12 Cherise SinclairMischief and the masters-Serie

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SINOPSIS: Ella desea un Maestro dulce y pequeño. Un único Maestro. Los devastadoramente dominantes primos Drago tienen otras ideas. Cuando su vida es destruida por un acosador, Uzuri Cheval comienza de nuevo en Tampa y se une al exclusivo club Shadowlands. No convencido de sus afirmaciones de que puede superar su miedo a los hombres grandes sin ayuda, el Maestro Z le da una fecha límite. Y ella está mejorando… hasta que escucha que el acosador está libre. Ahora su fecha límite ha terminado, y los Maestros intervendrán, lo cual está bien, siempre y cuando quien la ayude sea pequeño. Bien, dulce y amable también sería bueno. ¿Pero dos Doms? ¿Los peligrosamente experimentados y sobrecogedoramente poderosos primos? De ninguna manera. Habiéndose ofrecido como voluntario en cada inferno en la tierra, el doctor Alastair Drago está listo para asentarse. El detective Max Drago se ha unido a él y, otra vez, los primos comparten todo. Una casa, sus vidas, los problemas... y cualquier sumisa que atrape su interés. Una muy traviesa definitivamente ha atrapado el interés de Alastair. Sin embargo, después de haber sido escaldado por una mujer, Max permanece indiferente… hasta que los problemas de la pequeña diablilla se vuelven mortales.

AGRADECIMIENTOS Primero, un enorme gracias a todos los que enviaron un correo electrónico, comentaron en Facebook y/o participen en mi grupo de discusión. La historia de Uzuri surgió porque todos insistieron que era su turno. Debido a vuestra orden... aquí está su libro. Espero haber hecho justicia a nuestra pequeña bromista. Un público agradecimiento a las Shadowmascotas en mi grupo de Facebook News&Discussion que entregaron abundantes ayudas de inspiración, que pesaron en decisiones trascendentales como "¿debería esta escena sexual ser fetichista o todo sobre el dolor?", lanzando ideas para nuevas historias y personajes, y hacer lo que las mascotas mejor hacen, ser adorables y divertidas. Los amo a todos. Ya lo sabéis, cuando empecé a escribir, no tenía ni idea de cuántas personas eran necesarias para conseguir que un libro llegue a las manos de los lectores. Así que aquí hay un esquema de los involucrados. Primero están mis queridas compañeras de crítica que valientemente toman el primer borrador. ¡Monette Michaels, Bianca Sommerland, y Fiona Archer, gracias! Siempre estoy anonadada y agradecida por los lectores que se ofrecen voluntariamente para ayudar con un libro. Muchas gracias a Angie-Leonie Hinckson, Eliana West, Natalie Jett, y Tracy Harris que me guiaron por el camino del romance interracial con consejos que van desde peinados a costumbres de vida. Fuertes abrazos, mis amores, y montones de gratitud. Una vez limpio, Red Quill Editing interviene para una miríada de idas y vueltas de revisiones antes de la impresión final y durante ese tiempo, mi maravilloso equipo de lectores beta, Barb Jack, Lisa White y Marian Shulman también revisar la escritura buscando todos los errores que un autor puede cometer. Mientras tanto, April Martinez hace su habitual fantástico trabajo de diseño artístico de la portada. Así que cuando el autor (yo) hace demandas imposibles como, "Me encanta esta foto para Uzuri y Max, pero esta foto es como luce el Maestro Alastair, entonces ¿puedes ponerlos todos juntos?", de alguna manera ella hace que funcione. ¡Gracias, April! Cuando las revisiones están finalizadas, Paul en BB eBooks formatea el manuscrito. Bendito seas, tú y tu equipo, Paul, por vuestra velocidad y atención a los detalles. Por último, para darlo a conocer a todo el mundo, tengo dos promotoras que ayudan con el grupo de discusión en Facebook, el envío de ARC a los bloggers, y la creación de memes pegadizos. Gracias a Janet en JJS Marketing & Design, y Leagh y Lisa en Romance Novel Promotions por vuestro duro trabajo. Y finalmente, un agradecimiento grande para mi maravilloso amor que me arrastra

fuera de mi cueva de escritura, y me recuerda que la vida no es todo trabajo y ninguna diversión. Te amo muchísimo.

CAPÍTULO 01 Volver a “casa” era en realidad la parte más difícil de cada día. Cuando Uzuri Cheval entró en su entrada para coches y detuvo el motor, miró el dúplex de una sola planta. Las ventanas oscuras parecían ojos vacíos en el estuco blanco. No había juguetes para perros en el patio, nada de risas o música llegando desde el interior. Solitario. Pero, era suyo. Su refugio contra el mundo, y uno que necesitaba en este momento. Había tenido un mal día. A veces, se preguntaba si repartir hamburguesas y papas fritas no sería más fácil. Por lo menos la persona detrás del mostrador de Mickey D no tendría a su jefe exigiendo un plan de marketing para trajes de baño de primavera. Ella arrugó la nariz, recordando el año pasado. Todos esos maniquíes flacos en bikinis y ninguno con la silueta de una mujer real. Para empeorar las cosas, las existencias de ropa de otoño no se estaban vendiendo tan bien como se predijo, lo que probablemente era porque el verano de Florida había sido abrasador y no daba señales de amainar, incluso bien entrado septiembre. Para completar el día, había tenido un encuentro cercano del tipo desagradable. Debería haberme quedado en la cama. Con las mantas sobre mi cabeza. Aun así... la industria de la comida rápida tendría que arreglárselas sin ella paleando sus papas fritas. Ser una compradora de moda, con todos sus desafíos, en verdad fue un sueño hecho realidad. ¿La venta, la compra y el marketing? Ella era en todos los aspectos como un comprador de gangas en las ventas del Black Friday. Le encantaba. ¿Trabajar con la sección de publicidad en las estrategias de marketing? Súper divertido. Sabía que, en ocasiones, las cifras de ventas eran malas. Incluso el gerente de comercialización había admitido que el cambio climático no estaba bajo el control de Uzuri. Pero... ¿la escena desagradable? OmiDios, su encuentro con Carole Fuller había sido horrible. Si ella no hubiera visitado la sección de ropa femenina hoy. Pero era parte de su trabajo observar qué ropa atraía a los clientes, qué escogían, qué consideraban y qué devolvían. Mientras estaba allí, había notado que una vendedora ignoraba repetidamente a las clientas que necesitaban ayuda para comportarse servilmente con las mujeres blancas mejor vestidas. Eso no estaba bien. El personal de ventas debía dar a

todo el mundo un excelente servicio. A todo el mundo. ¿Cuántas de esas mujeres que habían sido despreciadas no volverían jamás? Después de todo, Tampa tenía muchas tiendas de ropa. Cuando lo informó, la gerente de la sección se había enfurecido. Aparentemente, Carole ya había sido advertida, en dos oportunidades, para enmendar sus costumbres. El gerente había llamado a la vendedora para una última advertencia. Ni una hora más tarde, Carole y sus amigas habían entrado en el deli donde Uzuri estaba comiendo. Se estremeció ante el recuerdo del fuerte y desagradable enfrentamiento. Carole la culpó por la reprimenda. Dijo que Uzuri no sabía nada. Después de todo, ella había estado vendiendo ropa desde antes de que Uzuri naciera. Ella sabía cómo vender mucho mejor que cualquier nueva graduada. Al menos, no había dicho nueva graduada negra. Apagó el motor del coche. Gracias a Dios, Carole no era un hombre, ya que Uzuri probablemente se habría acobardado. Sin embargo, enfrentar a una mujer era difícil, pero no imposible, y Uzuri había respondido con voz firme y sin alterarse. Bueno, ella había fingido que era la Maestra Z. No había permitido que la mofa de la mujer mayor la hiciera temblequear. Por supuesto, después de regresar a la oficina, tembló durante una buena hora. Luego de un largo debate interno, decidió que el enfrentamiento no tenía que ser compartido con la gerente de la mujer. Ya era suficiente. Gracias a Dios, el día había terminado. Mientras salía del coche, el calor de inicio de la noche le pegoteó el traje a su curvilínea silueta, recordándole por qué la línea de ropa de otoño no se estaba vendiendo bien. En cambio, debería haber pedido más pantaloncitos cortos y camisetas sin mangas, pero ¿quién sabría que el calentamiento global invalidaría la mitad de la temporada de otoño? El dúplex de estuco blanco brillaba con el calor, y la majestuosa línea de palmeras bordeando la acera no proporcionaba sombra alguna. Arrugó la nariz cuando percibió el horrible hedor de la comida podrida. ¡Puaj! Con el bolso bajo el brazo, cruzó rápidamente el camino de entrada. Aire acondicionado. Necesito aire acondicionado. Cuando rodeó los arbustos que ocultaban su puerta principal embutida, el hedor empeoró y entonces vio la causa. Un montón de... basura estaba ubicada en pórtico delantero. El miedo la apuñaló con tanta fuerza que se quedó sin aliento. No, no, no. Buscando a tientas el spray pimienta en el bolso, se giró para examinar cuidadosamente los alrededores. Nadie se escondía detrás de su coche o de los árboles. Nadie observaba desde el otro lado de la calle. No había extraños a la vista. A pesar del calor sofocante, un sudor frío de terror le corría por la espalda. Mientras luchaba por respirar, su caja torácica se

negaba a dejar entrar aire. Calle abajo a su izquierda, el adolescente Duke Hernández, estaba cortando el césped. En la acera a la derecha, la rubia Brenna montaba su triciclo y cantaba una canción de Disney en voz alta. La peluda forma dorada tumbada desgarbadamente en el patio del vecino era el perro retriever de los Smith. No encontró un hombre fornido con el cuero cabelludo afeitado en forma despareja. Nada de Jarvis. Avergonzada, resopló y guardó el spray pimienta. Qué manera de exagerar, chica. Sin lugar a dudas, algunos diablillos amantes de la diversión habían arrojado uno de los cubos de basura que estaban alineados en la acera esta mañana. Seguramente, eso era todo. ¿Lo era? En los últimos meses, se habían producido otros incidentes menores. La ventana de su coche se rompió, un ratón muerto dejado en un alféizar de la ventana, su periódico hecho pedazos, la electricidad cortada. Todo desde que Jarvis había salido de la cárcel. Pero en realidad, las ocasiones habían sido pocas y distantes entre sí. No estaba siendo acosada. Las bromas ocurrían todo el tiempo; sólo era su turno ahora. —Uzuri, estás de regreso. —La voz temblorosa provino de la señora Avery que vivía en el otro lado del dúplex. Apoyándose en su andador, la anciana salió. Encorvada y marchita, con la piel casi blanca como el cabello, era una de las personas más dulces del mundo—. Un desastre. Lo vi cuando Betty me trajo de vuelta de la tienda de comestibles. —¿Tiraron la basura de otra persona? —No parece, querida. ¿Sólo la mía? Sin embargo, eso todavía no significaba que el culpable fuera Jarvis. Tal vez alguien la había apuntado por ser negra. ¿No era extraño desear que estuviera siendo acosada por su raza? Pero no podía soportar pensar en la alternativa... La señora Avery frunció los labios. —Hablé con el señor Hernández. Enviará a sus hijos con palas y un cubo de basura para limpiarlo. Dijo que te lo debían por alimentar a su perro y gatos el mes pasado. Los hombros de Uzuri se relajaron. —Será una maravillosa ayuda. Muchas gracias. La señora Avery hizo un gesto de despedida con la mano. —Ninguno de nosotros podíamos soportar pensar que tuvieras que ocuparte de eso.

Trabajas muy duro. Los ojos de Uzuri ardían. Aunque sólo había vivido aquí desde la primavera pasada, sus vecinos la habían aceptado como una de ellos. —Gracias. —Vete a cambiar ahora, querida. Tendrás que limpiar el pórtico después de que Duke y Roberto se lleven la basura. 1

—Tiene razón. —Ella lo lavaría y empaparía el área con Febreze . Cuando la señora Avery regresó a su mitad del dúplex, Uzuri rodeó la basura y abrió la puerta principal, luego se detuvo a escuchar. Silencio. Más silencio. Con un exasperado suspiro, se obligó a entrar. El aire puro la inundó. Todo estaba limpio y ordenado. No como la destrucción que Jarvis había causado en su apartamento en Cincinnati. El sofá azul pálido con almohadones de flores brillantes no mostraba arrugas del cuerpo pesado de alguien que lo hubiera utilizado. De alguien sintiéndose en casa. Las estampas enmarcadas de desfiles de moda colgaban derechas. Debajo de ellos, varias muñecas personalizadas de Barbie y Ken se lucían todo a lo largo la estantería colgante, ataviadas con ropa de la temporada de otoño. Ninguna estaba desarreglada, ninguna sin cabeza, ni con los brazos arrancados. Ningún intruso vengativo. Honestamente, chica, supéralo. Jarvis estaba en Cincinnati, en libertad condicional, y no podía salir de la zona. Había seguido con su vida. Ya no estaba interesado en ella. Necesitaba dejar de verlo como un Coco y el motivo de cualquier percance trivial. Esa sensación arrastrándose por su cuello no significaba que alguien la estuviera vigilando.

CAPÍTULO 02 La tarde siguiente, Uzuri había encontrado una nueva clase de ansiedad mientras esperaba en la zona de recepción del spa de lujo con tres amigas. En el escritorio, Andrea charlaba con la recepcionista. —Sabes, me gusta un poquito de dolor, pero esto... esto no estaba en mi lista. —Sally tenía veintitantos años como Uzuri, con cabello castaño largo y rizado y ojos color café. Llevaba unos feos pantalones grises de chándal y una camiseta roja que decía: LOS ZOMBIES ODIAN EL FAST FOOD y tenía un aplastante agarre sobre la fría mano de Uzuri. Con algunos años más, Kari y Jessica parecían igualmente incómodas. Kari se abrazaba y sus ojos marrones estaban muy abiertos. —Soy una maestra de escuela. No hago cosas como ésta. ¿Cómo pasó esto? Jessica puso sus ojos verdes en blanco. Pequeña, curvilínea y rubia, también estaba sudada. —¿Tal vez porque estabas tan borracha como el resto de nosotras? —En realidad—dijo Sally juiciosamente—, creo que ella estaba peor. —No podíamos permitir que Andrea se enfrentara a esto sola. —En la fiesta del Día del Trabajo, Andrea había lloriqueado por su enorme lista de tareas previas a la boda y porque su muy dominante prometido le había pedido algo aterrador. Pensando que Cullen anhelaba un nuevo flogger o algo así, Uzuri había bromeado con Andrea y dicho que su petición no podía ser tan mala. Sólo que Andrea no había estado hablando de un flogger. Oh noooo, el Maestro Cullen quería que Andrea probara una depilación brasileña. Obviamente esperando con ansias la luna de miel, le había dicho a su novia que amaba la forma en que la depilación dejaba... las cosas… extra suaves. Viendo la preocupación de Andrea, bueno, ¿qué podían hacer sus amigas, sino ofrecerse a acompañarla? De las mejores amigas de Andrea, Rainie se excusó, ya que recientemente había tenido su propia cita de depilación. Gabi y Kim no podían hacerse una escapada, y Beth estaba abrumada por el trabajo y sus dos hijos nuevos. Y Linda... —¿Por qué no vino Linda? —preguntó Sally—. Siempre me hace sentir mejor si está cerca. Uzuri asintió con la cabeza. Linda era la persona más maternal del planeta. —No estaba en la fiesta, ¿recuerdas?

—La vi al día siguiente y le pregunté si quería venir. Oh, Dios mío, se puso roja. — Jessica soltó una risita—. Al parecer, el Maestro Sam la ata, calienta la cera, y se encarga de esa pequeña tarea por ella. —Oh, dulce cielo. —Uzuri se estremeció. El Maestro Sam era un duro sádico. No trataría de hacer la depilación menos dolorosa. Al contrario. Sally negó la cabeza. —No estoy segura si sentir lástima por ella o envidia. —Lo vamos a averiguar demasiado pronto—dijo nerviosamente Kari. —¿Todo el mundo está listo? —La tez morena clara de Andrea se había vuelto de un pálido ceniciento. Ella les hizo gestos con la mano para que siguieran a la recepcionista —. Todo el mundo está asignado a una habitación. Adelante. Jessica desapareció en un cuarto. Luego Sally. El turno de Uzuri. Cuando entró en la pequeña habitación y vio la larga camilla acolchada en el centro, su corazón comenzó a latir demasiado rápido. Al menos la esteticista, María, una mujer hispana de mediana edad con cálidos ojos marrones, parecía reconfortantemente competente. Tal vez la mujer quisiera charlar un rato primero. María entregó a Uzuri una toalla. —Quítate todo de la cintura para abajo y sube a la camilla. Volveré en un par de minutos. O no. Uzuri se quitó la ropa. La última vez que le habían dicho que se desnudara había estado en el Shadowlands y fue mucho más divertido. Tenía pinzas en los pezones y... Ella frunció el ceño. La tabla aquí se parecía demasiado a una de bondage BDSM. Mordiéndose el labio, se subió y la revisó. Sin restricciones. Uf. Cuando María regresó, la posición que le pidió a Uzuri era familiar. Pies juntos, rodillas separadas. —Bien, tus rizos tienen la longitud adecuada —dijo la mujer con aprobación. Los “rizos” de Uzuri de un centímetro y medio parecían tremendamente largos. El fin de semana pasado en el club, en realidad se había ido temprano temiendo que un Dom notara su vello incipiente y tuviera problemas por ello. Con una pequeña espátula, María aplicó cera y la cubrió con una tira de tela. Aunque Uzuri saltó, decidió que la cera caliente no era incómoda.

Entonces María agarró la tira firmemente y arrancó el vello. ¡Mierda! Uzuri hizo un sonido que no era bonito para nada. Rainie había insistido en que la depilación se sentía como una Band-Aid siendo arrancada. ¿No tenía nervios en su coño la chica? Afortunadamente, los dolorosos fuegos artificiales cedieron rápidamente a un ardor leve. María le palmeó la mano. —¿Ves? No es tan malo. La primera visita es siempre la peor. Con cada visita, los folículos pilosos se contraen y el dolor se reduce. Desde la habitación de al lado llegó un chillido. —¡Madre de Dios! Uzuri sonrió. Andrea era generalmente tan educada, pero Dios mío, la mujer hispana podía echar sapos y culebras cuando se enfadaba. —Andrea, ¿estás bien? —¡Mierda, no! —Oye, Andrea, ¿todavía vas a casarte?—preguntó Sally. —Puedo asesinar al cabrón en lugar de eso. El hijo de puta, dijo que esto dolería menos que una escena con flogger. Mintió. El silencio cayó sobre toda la sección de habitaciones, y Uzuri vio la boca de su esteticista abierta. Un segundo después, cada mascota del Shadowlands estaba riéndose nerviosamente. Incluso reír no ayudó al dolor del siguiente tirón. * * * * * Con los coños ahora depilados y hermosos, todo el grupo se había vestido y huido al bar al otro lado de la calle para un cuidado post-tratamiento a base de alcohol. Uzuri calculó que unas bebidas serían mucho más efectivas que el aceite calmante que la esteticista le había aplicado. —¿Me pregunto cuántas de las clientes de depilación vienen aquí para una terapia alcohólica? —Moviéndose incómodamente en la silla, Sally se despachó su segundo trago tan rápidamente como el primero. —Montones. —Sentada a su lado, Uzuri la empató con los tragos. Todas sus partes sensibles se sentían hinchadas y calientes, como si hubiera tomado sol durante horas sin bragas. Y sus bonitos pantalones eran demasiado ajustados. ¿Por qué no había llevado pantalones de chándal viejos y flojos como Sally y Jessica? La vanidad no valía este tipo de molestias. 2

Jessica llegó con otra jarra de Screaming Orgasm , se dejó caer al lado de Uzuri y se

volvió hacia Kari. —Oye, ¿qué estaba pasando en tu habitación? He oído un montón de “Oh, no”. El rostro de Kari se volvió de un color rojo fluorescente que sólo las chicas blancas podían lograr. —La esteticista había terminado mi... mi montículo y estaba bajando, ya sabes, hacia ehh... el centro. Me preocupé y cerré las piernas y... um... los lados se quedaron pegados. Andrea abrió ampliamente los ojos. —Dios, ¿pegaste tu coño? Uzuri se atragantó con la bebida. La risa de la mesa hizo girar las cabezas de todo el bar. —¿Y tú, Jessica? —Sally sonrió—. ¿Por qué fueron todos esos comentarios “Lo siento mucho”? Jessica puso los ojos en blanco. —Solo digamos que comer sopa de frijoles para el almuerzo fue una mala idea. ¡Esa pobre mujer! —¡No lo hiciste! —Uzuri se estaba riendo tan fuerte que no podía recobrar el aliento —. ¿Qué hizo… —Hola, señoras. —Un par de hombres se pararon justo detrás de Uzuri. Se cernieron sobre ella. Ella chilló y se encogió de miedo. Agarrando la mesa con fuerza, se obligó a quedarse quieta. A respirar. Una respiración. Dos. Relájate, estúpida. Los hombres estaban sonriendo, no atacando. Un poco borrachos y muy felices, eran simplemente dos palurdos vagabundos. Uno se agarró los pantalones. —Sonáis como si os estuvieras divirtiendo. ¿Queréis algo de compañía? Andrea negó con la cabeza. —No, lo siento. Esta es una noche sólo de chicas. El hombre barbudo con las mangas rotas gimió. —Ah, vamos. Somos agradables... —No perdáis vuestro tiempo con nosotras. Ninguna puede tener sexo esta noche. — Sally sonrió dulcemente y levantó su trago con Kahlúa y cargado de crema irlandesa—. Esto es lo más cerca de un estridente orgasmo que vamos a conseguir estar por un día o dos.

El hombre barbudo cerró la boca con un chasquido audible, y ambos retrocedieron. Andrea soltó un grito histérico. Uzuri jadeó. OmiDios, podría morir de risa. —Las miradas en sus caras… —Aquí, querida, ten un agradable orgasmo. —Kari golpeó ligeramente su vaso contra el de Sally, y ambos bebieron una buena parte de sus tragos. Jessica se había reído tan fuerte que su voz salió ronca. —Pero ¿qué querías decir con no tener sexo? Sally inclinó la cabeza. —Las instrucciones decían no tener sexo justo después de un trabajo de depilación. ¿No leíste el folleto que nos dio Andrea? —Eh no. No pensé que hubiera algo que aprender. El vello se arranca dolorosamente y... no tener sexo, ¿en serio? —Jessica se mordió el labio—. Eso podría ser incómodo de explicar. Uzuri le dio una palmadita en la mano. —El Maestro Z probablemente... um... —Ella no podría decir con mucho tacto que el Maestro Z tenía tanta experiencia con las mujeres, que probablemente ya lo sabía. Cambia de tema de inmediato—. ¿Qué dijo el Maestro Z cuando le dijiste sobre depilarte como una manera de apoyar a tu amiga? —Oooh, ese idiota. Dijo que si estaba dispuesta a sufrir tanto dolor por una amiga, tendría que ver lo que tomaría por mi amado Dom. Y que el Maestro Sam probablemente tenía algunos juguetes interesantes para pedirle prestado. —Jessica frunció el ceño—. Entre la preocupación por la depilación y las cosas malas que Z podría sacar de entre manos, anoche no dormí. —La idea del Maestro Z imaginando formas creativas para infligir dolor es totalmente aterrador. —Kari tomó un trago grande y se volvió hacia Uzuri—. ¿Qué piensas de la depilación? —En realidad... me dolió, pero no fue tan malo como había previsto. —Y cuando María comenzó a arrancarle el vello en los pliegues inferiores, Uzuri se puso casi en trance—. Pero… —ella bajó la voz—, no creo que nadie haya mirado mi coño tan de cerca desde... nunca, y esa última posición, donde me quería con el culo en alto y sosteniendo mis nalgas abiertas, fue absolutamente humillante. —Oye, la mía no me pidió esa postura—dijo Jessica—. Ella me mantuvo sobre mi espalda y me hizo tener las piernas levantadas sobre la cabeza. —Sí, las piernas levantadas. —Sally asintió con la cabeza de acuerdo.

—¡Oh, yo también tenía el culo en alto! —gritó Andrea—. ¡Fue como sexo anal sin el gran final! —Shhh. —Madre bendita, todos en el lugar habían oído el comentario en voz alta de Andrea—. ¡Kari, quítale el alcohol! Pero Jessica y Kari se reían tanto que eran inútiles. Sally se aferró a Uzuri, sus hombros temblaban. Riendo, Uzuri se aferró a ella. Entonces sus ojos se llenaron inesperadamente de lágrimas... porque estaba rodeada de amigas y risas. Cuando se había mudado a Tampa, abandonando su amada Cincinnati y a todo el mundo que había conocido, sintió que su vida se había acabado. En vez de eso, su mundo se había abierto de maneras maravillosas e inesperadas, incluyendo ganar a un montón de desquiciadas amigas que la conocían más íntimamente de lo que nadie la había conocido nunca antes. Una mano cubrió la suya. Los ojos marrones de Sally estaban preocupados. —¿Está bien, amiga? Uzuri sonrió. —Oh sí. Sólo teniendo uno de esos momentos “Os amo a todas”. Las demás la oyeron y las expresiones se volvieron tiernas. —Te entiendo, chica. ¿Quién más habría compartido algo así? —Andrea levantó el vaso—. Por mis Shadowmascotas. Uzuri pestañeó con fuerza, chocó su copa contra las del resto, tomó su bebida de un trago y se unió a los aplausos. Sally se echó hacia atrás. —Entonces, ¿esa cosa con la pinza al final fue horrible o qué? Uzuri sonrió. Confía en Sally para evitar que se vuelvan demasiado patosas. —¿Qué pinzas? —Jessica frunció el ceño—. No tuve nada arrancado. —Oh. Mi. Dios. ¿Nadie más lo tuvo? —Sally parecía indignada—. La mía sacó los extraviados de esa manera. Estoy acostumbrada a ser observada, no revisada con una lupa... o ¡pinzas! Fue como algo que el Maestro Sam haría para oír a una sumisa chillar. —Me alegro de que la mía no lo haya hecho. Puajjjj. —Kari se movió en la silla, obviamente buscando una posición más cómoda—. ¿Cuál fue la parte más embarazosa para ti, Andrea? —No estaba muy avergonzada. —Después de un segundo, se puso roja—. Bueno, no hasta que me di la vuelta, y había sudado tanto que el papel estaba pegado a mi culo.

Mierda. —Oh, yo también. Igual—dijo Jessica. Sally hizo girar su bebida. —Aun así, no fue tan malo. Nunca me he sentido tan suave... como si me hubieran exfoliado o algo así. Si el vello vuelve a crecer tan lento y fino como he oído, probablemente cambiaré a hacerlo de esta manera. A mis diabólicos Doms les gustará la suavidad. —Diabólico Dom. Una etiqueta perfecta para cualquier Maestro. —Andrea le dio a Sally una mirada de compasión—. Todavía no puedo creer que te enamoraras de dos. —Yo tampoco. —Uzuri no podía manejar a un Dom, y Sally se había casado con dos. Miró a Sally ceñudamente—. Cuando comenzaste a perder el juicio, alguien debería haberte dado algo de Prozac y asistencia psiquiátrica o algo así. ¿Dejarla comprometerse con dos Maestros? Te fallé por completo como tu mejor amiga. —No lo hiciste. Además, siempre me gustaron dos hombres a la vez... —Sally meneó las cejas—. Alguna vez deberías probarlo. —De ninguna manera, de ningún modo, nunca, jamás. —Ella a veces, ni siquiera podía manejar a un Dom, especialmente si él era más alto que oh, un metro cincuenta y cinco o poco más o menos. Sally se enderezó, su mirada en algo a través de la habitación. —Eh... Andrea, ¿todavía planeas asesinar al Maestro Cullen? Uzuri se volvió para mirar. Como una aplanadora en acción, el prometido de Andrea atravesaba la habitación. El muy musculoso Dom tenía un rostro rudo de ángulos contundentes, alborotados cabellos castaños y ojos verdes. Vestirlo bien no sucedía a menudo, pero el Dom era dinamita en jeans y camisetas. Las vio y su atención se fijó en su futura esposa. Una vez a su lado, enredó los dedos en su cabello y tiró de su cabeza hacia atrás. El beso que le dio fue largo y lascivo, totalmente inapropiado para estar en público, y tan erótico que la temperatura en el bar se disparó. Uzuri dejó escapar un silencioso suspiro de envidia. El maestro Cullen acarició la mejilla de Andrea. Su voz contenía un ligero acento irlandés cuando preguntó: —Entonces, amor, ¿están ahora tus partes tiernas depiladas? Ella frunció el ceño. —Sí, tú... tú... —Se echó a reír de nuevo—. Me dolió muchísimo, pero estoy depilada

como el culo de un bebé. —Su voz era todavía fuerte. Los ojos de él se estrecharon antes de mirar las jarras vacías de Screaming Orgasm sobre la mesa. —Estás tostada, mascota. Ella lo miró con el ceño fruncido. 3

—No, mi Señor, ellas no me tostaron nada . Me arrancaron todos los pelos de mi… Rugiendo de risa, él le tapó la boca. —Quiero decir que estás borracha, amor. Es hora de llevarte a casa. —Miró al resto de ellas—. Les agradezco que la hayan acompañado hoy. Es bueno que tenga amigas para respaldarla. Sally agitó su copa en el aire. —Eso somos nosotras, siempre disponibles para secuestros, despedidas de soltera, consejos y torturas con cera. Él bufó. —No es la única que está borracha. ¿Tienen todas un modo de regresar a casa? —Estamos bien. Dan está recogiéndonos a Kari y a mí, y Vance viene por Sally y Uzuri. —Jessica sonrió—. Lleva a tu mujer a casa y mímala un poco. Sufrió por ti hoy. Cullen sonrió. —Estoy seguro de que me enteraré de ello. —Su rostro se suavizó, y pasó la mano por el cabello suelto de Andrea—. Mi dulce amazona. El amor en su expresión atravesó a Uzuri con tanta fuerza que se sintió como si algo se hubiera rajado en su interior. Las lágrimas le llenaron los ojos, y ella puso una mano en su pecho dolorido. Cullen levantó a su novia y la mantuvo erguida con un brazo alrededor de la cintura. Andrea parloteaba sin parar. Sus manos volaban mientras describía la depilación, y la risa de él llenó la habitación. Llevándola hacia la puerta, la protegió de cualquier golpe. Andrea ni siquiera lo notó. Uzuri sí. ¿Cómo sería tener un hombre en quien apoyarse? Su madre había sido la única persona con la que Uzuri había contado para apoyarse. Y luego durante unos cuantos años, ella había sido la que apoyara a su mamá. Antes de que muriera. Miró alrededor de la mesa. Todas sus amigas tenían Doms que las amaban,

ayudaban y protegían. ¿Cómo se sentiría? Un anhelo se despertó en lo profundo de su pecho, y ni siquiera un gran trago de su bebida dulce y potente pudo ahogarlo.

CAPÍTULO 03 Para el viernes por la noche en el club BDSM, Shadowlands, Uzuri se había vestido toda de blanco, un top blanco con escote halter, unas espumosas enaguas que apenas cubrían su culo, y medias blancas de red altas hasta el muslo. Ben, el guardia de seguridad había aprobado sus tacones aguja blancos, y ella había conseguido dejárselos puestos en lugar de ir descalza. Se había hecho una trenza griega que rodeaba su cabeza y creaba, lo que le gustaba pensar como, un halo alrededor de ésta. Cuando le dijo a Holt que ésta era su apariencia angelical, su amigo lo había tomado a risa. Dom cabrón. ¿Qué sabía él de todos modos? Sin embargo, él aún podía estar malhumorado porque ella lo había inscripto a todos esos anuncios de Viagra y productos para el vigor masculino. Se sonrió. Hora de comenzar su turno de camarera. Mientras se dirigía hacia el bar, bailó unos pocos pasos de “Mirrors” de Natalia Kills y mientras las rebasaba comprobó cada área de escena acordonada. Una tenía a una Dominatriz azotando a su sumiso; la siguiente a un sádico golpeando con la vara a su masoquista favorita. Saxon había reclamado el banco de azotes. Tenía manos enormes, y la mujer atada al banco gritaba con cada palmada. Unas cuantas personas se habían reunido alrededor de la siguiente área, y Uzuri se detuvo para ver qué los había fascinado tanto. Oh. Los primos Drago estaban compartiendo una escena. Incapaz de resistirse, se detuvo a mirar. ¿Quién no lo haría? Con la sumisa morena llamada Alyssa atada a una mesa de bondage, Alastair estaba goteando cera caliente sobre sus pechos desnudos mientras Max estaba usando varios vibradores en su coño. Dos Doms a la vez. “Alguna vez deberías probarlo”. Oooh, Sally nunca debería haber sugerido esa idea. Uzuri había soñado con los primos Drago anoche y se despertó aterrorizada. Aunque ver esta escena inducía un poco de ansiedad, también era caliente. Está bien, muuuyyy caliente. Tal vez porque el Maestro Alastair era uno de los Doms. Como el Maestro Marcus que era abogado, Alastair se vestía bien. Pulcro y con estilo. Había arrojado su chaqueta y su corbata sobre una silla y llevaba una camisa blanca abotonada con las mangas enrolladas. Su piel era unos pocos tonos más oscuros que la de Uzuri, y era... magnífico. Y, en verdad, observar el entendimiento de Alastair con su primo era impresionante. Los dos formaban un equipo increíble.

—Pensé que no te gustaba el Maestro Alastair. —Sally apareció y deslizó un brazo alrededor de la cintura de Uzuri—. Aunque si eso es cierto, tendría que cuestionar tu gusto. Cada sumisa sin compromiso en el lugar lo adora. —Por supuesto que sí. Sólo míralo. —Hablaba de la perfección masculina. Un par de centímetros más alto del metro ochenta y dos, era esbelto, todo músculos marcados y rasgos cincelados. Aunque en la oscuridad del salón del club, sus ojos coincidían con su piel, a la luz del día, eran de un extraño y hermoso color avellana con el más mínimo rasgo oriental. Su voz de barítono, profunda y con acento británico, era simplemente la guinda del pastel. —Me gusta cómo usa su cabello ahora—observó Sally. —A mí también. —Hacía poco que había dejado de afeitarse el cuero cabelludo, y ahora mantenía el cabello apenas lo suficientemente largo como para mostrar unos rizos correctos. Una barba corta perfectamente recortada enmarcaba sus sensuales labios y la mandíbula. Si sólo fuera más bajo... muy por debajo del metro ochenta y dos. Ella no podía estar con un hombre que se elevara sobre ella. —¿Habéis hecho las paces vosotros dos? —Sally la miró—. Quiero decir, como, hace un año, le gritaste que estaba atascado en los asuntos raciales. Nunca antes te había oído gritarle a nadie. —Tienes razón; fui grosera. Y... tampoco era verdad. —Cuando la culpa escarbó en su conciencia, Uzuri se quedó mirando fijamente sus zapatos—. Él era increíble, y yo quería hacer una escena con él, aunque fuera terriblemente alto, pero cuando estuve atada y se inclinó sobre mí, me asusté, entré en pánico repetidas veces, y no pude explicarlo, y él no podía imaginar por qué dado que yo era la que había querido la escena. —Oh, guau. —Sally frunció el ceño—. Pero entonces… —Él dejó la ciudad después de eso, durante meses. Cuando regresó y quiso ver si podíamos averiguar por qué entré en pánico, le grité. —Ella debería haberse disculpado. Sin embargo, cada vez que había pensado en ello, se había amedrentado. ¿Y si se enojaba con ella? —Oooh. Gritaste a un Dom. En público. ¿Y lo acusaste de algo que no era cierto? — Sally negó con la cabeza—. Y ahora, él es un Maestro. —Lo sé. —A los Maestros en el Shadowlands se les permitía hacer casi cualquier cosa que quisieran. Uzuri se animó—. Al menos, ya no soy una aprendiz. —Ummmm. —Sally se rió—. ¿Puedo mirar cuando le digas al Maestro Z que él no está... realmente... a cargo de ti?

Oh, Señor. El Maestro Z consideraba que todos los sumisos estaban a su cargo, especialmente los aprendices, no importaba que hiciera mucho tiempo que hubieran dejado el programa. —Eres una malcriada, ¿sabes? Sally sonrió burlonamente. —Eso es lo que Galen y Vance no dejan de decirme. —Su mirada volvió a la escena —. Guau. Max y Alastair habían aumentado la intensidad. Una pizca de envidia atravesó de lado a lado a Uzuri. ¿Cómo sería estar a merced de dos muy experimentados y cuidadosos Doms? Sonriendo ligeramente, Alastair salpicaba cera caliente sobre los pechos de la sumisa mientras su primo atormentaba su coño. Alyssa llegó al clímax… otra vez. —Dios, son buenos. —Sally se abanicó—. Así que... vuelvo a mi pregunta. ¿Alguna vez te disculpaste con Alastair? —No. Me mantengo apartada de su camino. —Desde esa noche, los había evitado tanto a él como a su primo, Max. Habiendo llegado con excelentes recomendaciones de un club de Seattle, Max había sido miembro del Shadowlands durante algunos meses a la fecha. Ya fuera compartiendo una escena con Alastair o solo, había demostrado ser un talentoso y poderoso Dom. Nadie se sorprendió cuando el Maestro Z lo recomendó para el título de Maestro. El club había votado la semana pasada. Uzuri había votado por él, sin duda la mayoría de los miembros también lo habían hecho. Lo observó atormentar deliberadamente a Alyssa. Al igual que con Alastair, si Max fuera un hombre de talla media, ella habría estado interesada. Él no estaba cerca de la talla mediana. De hecho, completamente vestido de negro, vaqueros, botas, pesado cinturón de cuero y una camiseta ceñida al cuerpo, Max era más intimidante que cualquier otra persona en la habitación. Sus bíceps parecían rocas, y la forma en que el algodón se estiraba sobre su musculoso pecho era asombrosamente fascinante. Se había recogido el cabello castaño largo hasta los hombros hacia atrás con una tira de cuero, que enfatizaba su mandíbula cuadrada y sus pómulos altos. Sus ojos eran de un intenso azul en su rostro bronceado, de rasgos sorprendentemente cincelados. Al igual que Holt y Alastair, era un guapo modelo. La diferencia entre ellos radicaba en que la expresión de Max tendía a la intimidación… hasta que sonreía. Su sonrisa probablemente podría convencer a una monja a hacerlo detrás del altar. —Bueno, creo que deberías ser una mujer adulta, pedir disculpas y luego hacer una escena con ambos Doms. Oye, sobreviviste a la depilación con cera del vello de tu coño.

Cera goteada en tus pechos por el alto, oscuro y mortal Dom Drago te alegraría todo tu mes, ¿verdad? —Sally la golpeó con el hombro y regresó con sus Amos. ¿Cera en sus pechos? ¿Con Alastair dominándola desde lo alto? ¿Y Max? Con los brazos alrededor de la cintura, vio a Max llevar a Alyssa de vuelta al borde del clímax. Cuando él disminuía el ritmo, su primo vertía cera en los pechos de la sumisa, cada vez desde una altura más baja, aumentando así el calor. Un Dom daba dolor, el otro placer. Cubierta de sudor, Alyssa estaba temblando y suplicando. ¿Cómo sería mirar a los ojos de extraño color avellana de Alastair y rogarle? Saber que tenía todo el control. ¿Ser el centro de toda esa atención, no sólo de la de él, sino también de la de su igualmente poderoso primo? Mientras Uzuri se humedecía, retrocedió un paso y otro... y tropezó con alguien. Manos firmes le aferraron los brazos, la estabilizaron y la volvieron. Ella miró hacia los ojos grises del Maestro Z, el dueño del Shadowlands. —Tranquila, pequeña. —La voz suave y baja apaciguó sus miedos y la calmó. —Discúlpeme, Señor—dijo. —No hay nada que disculpar. —Él le dedicó una débil sonrisa, su mano aún sobre el hombro—. ¿Qué piensas de la escena? —¿La escena? —El calor seguía hirviendo a fuego lento dentro de ella junto con el deseo de ser a la que ellos observaban tan de cerca y conducían a la locura. Pero también era consciente de cómo se elevarían sobre ella de una manera aterradora. Desvió la mirada—. Um. Es interesante, y el juego de cera es bueno, pero... um, los tríos no son lo mío. Los ojos del Maestro Z se entrecerraron, volviéndose aún más ilegibles. —Ya veo—dijo con voz suave. Él veía demasiado, eso era en todo en lo que podía pensar. Su intento de alejarse fue derrotado por su mano en el hombro. —Será mejor que me mueva. Ya empieza mi turno. —Por supuesto. —Él la soltó. Ella se alejó rápidamente y miró por encima del hombro. Él había vuelto a mirar la escena con una expresión pensativa. * * * * * Con una sumisa bien saciada en su regazo, Alastair Drago observaba a su primo limpiar la mesa de bondage y empacar sus bolsas de juguetes. Cuando terminó, Max se estiró.

—Estoy listo para tomar una copa. Alastair reflexionó. El largo día en la clínica lo había dejado destrozado, y había considerado no venir al Shadowlands. Sin embargo, la concentración necesaria para esta escena, incluso sin tener relaciones sexuales, había eliminado su estrés como una ráfaga de aire fresco. Una bebida sería el acabado perfecto. Miró a la mujer en su regazo. —¿Y tú, amor? —No, gracias, Señor. Con vuestro permiso, me uniré a mis amigos. —Alyssa se levantó. Mientras Alastair hacía lo mismo, le dirigió una mirada de evaluación. Firme sobre sus pies, buen color, músculos relajados. —Todo bien. Max, habiendo hecho la misma evaluación automática, asintió con la cabeza. Alyssa sonrió a Max. —Gracias por la escena, Señor. —Se volvió hacia Alastair—. Gracias, Maestro Alastair. —Nuestro placer, amor. —Mientras se alejaba, Alastair negó con la cabeza. Hermosa mujer, pero no una que él quisiera en su vida. Si Z no hubiera pedido que hicieran una escena con ella, no habría ocurrido. Como siempre, Max había seguido sus pensamientos. —Espero que hayamos cumplido con nuestro deber y podamos elegir a nuestra sumisa la próxima vez. Para ser perverso, Alastair comentó: —Ella era sumamente sumisa. —Demasiado sumisa. Sin fuego. Sin sentido del humor. —Max inclinó la cabeza—. Un Amo con un TOC por las reglas estaría encantado con ella. Yo no. Max era detective de policía, pero el Dom no quería obediencia irreflexiva. Alastair se puso la chaqueta, se metió la corbata en el bolsillo y recogió la bolsa de juguetes. —Creo que tienes razón. —De todas formas, yo elijo a la próxima sumisa—decretó Max. —Es tu turno—dijo Alastair amablemente. Había disfrutado la escena con Alyssa más que Max. Como dominantes y primos, Max y él disfrutaban juntos, pero sus estilos no coincidían completamente. Encontrar a alguien cuya personalidad combinara bien con la de los dos había resultado complicado. En su último año en la universidad, habían vivido juntos y compartido una sumisa.

Alastair no había encontrado ninguna relación así de satisfactoria desde entonces. Cuando Max se unió al Shadowlands habían vuelto a hacer escenas juntos, pero no habían discutido sobre nada más serio. Tal vez había llegado el momento. Max se detuvo para hablar con un amigo, luego Alastair fue detenido también. A última hora de la noche, muchos miembros se quedaban simplemente para socializar. Varios de los Doms más nuevos tenían preguntas sobre la demostración de bondage que él y Max habían hecho la semana anterior. Cuando finalmente llegaron a la barra, Cullen, que estaba atendiendo el bar, trajo una botella de cerveza Fat Tire para Max y un gin tonic Tanqueray para Alastair. El Dom nunca olvidaba la bebida favorita de un miembro. Cullen sonrió a Alastair. —Tengo que decir que fue un placer escuchar a Alyssa gimiendo y gritando. —Ciertamente. —Z estaba sentado en un taburete cercano—. Gracias por haber hecho una escena con ella. Lo hicisteis bien. —Es bueno escucharlo. Sin embargo... —Max apretó los dientes y dejó clara su posición—, no estamos interesados en más escenas con ella. No estamos buscando relaciones permanentes. Alastair se puso tenso. Eso había sido cierto en su juventud. Sin embargo, ahora estaría encantado de encontrar a una mujer para más de una noche de recreación. Ya era hora. Sí, él y Max necesitaban discutir sus ambiciones... pronto. Z inclinó la cabeza. —Estoy de acuerdo en que Alyssa no es una buena opción para ninguno de los dos. —Entonces, ¿por qué nos pediste que hiciéramos una escena con ella?—preguntó Alastair. —Con su desesperación por ser dominada, iba a quedar atrapada con cualquiera de manera irreflexiva. Hacer una escena con Doms desinteresados como vosotros le da una oportunidad para recuperar su equilibrio. Una vez que sea capaz de tomar decisiones razonadas, la presentaré con los candidatos apropiados. —Sabes, Z, eres un bastardo astuto. —Max expresó lo que Alastair estaba pensando. —Astuto, quizás; aunque mi madre insiste en que estaba casada antes de que yo naciera. —Los labios de Z se curvaron. —Desafiaría a alguien a sugerir lo contrario. —Cullen deslizó una cerveza por la barra a un Dom que la estaba esperando—. Madeline Grayson podría darle a la Maestra Anne lecciones de intimidación. —Ella estaría encantada de que lo creas así. —Z se puso de pie y apoyó una mano en el hombro de Max—. Dado que estás aquí, tengo un anuncio que hacer.

Sabiendo lo que estaba por ocurrir, Alastair sonrió. —Si pudiera tener vuestra atención. —La voz de Z se elevó hasta llegar a esos en la zona del bar sin extenderse lo suficientemente lejos como para perturbar las zonas de las escenas—. La semana pasada, los miembros votaron respecto a un nuevo Maestro propuesto, y el escrutinio fue abrumadoramente a favor. Felicitad, por favor, a Maximillian, nuestro más nuevo Maestro de Shadowlands. —¿Qué diablos ...? —Max se enderezó en estado de shock. La risa de Cullen resonó. —Enhorabuena, Max-i-millian. —Él prolongó el nombre, engrosando su débil acento irlandés. —Jesús. —Max gruñó lo suficientemente fuerte como para que todos lo oyeran—. Es Max. La siguiente persona, Dom o sub, que me llama Maximillian, conseguirá su culo azotado. La risa estalló alrededor del bar mientras un coro de felicitaciones se elevaba. Las bebidas se levantaron en brindis. Alastair dio una palmada en el brazo de su primo antes de ceder el paso a los que deseaban felicitarlo. Eran muchos. A pesar de la severidad del policía, era muy querido. Esperando pacientemente, Alastair disfrutó de su bebida y estudió a las mujeres sin compromisos en el área donde se sentaban las sumisas. Dos de ellas eran bastante aptas, pero tenían apenas veintiún años. A sus treinta y tantos años, prefería jugar con mujeres de veinticinco o más. Había dos sumisos, no eran de su interés, y una masoquista que necesitaba más dolor del que estaba dispuesto a dar. Una morena agradablemente curvilínea era, por desgracia, sólo tomar y no dar. La rubia en el otro extremo quería sólo un juego no doloroso y sensual. Alastair no era un sádico, pero le encantaba el dolor erótico, por eso se había divertido con Alyssa. La había empujado bien al borde. Observarla tomarlo, empujarla y verla responder le había devuelto todo lo que ella había recibido. La escena había borrado cualquier pensamiento más allá de lo que estaba sucediendo en ese instante. Había sido un mal día. Su mandíbula se tensó. Su última consulta había sido una niña de ocho años con grandes ojos marrones, risitas y leucemia. Leucemia linfocítica aguda, maldición. Las pruebas habían confirmado sus sospechas. Su madre, una mujer sin marido para ayudar, había llorado. Ser pediatra podría destrozar el alma de un hombre. —¿Te estás quedando dormido ahí, primo? —La voz áspera de Max interrumpió sus pensamientos. Alastair vio que la multitud se había desbandado.

Cuando Max se acercó, Alastair pudo ver preocupación en los agudos ojos azules. —Estoy… —Hola, Señores. —La sumisa que se detuvo frente a ellos era una sinfonía de color y vida, desde sus abundantes curvas, a los tatuajes de flores y vides, a sus ojos danzantes y cabellos con mechas. Alastair le sonrió. —Rainie, ¿cómo estás esta noche? —Muy bien, gracias, Señor. —Ella sonrió y le tendió una pila de fotos—. Un refugio de animales en Citrus Park se desmoronó por falta de fondos, y las clínicas veterinarias de la zona están tratando de conseguir que los animales sean adoptados. ¿Por qué no las examináis y volveré a ver cuál queréis? Suavemente, deslizó varias fotos en la mano de Max y se alejó antes de que pudieran protestar. Max la miró y se rió entre dientes. —Esa tiene espíritu de sobra. ¿Por qué no puede estar sin compromisos? —Porque su Dom es veterinario y ella puede jugar con cachorros todo el día. — Alastair miró ceñudamente las fotos—. ¿Queremos una mascota? Fue un placer escuchar la risa fácil de su primo. Durante los primeros meses después de la mudanza de Max desde Seattle, su risa había sido rara y su estado de ánimo negativo. Finalmente volvía a ser él. Max hojeó las fotos. —Un gato puede ser agradable, pero... — Su voz se apagó. —¿Qué? Max sostuvo una foto de un perro de pelo corto de tamaño mediano con orejas caídas. El color marrón cubría su cabeza, hombros y flancos. En las restantes partes era pinto. Un pointer alemán de pelo corto. El dolor de la pérdida hirió el corazón de Alastair. —Se parece al viejo Jeeves, ¿verdad? —Sí. —Max se lo quedó mirando por un segundo antes de leer la descripción—. Dos años de edad. El dueño estaba en los ochenta y murió. —Un perro necesitaría más tiempo que un gato—señaló Alastair. —Cierto. Veinte años atrás, el perro del rancho, Jeeves, había dormido en el dormitorio de Max y Alastair y acompañado a los muchachos por todas partes. En los fríos lagos de Colorado, había sido el primero en saltar al agua y el último en salir. Había encabezado

la marcha por las sendas de senderismo hasta las montañas Rocosas, protegiendo a los dos muchachos que consideraba a su cargo. Cada otoño, cuando Alastair regresaba con su madre a Londres, había extrañado a Jeeves casi tanto como a Max. Con el corazón dolido, Alastair miró los ojos desamparados de la foto. —Entre nosotros, podríamos darle suficiente ejercicio—dijo Max. La mayoría de las personas viendo las facciones sombrías de Max pensaban que era el sádico y Alastair el de toque suave. ¿No era extraño cómo las apariencias podían engañar? —Este perro no es Jeeves, Max. —Lo sé. Pero... ¿quieres dejarlo tras las rejas? Eran unos blandengues. —Por supuesto no. Veamos lo qué tenemos que hacer para liberarlo y llevarlo a casa. —Alastair buscó a Rainie. Rainie estaba hablando con Uzuri, una pequeña y curvilínea sumisa mestiza con la que había hecho una escena un año atrás cuando regresó a casa desde Sudán del Sur. Durante la escena, había entrado en pánico repetidamente, y se había dado cuenta de que tenía problemas subyacentes. El desafío de ayudarla con ellos le interesó, pero ella lo había rechazado. Le había preguntado si prefería a los hombres blancos, antes de recordar que ella había iniciado su primera escena. A su vez, ella lo había acusado en voz alta de gustarle únicamente por su color de piel. Muy insultante. Aunque en general escogía sumisas de color para escenas de una sola vez, para relaciones a largo plazo, elegía por personalidad, atractivo, compasión, inteligencia y honestidad. Había tenido citas con mujeres de todos los colores y étnicas. Aunque, Uzuri sabía que estaba interesado en ayudarla por su propio bien. Su comportamiento al rechazarle se parecía mucho al de un niño acorralado. Sin embargo, ella era una adulta, y en lugar de disculparse, lo evitó como a la plaga. Al principio, le había intrigado. Todo el mundo tenía problemas; los que no le competían. Pero, como aparentemente ella no tenía intención de resolverlos, él la había descartado. Max siguió su mirada. —Bonito atuendo. Uzuri, ¿verdad? —Correcto. —Recordó que Max la había conocido en la fiesta de Nolan y Beth en septiembre pasado—. Es el tipo de mujer que te gusta. —De piel morena, curvilínea, pequeña, divertida—. ¿No hay interés? 4

—Como dirían los británicos, ella no es santo de mi devoción . Supongo que es cara,

y en la fiesta me di cuenta que viene con un pesado equipaje. —Sus labios se torcieron cínicamente—. Ya lo viví. El matrimonio de Max había terminado hacía mucho tiempo. Esta amargura tenía que ser de algo más reciente. Alastair frunció el ceño. —¿Me vas a contar lo que sucedió en Seattle? —Sí, supongo. Tal vez después de un poco de alcohol. Mejor de un montón de alcohol. Interesante. —Está bien, entonces. —Llevaría un paquete de seis de la cerveza de Colorado preferida de su primo—. El próximo fin de semana. —Terco inglés—murmuró Max y frunció el ceño. Alastair siguió su mirada hacia la zona de las sumisas donde Rainie estaba haciendo todo lo posible para que Uzuri adoptara un perro o un gato. Uzuri se sentía acorralada. Cuando se ofreció como voluntaria en la clínica veterinaria, había visto a Rainie en acción. Aunque su mejor amiga era la persona más dulce del mundo, intentando colocar un animal, se volvía intimidante y aplastaría cualquier resistencia. —¿Qué tal ésta? —Rainie le entregó una foto—. Es una dulce mezcla de terrier. Uzuri negó con la cabeza. Nunca, jamás pondría en peligro a otro animal. Nunca. Jarvis estaba suelto. Claro, trabajaba en Cincinnati y esperaba que la hubiera olvidado, pero no podía arriesgarse. Si él venía hasta aquí para vengarse, también apuntaría a las mascotas. Su garganta se cerró. En Cincinnati, había regresado a casa, pero el feliz ladrido de su adorable perro salchicha no la había saludado en la puerta. Finalmente había encontrado al pequeño Hugo temblando detrás del sofá. Con el pelaje moreno embadurnado de sangre, se había alejado aterrorizado de ella. Había gemido cuando le tocó las costillas. La voz de Rainie se volvió más persuasiva. —Vamos, chica, tienes un patio trasero bonito y... Hugo había amado su patio trasero en Cincinnati. Como si fuera a la batalla, cargaría contra la puerta, las orejas volando hacia atrás, la cola en alto. A Jarvis le había gustado Hugo. Había dicho que sí. A pesar de que la había amenazado, ella no había creído que lastimaría a un adorable perrito. Lo hizo. Luchando contra la culpa, tragó dolorosamente. Hugo se había recuperado... aunque

su inocente confianza en los seres humanos se había destruido. Su primo en Minnesota estuvo encantado de aceptarlo, amarlo, y consentirlo. Hugo estaba seguro. Y Uzuri había llorado hasta quedarse dormida cada noche durante meses. Con el tiempo, había dejado de escuchar las pequeñas patas, dejó de esperar ser recibida en la puerta, dejó de guardar un bocado de carne de sus comidas. Pero su corazón todavía dolía. Rainie sostenía en alto una foto de un caniche de ojos grandes. —¿Qué tal éste…? —No. —Mientras Uzuri luchaba contra las lágrimas, su voz se elevó—. No adoptaré un perro o un gato. —Cuando Rainie abrió la boca para discutir, Uzuri no pudo soportarlo—. No me gustan los animales. Para nada. —Pero tú… —No. Odio a las mascotas. Odio a los perros. Mean, lamen y... y me arruinan la ropa. —Empujó las fotos en las manos de Rainie. Cuando Rainie dio un paso atrás, su expresión de shock fue como una bofetada. Uzuri extendió la mano y le susurró. —L-lo siento. —Se le quebró la voz y se le cerró la garganta. Con el pecho doliendo, apartó la mirada. En el bar, Alastair estaba observando. Su primo estaba a su lado, sus ojos azules agudos. La mirada de Max hacia Alastair era cínica y fácil de leer: no había esperado nada diferente de ella. Era ofensiva. Hiriente. Parpadeando para contener las lágrimas, se giró y se dirigió a la dirección contraria. Detrás de ella llegó la profunda voz resonante de Alastair. —Rainie, si tienes un momento, ¿puedes decirnos algo sobre este perro? Una hora más tarde, el tiempo de Uzuri como camarera terminaba. Con una lista de órdenes de bebidas y vasos vacíos en la bandeja, se abría trabajosamente camino a través de las áreas de asientos. Antes, había encontrado a Rainie y se había disculpado. Su amable amiga la había perdonado y, gracias a Dios, había prometido no volver a empujarla para adoptar una mascota. Uzuri suspiró. Algún día, le daría a Rainie una explicación por el estallido. —Oye, chica. —Un hombre rubio le hizo señas. Repantigado en una silla de cuero, estaba vestido con una camiseta y jeans negros embutidos en botas militares. Su mirada la recorrió y se demoró en sus senos. Se lamió los labios. Sé amable, se dijo. El Maestro Z decía que a los sumisos no tenían que gustarles

todos los Dom, pero la cortesía era necesaria. —¿Puedo traerle algo para beber, Señor? —Tengo una copa. —Cuando se inclinó hacia adelante, ella dio un involuntario paso 5

atrás—. Me gusta el Race Play . ¿Estás en eso? Ella no puso los ojos en blanco, pero estuvo cerca. —¿Quieres decir que quieres tratarme como basura y lanzarme insultos, como zorra negra, leche de esclava y puta negra? —Oh, sí. —Su color rojizo se intensificó y su respiración se aceleró—. Eso es exactamente. Puedo… —No. —Ella se obligó a no retroceder, mantuvo la espalda recta y metió seguridad en su temblorosa voz—. Sufro demasiado de ese tipo de comportamiento en la vida cotidiana, y seguro no es mi fetiche. Señor. —Ella quería decir, ve a buscar a una chica blanca para degradar, pero tenía un montón de amigas blancas, y algunas de ellas ya había sufrido con pendejos como éste. Las hermanas, sin importar el color, necesitaban mantenerse unidas. Sus ojos se volvieron crueles. —Tú... —Pero él se contuvo y la despachó con un gesto de la mano. Los sumisos no eran los únicos que debían ser educados. Se alejó, con la cabeza alta, deseando poder tirarle la bandeja. Pero él no era el primer Dom que había querido escenas de Race Play. Después de todo, era simplemente otro fetiche. El tipo bien podría encontrar a una sumisa negra que estuviera en eso, tal como algunas mujeres disfrutaban siendo llamadas puta y zorra. El consentimiento era todo. Aun así, la dejó sintiendo repulsión por dentro y tambaleante. Cuando llegó a la larga barra oval en el centro del salón, colocó la bandeja encima de la brillante superficie de caoba. El rudo Maestro Nolan y su pelirroja esposa, Beth estaban sirviendo las bebidas, lo que significaba que el Maestro Cullen probablemente estaba haciendo una escena con Andrea. —Pronto estaré allí, Zuri—dijo Beth desde el otro extremo de la barra. Zuri, ¿ummm? Beth era la última que había acortado Uzuri a Zuri, y de alguna manera el nombre se estaba haciendo popular entre sus amigos. Ella se estaba encariñando con la forma en que sonaba. Beth se apresuró a tomar su bandeja. —Guau, me encanta tu atuendo. Sólo tú puedes hacer que el virginal blanco parezca perfecto en un club BDSM.

—Gracias. —Un gratificante cumplido viniendo de una mujer que poseía el mejor traje del club. Esta noche, el corsé azul intenso de Beth sacaba el mejor provecho de su esbelta figura y destacaba el color de sus ojos. Excelente atuendo. Beth tomó las órdenes de las bebidas y sonrió. —Estoy tan contenta de que el Maestro Z volviera a usar a nuestros propios miembros como camareras. Fue raro tener extraños en el club. Uzuri arrugó la nariz. Cuando el programa de aprendices se terminó, el Maestro Z había probado contratar camareras. La forma en que los habían mirado había sido desagradable. —Es bueno tener un descuento en las cuotas de membresía, también. —Astuto Maestro Z. No es de extrañar que haya un montón de voluntarios. —Beth se dirigió a llenar las órdenes. Dado que Uzuri había sido la última aprendiz, el Maestro Z le dijo que no tenía que pagar, ya que “ninguna cuota” había sido parte del contrato de aprendiz. Sin embargo, no se sentía bien tomando y no devolviendo nada. Además, ella nunca había sido una típica aprendiz. Todas las demás había querido encontrar Doms permanentes. Ella sólo quería un lugar seguro para explorar la sumisión, ganar alguna experiencia con los hombres, y resolver sus miedos. En la entrevista inicial, había esperado que el Maestro Z la echara. En cambio, él había dicho que el programa de entrenamiento era lo suficientemente flexible como para acomodarse a ella. Pero cuando él había querido discutir por qué tenía miedo, ella se negó rotundamente y le dijo su credo: Mi vida comenzó aquí, y no tengo pasado. Todavía no podía creer que le hubiera dicho no al Maestro Z. Él había sido muy amable. La había dejado unirse con la condición de que si no solucionaba sus problemas, ella le contaría a los Maestros sobre su pasado, los dejaría ayudar y pagaría una penalidad por demorarse. Dios mediante, a él se le había olvidado. Después de todo, ya no era una aprendiz. Y eso era bueno, lo era. Ella negó con la cabeza. En un tiempo, había soñado con una carrera de moda y con un magnífico marido, un Dom, que la adoraría y se ocuparía de ella, tal como ella lo adoraría y lo cuidaría. Después de Jarvis, su anhelo por ese marido soñado se había desvanecido en la inexistencia. Aunque una prenda mala en un perchero no significaba que toda la colección de alta calidad lo fuera, y un loco acosador no significaba que todos los hombres fueran viles, ella no estaba dispuesta a arriesgarse. Ser traicionada de nuevo era una cosa, pero ¿tener a los que amaba heridos? Nunca más.

—Aquí están las cervezas. Y eso es agua para ti, porque sé que olvidas cuidarte. — Beth regresó con una bandeja a medio cargar. Ella hizo seña con las manos hacia el Maestro Nolan que estaba echando ron en un vaso—. Él está preparando los cocteles para ti. —Gracias. —Agradecida, Uzuri bebió y se dio cuenta de que estaba sedienta—. ¿Cómo lo están haciendo Grant y Connor estos días? —Son geniales. —La mención de sus dos pequeños prontos-a-ser adoptados trajo una sonrisa a la cara de Beth—. Connor ya sabe el alfabeto; podrá leer antes de que salga del jardín de infantes. Uzuri sonrió. —Son increíbles. ¿Necesitas una niñera este fin de semana? Podría usar algo de tiempo con niños pequeños. Con la botella en mano, el Maestro Nolan la miró. —¿Estás libre el domingo por la tarde de dos a cinco? Tenemos que hacer algo sin los muchachos. —Puedes apostar, Señor. Soy tu chica. —Está bien. —Beth sonrió a Uzuri y a su Maestro—. ¡De compras! —Ella bailó un poco en el lugar, luego se apresuró a recibir una orden de bebida de un Dom al final de la barra. —Tienes que pedir algo a cambio, mascota. Así es como funciona. —Una comisura de la boca del Maestro Nolan se alzó en su versión de una sonrisa. Incluso después de haber visto lo dulce que era con los niños, el Dom todavía la asustaba un poco. Después de poner el ron con Coca Cola en su bandeja, él asintió con la cabeza a alguien detrás de ella. Uzuri se volvió para ver al maestro Z y al primo de Alastair, Max. Con el ceño fruncido, Max levantó la barbilla hacia Nolan en un saludo de hombres y se alejó. —Z. —Nolan recogió el vodka—. Hace un tiempo desde que pasaste una noche entera aquí abajo. ¿Escapaste de tu Ama en miniatura? Uzuri soltó una risita. La hija del Maestro Z tenía alrededor de siete meses, y era adorablemente exigente. —En cierto modo. Después de un día con mis suegros, Jessica y ella regresaron con un montón de regalos. Cada juguete emite sonidos ensordecedores. —El Dom más poderoso del Shadowlands, probablemente del mundo, sacudió la cabeza con pesar—. No me había dado cuenta de que mi suegra me odiaba tanto. La risa desapacible de Nolan estalló.

—¿Entonces te has escapado aquí? —Exactamente. —El Maestro Z puso la mano en el hombro de Uzuri, cálido y muy firme—. Necesito robar a tu camarera, Nolan. Austin la reemplazará por el resto del turno. Uzuri se congeló. —¿Quieres hablar conmigo? —Oh, no. Alzó una ceja en reprimenda. ¿Qué estaba mal con ella? —¿Desea hablar conmigo, Señor?—repitió rápidamente. —Mucho mejor. Sí, necesito hablar contigo. Cuando Uzuri no se movió, el Maestro Z deslizó la mano detrás de su espalda y la guió directamente hacia su santuario, aunque él lo llamara su oficina. Él no habló mientras caminaban, y echar una mirada a su rostro grave no le brindó ninguna idea. Cuando la pesada puerta de madera se cerró detrás de ellos, la música, los sonidos de los látigos, de los floggers y los gemidos se desvanecieron hasta un murmullo bajo. Señaló el sofá de cuero negro y las sillas en el centro de la habitación. —Toma asiento, por favor. Nerviosa, se acomodó en una esquina del sofá. Sus zapatos de tiras se hundieron tan profundamente en la alfombra de color marrón oscura que las hebras le rozaban los dedos de los pies. En su escritorio antiguo, al otro lado de la habitación, el Maestro Z revisaba algunos papeles. ¿Era eso su archivo? Pretendiendo estudiar los grabados de desnudos Renacentistas Italianos de Tiziano que decoraban las paredes de color crema, ella lo observó. Nunca era menos intimidante, aunque no estaba segura de por qué. Era simplemente un hombre, después de todo. Alto, esbeltamente musculoso, en algún lugar de los cuarenta. Siempre vestido de negro. Como Alastair, obviamente, compraba en Europa y prefería camisas y pantalones a medida, impecablemente confeccionados. Durante los últimos dos años, las canas sobre sus sienes en el cabello negro se habían extendido. Ella culparía a Jessica, pero en realidad, la rubia llena de vitalidad, y su nueva bebé, probablemente lo mantenían joven. Silenciosamente, cruzó la habitación y apoyó una cadera en el brazo del sofá. Cuando él cruzó los brazos sobre el pecho, la preocupación envió una brisa fría por su columna vertebral como si la cremallera en su espalda se hubiera abierto. Manteniendo una expresión tranquila en el rostro, ella le brindó su atención.

—¿Hay algún problema, Señor? Sus labios se curvaron ligeramente. —¿Hay alguna razón para que quieras esconderme tus reacciones? La brisa se convirtió en un vendaval de ansiedad. —Por supuesto que no, Señor. ¿Estoy en problemas, Señor? —No, no estás en problemas. Pero... tu tiempo se ha terminado, mascota. Llevas aquí más de dos años. Cuando te asociaste acordamos que si no resolvías tus problemas, los Maestros intervendrían. —P-p-pero… La ligera inclinación de la cabeza la invitó a seguir protestando... a su propio riesgo. Porque él tenía razón; no había resuelto nada. Ella agachó la cabeza. —Sí, Señor. Su voz se suavizó. —Para que los Maestros te ayuden a superar tu desconfianza a los hombres, ¿qué tendrá que ocurrir primero? Su aliento se le atascó en la garganta. Oh, ella sabía la respuesta, y lo había evitado. —Voy a tener que contarles lo que pasó. —Me temo que sí, pequeña. Te dije que habría una penalización por el retraso, ¿verdad? Oh, no. ¿Por qué tenía que tener tan buena memoria? A los cuarenta años, ¿no debería estar un poco senil o algo así? Mirándola, esperó hasta que ella asintió con la cabeza de manera renuente. —Tienes una opción. Discutir todo conmigo ahora. O, y esta es tu penalidad, puedo encontrar un Maestro de Shadowlands y le puedes contar a él. ¿Un hombre? ¿No podía utilizar a la Maestra Anne o a Olivia o a Chat? —¿Pero… por qué? —Dímelo tú. Ella bajó la mirada, sabiendo la respuesta. —Porque tengo que ser capaz de contarle a cualquier Dom con el que haga alguna escena lo que me pasó, y yo hago escenas con Doms masculinos, así que es con quienes necesito hablar. —Muy bien. —La compasión calentó sus ojos grises—. La primera vez es la más

difícil, luego se volverá más fácil. En el futuro, espero que confíes en tus compañeros de juego. Esta noche estaba yendo de mal en peor. —Sí, Señor. ¿Así que... todos los Maestros lo sabrán? —Lo siento pequeña, pero sí. Para ayudarte, tienen que saber qué causó el problema. De ninguna manera. Ella apretó los dientes. Me voy de aquí. Sólo que esta era su... su casa de alguna manera. No quería irse. El cojín del sofá se comprimió cuando él se sentó a su lado y la tomó de la mano con firme agarre. —Uzuri, estamos preocupados por ti. No estás durmiendo bien. Estás tensa. La preocupación en su profunda voz hizo que sus ojos ardieran con lágrimas. —Cualquier cosa que esté mal debe ser tratada antes de que empeore. Si lo prefieres, puedes ver a un consejero. Cuando había ido a uno en Cincinnati, la terapia había ayudado con todo excepto... con este miedo. Ella no había querido admitirlo, pero el Maestro Z tenía razón; estaba empeorando. Y si quería ayuda, los Maestros necesitarían saber por qué. Todo era acerca de evitar los disparadores y traumas al tiempo que ayudaban con los problemas. —Aquí. Quiero ocuparme de eso aquí. —Muy bien. ¿Con quién quieres hablar? ¿Pensaba que lo escogería? No, no, no, ni lo pienses. Había rumores de que podía leer la mente, e incluso si no podía, era psicólogo. Querría hablar de todo hasta el cansancio como el consejero que había visto. Ella soltó: —No tú. Para su alivio, él no parecía insultado. Más que nada, parecía divertido. —¿Entonces? Holt. Podía ir a echar todo esto sobre Holt. Por supuesto, ya que era más un amigo que un amante, Holt podría no ser… exactamente... lo que el Maestro Z consideraría un “compañero de juegos”. Tal vez sería mejor no hablar de su elección. —Voy a... voy a encontrar a alguien. Él la estudió durante un largo rato. —Muy bien. Esta noche, Uzuri. Sin retraso. —Sí, Señor.

CAPÍTULO 04 Después de recorrer todo el club sin encontrar a Holt, Uzuri empezó a preocuparse. ¿Dónde estaba? Anteriormente, había estado vigilando la mazmorra en la sala principal. Aunque su turno hubiera terminado, no se iría sin hacer una escena. ¿Tal vez había llevado a alguien a las habitaciones de arriba? Ella frunció el ceño. Aunque las habitaciones privadas tenían diminutas ventanas, seguramente no quería ir y mirar en cada una de ellas para encontrarlo. En lugar de eso, salió al vestíbulo. —Hola, Ben. El enorme guardia de seguridad levantó la mirada de una revista de fotografía profesional y frunció el ceño. —¿Ya te vas? ¿Hay algún problema? A menudo, la Maestra Anne se burlaba de él por ser un aprensivo... y lo era. —No. Estoy buscando a Holt. Todavía está aquí, ¿verdad? —No. Tenía que tomar un vuelo y se fue inmediatamente después de su turno de custodio de la mazmorra. Z habría dejado que se lo saltara, pero Holt dijo que podía hacerlo. El Maestro Z había sabido que Holt se marcharía. Debería haber sabido que ser deshonesta no funcionaría con él. La ansiedad la atravesó como un relámpago. Si Holt no estaba aquí, ¿con quién podía hablar? Tragó saliva. La mayoría de los Maestros estaban ahora en relaciones permanentes o tenían hijos, por lo que alternaban sus noches en el club. —¿Qué Maestros están aquí esta noche? —No muchos permanecen aquí todavía. —Pasó el dedo por el registro de asistencia —. Tengo a Dan, Nolan y Sam. Cullen y Andrea se han ido. También Sally y su pandilla. Jake, Rainie y Saxon se fueron hace un rato. Alastair y Max están aquí. Está bien. El Maestro Z había anunciado que Max era ahora un Maestro. —¿Eso es todo? —Parece que tienes un problema. —Él la miró con el ceño fruncido—. ¿Puedo ayudar? El gigante tenía un corazón de osito de peluche. —Me temo que no. Es un encargo del Maestro Z.

—Ah. Buena suerte, entonces. —Gracias, Ben. —Con la cabeza gacha, regresó al salón, esquivando a una Domme que arrastraba a su sumiso con una correa atada a las pinzas de ropa en sus pelotas. Habla con un Maestro. ¿Pero con quién? ¿El Maestro Dan? Oh no. Aunque era un buen Dom, también era muy estricto, probablemente porque era policía. Ningún policía. Nolan estaría atendiendo el bar durante el resto de la noche, por lo que no estaba disponible. ¿El Maestro Sam? De ninguna manera. A pesar de que era muy agradable, aun así, era un sádico. Dios, esto no era bueno. Alastair estaba fuera. No podría enfrentarse a él después de que le hubiera gritado en público. Dudaba que se le hubiera olvidado. ¿Y su primo Max? Se le levantó el ánimo. Dado que Max era un Maestro nuevo, y ella no lo conocía en absoluto, no la obligaría a decirle más de lo que quería. Ella se estremeció. Se veía tan rudo como Nolan y Dan… y ellos eran muy estrictos. Sin embargo... la única vez que se encontraron, había sido bastante amable. Incluso mejor, él no la consideraba una potencial pareja. De hecho, en la fiesta de Beth, le había dicho: —Mejor dejas en paz mi bolso, mascota. No creo que estemos en la misma categoría de peso. —Ella podría haber considerado sus palabras un reto, pero la expresión distante le había dejado claro que no se sentía atraído por ella. Pero su falta de interés haría más fácil hablar con él. No existiría la incomodidad propia de masculino-femenino. Como ella no le gustaba mucho, sin duda se conformaría con una breve, brevísima, explicación de su pasado, y podría escaparse. Mientras atravesaba la habitación, los divisó a él y a Alastair con bastante facilidad. Hizo una mueca. ¿Por qué no podía el Maestro Z seleccionar algunos Maestros de baja estatura? Los primos estaban observando una complicada escena de bondage e intercambiando comentarios tranquilos. Cuando ella se movió para pararse delante de ellos, su corazón comenzó a latir dolorosamente. —Uzuri. —La resonancia en la voz ronca del Maestro Alastair era más suave que terciopelo acariciando su piel—. ¿Hay algún problema? Ben también le había preguntado eso. Su expresión debería parecer horrible. —Um, no exactamente. —Ella volvió su mirada a Max. Maestro Max. Silenciosamente, la miró con ojos incisivos.

—¿Podría hablar con usted, Señor? Esto, um, no debería tardar más de cinco minutos. Sus cejas oscuras se alzaron y luego asintió con la cabeza. —Lo que sea que necesites, cariño. —Para su consternación, le tendió la mano, algo que había hecho la primera vez que se habían encontrado. Cuando ella puso su mano en la de él, el impresionante calor de su palma le hizo darse cuenta de que tenía los dedos fríos. Y que estaba temblando. Sus ojos se entrecerraron, pero él simplemente cerró los dedos alrededor de los suyos. —Guíame, princesa. Regreso en nada, amigo. Alastair le dirigió una ligera sonrisa antes de decirle a Max: —Ya he terminado por esta noche, así que no te apures por mí. —Nos vemos en casa entonces. —Max se volvió a Uzuri. Ella lo condujo a una zona de conversación aislada cerca de la parte trasera, donde podría hablar en voz baja. Apenas se había sentado en el sofá de cuero negro cuando empezó a hablar: —Cuando me uní al club, el Maestro Z estuvo de acuerdo en que... —Uzuri—la interrumpió en un tono plano y señaló hacia el suelo. Oh. Cierto. Ella se arrodilló rápidamente y asumió la posición convencional con el trasero sobre los talones, el dorso de las manos sobre los muslos y la cabeza inclinada. —Mejor, pero quiero que me mires a los ojos. Ella levantó la mirada. Sus ojos eran de un azul cobalto impresionante. Cuando se encontró con su mirada, el agujero en su estómago hizo una lenta bajada. Podría ser nuevo con el título de Maestro, pero seguro que no era nuevo en el estilo de vida. Su dominancia saltaba a la vista en cada movimiento que hacía, en el poder de su voz... y la evaluación controlada en su mirada. Oh, ella podría haber hecho una mala elección. —Eso está mejor. —Su voz, menos profunda que la de Alastair, tenía una oscura aspereza—. ¿Qué acordaste con el Maestro Z? Ella tragó saliva. Resuelve esto en pocas frases. —Él estuvo de acuerdo en que no tenía que hablar de mi pasado si resolvía las cosas por mi cuenta, pero no lo hice, así que tengo que decirle lo que me pasó, y luego tiene que contarle a los otros Maestros.

Él frunció el ceño. —¿Decirle a los demás? ¿No es una invasión de tu privacidad? Su disgusto por ella era... era alentador. —El Maestro Z dice que los Maestros no pueden ayudarme si desconocen la causa. —Bueno, diablos. Él tiene razón en eso. —La estudió un segundo—. De acuerdo. Cuéntame. —Hace años, rompí con un chico que estaba saliendo, y se convirtió en un acosador durante meses y luego me golpeó. Así que tengo un poco “mucho” miedo de los hombres grandes —Soltó un soplido. Listo. Hecho—. Eso es todo. Él la miraba fijamente con los músculos tensos. Su mandíbula cuadrada se había convertido en piedra. Ella se paró de un salto. —Gracias… —Alto. ¿Dije que podrías levantarte? Ella se congeló en el lugar. —Un acosador, ¿eh? —Después de un segundo, él tomó una lenta y audible inspiración. Señaló el suelo, luego se reclinó con los brazos extendidos a lo largo del respaldo del sofá. Cuando ella se dejó caer de rodillas, se dio cuenta de que su postura era la de un Dom instalándose para pasar algún tiempo. Su boca se secó. —¿Cuál era el nombre de tu acosador? —Jarvis. Él hizo un movimiento de continúa con los dedos hasta que ella añadió: —Jarvis Kassab. —Ahora dame una descripción. ¿Una descripción de Jarvis? Era tan grande y pesado que habría bloqueado toda la luz en la habitación mientras se elevaba sobre ella. Sus gritos le habían lastimado los oídos mientras su rostro oscuro se había retorcido de rabia. Agitando el cuchillo, había salpicado su sangre en las paredes. Ella apretó las manos. Bandas de acero se cerraron alrededor de su pecho hasta que no pudo respirar. —Guau, cariño, tómalo con calma. —Lentamente, Max se sentó derecho. Con fuerza cuidadosamente controlada, agarró sus brazos y la ubicó entre sus piernas, luego colocó

los antebrazos de ella en sus muslos. Temblando, ella miraba fijamente hacia abajo, clavando los ojos en el suelo, todavía oyendo los chillidos, el griterío. —Mírame, cariño. Cuando se las arregló para levantar la vista, la agudeza de sus ojos atravesó sus recuerdos, cortando los lazos con el pasado. Él apoyaba sus manos cálidas sobre sus hombros. —Cuando te arrodillas delante de mí, estás bajo mi protección. Nada ni nadie te hará daño. ¿Entiendes eso? La certeza absoluta de su gruñona voz la rodeó, envolviéndola con seguridad. —Sí, Señor—susurró. —Bueno. Ahora describe a ese imbécil, Jarvis Kassab. —La cólera baja en su voz le dijo que él estaba de su lado. —¿Me crees? Su risita era un sonido áspero mientras pasaba suavemente un dedo calloso todo a lo largo de su mandíbula. —Eres una belleza, pero no tienes las habilidades para mentirme. Te creo. Eso fue casi insultante, pero ella se sonrojó. ¿La consideraba hermosa? —Una descripción de Kassab, por favor. —Tu altura, pero más ancho. Más pesado—susurró. Alastair era como un caballo de carreras muy musculoso. Max era un percherón, un caballo de tiro… más musculoso y todavía hermoso. Jarvis era un... un rinoceronte pesado y completamente desgarbado—. Pelo negro, ojos negros. Piel de mi color sólo que su tono es más parduzco que ocre oscuro. —¿Qué diablos es ‘paduzco’? Miró la expresión confundida y tan masculina. —PAR-DUZ-CO. Parduzco. Es más marrón grisáceo que el marrón dorado del ocre oscuro. —Por supuesto. —Él le dio una mirada fácil de leer, del tipo ¿por qué ella no dijo eso antes? Y de alguna manera, ella se había relajado. De acuerdo, cuéntale sobre Jarvis. —Jarvis y yo somos ambos birraciales; por eso empezamos a hablar. Él entendía cómo es estar en el medio. Ni verdaderamente blanco. Nunca lo suficientemente negro.

Oh, señor, ¿qué estaba diciendo? Este Dom era blanco, no tendría ni idea. Sin embargo, asintió con la cabeza. —Alastair se topó con eso, diablos, él no sólo es africano occidental y blanco, sino que tiene un poco de japonés. Aun así, no es del tipo de dejar que eso lo moleste. De todos modos, Inglaterra es más civilizada. —Cuando él le rodeó el antebrazo con sus dedos, el calor penetró en sus huesos—. ¿Cómo empezaron Jarvis y tú a salir? ¿Compartieron intimidad? Intimidad. Su instintiva retirada fue interrumpida por su inquebrantable agarre. Oh, hablar con él fue una decisión muy mala. Al Maestro Sam no le gustaba hablar. Aun siendo un sádico, él no habría sido tan difícil... —Respóndeme, Uzuri. —Fui a una escuela secundaria de todas chicas, apenas había empezado a salir de citas y no me impresionaban los tíos de mi edad. —Había sido tan ingenua e ignorante —. Conocí a Jarvis, él era mayor y siempre parecía saber lo que estaba haciendo. Me llevó a mis primeras fiestas y clubes BDSM. Yo estaba, eh... —Una nueva sumisa. —Max asintió—. ¿Abrumada por la dinámica de autoridad e incapaz de separar el deseo de sumisión de lo que sentías por el hombre? Sus ojos se abrieron de par en par. —Sí. —Eso era exactamente lo que había sucedido. Antes de Jarvis, se había creído experta en diferenciar a las buenas personas de las malas. Después, ya no confiaba en ella en absoluto. Tal vez a tenía esas habilidades y simplemente había sido cegada por su fascinación con el BDSM. La comprensión alivió una preocupación dentro de ella. —¿Qué pasó? —Se puso serio y me estaba llamando todo el tiempo, incluso en el trabajo, e insistía en que pasara todo mi tiempo con él. Me di cuenta de que no tenía razón y me negué a verlo. Y una noche, estaba esperándome fuera de mi apartamento, me gritó y me golpeó. La mano que descansaba sobre su antebrazo se apretó con fuerza, luego se relajó. La voz de Max se mantuvo neutra. —¿Qué hiciste? —Agarré el teléfono y empecé a marcar el 911 mientras le gritaba que no era nada para mí. Se fue cuando salieron mis vecinos. —Felicitaciones. —La abierta aprobación en la voz de Max era alentadora—. ¿Pero no aceptó la ruptura? —Se mantuvo siguiéndome y llamándome. Cambié el número y conseguí uno que no figuraba en guía, dos veces, y él todavía logró averiguarlos. Forzó mi puerta,

destruyó cosas, y yo lo veía... en todas partes adónde iba. Al otro lado de la calle, enfrente de un bar, de pie fuera de mi apartamento. Si visitaba a alguien, también eran acosados. —Eso había sido horrible, darse cuenta de que les había causado problemas. —¿Cuánto tiempo duró esto? ¿Involucraste a la policía? —Casi un año, y sí. Sin embargo, no había mucho que pudieran hacer. Él era... cuidadoso. —Sus amistades se habían alejado… y para preservarlos ella también. Sintiéndose atrapada, había empezado a desesperarse—. Estaba haciendo preparativos para mudarme… para escapar de él… se enteró y entró a mi apartamento en medio de la noche y... enloqueció. —¿Enloqueció cómo? Ella miró hacia abajo, viendo cómo Max la tenía atrapada entre sus largas piernas. Él acunó su barbilla y la obligó a mirarlo. —Uzuri. Dime cuánto te lastimó. —La orden de un Dom. —Me cortó un poco. Dislocó mi hombro. Me hizo cortes y moretones. —En sus pesadillas, se oía a sí misma rogando y gritando. La había pateado... sus botas habían sido... no queriendo recordar más, exhaló, tratando de relajar los músculos. Su mirada no vaciló. Él sabía. Ella se mordió los labios y terminó. —Me pateó y me rompió las costillas y... la mandíbula. —El horrible sonido de algo que se quiebra, el torrente de sangre, caliente y líquido, el dolor agudo y ardiente—. Y tenía un cuchillo. —Le había cortado el estómago. Ligeramente. Presionó más fuerte. Sacudió la cabeza, alejando el recuerdo, la desesperación, el conocimiento de que iba a matarla—. Los vecinos llamaron a la policía y ellos derribaron la puerta. —Atrapado in fraganti con un arma mortal. Bien. —Un músculo sobresalía en la mejilla de Max—. Supongo que aterrizó en la cárcel. —Sí. —Uzuri dejó el silencio suspendido antes de preguntar—. ¿Me puedo ir ahora? —¿Hizo esto en Pinellas o en Hillsborough Country? —En Cincinnati. —Mirando al suelo, ella se estremeció. —¿Ohio? —Su mirada era un calor palpable en su piel—. Estaba en la cárcel, pero te has venido hasta aquí. ¿Por qué? —No pude... reacomodarme. Seguía creyendo que lo había visto en alguna parte, o que lo oía entrar por la fuerza, o que lo había visto de pie junto a mi cama. Incluso saber que estaba encerrado no ayudó. —Tiene sentido. Los recuerdos están conectados con tus sentidos, por lo que incluso un olor o un sonido traería de vuelta todo. —Sonaba como si lo supiera por experiencia

personal. Su fácil entendimiento relajó un nudo en su estómago—. Así que te mudaste aquí, te instalaste. ¿Y encontraste el Shadowlands? —Tenía la esperanza de unirme al club, pero cuando el Maestro Z trató de discutir mi pasado, yo, um, me negué. —Ella levantó los ojos—. Lo conoces. Quería ayudar. Hablar de eso. Yo quería que la puerta del pasado permaneciera cerrada. —Sí, así es Z. —Una arruguita de risa se profundizó junto a la boca de Max—. Suena como si esa puerta cerrada no estuviera funcionando para ti. —Las palabras eran una declaración sin juicio alguno. —Me iba mejor. Él la miró. Con un resoplido de resignación, añadió: —Durante un tiempo. —De acuerdo. Háblame de los problemas que tienes ahora. Ella lo miró fijamente. —El Maestro Z dijo que tenía que hablarte de mi pasado. Nada más. La mano en el hombro se apretó como si supiera que quería ponerse de pie. —Uzuri, tú recibes órdenes de Z. Desafortunadamente, desde que Z adjuntó ese título de “Maestro” a mi nombre, también recibes órdenes de mí. —La barba crecida no podía disimular la severa mandíbula. Terco, estúpido y maldito Dom. Trató de fulminarlo con la mirada y... no pudo. —Cuando nos conocimos en la fiesta de Nolan y Beth, me tuviste miedo. ¿Tienes miedo de todos los hombres o simplemente de hombres grandes o agresivos? —Hombres grandes. —Bueno, Holt era alto, pero no le tenía miedo. ¿No era extraño? Pero él nunca la miraba como... como... —Hombres grandes que me miran como... um, como... Como alguien para follar. Después de un segundo, la comprensión iluminó el rostro de él. —¿Hombres que tienen interés sexual en ti? Ella asintió. Él la estudió por un momento. —Te he visto jugar aquí. —Sus labios se crisparon—. Con hombres de baja estatura. ¿Los llevas a tu casa? Ella negó con la cabeza.

—¿Te citas con ellos? Ella negó con la cabeza. —¿Te citas con alguien? Ella negó con la cabeza. —Cariño, eso no es bueno. —Él frunció el ceño—. ¿Tienes otros amigos, amigas, que te visitan en casa y salen? —Sí, paso mucho tiempo con mis amigas. —Su voz salió rígida. No era una reclusa. Pero... no tenía citas, y su reacción la hizo pensar. Los hombres con frecuencia le pedían una cita, pero los rechazaba. Todo el tiempo. Ella había pensado que lo estaba haciendo bastante bien y creía que su problema era sólo con hombres grandes. Al parecer, su pasado estaba afectándolo... todo. —De acuerdo. —Su mirada incómodamente aguda penetró profundamente, traspasando la piel y los músculos hasta su corazón—. ¿Te estás sintiendo más cómoda con los hombres, o eso está empeorando? Ella endureció la espalda. —Peor, entonces. —Él inclinó la cabeza—. ¿Está todavía en prisión? El frío de sus entrañas la hizo estremecerse. —Salió la primavera pasada. —Ah, ya veo. —Su mirada era demasiado perspicaz—. ¿Ha intentado contactarte? ¿O apareció por aquí? —No. Sé que sigue trabajando allá. Le dije a la Maestra Anne que tenía un ex que me preocupaba, por lo que ella lo comprueba de vez en cuando para asegurarse de que todavía está en Cincinnati. —La Maestra había prometido no contárselo a nadie. —Una chica inteligente. Ante su abierta aprobación, se relajó y se dio cuenta de que él le frotaba el brazo con ademán tranquilo. El deseo de permanecer protegida entre sus piernas era tan potente que sabía que necesitaba largarse inmediatamente. —¿Me puedo ir ahora? —Umm. —Su mirada de evaluación la recorrió como una suave brisa—. Está bien, cariño. Has cumplido la orden de Z. Hablaré con él y él se encargará desde allí. Cuando abrió las piernas y levantó la mano, se puso en pie demasiado rápidamente para ser graciosa. Dando un par de pasos atrás, como si eso la librara de la voz de un Maestro, luchó por controlarse y aligeró su voz. —Gracias, Maestro Max.

—Sólo Max. No estoy demasiado de acuerdo con los títulos. —Alzó la barbilla—. Vete de prisa ahora. Ve a divertirte y olvídate de trabajar por el resto de la noche. Le avisaré a Nolan. —Sí, Señor. —Se escabulló antes de que pudiera cambiar de opinión. A medio camino a través de la habitación, frenó y frunció el ceño. “Él se encargará desde allí.” Por el tono y las palabras, Max no tenía intención de participar. Trasmitiría sus problemas al Maestro Z y daría un paso al costado. Eso era bueno, ¿no? Ella puso una mano en su vientre tembloroso. Todavía podía sentir el calor de su mano en el brazo, la fuerza de sus dedos cuando ella había intentado alejarse. Él era... fuerte. Cuidadoso. Controlado y dominante. En algún momento, habría sido la respuesta a todos sus sueños, el héroe que salvaba a la doncella de los villanos. Este héroe había sido terriblemente agradable, pero iba a dejar que otro hiciera el resto del salvataje. Eso estaba... bien. En serio. Aunque dolía. * * * * * Dentro de la zona vallada detrás de su casa, Alastair se sentó en una silla y estiró las piernas con un suspiro. Bendita, Beth. Cuando la paisajista, una sumisa de Shadowlands, había remodelado el terreno, había añadido un “espacio en el jardín” con un pequeño estanque de dos niveles en el lado derecho del patio. Aunque había pensado que la idea era un poco extraña, había llegado a apreciar la tranquilidad que ofrecía. Con un borboteo melódico, el agua del estanque superior goteaba sobre las rocas hacia el estanque inferior. Pequeñas luces solares estaban ocultas entre las aneas enanas, los iris y las achiras alrededor del borde. En el agua oscura, el brillante pez dorado era un destello de oro alrededor de los lozanos nenúfares nocturnos. Mientras bebía su Laphroaig, saboreando el suave y ahumado sabor del whisky, pensó en la noche. La escena que habían hecho con Alyssa había sido agradable, aunque superficial. Una sumisa diferente podría haber añadido profundidad y emociones a la sesión. Con Alyssa, no se había creado ningún vínculo entre los tres. Y aquí estaba él en la casa… solo. Con un suspiro, negó con la cabeza. ¿Cómo podía sentirse complacido con el silencio y sin embargo solo? Era bueno volver a vivir con Max. Aunque se las habían ingeniado de manera brillante cuando se alojaron juntos en la universidad, no estaba seguro de si funcionaría volver a compartir un hogar. Por supuesto, después de veranos de voluntariado en países del tercer mundo y un año con Médicos Sin Fronteras, estaba acostumbrado a las condiciones de hacinamiento. De hecho, esta casa había parecido demasiado vacía al principio.

La compañía de Max era tan agradable como siempre, lo cual no era sorprendente. Su primo siempre había sido su mejor amigo y, por lo demás, un hermano de sangre. Alastair resopló. Cuando muchachos, habían hecho toda la ceremonia del corte de muñecas del hermano de sangre. Una fea cicatriz en su muñeca demostraba que su primer corte “quirúrgico” casi había sido el último para él. Teniendo en cuenta la cantidad de sangre derramada, definitivamente eran “hermanos”. Tenía que admitir que la ausencia de Max había dejado un agujero en su vida. Era bueno tenerlo de regreso. Una sombra bloqueó la luz, y luego Max dejó caer un vaso lleno de cerveza negra, se sentó en una silla y estiró las piernas. Sin camisa, descalzo, obviamente hogareño para la noche. —Ey, Doc. ¿Has estado aquí toda la noche? —No. —Alastair tomó un sorbo de whisky—. Llamé a mamá primero para desearle un feliz cumpleaños. —Jesús, primo. ¿No es la mitad de la noche en Londres? —Es casi el amanecer y el mejor momento para atraparla. Me atrevería a decir que alguien le mostrará un buen momento esta noche. —Su madre tenía una multitud de relaciones que acudían en cualquier momento. —En serio. —Max sonrió abiertamente—. Es estupenda. Sabes, si no estuviera emparentado con ella, podría haber intentado conquistarla. Podría haber sido su amigo con privilegios. —Eso habría durado hasta la primera vez que te diera una orden en el dormitorio. — Alastair sonrió. Su madre no tenía un hueso sumiso en el cuerpo, y como neurocirujana, esperaba que todos bailaran al son de su melodía. Max podía recibir órdenes o no habría durado en los Marines, pero era un dominante sexual de los pies a la cabeza. Y pensar en “madre” y “sexo” al mismo tiempo era suficiente para hacer vomitar a un tío. Alastair tomó un trago más grande y preguntó: —¿Por qué motivo quería Uzuri verte? ¿O es privado? —No es privado, aunque apuesto a que ella preferiría eso. Su trato con Z era que le contaría a un Maestro por qué es tan cautelosa con los hombres, y la información se compartiría con todos los Maestros. No sé por qué coño me ha elegido. Alastair frunció el ceño. Max era tan dominante y experimentado como cualquier Maestro allí. Pero... ah. Saludó a su primo con su bebida. —Eres el tío nuevo del barrio. Tal vez pensó que la dejarías salirse con la suya evadiéndose. Eso podría no haber funcionado bien para ella. Al detective de homicidios le

desagradaban los secretos. —Maldita sea. Aquí que me imaginé que me había elegido por mi buena apariencia. —Metiendo los dedos de los pies en el estanque, Max observó al pez dorado salir a la superficie para investigar—. No consiguió evadir un carajo, y tengo que decir, que es divertida de escuchar. Cuando se pone nerviosa, todas sus frases se juntan. Alastair sonrió. Se había dado cuenta. —De todas formas—continuó Max—, su historia es así: Vivía en Cincinnati, pero... Cuando Max le explicó, la ira de Alastair se encendió. La pequeña sumisa había sido acosada. Asustada. Herida. Había estado tan traumatizada que había huido de su ciudad. —Si le dan miedo los hombres grandes, ¿por qué le pediría a Sam que preparara una escena conmigo el año pasado? —Ella dijo que lo había hecho mejor durante un tiempo. —Max frunció el ceño—. Apuesto a que la excarcelación de Kassab la hizo retroceder. Debería haber preguntado más sobre eso. Sí, alguien necesitaba bucear más profundamente. Alastair refrenó sus instintos protectores. Ella no había pedido confiar en él; había querido a Max. —Puedes hacerlo la próxima vez que hables. —No hay próxima vez. —Max sacó bruscamente el pie del estanque—. Ella no es mía. No estoy abierto para recibir a bordo una sumisa con equipaje, especialmente de este tipo. O una mujer que lloraría si se le rompiera una uña o tardaría horas en prepararse para salir a comer. —La amargura de su voz era una historia en sí misma. El equipaje, sí, pero el resto no sonaba como Uzuri... más como alguna otra. ¿Qué le había pasado a Max en Seattle? Alastair frunció el ceño. —Me gusta una mujer que se cuida. Unos tacones altos y una falda ajustada son un definitivo plus. —Sonrió. Incluso con tacones altos, Uzuri no se acercaría a su altura. —Sí, bueno... cierto. —Max se echó hacia atrás y lo miró con atención—. Hablando de eso, vi tu expresión cuando le dije a Z que no estábamos buscando relaciones permanentes. No estabas de acuerdo. Aquí había una razón por la que disfrutaba tanto con su primo. No mucho se le pasaba desapercibido al policía. Alastair tomó un sorbo de su bebida y organizó sus pensamientos. —He disfrutado de probar las diversas delicias que el mundo tiene para ofrecer, pero mi primo y hermano, estoy listo para establecerse. Para encontrar a una mujer que camine a mi lado—miró a Max a los ojos— ¿o al lado de nosotros?

—Has estado pensando en esto durante un tiempo, ¿verdad? —Mientras la mirada de Max permanecía en la brillante superficie del estanque del jardín, murmuró—: Entiendo acerca de querer a alguien a quien cuidar, con quien vivir. Alastair esperó. —Desde la universidad, he tenido relaciones a largo plazo. Estuve casado. Siempre parecía que algo faltaba. —Su mirada se volvió hacia Alastair—. Pensé que ese pedazo que faltaba podrías ser tú. Una pausa. —Nada jamás se sintió tan bien como cuando vivimos juntos y compartimos a nuestra mujer. —A mí también—dijo Alastair suavemente. En el momento del silencio, la lechuza blanca residente en la vivienda soltó un sereno gorjeo desde el nudoso roble perenne en el patio trasero. —De acuerdo. Continuaremos desde aquí. —Max asintió—. Buscaremos a alguien que nos pueda complacer a ambos durante más de una o dos escenas. —¿Qué tal Uzuri? ¿Te interesaría hacer una escena con ella? —¿En serio, primo?— Max negó con la cabeza—. Ella tiene problemas. —No estoy seguro de que encuentres a alguien que no tenga algo de equipaje, algunos problemas... y tú y yo no estamos exentos. —Tal vez. Pero hay problemas, y problemas. —Max frunció el ceño—. Además, a ella no le gustan los perros. Alastair tomó un trago de su whisky, deliberó, y finalmente asintió. Le gustaba ver a una mujer ataviada con excesivo detalle, no le importaba resolver problemas, pero no dedicaría tiempo a una mujer que carecía de corazón.

CAPÍTULO 05 Finalizada la reunión previa a la apertura en los aposentos del tercer piso de Z, los Maestros de Shadowlands bajaron las escaleras hasta la planta baja. El tema principal de discusión había sido Uzuri. Mientras Holt seguía a los demás por el salón del club, su tripa se sentía como si se hubiera tragado un barril de vidrio molido. ¿Por qué Zuri no le había hablado de su pasado? Podría haber ayudado. Por el amor de Dios, ella había estado a su lado muy a menudo. Como cuando un edificio se había derrumbado durante un incendio y casi lo había matado. Otro bombero había muerto aquel día. Su amigo. Y una Zuri compasiva se había mudado por dos días mientras Holt se recuperaba y lloraba. Cuando Holt entró en el vestuario privado de los Maestros, Z se acercó. —¿Qué pasa, Z? —Con la mano sobre su candado, Holt se volvió para mirar al Dom. A su alrededor, la habitación estaba llena de conversaciones, de taquillas cerrándose ruidosamente y de risas. —Respecto a Uzuri. Ella te lo habría contado. Te buscó. —Vestido completamente de negro, Z estudió a Holt por un momento—. Esperé hasta que te marchaste antes de obligarla a hablar con alguien. Holt se puso rígido ante la sensación de traición. —¿Por qué, Z? Sabes que somos amigos. —Ya sea que se lo admita a sí misma o no, quiere que alguien la ame. Un Dom propio. Hasta que se enfrente a sus miedos y pueda discutirlos con posibles Doms, no avanzará. La ira se desvaneció, Holt se apoyó contra la taquilla. Nunca había conocido a alguien más cariñoso que Zuri, pero la química nunca había estado allí entre ellos. Después de un tiempo, habían abandonado ser amantes ocasionales prefiriendo ser amigos cercanos. Como Dom, nunca la había visto como su sumisa. Mierda. Le había fallado. —Debería haberla empujado. Escarbar más en su pasado. —No—dijo Z suavemente—. Esa no era tu tarea. No es tu tarea. Vamos a dejar eso a los otros. Holt lo miró. Psicólogo y Dominante, Z tenía tanta necesidad de “ayudar” como Holt. Si el dueño del club podía dar un paso atrás, Holt también podría hacerlo.

—De acuerdo. Ayudó saber que Uzuri había querido contarle. —Gracias por la info. Z asintió y se dirigió al salón principal. Desabrochándose la camisa con una mano, Holt abrió el candado con combinación y su casillero. Desastre. Una lluvia de bolas de poliestireno salió desde lo alto del armario y cayó sobre su cabeza y hombros. —¡Qué mierda! Las risas de los otros Maestros resonaron en las paredes. Un muñeco rubio de Ken vestido con un uniforme de football estaba sentado en el fondo del armario. Un puto muñeco. Holt miró el mar de coloridas bolas de poliestireno alrededor de sus pies. Las del tamaño de una pelota de tenis eran de color naranja y blanco, algunas color naranja con una “B” con rayas negras. Por los Cincinnati Bengals. Las restantes eran doradas y rojas con una “SF” negra, roja y dorada por los San Francisco 49ers. Su equipo. De manera insultante, esas bolas eran del tamaño de pelotitas de golf. Más pequeñas. Un gruñido escapó. —Esa pequeña mocosa. Con una mano sobre su vientre embarazado, Anne negó con la cabeza. —Prefiero pelotas a las cucarachas de goma cualquier día. —Ella estaba realmente riéndose mientras salía del vestuario. Holt frunció el ceño. ¿No podía ver el jodido insulto que su equipo había recibido? La Maestra debía carecer del gen de los deportes. —¿Qué pasa con las pelotas? —Max, el Maestro más reciente, entró tarde seguido de su primo. Mientras Alastair iba a su casillero, se detuvo para inspeccionar el desorden —. ¿Redecorando el lugar? —¡Mierda, no! —Muy colorido. —Con su pie, Raoul empujó una bola perdida hacia el desorden—. ¿Quién crees? ¿Rainie, Sally o Uzuri? ¿O las tres? —Uzuri hizo esto—le dijo Holt. El muñeco la delataba de manera inconfundible—. Los Cincinnati Bengals son su equipo. —¿Uzuri? Abre los ojos—bufó Max—. Ella no tiene las pelotas.

Los restantes maestros en la habitación se rieron, más por la falta de entendimiento de Max que por el juego de palabras. —Mi amigo—le dijo Raoul a Max mientras se volvía para marcharse—, estás muy equivocado. Al pasar a su lado, Cullen golpeó a Max en la espalda. —No la cabrees, amigo. Ella no olvida. —No mierda. —Holt sonrió abiertamente a Max. Apostaría dinero que la pequeña malcriada eventualmente les apuntaría a los dos nuevos Maestros. —¿Cómo te pasaste a su bando malo, Holt? —Los ojos azules de Vance destellaban con diversión. —Diablos, íbamos a reunirnos para cenar la semana pasada, pero el juego que estaba viendo se topó con tiempo extra, y llegué tarde. —No tan tarde. Maldita sea. —Ah, y de esta maneara golpea tus pelotas. —Vance sonrió. —Mi Gabi puede ser una pequeña malcriada—Marcus sacudió la cabeza con admiración ante el desorden—, pero esa pequeña Uzuri tiene un talento innato para escabullirse. —En serio—masculló Holt. ¿Cómo diablos había abierto el candado con combinación? Ignorando el montón de pelotas en el suelo hasta más tarde, siguió a los demás fuera de la habitación. Todavía atónito por el insulto que una sumisa había hecho a Holt, Max entró en el salón principal del club con Holt detrás de él. Lo primero que le llamó la atención fue Uzuri al otro lado de la pista de baile. Ella vio a Holt, y su rostro se iluminó con picardía y risas, una mezcla completamente cautivadora. Desorientado, Max apartó la mirada, luego parpadeó ante los cambios en la habitación. Las cruces de San Andrés, los bancos de nalgadas, las telas de araña, las jaulas, los cepos, cada aparato habían sido empujado contra las paredes y las cuerdas colgando de lo alto inutilizadas por completo. Una serie de alfombras para corredores, colocadas de extremo a extremo, rodeaban el perímetro de la sala como un circuito. Las áreas de estar con sofás de cuero, sillas y mesitas de café permanecían, pero los espacios vacíos en el suelo estaban ahora acolchados con colchones, colchonetas y mantas. —Debería haber revisado el boletín de prensa del Shadowlands antes de venir— murmuró a Alastair. O lograr esclarecer su número de casos para que pudiera llegar a tiempo para la reunión de los Maestros.

Por el triste asentimiento de Alastair, tampoco había leído su correo electrónico. —Bienvenido a la “Momento de acostarse en Roma”. —Z caminó hacia el centro de la habitación. Cuando todos se acercaban para escuchar, Max notó que las personas llevaban puesta ropa cómoda en vez de ropa fetiche. Z continuó. —Durante la cena de los Maestros el mes pasado, nos dejamos atrapar por una discusión sobre dos cosas: cómo el ambiente moderno sobrecarga nuestros sentidos, forzándonos a obturar nuestras sensaciones en defensa propia, y cómo las ideas preconcebidas influyen en la manera en que respondemos a los demás. Eso era muy cierto, pensó Max. Las ciudades contenían demasiado ruido, olores y estímulos visuales. ¿Ideas preconcebidas? Mierda, como policía, era una batalla constante para evitar estereotipar a las personas con las que trataba. A su vez, en el momento en que decía que era policía, lo etiquetarían como un salvador o como un idiota brutal. Z señaló la habitación. —Esta noche, eliminaremos la vista y el oído. La habitación se oscurecerá dejando sólo encendida la señalización obligatoria hacia la salida y los letreros del cuarto de baño, aunque esos estarán atenuados. Para evitar accidentes, todo el mundo gateará. Nadie caminará. Nadie estará de pie. Esperó a que el murmullo muriera. —El silencio reinará. Nadie puede hablar. La negociación no será posible, por lo tanto, el juego sexual se limita a dedos y boca. —Él medio sonrió—. Nada de follar, gente. Sin juguetes. La penetración es sólo con los dedos y las lenguas. Este es un juego sensorial. Se permite dolor leve, pero como no se puede ver, el juego de impacto está prohibido. Max arqueó las cejas. Interesante. —Para aquellos que están en una relación exclusiva, tu sumiso debe usar tobilleras y puños en las muñecas para indicar que él o ella está fuera del mercado y llevará una etiqueta que brillará cuando esté muy cerca de la tuya. Si eres un Dom soltero y encuentras a una sumisa con la tobillera y los puños en las muñecas, dejarla ir. Sólo puedes jugar con sumisos sin puños. Un Dom soltero que atrapa a un sumiso puede conservarlo o liberarlo. Dos de los Maestros, Vance y Galen, entregaban brazaletes elásticos con etiquetas. —¿Preguntas? —Cuando Z sólo recibió silencio, continuó—. El movimiento está regulado por los tambores y las campanas. Si juegas, continúa hasta que suene la campana. Cuando suene, limpia al sumiso y a ti. Cuando la campana suene de nuevo,

todos los sumisos solteros vuelven a la alfombra perimetral y continúan avanzando a lo largo de ella. Un tambor es la señal para que gateen hacia el centro de la habitación. Max echó un vistazo a su alrededor. Así que cada Dom debería ubicarse en alguna parte. Le recordó a los leones que esperaban para capturar la presa en una charca. —El silencio se hará cumplir—dijo Z—. Como siempre, es posible utilizar la palabra de seguridad del club rojo para detener todo el juego. Cualquier otro sonido será apuntado y castigado después. Alguien en la multitud carraspeó. —¿Qué pasa con el uso de amarillo para indicar la necesidad de bajar la intensidad? —No. —El dueño de Shadowlands cruzó los brazos sobre el pecho—. Eso significa que el Dominante necesita ir con cuidado, usar todos los sentidos, especialmente el tacto, para leer cómo está reaccionando el sumiso. Max asintió con la cabeza. Interesante lección sobre prestar atención. Un juego divertido. Miró a Alastair y alzó las cejas para preguntar en silencio si esto sería una noche de equipo o solos. Alastair levantó dos dedos para decir que harían las escenas juntos. —Para terminar antes del final del juego, simplemente deben ponerse de pie y esperar. Un custodio de la mazmorra los escoltará hasta la puerta. —Z asintió con la cabeza hacia Marcus y Raoul, que sostenían un montón de prendas blancas—. Doms, Dominantes y Maestros usan togas. Los switches usen una toga si quieren estar a cargo de la escena. Max casi se echó a reír ante el inquieto silencio que cayó. Ningún sumiso quería ser el que preguntara. Para su sorpresa, Uzuri habló. —¿Maestro Z? ¿Q-qué es lo que usan los sumisos, los bottoms y los esclavos, Señor? —Su voz suave era de tanteo, pero dulce. Tan jodidamente dulce. La risa brilló en los ojos de Z. —Pensé que te lo haría fácil esta noche, mascota. Todos van desnudos. Si vuestro cabello es más largo que dieciocho centímetros , trenzadlo atrás. Hay lazos en los vestuarios. * * * * * La campana sonó a través del salón del club. Uzuri sofocó su suspiro de alivio cuando el Dom que la “atrapó” soltó su pecho con un gruñido molesto. Gracias a Dios que esta sesión había terminado. Todos los períodos anteriores en el

loco “juego” del Maestro Z habían sido bastante largos; éste había comenzado escasos minutos antes. Por otra parte, al Maestro Z le gustaba jugar con la mente de todos, y él tenía su gratitud. Sus primeros tres Doms habían sido divertidos, pero este tipo no sabía leer su lenguaje corporal, o simplemente no le importaba. Sus pezones ardían de sus pellizcos, y un par de veces, ella había apartado sus manos. Él seguro ignoraba el significado de dolor “leve”. Él le puso bruscamente unas toallitas limpias en su palma y colocó la mano en su polla. ¿Así podía lavarlo? No estoy agradecida. Con algunos Doms, ella haría cualquier cosa para complacerlos; con otros, preferiría machacarle las pelotas. Rápidamente, lo limpió, aunque no era necesario, y apenas tuvo tiempo de borrar el toque de su piel antes de que sonaran las dos campanadas. Después de tirar las toallitas en un puesto de servicio, se arrastró lo más rápido que pudo. El leve resplandor de los zócalos de la pared era suficiente para guiarla por el “camino” alrededor del perímetro de la habitación. Sintiendo la textura aterciopelada de la alfombra debajo de sus manos, se dirigió hacia su derecha: el flujo correcto de tráfico. La banda sonora de Gladiador cubriendo los sonidos de respiración y rodillas cayendo pesadamente, y se tropezó con los otros sumisos a su alrededor. Los Doms permanecían en sus lugares, esperando a que nuevos sumisos se aventurasen dentro de sus guaridas. Al maestro Z seguro se le ocurrían juegos extraños. Los tambores no sonaron, así que siguió gateando y gateando. ¿Tenía el Maestro Z un motivo para comenzar y detener las sesiones? Podía ver la habitación, después de todo, ya que él y los taimados custodios de la mazmorra se habían puesto gafas de visión nocturna. Eso era tranquilizador. Al parecer, la regla de “no hablar” no se aplicaba a los custodios dado que antes, el Maestro Raoul había reprendido a un Dom por ser demasiado rudo, y el Maestro Marcus le dijo a un esclavo que dejara de atascar y se saliera del camino. Sonaron los tambores. Tiempo para que los sumisos se dirigiesen hacia el centro de la habitación. Uzuri vaciló. El último Dom había hecho desaparecer mucho de su entusiasmo. También se le estaban irritando las rodillas. Con un suspiro, se arrastró por el suelo, se topó con un colchón y lo rodeó. Rozó contra alguien y se sobresaltó. Ambos se detuvieron, pero su hombro estaba rozando contra el costado desnudo de un hombre, por lo que era otro sumiso. Sin hablar, ella cambió de dirección y continuó.

Su mano chocó contra otro colchón, y comenzó a retroceder. Unos dedos se cerraron alrededor de su muñeca, deteniéndola. Como un depredador al acecho, un Dom había sentido el golpe y la había atrapado. Su mano era enorme, enorme, y su corazón se saltó un latido. Pero en la oscuridad, no podía ver su altura o tamaño. No podía decir si realmente era grande. Algunos hombres bajos tenían manos grandes, ¿verdad? Y, aunque la guió firmemente sobre el colchón, su agarre era controlado, no doloroso ni cruel como el del último Dom. Cuando estuvo en el centro, él apretó ligeramente su muñeca, así que dejó de gatear, permaneciendo sobre sus manos y rodillas. Sin soltarle la muñeca, él acarició su espalda, lentamente. Sensualmente. Su palma era dura y callosa. Unos dedos debajo del mentón levantaron su cabeza. Una mano acunó su cara, y un pulgar se deslizó lentamente por sus labios. Esta mano era suave. Ella se congeló, apenas respirando. ¿Una mano en su espalda, una mano sujetándole la muñeca, y una en su cara? ¿Había dos Doms aquí? No podía verlos. Su ritmo cardíaco se aceleró. Mientras el miedo le clavaba una cuchilla fría en las entrañas, lloriqueó. Un cálido aliento le rozó la oreja. —Shh-shh-shh. —Cuando él le acarició la mejilla de manera reconfortante, ella se dio cuenta que estaba tratando de ayudarla a evitar el castigo del Maestro Z por hacer ruido. La otra mano del Dom descansaba sobre su espalda mientras esperaba a que se relajara. Inspiró lentamente. Ninguno de los dos estaba tratando de asustarla. Al contrario. Sus músculos se relajaron, e inclinó la cabeza. Todo bien. Como si hubiera hablado en voz alta, comenzaron a moverse. Lenta y silenciosamente, exploraron su cuerpo. Uno le pasó las manos por la cara, los hombros y los brazos. El otro le frotó los pies descalzos, acariciando con sus ásperas palmas hasta las pantorrillas. Él fue quien agarró sus caderas y la rodó sobre su espalda. Ella jadeó ante la vulnerable posición. Ciega. Podía sentirlos, su tamaño y fuerza, alzándose sobre ella. Se tensó. De nuevo, esperaron, con las manos sobre ella, pero inmóviles. Ella contuvo el miedo. Ante alguna señal silenciosa entre ellos, comenzaron otra vez. El Dom, arrodillado junto a su brazo, movió sus cálidas y firmes manos sobre sus hombros y a través de su clavícula. Levantó las manos para tocarlo y él volvió a presionarle los brazos a sus costados en evidente orden, ellos serían los que tocarían.

Y él lo hizo. Sus manos reclamaron sus pechos, amasando y acariciando. Pero cuando rodó un pezón abusado entre sus dedos, ella respingó. Se quedó quieto. Sintiéndose vulnerable, trató de sentarse. Con la mano en su hombro, él la mantuvo en el lugar. Entonces, una lengua hizo círculos alrededor del pezón izquierdo apenas raspando como para hacerlo sentir mejor. Con un persistente dolor, su aréola se excitó y se contrajo, y él provocó con su lengua el pezón duro. Cuando su mano acunó el otro pecho, se dio cuenta de que eran enormes. El Dom que la había capturado también tenía manos grandes. ¿Cuán grandes eran estos dos hombres? Un escalofrío de precaución la arrolló, pero no podía verlos, y el miedo se mantuvo a raya. El que tenía las manos callosas se arrodilló junto a su cadera derecha y la suave túnica le rozó la piel desnuda. Con ambas manos, él masajeó sus muslos, moviéndose hacia arriba, pasando por su coño hasta su cintura y volviendo. El otro Dom permaneció junto a su hombro izquierdo. Soltando sus pechos, la besó. Sus labios eran suaves, gentiles y siempre muy sensuales. Él la provocó ligeramente con la boca y mordisqueó sus labios hasta que los separó. Su lengua tomó posesión al mismo tiempo que su mano de dedos largos se curvaba a lo largo de su mandíbula, permitiéndole controlar el beso. Cuando su rostro rozó el de ella, sintió una pequeña barba recortada. Cada respiración le traía la fragancia cítrica, picante y a vetiver de una loción para después de afeitarse. ¿Era familiar su beso? Intentó pensar, pero ser el foco de la atención de dos Doms la hacía sentirse mareada En la completa oscuridad, tenía cuatro manos acariciándola. No sabía dónde tocarían. Lo que harían. La sensación de no tener control la conmocionó. La calentó. Ella se retorció cuando su coño se excitó inesperadamente. Las endurecidas manos del primer Dom, el que la había capturado, se apretaron en sus muslos en una contención tácita, y ella se obligó a mantenerse quieta. Cuando la besó sobre la pelvis, su mandíbula tenía la escofina de la barba incipiente de un hombre bien afeitado, molesta, áspera y siempre tan sexy. Su vientre se tembló y los labios viriles se curvaron en una sonrisa contra su piel. Con las manos en las caderas, se apoyó en ella, presionando su trasero contra el colchón. Y, de alguna manera, la sensación de ser retenida no era aterradora, sino totalmente embriagadora. La campana... no sonó, y la música continuó mientras los dos Doms jugaban con ella. Divirtiéndose.

Disfrutando de ella. Dom Barba mordisqueó su oreja y bajó por el cuello, y la piel de gallina cubrió sus brazos. Cuando le lamió los pezones, su lengua era caliente. Mojada. Un deseo oscuro zumbó directamente en su coño. Como en respuesta, Dom Captor depositó una estela de besos por su vientre, sobre su montículo, rascándose deliberadamente la barbilla justo sobre la hendidura. Le separó las piernas. Siempre muy lentamente, su lengua recorrió el pliegue entre la cadera y el muslo, luego tocó sus pliegues exteriores. Ella respiró sorprendida. La depilación había dejado su piel muy sensibilizada. No había ninguna protuberancia post-depilación, ni pequeños vellos, nada que ofreciera resistencia a su lengua o labios. Cada terminación nerviosa se sentía más expuesta. Sintió aumentar la humedad entre las piernas. La lengua tocó sus labios interiores. Demasiado íntimo. Por voluntad propia, sus piernas se cerraron. Él le mordió levemente el muslo en una reprimenda silenciosa. Ella se congeló, apenas respirando, encogiéndose de miedo mientras esperaba a que él la castigara. El dolor no llegó. En lugar de eso, le separó las piernas de nuevo. Sus respiraciones lentas y cálidas rozaron su montículo, y luego la frescura lo lavó mientras se movía hacia atrás. Su poderoso agarre anclaba su cadera mientras su otra mano rodeaba su coño. Una sacudida de sorpresa se detuvo antes de que empezara. Y había dos Doms. Cuando ella se sacudió, las manos de Dom Barba se habían cerrado sobre sus brazos, inmovilizando su mitad superior. Le mordió el hombro en señal de advertencia. Luchando contra la instintiva necesidad de escapar, se quedó quieta, con el corazón palpitante, mientras un calor inquietante le ruborizaba la piel. El poder controlado en la forma en que la manejaban hizo que todo dentro de ella se hundiera en un desconocido y maravilloso espacio sumiso. Dom Captor deslizó un dedo entre sus pliegues, y ella jadeó ante la íntima exploración. Como si no estuviera preocupado de ser interrumpido por la campana, deslizó su dedo lubricado hacia arriba y alrededor del clítoris... sin tocarlo realmente. Manteniéndola sujeta, él atormentó el nudo hasta que se hinchó, luego hizo círculos entre el clítoris y su entrada hasta que todo su coño hormigueaba con una sensación de excitación, volviéndose cada vez más sensible. Dom Barba sujetaba firmemente sus brazos, aumentando su sensación de estar atrapada, mientras le acariciaba los pechos con la nariz. Alternando de izquierda a derecha, le lamió los pezones y los chupó, ligeramente, obviamente recordando su

sensibilidad. Sus pechos se sentían calientes e hinchados, los pezones excitados y doloridos. Agarrando su cadera derecha, Dom Captor continuó provocando su coño, incluso cuando se inclinó hacia adelante y besó su montículo. Cuando sus labios bajaron lentamente, su aliento se atascó. Siempre muy lentamente, su lengua atormentaba la capucha por encima del clítoris. OmiDios, la sensación. Intentó moverse. Oyó a Dom Barba reírse ahogadamente contra su pecho. Su agarre se mantuvo firme. Inmovilizada. Presionada contra el colchón. Indefensa y a merced de dos Doms. De alguna manera, su excitación aumentó y aumentó hasta que se estremeció de necesidad. Sus muslos temblaban mientras sus caderas se alzaban en un esfuerzo por conseguir más. Sintió el resoplido de la respiración de Dom Captor en una risa silenciosa, pero su mano apretó su cadera hasta que se quedó quieta otra vez. La tela de la túnica se deslizó sobre su cadera y el muslo derecho mientras se acercaba. Sin prisas, bajó la boca... y su lengua rozó justo encima de su dolorido clítoris. Oooh. Un placer ardiente atravesó su cuerpo. Al mismo tiempo, Dom Barba apretó su pecho izquierdo y chupó duramente su maltratado pezón derecho. OmiDios. El chispazo de dolor erótico se disparó directamente a su clítoris, y Uzuri jadeó. Cuando Dom Barba se levantó, su túnica le rozó el pecho y el vientre. El aire frío flotó sobre su pezón húmedo y lo endureció hasta un punto de dolor. Dom Barba movió las manos, una en su seno derecho, la otra sosteniendo su brazo para mantenerla en el lugar para lo que quisieran hacer. Escalofríos de excitación y ansiedad sacudieron su cuerpo. Dom Captor hacía círculos con la lengua alrededor del clítoris. Manteniéndola inmóvil y lentamente, de manera resuelta, metió profundamente dos dedos resbaladizos entre sus pliegues, llenándola. Su coño se apretó con fuerza ante la despiadada intrusión. Mientras Dom Captor entraba y salía y continuaba lamiendo su clítoris, las sensaciones se volvieron abrumadoras. Se oyó lloriquear. Dom Barba se rió casi en silencio. Cerró la boca sobre su pezón y chupó al mismo tiempo que Dom Captor hacía lo mismo con su clítoris. Ambos chuparon con largos y

lentos tirones. Duros tirones. Oh, oh, oh. Mientras los despiadados dedos dentro de ella entraban y salían a ritmo constante, el exquisito tormento se volvió insoportable. Ella se acercó al precipicio, tambaleándose mientras la presión aumentaba, pero no podía... no podía... Con su boca encerrando el clítoris con implacable succión, Dom Captor golpeteó con la lengua la parte superior del sensible nudo. ¡Oh Dios! Un placer imposible e imparable detonó dentro de su útero, estallando en deslumbrantes oleadas de sensación. Dom Barba le tapó la boca con la mano, sofocando su grito. Mientras sus caderas se retorcían con el orgasmo, Dom Captor la mantuvo sujeta, trabajando sin piedad su clítoris y su coño para estrujar hasta el último espasmo de placer de ella. Lentamente, los estremecimientos menguaron. Con el corazón latiendo locamente, tumbada sobre su espalda, relajada de placer, miró hacia la oscuridad. Después de un minuto, se dio cuenta de que los Doms estaban... acariciando... a ella. Las largas, lentas y suaves caricias de sus grandes manos se sentían como que habían disfrutado tanto como ella. Nunca se había sentido tan preciada, y la sensación de cercanía con ellos era desconcertante. Ni siquiera sabía quiénes eran, pero quería arrastrarse a sus brazos y abrazarlos. La campana sonó, un carillón para la limpieza. Uzuri luchó para sentarse... y fue clavada en el lugar por Dom Captor. Dom Barba abrió un paquete de toallitas y le limpió los pechos, poniendo sus pezones en llamas. Entonces, a pesar de sus ocasionales chillidos y meneos, Dom Captor limpió a fondo su coño. Cuando terminó, la ayudó a sentarse, manteniendo una mano en su espalda para asegurarse de que estaba estable. Inesperadamente, sus ojos se llenaron de lágrimas, y su respiración comenzó a atascarse. Después del cruel Dom, se había sentido perdida, como si fuera estúpida por estar en un club de BDSM. Pero... estos dos eran todo lo que había anhelado cuando se había dado cuenta de que era sumisa. Sin éxito tragó un sollozo. —Shhh. —Si bien la advertencia fue casi silenciosa, ella podía oír cuán profunda era la voz de Dom Barba. Su mano le rozó el rostro, alcanzó sus mejillas humedecidas por las lágrimas, y se detuvo. Con un ummm bajo, y reconfortante, se sentó detrás de ella y la atrajo contra él así su espalda estaba contra su duro pecho. Sus brazos se cerraron alrededor de su vientre en un abrazo firme y cálido que llenó el vacío que sentía en su interior.

Después de unos segundos, Dom Captor encontró su mano y le puso una toallita húmeda. Cuando dudó, sin saber qué hacer, le dio la mano izquierda. Entendido. Debía limpiar sus manos. Su corazón se levantó como si tuviera alas, y ella sonrió. Su dominación llegó clara como el agua, incluso sin palabras, y todo en ella respondió. No existía nada más que quisiera hacer que cumplir su orden. Sentirse útil y necesaria. Servir. La felicidad brotó dentro de ella mientras se concentraba en limpiar una mano, luego la otra. Cuando terminó, le dio unos besos en el dorso de las manos. Un bajo zumbido de placer fue su recompensa junto con un beso devastadoramente voraz, que le permitió sentirse más poseída que teniendo sexo con otra persona. El olor de su loción para después de afeitarse era como un paseo a través de un bosque en primavera, y muy, muy masculino. Él retrocedió lentamente, su mano gentil sobre su cara. Después de entregarle otro trapo, la arrastró hacia adelante del abrazo de Dom Barba y la giró. Sabiendo qué hacer esta vez, tomó las manos de Dom Barba y las limpió. Tenía menos callos que el otro Dom, pero sus manos eran más grandes, con dedos largos como un artista. Con el corazón rebosando, terminó besándolas y restregando la mejilla contra su palma. Cuando sonaron las dos campanas, él le tomó la barbilla y le dio un beso lento y ohtan-sensual que derritió sus entrañas. Lentamente, le besó el cuello hasta el hombro. Allí, usó los dientes para morderla sorprendentemente rudo y chupó. Escalofríos recorrieron su piel, y su mente quedó en blanco. Cuando se detuvo y le besó la curva entre el cuello y el hombro, ella respiraba con dificultad. Él se reclinó, y con una palmadita en el culo, Dom Captor la puso en movimiento. Con emociones inquietas, se arrastró de nuevo a la alfombra “camino”, preguntándose si alguna vez sabría quiénes habían sido. Durante largos minutos, recorrió el perímetro con los otros sumisos, y luego... las luces se encendieron. El juego había terminado. El juego había terminado. Alastair se levantó y comprobó que la toga estaba cubriéndolo. Estaba tan expuesto como lo habría estado con un kilt. ¿A los escoceses les gustaba tener corrientes de aire frías sobre sus piernas y genitales? —Necesitamos ubicarnos cerca de la salida del baño de damas—le dijo a Max. Mientras las personas de la sala se levantaban, estiraban y charlaban con los otros, se dirigió al vestuario con su primo a su lado. Otros miembros se estaban moviendo hacia el área de comida y bebida donde Galen y Vance estaban entregando botellas de agua.

Atentamente, Alastair escudriñó la habitación, tratando de localizar a su última sumi. Las primeras cuatro mujeres con las que habían jugado habían sido bastante agradables, pero esta última... era algo especial. Dulcemente receptiva. Y, aunque obviamente tímida, había besado sus manos y luego a él con todo su corazón y alma. Sus lágrimas habían tirado de su corazón. Cuando se dio cuenta de que estaba llorando, había tocado a Max con sus dedos húmedos. Su primo entendió. Un segundo después, Max le había dado ligeros golpecitos en la pierna. Uno lento, uno rápido, y luego dos lentos. En las abreviaturas del código Morse que habían utilizado cuando muchachos, “Y” significaba “sí”. En este caso, Max había querido decir echémosle una mirada a ésta. Alastair estudió a las mujeres que pasaron. La que querían era de estatura mediana, dulcemente curvilínea, con pechos llenos y un culo alto y redondo. Al igual que las demás, su cabello había estado trenzado apretadamente hacia atrás, pero la trenza no había llegado a sus hombros. Cabello con rulos. —Maldita sea Z de todos modos—masculló Max. Al cruzar la pista de baile vacía, Alastair miró a su primo. —¿Por qué? —Tenía razón. Una vez más. No me había dado cuenta de cuánto dependo de mis ojos. —Es decir que no crees que puedas encontrarla. —Exactamente. ¿Qué hay de ti? Has sido miembro aquí por más tiempo. ¿La has reconocido? —No. —Alastair sonrió—. Por eso la he marcado. —¿Tú qué? —Debería haber un buen chupón en lo alto de su hombro izquierdo. —Bien hecho, Doc. —Cuando llegaron al vestuario de las mujeres, Max echó un vistazo a la multitud arremolinándose en torno de la comida—. ¿Quieres explorar o mantener la posición? —Haré reconocimiento del terreno y te traigo de vuelta un poco de agua. Max apoyó un hombro contra la pared del lado izquierdo de la puerta, donde los miembros que salían tendrían que pasar por delante de él. —Tómame un puñado de galletas de chispas de chocolate, también. —Miró a las dos primeras sumisas. Ellas notaron su mirada atenta, se detuvieron en seco y le lanzaron miradas nerviosas.

Alastair negó con la cabeza. Cuando no estaba sonriendo, su primo detective podía poner nervioso a incluso un frío asesino. —Intenta no aterrorizar a las sumis, Max. Cuando Max le lanzó una mirada divertida, las dos mujeres se relajaron y empezaron a moverse de nuevo. Dejando a Max en guardia, Alastair cruzó la habitación hacia el área de la comida. Estudió a cada mujer que pasó, e incluso entonces, casi la perdió, porque a la tenue luz del Shadowlands, la marca de su chupón no contrastaba notablemente con su piel marrón. ¿Uzuri? Habían jugado con Uzuri. Ahora esa era una sangrienta sorpresa. Como siempre, al verlo, se desvió para evitarlo. Al parecer, no tenía ni idea de que él y Max habían sido los Doms en su última sesión. Se volvió, llamó la atención de Max y señaló a la pequeña mestiza sumisa. Max siguió su mirada y parpadeó ante la sorpresa, entonces su expresión se oscureció. Negó con la cabeza. No. No sorprendido en absoluto, Alastair continuó su camino hacia la comida y las bebidas. Uzuri. El descubrimiento de que alguien la había herido lo había fastidiado. Ahora que sabía lo apasionada y emocionalmente sensible que era. Estaba realmente cabreado. Sangriento infierno. Quería ayudar.

CAPÍTULO 06 El domingo por la tarde, de pie en el peldaño de la puerta del Nolan King, Max se llamó a sí mismo tonto. Era su día libre; ¿por qué diablos estaba jugando al policía? Porque no podía dejar de preocuparse de que los dos huérfanos fueran atendidos por una mujer a la que ni siquiera les gustaban los cachorritos. Sólo el verano pasado, su madre abusiva y adicta a las drogas había muerto, y no necesitaban más traumas en sus vidas. Quería asegurarse de que estuvieran bien. Eso era todo. Max llamó al timbre de King, oyó “La Rosa Amarilla de Texas” sonando por la casa, y soltó una carcajada. Los tejanos eran unos locos hijos de puta. Pero... él lo consideró y comenzó a sonreír. Necesitaba averiguar quién había codificado el timbre de King. Valdría el gasto para ver la expresión de Alastair si su timbre tocaba “God Save the Queen”. El británico en él se volvería loco. Sólo por diversión, Max golpeó de nuevo el botón. Sonó el ruido de pies pequeños y la puerta se abrió bruscamente. —Oye. ¡Es Max! —Grant, el en breve hijo adoptivo de King, de siete años, trató de sonar frío, aunque no pudo ocultar su sonrisa. —¡Max! —Connor golpeó la pierna de Max con todo el peso de un flaco niño de jardín de infancia y se aferró de ella, sonriéndole con alegría—. No sabía que venías. —Tengo algo que voy a dejar para Nolan. —Hace un par de meses, Alastair había entrevistado a los niños sobre sus interacciones con un trabajador social incompetente. Max había traído una copia del DVD sin editar que mostraba a los chicos jugando con Alastair antes y después. Los King disfrutarían viéndolo, y le daba una excusa para la visita—. ¿Puedes llamarlo? Grant negó con la cabeza. —No está aquí. —Él y Bezz están teniendo una cita de adultos—explicó Connor solemnemente. —Grant, Connor. —La voz melódica salió de la sala de estar—. Sé que os han dicho que no contestéis la puerta sin un adulto con vosotros. ¿Y si hay alguien malo? Mientras la preciosa sumisa cruzaba el vestíbulo, Max trató de olvidar cómo había temblado bajo sus manos. Su boca. Como había besado sus dedos. —He comprobado primero, Zuri. —Grant señaló una ventana junto a la puerta a

través de la cual un visitante sería visible. King había diseñado bien su casa—. Es Max. Al ver a Max, Uzuri se puso rígida y dio un paso atrás. —Buenas tardes. Sensible al lenguaje corporal, Connor frunció el ceño. —Max no es una mala persona. No, él no lo era. Pero ¿qué con ella? Si no le gustaban las mascotas, los niños enérgicos con voces fuertes probablemente estaban aún más bajos en su lista. A Connor le gustaba abrazarse, y normalmente tenía mantequilla de maní, barro o jalea en las manos. ¿No sería peor que el pelaje? ¿Qué haría ella? —Buenas tardes. ¿Cuándo regresa Nolan? Miró un reloj. —En cualquier momento. —Tengo algo para él. Voy a esperar. —Y asegurarse de que los niños estuvieran salvo.

a

—Pero... —Su expresión gritaba su consternación. A menos que se pusiera una completa cara de póker, ella no era difícil de leer. Anoche, incluso sin luces, su cuerpo había telegrafiado cada emoción. Maldita sea, había disfrutado de eso. —Está bien, Zuri—dijo Grant—. Nolan le permite visitarnos. Trabaja con el Señor Dan. —¿Eres policía? —Su rubor era lindo—. ¿Quiero decir... en la policía? Max asintió con la cabeza. —Sí. ¿Tienes un “no es un homicidio, Drago” caso de bicicleta robada que necesites resolver? Connor tomó su mano fácilmente, como si lo hubiera hecho a menudo. Por otra parte, Connor tenía ese tipo de personalidad. —¿Podemos terminar nuestro cuento? —Eh... —Su mirada a Max le dijo que quería que se fuera. —Me mantendré fuera de tu camino. —¿Por favor, Zuri? —Connor alzó la vista. Su suspiro fue de resignación. —Ah, de acuerdo. Max casi se echó a reír. Nadie era inmune a los suplicantes ojos marrones de Connor.

Grant tomó la otra mano. Era interesante que el reservado niño se sintiera tan a gusto con ella. Cuando se sentó en el gran sofá de la habitación, Connor se arrastró hasta su regazo y Grant se acurrucó contra ella tan fácilmente como lo hacía con Beth. Max se sentó en una silla frente a ellos, sonriendo al ver que la portada del libro mostraba una pata rodeada de patitos. Ella les leyó una página y luego Connor tiró de su camisa. —Quiero las voces divertidas. Como lo leíste antes. Aunque su cara morena se oscureció con un rubor, ella mantuvo la mirada firmemente en el libro. —Bien. —Cuando continuó leyendo, cada animal tenía una voz única, puramente hilarante. Cuando el señor Mallard apareció con un acento de Nueva York, pseudo-barítono, Max soltó una carcajada. Grant le lanzó una amplia sonrisa, y Connor soltó una risita. De vez en cuando, Uzuri se detenía y le pedía a Connor que leyera las páginas cortas, y a Grant los sonidos. Entonces ella continuaba, manteniendo la historia en movimiento. La pequeña sumisa era una excelente lectora y maestra. Max frunció el ceño. Amén de su presencia, se sentía cómoda y disfrutaba de los chicos. Obviamente, había leído suficientes libros a los niños y tenían su propia rutina. Su paciencia no era un acto montado para el beneficio de Max. A ella le gustaban los niños. Sus niños. Podrían pertenecer a los King, pero también los consideraba suyos. En su cuenta mental, eso le daba a una mujer un montón de puntos. Casi sonrió cuando se dio cuenta de que estaba acumulando puntos como las mujeres que había oído en un bar el mes pasado. Jesús. Ellas habían evaluado a los hombres sobre mierda que él nunca había considerado importante. Podrían acomplejar a un tío. Un estallido de risas atrajo su atención de nuevo a Uzuri, o Zuri o como los niños la llamaban. Su aspecto era diferente hoy. Había arreglado su crespo cabello negro en una media docena de trenzas sujetas a su nuca, probablemente para poder nadar con los niños. No llevaba maquillaje, y aunque se veía hermosa maquillada, casi le gustaba más sin él. Sus aterciopelados ojos marrones seguro que no necesitaban ningún realce, y su piel era como chocolate derretido suplicando a un hombre que la lamiera. Eso le valió varios puntos en su cuenta mental. Divertido, él restó puntos por el pliegue de sus pantalones cortos. ¿Quién demonios planchaba los pantalones cortos de mezclilla?

En lugar de una camiseta, llevaba una camisa con botones, pero él no podía oponerse a la sastrería que resaltaba su forma curvilínea. Uno de ellos incluso estaba abierto. Sin embargo, estaba descalza, y tenía pies increíblemente sexy. Habiendo estado casado con una fashionista, sabía que las manicuras y pedicuras eran un agujero negro para los dólares, pero... el esmalte rosa en los delicados dedos de los pies era muy sexy. Por lo que sabía, podría hacerlo ella misma. Cuando Connor se acurrucó más cerca de ella, Max supo que se había equivocado con sus preocupaciones acerca de cuidar niños. Aparentemente, incluso si no le gustaban los animales, disfrutaba de ellos. Los chicos obviamente la adoraban, y aunque la mayoría de ellos podían ser engañados, los sobrevivientes de hogares abusivos o de drogadictos aprendían a identificar si alguien estaba fingiendo su amistad. Aun así... simplemente porque era una de las mujeres más bonitas que había visto jamás, no significaba que iba a cambiar de opinión acerca de conocerla. Odiar a los animales era un factor decisivo. Claro, la forma en que inconscientemente abrazaba a los niños contra ella estaba erosionando sus células cerebrales, pero no estaba dispuesto a dejar que sus hormonas escogieran sus acciones. Había logrado vencer eso alrededor de su segundo año de universidad. De acuerdo, entonces. Con la mente despejada, se recostó en la silla, se relajó y disfrutó el cuento, junto con los niños. Uzuri estaba leyendo el último párrafo cuando el sonido de la puerta del garaje subiendo se introdujo en la casa. Gracias a los cielos, Nolan y Beth estaban de regreso. Con sus largas piernas estiradas, Max estaba todavía descansando en la silla frente a ella y los niños. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho musculoso de modo que las mangas de la camiseta se tensaban alrededor de sus bíceps. A la luz clara que entraba a través de las puertas que daban al patio, sus ojos eran de un hipnotizante azul ultramar, tan profundos y cambiantes como el mar por el que el color fue nombrado. El rostro, curtido por la intemperie, en un bronceado oscuro que volvía sus ojos aún más llamativos. Apenas rozándole los hombros, su cabello ondulado y marrón parecía... suave. Tocable. ¿Había sido uno de los Doms que había jugado con ella anoche? Para no ser identificados, los Doms de cabellos largos se habían atado el pelo hacia atrás. La mandíbula de Dom Captor había sido áspera. Aunque Max estuviera bien afeitado, apostaría que tenía un crecimiento intenso después de un día. Ella miró sus manos para ver si eran calladas. ¿Qué haría si lo fueran? Nada.

Todavía no podía creer que dos Doms la hubieran tocado a la vez. Nunca había pensado que le gustaría estar con dos hombres, pero había sido tan excitante como aterrador. Quienquiera que fueran, habían sido maravillosamente pacientes. Y dulces. Se acordó del quedo “Shhh” de uno de ellos, cuando había hecho un ruido. Un escalofrío la recorrió. —¿Uzuri? —preguntó Grant. Volvió a la realidad y se encontró con la mirada perspicaz de Max. Él la había atrapado con su mirada fija en él. Se sintió ruborizarse, otra vez, y sólo podía estar agradecida de que no se volviera de un delator color rojo remolacha como la mayoría de sus amigas. Una chica de color disfrutaba de las pocas ventajas que le daba el mundo. Apresuradamente, ella dijo: —Vayan al encuentro de vuestros padres, niños. Dos conjuntos de ojos marrones abiertos de par en par se enfocaron en ella. —Padres. Eso es como una madre y un padre, ¿verdad? —La voz de Grant era tímida. —¿Una mamá y un papá? —susurró Connor. Oh, ella se había metido en eso ahora. Sabía que Beth y Nolan no habían hablado con los chicos sobre llamarlos nada más que Beth y Nolan. Después de todo, su madre acababa de morir el verano pasado. Pero... Beth había dicho que quería ser llamada mamá o mami, pero tenía miedo de hablar de ello. Uzuri se mordió el labio, vio la esperanza en los ojos de Connor. Sintió el temblor de la mano de Grant. Creo que el tiempo para la lentitud ha terminado. Uzuri sonrió y dijo con firmeza: —Exactamente como una mamá y un papá o una mami y un papi. Cuando estéis listos, podéis llamarlos así. Eso era todo lo que se necesitó. Los niños corrieron a través de la casa hacia el garaje. Connor estaba gritando: —¡Mami, mami! — Grant estaba justo detrás de él con un—. Papiiiii. Imaginando la mirada en la cara de Beth, Uzuri sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Los cojines a su lado se comprimieron cuando Max se sentó y le tendió un pañuelo. —Bien hecho, cariño. Apuesto a que Beth está llorando también. Cuando miró hacia arriba... y hacia arriba... hacia él, su gran tamaño la aturdió, y se congeló. Después de un segundo, susurró:

—Regresa. —Uzuri. —Su tono de regaño atrajo su atención hacia su rostro y la simpatía en sus ojos—. Sé que tienes miedo, pero ¿estoy sentado tan cerca de ti? Ella comprobó el espacio entre ellos. Un educado par de centímetros. El problema era... que era tan amenazadoramente alto. —Por favor, muévete —susurró. —Lo haré si necesitas en serio que lo haga, pero en vez de eso, preferiría que encontrases tu coraje. —Su mirada se mantuvo al nivel de los ojos—. Cariño, no voy a atacarte, ni a golpearte. —Él bufó—. En realidad, para que yo te golpee, tendríamos que negociar primero, y podrías tener que suplicar. No soy de lastimar a las sumisas. Se le cayó la mandíbula con la franqueza que él planteaba un tema que no se discutía en la sociedad educada. Él no se movió. Por otra parte, nunca lo había hecho, ¿verdad? Todavía sostenía el pañuelo, forzándola con silenciosa presión a sacudirse la parálisis y tomar el Kleenex. Ella volvió la cabeza. —No seas grosera, sumi—dijo con suavidad. ¿Grosera? Ella lo miró sorprendida. Nunca era grosera. Incapaz de soportar la franqueza de su mirada, miró hacia abajo, tratando de no encorvar los hombros. Sin embargo, tenía razón. Le había traído un pañuelo. La felicitó y dijo que había hecho bien. No se había sentado demasiado cerca. Estaba actuando como si tuviera una enfermedad. —Lo siento—le dijo a sus manos. Coraje, chica. Inspirando, se enderezó y arrancó el pañuelo de su mano. Mirando para asegurarse de que él no se movía, se enjugó los ojos —. Lo siento por ser descortés. —No hay problema. Escucho peor de mi compañero todo el día. —Sus ojos azules se entornaron hasta una dolorosa intensidad—. Como deseabas, le conté a Z todo lo que dijiste. ¿Hablaron los dos? —Dijo que va a dejar que los Maestros y yo reflexionemos sobre todo. Y ver cómo van las cosas. Si lo necesita, intervendrá. En realidad, había sido mucho más fácil confiar en Max, ¿y no era eso extraño? —Es bueno que no te dejó deslizarte en una pendiente para siempre. No debería haber esperado tanto tiempo para empezar. —Con el ceño fruncido, las líneas de risa en los rabillos de los ojos de Max se profundizaban—. Sé que no querías hablar de tu pasado. Pero el miedo tiene que ser enfrentado, cariño, o volverá en momentos

incómodos. —Yo no… —Como cuando alguien te ofrece un Kleenex. —Su sonrisa cambiaba por completo su rostro. De frío, controlado, y peligroso a sexy, divertido y carismático. Ella no podía apartar la mirada, y el calor flotó sobre su piel. Las cejas de él se alzaron, incitándola a responder. —Um. De acuerdo. Voy a tratar con eso, Señor. —De la forma en que exudaba dominación, no pudo refrenar lo honorífico, a pesar de que no estaban en el club. Pero, incluso cuando solo estaban sentados y hablando, él estaba tan completamente a cargo que su vientre se puso todo caliente y derretido. —Hablo en serio, cariño. Tienes que trabajar en ese miedo tuyo. ¿Tienes alguna idea de lo que podría ayudarte a superarlo? —No quiero hablar de eso. —¿Sí? Apesta ser tú, porque es de lo que estamos discutiendo. Responde a mi pregunta. El calor esta vez era puramente de ira. ¿Cómo se atrevía a empujarla? ¿Y qué en el mundo estaba demorando a Beth y Nolan? —No sé lo que ayudaría. Trato de no pensar en eso. —Ella lo miró furiosa—. He tratado de no pensar en el pasado. Tenerlo... Su explicación fue interrumpida cuando Connor y Grant entraron corriendo en la habitación. —Zuri, Bezz, mamá, está de regreso—gritó Connor. Grant daba brincos de excitación. —Zuri, Nolanman nos consiguió bicicletas. —¿Lo hizo? —Uzuri se levantó y le tendió las manos—. Vamos a ver. Cuando salieron de la habitación, miró por encima del hombro. Max seguía sentado en el sofá, con los brazos extendidos sobre el respaldo, simplemente... observándola. Un escalofrío, caliente y frío, corrió por su espalda.

CAPÍTULO 07 Con un chaleco de custodio adornado con ribetes dorados, Alastair se paseaba por el Shadowlands, inspeccionando las distintas escenas. Tenía una pequeña cajita pegado al cinturón que contenía las herramientas necesarias. El contenido le recordaba al maletín de un médico: tijeras para vendajes, gasas, compresas de alcohol y guantes de látex. Una linterna pequeña de mano para el exterior. Como de costumbre, trataba de estar preparado para cualquier cosa. Las noches de sábado en el club tendían a ser bastante ocupadas. Se detuvo en una cruz de San Andrés para ayudar a Olivia a liberar a su sumisa. Aún en el subespacio, la sumisa no podía sostener su propio peso, así que la levantó en brazos y la dejó en un sofá fuera del área acordonada. —Gracias, Alastair. —Con una chaqueta de motero negra y unos pantalones de cuero del mismo color, el cabello color miel cortado corto y peinado en malvadas puntas repletas de gel, la Maestra parecía capaz de manejar cualquier problema que se le cruzara en el camino. —De nada. —No he jugado con ella antes, e incluso con una escena ligera, fue más profundo de lo que había esperado. —El acento británico de Olivia era una placentera alusión a su hogar. —Estarás lista la próxima vez. —Con un guiño, continuó sus rondas. Durante la siguiente hora, vagó por el club. Proporcionó un poco de gasa a un Dom que había abierto una tira de piel con el flogger a su compañero. Al oír un “rojo, rojo” de un área destinada a escenas, Alastair se dirigió allí rápidamente, pero el Dom había prestado atención a la palabra de seguridad. Ya estaba liberando al joven de aspecto aterrorizado. Según parecía, el sumiso se había asustado simplemente de estar atado. Eso sucedía. El Dom estaba cuidando apropiadamente del sumiso. Muy bien. Alastair se desvió para revisar una escena con agujas con una sumisa terriblemente ruidosa. Ella gritaba. Cuando el Dom se detenía, se disculpaba, “Lo siento, Señor. No, estoy bien, continúe”. Con la siguiente inserción, gritaba de nuevo. Sangriento infierno, ella lo habría vuelto loco. Tal vez debería aconsejar a su Dom que los Amos podían cancelar las escenas tan fácilmente como los sumisos. Sin

embargo, el Dom tenía experiencia. Si continuaba, probablemente tenía un motivo. Una mirada al reloj le dijo a Alastair que su tarea de vigilancia había terminado. Mientras se movía hacia el bar, escuchaba las voces etéreas de Switchblade Symphony procedentes de los altavoces ocultos en el salón. Se había olvidado lo mucho que le gusta el álbum Serpentine. —Tuviste un turno bien ocupado, eh, amigo. —Haciendo las funciones de cantinero, Cullen le entregó un gin tonic Tanqueray. Olivia dijo que te dijera gracias de nuevo. —¿La sumisa se fue bien? —Alastair saboreó la bebida. —Sí. Sonó como si ella fue más profunda de lo que Olivia esperaba. Pero al parecer, ya habían hecho planes para que pasara la noche con ella. Estará segura. —Cullen frunció el ceño—. Sería bueno si Olivia mantuviera a alguien más de una semana en lugar de deambular de una chica a otra. —Algunos dominantes prefieren no estar atados. —Alastair sonrió abiertamente. —Sentía así hasta una moza descarada me rogó, me suplicó, en realidad, para que me case con ella y la haga una mujer honesta. —Cullen le guiñó el ojo a Alastair. Cullen había entretenido a los Maestros con el hercúleo esfuerzo que había hecho para que Andrea siquiera considerara el matrimonio. Alastair sofocó una sonrisa. —¿Te rogó? Lamentable. ¿Dónde estaba su sentido de la dignidad? Un jadeo espantado vino de la impresionante sumisa hispana que estaba sirviendo una cerveza. —Nunca le supliqué. —Sus ojos ámbar lanzaban chispazos de fuego mientras se volvía hacia su Dom—. Tú, cabrón, me pediste casarnos. Le dijiste que yo lo hice. — Aunque su voz nunca se elevó, la cerveza en el vaso giraba como una amenaza. La honesta carcajada de Cullen hizo sonreír a todo el mundo alrededor del bar. —Entiendo, amor. No hay necesidad de decírselo. Alastair sabe cuál de nosotros suplicó. Andrea miró a su prometido con recelo. Cuando notó la sonrisa de Alastair y su ceño fruncido aumentó. —Tú. Todo el mundo piensa que tu primo es el chico malo, pero tú, con tu traje y tus modos solemnes, eres peor. —Gracias. Eso es ciertamente un cumplido. Con los ojos encendidos, gruñó y levantó el vaso de cerveza, obviamente todavía deseando lanzarlo. —Yo no haría eso, amorcito—advirtió Cullen—. No he golpeado ese culo magnífico en demasiado tiempo y... —Se detuvo—. Ha pasado un largo tiempo. Soy un Dom; no

necesito una excusa para darme el gusto. Agarrando a su mujer con los ojos abiertos de par en par por una muñeca, tomó su bolsa de juguete de los estantes detrás de la barra. Levantando la tapa de salida, arrastró a Andrea tras él. —Alastair, sé amigo y cuida del bar. Jake estará aquí para tomar el relevo en nada. Alastair tomó el lugar de Cullen. Cuando las siseantes maldiciones de Andrea se interrumpieron abruptamente, comenzó a reírse. El Dom probablemente había puesto una mano sobre su boca. O la amordazó. La apasionada sumisa tenía un repertorio bastante amplio, y a pesar del carácter parsimonioso de Cullen, seguía siendo un Dom. Los dos debían tener una relación interesante. Alastair completó las órdenes de bebidas en curso, contento de que una sola vez tuviera que buscar una receta de bebida en su teléfono. —Oye, Alastair, pensé que eras el custodio de las mazmorras, no el barman esta noche. — Jake pasó rápidamente por debajo de la barra sin molestarse en levantar la tapa. —Lo era. —Alastair hizo un gesto con la barbilla hacia el área de escena a la derecha de la barra—. Cullen tenía una impertinente sumisa para reprender. —La semana pasada le preguntó a Raoul acerca de algo que le había llamado. Se traducía a algo así como “babeante babosa”. —Jake se rió—. Tienes que amar a las respondonas. —Aprecio su versatilidad, así como la forma en que ella entrega sus insultos tan silenciosamente. —El espíritu era bueno; el ruido no. Tal vez se había empapado demasiado de la reserva británica de su madre. Incluso cuando él y Max casi habían incendiado la casa de Londres, no había levantado la voz. Y en el extenso rancho Drago en Colorado, su tío y su padre moderaban su volumen dentro de la casa. Habiendo tenido un primer marido abusivo, tía Gracie no podía tolerar los gritos. A pesar de esa desventaja, su tía no era ninguna pusilánime. Habiendo tenido relaciones con algunas mujeres chillonas, Alastair había llegado a apreciar el control del volumen de la voz. Jake sonrió. —Hay días que creo que es mejor no saber lo que mi sumisa me llama cuando está molesta. —¿Dónde está hoy? —preguntó Alastair. Rainie siempre era una delicia. —Llevó a casa una camada huérfana de cachorritos de la clínica.— El veterinario sonrió—. Una vez que estén destetados, planea dar uno a los niños de Nolan con la esperanza de que evitará que los fastidien por una hermana pequeña. Durante algún tiempo. —Después de jugar con la pequeña Sophie de Z, los dos chicos habían decidido

que necesitaban una hermana pequeña. Como pediatra, Alastair aprobaba la espera. Nolan y Beth eran excelentes padres, pero una familia necesitaba tiempo para instalarse. —Brillante plan. Jake llenó expertamente una jarra de cerveza y la deslizó por la barra a una esclava con collar que esperaba. Agarrándola cuidadosamente, regresó con su Amo. —¿Estás en la agenda del próximo fin de semana? —No el viernes. Estoy de guardia en la clínica todo el día, y los problemas suelen durar hasta la noche. —Alastair salió de detrás de la barra—. Dale cariños a Rainie. —Lo haré. Antes de llegar a la salida, fue interceptado por Z. —Si tienes un minuto, tal vez podríamos hablar. —Z gesticuló hacia una zona de asientos vacíos. —Por supuesto. —Alastair se hundió en uno de los cómodos sillones de cuero. —Maximillian hizo un buen trabajo con Uzuri. —Z sonrió levemente—. Estoy impresionado de que haya podido obtener tanta información como lo hizo. —Es un experto interrogador—dijo Alastair suavemente—. Y ella fue a él, después de todo. Z se rió entre dientes. —Me atrevería a decir que ella esperaba que un nuevo Maestro no la presionaría con tanta fuerza como uno de los otros. —Max nunca ha dejado que lo nuevo lo sofrene. —Probablemente algo que había aprendido al servir como un infante de marina de los Estados Unidos. Z acarició sus dedos. —Uzuri está de acuerdo en que necesita trabajar con su miedo a los hombres grandes. Estoy buscando Doms experimentados, grandes, a los que les pueda confiar trabajar con ella. ¿Tu primo y tú estaríais interesados? Ese fue un buen cumplido, aunque la idea de la sumi jugando con otros Doms era desagradable, incluso más ahora de lo que había sido en el pasado. Alastair estudió a Z. —¿Qué otras... aptitudes... estás buscando? —Ah, esa es la parte difícil. Uzuri admitió a Maximillian que no temía a Holt porque él no estaba interesado sexualmente en ella. —Z negó con la cabeza—. Los había visto interactuar y pensé que a ella le iba mejor. Me perdí por completo esa distinción.

—No creo que ninguno de nosotros se haya dado cuenta. —Después de un segundo, Alastair entendió la “aptitud” que Z quería, y soltó una carcajada—. Sí, Z. Tanto Max como yo estamos interesados sexualmente en ella. —¿Entonces estarías dispuesto a trabajar con ella de vez en cuando? Nada permanente, recuerdo. —Max tendrá que hablar contigo por él. —Después de verla en la casa de Nolan el domingo pasado, Max había dicho que estaba destrozado. No quería involucrarse con ella, pero se sentía obligado a ayudarla. —Por mi parte, estoy interesado. —Excelente. —Z miró a su alrededor, vio a un sumiso y levantó la mano. Un segundo después, el delgado hombre de cabello castaño se acercó de prisa e inclinó la cabeza. —Maestro Z, ¿cómo puedo servirle? —Austin, creo que Uzuri estaba observando una escena en la mazmorra. ¿La traerías aquí, por favor? —Sí, Señor. —El joven se alejó al trote, estallando de placer de recibir órdenes para servir. La vista calentó el corazón de Alastair. En un par de minutos, Austin estaba de vuelta. Uzuri se arrastraba detrás de él y, al ver a Alastair, se mordió el pulposo labio inferior. Alastair sofocó una sonrisa. Bueno, bien podría empezar como él tenía la intención de seguir. Le tendió la mano. Se detuvo en seco, miró a Z y no consiguió ayuda. Ella dio un paso más cerca. Alastair esperó. El Dom que los había entrenado a Max y a él en la universidad había sido genial en la dominación silenciosa. Sin una orden verbal, un sumiso tenía que tomar una decisión. Tomar una mano ofrecida por un Dom significaba que había bajado sus primeras defensas. Ella puso su mano en la de él. —Buena chica —Cuando cerró el agarre sobre su mano delgada, sus dedos temblaban... y aunque la mayoría de los sumisos se mostraban cautelosos con Z, la mirada de Uzuri estaba en Alastair. Le temía. Sabía que su miedo era ilógico, que no era personal, pero todavía quemaba como ácido. Reconociendo su insulto involuntario, lo apartó. Un Dom no estaba acostumbrado a sentimientos heridos. En lugar de eso, aun sosteniendo su mano, asintió con la cabeza al suelo.

Ella se arrodilló graciosamente y logró apartar los ojos de los de él para mirar a Z. Z la estudió. —Uzuri, ¿has decidido si Alastair te ve como eres… y que no está interesado en ti sólo por el color de tu piel? Alastair apretó los labios para no sonreír. En la oscura sala de estar, un rubor en su piel no sería visible, así que apoyó el dorso de sus dedos contra su mejilla. Realmente caliente. Su cabeza se inclinó, y su voz era casi un susurro. —No fui... honesta, Maestro Z. Sé que él no es así. Z le dirigió una mirada divertida. —Me complace oír eso, porque le pedí al Maestro Alastair que fuera uno de los que trabajarán contigo para superar tu miedo a los hombres más grandes. Ella no... en verdad... se encogió de miedo. —Sí, Señor. Alastair esperó hasta que ella lo miró. —Tu tarea esta noche es simple. Quiero que traigas dos botellas de agua del bar y que te unas a mí hasta que nos acabemos el agua. Eso es todo, mascota. Ella tragó saliva. —Gracias, Señor. —Ella se había ido antes de que pudiera añadir algo más. Cuando Z se levantó, Alastair levantó una mano. —La semana pasada, cuando las luces estaban apagadas, y usabas gafas de visión nocturna, ¿estabas... controlando... el timing cuando los sumisos dejaban la alfombra? Z sonrió levemente e inclinó la cabeza en reconocimiento de triunfo. Luego sonrió. —Probablemente te evitará la próxima semana, pero quédate con ella. Sabré que estás progresando cuando sabotee tus armarios. Uzuri regresó unos minutos más tarde con dos botellas de agua. Sus pasos eran lentos. Renuentes. —Gracias, mascota. —Alastair agarró una botella y palmeó su regazo—. Siéntate aquí, por favor. Se puso rígida, y casi podía oírla decirse que obedeciera. Él quería tranquilizarla, decirle que no planeaba hacer nada, pero superar sus temores era el punto del ejercicio. Después de un minuto, se sentó sobre sus muslos, sosteniéndose rígidamente

erguida. —Buena chica. —Después de beber un poco de agua, puso un brazo alrededor de su pequeño cuerpo tenso y la colocó en una posición más cómoda contra su pecho. Luego, dejando su brazo alrededor de su cintura, se inclinó hacia atrás y se relajó. Los minutos transcurrían y su cuerpo mantenía la rígida y agotadora postura. Su silencio y evidente falta de interés, poco a poco fueron registrados. Después de unos diez minutos, su peso se acercaba a descansar más y más encima de él. Cuando había transcurrido media hora, él abrió los ojos y sonrió por la manera en que había terminado acurrucándose contra él. Suficientemente bueno. Eso había sido todo lo que había planeado lograr hoy. —Vete, amor. Nuestro tiempo ha terminado. Ella lo contempló. Semejantes ojazos marrones, oscuros y hermosos. Y confundidos.

CAPÍTULO 08 En su oficina de los grandes almacenes Brendall, Uzuri echó un vistazo al reloj y respingó. Necesitaba salir de aquí si iba a llegar al Shadowlands a tiempo para su turno de camarera del viernes. Gracias a Dios, sus pedidos estaban casi terminados. Una vez más, consideró su plan de adquisición para la línea de ropa de primavera. Los blazers clásicos que había pedido se verían muy bien en cualquier silueta, y los colores eran vibrantes y claros. Deberían venderse bien. Oh, y necesitaba más del negro básico. Más mujeres del norte se estaban mudando a Florida, y ellas adoraban andar de luto. Cuando visitaba Nueva York, a veces se sentía como si todo el mundo en las calles se dirigiera a un funeral. Suspirando, rotó sus hombros doloridos. Hablaban de un largo día. Habría terminado antes si hubiera podido mantener su mente en el trabajo esta semana. Ella culpaba al Maestro Z por una buena mitad de su incapacidad para concentrarse. Todavía no podía creer cómo la había entregado al Maestro Alastair el fin de semana pasado. Y los recuerdos del propio Alastair no ayudaban. No la había presionado para hacer una escena, ni había intentado meterle mano, nada de nada. En lugar de eso, la había hecho sentarse sobre su regazo. Sin hablar. Sin moverse. Sus temores habían desaparecido lentamente. ¿No era asombroso cómo había terminado apoyándose en él? El calor se acumuló en su vientre cuando recordó su masculino aroma. Simplemente... se había acurrucado... contra él, disfrutando de la lenta subida y bajada de su pecho y de la fuerza en el brazo alrededor de su cintura. Había soñado con ser sostenida así. Sin necesidad de hacer ni decir nada, simplemente estar... con... un hombre. Él no tenía ni idea del regalo que le había dado. ¿Estaría allí esta noche? Los aleteos en su vientre aumentaron como una miríada de alas. ¿Qué de Max? ¿Y si estuvieran juntos? ¿Y si...? Ella negó con la cabeza. Enfócate, chica. Cantidades. Miró la lista de compras. ¿Qué sobre esas faldas rectas? Probablemente no se venderían tan bien. Ese diseño de falda requería de un cierto cuerpo para verse bien. Así que menos de ésas. Bajó la cantidad. Su cabeza se alzó cuando oyó a un par de los otros empleados de compras salir. —Zuri, que tengas un buen fin de semana. —Nos vemos el lunes.

—Buenas noches a los dos. —Las personas en los departamentos de marketing y compras eran maravillosas, y estaba haciendo buenos amigos. Eso seguro que ya no era cierto con las vendedores en la sección de ropa femenina. El incidente con Carole se había convertido en una pesadilla. Carole y sus amigas, todas mujeres blancas de más edad, le estaban diciendo al personal de ventas que Uzuri, joven y con un título universitario reciente, no tenía conocimiento de la venta al por menor y estaba causando problemas. ¿Ningún conocimiento de la venta al por menor? Uzuri resopló. Había empezado en ventas a los dieciséis en Cincinnati. Era cierto que era nueva en este lugar, pero había trabajado como asistente del comprador de moda en el otro Brendall en San Petersburgo. Se había roto el culo, tanto en las ventas como tomando clases en la universidad por las noches, para ascender a la posición de comprador. Sin embargo, difícilmente podía explicar eso a cada mujer, ¿verdad? Su estómago se anudó. De alguna manera, necesitaba resolver esto. Las vendedoras estaban en primera línea, oyendo todo lo que las clientas decían sobre la mercancía actual, lo que la gente deseaba que la tienda ofreciera, y lo que no les gustaba. Un comprador necesitaba poder hablar con los vendedores. Uzuri siempre había disfrutado de esa parte del trabajo. Y... era doloroso... ser criticada. Toda su vida había trabajado para ser amable. Para ser educada, sin importar la provocación. Negando con la cabeza, volvió a estudiar las cantidades. Algún tiempo después, el zumbido de su teléfono la interrumpió. Un mensaje de texto de su amiga Kayla apareció en la pantalla. ¡Ayuda! Tengo una entrevista para un puesto de recursos humanos. ¿Cuál equipo? Dos selfies estaban adjuntas. Sonriendo, Uzuri se recostó en su silla y las estudió. Umm. Para un trabajo de recursos humanos, no había necesidad de verse particularmente creativo. Una imagen responsable, honesta, amistosa sería la mejor opción. La primera foto mostraba a su alta amiga con un vestido azul claro que era encantador para su piel marrón, pero mostraba sus curvas un poco demasiado bien y el dobladillo era demasiado corto. La segunda foto mostraba a Kayla con un clásico traje a medida color gris carbón. Mucho mejor. Sin embargo, la blusa de encaje rosa tenía que irse, al igual que los tacos de siete centímetros. Una blusa azul proyectaba sinceridad. Los zapatos bajos de charol eran aburridos pero más apropiados. Uzuri le envió mensajes de texto con las recomendaciones, recibió más selfies, y finalmente aprobó una. Justo en el clavo.

Mientras guardaba el móvil con una sensación de satisfacción, se dio cuenta de que la pequeña ventana de su oficina estaba oscura. Una mirada al reloj mostró que eran más de las ocho. ¿Qué? OmiDios, si no se apresuraba, llegaría tarde al Shadowlands. Recogió el bolso y el maletín y se apresuró a salir de su diminuta oficina, saludando con una mano al empleado de limpieza camino al ascensor. Una fuerte lluvia estaba cayendo al salir por la puerta de empleados y abrió el paraguas. Brillando como pequeñas lunas en la oscuridad, las antiguas luces del estacionamiento eran hermosas pero iluminaban muy poco. Uzuri se tropezó con el borde de la acera y casi se cayó. Chica tonta Necesitaba poner una alarma en su teléfono y salir del edificio antes del atardecer. Echando una ojeada alrededor por su coche, sonrió. No era un problema encontrarlo a esta hora. Había solamente tres vehículos en todo el terreno. Al llegar a su coche, descubrió que su linterna estaba muerta. Las baterías Triple A no duraban mucho, ¿verdad? Haciendo malabares con el paraguas y las llaves, buscó a tientas la cerradura, abrió la puerta y tiró las cosas dentro. Una ráfaga de viento sopló lluvia sobre ella antes de que pudiera cerrar el paraguas y la puerta. Con un gruñido de exasperación, encendió el motor y condujo hacia la salida. ¿Por qué la rueda no giraba correctamente? El coche se sentía mal. Todavía en el estacionamiento, se detuvo, esta vez bajo un farol. Sin molestarse con el paraguas, salió de un salto. Su evaluación no tardó más de un segundo. El neumático del lado del conductor estaba completamente desinflado. Ah, estupendo. Frunció el ceño mientras la lluvia fría golpeaba sobre su cabeza y le empapaba la ropa. Olvídate de ser educada. Ella fulminó el neumático con la mirada. 6

—¡TWA lacio! —Miró furiosa a la lluvia—. Y que te den a ti también. Se acabó la duda sobre llegar a tiempo al Shadowlands o no aparecer. El Maestro Z no iba a estar contento. Miró el neumático. Podía cambiarlo. ¿En la oscuridad, con el estacionamiento vacío? ¿Bajo la lluvia? De ninguna manera. El buen Señor había puesto estaciones de servicio en el planeta por una razón. Su móvil estaba en el bolso. Llamaría a una grúa para que viniera y cambiara el neumático. Después de echar un vistazo a la oscuridad, negó con la cabeza. No aquí afuera. ¡Ni en broma!

Agarró el bolso, abrió el paraguas y se dirigió al edificio. Cuando se alejó de la luz fue como dejar el último rastro de civilización. Los estacionamientos eran espeluznantes después del anochecer. Muy, muy espeluznantes. Especialmente después de Jarvis. En Cincinnati, cuando salía con sus amigos, a la salida de un club nocturno, o en un estacionamiento oscuro, lo veía de pie a unos cuantos coches de distancia. Solo… observando. Piel de gallina cubrió sus brazos ante el recuerdo, y aceleró el paso. ¿Debería llamar a una grúa o simplemente tomar un taxi a casa? Ella se estremeció al pensar en el costo. Sin embargo, la sensación de inquietud en su vientre aumentó, y de repente todo lo que quería era estar en casa. Taxi. La lluvia martilleaba ruidosamente sobre su paraguas, y ella miraba con suspicacia la oscuridad. El área a su alrededor se iluminó, ¿y era eso el sonido de un automóvil? Miró por encima del hombro y quedó casi ciega por los brillantes faros que se dirigían hacia ella. Demasiado rápido. Con un grito, saltó a la derecha. El parachoques del vehículo se estrelló contra su muslo izquierdo, arrojándola hacia adelante. El lado derecho de su cadera golpeó el pavimento con fuerza y ella derrapó sobre el hormigón mojado. Con un horrible crujido, su cabeza golpeó el asfalto inflexible. Y el parking… el mundo… se oscureció. * * * * * En la sala de emergencias, Alastair sonrió a su pálida paciente de diez años antes de dar a sus padres una mirada tranquilizadora. —Ella va a pasar la noche mientras hacemos las pruebas que os dije. Mientras tanto, le pasaremos algo de suero. Si lo desea, uno de ustedes puede pasar la noche con ella. Mientras dejaba que los padres discutieran sobre quién se quedaría, adorablemente, ambos querían hacerlo, miró el reloj y suspiró ante la última hora. —Oye, Doc. Tu pequeña Brianna es muy guapa. —Con un traje rosado, una enfermera se detuvo camino a la enfermería—. Tus órdenes fueron cumplidas, y la unidad de pediatría sabe que ella se está retirando. —Gracias, Madge. —No hay problema. Mientras caminaban hacia el escritorio, oyó una voz viniendo de uno de los cubículos con cortinas.

—Mmmm, estupendo. Tengo mucho sueño.—La voz de la mujer era como cálida miel... y familiar. —Madge, ¿quién está ahí? —Ninguno de tus niños, Doc. Una peatona que fue atropellada por un coche en un estacionamiento. —Madge se detuvo con él. Frunciendo el ceño, Alastair tomó el portapapeles del estante en el exterior del cubículo y lo sacó lo suficiente para chequear el nombre. Uzuri Cheval. La preocupación lo hizo apretar el portapapeles. —¿Qué tan malherida está? —Ella salió bien parada. Conmoción cerebral leve, erupción cutánea por la carretera, un hematoma fuerte en un muslo donde el parachoques la golpeó, un moretón infernal en un hombro y otro en la cadera donde se golpeó contra el hormigón. —¿Hay alguien aquí con ella? —Ese es el problema. Dijo que no tenía a nadie a quien llamar, y no está pensando lo suficientemente claro como para dejarla irse sola. ¿Una sumisa de Shadowlands, una aprendiz, nada menos, pensando que no tenía a nadie a quien llamar? El pensamiento dolió. Dejó caer el portapapeles en el estante y entró en el cubículo. * * * * * Durante un tiempo, Uzuri había fluctuaba dentro y fuera de la oscuridad, retomando la conciencia debido al dolor y a las preguntas, antes de deslizarse nuevamente en el cálido remanso de la oscuridad. La oscuridad era mejor. —Uzuri. Algunos hombres tenían unas voces profundas tan hermosas. —Uzuri. —Esta vez, la autoridad enfatizó la orden. Ella logró abrir los ojos y respingó ante la claridad de la habitación. Con una camisa hecha a medida color zafiro, el Maestro Alastair se elevaba sobre ella. ¿Por qué sus ojos tenían que ser tan impresionantes? No perfectamente horizontal, sino ligeramente hacia arriba. No marrones, sino verde humo en esta luz y enmarcados con gruesas pestañas negras que no necesitaban rímel. Incluso su intenso ceño no podía menoscabar su increíble belleza. —Eres tan bonito. —Su voz fue un susurro ronco. —Gracias. —Sus labios sensuales se curvaron e hicieron juego con los labios de los delfines de rostros felices de su corbata.

Ella frunció el ceño. Era un médico de niños, no un médico de emergencia. —¿Qué estás haciendo aquí? —Uno de mis pacientes está en la sala de emergencias. La estaba admitiendo cuando oí tu voz. —Oh. —Ella trató de sentarse y se detuvo inmediatamente. Alguien estaba jugando con martillos neumáticos dentro de su cabeza. Su cadera y su hombro se sentían como si hubiera sido pateada. No. En realidad, le dolía absolutamente todo. —Déjame ver qué daños cosechaste. —Con mucha suavidad, le volvió la cabeza—. Mírame. La luz apuñaló en su ojo izquierdo, luego en el derecho, y su cabeza explotó con un nuevo dolor. Cuando gimió, él le dio una palmadita en la mano. —Lo siento, mascota. Tenía que revisar. Se concentró en respirar a través del dolor. Los masoquistas estaban locos. ¿Quién querría ser herido por diversión? Con cuidado, apartó el fino cobertor para revisar sus hombros, caderas y piernas. —Muchos raspones y magulladuras. Mañana vas a estar dolorida. —Lo sé. Él alisó la horrible bata de hospital que llevaba puesta. ¿Qué idiota diseñaba estas cosas? —Uzuri, ¿cómo fuiste atropellada en un estacionamiento? —Esa fue mi pregunta, también. —Max entró dando pisotones en el cubículo. Se puso rígida cuando los dos hombres se elevaron sobre ella, uno a cada lado. Sin embargo, cuando su mirada se encontró con la de Alastair, vio su preocupación. Por ella. —¿Uzuri?—urgió Max. A pesar de que tenía los ojos muy incisivos, duros inclusive, su preocupación por ella también estaba allí. —Un coche me atropelló. —Claro que sí. Le dolía todo el cuerpo. Y también la cabeza. Cerró los ojos para tratar de reducir la claridad. Max se acercó. Aun su abrigo informal de un marrón aburrido sobre una camisa blanca completamente abotonada, no disimulaba la amplitud de sus hombros. Piensa en cuántas chaquetas él podría vender. Tal vez aceptaría modelar abrigos en el departamento de hombres. —Y Alastair puede modelar trajes y luego...

Max bufó. —La pequeña sumi está delirando. Ella empezó a negar con la cabeza y, ante la punzada de dolor, cambió de idea rápidamente. Se obligó a abrir los ojos. ¿Cuándo se habían cerrado? —¿Me puedo ir a casa ahora? Quiero ir a casa. —Tranquila, jovencita. —Alastair puso una cálida mano en su brazo y algunas de sus preocupaciones se desvanecieron. Miró a su primo—. ¿Qué estás haciendo aquí? —Dan y yo vinimos… —¿Alguien murió? —preguntó Alastair. —Nadie ha muerto. —Dan Sawyer entró en el cubículo. Uzuri frunció el ceño. ¿Por qué estaba aquí el Maestro Dan? Era un policía de Tampa. De homicidio. Ella no había matado a nadie, ¿verdad? No. Y todavía estaba viva. ¿Correcto? Dan se acercó a la mesita con ruedas. —Una de las operadoras del 911 es miembro del club, y ella me avisó sobre Uzuri. Max y yo vinimos para asegurarnos de que nuestra aprendiz estaba bien. —No una aprendiz. —Ella frunció el ceño por lo borracha que sonaba. —Lo siento, Uzuri, pero todos seguimos pensando en ti de esa manera. —Dan sonrió —. De hecho, no estoy seguro de que se te permita alguna vez dejar ese título. Bien, honestamente. Frunciendo el ceño, Max le agarró la mano. Ella conocía como se sentía su muy callosa mano. Su mirada se dirigió a Alastair que estaba sosteniendo su mano izquierda. Los ojos de ella se centraron en sus largos dedos y su barba perfectamente arreglada. Barba. Dom Captor y Dom Barba. —Uzuri. —Max interrumpió sus pensamientos—. ¿Qué sucedió? ¿Sucedió? Oh, el estacionamiento. Su mente se sentía como una tela hecha jirones, sin funcionar para nada. —Me marché del trabajo tarde y estaba oscuro y mi neumático estaba pinchado y yo estaba volviendo al edificio para llamar a un taxi, pero un auto me llevó por delante. —¿Deliberadamente? —gruñó Max. —Sí. No. No lo sé. Era difícil de ver, todo oscuro y lloviendo fuerte y mi vestido es azul oscuro. —Señaló su ropa sólo que ella estaba en un bata de hospital. Volviendo la cabeza, divisó los restos de su vestido. ¿Qué?

—Las enfermeras arruinaron mi vestido. Max se echó a reír. —Eso es un lindo puchero, cariño. —Podría ser que no te hubiera visto—dijo Dan. Max frunció el ceño. —Pero el conductor debería haber sentido el impacto. —A menos que él o ellos estuvieran borrachos. O drogados. Es la noche del viernes. —La boca de Dan se apretó en una línea de desaprobación. —Supongo que es posible. —Max se volvió hacia ella—. ¿Puedes identificar el coche o al conductor? —No. —Lo único que recordaba eran los dos faros gigantes viniéndosele encima, el salto y el dolor. Frunció las cejas. —¿Cómo llegué aquí? —Uno de los empleados de limpieza se fue temprano y casi se atropelló tu bolso. Cuando se detuvo para recogerlo, te vio y llamó al 911. Dios lo bendiga. —¿Mi bolso está aquí? Max caminó hasta donde estaban las ruinas de su vestido. —Está aquí. Aún tiene la billetera, el dinero y las tarjetas. Las llaves. El paraguas. Tienes suerte, cariño. Alastair le apretó la mano. —Yo me ocuparé de ti. Max y Dan se ocuparán de tu auto. —Miró a través de la camilla a su primo y luego a Dan. Max asintió con la cabeza. —Sí, Doc. Tú maneja lo médico; nosotros nos encargaremos de lo mecánico. Una enfermera morena alrededor de los cuarenta años entró, miró con el ceño fruncido a Max y Dan, y se acercó a Uzuri con una sonrisa. —Pareces más despierta. ¿Cómo está el dolor? La enfermera llevaba un abrigo falso de color fucsia que destacaba muy bien su curvilíneo cuerpo, y Uzuri le dio a su atuendo un gesto de aprobación. —Me siento mejor. ¿Me puedo ir a casa ahora? La enfermera se volvió hacia Alastair.

—Vamos a ver. —La enfermera se dirigió a Alastair—. Doctor Drago—Sus labios se curvaron, y ella guiñó un ojo a Uzuri—, ¿No es la señorita Cheval un poco mayor para ser una de sus pacientes? Alastair rió entre dientes. —Uzuri es una amiga. ¿Se puede retirar, Madge? A pesar de la punzada de dolor, Uzuri trató de sentarse y verse saludable. —Quizá. —Madge frunció el ceño—. El radiólogo dijo que no se mostraba nada interesante en la tomografía ni en las radiografías. Sin embargo, el doctor Benson dijo que dado que recibió un golpe en la cabeza, necesita a alguien con ella durante las próximas doce horas. Si no hay nadie disponible, la admitiremos durante la noche. Oh, no. —Estoy bien—susurró Uzuri—. No necesito a nadie para... —Estaré con ella—dijo Alastair. —¿Qué? —Los ojos de Uzuri lo miraron centellantes, luego los bajó cuando él la miró. Una mirada de Dom. La enfermera asintió con la cabeza. —Excelente. Conseguiré los formularios de egreso. —Suena bien—dijo Max—. Dan y yo revisaremos el vehículo y te informaré cuando llegue a casa. ¿O vamos a quedarnos en su casa? Uzuri lo miró fijamente. ¿Nosotros? ¿Quedarse? —P-p-pero… —Nuestra casa—dijo Alastair. —De acuerdo. —El fácil consentimiento de Max la aturdió. Se inclinó hacia delante —. Sé una buena chica y no le des a Alastair ningún problema, princesa. —Su voz bajó a un susurro gruñón—. Ninguno de nosotros golpea a pequeñas sumis, pero Alastair disfruta zurrándolas. Ante su rápida inspiración, él se rió y le besó la mejilla. —Me alegra que no estés muy lastimada, cariño. Estaba preocupado. —Se enderezó y asintió con la cabeza a su primo—. Encárgate de ella y te veré dentro de una hora o dos. * * * * * Alastair sentó a Uzuri en el asiento del inodoro cerrado en el baño de invitados y sonrió ante su mirada confundida.

La pequeña señorita era siempre educada, pero no era imposible leer, incluso cuando trataba de ocultar sus emociones. Meses atrás, durante su escena, fácilmente se había dado cuenta cuando se ponía ansiosa, aunque en ese momento no había entendido por qué. Ahora, sin embargo, no mostraba miedo a estar a solas con él, probablemente debido a los medicamentos que había recibido en el hospital. Tal vez algún día la razón fuera porque lo conocía y confiaba en él. —Vas a ir a la cama, pero primero te limpiaremos—dijo suavemente y mojó un paño. Para evitar que sus miedos se dispararan, se arrodilló a su lado. Un raspón en su pómulo brillaba con un ungüento antibiótico, y él limpió cuidadosamente las vetas de sangre secas de su mejilla y mandíbula. —Puedo hacerlo. —Ella trató de tomar el paño. —Apenas puedes sentarte erguida. —Limpió el barro de su cuello. Las enfermeras habían lavado, quitado la piel muerta y vendado las abrasiones y laceraciones, pero sólo habían limpiado lo suficiente de las otras áreas para asegurarse de que no había otras lesiones. Se movió hacia abajo. Ya que su ropa había sido completamente cortada en emergencias, el personal le había ofrecido un conjunto de ropa de quirófano. Él había sacado una camisa de repuesto de su casillero del hospital. La camisa era mucho más fácil de poner y sacar. Desabotonó los primeros botones antes de que ella lo notara. —Señor. No. —Mascota, estás cubierta de barro y sangre. Miró hacia abajo, vio las manchas rojas en la tela, y su mirada afligida le retorció el corazón. —He arruinado tu camisa. —La sangre se va con el agua. —Cuando la expresión de su desdicha no se aclaró, le tocó la mejilla y dijo con ligereza—. Soy médico; debería saberlo. Pero debemos limpiarte antes de que te acuestes. —Yo puedo hacerlo. —Cariño, apenas puedes moverte. Los grandes ojos de ella se centraron en su rostro mientras le desabrochaba la camisa y la deslizaba por el costado derecho, dejando el izquierdo cubierto. —No. —Uzuri, no sólo he visto tus senos desnudos, sino que he jugado con ellos, también. Dos veces.

Sorprendida, lo miró fijamente. —Oh. Es cierto. Estoy siendo tonta. Pero... ¿dos veces? —Frunció la frente—. Hicimos una escena y entonces... eras tú. Tú y Max. El último fin de semana. Lo sabía. Interesante que ella lo hubiera descubierto. —Sí. Mañana, hablaremos de las escenas que hemos hecho juntos, pero por ahora, vamos a ponerte cómoda y a meterte en la cama. —Suavemente, lavó sobre su clavícula. Sus pechos, sin duda protegidos por un sujetador, estaban limpios y sin lesiones. Ella tenía unos pechos preciosos. No se bamboleaban demasiado, pero eran lo suficientemente pesados como para cimbrear un poco, para ser un buen peso en sus manos cuando los acunaba. Le gustaba poder llenarse las manos. No obstante, éste no era el momento. Mientras lavaba, catalogaba las lesiones. Su hombro derecho tenía gasa antiadherente. Revisó debajo y encontró que los extensos raspones estaban bien limpios y brillaban con una pomada antibiótica. Todavía rezumaban. Cambiaría el apósito más tarde. Su costado y la espalda estaban llenos de lodo, pero ilesos. Su cadera derecha estaba profundamente raspada, hinchada y magullada. El escaso vestido no había ofrecido ninguna protección contra el hormigón. —Esto va a doler, mascota. Mantén la calma para mí ahora. —Enjuagando el paño con frecuencia, lavó ese costado y quitó un par de hilachas de la tela que las enfermeras habían olvidado. Respirando a través del dolor, la valiente muchacha aguantó silenciosamente la cura, aunque las lágrimas llenaban sus grandes ojos. Cuando terminó, ella estudió su cadera. —No es de extrañar que duela. —Estoy seguro de que duele. Quédate quieta durante un minuto. —Max conservaba la ropa hasta que estaba raída, por lo que la camisa de franela que Alastair sacó de su cómoda estaba suave por el uso como un pañuelo de papel. Tratando de mantenerla a gusto, puso la camisa de franela sobre el costado derecho limpio antes de quitar las manchas de sangre del izquierdo. Después de que terminara de lavar su torso, le revisó el muslo izquierdo. Hinchado, caliente, negro de moretones. Tuvo suerte de que el hueso no se hubiera fracturado. El conductor del coche ni siquiera se detuvo. ¡Qué puto pajero! Alastair arrojó el paño al lavabo. En los países devastados por la guerra donde se había ofrecido como voluntario, los cuerpos destrozados eran demasiado comunes. Sin embargo, ver a esta pequeña sumi cubierta de sangre lo había conmocionado. —Todo terminado.

—Oh, bien. —Su sonrisa podría iluminar el día de cualquier hombre. Él deslizó su brazo izquierdo en la camisa de franela y la abotonó, luego sonrió abiertamente. No era tan pequeña, pero la enorme camisa de Max la hacía parecer un niño con la ropa de su hermano mayor. Las mangas terminaban centímetros por debajo de las puntas de los dedos. Después de remangársela, se levantó. —Puedes usar las instalaciones sola, si prometes llamar cuando termines, así puedo ayudarte a salir del cuarto. —Puedo caminar sola. —Su boca formó una línea terca. El alivio lo inundó. Ella estaba empezando a sentirse más como ella misma. —Esa no es una opción que te haya ofrecido, ¿verdad? Después de un segundo, ella suspiró. —Está bien. ¿No era asombroso cómo una vejiga llena podía acelerar un acuerdo? La ayudó a ponerse de pie, levantar la tapa del inodoro y la dejó para que completara el resto sola. Le dolería, pero ella podría llevar a cabo esa tarea. Y luego la arroparía en la cama. La idea de que durmiera pacíficamente bajo su techo era bastante agradable. Era interesante que su primo hubiera aceptado darle refugio tan fácilmente. A pesar de las protestas de Max, no era inmune al atractivo de la pequeña sumisa. * * * * * Unos faros amarillos venían hacia ella, directamente hacia ella, pero los pies de Uzuri estaban adheridos al pavimento como si alguien hubiera pegado sus zapatos. El coche se estrelló contra ella. El dolor. Gritando, voló… Se despertó, jadeando. Su mano estaba apretando algo suave. Una manta. No estaba en el pavimento, sino que estaba acostada en algo blando. Una luz a su izquierda reveló un cuarto de baño con una luz nocturna. Oh. Estaba en la casa de Alastair y Max. La rendija de las cortinas mostraba sólo oscuridad en el exterior, y el reloj al lado de la cama decía que eran las once de la noche. Cuando se dio la vuelta, tuvo que sofocar un gemido. Una hora había sido suficiente para que todos los moretones y lugares doloridos se pusieran rígidos. Apretando los dientes, se sentó. Le dolía el hombro derecho y la cadera, su cadera izquierda era aún peor, y le ardía el raspón en la frente. Su cabeza se sentía como si

alguien le estuviera estrujando rítmicamente los tejidos del cerebro. Pero necesitaba hacer pis. Necesitaba agua. Necesitaba moverse. Con cuidado, se levantó de la cama y caminó cojeando hasta el baño. Mientras se lavaba las manos después, descubrió que alguien, algún santo, había dejado un vaso, un cepillo de dientes sin abrir y un tubo de pasta de dientes de tamaño viajero en la encimera. Mientras se cepillaba dolorosamente los dientes, deseó que le hubiera dejado un enorme frasco de aspirinas, también. Ella se estremeció ante su imagen en el espejo. Hablando de desastre. El costado de su frente tenía un moretón negro, su pómulo desollado estaba hinchado, y su tez era de un deprimente color barro. ¿El maquillaje de los ojos? OmiDios. Vio donde Alastair había limpiado las vetas de sus mejillas. En lugar de un payaso, parecía un zombi. Una zorra zombi. Eso, al menos, podía solucionarlo. Con cautela, se lavó la cara. Ante un ruido, abrió la puerta del baño. Alastair estaba de pie en el dormitorio. Cuando su mirada la recorrió, de repente se dio cuenta de lo corto de la camisa de franela y de cómo sus pechos se bamboleaban contra el delgado material. Él sonrió. —Te ves mejor, aunque esperaba que durmieras toda la noche. Dado que estás despierta, ¿te gustaría bajar por un bocado de algo... o lo debería subir aquí? ¿Tener un Maestro de Shadowlands subiendo y bajando las escaleras para servirla? La idea era un ultraje. —Me gustaría bajar las escaleras. Por favor. —Si pudiera arreglárselas sin desnucarse. Su dolorida cabeza se sentía como si su cráneo estuviera relleno de algodón. Sus piernas parecían estar unidas a otra persona. O a otra cosa. Tal vez un pingüino. ¿Cómo en el mundo iba a conducir hasta casa? —Bajando las escaleras. —Cuando llegó a la puerta, él le rodeó la cintura con un brazo. En lugar de asustarla, su tamaño y fuerza eran reconfortantes mientras bajaba cojeando por las escaleras. La acomodó en un sillón reclinable de cuero suave, en lo que llamó la sala de la televisión, y colocó una suave manta afgana de color beige sobre sus piernas desnudas. Se inclinó, puso dos dedos debajo de su barbilla, le levantó la cabeza suavemente y estudió su rostro. —Parece que tienes dolor de cabeza. Ella asintió con cuidado.

—Entonces, una tableta para el dolor vendrá con la comida. —Oh, sí. Por favor. —Enseguida regreso. —Después de besar su mejilla, desapareció en la cocina. Ella apoyó la mano en la mejilla donde el calor de sus labios permanecía. ¿Por qué estaba siendo tan agradable? Con dolor de cabeza, miró la habitación. Era hermosa, con un techo alto, pesadas molduras tipo coronas, y altas ventanas abovedadas. El yeso veneciano color beige en las paredes servía como telón de fondo para el sofá marrón y los sillones. Una alfombra de color rojo oscuro y marrón con un diseño del oeste cubría el suelo de madera reluciente. Las estanterías talladas con delicada ornamentación corrían a lo largo de la pared más lejana. Un televisor de pantalla plana se apoderaba sin vergüenza de la otra pared con los muebles dispuestos para verla. Era una habitación acogedora, diseñada para películas y palomitas de maíz, partidos y cerveza, o incluso un buen libro y chocolate caliente. Alastair acarreaba una bandeja con vino, agua, tostadas y un tazón de sopa. Colocó todo excepto el vino en la mesa a su lado. —No consigues nada elaborado hasta que veamos cómo tu estómago maneja la comida. Pero necesitas comer algo antes de tomar un analgésico. —Gracias, doctor. —Ella había intentado conseguir un tono irónico de voz, pero en lugar de eso se sintió sincero, porque realmente estaba agradecida. Agarró el pesado tazón, sorbió y sonrió ante el familiar sabor. Con cada fuerte nevada, su mamá había hecho sopa de tomate. El recuerdo era reconfortante, en la misma forma en que el calor de la sopa derritió lo último del frío interior. Suspiró y probó el pan. La gruesa tostada de grano tenía mantequilla y estaba caliente. Perfecta. —Es una habitación preciosa. —Nos gusta. —Alastair se sentó en el sofá a su derecha y extendió sus largas piernas. Se había puesto unos pantalones informales de color caqui y una camisa de manga corta de color marrón claro. Estaba descalzo y hasta los dedos de los pies eran largos y elegantes—. La combinación de dos casas nos dio muchas opciones. Esta habitación tiene principalmente muebles de Max. —Se parece a Max. —Las costuras de los sillones reclinables de cuero y el sofá estaban tachonadas con tachas antiguas. Masculino elevado a la n-potencia. Alastair sonrió. —Mi mobiliario se acerca al período victoriano. El de Max es más tradicional del oeste de los Estados Unidos. Ambos hemos viajado y volvimos con chucherías de todas partes. Combinar todo ha sido interesante.

Del oeste y británico. Blanco y negro. —Um. ¿Cómo es que tú y Max... Quiero decir, eres negro y Max es blanco. Eres de Inglaterra, y él es americano. En lugar de sentirse ofendido, Alastair parecía divertido. —Mi madre es negra, británica, y le encanta ser voluntaria en países afectados por la pobreza. Conoció a mi padre, que es blanco, cuando había volado a Filipinas para brindar ayuda a las víctimas de una catástrofe después de un terremoto. Al parecer, hicieron clic. Uzuri asintió con la cabeza. Muerte y desastre. Ingredientes perfectos para un amorío apasionado. —¿Pero no se quedaron juntos? —No. Cuando hice notar mi presencia, se casaron, pero mamá es una chica de ciudad, de cabo a rabo. Mi padre y el padre de Max son dueños del rancho Drago en Colorado y son ganaderos hasta la médula. El matrimonio simplemente no funcionó. Tan cercanos como Max y él eran, su padre debió haber obtenido la custodia. Pero no. —Si creciste con Max en los Estados Unidos, ¿por qué hablas con acento? —Pasé mucho tiempo volando de acá para allá. Asistía a la escuela en Londres y pasaba todas las vacaciones de verano en el rancho. —Sonrió—. Mamá usaba el tiempo libre de niños para su trabajo voluntario. —Oh. —Ella miró alrededor de la habitación de nuevo. Max sólo había estado en Tampa desde el verano, y ella había oído que Alastair había comprado la casa antes de eso. Aunque había estado oscuro cuando llegó, había visto que la casa de ladrillo de color crema era de estilo italiano, con una torre central cuadrada y probablemente de más de cien años. Era tan clásica y conservadora como un hombre podía conseguir. Apostaría a que las estanterías antiguas y bellamente talladas eran de Alastair, pero quedaban perfectas en esta habitación—. Limitarse a un único estilo puede ser aburrido. Ella no hacía eso con su persona. Su atuendo de negocios comenzaba con un traje estilo clásico a la moda o un vestido. Luego añadía una bufanda colorida y zapatos, un collar o un cinturón de firma para mostrar su individualidad dentro de los límites de lo que era permisible en los negocios. Hacía lo mismo con su cabello, lo suficientemente restringido para el negocio, lo bastante natural para satisfacer sus propias necesidades. Mientras Uzuri comía y miraba a su alrededor, Alastair bebía en silencio su vino. Su silencio era... poco exigente, sin ejercer presión para tratar de llenarlo. La vieja casa se sentía apacible también, como si hubiera visto su parte de drama y ya no muchas cosas la enojaran. Allí estaba, poniéndose toda fantasiosa.

Tragó el último bocado de pan tostado. —Eso era justo lo que necesitaba. Gracias. Y gracias por eh... sacarme... del hospital. —Fue un placer, mascota. —Si me dices dónde está mi coche, dejaré de molestarte. —No me estás molestando. Disfruto de tu compañía. Eso la hizo sentir cálida y feliz, aunque no le creyó. Él inclinó la cabeza, escuchando algo. —Para responder con respecto a tu vehículo, creo que Max está en casa. Una puerta se cerró y sonaron pasos en el vestíbulo. —En la sala de la televisión—llamó Alastair. Max apareció. Sin su abrigo deportivo, su arma estaba completamente a la vista. Era un oficial de policía, ¿verdad? Cuando su mirada la inspeccionó, una sonrisa iluminó su rudo rostro. —Bonita camisa, cariño. Ella miró hacia abajo. La camisa que llevaba era una vieja de franela azul, no el estilo de Alastair. Le había dado una de las camisas de Max. —Yo… —Me gusta en ti, princesa. —Miró a Alastair—. Tengo que ducharme y cambiarme. Estaré de regreso en breve. Antes de que pudiera preguntar por su coche, desapareció. Alastair se inclinó hacia delante y le tendió una píldora blanca y alargada. —Antes de que regrese, consigamos ese dolor bajo control. Uf. Odiaba tomar pastillas. Sin embargo, se la tragó obedientemente. Cualquier cosa para aliviar el dolor de cabeza. En pocos minutos, Max volvió, vestido con un pantalón de algodón azul, y una camiseta blanca con cuello en V. En él, el look casual era increíblemente sexy. Cerveza en mano, tomó el otro sillón y se inclinó para estudiarla. —¿Cómo te sientes? —Realmente, no muy mal. Estoy bien. Miró a Alastair y alzó una ceja. —¿Doc?

—Bien podría ser exagerado, pero principalmente sufrió hematomas y erupciones cutáneas de la carretera. El dolor de cabeza debería desaparecer mañana. La cojera podría tardar más. Tiene suerte de no tener un fémur quebrado. —No me digas. —Max tomó un largo trago de cerveza—. Respecto a tu coche... debido a la lluvia y a ser viernes por la noche, las empresas de asistencia en la carretera están retrasadas. Dan y yo habríamos cambiado el neumático si hubieras tenido un repuesto. Ella respingó. —Lo usé el mes pasado y... no lo reemplacé. —Cuando él la miró ceñudamente, se sintió como una perdedora total. —No te preocupes. La empresa traerá un neumático y lo cambiará mañana por la tarde. —Mañana por la tarde. P-p-pero... —Bueno, piensa, chica. Ella simplemente tomaría un taxi a casa esta noche. Y mañana, o incluso el lunes, tomaría uno a los grandes almacenes para recoger su coche—. Si me dejas saber el costo del servicio y del neumático, llevaré el dinero el próximo fin de semana al Shadowlands. —No te preocupes por eso, Zuri. —Max apretó la boca—. Por el aspecto de tus neumáticos, todos deben ser reemplazados. Sí, lo sabía. Levantó su vaso, agitando el agua. —Me demoré con los neumáticos, ya que iba a comprar un coche más nuevo. Casi me alcanzaba el dinero, pero me mudé y tuve depósitos y otras cosas. —La cuota de la universidad había consumido su dinero extra durante años. Con su reciente promoción, ahora podría progresar. —Debería irme antes de que se haga mucho más tarde. —Se puso de pie. —¿Cómo exactamente estás planeando llegar a tu casa?—preguntó en voz baja Alastair. —Es para eso que se inventaron los taxis. —Necesitaba su bolso y el teléfono... que estaban arriba. Ante la idea de subir las escaleras, sintió que su cadera comenzaba a quejarse. Ella cojeó hacia la puerta. Y fue levantada bruscamente. Mientras su cabeza giraba locamente, fue acunada contra un pecho duro como piedra. —¡Oye! —Tú no vas a ninguna parte. —Max la miraba con el ceño fruncido y suavemente la depositó de nuevo en el sillón reclinable de cuero. —Disculpa. No puedes... no puedes.... —Incapaz siquiera de pensar en las palabras adecuadas, se esforzó por volver a pararse.

—No. Te. Muevas. Ante la orden dicha gruñendo de Max, sus músculos se inmovilizaron, y lo único que podía hacer era mirar fijamente. —P-p-pero necesito ir a casa. —Apenas puedes caminar, y mucho menos ver bien. —Max negó con la cabeza—. No. Se volvió a Alastair que seguramente entraría en razón. Durante el drama, ni siquiera se había movido. No, no se había movido; había puesto los pies sobre la mesita de café. —Cuando te hice el favor de—su sonrisa apareció y desaparecido— darte de baja, me hice responsable de ti. ¿Quieres que me desdiga de mi palabra al médico de urgencias? Ella lo miró fijamente. El tiempo en la sala de emergencia era confuso, pero recordaba que no habían estado dispuestos a dejarla irse. Hasta que Alastair había aparecido. —No me puedo quedar aquí. —¿Por qué no? —De pie a sesenta centímetros delante de ella, Max frunció el ceño —. ¿No te gusta la cama? ¿No te agradamos? OmiDios, había sido grosera. —Lo siento. No quise decir eso. Es maravillosa, y has sido maravilloso y… —Max, termínalo. —Los ojos color avellana de Alastair brillaban divertidos. —Ni siquiera he empezado. —Max la inmovilizó con una mirada penetrante. La mirada de un policía. Ella agarró el vaso de agua para tener algo que sujetar. —¿Hay algún problema? —Ahora, estoy tratando de averiguarlo. La razón por la que tuviste un reventón fue porque alguien cortó el vástago de la válvula. El vástago de la válvula. ¿No era la pequeña cosa de caucho sobresaliendo por donde se inflaba un neumático? —¿Cortado? —Ella negó con la cabeza, deseando que su cerebro se pusiera en marcha. —Sí. —Hizo un gesto a modo de tijeras con sus dos primeros dedos—. Fue intencional. No. Cuando el miedo heló sus huesos, su mano se aflojó y dejó caer el vaso, sólo para ser atrapado por Alastair en el aire.

Él dejó el vaso, se levantó, luego suavemente la alzó y se sentó en el sillón reclinable con ella en su regazo. —No, no. Déjame ir. —El pánico la embargó y ella luchó. —Shhhhh, cariño. Estás a salvo aquí. Shhh. —La voz lenta y profunda penetró a través de la nebulosa de miedo y arrasó con él. Ella respiró hondo. A salvo. No está sola. Sus dedos se cerraron sobre el bolsillo de la camisa de Alastair y los apretó. —Ahí vamos. Eso está mejor. —Alastair la acurrucó más cerca, su brazo izquierdo alrededor de sus hombros, y el derecho a través de los muslos. El calor de su cuerpo se filtró en ella y alivió el temblor que había comenzado muy adentro. Con un suspiro, apoyó la cabeza en su hombro. Después de uno o dos minutos, Alastair dijo en voz baja: —Adelante con tus preguntas, Max. Max se movió para sentarse en el brazo del sofá y la estudió. —Como yo lo veo, tenemos tres opciones para quien pinchó tu neumático. Tu acosador, Kassab. Algún gilipollas que quería destrozar un coche, cualquier coche. O alguien que está enojado contigo. El crecimiento de la barba oscurecía su mandíbula. —La persona que rompió tu neumático podría ser el mismo que te atropelló. O no. Alguien la había atropellado. No Jarvis. Por favor, no dejes que Jarvis esté aquí. Sus músculos se tensaron, haciendo que la cabeza le palpitara dolorosamente. —Tranquila, cariño. —Max suavizó la voz—. Anne fue a averiguar sobre Kassab para mí. En su fábrica, hace tres o cuatro turnos de diez horas y no ha perdido ningún día de trabajo. Ella verificó, y no quiero saber cómo, pero él no tomó un avión desde Cincinnati. Así que a menos que se pasara todo un día conduciendo hasta aquí, lo que es posible, pero no probable, no es tu conductor en fuga. Uzuri dejó escapar un suave suspiro de alivio. Un murmullo tranquilizador sonó desde lo profundo del pecho de Alastair. Para su alivio, sus brazos se quedaron a su alrededor, una barrera contra el mundo. Max se inclinó hacia delante. —Además de Kassab, ¿hay alguien que quisiera causarte dolor? ¿Tal vez alguien en el trabajo? Ella se llevaba bien con todo el mundo en las oficinas. No había nadie... excepto Carole, la que trabajaba en ventas. Uzuri se tensó.

Los agudos ojos de Max se pusieron alertas. —Eso es un sí. ¿Quién? —A pesar de que ella está un poco... enojada conmigo—Uzuri negó con la cabeza—. No puedo culparla. Probablemente ella no… —Tendríamos problemas para probar algo sin testigos y contigo sin ver nada. —Max la tomó de la mano—. Pero me gustaría vigilar las cosas. Tal vez hablar con “ella” para que sepa que la policía está ocupándose. ¿Enviar a la policía para hablar con Carole? Empeoraría todo. —No quiero… —Zuri. Dame su nombre, o me presentaré en Brendall y entrevistaré a todo el mundo desde el gerente al empleado de limpieza. —Su tono no planteaba ninguna posibilidad de llegar a un acuerdo. —Tú no lo harías. —Ella se lo quedó mirando. —Dile, amor. —La voz profunda de Alastair era igual de inflexible. —Carole Fuller. Ella es una vendedora a comisión en la sección de ropa femenina. —Bastante bueno. —Max le apretó los dedos antes de soltar su mano. —Es tarde, y está agotada. —Alastair se incorporó, levantándola con tanta facilidad como si llevara una almohada—. Es hora de dormir, mascota. Max también se levantó. Se acercó y tomó su mejilla. —Buenas noches, princesa. —Él le dio un beso ligero en los labios. —Pero. Mi coche. Necesito… Max negó con la cabeza. —Descansa bien durante la noche, y lo discutiremos en la mañana. —Pero… —Esto no está en discusión en este momento—le dijo Alastair y el acero subyacía en el tono suave. El Dom era tan inflexible como su primo. Con un suspiro de resignación, apoyó la cabeza en su pecho y... y simplemente cayó en la cuenta de la comodidad absoluta de ser acarreada. De ser cuidada. Protegida.

CAPÍTULO 09 Max entró en la habitación de huéspedes a media mañana y sonrió. Zuri seguía agotada. Él y Alastair se habían turnado para vigilarla anoche, aunque él había insistido en que Alastair hiciera los chequeos neurológicos. Luces brillantes en los ojos de las personas y hacer preguntas idiotas deberían dejarse a los sádicos en el público. Tomándose un momento para sentarse al lado de la cama, hizo una evaluación rápida. Su respiración era normal y pareja. El color estaba mucho mejor. Maldita sea, era una mujer bonita, toda piel tersa y las largas pestañas. Sus labios tenían una ligera curvatura, el de abajo más lleno. Masticable. Sus delicados dedos estaban esmaltados con laca azul cielo. Ella no podía permitirse los neumáticos... ¿así que se arreglaba sus uñas o gastaba los dólares en algún salón? Estaba de espaldas, con un brazo sobre la cabeza, bellamente relajada. Parecía que en su presencia, ella se tensaba. Teniendo en cuenta su pasado, comprendió por qué, pero le alivió el corazón saber que confiaba en él y en Alastair lo suficiente como para poder dormir así. El resto vendría. No. No, no lo haría. Jesús, ¿qué carajo estaba pensando? No tenía futuro con este pequeño paquete de problemas. Mira lo que le pasó con la última mujer a la que había intentado ayudar. Se marchó negando con la cabeza. * * * * * Un par de horas más tarde, Max estaba disfrutando de una tardía taza de café en el patio cuando un ruido llamó su atención. Las puertas francesas estaban abiertas. Uzuri estaba en la puerta, obviamente no queriendo molestarlo. Sus párpados estaban hinchados por el sueño, el cabello en un recogido casual. Llevaba una de sus viejas batas que había dejado al pie de su cama. —¿Buenos días? —Lo es. Sal, cariño. —Señaló la silla al otro lado de la mesa del patio. Ella se movió rígidamente y se sentó en el borde de la silla. —¿Cómo te sientes?—le preguntó—. ¿Encontraste el analgésico y la leche que Alastair dejó en la mesita de noche? —Me siento mejor, y sí, gracias. —Su barbilla se levantó ligeramente—. Aprecio

vuestro cuidado. Voy a llamar a un taxi y no te molestaré más. —No. Mierda, le gustaba cuando no estaba lo suficientemente despierta como para ocultar sus emociones. A la sorpresa le siguió un poco de saludable ira. Era muy linda. —No puedes retenerme aquí. —Bueno no. Eso podría estar en contra de la ley —se rascó la mejilla—, creo. Aunque a veces se me escapa el texto literal de la ley. Ella frunció el ceño, y comenzó a ponerse de pie. —Sin embargo, Z dijo que te vigile por otra noche. De hecho, no quiere vernos a ninguno de nosotros hasta el próximo fin de semana. Ella se hundió en la silla de nuevo. —¿El Maestro Z?—dijo el nombre como si el propietario de Shadowlands fuera el propio Dios. Max sofocó una carcajada. Suponía que para los miembros sumisos, eso sería cierto. —Alastair le avisó que estabas herida. Sus grandes ojos marrones se abrieron como platos. —Oh noooo, se suponía que sería camarera anoche. No llamé para decir que no iría. ¿Cómo pude haberme olvidado? —Viéndose como si la hubieran azotado duramente, se dejó caer en la silla. Max frunció el ceño. ¿Había omitido ver una veta sádica en el Maestro de Shadowlands? Después de un segundo, preguntó con cautela: —¿Z te castigará físicamente? —Oh no, por supuesto que no. Es sólo que... ha hecho tanto por mí. Odio decepcionarlo. No estaba preocupada por ella, pero no podía soportar decepcionar a Z. He aquí una verdadera sumisa, una que quería servir más que la sirvan. Mmm. —¿Pero él dijo que tenías que alojarme otra noche? ¿Por qué? —Su pregunta salió casi en un gemido. Esta vez Max no pudo reprimir su risa. —Por dos razones, cariño. Uno: sigues moviéndote mal, y él no confía en que no abuses. Dos: cuando el personal de la sala de emergencias te preguntó si tenías a alguien que te ayudara, dijiste que no. Según Z, tienes toda una tripulación de amigas que dejarían todo para estar allí para ti. Tengo que decir, que si yo fuera una de tus amigas, me sentiría muy herida.

Las palabras de Max apuñalaron a Uzuri. Justo en el corazón. A pesar del dolor en el hombro, se abrazó para soportar el golpe inesperado. ¿Habría herido a sus amigas? Tragó saliva. —Yo estaba tratando de no ser una molestia. No era mi intención... herir sus sentimientos. Unas manos calientes se cerraron en sus hombros. Alastair se había acercado detrás de su silla. —Todo estará bien, Uzuri. No. No, no lo estaría. Las lágrimas le llenaron los ojos. La cara de Max se suavizó. —¿Por qué, cariño? ¿Por qué no las llamaste? Ella no podía hablar. Ni siquiera estaba segura de que responder. Vestido con una camiseta blanca y pantalones cortos de color caqui que revelaban sus piernas musculosas, Alastair se sentó a su lado y tomó su mano. —Conocía una servicial sumisa que estaba muy contenta de dar, pero se sentía culpable si ella necesitaba ayuda. ¿Añado a eso la imagen de mujer fuerte de color tan frecuente en este país? —Y una pequeña sumi acabó en una trampa. —Max frunció el ceño—. ¿Eso suena correcto, princesa? Uzuri asintió con la cabeza. Necesitar ayuda se sentía como un fracaso. Ella era fuerte. Sin embargo... todas sus amigas contaban las unas con las otras. Se llamaban mutuamente para pedir ayuda. Ella frunció el ceño. ¿Por qué no llamó a nadie entonces? La respuesta surgió, oscura y fea. Porque no merezco… —¿Merezco? —La mano de Alastair se apretó sobre la suya. OmiDios, había hablado en voz alta. Max se puso en cuclillas delante de Uzuri, tomó su otra mano y preguntó en voz alta: —Explícame, cariño. ¿No crees que mereces ser ayudada? Ella negó con la cabeza y luego se mordió el labio. Eso no estaba bien, ¿verdad? —¿Por qué? —Alastair frotó el pulgar contra el dorso de su mano—. ¿Tu madre creía que no eras merecedora? ¿Cómo podía sentirse atrapada entre los dos Doms y sin embargo... cuidada? —Mamá era maravillosa. Siempre estaba orgullosa de mí. Incluso me inscribió en

una escuela privada así tendría la mejor educación posible. —¿Tus amigas en la escuela, tal vez? —preguntó Max—. ¿Te hicieron sentir indigna de ayuda? —Una escuela privada puede ser cruel—alertó Alastair. Uzuri negó con la cabeza. Claro que unas cuantas mocosas malcriadas en su escuela católica privada no querían que la pobre chica negra estuviera en sus clases. Otras se habían convertido en sus amigas, y su grupo había sido el de las inteligentes y divertidas. Se habían ayudado unas a las otras en todo, incluso haciendo trucos en eh... Oh. —Los maestros. —Sus cejas se fruncieron. —¿Qué hicieron los maestros, Zuri? —preguntó Max. —Algunos de ellos no creían que debía estar allí. No contestaban mis preguntas o me ayudaban cuando no podía entender algo. Era como si yo no existiera. Como si no debiera existir. —Se dio cuenta de que sus manos se habían apretado en puños sobre las de los hombres y no se relajarían. —¿Porque no te veían nada más que como una chica negra? —preguntó Max. Ella parpadeó. El Dom era terriblemente brusco, ¿no? Max le dio a su primo una mirada divertida. —He vuelto a conmocionar a la pequeña sumi, ¿verdad? Cuando miró a Alastair para ver su reacción, su atención estaba en ella, no en Max. —¿Esa es la razón por la que no te aprobaban, Uzuri? —Tal vez. —Ella suspiró—. O porque no éramos ricos. Mi mamá era una secretaria y trabajaba en la escuela después de horas para pagar la matrícula. Seguramente eso parecía molestar a algunas personas. Una pequeña sonrisa ladeó las comisuras de los sensuales labios de Alastair. —Ah. Eso es más a la manera británica. Si estás en la clase baja, no importa si eres negro o blanco. Max bufó. —En ese caso, es bueno que hayas nacido con una cuchara de plata entre tus labios, primo. —Exacto. —Alastair estudió a Uzuri—. ¿Te sientes como si fueras menos digna de ayuda que todos los demás? —N-no. No si lo pienso. Sí, merezco ayuda. Soy inteligente. Y fuerte. —Ella frunció el ceño—. Trabajo duro y soy honesta y... y soy una buena persona.

Las arrugas del sol en el rabillo de los ojos de Max se acentuaron. —Bueno saberlo. Pero no es bueno que hayas sido tan rechazada cuando niña. —Probablemente de maneras dolorosas. —La expresión de Alastair contenía una comprensión a la que no estaba acostumbrada—. Tanto que ahora instintivamente evitas pedir ayuda. —Supongo que tendremos que trabajar en esa reacción, también. —Max apretó su mano y se levantó—. Voy a ver un poco de fútbol. Vamos si quieres ver a los Buffalos patear el culo a los Wildcat. Cuando Max desapareció en la casa, Uzuri se volvió hacia Alastair. —¿Q-qué quiso decir con trabajar en esa reacción? —Somos Doms, mascota. Eres una sumisa con un problema. ¿Qué piensas? Oh no. —Pero el Maestro Z te pidió que me ayudaras a aprender a estar cerca de hombres más grandes. Nada más. Sus labios se curvaron con una sonrisa. —No te preocupes, pequeña señorita. Somos bastante flexibles. —Alastair se dio un golpecito en la barbilla—. Mientras te consigo algo de comida, quiero que pienses en lo que hablamos y por qué necesitas ser capaz de pedir ayuda como las demás personas. En silencio, entró en la casa, dejándola sola en el patio. Con tarea. * * * * * Una hora más tarde, Alastair abrió la puerta y le sonrió a la mujer de Jake, Rainie. Con un vestido sin mangas azul intenso que mostraba sus coloridos tatuajes, la sumisa exuberantemente curvilínea le sonreía con alegría. —¿Estás listo para el nuevo miembro de tu familia? —Por supuesto. —Bajó la mirada para ver a un perro escondido detrás de ella. La forma en que el cachorro observaba con asustados ojos castaños oscuros le rompió el corazón. —Hunter es un poco tímido—dijo Rainie—. Creo que lo pasó mal después de que murió su dueño. —Entiendo. —Alastair le hizo señas de entrar—. Entra. —En realidad, tengo un gato histérico. —Rainie miró hacia atrás a la camioneta que conducía—. ¿Jessica dijo que Uzuri estaba aquí? —Sí.

—Ella conoce a Hunter y la rutina de adopción. Te guiará. —¿Por qué Uzuri sabría...? —Me tengo que ir. —Sin esperar a que terminara, Rainie metió la correa en la mano de Alastair junto con la carpeta que llevaba—. Regresaré tan pronto como consiga que la gata calicó se instale en su nuevo hogar. —Se apresuró a regresar a su vehículo y abrió la puerta de la camioneta. Alastair pudo oír a la gata chillando. No era de extrañar que Rainie estuviera apurada. —Bueno, Hunter. —Él miró hacia abajo. Primero debía conseguir que el perro entrara, entonces podrían hacer amigos—. Veamos si Uzuri te conoce. —Aunque eso parecía poco probable considerando su aversión por los animales. Las uñas del perro hacían clic en el suelo de roble mientras Alastair lo conducía hacia la parte trasera y al amplio patio cerrado con mamparas. Incluyendo la piscina, las mesas y sillas, y el estanque del jardín, el enorme patio dominaba el terreno ajardinado al suroeste. Aunque el cerco de la piscina, así como el del patio había implicado inmensas cantidades de mamparas, apreciaba la zona libre de insectos. Miró hacia el pequeño estanque a su derecha. La preciosa sumisa estaba acurrucada en un sillón a la sombra del roble perenne. —Uzuri, Rainie trajo a Hunter. —¿Rainie? —Se sentó derecha y vio a Hunter—. ¡Cachorrito! Con un ladrido agudo de alegría, el pointer arrancó de un tirón la correa de las manos de Alastair y se lanzó sobre el hormigón. Alastair miró con sorpresa cuando la auto proclamada “odio a los perros” se deslizó del sillón sobre el hormigón. A pesar de sus doloridos movimientos, todavía arrastró al perro a su regazo como si fuera un cachorrito como lo había llamado en lugar de uno de casi treinta kilos. Retorciéndose feliz, Hunter le cubrió la cara y el cuello con desesperados lametazos como quien dice, ¡Rainie me trajo aquí y me dejó con un desconocido! Alastair simplemente observó. ¿Odio a los perros, umm? Los respingos y muecas mostraban que Uzuri estaba sufriendo, pero su objetivo era reconfortar al animal. —Estás bien, Hunter. Estarás bien. Éste es un buen lugar, perrito. —Su voz era un murmullo bajo, de la misma manera que Alastair hablaba a los niños aterrorizados, y pasado un par de minutos, el perro estaba tranquilo y listo para echar un vistazo a su alrededor. Uzuri se mordió el labio y miró a Alastair.

—Por favor, no te enojes con él. Su dueño era viejo y vivía solo. Hunter tuvo mucho con lo que tratar en el último mes. —Entiendo. Para alguien que odiaba a las mascotas, parecía bastante cómoda abrazando a una. Sosteniendo al perro contra ella, revolvía su pelo corto. Dándoles un poco de espacio al perro y a la chica, Alastair agarró la carpeta, se sentó sobre el hormigón y se apoyó en un poste. Hunter y Uzuri se relajaron. Él sonrió cuando la nariz de Hunter se levantó en su dirección, examinando los olores ahora que no estaba aterrorizado. —Es un perro hermoso. —Alastair abrió la carpeta. Los formularios estaban marcados con asteriscos donde tenía que firmar, y una lapicera había sido metida en la carpeta por comodidad. Realmente bien organizado—. ¿Rainie dijo que conocías los papeles de adopción? —La ayudo de vez en cuando. —Uzuri frotó su mejilla contra la del perro, coleccionando unos cuantos lametazos más, y soltó una risita—. Me da una oportunidad para conseguir mi cachorrito y gatito juntos. —Ah. —Mientras sacaba los papeles, la estudió más de cerca. Los registros de miembros de Shadowlands se enfocaban en las preferencias de BDSM, agregando historias médicas y personales sólo cuando la información podría afectar el desarrollo de una escena. Aunque Z recibía más información de la obligatoria verificación de antecedentes, mantenía la mayor parte de eso confidencial—. ¿Qué haces exactamente en Brendall? —Soy compradora de moda. —¿En serio? No es de extrañar que te vistas bellísimamente. Su rostro se iluminó. —Gracias. Mientras examinaba los papeles, sonrió. Elegante no era la palabra que funcionaba hoy, ya que llevaba una enorme bata de Max y estaba sin maquillaje. A pesar de su arranque de furia con Rainie acerca de que no le gustaban los perros, no parecía preocupada sobre llenar de pelos su única prenda. Alastair firmó dos papeles sobre el cuidado del perro antes de que notara la nariz marrón de Hunter junto a su pierna. Un progreso. Firmó otro papel antes de extender su mano, con la palma hacia arriba. Hunter olisqueó los dedos, luego bajó la cabeza y la mirada. Alastair acarició su pelo corto, sufriendo una punzada de pérdida ante la familiar sensación. Incluso ahora, echaba de menos a Jeeves. La cola de Hunter comenzó a moverse.

—Eres un buen chico, ¿verdad? —murmuró Alastair. Los movimientos se aceleraron. Después de recolectar más caricias, el perro volvió a Uzuri y saltó a su regazo, ganando un suave “uuf” de dolor. Pensando en sus heridas, Alastair empezó a llamar a Hunter, pero los brazos de la pequeña sumi se cerraron alrededor del cachorro. Hunter le dio un sucio lametazo en la barbilla. Soltando una risita, Uzuri le besó la parte alta de la cabeza. —Bueno, mira lo que llegó. —La voz áspera de Max vino desde la puerta un segundo antes de asomarse. Él sonrió y se puso en cuclillas. —Hola, cachorro. Obviamente, sintiéndose más en casa, Hunter trotó para olfatear otro conjunto de dedos y recoger algunas palmaditas. En poco tiempo, estaba haciendo breves incursiones por el patio antes de regresar por aceptación y tranquilidad. Max lo observó. —Cuidadoso, ¿verdad? —Pero no tiene miedo de ser herido. Diría que su mundo se puso patas para arriba con la muerte de su dueño, y ahora es sabiamente prudente con ambientes y personas extrañas. —Alastair sonrió y le tendió la mano—. Hunter, ven. El perro regresó corriendo, moviendo la cola, obviamente esperando elogios y palmadas. Alastair le dio una buena rascada. —Eres un buen perro. Buen perro. Moviéndose con placer, el perro corrió hacia Uzuri para saltar de nuevo a su regazo y compartir su alegría. Riendo, ella lo abrazó, consiguiendo otra lamida. Alastair miró a Max, viendo la misma confusión. Uzuri había sido muy enfática en cómo se sentía sobre los animales, después de todo. Odio a las mascotas. Odio a los perros. Mean, lamen y... y me arruinan la ropa. Corresponderían algunas preguntas. Dejando a Max para hacer amistad con el perro, Alastair entró a la casa para recoger algunos snacks al estilo americano para la merienda, té dulce helado y sus galletas de jengibre favoritas. De regreso en el patio, dejó la bandeja sobre una mesa y miró a su alrededor.

Max había persuadido a Hunter a salir de la zona cerrada con mamparas para explorar el jardín trasero. Uzuri todavía estaba sentada en el cemento. Probablemente estaba teniendo problemas para ponerse de pie. Alastair se acercó y le tendió la mano. —Ven, amor. Yo te ayudaré a levantarte. Sorprendida, se encogió de miedo. Un segundo después, había recuperado el control y le había permitido que la pusiera de pie. Tomando la silla a su lado, Alastair sacó los vasos de té helado. —No estabas encogiéndote de miedo cuando hicimos una escena juntos. No hasta que estuvimos bien en la sesión. ¿Tienes más miedo de los hombres que el año pasado? Obviamente, atollándose, sorbió su bebida. Sus ojos finalmente se encontraron con los de él. Había oído hablar de ojos marrones derritiéndose, pero era la primera vez que pensaba que una descripción tan exagerada se aplicaría a alguien. Hermosa. —Lo estaba haciendo mejor. Hasta la primavera pasada. —Sus manos se apretaron en el cristal—. El año pasado... lamento que te acusara de quererme solo porque no soy blanca. —Diré que tu rechazo y tu ira, fueron una sorpresa. Dejando que Hunter rondara por el patio trasero, Max regresó silenciosamente. Con sus años en operaciones especiales, se movía más silencioso que un gato acechando una presa. Después de una mirada de interés a Alastair, se detuvo detrás de Uzuri, escuchando la conversación. Maldito sodomita. Su mirada de culpabilidad era tan adorable. —¿El Maestro Z... te hizo problemas? —No te preocupes, mascota. Z no tiene ningún problema con las preferencias. Después de todo, le gustan las mujeres con curvas, Cullen prefiere sumisas grandes y algunos Doms quieren personalidades tranquilas. Sin embargo, a Z le disgusta que un Dom tome decisiones por pereza. —Alastair le tomó la mano—. Tuve que estar de acuerdo con él. No obstante, tú eras bien consciente de que te pregunté porque te conocía y me gustaba quién eras. Con pesar, respiró hondo y lo miró a los ojos. —Lo siento. —Una disculpa no es suficiente. Me debes una escena, Uzuri. Se le cayó la mandíbula. No debería disfrutar de molestarla, pero... por Dios, lo disfrutaba. Detrás de ella, Max le lanzó una sonrisa. Sin decir palabra, regresó a la puerta del

patio y lanzó un estridente silbido a través de los dientes. Hunter llegó corriendo, hizo una pausa para parar las orejas y se dirigió directamente a Uzuri. Él puso una pata en su rodilla y jadeó en su cara como si reportara al jefe. Ella lo abrazó por el cuello. —¿Te lo has pasado bien, mi hombre? ¿Hiciste huir a todas esas malvadas ardillas del jardín? —Lo hizo. —Max se dejó caer en una silla a la derecha de Uzuri... y la acercó a ella. De nuevo, se tensó. Cuando Max se reclinó, obviamente no planeando saltarle encima, se relajó. Hunter todavía tenía la pata plantada en su muslo mientras ella le acariciaba la cabeza. Max asintió con la cabeza hacia el perro. —Entonces, cariño, ¿por qué le dijiste a Rainie que odias a los perros? Ella se congeló antes de empujar suavemente a Hunter. —No odio a los perros. Simplemente no quería un perro, y tenía que encontrar una buena excusa. Rainie puede ser insistente. Rainie era insistente. También era razonable, y Uzuri era bastante convincente. Su excusa entrada en pánico significaba que no había querido discutir la verdadera razón. Apostaba por algo que tenía que ver con su acosador. —¿Pasó algo con una mascota y el hombre que te molestó en el pasado? —Jarvis Kassab —gruñó Max, dándole el nombre. Su rostro palideció casi hasta ponerse gris. Después de un largo momento, habló casi inaudiblemente. —Lastimó a mi perrito. —Las lágrimas en sus suaves ojos marrones podían romper el corazón de un hombre—. Nunca pensé que lo haría —prosiguió con un suspiro—. Tuve que dar a Hugo a mi primo, tenía que sacarlo de Cincinnati para asegurarme de que estaría a salvo. Alastair recordó el día en que Jeeves se había roto una pierna; su corazón le dolía solo de recordarlo. ¿Cuánto peor sería tener a un ex lastimando deliberadamente a una mascota y sentirse culpable? Qué sangrientamente desamparada debió sentirse para tener que dar a su Hugo para mantenerlo a salvo. La habían considerado insensible. Por el contrario, ella sentía demasiado. Incapaz de contenerse, Alastair la arrancó de la silla y la acunó en su regazo. —Lo siento, amor.

Su primo soltó una carcajada. Sí, ver a un niño o a una mujer herida o asustada no era algo que Alastair hubiera podido ignorar. Su primer instinto era ofrecer refugio, como lo había hecho anoche. A este ritmo, Uzuri estaría seguido en su regazo. Él no tenía problemas con eso. Cuando su cuerpo curvilíneo, suave en todos los lugares correctos, se relajó lentamente contra él, su cólera se calmó. Ser capaz de dar consuelo de esta manera era... dulce. Satisfactorio. Llenaba una necesidad que no se había dado cuenta que tenía. Cuando ella apoyó la cabeza en su pecho, él apretó su agarre. Con un gemido suave, Hunter empujó su nariz por debajo del codo de ella. Ella se agachó para frotar su cabeza. —Está bien, perrito. Nada está mal. En realidad, algo estaba mal. Sintiéndose como un completo caso perdido, Alastair la observó consolar a Hunter. Era un idiota. La mujer había mentido a Rainie acerca de no gustarle los perros, y ni él ni Max lo habían pillado. Sí, se preocupaba por su apariencia; sin embargo, su ropa pasaba a segundo plano ante la necesidad de un perro de sentarse en su regazo. Había dejado a un lado sus propias preocupaciones y molestias para tranquilizar al animal. Tenía un corazón compasivo. Alastair había vivido lo suficiente para saber lo precioso que podía ser un regalo así. ¿Cuándo viene acompañado de una cara y un cuerpo hermoso, inteligencia, y sentido del humor? Asombroso. ¿Dónde estaba Max? Alastair arqueó una ceja hacia él. La mirada de Max sobre Uzuri era turbulenta, y Alastair no recibió ni un gesto de acuerdo, ni un movimiento de negación con la cabeza. Max aún no estaba listo para decidir. Aparentemente, su primo era tan tozudo como los novillos en el rancho Drago. Era justo que Max tuviera tiempo para pensar... sin embargo, uno o dos juiciosos codazos podrían ser aconsejados. ¿Para qué más eran los primos? * * * * * Después de una cena que Max y Alastair habían organizado, sin dejar que Uzuri ayudara con la cocina ni con la limpieza, ella había vuelto a salir. El sol se había puesto y diminutas luces alrededor del pequeño estanque del jardín brillaban en la creciente oscuridad. Del interior de la casa venía un estrépito de platos y el murmullo bajo de los Drago.

No ayudarlos parecía mal y la hacía sentir incómoda. Pero Alastair había sido inflexible en que usara ese tiempo para pensar en formas de superar sus problemas. Más tarde, Max y él planeaban discutir con ella sobre sus metas y objetivos. Había ocasiones en que el doctor Dom parecía uno de sus profesores universitarios. Sin embargo, es mejor que se planteara algunas metas y objetivos. Echó la cabeza hacia atrás, disfrutando de la suave brisa con olor a sal. Hillsborough Bay estaba a sólo una cuadra de distancia. Max planeaba correr con Hunter por Bayshore Boulevard en la mañana. En la ribera. Perro feliz. El pointer se había adaptado con más facilidad de lo que había previsto. No obstante, se había encontrado un “paquete” que contenía a dos machos dominantes para decirle qué hacer. Muy machos dominantes. En cierta época, habría renunciado a casi cualquier cosa por tener a uno de ellos para ella. Sin embargo, ahora no. Suspiró y se abrazó las rodillas. Involucrarse con un tío era peligroso. Después de todo, había pensado que Jarvis era maravilloso. ¿Cuánto podría equivocarse una mujer? Incluso peor que golpearla, Jarvis había lastimado a su mascota y a las personas que amaba. Había acosado y ahuyentado a sus amigos y a cualquier potencial novio. Lo había enviado a la cárcel, pero él todavía controlaba su vida de muchas maneras. Le daban miedo los hombres grandes. No tenía citas ni permitía que nadie se acercara demasiado. Ni siquiera les había contado a sus mejores amigas sobre su pasado. Vivía con miedo en la prisión creada por ella misma. ¿No estaría Jarvis encantado de cómo le había arruinado la vida? Sin embargo, él no era el único que la había influenciado negativamente Frunciendo el ceño, consideró lo que los Drago habían dicho, que no pedía ayuda por los “hábitos” que había desarrollado en la escuela. Porque algunos maestros la habían considerado indigna de ayuda. Como mamá se había alegrado tanto de que la admitieran, Uzuri nunca mencionó las pequeñas crueldades. Simplemente había luchado mucho para demostrar que encajaba bien allí. No creo que sea indigna. Yo no. Aparentemente algo dentro de ella lo creía. Sus labios se apretaron cuando la rabia ardió. Jarvis y esos profesores... ¿iba a dejar que ganaran? ¿Iba a dejar que rigieran su vida? No. Su carrera estaba en marcha, pero el resto de su vida era un desastre. Necesitaba

superar sus miedos y dejar de permitir que el pasado afectara su comportamiento. Si alguna vez quisiera un amante, un Dom, un marido, tenía que hacer las cosas como Dios manda. Primero: ella tenía que lograr estar cerca de hombres grandes. Un estremecimiento la recorrió. Más fácil decirlo que hacerlo. El tamaño importaba, y un hombre podía derrotarla fácilmente. Por otra parte, la Maestra Anne no era una mujer enorme, pero podía derribar a cualquier persona, hombre o mujer. Uzuri, sin embargo... Una niña de diez años probablemente podría patearle el trasero. También era su culpa. Perder una apuesta con Holt la había obligado a entrar en las clases de autodefensa de las Shadowmascotas, pero no había... exactamente... puesto el corazón en aprender nada. ¿Qué tan estúpido era eso? Tal vez debería practicar lo que Anne enseñaba en esas clases. Uzuri se puso de pie con las ideas danzando en su cabeza. Era hora de conseguir un cuaderno y hacer una lista. Su vida iba a cambiar. Lo haría. Cuando entró, Max encendía el lavavajillas. Alastair le sonrió. —Hemos decidido que esta noche es noche de tequila. ¿Cómo te sientes? —Bastante bien. —Sacudió la cabeza con cautela, luego con más vigor—. Mi dolor de cabeza se ha ido, y el alcohol ayudaría a las otras zonas de dolor. —De hecho, ella estaba totalmente lista para tomar una copa. Max sacó una botella de Casa Dragones del armario. —¿Prefieres sorber tu tequila? Qué asco. O como diría Sally “me da nauseas”. —No, gracias. —Ella vaciló, y luego ofreció—. Hago buenas margaritas de fresas si te gustan. Max sacó una licuadora. —Bebo mi tequila solo, pero el Doc lo prefiere mezclado. Ponte a trabajar, cariño. Una noche bebiendo con dos Doms. Había querido acostumbrarse a estar con hombres; seguramente no había planeado poner la decisión en práctica de inmediato. Realmente iba a necesitar esa bebida. Con la barbilla levantada, cruzó la cocina. Repantigado en el sofá, con una pierna hacia arriba y la otra en el suelo, Max estaba tan cómodo como un hombre podría estar. Apoyó el vaso vacío, su cuarto trago, en la mesa y mordió en una rebanada de limón. Estaba disfrutando del alcohol enturbiando su mente, a pesar de que se arrepentiría por la mañana, por lo que sus excesos eran muy

pocos y a grandes intervalos. Hunter estaba dormido a los pies de Alastair. Cruzando la habitación, Uzuri sirvió más del margarita de fresa para Alastair antes de rellenar su propio vaso. Alastair todavía parecía sobrio, Uzuri menos. Max sonrió ante lo mucho que ella se había relajado. Después de verla con Grant y Connor, había pensado que sería una divertida compañera de bebida. Era mucho más que eso. Nunca había conocido a alguien tan divertido y educado al mismo tiempo. Sí, era una lástima que él y Alastair planearan destruir su equilibrio ahora. Mientras limpiaban la cocina, habían discutido su responsabilidad para con esta pequeña sumisa y se dieron cuenta de que no tenían mucho tiempo para trabajar. En este momento, sus defensas habían caído. Mientras ella se dirigía a su silla, Max miró a Alastair y levantó una ceja. Su primo asintió con la cabeza. Se acabó el tiempo, cariño. Cuando Uzuri pasó junto al sofá, Max agarró su muñeca. Se congeló durante un segundo antes de relajarse. Mejorando. Bien. —Has pasado algún tiempo pensando hoy, cariño. —Tumbándose desgarbadamente, la espalda apoyada contra el apoyabrazos del sofá, la tiró hacia abajo para sentarla sobre su vientre. Con suerte, si ella estaba encima…para hablar... no estaría demasiado aterrorizada. Y si lo suficientemente cerca como para poder tocarla y evaluar sus reacciones—. ¿Has llegado a conclusiones interesantes? Estaba tan tiesa como un ratón acorralado, sosteniendo su vaso con la mano izquierda. Inspirando lentamente, asintió. —A algunas. Sí. Él tomó su mano derecha, complacido de sentir sólo un ligero temblor. —La respuesta correcta es “sí, Señor”. —La corrección de Alastair le hizo saber que estaban procediendo como Doms, no como amigos. Su voz se hizo aún más suave. —Sí, Señor. Alastair tomó un lento trago de su margarita, eliminando la tensión. —Excelente. Comparte con nosotros. Si fuera posible, se puso aún más rígida. Su lenguaje corporal era tan revelador como un grito. Max se mordió la mejilla para mantener la risa fuera de su voz.

—En algún momento de hoy, princesa. Ella tiró de su labio inferior antes de encontrar su coraje, coraje que él ya no dudaba que poseía, y se encontró con la mirada de Alastair. —Me di cuenta de lo mucho que mi pasado ha afectado mi vida. Cómo he dejado que mis malas experiencias y mis miedos me metan en una jaula. —Bien. ¿Qué vas a hacer al respecto? Ella bufó. —Venía a buscar papel para hacer una lista cuando fui secuestrada para beber. Max apretó los dedos. —Te ayudaremos a intercambiar ideas. Y Alastair nunca se olvida de nada, aunque tenga unos cuantos tragos. —¿Nunca?— Ella miró a Alastair con expresión preocupada—. Para estudiar, una memoria perfecta sería genial. Para las vivencias... oí que te ofreciste como médico en algunos lugares malos. No me digas. Max sabía que Alastair tenía tantas feas pesadillas como él. La única diferencia era que Max había empuñado un arma. Y matado. Sin embargo, las consecuencias de una batalla eran feas, no importa lo que un hombre hubiera hecho. Max estaba agradecido de que el tiempo estuviera borrando sus vivencias más feas. Los recuerdos de Alastair estaban, sin duda, mucho más presentes. —Esa es una de las razones por las que mi voluntariado en zonas de guerra ha terminado. Las razones por las que hice cambios en mi vida. —Alastair movió los hombros como si estuviera quitándose de encima el pasado—. ¿Cuáles son los cambios que estás planeando? La pequeña sumisa lucía como si hubiera abrazado a Alastair si hubiera estado de pie. Compasiva, estupendo. Después de un segundo, tomó un sorbo de su bebida. —Voy a hablar con mis amigas, les haré saber sobre Jarvis y la escuela, y trataré de explicar por qué nunca les conté antes. —Sus ojos se humedecieron—. No obstante, no estoy segura de cómo hacerlo, porque van a sentirse lastimadas porque no lo compartí y las excluí. —Duele ser excluido —dijo Alastair suavemente. Su mirada se encontró con la de Max. Mostrando el dolor. Oh. Mierda. Max cerró los ojos. Sí, había sido un idiota. Dejando ir la mano de Uzuri, se retorció lo suficiente como para servirse otro vasito y bebérselo de un trago. Necesitaría el

estímulo alcohólico porque no saldría de la habitación antes de descargar sobre Alastair. Y Uzuri también, ya que en realidad tenían algo en común. Su asentimiento le dijo a Alastair que había ganado. El asentimiento de Alastair dijo que lo sabía. Capullo. Max se aclaró la garganta. —Buen comienzo, Zuri. Su mirada había seguido la silenciosa interacción, pero a diferencia de la gran mayoría de la gente, la dejó pasar. Esa cortesía de ella tenía muchas cosas a su favor. Max continuó. —Podrías haber hecho las cosas mucho mejor en Cincinnati si hubieras tenido gente allí para apoyarte. ¿Qué más planeas? —Me asustan los hombres grandes, y a veces sólo estoy asustada. Como si estuviera... paranoica por las cosas. Necesito trabajar más duro para superar todo eso, sólo que no estoy segura de cómo. Eso sonaba como algo con lo que podía ayudar. —¿Has pensado en tomar clases de autodefensa? Sus hombros se encorvaron ligeramente. —Ya lo hago, con las Shadowmascotas. Andrea y Anne nos enseñan. Max frunció el ceño. —¿Son todas mujeres en la clase? —Ummumm. Es agradable con sólo mujeres, y yo no soy a la única que... —Su voz se apagó. ¿Qué había sido atacada por algún bastardo? Sí, Dan lo había puesto al tanto sobre la subasta de esclavas que había puesto la mira en los clubes de BDSM. Una clase de todas las mujeres sería más fácil para las supervivientes; sin embargo, la comodidad no era el punto de las clases de autodefensa. Necesitaban aprender a luchar contra atacantes del tamaño de un hombre, a pesar de sus miedos. —El solo hecho de estar cerca de hombres más grandes ayudará, mascota—señaló Alastair—. Ya has mejorado estando alrededor de nosotros. —¿Mejoré? —Después de pensar un segundo o dos, se iluminó—. Tienes razón. Lo hice. Maldita sea, era linda. —Compartir con tus amigas debería ayudar a poner las cosas en perspectiva. —Max respingó. Primero los hombres, Drago—. Veamos si funciona. —Miró directamente a su

primo—. Es hora de contarte lo que sucedió en Seattle. Alastair dejó su bebida, estiró las piernas y se dispuso a escuchar. Silenciosamente y sin ideas preconcebidas. Una de las mejores cualidades de su primo. Max miró a Uzuri. —Hace un año, trabajaba en el Departamento de Policía de Seattle. La razón por la que me mudé es... —Mientras recordaba el asco en que se había convertido su vida, su mandíbula se tensó hasta que sintió como si sus dientes fueran a romperse. La voz de Alastair irrumpió en sus pensamientos. —Uzuri, si lo hicieras, creo que Max podría usar a alguien para aferrarse. Aún apoyada sobre su vientre, ella bajó la mirada hacia él, y sus ojos se llenaron de compasión. Para su sorpresa, dejó el vaso en el suelo y se tumbó encima de él. Él no se movió. Apoyando la cabeza sobre su hombro, se derritió contra él, dándose a sí misma, el más hermoso de los regalos de una sumisa. Era suave, curvilínea y cariñosa. Sus brazos la rodearon lentamente, con cuidado para evitar que se sintiera atrapada. Cuando se acurrucó contra él, aspiró la fragancia de lavandas y rosas del jabón del baño de invitados. Agradable. No le importaría abrazarla durante un año o dos. Alastair carraspeó. —La razón por la que me mudé… La historia. Correcto. —Una noche, di apoyó a unos agentes en un caso de violencia doméstica. El abusador era rico. Poderoso. Bastante más viejo que la mujer, que era de unos treinta años y también rica. Él le daba una buena paliza de vez en cuando, ya que se habían casado un par de meses antes. Después de ser encarcelado, la familia de ella se congregó a su alrededor, pero por alguna razón, ella se pegó a mí. Traté de apoyarla. Imaginando que necesitaba el estímulo extra para declarar como testigo. Hay que tener valor para hacer frente a un abusador en la corte. Sintió el pequeño movimiento cuando Uzuri asintió. Sí, ella lo sabía. Max le acarició la espalda, deseando haber estado allí para ayudar cuando se enfrentó contra su abusador. —El marido fue condenado a prisión. Ella obtuvo el divorcio. Todo terminado. O eso creí. Pero, cuando le deseé lo mejor después del juicio, tuvo un ataque. Llorando, dijo que no podía vivir sin mí. Alastair frunció el ceño.

—¿Una mujer? Esto no es lo que me había imaginado que salió mal. Max casi sonrió. Su primo probablemente había imaginado que Max había estado en un tiroteo o algo por el estilo. Todavía con el ceño fruncido, Alastair se cruzó de brazos. —No puedo concebir que una mujer pegajosa te obligara a irte de Seattle. —¿Quién diría? —dijo Max da la ligera—. El problema era que sin importar cuán a menudo le dijera que no tenía intención de salir jamás con ella, su comportamiento posesivo iba en escalada. Si salía con alguien, aparecía y causaba una escena. Cuando la ignoré, insistió en que alguien la acechaba e hizo llamadas telefónicas a la estación de policía, incluso al 911, rogando por mí para protegerla. Usó la influencia de su familia para tratar de que me designaran como su guardaespaldas. —¿Le creíste?—preguntó Alastair. —Ella nos mostró una media docena de notas amenazantes. Maldito si supe cuál era la táctica correcta allí. Uzuri alzó la cabeza. —Eres un policía. Sabías que probablemente estaba inventando todo para conseguirte, pero si existía una posibilidad de que realmente estuviera en peligro, no podrías ignorarlo. ¿Verdad? Los brazos de Max se apretaron con fuerza. Uzuri realmente no lo conocía, y ya lo entendía. —Sí. Alastair inclinó la cabeza. —¿Investigaste? ¿Lo que significaba estar cerca de ella otra vez? —Sí. Ella mintió y le dijo a mi teniente que habíamos intimado, por lo que él estaba furioso conmigo. Me dijo que era mi lío para limpiar y me mandó una investigación. — Max sintió que su mandíbula se apretaba. Joder, se había sentido traicionado. Había trabajado allí durante años y sólo sus amigos más cercanos en la estación le habían creído. —¿Qué pasó?—preguntó Alastair. —Las notas amenazantes siempre eran dejadas sobre la almohada del dormitorio. Sin decirle nada a ella, puse una cámara allí. La grabación la mostró escribiéndose las notas. —A pesar de que el teniente se había visto obligado a tragarse las palabras, la mayor parte de la estación todavía creía que había hecho algo para alentarla. Uzuri presionó su mano contra su pecho en un gesto sorprendentemente reconfortante.

—¿No se detuvo cuando todo el mundo supo que estaba mintiendo? —Se sentía justificada. Consideraba que era la única manera de que pudiera conseguir mi atención y hacerme entender que deberíamos estar juntos. Ella volvió a presionar. —Nunca pensé en los hombres siendo acosados—susurró Uzuri, casi para sí misma. Una mano pequeña le palmeó el hombro, como para consolarlo. Tanta dulzura. Max besó la parte superior de su cabeza. —Cuando Alastair se estableció aquí en Tampa y me ofreció unirme a él, parecía el momento adecuado. —Seattle ya no se sentía como su casa. Y había extrañado a su primo. Su hermano de sangre. La sombría expresión de Alastair desapareció con su blanca sonrisa. —En tal caso, tal vez le escribiré una carta de agradecimiento. —Supongo que hay beneficios en ser ahuyentado del noroeste. —Max apretó el cuerpo caliente encima de él—. Conseguí a una dulce sumisa con la que acurrucarme. El cuerpo curvilíneo se puso rígido, y él sonrió antes de susurrar: —Se te olvidó por completo mi tamaño, ¿verdad? Un pequeño gruñido salió de ella. —Ahora lo recuerdo. —Ella trató de incorporarse. Él no aflojó su agarre y profundizó su voz para ordenar: —No te muevas, cariño. Maldita sea si no se relajó, aunque le tomó un par de segundos volver a apoyar la cabeza. Pero lo hizo. ¿Cuán atractiva podría ser una mujer? A él no se le olvidaría que había apartado sus temores para consolarlo. Y ella amaba a los perros. Alastair levantó una ceja. ¿Y bien? Después de una mirada a Uzuri, Max sacudió ligeramente la cabeza. Explorar, sí. Sin promesas. A pesar del resoplido para expresar su opinión acerca de la cautela de Max, Alastair levantó la copa estando de acuerdo y se levantó. Se detuvo al lado del sofá, pasó el dorso de sus dedos sobre la mejilla de Uzuri y le brindó a Max una ligera sonrisa.

—Tengo rondas bien temprano en el hospital mañana, así que me voy a acostar. —Buenas noches, primo—dijo Max. —Buenas noches— dijo Uzuri. Cuando ella comenzó a sentarse, Max apretó sus brazos alrededor de ella. Alastair hizo un gesto a Hunter, y los dos salieron. Alastair tenía a Hunter; Max tenía a Uzuri. Buen negocio. Max pasó las manos arriba y abajo de su espalda. Recordaba su figura de jugar con ella en el Shadowlands. Cuello delgado. Hombros fuertes. Cintura suave ensanchándose en curvilíneas caderas. Incapaz de resistirse, extendió una mano sobre su culo bellamente redondeado y la sintió temblar. Su polla se endureció. Exigiendo. Lástima. Esta noche, su polla tendría que sufrir. Por supuesto que Zuri había disfrutado de las atenciones íntimas de Max durante el juego del apagón en el Shadowlands, y lo conocía bastante bien. Diablos, probablemente la conocía mejor que muchas de sus amigas. Sin embargo, ninguno de ellos estaba sobrio, y había sido una noche emocional. Este no era el momento para complicar las cosas con el sexo, especialmente cuando ella era tan jodidamente vulnerable. De acuerdo. La agarró por los hombros y la levantó para que ella pudiera ver su cara y él observar la de ella. —Voy a besarte, princesa—murmuró—. Y luego nos dirigimos a nuestras respectivas camas. A pesar de sus labios tenían el rastro de un puchero, su cuerpo se relajó un poco. Ella lo quería y sin embargo no lo quería. Sí, ésta era la decisión correcta. La incorporó más sobre su cuerpo, disfrutando de la sensación de sus senos llenos y firmes contra el pecho, y luego puso una mano en la nuca y la guió hacia sus labios. Al igual que en el Shadowlands, ella tenía una boca generosa con labios suaves y dispuestos. El escalofrío que la recorrió ahora no era de miedo. Mucho antes de que quisiera claudicar, mierda quería enterrarse dentro de ella, interrumpió el abrazo y la ayudó a ponerse en pie. Por la manera en que se movía, estaba bastante magullada. —Vamos, cariño. —Colocó un brazo alrededor de ella y la guió por las escaleras, dándole otro beso antes de meterla en el dormitorio. Sola. Era un puto santo.

CAPÍTULO 10 El martes, Max seguía a la detective Edith Umbers en la sección de ropa femenina de Brendall. Cuando él le preguntó si podía acompañarla mientras investigaba el choque y la huida, la delgada detective de cabellos grises, de Nueva Inglaterra simplemente había dicho: —No hay problema. Brendall era un importante almacén regional de alta gama, la versión de Tampa de Nordstrom. Max siguió al detective a través de un mostrador de perfumes donde exóticas fragancias flotaban en el aire. La sección de la ropa interior fue la siguiente, y le llamó la atención un maniquí usando un negligé rosado. ¿No se vería fabuloso en Zuri? Por desgracia, eso lo llevó a preguntarse si ella ya poseía ropa de dormir sexy... y lo que normalmente usaba en la cama... y en cuanta diversión tendría despojándola de cualquier cosa que llevara puesta. Incluso sería divertido quitarle pantalones de gimnasia y una camiseta. Yyyyy este no era el momento para imaginar situaciones. Aunque le gustaría ver cómo reaccionaría si Alastair se les uniera y... Contrólate, Drago. Una lástima que ella se hubiera ido a casa el domingo. Maldita sea, sólo había estado con ellos dos noches, y él ya añoraba verla en su casa. Considerando que no estaba seguro de querer algo más serio que breves escenas en el Shadowlands, estaba siendo un idiota. Pero era por eso que Alastair estaba tomando la delantera con la pequeña sumisa. Entonces se habían enterado de lo que sucedió. Sin embargo, no pudo evitar buscarla en la tienda, aunque probablemente aún no había regresado a trabajar. Recuperando la compostura, se unió a la detective en la oficina de la gerente del departamento. Después de enterarse del neumático pinchado, del choque y la posterior huida, la gerente les informó sobre la animosidad de Carole Fuller hacia Uzuri y el motivo. Al parecer, Carole Fuller y una amiga habían salido juntas esa noche. Max se apoyó contra la pared. Sin un cadáver, el homicidio no era complejo. No podía evitar pensar que Uzuri bien podría haber muerto en ese estacionamiento... y acabado siendo uno de sus casos de asesinato. La idea era tan atroz, que tenía ganas de atravesar la pared de un puñetazo. La gerente lo miró y retrocedió un paso. —Voy a buscar a Carole y a Retta Jean. —Ella salió casi corriendo de la habitación.

Edith soltó una carcajada. —Drago, si aterrorizas a los sospechosos, no voy a sacar una palabra de ellos. Relájate. —Lo siento. —Obligó a sus músculos a relajarse... pero no iba a sonreír—. ¿Qué tal si yo juego al policía silencioso y malo? —Diría que tienes ese papel. —Se volvió cuando la gerente escoltó a dos mujeres a la oficina y el pequeño espacio se abarrotó. Ella hizo un gesto a la corpulenta mujer cuyo cabello rubio quebradizo estaba peinado recogido. —Ésta es Carole Fuller. —La otra sospechosa, una morena de cuarenta años, tenía la expresión irritada de un bulldog disgustado—. Y ésta es Retta Jean Potter. Edith mostró su placa de identidad. —Señoras, soy la detective Umbers. Ambas mujeres dieron un paso atrás y se pusieron pálidas. Seh, culpables. Ignorando las nerviosas miradas a Max, Edith continuó. —Tengo algunas preguntas sobre la noche del viernes último. ¿Por qué no me contáis lo que hicieron al salir del estacionamiento? El bulldog miró a Carole. —Na-nada. No hicimos nada. Sólo nos fuimos. —¿No chocasteis vuestro coche contra Uzuri Cheval y luego os largasteis? —Edith les dirigió una mirada fría—. Eso, como mínimo es, chocar y huir. Posiblemente un intento de asesinato. —¿Qué? —jadeó Carole con la mano en el pecho—. Nunca... sólo le… —Su boca se cerró bruscamente. —Cortaron el vástago de la válvula y desinflaron su neumático. ¿Es correcto?— preguntó Edith cortésmente. Carole no habló. Momento para el policía malo. Max se enderezó, cruzó los brazos sobre el pecho y entrecerró los ojos. Bajo la silenciosa intimidación, la tímida Retta Jean palideció. La morena tragó saliva. —Le di a Carole mis tijeras y ella cortó la válvula.

Cuando Carole la miró furiosa, la bulldog le frunció el ceño. —Sabía que no debíamos hacer una cosa tan estúpida. ¿Qué es esto, la escuela secundaria? —Su mirada se dirigió a Max antes de hablar con Edith—. Eso es todo lo que hicimos. Las dos salimos del aparcamiento al mismo tiempo. No vi a la señorita Cheval. —¿A qué hora fue? ¿Y os fuisteis directamente a casa después de eso? —preguntó la detective Umbers a Carole. Carole dejó caer los hombros. —Alrededor de las siete o siete y media. —Ella sabía que estaba atrapada—. Comimos en el buffet calle abajo. Después de eso, cuidé a mi nieto mientras mi hija salía de cita. —Yo, eh, fui a casa. —La bulldog se ruborizó—. Mi padre vive conmigo. Puede deciros que estaba allí. La familia decía cualquier cosa para evitar que un ser querido tuviera problemas, pero Max no escuchaba mentiras. Habían vandalizado el auto de Uzuri, pero no habían sido ellas las que la habían atropellado. La pregunta era... ¿el choque y la huida habían sido un accidente o algo más premeditado?

CAPÍTULO 11 Uzuri se paró en la puerta del armario y se quedó mirando sus ropas dispuestas por el color. Ella tenía de todo, montones de lo que sea para cada ocasión, así que ¿por qué estaba angustiada sobre qué ponerse para una cita de viernes por la noche? Bueno, obvio. Porque la cita era con Alastair. La había llamado a mitad de semana y la había invitado a cenar esta noche. Normalmente, iría al Shadowlands, pero el Maestro Z le había dicho que no se presentara hasta que se moviera con facilidad. Se sentía bastante bien. Después de todo, había pasado una semana completa desde que fue dejada fuera de combate por ese coche. Sin embargo, todavía tenía una leve cojera, suficiente para que el exigente Maestro la enviara a casa. Así que en vez de ir al Shadowlands esta noche, tenía una cita. Con un hombre. Un Dom. Era el primer objetivo en su lista de maneras de salir de su prisión auto-impuesta y paranoica. Vamos, chica. Entonces ... ¿qué diablos iba a ponerse? Mientras esperaba que la inspiración la golpeara, diminutas mariposas de anticipación bailaban en su barriga. Tenía una cita con Alastair. Y el sábado pasado, había besado a Max. Oh, más que eso, se había besuqueado con él. Si él no se hubiera detenido, habrían tenido sexo allí mismo en el cuarto de la TV. Se puso una mano sobre el bajo vientre, recordando cuánto había querido continuar y lo completamente excitada que había estado, como cada hormona largamente reprimida en su cuerpo había inundado su sistema. Sus manos habían sido duras. Firmes. Había poseído su boca de una manera que hizo que todo dentro de ella se derritiera. Había soñado con él... y con Alastair. Los dos. Eso parecía estar equivocado. Esta noche saldría con Alastair. Oh, ese hombre la aterrorizaba, aunque había suspirado por él desde la primera vez que lo vio. De hecho, había suspirado de deseo por él tan obviamente que el Maestro Sam se había dado cuenta y había dispuesto que Alastair hiciera una escena con ella. Sólo que había arruinado toda la escena entrando en pánico. Pero esta noche, Alastair sabía todo acerca de sus miedos... y tenía la intención de lidiar con ellos. Las mariposas en su barriga crecieron a tamaño Godzilla.

Sonó el móvil y ella lo rescató del tocador. Alastair mostraba la pantalla. —Hola, Señor. Um, Alastair. —Esta era una cita. ¿Cómo se suponía que iba a llamarlo? Su risita fue tan profunda y perfecta que escalofríos se precipitaron por la piel. —Algún día, hablaremos sobre términos de tratamiento. Por ahora... Por ahora. —Su tono era… de advertencia. Severo. —¿Pasa algo? Hizo una pausa, como si estuviera sorprendido. —Sí, y no, mascota. Hoy tuve la clase de día que me haría una mala compañía, y me temo que no puedo tolerar una multitud esta noche. ¿Podemos reprogramar para mañana? Aunque la decepción surgió, su preocupación por Alastair se elevó por encima de ésta. Nunca lo había oído sonar tan... infeliz. Sea lo que sea que hubiera sucedido, ella sabía, tenía la certeza, que no debía quedarse solo. Vacilando, se mordió el labio. Se suponía que estaba aprendiendo a ser valiente. ¿Por qué tenía que ser tan aterrador? Con un esfuerzo, agarró el móvil y logró que el tono de su voz fuera muy firme. —Podemos cambiar los planes, sí, pero no para mañana. Ven aquí y te prepararé la cena. El silencio en el teléfono fue aterrador, pero él no le gritó. Sus dedos se relajaron ligeramente. Finalmente, él contestó: —¿Vas a cocinar? ¿Para mí? Sus labios se curvaron. —Sí, Señor. Para ti. Aquí. —Si él estaba renuente, ella no debería darle ninguna opción—. Te espero a las siete. Silencio de nuevo. Luego... —De acuerdo. Mientras oprimía la tecla FIN, sus entrañas se sentían tan llenas de espuma como una bahía agitada por la tormenta. Con renovada expectativa, se volvió hacia el armario. Entonces... ¿qué debería usar para una tranquila cita de noche de viernes? * * * * * Alastair llamó a la puerta del dúplex de Uzuri, preguntándose cómo había

terminado aceptando no cancelar la cita. Para una sumisa tan educada, tenía unas suaves formas de manipulación. Ella abrió la puerta, una vista dulce en una blusa azul marino y unos pantalones capri color kakis. Incluso su cabello largo hasta los hombros parecía casual, peinado en una coleta a un lado. Ella le dedicó una larga mirada de evaluación. —Te ves terrible. —Así no es como me saludan mis compañeras de cita usualmente. —Trató de sonreír—. Lo siento por esta noche. —Debería haberse quedado en casa y no haberla sometido a su tristeza. —Oh, Alastair —lo agarró de la mano, lo introdujo, cerró la puerta y lo abrazó. Sorprendido, se quedó un segundo antes de apretarla más contra él. Era todas curvas femeninas y temblores, y estaba cálidamente viva. No se había dado cuenta, pero necesitaba ese abrazo más de lo que podía decir. Sin hablar, ella simplemente se apoyó en él y lo sostuvo. Desde adentro, podía escuchar la música de Libera, sus voces claras fluyendo en una altísima oda. A la larga, logró dejarla ir. —Gracias cariño. Lo necesitaba. —Él se inclinó para besarla en la frente. —Ven. —Con sorprendente audacia para esta pequeña sumisa, tomó su mano y lo llevó a su pequeña sala de estar. Las típicas paredes blancas y la alfombra beige neutra de una vivienda de alquiler servían como telón de fondo a un sofá verde oscuro, sillas tapizadas verdes y azules y una mezcla aleatoria de almohadones brillantemente coloridos. Dos vasos de vino estaban sobre la mesita de café. El aroma del aceite de oliva y el ajo salían de la cocina. En una pared, las fotografías enmarcadas de desfiles de moda estaban colgadas en una disposición asimétrica, pero equilibrada sobre un estante colgante sosteniendo... Inclinó su cabeza. ¿Muñecas Barbie? Absolutamente. En ropa de diseñador, las muñecas estaban puestas en fila como los modelos fotografiados en la pared. —¿Qué son? Ella siguió su mirada. —Oh, a veces uso las muñecas para mostrar a las vendedoras cómo armar un equipo completo. Aunque la computadora sea más fácil, a algunas personas les gusta jugar con las manos y vestir a las muñecas funciona mejor para ellas. Al final de la estantería había una muñeca que se parecía mucho a Andrea. Llevaba un vestido de novia y se paraba junto a un muñeco más grande y masculino, usando un

esmoquin. Bien afeitado, cabello castaño enmarañado, ojos verdes… parecido a Cullen. La muñeca sostenía un flogger detrás de su espalda. Alastair soltó un bufido. —¿Es para el pastel de bodas? Uzuri se echó a reír. —¿Puedes imaginarte la reacción de su abuela? No, no, no. Es un pequeño regalo de boda… un regalo privado. —Eres muy buena en esto, mascota. ¿Lo has estado haciendo desde hace mucho tiempo? Ella se animó ante el cumplido. —Cuando era pequeña, cosía ropa para mis Barbies. Dado que nunca se parecían a mis amigos afroamericanos o a mí, los pintaba y arreglaba su cabello, también. Como mi mamá estaba orgullosa de ser una criolla de Luisiana, mayormente haitiana, aprendí a hacer ropa étnica. Criollo. ¿De Louisiana? Él frunció el ceño. —Pensé que eras de Cincinnati. —Papá y mamá vivían en Nueva Orleáns hasta que fue destacado en Ohio. Estaba en la Fuerza Aérea. —La tristeza le ensombreció el rostro—. Murió en algún accidente de entrenamiento antes de que yo realmente lo conociera. —Lo siento, amor. —Para borrar el dolor de sus ojos, Alastair señaló una muñeca que se parecía a Michael Jackson y alzó las cejas. Uzuri se rió. —Una parte de mis matrículas de la universidad provinieron de vender muñecas de celebridades únicas en su género en eBay. Interesante. Tenía una riqueza de talento creativo, ¿verdad? Y positivamente brillaba al hablar de su pasatiempo. —¿Debería preguntar si otros Maestros de Shadowlands tienen muñecos? —No te atrevas a decirle a Sam. No te atrevas. —Ella dio un paso atrás. —Shhh. —Él tomó su mejilla y vio sus pupilas dilatarse ante su toque—. Tus secretos, todos tus secretos, están a salvo conmigo, Uzuri. Sus labios se separaron. Incapaz de resistirse, se inclinó y tomó su boca, contentándose con un beso suave y demasiado breve. Cuando la soltó, ella clavó los ojos en él y respiró hondo. Después de un momento, volvió a tomar su mano y lo empujó para sentarse a su lado en el sofá.

Valiente pequeña sumisa. Agarró un vaso y se lo entregó. —No sabía qué tipo de vino te gustaba, pero comeremos pasta, así que escogí un Chianti. Bebió un sorbo, sonrió y bebió otro. —Muy agradable. —Alastair... Um, Señor. —Ella hizo un sonido frustrado—. ¿Cómo se supone que debo llamarte? —Ah. —Su pregunta era típica. Los sumisos siempre querían complacer a un Dominante haciendo todo bien—. Max y yo somos acomodaticios sobre cómo dirigirse a nosotros. Preferimos un Señor cuando estamos en una escena. Ella frunció el ceño. —¿No Maestro? ¿O Maestro Alastair? Él le tocó la mejilla. —El título tiene feas asociaciones para algunos. Aunque me alegra que me concedieran el rango en Shadowlands, y no me molesta que me llamen Maestro, no me gusta mucho. —Sonrió, recordando la cara de Max cuando Z lo llamó Maestro Maximillian—. Max prefiere Señor. Uzuri asintió y luego frunció la frente de nuevo. Pasó un dedo sobre la perfecta y elegante curva de sus cejas. —¿Otra pregunta? —Una cita no es una escena. ¿O… lo es? Tantas preocupaciones. Ella verdaderamente atraía su corazón. —Sabrás cuando estemos en una escena. —Él sonrió levemente—. Además, como soy un dominante sexual, quiero un trato respetuoso durante esos momentos también. —Oh. Él le acarició la mejilla y notó el aumento de calor por su rubor. —En la vida cotidiana, si te sientes en estado de sumisión, nunca me opongo a ser llamado Señor. Su preocupada expresión se disipó al asimilarlo. De hecho, parecía complacida. Sí, estaban en sintonía. Ella agarró el vaso y bebió un poco de vino. Recostándose, estiró las piernas e hizo lo mismo.

Después de un minuto más o menos, se volvió hacia él. —¿Puedes contarme lo que sucedió hoy para ponerte tan... —inclinó la cabeza— triste? Compasión. Verla en sus ojos era como tropezar con un río vivificante en el desierto. Y él estaba muerto de sed. Sin embargo, hablar de los aspectos trágicos de su profesión no era algo que hacía normalmente. A lo largo de los años, había aprendido a absorber las pérdidas, ocultar el dolor y seguir adelante con la vida. El problema era que, cuanto más tiempo era médico, más difícil era enterrarlo todo. En lugar de ser el bosque tranquilo de la juventud, su mente se había convertido en un cementerio, lleno de tumbas que marcaban el dolor, la ira y la frustración. —Nada digno de mención, mascota. Una pequeña mano morena se posó sobre la suya. —Cuéntame, Señor. Por favor. —La demanda más respetuosa con la que se había topado. Él suspiró. —Uzuri, no es algo que quieras saber. Sólo te lastimaría. Para su sorpresa, levantó la barbilla. —Quizás. De todos modos... también duele ser excluido. Esas fueron sus propias palabras lanzadas hacia él. La estudió. La había visto apartar sus miedos para ayudar a Max. Y ahora a él. Era más fuerte de lo que se había imaginado. Él volvió su mano y cerró los dedos alrededor de los suyos. —Soy pediatra—dijo quedamente—. Me encanta. Los niños están llenos de energía y alegría. Son abiertos, cariñosos y encantadores. Ella asintió con la cabeza. —Te vi con Grant y Connor el verano pasado. Adoran a su “Doctor Dragón”. Su sonrisa ante el nombre se desvaneció rápidamente. Los niños de Beth eran huérfanos, habían sufrido desgarradores abusos y descuidos, y de alguna manera sobrevivieron con su entusiasmo por vivir intacto. Aunque su pasado sin duda volvería para acosarlos, Beth y Nolan estarían allí para ellos. Algunos niños no eran tan afortunados. —¿Alastair? —Uzuri apretó su mano, trayéndolo de vuelta al presente.

—Incluso los niños tienen SIDA, ya sabes. Ella asintió con la cabeza, con tristeza en su mirada. —Lo sé. —Yo tenía una de cuatro años. Había recibido tratamiento y estaba bien. Desafortunadamente… —¿Que sucedió? Sus labios se apretaron. —Su abuela es la cuidadora; Sin embargo, la mujer es... —suspiró—. Ella apenas puede hacer frente a su vida. Tiene algunos problemas mentales, abuso de alcohol, y es discapacitada. Dejó de darle los medicamentos y no notó los signos de una carga viral cada vez mayor. —Él quería gritar. Patear algo. Dejar salir su cólera de que una persona, alguien, pudiera ser tan ciego—. Era demasiado tarde cuando trajo a la niña—. Falla de múltiples órganos. —¿Estabas viendo a la niña? Negó con la cabeza. —Los especialistas se habían hecho cargo de su cuidado, y muchos pacientes omiten ver a sus médicos habituales cuando están enfrascados con especialistas. Dado que todavía figura en la lista como mi paciente, el hospital me notificó cuando fue admitida. Murió hace unas horas. Los ojos de Uzuri se llenaron de las lágrimas que Alastair no podía derramar. —Lo siento mucho. —Ella lo abrazó otra vez. Compasión y comprensión, dadas libremente. Semejantes regalos preciosos. Uzuri no sabía cómo consolar a un hombre. Oh, si él hubiera sido una de sus mejores amigas, lo sabría. Hablaban de todo, una y otra vez, lloraban juntas, se enfurecían, sacaban el alcohol y hablaban un poco más. Tal vez hacían galletas de chip de chocolate o brownies. Simple y directo. Sin embargo, su papá había muerto cuando era pequeña. No tenía hermanos. No conocía a los hombres. Alastair reprimía sus sentimientos aún más que ella, y su historia simplemente le rompió el corazón. Empujarlo a hablar se había sentido bien. Tal vez los sumisos no deberían regañar a los Doms, pero también era un hombre. Un hombre maravilloso con un corazón dolorido. Y oye, Max y él la habían obligado a discutir sus problemas, y su compasión había ayudado. Hablar también había ayudado a Alastair. Mientras ella lo abrazaba, los varoniles

brazos la rodeaban con fuerza. Su respiración cambió y se volvió más profunda, como si sólo hubiera estado tomando pequeñas respiraciones... como las que ella había tomado cuando sus costillas estaban magulladas. El corazón de él estaba magullado. Abrazándolo, ella restregó la mejilla contra su suave camisa verde abotonada, respirando su aroma limpio y masculino. A pesar de la fuerza de sus brazos, no tenía miedo de que la lastimara. Siempre se controlaba de manera increíble. Siempre educado. Siempre reservado. Era el pediatra de los niños de muchos miembros del club, incluyendo la hija del Maestro Z, por lo que debería ser excelente. Se había ofrecido como voluntario en Médicos Sin Fronteras, lo que le decía que era una buena persona. No se había dado cuenta de lo mucho que se preocupaba por sus pacientes. Finalmente, sus brazos se aflojaron. Cuando la besó en la coronilla, se dio cuenta de que se había olvidado de que era un hombre. Ni siquiera había estado nerviosa por abrazarlo. —Gracias, cariño. —Se enderezó, volviendo a poner su forma reservada en su lugar, y tomó su copa de vino. La consideró durante un largo rato—. Te ves mejor. ¿Has regresado al trabajo? Ella casi sonrió. No era un hombre que permaneciera vulnerable por mucho tiempo. De hecho, se sentía como si hubiera recibido un regalo, le había dejado ver un pedazo de su alma. —Hoy. Ha pasado una semana, después de todo. —Ah. ¿Estaba trabajando la persona que pinchó el neumático? —No. —Uzuri movió sus hombros incómodamente—. Carole y otra vendedora fueron despedidas el martes. Hay rumores acerca del motivo. —¿Por qué tengo la sensación de que no has aclarado la situación a nadie? —Con el pulgar y el índice, se acarició la barba mientras la miraba. Ella bajó la mirada. —¿Vas a presentar cargos? —No. Perdieron sus trabajos. Es suficiente. —Porque se sentía culpable por ellas no tenía sentido, pero lo hacía. —Tienes un corazón tierno, mascota. No soy tan indulgente. Necesitaré ver qué tan bien te estás curando antes de decidir. Ella movió los brazos. —Me estoy moviendo bien. ¿Ves? Todo curado. —Ummmm. —Deslizándose más cerca de ella en el sofá, pasó sus manos por sus

brazos y su piel comenzó a hormiguear. Luego empezó a desabotonarle la blusa. —¡Oye! Su mirada se encontró con la de ella. —¿Se quemará algo en la cocina? Ella tragó saliva. La pasta no estaba puesta a cocinar todavía. La salsa estaba en una olla de cocción lenta y podría permanecer allí durante horas. Ella negó con la cabeza. —Excelente. —Soltó otro botón. Había hecho lo mismo en el baño de su casa, sólo que en ese momento, sus ojos no habían estado llenos de excitación. El corazón se le subió a la garganta. —Señor. Por favor. —Ella cubrió su mano con la suya, haciéndolo detenerse. —Uzuri—dijo suavemente. Le levantó la barbilla con los dedos. Sus ojos quedaron al mismo nivel. Controlado—. ¿Estás objetando seriamente? ¿O es por costumbre? —Um... —¿Cuál era? El calor que ardía tenuemente sobre su piel ciertamente no era miedo. Aun así, ¿desearlo tanto? Oh, eso la ponía ansiosa. Sin embargo, se había prometido esforzarse por ser valiente. De acuerdo. De acuerdo. Logró liberar los dedos de su mano. —Hábito. Estoy… nerviosa. Lo siento, Señor. Sus sensuales labios se curvaron en una sonrisa de aprobación. —Nerviosa está bien, sobre todo porque voy a empujarte un poco. Si hay algo de lo que no disfrutes, dímelo. ¿Está claro? —Sin esperar la respuesta, volvió a desabotonarle la blusa. Tuvo que tragar antes de que pudiera contestar. —Sí, Señor. Le quitó la camisa de los hombros y el aire más fresco se deslizó por su desnuda piel. Con un zumbido de apreciación, él pasó las puntas de los dedos sobre la curva de sus senos por encima del sujetador azul de encaje. —Me gusta tu ropa interior... y cómo la llenas. Como un recientemente encendido fuego de artificio, dulces hormigueos se desprendían con su toque. Él desabrochó el cierre delantero del sujetador, lo apartó, y la hizo ponerse de pie. Todavía sentado en el sofá, la sujetó entre sus largas piernas mientras desabrochaba sus pantalones y los bajaba, dejándola vestida sólo con su tanga azul. Eso también se deslizó por sus rodillas hasta enredarse alrededor de sus tobillos.

Ella se había desnudado en el Shadowlands. A menudo. Esto se sentía totalmente diferente. Mientras estaba allí, completamente desnuda, él se recostó y la miró con la evaluación de Dom. Después de un examen lento, giró el dedo para que ella se girara. Mientras giraba, un rubor de vergüenza se elevó en su rostro. Con cada segundo que pasaba, su coño se humedecía, su ritmo cardíaco aumentaba y sus pechos hormigueaban. —Te estás curando bien. Bueno. ¿Sólo quería revisar sus moretones? La decepción la atravesó. Ella se estaba excitando, y él no estaba interesado en ella de esa manera en absoluto. La humillación contenía la picadura de mil abejas. Su voz chasqueó. —Bueno, me alegro de que lo apruebes. —Se inclinó y agarró sus pantalones. Cuando él puso un pie sobre los pantalones para evitar que ella los levantara, lo fulminó con la mirada. —¡Maldito seas, suelta! —No estoy seguro de por qué estás enojada, mascota, pero sabes que no puedes hablarme así. —Su acento británico añadió una cuota de formalidad al tono ligeramente desaprobador—. Quizá esté bien que saquemos esto del camino para que puedas dejar de temer lo que haré si me fastidias. Se inclinó hacia delante, agarró su brazo, movió una pierna hacia su izquierda y la tiró bruscamente boca abajo sobre sus rodillas. —¡Qué estás haciendo! —Sus patadas se enredaron en sus pantalones. —Los Maestros discutimos sobre ti, ya sabes. —Mientras su despiadada palma entre los omóplatos la inmovilizaba, le masajeaba el trasero—. Cuando te uniste al Shadowlands, Z dijo que no debías ser empujada, lo que significa que nunca has recibido más que unas cuantas palmadas suaves. Cualquier bondage era muy ligero. Tu aplazamiento terminó la semana pasada, señorita. —¿Qué? —Uzuri no podía creer cómo marchaba la noche. Primero, había sido grosera con él, cosa que casi nunca era. Ahora, ¿planeaba disciplinarla? ¿Por eso? Su mano golpeó ligeramente su trasero, una advertencia de las cosas que se avecinaban. —Espera. No. —Ella consiguió liberar un pie de la ropa enredada. —Has dicho a todo el mundo que no te gusta ningún dolor. —Su voz se mantuvo suave cuando él la zurró levemente más fuerte—. Pero ningún Maestro ha evaluado tus límites. Comenzaremos con eso esta noche. Puede utilizar rojo como tu palabra de

seguridad si lo necesitas. Aunque se tensó en anticipación al ahogante y terrorífico pánico, nunca llegó... porque le había dado una palabra de seguridad. Presionó una mano firme sobre su espalda, con la fuerza suficiente para no poder escapar. No cruelmente. Su palma le zurraba el trasero de manera lenta y regular, cada golpe tan precisamente medido como el de un cirujano, cada impacto cuidadosamente calculado para picar y desvanecerse antes del siguiente. La quemadura se extendió y empezó a doler. Mientras se retorcía impotente, su mundo, todo a su alrededor, tambaleaba. No iba a detenerse. Ella no tenía control sobre lo que estaba sucediendo. Él estaba completamente a cargo. Sus dedos se clavaron en la alfombra mientras sensaciones desconocidas la atravesaban. —Separa las piernas, Uzuri. —La orden era tranquila. Se tragó los ruegos y separó las rodillas. —Más, mascota. —Por favor. No me gusta esto. —Ella separó las piernas poco a poco. Su trasero ardiendo. —Shhh. —Sus largos dedos se deslizaron entre sus muslos, acariciando su húmedo, muy húmedo coño, y la sacudida de excitación que la atravesó no era como nada que hubiera sentido antes. Él hizo un sonido bajo de placer antes de hacer un círculo alrededor del clítoris con un dedo. Podía sentir el nudo hinchándose, tensándose. Luego quitó la mano y volvió a zurrarla. Más fuerte, mucho más fuerte. Azote, azote, azote. —Hablarás a los Doms educadamente, Uzuri. —Su voz tranquila y resonante contenía una nota de acero—. O serás castigada así. Bajo su mano dura, un intenso dolor se extendía por su trasero, y ella estaba jadeando, pateando y retorciéndose. Sin embargo, de alguna manera, la excitación ardía en otra parte, también. Su coño latía y hormigueaba. Cuando él se detuvo para deslizar sus dedos a través de los pliegues empapados, un delicioso estremecimiento estalló en vivaces llamas. Presionó un dedo dentro de ella, encendiendo una tormenta de excitación, y su gemido de necesidad fue humillante. —Parece que alguien debería haberte empujado antes. —Él frotó deliberadamente sobre su clítoris, con firmeza y demasiado expertamente.

Cuando ella se retorció, simplemente presionó con más fuerza sobre sus hombros, y continuó la zurra, llevándola más y más y más alto. Todo dentro de ella se enroscaba en un nudo duro, cada sentido concentrado en esos expertos dedos. Sus piernas temblaban mientras se movía en el borde del orgasmo y sólo podía lloriquear. —Oh, definitivamente eres un placer. —Moviendo su mano, la zurró tres veces más, impactantemente con fuerza, antes de que su dedo volviera a deslizarse encima del clítoris. Una vez. Dos veces. Ella se corrió. Un placer abrumador y aterrador se apoderó de ella y la sacudió como a una muñeca. Cuando empujó dos dedos con fuerza dentro de ella, cayó en un océano de sensaciones, colapsando una y otra vez. Con su toque despiadado, sacó cada ápice de su orgasmo hasta que se quedó sobre sus muslos tan flácida como una camisa empapada por la lluvia. Incluso su mano frotando su tierno trasero sólo provocó un quejido susurrado. —Incorpórate, cariño. —Cuando la levantó y la acomodó en su regazo, ella enterró el rostro contra su cuello. Cada respiración le traía su loción para después de afeitarse, un aroma limpio como caminar a través de una pradera en verano. Cuando él enredó los dedos en su cabello, tirando de los extremos, suspiró feliz, contenta de haber calzado en un estilo con el que él pudiera jugar. A la larga, la realidad volvió a enfocarse, y ella se puso rígida. —¿Qué te molesta, amor? Uzuri levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Sus ojos eran increíbles. Nunca del mismo color dos veces. El marrón dorado como el de un león alrededor de la pupila de alguna manera transformado en un ancho borde verde oscuro. —¿Uzuri? —Oh. Um. —¿De qué había estado preocupada?—. Es que yo… Cuando le frotó la espalda, se dio cuenta de que estaba completamente desnuda y sentada en su regazo. Él todavía estaba vestido. Sus labios llenos se retorcieron divertidos. —Continúa. —¿Cómo pudiste llevarme al clímax? Me zurraste, y me dolió, pero me pareció... excitante, también. Nadie nunca... —Cuando Jarvis la golpeaba, todo lo que había sentido era dolor. Lo que había sentido con otros Doms había estado muy lejos de esto. —Ah. —Él apoyó la cabeza contra su pecho y ella se acurrucó. La sensación de

seguridad era como estar envuelta en una suave manta calentada por el sol—. Sólo puedo hacer conjeturas, mascota. Ella sonrió contra su camisa. Un médico tan cuidadoso. Nada de aventurar conjeturas para él. —Dudo que seas una masoquista que disfruta del dolor por el dolor mismo. Sin embargo, si ya estás excitada, eso puede ser un asunto diferente. El dolor a menudo agranda las sensaciones eróticas, alimentándose de lo que ya está pasando. Las otras veces, posiblemente no estabas excitada. O… Cuando él hizo una pausa, ella frunció el ceño. —¿O qué? —¿Tal vez no confiaste en los otros Doms lo suficiente como para permitirte disfrutar de algo? —Um. Tal vez. —Confiaba en Holt, pero no la turbaba. Se sentía demasiado como el hermano que nunca había tenido. Con otros Doms, muchos habían sido sexy, pero no había confiado en ellos. Cuando hablaba, cuando era castigada, cuando se corría, y después, la pequeña sumisa era simplemente encantadora. Alastair se frotó la mejilla sobre su elástica masa de pelo negro. Nunca sabía cómo lo usaría de un día para otro, y él estaba aprendiendo que la ropa podría ofrecer una pista sobre su estado de ánimo. Esta noche, se había sentido lo suficientemente libre para llevarla suelta. La confusión en su voz cuando le preguntó por qué se había corrido después de recibir una zurra había sido interesante. Ella no tenía ni idea del espléndido cumplido que le había dado. ¿Qué Dom no se regocijaría al saber que una sumisa estaba excitada y confiaba en él? Tiempo de continuar con la lección. No había razón para que el aprendizaje tuviera que ser solo de un libro, ¿eh? Se levantó con ella en sus brazos y rió cuando se aferró a su camisa con ambas manos. —Relájate, mascota. No te dejaré caer. Sus hermosos ojos eran enormes. Tentado más allá de su voluntad, Alastair inclinó la cabeza y tomó sus labios. Tan dulce. Cuando miró a su alrededor, vio la puerta del dormitorio y se dirigió hacia allí. En suaves azules y cremas, el femenino dormitorio era un lugar de retiro sereno. Un cubre colchón azul con volados, un elaborado espejo barroco florentino y la cabecera veneciana decían que ella era una romántica empedernida. Como médico, disfrutó de cómo mantenía su mundo tan ordenado. Después de colocarla sobre el cubrecama floreado, sonrió cuando ella luchó por incorporarse.

—No, señorita. Sobre tu espalda. Manos sobre la cabeza. Piernas extendidas. Un escalofrío la recorrió, haciendo que sus pechos llenos se movieran de manera muy agradable. Los pezones oscuros estaban contraídos en apretadas puntas que rogaban por su boca. Para su comodidad, encendió las velas sobre la cómoda y apagó la luz del techo. Su piel resplandecía en la suave luz de las velas, sus curvas creaban sombras tentadoras. La música suave de la sala se colaba. Tomándose su tiempo, se desnudó por completo y se puso un condón. La zurra y observar su orgasmo lo habían dejado increíblemente duro. En la cama, ella observaba cada uno de sus movimientos con grandes ojos, y él se dio cuenta de que nunca lo había visto desnudo. Durante su escena juntos en el Shadowlands, había acortado la sesión debido a su ansiedad. La creciente excitación de sus ojos lo complacía, aunque ella también se mordió el labio nerviosamente cuando apreció su polla. Vigilándola por cualquier aumento del miedo, se subió a la cama y se arrodilló entre sus muslos abiertos. Inclinándose hacia delante, acunó su rostro y disfrutó de un profundo y húmedo beso, uno lo suficientemente lento como para hacerle saber que no habría precipitaciones esta noche. Sus músculos se relajaron, su boca se suavizó. Él tomaba… y ella daba, generosamente. Hermosamente. Incluso mejor, había sido buena y mantenido los brazos sobre la cabeza. —Eres una buena chica—murmuró él y disfrutó de la forma en que sus ojos brillaron. ¿Podría haber algo más atractivo que la necesidad de un sumiso de agradar? Sentado, utilizó las palmas de las manos y las puntas de los dedos para explorar su cuello, la concavidad en la base, su esternón, su vientre suave. Separando sus manos, se movió hacia arriba, sobre sus costillas, y se adueñó de sus pechos. Cálidos y suaves, pesados en sus palmas mientras los apretaba juntos. Encantador. Incapaz de resistirse, se inclinó y lamió un pezón excitado y duro. Su pecho se alzó con su súbita inhalación, y él sonrió. ¿A qué hombre no le gustaba una reacción así? —¿Sabes lo hermosa que eres, mujer? El aturdido placer en sus ojos decía que no lo sabía. Sus manos permanecieron sobre su cabeza, y mientras él lamía alrededor de su pezón, colocó la palma sobre su brazo derecho para supervisar su respuesta. Cuidadosamente, cerró los dientes en la aréola, apretando lentamente hasta que, bajo su mano, los femeninos músculos se tensaron en protesta.

Hasta ahí. —Tranquila, cariño. —Alzando la cabeza, lamió el tierno pezón. Ella estaba jadeando para respirar. Él se agachó para acariciar su coño y sonrió ante el aumento de humedad. Para su propio placer, metió un dedo mientras se inclinaba hacia su otro pecho. Lo lamió, mordisqueó y provocó hasta que su pecho se hinchó, entonces mordió el pezón suavemente. Antes de alcanzar su límite de dolor, se detuvo. Su coño se había apretado alrededor de su dedo como una prensa. —Parece que eso te gusta. ¿No es así? Ella negó con la cabeza. Aún no era completamente honesta consigo misma, ¿verdad? Él simplemente sonrió mientras estudiaba su rostro. Sus ojos estaban vidriosos de pasión, los labios y mejillas profundamente sonrojados. Para aumentar su sensación de rendición, le sujetó las muñecas por encima de la cabeza con una mano y provocó sus pechos con la otra. No hizo falta mucho para tenerla retorciéndose de necesidad. Parecía que con Uzuri, la excitación mezclada con la cantidad correcta de dolor la conducía al borde del orgasmo. Por Dios, era perfecta. Cuando gimió, le soltó las muñecas y bajó por su cuerpo besándolo. Despacio. Saboreando cada centímetro. Su vientre estaba suavemente redondeado, sus costillas bien acolchadas. Su coño estaba depilado, los labios exteriores oscuros y dulcemente llenos. Su olor era rico y femenino, el sabor atrayente. No tardó mucho tiempo en tener su clítoris engrosado y asomando de la capucha. —Por favor—susurró ella—. Oh, por favor... te quiero dentro de mí. —Sus manos estaban en su cabeza, y ella estaba levantando las caderas a pesar del antebrazo que había puesto a través de su pelvis. —Está bien, cariño. —Seriamente dolorido y necesitado, se puso de rodillas y se acomodó en su entrada resbaladiza. Definitivamente apretada. Mientras sus uñas se clavaban en sus hombros, se abrió paso lentamente en su húmedo estuche. Los ojos de ella se abrieron de par en par a medida que avanzaba, tratando de permitir que se ajustara a medida que lo hacía. Aunque el calor que lo envolvía estaba sacudiendo su control, él no se permitió apresurarse. Se tomaría el tiempo que ella necesitara. —Allí, mascota. Todo adentro. Su suspiro era en partes iguales, alivio y placer.

Lentamente, se retiró y volvió a entrar. Estirándose sobre ella, plantó un antebrazo junto a su cabeza y siguió vigilando sus respuestas. Sus ojos todavía lucían preocupados, su boca ligeramente apretada. Sus palmas estaban sobre sus hombros, no... realmente... apartándolo. —Shhh, cariño. Todo estará bien ahora. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Cuando sus caderas comenzaron a levantarse hacia las de él, y sus labios se entreabrieron con placer, él sonrió y aumentó la velocidad. Ella le echó los brazos al cuello. Era un deleite para follar, y él estaba ansioso por tenerla entre Max y él y empujarla más allá de todo lo que había conocido. Mantuvo los movimientos lentos hasta que ella comenzó a temblar y a aferrar con fuerza sus hombros. Un fino brillo de sudor brotó en su piel. Cuando su coño se apretó en torno a él, se inclinó para besarla y cambió el ángulo de penetración para que su pelvis rozara sobre el clítoris. Como si estuviera enchufada en una toma eléctrica, todo su cuerpo se tensó debajo de él. —OmiDios. —Su voz era baja, gutural. Hermosa. Riendo entre dientes, él continuó, hundiéndose con fuerza mientras golpeaba su clítoris con cada estocada. Su vagina se apretó con fuerza alrededor de su polla. Haciendo que le rodeara la cintura con sus piernas temblorosas, él se condujo más profundamente. Sus diminutas respiraciones le bañaban la base del cuello... y se congeló. Sus uñas se clavaron en sus hombros y su coño lo apretó como un puño. Cuando arqueó el cuello, sus encantadores gemidos resonaron en la habitación. Su vagina se contraía y se relajaba alrededor de su polla, una y otra vez, y él gimió de placer. Abandonando su control, la folló con cortas y rápidas estocadas, sintiendo todo dentro de él acercarse. Con un gemido bajo, se hundió hasta las pelotas y se corrió tan fuerte que podría jurar que oyó a los ángeles cantar. Cuando el coro terminó y se había recuperado lo suficiente como para localizar unas pocas células cerebrales en funcionamiento, la acercó y rodó con ella en sus brazos. —Gracias, mascota, por no permitirme cancelar esta noche. Su ronco estallido de risa le hizo sonreír. —De nada, Señor. —Con un suspiro feliz, se acurrucó contra él, la mejilla contra el pecho, y una pierna sobre los muslos. Suave, cálida y cariñosa. Respirando su rico y sensual aroma, le acariciaba la espalda, sintiendo la dulzura del

momento. Nunca había tenido dificultades para encontrar mujeres inteligentes para salir o acostarse con ellas. ¿Pero para encontrar una sumisa inteligente e independiente que también fuera devastadoramente compasiva y generosa? El universo no las entregaba en grandes cantidades. Le besó la coronilla y sonrió. —Duerme, amor. Mientras puedas.

CAPÍTULO 12 En

la pequeña cafetería frente al estudio de karate, Uzuri escuchaba como sus amigas hacían una puesta al día de la semana pasada. Sólo había siete de ellas esta semana: Jessica, Sally, Beth, Gabi, Andrea, Kim y Uzuri. Kim estaba hablando de una reciente cena a beneficios de los bomberos donde ella y su Maestro habían encontrado a Holt y su cita. Raoul aparentemente no había quedado impresionado por la pelirroja, lo cual era una preocupación. Uzuri frunció el ceño. Con suerte, Holt no iba en serio. Cuando Kim terminó, Jessica preguntó: —¿Quién sigue? Postergándose, Uzuri bebió su café. ¿Por dónde empezaría? Habían pasado tantas cosas desde que las había visto hacía dos semanas. Tales como... había tenido sexo con Alastair el viernes pasado. OmiDios, nunca se había sentido tan abrumada en toda su vida. Había sido tan controlado, cuidadoso y... ¿De verdad había pensado que Max era el aterrador? Alastair le había hecho daño, deliberadamente, y todavía no sabía exactamente cuándo el dolor se había convertido en un placer caliente y perturbador. Todo lo que él había hecho se había vuelto más y más intenso hasta que su mundo entero había volado por los aires. Y después, cuando estaba temblando en sus brazos, la había abrazado y murmurado con esa profunda voz con acento. Finalmente, se habían levantado para comer la cena abandonada. Después la había llevado de vuelta a la cama y la había abrazado durante toda la noche. Nunca había dormido tan bien. Jamás. Al amanecer, apenas se había despertado cuando él la puso sobre su vientre y la folló con fuerza y rapidez. Honestamente, ella siempre había odiado el sexo matutino, pero él había encontrado su clítoris con esos dedos mágicos, y Uzuri se había estado corriendo antes de que incluso estuviera completamente despierta. —Muy bien, cariño—le había dicho, le dio una palmadita en el culo, un beso lento y tierno, y la arropó con las mantas. Se había ido antes de que pudiera ofrecerle el desayuno. Él era increíble. Suspiró y se dio cuenta de que Sally la estaba observando, con la frente fruncida de preocupación.

—¿Zuri? Uzuri no estaba preparada para hablar. Volteó la cabeza. —¿Cómo van los planes de boda, Drea? Andrea cerró los ojos y negó con la cabeza. —Dios, necesito un par de copas antes de hablar de eso. Gabi frunció el ceño. —¿Por qué? ¿Qué pasa? —Todo. La recepción se hace más y más grande, porque mi abuelita y mi tía siguen invitando a más personas, y la madre de Cullen hace lo mismo, a pesar de que están volando aquí desde Chicago. Cuando mi tía me llamó ayer, empecé a llorar. Uzuri jadeó. Andrea no era del tipo llorona. Ella no. Jessica tomó su mano. —¿Qué podemos hacer para ayudar? —Nada. Realmente. —Andrea sonrió irónicamente—. A estas alturas, no me importa cómo se vea la recepción. Simplemente la quiero terminada. Cullen siente lo mismo. Estará bien. Tal vez. Pero una recepción no era suficiente para hacer a Andrea tan infeliz. —¿Pasa algo más? Gabi le dirigió una mirada de acuerdo. —Dinos lo qué te está molestando, amiga. Los ojos dorados de Andrea se llenaron de lágrimas. —Es estúpido. Beth resopló. —Mi Maestro me dijo—bajó la voz para imitar la voz áspera del Maestro Nolan—, que los sentimientos son sentimientos. No están etiquetados como estúpidos o inteligentes. —Muy cierto. —Gabi sonrió—. Cuéntanos, Drea. —Extraño a papá. —Andrea se enjugó una lágrima—. Sabéis cómo se sueña con el día de tu boda. En mi sueño, mi papá siempre me acompañaba por el pasillo, y él estaría orgulloso de mí y de todo. —Ella se echó a reír—. Eso es lo que es tonto. Ha muerto hace varios años, y antes de morir, estaba... bebiendo y siendo...cruel. Aun así— su respiración se atascó—, supongo que me siento s-sola o algo así.

Uzuri fue la primero en saltar para abrazarla, y las otros inmediatamente la siguieron. Dentro del círculo de mujeres, Andrea derramó unas cuantas lágrimas y luego se rió. —Gracias. —Ella respiró hondo—. No me di cuenta de lo que me estaba molestando tanto. Tal vez pueda dejarlo ir ahora. Tal vez ella pudiera, pero Uzuri no. Seguramente, había una forma en que podía ayudar. Cuando recuperaron sus sillas, Andrea miró a Uzuri ceñudamente. —Te toca. Seguro, nos contaste acerca de tu batalla de estacionamiento, Zuri versus el coche; el coche gana, pero puedo ver que hay más. No creas que no nos hemos percatado. En un aprieto. Ten ovarios. —Quiero contaros... por qué me mudé a Florida. —Uzuri respiró profundamente y atravesó la puerta que había abierto con Max—. El asunto es éste… El Maestro Z tenía razón. Era más fácil la segunda vez. Mientras Uzuri compartía, se quedó mirando la mesa para evitar ver lo que seguramente sería un reproche en los ojos de sus amigas. A mitad del relato, Sally tomó su mano de un lado, Kim del otro. —... Y entonces logré contarle todo a Max, y él le dijo al Maestro Z, y así todos los Maestros lo saben, y yo quería que lo supieras, también. Miró fijamente las servilletas de color marrón, realmente una pobre elección de color en una cafetería de color naranja. —No es que no confiara en vosotras, pero no quería pensar en el pasado. Lo había dejado atrás. —Ajá. —Un bufido de Jessica la hizo levantar la mirada—. Pensaba que era algo por el estilo. Beth asintió con la cabeza. —Sabíamos que algún día nos lo contarías. Pensé que tenías un marido o novio abusivo. Un acosador es una bola de mierda totalmente diferente, pero ya te has deshecho de su culo antes de que te golpeara. Estoy orgullosa de ti. Orgullosa. —¿No estáis cabreadas? —Ella miró a sus amigas alrededor de la mesa y vio simpatía en cada rostro. —¿Por qué estaríamos cabreadas? Aunque nos gustaría haberle dado una patada en

el culo. —Pareciéndose a la Mujer Maravilla Hispanoamericana, Andrea le lanzó una mirada feroz, luego sonrió—. No, chica. Somos amigas tanto si compartimos todos nuestros pasados como si no. —Habla por ti. ¿Yo? Espero conseguir todos los detalles sucios. —Los ojos de Sally se entrecerraron—. No es de extrañar que evites a los tíos grandes. O que te alejes si un Dom se pone demasiado rudo. —O que los fastidie. —Andrea sonrió a Uzuri—. Cullen todavía habla de la muñeca que ataste a su bar para “ornamentar la barra”. Con su suave y lenta pronunciación de Georgia, Kim dijo: —Eso explica por qué eres tan alocadamente divertida en nuestras fiestas de todas mujeres, pero tan callada cuando hay tíos alrededor. —En realidad, Jarvis no puede asumir toda la culpa de que me sienta mucho más cómoda con las mujeres que con los hombres. —Uzuri hizo una mueca—. Mi madre es la que me envió a una escuela católica sólo para niñas. Habiendo sido criada católica, Andrea estalló en carcajadas. —¿En serio? ¿Todavía tienen escuelas sólo para niñas? —Criada en California, Beth se la quedó mirando—. Pero ¿qué tiene que ver eso con tu reacción ante los hombres? —Chica, ni siquiera sabía acerca de la anatomía masculina hasta que salí de la escuela secundaria. ¿El primer beso? Tenía veinte años. Tú, probablemente ligaste y saliste de cita desde el jardín de infancia, ¿verdad? Jessica inclinó la cabeza. —Más o menos, sí. —Me perdí todo eso. Durante la escuela secundaria, trabajé a tiempo parcial en un almacén y después de la graduación, a tiempo completo. Mamá se enfermó entonces, así que me ocupaba de ella en cualquier tiempo libre. —Uzuri negó con la cabeza—. Incluso ahora, no hay muchos hombres en mi sección de la tienda. Los tíos todavía parecen criaturas extrañas. Kim puso los ojos en blanco. —Dulzura, los hombres son criaturas extrañas. Nada de parecen. —Para gastar bromas, bueno... —Uzuri sonrió—. Mi grupo de amigas convirtieron el fastidiar a sacerdotes y monjas en un arte, así que cuando me cabreo, recurro a eso, con los Maestros que me agradan. —Guau. —Gabi la miraba fijamente—. No puedo imaginar a un sacerdote enojado conmigo. Me da miedo. Uzuri soltó una carcajada.

—En realidad, las monjas eran mucho más malas. Piensa en la Maestra Anne con una regla en lugar de una vara. —Habla de un mundo de dolor —masculló Kim. La sonrisa de Uzuri se marchitó. —Pero... tengo que trabajar en defenderme de los tíos en lugar de actuar a sus espaldas. —Ciertamente. —La voz del hombre salió de detrás de ella. Con los ojos abiertos de par en par, Andrea miraba algo más allá del hombro de Uzuri. Uzuri se retorció. Sosteniendo una taza de café para llevar, Max estaba de pie al otro lado de un panel de división con plantas en lo alto. ¿Había estado escuchando? —¿Cuánto hace que nos estás escuchando a escondidas? Él tenía una sonrisa devastadora y perversa. —No mucho. —Tomó un sorbo de su café—. Pero eso lo explica un poco. Uzuri se sonrojó, luego frunció el ceño. —¿No se supone que debes estar en el trabajo, haciendo las calles seguras para toda la humanidad? —En realidad, estoy aquí para hacer exactamente eso... para las mujeres. —Miró su reloj, terminó el café en dos grandes tragos y se levantó—. Hoy estoy ayudando con vuestra clase de defensa personal. No lleguéis tarde. Con la boca abierta, Uzuri lo observó salir. OmiDios. * * * * * El nacimiento de una bromista. Eso explicaba mucho. Max seguía sonriendo mientras cruzaba la calle hacia el estudio de artes marciales. Había llenado el casillero de Holt con bolas del color de su equipo de fútbol porque el Dom la había molestado y porque se sentía cómoda con él. Umm. Max frunció el ceño. Él y Alastair la habían molestado unas cuantas veces cuando se había quedado con ellos. No había hecho nada travieso. Al parecer, todavía no se sentía cómoda con ellos. La idea era un poco decepcionante. Con suerte, su nivel de comodidad aumentaría ahora. El viernes pasado, Alastair había disfrutado mucho de su tiempo con ella. Incluso mejor, se había parecido más a sí mismo que lo que lo había hecho en mucho tiempo.. Más relajado. Menos

estresado. La pequeña bromista era buena para él. Max se frotó la barbilla. Tal vez debería apartarse para que Alastair pudiera tenerla para sí. El pensamiento hizo rechinar sus nervios como papel de lija. Sin embargo, incluso si decidieran compartirla, ella podría no encajar. Él y su primo tenían personalidades fuertes. A menos que una sumisa pudiera mantenerse firme, un ménage podría aplastarla por completo. Negando con la cabeza, entró en el estudio. Anne, una Maestra de Shadowlands, estaba en el extremo opuesto de la habitación con paredes de espejos, y él se dirigió hacia allí. —Hola, Anne. —Max, gracias por ofrecerte como voluntario. —La morena embarazada le sonrió—. Me gusta tu idea acerca de tener adversarios masculinos. —Bien. Y parece que los adversarios están justo a tiempo. —Max levantó la mano para llamar la atención de los tres detectives entrando en el dojo. Aunque eran tipos grandes, había elegido hombres que serían gentiles con combatientes sin experiencia—. ¿Cuán cuidadosos necesitamos ser? —Bueno... las mujeres se han reunido durante bastante tiempo, aprendiendo de Andrea y de mí, y del Sensei cuando tiene tiempo. Ellas tienen algunas habilidades sólidas, aunque Uzuri sólo se unió a ellas recientemente. Ella todavía se está poniendo al día. —Anne se frotó el vientre de manera inconsciente—. El problema es que la mayoría tiene una historia de abuso o violencia en su pasado. No estoy seguro de cómo reaccionarán a oponentes masculinos. Las Shadowmascotas de la cafetería se dirigían hacia el estudio. Anne frunció el ceño. —Una mujer con un pasado abusivo a menudo se congela cuando se enfrenta a un hombre. Uzuri ciertamente lo hizo la primavera pasada. —¿El acosador estaba aquí? —Max se puso rígido. —No, esto fue otra cosa. —Anne le hizo un gesto para que se alejara de donde las mujeres estaban guardando sus pertenencias en armarios fuera del área alfombrada—. Un bastardo abusivo y sus amigos se presentaron en mi casa para obtener la ubicación del refugio de violencia doméstica. Hubo un altercado. —Espero que los cagaras a palos. Su sonrisa satisfecha le recordó que ella había servido en la infantería de marina así

como en la policía. —Lo hicimos. Sin embargo, Uzuri se congeló. Ella no compartió los motivos en ese momento. Max asintió con la cabeza. Ese maldito acosador. —Este verano, se unió a nuestras clases, pero su corazón no está en ello. Y aunque ha recorrido un largo camino, dudo que contraataque si su oponente es varón. Exactamente su preocupación. —Eso es por lo que los muchachos y yo estamos aquí. — Sin embargo, la idea de asustar a las mujeres, especialmente una pequeña sumisa con grandes ojos marrones, le revolvía las tripas. Anne le dirigió una mirada comprensiva antes de levantar la voz. —Señoras, hoy tenemos instructores voluntarios con nosotros. Los ojos se abrieron de par en par cuando las mujeres vieron la pared de hombres de gran tamaño a los que estarían enfrentando. El corazón de Max se rompió al ver a la pequeña Zuri dar un paso atrás. Una hora más tarde, después de dar a Sally, su actual “víctima”, un descanso, Max examinó la habitación. Maldita sea si no estaba disfrutando. Aparte de Anne, todas las mujeres eran sumisas, pero... como cualquier Dom aprendía rápidamente, las sumisas no eran cobardes ni débiles. Cuando decidían luchar, podían ser categóricamente eficaces. Además, los puños que eran más pequeños podían doler. Era como ser golpeado con un palo de escoba en lugar de un remo pequeño. La “Gabi” de Marcus había conseguido un par de buenos golpes, y a pesar del relleno, él probablemente tendría un moretón o dos. Kim también lo hizo bien. Era obvio que Raoul había trabajado con su esclava morena. Ella peleaba con una mezcla de karate y peleas callejeras. Sin embargo, como él temía, la mayoría se congelaban momentáneamente cuando eran atacadas. Necesitarían trabajo para superar esa reacción... pero por otra parte, ellas lo harían bastante bien en una pelea verdadera. Sabía que Beth lo haría, ya que había visto los moretones en el bastardo que había atacado a sus hijos en agosto pasado. Uzuri, sin embargo, era una historia completamente diferente. Cuando uno de sus detectives voluntarios la había “atacado”, había entrado en pánico. Después de intentarlo una vez más, se había dado por vencida y quedado al margen. Ver su miedo hizo que todos los instintos protectores de Max enloquecieran. Maldita sea si no había querido golpear al detective por asustarla. También había querido descuartizar al detective nuevo por coquetear con ella, y eso eran celos, lisa y llanamente.

¿Cuándo fue la última vez que estuvo celoso? Apagando los gritos y los gruñidos de la batalla a su alrededor, lo consideró. No desde la escuela secundaria cuando el amor de su vida lo había abandonado por un jugador de baloncesto. Dos semanas después, el afecto de Max se había trasladado a una nadadora flaca y rubia. Había tenido su cuota de amantes desde entonces, pero nadie había provocado sus instintos territoriales como Uzuri. ¿Qué diablos iba a hacer con esto? Después de enviar a Sally a ejercitarse con un compañero diferente, Max cruzó las esterillas hacia Uzuri. Joder, era bonita. Su cabello estaba retorcido contra su cuero cabelludo desde la coronilla hasta la parte de atrás de su cabeza, antes de volverse en relucientes tirabuzones. El apretado leotardo mostraba sus piernas tonificadas. Llevaba una camisa suelta por encima de una camiseta que probablemente debía ocultar sus atributos, y escondía su escote. Sin embargo, no tenía ni idea de cómo el dobladillo se mantenía subiéndose sobre su hermoso y redondo culo en un erótico juego a las escondidas. Odiaba pelear cuando estaba medio duro. Ignorando la incomodidad, volvió la atención a su tarea actual. Enseñarle a luchar, a pesar de que la pobre criatura estaba tan nerviosa que se retorcía las manos. Su falta de familiaridad con cualquier tipo de violencia agrandaba el problema. Cuando había interrogado a los estudiantes sobre su pasado, supo que Sally había trabajado en una comisaría durante un tiempo. De adolescentes, Gabi y Andrea habían pasado tiempo en la calle. Kim había crecido alrededor de los muelles. La violencia, en general, no conmocionaría a la mayoría de ellas hasta inmovilizarlas. Uzuri, sin embargo... Las escuelas de chicas católicas no tenían muchas peleas a puñetazos. Su ocupación la mantenía en agradables y tranquilos almacenes, aunque... ¿esas ventas del Viernes Negro? Espeluznante mierda. Cincinnati tenía zonas difíciles, pero su mamá había estado enferma durante las épocas en que una muchacha podría descontrolarse. Uzuri probablemente ni siquiera había visto derramar sangre, no hasta que ese imbécil le dio una paliza de padre y señor mío. No es de extrañar que se hubiera retirado hoy. No estaba mentalmente lista para defenderse de un hombre extraño. Así que por esta lección, trabajaría con ella. Al menos lo conocía un poco. —Es hora de ir a jugar, princesa. —Él extendió su mano. —Estoy bien aquí—dijo con una vocecita. —Ningún atacante ahora mismo. Trabajaremos en una combinación de bloqueo y puñetazo. —Entonces... tal vez... él tendería una trampa. —¿No me atacarás? —Sus grandes ojos marrones se encontraron con los suyos con su propio puñetazo—. No hiciste combinaciones con las otras. Por qué… Presta atención, Drago.

—Han tomado suficientes clases para que sus reacciones sean casi instintivas. No has alcanzado ese nivel. —Diablos, era obvio que ella apenas podía aceptar la idea de golpear a una persona. —No soy valiente —susurró. —Sobreviviste, Zuri. El coraje no significa no tener miedo. En los Marines, diríamos: “El coraje es resistir durante un instante más”. Ella lo miró fijamente, sus labios repitiendo en silencio: —Un instante más. —Eso es. —Avanzando lentamente, la agarró de la muñeca e ignoró su respingo—. Forma un puño. Cuando lo hizo, asintió con la cabeza. —Tienes esa parte dominada. Ahora, dame puñetazos en el estómago. —¿Qué? Golpeó el pesado relleno que le cubría el pecho y el vientre. —No me harás daño. Todavía dudaba. Las mujeres estaban acostumbradas a dar golpes sin fuerza al contacto con la ropa de un adversario. No haría eso. Él y sus voluntarios se habían puesto un relleno y esperaban un contacto completo. Él endureció la voz. —Vamos, pequeña cobarde. No estás aquí para mirarme. Ella lo golpeó. Ligeramente. —Lo siento, cariño. Eso no asustaría a nada más grande que un caniche. ¿Tienes algún músculo? Ella le dirigió una mirada lastimosa. —Uzuri, mira a Kim. —Con la cara empapada en sudor, la morena estaba dando puñetazos en las almohadillas de mano que un detective sostenía. Un gruñido acompañaba a cada golpe—. Quiero ese tipo de esfuerzo de tu parte. Sus ojos tenían tantas emociones en conflicto. El deseo de un sumiso de hacer lo que un Dom pedía. Su miedo a lastimarlo. Su aborrecimiento a la violencia. —Esto es por lo que estás aquí. Haz que valga la pena. —La esperó y vio que la decisión aparecía en su rostro. El siguiente golpe tuvo un poco de espíritu detrás de él. —Mejor. —La agarró por el brazo y movió el puño hacia donde le golpearía por

debajo del esternón—. Apunta aquí la próxima vez. —Él la soltó y dio un paso atrás—. De nuevo. El siguiente golpe dio en el blanco y fue más fuerte. Había traído la energía desde abajo y había girado sus caderas hacia el puñetazo. —Bueno. Ahora usa ambos brazos y dame tres puñetazos rápidos. Con sólo un segundo de vacilación, ella accedió. Los tres puñetazos rápidos a su plexo solar fueron lo suficientemente fuertes que casi respingó. El golpe de sus puños contra el acolchado fue hermoso. Riendo, él la agarró por los hombros, dándole un leve apretón para eliminar la preocupación de su mirada. —Perfecto. Eso fue perfecto. —¿Lo dices en serio? —La sorpresa en sus grandes ojos hizo que su pecho se apretara. Joder, era adorable. Retrocediendo, hizo un gesto. —De nuevo. Y más fuerte. Uzuri todavía podía sentir la fuerza de sus manos sobre sus hombros. Moviéndose a un lado, se concentró y puso el cuerpo en la posición correcta, en la forma en que Anne le había enseñado, usó sus caderas para aumentar la fuerza, y proyectó que su puño iría directamente... al blanco. No al cuerpo, al blanco. Paf, paf, paf. Sus nudillos ardían. Oh, ella le había dado tan duro. Sin embargo, incluso mientras retrocedía, escuchó su risa complacida. —Esa es una buena chica. —Su sonrisa devastadora formaba hoyuelos en sus mejillas. Sus entrañas se estremecieron de una manera que no tenía nada que ver con el miedo. Él lo vio... el Dom lo veía todo... y sus ojos azules se agudizaron. Se calentaron. Un segundo después, él era sólo su instructor. —Voy a tratar de alcanzarte. Quiero que me bloquees el brazo y me golpees. Es un movimiento uno-dos; bloqueo y luego puñetazo. Su corazón ya estaba latiendo a toda velocidad por estar tan cerca de él, por golpearlo, por los sonidos de toda la agresión. Cuando trató de agarrarla, ella retrocedió rápidamente. —No—dijo él—. Inténtalo de nuevo. —Él trató de alcanzarla.

Ella vaciló demasiado tiempo, luchando contra su necesidad de retirarse, y él le dio una palmada ligera en el hombro. —No. Perdiste. Inténtalo de nuevo. Trató de alcanzarla. Su bloqueo fue descuidado y débil, pero él amablemente dejó que su antebrazo apartara de un golpe su brazo. Su puñetazo casi ni lo tocó. —Mejor. Mira aquí, Zuri. —Le extendió el brazo al lado del de él—. Soy un tipo y tengo brazos largos. Tendrás que acercarte para darme un puñetazo. Ella negó con la cabeza. —Me pegarás. —Tal vez. Sucede. —¿Qué? —Al entrar en una pelea, sabes que puedes ser herida, pero cariño, quiero que estés totalmente decidida a ser la única que estará de pie al final. —Su mirada azul grababa a fuego en ella, haciéndole entender las palabras. Después de un segundo, él retrocedió—. Una vez más. Lo hicieron una y otra y otra vez hasta que ella no le temía... lo odiaba. —De nuevo. Él atacó, ella bloqueó y golpeó con un brazo que se sentía como espaguetis recocido. Sin embargo, asestó un puñetazo fuerte contra el relleno, y el sonido del gruñido viril fue maravilloso. Sonriendo, él se inclinó y le plantó un beso rápido en los labios. —Esa es la chica que quiero enfrentando a un atacante. Buen trabajo. Su aprobación encendió un calor de felicidad dentro de ella. Él se enderezó. —Anne, debemos regresar al trabajo. Nos vemos la próxima semana. —Sus otros detectives se unieron a él. Uzuri se lo quedó mirando fijamente mientras caminaba hacia la salida. Él tenía un paso engañosamente perezoso que casi ocultaba todo ese poder letal y atenta amenaza. Por su tamaño y su rabia, Jarvis daba miedo. Max aterraba. Antes de salir por la puerta, echó un vistazo hacia atrás, atrapó su mirada y la sostuvo. La sostuvo. La alfombrilla en la que estaba parada pareció caer unos

centímetros. Y entonces él sonrió y se fue.

CAPÍTULO 13 —Vuelta. —De rodillas sobre el suelo en el sótano de la iglesia católica la noche del jueves, Uzuri recogió otro alfiler y sonrió a la adolescente que se mantenía muy recta. Toda la sala estaba llena de mujeres que también estaban haciendo dobladillos a vestidos o ajustando escotes, mangas y cintura para las adolescentes de menores recursos. Los bailes de graduación se avecinaban. Otras estaban ayudando a las chicas a encontrar accesorios, desde joyas hasta zapatos y bolsos. Las lecciones de maquillaje continuaban en el otro rincón. Después de ver la maravillosa influencia que el Maestro Marcus y los otros Maestros tenían con un grupo de adolescentes, Uzuri se había dado cuenta de que también había jovencitas adolescentes que necesitaban atención. Con un par de mujeres de la iglesia, había organizado algo similar. —Este es un color impresionante para ti, Makayla. —Uzuri puso el último alfiler y cambió su posición con un gemido sofocado de dolor. Le dolía cada músculo del cuerpo. Era obvio que dar lo mejor en las lecciones de defensa personal la mataría más rápido que cualquier asesino en serie. Uzuri contempló a la chica. —¿Tienes una cita para el baile o vas con amigos? El brillo en el rostro de la adolescente iluminó toda la habitación. —Joshua me invitó. No puedo creer que me haya invitado. Uzuri contuvo las palabras de advertencia. —Eso es maravilloso. ¿Es... es un buen chico? —Sí. Es listo. Y gentil. No uno de esos deportistas matones. Suzi salió con él, y no fue solo querer toquetearte y nada más. —Bueno. Eso es muy bueno. —Aliviada, Uzuri recogió la caja de alfileres y se levantó. Más tarde esta misma noche, una de las madres planificaba una charla sobre la seguridad en las citas... así como la manera de decir no educada y enérgicamente. Eso probablemente sería suficiente—. Ve a cambiarte, y te mostraré cómo ribetear tu vestido. Lo haremos juntas. Makayla dio pequeños y ligeros saltitos, y Uzuri sabía que era no sólo la alegría de recibir un hermoso vestido, sino también el aprendizaje de una nueva habilidad. La mamá de la niña estaba en la cárcel. El padre de Makayla trabajaba en dos trabajos mal pagos, quedándole poco tiempo para ser padre de la niña y sus dos hermanos.

Una chica podía conseguir apoyo de sus mejores amigas, pero... no había nada como el efecto del apoyo de una madre o de una mujer adulta, el consejo y el cuidado. De eso se trataba este grupo. A Uzuri le encantaba enseñarles todos los secretos que su madre había compartido con ella. Probablemente uno de los más importantes era que el mundo usualmente juzgaba a una persona primero por su apariencia y sólo después por su competencia y carácter. No estoy diciendo que sea justo, hija. Ésta es la realidad. Mamá le diría que una mujer inteligente se pondría su “armadura” antes de ponerse en camino. Vestida para inspirar respeto, Uzuri. La “armadura” era más que sólo ropa, incluía el cabello, el maquillaje, la postura y la conversación. Las herramientas para prepararse para un baile también podrían servir para prepararse para un trabajo. La organización estaría trabajando en prepararse para un trabajo el próximo mes y cada vez que fuera necesario. —Lanna, tu maquillaje es hermoso—le dijo Uzuri a una bonita rubia que había pasado por el sector de espejos—. Muy discreto. —Eso es porque ésta es mi “cara profesional”. Juliet me dijo que debería venir la próxima semana y aprender a hacer una “cara de noche de cita”. —Lanna arrugó la nariz—. Cuando trato de parecer sexy, siempre termino más como una prostituta barata. Uzuri sonrió. —Es una habilidad como cualquier otra. Una vez que aprendas los trucos, lo harás bien. Cuando la muchacha cruzó de prisa la habitación para mostrarles a sus amigas, Uzuri se instaló en un lugar tranquilo junto a su caja de costura. ¿Quién habría pensado que el trabajo voluntario podría ser tan divertido? Otra vez, combinar la ropa con la persona y las ocasiones la había atraído... siempre. Antes de que pudiera escribir correctamente, había cosido ropas para sus muñecas. Luego se graduó para vestir a sus amigas. Incluso ahora, sus mejores amigas le suplicaban que fuera de compras con ellas. Ensartó la aguja y sonrió. La caza de vestidos de novia era la mejor. Andrea iba a estar simplemente hermosa en el suyo. Cuando el recordatorio del teléfono se apagó, Uzuri lo silenció y negó con la cabeza. ¿Completamente distraída? Después de que ella, Kim, Gabi y Rainie hubieran ido a su “misión” auto-asignada anoche, había planeado llamar a Jessica y se le había olvidado. Afortunadamente, en su cita de cera con Sally y Andrea lo había recordado y había

puesto la alarma en su teléfono. Ella sonrió, pensando en la ráfaga de maldiciones españolas. El Maestro Cullen debía apreciar mejor la tortura que su sumisa había soportado para realzar su luna de miel. Mirando alrededor de la habitación, Uzuri vio a Lanna todavía con sus amigas. Momento de hacer la llamada. Marcó el número del móvil de Jessica. —Uzuri. —En lugar de la voz burbujeante de Jessica, escuchó la voz profunda y sofisticada del Maestro Z. —Eh... —Clavó los ojos en el teléfono. ¿No había llamado a Jessica? —Jessica está dando un baño a Sophie. ¿Cómo estás? Oh, torpe. —Estoy bien. Debería regresar mañana. —En efecto. Sin embargo, les di a todas las amigas de Andrea este fin de semana libre. Sé que están enterradas en los deberes de la boda. —¿En serio? —A Uzuri se le escapó un suspiro de alivio—. Eso ayudará. —Muy bien. ¿Querías dejar un mensaje a Jessica? —Sí. No. Bajo el peso del silencio del Maestro Z, Uzuri cerró los ojos. ¿Cómo podía ejercer la presión de un Dom cuando ni siquiera hablaba? —Señor. En realidad quería pedirle consejo... o algo por el estilo. —Continúa. —Es sobre Andrea. Um, ella está extrañando a su padre y la boda se avecina... — torpemente, Uzuri derramó lo que Andrea había dicho y cómo había llorado. Cuando Uzuri terminó, suspiró. ¿Perdería su tarjeta de chica ahora por revelar secretos? —Entiendo—dijo suavemente el Maestro Z—. Gracias, pequeña. Hiciste bien en decírmelo. El estrangulamiento en el pecho de Uzuri se relajó, dejándola respirar. —Bueno. Bien. Um, adiós. Incluso mientras guardaba el teléfono en su bolso, tuvo que sacudir cabeza ante lo totalmente inepta que había sido. Por desgracia, así era. En los ámbitos profesionales, lo hacía bien. Con las mujeres, era suave y segura de sí misma. ¿Teniendo citas o con los Doms? Se aturrullaba por completo. Pero no importaba, ¿verdad? Sobreviviría sintiéndose inepta si eso significaba que el

Maestro Z hablaría con el Maestro Cullen sobre Andrea. Entonces Andrea estaría feliz. Uzuri sonrió. Andrea sería una novia tan hermosa. El Maestro Cullen iba a excitarse totalmente cuando viera a su mujer avanzar por el pasillo. La amaba tanto. Uzuri se frotó el nudo de envidia situado justo debajo del esternón. Sería bonito que alguien la mirara de ese modo. Aunque, Alastair le había dado una abrasadora sonrisa cuando llegó a su apartamento. Muy caliente. Más que una mirada Quiero-follarte. Eso había sido una sonrisa Me-gustas. Ayer, durante la clase de autodefensa, había atrapado a Max examinando su trasero. Sólo que él no había estado todo lujurioso y desagradable al respecto, sino más bien como un oooh-brillante momento, y luego él se había contenido y regresado a los negocios. No la había hecho sentirse barata, sino bonita. Era una buena sensación. Un poco confusa. Dado que se había acostado con Alastair, ¿no debería alejarse de Max? Dado que, en ocasiones, los Doms Drago hacían escenas juntos en el club. ¿Compartirían una novia, también? Sólo que ella no era una novia. No en realidad. Meramente alguien con la que Alastair se había acostado. Por supuesto, él había llamado después, por lo que ella era más que una aventura de una noche, ¿verdad? Realmente, si no hubiera estado de viaje por un desfile de moda hasta hacía dos días, tal vez la hubiera invitado a salir. O no. Era muy educado. Podría ser por eso que había llamado. ¿Y si ella no hubiera sido tan interesante o buena en la cama? Resopló. ¿Muy insegura? Sí. Había veces que lamentaba su falta de experiencia, y a la única que tenía que culpar de la reciente falta era a sí misma. Viendo acercarse a Makayla, Uzuri dio una palmadita en el banquillo. —Siéntate y nos pondremos... Su teléfono zumbó, y ella lo sacó. Alastair. Ella debería esperar. Dejarlo ir al correo de voz. Olvídalo. —¿Hola? —Buenas noches, amor. ¿Estás de vuelta en la ciudad? —Um. Hola. Sí. Sí, lo estoy. —Oh, no sonó inteligente —Excelente. Sabes, Max reorganizó su agenda, lo que significa que ambos estaremos

libres mañana por la noche. Sé que estás ocupada con la boda de Andrea, pero si puedes encajar, estamos invitando a comer a algunos amigos. Nos gustaría que vinieras. —Ella pudo oír la sonrisa en su voz cuando añadió —. Hunter te extraña... y yo también. Su primera respuesta instintiva fue comenzar a pensar en excusas. Reconoció su cobardía “oh, qué lamentable, chica”. Levantó la barbilla. Valor. Ella lo tenía; lo hizo. —Me encantaría ir. —Buena chica. —La aprobación en su voz profunda la calentó como estar bañada por la luz del sol—. Alrededor de las siete. Y trae un bolso para la noche, mascota. Antes de que pudiera responder a su escandalosa presunción, ya había desconectado. —¡Oh-Por-Dios, esa voz! —Makayla estaba justo al lado de la silla de Uzuri y se abanicaba—. Toda británica, profunda y... Oh-Por-Dios, suena como el súper fantástico y frío padrastro de la Flecha. Uzuri logró permanecer sentada, pero en su interior, daba vueltas y cantaba: —OmiDios, llamó, llamó, llamó. Alastair me llamó. Con un esfuerzo, ella dijo tranquilamente: —Él suena como Walter Steele, ¿verdad? —Oh, realmente lo hacía. Una voz totalmente erótica. Para comérselo. Compórtate, muchacha. Empujó el costurero hacia la chica. —Comencemos a ribetear tu vestido. ¿Sabes cómo enhebrar una aguja?

CAPÍTULO 14 El

viernes por la noche, Max abrió la puerta y sonrió a Uzuri. Ahora había una hermosa mujer. Era una imagen totalmente diferente de la de dos semanas atrás cuando había estado moviéndose con esfuerzo por su casa con su camisa de franela, el pelo en retorcidos sucios, y sin maquillaje. Hoy... su brillante cabello negro estaba recogido en una banana, luego dejado caer en bucles elásticos hasta los hombros. haciendo que sus dedos picaran por jugar. Llevaba el maquillaje suficiente como para hacer que sus ojos fueran enormes y sus labios brillantes. Ese labio inferior lleno podía deshacer a un hombre. Su impecable vestido de verano era del color de una rosa roja intensa, y sus pendientes, el lápiz labial y las uñas eran del mismo color. Como hombre, no pudo evitar querer desatar ese alegre lazo detrás de su cuello, el que sostenía el escote halter. —¿Llegué en un momento inoportuno?—preguntó—. Estás frunciendo el ceño. Sí, lo estaba. Y duro, también. Mientras se serenaba, le dirigió otra mirada lenta. —Sabes, eres realmente impresionante. Ella parpadeó ante su cumplido y le brindó una sonrisa de placer. —Gracias. —Sólo la verdad. —Tomándola de la mano, la metió en la casa y luego en sus brazos. Lástima si tuviera que volver a aplicarse el lápiz labial. Mientras la moldeaba contra él, tomó su generosa boca en un oscuro y profundo beso. Para su placer, ella le devolvió el beso. Sí, no se había olvidado de cuán sinceramente besaba Cuando levantó la cabeza, se lamió los labios. —Sabes a fresas. —Mordisqueé algunas mientras me vestía. Porque no le habían dado mucho tiempo entre dejar el trabajo y venir aquí. Él frunció el ceño. —Debería traerte algo de comer. Pasará un tiempo antes de que la cena esté lista. —Sally tiene razón. Los Doms son sobreprotectores. —Deleitándolo, ella se puso de puntillas para presionar un ligero beso en sus labios—. Estoy bien. —De acuerdo, entonces. —Le diría a Alastair que sirviera los aperitivos antes—.

Vamos. Hunter quiere verte. Si el entusiasmo era un indicador, Hunter definitivamente había extrañado a la pequeña sumisa. En el momento en que salieron, soltó un ladrido y se lanzó como una tromba a través del patio. Uzuri se dejó caer de rodillas, dándole besos y palmadas. —Cachorro bonito. Un perrito tan bonito. Meneando frenéticamente la regordeta cola, el perro se movía y se retorcía en círculos, dando rápidas lamidas en todo lugar donde pudiera alcanzarla. Uzuri solo reía. Sonriendo, Max retrocedió un paso, en parte para evitar ser arrojado. Sí, era una auténtica odiadora de perros, de acuerdo. Galen y Vance se le unieron. —Es una bonita vista—dijo Galen. —Lo es, ¿verdad? —Max añadió, a media voz—. Me gustarían esas manos sobre mí, maldición. Vance le dio un puñetazo en el hombro. —Ya era hora de que alguien se diera cuenta y tratara de ligar con ella. Estaba empezando a pensar que todos los Dom del club eran ciegos. —No se los puede culpar. No hubiera dejado que ningún hombre se acercara—dijo Max. Galen soltó un resoplido de disgusto. —Las ansiedades de una sumisa no deberían disuadir a un Dom decidido... no si ella se siente atraída por él. O ellos. Galen probablemente hablaba por experiencia. Según los chismes, Sally había dado pelea antes de que sus dos Maestros la hubieran conquistado. Pero aunque consiguiera que Uzuri superara sus miedos, Max dudaba que se sintiera cómoda con dos hombres a la vez. Aparentemente, había estado con un solo Dom a la vez. Sin embargo, cuando habló con Alastair y se ofreció a dar un paso atrás, su primo había vetado la idea. Alastair quería una D/s poliamorosa, dos Doms compartiendo una sumisa. Punto. Max negó con la cabeza. El doctor no era tan duro como Max, pero podía ser increíblemente terco. Lo cual era un alivio, porque Max estaba siendo arrastrado mucho más rápido de lo que le gustaba. Miró a los dos Doms.

—¿Algún consejo? Vance frunció el ceño. —Ve despacio, pero no le des la oportunidad de dejar que sus ansiedades superen su valor. —Nos dimos cuenta de que era más fácil vivir juntos que tratar de salir de citas. Las interacciones son más naturales. No estás obligado a tratar de interactuar juntos todo el tiempo. —Galen se apoyó contra la pared—. Varias dinámicas funcionan en un ménage. Cada uno tiene una relación única con su mujer, luego tienes la relación con tu co-Dom, y luego hay otra dinámica cuando están los tres. —Cierto. Vivir juntos es más relajado. Hay más horas muertas. —Vance lo miró—. Ella estuvo aquí por un par de días. Probablemente cada uno tenía tiempo a solas con ella sin pensarlo. Interesante observación. —Es verdad. Bueno, ya veremos adónde va. La mirada de Galen se volvió hacia Max. —Ella es realmente un amor, ¿sabes? —Es lo que estoy aprendiendo. —Max sonrió mientras Uzuri abrazaba a Hunter, logrando mantenerlo lo suficiente quieto como para plantar un beso en la cabeza peluda. Sin duda era dulce. De todos modos, ¿era lo suficientemente fuerte como para tener una relación con él y Alastair? ¿Para dos Doms? Uzuri se frotó la barbilla en la cabeza de Hunter, sonriendo al sentir el suave pelaje. Oh, lo había extrañado tanto como había extrañado a los dos Doms. —Eres un amor. El perro se meneó de acuerdo. —Bueno, cariño, tengo que levantarme ahora. Él no se movió. Había más de treinta kilos de perro tumbado desgarbadamente en su regazo... y, puesto que llevaba un vestido, salir a gatas de debajo de él no iba a funcionar. No, a menos que ella les mostrara a todos en el patio. —¿Podrías necesitar ayuda? —preguntó Alastair detrás de ella. —Sí, por favor, Señor. —El señor se escapó de algún modo. ¿Cómo le hacía eso a ella? —Hunter, ven—. Él chasqueó los dedos, y el perro saltó de su regazo para sentarse a los pies del Dom—. Buen chico.

Después de lanzar a Hunter una golosina, Alastair tendió la mano a Uzuri. A pesar de que quedaba por encima de ella, miró sus sensatos ojos oscuros y se relajó. Su mano se cerró en torno a la de ella, y la puso de pie con facilidad. —Gracias. —Mujer, así es como agradeces a un Dom. —Mientras él la acercaba, metió los dedos en sus cabellos y los agarró. El firme tirón envió tantos cosquilleos a través de ella que su cuerpo pareció repicar. —Me gusta cuando tu pelo está suelto y rizado—murmuró—. Me gusta poder tocarlo. Oh chico, podía tocar todo lo que quisiera. Tal vez nunca volvería a usar extensiones. Cuando él tiró de su cabeza hacia atrás y tomó sus labios, sus entrañas entraron en una fusión súper sensiblera. ¿Cómo podrían los labios de un hombre ser tan suaves y sin embargo tan firmes? Podía sentir su barba perfectamente arreglada, una aspereza diferente de la piel bien afeitada alrededor. Cada respiración le traía el olor a cítricos tentadoramente calentados por el sol de su loción para después de afeitarse. Con un bajo zumbido de placer, deslizó la mano libre por su espalda, aplastándola contra él. Aunque le había echado los brazos al cuello, él controlaba sus movimientos mientras exploraba sus labios, su boca y su mandíbula, lenta y profundamente, hasta que sintió como si la conociera mejor por un beso de lo que nadie la había conocido antes . Oleada tras oleada de calor la atravesaron hasta que su piel se sintió como si estuviera irradiando. Cuando finalmente levantó la cabeza, sus piernas se habían debilitado. Los músculos de su brazo se endurecieron como hierro mientras sostenía su peso y le sonreía. —Hunter no es el único que te echó de menos, mascota. —Yo... —Ella siempre era educada y no podía pensar en nada que decir. Sólo podía mirarlo fijamente. La risa le iluminó los ojos hasta volverse verdes. Tomó una copa de vino de la mesa del patio y se la entregó. —Te traje esto. Ven y únete a los demás. En una mesa cerca del estanque del jardín, Sally, Rainie y Jake obviamente habían disfrutado del espectáculo. Vance y Galen se pasearon, también sonriendo, y se sentaron a cada lado de Sally. Cerca de la puerta de la casa, Max le sonrió. Oh, honestamente. ¿Nunca nadie había visto un beso antes? Mientras las mejillas de Uzuri se calentaban, se alisó el vestido y se acercó a la mesa. —Es bueno verlos a todos. ¿No es un maravilloso clima el que estamos teniendo?

Los labios de Vance temblaron. —Lo es, aunque quizás excesivamente húmedo. Te ves ruborizada. Ella no lo fulminó con la mirada, pero si decía algo más, convertiría todos sus látigos y floggers en cortinas de macramé. Con sus modales siempre impecables, Alastair la sentó. —¿Te gustaría un Negroni como aperitivo o algo parecido? —El Negroni suena maravilloso. Gracias. Cuando se fue, Max se puso detrás de Uzuri. Mientras hablaba con Galen y Vance sobre las alegrías de adoptar un perro, sus callosas palmas descansaban sobre la piel desnuda de sus hombros. Todo en lo que podía pensar era que un escote halter podría haber sido una mala idea. Sin embargo, no quería que se moviera. Nunca. —Podríamos conseguir un cachorro ya que estamos en casa ahora—reflexionó Galen —. Al menos Sally y yo lo estamos. —Un perro adulto podría ser una opción más sabia. —Vance negó con la cabeza—. Glock consideraría a un cachorrito un fino bocadillo rico en proteínas. —¿Glock? —preguntó Max. Uzuri inclinó la cabeza hacia atrás y le sonrió. —Tienen un gato gris grande que gobierna la casa. —Es la muerte para los roedores—añadió Vance—. Y tiene a todos los perros del barrio acobardados. —Ese es un gran nombre. —Max soltó una carcajada—. El próximo año, tennos presente para un gatito, Rainie, uno que se parezca a un Colt. —Una Glock dará cuenta de un Colt en cualquier momento—dijo Galen. Disfrutando de la tranquila conversación, Uzuri se dio cuenta de que Max se encontraba perfectamente a gusto con todo el mundo. Aunque tenía una cara tan dura y mortal como la del Maestro Nolan, no tenía la naturaleza taciturna de Nolan para nada. Le gustaban las personas y hablar con ellas. Y mientras él ociosamente le masajeaba los hombros, se relajó. Jarvis había sido demasiado confianzudo, apretando su culo o tratando de acariciar sus pechos en público. Las manos de Max nunca dejaron sus hombros. Cuando Alastair se les unió, se ubicó en el otro lado de Uzuri, tomó su mano y entrelazó sus dedos. La trataban de la misma manera que un hombre podría tratar a su cita. Su amante.

Su esposa. Posesivamente. Ambos. * * * * * Más tarde esa noche, Uzuri estaba de pie en el tocador y revisó su cabello y maquillaje. Todo se veía bien. Mejor que bien, en realidad. Estaba radiante. Ser el centro de atención de dos hombres muy dominantes la hacía sentirse... increíble. Sexy, bonita. Deseada. Raras veces había habido un momento en el que Max o Alastair no la tocaran. Un brazo alrededor de la cintura, una mano presionada en el hueco de su espalda o los dedos entrelazados con los suyos. Al principio, se había preocupado de que su exhibición pública de afecto fuera simplemente trabajar en su miedo a los hombres. Sólo... tal vez no. A Alastair le gustaba. Sí, ella creía honestamente que le gustaba. A Max también. Su beso había sido intenso. Marcándola. ¿Pero los dos? Hablando de confusión. Ahora mismo, no le importaba. Estaba divirtiéndose. Además, decirle a los Drago que se sentía un poco ansiosa con sus atenciones simplemente aseguraría que la tocaran aún más. A los Doms les gustaba empujar los límites así. Aparte de sus preocupaciones, la velada había sido maravillosa. La comida, 7

gallineta servida sobre arroz salvaje con una salsa de hongos shitake habían estado soberbia, la conversación dinámica y llena de risas. Habían invitado a los mejores amigos de ella, y dudaba que la lista de invitados hubiera sido una casualidad. Aunque Alastair era más reservado que Max, era elocuente y fascinante. Había vivido y viajado por todo el mundo. Él y Jake eran muy parecidos. Galen y Vance habían estado en la policía y hablaban el lenguaje de Max. Rainie y Sally no sólo eran brillantes, sino imparables. Verdaderamente una noche divertida. Después que una ruidosa tormenta los llevó a la formal sala de estar, Alastair había sacado un Zinfandel cosecha tardía que había comprado en Francia y un surtido de frutas y tartas de queso para el postre. Uzuri negó con la cabeza. El Zinfandel era probablemente la razón por la que se sentía tan a punto de caramelo. Ese último vaso había sido demasiado. Cuando regresó a la sala de estar, oyó el timbre de la puerta. ¿Los Drago esperaban más invitados? En su camino hacia la puerta principal, Alastair se detuvo para tocar su mejilla

suavemente, dejando un hormigueo detrás. ¿Cómo podía despertar todos sus sentidos con tanta facilidad? Inquieta otra vez, se sentó y sonrió por cómo diferían la sala de la televisión y la sala de estar. Los muebles de la sala de la televisión eran en su mayoría de Max, y la habitación era todo acerca de la comodidad. La distinguida sala de estar estaba diseñada para el entretenimiento. Contra las paredes de un pálido gris, los muebles europeos de Alastair dominaban: un sofá camelback blanco con patas talladas y varios sillones wingback de color borgoña. Las luces de los candelabros de caireles de cristal tallado daba un suave resplandor a la habitación; la repisa de la chimenea de piedra caliza tallada a mano simplemente clamaba por velas verdaderas. Mientras tomaba su bebida, recordó algo que había querido preguntar. —¿Qué le pasó a los lirios acuáticos del estanque? ¿No había más la semana pasada? —El cachorro pasó. —Max hizo un gesto con la cabeza al perro que se había quedado dormido a los pies de Rainie—. Estábamos desayunando allí afuera ayer. Hunter notó la carpa dorada... y decidió ir a pescar. Jake, el veterinario, dijo bufando. —Pointers alemanes de pelo corto y agua. No puedes mantenerlos alejados. —Oh, no. —Uzuri podía imaginarse. —Creo que la carpa dorada todavía está de mal humor. —Max levantó la vista cuando Alastair entró en la habitación. La mirada de Alastair era ilegible. —Max, me temo que tienes una visita. Uzuri parpadeó. Esa era una manera terriblemente negativa de anunciar a una visita. —¿Sí? —Max se levantó. Una rubia entró en la habitación, vio a Max y se lanzó contra él. —Oh, querido, te he echado mucho de menos. —Ella le rodeó el cuello con los brazos y hundió la cabeza en su hombro. La extraña sensación en el fondo del estómago de Uzuri era de... temor. Con un esfuerzo, ella borró su expresión. Los dos parecían encajar. La rubia alta y esbelta era extraordinariamente hermosa, con rasgos refinados y cabellos gruesos y ondulados que caían perfectamente en su lugar. Su vestido de seda color turquesa destacaba los ojos azules que estaban nadando con lágrimas de felicidad.

Max tenía una novia. ¿Por qué pensé que estaba interesado en mí? Sintiendo como si estuviera entrometiéndose en una reunión íntima, Uzuri miró a los otros invitados. —Quizá sea hora de dar por terminada la noche y dejarlos solos. —No creo que él estuviera de acuerdo. —Contemplando a la pareja, Rainie frunció el ceño—. Ese hombre es un campista infeliz. —¿Qué? —Uzuri miró por encima del hombro, y se le cayó la mandíbula. Con cara oscura de rabia, Max se sacó bruscamente los brazos de la mujer de su cuello y dio un paso. —Max. —El dolor llenaba la cara de la rubia—. ¿Cómo puedes tratarme así? —¿Tal vez porque no quiero verte, oírte, o hablar contigo? —Su voz era cruda y áspera—. Ya te he dicho suficientes veces que no hay nada entre nosotros. ¿Por qué mierda crees que me mudé aquí? —Oh, mi amor. —Después de mirar a las personas en la habitación, ella le puso una mano sobre el pecho—. Vamos a un lugar privado y hablemos. Estoy segura… —No, Hayley. —Su gélida mirada se encontró con la de Uzuri—. ¿Ves, cariño? Los hombres también tienen acosadores. Uzuri parpadeó. OmiDios, ¿ésta era su acosadora? ¿La mujer que lo había alejado de Seattle? Max suspiró. —Lo siento, gente. Esto no es para lo que os invitamos. —Asintió con la cabeza a Hayley—. De acuerdo. Vayamos a otra habitación. No. Simplemente no. Conseguir a Max a solas era la estratagema de la mujer. Jarvis había hecho lo mismo, generar situaciones en las que Uzuri capitularía para evitar una escena. Cuando Hayley se enganchó del brazo de Max, una rabia rápida y caliente inundó las venas de Uzuri. Esa hembra necesitaba aprender lo desagradable que un “espectáculo” podía convertirse. Con la mandíbula tensa, Uzuri atravesó la habitación con paso impetuoso, se metió de un empujón entre Hayley y Max, y utilizó una cadera para golpear a la mujer. Aguantando la rabia, se acurrucó contra Max y lo rodeó con sus brazos como si perteneciera allí. Para su sorpresa, él la acercó aún más y ella no pudo evitar notar el poder y la fuerza de su cuerpo. No queriendo enfrentar su indudablemente horrorizada expresión, apoyó la mejilla

contra su pecho y preguntó en voz alta: —¿Es ésta la horrible perra de la que me hablaste, Max? —¿Qué? —Hayley parecía como si le hubieran dado una bofetada. Uzuri sintió un momento de compasión, luego desapareció. Los acosadores merecían ser avergonzados. Detrás de Hayley, Alastair asintió con la cabeza a Uzuri y en silencio vocalizó: —Sigue. De acuerdo entonces. Ella miró ceñudamente a Hayley. —No fuiste invitada a nuestro fiesta y nunca lo serás. Capta la indirecta, chica. Vete y no nos vuelvas a molestar. —Cada pronombre implicaba que Max y Uzuri eran una pareja. Nuestra fiesta. Nos. Después de un pequeño respingo, Hayley entrecerró los ojos. Uzuri animó a Rainie con una ceja levantada. Su socia de larga data en el juego de guasa saltó a la reyerta. —Parece que no enseñan modales en la costa oeste. ¿Todo el mundo en Seattle es tan desagradable? Uzuri olisqueó. —Espero que no. Max quiere que vayamos de visita allí la próxima primavera. Sally le dijo a Vance en un fuerte susurro: —No puedo creer en la manera en que esa mujer abordó sexualmente al hombre de Uzuri. Eso es tan vulgar. Hayley le frunció el ceño a Sally y Rainie, y su mirada pudo haber desgarrado la ropa de la espalda de Uzuri. Cuando se volvió hacia Max, su sonrisa y su voz eran lo suficientemente dulces como para pudrir los dientes. —Querido, no puedes preferir a esta… persona... que a mí. El brazo de Max se sentía como hierro alrededor de la cintura de Uzuri y no se aflojó. Con la mirada fija en Uzuri, le frotó la mejilla con los nudillos y dijo en voz suave: —De todas las maneras en que puedo pensar, prefiero a Zuri que a ti. Por supuesto, sólo dijo eso para deshacerse de Hayley, y aun así Uzuri sintió su declaración bajar hasta las puntas de los dedos de los pies. Ella no podía apartar la vista del calor posesivo de su mirada. Sus ojos colmaron su mundo.

En algún parte, Hayley protestaba. Lloriqueaba. —No. Max... pero nosotros... Max. Los labios de Max tocaron los de Uzuri. Firmes, pero tiernos. Exigentes, pero caballerosos. Abrumador. Cuando el suelo bajo sus pies desapareció, todo lo que pudo hacer fue aferrarse. A él. Algún tiempo después, él levantó la cabeza y la besó ligeramente. —Mmm. —Después de un segundo, él levantó la vista. Uzuri miró por encima del hombro. Hayley tenía una mano sobre la boca. Su expresión era de absoluta conmoción. Detrás de ella, Alastair levantó una divertida ceja a Max, antes de poner su mano sobre el hombro de la rubia. —No eres bienvenida aquí. Te mostraré la salida. Hayley se resistió, su mirada fluctuó entre Uzuri y Max, luego sus hombros cayeron en completa y absoluta derrota. Sin un sonido, ella siguió a Alastair fuera de la habitación. Max siguió con la mirada a la mujer que había hecho su vida un infierno en Seattle. No podía creer que se hubiera marchado. ¿Cuántas veces se había entrometido en sus salidas nocturnas y hecho pasar vergüenza a su cita? Nunca había abandonado el campo... hasta ahora. La resignación en su rostro indicaba que esta vez, en verdad, había desaparecido para siempre. Por otra parte, ninguna mujer había entrado en la pelea como lo había hecho Uzuri. Ninguna mujer se había encargado abiertamente de Hayley, no sólo luchando contra ella, sino también humillándola. Y cuando Hayley le había preguntado cómo se sentía él, nadie podía haber pasado por alto la verdad retumbando en su voz. En sus brazos, Uzuri se retorció ligeramente y empujó contra su pecho. Max sonrió. No, no iba a dejarla escaparse, a menos que ella quisiera huir. Un Dom no debería hacer suposiciones. Alastair volvió a entrar en la habitación, su rostro oscuro con el ceño fruncido que solía poner con enfermedades incurables, duros crucigramas y personas que no había comprendido. Cuando sus miradas se encontraron, Max miró a la pequeña sumisa. Apretó los brazos y asintió. El ceño fruncido de Alastair desapareció. Lentamente, sonrió.

Mensaje recibido. Al diablo con ver dónde irían las cosas. Las cosas irían como ellos ordenaran… hacia adelante. Estamos conservando a ésta... si ella quiere ser conservada. * * * * * —Muy bien, supera esto. Estornudar al ponerte el rímel. —Mientras la risa de Max resonaba en la noche tranquila, Uzuri frunció el ceño. ¿Tranquila noche? Miró alrededor del patio oscuro. ¿A dónde se habían ido todos? Después de que Hayley se hubo marchado, las personas habían abandonado la sala de estar por la cocina y el patio. Habían abierto más botellas de vino mientras los demás compartían varias formas en que las citas se habían vuelto decepcionantes. Entonces, de alguna manera, ella y Max habían comenzado a intercambiar información sobre sus momentos de adolescentes más traumáticos. OmiDios, ella había pensado que la temida mancha roja de una menstruación intensa fue humillante, no que ella compartiera esa experiencia. Él había ganado con su relato de actuar en una obra de Shakespeare y tener una erección. Con leotardos. Pero... ella frunció el ceño. ¿Cómo no había notado que era la última invitada que quedaba? Recordaba vagamente que Rainie y Jake se habían despedido. ¿Cuándo se fueron Sally y sus amos? ¿Dónde estaba Alastair? Uzuri miró ceñudamente la botella en la mesa. ¿Cuánto había tomado? —¿Algo mal, princesa? —Todo el mundo se ha ido. —Se sentó derecha en la larga poltrona—. Aunque di a entender a Hayley que vivo aquí, no lo hago, y necesito llegar a casa. —Ajá. —Max sonrió—. Tienes que quedarte así no mentiste. ¿No es eso considerado un pecado o algo así? —Me arriesgaré. Su voz tenía un borde cortante de Dom. —Recibiste instrucciones de traer un bolso para pasar la noche. ¿Lo hiciste? —Sí, Señor. —¿Cómo había olvidado que había planeado quedarse? Por otra parte, no era Max quien le había dicho que empacara un bolso—. ¿Dónde está Alastair? —El Doc se cansó. Se levantó temprano esta mañana para las rondas en el hospital por lo que tomó a Hunter y se fue a la cama. —¿Se ha ido? —Uzuri se puso tensa. Las minúsculas luces solares en el follaje y la luna cuarto creciente sobre la cabeza

daban la luz suficiente para ver la diversión de Max. —Sí. Sólo quedamos los dos. ¿Asustada, cariño? Cuando se levantó, alto y poderoso, sus anchos hombros ocultaron la luna. Demasiado grande. Pero bajo su mirada calma y firme, su miedo desapareció. En lugar de eso, un escalofrío de excitación la atravesó de lado a lado y aumentó cuando se sentó en la poltrona reclinable a su lado. El sonido de las salpicaduras de agua en el estanque inferior se mezclaba dulcemente con la música cadenciosa de las mujeres celtas desde dentro de la casa. Inclinándose, Max lentamente hizo que le rodeara el cuello con los brazos y entonces capturó sus labios. Oh, la forma en que besaba. No suave o provocadora, sino completamente posesiva. Si ella pudiera fusionarse con su cuerpo, lo haría. Su grueso cabello acariciaba sus brazos, y ella extendió la mano para pasar los dedos a través de la fantástica sedosidad. Jalándolo más cerca, dejó que su lengua danzara contra la de él, y él tomó más. Cuando Max levantó la cabeza, su respiración era más rápida. —Mierda, puedes besar, princesa. —Pasó un dedo sobre su labio superior y bajó al inferior—. He tenido sueños carnales con esta boca tuya. A pesar de que un rubor se extendió por su piel, se imaginó tomando su polla en la boca, chupándola, dándole placer. La excitación anegó su coño. —Y desde que apareciste esta noche, he querido hacer esto. —Con un rápido tirón, desató los lazos del halter en su cuello y la desnudó de la cintura para arriba. La brisa de la bahía flotó sobre sus pechos expuestos, y ella jadeó. Cuando intentó cubrirse, él negó con la cabeza. —No, pequeña sumi. —Le rodeó las muñecas con una mano grande y las aseguró sobre su cabeza. —Max, tú... —¿Quién? Oh, Dios Bendito, ella reconoció esa mirada. Ese tono. Había entrado en modo Dom. Cada hueso de su cuerpo quedó lánguido en total rendición. —Señor—susurró ella. ¿Qué había planeado decir? —Mmm. Son tan bonitos como imaginé. —Casualmente, como si tuviera derecho, acarició un pecho, levantándolo en la palma caliente y callosa como si lo pesara. Su pulgar rodeó el pezón. Lentamente. Mirándola, sonrió como si pudiera ver la manera en

que su cuerpo se estaba excitando. Sus pezones alcanzaron su punto máximo con una sensación de tensión y dolor. —Mírate—dijo suavemente. Se inclinó hacia adelante y tomó sus labios en un beso perezoso y embriagador, explorando su boca sensualmente, incluso mientras hacía rodar suavemente los pezones, primero uno y luego el otro. Una lenta pulsación despertó entre sus piernas, y ella restregó los muslos. No. No debería estar sintiéndose así. Cuando la culpa la invadió, un sonido de protesta escapó. Él retrocedió, con la mirada fija. Después de un largo examen, dijo en voz baja: —Luces desgarrada, cariño. Dime qué te pasa. —Esto no es... esta semana estuve con Alastair. No puedo... esto no es correcto. —Por supuesto. Entiendo, princesa. —Él soltó sus muñecas y se sentó, su cadera contra su muslo—. Pensé que esto podría suceder. Muchas mujeres no quieren tener una relación con más de un hombre. ¿Qué te parece si te llevo con Alastair?, o si lo prefieres, te llevaré a casa. Él le sujetaba la mano suavemente, y su pulgar le acariciaba tiernamente el dorso de la mano. Todo su lenguaje corporal había cambiado, su intensa sexualidad enterrada. Quería decir lo que decía. —No quería dos hombres—dijo. —Está bien, Zuri. —Él comenzó a levantarse y ella lo tiró hacia abajo. —No he terminado. —Su voz chasqueó, y ella respiró profundamente—. Lo siento, Señor. Arqueó una ceja. —En realidad, me gusta saber que puedes mantener tu posición. Te felicito. Continúa. —Me expresé mal. Quise decir que, en el pasado, nunca había pensado en estar con dos hombres. —¿No había sido algo de mente estrecha?—. En este momento, no estoy segura de... nada. Ni siquiera sé cómo funciona esto. —Debería haber hecho algunas preguntas a Sally. —¿Cómo funciona qué? —preguntó Max con suavidad. —Bueno, Alastair estuvo conmigo. Por su voluntad. Ahora tú estás aquí y él se ha ido. —Señaló entre los dos—. Esto no es... un trío, ¿verdad? Su risita fue lacónica. —Te tengo. Lo que tienes que recordar es que cada relación poliamorosa funciona de manera diferente.

—Um. De acuerdo. Ya lo has hecho antes. ¿Fuera del club? —Las palabras ciertamente no estaban fluyendo fácilmente de sus labios. —En verdad, sí. Sus ojos se abrieron de par en par, y él resopló. ¿Cuándo había tenido una... lo que fuera como la llamó? —Pensé que tú y Alastair no habíais estado juntos desde la universidad. —Es correcto. En la universidad fue donde descubrimos el BDSM y el compartir. En nuestro último año, alquilamos una casa, y nuestra sumisa vivía con nosotros. Aunque disfrutamos de nuestro tiempo juntos, ninguno de nosotros iba en serio. Todos nos fuimos en diferentes direcciones después de la graduación. —Oh. Él pasó un dedo por su mejilla. —Durante el servicio, estuve casado un tiempo breve. ¿Había estado casado? El pensamiento era extrañamente molesto. Por supuesto, alguien tan sexy como él no permanecería soltero. No estaba casado ahora. —¿Qué pasó? —Nada muy impactante. Poco profundo como suena, me enamoré de su belleza, pero no la conocía. La mayor parte de nuestro matrimonio, yo estaba luchando en el extranjero mientras ella progresaba en su profesión. Nos quedamos sin nada en común. Es una buena mujer. El problema fue que las cosas que ella consideraba importantes a mí me fastidiaban. Para ser justo, ella me consideraba demasiado rígido. ¿Demasiado rígido? ¿Un marine y un policía? Bueno, obvio. El intento de Uzuri de ahogar su risita fue infructuoso. En cuanto a su esposa... —¿Ella era cara de mantener? Su sonrisa burlona fue rápida y blanca en la noche. —Increíblemente cara de mantener. Uzuri se tensó. Ella también. —No, cariño, no eres como ella. Su maquillaje era la prioridad antes de salir del dormitorio. Jamás abrazaría a un perro o dejaría que le lamiera la barbilla. Nunca. —Oh. —La calidez en su mirada inundó a Uzuri, borrando el dolor que había sentido. —Tu apariencia es importante para ti, lo entiendo. —Su mano le acarició el rostro—.

Pero los cachorros y las personas clasifican más alto en tu escala de prioridades. Por supuesto. Sin embargo, ella comprendió lo que quería decir. En realidad, había conocido a hombres muy egoístas. Él continuó: —Incluso cuando estaba recién casado y feliz, todavía extrañaba lo que Alastair podría haber aportado a la relación. Por desgracia, mi esposa no estaba abierta a las relaciones poliamorosas. En realidad, se asqueó cuando descubrió que Alastair y yo habíamos compartido a una mujer. Ser compartida por dos hombres. ¿Por qué lo había descartado por completo cuando Sally lo había mencionado antes? En este momento, pensar en estar con Alastair y Max le provocaba un poco de ansiedad, pero no repugnancia o miedo. —Así que, um, ¿cómo funciona? —Depende de las necesidades y deseos de todos los involucrados. Oh, eso no le decía mucho. ¿Todos participaban por igual? —Entonces, ¿Alastair y tú sois bisexuales? En vez de ofenderse, Max se echó a reír. —No. Habría sido más fácil, en realidad, pero nuestras hormonas no rebotan así. — Él le levantó la mano y le mordisqueó los dedos, enviando hormigueos hacia arriba. Cuando ella se estremeció, los labios viriles se curvaron en una sonrisa—. Nos gusta convivir, como trío con una sumisa, y nos gusta el sexo uno-a-uno con ella, también. — Un hoyuelo apareció en su mejilla—. La alternancia funciona bastante bien. Ella abrió la boca ante su contundente explicación. Y la excitación burbujeó dentro de ella al pensarse siendo la sumisa en una mesa de bondage a merced de estos muy experimentados y cuidadosos Doms. O ella estaría con Max una noche y con Alastair la siguiente. Sus prominentes pezones le dolían, exigiendo ser tocados otra vez. Max puso los dedos bajo su barbilla y sostuvo su mirada. —Entonces, princesa. ¿Debería llevarte a casa ahora? ¿Arriba con Alastair? ¿O quieres quedarte aquí? Su voz emergió en un susurro. —Quedarme. —Sus músculos se tensaron. Oh, ¿qué había hecho? —Relájate, Zuri. —Sus ojos se entrecerraron—. Esta noche, o en cualquier momento con Alastair o conmigo, esperamos que nos digas si algo no funciona para ti, ya sea una posición, un hombre o una relación. La preocupación dentro de ella menguó.

—De acuerdo. —Bien. En caso de que la necesites, tu palabra de seguridad es rojo. —¿Palabra de seguridad? —¿Como en una escena? —Sí, princesa. Una palabra de seguridad. —Un segundo después, él le había puesto los brazos sobre la cabeza y sujetado las muñecas al barrote más alto de la poltrona. Max observó cómo los ojos de la pequeña sumisa se abrieron como platos mientras tiraba infructuosamente de las muñecas. Después de un segundo, ella preguntó con adorable indignación. —¿Qué tipo de personas tienen correas de velcro unidas a sus poltronas? —Doms, cariño. Doms. —Estaba disfrutando de cómo la postura de los brazos sobre la cabeza destacaba sus bellos senos. Sonriendo, los acunó a ambos. ¿Cómo sus pechos lograban ser tan firmes y tan suaves al mismo tiempo? Tiró de un pezón y lo observó contraerse en un círculo más pequeño y duro hasta que el pico se alzó. —Hermoso, Zuri. —Se inclinó hacia delante y tomó su boca, con fuerza y minuciosamente. Mientras profundizaba el beso, la sintió tensarse de nuevo. Se recostó y la estudió. Los hombros y los músculos de los brazos no estaban tensos. Ella no estaba tirando de las restricciones. No era la esclavitud lo que la inquietaba—. Háblame, cariño. —Yo… —Le evitó la mirada. Mmm. Sus pezones estaban todavía erectos, su color un poco más intenso y oscuro. Estaba excitada. No la estaba asustando, y el bondage definitivamente la ponía cachonda. Espera. Ella estaba excitada, y por Max, después de haber estado con Alastair la semana pasada. Estaba todo genial con tener una conversación intelectual sobre el ménage y los tríos, pero posiblemente tener las manos de otro hombre en ella podría ser demasiado concreto. Sólo había una forma de averiguarlo. —¿Estás molestada por calentarte conmigo después de haber estado con Alastair? Ella se mordió el labio, ese hermoso labio hinchado, y asintió. —¿Te sientes desleal? ¿O tal vez como una… puta? Otro asentimiento. Sus aterciopelados ojos marrones mostraban su preocupación. Maldito si no le gustaba aún más por su conciencia. Su esposa le había enseñado que la belleza era sólo superficial. Lo bonito era agradable; el carácter era sobre lo que se construía una verdadera relación. —Lo entiendo, cariño. Déjame ponerlo así: si tuvieras hijos, ¿elegirías uno para amar e ignorarías al resto? Sorprendida, negó con la cabeza.

—Por supuesto que no. —¿Así que puedes amar a más de una persona a la vez? Ella comprendió adónde iba él y le dirigió una mirada de descontento. —Sí. —¿Adivina qué, princesa? También puedes excitarte por más de uno. —Se inclinó para un beso duro, de boca cerrada—. Alastair y yo aprendimos a compartir antes de que aprendiéramos a caminar, así que no nos ponemos celosos el uno del otro. Dicho esto, si estamos juntos y persigues a otro tipo, me cabrearía un poco. Sus hermosas y bien formadas cejas se fruncieron. —¿No se ponen celosos uno de otro? —No. —Él le acarició la mejilla, complacido cuando ella no se apartó—. Si las cosas se desajustan, entonces la parte infeliz empieza a hablar. —Como niños, había habido algunas batallas notables hasta que habían aprendido a dialogar—. Ayuda que ambos seamos “justos”. —Oh. —Ella soltó un pequeño suspiro—. Esto se sentía como que lo estaba traicionando. ¿Estás seguro de que está cómodo conmigo estando aquí contigo? —Cariño, ¿por qué crees que se acostó temprano y se llevó a Hunter con él? La forma en que sus ojos se redondearon fue adorable. Se inclinó y cerró los labios alrededor de un pezón como terciopelo. Su jadeo fue aún más adorable. Él la trabajó, acariciando, presionando, y apretando sus pechos, lamiendo y chupando sus pezones, hasta que pudo escuchar los brazos tironeando de las tiras de velcro. Perfecto. Oh, cielos. Sus pechos se sentían como si estuvieran demasiados inflamados para su piel, y sus pezones estaban tan apretados que le dolían. Max apoyó las palmas sobre los senos y la estudió durante un largo momento antes de sonreír. —¿Cuál es tu palabra de seguridad, cariño? Palabra seguridad. Palabra seguridad. Correcto. —Rojo. Señor. Es rojo. —¿Por qué estaba preguntando… ? —Bien. —Metió la mano bajo su vestido y le sacó los calzoncillos de muchachito—. Por cierto, Zuri. La próxima vez que uses ropa interior en nuestra casa, Alastair o yo la destruiremos. —¿Qué? Sin responder, agarró su pierna izquierda y la levantó sobre el apoyabrazos del

sillón, dejando la parte baja de la pierna colgando hacia afuera. Una banda de velcro le rodeó el tobillo, la correa lo suficientemente apretada para garantizar que su pierna se mantendría sobre el apoyabrazos. Con manos implacables, hizo lo mismo con su pierna derecha. —¡Max! —Ella tiró de las restricciones de las muñecas, luego de los tobillos. —Es una poltrona bastante fuerte. No creo que puedas romperla así. —Su sonrisa brilló y desapareció mientras bajaba un dedo por su pecho, lentamente por el vientre y luego, a lo largo de la tela arrugada en su cintura. Sus músculos temblaron bajo su toque. —Ahora vamos a ver lo que tienes aquí abajo. —Levantó la falda del vestido y la apartó de su camino, entonces simplemente la estudió durante un largo minuto. Un largo y excitante minuto. Rozó los nudillos sobre su montículo, y sus labios se curvaron hacia arriba. —Me acuerdo de este coñito rellenito. Tan jodidamente suave. —Uuuh. —El mundo entero se calentó hasta que cada bocanada de húmedo aire nocturno se sentía denso y pesado en la garganta de ella. Sin prisa, pasó los dedos alrededor de su entrada y esparció la humedad alrededor del clítoris. Solo… jugando. —Me gustas bien abierta como estás—dijo—. Es como recibir un regalo después de la cena. Ella trató de mirarlo fieramente, pero lo que estaba haciendo con sus dedos era... era... Él deslizó un dedo dentro, y Uzuri se oyó jadear ante el electrizante placer. —Muy agradable. —Su potente voz era suave—. Aprieta, princesa. Ella apretó los músculos en torno a él. —Perfecto. Mantén tu coño así... o todo se detiene. ¿Qué quería decir? Un segundo más tarde, se deslizó hacia abajo para arrodillarse al final de la poltrona. Era tan alto que cuando se inclinó hacia adelante, pudo besar el pliegue entre su vagina y su pierna. Sus cálidos labios rozaron sobre la piel sensible, y ella se estremeció. —Sabes, se me olvidó afeitarme antes de que llegaran los invitados. — Deliberadamente restregó la áspera mandíbula en la cara interna del muslo en una caricia eróticamente dura que de alguna manera encendió su piel desde los dedos de los

pies hasta el coño. Lentamente, empujó un dedo dentro de ella otra vez y la miró en silenciosa orden. Ella apretó los músculos en torno a éste. —Que-buena-chica. —Su dedo estaba todavía dentro cuando la lengua hizo un círculo alrededor del clítoris. —Oh, Dios. —Ella inspiró. Él se rió entre dientes y levantó la cabeza. —Nunca te he oído maldecir, princesa. —No es educado—dijo jadeando. Pero cuando él rodeó su entrada con el dedo y volvió a meterlo haciendo un movimiento de espiral, ella no sabía si estaba maldiciendo o no. O tal vez era una plegaria. Con los labios curvados en una sonrisa, bajó la cabeza y le lamió el clítoris, atormentando la parte de arriba y los lados con golpecitos chisporroteantes. Cuando cerró los labios y lo chupó, sus sentidos tambalearon con aturdido placer. El calor reunido, se filtraba como lava caliente en su coño. Oh, oh, iba a correrse. Sus muslos temblaron con la necesidad. Abrió los ojos, viendo la luz de la luna a su alrededor, sintiendo solo la lengua húmeda trazando exquisitos círculos ahí abajo y el lento movimiento de entrada salida. Él se detuvo. Su voz escapó en un susurro ronco. —Noooo. —Aprieta con fuerza, cariño. —Dentro de ella, su dedo se movió en un recordatorio manifiestamente carnal de su orden. Contrajo los músculos, sintiendo la fuerte oleada de necesidad recorrerla de lado a lado. —Buena chica. —Él le acarició con la nariz el vientre—. Esto es lo que espero de ti cuando esté dentro de ti. En este momento es práctica. —Su mirada de promesa oscuramente erótica la hizo volver a apretarse involuntariamente a su alrededor. Él se rió y cerró la boca alrededor del clítoris. Una azotadora sensación de succión mientras chupaba atravesó su cuerpo. Un dedo, dos dedos, entrando y saliendo a un ritmo ardiente, la condujeron rápidamente hacia el clímax. Todo dentro de ella se apretó con fuerza alrededor de esos codiciosos dedos mientras la presión en su interior aumentaba. El sudor brotó en toda su piel. Cuando su

lengua bailó sobre su clítoris, sus caderas intentaron elevarse a la altura de la boca. Él puso su mano libre sobre su montículo para bajarla. Usando esos dedos, abrió sus labios vaginales, dejando completamente al descubierto el exquisitamente sensible nudo. Brazos sobre la cabeza, piernas extendidas... coño mantenido abierto. La sensación de impotencia y vulnerabilidad la estremecieron y la sacudieron hasta la médula. Su lengua golpeteó sobre el clítoris en repetidas ocasiones, y el nudo se inflamó aún más, volviéndose increíblemente sensible. Su respiración se desaceleró de jadeante a no respirar cuando uno por uno sus músculos se tensaron. Lamida, lamida, lamida. Cada contacto iba directamente a su útero. Lamida, lamida, lamida. El orgasmo crecía dentro de ella, insoportablemente pesado, a la espera, como la fatídica pausa entre el relámpago y el estruendo del trueno. Lamida, lamida… Su orgasmo estalló, arrasando a través de ella en oleadas tras oleadas de insoportable placer. Su mano sobre la pelvis la mantenía inmóvil. Sus dedos dentro de ella se sentían enormes mientras su vagina los apretujaba con fuerza, maltratándolos, las contracciones siguiendo sin parar hasta que incluso el mundo parecía sacudirse. Con un último lametazo, levantó la cabeza y retiró los dedos, enviando una nueva oleada de sensación estalló a través de ella. A pesar del rugido en su cabeza, el “mmmm” de satisfacción de Max sonó claro. Oyó una cremallera. Un ruido a papel arrugado. —Las restricciones. —Tironeó de ellas, intentando moverse—. Por favor. —Estás donde quiero, cariño. Bonita, abierta y húmeda. —Su palma continuaba sobre su coño expuesto, firme y casi caliente, ejerciendo presión sobre la sensible protuberancia. Otra contracción lenta la atravesó, haciéndola estremecerse. Él se movió, y el sillón crujió cuando las rodillas bajaron entre sus piernas. Acunando su pecho con una mano, se inclinó hacia delante, afirmándose con un brazo al lado de su hombro. Sus firmes labios tocaron los de ella. Su lengua atormentó y exigió. Su peso la presionó hacia abajo. A medida que la poltrona parecía hundirse, el embriagante mar de excitación la estaba arrastrando hacia abajo. —Zuri, mírame.

Abrió los ojos. Él se había quitado la camisa. La luz de la luna brillaba en los tensos músculos de los hombros y los brazos en un soberbio juego de luces y sombras. El vello en el pecho formaba un oscuro triángulo invertido sobre sus muy musculosos pectorales. —Eres tan hermoso—murmuró ella. —Gracias. —Cuando ella se dejó caer de nuevo, él se rió entre dientes—. No, cariño. Los ojos en los míos, y los mantienes allí. En cuanto lo miró a los ojos, sintió la punta de su polla en la entrada. Él era... grande. Muy, muy grueso. Demasiado grueso. Max la vio abrir ampliamente los ojos, luego cerrarlos con fuerza por la incomodidad, se detuvo para permitirle adaptarse. A pesar de que su polla no era mucho más larga que el promedio, la circunferencia podría ser un problema para algunas mujeres. Había aprendido a ir malditamente lento con nuevas amantes. —Relájate, cariño. No tengo ninguna prisa. Le sonrió mirándola a los ojos y añadió una advertencia de Dom. —Pero vas a tomarme por completo. La rendición en sus confiados ojos tiró de su corazón. Después de un segundo, volvió a empujar, y ella se estiró a su alrededor. Era muy estrecha, apretaba su pene como una prensa de manivela. A medida que la penetraba, monitoreaba su rostro y los ojos buscando cuando tenía que detenerse. Pausa. Empujar. Pausa. Uzuri estaba jadeando, y sus ojos eran un poco salvajes cuando finalmente estuvo metido hasta las pelotas, tan íntimo como un hombre podía conectarse con una mujer. Poseyéndola, y siendo poseído a la vez. Dios tenía una increíble sensación de equilibrio. Extendió una mano y soltó el velcro de las muñecas. —Puedes tocar, Zuri. Con un pequeño sonido de satisfacción, ella puso las manos sobre sus hombros. Él sonrió, tocando el ángulo suave de la mejilla, la delicada curva de la barbilla. Toda femenina. —¿Cómoda ahora? Ella asintió. —Bueno. Entonces, voy a follarte duro.

Una chispa se encendió en sus ojos, y maldita sea si ella no sonrió y envolvió los brazos alrededor de su cuello. ¿Podría ser mejor? Ella disfrutaba del bondage, de ser dominada... y le gusta el sexo un poco del lado áspero. Su polla se endureció aún más, y él se retiró y se deslizó en su calor con más ímpetu. Probando. Su bajo gemido de placer fue suficiente para hacerlo aumentar la velocidad. Maldición, ella se sentía bien. Sus senos se sentían suaves y llenos contra su pecho. Tenía la frente contra su cuello mientras giraba la cabeza para morderle la clavícula. Joder, sí. Él soltó el férreo agarre sobre su control y martilló dentro ella. Ella lo aferró del pelo, tratando de acercarlo aún más. A pesar de las restricciones en los tobillos, sus caderas trataban de elevarse a la altura de las de él. El calor en su mitad más baja aumentó, la presión cada vez mayor, incluso mientras la sentía contraer con fuerza su coño en torno a su polla. Sus cejas se fruncieron con su concentración... mientras hacía lo que él le había pedido. Aprieta con fuerza, cariño. Quería complacerlo. Nada era más dulce para un Dom. Con cada empuje, retorcía sus caderas para deslizar su pelvis sobre el clítoris mientras se enterraba profundamente. Se sentía resbaladiza, sedosa y jodidamente increíble. Él la folló más rápido. Más fuerte. La presión aumentó, un peso caliente y poderoso en la base de su columna vertebral. Sus jadeos le quemaban el cuello; sus uñas se clavaban en sus hombros. Y entonces gritó con fuerza, y su cuello se arqueó, y él sintió las rítmicas contracciones de su coño en otro orgasmo. Buena chica. Y él se dejó ir. El fogoso placer ardió dentro de sus pelotas e irradió fuego a través de su polla en alucinantes chorros mientras los espasmos de su coño hacían todo lo posible para exprimirlo hasta dejarlo seco. Cuando le soltó las piernas, quedándose profundamente dentro de ella durante un par de minutos, Uzuri enterró el rostro en su hombro. ¿Se suponía que tenía que haber oído las diminutas gracias susurradas? Algún tiempo después, cuando imaginó que sus piernas podían soportar su peso de nuevo, terminó de quitarle el vestido, la alzó y la llevó a través de la casa a su habitación. A su cama. Con un suspiro de placer, la tomó en sus brazos, su espalda contra su pecho, su culo contra su ingle. Media dormida ya, ella apoyó la cabeza sobre su brazo y acunó su mano entre sus pechos como un osito de peluche.

Él había pensado que ella era de corazón duro. Necesitaba gafas.

CAPÍTULO 15 En la mañana, después de una ducha rápida, Uzuri entré en la cocina. El sol brillaba en la bien ventilada cocina de estilo toscano con encimeras de cuarzo marrón oscuro, gabinetes de madera de arce marrón dorado y frente de cristal, y claras paredes de azulejos travertinos. Hunter estaba tendido al lado de la isla central cuadrada. Los hombres estaban junto al fogón. Alastair se veía delicioso con unos pantalones cortos color caqui, camisa polo blanca y zapatos náuticos. Max estaba igualmente delicioso en su propio estilo rudo. No se había molestado en afeitarse y su mandíbula mostraba una oscura sombra de barba. Su castaño cabello largo hasta el cuello aún estaba mojado por la ducha. Su camiseta negra mostraba a un zombi enfrentando a un guerrero con espada y la frase: ESGRIMA UNA HABILIDAD POST-APOCALIPTICA DE SUPERVIVENCIA. Ella tenía que aprender a usar una espada, bueno, una vez que mejorara la cosa del mano a mano. ¿Quién sabía cuándo los zombis podrían invadir los EE.UU.? Sonriendo, Uzuri respiró ante el aroma del tocino frito. ¿Por qué todo lo que no era saludable tenía que oler tan bien? Por otra parte, había tenido bastante ejercicio aeróbico anoche para justificar comer un paquete entero. ¿No era extraño sentir falta de sueño... y como si estuviera ruborizándose? Desafortunadamente, también podría estar caminando con las piernas arqueadas. El hombre tenía demasiada resistencia. La había despertado a alguna hora impía de la madrugada, diciendo que iba a trotar, y tenía que darle una despedida en caso de que lo atropellara un coche. En serio, ¿qué clase de cuento era ese? Había intentado darse la vuelta y volver a dormir. El diabólico Dom había hecho trampa. El despiadado bastardo la había inmovilizado sobre su espalda y puesto un vibrador en el clítoris. Cuando estaba gimiendo y casi corriéndose, la había dado vuelta y follado por detrás. Y volvió a poner el vibrador en su clítoris. La combinación fue... letal. Sintió sus mejillas ruborizarse, recordando su orgasmo gemebundo. Aunque la habitación de Max estaba abajo y la de su primo arriba, probablemente había despertado a Alastair. Al menos Max la había dejado volver a dormir y no había insistido en que se uniera a él y a Hunter en su carrera. Chiste. —Parece que nuestra pequeña bella durmiente se ha levantado. —La mirada de Max

la cubrió, haciéndola consciente de que su maquillaje no estaba en el lugar, sus pies estaban descalzos, y su pelo tirado hacia atrás sin ningún peinado en absoluto. Él sonrió —. Me gusta la apariencia informal, princesa. Cuando Alastair no habló, una corriente de inquietud la atravesó. Max había dicho que les gustaba compartir, pero ¿y si estaba equivocado? ¿Y si Alastair estaba molesto? Nunca habría hecho el amor con Max si eso lastimara a Alastair. La mirada de Alastair la recorrió de arriba a abajo y sus nervios chirriaron. Luego le regaló su reconfortante sonrisa. Oh, gracias a Dios, no estaba enojado. Alejándose del fogón, él extendió silenciosamente una mano. Cuando ella la tomó, la atrajo hacia él para un beso lánguido, húmedo y caliente. Cuando terminó, ella sabía que no estaba molesto en lo más mínimo. Él levantó la cabeza. —Luces como que Max y tú pasaron un buen rato anoche. Estoy feliz. Ella frunció el ceño. —Él dijo que deliberadamente te fuiste a la cama, dejándonos aquí abajo juntos. El destello de su blanca sonrisa lo dijo todo. Sí, lo había hecho. Pasó un dedo alrededor de sus obviamente inflamados labios. —Dado que pareces muy satisfecha, deberías darme las gracias antes que gritarme. Como si alguna vez gritara. Max se apoyó contra el mostrador, con los brazos cruzados sobre el pecho. —Estoy de acuerdo. Dile a Alastair: Gracias, Señor, por compartirme con tu primo. Pero... eso se sentía tan incorrecto. Cuando Alastair se estaba divirtiendo, sus ojos se volvían más verdes que marrones. Más brillantes. Ahora eran muy verdes. —¿Vas a ser desobediente, señorita? —Yo-yo… —Espero que sí. —Max sonrió—. Te pondré sobre tu espalda allí. —Asintió con la cabeza hacia la mesa en el rincón del desayuno—. Mantendré tus piernas en el aire con los pies sobre la cabeza, para asegurarse de que el Doc tiene una buena superficie de fuego. Y mientras te zurra el culo, jugaré con tu clítoris. Ante la oleada de calor que rugió a través de ella, sus rodillas en verdad se tambalearon.

—Siéntate antes de que te caigas, Uzuri. —Riendo, Alastair la guió a sentarse a la mesa. Antes de que ella se metiera en algo para lo que no estaba segura estuviera preparada, se apresuró a decir: —Gracias, Alastair. Señor. Gracias por compartirme con tu primo. —Muy bonito, amor. Mientras Max llevaba una pila de panqueques al rincón, le dijo a Alastair: —Lo siento. Esperaba que se quedara en silencio. —Habrá otra vez. —Los ojos de Alastair todavía estaban en ella y tenían suficiente calor para poner el océano en llamas. Mientras ella preparaba los platos sobre la mesa, los dos Doms trajeron huevos revueltos y tocino, una jarra de jugo de naranja y una cafetera. Una tetera antigua ya estaba sobre la mesa. Max ocupó la silla a su derecha. Siguiendo la comida, Hunter desapareció debajo de la mesa. Antes de que ella hubiese dado un mordisco, su pata se posó sobre su pie descalzo como para recordarle que tenía tocino... y un perrito olvidado se estaba consumiendo a piel y huesos debido a su abandono. Después de poner mantequilla y sirope sobre la mesa, Alastair se sentó a su izquierda. —¿Qué planes tenéis ambos para hoy? —Estoy ayudando a la familia de Andrea con los últimos detalles de la recepción. — Uzuri no podía explicar más dado que había jurado callar. Max miró el reloj de la cocina. —Esta tarde, recogeré a algunos parientes de Cullen del aeropuerto. Al parecer, decidieron asistir a la boda a último momento. Luego pasaré algún tiempo en el polígono de tiro. La idea de por qué Max necesitaba ser un buen tirador hizo temblar a Uzuri de preocupación. Se le fue el apetito y se lo quedó mirando. —Este no es un buen momento para ser policía. La gente te odia. —Algunos sí, otros no. —Los agudos ojos azules de Max se enternecieron—. Es una realidad: nuestro país tiene un cargamento de mierda de problemas raciales. —La tomó de la mano. —Así es—suspiró Alastair—. Todos los seres humanos están hechos para pertenecer

a una tribu de algún tipo. Tal vez algún día nuestra tribu será toda la Tierra en lugar de un país, raza o religión. Sí. Eso sería una meta a la que aspirar. Cada día. Sus dedos se curvaron alrededor de Max. —Por el momento. Tu trabajo es peligroso. —Cariño. —Él movió sus hombros—. Soy detective, no patrullero. Alastair señaló el plato de Max, lleno de tocino. —Está más en peligro por lo que come que porque alguien le dispare. También está… Max bufó. —Gracias, doc. Ya está bien. —… el estrés—continuó Alastair como si no hubiera sido interrumpido—. Necesita aprender a relajarse. —Ya veo. —Uzuri asintió con la cabeza a Alastair quien, en su opinión, acababa de darle una receta médica. Más o menos. Sabía todo tipo de maneras para lograr que un Dom se relajara. Sonriendo, echó una mirada a Max antes de estudiar a Alastair. Los doctores también estaban bajo estrés, ¿no? Ya lo había visto. De acuerdo entonces. Mientras mordisqueaba un trozo de tocino, una pata le golpeó ligeramente el empeine. Ante el recordatorio, rompió un pedacito para sostenerlo debajo de la mesa. Max le dirigió una mirada severa. —Tenemos reglas acerca de alimentarlo, cariño. No te metas en problemas. —Nunca soñaría con meterme en problemas. —Ella pestañeó con sus inocentes ojos al grande y malvado Dom mientras, debajo de la cubierta de la mesa, Hunter suavemente tomaba el tocino de sus dedos. Alastair tomó un sorbo de café. —Uzuri, no tuve la oportunidad de enterarme cómo te está yendo estos días. ¿Qué está pasando con la gente de Brendall? Ese no era un pensamiento muy agradable. —Muy bien en los departamentos de marketing y compras. En la tienda, no va tan bien. Las vendedoras que eran amigas de Carole han estado desparramando rumores desagradables sobre por qué fue despedida. Y sobre mí. Eso podría calmarse. Si no lo hace, entonces... —Entonces te encargarás —dijo Max con firmeza.

—Sí, lo harás. —La mirada de Alastair sólo contenía confianza, una confianza maravillosa y excelente para el ego. Ella respiró hondo. —Sí. Lo haré. * * * * * Uzuri se había marchado, después de ayudar con la limpieza, y Alastair se sirvió otra taza de té y subió las escaleras de la torre hasta el tercer piso. Atravesó las puertas corredizas de cristal hacia la terraza en el tejado y respiró hondo. Florida en otoño tenía el mejor clima del mundo. El aire lleno de energía de la mañana contenía un fuerte aroma a sal. Abajo cerca del paseo Bayshore, las gaviotas llamaban a los turistas y a los corredores. Instalado en uno de los cuatro sofás de la terraza, Max tenía sus pies descalzos sobre la mesa baja del centro con el perro estirado bajo sus piernas. —Oye, primo. ¿Es momento para hablar de Zuri? Max lo conocía bien. A su vez, Alastair conocía bien a su primo. Hoy, Max estaba relajado de una manera que Alastair no había visto desde que su primo se había unido a los Marines. Más que la saciedad física, Max irradiaba una satisfacción desde lo profundo del alma. Uzuri era buena para él. Estar con ella era... la vida manifestándose. Y más. Nunca había conocido a nadie que lo atrajera tan profundamente. Aunque estuviera callada, se daba por completo sin guardarse nada. Generosamente. Dulcemente. Y tenía esa personalidad reservada que era una fuente de humor que burbujeaba a la superficie en maneras adorables. Tenía una mezcla hipnotizante de rasgos, todos los cuales le atraían. Fuera lógico o no, sus sentimientos ya estaban comprometidos. —Sí. Quiero más. Max bufó. —Aquí que pensaba que yo era el impulsivo. —En realidad, no—dijo Alastair juiciosamente—. Eres el paranoico. Su primo soltó una carcajada. —Cierto. Pero diablos, no puedo permanecer paranoico con respecto a ella. No hay mezquindad en esa pequeña sumi. Ahora que hemos averiguado lo que estaba escondiendo, no tiene rincones ocultos. Lo que ves, es lo que tiene. Me gusta eso. —¿Y?

—Mierda, siento lo mismo. Ella encaja con nosotros de una manera como nadie ha encajado jamás. Estoy dentro. —Podríamos continuar como estamos—dijo Alastair en un esfuerzo por presentar todos los aspectos de la discusión—. Salir de cita, invitarla. —Nah. Con nuestros horarios de trabajo, la veríamos sólo un par de veces al mes. Alastair hizo una mueca. Uzuri trabajaba muchas horas al día, a menudo dejando la ciudad para concurrir a exposiciones comerciales. El horario de Max era errático en el mejor de los casos, dependiendo de los homicidios. Con la rotación de las guardias, probablemente Alastair fuera el peor. —Tienes razón. —He estado pensando... —Max se agachó para tirar de las orejas de Hunter—. Aunque Anne dice que el acosador de Zuri está en Cincinnati, yo diría que Uzuri prevee que aparezca por aquí. Dormiría mejor en nuestra casa. Levantando la taza a los labios, Alastair hizo una pausa. Había notado su nerviosismo silencioso, cómo su tensión parecía no desaparecer nunca. Lo había atribuido a su miedo a él. A los hombres. Por otro lado... había estado mucho más relajada aquí que en su dúplex. —Me pregunto cuánto de sus problemas han sido porque ella raras veces se siente completamente segura. La mirada decidida de Max se encontró con la suya. —Podemos solucionarlo. —Podemos. —La necesidad de hacerlo era tan fuerte como nunca había sentido. —Así que... vamos a convencerla de mudarse con nosotros. —Max sonrió—. El domingo sería perfecto. La boda de Andrea y Cullen era el domingo. Las mujeres y las bodas. Alastair rió entre dientes. —Eso es casi maquiavélico.

CAPÍTULO 16 El domingo, Uzuri pagó al taxista y corrió por la acera hacia la Iglesia Católica. Al entrar, se detuvo para mojar sus dedos en la pila y se santiguó antes de cruzar el vestíbulo. Disfrutando de cómo los altos vitrales en forma de arco brillaban en el sol del atardecer, inhaló lentamente. Las catedrales más antiguas tenían sus propias fragancias: velas, incienso y flores, y tal vez el perfume de generaciones de oraciones. Mientras cruzaba la habitación, Holt la vio y se acercó, inclinándose para besarle la mejilla. —Llegas tarde, cariño. Este no era el momento de explicar. —Te ves genial. Todos los Maestros de Shadowlands que no eran padrinos estaban acomodando, haciendo cualquier otra cosa que fuera necesaria, y estaban vestidos para la ocasión. Ella ciertamente no iba a quejarse. —Deberías llevar esmoquin más a menudo. Su: —No lo creo —fue acompañado por una expresión de “ni de coña”—. Pero tú te ves fantástica. —Gracias. —Con una sonrisa complacida, alisó su vestido de ceremonia azul pálido sin mangas, unos centímetros por arriba de los tobillos. Un bolero de encaje le cubría los brazos desnudos y la hendidura que el escote en U exhibía así podía usarlo en la iglesia. Con un suspiro resignado, había pasado de sus tacones de aguja “fóllame” por sandalias azules y beige de tacón más modesto. Se veía bien, y su vestido era perfecto para la recepción que se avecinaba. —¡Ven!, vamos a sentarte antes de que sea demasiado tarde. —Holt metió su mano en su codo y la escoltó por el pasillo. Un número asombroso de personas estaban en la nave. A pesar del inmenso tamaño de la iglesia, las familias y amigos de Andrea y Cullen habían logrado llenar el lugar. Para su sorpresa, Holt caminó directamente a la segunda fila en el lado de la novia antes de hacerle señas para que se sentara. —Andrea reservó estas dos filas para vosotros. El banco estaba lleno de todas las amigas de Uzuri, y ella sintió el escozor de las lágrimas con la suave aclamación ante su llegada.

Después de un segundo, se dio cuenta de que la segunda y tercera fila eran en su mayoría gente de Shadowlands. Las damas de honor, Jessica, Kari, Beth y Sally no estaban allí, por supuesto, ya que estaban vistiendo a la novia junto con una gran cantidad de parientes de Andrea. Andrea tenía una muy numerosa familia hispana; Cullen una enorme ChicagoIrlandesa. Después de mucha discusión sobre cómo elegir entre hermanos, primos y mejores amigos, los dos habían seleccionado a sus damas de honor y padrinos de entre los miembros del Shadowlands que habían ayudado a reunirlos. O, como Cullen dijo con su risa estridente, habían ayudado a reunirlos de nuevo. Sonriendo, Uzuri dio un saludo general a todos. Gabi, Kim, Linda, Rainie, Dara, Austin, Maxie y Cat. El compañero de Andrea, Antonio, estaba sentado con su novio. La Maestra Anne estaba con Ben. Olivia había traído su interés más reciente. Tanta gente… Mientras Holt se dirigía hacia el pasillo, Kim tomó la mano de Uzuri y la acercó. —¿Dónde has estado? Todos te hemos estado llamando. —Siento no haber contestado los mensajes. Hubo un... problema. —Uzuri se sentó, advirtiendo tardíamente que su tono había salido demasiado infeliz. —¿Qué quieres decir con un problema? —Kim agarró sus hombros—. ¿Qué pasó? ¿Estás bien? Al otro lado de Kim, Gabi y Linda se inclinaron hacia delante con preocupados ceños fruncidos. —No es eso —Uzuri se interrumpió cuando Kim le dio una sacudida impaciente. Vale, bien. Ella estaba aprendiendo a compartir. Correcto—. Alguien arrojó una piedra a través de mi ventana delantera. Hizo añicos el vidrio, y tuve que llamar a la empresa que gestiona el alquiler. Encontraron a un técnico de mantenimiento para tapar la ventana hasta que el cristalero pueda reemplazarlo mañana. —Oh Dios mío. No puedes quedarte allí —interrumpió Kim—. Deberías volver a casa con... —Esta noche estás con nosotros —interrumpió Gabi—. Marcus y yo tenemos una habitación de sob... —Te vienes conmigo esta noche —Linda interrumpió a Gabi—. Dejarás que Sam y yo cuidemos de ti. Por segunda vez en cinco minutos, Uzuri sintió lágrimas en los ojos. —Gracias. —Apretó la mano de Kim y sonrió a las otros dos—. Estoy segura de que son simplemente adolescentes estúpidos. Pero… gracias. Para su alivio, el sacerdote entró, y Uzuri se dejó caer en la comodidad de la ceremonia familiar.

Kim nunca le soltó la mano. Cuando Cullen y sus padrinos aparecieron, Uzuri se relajó y disfrutó. Y Cullen se veía bien, muy bien. Para nada nervioso. Totalmente feliz. Sin embargo... los ojos de Uzuri se entrecerraron. En la parte delantera estaban los Maestros Dan, Nolan y Raoul. ¿Tres padrinos, no cuatro? El sacerdote sonrió benevolentemente a todos y habló en el micrófono. —La novia pide que todos permanezcan sentados. La mirada de Uzuri se volvió hacia la anciana que estaba sentada en el lugar de la madre de la novia. La amada abuelita de Andrea. Aunque la “abuelita” tenía una voluntad de hierro, estar de pie y caminar hacían que le dolieran las avejentadas articulaciones. Andrea le había dicho al sacerdote que la tradición podía ser arrojada por la ventana si eso dañaba a su abuela. Y todo el mundo se quedaba sentado para que su abuela pudiera ver. Cullen había dicho una vez que su mujer era hermosa, pero era el corazón amoroso de Andrea lo que verdaderamente le había atrapado. La música cambió al “Canon en D” de Pachelbel, y la gente estiró el cuello para ver la procesión. Jessica avanzaba por el pasillo con un traje de dama de honor. Estaba muy hermosa con su cabello rubio rizado que rebotaba ligeramente. Después iba Kari. La maestra estaba caminando con cuidado como si contara cada paso. Beth era la siguiente y el vestido era casi del mismo tono que sus ojos. No le gustaba ser el blanco de las miradas, pero haría cualquier cosa por Andrea. Finalmente, apareció Sally, y su sonrisa era tan amplia que era contagiosa. Cuando llegó al frente, todos en la iglesia sonreían. Uzuri también sonreía. Confía en Sally para alegrar incluso una tradicional boda católica. Sosteniendo su ramo de rosas oro y marfil, apareció Andrea en la parte de atrás de la iglesia detrás de la niña de las flores. Su vestido de novia, corte en A, sin tirantes, destacaba sus hermosos hombros, y el color champán era perfecto con su piel dorada. Las cuentas de cristal del vestido largo hasta los pies agregaban destellos. Perfecto. Entonces Uzuri frunció el ceño. La novia debía brillar. En cambio, se veía... triste. El corazón de Andrea dolía mientras observaba a su pequeña prima comenzar su caminata hacia el frente de la iglesia. Tan linda... Missy estaba repartiendo los pétalos de las flores por todos lados, y ocasionalmente echándolos sobre su cabeza y soltando risitas. Mi turno. Andrea respiró hondo, dispuesta a dar el primer paso. La iglesia estaba

llena de su familia y amigos. Su tía y abuelita y muchos parientes estaban apiñados en el banco del frente. Sus amigos en la segunda y tercera fila le estaban sonriendo. Y estaba su amado Señor esperando por ella en el altar. Nunca había sabido que su corazón podía tener tanto amor... y sentirse tan vacío. Incluso saber la razón por la cual estaba dolida no ayudaba. Ahora no. ¿Por qué no estás aquí, papá? Él había sido un desastre, y sin embargo la había amado y ella a él y ahora...lo echaba de menos. ¿No era completamente estúpido? Tenía una iglesia entera llena con sus amigos y familia. ¿Cómo podía ser tan tonta de querer a alguien que había muerto años atrás? ¿Por qué el pasillo hacia su Señor tenía que parecer tan largo y solitario? Manos firmes se cerraron sobre sus hombros y la giraron, y ella miró hacia arriba a unos ojos gris plateado. —¿Maestro Z? —¿No se supone que el testigo ha de estar de pie junto a Cullen? Él le sonrió. —Vamos, pequeña. No creo que tu Amo esté dispuesto a esperar mucho más antes de reclamarte. —Él colocó su mano en su codo. —¿Me... me vas a entregar? —Ella no había querido que nadie hiciera eso, ¿verdad? Él se inclinó y dijo muy suavemente: —Una sumisa puede pensar que sabe lo que quiere. Es trabajo de un Maestro ver que ella consigue lo que necesita. Es mi gran honor intervenir ahora ya que tu padre no puede estar aquí. Oh. Oh, ella no se había dado cuenta de lo mucho que había querido toda la tradición. Sus ojos se llenaron de lágrimas, su garganta se cerró y todo lo que pudo hacer fue asentir. —Buena chica. —Le besó la mejilla, se volvió y asintió. Los resplandecientes acordes de la “Marcha del Príncipe de Dinamarca” llenaron la iglesia. Ella tampoco lo había pedido. Era como el sueño de cuento de hadas de su infancia. Podía oír la música y los murmullos a su alrededor. —Es hermosa. —Encantadora. Su vestido se agitaba mientras caminaba. Sin la mano de Z guiándola, podría haber tropezado con un banco... porque de repente, las lágrimas se habían ido y todo lo que podía ver era la cara de Cullen. Tan fuerte. Tan llena de amor. Su mirada nunca dejó la suya, mientras ella simplemente

flotaba por el pasillo. Qué gracioso haberse preocupado durante todo el ensayo por tropezar. El Maestro Z nunca la dejaría trastabillar. Y mientras continuaba el viaje de la vida, ahora tendría a su Cullen a su lado. Mano a mano. Caminarían el sendero juntos y se ayudarían mutuamente en las partes difíciles. Ella lo regañaría en español. Él se reiría a carcajadas lo que haría más brillante el mundo entero. Envejecerían... juntos. Cuando el Maestro Z entregó su mano al Señor, Andrea estaba tan llena de felicidad que envolvió sus brazos alrededor de Cullen y lo abrazó con todas sus fuerzas. El sacerdote balbuceó y se detuvo. Sin desconcertarse, Cullen la abrazó aún más cerca, la besó largo y duro, y entonces su estruendosa risa llenó la iglesia. Dios, cómo le amaba. Uzuri soltó un suspiro feliz. Cuando había llamado al Maestro Z, no estaba segura de que entendiera lo de Andrea. Lo entendió. Andrea había brillado mientras caminaba por el pasillo de su brazo. Y positivamente resplandeció cuando atrapó por sorpresa a Cullen en un feliz abrazo. Una esperanza inesperada y perdida desde hace mucho tiempo golpeó a Uzuri profundamente. Algún día, tal vez, tal vez, ella sería la que caminaría por el pasillo. Desde Jarvis, había puesto esas ideas lejos, muy lejos, pero ahora... tal vez encontraría a alguien que la miraría como Cullen estaba mirando a Andrea. Se reiría y la abrazaría como si nunca hubiera visto a nadie tan impresionante en toda su vida. Quiero eso. Por supuesto, tendría el dilema de Andrea si alguna vez se casaba. Uzuri no tenía madre. Ni padre que la acompañara por el pasillo. Ningún pariente cercano. Estaba sola en el mundo. Un dolor se instaló en su pecho. Miró al Maestro Z ocupar su lugar al lado de Cullen. Después de sacudir la cabeza ante su Jessica de ojos llorosos en la línea de damas de honor, miró al público... y localizó a Uzuri. Asintió como si dijera que era una buena chica. Luego sus ojos se entrecerraron. Un segundo después, sacudió la cabeza con reprobación y su débil sonrisa le dijo que no fuera una tonta sumisa. Él también estaría allí para ella. La tensión en el pecho de Uzuri se aflojó. Ella no estaba sola, ¿verdad? Qué extraño

que pudiera tener ese sentimiento mientras estaba rodeada por sus amigos. Sus mejores amigas, y cualquier Maestro de Shadowlands, intervendrían para ayudarla, si sólo pudiera aceptar la idea de pedirlo. Desde más abajo en el banco, Rainie se inclinó hacia delante y la miró a los ojos antes de hacer un gesto Te quiero seguido de un pulgar hacia arriba. Había averiguado quién le había hablado al Maestro Z acerca de Andrea. Con una sonrisa feliz, Uzuri se echó hacia atrás y simplemente disfrutó el resto de la hermosa ceremonia de boda, seleccionando lo más destacado para recordar y suspirar más tarde. Como la forma en que Andrea miraba a los ojos de Cullen mientras pronunciaban sus votos. Su voz suavemente acentuada era clara y fuerte y completamente segura. De la manera que debería ser. Después de intercambiar anillos, Cullen detuvo el proceso normal para anunciar: —Durante la boda de Z y Jessica, él le regaló algo que simbolizaba su viaje juntos. Me gustó la idea. Sonriendo a su novia, le tomó la mejilla en la mano mientras enredaba los dedos en su pelo dorado oscuro. —Cuando te vi por primera vez, pensé que parecías una amazona, y en el tiempo que hemos estado juntos, mi opinión no ha cambiado. Has superado todas las pruebas que la vida ha puesto frente a ti y sólo te has hecho más fuerte. Realmente eres una Mujer Maravilla. Sé que te olvidas de eso a veces, y quiero que te des cuenta de que no tienes que enfrentar tus batallas sola. —Sus labios se curvaron—. Si tratara de obligarte a que llevaras un peto de superhéroe y una linda faldita para trabajar, probablemente me tumbarías de un golpe, así que abandoné esa idea. Cuando Andrea se ahogó, la risa se extendió a través de la iglesia. —Me conformé con esto con la esperanza de que te recordaría todos los días tu coraje y tu fuerza, y que tienes un compañero para luchar junto a ti. Nolan se inclinó hacia delante y entregó algo. Cullen levantó un brazalete de oro, con forma de puño de filigrana, que brillaba con diamantes, y luego lo sujetó alrededor de la muñeca de Andrea. —Guau —murmuró Kim. —Es hermoso. —Uzuri dio otro feliz suspiro. Un brazalete tan ancho abrumaría sus pequeñas muñecas, pero el tamaño era perfecto para Andrea, y el oro lucía encantador contra su piel dorada. Incluso mejor, el brazalete era un clásico que Andrea podría usar con cualquier cosa, desde jeans hasta ropa formal. Como el polvo de hadas, añadiría belleza deslumbrante a su día. Cullen levantó la barbilla de Andrea y la miró a los ojos, su otra mano rodeaba el

brazalete. Su voz baja alcanzó las primeras filas. —Tú. Eres. Mía. Ella se derritió contra él. Uzuri sonrió. Sólo el Maestro Cullen daría un regalo de boda como éste, después de todo, los puños de la Mujer Maravilla eran llamados “Brazaletes de Sumisión”. 8

Un moqueo provino del lado de Uzuri. Kim tenía la mano en su day collar y sus dedos acariciaban el pequeño candado en forma de corazón. Ella estaba mirando hacia abajo y parpadeando fuerte. En la fila de padrinos de boda, Raoul la observaba con sus sombríos ojos negros enternecidos. De pie con las damas de honor, Jessica estaba pasando un dedo sobre su propio collar y sonriendo a su esposo y Amo. Al mirarla, la expresión del Maestro Z estaba llena de amor. Uzuri miró hacia abajo y se mordió el labio. Ella nunca había querido algo llamado collar de “esclavo”. De todos modos, envidiaba a Andrea el brazalete que ocultaba y exhibía su sumisión y el amor de su Dom por ella. ¿Alguna vez encontraría a alguien así? Cuando la ceremonia de la boda llegó a su fin, Uzuri esperó su turno en el banco para salir y sintió la realidad venírsele encima. Después de ver a todas sus amigas y sus Doms, se sentía terriblemente sola. Tal vez sólo se quedaría un rato en la recepción. Había esperado saber de Alastair o de Max la noche anterior, pero ninguno de los dos había llamado. Y estaba siendo tonta al pensar que podían, ya que sabía perfectamente que habían estado increíblemente ocupados con el trabajo y las cosas de la boda. Y sabían que la verían hoy. Sin embargo... habían tenido sexo con ella y así era como funcionaban las cosas, enrollarse a menudo hacía desaparecer el interés de un hombre. Si los Drago fueran...fueran corteses en la recepción, no estaba segura de poder soportarlo. Hoy no. Kim le dio un codazo. —Es hora de irnos, amiga. Uzuri se levantó y se sobresaltó cuando un hombre la agarró por el brazo y la guió fuera del camino de los otros que salían de la fila. Ella levantó la vista. Los preocupados ojos color avellana de Alastair se encontraron con los de ella. —¿Dónde has estado, mascota? Te andábamos buscando. —Con la barbilla de ella apoyada en la palma de su mano, él frunció el ceño y besó su mejilla húmeda—. Has estado llorando.

—Bueno, sí. —Una inhalación le trajo su olor seductoramente masculino, y los estremecimientos comenzaron en su bajo vientre. —Mujeres y bodas. —La voz áspera y exasperada era la de Max quien estaba al otro lado del pasillo. —Aférrate a ella, primo. Si desaparece, tendré que zurrarla. Alastair resopló. —Todos observaremos con admiración. —Mientras Kim empezaba a bajar por el pasillo, él agarró su brazo con la mano libre, todavía sujetaba a Uzuri—. Quédate aquí, por favor, Kim. Ya que Raoul tiene que estar presente para las fotos formales de la boda, nos pidió que te acompañáramos a la recepción. —Oh. De acuerdo. Una vez que el resto de la fila se hubo ido, Alastair sentó a Uzuri y Kim. —Después que acompañemos a la salida al resto de los invitados, os llevaremos a la recepción. Uzuri negó con la cabeza. —Puedo tomar un... —A ambas. —La mirada de Alastair era la de un Dom. Alguien que de alguna manera sabía que ella estaba considerando una retirada. —Pero... —La fuerza para discutir con él no estaba allí. Kim tomó su mano. —Me alegro de que vayamos juntas. —Ella se inclinó hacia delante y susurró—: Pero no le digas a Raoul que estuve llorando, ¿de acuerdo? Y así, el humor de Uzuri cambió. Ella puso su mano sobre su boca para evitar reírse. —Demasiado tarde. Él estaba observando todo lo que hiciste. * * * * * Mientras la limusina se dirigía al hotel para la recepción, Andrea sonrió a su Señor. Su marido. Mi esposo. Su esmoquin negro encajaba perfectamente sobre sus amplios hombros. Su cabello castaño generalmente despeinado estaba perfectamente recortado. Sin embargo, nada podía hacer que su poderosa complexión y su rostro duro parecieran civilizados. Y ella no lo cambiaría por nada. Aún no podía creer que estuvieran casados. Oh, fue agradable estar a solas con él este pequeño rato. —Ojalá pudiéramos escapar ahora.

Él se echó a reír, acercándola. —Sí, amor. Será difícil sentarse en una elegante recepción formal y fingir cualquier interés en la comida cuando todo lo que quiero hacer es desnudarte. El calor se deslizó sobre su piel. ¿Cómo hacía eso él? Habían estado viviendo juntos durante meses, tenían sexo... a menudo... y todavía podía abrir el suelo bajo sus pies con una mirada. Una declaración. La ternura llenó sus ojos verdes. —Gracias, pequeña sub. Ella frunció el ceño. —¿Por qué? —Por confiar en mí. Por amarme. Por casarte conmigo. —Confío en ti, mi Señor, y te amo mucho —le susurró y le sonrió—. Vamos a tener un buen matrimonio. —Estaría bien si pudiéramos empezar ahora mismo. —Se inclinó y la besó con tal devastadora habilidad que todo en lo que podía pensar era en la noche por venir. Finalmente, se dio cuenta de que la limusina se había detenido, y el conductor estaba saliendo. Dios. Andrea se arregló el cabello, se echó a reír, y limpió una mancha de lápiz de labios de la barbilla de Cullen. El chofer abrió la puerta y le ofreció la mano. Recogiendo su vestido, salió y miró fijamente. —¿Dónde estamos? Esto no era el hotel atestado donde se tenía que celebrar el banquete de bodas. Después de un segundo de shock, reconoció la ubicación. Se volvió hacia Cullen que se había acercado a ella. —Esta es la calle de mi abuelita. Estaba casi irreconocible. Caballetes y barreras decoradas cerraban la calle al tránsito. En el otro extremo había sillas y mesas redondas cubiertas con manteles de lino. El extremo cercano contaba con un enorme sistema de altavoces. Serpentinas verde azuladas y oro y globos adornaban casas, farolas y árboles. Pagodas y casetas salpicaban los jardines delanteros. La tía de Andrea y la abuelita estaban con los padres de Cullen en la entrada, todos sonriendo. Andrea hizo un gesto de impotencia.

—Esto no es… —Es diferente, ¿no? —Tía Rosa sonrió—. A medida que crecía el tamaño de la boda te vimos cada vez más infeliz. Cuando las cosas se volvieron más formales. —Ella intercambió miradas con la abuela de Andrea—. No nos importaba el... cómo lo llamas... sitio, sólo que toda la gente que te ama pudiera ser parte de tu felicidad. —Mija —dijo su abuela—. No nos dimos cuenta de que te habíamos puesto triste hasta que tus amigas nos visitaron. Andrea la miró fijamente. —¿Mis damas de honor vinieron aquí? —No. —Su abuelita parecía avergonzada—. Creo que ya les había dicho que no muchas veces. Tus otras amigas me visitaron. Su tía tenía los ojos llorosos. —Tienes muchas buenas amigas. Me encanta. —Ella contó con los dedos—. Fueron Kim, Gabi, Uzuri y Rainie. Y Linda, que es una madre que dice que una chica debe tener la boda que ella quiere, no la que su familia quiere. La madre de Cullen tomó la historia. —Rosa llamó, y discutimos alternativas. Cullen, cuando tú y Andrea os prometisteis, dijisteis que preferiríais una fiesta callejera a algo extravagante. Decidimos daros una. —¿Una fiesta en la calle? —Para no gritar en voz alta, Andrea se puso las manos sobre la boca. La gente de la calle veía la limusina y se volvía, y todos eran parientes y amigos. La alegría comenzó en un extremo y fue en una ola por toda la calle. La tía Rosa palmeó el brazo de Cullen. —El baile es en este extremo. El DJ estaba encantado de instalarse aquí en vez del hotel. Hay un bufé y bebidas en el extremo, no es una comida formal. Tu testigo, ¿realmente se llama Zee?, y los padrinos tienen el programa y estarán alrededor cuando tengáis que hacer algo, como cortar el pastel. El padre de Cullen resopló. —Tu padrino de boda llamado Dan dijo que arrestaría a cualquiera que se pasara dos minutos en los brindis y noté que tenía un cronómetro y un arma. Cullen empezó a sonreír. —Gracias. —Andrea se había amilanado al pensar en una cena formal y tener que ser tan educada. Ahora, su temor fue eliminado como polvo y moho, dando paso a la alegría chispeante que la llenaba—. Oh, gracias. Más allá de las vallas decoradas con sus colores de boda: oro, azul verdoso, y champán esperaban las Shadowmascotas.

* * * * * Cuando la música cambió a “Just the Way You Are” de Bruno Mars, el Maestro Cullen escoltó a Andrea hacia la “pista de baile”. Con un brinco de placer, Uzuri se sentó más alto para mirar. Al lado de ella en la mesa redonda, Alastair le tomó la mano. A su izquierda, Max tenía el brazo apoyado en el respaldo de su silla. Estaba sentada entre unos bombonazos. Arrolladoramente seguro, Alastair llevaba su esmoquin negro tan informalmente como si estuviera en vaqueros. El atuendo resaltaba su largo y delgado cuerpo. Su pequeña barba recortada perfilaba su barbilla y su fuerte mandíbula. En contraste con su primo, Max llevaba su esmoquin como un uniforme, y sus modales militares hacían que su vientre temblara. La excelente hechura hacía alarde de su cuerpo duro como una roca, su estómago plano y sus hombros que parecían no terminar nunca. Su cabello castaño oscuro peinado hacia atrás, había sido recortado y ahora se rizaba justo en el cuello. No debía jugar con su pelo, se dijo con firmeza, o, siendo Max, él jugaría con el suyo. Al otro lado de la mesa, Rainie sostenía las manos de Jake, y Sally estaba entre sus dos maridos. Todo el mundo se volvió para observar el baile de la novia y el novio. Después de un minuto, Rainie sonrió. —Cullen le está cantando las palabras. —Él no tiene un hueso tímido en su cuerpo, ¿verdad? —Uzuri intercambió sonrisas con las otras mujeres. En todo lo que hacía y decía, el Maestro Cullen mostraba lo mucho que Andrea significaba para él. Cuando los labios de Uzuri empezaron a temblar, volvió su mirada hacia objetivos más seguros. Teniendo en cuenta que cada mesa estaba llena, tenía un montón de gente para observar. ¿Quién sabía que una boda podría ser tan divertida? Cuando Uzuri y las demás habían hablado con la abuela de Andrea sobre lo amargada que estaba Andrea, bueno, ella no esperaba que la familia se volviera loca. Y en el último minuto, nada menos. Estaba horrorizada. Sin embargo, todo el mundo, incluyendo todo el vecindario, se había lanzado para hacer el nuevo escenario divertido y hermoso. El sol se ponía, bañando a los recién casados ​en un suave resplandor dorado. Los primos de Andrea estaban encendiendo las diminutas lámparas de color oro y azul verdoso. Envueltas alrededor de cada farola, árbol y caseta, las luces convirtieron la calle en un país de hadas. —Las mascotas lo hicieron bien. —Alastair le apretó la mano.

Por el otro lado, Max le pasaba el dedo por el brazo desnudo, enviando cosquillas a través de su piel. —Lo lograsteis. No creo que ni la novia ni el novio hayan dejado de sonreír. —Eso es todo lo que queríamos. —Uzuri observó a la pareja bailando. Cuando había ayudado a Andrea a comprar su vestido de novia, le había aconsejado que consiguiera uno con una falda desmontable. Aunque había estado pensando en bailar en un hotel, era incluso mejor aquí. La larga combinación había desaparecido, dejando un dobladillo de encaje anguloso que llegaba hasta la rodilla por delante y a la altura del tobillo por detrás. Perfecto para fiestas en la calle. Al otro lado de la mesa, Jake se inclinó hacia delante. —Oye, Drago. ¿Mencionó Uzuri que alguien arrojó una piedra a través de su ventana delantera? Rainie envió a Uzuri una mirada de culpabilidad. —¿Qué? —El gruñido de Max hizo que el vello de los brazos de Uzuri se levantara. Él se volvió y la clavó en el lugar con el simple poder de su mirada. La mano de Alastair se apretó sobre la suya hasta el punto del dolor. —¿Hemos fallado al hablar de tu ostensible incapacidad para comunicarte? —Su voz resonante contenía un borde de acero que envió estremecimientos a través de su estómago. Intentó sonreír. —Amigos, esto es una boda. No es el lugar para hablar de... cosas feas. La canción terminó con una excelente cadencia, y Cullen besó a su novia lo que provocó vítores que, por suerte, ahogaron la respuesta de Max. Otra canción empezó. Uzuri sabía que Andrea le había dicho al DJ que se saltara el habitual baile padre-hija. —Este debería ser el baile de Cullen con su mamá. —En realidad, Cullen tendrá que esperar su turno. —Alastair se levantó. Su mirada era inquietante—. Quédate aquí, mascota. Tenemos cosas que discutir. Max se puso de pie y puso una mano en su hombro. —Se buena. Si tenemos que buscarte, no disfrutarás de las consecuencias. Su boca se abrió. ¿Una amenaza? Alastair le estaba ordenando y Max la estaba amenazando como si fueran sus Doms o algo así. —Tú...tú no puedes decirme eso. —Cariño. —Max le dio un firme beso, con la boca cerrada, antes de susurrar—,

acabo de hacerlo. Siguiendo a Alastair, se dirigió hacia el quiosco de música, tan grande y amenazante que las personas se apartaban de su camino instintivamente. Uzuri se recostó en la silla. Su corazón latía como si hubiera estado bailando. Bueno, de veras. Alastair y Max no eran sus Doms. Realmente no. Claro, se había acostado con ellos, pero un poco de sexo no los ponía a cargo de ella. ¿Verdad? Trató de enojarse...y no pudo. Porque la sensación de ser cuidada, gruñida y ordenada era increíble. Maravillosa. Se dio cuenta que los estaba siguiendo con la mirada. Cierra la boca, tonta. Al otro lado de la mesa, Sally y Rainie estaban teniendo una fiesta de risas a su costa. Las dos levantaron la mirada sorprendidas cuando sus Doms se levantaron. De hecho, todos los Maestros de Shadowlands se movían hacia la pista de baile. Mientras tanto, el Maestro Z estaba escoltando a Andrea hacia el centro de la zona de baile. La música cambió a… Uzuri frunció el ceño. ¿No era esa la música de alguna película de Disney? —¿Es eso de La Bella Durmiente? —Sí. Es el “Vals de La Bella Durmiente” de Tchaikovsky. Disney lo usó. —Rainie sonrió—. Podría haber imaginado que el Maestro Z no bailaría country. Mientras el Maestro Z y Andrea bailaban al compás de la música romántica, llegaban suspiros de todas las mesas. Andrea sonreía, y lloraba, y entonces el Maestro Z la hizo girar hacia los brazos del Maestro Dan. El Maestro Dan giró con ella, sin perder un paso, y dijo algo que la hizo reír mientras bailaban. A mitad de camino alrededor de la pista, él la hizo girar...y allí estaba el Maestro Nolan. La boca de Uzuri hizo una O. Suave, maravillosamente, cada Maestro tomó su turno con la sumisa que había sido aprendiz en Shadowlands. Raoul, luego Sam. Vance, Galen, Jake, Holt, Alastair, Saxon y Max. La mirada de Rainie se encontró con la de Uzuri. Creciendo sin padres, tuvieron que soportar los bailes Padre-Hija en la escuela. Pero su amiga había llegado a ser una princesa por una noche con un baile que nunca olvidaría. Cuando la música terminó, Cullen guió a su madre hacia la zona de baile, haciendo una pausa para besar a su novia en el camino. Max estaba escoltando a Andrea hacia la mesa, pero se detuvieron para hablar con

Madeline Grayson. Uzuri observó, admirando cómo el vestido gris carbón de la mujer coincidía con sus ojos, y cómo su bufanda púrpura y azul oscura realzaba su tono de piel. La señora Grayson siempre estaba elegantemente vestida y perfectamente tranquila. El maestro Z era muy parecido a su madre, ¿verdad? Sonriendo, Uzuri volvió a mirar a la pista de baile. Cuando la canción terminó, la pequeña madre de Cullen se acercó para acariciar la mejilla de su hijo. Una punzada de pérdida recorrió a Uzuri. ¿Alguna vez una chica se olvidaba de su madre? A su sociable madre le habría encantado cómo resultó la boda de Andrea. Se habría sentido orgullosa de Uzuri por haberlo hecho. Te echo de menos, mamá. Con un suspiro, dejó que su mirada se moviera. ¡Tanta gente! Los miembros del Shadowlands estaban en todas partes, junto con una tonelada de bomberos de donde trabajaban Cullen y Holt. Andrea era propietaria de un negocio de limpieza, y sus empleados y clientes habían venido. Desde Chicago, los fuertes parientes rubios y pelirrojos de Cullen estaban escudriñando a los primos hispanos de Andrea. Esta noche se formarían algunas parejas interesantes. A diferencia de algunas recepciones de boda de lujo, aquí los invitados variaban en edad, desde recién nacidos a personas mayores. En el ocaso de la reunión, tres niños en edad preescolar estaban jugando a pillar, entrando y saliendo entre la gente bailando. Mientras una risueña madre furiosa los ahuyentaba, la mirada de Uzuri se enganchó en una figura enorme al otro lado de la calle. De pie perfectamente quieto. Las luces de una caseta brillaban en su afeitado y oscuro cuero cabelludo. Tenía la cabeza vuelta hacia ella...y casi podía sentir su mirada. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, y ella se levantó de la silla. —Uzuri, ¿quieres algo de beber? —preguntó Rainie. —¿Qué? —Sorprendida, Uzuri miró a su amiga y luego volvió a dirigir su atención al hombre. Había desaparecido. Lentamente, se sentó, tratando de no temblar. Estaba siendo tonta. Paranoica. Jarvis estaba en Cincinnati. Incluso si no, no podría haber entrado en la fiesta. Había gente revisando invitaciones a la entrada de la calle bloqueada. No es que eso detuviera a una persona decidida. Y alguien había arrojado una piedra a través de su ventana. La aprensión profunda en su interior no se disipó mientras negaba con la cabeza hacia Rainie. —No, pero gracias. —Hey, chicas. —Acompañada por Max, Andrea se acercó y dio a Uzuri, luego a Sally y a Rainie fuertes abrazos antes de caer en una silla del modo típico de Andrea.

Ella respiró hondo y pasó un dedo bajo sus ojos—. Dios, estoy muy contenta de que me hayas dado mi regalo de bodas de antemano, Zuri, o tendría rayas negras en la cara. ¿Todavía estoy presentable? Cuando Max tomó asiento de nuevo, Uzuri inclinó la cara de su amiga para un rápido escrutinio. El maquillaje impermeable que le había dado a Andrea había resistido la tarea. Ninguna mancha. —Estás preciosa. Perfecta. —El brillo de la “nueva novia” tampoco perjudica. —Rainie sirvió un vaso de té helado dulce y se lo entregó. —Creo que parte de ese brillo es por el calor. —Andrea bebió la mitad del té de una sola vez—. La próxima vez que me case, voy a elegir Alaska. Aproximándose con Holt, Cullen la oyó y puso su mano en su hombro. —No habrá próxima vez, amor. Te he anillado y esposado. Eres mía. Andrea se frotó la mejilla contra el dorso de su mano. —Sí, Señor. Cuando la música cambió a “Hotel Nacional”, el área de baile se llenó con la gente más joven. Holt sacó una silla vacía y se sentó frente a Uzuri. —Buen trabajo con las decoraciones, cariño. Todo se ve genial. Andrea lo oyó. —¿Ésta era tu obra, Zuri? Uzuri agitó una mano. —Tu familia hizo todo el trabajo duro. Sólo ayudé con la planificación. —Debería haberlo sabido. Eres la única que conozco que podría hacer que una fiesta en la calle también se viera elegante y divertida. —Andrea inclinó la cabeza y sonrió a su marido—. ¿Quieres hacer las rondas y saludar a alguien que nos perdimos? —Sí. —Después de ayudarla a ponerse de pie, Cullen lanzó una mirada despectiva a la jarra de la mesa—. ¿Eso es té? —Sí, mi amor —le dio una palmadita en la mano—. Lo siento. Al acercarse, Alastair lo escuchó. —Tenemos Guinness en la caseta de bebidas para ti. El rostro de Cullen se iluminó. Dio unas palmaditas en el hombro de Uzuri. —Conserva a este Dom, mascota. Es uno de los buenos. —Después de mirar a Max, enmendó—: En realidad, cariño, debes conservarlos a los dos.

Antes de que ella pudiera responder, Cullen condujo a su novia en línea recta hacia la caseta de bebidas bien señalada. Con una risa baja y retumbante, Alastair se sentó junto a Uzuri y le tomó la mano tan alegremente como si... bueno, como si tuviera derecho. —Hablando de conservar —dijo—, Max y yo hemos hablado de tu ventana rota así como de tus objetivos. Ella se puso rígida. Hablar de su dúplex era una cosa. Los objetivos, sin embargo, eran privados, no algo para discutir en una fiesta. —Decidimos que deberías quedarte con nosotros dos o tres semanas. Tu ventana será reparada. Y podemos ayudarte con esos objetivos. —¿Queeé? —Algún fenómeno meteorológico había sacado todo el aire de Tampa. Luchando por volver a respirar, miró al rostro oscuro y elegante de Alastair. —No puedo hacer eso. Sin embargo, un pequeño susurro en el interior la instó a decir que sí. Nunca se había sentido tan segura como cuando estaba con ellos. Bueno... segura en un aspecto. —Claro que puedes —dijo Max—. Ya te has quedado con nosotros una vez. —Su brazo estaba en el respaldo de su silla de nuevo, y su poderosa mano se curvó sobre su hombro. —Eso fue porque estaba herida. Ahora no hay motivo. —Su corazón estaba acelerado como si hubiera corrido de un extremo de Brendall al otro. ¿La querían? Oh, ella anhelaba decir que sí, realmente quería. —Tienes que aprender a pedir ayuda —señaló Max—. Podemos trabajar en eso. —Pero... —Tienes que sobreponerte al miedo a los hombres —añadió Alastair—. Vivir con dos Doms ayudaría. Doms. Eso dejó claro qué tipo de estancia sería, ¿no? ¿Sentían que alojarla era su deber? No quería ser un deber. Porque... podía enamorarse muy fácilmente de ellos. Después de un segundo, ella tenía su voz bajo control. Su corazón, puede que no. —No creo que sean razones suficientes. Tan suavemente como cualquier lord británico, Alastair besó el dorso de su mano, y su voz resonante provocó estremecimientos sobre su piel. —Permíteme ofrecer una razón adicional. Queremos que te quedes con nosotros.

La acción y la declaración la dejaron sin palabras. Oh, Santísima Madre. La querían. Alastair esperó, tranquilo y paciente. ¿Y Max? Su silencio era tan fuerte como un grito. Ella se giró para mirarle. Su autoritaria mirada era de un azul incandescente como el centro más caliente de una llama. —Di que sí. —Deja que me meta en esto. —Holt estaba observando con diversión—. Mi casero está remodelando la entrada del apartamento, y el ruido de la construcción me mantiene despierto. Yo podría necesitar un lugar para quedarme. Uzuri frunció el ceño. —¿Quieres mudarte con Max y Alastair? —No, cariño. No me muevo de esa manera. —Holt sonrió—. Pero si te mudas con ellos, puedo quedarme en tu dúplex. Incluso limpiaré el vidrio roto para ti. —Oh. Max volvió el rostro de Uzuri hacia él y repitió: —Di que sí. —En su rostro esculpido, sólo los ojos mostraban su deseo. Ella miró a Alastair y vio la misma demanda. La querían. ¿Pero dos o tres semanas? Esto no sería lo mismo que la última vez. Ella había tenido sexo con ellos. Ellos querrían continuar. La excitación y la ansiedad estremecieron su columna vertebral, porque ella quería continuar, también. Quería hacer el amor, tener sexo con ellos. Despertar sostenida por brazos fuertes. Dormir sabiendo que estaba perfectamente a salvo. Oír el gruñido bajo de la voz de un hombre por la mañana. ¿Podría su vida volverse más confusa? Nunca se había sentido de esa manera con nadie... y ahora se estaba deslizando hacia... ser cuidada… por dos hombres. Dos Doms. No. No, esto era una locura. No podía hacerlo. Cuando la música cambió a una lenta melodía romántica, la pista de baile se despejó y luego varias parejas de casados salieron. Los abuelos de Cullen. Gerald y Martha de Shadowlands. Dos hombres de pelo gris. Algunos más. Todos eran mayores. —¿Qué está pasando? Alastair pasó un dedo por su mejilla. —Este baile es para aquellos que han estado juntos más de cuarenta años.

—Guau. Se las arreglaron para permanecer juntos a través de... todo. —¿Cómo sería caminar al lado de alguien durante más tiempo de lo que había estado viva? Sobrevivir a todos los obstáculos, las batallas de recién casados y las complicaciones, el aburrimiento, la tentación y las tensiones en el medio, y de alguna manera llegar al a la recta final luciendo... felices. Aún enamorados. Max besó su mejilla y susurró. —Sí, han permanecido juntos, pero Zuri, son también los que fueron lo suficientemente valientes como para dar el primer paso. Di que sí, cariño. Como en el dojo, la estaba desafiando a encontrar su coraje. No había respuesta más que una. Ella respiró profundamente, lo miró y luego a Alastair. —Sí.

CAPÍTULO 17 El lunes por la tarde, después del trabajo, Alastair llevó la maleta de Uzuri por las escaleras, sintiéndose inmensamente satisfecho de tener a la pequeña sumisa aquí en su casa. Aunque ella había pasado la noche de ayer después de la recepción, esto era mejor. Ahora se quedaría durante semanas. Si no más. Cuando se dirigió a al pequeño cuarto de huéspedes, él negó con la cabeza. —Hemos preparado una habitación diferente para ti. —¿Pero por qué? Sin contestar, la condujo por el pasillo a una de las tres suites gigantes de la casa y pasó a un lado. Mientras sostenía su cesta de tamaño de mercado que contenía materiales de costura, pinturas y algunas muñecas sin ropa, ella entró y abrió la boca. —¿De verdad? ¿Tengo que quedarme aquí? —Sí, mascota. —Él y Max habían movido el culo el sábado y la mayor parte del domingo para limpiar y preparar la suite vacía para ella. Todavía conservaba el olor ligero de la pintura. Satisfecho con su deleite, Alastair miró a su alrededor. Como en los otros dormitorios principales, la cama era una King-size extra larga, suficientemente grande para todos ellos. La cama de dosel de hierro blanco tenía delicadas filigranas en el cabezal y apoyapiés y vaporosas cortinas de gasa. También tenía amplios sitios de amarre en caso de que quisieran jugar. Habiendo visto el dormitorio de su dúplex, él y Max habían utilizado su esquema de colores de blancos, cremas y azules. Cortinas floreadas de color azul claro combinadas con sillas tapizadas en azul y el sofá color crema. Una alfombra oriental azul suavizaba el suelo de madera oscura. Evidentemente, no era una habitación para un hombre, aunque Max había insistido en que los muebles fueran cómodos y fuertes. Después de todo, estaremos en esa habitación. Esperemos que a menudo. Su primo era un hombre inteligente. Mientras Uzuri deambulaba por la habitación, Alastair esperó pacientemente. Max le había dejado la guía, señalando que Alastair sería menos rudo. De hecho, cualquier discusión sobre sexo requeriría tacto, teniendo en cuenta la timidez de su pequeña sumi.

Volvió de su inspección para pararse frente a él. —Es una habitación preciosa. Gracias. —Eres realmente bienvenida. Ahora, quiero hablar contigo. —Tomándola por la cintura, él se sentó en un sillón wingback curvo y la tiró sobre su regazo. Fue maravilloso cuando se acurrucó en él. —Vale, estoy lista. —Estar con dos Doms es nuevo para ti y al principio podrías sentirte incómoda. Lo que queremos que recuerdes es que no hay “una verdadera manera”. Si algo no funciona, necesitamos que nos lo digas. Honestamente. Hablar sería difícil para ella. Era demasiado educada, demasiado sumisa. Tendrían que mirarla atentamente y estimularla. Tenía la frente fruncida, pero asintió. Él continuó. —En cuanto a los arreglos para dormir, Max y yo esperamos que alternes las noches con nosotros. De vez en cuando podría haber un momento en que alguien quiera estar solo, esto te incluye a ti, también, mascota. En cuyo caso, la persona simplemente lo dice. —¿Puedo dormir sola si quiero? —Su voz era casi un susurro. —Puedes. Pero si prefieres dormir sola a menudo, eso indica que algo anda mal, y esperamos discutirlo. —Él le levantó la cabeza—. Independientemente de los objetivos, no te hubiéramos pedido que te mudases si no quisiéramos estar contigo, Uzuri. Parecía que apenas respiraba. —¿En serio? Ah, ella podría robar el corazón de un Dom. —En serio. —Él acarició con la nariz su oreja y la sintió temblar. Ella se inclinó hacia él, deslizando su mano por el cabello corto de su nuca. —Muchas veces, querremos estar contigo al mismo tiempo. Ella se tensó. —No lo he hecho antes. Sus registros en Shadowlands no habían mostrado ningún trío. Considerando su limitada experiencia sexual, no se sorprendió. —Vamos a ir despacio, cariño.

Suavemente, la besó, tratando de tranquilizarla a través del tacto. Considerando su penoso coraje, comprendió por qué Z la había dejado entrar en Shadowlands. Por qué el Maestro había querido velar por ella mientras pasaba por su trauma. Ahora Alastair y Max se encargarían de eso. —Pasemos a los temas incómodos. ¿Has estado con alguien más que yo y Max desde que te hiciste el análisis de sangre trimestral en Shadowlands? Ella negó con la cabeza. —Excelente. Nosotros tampoco. En realidad, ni Max ni yo hemos follado a una mujer sin usar protección en años. Ya que estamos limpios y vives aquí, ¿te sentirías cómoda prescindiendo de la protección? ¿Está tomando la píldora? —Estoy tomando la píldora. —Ella vaciló—. Yo nunca... Um, ¿sí? Su disposición a probar cosas a pesar de su incertidumbre era encantadora. —En ese caso, nos consideraremos en una relación de fidelidad. De hecho, polifidelidad. —¿Quiere decir no enredarse con nadie más que tú o Max? —Exactamente. Y lo mismo se aplica a nosotros. —Claro. —Ella realmente parecía contenta, y ¿no era eso encantador? —Bien. —Se levantó y la puso en pie—. Ve y desempaqueta. Luego ponte ropa de entrenamiento, preferentemente nada suelto, y baja las escaleras. ¿Sabes dónde está nuestra sala de pesas? —Sí, pero... ¿ropa de entrenamiento? —Ella lo miró con una expresión casi horrorizada. —Sí. —Alastair le dio una sonrisa y salió, cerrando la puerta detrás de él. Permaneció de pie frente a la puerta hasta que oyó que la maleta se abría. Bueno. Estaba avanzando, y él había logrado ponerla fuera de balance sin asustarla. Excelente comienzo. * * * * * Al menos había empacado ropa de “entrenamiento”, aunque había tenido en mente un agradable paseo por el cercano Bayshore Boulevard, no un gimnasio en casa. Usando unos pantalones capri de Spandex con motivos geométricos y un sujetador deportivo negro bajo una camiseta sin mangas fucsia brillante, Uzuri entró en el cuarto de pesas de los Drago. Miró a su alrededor, preguntándose si el enorme espacio de techos altos había sido un salón de baile en la casa original. El suelo de madera estaba sellado y pulido hasta tener un alto brillo. Al otro lado de la puerta, la pared blanca y cremosa mostraba espadas de todo tipo, desde finas y

puntiagudas a una enorme que parecía algo llevado en Corazón Valiente. El extremo derecho de la habitación tenía espejos en las paredes y alfombras de color azul oscuro en el suelo. Supuso que era el espacio del karate. Max la vio y se acercó. Su cabello estaba tirado descuidadamente hacia atrás en una cola corta y gruesa con una banda elástica negra. Su camiseta negra estaba húmeda de sudor y se aferraba a su amplio y musculoso pecho. Sus bíceps y pectorales estaban tan apretados que la piel estaba tensa, y las venas se destacaban en sus fuertes antebrazos. Los pantalones cortos negros mostraban piernas muy robustas. Su boca se secó. A ningún hombre se le debería permitir ser tan sexy. Debería haber una ley. Él extendió la mano. —Zuri. Déjame darte el recorrido rápido. Ella le dio la mano, sintiendo la fuerza cuidadosa mientras él cerraba sus dedos alrededor de los suyos. Max señaló hacia el área de la estera y el espejo. —Allí es donde vamos a trabajar en tus habilidades de autodefensa. Es también donde Alastair y yo practicamos esgrima cuando estamos de humor. El estremecimiento que la atravesó no tenía nada que ver con el miedo. Se imaginó a los tíos más masculinos que había visto luchando entre sí. Con espadas. —Me gustaría ver eso. —Olvídate de llamar a la alfombra y el área del espejo el espacio del karate, sería la zona erógena. —Sé una buena chica, y también te daremos clases de esgrima. —Gracias, pero preferiría mirar. En el otro lado de la habitación había estantes para pesas y discos de hierro. Con una camiseta blanca y pantalones de chándal, Alastair se sentaba a horcajadas sobre un banco en una máquina de cable que parecía pertenecer a algún torturador medieval. No quería acercarse a ese artefacto. —¿Yo, eh, entiendo que estaré ejercitándome? —Oh, cariño, no tienes ni idea. —Riendo, Max tomó sus labios en un largo y lento beso. Chorreaba sudor del ejercicio, y sus labios sabían a sal. —Antes de que eso suceda—Max tiró una colchoneta en el suelo y la señaló—, necesito ver qué tan en forma estás. Haz tantos abdominales como puedas en un minuto. ¿Abdominales? ¿Había perdido el juicio? Ella lo miró fijamente.

—Me parece que no. Voy a caminar en una cinta de correr. —Con un buen audiolibro, ella podría hacer eso durante horas. Ella miró a su alrededor. No había cinta de correr. Un ruido metálico llamó su atención hacia la máquina de cable donde Alastair estaba tirando de una barra para levantar una enorme pila de pesas. Los duros músculos de su espalda se movían y contraían de una manera que la mantenía hipnotizada. Sus dedos se doblaron con la necesidad de tocar. Después de dejar la barra en su sitio, Alastair se volvió. —Cariño, aprender a pelear no es útil si te falta músculo para poner detrás del golpe. O si te quedas sin resuello al poco de empezar. —Exactamente. —Max asintió—. Olvídate de la cinta. Irás a trotar conmigo y con Hunter. ¿Trotar? Él realmente estaba loco. —¿Has dejado de tomar tu medicación? Oh, grosera. Antes de que pudiera disculparse, Max sonrió. —Sólo cinco kilómetros... al principio. Te dejaré empezar despacio. —Creía que dijiste que no eras un sádico. —No más que cualquier otro sargento instructor. —Señaló la colchoneta—. Siéntate. Mientras se sentaba, añadió: —Te prepararé un programa de ejercicios. Esperamos que pases tiempo en el gimnasio, incluso si no hay nadie aquí para vigilarte. Ten en cuenta, si haraganeas, Alastair azotará tu pequeño culo redondo. Y luego te follará. Con la boca abierta, miró a Alastair. La lenta sonrisa que le dio envió temblores a través de su centro. —¿Y yo? —Max la clavó con sus afilados ojos azules—.Te haré hacer flexiones y sentadillas hasta que se agoten tus músculos... y cuando estés tumbada allí, incapaz de moverte, te follaré. —Pero—todo su cuerpo estaba entrando en una fusión atómica—, pero entonces estaré sudada. —Oh, sí. —El calor en sus ojos aumentó sorprendentemente—. Tendré que quitarte toda esa ropa apretada, al menos lo suficiente para tener acceso a lo que quiero. Alastair rió entre dientes.

—Sigue hablando, y ella no tendrá el tipo de entrenamiento que queremos que tenga. —Odio cuando tienes razón. —Max miró el reloj en la pared—. Abdominales, Zuri. Empieza ahora. Después de quince, sus músculos abdominales ardían de una manera desagradable. Cuando Alastair se acercó a un armario en la esquina y abrió la puerta, ella inclinó la cabeza para mirar. Guau, los estantes contenían juguetes BDSM. —¿Guardáis esas cosas en vuestra sala de ejercicios? —Continúa —gruñó Max—. Y sí. Esta es una sala divertida para jugar. ¿BDSM en una sala de pesas? Bueno, seguro que tenía suficientes bancos. Veinte abdominales. Veintiuno. Consiguió hacer el siguiente a medias, se quedó atascada, y luego se dejó caer sin gracia. —No está mal, pero tampoco bien —dijo Max—. Planeamos agregar otros diez a esos antes de dos semanas. Sí. No va a pasar. Al oír un click, miró por encima del hombro. Alastair había puesto un candado en una de las dos bolsas de juguete en el estante superior. Él le sonrió, cerró con candado la otra y añadió la llave a su llavero. —Hemos oído que tienes un problema con alejarte de las bolsas de juguetes. Definitivamente ella iba a entrar allí. —Un rumor vil y apestoso. Max bufó. —Hay muchos rumores sobre ti y tu pandilla de chicas, querida. Vimos lo que le hiciste a Holt. Se le escapó una risita. La expresión de Holt cuando había dejado el vestuario había sido impresionante. Logro total. —No somos tus colegialas católicas, princesa. —La voz de barítono de Max bajó a un ominoso gruñido—. No te metas en más problemas de los que puedes manejar. Evita nuestras bolsas de juguetes. En serio. Un escalofrío de miedo la atravesó... y desapareció. Él y Alastair eran buenos Doms. Podría meterse en problemas, pero ellos nunca la lastimarían. Lo sabía. Y el conocimiento era simplemente increíble. Y liberador.

Ella abrió los ojos con sorpresa. —Nunca haría nada malo. —Detrás de ella, oyó un resoplido de risa de Alastair. No podía esperar a meterse con ellos. Sin embargo, cuando Max frunció el ceño, tuvo dudas. ¿Y si la castigaba con abdominales?

CAPÍTULO 18 Ese viernes después del trabajo, Uzuri había alineado sus muñecas en la mesa de café de la sala de la televisión. Un comprador habitual de sus muñecas personalizadas quería un Khal Drogo de Juego de Tronos. ¿No sería divertido? Uzuri sonrió. Recogió un muñeco Ken afroamericano y lo estudió. No era el color adecuado para Khal. En realidad, este se parecía más a Alastair. El muñeco tenía incluso ojos marrones claros. Podría añadir un poco de verde. Su cabello también necesitaba ser más corto. Sofocando la risa, sacó sus pinturas y herramientas. La hora de la muñeca era la oportunidad de pensar, y un buen momento para darle vueltas a los últimos cinco días. Una montaña rusa donde las haya. Durante el día, era una mujer de negocios, creativa, asertiva y profesional. Durante la noche, era sumisa. ¡Hablando de una inversión de roles! Y, sin embargo, en presencia de Max o Alastair, se deslizaba hacia la sumisión. Ella se puso la mano sobre el estómago. En realidad, el simple hecho de pensar en ellos hacía que sus tripas se sintieran todas temblorosas. Pero, como habían señalado, ella era... principalmente... una sumisa sexual, no una esclava o sirviente. Aunque los chicos la habían añadido a la rotación de cocina, contrataron un servicio de limpieza semanal para limpiar, lavar la ropa y surtir la nevera. ¡Doms consentidos! Por otro lado, ambos trabajaban largas y agotadoras horas. Desafortunadamente, también creían en el ejercicio. OmiDios, la tenían sudando como un cerdo. Ella frunció el ceño. ¿Los cerdos sudaban? ¿Estaba criticando a los pequeños porcinos? De todos modos, nunca había hecho algo así en su vida. Había ido a correr dos veces con Max y Hunter. Algo así como correr. Vale, mayormente caminó. En noches alternas, se unió a Alastair para nadar en la piscina. Eso era más divertido, aunque el sádico no la dejaba detenerse hasta que sus músculos estaban tan agotados que estaba en peligro de ahogarse. Ni siquiera quería pensar en cómo la hacían trabajar en la sala de pesas. Frunciendo el ceño, extendió el brazo, tratando de ver si había logrado unos bíceps visibles. No. Pero... aparte de la desafortunada afinidad de los primos por el ejercicio, había

pasado un tiempo maravilloso. La mayoría de las tardes, todos se reunían en la sala para ver la televisión o leer. Sin embargo, nunca se sentaba sola. Alastair insistía en que acurrucarse con ellos la ayudaba a vencer sus miedos, pero Max había dicho risueñamente: —En realidad, sólo queremos meterte mano. Eran muy divertidos. Max y Alastair se peleaban sobre qué programas ver, ya que Max era un fanático de los deportes y Alastair quería documentales. Después de un par de días, ella se involucró en las batallas, y ellos habían tenido que darle igual tiempo de visualización. Seguramente no les había gustado ver Fashion Police, pero Scandal era una historia diferente. Ver todo ese sexo en la televisión había llevado a una actividad muy interesante después. Dijeron que verían Scandal con ella cuando quisiera. Los Doms continuaban asombrándola con sus bondades. Una noche, cuando regresó a casa, quejándose de que sus nuevos zapatos le hacían daño en los pies, Alastair le había dado un masaje en los pies... y después que ella era un montón feliz y relajado en el sofá, había subido por su cuerpo. Ella soltó un pequeño suspiro. Ese Dom tenía manos mágicas, sin importar en qué lugar de su cuerpo las pusiera. Al entrar en la sala de televisión, Max solo se rió y cerró la puerta tras él cuando salió. Ella negó con la cabeza con asombro. Los primos realmente no estaban celosos el uno del otro. Terminada la muñeca de Alastair, agarró un muñeco diferente de Ken. Más musculoso. Con ojos azules. Sí, éste serviría. Los Drago no se dedicaban al sexo todo el tiempo, lo que también era agradable. Una noche, cuando Alastair fue llamado al hospital, ella y Max habían jugado un extraño juego de mesa llamado Pandemic sobre el combate de virus como la peste y Ébola. OmiDios, hablando de locos. Antes de que hubieran encontrado la cura para una enfermedad, toda Asia había sido arrasada. Se había sentido tan culpable... y Max se había descostillado de la risa de ella. Sí, eran increíbles. Cada noche, uno de ellos se unía a ella en su cama. Mientras trabajaba en la esculpida barba del muñeco Alastair, sonrió. En la cama, tal vez lo único que tenían en común era lo generosos que eran. Ella siempre se corría al menos una vez, si no más. Sólo pensar en sus habilidades envió una pequeña oleada de calor que la atravesó. A Max le encantaba usar juguetes, y era un Dominante abiertamente mandón. Alastair era un Dom más sutil, pero nunca estaba confundida acerca de quién estaba

a cargo. Uf. Le gustaba llevarla bien al borde, del dolor, de los orgasmos, y daba miedo lo bien que podía leerla. La mayoría de las veces, la trataban como a una compañera de cuarto. Luego, sin previo aviso, se deslizaban hacia el modo Dom. Como cuando vieron la película, Set It Off, que tenía una escena erótica con aceite y masaje. La forma en que Blair había arrastrado la cadena por la espalda de Jada... Ella se había calentado toda simplemente mirando. —Te ves un poco caliente, cariño. —Oh, Max se había percatado de su excitación inmediatamente. —Creo que tiene una obsesión con la cadena —dijo Alastair—.Tendremos que recordar eso. Ella había encontrado su conversación más que un poco alarmante. Sobre la mesita de café estaba el largo cordón de perlas que había usado como una gruesa pulsera para trabajar. Sin siquiera hablar al respecto, la habían acostado en la mesa de centro y habían jugado con ella. Y las perlas. Atormentando sus pechos, su coño. Alrededor de su cuello. Y se había corrido. Y corrido. Y corrido. Alastair le había sonreído después. —Puesto que no puedes ponerte de pie, bien podrías estar de rodillas. —Le había ordenado que le hiciera una mamada a Max... y luego a él. Incluso ahora, se excitaba pensando en ello. Los Drago, sus Doms Dragones, eran simplemente demasiado sexys para ser reales. Al oír el ruido de la puerta principal y dos juegos de pasos, levantó la vista, su corazón empezó a bailar. Entonces, se dio cuenta de en qué estaba trabajando y se congeló. Oh no. Agarró la cesta para esconder las muñecas. Demasiado tarde. —Uzuri, ¿podrías... —Alastair vio el muñeco que había preparado para parecerse a él. La barba era perfecta. El pelo casi. Los ojos del tono exacto. El muñeco llevaba una bata de laboratorio blanca e incluso había usado un tejido impreso con diminutos gatitos para dar al pediatra una corbata agradable para los niños. Alastair se echó a reír. —¿Qué pasa? —Max apareció en la puerta y vio el muñeco que era su viva imagen. El cabello castaño retirado hacia atrás, sin tocar sus hombros. Una sombra oscura de barba a lo largo de su mandíbula. Intensos ojos azules. Jeans y una camiseta con una pistola enfundada en su cintura... y un par de esposas minúsculas colgando de su bolsillo trasero. Max no se rió. No sonrió. Ni siquiera entró en la habitación. Uzuri frunció el ceño. De hecho, ni siquiera había dicho hola. Esto no era como él en absoluto. Cuando se volvió para irse, llamó

—Max, ¿estás bien? —Bien. Mal día. —Con expresión cerrada, se dirigió hacia las escaleras de la habitación de la torre. Uzuri se volvió hacia Alastair. —¿Está enfadado? —No, amor. —Alastair negó con la cabeza—. A veces se pone así. Tiene un trabajo difícil. Ni siquiera podía imaginar las cosas horribles que un detective de homicidios debía ver. Cadáveres, día tras día. Cuando Sally había intentado ser policía, sólo había tomado un par de brutales asesinatos y había cambiado de carrera. Max estaba lidiando con horrores día tras día. ¿Se sentiría mejor a la hora de la cena? Oh, no. Este era su día para preparar la cena. Debería haber empezado ya. Como los Doms estaban agendados para mañana en el Shadowlands, todos estarían en casa esta noche. Se levantó de un salto. —Necesito empezar a hacer la cena. —Ella había recogido los ingredientes para el gumbo favorito de su mamá, pero eso llevaría demasiado tiempo. Bueno, entonces, un jambalaya sólo tardaría una hora más o menos. —No te preocupes, cariño —dijo Alastair—. No tenemos una hora determinada para comer. Tal vez no, pero Max ya estaba molesto. Sólo que... no parecía que tuviera apetito. Abandonando su preparación por la cocina, ella sirvió un chupito de Casa Dragones. La subida de las escaleras al tercer piso la hizo resoplar... aunque menos que antes. Tal vez correr y nadar estaba dando sus frutos. Salió a la terraza de la azotea. Max estaba sentado en uno de los sofás de color rojo oscuro, con la mirada fija en las oscuras aguas de la bahía de Hillsborough y en la línea del horizonte de Davis Island. Aunque siempre era consciente de lo que le rodeaba, y ella había hecho ruido al subir las escaleras, él no reconoció su presencia en absoluto. Se acercó más. —La cena estará lista en una hora. Él asintió. Ella apoyó su tequila en la mesita de café, vaciló, y luego se sentó a su lado. —Siento que hayas tenido un mal día.

Él la miró y miró hacia el agua. De acuerdo, eso no funcionó. Tal vez debería darle un coscorrón. Eso es lo que su madre había hecho cuando Uzuri estaba siendo tonta. Golpear a un Dom, especialmente uno como Max, sería una mala idea. Tal vez hoy era un poco mentecato y no entendía que ella estaba allí para ayudar. —Escucho bien, ya sabes. —No hay nada de lo que hablar. —Después de fruncir el ceño, levantó el vaso y tomó un sorbo con un avariento: —Gracias. Ella le echó coraje. No le haría daño por ser insistente. Jarvis lo habría hecho; Max no lo haría. —Dijiste que compartir con amigos ayuda a poner las cosas en perspectiva. Habla conmigo. Déjame ayudar. Su voz salió rasposa. —Oye, princesa. No quiero tu ayuda; quiero que me dejen solo. Ve a jugar con tus muñecas. Uzuri no pudo reprimir un respingo, aunque no había hecho un movimiento hacia ella. No la había herido, entonces ¿por qué tenía ganas de llorar? Se levantó. —Siento haberlo molestado, Señor. Cuando llegó a la puerta, Alastair estaba allí. Observando. Su expresión se oscureció. —No te golpeó. Max no... —No, él no me pegaría. —Volvió la mirada hacia atrás a la figura inmóvil en el sofá. Eso podría haber dolido menos. La consternación en los ojos de Alastair la hizo darse cuenta de que había hablado en voz alta. —Lo siento. No quise decir eso. —Sí, lo hiciste. —Tendió su mano—. Uzuri, vamos... Ella caminó alrededor de él y corrió escaleras abajo, esperando que no la siguiera. Esperando que no le dijera nada a Max. Sería horrible si causaba problemas entre los primos. No podía hacer nada bien, ¿no? Además, como era su noche para cocinar, ni siquiera podía largarse y esconderse en alguna parte. Una parte de ella quería dejar que Max muriera de hambre, pero... eso no sería correcto. Él no había sido horrible; simplemente

la había rechazado. Ella les había hecho lo mismo antes, y no se habían… ofendido. Supéralo Al pie de la escalera, estaba esperando Hunter. Él la amaba. Apoyada sobre una rodilla, lo rodeó con sus brazos y apretó su cara contra su cuello peludo. Max sintió que los cojines se comprimían y suspiró por dentro. Era perseverante, ¿no? Sin duda, si él la ignoraba lo suficiente, ella se iría. Necesitaba dejarlo en paz. Todo dentro de él se sentía en carne viva, lastimado, como carne desollada. Lo que había visto, lo que esa familia había soportado, no debería... —Max. No Uzuri, sino Alastair. Con un suspiro, Max se volvió. Con pantalones blancos y camisa, Alastair no se había cambiado todavía. Una corbata de Transformers colgaba floja alrededor de su cuello. —¿Problemas? —preguntó Max, esperando que no. No estaba en una buena posición para ayudar—. ¿Me necesitas para algo? Alastair se le quedó mirando a los ojos fijamente. —Necesito que dejes de enterrar tus problemas y permitas que otros te ayuden. Específicamente, yo... y la mujer que compartimos. —No. —Max meneó la cabeza mientras la náusea lo atravesaba—. Esto fue horripilante. No puedo... —No puedes continuar enterrando tus emociones. O te romperás o recurrirás a métodos dañinos para afrontarlo. —Alastair le brindó una media sonrisa—. Somos iguales, ya sabes. Compartir el dolor no es lo que hacemos. —Exactamente. —Sin embargo, cuando Uzuri logró convencerme de hablar de una niña que había muerto—un destello de dolor cruzó su cara—, ayudó. Más de lo que imaginé que haría. —No sabes la mierda con la que trato, primo. Ninguno de los dos puede manejar... La risa amarga de Alastair lo interrumpió. —Pasé años reparando el daño a los cuerpos de bombas de fabricación casera, bombardeos y ametralladoras. —Alastair se encontró con su mirada—. Y mis pacientes eran generalmente mujeres y niños. Mierda. —Lo siento. Me he pasado de la raya. Alastair nunca guardaba rencores. Asintió, y luego su mirada se endureció.

—Creo que Uzuri preferiría la fea “mierda” a que la apartaras a empujones. Ella no quería que yo lo oyera, pero dijo que ser golpeada podría haber dolido menos. Oír eso fue un maldito golpe en la tripa. —Mierda. Yo no... estaba tratando de protegerla. —Lo sé, pero ella no. O si lo sabe, entiende que no crees que sea lo suficientemente fuerte como para soportarlo, y mucho menos ayudar a otra persona. —Es... —Max se detuvo antes de decir que no era lo suficientemente fuerte, porque no era verdad Había sobrevivido a un horrible infierno, y en lugar de refugiarse en Cincinnati con miedo, había empacado, se había mudado, y comenzado una nueva vida. Tenía una carrera satisfactoria, buenos amigos y estaba trabajando para superar los últimos problemas. Sin duda alguna, no era débil. —Probablemente es más valiente que yo. Max se bebió de un trago el tequila que le había traído, apretó el hombro de Alastair en agradecimiento y se dirigió hacia abajo para tratar de arreglarlo. Ella no estaba en su dormitorio. No estaba en la sala de la televisión. Él se detuvo allí y frunció el ceño, luego se dio cuenta de por qué la habitación parecía diferente. Debía de haber encontrado el cuarto de almacenamiento en el piso de arriba. Los almohadones turcos de color rojo oscuro y blanco que había comprado en el centro comercial militar de Bagdad se amontonaban en el sofá de cuero. Parecía ... hogareño. Bonito. No estaba en la sala de estar. Finalmente, la encontró. En la cocina, de pie junto a los fogones, revolviendo algo que olía malditamente bien. Él se sentó en la isla, y cuando ella lo ignoró resueltamente, su humor se aligeró poco a poco. Mierda, era linda cuando estaba cabreada. Sus labios estaban apretados, la mirada en cualquier parte, menos en él. Obviamente había estado en casa desde hacía un tiempo, ya que llevaba unos pantalones cortos elegantes y una blusa sin mangas que estaba entre el rosa y el púrpura. Color extraño, pero que hacía brillar su piel morena. Hunter se acercó para apoyar su cabeza en el muslo de Max. Silenciosamente, Max acarició al perro y le tiró de las orejas caídas. —Uzuri. —Ella se puso rígida. Después de un largo momento, lo miró. —Lo siento. —Buscó palabras para explicar por qué había sido grosero. —No tiene importancia. —Le volvió la espalda para añadir el pollo cocido, el arroz y los tomates a las verduras en una olla pesada. Después de cubrir la olla, redujo el calor a

fuego lento. Él se fijó en su preparación de la comida. Su madre le había enseñado que las conversaciones fuertes no debían llevarse a cabo cuando el cocinero estaba ocupado. Pero ella no tenía nada sin agregar, y la olla estaba a fuego lento. Suficientemente bueno. Se levantó y cruzó la cocina. —Zuri. —Agarrando sus hombros gentilmente, le dio la vuelta y la apoyó contra un mostrador—. Deja que termine de arrastrarme, por favor. —No hace falta. —Cariño, sí hace falta. Fui grosero cuando sólo estabas tratando de ayudar. Eso no es aceptable. —Él puso su frente contra la suya—. Sabes, todos los días, me ocupo de idiotas, gente disparándome —sintió que se ponía rígida, pero siguió adelante—, mi jefe gritándome. No me cabreo a menudo, pero cuando lo hago... Cuando finalmente encontró su mirada, supo que había conseguido pasar. —¿Qué pasó hoy, Max? —le preguntó suavemente. Tragó saliva. Incluso sabiendo que se había ofrecido a compartir, no era fácil. —Soy detective de homicidios. La muerte nunca es bonita, cariño, pero algunas... algunas son... —No había palabras. Encuentra las palabras—. Un adolescente decidió que sus amigos se reían de él, y encontró un AR-15 de su padre. Por qué un civil necesita poseer un rifle de asalto, no tengo ni puta idea. El chico fue detrás de sus compañeros y se los cargó. —Dios, había sido feo. La mano de Uzuri se curvó alrededor de la suya. Max continuó. —El problema es que, a menos que una bala golpee algo, recorre una distancia considerable. Muchas balas. Les dio a otras personas en la calle. A una mujer joven que estaba embarazada. —Ella había sido incluso más joven que Zuri, maldita sea. —Al dueño de la tienda de manualidades. —Recientemente se había retirado y comprado el lugar. Su anciana esposa dijo que toda su vida había soñado compartir su disfrute por las manualidades. —A un taxista. —Un hombre joven con tres hijos que trabajaba largas horas para poder comprar una casa. El sueño americano. Un disparo y todo terminó. La voz de Max salió ronca. —Un arma y tantas personas destrozadas y muertas. —Oh, no. N-no. —Con un sollozo ahogado, Uzuri se apretó contra él, la cabeza en su pecho, los brazos apretados alrededor de su cintura. Sus lágrimas le estaban mojando la

camisa—. ¿Cómo puedes soportarlo? Con sus lágrimas, su reconocimiento del mismo horror que él había sentido, y su angustia por él, las sensaciones tensas y desequilibradas comenzaron a mitigarse. El mundo se tambaleó y volvió a nivelarse de nuevo. Y maldita sea, después de que le había contestado bruscamente como un imbécil, ella lo estaba abrazando y tratando de hacer que se sintiera mejor. De los dos, probablemente él era el más débil. Suspiró. —Nunca he sido bueno hablando de la mierda, me siento como si estuviera trayendo toda esa violencia a casa. Como si no te protegiera. Ella dejó escapar un pequeño sonido de resoplido. —Trajiste tu estado de ánimo a casa. ¿Cuál es la diferencia? Prefiero saber por qué estás molesto. —Ella lo apretó con más fuerza—. Puedo soportarlo, Max. Y prefiero que te desahogues de las cosas. Así que... puedes preocuparte a muerte por un rato, pero luego compartes. Mandona, ¿no? —Voy a tratar de hacerlo mejor. Su cabeza se levantó sorprendida. —¿Lo harás? —Sí. —Él besó sus suaves labios—. Lamento haberte hecho sentir mal, cariño. Ella lo abrazó con fuerza, y las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba. —No te preocupes. Te haré pagar por ello. —Claro que lo harás. —Compasiva sumi. * * * * * Un par de horas más tarde, después de una larga y caliente ducha, una fantástica comida picante, y una caminata con Hunter, Max se sentía casi de regreso a la normalidad. Aunque todavía se sentía culpable por haber sido grosero con su pequeña sumisa. Él debería ser azotado. Cuando salió al patio con Hunter, vio a Alastair haciendo largos en la piscina. Por alguna extraña razón, el doc prefería nadar por la noche a correr al amanecer. Como de costumbre, Hunter empezó a correr en círculos alrededor de la piscina. ¡Jugar a pillar en el agua con el humano, oh guay! Max calculó unos treinta segundos antes de que el perro saltara para jugar. Alastair vio a Hunter, luego a Max, y se detuvo. Sonrió.

—Te ves mejor. —Sí. ¿Zuri o tú tenéis planes para ver algo en la televisión esta noche? —No, y Uzuri salió con sus amigas —dijo Alastair—. La habitación es toda tuya. —Bien. —Dejando a Hunter fuera para molestar a su primo, Max se acercó a la cocina para tomar una cerveza. En la sala de la televisión, se dejó caer en el sofá, y demonios, ya estaba echando de menos la compañía de Zuri. Ella era... caliente. Considerada. Adorablemente divertida. Observadora. Discretamente confiada. Parecía como si muchas mujeres, incluyendo a su ex, fueran como ráfagas de viento antes de una tormenta, ruidosas, cambiando de dirección y muy maltratadoras. Zuri era más como el suave viento del Golfo en un día soleado. A menos que tuviera algo de tequila. Max sonrió. Nada como una vena inestable para mantener la vida interesante. Pero ella no estaba aquí esta noche. Tiempo para los deportes. Inclinándose hacia delante, trató de alcanzar el control remoto, pero no estaba en la mesita de café. O la mesa auxiliar. Se levantó y revisó el suelo, luego bajo los cojines del sofá. ¿En uno de los sillones reclinables, tal vez? El sillón reclinable a la derecha estaba vacío. El de la izquierda… Él miró fijamente. Una de las muñecas de Zuri, la de un hombre, estaba sentada en el sillón. Cabello castaño, ojos azules, barbilla cuadrada, musculoso. Llevaba pantalones vaqueros con la rodilla derecha desgarrada y una camiseta negra con las mangas arrancadas. Max echó un vistazo a su propia ropa: pantalones vaqueros con una rodilla desgarrada, camiseta negra con las mangas arrancadas. Bueno, maldición. Sonrió. Era muy talentosa, eso era demasiado parecido para ser cómodo. Lo bueno es que los hijos de puta de plástico no eran anatómicamente correctos. Después de un segundo, notó que su réplica en miniatura tenía un papel enrollado en la mano. Está bien, voy a picar. Tiró del papel para soltarlo y lo desenrolló. 9

—Estresado es postres deletreado al revés . —¿Qué mierda significaba eso? El control remoto ausente. La pequeña sumi ausente. La sospecha empezó a levantar su fea cabeza. Miró el muñeco y podría haber jurado que le sonrió burlonamente. Max gruñó. Ok, sumi, la falta de un control remoto sin duda me está estresando Por otra parte, la nota decía postres. ¿Como algo dulce? Eso tenía potencial.

En la cocina, revisó la nevera. Nada interesante allí, aunque planeaba secuestrar las sobras de jambalaya antes de acostarse. ¿En los armarios? Bingo. El tercero tenía una réplica de Alastair sentado en un molde de pastel cubierto. ¿Pastel? Apartó de un empujón a Alastair del dulce. —Lo siento, primo —recogió el molde y abrió la tapa. Pastel de zanahoria con un grueso glaseado de queso crema. Oh, sí. Un mordisco y no le quedaban moléculas de estrés en su cuerpo. Maldita sea, pero la princesa podía cocinar. Después de que su primera, y segunda, porción hubiesen desaparecido, lamió el glaseado de sus dedos y estudió el muñeco. Barba. Estetoscopio. Bata de laboratorio. —Linda corbata, primo. Ahora, ¿por qué no me dices dónde escondió mi mando? Sí, había otro papel enrollado. —La tierra tiene música para los que escuchan. —William Shakespeare Correcto. Había una pequeña sumi que necesitaba su culo azotado con una pala. Sin embargo, su enfado estaba tristemente ausente. Glaseado: el tranquilizante más rápido del mundo. Miró ceñudamente la nota otra vez. Podía ver la televisión sin un mando a distancia. No, lo expulsarían de la Liga de los Hombres Viriles. —La tierra tiene música para los que escuchan. —La “tierra” no estaría dentro de la casa. Afuera, en el patio, miró a su alrededor. Nada aquí. Alastair ya se había ido. Max salió del patio protegido. Sacudiendo la cola, Hunter abandonó la caseta y trotó para decir hola. —Oye, amigo. ¿Quieres ayudarme a inspeccionar el terreno? —Agarrando una pelota de goma, la lanzó por el amplio césped. Con un ladrido de júbilo, Hunter la persiguió. Max siguió más despacio, inspeccionando las diversas plantaciones. Ajá. El alimentador de aves del arce había adquirido un nuevo ocupante. En la plataforma ancha, una muñeca Barbie de piel morena se reclinaba sobre sus brazos, con la cara levantada al sol. Las piernas estaban apoyadas en su mando perdido. ¡Esa pequeña mocosa malcriada! Riéndose, Max agarró el mando y la muñeca. Tal vez debería estar más molesto,

pero su broma había sido demasiado linda. Además, su rudeza lo había hecho merecedor de un cierto hostigamiento. Y le había dado pastel. Sí, la había dejado salir de rositas por meterse con su Dom. Colocándose en el sofá con Hunter a sus pies, Max puso una transmisión deportiva. ¿Español? La retransmisión deportiva no debería ser en español. Con creciente incredulidad, encontró su habitual canal de noticias. Español. Zuri se había metido con su televisor. —Vale, cariño —gruñó—. Comienza el juego.

CAPÍTULO 19 Uzuri entró en la casa esa noche. Con suerte, los Doms se habían acostado. Si Dios quiere, al menos Max se habría ido a la cama. Durante las últimas horas, se había puesto cada vez más nerviosa. Rainie y Sally se habían despedido como si no estuvieran seguras de que alguna vez la volverían a ver. Los amigos eran realmente un consuelo. No. Cerró la puerta con mucha tranquilidad, se quitó los zapatos y caminó de puntillas hacia las escaleras. Desde la sala de la televisión llegó el sonido de una película. En inglés, no en español. Casi se le escapó una risita. Cuando estaba a medio camino del segundo piso, apareció Hunter y subió corriendo las escaleras. Su saludo oo-oo-oo la hizo encogerse. —Shhh, pequeño —susurró—. Te quiero, pero shhh. —No hay necesidad de estar callado, sumi. —El gruñido en la voz profunda era demasiado familiar. ¡Pillada! Se enderezó lentamente. Max estaba apoyado en el poste inferior de la escalera. Los musculosos brazos cruzados. El severo rostro ilegible. —Um. Buenas noches. —Tragó saliva—. Señor —Ahora es una buena noche, sí. —Él le dio una mirada perversa—. Aunque desperdicié un pedazo de ella intentando reajustar el idioma de la televisión a uno que da la casualidad que hablo. Ella se puso las manos sobre la boca, pero su risita fue definitivamente audible. Él no reaccionó, pero dijo en voz muy baja: —Sala de la televisión. Ahora. Su boca se secó y sus pies se congelaron en las escaleras. Una agitación nerviosa se instaló en su pecho. Si decía algo, saldría un gemido temeroso... con risitas. Oh, estaba en muchos problemas. Mientras caminaba hacia la habitación, Max chasqueó los dedos y dijo: —Hunter. Es hora de que salgas. Estaba echando al perro afuera. No habría rescate de cuatro patas para ella. En el sofá, Alastair alzó la mirada cuando ella entró. Las comisuras de su boca se

curvaron ligeramente hacia arriba. —Me temo que meterte con su televisor podría haber sido un paso demasiado lejos, mascota. Ella estaba recibiendo esa misma impresión. Y pensar que había estado asustada cuando la Maestra Anne descubrió quién había saboteado su casillero con cucarachas de goma. Este era un nuevo nivel de miedo. —Parece que antes te lo pasaste bien jugando —Max se acercó a ella y la empujó con fuerza hacia la habitación—. Ya que, en esta relación, nos turnamos, supongo que eso hace que sea nuestro turno de jugar. —¿Nuestro? —Su mirada voló hacia Alastair—. No te he hecho nada. —Max y yo compartimos. —Alastair levantó una ceja—. Nuestra casa, nuestra comida, nuestra sumisa. Nuestros problemas. Max puso un pie sobre la mesita de café y apoyó sus gruesos antebrazos sobre el muslo. —Usaste muñecas para guiarme al control remoto. Alastair y yo hicimos lo mismo para ti. —Señaló. Sobre la mesita de café junto a su bolsa de juguetes abierta estaban las tres muñecas. Eran las mismas muñecas que había utilizado para su búsqueda del tesoro: el detective Dragón, el doctor Dragón y la muñeca Zuri, sólo que ahora la muñeca Zuri estaba desnuda y dispuesta en el regazo del doctor Dragón, con el culo en el aire. El detective Dragón estaba sobre una rodilla... su mano entre las piernas de plástico de la muñeca Zuri. —Desnúdate, sumi —dijo Max, muy suavemente. —Pero… Él levantó la barbilla. Y esperó. Pero, pero, pero... Con dedos ligeramente temblorosos, se quitó la ropa y la dobló en un montón ordenado sobre la mesita de café. Los Doms en los que confiaba, lo hacía…la mayoría de las veces, permanecían en silencio mientras se enderezaba, ponía los brazos en la espalda y bajaba la mirada. —Eres realmente hermosa, pequeña señorita. —Las palabras de Alastair encendieron un brillo dentro de ella. —¿Pequeña señorita? Más bien pequeña diablilla. —Max la miraba fieramente—. ¿Por qué pensé que los cuentos sobre ti eran exagerados?

No te rías. Mantuvo los ojos bajos. —Mírala. Está tratando de no reírse. —Max hizo un sonido de disgusto. Oh, Dios, no podía resistirlo. Ella estalló en risitas... y no pudo detenerse. Incluso poner las manos sobre su boca no ayudó. Cuando levantó la vista, Alastair también se reía. —Tú, hijo de puta, no estás ayudando. —La exasperación de Max la hizo reír otra vez. Se detuvo... por fin... aunque le dolían los carrillos y el estómago, y tenía que secarse las lágrimas del rostro. —Nunca antes la había oído reír así. ¿Y tú? —preguntó Max. —Una o dos veces cuando estaba con las Shadowmascotas —dijo Alastair. Ah, ella nunca perdió el control así alrededor de los hombres. Qué extraño estar en problemas y todavía entrar en una fiesta de risa. Max frunció el ceño. —Está bien, cariño. Ya que empecé mi película tan tarde… Tarde porque no pudo encontrar el mando. Ignorando el sonido que se le escapaba, ella obligó a que su rostro estuviera serio. Él la señaló. —No empieces a reír de nuevo. La película no está terminada, y Alastair y yo queremos ver el final. Puedes sentarte tranquilamente y no molestarnos. —Por supuesto, Señor. —Bien. También hemos hablado de prepararte para lo anal. Le tomó un segundo dar el salto en los temas. Anal ¿qué? OmiDios, sexo anal. Lo habían mencionado un par de veces y le preguntaron si quería probarlo. Aunque había estado en su lista de límites en Shadowlands, no le había dicho a los primos que no. Sally dijo que era divertido. Sally estaba un poco del lado certificablemente loca. —¿Yo-yo... ahora? —Su voz chilló como la de un ratón al que le hubieran arrancado la cola de un mordisco. Alastair le hizo señas. —Un pequeño tapón hoy. Durante unos días, serán más grandes hasta que estés lista

para una polla. Date la vuelta e inclínate, cariño. Cuando dejó caer con su suave voz de barítono la orden del Dom, su voluntad desapareció. Ella se dio vuelta. El calor se elevó hasta su rostro, se inclinó, cerró los ojos y curvó los dedos alrededor de sus rodillas en un agarre mortal. Un lubricante asombrosamente frío goteó entre sus nalgas. Alastair presionó el suave tapón anal contra su agujero trasero. ¡Puaj! Su salto involuntario y su intento de enderezarse fueron bloqueados. La despiadada mano de Max en su nuca la mantuvo inclinada. Alastair no perdió tiempo. Lentamente, sin misericordia, presionó la gruesa punta del tapón. Sus músculos anales se cerraron alrededor de la porción más delgada. Algo dentro de allí se sentía extraño. Sucio y equivocado... e intensamente erótico. —Levántate. —Max la ayudó a enderezarse—. Si vamos a decorar a nuestro juguete, lo haremos bien. —Sacó las pinzas para pezones de su bolsa de juguetes, se las arrojó a Alastair y la giró para enfrentarse a ambos—. No te muevas, princesa. Max tiró e hizo rodar sus pezones entre los dedos. El placer zumbaba a través de ella mientras él continuaba hasta que tuvo picos que sobresalían. —Eso debería ser suficiente. Mientras Max tiraba de la punta de uno, Alastair aplicó la abrazadera recubierta de goma y apretó el tornillo lentamente. El pellizco aumentó y aumentó, y ella gimió una protesta. Él se detuvo, por fin, habiendo ido mucho más lejos que cualquier Dom antes. La cosa se sentía como si estuviera mordiendo su pezón. Con fuerza. Sin esperar, lo hicieron en el otro pecho. El dolor ardiente en ambos pezones la congeló en el lugar. Ay, ay, ay. —Uzuri. —Alastair capturó su cara en sus grandes manos y la obligó a mirarlo. Su mirada firme y perspicaz sostenía la suya—. Inhala. Más profundamente. Exhala. Otra vez. Ella se aferró a su mirada como una cuerda de salvamento, y después de unos segundos, el dolor de las pinzas se redujo a una palpitación constante y baja, que en cierto modo coincidía con la sensación incómoda en su culo. Toda su piel se sentía caliente y sensibilizada. Bajo sus pies, el suelo de madera estaba frío. Las manos de Alastair se sentían frescas contra su rostro ruborizado. —Buena chica. —Él le sonrió y dio un paso atrás. —Ahora esto, pequeña diablilla. —Max le apretó el hombro de modo tranquilizador antes de sujetar una fina cadena de un metro entre las pinzas. El frío metal rebotó contra

su vientre desnudo. Los dolorosos tironcitos de sus pezones corrían directamente hacia su coño siempre húmedo. Incómodamente, cambiaba su peso de un pie al otro... y se calmó al ver que ambos Doms la observaban. Y sonreían. —Una última cosa —dijo Max—. Tomó un juguete sexual rosa en forma de U de su bolsa. Un cable iba hacia un control—. Extiende las piernas, Zuri. Sus piernas eran extremadamente renuentes a separarse, y pareció tomar una eternidad antes que él sonriera satisfecho. —Ya que no puedes ver la película, no quería que te aburrieras. Esto debería ayudar. —Alcanzando entre sus piernas, él deslizó un extremo de la U en su vagina. Cuando se detuvo, el otro extremo descansaba directamente sobre su clítoris. Sosteniendo el juguete en su lugar, Max levantó la vista hacia ella. —Cierra las piernas. Juntó las piernas, sintiendo la extraña intrusión dentro de ella. Dos intrusiones extrañas. Desnuda. Penetrada. Y en problemas. Oh, esto no era bueno. —Alastair y yo discutimos tu comportamiento. —Max hizo una pausa—. Nos gusta tu sentido del humor, Zuri. Normalmente, algo así como ocultar el mando a distancia no te metería en problemas, especialmente si lo haces para incitarme a salir del mal humor. Alastair continuó. —El problema es cuando pretendes vengarte. Uzuri frunció el ceño. —No lo entiendo. —Max te habló bruscamente —dijo Alastair—. Pero creo que se disculpó. Ella asintió. Lo hizo. También había sido dulce, de una manera que rara vez veía. —La forma en que ocultaste el mando fue divertida. —Max sonrió—. Añadiendo el pastel de zanahoria… —Eso fue genial —dijo Alastair. —Estaba de buen humor cuando llegué al mando a distancia. —Max sacudió la cabeza—. Puede que me hubiera divertido contigo cuando regresaras, pero seguro que el castigo no habría entrado en juego. Uzuri sintió una sensación de bienestar dentro.

—Sin embargo... —La sonrisa de Max se desvaneció. Ella se tensó. —Cuando cambiaste el idioma en la televisión, estoy pensando que no era para ayudar a tu Dom o para ser linda. —La clavó con una mirada fría—. Eso fue una revancha y no de una manera agradable. —¿Cómo te sentiste cuando estabas preparando todo? ¿Ves la diferencia? — preguntó Alastair en voz baja. Sus hombros cayeron pesadamente. En realidad, la vio. Cuando había estado concibiendo la búsqueda del tesoro, todo lo que había hecho era para hacer reír a Max. Para hacerle sentir mejor. Pero entonces ella había empezado a pensar en cómo él le había hablado bruscamente y lo cruel que había sonado, y el truco de televisión había sido... no para Max, sino para ella. Por venganza. Aunque se había disculpado, y ella lo había perdonado, pero aparentemente no lo había hecho. No en lo profundo. ¿Qué tan mezquino era eso? —Tienes razón —susurró—. Lo siento, Señor. Cuando se atrevió a mirar hacia arriba, la severa expresión de Max había desaparecido. Pasó el dedo por su mejilla muy suavemente. —Todos estamos aprendiendo a funcionar juntos, querida. Y sin duda vamos a cagarla. Alastair agregó. —Si cometemos un error o disentimos, discutimos el problema. Honestamente. Y tratamos de arreglar las cosas. No hay necesidad de acciones vengativas, y tales acciones serán castigadas. Ella asintió. Pero... le gustaba jugar. Por diversión. Se mordió el labio. —Y si… —Ah. — Alastair sonrió—. Travesuras divertidas te conseguirán “divercastigos”. Castigos falsos que todos disfrutarían. Cuando Gabi había hablado lo que “ganaba” de Marcus, Uzuri no había visto el atractivo. Ahora, en realidad, con los Doms Dragones, ella pensó que podría disfrutar de alguno que otro. —Um. Entonces ... ¿qué es esta noche? —Un poco de ambos —dijo Max. —Comenzando con castigo. —Alastair se sentó en el sofá al lado de donde estaba—. Terminando con diversión. Al menos para nosotros.

Espera... Eso no sonaba exactamente bien. —¿Recuerdas la posición de la muñeca, princesa? —Con manos duras, Max la giró y luego la inclinó sobre los muslos de Alastair. Agarrándola del brazo, Alastair la empujó hacia abajo, ajustándola para que su culo estuviera alto en el aire. Sus muslos eran como hierro debajo de su vientre y pelvis. Cuando Uzuri se afirmó con las palmas en el suelo, se sintió... humillada. Había sido bastante vergonzoso cuando Alastair la había zurrado y estaban solos. ¿Con los dos? De alguna manera, era mucho peor. Por un minuto silencioso, Alastair simplemente masajeó su trasero con una mano. Su otra mano estaba sobre su espalda, sosteniéndola en el lugar, presionando con fuerza suficiente para hacerle saber que no podría escapar. Tirando de sus tiernos pezones, la cadena de las pinzas colgaba hasta el suelo. Alastair puso el pie desnudo en el extremo. —Te recomiendo que no te muevas de esta posición, mascota. —Sí, Señor. —Anclada bajo su pie, la cadena todavía estaba lo suficientemente floja para poder respirar, pero cualquier movimiento verdadero tiraría de sus sensibles pezones. No te muevas. Alastair dio unas ligeras palmaditas en su trasero. —Creo que unos azotes se sienten diferentes con un tapón dentro. Se puso rígida, comprendió lo que quería decir... y él empezó a zurrarle el culo. Palmada, palmada, palmada. Cada golpe ligero y rápido sacudía ligeramente el tapón y la hacía retorcerse. El escozor de los golpes no era malo, no al principio. Pero él la golpeó más fuerte, y la quemadura aumentó. Y aumentó. Las lágrimas le llenaron los ojos. Ella se movió, trató de levantarse y la cadena de los pezones tiró dolorosamente. Dolor en sus pechos, dolor en su culo. Todo se precipitó sobre ella, aterrorizándola. —Amarillo. Alastair se detuvo inmediatamente. Max se agachó delante de ella y le levantó ligeramente la cabeza. —Habla con nosotros, cariño. Cuando ella sorbió, él le enjugó la cara húmeda con un pañuelo que Alastair le tendió. —Duele —le dijo.

—Lo sé. —La cara de Max estaba tensa, sus ojos azules oscuros e infelices—. Esto es castigo y no está destinado a ser divertido. Pero no vamos a ir más allá de lo que puedas soportar, cariño. ¿Llegaste a ese punto? Mientras su cálida mano le acariciaba la barbilla, sentía que Alastair le acariciaba la espalda, calmándola. Su trasero ardía, sus pechos palpitaban, pero... no insoportablemente. Realmente no. No ahora que tuvo un momento para pensar. —Supongo que me asusté. —Ella respiró hondo. Se habían detenido de inmediato cuando se sintió abrumada. Y habían hablado con ella. Ella sabía que merecía el castigo, pero no continuarían si no pudiera soportarlo. El delgado hilo de confianza en sus dos Doms se hizo más fuerte. —Estoy bien. —De acuerdo. —Alastair le acarició los cachetes ardiendo—. Suficiente por el momento. Seguiremos en el corte comercial. —¿Qué? —Su grito indignado le ganó un golpe en su tierno trasero. —Y la próxima vez, recuerda respirar a través de la incomodidad, amor. Ella se atragantó. Sólo un médico llamaría a la desagradable azotaina “incomodidad”. Si hubiera tenido una jeringa a mano, se la habría clavado violentamente en la pierna. En cambio, respiró hondo y logró relajarse. Un poco. —Buena chica. —Mientras estaba atravesada en las piernas de Alastair, él la acariciaba como a un gatito. Max caminó alrededor de sus pies y se sentó en el sofá, acercándose a Alastair hasta que pudo acariciarle los muslos. —Espera, diablilla. El juguete sexual en forma de U entre sus piernas cobró vida. La vibración estaba tanto dentro de ella como sobre su clítoris, pulsando en un patrón de onda. Br, brr, brrr, brrrr, BRRR. OmiDios. Alastair le dio unas palmaditas en el trasero. —No queríamos que estuvieras aburrida durante la película. —La televisión se encendió. ¿En serio?¿En serio? Con el pie de Alastair sobre la cadena y su mano presionando sobre su espalda, todo lo que podía hacer era quedarse quieta mientras el vibrador zumbaba sobre su clítoris y dentro de ella, subiendo y bajando en ondas lentas y sensuales que duraban... nunca lo suficiente. Trató de frotarse los muslos y recibió un golpe en el muslo.

—¡Au! La mano de Max podía rivalizar con la dureza de una pala de roble. —Quédate quieta, pequeña diablilla. Con una sensación de desesperación, ella oyó el sonido de un anuncio publicitario de automóviles. —Muy bien, mascota. —Alastair le golpeó el culo. Duro, constante y sin compasión. El picor floreció y creció. El dolor la llenaba y, aunque tenía los dientes apretados, sollozaba. Él se detuvo. —Dime por qué estás siendo castigada, Uzuri. Retrasa...retrasa. Cuanto más tardara en contestar, el… Nalgada. —Necesito una respuesta hoy, amor. A Uzuri se le escapó un gemido. —Porque mi motivación no era ayudar a mi Dom, sino vengarme. —Exactamente. —Alastair hizo una pausa—. ¿Ves la diferencia? —Sí, Señor. —Excelente. Creo que puedes dar avance rápido al comercial, Max. Su segundo de agradecimiento desapareció cuando él volvió a zurrarla. Al menos la pausa publicitaria fue mucho más corta así. Cuando los créditos de cierre de la película se deslizaron por la pantalla, Alastair se relajó contra la parte de atrás del sofá con Uzuri todavía acostada sobre sus muslos. Acarició su culo maravillosamente redondo, sintiendo la piel caliente. Su propia palma le picaba. Él suspiró. Aunque había apreciado la forma en que el vibrador había hecho retorcerse a Uzuri, no había disfrutado de los dos períodos de azotes. Tampoco Max. Debido a la historia de abusos de su madre, a Max no le gustaba el castigo físico. Alastair... bueno, tenía bastante sadismo en su alma por lo que azotar un poco a su pequeña sumisa era bastante divertido. Sin embargo, prefería más el dolor erótico. Desafortunadamente, Uzuri necesitaba esta lección. Las bromas vengativas no pertenecían a una relación D/s.

¿Otras bromas? Bueno, algunos sumisos simplemente tenían una naturaleza traviesa. Le gustaba ese lado de la personalidad de Uzuri tanto como a Max. Ambos tenían profesiones de alto riesgo y considerable estrés. Con su calidez, su generosidad y su adorable sentido del humor, Uzuri había devuelto el equilibrio a sus vidas. En realidad, podía ver que ella los había necesitado mucho. Durante la semana, su tensión había desaparecido. Estaba menos nerviosa, más relajada, se reía más a menudo. Y esas risitas... Él sonrió. Simplemente hermoso. Por lo tanto, terminarían su “castigo” ahora con algo mucho más agradable. En su regazo, Uzuri había empezado a retorcerse. Alastair miró a Max. Su primo jugaba con el mando a distancia, indudablemente subiendo y bajando las vibraciones. Por los sonidos y movimientos, Max había encontrado un buen ajuste para ella, suficiente para excitar, insuficiente para llegar al clímax. Max lo vio mirar, asintió con la cabeza y apagó el vibrador. Tiempo de avanzar. Alastair quitó el pie de la cadena, levantó a Uzuri y la sentó en su regazo. Ella respingó cuando sus doloridas nalgas entraron en contacto con sus vaqueros y se retorció ante la presión creciente del tapón anal. Él sonrió. Eran las pequeñas cosas... Poniéndole el brazo derecho detrás de la espalda, la estudió. El sudor y las lágrimas le habían manchado el rostro y embadurnado el maquillaje de los ojos. Sus labios y mejillas se habían oscurecido por la excitación. Sus encantadores ojos marrones estaban ligeramente vidriosos, su expresión confundida. Indefensa. No sabía qué esperar. La cadena le rozó la mano izquierda. Echó una mirada a Max. —¿Mantener o quitar? Max miró a Uzuri y sonrió lentamente. —Oh, me refrenaré. —Se levantó, le juntó las muñecas detrás del cuello y las sostuvo allí con una mano. Ella parecía confundida. —No me estaba moviendo. Max se echó a reír y usó su mano libre para sujetar firmemente la pinza de su pezón izquierdo. —Recuerda respirar, cariño. —Alastair desenroscó la abrazadera y se la quitó. A medida que la sangre se precipitaba de nuevo en su tierna y maltratada aréola, los ojos de Uzuri se abrieron ampliamente. —Ay, ay, ayyyyy. —Ella tiró de los brazos.

Max no le soltó las muñecas. —Sólo queda una más, cariño. —Él se inclinó para sujetar la abrazadera del pezón derecho. —Tú... tú... —Ella lo fulminó con la mirada—. Y dices que no eres sádico. Alastair se ahogó en una carcajada. Ella empezó a luchar mientras él desenroscaba la abrazadera. La sacó. Un segundo después, un chillido agudo sonó aunque su boca estaba firmemente cerrada. —Casi puedo ver por qué te disfrutas tanto de torturar a las pequeñas sumis. — Riendo entre dientes y aun sosteniendo sus muñecas detrás del cuello, Max miró a Alastair. —Esta parte es aún más divertida. —Con la mano bajo el pecho izquierdo, Alastair la inclinó hacia atrás lo suficiente para poder cerrar sus labios sobre un pezón exquisitamente sensible. El sonido de sus chillidos era gratificante. Rodeó la aréola aterciopelada con la lengua, sabiendo que la sensación sería sensual... y dolorosa. Ambas. Chupó ligeramente y la hizo jadear. Después de soplar aire en la punta distendida para enfriar el ardor, la lamió de nuevo antes de moverse hacia el otro seno. Mientras la mano de Max en sus tensas muñecas la mantenía inmóvil para su primo, Uzuri sintió el mundo borroso a su alrededor. La lengua de Alastair giraba alrededor de su pezón con mucha suavidad, pero cada círculo ardía sobre los lugares sensibles donde las pinzas se habían clavado. La aréola se endureció como una piedra y empezó a latir con un hormigueo. Y un abundante placer caliente se derramó en una corriente líquida desde sus pechos a su coño. Cuando Alastair se enderezó, mantuvo su brazo derecho detrás de su espalda, acercándola a él. —Creo que está lista para ti, Max. —¿Lista para qué? —Medio mareada, Uzuri se mordió el labio. —Lista para más. —Después de soltar sus muñecas, Max se inclinó y la besó tan profundamente que el mundo se ladeó. —Hermosa Zuri. —Ahora para esos brazos. —Él la estudió por un segundo y luego dobló sus brazos para que presionaran hacia arriba sobre sus pechos—. Quédate así, cariño. Alastair lo disfrutará.

Alastair rió entre dientes. —Lo haré, ciertamente. —Su brazo derecho estaba detrás de su espalda, sosteniéndola. Después de inclinarla ligeramente hacia atrás, cerró la mano izquierda sobre un mullido pecho y ella chilló. Mientras Alastair jugaba, sus pechos se hincharon aún más, palpitando y doliendo y enviando chispas calientes a su coño. Oyó a Max hablar. Oyó las palabras, pero el significado se sintió fuera de alcance durante un buen segundo o dos, abrió los ojos y levantó la cabeza. Él estaba arrodillado entre sus piernas, separándole las rodillas. —¿Qué? Él entrecerró los ojos. —Abre. Las. Piernas. Oh. Piernas. Ella las separó. Cuando Max sacó el vibrador de su coño, éste se arrastró sobre su sensible clítoris. Ella dio un tirón e intentó sentarse derecha. —Cálmate, amor. —Alastair le apretó el brazo alrededor de la cintura y apoyó la mano en su pecho, obligándola a quedarse medio reclinada. Ella estaba completamente bajo su control. Con el corazón latiendo más rápido, ella recorrió su cuerpo con la mirada. Max se había movido entre sus rodillas. Sus ojos eran intensamente azules mientras la estudiaba por un segundo. Se inclinó y pasó la lengua con una precisión infalible por su montículo directamente hacia su clítoris todavía hinchado. El placer se disparó a través de ella, dejando una gran necesidad palpitante en su estela. —OmiDios, oooh. Max empujó un dedo, luego dos dentro de su vagina, penetrándola lentamente, y el estiramiento se convirtió en un cosquilleo caliente. Cuando su coño se apretó con fuerza, murmuró. —Muy bonito. Su mirada ardiente la atrapó, sosteniendo la suya mientras sus dedos entraban y salían lentamente. Y luego, con su otra mano, movió el tapón anal. —¡Aaah! —Sus caderas empujaron hacia arriba cuando cada nervio allí atrás se disparó a la vida. La sensación era increíble. Cuando Max inclinó su cabeza y lamió su clítoris, el nudo se hinchó con cada larga

caricia de placer. Ella se recostó contra el brazo de Alastair. —Uzuri, mírame. —La mano de Alastair acunó un pecho. Cuando el pulgar rodeó el pezón, las sensaciones arriba y abajo se volvieron abrumadoras. Ella levantó la mirada. Ojos color avellana, prácticamente verde, la perforaban atravesándola. Él sostuvo su mirada mientras Max atormentaba su clítoris con su lengua caliente y oscilante. Sus dedos empujaban implacablemente dentro y fuera de su hinchado y resbaladizo coño incluso mientras movía el tapón anal. Toda su parte inferior se volvió agudamente sensible, cada caricia, toque y movimiento eran exquisitos. La presión caliente y liquida aumentaba, incluso mientras sus entrañas se apretaban alrededor del tapón y los dedos que la empalaban. Sus músculos se tensaron, sus uñas se clavaron en su propia piel. Los estremecimientos la atravesaron de lado a lado. Alastair emitió un gruñido de aprobación. —Ahora. Inesperadamente, estaba inclinada hacia atrás con los labios de Alastair cerrados alrededor de su pezón y chupando. Duro. Con tirones lentos y profundos. Al mismo tiempo, el calor engulló su clítoris y Max chupó. Duro. Con tirones lentos y profundos. Todo dentro de ella se fusionó en una bola rígida y, en lo más profundo de sus entrañas, los espasmos comenzaron como las primeras ondulaciones de un terremoto. Un placer estremecedor la atravesó, creció y creció, sacudiendo su cuerpo, destrozando límites y defensas, cambiando la geografía de su mundo entero. ¡Tanto placer! Otro temblor la sacudió atravesándola y otro. Poco a poco, la tierra se reacomodó, los estremecimientos aminoraron a pequeños temblores, luego a diminutos temblores. Su corazón seguía golpeando ruidosamente dentro de su caja torácica cuando sintió a Max moverse hacia atrás y sacar el tapón anal, dejándola vacía por dentro. Mientras se alejaba, sus muslos interiores se sentían fríos donde había estado su calor. Cuando Alastair la sentó, el mundo se estremeció de nuevo a su alrededor, y ella se sintió... sola. Extraña y temblorosa. Había sido castigada. Duro. Ella se lo merecía. Cuando Alastair la había azotado, estaba enfadada. Lastimada. No realmente arrepentida.

Pero ahora... la culpa se hinchó dentro de ella. Había sido mala y los había decepcionado y desilusionado. No había sido una buena sumisa. Las lágrimas brotaron de sus ojos. Había sido desagradable con Max y ellos en lugar de ser ruines, la habían disciplinado, aunque no querían hacerlo, y le habían dado placer. Mucho placer. No habían tomado nada para ellos. Max estaba a su lado. Ella lo miró, con los ojos borrosos. —Yo... lo siento. No quise ser mala. El acero en sus ojos se volvió suave. —Lo sabemos, cariño. Ella se volvió y se encontró con la mirada verde de Alastair. Su pecho se sentía apretado, sus palabras pastosas y difíciles de salir. —Lo siento, Señor. No te enfades conmigo. —Cariño, nunca lo estuvimos. Ven aquí, amor. —La acercó a su regazo y la atrajo contra su pecho. Envolviendo sus brazos alrededor de ella, con ternura, firmemente, guió su cabeza hacia su duro hombro. Con un sollozo estrangulado, presionó su rostro contra él. Y lloró. Ni siquiera sabía por qué, pero cada emoción dentro de ella salió en una cascada de lágrimas y sollozos. Mientras se aferraba a él, sus brazos eran seguridad y fuerza. Con su manaza, le frotaba la espalda, haciendo sonidos tranquilizantes. Al final, su llanto se ralentizó. —Allá vamos. —La voz profunda de Alastair resonó en su pecho, su acento británico de algún modo calmante—. Llévala a la cama. Podéis terminar de reconciliaros. —No voy a objetar eso. —Max se inclinó y la levantó. Un pecho más fornido, los brazos más duros, un olor diferente, una voz más áspera... y, sin embargo, la sensación de seguridad era la misma. Ella empezó a llorar de nuevo, y en lugar de quejarse, la abrazó con fuerza. Incluso la meció ligeramente, como un bebé, con la mejilla contra la parte superior de su cabeza. —Shhh, shhh, shhh. La llevó a su cama, la arropó y la abrazó mientras se quedaba dormida. Cuando la despertó en medio de la noche, dijo que era hora de terminar de “reconciliarse”, y la volvió a follar hasta dejarla completamente flácida, ella sólo pudo

soltar una risita.

CAPÍTULO 20 —Max. El lunes por la noche, Max levantó la vista de las noticias para mirar a Zuri. —Hola princesa. ¿Vas a ver los desastres del día conmigo? —Satisfecho, dio una palmadita en el cojín a su lado. En la semana que había vivido con ellos, había descubierto las alegrías de ver las noticias con ella. El mundo insano no parecía casi tan desequilibrado con su cuerpo blando acurrucado contra él y su visión lógica, pero más favorable de la humanidad. —No, nada de noticias hoy. Pillando el problema en su tono, apagó la televisión y se volvió para estudiarla. Postura rígida, labios suaves apretados en una línea decidida. —Escúpelo, cariño. Estoy escuchando. Su gesto de aprobación era tan parecido al de su madre que él casi sonrió. Ella le entregó el vaso helado de cerveza que llevaba. —¿Puedes ir a la terraza? La forma en que ella se tensó ante la preocupación por su respuesta hizo que su respuesta fuera sin pensar. —Por supuesto, princesa. —Se levantó y tomó su barbilla para poder ver sus ojos—. ¿Problemas? —No exactamente. —Ella frotó su mejilla contra su palma—. Yo… ¿Por favor? Bueno, ella sin duda explicaría cuando estuviera lista. —Te veré allí, entonces. Su exhalación de alivio sopló contra su muñeca. Después de un rápido beso, se dirigió al tercer piso. Si algo la estresaba, haría lo que pudiera para arreglarlo. Diablos, no había mucho que no hiciera para suavizar su camino y hacerla feliz. En la terraza de la azotea, Max puso sus pies descalzos sobre la mesita de café, bebió la frío Fat Tire, excelente soborno, y se instaló para esperar. Poco después, ella apareció con su primo. Llevando whisky en un vaso de forma de tulipán, Alastair se sentó en el sofá opuesto. Sin inclinarse hacia atrás. Sin relajarse. Unas líneas serias rodeaban su boca, y sus ojos estaban vacíos. El doctor estaba de mal humor.

Frunciendo el ceño, Max se enderezó. Antes de que pudiera hablar, Zuri negó con la cabeza. Ella se sentó al lado de Alastair, apoyándose contra él a pesar de su cuerpo rígido. Eso no funcionaría, Max quería decírselo. Pero no hacía más que acurrucarse contra su primo y beber su propia bebida. —Hoy tuve un mal día. —Su voz era más suave, el tono contenido—. Aunque las ventas para toda la tienda son adecuadas, los números de la sección de ropa femenina han bajado. Al cabo de un segundo, Alastair le dirigió una mirada desconcertada. Max sabía por qué. La pequeña sumisa rara vez hablaba de sus problemas. Por lo general tenía que ser empujada... algo de lo que él y Alastair se habían dado cuenta y comenzaron a hacer. Con aire despreocupado, deslizó la mano por el brazo de Alastair y enredó los dedos con los suyos, algo que rara vez hacía. De acuerdo. Jugaría hasta que descubriera el juego. —¿Por qué va peor la sección de mujeres? Ella suspiró. —El ánimo es malo. Hay rumores de que despedí a Carole porque no me gustaba. Los jefes no han revelado su participación en cómo fui lastimada. Alastair pareció despabilarse un poco. —¿Qué piensas hacer, mascota? —Tengo algunas ideas. Tan pronto como tenga un plan consistente, me gustaría vuestra aprobación para hacer el ajuste fino. —Por supuesto —asintió Alastair. Zuri tomó un sorbo de su bebida. —Max, ¿cómo fue tu día? Se había visto involucrado en otro homicidio. Antes de que pudiera esquivar la pregunta, vio la súplica en sus suaves ojos marrones, y su plan se hizo evidente. Ella habló. Max habló. Entonces Alastair tendría que hablar. Inteligente, sumi. Él asintió con la cabeza. Cuenten conmigo. Un sorbo de cerveza ayudó a echar a andar las máquinas. —El día empezó como un infierno. Hubo un asesinato en un callejón en Ybor. Pero resultó ser una transacción de drogas que directamente salió mal. El distribuidor había

calculado mal cuán desesperado estaba su cliente. Cuando Zuri se estremeció, Alastair frunció el ceño y la rodeó con un brazo. —Mascota, el trabajo de Max no es bueno para la conversación. Eh, mal movimiento, primo. Zuri levantó la barbilla, y una vez más, le recordó a su madre: esa era la mirada de desaprobación que mamá tendría cuando Max la cagaba de acuerdo con las reglas. La buena noticia fue que la mirada de la pequeña sumi se dirigió a Alastair, así como sus palabras. —Max tiene un trabajo horrible, temerario, pero necesita poder compartirlo y entregar algo del dolor a las personas que pueden cagar con él . Yo soy una de esas personas, y tú también. Eso es parte de nuestro trabajo. Cuando Alastair reaccionó como si le hubiese dado un coscorrón en la cabeza, Max apenas reprimió una carcajada. Zuri echó un vistazo y agitó la mano como una reina, continúa, por lo que Max relató el resto de su día, eliminando lo peor de los sangrientos detalles. El abrazo y el beso que recibió fueron una recompensa gratificante. Curiosamente, también se sintió mejor, tan relajado como si se hubiese bebido un par de chupitos. Cuando Zuri se reclinó contra el costado de Alastair y sonrió a Max, reconoció su siguiente indirecta. —Tu turno, primo. Háblanos de tu día. De la forma en que Alastair se puso tenso saltó a la vista que su día había sido jodido. La forma en que su mirada se entrecerró en la hermosa sumi acurrucada contra su lado dijo que se dio cuenta de que le habían tendido una trampa. Pero después de toda la mierda que habían dado a Zuri acerca de compartir sus problemas, el doctor estaba jodido, y lo sabía. Con un suspiro, lo expuso. Chico brillante. Sucio motero. Accidente. Coma. El doc no era neurólogo, así que no era el guía en el caso o comoquiera que lo llamaran los médicos, pero, siendo Alastair, él todavía había ido a ver al niño en el hospital. Para asegurarse de que la familia estaba aguantando. Le dolería. Demonios, a cualquiera le molestaría ver a un chico hecho polvo, pero el doc tenía un corazón tierno. Él ya había sido afectado por trabajar en lugares inmundos, devastados por la guerra durante todos esos años. —Ese fue mi día —terminó Alastair. Él miró sus manos, apartando la mira de ellas como si de alguna manera lo hubiesen decepcionado. Uzuri se deslizó sobre su regazo y él la abrazó. Con un lento suspiro, Alastair apoyó

su mejilla encima de su cabeza. Con voz suave, ella le dijo: —No puedes solucionarlo todo, Señor. La última vez que miré, incluso un Maestro no es Dios. Max bufó. —Cariño, ¿estás tratando de deprimirlo? Se supone que debemos pensar que caminamos sobre el agua. Cuando Alastair rió entre dientes, los hombros de Uzuri se elevaron con su suspiro de alivio. —¿Eso es lo que se suponía que debía pensar? —Ella giró la cabeza lo suficiente para sonreír a Max. —No es de extrañar que ningún Dom me quiera. Sonriendo en serio ahora, Alastair se recostó y puso sus pies en la mesita de café. Su brazo permaneció firmemente alrededor de su cintura, manteniéndola plantada en su regazo. —Error, mascota. Nosotros te queremos. Cuando Alastair tomó su bebida, Max hizo lo mismo. Al encontrarse con los ojos de Uzuri, Max levantó su copa en un silencioso brindis hacia su diablilla de gran corazón.

CAPÍTULO 21 Ay, ay, ay. Uzuri dejó caer el peine en su regazo. El instrumento de tortura podía ser sin bordes y de dientes anchos, pero el martes por la noche, su cabello no estaba de humor para cooperar, ni sus músculos. Sentada en el suelo de la sala de la televisión, miraba ofuscadamente su espectáculo grabado de Project Runway... y se comía la cabeza. Hacer ejercicio apestaba. En serio. ¿Levantamiento de pesas? Para nada divertido. Sus piernas y trasero se sentían como si alguien hubiera golpeado sus músculos con una vara grande. Max insistía en que no era un sádico, pero quién más habría asignado un ejercicio llamado "flexiones". ¿Y los abdominales? ¡Oh Señor! Los músculos de su abdomen le dolían cada vez que se movía. Pero para rematar la miseria que era su vida, Max había decidido ayer que necesitaba más "fuerza en el tren superior". 10

Press de pecho, press militares y press inclinado . Cuando le había dicho a Max que estaba cansada de todas los "press", de repente estaba haciendo "pulls". Dorsal tras nuca 11

y dominadas . Y remando sin ningún barco. Era una persona cruel. Punto. Madre Santísima, incluso los músculos debajo de sus pechos estaban doloridos. Esto iba mal encaminado. Sus Doms Dragones estaban tratando de matarla. Todas las mañanas, Max la sacaba de la cama para correr con él. Al amanecer. ¿Quién podría estar entusiasmado por ponerse sudoroso antes de que el día incluso comenzara? Aunque... Ella sonrió. El sudor se veía realmente bien en el Maestro Maximillian. Su camiseta se oscurecería en una línea entre sus pectorales y se aferraría maravillosamente a la tabla de lavar de sus abdominales. Mmmmasticable. ¿Pero hacer todo eso sudando? Gracias, no. En días alternos, nadaba por las tardes con Alastair, y el bombón estaba igual de bueno. Músculos esbeltos contrayéndose bajo la piel húmeda y oscura. Cuando esos músculos finamente esculpidos se marcaban, tenía una ardiente necesidad de trazar cada uno de ellos perfectamente definido. Con la lengua. ¿Pero la natación se aplicaba a ella? ¿No se daban cuenta de lo que el cloro le hacía al cabello? El aspecto de estropajo de aluminio no era bueno para ella.

Éste había sido día de natación. No siendo una idiota, había humedecido y acondicionado su cabello de antemano, luego lavado y vuelto a acondicionar. Una vez que se secó, había aplicado un acondicionador sin aclarado y lo selló con una mascarilla. Debería comprar acciones en las empresas de acondicionadores para el cabello. Ahora tenía que peinarse. Sólo que... sus brazos parecían pesar cuanto menos más de veinte kilos... cada uno... y estaban volviéndose más pesados segundo a segundo. Solo hazlo. Apretando los dientes, se secó el cabello y empezó a peinarse. Hoy era el turno de Max en la cocina. Él había hecho trampa trayendo a casa una pizza lista para hornear. Al menos habría una ensalada, también, ya que Alastair insistía en un mínimo de comida sana con las cenas. Sin embargo, ninguno de ellos habría pensado asegurarse de que hubiera chocolate. Hombres estúpidos. Oyó el ruido de pisadas. Botas. Max. Continuando con su peinado, lo ignoró. El sofá detrás de ella gimió cuando él se sentó. Ella tenía ganas de gemir. Hunter lo había seguido y felizmente se acurrucó a su lado. Max puso su cerveza en la mesita de café y recogió su tarro de mascarilla. Después de un segundo, lo dejó. Terminando con una sección del pelo, tomó un descanso... y consideró gritar. Faltaban cinco secciones más. Sus brazos podrían desprenderse. Ella había estado tan orgullosa de conseguir su pelo de muy corto a casi a la altura de los hombros... pero si se quedaba aquí otra semana, un TWA iba a lucir bien. Había muchas opciones de un teeny-wenny Afro. —Me encanta tu cabello cuando está así todo brillante y elástico. —Max comenzó a jugar con el pelo que ya había peinado. —Ey. —Sin pensarlo, apartó su brazo de un manotazo—. No soy un perro que puedas palmear sin permiso. Oh. OmiDios. Sintió el peso del silencio de Max detrás de ella. Y vio a Alastair en la puerta, su expresión severa. Con una mano despiadada, Max agarró su cabello y tiró hacia atrás su cabeza con fuerza. Con total desamparado, se quedó mirando unos intensos ojos azules. —¿Quieres explicar de qué coño va esto? —No se molestó en decir que, como su Dom, temporal o no, podía tocarla. Donde quiera. Siempre que quisiera.

Silenciosamente, Alastair tomó asiento. —Lo siento. —Uzuri trató de mirar hacia abajo, pero Max no la soltó. —Estoy seguro que sí. Prefiero oír por qué reaccionaste de esa manera. —Hizo una pausa—. ¿Estás enfadada conmigo por algo que no sé? La vergüenza la llenó. Lo único que había hecho era hacerle un cumplido. Y tocarla. —Incluso si te explico, no lo entenderás. —Y si no me lo explicas, seguro que no lo comprenderé. —Soltándole el pelo, la agarró por la cintura, la levantó y la sentó en el sofá. Cuando se volvió para mirarla, el acero en sus ojos se suavizó—. Habla conmigo, cariño. —Yo... tuve un mal día, y me desquité contigo. —Mmm. Eso hiciste. ¿Qué hizo de éste un mal día? No iba a dejarlo ir, ¿verdad? El esfuerzo de no fulminar con la mirada probablemente disparó su presión sanguínea a la zona de peligro. Bien, vale. ¿Quería saber de su día? —Yo quería estar súper femenina hoy, así que había tirado mi cabello a un lado y hecho tirabuzones. —Lo recuerdo. Se veía genial. —Siempre notaba su cabello. Le gustaba su pelo. —Bueno, yo estaba en una demostración de diseño, y una mujer blanca se acerca y me dice que mi pelo es pura vida y comienza a toquetear los rizos. A manipular mi cabello. Y le grita a su amiga: —Deberías sentir su cabello. Es todo suave y crespo. —Y eso te cabrea. —Honestamente, ¿les gustaría a ellas si me acercara y toqueteara su peinado? —Ella reprimió la grosería—. Mi cabello es mío. Mi cuerpo; mi pelo. No soy una mascota que todo el mundo toca. Junto a ella en el sofá, Max la miró en silencio, obviamente pensando en sus palabras. Su asentimiento fue... un alivio. —De acuerdo, cariño, entiendo por qué eso te disgusta muchísimo. Tocar a alguien en contra de su deseo es una forma de asalto. —Exactamente. Le ofreció su mano, la palma hacia arriba, y esperó hasta que ella le dio los dedos. —Zuri, no pienso en ti como un animal para faltarle el respeto. Sin embargo, creo que eres nuestra sumisa, y tocar sin permiso cae bajo las reglas del Dom. A menos que quieras negociar de otra manera.

Ella negó con la cabeza, sintiéndose como una idiota. —No. Reaccioné antes de pensarlo. —Porque estabas enfadada —dijo Alastair. Ella suspiró y confesó. —He estado disgustada todo el día. Con expresión pensativa, Alastair dejó su whisky y miró a su primo. —La belleza del hogar es que podemos, Dios mediante, dejar de lado el estrés racial y relajarnos. Hay días, especialmente en los Estados Unidos, que ser un individuo de color puede dejar a una persona llena de ira... y a veces esa relajación lleva tiempo. Uzuri vio las cejas de Max juntas. —Soy blanco. No puedo evitar ese detalle. —Su mirada se acercó a ella—. ¿Empeoro las cosas? Se mordió el labio. ¿Cuánta gente conocía que lo sacaba todo a relucir? Estos dos eran increíbles. —No, no peor... —Algunos la consideran una traidora a su raza por estar contigo. —Los labios de Alastair se curvaron—. Por supuesto, eso significa que mi madre, y la de Uzuri, también fueron traidoras por tener relaciones sexuales con hombres blancos. Como niños mestizos, somos considerados bienes dañados de alguna manera. Max bufó. —No si escuchas a Sam. Él no es muy partidario de los animales de pura sangre en ninguna especie. Me dijo que prefiere los híbridos, y que Uzuri era un ejemplo perfecto de la belleza al cruzar las razas. A Uzuri se le cayó la mandíbula. —¿El Maestro Sam dijo eso? —El sádico agricultor y ranchero nunca decía nada que no quisiera decir. —Sí. Pero... Zuri, te pedimos que vinieras para ayudarte. Y porque queríamos ver cómo lo haríamos juntos. No para hacerte la vida más difícil. —Su mano se abrió, dejando ir la suya—. Si estar con un hombre blanco es... —No. —Ella envolvió sus dedos alrededor de los suyos—. Es cierto que, en algunos aspectos, es más fácil estar con otra persona de color. Hay una historia compartida, dolor y aceptación. —Ella lo pensó. —Pero no creo que mantener las razas separadas sea lo mejor para la raza humana en su conjunto. Max asintió con la cabeza. Y esperó. Él y Alastair tenían una capacidad de...

escuchar... que ella encontraba increíblemente convincente. —Pero es difícil —confesó—. Y a veces, quiero salir a dar una bofetada a la gente estúpida. —He sentido lo mismo —admitió Alastair—. Sin embargo, ese enojo no se limita a nuestra raza. —Señaló a Max con su copa—. Nuestro policía aquí está impulsado por una necesidad de justicia y equidad, lo que significa que, cada verano en Colorado, luchó más batallas sobre prejuicios que yo. Max bufó. —Nunca entendí cómo podías estar tan jodidamente relajado sobre esa mierda. —El gruñido en su voz era... dulce. Uzuri apretó sus dedos. —Pasé un par de años enfurecida todo el tiempo, viendo injusticia, insultos y microagresiones en todas partes. Un día, en el metro, una rubia no dejaba de mirarme como si pensara que planeaba robar su bolso o atacarla o algo así. Me puse más y más furiosa. Max frunció el ceño. —Como policía, espero que la ignorases. Personalmente, espero que le dieras un puñetazo. Su irritación en su nombre fue bien visible. Uzuri se rió. —Cuando pasé junto a ella para bajar en mi parada, se puso de pie y dijo que se había enamorado de mi traje. ¿Le diría dónde lo compré? Max la miró fijamente y sus labios se curvaron hacia arriba. —No esperaba eso. En la mirada de Alastair estaba la comprensión profunda de lo que ella estaba diciendo. Uzuri apretó la mano de Max. —La forma en que las personas de color son tratadas no es justa. Sin embargo, la expectativa de hostilidad estaba arruinando mi vida. Ahora, trato de juzgar a cada persona y cada interacción sin ideas preconcebidas. Alastair asintió con la cabeza. —Escoge las batallas y habla cuando puedas marcar la diferencia. —Aunque es demasiado lento, progresamos en cada generación. —Su abuela nunca hubiera podido trabajar como compradora de moda. Todos los amigos de mamá habían sido negros; los de Uzuri eran de todos los colores. —La próxima generación hará las cosas incluso mejor. Max asintió con la cabeza.

—Por lo tanto, no elijo a mis amigos, amantes o Dominantes por la raza. Son más importantes otras cosas. —En otra época, Uzuri había hecho una lista y no la había consultado. Los Doms Dragones habían entrado en su vida, y ella simplemente había dicho que sí—. La respuesta a tu pregunta es que no empeoras las cosas. Pero a veces voy a tener un día de soy-negra-y-estoy-enfadada. —De acuerdo. Entonces, si eso está resuelto... —Max sonrió y la atrajo hacia su regazo. Ella gritó, un sonido que odiaba. Sin piedad, la sujetó con un fuerte agarre en las muñecas. Típico Dom. Ahora que las cosas estaban aclaradas, le recordaría que era la sumisa. Era la sumisa. Y no había nada ahora que quisiera más que ser sostenida. —Me encanta esta bata. —Soltando sus muñecas, él la atrajo más cerca—. Las de seda son muy sexys, pero esta me hace sentir como si estuviera acariciando a un gatito. Un gatito. Ella sólo podía sonreír. Después de estar lo suficientemente enojada como para arañarlo como un gato callejero furioso, ahora quería ronronear. Al parecer, odiaba ser tocada sin permiso o sentirse como una mascota, a menos que Alastair o Max lo hicieran. La vida era una locura. O tal vez ella estaba loca. Max le pasó la mano por el pelo, por el hombro, y ella se tensó cuando sus dedos se toparon con los músculos doloridos. Él se detuvo, soltó una carcajada y presionó más fuerte. —Au. —Era un sádico. Trató de alejarse y no llegó a ninguna parte. —No estás acostumbrada a todo este ejercicio, especialmente al entrenamiento con pesas. —Miró a Alastair—. Te gusta lastimar a las pequeñas sumis. ¿Por qué no le das un masaje antes de acostarse? —Excelente idea. —Alastair sonrió lentamente—. ¿Están doloridos sus pectorales? Ignorando sus luchas, Max apretó su brazo alrededor de su cintura, colocó su otra mano entre sus pechos y presionó en los músculos a cada lado del esternón. Su chillido hizo que Hunter saltara. —¡Auuuu! —Max continuó sin piedad acariciando firmemente sus costillas, sobre músculos increíblemente doloridos. Su gemido se intensificó hasta que sonó como si estuviera siendo asesinada. 12

—Pauvre con , ¡detente! Él lo hizo.

Ella se hundió contra él. —Sí, te divertirás con ella, primo. —Max le levantó la cara—. Hablando desde la experiencia, cualquier masaje que el doc te dé dolerá mucho, pero cuando termine, te sentirás mucho mejor. —Uh, eso no es necesario. Terminaré de peinarme y me acostaré temprano. Estoy segura que una buena noche de sueño arreglará mis músculos. —Eso sonaba como un plan mucho menos doloroso para ella. La risa baja de Alastair retumbó en una forma que le recordó que era su noche para dormir con él. Y cómo el masaje podría conducir a otras cosas. Ella se lamió los labios. Cuando él le sonrió, supo que obtendría un masaje... y todo lo demás. Bien, de acuerdo. —Si sus hombros están doloridos, peinarse puede ser difícil —dijo Alastair. —Ajá. Tienes razón. —Para su sorpresa, Max la dejó en el suelo y agarró el peine de dientes anchos—. Te ayudaré con el cabello. —No, no lo harás. —Extendió la mano hacia el peine. —He sido bien entrenado, cariño. —Para su sorpresa, él peinó fácilmente la siguiente sección. —¿Tuviste una novia negra? —Unas pocas. Y lo que es más importante, tengo a una tía negra que le encanta que alguien más se meta con su cabello. —Él comenzó suavemente en los extremos con el peine—. Es neurocirujana, y sus manos están cansadas al final del día. La madre de Alastair era neurocirujana. ¿Por qué eso no era una verdadera sorpresa? Extendiendo las piernas, Alastair disfrutó de la expresión confundida de su pequeña diablilla. No estaba acostumbrada a ser mimada, especialmente por los hombres. Uzuri era ciertamente un amor, y alguien que había sobrevivido a todo lo que le arrojaron. Era bueno verla enfadada, incluso mejor verla identificar la causa de su enojo. Se había disculpado dulcemente. Mientras bebía su whisky, la satisfacción manaba a raudales dentro de él. Cuanto mejor la conocía, más le gustaba. Con un zumbido bajo, su teléfono móvil vibró. Lo sacó. —Drago. La voz era baja.

—Soy Holt. ¿Zuri te puede oír? —Por favor, espera un momento. —Él entró en el vestíbulo tranquilo—. Adelante. —Esto no es especialmente una buena noticia —dijo Holt—. En algún momento de anoche, en el dúplex, mi Harley fue volcada, y mi alarma no sonó. Alastair apretó la mano sobre el teléfono. —¿Sospechas del acosador de Uzuri? —Los chicos del barrio son un grupo muy bonito, y no estoy inclinado a señalarles con un dedo. Aun así... hay un montón de adolescentes aquí. —Los adolescentes son impredecibles. —Sin embargo, si el vandalismo no fue causado por los del barrio, entonces posiblemente Kassab estaba en Tampa. Alastair no había olvidado que la ventana de Zuri había sido rota el día de la boda. —Llamé a Anne. El gilipollas hace jornadas largas en la fábrica durante varios días seguidos, luego tiene tres días libres. No estaba trabajando ayer ni anteayer. Sin embargo, no compró ningún billete de avión o de autobús. No usó su tarjeta de crédito... en ningún lugar... en esos días. —Lo que no nos da nada. Puede que esté aquí o no. —Sí. —Holt suspiró—. Por si acaso, ¿la vigilaréis? —Oh, lo haremos. —La ira tensó su voz. Uzuri intentaba recuperarse del pasado. La mera presencia del acosador la haría retroceder. Con la mandíbula apretada, Alastair apagó el teléfono. Por Kassab, él haría una excepción a su regla de no golpear a una persona hasta hacerla carne picada. Cuando regresó, Uzuri le dirigió una mirada preocupada. —¿Estás bien? —Lo estoy, gracias. —Echó una mirada a Max. Su primo captó su humor sombrío, y sus ojos se volvieron de hielo antes de asentir con la cabeza. Sí, tendrían una conversación más tarde. Pero por ahora, Alastair introdujo un nuevo tema. —No tuvimos la posibilidad de ponernos al día, y lo extraño. No obstante, este fue un día tranquilo para mí, principalmente resfriados y tos. ¿Y tú, Max? Max pasó el peine a través del cabello de Uzuri. —Tranquilo, también. Al estar cerca de Halloween, hay más borrachos y vándalos que asesinatos. Pasé la mayor parte del día en el juzgado y el resto haciendo papeleo. —Ese es un cambio agradable. —La expresión de Uzuri era de alivio.

Max le besó la coronilla. —¿Y tú, cariño? —Todo en la oficina va viento en popa. —Su boca se curvó hacia abajo—. Pero… Cuando ella no continuó, Max le dio una suave sacudida, como para sacarle la información. —Deja eso. —Ella lo miró enojada por encima del hombro, luego a Alastair por reírse. —Lo justo es justo, mascota. Compartir es lo que hacemos —dijo Alastair—. ¿Cómo va con esos rumores? —No va bien. Las ventas siguen bajando debido a la mala disposición, y la administración está enojada. Max se puso rígido. —¿Contigo? Si piensan que... —No, no, no. El personal de ventas está en problemas. —Ella frunció el ceño—. La gerencia está considerando reemplazar a muchas de las vendedoras, pero algunas de esas mujeres han trabajado allí casi toda su vida. Eso sería horrible. —Maldita sea, cariño —dijo Max—. Eres más compasiva de lo que es bueno para ti. De hecho, lo era. Ante las dulces palabras, Uzuri respiró hondo con felicidad. Les gustaba y se preocupaban por ella... y Max la estaba peinando. La felicidad era una sensación de bienestar en su interior, a pesar del tema de la conversación. —¿Hay alguna alternativa? —preguntó Alastair. —Bien, quizás. Sugerí que se reunieran con las vendedoras y explicaran el problema. Incluso les dije que hablaría con el personal y les explicaría lo que sucedió con Carole. La expresión escéptica de Max se parecía a la de su jefa. La gerencia había dicho que no, pero ella había insistido una y otra vez. —A la larga accedieron, pero dijeron que estaba a cargo de todo. La reunión. Las amenazas. Las explicaciones. Todo. —Ah. —La diversión iluminó los ojos de Alastair—. ¿Te sientes como un chivo expiatorio? —Un poco —murmuró—. No estoy segura de que pueda hacer que el personal de ventas comprenda cómo su comportamiento afecta a toda la tienda. A todo el mundo. Al futuro.

—¿Mostrarles? ¿Gráficos y todo eso? —preguntó Max. —No son personas que se dejen influenciar por los gráficos. —Ella negó con la cabeza—. Tal vez pueda demostrarles que la gente no siempre es de la forma en que los ven, y que una persona que descuidan hoy podría convertirse en una persona con la que harían una comisión enorme en el futuro. No hay duda de que si una clienta se siente descuidada, nunca volverá a Brendall. Mientras Max trabajaba en su cabello con pequeños tirones, ella simplemente disfrutaba de la sensación. Cuando él le giró la cabeza para llegar a una nueva sección de pelo, vio sus tres muñecas sobre el manto de la chimenea. La muñeca Zuri sostenía una cacerola. El Detective Dragón tenía una escoba. Al parecer, era su turno para cocinar mañana con Max haciendo la limpieza de la cocina. Las muñecas. Las había usado en el pasado para demostrar trajes combinables. Por supuesto, las muñecas no le sentarían bien al personal en este estado de ánimo. Pero... tal vez las personas lo harían. Se enderezó, recibiendo un tirón de reprimenda de Max. —Si tuviera una fila de personas de varios niveles económicos y diferentes etnias, tal vez podría mostrar al personal de ventas que los ricos no siempre se ven ricos. —Suena como un plan —dijo Max. —Pero la reunión es el lunes. ¿Cómo es posible que encuentre los ejemplos? Quiero decir... no puedes contratar gente así. Alastair resopló y preguntó en voz baja: —¿Tienes amigas, Uzuri? —Por supuesto que sí. —Se detuvo—. Oh. Entiendo. —Pareces olvidar su existencia demasiado a menudo. —Alastair miró a Max en uno de sus intercambios tácitos. Un intercambio muy ominoso. Ella se estremeció.

CAPÍTULO 22 Al llegar del trabajo la tarde siguiente, Uzuri salió al patio. Esperaba encontrar a Alastair haciendo largos. En cambio, él estaba en el jardín trasero junto a una mesa de patio. Su camiseta polo se aferraba a sus amplios hombros y fuertes ​músculos pectorales contorneados, mientras el color esmeralda resaltaba el verde en sus ojos avellana. A sus pies, dos grandes láminas de goma se extendían sobre la hierba. Intrigada, salió del patio para unirse a él. —¿Qué estás haciendo? ¿Qué es eso? —Decidimos jugar un juego activo esta noche. — Vació algo de una jarra sobre la goma—. Necesitas un día libre de entrenamiento, pero las lecciones de autodefensa continuarán. ¿Por eso Max la había dejado dormir esta mañana? ¿Y no hubo levantamiento de pesas? —Un día libre suena genial. Captando una fragancia veraniega, vio una tarrina de aceite de coco en la mesa junto a una botella de agua con pico para beber y un reproductor de MP3. La cautela se avivó. Los Doms tenían ideas interesantes de lo que podría ser un juego. —¿Este juego tiene un nombre? Su barba oscura enmarcó su sonrisa blanca. —No lo creo. Puedes empezar por desnudarte. Completamente. Ella lo miró fijamente. —Estamos afuera. —En efecto. Sin embargo, la cerca de privacidad fue construida por una razón. Cuando no se movió, sus cálidos ojos color avellana se enfriaron. —Ahora, pequeña diablilla. ¡Ay no! Alastair tenía más paciencia que Max, pero la cantidad no era inagotable. —Sí, señor. Lo siento. —Ella desabotonó su blusa drapeada de crepe de seda roja, la dejó a un lado, y continuó con su falda de tubo negra y la ropa interior hasta que la húmeda y calurosa brisa sopló sobre todo su cuerpo. Él sonrió. —Eres una mujer hermosa, Uzuri. Ven aquí.

De pie junto a él, se sintió empequeñecida por su tamaño. Vistiendo solamente unos tejanos cortados, Max se paseó, llevando una de las varas de Alastair. Su mirada se movió sobre Uzuri, y el hambre oscureció sus ojos azules. —Creo que me va a gustar este juego. —Lanzó la vara en la hierba junto a la lámina. ¿Una vara? Se volvió hacia Alastair. —No me gusta el dolor. —Lo sabemos, mascota. —Se quitó la camiseta y se desabrochó los pantalones cortos —. Por eso lo vuelve un excelente incentivo. Ponte sobre la lámina, por favor. ¿Un incentivo? Eso no sonaba bien en absoluto. Sus dedos se clavaron en sus palmas mientras retrocedía sobre el cuadrado de goma, evitando el charco de aceite de unos sesenta centímetros de ancho en el centro. En el otro lado de la lámina, Max también se había desnudado. El triángulo invertido de vello castaño no podía ocultar sus fornidos pectorales. Una tentadora línea se desplazaba sobre un duro paquete de seis y bajaba hasta su polla gruesa y completamente erecta. OmiDios. ¿Sexo en el exterior y a plena luz del día? ¿Era legal? Necesitó un esfuerzo para apartar la mirada. ¿La luz del sol hacía que una erección pareciera más grande o estaba creciendo? Alastair estaba ahora desnudo y erecto también. Con una leve sonrisa, tocó el reproductor de MP3 conectado a la pequeña caja de altavoces, y la música del juego Call of Duty llenó el aire con sus compases marciales. ¿Se suponía que eso era sexy? Sin decir una palabra, Alastair agarró la botella alta de la mesa y echó el contenido sobre sus pechos. —¡Señor! —Ella apartó el aceite que corría por su cuerpo—. Qué estás haciendo. —Preparándote. —Él lanzó la botella a Max quien le roció la espalda y las piernas. O. Mi. Dios. Estaban locos. Cruzó los brazos sobre sus senos aceitosos y lo fulminó con la mirada. —Chico blanco, puede que tú necesites un bronceado, pero yo no. Max bufó y la ignoró. —Este es un tipo de juego de rol. Las láminas son tu “dormitorio” y donde estarás cuando seas atacada por un intruso. —¿Qué? —Interpretar el papel de una mujer indefensa frente a un intruso no sonaba divertido en absoluto.

Alastair golpeó con el pie una amplia línea verde sobre la lámina de goma. —El verde marca la puerta, que es la única salida. ¿Se le permitía rechazar este juego? Ella frunció los labios. —¿Qué hay de las ventanas? Todas las habitaciones tienen ventanas. Él la ignoró. —Tienes que escapar de la habitación en tres minutos. —Señaló un temporizador de cocina, que yacía en la hierba—. Si fallas, el intruso te dará al menos cinco golpes con la vara, aunque si está de mal humor, podría continuar. Después de darte los golpes, gozará de cualquier manera que quiera antes de que el reloj comience otra vez. A pesar del aire húmedo de la tarde, un escalofrío se deslizó sobre su piel. —Pero… Él levantó la mano para mantenerla en silencio. —Tú, sin embargo, tienes un amigo. —Alastair sonrió lentamente—. Los amigos pueden ser útiles. Si el dolor, después de cinco golpes, es demasiado, puedes llamar a tu amigo para que te ayude. Los brazos de Max la rodearon por detrás, dándole una momentánea sensación de seguridad. Hasta que dijo: —¿Entiendes, Zuri? No te gusta el dolor, así que pide ayuda a tu amigo. Y cariño, pelea duro. Nada de clavar las uñas o mordiscos en los ojos, pero usa tus puños. Moretones y ojos negros son aceptables. Su boca se secó y un escalofrío la recorrió. Alastair continuó. —Si necesitas algo más —en su oscuro rostro, sus ojos se iluminaron con diversión —, pídeselo a tu amigo también. Pase lo que pase, lo que sea que necesites, pídeselo a tu amigo. Ella tragó saliva. —¿Quién es mi amigo? Alastair cruzó los brazos sobre su pecho. Considerando que estaba desnudo en su patio trasero, debería verse tonto. En cambio, parecía letalmente poderoso, como un legendario guerrero africano. —Para esta primera ronda, Max es el intruso, y yo soy tu amigo. Luego intercambiamos los roles. Uzuri estaba segura de que intercambiar roles no significaba que alguna vez ella llegaría a ser el amigo o el intruso.

Max la soltó y señaló el charco de aceite en el centro de la lámina. —Arrodíllate allí, princesa. —Las princesas no se arrodillan. Su descaro le valió una barbilla levantada y una desazón en su vientre. Moviéndose hacia el centro, se arrodilló. Por lo menos la áspera hierba de San Agustín debajo de la lámina hacía un relleno agradable. Debería estar agradecida de que el juego no fuera en el patio de cemento. Para su sorpresa, Max se arrodilló sobre una rodilla en el borde del aceite. Tendría una buena posibilidad de escapar. —¿Preparada? —Alastair agarró el temporizador de la cocina y pulsó el botón de inicio—. ¡Ya! Antes de que Uzuri pudiera moverse, Max se abalanzó sobre ella. Agarrándola, él la arrastró por el lago de aceite, riéndose mientras golpeaba su trasero. Con un chillido de sorpresa, ella lo empujó lejos. Él la volvió a arrastrar y le dio un golpe en el muslo. Más fuerte. —Lucha conmigo, perra. —Sus palabras eran de un áspero tono feo y bajo—. ¡O vas a ver! El miedo la abrumó, la abrumó por completo, y ella se congeló. —¡No!, Zuri. —La voz profunda de Max se apoderó de ella. Familiar y segura—. Usa tu miedo. ¡Golpéame, princesa! Miró a sus preocupados ojos azules, escuchando sus palabras de las sesiones de entrenamiento: Al entrar en una pelea, sabes que puedes ser herida, pero cariño, quiero que estés totalmente decidida a ser la única que estará de pie al final. Cuando la parálisis desapareció, ella lo empujó. Débilmente. —Nenaza —dijo él, apartándole la mano con un gruñido de molestia—. Golpéame cómo quieres hacerlo. Ella trató de alejarse, y él la tiró bruscamente sobre su espalda. Y luego la arrastró por un brazo hasta el centro de la lámina. Su cabeza estaba en el charco de aceite. ¡Su pelo! Con un grito de indignación, se puso de rodillas y le dio un puñetazo en el hombro. Fuerte. —¡Buena chica! —Él bloqueó el siguiente puñetazo y la hizo rodar sobre su espalda otra vez. Su palma le golpeó el muslo, haciendo que la piel picara. —¡Tú-tú-tú! —Ella le dio una patada en el estómago, se dio la vuelta y se dirigió

hacia la salida. Pero sus pies fueron levantados desde debajo de ella, y él la volvió a tirar sobre su espalda por un tobillo. Las manos viriles resbalaron sobre la piel aceitosa, y ella liberó el pie de un brusco tirón e intentó escaparse otra vez. Ding ding ding. El cronómetro estalló ruidosamente. —Es una pena. Tú pierdes. Parece que consigo golpearte —dijo Max. A pesar de su tono ligero, podía oír sufrimiento mezclado con determinación. No quería pegarle. Pero lo hizo. Aplastándola sobre su vientre, Max puso una rodilla en el centro de su espalda, agarró la vara y le dio cinco golpes rápidos. Ella lo soportó, respirando a través del dolor, aunque las lágrimas le llenaron los ojos. Ese fue el quinto. Trató de incorporarse, esperando que terminara. Su peso se mantuvo encima de ella. Después de un par de segundos, la golpeó de nuevo. Se detuvo. De nuevo. Ella gritó una protesta. —¿Qué estás haciendo? Sólo se suponía que serían cinco. —Un mínimo de cinco. —Su voz era áspera. Tensa—. Continúo hasta que me canse o hasta que alguien haga que me rinda. —Él la golpeó de nuevo, más fuerte. Tendría moretones. Las lágrimas corrían por sus mejillas. No iba a detenerse. El pánico desplegó desagradables alas. Una pausa. La golpeó de nuevo. Él seguiría y seguiría... Hasta que alguien haga que me rinda. Alguien. Había dicho Alastair. Lo que sea que necesites, pídeselo a tu amigo. Ella volvió la cabeza. Alastair estaba en el borde de la lámina. Vio preocupación, pena y determinación en sus ojos. Ella trató de decir algo. No pudo. Con otro golpe de la vara, más dolor ardiente corrió a toda velocidad por su trasero. —Por favor. Por favor ayuda —susurró—. Alastair, ayuda. Su expresión no cambió, pero la aprobación irradió de él. —Intruso, alto. Ya no más golpes.

La rodilla se apartó de su espalda, y ella respiró profundamente. —Ah, diablos, estaba empezando a divertirme. Max era un mentiroso. Su expresión era tensa. Infeliz. Luego arrojó la vara a la hierba y la puso de espaldas. Ella clavó la mirada en sus intensos ojos azules, viéndolos aligerarse. —Ahora, sumi. —Acarició su pecho resbaladizo y jugó con el pezón—. Abre las piernas tanto como puedas. —¿Qué? —Ante la mirada que obtuvo, se apresuró a decir—. Sí, Señor. — Honestamente, ella había sido una aprendiz. ¿Por qué estaba teniendo tantos problemas para hacer lo que ellos decían? Abrió sus piernas poco a poco, sintiendo la brisa golpear su coño húmedo, sintiendo el calor del sol. Bueno, eso lo explicaba. Estaba teniendo problemas porque estaba afuera, no en un área apropiadamente calificada para escenas en Shadowlands. Ella vio la determinación de su mandíbula y abrió más las piernas. La otra razón por la que estaba ansiosa era por estos Doms. En Shadowlands, los otros Doms habían sido cuidadosos con ella. No la habían empujado. Estos dos Maestros completamente seguros la ponían nerviosa deliberadamente, empujándola fuera de sus zonas de confort tan cuidadosamente organizadas. Si no hubiera sido ella quien les pidiera que la ayudaran, bueno, tal vez los odiara un poco. —Eso servirá. —Max se acostó entre sus piernas abiertas... y simplemente comenzó a lamer su coño. Con cada lento deslizamiento y movimiento zigzagueante de su lengua, una chisporroteante descarga eléctrica la atravesaba veloz como el rayo. El creciente latido de necesidad aumentó hasta que estaba retorciéndose. Riéndose, él se detuvo, dejándola justo en el borde de un orgasmo. En el momento en que la necesidad se desvaneció, la llevó de vuelta allí con un lametón y una fricción sobre su clítoris. Durante largos, largos minutos, él la mantuvo en el pináculo, llevando el disfrute hasta el punto donde la excitación se convirtió en dolor, hasta donde su deseo se convirtió en desesperación y enojo. El sonido que hizo a través de sus dientes apretados fue feo. —¿Tienes un problema, cariño? —Él volvió a hacer círculos con la lengua sobre el clítoris. Y se detuvo. —Necesito... —Las lágrimas brotaron en sus ojos. ¿Cómo podía hacerle esto? Había pensado que le caía bien.

—¿Qué hacen la mayoría de las personas cuando necesitan algo y no pueden conseguirlo ellos mismos? Ella lo miró inexpresivamente. Entonces... ohhhh. Pídeselo a tu amigo, habían dicho ellos. Volviendo la cabeza, vio a Alastair. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Alzó una ceja. —Por favor, Señor, yo... —¿Qué, Uzuri? —preguntó suavemente. ¿Por qué pedir ayuda era tan difícil? ¿Y si él decía que no? ¿Y si no pensaba que era lo suficientemente buena? OmiDios, ¿qué locos eran esos pensamientos? Apretó las manos. —Yo... Yo... quiero correrme. ¿Podrías...? Pero ¿qué podría hacer Alastair? —No está mal. —Alastair inclinó la cabeza hacia Max—. Ella ha sido una buena chica. Haz que se corra, por favor. Max se inclinó hacia ella. —Tienes suerte de tener buenos amigos, Zuri. —Su mirada sostuvo la suya mientras la dejaba absorber su comentario. Ella tenía buenos amigos. En realidad, los tenía. Y no debería tener problemas para pedirles nada. Doms taimados con su juego para enseñarle a luchar y pedir ayuda. Los labios de él se curvaron. —Lo estás pillando. Bueno, tu amigo quiere que seas recompensada. —Su cabeza bajó, y sus labios se cerraron sobre su clítoris, y su lengua se puso a trabajar, azotando a través del nudo atrapado e hinchado. Caliente, húmedo e irresistible. Con sorprendente habilidad, la apartó del precipicio, la condujo más arriba de la montaña hacia un clímax y la empujó. Un devastador placer la atravesó como una enorme bola de relámpagos, expandiéndose en erupciones chisporroteantes de sensación. —Aaaaah, ah, ah, ah. Cuando la mano que sujetaba su cadera resbaló, su antebrazo cayó sobre su pelvis, inmovilizándola contra el suelo mientras sádicamente exprimía hasta el último espasmo de ella. Uzuri estaba tumbada sobre la lámina, sudorosa, grasienta y agotada.

Max extendió una mano. —Es hora de la segunda ronda. —¿Qué? —Su mano se sintió flácida en la suya fuerte cuando él la atrajo hacia una posición sentada. —Tengo que ser tu amigo esta vez. —Se levantó y salió de la goma. Si él era su “amigo”, ¿eso significaba que Alastair sería el llamado “intruso”? En respuesta, Alastair caminó hacia adelante y bajó sobre una rodilla delante de ella. —De rodillas, diablilla. Recuerda, solo tienes tres minutos para escapar. ¿En serio? Ella negó con la cabeza. —Pero... —Su trasero aún le dolía por los golpes con la vara de Max y Alastair era el Drago sádico. Y tendría una vara. Su corazón martilleó mientras él señalaba a su lugar en la lámina de goma. Con un gemido bajo, se arrodilló en el lugar. Max echó a andar el temporizador. —Comenzad. Esta vez ella se abalanzó hacia la marcada “salida”, y casi, casi lo logró. Con una risa, Alastair se lanzó hacia adelante y se apoderó de su tobillo. Resbaladizo por el aceite, se deslizó de su agarre, y ella ganó otros pocos centímetros. La punta de sus dedos estaba en la línea verde cuando aterrizó encima de ella como una tonelada de ladrillos. Aplastada, ella gritó de rabia, y en el instante en que su peso estuvo fuera de ella, trató de correr de nuevo. Y no llegó a ninguna parte. —Jesús, golpéale, Zuri. —La voz de Max salió de un lado. Ante la orden cortante, lanzó un puñetazo. Alastair soltó un gruñido cuando su puño impactó en su estómago. —Ninguna ayuda desde el rincón a menos que ella la pida. Ella le dio un puñetazo más. —Maldición —gruñó—. Buen trabajo. —Él bloqueó el siguiente y la agarró, poniéndola boca abajo en la lámina. Ding ding ding. El temporizador estalló. Él le abrió las piernas y se arrodilló entre ellas, en realidad puso una rodilla en la parte posterior de su muslo para sujetarla.

Instintivamente, ella se tensó contra su agarre. Estaba indefensa. 13

—¡Koulangèt ! —¿Esa es una de esas palabras criollas? —Max le lanzó a Alastair la vara. El maldito sádico la golpeó cinco veces justo sobre el lugar donde había sido golpeada antes. De acuerdo, ella no debería tomar el nombre de Cristo en vano, pero aun así... ay, ay, ay. Ni siquiera se detuvo antes de administrar un sexto golpe en la parte de atrás de sus muslos. —¡Twa lacio! —No sé lo que dijiste, joven señorita, pero no sonaba cortés. —La golpeó nuevamente. Jódete en inglés no sonaría mejor. Espera. Max esperaba justo allí. Un amigo. —¡Ayuda! —Ella levantó su cabeza y suplicó—. ¿Me ayudas? —Siempre que lo pidas, cariño —dijo. La sinceridad en su voz empujó sus palabras profundamente—. Lo siento, primo. Deja de hacerle daño. Alastair emitió un zumbido de aprobación. —Esta vez fuiste más rápida en pedir ayuda, mascota. Bien. —Todavía arrodillada entre sus piernas, él tiró de ella sobre sus manos y rodillas. Su agarre se apretó, y ella tembló en sus brazos cuando sintió su polla presionar contra su coño. Ésa fue toda la advertencia que tuvo antes de que su polla entrara, penetrándola completamente en una dura estocada. Uzuri jadeó. Mientras él se retiraba y empujaba de nuevo, ella gimió ante la sensación resbaladiza y maravillosa. Enterrando su mano en su cabello, tiró de su cabeza hacia atrás, incluso mientras la follaba con fuerza. —Juguete, por favor —dijo, y Max le tiró algo. De repente, un vibrador fue presionado contra su clítoris, haciéndola subir y subir, y... Él lo apartó antes de que pudiera correrse. Su polla redujo la velocidad dentro de ella, apenas moviéndose, manteniéndola en vilo. De nuevo. Maldita sean. Con creciente frustración, se estrelló contra él y hacia adelante, haciendo el trabajo por sí misma. Riéndose, él tiró de su pelo, sosteniendo su cabeza hacia atrás hasta que ella no pudo moverse, y entonces meneó sus caderas así que su polla se movió en círculos dentro de ella. Dios, eso se sintió bien. Con la otra mano, presionó el vibrador contra su clítoris

durante un segundo. Dos. Y lo quitó de nuevo. —¡Cochon! —Ésta la reconozco, primo. Creo que es la palabra francesa para cerdo. —Max se reía —. Ella mencionó que su madre era criolla. —Tendré que buscar las otras palabras —dijo Alastair como un maldito profesor. Mientras su pene entraba y salía, siempre muy lentamente, el vibrador tocó su clítoris de nuevo. Oh, ohhh. Su excitación creció de nuevo, la fuerte presión dentro de ella aumentó rápidamente. Ella inclinó las caderas, tratando de conseguir más. Sólo un poco más. Ansiaba correrse. Él movió el vibrador. Que lo parta un rayo. Ella gimió. Su clítoris tenso e inflamado anhelaba el alivio. Max, ¿Max la ayudaría? Era su amigo. Trató de girar la cabeza para ver, para evaluar su rostro, pero Alastair no soltaría su cabello. Un gemido partió de ella, bajo y lamentable. —M…Max. Señor. Por favor. —¿Sí? No iba a ayudarla. Una lágrima cayó por su mejilla. —Pídele, Uzuri —dijo Alastair en voz baja. —Por favor. Me duele. ¿Puedo correrme? —Solo tenías que pedir, cariño. —La voz de Max era suave—. Hazla feliz, Doc. —Con gusto. —Sonó la risa profunda de Alastair, y de repente él la folló ásperamente y el vibrador fue presionado con fuerza contra su clítoris. Las sensaciones estallaron en sus nervios como un torbellino de electricidad. Ella ascendió, ascendió y ascendió. Todo en su interior se contrajo hasta que su vagina estuvo tan apretada alrededor de la polla de Alastair que podía sentir cada protuberancia, cada vena. Y entonces la presión se liberó, contrayéndose y convulsionando a la vez. El placer la encendió como fuegos artificiales, estallando en una deslumbrante ráfaga de sensación. Un segundo después, sintió que Alastair pulsaba en su interior, y cada dura eyaculación de su clímax enviaba nuevo placer a través de ella. Él se volvió a poner de rodillas. Con un duro brazo alrededor de su cintura, la tiró hacia atrás sobre sus muslos, incrustándose aún más profundamente. Con la otra mano,

hizo rodar sus pezones entre sus fuertes dedos. Inundada por las sensaciones de ser dominada y empalada, se corrió otra vez, retorciéndose impotentemente en sus brazos. Cuando finalmente se quedó floja, el sádico se echó a reír, se retiró y la depositó sobre la lámina de goma. Estaba tendida donde él la había puesto, jadeando por aire. —Mi turno. —Max caminó hacia la lámina y levantó la ceja—. Parece que no le queda mucha pelea. —Su trasero está sufriendo lo suficiente, podría sorprenderte. —Alastair le dio una palmadita en el área inflamada que habían azotado. —¡Ay! —Ella se dio la vuelta y se sentó, poniendo su tierno trasero fuera de su alcance. Su cabeza dio vueltas por un segundo, y respiró hondo, sintiendo todavía el temblor interno del magnífico orgasmo que había tenido. Alastair se puso de pie fácilmente, y se acercó a la mesa, volviendo con una botella de agua, ya destapada. —Bebe esto, amor. Ella la bebió, sintiendo que sus deshidratados tejidos revivían. Cuando terminó, Max tomó la botella y la tiró a la hierba. —¿Preparada? —No. —¡Qué lástima! —Se apoyó en una rodilla y le sonrió. El brillo en sus ojos dijo que planeaba follarla esta vez y con fuerza. Un estremecimiento de anticipación creció dentro de ella. Pero no lo suficiente como para eliminar su determinación de escapar a la vara esta vez. Falló. Al final de la batalla, cinco dolorosas rayas más se alinearon en la parte superior del muslo, pero esta vez ella rápidamente pidió a Alastair que interviniera. Sólo había necesitado cinco golpes. Max tiró a Zuri sobre su espalda y le sonrió mientras pasaba sus manos sobre sus pechos llenos. La capa de aceite era una delicia. También el modo en que Uzuri se retorció. Él se rió entre dientes. Ella ya se había corrido dos veces. Al parecer, conseguir ser azotada levemente, porque la habían tratado con mano suave, y ser restringida era algo que disfrutaba. Él atrapó la mirada de Alastair y vio la lenta sonrisa de su primo.

Sí, ella definitivamente podría seguirle el ritmo a los dos Doms... y él diría que estaba lista para tomarlos a ambos a la vez. Hoy no. Su primera vez en un trío debería ser más romántica. En este momento, quería estar dentro de ella. Después de todo este tiempo de juego, no iba a durar mucho cuando llegara allí. —Lánzame el nuevo, por favor, primo. Alastair tomó el segundo juguete que habían preparado, el que parecía un escarabajo sexy. Uzuri frunció el ceño cuando él se echó hacia atrás y colocó la sección redonda sobre su clítoris, luego metió los suaves y esbeltos “brazos” dentro de sus hinchados labios externos para mantenerlo en su lugar. —¿Qué es eso? Él oprimió el botón de la parte superior del vibrador para alcanzar el nivel más alto y sonrió mientras ella jadeaba. Tomando su mano, presionó la palma sobre el dispositivo. —Eso es tiempo de diversión, princesa. Sostenlo por mí. Después de ponerle las piernas alrededor de su cintura, él se inclinó hacia adelante con un antebrazo junto a su cabeza. Lentamente, se deslizó dentro de su muy resbaladizo y caliente coño. Oh sí. Sin que se lo pidieran, ella cruzó los tobillos por encima de su culo. Él sonrió ante la sensación de sus suaves muslos internos presionando contra su cintura. —Perfecto, cariño. Ahora puedes poner tus brazos alrededor de mis hombros. —¿Tenemos sexo vainilla? ¿En serio? —Mientras lo miraba con cristalinos ojos marrones, su sonrisa era adorable. —En cierta forma. —Se acomodó en la montura, por así decirlo, y cuando su peso presionó el suave vibrador contra su clítoris, los ojos de ella se abrieron como platos. Cuando su coño se contrajo con fuerza alrededor de él, se rió. Entonces se puso a trabajar en serio, porque maldita sea, se sentía bien, sobre todo con los brazos y las piernas alrededor de él. Mientras la follaba, duro y rápido, se sentía rodeado de calor y suavidad. El sonido húmedo de su polla empujando en su coño iba acompañado por el ruido del vibrador. El zumbido era más suave cuando su peso bajaba sobre ella, más fuerte cuando él retrocedía. En un minuto, ella estaba jadeando. Sus uñas clavándose en sus hombros le recordaron su tarea.

Esta es una lección. Mantén el control, Drago. Él se retiró, manteniendo su polla un centímetro dentro, mientras levantaba su peso del vibrador. Ella soltó un frustrado gemido de incredulidad. Esta vez, no hubo vacilación. Su cabeza giró en un sentido, luego en el otro, mientras buscaba a su primo. Lo vio. —Señor. Por favor, por favor, por favor, Señor. Se mi amigo. Quiero correrme. Por favor. La risa de Alastair albergaba su deleite. —Sí, somos amigos, mascota. Dale lo que ella necesita, Max. —Será un placer. —Max dejó caer su peso sobre ella y la penetró, inclinándose para golpear el punto G con cada empuje duro. Más vale hacerlo bien. Tomó menos de un minuto. Su pequeño cuerpo se puso rígido; sus dedos se convirtieron en garras, y su coño se cerró como un tornillo antes de tener un duro espasmo alrededor de su pene. Oh sí. Mientras alcanza el clímax debajo de él, Max no podía dejar de sonreír. Joder, era hermosa cuando se corría. Él lanzó el ruidoso vibrador a un lado. Colocando los codos debajo de las rodillas, le levantó las piernas, elevando su coño en el aire, dejándole ir más profundo cuando se empujaba dentro de ella. La presión se acumuló en la base de su columna. Su coño seguía haciendo pequeñas contracciones mientras sus pelotas se apretaron contra su ingle. El calor se precipitó hacia abajo, a través de su polla, y hacia fuera en alucinantes y placenteros espasmos. Cuando le soltó las rodillas para poder bajar sobre ella, en lugar de oponerse a su peso, Uzuri envolvió sus piernas alrededor de él otra vez. Su pene estaba profundamente en su interior, sus brazos y piernas le rodeaban, y él yacía allí, saboreando el abrazo más íntimo posible. Un tirón en lo profundo de su pecho dijo que se estaba enamorando de ella. Cayendo duro y rápido. Uzuri tenía las extremidades totalmente flojas mientras la empujaban sobre sus manos y rodillas para la próxima ronda. Con Alastair. Su trasero y sus muslos aún ardían de los otros golpes, y ella podría llorar si conseguía más. Gimió en voz baja. Se había corrido, todas y cada una de las veces, y todo lo que quería en ese momento era una siesta. Alastair se posicionó detrás de ella. Max dijo: —¡Vamos!

Sin esperar, Uzuri golpeó fuertemente a Alastair en el vientre. Girando alrededor, le dio una patada en el mismo lugar y usó el ímpetu para empujarse hacia la salida... y más allá. Sorprendida, se arrodilló allí mientras la hierba tosca de San Agustín le pinchaba las rodillas y las manos. Miró por encima del hombro. Alastair estaba sentado en la lámina, sosteniendo su estómago, y sonriendo. —¿Me escapé? —Ella se puso de pie y gritó—. ¡Lo hice! —El baile de la victoria vino de la nada. 14

Incluso mientras giraba, bailaba y se reía, escuchó un yeeha vaquero de Max. Alastair estaba aplaudiendo y riendo. Ambos estaban tan contentos como ella de que hubiera vencido sus miedos. Se había defendido. Y ganó. Dios, ella los amaba.

CAPÍTULO 23 El día siguiente era jueves, y Uzuri pasó por su dúplex para conseguir más ropa. La Harley de Holt estaba en la entrada de la casa, todavía produciendo un sonido ligeramente metálico. Debía haber llegado recientemente a casa. Al parecer, había oído su coche ya que esperaba en la puerta abierta. —Hola, cariño. —Él la tiró en sus brazos para un abrazo largo y cálido. El Dom había hecho del abrazo un arte, y las irritaciones del día se desvanecieron. Con un suspiro de felicidad, le devolvió el abrazo. Holt era una de sus personas favoritas en el mundo entero. Como todas las mujeres de Shadowlands, ella lo había deseado. Al principio. Pero cuando había llegado a conocerlo, él le había recordado cada vez más a Nicky. Había conocido a Nicky cuando rompió su monopatín y se sentó berreando en la acera. Compadeciéndose de ella, el gran adolescente le vendó las rodillas y la acompañó a su apartamento. El duro rubio vivía un piso más arriba y se convirtió en el hermano mayor que nunca había tenido. Nicky la protegía de los perros malos, de los matones y de los pervertidos, se burlaba de los trajes de la muñeca y robaba nuevas telas para ella. Cuando él y su padre se mudaron, ella lo había llorado como si fuera un familiar. Como Nicky, Holt se había convertido en familia. Ella le sonrió abiertamente. —Te he echado de menos. —Yo, también, a ti. Ella retrocedió un paso. —¿Cómo te va? ¿Estás recuperando el sueño ahora que estás en un lugar tranquilo? —Sí. —Tomando su mano, él la entró en la casa. —Había olvidado lo que es la vida en un apartamento. Claro, puedo oír a veces a la señora Avery, pero como ella tiene, ¿qué ochenta años?, no se dedica a golpear las paredes durante el sexo, a las películas de terror, o a tocar rock grunge tan fuerte que los platos hacen ruido. Y los dúplex comparten sólo una pared con otra persona. No las cuatro paredes, el techo y el suelo como los apartamentos. Ella rió. En su último apartamento, siempre había sabido cuando el obrero de la construcción en el piso de arriba, estaba en casa. Golpe, golpe, golpe. —Esto me gusta más. En un apartamento, cuando los niños del vecino gritaban, me irritaba. Aquí, cuando los niños están jugando afuera, se siente... agradable. Como una casa.

—Sí. Es exactamente así. —Él la guió hacia la cocina—. ¿Cerveza? ¿Coca-Cola? —Si hay light… —Considerando que el paquete de seis es algo que dejaste, sí, hay Coca-Cola Light. —Le entregó una lata de la nevera y sacó una cerveza para sí—. Tengo que admitirlo, no esperaba verte. ¿Tuviste una pelea con tus Doms y quieres recuperar tu casa? ¿O estás aquí para ver si he destruido el lugar? ¿O tal vez para recoger algo de mierda femenina? Riendo, ella se apoyó contra el mostrador. —Respuesta C. No empaqué mucho porque pensé que volvería en un par de días. —Sin embargo, todavía estás allí. Holt se sentó a la mesa, apoyó una bota en la silla junto a él y la estudió. Al igual que Max, sus ojos eran azules, pero los de Max eran de un intenso azul caribeño, lo suficientemente profundos como para ahogarse. Los ojos azul grisáceo de Holt eran como el cielo en un ventoso día de invierno. —Sí. Pero… —¿Pero? —Holt cruzó los brazos sobre el pecho, sus tatuados bíceps estirando el 15

negro desteñido de la camiseta de System of a Down —. ¿Cómo va eso con tus dos Maestros? —No estoy segura. —Uzuri alisó su falda de lino rojo oscuro—. Me tratan como... como Jake trata a Rainie. Como Galen y Vance tratan a Sally. —¿Como si fueras su sumisa? Ella asintió con la cabeza mientras la confusión brotaba otra vez en su interior. —Y como se... preocupan. Las cejas de Holt se juntaron. —Todos nos preocupamos por ti, Zuri. —Ya lo sé. —Bueno, tal vez no se había dado cuenta de ello antes. Ahora sí—. Sólo que ellos están actuando —frunció el ceño— ¿posesivos? Diferentes de alguna manera. El sábado en Shadowlands, no habían jugado. Ella había tenido un turno de camarera, y ellos estuvieron vigilando las mazmorras, pero la habían comprobado constantemente y le habían dejado claro a todo el mundo que estaba bajo su protección. Que era... suya. —Correcto. —Con un dedo, Holt se frotó la boca como para borrar una sonrisa. —Tuve la impresión de que te ven como... mmm... tal vez, más permanente de lo que te das cuenta.

La felicidad creciendo en su interior era desconcertante. Sin embargo, esas eran las palabras que ella había querido oír, porque estaba empezando a verlos como más que Maestros temporales. Como si fueran suyos. Como si pudiera tener... una relación con ellos. —¿Lo hacen? —Sí, cariño. Pero, ¿cómo te sientes? Ella se dejó caer en una silla frente a él en la mesa y dejó que su desesperación apareciera. —Oh, Holt, creo que me estoy enamorando. Tomando su mano, él le frotó el dorso con el pulgar. —Eso me parece. ¿Por qué es un problema? ¿No quieres amar a nadie? —Sí quiero. —Siguió el rastro de una mancha de agua en la mesa—. Crecí escuchando historias sobre mi maravilloso papá y todas las cosas dulces que él hacía por mi mamá. No lo recuerdo bien, pero estaban completamente enamorados. Ella nunca se sobrepuso a su pérdida. Su voz se oscureció. —Me alegro de que empezaras la vida así. —Siento que tú no lo hicieras, cariño. —Ella estudió la mano fuerte y esbelta que sostenía la suya. Cuando lo había conocido por primera vez, lo había calificado de muchacho de playa de California. Todo bronceado y musculoso, con el pelo rubio con mechas y rasgos cincelados. Se parecía mucho al actor que interpretaba a Thor en las películas. De hecho, en la universidad, había ganado dinero extra haciendo de modelo. Sin embargo, él era mucho más que simplemente magnífico. Teniendo en cuenta el feo comienzo que había tenido en la vida, podría haber sido un asesino brutal y cruel en lugar de una de las mejores personas que conocía. Con un encogimiento de hombros, él apretó sus dedos. —Me alegro de que no hayas renunciado al amor. Que superaras al acosador. —Finalmente. —Los labios de ella se apretaron—. Estoy haciendo todo lo posible para olvidar que alguna vez existió. —¡Bravo, chica! —Cuando sonrió aparecieron hoyuelos en sus mejillas. —Hermano, realmente eres demasiado guapo para las palabras. Su risa era como el whisky ahumado que a Alastair le gustaba tanto. Una sumisa de Shadowlands dijo que se podía correr sólo de oírlo reír. —Dime, ¿te enamoraste de uno de los Drago o de los dos?

—De ambos. —Uzuri negó con la cabeza—. Lo que es extraño teniendo en cuenta lo diferentes que son. —Max con su severidad policial, más abiertamente amigable, pero mucho menos confiado que Alastair quien, a pesar de la reserva británica, todavía creía en la bondad básica de la gente. Max tenía un corazón enorme, especialmente para cualquier persona más débil. El corazón de Alastair era igual de grande, pero... el doctor se acercaba desconcertantemente al sadismo con la forma en que le gustaba empujarla hasta el límite entre el dolor y el placer. Hombres complicados. Ella realmente los amaba a los dos. —¿Les dijiste cómo te sientes? —¿Te has vuelto loco? Él se echó a reír. —¿Quieres que comparta tus sentimientos con tus Maestros? Parece algo que un amigo debería hacer. ¿Podría asesinar a su así llamado mejor amigo y meter el cuerpo en el armario? No, eso sería grosero. Se conformó con una mirada asesina. —Sí, estoy asustado ahora. —Él fingió temblar. Olvida la cortesía. ¿Qué armario debería usar? No obstante, matarlo dejaría sus alfombras manchadas de sangre, y su cuerpo sería terriblemente pesado para arrastrarlo. En cambio, probó la mirada de cachorrito que Hunter manejaba tan bien. —No lo dirías... ¿verdad? —No, cariño. —Un brillo en sus ojos dijo que él sabía que ella estaba jugando con él. Entonces su expresión se volvió seria—. Sin embargo, quiero saber por qué no estás compartiendo cómo te sientes con ellos. Ella suspiró. —Ellos se comprometieron a ayudarme, por un período de tiempo establecido, no a conseguir que alguna sumi debilucha pensara que su ayuda significa corazones y flores y un para siempre. —¿Sí? —Holt negó con la cabeza—. Pensé que el período de tiempo era más para tranquilizarte que para ponerle límites. Sin embargo, dudo que permanezcas indecisa por mucho tiempo. No con esos dos. La esperanza dio brincos y... cayó con estrépito de nuevo. Después de su experiencia con la zorra de Hayley, Max no querría comprometerse con otra mujer por mucho tiempo. Ella hizo que sus labios se curvaran. —Necesito conseguir mis cosas e irme. Es mi turno para cocinar esta noche.

Mientras ella salía de la cocina, Holt lanzó un suspiro lastimero. —Podría acostumbrarme a algunas comidas caseras. —Oh, por favor. Podrías traer a cualquier mujer que quisieras aquí para cocinar para ti. —Después de empacar su esmalte de uñas y su kit de manicura, recogió ropa. Abriendo un cajón, se quedó mirando la ropa interior que no era suya—. ¿Eres un travesti, ahora, amigo? —¿Soy un qué? —Apareció en la puerta, vio el cajón, y se rió entre dientes. Le dije a Nadia que podía dejar alguna ropa de repuesto aquí. —¿Es la abogada rubia o la agente de bolsa pelirroja? —La pelirroja. Uzuri hizo una mueca. Al Maestro Raoul no le gustaba esa mujer. Holt siempre hacía malabarismos con sus múltiples mujeres con tal habilidad, encanto y honestidad que ninguna se sentía usada. No le había permitido a ninguna dejar ropa en su casa. Hasta ahora. —¿Vas en serio con ella? —Bueno... —La incómoda forma en que movía los hombros le delató. —¡Vas en serio! —Aunque la pelirroja no era quien Uzuri elegiría para Holt, al menos él había encontrado a alguien por quien preocuparse—. Bien por ti. ¿Se lo has dicho? —Ella meneó la cabeza ante su silencio. —¿Quieres que comparta cómo te sientes? Parece algo que un amigo debería hacer. Él frunció el ceño, disgustado por la devolución de su propia amenaza. —Recuérdame que les cuente a tus nuevos Maestros algunas de tus aversiones. Como juguetear con los dedos de los pies. Ella lo miró con los ojos entrecerrados —Tengo más pelotas de espuma de poliestireno, ya sabes. Sin inmutarse, él sólo se rió y la dejó empacar. Unos minutos más tarde, Holt acarreaba con esfuerzo su enorme bolsa al coche por ella. —Ven la próxima semana y dime qué pasa. Además, necesitarás más ropa para entonces. —Él sonrió. La verdad era la verdad. Definitivamente, necesitaría más ropa. —De acuerdo. Por si acaso, prepárate para mudarte. —Vale.

Le rodeó con los brazos y le dio un abrazo sincero. —Fue bueno verte de nuevo. —Lo fue. —Él le dio un beso en la frente—. Se una buena sumi y no te metas en muchos problemas, ¿de acuerdo? —Pffft. Esos Doms Dragones necesitan algo para sacudirlos un poco, ¿no crees? —Sí. Les podrías decir que los amas. Eso la mantuvo en silencio todo el camino a casa.

CAPÍTULO 24 En Shadowlands ese fin de semana, Uzuri probó la puerta. Como esperaba a esta hora temprana de la noche, estaba cerrada. Pulsó el timbre del dragón en el panel lateral. Después de unos segundos, Ben abrió la pesada puerta de roble y le sonrió. El guardia de seguridad era enorme, por lo menos un par de centímetros más alto que sus Doms Dragones. —Entra, Zuri. Uzuri lo siguió a la entrada, negando con la cabeza ante su desgastada camiseta de Willie Nelson y sus vaqueros. Aparentemente, la noche temática de Halloween del Maestro Z de héroes y villanos no se aplicaba a él. Mientras caminaba detrás de su escritorio, sonrió. —¿Eres la Mujer Maravilla? Uzuri echó un vistazo a su pectoral de apariencia metálica, falda dorada corta de faldones de cuero y puños largos y dorados en las muñecas. Montar su traje, y el de Andrea, había requerido una eternidad. —No, Andrea es la Mujer Maravilla. Yo soy Philippus, que era ocasionalmente Reina de las Amazonas, así como la entrenadora de Diana. Sentada en el escritorio de Ben con un traje de Supergirl, Jessica sonrió. También había examinado la colección de cómics de Sally la semana pasada para buscar inspiración. —La recuerdo. Ella era negra, dura y sexy. Te ves perfecta. —Gracias. —Uzuri flexionó su brazo y miró sus bíceps dudosamente. Podría haber fracasado en la parte dura de la tarea—. ¿Dónde está Sophia? ¿Quién está con ella? —Ya está en la cama. —Jessica levantó un monitor para bebés—. La oiré si despierta. —Es bueno que puedas subir y bajar desde el tercer piso —dijo Ben—. Cuando llegue nuestro bebé, Anne y yo estaremos haciendo malabarismos. —En realidad, Z está considerando contratar un gerente para el club y dejar que él o ella tenga nuestra casa. Él quiere que Sophia crezca en un vecindario tranquilo y seguro donde haya otros niños alrededor. ¿Encima de un club BDSM? ¡No! Uzuri echó un vistazo a la puerta interior, pensando en las varas y los floggers que adornaban las paredes. Las cadenas colgando de las vigas del techo.

—Yo también me preocuparía. Seguro fisgoneé en todo de pequeña. —Yo también. Al menos estamos a salvo hasta que Sophia empiece a caminar. — Jessica sonrió—. Y mientras esté aquí, puedo ayudar con las travesuras de las Shadowmascotas. —Travesuras, ¿eh? ¿Qué has hecho ahora? —preguntó Ben a Uzuri—. Ya sabes cómo abrir una cerradura de combinación. Demonios, eres más rápida que yo. —Necesitaba serlo. —Después de que él le mostró el truco, ella practicó constantemente. Entrar furtivamente en el vestuario de los Maestros era tan temerario como un ratón revisando un plato de comida para gatos. —Hoy, necesito ayuda con esto. —De su bolso, sacó el candado que había comprado. Él se lo quitó. —¿Por qué? Z sólo usa cerraduras de combinación en los armarios. —Lo sé. ¿Puedes creer que Alastair y Max cerraron con candado sus bolsas de juguetes? —Ella le dirigió una mueca de disgusto—. Alguien les advirtió. La franca risa de Ben resonó contra las paredes. —Probablemente todos los Doms del club les advirtieron. —Lanzó el candado al aire y lo atrapó—. No te preocupes, cariño. Estos son aún más fáciles que las cerraduras de combinación. ¿Tienes un pasador para el cabello? —Lo tengo. —Jessica sacó uno de sus cabellos y se lo entregó. —Primero hacemos nuestras herramientas. —Sacó el caucho del pasador y dobló el extremo—. Los pasadores funcionan bien. O hay alternativas. —Levantó un bolígrafo. Después de retirar el clip metálico, dobló la punta y lo insertó en el ojo de la cerradura. —Mantén la presión en la palanca. —Recogió el pasador—. Entonces, ponlo en la junta y agítalo hasta que sientas que cede. El diminuto sonido fue casi inaudible. Él tiró hacia arriba de la parte superior curva del candado. —Abierto. —Guau. —Moviéndose con emoción, Uzuri arrojó hacia atrás su capa y extendió la mano—. ¿Puedo intentarlo? Mientras ella seguía cuidadosamente las instrucciones, él observaba atentamente, dándole más instrucciones sobre cómo adaptarse a las diferentes cerraduras. Manteniendo la presión sobre el bolígrafo mientras hurgaba con el pasador en las entrañas del candado, sintió algo ceder. Sonrió. —Ahí.

—Perfecto —dijo Ben—. Ahora, sigue girando la palanca hacia arriba, ¿sí? El candado se abrió. —¡Eso fue divertido! —Cerrando el candado, se inclinó para hacerlo de nuevo. Quince minutos más tarde, con las herramientas firmemente en la mano, siguió a Jessica al vestuario de los Maestros. Apartando su cabello rubio fuera del camino, Jessica marcó un código en el teclado de la puerta. Nerviosa, Uzuri escudriñó detrás de ella en la silenciosa sala principal del club. —¿Sabe el Maestro Z que nos ayudas? —Una cosa era jugar con sus Doms, o incluso con los Maestros corrientes, pero el Maestro Z era una categoría completamente diferente de amenaza. Jessica abrió la puerta. —Estoy segura de que sospecha. Afortunadamente, él prefiere no interferir en las interacciones entre otros Doms y sus sumisos. Si en realidad... hiciera... algo que molestara a un Maestro, podría tener problemas, pero bueno, simplemente estoy abriendo una puerta, ¿verdad? Uzuri resopló. —No intentes esa excusa con un representante de la ley. —Los policías son una raza especial. Gracias a Dios Dan se casó con una dulce como Kari en lugar de mujeres taimadas como nosotras. —Riendo, Jessica le dio un puñetazo en el hombro—. Tú, sin embargo, podrías haber elegido a los Doms equivocados. Max parece que es tan estricto como Dan. —No tienes idea. —¿Es por eso la invasión a sus bolsas? —Totalmente. Deberías haber visto lo malvados que fueron conmigo esta mañana. Tres castigos separados. —Los azotes con la vara fueron malos. Tener que usar un tapón anal gigante fue peor. Había caminado como un pato durante dos horas. Y el tercero... Caminando por la fila de armarios, Uzuri vio los nombres de sus Doms. Las etiquetas de metal inscritas que el Maestro Z utilizaba eran muy útiles, no es que ella se lo mencionara. —¿Por qué los castigos? —preguntó Jessica. —Oh... —Uzuri abrió su bolsa y quitó la lengüeta de una lata de refresco. —No hice entrenamiento con pesas durante un par de días. A veces no tengo ganas de ponerme toda sudorosa, ¿sabes?

Jessica hizo una mueca. —Z decidió que no estaba haciendo suficiente ejercicio, y ahora tengo que recorrer todos los senderos del jardín cada mañana, incluso cuando está lloviendo. ¿Qué otras cosas? —Hubo... —Las mejillas de Uzuri se calentaron. No se había puesto el tapón durante dos días. Porque... bueno, tener a un Dom metiéndolo estaba bien. Un poco sucio, pero aún sexy. Pero meterse algo allí era demasiado vulgar. ¡Puaj! 16

Y decírselo a Jessica sería DI . Jessica se sentó en el banco y la miró expectante. —¿Hubo qué? —Este... No mucho más. —Enfurecida, Uzuri saltó a su tercer castigo—. El tercero fue lo peor. —Alastair le preguntó si había llamado a alguien para la conferencia del lunes en Brendall. Sus evasivas no habían funcionado, y él había señalado que había tenido más de dos días para actuar—. Me esposaron las manos detrás de la espalda y mis piernas juntas durante tres horas, y tuve que pedirles comida o agua, que me rascaran una comezón, usar un Kleenex, o incluso ayuda en el baño y OmiDios, fue muy humillante. Todo porque no llamé a mis amigos para pedirles ayuda. No puedo creer que... —Espera... ¿Qué clase de ayuda? —Jessica entrecerró los ojos—. ¿No soy tu amiga? —Ella señaló el vestuario con la mano—. Lo abrimos y entramos juntas, ¿verdad? ¿Por qué no me llamaste? —Yo... —Incapaz de soportar el disgusto de Jessica, Uzuri se concentró en las cerraduras de combinación de los armarios de los Doms Dragones. Sólo costó un minuto o dos lograr tener ambos candados abiertos con la lengüeta. Gracias, Ben. Ella y Sally habían hecho buen uso de la habilidad más de una vez. Una chica tenía que preguntarse qué otros trucos sabían esos soldados de Operaciones Especiales. —Uzuri... — Jessica dio golpecitos con el pie. —Chica, has pillado al dedillo el tono del Maestro Z. —Con un suspiro resignado, Uzuri se enfrentó a una de las amigas más agradables y mejores que una mujer podría tener—. Ayudar con las bromas de Shadowlands es una cosa. Sé que te gusta involucrarte. Pero esto no tiene nada que ver con Shadowlands, y conseguir que tú, que todo el mundo aparezca el lunes por la mañana significaría que tendrías que hacer arreglos para tu bebé y te complicaría la vida y... —Oh, Dios mío, Zuri, solo pregúntame. Uzuri tenía ganas de golpear la cabeza contra una pared. Lo hice otra vez. Hablando de ser torpe. Y cerrada. Necesitaba superar este problema. Después de un suspiro, se

lanzó a la explicación. —Hay un problema donde trabajo. Vi a una vendedora atendiendo a la gente rica y... —¿Carole? ¿La que desinfló tu neumático? Ante esta evidencia de lo atentamente que Jessica había escuchado, Uzuri parpadeó. —Este... Sí. Y desde entonces, la moral en las ventas de ese departamento ha ido cuesta abajo, y por lo tanto las ventas son... Mientras Uzuri le contaba a Jessica la historia, colocó la bolsa de juguetes de Alastair en el banco. Después de insertar la “ganzúa” del clip del bolígrafo en el candado, ella manipuló el pasador doblado. Clic. Abrió la cerradura y dio saltos en victoria. —Buen trabajo. Y estaré allí el lunes. —Jessica vaciló—. No voy a contactar con el resto de la pandilla. Tus Doms tienen razón; tienes que aprender a pedir ayuda. Finalizando con sus cambios, Uzuri volvió a poner el candado y metió la bolsa en su casillero. Finalmente, levantó la vista para encontrarse con los ojos de Jessica. —Entiendo. Siento no haberte preguntado antes. Es... difícil. —Oye, Andrea tiene casi el mismo problema. Y tú me preguntaste, al cabo. —Jessica frunció el ceño—. Siempre estás ayudando a todos los demás, Zuri. Haciendo de niñera, dando consejos de moda, incluso criticando selfis de trajes de baño lo que va mucho más allá de los límites de la amistad y estando allí cuando una de nosotras tiene problemas de chicos. Haces terapia de margaritas. Tienes que dejar que te ayudemos a veces o el balance se siente equivocado. — Oh. —Uzuri no lo había visto así. La amistad debía ir en ambos sentidos. —Pero esta es tu advertencia. Si no veo a un grupo de nuestros amigos el lunes, les diré a todos que tuviste miedo de pedir ayuda. ¿Puedes imaginarte la pena que recibirás? Uzuri la miró con horror. —Tú... eres malvada. —Una amenaza genial, ¿eh? Viene de vivir con Z. —Sonriendo, Jessica se levantó—. Ojalá pudiera ayudar aquí, pero tengo que poder decir que nunca he tocado nada dentro de la sala de los Maestros. Con suerte, nunca preguntará por el teclado exterior. —Si tuviera al Maestro Z como Dom, no estaría tocando ningún teclado. —Uzuri sacó la bolsa de Max y casi la dejó caer. ¿Qué tenía allí, llevaba pesas? Casi en la puerta, Jessica miró el reloj de pared. —Deberías apresurarte. La reunión de los Maestros no durará mucho más.

—Lo haré. Gracias—. Uzuri comenzó a rebuscar en la bolsa de Max y se dio cuenta de que no tenía tiempo de fisgonear. En su lugar, cambió los diferentes artículos y sacó el muñeco Max de su propia bolsa—. ¿Listo para la acción, Detective Dragón? Vas a admirar realmente el trabajo. Jessica miró por encima del hombro y chilló. —¡Oh, Dios mío, Max va a tener un ataque! —Mmmhmm. —Con una risita, Uzuri depositó el Detective Dragón en la bolsa, cerró la cremallera, y volvió a poner el candado y la cerradura de seguridad de los armarios. Cuando salió de la habitación, oyó que los Maestros bajaban y entraban por la entrada privada del Maestro Z. El vozarrón de Cullen resonó en el pasillo. Cuando la risa profunda de Alastair y la más áspera de Max la siguieron, su corazón dio una lenta voltereta de felicidad en su pecho. No, más que felicidad, era amor. Ella los amaba. Les. Amaba. Luego pensó en las bolsas de juguetes saboteadas y se congeló. Oh no. Oh, no, ¿qué había hecho? Claro, las muñecas eran divertidas, y si sus Maestros las veían en casa, se partirían de risa. ¿Pero aquí? ¿En público? ¿Y con el resto de las cosas que había hecho? El temor la sacudió y corrió hacia el vestuario. Tenía que sacar esas cosas. Sólo que la puerta estaba cerrada y Jessica se había ido. * * * * * Con la bolsa de juguetes sobre el hombro y con Alastair a su lado, Max condujo a su pequeña sumisa a través de la sala de reunión del club hacia el área destinada a escenas que habían elegido usar. Tenía que decir que el lugar era una locura infernal esta noche. Parecía que los socios de Shadowlands se interesaban en las noches de disfraces, especialmente sobre Halloween. Todos los sumisos estaban vestidos con trajes de superhéroes de vivos colores. Pasó una “pequeña” con un disfraz de PowerGirl y dos esclavos homosexuales con trajes de Batman y Robin. La Kim de Raoul estaba vestida como Aquagirl. El Maestro Z había decretado que lo “bueno” sufriría esta noche lo que significaba que los Dominantes, Maestros y los que estaban a cargo eran todos villanos. Max miró a su pequeña superhéroe. No había visto antes su traje, ya que se había cambiado en casa de Andrea y Cullen. Las protecciones de los hombros estaban sujetas en su lugar por varias cadenas de oro. Pasó un dedo por encima de las protecciones y se dio cuenta de que estaban hechas de papel de oro y coincidían con las del brazo y los puños. De alguna manera, había transformado un bustier en lo que parecía un peto de metal dorado. Su trasero estaba cubierto de tiras de cuero dorado; las tiras colgaban

hasta la mitad del muslo como una falda de gladiador. Una capa de color rojo oscuro completaba el atuendo. Ella estaba increíblemente sexy. Tenía el pelo trenzado apretadamente contra el cuero cabelludo, lo que le convenía a una reina guerrera. Sus cejas eran más oscuras. La sombra de ojos dorada y la gruesa línea negra delineada hacían que sus ojos fueran enormes. Esos ojos estaban dirigidos al suelo en lugar de fijarse en todos los demás trajes de alrededor. Él frunció el ceño. —Estás muy callada, princesa. ¿Sigues enojada por los castigos de esta mañana? Ella negó silenciosamente con la cabeza. Un chisporroteo de preocupación le hizo estudiarla más de cerca. Hombros tensos. Caminando más lejos de él de lo normal. Cabeza inclinada. Ojos bajos. Si hubiera sido una sospechosa, la consideraría culpable. Alertó a Alastair con una mirada. Su primo volvió su atención a su linda mujer. Enarcó una ceja. —¿Has estado tramando algo que deberíamos saber? —preguntó Max. La ligera vacilación en su zancada y el pequeño encogimiento de sus hombros gritaban la respuesta. —Soy mujer. Siempre estoy tramando cosas. —Por supuesto que lo estás. —Alastair señaló un claro dentro de la zona acordonada destinada a la escena—. Arrodíllate allí. Mientras se ponía de rodillas, con los ojos todavía bajos, Max frunció el ceño. Cada músculo del cuerpo de Uzuri estaba tenso. Bueno, fuera lo que fuese lo que ella había hecho, ellos lo averiguarían y se encargarían. —Menos mal que cerramos con candado las bolsas —le dijo a Alastair en voz baja. Sacó las llaves del bolsillo—. ¿Quieres usar tus esposas de cuero esta noche? Le van mejor que las mías. —De acuerdo. —Alastair abrió su bolsa y rebuscó en ella. Su mano se detuvo—. Ostia puta. Max se quedó con los ojos clavados en su propia bolsa. —¿En serio? Una mirada a Uzuri mostró que no se había movido. Mirada baja. Las manos de sus muslos estaban crispadas. La pequeña diablilla estaba preocupada. Como debería estar.

Distinguiendo un grupo de Shadowmascotas, dijo en voz baja —Tenemos compañía, primo. —Algunos Doms también se estaban reuniendo. Bueno, demonios. Volvió a mirar su bolsa. Sus rudos puños de cuero habían sido cambiados por unos cursis de color rosa. Con diamantes falsos. Alastair levantó su cambio, azul con patrones plateados de cachemir. Las cuerdas de Max lucían como un artístico trabajo de macramé. Alastair sacó su flogger. El mismo artista. Debajo de las cuerdas, Max encontró el premio mayor. Su muñeco de pelo castaño y barba llevaba pantalones vaqueros, una camisa blanca abotonada, botas y un cinturón de policía con pistola y porra. Los vaqueros estaban abiertos y tirados hacia abajo lo suficiente para acomodar las pelotas del muñeco y una gigante y erecta polla. La verga y los testículos estaban amarrados juntos en un dispositivo de tortura genital hecho de minúsculas cadenas que impresionarían incluso a la sádica Ama Anne. Podría jurar que sintió sus pelotas encogerse y se le escapó una risa ahogada. La risa profunda de Alastair se escuchó mientras señalaba a su réplica con barba en la bolsa. El muñeco llevaba una bata de laboratorio... y nada más. Un pequeño estetoscopio estaba anudado alrededor de la gran erección negra. Max miró las pollas de los muñecos. Incluso había conseguido las proporciones correctas. La suya más gruesa; la de Alastair más larga. —Jesús. ¿Es el momento de mostrar y compartir? —¿Por qué no? Así ellos comprenden su crimen. —Todavía sonriendo, Alastair alzó los dos muñecos. La risa recorrió todo el área. —Tengo que decir que nos avisaron —masculló Max. Alastair volvió a meter el muñeco en su bolsa. —Más que unos pocos. Pensé que habíamos tomado las precauciones adecuadas. Revisaste tu bolsa antes de irnos, ¿no? —Oh sí. El sabotaje se realizó aquí. —Max levantó el candado—. ¿Cómo aprendió una colegiala católica a forzar cerraduras? Su pequeña sumisa parecía como si estuviera encogiéndose. Sabía que estaba en problemas. Las sonrisas burlonas vinieron de los otros Maestros de Shadowlands. Sí, muchos de ellos también habían estado en el extremo receptor de las bromas de las mocosas

malcriadas. De pie al otro lado de la cuerda de la zona de la escena, Z miró el candado en la mano de Max y asintió hacia la salida. —Ben. ¿Ben? De acuerdo. El guardia de seguridad había servido como Ranger. Aunque las bromas no eran su estilo, el tipo no se resistiría a “ayudar” si una ricura como Uzuri le pedía. Max sonrió con ironía. —Es bueno saberlo. Z inclinó la cabeza en señal de agradecimiento, luego extendió un brazo y, casualmente, atrapó a Jessica... por su largo cabello rubio. —Creo que es hora de que hablemos de los teclados, mascota. —Ignorando sus chillidos preocupados, él la llevó lejos. Hacia el fondo. —Bueno. —Alastair levantó las cejas—. Aparentemente nuestra chica no tuvo problemas en pedir ayuda para sabotear nuestras bolsas de juguetes. —Así parece. —¿Y ahora qué hacer al respecto? De alguna manera, él y Alastair tenían que enseñar a su sumi donde estaban los límites... sin romper su espíritu, ya que, demonios, él se había reído. Si un sumi oía a su Dom reírse, habría perdido terreno. Se acercó a Alastair. —Le daré puntos por originalidad y gracia. Los muñecos estarían bien si hubiéramos estado en casa. Pero desearía que no se hubiera metido en nuestras bolsas. —Yo también. El primer día, le dijiste claramente que se mantuviera apartada de nuestras bolsas... y la desobediencia directa va un paso demasiado lejos. —El tono de Alastair era sombrío mientras miraba hacia Zuri con el ceño fruncido. Ella se veía tan pequeña. Tan desvalida. A ninguno de los dos le gustaba castigarla, maldita sea, y ella ya había sido zurrada esta mañana. Max negó con la cabeza. —Primo, no podemos herirla de nuevo. Tiene que haber algo más. —De acuerdo —consideró Alastair—. Tenemos desobediencia junto con avergonzar a sus Doms. ¿Cuáles son las consecuencias apropiadas? —La vergüenza va en ambos sentidos. —Max sonrió lentamente—. Podría ofenderme por tener cadenas envueltas alrededor de mi polla. La mirada de Alastair se encontró con la suya. —¿Cadenas? —Max sonrió—. He estado llevando algunas desde que la molestaste con ello.

—Consecuencias públicas y las cadenas. La sala médica o la mesa bondage o... — Alastair miró hacia el centro de la habitación—. Cullen mencionó la reciente falta de adornos de la barra. Max había visto a una sumisa atada a la barra poco después de que se había asociado. No podría conseguir más público que eso. —Bueno, diablos, es mejor que hagamos algo antes de que Cullen se ponga de mal humor. Alastair sacudió la cabeza. —¿Quieres traerla o lo hago yo? —Primo, sabes que te gusta asustar a pequeñas sumis, sobre todo porque, normalmente, das la impresión de ser tan contenedor. —Muy pocos lo saben. —Alastair se dirigió a Uzuri. Después de tirar las dos bolsas de juguetes por encima del hombro, Max se movió, dejando atrás el público que habían reunido. De pie junto a Sam y Anne, Nolan sonrió y se apartó de su camino. Cerca de los tres Maestros de Shadowlands, un miembro más reciente le dijo a su amigo: —Estoy pensando que Uzuri no respeta mucho a sus así llamados Maestros suyos. —Es obvio. —Su amigo resopló—. De seguro nunca intentó trucos estúpidos cuando hice una escena con ella. Con las cejas juntas, Sam se volvió. —Esa niña sólo gasta bromas a Doms en quienes confía. Una vez me pilló bien. También a Nolan. Y a Anne. —La voz estropajosa del sádico era lo suficientemente severa como para rascar la piel de los dos cachorros—¿Dices que no nos respeta? Ambos Doms retrocedieron varios pasos apresuradamente. Ignorándoles completamente, el ranchero de cabellos plateados hizo un gesto de aprobación hacia Max. —Me preocupé cuando se mudó con vosotros, pero superasteis sus defensas y os ganasteis su confianza. —Buen trabajo. —Nolan dio una palmada en la espalda de Max—. Sin embargo, una advertencia. No le dejes que se meta con tu cerveza. ¿También cerveza? Mierda. —Gracias por la advertencia. —Max. —Anne tenía un brillo peligroso en los ojos—. He oído a Z. Ya sabes, cuando

las cucarachas de goma infestaron mi casillero, no pensé en cómo habían entrado las sumis. —La Ama miró hacia la entrada—. Ben y yo tendremos una... charla... sobre la utilidad de su ayuda. Dile a Uzuri que su excelente modelado de tortura de polla y pelotas no se va a desperdiciar. Mientras ella caminaba hacia la salida, Max miró a los otros dos Maestros. —Creo que mis pelotas sólo intentaron subir a mi vientre. —Ben está jodido. Ni siquiera un Ranger puede ganar contra una Ama enojada. — Nolan negó con la cabeza—. Especialmente una embarazada. Sam resopló. —El muchacho va a caminar con las piernas arqueadas por un tiempo. —Sí. —Sintiendo casi lástima por el pobre desgraciado, Max continuó hacia el bar. —Hola, amigo. —Cullen levantó la vista de la bebida que estaba preparando—. Espero que tengas planeada una medida disuasoria desagradable para que la Mujer Maravilla no tenga ideas. —Inclinó su cabeza hacia Andrea que estaba sirviendo una cerveza. Max sabía que Uzuri había trabajado con Andrea en sus trajes “amazónicos”. El peto de Andrea era rojo, la falda de cuero azul oscuro, y definitivamente tenía el cuerpo para llevar el traje. Max le dirigió una mirada apreciativa. —Gran disfraz. Ya sabes, creo que el matrimonio le sienta bien. —A los dos. No puedo esperar hasta que mi súper heroína intente arrestarme. —Con una barba de dos días y sucias ropas oscuras, Cullen parecía un villano. —Mmm. —Max notó el lazo de oro sujeto al cinturón de Andrea—. ¿No tienes suerte de que la Mujer Maravilla trajera su propia cuerda para que la uses? Cullen sonrió, luego asintió con la cabeza hacia las bolsas de juguete sobre el hombro de Max. —¿Quieres que las guarde detrás de la barra? —De hecho, pensamos que te gustaría un adorno para la barra. O, quizás debería decir, un espectáculo para la barra. —Demonios, sí. Ya iba siendo hora de que alguien decorara mi bar. —Cullen extendió las manos para abarcar el área—. Mi taberna es su taberna. —¿Se suponía que era español? Detrás de él, Andrea hizo sonidos amordazados. Cullen la acercó bruscamente. —Silencio, esposa. —Cerrando la mano en su cabello, tomó su boca en una técnica de silencio eficaz.

Sonriendo, Max se trasladó al final de la barra. Para evitar que los observadores violentaran la escena, colocó toallas y las bolsas de juguete en los taburetes más cercanos para marcar los límites. El juego se pondría sucio, por lo que extendió paños desechables como barrera en la parte superior de la barra y el suelo. Nada mal. Negó con la cabeza. La pobre pequeña Zuri estaba en dificultades, esta noche. Miró hacia arriba. La viga sobre la barra tenía una gran cantidad de pesadas cadenas enganchadas. Estirándose hacia arriba, soltó las dos más cercanas al extremo de la barra, de modo que colgaron al alcance de la mano. Un jadeo de sorpresa vino de su derecha, y él se volvió. Uzuri estaba junto a Alastair, la mano de él sobre su hombro. Sus ojos abiertos como platos miraban las cadenas. —S-Señor, ¿qué estás haciendo? —El puro horror en su pregunta le dijo a Max que la escena empezaba bien. Perfecto. No tenía el corazón para castigarla severamente, no por el buen humor. No cuando disfrutaba de sus travesuras. Sin embargo, todas las relaciones D/s requerían un cierto nivel de control de los Dominantes. No responder a la desobediencia absoluta destruiría el contrato tácito entre ellos. Los defraudaría a todos. Primero comunicación. —Estoy preparando una escena, pequeña diablilla. Desafortunadamente, nuestro plan para una sensual sesión privada tuvo que ser cambiado. Su mirada cayó. —Lo siento. —Nosotros también. —Alastair se movió junto a Max hasta que sus hombros se tocaron, presentando a su sumi una sólida pared de autoridad—. Dinos por qué estás en problemas. A pesar del puño apretado sobre sus propios puños, enderezó su columna vertebral y levantó la vista. —Jugué con las cosas en vuestras bolsas. —Bueno, eso no suena tan mal, ¿verdad? —Max dio a su voz el borde que podría asustar a criminales endurecidos. Los hombros de Uzuri se encorvaron. —¿Puedes explicarme por qué Max parece... molesto? —El tono cálido puedes confiar en mí, deja que te ayude del doctor, había caído a un frío helado. Su labio inferior tembló.

—Él me d-dijo que dejara en paz vuestras bolsas, y no lo hice. —Sí, desobedeciste una orden directa. —Max levantó la voz para que las personas cercanas pudieran oír. —Continúa —dijo Alastair. —Lo hice porque estaba enojada —susurró. —En efecto, calificaría esto como un truco vengativo. —El acento británico de Alastair se había vuelto cortante—. Continúa. Con cada continúa, ella se encogía más. —No debería haberlo hecho aquí. —Sí, planeaste tu mal comportamiento donde todo el club podía verlo —concordó Alastair. Su deliberada elección de palabras llegó hasta ella. Levantó la cabeza y miró a su alrededor como si se diera cuenta de dónde estaba y porqué. Su rostro se volvió un par de matices más claros. Con un movimiento sutil, Alastair se frotó el hombro contra Max. Conmutación. —Me gusta la muñeca, Zuri, pero tengo que decir, no me gusta tener mi polla en exhibición. —Max enfrió su voz—. Por no hablar de un elemento de tortura de polla y pelotas con cadenas envueltas alrededor de mis genitales. Bonito estremecimiento. Max le quitó la capa y la levantó sobre la barra. Su minúsculo gemido nervioso endureció su pene. —Ya que te gusta combinar cadenas y genitales, usaremos eso como tema para esta sesión —dijo Alastair. Sus hermosos ojos marrones se abrieron, y ella trató de bajarse de la barra. —Siéntate. Quieta. —dijo Alastair suavemente, y ella se congeló. Gancho a gancho, Alastair desabrochó su bustier dorado de amazona, luego lo puso en un taburete. Con los pechos expuestos, ella se sentó en silencio, toda la resistencia ausente. Podría romper el corazón de un hombre. Max le quitó los protectores de hombros y las canillas, luego sus puños antes de poner una mano detrás de su cuello. La tiró hacia abajo para poder besar sus temblorosos labios. Cuando retrocedió, ella lo miró a hurtadillas, temblando de ansiedad. —¿Estáis realmente enfadados conmigo? —Zuri, ¿sonamos enfadados? —preguntó Max. Con un poco de suerte, jamás se

daría cuenta de que nunca se habían enfadado para nada. —Sí. No. No completamente. A mí... a mí no me gusta el dolor. Max deslizó su mano por su larga y elegante garganta hasta su pecho desnudo. Ligeramente pellizcó un pezón aterciopelado, aumentando la presión hasta que ella aspiró el aire. El rojo oscuro de la excitación le tiñó la piel, y ambos pezones se elevaron. —A tu cuerpo le gusta el dolor de vez en cuando, cariño. —Él volvió su mano y frotó los nudillos sobre las puntas duras—. ¿Alguna vez haríamos algo para hacerte daño más allá del que puedes soportar? Sin ni siquiera una vacilación, ella negó con la cabeza. —No. —¿Confías en nosotros? —Estaba muy tentado de hacer la otra pregunta. ¿Nos amas? —Sí —susurró ella. Después de besar su frente, miró a su primo. Alastair le entregó puños de cuero que había conseguido detrás de la barra. Buena cosa que Z guardara recambios allí. De ninguna manera un Dom que se precie usa unos con rosados con brillantes. Jesús. Mientras Max esposaba los tobillos de Zuri, su primo sujetó los puños de las muñecas. —Acuéstate, mascota. —Alastair colocó a Zuri de modo que se acostó a lo largo de la barra con las piernas colgando del extremo del óvalo. Él enganchó juntos los puños de las muñecas—. ¿Cadena? Max buscó en su bolsa las cortas y le entregó una junto con un par de ganchos de mosquetón. Alastair sujetó la cadena a los puños de Zuri y le pasó los brazos por encima de la cabeza. Sujetó el otro extremo de la cadena a uno de los anillos de hierro embutidos en la superficie de la barra. Max sonrió. Nunca había visto una barra diseñada para la esclavitud, así como para beber. Le quitó la falda de cuero, dejándola desnuda, a excepción de los puños de cuero. Después de enganchar un extremo de una cadena corta en la esposa del tobillo derecho, le levantó la pierna y enganchó el otro extremo a la cadena que colgaba de la viga. Su pierna estaba suspendida en el aire. Hizo lo mismo con la izquierda y dio un paso atrás para disfrutar de la vista. Desnuda, sumisa, de espaldas encima la barra, con los brazos sobre la cabeza, las piernas levantadas en una bonita y amplia V. Su trasero estaba convenientemente cerca del borde donde la barra ovalada se curvaba al final.

Él enroscó un brazo alrededor de su pierna, besó la parte interna del muslo, y sintió el sutil temblor bajo la suave piel. Cuando vio la preocupación en su rostro, frunció el ceño. —¿Zuri? ¿Estaba preparada para esto? Podrían revisar el plan... Mirándole, ella respiró lentamente y asintió. Bueno. De acuerdo, entonces. Alastair soltó una carcajada y le tendió una manta de sumi. —Es extraño que todo el mundo piense que soy el Dom misericordioso. —Pronto lo descubrirán mejor. —Max también se dio cuenta de que el “sádico” tenía los dedos envueltos alrededor del antebrazo de Zuri tanto para evaluar como para dar consuelo. Con una media sonrisa, Max metió la manta enrollada debajo del culo de Zuri para levantarla otros quince centímetros más alto que su cabeza, dándole una buena inclinación, luego ajustó de nuevo las cadenas de las piernas. Mmm. ¿Una correa en la cintura? Nah. Con las restricciones de las muñecas y las piernas hacia arriba y de par en par, no podía ir a ninguna parte. Él y Alastair disfrutaban viendo a una sumisa luchando, y el cuerpo de Zuri estaba diseñado para bonitos meneos. —Somos buenos. —¿No es adorable? —dijo Alastair en voz baja mientras sonreía a su mujer restringida. —Oh, sí. Sus ojos eran brillantes, su color ligeramente más oscuro por la excitación, su respiración rápida. Un poco ansiosa. No estaba aterrorizada, a pesar de estar inmovilizada y tener dos tipos grandes cerniéndose sobre ella. Uzuri confiaba en ellos. Saberlo esparció calor por las venas de Max. Alastair se inclinó para tomar un beso lento y luego jugó con sus pechos. Sus pezones pronto se contrajeron en abultadas puntas. Max sonrió. A su primo le gustaban los pechos, sin duda, y los de Uzuri eran especialmente buenos. Max plantó sus antebrazos en la parte superior de la barra, paralela a su brazo. —Creo que un precalentamiento es lo apropiado. Tu elección, Doc. Alastair se acercó a su bolsa.

—Había planeado usar mi flogger más suave hoy, pero no tengo tiempo para deshacer los nudos. La expresión preocupada y culpable de Zuri era adorable. Max apretó sus dedos para consuelo y aplastó la otra mano entre sus pechos desnudos. Ahora, eso era un pequeño latido rápido, ¿no? Fuera del campo visual de Zuri, Alastair abrió su bolsa. Sacó el vibrador Hitachi con punta en forma de hongo, silenciosamente lo enchufó en la toma de corriente al pie de la barra y lo dejó a un lado. —Tal vez —levantó una fusta—, ésta podría ser una alternativa adecuada. Max sonrió. Confía en un inglés para que le guste algo inventado para montar. El largo eje negro terminaba en un cuadrado de cinco centímetros de ancho de cuero negro. No espera. La fusta tenía dos tiras de cuero en lugar de la única tradicional, lo que significaba que haría un sonido de golpe aún más fuerte. Con la palma en el pecho de Zuri, Max la sintió tensarse. Alastair le dio una larga mirada. —¿Cuál es la palabra de seguridad aquí, pequeña diablilla? Su voz fue casi inaudible. —Rojo. Señor. —Muy bien. Lo dices en voz alta si algo comienza a doler demasiado. — Sensibilizando su piel, Alastair probó los cuadrados de cuero de la fusta sobre su muslo derecho, su montículo, luego el muslo izquierdo y repitió. Con cada circuito, rozaba sus nudillos sobre su coño, manteniéndola tan excitada como ansiosa. Bajo la palma de Max, su corazón dio un vuelco más fuerte. Alrededor de ellos, las actividades normales del club se habían reanudado. Cullen y Andrea estaban sirviendo bebidas y charlando con gente alrededor de la barra. Las conversaciones zumbaban con ocasionales estallidos de risa. Desde el perímetro de la habitación se oían los azotes con varas y manos, los golpes más secos de floggers, gritos y gemidos. Una sumisa rogaba por correrse en voz alta; un sumiso varón maldecía mientras sollozaba. Alastair dio golpecitos con la fusta por el interior del muslo derecho de Zuri, examinando su rostro y músculos entre cada golpe. Aunque ella había inhalado profundamente ante el ruidoso chasquido del primer golpe, lo estaba haciendo bien. Max notó que ni siquiera se estremecía, a pesar de los ruidosos golpes de la fusta. Momento de agregar más sensación.

CAPÍTULO 25 La

parte de atrás de los muslos de Uzuri picaban por la fusta, y sus muslos interiores habían empezado a arder. De repente, la fusta dio un golpe ligero en la parte superior de su montículo con ese sonido horrible de bofetada. —¡Ah! —Las cadenas sonaron mientras intentaba juntar las rodillas, sin éxito. Sus tobillos permanecían altos y abiertos ampliamente, dejando su coño expuesto. Eróticamente expuesto. Levantó la cabeza y miró por su cuerpo, viendo a Alastair enmarcado por la V de sus piernas. Siguiendo con el tema de Halloween, había usado una camisa negra desaliñada que había tomado prestada de Max y anudado un trapo sobre su cabeza como un pirata. No se había afeitado durante dos días, y su mandíbula oscurecida de manera escalofriante le hacía parecer aterradoramente peligroso. Cuando su penetrante mirada se encontró con la suya, el poder en sus ojos pareció sacudir todo el edificio. Sosteniendo deliberadamente su mirada, puso la mano sobre su coño. Con el calor de su palma en su humedad y la presión sobre su palpitante clítoris, la necesidad vibró a través de ella. Una lenta sonrisa curvó sus labios, recordándole que le gustaba usar el dolor como uno de sus instrumentos. Y entonces él retrocedió y comenzó a golpearla con la fusta de nuevo. La quemadura en la piel de sus piernas aumentó, y ella volvió a tironear de sus tobillos. Inútilmente. Gruñó frustrada. La risa resonó a su alrededor. OmiDios. Estaba desnuda y restringida sobre una barra. Un bar. Con las piernas encadenadas y el coño expuesto. Hablando de hacerle pasar vergüenza. —Calma, cariño. —Max apretó sus dedos. Necesitaba ese consuelo. Los ligeros golpes de la fusta fueron volviéndose cada vez más fuerte, justo en el borde del dolor. ¿Qué planeaban hacer con ella? Su boca estaba casi demasiado seca para dejarla tragar. Cuando Max soltó su mano, ella entró en pánico y trató de agarrarlo, pero la cadena que sujetaba sus muñecas a la barra mantuvo sus brazos sobre su cabeza. Podía sentir su corazón tamborileando dentro de su pecho. —Espera. —Calma, princesa. No voy a dejarte. —La voz de Max era un potente canturreo de

sosiego—. Pero necesito ambas manos para jugar con estas bellezas. —Sus palmas callosas eran atormentadoramente ásperas cuando él apretó sus senos, los moldeó y amasó. Se hincharon bajo sus duras manos, y la piel se volvió dolorosamente tirante. Evaluando la mirada en su rostro, rodeó cada pezón con un dedo húmedo, creando un lugar frío en el centro del calor palpitante. Cuando Alastair la golpeó más duro con la fusta, ella se estremeció. Max sonrió lentamente. —Déjame ayudarte con ese dolor, cariño. —Se inclinó. Ella jadeó mientras su boca se cerraba alrededor de un pezón, envolviéndolo en calor. Su mano capturó su otro pecho, y él rodó el pezón entre sus dedos. Cuando un hambre oscura despertó en su interior, el picor de la fusta cambió. Más como salpicaduras de agua caliente, las sensaciones no totalmente dolorosas fluyeron directamente hasta sus entrañas. Su clítoris comenzó a palpitar con una necesidad voraz. —Mejor. —Max alzó la cabeza y le sonrió. Con la palma de la mano a lo largo de su mejilla y el pulgar bajo su barbilla, sostuvo su cabeza inmóvil mientras él tomaba su boca con fuerza. Su lengua la invadió. La poseyó. La suave parte superior de la barra pareció resbalar desde debajo de ella. Cuando Max retrocedió, Alastair golpeó la fusta sobre su montículo justo encima de su clítoris. La dolorosa y maravillosa sensación la atravesó como un rayo. —¡Oooh! —Sus caderas corcovearon. Con una profunda risa sofocada, Alastair deslizó su dedo sobre el clítoris y dentro de su entrada, atormentándola. Diabólicamente. Sus caderas se movían incontrolablemente, incapaces de hacer otra cosa, necesitando sus expertos dedos en el clítoris. Su boca. Algo... Ella hizo un sonido frustrado. —No, cariño —murmuró Max—. No te vas a mover. Vas a tomar todo lo que te damos... y vas a tomar mucho. —Comenzando ahora —El dedo de Alastair rodeó su entrada mientras miraba a Max—. Está agradable y húmeda. En un buen punto. —Muy bien entonces. —Max cambió de lugar con Alastair y sacó cosas que ella no podía ver de la bolsa. Una botella de algo. Una enorme bolsa cerrada de... —¿Señor? ¿Qué hay allí dentro? —Una cadena de medio centímetro de grosor, de acero inoxidable, esterilizada — Max sonrió lentamente. Alzó un extremo. Ella lo miró fijamente. Cada eslabón pesado

tenía entre dos y medio y cinco centímetros de largo. Oh, no. No no no. ¿Por qué había envuelto esa cadena alrededor de la polla del Detective Dragón? ¿Iban a envolver toda esa cadena a su alrededor? O... lo que sea que hubieran planeado, ella no lo quería. Negó con la cabeza. —Señor. No. Amarillo. —Cariño. —De pie a la altura de su hombro, Alastair volvió su cabeza hacia él. En su poderosa y firme mirada, había calor, así como... ¿Afecto? ¿Por ella? Sus labios estaban calientes contra los suyos mientras la besaba tiernamente. Su voz era profunda y lenta. Y fuerte. ¿Cuándo había llegado a confiar en su fuerza?—. Aunque esta sesión es para enseñarte algunos límites, también es sobre la confianza. Confía en nosotros, cariño, y no romperemos esa confianza. Su corazón no podía decir que no. No a él. Se mordió el labio. —Zuri. —Max pasó la mano por la parte interna de su muslo. El bronceado del verano volvía sus intensos ojos aún más azules—. Pensamos que disfrutarías de esto más que del dolor. La sombra oscura de la barba a lo largo de su mandíbula se parecía a la de Alastair. Peligrosos. De todas formas, estaban siendo gentiles con ella. ¿Cuántos Doms seguirían siendo agradables si los hubiera hecho pasar vergüenza? Ella respiró hondo. —¿No me haréis daño? —No, amor. Esto no dolerá. —Alastair acarició su mejilla—. Y nos detendremos si se vuelve demasiado. ¿Confías en nosotros? Ella tragó saliva y asintió con la cabeza. Max roció la cosa de la botella sobre los eslabones de la cadena, y el olor a coco llenó el aire. Algo tintineó. Tensándose, trató de levantar la cabeza para ver lo que estaba haciendo. Alastair rió entre dientes y le bajó la cabeza. —Cierra los ojos, Uzuri. —Su suave tono de barítono no podía ser desobedecido. Con un gemido infeliz, cerró los ojos e intentó relajarse. Sentía dedos, muy resbaladizos, frotando aceite a lo largo de su entrada... y sobre su clítoris. Oooh, la sensación la hizo contonearse. La risa de Max fue baja y oscura. —No te preocupes, princesa. Vas a estar corriéndote en pocos minutos. Se mordió el labio contra la oleada de excitación y ansiedad. ¿Cómo podría hacer

que sonara casi... amenazante? Más sonidos tintineantes. Max dijo: —Esto se llama el truco de la cadena. Para tu información, revisé la cadena yo mismo en busca de cualquier lugar filoso y la esterilicé. Bueno, a veces, los eslabones pellizcan un poco al entrar. —Ella podía oír la gran sonrisa en su voz cuando añadió—. Sólo chilla si eso sucede. ¿Entrar? —¿Vas a poner eso dentro mío? —¿Dentro de ella? Alastair le tomó las manos y ella lo sujetó con fuerza. Max la miró. —Aguanta, cariño. Esto va a llenarte tanto como el fisting sin tener que meter mi mano a través de una abertura estrecha. —Empujó algo frío, resbaladizo, grueso y nudoso, dentro de ella. Y siguió adelante. Más y más cadenas se acomodaban en su interior, y con cada eslabón adicional, el montón se volvía más pesado. Max se detuvo y entonces su boca estaba en su clítoris, lamiendo y atormentando. Oh, oh, oh. El placer chisporroteante hizo que su vagina se contrajera alrededor de... algo duro. Le pesaban las entrañas de una manera desconcertantemente aterradora y sensual. Max se detuvo, y luego algo frío, desigual y resbaladizo se deslizó sobre su clítoris. Sus ojos se abrieron bruscamente y ella levantó la cabeza. Él estaba arrastrando los eslabones cubiertos de aceite por encima de su clítoris, de arriba a abajo, atormentándola con el metal nudoso y resbaladizo. Cada eslabón hacía que el nudo latiera más. Un inquietante calor creció en su centro hasta que se retorció bajo la embestida de la sensación. —Eso es, cariño. —Con una carcajada, Max comenzó a meter más cadena dentro de ella. Todavía sosteniendo sus dedos con una sola mano, Alastair movió su otra mano a sus pechos para jugar con sus pezones, enviando nuevas chispas directamente a su palpitante clítoris. Con cada eslabón insertado, los dedos de Max se introducían en su vagina para frotar contra su punto G. Una y otra vez. Demasiadas sensaciones procedían de su interior. Plenitud. Extensión. Y mucha

pesadez. Su centro se sentía anclado a la parte superior de la barra; su cabeza se sentía como si estuviera flotando. Su vagina le dolía de necesidad, y aun así, su respiración se ralentizaba. Max hizo una pausa. Mientras sus perceptivos ojos azules la evaluaban, su preocupación saltaba a la vista cálidamente. Cuando él miró a su primo, ella se dio cuenta de que Alastair la observaba con igual detenimiento. Sus dedos descansaban ligeramente sobre su arteria carótida. Es un médico. Una burbujeante risita escapó de ella, y los ojos varoniles se iluminaron con el color verde que amaba. —Está bien, amor. Lo estás haciendo bien. —Él asintió con la cabeza a Max. Sintió los dedos de Max presionar otro eslabón dentro de su coño. Otro. Iba más despacio. Ocasionalmente, un eslabón pellizcó sus labios con una caliente sensación de onda expansiva que de alguna manera simplemente agrandaba las otras sensaciones. Más y más. Se percató que sus ojos se habían cerrado, y Alastair le estaba lamiendo los pezones, chupando cada uno ligeramente. Se sentía increíblemente llena y pesada mientras toda su mitad inferior palpitaba con ardiente placer. Max se detuvo. Después de un segundo, acarició con la nariz la parte interior de su muslo, su barba sensualmente abrasiva contra la piel suave. —Eso son un par de centímetros. No voy a meter más. Ella es toda tuya ahora, Doc. Los toques en sus pechos se detuvieron, dejándola sintiéndose sola, luego un fuerte zumbido resonó en la habitación. Ese sonido. Ya lo había oído antes. Se las arregló para abrir los ojos. Max, no Alastair, estaba ahora a su lado. Él sonrió y puso una cálida y reconfortante mano bajo sus pechos. —¿Lista, cariño? Su cuerpo parecía estar zumbando, brillando de placer. —¿Eh? —Max asintió con la cabeza hacia el final de la barra. Enmarcado entre sus piernas, Alastair sostenía un vibrador Hitachi. Ella abrió los ojos de par en par. —Oh no. No, no... —Oh, sí —murmuró Max. En lugar de poner el vibrador en su clítoris, Alastair lo presionó contra su hueso pélvico, y las fuertes vibraciones la sacudieron hasta que incluso la cadena en su interior

parecía estar vibrando. Una implacable palpitación comenzó profundamente en su útero. Despacio, él la bajó hasta el clítoris y lo excitó al máximo. —¡Oh, Dios mío! —Ante el doloroso placer, todo su cuerpo se tensó y estalló en una espantosa tormenta de sensación. Un torbellino de placer cayó sobre ella... y no se detuvo. El Hitachi se mantuvo en su clítoris, haciéndola correrse de nuevo, y mientras su vagina se contraía rítmicamente alrededor del pesado bulto de la cadena, todo dentro de ella se tensaba, pulsando, en una vertiginosa vorágine ascendente fuera de control. Cada espasmo se apoderaba de ella y la sacudía. El placer era una ola caliente de lava que la atravesaba y quemaba, y podía sentir sus brazos tirando contra las restricciones mientras el mundo se disolvía a su alrededor. Estaba jadeando cuando Alastair finalmente levantó el vibrador. Su cuerpo se quedó flojo, a pesar de la forma en que sus entrañas todavía tenían pequeñas contracciones. Oh, si esto era un castigo, ella lo soportaría. — OmiDios. —Su voz salió ronca. —Divertido, ¿verdad, cariño? —Un hoyuelo apareció en la mejilla de Max mientras le sonreía—. ¿Recuerdas cómo te hicimos pedir correrte cuando jugábamos afuera? Ella se rió —Esta vez no tuve que pedíroslo. —No, no lo hiciste. —Un brillo taimado se reflejó en sus ojos—. Lo siento, cariño, pero esta vez vas a tener que rogar para parar. Antes de que ella pudiera reaccionar, Alastair volvió a bajar el Hitachi hasta su clítoris. La pequeña sumi tenía una buena resistencia, pensó Alastair un rato más tarde. ¿Era su cuarto o quinto orgasmo? Su cuerpo ahora brillaba de sudor, y sus ojos estaban vidriosos. —Por favor —susurró ella—. No más. Por favor, por favor, por favor. Señores, por favor. Max sonrió. —Mira, ella puede pedir lo que necesita. Después de colocar el vibrador a un lado, Alastair se unió a Max al lado de ella. Cuando Max miró en silenciosa pregunta, Alastair inclinó la cabeza para dejarle llevar la delantera. Asintiendo con la cabeza, Max volvió su atención hacia Uzuri. —Te queremos sobre tus manos y rodillas ahora. —Dio a la pequeña sumi su voz de policía—. Sin embargo, recibirás una tanda más con del vibrador para que te lo pienses

dos veces antes de volver a desobedecer deliberadamente una orden. ¿Correcto? —Sí, Señor. Lo s-siento, desobedecí. —Volvió los grandes ojos marrones hacia Alastair y repitió—: Lo siento, Señor. ¿Él había conocido a alguien más adorable? Alastair se inclinó para besar sus temblorosos labios. —Estás perdonada, Uzuri. —Al retirar las cadenas de sus muñecas, Max soltó sus piernas. Cuando estuvo libre, Max le sonrió a Alastair. —¿Quieres hacer los honores? Saca la cadena. —Yanqui perezoso. Si debería. —Alastair soltó un fuerte suspiro—. Tú hiciste el trabajo de ponerla; yo debería hacer mi parte. —Listillo. —Mientras Max se movía, él se estaba riendo. Ambos sabían que la remoción era la mejor parte. Max giró a Uzuri y la colocó sobre sus manos y rodillas. Cuando la cadena de adentro se movió, se puso rígida y gimió con otro orgasmo. Para evitar que se desplomara, él puso una mano bajo su vientre. Al pie de la barra, Alastair le separó ampliamente las rodillas, le puso una mano en el culo y cerró la otra alrededor de la cadena. Los brillantes eslabones plateados eran impresionantes contra los satinados labios oscuros de su coño. Él miró a su primo. —La última vez con el vibrador, cariño. —Max agarró la Hitachi y se la puso. Uzuri no tenía ni un músculo activo en su cuerpo. Incapaz incluso de levantar la cabeza, apoyó la frente en sus manos. Con cada uno de sus movimientos, la pesada cadena dentro de ella se movió, tensando su útero y disparando chisporroteos de placer a través de cada nervio hasta que no estuvo segura de si todavía se estaba corriendo o no. Sus brazos temblaban tan fuertemente que se habría deslizado, excepto por la palma de Max bajo su vientre, sosteniéndola. Le había dicho algo, y ahora sonaba un zumbido. ¿Qué era eso? Entonces se dio cuenta y chilló en señal de protesta. Max apoyó el Hitachi contra su clítoris, presionándolo con firmeza para que las vibraciones provocaran que la cadena también zumbara, y en apenas segundos ¡segundos! sus entrañas se fusionaron, se apretaron con fuerza y otro clímax tembloroso se apoderó de ella. Antes de que su orgasmo tuviera la oportunidad de detenerse... todo dentro de ella comenzó a moverse. Y las olas de placer empezaron de nuevo...

—Nooooo. La profunda risa de Alastair sonaba mientras continuaba extrayendo la cadena, lentamente pero con firmeza. Cada...duro…eslabón golpeaba justo sobre su punto G. Cada tirón movía la pesada masa de cadena en su interior. Cada cambio en el peso vibraba a través de ella. —Oh, Dios. —Sus entrañas se contrajeron con tales intensos espasmos de placer que estaba muriendo. Muriendo mientras el devastador placer inundaba todo a su alrededor. No podía respirar. El clímax continuó y continuó incluso después de que la cadena se había ido, y ella se sacudió con cada contracción. —Oh, oh, ooooooh. —Tranquila, princesa. —Con manos amables, Max la puso de lado. Una mano la anclaba en el lugar mientras la otra frotaba su espalda resbaladiza, empapada en sudor. Mientras jadeaba sin aliento, el zumbido esta vez no era el Hitachi, sino en sus oídos. Él se agachó y sonrió ante sus ojos. —Dulce pequeña diablilla. Respira, Zuri. Alastair apareció junto a él, la rodeó con una manta y tomó su mano. —Tranquila, cariño. —Su mirada estaba llena de ternura. Mientras la tocaban, la acariciaban, la vigilaban, se sentía... cuidada. Exhausta, saciada, sudorosa… y segura. Valorada. ¡Oh, los amaba tanto! Su corazón se hinchó con la emoción hasta que llenó su pecho doliendo con ansia. Miró a Alastair con impotencia, y como si pudiera oírla, se inclinó para besarla suavemente. Cuando se enderezó, sus ojos se llenaron de lágrimas. Max hizo un ruido infeliz, y le tomó la mejilla. —Cariño, ¿qué? Os amo. Las palabras no salieron. Después de un segundo, él negó con la cabeza y le dio un lento y dulce beso. —Vamos a llevar a nuestra pequeña diablilla a casa, primo. * * * * * Después de una ducha, Max caminó a través de la casa tranquila para agarrar una cerveza en la cocina. Cuando Alastair y él habían metido a Uzuri en su cama, apenas había despertado lo

suficiente como para besarlos. Ambos se sentaron a su lado hasta que cayó en un profundo sueño. Podría haberla observado toda la noche. ¿Cómo podría sencillamente estar con ella llenarlo de tal alegría? Algunas mujeres eran como ríos torrentosos, siempre en movimiento. Algunas, como Sally, parecían más bien arroyos burbujeantes. Sin embargo Uzuri... Él tenía un lago favorito, a gran altura en las montañas, donde el agua era tan profunda que parecía un azul de medianoche. Durante el día, la luz del sol brillaba y bailaba en la superficie. Por la noche, él había contado las estrellas reflejadas tan claramente en la oscuridad, el agua inmóvil... y había respirado en la paz. Sí, eso era su Uzuri. Llevando su cerveza, salió al patio. Las diminutas luces solares alrededor del estanque del jardín mostraban a Alastair con un vaso de whisky en la mano. Él levantó los ojos. —Veo que estamos en el mismo estado de ánimo esta noche. —Eso parece. —Cuando Max tomó asiento, Hunter se acercó para saludarlo y acomodarse a sus pies. El calor del día había pasado, y el aire estaba húmedo y fresco. Las palmeras que cubrían la cerca trasera susurraban con la suave brisa de la bahía de Hillsborough. Finalmente, Max rompió el silencio. —¿Qué vamos a hacer con Zuri? —Sus dos o tres semanas de vivir aquí están llegando a su fin, ¿no? —Jesús, olvidé que pusimos un límite de tiempo sobre eso. —Max miró fijamente el estanque, una sensación de urgencia creció dentro de él. Necesitaban discutir a fondo esto antes de que fuera demasiado tarde. Mierda. Abrió la boca. La cerró. Decir esta mierda en voz alta era muy difícil. Al menos podía practicar con su primo antes de exponérselo todo a Zuri. —Me…importa. Mucho. —Suenas como si te estuvieras estrangulando. —Alastair rió entre dientes—. Quieres decir que la amas. El aire se vació de los pulmones de Max. —Sí. Sí, es cierto. —Sé un hombre, Drago—. La amo. —Él bebió más cerveza—. Mierda, eso es difícil de decir. —Así parece —dijo Alastair con una irritante y amplia sonrisa.

Max miró la silla de su primo. No costaría mucho trabajo volcarla y a Alastair. Nah. Eso no ayudaría a la discusión, no importa cuán satisfactorio fuera. —¿Qué pasa contigo? —Oh, estoy en la misma onda. La amo —La sonrisa de Alastair desapareció mientras estudiaba a Max con cuidado—. ¿Puedo asumir que queremos seguir compartiéndola, o has encontrado una posesividad inesperada junto con el amor? Max se enderezó, sintiéndose como si lo hubieran golpeado. —¿Qué coño? ¿Estás teniendo segundos pensamientos acerca de un trío? —Yo…no. Os quiero a ambos. —Alastair movió los hombros—. Pero esos son mis sentimientos. Los tuyos pueden ser diferentes, y la posesividad sucede. La mayoría de nuestros amigos poliamorosos se han quemado así al menos una vez. Max se relajó lentamente y, con una larga exhalación, se recostó en la silla. —Sí, la posesividad podría ser un problema para los demás, pero crecimos juntos. Lo compartimos todo, incluidas las mujeres. Decirte que no puedes tener algo mío sería como si mi mano derecha tuviera envidia de mi izquierda. Compartimos, primo. Eso es lo que quiero. Exactamente eso. Los tres, un ménage estable. Cada uno dando y recibiendo. Dos Doms para mantener feliz a Uzuri. Joder, sabía que ella tenía más que suficiente amor para devolver, aunque no se los hubiera admitido todavía. En sus ojos, había visto lo que sentía. Alastair asintió con la cabeza. —Eso es lo que quiero, también. —Es justo. Compartimos. —Max frunció el ceño mientras examinaba sus sentimientos—. Ah. Resulta que soy posesivo después de todo. Alastair frunció el ceño. —Qué… —Si cualquier hijo de puta excepto tú le pone una mano encima, él retirará un muñón sangrante. La sonrisa de Alastair brilló. —De acuerdo. —Hizo chocar su vaso contra la botella de Max, y el trato fue sellado.

CAPÍTULO 26 El lunes por la mañana temprano, Uzuri estacionó en el parking de empleados de Brendall y se dirigió hacia el edificio. Un pequeño escalofrío de nervios hizo que se estremeciera. El estacionamiento nunca se había sentido seguro desde que había sido atropellada por ese coche. Y existía esa extraña sensación de nuevo, la sensación de que alguien la estaba observando. Se le erizó el pelo de la nuca. Con las manos crispadas, se volvió, examinando los coches cercanos. Dos filas abajo había un par de otras empleadas. El gerente del departamento de calzado se apresuraba hacia la puerta, la corbata aleteando sobre su hombro. Aparte de las gaviotas encaramadas en los postes de luz, nada más se movía. El destello de una luz vino desde el borde del estacionamiento, y ella entrecerró los ojos. Un hombre estaba parado detrás de un coche, apoyado en él. El destello se repitió como si la luz del sol se reflejara en... ¿prismáticos? ¿Había alguien observando el estacionamiento con prismáticos? Ella se estremeció y, sin poder evitarlo, se dirigió a la tienda, sin… correr... exactamente. Seguramente era sólo un tipo fortuito observando pájaros. No Jarvis. Una vez dentro, le contó al vigilante acerca del hombre y se alegró cuando él salió a mirar. Mirad, Doms Dragones, pedí ayuda. En Cincinnati, nunca había pedido a un vigilante que prestara atención a Jarvis. No se había sentido cómoda pidiendo ayuda, y ni siquiera se había dado cuenta de que se comportaba anormalmente. Si hubiera podido conseguir ayuda, su vida podría haber sido diferente. Por lo menos, no se habría sentido tan indefensa. Mis Doms, habéis cambiado mi vida. De muchas maneras. Amor. Qué emoción increíble. Casi rebotando, subió al ascensor hasta el cuarto piso. Ahora, se sentía como si hubiera tragado el sol y estuviera irradiando luz. Los amaba. A ambos. Qué loco, maravilloso, descabellado y asombroso. ¿Debería decírselo? ¿O esperar? A ellos les gustaba... ¿no? Estaba segura de que sí. La inseguridad atenuó ligeramente la satisfacción. ¿Qué sentían por ella? Había visto lo psicóticas que podrían ser algunas personas... como Jarvis, que había estado seguro de que ella estaba destinada a ser suya. Alyssa en Shadowlands había estado convencida de que debía ser la esclava de Nolan.

Frunciendo el ceño, Uzuri caminó por el pasillo hasta su oficina, saludando distraídamente con la cabeza a sus colegas. Sería mejor... dejar que Max y Alastair dieran el primer paso. Eran los Doms, ¿verdad? Sólo que su tiempo en su casa se estaba terminando. ¿Se dieron cuenta de eso? —Señorita Cheval, ¿quiere que prepare algo? Uzuri se detuvo y parpadeó ante la secretaria de pelo canoso. La señora Everson le había hecho una pregunta. —¿Preparar? —Para su reunión con las vendedoras. Reunión. —Oh. Gracias. Creo que todo está listo. —Muy bien. —La señora Everson le dio una sonrisa alentadora—. Buena suerte con ellas. —La mujer eficiente, increíblemente digna añadió en voz baja—: Las tontas del culo. Reprimiendo su sonrisa, Uzuri entró en su oficina para prepararse para la reunión. * * * * * Una hora más tarde, Uzuri estaba de pie cerca en el frente de la sala mediana de conferencias de Brendall. Las vendedoras del departamento de moda femenina llenaron lentamente la sala. Los ceños fruncidos y las miradas frías que le lanzaron a Uzuri le helaron la sangre. Con un esfuerzo, mantuvo la cabeza alta y el rostro inexpresivo. Esta reunión podría ponerse fea. Sin embargo, se tenía que hacer algo con la situación. Los clientes se quejaban, y la gerente del departamento estaba desesperada. Entraron otras dos mujeres, vieron a Uzuri, y eligieron asientos cerca de la parte posterior, pronunciando comentarios insultantes. ¿Se dieron cuenta de que varias personas de la alta gerencia estaban sentadas en la última fila? Uzuri respiró hondo. Aunque las vendedoras eran admirablemente leales, también eran tontas por permitir que su desempeño en el trabajo se viera afectado, especialmente por alguien como Carole. Y si Uzuri no podía cambiar esto, esas mujeres serían despedidas. Sentía sus temblorosas manos como hielo, pero podía hacerlo. Lo haría. Mientras avanzaba hacia el estrado, Alastair, Dan y Max entraron en la habitación, ignorando las miradas desconcertadas de las personas de administración cercanas. Ella se volvió para mirarlos.

Alastair llevaba uno de sus trajes excelentemente hechos a medida. Incluso se había puesto una corbata de “adulto” sin ningún animal brincando. Dan y Max llevaban su habitual atuendo de detective, chaqueta de traje y pantalones vaqueros oscuros. Cuando se sentaron cerca de la puerta, se dio cuenta de que habían venido a Brendall simplemente para darle su apoyo. Un calor maravilloso entró en sus venas, derritiendo el gélido frío. Anoche, cuando Max se había ofrecido a aparecer y aterrorizar a cualquier agitador en la multitud, ella había pensado que estaba bromeando. Su mirada azul se encontró con la suya, y él palmeó su arma de fuego oculta. La histérica risita que se elevó en su garganta casi hizo que se atragantara. Malvado Max. Alastair asintió con la cabeza hacia ella con firmeza, y casi podía oír su voz profunda diciéndole que podía manejar cualquier cosa que se le ocurriera. Ella podía. Lo haría. Gracias, Doc. Levantando la barbilla y enderezando la espalda, caminó detrás del estrado y examinó a su audiencia. En su mayoría hostiles. —Comencemos —dijo ella—. Esta reunión fue convocada para abordar las preocupaciones sobre el servicio al cliente en el departamento de ropa femenina. La administración notó cuando empezaron los problemas… y conocen la causa. Uzuri vio rostros cerrándose. Las vendedoras también conocían la causa... y la culpaban. —En caso de que no lo sepan, soy Uzuri Cheval, una compradora sénior de moda. Sin duda han oído algo acerca de los problemas de Carole Fuller conmigo y de su despido. La alta gerencia aceptó permitirme ponerlos al corriente de los hechos. Sé cómo vuelan los rumores a través de un departamento. Después de todo, pasé años como vendedora. Por las miradas de sorpresa, muchas no se habían dado cuenta de que había empezado como una de ellas. Carole había hecho sonar como si Uzuri hubiera llegado aquí, agitando su nuevo título y apartando a empujones a los veteranos. —He estado en ventas al por menor desde que tenía dieciséis, por lo general en ropa de mujer. Hace más de tres años, acepté un empleo de vendedora en el Brendall en St. Pete. Mientras tanto, estaba tomando clases nocturnas en la universidad. Cuando obtuve mi título de licenciada, fui compradora asistente de moda allí. El año pasado, me trasladé aquí a Tampa como compradora senior. —Ella les dio una sonrisa irónica—. Después de una década de trabajo en el comercio minorista, no creo que ustedes me puedan llamar un éxito de la noche a la mañana. Hubo algunas sonrisas vacilantes en respuesta.

—Esa es mi historia. Ahora el conflicto. Un día, estaba en el departamento de mujeres para observar qué productos se estaban vendiendo. Una vendedora se alejaba de las clientas que necesitaban ayuda para ofrecerla a las mujeres que parecían más ricas. Ella lo hizo tres veces mientras yo estaba observando. Antes de irme, le expresé mi preocupación a la gerente del departamento. —Uzuri asintió con la cabeza a la mujer que estaba de pie a un lado. —La señorita Cheval me dijo exactamente eso. Nada más. —La ira de la gerente era obvia—. Carole ya había acumulado quejas sobre su comportamiento con los clientes, muchas de sus propias colegas en el piso. Sí, de ustedes. —Señaló a la audiencia. —Ya le había dado dos advertencias oficiales. Ese día, le dije que si recibía más quejas, sería despedida. En lugar de asumir la responsabilidad de sus propias acciones, culpó a la señorita Cheval. —La antipatía de la gerente era muy evidente. —¿Eso fue todo lo que Uzuri hizo? —Surgieron susurros de la audiencia. —Pero Carole fue despedida. Una mujer protestó en voz más alta. —Cheval consiguió que la despidieran. —Mierda. —Obviamente, perdiendo la paciencia, Max se levantó. Dan se levantó apresuradamente, puso una mano en su hombro y habló en su lugar. —La señora Fuller decidió que una conversación no era suficiente. Una noche participó en un acto de vandalismo. Ella y otra mujer desinflaron un neumático en el coche de la señorita Cheval. Sabían que la señorita Cheval saldría después del anochecer. Las dos mujeres confesaron, por cierto. Hizo una pausa, dejó que los murmullos se apagaran y continuó. —Estaba oscuro y llovía torrencialmente cuando la señorita Cheval encontró el neumático desinflado. Trató de regresar al edificio para esperar una grúa. Max gruñó. —Y fue atropellada en el estacionamiento. La sorpresa apareció en cada rostro. Dan negó con la cabeza. —El conductor no era Carole Fuller, pero su vandalismo vengativo casi consiguió matar a la señorita Cheval. La señorita Cheval se negó a presentar cargos. —La dura cara de Dan demostró que habría disfrutado de meter a Carole tras las rejas. Una mujer susurró: —Esos tipos no se parecen a nuestros guardias de seguridad.

Max puso las manos en sus caderas, lo que le apartó la chaqueta lo suficiente como para mostrar su insignia y el arma en la funda. Varias mujeres se encogieron en sus asientos. Otras le dieron miradas interesadas que hicieron que Uzuri quisiera abofetearlas. Mío. En cambio, ella carraspeó. —Esa es la historia entre la señora Fuller y yo. Ahora vamos a pasar a un problema más grave. Estas son algunas de las quejas que la compañía ha recibido durante la semana pasada. Ella entregó el micrófono a la gerente que leyó tres de las cartas. Una queja describió tan bien a una vendedora grosera que la mujer se encogió de miedo. Después de terminar, la gerente dijo: —Voy a añadir esto. Después de recibir estas cartas, las quejas verbales, y revisiones, la administración está considerando el despido de todas las vendedoras en nuestro departamento. Sienten que podrían hacerlo mejor con nuevo personal. Los rostros se volvieron cenicientos. Uzuri tomó el micrófono. —La administración tiene dos preocupaciones. Primero, esa moral en el departamento afectó al trato de los clientes. La segunda es... bueno, Carole sólo asistía a un cierto subconjunto de los clientes en el piso. Ella no es la única con ese modo de proceder preferencial. La audiencia permaneció en silencio. Sin contestarle nada a Uzuri. —Sé lo tentador que es ayudar a las mujeres que parecen tener más para gastar. ¿Por qué perder el tiempo en el resto? —Uzuri hizo un gesto con las manos—. Las comisiones son lo que pagan el alquiler, después de todo. Sin embargo, los clientes que son ignorados se enfadan. Por cada persona que se queja, muchas más simplemente se van a otro lado. Brendall no puede permitirse eso. Nosotras tampoco. Ella las tenía. Las expresiones eran abiertas, mostrando acuerdo... y preocupación. Alastair, tan sensible a las emociones de la gente, le dio un asentimiento de aprobación. Animada, siguió adelante. —La política de nuestra compañía es que cada cliente es una estrella con nosotros. No nos importa si la mujer sólo puede permitirse un par de calcetines o está comprando ropa para unas vacaciones en Europa. Si es tratada fabulosamente, la mujer que compra calcetines este año volverá por su vestuario de negocios cuando consiga un trabajo estupendo. No sólo estamos vendiendo para hoy, sino que estamos cultivando a nuestros futuros compradores. Asentimientos. OmiDios, ella estaba consiguiendo gestos de conformidad.

—Y como una nota aparte, cuando yo era vendedora, aprendí de la manera difícil que no se puede juzgar la riqueza de una persona por su apariencia. Dar a todos un servicio excepcional no es una mala idea, porque realmente no sabemos con quién estamos tratando. Para demostrar eso, pensé que nos divertiríamos para terminar esta reunión. Había una puerta con ventanas en la parte delantera de la habitación. Uzuri se volvió hacia ésta y levantó la mano para que Jessica supiera que ella y las otras tres podían entrar. Uzuri se quedó atónita cuando... una multitud entró. Cuatro. Sólo pedí a cuatro personas que vinieran. Ben lideró el camino con sus habituales pantalones vaqueros desaliñados, seguido por Marjory, una amiga afroamericana de la universidad con una chaqueta roja y pantalones de vestir negros. Kari estaba vestida con un traje para reuniones de padres y maestros. ¿Qué estaba haciendo aquí el Maestro Raoul? Fuertemente musculoso, el Dom Hispano usaba sus habituales tejanos y polo. La siguiente persona... La respiración de Uzuri se bloqueó hasta detenerse. La madre del Maestro Z, Madeline Grayson, era una de las personas más ricas de la ciudad. Uzuri podía tratar con los ricos, pero ésta era la madre del Maestro Z. OmiDios. No había sido invitada. Además, llevaba pantalones de entrenamiento y una camiseta. Eso estaba muy mal. Detrás de ella estaba Vance vestido con su traje oscuro Soy un agente del FBI. Gabi llevaba pantalones vaqueros y camisa sin mangas con su habitual cabello con mechas azules y un nuevo tatuaje céltico temporal en el brazo. La Ama Anne llevaba un atuendo informal, pantalones marrones y una camisa azul con botones. Llevando a la pequeña Sophia, Jessica parecía el estereotipo del ama de casa, con pantalones vaqueros y uno de sus antiguos tops de maternidad. Uzuri tragó y trató de recordar su discurso. Dado que la gerente le había dado una lista de las vendedoras que constantemente le apuntaban a los clientes más ricos, Uzuri seleccionó una. —Phoebe, señala cuáles tres probablemente te conseguirían las mejores comisiones. Phoebe eligió a Kari, Vance y Marjory. Bueno, no era racista, al menos. Dos más hicieron las mismas elecciones, aunque una eligió a Anne en lugar de Marjory. La jefa sonrió y en un movimiento no planificado, llamó a tres vendedoras más. —Señoras, ¿qué tres elegirían en último lugar? —La gerente le dirigió a Uzuri una mirada perversa.

Oh, la puntuación. Dos de las mujeres decidieron que Ben, Jessica y la señora Grayson estaban en la parte inferior de la lista. Aparentemente a otra que no le gustaba la gente de color. Sus elegidos fueron el Maestro Raoul, Ben y Marjory. —Tenemos a nuestros contendientes. —Uzuri sonrió a su audiencia y se volvió hacia sus amigos... y voluntarios—. Os pedí a todos que vinierais sin cambiarios ni vestirse. ¿Es esto lo que normalmente usáis a esta hora del día? Asentimientos con la cabeza de todo el mundo, incluyendo de las personas que no había invitado. Como Madeline Grayson. Los ojos de Jessica bailaban de alegría, la pequeña chivata. Deseando querer comenzar con la señora Grayson para que se fuera, Uzuri se mantuvo firme y comenzó al final de la fila. Caminó hacia Jessica, besó la mejilla de Sophia y sonrió ante la fragancia del polvo y la leche del bebé. Reconociendo a Uzuri, el pequeño ángel gorjeó alegremente, recibiendo sonidos de “ahhh” de la audiencia. —Os puedo presentar a Jessica que es una contadora pública y cuyo marido es uno de los principales psicólogos de la ciudad. Viven en una mansión de piedra fuera de la ciudad, donde ella trabaja desde su casa debido a este pequeño paquete de alegría. Una de las vendedoras murmuró —¿Mansión? Debería haberla escogido. Uzuri se dirigió a la Ama Anne. —Anne trabaja como... Um. Anne se rió entre dientes. —Llámalo glamoroso detective privado. Ciertamente no soy rica. La mujer que la había escogido recibió burlas de sus amigas. —Esta es Gabi. —Uzuri recibió un rápido abrazo—. Ella trabaja como especialista en víctimas del FBI. —La gente que no la había escogido como rica sonreía hasta que Uzuri agregó—. Su marido es uno de los fiscales de la ciudad. Los ojos se estaban abriendo como platos. Cuando Uzuri se detuvo junto a Vance, él se inclinó para besarle la mejilla. —Vance es un agente del FBI. Siguiente persona. Uzuri se congeló. Madeline Grayson soltó un pequeño resoplido, puso un brazo alrededor de Uzuri, y tomó el micrófono. —Por favor, disculpen mi atuendo informal. —Ella sonrió a Uzuri antes de hablar en

el micrófono—. No oí hablar de tu... fiesta... hasta que mi entrenador personal ya había llegado. Estoy encantada de poder asistir. —Su voz aristocrática tenía las mismas entonaciones que las del Maestro Z. —Gracias por venir. —Uzuri se volvió hacia la audiencia—. Esta es... —OmiDios, ¿cómo podría ella presentar a la mamá del Maestro Z? Riéndose, Vance dijo las palabras que Uzuri no podía pronunciar. —Esa es Madeline Grayson, que probablemente podría comprar Brendall con el dinero suelto de su bolsillo. —Mi chico, eso suena realmente de mal gusto—dijo la señora Grayson con desaprobación, incluso cuando la risa le llenaba los ojos. —Oh, Dios mío, la vi en el baile inaugural, bailando con el gobernador. —Los susurros corrían por la habitación. Uzuri tragó saliva y alejó el micrófono de la señora Grayson. —Gracias. —De nada. Ahora continúa; lo estás haciendo espléndidamente. Con el golpe sutil en el trasero, Uzuri siguió adelante. —Este es el Maes... —Se detuvo bruscamente, sintiendo que sus mejillas se calentaban. El maestro Raoul no se reía...exactamente—. Éste es Raoul, dueño de una firma internacional de ingeniería civil. —Eso significa que es rico —dijo Vance insípidamente, y cuando ella lo fulminó con la mirada—. No, no me golpees, Zuri; tendría que arrestarte. La risa recorrió la habitación y ella se dio cuenta exactamente de lo que él había hecho. La había hecho humana, linda y una del grupo. —Esta es Kari, que es maestra de escuela. —¿Con un traje? —Una de las que la eligieron hizo un sonido incrédulo. Kari se inclinó para decir al micrófono: —Tengo reuniones de padres y maestros durante todo el día. Siempre me arreglo bien para esas reuniones, ya que los padres escuchan mejor si me pongo un traje. Me veo bien, pero yo sería la clienta que sólo compra un par de calcetines. El silencio dijo que había conseguido dar en el clavo. —Por último, este es Ben. —Para su alivio, le dio un fuerte abrazo. La Ama Anne no debió haberlo torturado demasiado por ayudarla a aprender a forzar cerraduras. Ella le sonrió—. Es bastante conocido como el fotógrafo BL Haugen. —Mierda. —El asombro en las voces y los susurros eran tan, tan satisfactorios.

—Buen trabajo, cariño —murmuró Ben con su áspera voz. Uzuri dio un paso atrás, frente a sus amigos... sus amigos... e intentó no dejar que su voz se quebrara. —Gracias a todos por el regalo de su tiempo hoy. Creo que la próxima vez que visiten Brendall, se encontrarán con que el departamento de mujeres tiene el mejor servicio al cliente de la ciudad. —¡Qué puñetas!—dijo una de las vendedoras—. Del estado. Los gritos de acuerdo ahuyentaron las sombras como el sol que sale de detrás de las nubes.

CAPÍTULO 27 El viernes por la mañana, Holt se puso a jugar un vigoroso juego de baloncesto, dos contra dos, con los adolescentes del barrio que tenían el día libre en la escuela. Oye, un partido ganaba a correr cualquier día. Tomando un respiro, miró el teléfono y respingó. Todavía no había desayunado, y Uzuri estaría de visita en un par de horas para almorzar. Antes de que ella apareciese, necesitaba un bocado de algo y definitivamente una ducha. Probablemente debería limpiar la casa, ya que Nadia iba a venir esa noche, y era una obsesiva del orden. —Tengo que irme, chicos. Gracias por el juego. —No faltaba más —dijo Duke. Su taciturno amigo con los múltiples piercings agregó: —Seh. —Gracias por mostrarme ese truco de bandeja —dijo Wedge. —De nada. —Holt sonrió a los tres. Todos alrededor de los quince años. Demasiado jóvenes para conducir, demasiado viejos para jugar a pilla-pilla en el patio trasero con los más pequeños. —¿Mañana? —preguntó Duque. —No. Tengo trabajo. —Holt consideró su horario—. ¿Qué tal el domingo por la tarde? Duke consultó silenciosamente con su grupo y asintió con la cabeza. —¡Hecho! Holt les dio una elevación de la barbilla, lanzó a Duke la pelota de baloncesto y se dirigió a su casa. El ejercicio había dejado un agradable zumbido en sus músculos. Un partido divertido, también. Chicos buenos. Seguramente no habían sido los que habían jodido su Harley. Mientras Holt caminaba hacia el dúplex, disfrutó de los sonidos de un vecindario apacible: una cortadora de césped que zumbaba, niños riéndose, un pianista principiante destrozando “Für Elise”. En una ventana, un caniche diminuto saltaba y ladraba. Bonita zona. Aunque su complejo de solteros hacía fácil encontrarse con mujeres, las constantes fiestas y el ruido se habían vuelto agobiantes. Después de todo, ahora tenía

una novia y ya no estaba “soltero”. —¡Gah! —Un niño pequeño que “ayudaba” a su madre con la maleza sostenía un diente de león para él. —Gracias, cariño. —Guiñando un ojo a la madre, aceptó la flor y la estudió seriamente—. Es una flor genial. —Gah—estuvo de acuerdo el chiquillo. Al bajar de la acera para cruzar la calle, se restregó la mejilla y sintió el raspón de la barba. Mejor afeitarse, también. A Nadia no le gustaba que se viera desaliñado. Zuri, sin embargo, ni siquiera lo notaría. Estos días estaba distraída. Estar enamorado hasta la médula haría eso. Max y Alastair eran tipos afortunados. La pequeña Zuri tenía toda la dulzura de una sumisa combinada con la fuerza de una persona que se había abierto su camino en la vida. Les deseaba lo mejor. La química no había sido correcta para que Uzuri fuera suya, pero se convirtió en una estupenda amiga. Además, tenía una mujer propia. Sonrió, oyendo la voz de su tía. “Alexander Sullivan Holt, la mujer que conquiste a mi maravilloso sobrino será una mujer afortunada”. Sólo que él había aprendido que un hombre que encontraba a una buena mujer era el afortunado. Nadia bien podría ser la única para él. En el dúplex, abrió la puerta principal y entró... en la oscuridad. ¿No había dejado las persianas abiertas? Se volvió hacia el interruptor de la luz y oyó un grito de ira: —¡Hijo de puta! Ella es mía. Alguien desde atrás golpeó a Holt en lo alto de su hombro. Mierda. Alguien estaba en su casa. Instintivamente, Holt giró y apartó de un golpe el brazo de su atacante. La presión fría se deslizó por su cara. Saltando lateralmente, golpeó a ciegas y conectó sólidamente con la barbilla o el pómulo. El hombre gritó de rabia. Un líquido caliente cayó sobre el rostro de Holt... y más fluyó por su espalda. Sangre. Un dolor de fuego floreció sobre su escápula. Holt vio un cuchillo en la mano derecha del hombre. El cabrón lo había apuñalado. El hijo de puta se abalanzó. Holt saltó hacia atrás y casi fue cortado por el cuchillo en la mano izquierda del hombre. ¿Qué mierda? El hijo de puta tenía un cuchillo en cada mano y lo había acorralado bien. Mierda.

Un cuchillo levantado. —Soy más grande, idiota. —El tipo se abalanzó. Holt esquivó, bloqueó con su izquierda, y trató de golpear con los puños. El dolor abrasador en su hombro derecho le hizo jadear y robó la fuerza de su golpe. —Mi polla es más grande. —Un cuchillo cortó el antebrazo de Holt—. Soy mejor. — Él siguió viniendo—. No puedes satisfacerla. Holt bloqueó. El hijo de puta se retorció, y una línea de fuego recorrió el antebrazo de Holt cuando lo alcanzó con el otro cuchillo. —Has tocado a mi perra. Nadie toca a mi perra. Corte a corte, Holt fue obligado a retroceder. Sus antebrazos estaban siendo cortados en pedazos mientras trataba de alejar los cuchillos de su pecho. Un paso al costado le dio la oportunidad de contraatacar, y Holt pateó, asestó un golpe parcial en la rodilla del tipo, y ganó un poco de espacio. Su camisa en la espalda estaba empapada, estaba sangrando mucho. Cuando sus ojos se adaptaron, finalmente pudo distinguir más de la forma sombría. Piel oscura, ropa oscura. Un par de centímetros más alto, quizá veinte kilos más pesado. Demasiado bien armado. Holt agarró una lámpara, tiró con fuerza para extraerla de la toma eléctrica y la arrojó a la ventana. La cerámica pesada atravesó las persianas verticales baratas y la ventana con un gran ruido a vidrios rotos. Debería llamar la atención. —¡Llamad al 911! —Al ver al tipo abalanzarse, Holt retrocedió de un salto de nuevo. No lo suficientemente lejos. El cuchillo abrió su barbilla. —Deja a mi perra sola, mamón. Mirando detrás por obstáculos, Holt volvió a retroceder. —¿A quién te refieres, hombre? —¿Nadia? Espera, ¿podría ser el acosador de Zuri? —. ¿Te refieres a Uzuri? El rugido de rabia lo confirmó. —Tú tocaste lo que es mío. —Tú eres Jarvis. —Maldita sea, necesitaba derribar a este hijo de puta. Holt rodeó la mesa de café y la pateó a las piernas del cabrón. Maldiciendo suciamente y echando espumarajos de rabia, el tipo lanzó la mesita de café a través de la habitación y cargó, acuchillando salvajemente.

Eludiendo de costado, Holt golpeó con los puños el antebrazo de Jarvis. Ese cuchillo cayó. Pero Jarvis enterró la otra hoja en el estómago de Holt. Mierda. Las piernas de Holt se debilitaron. Agarrando y sujetando el cuchillo con una mano, le golpeó con el puño la cara repetidas veces. Jarvis retrocedió, sacudiendo la cabeza. Alguien golpeó la puerta. —¿Holt? Hey, Holt. —¡Aquí! La luz del sol resplandeció a través de la habitación mientras la puerta se abría bruscamente. —¡No! —Jarvis corrió hacia la parte trasera de la casa, arrojando muebles fuera de su camino. Cuando Duke y sus amigos entraron en la habitación, las rodillas de Holt colapsaron. Trató de desplomarse sobre el sofá, pero su brazo no funcionó. Cayendo, escuchó un horrible crack antes de que la negrura se precipitara sobre él. * * * * * Tarareando “Érase Una Vez”, Uzuri hizo un paso de mini-vals mientras caminaba por la acera hacia su dúplex. El coche de Holt y la Harley estaban en el camino de entrada, por lo que no había sido llamado para un incendio o cualquier cosa, lo que ocasionalmente sucedía, incluso en sus días libres. No podía esperar para contarle de la reunión del lunes. Incluso los directivos habían quedado impresionados. Y esta mañana, las vendedoras le habían dado la bienvenida cuando ella había estado revisando los percheros en la sección niñas. Su admisión de que Madeline Grayson se había presentado sin una invitación y la había asustado hasta la muerte, la había vuelto a poner en buenos términos con todo el mundo. Dos de ellas se tomaron el tiempo para compartir la opinión de sus clientes sobre la nueva línea de ropa de invierno. La vida era buena. Ella sonrió hacia las nubes en el cielo azul y respiró el olor de la hierba recién cortada. Una agradable brisa agitaba el dobladillo de su vestido cruzado color cobre y hacía que las altas palmeras susurraran. El tranquilo vecindario era tan silencioso, que podía oír el bajo zumbido del lejano tráfico en la hora del almuerzo. De hecho, estaba demasiado silencioso. Frunció el ceño. ¿Dónde estaban todos los niños? A los únicos que vio fueron a Duke

y sus compañeros de deporte reunidos en el porche delantero unas cuantas casas abajo. Qué extraño. Uzuri caminó alrededor de las plantas sin cortar cerca de la puerta principal y... ¿Qué? La cinta amarilla a través de su puerta formaba una barrera chillona. La ventana delantera, la que el propietario había repuesto, estaba en pedazos. Seguramente, eso no requería cinta de la policía. El miedo pasó una mano fría por su columna vertebral, y ella dio varios pasos atrás. —¡Uzuri! Se volvió para ver a Duke correr al otro lado de la calle. El adolescente del tamaño de un apoyador derrapó hasta detenerse delante de ella. —No puedes entrar. Los policías se fueron hace unos minutos, y dijeron que nadie podía entrar. Su rostro tenso advertía que esto era más que vandalismo, y ella le agarró por el hombro. —¿Qué pasó? ¿Dónde está Holt? —Oh, hombre, algún gilipollas lo atacó. Ellos tuvieron una puta pelea en tu casa. — Duke se estremeció—. O sea, esta lámpara salió volando por la ventana. Se estrelló y el vidrio saltó por todas partes. Holt gritó acerca del 911. Entramos por la puerta, y un cabrón enorme salió por detrás. —¿Está Holt...? —Con el corazón martilleando, no podía soltar las palabras. Duke no se dio cuenta. —Es una putada que el tipo escapara. Wedge trató de atraparlo. Sin éxito. El cabrón atravesó corriendo el macizo de flores de la señora Avery y pasó por encima de la cerca de atrás. Uzuri lo sacudió. —¿Dónde. Está. Holt? ¿Está herido? ¿Fue a la comisaría? —Por favor, que esté bien. Holt era duro. Podía defenderse en contra de cualquiera. —Mierda, Uzuri, estaba sangrando mucho. Lo llevaron en una ambulancia, con sirenas y todo. * * * * * Siguiendo las instrucciones de la señora de rosa, Uzuri corrió por el pasillo del hospital hasta la sección de cirugía. Cirugía, eso no podía ser bueno. Con las manos frías y el corazón aporreando en su pecho, irrumpió en la sala de espera.

Gente por todas partes. Después de un segundo, reconoció a los compañeros bomberos de Holt apelotonados en una esquina. Warren, el que tenía un cuerpo como un tanque, la vio y se acercó. Su rostro normalmente bronceado estaba ceniciento. —Uzuri, ¿verdad? Ella lo miró fijamente. —¿Cómo está? —Seriamente jodido. —Warren negó con la cabeza, sin siquiera mirarla—. Cristo Jesús, nunca he salido en una llamada por uno de los nuestros, ¿sabes? —Warren. —Ella agarró su brazo, forzándolo a mirarla—. ¿Cómo está? ¿Va a estar bien? —No sé. Está en cirugía por la puñalada en la tripa. Los chicos dijeron que se golpeó la cabeza en el soporte de la televisión. No estaba consciente cuando lo trajimos. —También perdió una tonelada de sangre. —Intervino otro bombero con acento australiano. Un tipo pelirrojo dijo: —Quienquiera que lo atacó lo cortó como una hamburguesa. Uzuri tragó saliva. —¿Cortado? ¿Como... con un cuchillo? —Un cuchillo. —Dos cuchillos —dijo Warren—. Uno todavía estaba clavado en Holt. Encontramos otro en el suelo. Jarvis se había jactado de usar dos cuchillos. Él había atacado a sus citas antes. Uzuri no parecía capaz de moverse. Durante todo el camino hasta el hospital, se había dicho que no saltara a conclusiones precipitadas. Que esperara. Sin embargo, ella lo sabía. Jarvis estaba aquí. Había atacado a Holt, porque estaba viviendo en su casa. Era su amigo. Dios mío, ¿qué he hecho? La desesperación era una avalancha, enterrándola hasta que no pudo respirar. Warren dijo con una voz áspera: —Tiene cuchilladas por todos los brazos. Más en su rostro. Fue apuñalado en la espalda. —Él se puso las manos en el vientre—. Recibió una en la tripa. Lo suficientemente profunda para... El australiano agarró el hombro de Warren. —Tranquilo con la descripción, hermano. Estás hablando con un civil. —Oh. —Warren parpadeó—. Lo siento, Uzuri.

—Está bien. —Se acercó para poner una mano en la puerta de los quirófanos. Oh, Holt. Necesitaba estar a su lado, darle fuerzas. Decir que lo sentía. Nunca debería haberle dejado que se mudara a su casa, nunca debería haberle tocado, nunca debió haber sido su amiga. No debería tener amigos. Ninguno. —No van a dejar que lo veas, incluso cuando salga de la cirugía —dijo el bombero pelirrojo—. Estará en recuperación y en la UCI por lo menos durante la noche y allí sólo se permite la familia. Uzuri se volvió. —Él tiene una novia. Nadia. ¿Alguien sabe cómo llamarla? —Demonios es verdad. —El hombre sacó su teléfono—. Mi esposa tendrá su número. La llamará. Caminando hacia un rincón aislado, Uzuri tomó asiento. Jarvis. Aquí. El horror se aferró a sus hombros mientras incluso el aire de la habitación se oscurecía. Lo siento, Holt. Estaba debatiéndose entre la vida y la muerte porque Jarvis pensaba que estaban juntos. El hielo se deslizó por su columna vertebral. ¿Y si Jarvis descubría lo de Alastair y Max? También iría tras ellos. Su corazón dio un respingo ante la idea de que Max fuera atacado. “Lo cortó como hamburguesa”. O Alastair abriendo la puerta principal, y Jarvis apuñalándolo sin previo aviso. Hiriéndole. Golpeándole. Aunque estaba jadeando, parecía que no podía encontrar suficiente aire en la habitación. Seguramente Jarvis no sabía que se quedaba con ellos. Había atacado a Holt, no a sus hombres. Sólo... si averiguara más, lo descubriría. O la seguiría de Brendall a la casa de ellos. Y los heriría. Tal vez los matara. —¿Uzuri? —Warren la estaba mirando. Se dio cuenta de que se había levantado. Tenía las manos estaban apretadas en puños a los costados. Jarvis mataría a su Doms. Ella no podía dejarle saber sobre ellos. No importaba lo que le sucediera, tenía que protegerlos. Y él los lastimaría si lo supiera. Lo haría. Oh, Dios, tenía que permanecer lejos de ellos. Uzuri salió precipitadamente de la sala de espera con el corazón latiendo

aceleradamente y escalofríos corriendo por su piel. * * * * * Poco después del almuerzo, Max se detuvo en la entrada con el vehículo de Alastair enfrente del de él. Justo a tiempo, primo. Habían decidido tomarse esta tarde libre y montar algo especial para Uzuri. Su pequeña romántica se merecía un regalo. Pero... el coche de Zuri estaba aparcado bajo el pórtico. Maldita sea. Allí se fueron sus planes de montar un escenario. Sin embargo, si tenía la tarde libre, había otras maneras de aprovechar que los tres tenían un inesperado tiempo juntos. Y cuando terminaran, podrían sentarse y hablar. La conversación. Para sorpresa de Max, Alastair no entró en el garaje. Detuvo su auto justo en el camino en forma de U, y Max tuvo que clavar los frenos para evitar darle al parachoques del zoquete. Alastair saltó de su coche y se dirigió hacia Uzuri. Rápido. ¿Qué estaba pasando? Max cerró el coche y lo siguió. El auto de Uzuri estaba en marcha, y ella estaba entrando. Su enorme maleta estaba derecha en el asiento trasero. —Uzuri. —Alastair alargó la zancada. —¿Qué carajo? —Max echó a correr. Uzuri vaciló y se tensó. —¿Qué está pasando? —preguntó Alastair mientras se acercaba al coche. Su mano en la puerta del coche estaba temblando visiblemente. Se mordió el labio y levantó la barbilla. —He estado aquí más de dos semanas. Es hora de que vuelva a casa. —¿Ahora? —Era evidente que Alastair estaba tratando de mantener el tono de voz, pero Max oyó el conmocionado dolor. Sí, dolía mucho. Max clavó los ojos en ella. —Así que te estás escabullando sin siquiera hablar con nosotros. ¿Nos dejaste una nota? Ella hizo una mueca de dolor. Sí, obviamente había dejado una puta nota en su habitación. Su agarre se apretó visiblemente en la puerta.

—Pensé que una nota sería más fácil para todos nosotros. Su cólera creció desde chispas hasta un incendio hecho y derecho, que haría escapar huyendo a cualquier animal. —Más fácil para ti, tal vez. Yo, preferiría tener algunas malditas respuestas. Cuando te fuiste esta mañana, eras todo abrazos y besos. ¿Ahora te estás marchando? El dolor en los ojos del doc hizo que la rabia de Max aumentara. Sentía como si alguien estuviera usando un pesado taladro en su corazón. Durante todo el día, había estado pensando en cómo reaccionaría ella, lo que diría, cuando él y Alastair le dijeran lo mucho que les importaba. Y le pidieran que se quedara. Mientras tanto, había estado haciendo las maletas. —Zuri. —Luchó por conservar su voz razonable. Hablando de razonable, esto no lo era. Demonios, esto era totalmente diferente a su pequeña Señorita Cordialidad. Suavizó la voz—. Zuri, ¿hicimos algo para molestarte? —Señor. Um, Max. No hay nada de qué hablar y agradezco la ayuda y esto... lo que sea... fuera... se acabó. —Las palabras ni siquiera sonaban como ella. No miraba a ninguno de los dos a los ojos. ¿Creía que la golpearían o algo así? Jesús. Alastair dio un lento y cauteloso paso adelante, como si fuera uno de sus aterrorizados pequeños pacientes. Su mirada se quedó en ella. —Creo que deberías hablar con nosotros, mascota. Es obvio que algo está mal. Sí. Algo estaba muy mal. Ésta no era ella. —No. Ya hemos terminado. Definitivamente. —Sus grandes ojos se llenaron de lágrimas. Parecía desesperada, lucía desvalida, se deslizó en su asiento, cerró de un portazo y pisó el acelerador. Mientras su coche salía disparado por el camino, Max miró a Alastair. Parecía tan atontado como Max se sentía. Max se pasó las manos por la cara. —Será mejor que veamos esa nota. * * * * * En Brendall, Uzuri dejó sus maletas con el guardia de seguridad y se dirigió al piso superior. No para trabajar. Simplemente necesitaba un lugar donde pensar en el que estuviera a salvo. Mientras caminaba por el pasillo y entraba en el área de recepción, la sensación de irrealidad tiraba de ella. Pero estar aquí la ayudó a sentirse más estable. De

hecho, se había sentido más fuerte simplemente al atravesar la puerta. Mi tienda. Mi vida. Mientras caminaba hacia su oficina, sabía que no iba a salir corriendo de nuevo. No, esta vez, lucharía. De algún modo. La secretaria le dirigió un preocupado ceño. —Señorita Cheval, no se ve bien. ¿Está enferma? —Algo en el almuerzo no me sentó bien, pero estaré bien. Después de conseguir sonreír, entró en su oficina, cerró la puerta y se apoyó contra ella. La habitación con aire acondicionado se sentía fría y seca con un débil aroma a productos de limpieza. Oh, quería regresar corriendo a casa, a la casa de Max y Alastair. Respirar el alivio, la seguridad y… y el amor que existía allí. La casa de sus Doms Dragones conservaría la vivaz fragancia del mar, el perfume de las flores tropicales en el patio, un indicio del cloro de la piscina y a veces más que un toque de perro mojado. La sala de la televisión olería a cuero y, más recientemente, a las velas de vainilla que había alineado en la repisa encima de hogar. Por las mañanas, la cocina olía al café y al tocino que le encantaba a Max, y que Alastair consideraba una vía rápida a un ataque al corazón. O a veces a palomitas por las noches. Sus ojos ardían. No está bien, chica. No cuando incluso el recuerdo de un olor hace que te atragantes. Caminó hacia la ventana y miró hacia el estacionamiento iluminado por el sol. Con toda esa luz, ¿por qué se sentía rodeada de oscuridad? Cuando apoyó la frente contra el frío cristal , la condensación de su aliento empañó la vista. Alastair estaba dolido. Ella le había hecho daño. Y él todavía había sido amable. Max había estado enfadado. Después afectado. Preocupado. Sí, les había hecho daño a ambos. ¿No era gracioso que pudiera amarlos tanto, tanto y darles sólo dolor? No podía hacer nada más. Nunca, jamás dejaría que fueran lastimados como Holt. Oh, Holt. Todo dentro de ella la impulsaba a ir a él, pero no podía entrar a verlo. Soltó un gruñido enojado. El hospital ni siquiera le daba ninguna información. Había tenido que llamar a Warren. Holt había salido de cirugía y estaba en recuperación. El médico no estaba dando pronósticos, pero dijo que se veía bien. Uzuri se enderezó. Necesitaba hablar con Anne... para hacerle saber de Holt, para que tuviera amigos para estar con él.

Y... si el atacante era Jarvis... y lo era, la policía necesitaba que se lo dijeran. Sólo que no la creerían, no con Jarvis viviendo en Cincinnati. La tratarían como hizo la policía de Cincinnati durante meses y meses, como si fuera una idiota paranoica. Había aprendido la lección. Pero Max y Dan eran policías. Le creerían. Sólo que... no podía ver a Max, y Dan era su compañero. Oh, esto era un desastre. Primero, necesitaba ver dónde estaba Jarvis. Sacando el teléfono, Uzuri se estremeció. No había llamadas telefónicas en el historial...porque había bloqueado los números de los Doms Dragones. Si escuchaba a Alastair o a Max, su resolución podría vacilar. ¿Vacilar? Se desintegraría como un tejido de siglos de antigüedad. En su oído, el timbre se detuvo. —Hola, Uzuri. ¿Qué pasa? —Anne. —Uzuri enderezó los hombros—. ¿Puedes hacer una verificación rápida para mí? ¿Sobre Jarvis? —Ya estoy en el ordenador. Espera un segundo. —Hubo silencio en la línea—. Él todavía está empleado en la fábrica. —Oh. —Uzuri sintió una oleada de alivio, luego sus dedos se apretaron en el teléfono. Eso no lo descartaba. Empleado no significaba realmente allí. —Uzuri. —La voz de Anne tomó la autoridad que la hacía una Maestra—. ¿Qué ha ocurrido para asustarte? —Es Holt. Estaba alojado en mi dúplex, y alguien lo atacó, con dos cuchillos, y así es como pelea Jarvis. —Uzuri se tragó la culpa que le obstruía la garganta—. Jarvis podría haber creído que Holt y yo estábamos juntos. En Cincinnati, atacó a todos los hombres con quienes salí. Mi culpa. Todo culpa mía. —¿Cuchillos? Mierda. ¿Holt va a estar bien? —Le operaron y está en recuperación y luego irá a la UCI. —Comprendido. —Anne gruñó algo entre dientes—. No me gusta la sensación de esto. En primer lugar, voy a ver si Kassab realmente está trabajando. O no. Sin embargo, me tomará un tiempo. ¿Estás a salvo? Por favor, dime que estás con los primos Drago y no en el hospital. —Estoy a salvo, gracias. ¿Puedes co-contarles a los demás lo de Holt, para que tenga gente allí? —Lo haré. Y averiguaré sobre Kassab. Me pondré en contacto contigo.

Diez minutos más tarde, Uzuri tuvo sus respuestas. Jarvis había llamado diciendo que estaba enfermo ayer y hoy. Él estaba aquí. En Tampa. Sus manos se cerraron en puños. ¿Cuánto tiempo había estado viniendo a Tampa? ¿Qué pasaba con aquellas veces en que se había sentido vigilada y se llamaba paranoica? ¿Había estado acosándola durante meses? Su estómago se anudó y la bilis se elevó hasta su garganta. ¿Qué había de esos pequeños y desagradables incidentes que había atribuido a los adolescentes? La basura en su puerta, el ratón muerto… Se tensó. ¿Podía haber sido él quien la atropelló en el estacionamiento? Antes de su condena, había sido camionero y hábil con vehículos. Le habría gustado dañarla. Y no querría que muriera rápidamente. Había gritado eso en la sala del tribunal mientras era llevado a la rastra. “Te voy a cortar en pedazos. Miraré cómo mueres, perra. Morirás lentamente”. Había intentado cortar a Holt en pedazos. Sus manos temblaban cuando las juntó con fuerza frente a ella en el escritorio. Él nunca debía averiguar nada sobre Max y Alastair. Por eso había dejado su coche en el camino del dúplex junto a la Harley de Holt. Al principio, había pensado quedarse en el dúplex y dejar que Jarvis la persiguiera, pero eso era estúpido y le permitiría ganar. Así que se había ido en un taxi, asegurándose de que no era seguida antes de venir a la tienda. Ahora... ahora necesitaba descubrir cómo ayudar a la policía a atraparlo. Antes de que lastimara a alguien más. Lo siento mucho, Holt. Cerró los ojos mientras pensaba en el dolor diferente que había traído a sus dos Maestros. Cómo debían odiarla ahora. —Estáis mejor sin mí. ¡Qué divertido! Había pensado que había empacado todo, pero de alguna manera, su corazón seguía allí. * * * * * Sentado en el rincón del desayuno esa tarde, Alastair leyó la nota que habían encontrado como si leerla una y otra vez ayudara. Su corazón dolía por todos ellos. Queridos Alastair y Max, Alastair casi sonrió. Confía en Uzuri para que se ajuste a la etiqueta en una nota. Siento por dejaros tan abruptamente y sin hablar primero con vosotros. Varias palabras estaban tachadas. Creo que Jarvis está en la ciudad. Holt fue atacado en el dúplex y está en el hospital. Si Jarvis descubre que estoy con vosotros, ambos estaréis

en terrible peligro. Me he mudado y no me veréis de nuevo. Esto es lo mejor para todos. Por favor... tened cuidado. Más palabras estaban borroneadas. Con amor, Uzuri Metiendo su teléfono en el bolsillo, Max entró en la habitación con Hunter a sus talones. —Cullen llamó a la estación de bomberos y recibió las novedades. Holt está bien. Por desgracia, no está lo suficientemente coherente como para contarle a nadie lo que pasó. Pasará la noche en la UCI, así que estará lo suficientemente seguro. —Eso es bueno. —Alastair negó con la cabeza—. ¿Qué hay de Uzuri? La boca de Max se tensó, el dolor casi irradiaba de él. La pequeña sumisa había infligido un duro golpe al tierno corazón del policía. Alastair sabía exactamente cuánto le dolía. ¡Infiernos! En su intento de salvarlos, Uzuri había repartido un tipo completamente diferente de dolor. —¿Alguna otra noticia? Max asintió con la cabeza. —Sí. Dan consultó con los detectives del caso. Los chicos del barrio vieron al atacante. La descripción encaja con Kassab. Rebanó a Holt en trozos, dejó un cuchillo en su intestino y otro en el suelo. Alastair sintió la injusticia. Como bombero, Holt se enfrentaba al peligro, ¿pero ser atacado en su propia casa? —¿Asumo que no lo atraparon? —No. —Max negó con la cabeza—. Otra cosa. El auto de Uzuri está estacionado en la entrada. Ella no está ahí; su coche sí. —¿Por qué dejar su vehículo allí? Max se levantó y paseó por la habitación. —Porque... —Él volvió a pasearse—. Maldita sea. Espera que el vengativo hijo de puta piense que todavía vive allí. Alastair sintió la misma furia. Y miedo. Estaba allí fuera sola, en vez de aquí, bajo su protección. Eso no era tolerable. Silenciosamente, Alastair observó a su primo. Después de pasearse alrededor de la habitación dos veces más, Max se dejó caer en

una silla, la ira desaparecida. Alastair apreció el rasgo. El temperamento de Max, una vez provocado, podía arrancar la piel de una persona, pero perdonaba tan fácilmente como gritaba. Después de un segundo, Max se inclinó y agitó las orejas de Hunter. —¿Tienes alguna idea? —La tengo. —Alastair golpeteó el teléfono sobre la mesa—. Galen se jacta de poder encontrar a cualquiera. Parece ser cierto. Uzuri está en Brendall. —¿Ahora? —exclamó Max—. Entonces, primo, ¿vamos a permitir que nuestra pequeña sumi se salga con la suya con este tipo de comportamiento? —No. —Alastair sonrió lentamente, complacido de que fueran de la misma opinión —. No lo permitiremos.

CAPÍTULO 28 Uzuri podía escuchar a las primeras personas que se iban a casa. El departamento acostumbraba a despejarse temprano los viernes. En su escritorio, se quedó con la mirada clavada en el bloc de notas lleno de ideas. Ninguno de ellas parecía lógica o inteligente o cualquier cosa que un policía se tomara en serio. Necesitaba llamar a la policía ahora y hablar con ellos, aunque Anne había dicho que se lo había hecho saber a Dan. ¿Ahora qué? Se frotó la frente y suspiró. Se sentía tan cansada que podía deslizarse directamente en un montón en el suelo. Apoyando la cabeza contra el alto respaldo de la silla, cerró los ojos. ¿La escucharía la policía si les pidiera que le ayudaran a capturar a Jarvis? —Disculpen. Tengo que anunciarles. —Fuera de la puerta, la secretaria sonaba molesta así como divertida—. Si esperan... —La frase interrumpida. Ante el sonido de su puerta abriéndose, Uzuri abrió los ojos. Y se levantó de golpe. Max estaba cerrando la puerta de la oficina. Alastair estaba a su lado, mirándola con el ceño fruncido. Uzuri se llevó la mano a la garganta. —¿Que estáis… Como si estuvieran coreografiados, atravesaron a trancos su oficina. Uno a cada lado, rodearon el escritorio, obstruyendo cualquier escape. Con una camisa de color aguamarina y pantalones de color piedra, Alastair apoyó una cadera en su escritorio, poniéndose cómodo. Max cruzó los brazos sobre su pecho cubierto por una camiseta negra y apoyó su trasero contra el escritorio. La miraron como gatos callejeros acorralando a un ratón. Odió tener que aclararse la garganta antes de poder hablar. —¿Qué estáis haciendo aquí? Pensé que habíamos decidido que habíamos... um... terminado. No estamos juntos. —No creo que hayamos alcanzado un consenso sobre eso—dijo Alastair en voz baja. —Imagina nuestra sorpresa al leer que tu amigo Kassab está en la ciudad. —La voz de Max era plana. Voz de policía. La que decía que ella estaba en oh, muchos problemas. Trató de empujar su silla hacia atrás, pero uno de los capullos había puesto un pie

detrás de la rueda. Respiró hondo. De acuerdo. Estaban molestos. Lo entendía. Sin embargo, necesitaban comprender su peligro. —Ahora que sabéis lo de Jarvis, sabéis que tenéis que manteneros lejos de mí. Va tras cualquier persona, cualquier hombre, en el que yo podría estar interesada. Lo ha hecho antes, pero nunca... —Tragó saliva, recordando la expresión del bombero cuando describió las heridas de Holt—. Jarvis nunca ha sido tan violento antes. —Sólo contigo —exclamó Max. —Pero nunca he vivido con nadie antes. —Ella puso su mano izquierda en el muslo de Alastair y la derecha en el de Max—. Él no sabe acerca de vosotros dos. Si os mantenéis alejados de mí, deberíais estar bien. Max curvó su mano alrededor de la suya, su agarre inquebrantable, mientras sus ojos azules taladraban los de ella. —¿Honestamente imaginas que estamos preocupados por estar bien? —Dijo la palabra como si fuera el peor de los insultos. El agujero de su estómago se hizo más profundo. ¿En qué había estado pensando? La violencia de Jarvis había alejado a sus amigos de Cincinnati, pero no habían sido Doms, ni mucho menos sobreprotectores, a un nivel insano, Maestros de Shadowlands. —Has intentado protegernos. Eso es enternecedor, amor. —Alastair puso su gran mano sobre la suya—. Sin embargo, creo que, en vez de eso, deberíamos tratar de garantizar tu seguridad. Ese es nuestro trabajo, después de todo. No podía hablar mientras la soledad absoluta, el vacío dentro de ella comenzó a llenarse con su presencia. La sensación que la atravesaba era indescriptible, una que nunca había sentido antes, la comprensión de que no tenía que cargar con todo ella sola, tomar todas las decisiones, tener miedo todo el tiempo. Las lágrimas le llenaron los ojos. —No, no empieces con esa mierda —gruñó Max, la preocupación cruzando por sus facciones. —¿Qué clase de policía duro no puede lidiar con una mujer llorona? —Riendo entrecortadamente, se enjugó los ojos—. ¿Mejor? —Carajo, sí. —Se inclinó hacia delante y plantó un beso duro en sus labios—. El día de trabajo ha terminado, nena. Te llevaremos a casa ahora. —P-pero... —Uzuri endureció su boca—. No. Tenéis que alejaros de mí. —¿Nos ha dicho que no? —Max le dirigió una mirada de incredulidad a su primo—. ¿Nuestra sumi dijo que no? —La insonorización parece adecuada. —La diversión no escondió el hierro que subyacía en la voz profunda de Alastair—. Si la zurro, la secretaria no escuchará. Quizás.

La indignación brotó dentro de ella. —Zurrarme. ¿Aquí? No te atreverías. Una lenta sonrisa curvó los labios de Alastair. Miró a Max. Cuando ella empezó a levantarse, Max la tiró, boca abajo, sobre su propio escritorio y subió su vestido por encima de su trasero. —Me gusta bastante su ropa interior —Alastair pasó un dedo por el borde de su tanga de encaje de color albaricoque antes de que su mano le pegara en su, casi completamente desnudo, trasero. Zas. El sonido resonó en la pared un segundo antes de sentir la picadura. Su chillido de dolor fue amortiguado por la callosa mano de Max. Su intento instintivo de morder le produjo un doloroso apretón en las mejillas. —Ese azote fue por decirnos que no. —Alastair sonó como si estuviera haciendo una lista de comestibles: pan, harina, azúcar—. Nos mentiste en el coche. Tres más. Sus palabrotas salieron amortiguadas. —Mmmmph, mmmph, mmmph. —Me alegro de no saber cómo nos está llamando—comentó Max. Zas, zas, zas. Los azotes dolían. Alastair no estaba andándose con contemplaciones con ella después de todo. Su ira había sido evidente bajo su resonante tono. Los había lastimado a ambos. —¿Vas a gritar más? —preguntó Max. Ella negó con la cabeza. Cuando su mano terminó, ella susurró: —Lo siento. —¿Lo sientes? —Max no sonaba como si le creyera. —Quiero que estéis a salvo. La idea de perderos... No quise haceros daño. Yo nunca... —Se ahogó mientras los sollozos subían por su garganta. —Ah. Allá vamos. —Alastair la ayudó a levantarse y la abrazó. Respirar la fragancia a sol de su loción para después de afeitarse y acurrucarse contra su duro pecho fue como volver a casa. Sintió que Max le bajaba la falda. Un minuto después, Alastair besó la parte superior de su cabeza y la giró. Max estaba sentado sobre su escritorio. Sin decir una palabra, la deslizó entre sus piernas y la abrazó. Otro pecho ancho y firme y su abrazo era igualmente fuerte. Casi severo.

—Me has dado un susto de muerte. No vuelvas a hacer eso —le gruñó al oído. No lo hagas. —Max, no es seguro. De verdad. —El miedo por ellos la atravesó otra vez. Ella volvió la cabeza. Seguramente, Alastair sería razonable—. Es mejor si me mantengo alejada de vosotros. —Amor, eso no va a suceder. Nos vamos a quedar cerca de ti. —Palabras lentas y con acento británico. Y él estaba siendo totalmente irracional. —No importa si no estás de acuerdo. Te quedas con nosotros. —La voz de Max contenía un inflexible tono de acero—. ¿Entendido? Oh, los amaba tanto. Ella parpadeó con fuerza. Con un resoplido, Max besó la punta de su nariz. —Lloras y te golpearé. —¡Qué amenaza! —Tan falsa. Ella lo apretó con fuerza—. ¿Y ahora qué? —Volveremos a casa y haremos arreglos. —Alastair miró alrededor de la oficina—. ¿Hay algo que necesites? —No. Mi maleta está abajo en la oficina de seguridad. —Cuando cruzaron la oficina, se detuvo en el espejo de la puerta para quitarse las manchas bajo los ojos y arreglarse el cabello. Max sonrió. —Nuestra mujer maniática. Nada te desarregla. En un momento, sus palabras habrían dolido. Antes, habría dicho las palabras con una actitud diferente. Ahora, su ternura y... aprecio... quedaron claros. Ella le olfateó. —Policía desaliñado. Voy a empezar a comprarte la ropa. Punto para Uzuri. Ahora su mirada tenía verdadera preocupación. Satisfecha, caminó a través de la puerta que Alastair mantenía abierta y se detuvo. La mayor parte de la sección de compradores estaba abarrotando la sala de recepción. Todas mujeres. Aparentemente, la señora Everson había mencionado a los magníficos visitantes de Uzuri. El silencio cayó sobre la habitación cuando los Doms Dragones salieron con Uzuri. Dos tipos totalmente diferentes de machos, ambos unos bombones supremos. Uzuri podría haber jurado que todas las mujeres de la habitación habían ovulado. La señora Everson le sonrió.

—Espero que fuera correcto no llamar a seguridad. Estos caballeros dijeron que eran... ¿tuyos? —¿Los dos? —susurró una mujer con voz ronca. —Eso sería correcto. Por favor, cierre la sesión de su ordenador por hoy. —Alastair puso su mano en la parte baja de la espalda de Uzuri para moverla hacia adelante. Max miró ceñudamente a su primo. —Creía que ella era nuestra. —Es la misma cosa, creo. —Los labios de Alastair se crisparon. —Muy bien entonces —dijo Max, pasando un dedo por la mejilla de Uzuri, con los ojos fruncidos por una sonrisa y varios suspiros flotaron por la habitación—. Supongo que funciona. * * * * * En el camino de regreso a la casa, Max condujo, manteniendo un ojo atento a cualquier vehículo que pudiera estar siguiéndolos. Si Kassab se había vuelto lo suficientemente loco como para atacar a Holt, Dios sólo sabía lo que iba a intentar a continuación. En el asiento trasero con Uzuri, el doc estaba respondiendo llamadas telefónicas. —Sí, está a salvo. Está bien. Está con nosotros. —Alastair, siendo un tío inteligente, recurrió a mensajes de texto siempre que fue posible. —¿Quién...?—preguntó Uzuri. —Jesús, todo el mundo. —Max miró su expresión confusa en el espejo retrovisor antes de volver su atención a la carretera. Alastair explicó: —La gente quiere saber qué pueden hacer para ayudar, ya sea para darte un lugar para quedarte, para montar guardia o tender una trampa. —¿Por mí? —El tono anonadado en su voz podía romper el corazón de un hombre. ¿No sabía cuánto la querían?—. Pero dijiste, ¿tender una trampa? Alastair dijo: —Estamos tratando de pensar cómo hacerlo sin arriesgar tu seguridad. Kassab necesita ser capturado. —Oh, sí —dijo ella—. Eso es lo que yo también estaba pensando. Podría ser el cebo si la policía me ayudara a averiguar cómo. Max sintió que sus dientes rechinaban.

—Sólo si podemos hacerlo de una manera en la que estarás completamente a salvo. —Sólo si—coincidió Alastair. Sin bajar la velocidad, Max entró en el garaje, apenas dejando espacio suficiente para que la puerta evitara el techo del coche. —Mantenla aquí —le dijo a Alastair mientras salía del coche. Con la mano en el arma, revisó el garaje, entró en la casa y desactivó el sistema de alarma. La lectura mostró que nadie había entrado desde que se habían ido. Todo seguro, salió al exterior. Hunter abandonó su caseta en el patio trasero y corrió. —Vamos, amigo. Mira quién está en casa. Después de que Hunter le hubiese dado a Zuri un saludo como si se hubiera ido hacía años, que ella regresó con entusiasmo, Max la condujo hacia las escaleras. Sus pies se arrastraron. —Quiero ir al hospital a ver a Holt. —Estará en la UCI toda la noche. No puedes verlo. —Él la miró, sonriendo mientras la luz de las ventanas brillaba en su rostro. Piel suave. Grandes, preocupados, y aterciopelados ojos. Alastair y él necesitaban agotarla ahora para que pudiera tener una buena noche de descanso. Realmente, follarla hasta el agotamiento era lo que un Dom de buen corazón haría. Alastair rió entre dientes. —Vamos a tu habitación, Max. Definitivamente estaban en la misma sintonía. —Oh, sí. —Se apartó de la escalera y se dirigió a sus habitaciones en la parte trasera de la casa. Sintió la pequeña mano de Uzuri tensarse. —¿Por qué al cuarto de Max? ¿Por qué no al mío? Max inclinó la cabeza para susurrarle al oído. —Ya verás. Por lo general pasaban las noches en la habitación de la pequeña sumi. Después de todo, a las mujeres les gustaba tener su mierda femenina cerca y su propio cuarto de baño. Ella también estaba obsesionada con las fundas de satén. Dos veces la había llevado a su habitación para jugar, pero nunca le había mostrado todo. Le dio la mano de Uzuri a Alastair y se dirigió a la habitación.

—Desnúdate completamente —le dijo Alastair. —Pero… ¿Discusión? Max se giró a tiempo para ver sus ojos bajar, para ver su encantadora sumisión. Empezó a desabotonarse la blusa. La situación con su acosador era un desastre, pero la satisfacción zumbaba en las venas de Max. Zuri estaba de regreso con ellos. Sonriendo, abrió la puerta de cristal para dejar entrar el aire fresco y lleno de humedad. El viento comenzaba a acelerarse, el precursor de la próxima tormenta tropical prevista para mañana. * * * * * Una hora más tarde, Uzuri yacía sobre el cubrecama de franela azul y marrón, el sudor enfriando su cuerpo, y sin absolutamente nada de fuerzas después de otro orgasmo. ¿Cuántos habían sido? Apoyado en un codo, Alastair yacía a su lado, acariciándola suavemente. La ternura que mostraba ahora era un sorprendente contraste con la forma en que la había lastimado unos minutos antes. ¿Cómo podía saber con certeza cuáles sensaciones dolorosas harían que su placer fuera cada vez más alto? Dos Doms. Uno un maestro del dolor, el otro un maestro del placer. Su clítoris estaba exquisitamente sensible por el vibrador que Max había usado. Su coño y el trasero todavía palpitaban del consolador de dos cabezas. Dolor y placer. Sus Doms Dragones eran muy, muy aterradores. Giró la cabeza para localizar a Max. Allí estaba junto a la cama. Mientras se quitaba la camisa, los músculos ondulaban bajo su piel bronceada. —Eres tan hermoso. —Su voz salió ronca. Atrapándola observando, Max simplemente sonrió. Ella se volvió para mirar a Alastair. Su camisa de color azul marino estaba desabotonada, y la suave y oscura extensión de estilizados músculos era un banquete para sus ojos. —Tú también. —¿Cuándo había llegado a adorar cuán grandes eran sus Doms? —Pues, gracias, cariño. —Abiertamente divertido, Alastair pasó un dedo por su labio inferior, antes de inclinarse para besarla ligeramente. La cama se hundió cuando Max se acostó junto a ella. Empezó a jugar con su cabello,

deshaciendo una trenza y peinando los mechones con los dedos. Ella no podía reunir la energía para golpear sus dedos. —No hagas que te lastime, chico blanco. —Sus ojos empezaron a cerrarse. Max rió entre dientes... y no dejó de jugar con su cabello. —Espero ansiosamente la batalla, chica negra. Sin abrir los ojos, sonrió. Era curioso cómo la cercanía podía transformar palabras incómodas en una expresión de afecto. Pero si la llamaba nuevamente su princesa Nubia, ella pondría su flogger en la destructora de papel. —No te vayas a dormir, Uzuri —advirtió Alastair—. No hemos terminado contigo. Contenta, despertó. Habían jugado con ella, pero no la habían... follado... todavía. Ningún Dom se había corrido. —Me preguntaba cuándo llegaríamos a las cosas buenas. Él sonrió. —De hecho, nosotros llegaremos a lo bueno. Primero, hay algo que deberías saber. —Oh. De acuerdo. —Cálida y saciada, abrazada entre los dos cuerpos fuertes, Uzuri pensó que podría tomar cualquier cosa que quisieran decir—. Dispara, Señor. Él le levantó la mano. Su barba oscura enmarcaba labios que le habían hecho cosas devastadoras hacía apenas unos minutos. Sus ojos, de color marrón oscuro a la luz tenue, se encontraron con los suyos. —Te amamos, Uzuri. —¿Qué? —Su corazón se detuvo. Simplemente se saltó un montón de latidos. Ella lo miró fijamente—. ¿Me amáis? —Te dije que no lo había pillado. —Max ahuecó su barbilla en su gran mano callosa y le hizo girar la cabeza—. Mírame, pequeña diablilla. Sus ojos se encontraron con los suyos. Ojos de policía. Penetrantes. Decididos. Su voz contenía un gruñido bajo cuando dijo: —Te amo con todo mi ser. Te quiero como mi mujer. Mi amante. Y mi sumisa. ¿Amor? No podía encontrar suficiente aire, y su voz salió en un susurro. —¿Tuya? —Mía… y nuestra. —Max miró por encima de su cabeza hacia su primo.

Con la mano en la mejilla, Alastair le volvió la cabeza hacia él. —Te amo, Uzuri. Tú eres mía… y nuestra. Te queremos aquí con nosotros. Con el calor, el amor, en sus ojos, su corazón se hinchó, llenando su pecho, colmando su mundo. —Me amáis. —Imposible. Asombroso. Maravilloso. La tierra misma parecía temblar mientras la alegría resonaba en su mundo. La amaban. Alastair y Max la amaban. Y querían que se quedara. Podría tenerlos a los dos. Podría cuidar de ellos. Podría ir a ellos cuando ella estuviera preocupada o molesta. Podría consolarlos cuando tuvieran problemas. Empujarles a hablar. Podría acurrucarse con uno por la noche y tener sexo con el otro. Despertar con unos brazos musculosos alrededor de ella. Porque la amaban. —OmiDios. —Sus dedos se cerraron alrededor de la mano de Alastair, y su mano izquierda buscó a tientas y encontró la de Max—. OmiDios. —Seh, correcto. Creo que lo pilló. —La risa en la voz de Max llevó su mirada a su rostro. —Yo también te amo —susurró ella. La diversión en los ojos de Max se transmutó a calor azul. Ella se giró para mirar la cara oscura de Alastair. Líneas limpias, mandíbula cuadrada, fortaleza en cada rasgo. —Te amo. —Lo sé. —Él la besó suavemente, tiernamente, persuadiéndola a una respuesta completa. Su firme mano la sostenía en el lugar mientras su beso se profundizaba, poseía... y poco a poco se volvió tan carnal que sus dedos se curvaron bajo la oleada de excitación. Cuando Alastair retrocedió, Max restregó los nudillos por la mejilla. —¿Estás preparada para tomarnos a los dos esta vez? ¿Ambos? ¿A la vez? Su boca se secó. Sin embargo, aunque todavía aterrorizada, la idea también era emocionante. Sus Doms reclamándola juntos. Ella se estremeció. —Sí. —Muy bien. —Alastair se inclinó y volvió a besarla. La habitación giró alrededor de ella mientras ella le daba todo lo que quería. Aunque percibió que Max abandonaba la cama, no se movió. No podía moverse.

Algún tiempo después, escuchó a Max decir: —Listo, primo. Soltándola, Alastair se puso de pie junto a la cama y se quitó la ropa. Ella suspiró con placer. Hombros anchos, estómago plano, erección larga, larga. Ingle perfectamente afeitada, la última vez él había hecho que le afeitara. Tal vez Max confiaría en que ella hiciera lo mismo algún día. Incapaz de resistir, le acarició el estómago con la mano. —Ven aquí, preciosa. —La sacó de la cama, haciéndola chillar, y la llevó hacia las puertas correderas de cristal. Las cortinas de color chocolate estaban echadas hacia atrás. En el patio exterior, los últimos rayos del sol poniente bailaban sobre las aguas del estanque. Max esperaba cerca de la esquina dentro de las puertas. Completamente, poderosamente masculino y magníficamente erecto. Varias correas de cuero colgaban de cadenas ancladas a un gran perno en el techo. —¿No colgaba algo más allí? —Ella miró el techo y a su alrededor. Sí, una maceta de potos dorados había colgado en la esquina del dormitorio anteriormente. —Buena memoria. —Max mantuvo abierta una correa. Alastair deslizó su pierna derecha en la abertura. Después de hacer lo mismo con su pierna izquierda, Max ajustó las correas a sus muslos. Mientras Alastair la volvía en sus brazos, Max rodeó sus brazos con otras correas. Una última banda de cuero corría entre dos cadenas para apoyar su espalda. Alastair movió sus manos hacia las cadenas que había junto a sus hombros. —Agárrate. Cuando ella lo hizo, Max sujetó sus muñecas a las cadenas con correas de velcro. —Sólo nos aseguraremos de que tus manos se mantengan fuera de nuestro camino. Su pulso dio un salto. Ambos a la vez. En un... Esto era un columpio sexual. Cuando Alastair la soltó y se alejó, miró fijamente las correas alrededor de sus muslos. El columpio sexual en Shadowlands se parecía a una hamaca de cuero en la que el sumiso se quedaría casi plano. Este, sin embargo... Con su peso apoyado en las correas de los muslos, estaba casi sentada. Esto era como un verdadero columpio. Siempre le habían gustado los columpios. Con una incontrolable risita tonta, trató de hacer que se meciera.

Max se rió entre dientes. —No te preocupes, diablilla. Pronto tendremos todo moviéndose de verdad. Cuando le separó las piernas y se puso entre sus muslos, se dio cuenta de que la altura del columpio era perfecta para... para la penetración. Su risa desapareció. Su intensa mirada azul se encontró con la suya. —¿Estás lista? Para dos pollas a la vez. Se mordió el labio. —Uzuri. —Al lado de ella, Alastair pasó su mano por su pelo suelto—. Queremos que pruebes esto una vez. Si no te gusta, no volveremos a jugar de esta manera. Pero y si... Su voz salió, temblorosa —¿Seguiréis...? —¿Amándote? —La expresión de Alastair se tornó tierna—. ¿Todavía me amarías si no me gustara el sexo oral? —Por supuesto. Eso no tiene nada que ver con... —Cuando Max bufó, lo pilló—.Oh. —Exactamente. —Agarrando su cabello, Max inclinó su cabeza hacia atrás y la besó lentamente, tomándose su tiempo. Oh, él podía besar muy bien. Cuando se detuvo, sintió a Alastair detrás de ella. Su duro pecho le calentó la espalda. Oh, oh, oh, iban a comenzar. Ella no estaba preparada. —Más vale que empieces, primo, antes de que nuestra princesa se ponga demasiado ansiosa. —La mirada de Max permaneció en su rostro, luego en sus manos donde tenía un agarre mortal en las cadenas—. Respira, cariño. Ella lo intentó, lo hizo, sólo escuchó a Alastair ponerse un condón, y él presionó su erección contra su ano, y se sintió mucho más grande que el tapón. Todavía estaba resbaladiza por el lubricante que habían aplicado antes, y… Cuando Max deslizó un dedo por su hinchado y sensible clítoris, se sacudió con fuerza mientras un increíble placer encendió en un fuego ardiente. —Oh, mááááásss... —Vas a tener más, cariño. La presión aumentó contra su ano. —Empuja hacia mí—susurró Alastair. Ella lo intentó, sabiendo que ayudaría, y después de un momento incómodo, la punta de su polla se deslizó dentro. Era enorme. Intentó volverse, empujarlo lejos, pero tenía las muñecas sujetas. Luchó, sintiéndose

empalada. Indefensa. Y la comprensión envió una oleada de placer a través de ella. —Tranquila, amor. —Su voz de barítono canturreando apaciguó sus nervios. Lentamente, con suavidad, se abrió paso. Cuando ella se retorció, Alastair le tomó el pecho derecho. Su otra mano se cerró con más fuerza en su cadera, sosteniéndola mientras su polla continuaba la penetración sin piedad hasta que su ingle presionó contra sus nalgas. Se inclinó para besar la curva entre el hombro y el cuello. —Todo adentro, cariño. —Vale. —Su trasero palpitó dolorosamente alrededor de la intrusión. Su voz se quebró mientras revisaba su respuesta—. S-sí, Señor. Enfrente de ella, Max la estaba estudiando de nuevo. —Sé que es incómodo, pero va a mejorar. La voz de Alastair resonó en su oído. —No hay prisa, amor. Acostúmbrate a la sensación. —No se movió. Jadeando levemente, permaneció quieta, sintiendo la cálida mano de Alastair en su pecho, la presión de la mano de Max acariciando su coño... y el dolor increíblemente abrasador en su trasero. Poco a poco, el malestar se redujo a una quemadura más leve, y... algo más. Algo lascivo y caliente se activó en su vagina, y una excitación desconcertante despertó. La mirada aguda de Max se elevó de su rostro hacia su primo, y asintió. —Excelente. —Sin prisa, Alastair se echó hacia atrás y ella lo oyó aplicar más lubricante antes de que presionara de nuevo. Su polla resbaladiza estaba fría al entrar en ella, y luego se calentó en su interior. A medida que entraba y salía, el deslizamiento pausado enviaba chisporroteos de electricidad directamente a su útero. Cuando la necesidad encendió un fuego en sus venas, ella tembló. —Allá vamos. —Con una mano, Alastair hizo rodar su pezón izquierdo. Cuando sus dedos apretaron más fuertemente, un zumbido impactante la atravesó, y su ano se cerró con fuerza, haciéndole reír—. Max, veamos cómo resulta. Cuando Alastair agarró firmemente sus caderas, ella supo lo bien que la habían colocado para ser tomada. Su coño y ano estaban exactamente a la altura correcta. Tenía las manos en alto y fuera del camino. De pie entre sus muslos abiertos, Max la besó ligeramente. —Pequeña diablilla —Ella se encontró con sus intensos ojos—. Dinos si algo duele.

Asintiendo, ella se preparó. No es que hubiera nada que pudiera hacer para ayudar o para obstaculizar. Y de alguna manera, su impotencia sólo aumentó el erótico placer y provocó un aleteo en su vientre. Las manos de Alastair se apretaron en sus caderas mientras se deslizaba fuera de su culo. Al mismo tiempo, Max presionó firmemente en su vagina hasta que su pene estuvo metido hasta la empuñadura. Se quedó sin respiración mientras se estiraba alrededor de la invasión caliente y gruesa. Sin detenerse, Max se retiró deliberadamente. Alastair empujó hacia adentro. La sensación…oh Dios, la sensación de ser follada por los dos era abrumadora. Todo allí abajo se estaba estirando. Las dos pollas entraban y salían, separados sólo por la más delgada de las membranas. El placer aumentó, hinchándose como velas, hasta que fue simplemente devastador. Su gemido llenó la habitación, y Alastair rió entre dientes. Mientras se retiraba, Max se inclinó para besarla ligeramente, su mirada azul fija en su rostro. —Puede tomar más, primo. Alastair se echó hacia atrás; Max se acercó. —Entonces vamos a darle más. —Con una mano en su cadera derecha, Alastair se acercó para cubrir su montículo. Sus dedos rozaron su clítoris. Al calor de la sensación, todo dentro de ella se apretó alrededor del rígido pene de Max. Max se echó a reír. —Oh, sí. —Su mano derecha agarró su cadera izquierda, sosteniéndola en su lugar. Con la otra mano, comenzó a atormentar sus pezones volviéndolos distendidas y doloridas puntas. Mientras los Doms se alternaban empujando y retirándose, el exquisito tormento se volvió tan intenso que empezó a temblar. Su vagina se apretaba cada vez con más fuerza alrededor de ellos hasta que cada pequeño movimiento abrasaba su mundo. El dedo de Alastair acariciaba implacablemente su clítoris. Su cuerpo se tensó, cada músculo se contrajo mientras sus entrañas vibraban alrededor de las penetraciones rítmicas de los Doms: por delante, por detrás, por delante, por detrás... —Oh, oh, oh. —Déjate ir, amor —susurró Alastair, y como si su cuerpo hubiese requerido el permiso, llegó al clímax... y cada oleada sucesiva del placer se volvía más y más

abrumadora. Su coño se apretaba con fuerza alrededor de una gruesa polla, luego su culo alrededor de la otra, y sus gritos resonaban en la habitación. Cuando las contracciones disminuyeron, y su corazón latía locamente en su pecho, los hombres redujeron la velocidad aún más, dándole tiempo para recuperarse. El columpio se balanceaba ligeramente. Sus sudorosas palmas estaban resbaladizas en las cadenas. —Gracias por confiar en nosotros, cariño. —Alastair besó la parte superior de su cabeza. —Mmmhmm. —Oh, cómo los amaba. Vio a Max sonreír, y la forma en que la miraba, como si ella le alegrara la vista, eso simplemente hizo que sus huesos se derritieran. —Agárrate fuerte, amor. —Max miró por encima de su cabeza hacia Alastair. —¿Qu-qué? —Uzuri agarró con fuerza las cadenas. —Buena chica. —Alastair rió entre dientes—Sí, ahora, Max. Sus manos se apretaron en sus caderas, y de repente, su velocidad aumentó. La larga polla de Alastair se clavó en su culo y se retiró en el momento que el grosor de Max empujaba en su coño. Su Doms la follaban duramente, rápido y con fuerza, alternándose sin piedad para que nunca estuviera sin una polla dentro de ella. Su espalda se arqueó mientras las gloriosas y vibrantes sensaciones se precipitaban por ella, elevando el placer a nuevas e imposibles alturas y ahogando al resto del mundo. Otro orgasmo estalló en deslumbrantes explosiones, haciéndola estremecerse tan intensamente que la luz de la habitación destelló como un relámpago. Sus dedos de las manos, de los pies, incluso el cabello le hormigueaban con las palpitaciones de su clímax. Alastair soltó con voz cavernosa su placer, enterrándose profundamente, incluso cuando Max también entró, y los dos la llenaron hasta el punto de dolor. Mientras gritaba ante el placer imposible, que destrozaba el alma, la rodearon con sus brazos, estrechándola entre ellos mientras se corrían. Los tres. Juntos. Y la sensación de su amor y cariño era la mayor alegría que jamás había conocido.

CAPÍTULO 29 —Sí,

bueno, estaré aquí. Lo siento. —Holt colgó antes de caer en la rudeza. El planificador de la estación de bomberos odiaba adaptarse a las lesiones, especialmente a las incurridas fuera del trabajo, y la llamada de Holt la tarde del sábado no le había hecho nada feliz. ¡Vaya mierda! Teniendo en cuenta que toda la estación sabía del ataque, el tonto del culo había tenido suficiente advertencia. Holt apagó el teléfono. Al menos estaba fuera de la UCI y en una sala de hospital normal donde podía ver a la gente y hacer llamadas telefónicas. Volviéndose ligeramente, se dispuso a poner el teléfono en la mesa bandeja de la cama. Cristo. Sólo moverse así le provocó estallidos de dolor en el intestino y la espalda. Un sonido lo hizo girar hacia la puerta. Dolor. Él ahogó un gemido. Sí, no te muevas tan rápido, idiota. —Oh, Dios mío. —Apenas dentro de la habitación, Nadia se lo quedó mirando con los ojos verdes sorprendidos—. Warren dijo que te habían herido. No había caído en la cuenta. Mírate. Gracias, no. Él miró hacia abajo de todos modos. Había gasas envueltas alrededor de sus brazos para evitar que se irritara todas las heridas de cuchillo recién cerradas arriba y abajo de sus antebrazos. Por lo menos, la horrible bata de hospital cubría los vendajes más grandes en su espalda y vientre. Sólo que... ella no estaba mirando nada excepto su cara. Tenía la mirada fija en el largo tajo desde el pómulo a la mandíbula y la cuchillada en su barbilla. Sin pensar, Holt tocó la línea de puntos. Los extremos rígidos del hilo se sentían como un maldito hilo de pescar. Intentando sonreír, dijo con ligereza: —Siento el desastre. El tipo tenía un gran cuchillo. ¿Por qué puta se estaba disculpando? No, dale un respiro. Ella había tenido una conmoción. Podía leer cada emoción que cruzaba por su rostro. Definitivamente una conmoción. También había un montón de repulsión. Holt carraspeó. —Nadia. ¿Has venido con una amiga? —Eh. Sí. —Señaló hacia la puerta—. Di me trajo para que pudiéramos salir y tomar unas copas. Es la hora feliz. —Ya veo. —No había planeado permanecer mucho tiempo, ¿verdad? Un nudo de

dolor no relacionado con sus heridas se instaló bajo sus costillas. Había pensado que tenían algo... más... pero al parecer no. Nadia era inteligente y era divertido hablar con ella, guapa, interesante y buena en la cama. Parecía que él había olvidado buscar compasión. Tal vez estaba estropeado por la generosa naturaleza de las sumisas de Shadowlands. —Entonces, ¿te encuentras bien? —Ella dudó y añadió a regañadientes—. ¿Hay algo que te gustaría que te trajera? No le importaría que le trajera una amante que no se largara cuando las cosas se pusieran feas. Sin embargo, eso no era lo que ella quería saber. Holt negó con la cabeza. —Estaré bien. Ve y disfruta de tu velada. —Suena bien. —El alivio en su sonrisa le dijo todo lo que necesitaba saber. Demonios, ni siquiera lo había tocado. Antes de que pudiera salir por la puerta, se incorporó y sufrió las consecuencias. —Nadia. Ella se volvió, tensa como si le preocupara que él le pidiera que se quedara. No en esta vida. —Te enviaré por correo las cosas que dejaste en mi casa. —En caso de que tuviera alguna duda sobre lo que estaba diciendo, agregó—: Espero que encuentres a un tipo que pueda hacerte feliz. Ella abrió la boca, se sonrojó, luego palideció... y salió por la puerta. Bien. Tenía que decirlo, esto apestaba. Después de pensar en su deprimente suerte con las mujeres, se dio cuenta de que estaba apretando los dientes. Porque le dolía. ¿Debería pulsar el botón de la intravenosa para un chute de medicamento para el dolor o ponerle huevo? Antes de que pudiera decidir, un pequeño torbellino entró en la habitación. —Holt. —Uzuri se detuvo al lado de la cama. Su expresión contenía la misma sorpresa que la de Nadia... y luego sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Oh, cariño! — Ella tomó su mano, siempre con mucho cuidado, apenas moviéndose después de ver los pesados ​vendajes en su muñeca y brazos. Sus dedos se apretaron alrededor de los de ella, y el dolor en su pecho aumentó. Había querido esto de Nadia. Seguro que era mejor darse cuenta pronto que había cometido un error con ella, pero ahora había un... vacío. —¿Duele? —susurró ella—. ¿Cuánto? ¿Puedo traerte algo? ¿Deberías tomar una píldora para el dolor o algo así? O... ya que es aburrido en los hospitales, debería ir a

buscarte algunos libros o tu iPod o... —Hey. —Mierda, dolía reír. Dolía de verdad. Necesitaba algo de medicación para el dolor. Por desgracia, el maldito botón de la medicación estaba enganchado junto a su almohada. No había manera de pulsarlo discretamente. Maldito si admitía el dolor y aumentaba la preocupación en sus grandes ojos. —No, no duele. Estoy bien. —Frunció el ceño—. No estás aquí sola, ¿verdad? —Ella vino con nosotros. —Max estaba cerca de la puerta. Un movimiento detrás de Uzuri llamó la atención de Holt. Alastair estaba junto a la cabecera de la cama. Miró el botón de control del dolor y levantó una ceja en una pregunta silenciosa. Tipo listo el doc. Holt asintió con la cabeza lo suficiente como para estar de acuerdo sin alertar a Uzuri. Él apretó los dedos de ella en cambio. —Me imaginé que los dos podríais estar cerca. Alastair sacudió la cabeza. El pobre hijo de puta había mentido a Uzuri sobre que no le dolía. Estaba casi apretando los dientes a causa del dolor. Lo mejor para Uzuri era no saberlo o se echaría a llorar. Se sentía lo suficientemente mal como para culparse del ataque de Kassab. Alastair miró el brillante ramo en la ventana. —Uzuri, ¿quién envió las flores? ¿Puedes comprobarlo? —Claro. Mientras caminaba alrededor de la cama hacia las flores, Alastair tranquilamente colocó el botón en la mano de Holt y enganchó el cable en un lugar mejor. El bombero apretó el botón y le dio a Alastair una mirada agradecida. —Son de tu estación de bomberos. —Uzuri regresó y tomó la mano de Holt como si pudiera de alguna manera quitarle todo su dolor. La terca pequeña descarada. Maldito infierno, no le gustaba tenerla fuera de su casa. No hasta que Kassab estuviera tras las rejas. Pero ella no iba a escucharlos. Max y él le habían dicho que no era seguro visitar a Holt y le ofrecieron alternativas. Skype, llamadas telefónicas. Alastair no sabía que ella podía gritar tan fuerte. De hecho, había tenido un completo cabreo, como Max lo había llamado. Uzuri había insistido en que tenía que ver a su amigo por sí misma, para asegurarse de que estaba atendido, para estar allí si la necesitara, para averiguar si quería algo, para traerle algunas golosinas si podía comerlas, y así sin parar.

Mientras la lluvia salpicaba contra la ventana con furiosas ráfagas, Alastair se inclinó para apoyarse contra el alféizar junto a Max. Su mujer podría pensar que no era valiente, pero él se compadecía de cualquier pobre bastardo que se interpusiera entre ella y alguien a quien amaba. Y los amaba. La alegría de eso cantaba a través de sus venas como una infusión masiva de endorfinas. Iba a quedarse. Lo cual era algo bueno, ya que él y Max tendrían problemas para dejarla ir. Su respuesta al follarlos a ambos había sido asombrosa, no sólo reafirmando el amor que le habían dado, sino también profundizando el vínculo que él tenía con Max. Compartir con su primo siempre se había sentido bien; compartir a alguien que ambos amaban era... más. Con su picardía, energía y dulzura, llenaba el lugar faltante en el triángulo de una manera que nadie más podría. Y los amaba. Lo amaba. Escuchó el viento que gritaba afuera y el martilleo de la lluvia en las ventanas y observó a su mujer. ¿Cómo se volvía cada vez más hermosa? Sus labios estaban hinchados, y sus mejillas estaban quemadas por la barba por estar casi veinticuatro horas haciendo el amor. Preocupada de que cambiaran de opinión acerca de visitar a Holt, ella no había tomado tiempo para ponerse maquillaje o tomarse mucho tiempo en su cabello. Alastair medio sonrió. Max había deshecho sus trenzas durante su juego, y su cabello se había extendido en todas direcciones. Después de mirar fieramente al policía, se había recogido el cabello rápidamente, hecho un largo rollo desde la coronilla a la nuca, y sin piedad lo sujetó con horquillas en su sitio. Bastante impresionante, en realidad. —Alastair, Max. —Rodeando a un pequeño portero que estaba hablando por el móvil, Dan Sawyer entró en la habitación, miró a Uzuri y volvió a mirarlos—. Ambos estáis sonriendo. ¿Entiendo que la recuperación de vuestra sumi ha ido bien? —Eres tan curioso como una chica, compañero —masculló Max—. ¿Hablaste con el Capitán sobre Zuri y este acosador hijo de puta? —Sí. Está completamente a favor de tenderle una trampa. De hecho, se va a quedar hasta tarde para reunirse nosotros cuatro cuando salgamos de aquí. —Dan, ¿estás aquí para hablar conmigo?—preguntó Holt. Dan se volvió. —Es bueno verte despierto. Y sí, tengo algunas preguntas. —Me lo imaginé. Aunque un par de detectives me entrevistaron antes, tenía un presentimiento de que os vería a ti y a Max. —Holt apretó la mano de Uzuri—. Déjame terminar con esto, cariño.

—¿Está bien hablar con él, Doc? —preguntó Max. Alastair lo examinó. La medicación había surtido efecto y los tensos músculos alrededor de los ojos y la boca de Holt se habían relajado. Se movía, en lugar de mantenerse rígidamente inmóvil. Alastair asintió con la cabeza hacia Max. —Está bien, entonces. —Max se acercó a la cama, Dan a su lado. Cuando Uzuri se paró al lado de Alastair, él frunció el ceño ante sus hombros caídos. —Puedes dejar de preocuparte ahora, amor. Se está recuperando. Ella asintió sin levantar la vista. Mmm. Él le levantó la barbilla. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Curvó su mano alrededor de su nuca y le preguntó en voz baja. —¿Qué pasa, mascota? —Su cara. Tendrá cicatrices, ¿verdad? Alastair vaciló. La verdad la lastimaría. Sin embargo, la honestidad era lo que daba a sus amigos, a sus pacientes y a sus amantes. A todo el mundo. —Sí. Ninguno de los nervios más profundos fue dañado, por lo que su movimiento no está afectado, pero tendrá una cierta pérdida de sensación por un tiempo. —La boca de Holt no estaba caída. Sus labios se curvaban hacia arriba igualmente por ambos lados—. Las cicatrices se desvanecerán lentamente hasta que todo lo que quedará serán líneas blancas. —Sin embargo, no desaparecerán completamente. Él nunca se verá igual. —Ella tomó una bocanada de aire temblorosamente—. Por mi culpa. —No. Esto no fue culpa tuya. —No debería haber venido a Tampa. O no debería haber hecho amigos. Debería haber sabido que Jarvis no se rendiría, que vendría detrás de mí. No debería haber dejado que Holt se mudara a mi casa. La angustia en su voz le apretaba el corazón, y él la acercó más. —Si Kassab no hubiera venido detrás de ti, ¿no buscaría a alguien más? ¿Tal vez alguien más vulnerable? —Tal vez. —Bajó la mirada—. Probablemente. —Bien entonces. —Alastair vio a Max inclinarse hacia adelante mientras Holt respondía a una pregunta. ¿De qué estaban hablando? —Ella es mía. Kassab dijo eso... un montón de veces. —Holt trató de rascarse la mejilla y se estremeció cuando sus dedos tocaron los puntos. Con un gruñido irritado,

dejó caer la mano—. Tengo un comentario acerca de que él es mejor que yo. —¿Mejor cómo? —preguntó Dan. Holt vio a Uzuri observando, y él le sonrió. —Yo diría que él quiso decir que era mejor en la cama ya que siguió con el tamaño de su polla. Y cómo yo no podía satisfacerla. Max resopló y miró a su pequeña sumisa. —Por lo general, esa mierda proviene de hijos de puta inseguros. ¿Qué dices, princesa? ¿Es inseguro? La piel de sus mejillas se oscureció ligeramente. —Si quieres decir que era mejor o la tenía más grande, entonces la respuesta es no. —Continúa. Uzuri le dirigió una mirada exasperada. —¿En serio? —Max meneó los dedos en un gesto de dame más. —Oh, bien. Él era de, um, una longitud promedio, y... um, ¿una polla como un lápiz? Y podría durar bastante, pero su idea de habilidad era subirse y bombear. —Ocultó su cara contra el pecho de Alastair. Él le dio un beso en la cabeza. —Gracias, amor. —La discusión entera le había revuelto las tripas y, sin embargo, sintió un poco de diversión ante su vergüenza. La comisura de la boca de Max se alzó cuando se encontró con la mirada de Alastair. Dan se rió entre dientes. —Es extraño cómo las mujeres pueden hablar de sexo exhaustivamente con sus amigas y avergonzarse tanto con cualquier otro. —No jodas. ¿Has escuchado a esas Shadowmascotas? —Max negó con la cabeza—. Podrían acomplejar a un tipo. Holt se rió, se agarró el costado, y gimió. —Joder, Drago, si vas a ser gracioso, hazlo en otro lugar. —Lo siento. —Max miró a Uzuri—. Pero es bueno saber lo que provoca al mamón. Nunca se sabe cuándo podría ser útil durante el proceso del interrogatorio. —Tengo que decir que esos interrogatorios deben ser una lectura interesante. —Holt sonrió abiertamente—. Vosotros los comedores de donuts sois francamente extraños. Uzuri soltó una risita y Holt le sonrió.

Max negó con la cabeza. —Por lo menos no siempre estamos jugando con nuestras mangueras como vosotros 17

jinetes profesionales de la boquilla . Cuando Holt fue a rascarse la cara, Alastair advirtió —¡No! Holt frunció el ceño. —Pica. Bajo el brazo de Alastair, Uzuri se giró para mirar y soltó un sonido indefenso. La expresión de Holt se suavizó. —Zuri, es simplemente un corte. No hay nada de qué preocuparse. —Va a cicatrizar —susurró ella. —Lo hará —coincidió él—. ¿Crees que me importa? —Pero... Llas mujeres... —¿Si Alastair consiguiera una cicatriz en su cara bonita, te alejarías de él? —Por supuesto que no. —Sus dedos agarraron la camisa de Alastair—. No digas eso. ¡Jamás digas algo así! —Bueno, queridos, esa es la clase de mujer que quiero. Si las superficiales renuncian, no lo veo como un problema. Después de un momento, los hombros de Uzuri se relajaron. Alastair le dio a Holt un gesto de gratitud. Bien manejado. Por otra parte, ¿había habido amargura allí? ¿Acaso Uzuri no había mencionado que el Dom tenía una novia estable? Dan revisó su reloj. —Necesitamos ponernos en marcha. —Sí. —Max miró a Holt—. ¿Vas a salir de este lugar pronto? —En un par de días. Debido a la puñalada del intestino, me estarán dando antibióticos por un tiempo. —Holt sonrió—. El arrendador termina la remodelación mañana, así que mi apartamento estará tranquilo. —Nos encargaremos de empacar tus cosas de casa de Uzuri y traerlas —dijo Alastair. Dan sonrió. —¿Te das cuenta de que estarás atascado con las Shadowmascotas por un tiempo, verdad?

—Como si fuera a oponerme por tener ayuda con la cocina y la limpieza— Los labios de Holt se curvaron—. Sed buenos amigos y enviadme a las solteras. Y pedidles que usen esos pequeños delantales con volantes que Z guarda en las cajas de disfraces. Sólo los delantales. Max resopló. —Sí, él se siente mejor. ¿Sumisas desnudas? Eso sonaba como Holt, pensó Uzuri, y aún... la semana pasada, había dicho que tomaba en serio a esa pelirroja. Uzuri frunció el ceño. —¿Deberíamos enviar un delantal a Nadia? —La cara de Holt se quedó quieta antes de que él dijera a la ligera. —Oye, yo juego a varias puntas. ¿Recuerdas? Juego a varias puntas. Correcto. Esa novia, esa perra, lo había plantado, ¿verdad? Lo había dejado cuando estaba hundido y herido. Uzuri apretó su mano. Si alguna vez se topara con la mujer, iba a haber algún tirón de pelo. O puñetazo. Ahora sabía cómo golpear. Obligándose a sonreír, le dio a Holt lo que necesitaba. —Holt, eres mejor jugador a varias puntas que cualquier tahúr que apueste en caballos. Le pediré al Maestro Z que te reúna unas cuantas potrancas preciosas. Sus labios se curvaron, aunque no había ninguna sonrisa en sus ojos azules. —Eres una buena amiga, Zuri. El corazón de ella se sentía como si se estuviera partiendo por la mitad. —Regresaré mañana. ¿Qué puedo traerte? —Será más seguro si te quedases lejos. —Su mirada se volvió hacia Max—. Mantenla... —Estaré aquí. —Su voz salió dura y mezquina ¿qué grosero fue eso? Ella se animó. Necesitaba comprarle un cómodo albornoz afelpado, color azul acerado para que coincidiera con sus ojos, por supuesto. ¿Qué más?—. ¿Qué tengo que traerte? Max bufó. —Podrías decírselo también. Amenazó con desaparecer si tratamos de evitar que te vea. Sus Doms Dragones. Uzuri los miró furiosa. De hecho, habían discutido cómo encerrarla. Por su propio bien. —Sumi obstinada—masculló Holt. Él le sonrió—. En ese caso, ¿qué tal mi libro electrónico del dúplex? —Luego negó con la cabeza. —No, ahora que lo pienso, está en

el trabajo. Ya que no me dejarán comer comida de verdad por un par de días, ¿puedes traerme un batido? Fresa. —Claro. —Uzuri lo besó ligeramente en la mejilla. Su libro electrónico estaba en el dúplex, ella lo había visto. Sin embargo, como sus Doms Dragones, él no quería que fuera al dúplex donde Jarvis había estado. En lugar de sentirse agobiada, todos estos protectores la hacían sentirse segura y... y cuidada. Todos irían juntos a buscar su libro electrónico. —Ven, mascota. Vámonos. —Alastair le tendió la mano. Tomando su mano, miró por la ventana. Los relámpagos brillaban erráticamente entre las nubes negras como el azabache. Los truenos retumbaban casi continuamente, y la lluvia golpeaba contra la ventana con feas ráfagas. Tendrían que salir corriendo hacia el auto. Fuera de la habitación, Dan lideró el camino. Sin dudarlo ni un segundo, Max y Alastair flanquearon a Uzuri mientras caminaban por el corredor del hospital hasta el ascensor. A Uzuri le encantaba que todos, desde conserjes hasta médicos, saludaran a Alastair con sonrisas, comentarios y bromas. —Drago. ¿Tienes un segundo? —En el pasillo del primer piso, en el camino hacia el vestíbulo, un doctor con el cabello corto y canoso los detuvo—. Tengo una pregunta sobre el régimen de medicación que Laring está siguiendo. —Por supuesto. —Alastair lanzó a todos una mirada de disculpa y se inclinó ligeramente para escuchar a su colega. Poniendo una mano detrás de la espalda de Uzuri, Max la guió fuera del camino de la gente que pasaba. Dan siguió. —Quería preguntarte, ¿oíste sobre el cuerpo que encontraron en St. Pete? Podría estar relacionado con uno de los nuestros. El informe del forense dice... Mientras los dos policías discutían el horrible asesinato, Uzuri rápidamente se apartó para no oír. Puaj. Los contenidos del estómago de una persona no debería ser un tema de conversación. Su teléfono sonó con un mensaje entrante, y ella lo sacó de su pequeño bolso, dando un paso más lejos. El identificador de llamadas decía RAINIE y los mensajes de texto de Rainie y Sally podrían ser extremadamente... pervertidos. Uzuri pulsó para abrir el mensaje. —SI NO QUIERES QUE ESA ZORRA DE RAINIE MUERA, MUEVE TU CULO A TRAVÉS DEL ESTACIONAMIENTO HASTA LA FURGONETA NEGRA. ¿Qué? El frío apuñaló en su pecho como una daga helada. Ella volvió a leer el

mensaje. ¿Zorra? ¿Rainie? El mensaje provenía del teléfono de Rainie... la comprensión la atravesó como un viento helado. Jarvis había enviado el mensaje. Tenía a Rainie. Sus rodillas amenazaron con ceder. Quería que saliera. Le haría daño. La mataría. Su boca se secó, y sus manos comenzaron a temblar tan fuerte que casi dejó caer su teléfono. No puedo. Agarrándolo con fuerza, se volvió hacia Max, tendiendo el teléfono. Abrió la boca. Su móvil sonó, y las palabras se desplazaron por la pantalla. —SI NO TE VEO INMEDIATAMENTE, ME IRÉ. ¿QUÉ TAN ALTO SALTARÁ LA PUTA? ¿Saltar? Había atropellado a Rainie o había hecho algo horrible. Si Max y Dan vinieran con ella, los vería. Mataría a Rainie antes de largarse. Mi Rainie. La mujer de gran corazón que había dejado todo para quedarse con Uzuri después del ataque en la casa de la Maestra Anne. Como Holt, Rainie sería lastimada o asesinada sólo porque conocía a Uzuri. No puedo dejar que eso suceda. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Salir? ¿Ir con Jarvis? Él me matará. Uzuri estaba paralizada. Sentía el corazón como si le saliera del pecho y no pudiera respirar. Soy una cobarde. No podía permitirse ser una cobarde. Rainie la necesitaba. El coraje es resistir durante un instante más. Ella podría hacer esto. Los hombres la detendrían. No había tiempo para hablar. Para explicar. Echó a correr. —Uzuri —Max sonó alarmado—. ¿Qué… Ella se volvió y lanzó el teléfono a Dan. —Dan, Jarvis tiene a Rainie. Haz que los Drago sean inteligentes. Mientras salía precipitadamente, corriendo hacia el vestíbulo, miró hacia atrás. Dan atrapó su teléfono en una mano y agarró la camisa de Max con la otra. Alastair estaba volviendo. Uzuri salió corriendo por la puerta principal y se detuvo cuando un estruendo de truenos estremeció el suelo. Como olas rompientes, la lluvia salpicaba el suelo, amainaba, y aumentaba, azotada por las ráfagas de viento. Las palmeras a lo largo de

los bordes del estacionamiento se inclinaban bajo la embestida del viento. El sol estaba oculto, como si la noche ya se hubiera puesto. Aterrorizada de que Max o Alastair pudieran atraparla, Uzuri se apresuró a alejarse de la entrada, y entonces se detuvo para escudriñar el oscuro estacionamiento buscando furgonetas negras. ¿Izquierda o derecha? Arbitrariamente, eligió la derecha. A mitad de camino de la primera fila de automóviles, frenó. Ahí. Una mujer permanecía inmóvil detrás de la puerta de carga abierta de una furgoneta negra mientras el escape formaba una niebla blanca alrededor de ella. Con el impermeable de un hombre enorme, con la capucha y el cuello subidos, Rainie era apenas reconocible. Oh no. Con las manos apretadas, Uzuri cruzó la acera y bajó el bordillo. La lluvia le empapó la ropa y el cabello mientras cruzaba el carril hacia la línea de automóviles, hacia donde debía estar Jarvis. Sus piernas, su cuerpo, todo dentro de ella gritaba en protesta. Cada paso adelante era ganado a costa de mucho esfuerzo. Corre, Rainie. ¿Por qué no corría? En algunos pasos más, Uzuri vio un collar de perro de cuero que estaba atado al cuello de Rainie. El collar estaba unido a una pesada cadena de metal que llegaba hasta el interior de la furgoneta. Las mangas del impermeable colgaban vacías. ¿Tenía las manos atadas a la espalda? Uzuri estaba lo suficientemente cerca como para ver cómo se había cerrado el final de la capucha para ocultar la cinta adhesiva sobre la boca de Rainie. Con la lluvia torrencial, nadie se daría cuenta. Si lo hicieran, Jarvis probablemente los mataría. Al verla, Rainie negó con la cabeza frenéticamente y luego la movió para que Uzuri escapara. ¿Y si Uzuri se largara? El texto del mensaje le había preguntado: “¿Qué tan alto saltará la puta?” Si Jarvis se alejaba conduciendo, Rainie sería arrastrada detrás de la furgoneta. Por el cuello. ¿Dejarte aquí? Nunca. Cuando Dan agarró su camisa, Max se volvió y levantó el puño. —Suelta. —Espera, Drago, maldita sea. Alastair, ¡ven aquí! —Dan arrastró a Max por el pasillo. Cuando entró en el vestíbulo, lo suficiente para ver por las enormes ventanas, puso el teléfono de Uzuri en la mano de Max—. Lee eso.

Las tripas de Max se tensaron. —Jesús, no. Alastair se inclinó sobre el hombro de Max para leer. —¿Kassab tiene a Rainie? —Espera. Uzuri está cruzando hacia los coches. Hacia una furgoneta negra. Rainie podría estar en la parte trasera. —Soltando a Max, Dan entrecerró los ojos—. ¿Por qué no se mueve Rainie? ¿Está atada a la furgoneta? ¿Es por eso que la amenaza? Max frunció el ceño. Una vez que Kassab agarrara a Zuri, se iría. Sin embargo, también se largaría si se sintiera amenazado, o si Max y Dan salieran corriendo del edificio hacia él. Maldita sea, ¿en qué estaba pensando la pequeña sumi? Alastair agarró su hombro. —Uzuri intentará ganar tiempo. Momento de inspiración. Por supuesto que lo haría. Sabría que irían detrás de ella. Haría lo que pudiera. Max se acercó lentamente al vestíbulo lo suficiente como para evaluar el estacionamiento. La furgoneta estaba aparcada de modo que la parte trasera daba al hospital. Si Kassab estaba en el asiento del conductor, el único disparo posible sería a través de una ventana lateral. —Sí, ella intentará retrasarlo. —Max miró a Dan—. Alastair y yo llamaremos su atención a la izquierda. Ve a la derecha. Si podemos disparar antes, lo haremos. Tú dispara si tienes tiro. Con el teléfono en el oído, llamando para pedir ayuda, Dan asintió. Con expresión sombría y decidida, Alastair se encontró con la mirada de Max. —La conseguiremos, primo. Vamos. —El sudor del miedo se deslizó por las palmas de sus manos mientras Max guiaba el camino a través del vestíbulo. Cuando las puertas de entrada se abrieron, Alastair y él salieron. Una lluvia dura y fría lo golpeó. El viento le azotaba el cabello mientras giraba a la derecha. La furgoneta estaba en la línea de coches. Había sido echada lo suficiente adelante para bloquear también el espacio en frente. Hijo de puta inteligente. Podría avanzar en lugar de retroceder. El tubo de escape blanco mostraba que el motor estaba en marcha. —Usemos ese paraguas tuyo. Alastair abrió su enorme paraguas, cubriéndolos a ambos. Una mirada a la puerta del hospital mostró que Dan estaba saliendo. Max se detuvo. —Espera, primo. —Cada célula de su cuerpo quería atacar a Kassab y recuperar a Uzuri. En vez de eso, esperó.

Subiéndose el cuello contra la lluvia, Dan pasó de largo. Lentamente, Uzuri se acercó a Rainie y le palmeó el hombro. —Hey, chica. —¿Tal vez podría quitar el collar? No. Un brillante candado nuevo cerraba el collar y unía la cadena a la anilla en forma de D. —Ya era hora que llegaras aquí, coño estúpido. —El repiqueteo de la lluvia y las ráfagas de viento casi ahogaron por completo la voz áspera. Pero no del todo. La vil satisfacción que escuchó le heló la piel y le secó la boca. Sus pies no se movían. —Entra aquí, perra. —Su grito probablemente no podía ser oído por nadie a más de unos pocos metros de la furgoneta. Un gemido escapó de ella. Una vez más, Rainie negó con la cabeza e hizo un sonido apagado junto a la cinta adhesiva. —Corre. ¿Dejar a Rainie morir? Nunca. El miedo no amainó, pero pudo moverse de nuevo. Temblaba tanto que el suelo se sentía inestable. Cálmalo. —Estoy en camino. Señor. Entretener. Sus Doms vendrían; lo sabía. Tenía que asegurarse de que Jarvis se quedara aquí. Tengo que hacer esto. Siempre muy lentamente, pasó por delante de Rainie y se subió a la parte trasera de la furgoneta, raspándose las rodillas en el áspero borde. Recordó lo que Max había dicho. Al entrar en una pelea, sabes que puedes ser herida, pero cariño, quiero que estés totalmente decidida a ser la única que estará de pie al final. Sólo obsérvame, Señor. Cuando se puso de pie, su cabeza rozó el techo. La puerta lateral corrediza estaba abierta a la izquierda y una serie de relámpagos iluminaron el interior. La furgoneta de carga estaba vacía, a excepción de una larga caja de herramientas de camiones a lo largo de la pared derecha sin ventanas. La cadena de Rainie corría por el suelo y estaba cerrada con candado a un perno metálico por encima de la caja de herramientas. La luz destelló en el cuero cabelludo afeitado del hombre en la furgoneta. Una oleada de miedo la congeló en el lugar. Oh, Dios, no. Verlo de nuevo era como entrar en una pesadilla. Enorme cabeza ovalada, cuello grueso, con la constitución de un toro. Vaqueros deshilachados y camiseta negra sin mangas manchada. El techo bajo le obligaba a agacharse un poco. Estaba lanzando una pistola de una

mano a la otra. Uzuri no podía apartar los ojos de ella. Un arma. Tenía una arma. —Sí, ahí estás. Perra engreída. Crees que eres demasiado buena para mí. Demasiado inteligente para mí. —Su rostro se retorció, su labio superior se elevó en un gruñido—. Me enviaste a la cárcel. ¿Quién es el inteligente ahora, zorra? He estado viniendo aquí por meses, y nunca te diste cuenta. ¿Te gustó el ratón muerto? —Estoy aquí, Jarvis. ¿Qué quieres? —Ella se paró fuera de su alcance, tan aterrorizada que apenas podía respirar. Por favor, venid ahora, Señores. —Eres una maldita estúpida, ¿verdad? Te quiero. Y ahora te tengo. —Su risa fue un feo chirrido. Se enderezó un poco y metió la pistola debajo del cinturón en la espalda. Y se abalanzó hacia ella. Uzuri se echó hacia atrás de un salto, instintivamente bloqueó y se movió de lado, y de alguna manera, su pie le golpeó con fuerza en la rodilla. —¡Perra! —Él no cayó. No bastante fuerte. La voz de Max la reprendió. “Pégame como quieres” Jarvis se volvió hacia ella, y Uzuri avanzó y le dio un puñetazo en el ojo con toda su fuerza. —¡Maldita zorra! Su victoria momentánea terminó cuando su puño la atrapó en la mejilla y la hizo golpearse contra el asiento del pasajero. El dolor ardió por su rostro y ella sacudió la cabeza. En la furgoneta oscura, lo oyó moverse y golpeó a ciegas. Su puño se estrelló contra su estómago. Él gruñó. Ella se agachó de lado. Su revés le alcanzó en el hombro en lugar del rostro... y aun así la envió al suelo. Él la pateó en el vientre, haciéndola curvarse en una bola de dolor. Ella respiraba con dificultad, herida y dolorida. En la parte trasera, Rainie trataba frenéticamente de subir. Con las manos atadas detrás de su espalda, ella no podía impulsarse. Agarrando la camisa de Uzuri, Jarvis tiró de ella y la arrojó hacia la caja de herramientas. Su cadera golpeó contra el borde del metal con un dolor desgarrador. Con la mitad del cuerpo tumbado a lo largo de la caja, levantó las piernas y pateó y pateó. Le dio en el muslo, en la rodilla, en su... Él la abofeteó, le golpeó la espalda y la agarró de la muñeca. Una esposa se cerró sobre ésta.

Con su mano libre, le dio un puñetazo en la boca y sintió sus dientes contra los nudillos. —Jodida puta. —Agarrando su cabello, le golpeó la cabeza contra la pared de la furgoneta, una vez, dos veces. Aturdida, mareada, herida, se desplomó sobre la caja de herramientas. —Voy a disfrutar de cortarte en pedazos. Maldita perra. —Bruscamente, le esposó la otra muñeca y ella se dio cuenta de que la pesada cadena cerrada con candado a la pared de la furgoneta corría entre sus brazos y luego hacia Rainie. —Ahí tienes, puta estúpida. Así es como me gustas. La caja de herramientas estaba fría debajo de sus muslos. Vacilante, cerró sus manos alrededor de la cadena para sostén. Retardar. —Nunca te saldrás con la tuya, idiota. —Ella le dio una patada, incapaz de conseguir ningún apalancamiento. Sabiendo que la había herido. Bastante segura de que no la apuñalaría o le dispararía. Todavía. Su revés le movió la cabeza hacia un lado. El dolor... Oh Dios, dolió. Mientras la sangre goteaba caliente por su barbilla, el miedo se elevaba como un fuego incontrolado en su interior, y ella se encogió lejos de él. —Esto ya es otra cosa. No me insultes. Nunca. —Enderezándose, la agarró otra vez del cabello y tiró de su cabeza hacia adelante y hacia atrás. Su pelo empapado en la lluvia, tan cuidadosamente enrollado, recogido y sujetado, cayó sobre su rostro. La bofetada de humedad en su mejilla ardiente reavivó su rabia. Hijo de puta. Un rayo iluminó la camioneta y le mostró a Rainie todavía de pie frente a la puerta trasera. Debes. Continuar. Con o sin dolor, con o sin miedo. El coraje es resistir durante un instante más. Sus Doms estaban viniendo. Y, aunque la lucha parecía durar para siempre, probablemente no habían pasado más de un par de minutos. No podía dejar que se metiera en el asiento del conductor. ¿Qué podía hacer? ¿Gritar? Con un estacionamiento vacío y la lluvia repiqueteando, nadie vendría. Él se alejaría. ¿Seducirlo? La risa histérica brotó. Él no creería en ninguna seducción, no ahora. ¿Hablar? Le gustaba hablar. —Jarvis. —Ella puso un tembloroso quejido en su voz. O tal vez ya estaba allí—.

Deja ir a Rainie. Hice lo que dijiste. Por favor. —Eres la más estúpida de las perras. —Sonriéndole, sacó su pistola de detrás de la espalda y caminó hacia la parte trasera de la furgoneta. —No. No, no le dispares. —Uzuri luchó por ponerse de pie. Y al lado de la caja de herramientas se oyó un pequeño gemido. Un relámpago reveló una naricita saliendo de las sombras al lado de la caja de herramientas. Una lengua diminuta le lamió el tobillo. ¿Qué estaba haciendo un cachorrito en la furgoneta? Ella empujó suavemente al cachorrito de nuevo en las sombras. Ocúltate, bebé. Cerca de la parte trasera, Jarvis miraba por la puerta posterior. Justo afuera, Rainie permanecía quieta, temblando de frío. Cuando vio a Jarvis, levantó la barbilla. —¿Crees que eres valiente? —Apuntó con la pistola a Rainie—. No te muevas, perra, o será bang, bang, bang. Uzuri contuvo la respiración, tratando de no llorar, de no gritar. Le dispararía a Rainie, por la más mínima razón. De prisa, Señores. Jarvis retrocedió, agarró las esposas de Uzuri y tiró. —No está mal. Puedes sentarte y ver a tu perra grande rebotar detrás de la furgoneta. Verla morir. Uzuri luchó por respirar. —Hijo de puta. ¿No… —Sí, ella fue un maldito buen polvo. —La voz de Max llegó de algún lugar cercano. Las palabras pronunciadas de manera incorrecta, su voz lo suficientemente fuerte como para ser escuchada por la lluvia. Parecía borracho—. Para una chica negra. ¿Cómo se llamaba? ¿U-Zur-algo? —¿Qué? —Con los ojos como platos, Jarvis giró y saltó hacia la puerta lateral abierta. El miedo helado atravesó a Uzuri mientras él sostenía la pistola junto a su pierna. Max, Dios mío, Max. Te disparará. ¡Aléjate! Y si Max estaba allí, también Alastair. Por ella. ¡No no no! El pánico era una marea creciente que desgarraba sus pensamientos en pedazos mientras tiraba frenéticamente de la cadena que le impedía atacar a Jarvis. El relámpago brilló, y su mirada se encontró con la de Rainie. Rainie, todavía de pie fuera de la furgoneta. Encadenada. Encadenada.

Con dedos temblorosos, Uzuri levantó la mano y tiró de los pasadores de su pelo. Retrasar, pensó Alastair. Había un coche entre ellos y la furgoneta de carga negra. Estaban lo bastante cerca para ser escuchados, no lo suficientemente cerca como para espantar al hijo de puta. Inclinó el paraguas para mantener sus rostros en la sombra sin obstruir la vista de la furgoneta. El interior del vehículo de Kassab estaba oscuro. Ocasionales destellos de relámpagos mostraron movimiento dentro. Un hombre estaba parado en la puerta lateral abierta. —Mierda, es una pistola lo que está sosteniendo. —Max levantó su voz otra vez—. Deberías haber estado allí, amigo. La perra podía follar. Al otro lado de la furgoneta hubo un manchón más claro. ¿Esa camisa pálida era de Uzuri? Ella estaba en una línea detrás de Kassab. Alastair quería maldecir. Max no podía disparar sin un alto riesgo de darle a Uzuri. Dan tendría que encontrar un tiro claro de alguna manera. Empuja los botones del hombre, había indicado Max... y la historia de Holt les había dado unos cuantos. —Me gusta la carne oscura. —Alastair habló en voz alta y pronunció sus palabras en una imitación del acto borracho de Max—. Eres un hijo de puta afortunado. ¿U-Zuralgo se divirtió? —Lanzó a Max la pista verbal, sabiendo que su primo lo entendería y aprovecharía. —Oh, mierda sí, ella disfrutó. —Max infló el pecho—. Dijo que tenía la polla más gruesa que jamás había visto. Amaba todo lo de mi polla, y oye, te la chupa como una aspiradora Hoover. Por el rabillo del ojo, Alastair vio enderezarse la forma en la furgoneta. El pez estaba enganchado. Palmeó la espalda de Max. —¡Te felicito! Dios sabe que eres lo suficientemente grande como para hacerla feliz. Max soltó una risotada, lo suficientemente auténtica para que probablemente sólo Alastair pudiera oír la tensión por debajo. —Ella seguramente apreció mi repertorio. La mayoría de las perras lo hacen, ya sabes. Alastair trató de arrastrar su respuesta. —¿Qué quieres decir? —Tienes que hacer más que el misionero, ya sabes. Parece que algunos idiotas piensan que follar sólo es subirse y bombear. ¡Estúpidos! Alastair podía sentir las oleadas de furia desde la furgoneta. Sin embargo, Kassab no se había movido. Estaba allí de pie en la puerta. Dan debería estar en posición a punto

de... —Mierda santa, ¿ese tipo tiene un arma? —El grito del hombre desde el otro lado de la furgoneta dijo que Dan debió haber sido descubierto. Mierda. Max maldijo y buscó su arma. —¡Hijos de puta! —Kassab alzó la pistola. Max se estrelló contra Alastair, golpeándole contra un coche. El agudo chasquido del arma de Kassab fue seguida por un golpe metálico cuando la bala golpeó un vehículo. Incluso cuando la puerta lateral de la camioneta se cerró de golpe, Max se lanzó hacia el lado del conductor. Rainie. Alastair corrió hacia la parte trasera de la furgoneta. El motor de la furgoneta había estado en marcha, y el hijo de puta pisó a fondo el acelerador. El vehículo salió disparado hacia delante. Alastair corrió tras él. Otra pistola disparó. Más alto. La furgoneta giró bruscamente, descuidadamente, para evitar un automóvil que se aproximaba y giró hacia la izquierda. Derrapó. Max disparó. El rugido del motor se detuvo. La furgoneta desaceleró hasta una marcha lenta. Alastair agarró la puerta trasera que se bamboleaba, temiendo ver el cuerpo de Rainie. Nadie. No, Rainie. Tampoco Uzuri. La parte trasera de la camioneta estaba vacía. Alastair se volvió y miró a su alrededor. No había cuerpos en el pavimento. La puerta del pasajero se abrió. Dan levantó la mano y encendió la luz de arriba. Sacudió la cabeza ante algo que estaba oculta a la vista de Alastair por el asiento del conductor. —Mierda. Max abrió el lado del conductor y su cara se tensó. Miró de nuevo a Alastair. —No puedes ayudar aquí, primo. Fue un tiro a la cabeza.

Alastair se volvió, Dan preguntó: —¿Dónde están nuestras chicas? Esa era una excelente pregunta. Con el cachorro en los brazos, Uzuri se acurrucaba contra un neumático, temblando y dolorida. ¿Se había acabado? El miedo por sus hombres era una corriente fría que corría por sus venas. Había oído el sonido de armas de fuego. ¿Estaban heridos? Sin embargo, después de escuchar los comentarios de Max y Dan sobre civiles heridos en tiroteos, sabía que tenía que mantener la cabeza baja. —¡Uzuri! —Esa era la voz de Alastair. Él estaba vivo. Ella gimió de alivio. Rainie se levantó de donde estaba agachada. —Vamos, amiga, suena como que la guerra ha terminado. Ese imbécil gilipollas está acabado. —Después de enroscar la larga cadena sobre un brazo, le tendió la mano. Su muñeca mostraba abrasiones sangrantes de las cuerdas que Jarvis había utilizado para atarle los brazos a la espalda. Uzuri se había pelado los dedos desatando los nudos. Por supuesto, ambas habían estado histéricas en ese momento. Lo que probablemente fueron sólo minutos parecieron horas. Ella sujetó al tembloroso cachorro, apretó los dientes cuando las esposas le magullaron las muñecas, y agarró la mano de Rainie. Rainie la levantó. Dolor. Dolor en todas partes. Su estómago, la pierna derecha y el hombro dolían como... como mucho. Y su cadera, también. Su cara. Y no importaba en absoluto. ¿Por qué Max no había llamado? ¿Dónde estaba? Cojeando, corrió tras Rainie. Cuando salió de la fila de automóviles, miró hacia la furgoneta negra de Jarvis. Se había movido, estaba en un carril normal. A distancia de la furgoneta, Alastair caminaba por un lado, Dan por otro, obviamente buscando en el estacionamiento. Su Alastair estaba bien. Gracias Señor. Y allí…allí también estaba Max. Sus dos hombres. Sus piernas se debilitaron ante el aluvión de alivio. Max la vio. —¡Zuri! —Ella se puso a correr de manera vacilante y lo encontró a medio camino, chocando contra él tan fuerte que lo hizo retroceder un paso. Sus brazos se cerraron alrededor de ella, dolorosamente, todo músculo de hierro, fuerza… y ​seguridad. Aquí. Aquí estaba el hogar. Medio llorando, con el rostro enterrado contra su duro pecho, se dio cuenta de que

su mejilla estaba contra la parte superior de su cabeza mientras murmuraba palabras de cariño y maldiciones. —Joder, me has dado un susto de muerte. —Te amo. —Deberías ser azotada. Su risita salió alta e histérica, pero mejor que sollozar. Ella alzó la cabeza y vio que Dan abrazaba a Rainie contra él con su teléfono en la otra mano. Probablemente llamando a Jake. A un paso de Max, Alastair estaba haciendo gestos hacia los coches de la policía que entrando en el aparcamiento. Al verla mirándolo, abrió los brazos. Después de dejar el cachorro en los brazos de Max, cayó contra Alastair, temblando contra su sólido cuerpo. Tan cálido. El estruendo de su voz en su pecho fue el sonido más reconfortante del mundo. Ella aspiró su perfume maravillosamente masculino mientras la abrazaba aún más estrechamente. —Estaba muy asustada por vosotros —susurró. Muy asustada. De hecho, más asustada de lo que debería haber estado. Frunciendo el ceño, ella retrocedió, y su voz salió alta y enojada. —¿En qué estabais pensando? ¡Prácticamente le pedisteis que os disparara! La profunda risa de Alastair estalló. —Necesitábamos tiempo para que Dan encontrara una posición... y para evitar que se largara contigo. —La apretó contra él, besándola firmemente. —No se suponía que algún civil preocupado tuviera que meter la nariz—masculló Max. —¿Está... —Uzuri miró hacia la furgoneta. —Está muerto, cariño —murmuró Alastair. Uzuri apoyó la frente contra su pecho. Muerto. Tal vez, algún día lloraría la pérdida de la vida de Jarvis. Todo lo que podía sentir ahora era alivio. Dan estaba hablando con Rainie, sonando incluso más brusco de lo normal. —Estabas encadenada encontraríamos...

a

la

furgoneta.

Cuando

arrancó,

pensé

que

te

La encontrarían muerta. El pensamiento hizo a Uzuri temblar más fuerte. —Yo también. —El intento de Rainie de reír salió rasposo—. Pero Uzuri forzó el

candado que sujetaba la cadena a la furgoneta. —¿Ella qué? —Dan se volvió para mirarla. Rainie asintió con la cabeza. —Quitó el candado y corrió hacia la puerta cuando la furgoneta arrancó. —Me caí de la furgoneta —gruñó Uzuri. Era una heroína muy elegante. Con las esposas y el cachorro en sus brazos, no podía sostenerse en absoluto. —¿Forzó la cerradura? —preguntó Dan—. ¿Dónde diablos has aprendido a hacer eso? —Ben me enseñó. —Parecí que habían pasado años desde el día que ella había estado tan encantada de meterse en las bolsas de sus Señores. Tendió las muñecas—. No pude quitarme las esposas. —Forzaste la cerradura. Brillante. —Alastair la abrazó con fuerza suficiente para exprimir el aliento de su cuerpo—. Y valiente. Max asintió. Su orgullo y aprobación fueron suficientes para instalar un pequeño sol dentro de su pecho. La mirada de Rainie era tierna. —Podrías haberme dejado allí. —Ella se estremeció y parpadeó fuerte antes de darle a Uzuri un firme asentimiento—. Gracias. Pensaban que ella era valiente. El coraje es resistir durante un instante más. Había sido valiente. Max sacó su llavero del bolsillo. —Tengo una llave de repuesto. Dame las muñecas. —Después de entregar el cachorro a Alastair, abrió las esposas. Su expresión se tensó cuando vio los rasguños sangrando. —Creo que le debemos a Ben una cena con bistec—murmuró Max a Alastair. —Estoy de acuerdo. —Entonces, cuando el cachorro comenzó a moverse para regresar con Uzuri, Alastair frunció el ceño como si se diera cuenta de lo que Max le había entregado. —¿Por qué tengo un cachorro? ¿De dónde viene? —No lo sé. —Uzuri tomó al cachorro de nuevo, y este le bañó el cuello con deleite. —Fue un cebo, y lo usó para conseguirme. —Rainie soltó un gruñido enfadado—. Lo llevó a la clínica veterinaria y dijo que tenía tres más para traer a vacunarles. Que

habían abierto la caja donde estaban y si podía ayudarlo a traerlos. Dan gruñó. —Por supuesto, fuiste derecha. —Bueno, sí. —Rainie parecía contrariada—. Él abrió el lateral y dijo: Agarra a ese, y cuando me incliné para mirar, eso fue todo. Uzuri sujetó al cachorro hacia ella. —Toma, te lo ganaste. —Rainie negó con la cabeza—. Jake no me dejará tener más perros y… —sonrió—. Está encariñado contigo. ¿No te das cuenta? —No puedo... Max sonrió. —Parece justo. Creo que has extrañado tener un perrito. —Pero ya tenéis un perro. —Ya tenemos un perro —la corrigió Alastair—. Hunter disfrutará de un amigo. Al parecer éste es pequeño. —Una mezcla de terrier-poodle, diría yo —dijo Rainie—. Tendrás una bola de pelusa total que se quedará en el tamaño de regazo. Uzuri abrazó al cachorro, sintiendo que su corazón rebosaba. Max miró a Alastair. —No sé si has visto cómo cojea. Tienes que revisarla. A Rainie, también. Alastair sonrió por encima de Rainie. —Vamos a pasar por Urgencias. —Luego tocó la mejilla de Uzuri suavemente—. Una vez que salgamos de este lío, vamos a discutir cómo nuestra sumisa nos asustó a muerte. Si no está muy herida, sólo la zurraré un poco antes de que liberemos nuestras preocupaciones de otra manera. —¿Me zurrarás? —Ella le frunció el ceño. Y entonces, al ver el ardiente calor en sus ojos, su cólera chisporroteó y una llama se encendió en su vientre. Pensándolo bien, también tenía algunas preocupaciones que soltar. Aún así... —Disculpadme, oh maravillosos Doms Dragones, pero pedí ayuda, ¿no? Y sabía que vendríais. —Bueno, eso es verdad. Confiaste en que viniéramos detrás de ti, y fuiste muy valiente. Obtienes un pase en las nalgadas. —Max tocó su cara magullada suavemente

—. Está helada, primo. Vamos a revisarla y a llevarla a casa. Luego la calentaremos de adentro hacia afuera. —Se inclinó y susurró. —Porque necesito estar enterrado profundamente dentro de ti... muy profundamente. Las rodillas de Uzuri casi cedieron. La risa de Alastair la sacudió. —Tenemos un plan. Algo que esperar con impaciencia. —Tocó su boca contra la suya—. ¿Sabes cuánto te amamos, nuestra pequeña y valiente diablilla? Habían arriesgado sus vidas para salvarla. Sí. Lo sabía.

CAPÍTULO 30 Una semana antes del Día de Acción de Gracias, Uzuri llegó a la entrada y aparcó en el garaje. Incluso mientras salía del coche, estaba mentalmente apuntando todo lo que tenía que conseguir antes de que se dirigieran a Colorado para las vacaciones. Al rancho de la familia Drago. Con todos los Drago. Una manera de aterrorizar a una chica. ¿Qué ropa usaba la gente en un rancho en Colorado? Antes de llegar a la puerta desde el garaje oscuro a la cocina, oyó una ráfaga de agudos ladriditos y el ladrido más bajo de Hunter. Las patitas de Dior arañaban al otro lado de la puerta mientras el cachorro trataba de abrirse paso. Oyó la risa relajada de Max. —Tranquilo, chucho. Ya viene. Él le abrió la puerta y ella entró en la luz y el calor. El aroma de jengibre y ajo la rodeó. Chino. Alastair debía estar cocinando. —Ya era hora que llegaras a casa. Intercambia. —Con su habitual camiseta negra y pantalones vaqueros, Max tomó su bolso y su maletín. Dejó el cachorro esponjoso en sus brazos, luego se robó un beso, incluso mientras Dior lamía frenéticamente el cuello de Uzuri. —Mmm, sabes bien—murmuró. Él la acercó más y le dio un beso más profundo—. Bienvenida a casa... y llegas tarde. —¿Tarde? —Ella le frunció el ceño y se inclinó para rascar y abrazar a Hunter—. No llego tarde. Siempre llego a casa a esta hora. Con una camisa color crema, de manga corta y chinos, Alastair se acercó y le entregó una copa de vino. También tomó un beso, aprovechando al máximo el hecho de que ella tenía un caniche y vino en las manos. —Te echamos de menos, por lo tanto, llegas tarde. —Oh. —Curiosamente, eso casi tenía sentido—. Yo también os extrañé, así que supongo que llego tarde. —La cena será dentro de media hora —dijo Alastair—. Mientras tanto, dejamos algo para ti junto al estanque del jardín. —Oh. Vale. —¿Había pedido algo y se había olvidado? Después de un sorbo o dos o tres de vino, besó a Dior, lo dejó en el suelo y salió al patio. Esta tarde, el sol se estaba

poniendo, y el color rosado estaba coloreando las esponjosas nubes en el azul oscuro. El aire estaba fresco con el rocío de las salpicaduras del estanque. Mmm. ¿Estaban esas muñecas Barbie dispuestas en las piedras junto al agua? ¡Ay no! La última vez que los chicos se habían metido con sus muñecas fue después 18

de que reprogramó los tonos de sus teléfonos para que sonara “It's a Small World” . En ese momento, el doctor Dragón había sostenido una paleta; el detective Dragón había estado apoyado sobre un enorme consolador. Había sido una gran noche. Pero ella no había hecho ningún truco últimamente. Después de tomar otro sorbo de vino para darse coraje, puso su vaso sobre una mesa y se acercó al estanque. Su muñeca Zuri estaba desnuda y arrodillada. De acuerdo, eso no era espantoso. Ella era sumisa, después de todo. Vestido con una camisa de manga corta y chinos, el Doctor Dragón estaba de pie sobre la muñeca Zuri, sosteniendo un brazalete de oro en forma de esposas. Un brazalete auténtico. El extremo de adelante tenía la forma de un dragón con ojos de rubí y cejas de diamante. El del final contenía más diamantes. Con pantalones vaqueros y una camiseta negra, el Detective Dragón sostenía un pequeño candado dorado en forma de corazón, también adornado con diamantes. —¿Qué es esto? —susurró. —No tenemos una relación de Maestros y esclava, no una de veinticuatro horas, y sin embargo... queríamos algo para simbolizar lo que compartimos.— Sonriendo ligeramente, Alastair se había aproximado silenciosamente. Se acercó a ella y tomó el brazalete de su réplica—. No creímos que te gustaría un collar tradicional de esclava. Igual de silenciosamente, Max apareció para estar junto a su primo. —Tradicional o no, queríamos una manera de mostrar, y para que todos nosotros recordemos, que perteneces a tus Doms Dragones. La voz de Alastair se profundizó. —Desnúdate, amor. Ella los miró fijamente. Había vivido con ellos un mes, había sido sumisa durante un mes, y creía que su relación estaba... definida. No había pensado que faltaba nada, así que ¿cómo habían sabido que quería algo más tangible? Las palabras y los símbolos. Su corazón comenzó a palpitar mientras se quitaba los zapatos de tacón. Siguieron su vestido, su sujetador y su tanga. A medida que se quitaba cada prenda, se deslizaba hacia el lugar donde las decisiones ya no eran suyas.

—Arrodíllate para nosotros, princesa. —El borde de acero en la voz de Max estaba suavizado por la calidez. El amor. De todos modos, sus piernas no querían sostenerla, y ella cayó de rodillas, justo allí en el patio... sólo para encontrar que uno de ellos había puesto un cojín allí primero. La mirada de Alastair era tierna y firme mientras estudiaba su rostro, luego le tendió la mano. Cuando ella colocó su mano izquierda en la suya, él besó sus dedos en la forma en que siempre la emocionaba y luego sujetó el brazalete alrededor de su muñeca. —El brazalete es un símbolo de tu sumisión, Uzuri. —Se inclinó y tomó sus labios con un beso largo y lujurioso. —Y un símbolo que apreciamos tu rendición y que te amaremos y protegeremos. Tú eres nuestra, como nosotros somos tuyos. —Max se inclinó y la besó, lenta y firmemente —. Te amamos, Zuri. Cuando se enderezó, sacó el candado de su muñeco, lo puso en la pulsera y lo cerró. Las arrugas del sol en el rabillo de sus ojos azules se acentuaron. —Incluso tú puedes encontrar difícil forzar un candado con una mano. Ella no pudo hablar por un momento, ni siquiera podía ver por las lágrimas en sus ojos. Enjugándose las mejillas, sintió el peso de su muñeca y vio el brillo de los diamantes. El dragón la observaba con sus ojos brillantes. —Yo-yo. Es hermoso. —Después de un momento, se las arregló para susurrar—. Os amo. Os amo a los dos. —Miró a sus Doms Dragones, uno al lado del otro, ambos sonriendo, y el calor y el amor fluyó de ellos para envolverse a su alrededor. Cuando Alastair se inclinó para ofrecerle una mano, ella frunció el ceño. —Espera... ¿No deberías preguntarme? —Nos necesitas. —Max le dio una sonrisa presumida—. Es nuestro trabajo como tus Doms darte lo que necesitas. Ella frunció el ceño. Riéndose, Alastair la levantó y la abrazó. —Todos sabemos que dirías que sí. Oh. —Punto a favor. Max se apoyó contra ella por detrás, apretándola entre sus dos Doms. —Creo que deberíamos celebrar, ¿verdad?

Estaba duro contra ella. Alastair estaba igual de duro enfrente. Y Uzuri estaba empezando a derretirse en pura lujuria. Incapaz de resistir, se agachó y desabrochó los pantalones de Alastair, luego lo apartó lo suficiente para dejar espacio para permitir que su polla saliera a jugar. Mirando hacia abajo, se atragantó. Oh... ups. Había olvidado lo que había hecho mientras despertaba a los muchachos esta mañana. OmiDios, estaba en problemas. Al hacer el sonido, Alastair siguió su mirada hacia donde su mano estaba envuelta alrededor de su polla. Aunque la sonrisa de Alastair desapareció, la amplia sonrisa plateada de su polla, y ojos redondos, permanecieron. Ella miró su obra de arte de la cara feliz. Se veía bien, teniendo en cuenta lo rápido que había tenido que trabajar antes de que los chicos se despertaran esta mañana. El marcador plateado que había utilizado para dibujar los ojos y una gran sonrisa en la punta de la polla de Alastair se exponía... extremadamente bien. La hendidura uretral hacía una nariz perfecta. Tal vez la sonrisa era un poco demente, pero parecía muy feliz. ¿No era simpático una polla que normalmente apuntaba hacia abajo por lo que su Dom no había notado la cara hasta conseguir una erección ahora? Después de todo, Alastair descubriendo su cara feliz en un urinario público podría haber sido malo. Para ella. —¿Qué? —Max se inclinó para mirar por encima de su hombro. Se echó a reír—. Me alegro de verte feliz, Doc. —Los dos estábamos en su cama esta mañana —señaló Alastair muy cortésmente. Uzuri apartó la mirada. ¡Ay no! La risa de Max se detuvo. —No lo hiciste... Cuando él retrocedió, ella se volvió. Max se desabrochó los vaqueros. Su polla rebotó con entusiasmo, lo que parecía correcto, ya que tenía una sonrisa adorable hecha con un marcador negro. Esta vez fue Alastair quien se desternilló de risa. A pesar de la severa expresión de Max, ella pudo ver sus labios temblar con su intento de no sonreír. —Ya era bastante malo tener muñecos pintados para parecerse a nosotros. ¿Esto? No. Sus Doms Dragones se movieron para permanecer hombro con hombro, con los brazos cruzados sobre el pecho. Ambos con las mismas expresiones sombrías.

El suelo en el que ella estaba parecía tomar un rápido ascensor recto hacia abajo. —Um. Vuestras pollas se ven realmente felices. —Mmm. Creo que la mía sería más feliz si no tuviera cara. —Incluso el severo control de Max no podía mantener la risa fuera de su voz. Alastair asintió. —Creo que una mamada sería un método eficaz de remoción. —Su mirada permaneció en ella, la diversión bailando en sus cálidos ojos color avellana—. Puedes continuar hasta que las caras se hayan ido. Oh, se esforzaron tanto para tener mala cara, hasta que Alastair se echó a reír de nuevo, y ella estaba en sus brazos, presionada entre ambos. Mientras el sol poniente brillaba sobre su hermoso brazalete, fue besada, abrazada y llenada hasta desbordar de amor. Suspiró alegremente. Regresar a casa realmente era la mejor parte del día.

Notas [←1] Es un producto muy conocido en EEUU que elimina olores.

[←2] Es una bebida alcohólica que se prepara con: 1 oz vodka, 1 ½ oz de Bailley´s Irish cream y ½ oz de Kahlua licor de café.

[←3] El verbo usado por Cullen acá es toasted, que significa tostado, pero también emborracharse. De allí que Andrea le contesta que no le tostaron nada a la frase de Cullen: You´re toasted, pet. .

[←4] La frase es She´s not my cup of tea. Literalmente traducido es Ella no es mi taza de té. El significado de esta frase británica es Ella no es santo de mi devoción.

[←5] Race Play es cuando un pareja D/s participa de una escena BDSM que involucra juegos de roles con la raza. Por ejemplo un escena play-race podría ser una mujer afroamericana desempeñando el rol de una esclava de un Dominante blanco.

[←6] Teeny Weeny Afro (TWA): Un corte de cabello, muy, muy corto, al ras del cuero cabelludo, que muestra con orgullo, los rizos motas naturales de las personas de color. De allí que ella considera un insulto un TWA lacio.

[←7] Cornish game hens: es una gallineta de menos de ½ kg y 6 semanas de vida. Muy tierna. Se sirven una por persona. No es de Cornualles. Es un ave de criadero, no de caza.

[←8] Un day collar es un collar de sumisión cerrado con un pequeño candado cuyas llaves tiene el dominante de la pareja.

[←9] Stressed is desserts spelled backward. Evidentemente al traducirlo se pierde la gracia.

[←10] Son ejercicios de musculación con pesas que se realizan en un banco.

[←11] Las dominadas son cuando te cuelgas de una barra por encima de tu cabeza y subes y bajas tu cuerpo con la fuerza de tus brazos (durísimo). Dorsal tras nuca es cuando bajas una barra por detrás de la cabeza hasta justo la nuca. El juego de palabras que sigue se pierde por que pulls también significa remo. De allí lo de remando sin barco.

[←12] La frase entera es “Cassez-toi, pouvre con”, significa algo así como: Piérdete, estúpido.

[←13] Es una expresión de asombro, de sorpresa como ¡Guau!, ¡Jesucristo!. Si os interesa el criollo mirad esta dirección http://sweetcoconuts.blogspot.com.ar/2013/02/some-haitian-creoleexpression-of.html

[←14] Yeeha: expresión de entusiasmo de los vaqueros.

[←15] Banda de rock estadounidense de origen armenio. Son conocidos por sus canciones que van contra el maltrato infantil, la guerra, la violencia…

[←16] Demasiada Información

[←17] En obvia referencia a que los bomberos se ponen la manguera entre las piernas.

[←18] Canción de una atracción del mismo nombre en los parques de atracciones Disney. Su lema principal es la paz mundial y las diferentes culturas del mundo.
12 Cherise SinclairMischief and the masters-Serie

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