a mi corazón, tal vez pienses en cómo harás que tu vida funcione. Con o sin mí. La dejé seguir adelante para darle algo de espacio. Fue un error. Cuando vuelvo a la fiesta, ella se ha ido con Meghan. Y cuando vuelvo a casa, ella se ha ido.

22 Traducido por Jessibel

Chess Dejé a Finn y Nueva Orleans como un ladrón en fuga. No estoy orgullosa de eso. Debería haber dicho adiós. Pero el pánico se apoderó de mí, y necesitaba ver una cara familiar que no fuera la de Finn. Fui a Nueva York, a mi ciudad natal, y hacia James, mi amigo más viejo, pensando que tal vez la distancia haría que respirar fuera más fácil, y descubrir qué diablos acaba de suceder. Finn no me llama ni me persigue, para exigir que hablemos. ¿Esperaba que lo hiciera? No puedo decir. Es horrible admitir que quería que él mostrara incluso un poco de resistencia. Pero me dejó ir. Una semana después, recibí un mensaje de texto de Charlie, pidiendo mi dirección. Como no intento ocultarme, se la doy. Charlie me envía la mayor parte de mi ropa. Me grito para dormir esa noche. Pasan las semanas. Me empujo para ir hacia el trabajo. Y supongo que Finn también lo hace. Él gana un juego y luego el siguiente. Lloro de nuevo cuando lo veo celebrar en el campo con sus compañeros, la imagen de su rostro sonriente y victorioso es demasiado difícil de soportar. Pero no soy masoquista, y cuando van a entrevistarlo, apago la televisión. Dos días después de anunciar oficialmente que Finn y su equipo están en las eliminatorias, una revista electrónica de chismes de Nueva Orleans a la que me suscribo, muestra una foto de Britt y Finn

entrando a un restaurante, la mano de Finn está protectoramente en su brazo mientras se alejan de la cámara. Sigue otra imagen borrosa de ellos sentados en una mesa para dos. Me obligo a dormir por segunda vez. ¿Creo que está con Britt ahora? Mi corazón dice que no. Mi cerebro sigue parpadeando a la imagen de ellos juntos, y estoy enferma de celos amargos. Parte de mí piensa que merezco esto. Es mi propia jodida culpa por irme. Otra parte, mucho más enojada de mi parte, dice—: A la mierda con ese ruido. Irónicamente, todos los demás aspectos de mi vida son fantásticos. El loft de Michael's en SoHo es tan perfecto que hace que mis huesos duelan de envidia. Recuerdo que es de la realeza de bienes raíces de Nueva York y que probablemente no tenga que trabajar un día de su vida si decide no hacerlo. Y le agradezco una vez más que me haya ofrecido esta oportunidad. El proyecto es un sueño hecho realidad. Todos los días, tengo ganas de trabajar. Me reúno con actores establecidos que han ganado un Oscar y coquetean sin vergüenza, y con jóvenes famosos de Hollywood que actúan como muchachos crecidos, lo que, lamentablemente, me recuerda a Finn y sus compañeros. Sigo esperando que alguien arroje una actitud o sea un imbécil, pero no sucede. Es como si las estrellas se hubieran alineado y el destino me dijera que aquí es exactamente donde necesito estar. Odio el destino. Estoy sentada en la sala de estar bañada por el sol del loft de Michael, acurrucada en su gran sofá de cuero italiano y comiendo un panecillo de Nueva York con queso crema, manzana y canela, cuando Finn llama. Debería haber sabido que me cazaría cuando estaba más contenta de lo que había estado desde que lo había dejado. Con la cara roja por el calor y el corazón latiendo con fuerza, miro fijamente el teléfono, su nombre se ilumina en la pantalla, como si pudiera levantarme y morderme.

No quiero recogerlo. Pero el maldito teléfono no se detendrá. Suena y vibra, haciendo vibrar la mesa de café. Mis dedos se hunden en mis muslos. Finn. Responde, cobarde, es solo Finn, por el amor de Dios, no Satanás. Gruño y levanto el teléfono. —Hola. —Parezco que he estado comiendo vidrio. —Hola. —El timbre de su voz, áspero e inseguro, se aloja entre mis costillas y se hunde. Cierro los ojos y llevo mis rodillas a mi pecho como si pudiera protegerme. Finn se aclara la garganta, pero no habla. —Debería haberte llamado. —Quería llamarte. Hablamos uno sobre el otro, y él resopla con una risita, antes de que su voz se convierta en algo duro y tenso. —Me dejaste. Un fragmento de culpa atraviesa mi corazón. —Dije que me iba. —Pero no así. No sin despedirme. —Lo siento. —Me dolió, Chess. Nos merecíamos más que eso. Un nudo aprieta en mi garganta. —Lo sé. Fue una mierda. Finn no dice nada por un largo momento. Pero cuando finalmente habla, es una carrera tensa. —Llevé a Britt a cenar. Escuchar las palabras de su boca lo hace más real. —Vi las fotos. —Lamo mis labios y pruebo la sal. Otra gruesa lágrima corre por un lado de mi nariz, y la remuevo.

Finn hace un sonido. —Tenía miedo de eso. No sé qué decir a eso, así que me quedo en silencio. Suspira, largo y cansado. —Quería que lo escucharas de mí. Una ola de mareo me invade, y apoyo mi cabeza contra la almohada del sofá. —Estoy tratando de ser su amigo —continúa—. Como sugeriste. ¿Está tratando de apaciguarme? No me siento apaciguada. Soy miserable. Limpio mis ojos. —Eso es bueno. Ella necesita un amigo. La verdad es que no es nada fácil imaginármelos juntos. El silencio desciende. —¿Cómo está el trabajo? —suelta Finn, algo forzado. —Bien. Genial. Mañana estoy fotografiando a Los Vengadores. Bueno, a los chicos, eso es. Un sonido ahogado llega a través del teléfono y luego se corta repentinamente. —¿Vengadores desnudos? Casi sonrío. —Ellos tienen que sostener sus armas. Iron Man está usando su guante. —Oh, bueno, al menos su mano está cubierta —se queja Finn. Mis labios se fruncen. Pero no es suficiente. Nuestro flujo fácil está roto. Y nos quedamos en silencio una vez más. Cuando Finn vuelve a hablar, su voz es tan baja y ronca que casi no la oigo. Casi. —Te extraño. Mi corazón golpea contra mis costillas, y aprieto el teléfono.

—Yo también te extraño. Dime que vuelva a casa. Dime que me necesitas. —Tenías razón, sin embargo —dice con voz áspera antes de aclararse la garganta—. Necesitaba algo de claridad. Encontrar qué es lo importante. Algo dentro de mí se agrieta. Creo que es mi corazón. Respiro entrecortadamente. —Yo también. —No llores. Estás bien. Bien—. Este trabajo ha sido un sueño hecho realidad. Realmente es muy bueno. Eso es descriptivo. No suenas en absoluto como si te estuvieras derrumbando. Hace una pausa. —Me alegro. Te mereces... cosas buenas. Llegamos a las eliminatorias. —Lo sé. Estoy... tan feliz por ti. Alguien en el fondo le grita a Finn. Cierro los ojos, sabiendo que mi tiempo se ha acabado. Habla más fuerte ahora, pero más distante. —Tengo que irme. Siento cada kilómetro frío entre nosotros. —Sí. Yo también. He estado tan ocupada... —trago saliva. —Eso es bueno. Me alegro. Dios, ahora somos horribles. —Buena suerte, Finn. Es tan tranquilo en su final, que creo que ha colgado. Pero luego él habla, su voz es suave y llena de arrepentimiento. —Duerme bien, Chess. Es solo después de que la línea está muerta y regreso al trabajo, cuando recuerdo que me había dicho las mismas palabras, la noche que nos conocimos, cuando lo dejé en la puerta de mi apartamento e intentaba salir de su vida.

Finn La puerta de mi condominio se abre. No me molesto en levantar la vista de la tele. Sé que no es a quien quiero ver. Las llaves suenan y luego Charlie entra en la habitación. —Manny —dice, mirando hacia mi y luego a la televisión—. ¿Qué estás viendo? —Solteros. —Mi voz suena como si hubiera sido arrastrada por el óxido antes de liberarse. Charlie se sienta a mi lado. —Nunca lo he visto. —Te estás perdiendo la gloria de Cliff Poncier y Citizen Dick. —¿Citizen Dick? —hace un sonido de diversión. Lo miro de reojo. —Estaban subestimados. —Si tu lo dices. Observamos durante unos minutos. Cada vez que Steve y Linda están en la pantalla, me duele el pecho. Le rompiste el corazón, Linda. Sí, soy un jodido masoquista. —Esto parece una película de chicas —dice Charlie de la nada. —Según Chess, cada película es una película de chicas. —No es fácil decir su nombre en voz alta, pero me niego a convertirla en un fantasma. Él está en silencio por un momento. —Supongo que ella tiene un punto. —Por lo general, lo hace. —Mierda. Necesito un poco de antiácido. Charlie se vuelve hacia mí.

—¿Has hablado con ella últimamente? —Sí. No extiendo el desastre que fue nuestra llamada telefónica. La conversación había sido tan forzada, que era como arrancarse los dientes solo para decir las palabras. Su mirada es algo pesada. —¿Vas a ir a buscarla? ¿Cuándo está en medio de su trabajo soñado? ¿Con Los Vengadores? ¿Cómo diablos compito contra Iron Man? O, maldición, ¿Thor? —Ella no está perdida, Charles. Saca una botella de jugo verde de su mochila y me la da. —Es hora de ponerse en marcha para el juego. Normalmente, yo mismo manejo. Pero este es un juego de eliminatorias. Cuando Charlie me preguntó si quería ir al estadio, me di cuenta de que realmente quería que me llevara. Él quería ser parte de esto. Él merece estar. Así que consigo un chofer, incluso si él insiste. —Tenemos al menos quince minutos de sobra. —Debido a que está en mi mano, abro la botella y tomo una bebida. No voy a decir que me encanta la bebida verde para la salud porque tengo papilas gustativas que funcionan, pero me envía una buena dosis de energía corriendo por mi sistema. —Vamos a gastarlas en el estadio —dice Charlie. A Charlie no le gusta vivir al límite. Con un suspiro, me levanto. —Bien. Vamos a ganar un partido de fútbol. Charlie también se para, apagando la televisión con el control remoto. —Trabajaremos en tus niveles de entusiasmo en el auto.

Me gustaría pensar que soy un buen actor. Pero al parecer, mi actuación es deficiente. A pesar de cavar profundamente y sacar todo el entusiasmo que puedo reunir, tan pronto como llegamos al medio tiempo y recibimos todas las instrucciones que tenemos que recibir, Jake se deja caer a mi lado en el banco y me da un codazo. Las almohadillas me impiden sentir mucho pero me llama la atención. —¿Qué? Él toma una botella de un niño que pasa la pelota, y arroja agua por toda su cabeza antes de mirarme. —Has estado jugando mejor que nunca. Tiene razón; Soy el mejor que ha jugado. Cada vez que salgo al campo, me convierto en una máquina, jugando como si tuviera algo que demostrar. La triste verdad es que estoy tratando de probar algo. No a mi mismo. Es para ella. Siempre por ella. Pero a la manera retorcida de las cosas, con cada victoria, me siento peor, la distancia entre Chess y yo es mayor. Porque, ¿qué diablos estoy demostrando realmente aquí? ¿Que ella y North tenían razón? ¿Que ella era sólo una distracción? ¿Que no la necesito? La necesito. La necesito tanto. —Gracias por avisarme —le digo a Jake, como si no me importara—. Aprecio la charla. Me mira de reojo, pero mantiene una sonrisa en su rostro. Podríamos estar en la relativa privacidad de nuestro vestuario, pero alguien siempre está mirando cuando estamos en modo de juego, y ninguno de los dos quiere asustar al equipo. —Chico sabio. Estás jugando genial. Pero tienes ojos muertos. —No me gusta la dirección de esta charla, Ryder. —Deslizo una botella de una canasta cerca de mí y tomo un largo trago—. ¿Charlie te puso en esto? —¿Él también lo notó?

Miro el vestuario como si estuviera en la cima del mundo. —Ahora no es el momento. —Tu juego de evasión es matador. Nunca es el momento adecuado. Mi sonrisa duele en las esquinas. —Bueno, ciertamente no está jodiendo ahora. Los chicos se arremolinan, algunos estiran sus extremidades por los entrenadores, algunos se hidratan. Todos tenemos nuestra cara de juego, contando los minutos antes de volver a salir. North sienta su trasero sobre mi otro lado. —¿De qué hablamos? ¿Victorioso? Porque me encanta ganar. Es mejor que perder, ¿sabes? —Quieto, Nuke LaLoosh —murmuro. Él guiña. —¿Y? Jake se inclina más allá de mí. —La chica de Manny se ha mudado a Nueva York y está deprimido. Pero él no quiere hablar sobre sus sentimientos. —Que me jodan. —Gimo, agachando la cabeza bajo el pretexto de dejar mi botella para que nadie pueda ver mi mueca. —¿Tu chica te dejó? —North suena sorprendido. No sé por qué, ya que él casi me rogó que viera la luz y me concentrara en mi carrera. Y como realmente no quiero volver a escuchar eso, simplemente me limpio la cara con una toalla y hablo más allá. —Estamos pensando las cosas mientras ella está trabajando. Todo hombre sabe que cuando una mujer tiene que pensar en cosas no es bueno. North no es una excepción. —Lamento oír eso, hombre. —¿Tú? —Un resoplido incrédulo se me escapa—. ¿En serio?

Él le da una palmada a mi muslo antes de ponerse de pie. —Si es responsable de esa opaca mirada en tus ojos, entonces sí. —Te lo dije —dice Jake—. Ojos muertos. North sacude la cabeza como si estuviera decepcionado de mí. —¿Cuándo dije algo acerca de ser miserable? Si ella te hace feliz, entonces resuelve el resto. —Con eso, North trota. Me paro también, con ganas de pasear. No, en realidad, quiero perseguir a North y golpearle la cabeza. Pero no lo hago. Pongo mis manos en mis caderas y finjo que estoy viendo la cuenta regresiva del reloj. —Ese imbécil me da una charla sobre el enfoque y ahora lo siente. Jake se pone de pie e imita mi postura, todo sonrisa y la expresión en su cara que dice, estamos siendo dueños de este juego. Luego se gira, sus hombreras bloquean el resto de la habitación. El sudor y el agua gotean en su cara, su ojo negro está manchado. —A la mierda North. Él no te conoce. Y tienes razón; Yo tampoco quiero hablar de esto. Preferiría estar intercambiando puntajes altos o lanzando un discurso de “Gana uno para el Gipper”. Porque estamos aquí. En las eliminatorias. Se inclina, con voz baja e intensa. —Las jodidas eliminatorias. No tiene que decirme lo que eso significa. Todos los jugadores de fútbol entienden a dónde conduce este camino. Abro la boca para hablar, pero él no me deja. —Deberías estar extasiado. En cambio, eres un saco andante de miseria. Sus palabras golpean como un golpe físico a mi estómago. Sonrío ampliamente contra la urgencia de gritar. No solo gritar, sino gritar y clamar, así que, a la mierda todo. He hecho todo lo que pude para llegar a este momento. Incluyendo dejar ir a Chess, ¿y esto es lo que él tiene para mí?

Jake se enfrenta a mi rabia sin estremecerse. —No estoy tratando de reventarte las pelotas. Lo miro, incapaz de mantener mi cara feliz. No confío en mi mismo para hablar. —Llámala —dice—. Ruega, suplica, haz lo que sea que tengas que hacer para recuperarla, para que puedas salir de este maldito embrollo. Mi respuesta es tan aguda que es casi un grito. —Ella piensa... —tomo aire, y bajo mi voz—. Esto no está en mí, ¿de acuerdo? Hizo que todo fuera complicado cuando debería haber sido fácil. —¿Fácil? —Jake hace que suene como una mala palabra. —Sí, fácil. Ella está preocupada por el futuro. De que eventualmente queramos cosas diferentes. Que un día me resentiré con ella y, en cambio, desearé una esposa modelo. —Levanto una mano—. Como si quisiera a alguien más que a ella. Jake levanta las cejas. —Esposa, ¿eh? El calor roza mi cuello. —Cuando lo sabes, lo sabes. —¿Ella sabe que lo sabes? Parpadeo hacia él. Jake resopla, mirando alrededor para ver si tenemos tiempo, antes de concentrarse nuevamente en mí. —¿Dijiste: Me importa el pito de una rata sobre tener a alguien más? —¿El pito de una rata? —Me atraganto con una risa. Él pone los ojos en blanco. —¿Le dijiste que la amas, imbécil?

Detrás de nosotros, el entrenador le grita a los muchachos que se reúnan. La triste verdad se incrusta como un cristal en mi garganta. —Puede que no sea una cuestión de que yo la ame. Lamento las palabras tan pronto como las dejo salir. Es más fácil fingir que me alejé. Admitir que podría no ser el hombre que Chess quiere lastimar tanto que no pueda respirar. Jake me mira fijamente. —No lo llaman riesgo porque es seguro. Dile de todos modos. Me da una palmada en las hombreras y se aleja. Le sigo, mientras pienso. Voy a dirigir a mis muchachos y ganar este juego. No necesito a Chess para triunfar en el fútbol. Ya sea que esté en mi vida o no, soy quien soy en el campo. Está fuera del campo que la necesito. Y voy a encontrar a mi chica y demostrarle eso a ella también.

23 Traducido por Jessibel

Chess James y Jamie me llevan a un pub irlandés al sur de Manhattan. Es acogedor y maravillosamente cálido, especialmente después de caminar seis cuadras en el viento helado para llegar allí. —No puedo sentir mis dedos —digo frotando mis manos. —Deberíamos haber tomado el metro. —La nariz de Jamie es de color rosa brillante. —La caminata fue arriesgada —insiste James—. Y ustedes dos son débiles. Jamie se quita los lentes empañados y los limpia. —Estoy bastante seguro de que alguien estaba lloriqueando por pelotas congeladas en peligro de caer y romperse en el pavimento. —Esa fue una descripción vívida —agrega—. Tal vez deberías revisar tus pantalones, James. Asegúrate de que todo está en su lugar. —Mis pelotas ya están en su lugar. —James desenvuelve su bufanda y nos guía a través de la multitud—. Y están exigiendo una bebida. —¿Hablas con tus pelotas? —pregunto con una risa. —Todos los chicos lo hacen, Chess. ¿No te he enseñado nada? —Pensé que hablaban con sus penes. —Son una especie de paquete, querida.

Nos acomodamos en una cabina junto a un escenario vacío. James se acurruca junto a Jamie, y me deja al otro lado. De nuevo viene la horrible frialdad interna que corre a mi lado. No me importa sentarme sola. Lo he hecho durante años. Pero no puedo dejar de sentir que no estoy completa. Me estoy perdiendo una parte de mí. Y es molesto. Otra persona no puede completarme. Lo hago por mí misma. —Entonces, ¿quién tiene la última palabra —pregunta Jamie a James—. ¿Tus pelotas o tu pene? James se acomoda en la cabina y frota su barba en contemplación. —Hmm. Mi pene definitivamente puede actuar solo. Es conocido que se anima y quiere investigar una situación, mientras que las pelotas se encogen y gritan "¡huye, tonto!" —Eso se debe a que las pelotas tienen un sentido de conservación —digo, quitándome el abrigo—. El pene es básicamente un tonto sin cerebro. Jamie se ríe. —Es cierto —dice James—. ¿Pero en cuanto a la regla de mi paquete? —Déjame adivinar —agrego—. ¿Sr. Mano? —Ah. Ese podría haber sido el caso hace unos meses, pero ahora el gobernante supremo es Jamie, así que realmente no debería reírse del pobre pene. Jamie se sonroja y se apoya en él. —Oh, eso es tan dulce. Supongo que lo es, de una manera extraña. No me impide dejar la mesa, así no tengo que verlos abrazados. Tuviste eso, imbécil. Y tenías que pensar en "cosas". Realmente apesta cuando tu conciencia comienza a odiarte. —También habría susurrado chistes dulces en tu oído —dice la voz de Finn en mi cabeza.

—Sé que lo habrías hecho. Nunca podrías dejar pasar la oportunidad de hablar sobre tu basura. —Tampoco tú, Chester. Estoy bastante seguro de que estás obsesionada con mi basura. Realmente, seriamente apesta cuando empiezas a tener conversaciones con un hombre que no está allí. La camarera se acerca a tomar nuestro pedido. —Estamos teniendo un especial en Guinness esta noche. Y la especialidad del chef de la noche es el bistec y el pastel de riñón. —Voy a tener unos bocadillos y un pastel —digo. —Guinness para mí —dice James—. Y el pescado y las papas fritas. —También tendré el pastel —ordena Jamie—. Oh, y un vino blanco. —¿Qué te dije? —El fantasma de Finn me susurra al oído—. A las mujeres les gusta pedir vino blanco. Incluso cuando están en un pub. —¿No hay una lámpara a la que puedas ir a cazar? —Soy un mariscal de campo, Chess, no un genio. —¿De qué se trata esa sonrisa? —pregunta James, interrumpiendo la ridícula, y probablemente, insana conversación en mi cabeza. —Sobre la promesa inminente de comida caliente —miento. Me mira como si supiera mejor, pero afortunadamente no dice nada. Nuestras bebidas llegan y, mientras esperamos nuestra comida, una banda sale y comienza a tocar. Es una banda irlandesa completa, con un flautista, dos violinistas e incluso un acordeonista. Y son buenos. Pronto, el bar está lleno de música animada y gente golpeando sus zapatos en el suelo al compás de la melodía.

La cantante es una mujer joven con el pelo rizado y una voz como un duendecillo. Comemos nuestra comida mientras tocan. Y es casi perfecto, absorber buena música y buena comida con buenos amigos. Puedo verme en el futuro, teniendo más noches como esta. Tendré una buena vida. Lo sé. Lo puedo sentir en mis huesos. Y una sensación de paz me invade. Estaré bien. No importa lo que haga, estaré bien. ¿Pero estar bien es suficiente? La banda termina una canción y la cantante acepta una pinta de Guinness de una camarera. Ella toma un largo trago antes de dejarlo en un taburete a su lado. —Me encanta la película Some Kind of Wonderful, dice en el micrófono. La multitud silba en aprobación. Ella asiente y sus rizos rebotan. —El final es especialmente encantador. ¿Lo recuerdas? La multitud grita al unísono—: ¡Te ves bien llevando mi futuro! La risa resuena en el pequeño espacio. —Sí, es muy romántico. —La cantante agarra su pandereta—. Vamos a hacer un pequeño homenaje a Some Kind of Wonderful y Lick the Tins, quien hizo una brillante portada para la película. Sonrío, pero una sensación de molestia comienza a aparecer alrededor de los bordes de mi corazón. La banda comienza a tocar una versión animada y celta de Can't Help Falling, y mi corazón se contrae. Oh, Dios, estoy verdaderamente atormentada. A mi alrededor, la gente comienza a cantar, es como una pared de sonido completa rodando sobre mí, insistiendo en que algunas cosas estaban destinadas a ser. Y no puedo soportarlo. No puedo soportar que Finn no esté aquí conmigo, riendo en mi oído, exigiendo que tome su mano, que podamos ser tontos juntos.

Él lo ha estado haciendo desde el principio. El lo sabía. Ha estado tratando de decirme lo que éramos el uno al otro todo el tiempo. Simplemente no había escuchado. Él podría ser terco, y su negativa a ceder un poco todavía me molesta. Pero él es mío. Un sollozo se libera. Y estoy atrapada entre la risa y el llanto. James me mira fijamente. —¿Qué pasa? —La canción. Elvis. Él está en todas partes. James frunce el ceño, inclinándose para que podamos hablar sobre el obsceno canto. —¿Y eso te hace llorar? Sacudo la cabeza, mientras las lágrimas corren por mi cara. —Lo amo. —¿A Elvis? —Jamie pregunta, confundida. —Finn. Amo a Finn. No importa a dónde vaya... —levanto mis manos hacia la banda sin poder hacer nada—. Él es mi destino. James sonríe suavemente. —Son perfectamente imperfectos. —Tengo que decirle. —Lo harás. —James se acerca a la mesa y pone su mano en la mía temblorosa—. ¿Quieres salir y llamarlo? —Está jugando un juego en este momento. —Limpio mis mejillas—. Debería hacerlo en persona. —Está bien. —James me da un apretón—. Te llevaremos a casa tan pronto como podamos. Casa. Necesito ir a casa. El calor de la habitación y el sonido de la banda me presionan. —Tengo que salir de aquí —le digo a James—. No puedo respirar. Necesito ver a Finn. Tengo que... —Está bien —dice James—. No te alarmes.

Mis dedos son torpes cuando saco mi billetera del bolso y algunos billetes. —Voy a dar un paseo. James agarra mi muñeca. —No irás sola. —Crecí en esta ciudad, James. Estaré bien. —No importa —insiste—. Vamos a ir contigo. Arroja un poco más de dinero sobre la mesa y luego coloca su vaso vacío en la pila para asegurarlo. Pero no puedo esperar más. Para cuando James y Jamie me alcanzan, estoy a mitad de camino. Me tropiezo afuera y tomo una profunda bocanada de aire helado. Quema mientras baja pero aspiro otro aliento. James y Jamie están a mi lado. —¿Estás bien? —Jamie pregunta, apoyando una mano en mi brazo. —Sí. —Le sonrío débilmente—. Lo siento por el drama. Sus ojos se arrugan en las esquinas cuando mira por debajo de sus lentes. —Es muy emocional, enamorarse. —No debería haberlo dejado. Debería haberme quedado. James saca un cigarrillo y lo enciende. —Si marcharte significaba que finalmente te darías cuenta de que él era el indicado, no te castigues por eso. —Da una calada y luego suelta una bocanada de humo—. Considéralo un tiempo bien empleado. —Lo lastimé. —Algo me dice que te perdonará. —James me guiña un ojo y luego sonríe—. Mi gruñona osa Chessie está saliendo con el mariscal de campo. ¿Las maravillas nunca cesarán? —Creo que James está un poco celoso —se burla Jamie.

—Me gustaría señalar que estaba enamorado de Manny antes de que Chess se encontrara con Finn, y antes de que te conociera. — James lanza la colilla de su cigarrillo—. Ahora sería demasiado extraño mantenerlo en el banco del placer. Empezaría a imaginarme la cara de desaprobación de Chess y... una matanza total. —Se supone que ahora no tienes un banco del placer —le digo—. Tienes a Jamie. —Cuando entro a mi banco, Jamie siempre está ahí para ver —responde James, con una sonrisa malvada. —Demasiada información —resopla Jamie, pellizcándolo—. Vas a ocasionarle indigestión a Chess. —Bueno, ella ha matado el material de fantasía principal para mí, así que estamos empate. Sé que Jamie está avergonzada por mí, pero también sé que James está tratando de distraerme. Él está haciendo un buen trabajo. Intercambiamos una sonrisa secreta entre nosotros, una que hemos compartido en muchos momentos difíciles. La gratitud me llena, y quiero abrazar a mi mejor amigo. Me da un pequeño guiño en silenciosa respuesta. —Podría enfadarme contigo —le digo con falsa molestia—, pero hace demasiado frío. Meto mis manos heladas bajo mis brazos. —Vamos. —James apaga su cigarrillo en el costado del edificio y luego lo arroja a un bote de basura cercano—. Encontremos un bar y veamos a tu novio jugar. Tres puertas más abajo, encontramos un bar que, sin sorpresa para nadie, muestra el juego en varios televisores. Los clientes están gritando en la pantalla y veo que el puntaje es de siete a catorce, y que Nueva Orleans está abajo. Dado que el equipo de Finn está jugando contra Nueva York, todos están excitados. Conseguimos nuestras cervezas en el bar y luego James nos encuentra un asiento junto a la puerta, frente a uno de los televisores, y nos sentamos cuando Finn y su ofensiva regresan al

campo. No puedo ver su cara detrás del casco que usa, pero solo la vista del número diez en su camiseta me acelera el corazón. Aunque su equipo actualmente está perdiendo, se mueve con autoridad, trayendo a sus muchachos a un grupo. Están en su propio terreno y la multitud canta para Finn. El comentarista en la televisión dice que la ofensiva no está en su mejor momento en los juegos anteriores y cómo Finn ha luchado durante toda la temporada para recuperar el control. —Es por eso que nuestra defensa te va a patear el trasero, Manny —grita un chico en el bar. Sé que no es personal; Es parte del juego. Pero se siente personal. Quiero gritarle al chico que se ponga un uniforme y lo intente o que se calle. James me lee bien —Relájate, tigre. Mis dedos agarran los bordes de mi silla. —Estoy bien. En la pantalla, comienza el siguiente tiempo. No sé mucho de fútbol. Casi nada en realidad, pero ver a Finn hace que mi aliento se detenga y el orgullo se expanda en mi pecho. Es hermoso en la forma en que son raras y poderosas las cosas. Finn atrapa el balón que le entregó Dex, y luego él retrocede, sus muchachos lo protegen. Para mí, es una pelea, la defensa corre como las hormigas locas tratando de atraparlo, la ofensiva se escurre como las hormigas locas corriendo de un lado a otro. Todo el tiempo Finn sigue siendo el centro de la calma. Él gira el brazo hacia atrás y lanza, sin prestar atención al enorme chico que corre hacia él. La pelota vuela por el aire como si estuviera en una cuerda. Pero mis ojos están en Finn. Desafortunadamente, la cámara sigue la pelota mientras se dispara en el campo hacia Jake. Los chicos del bar gritan. Jake se arquea en el aire como una bailarina, atrapando la pelota y aterriza en un cúmulo poco elegante

cuando un grupo de defensores lo abordan. Pero él mantiene la pelota. —¡Justo a través del tráfico! —James golpea su puño sobre la mesa en señal de victoria mientras el resto del bar gruñe. Sonrío ampliamente. La cámara vuelve a Finn, que salta una vez y luego lanza su puño una vez. Mientras Jake vuelve corriendo al grupo, Finn lo golpea en el trasero para felicitarlo. —¡Vamos defensa! —gritan molestos en el bar, haciendo esa cosa molesta y rápida. Lo ignoro y miro a Finn. Esta vez le pasa el balón a North, quien no llega muy lejos, para deleite del bar. No importa. Puedo sentir la diferencia en el juego de Finn. Él tiene un ritmo en marcha, una confianza en él. Él está jugando para ganar. Estoy tan orgullosa de él que tengo que morder mis labios para evitar gritar mi ánimo a la pantalla, porque, en realidad, no es como si él pudiera escucharme. Y sin embargo, un pequeño y oscuro rincón de mi mente siente angustia. Porque ahora está jugando mejor. Sin mí en su vida. Podría ser una casualidad. Pero no han perdido un juego desde que me fui. El anunciador balbucea acerca de que Finn está en la zona. Él está. Esto es lo que él hace mejor. Y tú lo amas. Y si él supiera eso, estaría... Mis pensamientos se dispersan porque Finn tiene el balón otra vez. Esta vez él se apresura hacia atrás, los chicos se enfocan en él. En el bar, la multitud grita a la defensa que lo derribe, que golpee su trasero. Pero Finn no es un blanco fácil. Él evade como el profesional que es. Mi estómago se contrae, mi corazón patea mis costillas. Un liniero atrapa a Finn alrededor de su cintura. Mis uñas se clavan en la madera. Pero Finn se balancea, de alguna manera se desliza fuera de su agarre. James grita.

Finn envía un pase hacia North, que despega hacia la zona de anotación. James se levanta de un salto. De alguna manera yo también estoy de pie y nos alegramos de que North corra a lo largo. —¡Anotación! —grita James, levantando los brazos. Me río y bombeo un puño en el aire. —Hombre, cállate —dice alguien detrás de nosotros. Lo ignoramos y movemos nuestras caderas. Finalmente, muestran a Finn al margen, sin casco, mientras él se sienta en un banco al lado de Jake y se ríen de algo. El sudor empapa su pelo y sus mejillas son rubicundas. Pero su sonrisa es grande y contagiosa. Él es tan malditamente hermoso, que mis dedos duelen por tocarlo. Me duele el corazón mirarlo, pero no me atrevo a parpadear. Casi me mata con el corte al otro equipo. —Aquí viene Baylor —dice el molesto tipo del bar, aplaudiendo—. Patea algún trasero, Battle. —¿Es bueno? —le pregunto a James cuando el mariscal de campo de Nueva York sale al campo. —Sí. —James parece disgustado—. Él era el rival de Manny en la universidad, ya sabes. Finn fue reclutado el año anterior por Drew Baylor. Y deberías saber esto, señorita. —No hablamos exactamente de fútbol todo el tiempo. James sonríe. —Cierto. Has estado muy ocupada lamiendo su... —¡James! —Jamie le da una palmada en el brazo. Ella ha estado tranquila hasta ahora, claramente no en su elemento—. Basta. Él se ríe, pero luego le da un rápido beso. —Sólo estoy jugando con Chess. —Estás siendo un cerdo. —Sí, eso también.

Desafortunadamente, James tiene razón. Drew Baylor es bueno. Me recuerda mucho a Finn por la forma en que se mueve y por el tamaño y la forma de su cuerpo. La principal diferencia parece ser que, si bien Finn tiene un comportamiento más lúdico, claramente bromea con su ofensiva e incluso con los linieros defensivos que intentan abordarlo, Baylor es un asunto serio. No me gusta verlo jugar, porque significa que Finn podría perder. Una parte de mí quiere irse ahora, reservar un vuelo a casa y estar allí. Pero se siente como una traición el no ver a Finn terminar este juego. Él no tiene idea de que estoy mirando, así que no debería importar, pero se siente como si lo estuviera haciendo. Como si lo estuviera apoyando, aunque estoy a casi dos mil millas de distancia. Odio esa distancia. Nueva York no logra anotar y, luego de un buen receso de despeje, Finn regresa pronto al campo. Están tensos ahora, y la tensión se enrolla en mis entrañas. Por favor gana. Él necesita esto. Necesito esto para él. Durante tres jugadas, me siento en el borde de mi asiento, mientras Finn y su ofensiva luchan por su camino hacia el campo, ganando algunas yardas, perdiendo otras. Otro entrada, y estoy bastante nerviosa. La pelota es lanzada. Finn la atrapa, retrocede, hace un falso pase en una dirección y luego, como si fuera necesario, la deja volar. James grita mientras la pelota se eleva. Los chicos en el bar también gritan, lamentándose. Es para Jake de nuevo. Salta alto, su cuerpo se estira hasta su límite. Mordisqueo mi labio duro. Jake atrapa la pelota y, en el mismo instante, un jugador se estrella contra su mitad inferior. Jake es volteado de cabeza, todavía agarrando la pelota. Su cabeza aterriza primero en el campo, girando hacia su pecho. Él se contrae. Y no se levanta. Mi corazón se detiene tan duro y rápido que la habitación da vueltas. El referí silba. Los médicos se lanzan al campo. —Jake.

Conozco a este hombre. Me he reído con él. He comido con él. Él es el mejor amigo de Finn. Cuando Jake no se levanta, Finn corre para estar con él. Su casco está fuera y él está lo suficientemente atrás para permitir que el personal médico trabaje. Sus ojos nunca dejan a Jake, que se encuentra sin vida en la zona de anotación, con su brazo todavía envuelto alrededor de la pelota. Me paro en medio de la barra, con mis puños apretados a los costados, pensando que se levantará. Será como Jerry McGuire, y Jake pronto estará bailando en la zona de anotación. Pero él no lo hace. Piden una camilla. Finn agarra la parte posterior de su cuello con ambas manos y comienza a caminar. La cámara se acerca a él. Un sonido estrangulado me abandona. Porque la mirada en los ojos de Finn ha desgarrado mi corazón. Aunque su expresión está fuertemente controlada, lo conozco. El terror, la agonía, la impotencia, todo está ahí, nadando en esas profundidades azules. Se está desmoronando por dentro. Agarro mi abrigo, tirándolo sobre mis hombros. —Me tengo que ir. James se levanta. —Chess. —No —grito, y luego respiro—. No puedo esperar. No puedo estar solo así. Ya no lo dejaré estar solo. James asiente. No espero a ver si él y Jamie lo siguen. Corro directamente por la puerta. La noche es muy fría. Mi aliento sale en bocanadas blancas que oscurecen mi visión. Un taxi baja por la cuadra en el lado opuesto de la calle. Sin pausa, silbo alto, levantando mi brazo. Empieza a ralentizarse, y corro a su encuentro. Llámelo sexto sentido, llámelo auto conservación, pero el segundo que salgo a la calle, mi cuerpo se tensa al mismo tiempo. Siento el peligro antes de verlo. O tal vez lo escucho.

Alguien grita mi nombre, desquiciado y desesperado. Pero no me giro en esa dirección. Me dirijo hacia el sonido a mi lado. Todo lo que veo es un borrón antes del impacto. Algo me golpea tan fuerte, que mi cerebro lo registra como sonido: destrozando bombillas, cayendo desde una gran altura. Las estrellas brillan detrás de mis párpados. Creo que Fred se estrelló contra mí en un pasillo lleno de humo, y por un segundo no sé dónde estoy. El ceño fruncido de Finn parpadea en mi mente, y luego no hay nada.

Finn ¿Qué diablos acaba de pasar? ¡Qué mierda acaba de pasar! El pensamiento recorre mi cráneo mientras camino por los pasillos en las entrañas del estadio. Había sido un pase perfecto, una dulce espiral de cuarenta yardas hacia la zona final. Jake la había atrapado. Fue una captura perfecta. Una cosa poética. Esa pelota había aterrizado en sus manos, y juro que sentí el contacto. Habíamos estado conectados en esa obra, siendo una sola mente. Maldita poesía. Y luego se fue abajo. El pánico se desliza por mi garganta. No puedo respirar. Voy a enfermar. Me detengo y me inclino, descansando mis manos en mis muslos mientras respiro profundamente. Nos ocupamos de las lesiones todo el tiempo. El dolor y el fútbol van de la mano. Pero lesiones en el cuello, daño espinal. Es lo que ni siquiera quieres pensar. No solo es el fin de la carrera, sino la alteración de la vida. Él podría morir. El suelo debajo de mí se balancea. Agarro mis muslos con fuerza. Respira. Respira. Se abre una puerta con un chirrido. No miro hacia arriba cuando se acercan pasos. Charlie se detiene a mi lado. —Te he estado buscando. Había hecho mi parte. Terminé el juego. Cerré la maldita boca y dediqué empeño para ganarla. Nada menos satisfaría a ninguno de mis muchachos. El hecho de que Jake hubiera estado bromeando al medio tiempo sobre un discurso de "Gane uno para el Gipper", casi me hace perder un par de veces. Pero mantuve la calma y mi cara de juego después del juego, a través de las entrevistas posteriores donde los reporteros clamaban

para saber cómo estaba Jake. Yo también quería saber. Me mató, sin saberlo, esperando escuchar lo que los médicos tenían que decir. ¿Estaba paralizado? ¿Jugaría de nuevo? —¿Has sabido algo? —pregunto a Charlie, mientras miro al suelo. —No sé mucho. Pero creen que estará bien. Mis rodillas se debilitan. —¿Bien? Charlie sabe lo que estoy preguntando. —No hay daño espinal. Dejo salir una ráfaga de aire. —Bueno. De acuerdo. —De pie, me enfrento a Charlie. Y luego lo estoy abrazando. Él me golpea la espalda, y yo golpeo la suya, ambos respirando demasiado fuerte. Lo dejo ir con un último apretón, luego retrocedo y froto mis ojos. —El entrenador quiere verte —dice Charlie cuando giramos y nos dirigimos hacia el vestuario. —¿Ahora? Jesús. Encuentro al entrenador Calhoun esperándome. —¿Oyeron hablar de Ryder? —pregunta sin preámbulos. —Charlie me dijo. Asiente, el alivio en sus ojos es claro. —Necesitamos hablar de algunas cosas. ¿Tienes un minuto? No es realmente una pregunta, solo la forma de ser educado de Calhoun, lo cual es raro en sí mismo. —Estaba planeando ir a ver a Jake. —Está bajo sedación. —Eso es bueno. Necesita descansar. —Nadie más que la familia está entrando para verlo esta noche.

—Entraré. Entorna los ojos. —Hemos puesto guardias para mantener a todos fuera. No estás entrando. Nuestra mirada se extiende. Es algo delicado decirle no a tu entrenador. Si no tienes una buena razón para ello, estás acusado de no ser un jugador de equipo. La gerencia no encuentra eso divertido. La prensa se da cuenta de que no está cooperando —y de alguna manera siempre lo descubren—, y de repente se habla de "problemas" entre el jugador y el cuerpo técnico. La política apesta. Pero también hay respeto. Yo respeto a mi entrenador. Basta que pueda esperar unos minutos más para ir a ver a Jake. Relajo mis hombros. —¿Tu oficina? Él también se relaja. —No tardaré mucho. No he dado un paso cuando suena mi teléfono. Lo alcanzo para apagarlo, pero es el tono de llamada de Chess. Hasta ahora, no me había permitido pensar en ella; Ya es bastante difícil preocuparse por Jake. Pero el muro se está desmoronando. Necesito escuchar su voz, verla. Diablos, la necesito. Calhoun me lanza una mirada, mientras la canción Goonies de Cindy Lauper se reproduce. Rechino los dientes e ignoro la llamada. Se siente fundamentalmente mal hacerlo. Pero veinte minutos no nos va a matar a ninguno de los dos. Veinte minutos, me lo prometo. Ya casi estamos en la oficina del entrenador cuando Chess llama de nuevo. Demonios. —¿Alguna vez has oído hablar de apagar esa cosa, Mannus? Mira quién habla. Calhoun lleva los chismes a la ducha con él. —Dame un segundo. —Saco el teléfono de mi bolsillo—. Les diré que estoy en una reunión.

En cuanto contesto, sé que algo está mal. No es la voz de Chess viniendo hacia mí apresuradamente. Es James. —Gracias, maldición, finalmente respondes. —¿Qué pasa? ¿Por qué estás usando el teléfono de Chess? —Chess está herida. Ella está en el hospital... ¿Había sentido pánico con Jake? Pero eso no fue nada comparado con esto. Todo se detiene. Las manchas negras bailan ante mis ojos. No puedo respirar. No puedo respirar. Esto no es miedo. Esto es terror. —¿Mannus? ¿Estás ahí? —¿Qué hospital? —me las arreglo. James me da el nombre y luego toma una respiración audible. —Ella está bien. Solo... creo que ella te querría aquí cuando se despierte. ¿Despertar? Un extraño sonido sale de mí. Me quedo sin aliento. —Estoy en camino. Mis dedos se sienten adormecidos cuando cuelgo. De hecho, toda mi maldita cara se siente adormecida. —Me tengo que ir —le digo a mi entrenador, quien me mira como si hubiera enloquecido. —¿Ahora? ¿Quién era? ¿Una de las hermanas de Ryder? —No. Mi novia. Ella está... —No lo pierdas—. Ella está en Nueva York. Tengo que irme. —¿Vas a Nueva York? —su voz se eleva un poco—. Tenemos reuniones mañana. Ya le estoy enviando un mensaje de texto a Charlie, diciéndole que me reserve el próximo vuelo y se encargue del gasto. Cualquier vuelo. Ahora. —Mannus —Calhoun chasquea—. ¿Estás escuchando? Me encuentro con su mirada de frente.

—Sí, entrenador. Reuniones. Atenderé a cada una de ellas. Tan pronto como regrese de Nueva York. Me mira con la boca abierta. Debería sentirme mal. Preocuparme, tal vez. Pero no lo hago. Fui la selección número uno de las preliminares de mi año. Y por primera vez, estoy jugando esa carta. —Mi chica está en el hospital. Ella es mi familia. Y voy a estar con ella. Es como si el entrenador se estuviera moviendo en cámara lenta pero finalmente asiente. —Dale mis mejores deseos a la Srta. Copper. No respondo; Ya estoy corriendo por el pasillo, toda mi maldita vida me espera en Nueva York.

24 Traducido por Jessibel

Chess Los hospitales son horribles. Me desperté en uno. Vomité y escanearon mi cerebro en busca de hinchazón interna o sangrado. Eso me asustó muchísimo. Al parecer, tengo una conmoción cerebral. Lo que significa que pasé la noche en observación, en intervalos demasiado cortos y realmente molestos, ya que significaba que no podía dormir. Tenía muchas ganas de dormir. Es de mañana ahora. Mi cabeza pesa una tonelada métrica y palpita debidamente. Pero las náuseas se han ido, y ya no estoy mareada. Se me ha permitido ducharme y ponerme ropa. Sí, una ducha de hospital con champú con olor a antiséptico que convierte el cabello en paja. Me encuentro acostada en la cama para esperar a James, he estado abriendo y cerrando mis ojos, agotando mis párpados. Me están liberando con instrucciones de que James me vigile. La sensación de vacío en mi pecho crece. No quiero a James. La puerta se abre, otra enfermera viene a comprobarme. Pero no es una enfermera. La emoción me golpea, es como un puño en el pecho, un fuerte apretón de mi tierno corazón. Finn está aquí. Se ve tan bien como me siento, con los ojos inyectados de sangre, la piel magullada debajo de ellos, su cabello enmarañado en un lado y sobresaliendo en el otro. Me remojo ante él como el agua sobre la tierra reseca.

Su mirada azul se cierne sobre mí como si no supiera en qué concentrarse primero, como si aún no puede asimilar todo de mí. La tensión domina su cuerpo, haciéndolo temblar visiblemente. Y entonces sus ojos se encuentran con los míos. Se ve atormentado, destrozado. Trago con dificultad. —Hola. Cuando habla, su voz es un fantasma de lo que era. —Hola. —Da un paso dentro de la habitación y cierra la puerta detrás de él—. Llegué aquí tan pronto como pude. Los vuelos eran escasos. Él está aquí, eso es todo lo que me importa. Debería sentarme, mostrarme fuerte, capaz y todo eso. Pero, a menos que alguien venga a sacar mi trasero de aquí, no me moveré hasta que tenga que hacerlo. —Creo que fui golpeada por un chico en una motocicleta. Todo es un poco confuso, pero recuerdo dos ruedas y un manillar. Los surcos alrededor de su boca se profundizan. —Fuiste. Se mueve lento como un anciano, abriéndose paso hacia mi lado. Lo veo venir, mientras pequeños temblores estremecen mi vientre. Quiero abrazarlo con tanta fuerza que me tiemblan los brazos. Se sienta en la silla junto a mi cama, su cuerpo es demasiado grande y corpulento. De cerca, se ve peor, abatido y agotado. Me identifico. —¿Está bien el chico? —mi memoria está bastante jodida en este momento. Al parecer, las conmociones cerebrales pueden hacer eso a una persona. —Obtuvo un par de rasguños. Y la muñeca rota. —La expresión de Finn está en blanco, apenas es un parpadeo. Él mira mi mano que descansa sobre la cama. —Qué irónico. La mía acaba de curarse. Las comisuras de su boca se curvan.

—Me encanta que puedas bromear. Dos veces, he tenido que escuchar que estabas en el hospital. —Los ojos azules me inmovilizan—. Esas dos veces fueron demasiado. —No es como si hubiera planeado esto. Él gruñe. —Ni siquiera soy una persona torpe. Las dos veces chocaron conmigo. —¿Nunca has oído hablar de mirar a ambos lados, Chester? —de hecho, me mira. —Era una calle de sentido único. ¿Quién piensa en mirar para encontrar a un motociclista tomando el camino equivocado? —Deberías hacerlo. De ahora en adelante. Jesús. —Se pasa una mano por la boca—. Mi corazón no puede tomar otra llamada así, ¿de acuerdo? —Está bien. Lo siento. —Lo estoy. No por ser golpeada, sino por poner esa mirada de miserable miedo en sus ojos. Finn frunce el ceño. —No lo sientas. ¿Cómo te sientes? Lo que sea que me hayan dado, hace que mi cuerpo sea lento de la mejor manera. —Confusa. —Parpadeo hacia mi cuerpo. El interior de mi codo tiene una banda desde donde se colocó un suero antes. Un goteo de solución salina que había proporcionado alivio fresco y, más tarde, algunos analgésicos muy excepcionales. Una cosa para amar de un hospital, supongo—. No puedo recordar cómo me veo. Dame un informe de daños. Su garganta trabaja para tragar. —Unos pocos rasguños y moretones en la sien derecha y la mejilla. —Eso no es tan malo. —Debatible.

Esta no es la reunión que había planeado. Finn está aquí, y está claramente preocupado por mí, pero está distante y murmurando bastante con algo de emoción que no puedo entender. Mi memoria se aclara un poco más y un rayo de horror me recorre. —Oh, mierda. Al instante, Finn se sobresalta como si lo pellizcaran. —¿Qué? ¿Te duele? Háblame. —Jake. ¿Cómo está él? Finn se sienta con una mueca y luego frota su mano con la otra. —Se torció el cuello. Y, como tú, tiene una conmoción cerebral. Está fuera por la temporada pero, en general, tuvo suerte. —Lo vi pasar. Estaba tan asustada. Su piel palidece, y sus pestañas bajan. —Yo también. —Lo sé. Debería haber estado allí. Finn mira sus puños. Quiero tocarlo, alejar la rigidez de su cuello y sus hombros. Pero parece que un toque lo destrozará, y no sé qué decir para cerrar la brecha entre nosotros. —¿Ganaste? El músculo en su mandíbula se tensa. —Sí. No íbamos a ser derribados sin luchar. Pero no hay emoción en sus palabras. Él sigue mirando a sus puños como si estuviera pensando en golpear algo. No sé qué hacer. —Estuviste magnífico —le digo con una voz suave. Él gruñe. —¿Estás enojado conmigo? —Sí. Eso me azota como un látigo.

Muerdo mi labio inferior, desvío la mirada, parpadeando con fuerza. Nada de la dureza deja su voz. —Estoy tratando de no perderlo. La culpa aprieta mi corazón. Fue testigo de cómo su mejor amigo fue eliminado en el campo. Jake podría haber muerto, y sé lo mucho que afecta a Finn. —No puedo creer que estés aquí. —Mi voz es un hilo que se acerca a él. El silencio me recibe en su lugar. La fuerza de su mirada es una mano pesada sobre mi pecho. Me vuelvo para enfrentarlo. Los ojos muy abiertos llenos de indignación e ira me devuelven la mirada. —¿Crees que estaría en otro lado que no fuera a tu lado? —Jake... —Dios... —Finn se ríe pero luego, sin previo aviso, sus ojos se llenan de lágrimas y sus labios se tuercen. Miro conmocionada mientras su barbilla se estremece y él deja escapar un áspero suspiro que termina en un sollozo estrangulado. —Oye —susurro. Su pecho se levanta, en un horrible movimiento de dolor, se inclina y apoya su cabeza en mi vientre. —Maldición, Chess —dice en un suspiro ahogado. Su brazo se desliza alrededor de mis caderas, los dedos agarran mi costado—. No tienes idea de lo que me hace verte así. No puedo soportar verte lastimada. No puedo. Acaricio su cabello. —Está bien. Estoy bien. —No está bien. —Levanta la cabeza y me mira con los ojos húmedos—. Recibí la llamada de James diciéndome que necesitaba ir al hospital porque estabas allí, y mi vida se detuvo. ¿Lo entiendes? Tu vida se detiene, la mía también lo hace.

Un escalofrío me atormenta, mi corazón se hincha en la cavidad hueca de mi pecho. —Oh, Finn. Ven aquí. Pero él no escucha. Se sienta en su silla, su expresión es resuelta y dura. —Entonces, sí, estoy molesto. Me dejaste. Y te lastimaron. No puedes salir lastimada. Y no puedes dejarme otra vez, Chester. No sobreviviré. Mi hombre grande y fuerte espera una respuesta, su cuerpo se tensa, los rastros plateados de lágrimas corren por sus mejillas. Ha dejado su corazón abierto para mí, sin vergüenza ni vacilación. Mi visión se tambalea, y parpadeo para aclararla. Cuando soy capaz de hablar, la emoción confunde mis palabras. —Toma mi mano. Extiendo la mía temblorosa, esperando. Finn frunce su ceño, su mirada se mueve de mi cara a mi mano. Encuentro sus ojos y sostengo su mirada. ¿Sabe lo que estoy preguntando? ¿Él entiende? La emoción rebota entre nosotros, y luego de repente su expresión se aclara. Una pequeña sonrisa se despliega, mientras se acerca. Su cálida y áspera palma presiona contra la mía. Nuestros dedos se enroscan. Algo dentro de mí se instala en su lugar con un clic silencioso. Le doy un apretón a la mano de Finn. —Iba a buscarte. Para decirte que te amo. Él deja escapar un suspiro. Y luego se está arrastrando a la cama conmigo, envolviendo mi cuerpo alrededor de su dura fuerza. Sus suaves labios rozan mi sien. Finn ahueca mi mejilla con infinito cuidado. —Te amo tanto que me asusta. Me inclino en su toque con un suspiro.

—Ese fue mi problema también. Pero ya no tengo miedo. —Mis dedos juegan con los suyos más largos—. Creo que no importa cómo se desarrolló mi vida, te habría encontrado. Te habría amado. Sus ojos se cierran y cuando los abre, brillan. —Eres mi destino, Chess. Lo he sabido desde el principio. Estaba destinado a ser tuyo. —Le dije a James que eras mi destino. Él me brinda una sonrisa complacida. —Algunas cosas estaban destinadas a ser. Resoplo con una risa. —Esa canción... Una banda comenzó a tocarla, justo en medio de mi cena. Cada persona en el lugar la cantaba. ¿Cómo se supone que debo ignorar una señal como esa? Se ríe. —Tú no. Pongo mi cabeza en su hombro, y ambos descansamos. El latido constante de su corazón me tranquiliza. Finn acaricia mis nudillos con un toque ocioso. —Lamento haber salido como lo hice —digo, finalmente. Finn se revuelve. —No te estaba escuchando cuando dijiste que tenías miedo. No de la forma en que necesitabas que lo escuchara, de todos modos. Él gira su mano para que mi palma descanse sobre la suya, de modo que ahora me está sosteniendo. —Piensas que necesito engendrar un hijo para ser feliz, por lo que perdí. Y que fue más fácil para mí apartarlo con garantías rápidas que realmente preguntarme si eso era cierto. Un temblor me atraviesa, y él aprieta su agarre como si él supiera que quiero alejarme. La voz de Finn es firme y segura, pero tensa con un toque de ironía.

—El fútbol es fácil, si quieres saber la verdad. Fácil en la forma en que estoy dotado. Fracaso y está todo sobre mí. Puedo controlar eso. Realmente nunca perdí nada de lo que me importaba hasta el bebé. Los dedos largos se enroscan sobre los míos. —No pude controlar eso. Me cambió, me dio miedo. Y lo que siento por ti es jodidamente aterrador. Porque tampoco puedo controlarte. Solo puedo amarte y esperar lo mejor, que volverás a quererme, que puedo mantenerte segura y feliz. —Estoy feliz —susurro, volviéndome más hacia su cuerpo, para acercarme—. Siempre me has hecho feliz. Entré en pánico. Pero no debería haberlo hecho. Porque vales cualquier riesgo. Él se permite absorber eso, presionando sus labios en mi cabeza. —No tienes idea de lo feliz que estoy de escuchar eso, Chess. Pero te debo una respuesta. Porque yo también me asusté. Y debería haber corrido el mismo riesgo. Los nervios recorren mi vientre. No se porqué; el me ama. Lo amo. Sé lo que vale, y sé que él también lo ve. Pero algunos sentimientos no se pueden cambiar, no importa cuánto quieras ignorarlos. Me quedo quieta, dejándole decir lo que tiene que hacer. Y tal vez sea difícil para él, porque se toma su tiempo, midiendo sus palabras como si tuvieran peso. —Lo que pasa es que, cuando perdí a mi hija... perdí a alguien para amar. No me di cuenta hasta entonces, pero necesitaba eso. Necesitaba amor en mi vida. Alguien que hace que todo el esfuerzo valga la pena. —Finn se desplaza en la cama y nos enfrentamos a eso—. Te amo, Chester Copper. Más que nada. No se trata de que sea lo suficientemente bueno; es esencial. Te sales de la ecuación y el resto no tiene ningún significado. No sé quién se mueve primero. Nuestros besos son suaves, dulces, son disculpas mezcladas con promesas. Después de una persistente presión de su boca contra la mía, Finn acaricia el lado sensible de mi cuello con el dorso de sus dedos.

—Quieres adoptar un niño, emplear un sustituto, hacer ambas cosas, eso es lo que haremos. Pero no necesito eso. Ahora no. —Yo tampoco necesito eso ahora. Estoy feliz de que solo seamos nosotros. Su mejilla roza la mía. —Lo que sea que escojamos, lo haremos juntos. Mientras estemos juntos, Chess. —Juntos. —Es una palabra llena de posibilidades, y no puedo esperar.

Epílogo Traducido por Jessibel

Chess En la primavera, Finn me compró una casa para mi cumpleaños. Y se lo permití. Fue sorprendente lo liberador que se sintió, sin preocuparse por el tipo de mensaje que envió o si me estaría atrapando al permitirle gastar tanto dinero. Había puesto mi vida en sus manos y él había hecho lo mismo. Cada día los hilos de nuestras vidas se entrelazaban más y nos fortalecíamos. Elegimos una casa en la Tercera Calle en Garden District. Construida en la década de 1850, era de estilo renacentista griego, con galerías dobles en la parte delantera y trasera de la casa, y rodeada de amplios jardines, con una piscina escondida en la parte posterior. Pintamos el estuco de un violeta pálido, en representación del púrpura de Nueva Orleans, con blanco para los bordes. Las puertas altas de hierro, que necesitábamos para tener privacidad, eran de un verde oscuro brillante. Y estaba enamorada, verdaderamente con la masiva vieja casa. Cuando descubrí que la novia de Dex, Fiona, era tanto decoradora de interiores como fabricante de muebles, acudí a ella en busca de ayuda. Mientras Finn estaba en el campo de entrenamiento, Fi y yo comenzamos a decorar. Entre las dos, elegimos un tinte de ébano para los pisos y pintura blanca y limpia para las paredes, para hacer brillar la arquitectura. Mantuvimos el mobiliario cómodo pero con líneas modernas, establecimos un gimnasio en casa y una sala de cine, un estudio de arte en el ático y un estudio de fotografía en un edificio anexo cerca de la parte trasera de la propiedad, que tenía su propia entrada, y me encantó el espacio. Más que mi viejo loft.

¿Era la casa demasiado grande para nosotros? No se sentía de esa manera. La llenamos con amigos, familia y amor. En el verano, organizamos la boda de James y Jamie. Terminé emborrachándome y lloriqueando un poco, durante mi mejor discurso de mujer. Finn me consoló al darme un ligero baño esa noche, cuando todos los invitados se habían ido. Había tenido razón, el sexo borracho con alguien a quien amas era realmente divertido, de una manera descuidada, sin obstáculos, para despertar a los vecinos. Cuando llegó el otoño, nuestra casa era nuestro hogar y amaba a Finn con una profundidad de la que no sabía que era capaz. —No puedo creer que pensé que esto era una buena idea —se queja Fi mientras se para ante el espejo en mi vestidor. Ahora somos amigas íntimas, y solo lamento no habernos conocido antes. Observo el pequeño vestido verde, tan corto que apenas cubre su trasero, y las medias de color rosa brillante con bailarinas a juego. —Te ves tan linda. Fi frunce el ceño y agita una de las iridiscentes alas atadas a su espalda. —¿Linda? Soy masoquista, es lo que soy. Toda mi vida he sido comparada con Campanita. Y ahora me estoy vistiendo como ella, por el amor de Dios. De estatura baja con curvas asesinas, una nariz de botón, grandes ojos verdes y cabello rubio tenue, Fiona definitivamente parece. Sonrío ampliamente. —Abrazar a Campanita en tu interior, te da poder sobre ella. ¿No es eso lo que dijiste? —Cállate. —Dex enloquecerá cuando vea ese vestido. Ella también sonríe. —Ese es el plan. —¿Cómo va él?

Ella guiña un ojo, con un brillo malvado en sus ojos. —Vestido de leñador. No puedo evitar reír. Principalmente porque sé que Dex se quejará por lo que lleva puesto. —Oh, vaya. Hablando de porno de leñador caliente. —Lo sé. Creo que mis bragas pueden arder en llamas cuando lo vea. —Se quita su pequeña falda—. ¿Qué hay con Finn? En la planta baja, el personal de catering que contraté se está preparando para la fiesta de Halloween que Finn y yo organizamos. Hicimos la mayoría de las decoraciones nosotros mismos, pero los encargados de la restauración pondrán los toques finales a las cosas. —Él no me lo dirá. Se supone que es una sorpresa. Y hablando de... —camino hacia la bolsa de ropa que cuelga del espejo—. Mi disfraz también es uno escogido. —¿Finn eligió tu disfraz? —Fi me da una mirada que es en parte divertida, en parte asustada—. ¿Y confiaste en él? ¿Y si es una zanahoria? Resoplo. —¿De todas las cosas que podría haber encontrado y que escoja la zanahoria? —Se siente bien y al azar. Presiono una mano contra la bolsa, prolongando el momento, porque sé que será bueno. —Finn nunca me vestiría de zanahoria. No, él estaba francamente insistente cuando me dejó esto con estrictas instrucciones de no mirar hasta que me esté vistiendo. —Bueno... —Fi agita una mano—. Vamos a verlo. Respiro y desabrocho lentamente la bolsa. El brillante tul blanco se derrama como si hubiera estado esperando para saltar libremente. Mi aliento se escapa un poco. —¿Qué es? —Fi pregunta detrás de mí—. ¿Un disfraz de ángel?

Con manos temblorosas, abro los bordes de la bolsa. Él no podría haberlo hecho. No lo hizo... Una risa feliz brota y se libera mientras mi visión se desdibuja. —Lo hizo. —Presiono mi mano en mi boca, todavía sonriendo—. Lo hizo. El corpiño medianoche es de terciopelo suave con un escote profundo en forma de v. La falda es de espumoso tul blanco como la nieve, con capas y capas de ella que crujen y rebotan con el toque de mi mano. Las vides negras salen del corpiño y se deslizan sobre esa prístina falda. —Guau —susurra Fiona a mi lado—. Eso es... —El vestido de Grace Kelly en Rear Window. —Otra risa descontrolada se me escapa—. Realmente me consiguió uno nuevo. Solo que esta versión es mucho mejor que mi viejo y tristemente destruido vestido. Esta es una obra maestra, una copia verdaderamente auténtica del icónico vestido de Kelly, hasta el delgado cinturón de charol y la espalda incluso más profunda en forma de v. Le explico a una confundida Fiona sobre cómo lo había usado antes, cómo reconoció Finn y cómo lo había perdido. —Y él hizo uno nuevo para ti. —Su mirada es soñadora cuando toca la manga corta del corpiño—. Anotación para Mannus. Incluso hay una bolsa llena con un brazalete de perlas, un collar y aretes. Fi me ayuda a prepararme, reteniendo mi cabello en un moño con remolinos, y calzo un par de tacones negros de tiras. Mi vestido se balancea mientras camino por las escaleras. Pero no encuentro a Finn esperándome. De hecho, está notablemente ausente cuando la fiesta está en pleno apogeo. Estoy rodeada de amigos pero no de Finn. No sé si debería estar preocupada o molesta. La búsqueda de él es lenta, ya que los invitados con disfraces me detienen cada pocos metros para elogiar mi vestido. Finalmente,

llego al jardín trasero donde Finn ha ordenado que se coloque una pista de baile debajo de cadenas de pequeñas luces fantasmales. Una banda se establece en el otro extremo y toca una versión de Werewolves of London. Veo el rostro de Jake en los bordes de la multitud y me dirijo hacia él. —Jake, ¿has visto... qué demonios estás usando? —chillo con una risa. Insulso como puede ser, Jake mira a lo largo de su cuerpo antes de responder. —Un traje de conejito. Rolondo, Dex, Fiona y North están con él, y todos comienzan a reír. —Se ve como una pesadilla rosa —entona North. Jake levanta el dedo medio, rosado y difuso, en su dirección. Contengo mi sonrisa. —Perdiste una apuesta, ¿verdad? —Y aquí pensé que Fi estaba lejos con sus preocupaciones de zanahorias. Jake hace un puchero. —Sí. —Se alegra un poco—. Aunque completamente que estoy decepcionado.

no

puedo

decir

No tengo idea por qué. Realmente parece una pesadilla rosa. Su seis pies con dos por completo. —Mira —le digo, saliendo de mi inducido aturdimiento—. Te daré una zanahoria si me dices dónde está Finn. La sonrisa de Jake se vuelve presumida mientras cuida su cerveza. —Oh, creo que se aparecerá pronto. Lo fulmino con la mirada, pero la música se detiene y alguien enciende un micrófono. Hay un pequeño gemido de comentarios y luego él habla.

—Me gustaría agradecerles a todos por unirse a Chess y a mí esta noche. Lentamente me giro hacia el sonido de la voz de Finn. Pero no puedo verlo por ninguna parte. La banda está sonriendo, uno de ellos se mueve detrás de un xilófono, de todas las cosas. Finn sigue hablando. —Significa mucho para nosotros que puedas estar aquí. Y me preguntaba si mi conejito rosa podría ayudarme aquí. Todos se ríen y miran a Jake, que sonríe como un chiflado. —¡Claro, idiota! —grita de vuelta con buen ánimo. Jake me tiende un brazo rosa—. Sra. Copperpot. Perpleja, lo tomo de su brazo y él me guía hacia la pista de baile. La gente nos permite hacer nuestro camino. Y luego comienza la música, una cursi melodía de un ukelele. La música apenas se registra antes de que Finn sale de detrás del gran roble vivo junto a la pista de baile, y él comienza a cantar. Una risa de pura alegría brota de mí. La mayoría de las personas optan por el icónico Elvis de Las Vegas con su mono blanco. Pero no Finn. Es el joven Elvis, con el cabello peinado hacia atrás, las elegantes cuñas, su chaqueta de cuero negro con el cuello alto y rígido que enmarca su cara. La mirada azul de Finn se enfoca en mí cuando entona, Can’t Help Falling in Love. Es tal cursi encanto que me estoy riendo, incluso cuando las lágrimas se filtran de mis ojos. Lentamente camina en mi dirección, lanzando el micrófono a Jake mientras la banda se hace cargo. Se detiene ante mí, lo suficientemente cerca como para que mis faldas rodeen sus piernas, y una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. —Hola, Chester. Estoy bastante segura de que estoy radiante cuando lo miro. —Siempre supe que serías un gran joven Elvis.

Sus ojos se arrugan. —Eres más impresionante que Grace Kelly. —Y tú, un dulce conversador. Finn me tiende sus manos. —¿Bailas conmigo? Mis palmas se deslizan sobre las suyas. —Siempre. La banda sigue tocando, nuestros amigos cantan con entusiasmo. Pero solo tengo ojos para Finn cuando él me toma en sus brazos y comenzamos a balancearnos. —Te amo, Chess —susurra contra mi mejilla. Me acurruco más cerca. —Yo también te amo. Un murmullo de reconocimiento retumba en su pecho. —Y me estaba preguntando... Él suelta mi mano. Lentamente dejamos de bailar, y lo miro con el corazón en la garganta. La sonrisa de Finn vacila, pero sus ojos están bien abiertos, mirándome con la misma conexión que tuvimos la primera vez que nos encontramos. Solo que ahora es más fuerte, mucho más fuerte. Estoy fascinada por esa mirada azul. Nunca me cansaré de eso. Todo está bien con el mundo cuando estoy con él. Estoy tan atraída al principio que no me doy cuenta de que está sosteniendo algo. Pero su mirada se dirige a su mano, y entonces lo veo. Parpadeando bajo las luces de los árboles, hay un gran anillo de esmeralda en forma de diamante. No lloro. Sonrío tan amplio que me duelen las mejillas. —Ya sea que te pongas esto o no —Finn dice con voz gruesa—, sostendré tu mano por la vida. Te amaré por siempre. Pero sería un honor ser tu esposo...

—Ponme el anillo, Finn —le digo con tembloroso—. Quiero ser tu esposa.

un

movimiento

El anillo se desliza frío y sólido. Todavía estamos riéndonos y besándonos cuando nuestros amigos finalmente se lanzan para felicitarnos. Solo entonces me doy cuenta de que James y Jamie están aquí también. Mucho más tarde, cuando la emoción se desvaneció, Finn y yo nos sentamos en el columpio del porche justo afuera de nuestra habitación. Finn toma mi mano, su pulgar juguetea con el diamante en mi dedo. —Solo piensa —le digo a él mientras nos mecemos—. Pronto seré Chester Mannus. Trata admirablemente de no reírse. Pero no puede ocultar su sonrisa. —Creo que es un nombre encantador. —Su voz se vuelve ronca—. Realmente, el mejor nombre que he escuchado. Con un suspiro, apoyo mi cabeza en su hombro. —Yo también. Debajo de nosotros, la gente todavía se balancea en la pista de baile. A veces, pienso en esa pareja mayor que vimos en la playa, bailando bajo las luces navideñas, contentos de estar juntos. Veo mi futuro en ellos pero no habito allí. El ahora es donde vivo. Y eso, también, es sorprendentemente fácil de hacer.

Sobre la Autora Kristen Callihan es autora porque no hay nada más que quiera hacer. Ella ha sido nominada tres veces a los premios RITA, y ganadora de dos galardones de RT Reviewer’s Choice. Sus novelas han ganado estrellas en las reseñas de Publisher’s Weekly y el Library Journal, como también ha sido galardonada por muchos reseñadores. El libro de su debut, Firelight, recibió el premio de RT Magazine’s, Sello de Excelencia. Seleccionado como el mejor libro del año por Library Journal, mejor libro de la primavera de 2012 por Publisher’s Weekly, y mejor libro romántico de 2012 por ALA RUSA. Puedes registrarte en www.kristencallihan.com para recibir correos sobre las nuevas publicaciones.
4. The Hot Shot

Related documents

421 Pages • 105,650 Words • PDF • 5.2 MB

383 Pages • 167,445 Words • PDF • 13.9 MB

11 Pages • 5,894 Words • PDF • 101.1 KB

114 Pages • PDF • 23.3 MB

13 Pages • 5,613 Words • PDF • 173.5 KB

3 Pages • 422 Words • PDF • 78.1 KB

4 Pages • 324 Words • PDF • 189.3 KB

159 Pages • 54,857 Words • PDF • 1.2 MB

3 Pages • 1,095 Words • PDF • 70 KB

295 Pages • 71,371 Words • PDF • 1.6 MB

80 Pages • 31,207 Words • PDF • 1 MB

92 Pages • 55,352 Words • PDF • 21.3 MB