02- Cream of the Crop - Alice Clayton

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Cream of the Crop Alice Clayton

La It Girl de Manhattan, Natalie Grayson, lo tiene todo: es una joven y ardiente ejecutiva de una empresa de publicidad, conocida en la industria por sus increíbles y desafiantes campañas. Tiene un gran círculo de

amigos, una familia que la adora, y una tarjeta de baile siempre llena con los nombres de los solteros más atractivos. ¿Qué más podría pedir una chica de ciudad que lo tiene todo? La respuesta, por supuesto, es... queso. Para Natalie, lo mejor de cada semana es pasar las mañanas de los sábados en Union Square Farmer’s Market, donde se entrega a su amor por todo aquello con triple de crema. Su puesto favorito también incluye un atractivo hombre. Oscar Mendoza, dueño de Bailey Falls Creamery y proveedor de los mejores quesos artesanales que Hudson Valley puede ofrecer, es alto, oscuro, misterioso y un poco olvidadizo. O eso es lo que ella piensa. Pero eso no impide que Natalie fantasee sobre el tamaño de su, ejem, bote de leche. Se está creando un romance, la pasión arde y algo increíble está sucediendo. ¿Podría ser amor?

1.1

Traducido por Anna Karol —¿Puedes subir un poco las persianas? El sol se está poniendo; es una linda vista —le dije. —¿Mientras tú las enrollas? —bromeó Liz, dejando que el suave sol de la tarde entrara en la sala de conferencias. Cuarenta y siete pisos arriba, tienes una hermosa puesta de sol sobre el río Hudson. Hacía que la habitación pareciera cálida y acogedora, y con el poderoso telón de fondo de Manhattan detrás de mí, ¿qué cliente soñaría con decir que no? Especialmente cuando un rayo de sol aterrizaba directamente en mi escote como una señal divina. Escuché el carraspeo de un chico que me abrumaba; el interno estaba claramente mirando mis pechos otra vez. —Oye, junior, mira hacia arriba —instruí. Sentí un poco de pena por él mientras se sonrojaba y tartamudeaba para salir de la habitación, prometiendo regresar con las copias encuadernadas de la propuesta que pedí. Fue, en su mayoría, capaz de mantener sus ojos redirigidos. Casi. —Pobre cachorro, está totalmente enamorado. —Liz se rió entre dientes, ajustando uno de los gráficos circulares colocados a lo largo de la pared. Incluso en los días de presentaciones fáciles de usar e impresiones brillantes y lúcidas en color, no había nada como un gráfico circular gigante colgado en la pared para hacer que un cliente se sintiera como si hubiera hecho su tarea. Y yo la hacía. Estaba lanzando una nueva campaña publicitaria para T&T Sanitation, uno de los mayores distribuidores de Porta-Potties en el noreste. Has todos los chistes que quieras, pero este negocio era increíblemente lucrativo. Y extraordinariamente competitivo. T&T Sanitation era el segundo mayor distribuidor; detrás del Sr. John's Portaloo durante años, siempre llegando en segundo lugar en ventas. Se hallaban decididos a superarlos este año. Ahí es donde entré yo. Comencé a desempacar fotografías de veinticuatro pulgadas montadas en el núcleo de

espuma y mantuve las imágenes boca abajo mientras colocaba soportes de caballete en toda la sala de conferencias. Una vez distribuidos, comencé a darles la vuelta. Liz regresó con un montón de folletos, y casi se cae de sus zapatillas Jimmy Choos. —Mierda. —Exacto —respondí, sonriendo ampliamente. Literalmente, había cubierto toda la habitación con imágenes de bacinillas T&T, situadas en algunos de los lugares más tontos de la ciudad. El Zoológico del Bronx, los Jardines Botánicos de Brooklyn, incluso uno en el césped de la Mansión Gracie. —Guau, sus dependencias ciertamente se han movido —dijo Liz, caminando por la habitación y mirando todas las imágenes—. ¿Ha visto Dan esto? —Dan no los ha visto —tronó una voz incrédula desde el interior de la puerta—. Dan no ha visto esto, pero le encantaría saber por qué sus paredes están cubiertas de Porta-Orinales. — Mi jefe se hallaba en la entrada, con la mandíbula temblorosa al darse cuenta de que su sala de conferencias había sido tomada por algo muy inusual. —Sabías que comenzaría con esto, Dan —le dije, caminando rápidamente a su lado y entregándole una de las propuestas—. La piedra angular de esta nueva campaña es mencionar una cosa de la que nadie quiere hablar cuando habla sobre su producto, y una de las cosas que la gente realmente quiere saber. —Imágenes de inodoros portátiles —afirmó, con los ojos muy abiertos. Él tenía fe en mí, claro, ¿pero tanta fe? Asentí tranquilizadoramente. —Imágenes de sus productos colocadas por toda la ciudad, imágenes de lo que obtienes al contratar T&T; una unidad de saneamiento portátil de alta calidad que no es tan hortera como cabría pensar. Está diseñado para hacer que el cliente piense en las diferentes razones por las que podría necesitar uno de estos, y en que se ven mejor de lo que normalmente pensamos. Estos son actualizados, limpios, bonitos, incluso. Esto… —señalé a una imagen particularmente atractiva de un verde menta yuxtapuesto contra el horizonte de Central Park West—, es lo que quieres para la boda de tu hija, para el picnic del 4 de julio. Incluso el alcalde usa este cuando hacen renovaciones en la residencia oficial. Rob, el pasante, se apresuró a regresar, con los ojos fijos en el lugar exacto entre mis ojos. —Están aquí —dijo en un tono bajo, luego asimiló su alrededor—. Guau, eso es un montón de PortaOrinales. —Lo es —contestó Dan, su tono medido, mirándome a los ojos a través de la habitación. Esto tuvo un mejor trabajo, me dijeron ellos. Mensaje recibido y registrado, le decía mi propia mirada.

Liz intentó reprimir una risita sin éxito, y nos reunimos en la sala de conferencias. Al menos ya nadie miraba mis pechos. Lo cual, para ser justos, era un comienzo. Al final, fueron las imágenes las que funcionaron. El Sr. Caldwell, presidente de T&T Sanitation, entró en la sala de conferencias, y mientras su equipo de marketing miraba en horrorizado silencio, él se acercó a una fotografía tomada fuera de la Torre Trump en la Quinta Avenida con una unidad acentuada y se echó a reír. —Ya estoy enamorado de esta idea —pronunció en su camino al asiento con su nombre. Él y yo ya estábamos en sintonía. Era hora de traer al resto de ellos. Pasé la mayor parte de una hora describiendo en detalle exactamente la campaña que proponía, comprando espacio publicitario en televisión, radio e Internet. Había elaborado un plan que hacía que su producto fuera algo de lo que la gente estaría hablando, y que permanecería en la mente de los consumidores mucho después de que terminara el impulso promocional inicial. Cada pregunta hecha por su equipo fue respondida eficientemente, por mí misma o por un miembro de mi propio equipo. Habíamos cubierto todas las bases, pensado en cada esquina, y teníamos la certeza de estar presentando algo muy diferente de lo que cualquier otra empresa de publicidad había creado para vender inodoros portátiles. Dan se sentó como siempre lo hacía, comentando de vez en cuando, pero dejándome tomar la delantera como de costumbre. Le sorprendió ver la pantalla que yo había creado, claro, pero una vez que los clientes estaban en la habitación, fue cinto porciento solidario. Y ahora me miraba traerlo a casa con una sonrisa secreta en su rostro, una sonrisa que me dijo que lo había logrado. —Al final, creo que verán que nadie más podrá ofrecer una campaña tan única y específicamente diseñada como lo hacemos aquí en Manhattan Creative Group. —Me incliné un poco sobre la mesa con un brillo en mis ojos, centrándome directamente al Sr. Caldwell—. Esta es la única ocasión en la que aquí, en MCG, creemos que tiene mucho sentido hablar sobre la competencia. La habitación se quedó estoica y en silencio. Podía sentir todos los ojos en mí, incluido el interno Rob. Los suyos se hallaban fijos a unas diez pulgadas debajo de mis globos oculares. Eh. El Sr. Caldwell se inclinó sobre la mesa, imitando mi postura. —Me encanta un gráfico circular. — Sus ojos brillaron de regreso. La llamada llegó dos horas después. T&T Sanitation ahora podría considerarse oficialmente como un cliente de MCG. ***

No hay nada más glorioso en todo el mundo que Manhattan en octubre. Suspiré feliz mientras subía los escalones de la estación de la calle Catorce junto con todos los demás dirigiéndose al centro un viernes por la tarde, ansiosos por comenzar el fin de semana. Después del olor a aire rancio e incontables cuerpos, cuando salí a la luz del sol y al aire fresco del otoño, me sentí como un poco en el cielo. Con solo una de seis cuadras hasta llegar a mi apartamento, reduje el ritmo un poco, demorando como solía hacerlo en las ventanas de las tiendas, haciendo un gesto con la cabeza a algunos de los tenderos que había llegado a conocer. Algunos de vista, pero más que unos pocos nombres en las tiendas que frecuentaba a menudo. No entendía que la gente tuviera miedo de venir a Nueva York. Nacida y criada aquí, traté de ver mi ciudad como otros podrían. Alta, ruidosa, impetuosa, llena de hormigón. Vi la emoción, vivaz, vibrante, arquitectónicamente magnífica. Un amigo de la universidad me preguntó una vez—: Tiene sólo trece millas de largo, dos millas de ancho. ¿No te aburres de ver las mismas cosas todos los días? Me levanté y le dije—: Tiene 13.4 millas de largo, y 2.3 millas en su parte más ancha cerca de la calle Catorce. Y cualquiera que pueda aburrirse en Manhattan no merece Manhattan. — No soy amiga de tontos. Caminé por la calle, notando por enésima vez lo encantador que era mi vecindario. Cualquiera que pensara que Nueva York era un sinfín de bloques de cemento y edificios de hormigón nunca pasó del centro de la ciudad. O en Midtown para el caso. O el Upper West Side. O el Upper East Side. Independientemente de dónde estés en mi isla, te puedo garantizar que estás a pocas cuadras de un parque. Un espacio verde. Un viejo y hermoso casón de piedra rojiza. Un pub de cien años de antigüedad. Hay vecindarios de cuento e historias increíbles literalmente en cada rincón. Y en una ciudad formada por esquinas, ángulos rectos y curvas duras, vivía en el bolsillo que era todo ángulo retorcido y curvas suaves, calles serpenteantes e imposibles señales de tránsito. Fuera de la cuadrícula de la ciudad, en un vecindario construido antes de que la ciudad presentara su patrón fácil de ver. The West Village. Y era en este vecindario donde yacía mi tienda de quesos favorita en todo el planeta, esta quesería a la que caminaba tres cuadras al sur de mi ruta normal para mirarla. Y muy posiblemente babear por ella. Queso. Queeeesooooo. Qué palabra tan delgada, plana y nasal para una cosa tan deliciosa, rica y hermosa. Duro. Suave. Maduro. Granoso. Cremoso. A menudo oloroso. Aún no he encontrado un queso que no adore. Mi relación amorosa con el queso se remonta a la infancia, cuando me sentaba en la cocina con un

plato de ricotta espolvoreado con azúcar. Mi madre, una artista de renombre mundial, trabajaría en sus bocetos; había innumerables bocetos en cada habitación de nuestra casa de piedra rojiza. Comía primicia tras primicia del decadente queso, y hablamos sobre cualquier cosa. A medida que fui creciendo, mi paladar se desarrolló aún más y continuó mi amor por todas las cosas lácteas. Si alguna vez desarrollaba intolerancia a la lactosa, me tiraba al East River. A menudo me preguntaba si mi considerable tamaño posterior estaba directamente relacionado con mi amor por Gorgonzola. Si el antojo de Edam exacerbaba el tamaño de mis muslos. Probablemente. Pero podría vivir con grandes muslos y un culo grande. ¿Vivir sin Roquefort? ¡Dios nos libre! Cuando me acerqué a La Belle Fromage, sentí que la fuente enviaba un zarcillo o dos. Ven aquí, Natalie, apoya tu suave cabeza sobre estas almohadas de Camembert, o acuesta un chèvre contra tu hermoso pecho. Y aquí, Natalie, ven a sentarte junto a este cheddar inglés, un bastardo atrevido pero fuerte y capaz, dispuesto a apoyarte si estás cansada de tu largo viaje bajo tierra… —Nunca saltarme el almuerzo otra vez —murmuré para mis adentros mientras empujaba la pesada puerta de roble y vidrio de plomo. —¡Allí está! —canturreó una voz, y mi traficante de queso favorito, Philippe, apareció por el mostrador. —Mi hermosa Natalie. ¡Me preocupaba ver que no vendrías! Son casi las seis en punto, ¡estaba casi listo para cerrar! —Tuve que trabajar un poco tarde. —Sonreí, inclinándome para el doble beso pero con una mirada curiosa—. ¿Cómo sabías que estaría pasando por aquí? Rodó los ojos de una manera que solo un francés podía hacerlo sin parecer grosero. — Vtre vénère. ¿Crees que no conozco los hábitos de mi mejor clienta? Siempre los viernes, siempre de camino a casa. “¿Cómo sabías que estaría pasando por…? De hecho… —Caminó alrededor del mostrador, murmurando algo y sabiendo que lo seguiría. La tienda estaba casi vacía, sólo otro cliente más. Un chico más joven, gorra tejida, con algunos rizos rubios escapando. Ojos verdes profundos que se encontraron con los míos en el espejo detrás de la caja. Dejo que la sonrisa más pequeña se deslice sobre mi cara mientras veo una pantalla justo a su izquierda, asegurándome de hacer contacto visual una vez más. Buen chico, ven por aquí. Me sonrió en el espejo, y fingí no verlo. Jugué con el borde de mi abrigo, dejando que mis dedos se demoraran en mi clavícula. Dejó su Gouda, recogió un tronco de queso, y por la forma en que lo sostenía, sabía que lo haría pagar duro.

Mmm, ¿comenzar el fin de semana con un rapidito? Bien, maldita sea, estoy bien. Sabiendo que tenía el cachorro justo donde lo quería, me dirigí al mostrador donde Philippe seguía hablando sin parar de lo bien que me conocía y de cómo sólo yo apreciaba su paladar perfecto. Prestaba atención, pero mis ojos se hallaban centrados en la meca del queso que me llamaba. Philippe se enorgullecía no sólo de tener una de las selecciones más completas de quesos franceses, por supuesto, sino de encontrar los quesos locales más interesantes y maravillosos de todo el Noreste. Conocía mis favoritos, sabía lo que me gustaba, y sabía lo que amaba. —Ahora bien, debes intentar esto. He estado agotado toda la semana, pero acabo de recibir más para el negocio del fin de semana. ¡Prueba esto! Probé esto y aquello, un poco aquí y un poco allá, mis dedos de los pies curvados dentro de mis zapatos cuando colocó rebanada tras rebanada de cielo en mi mano, donde desaparecían rápidamente en mi boca casi jadeante. —Y, este realmente va a quitarte los zapatos —gritó, sacando una nueva ronda de la caja con una mirada de placer. —Calcetines, no zapatos. — Oui, por supuesto. —Se inclinó sobre el mostrador con una cucharada de algo rico y denso. Abrí mi boca, la deslizó dentro, y en el momento en que golpeó mi lengua, gemí. Sabía ese sabor. Soñaba con ese sabor. Gemí de nuevo. Oí una pequeña tos detrás de mí, y supe que el Chico del Queso era muy consciente de los sonidos que hacía. Ni siquiera me molesté en sonrojarme; Estaba disfrutando demasiado esto. Para ser clara, disfrutaba lo que estaba en mi boca. Abrí los ojos y vi a Philippe de pie allí, sonriendo ampliamente, encantado de haber elegido exactamente el correcto. Este queso me estaba matando. —¿De dónde vino eso? —pregunté, lamiéndome delicadamente los labios, ya sabiendo la respuesta. —Es completamente nuevo, de una pequeña lechería en Hudson Valley. Bailey Falls… —…Cremería —dije, la palabra cremería como una caricia. Conocía al hombre que había hecho esto. Golpea eso. Ansiaba conocer al hombre que había hecho esto. Conocerlo, y conocerlo.

—Me lo llevo —le dije a Philippe, con la voz entrecortada. Miré hacia la izquierda y vi al otro cliente, el tipo que hace unos momentos consideraba llevarme a casa para un especial de viernes por la noche. Ahora palidecía en comparación a… Dedos largos bronceados Hermosas manos fuertes No, no. Guárdalo hasta que llegues a casa y puedas disfrutarlo. No hay imágenes mentales en este momento, llega a casa antes que tú… Tinta. Arriba en un antebrazo y abajo en el otro. Al menos hasta donde podía decirse, la tinta desaparecía a través en los bíceps cubiertos por una delgada camiseta de algodón. ¿La tinta seguía? ¿Dando vueltas por su cuello y espalda? ¿La tinta bajaba por completo? Cortando a lo largo de su torso, serpenteando alrededor de su cadera para… Sal. De. Aquí. —Tomaré los tres, Philippe. ¿Puedes envolverlos por mí? —dije, secándome la frente. Con el pulso acelerado, le di mi dinero, recogí mis deleitables, le di una sonrisa de “lo siento, no está sucediendo esta noche” al ex señor Maravilloso, que parecía tan esperanzado que era casi lamentable. Me apresuré a salir de la tienda, con cincuenta dólares de queso bajo el brazo, y me dirigí a casa. Necesitando algo para cambiar las imágenes en mi cabeza, encendí la banda sonora mental que casi siempre había reproducido. Me refiero a “Firebal” por Dev. ¿Qué, no tienes una banda sonora mental reproduciéndose?

1 Parte II

Traducido por AnnyR’

Mientras caminaba rápidamente por la calle, era consciente de las miradas que recibía de los hombres. No necesitaba mirar en el reflejo de las ventanas para saber cómo me veía. Largo, abundante cabello rubio rojizo, pálida piel irlandesa, probablemente aún sonrojada por mi acalorada imaginación. Ojos de color azul profundo, casi índigo, resaltados por una serie de pecas en la nariz y mejillas. Mi cuerpo estaba cubierto con un vestido de color verde intenso, acentuando mi verdadera figura de reloj de arena. En lugar de arrinconar mi cuerpo alto por la ciudad, lo pateé aún más alto usando tacones ridículamente altos, cuanto más alto mejor. Había aprendido a caminar sobre los viejos adoquines del Bajo Manhattan, y podía caminar con tacones casi mejor que con zapatillas de deporte. Estas bombas doradas de punta abierta no eran prácticas en absoluto, a menos que quisieras asegurarte de que tus piernas se vean fantásticas. Lo cual hice. Las mujeres de talla dieciocho no debían mostrar sus piernas, lo cual hice. Se suponía que no debían mostrar su escote, lo cual hice. Se suponía que las mujeres de talla dieciocho debían llevar gabardinas en el invierno, mangas largas en el verano, y que alguien mejor cancelara la Navidad si llevaban un vestido que mostrara algún escote. Las mujeres de talla dieciocho debían vestirse como si se disculparan por ocupar demasiado espacio. A la mierda todo ese ruido. Tomé espacio. Tomé espacio en una ciudad donde el espacio era escaso, y nunca me disculpé por ello. Y ahora mismo, sabía exactamente cuánto espacio estaba ocupando, paseando por la calle Catorce hasta la canción que tocaba en mi cabeza, con una bolsa llena de cosas deliciosas y ya fantaseando sobre mi pasatiempo favorito. Oscar, el granjero lechero. *** Di la última vuelta hacia mi calle, sintiendo la sonrisa que se dibujaba en mi rostro cada vez que lo hacía. Estaba increíblemente bendecida de poder vivir donde lo hacía, de la manera en que lo hice. La mayoría de las chicas de veintitantos en esta ciudad tenían suerte si compartían un apartamento con otras dos chicas, y yo sabía que muchas de ellas compartían más que eso. Vivía sola, un lujo, en un apartamento que poseía, un lujo inaudito. Bueno, técnicamente mi padre era el propietario. Pero estaba a mi nombre. Entonces, de acuerdo con mi propia versión de las reglas, yo era mi dueña… Le devolví la sonrisa a las calabazas que se asomaban alegremente sobre los escalones de piedra rojiza. Halloween estaba a solo unas semanas de distancia, y las decoraciones estaban

subiendo por toda la ciudad. Mientras hacía clic en las escaleras hacia mi propia casa, una manada de calabazas Lumina blancas, brillaba en el resplandor de las luces de la calle. Haciendo malabares con mi bolso y mis bolsas, abrí la puerta delantera, luego me detuve para mirar hacia mi edificio. Tres pisos con un ático, tres apartamentos separados, el mío en el primer piso o el piso de la sala. Los otros inquilinos habían estado aquí por años y me ayudaban a cuidar mucho el edificio. Compartimos el jardín, y el ático del cuarto piso era un espacio de almacenamiento compartido. Se convirtió de una residencia unifamiliar en los años cincuenta, y gran parte de la madera original y los detalles todavía estaban intactos. La escalera central principal se había conservado cuando estaba cerrada, por lo que cada apartamento era una unidad independiente que compartía las mismas escaleras. Hermosa madera con miel brillaba en la entrada, con un espejo de época original justo dentro. Un paragüero de bronce, completo con una antigua sombrilla de cabeza de loro, se alzaba orgullosamente en la esquina, otro elemento compartido. Me dejé entrar en mi propia puerta, que había sido rescatada de un patio de salvamento cuando mi padre renovó el edificio hace años. La renovación original había sido hecha a bajo precio, con feas puertas de acero planas. Mi padre había rastreado tiendas de antigüedades y depósitos arquitectónicos de salvamento hasta que encontró hermosas puertas de caoba, probablemente sacadas de otra casa de piedra rojiza en la ciudad. Reemplazarlas en todo el edificio lo hacía sentir más hogareño, y ciertamente más adecuado para una casa construida a fines de 1870. Llevé mis maletas a través de la sala con sus brillantes puertas de bolsillo y dieciocho pulgadas de molduras de techo talladas, a través del comedor y su revestimiento de madera de castaño hasta la cintura, a través de la cocina con sus azulejos de mármol y mostradores de bloque de carnicero. Dejé las bolsas al tiempo que me quitaba los zapatos, escuché la relativa tranquilidad. Relativa porque nunca era verdaderamente silenciosa. Coches haciendo sonar la bocina en Bleecker, una sirena lejana, y el murmullo de fondo omnipresente de 1,6 millones de personas que viven en veintidós millas cuadradas. Ha sido un gran día. Conseguí una gran cuenta basada en mi argumento no convencional pero asesino. Tenía todo el fin de semana esperando. Tenía una bolsa llena de deliciosos quesos para comer. Y tenía un montón de imágenes deliciosas para consentir. Vertiendo un vaso de vino tinto, dejé que mi mente se volviera loca… Oscar. Su nombre era Oscar. Lo sé porque mi mejor amiga, Roxie, me había informado, conociéndolo de la pequeña ciudad natal a la que recientemente había regresado. Su novio vivía en la granja al lado de la de Oscar. Antes de darme cuenta, solo lo conocía como el granjero de lácteos caliente que aplasté en el mercado de agricultores de Union Square. Lo tenía mal por Oscar. Viví la mayor parte de mi vida adulta con la posibilidad de salir con

casi quien yo elija. Una metedura de pata tardía, había pasado la mayor parte de mi adolescencia escondiendo mi amplio cuerpo bajo grandes sudaderas y una boca fuerte, sin dejar que los niños se acercaran y, por cierto, nunca dejaba a nadie entrar bajo las grandes sudaderas. Mi primer año en la escuela culinaria (una decisión desastrosa considerando que podía quemar agua, pero fue una gran decisión considerando que conocí a mis dos mejores amigas, Roxie y Clara), abracé mis curvas, mi belleza natural y me di cuenta de que la confianza iba mucho más allá que un pequeño culo con vaqueos ajustados. Había pasado la primera parte de mi vida como observadora, observando el mundo a medida que avanzaba en lugar de participar, particularmente cuando se trataba de hombres. Había visto a mis amigas relamerse a través de las relaciones, observaba a los chicos correr en círculos a su alrededor, especialmente cuando la chica carecía de confianza. Aprendí cosas sobre cómo operan los hombres y las mujeres escuchando, mirando y recordando. Tuve un novio, el único, y cuando terminó, terminó mal. Casi me rompió, de hecho, y cuando salí al otro lado estaba decidida a no dejar que un hombre me definiera de nuevo. Moviéndome por todo el país e inscribiéndome en la escuela culinaria por capricho, encontré una nueva familia de amigos que me recibió con los brazos abiertos. Nadie me conocía. Nadie conocía mi historia. Nadie sabía que yo era el patito feo, y en una escuela en la que todos estaban tan enamorados de la grasa de pato como yo, nadie pestañeó ni una sola vez (lo que era nuevo para mí), chica gordita que finalmente encontraba su camino de regreso fuera de la oscuridad. Cuando finalmente encontré mi propia confianza, tomé mi lengua afilada (perfeccionada a partir de años de humor de defensa) y mi aspecto sorprendentemente bueno (una madre con genes celtas magníficos mezclados con un padre vikingo) y utilicé todos los trucos del oficio de observar a través de los años al sexo opuesto. Encontré un cierto tipo de poder al entrar a una habitación donde no conocía a nadie, y averiguar cómo todos marcaban. Estrechando al tipo más guapo en cualquier habitación, y yendo a la ofensiva. Las mujeres de talla dieciocho debían ser tímidas. Las mujeres de talla dieciocho debían ser calladas. Se suponía que las mujeres de talla dieciocho debían agradecer cualquier atención masculina, y sentirse especialmente honradas si un hombre bien parecido les prestara atención. Desprecie todo ese ruido. Llevé conmigo a la persona más guapa siempre que lo deseaba. La confianza fue un largo camino. ¿Entras a una habitación armada con el conocimiento de que puedes tener a quien quieras? Literalmente puedes tener a quien quiera. Además de un estante dulce. Lo cual siempre me ayudó. Recuperé el tiempo perdido, saliendo tanto como pude, descubriendo lo que les gustaba a los

hombres y lo que amaban los hombres. Y cuando se hizo evidente que una carrera en las artes culinarias no estaba en las cartas para mí, me despedí de mis nuevos mejores amigos, hice las maletas y me dirigí al este. Volví a la escena en Manhattan, desempacando la confianza y un toque descarado junto con mi nueva ropa sexy, decidida a mantener la fiesta al estilo de Nueva York. Me inscribí en Columbia, donde me aceptaron en mi último año de la escuela secundaria, pero diferí mientras jugaba a cocinar en línea en Santa Bárbara, y descubrí un talento nuevo para escribir de forma rápida y atrevida. Pasé cuatro años buscando un título en publicidad, saliendo casi todo el tiempo sin parar, y cuando me gradué con honores en mi clase, tuve mi selección de puestos de editor en varias firmas de publicidad de Nueva York. Mmm, hombres profesionales. Me encantó. Amaba a los hombres, y no me disculpé por disfrutarlos. No estaba buscando casarme, no estaba buscando a alguien que me cuidara, y ciertamente no estaba buscando un hombre para llevarme a casa y ponerme un delantal. Pero sí me divertí. ¿Me encontré con idiotas? Claro, eso fue parte del curso. ¿Hay muchachos de aspecto atractivo que también son imbéciles? Por supuesto. Pero en lugar de rehuirme, me fui directamente, haciendo que me quisieran, haciendo que me necesitaran, asegurándose de que la idea de dormir con una chica grande como la mierda fuera un pensamiento que nunca volverían a tener. Tenía confianza alrededor de hombres de todos los tamaños, formas, colores y persuasiones políticas. Me enorgullecía de ser una conocedora del sexo opuesto, y nunca me sentí “afortunada” o “agradecida” cuando un hombre salía conmigo. Escuché a un hombre hermoso decir una vez que las chicas gordas dan una buena mamada, porque necesitaban asegurarse de que chico siguiera viniendo. Ese mismo hombre me dio un trabajo oral increíble tres veces al día durante una semana sólida, y nunca ni una vez le chupé la polla. Él tuvo suerte. Él estaba agradecido. Yo estaba sonriendo. Dediqué mis días a convertirme en una de las ejecutivas de publicidad más jóvenes del negocio. Dediqué mis noches a la complacencia en todas las cosas que nunca pensé que podría tener, averiguar qué hacía funcionar a un hombre y luego llevarlo a casa conmigo. Sin embargo, había un tipo que me reducía a papilla cada vez que veía su hermosa cara y escuchaba su hermosa voz decirme una hermosa palabra, todas las semanas en el mercado de agricultores. El primer momento en que lo vi, me morí de ganas de enrollarle los muslos. Mis muslos. En sus hombros. Me golpeó una oleada instantánea de lujuria. Meses atrás había estado

visitando mí mercado favorito de agricultores, visitando mis puestos favoritos, charlando con algunos de los productores que había llegado a conocer, ya que estaba aquí casi todos los sábados. Me llamó la atención un nuevo puesto: Bailey Falls Creamery, Hudson Valley, NY. Pensando que podría haber tropezado con una nueva fuente de sabrosas golosinas locales de productos lácteos, me dirigí hacia allí, atraída por el letrero de pizarra que anunciaba mantequilla, leche, crema y… ¡oh! Detrás del mostrador estaba el hombre más guapo que jamás haya visto. Seis pies y seis pulgadas de maravilla. Su piel era de un profundo color dorado, tostado pero arremolinado con el caramelo más claro. El espeso cabello castaño estaba recogido en lo que parecía una corbata de cuero, pero unas pocas piezas onduladas habían escapado y estaban esparcidas sobre una cara cincelada. Ese pony perfectamente revuelto habría costado cuarenta dólares en cualquier barra decente, pero sabes que él simplemente lo tiró en la mañana y corrió con él. El cabello enmarcó una cara pecaminosa, los ojos grises y azules profundamente enardecidos brillaban bajo pesados, uno de los cuales tenía una marcada cicatriz en el centro. Muy Dylan McKay. Excepto que este tipo podría haber roto a Dylan McKay con su coleta sola. Sus rasgos eran oscuros y, junto con la piel dorada, insinuaba las playas de las islas barridas por el sol y las olas del Mar del Sur. Me gustaría montar esas olas. ¡Pero la tinta! Dulce madre de las agujas, la tinta. Desde el otro lado del mercado pude ver los remolinos de rojo, verde, naranja y negro cubriéndolo en mangas completas, deteniéndose justo por encima de sus muñecas. Había salido con chicos malos, y me había jodido mi parte. Pero este tipo era como… umm. Cruza a un chico malo con un supermodelo, añade una pizca de apoyador con una gran dosis de amor polinesio, y entonces es posible que tengas una apreciación del sueño húmedo en el mercado por mi parte. Y luego él —oh, Señor— sacó una botella alta de leche blanca pura de la caja fría, retorció la tapa y bebió profundamente, limpiándose la boca con el dorso de la mano. —Dulce… —… Cristo —terminé por la mujer que estaba a mi lado, parada allí con la boca abierta, que había tenido la suerte de presenciar la misma gloria que yo. —Todopoderoso —un tercer espectador con la mandíbula floja se sumó a la mezcla, esta vez un corredor de bolsa alto, mirando el tipo, su propia boca se abrió en adoración.

Inmediatamente me pellizqué, segura de que me había quedado dormida en algún lugar y estaba experimentando algún tipo de sueño maravilloso, pero imaginario. ¡Ay! No estaba soñando. Comencé a mirar a mí alrededor, tratando de encontrar la cámara oculta, ya que seguramente era un espectáculo de bromas de algún tipo. La ciudad de Nueva York nunca dejaría que alguien tan bello simplemente anduviera suelto de esta manera; podría comenzar un ataque de pánico. Las dos personas con las que había estado mirando ya se habían puesto en línea, así que era hora de atacar, antes de que alguien más lo reclamara. Me enderecé hasta alcanzar mi estatura, contenta de haberme puesto algo casualmente sexy esta mañana. Un sedoso cambio de verano, era un poco como un traje de baño, un poco como un camisón, y muy sexy. Eché mi cabello hacia atrás sobre mi hombro, respiré hondo y me pavoneé hasta su puesto. Esperé en la fila. Miré sus mercancías. Estaba convencida de que estaríamos horizontales antes del mediodía. Probé algunas de las muestras que había proporcionado cuidadosamente a sus clientes. Probé un dulce trébol herbáceo en el mantecoso Camembert, deliciosamente retorcido y oscuro en el Stilton, y me quedé boquiabierta con su fuerte queso cheddar, y finalmente elegí un encantador Brie. Estaba convencida de que estaríamos en posición vertical antes de la medianoche. Observé y escuché mientras él interactuaba con sus clientes, recogiendo pequeños indicios aquí y allá sobre el hombre. Era controlador, enérgico, corto de palabras, pero largo en melancolía, y lo más alejado de un vendedor de origen natural. Sus productos deben ser lo suficientemente buenos para estar solo, porque es evidente que este tipo no estaba ganando a nadie con sus habilidades conversacionales. ¿Entraría fuerte y lo derribaría? ¿O suave y recatada, pensando que le gustaba una chica dulce y suave que se convertía en una loca en la cama? No importaba. Porque cuanto más me acercaba a él, sucedía lo más extraño. Mi piel se sonrojó, mis rodillas se tambalearon, y los latidos de mi corazón se agitaron. Era mi turno en la siguiente línea, ¿qué iba a decir? Traté de calmar mi acelerado corazón, de decirle a las mariposas que estaban dentro de mí que se callaran, que era hora de enganchar a este tipo. Pero cuando sus ojos se posaron en mí, esos hermosos ojos azules y penetrantes, y recorrieron todo mi cuerpo y volvieron a subir, con la cicatriz elevándose en la pregunta (¿aprecio? ¿Admiración? ¿Frustración carnal?), simplemente dijo una palabra. —¿Brie?

—Oh. Sí —susurré, sin confiar en mi voz para que fuera más fuerte. Él asintió, envolvió un paquete y me lo entregó. Por un instante, un glorioso instante lleno de fuegos artificiales, su dedo rozó el mío. Puse mentalmente una orden para las invitaciones de boda. —EL pagas al cajero allá abajo —dijo, señalando con el dedo hacia el cajero. Mientras él miraba al siguiente cliente, de repente recordé que tenía piernas. Y tetas. Y un hermoso fondo redondo. Recordé cómo recuperar el control y volver a ponernos en el horario horizontal. Pero me dio solo una mirada más, y aunque estaba claramente en mis piernas, ya había terminado conmigo. Negué con la cabeza para aclararla, de alguna manera me dirigí al cajero y pagué mi Brie. Quiero decir. Este hombre. Observé una vez más por encima de mi hombro, y vi que sus ojos azul grisáceos parpadeaban una vez más hacia mí, sintiéndolo por todo el cuerpo. Pero me quedé sosteniendo su Brie, y nada más. En casa, comencé a trazar el próximo sábado. Y el sábado después de ese. Y… lo adivinaste. Porque semana tras semana, queso tras queso, perdía todos mis nervios y todas mis fuerzas en el momento en que esos ojos me miraban, miraban a través de mí. —¿Brie? —preguntaba, y yo respondía—: Oh, sí. —Él lo envolvía, me alejaba con las piernas temblorosas, y nuestro tiempo juntos había terminado, pero por las exquisitas fantasías lujuriosas que corrían por mi cabeza todos los días mientras contaba cuántos días más tenía que pasar antes volver a verlo. Esto estaba más allá de un enamoramiento. Esto fue más allá de una lucha rápida y desnuda detrás del camión de leche. Esto era enloquecedor. ¡Y lo vería mañana por la mañana! Caí en el sofá, chillando, pateando las piernas en el aire como un grillo.

2.1

Traducido por Gesi

Las mañanas de los sábados estaban escritas en piedra. Siempre me levantaba temprano, iba a la clase de Bar Method (mitad ballet, mitad yoga, todo duro), recogía mi limpieza en seco y un batido, luego iba a casa para tomar una ducha. Y me vestía. Y pavoneaba. Y queso Brie. Pero en algún lugar entre la ducha y el Brie, estaba Roxie. —Chica, ¿cómo están los palos? —pregunté, hundiéndome en el sofá con mi brebaje de fresa y banana. —¿Cómo están las sirenas? —respondió de regreso, su respuesta de cada semana. Con mi mejor amiga desde hace años habíamos caído en el habito de conversar más a menudo ahora que ella estaba de regreso en la costa correcta y a solo un viaje en tren de noventa minutos a Hudson Valley. Siempre nos mantuvimos en contacto, pero algo de vivir más cerca uno del otro mejoró nuestra amistad, y ahora esperaba ansiosamente nuestra charla semanal del sábado por la mañana. Todos los domingos por la mañana, pasaba también una hora hablando por teléfono con nuestra otra mejor amiga, Clara, cada vez que estábamos en mismo uso horario. Siendo una especialista en marcas para hoteles de lujo, frecuentemente estaba fuera del país por negocios. —¿Cómo es que todavía no me has enviado uno de tus pasteles de coco? Mi puerta está sospechosamente desprovista de paquetes de Pasteles Zombi… ¿con quien se supone que debo hablar sobre eso? —bromeé, quitándome las zapatillas y examinando mi pedicura. Tal vez podría necesitar pasar esta tarde para un retoque. —Puedes hablar con la dama en cuentas pendientes, que soy yo. Tan pronto como compres un pastel, obtendrás uno, es así de simple —dijo con una risa—. Estoy comenzando un negocio aquí; no puedo regalar las ganancias. —¿Puedo obtenerlo al costo? —Seguro. Cuesta cincuenta dólares, más el envío. Rodé los ojos. Roxie recientemente había comenzado con un camión de comida en su ciudad natal de Bailey Falls, usando la vieja furgoneta Airstream de su abuelo. Ya se había hecho fama por si

misma en Hudson Valley e incluso llevó el espectáculo a la ciudad en algunas ocasiones. Naturalmente, le llevó tiempo comenzar un negocio, pero lo estaba haciendo exactamente de la manera correcta. Comenzó pequeña, y con un poco de mi orientación en términos de mercadotecnia, estaba pateando algunos culos. Sus pasteles eran maravillosamente ricos y tenían esa nostalgia de pasado de moda, una gran combinación. —¿Cómo estuvo tu semana? —preguntó, apartándome de mis pensamientos. —Fue buena, traje un nuevo cliente, asistí en algunas otras campañas, nada demasiado emocionante. ¿Qué hay de ti? —Está loco por aquí con la cosecha, Leo se está volviendo loco. Sin embargo, estarías orgullosa de mí, aprendí cómo hacer un ayuntamiento de yeso de Paris. —¿Para la clase de Polly? —Sonreí, pensando en cómo la vida de Roxie cambió en un verano. Había ido para ayudar a su madre con el restaurante familiar, y terminó enamorándose de un granjero local que tenía una hija de siete años. Ella estaba locamente enamorada de su nueva vida. —Sí, están haciendo una maqueta de Bailey Falls, y nosotros estamos a cargo de la rama ejecutiva. —Suena emocionante —dije secamente. —Estoy agradecida de que no haya sido asignada a la torre de agua, eso hubiera sido difícil. Y justo así, la vida a tu alrededor comenzaba a cambiar. Estábamos creciendo. —Leo arruinó el primer ayuntamiento. Estaba todo terminado y listo para ir a la escuela la mañana siguiente cuando se enredó en mis bragas, nos hizo tropezar y caer, enviando mi culo dentro de la cúpula. Tuvimos que quedarnos despiertos toda la noche haciendo uno nuevo. Y justo así, te dabas cuenta de que nada cambia realmente. —Suficiente con el Mayberry. ¿Estás planeando algún viaje a la ciudad pronto? — pregunté, colgando la zanahoria de la ciudad de todas las semanas. —Nada en los libros ahora mismo. ¿Estás planeando venir aquí para una visita pronto? —preguntó, ya sabiendo la respuesta. —Eres adorable —dije riéndome, terminando mi batido y levantándome del sofá para tirarlo en la cocina—. Hay un gran festival de comida aquí la primera semana de noviembre, deberías tratar de obtener tus pasteles, va a haber muchos globos oculares gourmet allí. —Envíame los detalles y veré lo que puedo hacer. Hablando de comida, ¿vas a hablar con Oscar esta

semana? —Silencio. —Explícamelo de nuevo, por favor —dijo con voz incrédula—. Te he visto obtener a un chico para que literalmente coma de tu mano, ¿y no puedes hablar con Oscar el gruñón? —Él no estaba comiendo de la palma de mi mano. —Él comía aceitunas de las puntas de tus dedos, y se arrodillaba para hacerlo. En un bar, por el amor de Dios. Solté una risita. Él lo hacía. Yuri. Dijo que era un chico de la mafia rusa, pero no era tan fuerte. Metí la lengua en su oreja, le susurré los que podría hacerme si jugaba bien sus cartas, y… guau. Realmente estaba comiendo de la palma de mi mano. —¡No entiendo porque este chico te pone tan fuera de lugar! Quiero decir, él obviamente tiene ese aspecto de chico malo dios del sexo, y… —Puedes detenerte allí, eso es suficiente para ponerme fuera de lugar —interrumpí, mis ojos cruzándose. —Sabes, si vinieras de visita, fácilmente podría arreglar una reunión… —Su voz se desvaneció, conspirando. —¡No! ¡no puedo, no! —¿Por qué no? Era una buena pregunta. ¿Por qué no estaba saltando sobre esto? —Si voy allí y lo veo, y hablamos, sobre queso o cualquier otra cosa que surja, entonces es como… no lo sé. Algo cambia. —Sí. Conseguimos que esta mierda vaya más allá de la fase del cerebro revuelto — contestó. —¡Exactamente! ¿Qué si, una vez que comenzamos a hablar, él ya no revuelve mi cerebro? ¿Qué si, una vez que llegue a conocerlo, no hay grrr detrás del oro? Qué si — Y tuve que sentarme para incluso decirlo en voz alta—, ¿qué si lo tiene pequeñito? Pude oírla respirar. —Bueno, entonces, ¡Clara tomaría el tren y te ayudaríamos a superarlo! —Casi sonó como si se

hubiera ahogado. —¿Te estás riendo de mí? —pregunté, entrecerrando los ojos. —No. Para nada —insistió, y tosió extrañamente. —¡Totalmente te estás riendo de mi, idiota! —exclamé. —¡Ni siquiera puedo creer que estés hablando en serio! ¿Un pequeñito? Estoy bastante segura de que Oscar está equipado con un gigante tarro de leche… —Oooh, ¿lo crees? —pregunté, relajándome en el sofá y acurrucándome con un gato, mi terror por el pequeñito apaciguado momentáneamente. —Estás certificada —dijo, sin duda sacudiendo la cabeza—. Sin embargo, en serio, deberías pensar en venir aquí y llevar esta cosa al próximo nivel. —Me gusta este nivel. Conozco este nivel —dije, jugueteando con mi cola de caballo. —¡Pero no tiene ningún sentido! Deberías ser la dueña de este tipo, destruirlo, ¿y ni siquiera puedes hablarle? No tiene ningún sentido para mi. Pensé por un minuto. Ella me lo preguntaba casi todos los fines de semanas, y cada fin de semana le decía que no sabía. No lo sabía, y esa era la verdad. —Ojalá lo supiera, Roxie. De alguna forma, todo lo que sé sobre tipos sale por la ventana cuando lo veo. Solo hay algo en él. —Bueno, ¿qué vas a usar esta semana? —preguntó, el bombardeo terminado y la charla de chicas sobre planificación comenzando. Una vez que estuve fuera del teléfono, inquieta, paseé por mi apartamento. Doblé algo de ropa limpia, limpié algunos zapatos, pero en mayor parte caminé. Di vueltas por la cocina un par de veces, finalmente aterrizando al lado de un armario que estaba casi escondido detrás del bote de basura. Dentro de ese armario, estaba mi pequeño y secreto mundo, uno que raramente compartía con alguien. Esta chica de ciudad… amaba el campo. Tacha eso. Amaba la idea del campo. Había estado coleccionando imágenes de las revistas durante años, siempre describiendo como la mejor a la pequeña ciudad americana. Plazas con estanques de patos y postes de enganche. Paseos en el heno, ropa lavada colgada en una soga, huertos y pastel de fruta casero.

Tenía la idea de que un día, muy lejos en el futuro, podría dejarlo todo y vivir en el campo. Salvaje y libre, usando cómodos enteritos y botas de trabajo rotas, recogiendo arándanos al lado de un camino de tierra con un perro de campo a mi lado. Incluso sabía que canción sonaría en esta pequeña aventura de arándanos. Dust Down a Country Road de John Hiatt. Realmente tenía una lista de reproducción para todo. Incluso, más específicamente, secretamente soñaba con que algún día abandonaría mi carrera publicitaria, lo dejaría todo y comenzaría a hacer queso para vivir. Es verdad. No sabía nada sobre el proceso real, pero en mi cabeza era muy romántico y dulce, solo yo, mis vacas y filas de pequeños quesos. Dediqué un armario completo a esta versión en 3-D de una pizarra de visión, una que visitaba cuando particularmente soñaba despierta o cuando la ciudad había sido especialmente dura. Pasar diez minutos dedicado a mirar mi armario valían como una hora de terapia, aunque oficialmente nunca reconocía mi amor por el campo que nunca realmente había visitado pero que a menudo me imaginaba. Miré el reloj, mi corazón casi saltó un poco cuando me di cuenta de que casi era la hora de ir a ver a mi dios lechero. *** Pavoneándome, pavoneándome. Simplemente pavoneándome sin ningún cuidado en el mundo. Aquí voy. De hecho: Aquí voy de nuevo, por mi cuenta… Mientras una clásica canción de Whitesnake sonaba en mi cabeza, podía verme haciendo travesuras en el frente de un automóvil, o atravesar un túnel a medio caminando colgando de la ventana del lado del pasajero mientras Oscar conducía, estirándose con sus largos y bronceados dedos para acariciar la parte interna de mis muslos. Me paseo como Tawny Kitaen (1) a través del mercado de agricultores, deteniéndome cuando veo algo interesante, haciendo mis compras normales de los sábados. Oh mira, huevos de granja frescos. Tomaré una docena. ¿Moteado marrón? Fabuloso. A la bolsa de lino van, será mi contribución al almuerzo familiar de mañana. Mmm, mi puesto de flores favorito. Mira, hermosas dalias de color rojo intenso. Tomaré algunos

paquetes para poner un poco de color en mi sala de estar. Comprando, no note que ahora solo había seis metros de distancia hasta el puesto que contenía lo más hermoso que se hubiera creado en esta tierra. Ahí estaba él. Vamos, pavonéate, chica. Era inútil. Esos ojos azules grisáceos de láser se clavaron en mí a través del pavimento, y todo el mundo se detuvo. Generalmente, no lo miraba hasta que llegaba al mostrador. Él decía su línea, yo decía la mía, y eso era todo por el resto de la semana. A veces, si tenía suerte, el viento soplaría algunos mechones de ese cabello grueso y ondulado alrededor de su cara. Y entonces lo ángeles cantarían…

(1)Tawny Kitaen: es un actriz estadounidense que apareció en varios videos de la agrupación Whitesnake (banda a la que le pertenece la canción en la que venía pensando la protagonista).

2.2

Traducido por Mely08610

Pero hoy, algo era diferente. Me vio antes de que fuera el momento, y sostuvo mi mirada. Sus ojos eran penetrantes, cortando el aire fresco de una mañana de otoño. Y a medida que el viento soplaba, me di cuenta que no tenía agarrado su pelo. Lo castaño se mezcló con caoba y cobre y todos los otros tonos carrones que lo hacían sexy. Era grueso y un poco rizado, y se recortaba justo por encima de sus hombros. Mientras lo veía, el pasó su mano a lo largo de su pelo, empujándolo hacia arriba y alejándolo de su rostro.

Hoy era diferente, podía sentirlo. Forcé a mi pie a moverse hacia él, usando la memoria muscular para hacer que las cosas que tenían que rebotar rebotaran. Él lo noto, quitó la mirada de mi cara y la bajó hacia mi cuerpo, su mirada lo suficientemente pesada que podía sentirlo. No había nadie más en la fila, otra primera vez. Caminé directamente hacia el, disminuyendo mi ritmo al final para asegurarme que cuando volviera a ver esto en mis sueños (en el día, durmiendo y sueños húmedos) pudiera realmente saborearlo. Ahora, estando delante de él todo glorioso en sus simples vaqueros y camiseta tomo un momento para respirar. Esta vez, recibí el golpe de su olor, con un toque de mantequilla dulce. Tiene sentido: el hombre era dueño de una lechería. Mataría a una persona con tal de verlo batiendo. Solo el hecho de pensarlo casi hace que me caiga, pero sabiendo cómo era yo, ya estaba sintiendo las señales reveladoras de ir a la diversión, como Roxie lo dice. Gracias a Dios, el conocía el ejercicio. —¿Brie? — me pregunta. —Oh, si. — le respondo. Me envolvió mi mano, pero esta vez en lugar de lo que se podría llamarse un simple roce, lo sostuvo exactamente dos segundos más de lo que necesitaba. Y en esos dos segundos, extendió la mano y con su pulgar acarició el interior de mi palma. En dos segundos el me acaricio mi pulgar. Sostuve mi respiración durante dos eternos segundos, acaricia el pulgar tan bien que vi las estrellas. Y cuando finalmente me dejo ir, sabía que nunca volvería a ser la misma. Si él pudo hacerme tan tonta con tan solo su pulgar que pasaría si él… Mi cuerpo amenazaba con apagar todos los circuitos, así que di un paso atrás mientras el observaba sobre mi hombre a la línea que se había formado. Caminé hacia la caja registradora, entregué mi paquete, y busqué en mi bolsa de lino en busca de mi…. ¿Dónde está mi dinero? Miro dentro de la bolsa, viendo los huevos y las flores, pero no una pequeña bolsa de monedas con mi dinero para el día. Miro detrás de mí, miró al suelo, reviso los bolsillos que no tenía. —Mierda. — respiro, preguntando en donde la habré dejado. —Lo siento, creo que perdí mi dinero. — le digo al cajero, todavía sacudiendo el porno de mi pulgar. —Lo lamento, solamente en efectivo. — me dice, agarrando mi queso y colocándolo de nuevo en la

vitrina. —Siguiente. —Soy yo, — interrumpe una voz ronca, levanté la vista para ver a Oscar devolviéndome el queso. —¿te lo cobrarán a ti? — repito, y por primera vez me sonrió. —mm-hmm, — levantó esa ceja que tiene cicatriz de una manera que demostraba ser cómplice. —Para mí. Si, hoy era diferente.

Si el sábado por la mañana tenía un ritual, el domingo se grababa en tabletas de piedra y se montaban en la pared. Tienes un almuerzo con tu mamá y papá, así que ya está escrito. Está hecho. Un almuerzo con mi familia significa una mañana de ocio leyendo diferentes secciones del periodito Times, consumiendo bandejas de comida de Zabar, y recapitular los eventos de esta semana sobre lo que paso con el increíble café. Una regla no declarada, salvo que alguien estuviera fuera de la ciudad, los domingos por la mañana no eran negociables. Incluso estar con resaca no era una excusa para no llegar. Tienes que sacar tu trasero de la cama y lo cuido con una de las Bloody Marys patentadas de mi madre, complementadas con cebolla extra y tu Bagel con lomo. Una vez que estaba en casa de mis papas, en unas vacaciones de verano de la universidad, desarrollé un caso terrible de mono y apenas podía caminar. Mi papá me cargó gradas abajo los domingos y mi mamá se me encargaba de mi mandíbula para asegurarse de que comiera mi sopa de pollo. Si tu estabas respirando tendrías que estar almorzando, diría mi madre. Y en su mayor parte con la excepción de la desaparición prematura de la tía abuela Helen en nuestra habitación un domingo, la regla era sólida como una roca. La otra regla, igualmente tácita, era que no se podía llevar a nadie a casa el domingo por la mañana a menos que haya un anillo brillante y un futuro muy cerca. Mi hermano, todd, una vez trajo a Dakota o una Chayenne, algo así, que soltaba una risita y se pavoneaba un montón, seguía refiriéndose a mi hermano como Tad, nunca volvió a

cometer el mismo error de nuevo. Los domingos eran para la familia. Este domingo en particular, estaba descansando en mi extremo de la mesa del comedor, con un croasant en una mano, y las hojas de moda en la otra, tratando de concentrarme en lo que estaba leyendo. Pero mis ojos se seguían vagando por la sección de viajes que mi padre estaba leyendo, la historia de la página trasera con la foto de una pequeña granja en Nueva York. Su fama era por una bandada de ovejas escocesas importadas, no solo era hermoso de ver, todas blancas como la nieve y esponjosas, sino que también aparentemente daban la leche más deliciosa. El granjero hacía un increíble queso de leche de oveja similar a un gallego, salado y perfecto. ¡Un esposo y esposa viviendo en el campo, haciendo cosas con sus manos! Me pregunté si la esposa era feliz, si ella amaba esa vida. Apuesto que era alguien adorable, todas manos brillantes y fuertes, junto con unas chaquetas de punto. Ir a la cama temprano, levantarse cuando el reloj suene, apuesto que vive una vida acorde con el ritmo circadiano de la tierra; sin segmentos de moda a la semana y fiestas de galerías de arte. Obtuve todo eso de la parte de trasera de la sección de viajes del Times que estaba leyendo, en lugar de mi habitual sección. Le doy una mordida fuerte al croasant. Pensé en mi sueño secreto, el que solamente Roxie y clara sabía, lo cual era un día de aventurarse fuera de mi isla y adentrarse en la naturaleza. Vivir en una granja y colectar huevos hacer delicioso queso artesanal en un embalaje de dulces ovejas sonrientes. Y si había alguien con quien compartir mi cama, que me despertara con su creciente polla… bueno, eso estaría muy bien. Deje salir un suspiro pensando en el queso y la vida simpre junto con el sexo simple pero intenso. Me preguntaba si a Oscar le gustan las chaquetas, me pregunta si le gustaría que solamente me vistiera con una, que apenas cubriera mis pechos, con un botón que apenas lo mantiene cerrado y en su lugar alrededor de mi ombligo, cruzando mis piernas solo un poco como para encaramarme en una paca de heno para evitar que viera mi ciudad prohibida. Sus ojos brillarían, su camisa probablemente desaparecería, exhibiendo toda esa maravillosa tinta mientras caminaba a través del establo hacia mí, sus manos flexionándose mientras sacude sus ansias por agarrarme, voltearme sobre el fardo he heno y… —Natalie. —hmmm? —Natalie — escuche de nuevo y tuve que parpadear. Mi mamá, papá y hermano estaban observándome con diversión, mi Croissant aplastado en una mano. Tenía mi frente húmeda y estaba toda caliente, mi pulso acelerado. Buen dios, estoy soñando

despierta con Oscar en un almuerzo del domingo. —Permiso. — digo caminando hacia la cocina. Mi mamá estaba cerca de mis talones. —Te perdimos por todo un minuto, ¿A dónde fuiste? —a ningún lado en especial. — suspiro bebiendo rápidamente un vaso de agua fría. El frio se riega por todo mi cuerpo trayéndome de vuelta a la tierra. —Claro que se vía que era algo especial, por la expresión soñadora de tu cara. — empezó a cortar más rosquillas para la segunda ronda. —¿algo está pasando por ahí que debería saber? Estaba imaginándome una vida completamente separada al mundo de Brie. No he podido concentrarme en un hombre por más de una hora desde que vi al hombre que vende queso. Ayer hubo un momento donde pensé que mi pulgar podría ser mi nueva cosa favorita. —nope, lo mismo de siempre. — le dije. —Pero obtuve una nueva cuenta el viernes. —Oh, querida eso es maravilloso! ¿Ya se lo has dicho a tu padre? —era una artista de oficina, mi madre era alta como yo, pero era más blanca y se esforzó por mantenerse así, Mantuvo el negocio de sombrero de ala ancha flotando. Su largo y grueso cabello se mantenían como de costumbre en un moño flojo. —ve a decírselo a tu padre, llevaré esto en un momento. Pregúntale a tu hermano si ya se ha comido todas las aceitunas… podría haber jurado que había algunos para el plato fuerte… — mientras buscaba las aceitunas perdidas, sonrío y regreso al comedor. Mi papa había empezado el crucigrama, así que antes de que se metiera demasiado en él, me senté a su lado y le arranque el lapicero de su mano. —Supongo que te tengo que contar que obtuve una nueva cuenta el viernes. — le digo. Todd me dio un vistazo por encima de su periódico. —¡Felicitaciones! —Gracias, y se supone que tendría que preguntarte en donde están todas las aceitunas. Mamá se está volviendo loca tratando de encontrarlas. Mi hermano sonrió. —¿Aceitunas? Nunca he oído de eso. —Ella te matará. — le digo con una mirada de cómplice. Mi papá se quita las gafas y las limpia con el borde de su camisa, mirando a mi hermano. —Si las

has escondido en algún lugar te recomendaría encarecidamente que la saques de su miseria. Todd se dirige a la cocina con una sonrisa en su rostro y después de un momento lo escuchamos — ¡Deja de molestar a tu pobre madre! —Así que cuéntame sobre esta nueva cuenta. — dice mi padre dándome toda su atención. Le conté todo, desde cómo se me ocurrió el argumento a la investigación que había hecho en campañas pasadas y qué tan efectivas habían sido en el mercado. Él escuchó y asintió haciendo algunas preguntas a medida que avanzaba. —conozco a Mike Caldweel, el hombre con el que apoyaste. Él es algo duro. — dice mi padre con una cara de orgullo. Mi padre era el jefe de Desarrollos Grayson, una compañía de desarrollo inmobiliario que opera en los cinco condados. Se mudó a Brooklyn antes de la curva de renovación hace veinte años, y se pudo haber retirado hace mucho tiempo basándose en el boom de la construcción, construyó algunos comerciales, pero principalmente se concentró en residenciales. En ocasiones rascacielos, pero sobre todo en construcciones de edificios más pequeños. El amaba los edificios. —Podrías haberme pedido una entrevista Natalie. Hubiera estado muy feliz de dar una buena recomendación para ti y MCG. — me dijo. —Lo sé, —Y aunque hubiera llamado a este cliente en un abrir y cerrar de ojos, también sabía que yo no lo necesitaba. Lo que lo hacía sentirse aún más orgulloso. Lo cual a su vez me preocupó. Desde el principio mi padre nos había inculcado a mi hermano y a mí que construyéramos el camino que queríamos, luego trabajar hasta el infierno para obtenerlo. No es como si nunca se opondría en darme una mano y presentarme al Sr. Caldwell. Pero estaba orgullosa de haber llegado hasta aquí en mi vida por mi propia cuenta. — Hice una buena jugada. — le digo con una sonrisa tranquila. —Claro que lo hiciste! Mi madre entró al comedor con el Bagel en el plato y todas las charlas de la tienda cesaron mientras el almuerzo continuaba. Donde mi padre insistía que todo lo que nosotros necesitáramos lo tendríamos que conseguir por nuestra cuenta, mentalmente mi madre nos inculcó la otra mitad, no tomes la actitud de prisionero. La familia siempre es primero, pero nunca te sacrifiques a ti mismo en el proceso. Ella ya era una artista emergente cuando conoció a mi padre, y en la mitad de su torbellino de romance tuvieron una sorpresa totalmente inesperada: mi hermano. Ella pudo haber puesto su propia vida a un lado para hacer un hogar para mi padre, pero eran iguales en todos los

sentidos, y se aseguraron de que ninguno se sacrificará más que el otro. Mientras los observaba moverse alrededor de nuestro comedor, cada uno complementando perfectamente al otro, dejo salir un suspiro de satisfacción, sabía que no importara lo que pasara fuera de estas paredes, mi mamá y papá estarían dentro y manteniendo todo unido. El almuerzo continuo, se discutió sobre los planes para la próxima semana y una que otra mirada ocasional de mi madre me decía definitivamente sabía que algo estaba pasando, pero estaba esperando su momento, me las arreglé para mantener mis fantasías lecheras fuera hasta que llegara a casa. Sin embargo, cuando llegue a la cama esta noche.. las voy a dejar libres.

3

Traducido por Jadasa

—De acuerdo, equipo, ¿trajeron sus agendas consigo? —preguntó Dan al grupo reunido, y fue recibido con los reconocimientos habituales. Las reuniones del lunes por la mañana eran tempranas, eficientes, y eran un asesinato sin café. Una de las razones por las que elegí Manhattan Creative para comenzar mi carrera fue por su excelente reputación, su amplia red de colegas en todo el país —en realidad, el mundo— y sus baristas como barra de cafetería en el piso cuarenta y cuatro. El presidente de MCG se abrió paso en la universidad en una cafetería diminuta y

anticuada, y se enorgullecía de tener los mejores productos de café para su esforzado equipo. Era un beneficio, perdón por el juego de palabras, para un trabajo ya increíble. Durante el fin de semana, una tubería de agua estalló en el piso cuarenta y cinco, lo cual implicó que la barra de cafetería ya no estaba. Encontraron granos en el veintisiete, o al menos esa era la palabra en la calle. El pasante Rob había sido enviado para traer Starbucks para todos, pero hasta que llegó, quienes no fueron lo suficientemente listos como para traer su propia infusión de casa estaban luchando esta mañana. No Dan. Dan era una de esas personas de té de hierbas. Traía sus propias bolsas con él para ir a trabajar, incluso tenía una tetera en la esquina de su oficina, y por lo tanto no sintió nada de nuestro dolor esta mañana. —Vamos a tener otra ronda de aplausos para el equipo de Natalie. La señorita Grayson logró traer el negocio de T & T Sanitation con una... digamos interesante... presentación la tarde del viernes por la noche. Para aquellos de ustedes que no revisaron su correo electrónico durante el fin de semana, fue un éxito; ¡ahora estamos vendiendo mierda oficialmente! —¡Oigan! ¡Escuchan! —gritó una voz, y me puse de pie para hacer una reverencia y saludar a la reina del baile de graduación. —Además, para aquellos de ustedes que no revisaron su correo electrónico durante el fin de semana, necesitaré su renuncia en mi escritorio a más tardar a las 5 p.m. hoy — terminó, el brillo en su ojo se perdió por el muy inmaduro y muy joven Edward, un joven redactor creativo que tenía una expresión de pánico y se deslizaba cada vez más bajo en su silla por minuto. —Tranquilo, Eddie, está bromeando —susurré, empujándolo hacia arriba en su silla—. Pero es una manera de desafiarte. Bonita cara de póquer. —Pero yo… Sacudí mi cabeza hacia él, indicándole que mantuviera sus ojos en Dan. —Entonces, la primera página como siempre es un negocio nuevo. Repasemos lo que hay en la tolva esta semana —continuó Dan, y todos leímos junto con él en tanto describía posibles trabajos en el horizonte. Una marca de comida para gatos, no muy interesante pero lucrativa y con un gran potencial de visibilidad. Una pequeña cadena de hoteles boutique buscaba ser global el próximo año, y quería aumentar sus beneficios económicos rápidamente para parecer más favorable a los inversores. Para recaudar los fondos que necesitaban, se encontraban dispuestos a gastar algo de dinero para fortalecer su marca. Inmediatamente pensé en Clara, y me pregunté si esta podría ser una oportunidad para trabajar juntas. Puse una marca de verificación al lado de esa sección, esperando hasta que él terminara de revisar cada uno de los elementos

pendientes para formalizar el trabajo. Dan dirigía muy organizadamente, con un equipo impecable. Si traías un cliente a la firma, entonces ese era tu cliente. ¿Pero cuando alguien nos solicitó por su cuenta? Estaba disponible para cualquiera. Cada ejecutivo de cuenta argumentaba cómo sería la mejor persona de contacto en cada proyecto, y luego él y los socios seleccionarían a quién le daban ese trabajo. Debido a mi reciente éxito, y al hecho de que cerré más cuentas que cualquier otro ejecutivo en los últimos dieciocho meses, básicamente podía elegir los trabajos que quería. Como T & T Sanitation. Ahora, la mayoría no lo quería, pensando que simplemente terminaría como una campaña ridícula. Pero veía el potencial al comprometerme con nuevos clientes y realmente hacer algo de la nada. Y, la mayoría de las veces, la apuesta valía la pena, hacía que los socios y yo obtuviéramos un buen bono por firmar. Medio escuché el resto de la agenda, esperando hasta que fuera hora de poner oficialmente mi sombrero en el anillo de la cadena hotelera. Podría salirme de viaje, podría trabajar con uno de mis mejores amigas si podía conseguir un asesor para este trabajo y, lo más importante, podría ser lo que finalmente me hiciera socia. Una antes de los treinta. Ese siempre había sido el objetivo. Mi padre dirigía su propia empresa de desarrollo inmobiliario. Mi madre era una artista famosa. Necesitaba este triunfo personal para mantener el nombre Grayson con la misma distinción que la de mis padres, y tenía que hacerlo sola. Podía haber hecho negocios con mi padre; él habría estado emocionado. Pero aparte de aceptar su oferta de vivir en una de sus fabulosas casas de piedra, logré mi vida por mi cuenta. Eché un vistazo a la agenda y me di cuenta de que Dan casi había terminado con el nuevo negocio, y que sería el momento de pedir formalmente para ser considerado para el lanzamiento de la cadena hotelera. Comencé a ensayar en mi cabeza exactamente qué estrategia usar cuando lo escuché decir, muy claramente, Bailey Falls. —¿Espera, Bailey Falls? —pregunté, interrumpiendo a Dan y haciendo que toda la habitación me mirara extrañamente—. ¿Te oí decir Bailey Falls? —Bailey Falls, sí, lo hiciste. Parece que alguien ruega que Rob regrese con el café pronto. —Dan se rió entre dientes, y una leve risa resonó en el grupo—. El campo turístico de Bailey Falls, está en su agenda allí, casi en la parte inferior. Rápidamente bajé la mirada hacia la parte inferior, y ahí se encontraban las palabras BAILEY FALLS, HUDSON VALLEY, NY.

Parecía que la pequeña ciudad de Roxie buscaba las indicaciones de una gran ciudad. —¡Lo tomaré! —grité, sorprendiendo a todos en la reunión, entre ellos a mí. —Natalie, admiro tu entusiasmo, pero puede esperar hasta el final de esto, ¿sí? —Sí —respondí, un poco avergonzado y más que un poco confundida por mi arrebato. Rápidamente me recuperé, escuchando todo lo que él tenía que decir. Bailey Falls, como la mayoría de las ciudades pequeñas en Hudson Valley, dependía en gran medida del turismo como fuente de ingresos. Pero con el aumento de vuelos más baratos a Europa, vieron una caída en su negocio turístico, especialmente al darse cuenta de que no había tantos neoyorquinos y gente de Nueva Jersey interesados en los fines de semana allí como diez años atrás. La gente ahora se mostraba reacia a comprar; querían la libertad de alquilar una casa de verano, una casa en el lago, un campamento de invierno. Querían alquilar, ir y venir y no sufrir como un propietario cuando el techo tenía filtraciones o se rompían las cañerías, o una familia de búhos se instalaba en el ático, lo cual aparentemente era algo común. Por lo tanto, algunas de estas ciudades más pequeñas que presentaban una porción Americana como su propio pan y mantequilla no lo estaban haciendo tan bien. Y en lugar de esperar, el ayuntamiento de la pequeña Bailey Falls reunió los recursos de su ciudad y decidió contratar a una gran empresa de publicidad de Nueva York para volver a colocar su ciudad en el mapa turístico. Ajá. Roxie acababa de decir que pensaba que debería ir a visitarla. Luego, el sábado, por primera vez, sucedió algo nuevo con el productor de lácteos, que casualmente vivía en Bailey Falls. Podría ser... Quién sabe... Mientras me desconectaba del último discurso sobre el nuevo negocio de mi jefe, escuché las palabras de West Side Story: Algo está por venir, Algo bueno. Al seleccionar una banda sonora para tu vida, siempre es bueno incluir un poco de Sondheim en la mezcla. Nuevos negocios fueron concluidos. Respiré profundamente. Pero antes de que pudiera hacer una jugada para la campaña de Bailey Falls, Dan miró directamente a No revisó su correo electrónico en el fin de semana y dijo—: Oye, Edward, ¿te gustaría trabajar en la campaña de Bailey Falls? Me enfurecí.

Aún estaba echando chispas cuando el pasante Rob entró por la puerta con café caliente y me quemé la parte posterior de la garganta al tragar mi café doble con una dosis extra de granos fuertes, tamaño grande. Ay.

***

Con la garganta ardiendo, corrí por el pasillo hacia la oficina de Dan, prácticamente arrastrando a Edward por el cuello. Él sabía que no debía protestar. —Dan. ¿Qué demonios? —¿ Estás haciendo esa pregunta? No soy quien está tratando de colgar a Edward como una gabardina. Y deja de hacer eso, por cierto —dijo, sentándose detrás de su escritorio con una mirada curiosa en los ojos. Sin duda, se preguntaba por qué su empleada, que por lo general era calmada, echaba espuma por la boca sobre algo así como... —¿Bailey Falls? —pregunté, colocando a Edward en una silla y comenzando a caminar frente al escritorio de Dan. Edward solo parecía aliviado de estar sentado—. Le diste a un junior esa cuenta sin siquiera preguntar si alguien más estaba interesado. ¿Cuándo se convirtió eso en práctica habitual? —Miré a Edward de reojo—. Sin ofender. —No me ofendo —dijo. —No es una práctica estándar, pero decidí cambiar las cosas un poco. Sabía que Edward nunca daría un paso adelante a menos que lo obligue. Sin ánimo de ofender, Edward. —No me… —No te ofendes, lo sabemos —interrumpí, resistiendo el impulso de darle una palmadita en la cabeza. —Además, ¿por qué en el mundo estarías interesada en trabajar en una campaña como esta? No es tu tipo de trabajo habitual —continuó Dan, como si Edward ni siquiera estuviera allí—. ¿Qué hay en esto para ti? Orgasmos. Orgasmos sin fin. Introducidos al mundo por un hombre que usaba su boca, labios y lengua para algo mucho más importante que conectar palabras tontas, frases y cláusulas. Pero no es el tipo de cosa que podrías explicarle a tu jefe, y esperar mantener tu trabajo... —Lo que siempre está ahí para mí, Dan. Una oportunidad de crear algo verdaderamente increíble,

de elevar, de iluminar, de tomar algo de lo que nadie está hablando, y de convertirlo en lo que todo el mundo está hablando. Edward aplaudió. Sonreí graciosamente. Dan no aceptaba nada de eso. —No tengo idea de qué está pasando realmente aquí, pero no aceptaré nada de eso. Te das cuenta de dónde está Bailey Falls, ¿verdad? Parpadeé inocentemente. —Hudson River Valley, al norte del estado. —Del país. —Sí. —Parpadeé inocentemente. —Natalie. —Sí, Dan. —Una vez condujiste tres horas al día cuando trabajabas en Paramus porque no querías, y cito, “dormir en ese estado dejado de la mano de Dios”. —Bueno, eso es completamente diferente —dije con total naturalidad. —¿Por qué es eso diferente? —preguntó. —Eso fue Nueva Jersey —dije con la misma naturalidad. Dan gimió y hundió la cabeza entre las manos, frotándose la cara—. Mira, Dan, antes de que te vayas a trabajar, esto no es tan importante. Es algo nuevo, algo diferente, ¿y no siempre dices que me haría bien abandonar ocasionalmente mi isla? —¿Tienes una? —preguntó Edward, viéndose impresionado. —Sí, estás sentado en ella ahora mismo —contesté, sin resistir el impulso de darle palmaditas en la cabeza. Miré a Dan como diciendo: Mira, esta es exactamente la razón por la que me necesitas para este trabajo. Él me dio una mirada que decía: Estoy de acuerdo contigo en ese punto, pero sigo pensando que estás tramando algo. Lo reconocí con un: Confía en mí, tengo esto. —Está bien, Edward, encontraremos algo más para que trabajes. La señorita Grayson se está haciendo cargo de la cuenta de Bailey Falls. Satisfecha, me volví hacia el redactor creativo junior, que lucía positivamente aliviado. —Vamos, Edward, te compraré un pretzel. —Sonreí a Dan, quien sin duda todavía se

preguntaba qué estaba tramando, pero por el momento lo dejaba. —Te enviaré todo lo que envió el concejal de Bailey Falls esta tarde —dijo Dan, y canturreé un agradecimiento en tanto acompañaba a Edward fuera de la oficina. —Realmente, no te gusta, Manhattan, ¿verdad? —preguntó en voz baja, bastante seguro de mi respuesta, pero lo suficientemente inmaduro como para preguntarlo de todos modos. —Depende del día, cariño, depende del día —respondí, pavoneándome por el pasillo, con Edward a la zaga.

***

Pasé la tarde investigando en la ciudad de Bailey Falls. Fundada a principios de 1800, había sido una colonia de artistas y aún mantenía una escena artística vibrante y solidaria. Bryant Mountain House se encontraba allí, un antiguo complejo de montaña de Catskills que había sobrevivido notablemente más allá de los años sesenta y setenta, cuando tantos de esos hermosos y antiguos centros turísticos fueron demolidos. Y con el Culinary Institute of America justo al final de la calle en Hyde Park, tenía lo que parecía ser una impresionante selección de restaurantes y opciones gastronómicas para una ciudad tan pequeña. Entonces, ¿qué sucede? Releí la última parte del correo electrónico que se envió a MCG. Como pude ver, nuestra ciudad tiene todo para ofrecerle a la pareja o familia que desea salir de la ciudad y al país por un tiempo. Pero en tanto otras ciudades en el Hudson Valley parecen haber florecido en los últimos años, nuestro pueblito ha permanecido fuera de la carretera principal. Nos gusta considerar a Bailey Falls como el secreto mejor guardado en el norte de Nueva York. Creo que estamos listos para dejar que todos los demás lo vean ahora. Con su ayuda.

Esperando escuchar lo que su empresa podría hacer por nosotros,

El concejal Chad Bowman

Chad Bowman. Chad Bowman. ¿Por qué ese nombre me suena familiar? En un

impulso, llamé a Roxie. —¿Conoces a Chad Bowman? —pregunté cuando ella saluda con un hola. —¿Estás hablando de El Chad Bowman? —preguntó ella. Fruncí el ceño y releí el correo electrónico. —Estoy hablando del concejal Chad Bowman; ¿eso es lo mismo? —¡Ah! ¡Concejal! Mierda, eso es correcto, nunca lo oí referirse a él de esa manera, todo elegante. Pero sí, estoy familiarizada. Fue mi enamoramiento favorito de todos los tiempos de la escuela secundaria, quiero decir, de todos los malditos tiempos. Espera, ¿por qué me preguntas acerca de él? —preguntó. —Le escribió a la empresa acerca de cómo hacer negocios en su pequeño pueblo. —¡Oh, eso es fantástico! También sería el hombre que lo haría, está involucrado en hacer de Bailey Falls el próximo lugar de moda. Tiene la idea de que... —Se detuvo en seco—. Espera. Espera un maldito minuto. ¿Tu empresa está trabajando en esto? —Síp. —¿Estás trabajando en esto? —Síp. —¿Entonces vienes a los palos? —Sí. ¿Tienes una habitación de invitados? Gritó tan fuerte que mis oídos estuvieron zumbando por el resto del día.

Capítulo 4

Traducido por Lvic15

Esa semana fue dedicada a investigar, a hacer llamadas, y a empacar. Hice que Liz

empezara a trabajar con la gente de T&T Sanitation, revisando los presupuestos y empezando con las primeras fases de esa campaña. Esa no era la primera vez que hacía malvares con múltiples campañas, y ciertamente no sería la última. Hablé sin parar con Roxie esa semana, haciendo planes para mi viaje y decidiendo exactamente cuántos jolgorios podríamos tener a la vez que ambas manteníamos nuestros trabajos. —Podemos ir a recolectar manzanas, y de senderismo y hacer descenso en ríos, y navegar por el Hudson. Y luego el sábado… —¡Natalie! Reduce la velocidad, ¿cuánto tiempo piensas que tiene un día? —Si voy hasta el quinto pino, entonces voy al quinto pino. Dame el gusto, hermana — me dijo al teléfono una noche. —No hubiéramos hecho tanto ni siquiera si estuvieras aquí por una semana entera, mucho menos en un fin de semana cuando técnicamente estás trabajando. Y yo también. —No tenemos que hacerlo todo, pero al menos podemos ir a recolectar manzanas, ¿verdad? —Tengo un acuerdo con las abejas que viven en el huerto. Acordamos que no iría al huerto. —Ella tuvo un pequeño escalofrío horrible que pude imaginar incluso por teléfono. —¿Y qué acordaron las abejas? —pregunté cuando ella no terminó la frase. —También acordaron que no iba a ir al huerto. —Oh chica. —Pero Leo estará encantado de llevarte; siempre hay un recorrido por el huerto los fines de semana en esta época del año. —Su voz se vuelve baja y reservada—. O puedo pedir a otra persona que te lleve a recolectar manzanas… —Para; ¡entraré en combustión si pienso en estar en el bosque con ese hombre! ¡Seguramente me subiré a él en vez de a un árbol! —Vas a tener que hablar con él si quieres llevártelo al huerto, sin embargo —me recordó—. ¿No te parece mejor si empiezas primero hablando con él? —Déjame en paz, espero que su boca esté ocupada en otra cosa —dije con un suspiro, y

pude escuchar sus ojos rodando desde el otro lado del estado. Dado que Roxie iba esencialmente a ser mi guía para todo por lo que estaba trabajando oficialmente este fin de semana, finalmente le dije a Dan que mi mejor amiga vivía en Bailey Falls, lo cual le impidió buscar cualquier otra razón por la que me iba al norte del río Hudson Line. Una vez que tomé la decisión de llevar este proyecto, no pude sacar a Oscar de mi mente. Pensé en él mientras tomaba mi café de la mañana con un toque de crema. Pensé en él durante el almuerzo cuando estaba tomando mi comilona fuera y comiendo su Brie en el parque del otro lado de la oficina. Y por la noche… mi cerebro estaba lleno de pensamientos de carácter decididamente diferente. Pero también estaba siendo una adulta responsable sobre todo esto. Ya tenía un montón de ideas para impulsar el turismo en esa pequeña ciudad, empezando con el novio de Roxie. Leo Maxwell llevaba una de las granjas orgánicas más innovadoras del Noreste, con equipos de aprendices procedentes de todo el país para trabajar y aprender. Por lo que había escuchado por Roxie y visto en internet, podía ser una atracción maravillosa para la gente que les gustasen mucho los huertos familiares y ser lo más sostenible posible. Sostenible. Local. De cosecha propia. Todas palabras de moda que generaban clics en Internet y dólares de turismo que potencialmente podían ser utilizados en Bailey Falls. Tampoco dolía que Leo viniera de una familia muy conocida y rica de Nueva York, y que se pareciera a un dios griego de la isla de Hipsteropia. ¿Estaba planeando explotar su buena apariencia natural? Oye, ¿si su granja era presentada en una posible revista en un futuro alentando a las amas de casa de Connecticut a traer a su familia a la sana ciudad de Bailey Falls para una visita de fin de semana, y su cara sonriente estaba justo en el centro? No podía hacer daño. Nunca tiraba una piedra que no quisiera ser lanzada, pero si pensaba que podía ser posible, siempre empezaba a empujar. La piedra normalmente me lo hacía saber. También empaqué. Como regla, no dejaba Manhattan por ninguna razón excepto si iba a algún sitio fabuloso. Estoy segura de que Bailey Falls era encantador y todo, pero era definitivamente diferente de mis viajes de negocios habituales a algún sitio con edificios altos y entregas a domicilio. ¿Cómo empacaba para ir al campo? Me dirigí a REI. Expliqué a una vendedora extrañamente confusa que iba al desierto y tenía que asegurarme de tener todo lo necesario. Iba a la aventura, y no quería que me pillara sin algo que quizás podría haber sido útil y salvar mi vida. Me llevo al equipo de supervivencia, que me sorprendió al darme cuenta de que no incluía nada de cachemir. Tabletas de purificación, seguro, ¿pero chaquetas de punto? Siempre he encontrado suéteres geniales en Barneys, así que fui allí después, pero antes de dejar REI me las arreglé para procurarme un par de pantalones de senderismo bajo cero espectaculares, una tienda de campaña para perros con un techo estrellado

opcional, y varios paquetes de algo gorp (barritas energéticas para senderistas). También visité el salón para mi depilación con cera habitual (en todas partes, gracias) y cogí unos paquetes de último minuto de glamur para asegurarme que incluso en el quinto pino, estaba brillante, pulida y perfectamente maquillada. Si la ocasión aparecía. Estaba en la oficina el jueves por la mañana terminando algunos detalles de última hora cuando Dan se detuvo para comprobar por última vez. —¿Cuándo es tu tren? —Cogeré el de la 1:43. Eso me hará llegar a Poughkeepsie alrededor de las 3:30. —Suena bien. ¿Cuándo te reúnes con el cliente? —Tengo cita con el concejal que se puso en contacto con nosotros mañana a las 9 de la mañana. Pensé que había que empezar con él primero, tener una idea de lo que quiere. Después, se supone que debo citarme con el resto del consejo durante el fin de semana, después de mi visita oficial. —Recogí mi portátil—. Y al parecer hay un baile de granero. ¿Puedes creerlo? —Espero que hayas empacado tus enaguas —dijo, riéndose conmigo. Palmeé mi segunda maleta—. Puedes apostar tu culo que lo hice. —No es cierto —dijo, parpadeando hacia mí. —Dan. ¿Cuándo volveré a tener la oportunidad de ir a un baile de granero? ¡Deberías ver las botas que tengo que llevar con mi vestido! —Por favor, prométeme que alguien tomará fotos. Sólo necesito una dijo, sacudiendo la cabeza—. Todavía no puedo creer que vayas allí. Mejor amigo o no, esto simplemente no es típico de ti. Mientras estaba de pie en la oficina perfectamente moderna en un rascacielos con vistas por las que la gente mataría, una lenta sonrisa se extendió por mi rostro. —Lo sé.

********

Cuando tenía diez años, mi familia y yo hicimos un viaje de fin de semana hasta el lago Erie para quedarnos con un viejo amigo de mi madre. Salimos tarde la ciudad, se nos rompió un eje en una carretera solitaria después del atardecer, y acabamos pasando la noche, y la mayor parte del

siguiente día, en un pequeño pueblo en medio de la nada, literalmente, esperando a que la única tienda en la ciudad consiguiera la parte que necesitaba para arreglar el coche de mi padre. Pasamos la noche en el Greenwood Inn, un hotel antiguo que había visto días mejores. Pero mientras mi madre y mi padre se quejaban del tamaño de los baños y las sábanas deshilachadas. Yo quedé fascinada con la campana en el mostrador de la planta baja y el hecho de que había una estufa antigua en la esquina. Al día siguiente, mientras mi padre se peleaba con el dueño de la tienda, mi madre, mi hermano y yo pasamos el día en la ciudad, caminando por la plaza del pueblo, jugando en el pequeño parque en el centro de la ciudad, y alimentando a los patos del estanque. Observé el ajetreo del pequeño pueblo a mi alrededor, los locales viniendo a la ciudad para conseguir algunos alimentos de la típica tienda de alimentos de la esquina, visitándose en el café por un trozo de tarta, o comprando ropa para la escuela en la única tienda de ropa, cerca de donde estaba el Estudio de Danza de la Señorita Lucy. Mi hermano estaba aburrido. Mi madre estaba frustrada. Yo estaba cautivada. El pequeño pueblo —y aún hoy no tengo ni idea de dónde estaba exactamente— volvió a la vida frente a mis ojos, como un libro que caminase y hablase. Pasamos exactamente diecisiete horas en ese pueblo, y cambió para siempre mi visión de las pequeñas ciudades de América… y fue la chispa que encendió el secreto que nunca debe ser contado de un día vivir en una. Cuando el tren aceleró a lo largo del Hudson, vi como los pequeños pueblos del río pasaban volando. Tomé fotos mientras los atravesábamos, el río, las estaciones, las colinas, todo. El tren hizo muchas paradas, y vi a la gente bajarse. Esa era gente que trabajaba en mi ciudad, pero escogía vivir justo encima del río, en un mundo totalmente diferente. Huh. Me acurruqué en mi asiento, envolviendo mi chaqueta de punto de cachemir más firmemente sobre mis hombros, maravillada por el mundo que existía más allá de la tierra mágica que es la ciudad de Nueva York. Y antes de que me diera cuenta, estábamos al final de la línea. La estación de Poughkeepsie.

5 Traducido por samanthabp —Guau. Es más grande de lo que pensé que sería. —Lo ves ahora, eso es exactamente lo que dije la primera vez que ví a Leo desnudo. —Que bueno—deslizo mi mano por un choca esos cinco. Ella choca su mano, manteniendo su mano irzquierda en el timón del auto. —De hecho, eso no es verdad—admitió, un rubor sube por sus mejillas—. Yo totalmente sabía que sería grande—me reí. —Ese chico, ¡Leo!. Es siempre agradable cuando chicos hermosos no son solo económicamente bendecidos, pero también allí abajo. No puedo esperar para conocerlo y felicitarlo por su gran pene—se rió, y golpeó su musmo con su mano. —Si por favor, dí exactamente eso. —Hecho—ella sabía que yo totalmente lo haría—. No es que no disfrute toda la charla basura aquí pero lo que de hecho quise decir fue que Poughkeepsie es más grande de lo que pensé—habíamos salido de la estación, y había esperado estar en el campo casi inmediatamente. —Poughkeepsie es de un tamaño decente, Bailey Galls es minúsculo. ¿Estás segura que estás en esto? —No estoy tan citadina, ¿Verdad? —Cariño. No hay Starbucks. No hay barras de secado. Solo tenemos a un taxi, conducido por un hombre llamo Earl que usa anteojos tan gruesos como las botellas de soda. No estoy completamente segura de que de hecho no sean botellas de gaseosa. —Estaré bien—respondí recostándome contra el asiento—. Veo que todavía estás conduciendo esta bestia. —No es una bestia, es un Jeep Wagoneer, un clásico. Literalmente no los hacen ya así. —Eso es verdad, no ves muchos paneles de madera esos días, al menos no por fuera del auto— respondí alisando mi mano a través del panel del lado. Mi mano estaba descansando el borde de la ventana, el aire soplaba desde el río y con este, un olor extraño—.

¿Qué estoy oliendo? —Campo—sonrió y giró hacia una carretera arbolada de dos carriles. —Perfecto—sonreí de vuelta—¿Cuando es el baile de la granja? —¿El qué? —El baile de la granja. El concejal Bowman dijo que había un baile de granja. Compré unas enaguas —estaba confundida cuando ella rompió a reir. —Oh, cariño—dijo, golpeando su mano con el timón del auto—. Debió haber estado bromeando contigo, no hay ningún baile de granja. —¿No es algo real?—pregunté decepcionada. —Oh, si lo es, solo que no este fin de semana. Pero miraré en el calendario y veré cuando es el siguiente. —Pero mis enaguas—dije sorbiendo por la nariz. Ella solo me dio una palmaditas en la mano y soltó una risita una vez más. Mientras conducíamos, comenzó a señalar puntos de referencia, algunos diseñados para ser puntos de referencia reales y otros que lo eran para Roxie. —Aquí es donde mi Jeep se dañó cuando estaba en la secundaria y tuve que caminar casi seis kilómetros a la casa más cercana. Yyyyy aquí está el Árbol de los Truenos, al menos una vez cada verano lo golpea un trueno pero la maldita cosa nunca se da por vencida ni cae. Y aquí está el desvío a The Tube, el mejor agujero para nadar en kilómetros. —¿Un agujero para nadar? Explica por favor—dije sin entender. Seguro, había visto viejos programas de televisión con gente que estaba nadando, bueno que estaba nadando en hoyos, pero eso no podría ser lo que ella de hecho quería decir. Espera, ¿Verdad? —Un agujero para nadar. ¿Nunca has estado en un agujero para nadar? —Una vez fuí a nadar en YMCA en el Bronx, ¿Eso cuenta?—pregunté. —Oh cariño, eres tan linda—dijo sacudiendo su cabeza hacia mí. —Lo sé—respondí rápidamente—continúa. —Bueno—es como un estanque pero está alimentado por un manantial y siempre se está moviendo, no está estancado. —¿Puedes ver el fondo?

—En su mayor parte. —¿No es blando y sucio? —Un poco pero es en su mayoría solo rocoso. —Eso me asustaría. Quien sabe que diablos pueda estar acechando allí—me estremecí. —Tú nadas en el océano—dijo. —Claro, pero es el océano. No es un hoyo en el suelo. —Ven el próximo verano y te enseñaré el hoyo para nadar. —Siento que debería decir gracias—me dio un vistazo. —Tú eres la que quería venir y aprender todo acerca de Bailey Falls—asentí con mi cabeza. —Lo siento. ¿Se estaba mostrando mi Manhattan? —No, pero si tu actitud snob de la ciudad—pretendió mirarme. —Oh bueno, tenía miedo de estar perdiendo mi ventaja—contesté y luego esquivé su golpe. —Te golpearé apropiadamente cuando salgamos del auto. Pero ahora, mientras conducimos a Main Street, causaría mucho chismerío. —¿La calle principal? —Aquí estamos—sonrió y giró a una nueva calle que se diriía al pueblo. Era verdaderamente la foto de una revista, una impresa en 1935. Era encantador. La luz comenzaba a avanzar hacia el oeste pero aún era dorada. La calle principal estaba bordeada con arces altos y llenos, con relucientes carmesí y amapola. Una brisa corrió enviando algunas hojas al suelo en donde se unieron con muchas otras. A través de las miles de hojas, niños llegaban, todos en fila, unidos por las manos con algunas profesores al frente y al final de la fila, todos ellos reían y pateaban a través del crujito. Más de ese aire de campo soplaba y enviaba algunas de las hojas a la calle por donde nosotros pasábamos agradablemente. Alineadas a las calles de Main Street, en medio de las hojas y de los adorables niños, habían filas de tiendas. En frente de la mayoría, los dueños de las tiendas habían puesto calabazas, unas graciosas y pacas de heno, tallos de maíz y un espantapájaros de aspecto libertido con un sombrero de paja para guardarlos a todos. La gente caminaba por la calle, entrando y saliendo de las tiendas con bolsas y paquetes llenos de lo que necesitaban en este hermoso día de otoño. Y por encima de todo, un cielo

increíblemente azul. Nada difuso o borroso, solo hermoso azul por kilómetros y kilótros, salpicado por nubes blancas esponjosas. —Ay Dios—suspiré, prácticamente colgando por fuera de la ventana como un un viejo perro de caza. Clic clic clic sonó en mi cámara, capturando todo lo que podía para inspirarme después. Aunque iría a mi tumba diciendo que no hay nada más hermoso que un atardecer en otoño en la ciudad de Nueva York, Bailey Falls tal vez se acerque mucho a eso. Y justo en el medio de Main Street estaba Callahan's. El restaurante había estado en la familia de Roxy por años y fue la razón por la que ella se mudó de nuevo aquí. Administrar el restaurante por el verano mientras su mamá competía en The Amazing Race había sido la última cosa que ella hubiera querido hacer, pero terminó siendo la mejor cosa que hubiera podido hacer. Ahora tenía un negocio floreciente, un chico caliente y este pueblo encantador cada día de su vida. Admiré el gran ventanal, los escalones de ladrillo limpios, el toldo de rayas verdes y blancas. Se veía viejo pero bien mantenido, con el tipo exacto de nostalgia que los turistas buscaban en masa. Un vistazo de la buena vida anterior, la manera en que las cosas solían ser, una vida que probablemente no era tan interesante cuando se estaba en ella, pero que en retrospectiva era simplemente perfecta. Este restaurante tenía eso a montones. Y no había estado adentro aún. —Vas a encontrarte con Chad en el desayuno mañana en la mañana, ¿Verdad? —A las nueve en punto. Fuerte y claro—respondí. —Perfecto. Tengo que venir al pueblo por suministros, así que te traeré—salió de la calle principal hacia la plaza del pueblo—. Pensé que te daría un tour en el auto antes de que nos dirijamos a mi casa. —Oh, eso me encantaría—exclamé mientras daba vuelta en la primera esquina. Farmacia, tienda de dulces, un teatro para ver películas, incluso el autoservicio de lavantería era lindo. Dando vuelta en la esquina pasamos por algunas tiendas de antigüedades, una carniceria y oh, aquí vamos, una quesería. Otra esquina, y aún más cosas adorables. La tienda de ropa para niños, una cafetería (no era competencia para el restaurante, muchas gracias), una tienda de comida gourmet al lado de un bar antiguo. Y en la última calle en la que dimos vuelta, lo que se veía como el ayuntamiento. Cuatro calles, cuatro esquinas con un dulce parquecito en el centro con un estanque para los patos, una glorieta de aspecto veraniego y algunos fantasmas de Halloween volando a través de los robles del otoño. Y aquí y allá, en las afueras de la ciudad, un vistazo de Hudson.

—Honestamente, ¿Podría ser este pueblo más lindo?—me maravillé, ya empezando a enmarcar tomas para la sesión de fotos que estaría haciendo para capturar la esencia de este pueblo encantador. Podía ver instantaneamente los avisos publicitarios de revista, lo que escribiría en ellas, la perfección de haccer de este lugar un punto para los turistas en los fines de semana. Traería a los habitantes de Nueva York aquí en masa. —Ahora crees que es lindo pero espera al invierno. —Oh Dios, ¡Apuesto que es encantador en navidad! —Claro, claro. Y cuando hay acumulaciones de nieve más altas que mi cabeza y está bajo cero por días hasta el final, entonces posiblemente es idílico. Aunque su tono sonaba burlón, claramente estaba enamorada de su pueblo natal de una manera que no había visto en años. —Me alegra que te hayas mudado a casa. Es agradable tenerte de vuelta en el este— dije. Ella rodó sus ojos. —Necesito alejarte de toda esta mierda de Norman Rockwell, te hace sentir mal—dijo. —Bien, entonces llévame a tu granja y cocíname algo de tu supuesta comida fantástica. —El tour en el auto ha terminado—anunció y dejamos la plaza del pueblo atrás. —Veré el resto del pueblo mañana, haré que Chad me muestre alrededor—bromeé. —¡No vayas a coquetear con mi enamoramiento de la secundaria! Y cariño, has visto el resto del pueblo. —¿Eso es todo?—exclamé, mirando de nuevo la plaza del pueblo para verla desvanecerse en la disatancia. Roxie solo se rió mientras conducía hacia lo salvaje....

***

Me acuesto en la cama de hierro que crujía solo por el movimiento de mi respiración.

Aspiré. Crujido. Solté la respiración. Crujido. Buen Dios, ¿Como la gente del pueblo folla sin despertar al pueblo entero? Me dí vuelta sobre mi estómago, sonriendo ante los toques aquí y allí. Mantas extra de aspecto cómodo apiladas en una cómoda antigua en la esquina. Algunas botellas de agua en la mesita de noche. Una pila de toallas frescas y mi propia calabaza encima del peinador que daba hacia el jardín delantero. No había sido tallada pero aún así era un toque lindo a un cuarto ya hogareño. Cuando Roxie me dijo que había encontrado una vieja granja, no estaba segura de que esperar. Era pequeña pero estaba bien. Solo era ella aquí y era linda y acogedora. Tuve la impresión de que ella y Leo habían discutido el mudarse juntos a esta casa muy lunda en las propiedades Maxwell pero también sentí que estaba muy feliz donde estaba, manejando su propio negocio en su pueblo natal. La casa estaba limpia, sencilla, un poco pasada de moda pero de una buena manera. Era una casa muy al estilo de Roxie. Ella estaba en la primera planta, comenzando la cena y me había alentado a ir al cuarto de huéspedes y ponerme cómoda. Había abierto las ventanas, oliendo más de ese aire limpio. Olía raro pero podía decir que mis pulmones lo apreciaban. Situada al final del camino, casi escondida en los árboles, la casa era un mundo aparte de mi casa en East Village. ¡Y silenciosa! Oh Dios mío, tan silenciosa. Aparte de los crujidos chirriantes. Me levanto de la vieja cama y comienzo a desempacar. Siempre empaco demasiada ropa ya que no sé cuando un cambio de atuendo pueda ser necesaria. Saco algunos vestidos y los cuelgo en el armario pernsando en lo que quiero usar esta noche. Era mi primera vez conociendo a Leo y a su hija Polly. Hmm. ¿Que debe usar uno para conocer al novio granjero de tu mejor amiga y su hija de siete años? Obviamente un enterizo de coral con los tacones de piel de serpiente de nueve centímetros de alto. Cuando llegué a la cocina, Roxie me dio una mirada y rompió a reír. —¿Esta eres tú en el campo? —Estar en el campo no es excusa para no verse para matar—dije pavoneándome en el suelo de madera—Y el coral es muy otoñal—me apoyé en el mesón buscando algo que pudiera robar. ¡Ajá! Tomates cherry. Tomé algunos y me dirigí a la mesa. —Claro, tonta de mí. Te pediría que me ayudaras con la cena, pero... —Pero te acuerdas como la escuela de cocina resultó para mí—terminé mordiendo un tomate—

se rió, y cortó ajo y lo puso en una sartén. Instantáneamente la cocina olía increíble. —Mmmm, ¿Qué vamos a comer?¿Tu famoso cioppino? Risotto de azafrán con arvejas y esparragos? Ese siempre ha sido uno de mis favoritos. No, no, espera. No me digas. ¿Estás haciendo ese increíble suflé de queso azul que huele como los pies pero sabe como el cielo? —se encogió de hombros. —No, espagueti y albóndigas de carne. Es el favorito de Polly—sonreí. —Que asquerosamente linda eres, haciéndole su comida favorita. —Oh, cállate—me serví un vaso de vino de una botella abierta que estaba encima de la mesa. —Mira, si estás haciendo espagueti y albóndigas de carne, serán el mejor espagueti y albóndigas de carne jamás hechos. —Eres muy dulce. Sé que estabas esperando algo más lujoso—moví la mano. —Por favor, puedo tener lujo el dìa que quiera. Solo estoy emocionada de conocer a tu compañero y su hija de albóndiga de carne que suena más inteligente que yo. —Ella es tan jodidamente inteligente, es un poco aterrador—Roxie sonrió mientras revolvía cebollas y ajo juntos—dame esa albahaca por favor—caminé hacia el alfelizar de la ventana donde tenía varias macetas con hierbas creciendo y tomé un poco. —¿Aún agregas azúcar a la salsa? —Algunas veces lo hago, si estoy usando tomates frescos reales, pero no usualmente. Estoy sorprendida de que aún recuerdas ese truco. —Chica. si retube algunos trozos de información aquí y allí. Y aún tengo mis cuchillos—rodó sus ojos. —Los cuáles nunca usas. —Pero se ven malditamente impresionantes en mi cocina—me senté en el taburete de la ventana viéndola agregar una piza de esto aquí y un poco de eso allí. —Nunca entenderé por qué demonios estabas allí en primer lugar. Especialmente porque ya que amas tanto a Manhattan, hay escuelas de cocina increíbles allí también— se dio vuelta para darme una mirada afilada. Le sonreí un poco.

—Este es un buen vino. —Natalie Grayson, ¿Qué es lo que no me estás diciendo?—sentí que el color subía por mis mejillas, preguntándome como esta conversación había comenzado cuando la había evitado de manera exitosa por años. —Sólo quería algo diferente de lo que conocía. —¿Diferente como? —Diferente de Thomas—mi voz estaba inesperadamente hueca. Tomé aliento, tomé un sorbo del vino, y ví el reflejo de las luces que subían por el camino hacia la granja. Un jeep polvoriento llegó a una curva del camino en la entrada y se detuvo al lado de la casa, con una entusiaste usuaria de una cola de caballo que ya estaba saltando fuera de su asiento y llamando el nombre de Roxie —Oye, creo que tu granjero está aquí—dije sintiendo que los latidos de mi corazón volvían a ser normales. Mi mejor amiga me miró. —Volveremos a esto más tarde—dijo limpiándose las manos en su delantal y abriendo la puerta trasera. Dejé salir un suspiro, tomé el resto de mi vino y ví como ella saltaba los escalones derecho a los brazos de su Leo. Tomó a Polly en un abrazo también, entonces los tres se dirigieron a la casa. Sonreí ampliamente, feliz de conocerlos y preguntándome no por primera vez, si habría algun día alguien que estuviera feliz de verme al final del día.

***

Había visto a Leo en la ciudad en el pasado, antes de que se fuera por una vida más simpre. Pero nunca lo había conocido y podía decir por qué ese chico era un buen jugador. Alto, de hombros anchos y fuerte, pero con una mirada fácil sobre él. Había una calidez en su sonrísa que no había visto antes. La mayor parte de la vciudad había sido quitada, revelando amabilidad y una risa rápida. Era fácil ber por qué estas dos mujeres bajaban la luna por él y este chico amaba su vida. —He escuchado mucho de tí—dije sonriendo mientras estrechaba mi mano. —Lo mismo digo—sonreí de vuelta, tirando de su mano hasta que estaba lo suficientemente cerca para abrazarlo—Hace meses que estás saliendo con mi mejor amiga, así que estás obligado a abrazarme—sorprendido pero dispuesto, me devolvió el abrazo, envolviendo sus fuertes brazos alrededor mío. —Cuidado, ese es mi chico—Roxie advirtió desde la esquina.

—Bien—respondí saliendo del abrazo pero aún manteniendo las manos. Apreté sus biceps un poco—. Muy bien—los ojos de Leo brillaron hacia mí y solo sacudí mi cabeza—. Tienes suerte de que no te haya conocido primero. —De verdad, aún estoy en la habitación—Roxie repitió y finalmente solté a Leo—. Y esta pequeña es Polly—saqué mi mano para apretar la de Polly—. ¿Es por Pollyanna? —Bueno, no fuí nombrada como un polinomio—dijo la niña, sus ojos eran tan verdes como los de Leo pero mucho más apreciativos. Me reí. —Es un placer conocerte, No un Polinomio—Polly me sonrió. —Huele bien aquí. ¿Qué hay para cenar? —Polly, acabamos de llegar. ¿Tal vez deberías preguntarle a Roxie si necesita ayuda?— dijo Leo alborotando su cabello—. Si huele muy bien. —¿Necesitas ayuda y qué hay para cenar?—preguntó Polly, me volví a poner en el taburete de la cocina, sabiendo bien cuando la persona que de hecho está a cargo acaba de llegar. Solo esperaba que me dejara algo de espaguetti y albóndigas.

***

—¿Así que estás aquí para ver como traer más personas a Bailey falls, verdad?— preguntó Leo esparciendo mantequilla a un trozo de pan para Polly y poniéndolo a un lado de su plato. Ella estaba tratando de enrollar su pasta con una cuchara, así como Roxie. Su pequeña lengua salía de un lado de su boca mientras se concentraba. —Más o menos. Estoy aquí para obtener la disposición de la tierra por así decirlo. Mi firma recibió un correo electrónico de Chad Bowman, ¿Lo conoces?—llevé un poco de pasta con mi tenedor a mi boca, y Dios mío, estaba muy buena. Mi chica podía cocinar. —Si. Él y su esposo son miembros del programa de la granja que ofrecemos a los locales. Son chicos asombrosos—Leo suavizó una risa cuando la cuchara de Polly casi sale volando —. ¿Quieres que corte eso para tí para hacerlo más fácil con el tenedor?

—Roxie dice que nunca se debe cortar la pasta—dijo Polly con una mirada serie en su cara —. Daña la integridad del fideo. —Eso parece ser exactamente algo que ella diría—digo. Roxie estaba tosiendo en su servilleta rápidamente—. Así que háblame del programa de la granja. Mientras Leo habla, comienzo a tener una mejor idea de lo que ha creado en las granjas Maxwell. Entre más escucho sobre ello, más ansiaba verlo. —Eso parece exactamente el tipo de cosa que podría hacer a este pueblo aún más atractivo. El encanto de Norman Rockwell con la agricultura sostenible local, en lo cuál todo el mundo está interesado ahora. ¿Das tours a la granja? —Todos los días—dije Leo—dos los sábados. —Perfecto. ¿Puedo ir mañana? —Claro. Estamos moviendo algunos de los animales mañana para pastoreo rotativo de cesped, así que es un buen día para ir. Mucha actividad—respondió. Roxie dejó de ayudar a Polly a enrollar su pasta. —¿Van a mover vacas lecheras mañana?—preguntó tratando de parecer despreocupada pero fallando al hacerlo. La miré con dureza pero parecía estar de repente muy interesada en una hebra suelta en la camiseta de Leo. —Si, las vamos a mover al pasto del este. ¿Por qué?¿Qué pasa?—preguntó Leo, comiendo otra albóndiga—Mira lo que estás haciendo allí Sugar Snap, no deshagas una de mis camisetas favoritas. Sólo ví a los Pixies tocar en vivo una vez. —Estaba pensando que sería divertido que Natalie viera eso, que te viera mover las vacas— respondió Roxie, sin dejar de mirar su camiseta. Leo puso su mano sobre la de ella deteniéndola de deshacer la camiseta entera. No podía culparla, sería una gran vista. —Claro, ¿Quieres venir mañana en la tarde? —¿Y obtener la oportunidad de decir que literalmente ví a las vacas regresar a casa? No me lo perdería—me dí vuelta hacia Polly—voy a conocer a una vaquita muu mañana, ¿Quieres venir? —No son vaquitas muu, son Guernseys y Brown Swiss—parpadeó—. Y mañana tengo escuela.

—Ah, por supuesto—respondí. Hablando de escuela...—. Bien, entonces mañana pasaré por la granja después de encontrarme con Chad. Suena como un plan. —Suena genial—Roxie respondió sonriendo ampliamente.

6

Traducido por Clara Markov

Cualquiera que te diga que una buena noche de sueño en el campo cura todas las enfermedades, en realidad nunca ha estado en el campo. Entre los grillos, los búhos, el viento aullando, los árboles raspando contra las ventanas, y la cama más chillona y chirriante de los Estados Unidos, apenas pude pegar un ojo. Y justo cuando me había acostumbrado un poco a las cacofonías de sonidos ocurriendo afuera en el Reino Salvaje, todo se detuvo. El viento se calmó, los árboles dejaron de arañar, los grillos y los búhos concordaron en tomar un descanso, y fue como si el mundo exterior permaneciera en un silencio eterno. El mundo interior se redujo al crujido ocasional de mi cama, el tictac de un reloj de pie en el piso de abajo, y mi respiración, que sonaba fuerte en la habitación silenciosa. ¿Dónde estaba el ajetreo? ¿Dónde estaba el bullicio? ¿Dónde sonaban las sirenas, las bocinas y la gente, que, por el amor de Dios, siempre podías contar que hiciera ruido de fondo a cada hora del día y la noche? El silencio me presionada desde cada dirección, convenciéndome que Roxie había desaparecido, y que solo quedaba yo sola para luchar contra las sombras de cientos de árboles cercanos en el exterior, silueteados por una luna de calabaza enojada que bajaba su mirada hacia esta tierra que el tiempo olvidó. Cuando está demasiado silencioso en el campo, es muy fácil imaginar a un hombre con una camisa de cuadros caminando a través del bosque. Observando la granja desde el otro lado del terreno, preguntándose si hay una chica de ciudad regordeta acostada en una cama chirriante en

la segunda planta, bastante bonita para ser asesinada al principio de la película de terror, sino para mantenerla viva para algo ciertamente terrible cerca del final del tercer acto. Sí, dormir en el campo no es tan bueno como parece ser.

*** —¿Cómo dormiste? —preguntó Roxie alegremente al tiempo que bajaba tambaleándome a la primera planta la mañana siguiente, siguiendo el olor a café que parecía un flautín olfativo. —Te odio —murmuré, quitándome el cabello de mi rostro adormilado. Ella rodó los ojos y me pasó una taza de café, la cual sujeté como un talismán—. Te amo. —Eres tan dramática. —Estoy de acuerdo. —Suspiré, hundiéndome en una silla de la mesa—. ¿Cuánto tardaste en acostumbrarte a dormir con todo ese ruido? —¿Qué ruido? No escuché ni pío. —Sí, esa es otra cosa. O es tan escandaloso como un carnaval o no se escucha nada. ¿Qué sucede con eso? —Crecí con ello así que ya no lo noto. Por supuesto, de todos modos, no dormí mucho. Roxie había tenido insomnio desde niña. —¿Ha mejorado? Una mirada contenta cruzó su expresión. —Gracioso, pero desde que Leo y yo, ya sabes… —¿Empezaron a follar? —Empezamos a salir, era lo que iba a decir —comentó, sus mejillas sonrojándose—. He estado durmiendo mejor. Digo, nunca tendré mis ocho horas, pero definitivamente estoy durmiendo más que nunca. Sorbí de mi café, asintiendo. —Es por toda esa follada. —Es más que follar —insistió, enganchando una silla con su pie y hundiéndose a mi lado—. Es el antes y el después, ¿sabes?

—Ah, sí, las palabritas dulces y la relajación después del sexo. —Agarré un hilo suelto en mi suéter —. Por lo general, solo me pregunto cuándo volverá a empezar el sexo. —Ah, sí, el sexo empieza enseguida —dijo, su rubor profundizándose—. Pero hay algo al dormir a su lado. Es… —Se detuvo, buscando una palabra. —¿Asombroso? ¿Increíble? ¿Fuera de este mundo? —Agradable. —¿Agradable? —pregunté, sacudiendo la cabeza—. ¿Todo lo que recibes es agradable? —Sí es agradable. Tan agradable —contestó con el más perfecto sentido de paz y alegría que había visto—. No quiero dormir con Leo cada noche; algunas semanas solamente hay una o dos noches en los que podemos tener una noche completa debido a la agenda de Polly. Así que, cuando estamos juntos, por supuesto que está lleno de juegos sexuales, pero entonces, cuando eso pasa, y somos él y yo con el silencio; eso es agradable. —Sus ojos veían a través de mí; ahora se encontraba en su propio mundo—. Siempre se queda dormido primero, por supuesto, por lo que tengo tiempo a su lado para solo… estar con él. Observarlo dormir, escucharlo respirar y roncar, por Dios, y el hecho de sentir a esta grande y cálido hombre a mi lado, su cuerpo envuelto a mi alrededor, esas enormes manos callosas en mi cadera o estómago, es honestamente la mejor sensación del mundo. Simplemente es… —Se fue apagando, soñadora y distante. —Agradable —suspiré, entendiendo. —Sí —respondió. Tuve algo agradable. Una vez. Pero después fue algo muy poco agradable. Ambas soñamos despiertas por un momento, perdidas en nuestros pensamientos, y luego rompí el hechizo al decirle que iba a salir a conocer a su amor platónico de la escuela. —Dile que sigo esperando por las instrucciones del pastel de cumpleaños de Logan. No sé qué estoy haciendo, pero si no me dice pronto, estará involucrado un cóctel de frutas de Walmart —llamó detrás de mí a medida que bajaba las escaleras e iba hacia mi Jeep. —Haré lo que pueda, pero estoy segura de que con todo el coqueteo que hay, será difícil de recordar —bromeé, sabiendo cómo se sentía sobre su amor platónico de la escuela. —Amé a ese hombre desde la adolescencia; mejor cuida tu espalda, chica citadina — flotó hacia mí desde la ventana abierta de la cocina. Cuando me giré, pude ver las continas

revoloteando, y le hice un gesto con mi dedo en donde le hacía algo inapropiado al hoyo que mi otra mano hacía. No podía esperar para conocer a este chico…

*** —¿No eres adorable? —¿Disculpa? —Discúlpame tú a mí, pero eres el segundo hombre hermoso que he visto en este pueblo desde que llegué anoche. ¿Qué hay en las aguas de aquí? —Tú debes ser Natalie —contestó el hombre hermoso que lucía exactamente como Roxie describió que sería Chad Bowman. Alto, atractivo, confiado sin ser arrogante; el hombre era digno de ser el amor platónico de muchas chicas. —Y tú definitivamente eres Chad Bowman. Eres tan hermoso como Roxie describió. —Igual tú, también me contó todo sobre ti. Tan pronto como entraste pavoneándote por la puerta, supe que eras tú —dijo, sacando un banco para mí. —No me pavoneo. —Me senté elegantemente en la silla. Ajustándome, guiñé—. De acuerdo, tal vez un poco. Prefiero pensar que camino con gracia. —Una de las dos, estás matándome con tus zapatos —dijo, señalando mis tacones—. ¿Cuántos accidentes causaste viniendo aquí esta mañana? Pensé en las dos cuadras que caminé después de estacionar el Jeep. Algunas quijadas caídas de unos adolescentes, un saludo por parte del viejo de la barbería por la que pasé, y un chiflido por parte de un caballero que salía de la carnicería, justo antes de que dejara caer su lomo de cerdo. Nada como lo que recibía en la ciudad, sin claxon ni gritos; sin embargo, definitivamente algunas agradables y respetables miradas lujuriosas. —Algunas pérdidas cercanas, pero ningún raspón. —Puedo imaginarlo. —Ordenó dos tazas de café y saqué mis cosas para comenzar. Lo estudié mientras interactuaba con la mesera, hablando con ella, no a ella. Algo de lo que hice una nota mental. Era tan guapo en una forma “¿es real?” que todos los amores

platónicos de la escuela tienen. Me lo imagino a él y a Roxie en esa época, ella adulando a esta criatura divina, y él rompiendo corazones a donde quiera que iba. El restaurante se hallaba lleno con una multitud para el desayuno; desde solteros hasta parejas, madres y bebés, y un par de viejos gruñones que avanzaban al mostrador luciendo tan viejos que el pueblo probablemente estaba construido en sus espaldas. Ideas comenzaron a arremolinarse en mi mente cuando veía los comerciales locales. Se aprende mucho de los anuncios que los pequeños pueblos crean. Desde el corto de quince segundos de Sujeta y Riza con Karla hasta los anuncios robustos que Bryant Mountain House presentó para invitar al dominguero, esta ciudad tenía un poco para todos. El plan estaba tomando forma. —Entonces, dime, ¿qué piensas de nuestro pequeño Bailey Falls? —preguntó Chad, soplando hacia su café caliente antes de tomar un sorbo. —Es encantador, pero eso ya lo sabes —comencé, mirando hacia el recipiente con pastel. Había una rebanada asombrosa que iría bien con mi café de cafetería—. Tampoco lo digo de una manera condescendiente. En verdad es un pequeño punto perfecto, acurrucado en las montañas. El paisaje en el tren vale cualquier precio de admisión. Chad sonrió radiante, al igual que Roxie hacía cuando se ponía toda llorosa y con ojos saltones hablando sobre el pueblo. Habiendo estado lejos por tanto tiempo, se hallaba convencida de que odiaría cuando regresara durante el verano. Entrar y salir era su objetivo, pero la enganchó y no la dejó ir. No sería para todo el mundo en dosis largas, pero ¿en cortas? Más de las piezas del rompecabezas caían en su lugar. —Me alegra que veas el potencial. El pueblo es una gran parte de nuestras vidas. Mi esposo, Logan, viene de un pueblo pequeño, así que cuando lo traje a casa por primera vez, él se enamoró por completo de Bailey Falls, e inmediatamente comenzamos a hacer planes para trasladar nuestro negocio aquí. Mi corazón se agitó, como siempre ocurría cuando se entusiasmaba con un proyecto. — Las cosas se están difundiendo, pero necesito ver más de lo que estoy trabajando —dije, llamando a la mesera—. Tomaremos dos rebanadas de lo que sea tu mejor postre, por favor. Con un rápido asentimiento, ella examinó el recipiente de cristal lleno. Eligiendo dos rebanadas, las emplató y las empujó hacia nosotros. —Pastel colibrí. Especialidad de Roxie. —¿También tienen pasteles zombis aquí? Me sorprende que Callahan no intentara asegurarse de no compartir el amor familiar con el competidor —pensé. La mamá de Roxie debió de

haber tenido un ataque al corazón cuando su hija comenzó a llevar sus mercancías por la ciudad, sin dejarlas solo en los confines de la Cafetería Callahan. No solo gemí alrededor del tenedor. Puse los ojos en blanco, apreté las piernas y lamí obscenamente hasta el último trozo de glaseado del tenedor. El pobre y adorable Chad Bowman parecía como si le hubiera pedido que montara mis partes femeninas en frente de su marido. —Maldita sea, esa mujer puede hornear un jodido pastel —gemí con otra mordida. Chad se removió en su asiento, asfixiando una carcajada. —Sí, sí puede. Me terminé el pastel sin volver a avergonzar al pobre Chad, quien no dejaba de mirar mi boca luego de verme profanar el tenedor. Hice una nota mental para que Roxie comenzará a llevarme pasteles colibrí una vez a la semana a la ciudad. Charlamos un rato más sobre las esperanzas para el pueblo. Me explicó que el ayuntamiento le confiaba esta empresa para llevar a Bailey Falls en una nueva dirección en términos de publicidad, y que haría cualquier cosa para asegurarse de que funcionaba. —Estás en buenas manos, Chad. Este año he conseguido más cuentas para el Manhattan Creative, o los últimos tres años, que otra cuenta ejecutiva. Mi acercamiento inicial es simple: llegar a conocer Bailey Falls desde adentro hacia fuera. De arriba hacia abajo y todo en el medio. Quiero saber lo que hace que este pueblo haga tictac, y por qué debería ser el destino de los citadinos, retirados, y las familias. Este lugar parece tenerlo todo, y queremos asegurarnos de que todos lo sepan. Chad lo pensó por un momento, después me dio una gran sonrisa. —Normalmente solo te tomaría la mano y te diría que fueras a trabajar, pero por la conexión con Roxie, siento que quiero abrazarte. —Han pasado al menos doce horas desde que un hombre hermoso tuvo sus manos sobre mí, y técnicamente fue Leo, así que ven aquí —dije, sacándolo de su asiento—. La conexión con Roxie; eso suena bien, ¿no lo crees? —Muy serie de los ochentas combinado con una novela de Agatha Christie. —Se rio, sacando su billetera y pagando la cuenta—. Entonces, ¿qué clase de planes locos tiene Roxie puestos para ti este fin de semana? Me reí. —Creo que una lista más corta sería lo que no tiene planeado para mí. —Tiene todo el fin de semana lleno en un esfuerzo para enamorarme de Bailey Falls. Se deslizó del banco y sonrió. —Egoístamente debo decir que espero que funcione y nunca te vayas. Necesitamos algunas mujeres rudas por aquí para dar un cambio radical por aquí.

—Oh, no lo sé —comenté, sintiendo el calor subir a mis mejillas. Tengo una fantasía con las granjas, por supuesto, pero ¿a largo plazo? Pertenecía a la ciudad—. Podrías haberme convertido en un inmigrante de fin de semana. —Pasé el pulgar por lo último que quedaba de merengue en mi plato y lo chupé por un rato mientras pensaba sobre alguien que podría ser capaz de hacerme visitar Bailey Falls más seguido. En verdad lo chupé…

***

Lo que “sabía” de vivir en una granja venía de las imágenes de libros y películas. También tengo una tendencia a embellecer y enchapar imágenes que vuelvo a visitar en mi mente, coloreándolas y ensombreciéndolas hasta que sea perfecta, hasta que creo que es exactamente cómo es. Pasaron dos cosas en las Granjas Maxwell. Una, me di cuenta de que no tenía idea de cómo funcionaba una granja de verdad. No es un lugar idealizado en donde un granjero domesticado acaricia vacas bonitas mientras su esposa, una extra de un programa típico estadounidense de los años cincuenta, salta sobre el pasto a la hora del almuerzo con un pastel de pollo metido en una canasta debajo de un pañuelo rojo, después de lo cual se pegan el uno al otro bajo el cielo azul. Una granja es sucia, huele mal y se debe trabajar realmente duro. Dos, la granja Maxwell es un lugar ideal, en donde la gente trabaja duro y crea algo hermoso a costa de acres y excesivo sudor. Vi gallinas poniendo huevos, recogí una calabaza de una vid, y rasqué la panza de un puerco. Era una revuelta de olores, vistas, sonidos, al igual que gustos, ya que Roxie nos hizo probar todo en su jardín de la cocina, algunas cosas todavía con suciedad colgando. Me reí mientras se quitaba el polvo de sus pantalones de granja, diciéndome que simplemente me dejara llevar y sacara un poco lo campesino. Realmente era un lugar mágico. Cuando aparecí en el gran granero de piedra, le echó un vistazo a mis botas de tacón alto e hizo que me pusiera un par de botas de agua de Leo, las cuales eran como canoas en mis pies. Pero después de caminar sobre mierda por quinta vez, las agradecía. Tomé fotos de todas partes, robando algunas de Leo con su tierra en el fondo, suciedad en sus manos, una sonrisa en su rostro, y el amor por lo que hizo brillando con todo. No sabía con seguridad lo que tenía con las fotos que tomé, pero sabía que me llevarían a donde necesitaba ir con la campaña. Leo movía a los animales alrededor de la granja para mantener las cosas reducidas, y para darles a los pollos un lugar increíble para relajarse todo el día. Ya los había visto y a su

encantadora casita móvil a travesar un pasto recién cortado. Luego fuimos a ver a las ovejas en el siguiente campo, esponjosas y blancas y dando balidos al tiempo que el viento les revolvía los abrigos. Ahora finalmente nos movíamos hacia las vacas, las cuales lucharía a muerte por llamar a pesar del desdén de Polly. Me pregunté si Leo tenía alguna idea de los muchos problemas que tendría cuando esa niña muy inteligente creciera para convertirse en un adolescente. Sonreí para mí misma. Y hablando de sonreír, Roxie lucía como el gato Chesire, incluso rebotaba un poco en el asiento delantero mientras Leo conducía su Jeep hacia el pastizal de vacas. —¿Qué pasa con la sonrisa? —le pregunté, inclinándome hacia adelante. —¿Quién, yo? —respondió con una gran sonrisa—. Simplemente estoy teniendo un día genial. Aquí está mi mejor amiga, y estoy durmiendo con el granjero más caliente desde Almanzo Wilder… —No la dejes engañarte, Natalie. Ella me botaría en un segundo si el verdadero Almanzo estuviera disponible —interceptó Leo. —… y el sol está brillante. ¿Qué más podría pedir? —terminó Roxie, quitándome un par de piezas de cabello de mi rostro y quejándose de mi liga. —¿Con un martini sucio y un par de revistas porno? —le pregunté alegremente, ganándome un choque de manos con Leo. —Sucio, puedo manejarlo —dijo Roxie sugestivamente. Y justo en el instante que me giré para preguntarle a qué se refería, vi a Oscar. En el campo, rodeado de vacas. —Jódeme —respiré a medida que llegamos a la puerta. Detrás de él había un desfile de colores otoñales, marrones intensos, rojos y naranjas brillantes. A su alrededor, había reses muy lindas, de color rojo intenso y marrón sedoso, con ojos grandes y tiernos. Y en medio de todo, este hombre dorado. Vagamente en el fondo, en donde mi banda sonora interna suena, podía escuchar la guitarra inicial de “Here Comes Your Man” de los Pixies… Alzó la mirada del rebaño hacia nuestro Jeep, y saludó a Leo. El cabello castaño como siempre agarrado, una camisa de franela atada alrededor de su cintura, vaqueros de azul desvanecido envueltos en sus largas piernas. Verlo aquí, en su elemento natural, era aun más despampanante que verlo en el mercado de la ciudad. Y hablando de impresionante…

Me acerqué y le susurré a Roxie—: ¡No puedo creerte! —¿Qué? —¡No finjas, mujer! ¿Qué te traes? Oscar cruzaba el campo, sus grandes y largas zancadas probablemente acortando veinte metros. Jodido Paul Bunyan, este tipo. Estaba teniendo un medio ataque de pánico y se estaba convirtiendo en uno completo bastante rápido. Leo, hermoso y ajeno, solo sonrió y lo señaló. —Ese es nuestro vecino Oscar; a veces dejo que sus vacas pasten en mis tierras. —Ni que lo digas. —Sentía que mi sonrisa mostraba muchos dientes—. Estaremos bien. Oscar casi llegaba a la puerta. ¡Solo algunos pasos más y estaría aquí! Me deslicé hacia abajo en el asiento trasero. —Roxie, estás en mi lista. Tacha eso, tú eres la lista. —¿Era posible llamar un taxi al campo? Empecé a buscar una señal de taxis privados. —Oh, cuál lista, volveré a ser tu persona favorita en el momento en que llegue aquí con ese cabello, que por cierto es glorioso —dijo, quitándose el cinturón de seguridad—. Me pregunto qué tipo de acondicionador usa por… ¿qué diablos estás haciendo? —Bajó la mirada hacia mí. —Escondiéndome. Lo cual deberías intentar, ya que una vez que la conmoción se me pase, te voy a ahorcar. —Me deslicé hacia el piso—. ¿Hay alguna trampilla aquí? —Oh, ¡deja de ser tan tonta por este chico! Es tiempo de que en serio se conozcan, ¡sin queso! La jalé del hombre frenéticamente. —¡Baja tu voz! ¡Te escuchará! —Estás siendo ridícula. Se me aceleró el corazón. ¿Qué ocurría con este chico? Y no era por nada, si lo iba a conocer este fin de semana, lo cual sabía que era una posibilidad, tenía un atuendo y escenario escogido para iniciar. Algo sencillo, en un bar con poca luz, algunas ingeniosas réplicas, y luego horas y horas de una follada súper dulce. ¡En ninguna parte de esta posible reunión llevaba puesto un moderno suéter de cuello alto, pantalones de montar de terciopelo, y los zapatos de mierda otro hombre! Podía escuchar su voz profunda acercarse, contestando las preguntas de Leo con palabras como “sí”, “ajá” y “cerca de veinticinco centímetros”. Podría morir.

Roxie discutió conmigo hasta que Leo y Oscar se encontraban más o menos a unos tres metros del Jeep. No me sentía preparada para enfrentarlo todavía. Él existía en otro espacio y tiempo, un espacio llamado mercado y un tiempo llamado “Los mejores diez minutos de la mañana de mi sábado”, y verlo aquí y ahora amenazaba con desenredar el espacio-tiempo que mantenía nuestro frágil universo junto. Todavía no podía soportar que fuera real. De modo que manejé las cosas como una mujer madura, profesional y adulta. Jalé el cuello de mi suéter sobre mi cara y me escondí dentro. Podía ver a través del tejido dos sombras aparecer de la parte trasera de la camioneta, una imposiblemente alta. Podía percibir a Leo mirando de ida y vuelta entre Roxie y yo, su sombra sacudiendo la cabeza. —Em, ¿cariño? —escuché a Leo decir. No tenía sentido. No podía quedarme para siempre dentro de mi suéter. Tomé una respiración profunda, inhalando un golpe de confianza de mi perfumada lana de cachemira, y eché un vistazo por arriba. Viendo hacia mí con una mirada curiosa estaba Oscar. Sus ojos grises y azules tenían un toque de diversión combinado con un “¿qué diablos?”. Y a medida que bajaba mi suéter aún más por mi cara, sus ojos cambiaron de confusión a reconocimiento. Y mientras la realización comenzaba, un resplandor de calor destelló a través de ellos. —Brie —suspiró, ubicando mi rostro y orden al mismo tiempo. —Oh. Sí.

***

Roxie sacudía la cabeza de un lado hacia el otro tan rápido que se iba a dar un tirón. — Te di la oportunidad perfecta, y me refiero a la oportunidad perfecta, para hablar con él, para encender el antiguo encanto de Natalie y hacerlo desearte. Estabas atrapada en un campo, en un Jeep, rodeada de vacas, sus vacas, imagínate. Literalmente no tenías ningún lugar para ir, ningún lugar para correr. ¿Y qué hiciste? —Corrí —respondí, dejando caer mi cabeza en el salpicadero—. Corrí.

—A través de un campo. —Lleno de vacas. —¡ Totalmente lleno de vacas! —explotó Roxie. Giré mi rostro hacia ella, manteniendo mi cabeza en el tablero. Me volví a meter en mi cuello, pero mis ojos seguían asomados, mirando a Roxie por cualquier señal de que seguía bordeando lo lindo y no lo psicótico. —Para ser justos, no corrí muy lejos — señalé—. Me di la vuelta. —Porque una vaca te perseguía. Seguí adelante y jalé el cuello sobre toda mi cabeza. Era cierto, todo era cierto. Cuando él se dio cuenta que era yo, y completamos nuestro vals de tres palabras, no esperé para ver lo que diría. Porque como un relámpago, salté con mi trasero talla dieciocho por un lado del Jeep, y despegué en un salto de paso aleatorio por el campo, uno de los zapatos de Leo colgando a medio camino de mi pie. Resulta que las vacas amables y dulces se sobresaltan cuando alguien se les acerca corriendo, y no toman muy generosamente a alguien saltando. Una de ellas me persiguió, y aunque era probable que fuera a un paso de un kilómetro por hora, parecía muy rápido en mi cabeza. Entré en pánico, me giré, y me volví a dirigir a la camioneta, mientras Leo, Roxie, y un hermoso y a la vez medio enfurecido Oscar trataban de gritarme direcciones alternas. —¡Detente! —¡Sigue! —¡Date la vuelta! —¡Hacia aquí! —¡Hacia allá! —¿Qué diablos le estás haciendo a mis vacas? Afortunadamente, para el momento en que regresé al Jeep, el hombre estaba con el ganado, calmando a sus chicas, mientras Roxie fue dejada para calmar a la suya. Y esta chica se dirigió para sacarnos jodidamente de ahí en ese jodido momento. Y aquí nos encontrábamos, a medio kilómetro del pastizal de vacas, y me preguntaba si habría algún viaje en tren de regreso a la ciudad. —¿Qué demonios, Natalie? En serio, ¿qué sucede? — preguntó Roxie, y gruñí dentro del cuello.

—Si supiera, te lo diría. Simplemente me desmorono alrededor de este chico. —Bajé mi cuello por encima de mi nariz—. Cuando lo veo, literalmente pierdo la cabeza. No puedo hablar con él cuando veo ese rostro, y esos ojos, y esos labios, y toda esa extraordinaria tinta, y esas manos… ¿has visto esas manos? Y… —De acuerdo, lo entiendo. Así que, ¿qué pasa si no pudieras verlo? —¿Cómo podría no verlo? Cómo podría no ver ese rostro, esos ojos, y esos… Levantó una mano. —No me quedaré sentada aquí mientras atraviesas otra ronda de la sensual cabeza, hombros, rodillas y pies. —Rodillas y pies —canté de vuelta. Lo cual la hizo sonreír, lo cual me hizo sonreír. Un poco. Suspiró. —Debo regresar al granero para hacer el almuerzo. —¡Genial! ¡Me muero de hambre! —anuncié, bajando el cuello, ansiosa por barrer todo esto debajo de la camioneta. —Un almuerzo al que Oscar va a ir. —En realidad, todavía sigo llena por el desayuno. —Volví a subir mi cuello. Las manos de Roxie me lo quitaron de la cara. —Vas a ir. Esto se termina hoy, de una manera u otra. —Puso en marcha el Jeep y señaló hacia la granja. Me senté en mis manos todo el camino hacia el granero para evitar volver a ocultarme. Mientras me sentaba en mis manos, pensé en cada una de las veces que vi a Oscar, y cómo reaccioné. Estaba bien cuando iba al mercado, estaba bien cuando me ponía en la fila, incluso estaba bien cuando pagaba por mi queso brie. Era cuando nos encontrábamos totalmente de frente, sus ojos todos sobre mí y su fuerza convirtiéndose en un once, que me reducía en una masa. Y una idea comenzó a tomar forma…

7

Traducido por Dakya

Roxie picó. Me paseé. Roxie se movió. Me paseé. Ella salteó. Todavía… Me paseé. La estaba poniendo nerviosa. Sabía esto porque cada tres o cuatro minutos, ella dejaba su cuchillo / cuchara / cucharón / molinillo y decía: —Me estás poniendo nerviosa, maldición—. Vigilaba el camino. Leo le había enviado un mensaje de texto para avisar a Roxie que ellos vendrían a almorzar pronto, siendo la palabra clave “ellos”. Estaban en camino, incluía a Oscar, la criatura tatuada y divina por la que me había humillado por última vez. Mordí un trozo de apio, royendo casi con enojo mientras Roxie me decía una vez más que pensaba que debería ir tranquila con esto, dejar que las cosas ocurrieran naturalmente, calmar mis nervios y mantener la compostura, y simplemente recordar que era un Knocaut que podía tener a cualquier hombre que yo quisiera. Pero mientras que la apacigüé con unos pocos "sí" y "tienes razón" y "mierda sí", sabía que estaría usando una táctica diferente cuando viniera el lechero. Y justo al otro lado de la cresta, aquí venía, corriendo por la carretera en una motocicleta de mierda. Casi no pude soportarlo. Con el pelo ondeando en el viento, las gafas de sol puestas como un anuncio para Ray-Ban, Oscar se detuvo justo afuera de la puerta de la cocina, levantando polvo. Leo lo siguió en su viejo Jeep, los dos casi exagerados. Justo cuando mi piel hormigueaba y mis muslos se apretaban, la voz de Roxie me devolvió al borde del orgasmo público. — Recuerda, Nat, se buena, —dijo, volteando las chuletas de pollo—. ¿Relájate? Dile eso a mí clítoris… Es hora de cortar esto de raíz.

Asentí con la cabeza mientras permanecía de pie, con los ojos fijos en la bebida alta y espléndida mientras me acercaba a la puerta y avanzaba a zancadas hacia el hombre en la motocicleta. Leo me echó un vistazo y, sabiamente, dio unos pasos hacia la cocina, donde pude ver a Roxie asomándose por las cortinas de saco de harina. — Oscar, ¿verdad? —dije, manteniendo mis ojos enfocados en la escena pastoral justo arriba y más allá de su hombro izquierdo. Músculos poderosos, hermosa piel dorada, arremolinados con tinta tentadora—.

Dejo que mis ojos se deslicen hacia su mano, la cual agarré antes de poder perder el valor. Evitando el contacto visual, me dirigí hacia la parte no renovada del granero, donde Roxie me había mostrado los viejos puestos de ordeño. Podía sentir el calor de su mano mientras sostenía mis dedos con fuerza, haciéndome plenamente consciente de que él estaba listo para el viaje. También podía sentir que su mirada estaba firmemente en mi trasero. Una sonrisa se deslizó sobre mi rostro cuando sentí que Natalie se mostraba por primera vez cerca de este tipo. El heno de olor dulce crujió bajo sus pies y el sol cayó a través del espacio entre las vigas mientras lo conducía hacia los puestos en la parte trasera del granero. Al llegar al final del pasillo, me volví para mirarlo, manteniendo mis ojos al frente. Estaba tan cerca que casi me estrellé contra su pecho. Me di cuenta, no por primera vez, de lo alto que era. Estaba acostumbrada a que los hombres fueran unos centímetros más altos que yo, la misma altura cuando llevaba puestos los tacones. Lo cual casi siempre sucedía. Pero la clavícula de este tipo tenía exactamente la misma altura que mi boca. Oh. Solté su mano y coloqué ambas mías en su cálido y amplio pecho. Inhalando, obtuve una nariz embriagada de Oscar. Mis ojos se dibujaron más allá de la vista de mis manos sobre él, lo que me hizo estremecer, hasta la astilla de la piel sobre su camiseta con apenas un toque de tinta. Lamiéndome los labios, lo empujé ligeramente hacia atrás, hacia el costado del establo. Y cuando estuvimos allí, corrí alrededor de la pared hasta el puesto contiguo. Donde no podía verlo. Donde finalmente podría hablar con él. Respiré hondo y luego abrí la boca para hablar. — Así que aquí está la cosa, Oscar. ¿Puedo llamarte Oscar? — Mi nombre es Oscar, —dijo, sonando un poco divertido—.

— Correcto, —asentí con la cabeza, arrugando los ojos con frustración. Hmm. Eso era incluso mejor. No podía verlo, y ahora no podía ver nada. Mucho mejor. Extendí la mano, agarrando un listón de madera, áspero bajo las puntas de mis dedos, pero de alguna manera aterrizando. —Aquí está la cosa, Oscar, —repetí. —Eres jodidamente increíble de mirar, y cuando te veo, me vuelvo estúpida. Extrañamente, extrañamente estúpida, porque normalmente puedo hablar con cualquier hombre. Pero contigo, es como que todo lo que puedo decir es lo que siempre digo. Ah, y lo es. Entonces pensé, pensé en las diferentes maneras en que podía decir eso. Y, obviamente, tu queso es increíble, pero no se trata solo del queso para mí. Lo que quiero decir, es… —Me mordí el labio inferior. ¿Debería sacarlo? — Pienso en ti todo el tiempo, todo el tiempo, contigo, y estoy desnuda y te estoy haciendo cosas, y santa madre. Me estás haciendo cosas y es muy bueno. Y si fueras cualquier otro tipo con el que he estado haciendo cosas buenas y desnudos, pero no lo eres, es como si tuvieras algún tipo de agarre misterioso. sobre mí, hablando de eso, he pensado en ti sobre mí, y debajo de mí, y detrás de mí. — Me reí en voz alta, dándome cuenta de que mi cerebro había decidido claramente salir con eso. Me reí en voz alta, dándome cuenta de que mi cerebro había decidido claramente salir con eso—. Necesitaba decir esto, y necesitabas escuchar esto, y ahora tal vez yo pueda estar en la misma habitación contigo y en realidad tener contacto visual y no volverme estúpida nunca más, porque estás ahí afuera ahora. Los dos somos conscientes de ello, y cuando vaya a verte a la ciudad y me llames, sabrás y sabré que, aunque definitivamente quiero tu Brie, también me estoy imaginando golpeando la mierda fuera de ti.

Ahí. Lo dije. Y él no estaba diciendo nada. No estaba bien. — Sabes quién soy, ¿verdad?

Todavía nada de su lado del puesto. Subí un escalón, luego el segundo. ¿Todavía estaba allí? Llegué a la cima, miré por encima, pero el puesto estaba vacío. — Sé exactamente quién eres, —dijo una voz profunda detrás de mí—.

Me sobresalté, y luego me di cuenta de que Oscar estaba exactamente donde yo quería que estuviera. Detrás de mí, obteniendo una gran vista de mi excepcional…

— Eres la chica Brie con el gran culo grande.

Me volví lentamente en mi precaria posición, con la ira subiendo a la parte superior de mi cabeza. Cuando me volví, sus ojos parpadearon desde mi culo hasta mi cara, y parpadeó sorprendido cuando vio mi expresión. Saltando ligeramente al suelo, una hazaña que estoy segura de que alguien con todo este gran trasero no debería poder hacerlo, lo empujé directamente en el pecho y lo vi muerto con esos bellos ojos azul grisáceo. — ¿Quieres decir eso de nuevo? ¿En mi cara? — Una lenta sonrisa se extendió por su rostro. —¿Qué parte? — — Sabes exactamente qué parte.

Él se acercó. —Oh, ¿la parte de tu gran culo grande? Parpadeé con total sorpresa. —No puedo creer que tengas las pelotas para decir eso en voz alta—. — ¿Qué? ¿Qué tienes un gran culo? — ¿Cómo dices? —Pregunté, confundida—.

Él dio un paso más cerca de mí. Lo que me hizo alejarme un paso de él. —Ver que estás en mi línea es la segunda mejor parte de mí sábado, —dijo, dando un paso más—. Estaba contra la pared de madera sin ningún lugar adonde ir. —¿Cuál es la primera parte mejor? — — Ver cuando te vas. —Puso sus manos a cada lado de mi cabeza y se inclinó hacia adelante. — Me encanta ver tu gran trasero—. — Espera, —le dije, colocando una mano sobre su pecho y desacelerando su rollo. — ¿Estás diciendo gran trasero? ¿O un gran coma, culo grande?

Él me miró con curiosidad. —¿Gran coma culo grande? — Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba. —Está bien, estoy confundida. Entonces no estás diciendo que tengo un grandioso… Culo, estás diciendo que lo tengo gran… culo grande simplemente

—. — Tu culo es grande. Y es genial. —Se inclinó para acercar su rostro a unos centímetros del mío. —¿Cómo es eso tan confuso? — — Se supone que no le debes decir algo así a una mujer, —dije, entrecerrando los ojos e intentando no darme cuenta de que solo se había lamido los labios, haciéndolos parecer aún más deliciosos. Levanté mi barbilla. —Afortunadamente para ti, soy consciente de que es un gran culo. Y sí, es grande—.

Él me estudió. —Seguro que hablas mucho. Si vas a hablar tanto, di más sobre las cosas desnudas que quieres que hagamos—. — Oh, quieres decir como el…

Oscar me agarró por las caderas, sus manos gigantes se envolvieron alrededor de mi cintura, que parecía tan pequeña, y me jaló contra él. Antes de que pudiera respirar, me besó. Un intenso calor ardió contra mis labios, aplastante, retorciéndose, inclinándose de un lado a otro mientras me consumía. Mis pechos se presionaron contra su pecho mientras se acercaba imposiblemente más cerca, y deslice mis manos por sus brazos y alrededor de su cuello, enredándose en el cabello que había estado muriendo por tocar. Envolví mis dedos alrededor de los filamentos abundantes y gruesos mientras arrastraba su cabeza hacia la mía mientras él me besaba una y otra vez. Mis pies resbalaron sobre el heno, pero él me sostuvo contra el establo con la fuerza de su cuerpo. Desde la parte posterior de su garganta llegó un sonido retumbante a medio camino entre un gemido y un gemido, y me deleité con el conocimiento de que estaba tan perdido como yo. Pero justo cuando su lengua se extendió para lamer mis labios y apresurar la última parte de mi cerebro, se apartó bruscamente, dejándonos a los dos jadeando. Se pasó las manos por su pelo revuelto por mis manos errantes, luego se frotó la cara como si tratara de orientarse. Sus ojos quemando cuando me tomó de nuevo, de forma desordenada y aún pegado a la parte posterior del establo, preguntándome dónde había desaparecido todo el calor. Extendió la mano para pasar un pulgar por mis labios hinchados, que rápidamente tomé en mi boca y ligeramente y pellizqué. Volví a sentir el calor, llameando en sus ojos, y pude ver que sopesaba sus opciones de seguir una vez más (sí, sí y un poco más sí) o retroceder y guardar algo para después (también soy fanática de eso).

— ¿Esos buenos tiempos desnudos que mencionaste?

Dejé un beso en su pulgar. —¿Mm-hmm? — Sus ojos se clavaron en mí, emocionando cada centímetro. Cuando esos ojos se enfocaron una vez más en los míos, estaba ardiendo. —Estoy dentro—. Y entonces escuché un triángulo metálico sonando, y la voz de Roxie diciendo que el almuerzo estaba listo. ¿Ahora qué? Me alisé la camisa, sacudí mi pelo e intenté hacerme ver como si no acabara de follar en la boca a un dios. Oscar se hizo a un lado, de repente un caballero con una sonrisa devastadoramente poco caballeresca, lo que me permitió ir primero. Y cuando pasé, escuché el mismo sonido áspero y rudo de Oscar. Así que puse un poco de balanceo extra en mi genial… gran culo. Mi banda sonora interna tomó la señal e inmediatamente presionó play en la canción “Brick House del grupo Commodores…”

8

Traducido por Mely08610

Acaba de ser besada de mí una pulgada de mi vida, y ahora estaba esperando que comiera langostinos en una especie de higo reducido y chile semi glaseado sobre una cama de hojas de mostaza.

Aparentemente, Sí. Y los langostinos estaban deliciosos. Pero sentarme frente a Oscar, viéndolo lamer un poco de salsa errante de su labio inferior después de que haya besado mis labios hace solo un momento antes? Es pura y dulce tortura. Y durante esta dulce tortura, nadie dijo ninguna palabra. Pero mientras miraba la cara de todos, podía leer sus mentes. Roxie era intrigante, sus ojos se movían rápidamente de Oscar a mí, tratando de averiguar qué es lo que había sucedido y cómo podía avanzar más. Leo estaba obviamente disfrutando el exquisito almuerzo que su novia había preparado para él. Oscar estaba comiendo también, pero sus ojos estaban fijos en mi, viendo cada movimiento que yo hacía. Podía sentir el calor de su mirada mientras llevaba un bocado de comida a mi boca y más especialmente cuando mis labios se abrieron para aceptarlo. Estaba siendo follada con su mirada y ¡Que escandaloso! Eventualmente el silencio se hizo demasiado difícil de soportar y Roxie saltó directamente. —Así que Oscar, ¿sabías que Natalie está aquí para ayudar a colocar Bailey Falls en el mapa? Bueno, desde una perspectiva publicitaria. —¿Tu nombre es Natalie? — preguntó trasmitiendo de nuevo un mundo entero en sus tres simples palabras. Él tenía su muslo entre los mios, sus manos en mi cadera y su boca sobre mi cara antes y recién ahora se está dando cuenta de que ni siquiera sabía mi nombre? Que Escandaloso!

—Si lo es. — le respondo tocando mi cabello rubio rojizo sobre mi hombro, revelando todo el poder mi pecho. Sus ojos se agrandaron. —Naturalmente su concejal Chad Bowman escribió a nuestra empresa en la ciudad solicitando nuestra ayuda. Ellos querían traer más dinero a su adorable pueblo, más turistas. —Turistas. — se alegró como un caballo. Regresando a la parte donde su muslo estaba presionado contra el mio y puedo atestiguar que su dureza no era el único parecido a un caballo. Se colgaba como un… — ¿Por qué necesitamos más turistas? —Ellos pueden agregar un significativo a cualquier pueblo pequeño, especialmente uno que no solo capte la belleza natural del paisaje, sino que también tuviera algo que no se ha visto en ninguna otra publicación de viajes relacionada con el Valle del Hudson. Se me cae un langostino. — ¿Qué es eso? — pregunta Leo mientras Oscar continua bloqueándome con su mirada Laser. Mastiqué, pensando en cómo parafrasear esto, y luego decido en un enfoque directo. — Granjeros jodidamente calientes, eso es lo que es. — los ojos de Leo se agrandan como unas oreo. —Quiero decir, ustedes dos son ridículos. ¿Ósea como le hace las mujeres de este pueblo conseguir algún trabajo? —Esa es la razón por la que Leo y yo no trabajamos juntos. — resopló Roxie mientras Leo la observaba con sorpresa. — ¿Qué?, es la verdad, no sé exactamente a donde se dirige exactamente Natalie con todo esto, pero tengo que estar de acuerdo con su evaluación. — Luego se gira hacia mí. —¿A dónde quieres llegar con esto? —Tienes a Leo Maxwell aquí, heredero de la fortuna bancaria de Maxweel, que da todo para ir al norte del estado y criar berenjenas producidas orgánicamente, no crees que es ya es una gran historia? Antes de que digas algo, no estoy hablando de explotar a alguien aquí, solo diciendo lo que es. Es interesante ¿No? Cuando todo el país comienza a considerar realmente de dónde viene su comida y quién la está cultivando, se adapta perfectamente. Mostrarle a los Neoyorquinos como venir de la ciudad a un tour por esta hermosa granja es una buena manera de no solo hacer algo bueno, si no que traer nuevos ojos a este fantástico pueblo. Leo estaba negando con su cabeza, un poco inseguro. No estaba de acuerdo. Así que hablé de trabajar en el terreno de juego en voz alta mientras corría con él. —No estoy hablando sobre el Hombre de calendario de Bailey Falls, sólo unas pocas historias para colocarlas en buenas revistas, exactamente en las redes sociales adecuadas, todo sobre volver a la naturaleza y experimentar una forma de vida más tranquila. Traía hacia a ti, por estos hermosos granjeros. Todo de muy buen gusto, nadie tendría que quitarse la camisa. Sin pastel. Solamente una hermosura implícita. Calor occidental. Y este chico. — le digo a Oscar. — todavía no se la historia de aquí, pero sé que debe de haber alguna. Un diario caliente del granjero? La copia se escribe sola.

Todos habían dejado de comer. El tenedor de Leo en los langostinos estaba a unos centímetros de su boca, congelado mientras me escuchaba posicionarlo de la peor manera posible. Oscar me da una larga y dura mirada, y luego se encoge de hombros y devuelve su mirada a su plato. — Aquí no hay ninguna historia. Hmmm. No hay nadie sin una historia ha dicho que “ no hay historia” . Pero esta no era el momento de cavar. —Sabes qué, vamos a presentar esto por ahora. Déjame terminar mi Tour por el pueblo y conocer un poco más el ADN, antes de pensar algo concreto. — Me giro hacia Oscar. — así que escuché que tenías un enorme granjero. Te importaría enseñármelo alguna vez? Roxie empezó a toser y Leo le dio un vaso de agua junto con unas palmaditas en la espalda. — ¿Estás bien ahí Sugar Snap? Solamente le sonreí a Oscar quien también devolvió la sonrisa. Ahora que ya hablé con él, y había sido besada por él, mi vieja confianza había regresado, él sería masilla en mis manos muy pronto, ellos siempre caen. Oscar se inclinó hacia adelante, apoyando sus codos sobre la mesa. —Mi granja también es enorme. Mi banda de sonido interna inmediatamente empezó a tocar “Shoop” de Salt-N-Pepa, pero fue difícil de escucharla por la tos de Roxie.

Después de que terminó el almuerzo, Roxie y Leo se fueron a limpiar y me dejaron sola con Oscar. —así que dejando a un lado las bromas, realmente escuche de tu granja. Roxie dijo tiene más de doscientos años? —doscientos siente, se construyó fuera del local de Fieldstone. — ¿Y todo ese tiempo la granja ha estado en tu familia? —nope. —Déjame adivinar. ¿Doscientos seis años? —Nope. — él no decía mucho, pero la esquina de su boca se levantó un poco. Resoplé. —Realmente tienes un don para conversación brillante, estoy segura que te lo han dicho. —las chicas dicen que hasta el día de hoy solo sé dos palabras. — dijo levantando una ceja.

Un rubor subió por mis mejillas cuando sus manos se cerraron alrededor mío. —Digo mucho. — su voz era baja y tranquilizadora. —Cuando el estado de ánimo lo amerita. Todo el aire de la habitación salió, y después de treinta segundos, él también. Cuando Roxie y Leo regresaron a la habitación estaba sonriendo como una colegiala. O una idiota.

—¿Cómo es que siempre consigues convencerme de lavar los platos Callahan? —tú lavas los trastes porque cocinas mal, Grayson. Asiento con la cabeza hacia la espuma del fregadero. —No es que lo haga tan bien tampoco. —Hey, “Podrían ser gigantes” estás aflojando. — Roxie dejó un apila de platos que acababa de quitar de la mesa. —Pon tu trasero en marcha o haré que vengas para la cena y te pongas a cocinar papas. —Esto no es una escuela de cocina, no puedes pretender seguir dándome instrucciones. — le digo tomando los platos. —¿Eres el jefe de Leo de igual manera? —Sólo cuando él quiere que lo sea. — me guiña un ojo y volvió a limpiar la mesa. — Créeme, Leo está feliz de seguir lavando los platos si sabe que seguiré cocinando para él. —Bueno.. Mírate, pequeña señorita de Nunca voy a enamorarme, cocinando para su hombre y feliz de hacerlo. Sin mencionar fea alfombra. —Me estoy ablandando con mi edad. ¿Qué puedo decir? — Dice limpiando la mesa. — Es terrible admitir que hay noches cuando miro a través de ellos dos, disfrutando mi pollo frito, pastel de carnes o pimientos rellenos y pienso, ¿Por qué diablos he esperado tanto para entregarme a todo esto? —Lo hiciste cuando se suponía que tenías que hacerlo. — le respondí enjuagando el último plato. — ¿y quién diablos hace pimientos rellenos para un niño? Deberías de haber sido denunciada. Esto solamente está mal. —Se sintió muy predestinado, regresar a casa después de tantos años, tropezar con Leo y sus nueces… talvez se supone que eso debería de haber pasado. Siendo soñadora, se detuvo a mi lado en el lavatrastos —Creo que Oscar podría hacerte tropezar en sus nueces?

—él es un granjero de Leche. — le digo riéndome. — Me he concentrado más en su leche de lo que yo puedo. Roxie resopló. —él es ridículamente apuesto. —¡Lo sé! —grité, girándome hacia ella y apoyándome en el fregadero. —Él me besó. —Cállate. —Seguro que no lo haré. Me besó en el granero. Y me dijo que tenía un buen trasero. —Whoa… ¿Qué? — miró a su alrededor en busca de una antorcha y una horca. —Fácil. Descansa. Me puso en coma en el lugar correcto. —¿no puso otra cosa en el lugar correcto, verdad? Sonreí. —todavía no. —Bueno, gracias a dios. Eso ha estado jugando en mi cabeza al pensar que había un hombre por ahí que Natalie Grayson no podía atrapar. Era como, un orden mundial completamente nuevo. —Detente. —En serio, nunca ha habido un chico que no pudieras descifrar, u ordenar, envolverlo en tu dedo y hacerlo mover el cielo y la tierra solo para estar contigo. Tragué. —Vamos, Rox. — Me giré de nuevo hacia el fregadera enjuagando el último trozo de espuma mientras ella parloteaba detrás de mí. —siempre has sido la duquesa encantadora. Puedes ver a través de ellos, y decides qué los hace funcionar, y luego te relajas y disfrutas, sabes que ya son tuyos todo el tiempo que deseas. Ningún hombre tiene una oportunidad con Natalie Grayson. Giré el chorro del agua para que saliera más y pudiera amortiguar aún más sus palabras. Conocía bien a los hombres. Eso era cierto. Pero no siempre fue ese el caso. Ni en lo más mínimo.

CAPÍTULO 9

Traducción por Leidy Vasco

Los domingos en Bailey Falls son lo que hacen soñados a los pueblos pequeños, especialmente en el otoño. Me acurruqué en un suéter de cachemira gris, unos vaqueros ajustados y mis botas de tacón alto de cuero negro de Chanel y prácticamente baile por los escalones de la entrada de la granja de Roxie esa mañana, con destino a otro desayuno de trabajo con Chad Bowman. ¿No todos usan botas hasta los muslos para un desayuno de panqueques? Roxie estaba durmiendo adentro. El restaurante estaba cerrado los domingos, su camión de comida también estaba cerrado y solía pasar la tarde en casa de Leo. Lo que significaba que tenía el día, y su viejo Wagoneer, para mí misma. Me enorgullecía ser una chica de ciudad que en realidad podía conducir, algo que no todos los nativos de Manhattan pueden hacer. Entre el metro, taxis y automóviles urbanos, no había necesidad de conducir, muchas chicas de la ciudad nunca aprendieron. Aprendí a conducir en este mismo coche, el viejo Jeep Grand Wagoneer de Roxie, en California, así que estaba bastante en casa al volante del viejo y gigantesco bote. Mientras conducía hacia la ciudad, me tomé el tiempo para disfrutar de estar sola. El aire era fresco, limpio, y aunque había un cosquilleo constante en la parte posterior de mi garganta (¿el smog quizás finalmente se da por vencido y deja paso a la limpieza?), sabía glorioso. Me sentí tan bien que casi me hizo olvidar cómo había dado vueltas en la cama la noche anterior. Partes iguales de la sinfonía del bosque seguidas de un aplastante silencio espeluznante, acentuado con el lado de revivir ese increíble beso una y otra vez, significaba que no había podido dormir hasta pasada las dos de la madrugada. Dormiría bien esta noche en la ciudad, donde pertenecía. Pero tenía que admitir que a pesar de los problemas de sueño inherentes, definitivamente había algo sobre esta pequeña ciudad. Mientras conducía por el centro de la ciudad, seis manzanas, vi como las familias y los niños se abrían paso en su mejor forma dominical a las tres iglesias en sus concurridas esquinas. Todo el mundo se reía, todos estaban sonriendo, como si hubiera algún tipo de adicción a Mayberry. Tenía que admitir que me gustaría probar. Las personas se saludaban—¡en realidad se saludaban! Gritando saludos, estrechando manos, y dándose palmaditas en la espalda, había tal aire de convivencia, una cordialidad que parecía tejida en la misma tela de Bailey Falls. Aparqué el automóvil en diagonal a lo largo de Main Street, a solo una cuadra de la plaza del

pueblo y de la cafetería donde me encontraría con Chad. Mientras caminaba, reflexioné. ¿Todos los pueblos pequeños eran así? Si viviera aquí, ¿me haría tan amigable? ¿Sonreiría y asentiría y saludaría a todos alegremente? ¿Un extraño que me da palmaditas en la espalda se convertirá en una cosa común, o tendré que reprimir el impulso de macear, arrodillarme y correr? Mientras la campana de arriba de la tienda de café y pastelería tintineaba, suspiré y respiré profundamente. El Whole Latte Love era un magnífico edificio de ladrillo situado en una esquina de la calle principal, ocupando una gran porción de bienes raíces. Tenía techos magníficamente altos cubiertos con azulejos de estaño de bronce. Las paredes estaban salpicadas de posters musicales de los años setenta que se enmarcaban e iluminaban como el mejor arte del museo. Ahora este lugar era lo que imaginé que sería Hudson Valley. Era hipster chic hasta el suelo de mosaico. Incluso tenía su propio barista inconformista trabajando en la enorme máquina cromada como si tuviera ocho brazos. Espiaba a Chad por la parte de atrás, tocaba su computadora portátil y bebía un café grande, con dos pequeños bizcochos listos para mordisquear. —¿Qué hay de bueno? —Pregunté, sacando la silla antigua. Nada en el lugar emparejaba. Todo era deliciosamente ecléctico y la cantidad justa de impar. —Todo está bueno. No puedes ordenar nada malo aquí. Acaban de aparecer en alguna revista de café para los mejores sitios de la Costa Este. Bizcochos y muffins caseros, y mezclas de café de Sumatra, Italia y Francia que te despiertan simplemente oliéndolo desde la calle. No estoy bromeando, ve con cuidado con el café aquí. Te golpeará en tu muy elegante culo. —Creo que puedo soportarlo —le dije, sonriendo, y arqueó las cejas con una expresión de “Has sido advertida”. La impresionante joven camarera se acercó. —¿Qué puedo traerte? —Preguntó, sacudiendo el piercing de su lengua contra sus dientes. —Tomaré lo que ordene una persona cuando necesite una patada rápida en el culo para despertarse. Además de algunos de esos biscotti de chocolate que vi en el frasco. Asintiendo con la cabeza, garabateó y se fue. Chad Bowman negó con la cabeza y murmuró: —Ya verás. Trajo el café en una delicada taza de té. —¿Así es como sirves este café fuerte? —Me reí, agitando una mano hacia Chad.

Era lo más fuera de lugar en la tienda. Aquí estaba entre los recuerdos musicales necesarios y las sillas antiguas, sin mencionar un escenario acogedor para la noche de poesía de slam, este lugar era justo de un drama adolescente CW— y me servían en porcelana fina. Pero cuando lo dejó, no fue el hermoso diseño de rosas o el borde dorado lo que me hizo reír. Era la pegajosa brea de alquitrán que llenaba la taza. Oh chico. Nunca eludí un desafío, le di las gracias y tomé la taza con mano temblorosa. Al mirarlo, ya podía sentir el nerviosismo corriendo a través de mí, y ni siquiera había tomado un sorbo. —Vamos, no va a beberse a sí mismo—, bromeó. El lodo en la taza ni siquiera se movió. —¿Qué diablos es esto? —Pregunté, mirando para ver si burbujeaba. —Tu patada en el culo —dijo la camarera sobre su hombro, con un guiño en dirección a Chad. —Es como un mancha de grasa con aroma a café —le dije, inclinando la taza. El “café” no es fango— se arrastra por el lado Con una respiración profunda, lo levanté a mis labios. Después de un sorbo, estaba lista. Me lloraban los ojos, me ardía la garganta y estoy segura de que no debes masticar el café. —Está realmente bueno —murmuré poniéndolo abajo. Nota para mí: gente del campo igual que su café fuerte. Bueno, el orgullo no iba a interponerse entre mi café matutino y yo, pensé, tosiendo y pidiendo agua helada. Chad se rió y bebió su hermoso capuchino de aspecto no tóxico. Cuando llegó la camarera, Chad empujó el material radioactivo hacia ella y también me pidió un amable y m capuchino más amable y amable. Lo habría ordenado yo… pero todavía estaba masticando. —¿Cómo estuvo ayer? ¿Tienes una mejor idea de qué hace que Bailey Falls marque? — Preguntó, con un brillo de esperanza en los ojos. Mordí el biscotti. Los pedazos de galleta mezclados con trocitos de chocolate se derritieron en mi boca. No era de extrañar que este lugar fuera destacado regionalmente. Hice una nota mental para buscar el artículo para incluirlo en mi propuesta

—Ayer fue muy informativo. Tienes una joya aquí, Chad. Tú lo sabes, esta ciudad lo sabe, y ahora yo lo sé. Es solo cuestión de aprovecharlo en una campaña que atraiga a todos —dije, y me metí un poco de biscotti en la boca. Me pregunté qué otros sabores tenían, e hice otra nota mental para recoger algunos antes de irme hoy. Mientras jugaba con la servilleta y escuchaba a Chad, piezas más pequeñas del gran acertijo cayeron en su lugar sobre cómo podría ayudar a cada uno de estos negocios. Para mí, este no era solo un proyecto a gran escala para vender la totalidad de Bailey Falls a una gran audiencia. También me estaba tomando el tiempo para entender el modelo de negocios de cada propietario. Del menú, aprendí que estos biscotti eran hechos en casa todas las mañanas. Empacaban el café y lo vendían en el mostrador y en la tienda local. —¿Han pensado alguna vez estos propietarios en obtener una ganancia extra vendiendo sus productos en masa? ¿Abres una pequeña panadería, fábrica café, tostadora de cosas? La gente pierde la cabeza con golosinas de procedencia local como esta —dije, garabateando una nota rápida sobre la servilleta. —No lo sé. Podríamos preguntar. —Lo haremos. Después de terminar esto, es posible que desee repetirlo de nuevo. Plantar algunas semillas para ayudarlas a hacer crecer el negocio, y no solo en la ciudad. Estoy pensando en la imagen del gran mercado aquí. Más tarde, sin embargo —. Me dije , una cosa a la vez, Nat. —Tenemos un magnífico edificio de oficinas en la ciudad que acaba de ser renovado. —¿Crees que la cafetería podría expandirse allí? —No. Estaba pensando que todo el piso superior está abierto, y que necesita una mentalidad aguda de la ciudad con un buen ojo para el marketing —, respondió con una pequeña sonrisa. —UH Huh. —Solo digo… —Pagó la cuenta y nos aventuramos afuera en el cálido sol y en la concurrida intersección de peatones, niños en bicicletas y corredores. —El destino de comercialización va primero —le dije, escribiendo una nota rápida en mi teléfono. He redactado campañas completas en la sección de notas. —Quiero chatear con más propietarios de negocios para crear una hoja de cotizaciones y elementos de publicidad sobre cada uno de ellos. Necesitaré un fotógrafo aquí el próximo fin de

semana probablemente. Cuanto antes mejor. Entonces yo… ¿Qué? Me volví para ver a Chad sonriéndome. —Me pregunto si me estás hablando a mí, o solo a ti misma. —Oh, conmigo misma. Es como que tomo notas mentales. Divago y todo cae en su lugar. Sin embargo, no dudes en prestar atención. Esto es todo oro de marketing para tomar. *** Chad y yo caminamos en dirección a nuestros autos, tomando la ruta escénica alrededor de la plaza del pueblo. En el centro estaba el gazebo y el estanque de los patos, pero no eran tan necesario que los treinta y tantos jóvenes de ocho y nueve años vestidos con uniformes de fútbol llevaran orgullosamente el nombre de BF Lions mientras las mamás y los papás alababan y animaban desde la barrera. Y en el medio de todos estos niños, atacándose entre sí de izquierda a derecha, estaba Oscar. Una vez más, como la sequoia más alta en un mar de pinos canosos, se destacó entre la multitud, como me imagino que lo haría en cualquier multitud. Sin embargo, lo que llamó mi especial atención, y lo que me hizo sentir más de mi acostumbrado desánimo, fue el portapapeles y el silbato que llevaba puesto. El maldito entrenó niños en futbol americano. No puedo ni siquiera. Sin perder el ritmo, en mi cabeza comencé a escuchar a Smashing Pumpkins: “Hoy”. Chad notó que estaba disminuyendo la velocidad a medida que nos acercábamos al juego de fútbol americano. Porque en serio, tenía que parar o probablemente vagaría en el tráfico, incapaz de dejar de mirar a este tipo. —Bastante, ¿verdad? Preguntó Chad. —Bastante. Bien —, respiré de nuevo. —A veces corre con los niños, y oh hombre, es algo que hay que ver. —Si él corre, yo corro. —Qué tan Titanic de tu parte —, Chad resopló, deslizando un brazo por el mío y tirando de mí en la dirección del juego. —Para el registro, ahogaría a Jack Dawson si eso significaba que podría meterme en el bote salvavidas de Oscar. —Para el registro, ahogaría a Rose y los tomaría a los dos. Pero entiendo lo que dices. Los dos caminamos hasta el borde del juego, tomando asiento en el extremo de uno de los bancos. No

estábamos en el medio de los padres e hijos, como tal; podríamos haber estado simplemente mirando los patos. En ese estanque de patos a unos cincuenta metros de distancia. Y hablando de cincuenta yardas… Observé cómo Oscar sacó a un niño del banco, se puso en cuclillas frente a él y le habló. Pude ver el casco asintiendo. Era obvio que se estaba discutiendo algún tipo de juego deportivo, tal vez una carrera larga o un bloqueo cuarenta y siete. Nunca vi un partido de fútbol en mi vida… Envió al niño al juego con un golpe en el casco y un alentador: —Ve por él, Benjamín. Benjamin fue “embolsado” en diez segundos. Aprendí un nuevo término. Embolsado es cuando el quarterback es tackleado. Aparentemente Chad jugó al fútbol de la escuela secundaria. Aprender cosas nuevas es divertido. —Entonces, ¿cuál es su historia? —Pregunté, inclinándome más cerca del concejal. —¿Benjamín? Buen chico, quiere ser un pirata cuando crezca. Sin embargo, cuenta bromas terribles sobre Halloween… —Me doy cuenta de que nos acabamos de conocer, y realmente espero llegar a conocerte mejor, Chad; pareces delicioso Pero escúpelo o te heriré. —Ah sí, la historia de Oscar. Todo vuelve, ahora regresa a mí —dijo. —¿Puedes, Céline? —, le advertí. —Bombón. Me miró un poco. —Para alguien que yo contraté, eres aterradoramente mandona. Sin mencionar un poco grosera. Parpadeé hacia él, sin decir nada. —Aunque cualquiera que pueda montarse en esas botas puede ser mandón y grosero, supongo. —Gracias. Bombón, por favor. —Sorprendentemente, hay un pequeño bombón. Se mudó a la ciudad hace unos años, antes de que yo regresara. Por lo que yo sé, se limita a sí mismo principalmente, trabaja en su granja, hace su queso y lo vende en la ciudad los sábados. —Eso lo sé —dije con un suspiro. —Aparte de eso, no sé demasiado. Él comenzó a venir a la clase de cocina que Roxie enseña. ¡Oye!

Esa sería una clase divertida para ir. Comenzó con unos pocos de nosotros, y ahora hay una lista de espera para entrar. Oscar no siempre viene, pero lo hace lo suficiente. Aparte de eso, no es lo que llamarías… comunicativo. —Casi no tienes que serlo cuando te ves así —, pensé en voz alta, mirándolo desde el otro lado del campo. —Es un ranking seguro —dijo Chad, soñadoramente. Mientras estábamos sentados allí, bajo el sol de otoño, viendo pequeños jugadores de fútbol corriendo por aquí y por allá, tuve otro destello de lo que debe haber sido ir a la escuela secundaria en una ciudad como esta. Paseos en carroza, recolección de manzanas, juegos de fútbol viernes por la noche y botes de regreso al mercado de papel crepé. Una carroza de regreso a casa no tiene nada en la fiesta de inflación de globos que se lleva a cabo en la Setenta y siete y en Columbus la noche anterior al Día de Acción de Gracias. Cierto. La hierba siempre es más verde. O el concreto siempre está más gris. La gente mataría por vivir donde tú vives. También es cierto. Pero cuando pensé en hierba versus concreto, de repente sentí hormigueo por todas partes. Miré hacia arriba, a través del grupo y el placaje, y vi a Oscar mirándome. Moví mis dedos en un hola, levantó la barbilla. Y sonrió. —Siento que podrías estar agregando un capítulo a la historia inexistente de Oscar —, murmuró Chad. —Todos tienen una historia —, murmuré, y me dirigí hacia él, decidida a sacar ese capítulo. *** —Hola —dije, un poco sin aliento. Esa caminata por el campo había sido un asesinato en mis botas. A los tacones hechos para hormigón y adoquines no les fueron tan bien en hojas hasta los tobillos y suelo blando. Pero lo logré. —Hola —dijo Oscar, mirándome. —Gran cuello de tortuga. —Gracias —. Me reí, encantada de que solo hubieran pasado cinco segundos y ya tenía hasta tres palabras. —Grandes jugadores. Arqueó una ceja hacia mí, pero no dijo nada, con los ojos en el campo y atento a la acción. —Bien, entonces, estaba pensando, ¿tal vez después del juego podría pasar por aquí? ¿Ver ese granero del que estás tan orgulloso?

—¿Estás auto invitándote? —, Preguntó, con los ojos todavía escaneando el scrillage. Otro término de fútbol que había recogido de Chad. Un scrillage es más una práctica, no del todo un juego. —¡Toby! Baja la cabeza, ¡o el número diecisiete te quitará de inmediato! Un entusiasta “Esta bien, entrenador”, flotó hacia nosotros con la mágica brisa otoñal mientras consideraba lo que había dicho. Me estaba auto invitando. En algún momento entre ponerlo en su propio espacio, y él invadiendo el mío y besándome tan fuerte que mis labios todavía podían sentirlo, había perdido mi timidez inusual. Estaba volviendo a ser segura con este tipo, de vuelta a donde sabía lo que estaba haciendo. —No siento ningún reparo en auto invitarme. Especialmente cuando estaré allí solo con fines de investigación oficial. Explorando lugares para la toma de publicidad, ya sabes. Echando un vistazo a ese granero, que podría aparecer en la campaña de Bailey Falls. Tal vez incluso el dinero se dispare. A pesar de que intentaba mantener un ojo en la pelota, también intentaba no sonreír. Cubrió la sonrisa con el silbato, lo sopló y gritó: —Está bien, equipo, es suficiente para el día. ¡Agrúpense! —Guau, realmente debes quererme toda para ti, cancelar tu inspección solo para aceptar mi oferta —, ronroneé con una voz ronca que sabía que volvía locos a los hombres. Se quitó algo de alrededor del cuello, debajo del silbato. Un cronómetro. — ¿El scrimmage terminó, ves? —Me mostró la cuenta atrás, luego se dirigió hacia el grupo de chicos, dándose la vuelta mientras trotaba hacia atrás. —No vayas a ningún lado —me dijo de regreso. Varias de las madres en los bancos me miraron fijamente, la mitad de ellas añadieron un lado desagradable a su mirada. Chad asentía con orgullo, mi animadora personal. Dentro de mi cabeza, bombeé el puño.

10 PARTE I

Traducido por Chachii

Salté por todo el camino, yendo en la parte trasera de la camioneta de Oscar mientras me llevaba hacia su granja. Una frase nunca antes pensada, mucho menos pronunciada por una chica de ciudad. ¿Me dejó en su auto de ciudad y masajeó mis pies en el camino de regreso hacia su casa? Sí, eso sonó como yo. ¿ Se dejó caer sobre mi mientras yo estaba en la parte trasera del Uber Escalade y conducíamos por Browery? Mmm, buena memoria. Pero, ¿ dejarle llevarme a su granja? No en mi timonera. Para que conste, en casa tenía un armario repleto para este tipo de ocasiones: pollos, bosques, paseos en carros de heno, y un granjero con un gran granero que parecía dispuesto a mostrarme. Este era un sueño secreto, un deseo oculto. ¡Bam! El Wagoneer se inclinaba entre surco y surco, bache contra bache. Di lo que quieras acerca de conducir en la ciudad, pero ellos arreglan constantemente las calles. Aquí afuera, entre los palos de heno, no tenía la sensación de que las calles fueran repavimentadas muy a menudo. Oscar salió de la autopista del campo y se dirigió a una carretera que era una mezcla de tierra con una grava súper fina la cual llevaba a una colina empinada. Apuesto a que ésto era una mierda en invierno. También apuesto a que, si esto fuera una película de terror, aquí es donde la audiencia me empezaría a gritar que retroceda, que me dé la vuelta, que no sea tan estúpida, y que por qué estoy siguiendo este hombre al bosque. Fue un camino de tierra bastante espeluznante. Pero, al final del recorrido, me esperaba un hermoso granjero lechero, el antes mencionado granero, y con suerte más de esos besos. Continúe saltando en la parte trasera de la camioneta de Oscar, oxidada en algunos lugares, abollada en otros y completamente cubierta por una fina capa de polvo blanco que estaba siendo removido por el camino. Cuando hizo un giro final, vi un antiguo buzón de madera que indicaba Fábrica de Productos Lácteos Bailey Falls, con un nombre en letra más chica por debajo: Mendoza. Un momento después estaba entrando en un claro rodeado de enormes arboles cubiertos de flores rojas, naranjas, marrones y amarillas. En el centro había una granja de tablillas blancas, con un gran pórtico envolvente, persianas verdes y una chimenea de piedra. Un viejo columpio de neumático colgaba del viejo robre cercano a la casa. Los crisantemos de finales de otoño estaban plantados en macetas que rodeaban todo el pórtico, desparramados por el patio y alineados en el comienzo del camino. Huh. Oscar seguramente tenía un

pulgar verde(1)… En el campo más allá de la casa estaba el granero. Pude ver por qué estaba bañado en orgullo por la cosa; era gigantesca. Enormes pilas de piedra formaban paredes, mientras que un techo pintado de rojo se elevaba por encima, arqueándose hasta formar la cúpula. Una cúpula es la pequeña estructura que se encuentra encima de algunos techos, particularmente en aquellos construido en los 80’. Cuando los graneros albergaban no solo heno, sino también animales; la ventilación extra era necesaria para regular la temperatura, en especial durante los meses de invierno cuando los animales pasaban mucho tiempo en su interior. Los graneros más nuevos que solo albergaban equipo a veces podían añadir cúpulas pero era solo por su valor estético. Si, leí sobre graneros. Y en el campo tras la casa y el granero, estaban literalmente el pan y mantequilla de la operación de Oscar: las vacas. Lo que parecía ser el mismo tipo de vacas que había visto el otro día en las Granjas Maxwell, los bonitos animales rojos y marrones ahora le estaban dando la bienvenida a Oscar, exactamente lo opuesto a lo que sabía que era su verdadera naturaleza… era eso, o una horda decidida a pisotearme algún día. Oscar se bajó de la camioneta, y después de dar una última mirada por el espejo retrovisor para asegurarme de que si, era de hecho tan lindo como lo recordaba, empujé la puerta del Wagoneer y salté para bajarme. Hacia un gran charco de barro. Mis brazos se agitaron cuando mis botas se hundieron y atascaron; luché por mantenerme erguida pero la gravedad aprovechó la oportunidad para hacerse notar. Cuando caí, fui vagamente consciente de Oscar corriendo hacia mí, intentando alcanzarme para sacarme del barro. Pero entonces me resbalé cuando él dio la vuelta y caí de lleno sobre mi trasero. El barro saltó por todos lados, empapando mis vaqueros. Mis botas altas hasta el muslo también fueron completamente empapadas, haciéndome jurar alto y fuerte. Oscar vino al rescate, arrodillándose justo donde estaba sentada y cubierta en lodo. — Mejor dejas de gritar o las vacas vendrán a ver qué ocurre. —¡Estoy cubierta de lodo! —Me doy cuenta —dijo él, sofocando la risa—. Ven, te ayudaré a levantarte.

Lo dejé levantarme por debajo de mis brazos y ponerme de pie, acercándome a toda esa suave y cálida… mmm. Tocar y sentir todo ese algodón me hizo confirmar que esa bien podría ser la tela de mi vida. Respiré hondo, inhalando toda esa suavidad algodonosa, todo el aire fresco con un toque de hojas quemadas. Una vez que estuve de pie nuevamente, todo lo que quería era volver a estar en el suelo, rodando con este tipo. Aunque podía sentir la tierra bajos mis pies, aún me sentía ligera, aireada, ingrávida. Quería más ingravidez. Quería mas de esa suspensión con él, esa sensación embriagadora que podía sentir amontonándose y dejándome un poco mareada. —Mírate, niña sucia —murmuró él, mostrándome su mano ahora cubierta de barro. —Ni tienes ni idea —murmuré inclinando la cabeza hacia atrás y mirándolo. Con la retroiluminación de la madre naturaleza, era deslumbrante. Y yo estaba en sus brazos. Dejando que mis manos se alcen, deslizándose por su camisa de franela de cuadros rojos y alrededor de su cuello, hundiéndose una vez más en ese decadente cabello—. Ahora vuelve a poner esa mano donde corresponde. Oscar debería sonreír más a menudo. Porque cuando lo hace, los pájaros cantan y los ángeles lloran. Y santa mierda, las vacas hacen muu. Me hizo inclinarme un poco, muy a la vieja escuela de Hollywood, pero en lugar de besarme como esperaba, se inclinó aún más, acariciando mi cuello, mordiendo suavemente la sensible piel, instalándose justo debajo de mi barbilla, en la zona de pulso. —Es una verdadera pena lo de esas botas. Son sexys como mierda —dijo él. Solté un pequeño chillido cuando la descuidada barba bajo sus labios me hizo cosquillas—. Espero que no estén arruinadas. —No te preocupes. Tengo un tipo que se encarga de todo mi cuero. —¿Cuánto cuero tienes? —preguntó y podía sentirlo sonreír en mi clavícula. —No me refiero a eso —sonreí—. Solo quería decir que tengo a alguien que se encarga de limpiarlo. —Bien, eso es bueno. —Es lindo que te preocupes, sin embargo, porque son Chanel. —Tal vez la próxima vez te pongas las botas —dijo y, con una gentileza que un hombre tan grande no

debería poseer, quitó una hoja caída de mi cabello. —La próxima vez usaré las botas, lo prometo. —No me dejaste terminar —dio él, haciendo crujir la hoja en su mano—. Tal vez la próxima vez puedas usar las botas… y nada más. Su mirada ardió en la mía, y entonces aplasté mis labios contra los suyos ferozmente, todo mi cuerpo envuelto en llamas de lujuria. Terminó el beso arrancando sus labios de los míos, ambos respirando con dificultad. Las emociones luchaban en su rostro: ¿Seguir besando a la estúpida de mí en el barro, o limpiarme? La caballerosidad triunfó sobre las obscenidades. —¿Todavía quieres ver mi granero? —preguntó, hundiendo su cabeza una vez más por otro beso, más dulce esta vez, pero aún al rojo vivo. Tragué saliva. —Puedo decir con toda sinceridad que estoy literalmente muriendo por ver tu granero. Se rio, deslizando sus brazos alrededor de mis hombros, sacándome a mí y a mis lodosas botas del charco. Este hombre, este hombre justo aquí, iba a ser mi muerte.

*** El granero de verdad era una maravilla de la ingeniería. En una era de vigas de acero y revestimientos de metal corrugado, esta cosa fue construida para durar. Por supuesto que el exterior era precioso, toda esa piedra apilada, la alegre madera pintada y en el interior está oscuro y acogedor. Era increíble que hacía más de doscientos años atrás, alguien se tomó el tiempo para diseñar un edificio que fue hecho por necesidad. Un poste girado aquí, una cornisa embellecida allí. Nada quisquilloso o elegante, pero la mano de obra utilizada en esta estructura era fascinante. Y, ¡era enorme! Cómo también podía ser acogedor estaba más allá de mí, pero a pesar de que debería haber al menos cincuenta casillas dispuestas a lo lardo de las paredes laterales, cada una cubierta de heno de aspecto suave y lo suficientemente grande para que una vaca se tumbara, se desparramara e incluso leyera el Sunday Times, el granero estaba dividido en varias secciones, haciéndolo sentir menos grande. —¿Y aquí es donde duermen todas las vacas?

—No tanto durante el verano sino más bien durante el invierno. —Caminó justo detrás de mí mientras exploraba, pasando mis dedos por las suaves vigas y la desgastada madera—. Cuando está lindo les encanta estar afuera tanto como puedan ahora, ¿Cuándo nieva? A mis chicas les gusta una cama caliente. —¿A quién no? —murmuré, mirándolo sobre mi hombro—. Esta estructura original es increíble, las reparaciones y adiciones parecen casi impecables, se combinan maravillosamente. —¿Adiciones? —dijo. —Si miras con detenimiento el techo, puedes ver dónde están los acoples de madera — dije—. Hay roble, probablemente, donde originalmente había castaño. Es realmente raro encontrar un granero hecho de castaño. —¿Si? —Oh sí. A principios del 90, el Estado de New York y con el tiempo el resto del país, fueron golpeados por una gran plaga que mató a casi todos los castaños nativos. El castaño americano es prácticamente inexistente estos días. —No me digas —reflexionó mientras se acercaba a mí—. ¿Y cómo sabe un ejecutivo de publicidad acerca del castaño? —Mi papá trabaja en construcción de la ciudad, hacienda renovaciones. Viví en sus sitios de trabajo cuando era niña, prácticamente crecí rodeada de salvataje arquitectónico. Algunas niñas tenían muñecas, a mí me encantaba alinear pequeños ejes de escalera como si fuera pequeños soldados. Excepto que nunca había podido jugar con nada hecho de castaño. Es difícil de encontrar, la gente paga mucho dinero para que se agregue nuevamente a las casas rojizas. —Me giré en un círculo completo, maravillándome una vez más por el detalle, deteniéndome cuando capté su mirada. —¿Qué? —Me sorprendes —dijo, sus ojos agudos y evaluadores. Su expresión me desconcertó un poco, era casi como si pudiera ver a través de mí, viendo más de lo que por lo general muestro. Cambié de tema. —¿Sabes mucho sobre la familia que construyó el granero? —Un poco. Los dueños anteriores me contaron un poco. —Se encogió de hombros—.

Y a la gente del pueblo le encanta hablar acerca de su historia compartida, así que he recogido algunas partes y piezas aquí y allá. —Son un grupo hablador, ¿no? —Me reí, pensando acerca de cuánta gente se detuvo esta mañana mientras comían panqueques, a hablar del “nuevo rostro en la ciudad”—. Tú, como sea, no lo eres tanto. —Nope. Me sonrió, una expresión burlona en su rostro. —¿Creciste aquí? —Nope. Hmmm. —¿Estamos jugando a las veinte preguntas? —No juego esas cosas. —Dio un paso—. Para nada. —Dio otro paso. —Los juegos pueden ser divertidos —contesté, parada en mi lugar. Tener citas era un juego, el sexo era un juego, la vida era un juego para aquellos que lo veían de esa forma. Haces tus propias reglas, tratas de no atropellar a nadie en el tablero o al menos les haces pensar que quieren ser atropellados para el momento en que ocurre. —Seguro que hablas mucho para una chica que solo decía oh y si cuarenta y ocho horas atrás. — Dio otro paso. Yo también. Hacia él. Yyyy comenzó la canción: “Simple Things” de Miguel. —Me pones nerviosa —admití, nombrando a la sensación que había echado raíces en mi barriga. Las mariposas, el pulso acelerado, el hormigueo en los dedos de las manos y los pies.

(1) Quiere decir que tenia dotes para la jardinería. Capítulo 10.2

Traducido por Lvic15

—¿Sí? —Mm-hmm. —Asentí con la cabeza, dando el último paso justo frente a él, mis dedos de los pies empujando contra los suyos. Otros sentimientos comenzaban a tomar relevo. Un calor lento estaba empezando a extenderse, moviendo ese hormigueo nervioso aún más a través de mi cuerpo—. Pero en este momento me haces… otras cosas. —Y entonces di un paso adelante más, llevándolo hacia atrás, paso a paso, contra uno de los puestos. Sus manos subieron, y las mías hicieron lo mismo, como ese juego de sombras que jugabas cuando era un niño en la clase de danza, excepto que aquí nuestras manos se tocaban. Dedos entrelazados, pasé mi pulgar por el centro de su palma, y pude ver su respiración cambiar. Suavemente él pellizcó la piel entre mis dedos anular y pequeño, y porque esto me hizo estremeces, no lo sé… pero lo hizo. Me moví hacia adelante de nuevo, y de pronto estaba a cargo, y subida en este loco tren, y él estaba contra la parte trasera de la cabina, y me presioné contra su cuerpo. De puntillas, abrí sus brazos y los envolví a mi alrededor, apretándolos alrededor de mis caderas, en la forma en que ya sabía que le gustaba abrazarme. ¿Siempre le había gustado agarrar a las mujeres de esta manera, tan firmemente? ¿O era sólo yo? ¿Le gustaba el control, o simplemente amaba la sensación de una mujer bajo sus dedos? ¿Me sentía diferente a la mayoría de las mujeres con las que había estado, con curvas reales a las que aferrarse? Respiré cuando otro escalofrío me atravesaba mientras le imaginaba agarrándose a esas mismas curvas, sus manos apretándose mientras me guiaba arriba y abajo sobre su… Es hora de dejar de imaginar cómo era en realidad y disfrutar de él. Todavía sobre mis dedos de los pies, me incliné, inhalando ese olor otoñal que se concentraba en este punto caliente encantador en el centro exacto de su garganta, donde podía ver su pulso. Le besé. Gimió. Le lamí. Gruñó. Su pulso se aceleró bajo mi lengua. Me permití una sonrisa secreta, disfrutando mi efecto sobre él. Bajé su cabeza a la mía, y susurré—. Eres demasiado alto. Baja aquí. Lo hizo, pero susurro de vuelta—. Realmente hablas demasiado. Pero entonces no hablamos, porque finalmente nos besamos. De nuevo. Me encanta besar a este tipo. Cada sábado en el mercado de los agricultores, mientras me alejaba, fantaseaba cómo sería besar a Oscar. Sentir esos labios sobre los míos. ¿Sería suave y gentil? ¿Sería fuerte y contundente? ¿Lamería mi labio inferior hasta que los abriera, después deslizaría su lengua contra la mía? ¿O pondría sus perfectas manos en mi cara, girarla a donde él quisiera, y follaría mi boca con la suya?

Sí. Sí. Sí. Y joder, sí. Porque a pesar de que Oscar no hablaba mucho, cuando está concentrado en algo, está totalmente concentrado. Totalmente presente. Este beso, estos besos, son perezosos y sin prisas, frenéticos y acelerados. ¿Cómo pueden ser a la vez tan diferentes? Mis manos dejaron la perfección de su cabello y se deslizaron por su increíblemente fuerte pecho, y pude sentir sus músculos a través de su camiseta térmica. Mientras que los chicos con los que había salido iban desde altos a bajos, delgados o no, blancos a morenos y negros. Tendía a gravitar hacia chicos altos y delgados, no demasiado musculosos. Este tipo podría cambiar mi mente para siempre. Sentir su fuerza innata bajo mis dedos, sentir las estriaciones reales de sus músculos, saber que si conociera más sobre anatomía sería capaz de diferenciar de un pectoral a un deltoides a un tri-algo. Oscar los tenía todos. Trialgo. Gran idea. Bajé mis manos mientras el resto del planeta estaba viéndole dedicarse a chupar gentilmente mi labio inferior, y levante justo el borde de su camisa. Mis dedos bailaron a través de la piel de su abdomen. Su respiración me robó la mía justo de mi boca. Congelado durante pocos segundos, todo el mundo paró una vez más mientras jadeábamos. Y después el mundo volvió a girar de nuevo, más rápido que antes, mientras el me giraba rápidamente y me fijaba una vez más contra el lado de un puesto, mis dedos intentado agarrarse mientras el sostenía mis brazos arriba, lejos de mi cuerpo, absolutamente a su merced y encantada de estar allí. Sus ojos estaban ardiendo mientras me miraba hacia abajo. Luego sumergió su cabeza una vez más y lamió mi garganta. Cuando volvió a mirarme a los ojos de nuevo, vi su hambre. Su necesidad. Su deseo absoluto. El tipo sabía que reflejaba mi propia expresión. Me lamió una vez más, de forma primal, empujando la tela de mi cuello alto con su nariz. —Sí —dije, jadeante, no del todo segura de si estaba exactamente pidiendo permiso o concediéndoselo. Soltó mis brazos, y mientras mis manos se enredaban en su pelo una vez más, se puso de rodillas en el heno, con su boca todavía bajando por mi torso. Arrastrando sus labios por mi piel, dejó a su paso pequeños besos dulces, suaves y húmedos. Mi espalda se arqueó, presionando mi piel cerca de su boca, con ganas de más, necesitando más de este hombre. Apoyando su frente contra mis pechos, sus manos corrieron a lo largo de mis botas, todavía altas, todavía fangosas, todavía puestas. Luego levantó su cabeza, y con la mirada fija sólidamente en mí, pasó sus manos por la parte posterior de mis muslos. El sonido de unas cremalleras Chanel gemelas cortó el cargado silencio. Eso, y el sonido de mi corazón latiendo tan fuerte que temía por mis costillas.

—Tus tejanos tienen bastante barro, también —murmuró, levantando un pie, luego el siguiente, sobre su rodilla, quitándome las botas. —¿No es eso terrible? —pregunté. Sus ojos me estaban preguntando, ¿hasta dónde quería que fuera esto? Más lejos. Asentí, ofreciendo una sonrisa mientras añadía otra cremallera a la mezcla. Mientras me quitaba las botas, él miró mientras jugaba con el botón de mis tejanos y movía mis caderas un poco, apenas bajando los tejanos. —Espera un momento. —Sus manos cubrieron las mías, sus dedos deslizándose dentro del borde de mis tejanos y tirando ligeramente—. Mmm, eso es. Había habido un tiempo en mi vida en la que la sola idea de estar desnuda ante un hombre me habría hecho estallar en un sudor frío y habría cubierto mi cuerpo vestido permanentemente de carne de gallina. ¿Desnuda? Y peor aún, ¿durante el día? ¡Lo vería! ¡Lo vería todo! Los hoyuelos en mi piel, mis muslos no-perfectamente lisos, la forma en que mis piernas se apretaban juntas en la mitad y seguramente siempre lo harían, la manera en que mis bragas nunca se quedaban casualmente sobre mis caderas, sino que la banda se apretaba, creando una marca sobre la suave piel de allí. Todo tan jodidamente suave y blando. Todo cierto. Cada pedacito de ello. Y cada centímetro, sin importar cuán suave o blando, compuesta por mí, compuesto por Natalie. Pero entonces aprendí algo importante sobre los hombres; algo que casi sin falta era siempre verdad. Los hombres aman a una mujer desnuda. Pero más que eso, aman a una mujer desnuda confiada. Ahora, todo el mundo tiene un tipo, por supuesto, y preferencias sobre cuán alta o baja, atlética o voluptuosa, y no se puede descontar eso. ¿Pero una mujer que ama su cuerpo, y sabe lo que quiere? No hay nada más atractivo que eso. Para un hombre de verdad. Y una vez que me di cuenta de esto, me di cuenta de qué esta versión exacta de Natalie era la forma en que tenía que ser, y que mi cuerpo podía hacer que un hombre, literalmente, cayera de rodillas… las cosas se pusieron mucho más divertidas para mí. Estaba de pie en medio de un establo con un casi desconocido, y él estaba bajándome los vaqueros. Y le estaba alentando. Deseándolo. No tenía muchas reglas cuando se trataba de citas; era todo acerca de la igualdad de oportunidades cuando se trataba de conseguir lo mío. ¿Pero desnudarme en la primera cita? No era mi escena habitual.

Por otra parte, esto no era una cita. Era un granero, y estaba en él con el hombre que me había encantado durante meses. Técnicamente, nos habíamos estado viendo durante mucho tiempo… Permite que esto suceda, me insté, y cedí a todo lo que estaba sintiendo. Que por el momento era suprema satisfacción, viendo como su rostro cambiaba, viendo mi ropa interior de encaje, verde esmeralda con conchas negras. —¿Lo llevaste por mí? —preguntó. —¿Quieres decir que si cuando me desperté esta mañana pensando en todo lo que tenía en mi agenda era un desayuno de tortitas con el concejal Chad Bowman? —Una vez más, cogió cada pie y lo puso sobre su rodilla, sus dedos arrastrando suavemente sobre la parte posterior de mi muslo, burlándose y lento. —¿Así que llevaste esto sólo para tortitas? —Me lo puse por mí, gran hombre de las cavernas —suspiré, y luego me reí cuando me hizo cosquillas en la piel sensible detrás de mi rodilla—. Las chicas en su mayoría se compran la ropa interior para ellas. Los chicos generalmente son felices con las bragas blancas de algodón, siempre y cuando puedan verlas. —Me gusta el encaje —dijo, tirando de lo que quedaba de vaquero de mi pierna, pasándolo por encima de mi tacón—. Pero tienes razón, tu culo se vería increíble con ropa interior de algodón blanco. Se veía tan peligroso como dulce, de rodillas ante mis pies con la sonrisa más burlona imaginable. Miró hacia abajo a los dedos de mis pies, pintados de rosa chicle con lunares rojos pequeñísimos, mi pie izquierdo seguía descansando sobre su rodilla. Su mirada siguió sus manos mientras las pasaba lentamente hacia arriba por mi pierna, envolviendo sus largos dedos morenos alrededor de mi gemelo, tocando el músculo de allí. Persuadiendo a mi pierna para que se abriera un poco, deslizando sus manos más arriba por mi pierna, una sosteniendo mi rodilla mientras la otra se abría sobre mi muslo, mi clara piel irlandesa un fuerte contraste contra sus manos más oscuras. Algunos de sus nudillos se veían como si hubieran sido rotos antes. Imperfectamente perfecto, y dejé salir el más suave de los suspiros cuando vi cuán increíbles se veían sobre mi pierna. Se inclinó, dejó un beso húmedo en la parte superior de mi rótula, su dedo trazando el borde de una cicatriz allí—. ¿Una pelea? —Sí. —Sonreí—. Con mi hermano. Tenía siete años; él nueve. Había robado a Darth Vader. Tenía todo el derecho de tratar y sacármelo con su sable de luz. —Él sonrió contra mi piel mientras continuaba, dejando caer besos por todas partes—. Las

cicatrices son como un mapa, ¿sabes? Son pequeñas pistas, indicios acerca de la persona que las tiene. —Tal vez aprenda algo acerca de esta chica preciosa, con el perfecto —hizo una pausa por efecto — gran culo. Para alguien que no hablaba mucho, cuando lo hacía, elegía bien sus palabras. Pero antes de que pudiera preguntarle otra cosa, los besos que habían estado languideciendo sobre mis rodillas empezaron a moverse más arriba por el muslo. Su aliento cálido en mi piel, haciendo que se pusiera de gallina, y el mismo sonido bajo salió de su garganta, haciéndome temblar una vez más. Cogió más fuerte mi pierna, pareciendo como si se aferrase con el toque. Me miró, y ahora era yo quien apartaba el pelo de su cara. —¿De verdad estamos haciendo esto? —preguntó, su voz un poco inestable. ¿Estaba pensando lo mismo que yo hacía un momento? Demasiado rápido, demasiado pronto, demasiado perfecto, demasiado sí ¿exactamente qué estamos haciendo esto? Al mirarle a los ojos, supe que quería eso, en ese momento. —Algunas chicas dicen que no, que es demasiado pronto, me respetará mañana, qué pensará de mí… todos los pensamientos que deberían estar pasando por mi cabeza en este momento. —¿Qué está pasando por tu cabeza en este momento? —preguntó, agarrando mi trasero con sus manos. Me acercó a él, una mano sobre mi espalda baja. Moví mi pie al suelo, sintiendo el heno deslizarse entre mis dedos. Plantó dos besos en la parte altea de mis muslos, arriba donde cualquier hueco entre los muslos había dicho adiós hacía un millón de años. —¿Honestamente? —Creo que ahora sería el momento perfecto para ser honestos, ¿verdad? —preguntó, acercándome más, con su nariz tocando mi encaje. —Entonces, honestidad significa que tengo que admitir que he soñado despierta sobre exactamente esto —contigo de rodillas enfrente de mí. Su risa profunda señalo de iba por el camino correcto. —Y estoy pensando que, en ese sueño, me decías que soy hermosa. Me mordió, duro, en el interior de mi muslo izquierdo. — Eres hermosa. —Abrió mis piernas con sus anchos hombros—. Sobre todo, ahora, con tu pelo desordenado y en bragas y ese jersey de cuello, viéndote como toda una chica pinup de los cincuenta.

—Esa fue la última vez que a una chica con curvas le iba bien —suspiré, lanzando mis brazos sobre mi cabeza y arqueando la espalda, estirándome y sintiendo mi cuerpo empezar a ponerse pegajoso y flácido. —Será mejor que me cuentes el resto de ese sueño —dijo contra mi piel. Cerré mis ojos, abrumada por las sensaciones corriendo salvajemente. Un golpe brusco en mi espalda me devolvió a la realidad. —Ah-ah, chica modelo, no te pongas perezosa conmigo. —Mi cabeza se elevó para mirarle de nuevo con sorpresa. Él alargó sus manos y cogiendo las mías las bajo a mis caderas—. Quítate las bragas. Oh.

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Traducido por Gesi

Cubriendo mis manos con las suyas, ambos las deslizamos hacia abajo hasta que estuvieron a mis pies, y una vez más levantó suavemente cada pie, deslizando mis bragas y colocándolas cuidadosamente a un lado. Un caballero. Sus ojos siguieron la acción, solo que ahora me miraban. Y lo observé mientras sus ojos adquirían un tono aún más profundo, se estrechaban y sus parpados se ponían pesados. Su boca se abrió, y su lengua se escabulló para rozar cuidadosamente su labio inferior, literalmente lamiéndose los labios mientras me miraba allí, de pie, desnuda. Una lenta sonrisa apareció abriéndose paso a través de su rostro como un amanecer, el más alegre y vigoroso amanecer que jamás haya visto. Y entonces esa mirada una vez más encontró la mía, y irguió, parándose lentamente hasta que se elevó sobre mí. Con mi espalda hacia el establo, lo miré fijamente, su cuerpo apretujándome contra las tablas, y pude sentir mi cuello de tortuga engancharse en la áspera madera.

Me tiró contra él, con fuerte manos y brazos enredado, y luego sus labios de nuevo estaban sobre los míos, y tuve que contener la respiración, era tan feroz, tan ardiente, tan fantásticamente frenético. El interruptor se había arrojado, y ahora ambos nos apresurábamos, mis manos se cavaban, tratando de encontrar el agarre en sus absurdos hombros. Mientras él me besaba, exploraba, las puntas de sus dedos bailando hacia arriba y abajo debajo de mi suéter, entonces debajo de nueva hacia abajo, sus rodillas entendiéndolas mías. Tiré la cabeza hacia atrás, mis labios separándose de los suyos y dejando una brecha que lo hizo gruñir, pero quería ver su cara mientras me tocaba por primera vez y… oh, ahí estaba. Gruñó de nuevo cuando gemí, sus dedos encontrándome ya resbaladiza, húmeda y lista para él. Tiré de su camisa, necesitando verlo, necesitaba ver más de él, pero sus manos, ¡sus manos! Esos dedos ásperos y callosos eran suaves y fuertes al mismo tiempo, girando, torciendo y encontrando el lugar que me volaría la cabeza. Pero si iba a perder la cabeza, primero necesitaba verlo. Le saqué la camisa, y finalmente se separó lo suficiente como para que pudiera sacársela por la cabeza, y mis ojos se abrieron cuando lo aprecié. Esos tatuajes, los que había mirado por semanas en el mercado de granjeros, los que se asomaban por debajo de sus remeras y se arrastraban por sus brazos, eran solo la punta del iceberg. Porque debajo de todo eso, dónde solo eran Oscar y la piel, había un mundo de pintura. Brillantes y airados colores florecían en su pecho, cada pectoral era su propia tela para el arte que había sido exquisitamente tatuado en su piel. Audaces líneas, grupos de imágenes, símbolos, y aquí y allá una palabra. Una luna. Estrellas. Un enorme roble que se extendía a través de abdomen y se curvaba hacia arriba sobre su corazón, las ramas doblándose hacía adentro, rodeando un sangriento sol. Hermoso. Pero antes de que pudiera admirarlo propiamente, me recogió, envolvió mis piernas alrededor de su cintura y una vez más me presionó contra el establo. Sosteniendo todo mi peso en una mano, volvió a deslizar la otra entre nosotros y comenzó a hacer círculos en mi clítoris, lentos, bajos y enloquecedoramente perfectos. Golpeé las tablas, dio vueltas más rápido. Grité, se hundió más. Un dedo, luego dos, deslizándose en mi interior, conduciéndome, mis caderas comenzaron a empujar, montando su mano mientras su pulgar se presionaba hacia abajo… —Oh. Sí —dije, destellos de luz comenzaron a crepitar en el borde de mi visión, la cual estaba completamente enfocada en este hombre, este hombre que estaba gimiendo mientras me observaba comenzar a deshacerme, agitándome y ondulando, tan cerca. —Allí está —murmuró, y me vine. Fuerte y rápido, alejándolo y acercándolo al mismo tiempo.

Cuando abrí los ojos, me estaba mirando con la cabeza inclinada hacia un lado, una lenta y sexy sonrisa arrastrándose por su cara. Más. Necesitaba más. —Mis vaqueros. —Conseguí decir. —¿Tus vaqueros? —Condón. En el bolsillo trasero. —¿Sí? —Inmediatamente. Desenredó mis pies y gentilmente me puso sobre mis pies, fue a mis vaqueros y regresó con el condón antes de que pudiera decir oye, este heno es resbaladizo. Volvió a enredarme en sus brazos, empujándome completamente en su contra, y saboreé la elevación de su clavícula. Eran tan alto que me sentía delicada, pequeña y completamente rodeada por él. Además, estaba a la altura de la clavícula más hermosa que jamás haya imaginado. La besé, plantando besos a lo largo de los remolinos de tinta mientras me sostenía apretadamente con firmes manos en mi trasero, presionándome en su contra. —¿No te alegras de que hoy haya venido a tu cosita de escaramuza? —pregunté, bajando una mano y encontrando su cremallera. —En cualquier otro momento te hubiera dicho por qué no es una cosita, pero sí — contestó, abriendo los ojos cuando metí la mano—. Ahora mismo verdaderamente no voy a discutir contigo. —¿Qué quieres que estar haciendo conmigo ahora? —ronroneé, usando mi otra mano para bajar los bordes de sus vaqueros, observando mientras su abdomen se flexionaba y esa asombrosa V aparecía, delineando sus caderas, y dulce Cristo, este hombre era una obra de arte. —Quiero que estés sobre mí —dijo, arrodillándose una vez más y jalándome con él, rasgando la envoltura del condón con los dientes y persuadiéndome para que montara sus piernas. Se quitó los vaqueros y le dio una larga caricia, frotando la cabeza con el pulgar, el mismo pulgar que acababa de enviarme hacia la luna y de regreso, y giré las caderas reflexivamente—. Te quiero completamente sobre mí. Poniéndose el condón, me agarró una vez más, posicionándome sobre su cuerpo y sosteniéndose por la base con una mano afortunada mientras me miraba a través de párpados

pesados. —¿Cuál es tu apellido? —¿Hmm? —murmuré, perdida por la vista de él y su mano. —¿Tu apellido? —repitió, sus ojos llenos de travesuras. —Grayson. —Casi estaba temblando de necesidad mientras pasaba su otra mano por mi trasero, posicionado justo encima de él. —Encantado de conocerte oficialmente, Natalie Grayson —susurró, y se empujó dentro de mí. Lancé hacia atrás la cabeza, mis ojos se cerraron mientras me deslizaba hacia abajo, tomándolo dentro de mí, estirándome para que pudiera encajar, porque era tan grande, proporcional al resto de él. Locamente caliente, locamente grueso, y mi espalda se arqueó para poder empujarme más hacia abajo, más duro, más rápido, quería todo de él. Su gemido era tan grande como él, poderoso y resonante a través del tranquilo granero, lleno de deseo y necesidad, exactamente de la misma forma en que me sentía después de añorar a este hombre por tanto tiempo, maravillándome y deseando, y ahora aquí estaba, perfectamente dentro. Pero ahora… se estaba moviendo. Deslizándose, guiando mis caderas mientras retrocedía, luego empujaba profundamente una vez más. Grité, mis músculos resbaladizos pero hinchados y muy apretados en su contra. Volviendo a levantar mi cabeza, baje la vista a sus ojos, el gris retrocediendo y el azul asumiendo el control, intenso y centrado, la misma maravilla que sin dudas también estaba en los míos. Esto se sentía asombroso. Esto se sentía increíble. Esto se sentí diferente. Me balanceé, él se balaceó. Rodeé mis caderas, él rodó las suyas. En sincronización, estábamos maravillosamente sincronizados, y jadeé cuando pude sentirlo, tan fuerte debajo de mí, dentro de mí, llenándome y haciéndome sacudir de temblor. Sus manos se aferraron a mis caderas, apretaron mi trasero, levantándome y guiándome mientras lo montaba imposiblemente duro. Pero él era tan fuerte que podía dejarme ir, realmente dejarlo sentirme completamente. —Hermosa —gimió mientras me hundía cada vez más, todo el aliento se me escapó de inmediato—. Tan malditamente hermosa. Ya me encantaba que pensara que era hermosa. Me folló frenéticamente en el suelo, con las piernas y los brazos enredados y

agarrándome, dijo mi nombre una y otra vez mientras sus caderas se aceleraban, ahora empujando más rápido y mas duro, las puntas de sus dedos clavándose en mi piel tan fuerte que se me llenaron los ojos de lágrimas. Buenas lágrimas ardientes, la fuerza pura que poseía y la forma en que sabía exactamente cuánto podía tomar, como si hubiéramos estado haciendo esto por años. Y supe, en ese momento, cuando echó la cabeza hacia atrás y se vino con un rugido crudo y necesitado que hizo que las paredes se sacudieran y que las venas de su cuello sobresalgan, que podría hacer estoy durante años y nunca obtener suficiente. Porque luego, cuando se desmoronó y me incliné hacia adelante, me envolvió en esos mismos brazos fuertes, acurrucándome cerca sin ningún espacio entre nosotros. Su mano, tan áspera y gastada, acarició tiernamente mi mejilla y lo acaricié con mi nariz mientras me observaba. —¿De dónde vienes? —Su voz era áspera y cruda. Soplé un mechón de cabello que cayó sobre mi ojo y le di una sonrisa cansada y extremadamente satisfecha. —De West Village. *** —Ridículo —dije. —¿Hmm? —Esto es ridículo. —Aún no lo entiendo —dijo Oscar, levantando una cuestionadora ceja. Estaba parada justo dentro de la puerta del establo, usando nada más que su remera de franela roja y un par de sus botas de trabajo, esperando a que las vacas volvieran a casa. Literalmente. Habíamos pasado la mayor parte de la tarde jugando alrededor del establo como adolescente en celo, y ahora era el momento de que las vacas cenaran. Mientras se alineaban de forma bastante ordenada y bajaban trotando hacia el granero, observé a Oscar, que llevaba su camisa térmica y sus vaqueros abotonados por la mitad, les hacía señas para que bajaran. —¿Quién consigue ser follada en el establo, y luego trae a las vacas del prado? —La pradera —me corrigió, y puse los ojos en blanco mientras volvía a enrollar las mangas de su franela. Me gustó bastante la sensación de esa franela gastada que era tan

delgada como una seda contra mi piel desnuda. También me gustaba lo delicadas que su camisa extra-extra grande hacia que parecieran mis muñecas. —Solo digo que estaba cálido en el granero. —Me estremecí un poco, el sol poniéndose se llevaba el calor del día. —La casa también está cálida. Ve adentro y estaré detrás de ti. —¿Lo prometes? —Guiñé el ojo maliciosamente, y me miró igual de malvadamente. Bailoteé a través del jardín, con cuidado de evitar todos los charcos. Era difícil moverse y balancearse usando botas de trabajo de catorce centímetros, pero hice todo lo posible. Y funcionó, para el momento en que llegué al porche trasero, había un productor de lácteos pegado a mi trasero. —Pensé que tenías vacas que atender. —Esa es la cosa sobre las vacas —dijo, dándole un golpe a mi trasero que me hizo saltar y en el proceso perder una de las botas—. Deja la puerta abierta y saben cómo llegar a casa. Levanté mi pie. —¿Ves eso? Eso sucede cuando me golpeas el culo. Pierdo tu estúpida bota y me embarro todo el pie. —Algo más sucede cuando te golpeo el culo. Hice un lento espectáculo de mirar directamente su polla. Se estiró una vez más me tiró en su contra, sosteniendo mi culo con ambas manos y apretando con fuerza. —La primera vez que te vi alejándote de mí en el mercado de los grajeros con ese gran culo, supe cuanto se agitaría cuando lo golpeara. De cualquier otro tipo, esa declaración se habría ganado su propio golpe reciproco. Pero la forma en que sus ojos se iluminaban y la forma en que deslizaba sus enormes manos sobre mi trasero como si estuviera feliz de finalmente tenerlo entre sus manos, mi chica de ciudad se derritió un poco. También, no descartemos lo que dijo sobre pensar en él y quererlo desde el principio. De cualquier forma, no se marchaba completamente indemne. —Necesitamos hablar sobre tu fraseología —dije, golpeándolo de regreso con mis caderas. Sus manos, inquietas en mi cuerpo, se retorcieron en mi cabello y me inclinó una vez más hacia atrás. —¿Esa es una palabra elegante para mi polla? Mi estallido de risa lo tomó por sorpresa, y sonrío mientras movía sus cejas.

—En serio, Oscar, no puedes simplemente decir ese tipo de cosas. Un día te van a golpear por decirle ese tipo de mierda a una chica. —¿Estamos de regreso a esa tontería de las comas? —preguntó, y luego enterró el rostro entre mis pechos y soplo—. Tienes un culo genial. Tienes un gran culo. Tienes un genial —hizo una pausa para el efecto… pausa… pausa… aún pausa—, gran culo, y no puedo esperar a verlo rebotando sobre mi polla. —Realmente eres un maldito hombre de las cavernas —dije con los ojos muy abiertos. —Un hombre de las cavernas viniendo —contestó, girándome como un trompo y colocando mis manos en la barandilla del porche. Una de sus manos se deslizó entre mis piernas, y mi espalda se arqueó sin pensar. Solté una risita, sintiendo la calidez de su cuerpo contra mi espada, preguntándome cuanto tiempo tomaría antes de que estuviera gritando su nombre de nuevo, cuando oí pisadas viniendo desde el otro lado del porche, y entonces un inconfundible jadeo. Y no era yo la que jadeaba esta vez, lo que era un testimonio de lo sorprendida que estaba, considerando donde estaba la mano de Oscar. —¿Oscar? —dijo una voz femenina, y ambos nos giramos. De pie en el extremo del porche con una gabardina abotonada estaba la morena más linda que jamás haya visto. Se había desenrollado la bufanda y ahora estaba parada como una estatua, en una mano un puñado de lana a rayas y la otra llena de… ¿platos cubiertos de papel de aluminio? —Ah mierda —murmuró Oscar, ubicándome detrás de él y dándome el último rastro de privacidad —. Ups. —Escuché que su cremallera se subió. —¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó, y mientras intentaba abotonar mi camisa, su camisa, tan rápido como pudiera me puse de puntas de pie para poder espiar por encima de sus hombros. Era realmente linda en el uniforme de niñas exploradoras. Y claramente estaba furiosa. —Llegas temprano. —No tanto. —No me di cuenta de que se había hecho tan tarde, perdón por eso. Um, Missy, esta es… umm… esta es… —Natalie —proveí, apretándole el bíceps y clavándole las uñas—. Soy Natalie. —Sí, lo siento. Natalie, esta es Missy.

La morena estaba furiosa. —Su esposa. Enterré más profundamente mis uñas. —¡Ay! ¡Para eso! —Me miró por encima de su hombro, luego se giró hacia Missy—. Siempre te olvidas de mencionar el ex en ex esposa. Retiré mis uñas. Solo un milímetro. —Solo dejaré estás en la mesa —dijo, tan enojada que sus labios estaban blancos de tenerlos apretados. Él le asintió caso despreocupadamente, yo aún seguía escondida detrás. Ella entró por la puerta trasera, y pude verla revolotear alrededor de una cocina con la que claramente estaba familiarizada, dejando sus platos y comenzando a sacar cosas como lechuga y zanahorias de una bolsa de supermercado. Con Oscar la observamos por un momento, luego se giró hacia mí. No regresó a lo que estaba haciendo antes, por supuesto, pero tampoco hizo ningún esfuerzo para sacarme del porche. Arrugué la frente. —¿ Ex esposa? —Ex —confirmó. —¿Ella lo sabe? Se encogió de hombros con facilidad. —Le gusta traerme cazuelas los domingos. Podía escuchar cómo eran colocados los platos de cazuela en los mostradores, y sonaban como si estuvieran siendo colocados desde tres metros de altura. Oh chico. Tiempo de irse. —Voy a seguir adelante e irme. —Miré su reloj—. Guau, tampoco no me di cuenta lo tarde que se hizo; estaba planeando tomar ese último tren de regreso a la ciudad esta noche. Tengo que estar en el trabajo mañana a la mañana, sabes… Mi divague fue interrumpido por un beso abrasador, enredador de lengua que hacia que se curvaran los dedos de los pies. Cuando su boca liberó la mía, continúe—: Así que… sí. Adiós. Me fui con la mayor gracia que pude reunir, volviéndome a poner sus botas de trabajo para mi viaje a través del jardín para poder recuperar las mías. Él había doblado mis ropas embarradas y las había apilado ordenadamente en una silla justo afuera del establo más temprano, así que fue un rápido arrebato. Era toda codos, rodillas y vistazos de culo mientras me ponía mis vaqueros, haciendo una mueca por el frío y la humedad. Me rendí con mis botas Channel

embarradas, y finalmente corrí, medio vestida, a través del patio hacia el Wagoneer. Evitando los charcos de barro, lo rodeé y me trepé del otro lado. Encendí el auto, saludé a sonriente Oscar en el porche, un segundo saludo a la cara blanca apretada que me miraba a través de la ventana de la cocina y me fui, las llantas traseras escupiendo barro y grava hacia la casa. En el camino a casa, cada bache y surco en el camino no hizo resbalar, y sentí cada rebote en todo mi cuerpo, recordándome la buena clase de dolor que sentía y las palabras de Oscar sobre rebotar en su polla. Cuando estacioné en la entrada de Roxie, ella y Leo salieron a ver como salía a medio vestir con ropa en mis brazos y heno en mi cabello mientras sonreía como una lunática. —Tengo que atrapar ese tren —canturreé mientras saltaba los escalones del porche y entraba a la casa, más allá de sus ojos curiosos. Asomé la cabeza alrededor del marco de la puerta—. ¿Lo que huelo es tu famoso pollo de domingo? ¡Estoy muriendo de hambre!

12 Parte I

Traducido por Sahara

Cogí el último tren de regreso a la ciudad con solo tres minutos de sobra. Hubo un tren anterior, pero eso hubiera significado perderme el pollo del domingo de Roxie. Mientras estaba sentada en el último auto con un contenedor para llevar lleno de restos de pollo, puré de papas y ajo y judías verdes, pensé en el fin de semana, equilibrando las ventajas y desventajas. Ventaja: la ciudad era adorable. Desventaja: el aire estaba casi demasiado limpio.

Ventaja: el paisaje era encantador. Desventaja: era demasiado tranquilo, especialmente por la noche. Sin cuernos. Desventaja: era demasiado ruidoso, especialmente por la noche. Grillos de mierda. Maldito viento. Maldito raspado en los árboles por todas partes... Ventaja: las pollas eran grandes. . . Ventaja: Y a cargo. Ventaja. Ventaja. Ventaja. Me estremecí por la excitación que sentía mi cuerpo cada vez que pensaba en esa boca, esos labios, esa lengua... Esa ex. Hmm. ¿Cuál era la historia allí? Había pasado medio año fantaseando con este tipo, y medio día permitiéndole tomarme de doce maneras desde el domingo. Y ni siquiera tenía su número de teléfono. Esperé que una parte de mí se sintiera culpable por eso, hablándome y sacudiendo un dedo amonestador y haciéndome sentir un poco avergonzada por pasar tiempo desnuda con un hombre que apenas conocía. Pero nunca llegó. Quería saber más sobre él, no porque debería, sino porque me fascinaba. Quería saber la historia que estaba allí, porque, aunque de vez en cuando tenía estas maravillosas pepitas de tesoros verbales, en su mayor parte seguía respondiendo a todas las preguntas con sí, no, o con un gran culo. También respondió con belleza, pinup, y sabes increíble, pero eso no viene al caso. Todavía debería haber obtenido su número de teléfono. Al menos entonces podríamos enviar textos sucios... Y mientras el tren corría por las vías, volviendo a mi vida en la ciudad, comencé a retirar los horarios de los trenes... *** Es curioso de visitar un lugar solo una vez es como puede estamparse en tu psique. La primera vez que viajé a Praga, me enamoré de los techos llenos de humo de ladrillos rojos, las aceras de azulejos blancos y negros, el sonido de un idioma extranjero irremediablemente irreconocible para mis oídos estadounidenses, todos duros Z y cloqueo K. La primera vez que visité Dubai, fui capturado por el horizonte y la arena dura que cubría incluso

los enormes centros comerciales, y el calor opresivo que pesaba cada movimiento. Ahora, durante toda la semana, me encontré pensando en el color de los árboles de otoño de Main Street en Bailey Falls, el aroma de las hojas quemadas en el aire y el resbalón y el deslizamiento del heno debajo de mis pies descalzos. Descubriendo todo, para ser exactos. Pero con todo esto de soñar despierta, el trabajo todavía era el centro de atención. El proyecto de T & T estaba yendo muy bien. Comenzamos a seleccionar los comerciales que estábamos filmando, así como también la publicidad impresa. Para la campaña de Bailey Falls, todavía estaba dando vueltas a la idea de usar el ángulo del agricultor local, cómo posicionarlo para mostrar estas maravillosas granjas locales exactamente con la luz adecuada. Sin mencionar a esos calientes granjeros para que parezcan irresistibles para cualquier mujer en la costa este con pulso y una bolsa de viaje... Me preguntaba cómo se sentiría Oscar siendo fotografiado para la campaña. Me pregunté si Casserole Missy se opondría. Además, me preguntaba por qué había empezado a referirme a ella como Casserole Missy, ya que solo me estaba divirtiendo, probando un poco de sabor local, por así decirlo… Había resistido el impulso toda la semana de llamar a Roxie y preguntar si tenía el número de teléfono de Oscar. Me preguntaba si Oscar la había llamado y había pedido el mío. O tal vez le pediría a Leo que le pidiera a Roxie que me preguntara si estaba bien que me llamara, como un juego de teléfono de la escuela secundaria, del tipo con el cable anudado que enrollabas en una mano mientras sostenía el teléfono. A mi oído, riendo a altas horas de la noche por teléfono con mi novia, hablando de cómo me había sostenido la mano durante el almuerzo y me había invitado al baile después del gran partido del viernes por la noche. Y cómo me habría dicho lo suave y satinado que era el interior de mi muslo contra su lengua. Salí de Bailey Falls y pensé en los números de teléfono. Algo me dijo que tenía que jugar esto fácil, informal, y no abarrotarlo. Y dado que mis instintos eran infalibles en esta área, literalmente me senté en mis manos más de una vez para dejar de enviarle mensajes de texto a Roxie. Pero me pregunté qué estaría tramando esta semana y si estaba pensando en mí. Estaba mareada. Y vertiginosa y Natalie pueden igualar en el territorio peligroso. Cuando estaba caminando a casa después del trabajo y vi queso de Bailey Falls Creamery en la ventana de La Belle Fromage, mi corazón se aceleró. Cuando vi una camisa de franela roja en la ventana de Barneys, en una exhibición de leñadores de moda, sentí un cosquilleo en la piel. Y cuando vi un salami en la ventana de Zabar, fue casi más de lo que podía soportar. Me detenía para recoger algunas cosas que había enviado a casa de mis padres, ya que había perdido

el brunch el domingo anterior. Los problemas relacionados con el trabajo fueron una excusa aceptable para el brunch perdido, pero solo cuando se despeja por adelantado y solo cuando estaba en la carrera. Usualmente me adhería a esta regla, pero en la prisa por salir de la ciudad la semana pasada olvidé llamar a mi madre, comenzando así el mayor caso de culpabilidad registrada que la ciudad había visto desde que mi vecino Francis Applebaum olvidó llamar a su madre en Rosh Hashaná. El hecho de que hubiera tenido una apendicetomía de emergencia por lo general se pasaba por alto al transmitir esta historia, pero todo el bloque había tomado partido. Era miércoles por la noche, y aunque originalmente había planeado enviar los obsequios, fue una noche agradable y todavía no estaba lista para irme a casa. Me sentí un poco rara, nerviosa, tal vez un poco inquieta. Y preguntándome cómo en el mundo le iba a decir a mi madre que me volvería a perder el almuerzo de nuevo este domingo... Estaba planeando tomar el tren hasta Bailey Falls nuevamente el jueves por la tarde. Tenía un desayuno planeado para el viernes por la mañana en Callahan's con la cámara de comercio y algunos de los dueños de negocios locales. Quería conversar con ellos sobre lo que querían, cómo veían su ciudad y cómo les gustaría que otros la vieran. Chad me estaba ayudando a organizar la reunión, asegurándome de que los jugadores clave estuvieran allí. Roxie ya tenía la tarea de hacer los pasteles que seguirían a la reunión. Si todo salió bien, torta para celebrar. Si no fuese tan bien, entonces todos con suerte solo recordarían el pastel. —¿Vas hacia allí de nuevo? ¿Este fin de semana? —Dan había preguntado cuándo le di mi informe de gastos de la semana anterior. —Sí, este fin de semana me codeo con la élite de Bailey Falls, incluida la esposa del alcalde. Ya sabes cómo es, mezclándome con la corteza superior. —Sentada en el borde de su escritorio, mentalmente repasé mi armario y me pregunté si habría tiempo para conseguir otro par de botas Chanel antes del fin de semana. Lamentablemente, las largas vacaciones que habían tomado en el barro y el agua los habían arruinado. Veintidós cientos dólares, por el desagüe. Sin embargo, Oscar dijo que le gustaría ponerme las botas y solo las botas. —¿Volverás el lunes? —Dan preguntó, interrumpiendo mi sueño. —Ese es el plan. Tomaré el tren a casa el domingo. —¿Quedándote allí todo el fin de semana otra vez? Dos sábados por la noche en fila, esta ciudad ha sido privada de Natalie Grayson. Me sorprende que las luces no se atenuaran en Broadway — bromeó.

—Estoy dedicada, ¿qué puedo decir? —Me reí, arrebatándole los informes de gastos después de que los firmó y los pasó a contabilidad antes de que pudiera hacerme más preguntas. Y hablando de preguntas... —Simplemente no entiendo. ¿Qué podría haber en el mundo tan interesante en el norte del estado que te mantendría alejado del brunch? Quiero decir, es un brunch, por el amor de Dios, Natalie — decía mi madre, caminando desde la cocina hasta el comedor con una bandeja para arreglar las galletas que había traído—. Explícame esto como si fuera un idiota. —No eres idiota, mamá —le dije, mordiendo una de las galletas. —Debo serlo, ya que no estoy entendiendo esto. Dos domingos seguidos, Natalie. ¡Dos! —¡Mamá! Es por trabajo, ¿de acuerdo? Nueva campaña. Estoy trabajando con clientes de fuera de la ciudad, y todavía estoy recopilando información. Es una investigación que tengo que hacer, y me ayuda cuando estoy en el lugar que se supone que debo vender a todos, ¿sabes? —Lo entiendo, pero—Y Roxie está allí. Es genial verla, conocer a su nuevo novio y sus amigos, y es una gran ciudad pequeña. Es... No lo sé... es agradable —amortigué mi voz con una galleta—, pasar algún tiempo fuera de la ciudad. Ella parpadeó varias veces. —¿Quién es él? —¿Quién es quién? —¿Quién es el que te hace echar de menos el brunch todo el tiempo? —¿Todo el tiempo? —Me reí—. Dos brunches es difícilmente "todo el tiempo”. —Deja de desviarte —dijo, sentándose frente a mí en la mesa. Ella había estado en su estudio hoy; tenía pintura debajo de sus uñas. Ella tenía un nuevo espectáculo pronto, el primero en unos pocos años—. Has conocido a alguien". —Eres psicótica. —Esa son dos veces ahora que cambiaste de tema o no me respondiste directamente. —Tal vez porque estás siendo psicótica —dije a través de la galleta. —Siempre me cuentas sobre los tipos con los que estás saliendo. ¿Por qué no me estás hablando de este? —¡Porque no hay nada que contar! Dios, ¿qué pasa con el tercer grado?

Se acomodó en su silla y me evaluó como solo una madre. —Me miras a los ojos y me dices que no hay un hombre involucrado en esto, y lo dejo ir. Me incliné sobre la mesa, manteniendo mi rostro tan sereno como pude. —No hay un hombre involucrado en esto. Ella se detuvo un momento, sus ojos buscando. —Bueno. Suficiente. No voy a decir una palabra más. Dejé escapar el aliento. —Gracias. Ahora, si me disculpas, necesito empacar algunas cosas para mi viaje mañana. ¿Sabías que hay una ciudad literalmente a cinco minutos subiendo por Hudson donde ni siquiera puedes ver la ciudad? —Se llama Yonkers, cariño. Ha estado allí por mucho tiempo. Creo que podríamos haberte mantenido en Manhattan demasiado tiempo. —Mata ese pensamiento —Sonreí y dejé caer un beso en su cabeza—. Te llamaré el domingo, ¿Qué tal? —Leeré el Times, no me interrumpas. —Debidamente señalado. Te amo. —Cuando pasé junto a ella, ella se acercó y me dio una palmadita en el brazo. —Me contarás sobre este tipo cuando estés listo. Esa mujer tiene visión de rayos X. *** El jueves por la mañana pasó borroso, y antes de darme cuenta, estaba en el tren y me dirigía hacia el norte una vez más a lo largo del Hudson. Era un hermoso día soleado, el sol brillaba y se reflejaba en el agua tan brillante que casi era cegador. Pero no tan cegador que no pude disfrutar la vista. Normalmente, un tren para mí significa estar apretujada como sardinas entre otros miles de viajeros, no te duermes o perderás tu parada. Pero me encontré una vez más mirando pasar las pequeñas ciudades, preguntándome por las vidas que se encontraban detrás de esas puertas. Obtuve una instantánea rápida de una vida de la que nunca sabría nada, pero fue divertido imaginar lo que podría estar sucediendo detrás de esas puertas cerradas. Mi tren no era más que un sonido de fondo para ellos, un tren que había sonado doce veces al día (veinticuatro si se considera la otra dirección), un sonido que sin duda habrían desconectado hace mucho tiempo. O un tren en el que se habrían tomado un sábado soleado para ir a la ciudad a ver jugar a los Yankees. Todas estas pequeñas instantáneas de una vida conducida en la línea del río

Hudson, y hoy fui una vez más parte de ese ruido de fondo, aunque una parte muy emocionada, ya que casi saltaba de mi asiento para volver a Bailey Falls. Tenía toda mi investigación y notas para la reunión del viernes por la mañana, para hablar sobre cómo querían que se presentara su ciudad. Tenía una cita establecida con Chad Bowman para obtener una visión más específica de algunos de los negocios y lugares de interés que podría presentar. Pero ciertamente no saltaba de mi asiento porque me iba a reunir con Myra Davis, propietaria de Klip 'n' Kurl, una esteticista de tercera generación y propietaria del lugar de belleza más popular de la ciudad. O con Homer Albano, dueño de la ferretería en Main Street, que había estado repartiendo palomitas de maíz caseras junto con sus llaves inglesas y martillos desde 1957.

12.2

Traducido por MadHatter

Estaba brincando, tarareando y prácticamente saltando de mi piel porque probablemente volvería a ver a Oscar. Y la idea me estaba volviendo loca. No estaba familiarizada con la situación de tener una relación de una noche; me permitía una o dos o más. El término implicaba: "Oye, vamos a rascar este picor que tengo y luego sigamos por caminos separados, pero gracias por el orgasmo". O múltiples orgasmos, si tenías suerte. Pero volvía a la escena de la aventura de una noche. A la situación de una tarde dándole duro en el establo. Y yo quería más. Lo ansiaba, así de simple. Cuando lo vi en el mercado de los granjeros, tuve la libertad de inventar cualquier historia de fondo que quisiera sobre él. Ahora él era real. Ahora sabía lo suficiente como para saber que quería saber más. ¿Él había pensado en mí esta semana? ¿Había estado en el trabajo concentrándose en algo realmente aburrido pero necesario, y luego una imagen de mi cuerpo desnudo recorrió su imaginación?

Apreté mis manos en puños, canalizando la tensión que podía sentir corriendo por mi cuerpo. Habían pasado años desde la última vez que me había preocupado por un hombre, y necesitaba mantenerlo bajo control.

*** Pasé otra noche casi insomne dando vueltas en casa de Roxie. Aprecié la habitación de invitados; me gustó la cómoda cama incluso con los chillidos y crujidos. Pero, sinceramente, ¿cómo demonios alguien dormía en esta ciudad con todo ese alboroto afuera? Hoy iba a buscar algunos tapones para los oídos mientras estaba en la ciudad. La mañana del viernes en Bailey Falls amaneció clara y nítida, y antes de que pudiera dar un saludo agradable, estaba rebotando por las carreteras rurales cerca de lo de Roxie, comiendo una de sus galletas de canela y maravillándome de lo azul que era el cielo cuando en realidad lo podías ver. No es que hubiera nada malo en el cielo detrás del edificio Chrysler, pero simplemente no era lo mismo. —¿Le diste las gracias a Trudy por permitirnos organizar la reunión en el restaurante? —le pregunté, bebiendo mi café tostado especial en una taza para llevar. Después del desastre en la cafetería el fin de semana pasado, vine preparada este fin de semana, bajándome del tren anoche con una sonrisa y dos kilos de café dorado colombiano. —Puedes decírselo tú misma, mi madre no puede esperar a verte. Está oficialmente enojada porque no pasaste el fin de semana pasado a verla. Dijo, y cito: "Dile a ese mocosa de ciudad que lleve su trasero a mi restaurante o enviaré a Bert a buscarla". —¿Quién diablos es Bert? Cuando doblamos por Main Street, Roxie señaló un antiguo coche patrulla que estaba frente al ayuntamiento. —Bert. El jefe de policía, entrenador del equipo femenino de bolos, campeón de Scrabble once años seguidos, y lacayo no oficial número uno dispuesto a hacer cualquier cosa que mi madre le pida, por el gran enamoramiento que ha tenido con ella desde que los emparejaron para bailar en educación física de séptimo grado. —Vaya, eso es específico —le dije, mirando por la ventana al anciano de aspecto canoso que estaba en el coche patrullero mirándome—. ¿Acaba de saludarme? —Parece que mi madre ya lo alertó sobre la nueva chica en el pueblo. Muy amable de su parte, ¿no? —Maldita Mayberry —murmuré, mientras Roxie se reía. Nos detuvimos en un lugar

justo en frente de Callahan's, el restaurante que había estado en la familia de Roxie durante tres generaciones. Cuando Roxie dirigía el restaurante el verano pasado, había hecho algunas actualizaciones del menú, la mayoría de las cuales Trudy guardó cuando regresó a casa de su gira mundial y se dio cuenta de que incluso las recetas más antiguas pueden modificarse y ser traídas al nuevo siglo. Bajé del Jeep, deteniéndome un momento para enderezar mi falda negra y asegurarme de que mi blusa tuviera el número correcto de botones desabrochados. No sabía si Oscar haría una aparición en la reunión del pueblo esta mañana, pero mi escote y yo queríamos estar preparados. —Natalie Grayson, trae tus dulces bollos aquí y dame un abrazo —escuché el estruendo de detrás del mostrador incluso antes de llegar a la puerta principal. Todos los ojos se giraron hacia mí cuando Trudy Callahan, una hippie crecida y una dínamo de bistec de Salisbury, atravesaron corriendo el linóleo para abrazarme con fuerza. —Hola, Trudy, ¿cómo estás? —inquirí, preguntándome cómo alguien tan pequeño podría ser tan poderoso. —¡Estamos tan emocionados de que estés aquí! ¿Una gran dama de anuncios de la ciudad viniendo a hablarnos sobre nuestro pequeño pueblo? ¡No podría ser más encantador! Ahora siéntate aquí. Limpié la cabina de la esquina para ti; ¿qué puedo traerte? ¿ Cuppa joe? ¿Huevos? ¿Una rebanada de jamón? ¿Un trozo de tarta? —Trudy me habría dado el menú completo, pero ahora Roxie nos había alcanzado y la estaba llevando detrás del mostrador. Las dos estaban metidas hasta la rodilla en una discusión acerca de por qué el letrero Presentando Tortas de Zombis había sido movido de la ventana delantera cuando apareció Chad Bowman, radiante en una campera polar North Face y vaqueros perfectamente planchados. —¿Hola, como te va? —Bien, muy bien, solo quería llegar unos minutos antes y preparar algunas cosas. ¿Esperas que la gente llegue a tiempo esta mañana? —Empecé a apilar algunos cuadernos y bolígrafos sobre la mesa, juntando algunos de mis gráficos que había extraído del censo local sobre quiénes y qué cosas componían la ciudad. —¿Estás bromeando? Ya están todos aquí —respondió, ayudándome a abrir mi caballete—. Bonitos carteles, por cierto.

—No veo a nadie —dije, mirando por encima del hombro y viendo a una multitud llena de clientes del restaurante. —Trudy cerró el restaurante esta mañana a todos menos a los miembros de la cámara de comercio. Todos aquí somos dueños de negocios, estamos aquí para ver qué nos va a decir la mujer de Nueva York sobre cómo generar negocios para nuestro pequeño pueblo. —Espera, ¿qué? —pregunté, viendo ahora a los comensales por lo que realmente eran. Entre tomar café y desayunar, ya estaban evaluando, calculando, preguntándose qué podría tener yo bajo la manga. Podía manejar esto. Me había enfrentado a salas de juntas llenas de los tiburones más duros que el mundo de la publicidad tenía para ofrecer. Titanes de la industria. Maestros del universo. Resulta que no eran nada en comparación con Myra, el dueño de Klip 'n' Kurl.

*** Pasé la mayor parte de la mañana haciendo y respondiendo preguntas de un grupo de personas del pueblo tan emocionadas y entusiasmadas como nunca antes las había visto. Todos tenían ideas muy específicas sobre lo que debía suceder para hacer de Bailey Falls un pueblo destino. Estaban abiertos a nuevas ideas, pero querían asegurarse de que conservaran la atmósfera de pueblo pequeño que se había creado a lo largo de los años, de que ningún nuevo miembro de la semana arruinaría algo bueno. Pero, por supuesto, el dinero habla, y las posibles nuevas corrientes de ingresos que podrían traerse a la ciudad con un poco de sangre nueva eran atractivas para todos. Imprimí algunas de las fotos que había tomado el fin de semana anterior y las mostré en el restaurante, dándoles una muestra de cómo luciría y se sentiría una campaña de Natalie Grayson. Comenté posibles diseños en revistas regionales y nacionales, les mostré ejemplos de columnas destacadas que había orquestado para otros clientes en periódicos como el New York Times, el Boston Globe, el Philadelphia Inquirer y el Washington Post. Había traído mi iPad y pude mostrar algunos de los comerciales que había reunido para darles una idea de lo que era capaz de hacer. Y cuando la gente de Bailey Falls comenzó a darse cuenta de que algunos de ellos podían aparecer en un comercial como los que les mostré, comenzaron a entusiasmarse. Tan emocionados, de hecho, que Norma de la florería y Arnold de la pizzería sugirieron que Bailey Falls organizara una fiesta de proyección la noche del estreno.

—Um, ¿de qué estreno exactamente están hablando? —le susurré a Chad, que había estado repartiendo lápices para el cuestionario que acababa de hacer circular. —Oh, están bastante seguros de que si hay un comercial, tendrán que tener una fiesta de estreno, solo para asegurarse de que todos sepan lo fabulosos que son. —Por lo general, la proyección se lleva a cabo en mi oficina y en Skype con en el cliente —le dije, escuchando mientras la charla aumentaba de volumen y se volvía más emocionada. —Sí, no. Eugene de la estación de bomberos acaba de ofrecer el establo al final de Main Street. Acabas de planear una danza de granero y ni siquiera lo sabías. Me reí, amando que se hubieran dejado llevar tanto. —Entonces ¿supongo que estoy oficialmente contratada? —Has traído carteles. Aman los cuadros. Estás contratada. —Asintió, me rodeó con un brazo y me puso de costado. Y mientras miraba, podía sentir una sensación de pertenencia, sentirme parte de algo a pesar de que había estado aquí solo dos veces. Si pudiera capturar ese sentimiento, podría vender este lugar incluso al más cínico. Mientras soñaba despierta, Chad había saludado a alguien y estaba esperando presentárseme. —Natalie Grayson, este es Archie Bryant, de Bryant Mountain House. —Señora Grayson, un placer conocerla. Lamento haberme perdido el comienzo de su presentación, pero me encantaría hablar con usted sobre sus planes para traer ingresos turísticos adicionales al pueblo, y con suerte también a nuestra montaña. —Encantada de conocerlo, también, señor Bryant. He escuchado cosas maravillosas sobre su resort; no puedo esperar a ir para dar un recorrido. —Le estreché la mano, mirando los profundos ojos índigo. Emparejados con un cabello castaño rojizo ondulado y un hermoso rostro, Archie Bryant era apuesto de una forma casi anticuada—. Ya investigué un poco sobre su hotel. Ha estado en su familia durante cinco generaciones, ¿verdad? —Soy la quinta —respondió, una expresión de orgullo cruzando sus rasgos fuertes y elegantes —. Llame a mi oficina en cualquier momento; me complacería organizar un recorrido para usted cuando pueda venir. —Eso sería maravilloso —estuve de acuerdo, dándole las gracias por venir y

preguntándome otra vez qué diablos había en el agua que hacía que estos hombres fueran tan apuestos. —Espero que puedas llevar un poco de tráfico hacia allí arriba —dijo Chad mientras Archie comenzaba a darle la mano y a charlar con algunos de los otros dueños de negocios de la ciudad. Parecía conocerlos a todos, parecía lo suficientemente amable, pero había algo reservado en él. No era muy frío, pero sin duda en el lado bueno. —Oh, ¿han tenido poco movimiento? —Sí, mi sobrina contesta los teléfonos en el departamento de reservas y tienen problemas para mantener las habitaciones ocupadas. —¿Estás bromeando? ¡Las fotos que he visto son hermosas! —Busqué en Google Bryant Mountain House mientras hacía mi recolección inicial de información sobre destinos turísticos en Bailey Falls y sus alrededores, y este lugar era impresionante. Encaramado en un lago glacial y cortado en el lado de una montaña, era épico. Y construido en un tiempo diferente, para una época diferente, cuando las personas vacacionaban de manera diferente. Mmm… Me preguntaba si podría traer a mi amiga Clara para consultarle… La reunión duró más o menos una hora, con preguntas sobre esto y aquello, yo haciendo las mismas sobre esto y aquello, sintiendo el pulso de este pueblo y su ADN. Y cuando las cosas finalmente terminaron y Trudy comenzó a hacer que todos salieran para poder ir al servicio del almuerzo, sentí que el aire cambiaba en la habitación. Cada molécula en mi cuerpo se congeló, luego giré hacia la puerta de entrada. Oscar había llegado. Me preguntaba si él iba a aparecer. Él era dueño de un negocio, tenía un interés en cómo iban las cosas en este pueblo, y era un miembro responsable y honrado, aunque un tanto malhumorado, de esta comunidad, por lo que tenía sentido que debería estar aquí. Además, me puse una falda lápiz solo para él. Y como había estado dentro de mí hace solo una semana atrás y cantó mi nombre, ¿no era lógico que quisiera aparecer y ver lo linda que era? La gente saludó cuando lo vieron, otros le dieron una palmada en la espalda cuando salieron. Sus ojos nunca dejaron los míos. Era diferente a cualquier otro sentimiento, tener esos profundos ojos azul grisáceos, fijos únicamente en mí. Podría decir que apreciaba los tacones y la forma en que daban forma a mis pantorrillas. La falda por sí solo se ganó un tic de esa ceja cicatrizada. Sus fosas nasales se encendieron como sabía que lo harían cuando vio el botón desabrochado cuidadosamente, y pude sentir hasta los pies todo lo que estaba pensando en hacer estallar el resto de

esos botones e ir hacia abajo. Caminó hacia mí, y el restaurante desapareció. No podía escuchar a las camareras cacareando con la madre de Roxie, no podía escuchar las órdenes que se decían. Estaba vagamente consciente de la canción "I Can’t Get Next to You" reproduciéndose en la máquina de discos, y mi cerebro me concedió exactamente un segundo de claridad mental para reconocer que la canción era perfecta para este momento antes de volver a apreciar a un Oscar caminando de forma lenta. Caminó como si estuviera en una película de Michael Bay, cruzando la pista para salvar al mundo de un asteroide rebelde o de aviones de combate kamikaze. Solo podía detenerme a observar y a admirar lo bonito que era. Vistiendo vaqueros desteñidos, botas de trabajo desgastadas, un viejo jersey irlandés de color blanco con grandes nudos de cable, solo el borde de una camiseta blanca asomándose por el cuello, había salido de las páginas de Fuck Off He's Beautiful mensuales. Podría haber estado usando zapatos de payaso y un tablero de sándwich que dijera Come en Joe's por todo lo que me importaba, porque lo que realmente me hizo tragar aire más rápido de lo que podía respirar realmente fue su rostro. Podría ser el hombre más guapo del planeta. En cualquier planeta. Su cabello lo llevaba recogido en su habitual envoltura de cuero, que acentuaba sus pómulos, su mandíbula, su frente fuerte, sus labios llenos y besables. Pero lo más llamativo hoy era la alegría mesurada. Era obvio que estaba feliz de verme, pero intentaba ocultarlo un poco, permitiendo que solo se vieran fragmentos de ello. ¿Deseaba retener algo, tal vez? Podía entender eso. Era pronto para lo que sea que fuera esto, para mostrar cada carta. Pero disfruté el hecho de que estuviera feliz de verme. Y una vez más, me sorprendió. Antes de que pudiera saludarme o preguntarle qué pensaba de la reunión, colocó un gran brazo sobre mi hombro, agarró mi bolso y se lo puso sobre el otro hombro, y dijo—: Vamos a hacer un poco de queso. En la historia de las primeras líneas románticas, probablemente no formaría parte de la lista de las diez mejores, pero fue música para mis oídos.

13.1

Traducido por Anna Karol Abrió la puerta del copiloto de su camioneta, y una vez que me tuvo dentro, fue a su propia puerta. Tacha otra casilla por ser un caballero. Dentro, giró la llave en el encendido, salió del estacionamiento y se dirigió en dirección a su casa. Todo esto lo hizo con su mano derecha firmemente en mi muslo, que había expuesto casi de inmediato empujando mi falda lápiz de licra negra. Era de lujo, la facilidad que tenía para tocar mi cuerpo con tanta libertad, y la más mínima posesión. Hmm… cavernícola. —Entonces, hola —dije. Él me lanzó una breve mirada de reojo. —Hola. Silencio. Conducción. Silencio. —¿Buena semana? —Buena semana —afirmó. No pude quitar mis ojos de la vista de su mano en mi pierna. ¿Había planeado esto cuando tomé una falda esta mañana? No a propósito. Sin embargo, me pregunté si esta mañana, cuando estaba parada frente a mi maleta y mirando a los Manolos negros con las joyas brillantes, si viera a Oscar hoy, ¿lo volverían loco? Puedes apostar tu dulce culo… —Entonces tuviste una buena semana. Eso es genial. Yo también. Así que… gracias por preguntar. —No pregunté —dijo, manteniendo su mirada en el camino, pero sus dedos se deslizaron media pulgada más arriba en mi muslo; su piel color caramelo en mi crema irlandesa, y me sentí cada vez más excitada. También me irritaba cada vez más que no le interesara en absoluto tener las conversaciones más superficiales conmigo, cuando finalmente miró en mi dirección—. Pero me alegra escuchar eso. Mis orejas se pusieron rosadas, podía sentirlo. Él continuó—: Estuve distraído toda la semana. Pensé en ti, pensé en cuándo podría verte otra vez. —¿Lo hiciste? —pregunté, tratando de no gritar las palabras, pero fracasando miserablemente. Mis mejillas se pusieron rosadas, lo sentía. —Ajá —dijo, deslizando esa mano otra pulgada más arriba—. Pensé en esos sonidos que hiciste, en

lo sexy que te veías. —Se detuvo en un cruce de ferrocarril y me miró directamente a los ojos—. En el granero. —Oh —logré soltar, sin siquiera molestarme en ocultar el chillido. Algo más sonrojada, podía sentirlo. —¿Estás aquí hasta el domingo otra vez? —preguntó, la luz del ferrocarril parpadeando. Vagamente, podía escuchar un ding-dong ding-dong por los señalamientos… —Uh-huh. —Esta vez soné como si fumara ocho paquetes de cigarrillos al día. Las luces dejaron de parpadear. El señalamiento dejó de hacer ding. Y me encontraba perdida en esos ojos ardientes, que fueron tocados por un poco de felicidad. —Bien — dijo, todo el calor y suave, dulce y áspero al mismo tiempo. —Bien —repetí, extendiendo la mano y deslizando su palma otra pulgada al norte. *** —Mierda, no bromeabas. —¿Qué pensaste que quería decir cuando dije que iríamos a hacer un poco de queso? —¿Qué envolveríamos esos lindos y pequeños Bries que te compro, en el dulce papel de algodón azul y blanco? Oscar me había llevado de regreso a su granja. Sobre la colina y más allá de algunos de los pastizales había un gran granero secundario que llevaba orgullosamente el nombre de Bailey Falls Cremería sobre la entrada. —De ninguna manera, Pinup. Haremos queso cheddar hoy. ¡Esto era! Era mi sueño, el sueño secreto escondido en el fondo de un armario de la cocina en forma de imágenes recortadas de dulces vacas, colinas y cardigans. —No estoy realmente vestida para hacer queso, ¿verdad? Saltó de su lado y se dirigió a la puerta del pasajero. Abriéndola, extendió su mano y yo me deslicé, aterrizando lo suficientemente cerca de él para hacerlo atraparme. Levantó las cejas, sabiendo muy bien lo que hice cuando me tomó por la cintura y me enderezó. —No importa. Parecías cómoda en las botas el fin de semana pasado, ¿verdad? —Me guiñó un ojo y me condujo a la parte trasera de la camioneta. ¡De la mano!—. Además, siempre tenemos batas y redecillas para los visitantes.

¿Redecillas? Oh sí, redecillas. A los quince minutos de mi llegada a Bailey Falls Cremería, que siempre había sonado pintoresca y querida y tal vez un poco al estilo de Dickens, comencé a darme cuenta de que la fabricación de queso, incluso el queso artesanal hipster hecho por el hombre más caliente imaginable, era un tipo de operación industrializada con canales estériles de acero inoxidable, desagües en el suelo y mesas que parecían sacadas de un filme. ¡El “cobertizo” que había observado era enorme! Sala tras sala de todo tipo de equipos, sin mencionar varias “cuevas”, donde el queso era añejado. Otro concepto que había idealizado. Aunque un Roquefort francés real solo se llamaría Roquefort si se envejece en las cuevas donde la bacteria está presente de forma natural para crear su bella y acre belleza, la mayoría de los quesos hoy en día están envejecidos en cuevas no excavadas: ambientes controlados por clima y humedad donde los quesos pueden envejecer y suavizarse con el tiempo, y el fabricante de quesos los puede cambiar ocasionalmente. Y mi fabricante de queso personal tenía un equipo completo de creadores de queso. Unos pocos a tiempo completo, algunos a tiempo parcial que parecían niños locales de la escuela secundaria, y pasantes del Instituto Culinario en Hyde Park. Bailey Falls Cremería era toda la operación. Me dieron un recorrido del cincuenta por ciento, básicamente un paso a paso enérgico, antes de regresar a la primera habitación. El enorme abrevadero de acero inoxidable estaba esperando leche, que, según supe, no era sólo del rebaño de Oscar, sino de varias otras granjas lecheras de la zona. Sólo vacas criadas en pastos, sólo las orgánicas, sólo las felices y tratadas humanamente, podrían llevar su leche a su lechería. Observó felizmente mientras la leche se derramaba en el comedero. Tres mujeres ya se encontraban listas, con paletas de acero inoxidable en la mano, esperando que la leche alcanzara la temperatura adecuada. —¡Fantástico, no puedo esperar para ver cómo sucede la magia! —lloriqueé, aplaudiendo. Miré a mi alrededor y vi un banco bajo junto a la ventana—. ¿Debo seguir y sentarme allí? No quiero estorbar —le dije, comenzando a ir por el banco. —Natalie —gritó suavemente una gruesa voz, y volteé a ver a Oscar. Sosteniendo su espátula. Ugh. —¿Sí? —pregunté, con la misma suavidad. —Aquí está tu redecilla —dijo, arrojándome lo que parecía un puñado de medias viejas. —Eres adorable. —Me reí y comencé a alejarme una vez más cuando sentí una mano en mi hombro.

—Ponte la redecilla, la bata y las botas, y vuelve a encontrarme aquí en cinco minutos. Parpadeé hacia él. —Estás bromeando. —Será mejor que te muevas —advirtió, para nada bromeando. Pero justo cuando estaba a punto de decirle dónde podía meter su espátula, vi el brillo en sus ojos. Chico country intenta mostrarle a la chica de la ciudad que no puede cortar la mostaza. Vaya. Le arrebaté la bata, las botas, y la redecilla olvidada por Dios, y me encontré con su desafiante mirada con un movimiento de mi cabello. Podía fingir, no hay problema. — ¿Debería quitarme todo y simplemente usar el delantal, o…? —Lo miré inocentemente, abriendo el botón superior de mi oxford negro ajustado. —Sobre tu ropa está bien —respondió con los dientes apretados. Oí a las mujeres riéndose. —Vuelvo enseguida —canturré y me dirigí al baño. Adentro, miré fijamente la redecilla. Será mejor que me lleve a casa un poco de queso cheddar… *** Resulta que me veo jodidamente fantástico en una redecilla. Coloqué todo mi pelo encima por encima de mi cabeza, me puse la red, pero a un lado con aire alegre, retoqué mi lápiz labial rojo sirena, y estuve listo para batir un poco de queso cheddar. Caminé con mi bata sin forma y las botas de Oscar, con una gran sonrisa, y me alegré cuando vi que podía explorar la longitud de mi pierna ahora visible debajo de la bata. De hecho, me quité la ropa debajo. Porque estaba caliente… —Está bien, cavernícola, muéstrame cómo fabricas tus mercancías —anuncié, arremangándome las mangas e intentando quitarle la espátula. —No tan rápido. Primero lo verás, luego puedes ir a trabajar en esa tina allá. —Lo que sea —respondí, jugando con él. Me paré a un lado con Oscar y observé cómo las tres mujeres trabajaban en el primer abrevadero. —Entonces, cuando la leche tenga la temperatura adecuada, agregan el cuajo. En esta tina aquí, ya lo

han hecho. ¿Ves cómo cuando ella corta en él, casi parece que está un poco concordado? Ahora está listo para el próximo paso. —¿Cuál es? —pregunté, consciente de que su codo tocaba el mío. Él también lo estaba porque me golpeó con el suyo. —¿Recuerdas a la pequeña señorita Muffet? —Probablemente debería decirte ahora que si vas a llamar a una araña para que se siente a mi lado, también querrás abrazar tus bolas, porque… —Dios mío, mujer —interrumpió, frunciendo el ceño, mientras bajaba subrepticiamente las manos para protegerse—. ¿Qué clase de cuentos de hadas leíste cuando eras niña? Están separando la cuajada del suero. —¡Oh! Claro, seguro, esa parte. —Suspiré, relajándome una vez más. Y mientras observábamos, la mujer caminaba arriba y abajo a lo largo de la tina, tirando un artilugio de acero que casi parecía un pequeño rastrillo de mano, excepto con sólo unos pocos dientes. Casi de inmediato, se podía ver que cuando cortaba la masa blanca y ondulante, empezaron a formarse pequeñas piezas que de repente flotaban en un mar de líquido blanco amarillento. No era consciente de que arrugaba la nariz hasta que me golpeó una vez más con el codo. —¿Cuál es el problema, no exactamente lo que esperabas? —No —suspiré—. Es bastante interesante. Mucho. —Parecía desagradable. Y ahora que parecía desagradable, percibí un olor algo extraño en el aire. No rancio ni soez; el lugar estaba impecable, por el amor de Dios. Pero había un impregnante…canguelo. Me gustaba el Funk, especialmente cuando disfrutaba de una buena pieza de Maytag azul al final de un largo día con algunos higos y un poco de miel. Pero este olor estaba a mi alrededor, y realmente no me gustaba. —¡Bien, tu turno! —dijo Oscar, tirando de mí por el codo hasta la tercera tina intacta, obviamente mi introducción al mundo de la fabricación de queso. —Fabuloso —dije, sonriendo ampliamente mientras me acercaba a la sustancia de color blanco lechoso. No, en absoluto, lo que la fabricación de queso había representado en mi cabeza durante tantos años. ¿Dónde estaban las tablas de madera con marcas artísticas, el suelo de pizarra torcido pero encantador, los gatos del granero limpiando sus caras con gracia en la ventana mientras esperaban un plato lleno de crema? Aquí no. Pero Oscar todavía sonreía y parecía muy orgulloso. —Adelante, mira si está lista. Si es así, cuando lo cortes, se dará, pero no será pastoso. Podrás hacer un corte limpio, pero aun así caerá sobre sí mismo —dijo, entregándome una pequeña espátula curva.

—Fabuloso —repetí, el olor era más fuerte aquí. Una vez fui a Coney Island cuando era niña y comí tres perritos calientes de Nathan seguidos de un vaso de leche. Dos vueltas en la Rueda de la Fortuna más tarde y toqué fondo. En realidad no era fan de los perros calientes o la leche después de eso, y esto… pre quesos… tenían un olor muysimilar. Pero cuando miré a Oscar, parecía curioso por ver qué haría, así que traté de recordar lo que habían hecho en la tina que acabábamos de ver. Inicialmente, antes de cortarlo, lo había pinchado. Así que lo espoleé. Se sacudió ligeramente. Lo empujé de nuevo. La misma cosa. De alguna manera saltó, casi como una panna cotta o textura de flan. Ahora nunca más volvería a querer ninguno de esos postres. Empecé a tocarlo por tercera vez, cuando Oscar se inclinó detrás de mí, y con su boca justo debajo de mi oreja y mi redecilla, dijo—: ¿Vas a tocarlo todo el día o harás algo con él? Reprimiendo cada réplica ingeniosa que tenía volando por mi cerebro en ese instante, respiré hondo y me quedé atrapada con mi pequeña espátula. Tenía razón, no era blanda, y una rebanada limpia cayó de la cuchilla. —Parece que está listo—le dije, devolviéndoselo y comenzando a girar hacia la puerta. —Guau, oye, espera, chica de la ciudad, todavía tenemos mucho trabajo por hacer — exclamó. —¿Sí? —pregunté, pidiendo en silencio aire fresco, aire, aire sin funk. —A menos que seas demasiado blanda para hacer el trabajo de un día de campo —dijo, su voz literalmente goteaba de desafío. Giré sobre mis talones y marché directamente hacia él, metiendo mi espátula en su pecho. —Tráelo, hombre de las cavernas —le susurré, y luego saqué mi mano vacía hacia un lado. Recogiendo su señal perfectamente, una de las otras mujeres arrojó una cosa de rastrillo y la atrapé en el aire. Trabajé duro. Revolví el queso, sacé, batí, apalié, batí, moldeé y aceleré. Lavé cáscaras, volteé rondas, raspé moldes, inyecté hongos, giré moldes y casi vomité unas cien veces. Y a pesar de todo, gritar y burlarse de mí, también me enseñó, fue Oscar. Conocía todos los aspectos de su pequeño mundo de queso, y era libre tanto con conocimiento como con regresos. Me reí muchísimo todo el día, pero debo admitir que nada olía tan bien como el aire fresco y limpio al final del día, cuando finalmente me dejó salir a mirar un poco. —Dulce, dulce aire, déjame comerte —le grité, pasando corriendo junto a él cuando finalmente

dijo que era hora de parar. —Te acostumbrarás al funk —bromeó, quitándose su propia redecilla (que se veía tan bien en él como lo hacía conmigo) y se cepilló el pelo con los dedos, extra rizado después de cocinar debajo del nylon todo el día. —No contaría con eso. ¡Tendré suerte de volver a comer Comté! Puede que me hayas arruinado. — Suspiré, sorbiendo a grandes tragos el aire fresco. Me sentía un poco mareada. Hacer queso era un trabajo largo y agotador, y nunca más lo daría por sentado. También podría necesitar modificar mi Pizarra de Sueños para reflejar menos producción de queso y más queso. Dedos cruzados. Porque ahora mismo, lo último que quería era… —Oh, casi lo olvido. Como realmente no puedo pagarte hoy, tengo una sorpresa. — Detrás de su espalda, sacó una bolsa de papel con Bailey Falls Cremería estampada en el exterior, con la firma de envoltura de moño azul y blanca asomándose desde dentro— . Tu Brie favorita. Vomité en sus botas. Las que estaba usando, afortunadamente. . . *** —He vomitado en tus botas. —Seguro que sí. —Quiero decir, Dios mío, ¡vomité tus botas! ¡Por el amor de Dios, qué vergonzoso! — gemí, tapándome la cara con la toalla húmeda que me había traído. Uno pensamiento en Brie, el olor más pequeño, y salieron los panqueques de esta mañana. Podría simplemente morir. Después de asegurarse de que no estaba a punto de vomitar, me llevó a su casa y me metió en una mecedora en el porche con un vaso de agua y una toalla fría. —¡Ni siquiera sé lo que pasó! Era simplemente como, no más funk. —Suele pasar. Dijo todo de una manera práctica y tranquila. Había vomitado por todas partes, y lo tomó con calma como si acabara de dejar caer una bolsa de pretzels o algo así. ¿Ese era su juego? ¿Actuando como si nada le molestara, sin piel en mi nariz, nada era un gran

problema? ¿No estaba jugando juegos en su juego? Antes de que pudiera reflexionar sobre esto por mucho tiempo, el viento cambió y tuve un fuerte olor a. . . —Guacala —gemí, pellizcando mi nariz. —Te acostumbras. Son sólo vacas. Negué con la cabeza. —No, soy yo. Estoy a favor del viento, y todo lo que puedo oler es vómito. Necesito volver con Roxie para poder ducharme. Se mecía hacia atrás y adelante en sus zapatos, como si estuviera rumiando algo. — Tengo una ducha aquí. Incluso un jabón floral de los que les gustan a las chicas.

13 Parte 2

Traducido por Miry —Oh, lo haces, ¿verdad? —pregunté. ¿Eran restos del de Missy? Demonios, ¿a quién le importa una mierda?—. ¿Qué tipo de jabón usas? —Lava. —Por supuesto que sí. —Suspiré, estirándome en la mecedora, ya sin sentirme enferma—. Supongo que podría ducharme aquí. Sin embargo, se presenta un problema. —¿Problema? —Ajá. Estaré desnuda. Y tú no. Sacudió la cabeza. —No debí ser muy claro. Si te estás duchando, me estoy duchando. Mi piel hormigueaba. —Eso tiene sentido. Ahorro del agua, ser un buen anfitrión, todas esas cosas. —Además, estarás desnuda. Y mojada.

Parpadeé. —¿Por qué aún hablamos de esto, en lugar de hacerlo?

***

Me paré en su baño, dejando que el agua se calentara mientras me cepillaba los dientes con el dedo y luego enjuagando con media botella de enjuague bucal que encontré en el botiquín. Me enjuagué una vez más, justo cuando el vapor comenzaba a empañar el espejo. Era un cuarto de baño anticuado, con una ducha improvisada suspendida sobre una bañera con patas, la cual apostaría el último dólar de alguien a que era la original de la casa. Nunca apuesto con mi propio dinero. Llamó a la puerta justo cuando me quitaba la ropa, y me giré para mirarlo por encima del hombro mientras él se asomaba, con los ojos cubiertos con las manos. —¿Decente? —Lejos de eso —respondí. Su sonrisa en respuesta fue lenta y dulce. Descubrió sus ojos justo cuando dejaba que la bata cayera al suelo, me encantó la forma en que se iluminaron al verme, desnuda y lista para la ducha. —Lindo —murmuró. Me encantó que dijo exactamente lo que tenía en mente. —¿Esto tenías en mente cuando me preguntaste que viniera aquí hoy? —pregunté. Cerró la puerta, dio un paso hacia mí, luego se quitó la camiseta por la cabeza. —¿Te refieres a cuando te invité para enseñarte cómo hacer queso solo para que pudieras vomitar sobre mí? ¿Todo con la esperanza de tenerte desnuda y mojada en mi ducha? Estreché mis ojos hacia él. —Lo sabía. Se bajó la cremallera de los pantalones, los empujó hacia abajo y salió de ellos, dejándolo tan desnudo como yo, pero con una hermosa diferencia. —Estás duro. —Tragué saliva. —He estado duro durante todo el maldito día. —Y con eso, me levantó y me pasó por sobre el borde de la bañera, dejándome bajo el rocío del agua. —Eso debió ser terrible —bromeé mientras cerraba la cortina de ducha con rosas rosas que nos

rodeaba—. Por cierto, me gustan las flores. —¿Qué flores? —¿En la cortina? —Negué con la cabeza mientras él tomaba puñados de mi cabello y los sumergía bajo el agua—. Estamos un poco rodeados de ellas. —No veo nada más que a ti en este momento, Pinup. —Y entonces su boca se hallaba sobre mí, inclinándose y presionando besos a lo largo del cuello, garganta, mandíbula, mientras el agua se derramaba sobre nosotros dos. Podía sentirlo contra mi estómago, duro y grueso. ¿Y estuvo duro todo el día? Me puso caliente porque la idea de que alguien como Oscar, todo tipo gigante Paul Bunyan, pensara en mí todo el día, era embriagador. —¿Realmente pensaste en mí hoy? —Ajá —dijo, su voz caliente en mi piel. Pude sentir su respiración moviéndose sobre mi piel—. Pensé en ti toda la semana. —Podrías haberme llamado. —No tenía tu número. —Inclinó mi cabeza hacia atrás bajo el agua, saturando mi cabello. Llenándose las manos con shampoo, comenzó a hacer espuma. —Roxie te lo habría dado. —Cierto —dijo, masajeando mi cabeza con fuertes y seguras puntas de dedos—. Pero entonces habrías sabido que te llamaría. —¿Y eso es malo? —balbuceé, justo cuando empujó sus caderas contra las mías. —Sabía que volverías. Mmm. Descarado. —Ahora cierra los ojos. —Llevó mis manos a mi cabello, animándome a enjuagar las burbujas. Lo hice, echándome hacia atrás y sintiendo la espuma lavarse, alisando mi largo cabello hacia atrás y asegurándome de que no hubiera enredos. Él sabía que volvería. ¿Qué tan arrogante era este tipo? ¿Cómo sabía que...? Puso su boca sobre mí. Ohhhh. Puso su boca sobre mí ahí. Mis ojos se abrieron para mirar hacia abajo, entre mis piernas, donde un Oscar

bellamente mojado se encontraba arrodillado, besando, lamiendo mi sensible piel. Su lengua se hundió profundamente y me estremecí, dando palmadas al azulejo de la ducha, golpeándole los hombros, tratando de obtener algo que me ayudara mientras su boca me rodeaba con el tipo de tortura más dulce que existe. Una mano se deslizó por la parte posterior de mi pierna, abriéndome más, serpenteando alrededor de mi rodilla y levantándola hasta el borde de la bañera, exponiéndome completamente a él, a lo que sea que quisiera ver, tocar o saborear. —Oh. Sí —grité, mientras movía su lengua contra mi clítoris, su hombro empujaba mis piernas más ampliamente mientras jadeaba contra mí, su boca abierta, húmeda, caliente y... ahí ahí ahí derecha exactamente ahí... —Oscar —gemí, sintiendo el raspar del rastrojo de la tarde sobre mi piel sensible, era demasiado y no lo suficiente a la vez, envuelto y ahí ahí ahí Joder ahí oh sí ahí. Y exploté. —Ahí está ella —gimió, lamiendo y chupando, dejándome montarlo mientras me

sostenía. Y tan pronto como estuve sin huesos y exhausta, me levantó, mojada y resbaladiza, y me llevó a su cama. Traté de envolver los brazos a su alrededor, intenté que funcionaran, pero aun temblaba, aun temblaba mientras se elevaba sobre mí. Débilmente lo vi ponerse el condón. Débilmente lo vi envolver mis piernas alrededor de su cintura. Débilmente lo escuché gruñir mientras se retorcía, empujándo dentro de mí con palabras como tan apretada, tan hermosa y joder eso es bueno. Finalmente elevé las caderas para encontrar sus embestidas, salvajes y ásperas. Se cernió sobre mí, estirando su glorioso cuerpo sobre mí, esos colores en su pecho y brazos relampagueando mientras me miraba, toda cicatriz en la ceja, mordiendo su labio inferior y derramando esas preciosas palabras sobre mí. Sostuvo mi cadera en una mano, mis pechos en la otra, pasando las puntas de los dedos sobre los picos tensos y provocando. Luego su boca se encontraba sobre mí de nuevo, sobre mis pechos, usando esa misma lengua y esos mismos dientes que me arrancaron ese orgasmo salvaje hace solo unos momentos para hacerme gritar nuevamente ante la exquisita sensación de él chupándome. Chupando, follando, mordiendo y rasguñando mientras mis uñas daban en su espalda, decidida a llevarlo más adentro de mí, lo cual era imposible, ya que sus embestidas estaban listas para partirme en dos y aún no era suficiente. —Tú. De nuevo. —Sus breves palabras lo dijeron todo mientras arrastraba una mano hacia abajo entre nosotros, lamiendo sus dedos, luego deslizándolos contra mí, sabiendo exactamente cómo me gustaba que me tocaran. Mi espalda se inclinó sobre la cama cuando me vine otra vez, ridículamente ruidosa, larga y feroz, siguiéndome solo un momento después, sus propios gemidos sucios y primarios. Se derrumbó sobre mí, su cabeza sobre mi pecho, mis brazos y piernas se envolvieron a su alrededor mientras lo sostenía contra mí. Y jadeamos pesadamente, una pila temblorosa de “dulce mierda, eso fue bueno”.

***

La casa de Oscar era vieja y rústica, con pisos de tablones anchos, revestimientos de madera, listones de madera, todos los detalles arquitectónicos que se buscan en una granja tan antigua. Me dijo que no era tan vieja como el granero, pero aún del siglo pasado, y que perteneció por

generaciones a la familia a la que le compró la granja. Tenía el fregadero requisito de granja, la mesa de la cocina de granja, la estufa Franklin en la esquina, e incluso un viejo retrete escondido detrás de un grupo de viejos árboles. Y había cosas por todos lados que no parecían de Oscar. Una serie de imágenes enmarcadas que representaban vacas con manchas blancas y negras que compran comestibles, cortan el césped y, mira, aquí está una de vacas jugando póquer. En el baño del pasillo había diminutas figuritas de vacas bailando en el mostrador, papel pintado con estampado de vacas en blanco y negro y pequeñas tazas de papel de Dixie con, adivinaste, vacas en blanco y negro. Y colgando sobre cada puerta de entrada, había aromatizantes de flores secas. Ya sabes, del tipo: eucaliptos, grandes girasoles, rosas malva; unidos con rafia, y atados en un gran arco flexible. Ninguna de esas cosas parecía algo por lo que Oscar hubiera pagado dinero, mucho menos caminó por su casa y deliberadamente deseó colocarlo ahí. Lucían sospechosamente como algo de Missy.

***

Regresamos al piso de abajo después de la ducha, y me dirigí directamente al cómodo sofá gigante de la sala de estar. Envuelta en una manta mullida del respaldo del sofá, hice un pequeño nido para mí. Una vez que estuve instalada, Oscar se colocó detrás de mí, con la cabeza apoyada en mi trasero. Su suspiro de satisfacción me hizo sonreír ampliamente. Había algo bueno acerca de un chico al que le gustaba un trasero grande y cómodo. —¿Hambrienta? —preguntó Oscar, su voz un poco amortiguada. Mi estómago gruñó. —Estoy famélica. —Le envié un mensaje de texto a Roxie antes, haciéndole saber dónde estaba y que no se preocupara. Me respondió diciendo que la llave se hallaba bajo la alfombra, que me divirtiera y usara condón. Es una buena amiga. —No tengo mucho que comer en casa —dijo, pasando su mano distraídamente por mi trasero—. ¿Quieres ir a la ciudad? Hay una gran pizzería en Main Street. —Una gran pizza, ¿eh? Soy de Nueva York, cariño. No puedes decirme esas cosas.

—Estamos en Nueva York —dijo, elevando la cabeza. —Eres adorable —respondí, acariciándolo dulcemente—. Dame unos minutos para vestirme, y puedes llevarme por una pizza muy buena. —Haré que te comas esas palabras, Citadina —gruñó mientras saltaba del sofá y bailaba fuera del alcance de sus manos. —Te haré comer algo diferente —bromeé, saboreando la mirada que obtuve a cambio. Entonces me quedé sin aliento cuando vi lo rápido que podía moverse: ya estaba a mitad de la habitación con una expresión diabólica. Su ataque juguetón se detuvo cuando sonó su teléfono. Como cualquier nueva “amiga”, le indiqué que me dirigía a la cocina en busca de mi bolso... y luego me puse a la vuelta de la esquina y escuché. Aunque solo podía escuchar su lado de la conversación, pude deducir la mayor parte de lo que sucedía. —¿Que pasa?... ¿De nuevo?... Te lo digo, esa cosa necesita ser reemplazada... no, no hay problema... no, nada que no pueda posponerse... Por supuesto... veinte minutos... no, recogeré algo en el camino… Sí... Sí... En camino. Cuando entró en la cocina, me senté despreocupadamente en la mesa de granja, retorciendo mi cabello húmedo en un moño y admirando su sal y pimienta en forma de vaca en blanco y negro. —Tengo que tomar un retraso por lluvia con lo de la pizza, ¿está bien? —Claro, ¿todo está bien? —contesté, aplicando una capa de labial rojo y luciendo despreocupada. —Sí, solo tengo que ir a encargarme de algo —dijo, alcanzando su abrigo y encogiéndose de hombros—. ¿Puedo dejarte en casa de Roxie? —Eso sería genial —dije a la ligera, y lo dije en serio. Esto era nuevo y emocionante, claro, pero nuevo era la palabra clave. Juega esto demasiado pegajoso, y podría derrumbarse antes de que se convierta en algo. Pero mientras él sostenía mi chaqueta abierta y me ayudaba a ponérmelo, le planté un beso sorpresa, profundo y abrasador, dejándome perder en nuestro cálido aroma

combinado. —¡Uy, mira eso! —Me aparté, dejándolo jadeante y luciendo un poco salvaje—. Dejé un poco de labial en ti, déjame arreglar eso. —Tomé un pañuelo de papel de mi bolso y rápidamente lo limpié con una sonrisa. Se rio entre dientes, claramente agradecido de haberlo limpiado. Lo cual hice… un poco. Cuando me dejó en casa de Roxie, hice que me llamara para tener su número. —Ahora puedo enviarte mensajes con palabras sucias cuando quiera —bromeé mientras abría la puerta una vez más, atrapándome en el camino de descenso. —No me envíes nada demasiado sucio hasta media mañana. Manejo hacia el mercado de agricultores —explicó, sus manos permanecieron en mi cintura—. Y si pienso en ti, es probable que me salga de la carretera. —Por supuesto —respondí, estirándome para enredar mis dedos con los suyos. —¿Cuándo vuelves a casa? —Hasta el domingo. —Te enviaré un mensaje cuando regrese mañana, ¿averiguar lo que tramas? Quería más que nada decir: Eso suena genial, y entonces tal vez podamos tener más de lo desnudo. Pero lo que dije fue: —Tengo un día bastante completo, visitando lugares con Chad y Logan, conociendo a otros empresarios que no pudieron llegar esta mañana. —Todo es cierto, y definitivamente des apacible. No lo besé de nuevo cuando me dejó en casa de Roxie, haciendo una broma sobre mi lápiz labial rojo. Pero me besó; en el cuello, debajo de la oreja, en la nariz, en cada párpado y en el centro de la clavícula, su aliento le hacía cosquillas a mi piel mientras se volvía helada y blanca con el aire frio. Cuando me despedí y ondeé la mano cundo entró al auto, jadeante y tonto, le eché una última mirada a sus labios y comprobé que aún quedaba una mancha de lápiz labial... Retraso por lluvia, de hecho.

14 Parte I

Traducido por Vane Black —Me encanta que eso es lo que uses en una caminata —dijo Logan cuando abrí la puerta de entrada de Roxie. Se río, señalando mis botas con plataforma. —¿Qué? Chad dijo botas —dije con rechazo, llevando un pie hacia el frente. Le hice un gesto con la mano a su atuendo—. ¿Nos detendremos en Lands' End(1) para una sesión de catálogo? —Ja, ja. Pongámonos en marcha. —¿Dónde está tu otra mitad igualmente hermosa? —pregunté, mirando a su alrededor para ver el porche y el coche vacío de Chad. Logan alisó su cabello hacia atrás, dándome una vista de esos malditos pómulos. Buen señor. Solo los había visto juntos, como una especie de Equipo Hermoso. Pero Logan era el tipo de persona atractiva que se mantenía en pie—. Está ordenando en la cafetería mientras te vine a buscar. Con Oscar en la ciudad, vendiendo sus mercancías y con la gente desmayándose por él (no me hacía ilusiones de que era la única en su línea desmayándose), yo salía con Chad y Logan para ver y hacer lo que se debía en Bailey Falls. Era algo que tenía intención de hacer, pero cuando se daba la opción de pasar el tiempo libre en la ciudad o ser envuelta en un cálido fabricante de productos lácteos… no había tanta elección. El recorrido me proporcionaría increíble información privilegiada, y sin mencionar el tiempo ininterrumpido con mis dos nuevos chicos favoritos. Cuando nos detuvimos frente al café, estaba tan enamorada de Logan como me encontraba por su marido. Aparcamos y se nos unió Chad, llevando algunas bolsas y una bandeja de café. —¿Es café o alquitrán? —pregunté cautelosamente, olfateando la taza, agradecida cuando me aseguró que era el primero. Nos lanzamos un beso rápidamente antes de plantar uno sólido sobre su marido. En el medio de la plaza del pueblo un sábado por la mañana, mientras familias de todo tipo pasaban por la acera abarrotada. Otra marca más en la columna para Bailey Falls, y una que vale la pena mencionar. Tener un lugar en el que las parejas de ciudad pudieran escapar en el país y seguir disfrutando de su estilo de vida sin desprecio y peleas, era algo que me sentía muy feliz de poder

vender. —Entonces, ¿a dónde vamos primero? —pregunté alrededor de un bocado de panecillo de plátano. Chad le pasó su café a su marido y sacó una lista de su bolsillo. 1. Pasear por la ciudad 2. Bryant Mountain House 3. El tubo —¿El tubo? —pregunté, levantando una ceja. —Una pequeña laguna. —No tengo un traje de baño. Y está un poco frío. —Saqué pecho para cementar aún más la idea. —Confía en mí —insistió Chad. —¿Y haremos esto caminando? —pregunté, reconsiderando seriamente mi elección de calzado. —Mayormente —dijo Logan a sabiendas—. Conseguimos un carruaje que nos llevará a Bryant. Oh, gracias a Dios. —¿Dónde empezaremos? Chad sacó sus llaves y abrió su auto. Agarrando una bolsa con una cámara, dijo— : Primero sacaremos más de esas fotos que querías para la campaña en la ciudad. Luego, nos dirigiremos a Bryant para recorrer los terrenos. Terminamos nuestro desayuno rápido y comenzamos. La ciudad acababa de abrir sus persianas en una fría y holgada mañana de sábado. Chad y Logan caminaron a mi lado, respondiendo cualquier pregunta que tuviera sobre un negocio o un habitante del pueblo. Con la luz del sol coloreando la ciudad a la perfección, nos detuvimos cada pocos metros para tomar una foto. Algunas eran solo señales; otras eran de los propietarios en las puertas. Cualquier cosa para ilustrar cuán especial era esta ciudad. Para cuando llegamos al punto de recogida del carruaje, me sentí feliz de sentarme. Bryant Mountain House era una parte tan importante de esta comunidad como cualquier otra cosa por aquí. Uno de los complejos originales de Catskills, fue construido a mediados de 1800 cuando la gente de la ciudad comenzaba a darse cuenta del beneficio de viajar al campo y "tomar aire". Construido en la montaña, el lugar tenía todas las comodidades que una persona de Nueva York

de vacaciones necesitaría. Tomé notas en mi teléfono mientras me daban la historia, y me envié un mensaje de texto para hacer una reserva por unas pocas noches para ver de qué se trataba el alboroto. En el camino de regreso a la montaña, nos detuvimos para poder cambiarme de zapatos antes de dirigirnos a El Tubo. —Hace un poco de frío para que nos bañemos desnudos. ¿O ustedes dos van a saltar y darme un espectáculo mientras me mantengo caliente en la orilla, mirando? Logan se río. —Ya quisieras. No estaba de más preguntar. Atravesamos la colina hasta la pequeña laguna, siguiendo las voces. Encontramos algunos grupos de personas situados alrededor del agua, haciendo un picnic. No fue hasta que estuve en la costa que me di cuenta de cuán grande era este lugar. Supuse que la "pequeña laguna" iba a ser en realidad un pequeño agujero, pero no podría haber estado más equivocada. Era un oasis, con un dosel de árboles, protegido de todo lo hecho por el hombre. Chad sacó una manta lo suficientemente grande para ocho personas y la extendió sobre un parche vacío de hierba. Luego nos sentamos y solo miramos hacia el agua. —Esto es genial —murmuré, volviendo la cara hacia el sol. El área era lo suficientemente grande como para que, a pesar de las otras personas, fuera tranquila y pacífica—. ¿Qué hay sobre agua goteando que hace que solo quieras acurrucarte y tomar una siesta? —pregunté, cerrando los ojos e inclinándome hacia atrás. Era tranquilizante. Casi podía sentir el agua deslizándose sobre mí. Abrí los ojos cuando escuché el primer clic y vi a Chad parado sobre mí, tomándome una foto. —Oh no, señor. No voy a estar en la campaña. Déjame tomar una de ustedes dos acurrucados junto a ese gran árbol viejo. —¿Estás bromeando? Te ves hermosa. Muy Zen. ¿Qué mejor oferta de venta para los locos y ocupados neoyorquinos que ver a uno de los suyos totalmente desconectada? Tenía un punto. Lo dejé seguir tomando fotos mientras me empapaba del sol otoñal, feliz de estar en el medio de la nada. Esta ciudad me estaba matando.

***

El día fue muy fructífero pero largo, y para cuando terminamos en la pequeña laguna, ya me encontraba completamente agotada. Entonces los chicos me llevaron a su lugar para tomar té y galletas. —Su casa es hermosa —comenté, sentándome en su cálida y acogedora cocina mientras se movían ajetreadamente. —¡Gracias! Tomó algo de trabajo, pero valió la pena —dijo Logan. —¿Algo de trabajo? Tomó una tonelada de trabajo —exclamó Chad junto a la estufa, esperando a que la tetera silbara—. Pero sí, valío la pena. Podría decirlo. En la calle principal de la ciudad, era un edificio victoriano restaurado con una torreta y un mirador. En el interior, varias de las paredes fueron removidas y las puertas se ensancharon, creando un espacio mucho más abierto y habitable. Pintada en cremosos blancos y grises apagados, con estallidos de verde azulado y aguamarina esparcidos por todas partes, era un hogar muy dulce. ¡Y grande! —¿Cuántas habitaciones tienen aquí? —pregunté mientras Chad vertía agua en una jarra. —Cinco, pero una es una oficina —respondió. —Y la sala de la torre es una segunda oficina, en el tercer piso —intervino Logan. —Una gran casa para solo dos chicos. ¿Planeando una familia? —pregunté mientras los primeros remolinos de manzanilla llegaban flotando en el aire. Ambos intercambiaron miradas—. Lo siento, ¿demasiado personal? Siéntanse libre de decirme que me calle, siempre meto la nariz donde probablemente no debería. —No, no, no es eso. Estamos tratando de tomar algunas decisiones sobre eso exactamente. Mucha presión, ya sabes —dijo Logan, colocando un plato de galletas— . Todos tienen una opinión sobre cuándo y cómo. —No hables con mi madre, entonces —le dije, inclinándome y agarrando mi propia galleta—. Si se saliera con la suya, todos tendrían hijos, varios de ellos. Los homosexuales, los heterosexuales, los solteros, los mezclados, todos criando las veinticuatro horas del día. —¡Eso es exactamente como mi madre! —Chad rodó los ojos—. Compras una casa, y

tan pronto como los regalos de inauguración de la casa se detienen, comienza la charla del bebé. —¿Por cierto, cuándo exactamente pasará eso? —preguntó Logan, golpeando la mano de Chad mientras intentaba tomar una galleta. —Más tiempo de lo que piensas, si sigues intentando robar galletas —respondió Chad rápidamente, esquivando otro golpe con éxito y mordiendo el cielo de mantequilla— . Joder, éstas están buenas. ¿Roxie? —preguntó, con pequeñas migas de galletas de mantequilla saliendo de su boca. —Roxie —dijo Logan, asintiendo—. Pasaste por todos los problemas para conseguir esa galleta, deberías considerar mantener algo en la boca. —Se inclinó e inmediatamente comenzó a limpiar las migajas de Chad. —Tranquilo, tú —advirtió Chad, levantando la tapa de la tetera y terminando la conversación. Lanzando una ronda para los tres, trajo una bandeja cargada de crema y azúcar, y más galletas de mantequilla, a la sala de estar en la parte delantera de la casa. Desde ese punto estratégico, casi toda la calle Maple, a solo una cuadra al sur de Main, era visible. Calabazas en cada porche, hojas amontonadas en pilas ordenadas pero muy buenas para saltar en cada jardín delantero, niños adorables paseaban perros hasta donde alcanzaba la vista. —¿Fue un buen suspiro o un mal suspiro? —preguntó Logan. —¿Hmm? —Tu suspiro. ¿Bueno o malo? —Buen suspiro. Por supuesto, un buen suspiro. —¿Agradablemente cansado, quizás? —preguntó Logan. Ambos se inclinaron levemente hacia adelante, y tuve la vaga impresión de dos leones de montaña eligiendo su presa, justo antes de saltar. —Bueno, ustedes dos me arrastraron por toda la creación y de regreso —le dije. —Por supuesto, un día ocupado con nosotros. Pero cualquier… otra razón por la que podrías sentirte un poco… ¿cansada? —preguntó Chad. Hmm, tal vez el león de montaña era el animal espiritual equivocado aquí. ¿Buitres quizás? ¿Buitres realmente atractivos? —Pregúntame lo que quieres preguntar, no tengo secretos —le respondí, sorbiendo el buen té caliente.

—Se rumorea en la calle que te han visto yendo y viniendo de Bailey Falls Creamery, usualmente con botas que pertenecen a cierto entrenador de fútbol infantil. ¿Te importa comentar? —preguntó Logan. —Me gustan las botas. —Sonreí, extendiendo mis zapatos de ahora para que los inspeccionarán. Manolos nuevos, gamuza encorvada, gris Alaska. Emparejados con mallas de cachemira negras y un rosado y esponjoso suéter de pelo de angora que encontré en una tienda vintage de Chelsea, hoy me sentía muy linda. —Oh, es tan mala como Roxie cuando Leo y ella comenzaron a follar —dijo Chad, dándome una mirada firme—. Está bien, es así. Si adivinamos el chisme, no es realmente un chisme, ¿entiendes? —No tengo ni la más mínima idea de lo que están hablando —les dije inocentemente, dándoles mi mejor sonrisa gato de Cheshire. —Muy bien —dijo Logan, con los ojos brillantes—. Si no tomas otra galleta, eso significa que realmente tomaste prestado un par de sucias botas de trabajo de Oscar: aburrido, aburrido, aburrido. Pero si tomas otra galleta, eso significa que has estado… bien… usando las botas de Oscar, si sabes lo que estoy diciendo. Tendió el plato de galletas, luciendo inocente. Esperé unos segundos, y luego unos cuantos más, mientras me miraban con la respiración contenida. Entonces finalmente… alcancé una galleta. La cual nunca tomé, porque Logan se hallaba tan emocionado que se pasó las manos por la cabeza con un rugido de victoria, olvidando que sostenía las galletas. —¡Oh, por el amor de Dios! —exclamé, las galletas llovían por todas partes— . ¡Ustedes necesitan nuevos chismes por aquí! —No tienes idea de cuánto tiempo hemos visto a ese pobre chico yendo encorvado por esta ciudad, hablando solo en gruñidos y respuestas ocasionales de una sola palabra. —Pero no te importa, porque es muy entretenido mirarlo —interrumpió Chad cuando Logan asintió vigorosamente. —Es entretenido de ver —admití—. Todavía recibo las respuestas de una sola palabra, aunque se está sincerando. Algo.

—¿Ya conociste a la ex? —preguntó Chad. —Sí —le dije, ahora inclinándome hacia adelante en mi silla—. Hablemos de eso. ¿Qué está pasando ahí? Chad y Logan me dijeron todo lo que pudieron, lo cual no fue mucho. Estuvieron casados poco tiempo cuando se mudaron a la ciudad, y se divorciaron un año después de eso. Todavía parecían estar en términos amistosos, basado en las pocas veces que fueron vistos en público juntos. Y debido a que era tan poco hablador como no social, nadie sabía mucho sobre Missy, su pasado o por qué se divorciaron. Ella vivía en la ciudad más cercana, era muy dulce, agradable, amable y tranquila, y eso era literalmente todo lo que sabían. —¿Así que la has visto? —preguntó Logan. —Podrías decirlo. Vino unos domingos atrás cuando estábamos allí en el porche, y… vio algunas cosas que probablemente no debería haber visto. —Los detalles no solo son apreciados, sino codiciados, venerados y posiblemente escritos y enmarcados. Así que ve despacio y haz que valga la pena —instruyó Chad mientras se sentaban para escuchar. —Lo siento. —Me gustaba hablar mucho en teoría, pero rara vez tenía sexo con alguien con quien estuviera involucrada más allá de una noche. E incluso entonces, los nombres generalmente se cambiaban para proteger a los satisfechos… —Está bien, si no nos vas a dar ningún chisme picante sobre ti y el dios de la lechería, al menos cuéntanos más sobre ti —dijo Logan, determinado a recabar cierta información. —¿De mí? ¿Qué quieres saber? —Comienza con la forma en que llegaste a ser tan fabulosa, y ve desde allí —dijo Chad. —Cariño, no tenemos tiempo suficiente para decirte como llegué a ser tan fabulosa. Y aun así, mi historia no es de las que se cuenta con un té, por el amor de Dios. Una botella helada de vodka apareció rápidamente del congelador, junto con una jarra de mezcla de Bloody Mary y un tarro de aceitunas. —Son como los Boy Scouts de los cocteles, siempre preparados. —Me reí entre dientes, viendo como preparaban tres bebidas rápidamente. —¡Y en realidad nos dejarán liderar una tropa ahora! —bromeó Chad, y luego me

señaló—. Fabulosa. Ve. —Ahora soy fabulosa, es verdad. —Hice una pausa para tomar un largo sorbo de mi cóctel—. Pero la maravilla perfectamente conjunta que ven aquí hoy no fue siempre el caso. Ni remotamente el caso en la secundaria. —Todos estábamos en mal estado en ese momento —dijo Chad. —No es verdad. Roxie me mostró sus anuarios, y tú eras ridículamente apuesto — corregí. Sus mejillas se enrojecieron ligeramente. —Podría haberlo hecho parecer fácil, pero créeme, había algo de mierda dentro. —Era la secundaria. Todos teníamos mierda pasando dentro, y la mayoría de nosotros éramos idiotas a veces. —Logan se acercó en el sofá a Chad. —No sé si fui un imbécil, pero seguro que fui a la escuela con muchos de ellos. —¿Bravucones? —preguntó Chad comprensivamente.

—No, solo chicos normales acosándose entre sí. Imagina este exuberante cuerpo — deslicé mis manos por mi generosa estructura—, en una chica de trece años. Ahora añade frenos, una saludable lluvia de acné y esta boca inteligente. —Receta para el desastre en secundaria —dijo Logan. —Sí, una que se extendió durante toda la escuela secundaria. Aunque tenía amigos, ciertamente no tenía ningún novio. —Yo tampoco —dijeron conjuntamente, haciéndome sonreír. Entonces mi sonrisa se desvaneció. —Nunca besé a un chico hasta que conocí a Thomas. —Cerré los ojos, recordando la primera vez que lo vi, lo hermoso que era. Yo esperaba afuera de St. Francis, la escuela privada a la que asistí en la Setenta y cuatro. Mis padres contrataron a un conductor para que me recogiera después de la escuela, aunque en mi último año tiraba de esa correa, deseando más libertad, como todos los adolescentes. Crecí en la ciudad y conocía el sistema del metro como la palma de mi mano, pero familias como la mía no permitían que sus hijos viajaran solos, así que me sentaba en la parte trasera de un auto como todos los demás en mi clase, hacia y desde la escuela. Pero el tráfico ese día se ralentizó todo hasta casi detenerse, y mientras esperaba a la vuelta de la esquina, lo vi al otro lado de la calle, saliendo del parque. Alto, y un poco desgarbado, vestía de la manera más simple y despreocupada con la que los chicos podían salirse con la suya a veces, camisa abierta, camiseta blanca, pantalones vaqueros que le quedaban bajos, zapatillas desgastadas. Fue el gorro hipster lo que me atrapó. Tenía un punto débil por chicos con esas gorras tejidas, su cabello desordenado y casual y sobresaliendo como si acabaran de salir de una cama caliente. Se paró en una esquina, y yo en la otra, y al igual que en las películas, nuestros ojos se encontraron. Y no pude alejarme, a pesar de que todo lo que había en mí en ese momento de mi vida bajaba la mirada o miraba hacia otro lado, o tiraba de mi cabello hacia abajo sobre mi rostro. Raramente hacía contacto visual con alguien por mucho tiempo, a menos que los conociera bien, e incluso entonces tendía a agacharme y cubrirme. Pero había algo sobre este tipo; No podía quitar mis ojos de él. Y luego, maravilla de todas las maravillas, en realidad cruzó la calle. ¡Hacia mí! Un pie frente al otro, con los ojos todavía fijos en los míos, y de lo único que era consciente era de esa cara y mi corazón que latía en mis oídos. En algún momento entre él cruzando la calle a llegar a mi metafórica puerta, una sonrisa furtiva se deslizó por su rostro, como si él mismo apenas podía creerlo, que esto sucedía, que esto ocurría, que este momento era real. —Hola —dijo.

Tragué. Sonrió y lo hizo bien, hizo que pareciera perfectamente natural que alguien que lucía como él estuviera hablando con alguien que lucía como yo. Estiré mi camisa, tirando de ella de esa manera en que siempre la estiraba, para cubrirme, para esconderme, para engañarme a mí misma y pensar que si mi pantalón de licra de algodón estuviera un centímetro más bajo en mis caderas sería mágicamente hermosa, instantáneamente más delgada, finalmente sería menos. Porque siempre fui más que suficiente, y no en el buen sentido. Comenzó a caminar conmigo, no lejos de mí, y comencé a caminar con él, sintiendo de alguna manera que se suponía que debía hacer eso, que este tipo hermoso realmente quería caminar conmigo. Caminamos una cuadra. Otra cuadra. En la tercera cuadra, dije hola. En la cuarta cuadra, supe su nombre. Thomas. En la sexta cuadra, supe que era estudiante en la Universidad de Nueva York, que acababa de conocer a algunos amigos en el parque, y ¿quería un Frappuccino? Él sabía mi nombre, que estaba en último año, que no vivía en el vecindario, pero vivía en el centro, y que sí, me encantaría un Frappuccino. Para el momento en que mi conductor llamó a mi teléfono por cuarta vez, preso del pánico por lo que mi padre le haría si no me recogía de inmediato, yo tocaba el cielo. Mientras subía a mi limusina, agarró el borde de mi camisa, tirándome ligeramente hacia atrás. — Realmente me encantaría llamarte alguna vez. ¿Estaría bien? ¿Natalie? Dijo mi nombre como si estuviera feliz de saberlo. Y mientras asentía, todavía sin creer lo que estaba pasando, sacó mi teléfono del bolsillo trasero y marcó rápidamente su propio número. —Guarda ese número, ¿está bien? De esa forma, sabrás que estoy llamando. —Y volvió a empujar mi teléfono en mi bolsillo, lenta y deliberadamente, como si fuera su mano la que acariciaba mi trasero demasiado grande. Demasiado grande para ropa bonita, demasiado grande para viejos escritorios de madera en la parte más antigua de la escuela, demasiado grande para algo más que ridículo y vergonzoso… Nunca una parte de mi cuerpo fue hermosa o deseable. —Adiós —susurré, y en esa única palabra, ese susurro, puse toda mi angustia de amor joven, mi "nunca fui tomada en cuenta, mucho menos besada", mi "si puedo hacerlos reír con suerte nunca notarán que tengo los ojos rojos y el labio inferior tembloroso cuando es la fiesta de graduación y la reunión de alumnos", todo eso, aplastado en un terriblemente esperanzado —, Adiós… Thomas. —Oh, vaya —dijo Chad, y parpadeé sorprendida, devolviéndome al presente, donde Chad y Logan juntaban las manos y se mordían los labios, muriendo por saber qué sucedió a

continuación. Mi corazón acelerándose como lo hizo ese día, y sin siquiera pensarlo, comencé a tirar de mi suéter, bajándolo sobre mis caderas, encogiéndome interiormente. —Lo siento — dije, sorprendida de escuchar lo temblorosa que sonaba mi voz incluso en mis oídos— . No hablo de esto muy a menudo. —Comencé a sorber mi bebida, y encontré solo hielo y agua derretida, con la orilla roja más triste alrededor del borde.

1. Lands' End es una tienda de vestuario con sede en Dodgeville, Wisconsin, que se especializa en la ropa informal.

14 Parte II

Traducido por Umiangel

—¿Otro? —Preguntó Logan, y asentí con gratitud—. Para el registro, puedo relacionarme con el término nunca besada. Casanova aquí, era muy popular en la secundaria, cubierto de tetas y coños desde el momento en que llegó a la pubertad ... —Es verdad. No me encontraba cien por ciento seguro de que me gustaban los chicos, pero también sabía que cualquier cosa caliente, húmeda y cálida se sentía muy bien — dijo Chad.

Podía imaginar fácilmente qué gran polla oscilante era en ese entonces. Luego miró hacia la cocina, donde su compañero igualmente guapo preparaba otra ronda. —He visto tu anuario de secundaria, y eras muy ardiente. La única razón por la que no te hallabas cubierto de tetas y coños también es... —porque moría de miedo. Aunque para ser justo, también tenía miedo de las pollas. Pero superé eso bastante rápido en el campamento de salvavidas, el verano anterior al último año. Stephen Tyler... guau —dejó de hablar Logan, su mirada en otra parte recordando. —¿De Aerosmith? —Pregunté. —No, de Appleton, Wisconsin. Pasé el verano allá, y vaya, ese tipo sabía usar su boca. Chad agitó su bebida. —No más historias acerca de las 'mamadas de Stephen Tyler' en este momento, pero no dudes en contarme sobre eso más adelante, con más detalles. Ahora mismo quiero saber más sobre Natalie y sus propias historias de Sex and the City. Sonreí tristemente. —Fue más como un mal programa de CW que Sex and the City. Pero tiene sexo. Y nos encontrábamos en la ciudad. Y la ciudad cobró vida en compañía de Thomas Murray, que conocía más trivialidades y hechos sobre Manhattan que cualquiera que hubiera conocido. Un día caminábamos por Broadway desde la calle Catorce hasta Columbus Circle, y él literalmente me guió a través de la historia de nuestra ciudad según lo relatado a través de la arquitectura. Thomas planeaba ser arquitecto cuando completara su programa de maestría en NYU. En los primeros días de nuestro… lo que sea que se convertía rápidamente, me pasaba los días suspirando a través de cálculo y mi ensayo de Inglés Avanzado, comparando mentalmente a todos los estudiantes de mi clase con Thomas, el chico universitario, y encontrándolos increíblemente cortos. Llegó a estudiar cosas emocionantes, campos de interés que realmente lo llevarían a algo, una carrera, una carrera adulta, mientras yo me encontraba atrapada en la secundaria, pensando en él y garabateando su nombre sobre todo lo que se paraba. Siempre fui una estudiante excelente, pero por primera vez, mis notas se fueron en picado. Y si no fuera por ser mi último año y ser aceptada en las tres escuelas a las que me postulé, probablemente no me hubieran permitido verlo tanto. Aunque mis padres no tenían idea de cuánto realmente lo veía. La primera vez que me besó fue en el tercer piso de una casa adosada que mi padre renovaba. Lo llevé allí una vez después de la escuela, después de escucharlo hablar por teléfono la otra noche durante lo que parecieron horas acerca de puertas corredizas y el

significado arquitectónico de ellas. Me robé las llaves maestras que mi padre siempre guardaba dentro de su maletín, les dije a mis padres que estudiaría en la biblioteca (algo nada raro el viernes por la noche, muchas gracias), y le dije que se reuniera conmigo en la setenta y seis y Madison. Nunca hice algo así antes. Pero crecí en los sitios de trabajo de mi padre, conocía los códigos, sabía exactamente cómo ejecutar este ataque furtivo. Y cuando llevé a Thomas adentro, y vio la amplitud de la renovación que mi padre asumía, se asombró. Mirando hacia atrás ahora, era fácil ver que no solo se asombró con la casa, también se asombró por la facilidad con la que logró arrasar con la gordita y ligeramente solitaria hija de uno de los principales promotores inmobiliarios de Nueva York. Ciertamente no me sentí sola cuando me apretó contra una de esas puertas con las que lo seduje y me besó hasta que vi estrellas. Y cuando sus manos se deslizaron alrededor de mi cintura, e instintivamente me encogí en esa parte de mi cuerpo, una parte que nadie tocó, me tiró fuertemente contra su torso y rompió ese primer beso. —Eres hermosa, ¿lo sabes? Mi corazón se disparó. —Sé que a la mayoría de los muchachos les importa un poco más el relleno, pero no a mí. Mi corazón se elevó más alto. Sus labios besaron un camino por mi mandíbula, deteniéndose justo debajo de mi oreja, donde susurró: —Aunque no mucho más, ¿verdad? —Cierto —respondí sin aliento. Me besó hasta perder la cabeza, y cuando metió su mano debajo de mi camisa y rozó la parte inferior de mi pecho, me encontraba segura de que, si hubiera pedido esa noche, le habría dejado hacer cualquier cosa que quisiera. Pero él esperó. ¿Un caballero? Claro, quedémonos con eso. El resto de esa primavera lo pasé con Thomas. Si no me hallaba físicamente con él, pensaba en él, soñaba con él, lloriqueaba sobre él. No siempre podía estar conmigo, por supuesto; tenía que estudiar, proyectos en los que trabajar, y nunca pensaría en interrumpirlo cuando trabajaba en su tesis de maestría. Pero cuando tenía un descanso, dejé lo que sea que estuviese haciendo para estar con él. Después de todo, como señalé en numerosas ocasiones, yo era una estudiante de último año, y realmente no necesitaba dedicar tanto tiempo a mis estudios como él. El último año del último semestre era solo una formalidad, ¿verdad? Hasta que llegaron mis notas de mitad de curso, y mis B cayeron hasta C o D, y una muy molesta F.

Mis padres ya conocían a Thomas, y aunque les gustaba y les agradaba que su hija tuviera novio (¡yo tenía novio!), no enloquecieron por haber pasado tanto tiempo con él. Especialmente después de que salieron mis calificaciones. Una guerra se libró en nuestra casa de piedra rojiza ese día, una guerra entre los adolescentes y sus padres desde el comienzo de los tiempos. Y lucharía hasta la muerte para poder seguir viendo a Thomas. Para una niña cuyo mundo únicamente era observar desde lejos lo que le sucedía a otras personas, ahora en realidad experimentaba cosas, hacía cosas, deseaba y era deseada. Era embriagador, y nada podía detenerme de lo que quería, de lo que necesitaba. Y lo que necesitaba, más que a nada, era a Thomas. Sin importar el hecho de que ni una sola vez conocí a sus amigos ( no es lo mismo que las tontas fiestas de la secundaria , mis amigos están ocupados estudiando o trabajando en sus dos o tres empleos porque no todos tuvimos la suerte de nacer en familias adineradas), nunca conocí a sus padres ( viven en Nueva Jersey y no tengo auto, y no, no puedes simplemente usar un auto urbano a todas partes), o incluso salimos a cenar ( si nos quedamos, puedes practicar tus habilidades de cocina. Quiero decir, en realidad, Natalie, ¿cómo no sabes siquiera cómo hacer tostadas? ). La primera vez que me puso las manos encima, me dijo lo bonita que era, lo suave que era y que nunca debí sentirme mal por mi cuerpo, que simplemente no debía parecerme a la mayoría de las chicas de mi edad. La primera vez que puso su boca sobre mí, con su cabeza entre mis muslos y una expresión seria en su rostro, me dijo que era natural que las mujeres amaran esto, y si no me gustaba también, que tal vez debería pensar en lo afortunada que era de que alguien estuviera dispuesto a hacer esto, considerando lo obvio. Y que a pesar de que él personalmente pensaba que tenía un coño bonito, tal vez debería visitar un spa y tener un poco de esa apariencia natural. La primera vez que me dejó poner mi boca en él, me dijo lo perfecta que me veía de rodillas, y que estaba muy contento de que nunca había hecho esto antes, porque no tendría ningún mal hábito para romperlo. Y por el amor de Dios, él no era una mazorca de maíz, para controlar mis dientes y el impulso de no comer como si no hubiera comido en un mes, lo que por supuesto nunca le pasaría a alguien como yo. La primera vez que estuvo dentro de mí no importaba si dolía, porque eso se suponía que era el amor, dolía un poco, así que sabías que era verdadero y real y que valía la pena tenerlo, y eso no preocupaba, mejorará, y si pudiera descubrir cómo tener finalmente un orgasmo como las chicas normales, no sería algo en lo que tendría que

pensar más. Mirando hacia atrás ahora, ¿qué jodidamente estúpido era no ver lo que pasaba? Pero cuando te encontrabas en eso, no lo sabías, y cuando finalmente tu vida comenzó a suceder, no importaba a qué más estuvieras renunciando por esa vida. Solo importaba que eras especial para alguien, y que tuviste mucha suerte de tener a alguien. Y todo lo demás debería desvanecerse y convertirse en ruido de fondo. Ruido de fondo como el baile de graduación, al que podría haber ido finalmente porque, ¡hola, novio! Pero, hola, universitario, ¿y por qué demonios iría a un estúpido baile de graduación de la secundaria con otros estúpidos niños ricos? El ruido de fondo, como los ensayos de la universidad, porque a pesar de que fui aceptada, todavía tenía que pasar por la formalidad de ser aceptada en las escuelas a las que soñé asistir desde que me encontraba en la secundaria y comencé a planear mi vida. Cuidadosa y metódicamente. Ruido de fondo como el de mi escuela secundaria, del cual fui el editor, pero ahora tuve suerte de conseguir un artículo cada dos meses …como el cumpleaños de mi hermano …como el aniversario de mis padres …como mi graduación Perdí mi graduación de la secundaria, la pasé desnuda en un colchón sobre mis manos y rodillas, siendo follada por el culo por alguien que me dijo que me encantaría, y que si no lo hacía, entonces debía haber más cosas mal conmigo de lo que originalmente pensó, y que fue solo porque me amaba tanto que no me abandonó semanas después. Si alguien me hubiera dicho que me habría mudado de casa de mis padres para irme a vivir a un cuarto piso en el Bronx con mi novio, para decirle a la mierda con mi madre cuando me dijo que era un terrible error, y decirle a mi padre que era un imbécil cuando me dijo que me olvidara de la universidad si lo hacía, hubiera dicho que estaban locos. Y sin embargo, ese septiembre, cuando todos los que conocí desde la primaria se hallaban en Brown y Wellesley, y me encontraba frente a una estufa de dos quemadores, intentando no quemar tostadas porque nunca oiría el final, vistiendo nada más que una falda a cuadros y un sujetador porque así es como me gustaba más, y me preguntaba cuánto costaría conseguir una nueva unidad de aire acondicionado para este departamento, porque la nuestra se descompuso la noche anterior y era sofocante. Nunca pasé agosto en la ciudad. Teníamos una casa en Bridgehampton, claro. No

trataba de ser pobre niña rica, pero la ciudad era infierno por el calor. Y la emoción de alejarse de mi vida para jugar a la casita con Thomas comenzaba a ponerse un poco delgado. Lo que no se encontraba delgado era mi cuerpo, algo que era el centro de casi todas las conversaciones que tenía con él. Donde solía decirme cuánto amaba mis curvas, luego decía lo flácido que se hallaba, y cuánto se sacudía cuando me follaba. Que era casi todas las noches, y todos los días, golpeando y empujando, golpeando y tirando del cabello, y ponte así y arquea tu espalda así y ¿por qué demonios no puedes entender esto por el amor de Dios? ¿Por qué todo lo tengo que hacer yo? Me molestaron, pero nunca me destrozaron así. No por alguien con amor en sus palabras, pero no en su corazón. Comencé a ver algunas grietas en su encanto, en sus palabras, en la promesa de cómo sería, podría ser, cuando solo estábamos nosotros dos contra el mundo. Cualquier esperanza que pude tener de trabajar para mi padre algún día se esfumó en el momento en que mis calificaciones se fueron por el drenaje. Y cualquier esperanza que pude tener de construir cosas grandiosas, cosas enormes, en la ciudad donde mi padre sabía literalmente que todos en cada empresa de arquitectura, cada compañía de construcción, todo lo que tenía que ver con construir en esta increíble ciudad de belleza arquitectónica, se fueron en el segundo que me perdí la fiesta de cumpleaños de mi padre para traerle sopa de pollo a mi novio porque se sentía mal, y pensé que era más importante que nada. Y con su mundo comenzando a derrumbarse cuando su tesis se vino abajo y su consejero le dijo que se hallaba fuera de lugar y en peligro de no obtener su maestría, mi mundo se iría a la mierda junto con eso. Las indirectas enmascaradas de que podría bajar algunos kilos aquí y allá se volvieron agresivamente groseras y crudas, con puñados de grasa atrapados durante el sexo enojado. Huellas rojas en la piel blanca que se doblaban y arrugaban cuando se las obligaba a sentarse desnudas, inclinadas para ver cuántos rollos había. ¿Realmente creo que cuando me vio al otro lado de la calle, hace muchos meses, que ese era su plan? Tal vez no. A pesar de todo, es muy probable que supiera que sería capaz de salirse con la suya, teniendo en cuenta quién era yo en ese momento. Cuando vi a mi madre por primera vez desde que me mudé, estalló en lágrimas. No podía llorar, y no solo porque me encontraba emocionalmente cerrada, sino porque literalmente no tenía suficiente agua en mi cuerpo para hacerlo. Perdí treinta kilos en cuatro meses, y me hallaba tan agotada que apenas podía mirarla a los ojos. Fui de compras al centro, tomando el metro cuando Thomas enseñaba su clase de

pregrado una tarde y realmente tenía algo de tiempo para mí. Se encontraba en casa mucho más de lo que solía hacer, no tomó todas sus conferencias por un tiempo, permaneciendo conmigo. Por primera vez en mucho tiempo, me encontraba sola, fuera de casa, realmente sintiéndome relajada por un cambio—junto con el agotamiento. Y luego ella me vio, y pude ver en su rostro lo mal que me veía. Si pierde esa cantidad de peso en ese corto tiempo, hay un laxismo en la piel, una persona dentro de una persona, casi. Pero factor en el estrés, la falta de risa, mi mala salud y bienestar, y sabía que no me veía como solía ser. Dejé que me llevara a casa. Dejé que me lavara la cara. La dejé hablar sobre lo mucho que me extrañaba, lo mucho que se preocupaba por mí, cuántas veces trató de llamarme, pero Thomas le dijo que me encontraba ocupada. Pero cuando trató de hacerme un sándwich y poner algunas galletas en una bandeja, me fui. Y regresé al Bronx, donde Thomas me esperaba, preguntándome por qué rayos tardé tanto tiempo, y ¿no debí ponerme pintalabios si salía? Pero algo sucedió ese día, aunque no me di cuenta en ese momento. El solo hecho de estar en mi casa, con mi madre, abrí la puerta más pequeña. Ella lloró cuando me vio, y lloró cuando me fui, pero estaba tan agradecida de haber visto mi cara, aunque era demasiado delgada y triste. Se hallaba feliz de ver mi cara. ¿Y Thomas? Él nunca fue feliz. Solía reír, hacer bromas y contar historias graciosas, pero esa noche, mientras me encontraba acostada junto a él en el estudio de la cuarta planta donde nuestra cama era un colchón en el suelo, me di cuenta de que su humor siempre tenía un declive, un borde oscuro o un ambiente malo. Él nunca pensó nada bueno sobre nada. Siempre había un ángulo, alguien quería algo de él, o alguien intentaría arruinarlo por algo, o no iba a poder hacer algo porque alguien siempre tenía algo más. Más dinero, más energía, más conexiones. Reducido a la verdad desnuda, era cruel. Solía pensar que el abuso era alguien a quien golpear. Ahora sé que es algo que hace doblarte de dolor, que te hace cuestionar cualquier cosa y todo sobre ti que sabías que era verdad. Es algo que te dice que solo eres bueno si... **** Sentí una gota de agua salpicarme en el dorso de la mano, y me di cuenta de que mientras contaba esta historia, que rara vez compartía con nadie, mis ojos se llenaron de lágrimas. Sorprendida, levanté la vista y vi a Chad y Logan mirándome, sus propios ojos llenos de simpatía. —Lo siento mucho. —Sorbí, agarrando una servilleta y limpiándome la cara—. No sé lo que pasó

allí. Verdaderamente, no quise continuar así. —No continuaste, fue... —En serio, lo siento mucho, nunca hablo de eso, es historia antigua. —Me apresuré, limpiándome la nariz, horrorizada al ver que lloraba. ¿Qué diablos hacía, escupiendo mi historia a dos hombres que acabo de conocer? —Natalie. —Logan cubrió mi mano con la suya—. Detente. Lo miré a través de los ojos aún llorosos, sacudiendo la cabeza. —Nunca debí… —Cállate y deja que dos preciosos hombres te abracen —interrumpió Chad, sin tonterías. Sorprendida, me reí, aun limpiándome la cara y sabiendo que debía parecer asustada. Pero deje que me abrazaran. Y me di cuenta de que a veces los extraños pueden convertirse en la mejor compañía en la historia. **** Cuando Chad y Logan me dejaron en Roxie's un rato después, me sentí destruida. Emocionalmente agotada. Vacía. Odiaba rememorar esas cosas, así que no sé por qué todo salió en un lío de basura frente a dos personas que apenas conocía. Pensaba en Thomas de vez en cuando, por supuesto. No intencionalmente, pero a veces me llegaba a la mente cuando surgía algo sobre la vieja arquitectura de Nueva York o alguien hablaba de su disertación. O la vez que me encontraba sentada en una cabina detrás de una pareja y el chico comenzó a decirle a la chica que ya había comido suficiente y que no debía pedir postre, y por cierto, mi madre vendrá a cenar el próximo fin de semana y ¿no crees que es hora de que vayas aprendido a hacer una tarta de café decente? Esa vez fue malo. Tuve que dejar la mesa para esconderme en el baño durante unos minutos mientras controlaba el temblor, y luego tuve que dejar el restaurante por completo cuando vertí una jarra de agua sobre la cabeza de ese idiota y el gerente pidió que me fuera. Pero no antes de darle a la chica todo el dinero que tenía en mi billetera y mi tarjeta, y le dije que me llamara si necesitaba un lugar donde pasar la noche. Ella nunca llamó. Sabía que no lo haría. Pero me alegré de dárselo.

Me quedé afuera en el porche de Roxie, mirando las luces traseras del auto de Chad desaparecer y tomé un momento para desterrar todos los malos pensamientos de mi cabeza. Era buena en eso; la visualización era la clave. Podía tomar unas diez respiraciones profundas y purificadoras, visualizar la cara estúpida y podrida de Thomas, y ¡puf! Listo. Tomé las respiraciones. Puf. Abrí la puerta y entré. —Oye, Rox —grité, subiendo las escaleras de dos en dos. Todos los malos pensamientos desaparecieron, avancé la noche y viendo a mi mejor amiga. Acababa de salir del baño vestida con una toalla, con una columna de vapor siguiéndola. —Hola, chica, gracias por lo de esta noche. Lamento que tuvieras que tomar un taxi. —No te preocupes; ¿qué pasó? Tus mensajes eran extraños, por así decirlo. ¿Algo sobre el pastel de terciopelo rojo? —Mas o menos. Si no hubiera creído que decir la frase había una emergencia de pasteles tan ridícula como creo, te contaré cómo fue mi tarde. —¿Hubo una verdadera emergencia de pastel? Ella asintió. —Es el quincuagésimo aniversario de bodas del Señor y la Señora Oleson. Ella siempre hornea para él—horneó cada aniversario de los otros cuarenta y nueve. Pero esta tarde su horno se descompuso y necesitaba un pastel de terciopelo rojo como el día de su boda. ¿Qué iba a hacer? —Eres buena persona, Roxie. También estás goteando, por cierto. Miró hacia el charco que se formaba y se dirigió a su dormitorio. —¡Entra, solo necesito secarme el cabello y estaré lista para ir a la ciudad! —Siento que si vamos la ciudad, Bailey Falls tal vez nunca se recupere. —Resoplé, saltando en su cama, desplazando las almohadas de derecha a izquierda. Roxie se puso una bata y comenzó a peinarse. —Tu piel se ve fantástica. Creo que es el aire de la montaña. O tal vez el agua increíble. O podría ser la altitud. —¿Sí? —Previne, alisando mis dedos sobre mis mejillas—. Es gracioso, Olga me dijo lo mismo el otro día. —¿Quién es Olga?

—Esteticista. Ha estado chupando mis poros durante los últimos cinco años y dijo que sí, y cito textualmente, es una reducción del sesenta y seis por ciento en la cantidad de schmutz en mis poros. —¿ Schmutz? —Mugre, suciedad, toxinas, contaminación, ya sabes, schmutz.

14.3

Traducido por amaria.viana

—Así que esto es algo bueno. —Esto es algo grandioso. —Asentí, chupando mis mejillas y admirando mi cara en el espejo sobre su tocador. Luego miré por encima de mi hombro. —Hay una gran vista de la cama en este espejo. Por favor dime que Leo y tú se ven aquí teniendo sexo. —No te voy a decir eso. —Eso no es una negación, Callahan —bromeé, disfrutando de la forma en que convenientemente cubría su rostro con su cabello y comenzaba a cepillarlo. Su voz, sin embargo, no estaba cubierta en absoluto. —Hablando de coger, tal vez no es solo el aire del campo el que te está haciendo brillar. ¿Te importaría compartir? —Los orgasmos son geniales para la tez, eso es cierto. —Suspiré, hundiéndome en las almohadas y sosteniendo una como un oso de peluche. Ella se rio, dejándose caer en el borde de la cama. —¿Supongo que eso significa que disfrutas conocer a Oscar en el sentido bíblico? —Cariño, no hay nada bíblico sobre lo que estamos haciendo. Confía en mí —dije,

abanicándome con mi mano. El calor subía a mis mejillas por la anticipación. Cuando descubrí por primera vez que nos dirigíamos a la ciudad esta noche, estaba tratando de mantenerme cautelosamente optimista. No quería suponer que nos reuniríamos cada vez que estuviese en la ciudad. Y por "no quería presumir", quiero decir que era una mentira que ni siquiera podía venderme a mí misma. Yo quería presumir, ¡maldición! Quería pasar el tiempo que fuera con él. Bíblicamente o como fuera. —¿Oye? ¿Estás conmigo? —Preguntó Roxie, agitando su mano frente a mi cara. Me reí. —Lo siento, mi mente estaba con cierto granjero lechero. —Pregunté ¿cómo van las cosas? Parece que estás disfrutando de la experiencia Bailey Falls. Lo estaba. No podía admitirlo por mi cuenta, pero estaba de acuerdo con la idea. Todavía no estaba dispuesta a admitir cuánto lo estaba aceptando, y dije —: Estoy agotada de hoy. Tus muchachos me cansaron. —Hablé con Chad antes. Él me dijo que fueron a The Tube. Es increíble allí, ¿verdad? Me di la vuelta, suspirando en sueños. Como un tiburón que huele sangre, Roxie comenzó a dar vueltas. —Ah, ¿y Bryant Mountain House? Ella sacudió su cabello hacia atrás de nuevo. —Tendremos que hacer citas de spa pronto. Espera hasta que lo veas. Increíble." —Ajá —murmuré, pensando soñadoramente sobre el día. —Sabes, incluso podríamos tomar algunos viajes de un día a Tarrytown y Sleepy Hollow. Especialmente el cementerio, es increíble. —Me encanta un cementerio —respondí, la mente en otro lado. —Por eso es tan genial vivir aquí. Estamos conduciendo la distancia o el tren accesible para todo. Ideal para familias… Muy poca criminalidad… —Es una buena ciudad, Rox. —Lo es, ¿no es así? —Ella sonrió, rebotando alegremente en el colchón. —Y una vez que mi campaña comience a correr, la gente estará pululando en este lugar para sentir un poco de la magia de Bailey Falls. —¿Quién sabe? Tal vez si caen lo suficiente bajo el hechizo, no querrán irse… —Dejó que el

pensamiento flotara, mientras ella se levantaba y continuaba preparándose. En una niebla, me levanté y me dirigí a mi habitación. Era una niebla mágica que cantaba todas las alabanzas de la ciudad y sus habitantes. Uno en particular. Nunca he sido una gran admiradora de mentirse a sí mismo, puse a Oscar y lo que sea que esto fuera entre nosotros en la parte superior de la lista de "pros" para Bailey Falls. No supe qué ocurriría con la relación una vez que la campaña estuviera terminada. Cuando volviera a la ciudad, ¿visitaría algo más que solo los fines de semana? ¿Podría yo hacerlo? ¿Él quería que hiciera eso? ¿Me quería, más allá del fin de semana ocasional? Había algo acerca de ser querido. Nunca quise ir más allá de los confines de mi isla… para cualquier cosa o cualquier persona. Ahora, quizás. Posiblemente. Como no quería pasar demasiado tiempo en una crisis existencial de relación, comencé a alistarme. Y solo tenía el atuendo. Por si acaso, una cierta bebida alta, oscura y tatuada, cruzó mi camino esa noche.

***

Hay bares de mala fama, y luego hay bares de mala fama, y este fue uno de los bares mala fama más indecentes en los que he estado. Al final de Elm Street, muy al final, donde la ciudad prácticamente se dio por vencida y cedió ante los árboles, se sentó como el bar favorito de noche de sábado de Roxie y Leo. Y a juzgar por la cantidad de autos estacionados afuera, también era el bar favorito de Bailey Falls para el sábado por la noche. Originalmente llamado Pat, en algún momento de los años ochenta pasó a llamarse Pat's Nightmare, para ahora ser por siempre conocido como… espéralo… Pat's Nightmare en Elm Street. Te diré algo, la gente era bastante divertida en los árboles. El Glam metal gritó por los altavoces, las cáscaras de maní y el aserrín alfombraron el suelo de madera sobrecargado, y la gente permanecía de pie, codo con codo como sardinas para conseguir una cerveza barata. Si tenías mucha suerte, podrías atrapar una de las cuatro mesas en todo el bar; esos asientos eran oro.

Afortunadamente para nosotros, llegamos justo cuando el alcalde y su esposa se iban con algunos amigos. Leo pudo haber brincado los últimos tres metros para arrebatar la mesa antes de que alguien más la consiguiera, y ahora estaba abarrotada de gente alrededor, Roxie y Leo, la mamá de Roxie, y Chad y Logan. —Espera, entonces ¿tu madre está en la ciudad? Es una lástima que no pueda salir esta noche también —le dije a Leo, gritando un poco para que me escucharan, ya que la música era tan apestosamente fuerte. —Creo que este es un lugar donde nunca verás a mi madre —dijo Leo con una sonrisa. —Ella no es realmente de las que disfruta un bar. Además, Polly se está quedando en la casa grande con ella este fin de semana, y tienen su momento abuela/nieta sucediendo. La familia de Leo era muy vieja en Nueva York, sangre más azul que el azul, dinastía bancaria. Su familia tenía una gran propiedad en las afueras de la ciudad que data de varias generaciones, incluida una enorme mansión antigua que Leo denominó la "casa grande". —Y tenemos nuestras propias cosas pasando este fin de semana, si sabes a lo qué me refiero. Roxie se apoyó contra Leo y tiró del botón superior de su camisa. —Sí, sabemos lo que quieres decir. Todo el bar está a punto de estar en flamas debido a la tensión sexual entre ustedes dos. —Chad suspiró, abanicándose. Eso era cierto, la cantidad de energía sexual generada en ese lado de la mesa podría haber impulsado una ciudad pequeña. Justo en ese momento, otra jarra de cerveza llegó a nuestra mesa, junto con otro cuenco de cacahuetes, y lo siguiente que supe fue que estaba parada en el escenario (madera contrachapada en bloques de cemento) cantando la única canción que conocía en sus veinte canciones de karaoke. Hay canciones que deben cantarse en voz alta y acompañadas de una cerveza barata y un zumbido de maní. Canciones que te hacen pensar que puedes cantar, y que solo entiendes las letras de la manera en que nadie más puede hacerlo, y que la única forma de hacerles justicia es dejar atrás toda autoconciencia y buen juicio. Por eso, cuando Oscar apareció en Pat's Nightmare en Elm Street, me encontró cantando a todo pulmón, señalando con el dedo y dando puños al aire, dando todo en mi presentación de Don’t Stop Believin'. Para ser clara, si esta canción está sonando, tú la cantas. Detienes lo que estás haciendo, bajas todas las ventanas a tu alcance, te deshaces todos los cuidados y te entregas a los genios que son Journey. Y eso era lo que estaba pasando cuando vi a Oscar a través de la multitud gritando y aplaudiendo. Tienes una opción cuando te atrapan haciendo algo como esto…

especialmente en frente de alguien con el que actualmente te estás acostando. Puedes correr y esconderte, o puedes cantar más fuerte. Elegí lo último Y mientras montaba a horcajadas el micrófono y le di todo de mi a los ochenta, sonrió ampliamente y silbó como un lobo, aplaudiendo junto con todos los otros tontos en ese bar. Cuando la canción terminó, y mi voz seguía sonando (chillando) por el aire, dejé caer el micrófono, hice una pequeña reverencia y me pavoneé fuera del escenario con los gritos y aplausos de los aproximadamente 20 lugareños que estaban allí. —Me alegro de no haberme perdido eso —dijo mientras me dirigía hacia donde estaba parado junto a la barra. —Esa fue una buena canción. —Journey saca lo mejor, ¿qué puedo decir? —Contesté, mis ojos apreciativos lo acogieron. Era fácilmente el tipo más grande del lugar, pero de alguna manera ya no me parecía intimidante. Claro, él no sonreía rápidamente, y la cicatriz sobre su ceja derecha lo hacía lucir súper peligroso. Quería lamer esa cicatriz. —¿Cómo estuvo el mercado de agricultores? ¿vendieron todo? —Lo hicimos. —Él asintió con la cabeza, sus ojos recorriendo la longitud de mi cuerpo. —¿Qué diablos estás usando, Pin up? —¿Te gusta? —Pregunté, dándole un pequeño giro. Estaba sintiendo un ambiente retro de los años cincuenta cuando me estaba preparando esta noche. Falda blanca con grandes lunares negros, cuello alto negro, cinturón rojo ancho. ¿La mejor parte? Tacones de punta rojos, con una correa en el tobillo y de diez centímetros de alto. Cuando giré, la falda también lo hizo y revelé un accesorio retro más. Ligas que sostienen mis delgadas medias de seda, atadas a un par de bragas de seda negra de cintura alta. Las ligas las podría haber visto, las bragas eran para más tarde. Según lo mucho que se ampliaron sus ojos, y cómo se agarró a la barra hasta que los nudillos se pusieron blancos, supongo que vio las ligas. —Solo me puse algo sencillo para salir por la noche en la ciudad. —Salir en la ciudad, ¿eh? —Sacudió la cabeza un poco, como para aclararla. —No estoy seguro de que una noche en Pat realmente cuente como tal. —Oh, te sorprenderías —respondí, inclinándome sobre la barra y tomando una aceituna.

—Algunas bebidas, algunos amigos, alguna música asesina —levanté la barbilla hacia el escenario, donde la terrible versión de alguien de Son of a Preacher Man chillaba por los altavoces. — Yo diría que es una gran noche de salida en la ciudad. —¿Qué tal una gran noche en mi granero? ¿Tal vez incluso en el capó de mi camioneta? —Susurró Oscar, pasando sus dedos justo donde las ligas estaban en mis muslos. Me atraganté un poco con mi bebida, y mi corazón saltó a mi garganta. Presionó la liga, una pequeña, infinitesimal cantidad de presión que para cualquier otra persona parecería inocente. Pero lo sabíamos mejor. Su pulgar estaba justo sobre el clip que sostenía la media. Se inclinó de nuevo, sus labios rozaron la concha de mi oreja. —Apuesto a que podría sacarlos con mis dientes. Déjame intentarlo, Natalie. Mis rodillas se doblaron. Afortunadamente, sus grandes manos estaban allí para atraparme. —Nat, ¿estás bien? —Preguntó Roxie, riendo cuando mi bebida se derramó sobre el borde del vaso. —¡Cita barata! —Gritó Leo, saludando a la camarera para pedir otra ronda. —Es um. . . los zapatos, —mentí, sosteniendo los considerables bíceps de Oscar con fuerza. Ya sabes, por apoyo. Nunca en mi vida un par de tacones me hizo tambalear. Pero agrega el factor Oscar, y los dedos en las ligas, y estaba mintiendo entre dientes. Tenía un plan para esta noche. Había decidido que, si lo veía, estaría a cargo. Antes del sexo, después del sexo, durante el sexo, lo volvería loco con la necesidad, no al revés. Sin embargo, con solo unas pocas palabras, logró debilitarme las rodillas y enrojecerme las mejillas. Este tipo me hizo cosas. —No me puedes hablar así aquí —le susurré, rozando mi cadera contra la parte delantera de sus jeans. Tenía que recuperar la ventaja o estaría desnuda en un bar en cinco segundos, con Oscar detrás de mí. Podría pensar en cosas peores que pasarían. Él avanzó. Estábamos empacados en el bar, demasiadas personas apretujadas en una habitación demasiado pequeña, pero no importó. Encontró el espacio, inmovilizándome en el respaldo de una silla detrás de mí. —Puedo arrojarte a la barra si quiero —prometió. Fue solo eso, también. Si presionaba un poco

más, toda la ciudad estaría mirando. —No te atreverías. Estos son solo para ti. —Deslicé el dobladillo de mi falda lo suficiente como para que bajara su vista. —No querrás que nadie más los vea, ¿no es cierto? Sus fosas nasales se dilataron y mi ceja favorita se elevó. —¡Consíganse una habitación! —Gritó alguien, y la niebla se disipó. Le estábamos dando al bar un espectáculo, con una parte de mi muslo expuesto y la mano gigante de Oscar sujetando la tela de mi falda. Se dio la vuelta, buscando al tonto que acababa de provocar al oso. Cuando hicieron contacto visual, el hombre lo miró y salió corriendo hacia la puerta. Oscar hizo un movimiento como si fuera a ir tras él, pero yo tiré de su cinturón. No es que lo mantuviera en su lugar si realmente quería patearle el culo al tipo, pero el pequeño esfuerzo me hizo sentir mejor. —Déjalo ir —dije. Él gruñó. Una cosa tan Oscar, pero el sonido de eso casi me destripa. Corría todo el tiempo y era algo que me atraía. —Cavernícola —murmuré, pasando mis manos sobre sus hombros, sintiendo los músculos fruncirse debajo de su camisa. Lentamente, se volvió y prácticamente gruñó —Necesito una cerveza. —Somos dos. —Sonreí, lo atraje hacia mí y lo besé. Se suponía que iba a ser rápido, pero algo se rompió cuando nuestros labios se tocaron. Empujó mientras yo tiraba, y nos estrellamos en algún lugar en el medio. Los silbidos y los silbidos nos incitaron y luego su labio estaba entre mis dientes. —He terminado aquí —ladró, sacando su billetera. Arrojó dinero sobre la mesa y me agarró por la cintura, levantándome de mis pies y malditamente casi cerca de mis tacones ven-follame. Miré por encima del hombro de mi cavernícola hacía un bar lleno de gente aplaudiendo y Roxie animando más fuerte que nadie. Solo podía reírme de la manera más emocionada, aplaudiendo junto con la ciudad. Tenía la sensación de que los tacones estaban a punto de ganarse su nombre… ***

El aire fresco sopló contra mi piel sobrecalentada cuando salimos del bar. Casi esperaba que Oscar me empujara contra el costado del edificio, pero no lo hizo, manteniendo un fuerte agarre en mi cintura mientras flotaba un pie sobre la grava, sus largas zancadas devorando el terreno con determinación. Él ni siquiera habló en el camino hacia el camión. Él me abrió la puerta para que gateara adentro, pero era estaba consciente de no rozarme. ¿Me incliné demasiado cuando subí? Por supuesto. Aun así nada. Fue como si una barrera se hubiera levantado en el momento en que dejamos el bar. Oscar se enojó algunas veces, era parte de su encanto en mis ojos. Cerró la puerta, moviéndose con determinación a su lado. Deslicé mi falda por mis muslos para darle una visión completa de las ligas cuando subió, y después de que arrancó la camioneta se despegó y corrió por Main Street. Todavía. . . nada. No estaba malinterpretando la situación. Pude ver el contorno prominente de su polla en sus jeans. Estaba totalmente duro pero no hizo un movimiento. Inclinándome, empujé el apoyabrazos hacia atrás y me deslicé hasta el medio del asiento, lo suficientemente cerca como para sentir el calor que salía de él en oleadas. Tomé su mano, la sostuve y esperé. Entrelazando nuestros dedos, moví su mano hacia mi rodilla y luego la deslice lentamente hacia mi muslo mientras extiendo mis piernas ligeramente en la cabina oscura. Era lo que estaba sintiendo, y lo que sabía que él estaba sintiendo. La pequeña estática chispeante de las medias, la piel de gallina cubriendo mi pierna, el escalofrío que tuve cuando finalmente golpeó la liga. —Sabes, hay algo en lo que no puedo dejar de pensar —dije, separando más las piernas. —¿Qué es? —Preguntó, su voz tensa, su mano en mi muslo se estaba calentando. Aplané mis manos sobre el borde de mi falda y lo deslicé lentamente. La mandíbula de Oscar sonó a la luz de la luna. —Nosotros follando en tu camioneta. Estoy bastante seguro de que lo mencionaste ". Cuando nos detuvimos hasta detenernos en el semáforo, cogí el pasador de la liga entre mis dedos y lo levanté. Sus ojos se deslizaron hacia el pequeño broche negro y vio como lo soltaba con un chasquido audible contra mi piel.

Mis caderas se sacudieron por el dolor. Oscar soltó un gruñido que vino desde el fondo de su garganta. Fue emocionante ver sus nudillos ponerse blancos de tensión. La mano que se quedó en mi muslo estaba apretada en un puño como si deliberadamente tratara de no tocarme de la manera que ambos sabíamos que él quería. —Mmm, Oscar, ¿qué estás pensando? —Le pregunté, pasando mis manos por mi pecho antes de desenganchar mi cinturón y deslizar el dobladillo del cuello de tortuga sobre mis pechos y exponer mi sostén. Su mano voló hacia el volante, y se aferró con tanta fuerza que juro que escuché el plástico romperse debajo de sus palmas. Me giré en el asiento, así que mi cabeza estaba apoyada contra la puerta del pasajero, levantando los pies sobre su regazo y separando mis rodillas. Cuando subí la falda más arriba, obtuvo una gran vista de mis bragas nuevas y exactamente para qué eran las ligas. Él gruñó, y sentí el ruido de su pecho justo entre mis piernas. Me senté lo suficiente para sacarme el suéter por la cabeza antes de desabrochar la parte delantera del sujetador. —Joder —susurró, y miró por el espejo retrovisor antes de dar al camión un giro brusco hacia la izquierda. —Espera —dijo, dejando caer su mano una vez más sobre mi muslo y deslizándola en casa. Por fin. Ni siquiera se molestó en apagar el motor. antes de abrir la puerta y salirse del automóvil. Apenas tuve tiempo de pestañear antes de me agarrara del tobillo y tirara de mí sin miramientos hacia el borde del automóvil, mis piernas colgando por la puerta del lado del conductor, mi cabeza ondeando con gracia en el volante. El se desabrochó en un instante, un condón rodando antes de que pudiera siquiera frotar mi cabeza. Oscar tomó mis tobillos y los colocó sobre sus hombros, abriendo mi falda, luego besando su camino hasta mis rodillas mientras se acariciaba. —Por favor —supliqué, tirando de mis pezones debajo de las copas del sostén. —Todavía no —susurró entre besos. Un dedo corrió desde mi ombligo hasta mis bragas y de vuelta, cada vez acercándome lo suficiente que pensé: ¡Aquí vamos! Me estaba volviendo loca, enloqueciéndome, con la absoluta demencia de lo que estábamos haciendo y de dónde lo estábamos haciendo. Cuando finalmente no pude soportar más las provocaciones, alargué la mano y deslicé mis bragas hacia un lado, el escalofrío me envió una sacudida por todo el cuerpo. —Esa es mi chica —ronroneó, tomando la cabeza de su pene y colocándolo justo allí.

Solo lo suficiente para que mis ojos retrocedieran con anticipación. Había algo tan sucio en todo esto, pero no me importó. Aquí estábamos…. En algún lado. Dios sabe quién podría venir tirando hacia arriba. Ni siquiera podía quitarme las bragas antes de que entrara y gimiera en la oscuridad. Las mantuvo a un lado con una mano, la otra sosteniendo mi tobillo cerca de sus labios, donde dejó besos contra él al ritmo de sus embestidas. Oscar no se estaba moviendo rápido, pero tampoco era lento. Sus movimientos fueron medidos. Estaba tomándose su tiempo laboriosamente y no solo soltándose. —Podría follarte así toda la noche, Pinup —dijo, golpeándome el trasero con su mano libre. —Sí. Por favor… —canté a tiempo con sus embestidas, y algo se rompió en él. Sus caderas se estrellaron contra mí, la camioneta literalmente se mecía mientras él me follaba. —Tócate —me rogó, extendiendo la mano para bajar mi sujetador, exponiéndome por completo a él. —Me encanta ver cómo se mueve tu cuerpo cuando estoy dentro de ti. Sosteniendo mis pechos, pellizqué mis pezones. Le gustaba mirar. Lo archivé para más tarde. —¿Te gusta esto? —Le pregunté, mordiéndome mi dedo tímidamente. —Me encanta eso. —Y él se adentró en mí con fuerza, golpeando puntos que me estaban haciendo subir muy alto, tan apretado y tensado. —Joder, Oscar, ¡eso es! Él ya no estaba seguro y firme. Era errático, enardecido y frenético por hacerme venir. —Tú me… vuelves… loco —jadeé, amando la sensación de que él perdía el control. Justo cuando estaba a punto de llegar, deslizó ambas manos hacia los broches de las ligas y las rompió. —Dámelo. Lo hice. Jesucristo, lo hice, gritando su nombre al costado del camino, mientras él perseguía su propio orgasmo, bombeando profundo dentro de mí, sus propios gritos coincidían con los míos en la noche oscura. No estaba perdido en mí, que había agregado mis propios sonidos al paisaje sonoro de la región...

15 Parte I

Traducido por Joselin♡

Después de la escena en el camión, hubo una escena similar en su habitación, esta vez con nosotros dos haciendo ping-pong en las paredes mientras cada uno de nosotros intentaba ganar la partida, terminando en su cama una vez más, primero conmigo arriba, luego el, luego finalmente yo una vez más, con él dándome vuelta en el último minuto para que pudiera verme montarlo en reversa, lo mejor para ver ese enorme gran culo rebotar en mi polla… Bueno, él había prometido que sucedería. Y luego colapsamos. Nunca culpé a un hombre por estar tan profundamente dentro de la z, noventa segundos después de sexo realmente bueno, porque también hago eso. Toda esa hermosa tensión, toda esa energía maravillosa que está atrapada en el interior y luego se dispara hacia el universo… puede ser agotador Pero cuando Oscar se durmió después de la segunda ronda, no pude dormir. Esto se estaba convirtiendo en un problema. Estaba demasiado silencioso, tan silencioso que literalmente podías escuchar caer un alfiler. Me quedé en la cama por un largo tiempo, escuchando su respiración profunda y pareja mientras dormía. Me envolví a su alrededor, buscando la comodidad y la calidez que a menudo conduce a una gran noche de sueño. Me acomodé contra su costado, lanzando una pierna y cubriendo un brazo, descansando mi cabeza en su poderoso pecho. No funcionó Traté de envolverlo a mi alrededor, rodando a mi lado y arrastrándolo conmigo,

forzando la cuchara del siglo cuando su brazo de peso muerto cayó sobre mí, y lo coloqué alrededor de mí, sus poderosas caderas acariciaban mi trasero, envolviéndome en Oscar…y recordándome a una posición que aún teníamos que intentar pero por la que me estaba muriendo. Eso condujo a fantasías bastante coloridas, pero ¿en cuanto a dormir? No funcionó Saqué una pierna de debajo de la colcha, luego un brazo, finalmente rodé otra vez y colgué mi trasero por el costado, pero nada funcionaba. Tan. Jodidamente. ¡Tranquilo! Una hora más tarde, estaba echada en la cama, Oscar roncando a mi lado, adorable y lleno de z restaurativas, y estaba jugando solitario en mi teléfono mientras me ponía al día con mis feeds favoritos de Twitter. Apareció un anuncio para un nuevo juego que incluía el recuento de ovejas, y me dio una idea. Rápidamente detuve la tienda de aplicaciones, escribí máquina de sonidos y literalmente había cientos de descargas de ruido blanco, solo esperando por mí y Morfeo. Veamos, ¿qué tenemos? ¿Susurro de prado? No. ¿Atardecer Crepúsculo? No. ¿Lluvia en el techo de zinc? Bajo el subgrupo de Lluvia, también incluía Lluvia bajo el paraguas, Lluvia en el carro, Lluvia bajo la tienda de vinilos. No, ninguno. Pero ahora tenía que orinar. Después de correr hacia el baño y regresar, rápidamente me zambullí de nuevo bajo las sábanas, y finalmente tropecé con algunos sonidos apropiados.

Paisaje urbano. Ahora estamos hablando. Tenías los Sonidos de restaurante, tu Antes del teatro comienza, Corredores de Central Park y las muy intrigantes calles de la ciudad de Nueva York. Lo descargué, me recosté contra las almohadas y escuché con una sonrisa satisfecha mientras el sonido de los taxis tocando la bocina, las puertas cerrándose, los camiones retumbando, la gente charlando y las lejanas sirenas aullaron. Sonreí mientras mi ciudad me envolvía en el campo, y finalmente recliné la cabeza suavemente para dormir… Hasta que Oscar se sentó derecho en la cama, agitando el bate que tenía junto a su

mesita de noche, y se estrelló contra el suelo, con el bate sobre la cabeza y listo para la batalla. Miré por encima del costado hasta donde estaba justo cuando miraba hacia arriba sobre la cama, los dos golpeándonos los cráneos y confundiéndolo aún más. —¿Qué diablos es eso? —Se frotó la cabeza, mirando frenéticamente por la habitación—. ¿Hay una ambulancia afuera? ¿Y un…es eso…suena como gente tintineando vasos? —Son las calles de Nueva York, ¿una aplicación? —Respondí, sentándome con las piernas cruzadas en su lado de la cama, frotando mi propio huevo de gallina rápidamente—. ¿Sabes, ruido de fondo para dormir? —¿Por qué alguien necesitaría ruido de fondo para dormir? —Preguntó, sin soltar el bate. —Descansa, Oscar, está bien —lo calmé, tirando de él hacia arriba a la cama de su brazo—. Es demasiado tranquilo; necesitaba algo para escuchar, para que me ayudara a dormir. —Eso es ridículo. ¿Cómo puede alguien dormir con todo ese alboroto? —Se dejó caer de nuevo en la cama, el bate golpeando el suelo—. ¿Cómo puede un bocinazo ayudarte a dormir? —Es a lo que estoy acostumbrada. —Bostecé, alzando las mantas y rodeándonos, acurrucándome en su costado—. Solo cierra los ojos, te acostumbrarás en muy poco tiempo. —Lo dudo —resopló, y pude escuchar sus ojos rodar. Pero se tomó un momento para mirar la forma en que mis pechos desnudos brillaban a la luz de la luna. —Entonces, tienes sueño, ¿es eso? Me volví de costado, de espaldas a él, y deslicé las sábanas hacia abajo para dejar al descubierto mi parte trasera igualmente desnuda. —Podría persuadirte de que te quedes despierto un poco más, ya que estás despierto ahora. Cinco segundos después sentí su mano deslizarse por mi muslo, hacia mi cadera, luego hacia abajo, alisándola sobre mi piel y a lo largo de mi trasero. Diez segundos más tarde sentí su cálido cuerpo curvarse contra el mío mientras arqueaba mi espalda, sonriendo en mi almohada. Los sonidos de mis suspiros y sus gemidos se mezclaron con portazos, portazos sonando y vidrios tintineando. Nueva York viene del país. Y al país…

*** —Cuéntame sobre esta. —Resbalé en un parche de hielo un invierno, caí sobre una roca y me corté el brazo. —¿Y éste? —Destripando un lepidóptero en un viaje de pesca cuando tenía trece años, la navaja se me resbaló. —Y me moría de ganas de preguntarte sobre este aquí mismo. —Pasé la yema del dedo por su ceja, sintiendo la pequeña cicatriz blanca allí. El domingo por la mañana en lo de Óscar significaba estar tumbada en una gran cama antigua de hierro cubierta con capas de colchas y mantas, sintiendo el sol brillando a través de un viejo traqueteo de las ventanas y jugar Conecta las Cicatrices en su hermoso y desnudo cuerpo desnudo. Había estado jugando a este juego por un tiempo, y no estaba cerca de quedarme sin cicatrices. —Cepillo para el cabello. —¿Cepillo para el cabello? ¿Cómo podría un cepillo para el cabello darte una cicatriz en la ceja? — Me reí y me recosté contra su pierna. Estaba sentado con la espalda apoyada en el cabecero de la cama, con las sábanas arrugadas en la cintura mientras yo lo miraba, con las piernas apoyadas contra mi cabecera. Su mano se cerró alrededor de mi tobillo, sus dedos gentiles y suaves sobre mi piel. — Cabreé a mi hermano Seth, arrojó el cepillo para el cabello, lo siguiente que sé es que la sangre se filtraba a través de mis manos y mis hermanos corrian por el pasillo gritando por mi madre. Seth corrió por el camino opuesto para esconderse en el establo, convencido de que me había matado. —¿Cuántos años tenías? —Tenía ocho años, él tenía diez —dijo Oscar, sonriendo ante el recuerdo—. Lo había estado molestando toda la noche acerca de encontrar la foto de la escuela de Cindy Montgomery doblada en su billetera. —¿Qué estabas haciendo con la billetera de tu hermano? —Eso es exactamente lo que me preguntó, justo antes de tirar el cepillo. —Oscar se rió—. Termine en la sala de emergencias, con ocho puntos de sutura. Y esta cicatriz.

—Creo que es sexy —le susurré, trepando por su cuerpo y posando una pierna a cada lado de su cintura—. Fue una de las primeras cosas que noté de ti. Ahora cuéntame sobre la grande. ¿La grande? —Preguntó, levantando sus caderas hacia las mías con una sonrisa sugerente. —La gran cicatriz en tu rodilla —le dije, mirando por encima del hombro el lío de líneas blancas y tejido cicatricial allí. —Oh, ese grande. —Suspiró, pasándose las manos por el pelo hasta que casi se lo puso de punta—. No quieres escuchar esa historia. Le alisé el pelo, acariciándolo y dándole unas palmaditas para que volviera a estar en forma. — Pregunté, ¿verdad? —Cirugía. Voló mi rodilla. ¿Tienes hambre? Tengo hambre. —Me levantó de su regazo con un poderoso bíceps, su fuerza insondable, y se levantó de la cama. Parecía incómodo. —¿Cómo te volaste la rodilla? —Le pregunté, recostándome contra las almohadas mientras él comenzaba a vestirse. Miró alrededor de la habitación, vio un par de jeans arrojados en el brazo de una silla (los había tirado allí la noche anterior en un esfuerzo por conseguir los bienes), y cubrió sus piernas rápidamente. —En un juego. No es gran cosa, la mierda pasa. Voy a poner el café; baja cuando estés lista. —Dejó caer un rápido beso en mi frente, luego se fue, poniéndose una camiseta mientras lo hacía. Huh. Acurrucada bajo las sábanas aún calientes, me pregunté qué diablos acababa de pasar. Podía oírlo golpear en la cocina. Molinillo de café, agua corriente, tazas tintineantes. Me puse una de sus camisetas y encontré un par de gruesos calcetines de lana que pude poner sobre mis rodillas. El piso estaba helado y, al asomarme por la ventana sobre la cama, vi una gruesa capa de escarcha, sobre todo. Sin duda el otoño estaba aquí, y el invierno no estaba lejos. Un fósforo raspando sobre la lija me dijo que estaba encendiendo la vieja estufa Franklin en la cocina, y supe que pronto estaría caliente. Después de barrer mi pelo en dos coletas, me dirigí por la escalera trasera que conducía a la cocina. —Entonces, ¿qué tipo de juego? —Pregunté, mirándolo mientras sacaba lo que parecía ser todo de la nevera a la vez. —¿Huevos está bien contigo? Puedo hacer tostadas —dijo, haciendo malabares con un paquete de tocino, un cartón de huevos y algunas papas. —Huevos están bien. ¿Qué tipo de juego? —Pregunté, tirando de mi camisa para

bajarla un poco más abajo. —Fútbol —dijo, su cara oculta de mí en la despensa—. ¿Sabes cómo hacer galletas? Fútbol, por supuesto. Un montón de piezas encajaron en su lugar. El físico. El entrenamiento. Las cicatrices. Los nudillos rotos. La fuerza general. —¿Jugabas fútbol? ¿Por cuánto tiempo? —Pregunté, sentándome en un escalón, metiendo mis piernas debajo de mi barbilla. —Por siempre. ¿Galletas? —Me miró por encima de una bolsa de harina. —¿Hmm? —Galletas. ¿Sabes cómo hacerlos? —Diablos no. Quemaría la tierra si trato de cocinar algo. —Pensé que fuiste a la escuela culinaria con Roxie. Bufé, descansando mi barbilla en mis manos. —Tristemente, ir a la escuela culinaria y ser bueno en la escuela culinaria no es lo mismo. Pídele a Roxie que te cuente sobre la vez que quemé agua. —¿No puedes cocinar? Como ¿en absoluto? —Preguntó, reuniendo todo en el mostrador. —No, no todas las mujeres saben cocinar, ya sabes —le respondí, arqueando mi ceja hacia él. Él no respondió, demasiado ocupado golpeando algunos huevos—. ¿Tienes el Times? —Debería estar en el porche delantero. Creo que escuché que golpeó la puerta antes. Me puse de pie, limpiándome el trasero. Él me silbó, y lo ostenté mientras me alejaba. ¿Fue una coincidencia que escuché lo que sonaba como seis huevos crujiendo de una vez? ¿O era mi trasero tan dulce? Miré a través de las cortinas de encaje en la puerta de entrada, y de hecho espié el Times del domingo colocado en la alfombra de bienvenida. Haciendo una mueca ante la repentina culpa que me embargaba por no estar en el brunch1(bien jugado, mamá, estoy a noventa millas de distancia), envolví una manta sobre mis hombros y salí corriendo para agarrarlo. Brrrr, ¡hacía mucho frío esta mañana! Al ver que mi aliento caía a mi alrededor cuando me agachaba, casi no vi la canasta junto a la puerta principal, con un pañuelo a cuadros rojos y blancos metido y una nota dirigida a Oscar.

Agarrando la canasta y el papel, volví a entrar. —El Times, y algo más —anuncié, colocándolos en el mostrador. Levantó la vista del tocino, vio la canasta y luego miró el periódico. —Tengo la sección financiera primero —dijo, volviendo al tocino. —Um, está bien —le dije, levantando la canasta y colgándola de un dedo—. ¿No quieres saber qué es esto? —Sé lo que es —respondió, y volvió a su tocino. Silencio en la cocina. —¡Mierda, también quiero saber de qué se trata! —Le dije, sentándome en el taburete al otro lado de la isla desde donde estaba, mirando a todos lados menos al cesto. —Cien dólares dicen que son panecillos —dijo, asintiendo con la cabeza para que siguiera adelante y abriera la canasta. Levante la esquina rojo y blanco mirando. —Son panecillos —le dije, volviendo a mirarlo—. ¿Acaso estás, en algún tipo de entrega de panecillos? —Podrías decirlo. Prueba uno, están deliciosos. Calabaza es mi elección —dijo, haciéndome una seña hacia adelante. —¿Sí? —Pregunté, sacando uno y oliéndolo—. Estaré condenada, es calabaza. —Mordí una esquina, luego me desmayé—. Ah, mi diosh esshtee es el chielo. —Te lo dije —dijo con una sonrisa, moviendo el tocino con unas tenacillas y revolviendo de manera impresionante un plato lleno de huevos al mismo tiempo. Mastiqué, luego tragué. —Regístrame en esta entrega; estos son los mejores panecillos de todos los tiempos. —Tomé otro bocado de monstruo. —Le diré a Missy que te gustaron —dijo, con una expresión divertida en su rostro. Me detuve a medio bocado. —¿Panshillos de juien? —Rocié migas de calabaza por todas partes, y ni siquiera me importó. Volví a la canasta, abriendo la nota que estaba clavada al exterior.

Gracias por todo lo del viernes por la noche, eres el mejor.

Missy

XOXO

Mi mente se tambaleó, volviendo al viernes por la noche. Whoa, espera un minuto. Él no me dejó para ir a… —Whoa, whoa, whoa, espera un minuto aquí. Me dejaste para ir a ver a tu ex esposa, y luego, a sabiendas, me alimentas con los panecillos de gracias por la follada del viernes por la noche. ¿Qué demonios? —Recogí la nota y la leí en voz alta con la voz más repugnantemente dulce que pude reunir—. Eres el mejor. Vamos, ¿por qué no acaba de decir: Hola, ex marido, gracias por el pene, gracias por visitar mi vagina, aquí hay panecillos jodidamente increíbles? —Ella me hornea panecillos todo el tiempo… —Oh, ¿así es como lo que llaman aquí? —¿Es eso lo qué que llaman aquí? ¿De qué estás hablando? —Bueno, entonces, ¿qué diablos hice esa noche: batir tu mantequilla? Es mejor que no hayas batido su crema, o que Dios me ayude, yo... —Arreglé su calentador de agua caliente. Me quedé helada. Luego parpadeó. Y fulminó con la mirada. —¿Qué clase de acto sexual enfermo es ese? —¿Fumaste crack cuando estabas afuera? —Preguntó, el tocino ahora estaba humeando y los huevos estaban revueltos. Incluso sin tocarlo directamente, puedo arruinar una comida. —¿Sí o no, me dejaste el viernes por la noche, después de follarme los sesos, porque tu ex mujer llamó? —Sí. —¿Y ella te horneó panecillos solo por arreglar su calentador de agua? —Sí.

—No lo compro. —Su calentador de agua ha estado mal el año pasado. Ella no quiere comprar uno nuevo a menos que tenga que hacerlo. Entonces, cuando se apaga, me llama, voy, lo arreglo, y me hornea panecillos como agradecimiento. —Oh —dije, volviendo a sentarme en mi taburete. Oh. —¿Qué demonios fue eso de batir mi mantequilla? —No importa. Entonces, ¿no pasó nada entre Missy y tu el viernes por la noche? —No. Mierda. —Bueno, no me siento como una idiota. —Deberías —dijo, levantando la sartén de tocino quemado y tirándola a la basura. Los huevos siguieron. —Lo siento mucho –dije—. Limpiaré las ollas. ¿Tal vez podamos tomar un desayuno en la ciudad? Me miró por un momento, realmente mirándome. Intenté una media sonrisa, lo que le sacó una. —Eres un poco loca, lo sabes, ¿verdad? —Preguntó, extendiendo la mano y agarrando un puñado de coletas. Sonreí. —Viene con el territorio.

1. Es un desayuno tardío, proviene de la unión de desayuno (breakfast) y almuerzo (lunch).

15 Parte II

Traducido por AnnyR’

Fuimos a la ciudad para el desayuno. Metidos en el último stand vacío en la cafetería, pedimos un gran lío de gofres según la recomendación de la camarera. —Estos son especiales, el último de los arándanos para la temporada hasta el próximo año. —Entonces eso es lo que tendremos —le dije, sin molestarme en abrir mi menú. —Hecho —estuvo de acuerdo Oscar, devolviendo su menú también—. Y café, mucho café. —No estoy sorprendida. Por la forma en que ustedes dos estuvieron en la última noche de Pat, deberían necesitar un poco de cafeína. —Ella arqueó las cejas hacia nosotros dos y se fue a poner nuestra orden. —¿Crees que la ciudad está hablando de nosotros? —le pregunté, mirando alrededor del concurrido restaurante. Definitivamente hubo algunas miradas interesadas en nuestro camino. Y habíamos sido un poco ridículos anoche. —¿Te importa? —preguntó, inclinándose sobre la mesa y levantando mi mano, luego besándola lentamente, sus labios apenas rozando la parte posterior de mis nudillos. —¿Y a ti? —susurré, ya sabiendo la respuesta. Oscar hacía lo que quería, cuando quería, y realmente no le importaba lo que pensara nadie. Su respuesta fue de hecho otro beso, apoyándose sobre la mesa y dándome un buen golpe en los labios. —Estás decidido a hacernos el tema de la ciudad, ¿no? —La gente va a decir lo que quiera; no puedo evitar eso —respondió, con una mirada burlona—. Además, siempre están tratando de descubrirme. Ha sido así desde que me mudé aquí; es mejor hacer que sigan adivinando. —¿Hace cuánto tiempo fue eso? —Pregunté, disfrutando de la calidez de su mano en la mía. —Hmm, ¿hace cinco años? ¿Seis? —¿Y dónde estabas antes? —Dallas. —¿Es ahí donde creciste?

—Nop —dijo, mordiéndose el labio inferior. Noté que hacía esto cuando estábamos hablando de algo que realmente no quería—. ¿Crema? —Hizo un gesto hacia el recipiente de plata que un ayudante de camarero acababa de poner sobre la mesa, junto con nuestro café. —Por favor —Asentí, abrí un paquete de azúcar y lo agregué a mi taza—. Entonces no creciste en Dallas. ¿Dónde estabas antes de Dallas? —Los Ángeles. —¿Viviste en LA? —Mierda, mi chico de campo en Los Ángeles era difícil de imaginar. —No vivía en Los Ángeles, solo fui a la escuela allí. No me gustó mucho Los Ángeles. —¿A qué escuela fuiste? Se mordió el labio inferior otra vez. —USC. Se encendió una bombilla. —Jugaste al fútbol allí, ¿no? Asintió. —Beca completa. Le apreté la mano. —¡Eso es increíble! Apretó de vuelta, luego me soltó. —No es tan increíble. —Miró por la ventana, mirando las nubes—. Parece que podría llover hoy. —Espera un momento, fuiste a una de las mejores universidades del país con una beca completa, ¿y dices que no es tan increíble? Se encogió de hombros. —Vengo de una familia de fútbol. Todos jugamos, todos mis hermanos. —¿Alguno de ellos fue profesional? —pregunté. Finalmente, una reacción en su cara. Se sonrojó y sonrió tímidamente—. ¿ Tú jugaste fútbol profesional? Se encogió de hombros una vez más. —Dallas. Mi cabeza explotó. —¿Jugaste para los Dallas Cowboys? —Mi grito causó que varios miraran hacia nosotros, e hizo una mueca. —¿Podrías no gritar, por favor? —Su expresión era cautelosa ahora, cerrada de alguna manera—. Sí, jugué futbol profesional. —¿Cuánto tiempo?

No respondió por un tiempo. Cuando lo hizo, su voz era tranquila, y más dura de lo que alguna vez la había escuchado. —Seis y medio. —¿Años? Negó con la cabeza. —Juegos. Recordé nuestra conversación anterior, todas las cicatrices. Los dedos rotos, el codo reventado, el arruinado… —Te rompiste la rodilla jugando, ¿no? Suspiró, un suspiro que parecía seguir y seguir y llevar una carga tan pesada. —Sí — dijo finalmente con los dientes apretados. Y cuando se encontró con mi mirada, esos penetrantes ojos azules grisáceos estaban llenos de tanto dolor. —¡Aquí estamos, gofres para todos! —canturreó la camarera alegremente, colocando dos bandejas de gofres tachonadas con enormes arándanos, tirando de un recipiente con jarabe de su bolsillo del delantal. Óscar asintió agradecido, sirvió el jarabe y luego comenzó a comer. La conversación había terminado. *** Después del desayuno más rápido de la historia, miró su reloj y maldijo. —Llego tarde a la práctica, ¿quiero acompañarme? —Claro —le dije. Sabía que tenía fútbol para niños hoy, simplemente no sabía si me invitaría. Pagó rápidamente, y nos dirigimos a la luz del sol para dar un breve paseo hasta donde los niños comenzaban a reunirse. Mientras caminábamos él permaneció en silencio, pero me tomó de la mano. Eso significaba algo. Una vez allí, me depositó con algunas de las madres de los jugadores en las gradas, me tiró una manta de lana que había agarrado del camión, me besó rápidamente en la frente y luego se dirigió a su equipo. Vi como saludaba a sus jugadores con verdadera alegría, la primera que había visto desde que comenzamos a hablar de algo que claramente no le gustaba discutir. Lo vi bromear con sus jugadores, golpeando unos cuantos encima de sus cascos, persiguiendo a algunos otros, realmente en su elemento. Ignorando las miradas que recibía de algunas de las mamás que sin duda disfrutaban de la visión de Oscar cada semana mientras sus hijos jugaban, saqué mi teléfono e hice el equivalente a las citas de hoy en día. Busqué en Google a Oscar Mendoza.

Y en tres segundos tuve acceso a todo sobre él. Creció en Wisconsin en una granja lechera, el hijo de un ex jugador de fútbol profesional y un profesor de inglés de la escuela secundaria. Toda la vida de Oscar parecía haber girado en torno al fútbol, y había estado preparado para ser el próximo gran jugador desde que comenzó a jugar. Originalmente entrenado por su padre, luego jugó para una escuela secundaria altamente competitiva, siendo seleccionado para All County, All Region, All State y, en su último año, seleccionado como High School All American. Buscado por todas las principales escuelas de fútbol de la nación. Jugó tres años como defensa interno de la USC. Elegido tercero en la segunda ronda del draft de la NFL por los Dallas Cowboys. Retirado de su séptimo juego profesional cuando se lesionó. Pasó el próximo año rehabilitando su rodilla después de la cirugía por esas lesiones. Su contrato se suspendió cuando no pudo recuperar la velocidad que una vez tuvo, y su carrera en el fútbol terminó a los veintitrés. ¡Oh, Oscar! Dejé de leer y lo vi entrenar a su equipo el resto de la mañana, sin querer saber el resto de su historia hasta que estuviera listo para contarme. Cuando terminó la práctica, me acerqué a él en el campo improvisado en el medio de la plaza del pueblo, a un millón de kilómetros de donde estoy segura de que tenía la intención de terminar pero aparentemente feliz. Levantó la vista de su portapapeles con una sonrisa genuina, también parecía feliz de que yo estuviera aquí, con él, en su mundo. Tan pronto como pude, lo abracé y lo besé. Solo una vez, suave y dulce. Y cuando me devolvió el beso, me levantó en su contra, sus brazos tan apretados alrededor de mi cintura, el sol de otoño bailando a nuestro alrededor, y me sentí muy feliz de estar aquí con él. Cuando regresamos a la camioneta, arrojó su equipo dentro y me miró expectante. — ¿Te sientes bien para una caminata? —Claro —le dije, dejando que deslizara su largo brazo sobre mi hombro y me metiera en su costado. Nos dirigimos a Main Street, girando a la derecha en Elm, y caminamos con lo que parecía una dirección real, no teníamos prisa. Solo caminando. Fuimos a la derecha de nuevo en Maple, justo en Oak, y finalmente, una vez más, en Main, después de haber caminado por toda la plaza del pueblo. Comenzó a hablar cuando dimos el siguiente giro hacia Elm. —El fútbol era todo en mi familia… deberías saber eso primero. Exhalé, aliviada de que confiara lo suficiente en mí para contarme su historia, y contenta de que quisiera. Apreté mi agarre en su cintura, mi mano descansando a lo largo de su cadera bajo su chaqueta, cálida y acogedora. —Fútbol. Entendido. —Asentí y lo miré. La luz del sol rodeaba su cabeza como un halo.

—Mi padre jugó al fútbol; nunca fue una estrella, por supuesto, pero jugó en la NFL durante casi cinco años. Tercera cuerda para Indiana, luego media temporada en Detroit, y jugó su última temporada cerca de la casa de su familia en Green Bay. Cuando su contrato no fue renovado, nos trasladó a todos a la granja y trabajó con su padre en la lechería que poseían. Una familia de lecheros; interesante. —Pero el fútbol todavía era parte de su vida, de todas nuestras vidas. Jugué, mis hermanos jugaron, él entrenó, y si no estuviéramos fuera trabajando las vacas u ordeñándolos en el granero, estábamos en el campo. —Suena divertido —le respondí cuando parecía quedarse en su historia. Asintió con una mirada distante. —Lo fue. A medida que crecimos, no fue tan divertido. Me encantaba el fútbol, amaba el juego, el deporte, la comunidad, todo eso. Pero si fueras bueno, y lo fuera, podría conquistar todo lo demás. Eso es lo que sucedió para mí y mis hermanos. Todo se volvió sobre el entrenamiento, todo se volvió sobre el juego ese fin de semana, qué jugadas pudimos haber corrido mejor, qué bloqueo podría haber sido más difícil, qué tackle debería haber sido un saco. Literalmente comimos, dormimos y respiramos fútbol. Cuando terminó la temporada, seguimos perforando en casa, durante todo el año. Se detuvo en algún lugar en el medio de Oak Street, frotándose la cara. —Quería que tuviéramos esa ventaja, ser mejores que cualquier otra persona. Comenzó a no ser tan divertido nunca más. —¿Alguna vez quisiste dejarlo? —pregunté, y él negó con la cabeza de inmediato. —No era una opción, dejarlo nunca es una opción. Eventualmente, se convirtió en una parte de todo lo que parecía normal. Éramos una familia de fútbol, y eso es lo que todos hicimos. Incluso mi madre, ella ejecutó los refuerzos, organizó ventas de pasteles cuando necesitábamos uniformes nuevos, todo eso. —Negocio familiar —reflexioné, y él me apretó el hombro. —Eso es exactamente correcto. Mi hermano mayor, terminó recibiendo una beca parcial para una escuela regional allí en Wisconsin. Jugó durante cuatro años, y eso fue todo. Pero a mí, comenzaron a buscarme cuando era un estudiante de segundo año en la escuela secundaria. Era realmente bueno, y mi familia sabía que si iba a suceder, iba a suceder para mí. —¿Seguías trabajando para la lechería? —Sip, fútbol y vacas, eso fue literalmente mi vida.

—Y Missy —le dije en voz baja, sabiendo que a estas alturas ya había hecho acto de presencia. —Y Missy —estuvo de acuerdo—. Ella fue una parte tan importante como todo lo que era en ese entonces. Era una animadora, estaba ahí para cada juego, al margen o con mis padres. Solíamos sentarnos en la noche, en uno de los pastos, y hablar sobre cómo serían las cosas cuando fuéramos mayores. Jugaría profesional, lo sabía ahora, y sabía que tendría una vida que no podría rechazar. Nadie en una pequeña ciudad de Wisconsin, cuya única otra perspectiva era toda una vida en una lechería, no iría por las armas. Guardé silencio, sintiendo que había un cambio en esta historia. —Mi rodilla comenzó a actuar en mi último año en la USC. Al principio pensé que no era nada, todos nos golpeamos bastante bien en cada juego. Sostuve mi rodilla, estábamos ganando juegos a derecha e izquierda, y todo estaba empezando a encajar. Después de graduarme, me reclutaron, Missy y yo nos casamos justo después de eso, y nos fuimos a Dallas. A día de hoy, nunca he visto a mi padre más orgulloso. Se mordió el labio inferior, perdido en sus pensamientos. —¿Y luego? —Le pregunté, y aclaró su garganta. —Y luego era así como era la vida. Compramos una casa, comenzamos a hablar de niños, estaba jugando, todo fue bien. Entonces mi rodilla comenzó a ponerse muy mal, pero pensé, de verdad pensé, que sería capaz de aguantar. Pero… el séptimo juego de la temporada, yo estaba manejando duro y el césped estaba suelto. Fui por un lado, mi pierna por el otro, y literalmente pude escuchar mi rodilla explotar. El peor dolor que jamás haya sentido. —Oh, Oscar. —Suspiré, apoyando mi cabeza en su fuerte brazo, sintiendo el poder que todavía estaba allí, zumbando bajo la superficie. Tan fuerte. —De todos modos, eso fue todo. Me hicieron la cirugía, fui a rehabilitación, intenté con ganas no ver las señales que eran tan claras, pero al final fue obvio, estaba terminado. —Apuesto a que fue duro. —¿Sabes qué? —Su expresión se aligeró sorprendentemente—. Fue duro, pero fue un alivio. No podía jugar más, así que podía respirar un poco, pensar en qué otra cosa quería hacer. Ninguno de los dos quería quedarse en Dallas; las grandes ciudades nunca fueron lo nuestro. Así que nos fuimos a casa. Ahorré la mayor parte de mi bono por firmar, y el dinero fue mucho más allá en la zona rural de Wisconsin que en la gran ciudad, así que volvimos a casa y comenzamos de nuevo. —¿Y ahí es donde entra el queso?

—Exactamente. Conocí a un viejo que vivía en la ciudad, hacía queso cheddar. Él solía comprar su leche de nuestra lechería, y yo había estado interesado en el proceso. Empecé a trabajar con él, aprendí el negocio, y cuando Missy y yo hablamos sobre lo que queríamos hacer con el resto de nuestras vidas, comenzamos a pensar en qué otro lugar del país nos gustaría vivir. Ella siempre había querido vivir en otro lugar diferente, y es una locura cuando una idea se afianza, qué tan rápido las cosas pueden cambiar. Negué con la cabeza. —No es una locura, eres solo tú. Cualquiera que pueda superar una lesión así es resistente. Estás decidido como el infierno, Oscar. No estoy del todo sorprendida de que hayas encontrado la manera de superarlo. Se sonrojó un poco, encogiéndose de hombros. —De todos modos, así es como terminamos aquí. Había una granja en venta, había varios edificios anexos en la propiedad para que yo pudiera hacer mi tarea de hacer queso; fue casi demasiado fácil. Pero una vez que llegamos aquí y nos acomodamos, las cosas cambiaron. —¿Entre tú y Missy? —Sip. Lejos de todo lo que siempre habíamos pensado que haríamos juntos, lejos de todo lo que siempre habíamos pensado hacer juntos, comenzamos a… no sé… separarnos, ¿supongo? No de inmediato, pero afortunadamente sucedió antes de tener hijos. Entonces cuando llegó la división, estaba limpio. —Y ella no volvió a casa. —Oh, no, a ella le encantaba el área. Vive en la próxima ciudad, como sabes. Lo admito, no llegué a conocer a mucha gente aquí cuando nos mudamos. ¿Te habrás dado cuenta de que tiendo a ser un poco… distante? —Noooo —me burlé, y me besó en la parte superior de la cabeza. —Pero luego el queso comenzó a unirse, literal y figurativamente, y yo había invertido el dinero que había ganado lo suficiente como para realmente probarlo. Y ahí estamos. —Y ahí estamos —le dije, deteniéndome en la acera. Caminamos alrededor de la plaza de la ciudad casi lo suficiente como para llevar un camino en el concreto. Envolví ambos brazos alrededor de él, inclinándome en un abrazo—. ¿Y tu familia? —Han vuelto a casa. Hacen lo suyo. Mi papá está preparando a mi sobrino para ser el próximo Brett Favre. —¿Quién?

—Oh, Natalie. —Suspiró y me devolvió el abrazo con la misma fuerza. Así que ahora sabía la historia de Oscar. Pasé el resto del día con él, ayudándolo a mover las vacas, disfrutando el día, besándolo siempre que podía. Y cuando me dio un beso de despedida en la estación de tren esa noche, fue todo lo que pude hacer para no abrazarlo y quedarme otra noche. Ahora estaba bajo mi piel.

16.1

Traducido por Gesi

De regreso en la ciudad, trabajé hasta el cansancio, pasando diez horas en la oficina y centrando mi atención en el trabajo para evitar que mi mente se vagara hacia lo que me estaba esperaba a un tren de distancia. Pero tenía trabajo, y lo hice. La campaña de T&T estaba avanzando de forma maravillosa, nítida e ingeniosa, y exactamente como lo había imaginado. Dan hizo algunas sugerencias sobre cómo reforzar un poco la cobertura, incluir una ingeniosa copia funcionaría muy bien en los anuncios de radio que el cliente había acordado comprar. ¿La mejor parte de la semana? Mi amiga Clara estaba en la cuidad trabajando en la remodelación de un hotel en Flatiron District. Viajaba por todas partes ayudando a cambiar la imagen de los hoteles, especializándose en los históricos que estaban a punto de hundirse. A veces era tan simple como traer un nuevo gerente, cambiar el personal o iluminar las habitaciones, pero otras veces era una revisión completa. Ese era el caso con el Winchester, un hotel anterior a la primera guerra mundial que había hospedado a presidentes, reyes, estrellas de cine e incontables actrices jóvenes. Cayó en tiempos difíciles, y en un último esfuerzo, la familia propietaria contrató a la firma de Clara para cambiarle la marca a las nuevas estrellas y actrices jóvenes. —Deberías ver el comedor, ¡el cielo! Todavía tiene las ventanas originales escondidas detrás de kilómetros y kilómetros de cortinas horribles, pero aún están allí. —Clara estaba bebiendo su agua con gas con las manos volando por todas direcciones mientras

hablaba a toda velocidad. Se movía casi constantemente, su elegante figura de corredora parecía incapaz de quedarse quieta. Correr dieciséis kilómetros al día cuatro veces a la semana (en el quinto día se esforzaba hasta los veinticinco si tenía una carrera aproximándose), competía en maratones y triatlones alrededor del mundo. Viajaba mucho, siempre en movimiento, aunque su agenda se había estado desacelerando últimamente, ya que tomaba más proyectos que parecían estar en los Estados Unidos y no en el extranjero como era su norma. Lo que estaba bien para mí, porque eso significaba que conseguía verla más seguido. Y ahora que tenía a Roxie firmemente instalada en el interior de Nueva York, incluso estábamos planeando un fin de semana juntas tan pronto como pudiéramos sujetar a Clara. Lo cual estaba resultando ser casi imposible. —Con mamá solíamos almorzar en la sala de te del Winchester cuando era niña — recordé, pensando en los sábados invernales que pasábamos juntas—. Siempre ordenaba la sopa de cebolla francesa que solía venir en estas fantásticas vasijas de barro, todas burbujeantes y con queso. Siempre me quemaba la lengua porque no podía esperar, pero valía la pena totalmente. —Mierda, Natalie, si tuviera un centavo por cada historia que he oído como esa, ¡tendría un montón de centavos! Aún tienen esas vasijas; encontré varias de ellas en la sala de almacenamiento. Probar nuevas cosas es bueno, pero ¿cuándo tienes algo por lo que eres conocido como la sopa de cebolla? Nunca la quitas del menú. —Entonces, ¿el nuevo Hotel Winchester volverá a tener sopa de cebolla? —pregunté. —Demonios, sí —respondió levantando el vaso en brindis—. Cuando la sala de te reabra para la temporada navideña. —Mi tiempo del año favorito. —Suspiré, pensando en los escaparates de las tiendas departamentales y las multitudes, turistas y nativos por igual—. ¿Sabes dónde estarás estas fiestas? —Aún no estoy segura, hay un hotel en Colorado con el que hemos estado hablando. De más de cien años de antigüedad, de la misma familia por generaciones, pero realmente estamos luchando. Si lo conseguimos, voy a pedir ir allí. —Sabes que siempre estás invitada a nuestra casa; mis padres dan una fiesta matadora. —Mm-hmm, lo sé —dijo, sus ojos moviéndose alrededor del restaurant sin persistir sobre nada en particular. Nunca le gustó hablar sobre familia o vacaciones. Lo poco que sabía era de las escasas veces que había sido adobada lo suficiente como para hablar sobre ello. Por lo que con Roxie habíamos podido descubrir, su infancia no fue una feliz. Nunca conoció a su padre,

fue removida temprano de la casa de su madre por razones de las que no hablaba, y pasó a través de una familia de crianza a otra. Lo sorprendente era que, aunque haya tenido ese tipo de comienzo en la vida que podría haberla quebrado, se hizo su camino tan pronto como cumplió dieciocho. Ganó una beca en el Instituto Culinario al que Roxie y yo había ido, y al igual que yo, rápidamente se dio cuenta de que no era su futuro. Pero se quedó hasta el final de año, y luego solicitó ayuda financiera en una escuela tradicional de cuatro años en Boston. Las tres nos mantuvimos en contacto a lo largo de los años, y era lindo estar de nuevo todas juntas en la Costa Este. La invité año tras año a las fiestas de vacaciones con mi familia, pero siempre declinó cortésmente. —Sabes que aprecio la invitación, ¿verdad? —preguntó, su voz era baja. —Sabes que siempre preguntaré, ¿verdad? —respondí con una pregunta. Sonrió. —Un día diré que sí. —¡Perfecto! —dije, golpeándole la mano y cambiando de tema—. Entonces, este chico que he estado follando… El mesero que discretamente estuvo intentando ver debajo de mi vestido durante todo el almuerzo dejo caer su bandeja de bebidas. Clara solo coloco la cabeza entre sus manos y río. *** Caminé a trabajo después del almuerzo con besos y abrazos de Clara y una promesa de venir a cenar en algún momento de la próxima semana cuando estuviera de regreso en la cuidad. Había elegido un lugar a pocas cuadras de la oficina, y tome el largo camino de regreso para poder caminar un poco más. Aún no estaba lista para regresar a trabajar. Estaba inquieta, podía sentirlo en los huesos. Esta semana, Oscar me estaba volviendo loca lentamente con sus mensajes de texto. El primero llegó el domingo a la noche, antes de que siquiera me metiera en la cama. Una vez más, cogí el último tren a casa desde Poughkeepsie, y estaba colocando la llave en la cerradura de la puerta de mi casa cuando mi teléfono zumbó en mi bolsillo. De pie en la entrada, leí su mensaje y sus palabras me hicieron ruborizar casi al instante. Mi cama aún huele a ti. La siguiente burbuja fue aún mejor. Yo aún huelo a ti.

Pero la última era mi favorita. Trae tu gran culo de regreso aquí, Pinup. Me encantaba un hombre que no necesitaba un espacio. Los mensajes continuaron toda la semana, algunos de ligue, otros sucios, todos destinados a volverme loca. Hablamos todas las noches alrededor de las nueve, él acostándose mucho más temprano ya que el gallo cantaba antes del amanecer. Gracias a Dios que los fines de semana tenía algunos de los niños locales que cuidaban los animales, dándole la oportunidad de descansar por la mañana los sábados o los domingos. Descansos de los que había tomado ventaja los últimos fines de semana. Pero no podría ir esta vez, no había ninguna razón para hacerlo. Tenía todo lo que necesitaba para comenzar con la campaña de Bailey Falls, y mi madre me pondría una orden de captura si volvía a abandonar el almuerzo. Aun así, cuando él comenzó a decirme sobre el festival de cosecha de Halloween que sucedería ese fin de semana… —No puedo, ¡simplemente no puedo! He pasado los últimos fines de semana allí, ¡mi cuidad me necesita! No puedo volver a desaparecer —bromeé acostada en mi cama con los pies apoyados contra la cabecera el jueves por la noche, escuchando mientras Oscar exponía un caso sobre por qué era imperativo que llevara mi gran culo de regreso. —Incluso tengo personas que cubrirán mi puesto en el mercado de agricultores este fin de semana. Así de grande es este festival —contestó, su voz era extra baja y sexy esta noche. Solo habían pasado cuatro días desde que tuve un vistazo de Oscar, y mi cuerpo literalmente lo deseaba. —¿No vas a estar en la cuidad el sábado? —pregunté decepcionada. Había planeado pasarme, ir a través de nuestra usual charla sobre el “Brie”, pretender que no lo conocía en absoluto, y que solo aún tenía un enamoramiento, pero asegurándome de usar algo extremadamente escotado para torturarlo. —Nop, estaré en las Granjas Maxwell ayudándolos a instalar, y probablemente pasaré el sábado allí. Leo está preparando un laberinto de maíz. Estaba una nueva apertura del club Gramercy a la que me habían invitado, dos cenas con amigos que no había visto en algunas semanas y una recaudación de fondos en un yate en el Hudson de un amigo de mi madre. Todos lugares en lo que planeé hacer una aparición. Pero en ninguna parte de mi isla había un laberinto de maíz. Mientras giraba en la calle cuarenta y ocho, vi un cartel del subterráneo que anunciaba a Grand Central como el centro de escape del fin de semana.

¡No, universo! ¡No, no, no! Sin escapadas de fin de semana. Sin viajes en tren. Sin regresar a Bailey Falls durante el fin de semana solo para un laberinto de maíz. Pero no solo sería por el laberinto… habría una polla involucrada. Empaqué un bolso de viaje esa noche, y esta vez, en vez de pedirle a Roxie que me recogiera de la estación de Poughkeepsie, se lo pedí a Oscar. Estuvo de acuerdo al instante, y luego paso diez minutos describiendo exactamente lo que planeaba hacerme dentro de su camioneta de camino a la cuidad. Para ser justa, algunas cosas no se podían hacer de manera realista mientras se conduce, pero en realidad no importaba… *** El viernes por la tarde, salí de la plataforma del tren y caminé hacia el estacionamiento, sabiendo que Oscar estaría esperándome. Pero en cambio, me sorprendió sentado dentro de la estación en el hermoso y viejo lobby. Por un segundo, tuve el abrumador impulso de soltar mi bolso y correr a través del vestíbulo, lanzarme hacia sus brazos y dejar que me girara tontamente mientras me besaba húmedamente. Caminé rápidamente en su dirección, luchando contra la urgencia. Me encontró a mitad de camino, caminando bastante rápido y realmente me hizo girar mientras me daba el beso más grande de mi vida. La única desviación de la versión Disney de mi cabeza fue que una de sus manos se extendió por mi culo. —Guau. —Fue todo lo que logré decir cuando me volvió a colocar sobre mis pies. —¿Fue demasiado? —preguntó, la sonrisa en su rostro era imparable. —Demonios, yo soy demasiado —contesté, mi sonrisa igualando la suya—. Eso fue correcto. Recogió mi bolso y envolvió un brazo alrededor de mis hombros, guiándome hacia el estacionamiento. —Entonces, he estado pensando en todas estas cosas que querías hacerme de camino a casa, y descubrí la forma en que puedes hacerlas sin ser arrestado, o que ambos terminemos salpicados a través de la carretera. —Natalie, escucha, yo… —Hay un viejo desvió, ¿justo al lado de la antigua carretera estatal? Roxie dijo que solía ser uno de los caminos hasta Bryant Mountain House, pero ya no se usa. Por lo que estaba pensando que deberíamos usarlo. —Definitivamente podemos hacerlo, pero no… Me apresuré hasta su camioneta, ansiosa por que empezara el fin de semana. —Vamos, veamos. Si

me siento a tu lado, puedo deslizar mi mano dentro de tus vaqueros e inclinarme hacia abajo a… ¿Qué demonios? Missy estaba sentada dentro del camión de Oscar. —Hola, Natalie. —Saludó con la mano. Saludé de regreso mirando hacia Oscar con mi cara llena de preguntas. —Su auto se rompió —dijo mientras guardaba mi bolso en la parte trasera. Abriéndome la puerta del pasajero, tuvo la decencia de sonrojarse levemente. Teniendo en cuenta lo que había estado diciendo mientras caminábamos, y sabiendo muy bien ella que deber haber escuchado mi propuesta indecente, un ligero rubor no debería ser suficiente. ¿Y se veía divertido? —Mi auto se rompió —hizo echo Missy como un loro. Palmeó el asiento a su lado. Se deslizó hacia el medio, posicionándose entre Oscar y yo. Eso haría el camino por delante mucho más difícil… Agarré la puerta y me levanté con cautela. Llevaba botas nuevas de leopardo con flecos Bionda Castana de diez centímetros, y aunque caminar un metro y medio sobre adoquines no me daba una pausa, subir y bajar de camionetas no era lo que el diseñador tuvo en mente. Una mano grande y firme aterrizó sobre mi trasero sosteniéndome y también dándome un maravilloso pequeño apretón de culo donde los ojos curiosos de la niña exploradora no podían ver. Lo que sea. —Hola, Missy —chirrié. Me instalé en el lado del pasajero, sintiéndome enorme junto a la pequeña ex esposa que estaba yendo al lado de mi chico. ¿Él era mi chico? La propuesta de camino decía que sí. ¿Tal vez? Oscar subió en ese momento, y ambos completamente empequeñecíamos a Missy. —Entonces, ¿te estamos llevando a algún lugar? —le pregunté a ella. Primer punto para mí, con mi especifica elección de palabras en sentido de nosotros.

16 Parte 2

Traducido por Chachii —Oh sí, cuando Oscar vino a ayudar sugirió que te pasemos a buscar antes de ir al taller. Hizo los arreglos para que remolcaran mi auto allí. Dos puntos para las Girl Scout por no solo usarnos a su favor, sino también por meterse en nuestra medida. —Bueno, Oscar es así de bueno ¿no? Nunca dejaría a una mujer varada a un lado de la carretera. — Sonreí a través de los dientes para demostrarle que los tenía. Ella me mostró su propia sonrisa dentuda. —Es un dulce por estar cuidándome de la forma en que lo hace. —Con suerte podrás cocinarle más muffins. —Le devolví la misma sonrisa dulcemente—. Me encantó la última tanda, estuvieron geniales para el desayuno. Condujimos a través de la ciudad hacia la tienda donde el automóvil de Missy había sido remolcado con abundante tensión por toda la cabina. No estaba molesta; ¿qué tipo de hombre sería si la hubiera dejado varada junto a la carretera? Por otro lado, ¿qué tipo de ex mujer era ella si solo llamaba a Oscar cuando tenía problemas? Ella ya tuvo su oportunidad, ahora era mi turno. En mi tercer mano (usa la imaginación), no estaba en condiciones de pensar en Oscar acerca de nada que no fuera la cosa divertida del fin de semana. Éste no era mi territorio, no había motivos para que estuviera enojada. En mi cuarta mano, si nadie tenía la culpa aquí y solamente se trataba de tres personas que no tenían mala voluntad para con nadie, entonces esto era una tontería y yo era la persona más tonta del mundo. —Entonces, Natalie, estaba pensando hacer otra ronda de muffins de calabaza este finde, pero si tú estás aquí tal vez debía preparar mis galletas de salvado bajas en grasa. Mucha fibra, poca azúcar, y mucho mejor para nosotras las mujeres cuando estamos cuidado nuestra figura. Y con mi quinta mano, le daría una bofetada que… —Natalie no necesita cuidar su figura. —Oscar sonaba divertido, pero su voz tenía una nota de advertencia. Mi sonrisa era tan amplia que podría haber arrastrado a los planetas vecinos. ¡Ahora dile que no te cocine más muffins! ¡No más muffins!

—Sabes que me gustan esos de arándano que preparas, ¿esos con chispitas de colores? —preguntó él, y Missy sonrió triunfalmente. Miré por la ventana. ¿A quién le importa? Ella solo puede cocinarle muffins. Tú puedes mirarlo desnudo comiéndolos. Si bien podría no ser yo su futuro, sí era su presente y ella su pasado. Una vez que cerrara la boca respecto los arándanos y se bajara de la camioneta, yo sería quien follaria sus sesos. Mi sonrisa estaba de regreso. *** Ya en el taller, Oscar entró con Missy para asegurarse de que todo estaba resuelto. Una nueva batería estaba siendo instalada, así que una vez que él supo que todo estaba bien, Oscar dijo adiós y regresó a la camioneta. No dije nada cuando se subió. Y no dije nada cuando nos alejamos, dirigiéndonos hacia la carretera. El silencio nos presionaba y ya se comenzaba a notar. Finalmente me miró. —¿Está bien? —Mm-hmmm. Por un momento se lo tragó. —¿Eso es un mm-hmm cargado de intenciones? ¿Como cuando una mujer dice mm-hmm pero realmente significa lo contrario de mm-hmm? —Mm-hmm —contesté, dejando que mis cejas hicieran el resto de la conversación. —Mira, siento haberte sorprendido así. Así no es como planeé comenzar este fin de semana. Pero estaba varada, ¿qué se suponía que hiciera? —Por supuesto que hiciste lo correcto —dije, girándome para mirarlo—. Pero, ¿es que siempre tiene que ser tu a quien ella llama? ¿No tiene a nadie más para que le arregle su calentador de agua o que la lleve a arreglar su coche? —¿Y por qué no me llamaría? —preguntó, viéndose genuinamente curioso. Oh, bendito sea su corazón. —Sólo estoy diciendo que no todos los ex terminan en tan buenos términos. —¿Sería mejor si fuéramos desagradables el uno con el otro? —preguntó y tu tuve que sacudir la cabeza. A veces lo maldigo a él y a su sentido común. —Claro que no. De hecho, es refrescante ver a dos personas que solían estar casadas seguir siendo

amigos —dije, eligiendo mis palabras con cuidado—. Solo me preguntaba si eso es todo lo que ella quiere: amistad. —¿Missy? ¿Y yo? Oh no, no lo quiere más que yo. Y no, no quiero —dijo él, sacudiendo su cabeza. Oh, bendito sea su corazón por segunda vez. Salió de la carretera principal, dirigiéndose hacia la arcada de las Granjas Maxwell. Lo miré y luego volví a mirar el letrero. —¿Qué estamos haciendo aquí? —Recuerda, te lo dije, estoy ayudando a Leo a prepararse para el festival de Halloween mañana. Maldición, lo había olvidado. Todos esos pensamientos de potencial líder de la carretera, y luego todo el sentido común sobre las ex esposas y puf, lo olvidé. Miré la fina neblina de lluvia que salpicaba el suelo y luego miré a mis botines de diez centímetros. Maldición. De vedad tengo que empezar a empacar zapatos más, ugh, prácticos. Resultó que la mayor parte del trabajo que haríamos sería en el granero, lo que era genial para mí y mis botas. Roxie estaba allí y dio un grito de sorpresa cuando me vio. —¿Qué estás haciendo aquí? ¿Sabía que vendrías? He estado horneando malditos pasteles de calabaza por tres días para este festival, así que es bastante posible que haya olvidado que vendrías. ¿Si Polly? La hija de Leo estaba tirando de su falda, sosteniendo un frasco. —Oh mierda. ¡Me refiero no a mierda! Ugh, esa es la tercera, ¿no? —preguntó Roxie. Polly se rio encantada. —Sí, fueron dos ahora, y luego ésta la que mencionaste con los pasteles de calabaza. —Sostuvo el frasco mientras Roxie rebuscaba en los bolsillos de sus vaqueros. —Tengo cincuenta centavos, eso es todo. Natalie ¿tiene veinticinco centavos? —Eso creo. ¿Para qué es esto? —pregunté, escarbando en mi bolso. Le tendí la moneda y la miré expectante. Polly dijo—: Empecé con el frasco de las malas palabras porque Roxie es muy mala en ello. ¡Ya tengo cerca de quince dólares! —¿Eso es todo? Me sorprende que no sea más —dijo, mirando a Roxie dejar caer el dinero dentro de la jarra. —Quince dólares, ¡solo de esta semana! —me dijo Polly.

—Eso tiene más sentido —estuve de acuerdo, hurgando nuevamente en mi bolso—. Aquí tienes, un dólar por adelantado por las siguientes cuatro veces. —¡Increíble! ¡te apuesto a que se los gastará durante la noche! —Ver a Polly burlándose de Roxie fue genial, y podría asegurar por mirarlas que ambas disfrutaban del juego—. Pero Oscar nunca tiene que darme dinero para el frasco de las malas palabras. —Nope —dijo Oscar con una mirada estoica en su rostro—. A diferencia de estas damas, yo soy un caballero. Resoplé. —Un caballero que habla de mi trasero con cada oportunidad que tiene. Los ojos de Oscar bailaron mientras mantenía su risa bajo control, especialmente cuando comencé a escuchar el tintineo de la mocosa. —Paga, Natalie —dijo Polly, sacudiendo el frasco. —¿Pagar? ¿Dónde escucha esas cosas? (1) —le pregunté a Roxie. —Mi madre le está enseñando a jugar póker. —Descuéntalo de mi dólar pequeña. ¿Sí? —dije y ella asintió antes de salir corriendo— . Acabo de ser timada por una niña de siete años. Leo salió de la multitud, colocó sus brazos alrededor de la cintura de Roxie y yo lo señalé con el dedo. —Tu hija nos acaba de quitar casi 2 dólares. —Debes haber estado maldiciendo —contestó, plantando un beso en el cuello de Roxie. ¿Puedo tomar prestado a éste gran hombre por un minuto? —Pide prestado a quien quieras, pero necesito que vuelvas a la gran casa en veinte minutos para mover las sillas de tu madre al almacén. Me matará si algo se pone encima de ellas. — Roxie chilló cuando continuó besándola un poco más. —Pero espera, devuelta a esto —dijo ella, señalando a Oscar y a mí—. ¿Cuándo llegaron? No estaban planeando venir, ¿verdad? —Yo no lo estaba —dije, sintiendo el color entrar a mis mejillas. —Voy a ayudar a Leo, deja que tus dos gallinas chillen un poco —dijo Oscar pareciendo dudar por una fracción de segundo, luego se inclinó para plantar un beso en mi frente

antes de irse con Leo. Sintiendo que mi piel hormigueaba donde sus labios acababan de estar, sonreí, mirándolos a ambos marcharse hacia el granero, Oscar golpeando a Leo en el hombro claramente burlándose de él por lo que acababa de pasar. Podía sentir ojos puestos sobre mí y me giré hacia Roxie, cuya sonrisa era aún más amplia que sus ojos. —¿Entonces…? —preguntó ella, y pude sentir el rubor profundizándose. Me cruce de brazos. —¿Entonces? Me estudió cuidadosamente, viéndome como me ponía cada vez más roja. —Nunca pensé que vería el día donde… —Cállate. —… Natalie Grayson, odiadora de todas las cosas de campo… —Cierra. La. Boca. —…se enamorará de un chico de campo. ¿Enamorar? Whoa. —Cállate. Ahora. —dije, dirigiéndome hacia donde parecía estar toda la acción, armando los puestos para el día siguiente. —De verdad Natalie, ¡vuelve aquí! ¿Oye! —gritó Roxie cuando comencé a caminar más rápido. No era fácil; con cada paso que daba me hundía más y más en la hierba húmeda de camino al granero. Me alcanzó rápidamente—. Solo estaba bromeando. —Lo sé, lo sé —dije con un pesado suspiro. Me giré hacia ella, básicamente girandome sobre el talón izquierdo, el cual estaba completamente hundido en el barro—. Yo solo… todavía no sé lo que es esto. Así que no lo hagamos sonar como la gran cosa, ¿está bien? —Es la suficientemente gran cosa para que estés aquí cada maldito fin de semana de repente. Yo diría que estás bastante enganchadita. —Esa es una buena palabra para ello —le dije, mirando la escena frente a nosotras. El gran granero de piedra, la gente riéndose y hablando como si se conocieran por años, puñado de niños corriendo de acá para allá y, en el medio de todo eso, intentando sostener al menos seis calabazas a

la vez sobre sus brazos, estaba el chico del cual estaba enganchadita. Enganchadita. Gatita. Pequeñita. ¿Por qué todas esas palabras me recordaban a algo cálido, acogedor y seguro? Y mientras miraba a Oscar ayudando, admirando su fuerza, su forma de quedar dentro del grupo, pero al borde, supe que estaba enganchadita de verdad. Si había algo más allá de eso, no lo sabía. Francamente, algo más allá de eso me asustaría como la mierda. Siempre me alejaba de las relaciones antes de que los gatitos enganchaditos aparezcan. —¿Cuándo lo supiste? —le pregunté a Roxy, quien estaba mirando la misma escena enfocada en el tipo que dirigía el programa—. Quiero decir, que tu… —¿Amaba a Leo? —preguntó ella, su rostro suavizándose—. Empecé a enamorarme de él cuando me trajo nueces por primera vez. —Se mordió el labio por un momento mientras pensaba—. Pero sabía que estaba enamorada cuando lo vi con su hija por primera vez. —¿Cómo lo supiste? —¿Que era amor? Asentí. —Porque me asustó como mierda. Y eso era algo nuevo para mí. Roxie tuvo un montón de los mismos pensamientos acerca del amor que yo, aunque los suyos causados no por un Thomas, sino por una Trudy. Después de pasarse su infancia mirando a su madre saltar de hombre en hombre, siempre enamorándose para luego ser aplastada cuando la inevitable ruptura ocurría, había crecido decidida a nunca enamorarse. Así fue hasta que conoció a Leo. Entonces todas las promesas se extinguieron. Observé mientras Oscar apilaba las calabazas alrededor de la cabina de tallado de linternas, su cuerpo era tan grande y aun así se movía con gracia. Depositó otra pila en el piso y comenzó a mirar hacia la multitud, buscando… ¿a mí? Nuestros ojos se cruzaron e incluso a la distancia podía ver la dulzura en su mirada. Y el calor. Enganchadita. Mm-hmm.

(1) Polly utiliza la plabra “ante up” que es algo más bien utilizado en los juegos de Poker a la hora de realizar apuestas o pagar deudas.

17.1

Traducido por MadHatter

Halloween en la ciudad de Nueva York significa subir y bajar por la escalera trasera para ir a pedir dulces en todos los pisos de tu edificio de departamentos. Contarle chistes al portero a cambio de dulces. Subirte en el metro con no menos de siete hombres vestidos con pantalones marrones sucios y suéteres con rayas rojas y verdes, seis de los cuales van vestidos oficialmente como Freddy Krueger. Halloween en el país está hecho para una película de terror. Las hojas crujen, el viento fantasma sopla a través de los árboles desnudos, los tallos de maíz te llaman como si fueran dedos espeluznantes, y caminos por donde cabalgan jinetes sin cabeza. Todos dijeron que era seguro, claro. Gente que sabía todo acerca de los secretos del Valle del Hudson, y quien los guarda. No te preocupes, no hay nada de qué temer. A menos que te desvíes demasiado cerca del borde del maizal. Honestamente, si conociera a una persona llamada Malachi, estaría de vuelta en ese tren en dos segundos. Así que me sentía muy feliz de que el festival de Halloween comenzara durante el día, en donde todo tenía luz, era brillante y alegre, lleno de personas felices celebrando la cosecha como siempre lo habían hecho. Maxwell Farms era el centro de la alegría, y después de todo el trabajo de la noche anterior, era como si una revista de Martha Stewart cobrara vida. Una revista de Martha Stewart con unos jodidos granjeros apuestos. Era uno de esos días de otoño perfectos: el aire era fresco y limpio, las hojas eran fantásticamente brillantes, el cielo tan azul que me hacía entrecerrar los ojos al mirar hacia arriba. Y en toda esta brillante y hermosa luz, cojeé por el corral con Oscar, agarrándome del codo.

—Deberías haberme dejado poner hielo sobre eso antes de irnos. —El hielo no iba a ayudar —murmuré. La mano grande de Oscar me acarició la espalda, ligera como una pluma. —El hielo ayudará con la inflamación, Pinup. Sobrecargaste tus músculos. Lo miré, casi tan alto como el cielo mismo. —¿Quién sobrecargó mis músculos, Hombre de las Cavernas? —Tú lo hiciste —respondió, con un destello divertido en su mirada. —Ciertamente no me tiré a mí misma por toda la cama esta mañana —refunfuñé, con el calor destellando a través de mí al recordarlo unas horas atrás. —Te puse de rodillas, Natalie —susurró, bajando la voz. Él bajó, también, inclinándose para que su boca se encontrara a un parpadeo de mi oreja, sus palabras oscuras y deliciosas—. Difícilmente lo llamaría tirarte por toda la cama. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, hasta mis caderas, caderas que todavía sentían cuan firmemente sus manos me habían agarrado cuando realmente me puso de rodillas. Me había sostenido con tanta firmeza, sus manos cálidas y gigantescas que se ajustaron a mis curvas, se ajustaron perfectamente a la parte baja de mi espalda, me colocó de rodillas y sobre mis manos e inclinó mi pelvis para poder penetrarme con una estocada poderosa. Me estremecí una vez más. —Como sea. Quién haya arrojado quién, quién haya empujado a quién, el punto es... —El punto —me interrumpió, plantando un beso en el costado de mi cuello—, es que necesitas hielo. Mejor pronto que tarde. Me quedé quieta, mirándolo. Con el sol resaltando el mechón castaño en su cabello, su espeso cabello castaño y caoba ondulando alrededor de su rostro, todavía desordenado por mis manos. Este hombre, este hombre que se parecía a una especie de dios de la isla, al que las mujeres deberían estar rodeando de tikis y rezándole para aumentar su fertilidad, acababa de besarme en el cuello frente a la mitad de la ciudad… y me encantó. Y sabía que me estaba enamorando de él a lo grande. Con todo mi corazón, llena de mariposas, amenazando con salirse de mi pecho y escribir mis sentimientos para que todo el mundo los viera. Esto se estaba moviendo más allá de un enamoramiento. Esto iba más allá de una revolcada en el heno y un asimiento en el camión. Sentía emociones. Lo cual me ponía muy nerviosa… pero iba a seguir la corriente, a lidiar con eso.

Pero en este momento, solo sentía la franela. En mi mano, curvándose en un puño mientras lo arrastraba hacia mí, esos labios demasiado carnosos y deliciosos para no ser besados. Lo besé, y él me besó, y antes de darme cuenta, sus manos estaban alrededor de mi cintura, teniendo cuidado con mi dolor de espalda, pero todavía cálido y presionándose a lo largo de mi piel cantora. Nos besamos de forma lenta, y dulce, profunda y abrasadora, hasta que no sentí nada, excepto cada punto de contacto entre nosotros. Y sí, eso incluía la impresionante erección contra mi estómago. De repente, a través de mis suspiros silenciosos y sus gruñidos bajos, escuché algo más. Algo mucho más agudo y risueño. —Asco —dijo una pequeña voz desde algún lugar mucho más cerca del suelo. Aparté mis labios de los de Oscar para investigar. Polly se hallaba de pie junto a nosotros, y Roxie y Leo estaban cerca con una sonrisa gigantesca. —No digas asco, niña. —Me reí, dejando caer un beso más en la boca de Oscar—. Harás que se acompleje. —¿Qué es acomplejar? —preguntó Polly. Leo la levantó y la plantó firmemente sobre sus hombros. —Vamos a echar un vistazo a ese laberinto de trigo, ¿eh? Y con mi mano engullida en la grande de Oscar, hicimos justo eso. Pasamos el día juntos, disfrutando de todas las actividades. Entré y gané un concurso de tallar una calabaza, capturando el horizonte exacto del bajo Manhattan de memoria a través de un cielo de calabaza. Polly y Leo hicieron la carrera de tres patas y perdieron espectacularmente, llegando tan de último que casi fueron descalificados. Roxie fácilmente venció a la competencia en el concurso de pasteles, y la gente estaba luchando por obtener el último trozo de su clásica tarta de crema de vinagre, que suena terrible pero que era jodidamente irreal. Pero mi día en el campo estuvo completo cuando vi a Oscar compitiendo en la carrera de batir mantequilla. Me quedé sin palabras. Tacha eso. Hay palabras. Y algunas de ellas son… Bombear. Arriba.

Abajo. Manos. Envueltas. Alrededor. De. La. Madera. Crema. Salpicando. Lengua. Asomándose. Concentración. Ritmo. Empujando. Sudando. Ojos. Sobre. Mí. Durante. Todo. El. Tiempo. Esto. Es.

Caliente. O. Soy. Solo. ¿Yo? (Esta es Roxie… no es solo tú.) Si fuera posible que alguien ardiera espontáneamente por ver a un hombre fornido batiendo mantequilla, entonces yo sería la primera en hacerlo. Después de que ganó, logré llevarlo atrás del granero de piedra y sentir algunos buenos sentimientos, suficiente piel para marearme hasta esta noche, al menos, cuando planeé montar a mi campeón hasta que llevarlo al otro lado de la meta. El día fue perfecto, uno que si pudieras ver desde arriba, si pudieras retroceder a una gran toma de cámara y observar, pensarías que estás viendo un anuncio para la Junta de Turismo de Nueva York, o al menos el anuncio de una pequeña ciudad del consejo impreso en una revista regional. Gente radiante y feliz, y ahora estábamos bailando. No, de verdad, había incluso una pista cuadrada para bailar en medio de todo esto. Martha Stewart conoce la perfección visual de Norman Rockwell. Mientras que mi dolor de espalda me impidió ir alardeando hacia la izquierda y avanzar a la derecha, Oscar y yo logramos colarnos lentamente cuando la banda de bluegrass interpretó su propia versión de "Crazy" de Patsy Cline. Nos balanceamos hacia adelante y atrás bajo el cielo de octubre, nuestros ojos solo viendo al otro, sus manos intentando con todas sus fuerzas no posarse sobre mi dulce culo. Cada pocos compases sus manos comenzaban a deslizarse hacia abajo, y tuve que recordarle que aquí nos encontrábamos en exhibición, con niños en todas partes. Vimos cada puesto, visitamos cada sitio, conversé con todas las personas que había conocido en las pocas semanas desde que descubrí esta maravillosa ciudad. Eventualmente agarramos una mesa de picnic, la llenamos con Leo, Polly, Chad y Logan, y Roxie y yo nos dirigimos a un puesto para agarrar perros calientes para todos. —Ustedes dos parecen llevarse bien —dijo Roxie, golpeando mi cadera en el camino al puesto de perritos calientes. —Lo hacemos, ¿no? —contesté, sintiendo mis mejillas crujiendo mientras sonreía por

milésima vez ese mismo día—. Debo admitir que es bastante bueno. —Eso es obvio. —Se metió en la fila justo antes de que una pandilla de niños de secundaria nos ganara—. Entonces, ¿a dónde va esto? —Tranquila, Callahan. —Cállate con tu tranquila, soy yo. Dame los detalles por favor. —Los detalles son que es una pregunta imposible de responder. Además, ¿quién dice que tenemos que decidir hacia dónde nos dirigimos en este momento? Yo me dirijo en dirección del perro caliente más grande que pueda encontrar. —Esto la aplacó por un momento, y nos movimos hacia otro espacio en la fila. Pero entonces ella simplemente no pudo resistirse… —Al menos dime algo sobre su perro caliente —dijo, y me lanzó una mirada cómplice. —Está en la dirección del perro caliente más grande que puedo encontrar —repetí. —¡Lo sabía! ¡Lo sabía! —Se rio, apretando mi brazo—. A veces es como si Dios repartiera grandes cuerpos y rostros hermosos, pero luego absolutamente nada en el departamento de pantalones, ¡y es lo peor! Y Oscar es tan hermoso, temía por sus pantalones. Me reí, estando de acuerdo. Era raro que alguien tan bendecido arriba fuera tan bendecido a abajo. Y algunos de los tipos menos atractivos pueden tener la polla más talentosa por ahí. Pero no siempre convergen las dos cosas. Y me sentía más que encantada de tener esa convergencia entre mis muslos. Me acerqué. —No temas por sus pantalones, porque es bueno y estamos bien conectados. —Me encanta cuando recorres toda la Tierra Media conmigo —dijo, justo cuando escuché a uno de los niños detrás de nosotros preguntando… —¿Qué demonios son los pantalones? —Creo que son unos pantalones anticuados —respondió uno de los otros. Ella atrapó mi mirada, y silenciosamente acordamos mantener el resto de nuestra conversación libre de la palabra pantalones mientras permaneciéramos en la fila. —Tres perritos calientes, por favor —le grité al tipo que estaba detrás del mostrador. —¿Cómo los quieres? —preguntó, señalando la gran variedad de condimentos.

No tenía ni idea. En caso de duda, hazte la valiente. —Uno solo con mostaza, y en los otros dos coloca de todo. —Sonreí mientras lo veía llenarlos con todo tipo de cosas, pensando que Oscar parecía una clase de hombre al que le gustaba todo. Una vez que volvimos, miré los perritos calientes que había procurado para mi hombre, y sus ojos se encontraron con los míos. Calor puro ardió en todo el corral y me volvió loca el pulso una vez más. Entonces mi mirada se desvió un poco hacia la derecha, y el calor se convirtió en furia. Porque sentada junto a Oscar, en el medio del banco, no había otra persona más que la ex esposa Missy, luciendo decididamente alegre mientras colocaba una bandeja de salchichas delante de mi chico. —Oh, hermana, escogiste el asiento equivocado —me enfurecí, y Roxie miró hacia donde las dagas de mis ojos estaban aterrizando. —Oh chico —murmuró, e intentó dar un paso frente a mí—. Toma un respiro, Nat. Solo… —Estoy tranquila —dije entre dientes mientras continuaba hacia la mesa—. Perfectamente calmada. Tan calmada, de hecho, que cuando llegamos a la mesa, me levanté en el banco entre Leo y Polly, me puse de pie encima de la mesa, me paré frente a Oscar con mi bandeja de perritos calientes y le sonreí dulcemente a Missy. —Gracias por cuidar mi asiento, Missy. Puse mi pie entre ellos en el banco, dándome vuelta en el último minuto para colocar mi trasero directamente sobre su rostro, luego me arrastré hacia el espacio que de repente tuvo que abandonar. Al otro lado de la mesa, Leo, Polly, Chad y Logan estaban mirándome con las mandíbulas caídas, y detrás de ellos, Roxie negó con la cabeza con la boca tensa. Oscar, sin embargo, parecía que estaba tratando con todas sus fuerzas de no reírse. —¿Perrito caliente? —pregunté brillantemente, dejando la bandeja frente a él. —Se ve bien —respondió, pasándose una mano por la mandíbula y sin ocultar su risa miserablemente—. ¿Cuál es el mío?

—Los dos con todo —respondí con una sonrisa, recogiendo su botella de cerveza y drenando la mitad en un trago—. Qué sedienta estoy. Sentí un insistente golpeteo en mi hombro, y aunque al principio traté de ignorarla, pronto se hizo evidente que no se iría.

17 PARTE II

Traducido por Auris

—¿Si, Missy? —pregunté con mi voz más amable, volviéndome hacia ella. —A Oscar no le gustan sus perritos calientes así —chirrió, mirando por encima de mi hombro a la bandeja. —¿Disculpa? —Oscar nunca le pone nada más que mostaza en sus perros calientes. —No me digas —respondí, tratando de mantener la calma. ¿Quién diablos se creía? Exesposa significaba ex en tengo algo que decir; ex en ser una sabelotodo; ex en al analizar todo sobre Oscar. Miró minuciosamente la bandeja frente a él, catalogando todo lo que estaba mal con las salchichas. Levantó una ceja crítica, inclinó la cabeza hacia un lado y, a través de pequeños labios fruncidos, dijo—: Y odia las cebollas. ¿Sabías que odia las cebollas? Dejé que una sonrisa se deslizara lentamente en mi rostro, la sonrisa que usaba para los tipos espeluznantes en el metro y los hombres que hacen bromas pesadas. Parte Stepford, parte demonio, completamente “ciudad de Nueva York No te metas

conmigo”. —¿Cómo sabría que no le gustan las cebollas? Hemos estado demasiado ocupados follando. Leo levantó a Polly y la alejó de la mesa, sacudiendo la cabeza de la misma manera que Roxie, mientras Polly reía sobre algo de necesitar una alcancía más grande. Chad y Logan se detuvieron en seco, con la boca llena de perritos calientes. Roxie también estaba congelada, pero la forma de O en su boca era más reasignada que sorprendida. Los ojos de Missy se llenaron de lágrimas, primero los bordes, luego se derramaron en el centro, mezclándose con su máscara ahora visible formando un lodo. La mano de Oscar se posó en mi hombro. Y se sintió... diferente. ¿Podría una mano transmitir desaprobación? Me volví y vi su rostro, y santa mierda, esa ceja era más que desaprobadora. Missy se bajó del asiento y se fue al granero. Capté la imagen por el rabillo del ojo, y no se me escapaba que tenía las manos sobre los ojos. ¿Cómo se las arregla para abrirse camino, entonces? Cinismo interno, es hora de retirarse. Ahora Oscar se hallaba de pie y mirándome con una expresión indescifrable. ¿Confusión? ¿Dolor? ¿Vergüenza? Decepción. —Oh, vamos —murmuré mientras me apretaba el hombro, luego salía en un trote lento en la misma dirección que Miss Missy. —Cómo es esto... pero por qué él... pero ella lo sabía... y no quise... pero siempre está cerca y... hijo de puta. —Me dejé caer en el asiento que había reclamado tan dramáticamente y estudié los perros calientes—. ¿Cómo se suponía que sabría que no le gustaba la cebolla? —¿Porque han estado demasiado ocupados follando? —dijo Logan. Levanté la mirada para verlos a todos mirando a ver qué sucedía a continuación, yo me incliné más hacia la mesa, con el mentón en las manos. Logan intercambió una mirada con Chad. —¿Te encuentras bien?" —¿Estoy fuera de lugar aquí? Quiero decir, es raro, ¿verdad? Que actúe como si…

Tres bocas hablaron a la vez. —¿siguiera enamorada? —Lo quiere de vuelta. —Le encantaría tener ese perro caliente dentro de su pan. —Guau —dije—. Me alegra no ser solo yo. —Absolutamente no eres solo tú, cariño —dijo Chad, dándome palmaditas en la mano—. Esos dos son como los carteles de cómo deben comportarse los adultos después de un divorcio... —… si uno de esos adultos todavía sigue totalmente enamorado —terminó Logan. —No tienes que decirlo así. —Lo amonestó Chad—. Natalie se encuentra claramente molesta, y creo que tenemos que asegurarnos de que… —Oh, asegurarnos de nada. Es una chica grande, y sabe lo que está pasando. ¿No viste el momento de Dinastía justo ahora? Aniquiló a Missy; fue… —Oh, paren ustedes dos —dijo Roxie, volviéndose para mirarme—. No importa lo que digamos sobre Oscar y Missy. ¿Qué dice Oscar sobre él y Missy? —No mucho. Realmente no hemos hablado de eso —admití—. Supongo que deberíamos hacerlo, ¿verdad? Quiero decir, eso es lo que hacen los adultos... Creo. —No me preguntes. Todavía no estoy segura si aún soy oficialmente adulta, aunque estar enlistada como segundo contacto de emergencia en la escuela de Polly me hizo sentir como de tres metros de alto... y muerta de miedo. Pero también un poco... honrada, de que Leo me la confiara. Me senté en silencio por un momento. —Realmente eres oficialmente una adulta. Ella asintió. —Dios nos ayuda a todos. Tiramos los perritos calientes y nos fuimos a buscar a Leo y Polly. Obtuve una mirada severa de Leo, los cinco de Polly (quien luego recibió una mirada severa de Roxie), y un gran puñado de nada cuando fui a buscar a Oscar. No se hallaba en ninguna parte.

***

Haciendo que Roxie me lleve a casa después de ayudar a Leo a limpiar un poco, doy vueltas en la cama de la habitación de huéspedes. Vistiendo una de sus camisetas, ya que mi bolso de fin de semana se hallaba en la camioneta de Oscar. ¿Dónde demonios estaba? Le envié mensajes de texto dos veces, pero no respondió. Ni uno para decir lo que no quiere ser encontrado, le di su espacio. Pero seguía preguntándome donde se encontraba… y lo que podría estar haciendo. Esto, aquí mismo, lo que sentía: confusión, inquietud, inseguridad, era la razón por la que nunca me había metido tanto así en una relación. Y ya me encontraba muy metida. Estaba loca por este tipo, y no parece que vaya a desaparecer pronto. Aish. Caí sobre mi estómago. La camiseta más grande que Roxie tenía me quedaba ceñida en las caderas y, sin duda, en mis pechos. Caí sobre mi espalda. Me incorporé, golpeé repetidamente la almohada, me acosté, me senté de nuevo, volví a voltearme sobre el estómago y me puse como una estrella de mar. Justo cuando finalmente me estaba calmando, alguien llamó a mi puerta. —¿Nat? —dijo una voz tranquila. —¿Si? —Hay guapo productor lechero en la puerta de entrada. Ve a ver lo que quiere. —Luego los pasos de Roxie volvieron por el pasillo hacia su habitación. Eran más de las dos de la mañana, por el amor de Dios. Curiosa por saber lo que tenía que decir, quité las sábanas, me puse una bata y bajé los oscuros escalones hacia la cocina, luego salí al porche. Temblando por el frío aire de la noche, me hallaba agradecida por los gruesos calcetines de lana que me puse antes de acostarme. Parado en un charco de luz de luna, meciéndose sobre sus talones, Oscar miraba la puerta de entrada. ¿Nervioso? ¿Aún decepcionado? La luz de la luna no era lo suficientemente brillante como para decirlo, pero claramente tenía algo en la mente. Una tabla en el porche crujió, y se giró sorprendido. —Hola —dije.

Me miró, vio mi bata y calcetines. Y no dijo nada. —Me despertaste de un sueño profundo, cavernícola. ¿Qué pasa? —No quería indicar que perdía el sueño por lo que había sucedido. —Quería hablar contigo —comenzó finalmente, dando un paso hacia mí —¿Hablar sobre qué? —pregunté. —Sobre lo que sucedió esta noche. —Dio un paso—. Con Missy. —Otro paso. —Oh. Eso. —Lo hice sonar como si no me hubiera afectado en lo más mínimo que me hubiera dejado para ir a perseguir a su exesposa para limpiar sus tan convenientes lágrimas—. Sí, hablemos de eso. —Hasta allí no estar afectada. —Lo que dijo Missy, sobre la forma en que me gustan los perros calientes, fue… Grosero. Arrogante. Territorial. —... cierto. Parpadeé. —¿Cierto? Asintió. —Tiene razón. No me gusta el condimento. Y no me gustan las cebollas. Mis manos se hallaban repentinamente sobre mis caderas, y mi pie derecho golpeteaba furiosamente. —Bien, Oscar. No quieres mi condimento ni mis cebollas, solo dilo. —Lo acabo de hacer, en realidad —dijo, sus ojos veían el golpeteo de mi pie. —Así que Missy sabe todo lo que hay que saber sobre ti, y yo no sé nada. —Fue mi esposa, Natalie —dijo en voz baja, y algo muy pequeño y casi extraño para mí, muy adentro, se retorció al escuchar esas palabras—. Sabe que a veces me gustan las chispas de chocolate en los panqueques. Sabe que soy terrible para doblar ropa, pero que me encanta planchar las sábanas. Sabe que cuando estoy enfermo, me gusta que mover el ginger ale para deshacerme de las burbujas. —Si me despertaste en medio de la noche solo para enumerar todas las cosas maravillosas que hace Missy, esto realmente podría haber esperado hasta la mañana. —Y hace magdalenas geniales —continuó como si no hubiera dicho una palabra, mirándome con el más leve atisbo de diversión. —¿Dime otra vez por qué te divorciaste de ella? —pregunté con dulzura—. Parece ser la indicada.

—¿Qué hay de malo con que dos personas sigan siendo amigos después de divorciarse? —Es extraño —respondí rápidamente. —¿Extraño? —Sí, es extraño. Se supone que deben, no sé, odiarse, estar amargados y enojados, y pelear por cosas como mesas de café y el escurridor de ensalda. —¿Qué es un escurridor de ensalada? —Es un tazón en el que pones las verduras lavadas y... ¡Detente! ¡Esto no se trata de eso! —Tú hablaste del escurridor de ensalada, debe ser algo bastante sorprendente si se supone que debo… ¿qué dijiste? ¿Pelear por eso? ¿Junto con una mesa de café? —Tú. Eres. Exasperante. —Solté cada palabra lenta y claramente, sin querer que se les escapen. —Missy solía decirme lo mismo. Me lancé hacia él, me arrojé sobre este hombre gigante con hombros gigantes, y literalmente intenté arrogarlo al suelo, mis pies calzados con calcetines se deslizaron sobre los fríos tablones de madera. Mis manos lucharon por asestar un golpe, por hacer otra cosa que no fuera colgar lastimosamente de sus enormes hombros, mientras él simplemente se respiraba hondo y me dejaba patalear en el aire. Cuando comenzó a reír, realmente perdí la calma. —¡No te atrevas a reírte de mí, hijo de puta! ¡No puedo creer que te reirías de mí, después de lo que me hiciste esta noche en esa estúpida fiesta! — Me lancé violentamente hacia él, fallando por un poco. —Bien, eso es todo —gruñó, atrapándome por la cintura, tirándome por encima del hombro como un saco de papas y comenzando a cruzar el césped—. Buenas noches, Roxie, perdón por el ruido —gritó. Levanté la mirada para verla colgando de la ventana de su habitación y saludándonos alegremente. —Gracias a Dios, ahora puedo volver a dormir —dijo con buen humor, comenzando a cerrar la ventana—. Solía ser tan tranquilo aquí en el campo. Me llevó a su camioneta, pateando y gritando obscenidades. Abriendo el lado del pasajero, me dejó dentro y luego cerró la puerta. Mientras continuaba gritándole, se quedó parado afuera de la puerta hasta que agoté todos los insultos en los que pude pensar, los cuales eran muchos. —¡… hasta que se caiga y se pudra! —terminé finalmente, jadeando. La ventana del lado del pasajero estaba casi completamente empañada, pero podía ver su forma a través de esta,

esperando afuera. Froté el lazo de mi bata sobre la niebla, creando un lugar despejado. Se inclinó para mirar, sus ojos brillaban a la luz de la luna. Hijodepu… —Déjame salir. Dijo algo, pero yo no podía entender las palabras. —¿Qué? Hizo el gesto de bajar la ventana, y la bajé un poco. —Déjame salir —repetí. —Te dejaré salir cuando te calmes. —Realmente no recibo bien las ordenes. Deberías saber eso sobre mí —dije, furiosa. —Debidamente anotado. —Me dio esa maldita sonrisa asesina—. ¿Estás lista para hablar como la gente normal ahora? —Define normal. Pensó por un momento. —¿Qué tal si solo aspiramos a no gritar más? Medité. —Trato. ¿Puedo salir ahora? Sacudió la cabeza. —Me sentiría más segura con la puerta de acero entre nosotros por un rato más. ¿Pero tal vez podrías bajar la ventana un poco más? —Puedo oírte bien —murmuré, pero bajé completamente la ventana. Cuando levanté la mirada, su rostro se hallaba a escasos centímetros del mío. —Con la ventana cerrada, no podría hacer esto —susurró, luego me besó lenta y dulcemente. Cuando se alejó, mis labios quisieron seguirlo, pero los mantuve a salvo dentro de la camioneta—. ¿Así que realmente te encuentras molesta por lo de las cebollas? —Yo… —comencé a gritar, luego cerré la boca fuertemente e intenté pensar en lo que quería decir —. Me molestó que tu exesposa no pudiera esperar para decirme que no te gustaban las cebollas. Y créeme, vamos a hablar de eso. Pero lo que realmente me molestó fue que te fuiste y nunca volviste. Me dejaste sola... —No estabas sola. —Me sentí sola. Permaneció en silencio afuera de la camioneta. Me quedé en silencio dentro de la camioneta.

—Lamento haberme ido, y siento que te hayas sentido sola —dijo después de un momento—. Pero realmente heriste los sentimientos de Missy. —No creo que... —Déjame terminar. —Esperó, y cuando asentí, continuó—: Piensas que las personas divorciadas deberían estar discutiendo, pero creo que es lo contrario. Hemos sido amigos desde el séptimo grado. Salimos durante toda la secundaria. Fue conmigo a la Universidad del Sur de California, y cuando me reclutaron, me animó en primera fila. Estuvo conmigo en Dallas, estuvo conmigo en el vestuario el día que mi rodilla falló, y estuvo a mi lado todo el tiempo que estuve en rehabilitación, entrenándome para volver a ser fuerte. Mierda. Esa era la definición de historia. —Entonces, ¿por qué no seríamos amigos después de que ya no estuviéramos casados? —¿Por qué no siguen casados? Parece que ustedes dos eran perfectos el uno para el otro. — Odiaba que mis palabras salieran tan mordaces como lo hacían, pero tenía que saberlo. —¿Quieres las mismas cosas que querías cuando tenías diecisiete años? Visualicé ese pequeño departamento en el Bronx, el cocinar para Thomas y estremecerme cuando me decía que era un cerda gorda. A pesar de todo, me había quedado. Había querido eso. —No —dije con vehemencia. —Nos desenamoramos, sucede. Pero solo porque no triunfamos como pareja, ¿se supone que debo odiarla? —Ella sí que no te odia —murmuré, y de repente puso una mano debajo de mi barbilla, inclinando mi cabeza hacia arriba. Y cálidos ojos azul grisáceos, miraban profundamente a los míos. —¿Es un poco dependiente de mí? Tal vez. Tal vez la he dejado ser demasiado dependiente. Pero no me molesta, y no debería molestarte. No hay nada más que amistad entre Missy y yo. Eso es todo. Comencé a decir algo, pero sabiamente me mordí la lengua. Porque esos ojos ardían en los míos,

casi de una manera hipnótica, y quería ver qué diría a continuación. Oscar era un hombre de pocas palabras, así que cuando los usaba, me gustaba escucharlas todas. Algo bueno, también, por lo que dijo a continuación... —En caso de que no lo hayas notado, mi atención ahora se centra en una sola mujer. Y prácticamente me tiene torcido en nudos, de la mejor manera. —¿Torcido? —Mmm-jum —suspiró, sus manos se curvaron sobre las mías en la parte superior de la ventana, su aliento chocó contra mi rostro mientras bajaba su cabeza hacia la mía—. Todo retorcido. —Torcido como... ¿De cabeza? —pregunté, conteniendo la respiración. Pensó por un momento y luego me besó en la punta de la nariz. —Exactamente así.

Oh. Mierda. Pero mientras esperaba que apareciera algo como pánico, sucedió algo completamente distinto. Cálidas vibraciones florecieron desde mi vientre hacia mis manos y pies, las corrientes iban y volvían. Jalé su rostro a través de la ventana. —No me dejes otra vez, ¿de acuerdo? —susurré, y él asintió, bajando la cabeza, pasando la nariz por el costado de mi rostro, acariciando el hueco justo debajo de mi oreja. —¿Puedo salir del auto ahora, por favor? —pregunté, sentándome más arriba en el asiento, curvando las piernas debajo de mí y en el proceso, mostrándole los muslos mientras mi bata subía más y más. Empezó a asentir de nuevo, pero luego lo pensó mejor. —¿Qué tal si te llevo a casa? —murmuró, comenzando a dejar pequeños besos a lo largo de mi mandíbula, acariciando el largo del hueco de mi cuello. Me estremecí, y tomó como un sí, sí, sube a esta camioneta y llévame a casa. Y lo hizo. Trepé sobre él en la camioneta, me senté en su regazo, a horcajadas, riendo a medida conducía mientras miraba por encima de mi hombro, la mano derecha en el volante y la mano izquierda hurgando bajo mi bata. Lo besé en el cuello, le mordí la oreja, le chupé la mandíbula, y bajé la mano hasta sus pantalones antes de que aparcara en el camino de entrada y me sacara de la cabina y de él. Sus manos se hallaban en todas partes mientras me levantaba, esta vez no por encima de su hombro, sino enredado a su cuerpo como si estuviera usando un suéter de Natalie, con las piernas envueltas en su cintura, los brazos alrededor de su cuello, la bata colgando de mis codos y la camiseta alrededor de mi cuello. Sus ojos eran salvajes mientras me devoraba la piel, casi tropezando con los escalones del porche en su necesidad de llevarme adentro... de meterme. Y cuando vimos la canasta de magdalenas junto a la puerta de entrada, la pateó a un lado, la puerta principal se abrió de par en par. Me folló en la escalera de la entrada, con los pantalones alrededor de los tobillos y las bragas rotas colgando de un muslo. Me folló con la puerta abierta de par en par, con las luces de la camioneta todavía encendidas y la puerta del lado del conductor todavía entreabierta, la radio todavía encendida. Y las magdalenas quedaron apartadas, frías e intactas.

18

Parte 1

Traducido por Miry

Me quedé en Bailey Falls todo el día del domingo, y también el domingo por la noche. Planeé volver a la ciudad y hacer la lavandería, ver a mis padres, hacer algo de trabajo, ver a algunos amigos, pero hombre, oh hombre, cuando un tipo como Oscar te mira desde el otro lado de la habitación y quiere averiguar exactamente cuántas veces puede hacerte venir solo con su lengua... el tiempo tiende a detenerse. Así que tomé el tren temprano el lunes por la mañana, corrí a mi apartamento, me puse lo primero que pude encontrar limpio en mi armario, y llegué a trabajar solo una hora tarde. Bueno. Noventa minutos. Entré rápidamente en mi oficina, manteniendo la cabeza baja para mantenerme por debajo del radar, pero cuando mi compañera de trabajo Liz me vio, gritó: —¡No es una leyenda urbana! ¡Natalie ha regresado! Demasiado para estar por debajo del radar. —Hola, Liz, ¿cómo te va? —contesté, sonriendo, asintiendo e intentando entrar rápidamente a mi oficina. Había algo pegado a mi espalda que me estuvo picando todo el camino hasta el centro de la ciudad, y me estuve rascando desde la calle Veintidós. Me quité la chaqueta, la arrojé al respaldo de mi silla y le señalé a Liz que entrara. —Has pasado tanto tiempo con esta cuenta que siento que nunca te veo —dijo Liz, mirándome intencionadamente. —Lo sé, ¡ha sido una locura! Pero la campaña avanza realmente bien. Ya sabes cómo es, realmente quieres capturar la esencia de la pequeña ciudad, bla, bla, bla. —Hablando de bla, bla, bla, escuché el rumor de que una de las campañas en juego hoy en día es Wool, esa pequeña y linda tienda en Madison que vende esos suéteres increíblemente caros. Si sucede que venga a mí, no me opondría a eso, si sabes a lo que me refiero... —Tienda en Madison, tienda en Madison, ¿he estado ahí? —pregunté, tratando de imaginar de cuál hablaba. Las tiendas tendían a abrirse y cerrarse tan rápido en Manhattan; nadie podía pagar su alquiler por mucho tiempo si su tienda no funcionaba casi de inmediato.

—Claro, claro, ¿recuerdas que fuimos ahí justo después de que se abriera? ¿Coqueteaste con el vendedor que intentó vendernos gorros de lana y terminaste encontrándote con él para tomar una copa ese fin de semana? —El chico con las orejas, ¿cierto? —Vagamente recordé montar un hermoso rostro con orejas incómodamente grandes y flojas. Me sentí como si me encontrara en un juego de Disney World. —Exactamente, el tipo con las orejas. Y su jefe es el tipo con la cuenta, así que cuando eso llegue, si pudieras mirar en mi dirección, eso sería maravilloso. —Parpadeó hacia mí tan inocentemente que no pude evitar reir. —¿Tan maravilloso como nunca? —Maratón de Familia Partridge ayer. Estuve así de cerca de hacerme el pelo en capas. —Por Dios, hubiera tenido a un amigo divorciándote, o al menos llevado a mi salón. Lo cual me recuerda que estoy bastante segura de haber perdido mi última cita con Roscoe. —Guau, ¿te perdiste una cita con Roscoe? ¿El estilista de las estrellas Roscoe? —El único, y se pone bastante irritable si no te presentas. He evitado mi correo electrónico todo el fin de semana; sólo sé que tengo uno de esos correos electrónicos de “disculpa, te extrañamos, pero nadie hace esto, hielo muy delgado y todo eso” — respondí, rascándome la espalda de nuevo. Me sentía mal. Roscoe cuidaba de mi cabello desde hacía años, mucho antes de que se convirtiera en el estilista con el que todo el mundo trataba de conseguir cita. Tampoco dije que la cita que perdí fue la segunda en fila... —Mataría por una cita en su salón, y pierdes las tuyas, ¡qué vida! —dijo Liz, sacudiendo la cabeza—. Entonces, ¿estarás pendiente de esa cuenta hoy? ¿Wool? —¿Por qué me preguntas? Sabes que Dan decide eso —dije, retorciéndome en mi asiento, tratando de encontrar la picazón que no se detenía. —Sí, pero tú eres Dan hoy. —¿Perdón? —pregunté, medio escuchándola mientras tomaba un bolígrafo e intentaba usarlo en mi espalda. —Dan está enfermo, así que dirigirás la reunión hoy. ¿Sabías que tu vestido está puesto al revés? —¿De qué hablas?

—Envió un correo electrónico anoche diciendo que está con gripa, y que estarías a cargo de las cosas hoy y posiblemente mañana. El aire salió de la habitación. —Adjuntó todas las cuentas para que las revises... Todo mi cuerpo se puso rígido y frío. —…y si pudieras asegurarte de que el trabajo de Wool fuera para mí, pero no lo hagas parecer que era mío desde antes, ya sabes, eso sería increíble... Era extraño, poder respirar sin aire en la habitación. Y respiraba. Fuertemente. —Y deberías arreglar tu vestido ya que la reunión es en cinco minutos. Nos vemos ahí... jefa. —Guiñó un ojo y se fue. Sin preocupaciones. Sin preocupaciones para nada. Podría preparar todo un día de trabajo al revisar esas cuentas en cinco minutos. En realidad, cuatro. Porque mi vestido está al revés.

***

Mala semana. Mala, mala, mala semana. Liz consiguió la campaña que quería, porque no tenía ni idea de a quién más dársela. Se me pasó el correo electrónico que Dan envió a todo el grupo, y se me pasó el correo electrónico que me envió el domingo por la tarde. En esta era de teléfonos inteligentes y de WiFi en todas partes, simplemente no era posible mentirle a tu jefe acerca de no recibir un correo electrónico. A menos que no estuvieras revisando tu correo electrónico porque estabas demasiado ocupado. Pero cuando la lengua, las venidas y luego los dedos, los gritos y los oh mi, eso fue inesperado pero increíble, ¿puedes hacer eso exactamente de la misma manera otra vez?... Cosas como los cargadores de teléfonos tienden a quedarse en el camino. Así que volví a enfocarme. Pasé la semana enganchándome con el trabajo que empezaba a fallar. Los mensajes del teléfono caían por las grietas, mi bandeja de entrada se hallaba más que llena, y podría haber fallado una fecha límite en la campaña de T&T.

La voz llegó a Dan de que no estuve preparada para la reunión del lunes, y tuve que sentarme en su oficina cuando regresó y escucharlo hacerme preguntas ingeniosamente diseñadas para averiguar si sucedía algo fuera de la oficina que podría afectar lo que sucedía dentro de ella. Nada sucedido oficialmente, a excepción de un plazo un poco tarde. Pero siempre entregaba todo a tiempo o más temprano, y nunca me escondí detrás de correos electrónicos o llamadas telefónicas. Parecía tranquilizado, pero podría haber un indicio de Qué demonios le sucede a mi ejecutivo de cuentas número uno... Me comprometí, trabajé días de doce horas, y para el viernes me encontraba de nuevo en la cima, el trabajo se completó antes de lo previsto. No noté de cuánto me había retrasado, lo que para mí era inaudito. Técnicamente, nada se hallaba realmente retrasado, porque rutinariamente tenía mi trabajo hecho antes de lo previsto. Pero para mí, se sintió muy atrasado. Oscar y yo intercambiamos mensajes de texto durante la semana, en los pocos momentos en que salí a la superficie. Traté de concentrarme exclusivamente en el trabajo, lo cual era muy difícil de hacer cuando mi mente seguía volando desde el Metro North hacia un pueblo donde las hojas estaban crujientes bajo los pies, las lámparas de calabaza daban paso a las calabazas de noviembre, y mi apuesto agricultor me enviaba mensajes como: Extraño tu boca. Extraño tu sabor. Trae tu genial gran trasero de coma aquí, así puedo morderlo. Oscar vendría todo el fin de semana, ¡el primero! Técnicamente llegaba a la ciudad todos los sábados, pero esta vez pasaba la noche. El viernes por la noche me quedé en la oficina hasta las nueve y media, y finalmente me dirigí a casa. Había una apertura de un nuevo club a la que me comprometí, y una fiesta de cumpleaños en uno de mis restaurantes favoritos de la parte alta de la ciudad. Pero cuando subí los escalones del metro, todo lo que quería hacer era sumergirme en una bañera. Y comer comida malaya, lo cual hice a las once, mientras me sumergía en esa bañera. El repartidor dijo que me extrañó.

***

La mañana del sábado amaneció clara y fría, el fuerte viento hizo que mi abrigo se arremolinase mientras avanzaba por la calle Catorce. Le dije a Oscar que llegaría temprano, y mis

pies quemaban para saltar el mercado cuando vi su puesto. Llevando con cuidado dos cafés, me moví a través de la multitud de los primeros mercaderes para hacer cola en Bailey Falls Creamery, que ya tenía unos veinte de largo. Mientras buscaba a Oscar, asintiendo con la cabeza a las vendedoras que en realidad llegué a conocer, sentía que mi piel comenzaba a bibrar. Sonreí incluso antes de dar la vuelta. —Pensé que llegabas temprano —dijo una voz profunda. —Oh, llegué temprano. En casa, en mi cama, sola —ronroneé—. Debiste estar ahí, estuve magnífica. Sus ojos se entrecerraron mientras imaginaba exactamente lo que estuve haciendo esta mañana. También era cierto. Me encontraba tan tensa en anticipación por verlo, que me hice cargo del asunto dos veces antes de ir al mercado. Necesitaba quitarme del borde, pero solo me hizo sentirme más emocionada de verlo. Incluso ahora, cuando se acercaba a mí, pude sentir mi cuerpo comenzar a tararear al tenerlo cerca. —Lo creo —susurró, inclinándose para colocar su boca al lado de mi oreja—. Me vine con mi mano esta mañana, pensando en verte hoy. Me estremecí. Se estremeció. Y a nuestro alrededor, la gente esperaba para comprar queso. El día fue largo, pero divertido. Permanecí detrás del mostrador y lo ayudé a tomar y entregar pedidos, escuché a sus clientes habituales cantar sus alabanzas, y vi a Oscar sacudirse los elogios como si no significaran nada. Me di cuenta que era genuinamente tímido y reservado, lo que a veces lo hacía parecer… bueno… un idiota. —Tienes que ser más amable con tus clientes —susurré, después de un momento particularmente incómodo. —Soy amable —insistió. —Eres desdeñoso y grosero —insistí. —No quiero conocer a mis clientes. ¿Por qué eso es grosero? Les gusta mi queso; me gusta hacerlo y tomar su dinero —dijo, tirando del lazo de mi delantal. Gracias a Dios que no insistió en las redecillas cuando estaba en el mercado—. ¿Dónde está escrito que para vender queso también tengo que ser el mejor amigo de todos aquí? —Es solo de buen negocio, Oscar. Además, eres adorable cuando sonríes.

—¿Soy adorable? —preguntó. Casi dos metros, cubiertos de tatuajes y cicatrices, con manos tan grandes como un pan boulé y brazos tan grandes como tronco de árboles. Y ahora con la misma mirada amenazante que solía darme cuando me acercaba a él para comprar su Brie. —Sí, como que lo eres —sonreí, tirando del lazo de su delantal. Sin querer, y sin duda sin buscarlo, devolvió la sonrisa. Entonces se dio cuenta de lo adorable que podría ser, y la sonrisa se fue. Se volvió hacia la primera persona en la fila, una atractiva mujer de unos cincuenta años que parecía que compraba más que Camembert. —¿Qué va a querer? —gruñó, y tuve que alejarme para reprimir la risa. La mujer parecía enamorada. Conocía la sensación. Pasé el día dando el cambio y envolviendo órdenes, charlando con los clientes ya que Oscar no lo hacía, haciéndoles preguntas sobre lo que les gustaba y lo que amaban. Una especie de investigación de mercado informal. Fui por café con él justo antes del almuerzo, y me encontré a mí misma presionada contra un fardo gigante de heno en el puesto del café verde tostado sostenible, siento toqueteada a través de mi delantal mientras me robaba besos. Cuando llegó la hora del almuerzo, nos dirigimos al extremo sur del mercado para conseguir sándwiches para todos, de parte de los tipos que poseían la salumeria local. Salami, prosciutto, mortadela… amontonaron todo en unos sándwiches enormes hechos con algunos de los mejores panes de la ciudad. Mientras esperábamos a nuestros italianos en francés con todo, me rodeó con sus brazos desde atrás, por debajo del mandil, apoyó la cabeza en mi hombro y me susurró cosas sucias y traviesas al tiempo que deslizaba una mano en mis bragas. Encontrándome mojada y con ganas. Estaba tan cerca que casi lo dejé que me hiciera venir frente a cien baguetes. Y a medida que el día terminaba, noté que cada vez que Oscar pasaba junto a mí o se acercaba para agarrar algo, se aseguraba de agarrar algo más. Sus manos me rozaban el trasero cada vez que podía. Me encantó. Puede que incluso me haya pegado a propósito para asegurarme de que estaba en su camino. Finalmente, el último cliente pagó por su queso, el mercado cerró oficialmente y los puestos comenzaron a disminuir. Gracias a Dios, porque la tensión sexual que iba y venía podría iluminar una cuadra entera de la ciudad. No pasó desapercibido para su personal, lo que podría haber sido el motivo por el cual se desmontó la cabina y se cargó en los camiones en un tiempo récord. Mientras nos despedíamos de todos, tomó mi mano, lo que tampoco se lo perdió nadie, y me condujo en dirección a su camioneta.

—Hoy fue divertido —dije, apoyándome en su brazo. Su mano era cálida en la mía, sus dedos se entrelazaron sólidamente con los míos, su pulgar trazando el interior de mi palma. Conocía esos trazos. Eran los mismos que dibujó sobre mi espalda, sobre mi frente, sobre mis muslos, o sobre mi trasero, antes y después de amarme. Para alguien que no dejaba entrar a muchas personas, parecía encantado de tocar y ser tocado. Suspiré contenta, metiendo mi otra mano en su brazo, acariciando su camisa de franela. Olía limpio y dulce, con un toque de granero y trébol. —¿Divertido? —preguntó—. Has estado en el mercado antes… cada semana, como un reloj. —Miró hacia abajo, sus ojos bromeando. —Muy correcto. Tenía que conseguir mi Brie. Sonrió, sin comprarlo ni por un segundo. —Solo el Brie, ¿eh? —Ciertamente no fue por la conversación —respondí, ganando un golpe en el trasero. —Gracias a Dios que lo hiciste. Observar cuando te alejas y ver ese dulce trasero todas las semanas, mmm, mujer, los pensamientos que me diste. —Dime —le dije, mirándolo. —¿Decirte qué? —Lo que pensaste de mí, antes de que nos conociéramos. —¿Quieres decir antes de asustar mis vacas y luego me atacaras en el establo de Leo? —Sí. Antes del día más afortunado de tu vida, ¿qué pensaste de mí cuando me viste, tropezando y tartamudeando cada sábado? —Me detuve en la calle, volviéndome hacia él mientras multitudes de personas pasaban junto a nosotros como agua rompiendo una roca. —Bueno, sabes que amé tu trasero —comenzó. Puse los ojos en blanco. —Es un trasero genial, un dulce trasero. Un perfecto trasero, genial, grande, esto lo sabemos. —Le di una bofetada en el pecho—. ¿Pero pensaste en algo más? —Me preguntaba qué te ponía tan nerviosa. —Tal vez era simplemente del tipo nerviosa. ¿Alguna vez pensaste en eso? —bromeé. —De ninguna manera. Te vi navegar por el mercado cada semana como si fueses la dueña del lugar. Solo te ponías nerviosa cuando llegabas a mi línea.

—¿Espera, qué? —¿No crees que te noté antes de entrar en mi línea, Pinup? —preguntó, apartando un mechón de pelo de mi rostro—. Cada semana venías del este, comprabas tu café, te detenías en algunos otros puestos, y luego venías a verme. Y te paseabas por el lugar como pavo real, con las tetas en alto y la sonrisa secreta en el rostro, sabiendo exactamente cómo te veías y disfrutando la mierda de la atención. Mi boca estaba abierta. —Y luego venías a verme, y la arrogancia se iba, y te mecías un poco sobre esos hermosos tobillos, y era como si desaparecieras. Y siempre me pregunté por qué. —Porque eres tan hermoso —respondí, deslizándome bajo ese hechizo que siempre sentí con él. Ya no tenía la lengua atada, pero aun había algo mágico en él que nunca desaparecería. — Eres hermosa —respondió, y así, sus labios se hallaban sobre los míos. Lento y dulce, me besó como si estuviéramos en un prado solo, sin ninguna preocupación del mundo. Cuando en verdad, nos encontrábamos rodeados por cientos de personas en una concurrida calle de Manhattan. La gente con bolsas de compras golpeaban mis espinillas, turistas con teléfonos con cámara apuntando hacia arriba se estrellaron contra nosotros mientras trataban de capturar su experiencia en la ciudad de Nueva York. Y gente del vecindario, simplemente afuera disfrutando de su sábado, nos gruñían para que consiguiéramos una habitación, que lo lleváramos dentro. Pero no importaba. Porque cuando ese hombre me besaba, era magia. Y estaba cien por ciento bajo su hechizo. Cuando finalmente alejó su boca de la mía, pude ver lo hambriento que estaba. —¿Qué tan lejos está tu casa? —Si manejamos tu camioneta, pasaremos una hora buscando un espacio de estacionamiento. —¿Si lo hacemos a tu manera? —Llegaremos a casa en diez minutos. Se inclinó y mordió mi cuello. —Diez minutos, entonces. Lo tuve ahí en ocho.

***

Tan pronto como cerré la puerta principal, me presionó contra ella, sosteniéndome ahí con la fuerza de su cuerpo mientras me besaba rápido y furioso. Desnudó mis pechos rápidamente, rasgándome la blusa y esparciendo botones. Con su boca cerrándose alrededor de un pezón y su mano izquierda jugando con el otro, su mano derecha desabrochó mis pantalones, tiró de la cremallera, y se empujó dentro. Fui excitada durante todo el día y grité ante su toque, jadeando cuando sus dedos me encontraron, acariciando y frotando, su pulgar frotaba mi clítoris y dos dedos se hallaban trabajando dentro de mí, ya empapada. Mi espalda se arqueó, tratando de acercarme a él, mis caderas montando sus dedos. Jadeando y gimiendo, llegué duro y rápido, con las piernas atrapadas dentro de mis pantalones, incapaz de hacer otra cosa que no fuera montar el orgasmo, totalmente a su merced. Antes de que el primero terminara, él ya perseguía un segundo. Arrodillándose frente a mí, me quitó los tacones de los pies, haciendo una pausa para admirar los diez centímetros de cuero rojo de Prada con los que estuve caminando todo el día.

18 Parte II

Traducido por IsCris

—Usaste estos para burlarte de mí, ¿cierto? No mientas —reprendió, tirando de mis vaqueros sobre mis caderas, viendo mis pechos rebotar, después de haberlos liberado de mi sujetador de encaje blanco momentos antes. —Me puse estos para mí. Me encantan estos zapatos, y me encanta lo que me sucede cuando los uso. —¿Y qué es eso? —preguntó, quitándome los pantalones y deslizando sus manos por el interior de mis muslos. —Cuando uso zapatos como estos, me follan —susurré, arrastrando mis dedos sobre mis pechos, las puntas aún sensibles por su boca y sus dientes. —¿Y cómo te gusta que te follen? —preguntó, deslizando sus manos por debajo de las bandas en mis caderas, bajando mis bragas a lo largo de mis piernas, acariciando el contorno de donde acababan de estar. —Duro —gemí, mientras besaba el suave montículo justo encima de mi clítoris, su almohada favorita, me había dicho una vez —. Y sucio. Sus labios encontraron los míos, aferrándose a mí con su lengua, lamiendo y chupando, enterrando su rostro mientras mi espalda se arqueaba una vez más. Levantando su cabeza, rodeó mi clítoris con su lengua, todavía estaba tan sensible pero tan receptiva a todo lo que estaba haciendo. Él conocía mi cuerpo tan bien como el suyo. —Techos altos. —¿Qué? —jadeé, confusión nublando las deliciosas cosas que estaba haciendo. —Tienes techos altos —dijo a mi piel, sus manos deslizándose por la parte posterior de mis piernas para agarrar mi culo, empujándome más fuerte contra su rostro. —Diez pies. Ya nunca… oh Cristo…los hacen así —logré decir con un gemido mientras levantaba la cara una vez más —. ¡Para de hacer eso! Vuelve allí abajo. —Agárrate de mis hombros —dijo, y antes de que supiera lo que estaba pasando, estaba en el aire. Oscar me levantó en el aire, me empujó contra la puerta una vez más, y envolvió mis piernas alrededor de sus hombros. Ahora, a la altura de su almohada favorita, sonrió. —Sostente de algo —instruyó. Mi cabeza estaba prácticamente golpeando el techo. Mientras me apresuraba a colocar mis dedos en la gruesa moldura de corona, me sostuvo en el lugar y me jodió con la lengua hasta que estuve temblando. Mientras veía estrellas, me dio un mordisco en el interior de cada uno de mis muslos, luego me deslizó por su cuerpo, nos llevó al piso, colocándome encima de él, con las piernas a horcajadas.

—Abre mi cremallera, ¿podrías? —preguntó, recostado con los brazos detrás de su cabeza, una sonrisa gigante en la cara.... —Como desees, hombre de las cavernas —repliqué alegremente, bajando su cremallera y sacándolo. Gruñó mientras lo acariciaba, maravillándome una vez más de lo perfecto que era, lo perfecto que se sentía en mis manos. Aún me sentía un poco mareada, pero estaba muy duro y muy preparado, y realmente me merecía otra… Me levanté, lo coloqué en el centro del mundo y me senté, duro. Ambos nos quedamos sin aliento, yo por sentirlo dentro de mí, tan grande, tan grueso, tan exactamente correcto. Levanté mis caderas un poco, apretándolo desde adentro mientras silbaba y pude ver sus ojos cerrados por felicidad. Se mordió el labio, sus manos me apretaron las caderas, instándome a moverme, a hacer algo, cualquier cosa. Pero aun así, esperé. Quería moverme. Él quería que me moviera. Y esperé. Esperé hasta casi jadear, casi estar sin aliento por puro deseo y necesidad. Y luego lancé mi cabeza hacia atrás y comencé a montarlo. Lo monté largo y duro, exactamente de la manera que quería. Mi cabello se había soltado, y se extendía a mi alrededor, colgando por la espalda, y podía sentirlo cosquilleando mi trasero. ¿Podía él sentirlo? ¿Podía sentirlo mientras bailaba a lo largo de sus muslos, mientras yo me entregaba a todo lo que sentía, a ese momento en que todo se reducía a sentirlo en lo más profundo de mí? Sus manos estaban en todas partes. En mis caderas, alentando las embestidas profundas. En mis pechos, rodando mis pezones, ahuecando y amasando y mmm, pellizcando. En mi culo, abofeteando, apretando y agarrando puñados de mí, empujándome más y más rápido, más y más alto. Sus ojos vagaron por mi piel desnuda, emocionado por ver mis pechos brincando y mis manos corriendo suavemente sobre mi cuerpo. Y sonrió mientras lo montaba. Me dijo lo bella que era, lo hermosa que era, lo bien que sabía, y usó palabras sucias y obscenas como esas malditas tetas y córrete por toda mi polla y ese dulce coño. Y cuando sus embestidas llegaron más rápido y más duro, guio mis manos hacia abajo donde estábamos unidos y me dijo que me tocara, que me hiciera venir justo como lo había hecho esa mañana, con mis dedos imaginando su polla. Y cuando me vine, él se vino. Así de fácil. *** —Nos perdimos la cena.

—¿Cómo es eso? Golpeé mis caderas, haciendo que levantara su cabeza de mi trasero. —Nos perdimos la cena, tenía una reservación en Mateo's. Miró su reloj. —¿Hasta qué hora están abiertos? Podríamos ir ahora mismo. —Volvió a bajar la cabeza, sin indicios de moverse a cualquier lugar. Sonreí al verlo, su cabeza en una mejilla y su mano frotando la otra. Él realmente amaba mi trasero. —No puedes simplemente entrar a Mateo's; su lista de reserva es de una milla de largo. Hice esta hace semanas . —¿Hace semanas? No nos conocíamos hace semanas . —Es cierto, pero aún hice la reserva. Es nuevo, increíblemente popular, y todos se mueren por comer allí . Él mordisqueó mi muslo. —¿Así que ibas a ir a este lugar esta noche aunque no hubiese llegado a la ciudad? —Como dijiste, no te conocía hace semanas. Ahora que lo hago—¡Ow! —Había mordido demasiado fuerte. —Lo siento —murmuró, besando el lugar suavemente —. No importa, llévame a otro lado.... —¿A dónde quieres ir? —A algún lugar que me diga algo sobre ti. —Algo sobre mí, ¿eh? —pensé por un momento —. ¡Oooh, recorrido de ravioli! Me levanté del piso en cinco segundos, dejándolo desnudo y repitiendo las palabras recorrido de ravioli mientras arrastraba el culo a mi habitación para ponerme algo cálido. —¡Vamos, vístete! Momentos después estábamos afuera en el porche esperando el taxi, y todavía estaba tratando de darle sentido a la situación. —He oído hablar de un recorrido de bares, ¿es algo así? —Es exactamente lo mismo, excepto que son ravioli. —¿Me estas llevando por ravioli? —Sí. —¿Cómo de pollo y?

—Como de comida china. —¿Qué? —Oh, solo pon tu culo en el taxi. —Lo empujé hasta el automóvil que esperaba y le dije al conductor —. Canal y Eldridge. Sentado en la parte posterior del taxi, Oscar me miró. —Eres mandona. —Y a ti te encanta. A todos los hombres de las cavernas en secreto les gusta que les digan qué hacer de vez en cuando. Y después de estos ravioli, harás todo lo que yo diga. —Seguro que estás acumulando estos ravioli. —Al final de la noche, jurarás que has tenido la cosa más sabrosa en tu boca. Y eso es decir algo, teniendo en cuenta dónde estuvo su boca hace una hora. Él bufó cuando el taxista intentó hacer contacto visual conmigo a través del espejo, y lo miré fijamente. Mateo's habría sido realmente agradable: elegante y moderno, increíble comida y vino, probablemente incluso romántico. Pero con Oscar en mi ciudad por primera vez, me di cuenta de que un recorrido de ravioles a través del Barrio Chino sería lo mejor. Era una noche agradable; No tan fría como para congelarnos caminando por las calles, pero lo suficientemente fría como para poder sacar a relucir mi nuevo bolso Burberry. Una vez alterado para mi talla, el abrigo Chesterfield de cachemira color rojo vino, con el detalle de un solo botón, era una manera encantadora de manejar la noche fría con estilo. Además, el hermoso hombre en mi brazo hizo que los únicos escalofríos que recorrían mi espina dorsal fueran de naturaleza puramente sexual. Y ahora que estábamos en el Barrio Chino, con todos los demás que habían tenido la misma idea, me alegré de haber hecho esto en lugar de cenar en algún restaurante caro. Normalmente soy una gran admiradora de lo caro y lo sofisticado, pero me encantan los ravioles. Cuanto más barato, mejor, y conocía todos los rincones del Barrio Chino. —Este lugar se ve… guau —dijo Oscar, sacudiendo la cabeza mientras nos acercábamos a la primera parada, Lucky Dumpling. La mayoría de las tiendas ya estaban cerradas, pero las luces estaban encendidas en Lucky —. No habría escogido este lugar. Se ve como... —¿Un agujero en la pared? —lo guie por un exhibidor de paraguas “Chanel”. — Literalmente está. Y nunca querrás ver el callejón.

—¿Así que estamos aquí porque… ? —Por eso —suspiré cuando una pareja pasó junto a nosotros, el tipo balanceando cuatro contenedores de ravioles mientras la chica se los metía en la boca. Parecía escéptico, pero cuando nos acercamos y vimos cuán larga estaba la línea, se sintió más intrigado. Y cuando finalmente me llevé el primer ravioli de carne de cerdo a la boca, salado y crujiente por fuera del wok caliente, suave y masticable por dentro, lo primero que preguntó fue—: ¿Tenemos suficientes? Cuatro ravioles por un dólar. Tuvimos suficientes. Pasamos la noche recorriendo las calles del Barrio Chino, entrando y saliendo de las casas de fideos y palacios de comida china, baratos y mucho más baratos, mejores y mejores. Nos sentamos en mesas abarrotadas con otros comensales, intercambiamos historias sobre dónde habían estado y dónde deberíamos ir a continuación. Comió montones de fideos hechos a mano en Lam Zhou, comió montañas de raviolis de camarones y cebolletas en Tasty, y tuvo una experiencia religiosa con un panecillo de cerdo en Nice Green Bo. Probó la sopa de raviolis por primera vez, mordiendo en el pequeño bolsillo caliente y chupando el caldo caliente, sumergiendo el resto en vinagre y pronunciándolo como lo mejor que había probado en su vida. A lo que le siguió rápidamente un beso abrasador y asegurándome que era solo una forma de hablar y que yo seguía siendo lo mejor que había probado. Hasta que apareció el camarón picante. El Barrio Chino ganó otro converso esa noche, y finalmente regresamos a mi casa a la medianoche, llenos de comida increíble y cerveza barata, después de haber gastado menos de cincuenta dólares por los dos. La cita más barata en Manhattan. —Creo que estoy sobrecargada, y no en el buen sentido —gemí mientras subíamos los escalones —. Tengo un bebé de comida. —Me froté el vientre en círculos suaves —. Me pregunto si puedes hacer la Respiración Lazame1 por haber comido muchos raviolis. Oscar también estaba lleno. Le advertí que se detuviera después de ese último cuenco de fideos, pero había ordenado un segundo. Gran chico, gran apetito. Pero todos tenían un límite, y los dos pasamos oficialmente el nuestro. —Me pregunto si esa respiración también funciona en los hombres —gimió, acariciando su vientre todavía perfectamente plano. —No podría doler. —Giré la llave en mi cerradura —. ¿Quieres café?

—No puedo ingerir otra onza —dijo, ayudándome con mi abrigo y colgándolo, y luego el suyo —. Me alegra que los chicos se harán cargo de las vacas mañana por la mañana. No estoy en condiciones de regresar esta noche. —Bien, entonces te tengo toda la noche para mí. —Me recargué en sus brazos y dejé que me abrazara por un momento, meciéndose un poco hacia adelante y hacia atrás dentro de mi puerta. De repente me llamó la atención la familiaridad en ello, la comodidad de tener los brazos de alguien esperándote cuando llegas a casa, con un saludo tranquilo y un acurrucado bajo petición. Me acurruqué más profundo mientras recorría con sus manos arriba y abajo mi espalda, suave y dulce. Podía escuchar su corazón latir a través de su ropa. Golpe golpe. Golpe golpe. Golpe golpe. —Oficialmente estoy vieja —dije en voz baja. —¿Cómo es eso? —Tengo a este hermoso hombre en mi departamento, y todo lo que quiero hacer es abrazarlo y quedarme dormida. Somos oficialmente personas mayores. —Habla por ti misma, chica Modelo. Podría estar listo para algunos golpes. Bufé, levantando mi cabeza para ver su cara cansada sonriéndome. —¿Estás listo para algunos golpes? Debes escribir poesía cuando no estés haciendo queso. Lentamente movió sus caderas una y otra vez, de la manera más lamentable posible. — Bien. Demasiados raviolis. Duerme ahora, golpea más tarde. —Poesía, te digo. Pura poesía —bromeé mientras caminábamos hacia el dormitorio, recogiendo su bolsa de lona en el camino. —Te daré poesía —dijo mientras nos movíamos por el apartamento, apagando las luces —. Las rosas son rojas-— —Oh hombre. —Silencio, estoy creando una obra maestra aquí —dijo, colocando su barbilla en mi hombro mientras caminábamos. Su aliento se sentía cálido contra mi oído, haciéndome cosquillas agradablemente —. Las rosas son rojas, las violetas son azules. Estoy demasiado cansado para golpear, pero está bien porque ella también lo está.

—Bra-vo —aplaudí. —Tranquila, hay una segunda parte. Las rosas son rojas, las violetas son azules… —Ya estábamos en la habitación, y con sus manos en mis caderas me dio la vuelta, sus brazos serpentearon alrededor de mi cuerpo, tirando de mí cómodamente contra él. Dejando un beso en la punta de mi nariz, continuó —… La hice venir siete veces antes de salir a comer raviolis, así que ahí está—y algo que rima con azul. Sonreí. —Realmente no puedo discutir con eso. —No deberías discutir, es un poema. —Es un gran poema. —Todos los grandes poemas están basados en la verdad. —¿Verdad? —Siete veces, Modelo —sonrió orgullosamente —. Siete veces. Me reí, empujándolo hacia la cama. —Vamos a por ocho la próxima vez. *** Nos desvestimos, nos cepillamos los dientes, nos metimos en la cama y nos dormimos inmediatamente. Bueno, casi de inmediato. Veinte minutos después de que me dormí, me despertaron sus quejas acerca de que era demasiado ruidoso, y ¿cómo podía alguien dormir en esta maldita ciudad? Me di la vuelta, y busqué la aplicación Sonidos del Campo que había descargado antes de este evento, me puse los tapones para los oídos y dejé que mi chico se durmiera con el sonido de los grillos… como en el campo. A mi dame sirenas, bocinazos y gente borracha caminando a casa cualquier día de la semana. *** El amanecer llegó rápidamente. Y yo también. ¿Pensabas que él no iba a ir por ocho? Oh, sí, lo hizo, y antes de que el sol estuviera completamente afuera. Podría acostumbrarme a levantarme temprano los domingos por la mañana si esta fuera la alarma. Con los dedos de los pies apuntando hacia atrás y arqueados, me empujó por detrás, separándome, acariciándome con sus dedos mientras se introducía profundamente. Me hizo decir su nombre una y otra vez, me hizo venir una y otra vez, y finalmente

colapsó contra mí, tirándome sobre él en una maraña de extremidades cansadas y cabello desordenado. Después, siguió murmurando ocho con una mirada de pura satisfacción masculina. Poniendo los ojos en blanco, me acurruqué en su costado para dormir un poco más. Pero a las nueve, tenía que irse. Práctica de fútbol americano, dijo, y con más besos y la promesa de pasar de nuevo la noche el próximo fin de semana, ya no estaba. Y tenía un desayuno al cual llegar. Cuando abrí la puerta de la casa de mis padres, Todd me dijo —: Oh, chica, estás en problemas. —Hola a ti, también —respondí frunciendo el ceño. Todavía no había visto a mamá. O a papá. Y… ¿Huelo algo quemándose? —¿Qué tan malo es? —¿Cuatro desayunos en fila? —Me miró con incredulidad —. ¿Sufres algún tipo de lesión cerebral? Suspiré. —Será mejor que siga adelante y terminemos con esto. —Algún día cuando tenga hijos, les contaré sobre su valiente tía Natalie, la tía a la que nunca tuvieron la oportunidad de conocer —dijo, tomando mi abrigo con toda la ceremonia de un general enviando a un soldado a la batalla final. . Mientras se alejaba silbando golpecitos, me enfrenté a la cocina con aprensión. Había roto la regla cardinal de esta familia, y ni siquiera mi padre iba a creer que las faltas a los desayunos estaban relacionadas con el trabajo. Avancé varios pasos, ladeando la cabeza y buscando signos de algo que pudiera tomarse como un buen augurio, que mis padres estaban de buen humor esta mañana, y que aparte de algunas tomaduras de pelo, estarán encantados de verme, darme un bagel y la sección de estilo de vida del Times, y todo volverá a la normalidad. Luego oí que mi madre le decía a mi padre que si quemaba otro panecillo, usaría el cuchillo de cocina en algo que realmente no quería que se separara de su cuerpo. Oh chico. Pisé una tabla de madera chirriante justo afuera de la cocina y luego me congelé, preguntándome si lo habrían escuchado.

Los pasos de mi madre resonaron en el piso de la cocina, sonando como si estuviera intentando estrellar su talón hasta la bodega de abajo. Cada zancada sonaba familiar, y no en el buen sentido. Conocía bien el sonido de esos tacones. Estaba usando sus bombas Chanel. Bombas reservadas para momentos serios, como cuando me sorprendieron fumando en octavo grado y la llamaron de la oficina del director. Momentos como cuando Todd, de décimo grado, y su novia de duodécimo grado fueron atrapados con los pantalones en nuestro desván, y mi madre tuvo a los padres de la niña para discutir por qué esto nunca podría volver a ocurrir. Bombas reservadas para reuniones, para funciones sociales con personas que no le agradaban pero con las que se requería ser amable… y funerales. La puerta que se balanceaba hacia la cocina se abrió, y allí estaba mi madre. Sonriente. Cuál fue la parte más aterradora de todas… —Natalie, muy amable de tu parte aparecerte. ¿Quieres contarnos sobre este quesero con el que has estado saliendo? Aquí viene…

1La respiración Lamaze es una técnica creada para las mujeres en labor de parto con el fin de controlar el dolor que produce dar a luz

19.1

Traducido por Beatrix

Duró dos días. Entonces no pude soportarlo más. Sabía que cuando Roxie mantuviera su clase de cocina, supe que Oscar iría a ella, y que podía ir allí, ir a clase, echar uno rapidito y regresar a la ciudad antes de la medianoche.

—¡Santa mierda! —chillé para mis adentros mientras estaba sentada en el tren, casi rebotando por las paredes con la emoción de salir furtivamente al campo para una cita a mitad de semana con mi… novio.

Oficialmente, estaba escribiendo esto como una investigación de mercado, simplemente otra forma en que iba más allá de la campaña de Bailey Falls para asegurarme de que estaba resaltando todo lo que podría generar ingresos para la ciudad. Ji ji ji…

Cada vez que Roxie organizaba una de sus clases de Vinagreta Zombie, estuve ocupada y no tuve la oportunidad de ir y participar en la clase. Quería tomar la clase porque era otra forma de pasar tiempo con mis nuevos amigos y ver a mi mejor amiga en acción… y ver a mi hombre de las cavernas.

La clase Vinagreta Zombie comenzó solo con ella y sus chicos (Leo, Chad y Logan). Quería enseñarle a la gente cómo hacer cosas en la cocina que la abuela de todo el mundo sabía cómo hacer, pero que la mayoría de los profesionales jóvenes no tenían ni idea de cómo hacerlo. Conservas vegetales. Hacer mermelada. Cocinar desde cero con un poco de diversión y amor. Además de saber cómo hacer encurtidos por si el apocalipsis zombie llegaba al estado de Nueva York, Bailey Falls podría capear la tormenta mientras alguien siguiera plantando pepinos.

Sus clases fueron un éxito desde el principio. Todos, desde adolescentes hasta jubilados, se dirigían al comedor para las clases y difundían la palabra en las redes sociales.

Cuando en el último minuto decidí asistir a clase, Oscar se hallaba encantado con la posibilidad de tener un pequeño entreno a mitad de semana.

Roxie se encontraba aterrada. —No es que no te quiera; es que las cocinas no te quieren —dijo mientras yo corría por la ciudad hasta Grand Central para tomar el tren.

—Oh, vamos, no soy tan mala. —Has quemado agua, Natalie, eso es lo peor. No te atrevas a arruinar mi clase.

Punto a favor. Tendría que estar en mi mejor comportamiento.

El restaurante se encontraba lleno cuando llegué. Roxie saludó cuando entré, de pie cerca del único puesto vacío. —Tu delantal está colgado en el respaldo de la silla y todo lo que necesitas está aquí — explicó, señalando la mesa y dándome una "esto es terrible sonrisa, pero vamos a intentarlo de todos modos".

Miré a mí alrededor, preguntándome a qué puesto debería ir, cuando escuché una voz baja riendo detrás de mí. —Hola, Pinup.

Me volví con una sonrisa, casi tropezando conmigo misma para saludarle con un beso. Elevándose sobre su espacio de trabajo, rodeado de pequeños cuencos de cristal y tazas de medir, estaba Oscar.

Se rió, profundo y sexy. A juzgar por el calor presente, se hallaba encantado de verme. Su ceja se arqueó cuando me dio una vuelta completa, y se lamió los labios cuando sus ojos se encontraron con los míos.

¿Qué tan escandaloso sería si lo empujara sobre el mostrador y me lanzara en su camino frente a la clase?

Roxie se aclaró la garganta y golpeó una cuchara de madera en una olla para llamar la atención de todos. —Esta noche, en caso de que no pudieran decirlo por los ingredientes, ¡estamos haciendo

magdalenas de plátano! Es algo que muchos de ustedes solicitaron.

Estupendo. Levanté una ceja a Oscar, sabiendo que su ex esposa lo mantenía nadando en magdalenas, y él trató de no reírse.

Roxie estaba pasando al siguiente paso. —Si prefieren una barra de pan en vez de una tanda de magdalenas, tengo algunas sartenes aquí. ¿Alguien?

Mi mano se disparó. Oscar miró por encima, pero ignoré su pregunta silenciosa.

Roxie me tiró el molde y me puse a trabajar untándolo con mantequilla mientras todos los demás ponían sus moldes para las magdalenas. Las manos grandes de Oscar y Leo luchaban por dejar caer los pequeños forros de papel en sus bandejas, pero parecían estar disfrutando de la experiencia. Todos lo hacían, en realidad.

Roxie caminó por la clase, ofreciendo consejos y elogios. —Muy bien, chicos. Louise, prueba con un poco menos de mantequilla. Elmer, no necesitas tantos revestimientos en la misma lata, nunca hornearán de esa manera. Se ve bien, Oscar.

Mientras aún me hallaba engrasando la sartén, pasó al siguiente paso. Mis manos no cooperaban y busqué a tientas la medida de harina, derramando parte de ella en mi puesto. —¿Qué estás haciendo? —me susurró Óscar, mirándome hacer un desastre. —Divertirme —le susurré a través de mis dientes.

Durante el proceso de trituración de plátano, dejé caer un pendiente en la papilla macerada y tuve que sacarlo con un palillo de dientes.

Cuando llegó el momento de batir, me salpiqué no solo a mí misma con la batidora, sino también a la pobre Elmer frente a mí.

—Dejar de reíros —le espeté a Oscar y Leo. —Lo siento mucho —le pedí disculpas a Elmer, entregándole otra toalla de papel.

Roxie, se hallaba ocupada con un adolescente que se encontraba teniendo dificultades para medir la cantidad correcta de mezcla por taza, me miró y murmuró—: ¿Estás bien?

Solo asentí y seguí mezclando el desorden en mi bol. ¿Los plátanos apestaban, y se suponía que tenían que estar espumosos? —Si su mezcla está lista, viértanla en los moldes y la colocaremos en el horno. Griten si necesitan una mano.

Giré el cuenco sobre la sartén y esperé. La mezcla brotó lentamente, cayendo en la sartén en una sustancia congelada. —Estoy bastante seguro de que no se supone que debe verse así, Pinup —dijo Oscar, empujándolo con una cuchara de madera. —Está bien —le dije, dando un golpe a su cuchara con la mía—. Nunca he sido una gran fanática de la pastelería. O en cocinar. O en asar a la parrilla.

Pasé junto a él y llevé mi sartén a la cocina. Roxie se unió a mí, esperando hasta que la habitación quedara despejada antes de preguntar—: ¿Cómo estás?

Miró hacia abajo y no tuvo que volver a preguntar. —Lo siento. No debería haberte seguido presionando para que vengas a uno de estos. Es solo que todos se divierten y yo quería que tú... —Rox, está bien. Me estoy divirtiendo, y ahora que lo he experimentado, tengo un nuevo ángulo para mi campaña. —¿La clase Vinagreta Zombie será parte de eso? —dijo, sorprendida. —Sí, puede que no sea la portada de un folleto de viajes, pero definitivamente está incluida.

Cuando nuestros chicos se unieron a nosotros, Óscar me besó dulcemente en la mejilla, luego sus ojos se abrieron y señaló el banco de hornos. —Rox, tienes un problema allí. —El horno que contenía mi molde se encontraba vertiendo humo por el frente. —¡Mierda! Coge el extintor por si acaso. —Ella se puso dos agarraderas mientras corría.

No fue tan malo como el humo lo hizo parecer. Aparentemente mi pan estaba demasiado lleno y se desbordó en el piso del horno. Sacó la sartén, la dejó caer sobre el mostrador y rechazó el humo que sus extractores no obtuvieron.

Mi pan de plátano no era ni banana ni nuez, pero estaba muy deformado y nada comestible. —Qué bueno que odio los plátanos —bromeé, sintiendo una presión en mi pecho cuando Oscar me miró. —Recuérdame mantenerte alejado de mi parrilla —dijo con una sonrisa cuando pinchó el pan—. No puedo creer que seas tan mala en la cocina.

Un nudo se formó en la parte posterior de mi garganta. —Te dije que era así de mala. Solo quería probar algo nuevo. —La última vez que intenté cocinar para alguien, cualquiera, fue Thomas... Ugh. No vayamos allí. —Natalie, solo te estoy tomando el pelo —dijo, inclinándose para besar mi mejilla—. No todas las mujeres pueden cocinar.

Lógicamente, sé que no quiso decir nada con eso. Pero no me sentía razonable en este momento: quería tener magdalenas lindas como todos los demás. Podría haber intentado más, podría haber escuchado mejor, pero...

Joder. Natalie Grayson no era una Susie ama de casa. Y nunca lo iba a ser.

—No te preocupes, voy a compartir mis panecillos contigo —ofreció, cubriendo su brazo sobre mi hombro. Se veía orgulloso cuando Roxie sacó su bandeja del horno.

Se hallaban perfectos. A pesar de todos los problemas que él y Leo hicieron durante toda la clase, lograron no joderlo. Los panecillos se encontraban dorados claros y olían fantástico. ¿Le había enseñado Missy a hornear?

Los celos no eran algo que me gustara experimentar. Añadiendo mi fracaso de la noche, y me hallaba francamente irritable. ¿Y qué era esta otra sensación, quemando la parte posterior de mis ojos? De repente, quería estar en casa, en mi apartamento, pidiendo comida para llevar y no sentir todo lo que sentía. —Sabes qué, no me siento tan bien. Creo que voy a regresar a la ciudad.

Oscar levantó las cejas. —¿Ahora? —Sí, ¿puedes llevarme de vuelta a la estación? Puedo estar en casa y en la cama a las once. ¿Te importa? —Bueno, no, quiero decir, por supuesto, quiero que te sientas mejor, pero pensé que tendríamos la oportunidad de... —No esta noche. Tengo que irme a casa —interrumpí, sin saber por qué lo necesitaba tanto, pero mi hogar en este momento sonaba como un mejor lugar para estar.

Su decepción hablaba mucho, y parte de mí realmente quería explicarlo. ¿Pero cómo podría cuando no sabía exactamente lo que estaba sintiendo? Ya era bastante difícil descubrir mi propia mierda, y mucho menos tener que preocuparme sobre cómo podría tomarla.

Mientras recogía mis cosas, Roxie repartió las bandejas etiquetadas con los nombres de los estudiantes. Fueron pequeños detalles así que quería asegurarme de incluirlos.

Mientras me abrazaba, me dijo—: Podemos hacer algo más la próxima vez que estés en la ciudad.

—Voy a pasar —le dije con firmeza, y la besé en la mejilla—. Esta clase es jodidamente fantástica.

Asintió, agradecida, como si quisiera preguntarme qué estaba pasando, pero conociéndome lo suficiente como para dejarlo en paz.

Oscar me llevó a la estación, le di un beso de despedida y regresé a la cama antes de las once, como me prometí. Aunque no me dormí durante mucho tiempo...

***

Durante la semana siguiente, pensé en lo que sucedió en la clase de cocina, y quería hacer algo para compensar a Oscar. Y creo que sabía cómo exactamente... —Es como cuidar niños —le dije a Roxie por teléfono. —Es un cien por ciento no solo como cuidar niños. —Pero podría ser, es solo cuestión de cambiarle la imagen. —¡Entonces llama a Clara para cuidar a las vacas de tu novio! Ella es la experta en cambio de imagen. —Antes que nada, Clara no puede cuidar a las vacas; no tiene el conjunto de habilidades necesarias. En segundo lugar, me molesta que insinúes que ella es la única experta en cambio de imagen: soy una experta también. En tercer lugar, él no es mi novio. —No es tu novio, ¡eso es gracioso! —En cuarto lugar, no te estoy pidiendo que cuides a las vacas de Oscar; Le estoy pidiendo a tu novio que lo haga. Así que Oscar puede pasar todo el fin de semana en la ciudad conmigo.

Contuve la respiración y esperé. Habíamos estado enviando mensajes de texto todo el día sobre esto, y finalmente la llamé para ver si podía hacer algo de magia de esta manera.

Era jueves por la tarde, mi escritorio se hallaba cubierto con todas las cosas Bailey Falls mientras trabajaba en la campaña de Hudson Valley, y todas las imágenes de hojas de otoño y lagos de origen glaciar y la simple diversión en familia me estaban poniendo cachonda.

En mi cabeza, eso sonaba mejor...

Me desperté esta mañana con la brillante idea de pedirle a Oscar que viniera a la ciudad un día antes y pasar todo el fin de semana. Un verdadero fin de semana en Nueva York.

Oscar no tenía el mismo tipo de responsabilidades que un chico normal, Eh... que un chico tendría. No fue tan simple como cancelar un partido de tenis o boletos de teatro; Los planes de Oscar involucraban a otras personas cada fin de semana. Por no hablar de los bovinos.

Así que estaba tratando de que Roxie me ayudara a allanar el camino antes de abordar el tema. Dado que el rebaño de Oscar parecía disfrutar pastoreando en Maxwell Farms de vez en cuando, ¿quizás también podrían tener una escapada de fin de semana?

Oscar tendría la última palabra, por supuesto, pero a mi mente analítica le gustaba siempre presentar problemas con las soluciones, adelantarse a cualquier posible no para convertirlo en un sí. O al menos una empresa muy firme tal vez...

Porque cuando se trataba de empresas, lo necesitaba. Mal. Me he sentido atrapada en el orgasmo durante toda la semana, y si no recibía alguno este fin de semana... bien entonces... —Solo habla con Leo, mira lo que dice. Si dice que no, está bien. Pero si dice que sí...

Roxie se rio. —No es como ver el perro de alguien durante el fin de semana, Nat. Es un trato un poco más grande. —Sí, pero todos los agricultores están muy apretados allí, ayudándose unos a otros todo ese tiempo,

¿verdad? ¿Acaso los amish nunca se juntan, cultivan en los graneros y demás? —No somos amish. —Semántica. Digamos que lo harás —ordené, golpeando mi escritorio con mi puño, tratando de ser lo más enérgica posible—. Tengo que echar un polvo.

El interno Edward entró durante la última parte, se puso rojo y volvió a salir. —Mira, puede que haya contribuido a un ambiente de trabajo hostil. Alguien tiene que intervenir y salvarme de mí misma —gemí. —Oh, cállate ya, está bien —espetó, y me di un puñetazo—. Me lo debes. La próxima vez que esté en la ciudad, me llevarás a cualquier restaurante que elija. —Hecho. —Y estás pagando. —Lo imaginaba. —Sonreí, garabateando imágenes de vacas en mi bloc de notas y dibujando pequeños corazones a su alrededor—. Ahora cuando le pida a Oscar para pasar el fin de semana, verá cuán responsable soy. —Haces eso. Y la próxima vez que hable con Oscar, le preguntaré si es tu novio. Por lo general, viene a la cafetería para el almuerzo los miércoles… Tal vez solo me acerque y vea si se siente conversador.

Me senté derecha en mi silla. —No lo harías. —Sabes que lo haría. —No te atrevas… —Tengo que irme, siento el repentino impulso de derretir un atún. —Se rio, colgando el teléfono. —Hija de… —murmuré, llamándola de vuelta inmediatamente. Por supuesto que no respondió. O cuando la volví a llamar diez segundos después. O responda los nueve mensajes que le envié lo siguientes cinco minutos, cada uno con obscenidades cada vez más creativas. —Natalie, ¿tienes un minuto? —preguntó mi jefe, Dan, asomando la cabeza por la puerta.

Levanté la vista, suspiré y dejé el teléfono. —Por supuesto. ¿Qué pasa? —¿Recuerdas esa tienda de comida gourmet en la que trabajaste el año pasado? —¿Brannigan? Seguro, acaban de abrir su quinta tienda en Chicago, creo. —Ahora hay una sexta tienda en San Francisco.

Eh, me perdí eso en los comercios. —Guau, bien por ellos. —¿Todavía estás en contacto con su equipo de marketing? —Sí, ¿quieres que me acerque?

Asintió. —Si están en San Francisco, se expandirán nuevamente. Si hacen eso... —… tendrán una nueva estrategia de marketing. Estoy en ello. —Aclaré un lugar en mi escritorio y comencé a tomar notas—. Llamaré a Sara; ahora se dirige hacia lo creativo. —Perfecto, mantenme al tanto —dijo, saliendo de la oficina, deteniéndose justo antes de irse—. ¿Qué pasó con tus montones habituales? ¿Qué pasa?

Era conocida por tener montones múltiples y muy organizados en toda mi oficina. Fue la forma en que mantuve las partes creativas y analíticas de mi cerebro juntas. Extendía todo para que fuera más fácil de ver, pero los montones siempre estaban en guardia.

Miré alrededor. Se hallaba más desordenado que de costumbre. —Simplemente manteniendo todos los platos en el aire. Estarán de vuelta en sus montones antes de irme hoy; no te preocupes. —¿Quién está preocupado? —dijo.

Aun así, hice una nota mental para arreglar un poco mientras que detuve el sitio web de Brannigan.

Lo actualizaron recientemente; tenía una gran apariencia nueva. Después de dirigir una tienda gourmet familiar aquí en la ciudad durante cuarenta años, el verdadero negocio familiar se habían retirado, pasando su pasta y el imperio de los caracoles a sus hijos. Los "chicos" convirtieron el negocio en algo nuevo y emocionante, lo cual era raro en este nicho de mercado. Habían abierto una segunda tienda en la ciudad, luego se diversificaron en los barrios periféricos con un buque insignia en Park Slope en Brooklyn justo cuando el vecindario se estaba convirtiendo en el lugar más moderno para vivir en la ciudad de Nueva York. Se abrió una cuarta tienda en Filadelfia y luego en Chicago. Oh sí, y ahora San Francisco.

Miré a través de los archivos de mi cliente, lancé un correo electrónico rápido y estuve hablando por teléfono con Sara esa tarde. Pasé las estadísticas provisionales sobre algunas de las marcas y proveedores que presentaban en sus tiendas, y me di cuenta de que parecían pensar menos en el… queso.

Una idea comenzó a tomar forma.

Después de intercambiar los cumplidos habituales, felicitarles por todo el éxito (debido en gran parte a la fantástica campaña que mi equipo diseñó para ella antes de que comenzaran a expandirse), le dije que, por supuesto, Manhattan Creative Group estaba deseando trabajar con ellos de nuevo en el futuro y cuando estuvieran listos para comenzar la siguiente fase, nos hallábamos listos para lanzarlos a todas las ciudades importantes del país, convirtiéndolas en una marca familiar. Y podría haber mencionado, varias veces, este maravilloso nuevo fabricante de queso del valle del Hudson, la próxima gran escena gastronómica en el mundo culinario...

19 (Parte II)

Traducido por Val_17

Para el final de esa llamada, no sólo aseguré un compromiso firme para futuros negocios de publicidad con nuestra empresa, sino que planté varias semillas sobre la Lechería Bailey Falls, y me las arreglé para enviarle algunos de sus mejores quesos a ella y a su equipo a sus oficinas corporativas en Midtown. Le daría a Oscar la buena noticia una vez que supiera que sus vacas iban a ser cuidadas. Y después de que supiera el resultado de la conversación de Roxie con él, acerca de si era o no mi novio… El resultado vino esa noche cuando recibí un mensaje de texto de Roxie. Leo va a cuidar a las vacas de tu novio. Seguro que nadie ha dicho eso antes. Bienvenida a la vida de pueblo. Le respondí:

¡Excelente! Le diré a Oscar. Está libre y desocupado para pasar el fin de semana conmigo. Te lo agradezco, y también mis futuros orgasmos. De nada. Para ambos. ¿Y? ¿Qué demonios dijo cuándo se lo preguntaste? Número uno: Dije que él era tu novio primero, así que tengo derecho a presumir. Espera, ¿alguien más lo dijo? Tu novio también lo dijo. Hubo una larga pausa… ¿Hola? ¿Sigues ahí? ¡Estoy tumbada en mi cama, pataleando y chillando en mi almohada! ¿Por qué demonios no existe un emoji de pompones? Aquí tienes… lo más cercano que pude encontrar.

Eso es de fútbol. Bueno, sacuden pompones en los partidos de fútbol. Y él es el Sr. Fútbol… Te amo. Sé que lo haces. Me tengo que ir. Me pregunto qué tipo de bocadillos compras para una fiesta de pijamas con vacas. Bajé el teléfono, aun sintiéndome mareada por tener un novio. Y entonces, no mucho tiempo después, sentí las primeras punzadas de: Santa mierda… ¿tengo un novio?

***

Realmente fui capaz de convencer a Oscar para conducir a la ciudad un día antes, y ni siquiera tuve que esforzarme tanto. —¿De qué sirve tener empleados si no puedes confiar en que hagan su trabajo por sí mismos de vez en cuando? —había dicho, entonces me dijo que uno de sus pasantes de la escuela culinaria ya se había adelantado y estaría a cargo de llevar al mercado todo lo que necesitarían para el sábado. Se encontraba verdaderamente fuera del horario de trabajo, por primera vez en mucho tiempo. Y estaba lista para mostrarle otro lado de mi Manhattan. La ostentación, el glamour, los lugares nocturnos secretos, y los clubes exclusivos a los que pertenecía. Era el lado de Manhattan que ves en la televisión y los programas de telerrealidad. Corría en esos círculos desde que era una niña, y no podía esperar para mostrárselo a Oscar. Y para presumirlo un poco… seamos honestos. Mi ausencia de la escena social en el último mes había sido notada. Y tenía ganas de salir, comer algo delicioso, beber algún vino fabuloso, ir a bailar a los clubes más populares, y sacudir el culo por toda mi ciudad. Mis planes se descarrilaron al cien por ciento cuando Oscar se presentó en mi apartamento el viernes por la noche, me echó un vistazo en mis botas de cuero Chanel hasta los muslos con diez centímetros de tacón, gruñó—: Maldito infierno, Natalie. — Dejó caer su bolsa de lona, me tiró por encima del hombro, y me llevó directamente de regreso a la habitación. ¿Olvidé mencionar que sólo llevaba puestas las botas, un nuevo delantal que diseñé con un estampado en la parte delantera que decía Lechería Bailey Falls, y un largo collar de perlas?

Sí, realmente no fue justo de mi parte. Me folló durante tres sólidas horas, y luego pedimos comida marroquí a las once de la noche. Mantuve las botas y las perlas todo el tiempo. El delantal se quedó en el camino. No volvimos a ver el mundo exterior hasta el sábado por la mañana, cuando nos dirigimos al mercado. Estoy segura de que Nueva York me extrañaba, pero no cambiaría esa noche por nada en el mundo.

*** —Entonces, sobre esta noche. —¿Esta noche? Pensé que tendríamos otra noche como la de anoche, pero si quieres salir, podrías convencerme con esos panecillos de nuevo —respondió, dejando un beso entre mi cuello y mi hombro, para consternación de la mujer en frente de su fila. La consternación fue compartida por la siguiente mujer, la mujer después de esa y el hombre después de esa. Lo entendía; estuve en esa fila hacía sólo unas pocas semanas. Pero de regreso a esta noche. —No, sin panecillos. Y sí, obviamente anoche fue increíble —dije cuando movió el tirante de mi delantal y dejó un beso más justo debajo de mi oreja, haciéndome estremecer—. Pero esta noche, vamos a salir. —Todavía no puedo creer que hicieras esto para todo el mundo. —Hizo un gesto hacia el resto de su equipo, que ahora usaban con orgullo los nuevos delantales. Al principio no parecía seguro sobre ellos, preguntándose por qué en el mundo necesitaba usar un delantal que decía Lechería Bailey Falls cuando se encontraba de pie bajo un letrero que decía lo mismo, pero finalmente accedió y lo deslizó por su cabeza con una mirada avergonzada—. Entonces, ¿a dónde vamos esta noche? —Entregó una orden de queso cheddar al siguiente cliente con su habitual expresión de “estrictamente negocios”. —¿Cómo te sentirías al ir a la apertura de una nueva exposición de arte? Me miró mientras entregaba una rueda de Brie. —¿Qué, como pinturas? —No, es una exposición abstracta… un estudio fotográfico de los botes de basura de la ciudad de Nueva York yuxtapuestos con instalaciones de plástico a gran escala, diseñado para representar el alcance global del hombre hacia la industrialización, y su impacto en el medio ambiente con sus residuos.

Toda la fila se quedó en silencio, al igual que el equipo de Oscar, escuchando lo que decía con miradas de confusión en sus rostros. —¿Es arte basura? —preguntó, luciendo más allá de escéptico, luego se dio cuenta que la fila se detuvo—. Aquí está tu queso —gruñó, entregando un paquete y puso la fila en movimiento nuevamente. —No puedo describir el trabajo tan bien como la artista; tendrás que pedirle su explicación. — Suspiré, rodando mi tobillo. Al instante lo notó. —¿Por qué estás nerviosa por ir a ver arte basura? —Porque la artista es mi madre —chillé. —¿Quieres que conozca a tu mamá? —¿Y a mi papá? ¿Es demasiado raro? —dije, tirando de mi delantal. Era raro, lo era totalmente. ¿Por qué estaba haciendo esto? Era demasiado pronto, y de repente este puesto se sentía muy sofocante. Oscar me estudió cuidadosamente, y me pregunté qué estaría pensando. ¿Diría que sí? ¿Diría que no? ¿Exigiría que me fuera del puesto? ¿Correría gritando de terror ante la idea de conocer a mis padres? ¿En qué diablos pensaba yo? ¡Nunca hice esto! —Está bien —respondió, girándose de vuelta hacia sus clientes—. ¿Qué es lo que quieres tú? —Siempre acentuaba el tú, haciéndolo parecer como si el cliente lo estuviera obligando de alguna manera. —Espera, entonces, ¿irás? —pregunté, la respiración regresando a mis pulmones. Esto iba a ocurrir… ¡realmente iba a ocurrir! El creciente pánico desapareció al instante en que dijo que sí, y me di cuenta de lo mucho que quería presentarlo en mi mundo y a mi familia. Esto. Iba. A. Ocurrir. Se volvió hacia mí con una sonrisa. —Claro, no hay problema. Aunque no estoy seguro de tener algo para usar. No traje nada elegante. —¡Podemos ir de compras después de que terminemos aquí! —chillé, mareada por la idea de que mi novio y yo saldríamos del pueblo esta noche—. Puedo llamar a Barneys o Bergdorf y hacer que preparen algunas cosas para ti… —¿Podemos ir a Macy’s? ¿La tienda que tiene el desfile? —preguntó, su cara iluminándose—. Veíamos el desfile todos los años, antes de que comenzaran los

partidos de fútbol. Siempre he querido ir allí. Él sonreía. Incluso a sus clientes. Y entre pedidos, de verdad comenzó a… silbar. Macy’s será.

***

Tomamos el metro para ir de compras, algo que él nunca había hecho antes. —Podemos llevar mi camioneta, no hay problema —dijo, haciendo un gesto hacia donde estacionó detrás del soporte. Negué con la cabeza. —Será más rápido de esta manera, y no tendremos que preocuparnos por el estacionamiento. Además, nadie conduce en la ciudad. Miró todo el tráfico a su alrededor con las cejas levantadas, luego se giró con una expresión de “¿Qué decías?”. —En serio, mira de nuevo esos autos. Todos son taxis, chicos de Uber, o conductores privados. Es mucho más rápido moverse bajo tierra —contesté, tomándolo de la mano y dirigiéndolo a la estación de la calle treinta y cuatro. Tenían un excelente departamento de hombres en Macy’s, y en una hora lo teníamos equipado con una bonita camisa oxford, una nueva corbata, y una chaqueta. Sin embargo, se negó a comprar pantalones nuevos. —Los vaqueros están bien. Siempre veo a tipos en vaqueros en esas revistas de moda —había dicho. Y estuve de acuerdo. Se veía malditamente bien en vaqueros. De regreso en el tren atiborrado, nos paramos junto a los otros compradores del sábado, nuestras bolsas y cuerpos se sacudían con todos los demás. Espié a alguien con una bolsa de Brannigan, y me di cuenta que ahora era un momento tan bueno como cualquier otro para darle las buenas noticias. Girándome para enfrentarlo en el pequeño espacio que creé, le sonreí, metiéndome en el lugar debajo de su brazo, donde se sostenía firmemente en la barra por encima. —Tengo noticias para usted, señor.

—¿Oh, sí? ¿Qué es? —preguntó mientras bajaba la mirada hacia mí. —¿Has oído hablar de Brannigan? —Claro. La tienda de comida gourmet, comida cara para personas quisquillosas. Acaban de abrir una nueva tienda en San Francisco. Reprimiendo un giro de ojos, me puse de puntillas para presionar un beso en su barbilla. —No llamaría quisquillosa a la Lechería Bailey Falls, ¿no es así? —No lo entiendo —dijo, con confusión en su rostro. —Conozco a la mujer que dirige su comercialización, y hablé con ella hace unos días. Podría haber mencionado cierta lechería en Hudson Valley que estaba haciendo un queso bastante bueno. —¿Oh? —También podría haber enviado algunas muestras de mis favoritos a sus oficinas. —Oh. —Y es posible que ella me haya enviado un correo electrónico esta mañana diciéndome que a todos les gustó muchísimo tu queso, especialmente el Brie. —Alisé su chaqueta, palmeando su pecho mientras lo hacía—. Y sabes cómo me siento por tu Brie. Se quedó en silencio. —Así que, de todos modos, me preguntó quién se encontraba a cargo de su comercialización, y le dije que había un granjero muy guapo que se encargaba de la mayor parte de eso, y que si estaba interesada podía ponerla en contacto contigo, y… —Espera, detente ahí. ¿Qué hiciste exactamente? —preguntó, su rostro no parecía enojado pero tampoco feliz. —No hice nada, aparte de poner a alguien con la franquicia de alimentos gourmet de mayor crecimiento en el país en contacto con uno de los mejores fabricantes locales de queso que conozco. Se quedó en silencio otra vez, sus ojos distantes. —El mejor, pero no el más hablador —murmuré. No lo entendía… ¿por qué no se veía emocionado? Antes de que pudiera decir algo más, contarle

sobre la increíble oportunidad que era, cómo la gente masacraría un Camembert por la oportunidad de tener sus productos frente a una empresa como Brannigan, tomó mi barbilla, inclinando mi cara para mirarlo. —Aprecio lo que trataste de hacer aquí, y sé por qué lo hiciste. Pero no, gracias. Lo miré boquiabierta. ¿No, gracias? ¿No, gracias? ¿Quién decía “no, gracias” a algo como esto? No debí explicarlo lo suficientemente bien; él no debía saber que… —Y sé que esto es un gran asunto, si eso es lo que estás pensando. —¿Cómo supiste que pensaba eso? —pregunté, sorprendida. Sonrió, un poco triste. —He llegado a conocerte bastante bien, Pinup. Puedo ver cuando estás tramando algo en esa bonita cabeza tuya. —Pero si sabes que este es un gran asunto, ¿entonces por qué no…? —Porque no —dijo, apretando la mandíbula—. No quiero hacerlo —recalcó, como si no hubiera nada más que decir al respecto. Yo tenía más que decir al respecto, mucho más. Pero antes de que pudiera hacer mi jugada, el tren disminuyó la velocidad. —Esta es nuestra parada, ¿verdad? —preguntó. Cuando salimos del tren, acomodó todas las bolsas en una mano para poder sostener la mía. Nuestros dedos se entrelazaron del mismo modo, trazó el mismo diseño en el interior de mi palma con su pulgar… pero no pude evitar pensar que algo había cambiado.

***

Y siguió cambiando a medida que avanzaba la noche. Las cosas parecían relativamente bien cuando regresamos a mi casa. Me silbó como un lobo cuando vio mi vestido para la noche, un vestido envolvente de color gris jaspeado que se aferraba a todos sus lugares favoritos. Y pasó sus manos por esos lugares. —Tetas y culo, nena… eso es lo que me convierte en un hombre de las cavernas — bromeó, con las manos llenas. Me reí entre dientes y aparté sus manos, rogando poder terminar con mi pelo. —Tu culo podría convertirme a mí en un hombre de las cavernas —bromeé de regreso mientras se vestía para la noche. Oscar en ropa de campo siempre era un espectáculo,

¿pero Oscar con ropa de ciudad? Misericordia. Con el pelo peinado hacia atrás, suelto de su habitual elástico, llegando casi a la cima de sus hombros. Su poderosa figura era aún más dramática con la camisa de botones y la chaqueta “súper elegante”, como él la llamaba. Se veía hermoso. Pero en algún lugar entre las risas sobre las tetas y el culo, y el recorrido en el automóvil hasta que se detuvo, él se apartó. Había una tensión entre nosotros que nunca estuvo allí antes. Una extraña sensación de casi no saber qué decir, cuando siempre tuvimos bastante de qué hablar. Cuando abrí la puerta para salir del auto —un hábito que Oscar me quitaba poco a poco— se aseguró de llegar antes de que saliera, pero su habitual movimiento de cabeza y la palabra “mujer” tenían un borde de frustración, en vez de broma. La cena fue tranquila, y cada vez más incómoda. Lo llevé a uno de mis lugares favoritos, un pequeño restaurante francés que normalmente reservaba para ocasiones especiales. Cuando el maître tomó mi abrigo, ganándole a Oscar, él rodó los ojos. Cuando el mismo hombre sacó mi silla antes de que Oscar pudiera, pudo haber gruñido. Y cuando el gerente vino a saludarme, dejando besos en ambas mejillas y diciendo cuánto tiempo había pasado desde que fui y lo mucho que me extrañó, se enfureció en silencio en su silla. Sin embargo, una vez que le entregaron el menú, ya no se quedó en silencio. —¿Qué tipo de maldita comida es esta? —preguntó, su voz lo bastante fuerte como para que la gente de la mesa más cercana mirara alarmada. —Es francés —respondí, mi voz estable y serena, tranquila—. Del país Francia, especializado en comida provenzal. —No sé qué es nada de esto —respondió, arqueando las cejas mientras leía—. Todo está en francés; ¿cómo se supone que alguien sepa lo que está comiendo? —También me sentí así la primera vez que vine a un restaurante francés —concordé, sonriendo un poco para demostrarle que me hallaba de su lado—. Mi madre me enseñó algunas palabras francesas para poder descifrar algunas cosas en cualquier menú. Una vez, cuando estábamos en París, pensé que había pedido pollo, pero… —Cuando estuviste en París —murmuró, cerrando su menú y poniéndolo en la mesa. Ahora era yo quien tenía las cejas levantadas, poco acostumbrada a ser interrumpida, sobre todo de manera tan grosera. Pero antes de que pudiera decir algo, apareció nuestro camarero, mirándonos con expectación. Rápidamente escaneé el menú.

—Tendré el blanquette de veau, con una copa de Château de Chantegrive. — Certainement, bon choix —respondió, mirando a Oscar ahora por su selección. Todavía recuperándome por su comentario grosero, lo dejé ordenar por su cuenta, sin querer ofrecer ninguna ayuda. Resultó que no la necesitaba. —Hamburguesa con queso. Papas fritas. Bud Light. —Miró al camarero como si lo desafiara a decir algo por su orden obviamente difícil. A su favor, los ojos del camarero simplemente se abrieron un poco, luego asintió. — Certainement. Los ojos de Oscar encontraron los míos a través de la mesa… ¿desafiándome a continuación? —Estoy segura de que estará delicioso —dije, mi tono glacial. —Me sorprende que tomara la orden. Esperaba una pelea —dijo, sonriendo un poco. —El servicio aquí es impecable. Nadie discutiría con un cliente jamás. —Suspiré, colocando la servilleta en mi regazo—. Pero si lo que quieres es una pelea… —No sé de qué hablas. —Oh, por favor, estás buscando una pelea. —Me incliné sobre la mesa, bajando mi voz a un susurro —. ¿Cuál diablos es tu problema? ¿Esto es por el asunto de Brannigan? Solamente señaló al camarero que traía nuestras bebidas. Las dejó rápidamente, obviamente sintiendo la tensión en la mesa. Una vez que se alejó, me incliné. —¿Y bien? —Y bien, ¿qué? —Jesús, eres tan obstinado. Se trata de Brannigan, ¿no es así? Sé que no me pediste ayuda, pero yo… —No te pedí nada —dijo, interrumpiéndome. Luego se bebió la mitad de su cerveza de un trago y me miró, desafiándome a decir algo. No iba a jugar este juego. De ninguna manera. Sonreí dulcemente, terminando la trayectoria de la conversación. —Así que, Roxie me contó que

Polly comió tantos dulces de Halloween la otra noche que tuvieron que ocultarlos y repartirlos para que ella no volviera a tener una sobredosis. ¿No es gracioso? Me encontraba decidida a salvar esta noche…

19.3

Traducido por MadHatter

Al salir del automóvil frente a Gallery O, vi a los fotógrafos habituales, a los que se mueven en el mundo del arte, debutantes tontas con sus novios gerentes de fondos de cobertura igualmente tontos, patronos del arte matrona de sangre azul combinados con apuestos hipsters jóvenes, perdedores de la sociedad y, en medio de todo, artistas reales. Escuché un suspiro detrás de mí, y cuando volteé para ver a Oscar, estaba mirando la escena con desaprobación. —¿Estás listo? —pregunté, colocando mi brazo entre los suyos mientras se ponía a mi lado. Hizo una mueca, luego forzó una sonrisa. —Claro. —¿Estás seguro? —Me encanta cuando la gente me hace la misma pregunta dos veces —respondió, luciendo como un hombre a punto de ir a la oficina del dentista para conseguir un tratamiento de conducto. Clavé mis uñas en su brazo mientras caminábamos junto a los fotógrafos, que tomaban algunas fotos para Page Six. —Sé bueno, por favor. —Oh, ¿quieres que sea bueno? —preguntó, una sonrisa desviada que ahora cruzaba su rostro—. Está bien, juguemos. Vi a mi madre pasando entre la multitud, sonriendo, asintiendo y estrechando manos, y aplasté cada una de las cosas que quería decir: que quería borrar esa sonrisa petulante de su cara, de preguntarle qué demonios era el asunto, por qué estaba siendo un idiota, ¿y de dónde venía

todo esto? Aplasté, me centré, sonreí. —¡Madre! —llamé. Me vio y sonrió. Se veía radiante. Vestida de pies a cabeza en negro acentuado con un brillante pañuelo verde lima envuelto alrededor de sus hombros, parecía una hermosa ave exótica. Algunos artistas eran notoriamente tímidos, pero mi madre prosperaba bajo los reflectores y le encantaba mostrarle a la gente su última pieza. Y detrás de ella, como siempre, se encontraba mi padre. Fuerte y sólido, anclando a su locura con su sentido común, siempre estaba contento a su lado. —Natalie, esperaba verte aquí —arrulló, deslizando un brazo por mi cintura y abrazándome de cerca. —Por supuesto, no me lo hubiera perdido. ¡Parece que ya tienes bastante participación! —¡Cuervos, todos son cuervos! Solo están aquí por la comida y la bebida gratis, y para apartar mi trabajo. —Lo que ella ama en secreto —intervino mi papá, compartiendo una sonrisa secreta conmigo. —Sí, realmente lo creo —estuvo de acuerdo, dejando caer un beso en su mejilla. Ambos se dieron cuenta de que había un hombre en mi brazo exactamente en el mismo segundo, y sofoqué una sonrisa cuando los vi inclinar sus cabezas ligeramente para ver su altura. —Oh, y este debe ser el hombre que ha estado manteniendo a mi hija fuera de la ciudad mucho últimamente. Oscar, ¿no? —Mi madre ofreció una mano, que tomó Oscar. Sus ojos se agrandaron por el tamaño de su garra. —Sí, señora, es un placer conocerla, señora Grayson. Parece un gran espectáculo lo de esta noche. —Realmente es un espectáculo —dijo, mirándolo de arriba abajo, tomándose el tiempo para catalogar cada función—. Y este es el padre de Natalie. —Señor Grayson —dijo Oscar, estrechando su mano firmemente. —Soy Al; ella es Anna —respondió mi padre, haciendo que lo llamara ya por su primer nombre. Un desarrollo interesante. Entonces alguien de la galería salió y le preguntó a mi madre si podían hablar un momento. —Oh Dios, tengo que irme, algunas entrevistas. ¿Te veremos más tarde, Oscar?

—Estaré en donde esté Natalie, espero —dijo Oscar, sonriendo suavemente. Sonreí y asentí, y mientras los dos se marchaban rápidamente y se fundían con la multitud, busqué otras caras que conocía. —Tengo que dar vueltas y saludar a algunas personas. ¿Vienes conmigo? —Claro —dijo—, voy contigo. Y no podría haber estado más equivocado. Durante toda la noche, cuando le presenté a las personas que conocía, algunos amigos de la escuela, algunos amigos de la escena de la fiesta, él fue cada vez más grosero. Al principio eran pequeñas cosas: no escuchar cuando otras personas hablaban, miraba al vacío cuando le hacía una pregunta para incorporarlo a la conversación; pero luego comenzó a empeorar. Murmuraba comentarios sarcásticos, comentaba sobre todo, desde los entremeses hasta los fotógrafos y finalmente mis amigos. No sé si lo escucharon, pero yo sí, y eso fue suficiente. No es que mis amigos tampoco tuvieran mucho que decir sobre Oscar. Los ricos no dicen lo que piensan en voz alta, pero está justo frente a ellos, en sus ojos. Hicieron las preguntas correctas: ¿En dónde queda tu granja? ¿Cuánto tiempo has estado haciendo queso? ¿Cuánto tiempo has estado haciéndolo con Natalie? (Una especialmente grosera preguntada por alguien con quien fui a la escuela secundaria y nunca me gustó especialmente); nada abiertamente hostil. Me había acostumbrado tanto a la pequeña charla que apenas la escuchaba. Pero Oscar escuchó todo, y no le estaba cayendo bien. Finalmente, después de dar vueltas y saludar a todos los que necesitaba, supe que era hora de tomar algo. —Vuelvo enseguida —murmuré, comenzando a dirigirme hacia la barra. Me tomó del brazo. Suavemente, por supuesto, pero aun así… —¿A dónde te vas corriendo? —A tomar una bebida. Vuelvo enseguida. —Y me fui. ¿Fui grosera? Tal vez, pero necesitaba un respiro. Esta mierda se estaba complicando y no me gustaba. No estaba segura de lo que le pasaba esta noche, pero no me gustaba cómo me hacía sentir. Cuando finalmente llegué al frente del atestado bar, le pedí ciegamente al primer camarero que pude encontrar, un vodka doble, directamente.

Y cuando él me entregó mi bebida, y finalmente levanté la vista para darle una propina, me encontré viendo los ojos marrones más fríos que esperaba no volver a ver nunca más. —Thomas. —Mi voz se quedó atrapada en mi garganta, apenas un aliento, pero lo escuchó y sonrió. Mi piel se puso de gallina. —Hola, Natalie, ha pasado mucho tiempo. Instintivamente tiró de mi vestido, tirando de él un poco más alto en mi escote, un poco más abajo en mi trasero. —¿Que estás…? —¿Haciendo aquí? ¿Cómo mierda se ve? Estoy sirviéndole a las masas. Hay tantas mujeres borrachas aquí esta noche que podría tener suerte. —Y movió sus cejas hacia mí. Estaba congelada. Cuando el olor familiar de su colonia empalagosa llegó a mi nariz, tuve que recurrir a todo mi esfuerzo para no romper a llorar en ese momento. ¿Cómo podría todavía hacerme esto, después de todo este tiempo? Había sacrificado todo por este hombre: renuncié a mi familia, abandoné el tiempo en mi vida en que se suponía que debía ser el más libre y aventurero, abandoné mis sueños. Quería decir algo digno de quién era ahora, una frase perfecta y cortante que lo destriparía por lo que me había hecho. Pero ninguna palabra podría traer de vuelta todo lo que se había llevado. Como antes, me alejé. Y caminé directo hacia Oscar, que se paseaba al borde de la multitud, mirando su reloj como si no pudiera esperar para salir de allí. Y cuando lo vi, vi la irritación que todavía sentía con tanta claridad hacia mí y por estar aquí, en este mundo, mi mundo, y odiarlo, todo quedó muy claro. Había sacrificado todo por un hombre una vez. Nunca lo volvería a hacer de nuevo.

*** Ninguno de nosotros habló en el auto en el camino de regreso a mi casa. Debo decir que ninguno dijo palabras reales. Hubo un suspiro, hubo un movimiento inquieto, hubo labios mordidos y lenguas mordidas, para el caso, y ninguna de esas cosas se hizo a la manera habitual de Natalie y Oscar. El auto se detuvo frente a mi casa y, como un disparo, Oscar salió del auto y se puso a mi lado, como si se rehusara a permitirme saltar sobre él de nuevo. Yo estaba enojada. Estaba enojada por cómo había manejado las cosas con Thomas, por supuesto, pero más importante, me sentía enojada por cómo Oscar se había estado comportando toda la noche. Sabía cómo compartimentar a Thomas y lidiar con eso más tarde. Pero no había desarrollado

ninguna defensa contra Oscar. Nunca pensé que la necesitaría. Pasé como un rayo junto a él, haciendo ruido con mis tacos en los escalones de mi apartamento mientras él cerraba la puerta del automóvil detrás de mí. Gire la llave de mi cerradura como si la puerta me hubiera hecho algo personalmente. Ojalá fuera así, así tendría una excusa para romper algo. ¿Qué demonios estaba pasando? Horas atrás, habíamos estado detrás del puesto en el mercado de agricultores, casi sin poder quedarnos cerca del otro sin querer sacarnos todo. Ahora había esta horrible tensión, como esperando a que estallara un globo. Lo escuché entrar, lo oí quitarse la chaqueta y sentí sus manos cerca de mi cuello, listo para ayudarme a salirme de la mía. Me giré sobre él de repente, ya no estaba dispuesta a fingir que no estaba enojada. —¿Qué demonios está pasando? —exigí saber—. Lo digo en serio, Oscar: ¿qué diablos? —¿Quieres hablar de esto ahora? —preguntó, quitándome el abrigo y colgándolo con cuidado junto al suyo. —Creo que será mejor que no... ¡Oye, no te alejes de mí! —grité mientras caminaba hacia la cocina. Girando sobre sus talones, sostuvo sus manos en el aire como para decir que no era gran cosa. — Solo voy a beber algo, cariño. Eso es todo. —No me llames cariño maldita sea. Odio eso. Nunca me llamas cariño —balbuceé, todavía de pie en la entrada, poniéndome más enojada por cada segundo que pasaba. —¿Cómo quieres que te llame? ¿Amor? ¿Dulzura? Dime exactamente cómo quieres que te llame, así puedo asegurarme de que me dirijo a ti correctamente. —Desapareció a la vuelta de la esquina y pude oír cómo abría la nevera y al hielo tintineando en el cristal. Caminé por el pasillo. —¿Que se supone que significa eso? Se sirvió un whisky escocés y agitó la botella dramáticamente. —No significa nada. ¿Por qué todo tiene que significar algo? —No es así, normalmente. Pero cuando alguien está actuando como un idiota, entonces sí, las cosas tienden a significar algo.

—¿Un idiota? —preguntó, levantando una ceja. Negué, sorprendida. —¿No lo crees? ¿Cómo quieres que te llame, dime exactamente cómo quieres que te llame para que yo pueda?, ¿qué fue lo que dijiste? ¿Me dirija a ti correctamente? Idiota es bueno, pero creo que imbécil, gilipollas e hijo de puta suenan bastante bien también. —Estás enojada conmigo —dijo. —Tienes toda la razón, estoy enojada contigo. Tu comportamiento estuvo totalmente fuera de lugar esta noche. Primero en el restaurante, y luego en la inauguración de arte de mi madre. Creo que fuera de lugar es una subestimación. —Tu madre fue amable. Tu padre, también. ¿Pero el resto de esa gente? —Se bebió el resto del whisky—. Eran todos idiotas. —¿Disculpa? —le pregunté, el fuego arrastrándose por mi cara. —Yo también lo siento. Tu pequeño círculo social está lleno de idiotas. —Ni siquiera los conoces. ¿Cómo puedes hacer juicios sobre las personas que acabas de conocer? —pregunté—. Conozco a algunas de estas personas desde hace años. Quizás no sean amigos cercanos, pero he pasado tiempo con ellos. Nos vemos en las mismas fiestas, en los mismos restaurantes, en los mismos eventos. Tal vez son un poco presuntuosos a veces, y un poco críticos, pero… Huh. Algunos de ellos eran imbéciles, en realidad. Pero aun así, ellos eran mis imbéciles. Espera, eso sonaba terrible. Cambié de rumbo. —Oscar, sé que te gusta decir lo que quieras, cuando quieras, en el momento exacto en que lo pienses. Pero a veces tienes que tomarte un minuto y pensar en lo que dices, y si es necesario, y ¡estás lastimando a alguien cuando lo dices! —Todavía no ha sido un problema —respondió. Cerré mi mano sobre el mostrador. —¡Es un problema si no puedo salir contigo sin preocuparme que vas a ser un idiota! —Ahhhh —dijo, bajando la bebida y dando unos pasos más cerca—. De eso se trata: de no saber cómo se comportará el chico de pueblo en una de tus fiestas de mierda. —¿Es eso lo que realmente piensas de mí? —susurré, sintiendo lágrimas brotando de mis ojos. —¿Por qué hablaste con Brannigan sobre mí? Di la verdad, ahora. —Ya te lo dije: ¡porque quería ayudarte! Son una de las marcas de más rápido

crecimiento en el país, y pueden poner tu producto en estanterías en ciudades de todo el lugar. ¿Por qué no querrías eso? Golpeó su mano en el mostrador. —¡Porque no necesito eso! No necesito estar en los estantes de todos, no necesito estar “adentro”, y no necesito que una chica rica de Chicago me diga que mi queso es bueno. Sé que es jodidamente bueno. ¿Por qué Bailey Falls Creamery necesita ser un nombre familiar? Parpadeé, sorprendida por su vehemencia. —¿Qué tiene de malo ser un nombre muy conocido? —¡Se suponía que era un nombre muy conocido! ¡El mío! —gritó, golpeando su pecho—. ¡Y no lo quería! No lo quería entonces, y no lo quiero ahora. ¿Qué demonios está mal con todos, estos días? Todo tiene que ser más grande, más brillante y mejor, ¿cuándo es suficiente? —Nadie dice que tiene que ser eso, Oscar. Solo pensé eso… —Todo lo que mi padre quería de mí era que fuera un jugador de fútbol famoso. Siempre el número uno; llegar en segundo lugar no era una opción. Me reclutaron para la Liga Nacional de Fútbol, Natalie, y lo primero que dijo cuando no sucedió hasta la segunda ronda fue que esperaba que, cuando le tocara el turno a mi hermano menor, fuera en la primera ronda. —Deambulaba por la cocina y hería cada vez más—. ¿Tienes alguna idea de lo orgulloso que estoy de lo que hago ahora? Amo lo que hago. Estamos ganando poco dinero, claro, pero a la gente le encanta ese jodido queso. Es realmente bueno, y eso es decir algo. —Es realmente bueno, y sabes cuánto me encanta, también. Pero, por el amor de Dios, Oscar, a veces está bien dejar que alguien te ayude. Puedo poner tu producto en los estantes de todo el país: ¿por qué no querrías eso? —Porque no. Y eso debería ser suficiente para ti. Metí mis manos en mi cabello, cerrando los ojos por la frustración, tratando de entender. —Y si eso no es suficiente para ti, entonces tal vez yo no sea suficiente para ti. ¿Qué? Mis ojos se abrieron de golpe, sin estar segura de lo que había escuchado. — ¿Qué estás diciendo? —Vamos, Natalie, ¿hacia dónde va esto? ¿Huh? Me sentí golpeada en el estómago. —Espera. ¿Vamos a decidir esto ahora? ¿Qué

quieres decir con hacia dónde va esto? Nos estamos divirtiendo, estamos disfrutando del otro, ¿qué hay de malo en eso? Asintió, cruzando la cocina hacia mí, extendiendo una mano. —Sí, lo hacemos, y es genial. Pero vamos, vives en la ciudad; yo no. Yo no me voy a mudar aquí. Para mí, todo está en Bailey Falls. —Claro —asentí débilmente, sin sentir nada excepto la calidez de su mano—. Claro, tienes a las vacas. —Tengo mi vida —me corrigió—, y tú tienes la tuya. A menos que consideres… —Se detuvo, sus ojos esperanzados. —¿A menos qué? —Consideraras mudarte al norte del estado. Y ahí estaba. Mudarme al norte del estado, abandonar todo lo demás, desarraigarme de todo lo que conozco y amo y trabajé duro para conseguir... sacrificarlo todo, por un hombre. Las lágrimas se derramaron, repentinas y calientes, y luego allí estaba, con las manos temblorosas, tomándolo en mis brazos y diciéndole que no, que no, que no podía hacer eso. Porque sin importar qué, esa era la única cosa que nunca más volvería a hacer. Y luego me está besando, besando mis lágrimas y diciéndome que lo entendía, y luego me está levantando y envolviendo sus brazos a mi alrededor, llevándome a la habitación y él me está amando, y amando mi cuerpo, quitándome el vestido, dejándome desnuda y cálido, y sus manos recorren todo mi cuerpo perfectamente imperfecto, y él es tan cálido, tan tierno, tan gentil y su cuerpo es increíblemente fuerte, y tal vez es lo suficientemente fuerte por los dos, y tal vez podría considerar que quizás, posiblemente, podría pensar en esto un poco más… Pero entonces no, no, no, no puedo hacer eso porque también puedo ser fuerte, y puedo ser fuerte sola y por mí, y oh sí, oh no, y ahora me está amando con tanta fuerza porque sabe que puedo soportarlo, y es muy dulce porque sabe que también necesito eso, y es demasiado y no lo suficiente una vez más… Se fue esa noche, manejando hacia el norte del estado. No me dijo que me amaba. No necesitó hacerlo. Yo lo sabía.

20

Traducido por Dakya

Pero no sabía lo que sucedería después. ¿Se acabó? ¿Hemos terminado? ¿Tenía que ser todo o nada? No sabía estas reglas. Conocía a hombres, pero no sabía lo que sucedía cuando la gente se comprometía. Esto iba más allá de mí. No hablé con Oscar por tres días. Sin textos, sin llamadas, sin contacto de ningún tipo. En las últimas semanas, conversamos casi todos los días. A veces fue una llamada rápida para confirmar en qué tren estaba. A veces era un momento robado para contarle algo gracioso que había sucedido en el trabajo. A veces llamaba justo antes de irse a dormir. Y aunque no usó palabras lindas, cuando decía: —Dulces sueños, Pinup—, era mejor que casi cualquier cosa. Cuando me desperté el jueves por la mañana sin llamadas ni textos, me sentí… sola. Realmente sola. Por lo general, estaba rodeada de personas que reían, sonreían y charlaban: en el trabajo, cócteles después del trabajo, salidas nocturnas a la ciudad, fines de semana llenos de almuerzos y comidas, clubes y fiestas. Y esta semana no ha sido una excepción. Me había cansado, pasé tiempo con amigos que no había visto en semanas, y mantuve mi calendario social completo. Entonces, ¿por qué me sentía tan sola? Sin Oscar. Y no me gustó ni un poco. El jueves por la tarde mordí la bala1 y lo llamé yo misma, ya no esperando su llamada.

— Hola, —fue su respuesta cuando contestó—. — Hola a ti, —le dije, mi voz ya estaba tensa. —¿Como has estado? — — Bien. Ocupado, pero bien. ¿Tú?

— Bien, —dije, retorciendo un mechón de pelo alrededor de mi dedo. —No he tenido noticias tuyas esta semana—.

Él suspiró. —No he tenido noticias tuyas tampoco—. Tenía razón. —Tenía intención de llamar, solo he estado… — Ocupado, lo sé. He estado ocupada, también.

Más silencio. Nunca antes había sentido la necesidad de llenar el silencio, pero esto se sentía horrible. —Recibí un corte aproximado del primer comercial de Bailey Falls; se ve bastante bien. Aún necesita mucho trabajo y la música será diferente, pero va en la dirección correcta—. — Eso es genial, —dijo en voz baja—. — Sí. Puedo mostrarte este fin de semana, si quieres. Puedes ver su esencia desde… — ¿Este fin de semana? — Bueno sí. Quiero decir, pensé que te vería, —respondí, mi voz sonando más alta de lo que me hubiera gustado. —En el mercado, al menos—. — No estaré allí este fin de semana. — ¿No vienes al mercado? —Pregunté, incrédula. — Ahora que es invierno, solo venimos una vez al mes y no volveremos a programar hasta después del Día de Acción de Gracias. — Oh, —susurré, mi dedo se retorció en mi pelo tan fuerte que comenzaba a doler. — Entonces, ¿cuándo te veré? — — Es un momento muy ocupado en este momento, a pesar de que parece que se ralentizará cuando llegue el invierno. Tengo reparaciones que pospuse todo el verano; las vacas se están preparando para entrar a la casa por más tiempo de lo que están acostumbradas, y se necesita mucha preparación para eso; es solo… — Ocupado. —Alivié deliberadamente mi tono. —Sí, también tengo toneladas de trabajo explotando. Tengo algunas campañas nuevas en las que trabajaré pronto, con la finalización del trabajo de Bailey Falls. Sí. Mucho que hacer—.

— Sí, —dijo. Él sonó un poco… ¿triste? —De todos modos, tengo que ir a la práctica de fútbol ahora. Los niños han ganado todos sus juegos, y ahora es el momento de presionarlos un poco más para que no holgazaneen—. — Oh, por supuesto. Bien. — Hablamos más tarde, Natalie, —dijo, y colgó—.

Yo había elegido esto. Yo tomé esta decisión. No podría ser la mujer que él necesitaba. Necesitaba una panadera, una lavadora de ropa, una chica multifuncional que estaría dispuesta a renunciar a una parte de sí misma para estar allí para él. No podía, no haría eso. Dispuesta a no llorar, encendí el ventilador en la esquina, secándome los ojos hasta que pude volver al trabajo. Hablé con Oscar dos veces más esa semana, dos veces a la semana después de eso, y luego pasó una semana entera antes de volver a hablar con él. Ni una sola vez mencionó tratar de reunirnos. Cuando hablé con Roxie una noche, ella me dijo que estaba más malhumorado que nunca, apenas hablando cuando estaba en la ciudad. Así es como es, supongo. Volví a trabajar en mi rutina; bueno, parte de mi rutina. No salí tanto, pero estaba bien. No podría concebir conocer a alguien nuevo. Coquetear con un chico parecía desagradable en el mejor de los casos, asqueroso en el peor, y lo último que quería era elegir a un tipo al azar. Trabaje mucho. Hablé con Roxie, hablé con Clara, y pasé más y más del fin de semana en casa de mis padres, necesitando algo de familiaridad mientras trabajaba en mí. ¿Tomé la decisión correcta? ¿Podría haber considerado, solo considerado, la idea de tratar de hacer que las cosas funcionen con Oscar? — Seguro como el inferno que podrías haber intentado, —dijo una voz, y parpadeé, confundida —. — ¿Eh? —Me giré en mi percha en la ventana para ver a mi madre parada allí, sosteniendo una taza de té—. — ¿Deberías haber considerado la idea de hacer que las cosas funcionen con Oscar? Sí. La respuesta es sí.

Ella meneó la cabeza y me dio la taza. —Bebe esto. Es té verde, necesitas los antioxidantes—. — Lo siento, no sabía que yo… — ¿Lo dijiste en voz alta? Lo hiciste; siempre dices cosas en voz alta cuando trabajas en ti misma. — ¿Lo hago? —Nunca había escuchado esto antes. — Por supuesto; tu padre es de la misma manera. — Cuando está en un aprieto, a veces plantea preguntas a la pared, tratando de resolver un problema. Yo, simplemente tiro un poco de pintura en un lienzo y lo soluciono de esa manera.

Bebí un sorbo de té. Era diciembre, y estaba pasando un sábado por la noche en casa de mis padres, viendo caer la primera nevada en la calle Perry. Sábado por la noche con mis padres. Cómo han caído los poderosos. — Quería que pensara en mudarme. — Lo supuse. — A Bailey Falls. — Lo supuse. — A la región, mamá. — Sé dónde está Bailey Falls. La pregunta es, ¿Quieres ir? — ¿Y sacrificar mi carrera y mi vida por un hombre? Siempre me dijiste que eso era lo peor que una mujer podía hacer. — Incorrecto.

Estallé desde mi silla. —¿Qué? ¿Estás tratando de volverme loca? — — Creo que ya estás a mitad de camino, querida hija. Ahora bebe tu té y escúchame.

Me senté. — Siempre te dije que lo peor que una mujer podía hacer era sacrificar su carrera por un hombre… — Exactamente. — …pero no creo que tengas que sacrificar tu carrera para tener a este hombre. — Él tiene vacas. — Claro, y están a solo noventa minutos de donde estás sentada en este momento. ¿No crees que puedes hacer que funcione cuando estás a solo noventa minutos del hombre que amas? — El hombre que amo, yo…

Ella puso una mano sobre mi rodilla, acariciando suavemente. —Ahora escucha bien, Natalie. Has estado enamorado una vez en tu vida—. — Y sabemos cómo terminó eso.

Ella sacudió su cabeza. —No estabas realmente enamorada de Thomas. Creías que lo amabas, porque en ese momento creías que eras desagradable. Y apareció un hombre apuesto, vio una posible debilidad y se aprovechó de eso y de ti. No te culpo por pensar que estabas enamorada de él, pero estoy aquí para decirte que no fue amor. Lo que sientes por Oscar es lo real—. — ¡Pero no puedo renunciar a mi trabajo! ¡Amo mi trabajo! — Y eres genial en eso. Tú lo sabes, y la gente de MCG también lo sabe. ¿No crees que trabajarían contigo si quisieras trabajar desde casa unos días a la semana? ¿Y quizás Oscar podría pasar algún tiempo en la ciudad de vez en cuando?

Mi corazón comenzó a acelerarse. Pude ver las posibilidades, los tal vez. ¿Pero no estaría sacrificando demasiado por alguien más? — ¿Lo amas?

Oh, dulce Cristo en una galleta, creo que realmente lo hago.

Ahora solo tenía que averiguar si todavía me amaba.

21

Traducido por Joselin♡

Esto comienza a parecerse mucho a la Navidad… No, mierda Cualquier parte a la que vayas… No hay nada malo con tus ojos. Echa un vistazo en la tienda de baratijas. . . Listo. Brillando una vez más. . . Estas tan condenadamente alardeando. Con bastones de caramelo y carriles plateados encendidos. Había, de hecho, bastones de caramelos en la tienda de baratijas. Y aunque no vi ningún carril plateado iluminado, vi una exhibición extrañamente atractiva de sierras de cadena plateadas colgando en la ventana de la ferretería. ¿Alguna vez has visto Itś a Wonderful Life? ¿Recuerdas la parte en la que George Bailey corre gritando por la calle principal, lanzando Felices Navidades a todo lo que se pararía? La calle principal de Bailey Falls durante la temporada de Navidad se ve igual. Quizás Frank Capra tenía en mente esta pequeña ciudad cuando creó Bedford Falls. . . Aunque mi corazón siempre se salta un latido cuando veo las ventanas navideñas en Bloomingdale, el árbol en el Rockefeller Center, y las coronas en cada ventana en Bergdorf… No hay nada más bonito que esta maldita ciudad de Hudson Valley en Navidad. Ahí, lo dije.

Roxie me recogió en la estación de tren de Poughkeepsie, y cuando llegamos a la calle principal en Bailey Falls, guardé silencio. Todavía faltaban dos semanas para que Santa Claus bajara por las chimeneas, pero la ciudad estaba lista. Cada vitrina estaba rodeada de diminutas luces centelleantes blancas, cada farol envuelto en una cinta roja y blanca, que parecía una legión de bastones de caramelo que marchaban por la pista principal. Hermosas guirnaldas de hoja perenne, tachonadas con piñas y lazos de color rojo intenso, colgaban de la señal que se enganchaba sobre la acera de cada tienda, y las grandes y anticuadas luces del mundo, con todas las luces de colores, estaban esparcidas por la calle cada veinte pies más o menos, apoyando igualmente como signos brillantes que proclamaban Feliz Navidad, Saludos de la temporada y Felices fiestas. La ciudad común estaba vestida con un gran árbol de Navidad, de treinta pies de alto y adornado con oropel y cinta y coronado con una enorme estrella de oro que se podía ver centelleando desde toda la ciudad. Y a medida que pasamos, como indicado por algún tipo de diseñador de producción celestial, comenzó a nevar. —Oh —suspiré, maravillándome de la belleza que estaba teniendo lugar frente a la puerta de mi automóvil. —Lo sé —se hizo eco Roxie, con su propia cara pegada a la ventana mientras contemplamos el país de las maravillas invernal que nos rodea—. No puedo creer cuánto tiempo me tomó darme cuenta. —Sí —dije de nuevo, con la misma voz soñadora—. El granjero caliente que estás te estas follando no tiene nada que ver con eso. Ella rió. —Está bien, me tienes allí. Por supuesto, tú también sabes algo sobre eso. —Esta ciudad tiene algún tipo de atracción. ¿Sabías que Clara se dirige a la Casa de la Montaña Bryant? —Sabiendo los problemas que tenía el complejo para mantener las habitaciones llenas, Roxie y yo habíamos soltado el nombre de Clara varias veces y la familia finalmente había mordido, llamando a su empresa en Boston y contratándola para que viniera y ayudara a encontrar la forma de cambiar el lugar. —¡Lo sé! ¡No puedo esperar! —Encendió sus limpiaparabrisas, porque la nieve realmente comenzaba a bajar—. Archie no está muy feliz con eso. —¿Archie Bryant? Parecía lo suficientemente amable, ¿por qué se opondría a que Clara viniera a ayudar? —Eh, él es un poco exigente por cómo solían ser las cosas, cómo siempre han hecho las cosas en la montaña. —Citó en el aire—. Estoy segura de que todo estará bien; Clara puede hechizar los pantalones de cualquiera.

Pensé en Archie. Bien parecido, sí, pero había algo un tanto remoto en él, tal vez no distante, pero con una ventaja de la marca Genial de la Costa Este. Entonces pensé en Clara. Una diminuta y pequeña cascarrabias, estaba acostumbrada a patear culos y tomar nombres, haciendo que todo estuviera acorde y oportuno, tan rápido como fuera humanamente posible, todo mientras se veía como dos metros de mujer arrugados en un sorprendente metro y medio. Me reí entre dientes, pensando en esos dos dando vueltas la vieja Casa de Montaña. Mi risa se desvaneció rápidamente cuando Roxie se detuvo en un lugar de estacionamiento a media cuadra del antiguo establo en el borde de la ciudad, donde la fiesta se celebraba esta noche para la nueva visita comercial. Me tragué el bulto que inesperadamente había aparecido en la fiesta también. —Aquí vamos. ***

La nieve espolvoreó todo con el polvo esponjoso para cuando llegamos al granero. Había coches aparcados en todas partes, y por el ruido interior, parecía que toda la ciudad estaba allí. Roxie tenía algunos pasteles por bajar, así que me indicó que entrara mientras iba en busca de un carrito rodante para sacar todo del auto. Esta noche proyectamos los comerciales de Bailey Falls que había creado. En todos los años que llevaba publicitando, nunca había estado en una fiesta de “estreno” para una de mis campañas. Por lo general, se llevaban a cabo en una sala de conferencias muy seca y aburrida, los clientes la revisaban mientras les explicamos la aceptación y el mercado objetivo. No en Bailey Falls. Cuando entré en el granero, fue como entrar en un país de las maravillas invernales. Combinando el estreno con la fiesta anual de fin de año, habían hecho todo lo posible. Roxie una vez me dijo que su ciudad colgaría un cascabeleo en “cada maldito lugar donde se pueda pensar para colgar pancartas” . Creo que lo mismo se puede decir con seguridad sobre las luces centelleantes. Volando arriba en lo alto de las vigas, cada rayo estaba envuelto por completo en luces centelleantes blancas. Estrellas encendidas, guirnaldas iluminadas, incluso algunas bolas iluminadas colgaban del techo, bañando todo en oro rico, cálido y brillante. Y a través de toda la pared posterior, intercalados con los siete árboles de Navidad (cuéntalos, siete), estaban las fotografías de la campaña. Sonreí cuando las vi, sintiéndome orgullosa de lo que habíamos creado. Cada imagen mostraba una porción diferente de la vida de Bailey Falls. Nadar en uno de los hermosos lagos de montaña. Pesca en uno de los arroyos fríos y claros. Caminata por la misma

calle principal en la que acababa de estar, cubierta de hojas de otoño y tomando el sol. Comer en uno de los restaurantes locales, descenso en río, bailar bajo las estrellas. Y las últimas imágenes presentaban algunos de los mejores paisajes alrededor. Allí estaba Leo, llenando cajas de la granja mientras se reía. Recuerdo esa toma: Roxie estaba de pie a un lado y prometía cosechar miel si él lo hacía fácil y sonreía a la cámara. Y allí estaban Chad y Logan, tomados de la mano mientras daban un paseo por la calle principal, lo que la convertía en una ciudad verdaderamente familiar para todos. ¿Y la última foto? Oscar. Con sus vacas. No sonríe, porque vamos, es Oscar. Pero casi sonriendo. Una esquina de su boca estaba curvada, como si estuviera metido en algo que nadie más estaba. Brazo colgado alrededor de una de sus bonitas vacas, con el enorme granero detrás de él. Hudson Valley. Donde la comida es bonita, y también lo son los rancheros. Miré su foto, recordando. La primera vez que conocí a sus vacas, cómo intenté huir. La primera vez que visité ese granero, cómo me hizo estremecer. La primera vez que tracé sus tatuajes, pasé mis dedos sobre ellos y luego mi lengua. La primera vez que cumplí mi sueño secreto de hacer queso... y me dí cuenta de que era mucho más difícil de lo que parecía. Y más apestoso. La primera vez que me di cuenta de que me estaba enamorando de ese estúpido ranchero. Estaba sonriendo, mirando estas fotos, pensando en la posible vida que podría tener aquí… si él lo quisiera, también. Necesitaba a Oscar. Quería a Oscar. Y también… ¿Sabes qué? Realmente lo extrañaba. Más allá del sexo, más allá de la obsesión por mi culo y de verlo rebotar, más allá de las duchas, los graneros y el dulce, dulce amor en las escaleras, el hombre me hacía reír. Lo extrañaba. ¿Dónde demonios estaba ese hombre? —¡Oye, Natalie! Las fotos se ven geniales; ¡no podemos esperar a ver el comercial! — La madre de Roxie, Trudy, y su novio, Wayne Tuesday, bailaban, literalmente,

meciéndose alrededor del árbol de Navidad. —¡Que bueno verte! ¿Has visto a Oscar? —Respondí, tratando de actuar como una persona normal, aunque yo era toda mariposas dentro. —No lo he visto, cariño; Estoy segura de que estará cerca. ¡Toda la ciudad está aquí! — Trudy saludó mientras pasaba bailando. Dios mío, ¿cuándo comenzó el baile? Mientras iba dentro de mí para un control de sentimientos, el salto de la fiesta de Navidad había comenzado oficialmente. Sonreí y asentí con la cabeza a las personas que había llegado a conocer en mis viajes de fin de semana, gente que sonreía y asentía con la cabeza, dándome la bienvenida, aceptándome como uno de los suyos, aunque solo había estado aquí por un corto tiempo. Una pareja pasó bailando, pareciendo perdida el uno del otro, ensueño feliz y santa mierda, ¿esa era Missy? Lo era. Capto mi mirada al mismo tiempo que me di cuenta de que era ella. Vi su cara cambiar, trabajando por sorpresa, aceptación y luego. . . ¿esperanza? Era esperanza. Ella me ofreció una sonrisa cautelosa, una que regresé. Hecho eso, ella devolvió su mirada al hombre con quien estaba bailando, y respiré profundamente. —¡Oye, niña bonita! —Chad gritó mientras él y Logan pasaban bailando—. ¿Por qué tan triste? ¡Tus fotos se ven increíbles! —No triste, solo, ¿has visto a Oscar? Intercambiaron miradas de complicidad. —No, pero si aún no está aquí, aparecerá pronto. Búscate un trago; prueba el ponche de huevo. El Sr. Peabody lo hizo y está lleno de alcohol —dijo Chad. —Ponche de huevo. Te daré un maldito ponche de huevo —gruñí, buscando a través de la multitud. No debería ser tan difícil encontrar un hombre de más de un metro ochenta, pero aún no había señales de él—. Hijo de puta —continué, y oí un ruido traicionero detrás de mí. Allí estaba Polly, que llevaba un suéter de Navidad y sacudía su jarrón, que estaba festivamente adornado. —Lo juraste, Natalie. Por favor, pon un cuarto. —Eres como un pequeño ninja de la maldición, ¿lo sabías? —Dije—. ¿Con quién estás aquí?

—Papá me trajo, pero él está ayudando a Roxie a traer los pasteles. —Me guiñó un ojo y comenzó a hablar por un lado de su boca, muy gánster de los años 30—. Y sabes lo que eso significa. Me he consumido así antes. —¿Qué significa eso? Niega con la cabeza y sacudió su jarra. —No sé, en realidad. Es solo lo que escuché decir el tío Chad una vez. Un cuarto, por favor. —Chica, me estás sangrando en seco. —Rebusqué en mi bolso por un cuarto. —¿Eso es todo? —Has dicho una cuarta parte. —Sí, pero por lo general me das un dólar, en caso de que digas algo más. —Bueno, intentaré y mantendré mi boca cerrada esta noche. —Puedes intentarlo… —Murmuró, alejándose mientras sacudía su jarra al ritmo de la música. —Pequeña timadora —dije en voz baja, y escuché una risita baja detrás de mí. Cada parte de mí se encendió. Podía sentirlo, sentirlo. Mi piel se apretó, mis manos se apretaron, mi corazón estalló, y mis dientes castañearon. Lentamente volteé, y allí estaba él. Alto. Hermoso. El cabello ingeniosamente recogido en esa corbata de cuero, parecía sin esfuerzo, como de costumbre. Era Oscar, mi hombre de las cavernas. Con el suéter de Navidad más feo que haya visto en mi vida. Rojo y verde, cubierto de renos corriendo, estaba demasiado apretado sobre su pecho y demasiado largo en los brazos, y absolutamente horrible. —Vaya —le dije, viendo el alboroto de colores—. Ese es un suéter. —Missy lo hizo por mí; ella me teje uno cada año —dijo con un encogimiento de hombros, mirando mis ojos con cuidado para detectar cualquier señal de celos. Me di cuenta en un comienzo que no había celos aquí. No tenía que preocuparme por Missy, incluso si aún lo amaba. Lo cual, basado en su compañero de baile y en la forma en que lo miraba, parecía ser menos una posibilidad que antes. Si el mundo tuviera más relaciones tan finas como las suyas, sería un lugar mucho más feliz. —Eso es realmente dulce —dije con sinceridad. Se acercó a mí cuando las luces de Navidad centellearon a nuestro alrededor. —Todo se ve realmente genial, Natalie. La gente ha estado diciendo toda la noche lo

impresionados que están, y cómo Natalie Grayson es lo mejor que le puede pasar a esta ciudad en mucho tiempo. —Eso es amable de su parte —le respondí, dando un paso hacia él también—. Tengo que admitirlo, estoy bastante impresionada con la forma en que las cosas han evolucionado en cuanto a campañas. —Me acerqué un poco—. Pero no tanto con cómo resultaron las cosas… con nosotros. Sus ojos se ensancharon por una fracción de segundo, la más mínima muestra de esperanza antes de tener sus emociones bajo control. —Bueno, supongo que la baraja estaba un tanto apilada contra nosotros. Dando un paso más, y una oportunidad también, alcancé su mano. —¿Y si te dijera que puedo desapilar ese mazo? —¿Qué estás diciendo? Respiré hondo, lo miré a los ojos y dije la verdad. —Cuando tenía diecisiete años, caí en lo que pensé que era amor, con un hombre muy malo. Me contó cosas, me hizo pensar en ciertas cosas sobre mí misma, sobre mi cuerpo. Me volvió contra mis amigos, contra mi familia, y al final estuve dispuesta a sacrificar todo por él, porque pensé que eso era el amor. Y que yo no valía nada. Y cuando terminó, tuve que escapar y reconstruir todo lo que quedaba de mí. Sus ojos se encendieron de ira en mi nombre, por cosas que habían sucedido hace mucho tiempo y que nunca podría cambiar, pero que de todos modos quería. —Tuve la suerte de encontrarme nuevamente, de salir del otro lado. Pero algo se perdió en el proceso y me impidió volver a enamorarme. Hasta ti. Abrió la boca, quería decir algo, pero lo retuvo. —Te amo, Oscar. Te quiero mucho, pero no puedo renunciar a lo que soy y todo mi mundo solo para estar contigo. —Apreté su mano—. Pero me gustaría intentar un compromiso. La más pequeña de las sonrisas curvó sus labios. —Un compromiso, ¿eh? ¿Qué significa eso? —Significa que voy a empezar a trabajar desde casa unos días a la semana. Ya he hablado con mi jefe, y mientras todavía estamos resolviendo los detalles, él sabe que es mejor para él dejarme tener esto. —¿Oficina en casa?

—Mm-hmm, y curiosamente, Chad Bowman conoce al tipo que es dueño de esa vieja tienda en la calle principal, la que tiene el último piso vacío que está esperando por alguien que abra una tienda. Su sonrisa creció. —No estás diciendo… —Espera, Hombre de las Cavernas: tú también tienes un papel en todo esto. Me doy cuenta de que tienes responsabilidades aquí que no son tan móviles. Y puedo trabajar con eso, siempre que aceptes pasar los fines de semana conmigo en la ciudad cuando el mercado vuelva a funcionar semanalmente, como lo permitan las vacas. Estoy dispuesta a trabajar contigo en esto porque sé cuánto amas mi departamento, y sé cuánto amas la cama de mi departamento. —Es una buena cama. —Y hablando de camas, tendremos que hacer algunos cambios en tu casa. Estoy dispuesta a apostar tu último dólar por que Missy eligió cada mueble de arte de vaca del campo en esa casa, ¿sí? —Sí —dijo, la sonrisa cada vez más grande por minuto. —Afortunadamente para ti, conozco a los mejores diseñadores de muebles de Manhattan y aprovecharemos el descuento que recibo. Solo asiente, Oscar. Asintió, pasando un dedo por la presilla para mi cinturón, acercándome más. —¿Algún otro compromiso con el que deba estar de acuerdo? —Odio ese suéter. —Bien. —Piérdelo. Se lo quitó por encima de la cabeza, dejando al descubierto su pecho desnudo, lo tiró sobre la mesa junto a nosotros, su ceja con cicatrices se elevó en desafío. Hubo una ronda de aplausos en el improvisado show de striptease, y cuando miré a mi alrededor tuve que reír, viendo a Roxie, Leo, Polly, Chad y Logan, Trudy y Wayne, Elmer y Louise, el Sr. y la Sra. Oleson, y toda otra persona que había conocido en los últimos meses. Roxie señaló sobre nuestras cabezas; levanté la vista, y allí estaba. —Muérdago —le susurré, y me dio un enorme beso, levantándome de mis zapatos, al sonido del aplauso aprobatorio de Bailey Falls.

—Te amo, Pinup —murmuró, aplastándome contra su pecho desnudo. —Resulta que realmente, realmente, te amo, maldito hombre de las cavernas. Me besó de nuevo, esta vez al sonido de la jarra de maldiciones de Polly temblando.

Epílogo

Traducido por Sahara Mi chica se agarró fuertemente a mi mano mientras caminábamos por la calle. Hacía mucho frío; no se congelaría todo el día. Me gusta el frío: la hizo pegarse más a mí. Su brazo estaba alrededor del mío o de mi cintura, aferrándose firmemente. Natalie se había mudado a Bailey Falls. Odiaba cuando decía eso, me decía que bajara la voz o que perdería su tarjeta de Nueva York. Técnicamente, ella no se había movido realmente. Estábamos descifrándonos. Pero la ciudad estaba encantada de tener un "gran genio de la publicidad de la gran ciudad" instalado en Main Street. Y aunque nunca lo admitiría, le gustaba mucho que la consultaran sobre si las nuevas etiquetas de The Jam Lady deberían ser de color beige o rosa amarillento y cómo eso podría afectar su trayectoria comercial general. Hasta que el mercado de primavera comenzó de nuevo, era difícil para mí entrar a la ciudad cada fin de semana, por lo que hubo algunos fines de semana cuando no podíamos vernos. Pero, en marzo, estaría en la ciudad todos los viernes hasta el domingo. Ella también estaba haciendo una fuerte campaña para el lunes, lo cual le dije que era casi imposible, pero eso no le impidió defender su caso. Lo que la alenté a hacer, ya que normalmente usaba sus botas hasta los muslos y nada más cuando intentaba convencerme de cualquier cosa. Realmente debería decirle alguna vez que estaba bastante seguro de que uno de mis voluntarios podría cubrir los lunes por la mañana de vez en cuando, pero de nuevo… ella se veía jodidamente fantástica con esas botas... Por ahora, ella normalmente pasaba la noche del lunes hasta la mañana del jueves en Bailey Falls, tomando el tren matutino de vuelta a la ciudad. A veces podía convencerla de quedarse una noche más. No toma mucho; mi chica estaba perdida cuando mi boca estaba sobre ella. Lo cual fue lo más frecuentemente posible, y lo sería aún más si tuviera algo que decir al respecto. No había nada que amara más que hacer que esa mujer estuviera debajo de mi lengua. A menos que la estuviera viendo alejarse, genial... gran culo rebotando. Me encanta hacerlo rebotar.

Me encanta todo sobre ella, simple y llanamente. Ella era una pesadilla en la cocina, un sueño en el dormitorio, y mandona cuando todos se habían escapado, pero ella era mi chica y estábamos averiguándolo. Dirigiría el equipo de fútbol de la escuela secundaria local el próximo otoño, y Natalie estaba ansiosa por estar en la ciudad para todos mis juegos. No estoy seguro si se dio cuenta de que eso significaría renunciar a los viernes por la noche en la ciudad, pero trabajaríamos en ello. Estaba conociendo la ciudad más allá del mercado, y estaba

creciendo en mí. Nunca disfrutaría esos cócteles a los que ella me había arrastrado unas cuantas veces, pero iría. Para ella. —Este es —diijo, deteniéndose frente a una alta piedra rojiza, con sus luces cálidas brillando en la calle cubierta de nieve. Mi chica me llevaba al brunch. Estaba nerviosa, podría decirlo. Todo lo que tenía que ver con nosotros, descubrir qué clase de pareja éramos, la ponía un poco nerviosa. Ella había sido lastimada realmente mal antes, y entendí por qué era cautelosa. Ella podía tener todo el tiempo que necesitara; no iba a ir a ningún lado. —Mis padres están tan emocionados de que vengas hoy. Te lo dije, ¿verdad? —Su voz estaba llena de emoción cuando se aferró a mi mano. —Lo hiciste —respondí, inclinándome para dejar caer un beso en su frente. Antes de que pudiéramos subir los escalones, su padre abrió la puerta de entrada. —¡Entren aquí, está helado afuera! Oscar, ¿cómo estás? El otro día vi tu queso en Brannigan's: la gran tienda en Brooklyn. Incluso tenían el nuevo, ¿cómo se llama? —Pinup. —Sonreí, descansando mi mano en la parte trasera de mi chica mientras ella subía los escalones delante de mí—. Se llama Pinup.

Gracias a

Document Outline Cream of the Crop Alice Clayton 5 *** *** *** Epílogo
02- Cream of the Crop - Alice Clayton

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